El Nudo Y La Esfera - Isabel Soler, Y Otros Textos

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ISABEL SOLER

EL NUDO Y LA ESFERA EL NAVEGANTE COMO ARTÍFICE DEL MUNDO MODERNO

BARCELO

2003

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ACANT
LA NUEVA VOLUNTAD

La Madonna extiende su manto. Estática, solemne, monumental, imagen de la consolación, se muestra protectora de la humanidad. Su gesto éterno se transforma en símbolo arquitectónico al ser la Virgen-templo que recoge en el espacio azul de su túnica a los creyentes, a los que bus,, can consuelo, a los que necesitan aliviar el sufrimiento. La / Madonna della Misericordia de Piero della Francesca es el antropomórfico edificio de la fe, reina divina en el cielo y madre humana en la Tierra, que une la proporción del cuerpo humano con la definición del espacio arquitectónico. La Virgen señala el espacio de Dios, pero también el de los hombres. A lo largo de los siglos renacentistas ese espacio humano se ampliará y se definirá. Los viajes de expansión y descubrimiento realizados a lo largo del Renacimiento pueden ser tomados como una explícita imagen de las numerosas definiciones y dimensiones que contiene el término. Pensar en este período de la historia de Occidente como en llQ_h_fürido, t1na mezcla de ideas y refl_exiones, de e§_tilos y gust.Qs, ayuda a aceptarlo como un cristal poliédrico de múltiples caras e infinitos reflejos y a entender algunas de sus manifestaciones aparentemente contradictorias. En este sentido, 'lillk~c::~_s pueden ser in( terpretados como metáfora de la intencionalidad renacentista, tanto por su significado abstracto-ver y conocer 1 el mundo es la manera de interpretarlo y de primar sobre él-como por el resultado obtenido a partir de una vivencia real: el cúmulo de imágenes, experiencias y contrastes

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que proporciona el viaje reafirma esta idea de amalgama de contenidos que representa la etapa renacentista. Desde la perspectiva que proporciona el tiempo, el lugar en el que se encuentra el núcleo de intereses renacentistas y aquello que resulta más plásticamente atractivo, es la yu~taposición armónica de lo antiguo y lo nuevo. A esa unión hay que añadir una mezcla de ingredientes que se combinan para obtener un resultado estético y científico que gira alrededor de la centralidad humana. La tendencia antropocéntrica de la época, en torno a la cual se elabo~an doctrinas, teorías científicas, manifestaciones artísticas y proporciones arquitectónicas, hace que el pensamiento renacentista busque establecer unos parámetros definitorios del tiempo y el espacio del hombre, y se sirva de esta pauta para dar explicación al universo, la naturaleza y la vida. De ahí el esfuerzo de Alberti y de Luca Pacioli en la recuperación de conceptos clásicos y platonizantes como la divina proporción o el número áureo, o la voluntad de Piero della Francesca de darle a su Madonna della Misericordia el equilibrio antropomórfico necesario, tanto artístico como intelectual, para inscribirla en las corrientes estéticas quattrocentistas. La arquitectura, debido a la lentitud de su tempo, es un referente idóneo para demostrar el contraste esencial que contiene el término Renacimiento. Y como tal, el ~ ~ ~nas~e_rio_de los Jerónjm_Qs__g~Lisboa es un~ d~ !os ejemplos_E?-ás representativos de_l~_eE~!.._~~jada renacentista: en él confluyen físicamente una nueva manera de pensar y de percibir, y la reflexión sobre lo pensado y lo percibido. Recorrer el claustro y observar con detenimiento cada una de sus manifestaciones artísticas, descubrir las diferentes etapas interpretativas y los diversos recursos de expresión, demuestra el esfuerzo que lleva a cabo el pensamiento renacentista en el estudio de la per52

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cepción. Confirma, además, que la aplicación de los principios teóricos en cualquier manifestación humana es fundamental para la creación artística e intelectual de la época. No obstante, el monasterio de los Jerónimos se empieza a construir exactamente un siglo después (!502-1503) de la visita de Brunelleschi a Roma, en r 40 3, fecha emblemática del Renacimiento florentino. El claustro sirve también como metáfora de la peculiaridad vital de un país en ún momento decisivo de su historia, sin embargo no resulta útil para interpretar el aura renacentista que irradia Italia, y que el resto de los países europeos se aplicaron, no tanto a imitar, como a adaptar. En el mismo momento que Italia, y a partir de ella , Europa, empezaba a interesarse por el mundo clásico, Portugal ofrecía a Occidente el acceso a las culturas asiáticas. También los Estados del norte de Europa, desde principios del siglo xv, revolucionarán la técnica pictórica al óleo gracias a Jan van Eyck y marcarán la pauta en lo que concierne a la música. De tal manera, no todo fue admiración por la cultura italiana; la distancia cultural, los obstáculos sociales y, sobre todo, las diferencias enlamanera de entender la religión, impidieron muchas veces la difusión de los valores italianos. A lo largo del siglo xv1 ser antiitalianista podía significar, en la misma medida, ser anticatólico, antipapista, lo cual indica el serio impedimento que representó la Reforma para la asimilación y correcta interpretación de muchos de los aspectos del Renacimiento. Aunque también este y el movimiento humanista tuvieron que hacer un esfuerzo por sobrevivir en la Europa católica; el Concilio de Trento (!545-1563) obligó a un reajuste de los puntos de interacción entre el humanismo y los estudios religiosos , así como a una readaptación de la tradición clásica según las nuevas circunstancias. Pero todo cambio, todo experimento, implica un pre53

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vio desequilibrio y la necesidad de adaptación a un nuevo orden, que genera, a su vez, nuevos puntos de vista sobre conceptos firmemente afianzados. Este es el caso de dos de las categorías fundamentales del conocimiento humano, el espacio y el tiempo, que el Renacimiento transforma profundamente. Un ejemplo práctico del desequilibrio en el que el Renacimiento sumerge al hombre, y la consecuente búsqueda de estabilidad que origina, se encuentra, una vez más, en el viaje a ultrama1; don~ p o y_el_ espacio tienen un papel protagonista. El viaje oceánico ,< que inicia Ta ~e-ntaliclad renacentista es una imagen de esta incertidumbre desasosegante y del impulso que en\ gendra la inquietud por penetrar en lo desconocido. El viaje por el espacio desconocido obliga al hombre a refle/4 xionar sobre la definición del mundo que convencionalf' mente ha establecido a partir de su propia dimensión histórica; el descubrimiento de la realidad supone una nueva ruptura de la escala de valores. Implica, en pocos años, tener que readaptar principios que habían servido de base para impugnar la manera de entender el mundo medieval. Testimonios del impacto que significó el enfrentamiento a la inseguridad que supone el viaje se hallan en cualquier forma de expresión humana: desde los motivos ornamentales que se encuentran en el mismo claustro de los Jerónimos, hasta los textos más marcadamente científicos de la desbordante literatura de viajes, o los que son intencionadamente literarios pero influidos de manera directa por el viaje, como el Auto da Índia de Gil Vicente (c. 1509), la Comédia Eu/rósina de Jorge Ferreira de Vasconcelos (c. 1542-1543) o, evidentemente, el mismo Camoes con sus Lusíadas. A pesar de los contactos diplomáticos, políticos y económicos establecidos con los diferentes Estados europeos, el Renacimiento, en la mayoría de sus manifestaciones, lle-

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gó tarde a Portugal. Por sus circunstancias geográficas, históricas y políticas, y por haber quedado, en cierta medida, al margen de los circuitos comerciales centro-europeos y mediterráneos a lo largo de los siglos medievales, Portugal desarrolló espontáneamente algunos de los aspectos que posteriormente van a marcar las características de su Renacimiento. El primero y principal para la historia portuguesa-el técnico-quizás viene marcado por las barreras físicas, y al mismo tiempo psicológicas, que suponen sus límites. Por un lado, España-un muro de contención que impide, de manera considerable, cualquier tipo de intercambio con el resto de Europa- , y por el otro, el límite más perfectamente definido, el océano. Y este último, el espacio oceánico que se abre ante Portugal, /\·, durante los siglos renacentistas dejará de ser una barrera \ para convertirse en un fuerte y beneficioso nexo de unión. Llama la atención que, a pesar del lento afianzamiento de la tipografía en Portugal-no se conocen ediciones anteriores a 1487 uno de los primeros libros que se imprimiera, en 14 9 6, fuera el Almanach Perpetuum del astrólogo, médico y matemático judío salmantino Abraham Zacuto, una obra fundamental para la evolución de la náutica astronómica,' y, pocos años después, en 1502, el Livro de Marco Polo, que posiblemente ya trajo a Portugal el infante D. Pedro das Sete Partidas y que se encuentra referenciado en las bibliotecas reales de D . Duarte y D . Manuel. No obstante, este tipo de fronteras no supusieron barreras infranqueables para que Portugal se mantuviera en contacto con Europa. Durante la Edad Media, la expansión de las órdenes monásticas de Cluny y el Císter también llegó hasta el territorio portugués siguiendo la ruta compostelana-Santa Cruz de Coimbra, S. Vicente de Fora en Lisboa o Santa Maria de Alcoba~a- e implicó el desplazamiento de religiosos y estudiantes hacia los más

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importantes centros intelectuales europeos . Cuando, a finales del siglo x1v, se unieron la casa de Lancaster con la de Avís a partir del matrimonio de D . Joao I con Dona Filipa , se potenció la estancia de clérigos portugueses en Cambridge y en el siglo siguiente había un importante número de estudiantes en Padua, Bolonia y Siena, además de en París-en cuya universidad se formarían la mayoría de los humanistas portugueses-, Lovaina y Burdeos. En el momento en que se trasladó el Estudo Geral de Coimbra a Lisboa (1377), muchos estudiantes decidieron dirigirse a universidades francesas, como la de Montpellier, Toulouse o Aviñón,3 aunque a partir del cisma del papado, los alumnos volverán a elegir destinos italianos. Por la proximidad geográfica, Salamanca era, desde el siglo xm, uno de los centros universitarios de máximo interés para Portugal; en la primera mitad del siglo xv1 cursaban, sobre todo leyes, cerca de ochocientos alumnos portugueses en la Universidad española. A su regreso, estos estudiantes y religiosos ocuparon ministerios y cargos públicos de responsabilidad, y representaron el punto de contacto entre la corte y los centros intelectuales portugueses, y los núcleos de erudición castellanos y europeos. Al mismo tiempo que el médico J oao Lopes era propuesto como candidato a cátedra en la Universidad de Pisa, hacia 148 6, el teólogo Freí Gomes de Lisboa enseñaba en Pavía, pocos años después fue vicario general de la orden franciscana (1511-1513 ) y llegó a participar en las primeras sesiones del Concilio de Letrán de 1512 -15 17. 4 En 1527, D. Joao III dotó cincuenta becas para posibilitar la asistencia al Colegio de Santa Bárbara de París a estudiantes portugueses; colegio que estuvo dirigido durante un largo período de tiempo por el escolástico Diogo de Gouveia y por sus cuatro sobrinos: António- que enseñó en diferentes universidades francesas-, el erasmista Marcial, André y Dio-

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go, el cual enseñó también en Coimbra. Posteriormente, uno de estos becarios de D. Joao III, Aires Barbosa, fue el introductor de los estudios helenísticos en la Universidad de Salamanca, y otro becario, Aquiles Esta~o, fue un notable comentarista de textos clásicos. En 1534, el discurso de apertura del curso de la Universidad de Lisboa corría a cargo de André de Resende. Su Oratio pro rostris se convirtió en un verdadero manifiesto humanista en contra dé la escolástica en Portugal. André de Resende regresaba a su país después de haber estudiado en España con Nebrija y en Francia con Nico\ lás Clenardo, y de haberse relacionado en Lovaina con Erasmo. Otro amigo de Erasmo fue el humanista e historiador Damiao de Góis, quizás el portugués que vivió más de cerca los acontecimientos propiamente renacentistas de Europa. A los veintiún años, como escribano de la feitoria de Amberes, vivía el ambiente de novedades y noticias que llegaban a uno de los centros comerciales más importantes de Europa; a partir de aquí empezaron sus viajes como embajador por diferentes ciudades del norte, Polonia y Alemania. En Wittenberg conoció a Lutero y a Melanchthon, y en Friburgo, a Erasmo, y así se introdujo en los principios e ideales reformistas y en las corrientes intelectuales europeas, formación que completó en Lovaina y en Italia al frecuentar la Universidad de Padua y al establecer relación, entre otros, con Pietro Bembo. Sus obras y su participación activa en círculos intelectuales contribuían a divulgar las noticias sobre el mundo que los viajes de descubrimiento depositaban en Lisboa y eran de gran interés para Europa. Ya en su época, las obras de Damiao de Góis eran referencia obligada para la discusión sobre temas fundamentales para Occidente como Etiopía y el Preste Juan, las cuestiones teológicas suscitadas por los contactos con pueblos de diversas religiones o la de57

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fensa de un cristianismo universal y la posibilidad de una reconciliación cristiana, tema por el cual algunas de sus obras fueron censuradas por la Inquisición. s Sucesivos nombres y, con ellos, corrientes e influencias irán dejando su poso en el Portugal de D. Manuel I , en la última década del siglo xv, y en el de D. Joao III, ya en el siglo xv1·. En sus universidades y círculos aristocráticos se irán creando focos de discusión intelectual y las corrientes humanistas se empezarán a sentir con fuerza en Portugal, no sólo gracias al regreso de estudiosos como André de Resende o Damiao de Góis o por las actividades de profesores extranjeros en las universidades, sino también por el contacto económico y religioso que se mantenía de manera muy asidua con Italia y, en una medida muy considerable, por la influencia de las novedades traídas a la corte a través de los matrimonios principescos. Dona Catarina de Austria, hermana de Carlos V, invitó en 1533 a Erasmo a enseñar en Portugal, y en ese mismo año André de Resende publicó su Encomium Erasmi, que fue motivo de una seria polémica con el pedagogo y gramático Aires Barbosa. La llegada de Nicolás Clenardo y del escocés George Buchanan invitados por el rey D. Joao III coincide con la drástica renovación de los planes de estudiohasta aquel momento, directamente dependientes de la Iglesia-y con la fundación de importantes colegios de cuño humanista, entre ellos el Colégio Real o Colégio das Artes e Humanidades (I 547 ), dirigido por André de Gouveia, el que fuera rector del Colegio de Santa Bárbara de París. Estos contactos e intercambios culturales que siguen los flujos de las corrientes de pensamiento de la época no diferencian a Portugal de las inquietudes intelectuales de cualquier otro Estado europeo. Aquello que marcará la diferencia del Renacimiento portugués será el otro gran límite geográfico que lo define por su parte más occiden-

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tal: el mar. Una frontera que durante mucho tiempo, tal y como ocurrió en la mayoría de los Estados marítimos, se levantó como un obstáculo infranqueable y únicamente significó contorno, límite, impedimento. Y es en la relación con el mar donde mejor se manifiesta la nu[!va v_olimtad r~nacentista portug11(_'!sa. La audacÉ_es_e_l_~ O_!J.C~l?!.O más adecuado para definir a aquellos que se aventuraron a -surca-r ~le;pad; q~e de;d~ ; i;mpre había sido considerado como el lugar del miedo. Pero también desde muy temprano, superar el miedo fue el aliciente necesario para descubrir lo desconocido, para atreverse a deambular por el extra orbem. Portugal cerraba la ecumene, era el límite] de la tierra, y ante él se abría la inmensidad del mar, un mar-océano. Uno de los primeros y principales esfuerzos que Portugal se vio obligado a llevar a cabo ante la presión de su propia época fue la transformación de una cultura rural fuer- ::;: temente afianzada. No existía ninguna tradición de viajes largos por mar, no se disponía de capital suficiente para organizar una industria naviera o comercial que pudiera competir con la genovesa o la florentina, ya instaladas en el puerto de Lisboa desde las primeras décadas del siglo xv. Portugal era un país pequeño y despoblado que muy lentamente empezaba a recuperarse de los estragos que la peste negra había causado en Europa en el siglo anterior y que originó importantes movimientos migratorios hacia Lisboa, Oporto y Évora. En conjunto, la actividad económica de las ciudades y del campo proporcionaba una base muy poco sólida. Portugal tuvo que rotar 180º hacia poniente y superar recelos ancestrales para encontrar la manera de dominar la superficie más hostil a la que el hombre se ha enfrentado antes de la aventura espacial contemporánea. La presencia constante, absorbente e incitante del océano es algo a lo que Portugal ha hecho frente cotidia59

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n amente a lo largo de su historia. Incluso antes de establecer con este medio inhóspito una relación intensa y decisiva para la historia portuguesa, la sensación de pertenecer al límite, de encontrarse cara a cara con el espacio infinito, de ser el último o el primero, crea un estado psicológico determinado que caracteriza no sólo al portugués sino a muchos de los pueblos limítrofes. Y esta singularidad creó un doble efecto que llevó a Portugal a desarrollar, por un lado, un sistema de autosuficiencia que va a perdurar a lo largo de la historia e, incluso, en algunos momentos se va a agudizar, y, por otro, va a activar uno de los campos de máximo int erés para el pensamiento de las últimas décadas medievales, el de la ciencia y la técnica, que lo lanzará h acia el Renacimiento. Pero gran parte de la costa portuguesa es escarpada y rocosa, en ella no abun dan los puertos naturales-sólo Lisboa y Setúbal son suficientemente seguros-, y durante largos meses del año está expuesta a los fuertes vientos del oeste. La p esca en el siglo xv estaba generalizada, aunque a escala muy pequeña y desde puntos muy con cretos de la costa, pero ya las embarcaciones portuguesas eran apreciadas por ser seguras y fáciles de maniobrar. Al mismo tiempo, por su situación geográfica, Portugal se encontraba en los bordes de dos mundos diferentes a l os que sentía pertenecer por igual: el Mediterráneo y el A tlántico. Y aprovechó esta p olaridad para superar la profunda crisis económica en la que se encontraba en las últimas décadas de la Edad Media. Las nuevas circunstancias que impuso el siglo xv y la cotidiana relación con el mar hicieron que en Portugal, ante el amplio abanico temático renacentista, se adoptase ...,. una actitud marcadamente científica y técnica. Esta será la contribución portuguesa al pensamiento renacentista: el desarrollo de las técnicas de navegación y la ingeniería naval, la detallada observación astronómica, el minucioso

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examen cartográfico y, a partir de la experiencia, la información sobre la realidad geográfica del mundo. Aunque para ello Portugal tuvo que afrontar un serio problema de b ase: la falta de maestros que pudieran crear una escuela científica y técnica que preparase a los hombres que debían afrontar el viaje marítimo; asimismo, no existía ni madera ni capital suficientes para crear una industria naval a gran escala que permitiera construir buques de gran calado, ni se disponía de hombres preparados para dominar esos barcos. Aunque, al iniciar la aventura, estas deficiencias resultaron menos problemáticas de lo que cabría esperar; la falta de compromiso con los principales y bien consolidados focos comerciales europeos, el no tener que defender privilegios laboriosamente conquistados en o tros territorios costeros ni disponer de la posibilidad de invertir capital en grandes proyectos, hicieron que se empezase de una manera modesta. Estos primeros intentos de alejamiento 7 del espacio conocido utilizando los rudimentarios elementos de los que se disponía, resultaron apropiados para la ex- t¡ ploración de la costa africana y llevaron a que, sob re la marcha , se fuera perfeccionando el diseño de los pequeños y ligeros barcos y permitieron que los hombres fueran aprendiendo a partir de la misma experiencia del viaje. Una de las primeras fuentes de aprendizaje fue el viento. Observaron que los vientos procedentes de la costa portuguesa favorecían la navegación hacia el sur y que los que predominan en el Atlántico forman dos grandes elipses, una en el hemisferio norte, que circula de oeste a este, y otra en el h emisferio sur, que se mueve en dirección contraria. Cuando Diogo d~ ~iJ~ llegó a las Azores en 1427 probablemente cruzó asombrado ese mat· cheio de ervas, o mar de baga según el cartógrafo Andrea Bianco, que se sitúa al sudoeste del archipiélago y que actualmente se conoce como mar de los Sargazos. Seguramente, ya a

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mediados de siglo, los numerosos barcos que navegaban por la costa africana debían sufrir en la extensa zona de 1 calmas ecuatoriales. Los navegantes observaron que este enorme sistema de vientos formado por las dos elipses, se mueve hacia el norte o hacia el sur según las estaciones, al seguir un eje que va de este a oeste. El extremo oriental de uno de estos ejes parte de la costa portuguesa y crea fuertes temporales en invierno y vientos más ligeros en primavera y verano. Al aprovechar el impulso norte-nordeste y la corriente que se dirige hacia las Canarias, resultaba sencillo ir descendiendo por la costa africana. Pero el gran descubrimiento fue la fuerte corriente al oeste de las Canarias, que alejaba a los barcos hacia alta mar. Sumada al alisio del nordeste, proporcionaba una navegación segura y rápida incluso para las pequeñas naves portuguesas. 6 Cuando los sucesivos viajes fueron asegurando el buen resultado de los procedimientos de navegación y las expediciones portuguesas empezaron a realizar descubrimientos con posibilidades comerciales, la inversión financiera extranjera solucionó la imposibilidad de proyectos con d estinos más lejanos o más ambiciosos. Esta doble y solapada actitud que mezcla al mismo tiempo una postura vital que se arraiga en la Edad Media y un naciente espíritu renacentista, se confunde con un sentimiento de recelo ante lo que resulta hostil o desconocido. Los hombres de los primeros viajes regresaban o , mejor dicho, intentaban regresar; y, por regla general, no se establecieron en el espacio al que no pertenecían, aunque el viaje fuera muy largo o durase mucho tiempo. Paul Zumthor7 defiende «el recelo» como una de las más importantes características de la mentalidad medieval, y lo designa como uno de los factores causantes del afianzamiento del hombre de la Edad Media en su espacio vital. Quizás no sería tanto el temor o la desconfianza-sentí-

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mientos con los que, sin duda, partía cualquier viajero medieval o renacentista-como la insuficiencia de actitud crítica. Ahí es donde se establece el contraste entre las épocas, aunque estas convivan simultáneamente durante largos años. El hombre medieval no se preguntaba el porqué de las cosas de la misma manera que posteriormente lo hizo el del Renacimiento , sino que aceptaba su existencia. Aquello raro e inexplicable se admitía y se asimilaba en tanto que era obra o designio divino. A pesar de la proximidad de esta manera de entender el mundo, de la inexperiencia y la falta de información, los portugueses del siglo xv, y los europeos que viajaron en sus naves , desmintieron que el Atlántico no fuera un océano navegable, observaron que se podían alejar de la costa tanto de día como de noche sin perder la orientación, demostraron que el Atlántico y el Índico se unían por el extremo meridional africano y que, por lo tanto, la franja ecuatorial era navegable y habitable, y atravesarla permitía llegar por mar a la India. Pero los problemas relacionados con el viaje crecieron tan rápidamente como el interés que suscitaron en toda ,... Europa. En la temprana fecha de 1455, el papa Nicolás V promulgaba la bula Romanus Ponti/ex, p or la que, sin el consentimiento de D. Afonso V, no se podía navegar ni transportar mercancías, ni pescar o permanecer en las provincias, islas, puertos, mares o lugares que pertenecieran a Portugal. 'El descubrimiento de las grandes extensiones marinas creó un serio conflicto respecto a un concepto que desde la alta Edad Media estaba perfectamente delimitado: el mare clausum, el principio de «mar territorial». El mar colindante a un territorio pertenece a ese territorio y permite actuar sobre él impidiendo la navegación, imponiendo tributos de tránsito o estableciendo monopolios de pesca. Pero durante los siglos xv y xv1 no

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se estaba hablando de mares litorales o colindantes sino de vastas extensiones marinas que proporcionaban la entrada de inmensa riqueza. Tanto Portugal como Castilla se aplicaron en encontrar medidas jurídicas que asegurasen su supremacía en los océanos descubiertos. Se estableció así un complicado sistema de licencias, permisos y prohibiciones que se remontaba a los primeros viajes de exploración por la costa atlántica y que, desde muy temprano, enfrentó a los portugueses con los castellanos y con otros estados europeos. Requirió por parte de España ( y Portugal una política progresiva de demarcación terri1' torial que se podría considerar iniciada con el Tratado de / Alcác;ovas (1479) y no quedaría perfectamente definida /: hasta el Tratado de Zaragoza (1529). 8 En junio de 1494, el navegante, militar y cosmógrafo Duarte Pacheco Pereira, una de las personalidades más activas en todo lo que se refiere a los viajes portugueses y autor del singular tratado cosmológico Esmeralda de Situ Orbis, salía de Lisboa hacia Tordesillas formando parte de la embajada que firmaría el tratado territorial de más amplias repercusiones para los estados español y portugués y para el mundo en general. A lo largo del año anterior, sucesivas bulas del papa Alejandro VI demostraban el tenso litigio y la trama de negociaciones que mantenían España y Portugal respecto a las tierras descubiertas y las que eran susceptibles de descubrimiento.9 Pacheco Pereira, como conocedor de los enormes espacios que se negociaban, defendió una discusión que salvaguardaba para Portugal la ruta hacia la India, pero, una vez la expedición de Magallanes consiguió circunnavegar el globo en 152 2, esta discusión se volvió a plantear respecto a la posesión del preciado archipiélago de las Malucas. La partición del mundo, como era de esperar, no despertó las simpatías del resto de las potencias europeas.

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Franceses, ingleses y holandeses, a medida que avanzaban en sus propios procesos expansionistas, iban vaciando de contenido los acuerdos diplomáticos. Desde muy temprano, Portugal-y España, en igual medida-tendrá que enfrentarse a corsarios europeos que controlaban los lugares estratégicos de las rutas marítimas. La guerra del corso fue institucionalizada como represalia por los países que se sintieron discriminados en_la repartición del mundo. ( No sólo se codiciaba la riqueza de los barcos que volvían cargados de mercancías sino que también se ambicionaba el secreto bien guardado de las rutas en cartas de marear y portulanos. El ataque corsario paralizaba el ritmo de los viajes y dañaba enormemente la economía de los países, pero, al mismo tiempo, debilitaba las relaciones políticas y diplomáticas entre los Estados. No obstante, las primeras expediciones portuguesas por la costa africana, a pesar de que el cronista de principios del siglo xv Gomes Eanes de Zurara-en su Crónica da Tomada de Ceuta y, sobre todo, en su Crónica do Descobrimento e Conquista da Guiné-se esforzase en calificarlas como exploraciones, se acercaban mucho más, según el historiador Vitorino Magalhaes Godinho'º, a incursiones de corso que a logros geográficos. Estos primeros viajes no estaban realmente motivados por la posibilidad de actividades comerciales sino por la presión de la guerra de religión. También en Oriente los portugueses practicarán esta especie de piratería de Estado. Los asaltos y razias permitieron, al principio, empezar a organizar las /eitorias y consolidar la presencia portuguesa y, posteriorme'nte, enriquecer a los particulares. Evidentemente, ante las «iniciativas» tomadas en el espacio marítimo, los acuerdos y tratados entre los países, la doctrina del mare clausum, las bulas y prerrogativas papales tenían un muy escaso poder persuasivo; y en este mismo sentido, hay que considerar las actividades corsarias

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de unos y otros Estados como un elemento más en el proceso de génesis de la expansión occidental. De hecho, lo extraño es que Portugal, ante la situación de crisis y enorme recesión del último período medieval, y a pesar de su bajo número de habitantes, la debilidad de su estructura económica y su escasez de medios, pudiera hacer frente a la empresa expansiva y mantenerla. Sobre todo teniendo en cuenta que no toda la sociedad con algún tipo de poder decisivo estaba conforme con el impulso de la campaña ultramarina. Esta discrepancia no sólo se hizo evidente en los primeros años de expansión, cuando la nobleza pugnaba por seguir su tendencia militar en el norte de África, sino también durante los mejores momentos del Imperio-desde la década de 1480 a la de 1520, bajo los reinados de D. Joao II y D. Manuel 1- , cuando el mercantilismo regio pretendía una centralización excesiva que afectaba seriamente a la iniciativa privada. Sólo puede entenderse a partir de la participación y el apoyo extranjero, y por el interés evangelizador que la Iglesia católica tenía en Oriente y, posteriormente, ya a partir de otros planteamientos, en América. El planeta Marte, en las Cortes de Júpiter de Gil Vicente, recitaba en 1521:

Aunque el mismo Gil Vicente, doce años antes, para demostrar el sacrificio en vidas humanas que el viaje a Oriente le costaba a Portugal, pone en boca de la cínica Constanc;:a de la Farsa Chamada Auto da Índia, los siguientes versos: ¡Pero qué gracia tendría si este negro mi marido tornase a Lisboa vivo para mi compañía! Pero esto no puede ser; que él ha de morir solamente por ver el mar. Quiero hilar y cantar, segura de que no ha de venir.

Y así en las partes de allende siempre fue favorecido, y en la India también. O digan si alguien vio reino en fama tan lucido. Pequeño y muy grandioso, poca gente y mucho hecho, fuerte y muy victorioso, muy osado y furioso 11 en todo lo que toma a pecho.

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D. Afonso V se arrodilla ante san Vicente. A su alrededor y t~as é( las rciradas absortas, meditabundas, concentradas, de los hombres. Hacia 1460,Nuno Gorn;:alves1 pintaba su enigmático políptico, cuyas fig;~;s pare¿-en inspiradas, como los frescos de Andrea Mantegna, en esculturas·de rostros nobles y serenos en actitud ensimismada. Son miradas detenidas e inmóviles que perduran en el tiempo ajenas a cotidianidades, son rostros absortos que parecen haber alcanzado una sabiduría mística. Semblantes que, a diferencia esta vez de los luminosos y equilibrados espacios arquitectónicos en que se inscriben las figuras de Mantegna, destacan en un fondo oscuro que resalta el denso barroquismo de la composición. En el políptico se reproduce la singularidad de la estructura política y social que va a ser, en gran medida, la impulsora de los primeros viajes por el Atlántico. En uno de los dos paneles principales destaca en primer plano la familia real-D. Afonso, su primogénito D. Joao y, tras él, D. Henrique el Navegante, quinto hijo de D. Joao I-, en el otro panel, los caballeros que emprendieron las primeras campañas militares en Marruecos y, en primer lugar, el mitificado D. Fernando, llamado el Infante Santo, el hijo menor de D. Joao I que murió en el norte de África en 1443. Caballeros de importantes familias lusitanas como la de Bragarn;:a o la de Guimaraes, altos cargos de la Iglesia como el arzobispo de Lisboa, los frailes del monasterio cisterciense de Alcoba~a, las cofradías, hermandades y corporaciones de maestros artesanos como la de los pescadores o mareantes, que incluía a mer-

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cadetes marítimos y navegantes en general, se ven representados en la obra de Nuno Gon1;alves como seres silenciosos y distantes. Í San Vicente, patrón de la cofradía de los catpintefros \ do mar, según algunas versiones de la leyenda, llegó a Portugal, al igual que Santiago a la costa gallega, en un sarcófago de piedra que varó en las escarpadas rocas del cabo Sao Vicente' y rápidamente se convirtió en un santo protector del mar y en estandarte de la cristiandad que lucha contra los enemigos de la fe. La actitud ensimismada del Santo parece contagiar las miradas detenidas de los rostros que Nuno Gon1;alves pintó en su políptico; y ese recogimiento, en lugar de aislar a cada uno de los personajes, sirve de poderoso nexo de unión. Son rostros duros que parecen abrirse al vacío; fácilmente un espectador que conozca el momento histórico que vivió Portugal a partir de la segunda mitad del siglo xv se puede dejar llevar por esos semblantes que parecen reflexionar, premonitoriamente, sobre lo que va a ser iniciado: el camino hacia el espacio que se abre ante los límites de Portugal. El hambre, la guerra, las plagas, las epidemias, un crimen, la codicia ... son motivos que cualquier ser humano puede tener para alejarse del lugar conocido e iniciar el viaje. Las «gentes del camino» pertenecen a cualquier categoría social, a cualquier cultura o profesión. Estudiantes, eruditos, artistas, clérigos, juglares, campesinos, peregrinos, mercaderes, todos estos seres itinerantes, que ya desde la alta Edad Media deambulan por los caminos eu! ropeos, son asimismo los que inician el viaje por el espa1 cio marítimo. Se vinculan espontáneamente a los restos de / una antigua memoria nómada que sigue modelos clásicos y bíblicos y que dibuja en el pensamiento colectivo la imagen del hamo viator, el ser ambulantG E~;paci~mo es-efocéano, y adentrarse en él

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es literalmente salir de los límites de lo conocido y aventurarse por una dimensión en la que no se puede asegurar ningún tipo de control. Este nuevo espacio del viaje modificará ahora el verdadero significado de la errancia-el ~cto ~e_l_Lb_r~x~aJ.~ ven_!u~a:._al vestirlo d~ los _rasg9_s_y connotaciones que definen un nuevo pensamiento occL cleºt_al. El viaje que inicia Occidente siguiendo la ruta ma7 rítima, lo emprende un hombre impulsado por una nueva voluntad, y este impulso innovador designa a alguien que, sin desprenderse de unas identidades que lo caracterizan como medieval, se inviste de otras que lo identifican como un hombre nuevo. Este hombre, al adentrarse en el océano, inicia una vez más el largo periplo que lleva a la resolución del enigma que impulsa el viaje: superar los límites es saber qué hay más allá. Desde esta abstracción, el mar, trascendentalizado por la experiencia personal y por la superación de las adversidades, puede ser entendido como el símbolo que convierte al navegante en el caballero andante-en el héroe-renacentista. La literatura de los siglos anteriores a los numerosos textos que recogen el viaje portugués está llena de osadía y encuentros desiguales con la adversidad. Un héroe que está por encima de su condición de ser humano, que confía en su fuerza porque se siente plenamente seguro de sus posibilidades y su superioridad, lucha hasta triunfar o hasta morir llevado por su propio ímpetu, convirtiéndose en la culminación del esquema clásico del héroe. Tampoco ningún lector del siglo XVI parece dudar de la furiosa voluntad del Orlando de· Ariosto para vencer todos los obstáculos. El héroe literario inicia una aventura definida, limitada por cuadros escénicos a los que el lector de cualquier época se enfrenta sabiendo de antemano cuál va a ser la actitud del protagonista de la historia. El lector contemporáneo a la extensa literatura que

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trata los descubrimientos y la expansión portuguesa de los siglos renacentistaf~ambién sabe a lo que se enfrenta al iniciar su lectura: quiere conocer mediante fuentes fidedignas la experiencia del viaje. No obstante, desde la literatura-y no tanto desde la necesidad de información- , la actitud de lectura es diferente a la de épocas anteriores porque ha cambiado el concepto de aventura, ha cambiado el héroe y ha cambiado el escenario en el que este se mueve. En este sentido, podría decirse que el hombre que aparece en los textos de la expansión, en su multiplicidad - de actitudes, reacciones y conductas, significa, esencialmente, la fractura de la representación clásica del héroe \ literario. Y al seguir una lectura cronológica de los docuLmentos se puede observar cómo se va transformando el estereotipo heroico, encontrándose desde el que se halla inscrito en el más puro estilo épico medieval-el conquistador, el guerrero-o el que pertenece a la epopeya renacentista-el Vasco de Gama camoniano- hasta el que se ve sometido a los más drásticos desatinos de la fortuna, un hombre trágico y barroco, el náufrago. La literatura de viajes que se empieza a escribir a partir del siglo xv ~gnora estereotipos·. En primer lugar, todavía no conoce los modelos literarios que posteriormente heredará de la Antigüedad clásica, y, por otro lado, en muchas ocasiones, salvo en las que el autor busca un estilo literario marcadamente renacentista, se aleja de los cánones estéticos defendidos por los teóricos quattrocentistas. La literatura de viajes quiere satisfacer la curiosidad; su finalidad es informar sobre lo descubierto, sobre la experiencia vivida, y, en el caso portugués, divulgar la gesta lusitana. Los textos que describen el viaje se esmeran en fijar aquello que debe perdurar en la memoria, y esta vivencia real es lo que singulariza al nuevo héroe. En los relatos de caballería medievales, el espacio defi72

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ne la realidad que en su recorrido vive el caballero, y el tiempo se manifiesta como algo impreciso que contribuye ,, a crear una idea de infinito o de movimiento sin fin. ~ ~&!!!le, este nuevo héroe renacentista, en cambio, ~ mueve__por un espacio ilimitado en el que, obsti~d?~e_!l-_ g:, como si fuera una medida de orden y equilibrio, se esfuerza en mesurar elü_e_m_po con detall.e. Puntualiz~l ( momento de la presencia en el lugar incógnito le confiere definición; es una manera de· humanizar el lugar que no pertenece al hombre y en el que este se siente un extraño. Pero, ¿cómo demostrar la presencia en este espacio de inmensidad líquida que es el mar y que, irremisiblemente, despierta incertidumbre y desasosiego? Qué difícil es en este medio cumplir uno de los principios de la vida errante: recorrer un mundo diferente para, a partir de la presencia, someterlo y dominarlo. Se cumple, eso sí, otro de los principios importantes del viaje: el héroe sigue estando sometido a lo imprevisible, lo cual le obliga a una constante actitud de superación. Pero, para el lector, el hecho de que el protagonista del viaje esté condicionado de manera continua a los caprichos del azar no implica, como ocurría en la literatura medieval, la aparición del elemento fantástico para dar explicación a los sucesos. Puede haber principios fantásticos en la extensa literatura de viajes, pero lo extraño, lo desconocido, ya no tiene por qué ser leído desde lo mágico, lo maravilloso o lo inexplicable -y, por tanto, ser asumido sin más- , sino que el elemento más característico de los relatos será la verosimilitud realista y el tono de hone.rtidad testimonial que impregna los acontecimientos que se van exponiendo, aunque lo que se lea parezca increíble. Las descripciones, los sucesos, siguen estando dentro del campo semántico de lo inaudito, pero el lector lee desde el convencimiento de que el punto de partiqa del relato es la realidad, sobre todo,

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porque así lo afirman los propios autores-protagonistas de los relatos.

puesto el ojo que a veces se juntaban quinientos y le disparaban todos juntos [. .. ] sin acertarle, porque los quinientos siempre erraban, y él se recogía sin haber sido herido. Él solo, en todas las peleas que los nuestros tuvieron con ellos en el cerco, les daba más miedo que todos nosotros juntos, especialmente en un día, el de Santiago, que, por las muestras que daban, los nuestros pensaron que aquello era un milagro y que victorias como aquellas no se podían alcanzar sin ayuda divina. 7

[ ... ] nunca el conocimiento de la cosa puede ser tan exacto por su semejanza, como cuando es conocida por sí misma. 5 Tome Vuestra Alteza mi ignorancia por buena voluntad, y tenga la certeza de que, ni para embellecer ni para afear, no puse aquí nada más que aquello que vi y me pareció. 6

Muchas veces, los cronistas contemporáneos a los viajes se dejan llevar por el entusiasmo al ensalzar las virtudes y el heroísmo de los protagonistas de los sucesos. Caen entonces en exageraciones, en atribuciones milagrosas y divinas a los triunfos de los portugueses en tierras tan lejanas o, simplemente, por proximidad temporal, no pueden deshacerse de esquemas literarios o narrativos firmemente afianzados. Es el caso, por ejemplo, de ese enorme portugués mitificado por los naires-noble estirpe de militares de la costa malabar, en la zona occidental de la península indostánica-del que habla Fernao Lopes de Castanheda en su crónica sobre la conquista de la India, en el episodio en el que se alían el rey de Cannanore y el samudri de Calicut, y cercan la fortaleza portuguesa de Cochin, que constituiría, en las primeras décadas del siglo xv1, el primer gran puerto portugués de la India y el principal centro exportador de especias hacia Europa.

O las arrogantes palabras que también Castanheda pone en boca de Duarte Pacheco cuando en 1504 el rajá de Cochin le pide que lo proteja de la amenaza del samudri de Calicut. [. .. ] el rey observó nuestra armada y sus naires, y se entristeció mucho por la poca cosa que eran en comparación con el poder del rey de Calicut. Y le dijo a Duarte Pacheco: -El peligro en el que te veo me recuerda lo que ocurrió el año pasado; te ruego que hagas lo que puedas y que no te engañe el corazón. Piensa en cuánto pierde el rey de Portugal si te pierdes. Y con esta última palabra, se le arrasaron los ojos de lágrimas, por lo que.Duarte Pacheco se irritó mucho y le respondió que «más podían pocos y esforzados que muchos y cobardes; y que si los nuestros eran esforzados, bien había visto lo cobardes que eran los enemigos» [. .. ] 8

El cronista termina la batalla destacando cómo, de manera milagrosa y providencial, no murió ni un solo portugués en el passo de Cambaláo:

[. .. ] Y los naires preguntaban, con mucho interés, por un portugués que, durante el cerco, cuando los nuestros salían a pelear, andaba entre ellos. Era mucho mayor de cuerpo que los otros, y más corpulento; y no había día en que los nuestros salieran a buscar agua, que él no fuera delante de todos, y matase más de veinte enemigos. Y se dice que los arqueros le tenían tan

[. .. ] parece un milagro que no acertaran ni un solp tiro. Y los nuestros los acertaban todos en los enemigos y mataron muchos [ ... ]

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Y sería ya después de vísperas, que hasta entonces duró el combate, cuando de entre los enemigos, tanto los de tierra como los del mar, murieron trescientos cincuenta hombres conocidos, además de los otros, que pasaban de mil; y de los nuestros no murió ninguno, sólo hubo algún herido [ ... ] 9

paz de lograr su propósito. El que muchas veces se ve so- 17 metido al destino sin posibilidad de elegir, va a ser el nuevo y verdadero aventurero, el hamo viator renacentista. j La fortuna, y ser consciente de depender de ella, es un verdadero motivo de temor. La fortuna es algo cambiante y caprichoso en lo que no se puede confiar. También para el hombre del siglo xv1 la sensación de seguridad es necesaria. Sentirse seguro, aunque sea la seguridad inestable del barco, es vivir; la insegu1:idad es símbolo de muerte. La sensación constante de la proximidad de la muerte obliga a convivir con un nuevo sentimiento que el héroe todavía no ha experimentado: aquí es donde aparece la noción de angustia. Un sentimiento provocado por algo que no se puede identificar y cuyo resultado es una dominante sensación de inseguridad. Al miedo, sí se es fuerte, se le puede hacer frente porque se conoce el motivo: da miedo el mar, la tempestad, el escorbuto, el enemigo. Pero la fortuna y el destino-y de ahí la importancia que les dan los humanistas- crean inquietud y ansiedad; son angustiosos y turbadores porque son desconocidos , mudables, imprevisibles, y lo llenan todo de inseguridad. Este nuevo hombre del viaje va a ser el artífice de la evolución en el sentimiento del miedo; se mezclará el phobos, J el miedo a algo, con el deimos, una forma de temor más esencial. Así, el miedo, como concepto genérico, será otro de los elementos que distanciará al héroe renacentista del caballero andante medieval. Hasta el siglo xv1 el héroe generalmente no demostró tener miedo; induso se puede llegar a deducir que ni s·iquíera lo sintió. El héroe tiene que ser prototípico y el miedo ensucia su honor. El miedo inmoviliza e impide la manifestación del valor. Al mismo tiempo, el heroísmo siempre había ido relacionado con la alcurnia; el héroe es noble y, por consiguiente, valiente. El miedo en él sería 'algo inaudito, sería, en palabras de Vír-

Con estos recursos, los cronistas que describen las primeras actuaciones portuguesas en Oriente van entremezclando el discurso épico de connotaciones fantásticas con la exaltación del papel llevado a cabo por los portugueses allí. Así, las crónicas, incluso las de los historiadores de corte que no viajaron y, por tanto, no fueron testigos presenciales de los hechos narrados, muestran una doble historia. En primer lugar, presentan el motivo que genera la escritura-los hechos en sí-y, en segundo lugar, ofrecen la historia oculta de las reacciones humanas al interpretar los hechos y dramatizarlos. El lector no se enfrenta a la aventura de superhombres que se atreven a luchar contra cualquier adversidad según un modelo de héroe definido ya por la literatura, sino que se acerca al fragmento de vida de un héroe de carne y hueso, que se enfrenta con furia al enemigo, que tiene respuestas humanas ante el dolor, que se revela compasivamente ante la obligación de cumplir con el deber, que puede llorar, que puede sentir desesperación. Ante esta nueva forma de heroísmo que no permite una lectura alegórica de los hechos heroicos, se transforma la idea de aventura. El aventurero ya no será aquel héroe que se enfrenta y supera una adversidad predestinada, por muy difícil que esta sea, sino que será el que se encuentra con y en lo imprevisto: el que no cuenta con la fortuna sino con sus propias posibilidades, el que se siente vulnerable ante el espacio, ante el enemigo, ante la lengua de comunicación, aunque no por eso se siente menos ca-

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gilio, la prueba de un alma 1'uin.'º Pero este nuevo hamo viato1' que se enfrenta al miedo puede pertenecer a cualquier nivel de la escala social; añade, así, un rasgo homogeneizador que lo diferencia una vez más del estereotipo heroico. En los textos historiográficos portugueses de finales del siglo xv es difícil encontrar manifestaciones de la debilidad de los hombres. No es esta la función de los documentos. Pero a medida que avanza el siglo XVI, una vez se van descubriendo las realidades del viaje, se constatan las dificultades de los portugueses por conseguir y mantener una posición preponderante en los puntos neurálgicos orientales. En cuanto vuelven a Occidente diversas naves con informaciones y puntos de vista de todo tipo, la realidad se va apoderando de los relatos y afloran las sensaciones y las reacciones humanas. Al margen de los textosmuchos de ellos, sobre todo los de finales del siglo xv, obstinados en comunicar un espíritu de triunfo y demostrar el poder portugués- , el hamo viato1' renacentista experimenta en algún momento del viaje este sentimiento / crecientemente abstracto de inseguridad. El caso extremo de estar a merced del destino es el náufrago, aunque en él \ la incertidumbre se ha convertido ya en desampa1'o._ . Los primeros hombres que se aventuran por lo 111c1erto son los navegantes. Son los que van a tientas por el espacio abierto e inseguro y a partir de su vivencia irán desmintiendo lo firmemente afianzado en las conciencias. Un paso difícil fue superar el cabo Bojador, cabo que, situado en la costa occidental africana, durante mucho tiempo marcó el límite de las navegaciones atlánticas, hasta que en 1434 Gil Eanes lo consiguió. ¿Cómo pasaremos, decían ellos, los límites que pusieron nuestros padres, o qué provecho puede obtener el Infante de la per-

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dición de nuestras almas junto con la de nuestros cuerpos, ya que, como es sabido, seremos homicidas de nosotros mismos? 11

El cronista Gomes Eanes de Zurara obliga a los navegantes a reflexionar y cuestionarse el porqué de su viaje, si la amenaza de la muerte se muestra de manera tan patente. Curiosamente, el infante D. Henrique los convence con un argumento muy medieval: _la/ama. No podéis pensar, dice el Infante, que sea tan grande el peligro que la esperanza del galardón no sea mucho mayor[ ... ] 12

Í Pero el cronista escribe sabiendo, obviamente, el resulta1

do del viaje de Gil Eanes, porque el tono de las argumenraciones de las que se sirve el infante para persuadir al navegante y el menosprecio hacia los criterios hasta aquel momento aceptados, sólo pueden justificarse si se sabe de antemano que más allá del cabo sigue la costa atlántica: [. .. ] y, en verdad, me maravillo, ¿qué imaginación es esta que todos os creéis?, una cosa de la que apenas se tiene certidumbre, como si estas cosas que se dicen tuvieran alguna autoridad, que por poca que fuese no os daría tamaña responsabilidad. Pero me estáis hablando de la opinión de cuatro navegantes, que además son de la carrera de Flandes o de algunos otros puertos para los que normalmente navegan, y que no saben mantener la aguja ni la cata de navegar. Así que idos, no temáis sus opiniones y haced vuestro viaje, que, con la gracia de Dios, de este no podéis regresar si no es con honra y provecho. 13 No obstante, en esta primera fase del viaje portugués, el papel de cada uno de los hombres que emprenden la ruta marítima está, en la mayoría de los casos, perfectamente definido. El navegante es propiamente el descubridor, el 79

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que inicia el viaje por espacios desconocidos; es, en el fondo, el que se aproxima totalmente a la imagen del héroe renacentista. Las ex2~5!i~1!~_s_ ll¡;¡_°!adas henriquinas, ~ las promovidas por el infante D. Henrique el Navegante, en las primeras décadas del siglo xv , son las que, en primer lugar, además de luchar contra el infiel, buscan una vía de acceso a los centros productores de oro en África, para romper, así, el monopolio musulmán. De esta primera época son, asimismo, las embajadas, entre políticas y religiosas, hacia Etiopía en busca del Preste Juan. También la exploración y poblamiento, entre los años 1427y1431, del archipiélago de las Azores; el paso del cabo Bojador en 1434; el fracaso en la tentativa de conquista de Tánger en 1437 . Posteriormente, se dará el contacto durante la década de los cuarenta con el oro africano; en los cincuenta, el descubrimiento de Cabo Verde y Guinea; durante los setenta, Fernando Póo y S. Tomé y Príncipe. El reinado de D. Joao II (1481-1495), el Príncipe PerJeito, será el período de máximo esplendor de los navegantes. Diogo Cao llegará al Congo y remontará el río del mismo nombre en 1484; río cuya magnitud lleva a pensar al navegante que ha conseguido alcanzar el extremo austral africano y, consecuentemente, el paso hacia el Índico, error que el embajador portugués en Roma, D. Vasco Fernandes de Lucena, anuncia como cierto al papa Inocencio VIII en 14 8 5. Tres años después, en 14 87 , Bartolomeu Días pasará el cabo de las Tormentas y, curiosa y extrañamente, no será hasta nueve años después, ya bajo el reinado de D. Manuel I (1495-1521), cuando Vasco de Gama partirá hacía la India. 14 El 9 de marzo de 1500 zarpa, con destino a la India, una armada formada por trece naves y capitaneada por Pedro Álvares Cabral. La despedida fue solemne: una misa en la ermita de la playa del Restelo y una procesión hasta las naves, donde se bendijo la bandera con la

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Cruz de Cristo y en la que se concedió al capitán de la armada el honor de ir bajo palio junto al rey y cubrirse con el birrete bendecido por el papa Alejandro VI. El cronista Joao de Barros (1496-1570) afirma que el Tajo nao parecia mar, mas um campo de flores.' 5 _,,.. Si el viaje de Vasco de Gama era el último gran viaje de los navegantes con el que, de hecho, se cerraba la au-~ téntica posibilidad de aventura en el espacio incógnito atlántico-ya que una vez superado el cabo de Buena Esperanza, el Índico se abría como un océano desconocido para los portugueses, aunque eran aguas que los navegantes árabes conocían bien-, el viaje de C~~d~~ub_rió, no ya unaJ.ierrn_Ip_c_ggnüa, sino un Nuevo Mundo ni siquiera·i~_tuido, 13ra_sil, el continente americano. 16 Este ~ia- j~ canibiar~ l_?)TTrngen d~l _nl!vegante; lo convertÚá en -un V_<:_rg~rn_descubrid0r, un explorado;de 1; no~edad que, en cierto sentido, lo distancia del homo viato1· renacentista para preludiar lo que posteriormente será el viajero de los siglos xvm y x1x. Tras el navegante irán otros hombres del viaje: el con\¡ quistador y el misionero; lo cual no quiere decir que estos no estuvieran presentes en las primeras expediciones sino que en una segunda e inmediata fase de la expansión adquirirán un papel preponderante. Son hombres que pertenecen al viaje oceánico renacentista, sin embargo, su función y el resultado de sus acciones parecen adaptarse mejor a un esquema de comportamiento y actividad más próximos a la Edad Media que al espíritu que mueve el Quattrocento: el conquistador domina y somete a los hombres, y el misionero los convierte a la fe cristiana. Aparece, así, un hombre del viaje que se emplaza ya en el lugar de destino, que impone su presencia y se subdivide en múltiples funciones: es un soldado, un diplomático, un feitor, un religioso. La aventura se convierte en gue-

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rras, planes de dominio e ideales evangelizadores. D. Francisco de Almeida, primer virrey de la India (15 o 5), construye las primeras fortalezas y organiza una armada y un ejército, nada más iniciarse el siglo xvr. En 1507, Afonso de Albuquerque, segundo virrey, ocupará la isla de Socotora e intentará tomar el importante puerto de Ormuz. A partir de la fundación del Estado Portugues da Índia- la fórmula que el rey D. Manuel halló para ostentar representación y autoridad permanente en el Índico-, durante los años de gobierno de Albuquerque (1506-1515) se hace evidente la presencia portuguesa en Oriente con la toma de Goa en 1510 , Malaca en 1511 (que abre enormes posibilidades comerciales con Extremo Oriente) y Ormuz en1515. Al mismo tiempo, la fe pasa a ser parte integrante de la expansión marítima pórtuguesa. Franciscanos, domini\ cos, agustinos y jesuitas tendrán que ir adaptando sus es\ trategias persuasivas según el entorno y el nivel cultural e intelectual o las particularidades teológicas de las sociedades que pretenden evangelizar. Tendrán que reaccionar ante actitudes de aceptación o rechazo, o de interés y desprecio, a medida que avanzan en el viaje hacia Oriente. Desde esta perspectiva, en el viajero religioso se crea una interesante mezcla epocal: en él, el ejercicio iniciático que traduce el esquema esencial del viaje medieval-partida, pruebas y renovación interior a partir de la experiencia del viaje, y que el pensamiento religioso interpreta como imagen de la vida cristiana-se combina con la misión trascendental y atemporal de la prédica de la fe, fuente impulsora del viaje religioso, y con la visión de las diferentes realidades que el propio viaje va ofreciendo y que actúan como readaptadoras de actitudes firmemente premeditadas. El caso más extremo de ejercicio de adaptación lo presenta un aspecto fundamental para la correcta difusión de

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la palabra de Dios: la comunicación de los conceptos religiosos. Obliga a aprender las lenguas de los nuevos espacios de evangelización y a buscar nuevas representaciones simbólicas que traduzcan aquello que debe ser asimilado. No obstante, estos hombres de misión atemporal que también se inscriben con renovada fuerza en el viaje renacentista, tienen, en esta primera etapa del viaje, un papel todavía tenue en Oriente. El religioso, un hombre ·cuyo viaje está presente en cualquier época, contrasta con otro homo viator que se inscribe plenamente en la actitud renacentista en el mo,f 1 mento de la partida. Es _tl_~~~_p..Q.LC!!.riQ§_i,\ d3:_c:Lp--..o r ~~' el!jgi..!!!!!· Así se expresa_~lit~liª1 no Antonio Pigafetta al justificar sU1ncorporación a la ~ armada de Fernando Magallanes que parte de Occidente con el propósito de circunnavegar los océanos. Por los muchos libros que yo había leído y por las diferentes personas que había conocido que conversaban con su Señoría sobre las grandes y extraordinarias cosas que había en el mar Océano, decidí, con el b eneplácito de Su Majestad cesárea y de mi señor el prefecto, experimentarlas por mí mismo e ir a ver aquellas cosas que me pudieran satisfacer y, al mismo tiempo, hacerme con un nombre que llegase a la posteridad.' 7

~- Es un hombre que se inscribe perfectamente en la moder\ nidad porque ha superado lo que Luden Febvre llamó ~ l'outillage mental, el aparato conceptual de la sociedad que no permite la incredülidad y la duda. El viajero mo-1 _dif(c.ó_elQ!incP-io de .D:f!.
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mientas de hombres ignorados, ante el paisaje y la naturaleza indómita. Este hamo viator renacentista, en sus diversas facetas y propósitos, se siente impulsado por un motivo de concepción todavía abstracta que, a partir de la consumación de su viaje, materializará como real y tangible. Su motivo es la es/era. En su viaje alrededor de la esfera, en sus sucesivas salidas y regresos, irá creando una idea armilar del i nundo que rebatirá la forma figurada_del universo dilucidada por el i~agin@9_o~i:;id<;ptal_~ lQjargo deJ~ s. ta_J>artida inicia el dibujo de la circunferencia. Pero ~ta idea~7-milar ten-d~á que i; sufriendo numerosos avances y retrocesos a medida que vaya superando concepciones preestablecidas del mundo, irrealidades asumidas como dogmá_ticas y criterios supues_t~~ente i~·rebatible~, _hasta consolidar una nueva cosmov1s10n gracias a un vza1e que también es armilar.

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Al inicio del siglo xv1 el italiano Alberto Cantina compró en Lisboa por doce ducados un planisferio de un cartógrafo desconocido fechado en 1502 para Hércules de Este, duque de Ferrara. 1 Al extender el mapa, el duque pudo observar el rigor y la firmeza de la mano que había dibujado una imagen del mundo que empezaba a aproximarse a la realidad. La carta concentraba el saber occidel).tal del mundo al yuxtaponer, sin perspectiva histórica, la concepción geográfica del pensamiento clásico, la representación simbólica medieval y la lectura renacentista del espacio ya conocido. Y es justamente en la combina;,. ción de las diferentes concepciones históricas del mundo donde estriba la modernidad del Planis/ério do Cantina. La mentalidad renacentista, al venerar el pensamiento clásico, respeta y al mismo tiempo se ve obligada a contradecir las descripciones grecorromanas del mundo a partir de la demQstración de la realidad que proporciona

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el viaje; asimismo, el peso de la interpretación medieval ejerce tanta fuerza que perdura en las mentalidades, aunque la evidencia desmienta ya ideas preconcebidas de los espacios geográficos. Cuando se fechó el planisferio que compró Cantino, hacía diez años que el cosmógrafo alemán Martín Behaim había construido el primer mapamundi esférico de la his) toria de la cartografía. Desde aquel momento, y a lo largo de una década, el mundo y la manera de pensar en él cambió ostensiblemente. En 1502 Castilla ya había entendido que las Indias de Colón eran el Nuevo Mundo y se había repartido con Portugal lo que se intuía que era el planeta; Vasco de Gama, al partir hacia Oriente por segunda vez, aseguraba la ruta hacia la India; y Américo Vespucio regresaba a Lisboa después de haber navegado hasta Río de la Plata y la Patagonia siguiendo la costa brasileña. Cualquier navegante experto podía observar que en el planisferio de Cantino aparecía una extraña mezcla de informaciones, conocimientos geográficos y técnicas de navegación. Es un documento en el que persisten espacios tratados según los procedimientos de navegación estimada que los primeros portulanos habían establecido -se comprueba en el tratamiento que recibe el Mediterráneo, el Atlántico norte y las islas descubiertas por Cristóbal Colón-y al mismo tiempo presenta, por primera vez en uha carta náutica, las líneas del ecuador y de los trópicos, lo cual indica que los navegantes ya sabían situarse en el océano mediante el cálculo de latitudes3 y no se limitaban únicamente a rumbos y distancias. El Cantina, asimismo, ofrece datos y representaciones geográficas de zonas orientales que no están interpretadas según una concepción ptolemaica del mundo, lo cual informa sobre la autoridad y la influencia árabe en temas náuticos, incluso en una época en que los navegantes portugueses conocían las costas orien2

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taleG abe pensar, por tanto, que Occidente se servía de \ los conocimientos de los pilotos, cartógrafos y navegantes de las costas índicas. 1 La carta portuguesa al mismo tiempo, establece una 9-tástica frontera interpretativa entreJa manera de represent~j )~_c osta y el interior delo_s continentes. África, me= ticulosam~~te -detalÍ;da en- sus - c~nt¿~~os- oceánicos al mostrar una férrea voluntad de representación de la realidad, presenta, en su interiof, la persistencia de concepciones fantásticas del espacio incógnito, mezcla de la idea ptolemaica del mundo y de la interpretación medieval de este. La prueba más contundente del medievalismo del Cantina es que Jerusalén sigue representándose en el lugar preferente y central del mapa, y el Mar Rojo aparece coloreado en rojo. La novedad del planisferio es América. Aparecen esbozos fragmentados del contorno atlántico del continente interrumpidos en un espacio indefinido; la costa explorada de Brasil, las Antíllas, Florida, Terranova y Groenlandia se encuentran suspendidas en la nada, controladas por una contundente línea vertical que representa las delimitaciones del Tratado de Tordesillas. Las resoluciones del Tratado obligaron al cartógrafo a desplazar Terranova hacia oriente para incluirla en el área de circunscripción portuguesa. El Cantino puede ser una metáfora simbólica que representa al mismo tiempo al hombre que parte y al hombre que regresa del viaje. El planisferio demuestra que los navegantes dominaban las rutas que los llevaban hasta el otro lado del mundo, orientándose en un cielo desconocido desde su propio hemisferio y arriesgándose por un mar que no pertenecía al ámbito de sus dominios. No obstante, cuando el navegante es capaz de repetir una y otra vez la experiencia, de manera que quede firmemente asegurada en un documento cartográfico de valor, la mentalidad

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occidental lleva ya largo tiempo esforzándose por asimilar la sorpresa de las noticias que acarrea el viaje. En la literatura europea tardomedieval se detectan rastros que permiten imaginar los esfuerzos de las mentalidades por entender las informaciones que traen los navegantes o los viajeros que se dirigieron hacia otras latitudes geográficas. El eco se lee en la misma Divina Comedia; los versos del Purgatorio dantesco zarpan con una imagen náuticaLa barca de mi ingenio[. . .] sus velas iza ahora-para ir dando protagonismo a la ciencia de la época, la cosmología y la astronomía, junto a la teología y la filosofía escolástica: me volví a la derecha y me hallé en frente del otro polo, y vi en él cuatro estrellas que sólo ha visto la primera gente.5 Los versos de Dante causaron gran impacto entre la socied ad florentina. Son la prueba de que el pensamiento del siglo x 1v intenta con esmero asimilar lo desconocido, y muestran la mezcla de inquietudes, informaciones y actitudes intelectuales de la época. Espacios y cielos lejanos y nunca vistos por Occidente aparecen en los versos de la Divina Comedia ofreciendo una extraña mezcla de precon; cepción tradicional e imagen innovadora del mundo. Las cuatro estrellas de las que habla Dante correspon den, desde el simbolismo medieval, a las cuatro virtudes-Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza-y, a partir de la experiencia del viaje, contemplando el firmamento desde este altro polo, las cuatro estrellas dibujan la Cruz del Sur observad a por los «primeros hombres». 6 Al mismo tiempo, los versos indican la importancia del símbolo que orienta la ruta del viajero en el espacio incógnito. La Estrella Polar marca el camino de Occidente- el del mundo conocidocomo la Cruz del Sur el de O riente, el mundo desconocido.

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Las reflexiones geográficas y cosmológicas de Dante, así como los posteriores intentos cartográficos de explicación del espacio, son un buen ejemplo para entender una de las grandes dificultades a las que se enfrentó el pensamiento occidental: comprender que el mundo estaba divi/ dido en dos h emisferios era asumible y, además, lo afirmaba la concepción clásica del espacio. Percibir dónde terminaban y empezaban estos hemisferios ya era mucho más difícil, y la tendencia natural fue volver a establecer una simbología que, en cierta manera, todavía perdura en la actualidad. En el hemisferio norte se situó el mundo conocido, Occidente, el mundo cristiano, y el hemisferio sur se destinó a lo desconocido y, sobre todo, a lo infiel, es decir, todo aquello que no pertenece al dios cristiano. Y esta idea se arraigó de tal manera en las mentalidades que incluso en el siglo xvm, el siglo de los grandes viajes europeos a Australia, no se podía comprender que este fuese el único continente del planeta que perteneciese en su totalidad al hemisferio sur; la mayor parte del territorio africano se en cuentra al norte del ecuador, y ni siquiera \ Sudamérica se halla plenamente en este hemisferio. A partir del siglo xv la imagen que el hombre tiene de sí mismo y de lo que le rodea experimenta una transformación profunda. No obstante, ~ hombre 1!:!!!_ parte arrastra) a lo largo de su recorrido u~-argaldeol~------UU~ ponde a una imagen del mundo como algo estático,-ª-bstE_~to/4góJ:!E0. Se adentra -p~ r ~l esp-;_~io in~6gnito c~n una «idea de m~do» preestablecida y basada en conceptos teóricos delimitados por el aristotelismo, el tomismo y la escolástica . El hombre de principios del siglo XV!__~vía, mira el espacio__qºe _se abr_~ an~ sí d~:'~12t~_E~ propuest~Q_or la pintura renacentista-:-Esa mirada única, ,.---- ~~~ fijada en un céntrico punto de fuga, le sirve para ordenar el espacio de forma racional. De hecho, haber llegado a

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esa mirada ya había significado un esfuerzo muy considerable; era el resultado de una suma de reflexiones, ideas e informaciones sobre el espacio-y el lugar que el hombre ocupa en él-que habían ido evolucionando desde la Antigüedad. La sustitución o la reorientación de esas ideas significó entrar en un proceso muy lento hacia la transformación de las mentalidades que ni siquiera los descubrimientos geográficos de los siglos xv y XVI pudieron agilizar. Como en toda época de transición, durante las décadas de los largos viajes coexistió un imaginario anterior de enorme peso ideológico con la intuición de la novedad por descubrir y, sobre todo, por creer. Se trata del lento paso de la utopía teológica a la vivencia racionalista, o lo que es lo mismo, el paso de la creencia en un mundo regido por Dios hacia la evidencia de un mundo inmanente. El trance fue difícil de asimilar y no se efectuó de forma radical, aunque el hombre que viajaba estuvo en condiciones de asumir más rápidamente la realidad del mundo que el hombre que recibía la noticia de esa realidad. Los largos siglos medievales apenas habían modificado la idea del mundo que el período clásico había transmitido. Los mappae mundi de los siglos XII y XIII eran esquemas o representaciones simbólicas de lo quelos textos sagrados y el pensamiento griego habían enseñado: las zonas donde habitaban las razas maravillosas y monstruosas de hombres y animales, el lugar donde se encontraba el Paraíso Terrenal, Jerusalén como centro del mundo. El hombre imagina e intenta dar una explicación a lo que no conoce y, cuando lo desconocido le parece increíble, lo viste de misterio y lo convierte en maravilloso. Resulta difícil tener la seguridad de que antes del siglo xm se pensara en el mundo como en una esfera; algunas historias universales del siglo XII hablan de la ordenación clásica de las zonas climáticas o de la redondez de la Tierra o de

las diferentes constelaciones que se ven al norte y al sur del Ecuador. Textos literarios de amplia difusión en Europa, como el Roman d'Alexandre o el Roman de Troie o textos hagiográficos como Navigatio Sancti Brandani o Purgatorium Sancti Patricii, también hablan de zonas no conocidas por el hombre, pero no hay una alusión a nociones cosmológicas ni indicaciones concretas sobre la idea del mundo que pueda tener alguien que no sea erudito. La poca información que proporcionan sugiere que el texto habla de algo perfectamente asumido por todos y que no es ·- necesario explicar. Ningún texto, ni científico ni literario, [ permite tener una noción de cuál era la conciencia geográ\ fica de la gran mayoría. Q_na_cosa e,:,J!!._~i_i:_c~l-ªdón. deJ_~~ \ ideas_y _otr-ª la ~s~n_<:j_§ n_de _~st~s. L_E l hombre mediex al_ ng piensa en.el.espacio- como. en ajgQ abs_y·a_c_t_o, porque, en realidad, no tiene una auténtica c~~iencia_d i ~a-~io, entendrdo comoTñtervalo o co~o distancia, ya que no puede otorgarle una representación simbólica. Lo interesante es intentar situar el concepto de espacio en la imaginación ~ en el pensamiento de la Edad Media, para confirmar la necesidad que tiene la mentalidad medieval d e referentes, de lugares, que llenen ese vacío.7 El lugar8 será el elemento identificador que el pensamiento medieval necesita para establecer sus coordenadas. Adquirirá el carácter de !imitador del territorio y al mismo tiempo el de delimitador de la seguridad. Así, alcanzará un sentido totalizador; querrá decir control, sobre todo significará definición de límites. l:,_ugm· y lí171Jj_~-~ - conceptos~~e el mundo clásico_Y-ª tenkplenamen.te.asumidos. El lugar, es decir, lo interior-la polis, el cosmos en el sentido de orden, la civitas-es el espacio de la civilización, lo positivo. Poco después se convertirá en ecumene, lo conocido, el Mediterráneo. Lo negativo, en contraposición, será la exterioridad, el agres, lo agreste, lo inciviliza-

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do, la terra incognita. Superar el límite, por lo tanto, ir hacia la negatividad, significa aventurarse voluntariamente en la desprotección y en la incertidumbre. Todo lo que supera los límites, lo que se sale de los parámetros establecidos, es indefinido y difuso, es intemporal e incógnito. Es, en definitiva, el ámbito de la incertidumbre. Así, para tener una idea de «lo que hay más allá de los límites» es necesaria la imaginación y el deseo. Pero aquella no puede crear un dibujo determinado y concreto de lo que no conoce ni puede valorar, por lo que, instintívamen1\I te, lo viste de extraordinario. La imaginación popular me'\ dieval no tenía defini_da la frontera geográfic~ e~tre lo ~onocido y lo desconocido, como tamp_o co pod1a diferenciar entre lo que era verdad y aquello que tenía que serlo. Un ejemplo fundamental que ilustra esta necesidad de vestir con imaginación lo que se podía suponer como realidad es un influyente y popular texto-The Travels o/ Sir John Mandeville-que contenía todo lo que conseguía fascinar a un lector del siglo XIV . 9 A medida que Mandeville se va adentrando en Oriente, la Qbra se convierte en un catálogo de lo que se suponía que existía más allá de la ecumene: cíclopes, hombres que se alimentan del olor de las manzanas, otros con cabeza de perro o que tienen el rostro en el pecho, el reino del Preste Juan ... A pesar de la fantasía, la obra de Mandeville es una fuente de información sobre la idea que tiene el hombre medieval de la exterioridad, y es también la prueba de la suma de interpretaciones sobre lo desconocido que espontáneamente este se siente obligado a dar. Por otro lado, apunta ideas que no son en absoluto fantasiosas, sino que forman parte de las creencias geográficas de la época, como que la Tierra se podía circunnavegar o que las antípodas estaban habitadas.'º Cabe suponer, así, que el autor tenía acceso a relatos de viajes importantes. De hecho, autores como Pe-

trarca o Boccaccio demuestran manejar información fiable sobre el mundo-o, al menos, la que para entonces lo parecía- , pero lo que los hombres piensan es muy diferente de lo que los hombres saben , y más en una época en que las diferentes formas de expresión del conocimiento humano se mezclan. El pensamiento científico renacentista será capaz de definir paulatinamente sus márgenes y separar la filosofía y la teología de la matemática, la medicina o la geografía. No obstante, el Renacimiento también va a significar un cúmulo de contradicciones. Entre los redescubrimientos bibliográficos del siglo x v r, un texto iba a ser fundamental para construir de forma sólida una idea de mundo: el manuscrito de Ptolomeo Geografía, un compendio de la experiencia griega sobre el espacio supuestamente compuesto entre los años 15 o y 16 o, y cuya primera edición impresa-lo cual implica el inicio de su divulgación-se realizó en Italia en 14 7 5. Lo clásico ejercía tal autoridad que, a pesar de que se comunicaran importan tes descubrimientos geográficos propios de la expansión ultramarina, se mezclaban con las concepciones tradicionales. La misma época ofrece muchas y muy diversas ideas sobre el mundo. Desde el siglo xx, resulta muy sorp rendente p ensar que el siglo xv adoptó con fidelidad concepciones cosmológicas que se habían articulado en el siglo 11 . Prueba del tiento con el que se expresa el pensamiento renacentista son las palabras introductorias del Esmeralda de Situ Orbis del cosmógrafo y experto navegante portugués Duarte Pacheéo Pereira. Se desconoce la fecha en que fue escrito el Esmeralda, aunque la historiografía contemporánea supone que el rey D. Manuel I, hacia 15 05 -cuando Pacheco Pereira regresa a Lisboa después d e una larga experiencia en el mar, en África y en Oriente-, le encarga la tarea de redactar un roteird' que queda inte-

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rrumpido drásticamente en 1508 y que sólo se conoce a través de copias incompletas. A pesar de referirse sucesivas veces a la propia experiencia como argumento irrefutable que demuestra sus afirmaciones y de aludir a diferentes fuentes documentales clásicas que enfrentan concepciones cosmológicas, no puede evitar explicar la organización espacial del mundo sin afianzarse en la elucubración tradicional.

Faltan todavía nueve años, en 1517, para que Magallanes viaje a Sevilla y exponga su proyecto de circunnavegación del mundo, y catorce para que Elcano, al completar la vuelta al mundo marítima el 8 de septiembre de 152 2, demuestre que

los océanos se comunican y rodean los espacios terrestres. Pero, ¿qué ocurre cuando la descripción de una nueva realidad empieza a ocupar el lugar de la imaginación?, [ ¿qué sucede cuando el hombre realmente se plantea hacer el esfuerzo de dar una explicación a todo aquello que constituye la exterioridad?, ¿o cuando la imaginación ya ha hecho que el misterio que lo exterior representa se funda con la cotidianidad y se asuma como verdadero? Desde la seguridad que proporciona el lugar, la mentalidad medieval, de clara tendencia comunitaria, puede aceptar el agres, hasta puede sentir admiración por los que se aventuran por ese espacio incierto. De hecho, de algún modo podría decirse que a lo largo de toda la historia de la humanidad el hombre se siente tentado a moverse por lo desconocido. El hamo viator, aquel hombre de cualquier época que no admite una localización en ningún tiempo ni en ninguna cronología en concreto, ya está presente en una sociedad relativamente estática como la medieval. El movimiento determina su conducta y marca una actitud vital que contrasta con la tendencia de la Edad Media hacia el afianzamiento. Si desde la literatura medieval se piensa en el hombre que se mueve, irremisiblemente se evoca el mundo escenográfico por el que avanza el caballero, se rememoran las escenas que presencia Dante en su descenso al Infierno o se recuerda ese cúmulo de pruebas que ha de superar el santo en su camino hacia Dios. Siempre será un universo reducido en el que no se entienden las distancias ni el paisaje. IDes~cio está dominado por la presencia, no por la descrip~ión del lugar. Esta es la razón por la que, muchas veces, se \ f~agina un Í~gar incoherente o se interpreta que el espacio es una sucesión de lugares discontinuos, esparcidos o inconexos que existen justo en el momento en que la presencia entra en ellos. Para la concepción medieval no es necesario

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[ ... ] debemos primero considerar cómo los filósofos que tratan esta materia dijeron que la tierra estaba toda rodeada por el mar, afirmando sus entenderes que la suma de nuestro orbe, el fundamento de nuestra vida, la gloria de nuestros Imperios, en isla se constituyera para provecho de las aguas. [. .. ] Por eso debemos recordar lo que dijo Jacobo, obispo de Valenc;a [. .. ]: que todas las aguas yacen metidas dentro de la concavidad de la tierra y que la tierra es mucho mayor que todas ellas. Y Plinio [ ... ] dijo que todas las aguas se encuentran en el centro de la tierra, y esta conclusión no se debe negar. Y para mostrar más claramente la verdad, acordémonos del primer capítulo del Génessis que dice así: «júntense las aguas en un lugar de la tierra». Puesto que [Dios] dijo y mandó que esa unión se hiciera en un único lugar, bien parece que la tierra no está cercada por el mar. Ahora bien, como esta tierra de allende [América] es tan grande, y de esta parte de aquí tenemos Europa, África y Asia, es manifiesto que el mar océano está metido entre estas dos tierras y se encuentra «medioterrano»; por lo que podemos decir que el mar océano no rodea la tierra, como decían los filósofos, sino que es la tierra la que debe rodear al mar [. .. ].Por lo cual, concluyo que el mar océano no es más que una gran laguna [ ... ]. 12

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explicar el espacio porque este actúa como símbolo; es la justificación del camino que recorre el hamo viator. No obstante, en el mundo medieval sí hay dos espacios exteriores que, sin ser necesariamente incógnitos, pueden representar el vacío o simbolizar la nada . Uno es el desierto, el cual actuará como territorio iniciático. Es la representación de la prueba, del peligro, es la tentación, es el enfrentamiento con el mal, con la muerte, con uno mismo. El desierto es una naturaleza deshabitada que se muestra en toda su omnipotencia. Es el agres como espacio de redención que implica un sacrificio físico y moral, sobre todo moral, ya que el que se aventura en él entra voluntariamente en una naturaleza vacía, allí donde no hay vida. El otro espacio es el mar. Una inmensidad en constante movimiento, un infinito de una fuerza absorbente e incitante que atrae y atemoriza. El mar es la falta de sostén, es la ruta sin camino, donde la supremacía de la naturaleza fragiliza al ser que se adentra en él porque irremediablemente está sometido a su arbitrio. Mar es desierto. Pero este espacio de la nada que es el mar presenta una contundente diferencia aterradora respecto a la naturaleza deshabitada que es el desierto: si el desierto es lo infinito horizontal, el mar es el abismo vertical y sin fin. El Mare Nostmm, el mar clásico, era un espacio controlado en el que yendo en cualquier dirección se llegaba a algún sitio. Pero el Aliud Mare, el além-mar lusitano, el espacio que se abre hacia poniente más allá del/inisterre, es el océano. Es el mar infinito e ilimitado, es el mar del «mondo senza gente» del canto XXVI del Infierno de Dante por el que navegará Ulises siguiendo al Sol; es el Mar Coalhado por el que se adentra San Amaro buscando el Paraíso Terrenal, el mar helado, el mar inmóvil; es el mar de leche del Tristán, según un tópico de la literatura medieval de influencia céltica; y es el mar «verde de tinie-

bias» que describen los navegantes árabes. El mismo mar que el Vasco de Gama imaginado por Camoes contempla al levantarse la tempestad. [ ... ] Viendo ora el mar hasta el infierno abierto, ora con nueva furia hasta los cielos ascendía. 13 1

Los navegantes se adentran en una exterioridad que rápi~ damente se convierte en una naturaleza desconocida, inhumana y, sobre todo, indiferente a la presencia humana. \ El océano será el espacio de la incertidumbre. El mar y el barco se mostrarán como contraste simbólico de lo ilimitado y lo claustrofóbico , lo inmensamente amplio y lo intensamente cerrado. Lo exterior nunca fue tan incierto: el hombre sumido en la in/irmitas, en la falta de solidez y, al mismo tiempo, el hombre frágil e indefenso, absorbido por el espacio. También el océano como espacio del mal se encontraba en la mentalidad colectiva desde la Antigüedad. El mar es la imagen del miedo, de la angustia, de la demencia, de la muerte. Mar es sinónimo de oscuridad, abismo, pérdida. Pero para una mente renacentista, mar también es el oteo en el horizonte de una tierra buscada y conseguida. Mar es encuentro y es comunicación. 1 Estos son los espacios por los que se mueve el nave~ gante. La lectura de lo exterior que hace el hombre que vive el viaje se efectúa desde la experiencia del recorrido de la distancia. Pero en la mente del hombre del siglo XVI que no viaja se dibuja otro tipo de escenario. ~ R c_ión del espacio no es lo.mismo que su_pem;pción; la primera comporta una notaole inclinación especi:ifativa, la segunda la constituyen los sentidos y la experiencia de la realidad. El hombre que viaja, una vez ha superado el miedo a lo desconocido gracias a constatar la realidad del espacio, entrará ·en un drástico proceso de cambio en su 97

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concepción del mundo. Pero el hombre que recibe la noticia del viaje sigue imaginando un espacio en el que no puede establecer ningún vínculo con lo conocido, por lo tanto, sigue llenándolo de extraordinario. La lejanía y lo ig, norado activan la imaginación. ,-,Por ese motivo fue tan lento el proceso de transformación de la imagen del mundo. En el siglo XVI-y hasta 1 mediados del siglo xvu-el pensamiento humano efec4í tuará el ejercicio más difícil de la historia de las ideas: la sustitución de la idea del mundo como un todo ordenado y finito, marcado por una jerarquía perfecta, por la de un universo indefinido y sin límites que se rige por leyes. ~ concepción aristotélico-ptolfmaica del _esp_acio llevaba --mucho tienm~ a_faanzada_~n l a_s_mentalidades para que, di·asti~~~nte, f.!-!_era sustituicht__ por una ext~nsión infi~it;.- Por ~ la asi;;ilación fue pa~latina y se r~qttlere -el transcurso de cíen años desde que Copérnico escribe De revolutionibus orbium coelestium (1543) hasta los P,-incipia philosophiae de Descartes (!644). El problema no era tener que hacer un esfuerzo por cambiar una concepción espacial, lo cual ya era suficientemente complejo, sino que había que cambiar la manera de ser en el mundo: había que pasar del objetivismo medieval al subjetivismo moderno, había que pasar de la contemplación a la acción, había que inventar un nuevo lenguaje para hablar del mundo. Ciencia, pensamiento y religión se desmembrarán y crearán sus propios discursos . La concepción relativista del mundo que propuso Nicolás de Cusa, ese universo «no terminado», fue el primer paso para desubicar la Tierra del centro del universo y empezar a desmontar el orden cósmico tradicional, para llegar a lo que se ha llamado la «revolución copernicana». Nace una nueva astronomía pero, al mismo tiempo, nace también una nueva metafísica que ya se había empe-

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zado a dilucidar a principios del siglo xv durante el impulso inicial del Humanismo. Para Nicolás de Cus~ significó dejar de ocupar el lugar más bajo de la creación, el horizonte sublunar; para Giordano Bruno, ya desde la segunda mitad del siglo XVI, suponía desarmar las esferas aristotélicas que ordenaban el cosmos y abrirse a un espacío cambiante, ilimitado, inagotable, esa «vasta inmensidad» a la que llama Vacío en De !'infinito unive,-so e mandí. Un universo que contiene un número infinito de otros \ mundos porque Dios no limita su facultad creadora. La exterioridad era un concepto que empezaba lentamente a formar parte del pensamiento, aunque el discurso escolástico controlaba los círculos intelectuales todavía de forma muy eficaz. Por esta razón, incluso cuando Galileo aportaba ya noticias y datos sorprendentes que nadie hubiera podido imaginar jamás, como el descubrimiento de un número incalculable de estrellas que convertían el universo en algo absolutamente desmesurado' 4 y afirmaba que es imposible saber la forma del firmamento , Shakespeare articulaba La Tempestad a partir de la localización del hombre dentro del orden universal establecido por la cadena del ser y siguiendo el flujo de la creación. Y lo hacía así porque su auditorio no concebía todavía otra posibilidad estructural del universo. Esta idea de sucesión encadenada de toda la creación está fuertemente afianzada en la historia del pensamiento occidental: la desarrolla Aristóteles a partir del Timeo de Platón y está presente desde la Edad Media hasta el siglo xvm en la mentalidad de la sociedad europea.' 5 Próspero, el hombre, ocupará su lugar entre Ariel, la naturaleza angélica, y Calibán, el ser bestial. A lo largo de los cinco actos de La Tempestad se pueden ir descubriendo cada uno de los puntos fundamentales dé la concepción precopernícana de la creación y la actitud del hombre re99

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nacentista en el mundo. En el microcosmos que representa la isla de Próspero se reproduce el orden universal a partir de la misma jerarquía e interconexión entre los elementos que constituyen el cosmos. Se apacigua, así, ese temor obsesivo por el caos, la anarquía cósmica anterior a la Creación. Próspero, un hombre de espíritu platónico, podrá elevarse por encima de sus imperfecciones gracias al poder que le otorga el conocimiento. Pero la ruptura de la cadena del ser, la destrucción del orden cósmico y el desplazamiento del lugar central que la Tierra mantenía en él, derivan hacia la pérdida de laposición privilegiada del hombre en la Creación. Kepler, aún después de haber leído a Galileo, seguirá defendiendo un mundo con su Sol y sus planetas, rechazará la posibilidad de que la Tierra sea uno de tantos mundos y mantendrá su unicidad en un vacío también único creado por Dios. Esa soledad anímica que crea el sentido de unicidad de Kepler es casi tan inquietante como el sentido de espacio ilimitado de Giordano Bruno. Al final de la evolución de la idea teológico-cósmica de la creación- después del concepto de infinito cartesiano-está el mundo lleno de incertidumbre de Pascal, la inseguridad psicológica en que la destrucción del orden cósmico ha sumido al hombre. El espacio pierde su carácter sustancial y se acercará a la nada , al vacío y a la carencia. Primero, el mundo tendrá que acostumbrarse al silencio de Dios; después, a su ausencia. Poco a poco, a medida que la experiencia de los primeros viajeros se va depositando, el hamo viator será el eje1:1plo _del lento pa~o de la utopía teológica a la vivencia racionalista, y se dara cuenta de que el lugar al que se dirige no es el mundo regido por Dios, no es el mundo del dios cristiano. Lo que hay más allá del espacio delimitado por Dios es intemporal e inimaginable. El mundo es difuso e incógnito. Responde, de hecho, a la imagen d~ Dios

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que el pensamiento occidental del final de la Edad Media y de las primeras décadas del Renacimiento se está viendo obligado a adoptar. Descubrir el mundo, llegar a los lugares ni siquiera intuidos del planeta será, de alguna manera, desenmascarar a Dios y liberar el secreto de la Creación; será encontrar la explicación de lo extraordinario. A pesar de la fuerza que ejerce Dios sobre las mentalidades, este ya no es el mundo de las grandes abadías ni de la verticalidad marcada por la omnipresencia del gótico. La delicada cenefa floral renacentista empieza a enredarse por los pilares del claustro del monasterio de los Jerónimos en Lisboa enmarcando seres huidos de los bestiarios medievales que se mezclan impunemente con imágenes traídas de ultramar. Aunque el mundo regido por Dios se encuentre en el subconsciente, el hombre del siglo xv y principios del xv1 empieza a intuir otras formas de relación con Dios. El hombre que inicia el viaje es urbano, es un ser mercantil, l responde a una mentalidad que se aleja de la representación simbólica y se acerca firmemente a la modernidad. Aunque también forman parte del viaje aquellos que no tienen lugar en este mundo conocido: los que huyen de Dios, los sin-tierra, los desvinculados, los vagabundos del siglo xrv. Todos ellos formarán, un siglo después, la marinería que partirá hacia Oriente. Y en ese primer viaje zarpará también el religioso, otro gran viajero, en cuyo caso la presencia de Dios no se encuentra en el subconsciente sino que es el principal reclamo de su conciencia. No obstante, a pesar de su obstinación en trasladar el mundo regido por Dios a espacios donde el Dios cristiano no tiene cabida, también el religioso, a medida que evoluciona su viaje, irá transformando y readaptando los principios y motivos que impulsan su partida. En cierto modo, se puede considerar que muchos de los viajes religiosos medievales 101

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son un recorrido en soledad; incluso las grandes peregrinaciones colectivas de la Edad Media se pueden entender como un viaje espiritualmente en soledad ya que, en definitiva, se ti"ata de un encuentro individual con Dios. Desde esta perspectiva, este viaje tendría un sentido totalmente inverso al del navegante, aunque este último sea un religioso. Mientras el primero es un viaje hacia la Luz, hacia lo sagrado, hacia la seguridad y la pureza, el segundo se dirige hacia las Tinieblas, hacia la incógnita, hacia la inseguridad. En el fondo, se empieza a establecer uno de esos contrastes tan propiamente renacentistas y que en este caso se manifiesta como una tensión entre dos épocas y dos mentalidades: luz y tinieblas. A lo largo del Renacimiento se seguirá manteniendo este contraste entre lo positivo y lo negativo que, en este momento inicial, significa un cambio de esquemas y parámetros para entender el mundo y, consecuentemente, un f cambio de época. En este sentido, cabe preguntar ¿el na/ vegante fue consciente del camino voluntario que recorría hacia la oscuridad? ¿ O es que ya no le era tan imprescindible la seguridad y la firmeza de espíritu que le proporcionaba seguir el camino hacia la luz, con el impulso que \ le otorgaba la seguridad de la existencia de Dios? Poco a poco, sobre todo en la conciencia del hombre que recibe el viaje, las tinieblas, el más allá, se irán perfilando como un lugar del acontecer, es decir, se irán convirtiendo en un referente. Dejarán de ser una nebulosa, dejarán de ser algo similar al absoluto. El más allá-el além portugués-será un «sitio». Pero este «sitio» ¿seguirá impregnado de contenido definitorio como el que instintivamente establecía la mentalidad medieval? Seguramente el primer paso fue, siguiendo la imagen propuesta por Zumthor,1 6 la asunción de otros «aquí» reales, exentos del misterio con que el desconocimiento reviste la reali-

dad . Estos «aquí» reales implican un cambio en la actitud mental: se empieza a entender la «lejanía». Aquella distancia inasumible se va aproximando, y los círculos aristotélicos empiezan lentamente a transformar sus móviles esferas armilares para poder, así, explicar las nuevas realidades del mundo. La imagen que el duque de Ferrara descubrió al des. plegar el planisferio que le entregó en 15 o 2 Alberto Cantino contiene el espacio de luz y tinieblas por el que se movió el navegante en los primeros años del siglo XVI, y revela, asimismo, el esfuerzo de lectura de la exterioridad que lleva a cabo una mentalidad que ha empezado ya a modificar su manera de ser en el mundo.

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Francesco Benigno

La sombra del rey Validos y lucha política en la España del siglo xvn Versión española de Esther Benítez

Alianza Editorial

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Título original: L'ombra del re. Ministri e lo/la política ne/la Spagna del Seicenro

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ÍNDICE r

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Introducción

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Reservados todos los derechos. De confonnidad con lo dispuesw en el art. 534-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte, sin la preceptiva autorización. ..

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El co~trol_ de la corte, 43.-Nobles, secretarios, ministros, 49.- El tnunfo de los grandes, 56.-La distribución del patronazgo, 65.-Conupción y lucha política, 70.

II. Entre centro y periferia: el caso Osuna

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E l virrey Osuna, 86.-La privanza de Uceda, 94. -La detención de Osuna, 104.

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El viento de la reformación, 115.-Las acusaciones contra Lerma, 123.-Proceso a un valido, 128.

IV. Las ambigüedades de un régimen Los grandes en la oposíción, 152.-Aristocracia y Estado, 158. 7

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Ill. El proceso contra Uceda © de iatraducción: Esther Bénítez © 1992 by Marsilio Editori, S.p.A. in Venezia © Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1994 Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15, 28027 Madrid; teléf. 741 66 00 ISBN: 84-206-2769-0 Depósito legal: M. 2.014-1994 Impreso en Lave!. Los Llanos; nave 6. Humanes (Madrid) Priníed in Spain

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SOMBRA DEL REY

l. La ascensión de Lerma

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Índice

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V. Dialéctica política y conflictos provinciales ........ •

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INTRODUCCIÓN ¡

La unión de armas, 170.-¿Castilla contra Cataluña?, 176.Un consenso difícil, 183.-La ruptura de la lealtad, 192.

VI. La caída de un valido ............... • ... • • • • • • •

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Acusaciones y contraacusaciones, 208.-El trastrueque de las posiciones, 218.

Apéndice documental ................. • • • • • • • • • • • • · · · Índice onomástico ..................... • 4























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t ¡. !

Entre los siglos xv1 y xvu, en el breve curso de unos años, se delinea un importante cambio en la dirección política de los principales Estados europeos. Monarcas como Felipe II de Habsburgo, Isabel I Tudor o Enrique IV de Borbón, que habían ejercido directamente el poder e impreso un fuerte sello personal a la acción de sus respectivos gobiernos, desaparecen, sucedidos por una generación de soberanos propensa a valerse de ministros plenipotenciarios. A primera vista, tal panorama se limita a replantear la tradicional y periódica alternancia de reyes dotados de gran capacidad de dirección política y de · soberanos más débiles, subyugados por influyentes favoritos, víctimas impotentes del juego de las camarillas cortesanas. Tanto m~s si se considera que las sucesiones al trono de reyes muy jóvenes, como en el caso de Felipe Ulde Habsburgo, o incluso menores de edad, como el de Luis XIII de Borbón, constiyeron siempre un terreno abonado para el despliegue de estrategias aristocráticas encaminadas a condicionar y circunscribir la autonomía del soberano. No obstante, hay más razones que inducen a considerar que la aparición del ministro privado constituye un fenómeno inédito, característico de una fase específica de la evolución del Estado moderno. Ante todo, la difusión del modelo en las principales cortes europeas así lo corrobora. Hay quien ha observado certeramente que no cabe considerar un hasard, un hecho fortuito, la presencia por los mismos 9

La sombra del rey

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años de hombres como Olivares, Buckingham y Richelieu al frente de las mayores potencias de la época•. Durante buena parte del siglo XVll no constituye una excepción, sino la regla, la potestad regia entregada en manos de un único ministro, lo que los franceses llaman ministériat y los españoles valimiento. En segundo lugar, la figura seiscentista del ministro del rry, aunque por un lado conserve ciertos rasgos típicos de la imagen clásica del favorito (como su dependencia de la relación amistosa y de confianza mantenida con el soberano), por otro responde a una exigencia de dirección política de los asuntos cotidianos y de coordinación de los aparatos burocráticos que el aumento de las funciones y prerrogativas estatales vuelven a un tiempo gravosa y urgente; en este sentido, tal figura anuncia y anticipa, en un contexto que aún no permite· la formación de un sistema ministerial completo, la del primer ministro del xvm. Ha de observarse, por último, la insólita extensión de las prerrogativas regias delegadas en ministres o validos, esto es, la extraordinaria calidad del poder que éstos están en condiciones de concentrar. El modelo propuesto por el duque de Lerma en los primeros años de su privanza, que los observadores de toda Europa ven como una perturbadora alienación de los más fundamentales atributos de la realeza, se difunde rápidamente. Dato, este último, subrayado con insistencia en las relaciones de los embajadores venecianos. En su informe de 1614 desde la corte del emperador Matías, el enviado de la Serenísima Gerolamo Soranzo 2 ponía de relieve que Mekhor Khlesl se había convertido en dueño absoluto de la voluntad del emperador, «y puedo decir en verdad que su dominio sobrepuja el que tiene en España el duque de Lerma (...] su autoridad ha llegaclo tan lejos que, tras haberse resuelto y establecido un negocio en el Consejo de Estado, y firmado incluso por el mismo Emperador, él a su antojo lo altera, lo muda, lo resuelve y, sin consultar con los otros consejeros, se lo hace firmar de nuevo a César, y hace los despachos». Entre otras consecuencias, se da que Khlesl, un oscuro canónigo ya a punto de ser cardenal, «se ha hecho riquísimo, habiendo obtenido más de 40.000 táleros de ingresos, habiendo sido hecho obispo de t

J. Bérenger, «Le probleme du ministedat au XVII• siecle», enAnnale1 E. S. C., 29,

1974, p. 166. . 2 Re/azioni di ambastiatori veneti al Senato, ed. de L. Firpo, vol. III. T urín, 1968,

p. 20.

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Introducción

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Viena y de Ciudad Nueva». A su vez Angelo Correr, embajador en París, anotaba cómo Richelieu «de todo dispone soberana y despóticamente». En efecto, la dirección de los asuntos de gobierno «fue asumida desde el año de 1625 por el cardenal Richelieu y con el paso del tiempo se le ha sometido de tal modo que ahora vésele más mandar como rey que obrar como ministro; de ministro no tiene ya sino el nombre y sólo el nombre fáltale justamente para ser rey, vuelto él sólo director de la guerra y la paz, distribuidor de la hacienda, dispensador de los cargos de la Corona y de las dignidades eclesiásticas»J. Richelieu, cuya fortuna personal había alcanzado dimensiones fabulosas\ vivía, según Correr, con más lujo que el rey, circundado y protegido por cien guardias de corps, más dos compañías de hombres de armas y de caballería ligera, así como un regimiento de infantería de marina. Diez años después, un sucesor de Correr, el embajador Morosini, observaba que Mazarino era «él solo director de todos los negocios del Reino». Una vez más se insiste en la alienación de poderes y facultades propios de la realeza: «oye el Cardenal a todos los embajadores, distribuye el dinero de las finanzas a su placer, da gobiernos, beneficios, mandos de ejércitos y todo lo demás... »S. La necesidad de superar una interpretación del fenómeno típica d.e _I~ historio~afía decimonó_nica, que atribuía esencialmente la apanc1on de seme¡antes personahdades a un déficit de autoridad de soberanos débiles o fainéants, ha llevado recientemente a subrayar las nuevas exigencias de gobierno político de la monarquía ·que el rey se ve obligado a afrontar. O bien la creciente distancia que se ha.producido en el curso del xv1 entre las tareas ceremoniales y caballerescas prop~a~ de la realeza, únicas para las que un monarca está educado, y la d_1f1cultad cada vez mayor de coordinar y dirigir la compleja maquinana gubernamental. Se ha observado que en ambientes cortesanos forjad~s por la lectur~ de los tratados de Castiglione y Baltasar Gracián, y ~ab1tuados a considerar sobre todo al rey como el primero de los gent1leshombres, soberanos como Felipe JI o Maximiliano de Baviera, consagrados a la oscura tarea de anotar consultas y visar papeles, parecían unking(y<•. A esto cabría añadir que la posibilidad de trasladar al ·' Ibídem, vol. VI, Turín, 1975, pp. 895-898. Cfr. J. A. Bcrgin, Cardinal Richelieu: Power and the Pumlit of Wea/th, Londres, 1985. 5 Re/avoni di ambasciatori veneti, cit., vol. VI, pp. 1077-1079. '' G. Parker, Europe in Crisis, 1598-1648, Glasgow, 1979, pp. 56-58. [hay ed. cast., Europa en crisis, 1598-1648, Madrid, 1986]. 4

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ministro parte de la carga burocrática acumulada sobre los hombros del monarca permitía a éste dedicar su tiempo a actividades como ceremonias sagradas, fiestas, munificencia 7 y viajes, que sólo resultan ociosas si las contemplamos con una mirada retrospectiva y anacrónica, siendo así que constituyen en cambio aspectos fundamentales del ejercicio público y por ende, lato sensu político, de la soberanía. Sin embargo esta línea interpretativa parece incapaz de explicar por sí sola las razones de que se difunda, con el cambio de siglo, una organización distinta del proceso de toma de decisiones, y se ve por ello condenada a remitirse a elementos explicativos exógenos, como el cambio del clima internacional y el período de relativa paz establecido en Europa antes de la Tregua de los Doce Años y durante ésta; explicación, dicho sea entre paréntesis, que suministra pocos elementos para entender la persistencia del fenómeno durante la posterior guerra de los Treinta Años. · Otra interpretación del surgimiento del ministériat apunta en cambio a subrayar cómo la pérdida de control del gobierno por los soberanos configura una sustancial alteración del delicado equilibrio entre monarquía y aristocracia, en favor de ésta, evidentemente. Dicho cambio sería, pues, un aspecto nada secundario de la transformación más general de una élite social, la nobleza terrateniente, en clase dirigente políticas. Portador de importantes intereses de clase, el ministro del rry constituiría, en otras palabras, una especie de caballo de Troya de la aristocracia para la conquista pacífica de la dirección del Estado~. Especialmente en esa parte de Europa donde el siglo XVI! representó una fase de rigidez jerárquica de las relaciones sociales y de endurecimiento de las relaciones de dominación, tendencia conocida con el discutido término de refeudalimción, el valimiento representaría el culmen de una ofensiva política aristocrática encaminada a desviar en beneficio propio los recursos del Estado 1°. Tal perspectiva, que 1 L. Levy Peck, «For a King not to be Bountiful were-a Fault: Perspectives on Court Patronage in Early Stuart England», enfoumal of British Studiés, XXV, 1986, pp. 31-61. · · · · . ·· . · ·· .· 8 J. A. Maravall, Poder, honory élites en el siglo XVII, Madrid, 1979, pp. 172-184. 9 F. Tomás y Valiente, Los validos en la monarquía española del siglo XVII, Madrid 19822, pp. 55-62. Pero cfr. las observaciones de Julio Pardos y Antonio Feros, «Todos los hombres del valido», en Libros, noviembre-diciembre de 1984, pp. 1-7. 10 B. Yun Casalilla, «La aristocracia castellana en el Seiscientos. ¿Crisis, refeudaliza~ ción u ofensiva política?», en RevisJa lntemadonal de Sociología, 45, 1987, pp, 77-104; sobre el debaté en torno a la refeudalización en la historiografía italiana cfr. G. Muto, «La

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tiene el mérito de introducir el tema crucial de la competición para controlar la esfera política, parece insuficiente para explicar experiencias históricas a menudo divergentes. Es decir, para explicar, por ejemplo, el sordo resentimiento y la mal disimulada contrariedad de buena parte de la aristocracia inglesa frente a un Buckingham que, «nacido simple gentilhombre (condición no muy estimada en aquellas tierras), es la sola escala y puerta de la corte, el único mediador de la gracia» 11 • Y en realidad los contados casos en que la gran aristocracia semeja capaz de expresar una clara conciencia de grupo son aquellos en los que se manifiesta más nítidamente una abierta oposición al ministro del r91, llevada a veces hasta el extremo del dé11oir de ré110//e 12• Otro punto de vista sobre el asunto ha vuelto recientemente su atención a la función de dispensador de la gracia soberana que el ministro desempeña. Lejos de constituir el apéndice secundario de un papel más propiamente político, dicha función representaría uno de · sus componentes esenciales, constituyendo así una posible clave para explicar la consolidación del ministériat. El notable incremento del patronazgo regio, insuficiente empero para satisfacer la enorme presión de la demanda de mercedes, habría impuesto en efecto la necesidad de interponer un filtro entre el monarca y la gran masa de pretendientes. Esto es, el ministro estaría en mejores condiciones que el soberano de utilizar y optimizar, por así decirlo, las potencialidades del patronazgo, sustrayéndolo a la distribución corporativa de los aparatos, orientándolo a un uso político y exponiéndose en lugar del rey a las tensiones derivadas de su empleo 1.1_ Más en general, tal perspectiva induciría a considerar tendencialmente incompatibles la exaltación de la majestad soberana, producto de la propaganda absolutista, y la· insi~iosa i~~licación en la compleja y contradictoria práctica de la política cotidiana; de ahí la oportunidad de la delegación ministerial, a semejanza de la praxis usada en la corte papal, donde la delicadeza del papel espiritual del soberano pontífice había llevado a formalizar la feudal ita merídionale tra crisi economica e ripresa política», en Studi sJorici Luigi Siineoni; XXXVI, 1986, pp. 29-55. . . 11 Relaz)oni di ambasdatori ueneti cit., vol. I, Turín, 1965, p. 718. 12 A. Jouanna, Le devoir de révolte. La noblesse franfaise et la geslation de l'Élat modeme, 1559-1661, París, 1989. U Prinm, Patronage and the Nobilit;. Tbe Court al the Beginning oftbe Modem Agec. 14501650, ed. de R. G. Asch y A. M. Birke, Oxford, 1991; cfr. la introducción de R. G. Asch en las pp. 22-23. ·

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figura del cardenal nepote 14. No obstante, cabalmente el caso del Estado pontificio semeja ostentar un modelo de mantenimiento del pleno control del soberano en torno a las opciones políticas fundamentales bastante alejado de lo que se produjo en otras cortes europeas. Estas propuestas de lectura de la aparición del mínistériat, aunque presentan sin duda aspectos analíticos de notable interés, infravaloran sobre todo, en general, la importancia que en los procesos de transformación de los sistemas de gobierno revisten las experiencias anteriores y Jas modificaciones aportadas sucesivamente a la praxis política. Cabe concebir la multiplicación de modelos de relación entre un soberano y su ministro, espectacularmente diferenciados, más que como mera ejemplificación concreta de una gama teórica predeterminada de posibilidades de equilibrio entre delegaciones y asunciones de poderes, como una respuesta a concretas exigencias de cambio político; exigencias por una parte estimulantes y por otra condicionadas por la específica acumulación de efectos, con frecuencia no intencionados, de las opciones experimentadas.

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a cabo en cada una de las realidades nacionales adquieren muy pronto, en el concierto de los Estados europeos, valores de decisivo estímulo. No nos referimos aquí sólo a lo que en el lenguaje de nuestros tiempos definiríamos como ingeniería institucional, es decir a los préstamos de modelos para organizar consejos privados y territoriales, juntas y comités restringidos, secretarías y consultas, sino más en general a la difusión entre las clases dirigentes de tendencias, actitudes y propuestas, así como reservas y prejuicios, sobre la organización de la esfera política. Habría que preguntarse, pues, qué influencia más general ejerció sobre la nobleza europea, en la primera década del xvu, el asentamiento y consolidación en la monarquía española del modelo «aristocrático» de gobierno propuesto por Lerma; esto es, ese tipo de gobierno en el cual, según la definición de sir Walter Raleigh, el soberano atribuye los principales honores y oficios to the noble and rich men on!J ts. Creo que cabe decir que las expectativas eran equivalentes a lo que estaba en juego. Conforme a la expresión lapidaria y exagerada del príncipe de Condé, cuando regresa a París desde el exilio en julio de 1610, apenas dos meses después del asesinato de Enrique IV: «la época de los reyes se acabó, se inicia la de los príncipes y los grandes» 16. Poco después, pese a las resistencias de Sully, todos los príncipes de la sangre eran admitidos en un conseil tan numeroso que se presentaba a los ojos de los contemporáneos como un petit parlement 11. Se realizaba así en Francia el principio que Lerma había aplicado ya al Consejo de Estado y a la distribución de los cargos poHticos en la monarquía española, es decir el derecho de la alta aristocracia a un papel preeminente en la dirección política del Estado y en el reparto del patronazgo. Dicha reivindicación, basada en la visión tradicional de un soberano que reina con el consejo y la ayuda de sus nobles, había debido enfrentarse, en las últimas décadas del XVI, con un estilo monárquico, el impuesto por Felipe II, Enrique IV e Isabel, muy poco proclive a aceptar vínculos rígidos de la discrecionalidad soberana a la hora de asignar cargos y de distribuir mercedes. Estos soberanos, por el c,on~ trario, habían gobernado con auxilio de reducidos grupos de consejeros, cuya elección, dictada por exigencias de eficacia política, estaba

Una de las ambiciones de este libro, que sigue la política interior madrileña desde la muerte de Felipe II hasta la caída de Olivares, estriba en tratar de mostrar cómo el ascenso al poder de Lerma resulta un acontecimiento preñado de consecuencias para las sucesivas vicisitudes de la monarquía española. Durante el ventenio del reinado de Felipe III se producen, en efecto, importantes modificaciones en el sistema de toma de decisiones, en la organización de los aparatos estatales, en las relaciones entre aristocracia y Corona. Sería muy difícil considerar la época siguiente, en la cual campea la imponente figura de Olivares, sin tener en cuenta tales modificaciones. Cabe incluso considerar en ciertos aspectos el proyecto del Conde-Duque, centrado en un reforzamiento de la autoridad real, como una reacción a las opciones de la época de Lerma, opciones tenidas por demoledoras de fundamentales reglas de salvaguardia de la autonomía del momento político. Si una contextualización del ministériat dentro de las vicisitudes concretas estatales proporciona claves de lectura que son funda.mentales para captar el sentido de los cambios que se van introduciendo, resulta importante señalar, sin embargo, que las experiencias llevadas

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W. Raleigh, The Arl1 o/ Empire, cito por la ed. de Londres, 1692, p. 4. M. Carmona, LA Fran(e de Rühelitu, París, 1984, pp. 83-84. 17 K. Malettke, «The Crown, Ministériat and Nobility at the Court of Louis XllI», en Princes, Palronage and the Nobility dt., p. 417. 11•

14 W. Reinhard, «Papal Power and Family Strategy in the Sixteenth and Seventeenth Úlnturies», ibídem, pp. 329-56.

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desvinculada de la lógi~a de representación social que inspiraba las pretensiones aristocráticas. Confiar a un ministro la directa conducción de los asuntos de gobierno resultaba, pues, el aspecto crucial de una transformación más general del ejercicio de la realeza cuyos efec• tos resultan 'rápidamente perceptibles. Al igual que las opciones de Felipe III contradecían radicalmente las directrices de fondo del reinado del Rey Prudente, las de María de Médicis, al margen de la entrega de las riendas del gobierno a Concini, divergían de la política del desaparecido soberano que, declinando el apoyo de la alta nobleza, había confiado responsabilidades ministeriales sólo a un reducido grupo de fidelísimos. De forma no muy diversa, la sucesión de Jacobo I Estuardo en el trono de los Tudor volvía a atizar las esperanzas de una restauración de los grandes oficios nobles, que en Inglaterra -así como en Castilla- se habían vaciado de significado político en el curso de la segunda mitad del xv1 18• Pero este cambio iba acompañado sobre todo, en muchos casos, por una ruptura de la lógica que había presidido la remuneración del servicio regio. Isabel, como Felipe II, había utilizado con relativa parsimonia el patronazgo, estableciendo que sus cortesanos y funcionarios debían servir largo tiempo y fielmente antes de verse asignada una merced de prestigio. Además, en cuarenta y dos años de reinado sólo había nombrado dos marqueses y seis condes, manteniendo prácticamente estable el número de pares 19• Jacobo I, por el contrario, exactamente igual que Felipe III, que introdujo un estilo de grandiosa munificencia y amplió de forma sustancial, en muy poco tiempo; las filas de los titulados, se iba construyendo una personal fama de soberano liberal: «a dos suertes de personas daba liberalmente y muy en especial: a los grandes y a los que lo asisten» 20; el soberano británico duplicaba así en unos cuantos años el peerage, triplicaba el número de caballeros y creaba el baronetage21 • La inflación de títulos, allá donde iba acompañada de una venta de los mismos más o menos enmascarada, respondía naturalmente a las apremiantes exigencias presupuestarias de unas haciendas regias exhaustas, endeudadas por un incremento de los gastos -en especial de los militares- superior al de los inD. Starkey, «Coun, Council and Nobility in Tudor England», ibídem, p. 203. D. Loades, The T11dor Co11rt, Londres, 1986, p. 145.. 20 El embajador Foscarini, en Re/avoni dí ambmrialori veneli, cit., vol. I, p. 644. 21 L. Levy Peck, Co11rt Palronage and Com,plion in Ear!J Stuart England, Londres, 1990, p. 34. ' 18

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gresos; y por esta vía corría paralela al conocido fenómeno de la venalidad de los oficios. Pero si se considera, en cambio, el general incremento del patronazgo, cabe verla como una parte de la tendencia a un uso mucho más amplio de la gracia que connotaba la nueva praxis real. La principal explicación de esta ruptura de las reglas que durante unos decenios presidieron la defensa de la relativa independencia de las decisiones regias. es el asentamiento en la Corte de facciones hegemónicas. Felipe II, como es sabido, consideraba casi un ·anatema la conquista del monopolio político por pari:e de una facciónzz, y a ese mismo principio se había atenido también la otra rama de los Austrias en la época de Maximiliano II y de Rodolfo 11 23• De forma semejante también Isabel tendía a equilibrar a los diversos grupos que se disputaban el favor soberano, y eso aun cuando su personal propensión la empujara a preferir hombres como Essex24 • La aparición del n11nistériat significaba, en cambio, un total trastrueque de dicha praxis y la legitimación de la preponderancia de un solo grupo, cuando no incluso la instauración de un sistema de facción única. · En síntesis, el modelo que Lerma había inaugurado tuvo, durante las dos primeras décadas del XVII, significativos ecos en las principales cortes europeas, hasta el punto de configurar a veces un distinto enfoque de los soberanos del ejercicio del poder real. Éste semejaba corresponder, en efecto, a tradicionales aspiraciones nobiliarias a una codivisión del poder monárquico, y por ende a un acceso más directo a los recursos estatales; aspiraciones larga·mente cultivadas y en verdad ampliamente difundidas entre la aristocracia europea2s. Y, sin embargo, la asunción por un ministro del control del proceso de deci- • siones y el monopolio de la gracia regia por su facción, constituían una modificación importante del sistema político, anuncio de trans22 M. J. Rodríguez Salgado, The Changíng Face ef the Empire. Charles V, Philip II and Hab1b11rg A11thority, 1551-1559, Cambridge, 1988, p. 15. . 21 R. J. W. Evans, «The Austrian Habsburgs. The Dinasty as a Politícal lnstitutiom,, en The Co11rls ef Europe. Politics, Patronage and Royalty, 1400-1800, ed.'de A. G. Dickens, Londres, 1977, p. 124; pero de Evans cfr. también The Making ofthe Habsburg Monar,hy, 1550-1700, Oxford, 1979 [hay ed. casr., La monarqúía de los Habsb11rgo (1500-1700), 1989] 24 J. E. Nea le, Emrys in Eli~bethan Hislory, Londres, 1958, pp. 73-74. 25 Cfr. las peticiones de monopolio de los más importantes cargos del Estado y la Iglesia formula?as por la nobleza en los Estados Generales de 1614: R. Chanier, «La noblesse et les Etats de 1614: une réaction aristocratique?», en Ripres~ntafion tt vo11/oir-po/itiq11es. A11to11r d,s itats gi"ira11x de 1614, París, 1982, pp. 123 y ss.

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formaciones significativas no sólo en la estructura del mecanismo de toma de decisiones sino también en la organización de las facciones, en la conformación de las clientelas, en las mismas reglas implícitas que conformaban la lucha política. Quizás haya que mirar esas transformaciones para explicar los motivos de una persistencia, la del ministériat, que se prolongó aún, a pesar de dilatadas resistencias y tenaces hostilidades, durante varias décadas.

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Los estudios sobre la corte, tras un largo período de prestar atención casi exclusiva a las dimensiones cultural-antropológica y artísti~ ca de la vida cortesana, se han orientado redentemente a examinar sus aspectos más propiamente políticos 26• Se ha insistido así en que el surgimiento a comienzos de la Edad Moderna del universo cortesano, lugar fundamental de la transformación de la tradicional nobleza guerrera en una aristocracia de nuevo cuño, constituye al mismo tiempo un insustituible medio de integración de las clases dirigentes; la Corte, pues, vuelve a ser estudiada no sólo como instrumento de una especie de proceso de «domesticación» de la nobleza, sino también como ámbito privilegiado del crecimiento de su participación política y del arraigo de su influencia en las estructuras del Estado27• A lo largo del siglo XVI la decadencia de las cortes principescas y la progresiva pérdida de importancia del patronazgo que en ellas se ejercía son evidente consecuencia de la atracción ejercida por la corte del soberano y, con ella, de la fascinación de unas ciudades que gracias a la instalación por fin estable de aquélla se embellecían y crecían, transformándose en capitales; ahora, como solía decirse en Cas26 La corte ne/la cultura e ne/la storiograjia, ed. de C. Mozzarelli y G. Olmi, Romá, 1983; <(La corte in Europa», ed. de M. Cattini y M. A. Romani, en Cbeiron, I, 1983, fase. ll; D. Scarkey; «Court Hiscory in Perspective», en Tbe Englisb Courtfrom tbt War eftbe Roses lo tbe Civil War, Nueva York, 1987, pp. 1-24; R. G. Asch, introducción a Pn'nces, Patronageand tbe Nobility, cit. . . 27 Para un enfoque derivado de las conocidas tesis de Norbert Elias, cfr. el ensayo de J. Levron, «Louis XIV's courtiers», en Louis XIV and Absolutism, ed. de R. Hatton; Londres, 1976, pp. 130-153; en la misma línea cfr. también C. Ehalt, Die Amdn1ckfarmen Absolutiscber Hemcbaft. Der Wiener Hefim 17 und 18jabrbundert, Múnich, 1980; trad. it. La corte di Vienna tra Sei e Settecento, ed. de M. Meriggi, Roma, 1984; pero cfr. las observaciones críticas de E. Le Roy Ladurie sobre una interpretación excesivamente «modernizante» del proceso de desmilitarización de los nobles: «Rangs et hiérarchie dans la vie de courn, en Tbe Frencb Revolution and the Creation ofModem Political Culture, 1, Tbe Politkal Culture of Íbe O/d Regime, ed. de K. M. Baker, Oxford, 1987, pp. 61-75.

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tilla, «sólo Madrid es corte». Elemento fundamental de esta atracción era, naturalmente, el incremento de los recursos de los que disponía la gracia regia, incremento que por lo demás iba a veces acompañado de una disminución en términos reales de los ingresos de la gran nobleza terrateniente. A comienzos del xvu, por ejemplo, las sumas incautadas a título de pólitical efftces por un Robert Cecil, valoradas en 7.000 libras esterlinas, se equiparaban más o menos con el volumen de la renta del más rico par de Inglaterra, el conde de Shrewsbury2s. Mudaban así también la propia concepción y la praxis de la participación política nobiliaria, que ahora dependían mucho más estrechamente que en el pasado del favOr real; un hombre sin amistades en la corte es como un artesano sin sus herramientas, como solía afirmar lord Burghley 2~. Esta tendencia, válida mucho más allá de la corte de Isabel, se manifestaba paralelamente en la transformación de las modalidades de expresión de la protesta y la oposición aristocráticas, tendentes a plantearse como parte del juego político de la corte, a orientarlo y condicionarlo desde dentro, más que a expresarse al margen de él. La competición cortesana por el control de los recursos de la Corona debilitaba además las tradicionales agrupaciones de clanes nobíliaríos, provocando una progresiva autonomía de individuos y grupos con respecto a los antiguos vínculos de pertenencia. El acceso a la gracia real estaba mediado, en efecto, por un cerrado enfrentamiento hegemónico que producía un continuo trastrueque de los esquemas del patronazgo 3°. En estas condiciones· no era difícil ver cómo los clientes abandonaban a sus protectores en busca de apoyos r.nás influyentes, o cómo se esforzaban por mantener relaciones en ambientes distintos 01 : «el hombre se abre camino en Francia con todos los ministros indistintamente con esos métodos que hoy me parece se usan en todo el mundo». . Al margen de la retórica de la fidelidad, retórica que expresaba la · zg Loades, Tbe Tudor Court cit., p. 146. Pero cfr. también las observaciones dé K. Sharpe, «Crown, Parliament and Locality: Government and Communication in Early Stuart England», en Tbe Englisb Historical Review, CCCXCIX, 1986, pp. 330-332. 2 'l G. Parker, Pbilip JI, Londres, 1979, p. 170 {hay ed. cast.: Felipe JI, Alianza Editorial, Madrid, 19932]. 30

_ S. Kettering, «Gift-giving and Patronage in Early Modern France», en Frencb Hutory, 2, 1988, pp. 131-151. 31 Del informe de Angelo Badoer desde la corte de Francia (1605), en Re/azioni di ambasciatori veneti cit., vol. IV, p. 121.

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Con respecto a semejante cuadro, sumariamente delineado aquí, hay que preguntarse qué efectos produjo la introducción de la práctica del ministériat-. esto es, de qué modo se estructura la distribución de un patronazgo ya enteramente en manos cid valido; cómo se transforma la clientela del ministro del rry una vez que está en condiciones de disponer a placer de los recursos de la Corona; y qué nuevos puntos de referencia, por último, orientan la pugna entre las facciones en un contexto dominado por un alter ego del soberano. La respuesta a esos interrogantes representa el fundamental empeño de este libro. Como parece demostrar el caso de la monarquía española, le distinción in nuce entre un rey que reina y un ministro que gobierna estimula una fundamental transformación de los esquemas de la lucha política. Se destinan ingentes recursos estatales a reforzar el consenso al régimen. Se abre camino un nuevo uso de la propaganda, tendente a sostener la presencia y la actividad del valido. Se admite que el ministro del rry puede marginar legítimamente y, en la medida de lo posible, eliminar del circuito político a sus adversarios. Más aún, que pµede redibujar en beneficio de su facción la jerarquía de los honores y los estatusJ7• La principal consecuencia de todo ello es la formación de un conglomerado de aliados, parientes y hechuras del ministro que, gozando del monopolio del poder estatal, se organiza como facción gubernamental o, según una expresión de la época, en/acción valida. Esto es, una facción que, al disponer del control de los nombramientos, necesario para dar incisividad a la acción política, se beneficia adueñándose de los puntos neurálgicos de la administración, los que regulan y delimitan el acceso a los recursos. Y al mismo tiempo se convierte en un ramificado sistema de clientelas, unificadas por una fe nueva, paralela a la lealtad debida al monarca, pero profesada al 1JJinistro. A primera vista esta estructura de fidelidad doble podría interpretarse como el replanteamiento, en el corazón del crecimiento del Estado moderno, de una antigua solidaridad de linaje, como la permanencia residual de una obediencia totalmente interna a las divisiones de clan y a los múltiples niveles jerárquicos que organizaban tradicionalmente el universo nobiliario. Pero una reflexión más atenta no puede dejar de aprehender la novedad de un fenómeno que, aun recogiendo simbologías y representaciones similares en ciertos aspectos a

dencia el ponerse bajo la protección de un poderoso, under -the depen · · un nob~: al ya ~ita · d o Rob_ert Ceci·13. 2, shadow ojyour'wings, como escnbia se iba asentando la lógica de la contratacion y el intercambio, esa misma lógica que hacía afirmar a Richelieu q~e, desean~o hombres a prueba de fidelidad y escaseando tal mercancia, estaba dispuesto a pagarlos a peso de oro 33• • • . • El universo cortesa.n o ya no era, en fin, para un individuo ambicioso un mundo como los demás, sino el mundo, ese mismo mundo cont;a el cual se dirigía; con toda su carga de ambivalencia, la célebre invectiva de fray Antonio de Guevara 34 • En este universo, todo.s, nobles, cortesanos y ministros, participaban indistinta y conscientemente en la misma carrera para influir sobre el favor real y tornarlo en beneficio propio; «todos jugamos un juego», como escribía un tratadista de comienzos del xvu 35 . . .. . En el centro de este campo s. ~e veían forzados a tomar acuerdos dentro de un marco de compatibthdades muy concretas; lejos de ser un espado vacío dominado por la iniciativa regia, la corte estaba controlada por poweiful men, al_frente de ramificadas clientelas, divididos por intereses dispares, diversas sensibilidades y a veces hasta por distintos úedos religiosos 36• Elfo obligaba al soberano a una atenta labor de mediación, encamina?ª a mantener el equilibrio de un sistema que, observaba Elton, poseia el fundamental mérito de favorecer la integración política: el auge de la corte como única sede del poder, del reparto de mercedes y de la toma de decisiones certificaba que el conflicto se ejercería en su interior.

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Neale, EJSays in Eli!QJbethan History cit., p. 72. . · · · . 33 Para una perspectiva distinta, derivada de las conocidas tesis de R. Mousmer, cfr. Y. Durand, «Clienteles et fidélités dans le temps et dans l'e~pace», en Hommage a Roland Mousnier. Cliente/es et ftdélités en Europe a l'époque modeme, Pans, 1981, PP·, 4-5. .. . 34 A. de Guevara, Menospredo de ,ortey alaban:;:¡¡ de aJdea, ed. de M. Mart1nez de Burgos, Madrid, 1928. . . .. . 35 «Aunque si yo no me engaño/ todos jugamos un juego / y un mismo desasosiego / padecemos sin reposo»: A. de Barros, Desengaño de ,artesanos, de la ed. francesa con texto 'f: bilingüe, París, 1617, p. 38. .. , 37 Cfr. por ejemplo J. A. Bergin, «The Decline and Fall of the House of Guise as an 36 G. R. Elton, «Tudor Government: the Points of Contact. III. The Court», en }, · Transa&1ions of the Royal Histori&al Sodery, 26, 1976, p. 221. · }; Ecclesiastical Dynasty», en TheHistoncal] o11mal, XXV, 1982, pp. 781-804. 32

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la obediencia feudal, las trastrueca y transforma profundamente. La fidelidad al valido y a su facción se profesa, de hecho, sólo con miras a utilizar el patronazgo regio, a explotar los recursos públicos, a consolidarse en la lucha por el poder. Situándose de lleno en la esfera estatal, esa fidelidad expresa bastante más las nuevas formas de la vida política que la vieja pertenencia nobiliaria. Dicho de otro modo, la introducción del ministériat, al redibujar el patronazgo conforme a los dictámenes de aquel «arte en los oficios» 38 que hoy llamaríamos #)oil system39, reescribe las reglas implícitas del universo cortesano. Los mismos elementos, faccionarios y clientelares, que caracterizaban ya las cortes del xv1, se disponen ahora en un contexto distinto. Hasta la corrupción tiende a adoptar características inéditas, derivadas del incremento de los márgenes de discreciónali-. dad connatural a la índole esencialmente fiduciaria del «gobierno de hechuras», el gobierno mediante ·criaturas 40• Se ha insistido recientemente en la.importancia que tales transformaciones tienen en el proceso de formación del Estado moderno, centrando sobre todo la atención en el papel de estabilización social del clientelismo. Aprovechando las ventajas derivadas de la utilización de los recursos políticos, un nuevo tipo de broker, sólidamente enraizado en el aparato estatal, expropia gradualmente el tradicional papel mediador de la nobleza, suplantándola o absorbiendo sus clien.J:elas4'. No obstante, tal orientación ha solido privilegiar un planteamiento del problema en clave «estructural», tendiendo por tanto a resaltar ante todo la función de integración social del clientelismo ministerial y descuidando en cambio en gran medida el análisis de los lazos entre formaciones clientelares y vicisitudes políticas concretas, dimensión en verdad fundamental, no sólo porque el consenso políti-

Introducción

co es parte ineludible del intercambio entre patrón y cliente, sino, bien mirado, porque la política es lo que en último extremo decide las carreras y las suertes de ministros y «criados». Así, por ejemplo, el análisis de los fenómenos de corrupción, estrechamente ligado -como se ha señalado- a la aparición de nuevas formas de clientelismo ministerial, no puede dejar de considerar que la corrupción es el principal blanco polémico de todas las críticas a la acción de gobierno y que por ende el debate sobre ella es parte esencial de la lucha política. Cabe afirmar incluso que, en determinados contextos, la crítica de la corrupción constituye un instrumento legitimador de la oposición a las alternativas gubernamentales y, en cierto sentido, contribuye a proveerla de un lenguaje42. Esta exigencia de contextualización cobra además especial relieve cuando se consideran las modificaciones de las reglas informales de la lucha política producidas por la consolidación del valimiento43• El sistema de facción única tiende en efecto a provocar la agrupación de todos los excluidos y la formación de alineaciones alternativas, toleradas pero apartadas del núcleo del proceso de toma de decisiones 44. Tal mecanismo, que por un lado aumenta la flexibilidad del sistema, al posibilitar formas de oposición a las opciones gubernamentales impensables cuando el monarca es el responsable directo, por otro lado somete al gobierno a una crítica más declarada, a la cual sólo puede hurtarse excluyendo aún más a los opositores y empujándolos así peligrosamente hasta los límites de la lealtad 45• · Si el ascenso al poder de Lerma había representado para la aristocracia europea el símbolo del nacimiento de una época de renovada asociación en la conducción del Estado, la difusión de la práctica del 42

J.

Yáfiez, «Adicciones a la historia del Marqués Virgilio Malvezzi»; en Memorias para la hñtoria de Elpaña de don Felipe JI/ rey de EJpaña, Madrid, 1723, p. 145. 39 Según la famosa definición del senador Merey (1832): «La práctica de asignar cargos públicos no sobre bases de mérito o capacidades sino sobre la de afiliaciones par-. tidiscas o de facción»; cfr. la voz redactada por L. D. White, en Enrydopa!dia ofJhe Social S,iences, 14 vols,, Nueva York, 1934. 40 J. H. Elliott, Ri&helieu and Olivares, Cambridge, 1984 [hay ed. cast.: Rkhelieuy Olipares, Barcelona, 1984.) 41 S. Kettering, Patrons, Brokers and Clienls in Sevmteentb Ce11t11,y Fran,e, Oxford, 1986; pero cfr. las observaciones de D. Parker, «Class, Clientage and Personal Rule in Absolu- . tist france», en Seventeenth Cenl11,yFren,hS111dies, IX, 1987, pp. 192-213; Id., «The Historical Development of Política! Clientelism», enjoumal ofInterdiJCip(ina,y Studies, XVlil, 1988, -pp. 419-447. 38

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Lcvy Peck, Court Patronage and Corruption cit., pp. 161, 203, 211. Sobre la necesidad de contextualizar las reflexiones sobre el patronazgo, cfr. las observaciones de A. Molho, «Klientelsysteme in ltalien im Nordcn und im Mezzogiorno. Einleitung zur Diskussion», en A. Mac;zak, Klíentelsysteme im Europa der Friíhen Neu· ztit, Múnich, 1988, p. 24. 44 Nótese la diferencia entre este sistema y el de las ,abales de la corte de Luis XIV descrito en las célebres mimoim de Saint Simon; cfr. en este sentido las observaciones de E. Le Roy Ladurie, «Systeme de la Cour (Versailles vers 1709)», en l 'Arc, 65, 1976, p. 31. 4> Como ha observado El ton, mientras que en la época Tudor el conflicto se expresaba en el interior de la corte, los Estuardo -¡,Qr elección consciente o simple ceguera- permitieron que la corte fuera hegemonizada por singlefavouriles and exdNSivefa(Jion, y c..~o llevó la lucha política a un ruedo más amplio: but thñ was new. Tudor Govemment, cit., pp. 227-228. 43

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valimiento evidenció un cuadro muy diferente. En Francia, los príncipes y grandes del reino, tras haberse rebelado más de una vez contra Concini y haber obtenido notables concesiones políticas en la época de la regencia, decidían en 1619 oponerse también al ministro de Luis XIII, Lyunes; motivaba esa decisión el hecho de que éste no les permitía tener, en los asuntos de gobierno, el papel del que se creían merecedores, pues los parientes y aliados del favorito controlaban los conseios hasta el punto de que puissent tout ce qu'ils veulent46. Pocos años después, la consolidación en el poder de Richelieu, que había identificado su política con la causa del restablecimiento de la autoridad real, los forzará de nuevo a la rebelión y a una serie de repetidas conspira~ dones y conjuras47• Y el régimen de Olivares irá evolucionando asimismo a lo largo de líneas notablemente divergentes de las pretensiones y expectativas de la alta aristocracia castellana. Por razones en parte diversas, tanto en una como en otra de las grandes potencias de la época los estragos producidos por el predominio de las facciones aristocráticas se habían ido haciendo cada vez más palmarios y habían suscitado en la segunda década del siglo una_ difusa conciencia de la necesidad de refrenar a quienes pn::tenctían donner la lqy aSa Majesté48• Acaso no sea un azar que mientras en su lecho de muerte, se arrepentía de haber entregado el Lerma, Luis XIII, una vez desaparecido Luynes, prometiera :su1Lcuun:mente que en el futuro no volvería a haber ni favoritos ni un conné table 49• Si, pese a tales propósitos, el ministériat siguió aún varias décadas en el primer plano de la política europea5°, se debió a las posibilídades que brindaba de reforzar la autoridad real en un contexto-de cn:cic!n;. tes dificultades. A los ojos de los soberanos se presentó en efecto, 0

Mémoim du comte de Pontcbartrain, 2 vols., La Haya, 1729, 11, p. 357. O. Ranum, «Richelieu and the Great Nobility: Sorne Aspects of Early Politícal Motives», en Frencb Historical Studies, III, 1963, pp. 184-204; sobre la co,~so1racion nobiliaria, cfr. las observaciones de C. J ones, «The Organízation of and Revolt in the Mémoirs of the Cardinal of Retz», en Eurqpean Studies Review, 11, pp. 210 y SS. 4 8 C. Víalart, Histoire du Ministére d'ArmandJean Duplessis Cardinal duc de Rkbelieu, s. 1649, p. 155. 49 Malettke, «The Crown, Ministédat and Nobility», cit., p. 431. so Luis XIV asumirá el control directo del gobierno a la muerte de Mazarino, 1661, ejemplo seguido por el emperador Leopoldo tras la desaparición del Porti~, en 1665, y por Carlos II de Inglaterra después de la caída de Clarendon, en cfr. Parker, Europe in crisis, cit., p. 58. 46

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cie~a fase, como el sist_ema más idóneo para imprimir agilidad y eficac1a al proceso de dects1ones y para activar fuerzas contundentes en apoyo de las po!íticas de gobierno. Hombres como Olivares, surgido como protago?1sta en la lucha de facciones aristocráticas que dividía la corte de Felipe !II, o como Richelieu, que había conspirado contra s~ soberano ~ontribuyendo a organizar la rebelión de losgrands, se hab1an convertido, una vez en el poder, en los más tenaces defensores de la necesidad de librar al Estado de la presión de las facciones y de contener el exagerado pod~r de la aristocracia de alto rang0 s1. · J?esde el p~nto de_ v:1sta de los hombres que se hacían intérpretes del sistema, va/Jdo,s o mmrstres, sus ventajas eran evidentes, por otra parte. En su mayona nobles, aunque a menudo no pertenecientes a la alt~ aristocracia, estos individ_uos conquistaban la posibilidad de redibu1ar la _escala_ de los honores y las riquezas y de garantizarse así la supremacia social. R~sultaba posibl~, ror ejemplo, para un Buckíngham, «el menos calificado por nac1m1ento», conseguir el primer título de Inglate~-ra y emparentarse con el rey 52; y para un Mazarino hacer que sus sobrinas, las famosas mazarinettes, matrimoniaran con la más ?la.sonada y prestigiosa :1oble~a de Francia 53. El propio Mazarino de1a_ra a su muerte ~n patrimonio valorado en 37 millones de /ivres, quiz~s _la fortu?a mas grande acumulada en el reíno durante el antiguo r~g1men, aun mayor que la ya impresionante de que gozó Richeheu 54• . En la difícil batal_la por la reivindicación del cará~ter absoluto de la s~beranía, o sea de una relativa autonomía de la esfera política, el minutro del rry defendía así al mismo _tiempo las propias bases de su poder. A los conglor:ierados de facciones y a las redes clientelares que era capaz de organizar entre sus seguidores se añadían las formidables e~ergí~s ~ovilizadas, dentro y fuera de los aparatos nobiliarios, por la d1sponib1lidad de los recursos estatales. El servicio real podía ser

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51 . ) - Rusell Major, «The Revolt of 1620: a Study ofTies of Fidelity», en Frencb Hislo· nea/ J1~d1e~, XIV, 1986, PP: 391-407; Jouanna, Le devqir de révolte cit., p. 214; pero cfr. tamb'.en C. Jouhaud, «Polltlques de pernees: les Condé (1630-1652)», en L 'état et fesaristocra/Jes, XJl•-XVJJ, siedes. France, Anglaterre,' É,oue, ed. de P. Contamine París 1989 pp. 335-356. ' ' ' 52 lnfor_me de Vincenzo Gussoni en Re/azioni di ambasciatori veneti cit., vol. I, p. 779; sobre Buckrngh~m cfr. ahora R. Lockyer, Buckingbam, Nueva York, 1981. 5.1 Cfr. Y. Srnger-Lecoq, La tribu Mazarin, París, 1989. 54 · R. J. Bonney, «Cardinal Mazarín and the Great Nobility during the Fronde» en New1/t1ters of tbe Sociery far tbe Seventeentb Century St11dies, 1980, pp. · 15-20. '

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reorganizado ahora con vistas a funciones inéditas de mediación social y de organización del consenso. Además, la nueva ideología de la puissance so1111eraine que la teoría política estaba elaborando sobre las viejas bases paternalistas de la institución monárquica, brindaba a los hombres de la formación gubernamental un decisivo instrumento de hegemonía. El crecimiento de la insatisfacción aristocrática es consecuencia directa de tales manifestaciones 55• En este sentido, los años veinte marcan un decisivo giro: Madura en esa década, en efecto, una fractura cada vez más profunda entre la restricción de sistemas políticos hegemonizados por las facciones de los diversos ministres y las expectativas, generalizadas aunque particularmente vivas entre la nobleza de alto rango, de un ensanchamiento de las posibilidades de acceso al poders6. Si en Inglaterra la creciente dificultad de brindar alternativas políticas y de influir en el reparto del patronazgo en una corte domi~ nada por Buckingham terminaron obligando a los opositores a un nuevo protagonismo parlamentario, el sistema de facción única suscitaba en todas partes grandes resistencias 57• Acaso Olivares no despertara entre la aristocracia castellana la reacción que entre gran parte de la nobleza titulada inglesa provocaba George Villiers, the great usurper, probablemente el Conde- Duque hubiera compartido incluso los gustos sobrios, los ideales de valor y nobleza y la propensión a un estilo de gravitas que hermanaba al círculo nobiliario de oposición a Buckingham, concentrado en torno al conde de Arundel 58• No obstante, sus dificultades para obtener la colaboración de los grandes de Castilla sólo serán inferiores a las de Richelieu para reducir a la obediencia a los pares y duques de Francia. Se esfumaba la imagen del valido saludada a comienzos de siglo como expresión de una coparticipación aristocrática en el poder monárquico; en su lugar, gradualmente, emergían los contornos de la de perseguidor de las preeminencias nobiliarias, de la de tirano 59• Jouanna, Le devoir de révolte cit., pp. 232-235. Bérenger, «Le probleme du ministériat», cit., p. 191. · . · 57 D. Hirst, «Court, Country and Po!itics before 1629», en Faction and Parlia111e11t. Essays on Early Stuart History, ed, de K. Sharpe, Oxford, 1978, pp. 113-14. 58 K. Sharpe, «The Earl of Arundel, His Circle and the Opposition to the Duke of Buckingham, 1618-28», ibídem, pp, 209-44. . 59 C. Vicherd, «Mazarin ou la tirannie. Le rejet des pratiques politíques "italiennes" par les Frondeurs», en La France el /'Italie au temp1 de Mazarin, ed. de J. Serroy, Grenoble, 1986, p¡5. 55-62.

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Pero sobre todo a las insidias de la competición cortesana se sumaban ahora los peligros de nuevas y más vastas posibilidades de conflicto. La resistencia a las políticas del valido podía hallar apoyos ocultos o no tan velados alientos entre cuantos tenían sus motivos para favorecer su debilitación y, posiblemente, su caída en desgracia. La lucha política tendía, pues, a irradiar desde la capital a las provincias, desde la corte al país. La revisión crítica del concepto de absolutismo que la historiografía ha venido haciendo en el curso de los dos últimos decenios ha entrañado un desplazamiento radical del énfasis puesto en los procesos de centralización ligados con el desarrollo de la monarquía administrativa, que ha pasado a centrarse en la persistencia de áreas de po. der relativamente autónomas controladas por las élites locales60; bajo ese ~ambio subyace una atención dirigida más a las formas y condiciones del consenso que a las del dominio 61 • En el esquema tradicional, procedente en buena medida de la clásica síntesis rankiana, se hada sobre todo hincapié en el conflicto entre el impulso reformador · del poder soberano, portador de un orden nuevo, y las resistencias interpuestas, con soluciones variables, por los intereses provinciales62. Dicho planteamiento ha sido sustituido poco a poco por una visión más articulada, en la cual el rechazo a fechar en los albores de la Edad Moderna una dialéctica propia de un desarrollo más tardío, ha ido acompañado de un claro Sl,\brayado del carácter no sistemático sino coyuntural y meramente tendencia! de las conquistas estatales. El absolutismo seiscentista no se ve, pues, como resultado de la coherente aplicación de una nueva concepción del Estado o la sociedad, sino, según la definición de David Parker, como un intento pragmático y frecuentemente realizado ad hoc para restaurar la autoridad real en un contexto de rápidas mudanzas 1•3• Este cambio de orientación ha asumido, en el caso de la trayectoria más simbólica del absolutismo europeo, la francesa, las características de una casi completa inversión de

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56

<,o M. Walker, German Home Tow111. Comm,111ity, State and General Estate, 1640-1871, lthaca, 1971; G. Oestreich, Neostoitism and tbe Early Modem State, Cambridge, 1982, pp. 248-273. 1 " Cfr. Absolutism in Seventeentb Century Europe, ed. de J. Miller, Londres, 1990. 12 ·. • Cfr. Sta/o epubblica amministra:,io11e nell'Antien Régime, ed. de A. Musi, Nápoles, 1979; A. M. Hespanha, As Visperas do Leviatban. lnstitufoes e poder politi&o, 2 vols., Lisboa, 1986, I, pp. .17-40. <,.1 D. Parker, Tbe Ma/eing of Frencb Absolutisn1, Londres, 1983, p. 90.

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la perspectiva tradicional, construida normalmente conforme a supuestos heredados de Tocqueville. En particular la figura del intendente ha ido perdiendo las características casi míticas de agente ~e la centralización borbónica que se le atribuyeron durante mucho t1em- . po64. Sus poderes, se ha observado, serán durante mucho tiempo más de control y coordinación que de dirección de los asuntos locales y, especialmente en los Ptf!S d'Etat, estarán compartidos con los de otros funcionarios regios 65• El intendente no está considerado, por ello, con respecto a la praxis administrativa de la época, ni m~s ni menos portador de modernidad de lo que lo fueron otros servidores de la Corona66. El incremento de sus funcíones semeja derivarse sobre todo de la necesidad de oponerse a las actividades de los gobernadores hostiles al ministre 67. Más en general, como observaba Fouquet, se procuraba elegir intendentes les plus opposés aux interets des gouveme11rs68• En otros casos, menos conflictivos, el intendente trabajaba de consuno con el gobernadory era a menudo una hechura suya69• · De un modo u otro, el aspecto político determinante era en cual~ quier caso el control de las provincias y éste se ejercía sobre todo mediante networks clientelares y granjeándose el consenso de la élite local7º; el conflicto o la cooperacíón dependían en tan gran me?ida de la actitud de las clases dirigentes provinciales como de la fidelidad de los aparatos. En los Ptf!S d'État, resultaba crucial, en este sentid~,_ la conquista de las gobernaciones, cargo reservado a grandes fam1has

64 F. X. Emmanuelli, U11 mythe de l'ab10/11tisme borbo11ie1111e: l'i11te11de11fe du milieu du XVII• siecle a la fi11 d11 XVIII• 1iecle, Aix-en-Provence, 1981; M. Antoine, «Gencse de l'institution des intendants», enjoumal des Sava11ts, 1982, pp. 283-317. 6·s E. Le Roy Ladurie, «Réflections sur l':ssence et le fonctionnement de la monar_chie classique (XVI•-XVII• siecles)», en L'Etat baroque, 1610-1652. Regardss11rlapet11ee politique de la Franle du pri:mier XVII• sihle, ed. de M. Méchaulon, París, 1985, pp. IX-

XXXV.

66 J. F. Dubost, «Absolutisme et centralisation en Languedoc au XVII• siecle. (1620-1690)», en Re1J11e d'Hi1loire Modero, et Conlemporai11e, XXXVII, 1990, p. 380. . 67 O. Ranum,
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aristocráticas, cuya fundamental base de poder constituía7 1• Así, por ejemplo, Concini se había hecho nombrar lugarteniente general de Picardía y Normandía, mientras que Richelieu se había garantizado el gobierno de Bretaña, eligiendo como lugarteniente a un primo suyo, el duque de la Meilleraye. Mazarino, a su vez, gobernador de Auvernia, mantendrá oportunamente a La Meilleraye en ese cargo, ganándose de ese modo un importante aliado durante la Fronda 72• Las propias intervenciones de la autoridad real para modificar radicalmente las reglas del juego, introduciendo élections o fortaleciendo el derecho de évocation, intervenciones tradicionalmente consideradas como piedras miliares en el camino de la consolidación absolutista, se reconsideran ahora de forma más problemática. El primer caso de abolición de los estados provinciales, el del Delfinado, resulta por ejemplo íntimamente relacionado con una profunda quiebra interna de las clases dirigentes locales y en ciertos aspectos provocado por ella 7\ mientras que un análisis de los procedimientos de avocación revela que éstos casi siempre eran pedidos expresamente por una de las partes en litigio 74_ En el meollo de la revisión historiográfica de la concepción de la monarquía borbónica del siglo XVII está, pues, una profunda crisis del viejo planteamiento dicotómico de 1~ relación centro-periferia, Aparecen con creciente evidencia lazos entre el juego de las facciones cortesanas, con fuerte raigambre provincial cada una de ellas, y el complejo universo de las contraposiciones locales. A la idea de un Estado entendido como una estructura capaz de informar y organizar en torno a sí a la sociedad se ha contrapuesto así la de un organismo frágil, en pugna con poderosas fuerzas sociales, para llegar por fin a la conclusión de que esas mismas fuerzas actuaban en lo más hondo de los aparatos estatales, tanto en el centro como en la periferia, determinando sus equilibrios y modificando sus objetivos 75• Se trata de un proceso de revisión paralelo al que ha resquebraja71

Bonney, «Cardinal Mazarin and the Great Nobílity», cit., pp. 18-20. S. Kettering, «Patronage and Politics during the Fronde», en French Historical Stuáies, XIV, 1986, pp. 421-423. 7:1 D. Hickey, The Comí11g ofFrench Absolutism: lhe Strugglefar Tax Reform in the Province of Da11phi11é, 1540-1640, Toronto, 1986. 74 D. Parker, «Sovereignity, Absolutism and rhe Functíon of the Law in Seventeenth Century France», en Past a11d Pment, 122, 1989, pp. 36-74. 75 W. Beik, Ab10/11tism a11á Soáety in Seventemth Cmtury Fra11le, Cambridge, 1984, p. 17. 72

Jntroducción

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do, en la historiografía brítánica, la tradicional idea de una contraposición radical entre conrl y country. El modelo tradicional, planteado en los años sesenta por Hugh Trevor Roper y Pérez Zagorin, delineaba la aparición en la época de los Estuardo de una cultura cortesana: impregnada de valores renacentistas y atravesada por fermentos arminianos; una cultura que se iba alejando cada vez más de los ideales puritanos y de los humores anticatólicos que animaban el país 76• En contra de este planteamiento se ha observado que el llamado country ideal no era- en el fondo si.no un court!J mode, y que por ende no identificaba a un particular grupo político o religioso 77. Tampoco el ideal de la corte era universalmente compartido y aun cuando la apoteosis de los Estuardo ensalzada por Rubens o por la decoración de la Sala de Banquetes de Whitehall, de Íñigo Jones, pudieran suscitar indignación en círculos protestantes, el libro más leído después de la Biblia seguía siendo, hasta comienzos del XVII, El cortesano de Baltasar de Castiglione 7s_ El propio Carlos I había ent~blado, por lo demás, la reforma moral de una corte cuyo ceremonial, strict and severe, se ajustaba de nuevo a los dictámenes de la ética protestante. La contraposición court/country, por lo tanto, lejos de describir dos universos políticos inconciliables, era un ejercicio retórico al servicio de la lucha política; oposición dialéctica, además, propia de una época más tardía, cuando los dos términos se utilicen polémicamente para identificar a opuestas formaciones políticas. Si los hombres de la corte no formaban, pues, un mundo compacto, sordo a las exigencias del país, sino más bien un variopinto con'.'. junto de individuos entregados a una continua labor de mediación entre cuestiones políticas generales y exigencias particulares 79, la vida política de los condados ingleses no semeja ajustarse a las condiciones de insularidad que cierta tradición de estudios locales, crecida en torno a los trabajos de Alan Everitt, ha pretendido atribuirle80• Por el H. R. Trevor Roper, «The General Crisis of the Seventeenth Century», en Post and Present. XVI, 1959, pp. 31-64; P. Zagorin, The Court and the Co11ntry, Londres, 1969. 77 K. Sharpe, Criticism and Complimenl. The Politics ofLiterat11re in the England o/Charle1 !, Cambridge, 1987; en contra, cfr. M. Smuts, Co11rt C11/t11re and the Origins ofthe Roya/üt Tradition in Ear/y Stuarl hñgland, Filadelfia, 1987. 78 Sobre la difusión del texto de Castíglione, cfr. C. Ossola, La Corte e i/ Cortegia110, ed. de A. Prosperi, 2 vols., Roma, 1980. 79 Cfr. la reconstrucción de L. Levy Peck, Northampto11: Patronage and Policy al the Court ofJames 1, Londres, 1982. 80 A. -Evedtt, The Comm11niry of Kent and the Great Rebellion, Leicester, 1966; Id., The 76

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contrario, ciudades como Bristol 81 , Norwichs2 o Norfolkª\ no sólo se presentaban co_~o act~vas interloc~toras de la corte y el parlamento para la regulacton de mtereses partJculares, esa tupida trama de little business84 ~~e _constituía la política cotidiana, sino que estaban atravesadas y d1v1d1das por temas de interés nacional, que una forma de complacent provincialism quisiera que hubieran sido de la exclusiva competencia de un puñado de cortesanos 85. · , Por diver~o~ c~minos, pues, la historiografía europea está replanteandose la d1alect1ca entre centro y periferia xr. y esta revisión acarrea inevitablemente una reconsideración de la problemática del conflicto. Se discute sobre todo el supuesto de una radical oposición de intereses entre aparatos centrales del Estado y élites localesH7• A falta de un moderno civil service, ha observado alguien, era impensable gobernar no sólo contra las clases dirigentes provinciales sino también sin ellas""; difícil esperar, si no, una operatividad efectiva del mecanismo de to_ma de decisiones: esto es, que no sólo se obedez;;a sino que Juego efect1vameme_se cumpla. El sistema localista de privilegios, tenido durante mucho t1emp~ por un resto anacrónico de un pasado feudal, representaba en cambio una forma de delicado equilibrio entre un orden político dado y cierta estructura de intereses. Esos mismos intereses qu~ ,toda n::iodificació~ de los mecanismos de gobierno y de representac1on aspiraba en pnmer lugar a salvaguardar. /,ocal Comn11111i~y and the (,r,at Rebe//ion, Londres, 1969. Para un plantea.miento distinto cfr. A. Hughcs, l'olitics, Sode(y and Civil War i11 Warwickshire 1620-1660 Camb 'd .' 1987. ' ' , n ge, 81

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J.

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Parece evidente, a la luz de tales orientaciones, la insuficiencia de los esquemas que ven la llamada «crisis general» del xvn como mero resultado del choque entre monarquías centralizadoras y resistencias particularistasª\ No cabe considerar las desgarradoras crisis políticas que estallan en el breve arco de un decenio, las six contemporaneous revolutions de Merriman, como un efecto casi mecánico de la acentuada presión, sobre todo fiscal, del Estado90• Es verdad que las condiciones impuestas por la aparición de esa especie de «economía bélica» que prevaleció en buena parte de Europa durante la guerra de los Treinta Años redujeron notablemente_ los márgenes de maniobra de los gobiernos y abrieron una honda sima entre la creciente y urgente demanda de dinero originada por los gastos militares y los tiempos dilatados que entrañaba cualquier negociación sobre el endurecimiento de la recaudación91 • El sistema fiscal, sin embargo, no sólo significaba un drenaje de la riqueza, sino también su redistribución. La organización recaudatoria suponía, en efecto, una suma de intereses particulares (de agentes,farmiers, recau~ dores) y, en un porcentaje nada irrelevante, se transformaba en gasto local, en el que estaban interesados proveedores, mercaderes y banqueros. Sobre todo, la gestión de los flujos de entradas y salidas, de las modalidades y ritmos de la exacción, representaban una parte nada marginal del poder de una clase dirigente provincial. . La fiscalidad se revela por tales motivos como un elemento de contradicción que atraviesa los equilibrios locales92 y aparece por ello como una base heurística incierta, para explicar éxitos como la cooperación o la rebelión, que remiten inevitablemente a otros factores explicativos, más directamente políticos 9·\ • , Así, por ejemplo, en el caso del Languedoc, la suces10.n de aconte8'1

Tbe Forma/ion of National Slales in Europe, ed. de C. Tilly, Princeton, 1975.

'I" Cfr. por ejemplo N. Steensgaard, «The Scventeenth Century Crisis», en Tbe General Crisis oftbe Sevenleenlb Cenlury, ed. de G. Parker y L. M. Smith, Londres, 1978, pp. 25-

56; M. S. Kimmel, Absolutism and its Discontents. Sta/e and Society in Sevenleentb Century France and England, New Brunswick, 1988. 91 C. Russell, «Monarchies, Wars and Estates in England, France and Spain, c. 1580-1640», en Legislative Studies Quarlerly, VII, 1982, pp. 205-220. n A. M. Hespanha, Revoltas el revoluciíes: a misténcia das elites provinciais, paper presentado en el seminario La monarquía y los viminatos, Santander, 22-27 de julio de 1991, p. 12. · '13 Cfr. por ejemplo, en este sentido, el ensayo de H .. G. Koenigsbcrger, «Why did the States General of the Netherlands bccome Revolucionary in che 16th Ccntury?», en PoliJiciam and Virtuosi. Essays in Earfy Modero Hirtory, Londres, 1986, pp; 63-76.

Introducción

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cimientos (introducción de los élus, aumento de la carga fiscal, rebelión de los Estados en 1632) semeja a primera vista responder al esquema clásico de la reacción contra la centralización absolutista. No obstante, en los años siguientes, la Corona renunciará a introducir el derecho feudal septentrional, pese a sus evidentes ventajas fiscales, y, con la revocación del edicto de Béziers, restaurará los Estados Generales. El convencido sostén de la clase dirigente provincial a la causa real irá entonces acompañado, durante la Fronda, de unos ingresos fiscales mucho más elevados 94 • La génesis del conflicto o la interpretación del consenso reclaman, pues, un enfoque distinto, que atienda a las transformaciones del sistema de poder local y a la evolución de los procesos de mediación política 95 • Es decir, en este caso, a la alianza entre Richelieu y el gobernador, el duque de Montmorency, contra las protestantes del duque de Rohan; al sucesivo paso de Montmorency a la oposición y a su papel en la revuelta; a la difícil construcción, en fin, de un «partido del rey» en la provincia. Más en general, parece interesante observar cómo la compleja interacción entre formaciones políticas locales y opciones de lealismo o rebelión, muy evidente en el caso de la fronda nobiliaria%, resulta fundamental también en el de la fronda parlamentaria. En contraste con una tradición historiográfica que en la revuelta de losjueces había señalado sobre todo los elementos de defensa gremial de las tradicionales instituciones representativas, recientes investigaciones ponen de relieve los lazos que unían a los distintos grup9s parla!Tlentarios con facciones nobiliarias: en el caso de los tres parlamentos rebeldes de Aix, Ruán y Burdeos, la mayoría de los parlamentaires pertenecía por ejemplo a formaciones opuestas a las de los gobernadores, aliados de Mazarino•n. La reconsideración de las relaciones ent~ centro y periferia como conjunto de redes de poder dispuestas jerárquicamente sobre el territorio permite, en otras palabras, destacar el papel que en la aparición de los conflicos provinciales durante la primera mitad del xvIJ desempeñaron las transformaciones de la esfpra gubernamental deriva4 ''

Dubost, «Ahsolutismc et centralisation», cit., pp. 376-379. Cfr. X. Gil, «Notas sobre el estudio del poder como nueva valoración de la histO· ria política», en !'edra/be,. Revista de Historia Modtftla, 3, 1983, pp. 6 7-88. w, R. J. Bonney, «The Prcnch Civil War, 1649-53», en European Studies Review, VIII, 1978, pp. 71-100; pero cfr. también el fascículo especial de XVfJ, siede dedicado a la Pronda, XXXVI, n. 145, 1984. •n Kettering, «Patronage and Polítics during the Fronde» cit., p. 423; pero cfr. Id., •,s

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das del asentamiento del ministériat. Moviéndose en esa línea, es~e libro trata de reflexionar sobre el problema de las causas de una sene de violentos impulsos centrífugos, manifestados en la década de 1640, que fueron capaces de poner en tela de j~icio la propia ~xistencia de la monarquía habsbúrgica. Se ha preten~tdo mostrar como, de forma no muy distinta a cuanto estaba ocurriendo ~n otros Estados ~uropeos, Olivares tuvo que enfrentarse con ese?c1a~:s pro~l:mas de mtegración de las clases dirigentes, d~ comumcac10~ pohu~a, de construcción del c;onsenso98• · Los obstaculos que se mterpus1eron en su camino provenían sobre todo de un aparato estatal capaz de debilitar, aunque no de sustituir, la tradicional mediación soci_al nobilia~~a; aparato insuficiente, por lo tanto, para lograr la necesaria adecua~10n del espacio político al crecimiento de los recursos controlados, d1_rec~ ta o indirectamente, por la Corona. . .· Además, lógicamente, el Conde-Duque hubo de afr~~tar esenc!ales cuestiones de coordinación política y de representac1on de los intereses, fruto de la especial confo_rmación ':1ulti?~~ional de la o:ion~rquía española. La vastedad y la abigarrada ~1spos1c10n_de los terri~o.nos de los Habsburgo, así como la comple11dad del sistema ~~ltsmodal entrañaban la atribución de un papel fundamental a las elites periféricas, a las cuales no correspondía un adecuado reconocimie~to en términos de redistribución del poder y del patronazgo99 • Las m~ ciertas referencias al modelo imperial romano eran incapaces de sostener una. concepción de la ciudadanía política que interpretase de modo adecuado las expectativas de los componentes no castellanos de la monarquía rno, Y tanto más si parte de esos component~s~ como ~r ejemplo las provincias italianas, poseía ~ntigu~s y ~r~st1g1osa~ tradiciones culturales, una indiscutible preeminencia espmtual debida a la presencia de la sede pontificia y un nivel de desarrollo socioeconómico en nada inferior al castellanow 1•

Introducción

Sin embargo, y también en este plano, hay que subrayar la sustancial homogeneidad del cuadro europeo. El caso de Francia, cuyo monarca reinaba en todas partes en virtud del mismo título, representaba una envidiada singularidad. La norma, en las monarquías del xvu, no era en efecto el Estado nacional unitario, sino la unión dinástica de múltiples dominios 102• Así, por ejemplo, la reflexión historiográfica sobre la época de los Estuardo puso recientemente sobre el tapete la cuestión del gobierno único de reinos separados, el british proble111 103; perspectiva verdaderamente necesaria para explicar el complejo papel desempeñado, en un período fundamental de la historia inglesa, por acontecimientos cruciales como la revuelta de Irlanda 1º4 o la intervención militar escocesa ws. · La dirección política de realidades estatales múltiples, compuestas por partes reguladas por diferentes sistemas institucionales, por diver,sas formas de do111ini11111 politu11111 el regale, planteaba a los monarcas europeos y a sus ministros fundamentales problemas de reciprocidad y de integración de las clases diri~ntes '°6• No debe sorprender, pues, que las propuestas de solucié>n resultaran también semejantes. En 1627 el secretario Coke sugería a Carlos I que imitase el proyecto español de Unión de Armas, mientras que Olivares, por su parte, intentará más de una vez introducir o ampliar, en los principales consejos de la monarquía, la participación mixta de castellanos y no castellanos, innovación que calcaba lo ya realizado en parte por los Estuardo a través de la presencia cruzada de ingleses y escoceses en sus respectivos privy co11ncils 1111• Las resistencias con que tropezaron esos proyectos no atestiguan sólo la dificultad de introducir cambios en la organización del espacio político de sociedades habituadas a considerar la tradición como principal fuente de legitimación. Nos muestran también cómo en IU2

Judidal Politics and Urban Revolt in Seventeenth Century France. The Parliament of Aix, 16291659, Princecon, 1978. . 98 Cfr. Conques/ and Coalesmue. The Shaping ofthe State in Early Modero Europe, ed. de M. Greengrass, Londres, 1991. . . 99 R. Syme, Colonial Elites. Rome, Spam and the A_memas, ~-ondre~, '. 958, P· 4. 100 Sobre la concepción española de la monarqu1a 1mper1al cfr. E. Straub, Paxet lm• perium. Spaniens Kampf um seine Friedensordnung in Europa zwischen 1617 und 16 35, Paderborn, 1980, pp. 45-78. . 101 Cfr. a este respecto las observaciones de R. Villari, «La Spagna, !']taha e l'assolutismo», en Annuario dell'lsliluto Jtori,o italiano per /'eta moderna e ,ontemporanea, XXIX-XXX, 1977-78,.pp. 60-64.

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Koenigsberger, «Patronage, Clientage and Elites», en Mac;zak, Klientelsysleme, cit.,

p. 147, IOJ C. Russell, The Causes efthe English Civil War, Oxford, t 990; Id., The Fa// ofthe Bn·tish Monarchies, Oxford, 199 l. w4 M. P. Maxwell, «lrcland and the Monarchy in the Eacly Stuart Multiple Kingdom», en The Historialjoumal, XXXIV, 199 1, pp. 279-295. 105 P. Donald, An Un,ounselled King. Charles I and the S,ollish Troubles, 1631- 1641, Cambridge, 1990, p. 4. w<> H. G. Koenigsberger, «Dominium Regale or Dominium Politícum et Regale; Monarchies and Padiaments in Early Modern Europe», en Politicians and Virtuosi, cit., pp. 1-25. w7 Russell, «Monarchies, Wars and Estates», cit. .

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torno a sistemas institucionales consolidados se estructuraban redes de poder y sentimientos de pertenencia, intereses que defender e ideas sobre la índole de tales intereses. Y cómo en ese terreno se producía, tanto en la nación dominante como en las realidades provinciales, un· fundamental choqu~ político que -desarrollado en torno a las atribuciones y al papel de los ministros- acababa por atañer a la propia esencia de las preeminencias regias. Deseo dar las gracias a cuantos han contribuido a la concepción y redacción de este libro, de cuyos fallos soy naturalmente el único responsable. Agradezco a John Elliott su cortés disponibilidad y sus alientos, que espero no haber de!Silusionado. Los amigos y colegas españoles Antonio Feros,Juan Eloy Gelabert, Xavier Gil,Júlio Pardos Martínez, Luis Ribot, Edelmira Suárez del Toro y Ana María Vera fueron pródigos en ayudas y consejos realmente valiosos. Además de a ellos doy las gracias a quienes accedieron amablemente a leer una primera versión del texto 108 y a discutir conmigo su temática; y en particular a Maria Carmela Agodi, Giorgia Alessi, Gabriella Alfieri, Jim Amelang, Duccío Clausi, Antonio De Francesco, Simona Laudani, Mimmo Ligresti, Salvatore Lupo, Roberto Mantelli, Angelo Mas~ safra, Marina Montacutelli, Aurelio Musi, Giovanni Muto, Giulia Poggi, Vittorio Sciuti Russi, Paolo Viola y Maria Antonietta Visceglia. Por último, /ast bui no least, estas páginas no se habrían escrito sin la cariñosa solicitud y las estimulantes observaciones de Giuseppe Giarrizzo.

F. B.

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1991.

L'qmbra del Rry. La /afia pq/itica ne/la Spagna dei vaiidos (1598-1643), Catania, -

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A la memoria de un amigo. A Luciano.

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* Universidad de Murcia. E-mail: [email protected]. 1 Montaigne, «De la desigualdad que existe entre nosotros», en Ensayos I, Cátedra, Madrid, 1987, 42, p. 333. Las palabras latinas de Lucrecio pueden traducirse así: «Sin duda porque no conocía bien los límites que se deben poner a los deseos, ni hasta donde puede llegar el verdadero placer».

Hemos empezado citando un fragmento de los Ensayos de Montaigne, de quien, dice la leyenda, ha inspirado algunas de las más memorables acciones de Enrique IV, como el famoso Edicto de Nantes. En caso de que el rey francés hubiera escuchado a Cineas-Montaigne, ¿habría realmente concebido el Gran Proyecto que inventó su amigo y consejero, Maximilien de Béthune, duque de Sully (1560-1641)? ¿Era esto posible para el primer soberano moderno de Francia? ¿Quería realmente renunciar a la lucha por la hegemonía, al imperio? Lo cierto es que la modernidad política y económica, liberal y capitalista, se construyó sobre el olvido de las palabras de Lucrecio acerca de la limitación de los deseos, de la cupidité. Cabe entonces preguntarse si el Gran Proyecto es todavía una de las últimas manifestaciones de ese Huma-

«Cuando el rey Pirro resolvió entrar en Italia, su sabio consejero Cineas, queriéndole demostrar la vanidad de su ambición, preguntóle: Y bien, señor, ¿con qué fines organizáis esta empresa? —Para hacerme amo de Italia, respondió bruscamente. —¿y después, continuó Cineas, una vez conseguido? —Entraré, dijo el otro, en la Galia y en España. —¿Y después? —Iré a subyugar el África; y por fin, cuando haya puesto el mundo a mis pies, descansaré y viviré contento y a mis anchas. Por Dios, señor, repuso entonces Cineas, decidme de qué depende el que no estéis ya en ese estado si queréis. ¿Por qué no os situáis desde este momento, allí donde según decís aspiráis a estar, y evitáis tanto trabajo y azar como ponéis entre medias? Nimirum quia non ben norat quae esset habendi Finis, et omnino quoad crescat vera volunptas.»1

1. La leyenda del buen privado y del GRAND DESSEIN

Antonio Rivera García*

El legendario Gran Proyecto de Enrique IV y Sully: soberanía y confederación europea

El legendario Gran Proyecto de Enrique IV y Sully: soberanía…

Antonio Rivera García

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2 «Bornez votre territoire à la mode du sage Numa, et, suivant son ordonnance, sacrifiez au dieu Terme, sans effusion de sang. Auguste se comporta de cette façon et mit volontairement des bornes à son Empire, limitant par ce moyen sa cupidité.» (E. Crucé, Le nouveau Cynée, cit. en A. Puharré, L’Europe vue par Henri IV et Sully, Mon Hélios, Oloron-Sainte-Marie, 2002, p. 86). 3 «Je l’appelle favori à cause qu’il avoit les emplois les plus éclatans, quoy qu’à dire vray il n’avoit aucune prééminence sur les autres du Conseil […] il n’y avoit qu’un chef dans l’Estat, qui estoit le roy, lequel faisoit mouvoir tous les membres, et duquel seul ils recevoient les esprits et la vigueur.» (H. de Péréfixe, Histoire de Henry le Grand…, cit. en L. Avezou, Sully à travers l’histoire. Les avatars d’un mythe politique, Droz, París, 2001, pp. 144-145). 4 «Il estoit —escribe Péréfixe— homme d’ordre, exact, bon manager, gardoit sa parole, point prodigue, point fastueux, point porté à faire de folles et vaines dépenses, ni au jeu, ni en femmes, ni en aucune des choses qui ne conviennent pas à un homme élevé dans cet employ. De plus, il estoit vigilant, laborieux, expéditif, qui donnoit presque tout son temps aux affaires et peu à ses plaisirs.» (Ibíd., p. 142).

nismo que representa Montaigne, o más bien un proyecto cercano a la nueva concepción política que se impone tras 1648. Cineas, el héroe de Montaigne, da también título al libro de Emeric de Crucé (1590-1648), publicado en 1623, Le nouveau Cynée ou Discours des occasions et moyens d’établir une paix générale et la liberté du commerce par tout le monde. En esta obra, Crucé, que se confiesa admirador de Enrique IV, después de rechazar las virtudes guerreras como costumbres bárbaras, de aconsejar poner límites a la ambición territorial de los reyes2 y recomendar, como el autor de los Essais, la tolerancia de las religiones ya arraigadas, establece una police y un consejo realmente universales, y no sólo europeos como el Gran Proyecto del que nos informa el duque de Sully. Aunque casi contemporáneos, hay una gran diferencia entre los dos planes de paz: mientras el mundo de Crucé es el del humanismo cristiano, el de Sully ya no lo es. La república cristiana de este último tiene muy poco de medieval y humanista: se corresponde, aunque fuera concebido unos años antes, más bien con el nuevo orden que se empieza a imponer después de 1648. El gran ministro de Enrique IV va a adquirir unos rasgos legendarios que le aproximan, no obstante, al del mítico Cineas, al mejor ejemplo de buen privado. La leyenda de Sully siempre estuvo unida a la de su señor, Enrique IV, el gran rey francés que superó las guerras civiles y logró la reconciliación nacional. Bajo el reinado de Luis XIV, todavía no era conveniente alabar los méritos de este privado tan marcado por su religión calvinista. Sin embargo, uno de los principales hitos de la leyenda de Enrique IV y de su ministro es la Histoire du roy Henry le Grand, biografía publicada en 1661 y escrita por Hardouin de Beaumont de Péréfixe. El historiador nos ofrece en esta obra el «manuel du parfait roi», en el que no faltan elogios al «favorito» del rey3, el fiel, austero y puritano Sully4. Tras la muerte del rey Sol, la literatura favorable al ministro del primer Borbón es cada vez mayor. En la consagración, durante el siglo XVIII, del

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5 «Parce qu’il étoit de la religion prétendue réformée, qu’il fut toujours inséparablement attaché à sa religion et à son maître.» (Voltaire, cit. en L. Avezou, o. c., p. 191). 6 En las ediciones posteriores del poema, que a partir de 1726 pasa a llamarse La Henriade, Voltaire sustituye el nombre de Sully por el de Duplessis-Mornay, al parecer como consecuencia del altercado que tuvo en 1725 con el caballero de Rohan, uno de los descendientes del yerno del ministro calvinista. 7 Antes de la muerte del rey, Hiérosme de Bénévent ensalzaba así al duque de Sully: «En retranchant les despenses inutiles et modérant les excessives, vous avez fait voir que le bon mesnage n’estoit pas de petit revenu. Ainsi fit Caton d’Utique.» (H. de Bénévent, Panégyric à monseigneur le duc de Sully, pair de France, 1609, cit. en L. Avezou, o. c., p. 41). Esta comparación con Catón la podemos reencontrar también en autores del siglo XVIII como el marqués d’Argenson. Cf. Ibíd., p. 183.

legendario privado de Enrique IV adquiere una gran importancia la nueva edición, enteramente refundida, de la principal obra de Sully, las Œconomies Royales, obra sobre la que nos extenderemos en el siguiente apartado. Esta nueva edición de 1745 es realizada por el abad de L’Écluse des Loges, quien, al abreviar y modificar significativamente el orden del libro, lo hizo por fin accesible a un vasto público, y contribuyó de este modo a que el servidor calvinista conquistara la fama de gran protector de la agricultura y de mejor amigo del rey. Los fisiócratas ensalzaron este primer aspecto, el relacionado con su ocupación como ministro de finanzas, y vieron en él un antecedente de su pensamiento económico. Pero sobre todo fue alabado porque logró servir fielmente tanto a su religión como a su rey y a su patria. Así lo imaginó Voltaire en su poema épico La Ligue, ou Henry le Grand (1723). Aunque no abundan las apariciones de Sully en esta obra, la nota histórica que sigue al poema explica que la elección del duque como compañero privilegiado de Enrique IV se debe a que logró compatibilizar sus creencias religiosas con su patriotismo5, hasta el punto de que, por razón de su cargo, llegó a tener relaciones cordiales con el Papa. Por lo demás, Voltaire no olvida mencionar otro de los rasgos más repetidos de su carácter: su austeridad y severidad. A este respecto, la sola presencia del prudente amigo bastaba para que el rey tuviera vergüenza y retomara la senda de la virtud6. Desde luego, la leyenda del fiel Sully se construye sobre una base histórica. El hecho de que fuera comparado con Catón se debe a su real obsesión por el ahorro y por eliminar los gastos inútiles7, lo cual explica también la animadversión de los grandes. La principal razón de que Sully fuera elevado a modelo de buen privado en el siglo XVIII se debe al pragmatismo y prudencia de su ministerio, a que, lejos de la actitud de un calvinista intransigente, supiera conciliar religión y fidelidad al rey. Ya en el siglo anterior podemos encontrar algunos testimonios que le atribuyen un comportamiento propio de los politiques. Incluso en una sátira parisina se le llegaba a atribuir la paternidad

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8 En la sátira Les caquets de l’accouchée (1622) podemos leer: «Comme disoit un jour le duc de Rosny au feu roy Henry le Grand, que Dieu absolve, lorsqu’il luy demandoit pourquoy il n’alloit point à la messe aussi bien que lui: ‘Sire, sire, la couronne vaut bien une messe; aussi une espée de connestable donnée à un vieil routier de guerre mérite bien de desguiser pour un temps sa conscience et de feindre d’estre grand catholique’.» (Cit. en ibíd., p. 71). 9 El marqués d’Argenson se expresaba en estos términos sobre la moderación religiosa de Sully: «Il étoit calviniste, et sans doute de bonne foi, mais bien éloigné d’être ni fanatique, ni rebelle. Même, après la mort de Henri IV, il refusa de se mettre à la tête du parti des huguenots, dès qu’il fut question de révolte. On n’exigea point de lui le sacrifice de son opinion en matière de dogme; mais aussi il ne fit jamais servir cette opinion de prétexte pour troubler le repos public, ni même le sien.» (R. L. de Voyer, marqués d’Argenson, Mémoires et journal inédit, cit. en ibíd., p. 185). Sobre la moderación e irenismo de Sully, cf. B. Barbiche, S. de Dainville-Barbiche, Sully. L’homme et ses fidèles, Fayard, París, 1997, pp. 408-423. O. Millet, en su artículo «Les annotations manuscrites de Sully sur son exemplaire de l’Institution de la religion chrétienne de Calvin (providence et prédestination): étude comparative» (Bulletin de la société de l’histoire du protestantisme français, n.º 154/1, 2008, pp. 9-23), subraya a este respecto la lectura moderada que hace Sully de la principal obra de Calvino: «[…] une lecture modérée et moyenne, celle d’un laïc réformé cultivé de l’époque, cherchant à s’instruire, voire à s’édifier, mais sans accent dévot, et peu soucieux de prendre parti en fonction de convictions personnelles face à des thèses radicales, qui servaient alors de marqueur confessionnel identitaire.» (p. 22). 10 «Le républicanisme —escribe el Marqués d’Argenson (o. c., p. 188)— gagne chaque jour les esprits philosophiques. On prend en horreur le monarchisme par démonstration. En effet des esclaves seuls, des eunuques aident de leur fausse sagesse le monarchisme. Mais quelle sagesse chez les républiques qui gouvernent économiquement au-dedans, et n’intimident jamais leurs voisins, qui les considèrent cependant! Heureuses les monarchies gouvernées comme des républiques! Mais où sont-elles? Je ne vois que le règne de Henri IV, et le ministère de M. de Sully.» 11 L. Avezou, p. 505.

del célebre «París bien vale una misa»8. En el siglo ilustrado, como podemos leer en los textos de Voltaire o del marqués d’Argenson, aquella neutralidad politique se transforma en elogio de la moderación religiosa de un calvinista que nunca adoptó los rasgos de un fanático o de un rebelde9. Esta concepción politique es también la causa última de que el rey y su privado acabaran convirtiéndose —como de nuevo nos muestra un magnífico fragmento del marqués d’Argenson10— en modelo de monarquía ilustrada o de una monarquía gobernada como una república. Desde el siglo XVIII, Sully ha sido para los franceses la encarnación del bon sens. El pragmatismo y prudencia con el que se describe su ministerio ha favorecido la utilización de su figura para defender causas muy diversas: tolerancia, monarquía, democracia, libre circulación de los granos, vuelta de los señores al campo, etc. Se ha convertido asimismo, como indica Avezou11, en un héroe del consenso, cuya leyenda siempre resurge para defender la concordia entre los franceses. La pareja antinómica que forma el seductor rey y el austero ministro, por lo demás tan distinta al antipático dúo formado por Luis XIII y Richelieu, sirve para probar que una gran obra, el nacimiento de la nación, puede resultar de conciliar espíritus y caracteres muy diferentes.

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12 H. Mann, Ein Zeitalter wird besichtigt. Erinnerungen, Fischer, Frankfurt a. M., 2001, p. 437. Cf. A. Pérez López, «Heinrich Mann: un exilio alemán», en VV.AA, Más allá de la frontera, Calambur, Madrid, 2007.

El reinado de Enrique IV, siempre acompañado por su fiel Sully, ha alcanzado el carácter de mito fundador de la Francia moderna porque representa la superación de las guerras civiles, pero también porque supone la aparición de una nueva Francia que aspira a poner fin a la guerra europea e instaurar la paz perpetua. Por tanto, el Gran Proyecto de confederación europea forma parte de aquella leyenda del rey francés, cuya fortuna ha llegado hasta el siglo veintiuno. En los últimos veinte años, la república francesa ha aprovechado cualquier oportunidad para conmemorar a su rey-fundador: en 1989, la subida al trono; en 1998, el Edito de Nantes; y en 2010, la muerte del rey. Podríamos decir que el Gran Proyecto, sobre el que versa este artículo, es la culminación de esa leyenda capital para la integración de la nación francesa. Leyenda que, en mi opinión, alcanza su coronación literaria, ya en el siglo veinte, en dos novelas políticas, escritas y publicadas por Heinrich Mann en el exilio francés. Novelas con las que el alemán pretendía decir al público antifascista que éste era el rey y el proyecto que necesitaba Europa para acabar con el Tercer Reich. Por sus cartas sabemos que el hermano mayor de los Mann pensaba que la época en que vivía y sobre la que estaba escribiendo eran «una y la misma cosa». No debe así extrañar el sorprendente parecido de Guise, el líder de la Liga católica, con el dictador alemán, o el del predicador Boucher con Goebbels. ¿Y Enrique IV, a quién se parecía? Pues a De Gaulle: «La Francia de Enrique IV y del General de Gaulle —escribía Mann— es la misma. En ambos casos su vitalidad es evidente, su estado de ánimo crece con su conciencia. El rey y el general tienen enfrente a una masa muerta, entonces se llamaba la Liga, hoy el fascismo»12. El mito se complica cuando advertimos que también la Francia de Vichy reivindicó las figuras del gran ministro Sully y de su señor Enrique IV, a quien podía verse, junto al mariscal Pétain, en los billetes de cien francos o en los carteles de propaganda. Aunque, desde luego, el régimen de Vichy vio en ellos a los apóstoles de la renovación agrícola y ganadera del país, a los defensores de los valores unidos a la tierra, a la tradición, y no a los artífices del Gran Proyecto. De ahí que en este artículo nos interese más la versión de la leyenda de Heinrich Mann, para quien Enrique IV es el mayor rey que ha tenido no sólo Francia sino toda Europa. Equivale además con respecto a la majestad lo que en el arte y la filosofía representan Leonardo, Miguel Ángel y Montaigne. Se trata —concluye Mann— de la mejor encarnación del humanismo político; esto es, del defensor de las libertades humanas, del derecho a comer suficiente y de la paz europea, como, entre las nubes, proclama Enrique en la alocución

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Antonio Rivera García

ROYALES

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13 H. Mann, La madurez del rey Enrique IV, Edhasa, Madrid, 1990, pp. 641-643. 14 El tomo I abarca los años 1572-1600 y el tomo II el periodo que va de 1601 a 1605. Sully tenía ya listos los tomos III (1606-1610) y IV (relata lo sucedido tras el asesinato del rey y se cierra con la inclusión de una serie de documentos), pero su muerte acaecida el 13 de diciembre de 1641 impidió la impresión. Habrá que esperar al año 1662 para que la segunda mitad de las Œconomies Royales vea la luz. En 1664 aparece una edición completa de la obra en un solo volumen y en 1665 otra edición íntegra, pero en ocho volúmenes. Cf. L. Avezou, o. c., pp. 119-120.

Maximilien de Béthune, duque de Sully, publica de forma clandestina en 1638 los dos primeros volúmenes —los otros dos aparecerán póstumamente en 1661—14 de Mémoires des sages et royales Œconomies d’Estat, domestiques, politiques et militaires de Henri le Grand, más conocidas como Œconomies royales (ER). Se trata de una obra comenzada después de su dimisión como servidor real y cuya elaboración le llevará prácticamente el resto de su vida (1611-1638). Con estas memorias, Sully se presenta como el mejor historiador de la Francia de Enrique IV. En las ER encontramos un capítulo, titulado «Dissertation des historiens de Henri IV», en donde el duque medita sobre las condiciones que debe cumplir el buen historiador. En este capítulo, al tiempo que critica la Histoire de Henry le Grand de Scipion Dupleix, señala que en todo historiador deben darse dos cualidades: la de conocer por

2. Mito e historia: el Gran Proyecto en las ŒCONOMIES Sully

final de la novela13. De este monarca ideado por el literato bien podría decirse que había seguido las enseñanzas del Cineas de Montaigne. Como cualquier otra leyenda, la del Gran Proyecto oculta la realidad del diseño político del gran ministro. El objetivo de este artículo es demostrar que Sully no concibe un plan humanista de pacificación universal porque su proyecto pertenece al mismo marco histórico y conceptual de los Tratados de Westfalia. Ciertamente, puede ser visto como una alternativa al principio de equilibrio que se impone en la Paz de 1648; pero la confederación, el proyecto de paz, comparte los mismos presupuestos, empezando por el hecho de que tanto Westfalia como el Grand Dessein admiten que las relaciones internacionales sólo pueden ser entendidas entre grandes Estados soberanos e iguales. Es un diseño que, a pesar de la apariencia, favorece a Francia por cuanto todo depende de la reducción del poder de la Casa de Austria, lo cual se traduce en pérdidas territoriales muy considerables para esta última. Y, además, la solución al conflicto confesional no pasa por lo que conocemos como tolerancia liberal, sino por una neutralidad subordinada al fortalecimiento de la soberanía estatal.

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15 Cit. en ibíd., p. 109. 16 Nos referimos a Remarques sur les Mémoires […] de Maximilian de Béthune, duc de Sully. Cf. Ibíd., pp. 114-115. También Bassompierre, por la época en que Sully preparaba la edición de los dos primeros volúmenes de las ER, escribía la historia de su vida (Mémoires du Maréchal de Bassonpiere, contenant l’histoire de sa vie et de ce qui s’est fait de plus remarquable à la Cour de France depuis quelques années) y allí decía que el Grand Dessein había sido una invención de Sully, quien, además, siempre había empujado a Enrique IV a retomar la guerra contra España. Cf. A. Puharré, o. c., p. 71. 17 Sully se entretiene en expresar las trece circunstancias que llevaron a Enrique IV, después de meditarlo durante diez años, a formular el Gran Proyecto. Cf. Duque de Sully, Mémoire des sages et royales oeconomies d’Estat […] de Henri le Grand, vol. 2 [en adelante citaremos las páginas de esta obra entre paréntesis y con las abreviaturas ER], ed. Michaud y Poujoulat, París, Ed. du commentaire analytique du Code Civil, París, 1837, pp. 342-344.

experiencia los asuntos que relata («la première, d’avoir esté souvent employé aux desmeslemens et entremises des grandes affaires de paix et de guerre») y la de contar los hechos con imparcialidad («et la seconde, d’estre exempt de toute occasion de passion, de haine et d’amour, et par soy et par autruy»)15. Está claro que cumplía con la primera cualidad, propia del memorialista. Mas, para adquirir la segunda, la imparcialidad del historiador, y sobre todo evitar el arrogante o vanidoso relato de sus propios méritos, inventó un curioso artilugio retórico, el relato histórico en segunda persona. Es decir, son los secretarios de Sully los que, para dar cuenta de los hechos acaecidos durante el reinado del Gran Enrique, se dirigen a su señor en segunda persona. Pero, a pesar de estas observaciones sobre el buen historiador, el amigo calvinista del rey no duda en alterar la verdad, esto es, en inventar episodios y falsificar documentos, casi siempre para dar la impresión de que ha tomado parte en todos los acontecimientos decisivos de la vida del primer monarca Borbón. Episodios que además serán tomados como reales por la práctica totalidad de la historiografía hasta el siglo XIX. Es verdad que ya Pierre Marbault, secretario de Duplessis-Mornay escribe una obra en la que refuta las ER, pero permaneció en estado de manuscrito hasta que fue publicada en 183716. Por tanto, han de pasar más de dos siglos para que las ER dejen de ser un fiable documento histórico. Cuando llegue el tiempo de la desmitificación, uno de los episodios más criticados será el relativo al gran proyecto de una confederación europea que debía poner fin, con la ayuda de una nueva organización territorial y de instituciones federales, a todo conflicto bélico en Europa. Los preparativos de guerra que en 1610 llevó a cabo Enrique IV con motivo de la sucesión del duque de Clèves-Julliers, tendrían —a juicio de Sully— este objetivo, pero lamentablemente se vio frustrado por la prematura muerte del rey17. Las ER dieron a Sully un papel estelar en este proyecto y, en concreto, en las gestiones para atraerse a Inglaterra. Con este fin, las memorias se extienden sobre las dos embajadas del duque en Inglaterra: en 1601, estando todavía Isabel I en el poder, aunque de

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18 El mismo título del resumen del proyecto, elaborado en 1726 por el abbé de SaintPierre, pone de relieve que su proyecto pretende ser una adaptación del Grand Dessein: Abregé du Projet de Paix Perpétuelle, inventé par le roi Henry le Grand, approuvé para la reine Elisabeth, par le roi Jacques son successeur, par les Républiques et par divers autres potentats […]. En realidad es un plan ilustrado que ha sido depurado de los elementos realistas y politiques que encontramos en el de Sully. 19 Voltaire, muchos años después de su poema épico sobre Enrique IV, en 1761, se burlará del abad de Saint-Pierre y de Rousseau por concebir un proyecto de paz perpetua que se decía inspirado en el Grand Dessein. Un antecedente de esta crítica lo podemos encontrar en la obra de 1676 de Vittorio Siri, Memorie recondite dall’anno 1601 fino al 1640, que fue traducida al francés en 1765: «Ce sont là —escribe V. Siri— des projets ridicules, capables de faire tort à la reputation d’un si grand roi, n’eussent-ils été proposés que dans l’ombre du cabinet. Ils ne pouvoient être la production d’un esprit sain, parce qu’ils étoient impraticables, même pour un souverain absolu de l’Europe. On verra l’extravagance des écrivains qui ont adopté pareilles fables […]» (cit. en L. Avezou, o. c., p. 303). 20 C. L. Lange, en su clásico libro Histoire de l’internationalisme I. Jusqu’à la paix de Westphalie (1648) (Institut Nobel Norvégien, H. Aschehoug, Kristiania, 1919, p. 442), se asombra incluso de que todavía en 1909 Edwin D. Mead publique un libro titulado The Great Design of Henry IV, Boston, Ginn & Comp.

esta embajada no existe ninguna constancia documental de que fuera cierta; y en 1603, ya con James I en el trono. El siglo XVIII asumirá como cierto lo que escribe Sully, empezando por las instrucciones secretas que, acerca de la necesidad de reducir la potencia de los Habsburgo, recibe del rey con motivo de su embajada en Inglaterra. Es, precisamente, la realidad histórica del Grand Dessein una de las principales razones por las que el abbé de Saint-Pierre pensaba que su Projet de Paix Perpétuelle no sería tachado de visionario18. Algo parecido sucede con el Extrait du projet de paix perpétuelle de M. l’abbé de Saint-Pierre (1761), en donde Rousseau resumía la obra de quien había sido uno de sus mentores. El ginebrino volvía aquí a aludir al real plan de paz gestado por Enrique IV y Sully para demostrar que el proyecto del abad no era una quimera19. En el siglo ilustrado solo Hyacinthe Robillard d’Avrigny, en sus Mémoires pour servir à l’histoire universelle de l’Europe (París, 1725), duda de los testimonios de Sully, los únicos además que tenemos de un proyecto del que, sin embargo, se decía que estaban enterados otros monarcas europeos como el inglés. La crítica de Robillard d’Avrigny quedará enseguida ocultada por la leyenda del rey y de su favorito que alcanza su cenit en la época ilustrada. Así que debemos esperar al triunfo de la historiografía positivista del siglo XIX para que, ante la clamorosa ausencia de huellas documentales, se imponga la tesis de que el proyecto sólo estaba en la cabeza de Sully. A este respecto Christian L. Lange llegará a decir que se trata de una gran superchería literaria20. Seguramente, la obra que tuvo mayor importancia para desmontar la leyenda histórica del Grand Dessein fue el ensayo crítico de Christian Pfis-

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21 C. Pfister, «Les Économies royales de Sully et le Grand Dessein de Henri IV», en Revue historique, París, 1894, 96 pp. 22 «Non, jamais Henri IV n’est parti en guerre pour remanier de fond en comble la carte de l’Europe; jamais il n’a songé à cette chimère de la paix universelle. Toutes ces conceptions appartiennent en propre à Sully […] non pas à Sully au pouvoir, mais à Sully dans la retraite. Aucun document nous parlant du Grand Dessein, dans son extension, n’a été écrit sous le règne de Henri IV; ils ont tous été fabriqués sous le règne de Louis XIII, entre 1620 et 1635.» (Ibíd., p. 83). 23 Los planes de reducir la potencia de los Habsburgo «répondent assez bien à ce que nous savons du caractère du monarque et de ses sentiments de haine contre les Espagnols.» (Ibíd., p. 40). 24 L. Avezou, o. c., pp. 167-168. La crítica de Pfister es seguida por otros investigadores alemanes: C. A. Cornelius, M. Ritter, M. Philippson, T. Kükelhaus. Cf. Ibíd., p. 440. 25 De entre los múltiples autores que ven en el plan de Enrique IV-Sully un modelo para la posteridad, mencionaremos a tres importantes políticos de épocas distintas: Thomas Paine, Simón Bolívar y Winston Churchill. T. Paine, en la conclusión de la primera parte de los Derechos del hombre (Alianza, Madrid, 1984, p. 147), menciona el plan de Enrique IV para abolir la guerra en Europa y acaba defendiendo, bajo la inspiración del proyecto del Borbón, la constitución de un «Congreso Europeo que patrocine el progreso del gobierno libre y promueva la civilización de las naciones.» (Ibíd., p. 149). En 1826, en la apertura del congreso interamericano de Panamá, el Grand Dessein es recordado en el contexto en que Simón Bolívar sugiere la creación de una asamblea común encargada de la política exterior, así como de una armada y una marina americanas. También W. Churchill, en 1948, durante el Congreso de La Haya, rinde homenaje al proyecto francés: «au roi Henri IV de Navarre, roi de France qui, avec son grand ministre Sully, dans les années 1600 à 1607, travailla à promouvoir un comité permanent réunissant les quinze —maintenant nous sommes seize— nations chrétiennes dirigeantes de l’Europe. Cet organisme était destiné à arbitrer tout conflit de religion, de frontière, de guerre civile, et à organiser une action commune contre tout danger venant de l’Est, c’est-à-dire, alors, de la Turquie. Il l’avait dénommé le Grand Dessein. Nous sommes les serviteurs du Grand Dessein.» (Cit. en L. Avezou, o. c., p. 498).

ter21. En opinión de este investigador, todo lo relativo a la paz universal y confederación de quince Estados es fruto de la imaginación del Sully anciano, quien fue concibiendo el proyecto poco a poco durante sus largos años de retiro22. Pfister reconoce, no obstante, que la voluntad de reducir el poder de los Habsburgo constituía un principio general de la política exterior francesa desde los tiempos de Francisco I23. La exageración de Sully consistió en sintetizar las conversaciones con el rey en un vasto plan ordenado y de apariencia racional24. La crítica de los historiadores nos permite llegar a la conclusión de que, como máximo, el ministro de Enrique IV tiene el mérito de haber concebido una utopía paneuropea que ha inspirado a futuros proyectos de unión europea e internacional25. El cuestionamiento de la realidad histórica de los episodios contados por las ER, y en particular el del Grand Dessein, no debiera, sin embargo, hacernos ignorar que nos encontramos ante una fuente literaria esencial para conocer el pensamiento político del siglo XVII y el contexto ideológico en el que se desarrolla la Paz de Westfalia.

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26 C. L. Lange, o. c., p. 441. 27 Cf. A. Puharré, o. c., pp. 84-85.

Hay una primera redacción manuscrita —y no editada— de las ER que fue acabada en 1617: en esta versión todavía no hay ninguna referencia al Gran Proyecto de Enrique IV, y, aunque la política del rey tiene objetivos ambiciosos, son bastantes realistas y por ello realizables. Se trataba entonces de lograr la supremacía de Francia; reducir España a la península ibérica; restar buena parte del poder e influencia de Austria; y repartirse los despojos de las dos casas de Habsburgo entre diversos príncipes. No se sabe por qué no se publicó esta versión. Lange apunta que quizá porque Sully no quería comprometer su futuro político, que, por lo demás, prácticamente acabó con la muerte del rey26. En los veinte años siguientes a la primera versión de 1617, el duque irá introduciendo todos los elementos esenciales del Gran Proyecto. Es cierto que las fórmulas aquí empleadas, paix universelle o République crestienne, se encuentran a menudo en la literatura francesa —y no sólo— de principios del siglo XVII, pero lo que hace original al plan de Sully son los medios en los que ha pensado para llevarlo a término. Entre los antecedentes de este plan se podría mencionar algunas obras que, si bien no son citadas por el exministro, suponemos que conocía. En primer lugar podríamos referirnos a De recuperatione terre sancte (1306), obra en la cual Pierre Dubois proyecta una confederación de reinos independiente de la tutela papal e imperial, y cuyo principal órgano debía ser un concilio laico integrado por representantes de «la République très chrétienne» y encargado de solucionar los posibles conflictos que surgieran entre sus componentes. Pensamos que Sully podría haber conocido este proyecto porque fue impreso por primera vez por Bongars, otro consejero calvinista de Enrique IV, en su Gesta Dei per francos27. Igualmente podría haber recibido la influencia de Hugo Grocio, a quien Enrique IV había acogido en su corte. Recuérdese que el holandés, en su obra magna dedicada al francés Luis XIII, De iure belli ac pacis (1625), sostenía que las potencias cristianas deberían crear una asamblea encargada de dirimir sus litigios. Sin embargo, las ER no se inscriben dentro de una teoría general del derecho, como la de Grocio, ni en el marco de las reflexiones teóricas sobre el ius gentium, ni aún menos pueden ser incluidas dentro del género de la utopía. Más bien se presentan como el resultado de las realistas reflexiones de un monarca o de un ministro. Esto le separa de otros proyectos de la época como el ya aludido de Émeric de Crucé, que sin duda, aunque no lo mencione en ningún momento, también debió conocer el duque. La diferencia entre el plan de Crucé y el del ministro calvinista de Enrique IV es semejante a la que se da entre un humanista y un politique. Esto es, a la diferencia entre, por un lado,

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28 Cf. C. L. Lange, o. c., p. 458. 29 Los capítulos esenciales para seguir el Gran Proyecto son «Lettre de M. de Sully au Roi, touchant ses magnifiques desseins»; «Développemen du projet de pacification générale, et de Confédération européenne»; «Nouveaux développemens du projet de confédération européenne»; y sobre todo «Suite des développemens du projet de confédération».

Sólo si se producía previamente un nuevo orden europeo podría construirse la anhelada gran confederación europea, los Estados Unidos de Europa. Según una reconocida especialista en este periodo como Goyard-Fabre, el plan era una expresión política del deseo imperialista de Francia, ya que atribuía a esta nación un poder directivo que le aseguraba la preponderancia en

3. La reordenación territorial de Europa

un filósofo que, situado en la línea del pacífico príncipe cristiano de Erasmo o del Guillaume Postel de De orbis terrae concordia (1542), cree poder conciliar dominaciones y confesiones muy heterogéneas; y, por otro, un politique que lucha por imponer un nuevo espacio homogéneo integrado por Estados soberanos que han de tender a la igualdad y al consiguiente equilibrio. La federación de Sully es muchísimo menos compleja que la de Crucé, y por ello más moderna, lo cual no es necesariamente sinónimo de mejor. Más allá de que el gran plan de paz europea fuera una invención del ministro, queremos insistir en que sí contenía dos aspiraciones que habían sido las de Enrique IV y serán las de sus sucesores: disminuir el potencial de la Casa de Austria, pues, desde el comienzo de su reinado, el Borbón había emprendido una política dirigida contra la influencia de los Habsburgo; y, en segundo lugar, vencer a los turcos y devolverlos a Asia. Sully señala que, para llevar a término el Gran Proyecto, existían tres grandes obstáculos28: la general depravación del ser humano; el que parece ser el obstáculo más grave, la amplia dominación de la Casa de Austria; y la gran diversidad de opiniones en materia religiosa. Los dos últimos obstáculos los trataremos en los apartados siguientes. En relación con el primero, la fragilidad humana, sostenía —muy en la línea calvinista— que era preciso contentarse con establecer equitativa y amistosamente ciertos límites para cada una de las dominaciones de la república cristiana y crear un orden internacional permanente. El ministro del rey no creía que sólo las instituciones pudieran acabar con la depravación humana, pero sí eran medios potentes para conseguir su mejora. Teniendo ello en cuenta, Sully nos dice que los puntos fundamentales del Gran proyecto, y que vamos a desarrollar a continuación29, eran tres: dar una extensión y poder semejantes a los Estados europeos y establecer límites y fronteras inmutables entre ellos; establecer un consejo federal que resolviera los eventuales conflictos entre los soberanos; y, por último, admitir las grandes religiones cristianas.

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30 S. Goyard-Fabre, La construction de la paix ou le travail de Sisyphe, Vrin, París, 1994, p. 97. 31 La reducción de la potencia de la Casa de Austria es un interés francés de larga duración, pues sigue todavía presente en los publicistas del siglo XVIII, aunque ahora el peligro ya no proceda de España. Así, el marqués d’Argenson, con el fin de legitimar la coalición organizada para evitar las pretensiones de María Teresa al trono de Bohemia, no dudará en aludir al Gran proyecto: «suivant ce plan, il ne s’agissait pas moins que d’exécuter le fameux projet de Henri IV dont il est parlé dans les Mémoires de Sully: chasser la nouvelle maison d’Autriche hors d’Allemagne et la renvoyer en Hongrie, nous rendre les distributeurs des États héréditaires par un nouveau partage, et ne rien garder pour nous.» (Cit. en L. Avezou, o. c., p. 171) 32 Así se expresa F. Ancillon (Tableau des Révolutions du système de l’Europe, 1803, cit. en A. Puharré, o. c., p. 90): «enlever à la Maison d’Autriche toutes ses possessions, ne lui laisser que l’Espagne et ses colonies, c’était trop l’affaiblir et donner aux autres des justes craintes contra la prépondérance de la France, qui, au nom de la liberté générale, aurait exercé en Europe une véritable dictature.» 33 El fragmento desicisivo es el siguiente: «[…] qu’on nous rende un Henri IV et un Sully, la paix perpétuelle redeviendra un projet raisonnable; ou plutôt, admirons un si beau plan, mais consolons-nous de ne pas le voir exécuter: car cela ne peut se faire que par des moyens violents et redoutables à l’humanité. On ne voit pas de ligues fédératives s’établir autrement que par des révolutions; et sur ce principe, qui de nous oserait dire si cette ligue européenne est à désirer ou à craindre? Elle ferait peut-être plus de mal tout d’un coup qu’elle n’en préviendrait pour des siècles.» (J.-J. Rousseau, «Extrait…», en Œuvre politique de J.-J. Rousseau, París, 1821, p. 200, cit. en A. Puharré, o. c., p. 77).

Europa. Añade Goyard-Fabre que es una aberración valorar este plan como un proyecto o utopía pacifista30: está lleno, por el contrario, de realismo calculador y de una voluntad de poder que en la época tiene innegables acentos maquiavelianos. A juicio de esta historiadora, aquella interpretación desviada se impuso en buena parte por la lectura del abad de Saint-Pierre. El proyecto contenía dos aspectos diferentes: el esencial consistía en establecer una coalición entre los Estados europeos para acabar con la hegemonía de la Casa de Austria31; el segundo, de menor importancia y sobre el que Sully demuestra no haber pasado de un simple esbozo, implicaba el establecimiento de una federación de Estados cristianos, una vez eliminado el peligro de la monarquía universal de la Casa de Austria. Pues bien, el abbé de Saint-Pierre convirtió en esencial lo que para Sully sólo era secundario, lo cual es comprensible si tenemos en cuenta que, en los tiempos del abad, Francia era una mayor amenaza para el desequilibrio de Europa que los Habsburgo. La tesis de Goyard-Fabre se sitúa en el extremo opuesto de la versión legendaria y es convergente con la de aquellos historiadores que, como Friedrich Ancillon, veían en el Gran Proyecto un arma al servicio de los planes hegemónicos franceses32. También es cierto que hasta un defensor del admirable plan del abbé de Saint-Pierre como Rousseau terminaba cuestionando el carácter pacifista del proyecto. En su opinión, la liga europea no podría llevarse a cabo sin una revolución o una guerra que destruyera el statu quo, esto es, sin hacer uso de medios violentos y nada humanitarios33.

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34 Entre los fragmentos en los que Sully destaca la generosidad del rey francés, pueden leerse los siguientes: «vostre genereuse resolution de vouloir tout pour les autres et rien pour vous»; «la genereuse resolution que vous avez prise de ne vouloir jamais conquerir terres, païs ny peuples d’autruy, ny donner plus d’estenduë à vostre royaume que celle qu’il a maintenant.» (ER, p. 151).

Sully insiste mucho en la idea de que, entre todos los potentados de la Europa cristiana, debe tenderse a «la igualdad de poder, reinos, riquezas, extensión y dominación» (ER, p. 151). Pero, en el fondo, parece conformarse con una mayor igualdad en extensión territorial y riquezas entre las monarquías hereditarias, pues sólo de esta manera será posible una confederación y los débiles no temerán ser oprimidos por los grandes. Es decir, únicamente con una mayor homogeneidad entre las grandes potencias se evitará el peligro de que una de ellas —en la mente sobre todo tenía la Casa de Austria— pueda dominar la República cristiana. Un corolario de ello es la propuesta de que los asociados tengan entera libertad comercial, tanto sobre la tierra como sobre los mares de Europa. Falta saber, no obstante, si dicha libertad debía aplicarse fuera del territorio europeo, en América, pues resulta incuestionable que esta libertad habría supuesto un enorme perjuicio para España. Tras lograr una mayor igualdad entre las potencias europeas, y con el fin de que en el futuro desaparezca la guerra en el territorio de la nueva res publica christiana, el ministro añade que se debe establecer fronteras o límites precisos y definitivos, así como arreglar equitativamente la diversidad de derechos y pretensiones de cada uno de los Estados cristianos. Es preciso destacar asimismo el papel central que desempeña Enrique IV en este proyecto de paz. El rey francés aparece como el gran árbitro y conciliador de Europa. Papel que venía realizando desde 1600, como demuestra su arbitraje en el asunto del obispo de Estrasburgo, en la querella por la sucesión al trono de Suecia, en la paz de Saint-Julien entre Ginebra y el duque de Saboya o en su intervención para poner fin a las diferencias entre Venecia y el Papa. No debiera entonces extrañar que Sully quisiera que el rey siguiera desempeñando dentro de la República cristiana esta función arbitral. Para ser aceptado en este rol, Sully sabe que antes debe convencer a las demás potencias que no pretende aumentar su extensión territorial, y que menos aún aspira a la hegemonía o monarquía universal34. De esta manera, el rey invita al resto de las grandes potencias a que hagan algo parecido. No desea ninguna prerrogativa ni títulos, salvo el de ser «protector y defensor de todas las libertades legítimas o legitimadas por una larga posesión o aprobación universal» (ER, p. 151). Esa es la retórica necesaria para persuadir de un proyecto, cuya primera fase exige la derrota de España y, por consiguiente, el triunfo de Francia.

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35 Père Joseph, E. de Rohan, Del interés de los Estados, Tecnos, Madrid, 1988, p. 74. Rohan, que se había casado con la hija del duque de Sully, no dudó en defender a su suegro en sus memorias, aparecidas en 1644. En ellas había incluido largos extractos de las ER bajo el nombre de «Précis de la régence de Marie de Médicis et du règne de Louis XIII jusqu’en 1628». Las memorias también defienden a Sully en relación con el oscuro episodio de su dimisión. Sostiene así Rohan que los ministros Sillery, Villeroy y Jeannin odiaban a su suegro por ser «un homme si exact en ses charges qu’il leur en faisoit honte»; que los grandes, siempre indiferentes al bien del Estado, le reprochaban ser «trop bon ménager du trésor public»; y que los príncipes protestantes, los Condé, Soissons o Bouillon, tenían motivos de orden privado para buscar la ruina de Sully. Cf. L. Avezou, o. c., p. 124. 36 Sully, un calvinista francés, comete, no obstante, el exceso de llamar hugonote al bando protestante y reformado. 37 Duque de Sully, Mémoire des sages et royales oeconomies d’Estat […] de Henri le Grand, vol. 1, ed. Michaud y Poujoulat, París, Ed. du commentaire analytique du Code Civil, París, 1837, p. 480. Trad. A.R. 38 «[…] repousser la violence des iniques, et opposer la force à la force, et la ruse à la ruse […]» (Ibíd., p. 464).

España es la pieza fundamental del nuevo orden europeo. El proyecto de paz supone acabar con toda amenaza de monarquía universal, y esto solo puede significar, desde el punto de vista francés, reducir —en palabras del ministro— «la demasiada potente y excesiva dominación, ambición y presunción de toda la casa de Austria» (ER, pp. 151-152). En este punto converge el interés de Europa con el de Francia; y aquí Sully se halla muy cerca del célebre escrito sobre los intereses estatales de su yerno, Enrique de Rohan, el que fue, tras la muerte del Borbón, líder del bando hugonote. Rohan, en De l’interest des princes et Estats de la Chrestienté (1634), señalaba que Francia estaba abocada a ejercer de contrapeso de España, la cual deseaba convertirse en dueña y «alzar en occidente el sol de una nueva monarquía»35. Este esquema de la división dual de Europa reaparece en la parte de las ER donde Sully cuenta su entrevista con James I, si bien se trata de dos facciones religiosas, la católica y la protestante36. Sully advierte que la Liga católica de la cristiandad, «enteramente llevada por la turbulenta orden de los jesuitas, tiene como objetivo ver la monarquía cristiana en la corona de España y destruir todo lo que le pueda contrariar»37. De ahí que —como en otro fragmento nos ha dicho Sully en términos maquiavelianos— sea necesario hacer uso de las artes del león y la zorra, es decir, oponer «la fuerza a la fuerza y la astucia a la astucia»38. En opinión del duque, la reducción de la excesiva dominación de la casa de Austria debe servir para lograr una mayor igualdad entre los Estados. Por eso lo expoliado a los Austrias no deberá beneficiar ni a Francia, Inglaterra, Dinamarca o Suecia, ni a las otras grandes monarquías hereditarias. Será distribuido, por el contrario, entre los Países Bajos, Alemania, Venecia y Saboya. Veamos a continuación los cambios que son necesarios para crear la república muy cristiana de Europa. Primero se debe restituir el carácter netamente

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39 Sully establece que serán siete los electores (aunque después dirá que son ocho, una contradicción más): estados (clero, nobleza, pueblo) y ciudades de tales países; Papa; Emperador; rey de Francia; rey de España; reyes de Inglaterra, Dinamarca y Suecia conjuntamente; y las repúblicas belga y suiza conjuntamente. Debe también aumentarse la extensión de Hungría añadiendo el archiducado de Austria y los condados de Estiria, Corintia y Caniole, y después Transilvania, Eslovenia, Bosnia y Croacia.

electivo al imperio, e impedir asimismo que haya dos emperadores seguidos pertenecientes a la misma dinastía, como ha sucedido hasta ahora con la Casa de Austria. En segundo lugar, la dominación de España en Europa se ha de reducir al «continente de las Españas», comprendida Navarra, las islas de Cerdeña, Baleares y Azores. En tercer lugar, se debe liberar a los Países Bajos de la dominación española y lograr que las diecisiete provincias se constituyan en una sola. En cuarto lugar, la Casa de Austria no debe impedir que los cantones suizos se constituyan en una sola república y que se añada a esta el Tirol, Alsacia y el Franco-Condado. Tampoco debe impedir que Hungría y Bohemia se constituyan en reinos perpetuamente electivos39. Otro punto esencial debe ser la solución de las diferencias entre España y Francia en relación con los reinos de Navarra, Nápoles, Sicilia y el condado del Rosellón. Para resolver el conflicto, Sully piensa que el Papa y Venecia deberían actuar como árbitros. El duque añade —en una obra elaborada antes del intento de separación de Cataluña en 1640— que el rey francés debería ceder definitivamente al español el reino de Navarra y el condado del Rosellón, pero a condición de que el reino de Nápoles se lo entregara al Papa y el de Sicilia a Venecia, ya que esta última tiene otros territorios lindantes con el turco. Por lo demás, Italia debe dividirse en cuatro grandes dominaciones o Estados: Roma (bajo la autoridad del Papa), Venecia, Lombardía y la denominada República Italiana que debe reunir territorios como Génova, Florencia, Mantua, Módena, Parma, Lucca y otros pequeños principados. Finalmente, Polonia ha de ser un reino electivo, así como aumentar en extensión y potencia para que pueda contener las amenazas de invasión procedentes de turcos, rusos y tártaros. Sully no quiere admitir a Rusia en su república cristiana por las siguientes razones: el imperio ruso se extiende hasta Asia, y, si se integrara en la confederación europea, habría que mezclarse en los complicados asuntos de tártaros, turcos y persas; aparte de que sería muy costoso asistir a Rusia en los conflictos con estos imperios. Se compone de naciones tan diversas, salvajes y bárbaras que difícilmente podrían acomodarse y asociarse con las europeas. Varios de sus pueblos están endurecidos por los viejos errores del paganismo, lo cual les convierte en incompatibles con los pueblos europeos. Y el ortodoxo cristianismo ruso, parecido al de los cristianos asiáticos, armenios y griegos, no coincide con ninguna de las tres confesiones cristianas admitidas. En con-

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40 «[…] les jonctions et usurpations de tant de diverses seigneuries si esloignées ont souvent embarrassé en de grandes et longues guerres et de si excessives dépenses, que sans la découverte des Indes, lesquelles fournirent au roy d’Espagne de l’or et autres richesses en grande abondance, ils eussent esté reduits à deduire leur propre Estat et charger les peuples d’iceluy d’exactions insupportables.» (ER, p. 347). 41 Algo parecido sostiene el ministro español D. Saavedra Fajardo en su Idea de un príncipe político-cristiano representada en cien empresas, Real Academia Alfonso X el Sabio, Madrid, 1994, p. 630. 42 El duque de Saint-Simon sostenía que dejar las Indias a España suponía convertirla en dueña del comercio de toda Europa, y añadía que quien tiene todo el comercio tiene pronto todo el dinero y la capacidad para alcanzar la monarquía universal. Cf. A. Puharré, o. c., p. 91.

Tras esta reorganización, la República cristiana europea estará compuesta por quince potencias o «dominaciones soberanas». Reconoce el autor de las Œconomies Royales que cada potencia o dominación debe tener la forma de gobierno que más le convenga, sea monárquica, aristocrática, democrática o mixta. En realidad, la futura confederación estará integrada por tres tipos

4. La estructura de una confederación europea

clusión, es tanta la heterogeneidad con las potencias europeas que, en principio y mientras no haga gestos de acercamiento, Rusia debería permanecer al margen de la confederación. Para que el Gran Proyecto pueda tener alguna posibilidad de realizarse es necesario que el Papa —con lo cual el calvinista demuestra una vez más su pragmatismo— se convierta en el principal árbitro y sirva de mediador con la Casa de Austria (ER, p. 341), si bien Sully confía en que los otros potentados ayuden en esta tarea. Resulta fundamental que se haga comprender a la propia España que, pese a la reducción de sus territorios en Europa, saldrá beneficiada y fortalecida, ya que dejará de gastar buena parte de sus riquezas en mantener territorios de los que obtiene pocas ventajas. Debe entender que las conquistas alejadas y que afectan a soberanos europeos (esto es lo decisivo, y no tanto el que sean alejadas), más que ampliar y fortalecer un Estado, lo debilitan y siembran las bases de la destrucción40. Con los nuevos límites que ofrece a España el Grand Dessein, ninguna de sus partes podrá ser disputada por otros Estados, y, por tanto, ya no deberá gastar dinero en defender y conservar sus territorios europeos41. Por lo demás, todavía le quedarán inmensas tierras y tesoros fuera del viejo continente (ER, p. 341), en África, América y Asia. Sully no tiene ningún inconveniente en dejar intactas estas posesiones, lo que para algunos publicistas como el duque de Saint-Simon no dejará de ser peligroso y contradictorio con los fines del proyecto42. Está claro que en tiempos de Sully, y poco antes de la Paz de Westfalia, la clave del orden internacional es el suelo europeo.

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43 Para J. Althusius (Política, CEC, Madrid, 1990, pp. 614-616), todo régimen político, con independencia de la modalidad de gobierno adoptada, es finalmente «temperado y mixto».

de regímenes: electivos, monarquías hereditarias y repúblicas o Estados con base popular. Los electivos son Papado (Roma), Imperio (Alemania), ducado de Venecia y las monarquías de Hungría, Polonia y Bohemia; las monarquías hereditarias, Francia, España, Gran Bretaña, Dinamarca, Suecia y Lombardía; y los Estados con base popular, Países Bajos, Suiza y República Italiana. Más allá de la igualdad formal entre los Estados, resulta indudable que, de acuerdo con el Gran Proyecto, en Europa tenemos ocho grandes potencias: las seis monarquías hereditarias, el Papa y el Emperador. Entre sus facultades, se halla la elección de los reyes de Hungría, Polonia, Bohemia y el ducado de Venecia. Configuran una especie de Concert Européen cuya influencia es fundamental sobre la política exterior e interior de todos los Estados de la república cristiana. No obstante, las potencias fundamentales, y entre las que sí debe haber una efectiva igualdad en territorios y riquezas (ER, p. 347), son los tres reinos hereditarios de Francia, España y Gran Bretaña, pues la posición del Papa y del Emperador, que ahora son cargos plenamente electivos, resulta más precaria, y Dinamarca, Suecia y Lombardía no tienen la envergadura de los otros reinos hereditarios. Aunque el duque de Sully admite todas las formas clásicas y legítimas de gobierno, ha de haber una cierta homogeneidad en el sentido de que no caben regímenes corrompidos y tiranías. Sea cual sea el régimen, el gobierno debe mandar «tan amistosamente» que los súbditos obedezcan voluntariamente y con agrado. Está claro que la homogeneidad no se produce en relación con la modalidad de gobierno, pero tampoco parece que estemos ante la heterogénea constitución mixta propuesta por Althusius para el Imperio alemán43. A diferencia de la althusiana, la República cristiana europea se compone de iguales Estados soberanos. Sully no ha pensando ni en atribuir la soberanía al pueblo europeo, ni en un magistrado supremo o gobierno, como el que existe en la althusiana consociatio symbiotica universalis, ocupado en componer partes heterogéneas. De modo similar a Jean Bodin, el duque reconoce la existencia de varios tipos de soberanía o Estados, mientras que Atlhusius, sea cual fuere el régimen, siempre atribuye la summa potestas —que es algo muy distinto de la soberanía moderna— al pueblo. Creo que el modelo confederal de Sully está muy lejos del que podría haberle proporcionado el también calvinista Althusius. Lo decisivo es que la constitución mixta y el gobierno althusianos están pensados para ordenar un conjunto heterogéneo, y, en cambio, Sully insiste mucho en la igualdad, y no sólo de derechos, de las quince dominaciones. Por lo demás, al subrayar la necesidad de una mayor igualdad en territorios y riqueza, parece abrir la posibilidad de que la soberanía west-

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44 S. D. Krasner, Soberanía, hipocresía organizada, Paidós, Barcelona, 2001. 45 ER, p. 350. La anfictionía era una liga o confederación de ciudades vecinas reunidas alrededor de un santuario que administraban en común. Los miembros de una anfictionía pertenecían siempre a la misma región, y su carácter religioso la diferenciaba de la Symmachia, la cual era una unión de carácter solamente militar. A pesar de que no constituían una liga política, algunas anfictionías, como la de Delfos, ejercieron el papel de árbitros para superar las diferencias entre las ciudades anfictiónicas, o bien lograron que sus guerras fueran menos crueles. 46 En la primera versión, el Consejo común (ER, p. 217) está compuesto por sesenta y cuatro miembros elegidos de esta manera: Papa, Emperador y reyes de Francia, España, Gran Bretaña, Dinamarca, Suecia, Polonia y señorío de Venecia nombran cada uno cuatro personas excelentes por su probidad, espíritu y juicio (en total, treinta y seis); mientras que los reyes de Hungría, Bohemia, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Suiza, Países Bajos, duques de Florencia, Milán, Saboya, Mantua, Parma, Módena y Génova, nombrarán cada uno a dos (en total, veintiocho). Es de destacar que en estos capítulos la distribución entre las dominaciones no coincide con las quince posteriores. Añade Sully que el consejo tendrá tres residencias: Cracovia, Trento y París. Cuando debe entrar en los detalles todo se embrolla, pues cita Estados que en la primera enumeración no figuraban, como Tirol, etc. 47 El Consejo del Cyneas de Crucé reúne a embajadores de diferentes partes del mundo para arbitrar los litigios que surjan entre los Estados. El lugar más cómodo donde establecerlo es, según Crucé, Venecia, por su neutralidad y su situación entre las monarquías más importantes de la tierra. Sus miembros son los siguientes: el Papa, en razón de su vocación ecuménica, ocuparía el primer rango; el emperador de los turcos tendría el segundo lugar; después, según «un orden razonable», estarían el emperador de Alemania, los reyes de Francia, España, Persia, Tartaria, China, y también Gran Bretaña, Polonia, Dinamarca, Suecia, Japón, Marruecos y otros monarcas de las Indias y de África. Dentro de este consejo, que funcionaría como una corte de justicia, los embajadores expondrían las quejas de sus señores, y los demás diputados juzgarían sin pasión. En el caso de que algún monarca rechazara el juicio del consejo, se prevén sanciones, aunque Crucé no es muy preciso en ese punto. Cf. S. Goyard-Fabre, o. c., p. 94.

faliana no sea un simple principio formal o, como dice Krasner, un principio hipócrita44, si bien en la práctica termina reconociendo la desigual potencia de los Estados. Para que la «República muy cristiana» subsista siempre de forma pacífica, las ER esbozan una estructura confederal. Tras aludir al ejemplo de las griegas anfictionías45, ejemplo que se convertirá en habitual y que reencontramos en el abbé de Saint-Pierre, propone crear siete consejos. En esta materia se nota que estamos ante un esbozo porque Sully incurre en bastantes contradicciones. Así, en un capítulo nos dice que el consejo general estará compuesto con igualdad proporcional por las quince dominaciones, mientras que en otro distingue entre grandes y pequeñas potencias, aparte de que tampoco parece tener claro el número de sus componentes. Veamos la segunda versión, la que parece más perfecta 46. En primer lugar, la confederación europea debe tener un gran Consejo, ya esbozado por Crucé47, encargado de dirimir todos los proyectos y conflictos que conciernan a los quince. Al tratar sus competencias es muy vago porque tan sólo comenta que se convierte en el árbitro de las diferencias surgidas entre los miembros de la república cristiana, y que sus atribuciones son políticas, económicas y

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48 Cf. A. Rivera García, «Cambio dinástico en España: Ilustración, absolutismo y reforma administrativa», en E. Bello y A. Rivera (eds.), La actitud ilustrada, Biblioteca Valenciana, Valencia, 2002. 49 Así lo confiesa en este fragmento: «Encore que cét estat n’ait fait qu’en simple project, afin de pouvoir estre changé et reformé, selon que les mieux entendus le jugeront plus à propos». (ER, p. 352).

jurisdiccionales. Este consejo general estará compuesto por cuarenta personas muy cualificadas. Con respecto a su elección, Sully se limita a decir que el Papa, el emperador, Francia, España y Gran Bretaña eligen cada uno a cuatro personas, con lo que ya podemos imaginar que estamos ante las potencias principales. Se puede presumir, no obstante, que las diez restantes han de elegir cada una a dos representantes. Por último señala que el consejo será itinerante, si bien el lugar de su residencia —fijado de año en año por una de las quince dominaciones— debe coincidir siempre con una de las catorce ciudades especificadas por Sully, y que se sitúan en la Europa central (ER, p. 350). Junto al gran consejo general existirán otros seis particulares encargados de tratar las necesidades y reivindicaciones de diversos países de la federación. En realidad son consejos territoriales. Sully nada dice de su composición, pero sí indica el lugar de residencia (Dantzig, Nuremberg, Viena, Bolonia, Constanza y una sexta a elegir por Francia, España, Gran Bretaña y Países Bajos), así como los países que serán sometidos a la jurisdicción de cada uno de estos consejos particulares (ER, pp. 350-351). El más importante es el sexto porque debe resolver los asuntos de Francia, España, Gran Bretaña y Países Bajos. Y con respecto a sus competencias, sabemos que, como el consejo general, deben ser capaces de decidir sobre todas las pretensiones y diferencias de opinión que surjan entre los dirigentes (grands potentats) y el pueblo. No sabemos más de este sistema internacional polisinodial, aunque es de temer que pudiera ser tan farragoso e ineficiente como los consejos desarrollados bajo el gobierno de los Austrias españoles48. La estructura en consejos de la confederación de Sully es lo que más interesaba al abad de Saint-Pierre, quien —no se olvide— escribió el libro La polysynodie, ou l’avantage de la pluralité des conseils; libro que se iniciaba con una máxima atribuida a Salomón: ubi multa consilia salus. Desde luego, esto no parece ajustarse a la simplificación, empezando por la manera de concebir la administración, que propugna la filosofía política moderna sustentada sobre el concepto de soberanía. De ahí que debamos preguntarnos si el duque se ha tomado lo suficientemente en serio la estructura polisinodial, o si más bien forma parte de la propaganda necesaria para conseguir un nuevo orden europeo. Por supuesto, Sully reconoce el carácter provisional de su plan49, y agrega que el reglamento de la confederación «sólo debe ser propuesto, deliberado y concluido en una asamblea general de los quince asociados de la

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50 «Yo más bien creo, en honor a la devoción de nuestros reyes, que, al no haber podido lo que querían», una Francia religiosamente homogénea, «han fingido querer lo que podían» (M. de Montaigne, Ensayos II, Cátedra, Madrid, 1987, 19, p. 424), esto es, permitir la libertad de conciencia. Pues «cuando uno se resiste al crecimiento de una innovación que viene a introducirse con violencia, es peligroso y desigual compromiso, mantenerse siempre firme y dentro de las reglas en todo [...]; sería quizá más sensato agachar la cabeza y ceder un poco al ataque, que no, por obstinarse más allá de lo posible en no abdicar, dar ocasión a la violencia de pisotearlo todo.» (Ensayos, I, o. c., 23, pp. 172-173). Algo muy parecido sostiene E. Crucé (Le nouveau Cynée, cit. en A. Puharré, p. 87): «Les sages princes s’opposent aux nouvelles religions qui veulent prendre pied, mais ils endurent celles qui ont déjà pullulé et tiennent ferme par la racine.»

El Gran Proyecto propugna la conciliación religiosa en Europa sobre la base del reconocimiento de tres confesiones: católica, protestante y reformada (calvinista). Sully coincide con los humanistas Montaigne o Crucé y con los politiques cuando argumenta que, como tienen una extensión y potencia similar, es mejor tolerarlas que tratar de imponer la verdadera a través de la guerra50. De ahí que las caritativas palabras de Sully —es preciso «testimoniar más bien amor, piedad y compasión hacia los de la religión contraria que odio» (ER, p. 153)— también puedan ser consideradas fruto de un cálculo político que, sin embargo, era condenado por las más intransigentes posiciones confesionales. El proyecto no se limita a esta genérica aceptación de las tres confesiones, y nos dice lo siguiente sobre la religión que debe regir en cada dominación. En Italia, es decir, en los Estados de Roma, Venecia, Lombardía y República italiana, sólo se admitirá la religión católica mientras no crezca el número de seguidores de las otras dos confesiones. Ahora bien, protestantes y reformados no deben ser perseguidos en su persona y bienes. A ellos les da el Gran Proyecto una doble opción: o bien salir del país con todos sus bienes (ius emigrandi); o bien sujetarse a la religión católica. Sólo si el número de los fieles de las otras dos confesiones aumentara, entonces se podría apelar a los consejos de la república cristiana para que decidieran si se debe tolerar los otros cultos. En Gran Bretaña, Dinamarca, Suecia y España sólo se permite el culto de una sola confesión. Francia parece ser la excepción a la regla de la homogeneidad religiosa porque admite la católica y la calvinista, pero, al señalar que en virtud de los edictos sólo es tolerada en determinados lugares la religión

5. Religión nacional y tolerancia de las tres confesiones cristianas

república muy cristiana» (ER, p. 352). Tenemos así la impresión final de que el ministro calvinista de Enrique IV se ha esforzado sobre todo en pensar la nueva redistribución territorial, y que en relación con la futura organización confederal de Europa nos ofrece únicamente vaguedades.

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51 «Quant à la France elle n’est mélangée que de deux religions, dont la plus faible subsiste sous le bénéfice de certains édits.» (ER, p. 216). Sugiere, sin embargo, más adelante que la supervivencia de la religión más débil es algo excepcional y que resulta aconsejable la existencia de un solo culto público (ER, p. 349). 52 Cf. A. Rivera García, «Los orígenes del absolutismo francés: golpes de Estado y neutralidad religiosa», en Res publica, n.º 5, 2000, pp. 133-153. 53 «Afin aussi de ne tomber pas dans un libertinage esventé au choix de quelque particulier en matiere de foy et creance.» (ER, p. 349).

minoritaria51, la de los hugonotes, apunta —en nuestra opinión— a la provisionalidad de estas medidas. El proyecto de Enrique IV, asumido por Sully, consistía en crear una nueva iglesia galicana que reuniera a católicos y protestantes52. En Alemania, Hungría, Bohemia, Polonia, Suiza y Países Bajos habrá también unidad confesional, pero la religión nacional —si se permite estas palabras que no son las utilizadas por Sully— coincidirá con la que sea mayoritaria en cada dominación. No obstante, si aumentara el número de seguidores de las otras dos confesiones, en todos estos casos se podría seguir una solución parecida a la de Italia. Sully, que en esto demuestra su —como mínimo— proximidad con las posiciones politiques, considera decisivo que protestantes y reformados, aunque rechacen al Papa como jefe de la Iglesia, sí lo reconozcan como un gran y potente príncipe. La cabeza del bando católico reúne todas las cualidades y condiciones necesarias para ser incluido entre los árbitros soberanos de Europa, y, por tanto, entre las dominaciones que deciden en los mismos asuntos religiosos (ER, p. 350). El autor de las ER argumenta en favor del principio politique y neutral de la homogeneidad religiosa estatal (cuius regio, eius religio), esto es, de la necesidad de imponer un culto nacional. Por otro lado, aspira a alcanzar una especie de equilibrio político entre las tres confesiones cristianas admitidas dentro de la confederación europea. Estamos por ello lejos de la tolerancia liberal. No se trata entonces de admitir todas las religiones y de caer en el libertinaje que supone tolerar cualquier cosa en materia de fe y creencia53. Sully llega incluso a suprimir —como hacía el calvinismo ortodoxo— la tolerancia de las sectas disidentes, así como la que ya se daba en Polonia. Se trata, por el contrario, de salir de las controversias y de la guerra interestatal reconociendo —en Europa, pero no en cada uno de los Estados— las tres confesiones más poderosas. Y aquí, en esta posición de neutralidad religiosa, converge claramente el calvinismo francés representado por el ministro de finanzas con el pensamiento politique. Ciertamente, el proyecto de confederación pretende acabar con los enfrentamientos religiosos sin volver a la unidad católica premoderna. Ahora bien, ello no significa adoptar una postura irenista con respecto a la otra gran

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54 D. Saavedra Fajardo, o. c., p. 629. 55 «[…] afin de pouvoir par ce moyen décharger leurs Estats de leurs mauvaises humeurs» (ER, p. 351)

Es verdad que el Gran Proyecto adolece de contradicciones frecuentes, falta de claridad y de lagunas que son propias de un plan provisional. Nos encontramos, como sostiene el propio Sully, ante un simple esbozo. Ello se puede apreciar en el hecho de que nos ofrezca por lo menos dos versiones distintas de la misma estructura polisinodial de la confederación. Tampoco ha profundizado ni en la organización judicial ni en las sanciones que recibirían los Estados que no respetaran los acuerdos sobre los que se funda la confederación. Además, la ordenación confesional que propone es insuficiente y confusa, y la idea de una cruzada contra el turco es poco original, ya que formaba parte de la mentalidad de la época y sólo juega un papel secundario. Está claro que no es exactamente un proyecto pacifista porque implica una redistribución territorial que, a su vez, supone acabar con el excesivo dominio de la Casa de Austria. Y esto, a pesar de la retórica empleada por Sully acerca del arbitraje del Papa y de las otras potencias, difícilmente se puede hacer sin el uso de las armas. Es asimismo una unión cristiana que, aparte de

7. Valoración final: un proyecto de paz a la altura de 1648

religión, la islámica. Así, una vez obtenida la paz definitiva entre los europeos y la unión de las quince armadas, el duque expresa que se estará en condiciones de poder hacer continuamente la guerra a los turcos, y de este modo no sólo «conservar, sino también aumentar la extensión de la Cristiandad». Sully calcula incluso los medios militares (galeras, soldados, piezas de artillería, caballos, etc.) que cada dominación debería aportar (ER, pp. 351-352). Esta idea no es original de Sully. Desde el siglo XVI se insiste mucho en que los cristianos de diversas confesiones deben unir sus fuerzas para luchar contra el enemigo común, el infiel. Ya Vives, en 1526, en la obra De Europae dissidiis et bello turcio («De los conflictos europeos y la guerra turca») proponía una unión de los reinos de Europa para hacer la guerra contra los turcos. En las cartas auténticas de Enrique IV —no en las inventadas por Sully en sus Œconomies Royales— también se puede encontrar el proyecto de una cruzada contra los turcos. Por lo demás, conviene tener en cuenta que Sully, como buena parte de los publicistas de la época —pensemos en un Saavedra Fajardo54— y en contraste con el humanismo cristiano de un Crucé, considera beneficiosas las guerras para «descargar a los estamentos de sus malos humores»55. Pero, eso sí, sólo es buena la guerra desarrollada fuera de Europa, esto es, una verdadera guerra exterior. Las europeas son en el fondo guerras civiles o autodestructivas.

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56 S. Goyard-Fabre, o. c., p. 98. 57 El abate de Saint-Pierre aceptaba, en concreto, el orden internacional creado tras la Paz de Utrecht. 58 Según C. L. Lange (o. c., p. 475), aquí, en el plan de reorganización de Europa, se encuentra la principal contribución de Sully al debate internacional.

la paz interna, pretende hacer la guerra a los infieles. Pero, aun así, el Gran Proyecto —como reconoce Goyard-Fabre—56 contiene un tema audaz para el siglo XVII: no es una mera utopía o algo ilógico pensar en una paz duradera entre los pueblos cristianos de Europa y en una organización internacional encargada de conservarla. La redistribución territorial que debería darse como paso previo para conseguir la paz es realista. Mientras el proyecto humanista de Crucé, pero también el ilustrado del abbé de Saint-Pierre, asumían la idea de la conservación del statu quo entre los Estados57, Sully ha comprendido que ni se puede lograr un paz duradera ni crear una confederación europea, si antes no se rompe con las bases territoriales de entonces y se consigue una mayor homogeneidad58. Por supuesto, desde el punto de vista francés, esto significaba acabar con la amenaza hegemónica de la Casa de Austria. No deja de ser realista Sully cuando, en contraste con la complejidad premoderna, expresa que la nueva confederación debe estar compuesta por Estados soberanos jurídica y políticamente iguales, es decir, con parecida potencia económica y militar y también, dentro del continente europeo, semejante extensión territorial. ¿Y qué papel juega Enrique IV? Claramente, no puede ser su papel el de un simple defensor pacis, un defensor del statu quo. En la medida que contribuye a construir el nuevo orden internacional, ha de ser un creator pacis. Si nos atenemos a la letra, esta función es compartida por el resto de las grandes potencias, pero, si leemos entre líneas, creo que en el fondo Sully confía en que sea el rey francés el principal soberano y creador de la paz europea. El proyecto, aunque pueda parecer una alternativa a la Europa de Westfalia, asume buena parte de las convicciones que inspiraron la Paz. Sully pensaba que era decisivo respetar el principio del equilibrio entre las quince dominaciones, y, especialmente, entre las grandes monarquías hereditarias que, al final, se reducen a tres. Si bien la redistribución religiosa y territorial propuesta por Sully era demasiado radical, lo cierto es que los tratados de Westfalia consagraron el principio de arreglo confesional preconizado por el duque; y realizaron, al menos en parte, el plan de reducción de las dos ramas de la Casa de Austria. Suiza, que había luchado contra Austria y el duque de Borgoña, obtuvo el reconocimiento de su soberanía por las dos ramas de los Habsburgo. Los Países Bajos fueron reconocidos por España como Estado independiente. En Alemania, el emperador reconoció la independencia de los príncipes territoriales en materia religiosa. Y el imperio, en sí mismo, dejó

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59 Ibíd., pp. 476, 496. 60 C. Schmitt, El nomos de la tierra, CEC, Madrid, 1979, p. 169. 61 F. Meinecke, La idea de la razón de Estado en la edad moderna, CEC, Madrid, 1997, pp. 329-330.

de tener tanta relevancia como en el pasado: el poder del emperador reposó desde entonces sobre sus posesiones territoriales59. Lo que le interesaba a Sully era el establecimiento de un estable ius publicum europæum. A este respecto no se separa un ápice del que se impone tras Westfalia. Se trata de un derecho internacional, un nomos, que —como ha explicado Schmitt— «tiene su base en la división del suelo europeo en territorios estatales con fronteras fijas». Pero al mismo tiempo este suelo se distingue del «suelo libre —es decir, abierto a la toma de tierra por europeos— de soberanos y pueblos no cristianos». El equilibrio entre los Estados —concluye Schmitt— «hace posible un derecho interior de los soberanos europeos ante el fondo de inmensos espacios abiertos que son libres de una manera especial».60 Se comprende así que Sully no tenga, por un lado, inconveniente en recomendar la guerra contra potencias tan heterogéneas con respecto a la República cristiana que no sabemos hasta qué punto puede decirse de ellas que eran Estados soberanos; y, por otro, tampoco le importe demasiado la desproporcionada dimensión de las tierras de España en otros continentes. Algunos historiadores, desde Meinecke61 hasta Schmitt, pasando por el historiador del derecho internacional Lange, han insistido en que, después de 1648, ninguna idea constructiva toma el relevo a la unidad cristiana: sólo el principio del equilibrio planea sobre los tratados. Europa se presenta como un conglomerado de Estados, grandes y pequeños, iguales en derechos y dotados de las mismas prerrogativas de soberanía. Pero sabemos que el principio de equilibrio, lejos de garantizar la estabilidad, era fuente de constantes turbulencias y agitaciones, ya que las fuerzas opuestas se modificaban con mucha frecuencia y amenazaban continuamente con romper el equilibrio ya alcanzado. Sully, que estaba obsesionado por la estabilidad como cualquier publicista que había vivido las guerras de religión, dio aparentemente un paso más allá del que se iba a dar en Westfalia. La nueva Europa compuesta por Estados soberanos iguales, que sólo estaban ligados por tratados cuya interpretación dependía de cada uno de ellos, no podía acabar definitivamente con la amenaza de guerra. Por eso, el duque pensó que, una vez obtenido el equilibrio, era necesario crear la república cristiana, «toujours pacifique en elle-même», con el fin de evitar nuevos desequilibrios. Negaba de este modo que los principios del equilibrio y neutralidad fueran suficientes para garantizar un orden europeo, e introducía nuevas instituciones que, por contradictorias que fueran con sus presupuestos políticos, suponían en el fondo una limitación de la soberanía estatal. Ahora bien, la organización internacional concebida por Sully era

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Recibido: 15 de julio de 2010 Aceptado: 22 de octubre de 2010

demasiado imperfecta y sobrepasaba con mucho las fuerzas de los hombres de entonces. El Gran Proyecto demostraba en cualquier caso que también desde la realista posición politique o de la nueva razón de Estado sustentada sobre el concepto de soberanía, se podía hacer uso de la aspiración a una paz europea perpetua. Pero no podemos saber hasta qué punto es sincera esta segunda parte del proyecto que lleva a relativizar la ensalzada soberanía estatal, o si se trata simplemente de propaganda para establecer un orden europeo que favorecía a Francia y perjudicaba a España. No fue otra cosa lo que ocurrió después de las Paces de Westfalia y de los Pirineos.

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ESPAÑA, EUROPA YEL MUNDO DE ULTRAMAR

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Georg Wezeler, Atlas sostime la esfera annilar, ca. 1530, a partir ele un cartón atribuido a Bernard van Odey. Originariamente creado para el rey de Portugal, este tapiz pasó a formar parte de- la colección de los reyes ele Espaúa, quienes, como soberanos de un imperio de ultramar, hicieron suya la imagen ele Atlas soportando la carga del mundo. (Palacio Real, Madrid© Patrimonio Nacional)

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CAPÍTULO

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LA CRISIS GENERAL EN RETROSPECTIVA: UN DEBATE INTERMINABLE



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Hace unos cincuenta años, Eric Hobsb¡wm publicó e~ la ~-evista Past and Present ( 1954) un artículo que iba a desencadenar una ele las grandes controversias historiográficas de la segunda mitad del siglo xx: el debate sobre. «la crisis general del siglo XVII». Fue una discusión que determinó la perspectiva de toda una generación de historiadores sobre la Europa del siglo XVII y, en realidad, sobre el desarrollo de Europa durante la edad moderna en general. Fue objeto de una revisión crítica en fecha tan lejana como 1975 por parte ele Thcodore K. Rabb en el capítulo inicial de The StniggleJor Stability i-,i Early .Mo
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1 Para un útil resumen, véase Francesco Benigno, .<.,perrhi della rivoluúone. Con/litto identitá politirn nell'Jé·uropa moderna, Roma, Donzelli, 1999 [ié.SfJejos de la revolución: ronjlirlo e idmtidad jJolítirn n1 la Eumfm moderna, Barcelona, Crítica, 2000], pp. 64-72. Una bibliografía completa del debate, ordenada por fecha de publicación, puede encontrarse en Philip Benedict v Myron P. Gutmann (eds.), J,,'arlv J'\.-1orlnu Europe: Frmn Crisis lo Stabilit,,. Newark (Delaware), University of Delaware Prcss, 2005, pp. 25-30, \'(Jlumen para el que fue escrito originalmente este ensayo.

~ E. J. Hobsbawm, «The Crisis of the Seventeenth Century», en Trevor Aston ( ccl.), Crisis in Europe, 1560-1660, Londres, Routleclge, l 965, p. 14 [ Crisis en Fumj}({ 1 1560-1660), trad. Manuel Rodríguez Alonso, Madrid, Alianza, 1983]. 3 lbirl., p. 29. -1 /bid., p. 27. '' /bid., p. 12. " /bid., n. 17.

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diferentes», comenzaba, con una afirmación que se queda corta, la recensión 12• Recayó sobre mí abrir la sesión de la tarde del simposio londinense de Past and Present de 1957 exponiendo brevemente lac; conclusiones generales de mi investigación sobre las causas de la revuelta de Cataluifa de 1640, que aparecería en forma ele libro sólo en 1963. Mi intervención fue seguida por una ponencia de Brian Manning sobre el estallido de la Guerra Civil inglesa, que enfatizaba «el papel de los movimientos de masas campesina'i y urbanas en la cristalización de la situación política y la precipitación de acontecimientos críticos» 1~: Aunque la inclusión de la comunicación de Manning por parte de los organizadores del simposio representaba un claro intento por su parte de incorporar el pasado británico al marco europeo comparativo que Hobsbawm proponía, es evidente que todos los comentarios recogidos sobre elJa se limitaron exclusivamente a desa1Tollos internos ingleses, con un «consenso general desfavorable a la opinión de Trevor-Roper de que [la pequefia nobleza terrateniente] formaba una clase en decadencia»'"· Inglaterra, según los indicios, era todavía una isla historiográfica. Hoy, unos cuarenta afias después,Jonathan Scott insiste en sus Eng/✓1,nd's Troubles [ «Los problemas de Inglaterra»] en recuperar el contexto europeo para los desarrollos políticos ingleses del siglo xv11 15• Clío, por lo que parece, es una musa flemática. • Había un historiador, pese a todo, que era muy consciente de la necesidad de situar los traslornos británicos de mediados del siglo XVII dentro de un contexto europeo más amplio de agitación revolucionaria: se trataba de Trevor-Roper, el gran ausente del simposio. Fue dos aiios más tarde cuando Pasl andPresenl (en cuyo comité editorial¡ una vez abandonada la pretensión de ser una «revista de historia científica», habíamos entrado Lawrence Stone, Trevor Aston y yo mismo) publicó el brillante artículo de Trevor-Roper que, al presentar una tesis alternativa, iba a dar un nuevo impulso al debate. En esle ensayó',

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argumentó con garra que la crisis general fue «una crisis no de una constitución ni de un sistema de producción, sino del Estado o, más bien, de su relación con la sociedad» 16• Un aspecto fundamental de esta crisis era el crecimiento desmesurado y difícilmente sostenible de las cortes principescas. Una de las debilidades de la tesis de Hobsbawm aplicada a las revoluciones de mediados de siglo era que, incluso si se aceptaba la existencia ele una crisis económica generalizada, no había una explicación sobre el mecanismo que la convertía en actividades revolucionarias. Al de~plazar la atención a la estructi.tra del estado y su relación con la sociedad, Trevor-Roper ofrecía de hecho tal explicación de manera que conservaba elementos importantes de la teoría de una crisis económica general. «La depresión de la década de 1620-argumentaba---es qui1.di no menos importante, como momento crucial, que la depresión ele 1929: aunque fue una quiebra econ?mica temporal, marcó un cambio político duradero»". Enfrentados a los costes en aumento del aparato del estado, los gobiernos respondieron entregándose, con mayor fortuna unos que otros, a las reformas. En Inglaterra, la incompetencia de los Estuardos significó que no hubo «ninguna revolución previa como tal, ninguna reforma parcial como Lal». En consecuencia, el «país>•, definido como todos aquellos que se. oponían a un «aparato de burocracia parac;itaria abmmador, opr~sivo y expansionista», se levantó exasperado contra «la corte más intransigente de todas y la derribó violentamente» 18• . . La cosa se ponía emocionante. Trevor-Roper había elaborado:una Lesis extremadamente ingeniosa, argumentada con su típico brío y con gran riqueza de detalles ilustrativos. Pero ¿era su tesis correcta? Media docena de historiadores (británicos, europeos y un norteamericano,Jack Hexter) fueron invitados por Past andPresenta emitir un juicio crítico sobre ella; sus comentarios, publicados en 1960, contribuyeron en gran medida a ampliar e inlernacionalizar el debate 19 • Recuerdo que Trevor-Roper me comentó luego que le habíamos de-

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Maurice Ashley, The Goldm r.tml"ry: Jforo¡,e 15 98-1715, Londres, WcidcnfeJ and Nicolsnn, Hl(i9; Henry l
16 H. R. Trevor-Ropcr, •Th(' General ~risis of the Scventeenth Century•, etl Aston (ed.), C,isi.s iu Eim,¡,r l Cliii.s t11 füm,fm], p.%. 11 Jt,id. ' 18 /bid., pp. 94-95. . . . 19 Roland Mousnier,J. H. Elliott, Lawrencc Stonc, .1-_{. R. Trevor-Roper, E. H. Kossumnn, F.._;. Hobsbawm y.J. H. Hexter, «Discussion of H. R. Trevor-Roper, "The General Crisis of the Sevenlc.!cnth Ccntury"», Pa.ft nnd Present, 18 (1960), P~· ~12. Desafortunada y, creo. equivocadamente, sólo mis comentarios y los de Mous111er fueron incluidos en C:1iii\ in Bum¡,,. [ Cri.si.f en Europa], a cargo ele Aston.

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jado escapar sin·ápenas castigarlo. Mi opiriión: en cambio, era que abrimos una brecha en su barc( rel="nofollow"> por debajo de la línea de flotación. Lo que había hecho en realidad era transponer a la Europa con tinens • tal una explicación basada en el enfrentamiento enu·e corte y país que había propuesto originalmente para dar ¿uenta de la Guerra Givil inglesa. E. H. Kossmann, Roland Mousnier y yo mismo pensábamos que, incluso si la explicación fuera correcta para Inglaterra, la ,malogía no funci<;>naría en nuestras regiones europeas, respectivamente los Países Bajos, Francia y Espaii.a. La definición de Trevor-Roper ele corte planteaba, por ejemplo, graves dificultades. Si los cargos oficia, les eran parte de la corte, ¿cómo se explicaba su participación en la Fronda? Tampoco estábamos convencidos de que los gastos de la corle ascendiesen a nada comparable a la carga impuesta sobre las sociedades del siglo XVII por los costes de la guerra. Creo que demostramos estar en lo cierto. También creo, y creía entonces, que Trevor-Rope1; incluso si discrepaba con Hobsbawm, · argumentaba de hecho dentro de los mismos té1minos de referencia. Para ambos dos, a su propia manera, los trastornos de mediados ele siglo eran fundamentalmente revueltas «sociales .. , ele algún modo más profundas qu~ otros tipos de desorden, y había que buscar sus causas y su explicación en el fondo de la estmctura de la sociedad. Mi propia opinión, tal como expuse en el libro La -rebelión de los catalanes, publicado en 1963, y después en una conferenci_a inaugural leída en el King's College de Londres en 1968, titulada «Revolution ancl Continuity in Early Modern Europe», era que tales supQsiciones no deberían darse por sentadas y que podría haber razones para comenzar no con la sociedad, sino con el estado 20 • Esto no excluye, como es natural, la necesidad de análisis de las sociedades en rebelión, del tipo que intenté realizar en mi estudio sobre las re ladones entre él principado de Cataluña y Madrid. Sin embargo, hay que pensar en la 20 J. H. Ellio11, The Reuult of the Cr1wl,ws: A Stwly i11 tlie Decline of Sptii,1 1598-1640, Cambridge, Cambridge Universi1y Press, 1963, reimpr. 1984 [/.a rebelió11 de. los cala; /mies. U11 estudio sobre ta decadencia de l!."sjmlit1 ( 1.598-1640), 1racl. Rafüc:l Sánchez Mane<.~ ro, Macll"icl, Siglo XXI,¡ 977; La 1-.roollfl calalcma, 1598-1640. Un 1°.l"ludisobre k, de.cruümcia 1l'&pm1yfl, 1rnd. catalanaJosep Vallvenlú, Barcelona, Viccns-Vin:s, 1!166); «R<·1•ul11tion and Con1inui1y in Early Moclern Eurupe", Pásl ami Present, 42 (19li9). pp. ::l!i-56, re, impr. enj. H. Elliott, spai11 anrl iLJ ll'orld, 1.500.1700, New Havo:n (Connec1icut) y Londres, 1989 [•llevoluc[ón ycominuiclacl en la Europa moderna•, en 1-.."spañayJ·u mu11tlo ( 150().;J 700), trad. Angel Rivero Rodríguez y Xavier Gil l't!jol, Madrid, 11iurns; 2007), cap. 5, Y Cf\ Geoffrey Parker y Lesley M. Smith (eds.), Tlie Genr.ml C,üii of lhe Sromtm1tli Ce11ll11), 2• ed11., Lonclrc~, Routlcdge, 1997, cap. 2.

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estudios_ monográficos sobre rebeliones específicas y sus orígenes, del tipo intentado por mí en La rebelión de /,os catalanes o por Rosario Villari en su libro sobre los orígenes de la revuelta napolitana de 1647-1648, publicado cuatro años más tarde en 196721 • El ambiente era propicio a tal empresa. La década de 1960, marcada ella misma por la protesta y la revuelta, fue un periodo en que, sobre todo en el mundo anglosajón, los estudiosos de ]as ciencias sociales como Chalmersjohnso~ prestaron gran atención a la tipología de las revoluciones, y los historiadores no tardaron en adoptar sus intereses22 • En 1967-1968 Robert Forster yJack P. Grcene organizaron en la Universidadjohns Hopkins un ciclo de conferencias titulado Revoluciones y rebeliones de la Europa moderna 23 • Las rebeliones escogidas no se limitaban a la década de 1640 (incluían la revuelta de los Países Bajos y la sublevación ele Pugachov), pero tres de los cinco conferenciantes (Mousnier, Stone yyo mismo) éramos también participantes en el debate sobre la crisis general. En su contribución sobre la Revolución Inglesa, Lawrence Stonc intentó introducir a ChalmersJohnson en su amílisis de los orígenes identificando por su parte condiciones previas a largo plazo; precipitantes a medio plazo y desencadenantes a corto plazo para la revuelta2-1. En el volumen resultante los editores lucharon vivamente para elaborar un sistema de clasificación para nuestras diversas revueltas y re·voluciones, pero el intento, me temo, estaba condenado al fracaso. Se hicieron muchos esfuerzos para llegar a un marco general, pero lo qué sobre todo impresionaba era la variación más que la similitud de las diferentes rebeliones. Los modelos tenían, y tienen, una forma aburri .. da de derrumbarse ante una mirada analítica. ¿Es realmente posible; por ejemplo, trazar una distinción nítida entre condiciones previas y precipitantes? Además, los modelos eran en esencia estáticos, como observaiía después H. G. Koenigsberger en una de las má5 agudas e~áluaciones del debate sobre la crisis general, un ensayo de 1986 que ti.;.

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tuló, con cierto optimismo, «The Crisis of the Scventeenth C~ntury: A Farewell?» 25 [ •<¿Adiós a la clisis del siglo xvu?»]. Los modelos estáticos presuponen sociedades cuyo estado nom1al es de equilibrio, el cual de vez en cuando puede verse fatalmente perturbado bajo la presión de las circunstancias. Como nota Koenigsberger, este enfoque no tiene en cuenta el carácter inherentemente inestable de las sociedades europeas de la edad moderna, siempre propensas a alborotos y revueltas. Esta mala interpretación, como indiqué en mi conferencia de 1968 «Revolución y continuidad», forma parte de un enfoque de los procesos revolucionarios que toma la Revolución Francesa, o más bien una interpretación determinada de ella, como paradigma para los movimien"'. tos de siglos anteriores. Sin embargo; las sociedades de la edad moderna estaban c!structuradas no tanto horizontal como verticalmente. Como yo mbmo escribí, «no se puede esperar que una sociedad agru;. pada en corporaciones, dividida en órdenes y vinculada verticalmente por fuertes lazos ele parentesco y clientelaje se comporte de la misma manera que una sociedad dividida en clases» 26 • En vista de la inherente inestabilidad ele las sociedades de la edad moderna, apenas pueden considerarse motivo de sorpresa las revueltas frecuentes. A causa de ello, se debe cuestionar el presunto carácter único ele la aglomeración de revoluciones de 1640 y, con él, todo el concepto de crisis general del siglo XVII. Por las fech~s en que leí mi conferencia inaugural de 1968 había acabado precisamente de escribir un libro sobre la historia europea en la segünda mitad del siglo XVI, La Europa. dividida ( 1559-1598), y me llamó la atención cuando lo escribía el elevado número de revueltas ocurridas en la década i nidal de ese periodo. Llegué a contar siete en total. Esto me llevó a añadir una ir~nica nota a pie de página ~n la que decía que parecíamos enfrentarnos a «una crisis general de la década de 1560,, 27 y en mi conferencia llevé la broma algo más·lejoi;. Nadie, lame_nto decir, ha aceptado mi desafío de estudiar las revueltas de 1560 como grupo, pero, al insistir en las continuidades sub-

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Rosario Villari, /..11 rivolta rmtis/mg11ou, n NaJJOli: ,,. origi11i (1585-16-17), Bari,,L;lter1.a, 1967 [ tn rr.uur.ltn (llllirsJ,mioú, tm Nrí/1t1le.t. l .n.tnrig,m.,.t (1585-1647), trnd. Fcmalt~ do Sá11che1. Drngó, Madrid, Aliam..,, 1979]. :.·,rf 22 Chalmcrs.Jnhnson, R,molutiu,i aud tlU!SocialS)•sl.e111., St.anford (California);Stan- . forrl University Pre~. 19li':1. • '"l,"T :; ''3 R b F ,.,,. ' •· o ert ·orstcr y.Jack P. Green e, l'rr.co11diti,m.t of /let1olutio11. in /~'nrl_v MofU!n!, Eu•. · :~ ro¡,r., B,1ltimorC' (Marylancl),Johns Hopkins Uni\'ersity Prcss, 1970 [R,molur.ione.f y·rr.belione.t de In Euro/m modtmin, trad. Blanca Paredes I..arrucea, Madrid, Alianza, 1978}.w·, 24 Lawrcncc Stone, .. The English Re\'olution», en ForsteryGree11c (eds.),Plr(.on~ ditinus o.fRcv,,/utirm [ Rn,,,/urir,111•.s .v r,J,r./imrt'.r], p. 65.

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25 H. G. Kocnigsh,:rgcr, «The Crisis of the Sr.venlcenth Century: A Farewell?•, ell su Politirimu m,d Virtuosi: füsa_y.f 011 Early M.odcm Histnry, Londres, Hambledon Pres5, 1986, cap. 7. 26 J. H. Elliott, .-tRc-volution and Continuity in Early Moclern Europe•, en Elliott, S/Jain and its World, p. !19 [ «Revolución.y continuidad en la Europa moderna•, en Es~

/mña y su 1nundo, p. 13:\ J. ,:· . 27 John H. J;:lliott, EuropeDivided,1559-1598, Lo.1drcs, Collins, 1968 [LaEurojJadividida (1559-1598), lrad. RafaelSánchez Mantero, Bar,:clona, Crítica, 2002], p. 107.

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yacentes en la Europa de la edad moderna, espero haber planteado algunas dudas sobre el significado, y quizá incluso la existencia, ele una crisis general en el siglo XVII. No era el único en pensar así. Precisamente por aquellas fechas un potente ataque contra toda la iniciativa ftfe lanzado desde Leningrado por Alexandra Lublinskaya. En los capítulüs iniciales ele su libro Frmch Absolutism: The Cmcial Phase, 1620-1629 [ «El absolutismo francés: la fase crucial, 1620-1629»], al cual Cambridge University Press me pidió contribuir con un prólogc;,, Lublinskaya abrió fuego sobre cada uno de nosotros por turnos. El impacto iba a producir estragos generalizados. «Incluir bajo la denominación genérica de "revolución" -escribía-fenómenos en esencia tan distintos como la revolución burguesa inglesa, la restauración de la independl'ncia portuguesa, las revueltas de Nápoles contra el góbierno espai1ol y, finalmente, la compleja red de diferentes movimientos llam;:ida la Fronda es testimonio, ante tocio y sobre todo, de que el mismo co·ncepto de "revolución" está siendo utilizado sin rigor científico» 28 , En cuanto a la crisis económica, «las dificultades encontradas eran de un tipo especial y no proporcionan base para la discusión de una "crisis del capitalismo" en el siglo xvn» 29 • Eso iba por Hobsbawm: la inapr~nsible crisis que tanto buscaba se había desvanecido en el aire. Pero ¿de verdad se había esfumado? Es cierto que el caso de la República Holandesa en particular ha sido siempre difícil de encajar en el panorama de una crisis general, ya sea económica o política. Kossmann había señalado los probleinas en su contribución al debate sobre Trevor-Roper (omitida a mi parecer equivocadamente de la antología de Trevor Astan) y, en fecha tan temprana como 1964, Ivo Schot: fer había planteado la pregunta «¿Coincidió la edad ele oro holandesa con un periodo de crisis?» 50 • En un artículo publicado en 1970, gue me sigue pareciendo uno de los tratamientos más inteligentes sobre los testimonios de presunta crisis económica en el siglo xvu, Niels Steensgaard argumentó que «la crisis del siglo XVll no fue un retroceso universal, sino que [ ... ] afectó a diversos sectores en diferentes momt'ntos

28 A. D. Lublinskaya, Fmiclz 1\?so/,tilis11'.: Th~ Crurial Pl111se, 1620-1629, 1rad. inglesá Brian Pearce, Cambridge, Cambridge Umverstty Press, 1997, p. 101. 29 /bid., p. 329. , .i.'. 30 Mousnier et al., .,Discussiou of H. R. Trevor-Roper», pp. 8-11; lvo Schoffer, • Oid Holland's Goldcm Age Coincide wíth a Period of Crisis? .. , l':n Paf'kt:r y Smíth (eds.), General Cri.!i.s, pp. 87-107.

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Niels Steensgaarcl, • The Seven1ee111h-Cent11ry Crisis», en Parker y Smith (c:cls.),

General C1isis, p. 44. ·

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Jonathan Israel, The Dutdi Re¡nzhlic: lis Rise, Grealness tmd Fal/, 1-177-1806, Oxford, Clarendon Press, 19%, p. 610. · 3:1 Steensgaard, «Sevt'11tecn1h-Centu1-y Crisis•, pp. ·14-45 . ~◄ /bid., p. 47. 32

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zar, y que lo ideal sería que tuviera lugar dentro de un marco comparativo. Se trata ele una observación hecha por Lloyd Moote en un valioso juicio crítico sobre el debate, publicado en 1973; donde además inLentaba relacionarlo con las recientes teorías de la revolución y situar los trastornos de la década de 1640 en el contexto más amplio de los levantamientos europeos desde la revuelta de los Países Bajos hasta la Revolución Francesa 35 • Perez Zagorin realizó un intento en esta dirección en su R.emteltas y revoluciones en la Edad Moderna de 1982, donde trató valientemente de clasificar los diversos trastornos de los siglos xv1 y xvn segt'm categorías generales tales como revoluciones, rebeliones y guerras civiles revolucionarias, pero la escala era quizá demasiado general y las explicaciones sobre las revueltas demasiado esquemáticas para permitir la comparación detallada que habían pedido Lloyd Moote y otros3i;. Supongo que es demasiado cierto que todo debate tiende a agotarse con voces de queja que piden más trabajos, y a este respecto la discusión sobre la crisis general no fue ninguna excepción. A principios de la década de 1970 un debate que había comenzado en la de 1950 estaba perdiendo impulso, lo que no es de sorprender. No obstante; es justo se11alar que, además de exponer algunas significativas bolsas ele ignorancia en nuestro conocimiento de la historia económica y política del siglo XVII, centró la atención en problemas históricos de gran importancia que después se han negado a abandonar la escena. Éstos fueron definidos y explorados con elegancia por T. K. Rabb en The Struggle Jor Stability en 1975. Después ele resumir el debate sobre la crisis general, comentaba que «uno no puede escapar a la impresión de que algo de gran importancia tuvo lugar realmente hacia el segundo tercio del siglo xvu» 37 , una afirmación con la que me encuentro de acuerdo a pesar de cualquier observación que haya realizado sobre las continuidades subyacentes del periodo. El valor específico de la contribución de Rabb está, en mi opinión, en su empe110 de situar ese «algo de gran importancia)> en una perspectiva histórica más larga y amplia. · · ,., ,.'·,

. Su perspectiva histórica más larga era la perspectiva de un antesy un después, con especial énfasis en este último. El gran antes fue la edad de la reforma, en particular las tres primera~ décadas del siglo XVI,· una fase de trastornos sísmicos que transformaron para siempre la faz de Europa. El desf1ués se localiza en los años posteriores a 1660, un periodo quej. H. Plumb había caracterizado recientemente como señalado por la consecución gradual de la estabilidad política en Inglaterra!l8. De una manera más bien poco diferenciada, Roland Mousnier había descrito el conjunto del siglo XVII como una edad de crisis, paralelamente a la cual corría la «lutte contra la crise»·, también sin determinar temporalmente, aunque acabada co·n una especie de equilibrio alcanzado en 1715!19 , La cronología de Rabb es más precisa, con tensiones que crecen hasta puntos críticos en el segundo terci~ del siglo XVII y crisis resueltas con éxito en las siguientes décadas. Esto me parece un marco cronológico más útil y satisfactori9 que el proporcionado por Mousnier; además, llama debidamente la atención sobre la necesidad de examinar de cerca no sólo las cau~as sino también las consecuencias de los trastornos de la década de 1640. Parece haber algo en los historiadores que les hace más propensos al estudio de las causas que de las consecuencias, por lo cual resulta saludable el llamamiento de Rabb. Rabb no sólo ~larga la perspectiva sobre las revoluciones de mediados de siglo, sino que también la amplía, ele forma que recuerda otra vez a!\'. ousnier, al insistir en las características y manifestacion~s culturales de la crisis y su resolución. Se trata de un avance arriesgado y valiente, e inevitablemente algunos resultados iban a ser dudosos. «La búsqueda de autoridad y certidumbre», que considera fundamental en la empresa del siglo XVII, era en sí misma ambigua y vacilante y los testimonios proporcionados por las artes pueden apuntar en mu- . chas direcciones, como era consciente el propio Rabb40• Su interpretación de determinadas pinturas es·discutible, pero no se puede dejar de admirar su resolución de relacionar los argumentos sobre la crisis económica y política con las inquietudes estéticas e intelectuales de la Europa barroca. Nunca acabar~mos de comprender del todo los

3~ A. Lloyd Moote, • The Preconclitions of Revolution in Early l\fodcrn Europc; Did They Really Exist?», Canadian]ournal o/ History, 8 ( 1973), pp. 207-234. 36 Perez Zagorin, Rclll'lf and Ruler.f, 1500-1660, 2 vols., Cambridge, Cambridge University Pres.e;, 1982 [Revur.llas y reunlru:im~-S en la Edad Modenzn, trad. Alfredo Alvar Ezquerra, 2vols., Madrid, Cátedra, 1985).. . ·' :··'.'\ 37 Theodore K. Rabb, The Struggk for Stability in Ea.rly Modern Europc, Oxford·y Nueva York, Oxíord University Prcss, 1975, pp. 27-28.

38 ·• J. H. Plumb, The Growth o/ Political Stability in En.gland, 1675-1725, LÓndres, Mácmillan, J967. · 39 Roland Mousn ier, ú.s Xl'le et X17ft Siecles, 2ª edn. rev., París, Presses Universitaircs de France, 1967 [tos siglos Xl'l.y XVII, trad. y rev.Juan Reglá, Barcelona, Destino, 1981], pp. 208 y 276. , : . 4º Rabb, 'Jl,,.Stru¡;gleforStability, pp. 107y 123.

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traStomos de mediados de siglo sin hacer un serio intento ele penetrar en el modo de pensar tanto de quienes defendían la autoridad establecida como de quienes se oponían a ella. Al mismo tiempo, The St,-uggleJor Stability puede ser vista como e I presagio de un alejamiento respecto del U1ltamiedto relativamente preciso de la crisis de mediados del siglo XVII que había caractelizado la mayor parte del debate. Esto podría reflejar en parte una sensación de qne la discusión, tal como había sido fommlada hasta entonces, em más bien lenta y no estaba llevando a ningi.ma parte, pero también con·espondía .al clima historiográfico cambiante de la década de 1970: la reacción contra Femand Braudel estaba cobrando fuerza, la con'elación de fuerzas de los Annaksse estaba desplazando de la historia social y económica a la historia de las mentalités, el detenninismo histótico se batía en retirada a medida que avanzaba la recuperación de lo contingente y lo individual, la histoda política se reinventaba, el arte narrativo renacía (para asombro de Lawrence Stone) y los revisionistas empezaron con la deconstrucción sistemática de todo lo que pensábamos que sabíamos y cc:,mprendíamos antes de que aparecieran sus brigadas de demolición. Tal ambiente era poco pmpicio para la teoría de la crisis general, o de hecho para cualquier otra teoría. Los vínculos, u presuntos ,·in culos, entre economía y política se habían roto y lo ·que antes se consideraban grandes revoluciones quedó reducido con harta facilidad a la contingencia de acontecimientos cotidianos. Aun así, no todo se perdió en este periodo de desolación. En particulat~ tuve la felicidad de comprobar que, a fin de cuentas, no había escrito en vano Lri rebelión de los catalanes. Conrad Russell, en su estudio soLre la Gnerrn Civil inglesa, había retomado de mi obra la idea de moi1arquía comp, testa, aunque la expresión sólo aparecería más tarde (fue inventada, creo, por Koenigsberger, aunque él parezca pensar que la inventé yo) 11 • Mi libro había tratado de demostrar el impacto sobre la sociedad catalana del absentismo real, que había surgido necesariamente de la 11oberanía del rey de España sobre tantos reinos y provincias diferentes, todos ellos con sus propias leyes e instituciones. Esta idea demostró ser crnciál para el tratamiento ele Russell de los orígenes de la Guerra

Civil inglesa. Su punto de vista enfocaba el problema planteado por · los diversos reinns de Inglaterra, Irlanda y Escocia, tocios los cuales debían lealtad a Carlos l. En Tlie Causes o/ llut Englisli Civil War [,,Las causas ele la guerra civil inglesa».], Russell escribe: «La hipótesis de que el problema rle los reinos múltiples fue una de las causas principales de inestabilidad btitánica encaja perfectamente si se la considera en un contexto europeo»~~. Aunque ,The Fallo/ the B1itisli Monarcliies, 163 7-164 2 [ «La caída de las monarquías británicas, 1637~1642»] de Russell se halle relacionado s6lo débilmente con los acontecimientos contemporáneos en el continente europeo, situar la rebelión inglesa en el contexlo británico m,is amplio formado por los tres reinos conuibuyó, en mi opinión, a mamener una conciencia tal vez precaria en el ámbito ele los historiadores de habla inglesa ele que el problema de la simultaneidad, planteado tanto por Merriman en su Six ContemJJuraneo·us Revolulions [ «Seis rc\•oluciones contemporáneas»] como por el debate sobre la crisis general, no podía ser ignorado del todo o rechazado sumaiiamente como la ide::i sin base real de algunos historiadores que tendían a ver crisis por tocias partes como retlt;jo de las preocupaciones di:: su propia épuca~:t. T.iles preocupaciones influyeron cienamente en Merriman cuando publicó su libro en 1938. Como él mismo explica, al escribirlo tenía en mente no sólo las revoluciones simullfü1cas ele 1848, sino lmnbién la re\'olución bolchevique ysu impacto contemporáneo. Eslo ayuda a comprender tanto su elección de tema como su enfoque general. .Mcrrim;m dedica mucho espucio a lo que llama «corrientes cruzadas», las conexiones trnnsnacionales entre rebeldes y los imei1tos de illlervención de un estado en los trastornos internos ele otro (algo que parece haber sido inspirado en particular por la intervención de potencias extra1tjeras en la Guerra Civil española)~~. Por otra parte, este libro puso de manifiesto que los misn1os contemporáríeos de los ucontecimicmtos eran muy consch:ntes de vivir en un petiodo de conmociones y tmstomos fuera de lo común. En otras palabras, el problema de las revnluciones contemporáneas lo fue para los coetáneos mucho anles ele serlo pai-a los historiadores.

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11 Véase la \<enión publicada de la co1~fe1·encia inaugum~ <~e cátech-a de Ko~n~gsberger en el Ki11g's College de Londres, leida en 1975, «Do11m11u111 n-galeor Do1111n1um politicum et rtgok», en Po/iticians and Virtuosi, p. 12, donde explic-.t que •la mayoría de los estados de la edad moderna fueron estados compi.1estos»; también]. H. Elli.,tt, •A Europe ofCom~ite.Monarchies», P,zst and Pmtnt, 137 (1992), pp. 48-71, incluido en el presente volumen .:orno cap, 1,

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Conrad Russdl, 77,e Ca11ses of tlie E11glish Civil War, Oxford, Oxford UniversiLy Press, 1990, p. 29. ◄S Conl".id Russdl, '/71e Fall uf 1/11! Brilis/1 Mo11t111:l1ies 1637-16-12, Oxford, Oxford Universit)' 1'1·ess, 1991. ◄◄ Véase la conclusión de R. B. Merriman, Six Co11l1!111Jmrm1to11s Rroolu1io11s, Oxforcl, Cl;irendon l'n•ss, 1938, esp. pp. 215-216.

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La conciencia contemporánea ya había sido observada desde las etapas más tempranas del debate sobre la crisis general. Trcvor-Roper . mencionó las palabras de un predicador inglés en 1643, «estos días son días de temblores», y yo mismo cité en el simposio londinense de 1957 la observación de Olivares, transmitida por el embajador en Madrid, de que «si los reyes no miran por sí mismos, no van a quedar más que algunos reyes en pocos años» 45. Desde la década de 1950 hemos aprendido mucho tanto sobre la recopilación de noticias y las publicaciones periódicas en la Europa moderna como sobre las redes por medio de las cuales se difundía la información 46• La sed de saber qué estaba ocurriendo en otras partes era enorme.Jonathan Scott escribe sobre Inglaterra que tan sólo en la década de 1622 a 1632 llegaron a circular 600.000 cora.ntos•◄?. Debe de haber ya disponible bastante información sobre corantosy boleLines como para hacer posible un estudio general y sistemático que trate tanto la difusión por toda Europa ele información relativa a las revueltas como la rapidez con que llegaban las últimas noticias, ya fueran comunicadas con impresos o enviadas con la correspondencia p1ivacla, como las cartas de René Augier desde París a Giles Greene, un miembro del comité parlamentario inglés de asuntos exteriores, informándole ele la evolución de los acontecimientos en Nápoles en 1647~8 • La difusión por toda Europa de infonnación sobre la insurrección catalana, el ascenso y caída meteóticos de Masaniello en Nápoles en 1647 y la ejecución de Carlos l en Inglaterra nos devuelve otra vez a las preguntas de Meniman sobre la propagación del virus revolucionario y el impacto de las noticias de las revueltas sobre las decisiones de los gobiernos. Los informes de disLUrhios internos eran una invitación permanente para que los estadistas pescaran en el río revuelto ele sus

vecinos, como ilustra la reacción de Richelieu a las revueltas de 1640 en Catalufm y Portugal. Según yo mismo indiqué en mi conferencia «Revolución y continuidad» y Koenigsberger repitió en su. «Farewell» a la crisis del siglo xvu, las re,•oluciones de mediada la centuria no pueden tratarse simplemente como fenómenos independientes, en particular por lo que hace a su desarrollo y resultados49• Al llegar a este punto, el amHisis socialgt.tarda silencio y un conocimiento de la política interior d~ja de ser suficiente. Del mismo modo que el estudio de las relaciones internacionales es fundamental para entender el impulso recibido por la nueva fiscalidad real de las décadas de 1620 y 1630, también lo es para comprender el desenlace de las revoluciones que esa política de impuestos desencadenó. De lo anterior se deduce que la discusión sobre la crisis general es, o al menos debería ser, un reproche constante al tratamiento aislacion ista de las historias nacionales. Es un debate que apunta, aunque sea imperfectamente, el potencial enriquecedor de un enfoque paneuropeo que exige llevar a cabo conexiones y comparaciones. Estas se deberían efectuar, a mi parecer, no sólo entre las propias sociedades revolucionarias, sino también entre ellas y las sociedades donde no ocurrieron revoluciones. En fecha tan lejana como 1957, en el simposio de Past and Present, Lawrence Stone planteó el problema de la inexistencia de revoluciones en aquellas sociedades donde parecían ciarse todas las condiciones previas necesarias50 • Su llainamientó apenas ha encontrado eco, que yo sepa, aunque por mi parte haya llevado a.cabo un intento de analizar las razo~es para la ausencia de revolución en uno de los casos más notables de sociedad no revolucionaria, la Castilla de la década ele 1640, en un ensayo, inc;luido en el presente libro como capítulo IV, qú~ apareció originalmente en un volumen ele homenaje a René Pillorget, uno de los principales estud~osos de la tipología de las revueltas del sigl9 XVIl51 • ¿Dóncl~ estamos, pues, y adónde hemos de ir? Como he indicado, muchos de los retos planteados por el debate, como la comparación entre las sociedades revolucionarias y las que no lo fueron, esperan

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H . R. 1·re"or-Roper, •Gc11l'ral Crisis•, p. !19; •SC\'t'tllecnth-Centlll")' · .,. Rcvolulions•, PastrmdPrrsent, 13 (1958), p. 65. · · ·· 16 Véase por ejemplo Paul Arbla.~ter, •C11rrent-Affair.1 Publishing in thc l-labsburg Netherlands, lfi20-1660, in Cnmparativc Europc:m Pcrspectivc•, 1esis doclornl, lJniver.;idarl de Oxforrl, 1999; Brenrlan DoolerrSabrina Baron (ccls.), 111e.Poli1irsnflnfor: mat~on in Earzl· ModPm E11m/1", Lonrlres, Ro11tledge, 2001. ' Los. cormll11J eran hojas sueltas que recopilaban noticias extraídas de periódicos extra11Jcros. fueron los holandeses quienes desarrollaron la práctica grncias a su ven~josa posición geográfica y comercial. El ümranlc 11yt ltalimi, Duytslmult, &c., pionero ele tales p11blicacioncs, comc111.ó a ap.ireccr semanalmente en Ámstcrclam eó' lfjJ 8. ◄' Scott, E11glm1d'.t 1loublr.s, p. 100. '. t Rosario Villari, Elogio ,l.r.lla disimulazionr.. La lotta /10/itira 11d Sciccnlo, Ro~a y. Ban, Latcrza, 1987. . · ,!

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19 Elliolt, Spai11 a111l ilS World [&paña y su mundo], cap. 11; Kocnigsberger, Politi• cians a11d Vfrtuosi, lli7. 50 Lawrence Slone, •Seventeenth-Ccntury Revolutions•, Past and Present, 13 (1958), p. ü!l. . 51 J. H. El,ljotl, .. ,\ Non-Revolulionary Sodety: Castile in lhe 1640s•, enJean de Vigcrie (ed.) füudl's d '/¡istoire e11ro/1ime. Mélangts offrrts ti René elStpmne PiUorget. An~ gcrs, Prcsscs Jnivcrsitaires f Anger~. 1990, pp. 253-267.

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todavía a quieµ lo~ acepte; además, las historias de.casos específicos merecen estudios n:i~_deteoiclos. Sin embargo, lo que se l)a convertido en un viejo probl~ma histórico no puede, o deberla, tratarse con viejos métodos. Las 711entalitésde los historiadores han ca.rnbiado desde las décadas de 1950 y l 96Q, para bien y para mal,,y las perspectivas y datos nuevos que han swgido desde aquellos estimulantes decenios tienen que incorporarse ele algún modo en los términos ele:: la discusión. Por lo que ~aCC: a la crisis económica de Hobsbawm, seguramente ya ha pasado el ~empo en que los historiadores podían referirse a una economía «europea». Desde las primeras etapas del debate se- hizo evidente.que había enormes cliferenci~ e11 el ritmo y el alcance de la recesión, inch~.so donde éstapoclía demostrarse, y que la depresipn de una región,podía implicar el crecimient1;> de otra. El caso mejor documentado y más convincente de crisis económica a escala europea sigue siendo el de los años 1619-1622 estudiado por el tristemente desaparecido Ruggiero Romano, pero dos décadas lo separan de las i:evoluciones de .1640 y, de cualquier modo, la naturaleza del vínculo ~n¡tre depresión económica y trastornos sociales y políticos sigue estando tan poco clara como siempre52 • Romano, a pesar de mantener la tesis de un descenso en la actividad productiva en la Europa del .si~~o XVII (con_ las excepciones cualitativa y cuantitativa de Inglaterra · ·· y c.uaiititativa de los Países fütjos), cambió de opinión sobre el
Ruggiero Romano, .Between the Sixteenth and Seventeenth Centuries: The Economic Crisis of 1619-22• (1962), en Parker y Smith (eds.), Gener(I/ Crisis, pp. 153-205. 55 Ruggiero Romano, Conjoncl11m opposies. La «crise» du ).'VI/e siecle en E111v¡,e et en Ammque ibérilJU4, Cinebl11, Droz, I 992 [ Coyunturas opuestas. La crisis del siglo XVII ,m Eu• ropa e Hispanoamét-ica, México, Colegio de México y Fondo de Cultura Económica;' I 993]. Sobre las eir.cepciillles inglesa y holandesa, véase p. 91. 52

I.A SPECl'IVA: UN llEU.nE INTl'.IIMINAUI.E

opuesto. Los historiadores de la meteorología hao estado explicando a quien quisiera escucharles que hubo un deterioro general del clima en el siglo xvn, con una caída de las cempemturas que relacionan con fluctuaciones de las manchas solares y un dramático incremento de la actividad voldnica 5•1• Así pues, se asoma ante nosotros la posibilidad ele otro debate, esta vez sobre la crisis global del siglo xvu. Esperamos con impaciencia los hallazgos de Gcoffrey Parker a medida que continúa con sus infatigables pesquisas ~obre los disturbios sociales y políticos en el lejano oriente, aunque tengo la incómoda sensación ele que, si el dima y la revolución se sitúan en próxima conjunción, puede prod udrse un gran acaloramiento sin un corresppndiente aumento en la recogida de resultados. DC:jemos por el momento el destino del mundo a otros y volvamos a Europa, en particular a los años de 1640 y los desafios a los que, me pare<.:e, nos enfrentamos al relacionar los trastornos de esa década con los in te reses y preocupaciones de la historiografia actual. A modo ele conclusión, intentaré esbozar brevemente dos o tres ,ireas donde los desarrollos ele los últimos años me hacen pensar que es necesaria . la reexaminación y profundización de los temas en los que tradicionalmente se ha centrado el debate. En primer lugar, hemos aprendido mucho más sobre la realeza y su proyección en la Europa de la edad moderna de lo que sabíam_os cuando se emprendió la discusión en la década de 1950. Los estudiosos de la historia política se hallan probablemente más inclinados en la actualidad que hace media centuria a prestar atención al carácter sagrado ele la realeza en el siglo XVII. Ciertamente, la corte principesca, tal como es descrita por los conuibuidores a un volumen reciente sobre las cortes europeas, presenta todos los rasgos de una institución cuasi-religiosa, donde las liturgias de la capilla real y la etiqueta de la corte son complementarias y se refuerzan mutuamente5~. La exalta-

M Véase Ceoffrey Parker y Leslcy M. Smith, -Introchu:tion• en Parker y Smíth (eds.), Gew:ml Crisis, pp. 1-31; William S. Atwell, •A Seventeenth-Century "General Crisis" in East Asia?», e::n Parkcr y Smith (eds.), General Crisis, pp. 253-254;John A. Eddy, « The "Mauncler Minimum": Sunspots and Climate in the Reign of Louis XIV•, en Parker y Smith (eds.), General C1isis, pp. 264-298. . . . • . ~~ Pan) Kléber Monod, Tlie Pmuer uf Kings: Mo,wrchy ancl Relrgzo11 m Europe, 15891715 New Haven (Co11necticut) y Londres, Vale University Press, 1999 [El poder de tos re;e.s: uuJ11arq11foy rnligión en Europa, 1589-_1715, ~rad.Jes11s Izquierdo M~rtín, Ma~ drid, Alianza, 2001 ];John Adamson (ed.), The Princely Courts ofEur<,pe: Ritual, Po/1tícs ami Culture 1t11der the Anden Regime, /500-1700 (Londres, Weidenfeld and Nicholson, 1999).

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EsrAÑA, l::UROPA y EL MUNDO Of.. ULTRAMAR

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ción consciente de la realeza sagrada en las décadas iniciales del siglo XVII puede considerarse una reafirmación de las suposiciones tradicionales sobre la necesidad humana de tomar·cómo modelo lo divino. Sin embargo, esa misma reafirmación exige explicación. Aunque refleje en parte la importancia conferida a realzar la autoridad de la corona corno reacción a los desórdenes civiles·y religiosos del siglo xv1, también parece responder·a la necesidad sentida por los gobiernos del siglo XVII de desplegar toda la panoplia del poder real para movilizar más eficazmente los recursos de sus sociedades en una época en que se veían arrastrados a los conflictos internacionales de la Guerra de los Treinta Alias. La panoplia del poder incluía la imaginería de la realeza. Hoy todos somos conscientes de la amplia utilización que hicieron ele las ceremonias, las representaciones visuales y el teatro corte~ano los monarcas de la edad moderna para proyectar la gloria y los triunfos de sus rlinastías. Sin duda, tales recursos podían contribuir a mitigar las funestas consecuencias de una realeza ausente, hasta tan lejos como en los virreinatos de Nueva España y Perú5~. Por otra parte, es fácil sobreestimar su eficacia, como me parece que le ocurrió a José Antonio Marava11 en La cultura del Barroca57 • En su elegante librito Elogi.o della dissimulaz.ione [ «Elogio del disimulo»], de 1987, Rosario Villari llamó la atención sobre la importancia de la disimulación en la vida y pensamiento del siglo xvn y la manera en que ayúdó a crear un espacio para el movimiento y la innovación en sociedades que·se encontraban constrefüdas por el pesado aparato del poder estatal 58 J Por su parte, los historiadores de la literatura y del teatro han descubierto ambigüedades e intenciones subversivas en obras de autores como Calderón, que inicialmente daban la apariencia de hallarse totalmente identificados con las directrices de la corte y la conserva~ ción del statu quo"9 • No hay duda ele que en estas sociedades monárquicas había una fuerte vena de crítica y disensión, la cual subvertía los puntos de vista

aceptados y contribuyó a preparar el terreno para las protes~ abiertas de la década de 1640. Sin embargo, a pesar de la creencia de Olivares de que «si los reyes no miran por sí mismos, no van a quedar más que algunos reyes en pocos años», la medida en que esta disconformidad estaba volviendo a la población contra la institución de lamonarquía en sí misma sigue estando poco clara. En los últimos años, los historiadores de la teoría política han dado un nuevo impulso.al estudio de la tradición republicana en la Europa de la edad moderna y sus hallazgos deben incorporarse a la historia de las revoluciones de mediados del siglo xvn 60 • Desde luego, es posible que hayamos subes.:. timado la parte desempeñada por el pensamiento republicano en las revoluciones, quizá porque sólo en Inglaterra y Nápoles parece haber tenido un impacto significativo. Podríamos habernos engañado con la disimulación del siglo XVII y haber subvalorado el vigor de los ideales republionos. La supervivencia de repúblicas en una Europa predominantemente monárquica y la incorporación triunfante a sus filas ele las provincias rebeldes de los Países Bajos septentrionales proporcionaban ciertamente un modelo de vida y funcionamiento de un sistema de organización polít~ca alternativo y aparentemente viable. Con todo, trasladar ese modelo de estados pequeños a otros _mayores planteaba problemas, en particular en cuanto a la participación popular en el ejercicio del poder, pues tendía a desencadenar temores inveterados de la nación política a la ley del populacho61 • . · La lealtad al monarca permanecía firmemente arraigada en estas sociedades y para arrancarla era necesaria una poderosa combinación de circ-mstancias, ya fuera en.Cataluña, Inglaterra p Nápoles. Sin embargo, en unos tiempos en que la opinión pública estaba encontrando :.u voz y había de ser tomada en consideración cada vez más por los reyes y sus ministros, el mismo realce de la majestad en un intento de maximizar el pod_er contribuyó a aislar a la corte y

.. ·, , Véase Víctor Míngucz Cornclles, los "')'t.S di.ttantes. lmágmeJ b.l Jmdl!r en el MbiiiA : ..\. '•'\t

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viminn~ C'.ru;tcllón de la Plana, Universilatjaume I, 1995. Véase más abajo, pp. 241-2421 .. ~ 57 José Antonio MaravaH, La cullura del Barrar.o: análisis
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00 · J. G. A. Pocock. Tlie Mfl(:hinvellian Mommt: Florentme Poütical Thoughl and the Atlantic &publican Tmdition, Princelon (Nuevajersey), Princeton Univcrsity Press, 1975; Quentin Skinner, Tite Foun, Repuhlicanisni: A Sliart!d European Heritage, 2 voh,., . €ambridge, Cambridge University Press, 2002. 61 H. G. I<-:>enigsberger, «Rcpublicanism, Monarchism, and Liberty», en C. G. •· Gibbs, Robert Orcsko y H. M. Scott (eds.), Royal and &j,ublican Sovereignty in Early Modern Europe. E.uay.t iu memory of/l'.'lfl'hild Hattmi, Cambridge, Cambridge Univcrsity Prcss, 1997, cap. l. . . · • •

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E.si'AÑA, EUROl'A Y EL MUNDO DE lll:J'ltAMAR

alienar de la corona elementos significativos de la nación política. En este sentido, como mínimo, la dicotomía de Trevo1:-Roper entre corte y país todavía ha de tenerse en cuenta, ya sea en Inglaterra o en el continente. Las máscaras de la corte de Carlos I y las festividades de Felipe IV en su palacio del Buen Retiro frearon al menos entre los mismos soberanos ilusiones de poder y armonía derivados ele su propio gobierno benévolo, imaginaciones que les protegían de las desagradables realidades del desobediente mundo de fuera de los muros de palacio62• Inevitablemente, estas celebraciones de majestad provocaban quejas generalizadas sobre la extravagancia real en tiempos de guerra y penuria. Incluso en el caso de las selectas audiencias a las que estaban destinadas, las opulentas representaciones de la realeza triunfante, ya fuera en el teatro o en la imaginería visual; tendían demasiado a menudo a provocar más escepticismo que admiración reverencial entre quienes estaban al tanto de lo que pasaba entre bastidores65 • Una creciente desconfianza en las décadas de 1fü!O y 1630 no pudo por menos que socavar la capacidad de la corona para reunir apoyos cuando llegó la crisis. Con todo, el impacto a largo plazo sobre la misma monarquía parecía mitigarse con la existencia de otra institu ción cuya importancia se ha precisado con mayor claridad en los úlr timos años: los validos o primeros ministros favoritos del monarca. Su estudio como fenómeno europeo fue el tema de un congreso en Oxford en 1999 cuyas actas fueron luego publicadas y traducidas eón el título El mundo de los val-idofr1• Hubo validos de muchos tipos en la Europa de la primera mitad del siglo XVII y su impacto en la política y en la sociedad fue profundo. , . :
tiY KeV1n Sharpe, 1ñe Pmonal Rule ef Ch11rles /, New Haven (Connecticm) y Londres, Yale University pre11, 1992;Jonathan Brown yJohn l-1. Elliott, :\ P11lar.efora Ki,1g:f/1le Bum Retiro ,md 11,1 Court o/PhilipIV. New Haven (Connecticut) )' Londres, Yale Univc~ sity Press, 1980; edil. rev. y ampliada 2003 [ Un palacio para el rey: el Buen Retiro y ld.córte ikFdipeN, trad. Vitente Ueó y María Luisa Balseiro, Madrid,Taurus,2003). .J~~~ 65 J. H. Elliott, •Powerand Propaganda in the Spain ofPhilip IV•, en Spafo ánd(A, World [España y su mundo], cap, 8. · · . ··• ·.,;:;. fi.l J. H. Elliott'y L W. 8, Brockliss (eds.), Tlit World of tl1e Favourit~ New Havi:íl'. (Connecticut) y Londres, Vale University Press, 1999 [El 1nu11do de los valido.,, t'nitt Jesús A)borés y Eva Rodríguez Halffter, l\fadrid, Taurus, 1999). ,_

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1muestad de la realeza y su deber hacia sus monarcas; parece además haberse fundado en una doctrina neoestoica que insistía en la disciplina, el orden y la autoridad, una filosofía cuya importancia en la formación de las actitudes de las élites europeas de principios del si- . glo XVII se ha hecho en los últimos años cada vez más evidente65 • Al mismo tiempo, con el fin de alcanzar sus objetivos, los validos se vieron obligados a recurrir a redes de parentesco y sistemas de clientela, aspecto que ha siclo tema de estudio detallado en las últimas clécadasot•. Esto a su vez alienaba a los miembros de la nación política que se veían excluidos del círculo mágico de los cargos e influencias y originó tanto comentarios sombríos sobre súbditos demasiado poderosos como la corrupción que acompa1fa al ejercicio si11 trabas del poder personal. Aun cuando despertaran una oposición generalizada, los validos prestaban paradójicamente un servicio inestimable almonarca al actuar como pararrayos que desviaban la ira que de otro modo podría haber caído en la persona del rey. Desde la perspectiva general del siglo XVII, por tanto, las revoluciones de mediada la centuria pueden considermse, al menos en parte, como una reacción a la política, el comportamiento y la misma existenc.ia ele validos, privados y favoritos que parecían usurpar las funciones del soberano. Su destitución del cargo y la decisió1i expresa ele algunos monarcas (Felipe IV, Luis XIV, el emperador Leopoldo I) de gobernar en el futuro por sí mismos contribuyeron a reducir las tensiones}' crear las condiciones propicias para alcanzar la estabilidad en la Europa de finales del siglo XVII, las cuales constituyen el tema de The Struggle for StabiliLy in Early Modern Europe de Theodore Rabb. Los aspectos resumidos pueden proporcionar algunas pistas e indicios sobre las posibles direcciones que pueden tomar los nuevos enfoques sobre «la crisis general,, del siglo xvn. No tengo ninguna duda de que resultan deseables y necesarios. Cualesquiera c¡ue fueran los defectos del planteamienco original del debate sobre la crisis general, sus participantes identificaron una serie ele cuestiones sobre la Véase, por ejemplo, Gerhard Oestreich, Neostoicism m1d Tlit1 l:.'t1rly Modem S1111e, Cambridge, Cambridge University l'ress, 1982, y Pcter N. Miller, Peil'l'sr. '., F:11mpe: Lecm1ing a11cl Virt11e i11 tlie Seu,mteentli Ce11111ry, New Haven (Connecticut) )' Londres, Yale , University Press, 2000. :. i,. 66 Sharon Kettering, Patrons, Brokers, and Cüenls in Seoe11teentl1-Ce11tury Fra11ce: Gift., giving t111d Patrrmage in .Early Modern Fra11ce, Oxford, Oxford Universit)' Press, 1986; /.wtonio Fe ros, Ki11gsllip und Favorilmn i11 tlit Spain ofPliilip JJJ, 1598-1621, C.'lmblidge, Cambridge University Press, 2000 [El duque ik Lmna. Rea/1!7.a y privmu.a ,m la Españc, de Feli/ie 111, Madrid, Marcial Pons, 2002].

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interacción de la política, la economía, la sociedad y la cultura que son fundamentales para nuestra comprensión no sólo del siglo XVIJ, sino de la Europa de la edad moderna en general. Como siempre, todavía hay espacio para una investigación más detallada de las causas y consecuencias de revueltas y revoluciones específicas. No obstante, espero por lo menos que los historiadores que se ocupen en ese debate logren demostrar las posibilidades, así como las dificultades, de tratar el tema a una escala europea y enfocar los acontecimientos nacionales dentro de un marco comparativo internacional más amplio. Con todos sus defectos, los historiadores de aquella generación, a diferencia de algunos de sus sucesores, no tenían miedo de plantearse grandes preguntas y pintar con enérgicos trazos sobre un lienzo de amplias dimensiones. Es lo que necesitamos hoy más que cualquier otra cosa67 •

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CAPÍTULO

IV

UNA SOCIEDAD NO REVOLUCIONARIA: ··

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CASTILLA EN LA DÉCADA DE

1640

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E1gran debate histórico de las décadas de 1950 y 1960 sobre la lla-

mada «crisis general del siglo xvm, condujo a importantes e intere~ san tes in ten tos de comparar los distintos movimientos revolucionarios ocurridos en Europa a mediados de siglo y a elaborar una: tipología de la revolución'· Una faceta sorprendente del debate, sin embargo, es que las comparaciones han sido siempre revolucionarias, en el sentido de que un movimiento de protesta ha sido comparado con otro, a lo largo del tiempo o del espacio. Lo que hasta ahora se echa de menos en la discusión es un intento de comparar sociedades qÚe no se rebelaron con aquellas que sí lo hicieron 2. Una comparación entre sociedades revolucionarias y no revolucionarias, que en la superficie parecen hallarse sometidas a parecidas presiones «revoludonarias», quizá nos permita identificar con mayor precisión algunas de las condiciones esenciales para la rebelión. Frente a esto puede argüirse con. razón que establecer comparaciones válidas entre sociedades revolucionarias es ya bastante difícil como para embarcarse en una comparación de las revolucionarias con las que no lo fueron. Pero diferP.ncias manifiestas pueden a veces ser más reveladoras que ' . similituder. superficiales. Y los escépticos acerca del estudio de la no .revolución no deberían olvidar que Sherlock Holme.s no perdió por ~Ó,mpleto su tiempo cuando se percató de que el perro no ladró en la ·•·· noche:: ·1•·

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Otra prueba de que .~e trata de un debate inten~tinable la propo~ciona·Ia·ei.it luación más reciente, publicada tres años después de la mía: •Thc General Crisis of the Seventecnth Century Revisited», AHR Forum, American flislnricnl &vieru;•ll:3 (2008), pp. 1029-1099. El Fomm indica que los historiadores están comcnzando·a. reconsiderar: la 1coría de la crisis del siglo XVII desde una perspectiva con\parativ-l global además ele europea. Acaso se vuelv-J al 1ra1.0 fuert.e. · ·. ,: •·'. ·:·, 1 1 1 •)

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< ·,1 1. Véase más arriha, cap. 111. ·

. . . · Para un intento de este tipo, empero, véa.~eJ. G. Casey, Tl~Kingdom o/Valenria ~ . in 'the Seuent,mll, Ctmlury, Cambridge, Cambridge, University ~ress, 1979 [El rtino de Valencia en el fig{,n XVII, trad ..Juan faci Lacasta, Madrid, Siglo XXI, 1983], qu~ intenta :; "· 2

explicar la ausencia en 1640 ele una «rebelión de los valencianos" comparable a la de sus vecinos c:11ala111!s. 1 ,..,

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J. 11. ELLlO'lí

Revista Pcdralbes, 19 (1999), 13 1-146

EUROPA DESPUÉS DE LA PAZ DE WESTFALIA J.H. H!liot1*

La Pa1, de Westfalia ha quedado grabada en la memoria colectiva de Europa como la que puso fin a un conflicto europeo más devastador que cualquiera otro antes del siglo XX. Voltaire, en Le siecle de Loui.1· XIV, describe "cette célebre paix de Vestpahlie" como un tratado "devcnu pour )'avenir la basse de tous les traités".' En otras palabras, esta Paz señaló el inicio de un nuevo ore.len internacional en el cual el sistema e uropeo de estados iba a ser regulado en lo sucesivo según una serie de acuerdos políticos forjados a mediados del siglo XVII y aceptados por las principales potencias europeas. Entre estos acuerdos figuraban la aceptación internacional de la soberanía ele la República Holandesa y e.le la Confederación Suiza y, algo de la máxima importancia, el establecimiento de una constitución para el Sacro Romano Imperio. En efecto, el acuerdo de pa1. apartó el espectro de una monarquía universal Habsburgo que había atemorizado a Europa durante largo tiempo, y confirmó el carácter del [mperio como una confederación laxa de unidades independientes, que procurarían resolver sus diferencias mediante una serie de elaborados procedimientos constitucionales sin recurrir a la guerra. (*) Publicado en inglés en 1648: l'uix de Westjidie. f'art entre fu guerre et le, paix, actas del coloquio

celebrado en el We.stmlischcs Landesmuseum y en el Museo del Louvre ( 1998). Münster-París, 1999, pp. 543-561. La redacción de Pedralbes agr:J
131

Esta visión de los efectos de Westfalia, generalmente favorable, fue cuestionada por primera vez por Friedrich Rühs en 1815, pero sólo iba a ser puesta seriamente en entredicho durante el período comprendido entre finales del siglo XIX y 1945, años en los que nacionalistas alemanes arguyeron que el tratado de paz había impedido establecer una unidad alemana y había condenado a Alemania a dos siglos de impotencia, en beneficio de Francia/ Pero la creación de la República Federal Alemana tras la Segunda Guerra Mundial representó una reversión a los principios de 1648, y esto, a su vez, contribuyó a revitalizar la reputación de la Paz de Westfalia. Hoy en día suele ser vista en gran medida como lo era en época de Voltaire y de Rousscau, es decir, como un hito que marcó los inicios de una ordenación nueva y más racional del sistema europeo de estados. En el corazón de esta reordenación se hallaba, por supuesto, el reconocimiento de ciertas realidades tanto religiosas como políticas. Con variantes grados de reticencia, la diversidad confesional ele Alemania y de la Cristiandad fue aceptada en Westfalia como un hecho de la vida. Inocencio X, a quien Velázqucz iba a pintar en toda su inquieta obstinación al año siguiente del congreso de paz, se vio reducido a protestas impotentes contra un acuerdo que el Emperador y las principales potencias europeas habían negociado sin recurrir a la mediación papal y que iba a disminuir la influencia vaticana en las tierras de Centroeuropa. Los acuerdos de paz contra los cuales Inocencio tronó en vano, reafirmaron la libertad religiosa concedida a los luteranos en 1555, al tiempo que extendieron el beneficio de esos mismos derechos a los calvinistas y a las minorías religiosas que los habían disfrutado por lo menos hasta el 1 de enero de 1624, fecha que fue finalmente convenida tras enconadas negociaciones. No es de extrañar que, poco a poco, los protestantes incluyeran el aniversario de la Paz en su lista de conmemoraciones anuales. 3 En septiembre de

2. :Vlartin Hcckcl, [)e111sd1/a11d im konfessio11elle11 '/.eiralrn, Gotinga, 1983. pp. 208-209; Gcoffrcy P:tr• kcr, The Thiny Y,ian ' War, 2' ed., Londres, 1997, pp. 192--193 (traducción castellana !!n este mismo número de Pedral/Jes). 3. 1,ticnnc Fran~ois, "!)e l'uniformi1é a la tolcrancc: confession el société urbaine en Allcmagnc, 1650• 1800", Amw/es, ESC, 37 ( 1982), pp. 783-800, esp. p. 789.

132

EUROPA DF'SPIJF_<; DF. LA PAZ DE WE<;TFALIA

J. H. F.LLJOTI

1748 la ciudad de Hamburgo, juntamente con otros estados y ciudades, decidió conmemorar el primer centenario de Wesú·alia. Se celebraron servicios religiosos especiales en todas las iglesias; se interpretó un oratorio de Teleman eru la iglesia de San Pedro; y se compuso una oración, adecuadamente comedida, la cual pedía a Dios que se apiadara no sólo de los protestantes sino también de todos los cristianos, y celebraba la Paz de Westfalia como el fin del conflicto religioso y el inicio de la paz y la prosperidad de Hamburgo.4 Así pues, en los mundos de la política y de la religión los acuerdos de Westfalia eran vistos, al cabo de un siglo de ser firmados, como un punto de inflexión para Alemania y Europa. A ojos del siglo XVIII, el problema del Imperio se había solucionado. El imperio de la ley, así como un sistema cuidadosamente negociado de contrapesos y equilibrios, había reemplazado la anarquía y violencia de una época bárbara, al liempo que las garantías de libertad para minorías religiosas y un grado de tolerancia, habían puesto punto final a los agrios conflictos sectarios del pasado. La Europa de las Luces volvía su mirada hacia estos logros con satisfacción, como signos claros del progreso de la civilización europea a lo largo de un siglo. Generaciones futuras, por su parte, han venido a ratificar el veredicto. Pero, ¿hasta qué punto, podemos preguntar, respondía este veredicto a las realidades históricas? El propio Imperio fue disuelto en 1806 y el siglo XX iba a ver guerras mucho más devastadoras que las que asolaron el continente entre las décadas de 1620 y 1640. Además, estas guerras, al igual que la de los Treinta Años, se originaron en esas mismas partes de Europa cuyos problemas los negociadores en Münster y Osnabruck quisieron resolver. Es cierto, naturalmente, que de ningún acuerdo de paz, por muy inteligentemente

que haya sido concebido, puede esperarse que vaya a durar para siempre. Pero, incluso si tomarnos una visión más limitada y no salimos de las celebraciones de su primer centenario, es difícil no cuestionar algunas de las asunciones más fáciles acerca de los benignos efectos del acuerdo de Westfalia. En primer lugar, el acuerdo no afectó a la guerra entre España y Francia, que continuaría hasta 1659 (una segunda guerra de treinta años), y tampoco

puso fin a las hostilidades entre las potencias bálticas. Aunque el espectro de la monarquía universal Habsburgo pudo haber sido conjurado, pronto iba a ser sustituido por el de una Europa dominada por la Francia del ambicioso Luis XIV. Entre 1600 y 1650 sólo hubo un año del calendario sin ninguna guen-a entre estados europeos: 1610. En la segunda mitad del siglo, hubo seis (1669-1671 y 1680-1682), pero la civilización europea fue y siguió siendo una civilización militar, cuyo estado natural era la gue1Ta. 5 El tamaño de los ejércitos era apreciablemente mayor en la segunda mitad del siglo que en la primera; proliferaron las guerras, en una escalada hasta la guerra global europea de Sucesión Española entre 1701 y 1713; y es qui:tá sintomático del carácter belicoso de la civili:lación europea que un número de príncipes de finales del siglo XVII gustara de vestir uniforme militar y se hiciera retratar de esa guisa.6 La guerra siguió siendo expuesta de las dos maneras (alegórica y documental) en que lo había sido durante la primera parte del siglo. Si Wesllfalii:: 110 logró traer una paz duradera a Europa, también tuvo menos éxito de lo que a veces se dice en curar las pasiones religiosas de la época. La revocación del Edicto de Nantes por Luis XIV en 1685 es prueba de que la época de la persecución religiosa estaba aún lejos de su final, si bien la inclusión de Alsacia en los acuerdos de Wcstfalia significó que por lo menos los protestantes alsacianos se vieron a salvo del destino de sus hermanos franceses.' Pero se ha argumentado persuasivamente que incluso en el Imperio el resultado de la paz fue endurecer en muchos respectos las divisiones religiosas, más que suavizarlas.' El resultado de Westfalia fue sancionar la cerritorialización de credos, si bien los acuerdos aseguraron la supervivencia de una Sajonia protestante cuando su casa gobernante se convirtió al catolicismo a finales del siglo XVII. Experimentos ecuménicos, como los del Elector Palatino Carlos Luis, se saldarían con un fracaso estrepitoso, pern en unos pocos estados y ciudades, especialmente en la Alemania meridional, se alcanzó la coexistencia religiosa sobre la base de una auténtica paridad, en

5. C,enrge :--. Clark, 111<' sevemeenth cenrnry. 2' cd., Oxford, 1950, p. 98. Sobre Europa como una "eivi• li,ación milit.ar". v,:ase su 1Var and .rnci,•ty in the seve11tee11th 1·e11tu1y. Cambridg,:. 1958. p. 1O. 6. Michael Robens, l:.ssuys in Swedisl, history, Londres, 1967, cap. 1O ('"The military rcvolution"); Geo• ffrcy Parkcr, n•1•0/11ció11 mililar, Barcelona, 1990. Sohre los monarcas en uniforme, v~asc Roherts, p. 206. 7. Warrcn Cand)cr Scovillc, The persecution of /111gue11m.v allll French eco110111ic //t'vdopme11t, 1680/720, Berkeley !.os /\ngelcs, 1960, p. 5, n. 11. 8. Véase fran,ois, ''De J'unifonnité a la tolérnncc·•

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4. Joachim Whalcy, Religio11s to/eration a11dsocial cha11ge i11 Hamburg, 1529-1819, Cambridge, 1985, p. 194.

111

134

F.UROPA DESPUÉS DE LA PAZ DE WESTFALIA

J. H. El.l.lOTT

función de la cual protestantes y católicos compartían, en pie de igualdad, los cargos. Pero una tolerancia religiosa real apenas apareció en tierras alemanas antes de finales del siglo XVIII, y la exclusión religiosa siguió caracterizando la vida confesional de la mayoría de las ciudades del Imperio. Parecidamcntc, los judíos siguieron siendo objeto de duras discriminaciones, como siempre lo habían sido. Con todo, aunque el panorama religioso e internacional seguía siendo sombrío después de 1648, esto no significa q ue no se produjeran importantes cambios en la estela de los acuerdos de Westfalia. Uno de los más notables fue la aparición de un nuevo sentido colectivo de la propia Europa. El despliegue de periódicos y gacetas durante el transcurso de la guerra había ayudado a desarrollar una visión paneuropea de los acontecimientos coetáneos. La Nieuwe Tijdinghen de Abraham Verhoeven, las diversas gacetas holandesas e italianas y la Gazette francesa de Théophraste Renaudot dependían, todas ellas, de una red de contactos e informadores esparcida a lo ancho del continente, y sus esfuerzos combinados pusieron los cimientos de un público europeo informado y de una opinión públíca también europea e informada. Ésta era la opinión pública a la que Richelieu apelaba en su poco logrado drama alegórico, titulado significativamente Europe, en el cual Francion llega al rescate de una Europa a punto de ser raptada por Ibcre.9 Esta nueva Europa de estados soberanos no acabó de un plumazo con la vieja Cristiandad, la cual iba aún a conocer momentos de recuperación, especialmente en tiempos de amenaza exterior, como con ocasión del sitio turco de Viena en 1683. De hecho, la ausencia de un tal amenaza durante las décadas de 1620 y 1630, cuando los turcos estaban ocupados en su frontera con Persia, jugó un papel importante en conformar el carácter y curso de la guerra civil europea durante esas mismas décadas y, de este modo, en fortalecer la visión secular de una Europa de estados soberanos. Pero si la idea de Europa coexistía con la de la Cristiandad, como sucedía en la mente de Richelieu, era Europa la que estaba imponiéndose a finales del siglo XVII. 1º

9. E11rope. Comédie lzéroique, París, 1643. Véase también l.éopold Lacour, Richelie11 drama111rge et ses col/uborate11rs, París, 1925, parte 3, cap. 4. 10. Para la aparición de la idea de Europa, véase Deny~ Hay, E11rope. The emerge11ce of tm idea, Edimburgo, 1957, que, no obstante, no dice gran cosa sobre el siglo XVII.

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Hay razones poderosas para argüir que la Europa que nació de las décadas centrales del siglo XVII era una Europa transformada, pero debemos tener una visión más amplia que la de los puros tratados de paz si queremos entender lo que estaba sucediendo. A mi juicio, la transformación no deriva tanto de los acuerdos de paz como del carácter e intensidad del conflicto que los hizo necesarios. Durante dos o más décadas, grandes partes de la Europa continental habían sido sometidas a tensiones muy intensas impuestas por un guerrear más o menos continuo. Incluso las poblaciones que no estaban directamente afectadas por los tránsitos militares ni por la destrucción física provocada por el conflicto habían sentido el impacto de la guerra en sus casas, cuando los recaudadores de impuestos golpeaban en sus puertas y los sargentos reclutadores se llevaban a padres e hijos. Al mismo tiempo, estas mismas exigencias de la guerra habían puesto a prueba hasta el límite las capacidades administrativas y políticas del estado de inicios del siglo XVII. Los gobiernos luchaban en todas partes por movilizar los recursos requeridos para la financiación de ejércitos y flotas. De cara a una gestión más cfica;,, de la guerra, esto exigió frecuentemente la concentración de poderes en manos de unos pocos personajes elegidos, en particular ministros-privados como Richclicu y Olivares, quienes, a su vez, confiaban en la lealtad de un pequeño grupo de funcionarios para asegurar que las exigencias de la corona fuesen obedecidas. Los esfuerzos de estos gobernantes comportaron la infracción, en gran escala, de derechos y privilegios corporativos, al exigir ayuda económica y militar a instituciones, grupos sociales, regiones y provincias que hasta entonces habían disfrutado de un número relativo de exenciones ante las exigencias del estado. Las tensiones sociales y políticas creadas por estas incrementadas exigencias del estado se mezclaron con la irrupción de un grupo de nuevos ricos que habían ganado sus dineros en la guerra: financieros, empresarios militares, comandantes del ejército y ministros y oficiales con acceso privilegiado al patronazgo real. Muchos de estos personajes, a su vez, utilizaron parte de su nueva riqueza para promover un estilo de vida que tuvo consecuencias significativas para las artes. Financieros como Barthélcmy Hcrwarth, por ejem-

11 . G. Dc pping, "Banhélcmy llcrwarth. Un banquicr protcstant en Francc au dix-scpti~mc si~clc", Rel'lw l/istoriq11~, 10 (1879), pp. 285--338; y 11 (1880), pp. 63-80; Pierre Francas1el, " Vcrsaillcs et l'archi-tecturc urbainc au XVl!e siccle", A1111ales (1955), pp. 465-479.

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EUROPA DESPUÉS DE LA PAZ DE WESTFALIA J. II. ELLIOTT

plo, contribuyeron de manera importante al desarrollo urbanístico del París de mediados de siglo." Comandantes militares como el marqués de Leganés en España y el Mariscal de Créquy en Francia reunieron impresionantes colecciones de pinturas.'2 Tales manifestaciones de riqueza no hicieron sino agravar las tensiones sociales ya existentes. Las poblaciones urbanas, exprimidas por los recaudadores de impuestos, encontraron blancos adecuados para su odio en aquéllos que sacaban provecho de la guerra y en los oficiales reales enriquecidos. Miembros de la vieja nobleza y de la clase dirigente tradicional se resentían de verse orillados por ministros de clase social baja aupados hacía poco. Todos estos resentimientos políticos y sociales culminaron en los levantamientos revolucionarios que sacudieron la Europa continental a lo largo de la década de 1640. Las causas de estos levantamientos han sido objeto de un prolongado debate histórico, pero no creo que puedan ser comprendidas sin tomar en consideración las tensiones impuestas sobre la sociedad y sobre la estructura del estado por un período de guerra intensa y prolongada. ' 3 En mi opinión, las revueltas y disturbios continentales de los años 1640 fueron en gran parte una respuesta a las presiones generadas por el recrecido intervencionismo del estado moderno, en sus esfuerzos por hacer frente a los desafíos presentados por las exigencias de la guerra. En este sentido, pueden ser vistos como movimientos contrarrevolucionarios frente a las actividades innovadoras del estado, si bien la contrarrevolución queóa restaurar una armonía política y social imaginada, más que la que realmente había existido, ya que difícilmente se puede decir que las sociedades de la Europa moderna vivieran una situación de equilibrio antes de la Guerra de los Treinta Años.•• Pero estas alteraciones, si bien obligaron al estado intervencionista a ponerse temporalmente a la defensiva, también liberaron fuerzas políticas y sociales que asustaron a las clases propietarias, y, al cabo de cierto tiempo, fuese en Cataluña,

12. :vtary Crawford Volk, "New lighl on a scvcntcenlh-ccntury collcctor: lhe marquis of Leganés", The Art B11lleti11, 62 (1980), pp. 256-268; Jcan-Claudc Boycr e Isabclle Volf, "Romc il Paris: les tahlcaux du Marocha! de Créquy (1638)", Rev«e de l'Art, 79 (1988). pp. 22-41. 13. Sobre el dcbale histórico, véa~e especialmente Trcvor As ton, ed., Crisis en I::11ropa, 1560- 1660, Madrid, 1983 (cd. or., 1965); y Gcoffrey Parker y Lcsley :vt. Smilh, The General Crisis ofthe .teve11tee11tli ce11t11ry, Londres, 1978. 14. Véase llclmul G . Koenigsherger, "Thc crisis of 1he 171h ceniwy: a farewell?", en su Polirici<ms cmd virtuosi. l:.'.tsays i11 Early Modem Hisro,y, Londres, 1986, p. 165.

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Nápoles o en la Francia de la Fronda, las empujaron de nuevo a su lealtad tradicional para con la corona, la cual parecía ofrecer la mejor garantía de estabilidad y orden. Como por reacción, pues, a las condiciones de anarquía o semianarquía que por un momento amenazaron con anegar grandes áreas de la Europa de mediados del siglo XVII, el clima psicológico del período posterior a Westfalia se caracterizó por un ansia de nueva estabilidad. 11 Aunque un creciente hastío ante tanta guerra pudo jugar su papel en animar a los artistas - un Rubens o un Callot- para subrayar los horrores de la guerra y, en contraste, las bendiciones de la paz,'6 no parece, según hemos visto, que tuviera mucha repercusión en la conducta real de los estados de finales de siglo, los cuales mostraron estar tan dispuestos como sus predecesores a inicios del mismo a tomar las armas en la persecución de ambiciones territoriales y dinásticas. Pero sí pudo haber ayudado a la aparición de uno de los hechos políticos fundamentales de la Europa de finales del siglo XVII: la tendencia creciente del estado a hacerse con el monopolio de la fuerza. Le roi seul a droit de glaive. Este iba a convertirse en un tema central de la segunda mitad del siglo, conforme los monarcas intentaban domeñar aquellos elementos en sus estados que poseían el potencial de desencadenar las fuerzas de la anarquía, y al mismo tiempo obtener un control personal más estrecho sobre sus ejércitos, esas grandes maquinarias militares que, como muestra la carrera de Wallenstein, se habían hecho demasiado formidables para ser dejadas en manos de condottieros. En sus intentos por afirmar su monopolio de la fuerf.a, los príncipes de finales de siglo se beneficiaron del deseo de las clases acomodadas de que se restaurara el orden y el buen gobierno. Pero también tuvieron que hacer concesiones a esas·mismas clases para alcanzar un acomodo que resultase mutuamente satisfactorio. Una de las más significativas de esas concesiones fue el abandono por muchos gobernantes de la práctica del ministro-privado, tan característica de inicios del siglo XVII. Un rasgo llamativo de la Europa de la Guerra de los Treinta Años había sido el dominio de ministros que parecían todopoderosos, cuyo poder se basaba en ganar y retener el favor del príncipe, un dominio

15. Para el tema de la estabilidad e n Europa a finales del siglo XVll, véase Theodore K. Rabb, The stm.~glefor stabi/i1y i11 Early Modem Europe, Oxford, 1975. 16. Argumento presentado por Rabb, Strugg/e for stuhility, pp. 123-125.

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EUROPA DESPUÉS DE LA PAZ DE WESTl'ALTA

J. 11. ELLIOIT

vívidamente sugerido por la imponente presencia del Conde Duque de Olivares justo detrás de Felipe IV en el gran cuadro de Juan Bautista M aino, La recuperación de Bahía, para el Salón de Reinos en el nuevo palacio del Buen Retiro en Madrid. ' 7 Los movimientos revolucionarios de la década de 1640 habían sido, por lo menos en parte, una reacción contra este dominio. Cuando Olivares cayó del poder en 1643, Felipe IV anunció que en el futuro iba a gobernar por sí mismo. 18 Aunque nunca consiguió hacerlo, Don Luis de Haro, que negoció la Pa7. de los Pirineos con Mazarino, no llegó a alcanzar tanto poder como su tío, el Conde Duque. En 1661, a la muerte de Mazarino, el joven Luis XIV sorprendió al m undo al rechazar poner en su lugar, como se esperaba, a Nicolas Fouquet y anunciar que también él procuraría en el futuro gobernar por sí mismo. '9 Cuatro años después, a la muerte del Príncipe Portia, el emperador Leopoldo I hi1.0 un anuncio parecido. La época del ministro-privado estaba oficialmente clausurada. 20 Esto tuvo consecuencias importantes, no sólo para e l mundo de la política, sino también para el del arte. Richelieu, Mazarino, el mismo Pouquet, habían utilizado sus influencias y riquezas para ejercer un mecenazgo cultural de gran prodigalidad. S u desaparición refor:tó el papel del monarca como patrón supremo de las artes, y consolidó la posición de la corte monárquica como centro ejemplar y árbitro del gusto. La parte final del siglo XVII iba a ser preeminentemente la época de la sociedad cortesana, una sociedad cortesana que Norbert Elias nos ha enseñado a ver como una poderosa fuerza del proceso c ivili7.ador. 2 ' Elias tomó como su modelo la corte de L uis XIV, por supuesto, y presentó la corte monárquica como un instrumento para la domesticación de la nobleza que contribuyó a la gradual reducción de la violent:ia t:n la Europa posterior a Westfalia. La cultura y el ceremonial cortesanos jugaron, sin duda, su papel en refrenar las pasiones. Politesse se convir-

tió en el ideal preeminente y cubri6 con un barniz de civilidad las luchas por el poder y el juego de intereses que caracterizaban la vida dentro y más allá de la corte. Este era el mundo en el que el Oráculo de Baltasar Gracián, publicado por primera vez en 1653, se convirtió en un manual necesario, un botiquín de supervivencia para el cortesano en las artes esencialmente cortesanas de la d isimulación y el engaño.'2 Pero las cortes, pese a que proporcionaban evidentes oportunidades a los monarcas para imponerse sobre sus noblezas, deben ser vistas más bien como espacios donde los intereses de la corona y las aristocracias se entrecruzaban en beneficio mutuo.23 Incluso los llamados estados "absolutistas" de finales del siglo XVII, empezando por la misma Franc ia de L uis XIV, dependían de una relacicín estrecha entre el rey y las elites d irigentes tradicionales, tma relación q ue fue reordenada y revitalizada tras las conmociones políticas de los años centrales del siglo. Corona y noblezas siguieron siendo mutuamente dependientes, pero el equilibrio entre ellas variaba inevitablemente de un estado a otro, reflejando tradiciones nacionales y el éxito de cada Úno de los monarcas en combinar sus funciones como administradores, dirigentes ceremoniales y dispensadores de patrona:tgo. Entre los dirigentes de finales del siglo XVII, L uis XIV mostró ser particularmente hábil en combinar estas tres funciones, del rrúsmo modo que había mostrado serlo también en utili:tar a los artistas y a los hombres de letras para proyectar su imagen reaF• I ,a proyección de la grandeur y gloria del rey sol por tuda Europa era un reflejo del cambio en el equilibrio de poderes europeos que Westfalia trajo consigo, pero la hegemonía cultural no iba acompañada de modo automático por la hegemonía política y militar, y en este caso, iba rezagada. l ,a imagen del sol había sido previamente aplicada al tío de Luis, e l "rey planeta", Felipe IV de España,'.s y en el encuentro entre tío y sobrino en la Isla de los Faisanes

17. Para los validos del siglo XVII, véase J.H. Elliou y L.W.B. f!rockliss, eds., El 111111ulo de los validos, Madrid, 1999; y J.11. Elliott, Richelieu y Olivares, Ba.rcdona. 1984. 18. J.11. Elliott, E/ Co11de-D11que de Olivares, Barcelona, 1990, p. 629. 19. Para el caso Fouquet, v6ase Marc Fumaroli, Le poete et le mi. Jea11 de la Fo111ai11e en son sii!cle, París, 1997, cap. 4. 20. Para Francia, véase William Beik, Absolurism und .wciet)' in sl've111ee111h-ce,11ury Fmnce, Camhridge. 1985. Véanse también las panorámicas en John !Vliller, cd., Absol11tism i11 seve11tee111h-ce111111y r:11rope, Londres, 1990, para la situación en varios estados europeos. 21. Norbert Elias, t:I proceso de civi/izació11, México, 1989 (ed. or., 1969); y !.a sociedad cortesa11u, México. 1982 (ed or.. 1969).

22. Para la influencia de Gracián en la Europa de finales del siglo XVll, véase Olto Urunner, Adeliges Lt111d/el,e11 ,me/ Huropüisclier Gei,i.st, Salzburgo, 1949, pp. 130-133 (traducción i1aliana, Vita 11ohi/i11re e c11/111m europea, Bolonia, 1972). 23.Ronald G. Asch, " btroduction. Court and houschold from thc fiftccnth to thc scvcntccnth cemurics". en Ronald G. Asch y Adolf M. Birke, cds., Pri11ces, patmnag,• ami the 110/,i/ic): The ('{)llrt at rhe /](•gi1111i11g of rhe Modem Age, c. 1450-1650, Oxford, 1991; Jeroen Ouindam, Myrhs of power. Norherr J,;/ias a11d the ear/y modem court, Amsterdam, 1995, cap. 4. 24. Petcr Uurkc, The fi1bricatio11 of [,euis XIV, Kew Haven-Londres, 1992 (traducci6n. Madrid, 1995). 25. Jonathan flrown y J.H. F.Hiotl, Un palacio para el rey. El B11e11 Retim y la corte de Felipe IV, ~adrid, 1981, p. 42.

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en 1660 para ratificar la Paz de los Pirineos, la riquc7.a ceremonial de la coite española eclipsó a la de Luis.26 Los franceses, además, no contaron con un Vclá7.quez que dispusiera la decoración de su pabellón en la isla. Tras 1665 la frágil figura de Carlos II no era rival, ni en lo simbólico ni en lo político, para el vigoroso joven Luis XIV, pero el estilo de rcalc7.a de Luis debía mucho más a1 ceremonial español de lo que él pudo estar dispuesto a admitir. 27 Los la7.0S tradicionalmente estrechos entre Madrid y Viena hicieron que las influencias españolas fueran asimismo intensas en la corte de otro de los beneficiarios de los acuerdos de paz, los Habsburgo austríacos, que compartían la inclinación de sus primos españoles por un estilo de gobierno cuyas características principales eran la gravitas y la pietas. Dado que Wcstfalia les privó de toda nueva posibilidad de imponer su voluntad sobre el Imperio, Fernando III y Lcopoldo I se dedicaron a consolidar su autoridad en sus dominios patrimoniales y en el reino conquistado de Bohemia. Era una autoridad que descansaba en gran medida en la sanción divina, y su proyección se encontraba íntimamente vinculada a la difusión de las doctrinas y valores de la Contrarreforma. En manos de Fernando, y particularmente en las de Lcopoldo, la corte imperial se convirtió en un instrumento vital para la creación de una cultura política y religiosa que trascendía fronteras nacionales y que contribuyó grandemente a inculcar un sentido de !callad a la dinastía entre poblaciones multiétnicas. A falta de un "estado" austríaco comparable al estado francés, esta cultura cortesana común se hizo aún más crucial como factor unificador de lo que era en la Francia de Luis X[V. Como centro de una nobleza internacional, la corte de Viena, más aún que la de Versalles, ligaba al príncipe y a la aristocracia en una relación mutua que se basaba en la aceptación de una serie de ideales políticos, religiosos y cul turales. La nobleza, a su vez, transmitía esos ideales a sus tierras de origen. A través del arte y la arquitectura, de la literatura y la música -especialmente la ópera-, la cmte de Viena fomentó la difusión por tierras de Europa central y oriental de una civilización barroca compartida, haciendo de sí misma un polo alternativo a la corte de Versalles.'.11

26. Jonuthan Brown, Velá,quei;, pi11tor y corternno, '.v!adrid, 1986, pp. 249-250. 27. Burkc, 1-"abrication of J,011is XIV, pp. 183- 184. 28. Roben J.W. Evans, La Monarqura de lo:s llabslmrgo. 1550- 1700, Barcelona, 1989, esp. pp. 131- 132; y Víctor 1,. Tapié, Barroco y Clasicismo, Madrid, 1978, libro 3, cap. l , para el Barroco en la Europa central y orienral. Véase tambié n Duindam, Myths ofpower, pp. 126- 133 para una comparación cn11c Viena y VernaJlcs.

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Pese a todos sus rasgos católicos, esta cultura barroca se derramó por entre las sociedades protestantes. Se ha sugerido, por ejemplo, que los luteranos de Augsburgo, que eran mayoría a finales del siglo XVII, se apropiaron de algunos de los motivos y métodos de sus rivales católicos, precisamente para afirmar de modo más intenso su identidad protestante. Sus iglesias adquirieron algo del exuberante esplendor de las iglesias católicas coetáneas, al tiempo que sus festividades conmemorativas revestían una vistosidad más asociada comúnmente con los días de fiesta católicos. 2'' Pero, en general, todavía disponemos de poca información precisa sobre el grado en que las afiliaciones religiosas influyeron en las sensibilidades estéticas, por ejemplo en el te.rreno de la compra o encargo de obras de arte. En un artículo sobre la posesión de cuadros en Metz durante el siglo XVII, Philip Bencdict utilizó la información contenida en inventarios redactados en 1645-47 y 1667-72 para mostrar que había contrastes significativos, así como similitudes, entre el gusto católico y el protestante. El número de cuadros propiedad de protestantes y católicos de una misma clase social era aproximadamente el mismo, pero, como era de esperar, los cuadros de tema religioso eran menos abundantes en los hogares protestantes, donde constituían el 27 % de su total de obras de arte, en contraste con el 61 % en los hogares católicos. Por contra, los hugonotes poseían más cuadros de género y de tema histórico y mitológico que sus vecinos católicos. No es de extrañar que los hogares católicos estuvieran llenos de imágenes devocionales, entre las cuales la Virgen, los santos, la Crucifixión y Santo Entierro y la Magdalena eran las que go7.aban de mayor popularidad. Los cuadros religiosos en casas hugonotes, en cambio, describían episodios bíblicos, con un 37% sobre temas del Antiguo Testamento, frente a tan sólo el 6% en los hogares católicos.'° La información de inventarios en una ciudad religiosamente mixta no proporciona una base suficientemente sólida para generalizaciones amplias sobre el carácter de la civilización europea a finales del siglo XVII. Pero en su sentido más general, parece razonable ver la Paz de Wcstfalia como un factor que endureció y perpetuó la división entre una Europa protestante y una Europa católica que había surgido a lo largo del siglo XVI. En uno de sus ensayos, Hugh Trcvor-Roper habla de "la unión fatal de la iglesia de la Con-

29. Fran9ois, "De l'uniformité ~ la tolc rance", p. 789. 30. Philip Bc ncdict, 'Towards the comparativc study of the popular marke t for an: thc owncrship o f paintings in scvcntccnth·•CCnlUry Mctz", l'ast a11d Preseni, 109 ( 1985), pp. 100- 117.

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trarreforma con el estado monárquico".3 ' En la Europa post-Westfaliana parece haberse dado una acentuación apreciable de las diferencias entre las sociedades que se plegaron a esta "unión fatal" y las que tantearon embarcarse por el rumbo alternativo que habían inaugurado los holandeses. La creciente prosperidad de la República holandesa, así como la de la Inglaterra posterior a su guerra civil, ofrecía una llamativa prueba de que un cierto grado de libertad política y religiosa no era necesariamente contrario al éxito, incluso al éxito según lo entendían unos estados monárquicos obsesionados con la necesidad de maximizar su poder. En la Europa anterior a la Guerra de los Treinta Años se aceptaba por lo general que la desunión religiosa significaba la quiebra del estado. Pero la supervivencia de los holandeses en su prolongada confrontación con la mayor potencia de Europa había hecho ver no sólo que esto no era axiomático ni mucho menos, sino además que una sociedad relativamente abierta, que estaba dispuesta a aceptar una diversidad de credos y que alcanzaba sus decisiones políticas mediante la discusión en el seno de asambleas representativas, podía de hecho tener una mayor capacidad de resistencia y adaptación que una sociedad cerrada, caracterizada por la uniformidad en religión y por el monopolio del poder en el príncipe. Esta no era una lección que muchos reyes de la Europa de finales del siglo XVII estuvieran preparados para aprender, si bien el éxito de los holandeses debió, sin duda, hacerles conscientes de la correlación entre prosperidad y poder. Pero situar en las agendas del gobierno, y entre sus primeros puntos, medidas a largo plazo para el fomento de la prosperidad exigía un reajuste, a veces doloroso, de las prioridades tradicionales, relegando los objetivos del fiscalismo y el confesionalismo a un segundo lugar. Por este motivo los abogados de la reforma económica encontraron a menudo difícil que se aceptara su mensaje. En Alemania, por ejemplo, los cameralistas, que defendían medidas populacionistas y de otro tipo, destinadas a fomentar la recuperación y el crecimiento económicos, se vieron envueltos en un arduo conflicto con los fiscalistas. 32 En otras sociedades las consideraciones confesionales y los prejuicios inveterados fueron también un obstáculo evidente para el avance económico. La continuada fuerza de los mismos se puso de

31. Hugh R. Trevor-Roper, Religion, the Reformarilm 011d social clumge, Londres 1967, p. 40 (traducción, Barcelona, 1985) 32. lngomar Bog, "Mcrcanlilism in Gcrmany", en Donald C. Coleman, cd., Revisio11s i11 Merc:muilism, Londres, 1969, p. 176.

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manifiesto en la legislación antijudía que cubrió la Europa central después de 1648 y que alcanzó un clímax en 1669-70 cuando Leopoldo I expulsó a los judíos de Viena y la Baja Austria. Pero el Emperador, presionado a un mismo tiempo por el Imperio otomano y por la Francia de Luis XIV, hubo pronto de aceptar que no podía prescindir así como así de los servicios de los judíos y se vio obligado a hacer concesiones que paulatinamente llevaron a su readmisión. Otros gobernantes fueron más rápidos que Leopoldo en leer las señales económicas. En su detemúnación por reparar los estragos de la guerra en sus tierras, el Elector Palatino Carlos Luis y el Gran Elector Federico Guillermo de Prusia-Brandenburgo hicieron frente al antisemitismo de sus súbditos y promovieron activamente la readmisión de las comunidades judías.33 rederico Guillermo siguió medidas similares cuando la revocación del Edicto de Nantes am>jó una oleada de refugiados hugonotes por Europa.34 Por lo menos en algunos estados, las ventajas económicas fueron vistas al cabo como más importantes que la uniformidad de credos. Aunque los imperativos económicos pudieron haber empe1.ado, en cierta medida, a atemperar los vientos de la pasión religiosa en la Europa postWestfaliana, también contribuyeron a agudizar las rivalidades internacionales, pues los estados competían por ventajas comerciales sobre sus vecinos, en un mundo en el que todavía se concebía la rique1.a como algo severamente limitado. Siendo las consideraciones comerciales cada vez más importantes en las guerras europeas de finales del siglo XVII, el objetivo último de los estados era la maximalización de su poder. Para alcanzarlo pensaron en una organización más racional de sus recursos, proceso que obligó a desarrollar la burocracia y aportar una nueva precisión a las tareas gubernativas, buscando, por ejemplo, el concurso de la estadística o lo que Sir William Petty llamó "aritmética política". Este nuevo entusiasmo por la aplicación de las matemáticas y la razón a la organización del estado3s, reflejaba el cambio más profundo de todos los que ocurrieron en Europa durante las décadas centrales y finales del siglo

33. Jonathan Israel, Laj11derfu europea en /u era del merca11tilismo, 1550-1750, Madrid, 1992, pp. 176-

182. 34. Scoville, The persewtio11 of H11guenots, p. 125. 35. P:ora una exposición de esta cuestión en la Francia de Luis XIV, no siempre convincente, v¿asc J.F.. King, Scie11ce w,d ratio11alism i11 the govemme11t of l.o11is XN, 1661 -1683, llaltimore, 1949.

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XVII: la gran transformación intelectual que podemos describir como el triunfo de los constructores de sistemas. Una Europa que había experimentado el trauma del colapso nacional e internacional era una Europa que ansiaba nuevas certidumbres. La ola de escepticismo que creció a finales del siglo XVI e inicios del XVII dio pie a una variedad de respuestas por parte de aquéllos que querían atajar sus efectos destructivos,36 y Marin Mersenne en particular quiso demostrar la existencia de un tipo de conocimiento que no podía ser cuestionado. Pero la variante de Mersenne de escepticismo constructivo fue insuficiente para satisfacer las necesidades de su época.)7 Esta era, después de todo, una época que se había acostumbrado al movimiento preciso y ordenado de los relojes, como el exquisito que Magnus Gabriel de la Gardie le ofreció a la reina Cristina (catálogo de la exposición de Münster nº 763). Tales máquinas del tiempo, con ese sentido que transmitían de un movimiento regulado por una ley exacta y cognoscible, compendiaban la precisión, equilibrio y control que el siglo XVlI reclamaba. A diferencia del escepticismo de Mersenne, el mecanismo cartesiano, que empezaba por la duda pero acababa en la certidumbre, respondía a la perfección a las aspiraciones de los que buscaban extraer orden del caos. La noción de un universo construido y mantenido en movimiento por un Gran Relojero y basado en leyes matemáticamente cognoscibles - noción que en su formulación más plena podía encontrarse en los Principia de Newton- ofrecía una nueva confianza en que cada problema podría en última instancia ser solucionado por un esfuerzo de la voluntad y por la aplicación de la razón a los asuntos humanos. Los resultados de este punto de vista iban a verse no sólo en los nuevos descubrimientos astronómicos de los años de Boyle y Huygens, sino también en los grandes sistemas filosóficos de Spinoza, Hobbes y Leibnitz.3M Con la llegada de los constructores de sistemas, Europa ingresaba en la época de la pre-Tlustración, una época en la que los discursos tradicionales -el de la brujería, por ejemplo- coexistían incómodamente, tanto en la esfe-

ra individual como en la colectiva, con el nuevo discurso de la razón.J9 Pero hay durante estas décadas posteriores a Westfalia suficientes indicadores de cambio como para sugerir que una nueva Europa estaba en fase de construcción. Era una Europa caracterizada por un mayor grado de orden y estabilidad. En el ámbito interior, los estados lograron afirmar su monopolio de poder sobre aquellos sectores de la sociedad cuyo descontento había provocado las revueltas y disturbios de la década de 1640. Como resultado, la violencia fue amansada y, en consecuencia, una cierta calma descendió sobre la vida política de fronteras adentro. En el ámbito internacional, el sistema de estados europeo era tan competitivo y belicoso como siempre, pero durante la época de I ,uis XIV se empezaron a aplicar ciertas contenciones en la conducción de la guerra que tendían a moderar su violencia,"º en tanto que los principios mecanicistas que, según se pensaba, gobernaban el funcionamiento del universo fueron aplicados a la escena diplomática para producir los reajustes necesarios que aseguraran y mantuvieran un equilibrio de poderes entre estados rivales. Sobre todo, una república europea de las letras, que salvaba las fronteras confesionales y se veía favorecida por las academias y por la difusión de periódicos, se hallaba en fase de formación, y con ella, la creación de una nueva comunidad del espíritu y de las artes. En qué medida la Paz de Westfalia fue responsable de los cambios psicológicos, políticos y sociales de finales del siglo XVII es tema abierto a la discusión. Pero el vasto esfuerzo diplomático que finalmente alumbró los acuerdos de paz de 1648 puede considerarse de modo apropiado como una respuesta a un colapso general europeo, que provocó terribles sufrimientos y un agudo hastío de guerra entre los grupos populares y dejó a las elites políticas indagando sobre una fórmula que impidiera una vuelta a los horrores de la Guerra de los Treinta Años. Su búsqueda fue vacilante e insegura y se víó asaltada por numerosos reveses. Pero por lo menos había dado los primeros pasos, aún poco resueltos, por el largo y tortuoso camino que podía llevar, un día, a una Europa unida por el comercio y los modales.

36. Véase especialmente Richard 11. Popkin, '/11e history of scepticis111fro111 Erasmus to Descartes, Assen, 1960 (traducción, México, 1983). 37. Robert Lcnoble, Merse1111e 011 /a 11aissw1ce du méca11isme, París, 1943. 38. Véase Rudolf W. Mcyer, Leibnitz 1111d die curopaische OrJ111mgskrise, 1lamburgo, 1948 (traducción inglesa, /,eib11itz <111d the seventee11th-ce111111y revol11tio11, Cambridge, 1952) para un im.:nto de relacionar la construcción de sistemas fi losófi.;os de finales del siglo XVII con los otros problemas de la época.

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39. Para un panorama útil de trabajos reciente.~ sobre la brujería, véa~e Jonathan Barry, Mariannc llcstcr y Garcth Roberts, eds., Wirchcraft i11 /;,'ar/y Modem Europe, Cambridge, 1996. 40. John t:. Ncf, War a11d h11111a11 progress, Cambridge, )ifass., 1950, pp. 155- 157.

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STANLEY J. STEIN y BARBARA H. STEIN

PLATA, COMERCIO Y GUERRA ESPAÑA Y AMÉRICA EN LA FORMACIÓN DE LA EUROPA MODERNA Traducción castellana de Natalia Mora Revisión general de Luis Noriega

CRÍTICA BARCELONA

2-oCYl [?-Gí;J

5. CONDICIONES PARA EL CRECIMIENTO, 1700-1759 Me detendré sólo en descubrir y expresar las causas de su decadencia y aniquilación de esta monarquía, y en proponer los medios justos y convenientes que pudieran conducir a restablecerla[ ... ] después de referir las providencias de que se valen los extrangeros para hacerle florecer en sus Estados. Uztáriz, Theórica y práctica Hay muchos proyectos hermosos sobre el papel, tristes en la execución, y funestos en los fines. El proyectar se ha hecho arte de muchos; pero es ciencia para pocos. Gándara, Apuntes

Los parámetros_deJa_Ilspaña
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CONDICIONES PARA EL CRECIMIENTO,

HACIA UN PARADIGMA BORBÓN ESPAÑOL

paña no previó el uso qu~ Inglaten-~ haría qel asiento ni _de sus ~ispJª-i~Jºl!·~-~Q:bre_ un navío de permiso anual (que de hecho llegó a ser un almacen flotante) Y sÜb~e e1 ·suITlinistro constante de esclavos a los principales puertos colomales españoles. La polémica por la ejecución del contrato se desencadenó p~onto, Y precipitó la más larga de las cinco confrontaciones armadas entre Espana e_ Inglaterra. A largo plaz_o, Ja guerra dern_?S1!~--~er t~n ~_es_as_t_r9~a para E~P.~11ª---~Q~ rentable para Inglaten-a. ., . . La alianza con Francia, al final, sólo proporcionó una protecc10n hm1tada al Imperio español y poco apoyo a los esfuerzos de España por refmmar su política y economía interiores. Pronto quedó claro que los _grupos_ de pr~_si9!l- fIJlJlQ~s-~~--:.:~-9 consideraban adecuado exportar la_s 9-octrinfls mercantilista~ de Col~~rt a ~-~P~!1:~• ~i~~p.tÜ e_Il aq1:1ellqs casos Ventajosos para Francia, corno, p_or ej_e_mpl~_,_ l~ rec.on~t,rµcci<S_n ~-e la armada española. ~1 fomento de las manufacturas _hana d1~m1Il_1:1:!f sin duda lq_s_ exp9rtaciqn~-s de tejidÜs frai;iceses y, por tanto, tª--inbién_Jg..§jmp_o_@ci_ones de- pl;;t~ española. De hecho, a lo largo del siglo, los _políticos franceses dieron prioridad en todo momento a la expansión de los pnvileg1os comercrnl_:s franceses en Cádiz. Paradójicamente, en varias ocasiones la guerra entre Espana e Inglaterra brindó a los grupos franceses la oportunidad de participar de forma directa en el comercio con las colonias españolas. Al margen de las consecuencias contradictorias que la instaurac!ón de la dinastía borbónica tuvo para la política exterior e interior de España, Felipe V fue coronado rey a costa de acuerdos territoriales europeos que generarían. co~fli~to~. Inicialmente, Felipe V se negó a renunciar al trono francés y a los terntonos 1taltanos reclamados por España. Incluso después de verse forzado a abandon~ formalmente dichas exigencias, Felipe V y su segunda mujer, Isabel de Farnes10, promovieron maniobras diplomáticas y militares para situar a sus hijos en los principad~s italianos, una estrategia que los Borbones españoles seguirían durante todo ~~ s1glo. De modo parecido, la frontera occidental de España, Portugal, que emerg10 de la guerra de Sucesión española como una clásica dependencia informal de l~glaterra continuó siendo objetivo de la política exterior española. Las estrategias que Es~aña siguió allí se basaron en intereses dinásticos y colon~ales que a menudo chocaban con el diseño expansionista francés. Lisboa, convertida ahora en emba_rcadero para las fuerzas navales inglesas y en centro de distribución del comercto brasileño había servido también como conducto alte1nativo a España para las comunicaci~nes y el comercio colonial durante la guerra, cuando Cádiz estaba bloqueado. Sin embargo, lo más amenazante (y humillante) era la permanente ocupación inglesa de la fortaleza y el puerto de Gibraltar, que garantizaban a Inglaterra t;l dominio sobre la entrada al Mediterráneo y le servían como centro de control pohtico y de contrabando a lo largo de la costa española. Sin éxito España intentó repetidamente recuperar aquello que se había visto forzada a ceder <:n Utre~ht. Los primeros sesenta años de monarquía borbónica en Espana no tienen todavía la cobertura historiográfica que se dio a 1a época de Carlos III. 1 A efectos 1. Para un excelente resumen reciente del estado de la cuestión véase Jover Zamora, ed., Historia de España, vals. 28 y 29, libros 1 y 2.

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1700-1759

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analíticos pueden distinguirse tres fases en este período de tiempo. En primer lugar, se dieron los conflictos internos e internacionales de la guerra de Sucesión española, que acabó con el Tratado de Utrecht, y (hacia 1717) el declive de la influencia tecnocrática francesa. En una segunda fase (1717-1748) una nueva generación de líderes españoles se comprometió a adaptar las políticas mercantilistas a la realidad española, a la vez que a intentar resolver las continuas tensiones internas e inte1nacionales. Este1 período acabó con otra guerra entre España e Inglaterra (1739-1748). desencadenada por acontecimientos en el Caribe. En la última fase (1748-1759). bajo el reinado de Fernando VI (hermanastro de Carios III), se promovieron esfuerzos para mantener la neutralidad, fomentar el desarrollo interior y encarar las cuestiones coloniales bajo el liderazgo del marqués de la Ensenada. Su destitución en 1754 fue seguida por el estancamiento y la división política, a medida que el reinado de Fernando VI se acercaba a un crítico final durante la renovada guerra entre Francia e Inglaterra.

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ESTRATEGIAS DE DESARROLLO ECONÓMICO

En la primera mitad del siglo XVIII, los españoles de la clase política que comparaban la situación económica de su país con la de Holanda, Inglaterra o Francia sentían una profunda sensación de atraso, inferioridad y resentimiento por ser el blanco de la «sátira extranjera». Veían cómo esas economías experimentaban con sociedades comerciales privilegiadas en contacto con el África occidental, el sur de la India y el sur de China. Contemplaban cómo las fábricas (algunas subvencionadas por el estado, y todas beneficiándose de algún tipo de proteccionismo) producían bienes para la exportación que eran transportados por una marina mercante nacional en expansión (a menudo protegida por escoltas navales) hacia sus colonias del Caribe o de Norteamérica. Desde el Caribe, los navíos regresaban a sus metrópolis con valiosos productos tropicales corno azúcar, tabaco, índigo, café y mucha plata de las colonias españolas. Todavía más humil1ante era que Jos extranjeros estuvieran pasando de contrabando bienes desde los puertos insulares a los puertos coloniales españoles alrededor del Caribe, Cartagena o Portobelo, y a lo largo de las costas de América Central y Veracruz, para obtener a cambio plata española de contrabando, y que además alardearan del éxito de sus operaciones clandestinas. Sus compañías privilegiadas reexportaban la mayor parte de esa plata al sudeste de Asia y al sur de China a cambio de bienes de lujo, cuyo precio había disminuido debido a la sed de plata que tenía Asia. 2 La conclusión a la que tu-

2. La literatura sobre la primera fase del sistema comercial global que unía América, Europa occidental y Asia no deja de aumentar. La más antigua se encuentra en Braudcl, The Wheels ofCommerce. Para una visión general y concisa del papel de los metales preciosos americanos en el d~sarrollo de la economía del océano Índico: Chaudhuri, Trade and Civilization, 215-219 y, especialmente, su «World Sil ver Flows». Chaudhuri afirma que el alto valor de la plata en Asia redujo el coste de los productos asiáticos en Europa y sostuvo su demanda allí. «World Silver Flows», 76-77. Para algo más de la literatura reciente, véanse los ensayos en Tracy, ed., The Political Economy of Merchant Empires.

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vieron que llegar lo_s líderes españo_l(.'!s __fue que Españ_a e_sta?~-ªt_n;1~ada econ~micamente. El comienzo de la inadecuada evolución de su país lo situaron en algún después de mediados del siglo XVII, cuando España no compartió lo que ellos interpretaban como la gran transformación de las economías de Europ~a occidental. La interpretación del pro_)lectista Miguel_dt,__la_Q_á_pjl¡u:a sobre los ongenes de la brecha entre la evoludón de Inglaterra y Francia y la de España a principios de la era de Carlos III fue que«[ ... ] las naciones dieron en el acierto de mudar sus sistemas políticos de gobierno, y de comercios, para mejorar sus negocios, y acabar con nosotros». 3 Durante el primer siglo y medio de colonialismo en América, el sistema transatlántico español había funcionado de forma eficiente para los países de Europa occidental, al extraer y exportar lingotes y pesos de plata que después entraban en sus economías a través de varios conductos. Tras esto y a P'1rHr__ c_i~__l_~5Q_._, ~JJ).P(?~Ó_ UI! c~rnbio _marítimo, una gran transformaci9_n,_ q~e co_inci~_ió_~C?n; !_ª !!_l~nifie_sta recesión de la hegemonía de España y de la..Contrarre,form_a_q_l!e ~sjª_h?bf; fin:1nciÚdo. Con el nllevo equilibrio de poder europeo, que cargó de energía P~líti~a ecÜnómica a los estados de la costa del canal de la Mancha, fl,Qrft~:i~-~ capitalismo comercial. Todos explotaron la creciente__d_eb~liºaq___d~__ Espafía, _fl_Q Sóloi,ara obtener concest,p_~-s._~omerciales, -~ino _ ~ar~f~i-~~ para amenazar~~ moIlOPOüO Co-me~t!f
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3. Gándara, Apuntes, 52. Compárese la observación de Gándara con la de C~mpillo y ~osío: <~En tanto que España dormía, las otras naciones la devoraban[ ... ].» Campillo y Costo, «Espana despierta», 119. . . 4. Para el caso del puerto de Londres, véase Zehediah, «London and the Colomal Consumer m the Late Seventeenth Century», 239-261.

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mercantil», , el pilar. del primer estado-nación. Para satisfacer las necesidades d e 1 as e~onorruas nac10nales en desarrollo en términos de lo-que los economistas denomman «costes de transacción» (garantizar el cumplimiento de los contratos el respeto de los derechos de propiedad, financiar una infraestructura de camino! puentes _Y canales que uniera las provincias interiores a las ciudades portuarias; proporcionar aranceles protectores; reducir los peajes internos; establecer una marina mercante y armamento naval), el estado tuvo que ampliar su personal y llevar a cabo reformas fiscales para mejorar su liquidez. En resumen, el estado 1 tuvo que aumentar su base de ingresos como respuesta a la presión de la burgue5 \!. sía comercial nacionalista. ~a ~~-q!!9~f~,_ la s_ocie_dad y_ el __ ~s_tatjo_ ~e orientanm e_ªr•t r~sp~n_c!_e~-~~~Pt~~!!~~9_fQ~~~S:!~_I, t:~fre~actiITiente _c:o~p~-Üü.~9. _si ta.ha ~x___ p_a_n-~i~-~-c!__o_,_-_ en ~uropa. __~t_?j_q~p._!ªl. G_
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5. North, «Institutions», 24, 26-29. Véase también una versión anterior de North «Transaction Costs in History», 557-576. ' 6. Manuscrito del Libro de Actas del «Committee concerning Trade, 1669», citado en Letwin, Origins of Scientific Economics, 44. 7. Sombart, Le bourgeois, 382-383. 8. Frase de H. R. Trevor-Roper en «The General Crisis of thc Seventeenth Century>>, 72.

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los tejidos de lino, lana y seda, los productos líderes de la protoindustrialización europea. ~ . . En resumen, a firntle_~ __.4~1___~rnIQ__ ~_yn, __e_IJ...]Jlgl.aterrn_yyrancia_yl_~filgdJt1!l~Q~e resp_c:,_nder a ere~j{!-ne~ de un_ núcle.o de la burgue~í~ C:9rt_:1P._l!~_~JQ,..P.ºL~omercian!~s. banqueros IDt?F~~~_iJ_Q_(i__ _y_ fa_bri~~-n~~_s,,. Cl!Y-ª:~ __f_lf!l_Q_!_~!Oll_es _s.e habia_?__y1sto d,~§a.ta,4ª~ ia-S-Oj:,Oi:-t-uni~ades _4e ~n;ciw,i,e:.nto_ en__ ultr_aJ11flr. La c~labora~1ón entre el esta[ d.O y el sedOr privado, o entre la burocracia y los negoc10s, se hizo pate~te en Inglaterra con la Junta de Comercio y el Banco de Inglaten-a, y en Franc~a con el Conseil de Commerce. En E_1p--ªña se materializó con la ~~Dtª--º~-_C,om~rc10 Y.MQneda. De la confluencia de presiones internas e internacionales y de la fricción ~~t;~ los intereses comerciales y los de los terratenientes por los impuestos y la estructura de gastos, emergió un consenso limitado sobre la tendencia, sistema o paradigma de crecimiento económico. En el marco de este sistema mer~antil, Y M por el bien del país, el embrionario estado-nación tuvo que elaborar políttcas que permitieran satisfacer intereses enfrentados. Para decirlo de otro mod?, el .est~d~ 'í tuvo que encontrar puntos de coincidencia entre los intereses económicos md1v19 duales de los mercaderes y los intereses generales del bienestar común. Los manuales comerciales de finales del siglo xvu, como el de Jacques Savary, Le parjait négociant, o el de Pierre-Daniel Huet, Le grand trésor [ ... ] du [... ] commerce des Hollando is, son indicativos de las primeras formulaciones políticas de este problema. En sus varias ediciones y traducciones estos manuales familiarizaron a los mercaderes con las crecientes operaciones de las compañías holandesas, inglesas y francesas constituidas para el tráfico de esclavos africanos y para el comercio entre Europa y la India y el sur de China. 10 . No tiene sentido discutir lo que sólo se puede calificar como dicotomía ficticia en el concepto de mercantilismo, debatir si su propósito era favorecer al poder por encima de la abundancia, al estado por encima de un interés comercial concreto, o al estado como fin o como medio. No hay ninguna razón para poner en duda el comentario de Charles Wilson de que «los intereses económicos poderosos representan una de las fuerzas motrices que están detrás del sistema [mercantil]», un punto de vista que coincide con el de Heckscher: «El mercantilismo no era }a actividad del estado en los asuntos económicos, sino la iniciativa y la codicia privadas estimuladas por medidas gubernamentales que supuestamente convenían al estado.» La política de crecimiento económico que denominamos mercantilismo sirvió al estado porque generó nuevas fuentes de ingresos y enriqueció, al mismo tiempo, a determinados grupos que buscaron y recibieron apoyo estatal. 11 • ~3_e_~-~111:~ración de la_s C!3-~act~rísticas _del .Iller
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9. Ésta es la formulación de Jacob Viner, «Power versus Plcnty», 81. JO. Savary salió al mercado en cinco ediciones entre 1675 y 171 a l~~ que sig~ier.on dcspué;<; varias más. Por Jo que respecta a Huet, su trabajo tuvo por lo menos sets ed1c10nes baJo diferentes tttulos entre 1712 y 17 l 7: una en Ruán (1712), dos en París (1713, 1714), dos en Amsterdam (1717) Y una en Londres (1717). Hubo después ediciones en Bruselas y Lyon. 11. Wilson, Profit and Power, l 52; Heckscher, Mercantilism, 2:337; Viner, «Power versus Plenty», 71.

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~~~P":~~f2i1~c!ª"Q-~ntr~~~!ªQ:Q_1.__f?~_9-j9__el paraQigma m_ercantilista: lª--~tí.ti_ca_ (y _ ~iinárnJe_a) furn;:ión _de 1-'!§_ ~Q1Q!l!a_~ __<;JJ_ l.a.segtJ11_d!1_..f'1:i-::~___(_¿9: __f:1:tPiJªlismo_J;_Qm_en:¡_~_(_4.~--~_urop[t_ occi_de_11taL__ª·p~~-~~-d~__l_~_,?9_. Los frutos básicos de la producción colonial eran trasladadoS ;·las refinerías de azúcar de las ciudades portuarias de la metrópoli, tras lo cual se reexportaban a otras economías europeas azúcares refinados, destilados como el ron y otros productos derivados. De igual modo, otro tipo de cultivos como el tabaco, el café y los tintes naturales también eran reexportados. De forma recíproca, la producción de las haciendas y fábricas metropolitanas se encargaba de satisfacer las necesidades de importación de las colonias, en lo que probablemente era un sistema cerrado, casi autárquico, de intercambio mutuamente beneficioso; un patrón primitivo de división internacional del trabajo. El sistema se veía reforzado por la marina mercante y las fuerzas navales (en gran parte construidas en astilleros nacionales y tripuladas principalmente por nacionales), así como por el mínimo intercambio directo entre las colonias de ultramar y otras colonias o sus metrópolis, bajo el principio de que «las colonias dependen de la armada, el comercio de las colonias, [y] del comercio depende la capacidad del Estado de emprender las más gloriosas y útiles iniciativas». 14 En resumen, a_P<:1!:!i( 4e .IJl~cliados___ pt¿_J __ ~ig,o __?{_VII, Ja jJ~_sc¡_u_~S!3:_4e: _u_~_pª~ª~Ug:1:r!~--!!I~_rya_nt!U_:;;_tcJ estimuló la expam;;_ióp_y p_t:m~trn~::I9_n,_ ~~L~~pjt'.1-E.~.!?!.9__f!l~t~~~-!(1_ a n_!y~.~~-s-~_~d_a_y~:z. . P-!ª_§..PtQfg_11clo_s. E_stin1_µ_lP la monet,i_zación de las e_c_on01nía,s _ ell~ ~~P~is__y colo_~iales II!~i":P.te-íU acu~ulació~_ _)' _ _l]_~_()_Ae_ Í()s pes9i _tj~_p,l_é_tt_a cl~l A,It9 ~~~ú_y N!!_~Y.,a_E_:-::_12ª-t~Y c¿~~'?fidó -~~-~~~?~? "eXPá_nsió~ en,_S!] _(u~~!9!1_4i.J.r.~ ~gi.

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12. Heckscher, «Mcrcantilism», 22. 13. Esta visión general se deriva de: Deyon, Le mercantilisme, una síntesis extraordinaria; Coleman, cd., Revisions in Mercantilism; Cole, Colbert; Heckschcr, Mercantilism. 14. Citado en Vincr, «Power versus Plenty>>, 77.

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b,itro_en la asign~ción_4e _ p[~f1Q~_.Y,!:ef_l!_rsos. Los funcionarios del estado, como <:proy~~tist;-~;> Q~e cultivaban una visión g~neral de su «nación» y de su papel internacional, idearori en colaboración con los grupos privados un modelo de crecimiento unido al desarrollo. Integraron sus economías nacionales y coloniales con la finalidad de aumentar la riqueza pública y privada, así como de proyectar el poder nacional sobre un mundo comercial atlántico muy competitivo. ,,,,--,\_ i\ Éstos eran los elementos del pati_:Qn _e:!~ _d_~s
15. Muñoz Pérez, «Los proyectos sobre España e Indias», 169-185. 16. James Whiston, citado en Viner, «Power versus Plenty», 77, n. 1. Tal como lo expresó un español, «quiere la Inglaterra estancar en su Reino los comercios de todos los otros». Alcedo y Herrera, Piraterías, 267-268. 17. Chaudhuri, «Reflections>>, 429.

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En cambio, los esp~ñoles encontraron en Francia un rival de Ingiaterra y un mod?lo_ aceptable_ d~ «sistema patrimonial eficiente y disciplinado», donde predornmaba el catohc1smo y donde las líneas distintivas de la sociedad y la política eran agrad~bles ( «~na Monarquía co~finante, y tan parecida a la nuestra en la forma de gob1:i110» ), y donde, por encima de todo, un ministro investido de poderes prornovrn reformas que aseguraban el orden, la prosperidad y el prestigio a los gobe~nante~ ~ a los go_bernados. Des_pués de quedar garantizado en Utrecht que Espana sena mdependiente de Francia, algunos españoles preveían un futuro en el que una ~spaña imperial con renovado vigor volvería a situarse entre las grandes potencias de Europa. 19

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Es n?r~al qu~ los españoles miraran con buenos ojos la Francia donde Colbert ha~rn _improvisado un programa de desarrollo derivado de proyectos previos de crec~1:11ento, pero de carácter más explícito. Particularmente atractiva era la conclus1on de que este programa había sacado a Francia del relativo atraso respecto a Holanda; de hecho, había acabado con la dependencia francesa de las redes de transporte y distribución holandesas, y ayudado a los mercaderes franceses a superar su sensación de inferioridad e inseguridad. ,Por supuesto desde antes de C?lbert, bajo Richelieu, los mercaderes de Saint Malo, Nantes y 'La Rochelle hab1an dado su apoyo a los esfuerzos del gobierno para desarrollar una in20 fraes~ructu:a comercial. En la crisis nacional generalizada a la que se enfrentó Espana a fmales de siglo, el modelo de crecimiento y de «nationalisme de restauration économique» francés, en apariencia exitoso, fue decisivo cuando los gestores ~e la crisis española eligieron un Borbón, Felipe, para suceder al Austria que se retiraba, Carlos 11. El primer resultado fue la llegada de técnicos burócratas, unponentes y enérgicos, como Amelot de Gournay (experto en comercio) y Jean Orry (especialista en finanzas estatales), para ponerse al servicio de Madrid durante la guerra y por un breve período después de ella. 21 El paradigma colbertiano era atractivo: había pocos cuerpos representativos " 1~ .. Ertman, _«Britain and Warn; Uztáriz, «Prólogo», en Huet, Comercio de Holanda (ésta es la 2. ed1c1ón, Madnd, 1746). . ,19. ~o~páre~e «El objetivo del intervencionismo mercantilista era [...Jconverger con las potencia~ econom1cas lideres del noroeste de Europa». Kriedte, Peasants, Landlords and Merchant Cap;taltsts, 116. 20. En tie~pos de Colbe11, los holandeses «parecían dueños del comercio francés, aventajando de ~ucho a los mg~e~~s». B_utel, «France, the Antilles and Europe», 158-159. Esta conclusión ha sido confirmada por anahs1s recientes. Véanse las aportaciones de Pierre y Huguettc Chaunu, y especialmente de Rob~rt Gascon, en Bra~del eta!., Histoire économique, vol. l, pp. l, 247, 321-322, 335, 342-349. S_egun Gasean, «Les fa1blesses des structures commcrciales et bancaircs les survivances des m~ntalités archalques, les occa_sions manquées, la dépendance vis-i't.-vis des mar~hands étrangers dans_ la plupart des secteurs essentJels du commerce extérieur sont autant de traits qui constituent et expliquent le retard frangais» (357). _21. Mic~el-Jean Amelot (marqués de Goumay) había servido en puestos diplomáticos (Venecia, P?1 tu gal ~ Smza) desde 16_82. Entre 1699 y 1700 fue director de la política comercial francesa, y llego a presidente _del Conseil d~ Commerce. Kamen, War ofSuccession, 45, 48, 114-115, 201-203; Dahlgren, Relatw~.~ comme:c1?les, 329. Los tratados franco-españoles de la segunda mitad del sigl~ XVII (de los Pmneos, N1megue y Ryswick) facilitaron la entrada en España de mercaderes de Samt Mal?, Nantes, La Rochelle, Bayona y Marsella. En 1711 podría haber habido entre 20.000 y 30.000 residentes franceses semipennanentes. Kamen, War of Succession, 121.

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que pudieran influir en las decisiones tomadas desde el centro _(los États-Gén~raux, corno las Cortes, eran entonces más simbólicos que func10nales). Francia tenía una burocracia-bien gestionada idealizada por los observadores extranjeros. Ésta incluía las intendencias, modernizadas hacía poco tiempo y encargadas del control y la dirección en las provincias, adem~'i.s de secretarios de Estado con poderes discrecionales para ejecutar sus políticas -o esto es lo que les parecía a los foráneos españoles, irritados por el barroco laberinto administrativo de los Austrias caracterizado por las jurisdicciones contradictorias y los privilegios arraigad~s-. Es más, los proyectistas españoles interpretaron que el corpus legislativo y la modernizada burocracia de Colbert estaban diseñados para h.acer precisamente Jo que España necesitaba de fonna desesperada: «recupe~~ el ~1~rnpo que hasta ahora ha perdido[ ... ] esforzándose todos a la buena plan1hcac10n y mayor adelantamiento de nuestros comercios». 22 Del mismo modo que Francia se había aprovechado de la experiencia de Holanda (las Mémoires sur le commerce des Hollandois de Huet estaban dedicadas a Colbert), España esperaba aprender de los franceses, más avanzados, y ponerse a su altura. Había aspectos del modelo de Colbert que se creían adaptables a las necesidades y la realidad españolas. 23 Se asignó prioridad absoluta a la reorgamzación de las finanzas estatales, y en consecuencia se decidió comprobar la autenticidad de las pensiones e intereses reclamados al estado (los juros, especialmente), incorporar a la administración del estado el cobro de impuestos clave (las aduanas, por ejemplo), consolidar o eliminar una serie de tasas al consumo y peajes internos que desalentaban la iniciativa privada y renovar al personal del Ministerio de Finanzas. Durante los veinte años de administración de Colbert, se consolidaron las iniciativas de Sully y Richelieu y se impulsaron mejoras esencialmente cualitativas en los métodos contables del estado; se redujo el pago de intereses por la deuda pública y, lo que es más importante, se hicieron progresos en el equilibrio fiscal estatal (entre 1661 y 1683 los ingresos netos públicos de Francia por lo menos se triplicaron). 24 Los logros de Colbert en la construcción de infraestructuras (carreteras, puentes, canales interprovinciales y obras portuarias) fueron la prueba de cómo proyectos financiados por el estado podían facilitar el transporte de productos agrícolas destinados tanto al consumo interno como a la exportación. Dada la renuencia del capital privado a aventurarse en la producción de bienes de lujo, las inyecciones de capital estatal demostraron ser cruciales, incluso indispensables, en este sector de la manufactura francesa. ¿Podía suceder que la intervención estatal en España no funcionara tan bien como parecía que había hecho en Francia? . . Para el imperio colonial español, era particularmente relevante la importancia que Colbert atribuyó a la construcción de una marina mercante nacional para 22. Uztáriz, Theórica, 97. 23. Los párrafos que siguen están basados fundamentalmente en Dayon, Le mercantilis"!e, especialmente el capítulo 2, y Cole, Colbert, 1:301, 333,338,344, 3~6.' 351; 2:34,. ~4-55. _Estud10s recientes han destacado la habilidad de Colbert para alcanzar sus obJettvos reconciliando mtereses enfrentados. (Nos hemos beneficiado de Michael Mahoney, «Organizing Expertise».) 24. Chaunu en Braude! et al., eds., Histo;re économique, vol. 1, parte 1, 191.

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transportar un alto volumen de tráfico en alimentos y manufacturas a través del Atlántico hacia las colonias recientemente ocupadas por Francia en el Caribe, y para suministrar una cada vez mayor fuerza de trabajo esclava africana a las plantaciones que había en ellas. 25 A su vuelta, esta marina mercante regresaba con fi.utos coloniales, que en muchos casos eran en parte proéesados y después reexportados a otros puertos europeos. Durante el siglo XVIII la política de Colbert respecto a las colonias reportó excelentes dividendos, ya que dichas reexportaciones pasaron a ser la principal fuente delrrecimiento expórtador de Francia. El siguiente paso fue la creación de una armada real para proteger las rutas marítimas utilizadas por la marina mercante en el comercio colonial. Debido a las inversiones en infraestructuras y en la construcción naval, la política de Colbert de total intervención estatal ofreció emJ)leo remunerado a una creciente población de jóvenes trabajadores. Por último, en su intento por imitar los precedentes holandés e inglés, Colbert se tornó muy a pecho la función que las compañías privilegiadas tenían en el comercio exterior, altamente especulativo. Se esperaba que las compañías francesas de comercio en ultramar, respaldadas por subvenciones estatales y privilegios comerciales (a menudo monopolios), se hicieran cargo de los altos costes de capital inicial necesarios para la adquisición de embarcaciones y tripulación para el comercio a larga distancia. Los retrasos en los viajes de regreso podían arruinar a las empresas sin suficiente capital. Algunas compañías se involucraron en el tráfico de esclavos entre Senegal y el Caribe. Otras comerciaban con la costa del sur de la India y hasta Cantón, y recogían siempre, al partir, un cargamento básico de plata colonial española suministrada por agentes franceses situados de forma estratégica en los riúcleos comerciales de la Baja Andalucía. 26

LAS LIMITACIONES AL MODELO DE FINANCIACIÓN ESPAÑOL

En las últimas décadas del siglo XVII, una de las preocupaciones de los perspicaces arbitristas españoles era analizar I,as estrategias de desarrollo económico. Otra era su aplicación a España. Los dos siglos de imperialismo en América y Europa habían moldeado, curtido y fijado las instituciones y mentalidades españolas. A las puertas del siglo xvm, la realidad española clifería considerablemente de la de los estados en desarrollo de Europa. Conscientes de que el suyo era un imperio de renombre, se entiende que muchos españoles recelaran de las impre25. A la muerte de Richelieu, aproximadamente 7.000 franceses (en su mayoría bretones y normandos) vivían en San Cristóbal, Martinica, Guadalupe, Santa Lucía y las islas Tortuga en el Caribe, y se responsabilizaban de dirigir el tráfico de esclavos en Senegal y Gambia. Braudel et al., eds., Histoire économique, vol. 1, parte!, 356-357. 26. Aunque Deyon acepta los defectos del dinamismo de Colbert, asegura que a su muerte supolítica de intervencionismo dejó «une marine reconstituée, une législation commerciale moins archai·que, une draperie a nouveau prospere et une manufacture des toiles de lin et de chanvre qui est devenue la premihe d'Europc». Le mercantilisme, 28. Para Domínguez Ortiz, lo que las políticas de Colbert necesitaban por encima de todo era «el mantenimiento del río de la plata» que manaba de fuentes españolas, legales o de contrabando. «Guerra económica», 72.

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decibles consecuencias que podrían derivarse de una torpe imitación de los modelos extranjeros. Las limitaciones a las opciones mercantilistas de España eran tanto externas como internas, tangibles e intangibles. Estaban atrapadas en una red de relaciones personales, de grupo e institucionales. Las limitaciones más inmediatas y obvias a los esfuerzos por reformar la economía de España eran externas. Los tratados comerciales impuestos por los proveedores europeos de España a mediados del Seiscientos privaron al estado de un instrumento básico de la estrategia mercantilista en el siglo xvn1: el reajuste arancelario en Cádiz, principal puerto español y centro de su monopolio comercial colonial. Al mismo tiempo, las competitivas estrategias de Inglaterra y Francia jugaban en contra de los intentos de España por aumentar la insignificante producción de aquellos artículos que habían sido básicos para la transformación de las economías europeas: los tejidos de alta calidad consumidos por las elites tanto en la metrópoli como en las colonias. Como era de esperar, al comienzo de la guerra de Sucesión, los políticos franceses se negaron a autorizar la fuga de artesanos cualificados franceses hacia España y con discreción aconsejaron a los diplomáticos franceses en Madrid que pusieran freno a cualquier iniciativa manufacturera al sur de los Pirineos. La política francesa fue diseñada explícitamente para privar a España de «los medios para establecer [ ... ] manufacturas». El embajador Blécourt tenía que ser menos explícito con el gobierno español, <
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Por último, aunque no menos importante, estaba el recurrente confli~to entre España y sus principales socios comerciales en la costa del Atlántico, causado por la competición europea por los mercados americanos de España. 31 La guerra y el consecuente esfuerzo financiero exigido al estado y la economía (inversiones en defensa, paralización del comercio colonial, constantes medidas fiscales ad hoc) impusieron restricciones externas a la adopción de las irínovaciones políticas que parecían ser responsables del progryso económico de Francia e Inglaterra. Las li~itaciones internas al modelo de financiación eran igual de importantes. En pnmer lugar, los españoles tenían que hacer frente a los obstáculos que se interponían a todos los que llegaban tarde al crecimiento económico. Había poca acumulación de capital, y el capital era difícil de atraer; el ahorro y la inversión no estaban muy extendidos; y los servicios bancarios eran rudimentarios. Los costes de transacción (entre los cuales se contaba el desarrollo de instituciones e instrumentos que sirvieran de apoyo a las empresas que comerciaban a larga distancia con ultramar, la protección estatal del capital privado, las técnicas comerciales y, por supuesto, la información regular sobre precios vigentes y condiciones de suministro, especialmente en los principales puertos coloniales) eran, por consiguiente, altos. En gran parte, la persistencia de instituciones económicas y actitudes tardomedievales en España puede atribuirse a las rentables economías mineras del Alto Perú y de Nueva España, que constituían el vínculo transatlántico crítico entre América y España. A través del monopolio estatal de la obtención y distribución del mercurio y de una pirámide de impuestos (derechos sobre el subsuelo, tasas por la acuñación, aranceles), 1a plata americana, había ayudado a financiar la hegemonía de la España de los Austrias en Europa occidental. Además, la minería de plata, como ya se ha visto, tuvo varias funciones. Había monetizado la economía de muchos nativos americanos (que pronto se vieron forzados a pagar un impuesto personal, o tributo, en plata), y por intermedio de todo tipo de comerciantes (tanto los dedicados a la venta al por mayor y al detalle como los menos importantes vendedores ambulantes) contribuyó a incrementar las ventas y el consumo de importaciones de origen español, europeo y asiático. Pero los efectos multiplicadores de la plata colonial sobre la economía de la metrópolis fueron bastante limitados. Mientras que la plata americana impulsó el comercio de productos de las colonias inglesas y francesas en Norteamérica y, especialmente, en el Caribe, en España no potenció ni el empleo ni las iniciativas vinculadas al procesamiento y reexportación de azúcar, tabaco y cacao. No sirvió de estímulo ni a la manufactura ni a las finanzas nacionales. El estado de los Austrias había creado y explotado un producto muy rentable en forma de flujos de plata coloniales, una bonanza financiera perenne que durante dos siglos generó un capitalismo comercial distorsionado, atrapado en un estado estacionario o en un mal punto de equilibrio caracterizado por un insignificante crecimiento económi31. «La negligencia que hasta ahora han demostrado los españoles en el fomento de las manufacturas les obliga siempre a obtener de países extranjeros los bienes que necesitan para las tierras que poseen en las Indias [ ... ].>> «Mémoirc du Roy», en Kamen, War oj Succession, 125-126.

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co. el subempleo y el desempleo, en resumen: el estancamiento cconómico: De esta forma, alrededor de 1700 España importaba azúcar y tabaco que eran mtroducidos por interQJediarios ingleses, franceses y holandeses que traficaban con productos de las colonias del Caribe (los holandeses suministraban incluso cacao venezolano) y, además, manufacturas europeas, que los mercaderes de los núcleos comerciales de la Baja Andalucía compraban con plata colonial para reexportados a las colonias americanas de España. La anómala posición de España, receptora de plata colonial que era transferida a los rivales europeos, importadora y después reexportadora de manufacturas no españolas sino europeas, metrópoli en teoría rica en productos mineros coloniales y en realidad curiosamente empobrecida, era la imagen que daba forma al núcleo del discurso sobre el cambio económico, esa preocupación común de los analistas o proyectistas españoles durante la primera mitad del siglo xvur. Existía todavía otra limitación interna, omnipresente y duradera: el tradicionalismo multifacético de España, que había contribuido a la debilidad de la monarquía al tolerar el mal uso de las instituciones y costumbres y permitir una política descentralizada de facto. Se consagró, casi sacralizó, lo que había sido heredado y desarrollado durante los siglos xv y XVI, particulannente bajo los reinados de Isabel y Fe1nando y de su nieto, Carlos V. La innovación, cualquier cambio hacia algo nuevo, era en principio inaceptable, lo que indica que estructuras que de algún modo eran fundamentales, y que en su tiempo habían sido admirables, ahora estaban derrumbándose. Estaba muy extendida la desmesurada veneración por instituciones del pasado que, presuntamente, habían sido la base de una época de hegemonía a la que todavía se podía regresar, lo que tal vez era sintomático del ocaso de la proyección imperial. La impresión general era que esa hegemonía se había perdido en algún momento después de 1650, coincidiendo con la emergencia de estados europeos capaces de formular políticas de desarroIIo y de intervenir en la economía nacional. En el fondo, podían medirse los éxitos de Inglaterra y Francia por su reciente expansión económica tanto interior como exterior, en Europa y en América. En cambio, las instituciones tradicionales de gobierno de España (su estructura política polisinodial o de organización conciliar) hicieron que los primeros Borbones españoles carecieran de la autoridad centralizada (un estado con funciones de control) que era manifiesta en Inglaterra y, de manera particular, en Francia. Desde un principio se enfrentaron a la barroca constelación de intereses de los Austrias que el estado patrimonial no había centralizado. De hecho, el estado patrimonial de los Austrias se había limitado a suturar Jas diferentes entidades regionales de 1a Península, todas celosas de sus derechos, privilegios, y costumbres «inmemoriales», así como de las gracias especiales conferidas a co32. Hay pocos historiadores que hayan expuesto de forma más clara que Ramón Carande los inmediatos y duraderos efectos que tuvo la plata colonial sobre la economía de Castilla en el siglo XVI, sobre sus finanzas, comercio e industria. Los siguientes capítulos hacen referencia a temas que se discuten en su Carlos Vy sus banqueros, vol. 1, caps. 7, 10, ll, y vol. 3, cap. l. Véase también Rodríguez-Salgado, The Changing Face of Empire, 63, 68-70, 334. Igualmente esclarecedor es el incisivo ensayo de José LamlZ Lópcz, La época del mercantilismo en Castilla, especialmente el cap. 6.

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lectivos e individuos. El proceso político de gobierno a través de la convocatoria de varios sínodos -en particular'él Consejo de Castilla («Ja institución más importante en España» ),33 el Consejo de Indias (para las colonias) y, tanto en la metrópoli como en las colonias, el Santo Oficio de la Inquisición, con su función de censura- proporcionaba el espacio en el que, en teoría, la política estatal era coordinada, mientras que en la práctica, por lo general, estaba decidida de antemano. La extendida jurisdicción judicial y legislativa de los consejos junto con su método de trabajo -basado en pedir informes detallados sobre temas concretos (consultas) a los que seguía un debate y, luego, una decisión, a menudo tardía, por voto mayoritario- paralizaban cualquier acción e inevitablemente abrían vías de resistencia al temido cambio. En el legado administrativo de los Austrias, siempre se conservó la ilusión, pero no la sustancia, de una autoridad centralizada.34 Felipe V, sus técnicos franceses prestados (corno Orry) y sus devotos colaboradores españoles (corno el regalista, anticolegial y antipapista Melchor Rafael de Macanaz) entendieron pronto que para que un estado de corte mercantilista fuera eficaz tenía que hacer hincapié en los objetivos nacionales y proyectar el poder para ponerlos en práctica. De otro modo, no sería posible convencer a los principaleS grupos de interés y a sus representantes (que a menudo actuaban como grupo de presión) en los consejos -que estaban dominados por colegiales- para que reconocieran la hegemonía absoluta de los intereses nacionales sobre los regionales y particulares. En 1703, Orry comunicó a París que los consejos estaban en el núcleo de las políticas de los Austrias: «Ellos son quienes gobiernan el Estado, nombran a todos los cargos, disponen de todos los beneficios e ingresos del Reino, con la intención de que el Rey[ ... ] no asuma ningún papel activo en el gobierno[ ... ].» Puesto que los consejos no podían ser eliminados sin más, el nuevo gobierno borbónico decidió intervenir en ellos diseñando nuevos cargos de los que dependerían. Estas tácticas se aplicaron al Consejo de Castilla entre 1706 y 1707, y culminaron con la nueva planta de 1713. La radical reforma administrativa de los consejos en la nueva planta, ideada básicamente por Orry y Macanaz, introdujo un gabinete de cinco secretarios de Estado y del despacho universal que trabajaban en estrecha colaboración con el rey. A nivel provincial, el plan propuso intendentes de provincia que también podían encontrarse en el modelo administrativo francés. 35 Al mismo tiempo, el gobierno despojó al Consejo de Indias y a la Casa de Contratación de sus funciones principales, entre eilas la financiación y el control de] sistema de convoyes. Esto se hizo en parte como represalia porque el consejo no dio su apoyo a la nueva dinastía borbónica en 1706, y en parte porque los prin33. Payard, Les membres du Conseil de Castille, 170. 34. Kamcn ha llegado a la conclusión de que bajo el reinado de Carlos II, España «continuó siendo gobernada por una especie de consenso entre diferentes intereses locales r... ]. La España de los Austrias era estable porque era en gran parte un autogobiemo, no porque fuera gobernada por una monarquía absoluta». Spain in the Later Seventeenth Century, 17. 35. Fayard, Conseil de Castille, 7, 170-172; Bemard, Conseil eJpagnol des !ndes, 30-31; Kamcn, War of Succession, 108-117; Anes Álvarcz, El Antiguo régimen, 300, 304-306.

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. · d Felipe V pensaban que el sistema de convoyes, la estructuc1pales conseJeros e . . . . falta de un registro of1crnl de las entradas de metales p1ec1osos ra ad uanera y Ia . .~ d l'f coloniales desde J 661 eran incompatibles con la 1mplementac1on e una po 1 1ca de desarrollo mercantilista. El gobierno borbónico español y los asesores franceses que s~ encarg~ban del · · nto del comercio exterior de su país (en el cual las enlomas es pan olas reseguume ., d ¡ · aban un papel importante) tenían que enfrentar la cuestton e comerc10 presen ! . S ·¡¡ h b' ·¡· colonial. Durante mucho tiempo, la comunidad mercant.Il de ev1 a . a rn utJ. Izado dinero e influencias para mantener el sistema de flotas y los mformales acuerdos aduaneros de Báez Eminente, así como para conservar para el_ Consulado de Sevilla la gestión de ciertos fondos. Además, el consulado destmaba una considerable suma de gastos secretos a ejercer presión sobre la ~asa de Co~trat~ción, el Consejo de Indias y aquellos que tenían influ?ncia política en Madnd. Dicho gremio comercial también delegaba en el conseJo las querellas con los ~ercaderes de Ciudad de México y Manila, referidas por ejemplo a la creciente importación de tejidos de seda, lino y algodón chinos que eran llevados cada año a Nueva España a bordo de la nao de Filipinas." . . La «planta de Orry» pretendía ser una amenaza para l~s mteres~s come~c~aJes, tanto nacionales como extranjeros, de la Baja Andalucrn, en Sevilla Y Cadiz. Por consiguiente, en J 713 el gobierno puso sobre aviso al Consejo de Indias Y a los grupos que éste representaba de su intención de «dar una nueva form_a ~., regla en la dirección del comercio de las Indias». Hizo esto requiriendo la op1mon del consejo (una consulta) sobre «abusos que ha havido en lo pasado en la dirección de la Casa de Contratación y Consulado de Sevilla», 37 lo que era una advertencia de Jo que podía estar por llegar; pero el plan estuvo en peligro desde un princ!pio por un problema subyacente en la posición de Madnd. La larga guerra habrn puesto las finanzas estatales bajo extraordinaria presión, situa~ión que vino a ser agravada, después de la guerra, por la necesidad de reconstrmr las fuerzas na~ales y de transporte marítimo para ponerlas al servicio de los víncul~s transatla_?ticos con ]as colonias americanas. Puesto que las aduanas de la BaJa Andalucrn, junto con las entradas de metales preciosos por cuenta del rey procedentes de Cartagena, Veracruz y La Habana, constituían la mayor ~ategoría de in~esos ~statales bajo las rentas generales, los hombres de negocios de Andalucrn podian manipular el poder de los instrumentos financieros que ellos contro~aban. Por ~u parte, el consejo intentó defender los intereses comerciales de la BaJ~ Anda!u~rn; despotricó contra Madrid y alegó que el gobierno no le había conced1do_sufic1ente tiempo para obtener información de hombres de negoc1~s «de mt?l~gencia Y práctica» y afirmó, con fingida inocencia, que no tenía «particular noticia» sobre «abusos y excesos que se ha notado a la Casa de Contratación y <:=onsulado». Es indicativo de la resistencia de las estructuras de los Austnas, el hecho de que Ja consulta del Consejo de Indias como respuesta a la petición de Madrid no 36. Álvarez de Abreu, ed., Extracto historial. . . 37. Bernard, Conseil espagnol des Indes, 6-8, y «Consulta del ConseJo de Indias al Rey sobre el comercio, 24 de diciembre de 1713», BRAHM, Colección Sempere Y Guarinos.

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hiciera ninguna concesión al espíritu de cambio que los asesores más cercanos a Felipe. compartían en esa época. La consulta, por el contrario, reafirmaba el valor que el sistema transatlántico, que funcionaba desde mediados del siglo xvn, tenía para la monarquía. 38 Devolver el sistema a su condición de preguerra a partir de 1700, afirmaba la consulta, permitiría a España recuperar «lo que se ha perdido en la Cruel Guerra presente» y su primacía como «árbitro de la Europa». Europa, se jactaba el consejo, dependía de América «para su conservación y aumento del oro y plata, y frutos de que Dios ha enriquecido» a las colonias españolas. Según la retrospectiva del consejo, la expulsión de España del paraíso comercial coincidió con la guerra de sucesión. El consejo analizó después la situación comercial que había esbozado en una consulta de 1709 que, según el mismo consejo, había sido ignorada por los burócratas de Felipe al abandonar de forma precipitada Madrid en manos de las fuerzas enemigas en 1710. La fuente de todos los males estaba «especialmente» en las embarcaciones, bienes y agentes franceses que se infiltraban en el sistema transatlántico de España después de que la guerra marítima hubiera suspendido prácticamente el movimiento de los convoyes españoles. Esto había facilitado a los franceses la penetración en los puertos suramericanos del Pacífico ( «aquellos opulentos Dominios»), llegando hasta Callao por el norte, donde desembarcaron cargamentos de bienes escasos y obtuvieron con ello extraordinarios beneficios sin pagar los «ynmensos derechos» habituales. Después se habían retirado directamente hacia puertos franceses con su «tan grande suma de Millones» en plata gravada y sin gravar (sin quintar). Según los consejeros, Madrid era por lo tanto responsable de la «restauración y fomento del Comercio» en el complejo comercial colonial dominado por Andalucía, puesto que «no hai otro arbitrio más poderoso» para estabilizar las finanzas estatales. La primera etapa de esta restauración exigía la reanudación del cancelado sistema de flotas. Sin esto, se argumentaba en la consulta, se perderían las colonias y «se desfigurará el continente de estos Reynos, dependiendo la restauración de ambos de sólo un principio qual es, el que cuiden la navegación los Españoles y que se cierren los Puertos de las Indias para los Extrangeros». Esto exigía la adquisición estimada ( «comprar o abilitar algunos navíos») de ocho buques escolta que, recalcó el consejo, ni el consulado ni los mercaderes particulares podían financiar, puesto que carecían de «fondos, caudales [... ] créditos». No obstante, en caso de que Madrid garantizara los préstamos con un aval por los ingresos de aduanas derivados de los flujos comerciales coloniales gestionados, entonces el consejo confiaba en que los miembros del consulado podrían obtener fondos de otras fuentes. De nuevo, había una precondición para este servicio: Madrid tendría que certificar la precisión de las cuentas del consulado referidas a la gestión de los impuestos sobre las importaciones de metales preciosos coloniales, que en teoría eran destinados a la liquidación y pago por intereses de cier38. Nótese la fijación por el pasado: «Pues haviendo conserbado las Indias por el transcurso de dos siglos, bajo la mano de los gloriosos progenitores de VM que las conquistaron, aumentaron y conservaron, esto se a devido mediante la justísima máxima, tener cerrados las puertas de aquellos Bastos Dominios para que no entrase a cornerziar en ellos ningún extrangero sobre que se ha promulgado infinitas Leyes.» «Consulta del Consejo de Indias», BRAHM, Colección Sernpere y Guarinos.

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tas obligaciones pendientes del gobierno, como por ejemplo las balbas y infantes. Por citar la consulta del consejo: «Que mande se ebaque y finalize el negocio pendiente de quenta~ de los Consulados, ora sea con el castigo de los que rezultaren cómplizes, ora con la absoluzión y publicación [de los nombres] de no haverlo sido.» La colaboración del consulado y la comunidad mercantil de Sevilla para restablecer el sistema de convoyes exigía, en opinión del consejo, más concesiones. En primer lugar, Madrid tendría que continuar cobrando los aranceles a la exportación hacia las colonias cuando los productos fueran descargados en los puertos coloniales. El consejo estaba convencido de que en ese momento los mercaderes de Andalucía se encontraban en un «miserable estado[ ... ] sin fondos, ni caudales en las primeras casas». Sólo un puñado de «ricos» podía cubrir los impuestos a la exportación en Sevi11a o Cádiz. La mayoría -y entre los que el consejo mencionó por conmiseración había «monjas, donzellas, viudas y otros muchos pobres que estaban trabajando todo el año haciendo medias, pañuelos y ropa blanca»sin duda no podía. En segundo lugar, y más impmiante, el consejo incidió en que se preservara lo que se había establecido décadas antes en la cédula de 1661 firmada por Felipe IV, por la que los mercaderes de Sevilla y sus representantes en las capitales coloniales tenían que cubrir los costes de los buques escolta de la armada real a cambio de «la libertad y franquicia de poder traer a la vuelta a España sin otra contribución alguna toda la plata, oro, y frutos y demás efectos que de su quenta viniesen, y sin la sugeción al registro». 39 El consejo refrendó este «contrato», lo que explica por qué después de 1661 no existe un registro oficial de las entradas de plata colonial y oro, ya que «todos han visto el aumento y grandeza en que se constituyó aquel comercio, los grandes caudales que se crearon, el crédito a que llegó el Consulado de Sevilla, el maior de la Europa». Esto quería decir que los comerciantes acaudalados habían dispuesto en algún momento de recursos para financiar las «maiores urgencias de la Monarchía», la armada real y los buques escolta para los convoyes que iban y venían de los puertos coloniales de España. Como resultado de la disolución de este acuerdo entre los intereses públicos y privados, y de la desintegración del sistema de convoyes después de 1701, «no ha quedado en este comercio hombre de caudal, el consulado sin crédito, ni efectos con que despachar». En lo que era un rechazo explícito de los esfuerzos de los administradores reformistas de Madrid por modificar el sistema transatlántico anterior a 1700, el Consejo de Indias reiteró sus condiciones para colaborar: que se cerrara la recientemente abierta ruta del estrecho de Magallanes hacia los puertos suramericanos del Pacífico y que, además, se reanudaran las flotas españolas bienales hacia Nueva España y Tierra Firme sin participación alguna de factores, o incluso de tripulación, extranjeros. A cambio el consejo ofrecía su visión de retorno al 39. Esto se refiere al «uso y práctica del contrato de ha verías>>. El contrato (1661) estipulaba que el pago total por los costes de los convoyes sería de 790.000 ducados de plata anuales. De éstos, 150.000 serían pagados por Hacienda; el resto sería pagado, a la llegada del convoy a los puertos coloniales y la venta del cargamento, por los mercaderes de Sevilla y sus representantes en las colonias. Céspedes del Castillo, La avería, 89-92.

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paraíso: «Juzga el Consejo que con lo expuesto, supuesto la buena fe de que se observara todo lo que nuevamente se estipulase con el comercio, se seguirá el beneficio [... ] para que en todos tiempos pueda hallar el dinero que necesita para servir a V.M. en las urgencias que se ofrezcan como lo ha executado en distintas ocasiones.» La recomendada restauración de las flotas.sin duda elevaría «los comercios a la primera estimazión» en un plazo de tres años. En un plazo de dos años la nueva planta corrió un serio peligro. Orry y Macanaz fueron destituidos (1715), y se permitió a la todopoderosa Inquisición presentar cargos contra Macanaz. La principal reforma continuó paralizada durante años, aunque las secretarías de Estado, creadas recientemente, se mantuvieron. El acuerdo atestiguaba la ardua lucha por modificar estas y otras estructuras profundamente arraigadas, y en lo sucesivo obligó a los defensores del cambio a poner énfasis en que ellos sólo estaban denunciando los abusos de instituciones que, por otro lado, eran aceptables. El léxico proyectista tuvo que eludir el cambio. Las pocas publicaciones autorizadas que eran críticas con las presentes estructuras y mentalidades tuvieron que aceptar el vocabulario y las expresiones prioritarias del discurso oficial, como «corrección de abusos», «restauración», «renovación» o «reestabl~cimiento». Dicho de forma más simple, los analistas españoles que se decidieron a aceptar su conflictiva realidad cultivaron un discurso y un vocabulario pensados para fomentar el consenso y evitar 1a censura.40 Si se sopesan las visiones de cambio de los proyectistas y sus limitaciones, surgen varias preguntas. Asumiendo que se deseaba implementar una política proteccionista, ¿era realista contar con que el primer estado borbónico español tendría la capacidad y habilidad para subvencionar y gestionar la manufactura más moderna de esa época, la textil, de modo que compitiera con los tejidos de lana, lino y seda de Flandes, Inglaterra, Francia, Génova, Venecia y Alemania, así como con los flujos a través del Pacífico de l9s tejidos de lino, algodón y seda de alta calidad chinos?41 ¿ Y serían las tan esperadas fábricas españolas capaces de cumplir con las exigencias de un pacto colonial, esto es, con el intercambio de bienes predominantemente nacionales por productos coloniales? ¿Podría el gobierno central de Madrid obtener suficientes ingresos, tanto derivados de fuentes tradicionales como de otras más modernas, para financiar la industria peninsular además de la necesaria infraestructura de caminos y puentes, canales y puertos, y una marina mercante y fuerzas navales adecuadas para establecer una presencia marítima creíble en las principales rutas transatlánticas? Volviendo a la capacidad del Estado español para hacer frente a dos limitaciones internas que ya han sido discutidas: ¿podría permitirse la metrópoli 40. Sobre los órganos de censura y su papel, véase: Enciso Recio y Almuna, «La prensa española»; Egida, Opinión pública. Ambos están resumidos en la contribución de Enciso Recio a Jover Zamora, ed., Historia de España, 29 (1):222-232. 41. Hay abundantes detalles sobre la penetración de los tejidos de China en Nueva España a través de Manila a finales del siglo xvn y durante las primeras décadas del siglo xvm en Extracto historial, editado por Álvarez de Abreu. Éste reflejó en su trabajo editorial su experiencia colonial como investigador de las operaciones fraudulentas y de contrabando en las haciendas coloniales, y más tarde como gobernador de Venezuela. Walker, Spanish Politics, 100.

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-asumiendo que el estado tenía la capacidad de hacerlo- marginar un pilar básico de su economía lrnperial, los complejos mineros de Nueva España y del Alto Perú? ¿Podía el estado borbónico español aventurarse a jugar con los grupos de interés políticamente influyentes, españoles y no españoles, que estaban arraigados en el sistema español de comercio transatlántico arreglado? Básicamente, los españoles que estaban formulando un paradigma mercantilista tuvieron que hacerse la pregunta que todo régimen en apuros -antiguo o moderno- debe afrontar: ¿podía el atrasado estado borbónico español lanzar acciones en varios frentes de manera simultánea? O ¿acaso los políticos, conscientes de que «elaborar una política de la nada es más problemático que continuar con el piloto automático»,42 se verían obligados a encarar el cambio poco a poco y de forma pragmática? Ambas opciones presentaban escollos. La primera escondía el riesgo de una reacción violenta coordinada; en la segunda, la pérdida de control y la oposición clandestina invitaban al fracaso.

UzTÁRIZ

Y SU MANUAL

La clásica adaptación que hizo Gerónimo de Uztáriz del paradigma de crecimiento de Co1bert, su análisis del comercio y el transporte en Theórica y práctica de comercio y de marina (1724), fue durante más de cincuenta años el manual de la España imperial para ponerse al nivel de sus más avanzados rivales, Inglaterra y Francia. Uztáriz, navarro, ya había resumido siete años antes su concepción de cómo estimular el crecimiento en su aprobación del recién publicado Mémoires sur le commerce des Hollandois, de Pierre-Daniel Huet, que acababa de ser traducido por el hijo de un colega navarro que se había forjado una exitosa carrera en Madrid, Juan de Goyeneche y Gastón de Iriarte. 43 No es nada extraño que los dos primeros divulgadores de conceptos colbertianos en España fueran navarros. Los vínculos de Navarra con Francia se remontan a cuando la primera, como reino independiente, incluía lo que ahora es la Navarra francesa, en la cara norte de los Pirineos. A principios del siglo XVI y bajo dominio francés, la Navarra española pasó a ser un virreinato de Castilla. A pesar de que Enrique de Navarra incorporó su reino a la corona francesa como Enrique IV, las relaciones entre los navarros al norte y al sur de los Pirineos continuaron siendo estrechas, fortalecidas por los desplazamientos estacionales de trabajadores, ovejas y ganado, así como por las mercancías pasadas de contrabando a través de las montañas a cambio de plata de las colonias españolas. La conquista del imperio americano hizo que los navarros entraran en la órbita de Castilla en varios sentidos. Los navarros conservaron sus privilegios regionales (los fueros), que incluían la exención de impuestos de aduanas excepto en sus fronteras con Castilla, así como sus propias cortes y administración fiscal; pero muchos entraron en las fuerzas armadas y en la floreciente burocracia y ele42. James Fallows, New York Times, l de agosto de 1993. 43. Huet, Comercio de Holanda. La 2.ª edición (1742) es la que se cita aquí.

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ro castellanos y, lo que es más importante, en el comercio y la administración colonial. Hacia finales del siglo XVII, las redes familiares navarras se encontraban diseminadas por todo el imperio: desde Madrid, Sevilla y la había de Cádiz (en el Puerto de Santa María y en Cádiz) hasta, cruzando el Atlántico, el vasto virreinato del Perú (desde Lima a Charcas, Buenos Aires y Santiago de Chile), Venezuela y Nueva España. El siglo XVIII sería el de la «Hora navarra», el adecuado título que Julio Caro Baroja escogió para su estudio de la proyección navarra en la . Península y en ultramar bajo los Borbones españoles.44 Una constelación de navarros unidos por sangre y alianzas, comunidad de origen (especialmente del valle de Baztán, cruzado por la principal ruta hacia Francia), redes comerciales, servicio al' estado e influyentes asociaciones, como la Real Congregación de San Fernún de los Navarros en Madrid, invirtieron sus fondos para apuntalar las finanzas estatales en forma de préstamos, suministros militares y cobro de impuestos. Su peso económico y político fue considerable desde principios del siglo xvrn, cuando los Goyeneche y los Uztáriz apoyaron a Felipe ofreciéndole préstamos y conocimientos empresariales hasta que sobrevino, a finales de siglo, la crisis del antiguo régimen de la España imperial, bajo el reinado de Carlos IV. En el largo intervalo que transcurrió entre estas dos crisis, los empresarios y burócratas navarros jugaron un papel clave en los intentos de adaptar, de forma prudente, las realidades españolas al cambiante mundo atlántico. Goyeneche, nacido en 1656 en Arizcún, en el valle de Baztán, era mayor que Uztáriz, nacido en 1685 cerca de Pamplona. 45 Emprendedor hombre de negocios, Goyeneche fue asesor financiero del último de los Austrias españoles y después del primer Barbón español. Como cobrador de impuestos y financiero estableció varios contactos con la elite política. Uztáriz, también cosmopolita, forjó su carrera al servicio del estado. V arios miembros de la familia Goyeneche ya se habían instalado en Madrid antes que lo hiciera Juan de Goyeneche. Él emigró de Navarra para estudiar con los jesuitas en la capital, y pasó a ser un protegido del conde de Oropesa, que por entonces era presidente de la Casa de Contratación. 46 Más tarde, como oficial contable en las fuerzas armadas de Felipe V, Goyeneche trató con frecuencia a los técnicos franceses enviados para reorganizar las finanzas estatales de España, sobre todo con Jean Orry. 47 Su sobrino, Juan Tomás Goyeneche, era representante de un consorcio financiero que tenía contratos militares avalados por ingresos provinciales. Goyeneche, un financiero hecho a sí mismo, formaba parte de la red 44. Caro Baroja, Hora navarra. Como complemento a esta rica y generosamente ilustrada fuente véase Alfonso de Otazu y Llanas, Hacendistas navarros en Indias. Véase también Pío Sagues Azcona, Congregación de San Fermín de los Navarros, y Rodrigo Rodrigues Garraza, Tensiones de Navarra. 45. Para los detalles biográficos de Juan de Goyeneche, _véase Caro Baroja, Hora navarra, caps. 3-6. Véase también Kamen, War oj Succession, 139, n. 77. 46. Kamen, Spain in the Later Seventeenth Century, 373. 47. Goyeneche también se unió a Melchor Macanaz para proponer que los millones (un impuesto al consumo) y la superflua burocracia asociada a ellos fueran sustituidos por un único impuesto a la renta (algo extraordinario para su época): una contribución única. El proyecto fue aplazado y se rescató cuatro décadas más tarde bajo la administración del marqués de la Ensenada.

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navarra, un «bloque económico» que según Caro Baroja representaba al «capitalismo peninsular».: 8 A sus herederos les legó empresas comerciales y manufactureras, les facilitó la entrada a prestigiosas órdenes militares y a la nobleza, y les dio acceso a la burocracia metropolitana y colonial.49 Para cuando Goyeneche dictó su voluntad, su «familia tenía acaparados los cargos de Palacio y ostentaba otros honoríficos en la Corte».50 A diferencia de otros hombres de negocios de su época, Juan de Goyeneche cultivó más intereses que los exclusivamente mercantiles y financieros. Ayudó a fundar la Gaceta de Madrid (1697), que más tarde sirvió al primer gobierno borbónico como boletín oficial y como importante arma de propaganda durante la guerra de Sucesión, y subvencionó la publicación de las obras de Benito Feyjóo, una de ]as luminarias de la ilustración católica en España. 51 Goyeneche y su familia participaron en la hermandad navarra de Madrid, que proporcionaba muchos contactos y era e] enclave regional donde la comunidad navmTa de Madrid compartía solidaridad política y social. La congregación fue probablemente el local donde Goyeneche conoció a su colega navarro Gerónirno de Uztáriz; en la década de 1720 ambos servían en el consejo asesor económico nacional, la Junta de Comercio y Moneda. Goyeneche, que era más que un admirador pasivo de las políticas desarrollistas francesas, llevó algunas de ellas a la práctica. Apoyándose en una fortuna personal, acumulada presuntamente con el cobro de impuestos y los contratos militares, así como porque el gobierno le había concedido privilegios fiscales y de otro tipo, se sintió movido a imitar las iniciativas manufactureras francesas. Construyó una fábrica de tejidos de lana, seguida en 1716-1720 por otra de lana y vidrio, que utilizaba materiales y cualificados trabajadores franceses en una fábrica que era corno una ciudad en miniatura y a la que de forma apropiada llamó «Nuevo Baztán». Los experimentos de Goyeneche en la manufactura, expuestos como un caso de iniciativa privada ayudada por subsidios del estado, encontraron pocos imitadores. 52 Goyeneche, miembro acaudalado de la pequeña burguesía financiera de Madrid, tuvo más éxito en la educación de su familia. En 1704 envió a su primogénito, Francisco Xavier, acompañado de un tutor (capellán del Consejo de Indias), a Francia (recorrieron el sur de Francia desde Bayona hasta Marsella, y siguieron 48. Caro Baroja, Hora navarra, 200-201. 49. Goyeneche se casó con la hija de un experto en finanzas que trabajaba en el departamento encargado de la recaudación de los millones. Como era de esperar, favoreció a los miembros de su familia extendida, en su caso a l9s de la rama materna (Gastón de Iriarte). Miguel Gastón pasó su juventud en las colonias americanas, volvió a Madrid y allí fue dependiente de Goyeneche. 50. Caro Baroja, Hora navarra, 193. 51. Feyjóo dedicó un volumen de su Teatro crÍlico universal a Juan de Goyeneche, otro al hijo de Goyeneche, Francisco Xavier. Steffoni, en Jover Zamora, ed., Historia de España, 29 (2):61. 52. Para convertir el «Nuevo Baztán» en una pequeña ciudad-fábrica, Goyeneche invitó al distinguido arquitecto José Benito de Churriguera a que diseñara la fábrica, una suntuosa residencia privada y una iglesia. Véanse los comentarios de María Jesús Quesada Martín en Jover Zamora, ed., Historia de España, 29 (2):373. El censor de la traducción que Francisco Xavier de Goyeneche hizo de Huet, quien además era capellán del Consejo de Indias, alabó la iniciativa industrial de Juan de Goyeneche, sus fábricas y manufacturas. Estas observaciones están en Comercio de Holanda.

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el curso del Ródano hasta Lyon, donde vivieron durante un año) y después a Italia (a Génova y Milán, y hacia el sur a Roma y Nápoles). Igual que su padre, Francisco Xavier quedó maravillado por la transformación que había vivido Francia, en su momento un ·país atrasado (antes de la coronación de Luis XIV); una transformación debida a una serie de políticas gubernamentales bien definidas y gestionadas por un resueJto funcionario público como Jean-Baptiste Colbert. En Francia, a1 joven Goyeneche le impresionó que «el principal assumpto de las conversaciones de[ ... ] todas las clases, y profesiones, consistía en tratar de la forma y ventajas del tráfico, conveniencia de ]as manufacturas, y beneficio de la Navegación». 53 En París, constad'> que rnuc;ha gente estaba convencida (y resentida) de que el comercio holandés crecía a expensas del de Francia. Y puesto que Colbert y su círculo habían visto en Holanda, país comercialmente más adelantado, un modelo aceptable de crecimiento económico, el hijo de Goyeneche tradujo ]as Mémoires sur le commerce des Hollandois de] obispo Pierre-Daniel Huet.54 El hecho que Francisco Xavier recurriera a Gerónimo de Uztáriz, amigo y colega navarro de su padre, para que redactara un prólogo a su traducción, no fue sólo una coincidencia. El libro de Huet era una clara elección; ya se habían hecho de él muchas traducciones, y debe añadirse además que, bien entrado el siglo xvm, muchos proyectistas europeos continuaban deslumbrados por la evolución que la economía holandesa había seguido durante el siglo anterior. 55 Lo que no está tan claro es por qué no existía ninguna traducción española de lo que era el principal rnanua] de aquellos que aspiraban a formar parte de la clase mercantil: Le parfait négociant, de Jacques Savary, un libro que se había publicado décadas antes que el de Huet. 56 Igual que la gran familia Goyeneche, los Uztáriz eran pequeños burgueses navarros que habían sido alcaldes durante más de tres generaciones. Un hermano fue un diputado en las Cortes navarras (1701 ), que ofrecieron su apoyo a los Barbones, mientras que otro fue nombrado decano de la catedral de Plasencia. 57 A los quince años (1685), Uztáriz vivía con unos parientes de Madrid. Luego estuvo años al servicio del gobierno en el extranjero, lo que le llevó a Francia, Italia, Inglaterra, Alemania y Flandes. Después de cursar estudios militares en Bruselas se 53. Huet, Comercio de Holanda, introducción. 54. Hacia 1717 había por lo menos tres ediciones francesas, dos de ellas en París ( 1713, 1714). Goyeneche hizo constar que su copia de Amsterdam fuera anónima (a lo que añadió por obviar quexas); y de hecho la edición de 1718 en Amsterdam (no la de 1717) sólo lleva el título. 55. Después de la Restauración, los economistas políticos ingleses encontraron un modelo en la «sociedad holandesa, cuya organización les parecía a ellos [... ] inteligente y dinámica», e incluso hasta la década de 1750 el modelo holandés «continuó en la mente de los escritores y teóricos del comercio como el mayor ejemplo de fusión de arte de gobernar, política económica y éxito comercial». Dickson, Financia! Revolution, 4. Véase también Van Dillen, «Amsterdam», 196-197; Chaudhuri, «Reflections», 428. , 56. Savary fue leído por la elite comercial y política de España. Como se verá, Uztáriz hizo referencia a su popularidad y a sus muchas ediciones extranjeras, e incluso le citó extensamente. Theórica, 243. 57. Las fuentes para la biografía de Uztáriz comprenden: Mounier, Lesfaits et les doctrines; Uztáriz, Theórica, 1x-xx; Caro Baroja, Hora navarra, 289-295; y dos contribuciones de Ruiz Rivera, «La Casa Uztáriz>>, 183-199, y «Rasgos de modernidad», 12-17.



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puso a las órdenes del marqués de Bedmar en las campañas contra los franceses, que le capturaron.Por un breve período de tiempo Uztáriz regresó a Madrid, pero se fue de nuevo, y volvió a trabajar para Bedmar cuando fue nombrado virrey de España en Sicilia. De nuevo en Madrid (1707) Uztáriz ocupó sucesivos cargos burocráticos en Guerra y Marina, en el departamento de finanzas del Consejo de Indias, en la Junta de Comercio y, algo básico para entender el complicado entramado de ta estructura fiscal metropolitana, en Hacienda, donde gestionaba los millones y los impuestos al tabaco. Es bastante plausible que Uztáriz hubiera cooperado con Jean Orry en el Ministerio de Hacienda cuando éste intentó racionalizar el sistema fiscal de los Austrias para financiar las campañas de Felipe V sin recurrir al empobrecido tesoro francés. En los registros fiscales de Hacienda, Uztáriz seguro encontró datos estadísticos sobre la demografía (tamaño, distribución regional) Yla econonúa (sectores productivos y no productivos) de España. Hacia 1717 ya era un experimentado burócrata, un fiel partidario de los Borbones, y un admirador cosmopolita del aparente saneamiento económico de Francia. Conocía los detalles de la legislación mercantilista inglesa y francesa, y le llegaba un caudal de información sobre la realidad metropolitana y colonial de España." Primero en Goyeneche, Uztáriz y Juan Bautista Iturralde bajo el reinado de Felipe V, después en Múzquiz y Goyeneche (conde de Gauza) bajo el reinado de Carlos 111, Y fmalmente en Garro y Arizcún (marqués de las Hormazas) con Carlos IV, pueden seguirse las trayectorias profesionales de los navarros en las altas finanzas españolas durante el siglo XVIII. Su presencia es enigmática: ¿simples contactos regionales o un trasfondo de continuidad en habilidades fiscales y política monetaria, o ambos? Hay dos factores que contribuyen a explicar por qué Francisco Xavier Goyeneche, con veintisiete años, decidió adornar su traducción con la aprobación de un navarro de sesenta y un años y distinguido burócrata, Uztáriz. En primer lugar, entre 17 I 4 y 1717 la importancia de Francia en la España de Felipe V estaba desvan_eciéndose, hecho que se vio acelerado con la llegada de Italia de la segunda muier de Fehpe (Isabel de Famesio) con un equipaje lleno de mezquinos intereses dinásticos y asesores italianos. Súbitamente, los asesores franceses, además de su principal colaborador español, Melchor Macanaz, tuvieron que irse. Macanaz, un funcionario entregado al nuevo orden borbónico, intransigente con el descentrali~ado lab~rint? administrativo de los Austrias, regalista de pies a cabeza y en ocas10nes anttclencal, molestaba a los partidarios del estatus quo con sus variados proyectos de reforma. Para la metrópoli tenía pensadas una reestructuración administrativa fundamental (la nueva planta fue una de sus principales campañas}, la simplificación fiscal (había planeado con Juan de Goyeneche un impuesto umco, precursor de la posterior contribución única de Ensenada), e incentivos a las manufacturas. Posteriormente, para las colonias, se mostró partidario de un «nuevo sistema para las Indias», con lo que quería decir llevar a cabo cambios radicales en el sistema de convoyes y el monopolio de un solo puerto en la Baja An58. Parece ser que hacía pedidos a Londres de publicaciones sobre economía política. Theórica, 64.

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dalucía, reducir la dependencia de la industria minera colonial y poner fin a la desenfrenada explotación de los pueblos1nativos de América incorporándolos como consumidores y productores. Taies propuestas, muchas de ellas incluidas en voluminosos manuscritos preparados durante el exilio en Francia, son indicativas de cuán molesto este incansable petrel hubiera sido para el viejo orden en caso de permanecer en el servicio real. En 1715, se permitió a la Inquisición presentar cargos contra él, lo que le forzó a optar por el exilio voluntario y la seguridad personal en Francia. 59 Con la partida forzada de Macanaz y del grupo de asesores franceses de Felipe, el más o menos tolerante clima de autocrítica abierta del «primer período formativo de gobierno borbónico en España» se evaporó. 60 En segundo lugar, hacia 1715 las fuerzas del viejo orden de los Austrias estaban de nuevo en alza. La comunidad mercantil de Cádiz y otros grupos de interés aliados, llenos de amargura por los agresivos envíos comerciales a Veracruz y Callao hechos por los franceses durante y después de la guerra, apostaron por insistir en restaurar la estructura de convoyes y las «ferias» coloniales de los Austrias, a pesar de las consecuencias del asiento concedido en Utrecht a los grupos mercantiles ingleses. Para un admirador del modelo de Colbert como Uztáriz, un veterano burócrata que conocía el trasfondo del escanniento a Macanaz, confiado a la Inquisición, ¿qué mejor modo de presentar ante la elite política española sus opiniones sobre el cambio económico que insertándolas en el Comercio de Holanda, cuyo centro de atención no era Francia? Por otra parte, también es cierto que la decisión de Uztáriz de preparar una aprobación respondió a una solicitud del Consejo de Castilla. 61 El manual de Huet sobre el crecimiento del comercio exterior de Holanda con Europa y Asia (contenía tan sólo una breve discusión sobre las operaciones holandesas en el Caribe y el nordeste de Brasil) fue el vehículo que Uztáriz usó para resumir sus primeras impresiones sobre el paradigma colbertiano. 62 Antes de especificar sus recomendaciones sobre la política a seguir, Uztáriz avanzó algunas propuestas fundamentales que serían elaboradas años más tarde en su Theórica. 63 Uztáriz observó que había un problema en la actitud española, 59. Kamen, «Melchor de Macanaz», 699-716. Para detalles biográficos: Kamen, War of Succession, 386; Vilar, La Catalogne dans l'Espagne moderne, 1: 164, n.; Fayard, Les membres du Conreil de Castille, 57-58; «Précis historique» ANPar, K 907, n. 12, fol. 10; Macanaz, RegaHas, que contiene una breve autobiografía a partir de 1739; Lafuente, Historia general de España, vol. 13; Martín Gaite, El proceso de Macanaz. Para los escritos de Macanaz, véase Kamen, War of Succession, apéndice 7, que revisa los contenidos de varios manuscritos. Regalías, LXXI-LXXX describe ocho volúmenes de manuscritos sobre las colonias españolas en América. También: Macanaz, «Auxilios», 215-303. 60. Kamen, War of Succession, 55. 61. Uztáriz, Theórica, 60. 62. El capellán del Consejo de Indias (el joven Goyeneche era miembro del consejo, su padre le había comprado el cargo) dictó el tono de la aprobación de Uztáriz. En su evaluación de la publicación de Huet, indicó que Goyeneche había decidido traducirla para estimular a los empresarios españoles a entrar en la manufactura como su padre, con el propósito de reducir el nivel de exportaciones españolas de materias primas. 63. Los siguientes párrafos están basados en la parte principal de la aprobación de Uztáriz a la edición española de Huet hecha por Goyeneche en 1717, reproducida en la edición facsímil de la Theórica de Uztáriz, 60-63.

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provocado por el pesimismo y la «malicia» de los extranjeros, que consideraban a los españoles (como muchos habían hecho con los franceses antes de Colbert) indiferentes ( «natbralmente inclinados a una vida ociosa y arrastrada») a los asuntos económicos. 64 Para Uztáriz, el principal objetivo de una economía española revitalizada era controlar el flujo de «Tesoros de sus propias minas» (omitió el origen colonial de la plata), que iba a parar a proveedores europeos para financiar importaciones de productos acabados (olvidó mencionar que la mayoría eran reexportados a las colonias americanas). El defecto radicaba en la imperfecta estructura arancelaria de España ( «ruina de nuestro comercio»), y era el momento de aprender de las políticas adoptadas en este sentido por los rivales de España: Inglaterra, Francia y Holanda. Bajo la nueva dinastía borbónica, afirmó con gran entusiasmo, se estaba mejorando la eficiencia del aparato de gobierno («más reconcentrado y unido»), que se había liberado de sus responsabilidades militares y financieras en Italia y Flandes, y estaba ahora en posición de proporcionar el «fomento, auxilio y protección» que la economía necesitaba. Uztáriz asignó al estado un amplio papel intervencionista para que creara un entorno acogedor para las manufacturas. Su función sería financiar las plantas y la maquinaria, garantizar la subsistencia barata a los trabajadores asalariados y respetar a los hombres de negocios. Uztáriz puso a los lectores españoles el ejemplo de la vecina Francia, que aunque carecía de las materias primas de las que disponía España, había conseguido, sin embargo, transformar sus infraestructuras para el comercio y el transporte con «aplicación, providencias y continua protección» bajo la dirección de «aquel gran Ministro [... ] Colbert». España, era la recomendación de Uztáriz, tenía mucho que aprender de su cercano vecino del norte. Desde el punto de vista de Uztáriz, el crecimiento de la economía francesa demostraba que el atraso económico podía superarse haciendo del comercio orientado a la exportación el motor del crecimiento. Esto exigía que el estado apoyara compañías comerciales privilegiadas (dicho de otro modo, monopolios) en el extranjero, y facilitara la producción y exportación de manufacturas. El modelo francés tenía otra ventaja adicional. Para un proyectista español en busca de un diseño adecuado de política nacional, la legislación francesa era clara, exhaustiva y lógica, caracterizada por «extensión y formalidad [... ] puntualidad». Estas cua1idades brillaban por su ausencia en las publicaciones inglesas que Uztáriz había ido recibiendo. 65 Además, Uztáriz estaba convencido de que bajo el gobierno de Colbert el Estado francés había conseguido sortear hábilmente las cláusulas restrictivas de los tratados comerciales para proteger sus nacientes industrias. Y puesto que invertir en infraestructuras nacionales estaba fuera del alcance de los recursos del sector privado francés, el estado había asumido esta responsabi1idad a través de un ambicioso programa de obras públicas con el que se construyeron carreteras, puentes y canales y se modernizaron las instalaciones portuarias para facilitar la circulación de un creciente volumen de materias primas y de productos acabados. Los bienes destinados a la exportación indujeron al 64. !bid., 60. 65. /bid., 64.

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Estado francés a patrocinar la construcción naval: una marina mercante y (para la defensa de la nación y de las colonias recientemente adquiridas en Norteamérica y las Indias Occidentales) una armada real y escuelas de navegación. Lo que probablemente sobresaltó a algunos de los lectores de Uztáriz pertenecientes a la elite política española fue su afirmación de que el Estado francés había dedicado millones de sus fondos a subvencionar una ambiciosa política económica destinada al comercio y la manufactura. En su aprobación Uztáriz reconoció que para hacer una intervención de tal envergadura era necesario sanear las finanzas estatales y conseguir la cooperación del sector privado. Colbert había ordenado que se examinaran las finanzas estatales, se formularan leyes fiscales simplificadas y se redujeran los peajes internos; después había encomendado a expertos fiscales la investigación de los registros provinciales y locales. Para aumentar la base de capital de la comunidad empresarial, Colbert recurrió a la nobleza, a la que convenció para que participara en el comercio al por mayor (no al por menor) sin menoscabo de su estatus. Para establecer un diálogo con la comunidad empresarial, creó varios niveles de consulta entre el sector privado y el público: a escala nacional, el Conseil Général de Commerce, a nivel regional (por ejemplo en Ruán y Lyon), asambleas donde se expresaran las quejas de los fabricantes y los mercaderes. Colbert instó tanto a vendedores al por mayor como a comerciantes al por menor a que las quejas que no hubieran recibido respuesta las enviaran a su personal, y si era necesario a él directamente. En la concepción, llena de admiración, que Uztáriz tenía de este modelo de crecimiento francés, la tríada de estado intervencionista, monarca cooperativo y ministro activo había conseguido transformar el pueblo francés en un modelo ejemplar, «los más aplicados, ingeniosos, y laboriosos de Europa». 66 Uztáriz no tenía ninguna duda de que España, dotada con lo que él consideraba una base de recursos naturales mucho mayor, podía superar con creces la recuperación de Francia, especialmente en la manufactura de tejidos de lana y seda. El hecho de que el censor autorizara la traducción del favorable análisis de Huet sobre el paradigma holandés de progreso económico, con un prólogo de Uztáriz, ¿escondía acaso algún plan? Debe tenerse en cuenta que en 1717 se estaba librando un debate, pacífico pero continuado, entre la clase política de Madrid ( «gran fervor de algunos Ministros y otras personas») sobre la posible reorganización del comercio con colonias mineras americanas como Nueva España, cuya producción iba en aumento y cuya hacienda había sido investigada en varias ocasiones.67 Entre 1715 y 1720, las opciones que tenía Madrid eran dos: renovar el modelo de comercio arreglado de los Austrias, fundado en convoyes regulados, o establecer una única corporación comercial general para las colonias americanas, basada en la próspera Compañía de las Indias Orientales holandesa, y esperar «exorbitantes ganancias». 68 Una innovación de este tipo podía llegar a ser perjudi-

66. 67. 68. 142 ( 18

!bid., 60.

Comercio de Holanda citado en Uztáriz, Theórica, 93; Gómez Gómcz, Visitas, caps. l-5. La lectura del artículo anónimo ( «F.X.B.») en el Espíritu de los mejores diarios literarios, n. de octubr_e de 1788), 278, sugiere que justo antes de l 720 había presiones para crear una o

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cial para los intereses andaluces. En 1720, Madrid optó por la primera a~ternativa, y renovó en el Proyfcto el tra?~icional sistema ?e convoyes de los Austnas. Por_~o que respecta a la segunda opc10n, Huet observo que los resultados d~ la Co~pama de Jas Indias Orientales holandesa habían inducido a Colbert a copiar su eJemplo para el comercio francés con Asia. Aun así, Huet también llegó a la acertada c?~clusión de que -y esto tiene relación con los motivos subyacentes a la aprobac10n de Uztáriz y a la autorización del censor- «lo que es bueno par~ los H?lande~es, no suele ser siempre conveniente para los otros». Mientras Francia contmuara importando manufacturas para ser reexportadas, afirmaba Huet, el impacto .de una compañía de estas características sería disfuncional; amenazaría con destrmr 1a ca. " En resumen, ¡a apro bac10n ., de U zpacidad manufacturera francesa ya existente. táriz apoyaba la resistencia de Cádiz a una innovación crucial, la creación de una compañía comercial general para el comercio colonial. Con este espíritu reconciliador, Uztáriz publicó siete años más tarde su Theórica y práctica de comercio y de marina, con el claro subtítulo proyectista: «con 70 específicas providencias se procuran adaptar a la monarchía española». Ex?~~o su análisis y recomendaciones en materia de política con tal grado de prec1s10n que convenció a sus lectores de su fiabilidad. Sus años en el Ministerio de Guerra y Marina y en el de Hacienda, sus contactos con ministros y la información que le proporcionaron miembros de la comunidad mercantil de Cádiz, le ~ermitieron analizar con autoridad la procedencia de los ingresos estatales, el sIStema de convoyes del Atlántico, los abusivos peajes internos aplicados por Sevilla y Cádiz a los productos que entraban en su jurisdicción, y los problemas pote~ctales de las compañías comerciales privilegiadas en el contexto de la economia española.71 A la luz de lo que analizó e, igual de importante, de lo que no analizó, Uztáriz dejó claro q.ue no estaba c~piando de forma indiscrimina~a, sino que un pragmático anahsta de estrategias de desarrollo comparadas. La deducc10n racional de la experiencia de otras naciones podía garantizar resultados satisfactorios o, en sus propias palabras, «mediante el examen de todo, y las luces de los más sabios, queda mejor demostrada, y autorizada la verdad, y más afianzada la utilidad de la enseñanza».73 Según Uztáriz, renunciando a beneficiarse de las estrategias seguidas por otros estados, «se mantiene España siempre afligida, Y en alguna manera despreciada por su debilidad». 74

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más compañías generales para el comercio colonial. Una recomendación ya avanzada en Legarra, «Comercios de España y Yndias». 69. Huet, Comercio de Holanda, citado en Uztáriz, Theórica, 93. 70. Hemos utilizado la 2." edición facsímil de 1742, con un prólogo de Gabriel Franco, que es parte de su colección, Clásicos españoles de la economía. ., . . . 71. En la introducción, Uztáriz menciona como parte de su formac10n el serv1c10 (dependencia~) en el Ministerio de Guerra y Marina y en el de Hacienda. Más adelante, cuando analiz~ el mono~oho del tabaco, cita como infonnante a Francisco Varas y Valdés («práctico en los negocios de Indias») de la Casa de Contratación, de la que fue presidente desde 1725. Theórica, 366. 72. Para los análisis de Uztáriz como mercantilisita, más que como evaluador de modelos económicos, véase (entre otros) Mounier, Lesfaits et la doctrine économiques, y Hamilton, «The Mercantilism of Gerónimo de Uztáriz». 73. Uztáriz, Theórica, 412. 74. !bid., 46.

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Tanto por su\formato como por el nivel de discurso y la intención, Uztáriz hizo de su Theórica un tratado sobre las deficiencias en la planificación económica de «este dilatado y noble Imperio» y una estrategia para la recuperación económica de España que resultara aceptable a los ministros de Madrid y a los nacionalistas de los sectores privado y público. La illtroducción y los primeros párrafos de su Theórica revelan que los fundamentos de la visión general que había esbozado hacía años no se habían movido ni (siendo menos generosos) habían provocado reacción adversa alguna. En el núcleo de su análisis del estancamiento económico de España continuaban estando su comercio exterior y nacional y sus inadecuados medios de transporte, causantes ambos de las salidas, por otro lado evitables, de metales preciosos (sobre todo de plata). También eran cruciales los síntomas psicológicos de atraso, ese «letargo, que inhabilita sus fuerzas naturales». Uztáriz prometió proponer políticas «justas y convenientes» extraídas de la experiencia desarrollista de otros países, de sus leyes, libros y documentos, complementados con las observaciones que él mismo hizo durante sus viajes por Europa occidental. Sus lectores fueron alertados de su preferencia por el paradigma colbertiano, al anunciar él su intención de discutir la exitosa política comercial y de navegación de Francia para brindar a las autoridades españolas una «bien concertada planificación de los comercios y de la Marina». 75 Los 107 capítulos de 1a Theórica se dividen más o menos en cuatro secciones, dos de las cuales clarifican las fuentes y los principios del modelo de crecimiento de Uztáriz. En primer lugar, hay una visión de conjunto inicial de los factores generales de crecimiento, del tamaño y la composición de la población de España y las rentas del gobierno, y de los problemas de la falta de crecimiento específicos de España, lo que después le permite formular las premisas básicas de su ambicioso diseño. Las exportaciones de manufacturas nacionales, en lugar de las de materias primas de gran valor como 1a lana o la seda, podrían activar la econonúa y traducirse en la acumulación de plata colonial en lugar de las salidas legales y clandestinas del metal precioso. Después de esto, elaboraba pragmáticamente escalas arancelarias que pudieran proporcionar 1a protección indispensable a las nacientes manufacturas textiles. En las dos siguientes secciones se reafirmaba en estas dos propuestas. La tercera sección explica en mayor detalle los elementos de los modelos económicos inglés, holandés y francés. Para el caso de Inglaterra (limitado a tres capítulos), Uztáriz cita in extenso el acta de navegación de 1660 como modelo de legislación para el avance del comercio y el transporte y el ejercicio de la soberanía ( «modo absoluto con que determinan y mandan executar quanto les conviene») y corno ejemplo de hábil formulación arancelaria. 76 Para el caso de Holanda (once capítulos) señala de nuevo la función de las tarifas proteccionistas, pero subraya la inaplicabilidad del modelo de la Compañía de las Indias Orientales como vehículo del comercio de España con sus colonias americanas ~obviamente para 75. /bid., 1-2. El jesuita que censuró la 2.ª edición de la Theórica coincidió con Uztáriz en la necesidad de «imitarlas [otras naciones] en las máximas del gobierno». 76. /b;d., 70.

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acallar «proyectos en bosquexo para su establecimiento y práctica» en España-. Un instrumento único de comercio como éste, advertía, podía concentrar el comercio transatlántico español «en cierto número de individuos», lo que reservaría para ellos un grado de soberanía no deseable. Es más, la «viveza» de España era bastante incompatible con la «flema y espera que necesitan la planificación y permanencia de este género de disposiciones, y assumptos, ni con la paciencia que pide lo tarde de sus frutos, mayormente no produciendo utilidad alguna en los primeros años». 77 Una previsión como ésta podía ser aceptada sin reservas por la comunidad mercantil de Cádiz. Dada la posición adoptada por Uztáriz en su previa aprobación a la traducción de Goyeneche, no es nada sorprendente que afirmara que el paradigma económico más apropiado para España fuera la planificación estatal francesa ( «bien discurrida y mejor practicada») y las prácticas desarrolladas bajo el reinado de Luis XIV («el Gran Luis XIV»), quien estaba «bien servido de sus Ministros». 78 En ocho capítulos planteaba lo que él consideraba la esencia del modelo económico francés: un apoyo estatal al comercio exterior, a la manufactura y a la marina mercante que había generado ingresos suficientes para subvencionar una armada, impresionantes fuerzas de tierra (se mencionan 300.000 soldados) y crecientes gastos en operaciones militares. La recuperación económica nacional y la defensa nacional eran, según él, objetivos relacionados, impuestos por la competencia internacional del avanzado capitalismo comercial por los mercados en Europa y, en el exterior, en el Atlántico Oeste. La seguridad nacional tiene un largo pedigrí en la trayectoria del capitalismo moderno. Uztáriz desarrolló después las propuestas principales de su análisis recurriendo a citas de documentos oficiales y de obras clásicas de amplia difusión. Para la discusión de «práctica y exemplares», Uztáriz emprendió un tratamiento detallado de las técnicas francesas para actualizar los aranceles (1663-1713), y describió el mecanismo por el que se establecían bajos aranceles a la exportación de productos acabados y aranceles altos (o abiertamente prohibitivos) para la exportación de ciertas materias primas. A esta discusión le añadió una revisión de los programas estatales para controlar el contrabando y el tráfico ilícito, llevados a cabo por cualquier «Negociante, o Mercader, que concurriese a defraudar los reales derechos [... ]». 79 La protección industrial estaba relacionada con los métodos empleados por las autoridades francesas para ampliar la capacidad manufacturera: no sólo una enorme subvención anual de un millón de livres para los fabricantes (antes mencionada en su aprobación para Goyeneche en 1717), sino también pensiones estatales y otros incentivos para empresarios y trabajadores cualificados extranjeros dispuestos a emigrar a Francia para fundar fábricas y producir tejidos de lana

y seda, tapices y cristales. 80 Para apoyar una intervención así, Uztáriz tomó prestada una cita de un libro muy respetado, el manual de Savary Le parfait négociant (la reciente edición de 1713),81 que versaba sobre el éxito resultante de la intervención estatal francesa en las empresas manufactureras de Abbeville y Sedan. El gobien10 había patrocinado a empresarios ernprendedofes, como Nicolas Cadeau (francés), para producir tejidos de lana al estilo holandés, y Joseph Vanrobais (holandés), para fabricar tejidos de lana pensados para los consumidores españo82 les y holandeses. El patrocinio estatal de este tipo, ofrecido durante el «dilatado, muy prudente y glorioso Reynado del Rey Luis XIV», observó Uztáriz con admiración, se había combinado con otras tácticas francesas que expuso de nuevo recurriendo a su aprobación al Comercio de Holanda: la investigación de los métodos locales de recaudación de impuestos, la financiación de infraestructuras y el fomento del diálogo en los consejos locales entre mercaderes, fabricantes y burócratas, para garantizar la colaboración entre el mundo de los negocios y el estado intervencionista. 83 La última sección (treinta capítulos) del tratado de Uztáriz era una mirada hacia dentro, un enfoque español de ternas relacionados con el crecimiento que ya había explorado en el contexto de Europa occidental. Las principales propuestas se mantenían: primacía del comercio en el crecimiento económico y el poder estatal; captación de los invisibles (fletes, seguros y comisiones) en el comercio exterior; reducción de los costes laborales, recortando la carga fiscal que representaban múltiples alcabalas y cientos impuestos sobre la subsistencia de los trabajadores; limitación del papel del estado a la financiación, incentivo y supervisión general de las empresas patrocinadas por él. En este sentido, la última sección de la Theórica aportaba fundamento y detalles españoles al enfoque de Uztáriz sobre la base de una adaptación hecha con oficio del modelo borbónico de crecimiento económico. La mejor combinación del modo en que Uztáriz entiende el paradigma borbónico francés con su dominio del detalle español (y su apenas escondida indignación) nos la ofrece cuando trata la política arancelaria específica de Cádiz (el principal centro comercial europeo y colonial de España) y las disfunciones que causaba en la manufactura metropolitana. En el modelo colbertiano, Uztáriz vio corno el estado afirmaba sus funciones de soberanía -cedidas a través de la subcontratación de la recaudación de impuestos al sector privado- incorporando a la administración instrumentos económicos que ahora consideramos fundamentales para el desarrollo del capitalismo comercial. La administración de aduanas de España, recordaba Uztáriz, había sido subcontratada a pragmáticos y acaudalados hombres de negocios como Francisco Báez Eminente, quien se hizo cargo del asiento de las aduanas de Cádiz en 1675; en la época de Uztáriz, los descendientes de Eminente todavía lo tenían. La visión de Uztáriz de la concesión sobre

77. /bid., 89. 78. /bid., 46-47. El capítulo inicial de esta sección dedicada a Francia se titula en parte «Motivos que obligan a referir los Exemplares de Estado bien governados [... ] dando el primer lugar a [... ] Francia». 79. /bid., 52.

80. Jb;d., 74. 81. Recordó a sus lectores la «gran.aprobación que ha merecido dentrb y fuera» de Francia Le parfait négociant; que por entonces iba ya por su séptima edición. /bid., 242-243. 82. !bid., 54-56. 83. !bid., 60-63.

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de seda de las fábricas del interior llegaban a la jurisdicción de las aduanas de Sevilla y Cádiz para ser exportadas se las gravaba más alto (con un 12-15 por 100), a pesar de la legislación del gobierno central que prohibía las aduanas internas. Estos desórdenes informales eran un claro motivo de inquietud contenida entre la elite política de España; Le parfait négociant de Savary,se jactaba en varias ediciones, ante un público lector internacional, de que las telas de terciopelo francesas pagaban a su entrada en Cádiz bastante menos que la tasa del 2 por 100 por pieza de 40 varas. 85 Los informantes de Uztáriz en Cádiz (sus «negociantes prácticos») sintetizaron el modo en que los «desórdenes» de Cádiz mantenían bajos los ingresos del estado. Estimaron que en su puerto las importaciones anuales procedentes de proveedores europeos eran de un total de 15 millones de pesos (un volumen extraordinario para cualquier puerto europeo de la época), pero pagaban algo menos de 500.000 pesos en aranceles, mientras que una tasa de sólo el 10 por 100 generaría el triple de esa cantidad (1,5 millones). 86 Esta situación no tenía sentido, ni desde un punto de vista fiscal ni desde un punto de vista proteccionista. Pero las explicaciones que Uztáriz ofreció para todos estos reveladores detalles fueron cautelosas, opacas: «nuestros fatales desaciertos» o «11uestra gran ceguedad es en las importaciones del Comercio». 87 Echó la culpa de un intento malogrado para modificar la situación de Cádiz (1711) a que era un momento inoportuno para intentar «curar males tan arraigados», al estancamiento burocrático cuando se requería una «larga y laboriosa especulación» y, la explicación más opaca, a contradicciones internas cuando «se trata de semejantes providencias». 88 El objetivo más concreto al que apuntó se refería a una conspiración: los «artificios y fines particulares» del grupo de Eminente y de los oficiales de aduanas, y las «disposiciones de nuestros émulos executados en absoluta libertad». 89 Los nacionalistas españoles, constreñidos como Uztáriz por un nacionalismo a menudo xenófobo, convertían a los grupos de interés extranjeros en el chivo expiatorio de los problemas nacionales. Por supuesto, todavía era poco político, incluso políticamente peligroso, atacar de frente a los poderosos enclaves mercantiles en Cádiz, tanto nacionales como extranjeros. Uztáriz, sin embargo, reacio como era a discrepar con la comunidad mercantil de Cádiz, arremetió contra la administración de la aduana aIIí para poder anunciar dos instrumentos fundamentales del sistema colbertiano que ya había destacado años antes en su introducción al Comercio de Holanda. Uztáriz preveía que si se incorporaban las aduanas de Cádiz a la administración del gobierno central, Madrid podría incrementar los ingresos en su puerto de mayor

los aranceles de Cádiz era reflejo de su experiencia en el Ministerio de Hacienda (cuando ante la inl)istencia de los franceses Madrid había llevado a cabo una investigación de las fuentes de ingresos administradas de forma ineficiente) y en el análisis de datos que residentes de Cádiz bien informados y dispuestos a colaborar le habían suministrado. Por encima de todo, sus materiales sobre la aduana de Cádiz daban crédito a su anatomía del atraso económico de España y a sus recetas para el crecimiento. Sin afirmarlo de manera explícita, Uztáriz dedujo que el núcleo internacional de Cádiz de hecho estaba por fuera del control estatal. Mientras que el flujo incontrolado de bienes europeos para la reexportación a las colonias americanas en convoyes organizados de forma irregular constituía un obstáculo básico a su modelo de desarrollo, los aranceles efectivos eran increíblemente bajos. El origen del problema era, según él, la miope decisión de Madrid de enajenar la zona de aduanas de Cádiz a Eminente y a otros anónimos inversores asociados a cambio de adelantos en efectivo por los ingresos previstos. Al ejercer su autonomía para fijar los aforos, los derechos, y el cuarto de tabla de los contenedores, cajas y fardos sujetos a impuestos, por debajo de los niveles obligatorios, Eminente permitió que los productores extranjeros vendieran más baratas las manufacturas «españolas» -nombre poco apropiado que Uztáriz escogió deliberadamenteenviadas a los mercados coloniales. 84 Uztáriz estaba restando importancia a una deficiencia nacional vergonzosa, la ausencia de producción textil capaz de abastecer algo más que una demanda local y de poco poder adquisitivo. Tal vez la psicología nacional (o la respuesta de la elite española a los peyorativos comentarios extranjeros) necesitaba la situación ficticia descrita por Uztáriz, en la que los fabricantes españoles ejercían presión para competir en el mercado exterior. Cádiz, al igual que Sevilla (que había sido en su momento el núcleo comercial de la Baja Andalucía), era ahora el principal punto de tránsito para las exportaciones europeas, más que españolas, hacia las colonias americanas. Sus ingresos por aduanas proporcionaban rentas al estado (y para el asiento de Eminente), pero no servían para desarrollar las manufacturas nacionales, tal como manifestó U ztáriz al referirse con cautela a «los desórdenes de la Aduana de Cádiz». En perjuicio de España, añadió, la operación de aduanas de Cádiz era el «principal origen, y causa» del práctico colapso de la producción de seda y otros textiles que en el pasado habían estado disponibles en Sevilla, Granada, Córdoba, Toledo y Segovia. Esta afirmación era una hipérbole sin mucho fundamento; como la mayoría de proyectistas, Uztáriz tenía que mitigar el descontento por el atraso económico refiriéndose a la pérdida de un ficticio liderazgo anterior en algunas manufacturas. Mientras que las tasas de aduanas sobre las importaciones eran de media de un 15 por 100 (relativamente bajas en términos del siglo xx), las tasas efectivas estaban entre el 2 y el 3 por 100. Sin embargo, resaltó Uztáriz, cuando los tejidos

85. /bid., 242-243. Estos detalles ya eran conocidos públicamente, puesto que la guía de Veitia Linaje sobre los mecanismos del sistema comercial colonial español, el Norte de la contratación (1672), ya los había revelado, por lo menos a los lectores más meticulosos. 86. Aunque los ingresos por aduanas de España ( una de las principales categorías de las rentas generales) representaban de media un 14 por 100 del total de rentas estatales (1753-1765), en algunos años podían llegar al 35-50 por 100. A menudo sólo Andalucía (básicamente Cádiz) generaba más del 40 por 100 de los ingresos por aduanas de España. Pieper, Real hacienda, 109-11 O. 87. Uztáriz, Theórica, 241. 88. /bid., 244. 89. !bid., 242,244.

84. Tan molesto estaba Uztáriz por la estructura arancelaria de Cádiz que le causó un arrebato de indignación: «más parecen disposiciones de nuestros émulos, executadas con absoluta libertad, y como quien impone duras leyes a sus esclavos». /bid., 242.

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tránsito si reducía la diferencia entre tasas reales y nominales. Al mismo tiempo, Madrid podría soppsar la posibilidad de frenar las importaciones de bienes europeos, controlar las exportaciones de los productos más valiosos corno la seda salvaje y la lana virgen, y aumentar las tasas sobre los productos acabados importados disminuyendo a la vez las aplicadas a las exportaciones de las llamadas manufacturas españolas. Esto equivaldría a afirmar la autoridad del estado ( «regalía de los Gobiernos»), que Uztáriz percibía en la prohibición inglesa de importar tejidos de lana a precios competitivos. 90 Los dos capítulos finales de la Theórica resumían de forma conveniente el texto básico de Uztáriz: la primacía de] comercio en lo que ahora identificamos como los inicios del desarro11o capitalista, y la importancia de que este comercio fuera «activo», lo que era un golpe al método «pasivo» de los comerciantes españoles en Cádiz. «Activo» implicaba que se iniciara un tipo de nacionalización del comercio, según el cual los mercaderes españoles podrían adoptar nuevos patrones para proveerse de importaciones: extendiendo sus operaciones externas en Europa a través de factores o agentes residentes nombrados por el estado, o a través de sus propios factores, consignatarios o socios en los puertos extranjeros, operando del modo en que lo hacían los mercaderes en Francia, Italia, Inglaterra y Holanda. 91 A esto se añadía el corolario de que el transporte y las actividades relacionadas quedaran en manos españolas y «por nuestra mano y quenta», es decir, en buques construidos en astilleros españoles con subvenciones u otras prestaciones estatales para retener los gastos de flete, las primas de seguros y las tasas de comisión en el modo dictado por el acta inglesa de navegación de 1660 y ordenado parcialmente en el Real Proyecto de 1720 de la propia España. 92 Uztáriz y Goyeneche, el primero un funcionario de carrera y el segundo un potente empresario (mercader, financiero y fabricante), eran dos representantes del protonacionalismo en los primeros años de la España borbónica: Ambos procedían de la zona fronteriza con Francia; ambos habían viajado por Europa occidental; a ambos les impactó lo que vieron en Francia, producto del voluntarismo de un monarca inflexible y de un primer ministro fiel, insistente y decidido: Luis XIV apoyado por Jean-Baptiste Colbert. La historiografía contemporánea de la Francia que ellos conocieron y admiraron ha puesto al descubierto las manchas del reino de Luis XIV, entonces reluciente pero ahora sin lustre, y ha revelado iniciativas de intervención estatal (muchas se habían lanzado antes bajo ]os gobiernos de Sully, Richelieu y Mazarin) que a menudo no eran ni productivas ni eficientes ni tan duraderas como se creía. 93 Cualesquiera que fueran los logros de

90. /bid., 249-250. 91. !bid., 391. 92. /bid., 70-73. 93. Braudel et al., eds., Histoire économique, 2:351-359. Véase «Que faut-il pensern, 181-194. Se consideraba que la política de Colbert no estaba tan motivada por aspectos desan-ollistas como por imperativos fiscales, y llegó a la conclusión de que fracasó en «des refonnes profondes, parce qu'il ne pouvait détruire le régime des privileges, qui tenait a toute la constitution socialc de l'époque». !bid., 182, 193-194. Para reservas expresadas recientemente sobre la actuación de Colbert, véase Goubert, Louis XIV.

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Francia (considerables, al menos para los publicistas ingleses del siglo XVIII como Malachy Postlethwayt94 ), los historiadores contemporáneos los ven como producto de dos décadas de relativa paz para Francia, intentos que se vieron frustrados por la escalada de guerra internacional durante los últimos años del reinado de Luis, que duró siete décadas. Por otro lado, par~, aquellos que en España buscaban un modelo o paradigma a principios del siglo xvm, que habían colaborado con sus aliados franceses en la cruenta guerra internacional (e interna) de Barbones contra Austrias y Estuardos, esa fachada relucía y desprendía lecciones que analizar, asimilar y adaptar. Uztáriz, Goyeneche y otros francófilos de la clase política de la España borbónica veían en la Francia anterior a 1660 (como·en la España de su época) una nación atrasada económicamente, intimidada por los dinámicos, versátiles y emprendedores holandeses. Y entonces, después de 1660, dos hombres franceses habían de la noche a la mañana transformado su estado en una respetada e importante potencia europea, basándose en la expansión comercial, una inteligente reforma fiscal para fomentar las manufacturas, un programa para atraer a maestros artesanos y empresarios extranjeros, y una marina mercante y una armada construidas_en astilleros franceses, todo ello financiado por una secretaría estatal que había recortado los despilfarros en la recaudación de impuestos y en su subcontratación. Piensen lo que piensen los historiadores del siglo xx sobre las relaciones entre el estado y los negocios bajo el gobierno de Colbert, los francófilos españoles de principios del siglo XVIII aprobaban la cooperación en los consejos locales y nacionales que reunía a burócratas y hombres de negocios y fomentaba un diálogo permanente. De ahí que para Uztáriz, burócrata y proyectista, Francia ofreciera por lógica el paradigma de crecimiento económico a imitar, hasta cierto punto. La admiración que Uztáriz manifestaba por el modelo de la Francia borbónica no iba ligada a un espíritu de imitación exento de crítica. En vista de lo que no discutió, podemos hacernos una idea de cómo enfocaba el problema de adaptar el paradigma Borbón a una realidad española claramente diferente. En la Francia de Luis XIV y Colbert existía tanto una aristocracia terrateniente como burguesías regionales en formación en Marsella, Lyon, Reims, Abbeville, Ruán, Saint Malo, Nantes, Carcasona y Burdeos. La burguesía comercial española, por otro lado, era pequeña y estaba aislada y demasiado limitada a su estatus en una economía esencialmente agraria y ganadera. La España de los Austrias se parecía poco a la Francia de los Valois o los Barbones, sobre todo por la precoz fundación de las colonias de Castilla (no importa que en el vocabulario imperialista español fueran Indias o Reynos), por la riqueza de sus minas y por el impacto general que tenían en España. En las primeras décadas del siglo xvm el Imperio español había tenido 200 años para alimentar una dependencia atroz de los recursos de plata co-

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94. Compárese «Al conceder crédito del Tesoro Real a los Comerciantes [... ] el aclamado Monsieur Colbert permitió que Francia compitiera por primera vez con Inglaterra en la manufactura de la Lana», y en cuanto Francia pudo cubrir sus necesidades nacionales «dirigió sus Pensamientos a suplantamos en los Mercados exteriores». Postlethwayt, Considerations, 18.

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Ioniales, extraídos directamente por los propietarios de minas, los mercaderes y el Estado ( «la Corona»). Además, desde mediados del siglo xv1 las comunicaciones transatlánticas normales de España se habían limitado a un único puerto de la Baja Anda]ucía y a unos pocos puertos caribeños en Cartagena, Portobelo, Veracruz y La Habana. No importaba que, como anunciaron Joshua Child y Pierre-Daniel Huet, el sistema transatlántico no estuviera supervisado tan estrechamente por Madrid como daba a entender el sistema de organización. Para Uztáriz, estas estructuras de gobierno y economía implicaban que el modelo holandés en las Indias Orientales, basado en concede~ el monopolio del comercio exterior a una compañía, no estaba justificado, y en este punto fue tan explícito como preciso. En la década de 1720, la comunidad mercantil de Cádiz aceptó la «libertad» económica dentro del sistema comercial colonial. Esto ofrecía una oportunidad a los castellanos -de algún modo todavía capitalistas de poca monta- de participar en su sistema transatlántico exclusivo, que estaba arreglado a través del sistema de convoyes reestablecido por Madrid, con algunas modificaciones, en 1720. Esto, sostenía Uztáriz, era sin duda preferible a Ja otra opción, una compañía con un monopolio único, con socios y capital limitados y con un poder casi soberano. El sistema de comercio colonial gestionado, que había funcionado durante siglos, había arraigado con fuerza en la metrópoli española, y se había ganado el apoyo manifiesto o encubierto de muchos españoles y extranjeros. Se trataba de una estructura del colonialismo que en ese momento Uztáriz no tenía ninguna intención (aunque tal vez sí el deseo) de enfrentar y, mucho menos, de debilitar. En este contexto, se entiende por qué no criticó el sistema de flotas y galeones, excepto para sugerir que las regulaciones establecieran que zarparan con mayor frecue~cia, y por qué no discutió (y mucho menos criticó) las perturbadoras repercus10nes estructurales que tenía sobre la metrópoli un colonialismo basado en la extracción de metales preciosos. Sin embargo, a pesar de la gravedad del asunto, de la riqueza de sus datos y de sus claros puntos de vista, Uztáriz tocó sólo tangencial y esporádicamente la crítica dimensión colonial de la España imperial. Toda una discusión que pospuso de forma explícita para algún futuro suplemento o adición a su Theórica: «Me explicaré más -añadió en algún punto- quando se trate del comercio entre España y las Indias.» Sólo en las últimas líneas de su largo tratado de 413 páginas prometió cubrir esos «importantes puntos» que con diplomacia había evitado. 95 La lectura era inequívoca: construyó su paradigma de crecimiento alrededor de la premisa de retener dentro de la España peninsular la plata importada de las colonias americanas. En el ambiente en que se publicó la Theórica (1724 ), Uztáriz comprendió que la confrontación abierta con el emporio comercial de Cádiz y con todos los que lo apoyaban en la Baja Andalucía Y en Madrid no sería tolerada. Ésta es la razón por la que la primera edición de la Theórica, a pesar de su débil censura al legado de los Austrias en el comercio, las manufacturas y el transporte (el estancamiento), no consiguió la autorización del censor y circuló en una edición limitada entre «amigos», aunque «al au95. Uztáriz, Theórica, 242,413.

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tor se le alabó, se le recompensó y le fueron concedidos honores». Eri 1751 su traductor inglés afirmó que las copias de la primera edición fueron «destruidas» porque la «corte de Madrid» no consideraba que fuera «el momento adecuado para hacerla pública». Dieciocho años más tarde fue relanzada con anotaciones adicionales y habiendo recibido la autorización oficial bajo el régimen gobernado por el sucesor de Patiño, Campillo y Cosía." En 1742, «la triste imagen [... ] del estado deplorable a que [España] está reducida» ofrecida por Uztáriz, tal y como el jesuita Joachin de Villareal (agente en Madrid de la Provincia de Chile) lamentaba en su aprobación a la edición de ese año, era más tolerable y más acorde con la desesperada percepción de la condición del Imperio español. 97 Aun así, el proyecto de Uztáriz fue una novedad para la España del siglo xvm. Esbozó un paradigma mercantilista de crecimiento español e hizo de la figura del «siempre celebrado Don Juan Bautista de Colbert, Ministro más zeloso y diestro que se ha conocido en Europa para el adelantamiento de la Navigación y de los Comercios» un prototipo de lo que más tarde sería el tan criticado «despotismo ministerial» ejercido por una generación de pragmatistas autoritarios españoles.

96. Uztáriz, Theory and Practice. Hubo dos traducciones francesas en 1753, hechas por Fran¡;ois Veron de Forbonnais y Plumart de Dangeul. 97. Joachin de Villarreal, «Aprobación», en Uztáriz, Theórica.

GERÓ~IMO DE UZTÁRIZ ( 16 70- 1732)

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Gerónimo de Uztáriz

EL MERCANTILISMO

Es dificil definir el concepto de mercantilismo. o.e. Coleman recu defini~iones_ qu~ aparecen en el 0Kford English Dictionary y en el Die~ª las of social Sc1~nc1~s de 1~ UNESCO. 1 Jacob Viner en la Enciclopedia lnrm::::. na! de las C1enc1as S~c1ales define ~l mercan~ilismo como •la etiqueta por la que generalmente st ~onoce la_docmna y la practica de las naciones-estado del período que comprende aproximadamente desde el siglo xv al XVIII en relación con la naturaleza y la regulación apropiada de las relaciones económicas internacionales».2 Buscando la palabra en el Diccionario de la Lengua Castellana editado por la Real Academia Española, se encuentra la siguiente definición que no puede ser más confusa: «Espíritu mercantil aplicado a cosas que no deben ser objeto de comercio». El Diccionario de María Mollner es un poco más explícito y la segunda entrada de la palabra •mercantilismo· lo define como sistema económico que da importancia primordial al desarrollo del comercio, pnmordlal mente de exportación y funda la riqueza de un país en la posesión de metales preciosos.3 La pri mera persona que acuñó el término "sistema mercandl Smi th en el libro IV de l a Riqueza de las Naciones, aunque el P m utilizó fue el marqués de Mlrabeau en una nota de la Phlsolop pasaje en el que ataca la Idea de que un pais pueda beneft.claf11eCC111lalaapOftación con tinua de metales preclosos. 4 Adam Smith le dio el título de "Los slstemasdeEcOnO IV de la Riqueza de las Naciones. En la ln1roducdónmMICitkaQllelllDIUIIIIII°

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GERÓSL\10 DE UZTÁRIZ

(1670-1732)

Fueron los alemanes los que empezaron a utilizar el término más abstracto de ·mercantilismo· que desbancó al de ·•sistema mercantil ". Entrado el siglo XX. para analizar el mercantilismo se han utilizado teorías ortodoxas junto con una inrerpreración política. El gran economista sueco Eli Heckscher, publicó en 1931 su libro sobre el mercantilismo. En 1932 apareció en alemán y en 1935 se publicó la traducción inglesa 12 Heckscher, que era un conocido liberal, antichauvinista, individualista y partidario del libre comercio, más que alabar los objetivos del sistema mercantilisra , lo que hizo fue "add to its shame"l3 a lo largo de su minucioso estudio. El libro de Heckscher es diñcil de leer. El primer volumen lo dedica al mercantilismo como un sistema unificador. En él analiza pormenorizadamence la regulación de la industria en Francia e Inglaterra, la organización del comercio exterior. sobre todo en Inglaterra y Holanda y la desintegración del sistema medieval de impuestos. En el segundo volumen analiza el mercantilismo corno un sistema de poder, de protección , como un sistema monetario y como una cierra concepción de la sociedad . Para Heckscher el mercantilismo es sólo un concepto instrumental que permite conocer mejor un cierro período de la industria . Él analiza exclusivamente el aspecto económico de una fase de la historia de la política económica, comprendida entre la Edad Media y el inicio de la época del librecambio. El libro de Heckscher tuvo mucho éxito pero también se le hicieron muchas críticas. El autor aceptó algunas de ellas y las publicó en la Economic Historr Review.14 Cuando Adam Smíth escribió sobre el sistema mercantilista trató principalmente sobre su política proteccionista y sus actitudes monetarias. Cuando Schmoller en 1884 escribió sobre el sistema mercantil y su significado histórico, declaraba que el núcleo del mercantilismo no era sino la construcción del Estado. Para Cunningham el mercantilismo no era sino un sistema de poder. Estos eres autores analizaron cuatro aspectos diferentes del mercantilismo: dinero, protección, unificación y poder. Pero cada autor se concentró en uno o dos de ellos. Heckscher retoma estos cuatro aspectos y añade un quinto, el mercantilismo como una cierta concepción de la sociedad . 1s Analizando el mercanulísmo como un sistema unificador, Heckscher llega a decir que el verdadero ejecutor del mercantilismo fue el /aissez-faire que sin ningún esfuerzo hizo lo que el mercantilismo había intentado y no había logrado acabar. Expone Heckscher cómo las c1ud¡:des medievales habían creado un sistema de economía política consistente y fuerte, que perduró mucho tiempo Las parces integrantes más importantes de este sistema eran la organización gremial, la regulación interna de la industria y la organización del comercio exterior. La lucha conrra esta organización medieval tu10 éxito en un país, Inglaterra. El mercantilismo mglés se desarrolló con una ausencia total de aparato

EL MERCNmus!,\() DE GEJ!ó.1U(o DE

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adm inisrra:ivo, lo que Cunningham llamó • '-11:z 395 Hewins cr~1a que la Revolución Industrial ruv COlbcnisrno pa mente deb1d~ a esca ausencia de control ad . ~ lugar ,n lngla ~ r l c r En Franc1a,_al contrar\o que en lnglaterr:'.n1srra~0 • ttna_ Plec!sapaíses del Continente, excepto en Holanda- el rn1srno OCUrnó en esfera de poder de las organizaciones ffiedievaterna de regulación tilismo fue ~l resp~nsable de llevar el sistema m~: Para Heckschtr el rnpiló J¡¡ cuand~ la industna se ~edicó a la producción d1evalhastaelsigjo~viejo sistema de regulaciones tuvo que des para el consumo de Sólo ¡acob Viner 16 le criticó a Heckscher la i!~C:t _ masas d. en su libro al mercantilismo como sistem d ncia que le había búsqueda del po~er era, para los mercami~s~S:!et Htt~ber cr,ia qut J¡¡ tenía que subordinar toda otra actiVidad económica fin en s1 rnisrno al que se Lo que_aparentemente fue una característica d~ _ 1 que supoma que la g~~ancia de un hombre es nece:a~~norn1a '5Colástlca, para otro, los '.11ercannhstas lo aplicaron al conjunto de men~ una pérdida 10 ra ron que la nqueza del mundo, como un todo, no se ~ ~ises YCOnside1 este aspecto su concepción era estática La ganancia de : :_ tncre.mtntat En se a cos~ de ern ~obrecer al vecino. Para )acob Viner. sin ~~~debiadehacermercannh~ta pod1a haber suscrito las siguientes proposiciones~\~lqu¡er es un medio absoluta mente esencial para el poder. ya sea este ~er ~eza sión o de d~fensa; el ~der es un medio esencial O valioso para adqu retener la_nqueza; -') la ~1queza Yel poder son dos fines de la políuca nacional; 4) existe una arrnoma a largo plazo entre estos dos fin'5. Pa ra analizar el mercantilismo como un sistema de protección Heckschet analiza la actirud de tres grupos sociales, los comerciantes, los consumidores y los productores ante el objeto "mercancías·. La actitud de los comeltlillltts es indiferente, las mercancías constituyen la base de su actividad su objeto '5 ser co mpradas y ve ndidas. Los consumidores son partidarios de la abundancia, a ellos no les interesan las ventas, sino sólo la oferta de mercanáas- Para los productores, si n embargo, las ventas lo son todo, un sobreabasteci es peligroso, y les interesa tener el mercado subabastectdo E pun del comerciante nunca puede imponerse porque su número '5 clón al conjunto de la sociedad. La actimd de los consum1dore valeció en la Edad Media, cuando interesaba que las ciudades estuvle5ellsiempre bien abastecidas, para lo cual se prohib1an las expo recían las importaciones. A pesar de que esca prac ica mediievalde pl'e'ltlllr IU exportaciones estaba muy arraigada, una nueva cendenc~i fueganimiic>temno· la del "miedo a las mercancías·. Una poht ca diriekia CCIDtra las iapoirtl-

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E L MERCANTILISMO DE GER6N11,\() DE U7:rÁIII? GEHÓNIMO OE UZTÁRIZ ( I 6 70-1 732)

. Aceptación de que la cantidad de dinero determina el nivel de precios. . Aceptación de que el volumen de las exportaciones Y el vol~men de las importaciones depende de los niveles de precios relativos del pa1s y del exte- ;~:;gración de las tres anieriorcs proposiciones en una teoría de meca nismo autoregulador en Ja distribución Internacional de las monedas de plata y • :::~taclón de que esta teoría destruía la base de la pre?cupaclón sobre la cantidad adecuada de dinero que debía circular en un pa1s. Esta teoría afirma que un país con una moneda de pl~no contenido, automáticamente conseguirá la cantidad de moneda necesaria pa ra mantener sus precios a un nivel tal, en relación con el nivel de precios del resto del mundo, que mantendrá su balanza comercial en equilibrio. Si existe un superávit en la balanza comercial, entrará oro y plata en el país, se elevará el nivel de precios del país en relación con el de los otros países, las exportaciones descenderán, las importaciones aumentarán, habrá un déílclt de la balanza co mercial, saldrá oro y plata del país y volverá a descender su nivel de precios. La visión de Heckscher provocó otra explicación de la lógica merca ntilista , esta vez más favorable, de la pluma de Keynes. Keynes Intentó aislar el elemento puramente económico de la teoría y política mercantilista . Rehusaba considerar la preocupación de los mercantilistas por la balanza comercia l como una obsesión pueril 19 Kcynes tituló el capítulo 23 de la General Theory "Notes on Mercantilism, the usury laws, stamped money and theories of under consumption".20 En es te capítulo Keynes expone lo que él piensa que eran elementos de verdad cientí/lca de la doctrina mercantilista . Dadas las características políticas y sociales nacionales que determinan la propensión a consumir, un mayor bienestar del país dependerá de la inversión. Estos son sus razonamientos: cuando un país está creciendo bastante rápidamente, esta tendencia puede verse ln terrumpl · da por una insuficiencia en la inducción a invertir. En condiciones en que la cantidad agregada de Inversión viene determinada exclusivamente por el moti vo del beneficio, las oportunidades para la inversión nacional vienen dcte rm i nadas, a largo plazo, por d tipo de interés del país, mientras que el volume n de la mv~rslón extranjera viene determinado, necesariamente, por la cuan tía del super~vll de la balanza comercial l'or Jo que en un país en el que no existe lnvers1on por parre del estado, los do objc1lvos económicos que deben pre ocupar al gobierno son el IÍpo dt lnitrCs y la balanza comercial Aho1a bien, s1 los salarlos son _estables, si la prcltrtnc1a por la liquidez es es1<1blc y si las prárncas bancarias también son tstablrs, el tipo de Interés estará gobe111ado por la can11da~ de metales preciosos (medidos en términos de la unidad de salario) disponibles para satisface, los deseos de liquidez de la comunidad. Al

rnlsrno tiempo los aumentos o disminuciones 399 c1osos depend erá, en gran medida, del hecho den la cantidad de favorab le o desfavorable. En un tiempo en el e que la balanza :etatea pre. ningún control ~l rect~ sobre el tipo de Interés ¿ue l~s autorldade:erc1a1 sea dirnlento para inducir la inversión en el a· el pa1s ni sobre ni no tenían superávit en la balanza comercial eran los~~~ las medidas pa~&ún proee. a su alca nce_ p~ra Incrementar la Inversión extraºª medios directos :~Ir to del superav1t d_e la balanza comercial sobre I njera y, por otra pa~ ten1an en el país era el unlco medio indirecto que t entrada de metates · el efec. interés del país. enian para actuar sobre ~~~!osos I Keynes intenta e~~licar que los economistas mode pode argu mento~ _m: rca nuhstas estaban basados desde el mos, que creían que los una confus1on in telectual, estaban en un error. Pero ~:clplo hasta el nn en preoc~pado que los mer~antilistas por el problema del s estaba mucho más todavia mucho po_r exphcar en la actitud mercanttllstadesempleo. Quedaba inversiones extra n¡eras ,_ cuand~ las había, no se dirigían ·taPor otra pane, las ductivos, co mo a fi nanciar el d_eflcit público. Para explicar :to ª sectores pro1 lista sobre la_ balanz_a come~c1al había que analizar con mactitud mercant1c6 mo era el sistema mternac1onal de pagos en los siglos x;[;rx~~:~~dldad



Para Cha rles Wilson la explicación a la actitud mere 1ili ca rla en las condiciones comerciales de su tiempo. Al :: e~:l~~nq:i::usmultilateral de pagos, una estru_ctura internacional de préstamos, ni nin~: orga nl_s mo que_ ayudase a financiar las dificultades de la balanza de pago~de los pa1se~, el sistema de pagos del comercio Internacional descansaba en una base estricta mente bilateral. Dentro de la balanza comercial global de cada país, preocu paban las balanzas comerciales con distintas áreas geográficas Así. en la balanza co mercial inglesa había que distinguir la balanza comercial con el Báltico -siempre deficitaria- , la balanza comercial con las Indias Orientales y con Europa Occidental y el Mediterráneo. Del Báltico, Inglaterra importaba grano, madera, hie rro y cobre y la única mercancía que podía ofrecer eran los tejidos. Las Importacio nes de la zona del Báltico -sobre todo la madera, con la que se cons truían barcos de guerra-, tenían una gran lmponancla estraté gica para la de fensa inglesa. A lo largo de todo el siglo XVII y xvm, el déftclt co n la zona del Báltico fue un problema Insoluble y debido a la no exlaten de un sistema multilate ral de pagos, había que exportar monedas para eq brar este comercio. Mo nedas que había que obtener con una balanza favorab le en el comercio co n Europa Occidental, sobre todo con que el comercio con las Indias Orientales requerla tambl n moneda. En el caso de l comercio con las Indias Orlentale 1 moneda funcio naba co mo capital circulante, ya que las merculduaald&a• volvlan a expo rta r. Durante toda la época m rcantlll

E L MERCANTILISMO DE GERóNtMo DE U GERÓ'.'/L\lO t>E UZTARlZ {l 6 7()-1 732)

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tnglatem exportar moneda a estas d s áreas geográficas: el Báltico y las Injias <"lrien~,::-cambi se urilizaban como_ un sustit~to de la moneda, pero La. letra un mecanismo de compensacion. A medida que -a lo largo del fue e nsolidando un sistema multilateral _de pago~ y que en e desarrolló un cenrro bancario de finanzas mtemac1o nal, altafue disminuyendo la ansiedad por el saldo f~vo ra~le ?e la balanz:comercial y par las re en·as de oro y plata. Hasta aq u1 la opmion

;~:\e ~:;::::mci:lizado, ~unca ,igl X

de c::!::~~~l:::r:~que los es rir res mercandli_scas no comprendían demasiado bien los mecanismos de comercio intei:1ac10nal Y que su_ preocupa~ión por la abundancia de resemis no estaba relac10nada con la real'.dad economica. Heckscher creía que en el período J 600-1 750, que era el anahzado por Wilson, sí existía un mecanismo multilaceral de pagos. . . , J. Sperling23 intenta demosrrar que ya a_ finales del siglo ~Vi l ex1sna un sisrema de financiación internacional que tenia coi:io centro el e¡e Ams terdamLondres y suministraba liquidez suficiente para presramos a corto plazo y que, median~ el uso de !erras de cambio, compensaba la mayor parte de los pagos internacionales. Este desarrollo de las prácticas de pagos internacionales, hicieron cada ,·ez más inaceptables las docrrinas mercantilistas de una balanza comercial en permanente superávir. Sperling cree que tanto Wil son como Heckscher cometieron un error al rrarar el período 1600-1750 como un período homogéneo desde el punto de \1sra de los pagos internacionales. Para Sperling los argumentos de \\1lson serían válidos para la primera mitad de este período y los de Heckscher para la segunda mirad. Los argumencos de Sperling se basan en que, teniendo Inglaterra una balanza comercial desfavora bl e con rodas las áreas con las que comerciaba -Indias Oriencales, Báltico, Leva nte, Irlanda- excepto con Europa Occidencal, solamente se detectan exportaciones de moneda a las Indias Orientales y no a cualquiera de las otras áreas con las que mantenía déficit en su balanza comercial y es que, según él, los fl ujos de "moneda fuerre" se minimizaron ya a finales del siglo XVII debido a la existencia de un sistema de pagos mulrilacerales que utilizaba letras de cambio. La moneda se dirigía principalmence desde y hacia Amsterdam y Lo ndres, qu e era donde los pagos se compensaban, y no entre las ciudades que comerciaban entre sí. Otros aspectos de las doctrinas mercanciles fueron estudiados en este período. La confusión que se dececra en numerosos escritos mercantilis tas emre dinero y riqueza es analizada por R. W K. Hinron.24 Hin ton explica cómo en la pnmera mirad del siglo XVII la mayoría de las actividades comerciales ;i:e~~:nciles uri!i_zaban una proporción muy pequeña de capital fijo y, en cam, proporc1on muy grande de capital circulante. Los pagos por salarios

ZThl\Iz

, comisiones, los costes de transportes y ma 101 ~nuY superiores a las del valor de la tierra, l~erlas Primas. eran con1para 111os con las_de hoy en día. Era la . Stalaciones y rna u~as partidas época en Eu~opa Occidental : 1~ industria del t~UStrla tnás ex~~Inana, si las 1anraba el dinero y las matenas primas al fa~ldo. El rnercader d:ida_en esta das aquellas personas que intervenían rlcante y éste P_anos aae. I :~r dinero en la industria textil éste se p:~í:l Pro~eso de fab ia P~sar a gún Hinton, de que fuese al mismo tle en circuiac¡ón n. Al inverse mpo capital y num~rano_es la tazón, William D. Grampp 25 interpreta a los m sores del !ibe_r~lis mo económico. Para Gram:~c:~:~~Sl~s ingleses como Ptecu _ rica mercannhsc_a era el pleno empleo. Explica cól:~vo económico de lapo¡;_ empleo, Jos _escntores mercantilistas propusieron una par_a alcanzar el pleno minadas a _mcr~mentar el ~asto total de la economía s;ne de medidas enea. salarios, a mflu1r sobre el mvel de los tipos de interés' Ctuar sobre precios y bajo. Pero, sobre todo, ?rampp hace hincapié en que : 0:re ofena de tra0 listas, con sus ~bsenr_ac1ones_sobre las motivaciones de los _sc~t~res mercan¡¡. ciparon a la ~s1cologia econo": ica de la doctrina clásica. individuos, se antiUna escntora fra~cesa '. ~1mone Meyssonier, analiza tambié escritores de econom1a pohnca franceses, considerados en la m: la_obra de manuales co mo mercantilistas, como \os precursor d yona de los es eI pensamiento libera I.Z6 T?do podría ~acer _pe~s_ar que el siglo xvn conoció un alto grado de roreccion ara ncela n a, comc1d1en~~ con el auge de \os argumentos mercantili~tas y, sin emba rgo, esta, protecc1on arancelaria, en el caso de Inglaterra, no comenzó hasta despues de 1690. Las primeras barreras arancelarias se establecieron no para proteger la producción nacional, sino por necesidades fiscales, para financia r las guerras. Los aranceles a la importación se cuadruplicaron en Inglaterra entre 1690 y 1704. La estructura arancelaria, antes de \a subida al trono de Guillermo Ill, consistía en un arancel único del 5% sobre \as importaciones y las exportaciones. Durante el siglo xvn no se había otorgado protección directa a la industria inglesa ni se había Intentado manipular los resultados de la balanza comercial a rravés de medidas arancelarias. Uno de los principios básicos de la doctrina mercantilista estaba todavía por aplicar. Este arancel a la im portación se elevó al 10% en 1697y al 15%en 1704-5, para algunos bienes se situó en un 25%. Sin embargo, el arancel a la exportación se mantuvo en su an ti guo nivel del 5%. La reforma arancelaria de Walpole en 1722 abolió los a ra nceles a la exportación y los aranceles a la lmportaclon d ma terias primas necesarias para la industria Inglesa. La reforma de walpol ta mbién contemplaba lo que hoy se denominaría tráfico de perfecclonami n: En 17 4 7 y en ¡ 759 vuelven a elevarse los aranceles Sltuáodose. pa~ t~ 8 bienes, por encima del 25%. Estaba creada ya la barrera que hab ª u

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GERÓNIMO DE UZ1'ÁRIZ ( 16 70· 1732)

el libre cambio del siglo XIX. Ra lph oavfs piensa que la prot.ccc l6n arancelaria lue un resultado secundarlo de medidas tomadas para hacer frente a las necesidades llnancleras dtl Gobierno. Su desmantelamiento en la segunda mitad del 51 lo XIX fue poslblc en rnglaccrra gracias a una Innovación en la estructura !fscal del Estado que solucionó, en parte, ¡¡us pro bl emas de Ingresos con /a Implantación de lmpuesws dlrecws sobre la ren ta. P. ), Thomas piensa que el proteccionismo Inglés fue una bacalfa que ganaron los fa bricantes ln_gleses de tejidos de lana y seda contra la naclenre industria Inglesa del algodon.27 Schumpeter28 ar estudiar la l/tcrawra económica de los siglo~ XVI, XVII y xvm, no la engloba desde un principio bajo el rót~lo de mcrcantlllsta. Dedica el capírulo II a Jas doctrinas escolásticas y a los filosofos de la Ley Natural, El capírufo malos paníletlstas y administradores públicos, de los que afirma que no constituían un grupo homogéneo y que su única caract.crístlca común es que discutían problemas Inmediatos de polílica económica de sus respectivos países. el capíwlo V al tratamiento de los cernas de pobfacJ6n, rendimientos, salarios y empleo. El capítulo VI al valor y al dinero, y no es hasta el capítulo VII, el último de la segunda par1.e, cuando aborda la literatura mercantílísta, de la qm: trata tres temas -el monopolio de exportación, el control de cambios y la balanza de pagos- para analizar las contribuciones que aportan cada uno de ellos a la economía analítica. Schumpcter considera el conjunto de la líteratura mercantilista como esencialmcnre prcanallsca. El ún ico mérito de los mercantilistas, para Schumper.er, fue el de intentar raciona liza r la práctica de la política económica de su tiempo. Para Schumpcter es más Importan re afirmar que la lircrarura mercantilista era precien tífica que declara rse contrario a la doctrina mercantilista por la carga nacionalista que con lleva. Explica que la mejor manera de comprobar lo aclentíílco del pensamiento mercantilista es comprobar cómo manejaban el único instrumento ana lílfco que poseían: el concepto de balanza comercial. La críllca de Schumpewr radica en que los mercannllstas no supieron concccar los resultados de la balan za comercial con ninguna otra variable económica, y la balanza comercial, como Instrumento de análisis económico general, no dice nada en sí misma. Sólo en conexión con otros daws adquiere slgniflcado. En sus razonamientos, los mercantilistas cometieron tres errores según Sch~mper.er Pensaban que: ti superávit o el déílcít de la balanza comercial i~e~ta'.a O ~<:sventaja_ que una nación podía obLCnc·1 o padecer del . . ternaclomil. Pcn1,aban que: las venta¡as o desventajas del comercio internacional consistían en el superávit o el di:fícit de la balan za cornercíal P~nsaban_ qu~ el su~eráv!t o el dél1clt de la !}alanza comercial es la única fuen Le de ganancias o pc:rdidas de una nación.

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E;rone SchumpcU:r que ti progrr:so analítico a lo largo dr:I siglo XVIII fue muy em.o. No hubo ningún sallo csp1;uacuJar entre: el aná!i~is (;c;o nórnico de

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í'E l.JZT...RIZ

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_ de ,.s seten, 3 \\'illiJn R..-\llen. de·de las páginas de la His3 3 En_l3 d_ . ~ "'" , .., l.inzabJ un dur 3¡3que ntra aq uellos e onornis.--.-r¡ • 'A' m.·"· E« •• r Jd nder 3 1,s au10res merca nrili tas como técni13 tJs que re 3 ' int·~:\~n·nticJ de .-\Uen ,·a dirigida prin ipalmence contra e s Je 13 e·,,n,_m~:-·,nt ntJn justifi•a· la re ría mercanri li ra basándose en el aquelk. JU!< re. }da ·ridJaJes. ~\arshall y Lerner e·rabl ecie r n que la condi1 3Q;uruenr~~~ ~men:ic, ext
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GI.IIÓNIMO llfi U7.TÁIUZ ( 1670· 1732)

Leyendo ,, los cscrl iores y pan íletlstas bri tánicos de la segunda mitad del siglo XVIII , Impresiona cómo quieren Influir en la política del Parlamento y de la·corona defendiendo ln1ereses muy particu lares. No parece que n,,dle quiera lla mar a esos escritores mercantil is tas. Es tab,in for/a ndo la mentalidad económica de un nuevo Imperio; pero nuestro Gerónlrno d,• uzi.irlz, cuyos enfoques y políticas recomendaron estos escriton•s ,•uropcos de mediados del siglo XVI II , sí es un merca ntilis ta, según los an teriores enfoques Al ílnal de la década de los sesenta Gordon Tullock desa rrolló un nuevo concepio que aplicó en sus eswdlos sobre la acti vidad económica de los gobiernos uullzando como nuevo Instrumento la elección publica, que es como se ha wnido a 1raduclr public choice, es decir, el estudio de la dema nda y Ja oferta de bienes públicos. Es1c nuevo concepto fue ba uti zado por Ann Krueger <'n 1974 y Je puso por nombre "la búsqueda de rentas".3 5 Durante la década de los sesenta, economistas como Jonhson y Bagwaw estudiaron, desde nuevos enfoques, los Instru mentos de la política mercanti/1s1a, como los aranceles y los monopollos y de mos traron cuá les era n sus cosies para el bienestar de la sociedad A lo largo de los siglos XIX y XX se desarrollaron nuevos modelos mawmáiicos y analíticos que los escritores económicos de los siglos XVI, XVII y XVIII no podían ni haber imaginado y, precisamente, pa ra demostrar los efecto· nocivos de las llamadas políticas neomerca ntilis cas. Tullock cree que los gobiernos no Introducen aranceles a no ser que exis1an grupos de in1erés que ulilicen sus influencias pa ra que se apruebe ese ins1rumcnro prowccionista , Ekclund y Hcrben 36 introducen en su análisis del mercantilísmo como pro~eso t·co~ó'.nlco, e! enfoqu e de una sociedad buscadora de rentas . La regulaclon econom,ca sena un proceso competitivo en el que los diferentes interest•s económicos de un país Invertirían recursos para busca r la pro tección del Es1ad~ comra la compe1encla . Estos autores analizan la regulación en el mercan1,hsmo inglés,}' exponen que la caída del mercan tilismo se produjo por los ca'.nb,os 1nstliucionalcs que hicieron que la búsqueda de rentas fuese cada vez mas cosiosa en un s1s1erna parlarnemario, este hecho y no los errores teóricos d_e los rncrcanrilis1as fue, srgún es1os autores, lo que de 1crm inó la desaparl~ion dc_l mercan 11 Jismo. 01ros au1ores más escépticos piensan que, además de tstos a¡us1es lns1hucionalc-s, fue la emergencia de intereses contrarios lo que produjo la desaparición de cienas pro1ccciones arancela rias, A~fons~ Carbajo cscnb1a en 1980:37 ,il'odos los argume ntos 1radlcional~~ fa:•~r del <:s1Jblcclmic1110 de aranceles se ha demostrado te ni los uc sdt ti ano 1965 · 1 el ariumcnto de la indu stria nacien, q invocan unpc, lcrc1onl's rn los mercados de prod uctos o de fac

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EL MERCANTILISMQ De G

ERóNIAlollE U:trÁlltt

ro res de un país constlt~yen Just1ficac1ones le . 407 sentido que la protecclon sea una POiítica óp~:~:as del Pl'olecctonis esas imperfecciones (... ) es que una política • TOdo lo rnás Dio enet best en algunos caso~». cornerclat restrlct1~~nn11en cuando ya parec1a que n~nca más se iba a In kcofld canti lismo, y. c~ando yo tema este capítulo escr1:eresar alguien P0r el Magnu son ed ito en 1993 Mercantilist Econ pero no Pllblitado lller1 nes sobre el me rc~ntilismo como había h~;;sc:: una serie de contri~ nuevas interpretac1_ones y enfoques e intentando rnan en 1969, apona polémicas de las decadas anteriores. quitar hierro a las Vlruten': En 199 4 La rs ~ agnuson publica su magnifica obra ping' of an econom1c ~anguage. Para Magnusson el m Merca_nttllsm. The shaenfoca r como_ una sene de c~xtos que aparecen en con=~ntills~o se debe de micos dererm mados , y considera imprescindible d s Pohtlcos Yeconónicíones que hasta la fecha se habían dado sobr/:~::~ la_s_dlferen1es<1ende Lars Magnusson , junco con el libro de Luis Perdices nubsrno. Este libro última palabra sobre el mercantilismo. Y)ohn Reeder, son la L_uis_Perdices y John ~ceder acaban de publicar El mercantil/ . . . econom1ca y Estado Nacional (1998). Analizan la interpretació::Í ~li~ca merca nt'.lismo por las _di~erentes escuelas de pensamiento económi:r:~~ dian la ht~racura eco~om1ca europea del período que va de mediados ~l siglo XVI a mediados ~el siglo XVIII y proponen, para ello, un planteamiento metodológico alcernativo. Trazan la evolución del pensamiento económico de este período analizando el d~sarrollo de problemas y debates específicos tal y como los plan cea ron los propios a u cores en sus tratados. Además, por primera vez, enco ntra mos un análisis de la obra de mercantilistas españoles, Ingleses, franceses, holandeses, suecos, alemanes e italianos. Actualmente se aplica un nuevo enfoque al análisis de lo que fue la politica económica de los imperios y se analiza la relación entre el poder político y la economía nacional en el caso del emergente Imperio británico a mediados del siglo xv111,38 este enfoque no se ha aplicado al análisis de la polínca económica del im perio español durante los siglos XVI, XVII y XVIII Los numerosos gas ros de defe nsa que requería mantener las posesiones de los ~ustrias en Europa hiciero n que la flscalidad ahogase la Industria teXtll espanola fue incapaz de satisfacer las necesidades de consumo de las Indias La tuvo que seguir manteniendo la administración de uno~ terrltoh desde Tierra de Fuego hasta Alaska por la cosca del Pacifico Y de Florid a por la costa atlántica, que se proveían de produc princi palmente ingleses, que entraban vía Jamaica Leómo oodetmoehallll'llll una "política merca ntilista" española en el siglo XVII fue inca paz de mantener el monopolio comercial coll 5111

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GERÓSL\IO DE UZTÁRJZ 11670•1732)

EL MERCA-\7'T1JS.\IO DE GERÓNL\IO DE UZTÁRIZ \\:w a

intentar analizar el contenido de la ob:a de Geróni mo de_ Uztáriz a

los diferentes estudios sobre el m_ercanuhsmo que he resenado en el ! luz fedeanterior de las polémicas que _ciertos aspectos de la doctrina mera

:~:sta í

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han suscitado en los úlri'."os anos. _ _ Hed:scher estudia el mercanrrhsmo desde cmco puntos de visea_, a) como un sistema unificador· b como un s1s~ma de poder; e) c~mo un sistema de prorección; dl como un sistema monetano y e) como una cierta concepción de 1 ª s::~~¡ aspecws se puede decir que la obra de_Gerónimo de Uztáriz es un exponente clarisímo del mercancílísrno. corno u~ s,sce~a de ? rocección . Es el primer escriwr de economía políúca que_ en Es~ana explica que estruc~ura debe rener el arancel para proteger la mdusrna naCional~Como e:pone Geronimo de Lzcáriz. en el primer rercio del siglo XVIII, en Espana todav,a existía el mismo tipo de arancel para las expo1:4ciones Y_P_ara las importaciones, que era aproximadamente de un !5 por Ciento. Uzcanz propone un arancel de un 25 por ciento aproximadamente para las importaciones de productos manufacturados, sobre todo de tejidos de lana. y la reducción del arancel a las exportaciones de productos manufacturados a un 2,5 por ciento. En cuanto al comercio exrerior de materias primas, propone un arancel elevado para la exportación de lanas, la prohibición de exportar seda en ra ma Y un arancel reducido -en algunos casos del 2.5% y en otros del 5%-- a la importación de aquellas materias primas necesar"as para la industria española. Combate Uztáriz la idea de que la final"dad de la Renta de Aduanas fuese la de recaudar la máxi ma canúdad de á:nero para 1a Real Hacienda, que era la idea imperante en la Admimstrac·ón de Felipe V. Para él la única finalidad del arancel era la de proteger la 1!:láus:ría nacional pr,ncipalmente la fabricación de tejidos de seda y lana. Czcáríz reprodt.ce en a lñeorica la Real Cédula del Consejo de Hacienda por fa que se trasladaban las 1-.duanas del Reíno a los Puertos y Fronteras, la Orden del Consejo de Hac,enda por la que se ordena que todas las Rentas de una misma provincia se arrienden a una sola persona o compañía y el decreto por el que se ordena que las rentas generales se administren y no se arriender..39 Su idea de un espacio aduanero común y la racionalización impositiva son dos ideas claves en su obra En cuanto al mercanulísmo corno s.sterna de poder. Uz•ánz no considera e~ poder como un fin en sí mismo. En este sentido Uztánz proporcionaría el e¡em?lo perfecto para la tesis de Viner, 40 Según Víner, para los escritores mercanuliscas la nqueza era 11n medio absolutamente esencial pa ra ma ntener o conseguir poder. el poder era csenml para ,a adquis ición o retenció n de la riqueza; ambos, poder Ynque,..a eran los fines de la política nacional y, a la rgo

EL MEJICANTiusMQ DE GERói;IMo DE Uzi-·

laZO, había una armonía entre ellos. Se hP.tz 4',:; :ue entre poder y riq~eza establece UztáJ:ede afirmar q11e ésa uztáriz, que considera ~I comercio útil, ~s _ t1 la reJact· comercial como fuen~ de nqueza, afirma: dec,~ el suPtrávit d «( ... ) que vayan siempre hermanadas esca e la bala za mari na) que merecen igual atención, no u ~ dos imponancias aux.ilio de la otra». 4 ~ _ P diendo prevaJeqr la(~mer~ 0 y «( ...) no se extranara, que se proponga la fb . na sm e buenos bajeles de guerra (...) por princi I a n~ y existencia d comercio útil y gr~nde; siendo cierro que !rnner _Íllndamen~m:os y apoyo de un considerable armamenco marítimo nf:ra conseguir éste. 5 r. ~ tiempo una armada grande_( ...) sin los COncinuo~ auxn~ble conservar mu¡ho ex.tendido; de modo q~e ~1endo inseparables escas d::s_de un comercio muv progresos, no pu~de exisur la una sin la otra (... ),,42 importancias en su"s Hay _q_ue precisar q_ue para Gerónimo de Uztáriz _ . poder ~1htar y come~c10, co~o explica Grampp, tení~ m:;ina es s1nóni11JO de un senndo mucho mas amplio que el que tiene h P_ªlos mercantilistas cío incluía toda la actividad económica. oyen dia. la palabra comerEn ningún lu~ar de la lñ:orica se encuencra explícitamen _. de que la ganancia ~e un pa1s ha de ser Ja pérdida de otro la afinna~on encuentran razona?11encos en los que se indica que las a~an _cambio. s1 se cío se deben repartir entre las naciones. g cias del comer-

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«( ... ) ~unque es de la regalía de los ~oberanos vedar O franquear la entrada, 1~ sahda, o _el uso de las ~ercadenas o frutos, según lo dictara el b"en comun de sus remos no se podnan practicar semejantes prohibiciones en todos los gé neros y frutos por no singularizarse y hacerse casi intratable entre todas las nacio nes, pretend iendo reducir todo el comercio a utilidad propia. de que pudieran resultar algunos inconvenientes (... )•.43 Aunque, desde luego, Uztáriz piensa que entre dos países que comercian sólo obtiene ventajas el que vende y no el que compra, a no ser que la compra sean materias primas para las manufacturas. Como ya he dicho en otro lugar, Uztáriz, a diferencia de los mercanuhstas franceses e ingleses, no es belicista. Es partidario de una política de defensa no de ataque y no considera que los países europeos sean los enemigos de la Corona española. Sin embargo, se muestra contrario a la idea de que u so país ejerza «domi nio universal». Por eso piensa que los países europeos be combatir el poder de Holanda, no en Europa sino en el extremo 0nente «( ... ) sería beneficio de Francia, Inglaterra y aún de l'lmuga e w auxilia rla (a la compañía de Ostende) fundándolo e? 1~ mi mar do y conservación propia, que obliga a todos los pnnc1pes Y mínui r las fuerzas de cualquiera que entre ellos aspiraª do,min,,o univcn••· v le ha logrado ya (.. ) Si el poder de los holandeses aunq g

EL 11.EP-CM'llUSMc) DE

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y piara par~ cubnr los déficits de SUs i,,,,~-4 eográficas. Eh Heckscher opinaba que ~ de 'PiOis !isrema multilateral de pagos con lo g:a~dd ~ ~ - oro y la entre cualqu~ra de ¡05 paíse':' había~ 'lillia la fin anaac1on de_J co~emo, en el J)erÍodo : : - ~ de~ de !eiras de camb10. Años más tarde J. 5 . llSideiadc, Je r ~ 91e ctando dos períodos en los años 1600-l~ &~Cióeii1a 1101 auwres. LOS argumentos de Wilson valdrían CO!l5Íderados por y ¡05 de Hec~cher pa:3 el segundo pe -odo. ))ara el Pñiiier Ptriodo ~ La Theonca mantiene la tesís de Wíl50n de bilateral y de que ~s letras de camb·o no era el que d 51S1eaa de JlaDis pensa r los pagos m~macionales. Claro que DD~ que Rr'ria par¡ tia romo realmente funaonaban las operac· es d CXíste ~ ~ que u zr.áriz no e~cuviese al día de las Prácuca: pagos~ ,_: tiene que era amigo de Don Juan de Goyeneche pero españoles que giraban letras a Europa para ' uno de los P0Cos ~ 1..as referencias sobre que el sistema :gar gastos de la Coalna.46 español era bilateral con ':3da país son numero::!'5 del C0aertio tatdor '(. .. ) y parece despreciable la creencia en que hallan por medio de !~tras de cam~io, se excusa a ~ de algllllos de qae, rica de ellas, vi ene a s~r solo, como una prOVJdencia pr e la JIQCque u san algu nos paniculares, y por med·o de la cual se del dinero en la pan.e donde se necesita, pero es preaso Cllll!p dientes que Jo ejecuran, se reintegren por • nmo ya sea en dinero fresco; y como los géneros y frutos que hoy salen de E.spaia, ta zan a la permu ra que hace con los demás países atrJnjelos, e s ~ que, por una mano o por otra se sup a de reino a oao,. cu i11111ao aeano. o que en lo gen eral no alcanza, ni puede sa ·sfac.erse c.oa mercadmas .. ) nos da suficiente y sobrada disposición para poder~ 1 ros más de lo que les compramos, a fin de que nos sa1isfaáe1ra as :alor de los gé neros que les faltasen para gua1ar la perllllQ oro

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Jacob Viner al analizar las razones por las que IOS t=scútam; mr.-ililLas que rían inc rementar la cantidad de metalespm:iOIOls, 1111111.-c 11& f& mera ra zón estri baba en que para un país' sinlllilliasdliomypi¡m.1••.-t de la balanza comercial era el • KD mec!lio de au_.m 1u11111,_a-

GERÓNIMO DE UZTÁRIZ ( 16 7O· I 732)

la llegada de floras y galeones y navíos de registro mer cuarto del s;l,ºa iodas luces insuficienrc para poder -con el oro y la plata fue mur mcgula / uestra balanza
XVIII

i::dese=~~:i~e~:r;:~ de

sacc~~n;~a~~;:tt:1:;~menro empleo, analizado por V! ner como motivo para mantener un superávit en la balanza comercial, Uztár'.z no_habla, en concreto de que un superávit de la balanza comercial creana mas empleo, pero sí afirma, que aumentaría y conservaría las manufacturas y, sobre todo, algunas veces comenta que la razón de la destrucción de las ma~ufacturas de seda y lana había sido el continuo déficit de la balanza com:rc1al pro;ocad~ por las grandes importaciones de tejidos de seda y lana. Casi se podn a decir que el argumenio de Uztáriz para man1ener un superávit de la bal~nz.a comercial, no es un argumento empleo, sino un argumento de valor anad1do : «( ) como sucede en Holanda con las lanas de España, que entran fran cas, según se manifiesta en sus aranceles, impresos e~ Ams Lerdam el año 1710. porque como rnn advertidos, y atentos al bien comun del Estado, tienen muy presente. y disfru1an el convencimiento de que esca mina es de mayor nqueza, abundancia y lucro que las de Poiosí, pues la porción de lana, que les cuesta un doblón, la convienen en el valor y substancia de cinco doblones, con beneficiarla y reducirla a !ejidos, aJustando la cuenca, de que una vara de paño fino tiene regularmente la quinta parce del valor en lana, y el resto en la maniobra. lintes r 01ros gastos: de modo, que casi las cuatro quintas partes quedan a beneficio de los que la labran, granjeando con un millón de dinero en material, cuairo millones de aumento; iodo lo cual manifles1a lo mucho que conviene fomcmar las manufac1uras, a íln de ejecutar los comercios con géneros propios, a lo menos, en la mayor pane (... )».SO

de

Viner explica que antes que Hume formulase su teoría sobre el mecanismo autoregulador de la dis1ribución lmernacional de metales preciosos se habían ido aceptando ya por vanos escritores Jo que serían las bases de esta teoría Pues bien, de estas bases Uz1áriz explícítamente acepta varias. Acep ta, en primer lugar, que el resultado de la balanza comercial se debe saldar en especie. «( ...) por haber rnmprado a los extranjeros más géneros y fru tos, que los que .les hemos vendido, cuya diferencia importa millones de pesos al año (... ) pues aunque se extraen algunas cosas del producto de Lsparia, y del de las nd i ias, es de advenu que la mayor pane consiste en lanas, sedas crudas ,

EL MERCANTILISMO DE GERóNIMo DE llZT·

cochinilla, añil , sosa, barrilla, hierro y otros . hllli i¡3 valor, aun con el de_los frutos, que asirnisrnod,versos lllatertale rnucho, pa ra la equivalente permuta, con ue se extraen, no al s (...) que su considerable importe de la diferencia, se ;u ,;s Preciso e inev¡~za. ni ton ( )».st P extrayendole en ble, qllt et ··· «(·). Es constante, que la extracción de oro oro Y plata pragmancas y leye~ penales, aunque algunas de Y. Plata, no se i . la vida y de la hacienda, con cuyo rigor amena 1reino incluyan la 111?:de con observan, ni se pueden observar en España, nt:n las prohibicion: dula de jan ces asun~os, c~~-º lo acreditan la experiencia~ ot.ros reinos, SOb~: ~o cubre otra d1spos1c1on c~paz y segura, que la de ue siglo~ enteros; ni otras naciones, 1~2que solo se puede conseguir, v~ndi;~~ana no sea deudora a les compra (..._i». . oles más de lo que se Otros testimonio~ _de que el déficit de la balanza c . saldar con la extracc1on de oro y plata se encuentran ;merc1al se tenía que rheorica. 53 n otros lugares de la Ace~ta que el. volumen ~e las exportaciones y de las i . de del nivel re ~anv~ de ~recios del interior del país y del ::;ac1ones depen. «( ... ) en _ la mtehgenc1a de que lo excesivo de los derechos ;r, . por los fabnca n~es y vendedores, como en las aduanas, para\\se paga~, as, lo que hace su_b1r tanto el precio de nuestros tejidos; a que se si :traccion.' es do por esto mas caros que los de otros países, hallan poco ning _e. que sienO dentro y fuera de España (...)».54 gun despacho

se se::

No se :ncuentra, sin emba.rgo en la Theorica ninguna alusión a que la cantidad de dmero sea el determmante del nivel general de precios. Pero Uztánz explica la necesidad imperiosa que había de moneda dentro del país. para ue no todo fuese "trueque" . Explica que al no poder pagarse en dinero la com~ra de bienes y servicios no se podía exigir calidad. Las ideas de Uztáriz sobre la relació n entre cantidad de dinero, velocidad de circulación, precios y volumen de transaccio nes, se ajustan a las explicaciones que Mark Blaug da sobre la interpretación de la teoría cuantitativa por los mercantilis1as. «( ... ) porq ue habiendo, y circulando más dinero en el reino, uenen mas estimación y consumo los frutos y los géneros: se repiten más las compras de los unos y de los otros: se cultivan y benefician más tierras y on mayor cu dado: se hace n los paga meneos con mayor regularidad y pronmud En relació n con los argumentos de Keynes se podría apunta qu no habla, en ningún lugar de la Theorica del tipo de lncerés La P por el tipo de interés de los mercantilistas inglese no nene nmgu literatura mercantilista española. La inducciónª lnvertl. einv;isfalbrile!iOC~IUII les debía ser muy bilja en España. Uztáriz alaba la in c at

410

GERÓNIMO DE UZTÁRJZ

(1670-1732)

1 1 ersión en capital fijo era muy escasa a prln'íl!niendo en cuenta q~e-fia. nv ontinuos de la bala nza comercia l española cípi~s del siglo XVIII, los ci: del ahorro nacional para cubri r la diferefle!aban u~a msufi~1e;s1os del Estado. Uzráriz escribe sobre la pesada carga rencia enrre ingresos) tacia aumentar el precio de los tejidos espa ñoles, que de0 los !mpuesros._;~:n los exrranjeros. El deseo de Uzcáriz de un superávit en :::~~:al, no se podría ver cumplido, en ranro en cua nto la estruc1: tura im ositiva del antiguo régimen no podía hacer fre nre a los gas tos co_ntinuos de~a Corona española. enzarzada en guerras d~fenslvas durante el siglo X\11 para mantener los territorios europeos y poste norme~re : n 1~ ~e rra de ;ucesión ,. en las guerras de Italia para recuperar !~s rem_tonos_italianos y, sobre rod~. con la ;arga de mantener la admin1strac1on del tmpeno.

cc:;~i:a

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Sí aplicamos el enfoque de la búsqueda de rentas par~ estudia r el mercantilismo de Gerónimo de Uztáriz, nos enconrramos, en pn_m_er lu~ar, co~ el hecho de que él no se dedica a los negocios ni a ninguna acnv1d ad mdustnal : sólo trabaja como secretario del rey. _ _, .. uzcariz propone modificar al alza los aranceles a la 1mportac1on de te¡1dos y de otros bienes de consumo. pero he demosrrado, a lo _la_rgo de los ca pí'.ulos de este libro. que los fabricantes españoles no estaban p1d 1endo esca_m_ed1da a la corona. Cierro que su gran amigo era Juan de Goyeneche que habta instalado manufacturas de vidrio y paño en el Nuevo Baztán, pero los grandes intereses de Juan de Goyeneche estaban en la banca, no en la industria. Juan de Goyeneche sí era un buscador de renras, como lo eran como lobby los guipuzcoanos y los navarros. Uzrariz también pide que se eleve el arancel a la exportación de la na y con esca petición está atacando al lobby más importante de exportación, los exportadores de lana, la Mesta, los intereses de los cerracenlences. En este caso no tenía razón Harry G. Johnson cuando afirmaba «Origlnally merca ncllis m was a theory of how co build a powerful nation stace for che benefi t of che land ed ariscocracy».60 Gerónimo de Uztáriz se opone a que se otorguen monopolios con América a las compañías de comercio. Y aunque se muestra firmememe partida rio de que las inscicuciones que gobiernan el tráfico con América resida n en Sevllla y no en Cádiz y que flotas y galeones salgan de Sevilla y no de Cádlz, basa sus razonamientos en consideraciones de logística de defensa y en lo Inadec uado de la ubicación de Cádíz para evitar el fraude En la polémica que enfrenta a Sevilla y Cádiz sobre quién se queda ría como cabecera del tráfico con las Indias. los intereses en juego parece que son los de los cosecheros de la zona de Sevilla, y los intereses de los co mercia nt es fra nceses, ingleses y holandeses asentados en Cádiz, que expo rta ban a Indias tejidos de sus países, pero nos encontramos con la paradoja de que los rcprc-

EL MERCAN-nLiSMo DE GERÓN!Mo DE

UZTAtuz

sencantes de casas de comercio francesas 411 opo nen al traslado. Yflamencas de Se . Los_ guipuzcoanos y los navarros son Villa también se comercio con las Indias y consiguen la crea ~~s que piden un mo cas en 1728 asenca~~o el comercio de cacaoc1on de la Real Compañ:l>Olio de ce, en 1 7 la creac1on de la Real Com añí desde Venezuela y, !>Ose de Cara. el comercio ~e tabacos desde Cuba. E/am:a~e La H~~ana que mon:"º:enun paqu ~te importante de acciones, la Coroncompan1as ofrecen a la~o:: monopolio. Entre los accionistas de ese ª ~~epca y ellos consl ª de -~erón!mo de Uztáriz pero él no apa:c~ºc:~:nias se encontraban~;~:! pa ma Gu1pu~c~ana de Caracas y en ¡ 72 8 todavía Vi:t~~ista de la Real Con¡. acuerdo Gero011:10 de Uztáriz con sus coterráneos ª· No debía de estar de rna en la Theo_nca que Felipe v había concedido· cua nd o además nos lníorcodos los espanoles para ir en navíos de registro d~;:1 ~ª.1cédula, permiso a ca ibo a traer cacao. El comercio del cacao de d e Cadiz a Caracas y Maraca ron Cura~ao estaba en manos holandesas y: 1~~~:!~~aholandeses conquisy galeones pagaba unos derechos excesivos d d de regreso en Ilotas hasta qu e llegaba al consumidor final. En ~s ed~ue entraba en España 17 8 Madrid solicitaron al Consejo de Hacienda importardi:;;:~e~:;:~antes ~e 2 c~ r,6 _per_o l_os que 1? consiguieron fueron los guipuzcoanos que con c:/s:zu: nd ad mvtmeron mas para obtener este privilegio. gu



El gr_a n monopolio del co_n~ercio con América, lo disfrutaban los Ingleses: era el a~ tento de negro~. Uztanz no_ habla de este tráfico en todo el libro, sólo da la cifra de la canttdad que teoricamence tenía que recibir la Hacienda española por este asiento de la South Sea Company, 300.000 escudos de ve llón. Durante el siglo XVII la Corona española no estuvo Implicada en el tráfico de esclavos, sí en cambio, la Real Hacienda que cobraba unos derechos a los ase ntistas. En 1702, Luis XIV consiguió el asiento para Francia. Se creó la Co mpañía Real ele Guinea a la que se otorgó el asiento por diez años. Los acc ionistas ofrecen el 25% del capital a Luis XIV y el 25% del capital a Felipe V que no tienen que descmbolsarlo. En 1713 cuando se flnna el tratado de Utrec ht el asiento pasa a lnglacerra por un período de 30 años. Felipe v sigue te niendo el 25 % del capital de la Souch Sea Company. 63 No había poslbilldad para los buscadon's de 1mm españoles de entrar en es te negocio. Inglaterra había invertido mucho en la. guerra de u e 1 n es paño la para dejárselo arrebatar. La verdad es que a Luis. ·1v le co t . arí 1 mo coloca r a un nieto en el trono ele Es¡iaña. Y, por otra parte, Felipe Vmt ne ma nejar las rentas del comercio espa,tiol c~n las 1nd i~ ~m u :e mane ncla en el crono de Espana. a pesar de haber id ~ v In qu so r po r Carlos 11. Y así, cuando empezaron las_neg:~~~I~~; ;/Je Be 1 0 lo s up ieran los ministros franceses •• le emlb!r:;e~ a lo In I la su pa rla mentario, y le comunico l!Ut pciJia 01

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-ERL' 'I \h., PE uzr:\RJZ 167('·113:!)

la rincipal atcncion de la filosotio. E ·paña 3 "•I nemp..' : lk,:1t>~- ~ ~;• ~: Jmina :u. principios. analiza_sus bras, J e sus m:is e Jet,~, e:,nlc , nacion empieza 3 tener ec no1111 ·tas<:··>•· As1 abl , se disputa, ,e e. nt-e • d· Llzt:iriz como pre urs r de los econos e mo ¡.:-, llan,s n s situJ la_-,tira e ar. de la parcialidad de anális is que mi·ras liberales de finaJe· ~el d~ ::;tbro. En su obra Plan pam I~ ~·ducad l~ arribu_, , :,_ ,·s,..ui ,li;s. a con eja que «la· lecc'.on: s de crs1 d,· kI n, bit . .. 1 d ... •· ,ant imporra rodo a los propios 1111e• me ¡_, se;rn fa. de -,:,~dil1ac ~!loa ...)•. re.e., se cinsulraran b:a:1 lui.J dis ~pa de Uztá riz en su trata mie nto Sempe~ en Hi. ·-:~J, e!;Uramente redactó la pragmática sobre tras..:>bre el.,.!1~ Lztan. el u;o d; traje con bordados de oro y plata porque es de I, :"'· que pr hl:~ Es aña. empere considera ba el lujo necesa rio para ese, , enian Je um -~ el empleo Pero, sin emba rgo, en sus Considéra!a ,·r d,· la décadcncc d: la Mona~ie n • ;I hablar de la ép,; a de Felipe \' afirma «( ... ) e1 a ce ere me~1e époque lJna~z c mpo ait SJ Th,,7ne cr prorique du commerce ~r de ta_manne, ouvrage, sinnn cC1mparable 3 ceux de Smir~, say er_a_urres econom1sces modern es, du moins rres supérieur a ceux des s1ecles anceneurs (.._. ). , . Así es como lieron los economistas españoles del siglo XVIII a Ge roni~o de Lztaríz. Para todos ellos, excepto para Larruga, qu e consulc~ _muchos ma_s papeles salidos de las manos del funcionario Gerónimo de Uzcanz, la Theon ca es lo único que legó Uztáriz. Si en Jugar de los rextos de nuescros economistas de la segu nda mitad del XVIII, se consultan los papeles de los ministros y secrecanos de desp~cho, también de esa segunda mitad del siglo XVJII -personajes qu e la mayon a de !as veces coinciden, pues nuescros primeros economistas trabajaron para la Corona, Jo que no sucedió en nuescros países vecinos- las referencias a Uzránz cambién son frecuences. Su memoria perduraba en la Adm inistración. Es más, gran parre de las medidas que aconseja Uzcáríz fueron llevadas a la práccica por ministros de Femando \ 'I y Carlos 111. Fue sobre LOdo Muzquiz, el encargado de firmar muchas de escas órdenes. A título de eje mplo, en el Archivo Histórico acional, SL-Cc1ón Escado leg. 3229 que co nc lene varias consu lcas de la Juma General de Comercio y Moneda remicídas al consejo por Don Mig uel de Muzquiz, se encuemra la siguiente referencia «( .. ) y para confirmar la ve rdad que mani/lesca ' la consulta de la sociedad económica) excusan los ílsca les detener al Consejo, porque ya lo han demostrado las Co rtes Generales y ot ros doccísimos y celosos ministros de la Nación entre quienes tiene un luga r distinguido Don Gerónimo de Uzcáriz, agregándose Don rem ando de Ulloa, Don Ventura Argumosa y otros que han especulado los princi pios de hacer ílorecer entre nosocros los comercios y las ancs ( .)».

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En el último tercio del siglo XVIII es cuando se empieza a lli:var a la prác-

EL MERC.',NTJLISMo OE CERóN1•10 OE U7:rMl?

tlca la policlca económica que aconsejaba 423 ai'ios, ya en el mundo soplaban vi Uztáriz cuando ec nómica. entos de libertad, al m~nPasados cincuenta olmeiro, en su Bibllott•ca ele los ccono os en la literatura x1111 ¡, A' Vf;I dice de la obra de Uztárlz •l:.x:[stas csPariolcs de los si los , nomfa pohcica de España en los tiempos de tratado para conoc~r la:;: tri nas de Colben y se propone introducirlas en pe V. El autor profe a las doc. sejos co n el ejemplo de Francia, Holanda e In :~ pacrta, íoniflcando sus con . 1 en u propósi'.o de restaurar la grandeza de 1:.! a~rra. ~unque yerra a menudo vicios del gobierno como causas poderosas de ~ue:t:nala con acierto muchos co mercio y navegación . Obtuvo esta obra los h decadencia en las artes, francés por Forbonnais en t 753, y tal vez se debe ~~ores_de la traducción al fa ! a idea . ~e Mr. Alban de Vllleneuve, al calificarlae;e1ante circunstancia la nomfa polmca que se ha escrito entre nosotros». el primer libro de ecoA pa rc ir del siglo XIX Uztáriz pasa a ser . d económ ica _española . Los historiadores Utilizac~c:uº ;: l~s libros historia da tos eco nomlcos. También es citado en los libros d h" ca como fuente de económicas. e ISlorta de las doctrinas

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de

Si el ~1ercantilismo español en general, y Gerónlmo de Uztáriz en particu. la ~, han sido _can ignorados en manuales de historia del pensamiento económico y en la hteratur~ sobre el mercantilismo, Gerónlmo de Uzráriz sí ha tenido auto res que espec1ficamence lo estudiasen. And ré Mounler publicó en Burdeos en 1919 les fairs ,•t la
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Reyes Fernández Durán

GERÓ IMO DE ÜZTÁRIZ (1670-1732) U A POLÍTIC ECO ÓMICA PAR FELIPE V

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C OM E R C IO, Y DE MARI N A, EN DIFERENTES DISCURSOS, Y CALIFICADOS EXEMPLARES, Q_U E,

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Es p E e I F I e As p Ro VID EN e I A s..

SE PROCURAN ADAPTAR .¿,,

A Ll~ ~10NARCHIA ESP ANOLA:PAR A S U PRO M P TA R E S T A U R A C I O N, beneficio univerfal, y mayor fortaleza contra los emulos de la Real Corona, MEDIANTE LA SOBERANA PROTECCION

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DEL REY NUESTRO SENOR

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DON PHELIPE V. ~lmf POR 1) O :A(_ (j E:R.._O:J("Y MO V E U Z

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Ct1Jal/cro del Orden de Santiago, del Confe.fo de fu Magejl11d., y de la Real Junta de Comercio , y de M oneda , y Secretario de f u M.1gcjiad en el Confejo, y Camara d, Indias. · SEGUNDA IMPRESSION.•

COR REGI DA , Y ENMENDADA POR EL AUTOR. C O N

P R i Y XL E G l O.

En MADRID: En la Imprenta de ANTONIO S.11.Nz, Imprcffor del Rey N. Señor, y de· Cu Real Confejo. Aúo de 174 2. ... ;)l) ~

A LA ·

CATHOLICA MAGEST A D DEL REY NUESTRO SENOR
DON PHELIPE V/~:· ,~-~: .f,•..-J(.

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La noble Ley del agradecimiento nos preftribe tam- . bien la .afsiHe1~cia reciproca, trabajando los ~mos para· l~~ otro~ Co.n .la refpeéí:iva tarea de cada uno fe ha: de labrar la proporcionada. conveniencia. de todo:s ~ iniquidad Ceda, que·fr: fuíknraífen ociofos -los unos·~ufú:rpando, a.-los otros el fruto de fus fatigas. . Tres fon los11imlos, que principalmente me conftituyen en la obligacion de aplicar mis defvefos al Bien publico , infeparable úempre de el _mayor fervicio de V. Mag. como Cabeza, y Alma de 1a Monarchh: el primero, como agradecido a los grandes beneficios , que la bénignidad de V. Mag. me ha difpenfado, permitiendo , que mis buenos defeos fuplieífen la cortedad de mis mericos : el re·g undo , por el ser que; reconozco Efpaña , Patria ·can benigna, Madre tan pi·adofa , que infunde en fus Hijos las dos mayores felicidades, pues nos coníl:icuye , y conferva en la verdadera R.eligion, y en el amable Dominio de V. Mag. Y el tercero, por lsis Miniíl:erios _, que , medi:mte fu Real dignacion , exerzo en dependienciás de Guerra, y de Hacienda., cuya praéti'..:' e.a,, y alguna que tuve en las de Marina , me ha dado n:1otivo para fügcrir coníiderables aumentos al Erario, aliviando· los Pueblos, y prudentes proporciones en la Milicia , fortaleciendo las Armas , a· fin que fe pueda a:éender mejor codas las obligaciones de la Monarchla, y- vivificar la aptitud de ella , para la. defenfa , y para los def.agravios. · Eftas fon las razones de m.i empeño azia el mayot f.ervicio de V. Mag. y de la Caufa publica.: para afianzar: fu logro , no difcurro medio mas eficaz _, que el de dirigir mis esfuerzos que eíl:e dilatado , y noble Imperio facuda el letargo, que inhabilha fus fuerzas namrales, y desfrute la fubíl:ancia, y robuftez, q ue por fu fa1ca de Comercio, y Marina , Je ufurpan laíl:imofamente otras Naciones. ·Eftas dos providencias, infeparables entre s1., fe prnpónen oy por mi refpecofo zelo la gr-an . compre-

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RANDE , y comun es en todos la obltgacion de atender al Bien publico : para eíl:ablecerle , y confervarle, fe i níl:ituyeron la Tyara, las Coronas, las Mitras, los Tribunales, las Univeríidades., ~os Ayuntamientos , y todas las demas Dignidades , Magiíl:rados , y Oficios gtandes , y pequeños del Govierno Monatchico , Arif.. tocratico , y Democratic6. Carga pr ecifa es el afán , pena h eredada de nueíl:ro primer Padre , y que , corno impueíl:a por la Divina Juil:icia la vida humana, compr.ehende ·cambien a codos los individuos de el Eftado., aunque no exerz:m Miniíl:erio· publico, obligando a cada u no , fegun· el talento, y aptitud , 9.ue la Naturaleza , y la fuerte le hu vieren repartido , mejorada fü fac~ltad nativa con el auxilio de las Ciencias ., y de las Arres., de fu propria induíl:ria. · ···

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prebenfion _de V. M3:g; No .. puedo ignotat., que fiemptc las tiene V. Mag. muy prefentes , porque ha muchos años, qu.e foy ce:íl:igo de la cfpecial atencion que deben V. Mag. y diverfas veces he tenido la honra de fer in[crumenco la formalidad de las ordenes para la plantificacion., y permanencia de fus Reales determinaciones, y providencias : de ellas he referido algunas , llenando dignamente veinte y un Capítulos : breve indice dé lo mucho que V. Mag. ha emprehendido , y logrado en .ef. ros, y otr9s a(fomptos , conducentes al Bien univerfal de fos Vaífal~os , y la gloria de la Monarchla , en que el Supremo Oficio de Rey compite con el piadofo genio de V.Mag. Pero afsi como conozco ., que V. Mag. nunca pierde de vifta efias graves importancias , y que anees bien ocupan utilmente Cus principales tareas , comp;·ehendo cambien , que fiendo Cus Regias atenciones fe- · mejantes los maravillofos influx.os del Sol, nece[sitan aquellas , a[si como eftos, del trabajo material de muchas manos en preparar la tierra, y otras diligencias precifas, con que nudha fatiga, y fudor deben contribuir cambien , para que fe pueda fazonar , y coger el defea~ do fruto. En eíle fentido , pues ., pre[enco los pies de V. Mag. eíl:os Di[curfos, y Reflexiones fobre Comercios, y Marina., acompañados de noticias feguras de las reglas con que otros Rcynos , y Republicas. profperan en uno., y otro aífumpto ,.y que he obfervado , a[si en fus libros, y papeles manucfcritos , como en los viages, que, en el di(curfo de veinte años, hice , con alguna aplicacion, por la Francia ., Italia, Inglaterra., Flandes ., Holanda., y parte _O ccidental de Alemania., y ultima.mente ert dí.ver-fas Provincias de E[paña; reflexionando , y corrigiendo; algunas veces , en los Puertos , y Ciudades de n1as Co-: mercio., Manufaéturas,, y Navegacion ., lo iniperfeéto; y dndof9 de la fola inteligencia efpeculativa : 1noti.vo, que, .en, algunos puntos efü:nciales .,. me obligo valerme, del exam.e:n ocular , para poder infrruirme . mejor, y pro-

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proponer., con mas fegutidad, lo induftriofo., y eficaz de füs difpoíic.iones , fin que de ellas fe pueda abrazar lo util., y adaptable. Con dl:e inremo hago cambien una fucima exprefsion de lo mucho que V. Mag~ y fus_mas. afamados Predeceífores han atendido eftas· dos :max-1mas de E(l.ado ;_ íiendo digno de efpecial reflexion., qüe los mayores Monarcas , que fe regiftran en fa dilatada Serie 'de los Reyes de Efpaña, y de los-de Francia~ tlnos.,· · y oiCros gloriofos Progenitores de V. Mag. fon los. que mas fe han difiinguido en auxiliar el Comercio ~ y· la .Navegaciori; pues entre los que ciñeron dignamente -Jas c;;~rq.pas de eftos Reynos , fe ofre<:en luego · nuefü---a veneracion el Santo Rey Don Fernando ; los Catholiéos R~yes Don Fernando., y Doña Ifabel; el Emperador Don Carlos ~into; el Rey Don Phelipe Segundo , y otros~que aífegurar?n fo adelantamiento con muchas, y -e.~·-. caces providencias , de que explico algunas en · el Cap:i:. culo quarenta. y .tres: y comprehendo, que, íih incurrir en la lifonja·, que ranco aborrece V. Mag. corno efcolló de los·aciertos, podemos decir , que, figuierrdo los fe:,¡_ guros paífos de fus .Heroycos Afcendiences ., .h a fabidd V. Mag. excederlos, para mayor beneficio de fus Vaífá.::.: llos, de cuya verdad fon fiadores los mifmos hecMk ~oníl:a1_1ces ., y notorios. Dignos fon cambien de perpetua memoria.los exen1plares, que , en efte importante dcfvelo , ofrecen fa imi~acior>._ los mayores Reyes de Francia : aífeg.uranos la· Hiftoiia'lo m1.1cho que en el fobrefalieron:Carlo Magno, Francif<;:o Primero, :Enrique ~are.o, y .el Maximo 'Luis Decimoqµarco, esforzando lo con las difpoficiones , que expreífo en el Capitulo veinte y íiete .; de que ·politica, ,y• prud~nte1nente fe arguye, que no pudo , ni puede ha-. ver Pi:indpe grande , y poderofo, fi le faltaífe d ufo de una 1ñaxima t~n _capital del Goviern_o , como . ta de _fo_, mentar3 y"protcgcr la Navegacion, y fos Comercios: fundamento príncipal de las fuerza$ de los Soberanos~ y del

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ali vio , y ·opulencia de los Subditos : verificanc:Íofc , que eíb. qualidad no es agena de los grandes Conquiíl:adores, y que antes b ien parece infeparable de los Heroes, que mas celebra el Mundo; como fe reconoce en eftos, y otros exemplos , autorizados defde el. Siglo de Saloman, que, con fus Flotas, y Negociaciones, dexo la imitacion Regios , y poderofos eíl:ímulos. El piadofo, y grande animo de V. Mag. no fatisfecho todavia con los beneficios diíl:ribuldos en fus Vaífalios , por medio de fus acertadas difpoíiciones , para el adelantamiento de los Comercios , y mejor regimen de las contribuciones , obviando defperdicios , y molefrias, ha querido dilatar, y defahogar mas fu generofo corazon , con difpenfarles otros diver[Qs alivios , minorando algunos tributos, extinguiendo otros,y perdonando crecidas cantidades de atraífados, en la forma que lo explica el Capitulo diez y nueve: defvelo verdaderamente digno
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iban r'etitando, defengaíiados , y 'efcátmentados de· qtié fe les refüHan h::üh las precifas noticias, y que no podlan dominar.mas., que la cierra, que pifaban; al mifo10 tiempo que V. Mag. aun defviado del ccmro de fus Reyn os, co n numero corto de Tropas, y con pocas Pbzas,. diftanccs , y caíi .defguarnecidas , era Dueño abfoluro de los corazones Efpañoles; verifica.ndofe tambien en el gloriófo Reynado de V. Mag. los repetidos cxernplos, y la doétrina fierripre fegma , de que en el amor , y conf:. tanc ia de · los Vaífallos confifte el mayor apoyo de los Reyes, y de los Imperios. . Mi obligacion V. Mag. la.Patria, me pufo la pluma en la mano: mi zelo h corr.i.o dilatados difcur(os, propoficiones , que fin duda pareceran amontonados, mas que diílribuidos; pues aunque "los ha diétado el mas in~ genuo., y fervorofo defeo del acieuo., no he podido explicarlos, y colocarlos con la cohordinacion med10dica, que negocios tan graves, y de tanta diveríidad en fus fundamentos, requedan para fu mas cbra , y facil inteligencia; porque faltandome aqucila quietud concinu~da, que Cuele influir la mas fucinta ., y menos confofa locucion , me ha fido precifo eftenderlos, fegun me han ido ocurriendo ., en los interpolados breves ratos , que 1ne ha permicido la afsiíl:encia diaria, indifpenfable de mis Empleos. Llame dibtados eflos difcurfos, porque lo parecera.n, íiempre que fe miren la efcafa luz de mi talento; pero fe cíl:imaran ceñid9s ., tollas las veces que fe coníideren careados con los graves aífumpcos en que "re emplean: pe.rfuadiendome que eúrre · codas las importancias, y maximas-del Govierno de la M01Jarchia, ninguno pued~ ofrecerfe de m~yor entidad, que eílos, ni que interdk tanto al beneficio univerfal de ella, y al fervicio, y .gloria de V. Mag. no folo por lo que efl:a fe a umentara -defdé luego c~n la bien concertada plancificacion de los Cpinercios, y de la Marina; sl ümbien por lo "qne fos 1m-

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i.mportantes ptogreífos podran vin.c ular tu pei·manencia; pues produciendo eíl:as providencias copiofos frutos déntro de breve tiempo., fe aífegurara V. Magefiad del Dominio de la Mar, y lograra el fiempre defeado confuelo de repetir los alivios a fus Vaífallos, y de ver defempeñ ado fu Erario; reftablccida la antig ua poblacion., y opulencia de fus Reynos ; fus Armamentos Terreíl:res, y Navales , afsiíl:idos de todo lo n eceífa.Tio; fos Fronteras, y Coftas bien refguardadas ; la conftitucion Ínterior de la Monarchh, en aptitud de aumentar unas , y otras fuerzas , y mantenerlas muchos años, fiempre que convenga ; los Sagrados Altares defendidos contra las invafiones de los Infieles., y de los Seétarios , por la fervorofa, y coníl:ance proteccion que la Igldia tiene ., afsi en el piadofo, y heroyco animo de V. Mag. como en fu brazo fue:i;te , tanto mas poderofo , quanto con los auxilios del Comercio eíl:uviere mas proporcionadamente armado por Mar ., y por Tierra ; el auguíl:o Nombre de V. Mag. y fus Reales Eíl:andartes., refpetados , y temidos en las quacro partes del Mundo ; las confederaciones con V. Mag. muy folicitadas, y mejor obfcrvadas por los Príncipes mas poderofos; y la proteccion de V. Mag. implorada de otros , contra los infoltos de la violencia, y d e la oprefsion. Eíl:os, y otros grandes b eneficios poclran labtarfe , y permanecer ., fiempre que con el debido zelo , y aétivi~ dad fe trabaje fobre los solidos _cimientos de una proporcionada Armada ., y de un Comercio bien r eglado ., y m ejor procexido; pero íi faltaífe efia bafa fund amental, los coníidero impraéticables, lo m enos en la m ayor parte , y que feria culpable confianza efperarlos., no interponiendofe de nudha parte los m edios regulares de las caufas fegundas, para cultivarlos, y fazonarlos ; y que todo lo que fe trabajaífe fin efte firn.1.e ) y feguro principio, ferla fabricar' en el ayre., o dibujar en la arena ., malograndofe el tiempo , el dinero, y 1os esfuerzos, que fe hu..

vieífen ap1icado ; peto ., afsi el amot p:1terna1 con que V. Mag. atiende a los alivios, y proíperidac,l de frís Vaf. fallos , ha_íl:a ha.ver expudto muchas ve(es fu_ Real Pcrfona parn defendernos , corno los generofos defv1.:.ios de V. Mag. y fu natmal inclin::icion ·J. lo mas juíl:o, y gloriofo , prometen , afianzan eíl:a Monarchla las mayores feli cidades, con la tranquilidad , y abundancia de una Paz :firme ., y refpecada , y con los fecundos frutos dd Comercio, y de la Navegacion; y fobrc todo , nos aífeguran la permanencia del foave ., y triu nfante Imperio de V. Mag. acompañado de la mas prudente adminrCtracion de la juíl:icia ; pues fabe V. Mag. conciliar los feveros preceptos de la rígida Ley, con los benignos influ~ xos de fu gran piedad. D ios guarde, y profpere L. C. R.P. de V. Mag. como la Chriftiandad ha meneíl:er. Madrid 20. de Diciembre

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·THEORICA, Y PRACTICA

DE . COMERCIO, Y ·DE MARINA .. D/S CURSO GENERAL SOBRE LAS CAUSAS. del atrajfo del Comercio util en E[pana, y los medios fimdamentales para rejlablecerle, adelantarle. y confervarlc. todo Hombre racional la importancia del Com,rcio , ferla ociofo dilatar • el Difcurío en ponderarla, o e xplicarla, mayormente havien~ dolo cxecutado muchos Authores , y grandes Politicos , afsi Efpañoles , como de otras Naciones ; por lo qua! me
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defpues de referir las providencias ac:: que fe valen los Ellrangeros para ha-,: cerle florecer en fus Eftados, y afia~.; zar fu permanencia. Aunque en muchas importancias del Govierno Politico , y Económico fue le bafrar b manife!lacion de las cau"' fas de los daños , para que , ceífando, quitando aquellas, ce(fen, fe eviten ellos, he coníiderado conveniente alguna extenúan en reconocer, califi"' car , y proponer los principios , y me• dios, de que nos pudieramos valer para afianzar los propicios fines de que ne~ <:efütamos , afsi ,on d defeo de que,.

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'l'heorica, y Pra8ica

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CAP IT ULO PRIMERO.

OMP !U!HEND IENDO

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entre las mifmas providencias, fe ·e!ijan las que fueren mas adequadas, juftas, y ericaces, como por 1ratar cambien del tiempo , y modo de praaicarlas , lo que a veces Cuele importar tanto como lo fubilancial de los mifmos negocios. Es evidente, que en h.s Monar. chlas , Rcynos , y Republicas no puede ha ver poblacion grande, abundancia, efplendor, ni Exercitos, Armadas , y Fortalezas, que las rcfguarden, y las hagan rcípetables, fin el auxilio de un Comercio grande , y uril : No puede ha ver Comercio grande , y util fin la concurrencia de muchas, y buenas manufall:uras, panicularmentc de . Sedas, y Lanas; y no fe pueden ellablccci, y confervar muchas , y buenas m:mufaél:uras fin el apoy-o de proporcionadas tranquicias, y exempciones , a l o menos en algunos de los come!libles , que confumen los Operaríos , y en los materialc:s que emplean en los t e'xidos, y otros compuefios, y afsimifmo en la venta de ellos : todo lo qual deben acompafiar bien reglanos Aranceles para los derechos de extraccioa , y de entrada, íin cuyas prudenies d iípoliciones no pod rlan tener el debido delpacho denrro, ni fuera dcl Rey no , y falt.rndoles el coníumo, feda inevitable la defiruccion de las maniobras , como fe dexa coníiderar, y fe experimenta en rodas partes : con que debiendo d ifcurrir , y 6.xar el prif11.er mobil de las providencias , para obviar los inconvenientes , que nos afligen , y aífegurar las mencionadas ventajas , es preciío empezar por el examen , y efiablecimiemo de las exprelladas franquicias , o proporcionadas moderaciones , cfpecialmente en el excefsivo , y repetido derecho de Aka\•a las, y Ciemos , y por la mejor r egulacion de los derechos de enrr:ida, y falida , y profeguir Juego con los
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ramiento, perfcccion, y defpacho de las maniobras ; no por reglas generales, de que c.llan llenos los Libros de los Elladillas , y que difcurriendo(e con facilidad , difidlmcnte fe pueden adaptar con fcguro acierto ; Ílno con providencias efpecificas, en quanto alcanzare mi cortedad , para cada uno de los males , atendiendo a la naturaleza , calidad , ellado , y
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CAPITULO

II.

SE DISTINGUEN EL CO.l.1ERCIO util, )' ti Com,nio dañofa, explicando primero ti Comercio daño/o.

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NTES de pa!far tratar de las prometidas ptovidendas , y de las razones, y exemplares en que cC. pero fundarlas, coníidcro conveniente explicar las dos parres , o calidades en que fe divide, y d illinguc el Comercio, porque hay Come1do ucil, y Comercio dañofo. Coníi!liendo principalmente el Ca,. mercio en compra , venta, y permuta de rexídos, frucos , y de otras cofas , y

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de Comercio , y de Marina.

!us ávlos por Mar; y Tierra, dentro, y fuera de los Reynos proprios , es evidente , que cíl:e Comercio le ha ·havido úcmprc en Efpaña, pues nun,:a ha falcado la venta , y compra de [us gencros, y frutos, y la incroducion de los de fuera, afsi por mano de los mifmos Naturales, como por la de l os Ell:rangeros; pero en la forma~que fe ha prall:icado , ha fido tan danofo la Monarchla , que la ha empobrecido, defpoblado, y debili rado, como fe ve , y lo publkan las miímas Na. dones, hafia en íus Libros , parcicularmcnte en el intitulado , Comerrio de Holanda, cuyo Aurhor no fe nombra, y fe cree fer un Miniíl:ro de Francia de grande inteligencia , y zelo , y que, con igual amor la Patria, traduxo el año de mil ferecientos diez y íiere Don Francifco Xavier de Goyeoeche , Mi• niíl:ro del Confcjo de lndias, para luz, y beneficio publico de cfros Reynos, en que dicen: ,, El principal Comercio de Holan• ;, da con Efpaña fe hace en Cadiz , y

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,, en el Medirerr:meo , ficndo efi:e fa,, mofo Puerro de donde íalen , y ,, adonde arriban los Galeones , que " hacen el gran Comercio del Pcru, ,, y las flotas que vienen de Mexico, ,, o Nucva-Eípaña , los quaies han ,, traido, y traen todavía caú t odo el ;, Oro, y Plata que fe ve en Europa; ,, pudiendo , no ob{hnte , decir con ,, verdad , que aunque los Efpañoles ,, fon dueños de las Provincias donde ,, (e crian en abundancia el Oro, y ·,, Piara , tienen d e eftas eípecies mu. ,, cho menos , que las demas Nacio. ,, nes : lo que dar;!merite manifieíl:a, ,, que las Minas de Oro no firvcn tan,, to , con.o el Comercio, a enriquecer ,, un Eftado. · Explicandofe ma.s en otra parte del mirmo Libro, refieren: ,, Pua acabar de conocer, que fo. ,, lo e! Comercio es lo que enriquece ,, los .!Eíl:ados , baíl:ir~ decir , que no

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,, hai .Nacion tan falta cié Oró, y Pla~ ,, ta como la Elpañola , aunque cfios ,, dos metales fe crian con abundancia. ,, en fos Dominios : no obftante fe ha,, llan las dcmas Naciones mucho mas ,, furcidas de efl:os dos gene ros, por el ,, gran confnmo que fus mercaderlas ,, cieuen en Efpaña, y en todos fus ,, Rey nos, y Provincias dependientes~ ,, y en fin, parece que eíl:a gran Mo-: ,, narchla efüt calda folo por haver: ,, abandonado eíl:a importanc.i a, y def,, cuidado tanto el Comercio, y el ef-: ,, rablc:cimiento de muchas manufaétu..; ,, ras en todo el efpacio de fus vafl:as ,, Regiones. Eíl:a fioxedad ha fido ,, caufa de las riquezas, que oy tiene. ,, la Fr;incia; y mienrras hemos # co..; ,, merciado con los Efpanoles, nunca: ,, nos ha faltado Piara, ni Oro, aun en ,, las Guerras mas dificiks , y cofto-: ,, fas. En otro lugar del expreffado Libro ratifican efle diél:amcn , y hecho , di-:; ciendo: ,, Solo el Comercio es el que puede ,, atrahcr a un Eítado el Oro, y Plat;i, ,, primeros mobiles de todas lasaccio..: ,, nes: lo que es tan cierto, que Eípa,, ña , en cuyos Dominios fe crian ,, abundantemente efios dos metales, ,, carece mucho de ellos , por haver ,, mcnoípreciado el trafico, y las ma,, 11ufa.fü1ras ·; y apenas bafüm todas ,, las Minas de la America a pagar las ,, mercaderlas, y gcncros, (1ue las de• ,, mas Naciones de Europa llevan a Ef• ,, paña. Aunque parece que la Cola expref..: fion , y experi.:ncia de havcrnos fido; perjudicial el Comercio, que I de mu-: chos años a eíl:a parte, hem'os hecho con las Naciones, bJftaba para inferir la caufa de elle dafio: dire , para los que lo dudaren , qt1e le padecemos principalmente por h:avcr comprado a los Efhangeros mas gcneros, y frutos, _que los que les hemos vendid,o, cuya

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Az Hi;bla de los Fran,efasi.

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afsimifmo fe extrahen, no alcanza; ni con mucho, para la equivatente pcrmuta : con que es precifo , e incvitable , que el conúderable importe de la diferencia, fe fup!a, extrahiendole en Oro, y Plata, como fe extrahe todos los dias , dexandonos fin fubfiancia, ni. fuerza para los precifos dcfagravios, ni para la propria defenía; de todo lo qua! fe infiere , que ni el aumento del Erario , ni el beneficio publico, coníiíl:e en que las A,luanas produzcan cien mil, ni ducienros mil doblones mas al año , fino en que efia renta Ce govierne con los Aranceles, y demas reglas, que fueren mas convcnientcs al Comercio util de cíl:os Rcynos, y eípccialmence al aumento, y confervacion de las manufaéturas, que nunca poddn prevalecer , ú ef. pndo muy cargadas de contribucio~ nes , como lo eíl:an, fe facilita el ingreífo, y confumo de mucJ10s gcneIOs

de fuera, no menos con la exce(siva baxa de derechos , que con los frequentcs fraudes, como oy {ucedc, p:i.r.,. ticularmenre en Cadiz; porque es prin• cipio coníl:anre, que quanto mas cxcediere la entrada de las mercaderlas efirangeras a la extraccion de las pro:prins , tanto mas inevitable fcra nuef. tra ·ultima mifcria, y rnina ; úcndo los daños, que efto fuele caufar en tod o el Rey no, aun mayores , que los de las mas crueles Langoftas. Muy prefentes tienen las Nacrones eftos grandes perjnicios,particularmenre la Francia, Inglaterra , y Holanda , que para obviar füs furales confcqucncias, aplican, mtlly dieíl:ra, y prudentemente, la providencia de crecer los derechos en los generos eíl:rangeros, la entrada en fo Pals , quanto permiten los Tratados de Paces, y a veces excediendo , fin confencir baxa, ni gracia alguna; y al mifmo tiempo dexan ex• traher fus texidos , y otros compueftos, cob rando moderados derechos, y en algunos gencros los franquean en~ tcramentc; en cuya demoíl:racion me eíl:endere mas en otras Capítulos, y. en e!l:e incluir/:: folo los pocos exempiares íiguientes. Segun los Aranceles, que en los aflos de 1664. y 1667. efiablccio el Rey Luis XIV. füviendofe de la grande i11teligencia , y defüeza de fn laborioío Miniíl:ro Don Juan Bautifia Colbert , pagaban los Pafios dhange• ros, la entrada en Francia , mas de 15. por 1 oo. de fo valor ; pero dexaban exrraher los fabricados en fo R~¡·.: no lio cobrar mas de un m edio por roo; y otros compucl1cs folian enceramente libres ~e derechos; lo qual con!b por los referidos Aranceles, y otras Ordenanzas; que puedo añadie, que para dar mayor fomento a las manufall:uras de la grande, y abun• dame Provincia de LangHed oc , tiene cfiablecido el Govierno de Francia el auxiliQ _ de un doblon , que fe da it los due-

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de Comercio ,· y de·Marina.

é.lueños---·~ellas ; por cada pieza de treinta var s Franceías de Paño fino, que fabrlca ,y extrahen del Rey no. · En los materiales ob{crvan una regla can contraria a eíl:a (por convenir a(si) que para la falida imponen crecidos derechos en ellos, y a veces pro-. h iben enteramente la extraccion , dcbaxo de rig urofas penas , como pracrlcan en Inglaterra con fus Lanas, a fin de que fe beneficien en fu proprio Pals , y quede en el la g:1nancia grande de fu labor; pero para la entrada de los que nece[sican , efpecialmente para fus manufall:u_ras, eíl:ablecen cortifsimos derechos, y muchas veces los excepcuan enteramente; como fucede ~n Hoiaoda con las Lanas de E[paña, que entran francas, fegun fe manifieft a en fos Aranceles, imprelfos en Amfterdan el-año de 17 I o. porque como t an advertidos, y atentos al bien comun del Eíl:ado, tienen muy prefente, y desfrutan el conocimiento de que cíl:a mina es de mayor riqueza , abundancia, y lucro, que las del ·P orosl; pues la porcion de Lana, que les cucft a un doblon, la convierten en el valor , y íubll:ancia de cinco doblones, con beneficiarla, y reducirla a cexidos, ajuítando la quema, de que una vara de Paño fino tiene regularmente la quinta parce del valor en Lana , y el reíto en la maniobra , times , y otros gafios; de modo , que caíi las qnatro quintas partes quedan a beneficio de los que la labran , grangeando , con un millon de dinero en material, quatro millones de au mento; c,odo lo qual . manificíta lo mucho, que conviene fomentar las manufalturns, fin de exe~ _c ucar los Comercios con generos p roprios, lo menos , en la mayor parte.

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AUTORIDADES, ARGUMENTOS de los millarer de millono , que en Oro, y Plata fe han extrabido de ej/01 Reynoi, defde el defmbrimicnto de la Ameriía, pa,•a mayor p>'mba de lo daño/o, que 1101 es el ComerGio , qtJe battmo1 con /a1 Na.iones de Er,ropa.

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E la gran diferencia , que hai,

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pues, de lo que vendemos lo que compramos a los Eítrangeros , y de orros principios que eftan muy a la v iíta, fe puede argulr,que cada año, uno con otro, havri falido de Eípaña el valor de mas de quince millones de pefos, en Plata, y Oro; y íi alguno lo dudare, fe le puede preguntar, que fe lian hecho, y adonde han parado los milla ces de millones de pcíos, que defde el defrnbrimiento de las Indias fe han trasladado al continente de E(paña ? donde apenas ha quedado mas, q ue algun Vellon, o Caidcr illa de in~ correípondieme valor inrrinfeco al ex-trinfeco que poífee , y de cofiofa conducían , y trafico ; modera-da porcion de reales , y medios r eales de plata conos , y los reales de a dos , y fencillos de la nueva fabrica, que llaman Provincial, febles, faltos d e ley , pefo en cerca de un 2. 5. por 1 oo: defell:os a que fin duda puede arribuirfe el confervarfc eüa cona porcio n de moneda en Efpaña , y quedarfenos algo, que ayude a pagar los derechos Reales, y a traficar entre nofotros mifmos, Gn que fea todo permuta, como [ucede en muchos parages; fi t odavia no fe debieífe temer con ba ítantes fundamentos, que eítas que pudieran eftirnarre como ventaias , refpelto nueílra laíl:imofa prefente coníl:itucion , fe conviertan en fo!llo daño , y que las expreífadas monee.as úrvan d e ~fcala, y 4cu facilidaQ a los Extraéto~ · - · · - -• - - - ···res,

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'I'hcoricá , y Prttélica

.res, p:ira que á la póquifsima cofia , y ~rabajo de cambiar las defeéluofas, y febles por las fuertes, y de mejor ley, adquieran las pocas, que de efias han ,' luedado , y las que fuccefsivamente v engan de la America , cuyo aífompto comprehendo pide muy fé ria r efle:xion, y providencia corrcfpondiente a evita. las perjudiciah:s confequcncias , qu e es natural experimenten eftos Re y nos en el deípojo de fu maneda, tanto mas fcnfiblc, quanto es configniente, que al pa[o que fea mas la e xtracci.on, fe debiliten fus fuerzas, y fe fomenrcn las de los enemigos de la Mooarchla, en quienes fe difonde , y aun de losTurcos,y otros Inñeles,que obfünadamentc lo fon de nueíl:r:i Santa Fe , como fe explicara mas en otro _lugar. Dcíeando acreditar mas la grande éxtraccion , que fe ha· expreffado , de 'Pro, y Plata de Eípaña; introducirc aqui lo que algunos Autores , bien acreditados , han e[cüro en cíl:e affumpto.

El Doél:, Don Sancho de Moneada , Cathedratico de la Sagr::da Efcrit ura eL1 Alcala , efcriviendo por los años de 1619. dice en el difcurfo 3. cap. I. de fu Tratado, que, 24. años ames , fe reprefcnto a fu Magcíl:ad, que dc[de el de 1492. en que fe defcubrieron las Indias Occidentales, hafta el de 15 9 5. que fon 103. años, ha,v iau entrado en :F,fpa_ña , folo de las Indias, dos mil millones en Plata, y Oro, lo que correfponde a cerca de veinte millones al año , y fe confideraba , que havria venido a lo menos otro tanro fin regiftro ; y que de cant os millones, ferla dificil hall:ir en Efpafia docientos millones , los r oo. en moneda, y los otros I oo. en Plata, y Oro labrado ; y haciendofe ahora la quenra d cíde el referido año de 159 5. harta el prefente , que fon ciento y veinte y nueve, aun confiderando foJameut~ doce millones en cada !l_Qol

llegan a 1536. millones , y juntas las dos partidas , monran· 3 5 36. millones de pefos. Don Pedro Fcrnaodez de Navarrete , en fu Coníervacion de Mooarchlas , difcurfo 2 1. dice, que, fin contar el dinero, qne havia en Efpaña, ni lo qne íc luvia facado de las Minas de Guadalcanal, fe havian t rahido regifirados de las Indias ella r 53 6.: millones, de(de el afio de 1519. hafla: el de 61 7: lo que correíponde a mas de 15. millones al año, en los 98. que incluye eíl:e tiempo ; y confiderando_ a doce millones al año, en los 1 07., que hai defde el expreífado de 16r7.· haíl:a el prcfentc de 1724. y en los 27._ defde el de r492. que fe defcubrieron las Indias , h aíl:a el de I 519. en que empieza fu cuenta Navarrete, hacen I 596. millones ; y ambas partidas llegan 3 r 3 2. millones; y aña~icndo ii efto lo que havia en Efpaña, y lo mucho que fe havra crahido tambien de; las Indias íin rcgiftro, pallara el codo de cinco mil millones de pe.fas en Oro, y Plata , aun tomandolo por el me--: nor tanteo , que es el que hace Na-: varrete : cuyos fopucíl:os generales; antiguos , y modernos , paTece que tampoco fe deben difminulr , anees bien aumencarfe , por lo que en nncferos tiempos fe ha viíto llegar a Ca.; diz I particularmente de diez , udoce años a eíta parce , no obftante algunos embarazos de las Guerras , y la dilatada fufpcnfion, que ha havido en 1:1.s Floras de Galeones de Tierra-firme, pues en el difcurfo de quince, u diez y fcis años, llego folamcnte una con felicidad. Confiderefe, pues, ahora la Plata, y Oro, que havra en Eípaña, afsi en moneda , como labrado, y me perfoado , q ue ni los que difcunen mas alegres , eíl:enderan el concepto, ni a cien millones, auu in de ycnd o b Plata labr:ida de las Iglcfias, y de los Par~~culares ?. f5:)1! _11ue ~s confequcnc;a cla-

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a

de Comercio,y de Marina. clara , que todo lo demas fe ha facado, corrcípondiendo la cxtraccion annual a mas de veinte millones de pefos en Oro, y Piara , en los 2 3 2. años, defdc el de 1492. haíla el de 1724: de modo, que aun quede corro , quando al principio de eth: Difcurfo confideri: , que la extraccion annual corrcípor1derla a quince millones : que, entre los dos extremos, que de la puntualidad pueden aparrar a l fupucllo, o juicio prudencial, que fe forma, no debo rczclar tanto la ccnfura de lo moderado , como la nota de la exageracioo , que facilmeme fe desliza en hyperbole. Para eíl:a cíl:erilidad de Oro,y Plata , que fe padece en la 1\'1011archla, aunque uno , y otro nac-en en ella, conrri buye rambien mucho la extraccion de los millones , que todos los años pa!fan a Roma ; y gran parce de ellos, por cauía de introdocioncs abuíivas, que praétlca la Datarla, fegun la comun opinion; pero no me detcndre en cfpecificar ellos inconvenientes , hi en proponer las precauciones, c on que en otros Reynos, y Eftados Catholicos fe acude a obvfar femejantes perjuicios , por fer alfumpto muy fuperior a mi cono ingenio , y ageno de mi profdsion ; y aun , quando no concurrieffcn en mi eíl:os dos reparos, efcufarla la extenfion en ella materia, por confiderar, que en ella no bai que añadir al contenido de las reprefentaciones, que fe leen impretras en Efpaña, y que de orden, y en nombre del feñor Rey Don PhelipeIV. fe hicieron afo Santidad en Roma el año de I 6 33. por los Embaxadorcs de fu Magcfiad, el Obiípo de Cordova , y Don Juan Chumacero , del Confejo , y Camara 'de Caftilla, incluyendo en ellas el Memorial, que {os Rey nos de Caíl:illa junt os en Cortes, pulieron en fus Reales manos, Cobre diferentes agravios, que recibian en la Curia Romana, fundandolo to~o. ~-n los Q.~Ere~os de los Con-

7

cilios, y en los Sagrados Canoncs, cu~ ya obfervancia. foliciraron. CAPITULO

IV.

COMERCIO UTIL, r Q_UAL ES Lll. 1·egia general par11 ejiablrrtrit , y conftrvarle.

A.

Viíl:a de todos ellos h echos, no

fe puede dudar, que el Comer~

cío, que, de muchos años a efta parte, hemos hecho con las Nacio nes, ha fido muy nocivo al comun de efta Monarchla; y tambien queda expre!fada fa cauía efpecifica de que ha procedido nueíl:ro daiío en el mifmo Comercio: con que fera fucil comprehender, que para que fea util a noforros, y logremos todas las
a

a

ca~

8

.
canos, y Peruléros tanto aprecio, y recomendacion, por nuefira defgracia, quc los Comerciantes de Europa, para i ntroducirlos alla , los negocian con el premio de feis, i:1 ocho , y diez por ciento , que dan , ademas de fu valor intrin_feco , fin que para e.llo fe les ofrezca reparo, mediante expcrimentarfe, q_ue en Conllaminopla, el Cayro, y otros de aquellos parages, tiene efia moneda de premio halla cinquenta por ciento; con que a la fatalidad de deípojarfenos defde Cadiz, o fu Bahla de la mayor parte de los millones, que traen nueftras Floras, y ,G aleones, fe nos añade el gran defconfuelo de que fe lo lleven diverfas Naciones defafeél:as ala Monarchla, para facilitar , y acrecentar fus Comercios , y opulencia ; y fe nos figue tambien el dolor, de que muchos de. eftos millo• nes vayan defpues a parar en manos, ,y beneficio de los Turcos , y otros Infieles , para aumentar fus fuerzas , y nueftros daños; pues fe avran valido muchas veces de ellos m_ifmos caudales, y riquezas, para hacer fangrientas Guerras a los Chriftianos, efpecial~ mente en los Dominios de la Menarch1a E[paño!a ; porque, ademas del gran Comercio , que, con ellas tan apetecidas monedas , fe hace en Smirna, Gran Cayro , y otros Puertos de la Narolia, Palefiina, y Egypto, es evideni:e, que, de nueftro dinero, pa!fan tambicn grandes cantidades a Conftantinopla, en cuya Ciudad, y Coftas fe fomentan , y difponen los principales Armamentos contra la Chrifiiandad ; cuyas malas confequencias merecen la mayor atencion para aplicar el remedio, que fuere mas oportuno: por eftas, y otras confideraciones, feame permitido dudar a lo menos, íi en lo refpeltivo a caudales nos deben alegrar , o entrifiecer las noticias de haver lleg:tdo a Efpaña Navlos de Indias car1,ados de riquezas , inclinando me mas a su~ ~o ~~Q.i~~;qio! ~ntic ~n 12

tocante a imcrelfés, íiemprc que nos detuv.ielfemos a contemplar los inconvenientes , que a la prudente reflexion fe ofrecen de fu infellz , y perjudicial paradero; y que aun las comas porciones, que por entonces fe internan en ellos Reynos, Calen , pocos rocíes defpucs , en pago de las mercaderlas, que nos venden los Efirangeros en mayor camidad de las que 110s compran : todo lo qual nos debe efümu-. lar a trabajar con el mayor esfuerzo en las difpoficiones del Comercio, paraque l os caudales fe retengan en Efpaña; fin cuya diligencia fundamental , es impraélicable el remedio de nueftros males; y parece defpreciable la creeocia en que fe hallan algunos, de que, por medio de letras de cambio, fe efcufa la extraccion de dinero, pues la praél:ica de ellas , viene a fer folo, como una providencia preftada, interina, de que ufan alguuos Pani-. culares , y por medio de la qua! fe an-. ticipa la entrega del dinero en la par~ te donde fe necefsita; pero es precifo que los correfpondietues que lo exe..: cucan, fe reinregren por ultimo, yá fea en mercaderias , o en dinero fifico; y como los generas , y frutos, que oy1 falen de Efpaña, no alcanzan a la per~ muta en el Comercio que hace con los demas Púfe~ Efirangcros , es confe..: queme , que por una mano , ó por otra, fe fupla de un Rey no a otro , en dinero efeélivo , lo que en lo general no alcanza, ni puede facisfacerfe con mercaderlas; cuyo argumento es tan natura!, y claro, que ferla ociofa qual-. quiera mayor explicacion. Digno es tambien de reflcxion, y remedio el grave inconveniente , de que los Mahometanos de Berbeda fe palfa mucho dinero de Efpaña por los Puertos, y Villas de Sale,Tetuan, Oran, Argel, Tunez, Puerto Farina, y TripoJi , con el qua! nos hacen obllinada, y dañofifsima Guerra, efpecialmcnte por !a m.u~ gente que nos cautivan; pa:..

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a

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de Comercio , y de Marina. ra

cuyo rercate nós facan todos los anos fumas conúderables de dinero, ~n· que .les damos nuevas armas para nueO:ra rnlna: inconvcnie·mes gravifíiroos , y de tanto eícrnpulo de conciencia, en mi entender, q_ue piden la primera arencion del Govierno íupe~ior, para tratar , y cO:ablecer fu mas pronto remedio ; en cuyo a!fompto propondre de[pttes las providencias, que comprehendo fer mas oportunas, efücaces; aísi para obviar eO:os inconvenientes, como para apoyar nueCtra navegacion en todas las CoO:as de Efpaña, y que por eO:e medio tan effencial, fe nos facilite tambien un Go~ mercio util. · · CAPITULO Y-:

y

'NECBSSIDAD Q_UE HAI DE 'defvanecer la intdigenria rnal j11ndada, m q11e fa balian algunos de que fe di{m¡;. nuym las rentas con la concefsion de franlJ.ltirias , o moderaciones de derechos J los Fabl'iGantes , y otraJ l'tf{_las m 101 de la1 Aduanas.

Entado el principio, de que para confeguir Comercio util , es precifo vender a los Efüangeros mas de lo que fe les compra , queda aora por difcurrir los medios nus juO:os, efica.,: ces , )' feguros para confcguir eíl:c im, porrantifsimo intento ; de que ha de refultar, no menos, que reíucitar, y dár nuevo ser ala Monarchla, ponien_dola en la robuíH:z , efplendor, opulencia , y refpeto, que correfponde a fo gloriofo Dueño , y a fus fieles, Y, -~alerofos Va(fallos. Se ha referido yá , que, fin bue...: 'nas, y abundantes maniobras, no pue~ de· haver Comercio mil, y que tampoco es dable , que fe d\ablezcan, y -p erma.nezcan buenas , y muchas maniobras, fin franquicias, o moderaciones en los derechos , y ún bien regb;dos A.ranceles en los de las. Adua:::.

S

-9

nas, y íin otros auxiliós prop_orciona., dos , q ue folo fe pueden efperar de u na continua , y eficaz proteccion del Soberano, acompañada del zclo, aplicacion , y fatiga de los Minifrros, a. quienes roca ; con que debiendo fer las franquicias, o las moderaciones, Y. el reglamento de los Aranceles , la raiz, y los primeros mobiles del acier-· to pari todas eilas importancias , fe. tratara. de eO:os dos puntos, como fon-: damento principal para afianzar fu lo-: gro ; pero como qualquicra propoú-: cion que fe haga, dirigida a. la con-! ceísion de franquicias, ,o moderado--' nes, y a mejor regla en los derechos_ de las Aduanas, foele encontrar fuer-· tes opo!iciones de parre de alguna~ pcríonas de contrario diélamen; y que aunque muy zelofas del Real forvicio, y bien publico, fe mantienen en cfié íencir, ún duda, por no ha ver entrado. todavía en el conocimiento de algunas difpo íiciones , que , aunque parecen inferio res, conducen al principal acier-. to en los Comercios, y COL1Ícquente..; mcme al aumento del Erario, y de la poblacion, antes bien las ban cO:ima--: do perjudiciales a las Remas Reales, Y, a los arbitrios de los Pueblos, por lo: qual fe han malogrado en Erpaíía al_. gunas propoficio·nes, hechas a favor de las manufall:uras, y del trafico, es conveniente; que para que las que en ad clan te fe formaren , y coníultaren a: fu Magefiad en eíl:e aífumpto, no pa..; dezcan la mifma fatalidad , fe haga de-: moO:racion fegura , y clara, de qnc las franqtticias, que haíla aora- íe han con.; cedido a algunos p0cos de eíl:os Ope-· tarios, ni otras mayor~s, que propor... cionadame·nte fe les difpenfcn , no diíminuyen , ni difminuiran las Rentai_ Reales , ni las Municipales; y que an-: tes bien fe aumentatan conúderable~ mente; y que, por la novedad que fe propoudra hacer en los derechos d~ entrada, y falida, ni en otros, tampo-, .co padece:;~ detrimento d Erario, ni , ~ lo~

10 '.l'heorica los Pueblos, y que al contrario , refultara acrecentamiento en fus Rentas, pues {i con una f6lida, e indiípurablc manifeO:acion, no fe defvanecen , d efde luego , los expreífados mal con cebidos prefupueO:os con que fe han contrafiado, y hecho malograr haO:a aqui, las importancias del Comercio en fo origen, o en fu progreffo, [celan infrull:uofas, aoca, y en adelante, qualcfquicra providencias, que, por los Tribunales, Juntas, o Minitl:ros particulares , fe difcurrieífen , y propuíieífen a fu MageO:ad, para aumentarle, y coníervarlc ; porque mientras fub!iítiere el errado concepto de que, por las franquicias, y otras difpoficiones, fe difminuyen las Rentas,hallacan apoyo los que fon de efie parecer, y prevaleceran fos opoíiciones, y dill:amenes, a cofia del Real íervicio , y del bien comun; y afsi, para borrar efia engañofa inteligencia , harc aqui una breve explicacion, de que por cO:a caufa no fe difminuyen las Rentas Reales, ni las Municipales; remitiendo a otros Capitulos la demoíl:racion de los acrecentamientos, que, de eO:as moderaciones en los derechos , rcfulran a la Real Hacienda, con alivio de los Puebias. La Villa de Madrid pufo reparo en continuar la excmpcion de derechos en Vino, Azcyte, y Jabona N. :::: Fabricante de texidos de oro , plata, feda , y de otros generas en ella, adonde vino de fuera, y trabajaba #< en cftas manufall:uras con Privilegio de fu MageO:ad, en que fe incluye la referida exempcion , regulada a. que pueda

entrar iibrcs de derechos en la cxpreffada Villa diez arrobas de Vino , diez de Azeyte , y diez de Jabon en cada un año, de los veinte de fu P rivilegio, por cada Telar de los que cílablecieffe, y manruvielfe corrientes ; cuyos ¡relares, úendo los mas de rexidos buenos, que ocupan mucha ~ente, con# Año de l 7_1g'.

,y Praélíca íifien oy en doce; con que al referido rcfpeél:o fe reducira toda h franquicia a ciento y veinrc arrobas ele Vino, cicnto y veinte de Azcyte, y ciento y veinte de Jabon al año; y en rodas las tres efpecics no llegara a cinquenta doblones al año, aun úendo las Sifas en Madrid tan excefsivas como fe Cabe , lo que corrcfpondera a poco mas de quarro doblones por Telar al año; y fe cree, qlle en otra qualquicra Ciudad de Efpañ,a, no tocarla a dos doblones por Telar la mencionada franquicia. Pero ni aun en efra corta -cantidad de cinquenta doblones al año , fe perjudica a las Remas Reales, y Si fas; reípell:o de que cO:a franquicia es fola.. mente la que correfponde al mayor confumo, que de efios genero$ fe caufa, y procede de haver venido lamayor parte de cfios Operarios i la Villa. por r:azon de las Fabricas , como lo hicieron , dexando fus Patrias en orras Provincias, dentro, y fuera de Efpaiía; y cambien, porque algunos muchachos, y otros, que fe aplican a .trabajar en ellas, 110 caufaban derechos anees en eO:as efpecics , porq11e no trabajando , conGíl:irla fo principal alimento en pan, y en algunas baíl:as mal fazonadas legumbres ; de modo , que fi no fe huvie!fcn eO:ablecido en ella, no huviera havido eO:e aumento de confumo en los comeíl:ibles, que pa.. gan tributo; con que en perdonarles los dere-chos correfpondientcs a ellos, no fe baxa el valor de las Rentas : por cuya razon parece , que la Villa no tuvo juíl:o motivo para que:xade , ni fe debcda, con eO:e pretexto, abonar refaccion alguna al Arrendador de las Rentas Reales, ni al de las Sifas de Madrid ; y para quitarles el pretext~ de folicitarla , fe pudiera obíervar la refoludon , que fobre confulta de el Confejo de CafüHa de 30. de Oltubre de I 719. tomo fu Magefiad en 2 5. de Noviembre del miímo anQ, y es co¡nQ fe fi~u~~ ~Con~

.

.

de Comercio; y de Monedd.

;;, Cóhfiderañélo que eftas franqui,, cias no difminuyen , ni perjudican á ,, la Renta , o produüo d.e las Sifas de ,, la Villa de Madrid, y que antes bien ,, reciben beneficio, y aumento de las ;, Fabricas, que fe eíl:ableccn en ella; " ademas de las grandes ventajas, que ,, refultan al bien comun de mis Vaf~ " fallos , en la forma que fe expreífa ,, en el papel, de que remiro copia al ,, Confcjo , dc:claro , y ordeno , que. ,, las franquicias ·, que rengo concedí~ ,, das a ell:e Inrercfiado, y las que en ,, adelante difpenfare por femejuntes ,, motivos , fe entiendan , y tengan ,, ram bien fu cfeél:o en lo que toca ,, las Sifas de M:ldrid, a quien fe co·, , municara luego cfia rcfoludon , in.,, ,, cluyendo el citado papel para fu oh,. ,, fervancia; y para que fe eviten re"' ,, curfos de los Arrcndado,res , fe pon• ,, dril n por condicion eftas franqui-" cias, c¡uando fo ajuficn los rrarados ,, fucce(sivos. Parece queda futkientemente pro~ bado, que de efia franquicia no fé figue difminucion, ni otro perjuicio· il las ex:prcfiadas Ren ras , y Sifas ; y cort la mifma evidenda, y claridad fe pue.>: de probar, que unas , y otras recibcrt aumento por otro lado, p.rocedido d4 las mifmas Fabricas, y dcmas auxilios, ~ue fe las concede.

~APITULO :'ilI.:

a

CAPITULO

;v l.:

.PRIMER AtlMENT0,'1' BENEFICIO ,n las Rentas Reales, y en las Sifas, prow:lido de lasfranq11icia1,1 de otros 11u:,,,ílio1,

E

N la cxpreífada f'ranqoicia , éle

que trata el Capitulo amece
. t.r

Cerbcza, Tabacó, y otras ·cofas, éo½ 1110 tambien los generns necelfarios para fus veftuarios , y inuebles de ca'-. fa , pagando por entero los derechos,. que en lo referido eíl::in impueíl:o.s, afsi para la Real Hacienda ~ como para los efcll:os de la Villa ; y caufando.,, fe ell:e aumento por razon de los Fabricantes , que vienen a Madrid, o a otto Pueblo, convidado~ del buen era... to , que es preciCo coníervades , fe evidencia el gran beneficio, que rcfu!-: ta aunas , y otras Rentas,

SEGUNDO A rJ MENTO EN lA .f Juntas , por caufa de la1- r.tftrida1 Fa.., 1;,.;,,,, ,rn:rililld1t1.

O-

TRO beneficio logran tambien las Rentas , por cau fa de cfias maniobras : La referida franquicia concedida para cada Te!ar cortiente, apenas alcanzara al confumo del que texe, a lo illcnos en el Vino , y en el Azeyre ¡ y como un Telar, panicular~ tnente íiendo de labor , y dibuxo pri-: morofo; ocupa quarro , o cinco pee.a; fonas, afsi para ayudarle en el üío del miíino Telar, como en !as diverfas ma-: niobras, que tiene la Seda, la Piara, y, el Oro antes de rexerlos , ademas los que fe emplean en los inftrumcn,; tos; y dibuxos, es confequenre , qué todas ell:as perfonas, que viven con la11 Fabricas; y a quienes no alcanza la re-, f'erida franquicia ; paguen todos lo~ derechos de los comeíl:ibles, que con-; fumen elfos , y fus fantílias, focluío e( ,V ino , Jabon, y Azeyte , como ram-, bien de los genet'os que todos gaítán para fus ·velluarios , y otros ufos : con que es real, y dcmdfrrativo tambien efre (egundo aumento de Rentas, y Si-fas¡ por cauía dé las Fabricas; el qual crecerla; al pafio que (e acrecentaífo el numero de los Texedores , y domas pperarios ~ ~amo lo comprehendera;

de

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