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Ensayos 528 Educación Serie dirigida por Javier Restán

¡Cómo agradezco a mi padre haberme acostumbrado a preguntar las razones de todo, cuando todas las noches antes de acostarme me repetía: «Te debes preguntar por qué»! Luigi Giussani, Educar en un riesgo, 2006

El debate sobre el significado y valor de la educación, sobre el sujeto responsable de la tarea educativa o el papel del Estado en la educación de los ciudadanos, acompaña a nuestras sociedades occidentales desde hace más de 200 años inmerso en controversias muy radicales. La experiencia educativa es consustancial a la relación humana, a la experiencia de la familiao a la pertenencia a una comunidad, y sin embargo hoy, en Occidente, resulta absolutamente necesario volver a preguntarnos qué significa educar. Profundizar en esta pregunta y buscar una respuesta a la misma es la finalidad de esta Colección Ensayos Educación dentro de Ediciones Encuentro. No queda fuera de este gran interés por la educación ningún aspecto, desde el más histórico hasta la reflexión fil~sófica, desde las cuestiones más pedagógicas y didácticas hasta el debate sobre la organización de los sistemas educativos. Javier Restán Director de la Colección Ensayo Educación

JOHN HENRY NEWMAN

La idea de la Universidad I J. Temas universitarios tratados en Lecciones y Ensayos ocasionales

Prólogo de CÉSAR NüMBELA CANO Introducción, traducción y notas de VícTOR GARCÍA Rurz

El

ENCUENTRO

Título original The Idea of a University ©2014 Ediciones Encuentro, S.A., Madrid © del Prólogo César Nombela Cano © de la Introducción Víctor García Ruiz

Diseño de la cubierta: o3, s.l. - www.o3com.com

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los' derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www. cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:' Redacción de Ediciones Encuentro Ramírez de Arellano, 17-1 O.• - 2804 3 Madrid Tel. 915322607 www.ediciones-encuentro.es

ÍNDICE

Prólogo......................................................................................... NEWMAN EN IRLANDA: LA UNIVERSIDAD CATÓLICA Y OTRAS TRIBULACIONES ........................................................ .

5 13

1. CRISTIANISMO Y LETRAS. Conferencia impartida en la

Facultad de Filosofía y L·etras en noviembre de 1854 ........ .

25

2. LITERATURA. Conferencia impartida en la Facultad de Filosofía y Letras en noviembre de 1858 ....................... .

51

3. 1. 2. 3. 4.

LA LITERATURA CATÓLICA EN LENGUA INGLESA (1854-1858) La literatura inglesa en su relación con la literatura religiosa La literatura inglesa en su relación con la Ciencia ............... . La literatura inglesa en su relación con la Literatura Clásica La literatura inglesa en su relación con la literatura del día

76 77 79

86 98

4. ESTUDIOS ELEMENTALES (1854-1856) .................................... . 1. Gramática ................................................................................ . .. , 2. C ompos1c10n .......................................................................... . 3. Escritura latina ........................................................................ . 4. Conocimiento religioso general ............................................ .

109 111

5. UN MODELO ACTUAL DE INCREDULIDAD (1854) ................... . Cómo piensa ............................................................................... . Cómo actúa ................................................................................. .

157 157

5

126 139

148

167

6. LA PREDICACIÓN UNIVERSITARIA (1855)................................

179

7. CRISTIANISMO Y CIENCIAS FÍSICAS. Conferencia impartida en la Facultad de Medicina en noviembre de 1855 ...................

202

8. CRISTIANISMO E INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA. Conferencia escrita en 1855 para la Facultad de Ciencias........................

228

9. DISCIPLINA INTELECTUAL. Discurso dirigido a las Sesiones Vespertinas en noviembre de 1858........................................

252

10. CRISTIANISMO Y CIENCIA MÉDICA. Discurso dirigido a los estudiantes de Medicina en noviembre de 1858.........

275

GLOSARIO.....................................................................................

289

6

PRÓLOGO La Universidad, territorio del saber

La distancia en el tiempo no solo no disminuye el valor de la reflexiones de John Henry Newman, sino que acentúa la necesidad de recurrir a ellas como referencia para el quehacer universitario. Tomo prestada una expresióh del propio texto del libro para titular este prólogo. «Universidad en los términos que he utilizado no es solo que ocupe todo el territorio del saber, sino que es el territorio mismo», sentencia Newman. Un análisis tan lúcido y sugerente como el que se desgrana en las páginas que siguen, basado en una cultura tan vasta sobre el conocimiento y el saber, de la que hace gala el autor, sirve para confrontar nuestro criterio actual sobre las instituciones de enseñanza superior. La Universidad es una institución milenaria; milenaria es también la aspiración al progreso basado en el avance del conocimiento, al igual que el cultivo del estudio y la reflexión sobre todos los temas, con vocación de universalidad; como sucede con el desarrollo del debate y la crítica ilustrados, en una permanente búsqueda de las fronteras del saber para lograr su expansión. Para Newman, la Universidad «pretende mucho más que acoger y alojar, como en una posada, todo arte y toda ciencia, toda historia y globalidad». En la era de las nuevas tecnologías, en momentos como los actuales de proliferación de centros universitarios, con miles y miles de ellos funcionando en el mundo, cuando se plantea una 7

La idea de la Universidad

verdadera competencia por atraer a los mejores profesores y estudiantes, cabe preguntar qué papel puede jugar una Universidad, en la que los saberes convivan en armonía y avancen para beneficio del conocimiento. Porque las propuestas de Newman, sus ideas que tan diáfanas resultan en este libro, plantearon una visión de enorme valor y futuro. El saber disciplinar, el único que permite profundizar de lamanera que el estudioso es capaz, es compatible con un respeto mutuo entre las disciplinas, cada una consciente de sus posibilidades y sus límites. Altamente anticipador resultó Newman al formular, por ejemplo, que no puede existir antagonismo entre el saber teológico y la indagación sobre la naturaleza propia de la Física. Nada más oportuno cuando en aquellos tiempos pugnaban, quienes pretendían que la Ciencia había de eliminar cualquier visión trascendente de la vida humana, con quienes podían estar dispuestos a descalificar a la Ciencia moderna si su efecto era el de cuestionar las explicaciones tradicionales sobre el mundo y sus orígenes. A estas alturas de la Historia podemos postular con claridad que el afán de saber, la formulación de preguntas sobre la realidad, son actitudes compatibles con una visión religiosa que propone el que también la indagación desde la Teología es una tarea universitaria. Así lo han planteado, y lo plantean, numerosas universidades del mundo más avanzado, aunque en nuestro país la Teología fuera apartada de la Universidad civil desde hace tiempo, algo que ha resultado empobrecedor. Los afanes por saber -por investigar y transmitir lo investigado- definen mejor que nada la tarea universitaria. Y lo honrado es entender el campo propio, con sus métodos y sus límites, al tiempo que valorar otros saberes y adentrarse en lo que pueden aportar entre disciplinas. Evocar estas reflexiones de Newman, escritas hace más de un siglo, nos acerca a entender mejor lo que hoy llamamos multidisciplinariedad e interdisciplinariedad, cuestiones en las que hoy se sitúan los mejores avances del conocimie.nto. 8

Prólogo

Igualmente importante es la defensa de la libertad académica que formula Newman en este libro, compatible asimismo con la universidad-católica. Sigue teniendo sentido una universidad confesional; además, el éxito académico y científico de muchas así lo corrobora. Porque la aceptación de la apertura a una verdad superior puede ser acicate y estímulo para la búsqueda de la verdad esencial en el mundo universitario. Esa ampliación de la racionalidad científica que con tanta claridad ha formulado Benedicto XVI también está en nuestro autor, que hizo de su vida una permanente búsqueda de la verdad, sin renunciar a la formulación de sus propuestas desde la caridad. Entre las más de diecisiete mil universidades existentes en el mundo se pueden identificar los más diversos modelos. Seguiremos debatiendo acerca del porvenir de las diversas modalidades de centros de educación superior. Desde la universidad no presencial, que formula incluso propuestas de formación masiva on-line, a la universidad científica que pugna por incorporar a sus filas a los científicos más destacados del mundo. De lo que no me cabe duda es que el modelo propuesto por Newman sigue teniendo vigencia, aun mayor cuando el desafío universitario actual está más que nunca en el saber multidisciplinar, así como en la combinación de saberes. Los problemas que la Humanidad afronta en estos momentos deben tener una respuesta desde el conocimiento responsable. La formación de universitarios tiene que estar inspirada en esos dos aspectos. La competencia científica y profesional resulta incompleta si se carece de la formación humana que lleva a la responsabilidad, una actitud que de poco sirve si falta la competencia en el manejo del conocimiento. Desgranar estas páginas puede resultar altamente sugerente para el lector, reforzando al tiempo su compromiso universitario. César Nombela Cano Rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo 9

Para Santiago, viejo amigo en las antípodas, y para Reyes

NEWMAN EN IRLANDA: LA UNIVERSIDAD CATÓLICA Y OTRAS TRIBULACIONES

Lo primero que habría que hacer es explicar el título y los subtítulos de la Idea de la universidad, que son de por sí algo complicados.1 La complicación procede de la historia de los textos, de cómo fueron concebidos, de cóm¿ fueron expuestos oralmente, y luego publicados, o no; sueltos. o en forma de libro; y de cómo fueron recibidos. El título completo oficial es La idea de la universidad, definida e ilustrada / l. en nueve Discursos pronunciados ante los católicos de Dublín / II. en Lecciones y Ensayos ocasionales dirigidos a los miembros de la Universidad Católica. Una idea clara es que el libro tiene dos partes. Pero esto no es todo en cuanto a títulos, porque Newman asignó a cada parte un subtítulo propio: l. La enseñanza universitaria considerada en nueve Discursos. Y 11. Temas universitarios tratados en Lecciones y Ensayos ocasionales. Lo habitual es llamar «Discursos» a la primera parte,2 y «Lecciones y Ensayos» a la segunda. A esta complicación hay que añadir otra más, que procede de esta edición que ahora se publica bajo el título 1

Creo que traducir The Idea of a University como ¿Qué es la universidad? respondería al sentido; pero no me parece practicable. Una opción posible sería Una idea de universidad. Sin embargo, para no añadir desconcierto entre los lectores, decido mantenerme dentro de la tradición castellana que conoce este texto como La idea de la universidad o La idea de una universidad. Que yo sepa, no existe una versión española íntegra de The Idea of a University. 2 Puede leerse en traducción castellana de José Morales. 13

La idea de la Universidad

de Idea de la universidad: Temas universitarios tratados en Lecciones y Ensayos ocasionales. Con este título algo farragoso se pretende indicar que en el presente libro solo se traduce la segunda parte, sin renunciar por ello al título general, más ampliamente conocido, de La idea de la universidad. Los hechos que llevaron a la redacción de estas Lecciones o conferencias, y estos Ensayos son conocidos. El 15 de abril de 1851 Newman recibió una carta del Arzobispo de Armagh, Paul Cullen, pidiéndole ayuda para fundar una universidad católica en Irlanda. Además de consejos, le pedía «unas cuantas conferencias o lecciones sobe educación». En julio de ese mismo año, Cullen visitó a Newman en Birmingham y le ofreció el rectorado de la futura universidad. Buena parte de los obispos irlandeses, movidos por Cullen, respondían así a la fundación en 1845 de una universidad no confesionalmente protestante en Dublín, la Queen's University of Ireland, planeada en principio como gesto de buena voluntad por parte de Londres hacia los católicos, segregados hasta entonces del confesional y anglicano Trinity College (Dublín). Como'Roma y un poco más de la mitad de los obispos irlandeses se oponían a que los católicos acudieran a una universidad mixta con protestantes, se impuso la tesis de promover una universidad católica en Irlanda según el modelo de la Universidad católica de Lovaina, refundada en 1834. Todo ello coincidió con un tiempo de mucha preocupación para N ewman por el asunto Achilli, un caso judicial en el que fue condenado por calumnia,3 y que explica la dedicatoria de la primera parte 3

Giovanni Giacinto Achilli (1802-¿ ?): dominico italiano destituido por seducir mujeres repetidamente. En 1840 protagonizó una violación en la sacristía de la iglesia de san Pedro de N ápoles; la policía lo expulsó dos veces de la ciudad. En 1841 la Inquisición lo condenó a tres años de penitencia en una remota casa de los dominicos en Nazzaro. Huyó a Corfú, donde abrió una capillá' protestante y tuvo relaciones con la mujer de un sastre; fue llevado a juicio en 1843. Se sabe que estuvo en Zante con la: mujer de un cantante. En julio de 1847 fue nombrado profesor del Colegio de Malta, institución protestante conocida por su apertura hacia los sacerdotes católicos apóstatas, pero fue despedido :para impedir una

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Newman en Irlanda: la Universidad católica y otras tribulaciones

de la obra. 4 Newman empezó a preparar el primero de sus Discourses a finales de 1851, al mismo tiempo que era confirmado como recto;, y estaba pendiente de fijarse la fecha de comienzo del juicio. Los cinco primeros Discursos los pronunció en Dublín, semanalmente, a lo largo del mes de mayo y primera semana de junio de 1852. Newman no se sentía cómodo en absoluto teniendo que hablar a un público desconocido y tuvo muchas dificultades para escribirlos, aunque 1e consoló saber que fueron bien recibidos. Se publicaron sueltos en Irlanda. El 22 de octubre estaban ya terminados los Discursos 6, 7, 8 y 9 pero no fueron expuestos públicamente. A finales investigación sobre la conducta de otros dos apóstatas a los que Achilli había corrompido. En 1849, durante la Revolución, se casó en Roma con una tal Miss Heley. La Alianza Evangélica lo llevó a Inglaterra en 1850 y, tras ser recibido por el Ministro Je Exteriores Lord Palmerston, recorrió el país dando mítines anticatólicos. Newman se refirió públicamente a él en una conferencia en Birmingham el 28 de julio de 1851 -justo diez días después de la visita en que Cullen le ofreció el rectorado- y Achilli, apoyado por la Alianza, lo llevó a juicio por calumnia. El escándalo coincidió con la alarma en la sociedad inglesa por las secesiones a Roma y con la campaña anticatólica tras la restauración de la Jerarquía en 1850. Newman consultó con Wiseman antes de citar a Achilli en su conferencia y este le prometió que tenía pruebas, pero a la hora del juicio no las pudo aportar ni fue posible conseguir documentos. Tampoco se logró que se aceptara como válido el testimonio de las muchachas seducidas, que habían viajado desde Italia. Achilli juró que la acusación era falsa -aunque en ese momento había en Londres cuatro denuncias contra él por seducción- y Newman fue condenado. Al término del juicio, en 1853, desacreditado en Inglaterra, Achilli marchó a América, donde se hizo swedenborgiano. Envió a su mujer de vuelta a Italia y en 1859 comparecía ante un Juez de Jersey City por adulterio con una señorita a la que abandonó, junto al hijo de 8 años, en Nueva York. Dejó una carta donde amenazaba con suicidarse y declaraba que los espíritus le llevarían a la presencia de Dios. Newman, por su parte, no guardó rencor a Achilli e incluso una vez soñó con que se lo encontraba y le daba un abrazo. 4 Hospes eram etcollegistis Me. En agradecido y perenne recuerdo/ de sus muchos amigos y benefactores,/ vivos y difuntos,/ en casa y en el extranjero,/ en Gran Bretaña, Irlanda, Francia, / en Bélgica, Alemania, Polonia, Italia, y Malta, / en Norteamérica y en otros países, / que con sus decididas oraciones y sacrificios, / y con sus generosos e insistentes esfuerzos, / y con sus espléndidas limosnas, / han destruido para él la tensión / de una gran ansiedad, / ESTOS nrscuRsos, / ofrecidos a nuestra Señora y a san Felipe cuando aquella comenzó, / compuestos bajo la presión que ella provocaba, / terminados en la víspera de su final, / les son dedicados con respeto y afecto / por el autor. / En la fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen María, 21 de noviembre de 1852.

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La idea de la Universidad

de ese año recordaba que estos Discursos fueron «el libro que más me ha costado escribir» de cuantos había escrito hasta entonces (LD 15, 183). Los nueve Discursos se recogieron en un volumen con el título Discourses on the Scope and Nature of University Education. Addressed to the catholics ofDublin y fecha de 1852, aunque en realidad salió en febrero de 1853. Newman quedó muy contento del resultado. Mientras tanto, el asunto Achilli empezaba a tomar proporciones: en noviembre del 51 Newman y los suyos ya andaban metidos en abogados, gastos y viajes a Italia para lograr que las muchachas seducidas aceptaran ir a Inglaterra para testificar. El juicio se celebró en la Sala del Queen's Bench entre el 21 y el 25 de julio de 1852 (LD 15, 105-09). Newman pasó esos días alojado en el Oratorio de Londres «día y noche casi, ante el sagrario» (LD 15, 104, n. 2). El veredicto fue contrario. El Juez Lord Campbell, que había mostrado su hostilidad con retrasos poco justificados, se negó a admitir las pruebas presentadas. Jueces y jurado actuaron «según su naturaleza y la llevan a cabo según la voluntad de píos. ¡Pobres S!)mbras!, ¿qué son ellos para nosotros?», escribe Newman en una carta (LD 15, 107). La sentencia en firme debía esperar hasta noviembre. Su hermana Harriett, que había cortado toda relación con él desde su conversión en 1845, murió el 17 de julio, y su tía el 10 de agosto. «No puedo dejar de pensar que el veredicto Achilli fue una de las causas directas de la muerte de ambas», según Newman. El 21 de noviembre vuelve a Londres para la confirmación de la sentencia. Sus abogados le presionan para que acceda a solicitar un nuevo juicio, pero Newman está decidido a aceptar la sentencia injusta con tal de darel asunto por terminado: «si hay algo que pueda acabar conmigo es seguir adelante» (LD 15, 199). Los médicos confirman que «si no salgo de tanta angustia y dejo descansar los nervios moriré de la enfermedad de Swift [perturbación mental]» (LD 15, 200). Otro punto es el dinero: a las 8.000 libras ya gastadas, habría que añadir las 5.000 16

Newman en Irlanda: la Universidad católica y otras tribulaciones

de un nuevo juicio (LD 15, 204; 200), y no las tiene. 5 El lunes 22 de noviembre Newman es llamado para escuchar la sentencia. Allí mismo, en la sala, en el último momento, y por obediencia, accede a la solicitud, ante el criterio unánime de sus cinco abogados, que se niegan a que Newman sea públicamente considerado culpable. El nuevo juicio es una reivindicación no solo del honor de N ewman, sino de las muchas personas que se han comprometido con la causa; es, además, una jugada para poner en dificultades a la otra parte. 6 Por su parte, Newman ha acudido con la. maleta hecha, dispuesto a ir directamente a la cárcel desde la sala del juicio (LD 15, 206)-y hasta había pedido permiso al Cardenal para poder decir Misa en prisión. También había preparado un alegato que no fue autorizado a pronunciar. 7 De nuevo, meses de tensión.' En enero del 53 la petición de un nuevo juicio se rechaza «por motivos técnicos» (LD 15, 209, n. 1). De nuevo, el juez Campbell le impide pronunciar su alegato y el lunes 31 de enero la condena es firme. El juez Coleridge lee: «la sentencia de la Sala sobre usted es que pague a su Majestad una multa de 100 libras y que sea encarcelado en la prisión de la Reina (en primera clase de Delitos menores), hasta que pague dicha multa» (LD 288, n. 1). A continuación, «padecí un horripilante sermoncito de Coleridge, cuyo tema fue mi "deterioro moral". Yo, que había sido una de las más brillantes luces del Protestantismo, que él se había deleitado con mis libros, que había admirado mi espíritu de mansedumbre, etcétera, etcétera» (Suyo con afecto 178). La opinión 5

Teniendo en cuenta que, para poner en marcha la Universidad católica, Cullen puso a su disposición 2.000 libras, se verá que los gastos legales eran enormes. 6

Entre otros motivos, estaba que Achilli pretendía que las 1.100 libras que adeudaba a sus abogados las pagara Newman. 7 Puede leerse en Suyo con afecto 178-80. 8 Por indicación de Wiseman -«el Cardenal me ha sometido a obediencia» (LD 15, 205)-Newman pasa unas semanas de reposo a final de año en Abbotsford, la casa cerca de Edimburgo que había pertenecido al novelista Walter Scott y que había heredado James Hope-Scott, gran amigo y consejero de Newman (ver Suyo con afecto 169-77).

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La idea de la Universidad

pública entendió que, condenando a pena tan leve, los jueces habían querido cubrir las apariencias de un juicio injusto, y que Newman y la causa católica habían sido reivindicados. 9 En Irlanda, por su parte, el tiempo iba pasando y las cosas se empezaban a torcer para el proyecto de la Universidad Católica, sobre todo porque las relaciones con Cullen, ya arzobispo de Dublín, no funcionaban. A este, en primer lugar, no le gusta que Newman vaya y venga tanto a Birmingham. Quiere un Rector a tiempo completo. Pero Newman es Superior del Oratorio y tiene asuntos que atender en Inglaterra. Y esto no es todo: Cullen no quiere tanto laico entre el personal de la Universidad y le disgusta que Newman tolere a los nacionalistas irlandeses. Cullen tampoco deja a Newman nombrar un vicerrector de su gusto. Las consultas o peticiones que el rector le dirige no son siquiera respondidas. Los años pasan y la actividad universitaria va tomando cuerpo, pero llega un momento en que la comunicación entre ambos es nula y la dimisión de N ewman se produce el 12 noviembre de 1858. La razón que alega es su incapacidad para dedicar más tiempo al rectorado, pero en realidad Newman se da cuenta de que la Universidad Católica de Irlanda nunca llegaría a realizar la idea que él había entendido: una universidad para «católicos de habla inglesa» (ingleses de Inglaterra y de todo el Imperio, irlandeses, americanos), donde se enseñaran todos los saberes y todas las ramas del saber, incluidas las nacientes ciencias y técnicas, y no solo liberal arts. El gran problema es que a los católicos ingleses esto no les interesaba, y a los católicos irlandeses solo les interesaba si se trataba de una universi~d irlandesa. Durante los años en que Newman pudo actuar como rector, cruzó el canal decenas de veces, visitó a los obispos irlandeses,1° y trabajó muy intensamente 9

«Naturalmente, la multa se pagó en el acto y salimos de allí en triunfo entre los ¡Hurras! de doscientos "paddies" [irlandeses]. En el exterior del Tribunal todo el mundo atronaba con sus gritos» (Suyo con afecto 178). Al leerse la sentencia, el público se echó a reír (LD ·1 s, 288, n. 1) -como en los melodramas judiciales . 10 . También intentó visitar a Edward Copleston, su primer Provost en Oriel en los años veinte, ahora Arzobispo anglicano de Dublín, pero este no quiso

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Newman en Irlanda: la Universidad católica y otras tribulaciones

en Dublín. Pero Cullen se inmiscuyó en sus atribuciones y hasta impidió en el último momento que Newman fuera hecho obispo. (Ker xix-xx). La Universidad Católica sobrevivió hasta 1882, en que se fundió con la Royal University of Ireland, recién creada. 11 Tras los nueve primeros Discursos, el rector de la Universidad de Irlanda pronunció otras diez conferencias -las que aquí se traducen- que, en su mayoría, se publicaron sueltas en la revista de la universidad, la Catholic University Gazette. Pocos años después Newman decidió publicarlas como libro. Son las Lectures and Essays on University Matters, que salió en Londres en 1859. El final de la historia de este libro singular no llegó hasta 1873, cuando Newman reunió los nueve Discourses y las diez Lectures and Essays en un solo volumen. Para dar unidad a esos materiales más o menos ºdispersos, Ne'Yman inventó el famoso título, La idea de la universidad, y los diversos subtítulos cuyo fin es adaptar a un amplio número de lectores lo que inicialmente se dijo oralmente a un público concreto y difícil, del que Newman sabía poco. Con ese mismo fin, revisó el texto de los Discursos tan drásticamente que se justifica su afirmación de que era el escrito que más le había costado en su vida. En cambio, ya conocedor del terreno, Newman introdujo pocos cambios en nuestra segunda parte, las Lectures and Esssays. Hay que decir, no obstante, que estos escritos a los que dio lugar la Universidad Católica de Irlanda obtuvieron en su día poca repercusión -a pesar de que el volumen La idea de la universidad recibirle. Son entrañables las cartas que N ewman escribe durante estos años a sus oratorianos de Birmingham -no faltaban problemas en la joven comunidad-, contándoles con buen humor sus pequeños incidentes diarios (Suyo con afecto 16497) y bromeando con un posible libro que se llamaría Sórdidos desastres y curiosas catástrofes de un viajero por las salvajes regiones del Oeste (Suyo con afecto 186). 11 Entre 1870 y 1873 Newman redactó un «Memorandum about my Connection with the Catholic University» (Autobiographical Writings 280-333) donde recoge su punto de vista. En 1896, ya muerto N ewman, el oratoriano William Neville preparó, aunque no para el público, un volumen misceláneo titulado My Campaign in Ireland. Part I: Catholic University Reports and other papers by Cardinal N ewman donde se recoge documentación relacionada con esta empresa: cartas formales, decretos, informes, discursos, artículos.

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La idea de la Universidad

alcanzó la 9.ª edición en 1889. En nuestros días, no es extraño encontrar opiniones que hacen notar cierta falta de unidad, o incluso contradicciones, en un libro cuya composición fue tan accidentada. Ker (xlii), por su parte, pone todo su esfuerzo en reivindicar «su claridad y coherencia». En cuanto al contenido concreto de La idea, el punto central de la primera parte, los Discourses, es la relación entre el «liberal knowledge» y la religión, con un gran énfasis en la idea de que la teología es parte del conocimiento. Nuestro texto, las Lectures and Esssays, tiene un enfoque menos abarcador y se centra en ramas más concretas del saber. Así, las tres primeras tienen que ver con literatura. En «Cristianismo y letras» encontramos afirmaciones rotundas como que los estudios de la Facultad de Filosofía y Letras «son casi el objeto directo y el alimento básico del ejercicio intelectual propio de una universidad» o que «la universidad vive, con toda vehemencia, de la Facultad de Artes, o Humanidades». Newman reconoce que «los clásicos», tal como ~e estudiaban en la universidad inglesa del XIX, siguen siendo los medievales trivium y quadrivium, las Artes Liberales; no obstante, el problema no reside en el potencial de esos estudios humanísticos, sino en la práctica, porque las cosas podrían ser de otro modo: es muy notable también lo pronto que los escritores latinos pasaron a ser libros de texto en las escuelas de chicos. Hoy no se estudia a Shakespeare o a Milton en nuestro sistema educativo, pero los poemas de Virgilio y Horacio, lo mismo que los de Homero y los autores griegos antiguos, iban en las carteras de los escolares a los cien años de haber sido escritos. La cuestión en este punto no es qué ciencia es más importante desde el punto de los. contenidos, si las ciencias o la teología; sino cuál es el «el mejor medio de cultivar el intelecto y la mejor garantía 20

Newman en Irlanda: la Universidad católica y otras tribulaciones

de progreso intelectual». Son cosas que ya ocurrieron en el pasado, como Newman describe, en relación con la escolástica o con Bacort. Pero a este «no habría hecho falta recordarle que el progreso de las artes útiles es una cosa y cultivar el espíritu es otra». Lo que se pretende con esta «educación liberal» es «fortalecer, refinar y enriquecer mejor las facultades intelectuales. El conocimiento de los poetas, historiadores y filósofos de Grecia y Roma obtendrá este fin, como certifica una larga tradición. Pero no hay ninguna experiencia de que el estudio de las ciencias experimentales vaya a obtener el mismo resultado». En el siguiente ensayo, «Literatura», Newman parte de un concepto de Literatura como «el uso o ejercicio personal de la lengua»; es decir, la lengua y el estilo de los escritores como el instrumento para obtener Q.O solo el viaje intelectual del individuo a través de las épocas sino también la construcción interna de las comunidades y su relación con las demás culturas, hasta convergir en la unidad del género humano: Si el poder de la palabra es un inmenso don[ ... ], si el origen del lenguaje es algo que muchos filósofos consideran poco menos que divino, si el lenguaje saca a la luz los secretos del corazón, calma el dolor del alma, borra el dolor escondido, expresa la compasión, imparte consejo, registra la experiencia, perpetúa la sabiduría; si mediante los grandes autores los muchos se congregan en unidad, se fija el carácter nacional, habla todo un pueblo, y el pasado y el futuro, el Este y el Oeste se ponen en comunicación mutua; si, en una palabra, esos hombres son los portavoces y los profetas de la familia humana, no es de recibo despreciar la literatura o descuidar su estudio. En «La literatura católica en lengua inglesa» Newman aborda el punto de cómo enseñar literatura inglesa a católicos cuando la literatura inglesa se ha formado en el protestantismo y grandes escritores 21

La idea de la Universidad

como Milton o Gibbon «respiran odio hacia la Iglesia católica». La única salida es estudiarlos, teniendo en cuenta que la literatura, en todos los países, también los católicos, refleja la naturaleza humana en lo que tiene de pecaminoso: «la obra del hombre sabe a hombre; excelente y admirable en lo que tiene y en lo que puede, pero inclinada al desorden y al exceso, al error y al pecado. Así será también su literatura». El cuarto de los ensayos, «Estudios elementales (Gramática, Composición, Escritura latina, Conocimiento religioso general)» desciende a muchos detalles acerca de la formación a través del lenguaje y la escritura, poniendo énfasis en la idea de que aprender a pensar con rigor no es una cuestión de lógica, sino más ,bien de aprender a expresarse por escrito. La verdadera educación, la educación liberal, consiste justamente en esa práctica, que llevará al alumno a «saber realmente lo que dices que sabes», a «saber lo que sabes y lo que no sabes». Newman el satírico se lo pasa bien pintando casos de estudiantes y padres de estudiantes que confunden la pedantería con la verdadera educación, que consiste «no en tragar conocimientos sino en masticarlo; y digerirlos». Lo que importa no es el libro o el maestro sino la formación de la persona, que es sobre todo auto-formación, a medio camino entre la anarquía y el autoritarismo. Por eso aconseja: no te ates a tu maestro como a un peso muerto, lo que te dan no es una fórmula sino un modelo del que has de partir, lánzate con el corazón y la cabeza a lo que tengas entre manos, «y así tendrás a la vez todas las ventajas de tener profesor y todas las de ser autodidacta; serás autodidacta pero sin rarezas y recibirás instrucción pero sin sus convencionalismos». N ewman parece evocar aquí su mala experiencia en los exámenes de Oxford, en los que fracasó por carecer de urt buen tutor que embridara su ardiente afán de lecturas. La sección sobre el Conocimiento religioso nos resulta hoy un tanto forzada y seguramente responde a circunstancias concretas del momento; pero el punto central sí conecta con lo anterior: para poder discutir de religión, primero hay que saber de religión. 22

Newman en Irlanda: la Universidad católica y otras tribulaciones

En el quinto ensayo «Un modelo actual de incredulidad» se ocupa Newman de la relación entre racionalismo y fe religiosa, volviendo a un tema de amplio espectro, como en los Discursos de la primera parte. Pero ahora lo aborda desde la retórica de la sátira, tomando la postura del otro y pintándola a la luz más favorable posible. Es decir, haciendo atractivo al enemigo. De esa manera, la refutación final resulta más eficaz, aunque este modo de argumentar ponía nerviosos a sus adversarios, que lo consideraban demasiado sutil, pura sofistería. Quizá lo más brillante de su mucha experiencia de debate con el racionalismo es su comentario sobre el papel que juega la Imaginación: paradójicamente, las ciencias tienden a reducir el ámbito de nuestro conocimiento porque nos empujan a pensar que solo existe lo positivo. El problema no es la razón, sino la Imaginaci6n: «la Revelaci_ón presenta a nuestro intelecto un aspecto del universo completamente distinto del que nos presentan las ciencias»; no es la razón sino la imaginación la que se desconcierta ante esa «cosa extraña». A los racionalistas se les nubla la cabeza con la religión porque se imaginan cosas que no son; si fueran más racionales, habría menos problemas. Aunque hoy nos pueda resultar un tanto fuera de lugar, «La predicación universitaria» incide en una idea muy cara a Newman, que ya hemos encontrado antes: poner las cosas por escrito «es una manera superior a cualquier otra de estimular las facultades mentales, el talento lógico, la originalidad, la capacidad de ilustración y la articulación de los temas». Los dos siguientes Ensayos o conferencias sobre Cristianismo y Ciencias Físicas, y Cristianismo e Investigación Científica, 12 regresan al gran tema del momento, la relación, o más bien oposición, entre ciencia y religión. Lo más importante de la posición de N ewman podría resumirse en su confianza en el Tiempo como el gran campeón de la Verdad y de la Libertad de 12

En 2011 se publicó una traducción castellana de estos dos ensayos y del décimo sobre la ciencia médica, con el título Cristianismo y Ciencias en la Universidad.

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La idea de la Universidad

Pensamiento. La Imaginación -en el sentido que antes señalaba- y la impaciencia, en cambio, son la peor receta para solucionar discrepancias que el Tiempo y el estudio acaban por solucionar: si hay algo que parece estar probado por un astrónomo, un geólogo, un cronólogo, un historiador o un etnólogo en contra de los dogmas de la fe, al final resultará que ese punto: o bien, primero, no se ha probado; o bien, segundo, no es contradictorio; o bien, tercero, no es contradictorio con nada de lo realmente revelado, sino con algo que se ha confundido con la Revelación. Newman, que suele ser bastante bueno poniendo ejemplos, prosigue: Y si, por el momento, parece ser contradictorio, ese católico se contentará con esperar, sabiendo que el error se parece mucho a los demás delincuentes: si les «das cuerda» suficiente, muestran una fuerte tendencia al suicidio. Quiero decir que hará lo que pueda por animar al futuro su~cida. No solo le dará toda la cuerda que necesite sino que le enseñará cómo manejarla y ajustarla: presentará el asunto al escrutinio de la razón, a la reflexión, a un juicio ponderado, al sentido común; y al Tiempo, ese gran intérprete de tantos secretos. Con motivo de las Sesiones Vespertinas, el ensayo «Disciplina intelectual» insiste en]a idea de que el aprendizaje no es un proceso hidráulico por el que el conocimiento pasa mecánicamente, como el agua de la jarra al vaso, del maestro o el libro al estudiante, sino una formación activa de la mente, «una conversación entre quien da la clase y ustedes», y no «la estéril burla del conocimiento que procede de asistir a grandes lecciones, o del mero brujulear entre revistas, semanarios, periódicos y demás literatura del día» . . Por cierto que, en. este ensayo, el inglés y el converso -dos notas difíciles de aceptar por irlandeses que aún sufrían las consecuencias 24

Newman en Irlanda: la Universidad católica y otras tribulaciones

de la gran hambruna de 1845, la Great Irish Famine-, se permite esta afirmación: «en el pasado se ha maltratado y se ha abusado miserablemente de los irlandeses». Algo más que una captatio benevolentiae, cuando va más allá: «Y así, se pide y se exige una retribución por crímenes pasados, que sea proporcionada tanto a su maldad como a su duración». En cuanto a la venerable ciencia médica (discurso n.º 10), Newman aborda su relación con las verdades de la moral y la religión partiendo de la experiencia, tan humana, de que los buenos profesionales desarrollan un celo por su profesión que les lleva «a pensar que no hay cosa más importante que su profesión, y que el mundo no podría ir adelante sin ella». Pero aunque la salud corporal sea muy importante, «no es el único fin del hombre, y la ciencia médica no es la cienci:t más alta de la_s que tienen al hombre por objeto»; el hombre tiene alma y mente y, a veces, «el médico tiene que ceder ante el sacerdote. No es que el médico no esté diciendo algo absolutamente verdadero desde el punto de vista de la medicina»; hay dos verdades, la moral y la médica, y aquella debe prevalecer si no hay sitio para las dos a la vez. De aquí extrae Newman «la tentación y el peligro particular a que está expuesta la profesión médica», que consiste en admitir la siguiente máxima: «Lo que es verdadero es lícito». El problema, claro, es que «la naturaleza física está ante nosotros, patente a la vista, pronta al tacto y apelando a los sentidos de una forma tan inequívoca que la ciencia que se funda en ella es tan real para nosotros como el hecho mismo de nuestra existencia», mientras que la moral y la religión «carecen por completo de esa luminosa evidencia. En vez de presentarse ante nosotros de forma que no haya posibilidad de pasarlas por alto, se presentan como dictados de la Conciencia o de la Fe. Son como sombras y contornos apenas visibles; ciertos, sí, pero tenues». Así es la condición del hombre, como si el Comandante de la India recibiera órdenes directamente desde Londres y no desde Calcuta: «dependemos de una sede de gobierno que está en otro mundo; nos dirigen y gobiernan 25

La idea de la Universidad

a base de barruntos que vienen desde lo Alto». Pero, además, «necesitamos un gobierno local aquí abajo, en la tierra». Calcuta es la Iglesia católica, «un antagonista presente y visible contra la vista y los sentidos». Piensa Ker (lxxiii) que, en este final, la idea de Newman sobre la Iglesia establece un gran paralelo con su idea de la Universidad. La Iglesia es el representante del principio religioso, la universidad el representante del intelecto. La universidad sería un poder intelectual, al igual que la Iglesia es un poder religioso. La Iglesia es imperial, es decir, Una y Católica; la universidad es un imperio en la esfera de la filosofía y la investigación. La Iglesia sería el guardián del círculo de las verdades dogmáticas; la universidad el alto poder protector de todo el círculo del conocimiento. Si Newman considera que la Iglesia es «un poder eminente y sobrenatural puesto sobre la tierra para hacer frente y dominar a un gigante de maldad» (Apología 288), también lo es que «entre los objetivos del quehacer humano -estoy seguro de que puedo afirmarlo sin exageraciónninguno es más alto ni más noble que el que contempla la fundación de una Universidad» (ensayo sobri Cristianismo e Investigación Científica). 0

En los tiempos de Wikipedia, tiene poco sentido cargar el texto con notas a pie de página; primero, porque muchas de las referencias -Tomás de Canterbury, san Juan Crisóstomo o Euclides- no lo merecen, por respeto a los lectores; segundo, por la facilidad actual de acceso a informaciones de ese estilo. En suma, mi criterio ha sido, por un lado, insertar la menor cantidad de notas posible; es decir, solo las referencias que me parecían algo recónditas y dignas de elucidarse. Cuando las notas son originales de Newman o proceden de la edición de lan Ker se indica con la abreviatura JHN o IK; en lo,s demás casos, las notas son mías. Advierto que las citas que Ker (IK) hace de los textos de Newman siguen la edición uniforme, en 36 volúmenes, publicada por Longman's, Green & Co., entre 1868 y 1881. 26

Newman en Irlanda: la Universidad católica y otras tribulaciones

El otro aspecto de mi criterio en cuanto a apoyo al texto ha sido elaborar un Glosario donde he reunido nombres e informaciones, más o menos recurrentes a lo largo de los Ensayos, con el fin de aligerar el texto principal. He tenido un serio problema con el usted, que me ha llevado a adoptar un criterio ecléctico. En general, tiendo a emplear la segunda persona del plural (vosotros, vuestro) en lugar de la tercera, porque me p,trece más acorde con el tono del texto, que busca leerse en el siglo XXi, y no escucharse formalmente en un severo salón decimonónico lleno de retratos de próceres y de señores muy tiesos con bigotes puntiagudos, barbas y largas patillas, y mucha levita. Lo cual tiene además otras ventajas: comparen ustedes, por ejemplo, la frase «creo que no estaré malgastando vuestro tiempo, si hago ... », con la torpe y pedregosa expresión «creo que no estaré malgastando el tiempo de ~stedes, si hago: .. »; o con las frecuentes ambigüedades pronominales del castellano: «creo que no estaré malgastando su tiempo -¿el de quién?-, si hago ... ». Pero en aquellos momentos, más o menos aislados, en que se impone el ustedes, por el motivo que sea, me paso al enemigo sin demasiados escrúpulos. Confío en que este detalle -las vacilaciones en el tratamiento- resulte perturbador solo a unos pocos lectores y que la gran mayoría ni siquiera se dé cuenta.

VGR Universidad de Notre Dame, invierno de 2011 Oxford, agosto de 2013

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La idea de la Universidad

Obras citadas

Ker, Ian T., ed. John Henry Newman. The Idea of a University: defined and illustrated, J. In nine Discourses delivered to the catholics of Dublin, JI. In occasional Lectures and Essays addressed to the members of the catholic University. Oxford: Clarendon Press, 1976. Abreviatura: IK. Morales, José, trad. John H. Newman. Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria. 2.ª ed. Pamplona: Eunsa, 2011. Newman, John Henry. Apologia pro vita sua. Edición, traducción y notas de Víctor García Ruiz y José Morales. 2.ª ed. Madrid: Encuentro, 2010. Newman, John Henry. Autobiographical Writings. Ed. Henry Tristram. London/New York: Sheed & Ward, 1956. Newman, John Henry. Cristianismo y Ciencias en la Universidad. Trad. Philip Muller. Pamplona: Eunsa, 2011. Newman, John Henry. Suyo con afecto: autobiografía epistolar. Edición, traducción y notas de Víctor García Ruiz. Madrid: Encuentro, 2002. The Letters and Diaries of]ohn Henry Newman. Edited at the Birmingham Oratory with notes and an introduction by Charles Stephen Dessain, I.T. Ker, Thomas Gornall, Gerard Tracey, y Francis J. McGrath. 32 vols. London/New York: T. Nelson. 1961-2008. Abreviatura: LD.

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LA IDEA DE LA UNIVERSIDAD I J. Temas universitarios tratados en Lecciones y Ensayos ocasionales

A SU SEÑORÍA WILLIAM MONSELL, Miembro del Parlamento, etcétera, etcétera1

Mi querido Monsell Me creo en el derecho de pedirle licencia de anteponer su nombre al pequeño volumen subsiguiente, dado que se trata de un trabajo llevado a cabo en un país tan querido de usted y en favor de una empresa en la que siente un tan vivo interés. No oso dar el paso sin alguna esperanza de que será digno de su aprobación, al menos a cuenta de aquellas partes que ya han recibido la aprobación de las doctas personas a quien fueron dirigidas, y por cuyo deseo han sido publicadas. Pero, aunque nada hubiera que las hiciera recomendables excepto el hecho de que proceden de mí, sé bien que usted las recibiría como prenda de la verdad y la constancia con que soy, mi querido Monsell, Suyo con todo afecto, John Henry Newman Noviembre de 1858 1

Actualmente Lord EmlyQHN). Fue Lord Emly desde 1874. La dedicatoria y la alusión a Irlanda se justifican porque Monsell era terrateniente en Limerick y fue diputado por ese condado irlandés entre 1847 y 1874. Fue uno de los católicos que se entrevistó con el obispo Cullen en Londres en 1851 para hablar del comienzo de una Universidad católica. Tras ese encuentro, Cullen ofreció a Newman ser el rector. En 1852, Newman pasó una semana en las tierras de Monsell en Tervoe, condado de Limerick, preparando esta segunda parte de la Idea de la universidad. Monsell mostró mucho interés por los asuntos de la reforma agraria en Irlanda. (IK).

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ADVERTENCIA

Ha sido el sino del autor a lo largo de toda su vida que los libros que ha publicado surgieron, en su mayor parte, de deberes que le fueron encomendados, o de circunstancias del momento. Rara vez ha podido el autor decidir sus propias materias de estudio. La presente recopilación de Lecciones y Ensayos, que escribió siendo Rector de la Universidad Católica de Irlanda, no es una excepción. Más bien, exige que esa consideración se tenga en cuenta como explicación de la escasa armonía que es patente entre unas y otras de sus distintas secciones, algunas de las cuales fueron compuestas para su pública exposición, otras con la libertad con que se escribe una pieza anónima. No obstante, cualquiera que sea el inconveniente de semejantes desigualdades de tono y carácter, el autor no va a fingir el menor arrepentimiento por haberse empeñado en hacer comprender una y la misma idea importante, la que se le había encomendado, mediante los procedimientos, más graves o más ligeros, pero siempre legítimos, que se le vinieron a la mano. Noviembre de 1858

1. CRISTIANISMO Y LETRAS

Co1_1ferencia impartida en la Facultad de Filosofía y Letras en noviembre de 18542

1.

Es cosa muy natural, caballeros, ahora que inauguramos en esta nueva universidad la Faculta·d de Filosofía y Letras -o, como sellamaba antes, la Facultad de Artes- que dirijamos nuestra atención a la cuestión de qué materias son las que generalmente se incluyen bajo ese nombre, qué lugar ocupan y cómo llegaron a ocuparlo en la universidad y en la educación que proporciona la universidad. Eso sería lo natural en semejante oportunidad, aunque la Facultad de Artes ocupara solo un puesto secundario en el sistema académico; pero, para nosotros, hacerlo es casi obligado al considerar que los estudios que esa Facultad alberga son casi el objeto directo y el alimento básico del ejercicio intelectual propio de una universidad. A pesar de la particular conexión que históricamente ha existido entre las instituciones universitarias y ciencias como la Teología, el Derecho y la Medicina, no es despreciable en absoluto el hecho de que la universidad se base formalmente y viva, con toda vehemencia, de la Facultad de Artes, o Humanidades. Esa ha sido precisamente la meditada decisión de los que con mayor profundidad e imparcialidad han considerado el asunto (ver Huber). La de Artes 2

Se pronunció el 9 de noviembre, según informa la Catholic University Gazette (publicación de la Universidad Católica de Irlanda) 16 (nov. 1854): 193c200.

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La idea de la Universidad

existió antes que las otras facultades. Los poseedores de un título en Artes eran los que componían los órganos de dirección y decisión en la universidad. El éxito y la popularidad de las facultades de Derecho y Medicina, con razón, se consideraron una invasión, una usurpación, y fueron recibidos con resistencia y recelo. Cuando se formaron los colegios y se convirtieron en el instrumento y medio de acción en la universidad, no hicieron más que confirmar la hegemonía de las facultades de Artes o Humanidades. Y por eso, también en nuestros días, en aquellas corporaciones académicas que han conservado sus orígenes medievales más que otras -las universidades de Oxford y Cambridge- se habla casi exclusivamente de «Humanidades» y, en cambio, apenas se nombran la Teología, el Derecho o la Medicina. Al considerar la razonable vinculación que solemos hacer entre la universidad y esas tres doctas profesiones, surge un fenómeno que merece consideración y explicación por sí mismo, al tiempo que es una circunstancia que realza el sentido y la importancia del acto que nos ocupa estas últimas semanas. Y creo que no estaré malgastando vuestro tiempo si hago una sugerencia que podrá allanar la dificultad, al tiempo que ilustra el hecho.

2.

En este punto, caballeros, tengo que retrotraerme un buen trecho y pediros que repaséis el desarrollo de la Civilización desde el principio de la historia. Si seguimos el desarrollo de la historia del hombre en los últimos tres mil años, veremos que discurre así: a primera vista advertimos fluctuaciones, agitaciones, flujo y reflujo, tanto que casi desesperamos de encontrar alguna constante en sus movimientos más allá de tener el planeta tierra como espacio y la humanidad como contenido. Pero si miramos más de cerca y con mayor cuidado, a pesar de los materiales heterogéneos y las historias 34

Cristianismo y letras

y fortunas variadas que se han dado en la raza humana en el largo período mencionado, alcanzaremos a ver que se ha formado algo en meclio del caos, cierta estructura, una y solo una, que se extiende no por todo el orbe, pero sí por gran parte de él. El hombre es un ser social y difícilmente puede existir fuera de una sociedad y, de hecho, sobre la tierra habitable siempre han existido pueblos. La mayoría de estas agrupaciones han sido de tipo religioso o político, y han sido relativamente limitadas en cuanto a extensión y tiempo. Se han formado y después disuelto por la fuerza de los hechos o por circunstancias inevitables. Y no podemos hacer mucho más que enumerarlas una por una. Pero hay una Sociedad muy notable, que llama la atención del filósofo, una sociedad que no es política o religiosa, o al menos solo lo es parcial y no esencialmente, que comenzó en lqs tiempos más .remotos y creció en sucesivas eras hasta alcanzar su completo desarrollo, y después continuó vigorosa e infatigable, y que permanece hoy tan clara y firme como siempre lo fue. Su vínculo de unión es una Civilización común. Y aunque hay otras civilizaciones en el mundo, al igual que hay otras comunidades, esta Civilización, junto con la sociedad que es su creación y su hogar, es tan particular y luminosa en su carácter, tan expansiva en sus límites geográficos, tan imponente en su duración y tan claramente sin rival en la faz de la tierra, que con justicia puede reclamar el título de Sociedad Humana y su civilización el término abstracto de Civilización. Desde luego, existen enormes y distantes sectores de la humanidad no incluidos, ahora ni nunca, en esta Sociedad Humana; pero son sectores alejados y nada más, fragmentarios, disociados, aislados y sin significado propio, que protestan y se resisten a la gran formación central de que hablo, pero que no se unen entre sí para formar un todo que le haga frente. Claro está, no niego con esto la civilización china, por ejemplo, aunque no sea nuestra civilización; sin embargo, se trata de una civilización inconmensurable, estática, nada atractiva, hosca. Tampoco niego que los hindús 35

La idea de la Universidad

sean una civilización, o los antiguos mejicanos, o los sarracenos, o (en cierto sentido) los turcos; pero cada una de estas razas tiene su propia civilización, separ~da una de otra, y de la nuestra. No veo cómo se las puede colocar bajo una idea común. Son autosuficientes, como si no existieran las demás; son locales; muchas son perecederas; ninguna de ellas tiene punto de comparación con la Sociedad y la Civilización que he descrito como la única merecedora de esos nombres, y de la que paso a hablar por extenso. Caballeros, permitidme observar que no entro en la cuestión de las razas, o su historia. No hago etnología. Tomo las cosas como las encuentro en la superficie de la historia y me limito a catalogar fenómenos. Al mirar, pues, los países que rodean el mar Mediterráneo, veo que son desde tiempo inmemorial el lugar de una conjunción de intelecto y espíritu tal que merece llamarse el Intelecto y el Espíritu de la Humanidad. Comenzando y avanzando desde unos centros determinados hasta que sus respectivas influencias se cruzan y entran en conflicto, mezclándose y combinándose finalmente, se ha generado un Pensamiento común y se ha definido y establecido una Civilización común. Egipto es un¿ de esos puntos de inicio, Siria otro, Grecia un tercero, Italia un cuarto, y el Norte de África un quinto. Después, Francia y España. A medida que pasa el tiempo y la colonización y la conquista operan sus cambios, vemos que se forma una gran coalición entre naciones de la que el Imperio Romano es la más madura e inteligible expresión; una coalición que no es política sino mental, que se basa en las mismas ideas intelectuales y que avanza con métodos intelectuales comunes. Y esta asociación o mancomunidad social, con todos sus contratiempos, cambios y rupturas, permanece hasta hoy; desde luego, no exactamente en el mismo lugar, sino .con alteraciones, que son solo parciales y locales, y por otro lado, con una evolución tan bien combinada y armoniosa, y una continuidad tan visible que sería del todo absurdo negar que a lo largo de todo ese tiempo ha sido una y la misma cosa. 36

Cristianismo y letras

En su época más temprana la gran mayoría de sus territorios pertenecían al mundo oriental; en tiempos más recientes ha tomado dentro de su área un nuevo hemisferio. En la Edad Media perdió África, Egipto y Siria, y se extendió hacia Alemania, Escandinavia y las Islas Británicas. En algún momento, su territorio se vio inundado por razas bárbaras y extrañas, pero la Civilización del momento tuvo el suficiente vigor como para vivificar aquello mismo que amenazaba con sofocarla, y logró asimi.lar dentro de las viejas estructuras sociales aquello mismo que venía a eliminarlas. Y así, la Civilización de los tiempos modernos permanece igual a como era antaño; no china o hindú o mejicana o sarracena o de cualquier otra denominación no conocida, sino que es el descendiente directo, o más bien, la continuación, mutatis mutandis, de la Civilización que comenzó en Palestina y Grecia. Al considt;rar las caracte:ísticas de esta gran sociedad civilizada de que estoy tratando, creo que tiene derecho a ser considerada como la Sociedad y Civilización representativa de la raza humana, como su resultado más perfecto y, de hecho, su límite. Y los sectores de la raza humana que no se unen con ella quedan fueran subsistiendo como anomalías, claramente prescindibles, aunque por esa misma razón no interfieren con lo que, a diferencia de ellas, ha llegado a ser importante y ha crecido hasta formar un todo. A esta comunidad, pues, la llamo enfáticamente y de forma preeminente Sociedad Humana y a su espíritu el Espíritu Humano, a sus decisiones el Sentido de la humanidad, a su disciplinado y cultivado estado Civilización en abstracto y al territorio en que se asienta el orbis terrarum o Mundo. Porque, si mi descripción no es estrafalaria, el objeto que estoy contemplando es como la huella que imprime el sello a la cera, que la recorta y da forma circular a la mayor parte del material blando presentando ante el ojo algo definido, ocupando el espacio de manera que ya no admite en él ninguna otra figura; y así perdemos de vista y olvidamos los trazos irregulares o los trozos de cera que quedaron fuera y sin sentido, porque solo nos fijamos en el círculo armonioso que atrae nuestra imaginación por completo. 37

La idea de la Universidad

3. Antes de l:iablar de la educación y de los niveles de educación que el Mundo Civilizado -como podría llamarlo- ha impuesto y exige, me gustaría llamar vuestra atención, caballeros, sobre el hecho de que este mismo orbis terrarum que ha sido el asiento de la Civilización resulta ser, en conjunto, el asiento también de esa sociedad y organismo sobrenatural que nuestro mismo Hacedor en persona nos ha dado: la Cristiandad. Claro está que la sociedad natural y la divina no coinciden exactamente, ni ahora ni nunca. A medida que el territorio de la Civilización, lo mismo que ella, cambiaba a lo largo de los tiempos sin que por ello dejara de ser ella misma, así, de forma parecida, el Cristianismo ha quedado en parte fuera de la Civilización y la Civilización en parte fuera del Cristianismo, pero en conjunto, una y otro han ocupado uno y el mismo orbis terrarum. A menudo, claro, han caminado pari passu [al mismo paso] y en todo momento ha existido una muy íntima conexión entre ambos. El Cristianismo no surgió hasta que el orbis terrarum alcanzó su forma más perfecta, y enseguida se fundió con él, y desde entonces ha cooper~do y a menudo ha parecido la misma cosa que la Civilización que es su compañera. Se dan analogías entre Civilización y Cristianismo. Al igual que la Civilización no cubre toda la tierra, tampoco el Cristianismo la cubre; pero nada hay que sea como la una ni como el otro. Ambos son únicos en su esfera. Como ya he dicho, hay amplios y remotos sectores del mundo, en cierto sentido cultos y educados que, si lograran existir unidos, constituirían un segundo orbis terrarum, el ámbito de una segunda y particular civilización. Pero cada uno de ellos es civilizado según un principio e idea propios, o por lo menos están separados unos de otros, y no se han desarrollado juntos, mientras que la Sociedad y Civilización que he descrito es un todo orgánico. De igual manera el Cristianismo se funde en un cuerpo inmenso que se basa en ideas comunes. También existen, no obstante, grandes organizaciones religiosas que están al margen unas de otras, y del 38

Cristianismo y letras

Cristianismo. Es más, el Cristianismo, lo mismo que su caso paralelo, la Civilización, continúa en el mundo sin interrupción desde el día de· su comienzo, mientras que otras religiones, grandes, locales y aisladas, surgen y desaparecen, o se estancan sin remedio, de una época a otra, en todos sus aspectos. Hay otra analogía muy destacable entre Cristianismo y Civilización, cuya mención me permitirá abordar el punto central de mi exposición, del que lo dicho hasta el momento no ha sido más que una introducción. Sabemos que el Cristianismo se basa en ideas, principios, doctrinas y escritos bien concretos dados por Dios en el momento de su inicio, que nunca se han cambiado por otros y que no admiten añadidura alguna. No voy a comparar nada que sea obra del hombre o que pertenezca al orden natural con algo que procede del cielo y es por tanto infalible, irreversible y obligatorio. Pero hecha esta re~erva, para no ser malinterpretado, haré hincapié en que, de hecho, considerando históricamente el caso, también la Civilización tiene sus principios y sus posturas comunes, su doctrina y, especialmente, sus libros que, unos más y otros menos, proceden de los tiempos más antiguos, y que de hecho poseen igual valor y dignidad, y empleo hoy, que cuando se adoptaron al comienzo. En una palabra, los Clásicos y los temas y estudios a que ellos dieron lugar o, por usar el término más apto a nuestro actual propósito, las Artes o Humanidades, han sido siempre, en conjunto, los instrumentos de educación que ha adoptado el civilizado orbis terrarum, del mismo modo que los libros inspirados, las vidas de los santos, los artículos de fe y el catecismo han sido siempre el instrumento de la educación cristiana. Esta consideración, caballeros (por descender sobre el asunto propio de la ocasión que nos reúne hoy aquí), inviste la inauguración de la Facultad de Filosofía y Letras de una solemnidad e importancia peculiares, porque al proseguir con esos augustos métodos de dilatar el espíritu, cultivar el intelecto y refinar los sentimientos en que ha consistido siempre el desarrollo de la Civilización, no hacemos sino continuar una antigua tradición. 0

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La idea de la Universidad

4.

En el país que ha sido cabeza y fuente de dones intelectuales, en la era que precedió o introdujo los primeros núcleos de la Sociedad Humana, en una era apenas histórica, podemos discernir pálidamente un personaje casi mítico que, dejando al margen los personajes del Viejo Testamento, puede llamarse el primer apóstol de la Civilización. Lo mismo que los apóstoles en un orden mayor de cosas, era pobre y sin hogar, y débil en la carne, aunque estaba destinado a hacer cosas tan grandes y a permanecer en los labios de cientos de generaciones y de pueblos innumerables. Un ciego, tan nómada que cuando alcanzó la fama resultó imposible averiguar su lugar de nacimiento, y se dijo: Siete ciudades famosas pelean por Homero muerto, Las mismas donde Homero vivo buscó su pan en vano. 3 Pero en su día fue famoso; e ignorante de en qué inmensa medida sus deseos se cumplirían suplicó cori tiernos sentimientos, mientras vagaba por las islas del Egeo y las costas de Asia, que quienes le conocieron y apreciaron conservaran su memoria cuando ya no estuviera entre ellos. Al contrario que la orgullosa jactancia del poeta romano (si lo dijo en serio): «Exegi monumentum aere perennius» [he levantado un monumento más duradero que el bronce. Horacio, Oda 30], aquel se contentó con abrigar la esperanza de que alguien cuya llegada se ha esperado con placer pueda causar pesar con su partida y ser recompensado con la simpatía y alabanza de sus amigos, incluso en presencia de otros bardos. Se le atribuyen unos versos en que dirigiéndose a las mujeres de Delos en ese tono que he descrito, dice: 3

«Seven famous towns contend for Homer dead,/Through which the living Homer begged his bread». Los versos pueden leerse en el poema «On Homer», de Thomas Seward (1708-1790)-pero dice «wealthy», no «famous» (IK).

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¡Salud!; de mí también en el futuro haced memoria, siempre que alguno de los hombres moradores • de la tierra, un extranjero atribulado, aquí llegado pregunte: «Muchachas, ¿qué varón es para vosotras el más melodioso entre los aedos que aquí acuden y con cuál más os gozáis?» Y vosotras, ,todas a un tiempo, responded con alabanzas: «Un varón ciego, vive en la rocosa Quíos». [Himnos homéricos 3, vv. 166-72]4 El gran poeta permaneció ignorado durante siglos; es decir, desconocido para lo que consideramos la fama. Sus versos los conservaban sus compatriotas, serían el recreo secreto de miles de ellos, pero no se recogieron en volumen alguno, no se consideraban como una unidad ni eran objeto de estudio. Hasta que un noble ateniense se tomó el trabajo de reunir los fragmentos dispersos de un genio que no había aspirado a la inmortalidad, los puso por escrito e hizo de ellos el principal libro de texto de la educación en la Antigüedad. Y así, el que se podría llamar vagabundo cantor de baladas experimentó, para su sorpresa, una especie de canonización literaria, y fue investido del oficio de atraer las jóvenes mentes de Grecia hacia los nobles pensamientos y los hechos audaces. Conocer a Homero pronto significó ser un caballero educado, y esa norma, reconocida en las épocas de libertad en Atenas, permaneció como una tradición en momentos de degradación. Jenofonte nos presenta a un joven que se sabía de memoria tanto la Ilíada 4

Traducción de José B. Torres. Himnos homéricos. Ed. y trad. José B. Torres. Letras universales, 373. Madrid: Cátedra, 2005. Los Himnos homéricos, compuestos en los siglos VIII a VI a.C., son una colección de treinta y tres poemas griegos dedicados a los dioses, que durante la Antigüedad se atribuyeron a Homero. Precisamente el himno 3, dedicado a Apolo (dios nacido en Delos) y al establecimiento de su oráculo en Delfos, le fue atribuido a Homero por Tucídides y Aristófanes.

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como la Odisea. 5 Dión de Prusa atestigua que eran de los primeros libros que se ponían en manos de los niños, 6 y Horacio afirmó [Epístolas 1, 2, 3-4] que enseñaban la ciencia de la vida mejor que los libros de los Estoicos y los Académicos. Alejandro Magno alimentó su imaginación con las escenas de la Ilíada. Al pasar el tiempo, otros poetas como Hesíodo y los trágicos se sumaron a Homero en las tareas de la educación. Las augustas lecciones del deber y la religión, la justicia y la providencia que tienen lugar en Esquilo y Sófocles, pertenecen a una escuela más alta que la de Homero, y los versos de Eurípides, incluso en vida, eran tan habituales en los labios de los atenienses y en los oídos de los extranjeros que, según se cuenta, los cautivos de Siracusa se ganaron la libertad a cambio de recitárselos a sus conquistadores. Esta poesía podría considerarse también Oratoria dada su gran capacidad de persuasión; y la combinación de esos dos atributos ha existido desde el momento en que los versos de Orfeo, según el mito, lograron que los bosques, los ríos y las fieras fueran en pos de él. Sin embargo, pronto la Oratoria pasó a ser ella misma un arte, que se llamó Retórica, de la que los sofistas fueron los grandes maestros. Es más, como la Retórica era especialmente política por naturaleza, presuponía o introdujo el cultivo de la Historia y así la obra de Tucídides se convirtió en uno de los medios por los que Demóstenes se alzó como el primer orador de Grecia. 5

Symposium o Banquete 3, 5. Dice Calias «'ahora te toca a ti, Nicerato, contarnos en qué saber pones tu orgullo'. Y él respondió: 'Mi padre, que se preocupaba de que llegara a ser un hombre de bien, me obligó a aprender todos los versos de Homero, y aun ahora sería capaz de recitar enteras de memoria la Ilíada y la Odisea'» (traducción de Juan Zaragoza. Jenofonte. Recuerdos de Sócrates. Económico. Banquete. Apología de Sócrates. Ed. Juan Zaragoza. Biblioteca clásica Gredos, 182. Madrid: Gredos, 1993). Los poemas de Homero se consideraban fuente de sabiduría y virtud, y constituían la base del sistema educativo griego, como nos explica Newman en este pasaje. 6

«Homero es el primero, el medio y el último en ofrecer a todo el mundo -niños, adultos y ancianos- todo cuanto cada cual pueda asimilar» (Discursos 18, 8, Traducción de Gonzalo del Cerro Calderón. Dión de Prusa. Discursos, 12-35. Biblioteca clásica Gredos, 127. Madrid: Gredos, 1989. 132).

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Cristianismo y letras

Pero no será necesario trazar con más detalle el desarrollo de la educación liberal. Baste con los ejemplos dados a modo de ilustración. Las materias en que finalmente consistió fueron principalmente cuatro: Gramática, Retórica, Lógica y Matemáticas. La ciencia de las Matemáticas, a su vez, se dividía en cuatro: Geometría, Aritmética, Astronomía y Música, haciendo un total de siete, que se conocen como las siete Artes Liberales. Y así se formó una escuela intelectual específica, fundada en ideas y métodos de un carácter particular, un c~rácter (podríamos decir) de lo más elevado y verdadero, que poco a poco amalgamó, asimiló y se posesionó de esa muchedumbre de naciones que he considerado que representa a la humanidad y abarca el orbis terrarum. Si pasamos de Grecia a Roma, nos encontramos con el comentario habitual .de que Roma erodujo pocas cosas originales, que no hizo más que tomar prestado de Grecia. Y es cierto. Plauto copió de Menandro; Virgilio de Homero, Hesíodo y Teócrito; y Cicerón confesó que se limitaba a reproducir la filosofía griega. Pero, concediendo lo que hay de verdad en eso, esa tendencia resulta en realidad una prueba del instinto que ha guiado el desarrollo de la Civilización. El mundo tenía que tener unos maestros intelectuales y no otros. Homero y Aristóteles, junto a los poetas y filósofos que los rodean, habían de ser los maestros de todas las generaciones y, por tanto, los latinos, siguiendo la ley con que se había de regir la educación del mundo, contribuyeron al patrimonio de lo clásico al no anular ni interferir en un proceso que ya estaba en marcha. Y esta situación es tanto más importante si se tiene en cuenta que la lengua griega se había de olvidar durante muchos siglos y que la tradición de educación intelectual se iba a expresar a través del latín. Y así el mundo se ha asegurado contra las consecuencias de una pérdida que habría cambiado el carácter de su civilización. Creo que es muy notable también lo pronto que los escritores latinos pasaron a ser libros de texto en las escuelas de chicos. Hoy no se estudia a Shakespeare o a Milton en nuestro sistema educativo, pero los poemas de 43

La idea de la Universidad

Virgilio y Horacio, lo mismo quilos de Homero y los autores griegos antiguos, iban en las carteras de los escolares a los cien años de haber sido escritos. No hace falta que me extienda para demostrar que los poetas latinos han conservado su puesto hasta hoy en el sistema de educación del orbis terrarum, y con ellos y a través de ellos, los autores griegos. A menudo se ha concentrado una labor de siglos. Hasta en los momentos culturalmente más bajos se conservó la tradición. San Gregorio Magno, cuya época, por no decir cuya influencia, se considera a menudo como más bien hostil hacia la literatura antigua, la conocía bien, fomentó una latinidad más pura en su curia y, de forma figurrada, dice el contemporáneo historiador de su vida que el edificio de la Sede Apostólica se cimentaba en la columna de las siete Artes Liberales. En el siglo IX, cuando ya la era oscura se aproximaba, todavía se oye hablar del cultivo, con mayor o menor éxito (claro está, según las posibilidades de la época, pero yo hablo de la naturaleza de los estudios, no de lo avanzado de los estudiantes), se oye hablar -digo- del cultivo de la Música, la Dialéctica, la Retórica, la Gramática, las Matemáticas, la Astronomía, la Física y la Geometría; también de la supremacía de Horacio en las escuelas y «de los grandes Virgilio, Salustio y Estacio»; y en el siglo XIII y siguientes, de «Virgilio, Luciano, Estacio, Ovidio, Tito Livio, Salustio, Cicerón y Quintiliano». Y tras la resurrección de la literatura al comienzo de la era moderna, encontramos a san Carlos Borromeo instando al empleo de las obras de Cicerón, Ovidio, Virgilio y Horacio. 7

5. Paso así de someramente por las noticias que nos proporciona la historia porque mi intención, caballeros, es sencillamente recordaros 7

Ver los tratados del padre Daniel y Monseñor Landriot mencionados en Historical Sketches (2: 460, nota) QHN).

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Cristianismo y letras

y grabar en vosotros la idea de que la literatura griega, continuada y enriquecida por la literatura de Roma, junto con los estudios que la acompañaron, ha sido el instrumento de educación y el alimento de la Civilización desde los primeros tiempos del mundo hasta el presente. Ahora estamos en mejores condiciones de responder a la pregunta que surge cuando consideramos, por contraste, la enseñanza que caracteriza a las universidades. Aunque el carácter de las universidades sea bien distinto del de las escuelas que las precedieron, ¿cómo es que los estudios que se siguieron en estas escuelas no se sustituyéron en la Edad Media por esas ciencias más brillantes que introdujeron las universidades? Se diría que la Teología escolástica, el Derecho y la Medicina debían haber desplazado a las siete Artes Liberales, pero lo cierto es que no fue así. La razón es, creo, que la .autoridad y función de las escuelas monásticas y seculares como proveedores de educa~ión para la juventud se apoyaba en una realidad más profunda que los decretos de Carlomagno, que era su fundador oficial: se basaba en el carácter especial de esa Civilización que está tan íntimamente asociada con el Cristianismo que puede incluso llamarse la tierra de que se alimentó el Cristianismo. Las ciencias medievales, por muy grande que sea su dignidad y utilidad, nunca pretendieron sustituir ese cultivo, más real y más propio, del intelecto que se ejerce mediante el estudio de las Artes Liberales, y cuando alguna de estas ciencias rebasó su ámbito e intentó perjudi..car la forma tradicional de educación, la gente se resistió al abuso. Hubo en la Edad Media quienei,, como John de Salisbury, protestaron con fuerza contra las extravagancias y usurpaciones que siempre se dan cuando se introduce cualquier gran bien, y que se produjeron con el alza de precisamente esas ciencias que nacieron en la Universidad. Aunque hubo momentos en que esa vieja tradición estuvo a punto de desaparecer, el caso es que nunca ha desaparecido porque el instinto de la Civilización y el sentido común de la Sociedad se han impuesto. El peligro se ha conjurado y los estudios que parecían estar perdiéndose reocuparon su antiguo puesto 45

La idea de la Universidad

y fueron reconocidos, al igual que antes, como el mejor medio de cultivar el intelecto y la mejor garantía de progreso intelectual. Y esta experiencia del pasado la podemos aplicar a las circunstancias en que nos encontramos actualmente porque, al igual que se dio en la Edad Media un movimiento en contra de los Clásicos, también lo ha habido ahora. La verdad del método de [Francis] Bacon para el propósito para el que fue creado y sus inestimables servicios e inagotables aplicaciones para nuestro bienestar material, han deslumbrado la imaginación humana, de la misma manera que ciertas ciencias nuevas extraviaron a los hombres en tiempos de Abelardo. Y puesto que ese método obra tales maravillas en su ámbito propio, lo más frecuente es que se crea que las puede obrar también en los demás ámbitos. Pero el propio Bacon nunca hubiera pensado así. No habría hecho falta recordarle que el progreso de las artes útiles es una cosa y cultivar el espíritu es otra. Lo que hay que considerar es cómo fortalecer, refinar y enriquecer mejor las facultades intelectuales. El conocimiento de los poetas, historiadores y filósofos de Grecia y Roma obtendrá este fin, como certifica una larga tradición. Pero no hay ninguna experiencia de que el estudi~ de las ciencias experimentales vaya a obtener el mismo resultado. No pretendo en absoluto negar lo atractivo ni lo beneficioso en términos prácticos para el mundo en general, de ciencias como la Química, la Electricidad o la Geología, pero la cuestión no es qué parcela de los estudios contiene los hechos más portentosos o promete los descubrimientos más brillantes, cuál es de rango superior y cuál de rango inferior, sino sencillamente cuál de todas ellas proporciona el método más sólido y más estimulante para formar el espíritu. Yo creo que no se ofende a Lord Bacon porque desde este punto de vista se prefiera a los Clásicos antes que a las ciencias que surgieron de la filosofía baconiana, como sería una falta de respeto a santo Tomás en la Edad Media haber impedido el estudio de la Summa por miedo a perjudicar a la facultad de Artes. Por eso anticipo que, así como en la Edad Media tanto la enseñanza como 46

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el gobierno de la universidad permaneció en la facultad de Artes a pesar del genio que creó o ilustró la Teología y el Derecho, así también ahora, cualquiera que sea el esplendor de la moderna filosofía, la maravilla de sus descubrimientos, la utilidad de sus adquisiciones y el talento de sus maestros, todo eso nunca logrará desplazar a la literatura clásica y a las materias conexas con ella del lugar que han ocupado en la educación durante siglos. Este es dtipo de reflexiones que sugiere el acto que nos ocupa y celebramos hoy. En el siglo XIX, en un país que lanza su mirada hacia un nuevo mundo y anticipa la era por venir, nos hemos propuesto abrir una escuela dedicada al estudio de la alta literatura y las ciencias, o Artes, liberales, como un primer paso hacia el establecimiento, sobre cimientos católicos, de una Universidad católica. Y así como recurrimos a Grecia y Atenas con placer y afecto, y reconocemos en e¿a tierra famosa la cuna y la escuela de la cultura intelectual, sería muy extraño que olvidáramos mirar también un poco más al sur, para inclinarnos ante una luminaria aún mayor y un más sagrado oráculo de la verdad, fuente de otro tipo de conocimiento, elevado y sobrenatural, que se asienta en Palestina. Jerusalén es la fuente principal del conocimiento religioso, como Atenas lo es del secular. En el mundo antiguo encontramos dos centros de luz que actúan independientemente el uno del otro, cada uno con su movimiento propio y al principio se diría que sin la menor probabilidad de convergencia. La civilización griega se extiende hacia el este con las conquistas de Alejandro Magno y cuando la llevan cautiva hacia el oeste somete a los conquistadores que hasta allá la llevarqn. Pero a la religión la llevan desde su lugar de origen hacia el norte y·el oeste los pecados del pueblo que estaba a su cargo, en un prolongado recorrido de castigos, plagas y persecuciones. Una y otra siguen su carrera y cumplen su misión independientemente, ninguna de las dos reconoce ni es reconocida por la otra. Finalmente, el Templo de Jerusalén es asolado por las tropas de Tito y las ya débiles escuelas de Atenas son ahogadas por el decreto de Justiniano. Así fenecieron 47

La idea de la Universidad

las viejas Voces de la religión y el conocimiento. Pero si fueron silenciadas, lo fueron para renacer con mayor gloria y perfección en otro lugar. Hasta ese momento habían nacido de fuentes separadas y llevado a cabo tareas separadas. Cada una de ellas deja en el occidente un heredero y sucesor, pero ese heredero y sucesor es uno y el mismo. La gracia acumulada en Jerusalén y los dones que irradiaban desde Atenas se traspasan y concentran en Roma. Esto es así históricamente. Roma ha heredado tanto el conocimiento sagrado como el profano, ha perpetuado y difundido la tradición de Moisés y David en el orden sobrenatur41 y la de Homero y Aristóteles en el natural. Separar estos dos magisterios que se unen en Roma, el humano y el divino, equivale a dar marcha atrás, reconstruir el Templo judío y replantar el bosque de Academo.

6.

El tiempo no me permite abordar esta amplia materia, de la que tanto se podría decir. Mostrar lo interdependientes·que son el conocimiento sagrado y el profano, lo correlativos y mutuamente complementarios; cómo la fe opera por medio de la razón y la razón se orienta y se corrige mediante la fe, es en realidad el tema de otra conferencia distinta. Concluiría, pues, caballeros, sencillamente felicitándoos por la tarea grande y prometedora que acabáis de emprender. Cualesquiera que sean su fortuna, sus dificultades, sus pasos contados, no puedo dudar en absoluto de que el ánimo que ya ha recibido y el nivel de éxito que ya ha obtenido, no son sino un presagio y una prenda del gradual acercamiento a su plenitud, en la manera y momento en. que la Providencia determine. Por lo que a mí respecta, en ningún momento he tenido la menor duda acerca de la empresa, puesto que nada sabía yo de ella hasta que la Santa Sede tomó la decisión de que siguiera adelante. Es una felicidad para mí no haber tenido parte en las preocupaciones e incertidumbres 48

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de santos y venerables prelados, o en las deliberaciones de hombres prudentes y experimentados que precedieron a su reconocimiento definitivo por parte de la más alta autoridad eclesiástica. Es una felicidad para mí no haber participado de los tiempos en que los buenos católicos desesperaban de su éxito, desconfiaban de su oportunidad o incluso sentían que era su obligación oponerse a ella. Ha sido una felicidad para mí no haber tenido que polemizar con personas de este país ajenas a la Iglesia católica o verme forzado a enfrentarme con instituciones o disposiciones que se apoyan en fundamentos hostiles al catolicismo. Nadie puede acusarme de la menor falta de respeto hacia aquellos cuyos principios y tácticas yo desapruebo. Tampoco soy consciente de ningún otro fin que el de trabajar desde mi puesto, sin salirme de mi camino para ofender a otros. Si he tomado parte en la empresa que nos reúne hoy aquí es porque creo que es una gran obra, grande por su concepción, grande por sus objetivos y grande por la autoridad de que procede. Vi que era tan grande que no podía hacerme responsable de negarme a tomar parte en ella. Hasta qué punto o por cuánto tiempo voy a estar implicado en ella es otro punto del todo distinto. Para un hombre es más que suficiente con plantar una sola piedra de un edificio tan noble y eminente. Es suficiente, más que suficiente para mí, si llego a poner en marcha lo que otros continuarán con mayores esperanzas. Solo un hijo de los hombres ha llevado a cabo una obra perfecta, y satisfecho y agotado la misión para la que vino al mundo. Solo uno ha dicho con su último aliento «Consummatum est». Pero cuantos inician sus tareas con fe, esperanza y amor, con un corazón decidido y una voluntad comprometida, son capaces, por muy débiles que sean, de hacer cosas imperecederas, aunque imperfectas. Hasta sus errores terminan por ser éxitos porque son pasos necesarios en el camino, y como etapas en una larga sucesión, que terminarán cumpliendo el objetivo propuesto. Y en su escala modesta, se sentirán unidos en espíritu con aquellos auténticos héroes de la Sagrada Escritura y de 49

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la historia de la Iglesia, Moisés, Elías y David, Basilio, Atanasia y Crisóstomo, Gregario Magno, santo Tomás de Canterbury y otros muchos, que llegaron a lo más alto justo cuando más fracasados se creían, y que murieron sin que Dios les permitiera ver el fruto de sus trabajos. r; .

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2. LITERATURA Conferencia impartida en la Facultad de Filosofía y Letras ' en noviembre de 1858 1

1.

Deseando dirigirme a ustedes, caballeros, al comienzo de una nueva sesión, he procurado buscar un tema cuyo examen fuera adecuado a la ocasión pero ni demasiado extenso para el tiempo disponible ni demasiado especializado o abstruso para vuestra atención. Para ese objetivo, creo ver uno en la misma denominación de vuestra facultad. Es la facultad de Filosofía y Letras. Se puede plantear la cuestión de qué se entiende por Filosofía y qué por Letras. Las demás facultades profesan una materia de estudio que todos entendemos perfectamente y sin problema con solo nombrarla. Sabemos lo que son las Ciencias, la Medicina, el Derecho y la Teología. Pero no lo tenemos tan fácil a la hora de concretar qué significa Filosofía y qué las Letras. Los dos componentes de esa pareja requieren explicación. Bastará en la presente oportunidad con que indaguemos en uno de ellos. Seleccionaré para mis comentarios el segundo e intentaré determinar qué debe entenderse por Letras o Literatura, en qué consiste la Literatura y qué relaciones mantiene con las Ciencias. Hablamos, por ejemplo, de literatura antigua y moderna, de literatura actual, literatura sagrada, literatura ligera, y las clases que se desarrollan en este lugar tratan de la literatura clásica y de 1

Pronunciada el 3 de noviembre, miércoles (LD 18, 501).

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la literatura inglesa. ¿Son sinónimos, entonces, literatura y libros? No, porque se incluiría en su ámbito a la Filosofía, el Derecho y, por abreviar, todo lo que se enseña en las demás facultades. Sin por eso confundir unas materias con otras, consideramos las obras de Platón o Cicerón unas veces como filosofía, otras como literatura; pero nadie sentirá nunca la tentación de considerar a Euclides como literatura o el evangelio de san Mateo como gramática griega. ¿Equivale entonces literatura a «composición», a «libro escrito con atención al estilo»? ¿Es literatura escribir con belleza? ¿O escribir de una manera esforzada y artificiosa? Hay gente de muy buenas prendas que tiene de la literatura esta última opinión. La desprecian como si fuera el resultado de un mero truco o artificio de palabras. Se refieren, y así lo admiten, a los clásicos griegos y latinos, pero sus críticas tienen la misma fuerza si van contra toda la literatura que contra ninguna. Creo que podré más fácilmente exponer lo que tengo que decir sobre el tema si examino las afirmaciones que emplean en defensa de su punto de vista. Arguyen ellos: 1. que las Bellas Letras, tal como aparecen en los clásicos, no ,consisten más que en engreimiento, fantasías, lindezas, y mucho adorno de palabras escogidas; 2. la prueba está en que los clásicos no resisten la traducción (por eso he dicho antes que el ataque no es solo a los clásicos sino a toda la literatura en su conjunto, porque, hablando en general, toda literatura, tanto moderna como clásica, tiene ese mismo problema. Pero ellos no lo admitirán, porque mantienen que, 3. la Sagrada Escritura presenta un contraste muy notable respecto a los escritos profanos en este punto. Es decir, que la Escritura se puede traducir sin problemas a pesar de ser lo más sublime y bello que se ha escrito nunca.

2.

Empezaré fijando estos tres puntos por boca de un escritor [Laurence Sterne] que los estimables católicos en cuestión citan como 52

Literatura

autoridad, o más bien abogado, de su parte, aunque por sí mismo está lejos de merecer el respeto que le atribuyen. «Hay dos tipos de elocuencia» dice este escritor, «la una apenas merece ese nombre, y consiste principalmente en frases elaboradas y repulidas, en componer tropos artificiales y muy extraños, acicalados exageradamente con una plétora de palabras chillonas que relumbran pero que aportan poca o ninguna luz para un mejor entendimiento._ Este modo de escribir lo suele admirar y gustar en general la gente de poco juicio y mal gusto; formalismo y afectación a la que los escritores sagrados son del todo ajenos. Es una elocuencia vacía y pueril. Y al haber sido siempre tenida por impropia de los grandes genios de todas las épocas, esto se aplica mucho más a esos escritores que actuaban bajo el espíritu de la Infinita Sabiduría y escribían por tanto con la fuerza y majestad que no posee ningún ser humano. El otro tipo de elocuencia consiste justo en lo contrario y esa puede decirse que es la auténtica característica de la Sagrada Escritura; su excelencia no procede de una elocución elaborada y exagerada sino de una sorprendente mezcla de sencillez y majestad, una doble característica tan difícil de encontrar que rara vez se dará en una composición meramente humana. Nada encontramos en la Escritura de afectación y adornos superfluos ... En cambio, se observa que los mejores autores profanos, griegos o latinos, pierden la mayor parte de su atractivo en cuanto se los traduce literalmente. La famosa representación homérica de Júpiter, su tan alabada descripción de la tempestad, su relato de cómo Neptuno sacude la tierra y la abre hasta sus centros, su descripción de los caballos de Palas Atenea, y muchos otros pasajes admirados durante siglos, languidecen y casi desaparecen del todo en la vulgar traducción al latín. «Que alguien pase por el dolor de leer las interpretaciones latinas habituales de Virgilio [sic], Teócrito o incluso Píndaro, y osaremos afirmar que no logrará encontrar más que unos pocos restos de las gracias que tan encantadores los hacían en el original. La conclusión evidente es que en los autores clásicos la expresión, la dulzura de la 53

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armonía procedente de la musical colocación de las palabras, constituye gran parte de su belleza; mientras que en las Sagradas Escrituras la belleza consiste más en la grandeza de las cosas mismas que en las palabras y los modos de decir. Las ideas y .concepciones son tan grandes y elevadas por su propia naturaleza que por necesidad aparecen como cosa magnífica aun en el menos artístico de los ropajes. Basta con fijarse en la Biblia, y vemos brillar esa grandeza a través de las traducciones más simples y literales. La gloriosa descripción que da Moisés de la creación de los cielos y la tierra, que a Longinos ... tanto conmovía, no ha perdido ni un ápice de su valor intrínseco, y aunque ha pasado por tantas traducciones, se impone a todas ellas y estalla con tanta fuerza y poderío como en el original. .. En la historia de José, cuando José se da a conocer y, abrazado a su querido hermano Benjamín, solloza con tanta fuerza que toda la casa del Faraón le oyó, ninguno de los hermanos dice nada, ni para expresar la alegría del momento ni para suavizar las viejas injurias que le causaron. Por todos lados se impone un silencio profundo y solemne, un silencio infinitamente más elocuente y expresivo que cualquier otra cosa en su lugar. Si Tucídides, Herodoto, Tito Livio o cualquiera de los celebrados historiadores clásicos hubieran escrito esta historia, al llegar a este punto, sin duda habrían invertido ahí su enorme caudal de elocuencia asignando a· los hermanos de José discursos elaborados y estudiados que, por mucha calidad que tuvieran en sí mismos, hubieran resultado antinaturales y del todo improcedentes en esa ocasión» ([Laurence] Sterne, sermón 43). Está escrito con elocuencia, pero contiene, a mi juicio, una mezcla de verdad y falsedad, que voy a intentar distinguir. Lejos de mí negar la sencillez y grandeza inalcanzables de la Escritura, pero sí afirmo que los clásicos; en cuanto obras humanas, son sencillos, majestuosos y, a la vez, naturales. Concedo que la Escritura se ocupa de cosas, pero no concedo que los clásicos solo se ocupen de palabras. Concedo que la literatura profana a menudo es afectada pero afirmo que la composición afectada no es cosa ajena a los escritores 54

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de la Biblia. Concedo que literatura profana no se puede trasladar fácilmente de la lengua en que fue originalmente escrita, pero de ningún modo se puede decir tampoco que toda la Escritura sea fácil de traducir. Y ahora, me apresto a mi tarea.

3. Hago notar en primer lugar, caballeros, que la literatura, como indica la palabra misma, implica escribir, no hablar; esto procede de la abundancia, variedad y pública circulación de las materias en que consiste. Lo que se habla no puede rebasar el ámbito de la voz del hablante y se extingue con su misma articulación. Cuando se necesitan palabras para expresar una idea de largo desarrollo, cuando hay que llevarlas hasta los confines del mundo o conservarlas para la posteridad, hay que ponerlas por escrito, es decir, ponerlas en forma de literatura. No obstante, hablando con propiedad, los factores que caracterizan este don responden más bien a su ejercicio mediante la voz, y no mediante la escritura. En su ser más originario la literatura se dirige más al oído que al ojo. La igualamos con el poder de la palabra, con el lenguaje; esto es, con el uso de la lengua; e incluso al escribir, retenemos mentalmente su instrumento original y así en los libros empleamos sin restricción términos como «decir», «hablar», «contar», «charlar», «llamar»; usamos los términos «fraseología» y «dicción». Todo como si nos dirigiéramos al oído. Insisto en ello porque muestra que el discurso, y por tanto también la literatura, que es su registro permanente, es por esencia una tarea personal, no un producto o un resultado que se obtiene por la participación de varios individuos, o de una máquina, o por un proceso natural, sino que en su misma esencia procede y debe proceder de una persona individual concreta. No es posible que dos personas distintas sean los autores del sonido que llega a mis oídos. Al igual que un mismo discurso no lo pueden articular dos individuos, 55

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tampoco pueden escribir una misma exposición o un mismo documento -el cual debe ser obra de una persona o de la otra, y es la expresión de las ideas y el sentimiento de esa persona concreta-, ideas y sentimientos que son solo suyos aunque, paralelamente, otros puedan tener ideas y sentimientos parecidos -y personales en el mismo sentido en que lo son su voz, su pelo, su rostro, sus gestos y sus acciones-. En otras palabras, la literatura expresa no la verdad objetiva, sino la subjetiva; no cosas sino pensamientos. Esta doctrina quedará más claramente explicada si nos fijamos en otro uso de la palabra que se relaciona con la verdad objetiva o con las cosas; que se relaciona no con asuntos personales, ni subjetivos del individuo sino con asuntos que seguirían existiendo, aunque no hubiera sobre la tierra nadie capaz de conocerlos o hablar de ellos. Esos asuntos son la materia de la Ciencia; por supuesto que se usan palabras para expresarlos, pero en ese caso se trata más bien de signos que de lenguaje, y aunque usemos muchas palabras y aunque las perpetuemos mediante la escritura, nunca podremos hacer literatura con ellas. Sería el caso, por ejemplo, de los Elementos de Euclides; tienen que ver con verdades universales y eternas; no son meros pensamientos, sino cosas. Esas verdades existen por sí mismas, no en virtud de nuestro conocimiento de ellas, no dependen de nuestra voluntad sino de la naturaleza de las cosas, o al menos de condiciones externas a nosotros. Las palabras, pues, en que se manifiestan no son lenguaje, discurso, literatura, sino más bien signos. Como prueba de ello, os recordaré que es posible, e incluso habitual, expresar las proposiciones de Euclides en notación algebraica, que nada tiene de literatura, como es evidente. Lo que es verdad en matemáticas, lo es también en toda materia que sea científica. Las ciencias usan las palabras como mero vehículo de las cosas, y por tanto se alejan del territorio de la literatura. Y así, la metafísica, la ética, el derecho, la economía política, la química, la teología, dejan de ser literatura en la misma medida en que adoptan un método estrictamente científico. De ahí, por un lado, que las obras de Aristóteles, aunque a 56

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primera vista son literarias, tengan un carácter semejante a la ciencia pura, al menos gran parte de ellas, porque aunque las cosas que trata y que muestra no siempre son reales y verdaderas, las trata como si lo fueran, no como pensamientos de su propia mente; es decir, las trata científicamente. Por otro lado, no sería la primera vez que el Derecho o de la Historia Natural hayan sido abordados por algún autor con tanto colorido de su propia minerva que hayan terminado siendo literatura. Esto se ve con claridad en el caso de la Teología cuando toma la forma de Oratoria sagrada. Se ve también en el discurso histórico, que se convierte en mera cronología y crónica cuando se lo separa de la filosofía, la habilidad, las prendas y los sentimientos personales del escritor particular. La ciencia, pues, tiene que ver con las cosas, la literatura con los pensamientos. La ciencia es universal, la literatura es personal. La ciencia usa las palabras como me~os significantes y nada más, pero la literatura emplea la lengua en toda su amplitud, que incluye fraseología, modismos, estilo, composición, ritmo, figuras retóricas y cualesquiera otros de sus recursos. Dejemos a un lado, pues, el empleo científico de las palabras ahora que nos disponemos a hablar de lenguaje y de literatura. La literatura es el uso o ejercicio personal de la lengua. Que esto es así lo prueba el hecho de que un autor usa la lengua de manera muy distinta a otro. La lengua misma, al generarse, debería llevarnos hasta el individuo que la emplea. Las peculiaridades de este le dan a aquella su carácter propio. De hecho, a menudo somos capaces de identificar a determinados individuos por una frase en particular o por un modismo; sabemos cómo surgieron. Lo que se suele llamar «jerga» procede y respira por todos los poros un origen de tipo personal. Se ha destacado la relación entre la fuerza de las palabras en determinadas idiomas y los hábitos y sentimientos de los pueblos que los hablan. La mayoría de la gente emplea el idioma tal y como lo conoce; el hombre de talento lo usa también, claro está, pero lo somete por completo a sus propios objetivos y lo moldea según sus 57

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propias peculiaridades. La muchedumbre y sucesión de ideas, sentimientos, pensamientos, imágenes, deseos, que pasan por su interior, las abstracciones, las asociaciones, las yuxtaposiciones, comparaciones, distingos, los conceptos que tan originales son en él, sus puntos de vista sobre las cosas externas, sus juicios sobre la vida, los modos y la historia, el ejercicio de su ingenio, de su humor, su profundidad, su sagacidad, a todas estas innumerables e incesantes creaciones, a la misma pulsión y bullicio de su intelecto, los proyecta hacia afuera, todo ello lo convierte en verbo, en un lenguaje correlativo, que es tan multiforme como la misma acción mental, y análoga a ella, la expresión fiel de su intensa personalidad, tan inseparable de su mundo interior como una sombra. Así, tanto podríamos decir que la sombra de una persona es la de otra como que el estilo de un escritor de auténtico talento puede pertenecer a cualquiera que no sea él. Su estilo le sigue como su sombra. Su pensamiento y sus sentimientos son personales; su lengua también lo es.

4.

Pensamiento y palabra son inseparables uno del otro. El fondo y la forma son partes de lo mismo: el estilo es pensar con palabras. Es lo que vengo sosteniendo, y eso es la literatura: no cosas, no los signos verbales de las cosas; tampoco las palabras meramente sino pensamientos expresados lingüísticamente. Recordad, caballeros, la palabra griega que expresa esta prerrogativa del ser humano que le distingue de la débil inteligencia de los animales inferiores. Es Logos. ¿Qué significa Lagos? Significa tanto razón como habla y es difícil decir cuál de los dos sentidos le es más propio. Significa las dos cosas a la vez. ¿Por qué? Porque en realidad un sentido no puede separarse del otro; porque son un solo sentido verdaderamente. Cuando podamos separar luz e iluminación, vida y movimiento, lo convexo y lo cóncavo en una curva, entonces el pensamiento podrá 58

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plantar su victorioso pie sobre el lenguaje y seguir adelante sin él; entonces se podrá concebir que un intelecto fértil y vigoroso renuncie a su doble, a su instrumento de expresión, al canal de sus especulaciones y emociones. Los críticos deberían considerar este punto antes de sentar cánones del gusto como los del autor que he citado antes. Las personas como él consideran que escribir bien es algo que se añade desde fuera al tema de que se trata, una especie de adorno sobrevenido, un lujo que se permiten los que tienen tiempo e inclinación para semejantes superfluidades. Lo dicen como si uno fuera el que pone el pensamiento y otro el que pone el estilo. En los Viajes persas se puede leer cómo funcionan las cosas entre los jóvenes caballeros del Oriente,2 cuando necesitan escribir una carta a alguien que les inspira temor o e.speranza. Como no pueden escribir una sola frase por sí mismos, acuden al escritor profesional de cartas. Le comunican la idea que tienen en mente. Aspiran a ganar algo de un superior, obtener un favor, conjurar un mal; tienen que dirigirse a un hombre poderoso o hacer la corte a una hermosa dama. El profesional fabrica palabras para ellos, a voluntad, lo mismo que el papelero les vende las resmas o el maestro les taja la pluma de ave para escribir. El pensamiento y las palabras, para ellos, son dos cosas distintas; hay, por tanto, una división del trabajo. El hombre del pensamiento acude al hombre de las palabras. Y el hombre de las palabras, debidamente instruido en el pensamiento, moja la pluma del deseo en la tinta de la devoción y pasa a extenderla sobre la página de la desolación. Entonces se oye al ruiseñor del afecto tremolar ante la rosa de la hermosura, mientras la brisa de la ansiedad juega con el ceño de la expectación ... Esto es lo que se suele decir que los orientales consideran «escribir bien»; y, al parecer, coincide exactamente con la idea que tienen los críticos de esa escuela a que me he referido antes. 2

Moritz Wagner. Travels in Persia, Georgia and Koordistan, with sketches of the Cossacks and the Caucasus. Traducido del alemán. Vol. 3. Londres, 1856. 106 (IK).

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En la historia literaria tenemos un ejemplo de este irnos acercando al punto en cuestión, en una gran universidad, en los últimos años del pasado siglo XVIII. Me he referido a él en otra conferencia pública dictada en otro lugar (Present Position of Catholics in England 101-02), pero viene demasiado a propósito aquí como para omitirlo. Un erudito arabista tenía que dar una serie de lecciones a sus doctores y profesores sobre un asunto histórico al que había dedicado sus lecturas. 3 En realidad, un lingüista está más cerca de la ciencia que de la literatura, pero este caballero sintió que sus lecciones no debían carecer de estilo. Como había adoptado esa opinión típica de los orientales, con cuyos escritos estaba familiarizado, decidió encargar un estilo. A continuación contrató y pagó a una persona que pusiera en inglés florido lo que él había preparado. Fijaos que no buscaba solo un inglés gramaticalmente correcto sino un estilo elaborado y pretencioso. El artista surgió en la persona de un clérigo rural que llevó a cabo el trabajo. Esas lecciones se conservan a día de hoy y ocupan su puesto en la extensa colección de los discursos anuales a que pertenecen, y, entre un buen número de composiciones más bien indigestas, estas llaman la atención por la retórica y ambiciosa dicción que su autor adquirió en el mercado. Evidentemente, el docto clérigo y el citado autor se distinguen en el diferente valor que uno y otro asignan a la composición literaria, pero están de acuerdo en esto: que esa composición no es más que un ornamento y un oficio. Lo ponen a la misma altura que la vajilla dorada, las flores y la música de un banquete, que no hacen mejores las viandas pero sí más agradable el entretenimiento, como si la lengua fuera un criado de alquiler, la querida de la razón y no la legítima esposa que manda en su casa. Pero ¿puede alguien pensar que Homero, Píndaro, Shakespeare, Dryden o Walter Scott, acostumbraban a cultivar la dicción por sí 3

El erudito arabista eraJoseph White (1745-1814), profesor de árabe y hebreo en Oxford que encargó a Samuel Badcock que le reescribiera las Bampton Lectures que pronunció en 1784 (IK).

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misma, en lugar de verse inspirados por el asunto que trataban, y derramar hermosas palabras porque tenían hermosos pensamientos? Imposible mantener semejante paradoja. Al contrario, es el fuego interior que el artista lleva en su pecho lo que se convierte en un torrente de elocuencia ardiente, irresistible. Es la poesía de su ánima interna lo que se libera en forma de oda o elegía. Y su actitud y postura mental, la belleza de su semblante moral, la fuerza y agudeza de su lógica se reflejan en la ternura, la energía o la riqueza de su lenguaje. Es más, según ese verso tan conocido, «facit indignatio versum» [los versos los dicta la indignación],4 no solo las palabras sino hasta el ritmo, el metro, el verso, serán el resultado inmediato de la emoción o la imaginación que le posee. «Poeta nascitur, non fit» [el poeta nace, no se hace] dice el proverbio, y esto es en muchos casos cierto re.specto a sus poemas y también respecto a sí mismo. Nacen, no se elaboran; son un algo que fluye más que una composición, y su perfección es un monumento no tanto a su habilidad como a su fuerza. Y esto es verdad tanto de la prosa como del verso, cada uno en su grado. ¿Quién no reconocerá en la visión de Mirza el estilo bello y delicado que tan difícil es de describir, pero que advertimos que corresponde tan exactamente con las ideas que expresa? 5

5. Puesto que el pensamiento y el discurso de un autor tienen un carácter personal que he tratado de subrayar, no es de extrañar que su estilo no solo refleje exactamente su objeto sino también la mente 4

Juvenal. Sátira 1, verso 79: «¡Si el ingenio los niega, los versos los dicta la indignación, y los escribe como puede, parecidos a estos míos!» (trad. Manuel Balash. Juvenal/Persio. Sátiras. Biblioteca clásica Gredas, 156. Madrid: Gredas, 1991). 5 «La visión de Mizra» o «El puente de Mizra»: ensayo de Joseph Addison (Wiltshire, 1672-Kensi11gton, 1719) publicado en The Spectator (1 sept. 1711). Se trata de una gráfica descripción del tiempo en la vida humana, las incertidumbres de la existencia y la belleza del mundo en el más allá. 61

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del autor. Ese lenguaje grandioso, esa expresión plena y sonora, ese tino infalible para escoger las palabras y esa finura para colocarlas, que a los escritores vulgares parecen cosa artificial, no es más que el hábito y la forma en que se expresa un intelecto eminente. Aristóteles, en su bosquejo del hombre magnánimo, dice que tiene voz profunda, que se mueve con gravedad y que es de estatura imponente. De igual manera, la elocución de un intelecto grandioso es grandiosa. Su lenguaje expresa no solo sus grandes pensamientos sino la grandeza de su ser. Ciertamente podría emplear menos palabras de las que emplea; pero prefiere abonar sus más sencillas ideas, que germinan en una multiplicidad de detalles, y prolongar la marcha de las frases y dilatarse alrededor de ellas hasta completar el diapasón de su armonía, como si, al modo homérico, se complaciera en su propio vigor y riqueza de recursos. Un crítico estrecho llamaría a esto palabrería, cuando en realidad es una especie de plenitud del corazón, paralela a la que hace silbar al muchacho feliz cuando camina, o al hombre fornido, como el herrero de la novela,6 esgrimir su garrote cuando no hay nadie con quien pelearse, Shakespeare nos proporciona muchos ejemplos de esta peculiaridad, y todos tan bellos que es difícil seleccionar una cita. Por ejemplo, en Macbeth (acto 5, escena 3): «¿No puedes calmar su espíritu enfermo, arrancar de su memoria los arraigados pesares, borrar las angustias grabadas en el cerebro, y con un dulce antídoto olvidador arrojar de su seno oprimido las peligrosas materias que pesan sobre el corazón?» (trad. Luis Astrana Marín). Aquí una sola idea, mediante un proceso que pertenece más al orador que al poeta, pero propio aún del innato vigor del genio, se expande en un período de varios miembros. 6

.El herrero es Henry Gow-gow en escocés significa 'herrero', smith- en The Fair Maid of Perth [La hermosa doncella de Perth] de Walter Scott (IK).

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Lo que sigue, de Hamlet (acto 1, escena 2), es del mismo tipo: ,,¡No es solo mi negro manto, buena madre, ni el obligado traje de riguroso luto, ni los vaporosos suspiros de un aliento ahogado; no el raudal desbordante de los ojos, ni la expresión abatida del semblante, junto con todas las formas, modos y exteriorizaciones del dolor, lo que pueda indicar mi estado de ánimo!» (trad. Luis Astrana Marín). Si semejante declamación -porque, aunque muy noble, es una declamación- se admite en un poeta cuyo genio está tan alejado de la pomposidad o el fingimiento, mucho más aceptable será en un orador cuyo campo de acción consiste en presentar las palabras de la manera más ventajosa posible. En ninguna parte de sus escritos le sobran a Cicerón más cosas que a esos pasajes de Shakespeare. Ningún amante de Shakespeare podrá acusar con justicia a Cicerón de emplear una fraseología enfática o de cultivar un estilo profuso. Y ningún crítico sensato se sentirá tentado a decirlo. Al igual que de cualquier autor que pretenda ser un clásico se espera una cierta pureza sin afectación y una cierta gracia .en su dicción, por el mismo motivo que de un caballero se espera una cierta atención al vestido, así a Cicerón se le puede conceder el privilegio de la «os magna sonaturum» [voz capaz de cantar grandes cosas] de que habló el crítico de la Antigüedad.7 Su flujo verbal copioso, majestuoso y musical, incluso cuando a veces va más allá de lo que demanda su asunto, nunca resulta incoherente con la ocasión o con el locutor. Es la expresión de sentimientos elevados en frases elevadas, la «mens magna incorpore magno» [mente grande en cuerpo grande].' Es 7 Horacio. Sátiras (libro 1, sátira 4, versos 41-42): «Al que tenga talento, al que tenga la inspiración de los dioses y una voz capaz de cantar grandes cosas, a ese ha de concedérsele el honor de tal nombre [de poeta]» (trad. José Luis Moralejo. Horacio. Sátiras. Epístolas. Arte poética. Biblioteca clásica Gredos, 373. Madrid: Gredos, 2008). 8 Juvenal. Sátiras 10, 356.

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el desenvolvimiento del hombre interior. Cicerón era vivamente consciente del status de un senador y estadista romano, y del «elevado orgullo del lugar» de Roma,9 con toda la gracia y grandeza que le eran propias; y se embebió hasta convertirse en eso mismo que admiraba. Así como las hazañas de Escipión o Pompeyo son la expresión de esa grandeza en los hechos, así la lengua de Cicerón es la expresión verbal de esa misma grandeza. Y así como los hechos del gobernante o del soldado romano representan ante nosotros, de manera adecuada, la magnanimidad característica de los señores de la tierra, así los discursos o tratados de su consumado orador la pintan ante nuestra imaginación como no podría hacerlo ningún otro escrito. Ni Tito Livio, ni Tácito, ni Terencio, ni Séneca, ni Plinio, ni Quintiliano, son portavoces a la altura de la Ciudad Imperial. Ellos escriben latín; Cicerón escribe Romano.

6.

Diréis que la lengua de Cicerón es, innegablemente, una lengua muy estudiada, y la de Shakespeare, en cambio, también innegablemente, natural y espontánea; y que por eso se acusa a los clásicos de ser meros artistas de la palabra. Esto nos lleva a otra cuestión amplia que me ofrece la oportunidad de adelantarme a un malentendido sobre lo que quiero decir. Digo, pues, que no solo esa riqueza exuberante de estilo que he señalado en Shakespeare, es justificable según los principios que he establecido, sino que, y esto es más difícil de aceptar, que ni siquiera el refinamiento en la composición supone truco o artificio en un autor. No hay duda de que las obras de los clásicos, en particular los latinos, son elaboradas; han costado una gran cantidad de tiempo, cuidado y esfuerzo. Sus autores han tenido que romper muchos borradores. Lo admito. Admito también que hay escritores famosos, antiguos y modernos, que se 9

«A falcon, tow'ring in her pride ofplace,» (Macbeth acto 2, escena 4).

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condenan, absurdamente, a hacer frases, como si ese fuera el verdadero fin de su oficio de escritores. Es el caso de Isócrates; de algunos de los,sofistas. Se fijaban en las palabras y se olvidaban de las cosas, o de pensar. No puedo defenderlos. Si tengo que señalar algún caso en lengua inglesa, a pesar del afecto y del respeto que siento por la persona y el vigor intelectual del Doctor Johnson, no puedo negar que su estilo a menudo va más allá del sentido y la ocasión, y carece de esa senciHez que es el atributo de los genios. Pero, concediendo todo esto, no puedo conceder que el genio no necesite esforzarse, que el genio no pueda mejorar con la práctica, que nunca tenga fallos, que no acierte a la segunda, que nunca remate con cuidado lo que apresuradamente bosquejó en un esquema inicial. Mirad el caso del pintor o el escultor. Tiene una idea en la cabeza que desea representar mediante la materia de su arte. La Madonna coii el Niño, la Inocencia, la Fortaleza, o algún personaje o hecho histórico. ¿Pensáis que no se toma el trabajo de estudiar su objeto? ¿Que no hace borradores?, ¿que no los llama, incluso, «estudios»? ¿No llama estudio a su lugar de trabajo?, ¿no está siempre dibujando, desechando y aceptando, corrigiendo, perfeccionando? ¿No es verdad que, en el caso de algunas de sus más celebradas obras, se conservan los primeros ensayos de Miguel Ángel o Rafael? ¿Habrá quien niegue que el Apolo de Belvedere es una obra realizada con paciencia hasta alcanzar la perfección? Estas cuestiones relativas al gusto, según la idea más o menos vulgar que tiene la gente, son las propias del genio, y sin embargo las llamamos Artes, las Bellas Artes. Si esto vale para la pintura, la escultura, la arquitectura y la música, ¿por qué no, aplicado a la composición literaria? ¿Por qué la lengua no puede trabajarse como la arcilla del alfarero? ¿Por qué a las palabras no se les puede dar realce igual que a los colores? ¿Por qué la habilidad en la dicción ha de ser un puro siervo, un instrumento al servicio de las grandes ideas germinales que admiramos en Platón o Virgilio? Nuestro más grande poeta dice: 65

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[Teseo.-] ... la mirada del ardiente poeta, en su hermoso delirio, va alternativamente de los cielos a la tierra y de la tierra a los cielos; y como la imaginación produce formas de objetos desconocidos, la pluma del poeta los metamorfosea y les asigna una morada etérea y un nombre (El sueño de una noche de verano acto 5, escena 1. Trad. Luis Astrana Marín). ¿Es de extrañar que su pluma a veces cometa errores, que haga pausas, que escriba, que tache, reescriba, corrija, complete, hasta sentirse del todo satisfecho de que su lengua haya hecho justicia a las ideas que el ojo de su mente contempló? Sin duda, en este sentido muchos o la mayoría de los escritores se esmeran; y desde luego no son pocos aquellos cuyo estilo está bien alejado de todo ornato, es sencillo y natural, o vehemente, o intensamente práctico y funcional. ¿Quién más enérgico y varonil que Demóstenes? No obstante, se dice que transcribió a Tucídides una y otra vez, muchas, mientras daba forma a su estilo. 10 ¿Quién más natural y atractivo que Herodoto? Pues el dialecto en,que escribe no es el suyo nativo sino que lo adoptó para perfeccionar su narrativa. ¿Quién exhibe un más feliz descuido que nuestro Addison? Pues la minuciosidad de artista era en su caso tan notoria que se ha divulgado abiertamente, con verdad o no, la historia de que entregó fuera de plazo un papel oficial importante por su costumbre de revisar y reescribir. Esos grandes escritores trabajaban sobre un modelo que tenían ante los ojos del intelecto, y se esforzaban por decir lo que tenían que decir, expresándolo de la manera más exacta y apropiada. No es de extrañar que otros autores cuyo estilo no es sencillo sean casos de una diligencia literaria semejante. Virgilio quiso que se quemara su Eneida, con lo esmerada que es su composición, porque sentía que necesitaba aún más trabajo para ser perfecta. El historiador del pasado siglo Gibbon es otro caso igual. No recomendaré 10

Lo cuenta Plutarco (Moralia u Obras morales y de costumbres 8446. IK).

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que se imite su estilo, y menos aún sus principios anticristianos. Me refiero a él como ejemplo de escritor que se da cuenta del trabajo que tiene por delante, que se da cuenta de que, para que sus lectores la comprendan, tiene que sacar brillo, en forma de palabras, a una escena grandiosa y compleja, y quiere que esas palabras se adapten a lo que pretende. Creo que el primer capítulo de su Historia lo escribió tres veces de arriba abajo. No es que corrigiera o mejorara la primera versión, sino que desechó la primera y luego la segunda versión; reelaboró todo el material hasta dar con la manifestación precisa de lo que él pensaba que su materia exigía. Ahora bien, en estos ejemplos lo que quiero que observéis es la diferencia entre lo que yo admito acerca del arte literario y la doctrina a que me opongo; la diferencia es esta: que al mero tratante de palabras le.importa poco o nada el asunto que está intentando ornamentar; puede pintar o dorar cualquier cosa, lo que le manden. Mientras que el artista, que es al que yo reconozco, tiene ante sí una visión, rica, grande, y su único objetivo es sacarse de dentro lo que piensa o siente de una forma adecuada al objeto de que habla y apropiada a la persona a la que habla.

7.

La comparación con las Bellas Artes que he estado empleando me permitirá dar un paso adelante. He estado mostrando la conexión entre pensamiento y lenguaje en la escritura literaria. Y al hacer eso he expuesto la poco filosófica idea de que la lengua es una especie de «extra» que se puede encargar o del que se puede prescindir a voluntad. Pero todavía no he traído a colación lo que se sigue inmediatamente de esto, que era el punto segundo que quería abordar; es decir: que admitir de buen grado la traducción no es prueba de la excelencia de una obra. Si he de decir lo que pienso, sin dudarlo demasiado, diría que la verdad se encuentra casi en la opinión 67

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contraria. No se necesita demasiado para demostrarlo. Esa opinión, tal como la expresa el autor que cité al comienzo, parte del principio, que da por supuesto, de que una lengua es exactamente igual a otra, que las lenguas tienen todas las mismas ideas, los mismos giros mentales, las mismas finuras expresivas, tropos, asociaciones, abstracciones, puntos de vista. Es verdad que, en Ciencias, todas las lenguas son prácticamente iguales en lo relativo a los objetivos científicos, pero incluso en este campo unas son más aptas que otras; y las menos aptas se ven obligadas a crear términos o a tomarlos prestados, para expresar ideas científicas. Pero si las diferentes lenguas no se adaptan por igual ni siquiera a la hora de proporcionar signos para esas verdades universales y eternas en que consiste la Ciencia, ¿cómo esperar que sean todas igualmente ricas, igualmente convincentes, igualmente musicales, igualmente exactas, igualmente afortunadas a la hora de expresar las peculiaridades y la idiosincrasia del pensamiento de las mentes más fértiles y originales? Un gran escritor toma su lengua materna y la domina; en parte se adapta él a ella y en parte él la moldea y modifica, y vierte la muchedumbre de sus ideas a través de una amplia, delicada y minuciosa red de canales de expresión que o bien toma o bien se crea él mismo. ¿Se sigue de ahí que esta presencia personal suya (como podría llamarse) puede transportarse sin más a toda otra lengua de la tierra? ¿Sería razonable decir que la música para piano de Beethoven no es realmente hermosa porque no se puede tocar en el organillo? Si esta asombrosa idea no la hubieran defendido otros autores bastante más importantes que el escritor que he seleccionado antes como antagonista, yo perdería la paciencia ante semejante extravagancia. Al parecer, un escritor verdaderamente grande debe admitir la traducción y la prueba de su valor es que en la lengua extranjera se aprecia su calidad tanto como en el original. En ese caso, Shakespeare es un genio porque se puede traducir al alemán; y no lo es porque no se puede traducir al francés. En ese caso, la tabla de multiplicar es la más sublime de todas las obras imaginables porque no pierde nada en la 68

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traducción y es difícil decir en qué lengua está escrita. Yo habría dicho, más bien, que en la medida en que las ideas son más originales y nuevas será más difícil darles forma verbal y que el mismo hecho de haber sido forjadas en una lengua disminuirá la posibilidad de que ese feliz acontecimiento se repita en otra lengua distinta. En la lengua de los salvajes difícilmente se podrá expresar ninguna idea o acción intelectual; ¿es que la lengua de los hotentotes o de los esquimales va a dar la medida del genio de Platón, Píndaro, Tácito, san Jerónimo, Dante o Cervantes? Volvamos, pues, al ejemplo de las Bellas Artes. Se pueden expresar en forma de pintura ideas que no se pueden expresar en forma de escultura, y cuanto más pintor es un artista menos probable es que sea escultor. Cuanto mayor es el compromiso de su talento con las técnicas y el ámbito de su arte, tanto menos podrá lanzarse a las exigencias de otro arte distinto. ¿Es un desprecio al genio de Fra Angelico, de Francia, 11 o de Rafael, ser capaz de hacer con colores eso que ningún hombre sobre la tierra, ni ningún ángel, podría lograr tallando la madera? Cada una de las Bellas Artes tiene su objeto propio; partiendo de la naturaleza de cada una se pueden hacer unas cosas en una y otras en otra. En pintura se puede hacer lo que no puede lograrse en una talla. Al óleo puedes hacer cosas que no puedes hacer al fresco; en mármol puedes hacer lo que no puedes hacer en marfil; y en cera lo que no se puede en bronce. Repito, pues, aplicándolo al caso de la lengua: ¿por qué no puede un genio hacer en griego algo que no puede hacer en latín? Y ¿por qué sus obras griegas o latinas van a ser defectuosas por no poder traducirse bien al inglés? Ese genio del que hablamos no hizo la lengua inglesa; no hizo las demás lenguas, pasadas, presentes y futuras; no hizo las leyes de ninguna lengua. ¿Por qué juzgarle por algo en lo que no ha tenido parte, por algo sobre lo que no ha tenido control? 11

Francesco Raibolini (h. 1450-1517), conocido como «Francia»: pintor y orfebre en Bolonia.

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8.

Hemos llegado de forma natural a nuestro tercer punto: las características de la Escritura comparada con la literatura profana. Hasta el momento nos hemos ocupado de la teoría de esos escritores: que el estilo es un extra, un mero adorno que, por tanto, no se puede traducir. Vamos ahora con la práctica: que la Escritura no tiene ese estilo artificioso, que la Escritura se puede traducir sin problemas. Pues bien, la práctica es tan insostenible como la teoría. ¡Que se puede traducir la Escritura sin mayor problema! ¿Por qué, pues, ha habido tan pocos buenos traductores? ¿Por qué ha habido tantísimas dificultades en combinar las dos cualidades necesarias, fidelidad al original y pureza en la lengua vernácula? ¿Por qué las versiones autorizadas por la Iglesia son a menudo tan inferiores al original en cuanto obras literarias, sino porque la Iglesia está obligada, por encima de todo, a velar por que la traducción sea doctrinalmente correcta, y cuando hay un problema difícil no tiene más remedio que pasar por alto defectos en lo secundario, siempre que se asegure lo que es prioritario? Si tan sencillo· fuera transferir la belleza del original a la copia, no se habría conformado con la versión oficial en unas cuantas lenguas que podríamos enumerar. Y ¡que la Escritura carece de artificio! ¡Que la Escritura no es ornamental en cuanto a dicción ni musical en cuanto a cadencia! Bueno. Veamos la Epístola a los Hebr~os: ¿qué obra de qué clásico está más cuidadosa, más artificialmente escrita? El libro de Job: ¿no es un drama sagrado, tan artístico, tan perfecto como cualquier tragedia de Sófocles o de Eurípides? Ved los Salmos: ¿es que no hay adorno, no hay ritmo ni cadencias estudiadas, no hay estrofas que se van alternando en ese libro divinamente hermoso? ¿Y no es la Escritura difícil de entender? ¿No son los profetas difíciles? ¿No es san Pablo difícil de entender? ¿Quién dirá que son obras asequibles? ¿Quién dirá que la mayoría de la gente las entiende a la primera? 70

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Por supuesto, hay partes de la obra inspirada que son más sencillas que otras tanto en estilo como en interpretación y, sí, esos son los'pasajes más sagrados y sublimes como, por ejemplo, algunas partes de los evangelios; pero esto no va en contra de la teoría que he estado desarrollando. Recordad, caballeros, la distinción que hice al comienzo: una cosa es la literatura y otra la ciencia; la literatura tiene que ver con ideas, la ciencia con realidades; la literatura tiene un carácter personal, la ciencia trata de lo universal y eterno. En la medida, pues, que la Escritura excluye el tinte personal de sus autores y se interna en la región de la pura y simple inspiración, cuando deja de ser en cualquier sentido la escritura de un hombre concreto, de san Pablo, de san Juan, de Moisés o Isaías, entonces comienza a entrar en el terreno de la ciencia, no de la literatura. Entonces expresa cosas del cielo: verdades invisibles, manifestaciones divinas, y solo eso: no las ideas, los sentimientos, los deseos, de sus instrumentos humanos, los cuales, por muy inspirados e infalibles que fueran, no dejaban de ser hombres. Así pues, considero que las epístolas de san Pablo son literatura en sentido real y verdadero; literatura tan personal, tan rica en reflexión y emoción como Demóstenes o Eurípides. Sin dejar de ser revelación de la verdad objetiva, son, a la vez, expresión de lo subjetivo. En cambio, algunas partes del evangelio, del Génesis y otros pasajes de la Biblia pertenecen al campo de la ciencia. Por ejemplo, el comienzo del evangelio de san Juan que leemos al final de la Misa. Por ejemplo, el Credo. Quiero decir que pasajes como esos son la mera enunciación de cosas eternas, sin (por decirlo así) la mediación de mente humana alguna que nos las transmita. Las palabras empleadas tienen la grandeza, la majestad, la serenidad, la belleza impasible de la ciencia. No son literatura en ningún sentido, no son personales de ninguna manera y, por tanto, son fáciles de entender y de traducir. Si tuviéramos tiempo, podría poner ejemplos paralelos de esto en los Clásicos, inferiores a la palabra inspirada en la medida en que los asuntos de los autores clásicos son inmensamente inferiores a los 71

La idea de la Universidad

asuntos que trata la Escritura, pero paralelos en la medida en que el autor u orador clásico deja en algún momento de tener que ver con la literatura cuando habla de las cosas objetivamente y se interna en la sublimidad serena de la ciencia. Pero, si comenzara, me iría demasiado lejos.

9.

Resumiré ahora sencillamente lo que llevo dicho y sacaré una conclusión. Volviendo a mi primitiva cuestión de qué significa Letras, tal como aparece en el título de vuestra facultad, caballeros, he respondido que por Letras o Literatura se significa la expresión del pensamiento en forma de lenguaje, y por «pensamiento» entiendo las ideas, sentimientos, opiniones, razonamientos y demás operaciones del espíritu humano. Y el Arte de las Letras es el método mediante el cual un hablante o escritor pone en forma de palabras, dignas de su idea y aptas para sus oyentes o lectores, los pensamientos que tiene en su interior. La literatura, pues, es de carácter personal, consiste en enunciaciones y enseñanzas de quienes tienen derecho a hablar como representantes de su clase, de aquellos en cuyas palabras sus hermanos encuentran una interpretación de sus propios sentimientos, un registro de su propia experiencia y una anticipación de sus propias opiniones. Un gran autor, caballeros, no es alguien que posee solo copia verborum, en prosa o verso, y puede, por así decir, poner en marcha a voluntad un número indeterminado de frases espléndidas y períodos inacabables, sino alguien que tiene algo que decir y sabe cómo decirlo. No reclamo para él, como tal, ninguna profundidad especial de pensamiento, ni amplitud de visión, ni una filosofía propia, sagacidad, o conocimiento de la naturaleza humana, o experiencia de la vida, aunque todos esos dones adicionales puede tenerlos y cuanto más los tenga, más grande será; lo que yo le pido, como característica peculiar, es capacidad 72

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de Expresión en el sentido amplio de la palabra. Es maestro del doble Logos, el pensamiento y la palabra, diferentes, pero inseparables uno del otro. Si es el caso, puede ser barroco a la hora de escribir, o más dado a la improvisación, pero en uno y otro caso, no tiene más que un fin, que no pierde de vista y que se empeña en cumplir concienzudamente y sin distracciones. Ese fin es sacar fuera lo que lleva dentro; y gracias a esa misma resolución ocurre que, cualquiera que sea el esplendor de su dicción o la armonía de sus períodos, lleva siempre consigo el encanto de una incomunicable sencillez. De cualquier cosa que trate, alta o baja, la trata con acierto y por sí misma. Si es poeta, «nil molitur inepte» [no rumia nada en vano]. 12 Si es orador, habla no solo «distincte» [con claridad] y «splendide» [con brillantez] sino también «apte» [de forma adecuada]. Su página es el espejo lúcido de su mente y de su vida: Quo fit, ut omnis Votiva pateat veluti descripta tabella Vita senis [ocurre por ello que toda la vida del viejo puede verse como pintada en una tabla votiva]." Escribe con pasión porque lo vive con intensidad; convence porque lo ha concebido con viveza; ve las cosas con tal claridad que no puede caer en vaguedades; va en serio, no es un diletante; puede analizar su tema, por eso le sobra materia; lo abarca en el todo y en las partes, por eso es coherente; tiene de él un firme conocimiento, por eso resulta lúcido. Cuando su imaginación se remonta hacia arriba, se desborda en ornato. Cuando siente tocado el corazón, la 12

Horacio. Ars Poetica 1, 140. El viejo en cuestión es Lucilio. Trad. José Luis Moralejo. Horacio. Sátiras (libro 2, sátira 1, versos 30-35. Horacio. Sátiras. Epístolas. Arte poética. Biblioteca clásica Gredos, 373. Madrid: Gredos, 2008). En una tabla votiva iban pintadas escenas de la vida de quien la dedicaba a los dioses, en agradecimiento por algún favor recibido. 13

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emoción se apodera de su verso. Siempre tiene la palabra justa para la idea justa, y nunca una palabra de más. Si es breve, lo es porque pocas palabras bastan. Cuando es pródigo en ellas, es porque cada palabra tiene su objetivo, y ayuda, y no estorba, la marcha vigorosa de su elocución. Expresa lo que todos sentimos pero no todos podemos decir. Y lo que él dice pasa a formar parte del acervo proverbial de su pueblo, y sus palabras se convierten en palabras caseras y locuciones del habla diaria, que se acicala con los ricos fragmentos de la lengua del poeta, como vemos en tierras extranjeras los mármoles de la grandeza de Roma trasplantados a los muros y suelos de los palacios modernos. Lo mismo ocurre, de forma eminente, con Shakespeare entre nosotros. Lo mismo con Virgilio entre los latinos. Lo mismo con todos los escritores que en las distintas naciones se llaman clásicos. Están adscritos a las distintas naciones, necesariamente, por la diferencia y peculiaridad de las lenguas, pero tienen un carácter universal y ecuménico en la medida en que expresan lo que es común a toda la raza humana, y solo ellos son capaces de expresarlo.

10. Si el poder de la palabra es un inmenso don como otros que se podrían nombrar, si el origen del lenguaje es algo que muchos filósofos consideran poco menos que divino, si el lenguaje saca a la luz los secretos del corazón, calma el dolor del alma, borra el dolor escondido, expresa la compasión, imparte consejo, registra la experiencia, perpetúa la sabiduría; si mediante los grandes autores los muchos se congregan en unidad,. se fija el carácter nacional, habla todo un pueblo, y el pasado y el futuro, el Este y el Oeste se ponen en comunicación mutua; si, en una palabra, esos hombres son los portavoces y los profetas de la familia humana, no es de recibo despreciar la literatura o descuidar su estudio. Más bien, 74

Literatura

podemos tener la seguridad de que, en la misma medida en que la dominemos, en una u otra lengua, y nos empapemos de su espíritu, nosotros mismos nos convertiremos, en mayor o menor medida, en dispensadores de beneficios parecidos para todos aquellos -sean estos muchos o pocos, pertenezcan a los estratos más distinguidos o a los más comunes de la sociedad- que están unidos con nosotros por vínculos sociales, y pertenecen a nuestra esfera de influencia personal.

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3. LA LITERATURA CATÓLICA EN LENGUA INGLESA

(1854-1858) 1

Una de las finalidades que más debería promover una universidad católica es la formación de una literatura católica en lengua ingles~. Pero para poner en marcha adecuadamente este objetivo conviene entender primero bien de qué se trata; y es un objetivo que no se entenderá si no se discute y se estudia un poco. Las ideas iniciales, necesariamente, serán un tanto toscas. Hay que establecer primero el estado real de cosas, lo deseable y lo posible; después, lo que hay que hacer y lo que cabe esperar. Durante'los últimos seis meses hemos visto en los asuntos públicos a qué errores, a qué decepciones ha sido expuesto nuestro país, por no habérsele explicado con claridad cuáles eran los objetivos de la flota y del ejército y qué era lo realmente posible y qué lo probable en las operaciones de la guerra (agosto, 1854).2 De igual manera, en el campo de la literatura, nos exponemos a una perplejidad y a un disgusto parecidos si empezamos con la vaga idea de que estamos haciendo algo muy importante al comenzar una universidad católica, pero no tenemos la precaución de examinar qué es lo factible, y qué lo innecesario o desesperado. Por tanto, es natural que desee llamar la atención sobre 1

Las partes 1 y 2 se publicaron en la Catholic University Gazette 31 ago. 1854: 105-09, La parte 3 en Catholic University Gazette 7 sep. 1854: 113-19. 2 Alude N ewman a la Guerra de Crimea, que enfrentó a una alianza del Reino. Unido, Francia y el Imperio otomano contra el Imperio ruso, entre 18531856.

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La literatura católica en lengua inglesa

este punto, aunque sea difícil tratarlo de forma precisa o completa, y aunque deba interrumpir mi intento para que otras personas, más capacitadas para la tarea, la lleven a mayor perfección. Aquí me aplicaré principalmente a estudiar en qué no consiste ese objetivo.

1. La literatura inglesa en su relación con la literatura religiosa Cuando se habla de «literatura católica en lengua inglesa» como un desideratum ninguna persona razonable pensará que «obras literarias católicas» significa otra cosa que «obras escritas por católicos». La frase no significa literatura religiosa. «Literatura religiosa» por supuesto significaría mucho más que «literatura de personas religiosas»; significa, muy por encima de esto, que la materia de que trata la literatura es religiosa, pero por «literatura católica» no hay que entender una literatura que trata exclusivamente o primordialmente de asuntos católicos, o de la doctrina, las controversias, historia, personas o política católicas, sino que incluye todos los tipos de literatura posibles, tratados como un católico los trataría y como solo un católico los trataría. Por qué es importante que esos temas los trate un católico apenas hay que explicarlo aquí, aunque incidentalmente diré algo sobre ello más adelante; pero subrayo la distinción entre las dos frases para evitar un serio malentendido. Porque es evidente que si por literatura católica quisiéramos decir, más o menos, literatura religiosa, sus autores serían sobre todo clérigos, lo mismo que los que escriben sobre leyes son abogados principalmente, y los que escriben sobre medicina, principalmente médicos o cirujanos. De ser esto así, la literatura católica no es finalidad propia de una universidad, a no ser que semejante universidad sea cosa idéntica a un seminario o escuela de teología. No niego que una universidad pueda resultar enormemente beneficiosa incluso para nuestra literatura religiosa; lo sería, sin duda, 77

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y de diversas maneras. De todas formas, la universidad se ocupa de la teología solo en cuanto que es una disciplina de conocimiento muy importante; la más importante a que puede dedicarse el espíritu humano, sí. Pero la teología no es el ámbito adecuado y propio para el que se fundó la universidad. Y es de esperar que un hombre de letras, seglar, ponga mala cara ante la idea de una universidad catól~ca y rehúya tomar parte en el proyecto, si percibe que, de una u otra forma, se está implicando en una tarea semiclerical. Si damos por supuesto que los profesores de una universidad católica promoverán una literatura católica, lo normal será contar vagamente con la idea de que un profesor o escritor que trabaje en esa universidad deberá ser un hombre de naturaleza combativa, que deberá moralizar y predicar, que deberá (por decirlo a la manera de los protestantes) hacer la ocasión buena,' aprovechar la ocasión, aunque su materia no tenga nada que ver con la religión. En pocas palabras, que tiene que hacer algo más, aparte de cumplir su deber honrada y limpiamente y ser un católico que habla como hablaría espontáneamente un Católico acerca de los clásicos, las humanidades, la poesía o cualquier otra materia que lleve entre manos. La g~nte piensa que ese profesor no puede dar una clase de Anatomía comparada sin sentirse obligado a hacer un excurso en que demuestre la existencia de Dios con el argumento de la Causa finál; o que no puede explicar las teorías geológicas actuales sin hacer que, con calzador, coincidan punto por punto con los dos primeros capítulos del Génesis. Hay muchos que van más lejos todavía y afirman que, puesto que la Santa Sede la ha impulsado y la jerarquía la ha fundado, nuestra universidad no puede sino dedicarse a enseñar religión y nada más, y debe tener y tendrá la disciplina propia de un seminario. Lo cual es un punto de vista tan lógico y tan sensato como sostener que el Primer Ministro, que siempre es protestante, desempeña ipso facto un cargo eclesiástico. 3

Improve the occasion: 'predicar o hablar a alguien, con el fin de convertirlo'; era una expresión de los Non-conformists o disidentes del anglicanismo (IK). Ver improve en Oxford English Dictionary, punto f

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O que los miembros de la Cámara de los Comunes deben ocuparse necesariamente de asuntos clericales desde el momento en que han hecho·un juramento sobre la Transustanciación. 4 «Literatura católica» no es sinónimo de teología, y no interfiere ni sustituye la labor de los catequistas, de los sacerdotes, la predicación o los teólogos.

2. La literatura inglesa en su relación con la Ciencia

1. Hay que tener en cuenta enseguida que cuando nos disponemos a facilitar una literatura católica para católicos, en lugar de la literatura existente que es de marcado carácter protestante, hablando con rigor, no incluimos las ciencias puras en nuestro desideratum. No es que no debamos sentirnos satisfechos y orgullosos al ver cómo algunos católicos se distinguen por sus publicaciones acerca del conocimiento abstracto o experimental, por el honor que eso presta a nuestra religión a los ojos del mundo. No es que seamos insensibles a lo adecuado y respetable que resulta que podamos depender de nosotros mismos en estas materias, y no de otros, al menos en lo relativo a los libros de texto. No es tampoco que no tengamos confianza en que católicos de estos países sean capaces en el futuro de descollar por su autoridad o sus descubrimientos científicos propios, igualándose a sus colegas de la Inglaterra protestante, de Alemania o Suecia. La cuestión es que, en el campo de las matemáticas, la química, la astronomía y materias semejantes, nadie es mejor o peor que nadie según su religión. La cuestión es que las obras de un agnóstico o un idólatra, siempre que se ciñan al ámbito 4

Existía una Declaración contra la Transustanciación, prevista en el primer Test Act de 1673, que obligaba a cuantos «se sientan y votan en el Parlamento, y para el disfrute de ciertos cargos, concesiones y derechos civiles» (IK). Newman parece no tener en cuenta que el Acta de Emancipación Católica de 1829 había eliminado esa Declaración. En cualquier caso, los anglicanos sentían verdadera alergia al término «transustanciación»,

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La idea de la Universidad

de esas materias, se pueden admitir sin ningún problema en las aulas católicas, y se pueden poner en manos de los jóvenes católicos sin el menor escrúpulo. No hay una exigencia acuciante, una necesidad imperiosa de conseguir un Euclides católico o un Newton católico. El objeto de toda ciencia es la verdad. Las ciencias puras alcanzan sus enunciados partiendo de principios que el intelecto discierne a ·'partir de la luz natural y mediante un proceso dirigido por la razón natural, y las ciencias experimentales investigan hechos mediante métodos de análisis o soluciones inteligentes que, después de todo, no son más que instrumentos de pensamiento innatos en la mente humana. Así pues, si podemos afirmar que existe una verdad objetiva y que la mente humana es capaz por naturaleza de alcanzar la verdad, y que la mente obra con verdad cuando obra según sus propias leyes; si podemos afirmar que Dios nos creó, y que lo que Dios creó es bueno, y que ninguna acción procedente de la naturaleza y acorde con ella puede ser mala en sí misma, de ahí se seguirá que mientras sea hombre el geómetra, el filósofo natural, el inventor, el crítico, no importa qué tipo de hombre sea, hind~, mahometano, infiel, las conclusiones a que llegue dentro de su propia ciencia, según las leyes de esa ciencia, son incuestionables y los católicos no deben ponerlas en duda porque los católicos no tienen derecho a sentir el menor recelo ante los hechos y la verdad, ni ante los principios divinos ni la creación divina. El tema de la literatura me ha llevado a referirme a las obras científicas o investigaciones de los no católicos; pero podría ir más allá y hablar de ellos en cuanto personas tanto como de sus libros. Si no creara escándalo, si no sentara un precedente, si no fuera porque la mente humana tiende involuntariamente a sobrepasar los límites estrictos de la ciencia en: sí misma, a enseñarla sobre la base de principios no científicos, y a encarnarla en ejemplos concretos y llevarla a conclusiones prácticas; sobre todo, si no fuera por la influencia indirecta, por la presencia fuerte y vital, por las funciones colaterales que son propias de un Profesor en un gran centro de enseñanza, 80

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no veo por qué (abstrayendo en esa persona, en hipótesis, repito, lo que nunca se podría abstraer en la realidad) la cátedra de Astronomía de una universidad católica no podría ocuparla alguien como La Place, o la de Ciencias naturales alguien como Humboldt. No importa lo que quisieran decir; mientras se atuvieran a su ciencia, nunca podrían, al igual que Balaam, el profeta pagano de la Escritura, «transgredir el mandato del Señor, mi Dios, ni decir nada de su propia invención» (Nm 22, 18).

2. Hasta aquí son buenos los argumentos de algunos celebrados escritores de cierta revista del norte, que en su hostilidad hacia el principio dogmático se sintieron obligados a mantener que, al igual que las materiás de estudio son distintas unas de otras, las opiniones vivas son distintas también, y que los hombres son abstracciones, lo mismo que sus respectivas ciencias. «La mañana del 13 de agosto de 1704», dice un escritor justamente célebre, para ilustrar y defender el principio antidogmático en asuntos políticos y sociales, «dos grandes capitanes, iguales en autoridad, unidos por lazos estrechos tanto en lo privado como en lo público, pero de credos diferentes, se prepararon para la batalla en un momento en que la libertad de Europa estaba en liza[ ... ] Marlborough dio orden de que se rezara públicamente. Los capellanes ingleses leyeron el servicio a la cabeza de los regimientos ingleses. Los capellanes calvinistas del ejército holandés, cabezas sobre las que nunca había puesto sus manos obispo alguno, prorrumpieron en súplicas ante sus compatriotas. Los daneses, mientras, escuchaban a los ministros luteranos. Y los capuchinos daban ánimos a los escuadrones austríacos y pedían a la Virgen que bendijera las armas del Sacro Imperio Romano. Comienza la batalla. Estos hombres de religiones distintas se comportan como miembros de un solo cuerpo. Los generales católicos y los protestantes se esfuerzan por prestarse ayuda y también por 81

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descollar unos sobre otros. Antes de que caiga el sol el Imperio está salvado. Francia pierde en un día el fruto de ocho años de intrigas y victorias, y los aliados, tras conquistar juntos, dan gracias a Dios por separado, cada uno según su culto» (Ensayos de Macaulay). 5 El autor de este vivo pasaje, sin duda, no pretende llevar el principio que insinúa hasta las consecuencias extremas a que otros lo llevan a menudo en asuntos de educación. En sí mismo considerado, visto en abstracto, ese principio es sencillamente, innegablemente, verdad. Pero es puro sofisma en cuanto se pone en práctica. Una opinión religiosa, aunque no se exprese formalmente, no puede dejar de influir de hecho en la escuela, la sociedad o el estado en que se encuentra, aunque en abstracto, tal opinión es una cosa y la escuela, la sociedad o el estado, otra. Ahí estaban los episcopalianos, luteranos, calvinistas y católicos luchando todos en el mismo bando, es verdad, sin el menor prejuicio por sus respectivos credos. Desde luego, nunca se ha oído que en el campo de batalla los soldados hagan otra cosa más que luchar. Solo hay tiempo para lo que tienen entre manos. Pero, incluso si tuviéramos que decidir _esa controversia partiendo del ejemplo que ha escogido este escritor, resulta que ese peligro de interferencia y colisión entre posturas religiosas antagónicas que no ocurre en la batalla misma, sí ocurre durante la campaña. Y acabamos de ver cómo algunas publicaciones populares en Inglaterra expresaban disgusto y furia al dar la noticia de que nuestro aliado, el Emperador de Francia, enviaba a Misa mayor a sus tropas, que están sirviendo junto a las británicas en contra de los rusos, o regalaba una imagen de la Virgen a los marinos de su escuadra. Así pues, si pudiéramos tener profesores meramente abstractos, espíritus puros, huesos sin médula, ojos sin vista; o si solo pudieran abrir la boca para hablar de su propia materia y, aparte de sus muchos saberes científicos, estuvieran muertos para el mundo; si 5

T. B. Macaulay. «Gladstone on Church and State». Miscellaneous Works of Lord Macau/ay, edited by bis sister Lady Trevelyan. Vol. 2. Nueva York: Harper & Brothers, 1899. 566~67.

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fueran como ese personaje de la famosa novela, 6 que estaba tan fosilizado o abstraído en sus erudiciones que, aunque «removió el fuego con-cierta habilidad», al tratar de espabilar las velas «fue incapaz, y dejó a otro tan alto puesto de honor, después de haber dejado reducida, por dos veces, la habitación a completa oscuridad», en ese caso se podría admitir al propio Voltaire, no sin escándalo, pero sí sin el menor riesgo, para que enseñara astronomía o galvanismo en una universidad católica, protestante o presbiteriana, o en todas a la vez. Y tampoco se darían problemas prácticos con filósofos como el autor recién citado, tan agudos a la hora de probar que no es obligatorio que los que discrepamos de ellos seamos gente fanática y de mente incomprensible. En estricta conformidad con estas distinciones tan obvias, se verá que, si logramos reducir a los hombres de ciencia anticatólicos al modelo del imaginario ratón de biblioteca que he delineado, lo cierto es que ya estamos haciendo uso de ellos en nuestros centros de enseñanza. Permitimos que nuestros estudiantes católicos los usen con la condición de que a los autores los encierren (si puedo emplear la expresión) en la letra de sus libros y los tengan ahí bien presos. Vix defessa senem passus componere membra, Cum clamore ruit magno, manicisque jacentem Occupat. [No pierde la ocasión [ ... ] y salta sorpresivo, y antes que para el sueño compusiera sus miembros el anciano, ya lo tiene sujeto con esposas. Geórgicas 4, vv. 438-40]7. 6

Dominic Samson, el pedagogo de Guy Mannering de Walter Scott; ver capítulo 2 (IK). 7 Trad. Aurelio Espinosa Pólit. Publio Virgilio Marón. Obras completas. Madrid: Cátedra, 2003.

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En el cuento árabe, el genio no hace daño al pescador hasta que este lo saca del recipiente de latón donde estaba metido. «Miró la vasija y la sacudió para ver si lo de dentro hacía ruido, pero no oyó nada». No hubo ningún peligro hasta que logró abrirla y «entonces salió un humo muy denso que, subiendo hasta las nubes y extendiéndose por la costa como una espesa niebla, le asombró mucho. Poco después el humo se concentró y se convirtió en un genio de enorme estatura. Al ver este monstruo cuya cabeza parecía llegar hasta las nubes, el pescador temblaba de miedo». 8 Esa es la diferencia entre un filósofo agnóstico o herético en persona, y en forma de disquisición propia de su ciencia. Porson no era un compañero adecuado para chicos de diez y ocho años, ni son recomendables sus cartas sobre el texto de los «Tres Testigos Divinos».9 Pero eso no impide que se le dé entrada en un centro católico, mientras no se lea más que su Prefacio a Hécuba. [Benjamin] Franklin debía de ser intolerable en persona si se ponía a hablar sin freno y soltaba, como creo que hizo en privado, que cada sistema solar tenía su propio Dios; pero estas extravagancias de una persona tan capaz nada tienen que ver con el puesto de honor que ostenta con toda justicia en la historia de la ciencia experimental. Al gran [Isaac] Newton mismo habría que callarlo en una universidad católica cuando se ocupa del Apocalipsis; pero ¿es eso razón suficiente para que no estudiemos sus Principia, o que nos perdamos el maravilloso análisis que puso en marcha, él, un protestante, y que franceses sin fe han desarrollado? Nos alegramos, por ello, de que escritores anticatólicos, de forma póstuma, hagan a la raza humana el mayor servicio posible, y no deseamos poner el menor impedimento .. 8

Es el cuento traducido a veces en español como «El pescador y e'! ifrit» de Las Mil y Una Noches. 9 Se refiere Newman a un libro de Porson sobre la Trinidad: Letters to Mr. Archdeacon Travis, in answer to bis defence of the three heavenly witnesses, 1 John, verse 7 (Londres: Thomas &John Egerton, 1790).

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3. Volyiendo al punto del que partimos, observo que si esta es la situación en lo que se refiere a la ciencia e.n abstracto -es decir, que no ponemos trabas a sus comentaristas anticatólicos mientras no se nos metan en persona como profesores o nos impongan en las aulas sus otros escritos más divulgativos-, la consecuencia es que cuando nos proponemos la formación de una literatura católica, no contamos las obras científicas entre nuestros más urgentes desiderata. Hay que contar con ellas, no tanto por sí mismas sino porque son indicadores de que también nosotros tenemos científicos capaces en nuestra comunión, porque si los tenemos es seguro que escribirán, y a medida que aumenta su número, aumentarán las posibilidades de que salgan de nuestras aulas y bibliotecas libros realmente profundos, originales y con autoridad. Pero, después de todo, no hay razón para que estos libros hayan de ser mejores que los que ya tenemos, escritos por protestantes, aunque parece más apropiado y más conforme a nuestros sentimientos usar libros nuestros, en vez de depender de libros ajenos. Literatura, por tanto, no es sinónimo de Ciencia. Tampoco exige la educación católica que se excluyan obras de pensamiento abstracto o ciencia experimental, o cosa parecida, aunque hayan sido escritas por gentes de otra o de ninguna comunión. Hay que tener en cuenta otro punto aquí. O más bien, un punto previo a lo que he estado tratando, y es que considerando que ciertas obras científicas, por ejemplo las de crítica textual, están escritas a menudo con una fraseología muy técnica, y otras, como las de matemáticas, emplean tan gran cantidad de signos y números que no pertenecen a ninguna lengua en particular, no se puede decir que estos estudios abstractos caigan en absoluto dentro de la Literatura Inglesa. Porque por Literatura entiendo yo «pensamiento expresado en una lengua particular». Y esto me lleva a hablar de Literatura en su más alto y genuino sentido, es decir, como hecho histórico y 85

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nacional; y me temo que, también en este sentido de la palabra, la idea de una Literatura se encuentra del todo al margen o más allá de lo que una universidad católica puede razonablemente contemplar entre sus fines, al menos en un plazo de tiempo razonable. Pero aquí se nos abre un tema tan amplio que me veo obligado a dejarlo para un próximo apartado.

3. La literatura inglesa en su relación con la Literatura Clásica 1.

He estado dirigiendo la atención del lector, primero a lo que no contemplamos y después a lo que no necesitamos contemplar, cuando pensamos en la formación de una Literatura Católica Inglesa. He dicho que nuestro objetivo no era ni una biblioteca de conocimiento teológico ni una biblioteca de conocimiento científico, aunque la teología en su aspecto literario y la ciencia abstracta como ejercicio intelectual tienen ambas, desde luego, un puesto en la Enciclopedia católica. Sin embargo, queda una tarea q~e sencillamente no entra ni tiene por qué entrar -desgraciadamente, tampoco puede entrar- en los planes razonables de cualquier grupo de personas, miembros de una universidad o no, deseosos de catolizar la lengua inglesa, como es muy evidente. Esa tarea es la creación de una Literatura Clásica Inglesa, y el motivo es que ya está creada hace mucho tiempo, y en el caso de que no lo estuviera, es labor que quedaría fuera del alcance de cualquier grupo de personas. Si insisto en este punto ahora, nadie piense que no lo considero como cosa evidente porque no voy a intentar probarlo sino más bien mostrarlo de manera que todos alcancemos una percepción más clara del estado de cosas a que nos enfrentamos. Hay muchas verdades innegables que no se sienten ni aprecian en la práctica, y si no somos conscientes de nuestra posición en la empresa, podemos extraviarnos en imaginaciones alocadas o planes irrealizables que, sin duda, solo traerán decepciones. 86

La literatura católica en lengua inglesa

Supongamos que la Iglesia Católica fuera aceptada ahora mismo a lo largo y ancho de estas islas, que la lengua inglesa se bautizara ahora en la fe católica y se comprometiera y consagrara a asuntos católicos, y que la actual actividad intelectual de la nación continuara, como desde luego continuaría; resultaría que de pronto tendríamos obras católicas en abundancia que serían literatura inglesa, puramente inglesa, y literatura de calidad. Pero aun así no constituirían una Literatura Inglesa tal como se entienden esas palabras normalmente y tampoco en ese caso podríamos decir que la Literatura Inglesa era católica. Mucho menos podemos aspirar a afirmarlo cuando nosotros no somos más que una porción de la inmensa raza que habla inglés a lo largo y ancho del mundo, y estamos luchando para crear una corriente hacia la verdad católica justo en un momento en que las aguas fluyen con fuerza en el sentido contrario. Hablando con rigor, de ninguna manera podemos crear una Literatura Inglesa nosotros porque la literatura de una nación es equivalente a sus clásicos, y esos clásicos han sido dados a Inglaterra y reconocidos como tales hace mucho tiempo.

2. Una literatura, cuando se forma, constituye un hecho histórico y nacional. Es un asunto del pasado y del presente, y no se puede ignorar, como no se ignora el presente, y no se puede deshacer, como no se puede deshacer el pasado. Podremos negarlo, sustituirlo o cambiarlo cuando podamos negar, sustituir o cambiar la raza o la lengua que la representa. Todo gran pueblo tiene un carácter propio que se manifiesta y perpetúa de formas diversas. Se desarrolla y se edifica en monarquía o república, a través del comercio o en la guerra, en el cultivo de la tierra o en la industria, o en todas estas cosas a la vez; se proyecta en sus ciudades, sus edificios públicos, puentes, canales y puertos, en sus leyes, tradiciones, costumbres y trato, en sus canciones y proverbios, en su religión, en su política, sus acciones 87

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y su actitud hacia las naciones extranjeras; en sus alianzas, éxitos y fracasos, y en el curso completo de su historia. Todo ello es peculiar, partes de un todo, y expresan el carácter nacional, y unas cosas «huelen» o hacen pensar en otras. Lo mismo ocurre con la lengua y la literatura nacional. Son lo que son, y no pueden ser cosa distinta, sean buenas, malas o mezcla de ambas. Antes de que lleguen a formarse, no se pueden dirigir. Y después, una vez formadas, no se pueden cambiar. Podemos sentir gran repugnancia por Milton o por Gibbon como personas. Podemos protestar contra el espíritu que siempre habita y la tendencia que siempre opera en cada página de sus escritos; pero ahí están, son parte integral de la literatura inglesa. No podemos acabar con ellos, no podemos negar su fuerza, no podemos escribir un nuevo Milton o un nuevo Gibbon, no podemos expurgar lo que hay que exorcizar. Son grandes escritores ingleses. Ambos respiran odio hacia la Iglesia católica, ambos son criaturas de Dios orgullosas y rebeldes, ambos están dotados con un talento incomparable. Si decidimos emprender algo, tenemos que toma~ las cosas como son. Podemos renunciar a decir una sola palabra sobre literatura inglesa, si queremos. Podemos recurrir a la literatura francesa o italiana, si pensamos que cualquiera de ellas plantea menos problemas que la nuestra. Podemos recurrir a los clásicos de Grecia y Roma. Podemos olvidarnos de la literatura como tal, de cualquier país que sea, y limitarnos a muestras lingüísticas puramente amorfas y absurdas. Pero si decidimos enseñar en nuestras universidades la literatura y la lengua inglesas, si pensamos que es aceptable conocer el estado de cosas en que vivimos y el espíritu nacional de que participamos, si pensamos que es deseable tener la oportunidad de escribir cosas que se puedan leer en el futuro, si es encomiable intentar proporcionar a los católicos de lengua inglesa una literatura católica, entonces, no digo yo que debamos poner enseguida y sin restricción todo tipo de libros en manos de los jóvenes, los débiles o los poco preparados, no digo que haya que prescindir de los índices 88

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eclesiásticos y de los textos expurgados; lo que digo es que no nos pensemos que vamos a crear algo que, a nuestro pesar, ya está creado y que nadie puede crear de un día para otro por cuenta propia; lo que digo es que no tenemos más remedio que aceptar esa literatura histórica que ya ha tomado posesión de la lengua inglesa de dos maneras: como hecho innegable y como modelo para nosotros. Esta afirmación no tiene nada de temerario ni de paradójico. El crecimiento de un país es como el del individuo. Su tono de voz, sus temas de conversación van cambiando según avanza la edad. Cada época tiene sus convenciones y sus encantos. Lo mismo que la belleza de un chico no es la belleza de un adulto, y la dulzura de la tiple es distinta de la riqueza del bajo, lo mismo sucede con un pueblo en su conjunto. El mismo período no produce el poeta más popular, el orador más eficaz y el historiador más sereno. La lengua cambia con el progreso deÍ pensamiento y los acontecimientos históricos, y con ella cambia también el estilo. Y lo mismo que las generaciones sucesivas proporcionan a la lengua distintos momentos de excelencia, son también responsables de los distintos momentos de decadencia. Así pues, la lengua y la literatura pueden considerarse dependientes de un proceso natural y sujetas por tanto a sus leyes. Está claro que el padre Hardouin, que sostuvo que a excepción de Plinio, Cicerón, las Geórgicas de Virgilio y las sátiras y epístolas de Horacio, el resto de la literatura latina era obra de los monjes medievales, tenía una idea de la literatura que no era ni nacional ni histórica; pero el resto del mundo estarán más dispuestos a admitir el tiempo y el lugar como condiciones necesarias para su formación, y nunca concebirán a los autores clásicos como elaboraciones posteriores o como raras e intermitentes erupciones de lo genial. Lo eminente en literatura, lo mismo que en otras materias, será siempre o algo casual o el resultado de un proceso; y en uno y otro caso su consecución requiere el paso de los años. No se puede «calcular» un Platón, no se puede forzar un Aristóteles, lo mismo que no se puede encargar una buena cosecha o crear una mina de 89

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carbón. Si una literatura es, como he dicho, la voz de una nación concreta, necesita un territorio y un período temporal en el que madurar, tan amplios como la extensión y la duración de la nación. Esa literatura es más amplia y más profunda que la capacidad de cualquier grupo de individuos, por muy dotados que sean, o que cualquier sistema de enseñanza por muy verdadero que sea. Es el exponente, no de la verdad sino de la naturaleza, que es verdadera solo en sus elementos. Es el resultado de la interacción de cientos de influencias y operaciones simultáneas, y la consecuencia de cientos de extraños accidentes en sitios y lugares distintos; es el parco producto compensatorio de las leyes salvajes del mundo y de la vida, tan pródigas en errores. Y es la concentración de esas raras manifestaciones de poder intelectual de las que nadie puede dar razón. Está integrada, en el tipo de lengua que aquí estamos considerando, por seres humanos tan distintos como Burns y Bunyan, Defoe y Johnson, Goldsmith y Cowper, Law y Fielding, Scott y Byron. Se ha dicho que la historia de un autor es la historia de sus obras. Al menos en el caso de los grandes escritores, es bast,mte más exacto decir que la historia de sus obras es la historia de la fortuna que han alcanzado esas obras, o del momento en que se escribieron esas obras. Todos y cada uno son el hombre de su tiempo, el prototipo de su generación o el intérprete de una crisis. Fueron creados para su tiempo y su tiempo para ellos. Hooker no hubiera existido de no haber habido católicos y puritanos, de no haber sido derrotados los primeros y haber ascendido los segundos. Clarendon no hubiera existido sin la Gran Rebelión. 10 Hobbes es el profeta de la reacción contra la infidelidad burlona. Y Addison es hijo de la Revolución y sus inherentes transformaciones. Si a alguno de nuestros clásicos hubiéramos de considerarlo a primera vista como un hombre de la universidad, ese es Addison. Pues incluso Addison, hijo y h'ermano 10

Alude Newman a su libro History of the Rebellion and Civil Wars in England, Begun in the Year 1641, by Edward Hyde, 1st Earl of Clarendon, publicado en 1717 (ver Clarendon en el Glosario),

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de clérigo, miembro de la Oxford Society, que vivió en un college donde se señala hoy el paseo que el mismo Addison diseñÓ, 11 está obligado a ser algo más para ocupar un puesto entre los clásicos de la lengua, y debe la variedad de sus temas a su experiencia de la vida y a los llamamientos que las exigencias del día ejercían sobre sus registros como escritor. El mundo en que vivió le hizo y lo empleó. Sus escritos educaron a toda una generación al tiempo que esa generación quedó configurada para siempre con el sello de Addison.

3. He estado considerando los autores de una literatura en relación con el pueblo y la historia nacional a que pertenecen. Pero una consideración anterior, a la que ya he aludido, es la conexión de todos ellos con la lengua misma, que es su órgano. Si es verdad que, en gran medida, ellos son hechura de su tiempo, ellos son, por otro lado y de una forma mucho más alta, los creadores de su lengua. Normalmente se la llama lengua madre, pero no empezó a existir hasta que ellos le dieron vida y forma. Las grandes empresas las llevan adelante y perfeccionan siempre un conjunto de personas individuales. Lo que es verdad en la historia del pensamiento y de la acción es verdad también en la lengua. Unos cuantos maestros de la escritura como Shakespeare, Milton, Pope, los autores de la Biblia protestante y del Prayer Book, Hooker y Addison, Swift, Hume y Goldsmith, han sido los forjadores de la lengua inglesa. Y así como la lengua es un hecho, la literatura es también un hecho; un hecho que ha dado forma a la lengua y en donde vive la lengua. Hombres de gran talento la han tomado en sus manos, cada uno en su momento, y han hecho con ella lo que el maestro de un gimnasio hace con el cuerpo: han formado sus miembros, han desarrollado su fuerza, le han dado vigor, a base de ejercicios la han hecho flexible y diestra, 11

El Addison's Walk bordea Magdalen college (Oxford) a lo largo del río Cherwell. Addison fue fellow de Magdalen entre 1698 y 1711.

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le han enseñado gracia. La han hecho rica, armoniosa, variada y precisa. La han equipado con una variedad de estilos, que por su individualidad casi podríamos llamar dialectos, y que son monumentos tanto al poder de la lengua como al genio de sus cultivadores. ¡Qué creación tan auténtica, tan sui generis, es el estilo de Shakespeare, o el de la Biblia protestante y el Prayer Book, o Swift, o Pope, o Gibbon, o Johnson! Aunque lo que dicen no tuviera el menor sentido -en realidad, el estilo nunca puede abstraerse del sentido-, suponiendo que eso fuera posible, aun así el estilo seguiría siendo una obra tan perfecta y original como los Elementos de Euclides o una sinfonía de Beethoven. Y al igual que la música, ese estilo se ha apoderado del espíritu público, y la literatura de Inglaterra no es meramente unas letras impresas en libros y guardadas en bibliotecas, sino una voz viva que con sus expresiones y sentimientos ha penetrado en el mundo de los hombres, que todos los días vibra en nuestros oídos o forma sílabas de nuestros pensamientos, que nos habla por boca de nuestros interlocutores y nos dicta cuando aplicamos tinta y cálamo al papel. Lo queramos o no, las expresiones y la manera de escribir de Shakespeare, de los formularios litúrgicos protestantes, de Milton, Pope, del Tabletalk de Johnson, de Walter Scott, son parte de la lengua vernácula: las palabras de la tribu cuyo origen apenas podemos adivinar, y el habla de nuestra conversación más familiar. El personaje de la comedia hablaba prosa sin saberlo, 12 y nosotros, católicos, sin saberlo y sin la menor culpa, estamos continuamente repitiendo la mitad de las frases de autores de teatro disolutos, y de escritores y predicadores heréticos. Así de tiránica es la literatura de una nación; nos puede. No podemos destruirla o darle la vuelta. Podemos enfrentarnos con ella y luchar, pero no podemos rehacerla de nuevo. Es una gran obra de los hombres, si no lo es de Dios. 12

. M. Jourdain en la escena 4, del acto 2 de El burgués gentilhombre (Le Bourgeois gentilhomme, 1670), de Moliere.

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Repito, pues, que, logremos o no hacer algo en el gran problema a que nos enfrentamos, lo único seguro es que no podemos deshacer el pasado. La literatura inglesa siempre habrá sido protestante. Swift y Addison, nuestros escritores más autóctonos y sencillos, Hooker y Milton, los de estilo más trabajado, nunca podrán ser correligionarios nuestros. Y aunque esto no sea más que una perogrullada, es una perogrullada que no está de más poner por escrito.

4. Confío en que no seremos de esas personas que abandonan una empresa simplemente porque es ardua o porque plantea incertidumbres; o que, como no pueden hacerlo todo, no hacen nada. Se pueden intentar muchas cosas, lograr muchas cosas, incluso concediendo que la "literatura inglesa no es católica. Algo puede decirse que alivie esa desgraciada circunstancia en la que he venido insistiendo; daremos término a la presente sección, precisamente con dos breves comentarios sobre este último punto. 1. Primero, hay que considerar que tanto si miramos los países cristianos como los paganos, encontramos que el estado de la literatura es en ellos tan poco satisfactorio como en estas islas; así que, sean cuales sean nuestras dificultades, no son peores que las de los demás católicos del mundo. No diré una sola palabra para atenuar la calamidad que nos afecta de tener una literatura configurada por el protestantismo, pero otras literaturas tienen sus propias desventajas y aunque en este terreno no se pueden hacer comparaciones, dudo que nos agradara más que nuestros clásicos ingleses estuvieran manchados de licenciosidad o estropeados por la infidelidad o el escepticismo. Me parece que no íbamos a arreglar mucho las cosas si intercambiáramos literaturas con los franceses, los italianos o los alemanes. De Alemania no diré nada; en cuanto a Francia, tiene grandes autores y autores religiosos; su teatro clásico, incluida la comedia, comparado con el de otros países, es singularmente irreprochable. 93

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Pero ¿quién es el que destaca entre sus escritores históricos importantes, tan copioso, tan versátil, tan brillante, como ese Voltaire que se burla abiertamente de todo lo sagrado, lo venerable, lo elevado? Aunque no tiene las pretensiones de Voltaire, tampoco se puede excluir a Rousseau de los escritores clásicos franceses. Y Pascal, hombre de tantas dotes y en cuya obra se funda principalmente su fama literaria, no alcanza la aprobación del juicio católico. 13 Y Descartes, el más importante de los filósofos franceses, era demasiado independiente en sus investigaciones como para acertar siempre en sus conclusiones. Del agudo Rabelais, dice un crítico reciente que en sus primeras obras muestra disimuladamente su «disgusto por la Iglesia de Roma», 14 y luego en las posteriores lo hace ya abiertamente. A duras penas se logró que La Fontaine, en su lecho de muerte, se retractara públicamente por el escándalo que había dado a la religión con sus Cantes inmorales, aunque al final tiró al fuego una obra que acababa de terminar para el teatro. Montaigne, cuyos Ensayos «hicieron época en el panorama literario» por «su influencia en los gustos y opiniones de Europa», cuya «escuela abarca una buena proporción de la literatura francesa e inglesa» y de «cuya brillantez y feliz genio no puede haber más que una sola opinión», queda deshonrado, como nos dice ese mismo crítico, por «su tendenciosidad escéptica y su indiferentismo de carácter», y «ha abierto el camino», como culpable habitual, «a esa indecencia tan característica de la literatura francesa». La literatura italiana no presenta un panorama más estimulante. Ariosto, uno de los pocos nombres, antiguos o modernos, al que todo el mundo eleva al primer puesto de la literatura, recibe la justa acusación por part_e del autor ya citado, de ser «burdamente 13

Sus Lettres provinciales (1656-1657) fueron incluidas en el Índice"de Libros Prohibidos. 14 Henry Hallam (Introduction to the Literature of Europe in the Fifteenth, Sixteenth and Seventeenth Centuries. 3.ª ed. Vol. 1. Londres: John Murray, 1847) 443.

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sensual». Pulci, «por sus insinuaciones escépticas, parece desplegar claramente su intención de exponer la religión al desprecio». Boccaccio, el primer prosista italiano, tuvo en su anciana edad que lamentar la tendencia corruptora de sus obras más populares; y Belarmino tiene que vindicarlo a él, a Dante y a Petrarca de la acusación de maltratar y hacer violencia a la Santa Sede. Es cierto que Dante no tiene escrúpulo en situar en el Inferno a un papa que después la Iglesia ha canonizado, y su obra sobre la Monarchia está en el Index. Otro gran florentino, Maquiavelo, está también en el Index. Y [Pietro] Giannone, tan importante en historia política en Nápoles como Maquiavelo en Florencia, es bien conocido por su despego hacia los intereses del Romano Pontífice. Estos son algunos casos del carácter general de la literatura secular, sin importar a qué pueblo pertenezcan. Una literatura puede ser mejor que otra; pero la mejor seguirá siendo mala si la ponemos en un platillo de la balanza frente a la verdad y la moralidad. Y no puede ser de otra manera; la naturaleza humana es la misma en todas las épocas y en todos los países, y su literatura, por tanto, siempre y en todas partes será una y la misma también. La obra del hombre «sabe» a hombre; excelente y admirable en lo que tiene y en lo que puede, pero inclinada al desorden y al exceso, al error y al pecado. Así será también su literatura; tendrá la belleza y la ferocidad, la dulzura y la fetidez del hombre natural, y con toda su riqueza y su grandeza, necesariamente ofenderá los sentidos de quienes, en palabras del apóstol, «poseen sus facultades bien desarrolladas para discernir el bien y el mal» (Hb 5,14). Dice un escritor de Oxford: «se cuenta de san Sturme que al pasar junto a una horda de bárbaros aún sin convertir, que se bañaban y daban brincos en el río, se sintió poseído por el olor tan intolerable que salía de ellos, y casi se desmaya». De forma paralela, la literatura nacional equivale a los movimientos de la razón, de la imaginación, las pasiones y los afectos del hombre natural, desprovistos de educación; son los brincos y retozos, el tirarse al agua y resoplar, las bufonadas y divertimentos, 95

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el juego torpe y la fatiga sin sentido, del noble salvaje sin ley creado por la mente de Dios. Es bueno que captemos con claridad esta verdad tan sencilla y elemental, y que no esperemos de la naturaleza del hombre o de la literatura del mundo lo que nunca van a darnos. Desde luego, nunca he visto yo que el mundo haya de ser considerado favorable a la fe o a la práctica cristiana o que, al ir por camino distinto al nuestro, estuviera rompiendo compromiso alguno con nosotros. Jamás pensé que pudiéramos sorprendernos o quejarnos razonablemente de que el intelecto del hombre puris naturalibus prefiera la libertad a la verdad, o de que su corazón se complazca en hablar y pensar a rienda suelta antes que con limitaciones.

5. Si nos limitamos a aceptar los hechos, enseguida llegaremos a la segunda de las reflexiones que he prometido; concretamente, que no solo no están mejor las cosas en otros países sino que podrían estar peor que aquí. Tenemos, es verdad, una literatura protestante, pero no es un literatura atea ni tampoco inmoral y en el caso de al menos media docena de sus más altos e influyentes géneros y de los autores más populares, nos llega con ese problema aliviado de forma muy considerable. Por ejemplo, tenemos que dar gracias de que el más ilustre de los escritores ingleses tiene tan poco de protestante que algunos católicos han podido decir, sin extravagancia, que les pertenece y que los enemigos de nuestro credo han admitido que si no fue católico es porque, y en la medida en que, las leyes de su tiempo lo prohibían. Es una satisfacción añadida tener el orgullo de decir que Shakespeare no resulta ofensivo en ninguno de esos dos puntos que tan seriamente dañan la reputación de los grandes autores del continente. Cualesquiera pasajes poco respetuosos hacia las autoridades eclesiásticas, que _se puedan espigar en sus dramas, no son más que pasajes aislados. Además, no hay en él nada de desprecio por la 96

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religión o de escepticismo, y defiende las leyes generales de la moral y la verdad divina con la coherencia y severidad de un Esquilo, un Sófocles o un Píndaro. En sus obras no es posible equivocarse acerca de en qué lado está el bien. A Satanás no se le hace héroe ni a Caín víctima, pero la soberbia es soberbia, el vicio es vicio, y aunque se permita licencias en forma de pensamientos ligeros o palabras poco decentes, a pesar de todo, su admiración se dirige solo hacia lo santo y lo verdadero. Del segundo gran fallo de la literatura, como dan a entender mis últimas palabras, no está tan libre. Pero aunque a menudo ofende la modestia, está limpio de una peor acusación, la de sensualidad: será difícil encontrar un pasaje en todos sus escritos donde se pretenda seducir la imaginación o excitar las pasiones. Al menos en variedad y amplitud, tenemos un rival de Shakespeare, aunque no un genio, en Pope. Y este sí era católico, aunque poco satisfactorio en lo personal. 15 El estar libre de protestantismo supone poca compensación frente a una falsa teoría de la religión que expresa en uno de sus poemas, pero tomando sus obras en conjunto podemos absolverlas de ser peligrosas para el lector, tanto en la moral como en la fe. El título particular de moralista en la literatura inglesa se lo concede la voz común aJohnson, cuya actitud hacia lo católico es bien conocida. Si hemos de pedir informes sobre nuestros filósofos, los resultados no serán tan agradables porque tenemos tres de reputación mala y otro poco satisfactoria. Locke nos honra poco en lo que a la 15

«La religión en la que vivió y murió era la de la Iglesia de Roma, a la que en su correspondencia con Racine confiesa estar sinceramente adherido. El que no fuera escrupulosamente pío durante alguna parte de su vida es cosa que se sabe por muchas aplicaciones caprichosas o indecentes de frases tomadas de las Escrituras [ ... ] no parece que sus principios se vieran alguna vez corrompidos, o que nunca perdiera su fe en la Revelación» (Samuel Johnson. Vidas de los poetas ingleses. Trad. Bern Dietz. Madrid: Cátedra, 1988. 400). El poema a que se refiere a continuación es el Ensayo sobre el hombre (1734), en el que intentó un «sistema de ética» Qohnson 359), aunque en realidad había «propagado ciegamente opiniones contrarias a las suyas» (361 ).

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verdad se refiere, siendo como es persona grave y enérgica. Hobbes, Hume y Bentham, a pesar de todos sus talentos, son sencillamente una vergüenza. Pero, incluso en este género filosófico, encontramos cierta compensación en los nombres de Clarke, Berkeley, Butler y Reíd, y en un nombre más famoso que todos ellos. Bacon era demasiado grande en lo intelectual para odiar o desdeñar la fe católica, y por sus escritos, merece ser considerado el más ortodoxo de los filósofos protestantes. 16

4. La literatura inglesa en su relación con la literatura del día

1. No puede deshacerse el pasado. Que nuestra literatura clásica no es católica es un hecho contundente que no puede negarse, al que tenemos que acostumbrarnos como mejor podamos y que, después de todo, como he dicho antes, tiene sus compensaciones. Así que cuando hablo de lo deseable que resulta la fqrmación de una literatura católica, no estoy pensando en la vana empresa de dar marcha atrás a la historia. Y no, tampoco en la de redimir el pasado mediante el futuro. No sueño con unos futuros clásicos católicos para la lengua inglesa. En realidad, los autores clásicos son no solo nacionales sino que pertenecen a un momento particular de la vida nacional y no me extrañaría mucho que, en lo que a nosotros concierne, esa etapa clásica estuviera llegando a su fin. Los clásicos cumplen una función peculiar con su lengua, que ya no es necesaria después de un momento dado. Y aún más, aunque las analogías o paralelos no pueden decidir una cuestión de esta naturaleza, el caso es que el conjunto de nuestros autores clásicos abarca un período más amplio que el que corresponde a la literatura clásica griega o a la latina. De la misma manera, la lengua inglesa podrá tener también 16 ·

Ver A confession of Faith (Works 8, 219-26; y 3, 478-79) (IK).

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un desarrollo literario a lo largo de los siglos pero sin que esa futura literatura sea clásica. El latín, por ejemplo, siguió siendo unalengua viva durante cientos de años después de muertos los escritores que la llevaron a su perfección; y después continuó durante un segundo período largo siendo el vehículo de comunicación en Europa. El griego fue una lengua viva hasta una fecha no muy anterior a la caída de Constantinopla, diez siglos después de la muerte de san Basilio, y mil setecientos años después del período que normalmente se denomina clásico. Así pues, lo mismo que el año tiene primavera y verano, esas lenguas tan celebradas no tuvieron más que una época de esplendor que, si la comparamos con el desarrollo completo de su duración, fue una época breve. Por tanto, dado que el inglés ha tenido sus grandes escritores a lo largo de un período de unos trescientos años -período igua!"de largo que el tiempo que va de Safo a Demóstenes, o de Pisístrato a Arcesilao, o de Esquilo y Píndaro a Carneades, o de Ennio a Plinio- no deberíamos sentir ninguna decepción si nuestro período clásico estuviera a punto de terminar. Por clásicos de una literatura nacional quiero decir esos autores que ejemplifican de la manera más eminente el poder del idioma y llevan a cabo su desarrollo. La lengua de un pueblo es al principio ruda y torpe, y necesita una serie de artistas consumados que la hagan dúctil y maleable, y la trabajen hasta llevarla a su perfección. La lengua mejora con el uso pero no todo el mundo puede usarla mientras no está formada. Esto es tarea para los genios, y así surgen hombres de un talento peculiar, uno tras otro, que la llevan a cabo, según las circunstancias. U no le da flexibilidad, esto es, muestra cómo un idioma se puede usar sin dificultad para expresar adecuadamente distintos pensamientos y sentimientos con detalle o complejidad. Otro lo hace lúcido o poderoso, un tercero añade vocabulario y un cuarto le da gracia y armonía. El estilo de cada uno de estos maestros eminentes pasa a ser en cierto modo una característica de la lengua misma: palabras, frases, giros y estructuras que 99

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hasta el momento no existían, poco a poco pasan a la conversación y a la escritura de las clases educadas.

2. Ahora intentaré mostrar cómo se lleva a cabo este proceso de mejora y qué límites tiene. Entiendo que estos escritores de gran talento operan sobre la lengua hablada y la lengua escrita, cada uno a través de la escuela particular que se forma alrededor de ellos. Su estilo, en el sentido general del término, apresa con fuerza al lector y le empuja a imitarlo, por virtud de lo que en él es excelente, a pesar de que contenga defectos, como todo lo humano. Supongo que todos reconocemos esta fascinación. Por lo que a mí toca, a los catorce o quince años, imitaba a Addison y a los diecisiete escribía en el estilo de Johnson. Por aquella época me topé con el duodécimo volumen de Gibbon y en mis oídos empezó a resonar la cadencia de sus frases, y soñé con él una o dos noches. Entonces empecé a escribir un trabajo sobre Tucídides imitando el estilo de Gibbon. De igual manera, muchos estudiantes de Oxford, hac'e cuarenta años, al escribir poesía, adoptaban la versificación de Pope, [Erasmus] Darwin y los Pleasures of Hope [de Thomas Campbell], que habían popularizado Heber y Milman. Las escuelas literarias de que hablo, amalgamadas por la atracción de un artista de cierta originalidad o al menos novedad, están formadas principalmente por manieristas, ninguno de los cuales remonta mucho el nivel de la mediocridad, pero son muy útiles como canales a través de los que los logros del genio se incorporan al conjunto de la lengua o pasan a ser propiedad común de la nación. De ahí que el escribidor más corriente, 17 el estudiante de cualquier aula, sea capaz de escribir con una precisión, una gracia, o una abundancia, según el caso, desconocidas en 17

Es curioso cómo la teoría de Newman se mantiene: si yo puedo usar ahora la palabra «escribidor» es seguramente porque Vargas Llosa la hizo funcional cuando tituló su novela La tía Julia y el escribidor.

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el tiempo previo al del autor al que imita, y se llena de admiración, si es que no se enorgullece, de sus «Novas frondes, et non sua poma» [frondas y frutos que no son los suyos. Geórgicas libro 2, verso 82].18 Si hay alguien que ilustra este comentario, ese es Gibbon. Me parece reconocer su poderosa capacidad de concentración y su ritmo peculiar en todos los rincones de la literatura actual. También se dice que Pope ha marcado la versificación inglesa. Desde sus días, cualquiera con oído y tendencia hacia la poesía puede producir, con pocos sudores, versos copiosos de calidad igual o superior a los del propio poeta, y con mucha menos carga de trabajo y corrección paciente que le habría llevado al propio poeta escribirlos. Comparad los coros de Sansón Agonista con cualquier stanza tomada al azar en el Thabala. 19 ¡Cuánto ha progresado la lengua en el intervalo! Sin negar los altos méritos de la bella historia de amor de Southey, no nos equivocaremos al decir que en su elocuente y desembarazado flujo es la lengua del siglo XIX la que habla tanto como el autor mismo. , Daré un ejemplo de lo que quiero decir. Tomemos el comienzo del primer coro del Samson: Los caminos de Dios son justos y justificables para los hombres; a menos que haya quien no crea en Dios en absoluto: 18

«al poco tiempo lanza el árbol,!robustas ramas fértiles y admira/frondas y frutos que no son suyos» (trad. Aurelio Espinosa Pólit. Publio Virgilio Marón. Obras completas. Madrid: Cátedra, 2003), 19 Samson Agonistes: drama trágico de John Milton publicado junto a su Paradise Regained en 1671. Thabala, el destructor: poema épico (1801) del hoy poco frecuentado poeta romántico Robert Southey. El Thabala trata de un grupo de brujos que eliminan a la familia Hodeirah para evitar el cumplimiento de una profecía, Pero el joven Thalaba sobrevive al asesinato en masa y adquiere un anillo mágico que le permite viajar por el Oriente hasta vencer a los brujos, como recompensa a su fidelidad al profeta Alá,

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si hay algunos así, caminan en la oscuridad; ya que para tal doctrina nunca existió más escuela que el corazón del insensato, y no hay más doctor en ella que cada uno para sí. Empero, sí hay más que dudan de la justicia de sus caminos y en cuanto a sus decretos, los hallan contradictorios, y dan rienda suelta al vagaroso pensamiento sin pensar que pueda ir en menosprecio de su gloria, hasta que, envueltos en sus propias perplejidades, se enredan más, cada vez más indecisos, y nunca encuentran solución satisfactoria. 20 Y ahora la primera stanza del Thabala: ¡Qué bella es la noche! El fresco del rocío ocupa todo el aire silencioso; no hay neblina que oscurezca, ni nube, ni mota, ni mancha que rompa la serenidad del cielo. En toda la gloria de su divina esfera, allá la Luna rueda por las profundas oscuridades azules. Por debajo de su constante rayo se extiende el círculo deshabitado, como el redondo océano ceñido por el cielo. ¡Qué bella es la noche! 21 20

«Just are the ways of God,/And justifiable to men;/Unless there be who think not God at all;/If any be, they walk obscure,/For of such doctrine never was there school,/But the heart of the fool,/ And no man therein doctor but himself./ But men there be, who doubt His ways not just,/As to His own edicts found contradicting,!Then give the reins to wandering thought,/Regardless of His glory's diminution;/Till, by their own perplexities involved,/They ravel more, still less resolved,/But never find self-satisfying solution» (vv. 293-306). Traducción de A. Saravia Santander Qohn Milton. Sonetos. Sansón Agonista. Barcelona: Orbis/ Fabbri, 1998. 21 «How beautiful is night!/A dewy freshness fills the silent air;/No mist obscures, nor cloud, nor speck, nor stain,/Breaks the serene of heaven./In fullorb' d glory yonder Moon divine/Rolls through the dark blue depths./Beneath her steady ray/The desert circle spreads,/Like the round ocean girdled with the sky./ How beautiful is night!». La traducción al castellano, que ha pretendido conservar

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¿No es verdad que Southey sale ganando? No obstante, la voz del mundo proclama que Milton es el poeta por excelencia, y nadie puede dudar siquiera de la delicadeza y exactitud de su oído. Pero aunque la lengua inglesa le debe mucho tanto en verso como en prosa, dejó mucho trabajo por hacer a los artistas posteriores, y estos lo han realizado con éxito. El fruto de los esfuerzos literarios de Pope, Uames] Thomson, [Thomas] Gray, Goldsmith, y otros poetas del siglo XVIII, lo encontramos en la elocuencia musical de Southey.

3. Hasta aquí el proceso. En cuanto a su final, creo que se produce, más o menos, de la siguiente manera: La influencia de un gran clásico sobre la nación que representa es doble. Por un lado, hace avanzar su lengua madre hacia la perfección, pero por otro, en cierto modo, estorba cualquier otro avance ulterior. En el caso de la ciencia, se suele decir en el continente que el mismo talento maravilloso de Newton ha sido el fin de las matemáticas en Inglaterra. En la medida en que sus sucesores se contentaron con los descubrimientos newtonianos, se fanatizaron con sus métodos de investigación y se volvieron reacios a esos nuevos instrumentos que han llevado a los franceses a resultados tan brillantes y exitosos. También en literatura, hay algo de opresivo en la autoridad de un gran escritor y algo de tiranía en el uso que sus admiradores hacen de su nombre. La escuela formada en torno a ese gran escritor, que con gusto monopolizaría la lengua si pudiera, forma cánones críticos partiendo de sus escritos y no tolera innovaciones. A los que caen bajo su influencia se les disuade o se les impide abrir camino por su cuenta. Así, la excelencia inigualable de Virgilio fijó la «elocuencia musical», es mía. Naturalmente, es más bien dudoso que ninguna de las dos versiones españolas ayuden a demostrar el punto fónico que el autor persigue. Newman tenía buen oído para la poesía; le costaba mucho escribir prosa, pero alguna vez comentó que podía escribir un poema mientras se afeitaba.

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el carácter del hexámetro en la poesía posterior y eliminó la posibilidad, si no de mejorado, al menos sí de que existieran otros metros. Hasta Juvenal tiene mucho de Virgilio en la estructura de su verso. He conocido gente que prefería el ritmo de Catulo. Sin embargo, el resultado no tiene por qué ser tan mecánico. El esplendor de un autor puede espolear una limpia emulación o el formalismo tiránico de_ los epígonos una reacción contraria, y es así como surgen otros autores y otras escuelas. Leemos que Tucídides, al oír a Herodoto leer su historia en Olimpia, se sintió incitado a intentar una obra similar, aunque con una estructura enteramente diferente y original. 22 De igual manera, Gibbon dice de Hume y [William] Robertson: «La perfecta composición, la lengua con nervio, las oraciones tan bien construidas del Dr. Robertson encendieron en mí la ambición y la esperanza de que un día yo podría caminar sobre sus huellas. La calmada filosofía, la belleza descuidada e inimitable de su rival y amigo [Hume], a menudo me obligaban a cerrar el libro con una mezcla de delicia y desesperación» (Mise. Works, p. 55). 23 En cuanto a reacciones, supongo que las ha habido contra la hegemonía de Pope desde el momento en que sus sucesores, Campbell especialmente, llevaron sus peculiaridades e incluso defectos hasta la extravagancia. [George] Crabbe, por ejemplo, volvió a un tipo de versificación mucho más parecida a la de Uohn] Dryden. Byron, a pesar de su alta estima por Pope, puso a sus versos el ritmo del verso blanco. Sin embargo, en general, la influencia de un clásico tiende más bien a desanimar cualquier novedad que a excitar rivalidad o a provocar reacciones en contra. 22

Newman mezclados cosas: en la Vita Thucydidis (54) de Amiano Marcelino, . se cuenta que Tucídides se echó a llorar al oír a Herodoto leer su Historia. Pero el relato de Herodoto leyendo su Historia en los Juegos Olímpicos y obteniendo el aplauso universal es de Luciano (Herodoto 1-2) (IK). 23 Edward Gibbon. Miscellaneous works of Edward Gibbon, esquire. With memoirs of his life and writings, composed by himself, with notes by ]ohn, lord Sheffield. Londres: B. Blake, 1837.

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Hay que considerar también otro punto. Cuando una lengua se cultiva en una determinada área del saber y alcanza un cierto grado de perfección, la necesidad previa queda satisfecha y ya no hacen falta más trabajadores. En los momentos iniciales, mientras la lengua aún está en formación, el mero hecho. de escribir en esa lengua es tarea de un genio. Es como atravesar un país antes de que haya caminos trazados para comunicar unos lugares con otros. Los autores de esa época merecen ser clásicos tanto por lo que hacen como por el hecho de hacerlo. Se precisa la audacia o la fuerza de un gran talento para escribir en absoluto en una lengua aún informe, y lo que se escribe, una vez escrito, deja en ella una impresión permanente. En esos tiempos iniciales, también, la libertad sin trabas para expresarse, la novedad de la obra, el estado de la sociedad y la ausencia de crítica, permiten a un autor escribir con frescura y vitalid~d. A medida que pasan los siglos, este estímulo desaparece. Para entonces la lengua se ha vuelto maleable para usos distintos y está a nuestra disposición para lo que haga falta. Las ideas han encontrado sus expresiones correspondientes y a menudo con una sola palabra se puede expresar lo que antes necesitaba media docena. Las raíces se han expandido, las derivaciones se han multiplicado, se han inventado o adoptado nuevas palabras. Surge toda una fraseología que equivale a un conjunto de palabras compuestas. Los distintos géneros, objetivos y áreas de la literatura han adquirido su terminología propia. Existe el estilo histórico, el político, el social, el comercial. El oído nacional se ha acostumbrado a expresiones útiles o combinaciones de palabras que de otra manera sonarían ásperas. Metáforas peregrinas son ahora corrientes en la prosa ordinaria, pero como fenómenos aislados y sin que esa libertad suponga precedente para otras lexicalizaciones. El ejercicio de la crítica es ahora un arte y ejerce una vigilancia continua y celosa sobre el genio libre de los escritores nuevos. Para ellos es difícil ser originales en el uso de su lengua madre sin resultar raros. 105

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Y así la lengua se ha vuelto en gran medida estereotipada. Como ocurre con el cuerpo humano, la lengua se ha expandido hasta perder elasticidad y no poder ya estirarse más. Así pues, el estilo general de la gente educada, formada por las mejoras acumuladas durante siglos, quizá sea muy superior en cuanto a perfección al de cualquiera de los clásicos nacionales que han enseñando a su pueblo a escribir con más claridad, con más elegancia o con mayor contundencia que ellos mismos. Y los hombres de letras se someten a lo que se les ofrece tan oportunamente o, si se impacientan con las convencionalidades y quieren sacudirse el yugo que les agobia hasta amenazar su individualidad, no toman decisiones a medias sino que se lanzan a novedades que contradicen el genio de la lengua y los cánones del buen gusto. Hay causas políticas que ayudan a una revolución de este estilo y, al igual que una nación decae en su patriotismo, así decae también la lengua en su pureza. Me parece que el estilo sentencioso y epigramático que se impuso con Séneca y que llega hasta san Ambrosio es un intento de huir de la sencillez de César y de la majestuosa elocución de Cicerón. Mientras que Tertuliano, con más genio que buen sentido, se desata en la áspera originalidad de su latín provincial. A medida que pasa el tiempo, se crea otro impedimento para el surgimiento de nuevos clásicos en una nación, y es la influencia que los extranjeros, o la literatura extranjera, ejercen sobre ella. Puede ocurrir que una lengua determinada, como el griego, se adopte y se use familiarmente por la gente culta de otro país, o que la gente culta nativa de una lengua la abandone por otra, como hicieron los romanos de los siglos segundo y tercero, que escribían en griego y no en latín. La consecuencia será que la lengua en cuestión tenderá a perder su nacionalidad, es decir, su carácter distintivo. Dejará de ser idiomática en el sentido en que lo había sido antes, y la gracia o propiedad que le quede será cosa sin fuerza y des vi talizada. 106

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4. Siendo este, en mi opinión, el futuro de la literatura clásica, no me sorprendería que, en general, hayamos asistido prácticamente al final de los clásicos ingleses en nuestro hemisferio -puesto que nada puedo profetizar de América-. Desde luego, cuando hablo aquí de la necesidad y del deber de que los católicos cultiven la literatura inglesa no lo digo con la expectativa de que añadan nuevos clásicos. Cuando hablo de la formación de una escuela de escritores católicos, atiendo principalmente a los asuntos de que se escribe y, en cuanto a la escritura misma, atiendo solo al estilo en la medida en que es necesario para expresar y hacer más atractivo el .\SUnto. Quiero decir una literatura que esté a tono con la literatura del día. No es la actual una época para grandes escritores sino una época de escribir bien, y de escribir mucho. Jamás ha habido una época en que se escribiera tanto y tan bien, sin ser los autores gente importante. Nuestra literatura actual, en especial la periódica, es rica y variada, y su lengua tiene un nivel de elaboración mucho más alto que el de nuestros clásicos, gracias a la celosa rivalidad, la práctica constante y la influencia mutua que existe entre sus numerosos escritores. En punto a estilo, pienso que muchos artículos del Times o de la Edinburg Review son superiores a un prefacio de Dryden, o al Spectator, o a un panfleto de Swift o a un sermón de South. Nuestros escritores escriben tan bien que hay poco margen para escoger entre uno y otro. Lo que les falta es la individualidad, la determinación, muy personal pero al tiempo muy inconsciente de sí misma, que es el gran encanto de cualquier escritor. La misma forma de los escritos actuales nos sugiere cuál es su mayor deficiencia. Que son anónimos. No ocurre eso en la literatura de esos pueblos que consideramos como la norma de la escritura clásica. Tampoco ocurre eso con nuestros propios clásicos. Los cantos de la épica los cantaba la voz del poeta en persona, el poeta vivo. El drama, por su misma esencia, es poesía encarnada en personas. Los historiadores 107

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comienzan así: «Herodoto de Halicarnaso publica sus hallazgos» o «Tucídides el ateniense ha compuesto un relato de la guerra». Píndaro es el locutor de todas sus odas. Platón, Jenofonte y Cicerón ponen sus disertaciones filosóficas en forma de diálogo. Oradores y predicadores, por su oficio, son personas concretas y, según el Filósofo de la antigüedad [Aristóteles], lo personal es la principal fuente de persuasión que tienen a su disposición. Virgilio y Horacio infunden constantemente en su poesía sus propios gustos y modo de ser. Los poemas de Dante mencionan tal cantidad de hechos que se puede construir la cronología de su época. Milton abunda en alusiones a su propia vida y circunstancias. Incluso cuando Addison escribe anónimamente escribe como si fuera un personaje, que en gran medida es él mismo, Escribe en primera persona. El «yo» del Spectator y el «nosotros» de la revista o periódico modernos son los símbolos respectivos de las dos épocas de nuestra literatura. Los católicos deben hacer igual que sus vecinos; deben sentirse felices de servir a su generación, de promover los intereses de la religión, de hacer amable la verdad y de dar buen ejemplo a sus hermanos de hoy, aunque sus nombres no vayan a ser conocidos ni sus obras vayan a durar demasiado después de su muerte.

5. Una vez explicado lo que una Universidad Católica no piensa hacer, no tiene que hacer y no puede hacer, podría seguir trazando en detalle qué es lo que realmente puede y debe desarrollar y crear. Semejante exploración sería fácil de desarrollar pero difícil de terminar. Así que prefiero dejar la materia en este estadio preliminar al que hemos llegado.

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4. ESTUDIOS ELEMENTALES (1854-1856) 1

Se ha dicho con frecuencia que, cuando el niño abre por vez primera los ojos al mundo, los rayos de luz reflejados desde la miríada de objetos que le rodean no le presentan imagen alguna sino una mezcla de colores y sombras. No conforman un todo; no hacen destacar los primeros planos, ni difuminan los lejos, no dividen en grupos, no crean unidades, no se combinan formando personas, sino que cada matiz, cada tono particular permanece aislado, inmovilizado entre otros mil, sobre un mosaico vasto y plano, incomprensible y sin historia que contar, como la parte trasera de un rico tapiz. El pequeño estira brazos y dedos, como si quisiera agarrar o sondear la coloreada visión y, poco a poco, va aprendiendo la conexión de una parte con otra, distingue lo que se mueve de lo que no, observa el ir y venir de las figuras, adquiere el concepto de la forma y la perspectiva, asimila la información que le dan los demás sentidos para ayudarle en sus procesos mentales, y así gradualmente convierte un calidoscopio en un cuadro. La primera visión es más espléndida, la segunda más real; aquella más poética, esta más sabia. Pero, ¡ay!, ¿en qué otra cosa consiste nuestra vida, por necesidad y por obligación, 1

Con otros títulos se publicaron la parte 1 en Catholic University Gazette 22 jun. 1854: 25-32. La parte 2 en Catholic University Gazette 6 jul. 1854: 41-47. Parte 3 en Catholic University Gazette 10 ago. 1854: 81-82, y 18 ene. 1855: 294-96. La parte 4 se publicó en My Campaign in Ireland (157-67), del año 1856.

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sino en desprendernos de la poesía del mundo y adquirir su prosa? Esa es nuestra educación, como niños y como hombres, en la vida activa y en el retiro o biblioteca; en los afectos, en los afanes, las esperanzas y los recuerdos. Lo mismo ocurre con la educación de nuestro intelecto. Quiero decir, una parte considerable de nuestra educación intelectual, de los esfuerzos de la escuela y la universidad, consiste en eliminar la primitiva imprecisión de los ojos de la mente, fortalecer y perfeccionar su visión, capacitarlos para mirar al mundo sin trabas, firme y verdaderamente; dar a la mente claridad, exactitud, precisión, hacerla capaz de usar bien las palabras, que entienda lo que dice, que conciba con justeza lo que piensa, y que abstraiga, compare, analice, divida, defina y razone correctamente. Hay una ciencia que se ocúpa de estos puntos, y se llama Lógica. Pero la facultad de que hablo no se adquiere mediante la Lógica, y desde luego no solo mediante la Lógica. El niño no aprende a distinguir e interpretar los matices de su retina gracias a regla científica alguna, ni el estudiante aprende a pensar con rigor gracias a un manual o tratado. Su instrucción, del tipo que sea, si ha de ser instrucción, consiste principalmente, o ante todo, en esto: enseñarle a pensar con rigor. Los chicos siempre son, en mayor o menor medida, poco rigurosos; y demasiados, más bien la mayoría, siguen siendo niños toda la vida. Cuando oigo a algunos hablar en público de «puntos de vista amplios e ilustrados» o sobre «la libertad de conciencia», o «del Evangelio», o cualquier otro asunto hoy de moda, no niego que haya algunos que saben de lo que hablan. Pero en algún que otro caso, sería una satisfacción tener la seguridad de que es así, porque me da la impresión de que esas expresiones archiconocidas pueden significar para más de uno tanto una cosa como otra, ambas muy elevadas pero absolutamente vagas; más o menos como flota en el aire la idea de «civilización» asociada a la imagen de un turco -suponiendo, claro, que dejando de fumar un momento para pronunciar la palabra, ese uno se digne reflexionar si la palabra tiene algún 110

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significado en absoluto-. 2 O un crítico de libros se apresura calificar una nueva obra en su revista como «llena de talento, original, repleta·de profundo interés y con un argumento irresistible: en el mejor sentido de la palabra, una lectura excelente». ¿Realmente hay alguien que piense que el crítico se ha molestado en dar el menor significado a palabras tan pródigamente regaladas? Es decir, que si su costumbre fuera querer decir lo que dice, ¿lo tendríamos haciendo un derroche de palabras tan absolutamente extravagante? Para el corto de vista, los colores se superponen y mezclan, los perfiles desaparecen, azules y rojos y amarillos se vuelven marrones rojizos o castaños, las llamas de las lámparas o velas se difuminan en un resplandor indistinguible o se confunden en una especie de vía láctea. Si el miope se pone un monóculo, la nebulosa desaparece, las imágenes surgen con toda nitidez y los rayos de luz recuperan el eje adecuado. Esta brumosidad de la visión intelectual es la enfermedad natural de todo tipo de personas, tanto de los que saben leer y escribir, como de los que no; de todos los que no han tenido una educación realmente buena. Los que no saben leer o escribir, sin embargo, pueden curarse y librarse de la enfermedad. Los que saben leer y escribir, demasiado a menudo permanecen bajo su poder. Es una ciencia que nada tiene que ver con saber cosas sueltas, o tener conocimiento de libros; es una materia muy amplia, que puede desarrollarse por extenso, de la que me limitaré aquí a dar solo un par de ejemplos.

1. Gramática Uno de los asuntos más interesantes para cuantos, desde cualquier punto de vista, tienen que ver con un curso universitario, sea 2

Según Newman, «desde luego, los Turcos no son una potencia civilizada sino una potencia bárbara» («Lectures on the History of the Turks, in their Relation to Europe». Historical Sketches 1, 187) (IK).

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como autoridades o como estudiantes, es el Examen de Admisión. Materia principal en ese examen serán los Elementos de Gramática Latina y Griega. En la Edad Media, Gramática a menudo se usaba como sinónimo de Literatura y un gramático era un «Professor Literarum». Este es el sentido de la palabra que hace las delicias de un muchacho de mente poco rigurosa. Le encanta profesar todos los clásicos y no saberse ninguno de ellos. Por Gramática hoy día se entiende normalmente, tal como la define el Doctor Johnson, «el arte de usar las palabras con corrección», y «comprende cuatro partes: ortografía, etimología, sintaxis y prosodia». En este sentido, Gramática es el análisis científico de la lengua, y dominarla en lo que se refiere a un idioma en particular es ser capaz de entender el significado y la fuerza de ese idioma cuando uno se enfrenta a frases y párrafos. Ese sentido se da a la palabra cuando se habla de Elementos de Gramática Latina y Griega como materia de nuestro Examen de Admisión; es decir: no Elementos de Literatura Latina y Griega, como si se pretendiera que un muchacho tuviera lln barniz de los escritores clásicos en general, y tuviera que ser capaz de opinar sobre la elocuencia de Demóstenes y Cicerón, el valor de Tito Livio, o la existencia de Homero; o haber leído media docena de autores griegos y latinos, y fragmentos de otra docena -aunque, por supuesto, hablaría mucho en su favor si lo hubiera hecho-. Pero no hay que esperar tanta aplicación de los muchachos y tampoco se les puede pedir. Lo que se pide es la estructura y características del latín y del griego, o un examen de sus conocimientos. Es decir, un examen para ver si sabe Etimología y Sintaxis, los principales aspectos de la ciencia del lenguaje; si entiende cómo se articulan las distintas partes de una oración, cómo forman untodo, cómo cada una tiene su sitio propio en el funcionamiento de la frase, cuáles son las peculiaridades de construcción o las expresiones idiomáticas propias de la lengua en que está escrita, cuál es el significado exacto de las palabras y cuál la historia de su formación. 112

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La mejor manera de alcanzar esto es probar hasta qué punto es capaz de construir una frase o de analizar una frase dada. Traducir una frase inglesa al latín es construir una frase y es la mejor prueba para ver si un estudiante sabe distinguir entre una construcción latina y una inglesa. Interpretar y diseccionar es analizar una frase y es prueba del logro más sencillo de saber qué es una construcción latina en sí misma. Este es el sentido de la palabra Gramática que aborrece nuestro muchacho poco riguroso, y este es el sentido de la palabra a que se atendrá todo profesor sensato. Su máxima es «poco pero bien», esto es: tienes que saber realmente lo que dices que sabes, tienes que saber lo que sabes y lo que no sabes; aprende bien primero una cosa antes de pasar a la segunda; procura comprobar lo que significan las palabras; cuando leas una frase imagínala como un todo, extrqe la verdad o la información que en ella se contiene, exprésala en tus propias palabras y, si tiene interés, guárdatela bien en la memoria. Luego, compara una idea con otra, ajusta verdades y hechos, forma una unidad de todo ello o toma nota de los problemas que surgen al intentarlo. Esa es la manera de progresar, esa es la manera de alcanzar resultados; no tragar conocimientos sino (con ejemplo que a veces se pone) masticarlos y digerirlos.

2. Para ilustrar lo que quiero decir, pondré un ejemplo. Bosquejaré el perfil de un candidato al ingreso, un candidato muy deficiente. Lo pondré por debajo de lo normal, no al nivel que saldría de una escuela respetable, con el fin de presentar claramente ante el lector, por contraste, lo que no debe ser un estudiante o lo que quiero decir con poco riguroso. Para simplificar el caso al máximo, tomaré una sola palabra a modo de texto, y mostraré cómo esa sola palabra, por sí sola, ofrece materia suficiente para examinar a un muchacho de gramática, historia y geografía. Empezamos. 113

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Tutor: ¿El señor Brown, no es así? Candidato: Sí. T: ¿De qué libros griegos y latinos desea examinarse? C: Homero, Luciano, Demóstenes, Jenofonte, Virgilio, Horacio, Estacio, Juvenal, Cicerón, los Analecta y Matthiae. T: No, quiero decir, de qué libros tengo yo que examinarle. C: (Silencio) T: Dos libros, uno griego y otro latino. No se aturulle. C: Oh ... Jenofonte y Virgilio. T: J enofonte y Virgilio, muy bien. ¿Qué parte de J enofonte? C: (Silencio) T: ¿Qué obra de Jenofonte? C: Jenofonte: T: Jenofonte escribió muchas obras. ¿Sabe usted el título de alguna? C: Yo ... Jenofonte ... Jenofonte. T: ¿Es la Anábasis la que escoge? C: (Con sorpresa) Sí, la Anábasis. , T: Muy bien, la Anábasis de Jenofonte. Bueno: ¿qué significa la palabra Anábasis? C: (Silencio) T: Usted lo sabe muy bien, esté tranquilo y no se alarme. Anábasis significa ... C: Subida. T: Correcto; significa «subida». Pero ¿cómo es que tiene ese significado? ¿De dónde deriva? C: Viene de ... (Pausa) Anábasis ... es el nominativo. T: Correcto, bien. Pero ¿qué parte de la oración es? C: Un nombre; nombre, sustantivo. T: Muy bien, un nombre sustantivo; y ¿cuál es el verbo,del que deriva anábasis? C: (Silencio) T: Del verbo Anabaino, ¿no? De Anabaino. 114

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C: Sí. T: Exacto. Y ¿qué significa Anabaino? C: Subir, ascender. T: Muy bien. Y ¿qué parte de la palabra significa «ir» y qué parte «arriba»? C: Ana es arriba y Baino ir. T: Baino ir, bien. Y ¿Basis? ¿Qué significa Basis? C: Ida. T: Correcto. Y ¿Anábasis? C: Subida. T: Y ¿qué es una bajada? C: (Silencio) T: ¿Cómo se dice abajo? ... Kata ... ¿No se acuerda? ... Kata. C: Kata. T: Entonce;, ¿cómo se dice bajada? Cat ... Cat ... C: Cat ... T: Catá ... C: Catá ... T: Catábasis. C: Sí, claro, Catábasis. T: Dígame, ¿cuál es el futuro de Baino? C: (Piensa) Bano. T: No, no. Piénselo un poco más. Usted puede. C: (Con miedo) ¿Faino? ¿Fano? T: Desde luego, Fano es el futuro de Faino, pero Baino es, como sabe, un verbo irregular. C: Ah, sí, ya me acuerdo: Beso. T: Bueno, eso está mucho mejor. Pero no del todo bien. Besomai. C: Ah, sí, sí: Besomai. T: Besomai. ¿Quiere usted decir que Besomai viene de Baino? C: (Silencio) T: Por ejemplo, Tupso viene de Tupto por un cambio de letras. ¿Viene Besomai de Baino por un cambio semejante? 115

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C: Es un verbo irregular. T: ¿Qué quiere usted decir con verbo irregular? ¿Que forma los tiempos de cualquier manera y a capricho? C: Que no sigue el paradigma. T: Sí, pero ¿cómo se explica eso? C: (Silencio) T: Esos tiempos ¿se forman partiendo de distintas raíces? C: (Silencio) T: (Silencio. Cambiando de tema) Muy bien. Dice usted que Anábasis significa subida. ¿Quién subió? C: Los griegos,Jenofonte. T: Muy bien, Jenofonte y los griegos. Los griegos subieron. ¿Y adónde subieron? C: Contra el rey persa; subieron para luchar contra el rey persa. T: Eso está bien; una subida. Pero yo creía que cuando un ejército extranjero invadía un país lo llamábamos «caer sobre». C: (Silencio) T: ¿No decimos que los bárbaros cayeron sobre.Roma? C: Sí. T: Entonces, ¿por qué decimos que los griegos subieron? C: Subieron para luchar contra el rey persa. T: Sííí. Pero ¿por qué subieron y no bajaron? C: Bajaron luego, al volverse a Grecia. T: Sí, sí, muy bien, bajaron. Pero ¿no podría dar algún motivo por el que se dice que subieron a Persia y no cayeron sobre Persia? C: Ellos subieron a Persia. T: ¿Por qué no dice usted que cayeron sobre Persia? C: (Pausa) Cayeron sobre Persia. T: No me ha entendido bien. Silencio. T: ¿Por qué no dice usted cayeron? C: Sí lo digo: cayeron. T: Se ha hecho usted un lío. Pero usted puede. 116

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C: Yo entendí que usted me preguntaba por qué yo no decía «ellos cayeron sobre». Silencio por ambas partes. T: ¿Usted subió a Dublín o bajó a Dublín? C: Subí. T: ¿Por qué llama a eso subir? C: (Piensa, sonríe y dice feliz) Siempre decimos subir a Dublín. T: Bueno, pero siempre hay una razón para lo que uno hace. En este caso, ¿cuál es esa razón? C: (Silencio) T: Venga, venga, señor Brown, no me puedo creer que no lo sepa. Seguro que hay una buena razón para decir que se sube a Dublín y no se baja. C: (Piensa) Porque es la capital. T: Muy bie~. Entonces ¿Persia era la capital? C: Sí. T: Bueno ... , no ... , no exactamente ... , explíquese. ¿Persia era una ciudad? C: Un país. T: Correcto. Pero ¿a usted le suena Susa? Bueno: ¿por qué hablan de subir a Persia? C: (Silencio) T: Porque era la sede del gobierno. Esa es una razón. Persia era la sede del gobierno. Subieron porque era la sede del gobierno. C: Porque era la sede del gobierno. T: Bueno, ¿y desde dónde subieron? C: Desde Grecia. T: Y ¿dónde se formó el ejército? ¿Desde qué punto salieron? C: (Silencio) T: Se dice en el primer libro. ¿Dónde se encontraron las tropas? C: (Silencio) T: Abra la Anábasis. Vaya al libro 1, capítulo 2. Ahora dígame. C: Ah, sí, en Sardes. 117

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T: Muy bien, en Sardes. ¿Dónde está Sardes? C: ¿En Asia Menor? ... No ... En una isla ... (pausa): ¡en Cerdeña! 3 T: En Asia Menor. El ejército salió de Asia Menor y siguió hacia Persia. Por tanto, se dice que subió porque ... C: (Silencio) T: Porque ... Persia ... C: Porque Persia. T: Por supuesto, porque Persia tenía soberanía sobre Asia Menor. C: Sí. T: Y ¿sabe usted cuándo y por qué Persia tenía soberanía, conquistó y obtuvo posesión de Asia Menor? C: (Silencio) T: ¿Tenía Persia posesión de muchos países? C: (Silencio) T: ¿Era Persia cabeza de un imperio?

C: (Silencio) T: ¿Quién eraJerjes? C: Oh, Jerjes ... sí... Jerjes. Invadió Grecia. Azqtó el mar. T: Bien, azotó el mar. ¿Qué mar? C: (Silencio) T: ¿Ha leído alguna historia de Persia? ¿Cuál? C: Grote, y Mitford. T: Bien, entonces, señor Brown, podrá dar alguna otra razón por la cual los griegos hablaban de subir a Persia. ¿Decimos subir o bajar cuando partimos de la orilla del mar? C: Subir. T: Correcto. Pues bien, si sale usted de Asia Menor, ¿parte del mar o va hacia el mar? C: Salgo del mar. T: ¿Y qué países atravesaría yendo desde la costa de Asi'a Menor a Persia? Nombre alguno. 3

Sardinia (en español, Cerdeña) suena parecido a Sardes.

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C: (Silencio) T: ¿Qué quiere decir Asia Menor? ¿Por qué Menor? ¿Qué aspecto tiene? C: (Silencio) Etcétera, etcétera. He pintado este caso a riesgo de cansar al lector, pero quería dejar bien claro qué es lo debe buscar el Examen de Admisión, qué debe exigir a los estudiantes. Este muchacho había leído la Anábasis y le sonaba el significado de la palabra, pero no tenía un conocimiento riguroso del porqué de ese significado, o de la historia y la geografía que lo justificaban. En tal caso, no tenía sentido, en realidad era perjudicial, que el chico se divirtiera repasando los muchos tomos del Grate o que pusiera los ojos sobre las minuciosas críticas de Matthiae. 4 En realidad, el problema del señor Brown parece ser precisamente ese. Empezó diciendo que había leído a Demóstenes, Virgilio, Juvenal y a no sé cuántos más. Nada es más corriente en una época comó la actual en que abundan los libros, que creerse que el gusto por la lectura equivale a verdadero estudio. Por supuesto, hay muchachos que huyen hasta de los libros de historietas y no hay quien los engatuse para que lleguen hasta el final de una historia de amor y aventuras. El señor Brown no era de esos; pero hay otros, y a estos sí pertenece el señor Brown, que desde luego tienen gusto por la lectura, pero en ellos ese gusto es poco más que el resultado de la curiosidad y de una cabeza impaciente. Esas cabezas son incapaces de fijar la mirada en un objeto más de dos segundos. El mismo impulso que les lleva a leer les lleva a seguir leyendo y a no pararse o dar vueltas, a ninguna idea. La agradable excitación de leer algo nuevo es lo que más les mueve, y la fantasía de que creer que están 4

George Grote (1794-1871) fue un clasicista británico cuya obra más importante, en doce volúmenes, A history of Greece (London: John Murray 18461856), continúa teniendo interés hoy día. August Heinrich Matthiae (1769-1835), clasicista alemán, escribió una Historia literarum Graecarum secundum aetates ac tempora sua descripta (Alteburgi, h. 1800).

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haciendo algo, unida a la pueril vanidad que la acompaña, son su recompensa. Esos chicos a menudo dicen que les gusta la poesía, o que les gusta la historia o la biografía; se aficionan a asistir a algunas clases de ciencias naturales; o quizá tengan un genuino y auténtico gusto por la historia natural u otras ciencias aledañas; y en todo esto hay que mirarlos con satisfacción. Pero, por otro lado, dicen que no les gusta la lógica, ni les gusta el álgebra, ni tienen inclinación por las matemáticas, lo cual solo quiere decir que no les gusta aplicarse, no les gusta prestar atención, y que huyen del esfuerzo y la fatiga de pensar y del proceso de toda verdadera gimnasia intelectual. La consecuencia será que cuando crezcan serán gentes de conversación agradable, estarán bien informados en esto o aquello, podrán ser eso que se llama «gente leída», pero no tendrán fundamento, firmeza o perseverancia; no serán capaces de hablar en público con sentido, o de escribir una bu~na carta o de ser un antagonista incisivo a la hora de debatir, si no es que, siendo de natural ingeniosos, de vez en cuando improvisen una buena salida, cosa con la que, de manera ordinaria, no se puede contar. No son ca¡,aces de plantear una discusión o un problema, o de trazar una visión general de una operación, o de dar un consejo sensato y adecuado en una situación difícil, o de hacer una de esas cosas que inspiran confianza y ejercen influencia, que elevan a una persona en la vida y le hacen útil para su religión y su país. Puesto el ejemplo de lo que entiendo por falta de rigor y vistos los resultados a los que creo que conduce, paso ahora a esbozar, a modo de contraste, el examen que rinde un estudiante que, cualquiera que sea su nivel de conocimientos, al menos sabe lo que está haciendo, y ha intentado hacerse con la materia que estudia. No es mi intención decir que todo candidato al ingreso deba alcanzar este estándar. Tutor: Me parece que usted ha señalado para examen las Cartas familiares de Cicerón, ¿no, señor Black? Vaya, por favor, al libro 11, epístola 29 y comience a leer. 120

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Candidato: (Lee) Cicero Appio salutem. Dubitanti mihi (quod scit Atticus noster), de hoc toto consilio profectionis, quod in utramque partero in mentem multa veniebant, magnum pondus accessit ad tollendam dubitationem, judicium et consilium tuum. Nam et scripsisti aperte, quid tibi videretur; et Atticus ad me sermonem tuum pertulit. Semper judicavi, in te, et in capiendo consilio prudentiam summam esse, et in dando fidem; maximeque sum expertus, cum, initio civilis belli, per literas te consuluissem quid mihi faciendum esse censeres; eundumne ad Pompeium an manendum in Italia. T: Muy bien. Pare ahí. Traduzca. C: Cicero Appio salutem. Cicerón saluda a Appius. T: «Saluda a Appius». Sí, es verdad, pero suena un poco tieso en inglés, ¿no? ¿Cómo se dice eso en inglés corriente? C: ¿«Querido Appius»? T: Sí, sirve. ·sigamos. C: Dubitanti mihi (quod scit Atticus noster ... ). Mientras yo dudaba (como sabe nuestro amigo Atticus ... ). T: Bien. C: De hoc toto consilio profectionis ... Sobre todo el asunto ... el plan completo ... De hoc toto consilio profectionis ... sobre el tema de mi programado viaje ... sobre la propuesta de viajar yo. T: No importa, siga, cualquiera de ellas vale. C: Quod in utramque partero in mentem multa veniebant: en la medida en que muchas consideraciones me venían a la mente, tanto a favor como en contra, magnum pondus accessit ad tollendam dubitationem: vino con gran fuerza a eliminar mis dudas ... T: ¿Qué significa «accessit»? C: Significa: contribuyó a inclinar la balanza. Accessit: es una adición a uno de los platillos. T: Sí, puede serlo, pero lo que sigue es ad tollendam dubitationem. C: Fue grande ... fue ... una poderosa ayuda para eliminar mis dudas ... no ... Esto fue una poderosa ayuda, es decir, tu juicio y conse¡o. 121

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T: Bien, ¿cuál es la construcción de pondus y judicium? C: Tu consejo vino como un gran peso. T: Muy bien. Siga. C: Nam et sc¿psisti aperte, quid tibi videretur: porque tú con toda claridad escribiste tu opinión. T: Y ¿dónde está la fuerza del Nam? C: (Pausa) Por tanto. Se refiere a accessit. Es una explicación del hecho de que la opinión de Appius suponga una ayuda. T: Et, usted omitió el et ... et scripsisti. C: Es uno de los dos ets. Et scripsisti, et Atticus. T: Bien, pero ¿por qué no lo traduce? C: Et scripsisti: tú con toda claridad, tanto ... T: No. Dígame, ¿por qué lo dejó al margen? ¿Había alguna razón? C: Pensaba que es propio del estilo latino vestir la frase, para hacerla antitética, y que eso no era inglés. T: Muy bien. De todas maneras, se puede expresar. Inténtelo. C: ¿También, con la segunda cláusula? T: Correcto; siga. C: Nam et: porque tú con toda claridad pusiste por escrito tu opinión, et Atticus ad me sermonen tuum pertulit: y también Atticus me hizo llegar lo que tú habías dicho ... de lo que tü le habías dicho de palabra. T: Pertulit. C: Significa que Atticus transmitió a Cicerón su conversación previa con Appius. T: ¿Y quién era Atticus? C: (Silencio) T: ¿Quién era Atticus? C: Creía que eso no entraba en el examen ... T: De acuerdo, no dije que entrara pero, a pesar de eso, usted me puede decir quién era Atticus. C: Un gran amigo de Cicerón. 122

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T: ¿Intervino mucho en política? C:No. T: ¿Qué opiniones tenía? C: Era de los epicúreos. T: ¿Qué era un epicúreo? C: (Silencio y) Los epicúreos vivían para sí mismos. T: Está contestando usted muy bien. Siga. C: Semper judicavi: siempre he pensado, in te, et in capiendo consilio prudentiam summam esse, et in dando fidem: que tu sabiduría era de la más alta categoría ... que tú tenías la más alta sabiduría ... que nada podía superar la sabiduría de tus decisiones o la honestidad de tu consejo. T:Fidem. C: Significa fidelidad a la persona que pide ... maximeque sum expertus: y te~go una gran prueba de ello. T: Gran prueba. ¿Por qué no la mayor prueba? Maxime es superlativo. C: Los latinos usan el superlativo cuando quieren decir el positivo. T: Usted quiere decir: cuando el inglés usa el positivo. ¿Puede darme algún ejemplo de eso que dice? C: Cicerón siempre se refiere a los demás como amplissimi, optimi, doctissimi, clarissimi. T: ¿Y siempre usan el comparativo en vez del positivo? C: (Piensa un poco) Certior factus sum. T: Bueno, quizá. Sin embargo, aquí, maxime ¿puede o no puede significar especial? C: Y yo tuve una especial prueba de ello, cum, initio civilis belli, per literas te consuluissem: cuando al comienzo de la guerra civil, yo te había escrito para pedirte consejo, quid mihi faciendum esse censeres: sobre lo que tú pensabas que yo debía hacer, eundumne ad Pompeium an manendum in Italia: si irme con Pompeyo o quedarme en Italia. 123

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T: Muy bien. Ahora pare. Dubitanti mihi, quod scit Atticus noster. Usted tradujo quod por como. C: Quiero decir el relativo como. T: ¿Es como un relativo? C: Como se usa en inglés como relativo, cuando decimos: como a aquellos que. T: Bien, pero ¿por qué lo emplea aquí? ¿Cuál es el antecedente de quod? C: La frase Dubitanti mihi. T: Traduzca literalmente quod. C: La cosa que. T: ¿Dónde está la cosa? C: Se sobrentiende. T: Bueno, pero dígala. C: Illud quod. T: ¿Es correcto eso? ¿Cuál es la expresión común? C: (Silencio) T: ¿Ha visto alguna vez illud quod en esa posiáón? ¿Es esa la expresión? C: (Silencio) T: Lo normal es id quod, ¿no? C: Ah, sí, ya me acuerdo: id quod. T: Y ¿qué es más común, quod o id quod, cuando una frase entera es el antecedente? C: Creo que id quod. T: Al menos es mucho más claro; sí, creo que es lo más común. ¿Con qué se podría sustituir? C: Quod quidem. T: Y Dubitanti mihi; ¿quién rige a mihi? C: Accessit. T: No. Lo veo difícil. C: (Silencio) T: ¿Accessit rige dativo? 124

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C: Creo que sí. T: Es posible, pero usaría Cicerón el dativo después de accessit? ¿Qué es lo más corriente con verbos de movimiento? ¿Se dice Venit mihi, vino a mí? C: No. Venit ad me. Ahora me acuerdo. T: Correcto: venit ad me. Y, otro ejemplo: incumbo. ¿Qué caso rige incumbo? C: ¿Incumbite remis? T: ¿De dónde es eso? ¿De Cicerón? C: No, de Virgilio. Cicerón usa in. Incumbere in opus ... ad opus, si no recuerdo mal. T: Bueno, ¿entonces, accessit rige a mihi, sí o no? ¿Qué sigue a accessit? C: Ya lo veo. Es accessit ad tollendam dubitationem. T: Eso es. Pero ¿entonces qué hacemos con mihi? ¿De quién depende? C: (Silencio) T: ¿De quién depende mihi si no depende de accessit? C: (Pausa) Mihi ... mihi, a menudo se usa así. Y tibi y sibi. O sea: suo sibi gladio hunc jugulo o venit mihi in mentem; es decir: me vino a la mente, y por eso accessit mihi ad tollendam. T: Eso está muy bien. C: Hay un pasaje en Horacio: vellunt tibi barbam. Etcétera, etcétera. Ahora, paciente lector, supongo que te habrás hartado de mí con este asunto. Lo mejor que puedo esperar de ti es que digas: «en las primeras páginas estaba divertido, pero al final se pone pesado». A lo mejor es así. Pero ten en cuenta en ese caso que la segunda parte es sobre un muchacho estudioso y seguro y la primera no. Y que la bondad, la exactitud y la diligencia, lo correcto y lo no excepcional, aunque inmensamente más deseables que sus contrarios en la vida real, no son ni mucho menos tan entretenidos en la ficción. 125

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2. Composición

1.

Le voy a dar al lector la correspondencia que me imagino que tendrá lugar entre el padre del señor Brown y el tutor, señor White, acerca del examen de ingreso en la universidad del señor Brown. Permítaseme aclarar el motivo por el que me detengo en lo que muchos juzgarán un caso extremo, y hasta una caricatura. Lo hago porque lo que puede considerarse una exageración es a menudo la mejor manera de sacar a relucir determinados fallos de preparación que son muy comunes, aunque no en ese grado. Si alguien que enseña buenas maneras y elegancia quiere hacer ver a uno de sus chicos que es un desgarbado que anda con los hombros caídos y siempre repantigado, hará una caricatura del chico para grabarle en la mente una especie de representación abstracta y ejemplar del feo hábito que quiere corregir en él. En el momento en que uno tiene en la cabeza la idea clara y completa de las cosas, refiere a ese paradigma lo que son manifestaciones particulares y parciales de esas cosas; reconocemos lo que son, para bien o para mal, como no lo hacíamos antes, y se implanta en nosotros una guía que orienta. Ocurre lo mismo con los principios del buen gusto, la buena educación o las modas convencionales; lo mismo en las bellas artes, la pintura o la música. No podemos siquiera entender la crítica en estas materias hasta no haber adquirido personalmente la regla de lo que es admirable y lo que es absurdo. Lo mismo ocurre con el cultivo y la disciplina mental, tal como debería desarrollarse en el college y en la universidad, y como se manifiesta luego en la vida. Cabeza clara, rigor, precisión de erudito, método, y cosas semejantes, son los puntos evidentes que hay que destacar y que son fáciles de captar, pero por sí mismos no seducen a los jóvenes y hay que inculcárselos e insistir. Y la mejor manera de hacerlo es caricaturizar el vicio contrario. 126

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Como voy a seguir con la caricatura incluyendo también al padre del señor Brown, tengo que explicar otra cosa para que no parezca que hay padres del tipo del que voy a pintar. No es mi intención decir que los haya. Pero sí es fácil que muchos padres buenísimos, muy capaces y reflexivos, padezcan en cierta medida el achaque del que el señor Brown padre es un caso típico. Podrán reconsiderar sus puntos de vista y en cierta medida corregirlos, si se les enfrenta a una demostración de esos defectos en todo su esplendor. Ocurrirá si se les obliga a contemplar una representación arquetípica, aunque el error nunca se dé así de puro y completo en la realidad sino solo en parte y grados menores; por eso cuando se presenta en puridad, se la llama, y con razón, caricatura. Explicada así mi intención y anteponiendo estas excusas, espero que podré exponer ante el lector, sin ser malinterpretado, la anunciada correspondencia.

2. El señor Brown a su señor padre Querido padre Se me hace raro no haber estado nunca antes en Dublín, aunque llevamos ya algún tiempo en Irlanda. Bien, creo que es un sitio más bonito de lo que esperaba; francamente, una ciudad respetable. Pero desgraciadamente está un poco atrasada en muchas cosas. ¡No tienen Ciencia Social, ni siquiera una Galería Nacional o un Museo Británico,5 imagina!, ni nada de arte serio, más que algunos edificios públicos, pero muy paganos. La bahía está bastante bien. Con tu carta, fui a ver al señor Black, el cual me presentó a los profesores, algunos de los cuales, a juzgar por su cráneo, son gente inteligente. 5

Los dos son museos londinenses. Newman hace que el objeto de su sátira, el tarugo del chico Brown y el zoquete del señor Brown, sean ingleses, para ganarse al público irlandés a que se dirige. El otro muchacho, tan sensato y aplicado, es irlandés.

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Hay muchos aquí que se van a examinar, y a los mejores les darán una beca. Ya me gustaría ganarme una. El joven Black-a quien viste una vezes uno de ellos; lo conozco del colegio, es un tipo grande ahora, aunque más joven que yo. No me extrañaría que fuera el mejor de todos. Bueno; pues ahí fui ayer, y me examiné. No sé por qué me preocupé tanto. Me tocó uno de los tutores más jóvenes; debe de ser nuevo por lo pesado que se puso. ¡Mi examen fue el más largo! Este es el momento en que sigo sin saber qué pretendía. Primero dijo una o dos palabras, luego se calló. Luego me preguntó que por qué subíamos a Dublín y no bajábamos; y me hizo algunas preguntas absurdas sobre Baino. Estoy bastante contento de cómo lo hice pero no me dio ocasión de lucirme. Literalmente: no me preguntó nada; ni siquiera me dio un pasaje para traducir hasta un buen rato después, y entonces me dio dos o tres frases muy fáciles. Y no hacía más que juguetear con su plegadera y decir: «¿Se encuentra bien, señor Brown?, no se alarme, señor Brown, tómese todo el tiempo que quiera, señor Brown, usted puede, señor Brown». Casi me daba la risa. En mi vida he estado rrienos asustado. Me iba yo a alterar por semejante examen ... Hay un montón de cosas que sé muy bien, de las que el examinador no dijo una palabra. He hecho un montón de cosas para nada; ¡es irritante! Me he leído el Grote a base de bien, pero aunque se lo dije, no me hizo una sola pregunta sobre él. Y Whewell, Macaulay, y Schlegel, todo a la basura. Ni se le ha ocurrido preguntarme dónde pienso alojarme. Pareció del todo confuso cuando se lo pregunté yo. Me parece a mí que es un tipo peculiar. Tu obediente hijo, etcétera, Robert El señor White al señor Brown padre Estimado señor Acuso recibo de su amable carta enviada a través de su hijo y me agrada mucho comprobar la confianza que usted deposita en 128

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nosotros. Su hijo parece un muchacho agradable, con gusto por el estudio, y tenemos todas las esperanzas de que, cuando entre en esta universidad, realice una respetable carrera académica y haga sus exámenes con mérito. Es lo que yo esperaba cuando me dijo que había sido educado en casa bajo la tutela paterna de usted; es más, si no me equivoco, usted mismo ha desempeñado la interesante tarea de ser su preceptor. No sé muy bien qué mejor recomendarle a su hijo en este momento. Sus lecturas han sido poco metódicas, sabe algo de muchas cosas de las que los muchachos de su edad normalmente no saben nada. Desde luego, podríamos admitirle y que empezara su residencia con nosotros, si usted insiste, pero mi consejo es que primero dirija sus esfuerzos a prepararse específicamente para nuestro examen y a estudi~r su carácter particular. Por norma recomendamos a los jóvenes que lo hagan un poco bien, en vez de lanzarse a grandes campos de estudio. Me parece que el fallo en la formación intelectual de su hijo consiste en no ver el sentido de las cosas. Le falta el fundamento necesario. Por supuesto, a todos los jóvenes les falta rigor, no solo a su hijo, y sin duda lo superará en cuanto se ponga a ello. Resumiendo, pues, si usted es tan amable de hacer venir a su hijo dentro de seis meses, estará en condiciones de sacar provecho de las clases. Yo le indicaré lo que debe estudiar en ese tiempo. Si de mí dependiera, yo lo enviaría a una buena escuela o colegio; o bien, podría buscarle un preceptor privado. Soy su seguro servidor, etcétera. El señor Brown padre al señor White Señor Su carta, que he recibido en el correo esta mañana, satisface los senti~ientos paternos en la medida en que da testimonio de la buena impresión que le han causado a usted el buen carácter y la seriedad de mi hijo. Es un chico muy ejemplar, por supuesto. Los padres 129

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no son imparciales y, por tanto, lo que digan acerca de sus hijos no debe tenerse en cuenta por lo general. Pero me enorgullece poder decir que este caso es la excepción a la regla. Porque, si hay algún muchacho que se porte bien, ese es mi querido hijo. Es muy inteligente, claro, y muy estudioso y, para su edad, no hay nadie que haya leído más y que tenga mejor juicio. Estando convencido de esto, me perdonará si le digo que hay partes de su carta que no son compatibles con la parte a la que he aludido. Dice usted que es un muchacho «con gusto por el estudio», que suscita «todas las esperanzas de que, cuando entre en esta universidad, realice una respetable carrera académica y haga sus exámenes con mérito». Admite usted que «sabe algo de muchas cosas de las que los muchachos de su edad normalmente no saben nada». Es un elogio poco común, creo. Pues bien, a pesar de eso, usted recomienda, aunque no lo exige, con absoluto trastorno de mis planes (porque ignoro por cuánto tiempo más mis obligaciones me retendrán en Irlanda), un retraso de seis meses para trasladarse e ingresar en la universidad. ¿Me permitirá que solicite una explicación de semejante incoherencia? Esta se puede ver cuando usted admite que ,el examen tiene un «carácter particular». Desde luego, está muy bien que los responsables de una gran institución sean «particulares», y no soy yo quién para discutir con ellos. Sin embargo, no puedo dejar de decir que actualmente no hay nada que escasee tanto en la educación como el conocimiento general. Solo esto podrá hacer a los jóvenes aptos para el mundo. En tiempos menos agitados, estaría muy bien entretenerse con particularidades, perder el tiempo con banalidades y minucias, pero el mundo no espera por nosotros, y si no nos ajustamos a sus requerimientos, nos veremos arrojados fuera de la lucha. Un hombre debe tener algo dentro ahora, para abrirse camino, y cuanto antes entendamos esto, mejor. Me ha molestado, lo confieso, que mi hijo me dijera que usted no le hizo preguntas sobre otras muchas materias, porque las respuestas del chico hubieran cambiado la opinión que usted se ha formado 130

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de él. Tiene buena memoria y un gran talento para la historia, antigua y moderna, especialmente la constitucional y parlamentaria; otra de sus materias favoritas es la filosofía de la historia. Ha leído la Historia Física de Pritchard, las Lecciones científicas del cardenal Wiseman, el Advancement of Leaming de [Francis] Bacon, y también Macaulay, y Hallam. En mi vida he visto a nadie que lea tan rápido. Le he dejado que fuera a oír, en Inglaterra, a algunos de los más reputados docentes en química, geología y anatomía comparada y, por supuesto, está al día de las mejores revistas y publicaciones trimestrales. Y de todas estas cosas, ¡ni una palabra en el examen! Se me ha pasado decir que tiene muy buena mano escribiendo poesía. Adjunto un fragmento que he encontrado en su mesa, y también uno de sus ensayos en prosa. Permítame recordarle, como cálido amigo que soy de su empresa educativa, que la sustancia de los conocimientos es mucho más valiosa que los tecnicismos, que el vigor de la mente juvenil se desperdicia cuando se la pone a aprender cosas estériles, y que todo su ardor se extingue con disquisiciones sin vida. Tengo el honor de ser su seguro servidor, etcétera. Cuando el señor White reciba esta carta, verá contrariado que no está ni un milímetro más cerca de hacerle ver al señor Brown padre la verdadera situación del caso y que no ha hecho más que servir de blanco para una serie de tópicos, muy ciertos, pero del todo inapropiados al caso. Ocupada la cabeza por la decepción, pasó un tiempo hasta que miró lo que acompañaba a la carta del señor Brown, que eran los intentos poéticos del hijo. Finalmente los abre y lee lo que sigue: La poesía del señor Brown La toma de Sebastopol6 6

Escrito en junio del 1854, antes de comenzar el asedio QHN). El cerco de Sebastopol, durante la Guerra de Crimea, duró un año, desde septiembre de 1854 a septiembre de 1855. Tolstoi escribió un relato del asedio, mezcla de reportaje y relato breve.

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Oh, pudiera yo volar a la Arabia bendita, Olvidado del mundo, pero pos<é!yendo sus bienes, Do una paz de bellos ojos de orilla a orilla domeña, Y el agudo clarín de la guerra ya no atemoriza el aire. ¿Oís cómo las explosiones'f que nebulosas levantan despiertan del sueño al lago poco hospitalario ?'f* ¿Veis la bandera desplegada con orgullo, el rubor del carmín y el incendio del oro? Raglan y Saint Arnaud, los altos comandantes, Surgen de las canosas hebras del antiguo Bizancio; Las afamadas rocas del Cyaneo presagiaban esta su lucha, Gigantes gemelos, con el asombrado moscovita. Así la amada doncella, en la siriaca noche balsámica, Preanuncia la venida del ardiente simún, Y solloza, Y añora, Y pálidamente rastrea ... ('flos bombardeos) (*'fel Mar Negro) La prosa del señor Brown «Portes Fortuna adjuvat» «De todos los poderes inciertos y caprichosos que gobiernan nuestro destino terrenal, la Fortuna es el principal. ¿Quién no ha oído de pobres que son elevados y de ricos que son abatidos? Alejandro Magno dijo que envidiaba a Diógenes en su tonel porque Diógenes no podía tener menos. No necesitamos ir lejos en busca de ejemplos de la Fortuna. ¿Quién más grande que Nicolás, el zar de todas las Rusias, hace un año, y ahora 'ha caído, caído de su alto trono, sin un amigo que adorne sus ritos fúnebres'. 7 Los turcos son De nuevo, profetiza el señor Brown. Lo escribió en junio 1854 QHN). Se imita un pasaje del poema Alexander's Feast (11, vv. 77-78 y 83) de Dryden: «Fallen, fallen, fallen, fallen/fallen from bis bigb estate [... ]/witb nota friend to close bis eyes» (IK). Los aliados derrotaron al Imperio Ruso en febrero de 1856. 7

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el más extremado ejemplo de la raza humana, sin embargo, también ellos han experimentado las vicisitudes de la Fortuna. Horacio dice que debemos arroparnos en la propia virtud cuando la Fortuna cambia. También Napoleón nos muestra lo poco que podemos confiar en la Fortuna, pero sus errores, siendo grandes como fueron, los está redimiendo ahora su sobrino Luis Napoleón, que ha mostrado ser muy distinto de lo que esperábamos, aunque nunca ha llegado a explicar cómo es que juró la Constitución y luego se subió al trono imperial. 'De todo esto se deduce que debemos confiar en la Fortuna solo mientras dura, recordando las palabras del lema: Fortes Fortuna adjuvat, y que, sobre todo, tenemos que cultivar siempre esas virtudes que nunca nos fallarán y que son una base segura de respetabilidad, y que nos serán de provecho aquí y en el más allá'». Leyendo de nuevo estas composiciones, el señor White se pondrá a meditar, luego considerará que bien podría evitarse la molestia de discutir con un corresponsal que tiene unos principios y reglas de juicio tan diferentes de los suyos, y al final, escribirá una educada carta de respuesta al señor Brown, adjuntando ambos escritos. 3.

Pero el señor Brown no tiene la resignación del señor White y abrirá su corazón al señor Black, su amigo dublinés, cuando este venga a hacerle una visita. Voy a contarle al lector todo lo que va a ocurrir entre los dos. El señor Black es un hombre bien educado y juicioso. Conoce la diferencia entre la apariencia y la sustancia de las cosas; está muy convencido de que Roma no se construyó en una hora, que los edificios no se sostienen sin cimientos y que para la buena instrucción de los muchachos es necesario enseñarles despacio, paso a paso. Es más, piensa en el fondo de su corazón que su propio hijo Harry, a 133

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quien hemos conocido antes, vale por una docena de chicos como el joven Brown. Por tanto, para él, que no es un juez imparcial, el señor Brown revela su insatisfacción, cuando le enseña la redacción de su hijo sobre el Tema de la Fortuna como un experimentum crucis entre él y el señor White. 8 El señor Black se da cuenta enseguida, lo vuelve a ver poco después, y al final, dice: Bueno, es el tipo de cosas que cualquier chico escribiría, ni mejor ni peor. Te hablo con toda franqueza. Como el señor Brown manifiesta su decepción, ya que el dicho Tema no es ni mucho menos el tipo de cosa que cualquiera puede escribir, el señor Black, prosigue: No hay una sola palabra donde se hable de la tesis, pero todos los chicos escriben así. El señor Brown hace notar a su amigo el conocimiento de la historia antigua que muestra la redacción en lo de Alejandro y Diógenes, de la historia en lo de Napoleón; le hace notar el obvio interés que el joven autor se toma por la historia contemporánea y con qué rapidez aplica los hechos actuales a su propósito; aún más, le señala la apropiada cita de Dryden y la referencia a Horacio. Todo ello es prueba de un ingenio agudo y de un talento literario. Pero el señor Black resulta aún más implacable en su crítica de lo que la ocasión requiere y más pertinaz de lo que cualquier padre puede aguantar. Y echa sal sobre la herida con la siguiente frase: 9 8

Experimentum crucis:, 'algo que decide entre dos hipótesis contrarias'. Bacon habló de una instantia crucis, con ese mismo sentido de 'bifurcación' y, luego, físicos experimentales como Newton y Boyle, de experimentum crucis. Ver Oxford English Dictionary, voz crucial (IK). 9 Traduzco libremente «He proceeds to break the butterfly on the wheel in the following oration», donde hay una cita de Pope: «Satire or sense, alas!, can Sporus feel?/Who breaks a butterfly upon a wheel?» (Epistle to Dr. Arbuthnot l, 307. IK).

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Mira, el tema es 'Fortes Fortuna adjuvat'. Esto es una proposición, se afirma un principio general y esto es justo lo que un muchacho corriente es seguro que no va a captar, y Robert desde luego no lo capta. Se lanza enseguida con la palabra Fortuna. Pero la Fortuna no era su tema, la tesis tenía como fin guiarle, hacerle un favor. Pero él no quiere que le pongan andadores, rompe ataduras y sale corriendo a su manera por el ancho campo en una caza salvaje de la Fortuna, en lugar de aplicarse a un tema claro y definido que le hubiera llevado adelante. Hubiera sido muy cruel decirle a un chico que escribiera sobre la Fortuna, sin más. Hubiera sido como preguntarle su opinión por «las cosas en general». La Fortuna es buena, mala, caprichosa, inesperada, diez mil cosas a la vez (las ves todas en el Gradus [ad Parnassum]) y una cosa tanto como la otra. De ella se pueden decir diez mil cosas; dame una y escribiré sobre ella. Yo solo puedo escribir sobre una. Robert prefiere escribir sobre todas. «La Fortuna favorece a los audaces». Es un tema muy definido. Agárralo y él te llevará adelante con toda seguridad. Sabrás en qué dirección mirar. Pero solo un chico entre cien aprovecha esa ayuda; tu chico no es el único que carece de rigor. Más o menos, a todos los chicos les pasa lo mismo, precisamente porque son chicos. Ser chicos en lo intelectual significa falta de rigor. Los chicos no pueden dar un recado o cumplir una orden o contar algo sin meter la pata. Lo que no hacen es prestar atención y pensar; es demasiada molestia, no pueden fijar la vista en nada de forma continuada y, cuando intentan escribir, ahí se lanzan en un batiburrillo de palabras que no les hace el menor bien, ni se lo hará, aunque garabateen trabajos uno tras otro hasta que se les pelen los dedos. Un chico realmente inteligente, sobre todo en los años en que se abre su mente, no se deja dominar por este defecto aunque, siendo un chico, le influya parcialmente. Ese chico se aleja de los temas difusos con la misma rapidez con que las cabezas 135

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chapuceras se lanzan a ellos, y a menudo saldrá perdiendo y parecerá ignorante y estúpido, porque ve más y sabe más, y tiene una percepción más clara de las cosas que la otra persona. Recuerdo una vez un chico así al que en un examen le hicieron la absurda pregunta de cuál era «su opinión» sobre Lord Chatham. Bueno, esto era como preguntarle qué pensaba de «las cosas en general». El pobre chico se quedó callado, y parecía un tonto, aunque el tonto no era él. El examinador, ciego ante su propio absurdo, siguió y le preguntó cuáles eran las características de la historia inglesa. Otro silencio. Y el pobre hombre parecía acabado ante los que presenciaban el examen, cuando su único fallo era tener mejor sentido que quien le preguntaba. Cuando veo que se hacen esas preguntas, admiro el tacto del valioso Milnwood en Old Mortality, en un apuro semejante. El sargento Bothwell irrumpió en su casa y en su intimidad en nombre del rey y le preguntó qué pensaba del asesinato del arzobispo de Saint Andrews. El viejo era demasiado prudente como para adelantar ninguna opinión al azar, ni siquiera fundándose en los diez mandamientos, cuando uno de los soldados se la reclamó. Así que leyendo de reojo el documento de la Real Proclamación que el sargento llevaba en la mano, se apropió de los sentimientos allí expresados como respuesta a la pregunta que le hacían. Y así pudo declarar que el dicho asesinato era algo «salvaje», «hecho a traición», «diabólico» y «contrario a la paz del rey y la seguridad de los súbditos». Todos los presentes quedaron muy edificados y el soldado preguntón la mar de satisfecho. Fue más o menos de esa manera como escapó mi chico. Su ángel de la guarda le sopló que el señor Grey, su examinador, había escrito un libro sobre Lord Chatham y su época. Esto le puso en marcha. Tuvo la audacia de aprovechar su conocimiento del señor Grey para adivinadas ideas políticas expuestas en el libro. No le faltaron afirmaciones bien rotundas con las que cumplir su propósito y, cada vez más seguro, salió triunfante. 136

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Ahora se calla el señor Black, y el señor Brown aprovecha para insinuar que el señor Black no es buen discípulo de su propia filosofía ya que se ha alejado bastante de su tema. El amigo acepta la corrección y vuelve atrás. «El tema o tesis que le han dado» comienza de nuevo «es 'La Fortuna ayuda a los audaces'. Robert se ha lanzado con el nominativo sin esperar al verbo y al acusativo. Lo mismo podía haberse lanzado con los «audaces» o con «ayudar», pero «Fortuna» iba antes. No solo se extravía de su tema sino que comienza por un punto equivocado. Tras ese comienzo ya nada puede ir bien, porque no habiéndose separado nunca de su tema (como he hecho yo) era imposible que volviera a él. Podía, al menos, haberse atenido a un solo tema, podía haber mostrado algo de precisión o de articulación en los detalles, pero hizo justo lo contrario. Fíjate. Empieza llamando «poder» a la Fortuna. Pase. A continuación dice que es uno de los poderes que «gobierna nuestros destinos terrenales» o sea que la Fortuna gobierna el destino. Caramba, o sea que donde hay Fortuna no hay destino y donde hay destino no hay Fortuna. Luego, tras afirmar en general que la Fortuna eleva o hunde, pasa a ejemplificar: ahí están Alejandro, por ejemplo, y Diógenes -es decir, ejemplos de lo que la Fortuna no hizo, puesto que los dos murieron de la misma manera que vivieron, en sus respectivas riqueza y pobreza-. Viene luego el zar Nicolás, hic et nunc. De los turcos no se dice ni tiempo ni lugar ni a cuento de qué vienen. Pero luego se olvida de los ejemplos y nos lleva a la poesía y a lo que es nuestra obligación hacer según Horacio, cuando hay cambio de fortuna. Luego, nos hace volver a los ejemplos, para iniciar una serie de divagaciones que empiezan con Napoleón l. Apropos de Napoleón I nos mete a Napoleón III, lo cual nos lleva a la observación de que este último «ha mostrado ser muy distinto de lo que esperábamos», lo cual una vez más genera el comentario posterior de que todavía no se nos. ha explicado cómo hizo para librarse de la Constitución. Y acaba citando con descaro la tesis, en 137

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prueba de que podemos confiar en la Fortuna cuando no podemos evitarla y aconsejándonos, de forma muy sensata pero del todo inesperada, que cultivemos la virtud». «Pero Black, esto es ridículo ... », interrumpe el señor Brown. Este señor Brown debe de ser hombre de muy buen carácter o no hubiera aguantado tanto (este comentario es mío, no del señor Black, que no será interrumpido y que eleva la voz): «Pero es que yo sé cómo se ha escrito este trabajo. Tu chico primero escribe una frase, y luego se sienta a pensar y a mordisquear el cabo del lápiz; enseguida ahí va la segunda, y así hasta el final. La regla es: piensa primero y escribe después. No escribas si no tienes nada que decir. Si lo haces, vas a armarte un lío fenomenal. Un muchacho que piensa puede expresarse con torpeza, puede escribir poco pero, no obstante, sus medias frases valdrán más que todo el folio escrito por el otro chico, y un examinador con experiencia se dará cuenta. «Te voy a hacer de profeta con Robert: como!::º le extirpes ese defecto -continúa sin piedad el señor Black-, cuando crezca y tenga que hablar en público o escribir una carta al periódico, se pondrá a buscar flores, flores bien floridas, figuras, expresiones bonitas, citas manidas, comienzos y finales más que trillados, circunloquios pomposos. Pero el contenido, el sentido, el sentido sólido, el fundamento, ya lo puedes buscar con lupa que no lo encontrarás por ningún lado». «Bueno», dice el señor Brown, un poco escocido, «tú eres mucho peor que el señor White. Te has equivocado de oficio, tendrías que haberte hecho maestro de escuela». Pero se vuelve a casa impresionado por lo que su amigo ha dicho y durante algún tiempo, cuando se acuerda, le da vueltas en la cabeza. En el fondo, es un hombre sensato al tiempo que de buen carácter, este señor Brown. 138

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3. Escritura latina

1. El señor White, el tutor, cada vez está más contento del señor Black hijo y al pedirle este algunos consejos para escribir latín, el señor White le concede toda su confianza prestándole una serie de escritos suyos. Entre otros, pone en manos del señor Black el siguiente. Cómo ve el señor White la traducción latina Hay cuatro requisitos para la buena composición: buena dicción o corrección de vocabulario, sintaxis, idioma y elegancia. Los dos primeros no necesitan mayor explicación y lo normal es que cualquier candidato pueda exhibirlos. El último es muy deseable pero no esencial. El punto qµe exige especial atención es la propiedad idiomática. Por idioma se entiende el uso de las palabras que es peculiar a una lengua concreta. Dos naciones pueden tener cada una una palabra para la misma idea, pero se distinguen completamente en el modo de usarlas. Por ejemplo, Et significa Y, pero en latín no siempre se usa en el mismo sitio donde en inglés se dice Y. Faire es Hacer en francés pero en una frase concreta, How do you do?, no se usa Faire sino Se Porter: Comment vous portez-vous? Un inglés o un francés serían casi ininteligibles y del todo ridículos si emplearan palabras francesas o inglesas en el idioma y con los usos idiomáticos de sus respectivas lenguas. De ahí que un conocimiento completísimo y exactísimo del diccionario y de la gramática sería del todo inútil a la hora de enseñar al estudiante cómo escribir o componer. Hace falta algo más: conocer el uso de las palabras y las construcciones, conocer el idioma. Miren el inglés de un escritor moderno: Esta es una consideración seria: entre los hombres, como entre los animales salvajes, el sabor de la sangre genera apetito de sangre, y el apetito de sangre se fortalece con el abuso. 139

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Traduzcámoslo palabra por palabra al latín: Ha:c est seria consideratio. Inter homines, ut inter feras, gustus sanguinis creat ejus appetitum, et ejus appetitus indulgentiá roboratur. Latín más puro en cuanto a dicción y más correcto en cuanto a sintaxis, no es posible. Todas las palabras son clásicas, todas las construcciones perfectamente correctas. Pero lo latino sencillamente está ausente. De principio a fin sigue el modo de hablar inglés, el idioma inglés, no el latino. En la medida, pues, en que el candidato pase de lo inglés a lo latino, tanto mejor será su latín. Se pueden hacer los siguientes comentarios a esa traducción literal. 1. Consideratio no es «una consideración». Los latinos, como no tienen artículo, se sirven de algunos recursos para sustituirlo. Por ejemplo, Quidam se usa a veces por «un» o «una». 2. Consideratio no es «una consideración», es 'decir, «una cosa que se considera» o un sujeto, sino la acción de considerar. 3. No hay que olvidar nunca que palabras como Consideratio normalmente son metafóricas y por tanto no pueden usarse sin más, sin limitaciones o explicaciones, en el sentido inglés en que el acto mental es principalmente expresado por la palabra. Es verdad que Consideratio puede usarse de forma absoluta, con mayor propiedad que la mayoría de las palabras de ese tipo pero si tomamos un caso paralelo, por ejemplo, Agitatio, resulta que no podemos usarla sin más en el sentido mental por Agitación, sino que nos veríamos obligados a decir «Agitación mental o de ánimo», etcétera, y ni siquiera entonces respondería al sentido de Agitación. 4. Inter homines, gustus, etcétera. Aquí el inglés, y no es raro que así sea, junta dos ideas .. Significa, en primer lugar, algo que ocurre entre los hombres y entre las bestias salvajes, y que la misma cosa 140

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ocurre entre los unos y los otros. Y en segundo lugar, que ese algo es que el gusto de la sangre tiene un efecto particular. En otras palabras, significa: 'esto ocurre entre bestias y entre hombres', es decir, que el 'gusto de la sangre' etcétera. Por tanto, «Inter homines, etcétera, gustus creat etcétera» no expresa el sentido inglés, simplemente lo traduce. 5. lnter homines no es la expresión latina para Entre. lnter normalmente implica cierta idea de división, es decir, interrupción, contraste, rivalidad, etcétera. Por tanto, con un sustantivo en singular, «inter coenam hoc accidit»: esto interrumpió la cena. Y lo mismo con dos nombres, «inter me et Brundusium Caesar est». Y también con un nombre en plural: «hoc inter homines ambigitur», es decir: hombre con hombre. «Micat inter omnes Julium sidus», esto es: en la rivalidad de una estrella contra otra. «lnter tot annus unus [vir] inve_ntus est», es decir: aunque todos estos años, uno tras otro, hicieron la reclamación, solo uno de ellos pudo producir un hombre. «lnter se diligunt»: se aman el uno al otro. Por el contrario, la palabra latina para «entre» en el sentido más sencillo, es In. 6. Por regla general, los indicativos activos seguidos por acusativo son extraños a la estructura habitual de la frase latina. 7. Et. Sirve para conectar dos cláusulas que tienen distintos sujetos o nominativos. En la frase anterior Apetitus está en nominativo y en la segunda en acusativo. Lo normal en latín es mantener el mismo sujeto en dos cláusulas conectadas. 8. Et conecta aquí dos cláusulas distintas. Autem es más común. Siendo estas algunas faltas de la versión literal, transcribo seis traducciones que me entregaron algunos alumnos las cuales, aunque carecen de elegancia en la composición, y aunque no aciertan del todo a dar con el uso latino correcto, está claro que al menos saben lo que es el uso idiomático. La primera: Videte rem graviorem; quod feris, id hominibus quoque accidit,-sanguinis sitim semel gustantibus intus concipi, plene potantibus maturari. 141

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La segunda: Res seria agitur; nam quod in feris, illud in hominibus quoque cernitur, sanguinis appetitionem et suscitari lambendo et epulando inflammari. Tercera: Ecce res summa consideratione digna; et in feris et in hominibus, sanguinis semel delibati sitis est, sa:pius hausti libido. Cuarta: Sollicite animadvertendum est, cum in feris tum in hominibus fieri, ut gutta: pariant appetitum sanguinis, frequentiores potus ingluviem. Quinta: Perpende sedulo, gustum sanguinis tam in hominibus quam in feris primo appetitionem sui tandem cupidinem inferre. Y la sexta: Hoc grave est, quod hominibus cum feris videmus commune, gustasse est appetere sanguinem, hausisse in deliciis habere». El señor Black hijo se estudia este escrito y considera que ha aprendido algo de él. Por tanto, cuando ve a su padre, le habla del señor White, de su amabilidad, sus escritos, y especialmente del transcrito arriba, del que ha hecho una copia. Su padre le pide que le deje verlo y como se tiene por un poco crítico él mismo, inmediatamente expresa su juicio, dignándose alabarlo. Pero 'dice que su fallo es que no presta atención a la estructura. Él afirma que el punto fundamental de la buena o mala latinidad no es el uso, como mantiene el señor White, sino la estructura. Así, el señor Black padre se ve en la obligación de hablar de sí mismo, y de sus estudios cuando era joven, y acaba haciéndole a Harry una historia de sus propios afanes por llegar a escribir latín con facilidad. No veo yo qué tiene esto que ver con el escrito del señor White, que en absoluto contradice lo que cuenta el señor Black, pero por esa misma razón, es coherente que yo cite esa historia por extenso ya que, desde un punto de vista distinto, puede arrojar luz sobre el asunto común que tratan ambas autoridades literarias. Las confesiones del señor Black padre acerca de sus afanes por adquirir un buen estilo en latín 142

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«Los intentos, los éxitos y los fracasos de los que nos precedieron, querido hijo, son como los postes que guían a los que venimos después, pero como yo solo te hablo a ti, se me ocurre que puedo, sin egotismo ni ostentación, sugerir ideas o avisos que pueden ser útiles a todos los estudiantes universitarios en general, por su relación con mis propios esfuerzos para mejorar mi formación, e incrementar mis conocimientos en mi tierna edad. No soy gran admirador de los genios autodidactas; es una desgracia ser autodidacta excepto en el caso de esas inteligencias extraordinarias a las que se puede dar con justicia el título de genios. En la mayoría de los casos, ser autodidacta equivale a tener mala base, tener malos acabados y ser ridículamente engreído. Tampoco esa desgracia de que hablo es cosa que me afecte, pero en ocasiones me he visto tan abandonado a mis propios recursos que me siento en condiciones de que los jóvenes estudiante; saquen de mi trayectoria orientaciones que les serán de gran utilidad. Voy a mi asunto. » En la escuela yo era considerado un muchacho inteligente. Pasé por los distintos cursos con rapidez y, al cumplir los quince años, los maestros ya no tenían nada que enseñarme y no sabían qué hacer conmigo. Podía haber ido a un internado o tenido un preceptor privado durante tres o cuatro años pero había motivos en contra de uno y otro plan, de manera que a esa desusada edad que he mencionado, en posesión de una familiaridad poco exacta con Homero, Sófocles, Herodoto y Jenofonte, Horacio, Virgilio y Cicerón, fui matriculado en la universidad. Desde niño había sido aficionado a escribir, tanto prosa como verso, en latín y en inglés, me interesaba especialmente la cuestión del estilo y uno de los deseos más hondos de mi corazón era llegar a escribir bien en latín. Tenía cierta idea del estilo de Addison, Hume y Johnson en inglés, pero no tenía ni idea de lo que significaba un buen estilo latino. Había leído a Cicerón pero no lo había aprendido. En los libros se decía 'Esto es pura lengua ciceroniana', 'Esto es latinidad pulcra y elegante' pero no decían por qué. Algunos me dijeron que fuera por el oído, que lo 143

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aprendiera de memoria, y entonces sabría cómo moldear el pensamiento y ordenar las palabras. Más aún, dónde poner un subjuntivo y dónde un indicativo. El resultado fue una vaga insatisfacción sobre el asunto, que me tuvo dando palos al aire y me transmitía la desagradable sensación de una pesadilla nocturna. »A los dieciséis, me encontré con un artículo del Quarterly que reseñaba una Historia en latín, creo que de la rebelión de 1715, quizá del Doctor Whitaker. Años más tarde supe que la reseña la había escrito un celebrado erudito de Oxford, pero en aquel momento lo que me atrapó no fue el autor sino el tema. La leí con todo cuidado y saqué unos extractos que, me parece, todavía conservo. Si hubiera sabido más de escribir en latín, me habría sido realmente útil pero como se ocupaba, necesariamente, en hacer la crítica de la lengua, no hizo más que ahondar el error en el que yo había caído: que la latinidad consiste en usar frases bonitas. Me puse a apuntar y a usar en mis ejercicios expresiones idiomáticas o peculiares, como Oleum perdidi, Haud scio an non, Cogitanti inihi, Verum enimvero, Equidem, Dixerim y cosas semejantes, y ponía todo mi)nterés en que el verbo fuera al final de la frase. Algo que me llevó en esa misma dirección fueron los Sinónimos de Dumesnil, 10 un buen libro pero que no pretende enseñar a escribir en latín. Era como querer aprender arquitectura aprendiendo a hacer ladrillos. »Luego me topé con la Germanía y el Agrícola de Tácito y su estilo me influyó mucho. Sus peculiaridades eran mucho más fáciles de entender, y de copiar, que las de Cicerón. 'Decipit exemplar vitiis imitabile' [engaña el modelo que da que imitar con sus vicios], 11 y así, sin avanzar lo más mínimo en entender el genio de la lengua o la construcción de una frase latina, así a las bonitas palabras y a los giros más bien fiambres que yo solía emplear, añadí frases que sonaban a 10

M. J. Gardin Dumesnil. Latin Synonyms with their different significations, and examples taken from the best Latin authors. Trad. J. M. Gosset. Londres, 1809. 11 . Horacio. Epístolas (libro 1, epístola 19, verso 17). Trad. José Luis Moraleja. Horacio. Sátiras. Epístolas. Arte poética. Biblioteca clásica Gredas, 373. Madrid: Gredas, 2008.

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Tácito. Los Diálogos de Erasmo, que también estudié, me llevaron en esa misma dirección porque los diálogos, por su misma naturaleza, consisten en palabras y cláusulas, expresiones agudas, sugerentes o coloquiales, más que en oraciones con una estructura desarrollada». El señor Black toma aliento y continúa: «Así pues, tantos años de trabajo no sirvieron para nada y al cumplir los veinte años sabía lo mismo de composición latina que a los quince. Fue entonce~ cuando las circunstancias llevaron mi atención a un volumen de Lecciones latinas publicado por el reputado estudioso de cuya crítica en la Quarterly Review he hecho mención.12 Las Lecciones fueron pronunciadas al final de cada trimestre mientras fue titular de la Cátedra de Poesía y se recogieron después en volumen. Una serie de circunstancias se combinaron para dar a estas lecciones .un carácter peculiar. Pronunciadas separadamente y con intervalos, ante un público amplio, culto y crítico, exigían y admitían una elaboración estilística particular. Eran una obra de arte como no podía ser menos viniendo de alguien con tan alto prestigio en cuanto a latinidad. Y como no podía ser menos siendo dirigidas a un público que tenía que seguir ex tempore una línea de argumento expresada en una lengua extranjera, exigían un estilo tan claro, agudo, lúcido e inteligible como ornamental. Es más, al tener que expresar ideas modernas en una lengua antigua, estas lecciones implicaban un nuevo desarrollo y aplicación de las posibilidades del latín como lengua. El resultado de la combinación de todas estas condiciones fue un estilo menos sencillo, menos natural y fresco que el de Cicerón, más elaborado, más ambicioso, más chispeante, un estilo que amontonaba en una sola página la misma cantidad de ornamentos que Cicerón diseminaba a lo largo de todo un tratado, pero precisamente por eso más adecuado para dejar bien claro qué 12 Se trata de lasPraelectiones Academicae OxonüHabitae (Oxford, 1813) pronunciadas por Edward Copleston entre 1802 y 1812 como Professor of Poetry (IK). Copleston (17761849) fue el Provost (1814-1827) que se encontró Newman al entrar en Oriel como fellow en 1822. En 1827 Copleston, nombrado obispo de Llandaff, abandonó el college.

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cosa es la Latinidad al estudiante ansioso de respuesta. En cualquier caso, ese fue el efecto fulminante que tuvo sobre mí. Fue como el «Ábrete, Sésamo» de la fábula. 13 Descubrí que había adquirido un nuevo sentido de lo que es escribir, entendí sin error posible en qué consistía una verdadera frase latina y vi cómo hay que fundir y remodelar las oraciones inglesas para que sean latinas. Cicerón adquirió para mí una dimensión de artista que nunca había tenido. La pesadilla de buscar y no encontrar se había terminado. Y escribiera yo latín o no, por lo menos sabía qué era buen latín. Había aprendido que buena latinidad equivale a estructura, que en una frase todo pueden ser palabras perfectamente latinas y, sin embargo, aquello sigue siendo inglés, y que los diccionarios no enseñan a escribir. Exultante con mi descubrimiento, me puse a analizar y a dar forma científica a esa idea de lo latino que acababa de encontrar. Las normas y las indicaciones contenidas en los manuales de composición no me habían llevado a dominarla y ahora que de verdad lo había conseguido me vi empujado a sacar de esa idea mía reglas e indicaciones para mi uso. Ahora podía.pedirle cuentas a Cicerón, así que me puse a trabajar sus escritos, y de ellos saqué material de donde deduje y di forma científica a eso que llamo Ciencia de la Latinidad, con sus principios y peculiaridades, sus conexiones y sus consecuencias, o al menos un buen número de ejemplos de esa supuesta Ciencia, como no he visto, por cierto, publicados en ninguna parte. Teniendo en cuenta lo mucho que se ha avanzado en conocimiento desde el tiempo de que yo estoy hablando, y sobre todo la cantidad de libros alemanes que se han traducido, no tengo la menor duda de que mis pobres investigaciones y descubrimientos estarán rebasados y anulados por libros que andan en manos de cualquier chico en la escuela. Por otro lado, gracias a ese proceso de deducción, estoy bien seguro de que gané mucho en precisión intelectual y finura de juicio, y que mejoré mi gusto. Tenía libretas en 13 «La historia de Alí Babá», de Las Mil y Una Noches.

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blanco donde apuntaba minuciosamente todas las peculiaridades de todas las frases de Cicerón, según iba leyendo. La fuerza de las palabras, cómo se iban combinando para formar frases, el orden, cómo un sujeto o nominativo se mantiene alo largo de una oración, la división de una misma oración en cláusulas distintas, la manera de suavizar una afirmación categórica, la conversión de nombres abstractos en verbos y partículas; lo que es posible en latín y lo que no, cómo compensar la poca brevedad con la elegancia y cómo asegurar la claridad a base de figuras. Eso, y cien puntos más semejantes de habilidad, ilustraba yo con una diligencia que rayaba en sutileza. Cicerón terminó siendo un simple escaparate de ejemplos. El gran río quedó limitado a alimentar un canalillo. Ignoro si estas deducciones mías tan elaboradas podrán ser de utilidad a alguien, pero tengo bien claro en el recuerdo lo mucho que sirvieron entonces para mi formación. «El tema de la composición latina en general, querido hijo, siempre me ha interesado sobremanera. Ya ves que un solo punto me ha llevado a hablar durante un cuarto de hora. Una vez dicho lo que tenía que decir, ¿cuál es el resultado? La gran lección que yo quisiera transmitirte es esta: como en todo aprendizaje, para aprender a escribir latín no debes confiar en los libros, sino hacer uso de ellos; no te ates a tu maestro como a un peso muerto, absorbe cuanto puedas de su vida, maneja lo que te dan no como una fórmula sino como un modelo del que copiar, como un capital que tienes que hacer rendir, lánzate con el corazón y la cabeza a lo que tengas entre manos, y así tendrás a la vez todas las ventajas de tener profesor y todas las de ser autodidacta; serás autodidacta pero sin rarezas y recibirás instrucción pero sin sus convencionalismos». «Caramba, padre», dice el señor Black hijo, «hablas como un libro. Tienes que ponerme por escrito todo eso que has dicho de palabra». Le llevo ventaja porque yo tengo la copia escrita. 14 14

Lo que hemos leído es un auténtico relato autobiográfico en el que Newman hace un repaso de los fallos que tuvo su propia formación intelectual, sobre todo en Trinity college, Oxford, a donde llegó con solo 16 años y donde

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4. Conocimiento religioso general

1. Lo normal en las universidades inglesas ha sido poner la instrucción religiosa dentro de la Facultad de Filosofía y Letras, y es una buena idea que todas las universidades podrían seguir. Yo pienso que, desde luego, su sitio está en esa Facultad. Es una cuestión, sin embargo, que no deja de plantear sus problemas y es mi intención decir unas pocas palabras sobre el tema. Ese lugar, si lo tiene, habría que fundarlo en algún principio bien inteligible que al tiempo que justifica la introducción de la religión en una facultad secular, la preserve de convertirse en una intrusión, fijando los principios bajo los cuales se ha de admitir. Hay muchos que entregarían la materia de Religión a los teólogos exclusivamente, otros que le darían espacio casi ilimitado dentro de las Letras. Estos últimos no son muchos pero son gente seria y muy decididos. Se diría que piensan que hay que eliminar a los Clásicos y sustituirlos por la Biblia y los Padres de la Iglesia, y que a los jóvenes aspirantes a un título universitario hay que enseñarles auténtica Teología como Dios manda. No me ocuparé ahora de opiniones de este estilo, que respeto pero no comparto. Tampoco me ocuparé de ese amplio sector que al excluir la religión de las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras (o de Artes, como se la suele llamar) lo hacen movidos por el. escepticismo o la indiferencia religiosa. Pero hay otros, a los que se debería atender, que en la práctica llegan a la misma conclusión que los escépticos y los no creyentes, por auténtica reverencia y puro celo por los intereses de la Teología, la cual -están seguros- se vería perjudicada por el tratamiento pasó tres años de auténtica indisciplina, leyendo incesantemente pero de manera desordenada y sin una guía, Su tutor, el señor Short, fue muy amable con él, pero carecía de condiciones y de un plan para orientarle eficazmente. N ewman atribuyó su merecido fracaso en los exámenes a esta deficiencia en su formación. Naturalmente, por eso tiene «la copia escrita».

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superficial que habrían de darle profesores seglares y por la superficial atención que le prestarían los jóvenes, en cuanto y en la medida en que· es una materia añadida a sus estudios en clásicas, filosofía o historia. Y como hay muchas personas de consideración que son de este criterio, expondré los motivos por los que, en cambio, prefiero seguir la tradición inglesa, y en qué sentido la sigo. Podría apelar a la autoridad en mi favor, pero renuncio, porque la mera autoridad, aunque suficiente como guía para mí, no es suficiente como orientación práctica para los que deben tomar una decisión y llevarla adelante.

2. En primer lugar, pues, desde luego es congruente que jóvenes católicos que se preparan en una universidad católica para los deberes generales de una vida secular, o para las profesiones seculares, no salgan licenciados sin algún conocimiento de su religión y, por otro lado, en la práctica es perjudicial para un establecimiento de educación cristiana en el mundo y en el juicio de los hombres del mundo, y un reproche para sus responsables, y hasta un escándalo, licenciar a sus alumnos sabiendo mucho de todo excepto de su cristianismo. Por tanto, aunque fuera imposible encontrar un fundamento lógico para la introducción de la enseñanza religiosa en las aulas, se mantendría la necesidad imperiosa de introducirla y la única cuestión sería qué materia exactamente habría que introducir, y en qué cantidad. Después, teniendo en cuenta que, a medida que el espíritu se amplía y se cultiva, se vuelve capaz, o más bien desea y necesita una información religiosa más completa, es difícil mantener que todo lo que cabe exigir a los estudiantes matriculados es el nivel de conocimiento del cristianismo que se les exige para el ingreso en la universidad. Así que no hay más salida que preguntarse: ¿afilaremos y refinaremos el intelecto de los jóvenes y los dejaremos luego que 149

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ejerzan sus nuevas capacidades sobre la más sagrada de las materias, como es seguro que harán, y con el riesgo de que lo hagan mal? O ¿nos pondremos a alimentarlos con la verdad divina en el momento en que se despierta su ansia de saber? Se impone, pues, dar instrucción religiosa en el caso de los estudiantes universitarios, primero porque, evidentemente, conviene; segundo, por el peso de la opinión pública; y tercero, por los grandes inconvenientes que se seguirían de no hacerlo. Si la materia de Religión ha de tener un auténtico puesto en los programas de estudio, tendrá que terminar con un examen porque solo dejan huella y ocupan la cabeza las materias que hay que superar ante los examinadores. Estos son los motivos que nos obligan a introducir la materia de religión en nuestras escuelas seculares, sea lógico o ilógico hacerlo, pero también creo que podemos hacerlo perfectamente sin sacrificar ningún principio ni la coherencia, y esto, confío, se verá si paso a explicar el modo que propongo adoptar para el caso. Yo trataría el tema de la religión en la Facultad de Filosofía y Letras sencillamente como una rama más del conocimiento. Si un estudiante universitario tiene que saber historia, tiene que saber historia sagrada tanto como profana. Si ha de estar bien instruido en literatura antigua, la literatura bíblica entra en esa denominación, lo mismo que la clásica. Si conoce la filosofía de los hombres, nadie podrá decir que abandona su campo de estudio por cultivar también la filosofía divina. Y lo mismo que no puede decirse que un estudiante sea superficial por no haber estudiado todos los poetas clásicos, o toda la filosofía de Aristóteles, su superficialidad tampoco será peligrosa si alcanza un nivel paralelo de conocimiento de la religión.

3. No obstante, se podría decir que el riesgo de cometer un error en teología es tan serio y los efectos de la vanidad en teología tan peligrosos 150

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que es mejor que un joven no sepa nada de materia tan sagrada, a que tenga un ligero conocimiento que pueda emplear de manera libre e irresponsable, precisamente por lo ligero de sus conocimientos. Y la máxima común no hace sino corroborarlo: «La poca instrucción es un gran peligro». 15 Esta objeción expresa una preocupación que merece ser atendida. Yo contestaría lo siguiente: en primer lugar, es obvio que gran parte del conocimiento que aquí se trae a colación es conocimiento histórico, que poco o nada tiene que ver con la doctrina. Si un muchacho católico se mezcla con jóvenes protestantes cultos de su misma edad, se va a encontrar con que estos conocen bien las líneas y características generales de la historia sagrada y eclesiástica, además de la profana. Es deseable que esté a la par con ellos y sea capaz de man~ener con ellos una conversación. Es deseable que, si ha terminado su carrera con premios o con buenas notas, conozca tan bien como ellos cuáles fueron los primeros grandes patriarcados que hubo en la Cristiandad, cómo se gobernaba esta, quiénes fueron sus grandes teólogos, cuáles sus hechos y sus fortunas, sus grandes etapas, y su desarrollo hasta el día de hoy. Debe tener una idea de cómo se ha propagado la Iglesia y por qué orden los distintos pueblos fl\leron incorporándose a la grey; una idea, también, de la lista de los i Padres de la Iglesia, de los escritores eclesiásticos, y de los temas de sus obras en general. Debería saber quién fue san Justino mártir y cuándo vivió; en qué lengua escribió san Efraím, en qué se funda la fama de san Juan Crisóstomo como escritor, quién fue Celso o Amonio de Alejandría, o Porfirio de Tiro, o Ulfilas (Wulfila), o Símaco el ebonita, o Teodorico el Grande. Quiénes fueron los nestorianos, cuál era la religión de los pueblos bárbaros que tomaron posesión del Imperio romano. Quién fue Eutiques, o Berengario, quiénes fueron los albigenses. Debería saber algo sobre los benedictinos, los dominicos, los franciscanos; algo sobre las Cruzadas y sus 15

Alexander Pope, Essay on Criticism (2, 15) (IK).

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impulsores principales. Debería ser capaz de decir lo que la Santa Sede ha hecho por el conocimiento y las ciencias, el lugar que estas islas británicas tienen en la historia literaria de los siglos oscuros; qué parte tuvo la Iglesia en el Renacimiento de las letras y cómo afectó todo ello a sus más altos intereses religiosos; quién fue Besarión o Cisneros, o Guillermo de Wykeham, o el cardenal Allen. No quiero decir que podamos asegurar que todas estas cosas las vayan a saber todos los buenos estudiantes que salen de nuestras aulas, pero al menos podemos dar entrada y fomentar esos conocimientos en nuestras clases y en nuestros exámenes. De igual manera, en lo que se refiere a conocimiento de la Biblia, es deseable que, al tiempo que se anima a nuestros estudiantes a apurar la historia de la literatura clásica, se les invite también a familiarizarse con algunos hechos generales del canon de las Sagradas Escrituras, su historia, el canon bíblico de los judíos, san Jerónimo, la Biblia protestante; también de las lenguas de la Escritura, los contenidos de sus distintos libros, sus autores y versiones. No veo mayor peligro en que todos esos conocimientos sean someros. Vayamos ahora con la Teología. Para hacer frente al peligro que se teme, yo excluiría de las escuelas seculares la enseñanza in extenso de la teología dogmática, y me limitaría a impartir un conocimiento de las materias doctrinales de la misma amplitud que los catecismos de la Iglesia, o los escritos de autores seglares. Yo haría que los estudiantes dedicaran su atención a temas religiosos de los que, de hecho, tratan ciertos seglares, y se les alaba por ello. Admito que cuando un abogado, un físico, un político, un comerciante o un militar se pone a discutir de teología tiene las mismas posibilidades de salir con éxito que las de un eclesiástico que se inmiscuye en asuntos de leyes, medicina o la bolsa de valores. Pero es que yo lo que intento es considerar la doctrina cristiana en lo que podría llamarse su aspecto secular, en la medida en que resulta útil para las relaciones en la vida y para los temas de conversación social; y fomentaría su estudio en la medida en que tenga relación con la historia, la literatura y la filosofía del cristianismo. 152

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Hay que tener en cuenta que nuestros estudiantes van a salir y vivir en el mundo, un mundo lleno no de buenos católicos sino de inveterados protestantes, a menudo duros y por lo general despectivos; esto es, de protestantes que en la medida en que proceden de universidades e internados protestantes, se conocen bien su propio sistema de creencias y se conocen bastante bien, en relación con su desempeño general, la doctrina y los argumentos del protestantismo. Desearía, por tanto, fomentar en nuestros estudiantes una comprensión inteligente de las relaciones -así podríamos llamarlasentre la Iglesia y la Sociedad en general. Por ejemplo, la diferencia entre la Iglesia y una secta religiosa, las prerrogativas respectivas de la Iglesia y del poder civil, lo que la Iglesia reclama como imprescindible, lo que es irrenunciable y lo que es renunciable. Lo que puede ceder y lo que no. El católico ve que la gente discute sobre el celibato de los clérigos. ¿Es esa costumbre materia de fe, o no es de fe? Ve que se acusa al Papa de interferir en las prerrogativas de la Reina porque establece una jerarquía eclesiástica en el Reino Unido. 16 ¿Cómo responder a eso? ¿Por qué principio deberá guiarse a la hora de hacer comentarios al asunto, cosa que no tendrá más remedio que hacer, lo quiera o no? O, por ejemplo, uno ocúpa un puesto de importancia y se dirige a él un amigo que tiene razones de tipo político para querer saber la diferencia entre el Derecho civil y el canónico; o si el Concilio de Trento fue aceptado en Francia, si un sacerdote puede en ciertos casos dar la absolución condicionalmente, en qué sentido se habla de intención y en qué sentido de opus operatum; si consideramos herejes a los protestantes, y en qué sentido; si puede salvarse alguien sin confesión sacramental; si podemos negar la realidad de las virtudes puramente naturales, y qué valor les concedemos. Pueden multiplicarse hasta el infinito las cuestiones que surgen en una conversación entre amigos, o en el trato social, o en los negocios 16

Pío IX reestableció la jerarquía católica en Inglaterra y Gales en 1850, que hasta entonces se gobernaban desde Roma como tierra de misión. La opinión pública británica entendió la medida como una «agresión papal».

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de la vida, en las que no se trata de discutir, ni de hacer sutiles y delicadas disquisiciones teológicas, sino simplemente de decir unas cuantas palabras claras y directas que afirmen un hecho. Son ocasiones en las que con unas pocas palabras se pueden incluso evitar inconvenientes más serios a los católicos. La mitad de las controversias actuales en el mundo proceden de la más pura ignorancia de los hechos en cuestión; la mitad de los prejuicios contra la Iglesia católica no son más que mala información por parte de los que tienen prejuicios. Las personas que preguntan con honradez se quedan satisfechas, y a los enemigos se les reduce al silencio, con simplemente afirmar claramente qué es lo que creemos los católicos. No sirve que un católico diga: «esto es para teólogos» o «ya preguntaré al cura». Al contrario, obtendría un triunfo fácil y completo si pudiera en ese momento y en ese lugar marcar la pauta. Digo «marcar la pauta» porque es llamativo que a los que atacan a la Iglesia católica les encanta hablar de ella; por eso, a quien la defienda le permitirán que exponga sus argumentos, si con esa información satisfacen su curiosidad. No obstante, hablando en general, lo ,que se da como información será tanto discusión como información. Recuerdo que hará unos veinticinco años, tres que entonces eran amigos míos, clérigos del Establishment, hicieron un recorrido por Irlanda. En el oeste o en el sur tuvieron ocasión de caminar durante todo un día y tomaron a un muchacho de trece años para que les hiciera de guía. Se quisieron divertir a costa del chico haciéndole preguntas sobre su religión y uno de ellos me confesó a la vuelta que ese chico sin instrucción los había hecho callar a los tres. ¿Cómo? Desde luego, no a base de argumentos o disquisiciones teológicas, sino simplemente sabiéndose y entendiendo bien las respuestas del catecismo. 4.

La discusión no estará fuera de lugar en manos de seglares que intervienen en los cosas del mundo. Así como el poder secular, la influencia 154

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o el dinero nunca están mejor colocados que cuando están en manos de católicos, así el conocimiento secular y los dones seculares no pueden estar mejor empleados que cuando sirven a la Revelación divina. Los teólogos enseñan el contenido de la Revelación y precisan sus detalles. La ven desde dentro. Los filósofos la ven desde fuera, con una visión externa que puede llamarse Filosofía de la Religión, y este oficio de delinearla externamente resulta más atractivo si lo desempeñan laicos. En los tiempos primitivos de la Iglesia los apologistas eran en su mayoría laicos. Por ejemplo, Justino, Taciano el sirio, Atenágoras, Arístides, Hermias, Minucio Félix, Arnobio y Lactancio. De igual manera, en la época presente algunos de los defensores de la Iglesia más destacados son laicos: De Maistre, Chateaubriand, Nicolas, Montalembert, y otros. Si los laicos pueden escribir, los estudiantes laicos pueden estudiar; y desde luego pueden estudiar lo que hayan escrito sus mayores. Por supuesto, también pueden estudiar otras obras, antiguas y modernas, escritas por eclesiásticos o por laicos, que contengan teología, aunque en su estructura y significado general sean obras de controversia. Así es la gran obra de Orígenes Contra Celso y la Apología de Tertuliano, también algunos de los tratados polémicos de Eusebio y Teodoreto, o La ciudad de Dios de san Agustín, o el tratado de Vicente de Leríns. Confieso que no debería poner reparos a fragmentos de las Controversias de Belarmino o al De legibus de Suárez, o a los tratados de Melchor Cano sobre los Loci Theologici. Sobre los detalles de estas cuestiones, que son, lo admito con gusto, muy delicadas, las posturas pueden diferir, incluso partiendo del mismo principio general, pero incluso si nos limitamos estrictamente a la Filosofía, esto es, a la contemplación externa de la Religión, tendremos a nuestra disposición un margen de lecturas suficientemente amplio y tan valioso en su aplicación práctica como liberal en su carácter. Ahí estarán incluidas lo que normalmente se llama las Pruebas y, lo que es un tema de especial interés hoy día, las No tas de la Iglesia. 155

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Pero ya he dicho suficiente como ilustración general de la línea que yo recomiendo. Haré un último comentario, aunque se sobrentiende en lo que llevo dicho: cualquier cosa que los estudiantes estudien en el campo de la Religión, la estudian y la estudiarán, dada la naturaleza de la materia, bajo la supervisión y con las explicaciones de quienes son mayores y más experimentados que ellos.

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5. UN MODELO ACTUAL DE INCREDULIDAD (1854) 1

Cómo piensa 1.

Debido a la intensa relación y yuxtaposición de personas de distintas religiones, no puede negarse que actualmente existe un considerable peligro de que cabezas católicas que hoy por hoy profesan sinceramente su sumisión a la autoridad de la Revelación, se pierdan y corrompan de manera sutil, silenciosa e inconsciente. Ese peligro, no obstante, es mucho menos grave que lo fue en cierto momento de la Edad Media. Es más, comparando los dos períodos en conjunto, hasta podríamos decir que se distinguen en esto: que en la Edad Media, como el catolicismo era la única religión reconocida en la cristiandad, el escepticismo religioso por necesidad se extendía empleando la lengua de la fe y bajo el disfraz de la fe; mientras que ahora que predomina una tolerancia universal y que la verdad revelada (sea la Escritura o la Tradición, los Padres, o el «sentido de los fieles») está absolutamente expuesta a ataques, el escepticismo se ha quitado la máscara, ha tomado una posición hostil a nosotros desde su propio 1

La parte 1 se publicó en Catholic University Gazette 21 dic. 1854: 236-40. La 2 en la misma Gazette 28 dic. 1854: 243-48. «Infidelidad» e «incredulidad» en este discurso tienen el sentido de 'carencia de la fe en Dios' y 'falta de fe y creencia religiosa'.

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alcázar, y se nos enfrenta a plena luz embistiéndonos de manera directa. No dudo en afirmar (aparte de consideraciones eclesiásticas y morales, y si la Iglesia no me ordena o indica lo contrario) que prefiero vivir en una época en que la lucha se desarrolla a la luz del día que no en la penumbra, y encuentro preferible que me clave la lanza el enemigo a que me apuñale el amigo. Así pues, no me inquieta nada que el escepticismo se desarrolle abiertamente en Alemania, suponiendo que así sea, o su creciente audacia en Inglaterra; no porque me satisfaga ese estado de cosas, o porque lo considere bueno, sino porque, en la alternativa inevitable de escepticismo confeso o escepticismo a escondidas, me inclino por lo primero. Sostengo que el escepticismo es en cierta medida inevitable en una época ilustrada y en un mundo como el actual, teniendo en cuenta que la fe requiere un acto de la voluntad, y presupone necesariamente poner en práctica los beneficios que aporta la religión. Podemos empeñarnos en llamar católica a Europa, pero no lo es. Se puede intentar imponer una sumisión externa al dogma católico y una externa obediencia a los preceptos católicos, y tales imposiciones pueden ser en ese sentido no solo piadosas en sí mismas sino hasta un acto de misericordia para con los maestros del error, y otro de justicia para con las víctimas de estos. Pero no se puede hacer más. No se pueden predecir conclusiones que, por mucho que nos empeñemos, están abiertas a la libre voluntad humana. Por mucho que nos empeñemos, siempre habrá escepticismo e inmoralidad hasta el final de los tiempos, y en la medida en que obliguemos al mundo a fingir tendremos que hacer frente a una inmoralidad más odiosa y a un escepticismo más astuto, más sutil, más duro y más lleno de resentimiento. Una gran ventaja de las épocas en que el escepticismo se manifiesta abiertamente, es que también puede hacerlo la Fe. Si el error ataca a la Verdad, la Verdad puede atacar al error. En esos tiempos es posible fundar una universidad más enfáticamente Católica que en la Edad Media porque la Verdad se puede atrincherar con cuidado, 158

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definir sus contenidos más estrictamente, desplegar sus banderas de forma inequívoca, movida por ese mismo rechazo de la fe que tan sin ambages se jacta de sí mismo. Una ventaja añadida es la confianza que, en esta época, podemos poner en todos los que están en nuestra órbita, de manera que no hemos de buscar más adversarios que los del campo enemigo. 2.

Las escuelas medievales fueron la arena del combate entre el error y la verdad más crítico que jamás ha padecido la Cristiandad. Y la filosofía que lleva su nombre, la Escolástica, logró la supremacía gracias a las victorias que obtuvo a favor de la Iglesia. Apenas habían alcanzado las universidades popularidad cuando se vio que estaban sutilmente infectadas por las formas más fatales de incredulidad, y las herejías orientales germinaron en el oeste de Europa y en las aulas católicas, con una fuerza misteriosa sobre la que la historia arroja muy poca luz. Las inquietantes cuestiones que se debatían eran tan profundas como cualesquiera otras en teología. El ser y la esencia del Todopoderoso eran los puntos principales en disputa, y Aristóteles se presentaba a los jóvenes eclesiásticos como maestro de Panteísmo. Predominaban las interpretaciones árabes del gran filósofo, y en cuanto se importaba un nuevo tratado desde Constantinopla, el estudiante curioso e impaciente se lanzaba sobre él sin prestar atención a las advertencias de la Iglesia y sin importarle los efectos sobre su alma. Las cabezas más agudas se volvieron escépticas y perdieron la fe, y de la cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico, el césar Federico II, por no decir nada de nuestro desastroso rey Juan, se dijo que estaba considerando la posibilidad de hacerse mahometano. Se dice que en las comunidades religiosas en general, existía una vaga sospecha y desconfianza acerca de la fe de los demás en la Revelación. Se descubrió una sociedad secreta en las universidades de Lombardía, Toscana y Francia, organizada para la propagación 159

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de la incredulidad religiosa. Se vinculaban mediante juramento y enviaban a sus misioneros de pueblo en pueblo disfrazados de vagabundos y buhoneros. El éxito de sus esfuerzos lo atestigua en el sur de Francia la gran extensión de los albigenses y el predominio de la doctrina maniquea. La Universidad de París se vio obligada a reducir el número de sus doctores en teología a solo ocho, por las dudas generalizadas acerca de la ortodoxia de los teólogos. El caso de Simón de Tournay, al que mataron de un golpe por gritar tras una clase: «¡Oh, buen Jesús, he probado que existes pero, si quisiera, con la misma facilidad podría probar que no existes!». Cierta o no la historia, puede tomarse como un ejemplo del tremendo peligro a que estaba expuesto el Cristianismo. Amaury de Chartres creó una escuela de panteísmo y dio nombre a una secta. Abelardo, Roscelin, Gilberto y David de Dinante, Tanquelin y Eón [de l'Étoile], y otros que podrían enumerarse, muestran la extraordinaria influencia de las doctrinas anticatólicas entre los de arriba y los de abajo. Diez clérigos y diversos miembros del pueblo de París fueron condenados por decir que el Reino del Señor ya había tenido lugar, que el Espíritu Santo tenía que encarnarse, y herejías parecidas. Federico II instituyó una universidad en Nápoles para propagar la infidelidad que tanto le atraía. De ahí salió el gran santo Tomás de Aquino, el campeón de la verdad revelada. Tan íntima era la mezcla, tan estrecha la lucha, entre fe e incredulidad. Fue una conspiración de traidores, una auténtica guerra civil librada en las aulas medievales. Hoy día, por el contrario, hay un claro contraste entre la Verdad y el Error, existe todo un valle entre los dos; y ahí va David a la vista de todos, saliendo de su campamento para enfrentarse al filisteo. Así queda anulado providencialmente ese espíritu de tolerancia que fue concebido en el seno del espíritu de escepticismo, con el fin de destruir la Catolicidad..La influencia de la Iglesia se ha reducido, pero gana en intensidad lo que pierde en extensión. Ahora tiene un 160

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control directo y una verdadera influencia sobre sus propias instituciones, cosa que le faltaba en la Edad Media. Ahora ha tomado posesión de una universidad, que es también de su creación; ahora no existe la necesidad, que en otros tiempos era tan urgente, de expulsar las herejías fuera de su grey, ya que estas tienen en otros sitios sus propios centros de atracción y de ellos surgen espontáneamente. Los beneficios materiales ya no representan un reclamo para la hipocresía, y en consecuencia los miembros de la Iglesia tienen el consuelo de sentirse seguros unos respecto a otros. ¡Cuánto mejor es, para nosotros al menos, y sea lo que sea para ellos (por tomar un caso patente a nuestros ojos aquí en Irlanda), que los que han dejado la Iglesia para hacerse ministros del Establishment protestante estén en su sitio, como resulta que están, que no haber seguido en el seno de la Iglesia porque no tenían más remedio! Lo repito: prefiero luchar contra el escepticismo tal como se da en el siglo XIX a como existió en los siglos XII y XIII.

3. Echo una mirada al campo enemigo y trato de captar las líneas principales de los movimientos de ataque y los preparativos para el asalto que allí se ultiman contra nosotros. Son incesantes el aprovisionamiento de armas, las maniobras de las tropas, el movimiento de tierras y la excavación de galerías pero no se puede decir, sin ser profeta, claro está, cuál de todos estos preparativos se pondrá en práctica y obtendrá su objetivo, cuál fallará y se abandonará. Las exhibiciones amenazadoras pueden acabar en nada y quizá nuestros más formidables enemigos son los que no vemos antes del ataque. Todas estas incertidumbres, lo sabemos, forman parte del oficio del soldado en el campo de batalla, como las que sufrieron los guerreros Templarios. Sintiendo plenamente la fuerza de estas consideraciones y bajo su corrección, haré mis predicciones ajustándolas a los signos de los tiempos. Y ese será mi proviso cuando paso a describir 161

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las características de una forma peculiar de incredulidad que está empezando a darse y a hacernos la guerra en las ciudadelas intelectuales de Inglaterra. No supongáis que atribuyo a ninguna persona o personas en concreto esa forma de incredulidad actual de la que voy a hablar; tampoco es necesario para mi propósito suponer que todos se adhieren firmemente enseguida, o son conscientes, de las consecuencias de esa parte de la teoría a la que dan asentimiento. Voy a describir un conjunto de ideas que pueden considerarse la explicación de muchas opiniones que flotan en el aire y el punto donde convergen una multitud de opiniones separadas e independientes; y lo mismo que no solo se hablaba del viejo Arrío o de Nestorio como personas sino como del típico y abstracto maestro de la herejía por él introducida, y por tanto su nombre implicaba un hereje más completo y explícito, aunque no más formal, que el hereje mismo, así, también yo aquí yo pintaré una escuela de pensamiento como si estuviera completamente desarrollada, de manera que cualquiera al que se le impute ser miembro lo negará inmediatamente; puede también que yo apunte a maestros que nadie ha sido capaz de d~scubrir. De todas maneras, no es menos cierto que hablo de tendencias y elementos que existen y puede que al final se presente en persona quien al principio vino solo como idea y como tendencia. El maestro de que hablo discurrirá así en lo hondo de su corazón: al igual que tantos otros antes que él, comenzará afirmando como postura razonable por sí misma, si se la examina con justicia, una postura de un carácter tan axiomático que casi constituye un primer principio, y tan firme y segura como para sostener sobre sí todo un gran edificio, que la Religión no es objeto de ciencia. «Ustedes pueden tener opiniones en religión, pueden tener teorías, probabilidades, pueden discutir, pueden tener de todo excepto demostraciones. Por tanto, ustedes no hacen ciencia. En ingeniería se avanza partiendo de premisas seguras y se llega a conclusiones seguras. En óptica se construyen sistemas partiendo 162

Un modelo actual de incredulidad

de hechos innegables, se llega a principios generales que luego se aplican infaliblemente. Eso es Ciencia. Actualmente no existe una ciencia sobre el tiempo atmosférico porque no es posible apresar los hechos y las verdades sobre las que se funda; no existe una ciencia sobre cómo se propagan las epidemias, ni de cómo se empiezan y se terminan las guerras, ni de los gustos y disgustos populares, o de las modas. 2 No es que esas materias sean por sí mismas inaccesibles para la ciencia, sino que, dadas las circunstancias, somos incapaces de someterlas a ciencia. Pues bien, de la misma manera, dice el filósofo en cuestión, «sin negar que en el terreno de la religión unas cosas son verdad y otras son falsas, está claro que no estamos en condiciones de determinar lo uno o lo otro. Y al igual que sería absurdo ponerse a dogmatizar sobre el tiempo que va a hacer, y decir que 1SqO será un año lluvioso o seco, que habrá guerra o que habrá paz, es igualmente absurdo que los hombres en nuestra condición presente enseñen algo positivo acerca del mundo futuro, aseguren que el alma es inmortal, o que Dios existe. No es que ustedes no tengan derecho a tener sus opiniones, lo mismo que tienen derecho a poner una confianza implícita en su banquero o en su médico, pero es innegable que una confianza así no implica conocimiento, no es científica, no puede convertirse en propiedad pública, es compatible con que un amigo opine justamente lo contrario, y si ustedes se sienten inclinados a emplear la violencia en defensa de su punto de vista en este tema de la religión, entonces será necesario meditar seriamente si el ponerse susceptibles cuando otros cuestionen a vuestro banquero o a vuestro médico no es una reacción que habría que tomar como un secreto recelo sobre ellos, a pesar de la seguridad con que declaráis confiar en ellos, una falta de seguridad clara e imperturbable en la honestidad del uno y la profesionalidad del otro». 2

Precisamente la meteorología, la sociología y otras ciencias sociales han aparecido desde entonces.

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La idea de la Universidad

Este es el punto de partida de nuestro filósofo. No da ninguna prueba; simplemente hace afirmaciones con toda rotundidad, y le parece que con declarar rotundamente su postura esta pasa a ser evidente por sí misma. Y ahí lo deja.

4. Partiendo de esta posición supuestamente evidente, nuestro hombre tomará el siguiente camino: «Bien. Entonces, si la Religión es uno de esos asuntos sobre los que nada podemos saber, ¿qué cosa puede ser más absurda que gastar tiempo en ella o qué más absurdo que pelearse con los demás por su culpa? Que cada uno se guarde sus propias opiniones religiosas para sí mismo, y tengamos la fiesta en paz. Lejos de ser así, resulta que no hay asunto al que se haya aferrado la inteligencia humana tan fuertemente como al de la Religión. Y lo triste es que, si dejamos que la atención se fije en ella, entramos en un círculo del que no hay manera de salir. El error se repite y se refuerza. Un insecto pequeño, una avispa o una mosca, es incapaz de atravesar el cristal de la ventana y, precisamente porque no puede, lucha cada vez con más fuerza por atravesarlo. Muestra una obstinación tan heroica en su intento como la del que asalta o defiende algún punto estratégico en el campo de batalla. El insecto es infatigable y feroz en un esfuerzo que no puede llevar a nada más allá de sí mismo. De igual manera, cuando uno ha decidido que determinadas doctrinas religiosas son indiscutiblemente verdaderas y que todos los hombres están obligados a percibir su verdad, se ha empeñado en una empresa que nunca alcanzará su objetivo aunque se prolongue hasta la eternidad. Y puesto que ustedes están convencidos de que hay que hacerlo así, cuanto más hayan fracasado hasta el momento, con mayor violencia y terquedad lo int.entarán en el futuro. Es más, como ustedes no son los únicos en el mundo que están en el error sino que hay otros diez mil, todos afirmando que la Religión sí es científica, y cada uno con una opinión distinta 164

Un modelo actual de incredulidad

sobre la verdad y los hechos y conclusiones de semejante ciencia, a la desgracia de un esfuerzo intelectual sin salida se añade la desgracia de las disputas y la desunión social, y así no solo malgastamos la vida en especulaciones estériles sino que además nos la amargamos con tanto sectarismo fanático». «Así se encuentra el mundo», se dirá, «desde que llegó el Cristianismo. El Cristianismo ha sido la ruina del auténtico conocimiento porque ha hecho que el pensamiento se aparte de las cosas que puede conocer y se dedique a las que no puede conocer. Las diferencias de opinión germinarán y se multiplicarán en proporción directa a la dificultad de dilucidar las cuestiones de que se trate y lo cierto es que la esterilidad de la Teología la ha llevado, no a buscar mejor alimento sino a alimentarse exclusivamente de sí misma. Han estado buscando la Verdad en el lugar equivocado. Han dejado de lado lo alcanzable por lo inalcanzable». No es cuestión de que yo refute ahora estos argumentos sino de que los exprese. No hay por qué refutar algo que nunca ha sido demostrado. Basta con que yo repita lo ya dicho: son argumentos fundados en una mera suposición. Suponiendo, claro, que la verdad religiosa no se pueda alcanzar, entonces, por supuesto, intentarlo no solo es una pérdida de tiempo sino algo verdaderamente malicioso; entonces, por supuesto, discutir no sirve más que para aumentar el error de intentarlo. Pero lo que está claro es que tanto los católicos como los protestantes han escrito muy sólidas defensas de la Revelación, del Cristianismo y del dogma que no pueden dejarse a un lado sin más, sin decir por qué. Nuestros «filósofos» todavía no han demostrado la «evidencia» de que no se puede alcanzar la verdad religiosa. En cambio, un buen número de inteligencias poderosas han argüido, con bastante fuerza al menos, que sí puede alcanzarse, y el onus probandi evidentemente corresponde a los que están introduciendo en el mundo algo que todo el mundo siente como una paradoja. 165

La idea de la Universidad

5.

Sin embargo, cuando alguien está realmente convencido de esto, por muy irracional que sea, ¿cuál es la consecuencia? Un sentimiento, no de mero desprecio, sino de absoluto odio hacia el teólogo católico y el maestro del dogma. El patriota aborrece y detesta a los partidarios de la secesión que han degradado e insultado a su país, y el ciudadano del mundo, el abogado de la razón humana, siente amarga indignación ante aquellos a los que acusa de haberla extraviado y tiranizado durante dos mil años. «El mundo ha perdido dos mil años. Está prácticamente donde estaba en tiempos de Augusto. Todo por culpa de los curas». Los hay que, movidos por un liberalismo benevolente, se dignan admitir que los católicos no son peores que otros que mantienen el dogmatismo en teología. También los hay que son lo suficientemente buenos como para conceder que la Iglesia Católica fomentó el conocimiento y la ciencia hasta los tiempos de Galileo, y que solo en los últimos siglos ha sido retrógrada. Pero el nuevo maestro que yo estoy dibujando a la luz de esa estrella que lo destaca, hace eco a los gritos ele los primeros perseguidores de los cristianos como «enemigos de la raza humana». «Pero por cada Atanasio, por cada Agustín, y por cada Tomás de Aquino, el mundo hubiera tenido sus Bacon y sus Newton, sus Lavoisier, sus Cuvier, sus Watts, y sus Adam Smiths, un siglo tras otro». Y ahora que la verdadera filosofía por fin ha empezado a existir y abrirse camino, ¿qué otra cosa le resta a su campeón sino lanzar un fiero y desesperado ataque contra la teología cristiana, a espada desenvainada, y sin cuartel? ¿Y en qué ha de parar todo ello sino en el triunfo del más fuerte? ¿En qué, sino en desbancar los viejos errores y la odiosa tiranía, y alcanzar el reino de la hermosa Verdad? Así piensa él, sentado y soñando en tan inspirados pensamientos, y anhela ese día que se acerca, ese día inevitable ... Dejémosle por el momento que sueñe y anhele en su odio impotente hacia un Poder que Juliano [el Apóstata] y [el emperador] 166

Un modelo actual de incredulidad

Federico, Shafestbury y Voltaire, y otras mil grandes cabezas soberanas y sutiles han atacado en vano.

Cómo actúa

1. Son tristes los tiempos en que la profesión de fe de un católico no es garantía de ortodoxia, cuando un maestro de religión puede estar dentro de la grey pero fuera de la fe. Esa ha sido la prueba de sus hijos en diversos momentos de la historia. Así fue durante el terrible dominio del arrianismo, cuando la grey tuvo que mantenerse lejos de los pastores, y los Padres de los Concilios occidentales, sin sospechar nada, confiaban y seguían a ciertos sofistas con órdenes sagradas procedentes de Grecia o Siria. 'También fue ese el caso en tiempos medievales cuando los simoniacos no obedecían al Romano Pontífice o cuando las herejías se agazapaban en las universidades. El sufrimiento fue más largo y continuado mientras duraron las controversias con los monofisitas de la antigüedad y con los jansenistas de tiempos más modernos. Es un escándalo y una perplejidad para los pequeños de Jesucristo tener que escoger entre partidos enfrentados que reclaman su adhesión, o encontrarse con que es condenado alguien a quien uno ha admirado de buena fe. También nosotros, en esta época, tenemos nuestros escándalos, porque escándalos siempre los habrá. Pero no son como los escándalos de antes, y si la justa queja de los hombres piadosos de hoy es que nunca la increencia ha sido tan rampante, es su orgullo y su consuelo, por otro lado, que nunca la Iglesia tuvo menos problemas con los falsos doctores, nunca estuvo más unida que ahora. Los falsos doctores no se quedan dentro de la grey ahora porque pueden dejarla con facilidad y porque fuera de ella existen polos de error que los atraen. «Salieron de entre nosotros», dice el apóstol, «pero no eran de los nuestros. Porque si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para 167

La idea de la Universidad

poner de manifiesto que ninguno de ellos es de los nuestros» (1 Jn 2,19). Es una gran ventaja que el error se muestre a las claras porque entonces ya no puede engañar a los sencillos. Con esta idea, empecé a describir un modelo o escuela de escepticismo, al margen de la Iglesia, que quizá por el momento solo exista, tal como la he dibujado, en nebulosa. En la Edad Media, a base de subterfugios, podría haberse mantenido durante un tiempo dentro de los sagrados límites; ahora, desde luego, está fuera de ellos. Y sin embargo, por el hecho de mezclarse los católicos con el mundo, y por la presente condición inmadura de la falsa doctrina, puede al principio ejercer influencia incluso sobre los que huirían de ella si la reconocieran como realmente es y como terminará manifestándose al final. Es más, es natural, y provechoso, que las personas que participamos de esta empresa especulemos sobre las formas de error con que una universidad tendrá que enfrentarse en estos tiempos, al igual que las universidades medievales tuvieron sus propios antagonistas. Y por ambas razones estoy aventurando algunos comentarios sobre una serie de opiniones y una línea de conducta que par~ce estar actualmente, al menos en sus rudimentos, asentada en las mentes inglesas, tanto si el peligro acaba desvaneciéndose como si no. Ya he dicho que su dogma fundamental es que nada podemos conocer con certeza sobre el mundo invisible. Dando ese dogma por supuesto como una verdad evidente por sí misma, innegable con solo enunciarla, de ahí se sigue, o se seguirá inmediatamente, que la enorme inversión de tiempo, preocupaciones, trabajo, salud corporal y mental que se ha dedicado a la discusión teológica a lo largo de los siglos, sencillamente hay que tirarla por la ventana; es más, todo ese desgaste ha sido no solo algo inútil sino perverso, en la medida en que indirectamente ha obstaculizado el cultivo de estudios mucho más prometedores y de una utilidad evidente. Esta es la postura principal de la corriente que estoy contemplando, y el res.ultado en la mente.de sus miembros es un odio profundo, un amargo resentimiento contra el Poder que, según ellos, ha logrado 168

Un modelo actual de incredulidad

atrofiar el conocimiento del mundo y el intelecto de los hombres durante tantos cientos de años. Esto es algo que ya he dicho; paso ahora a delinear las medidas que estas gentes adoptarán y el discurso que les exigirá necesaria o naturalmente esa política suya. 2.

Suponiendo que el axioma principal de la corriente en cuestión es que el estudio de la Religión como ciencia ha sido la perdición de la filosofía y el conocimiento, ¿qué remedio aplicarán los maestros del día a esos males que deploran? ¿Se declararán ellos mismos enemigos de toda teología y se dedicarán a discutir con los teólogos? Esto solo serviría para aumentar, perpetuar la calamidad. Nada, según ellos, desean con tanto ardor las gentes religiosas, nada daría un impulso más fuerte a la causa de la Religión que la controversia. La política de los creyentes, dirán, consiste en que el mundo fije su atención firmemente en el tema de la Religión, y la controversia es el medio más eficaz de conseguirlo. Y su propio juego, al contrario, consiste en mantenerse refinadamente en silencio sobre la Religión. ¿Procederán, pues, a cerrar los lugares donde se enseña la teología, y a excluir la Religión de las materias que se tratan científicamente en la educación filosófica? Este es y ha sido, desde luego, el modo favorito de proceder de muchos de los enemigos de la teología, pero no se puede decir que haya alcanzado mayor éxito que la política de la controversia. La fundación de la Universidad de Londres sirvió para que inmediatamente se iniciara el King's College, fundado en el principio dogmático, y el liberalismo del gobierno holandés provocó la restauración de la Universidad de Lovaina. 3 Es una historia 3 El University College se inició en Londres en 1828 para acoger a estudiantes excluidos de Oxford y Cambridge por motivos religiosos -era obligatorio suscribir los Treinta y Nueve Artículos de Fe-. King's College se fundó en 1829. La universidad católica de Lovaina fue confiscada por la República Francesa en 1797. En 1816, Guillermo I de Orange fundó tres universidades seculares en Bélgica. La católica de Lovaina se restableció en 1833 (IK).

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más que conocida que la misma ausencia de estatuas conmemorativas de Bruto y de Casio los puso de forma más viva en la memoria del pueblo romano. Así pues, cuando en un plan de educación solo la Religión es excluida, esa exclusión habla a gritos en su favor. Cualquiera que sea el verdadero valor de la Religión, se dicen para sí estos pensadores, lo cierto es que tiene un nombre en el mundo y conviene respetarla, no sea que la gente se arremoline en torno a ella por un impulso de generosidad. Decidirán en consecuencia que la exclusión como método, aunque ha obtenidocierto favor en esta generación, es un error tan completo como la controversia. Volviendo a las universidades de Inglaterra, dirán que la única política buena es dejar que las escuelas de teología funcionen por su cuenta. Es una desgracia que se hayan sacudido la decadencia y el sopor en que se encontraban hace veinte o treinta años. Hasta entonces, lo que había era una lección o conferencia, siempre la misma, pronunciada a sucesivas remesas de muchachos destinados a ser ministros protestantes, no durante su residencia sino cuando se marchaban o acababan de marcharse de la universi,dad, y no sobre teología dogmática, historia, derecho eclesiástico, o casuística, sino sobre una lista de autores selectos y lecturas obligatorias dirigidas a quienes no tenían ni la curiosidad de leerlos ni el dinero para comprarlos; y luego, el anuncio recurrente de la conferencia sobre los, Treinta y Nueve Artículos, que nunca se daba porque no iba nadie. Estas dos explicaciones, una por parte de un profesor de teología, la otra a cargo de otro, resumían toda la enseñanza teológica en Oxford, una sede de instrucción que había sido la casa de Duns Seoto o Alexander Hales. ¿Qué mala intención y qué desgracia puso fin a esos idílicos «días del Alción» y resucitó el odium theologicum de años subsiguientes? Hagamos justicia a los que ejercen autoridad en esa universidad; tienen sus fallos, pero la revolución no es responsabilidad suya. No fue culpa de ninguno de los guardianes de la educación ni de ninguno de los depositarios del intelecto en ese lugar tan celebrado. No obstante, el mal se ha hecho; y ahora lo 170

Un modelo actual de incredulidad

mejor para los intereses de la infidelidad es abandonarlo a sí mismo, dejar que la fiebre teológica se pase poco a poco; intentar curarla solo serviría para hacerla subir. Nada de interferir con la teología; no levantar ni un dedo contra ella es la única manera de desbancarla. Cuanto mayor es el odio que esos hombres sienten contra ella, tanto menos deben mostrarlo.

3. ¿Qué política deben seguir, pues? Piensan, con razón, que en toda batalla la línea más sensata e inteligente es hacer una oposición positiva, no negativa; no impedir sino anticiparse, obstruir a base de construir y exterminar a base de suplantar. Lanzar desprecios sobre la teología, de escuela protestante o católica, equivaldría a provocar una corriente 'inextinguible de polémicas, una falange de doctores del dogma y de confesores de la fe. Let alone Camarina, for 'tis best !et alone [deja tranquila a Camarina, porque está mejor sola]. 4 Lo que hay que hacer, entonces, no es oponerse a la Teología sino hacerle la competencia. Dejad a los teólogos que enseñen su teología y dedicaos a introducir otros estudios que, además del encanto añadido de la novedad, contengan un interés, una riqueza y un valor práctico más alto que ella. Haceos con esos estudios, apropiaos de ellos, monopolizadlos y no dejéis entrar ahí a los partidarios de la Religión. Dad por supuesto, y decidlo bien alto, que la Religión no tiene nada que ver con los estudios a los que aludo, ni esos estudios 4

Ese fue el consejo -no observado, con fatales consecuencias- del oráculo de Delfos a los habitantes de Camarina (Sicilia), que preguntaron si era bueno desecar el lago o zona pantanosa, también llamado Camarina, que rodeaba la ciudad. El dicho se convirtió en proverbio para no pasar de lo malo a lo peor (IK). En Leáures on the Present Position of Catholics in England (Ed. Andrew N ash. Notre Dame: Gacewing, 2000. 401), dice Newman que «había un viejo dicho: Let alone Camarina, for 'tis best let alone», con el mismo sentido que en este pasaje.

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con la Religión. Clamad y gritad si la Iglesia católica pretende hacer uso de lo que pretendéis que sea un arma contra ella. El abanico de las ciencias experimentales, es decir, la psicología, la política, la economía política, y los muchos sectores de las ciencias naturales, tan variados en sus métodos de investigación y en sus objetos de estudio; las grandes ciencias que son características de estos tiempos, y que se vuelven más maravillosas a medida que las entendemos más a fondo: astronomía, magnetismo, química, geología, anatomía comparada, historia natural, etnología, lenguas, geografía política, antigüedades. ¡Que sean estos vuestros medios, indirectos pero eficaces, para derrocar a la Religión! Para emplearlos, basta con que sean visibles. En los lugares de aprendizaje, pondréis fin al largo reinado del sombrío mundo de lo invisible, a base sencillamente de exhibir lo visible. Esto era imposible hasta ahora porque el mundo visible era apenas conocido en sí mismo; pero ahora, gracias a la Nueva Filosofía, la visión es capaz de luchar contra la fe. El filósofo medieval no tenía otra arma contra la Revelación que la metafísica; las ciencias naturales tienen mejores condiciones y acero más afilado para obtener ese fin. · Interrumpo ahora la línea de pensamiento que estoy trazando para introducir un caveat, y para que nadie piense que en el fondo yo abrigo alguna falta de respeto hacia las ciencias que he enumerado, o alguna aprensión acerca de sus legítimas tendencias, cuando en realidad mi auténtico objetivo es protestar contra el monopolio que otros ejercen sobre ellas. Y desde luego no es una acusación injusta decir que las ciencias, como todo don divino, pueden usarse para fines malos con los que no tienen ninguna relación natural y para los que nunca fueron creadas. Y como en Grecia el elemento de la belleza, del que el mundo está inundado, y la facultad poética, que es su intérprete más puro, fueron puestos al servicio de la sensualidad; y en la Edad Media la especulación abstracta, otro gran instrumento de la verdad, fue a menudo dilapidado en ejercicios de pura sofistería, así ahora los hechos positivos y el método de investigación y experimentación que les es propio 172

Un modelo actual de incredulidad

pueden eclipsar por un momento la luz de la fe en la imaginación del estudiante, y degradarse pasando a ser una herramienta instrumental, hic et nunc, de la infidelidad. Soy tan poco contrario a las ciencias naturales como lo soy a la poesía o a la metafísica pero yo deseo que los estudios de todo tipo tengan su aplicación legítima. Si regateo las ciencias a los anticatólicos es para que luego los anticatólicos no puedan monopolizarlas, ni se puedan quejar cuando nosotros las cultivemos, ni las empleen como arma contra la Revelación. Desde luego, querría pensar que estos estudios no fueron orientados por una determinada escuela de filósofos para ir contra la autoridad de la Revelación. Los hay que esperan, los hay que están seguros de que en la incesante investigación de los hechos, físicos, políticos y morales, más tarde o más temprano, surgirá algo, o muchas cosas a la vez, y hechos positivos tercos también, que refutarán las verdades reveladas. Han tenido una aparición o visión de una prueba histórica o física de que la humanidad no desciende de un único origen, o de que la supervivencia de la tierra nunca quedó reducida a un arca de madera flotando sobre las aguas, o de que los fenómenos del Monte Sinaí fueron obra del hombre o de la naturaleza, o de que los patriarcas del Antiguo Testamento o los jueces de Israel son personajes míticos, o que san Pedro no tiene relación alguna con Roma, o que la doctrina de la Santísima Trinidad o la Presencia Real eucarística son ajenas a la fe primitiva de la Iglesia. Se ha apoderado de ellos una profecía según la cual las verdades fundamentales del mesmerismo darán explicación a todos los milagros del evangelio, o que «niebuhrizar» los evangelios o los Padres de la Iglesia es un recurso muy sencillo para atrofiar todo el sistema católico.5 Se imaginan que la Palabra eterna e inmutable de Dios se va 5 Newman juega con el nombre de Barthold G. Niebuhr (1776-1831), uno de los primeros historiadores en cuestionar seriamente las fuentes de la historia (ver Glosario). La idea es: los enemigos de la Iglesia piensan que una manera sencilla de hundirla es pedirle que aporte las pruebas y documentos históricos en que se basan los relatos evangélicos o los escritos patrísticos; porque es una tarea imposible de realizar.

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a deshinchar y desvanecer ante el penetrante acoso del intelecto humano. Y allí donde prevalezca este sentimiento, existirá un motivo aún más fuerte para dejar sola a la Teología. Ese partido, cuyo éxito es solo cuestión de tiempo, se puede permitir una paciente espera. Si la mecha que hará saltar la fortaleza ya está puesta y su estallido es cosa inevitable, ¿qué más da que el hundimiento de la Religión llegue mañana en vez de hoy?

4. Pero, sin dar demasiada importancia a sus grandes expectativas en este punto, que en parte pueden cumplirse o no, estos hombres tienen segura base para saber que las ciencias, tal como ellos las cultivan, resultarán perjudiciales, cuando menos, para el sentimiento religioso. Cualquier estudio, del tipo que sea, si se dedica uno a él de manera exclusiva, mata en la mente el interés, o más bien, la capacidad de percepción de cualquier otro estudio. Así, dice Cicerón que Platón y Demóstenes, Aristóteles e Isócrates, podrían cada uno haber destacado en el terreno del otro, pero que cai:la uno se quedó absorbido en el suyo propio. Lo dice con todo el énfasis: «quorum uterque, suo studio delectatus, contemsit alterum» [cada uno de los cuales, complacido en su propio estudio, despreció al otro]. 6 Casos parecidos suceden a diario. Difícilmente se puede convencer a la gente para que hable de otra cosa que no sea lo suyo; hacen girar el universo mundo en torno a su tema y todo lo miden por la regla de sus intereses, como el pescador de la obra de teatro que alababa a su señor diciendo «¡Era tan aficionado a la pesca!».7 Lo cierto es que también los santos caen en esto. San Bernardo no tenía ojo 6

«Esto es lo que pienso de Aristóteles y de Isócrates, cada uno de los cuales, complacido en su propio estudio, despreció al otro». Cicerón. De los deberes [De officiis] (libro 1, 1, 4). Trad. Baldomero Estrada Morán. Marco Tulio Cicerón. De los deberes (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1962). 7 Al parecer, la obra de .teatro era una farsa breve escrita por N ewman en su niñez, en la que su hermano Francis hacía ese papel de pescador (IK).

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para la arquitectura, san Basilio no tenía olfato para las flores, san Luis carecía de gusto para la comida y la bebida, santa Paula [de Roma] o santa Jane Frances [de Chanta!] podían rechazar y pisar a sus propios hijos. Y no es que les faltaran facultades naturales a estos grandes siervos de Dios sino que un don más alto brillaba más y oscurecía cualquier otro atributo menor, como los rasgos humanos pueden permanecer en el cielo, pero su belleza palidecer ante la luz superior de la gloria. De igual manera está claro que la tendencia de la ciencia es a hacer a los hombres indiferentes o escépticos por el mero hecho de cultivarla en exclusiva. Así pues, a esta corriente de que estoy hablando, que entiende esto muy bien, no le importará que haya todo tipo de discusiones en las escuelas teológicas todos los días del año, siempre que logren mantener bien lejos de ellas a los estudiantes de ciencias. Esto no es todo. Confían mucho en la influencia de las ciencias modernas sobre lo que podríamos llamar la Imaginación. Cuando se nos aparece algo que es muy distinto de lo que normalmente experimentamos, tendemos a considerarlo, por eso mismo, falso; en realidad no porque nos choque a la razón como cosa improbable sino porque desconcierta a la imaginación como cosa extraña. La Revelación presenta a nuestro intelecto un aspecto del universo completamente distinto del que nos presentan las ciencias. Las dos informaciones son como dos dibujos distintos representados por las líneas del mismo trazo las cuales, dependiendo de si miramos por el lado cóncavo o por el convexo, nos muestran bien un grupo de árboles con ramas y hojas, bien rostros humanos escondidos entre las hojas o figuras majestuosas que destacan en medio de las ramas. Así se opone la fe a la visión; es un fenómeno paralelo al contraste que ofrecen la astronomía plana y la astronomía física. La plana, siguiendo nuestros sentidos, discurre sobre la salida y puesta del sol, mientras que la física, según nuestra razón, afirma, por el contrario, que el sol está prácticamente fijo, y que es la tierra la que se mueve. Esto es lo que se quiere decir con que «la verdad está en 175

La idea de la Universidad

el fondo del pozo». 8 Los fenómenos no son la medida de los hechos. Las impresiones prima facie que recibimos del exterior no alcanzan al verdadero estado de las cosas, ni las ponen ante nosotros sencillamente como son. Así pues, siendo la Razón y la Revelación coherentes de hecho, a menudo son incoherentes en apariencia, y esta discordancia aparente opera de forma tan aguda y alarmante sobre la Imaginación que de golpe puede exponer a las personas a la tentación, e incluso empujarlas a cometer actos de rechazo de la fe, en los que en realidad la razón no interviene en absoluto. Quiero decir: haced que una persona se dedique a los estudios científicos, que le enseñe el astrónomo que nuestro sol no es más que uno entre un millón de sistemas solares, y nuestra tierra nada más que una entre diez millones de esferas que se mueven por el espacio. Que aprenda del geólogo que en ese globo nuestro se han producido mutaciones enormes a lo largo de siglos innumerables; que el anatomista comparado le cuente acerca de los diversos sistemas que funcionan tan minuciosamente en la naturaleza orgánica; y el químico y el físico de las leyes perentorias, aunque intrincadas, a las que la naturaleza, orgánica e inorgánica, está sujeta; y el etnólogo de los orígenes, ramificaciones, variedades, éxitos y decadencias de los distintos pueblos y razas; y el historiador de la antigüedad del descubrimiento de las viejas ciudades sepultadas y de los primitivos países arrasados, junto con las distintas formas sociales a que dieron lugar; y el lingüista de la lenta formación y desarrollo de las lenguas, y el sicólogo, el fisiólogo y el economista de la sutil y complicada estructura del mundo de los hombres, vivo, lleno de energía y de actividad. Digo: dejadle que adopte y se empape de la inmensa visión que le proporciona la Naturaleza, su infinita complejidad, su asombrosa capacidad de abarcar y sus colores tan diversos como armoniosos, y entonces, cuando haya bebido y se haya alimentado durante años de esta 8

La frase se atribuye a Cleantes y a Demócrito (IK).

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visión, haced que vuelva a echar una ojeada a la Biblia, el registro inspirado, o que escuche la enseñanza autorizada de la Revelación, el libro del Génesis o las advertencias y profecías del evangelio, o el Símbolo Quicumque o la Vida de san Antonio o la de san Hilario, y con toda seguridad experimentará una desagradabilísima sensación de repugnancia. 9 En realidad, no es que su razón deduzca de sus queridísimos estudios nada contrario a la fe sino que su imaginación se ha quedado absolutamente perpleja y se debate ahogada por un sentimiento de inefable distancia entre esa fe y la visión de las cosas que le es familiar; lucha con lo extraño de la fe, con su ruda simplicidad -eso le parece- y su aparente pobreza en contraste con la vida y la realidad exuberante de su propio mundo. La escuela de que hablo entiende esto muy bien. Comprende que si logra excluir a los profesores de Religión de las aulas donde se enseña ciencia, se les puede per~itir sin problema que enseñen cuanto quieran en las suyas propias, porque no hará falta articular una sola palabra para criar gente sin fe; bastará la terrible influencia de esa facultad, la Imaginación, contra la que tanto Bacon como But!er nos advierten tan severamente. Dejan al teólogo la posesión libre y plena de sus propias escuelas porque piensan que no será capaz de detener la enseñanza contraria o hacer competencia a la fascinación de la ciencia moderna. Aunque saben poco, y les importa aún menos, de la profundidad y anchura de esa Sabiduría divina en la que el apóstol se explaya con deleite o de la variedad de esas ciencias, dogmática o ética, mística o hagiográfica, histórica o exegética, que la Revelación ha creado, lo que estos filósofos sí saben bien es que, para seres constituidos como nosotros, las ciencias que conciernen a este mundo y a este estado de la existencia, valen mucho más, llaman la atención y son más atractivas que las relacionadas con un sistema de cosas que no se dejan ver y que no pueden dominarse con las facultades naturales 9

Ver Sermones Universitarios vol. 7, n.º 14 QHN).

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del hombre. A las ciencias que tratan de hechos tangibles, de resultados prácticos, descubrimientos siempre nuevos, novedades permanentes, que alimentan la curiosidad, mantienen la atención y estimulan la expectación, les basta, consideran ellos, con disponer de una aceptable plataforma; esas ciencias no requieren ninguna ayuda especial para dejar atrás a esa Antigua Verdad que nunca cambia y que avanza con suma cautela en la carrera por la popularidad y el poder. Por tanto, esperan el día en que derrotarán a la Religión no cerrando sus escuelas sino vaciándolas; no discutiendo sus axiomas sino por el superior valor y la mayor capacidad de persuasión que le son propias.

5. Esa es la táctica que la nueva escuela de filósofos adopta contra la Teología cristiana. Si los comparamos con las anteriores escuelas de infidelidad, veremos que tienen esta característica nueva: combinan un odio intenso y una amplia tolerancia para con la Teología. Hacen demostración de cortesía con ella, pero hacen carreras contra ella. Se apoyan no en pruebas lógicas en contra suya sino en tres consideraciones: primero, en el seguro efecto que tienen los estudios del tipo que sea para indisponer la mente hacia cualquier otro tipo de estudio; después, en el efecto peculiar de las ciencias modernas sobre la imaginación, proclive a sembrar prejuicios contra la verdad revelada; por último, en el interés absorbente que prestan a esas ciencias sus resultados maravillosos. El carácter peculiar y la posición de la religión en Inglaterra les obligará a actuar en esta dirección. He llegado al final de mi tiempo de exposición sin terminar de tratar el tema iniciado; debo contentarme con haber hecho algunas sugerencias que, si algo 'valen, otros podrán emplear.

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6. LA PREDICACIÓN UNIVERSITARIA (1855)1

1.

Al obtener de varias distinguidas personas la agradable promesa de que me harían el beneficio de su apoyo y asistencia compareciendo ocasionalmente en el púlpito de nuestra nueva universidad, algunos acompañaron dicha promesa con la petición natural de que yo, que solicitaba su predicación, les ofreciera a ellos mi punto de vista sobre el modo y la forma en que ese oficio habría de cumplirse más satisfactoriamente. Por otro lado, era igualmente natural que yo me sintiera poco inclinado a asumir una tarea propia de un puesto y autoridad más elevada en la Iglesia que la mía; y sobre todo porque acerca de la predicación en la universidad dispondría yo de bastante menos ayuda directa por parte de los escritos de hombres santos y grandes teólogos de la deseable. Desde luego, si mi única preocupación fuera dar forma a los diseminados preceptos que los santos y doctores han dado acerca de la homilética, me habría aventurado a la empresa sin demasiadas dudas. A la sombra de los grandes maestros de la pastoral, me habría contentado con hablar, sin . buscar ninguna autoridad viva que me diera la entrada. Este, por desgracia, no es el caso. Esa venerable orientación no va más allá de

.

1

Publicado, con alguna modificación, en Catholic University Gazette 8 mar. 1855: 394-400 y 5 abr. 1855: 416-19.

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los principios y reglas generales de la predicación, los cuales precisan desarrollo tanto como adaptación cuando hay que aplicarlas a textos dirigidos en nombre de la universidad a universitarios. Aquellas reglas definen la esencia de la predicación cristiana, que es una y la misma en todos los casos, pero no el tema o el método, que varía según las circunstancias. No obstante, después de todo, los puntos que sí tratan son más numerosos y más importantes que los que no tratan. Por tanto, aunque con buena dosis de aprensión, he intentado realizar una tarea que parecía corresponderme de forma bastante natural. Doy gracias de poder decir que, aunque en cierta medida iré más allá del ámbito de la sencilla línea a que me he referido, la mayor parte de mis comentarios caerán dentro de él.

2. Está claro como punto de partida que el fin del predicador es el bien espiritual de sus oyentes. «Finis praedicanti sit», dice san Francisco de Sales, «ut vitam (justitiae) habeant homines et abundantius habeant» [el fin del que predica es que los hombres tengan vida (justicia, que se salven) y la tengan en abundancia]. Y san Carlos Borromeo: «Considerandum, ad Dei ornnipotentis gloriam, ad animarumque salutem, referri omnem concionandi vim ac rationem» [hay que considerar que toda la fuerza y razón de la predicación se encaminan a la gloria de Dios omnipotente y a la salvación de las almas]. Más: «Pra:dicatorem esse ministrum Dei, per quem verbum Dei aspiritús fonte ducitur ad fidelium animas irrigandas» [que el predicador es un ministro de Dios por medio del cual la palabra divina brota de la fuente del espíritu para dar vida a las almas de los fieles]. Al igual que el tirador solo se preocupa del blanco y de su diana, y de nada más, así el predicador debe tener un objetivo bien claro ante sí que ha de alcanzar. Esta sencilla máxima tiene tal contenido para guiar al predicador que con empaparse de ella y seguirla habrá ganado la mitad de 180

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la batalla; y si no supiera más que esto pero lo dominara realmente, sabría todo lo que hay que saber para desempeñar bien su oficio. Porque, ¿cómo se comportan las personas que tienen un solo objetivo, y nada más que uno?; las que, <;ualesquiera que sean sus habilidades, sus recursos, mayores o menores, todos sus esfuerzos se dirigen sencilla, espontánea y visiblemente a lograr ese fin. Esto corta de raíz una serie de cuestiones que a veces se plantean acerca de la predicación, y elimina multitud de preocupaciones. «Sollicita es, et turbaris», dice nuestro Señor a santa Marta «erga plurima; porro unum est necessarium» [te ocupas y te preocupas de muchas cosas, pero solo una es necesaria]. Se hacen preguntas sobre cómo decir, cómo pronunciar, cómo atraer ... ¿Pero es que el militar que está al mando de un asedio puede ponerse a pensar en desfiles, revistas militares, combates con balas de fogueo, demostraciones de fuerza o pruebas de habilidad, como las que serían aceptables y agradables en un campo de maniobras para recibir o festejar a un extranjero de alto rango? O ¿no pone, más bien, todas sus energías en una cosa y solo una: tomar la fortaleza? Si despliegas tus energías, haces que se desperdiguen, y lo que el objetivo exige es que estén bien concentradas y condensadas. No hay motivos para suponer que Dios bendice las dotes y habilidades humanas. San Pablo, escribiendo a los corintios, que daban mucha importancia a esas buenas cualidades naturales, pone en contraste las palabras persuasivas de la sabiduría humana con «la manifestación del Espíritu» (1 Cor 12,7) y les dice «que no consiste el Reino de Dios en hablar sino en hacer» (1 Cor 4,20). Pero dejando a un lado las gracias dadas por Dios, cosa que va más allá de mi tema, la sola presencia de una piedad sencilla es ya en sí misma un instrumento natural poderoso para lograr el objetivo. La sinceridad y la piedad generan sinceridad y piedad, por simpatía, y cuanto más se olvide el predicador de sí mismo, tanto más ganará a sus hermanos. Lo cual no carece en sí mismo de lógica, ya que si algo tiene fuerza suficiente para absorber y poseer al predicador, tiene todo el derecho, al menos prima facie, a reclamar la atención 181

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de los oyentes. Por otro lado, si algo rebaja esa vibración o revela su ausencia, tened la seguridad de que rebajará la fuerza de los argumentos más sólidos expresados en la lengua más elocuente del mundo. De ahí que el más grande filósofo de la antigüedad, al hablar en su Tratado de Retórica de los distintos tipos de persuasión, considera que el más autorizado es el que procede de los rasgos éticos del orador; porque son aspectos que cualquiera puede conocer y el sentido común de los hombres afirma que es más seguro adherirse al criterio de personas de carácter que a meros puntos de vista dirigidos al sentimiento o a la razón. Partiendo de estos puntos, estableceré un precepto que confío que no sea extravagante, si da entrada a una precisión y un detalle inevitables en toda afirmación categórica sobre asuntos de conducta. Y es que el predicador debe olvidarse absolutamente de todo lo que no sea centrarse en su único objetivo, y empeñarse en perseguirlo, y seguir así hasta que lo haya logrado en buena medida. Talento, lógica, palabras, gesto, voz, movimiento, todo eso es necesario para que un predicador sea perfecto, pero «lo único necesario» es una intensa percepción y apreciación del fin para el que predica, y este es ser el medio para llevar un bien espiritual concreto a los que le escuchan. ¿Quién querría ser más elocuente, más poderoso y con mejores resultados que el Maestro de todos los pueblos? Sin embargo, ¿quién más sincero, quién más natural, quién menos estudiado, quién más olvidado de sí mismo que Él?

3. 1. Para evitar malas interpretaciones, debo hacer dos comentarios que nos harán avanzar en el presente tema. El primero es que no quiero decir que el predicador deba tener como fin ser vibrante y piadoso sino que debe tener como fin su objeto, es decir: lograr algún bien espiritual para sus oyentes, lo cual, inmediatamente, le 182

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hará a él ser vibrante y piadoso. Se dice que cuando alguien tiene que cruzar un precipicio por una pasarela estrecha lo prudente es no mirar a los lados de la pasarela según la recorre sino tener la mirada bien clavada en el punto donde termina la pasarela al otro lado del precipicio. Es mirando el objeto que tiene que alcanzar, y haciendo de él su guía, como se asegura uno de llegar hasta el fin derecha y firmemente. Ocurre lo mismo en asuntos morales; nadie llegará a tener esa autenticidad proponiéndose directamente tenerla. Todos podemos lograr esa autenticidad si meditamos en los motivos y bebemos en las fuentes de la autenticidad. También, claro, podemos hacer ejercicios y obtener una apariencia -mejor: un espasmo- de autenticidad, lo mismo que podemos calentarnos las manos frías a base de frotar. Pero, en cuanto dejamos de frotar, se pierde el calor. Dejad, en cambio, que salga el sol, que nos toque con sus rayos, y ya no hará fa!t.i frotarse más las manos para estar calientes. Las palabras ardientes, los gestos enérgicos de un predicador tomados en sí mismos, valen como signos de autenticidad tanto como el frotar de manos o el agitar los brazos son signos artificiales de calor; son naturales cuando la autenticidad ya existe, y son agradables porque surgen de forma espontánea. Ponerse a escribir para el púlpito con el propósito de ser elocuente es un estorbo para la persuasión; pero empeñarse en ser auténtico es absolutamente nefasto. Aquel que tenga siempre ante sí las postrimerías tendrá la auténtica intensidad, el horror o el rapto, del que asiste a una gran explosión, o de quien descubre un panorama sublime y enorme de belleza natural. Su rostro, sus gestos, su voz, hablarán por él en proporción a lo viva y detallada que haya sido su visión. El gran poeta inglés ha descrito esta forma de elocuencia cuando ocurre una calamidad:

Yea, this man's brow, like to a title page, Foretells the nature of a tragic volume. Thou tremblest, and the whiteness in thy cheek Is apter than thy tongue to tell thy errand 1&3

La idea de la Universidad

[Sí, el rostro de este hombre, c?mo el título de la página, anuncia la tragedia, lo dice todo. Tú tiemblas y la palidez de tus mejillas, más apta, expresa el mensaje mejor que tu lengua. Lo dice Northumberland. Enrique IV, parte 2, acto 1, escena 1, VV. 60-61]. La elocuencia de los santos estriba en esta intensidad auténtica de lo sobrenatural. Y no solo de los santos sino de todos los predicadores cristianos según la medida de su fe y de su caridad. Al igual que ocurriría con alguien que contara algo que ha visto personalmente, el heraldo de las nuevas del mundo invisible, sea vehemente o más tranquilo, triste o exultante, siempre será también, por la naturaleza del caso, sencillo, grave, lleno de fuerza, inequívoco. Y esto, no porque se haya propuesto expresamente ser así sino porque determinadas convicciones intelectuales implican determinadas manifestaciones externas. San Francisco de Sales es claro y bien detallado en este punto. Es necesario, dice, «ut ipsemet penitus hauseris, ut persuasissimam tibi habeas, doctrinam quam aliis persuasam cupis. Artificium summum erit, nullum habere artificium. Inflammata sint verba, non clamoribus gesticulationibusve immodicis, sed interiore affectione. De corde plus quam de ore proficiscantur. Quantumvis ore dixerimus, sane cor cordi loquitur2, lingua non nisi aures pulsat [que tú mismo te hayas imbuido y estés convencido de la doctrina de la que quieres convencer a otros. El artificio supremo será la completa ausencia de artificio. Que las palabras quemen, pero no por los gritos o las gesticulaciones desaforadas, sino por el sentimiento interior. Que surjan más del corazón que de la boca. Por mucho que hablemos con la boca, es el corazón quien habla al corazón, la lengua no va más allá de los oídos]». San Agustín, 2

La importancia que N ewman daba a este punto se aprecia en que adaptó precisamente esta frase para su escudo cuando fue hecho cardenal en 1879. En él reza así: «Cor ad cor loquitur».

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sobre el mismo punto, había dicho mucho antes: «Sonus verborum nostrorum aures percutit; magíster intus est [el sonido de las palabras lo perciben los oídos; pero el maestro está dentro]». 3 Mi segundo punto es.que la tarea del: predicador es impartir a los demás no un beneficio fortuito e improvisado sino un bien espiritual definido. Aquí es donde tienen su sitio el estudio y el plan. Cuanto más exacta y precisa sea la materia que trata, mayor impresión y mayor efecto causará. En cambio, nadie sacará el menor partido de un discurso sobre el tema de la virtud en general o de otro que toque vaga y flojamente el tema de lo muy deseable que es llegar al cielo, o de lo muy terrible que sería caer en la condenación eterna. Si tiene una imagen clara en la cabeza, el predicador ganará no solo autenticidad sino también algo que realmente valga la pena comunicar a los demás. Es verdad -ya lo he dicho- que la mera simpatía es capaz ·de transmitir una emoción o sentimiento de un alma a otra pero no logra dejarlos bien grabados ahí. El predicador debe grabar en el corazón cosas que permanezcan para siempre y esto es imposible si no se emplea en algún tema concreto, que ha de tomar entre sus manos, sopesar y luego, por así decir, entregarlo a otros. Por eso los santos insisten tan expresamente en la necesidad de dirigirse al intelecto de las personas, para convencerlas y no solo moverlas. «Necesse est ut doceat et moveat» [hace falta enseñar y mover] dice san Francisco, y san Antonio es aún más claro: «Debet praedicator ciare loqui, ut instruat intellectum auditoris, et doceat» [el predicador debe hablar con claridad, para instruir la inteligencia del que escucha, y enseñar]. Por eso, en los Ejercicios de san Ignacio, el acto del intelecto precede al de los afectos. Me parece que el padre Lohner pone un ejemplo muy adecuado cuando nos cuenta de un predicador de corte que pronunciaba lo que normalmente se llamarían sermones elocuentes, y no acudía nadie. 4 Se puso a 3

In Epistolam Johannis ad Parthos 3, 13. El texto de san Francisco de Sales procede de Oeuvres 3, 29 (IK). 4 Tobías Lohner, s.¡. Instructissima Bibliotheca Manualis Concionatoria (Venecia, 1756) 1,241 (IK).

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hacer explicaciones sencillas de la Misa y materias semejantes, y se encontró con la iglesia a reventar. Si queremos que la gente escuche, hay que tener cosas que decir. Yo incluso recomendaría a los predicadores que se fijen una proposición categórica bien clara, una frase escrita que puedan ponerse ante los ojos, y que ella guíe y limite la preparación del sermón, de manera que todo lo dicho exprese esa idea y nada más. Eso es lo que implica o sugiere la siguiente recomendación de san Carlos [Borromeo]: «id omnino studebit, ut quod in concione dicturus est antea bene cognitum habeat» [se esforzará al máximo para que lo que va a decir a la asamblea lo tenga bien sabido antes]. Además ¿no está eso expresamente contenido en la frase de la Escritura «predicar la palabra»?; porque ¿qué cosa es «la palabra» sino una proposición dirigida al intelecto? Y en nada se mostrará más inequívocamente el celo del predicador que en su determinación de rechazar toda tentación de introducir cualquier comentario, por muy original que sea, o cualquier período, por muy elocuente que sea, que de una manera u otra no contribuya a expresar esa única proposición clara que ha escogido. Nada es más nefasto para la eficacia de uii sermón que el hábito de predicar sobre tres o cuatro cosas a la vez. Reconozco que estoy dando un paso más allá de la práctica de los grandes predicadores católicos si añado que, aunque prediquemos sobre solo un tema cada vez, si terminamos y rematamos un tema para luego pasar a un segundo, y luego del segundo pasamos al tercero, al final resultará que semejante práctica, aunque no presenta el inconveniente de confundir un tema con otro, equivale a predicar tres sermones seguidos, y sin descansos. Resumiendo lo dicho, subrayo que, si entiendo bien la doctrina de san Carlos, san Francisco de Sales y otros santos, la gran virtud del predicador consiste en definir bien su objetivo. Eso significa que debe partir con la intención de transmitir a los oyentes algún beneficio espiritual; que, para conseguirlo, y como la única forma ordinaria de lograrlo, debe seleccionar algún hecho o escena bien 186

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concreta, algún pasaje histórico, alguna verdad, simple o profunda, alguna enseñanza, algún principio o sentimiento, y estudiarlo bien y hasta el fondo; y primero hacerse bien con él, a no ser que ya lo haya tratado y lo conozca bien, de manera que pueda emplearlo en esa ocasión por tener un buen dominio; y entonces debe esforzarse, como el negocio único de su discurso; en hacer ver a los demás y dejarles bien grabado en el alma lo que él se ha hecho ver a sí mismo antes de ponerse a hablar. Lo que él siente, y siente profundamente, debe lograr que lo sientan profundamente también los demás. Y en la medida en que entienda esto, vencerá la tentación de encajar materias colaterales y no tendrá ganas ni ánimo para alejarse en busca de ornamentos retóricos, preciosas figuras y períodos retumbantes, que de nada valen si no surgen de forma espontánea, si no proceden «de la abundancia del corazón». Nuestro Señor dijo en una ocasión: «Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué he de querer sino que arda?». Tenía que hacer un trabajo y lo hizo. «Las palabras», dice, «que me diste se las he dado, y ellos las han recibido [... ] y ahora yo voy a Ti» Gn 17,8-11 ). Y los apóstoles, lo que habían recibido es lo que dieron. «Lo que hemos visto y oído», dice uno de ellos, «os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros» (1 Jn 1,3 ). Así pues, aunque el tema de un sermón sea solo una pequeña parte del mensaje divino, por muy elemental que sea, por muy conocido que sea, tendrá una dignidad que se apoderará del que predica, y una fuerza que le encenderá, y una eficacia capaz de rendir y convertir a aquellos a los que va a buscar, según las palabras de la promesa: «la palabra que sale de mi boca no volverá a mí de vacío, sino que hará lo que Yo quiero y realizará la misión que le haya confiado» (Is 55, 11 ).

4.

2. Habiendo llegado hasta aquí, veremos ya fácilmente en qué consiste un sermón universitario y en qué se diferencia de otros sermones; 187

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porque, si toda predicación va dirigida a un oyente, según sea ese oyente así será el sermón, y como el auditorio universitario se distingue de otros auditorios, así un sermón dirigido a ese auditorio se distingue de otros sermones. Es una máxima general establecida por los santos en el tema de la predicación. Así, san Gregario [Nacianceno] Teólogo, tal como el papa cita su sobrenombre, dice: «la misma exhortación no es válida para todos los oyentes porque no todos tienen las mismas disposiciones mentales, y lo que aprovecha a este perjudica al otro». El mismo papa santo acuña la máxima en otro formato, aún más preciso: «Debet praedicator perspicere, ne plus praedicet quam ab audiente capi possit» [el predicador debe ser claro, y no predicar más que lo que pueda entender el oyente]. Y así lo expone san Carlos, refiriéndose al papa san Gregorio: «pro audientium genere locos doctrinarum, ex quibus concionem conficiat, non modo distinctos, sed optime explicatos habebit. Atque in hoc quidem multiplici genere concionator videbit, ne qua:cumque, ut S. Gregorius scite monet, legerit, aut scientia comprehenderit, omnia enunciet atque effundat; sed delectum habebit, ita ut documenta alía exponat, alia tacite relinquat, prout locus, orclo, conditioque auditorum deposcat» [según el género de los oyentes, el predicador expondrá los puntos de la doctrina de que trata su sermón no solo distinguiendo bien uno de otro sino explicándolos perfectamente. Y, dada la variedad de asuntos, procurará, siguiendo el sabio consejo de san Gregorio, no enunciar y exponer de forma exhaustiva todo lo que haya leído y aprendido con su ciencia; sino que lo presentará de modo agradable, apoyando unas cosas en documentos y silenciando otras, según exigen el lugar, el orden y la condición de los oyentes]. Y para evitar la posibilidad de que semejante regla se considere un artificio humano incompatible con la sencillez del evangelio, había dicho poco antes: «Ad Dei gloriam, ad ccelestis regni propagationem, et ad animarum salutem, plurimum interest, non solum quales sint pra:dicatores, sed qua via, qua ratione pra:dicent» [para la gloria de Dios, la propagación del Reino de los Cielos y la 188

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salvación de las almas importa mucho no solo quién sea el predicador sino de qué manera y con qué argumentos predique]. Es, verdad, este es uno de los principios elementales de la Retórica; pero no es ningún escándalo que un santo obispo tome prestada una máxima de las escuelas seculares, o más bien, de las paganas. Porque la gracia de Dios no sofoca ni sustituye la acción natural de la mente humana, y si los autores paganos han analizado bien esa naturaleza, en esa medida pueden ser empleados para la mayor gloria del Autor y Fuente de toda verdad. Aristóteles, pues, en su celebrado tratado sobre Retórica [1, 2, 1], hace que la misma esencia de ese arte consista en identificar perfectamente quién es el oyente. La Retórica es un arte relativa y en ese sentido se distingue de la Lógica, que se limita a enseñar el recto uso de la razón, mientras que aquella es el arte de la persuasión, lo cual implica una persona que ha de ser persuadida. Puesto que el predicador cristiano tiene por fin la gloria divina, no de una forma vaga y general sino de forma bien precisa a través de la enunciación de algún artículo o pasaje de la Verdad Revelada, la tiene que enunciar no para la instrucción de todo el mundo sino precisamente para el bien de las personas concretas que tiene delante. Cuando está en el púlpito, enseña, ilumina, informa, hace avanzar y santifica no a todas las naciones y pueblos, no a todas las clases sociales, no a todas las profesiones y oficios sino a esas personas de estamentos, profesiones, estados, edades y caracteres concretos que se han reunido a su alrededor. Las pruebas y argumentos son, desde luego, las mismas aquí y en la otra punta del mundo, pero él no tiene solo que probar, tiene que convencer ... a alguien. Es decir, el oyente va incluido en la misma idea de la predicación. Y no podemos fijar los detalles de la predicación hasta que no sepamos a quién nos dirigimos. En los aspectos más fundamentales, por supuesto, los oyentes son todos iguales y lo que es adecuado para una audiencia lo es también para otra. Todos los oyentes son hijos de Abrahán, todos son también hijos adoptivos de Dios en Jesucristo e hijos de la Iglesia 189

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Católica. Los grandes temas que son adecuados para la multitud, que atraen a los pobres, que influyen en el ignorante, que encienden, captan y hacen recapacitar al rebelde y al que anda perdido, tienen su sitio dentro de los muros de una universidad, tanto como en cualquier otro lugar. Un Studium Generale no es un claustro, un seminario, un noviciado, o un internado. Es un lugar donde se juntan y coinciden los jóvenes, los inexpertos, los laicos y los que no creen, y ni siquiera la más pequeña de las verdades religiosas, o el más elemental artículo de la fe cristiana, puede resultar inoportuno en su púlpito. Un sermón sobre la Omnipotencia divina, sobre el Juicio futuro, sobre los méritos y la satisfacción de Cristo, sobre la intercesión de los santos, no será menos adecuado ahí, y quizá lo sea más, que si se predicara a los feligreses de una parroquia. Que nadie suponga que la idea de lo recóndito es esencial a un sermón universitario. Las verdades más obvias son a menudo las más provechosas. Pocas veces se presenta la ocasión de tratar ahí un tema que no pueda ser tratado ante cualquier otro auditoriCJ, adaptándolo a las circunstancias. Es más: un auditorio académico podría muy bien contentarse si no oyera nunca otros temas que los que serían aptos para cualquier otro grupo de personas. No obstante, después de todo, la universidad tiene su carácter propio; tiene ciertos rasgos de la naturaleza humana más desarrollados que otros y sus miembros coinciden en una serie de circunstancias que prestan al auditorio un color y una expresión peculiares, incluso en puntos donde las diferencias no son sustanciales respecto a otros auditorios; está compuesta de hombres, no de mujeres; de jóvenes, más que de personas mayores; de personas o bien altamente educadas o en proceso de educación. Estos son puntos que el predicador deberá tener en cuenta y que le guiarán tanto en su elección del tema como en su manera de tratarlo. 190

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5. l. Lo primero, en cuanto al tema o asunto, yo haría notar que

en la idea de un sermón universitario normalmente se incluyen las series de sermones sobre puntos teológic~s, sobre aspectos polémicos, tratados in extenso, y semejantes, que, se considera, tienen un derecho legítimo a ocupar la atención de la audiencia universitaria, siendo el objeto de tales composiciones no directa y principalmente la edificación de los oyentes sino la defensa o beneficio del catolicismo en general, y la gradual formación de un volumen que podrá ser publicado prontamente. Sin desanimar en absoluto proyectos tan importantes, me contentaré con decir que pertenecen más bien a la facultad de teología y que caen más bajo el título de conferencias que bajo el de sermones universitarios. En cualquier caso, no me siento llamado a hablar aquí de esos discursos. Y lo mismo digo sobre los panegíricos, funerales, y demás discursos propios de ocasiones especiales. Dejando a un lado esas composiciones excepcionales, me limitaré a considerar lo que pueden llamarse propiamente sermones. Insisto: cualquier tema general que resulte adecuado en otro púlpito lo será también en un púlpito universitario. Ahora bien, si buscamos temas especialmente adecuados, los habrá de dos tipos. Las tentaciones que normalmente asaltan al joven y al intelectual son dos: las dirigidas contra su virtud y las dirigidas contra su fe. Todo don divino está expuesto al mal uso y a la corrupción. Juventud e intelecto son ambos bienes que implican ciertos deberes y que pueden emplearse para la gloria de Dios Dador de todo bien, pero así como la juventud se convierte en ocasión de exceso y sensualidad, así el intelecto da ocasión accidental al error religioso, la especulación apresurada, la duda y la infidelidad. Que estos son, de hecho, los males a que está expuesta la gran comunidad académica se ve en la historia de las universidades, y si un predicador necesitara un tema de especial significado en ese lugar debe seleccionar uno que trate sobre uno u otro de esas dos clases de pecados. Quiero 191

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decir, estaría tratando un tema tan a la medida como si hablara a los ricos de dar limosna, como si hablara a los pobres de paciencia, resignación y laboriosidad, y como si hablara a los oprimidos y perseguidos de perdonar las injurias. Dos advertencias a esta sugerencia. Primera, no hará falta decir que el predicador debe estar seguro de que conoce bien a las personas a que se dirige antes de apelar a lo que considera que es su condición ética; porque, si se equivoca, estará haciendo más mal que bien. Me consta que se han dado consecuencias muy poco edificantes cuando gente extraña, creyendo que conocía el auditorio -y no era así-, les ha atribuido hábitos o motivos de conducta que no eran los suyos. Es mucho mejor que el predicador escoja algún tema más general, que son más seguros, en lugar de arriesgarse a resultar claramente presuntuoso si no sale bien. La otra precaución es esta: cuando el predicador aluda a algún peligro particular o a alguna deficiencia probable o necesidad de sus oyentes, debe hacerlo de forma encubierta sin mostrar claramente en su discurso a qué se refiere. No veo qué se gana con que un predicador trate de la infidelidad, la ortodoxia o la virtud, o el orgullo de la razón, el libertinaje o la sensualidad. Por decirlo brevemente: los lugares comunes son armas melladas; en cambio, los temas concretos penetran y dan en la diana. Temas como, por ejemplo, el aprovechamiento del tiempo, evitar las ocasiones de pecado, la frecuencia de sacramentos, las advertencias divinas, las inspiraciones de la gracia, los misterios del Rosario, las virtudes humanas, la belleza de la liturgia de la Iglesia, la coherencia de la fe católica, la relación entre la Escritura y la Iglesia, la filosofía de la tradición, y cualquier otro que pueda tocar el corazón y la conciencia, o sugerir reflexiones al intelecto, sin proclamar la razón principal por la que se ha escogido ese tema. 2. En cuanto al modo de tratar el tema que requiere el discurso universitario. En última instancia, este es el punto que, a mi juicio, marca la diferencia respecto a los demás tipos de 192

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predicación. Lo mismo que las traducciones difieren unas de otras porque expresan las mismas ideas en lenguas diferentes, lo mismo ocun:e con los sermones; cada uno puede abordar el mismo tema tratándolo a su manera, teniendo en cut!nta a sus propios oyentes. Los discursos de san Pablo en los Hechos son un buen ejemplo de esto. A los judíos les cita el Antiguo Testamento; en el Areópago, dirigiéndose a los filósofos de Atenas, insiste no en algún recóndito punto doctrinal sino todo lo contrario, en lo más elemental: el ser y la unidad de Dios. Pero lo trata con el conocimiento y la profundidad que esa celebrada ciudad requería. De igual manera, aunque los temas más sencillos son perfectamente aptos para un púlpito universitario, está claro que exigirán un tratamiento más exacto que el necesario en exhortaciones más populares. No es mucho pedir a los discursos académicos un estudio previo más cuidadoso, una concepción más precisa de la idea que desean inculcar, un uso más cuidadoso de las palabras, una más afanosa consulta de las autoridades y algo más de conocimiento de la filosofía y la teología. Pero también, como antes, insistiré en la necesidad de que tales composiciones no sean pretenciosas. No hace falta que el predicador cite a los Padres de la Iglesia, o muestre su erudición, o. construya un argumento original, o tenga ambiciones de estilo y quiera multiplicar los adornos por el hecho de que la audiencia sea universitaria. Lo único que hace falta es que no pierda de vista el carácter y las necesidades de los oyentes para evitar cosas que les puedan molestar, confundir, decepcionar o que no les sean de provecho. 6.

3. Y aquí se nos presenta una cuestión casi inevitable de la que diré algunas palabras para concluir: si se debe predicar leyendo un texto escrito, o no. 5 5

Al poco tiempo de ser sacerdote católico, N ewman abandonó su costumbre anglicana de leer los sermones (IK).

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Cuestión delicada teniendo en cuenta que la costumbre irlandesa de predicar sin libro, que concuerda con la de países extranjeros y, .se diría, con la tradición de la Iglesia desde el principio, no se sigue universalmente en Inglaterra, ni, me parece, tampoco en Escocia; y sería poco razonable o presuntuoso restringir una posibilidad de que actualmente goza el predicador. 6 Me limitaré sencillamente a manifestar lo que se me ocurre sobre una y otra posibilidad. Primero, contemplando el asunto por el lado de los usos, siempre he entendido que era la norma en los países católicos, tanto ahora como en tiempos pasados, predicar sin texto, y si la regla es realmente esa, tiene muchísimo peso. No he consultado bibliotecas ni buscado apoyos firmes, pero a primera vista yo diría que es imposible, incluso por el número de homilías y comentarios que se atribuyen a ciertos Padres, como san Agustín o san Juan Crisóstomo, que los hubieran pronunciado partiendo de composiciones escritas formalmente. Por otro lado, los sermones de san León sí son composiciones, en el sentido estricto del término. Es más, hay pasajes que son cuidadosamente dogmáticos; y hasta a veces tienen el carácter de un símbolo de fe, por eso los encontramos repetidos en otros lugares de sus obras. También, aunque no soy experto en los escritos de san Juan Crisóstomo, por lo general se da, en los fragmentos suyos que nos son conocidos a los miembros del clero, una identidad de estilo que le permite a uno reconocer al autor a primera vista, incluso en la versión latina del Breviario, y que parece superar la mera fidelidad de los traductores. Se diría que los debió de escribir él mismo; y si los escribió él, es más probable que los escribiera antes, movido por el estímulo de la predicación, que no que tuviera el 6

Según José María Blanco White en sus Cartas de Inglaterra y otros escritos, el sermón «rara vez pasa de veinte minutos. Su estilo es, por lo general, claro y sencillo. El predicador tiene a la vista el manuscrito del sermón sobre una almohada que está sobre el borde del pú.lpito. Esta costumbre es propia del clero de la Iglesia Anglicana. Tanto en la Iglesia de Escocia como en las varias sectas llamadas de Disentidores [... ] el sermón se predica de memoria; pero sin haberlo aprendido a la letra» (Ed. Manuel Moreno Alonso. Madrid: Alianza, 1989. 81).

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tiempo y el aliciente de corregirlos y ampliarlos partiendo de notas para lo que ahora llamamos «su publicación», cosa que en aquellos tiempos apenas existía. A esta consideración, hay que añadir el hecho llamativo (que arroja luz sobre nuestra pregunta, aunque se trate de historia antigua) de que, por no citar otros casos, lamayor parte de los poderosos y brillantes discursos de Cicerón contra Yerres nunca se pronunciaron. No hay que olvidar tampoco que Cicerón hace constar la memoria en su enumeración de los talentos necesarios para un gran orador. Y está también, para corroborarlo, la práctica de los franceses de escribir los sermones y aprenderlos de memoria. Estos comentarios nos llevan a poner mucho énfasis en la preparación de un sermón, lo cual de hecho equivale a composición, también por escrito, e in extenso. Ved la indicación de san Carlos citada arriba: «Id orrinino studebit, ut quod in concione dicturus est, antea bene cognitum habeat» [se esforzará al máximo para que lo que va a decir a la asamblea lo tenga bien sabido antes]. Pero un párroco no tiene ni tiempo ni posibilidad más que para temas elementales y corrientes, y en tales temas por lo general ya se ha hecho con su propio «cognitum habet» [sabérselo bien]. En cambio, cuando el tema es de un carácter más selecto y propio para la ocasión, como es el caso de un sermón universitario, entonces el predicador ha de estudiarlo bien a fondo y dominarlo de antemano. Siendo imprescindibles el estudio y la meditación, ¿puede negarse que uno de los medios más eficaces para asegurarnos de que entendemos un tema, para hacer patente lo que sabemos sobre él, para aclarar lo que queremos decir, para ampliar nuestro punto de vista en relación con otros temas y desarrollarlo más generalmente, es escribir cuidadosamente todo lo que tenemos que decir sobre él? Sí, la gente disiente en este tipo de materias, pero pienso que escribir es una manera superior a cualquier otra de estimular las facultades mentales, el talento lógico, la originalidad, la capacidad de ilustración y la articulación de los temas. Hasta que uno no se pone a escribir, negro sobre blanco, lo que 195

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piensa acerca de un tema, no podrá asegurar qué sabe y qué no sabe, y aún menos será capaz de expresar lo que sabe. Esa preparación formal, por supuesto, no es exigible a un párroco, normalmente agobiado por otras tareas, cuando predica sobre temas elementales que le vienen ya ordenados y sugeridos en el catecismo, pero las cosas pueden ser distintas.en ciertos sermones especiales. En estos, es posible y necesaria en general esa preparación, y cuanto más amplio sea el guión, y más claro y continuo el hilo del discurso, más seguro se encontrará el predicador cuando llegue el momento de pronunciarlo. He dicho, «necesaria en general» porque habrá casos excepcionales en que ese modo de preparación no servirá, bien porque se hace mal, bien porque se sustituye con unas dotes especiales. Para muchos predicadores supondrá un beneficio añadido. Esa práctica les impedirá lanzarse extempore a ciertos temas. Cuanto más ardiente sea alguien y más capacidad tenga de impresionar a sus oyentes, tanto más necesitará controlarse y contenerse de forma habitual, y sentir la ventaja de ceñirse, por así decir, a la custodia de sus primeras intenciones, en lugar de ceder ante cualquier idea que se le ocurra en pleno sermón. Puede que sus mism~s buenas dotes .necesiten del contrapeso de ciertas añadiduras más ordinarias y menos atractivas, como es la pesada esclavitud de la redacción. También hay que tener en cuenta que, como a un sermón universitario por lo general se le dedica mucha más atención que a los ordinarios, probablemente el autor querrá conservarlo. Será natural, pues, que quiera guardar algún registro de él, o de su redacción; lo menos elaborado será un bosquejo o resumen, pero incluso la más minuciosa, exacta y abundante recopilación de notas no resultará demasiado larga en el futuro, suponiendo que cuando pase el tiempo se presente algún motivo para llevarlo a la imprenta. Hay varios motivos que es probable que lleven, o que obliguen, a un predicador a recurrir a su pluma en la preparación de un encargo especial. Se puede sugerir aún otra más, que sería más íntima que las que hemos dado hasta ahora y que incluso llega a justificar el llevarse 196

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el manuscrito al mismo púlpito si el caso en cuestión fuera el de un sermón universitario. Es algo muy razonable insistir en que un proceso argumental o un análisis o investigación lógica, no se pueden llevar a cabo en absoluto con una precisión verbal aceptable, integridad de expresión o sucesión de las ideas, si su composición se ha de improvisar en el momento, exhalada, por así decir, desde el intelecto al mismo tiempo que las palabras que sirven de vehículo al pensamiento. Sí, existen unas pocas personas en cada generación, como Pitt, 7 capaces de conversar como un libro y de hacer un informe oral sobre la marcha, pero los demás deben contentarse con escribir y leer lo escrito. Esto es verdad; pero ya he dado motivos para poner en duda que tales complicadas y delicadas organizaciones del pensamiento tengan el derecho a ser consideradas sermones en absoluto. Lo cierto es que un discurso que por su finura y precisión de ideas sea demasiado difícil como para que un predicador lo pronuncie sin esa ayuda externa es demasiado difícil para que lo siga un oyente; si el libro es esencial para enseñar, lo es también para aprender. Uno y otro tienen que leer, si han de estar en igualdad, y este comentario me proporciona un principio que tiene una aplicación más amplia que el caso particular que me lo ha sugerido. Mientras que un predicador encontrará apropiado y aconsejable poner por escrito de antemano cualquier discurso importante, encontrará igualmente que es un punto de propiedad y conveniencia no leerlo desde el púlpito. Por supuesto, no niego su derecho a usar un guión escrito, si lo desea; pero hará bien en ocultarlo en la medida de lo posible, a no ser -y este es el mejor modo de ocu!tarloque, cualesquiera que sean las desventajas, prefiera aprendérselo de memoria, mejor si no es al pie de la letra. Esconderlo, claro, de una u otra forma, será su impulso más natural; y esta misma circunstancia parece mostrarnos que para leer un sermón hay que disculparse. 7

Supongo que se refiere a William Pitt (apodado el joven, 1759-1806) más bien que a su padre William Pitt el Viejo, importante político británico. Pitt el Joven fue primer ministro de Gran Bretaña entre 1783-1801 y 1804-1806).

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¿Por qué iba a aprendérselo de memoria o disimular el uso del texto escrito, si no sintiera claramente que es más natural, más decoroso, hacerlo sin él? Y si hace uso del texto escrito, cuanto más parezca que no lo usa, cuanto menos lo mire y más se dirija a su auditorio, tanto más se considerará que predica y, al contrario, tanto más lejos se pensará que está de predicar cuanto más esclavizado se le vea en seguir su texto línea por línea, y por el tono de su voz deje claro que lo tiene bien fijo ante los ojos. ¿Qué es esto sino el testimonio popular de que predicar no es leer y leer no es predicar? Como he dicho ya, existe un principio implícito en esta decisión. La típica respuesta que dan los protestantes pobres a su clero u otros superiores cuando les preguntan por qué no van a la iglesia, es que «pueden leer su libro en casa igual de bien». Es verdad, pueden leer su libro en casa y es difícil dar una respuesta. Un problema que ha tenido ocupados a las personas más reflexivas de esa comunidad es precisamente determinar en qué copsiste dedicarse al ministerio público. Las oraciones proceden de un libro impreso, el sermón de un manuscrito. Las oraciones impresas ya las tienen, y en cuanto al sermón escrito, ¿por qué habría este de ser mejor que los del libro de sermones que ya tienen en casa? ¿Por qué un autor aprobado no habría de ser tan bueno como otro que aún no se ha sometido a crítica? Y si el sermón se va a leer en la iglesia, ¿por qué no lo va a leer una persona igual de bien que otra? Buenos consejos son buenos consejos aquí y en cualquier parte. Es decir, que hay algo más en un sermón aparte de la composición; la predicación supone algo personal, la gente se siente atraída y movida no solo por lo que se dice, sino por cómo se dic,e y por quién lo dice. Las mismas cosas dichas por una persona no son las mismas cuando las dice otra. Las mismas cosas, leídas, no son las mismas cuando se predican. 198

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7. En .esto se distingue el predicador del que administra los sacramentos: en que este llega a sus oyentes, en un sentido u otro, «con antecedentes». Arropado por sus vestes sacerdotales, ahoga por cómpleto lo individual de sí mismo, y no es más que el representante de Dios, de quien toma su misión. Sus palabras, sus tonos, sus acciones, su presencia, quedan despersonalizadas; un obispo, un sacerdote, no se distinguen uno de otro; todos cantan las mismas notas, observan las mismas genuflexiones, cuando dan la paz y la bendición, cuando ofrecen uno y el mismo sacrificio. La Misa no debe decirse sin un Misal bajo la mirada del sacerdoté, y en ninguna otra lengua sino en aquella en que ha llegado a nosotros desde la primitiva jerarquía de la Iglesia Occidental.' Pero cuando acaba y el celebranté se ha despojado de las vestes propias del sacrificio, entonces vuelve a ser él mismo, y se presenta ante nosotros con sus dotes personales y los recuerdos que asociamos con él. Conoce a sus ovejas y sus ovejas le conocen a él, y este trato y conocimiento directo del que enseña y el que aprende, esa influencia de su mente sobre la de ellos y la mutua simpatía que existe entre ellos es lo que le da fuerza e influencia cuando les habla. Están pendientes de sus labios como no pueden estarlo de las páginas de un libro. Lo concreto es lo que da vida a la predicación. Un oyente concreto, no el mundo entero; un tema concreto, no la entera tradición de los evangelios; de igual manera, un predicador concreto. Nada anónimo puede predicar; nada que esté muerto e ido, ni siquiera algo de ayer, por muy religioso en sí mismo, y útil que sea. Pensamiento y palabra son una sola cosa en el Logos eterno y no deben separarse en aquellos que son su sombra en la tierra. Pensamiento y palabra deben manar siempre frescos tanto de la boca del predicador como 8

Desde la Reforma, los protestantes tenían sus servicios y leían la Biblia en lengua vernácula. Los católicos, en cambio, solo empleaban el latín para ambas cosas, hasta el Concilio Vaticano II.

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de su corazón, si han de ser «espíritu y vida» para el corazón de sus oyentes. Y lo que es verdad para un párroco se aplica, mutatis mutandis, a un predicador universitario, que incluso más, quizá que el parochus ordinario, llega a su audiencia con un nombre y una historia, y levanta un interés personal, y persuade por lo que él es, tanto como por lo que dice. No me olvido en absoluto de que cada uno tiene sus propios talentos y que uno no tiene lo que otro tiene. La elocuencia es un don de Dios que hasta cierto punto sustituye a las normas, y hay que usarla, como todos los dones, para la gloria del Dios que los otorga y, por tanto, solo hay que desaprobar la elocuencia cuando olvida su lugar, cuando arrincona y entorpece las funciones esenciales del predicador cristiano, y pretende ser cultivada por sí misma en vez de supeditarse y servir a una tarea más alta y a objetivos sagrados. Cómo hacer para que la elocuencia sirva a su función evangélica no es cosa más difícil que cómo usar del saber o del intelecto con un fin sobrenatural; pero eso no entra ahora en consideración. En algunos predicadores concretos, pueden darse circunstancias que hagan del texto escrito el recurso más aconsejable; pero yo he estado considerando el caso en sí mismo y tratando de establecer aquello a lo que hay que tender como lo mejor. Si un hombre dedicado a Dios logra discernir lo que es deseable en abstracto y aspira a ello de todo corazón, habrá comenzado a superar muchas dificultades que de otra manera le parecerán insuperables. En cuanto a mí, no me parece una extravagancia decir que un sermón muy inferior predicado sin texto cumple los fines para los que todo sermón se predica más perfectamente que otro de gran mérito, si va escrito y leído. Desde luego, no todos los hombres serán capaces de hablar igualmente bien sin apoyarse en un texto, como tampoco todos tienen la misma buena y clara voz, o una presencia imponente. La elocuencia, lo repito, es un don; pero la mayoría, a no ser que hayan dejado atrás la edad en que se puede aprender, con la práctica, pueden alcanzar una facilidad para expresar sus pensamientos que les permitirá 200

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transmitir y hacer patente a los que oyen ese convencimiento, esa devoción hacia su fin que es el nervio de toda predicación, y que en la conciencia del propio predicador no solo le arropa cuando percibe sus deficiencias sino que las compensa una y otra vez, y cuantas sea necesario, en el juicio de sus oyentes.

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7. CRISTIANISMO Y CIENCIAS FÍSICAS Conferencia impartida en la Facultad de Medicina en noviembre de 1855 1

1.

Ahora que acabamos de iniciar nuestro segundo curso académico, es natural, caballeros, que, de la misma forma que les ofrecía unas observaciones que la ocasión sugería en el mes de noviembre pasado cuando estábamos comenzando nuestra gran empresa, también ahora no deje yo que las primeras semanas del curso pasen sin dirigirles unas cuantas palabras sohre uno de los temas que nos son de tanto interés en estos momentos. Y cuando pienso qué tema debo someter a su consideración, me parece que debo seguir el principio de selección que utilicé en aquella otra ocasión. En aquel momento estábamos inaugurando la Facultad de Filosofía y Letras, como ahora estamos inaugurando la de Medicina; 2 y, como entonces esbocé unas breves consideraciones sobre la relación entre la Literatura y la Revelación, de la misma forma confío ahora en poder retener su atención al hacer unas reflexiones paralelas sobre la relación entre la Revelación y la Ciencia Física. 1

Al parecer, se pronunció el 17 de diciembre de 1855, según la Catholic University Gazette (3 ene. 1856: 3-14). 2 «Anatomía Práctica comenzó en la Facultad de Medicina de la Universidad el 1 de octubre» ( Catholic University Gazette 1 nov. 1855: 480. IK).

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De hecho, este tema, si se considera eh sus dimensiones justas, es con mucho demasiado amplio para una ocasión como la presente. Sin embargo, quizá pueda elegir algún punto de los muchos que se ofrecen para el debate y, al elucid¡¡.rlo, arrojar luz sobre algunos otros que en este momento no incluyo de modo formal. Me propongo, pues, debatir el antagonismo que popularmente se cree que existe entre la Física y la Teología; demostrar primero que tal antagonismo no existe y, luego, intentar explicar las razones por las que una idea tan infundada puede haberse extendido por todos lados. Creo no equivocarme al pensar que existe, tanto en la parte ilustrada de la comunidad como en la parte con menor formación, una especie de conjetura o temor en el sentido de que, en el fondo, las declaraciones de la Religión y los resultados de la investigación física están reñidós. Un temor que, por una parte, anima a las personas sin demasiadas preocupaciones de tipo religioso a anhelar el día en que tal conflicto se haga público en toda su crudeza para perjuicio de la Revelación, y por otra, lleva a las personas de inclinación religiosa que no han tenido la oportunidad de cerciorarse con precisión sobre el asunto, a recelar de toda investigación científica y a tener prejuicios contra los descubrimientos de las Ciencias. Las consecuencias son, por un lado, un desprecio cierto de la Teología y, por otro, una disposición que lleva a subestimar, negar, ridiculizar, desalentar y casi a denunciar la labor de los investigadores de la fisiología, la astronomía y la geología. No creo que ninguno de los caballeros que en este momento me honran con su presencia esté expuesto a la tentación del prejuicio antirreligioso ni a la del prejuicio anticientífico. Pero no se puede descartar que incluso en este lugar pueda ser útil airear tales ideas. Eso mismo nos podría llevar a dedicar al tema un estudio más elaborado y más exacto; y nos ayudaría a alcanzar conceptos más claros sobre las relaciones entre la Física y la Teología. 203

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2.

Comencemos con una primera aproximación al estado real del asunto, una visión rápida, que, aunque precise alguna corrección, nos servirá para ilustrar y al mismo tiempo dejar planteado el tema. Podemos dividir el saber en dos clases: el de tipo natural y el de tipo sobrenatural. Algunos saberes, claro, son de los dos tipos a la vez. Pero, por el momento, vamos a dejar de lado esta circunstancia y a considerar estos dos campos del conocimiento en sí mismos y como, en principio, distintos el uno del otro. Cuando hablamos de la naturaleza, nos referimos a ese enorme conjunto de cosas, consideradas en su totalidad, de las que tenemos conocimiento por nuestras capacidades naturales. Cuando hablamos del mundo sobrenatural, nos referimos a ese universo todavía más maravilloso y sobrecogedor del que el mismo Creador es la plenitud, que conocemos no por nuestras capacidades naturales, sino por una comunicación sobreañadida y directa procedente de Dios. Estos dos grandes ámbitos del saber se entrecruzan, como ya he explicado: primero, en tanto que el conocimiento sobrenatural incluye verdades y hechos del mundo natural; y en segundo lugar, en la medida en que verdades y hechos del mundo natural constituyen datos para llegar a deducciones con respecto al sobrenatural. Sin embargo, si seguimos estas intersecciones hasta el final, veremos que, en términos generales, estos dos mundos y estos dos tipos de conocimiento están separados el uno del otro; y que, por lo tanto, puesto que están separados, no pueden contradecirse en términos generales. En otras palabras: que una persona con un conocimiento profundo de uno de esos dos mundos, puede ser, en conjunto, tan ignorante y tan incapaz de formular un juicio sobre los hechos y las verdades del otro, como el resto de la humanidad. El que posee todo el conocimiento posible de la física, la política, la geografía, la etnología y la ética, no tendrá elemento de juicio alguno para decidir si existen o no los ángeles y cuántos tipos hay. Y, por otra parte, el más docto de los teólogos 204

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dogmáticos y místicos -san Agustín, santo Tomás- no sabrá más sobre las leyes del movimiento o la riqueza de las naciones que el labrador más inculto.No quiero decir que no pueda haber, de un lado o del otro, suposiciones o especulaciones:: me refiero a conclusiones que merezcan llamarse no ya conocimiento sino opinión siquiera. Por tanto, si la Teología es la filosofía del mundo sobrenatural y la Ciencia la filosofía del mundo natural, la Teología y la Ciencia, los tomemos como conceptos o los tomemos cada uno en su campo real, son incomunicables, incapaces de colisión y necesitados, como mucho, de ser conectados, pero nunca reconciliados. Ahora bien, esta visión general de nuestro tema resulta de hecho tan verdadera -a pesar de algunas conclusiones que habría que sacar con detalle- que los recientes editores franceses de una de las obras de santo To~ás pueden aducirla como una de las razones por las que el gran teólogo hizo alianza no con Platón, sino con Aristóteles: porque Aristóteles, dicen, al contrario que Platón, se limitaba a las ciencias humanas y, por tanto, evitó el riesgo de entrar en colisión con las divinas. 3 «No sin razón -dicen- santo Tomás reconoció a Aristóteles como maestro de la filosofía humana; porque, no siendo teólogo Aristóteles, solo trató de las ciencias lógicas, físicas, sicológicas y metafísicas, y excluyó aquellas aplicadas a la relación del hombre con Dios, es decir, la Religión; lo cual, por otra parte, fue la fuente de los peores errores de otros filósofos, y notablemente de Platón».

3. Pero si hay una gran parte de verdad en esta afirmación tan general respecto a la independencia de los respectivos campos de la Teología y las diversas Ciencias -y a la consiguiente imposibilidad 3

P.-C. Roux Lavergne, E. D'Yzalguier y E. Germer-Durand, eds. De Veritate Catholicae Fidei contra Gentiles seu Summa Philosophica (Nemausi, 1853. 1, 7. IK).

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de que entren en colisión-, cuánta más verdad hay en esa afirmación, dada la misma naturaleza del caso, cuando contrastamos la Teología no con la Ciencia en general, sino específicamente con la Física. La Física abarca aquella familia de ciencias que tratan del mundo sensible, de los fenómenos que podemos ver, oír y tocar; en otras palabras, de la materia. Es la filosofía de la materia. Su base de operaciones, de donde parte y adonde recurre, son los fenómenos que perciben los sentidos. La física determina estos fenómenos, los cataloga, los compara, los ordena y luego los utiliza para determinar algo que va más allá de los mismos fenómenos, a saber, su jerarquía, o lo que popularmente llamamos las leyes de la naturaleza. La física nunca va más allá de la investigación de causa y efecto. Su objetivo es reducir la complejidad de los fenómenos a sus elementos y principios sencillos. Pero al alcanzar esos elementos originales, esos principios y leyes, su misión concluye; se mantiene dentro de ese conjunto de las cosas materiales con que empezó y nunca se aventura más allá de «flammantia mcenia mundi» [los apretados cerrojos de la naturaleza]. 4 Si lo desea, puede dudar de lo completo de los análisis realizados pre;iamente, y por esa razón intentar llegar a leyes más simples y principios menos numerosos; puede sentirse insatisfecha con sus propios cálculos, hipótesis y sistemas; y abandonar a Ptolomeo por Newton y a los alquimistas por Lavoisier y Davy. En otras palabras, puede decidir que no haya llegado al fondo de un determinado asunto, pero aun así su objetivo será siempre y solo llegar al fondo; nada más. Con la materia empieza y con la materia termina. Nunca se entrometerá en el terreno de lo espiritual. Se dice que, según la idea hindú, la tierra se apoya sobre una tortuga. 5 Pero el físico, en cuanto tal, 4

«[EpicuroJ se empeña en ser el primero en romper los apretados cerrojos de la naturaleza» (Lucrecio. De Rerum Natura, libro 1, verso 73). Trad. Francisco Socas. Lucrecio. La naturaleza. Biblioteca clásica Gredas, 316. Madrid: Gredas, 2003. 5 «La tierra descansa sobre la cabeza de Sésha, el cósmico Naga, el cual a su vez descansa sobre Akupara, una tortuga» (Benjamin Walker. Hindu World: An Encyclopedic Survey of Hinduism. Londres, 1968. 1,254). (IK).

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nunca se preguntará qué influencia externa al universo sostiene el universo; sencillamente porque es un físico. Si resulta que es una persona religiosa, claro está, tendrá una opinión muy concreta sobre el tema. Pero es<). opinión suya es personal, no profesional; es la opinión no de un físico, sino de un hombre religioso. Y la razón no es porque la ciencia física diga algo contrario al respecto sino porque no dice absolutamente nada, ni puede hacerlo sin traicionar sus propios principios. Es simplemente una cuestión extra artem. El estudioso de la física no tiene absolutamente nada que ver con causas finales, y se meterá en unas confusiones inextricables si las introduce en sus investigaciones. Debe mirar en una sola dirección, y en ninguna otra. Se dice que en algunos países, cuando un forastero pregunta cómo ir a un sitio, enseguida le preguntan que de dónde viene él: igualmente inoportuna sería la postura de un físico que se preguntara cómo se originaron las leyes del mundo material, cuando su tarea consiste simplemente en constatar dichas leyes. Dentro de los límites de estos fenómenos, puede especular y probar; puede rastrear cómo operan las leyes de la materia a lo largo del tiempo; puede indagar en el pasado y anticipar el futuro; puede constatar los cambios que los fenómenos han producido en la materia y el auge, crecimiento y declive de los fenómenos; y así, en cierto sentido, puede escribir la historia del mundo material. Pero su estudio siempre se basará en los fenómenos, y llegará a sus conclusiones sobre la base de los datos internos que los mismos fenómenos proporcionan. No se planteará preguntas como ¿cuál es ese último elemento que llamamos materia?, ¿cómo fue su origen?, ¿puede dejar de existir?, ¿en algún momento no existió?, ¿en algún momento se reducirá a la nada?, ¿cuál es la esencia de sus leyes?, ¿pueden esas leyes dejar de existir?, ¿pueden quedar suspendidas?, ¿qué es la causalidad?, ¿qué es el tiempo?, ¿cuál es la relación del tiempo con la causa y el efecto?, y cien preguntas más de parecida índole. Esa es la naturaleza de la Ciencia Física. Y la Teología, como es obvio, es exactamente lo que tal ciencia no es. La Teología 207

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comienza, como indica su nombre, no con los hechos sensibles, los fenómenos o resultados, no con la naturaleza en absoluto sino con el Autor de la naturaleza: con la única, invisible, inabordable Causa y Fuente de todas las cosas. Empieza, por decirlo así, por el otro extremo del conocimiento, y se ocupa no de lo finito, sino del Infinito. Desvela y sistematiza lo que Dios mismo nos ha revelado de Sí mismo; de Su naturaleza, Sus atributos, Su voluntad y Sus actos. Si queremos acercarla a la Física, diremos que se ocupa justamente del anverso de las cuestiones que ocupan al estudioso de la Física. Este contempla los hechos que tiene delante; el teólogo da las razones de esos hechos. El físico trata las causas eficientes; el teólogo las causas finales. El físico nos habla de leyes; el teólogo del autor, mantenedor y controlador de esas leyes; de su alcance, de su suspensión (si tal fuera el caso), de su comienzo y de su final. Es así como las dos escuelas se relacionan en aquel punto en que más se aproximan, pero en términos generales son absolutamente divergentes. Ya he descrito de lo que se ocupa la Ciencia Física. La Teología, por su parte, contempla el mundo no de la materia, sino del espíritu; la Inteligencia Suprema; las almas y su destino; la conciencia y el deber; las relaciones pasadas, presentes y futuras del Creador con la criatura.

4.

Así pues, por lo visto hasta ahora en estas observaciones, la Teología y la Física no tienen puntos de contacto, ni interconexión alguna; no tienen razones de acuerdo o de desacuerdo, de celos o de simpatía. Tan probable es que la Física inicie una pelea con la Teología como que se pueda decir que las verdades musicales interfieren con la ciencia arquitectónica, o que pueda haber una colisión entre el mecánico y el geólogo, o que el Parlamento Británico o la nación francesa puedan sentir recelo por las intenciones de alguna potencia beligerante respecto a la superficie lunar. Y antes de proporcionar 208

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más detalles sobre el tema y explicar lo que hay que explicar sobre tal afirmación, puede ser útil corroborarla, tal y como queda planteada,-con las sorprendentes palabras sobre el asunto de un conocido escritor actual. 6 «A menudo se oye comentar» -observa, escribiendo en su calidad de Protestante (y en este punto les aseguro, caballeros, que aunque sus palabras tienen algo de polémico, no las cito con esa intención ni con el deseo de manifestar nada en contra de los Protestantes sino únicamente como corroboración de lo que yo afirmo: que la Revelación y la Ciencia Física realmente no pueden entrar en colisión)-; a menudo se oye comentar, dice, «que el mundo se hace cada vez más ilustrado, y que esta mayor ilustración debe favorecer al Protestantismo y desfavorecer al Catolicismo. Ojalá pudiéramos estar de acuerdo. Pero vemos grandes razones para dudar de la veracidad de estas expectativas. Vemos que durante los últimos doscientos cincuenta años, la mente humana se ha prodigado en actividades de todo tipo: ha logrado grandes avances en todas las ramas de la filosofía natural; ha producido innumerables inventos que tienden a hacer la vida más fácil; ha mejorado sustancialmente la medicina, la cirugía, la química y la ingeniería; se ha mejorado el gobierno, la policía y las leyes, aunque no en la misma medida que las ciencias físicas. Sin embargo, vemos que durante estos doscientos cincuenta años el Protestantismo no ha hecho ninguna conquista que valga la pena mencionar. Al contrario, creemos que, si ha habido cambios, esos cambios han favorecido, en términos generales, a la Iglesia de Roma. Por lo tanto, no podemos tener ninguna confianza en que el progreso de los conocimientos pueda necesariamente suponer la desaparición de un sistema que, por no decir más, ha mantenido sus posiciones a pesar de ese enorme progreso en el conocimiento realizado por la raza humana desde los días de la Reina Isabel. 6

Los ensayos de Thomas B. Macaulay QHN). Se refiere a «Ranke's History of the Popes». Critica/ and Historical Essays, 536-38 (IK).

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«Es más, nos parece que el argumento que estamos considerando está fundado en un completo error. Hay ramas del saber en las que la ley de la mente humana es el progreso. En las matemáticas, una vez demostrada la validez de una proposición, nunca más se vuelve a plantear. Cada nueva planta de ese edificio es tan sólida para seguir construyendo como lo fueron los primeros cimientos. Aquí hay, por tanto, una constante adición al inventario de verdades. También en las ciencias inductivas, la ley es el progreso ... »Pero la Teología es un caso muy distinto. En lo que se refiere a la religión natural (dejando momentáneamente de lado la Revelación) no es fácil ver que el filósofo de nuestros días esté en mejores y más favorables condiciones que Tales o Simónides. Se le presentan exactamente las mismas pruebas de un diseño en la estructura del universo que tenían los antiguos griegos ... En cuanto a la otra gran pregunta, ¿qué es del hombre después de su muerte?, no vemos que un ilustrado europeo, con la sola ayuda de su razón, tenga más posibilidades de acertar que un indio pies negros. Ni una sola de las muchas ciencias en las que superamos ampliamente a los indios pies negros, arroja la más mínima luz sobre el estado d~l alma después de terminar la vida animal... »La Teología Natural no es, pues, una ciencia que avance. El conocimiento de nuestro origen y de nuestro destino que obtenemos de la Revelación es ciertamente de una claridad muy diferente, y de una importancia muy diferente. Pero tampoco la Religión Revelada tiene la naturaleza de una ciencia que progresa ... En las ciencias divinas no puede haber un avance similar al que se da de forma constante en la farmacia, la geología y la navegación. Un cristiano del siglo V con una Biblia no está ni mejor ni peor situado que un cristiano del siglo XIX con una Biblia, si les suponemos iguales en honradez y agudeza natural. No importa en absoluto que el compás, la imprenta, la pólvora, el vapor, el gas, las vacunas y mil otros descubrimientos e invenciones desconocidos en el siglo V, sean moneda corriente en el siglo XIX. Ninguno de estos descubrimientos 210

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e invenciones tiene la más mínima relación con la cuestión de si el hombre es justificado por la sola fe, o si la invocación a los santos es una práctica ortodoxa ... Estamos seguros de que el mundo nunca volverá al sistema solar de Ptolomeo; y esa seguridad no disminuye por el hecho de que un hombre de la talla de Bacon rechazara con desprecio la teoría de Galileo; pues Bacon no tenía todos los medios para llegar a una conclusión irrebatible ... Pero cuando reflexionamos sobre el hecho de que sir Tomás Moro estaba dispuesto a morir por la doctrina de la Transustanciación, no podemos menos que pensar que quizá la doctrina de la Transustanciación triunfará sobre todos sus rivales. Moro fue un hombre de talento eminente. Tenía toda la información sobre la materia que nosotros tenemos o la que, mientras dure el mundo, cualquier ser humano pueda tener ... Ningún progreso habido o por haber en las ciencias puede añadir -según nos parece- fuerza aplastante a un argumento en contra de la Presencia Real. Por tanto, no podemos comprender por qué lo que creía sir Thomas respecto a la Transustanciación no pueda ser igualmente creído hasta el fin de los tiempos por hombres iguales a sir Thomas Moro en capacidades y honradez. Pero sir Thomas Moro es un ejemplo egregio de sabiduría y virtud humanas; y la doctrina de la Transustanciación es una especie de prueba de cargo. U na fe que resiste esa prueba resistirá cualquier prueba ... » La historia del catolicismo ilustra de forma llamativa estas observaciones. Durante los últimos siete siglos, ha habido un progreso constante en todos y cada uno de los sectores del saber secular; pero en la religión no podemos registrar ningún progreso constante ... Cuatro veces desde que la autoridad de la Iglesia de Roma fuera establecida en la Cristiandad occidental, el intelecto humano se ha rebelado contra su yugo. Dos veces esa Iglesia salió completamente victoriosa. Dos veces salió de la contienda con las señales de unas crueles heridas, pero con el principio vital inalterado. Cuando reflexionamos sobre la forma en que ha sobrevivido a asaltos tan terribles, se nos antoja difícil concebir la forma en que ha de perecer». 211

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Ya lo veis, caballeros: si atendéis al juicio de una mente sagaz, profunda conocedora de la historia, la Teología Católica no tiene nada que temer del progreso de la Ciencia Física, incluso con independencia de la divinidad de sus doctrinas. La teología habla de cosas sobrenaturales; y a estas, a fuerza de palabras, la investigación en cosas naturales no puede tocarlas.

5. Es cierto que el autor citado, al tiempo que dice todo lo anterior y mucho más con el mismo propósito, también hace referencia a una excepción a su regla general, aunque nada más mencionarla la deja de lado. Yo también debo mencionar la misma excepción aquí. Y en cuanto lo haga, veréis, caballeros, lo poco que interfiere con este primer punto de vista que he estado explicando. Es verdad, sí, que la Revelación se ha salido en uno o dos casos fuera de las fronteras que tiene asignadas -el mundo invisible- para arrojar luz sobre la historia del universo material. Es absolutamente cierto que la Sagrada Escritura describe unos cuantos hechos memorables de naturaleza física, aunque son tan pocos que se puede hacer la cuenta. La Escritura habla de un proceso de ordenamiento del caos que ocupó seis días; habla del firmamento; del sol y de la luna al servicio de la tierra; de que la tierra es inamovible; de un gran diluvio; y de otros hechos y eventos similares. Es verdad; y no existe ninguna razón por la que podamos prever dificultades en aceptar estas afirmaciones tal y como están presentadas, cuando su significado y su sentido sean determinados de forma autorizada. Porque debemos recordar que su significado todavía no ha sido objeto de la atención formal de la Iglesia, ni han recibido ninguna interpretación que nosotros, como católicos, estemos obligados a aceptar; y dada la falta de una interpretación definitiva, sería quizá presuntuoso afirmar que significan esto y no aquello. Estando así las cosas, es dd todo improbable que los descubrimientos 212

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resultantes de investigaciones físicas lleguen a ser incompatibles con cualesquiera de los significados posibles que el texto admite, y que siguen abiertos al debate. En cuanto a algunas interpretaciones populares de los textos en cuestión, enseguida haré algunas observaciones. Por el momento solamente me refiero a la letra de la Sagrada Escritura en sí, en la medida en que tiene relación con la historia de los cielos y de la tierra. Y afirmo que podemos esperar en paz y tranquilidad hasta que se produzca una colisión real entre una interpretación autorizada de la Escritura y los resultados de la ciencia establecidos con claridad, antes de plantearnos cómo vamos a tratar una dificultad que razonablemente podemos pensar que no va a ocurrir nunca. Y después de anotar esta excepción, realmente he hecho la única admisión posible sobre la existencia de un terreno común en donde la Teología y la Ciencia podrían enzarzarse en una contienda. En términos generales, las dos áreas de estudio ocupan campos del todo distintos, en los que cada cual puede enseñar sin esperar ninguna interferencia del otro. De hecho, podría haber complacido al Todopoderoso obviar la investigación física al revelar las verdades que son su objetivo, pero no lo ha hecho. De todas formas, le hubiera complacido o no, la Teología y la Física serían ciencias distintas; y nada de lo que dice la una del mundo material puede jamás contradecir lo que dice la otra acerca del mundo inmaterial. Aquí hemos llegado al término de esta exposición, y aquí también podría dar por terminadas mis palabras, si no fuera necesario explicar cómo es que, aunque la Teología y la Física no pueden pelearse, los estudiosos de la física y los teólogos se han peleado y siguen peleándose. Dedicaré el resto de mi conferencia a intentar resolver esta dificultad.

6.

Observo, pues, que las formas básicas de razonar y de investigar que utilizan la Teología y la Física son opuestas. Cada una utiliza su 213

La idea de la Universidad

propio método. Y es aquí, creo, donde ha surgido la controversia entre las dos escuelas, a saber, que ninguna de las dos se ha contentado con quedarse en su casa; sino que, teniendo cada una su propio método, que es el apropiado para esa ciencia, cada una ha estimado que su método es el mejor para cualquier área de estudio, y ha intentado imponérselo a la otra ciencia, menospreciando o rechazando ese otro método que legítimamente pertenece a esa ciencia. El método del argumento utilizado por la Teología es el de una ciencia deductiva, como la Geometría; el método de la Física, al menos en su principio, es empírico o inductivo. La peculiaridad de cada método procede de la naturaleza del estudio. En la Física, una enorme cantidad de información de todo tipo se ofrece al investigador, toda ella en la más absoluta confusión; el investigador debe ordenarla y analizarla. En la Teología, falta esa masa variada de información, y en su lugar se presenta la Revelación. Lo que se conoce en el Cristianismo es solamente lo que ha sido revelado, y nada más; ciertas verdades comunicadas directamente desde el cielo se encomiendan a la custodia de los fieles, y hasta el fin del mundo no se puede añadir nada a esas verdades. Desde la época efe los Apóstoles hasta el fin del mundo, no puede agregarse ninguna verdad estrictamente nueva a la información teológica que fue inspirada a los Apóstoles para su custodia. Naturalmente, es posible hacer innumerables deducciones partiendo de la doctrina original. Pero como las'conclusiones están ya en las premisas, tales deducciones no son, por hablar con propiedad, adiciones. Y, aunque la experiencia puede guiar y modificar de diversas formas esas deducciones, sigue siendo verdad que la Teología mantiene su naturaleza como ciencia que avanza silogísticamente desde unas premisas hasta una conclusión. El método empleado por la Física es justo el contrario: en su punto de partida apenas tiene algún principio o verdad procedente del exterior y ya contrastado. Tiene que comenzar con la vista y el tacto; tiene que tocar, pesar y medir su exuberante selva de fenómenos, y a partir de estos avanzar hacia nuevas verdades -verdades que trascienden y 214

Cristianismo y Ciencias Físicas

son diferentes de los fenómenos que les dan origen-. Así piles, la Ciencia Física es experimental, la Teología tradicional; la Ciencia Física es más rica, la Teología más precisa; la Física es más audaz, la Teología más segura; la. Física es progresiva, la Teología, en comparación, estacionaria; la Teología es leal al pasado, la Física tiene visiones del futuro. Así son ellas, repito; y así son sus respectivos métodos de investigación, según la naturaleza de cada una. Pero las mentes acostumbradas a cualesquiera de estos dos métodos apenas pueden evitar extender su uso más allá de sus límites debidos, salvo que estén en guardia y tengan gran control sobre sí mismas. No se puede negar que a veces los teólogos se han inclinado a dar una forma tradicional y lógica a unas ciencias que de ninguna manera admiten tal tratamiento. Tampoco se puede negar, por contra, q~e a menudo los científicos muestran una especial irritación hacia los teólogos por proceder según la antigüedad, la precedencia, la autoridad y la lógica, y por rehusar introducir a un Bacon o un Niebuhr en sus escuelas; o por no querer aplicar algún proceso nuevo y experimental de crítica para mejorar lo que, de una vez por todas, ha sido dado desde el cielo. De ahí surgen los celos mutuos de los dos bandos. Y ahora intentaré dar algunos ejemplos.

7.

En primer lugar, quisiera referirme a esas interpretaciones de la Escritura, a las que he aludido, que están muy extendidas y tienen larga tradición, aunque carecen de autoridad definitiva. La Escritura, como sabemos, debe interpretarse según el acuerdo unánime de los Padres. Pero, además de este acuerdo, que es de autoridad y que lleva en sí la evidencia de su verdad, ha habido en la Cristiandad un cierto número de opiniones flotantes, más o menos agregadas a la tradición divina. Opiniones que tienen una cierta probabilidad de ser más que meramente humanas, o de tener una base o algunos elementos de 215

La idea de la Universidad

verdad; pero que no admiten ningún tipo de prueba, ni de su origen ni de hasta qué punto son ciertas, salvo el propio correr de los años, y que entretanto deben ser recibidas por lo menos con atención y deferencia. A veces son comentarios sobre profecías de la Escritura, a veces sobre puntos oscuros o misterios. Por ejemplo, en un momento dado hubo una opinión, sacada de los textos sagrados, de que la época Cristiana había de durar mil años y nada más; los hechos lo desmintieron. Una tradición todavía más exacta y verosímil, derivada de la Escritura, era la que afirmaba que cuando se desmoronase el Imperio Romano aparecería el Anticristo, y se produciría inmediatamente la Segunda Venida. Varios Padres interpretan a san Pablo de esta manera, y hasta Belarmino en el siglo XVI alcanza esta interpretación. Solo los hechos pueden decidir si esa interpretación es verdadera, bajo algún aspecto de la historia cristiana; pero, al menos, en el momento actual podemos afirmar que no es verdadera en el sentido general y simple en que fue recibida en un momento determinado. Pasando de comentarios sobre pasajes de tipo profético de la Escritura a comentarios referidos a pasajes cosmológicos, se creyó durante mucho tiempo -creencia sostenida por las interpretaciones generalmente aceptadas de los textos sagrados- que la tierra no se movía. Supongo que por eso el obispo irlandés que afirmó que existían las Antípodas causó la alarma de sus coetáneos. Aunque en justicia hay que observar que, incluso en aquella edad de oscuridad en que vivía el obispo, la Santa Sede, a la que habían acudido, no se comprometió en una condena de aquella inusitada opinión. La gente volvió a sentirse inquieta cuando por primera vez se propugnó el sistema de Copérnico; y no se rechazaron las opiniones aceptadas que estaban en la base de esa inquietud. Sin embargo, al final, fueron efectivamente rechazadas. Si en algún momento estas opiniones tradicionales humanas fueron impuestas y, por decirlo así, promulgadas para perjuicio y detrimento de las investigaciones científicas (cosa que la misma Igles1a nunca hizo), se puede decir que fue un 216

Cristianismo y Ciencias Físicas

caso de interferencia indebida por parte de las escuelas teológicas en el terreno de la Física. Ya- he hablado bastante sobre las interpretaciones de la Escritura. Pero es fácil ver que otras opiniones generalizadas, no basadas en el texto sagrado, podrían aventurarse con rnenos derecho y causando mayores inconvenientes, para acosar al investigador de la Física, para demandar su sometimiento e impedir el proceso de investigación que es propio de su actividad. Tales son las fórmulas dictatoriales contra las que arremete Bacon, y cuyo efecto fue hacer de la Física una ciencia deductiva, y obligar al estudiante a aceptar implícitamente, como primeros principios, afirmaciones y máximas que eran venerables solo porque nadie sabía de dónde procedían, y autorizadas solo porque nadie era capaz de decir en qué argumentos se basaban. En estos casos el estudioso de la Física solía sentir una indignación proporcionada a lo intenso de estas invasiones en su campo propio de investigación. Y si en algún momento le recordaban que los cuerpos ligeros tienden a subir y los pesados a bajar (y otras máximas similares), que no pretendían ser de origen divino, ni ser consideradas como principios evidentes o verdades intuitivas, ejercía un escepticismo que servía de alivio a sus emociones y al tiempo contaba con la aprobación de su razón. De igual manera, si un estudioso con grandes dotes para la investigación física encontrara que las facultades de Física de su tiempo estaban ocupadas con el debate sobre las causas finales, y que las utilizaban para resolver dificultades en la naturaleza material; si viera que habían decidido, por ejemplo, que las raíces de los árboles buscan el agua del río porque necesitan la humedad, o que el eje de la tierra forma un determinado ángulo con el plano de su movimiento por ciertas ventajas que ello supone para sus habitantes, no me sorprendería que ese estudioso se empeñara en lograr una gran reforma en el proceso de investigación reclamando el método inductivo; y, si creyese que los teólogos eran indirectamente o en cualquier forma responsables de tal error, yo comprendería que se enojara con la Teología misma -aunque sin razón. 217

La idea de la Universidad

Ojalá la escuela experimental no hubiese ido más allá en su oposición a la Teología que en expresar indignación por las faltas de los discípulos. Pero hay que confesar que se ha permitido una serie de excesos por su parte que no tienen precedente en la otra escuela de alta ciencia deductiva; y que si en algún momento padecía la tiranía del método lógico de investigación, ha alentado, a modo de represalia, unas invasiones y usurpaciones en el terreno de la Teología mucho más serias que la interferencia inintencionada y hace mucho obsoleta por parte de los teólogos, que ha sido su justificación y excusa. Y ahora, caballeros, he de dirigir vuestra atención a las intrusiones injustificables y maliciosas de los experimentalistas en el terreno de la Teología.

8.

Permitidme repetir, pues, lo que ya he dicho: que, tomando las cosas como están, la misma idea de la Revelación es la de una interferencia directa desde lo Alto para introducir verdades que, si no, serían desconocidas. Además, como una comunicación de este tipo implica que existan destinatarios, se da por hecho que hay un depositario autorizado. Por tanto, como sabe todo católico, el conocimiento de las verdades reveladas se alcanza no por la investigación de unos hechos sino s~ncillamente acudiendo a unos custodios autorizados, y estudiando e investigando los detalles de las doctrinas entregadas, según el texto «la fe viene de la predicación» (Rom 10,17). No voy a demostrar, después de todo, lo que no requiere demostración, porque hablo ante católicos. Afirmo lo que los católicos sabemos que es y será siempre el método propio de la Teología, y que siempre se ha reconocido como tal. Repito: el método teológico es el deductivo. Sin embargo, la historia de los últimos tres siglos es la historia de un intento tras otro, por parte de los partidarios de la filosofía de Bacon, de deshacerse del 218

Cristianismo y Ciencias Físicas

método propio de la Teología y convertirla en una ciencia experimental. En ,una ciencia experimental hemos de tener un gran número de fenómenos y hechos: entonces ¿dónde están los que hayan de adoptarse como base de una teología inductiva? Se han utilizado tres fuentes principales, caballeros: la primera, el texto de la Sagrada Escritura; la segunda, los eventos y acontecimientos de lá historia eclesiástica; la tercera, los fenómenos del mundo visible. Se ha tomado esta triple fuente -Escritura, Antigüedad, Naturaleza- como los cimientos sobre los que ejercitar un método inductivo que investigue y determine la verdad teológica, la cual para un católico es cosa de enseñanza, transmisión y deducción. Ahora hagamos una pausa para reflexionar antes de entrar en detalles. La verdad no puede ser contraria a la verdad. Si estas tres fuentes, presionadas por el método inductivo, fueran capaces de producir respectivamente conclusiones teológicas coherentes entre sí, y también contrarias a las doctrinas de la Teología como ciencia deductiva, entonces esa Teología no sería derrocada en el momento (pues todavía habría que debatir la cuestión de cuál de los dos sistemas fuese el verdadero, y cuál el aparentemente verdadero), pero ciertamente la ciencia teológica deductiva' generalmente aceptada estaría en un brete y, por decirlo así, puesta en tela de juicio. La verdad, de nuevo, no puede ser contraria a la verdad. Si, por otra parte, estas tres fuentes (Escritura, Antigüedad y Naturaleza) trabajadas durante tres siglos por hombres de gran capacidad utilizando el método o instrumento de Bacon, han dado como resultado conclusiones contradictorias entre sí, o incluso (en el caso de la Escritura o la Antigüedad tomadas aisladamente) esquemas de doctrina diferentes, de manera que en vez de producir un solo conjunto de conclusiones han producido un buen número de ellos; entonces, en ese caso, no se puede deducir automáticamente que ninguno de esos conjuntos de conclusiones pueda ser el verdadero y todos los demás falsos. Pero por lo menos tal descalabro arrojaría graves dudas sobre 219

La idea de la Universidad

todos ellos, y confirmaría la previa declaración -o más bien profecía- de los teólogos antes de que estos experimentalistas se pusieran manos a la obra: es decir, que introducir el método de la investigación y de la inducción en el estudio de la Teología en general no era más que un error monumental. Creo que ahora, caballeros, me permitiréis afirmar, como hecho histórico, que esta última suposición se ha cumplido en efecto, mientras que la anterior no. Quiero decir que, lejos de aducir pruebas científicas para respaldar un solo sistema doctrinal hostil a la vieja Teología y basado en los postulados del partido experimentalista mediante la triple convergencia de Escritura, Antigüedad y Naturaleza, ese método empírico -que ha producido auténticas maravillas en la física y en otras ciencias humanas- ha sufrido una derrota rotunda y elocuente en ese terreno que ha usurpado: no ha llegado a ninguna conclusión; no ha arrojado ninguna luz definitiva, no ha logrado dar a sus lentes enfoque alguno, no ha mostrado ni siquiera visos de un éxito futuro. Más aún, dicho método ha reconocido ya su fracaso más absoluto y hasta ha clausurado la investigación misma, desde luego no para dar paso al método legítimo del que despojó a la teología, sino anunciando que sobre el tema no se puede saber nada en absoluto, que la Religión no es una ciencia y que el escepticismo es la única filosofía verdadera. Hace además una afirmación todavía más extraordinaria: que las alternativas son, o la vieja Teología, o ninguna en absoluto; y que, aunque tiene la certeza de que la verdad en Religión no existe, sin embargo está seguro de que, si se encuentra en alguna parte, no se encuentra en las nuevas escuelas empíricas, sino en aquella vieja enseñanza fundada sobre el método deductivo, que era aceptado y honrado cuando la experimentación y la inducción comenzaron su brillante carrera. ¡Qué avería más singular de un noble instrumento cuando se utiliza para la invasión arrogante y dictatorial de un terreno sagrado! ¿Qué puede ser más sagrado que la Teología? ¿Qué puede ser más noble que el método de Bacon? Pero los dos no se corresponden; no se pueden 220

Cristianismo y Ciencias Físicas

emparejar. Nuestro tiempo ha confundido la cerradura con la llave. Ha roto la llave dentro de una cerradura que no le corresponde; y además ha estropeado los rodetes de la cerradura con una llave que nunca podrá mover el pestillo. Esperemos que su actual disgusto y desesperación ante el resultado sean el primer paso hacia un arrepentimiento sincero y completo. He pensado, caballeros, que me permitiríais sacar esta conclusión en primer lugar. Ahora dedicaré unas palabras a describir en detalle un caso de este error.

9.

Parece, pues, que, en vez de recurrir a la tradición y a la enseñanza de la Iglesia Católica, los filósofos de la escuela moderna han intentado determinar las doctrinas de la Teología por medio de la Sagrada Escritura, la Antigüedad eclesiástica o los fenómenos físicos. Y podría plantearse la pregunta: ¿por qué, después de todo, no se habrían de utilizar tales informaciones escriturísticas, históricas o físicas? Y si se utilizan, ¿por qué no habrían de llevarnos a resultados verdaderos? Se podría contestar a esta pregunta de varias formas. Me limitaré a una y, para no alargarme, la aplicaré principalmente a una de las tres fuentes a las que los adversarios de la Teología han recurrido. Dejando a un lado, pues, lo que se podría decir con respecto a la Religión Escriturística y la Religión Histórica, me propongo dirigir vuestra atención -para terminar- hacia la verdadera naturaleza de la Religión Física, o Teología Natural, por estar más en consonancia con el tema principal de esta conferencia. La Facultad de Física, por el objetivo mismo de sus estudios y su método de investigación, no tiene nada que ver, como ya he dicho, con la Religión. No obstante, hay una ciencia que aprovecha los fenómenos y las leyes del universo material, mostrados por esa facultad, como medio para establecer la existencia de un Diseño en 221

La idea de la Universidad

la construcción del universo, y por tanto el hecho de un Ser creador y conservador. Esta ciencia se ha dado en llamar en estos tiempos, por lo menos en Inglaterra, la Teología Natural.7 Y, aunque es completamente distinta de la Física, los estudiosos de la física, que le han suministrado sus datos más interesantes y curiosos, tienden a reclamarla como cosa suya, y en consecuencia se enorgullecen de ella. No tengo el menor deseo de hablar a la ligera de los méritos de esta así llamada Teología Natural o, más propiamente, Teología Física. Hay muchas personas que, cuando se plantean la cuestión de la existencia de un Ser Supremo, se sienten cómodos colocando el peso de la prueba, principal o exclusivamente, en el argumento de un Diseño que proporciona el universo. Para ellos esta ciencia de la Teología Física tiene gran importancia. También esta ciencia destaca, notablemente y con gran nitidez, tres de los elementos más básicos que la razón humana atribuye a la idea de un Ser Supremo, es decir, tres de sus atributos más simples: Poder, Sabiduría y Bondad. Estos son grandes servicios que la Teología Física ha prestado a la fe, y yo los reconozco como tales. Ahora bien, qUse por esta razón la fe tenga alguna deuda con la Física o con los físicos es a todas luces otro asunto. De hecho, el argumento de un Diseño no se debe de ninguna manera a la filosofía de Bacon. El autor que he citado antes tiene un pasaje llamativo sobre este particular que ya he leído en parte: «En lo que se refiere a la religión natural -dice- no es fácil ver que el filósofo de nuestros días esté mejor y más favorablemente situado que Tales o Simónides. Tiene delante exactamente las mismas pruebas de un diseño en la estructura del universo que tenían los antiguos griegos. Nosotros decimos exactamente lo mismo; porque los descubrimientos de los astrónomos modernos y de los anatomistas no han añadido realmente nada a la fuerza de ese argumento 7

Utilizo el término, no en el sentido de «Naturalis Theologia» sino en el sentido en que lo emplea William Paley en su obra del mismo título QHN). Se refiere a Natural Theology, or Evidences of the Existence and Attributes of the Deity collected from the Appearances of Nature, 1802.

222

Cristianismo y Ciencias Físicas

que una mente reflexiva encuentra en cada bestia, pájaro, insecto, pez, hoja, flor y concha. El razonamiento con que Sócrates, delante de Xenofón, rebatió al pequeño ateo Aristodemo es exactamente el razonamiento de la Teología Natural de Paley. Sócrates utiliza las estatuas de Policleto y los cuadros de Zeuxis exactamente de la misma manera que Paley utiliza el reloj». Así que la Teología Física está ahora más o menos en la misma situación que hace dos mil años, y no ha recibido mucha ayuda por parte de la ciencia moderna. Pero, al contrario, sí creo que ha recibido de ella una notable desventaja; esto es, se la ha sacado de su lugar, se le ha dado demasiada importancia y, por tanto, se la ha utilizado casi como un instrumento contra el Cristianismo, según intentaré explicar en pocas palabras.

10. Digo, pues, que hay muchas investigaciones, sobre todo tipo de temas, que solo recorren una parte del camino hacia la verdad pero no el camino entero: o bien nos llevan, por ejemplo, hasta una probabilidad firme pero no hasta una certeza, o bien, en otros casos, ' demuestran solo algunas de entre todas las verdades. Y está claro que si tales investigaciones se toman como la medida de toda la verdad y se erigen en ciencias sustantivas -en vez de considerarse como lo que realmente son, procesos incoados y subordinados-, nos desviarían; accidentalmente, sí, pero gravemente. 1. Volvamos un momento, a modo de ejemplo, a los casos que he dejado de lado. Considerad lo que se llama Religión Escriturista, o Religión de la Biblia. El fallo con el que el teólogo se encuentra en una Religión derivada únicamente de la Escritura -por encima de la cuestión del juicio privado- no es que no sea verdad lo que dice sino que no es la verdad completa; el problema es que contiene solamente parte de todo un conjunto de enseñanzas teológicas y que, en el 223

La idea de la Universidad

caso de las que sí incluye, no siempre las presenta como ciertas sino solo como probables. De hecho, si la Religión de la Biblia se supedita a la Teología, nos encontramos con un caso de la utilidad del método inductivo; pero, si se erige en cosa autónoma y enfrentada a la Teología, se convierte en un malicioso sofisma. Si semejante falacia se ha producido -y así ha sido a consecuencia de la filosofía de Bacon-, eso nos muestra lo que sucede cuando esa filosofía se inmiscuye en un campo que no le compete. 2. El caso de la Religión Histórica, lo que se suele llamar la Antigüedad, es idéntico. Ningún católico puede abrigar recelos respecto a una investigación sobre los documentos de la Iglesia primitiva: la verdad no puede ser contraria a la verdad. Tenemos la seguridad de que el resultado de semejante investigación, debidamente ponderado, no será ni más ni menos que una ilustración y una confirmación de nuestra propia Teología. Otra cosa completamente distinta, sin embargo, es si los resultados llegarán exactamente hasta donde llega nuestra Teología; estarán por supuesto en consonancia, pero solamente hasta donde alcancen. No hay ninguna razón para que los datos históricos procedentes de los documentos de la Antigüedad confirmen todo lo incluido en la Revelación Divina transmitida por los Apóstoles; y esperar que lo hagan es tan absurdo como esperar que, en un proceso judicial, un solo testigo, un solo testimonio, haya de resolver todo el caso en un sentido u otro -a no ser por excepción. Así pues, mientras que esta investigación sobre la historia eclesiástica y los escritos de los Padres mantenga su debido lugar, subordinada a la soberanía magisterial de la Tradición Teológica y a la voz de la Iglesia, merece todo el reconocimiento de los teólogos. Pero cuando, por decirlo así, se erige por sí sola, cuando pretende cumplir una función para la que nunca fue pensada, cuando asegura que da como resultado una enseñanza veraz y completa derivada de un proceso científico de inducción, entonces no es más que otro ejemplo de la invasión dd método empírico de Bacon en un terreno que no es el suyo. 224

Cristianismo y Ciencias Físicas

3. Y con esto llegamos al caso de la Teología Física, que es el objeto directo de nuestro examen. Debo confesar que, a pesar de todo lo que se pueda decir en su favor, siempre la he visto con grandes recelos. De la misma manera que un grupo de pensadores han sustituido la enseñanza teológica del catolicismo por lo que se llama una Religión Escriturista, y otro grupo por lo que llaman una Religión Patrística o Primitiva, así la Religión o Teología Físicas son el evangelio mismo para muchas personas de la Escuela Física. Y, por tanto, aunque pueda ser en sí misma verdadera, en estas circunstancias es, sin embargo, un evangelio falso. La mitad de la verdad es falsedad: considerad, caballeros, lo que enseña esta así llamada Teología y luego decid si estoy exagerando. Es claro que cualquier atributo divino incluye virtualmente todos los demás. Pero si un predicador insiste siempre en la Justicia Divina, en la práctica estaría minimizando la Misericordia Divina; y si solo habla de la incomunicabilidad y distancia de la criatura respecto de la Esencia Increada, estará oscureciendo la verdad de la Providencia divina hacia todas sus criaturas. Pues bien, caballeros, la Teología Física enseña tres Atributos Divinos de forma, diría yo, exclusiva; y de ellos, habla, el que más, del Poder y, el que menos, de la Bondad. Pero ¿cuáles son los Atributos particulares que se siguen inmediatamente del sentimiento religioso? Santidad, omnisciencia, justicia, misericordia, fidelidad. ¿Qué nos enseñan la Teología Física, el Argumento del Diseño o las sutiles disquisiciones sobre causas finales -y solo de forma muy indirecta, tenue y casi enigmática- sobre estos elementos de importancia trascendental y esencial en la idea de la Religión? La Religión es más que la Teología; es algo que nos concierne; algo que incluye nuestra relación para con su Objeto. ¿Qué nos dice la Teología Física acerca del deber y de la conciencia? ¿Acerca de la Providencia de Dios con cada uno? Y, llegando por fin al Cristianismo, ¿qué nos enseña sobre las postrimerías (muerte, juicio, cielo e infierno), elementos esenciales del Cristianismo? Del Cristianismo no puede decirnos absolutamente nada. 225

La idea de la Universidad

Caballeros, permitidme que llame vuestra mayor atención sobre este punto. Afirmo que la Teología Física no puede, por la naturaleza misma del caso, decirnos ni una sola palabra sobre lo que realmente es el Cristianismo. En el fondo, esa teología no puede ser cristiana de ninguna manera. Por esta simple razón: porque se deriva de unos datos que existían antes de la creación del hombre y la caída de Adán exactamente igual a como existen ahora. ¿Cómo puede considerarse una auténtica Teología sustantiva, aunque se apropie del nombre, aquello que no es más que una abstracción, un aspecto particular del conjunto de la entera verdad, y que tiene muy poco que decir acerca de los atributos morales del Creador y nada en absoluto acerca de los que se revelan en el Evangelio? Y aún afirmaría más: no dudaría yo en decir que, tomando a los hombres como son, esta así llamada ciencia, si llega a poseer la cabeza de una persona, tiende a disponerla en contra del Cristianismo. Y ello, sencillamente, porque habla solo de leyes, y no puede contemplar su suspensión, es decir, los milagros, que pertenecen a la esencia misma de la idea de una Revelación. Así pues, el Dios de la Teología Física puede con gran facilidad pasar a ser 'un mero ídolo; porque se presenta ante los intelectos de corte inductivo por medio de fenómenos fijos, tan excelentes, tan acabados, tan beneficiosos que, cuando dichos intelectos los contemplan largo tiempo, llegan a la conclusión de que son demasiado hermosos para ser destruidos, y al final empequeñecen su idea de Dios hasta el extremo de concluir que nunca entraría en Su cabeza (si se me permite la osadía de tal expresión) deshacer o estropear Su propio trabajo. Y esta conclusión será el primer paso hacia una segunda degradación de la idea de Dios, que lo identifica con Sus obras. En realidad, un Ser de Poder, Sabiduría y Bondad, y nada más, no está tan lejos del Dios del panteísta. Mis palabras sobre la Teología de la moderna Escuela Física han sido breves dada la amplitud del tema. Sin embargo, aunque pocas, espero que hayan sido suficientemente claras como para evitar el 226

Cristianismo y Ciencias Físicas

riesgo de ser malinterpretadas. Injertad la ciencia, si hay que llamarla así, en lo que es la Teología propiamente hablando y estará en el lugar que le corresponde, y será una ciencia religiosa. Iluminará entonces la fertilidad sobrecogedora, incomprensible y adorable de la Omnipotencia Divina; servirá para verificar lo realmente milagroso de las distintas partes de la Revelación, imprimiendo con nitidez en la mente cuáles son las leyes de la naturaleza y su inmutabilidad en su orden interno; y estará al servicio de la verdad teológica de diversas maneras. Separadla de la enseñanza de las verdades sobrenaturales y haced que se tenga en pie por sí sola, y (aunque por supuesto sea mejor para el filósofo como individuo) en cuanto a su influencia en el mundo y a los intereses de la Religión, dudo realmente si no preferiría que tal filósofo fuera directamente ateo antes que un exponente de esa religiosidad naturalista y panteísta. La forma en que profesa su Teo1ogía engaña a otros, quizá incluso a sí mismo. No supongáis ni por un instante, caballeros, que yo pretendo identificar el gran talento de Bacon con un error tan grave: él nos ha advertido expresamente contra ese peligro. Pero no puedo negar que muchos de su escuela, en ocasiones, han retorcido de este modo la investigación física volviéndola en contra del Cristianismo. Pero os he retenido mucho más tiempo del que era mi intención. Solo me queda agradeceros vuestra paciencia, que os ha permitido escuchar hasta el final estas cuestiones -que no pueden ser completas- sobre un tema que, aunque de capital importancia, nunca gozará de popularidad.

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8. CRISTIANISMO E INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Conferencia escrita en 1855 para la Facultad de Ciencias 1

1. Estos son tiempos, caballeros, en los que no solo las disciplinas clásicas sino también, y mucho más, las científicas -en el sentido más amplio de la palabra- son miradas con preocupación, no del todo infundada, por las personas con convicciones religiosas. Y puesto que una Universidad como la nuestra se precia de abarcar todas las áreas del ejercicio intelectual; y como yo, por mi parte, no deseo otra cosa que vivir en armonía con todo tipo de saber, y no tengo la intención de pelearme con ninguna de ellas, y abriría mi corazón, si no mi intelecto (pues esto está más allá de mi alcance), a todo tipo de verdad, y ofrecería por lo menos mi reconocimiento y hospitalidad incluso a aquellos estudios que me resultan extraños y haría lo posible para ayudarles en su camino; por todo ello, de la misma forma que he estado intentando reconciliar primero la alta Literatura con la Religión, y después la Ciencia Física con la Teología, ahora también quisiera decir algunas palabras en un intento de reprobar y protestar contra el innecesario antagonismo que a veces existe entre los teólogos y los cultivadores de las Ciencias en general. 1

Para ser leída en el aula de química. Se publicó pero no llegó a pronunciarse, a pesar de su completa ortodoxia, por respeto al juicio del Dr. Cullen, según Wilfrid Ward (The Life of]ohn Henry Cardinal Newman. Vol. l. Londres, 1912. 408-09, IK). Para Cullen, ver Glosario.

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Cristianismo e investigación _científica

2.

Aquí me siento invitado enseguida a explayarme sobre la grandeza de una institución cuya generosa amplitud de miras hace posible el debate acerca de un tema como este. Entre los objetivos del quehacer humano -estoy seguro, caballeros, de que puedo afirmarlo sin exageración- ninguno es más alto ni más noble que el que contempla la fundación de una Universidad. Es menester confesar que poner en pie y mantener con vida y vigor una auténtica Universidad, lo que realmente se entiende por la palabra «Universidad», es una de las más grandes tareas, grande en su dificultad y en su importancia; una tarea en la que merecidamente se consumen los intelectos más preclaros y los talentos más variados. Pues, en primer lugar, pretende enseñar lo que haya que enseñar en cualquiera de las ramas del saber humano, y la amplitud de" su actividad alcanza los temas más nobles y elevados del pensamiento humano y los campos más fértiles de la investigación. Nada es demasiado vasto, nada demasiado sutil, nada demasiado distante, nada demasiado pequeño, nada demasiado discursivo, nada demasiado exacto, que no atraiga su atención. Sin embargo, no es esta la razón por la que reivindico para ella una posición tan preeminente. Porque se podría afirmar, con razón, que reunir las escuelas de todas las ramas del saber bajo un mismo nombre y llamarlas «Universidad» es una mera generalización; y se podría asimismo alegar que el objetivo de que los estudios de todo tipo de saber llevados a sus últimos límites requiera la más amplia y extensa aplicación de nuestras capacidades intelectuales no es sino una obviedad. La razón por la que hablo de una Universidad en los términos que he utilizado no es solo que ocupe todo el territorio del saber, sino que es el territorio mismo; que pretende mucho más que acoger y alojar, como en una posada, todo arte y toda ciencia, toda historia y filosofía. Lo que en verdad pretende es asignar a cada campo de estudio qué imparte su propio lugar y sus justos límites; definir sus derechos, establecer sus mutuas relaciones y facilitar la 229

La idea de la Universidad

comunicación entre todos y cada uno de ellos; refrenar a las disciplinas ambiciosas y a las más invasivas, mantener y socorrer a aquellas que de vez en cuando sucumben bajo las que gozan de mayor popularidad o de circunstancias más favorables; y salvaguardar la paz entre todas encauzando sus diferencias y sus tensiones hacia el bien común. Afirmo, pues, caballeros, que erigir una Universidad es una empresa a la vez tan ardua y tan beneficiosa, por esta razón: porque se compromete a admitir -sin temor, sin prejuicio, sin componendasa todos los que vengan, si vienen en nombre de la Verdad; promete ajustar puntos de vista, experiencias y hábitos mentales de lo más independientes y dispares, y permitir que se explayen el pensamiento y la erudición en sus formas más originales, en sus expresiones más intensas y en toda su amplitud. De esta forma, su función peculiar es juntar muchas cosas dispares en una sola. Y la Universidad aprende a hacerlo no por la aplicación de reglas escritas, sino a base de sagacidad, sabiduría y tolerancia; actuando con una profunda comprensión de la materia y contenido del saber, y mediante la vigilante represión de cualquier agresión o fanatismo en cualquier sector. Estimamos, y con justicia, que es cosa grande planificar y llevar a cabo una organización de semejante envergadura. Reunir bajo un mismo yugo, a la manera de la antigua Roma, a cien pueblos distintos; mantener los privilegios de cada uno de ellos dentro de su legítimo ·campo de acción; permitirles a cada uno la expresión de sentimientos nacionales y el estímulo de intereses rivales; y, con todo ello, armonizarlos y convertirlos en un solo gran conjunto social, y hacer que reconozcan la perpetuidad del único poder imperial: esto es un logro que lleva impresa la señal inequívoca del genio de la raza que lo efectúa. Tu regere imperio populos, Romane, memento [recuerda, romano, que riges a los pueblos con tu imperio Virgilio. Eneida 6, v. 851 ].2 2

_vv. 847-853: excudunt. alii spirantia mollius aera,/(credo equidem), vivos ducent de marmore voltus;/orabunt causas melius, caelique meatus/describunt

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Cristianismo e investigación. científica

Tal fue el especial alarde del romano,· en palabras del poeta; un alarde tan alto en su propio contexto como ese otro alarde, el de los griegos, de preeminencia literaria, de exuberancia de pensamiento y de destreza y refinamiento en expresarlo. Lo que representa un imperio en la historia política es lo que representa una Universidad en el campo de la filosofía y la investigación. Es, como he dicho, el alto poder protector de todo saber y ciencia, de hechos y principios, de investigación y descubrimientos, de experimentos y especulación; configura el territorio del intelecto y asegura que los límites de cada parcela se respeten escrupulosamente, y que no haya ni invasión ni claudicación en ninguna parte. Actúa como árbitro entre una verdad y otra, y, tomando en cuenta la naturaleza e importancia de cada una, asigna a todas su debido orden de precedencia. No mantiene una sola y exclusiva línea de pensamiento, por muy amplia y noble que sea; y tampoco sacrifica ninguna. Es deferente y leal, ponderando su respectiva importancia, para con las reivindicaciones de la literatura, de la investigación física, de la historia, de la metafísica y de la ciencia teológica. Es imparcial hacia todas y promueve cada una en el lugar que le corresponde y en el cumplimiento de su propio objetivo. Ciertamente, está subordinada a la Iglesia Católica -pero en el mismo sentido en que uno de los jueces de la Reina es servidor de la Reina y, sin embargo, decide ciertos procedimientos jurídicos entre la Reina y sus súbditos-. Sirve a la Iglesia Católica, primero, porque la verdad de cualquier tipo solo puede servir a la verdad; segundo, más aún, porque la Naturaleza siempre rendirá homenaje a la Gracia, y la Razón solo puede ilustrar y defender la Revelación; y en tercer lugar, porque la Iglesia tiene autoridad soberana y, cuando habla ex cathedra, tiene que ser obedecida. Pero este es el fin remoto de la Universidad; su fin inmediato (el único que nos concierne en estos radio et surgentia sidera dicent:/tu r_egere imperio populos, Romaue, memento/ (hae tibi erunt artes) pacique imponere morem,/parcere subiectis et debellare superbos.

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La idea de la Universidad

momentos) es asegurar la debida disposición según un solo orden soberano, así como el cultivo dentro de ese orden de todas las áreas y métodos de pensamiento que el intelecto humano ha creado. Desde este punto de vista, los diversos profesores universitarios son como los ministros de distintos poderes políticos en una corte o en un consejo deliberativo. Representan cada uno su respectiva ciencia, y se ocupan respectivamente de los intereses de esas ciencias. En el caso de que surja una disputa entre esas ciencias, son ellos quienes deben negociar y llegar a una solución, evitando las pretensiones exageradas de una de las partes, las colisiones enconadas o la conmoción popular. Las mentes así adiestradas se acostumbran a una filosofía liberal: una mentalidad bien amplia y espaciosa, en la que líneas aparentemente paralelas pueden converger amistosamente y principios claramente heterogéneos pueden enfrentarse sin riesgo alguno.

3. Y es aquí, caballeros, donde reconocemos el carácter especial de esa Filosofía de que hablo, si hemos de llamarla Filosofía a diferencia del método o sistema de la ciencia en sentido estricto. Su enseñanza no se basa en una sola idea ni puede ser reducida a ciertas fórmulas. Newton descubrió la gran ley del movimiento en el mundo físico y, con ella, la llave para miles de fenómenos de la naturaleza; y un proceso similar de reducción de hechos complejos a principios sencillos es posible que se dé en otros ámbitos de la naturaleza. Pero el gran Universo en sí mismo, moral y material, sensible y sobrenatural, no puede ser medido y dimensionado ni siquiera por los más grandes intelectos humanos; y sus partes constituyentes admiten, desde luego, comparación y ajuste, pero no fusión. Este punto está directamente relacionado con el tema que abordé al principio y hacia el que apunto en lo que digo ahora y diré a continuación. 232

Cristianismo e investigación científica

Quisiera comentar entonces, y pediros, caballeros, que tengáis en cuenta que la filosofía de una inteligencia imperial, pues así considero yo a la Universidad, no se basa tanto en la simplificación como en la discriminación. Su genuino represe.ntante, más que analizar, define. Su objetivo no es establecer un catálogo completo o una interpretación exhaustiva de las ramas del saber, sino un seguimiento, hasta donde es humanamente posible, de lo que en su plenitud es misterioso e insondable. Acogiendo todas las ciencias, métodos, conjuntos de hechos, principios, doctrinas y verdades -que son los reflejos del Universo en el intelecto humano- los reconoce todos, no desprecia ninguno y, por eso, no permite que ninguno se exceda e invada a los demás. Su consigna es: vive y deja vivir. El filósofo toma las cosas tal y como son; a todas se somete hasta donde estas llegan; reconoce las líneas insuperables de demarcación que separan una discip1ina de otra; observa cómo las verdades parciales se posicionan las unas respecto a las otras, dónde coinciden, dónde se separan y dónde, si se llevan hasta el extremo, dejan de ser verdades en absoluto. Le corresponde a él determinar cuánto se puede saber en cada área del conocimiento; cuándo nos debemos contentar con no saber; en qué dirección la investigación no tiene futuro o en qué otra resulta prometedora; dónde se enreda en líos insolubles para la razón, dónde es absorbida por el misterio o corre hacia el abismo. Le corresponderá familiarizarse con las señales de dificultades reales y aparentes, con los métodos propios de cada disciplina, con cuáles son en cada caso los límites de un escepticismo racional y cuáles son las demandas de una fe perentoria. Si hay una máxima suprema en su filosofía, esa es que la verdad no puede ser contraria a la verdad; la segunda máxima será que a menudo la verdad parece ser contraria a la verdad; y la tercera será la conclusión práctica de que debemos tener paciencia con tales apariencias y no precipitarnos a afirmar que son muy alarmantes, cuando en realidad no lo son tanto. Lo que invita a tener esa paciencia y esa cautela es la inmensidad misma del sistema de cosas cuyo registro humano tiene a su cargo el 233

La idea de la Universidad

estudioso. Porque esa inmensidad le sugiere que las contradicciones y misterios con que se encuentra en las distintas ciencias pueden ser sencillamente la consecuencia de nuestra comprensión necesariamente deficiente. Hay solamente un pensamiento más grande que el del universo, y ese es el pensamiento de su Creador. Caballeros, si por un solo instante me salgo de mi línea de razonamiento para referirme a nuestro conocimiento del Ser Supremo es para extraer de ese conocimiento una ilustración que tiene que ver con nuestro tema. Él, aun siendo Uno, es una especie de mundo de mundos en Sí mismo que hace nacer en nuestras mentes un número indeterminado de diferentes verdades, cada una de las cuales es incomparablemente más misteriosa que cualquier cosa que podamos encontrar en este universo espacio-temporal. Cualquiera de Sus atributos considerado por sí mismo es objeto de una ciencia inagotable; e intentar conciliar dos o tres cualesquiera de ellos -amor, poder, justicia, santidad, verdad, sabiduría- daría lugar a una controversia interminable. Somos capaces de aprehender y percibir cada atributo divino en su forma elemental, pero somos incapaces de aceptarlos en su infinitud, ni cada uno por separado ni todos ellos juntos. Sin embargo, no negamos el primero porque no pueda conciliarse perfectamente con el segundo, ni el segundo por su aparente contradicción con el primero y el tercero. El caso es el mismo, a su medida, en Su creación material y moral. La sabiduría más alta es la de aceptar cualquier verdad, del tipo que sea, dondequiera que se haya establecido claramente como tal, aunque luego haya problemas para hacerla compatible con otras verdades conocidas. Es fácil encontrar ejemplos de esa extrema contradicción de ideas que la contemplación del Universo nos obliga a aceptar. Lo cual nos deja claro que no hay nada irracional en aceptar unas incompatibilidades innegables que llamamos aparentes solo porque, si no fuesen aparentes sino reales, no podrían coexistir. Un ejemplo de esto es la contemplación del espacio: no podemos negar su existencia, aunque el concepto de espacio no puede de ninguna forma 234

Cristianismo e investigación .científica

asentarse (si se me permite esta forma de expresarlo) en nuestro intelecto. Porque, aunque reconocemos que es imposible decir que termine en alguna parte, también es incomprensible decir que se extiende hasta el infinito; y parece un sinsentido decir que no existe hasta que esté ocupado por algún cuerpo y que, por tanto, aumenta como por accidente. Lo mismo ocurre con el tiempo. No podemos señalar un comienzo sin preguntarnos qué había antes de ese comienzo. Sin embargo, decir que no hubo comienzo en absoluto, aunque nos remontemos hasta donde queramos, es sencillamente incomprensible. Aquí también, como en el caso del espacio, no se nos ocurre negar la existencia de algo que no tenemos ningún medio de comprender. Y si descendemos de esta .alta esfera del pensamiento (que, por muy alta que sea, está al alcance hasta de un niño) y pasamos a la interacción del alma y el cuerpo, nos dejan especialmente perplejos las incompatibilidades que no podemos ni rechazar ni explicar. La cuestión de cómo la voluntad puede actuar sobre los músculos es algo de cuyo enorme interés hasta los niños se dan cuenta pero que ningún científico experimental puede explicar. Además, cuando comparamos las leyes físicas con las leyes sociales que gobiernan la vida de los hombres en esta tierra, nos vemos obligados a admitir que la Fisiología y las Ciencias Sociales entran en colisión. El hombre es a la vez un ser físico y un ser social. Sin embargo, no puede perseguir a la vez hasta el final su fin físico y su fin social, sus deberes físicos (si me permitís la expresión) y sus deberes sociales sino que se ve obligado a sacrificar en parte o los unos o los otros. Si estuviéramos tan enloquecidos como para creer que hay dos creadores, uno de los cuales fuera el autor de nuestros cuerpos animales y el otro de la sociedad, quizá comprenderíamos cómo es que los esfuerzos del cuerpo y del intelecto, los trabajos mecánicos, los deberes de un estadista, del gobierno y similares -que son necesarios para el sistema social- son la ruina de la salud, del placer y de la vida misma. En otras palabras, que la única 235

La idea de la Universidad

manera de explicar aceptablemente verdades reales e innegables es aceptar hipotéticamente cosas que nos parecen absurdas. De la misma forma, se ha señalado a menudo que en Matemáticas el estudioso tiene que llevar con paciencia la existencia de verdades que no dejan de serlo aunque sean irreconciliables las unas con las otras. La doctrina es que existe un número infinito de curvas que pueden dividir un espacio, en el cual ninguna línea recta, aunque tenga longitud pero no anchura, puede ni siquiera entrar. También, que hay ciertas líneas que se aproximan de forma continua con una distancia determinada entre ellas, pero sin llegar a unirse nunca. Y tiene que cargar lo mejor que pueda con estas contradicciones patentes, sin negar las verdades que generan contradicciones en la Ciencia en cuestión.

4.

Ahora permitidme que llame vuestra atención, caballeros, sobre la conclusión que yo sacaría de estos hechos tan conocidos. Consiste en que -urgiéndoos con un argumento a fortiori- de la misma forma que ejercitáis tan ejemplarmente la paciencia cuando veis que existen verdades inexplicables en tantas áreas del saber, humano y divino, consideradas en sí mismas, y de la misma forma que no os sentís de inmediato indignados, críticos, suspicaces y escépticos cuando descubrís que en las ciencias seculares una verdad es incompatible (según nuestro intelecto humano) con otra o incoherente consigo misma, de esa misma forma -digo- no debéis extrañaros al saber que existe, aquí y ahora, no una dificultad inexplicable, no una contradicción asombrosa, ni mucho menos una contradicción en cuanto a hechos reales, entre Revelación y Naturaleza, sino una complicación, una pequeña oscuridad, una divergencia de tendencias, un antagonismo temporal, una diferencia de tono entre la una y la otra; es decir, entre la opinión católica, por una parte, 236

Cristianismo e investigación .científica

y la astronomía, la geología, la fisiología, la etnología, la economía política, la historia o las antiguas civilizaciones, por otra. Lo que yo digo es que, igual que admitimos -porque somos católicos- que la Divina Unidad encierra en sí atributos. que a nuestras limitadas inteligencias parecen contradecirse parcialmente unos con otros; así como admitimos que, en su Naturaleza Revelada, existen cosas que, aunque no repugnen a la razón, son enormemente ajenas a la imaginación; así como en Sus obras no podemos ni rechazar ni aceptar sin dolor, e incluso sin tortura mental, los conceptos de espacio, tiempo y las propiedades necesarias de las líneas; verdaderamente, caballeros, no me parece que esté haciendo una petición disparatada cuando, en nombre de la Universidad, pido a quienes escriben sobre religión y a los juristas, economistas, fisiólogos, químicos, geólogos e historiadores que sigan tranquilamente y como buenos vecinos sus respectivos caminos de reflexión, investigación y experimentación, con una fe plena en la coherencia de aquella verdad multiforme que todos comparten, y con una confianza generosa en que, en última instancia, todos y cada uno serán coherentes en la suma de sus resultados, aunque pueda haber colisiones momentáneas, situaciones delicadas, miedo abundante ante problemas, profecías de conflictos y, en todo momento, cosas que extrañan a la imaginación, pero no, repito, a la razón. No será demasiado -¿verdad que no?- rogarles -puesto que tienen que admitir que hay misterios tanto en las verdades de la Revelación, consideradas en sí mismas, como en las de la razón, consideradas en sí mismas- rogarles, digo, que mantengan la paz, vivan en armonía y ejerciten la ecuanimidad si, al comparar la Naturaleza y la Revelación, surgen discrepancias no en el concepto, sino en los razonamientos, las circunstancias, las ideas asociadas, los presentimientos y los aspectos accidentales de sus respectivas enseñanzas. Por los protestantes, es muy necesario insistir seria y enérgicamente en este punto, porque ellos tienen unas ideas muy curiosas sobre nosotros. Aunque la historia da testimonio de todo 237

La idea de la Universidad

lo contrario, creen que la Iglesia no tiene otra forma de suprimir el error que usar de la fuerza o prohibir la investigación. Nos desafían a que pongamos y llevemos adelante una Facultad de Ciencias. Por ellos, pues, me siento obligado a extenderme aquí sobre el tema. Digo, pues, que el que cree en la Revelación con la fe absoluta que es patrimonio del católico, no es una criatura nerviosa que se asusta por cualquier ruido repentino,3 o es presa del pánico ante cualquier situación extraña o novedosa que se le presenta. No siente el menor temor -la idea le produce risa- a que un método científico pueda descubrir algo que contradiga cualquiera de los dogmas de su Religión. Sabe perfectamente que todas las ciencias, al desarrollarse, se . exponen a invadir, sin ninguna intención por su parte, el terreno de otras ciencias; y sabe también que, si hay una ciencia que, desde una posición de soberana invulnerabilidad, puede soportar sin alterarse las colisiones involuntarias producidas por los hijos de la tierra, esa ciencia es la Teología. Tiene la seguridad inconmovible de que si hay algo que parece estar probado por un astrónomo, un geólogo, un cronólogo, un historiador o un etnólogo en contra de los dogmas de la fe, al final resultará que ese punto: o bien, primero, no se ha probado; o bien, segundo, no es contradictorio; o bien, tercero, no es contradictorio con nada de lo realmente revelado sino con algo que se ha confundido con la Revelación. Y si, por el momento, parece ser contradictorio, ese católico se contentará con esperar, sabiendo que el error se parece mucho a los demás delincuentes: si les «das cuerda» suficiente, muestran una fuerte tendencia al suicidio. Quiero decir que hará lo que pueda por animar 3

El origen de las especies (1859) de Darwin no supuso para Newman el menor problema, a diferencia de muchos otros clérigos, sobre todo anglicanos. «A mí no me parece que se niegue la Creación porque el Creador, hace millones de años, diera leyes a la materia[ ... ] así pues, la teoría de Darwin no tiene por qué llevar al ateísmo, sea o no verdadera. Solo implica una idea más amplia de la Presciencia y Sabiduría de Dios» (LD 24, 77, IK). Para el reflejo de esos problemas en la literatura de la época, ver Robert Lee Wolff. Gains and losses: novels of faith and doubt in Victorian England. Londres: John Murray, 1977.

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al futuro suicida. No solo le dará toda la cuerda que necesite sino que le enseñará cómo manejarla y ajustarla: presentará el asunto al escrutinio de la razón, a la reflexión, a un juicio ponderado, al sentido común; y al Tiempo, ese gran intérprete de tantos secretos. En lugar de irritarse por el triunfo momentáneo de los enemigos de la Revelación -si existiera esa sensación de triunfo- y de apresurarse a encontrar una solución contundente al problema -lo cual posiblemente solo convertiría el tema en un lío inextricable-, recordará que, según los dictados de la Providencia, los peligros que aparentemente nos acechan a menudo son nuestra mayor recompensa. En palabras del poeta protestante:

The clouds you so much dread Are big with merey, and shall break In blessingson your head [las nubes que tanto temes están llenas de misericordia, y romperán sobre ti en forma de bendición. William Cowper. «Light Shining out of Darkness». Olney Hymns 3, 15].

5. Obviamente, hay que referirse aquí al caso famoso. Cuando empezó a desarrollarse el sistema de Copérnico, ¿qué hombre religioso no hubiese sentido la tentación de ponerse nervioso o al menos de tener miedo al escándalo, dada la aparente contradicción que encerraba esa teoría frente a la tradición autorizada de la Iglesia y lo que decía la Escritura? Se creía generalmente que la tierra no se movía y que el sol, fijo en un firmamento sólido, daba vueltas alrededor de la tierra, como si los Apóstoles lo hubiesen enseñado así expresamente de palabra y por escrito, como si fuera verdad revelada. Sin embargo, después de algún tiempo y de estudios más profundos, se vio 239

La idea de la Universidad

que la Iglesia no había declarado casi nada sobre cuestiones de esta índole y que la Ciencia Física podía explorar estos terrenos casi con entera libertad, sin temor a contrariar las decisiones de la autoridad eclesiástica. Ahora bien, además del alivio que proporcionó a los católicos saber que la cosmología no iba a añadir más controversia a las muchas en que ya estaban envueltos, la misma controversia supone una especie de argumento en favor de la divinidad de su Religión. Pues lo realmente extraordinario es que, aunque esa interpretación de los relatos físicos de las Escrituras había sido ampliamente aceptada por los católicos durante largo tiempo, la Iglesia nunca la había autorizado formalmente. Examinando el asunto desde un punto de vista humano, era inevitable que la Iglesia aceptara como suya la interpretación general. Pero, al estudiar la cuestión para conocer su posición, a la luz de los avances de las nuevas ciencias en estos últimos tiempos, nos encontramos con que, a pesar de los abundantes comentarios que desde siempre ha hecho la Iglesia sobre los textos sagrados -en lo cual cumple un deber y ejercita un derecho- nunca se ha visto en la necesidad formal de explicar los tex,tos en cuestión, ni de darles un sentido autorizado que la ciencia moderna pueda poner en duda. Si la Iglesia salió bien parada no fue por casualidad sino como resultado de una actuación de la Providencia, y así se verá en un episodio histórico de la Edad Media. Cuando el glorioso san Bonifacio, apóstol de Alemania, grande en santidad, aunque no tanto en saber secular, se quejaba a la Santa Sede de que san Virgilio enseñaba la existencia de las Antípodas, Dios guió a la Santa Sede en su actuación porque no dio la razón al filósofo irlandés, lo cual hubiese sido salir de su ámbito, sino que pasó por alto, como materia no revelada, una opinión filosófica. Pasó el tiempo. Se abrió una nueva época, tanto intelectual como social. La Iglesia l:!Staba ceñida de poder temporal. Los predicadores de Santo Domingo escalaban posiciones. Ahora, por fin, podríamos preguntar con gran curiosidad: ¿modificó la Iglesia su 240

Cristianismo e investigación científica

antigua norma de acción y prohibió la actividad intelectual? Hizo justo lo contrario. Esa es justamente la época de las universidades. El período clásico de los intelectuales. Un ejemplo espléndido y palmario de la política sabia y de la amplia liberalidad de la Iglesia con respecto a la investigación filosófica. Si ha habido una época en que el intelecto se liberó y se deleitó a sus anchas, fue justo en esos años a que me refiero. ¿Cuándo ha habido una época en que el ejercicio del intelecto y la razón fuese más curioso, más audaz, más afilado, más penetrante, más racionalista que entonces? ¿Qué cuestiones dejó de escudriñar ese sutil espíritu metafísico? ¿Qué premisa se dejaba pasar sin ser examinada? ¿Qué principio no fue rastreado hasta su primer origen y exhibido en su forma más desnuda? ¿Hubo algo que no fuera analizado? ¿Qué concepto complejo no fue meticulosamente elaborado y, por decirlo así, dibujado en detalle para que lo contemplara eI intelecto, hasta desplegarlo en todos sus más diminutos aspectos con la misma perfección y delicadeza con que aparece la pata de una rana bajo el intenso escrutinio de un microscopio? Bien, lo repito, aquí había algo que amenazaba a la Teología más aún que la investigación física actual: la filosofía de Aristóteles era, sin duda alguna, un enemigo más serio que Bacon en siglos posteriores. ¿Actuó la Iglesia de forma autoritaria contra Aristóteles? No, no lo hizo; y eso que la filosofía era metafísica. Aquella era una época en que la Iglesia ejercía poder temporal, y habría podido exterminar el espíritu de investigación con el fuego y la espada. Pero decidió utilizar el arma del argumento. Dijo: «Los dos podemos participar en el mismo juego, y mi argumento es mejor». Mandó bajar a la arena filosófica a sus polemistas. Fueron los sabios dominicos y franciscanos -el más grande era santo Tomás- quienes en esas universidades medievales libraron la batalla por la Revelación con las armas de la filosofía pagana. Poco importaba de quién era el arma; la verdad era la verdad en cualquier parte del mundo. Con la mandíbula de un asno Uueces 15,15-16], con la filosofía-esqueleto de la Grecia pagana, el Sansón de la universidad puso en fuga a sus mil filisteos. 241

La idea de la Universidad

Observad, caballeros, la gran diferencia que existe entre la Iglesia, que tiene el don de la sabiduría, y sus hijos, incluidos los más capaces, los más sabios y los más santos. Al igual que san Bonifacio había mostrado recelo ante las especulaciones físicas, así los primeros Padres de la Iglesia mostraron extrema aversión hacia el gran filósofo pagano que acabo de nombrar, Aristóteles. Ignoro si alguno de ellos le vería con mejores ojos. Pero cuando en la Edad Media surgió un grupo de seguidores suyos cuyas intenciones se consideraban altamente sospechosas, se hizo un enorme esfuerzo para desterrar a Aristóteles de la Cristiandad. Mientras tanto, la Iglesia guardaba silencio; no había condenado la filosofía pagana en su conjunto, como tampoco se había pronunciado sobre ciertos textos de la Escritura de carácter cosmológico. Desde Tertuliano y Cayo hasta los dos Gregarios de Capadocia, desde estos hasta Anastasia Sinaíta,4 y desde este hasta la escuela de París, el nombre de Aristóteles equivalía a una ofensa. Al final, santo Tomás hizo de él el leñador y el aguador de la Iglesia; un esclavo bien robusto, así acabó Aristóteles. Y la Iglesia ha sancionado oficialmente el uso en Teología de los conceptos e ideas de su filosofía.

6.

Si esta libre discusión no entraña el menor peligro -por decir lo menos- o, mejor dicho, es sumamente conveniente para la Religión, resulta que es absolutamente necesaria para asegurar el progreso en la ciencia. A continuación, con vuestro permiso, insistiré algo más en este punto. Digo, pues, que es un asunto de primordial importancia para el desarrollo de las ciencias -en las que la verdad 4

Tertuliano: «Miser Aristoteles! qui [ ... ] dialecticam instituit» (Migne. Patrología Latina 2, 20a). Cayo o Gayo, cristiano del siglo III. Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa. Anastasio (muerto h. 700), abad del monasterio de santa Catalina en el monte Sinaí, se enfrentó al monofisismo; comentarios hostiles a Aristóteles en Migne. Patrología Graeca 79, 48-49 y 65 (IK). 242

Cristianismo e investigación científica

se puede alcanzar por el intelecto humano- que el investigador sea libre, independiente y no se le impongan restricciones; que se le permita y se le ayude a fijar la atención, sin impedimento y con exclusividad, sobre su objeto de estudio, sin distraerle continuamente con acusaciones de temeridad o advertencias de extravagancia o escándalo que dificulten el progreso de su investigación. Pero, al decir esto, debo ofrecer varias matizaciones para evitar que se me malinterprete. En primer lugar, caballeros, en cuanto a los principios fundamentales de la Religión y de la Moral, y en cuanto a los principios fundamentales del Cristianismo, o lo que se llaman los dogmas de la fe -con respecto a este doble credo, natural y revelado-, ninguno de nosotros debe decir que mantenerlos intactos supone impedimento alguno para el intelecto. Un católico, claro está, no puede quitárselos de la cabeza; y suponen tan poco obstáculo al uso de su intelecto como las leyes físicas al movimiento del cuerpo. La conciencia habitual de esos dogmas ha pasado a ser para él una segunda naturaleza, del mismo modo en que da por hechas las leyes de la óptica, la hidrostática o la dinámica cuando hace uso de sus órganos corporales. No me refiero a colisiones con los dogmas; me refiero solo a opiniones teológicas, o populares, que son la versión moderna de aquellas otras del pasado según las cuales el sol daba vueltas alrededor de la tierra, el último día estaba a punto de llegar o san Dionisia Areopagita era el autor de los libros que llevan su nombre. En segundo lugar, en cuanto a estas opiniones, no me refiero tampoco a ninguna invasión directa en el terreno de la Religión, ni a un profesor de ciencia que pretendiera sentar leyes en un asunto relativo a la Religión; me refiero a conflictos no deseados que surgen inevitablemente en cualquier debate sobre un tema dado. En tal caso, sería un grave error proponer las conclusiones filosóficas o históricas de alguien como la interpretación formal de un texto sagrado -como parece ser el caso de Galileo-, en vez de limitarse a plantear su doctrina sobre el movimiento de 243

La idea de la Universidad

la tierra como conclusión científica y dejar en manos de los que realmente entendían del asunto el contrastarlo con las Escrituras. Y hay que confesar, caballeros, que no pocos ejemplos de este error suceden en nuestros días, y no, por cierto, por parte de los científicos sino de los hombres de religión, los cuales, poseídos de una nerviosa preocupación por que las Escrituras pudieran no cuadrar con la última especulación en boga, se empeñan en publicar comentarios geológicos o etnológicos sobre el tema, que luego tienen que variar o incluso suprimir casi antes de que se publiquen debido a los adelantos en la ciencia que tan oficiosamente han utilizado para defender las Escrituras. En tercer lugar, quisiera indicar que, cuando abogo por la independencia del pensamiento filosófico, no estoy hablando de ningún tipo de enseñanza formal sino de especulaciones, investigaciones y debates. Estoy decididamente en contra, en cualquier tema que roce siquiera la Religión, de lo que un eminente teólogo protestante ha recomendado en relación con la más sagrada de las materias: me refiero a «la libertad de profetizar». Lejos de mí querer rebajar a los profesores de ciencia, que deben ser profetas de la Verdad, a meros altavoces de burdas fantasías o notorios absurdos. No estoy reclamando que inunden al azar a sus oyentes con descubrimientos inteligentes y novedosos, o que enseñen de forma informal y brillante cosas que contienen una base de verdad a un auditorio de jóvenes que posiblemente no hayan asistido a seis clases seguidas y que se llevarán de vuelta a casa una idea difusa de teorías medio elaboradas por algún intelecto ambicioso. U na vez más, como indica la última frase, hay que tener sumo cuidado en evitar el escándalo, horrorizar a las gentes sencillas o crear problemas a los débiles. La combinación de verdad y error es tan fuerte en algunas mentes que es imposible sacarlas del error sin llevarse con él el trigo. Por tanto, si existe la menor posibilidad de que una opinión religiosa aceptada quede de alguna manera en compromiso en el curso de una investigación científica, esto será razón

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Cristianismo einvestigación científica

suficiente para desarrollar dicha investigación no en publicaciones de poco peso y efímeras, que a menudo caen en manos de los ignorantes y poco cuidadosos sino en obras serias y bien trabajadas; en la línea de las escuelas medievales de debate filosófico, las cuales, alejadas como estaban de las emociones y las ideas populares, han hecho tanto bien, con su vigorosa inquietud investigadora -a pesar de sus extravagancias-, en favor de la precisión teológica.

7.

No entra en mi consideración, por tanto, que el investigador científico (1) entre en colisión con los dogmas; ni (2) que partiendo de su investigación, ofrezca ninguna interpretación de la Escritura, u otra conclusión en materia de Religión; ni (3) que enseñe, ni siquiera en su propio campo, paradojas religiosas, cuando lo que debe hacer es investigar y proponer hipótesis; ni (4) que temerariamente escandalice a los débiles. Sin embargo, hechas estas matizaciones, quiero recalcar que, en el desarrollo de sus investigaciones, un científico no está obligado a rectificar continuamente su rumbo para ajustarse a las máximas de las escuelas, las ideas tradicionales o las de cualquier otra ciencia que no sea la suya propia; no está obligado a permanecer en continua vigilancia sobre lo que esas otras ciencias puedan decir; no está obligado a ser necesariamente edificante, o a estar siempre dando respuesta a herejes o a los que no creen. Puede estar seguro de que, si se apoya en una fe generosa, por mucho que de vez en cuando su línea de investigación pueda dar bandazos, o amenazar con una momentánea colisión o con situaciones embarazosas con otra área del saber, teológico o no; puede estar seguro, digo, de que si lo deja estar, llegará sin ninguna duda a buen puerto porque la verdad jamás se opone a la verdad, y porque a menudo lo que a primera vista parece una «exceptio», al final «probat regulam» de la manera más firme. 245

La idea de la Universidad

Este punto es de gran importancia para el investigador. Si no tiene la libertad de investigar sobre la base de su ciencia y de acuerdo con las peculiaridades de su ciencia, no puede investigar en absoluto. Es ley de la mente humana en su búsqueda y adquisición de la verdad el avanzar por un proceso tortuoso que está compuesto de muchas etapas. No hay atajos para llegar al saber. El camino que nos lleva a él no va siempre en la misma dirección que aquella en la que termina, ni podemos ver el final cuando nos ponemos en marcha. A menudo parece que toma un rumbo diferente respecto a un objetivo determinado, el cual pronto se alcanza sin esfuerzo con la sola condición de que tengamos paciencia y resolución para llegar hasta el final. Y, así como se dice en Ética que alcanza~os el punto medio con solo retroceder desde.los dos extremos, del mismo modo en la investigación científica se puede decir, sin paradoja alguna, que el error es en algunos casos el camino para llegar a la verdad: el único camino. Además, no es frecuente que un solo hombre tenga la posibilidad de llevar a cabo una investigación completa. El proceso íntegro incluye no solo muchas etapas sino también muchas mentes. Lo que empiezan unos lo terminan otros. Y se llega a la conclusión final gracias a la cooperación de ramas del saber distintas y con la perseverancia de generaciones sucesivas. Siendo así las cosas, las circunstancias nos obligan a tolerar durante un tiempo lo que estimamos un error, en beneficio de una verdad que se acabará imponiendo. Es muy pertinente aquí la analogía de la locomoción. Nadie puede ascender una montaña en línea recta; como ningún barco de vela llega a su destino sin dar bordadas. Aplicando esta comparación, desde luego podemos negarnos, si queremos, a que se haga cualquier tipo de investigación. Pero, si invitamos a la razón a tomar su puesto en nuestras escuelas y facultades, tenemos que permitirle juego limpio y a sus anchas. Si razonamos, debemos someternos a las condiciones que impone la razón. No podemos utilizarla a medias. Debemos utilizarla como algo que procede de Él, algo que también nos ha dado la Revelación. Interrumpir continuamente sus 246

Cristianismo e investigación científica

procesos y distraer su atención con objeciones sacadas de un saber más alto, es tanto como la consternación que se apodera del hombre de tierra adentro cuando percibe los cambios de rumbo del navío en el que se ha embarcado; y desde luego revela desconfianza en el poder de la razón, por una parte, y en la certeza de la Verdad Revelada, por otra. Si el hombre de secano no contaba con la posibilidad de marejadas, corrientes, viento y mareas, rocas y bancos de arena, lo que tenía que haber hecho es no poner un pie en el barco. Sería más sensato repudiar del todo el ejercicio de la razón que alarmarnos e impacientarnos por el suspense, la demora y la ansiedad que nos produce su uso. Repudiemos para siempre y por completo la historia secular, y la ciencia, y la filosofía, si no tenemos la seguridad de que la Revelación es tan verdadera que las disputas y perplejidades de la opinión humana jamás podrán herir realmente su autoridad. No ha habido· ningún triunfo intelectual de ninguna verdad de la Religión que no haya sido precedido por una exposición completa de lo que se puede decir en su contra; es el ego vapulando, ille verberando [usque ambo defessi sumus: yo recibiendo y él azotando, hasta que nos cansamos los dos] de la comedia. 5 Las grandes mentes necesitan espacio para explayarse, no ciertamente en el terreno de la fe, sino en el del pensamiento.• Y lo mismo se podría decir de mentes menos preclaras; y de todas. Hay muchas personas en el mundo que son tenidas por genios, con todo acierto. La naturaleza las ha dotado de alguna facultad o capacidad particular. Y cuando esa facultad las alborota y las domina, quedan 5

Terencio. Los hermanos [Adelphoe] (acto 2, escena 2, versos 210-15). «Nunca he visto entablar una discusión más desigual que la que hoy ha habido entre nosotros: yo recibiendo y él azotando, hasta que nos cansamos los dos». Trad. Gonzalo Fontana Elboj (Terencio. Obras. Biblioteca clásica Gredos, 368. Madrid: Gredos, 2008). 6 Señala IK que esto fue precisamente lo que ocurrió poco más tarde con el Rambler, publicación católica inglesa de signo liberal que Newman dirigía y de la que fue apartado en 1859: «creo que yo hubiera hecho un buen trabajo; hubiera podido sacar a relucir un montón de cuestiones. A la gente hay que tomarla por lo que es; y hacen el bien[ ... ] a su manera» (LD, 21, 23).

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La idea de la Universidad

ciegas para todo lo demás. Se entusiasman con su propio tema y simplemente ignoran la belleza de cualquier otro tema que no sea el suyo propio. En consecuencia, creen que su actividad es la única en el mundo que vale la pena desarrollar, y sienten una especie de menosprecio por todos los demás trabajos que van por otro camino. Estos hombres pueden ser -y de hecho a menudo son- muy buenos católicos, y no se les pasa por la cabeza otra cosa que afecto y deferencia hacia la Catolicidad; es más, pueden ser celosos defensores de los intereses católicos. Pero, si se les insiste en que no basta con que, en las especulaciones, investigaciones y conclusiones de su ciencia, se sometan a la Iglesia en general y reconozcan sus dogmas, sino que además tienen que asumir todo lo que los teólogos han dicho o la gente ha creído sobre asuntos religiosos, lo único que se consigue es sofocar y extinguir la llama de su genio, y ya no son capaces de hacer nada en absoluto. Este es el caso de los hombres de genio. Ahora conviene decir una palabra a favor de las mentes brillantes, dotadas con una amplia visión filosófica de las cosas, con un poder creativo y una versatilidad capaz de acomodarse a varios terrenos del pens~miento. Quizá estas personas, igual que las que ya he mencionado, toman una idea y la examinan; una idea profunda, fértil y llena de posibilidades, que poco a poco les va ilusionando hasta que la convierten en un gran sistema. Desde luego, si un pensador de este tipo parte de unos principios radicalmente equivocados, o apunta a conclusiones directamente falsas (si es un Hobbes, un Shaftesbury, un Hume o un Bentham), entonces podemos dar carpetazo al asunto. Un pensador así se opone a la Verdad Revelada, y seguirá en su empeño: no hace falta decir nada más. Pero no siempre es este el caso. Quizá sus errores no son más que accidentes propios de su sistema o de su mente y se han desarrollado de forma inconsciente, sin ser defendidos con contumacia. Todo sistema humano, todo escritor humano está sujeto a una justa crítica. Hacedle que dé carpetazo a todo. ¡Bien! Quizá hayamos perdido lo que, en general y a pesar de errores puntuales, 248

Cristianismo e investigación científica

hubiese sido una de las mejores defensas de la Verdad Revelada (directa o indirectamente, según el tema) jamás ofrecidas al mundo. Es así como yo explicaría el hecho -que a veces ha provocado sorpresa- de que tantos. grandes pensadores católicos se hayan hecho acreedores, en algunos puntos de sus obras, a la crítica o la hostilidad de los teólogos o de la autoridad eclesiástica. Debe de ser que así es la naturaleza de las cosas. Ciertamente hay un tipo de animadversión que implica la condena del autor; pero hay otra que no significa mucho más que el «pie legendum» [léase la advertencia a pie de 'página] escrito contra algunos pasajes de los escritos de los Padres. Puede que el autor no sea culpable. Pero la autoridad eclesiástica sí sería culpable si no diera noticia de sus imperfecciones. Ignoro qué católico no tendrá veneración por el nombre de }4alebranche,7 aunque haya tenido alguna colisión accidental con los teólogos, o haya hecho afirmaciones temerarias. Pero la cuestión práctica es la siguiente: ¿qué fue mejor: haber escrito lo que escribió o no haber escrito nada? Y la Santa Sede se ha acostumbrado tanto a aceptar esta visión del asunto que ha permitido su aplicación, no solo a autores filosóficos sino también a autores teológicos y eclesiásticos -los cuales no entran en el marco de estas observaciones-. Creo que no me falta razón al afirmar que, en el caso de tres grandes nombres en distintas áreas del saber (el Cardenal Noris, Bossuet y Muratori), 8 aunque la Santa Sede no disimulaba su opinión de que había mejores formas de escribir lo que cada uno había propuesto, consideraba sin embargo que sus servicios a la Religión eran demasiado importantes como para admitir que fuesen molestados por observaciones críticas de detalle. 7

El Cardenal Gerdil habla de su M etaphysique como «en verdad brillante, pero no menos sólida» (p. 9), y que «el nexo que vincula todas las partes del sistema filosófico del padre Malebranche ... , podrá servir de apología a la noble confianza con la que él propone sus sentimientos» (p. 12, CEuvres, t. IV) CTHN). 8 La obra de L. A. Muratori no era directamente teológica CTHN).

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La idea de la Universidad

8.

Y ahora, caballeros, llego al final de mis observaciones. Lo que me gustaría urgir en todos -sea cual sea su línea particular de investigación-, lo que urgiría en los científicos con respecto a su pensamiento sobre la Teología, lo que me atrevería a recomendar a los teólogos cuando traten temas que tengan que ver con la investigación científica, es que crean con enorme firmeza en la soberanía de la verdad. Puede que el error florezca durante algún tiempo, pero la verdad acabará prevaleciendo. En última instancia, el único efecto del error es el de promover la verdad. Se ponen en marcha teorías, especulaciones, hipótesis. Quizá el destino de estas sea tener una vida muy corta, pero no antes de que hayan producido ideas mejores que ellas mismas. Estas ideas mejores son a su vez recogidas por otros investigadores y, si todavía no llevan a la verdad, conducen no obstante a un estadio que.es más cercano a la verdad que ellas mismas. Y, así, el saber en general progresa. Los errores de algunos científicos son más fecundos que las verdades de otros. A veces parece que una Ciencia no progresa sino que abunda en fracasos. Y sin embargo, de forma imperceptible, avanza siempre; y por supuesto es incluso una ganancia para la verdad haber aprendido -aunque no sea más que eso- que algo no es verdad. Por otra parte, debo recordar, caballeros, que doy por descontado en todas mis observaciones la buena fe, unas intenciones nobles, un espíritu católico leal y un profundo sentido de responsabilidad. Doy por descontado en el investigador el debido temor a escandalizar, a que parezca que aprueba puntos de vista que realmente no aprueba y a ponerse del lado de aquellos con quienes está en completo desacuerdo. Doy por descontado que es plenamente consciente de la existencia y de la fuerza de la infidelidad de nuestros tiempos; que tiene presente la debilidad moral y la confusión intelectual de la mayoría de los hombres; y 250

Cristianismo e investigación científica

que de ninguna manera desea que ni una sola alma resulte dañada por ciertas especulaciones actuales, aunque tenga la satisfacción y la seguridad de que esas especulaciones serán corregidas, en lo que tengan de erróneo o de malentendido, en el curso del próximo medio siglo. ·

251

9. DISCIPLINA INTELECTUAL Discurso dirigido a las Sesiones Vespertinas en noviembre de 1858 1

1.

Cuando supe que me sería posible estar presente en la ceremonia de inauguración del nuevo curso, uno de los primeros pensamientos que me vinieron a la cabeza, caballeros, fue este: que tendría la enorme satisfacción de encontrarme con ustedes, de quienes tantas cosas buenas he oído y en quienes tantas veces he pensado, y de dirigirme a ustedes como Rector de la Universidad. Puedo decir·con verdad que yo pensé en ustedes antes de que ustedes pensaran en la universidad; incluso, podría decir, mucho antes. Porque antes de que iniciáramos esta gran empresa que ahora se manifiesta completamente ante la sociedad, cuando vine aquí por vez primera para iniciar los preparativos, tuve que afrontar la seria objeción de personas buenas y prudentes que me dijeron: «En Irlanda no hay ningún grupo social que necesite una universidad»; y también: «¿A quién va a atraer?, ¿cómo va a llenar las aulas?». Eso me decían. Sin negar su buen conocimiento del estado de Irlanda, o su sagacidad, yo contestaba: «Daremos las clases por la tarde, llenaremos las aulas con jóvenes de Dublín». Algunos de los presentes puede que recuerden que la primerísima cosa que hice cuando abrimos la Facultad de Filosofía y Letras, 1

.«Martes, 2 de noviembre[ ... ] doy una lección a las Sesiones Vespertinas» (LD 18,501) (IK).

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Disciplina intelectual

hace ahora cuatro años, fue instituir un sistema de Sesiones de Tarde, que se suspendieron poco después, a causa únicamente del tiempo especialmente inclemente que siguió, y de que la falta de publicidad e interés que acompañó a iniciativa tan novedosa la hicieron prematura. Es para mí una satisfacción considerar que el Estatuto según el cual ustedes podrán hacer exámenes y obtener Grados, es un Estatuto para el que obtuve una aprobación especial por parte del Senado Académico, casi dos años atrás, aparte de nuestras Regulaciones originales. Ustedes serán los primeros en beneficiarse de dicho Estatuto. Habiendo preparado, por así decir, la universidad para ustedes, con gran placer recibí de un buen número de ustedes, caballeros -un año hizo el pasado mes de mayo-, una solicitud espontánea que mostraba que aquellas previsiones mías no eran las de un visionario. Ustedes me sugerían lo que desde entonces hemos estado desarrollando; desarrollando no tan deprisa como ustedes hubieran esperado y nosotros deseado, porque todo comienzo importante debe ser ponderado y madurado, y aun así, desarrollado finalmente según esas previsiones mías, a las que me he referido; y mientras recurro a ellas, como introducción a lo que tengo que decir, quizá pueda detenerme en ellas como seguro presagio de que otros planes más ambiciosos que pueden parecer ahora demasiado audaces, se cumplirán en su momento, si tenemos paciencia.

2.

Porque no sería yo del todo honrado, caballeros, si no les confesara que, con todos mis deseos de que esta universidad sea de utilidad a los jóvenes de Dublín, no les deseo este beneficio a ustedes, solo por ustedes. Por ustedes lo deseo, claro está, pero no solo pensando en ustedes. Los hombres no nacemos para nosotros mismos, 253

La idea de la Universidad

como dice el moralista clásico. 2 Ustedes han nacido para Irlanda y cuando ustedes mejoran, Irlanda mejora. Al pensar en vuestra mejora en lo bueno y verdadero, en el conocimiento, en el saber, en el cultivo del intelecto, en el ilustrado apego a vuestra religión, en vuestro buen nombre, respetabilidad e influencia social, estoy contemplando el honor y el renombre, la grandeza literaria y científica, el aumento en poder político de la Isla de los Santos. Iré aún más allá. Si celebro las muchas virtudes y dones del pueblo irlandés, si siento celo por su completo desarrollo, no es solo por los irlandeses, sino porque el nombre de Irlanda ha estado siempre y siempre estará asociado al de la Fe Católica, y porque al hacer cualquier servicio, por pequeño que sea, a Irlanda, uno está sirviendo, en su propia medida y lugar, a la causa de la Iglesia Santa Romana, Católica y Apostólica. Caballeros, sería una impertinencia que yo les hablara así a ustedes de mí, si no fuera porque al relatarles los sentimientos con que he presenciado el establecimiento de estas Sesiones de Tarde, en realidad estoy dirigiendo a ustedes palabras de ánimo y al mismo tiempo de consejo; las palabras que conviene a un Rector emplear cuando habla a quienes están a su cargo. Digo, pues, que si yo hubiera sido más joven cuando se me ofreció el . alto cargo que actualmente ocupo, si no hubiera tenido obligaciones anteriores de afecto y devoción para con el Oratorio de San Felipe, y para con mi querido país, ningún otro puesto entre todos los que se ofrecen a la ambición de quienes desean servir a Dios en su tiempo, y hacer alguna gran obra antes de morir, hubiera tenido mayor capacidad de atracción para mí que el de estar al frente de una universidad como esta. Una de mis primeras preguntas cuando me hice católico, fue: «¿Porqué nuestros católicos no tienen una universidad?». Irlanda y la metrópolis defrlanda eran, obviamente, la sede apropiada para esa institución. 2

Aristóteles, Política (1, 1253a). También Cicerón, De Republica (1, 25)

(IK).

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Disciplina intelectual

Irlanda es la sede adecuada para una universidad católica por su antigua e ininterrumpida condición católica y por el futuro que le aguarda. Es imposible dudarlo, caballeros: hay un futuro para Irlanda por muchas más razones de las que cabe enumerar aquí ahora. Primero, existe una circunstancia altamente sugestiva, incluso si no hubiera ninguna otra cosa que decir, y es esta: que en el pasado se ha maltratado y se ha abusado miserablemente de los irlandeses. En los tiempos que se abren ahora ante nosotros, se están despertando las nacionalidades y hasta los pueblos más remotos pueden hacerse oír en cualquier parte del mundo. Los métodos de transporte y de obtener noticias inventados recientemente han eliminado las barreras geográficas, y los sufrimientos de los oprimidos, a pesar de océanos de montañas, llegan a la opinión pública de Europa; y llegan no solo ante los reyes y los gobiernos sino ante el tribunal de la población europea que cada vez pesa más en la decisión de las cuestiones políticas. Y así, se pide y se exige una retribución por crímenes pasados, que sea proporcionada tanto a su maldad como a su duración. A continuación, está claro que a medida que crece la intercomunicación entre Europa y América, es Irlanda la que debe crecer con ella en importancia política y social. Porque Irlanda es el camino real por el que ese intercambio se lleva a cabo. Y el tráfico entre hemisferios debe ser para Irlanda una fuente de beneficio tanto material como social; como en la antigüedad, aunque en la pequeña escala geográfica de Grecia, Corinto, que era la vía pública del comercio por mar y tierra, llegó a ser y fue «la rica Corinto». Debemos también tener en cuenta los recursos materiales de Irlanda, tan insuficientemente aprovechados, tan poco desarrollados; de los cuales corresponde hablar más bien a quienes por méritos y profesión son maestros en el tema. Que este futuro trascendental, así esbozado, será tan glorioso para la Catolicidad como para Irlanda, no podemos dudarlo por la experiencia del pasado, pero como la Providencia actúa a través de medios humanos, esa expectativa natural no tiene por qué disminuir 255

La idea de la Universidad

el deseo y la dedicación de todos los buenos católicos de poner de su parte para que se cumpla esa esperanza. Y el cultivo prudente y diligente del intelecto es un medio principal, con la gracia de Dios, para alcanzar ese resultado tan deseado.

3. Caballeros, los lugares para ese progreso intelectual deben ser, indudablemente, las grandes ciudades de Irlanda; y esas grandes ciudades tienen una característica feliz y notable, en contraste con las ciudades de la Europa católica. En el extranjero, incluso en países católicos, si en alguna parte se da el escepticismo y la rebeldía religiosa es en las ciudades donde se hace presente el mal. La misma Roma tiene su población rebelde y sus ocultos librepensadores; Bélgica, ese noble país católico, tampoco puede presumir de la lealtad de sus grandes ciudades en cuestiones de religión. Semejante calamidad es desconocida en el catolicismo de Dublín, Cork, Belfast, y las demás ciudades de Irlanda porque, por no decir nada de otros motivos de diferencia más altos y más religiosos, la misma presencia de una religión rival es un incentivo permanente para la fe y la devoción en personas que, en otras circunstancias, de no ser católicos celosos, estarían en peligro de volverse algo peor que católicos laxos. He aquí un motivo que llama la atención y que es tan prometedor para el futuro de Irlanda: que esa importante y amplia clase social a cuyos miembros me estoy dirigiendo en este momento, las clases medias urbanas, que serán las depositarias de ese creciente poder político y que en otras partes se oponen en el fondo del corazón al catolicismo que profesan, tienen aquí una fe muy sana y son muy ejemplares en las prácticas de piedad y en las obras de caridad. A continuación, quisiera observar que distinguiéndose así por su sinceridad religiosa, la población católica de ninguna manera se encuentra 256

Disciplina intelectual

en decadencia respecto a la antigua fama de Irlanda por sus dotes intelectuales. Demasiado a menudo sucede que los bien dispuestos religiosamente son en esa misma medida intelectualmente deficientes. Pero los irlandeses siempre han sido, como tendrán que reconocer hasta sus peores enemigos, no solo un pueblo católico sino un pueblo de grandes capacidades naturales, de agudo ingenio, originales y sutiles. Esta ha sido la característica de este pueblo desde los tiempos más primitivos, y fue especialmente destacada en la Edad Media. Así como Roma era el centro del poder, así, podría yo decir, Irlanda fue la casa nativa de la especulación. En este terreno el contraste con los ingleses era tan llamativo como lo es ahora, aunque en aquellos tiempos Inglaterra era tan devota de la Santa Sede como ahora le es hostil. El inglés era trabajador, metódico, audaz, decidido, perseverante, práctico, obediente a la ley y al precedente y, si se daba a cultivar el espíritu, era más literato y clásico que científico, porque la literatura conlleva la idea de la autoridad y el precepto. En cambio, en Irlanda, el intelecto parece haber tomado más bien la ruta de lo científico y tenemos varios ejemplos que muestran cuán plenamente se reconocía esto en aquellos tiempos y con qué éxito se llevó a cabo. En aquellos tiempos «filósofo» era casi equivalente a «monje irlandés». Tanto en París como en Oxford, las dos grandes escuelas del pensamiento medieval, encontramos que el más audaz y más sutil en los debates teológicos es un irlandés: el monje Juan Escoto Erígena en París, y Duns Escoto, el fraile franciscano, en Oxford. 3 Estoy convencido, caballeros, de que este carácter del espíritu permanece en ustedes. Creo reconocer en el irlandés de ahora, tanto como en el de antes, al observador curioso e inquisitivo, al razonador agudo, al especulador sutil. Reconozco en ustedes talentos que son temiblemente malévolos si se usan en pro del error, pero que cuando los empuña la devoción católica, como estoy seguro de que siempre 3

En la Edad Media, Escoto se refería tanto a Escocia como a Irlanda, tierras gaélicas ambas. A Duns Escoto, que era escocés, se le llama precisamente «doctor sutil». Erígena viene de Erin que es como se denominaba a Irlanda.

257

La idea de la Universidad

ocurrirá con el polemista irlandés, son de la máxima importancia para los intereses católicos, y en especial hoy, cuando una lógica sutil se emplea contra la Iglesia, y se necesita que los que la defienden empleen una lógica aún más sutil para desenmascararla. Caballeros, no espero que quienes, como ustedes, están dedicados a sus ocupaciones seculares, que no son monjes ni frailes, ni sacerdotes, ni teólogos, ni filósofos, pasen a ser campeones de la fe; pero pienso que para la causa católica podría ser un beneficio incalculable, casi tan grande como el que puedan lograr los teólogos y polemistas más singularmente dotados, si en las grandes ciudades de Irlanda contáramos con un cuerpo de hombres de vuestra posición social, que no fueran amigos de disputas, ni discutidores, locuaces, presuntuosos (por supuesto, no soy partidario de discutir por discutir) sino grave y sólidamente educados en la ciencia católica, inteligentes, agudos, versados en su religión, sensibles hacia su belleza y majestad, bien atentos a los argumentos en su favor y conscientes no solo de sus puntos difíciles, sino del mejor modo de tratarlos. El primer paso para obtener este deseable fin es que ustedes se sometan a un curriculum de estudios como el que les trae a estas aulas con tan encomiable diligencia una tarde tras otra, y aunque puede que ustedes no le estén dedicando su atención con este fin, sino por un encomiable amor al conocimiento, o por las ventajas que ese afán les reportará en lo personal, mi propio motivo de alegría en el establecimiento de vuestras clases es el mismo que me llevó a tomar parte en el establecimiento de la universidad, es decir: mi deseo de, aumentando la fuerza intelectual de Irlanda, reforzar las defensas de la religión cristiana en un momento de gran peligro.

4.

Caballeros, en los últimos treinta años, como saben, se ha producido un gran movimiento en favor de la extensión del conocimiento 258

Disciplina intelectual

entre esas clases sociales a las que ustedes representan. Este movimiento ha desembocado en la institución de lo que se ha llamado Institutos Mecánicos en todo el Reino Unido; y una nueva variedad de literatura ha llegado a existir, con la idea, entre otras, de proporcionar a los miembros de estas instituciones lecturas interesantes e instructivas. Nunca negaré a esa literatura el reconocimiento que merece. La han escrito personas de la más alta capacidad y de la más distinguida posición social, que de buena gana y sin recelos se han tomado el trabajo y, podría yo decir en cierto sentido, han tenido la deferencia de presentarse ante las clases para cuyo progreso intelectual estaban mostrando un celo tan de alabar; sin recelos han tenido a bien, por la causa de la literatura, la historia o la ciencia, exhibir, en el aula o en salones públicos, esa elocuencia que era, en rigor, propiedad exclusiva del Parlamento o de los augustos tribunales de la Ley. A esas "lecciones y escritos a que me refiero no se les puede negar el mérito, así como el talento y la buena intención, de haber logrado lo siguiente: una mina de información y entretenimientos inocentes para las horas de ocio de quienes, si no, podrían caer en la tentación de lecturas corruptoras o malas compañías. Esto hay que reconocerlo; y recorrocerlo abiertamente. Pero si voy más allá y me pregunto qué ventaja permanente adquiere el espíritu con esas lecturas y esas lecciones poco sistemáticas que alienta ese movimiento literario, entonces nos encontramos en un terreno completamente distinto y me siento obligado a dar una respuesta a sus promotores menos favorable de la que yo quisiera. Hay que distinguir con sumo cuidado, caballeros, entre la mera diversión del espíritu y su auténtica educación. Supongamos, por ejemplo, que siento la tentación de tener un encuentro con ciertas personas que me será perjudicial; suponiendo que me quedo dormido en el sillón y se me pasa la hora, está claro que me he librado del peligro, pero ha sido de forma accidental, y el quedarme dormido no ha tenido el menor efecto real sobre mí, ni me ha hecho más capaz de resistir la tentación en el futuro. Me levanto y soy el mismo que era antes. 259

La idea de la Universidad

Esa siesta tan oportuna no ha hecho más que eliminar la tentación por una vez. No soy mejor que antes porque no ha sido un acto voluntario mío lo que me ha protegido de la tentación sino que yo he sido el mero receptor de un accidente, que así podríamos llamar a la involuntaria siesta. De igual manera, si escucho una lección de forma indolente y pasiva, no podré estar en otro sitio mientras estoy aquí escuchando, pero no producirá el menor efecto positivo en mi intelecto, y tampoco contribuirá a crear en mi pecho el menor poder de vencer la tentación por mis propias fuerzas, si la tentación se presenta otra vez. Esto no cabe achacarlo, caballeros, a los libros o las lecciones de los Institutos de Mecánica. No pueden hacer más, por su propia naturaleza. Hacen su trabajo, pero su trabajo no es suficiente. Una persona puede asistir a mil lecciones y leerse miles de libros, y al final no haber adelantado un solo paso .en cuanto a conocimiento. Para que el conocimiento sea duradero hace falta algo más que simplemente dejarlo entrar en la mente de forma indolente. No hay que recibirlo pasivamente sino aceptarlo activa y realmente, abrazarlo, dominarlo. La mente tiene que salir al encuentro para recibir a medio camino lo que le viene de fuera. Y aquí es donde fallan las instituciones de que hablo; y al contrario, aquí es donde está la ventaja de lecciones como las que ustedes están recibiendo en las Sesiones Vespertinas de nuestra universidad. Ustedes han venido no solo a que les enseñen sino a aprender. Han venido a poner su mente en funcionamiento. Han venido a hacer propio lo que escuchan; han venido, por decir así, a extender las manos para cogerlo y apropiárselo. No vienen solo a escuchar una clase o a leer un libro; vienen para recibir una instrucción de estilo catequético que consiste en una conversación entre quien da la clase y ustedes. Él dice una cosa y les pide luego que la repitan. Les pregunta, les examina, y no les deja marchar hasta comprobar no solo que ustedes han oído sino que saben. 260

Disciplina intelectual

5. Caballeros, las circunstancias me obligan ahora a citar algunos comentarios míos que di a la imprenta con ocasión de esas Sesiones o Lecciones Vespertinas, ya mencionadas; con las que iniciamos los primeros trimestres de la universidad. El público que acudió no fue numeroso y las interrumpimos, pero intenté explicar en la versión impresa cuál había sido nuestro objetivo; y puesto que lo que entonces dije es pertinente al tema que ahora estoy tratando, será también prueba, además de mis comentarios iniciales, de que la idea de estas Lecciones Vespertinas había calado hondamente en mí. «Me aventuro a compartir contigo mis ideas», decía yo entonces escribiendo a un amigo,4 «sobre el objetivo de las Lecciones Públicas Vespertinas pronunciadas últimamente en la universidad, que a mi juicio no se ha entendido bien. »Puedo dar testimonio no solo de su destacado valor como conferencias sino también de que la asistencia de público fue muy satisfactoria. Sin embargo, mucha gente aplica a la palabra "satisfactoria" una idea vaga y poco razonable, y afirma que no se pueden llamar satisfactorias unas lecciones que no hagan mucho ruido en la ciudad; y se sienten decepcionados si no es así. A esto es a lo que yo llamo concebir mal el objetivo porque semejantes esperanzas y los inevitables pesares proceden de confundir el objetivo ordinario de una conferencia con el extraordinario; y sobre ello es necesario tener ideas claras y bien definidas. »El objetivo ordinario de una lección es enseñar; pero hay también un objetivo que no se puede decir propiamente que le corresponda más que de forma ocasional, el cual a veces exige atención, y no es incongruente con el anterior. Así como hay formas de elocuencia que no tienen otro objeto que su propia exhibición y que se contentan con ser elocuentes, y con la sensación que crea la elocuencia, así en 4

University Gazette (n.º 42, p. 420) GHN). Se trata del texto abreviado de una carta al director de la Gazette (5 abr. 1855: 420-22) (IK).

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La idea de la Universidad

las escuelas y en las universidades hay momentos, festivos o solemnes, en cualquier caso extraordinarios, en que los actos académicos no apuntan a ningún fin específico propio, sino a entretener, impresionar o atraer, causando así efecto en la opinión pública. Es lo que ocurre en los Exhibition Days de los colleges, en la Commemoration anual de los benefactores en alguna universidad inglesa, cuando los Doctores se ponen sus más gayas vestes y los Oradores Públicos hacen Discursos en latín. Eso son también las Terminal Lectures donde teólogos de la más alta reputación por su saber y su inteligencia han venido derramando frases de una ardiente elocuencia en los oídos de un público reunido para recrearse en tan expresivo despliegue de palabras. El objetivo de todas esas Lecciones y Discursos es excitar o conservar en la mente pública el interés y la reverencia por las instituciones de donde procede la exhibición». Podría haber añadido yo que lo mismo ocurre con las lecciones pronunciadas por personas célebres en los Institutos de Mecánica. Continúo. «En la nueva universidad hemos tenido conferencias de ese tipo. Por ejemplo, las Lecciones Inaugurales. Esos despliegues de fuerza y habilidad, para tener éxito, deben 'atraer atención, y si no lo hacen, han fracasado. No se trata de atraer a un público sino de llenar la sala, y no será mucho exagerar si digo que son actos más para ver que para oír. »Pero esas celebraciones, por su naturaleza, deben ser escasas. Es la novedad lo que reúne a la gente, la ilusión lo que les mueve. Una corporación académica que pretenda hacer de esos actos extraordinarios la condición normal de sus actividades está poniéndose a sí misma y a sus profesores en una posición falsa. » Es, sencillamente, un concepto erróneo suponer que aquellos a quienes se ha confiado el gobierno de nuestra universidad han buscado un objetivo que no puede contemplarse en absoluto sin una confusión o inadvertencia que no les atribuirá nadie con algo de buen juicio. Es imposible que puedan funcionar bien unas lecciones públicas pronunciadas con tal objetivo; y, por tanto, nuestras fenecidas 262

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lecciones, no lo dudo (no podía ser de otrá manera), han terminado "insatisfactoriamente" a juicio de toda celosa persona que les haya atribuido una función -el relumbrón- para la que jamás las concibieron sus promotores. »Cuál era su verdadero objetivo lo sugiere el fin mismo de la institución académica, que es, como he dicho al principio, enseñar. Una lección no es, hablando con propiedad, una exhibición o un ejercicio de ningún arte, sino cosa de trabajo. Lo que pretende una clase es transmitir algo concreto a quienes asisten a ella, y los que asisten, por su parte, pretenden recibir lo que el profesor les ofrece. Es como un contrat~: "yo hablo si ustedes escuchan", por un lado. Y "yo vengo aquí a aprender, si usted tiene algo que valga la pena de enseñarme", por otro. En un despliegue de oratoria, todo el esfuerzo está en un lado nada más; en una clase el esfuerzo lo comparten ambos lados, que cooperan en un fin común. »En estos contratos, siempre debe haber algo que actúe como memento de que los que vienen, vienen a sacar un beneficio, y no por pura curiosidad. Y de hecho, ese fue el tipo de personas que acudió durante el trimestre pasado, y esos son los que vendrán, no otros. Vinieron los que querían obtener información acerca de lo que para ellos era una materia nueva, información procedente de personas a las que respetaban y a las que consideraban como autoridades en la materia. Era imposible lanzar una mirada al público que ocupaba la sala sin percibir que venían a lo que podría llamarse "asuntos de negocios". Y por eso he dicho antes que la asistencia fue satisfactoria. Es satisfactoria la asistencia, no cuando es numerosa sino cuando es firme y perseverante. En cambio, cae de su peso que al mero espectador que acude solo por el interés general o con la buena intención de ver cómo van las cosas, pero sin captar el objetivo que se buscaba al anunciar las Lecciones, ni se le ocurre fijarse en la cara de los asistentes; le bastará con contar cabezas; hará poco más que notar si había mucho holgazán en la escalera y el rellano, y si armaban tanto ruido y balumba que no era posible escuchar una 263

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palabra de la conferencia. En cambio, si se podía entrar y salir del aula sin esfuerzo, si se podía uno sentar cómodamente y hasta oír bien al conferenciante, a este espectador le sobrarán motivos para pensar que la asistencia no fue satisfactoria. » Este sistema tan estimulante puede fácilmente exagerarse y a la larga no funcionar. Unas cuantas llamaradas en el rastrojo y luego la oscuridad completa otra vez. En mis tiempos presencié bastantes ejemplos de cómo hacer para que unas conferencias o lecciones se ganen al público, y debo expresar mi opinión de que aunque el único objeto de nuestra gran empresa fuera el de hacer una impresión general en la opinión pública en vez del de hacer un bien concreto a personas concretas, yo rechazaría ese método, que desde luego la universidad misma no ha tomado pero que mentes jóvenes y ardientes pueden pensar que es el más prometedor. Aunque quisiera yo congregar en nuestras aulas a toda la intelectualidad de Dublín, ni se me ocurriría hacerlo de una sola vez, sino poco a poco. No confiaría en resultados súbitos y sorprendentes, sino en los resultados lentos, callados, penetrantes, irresistibles, de la paciencia, la constancia, el hábito y la perseverancia. Sé de personas que se instalaron en un barrio donde todas las circunstancias eran adversas, un lugar sin pretensiones de ningún tipo, y con un trabajo que poca o ninguna autoridad podía darles. Fueron adelante, con constancia, dando sus lecciones semana tras semana, recibiendo pocos ánimos pero poniendo mucha determinación. Durante meses, casi no iba nadie, y no se les prestaba atención en medio del ajetreado mundo. Pero había ahí un movimiento en marcha, secreto, gradual, y una fuerza de atracción específica, y una acumulación y un flujo de oyentes, que al final se hizo sentir, y no pudo pasar desapercibido. Ya en esta fase, un amigo me dijo hablando conmigo, sin saber yo entonces nada de ninguno de los interesados: "por cierto, si te interesa tal y tal tema, tienes que ir como sea, y escuchar a fulano. Mengano y zutano van y dicen que no hay nadie como él. Yo mismo fui el otro día y me quedé impresionado. No dejes de ir; no te equivocarás. Habla todos 264

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los martes por la noche -o el miércoles, o el jueves" o el día que sea. Una influencia adquirida con esta gradualidad es duradera; la popularidad súbita desaparece con la misma rapidez». En lo que a nosotros concierne, caballeros, ha pasado ya la etapa de las modestas expectativas y de los cautelosos ánimos que representan esas frases finales. Los escasos pero diligentes asistentes a las Lecciones magistrales con que comenzamos han aumentado hasta los muchos celosos y diligentes; y el rápido cumplimiento de las previsiones, que entonces parecían tan problemáticas, sin duda son una llamada que se nos hace para albergar esperanzas más audaces y formar planes más ambiciosos para los años venideros.

6.

Tras estos comentarios generales seguramente me pediréis que sugiera cuál es el beneficio intelectual concreto que en mi opinión los estudiantes tienen derecho a reclamarnos, y cuál es el que procuramos darles a través de nuestras clases vespertinas. Para ello, me permitiréis que haga uso de un ejemplo que ya he empleado antes, y que repetiré aquí porque no encuentro otro mejor con que expresar lo que os quiero transmitir. Es un ejemplo que nos incluye a todos, a los, que enseñan y a los que aprenden, aunque, claro, se aplica a unos más que a otros, y en especial a los que vienen en busca de instrucción. Me parece que la situación de nuestra mente en lo que se refiere a asuntos intelectuales, en cuanto no cultivada -esto es, nuestra mente antes de ser disciplinada y formada por la acción de la razón sobre ella-, es análoga a la de un ciego con respecto a los objetos de su entorno en el momento en que una operación quirúrgica le devuelve la vista. Esa primera vez, la multitud de los objetos que se presentan ante sus ojos con una multiplicidad de formas y matices, se derrama sobre él de golpe desde el mundo exterior, y al principio no son otra 265

La idea de la Universidad

cosa más que líneas y colores, sin conexión entre sí, sin dependencias mutuas, sin contrastes, ni orden o principio, tendencia o sentido, como la parte trasera de un tapiz. Poco a poco, sirviéndose del tacto, estirando los brazos, entrando en ese laberinto de colores, dando vueltas por él, aceptando el principio de la perspectiva, partiendo de lo que la experiencia le enseña lentamente, se corrige la primitiva información procedente de la vista y lo que era una ininteligible maraña se convierte en un paisaje o una escena, y entiende que se trata de un espacio y de unos cuerpos situados en un sitio u otro de ese espacio, con todas las consecuencias que de ahí se siguen. Finalmente obtiene el conocimiento de las cosas o de los objetos, y de las relaciones entre unos y otros; y es un tipo de conocimiento, obviamente, que se nos impone a todos desde la infancia, como se le impone al ciego cuando empieza a ver, por el testimonio de los demás sentidos, y por la misma necesidad de vivir -y los mismos animales salvajes tienen también la facultad de adquirirlo. Esto ocurre con los objetos materiales, y es muy parecido el caso de los objetos intelectuales. Existe una enorme masa de asuntos de todo tipo que se dirigen, no al ojo, sino a nuestras f~cultades mentales. Por ejemplo, todas esas materias de pensamiento que se nos presentan a lo largo de la vida y del trato social, las cosas que oímos en conversaciones, o que leemos en libros, asuntos políticos, sociales, eclesiásticos, literarios, caseros; relativos a personas, a sus hechos o sus escritos; eventos, obras, empresas y leyes, e instituciones. Todas forman un mundo mucho más sutil e intrincado que el universo visible de que acabo de hablar. Es mucho más difícil en este mundo que en el material discriminar y separar unas cosas de otras, y definir claramente qué relaciones mantienen, y saber cómo clasificarlas y cómo situarlas en su contexto. No obstante, también es verdad que al igual que las distintas formas y figuras de un paisaje tienen cada una su puesto y se encuentran en esta o aquella dirección unas respecto a otras, todos los distintos objetos que se dirigen a la inteligencia tienen respectivamente su propia sustancia y relaciones estables cada una 266

Disciplina intelectual

con todo lo demás, relaciones que nuestra mente no puede crear sino que debe obligatoriamente descubrir si quiere preciarse de conocer realmente algo sobre ellas. Sin embargo, cuando la mente se fija por primera vez en este mundo espiritual tan pluriforme, se encuentra tan confundida, tan deslumbrada y trastornada como los ojos del ciego que empieza a ver. Y solo mediante un proceso largo, y con mucho esfuerzo y dedicación, empezamos con dificultad y poco a poco a aprender sus distintos contenidos y a situarlos donde les corresponde. Empezamos siendo niños, nuestra mente se va abriendo, entramos en el mundo, oímos lo que se dice, o leemos lo que se publica, y así nos viene encima una profusión de temas de todo tipo. De la mayoría de ellos tenemos alguna idea por lo que hemos oído a los demás, pero es una idea muy vaga y probablemente muy equivocada. Sobre todo porque son jóvenes, los jóvenes colorean la acumulación de personas y cosas que encuentran con la frescura y la gracia de su propia primavera vital, buscan todo tipo de bienes porque están pletóricos de esperanzas y dan culto a lo que han creado. Los ambiciosos contemplan el mundo como un espacio para la fama y la gloria, y hacen de él ese magnífico escenario para las altas empresas y las augustas recompensas que Píndaro y Cicerón han descrito. También los poetas, según es hábito en ellos, ponen s:u interpretación ideal a todas las cosas, materiales y morales, y sustituyen lo noble por lo verdadero. He aquí varios casos obvios que sugieren lo imprescindible que es la disciplina, si la mente ha de aprehender lo que son las cosas y discriminar entre las sustancias y las sombras. Porque no me refiero meramente a la juventud, la ambición o los poetas, sino a nuestra configuración mental general. Es un fallo que todos tenemos, hasta que no hemos adiestrado nuestras mentes, el ser irreales en nuestros sentimientos y toscos en nuestros juicios, y dejarnos llevar por fantasías, en vez de tomarnos el trabajo de adquirir un conocimiento sólido. 267

La idea de la Universidad

Por tanto, al oír las opiniones que se lanzan sobre alguna materia desconocida, nos falta un principio que nos guíe a la hora de valorarlas, no sabemos qué hacer con ellas, les damos la vuelta de arriba abajo, y de delante a atrás, como emitiendo un juicio, si pudiéramos, pero sin medios para emitirlo. Lo mismo ocurre al hablar de esos temas: decimos cosas al azar, o adoptamos la opinión de algún otro que nos llama la atención; o, quizá con la enunciación más vaga posible de una opinión, nos contentamos si logramos construir unas cuantas frases más o menos redondas, o hacer algún comentario más o menos ajustado sobre algún asunto lateral, o embutir algún adorno lingüístico o flor retórica que, en vez de transmitir algún significado, sencillamente lo sustituye. Queremos intervenir en política y lo único que se nos ofrece es seguir a una persona o un partido, y aprender los lugares comunes y las consignas que le son propios. Oímos hablar de los intereses de los terratenientes y de los intereses mercantiles, del comercio, de clases altas y clases bajas, de sus derechos, deberes y prerrogativas, e intentamos transmitir lo que hemos recibido, y enseguida la mente se siente sobrecargada y perpleja por el estorbo de esas ideas que no dominamos ni podemos emplear. Por ejemplo, tenemos una vaga idea de que la esclavitud y el gobierno constitucional son incompatibles, que hay conexiones entre juicio privado y democracia, entre cristianismo y civilización; intentamos buscar argumentos que sirvan de prueba, y nuestros argumentos son la demostración más clara de que, sencillamente, no entendemos las cosas de las que pretendemos hablar.

7. Piensen, caballeros, .a cuántas discusiones interminables han asistido porque ninguno de los partidos se entendía a sí mismo ni al adversario. 5 Consideren la fortuna de un argumento en un club de 5

. «La mitad de las discusiones son puramente verbales, y si se lograra reducirlas a un punto claro, se terminarían enseguida. Los contendientes se darían cuenta

268

Disciplina intelectual

debates, donde lo que hace falta con frecuencia es no solo que algún pensador de mente clara desentrañe las complejidades del pensamiento, sino que los combatientes sean capaces de hacer justicia a las explicaciones clarísimas que les proponen -hasta tal punto es así, que el más clarividente de los moderadores solo sirve para echar más leña al fuego de los altercados-. «¿ Es un gobierno constitucional mejor o peor para los habitantes que un gobierno absoluto?». Antes de estar en condiciones de decir una sola palabra sobre la cuestión, hay una enorme cantidad de cosas que dilucidar y dominar. ¿Qué se quiere decir con «constitución»?, ¿qué con «gobierno constitucional»?, ¿qué con «mejor»?, ¿quiénes son «los habitantes»? y ¿qué es «absolutismo»? Las ideas que representan estas palabras deberían, no digo yo que estar tan perfectamente definidas y localizadas en la mente de los que hablan como los objetos a la vista en un paisaje, pero sí sufi~iente aunque incompletamente aprehendidos, antes de tener derecho a hablar. «¿Por qué la democracia puede admitir la esclavitud, como ocurrió en la antigua Grecia?». «¿Cómo puede florecer el catolicismo en una república?». Una persona consciente de su ignorancia dirá: «estas preguntas me superan» e intentará adquirir una noción clara de ellas y dominarlas bien; y si habla, será como una manera de indagar, no de sentar cátedra. Por otro lado, el que jamás en su vida se ha tomado el trabajo de intentar comprender las cosas, o de discriminar entre una y otra, o de resaltar sus peculiaridades, no tendrá la menor vacilación en lanzarse a lo que sea, y quizá tenga muchas cosas que decir sobre esos temas que le son del todo desconocidos. Por eso hay tanta gente de mentalidad monoencarrilada, estrecha de mente, gruñona y llena de prejuicios. Y por eso ocurre que hay personas capaces enseguida de que, en sustancia, están de acuerdo, o bien, de que sus diferencias son de principios [ ... ] No hay que discutir, no hay que dar pruebas, lo que hay que hacer es definir[ ... ] Cua,ndo uno entiende lo que el otro quiere decir, normalmente ven que la disputa es superflua o sin salida» Qohn H. Newman. Fifteen Sermons Preached befare the University of Oxford 200-01; ver LD 15, 381-82) (IK).

269

La idea de la Universidad

que, ya en la madurez, tienen que cambiar de opinión y de conducta, y recomenzar su vida; porque se uncieron a un partido en vez de adquirir la facultad de percibir con verdad los objetos intelectuales -facultad que, en lo que se refiere a los objetos de la vista, ha crecido en ellos de forma natural. Pero este defecto es incorregible. Al contrario, se agrava por culpa de esas instituciones populares a las que me acabo de referir. Los despliegues de elocuencia, o la interesante materia contenida en sus lecciones, los muchos conocimientos útiles o entretenidos que se contienen en esas bibliotecas, admirables en sí mismos, y ventajosos para el estudiante en un estadio posterior del curso, nunca podrán servir como sustituto de la enseñanza metódica y laboriosa. Un hombre de mente aguda y activa que no ha tenido instrucción tiene poco que mostrar aparte de una balumba de ideas apiladas en la cabeza de cualquier manera. Puede pronunciar una serie de verdades o sofismas, según el caso, y lo mismo le da una cosa que otra. Está al tanto de una serie de doctrinas y de hechos, pero unas y otros andan sueltos, y desparramados porque su mente carece d~ una base firme alrededor de la cual situarlos y articularlos. Puede pronunciar una o dos palabras en media docena de ciencias, pero no una docena de palabras en alguna de ellas. Dice ahora una cosa, y al poco rato otra, y cuando intenta poner por escrito con rigor lo que piensa acerca de algún punto en disputa, o lo que entiende exactamente por los conceptos de que se trate, se viene abajo, y se extraña de su fracaso. Ve con más claridad las objeciones que las verdades, y puede contestar a mil preguntas que el más sabio es incapaz de responder, y además, tiene muy buena opinión de sí mismo, y está la mar de satisfecho de sus logros, y se declara enemigo de otros, y los considera completamente opuestos a la difusión del conocimiento porque no adoptan el modo suyo de promoverlo, o no tienen las opiniones a,las que, según él, ese conocimiento debería dar lugar. Esta es la estéril burla del conocimiento que procede de asistir a grandes lecciones, o del mero brujulear entre revistas, semanarios, 270

Disciplina intelectual

periódicos y demás literatura del día que, por muy capaz y valiosa que sea en sí misma, no es el instrumento adecuado para la educación intelectual. Si esta es toda la formación de una persona, lo más seguro es que cuando hayan pasado unos cuantos años sobre su cabeza y haya hablado y hablado, se canse de hablar, y de los temas de los que hablaba. Dejará de seguir aprendiendo y se olvidará de lo que sabía, sea lo que sea; y poniéndonos en lo mejor, su intelecto no se encontrará en condiciones muy distintas de las que estaba cuando comenzó a mejorarlo -eso esperaba; aunque, quizá, nunca pensó en otra cosa que en pasárselo bien-. Digo «poniéndonos en lo mejor», porque quizá sufra de agotamiento y le empiecen a disgustar los temas que tanto le agradaban en el pasado; o quizá haya sufrido verdaderos daños intelectuales; quizá se ha trastornado gravemente o ha admitido algún tinte de escepticismo del que nunca se podrá librar. Esto es lo que significa la máxima del poeta «un poco de conocimiento es muy peligroso». No es que el conocimiento, mucho o poco, sea en sí mismo peligroso, si es auténtico; sino que mucha gente considera que las meras opiniones nebulosas sobre muchos asuntos son verdadero conocimiento, cuando no hacen más que engañar, igual que a un miope guiado por su incierta visión en los alrededores del precipicio. Siendo este el verdadero cultivo de la mente y siendo estas las instituciones literarias que no tienden hacia él, podría mostrarles, caballeros, si el tiempo lo permitiera, cómo, en cambio, esa clase de instrucción de la que nuestras Clases Vespertinas son el caso, son especialmente adecuadas para lograr lo que se proponen. Consideren, por ejemplo, la disciplina y exactitud mental que se necesitan para traducir una lengua extranjera a la propia, y qué ejercicio aún má~ severo y formativo es traducir desde la propia lengua a una extranjera. Consideren, también, qué gran lección de memoria y discriminación es conocer mejor cualquier aspecto de la historia humana. Consideren qué prueba es para la agudeza, la prudencia 271

La idea de la Universidad

y el rigor, dominar, y aún más, demostrar, unas cuantas definiciones. Y qué ejercicio de lógica es clasificar, qué ejercicio de precisión lógica es entender y enunciar la prueba de alguna de las más difíciles proposiciones de Euclides o dominar cualquiera de los grandes argumentos a favor del Cristianismo tan completamente que se lo pueda someter a examen. O analizar satisfactoriamente un discurso en las menos palabras posibles, o esbozar la crítica de un poema. Y lo mismo con cualquier otra ciencia: química, anatomía comparada, historia natural; lo mismo da una que otra si se estudia y se domina cuando uno se pone a ello. El resultado es que se forma la mente, es decir, un hábito de orden y sistema, un hábito de referir toda adquisición de conocimiento a lo que ya se sabe, ajustando lo uno con lo otro; y sobre todo, como todo hábito implica, la aceptación y uso de ciertos principios como centros del pensamiento, alrededor de los cuales crece y se localiza el conocimiento. Donde existe esta facultad crítica, la historia ya no es solo un libro de relatos, ni una biografía es una historia de amor; los oradores y publicaciones del día ya no son autoridades infalibles; la dicción elocuente ya no sustituye al contenido, ni las afirmaciones audaces o las descripciones muy vivaces toman el sitio de las demostraciones. Esta es esa facultad de percepción en asuntos intelectuales que, como he dicho tan a menudo, es análoga a la capacidad que todos tenemos de dominar la multitud de líneas y colores que se nos presentan ante los ojos, y de decidir lo que valen unas y otros.

8.

Estaría sobrepasando los límites asignados a un discurso de esta naturaleza si siguiera hablando. No he dicho nada, caballeros, acerca de los deberes religiosos que convienen a los miembros de una universidad católica porque aquí nos incumbe únicamente lo relativo a los estudios de ustedes. Es un consuelo para mí saber que 272

Disciplina intelectual

muchos de ustedes pertenecen a una Sociedad o Asociación que el celo de algunos sacerdotes, uno en particular, ha logrado establecer en las .grandes ciudades de Irlanda. Ustedes no vienen a nosotros para que pongamos en sus corazones la primera piedra de ese conocimiento que es el más alto de todos, porque esa piedra ya ha sido puesta. Han comenzado ustedes su formación intelectual con fe y devoción; y después vienen a nosotros para añadir la formación del intelecto a la formación del corazón. Sigan como han comenzado y llegarán a ser uno de los logros de que más orgullosa se sentirá nuestra gran empresa. Podremos señalarles a ustedes como prueba de que el celo por el conocimiento puede florecer también bajo la presión de las ocupaciones seculares; de que el agudo ingenio propio de esta tierra no hace a la gente necesariamente holgazana, ni la inquietud intelectual la hace irreverente; que la sagacidad y la inteligencia no son "incompatibles con una fe firme en los misterios de la Revelación; que los éxitos en la literatura y en las ciencias no tienen por qué hacer petulantes a los hombres, ni hacerles olvidar su posición social, ni hacerlos impacientes ni obstinados. Podremos señalarlos a ustedes como prueba del poder del catolicismo para sacar de la base de las grandes ciudades cristianos ejemplares e ilustrados; de esas clases sociales que, fuera de Irlanda, son el problema y la perplejidad de los gobernantes que aman a su país, y los adversarios naturales de los maestros de toda religión. En cuanto a mí, ojalá pudiera responder a vuestro celo con servicios concretos y trabajo firme, como han hecho y hacen muchos de mis queridos y excelentes amigos, los profesores de esta universidad. Tienen un mérito y también un derecho sobre ustedes, caballeros, que yo no poseo. Si yo admiro la energía y el coraje con que ustedes han acometido la tarea de su propia promoción, estén seguros de que no olvido, ni un momento más que ustedes, el espíritu de servicio público y la noble y libre devoción de sus profesores hacia la universidad. Sé que no sería suficiente para ustedes cualquier alabanza de este suplemento de nuestros proyectos académicos que 273

La idea de la Universidad

no incluyera a aquellos que le dan vida. Es sumamente agradable y animante ver a ambas partes, los que enseñan y los que aprenden, cooperando con auténtico esprit-de-corps y tanta voluntad -ellos tanto como ustedes- en el logro de un objetivo grande; y ofrezco mis plegarias más sinceras al Autor de todo bien para que conceda siempre a todos, profesores y estudiantes, como estoy seguro que os concederá, directores y superiores que, por su celo y diligencia en sus puestos, se probarán dignos tanto de la causa de ustedes como de ustedes mismos.

274

10. CRISTIANISMO Y CIENCIA MÉDICA Discurso dirigido a los estudiantes de Medicina en noviembre de 1858 1

1.

He tenido tan pocas oportunidades de dirigirme a ustedes, caballeros, y nuestro encuentro actual, por la razón que lo motiva, es de una naturaleza tan interesante y tan grata, que me siento alentado a hablarles con franqueza -aunque no les conozco personalmentesobre un tema que, como podrán imaginar, me ocupa frecuentemente la cabeza: me refiero a la posición exacta que ocupa vuestra noble profesión con respecto a la Universidad Católica y al Catolicismo en general. Considerando mi puesto de gran responsabilidad como Rector, mi vocación como eclesiástico y también mis años -que aumentan mi derecho actual y reducen mis posibilidades futuras de hablar con ustedes-, estoy seguro de que no hará falta disculparme por dar un paso que mis buenas intenciones me recomiendan para con ustedes; aunque tal paso no merezca mayor consideración por las mismas reflexiones y sugerencias que propondré. Si esta Universidad, incluyendo su Facultad de Medicina, hubiera sido fundada con unas miras meramente seculares -por rivalidad religiosa, como asunto de política de partidos o con afán de lucro-, 1

«Jueves, 4 de noviembre, entregué los premios de Medicina y di una conferencia -por la tarde salí para Birmingham (desde entonces no he vuelto más a Irlanda)» (LD 18, 501).

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La idea de la Universidad

entonces yo estaría realmente fuera de lugar, no solo por dirigirme a ustedes en tono de consejo sino por el solo hecho de estar aquí. Porque, en ese caso, ¿qué razón hubiera podido tener yo para dedicar algunos de los años más valiosos de mí vida a esta Universidad, para otorgarle el primer lugar en mis preocupaciones y esfuerzos -casi diría en perjuicio de unos vínculos anteriores, más queridos y más sagrados-, si no estimara que los más altos y concretos intereses religiosos confluían en su fundación y en su buen éxito? Permítanme entonces, caballeros, que al expresar estas opiniones y sentimientos, mis observaciones se conformen con el edificio sagrado en que nos encontramos,2 y que les hable durante unos minutos como si me dirigiera a ustedes más con la autoridad que emana del púlpito que de la cátedra del Rector. Voy a exponer, en el menor número posible de palabras, lo que a mi modo de ver es el deber principal de la profesión médica hacia la Religión, y algunas de las dificultades que surgen en el cumplimiento de ese deber. Y al hablar sobre este tema, soy consciente de mi escasa preparación para presentarlo ante ustedes de una forma que resulte asequible; por una parte, porque --como he mencionado antes- no les conozco personalmente, y por otra, porque ignoro las influencias de todo tipo que les rodean y aquellos detalles que posiblemente les resulten un tanto desagradables desde el punto de vista religioso. Lo único que puedo hacer es establecer unos principios y máximas que ustedes mismos deberán aplicar, y que, en algunos puntos o casos, pueden pensar que carecen en absoluto de aplicación.

2. Toda profesión tiene sus peligros, toda verdad general sus falacias y todo ámbito de acción límites que se prestan a ser ampliados 2

La iglesia universitaria de Saint Stephen's Green, abierta el 1 de mayo de 1856 (IK).

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Cristianismo y Ciencia Médica

o alterados indebidamente. Todo profesional tiene un justo celo por su profesión y no cumpliría bien su trabajo si no tuviera ese celo. Y ese celo pronto llega a ser exclusivo; o, más bien, encierra necesariarµente una suerte de exclusividad. Todo profesional celoso empieza pronto a pensar que no hay cosa más importante que su profesión, y que el mundo no podría ir adelante sin ella. Por ejemplo, hace poco se ha hablado mucho de la guerra en la India,3 de opiniones políticas que sugieren un plan de campaña y de otras opiniones militares que sugieren otro distinto. Qué difícil debe de ser para el militar prescindir de sus planteamientos estratégicos no porque no sean los mejores -de hecho, los que los descartan, los reconocen como los mejores para obtener el éxito militar- sino porque el éxito militar no es el más alto de los objetivos ni el fin de todos los fines; porque no es la ciencia soberana sino que debe estar siempre subordinada a las consideraciones o imperativos del gobierno de la comunidad, que es una ciencia más alta y con objetivos más altos. Por tanto, ese militar debe renunciar a un éxito asegurado en el campo de batalla porque los intereses del Consejo y del Gabinete requieren ese sacrificio. La guerra debe ceder ante el oficio del estadista; el Comandante en Jefe ante el Gobernador General. No obstante, lo que siente el militar es natural y lo que hace el estadista es justo. Esta colisión entre ese deseo de supremacía por parte de cada profesión y esa subordinación necesaria -aunque costosa- de la una a la otra es un proceso generalizado y continuo del que todos somos testigos a diario. El civil rivaliza con el soldado, el soldado con el civil. El diplomático, el abogado, el economista político, el comerciante, cada uno desea usurpar los poderes del Estado y moldear la sociedad según los principios de su propia profesión. Y las colisiones no se limitan únicamente al territorio de los asuntos seculares. Se inmiscuyen en en el terreno de la Religión. En Inglaterra, 3

Poco después, en 1857, tuvo lugar la Rebelión de la India, como se la conoce en la India o, como algunos historiadores la llaman, el Motín de la India o Rebelión de los Cipayos.

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durante el reinado de la reina Isabel, los abogados se hicieron con la Religión, y ya nunca la han soltado. En el extranjero, la burocracia estatal retiene la Religión en su poder de una forma más o menos estricta. 4 De la misma manera, antes de nuestros días, los círculos literarios y científicos han hecho de la Religión una mera provincia de su imperio universal. Debo hacer notar, además, que esas usurpaciones frecuentemente se llevan a cabo con una buena fe absoluta. Los invasores no tienen la menor intención de invadir. El comandante militar recomienda lo que con absoluta sinceridad piensa que es lo mejor para su país cuando presiona al Gobierno a favor de un determinado plan de campaña. El economista político tiene las intenciones más honradas al intentar mejorar con sus reformas el sistema cristiano de los deberes sociales. El estadista puede tener las mejores y más leales disposiciones hacia la Santa Sede al tiempo que urge unos cambios en la disciplina eclesiástica que perjudicarán gravemente a la Iglesia. Y ahora explicaré cómo se aplica esto a la profesión médica, y cuál es el peligro particular que entraña en relación· con la Catolicidad.

3. El área de competencia de la medicina es la naturaleza física del hombre. Su objetivo es la preservación de esa naturaleza física en el estado debido y su restauración cuando lo haya perdido. Se limita, y así lo declara, a la salud del cuerpo; averigua las condiciones de esa salud; analiza las causas por las que se interrumpe o falla; busca los medios para la cura. Pero, después de todo, la salud corporal no es el único fin del hombre, y la ciencia médica no es la ciencia 4

Alude N ewman a las tendencias galicanistas de los países católicos europeos y a sus forcejeos con la autoridad papal, que dieron lugar a la política romana de los concordatos a partir de 1815.

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más alta de las que tienen al hombre por objeto. El hombre tiene una naturaleza moral y religiosa, además de física. Tiene mente y alma; y la mente y el alma tienen legítima soberanía sobre el cuerpo. Por tanto, las ciencias que se relacionan cqn ellas tienen precedencia respecto a las que se relacionan con el cuerpo. Y de la misma forma que el soldado tiene que ceder ante el estadista cuando sus respectivos intereses entran en conflicto, así el médico tiene que ceder ante el sacerdote. No es que el médico no esté diciendo algo absolutamente verdadero desde el punto de vista de la medicina, igual que el comandante puede tener perfecta razón en lo que expone desde el punto de vista estratégico; lo que ocurre es que lo recomendado en un caso dado queda en suspenso ante los intereses y el deber de una ciencia superior, y el que antes argumentaba se retira ahora, no porque se le haya vencido sino porque otro ha ocupado su puesto. Este es un 'principio general que, así enunciado, todo el mundo dará por bueno: ¿quién negará que el deber tiene precedencia sobre la salud? Hasta aquí, no hay problema. Supongamos que surge un brote de fiebre en cierto lugar y el médico dice a la Hermana de la Caridad que atiende a los enfermos: «Si usted se queda aquí, seguro que morirá»; sus superiores, por el contrario, dicen: «Usted ha dedicado su vida a estos servicios y allí se debe quedar». Supongamos que se queda y efectivamente muere. El médico tenía razón. Pero, ¿quién dirá que la Hermana no la tenía también? No dudaba de lo dicho por el médico, pero negó que fuera importante en comparación con lo dicho por sus superiores religiosos. El médico tenía razón pero no pudo imponer su punto de vista. Tenía razón en lo que decía, decía algo que era verdad y, sin embargo, tuvo que ceder. Aquí llegamos a lo que considero la tentación y el peligro particular a que está expuesta la profesión médica. Se trata de un cierto sofisma del intelecto fundado en la siguiente máxima, insinuada pero no enunciada y ni siquiera admitida: «Lo que es verdadero es lícito». Y no es así. Observad -aquí está la falacia- que lo que es verdadero en una ciencia nos es dictado efectivamente según esa 279

La idea de la Universidad

ciencia, pero no según otra, o en otra categoría. Lo que es cierto en las artes de la guerra tiene fuerza en el arte de la guerra, pero no en el arte del gobierno. Y si el arte del gobierno es una categoría de acción superior a la guerra, y demanda lo contrario, lo militar no puede reclamar nuestro consentimiento y nuestra obediencia. Así, lo que es verdad en la ciencia médica podría llevarse a cabo en todos los casos si el hombre fuera un mero animal o un bruto sin alma. Pero, puesto que es un ser racional y responsable, algo puede ser totalmente verdadero en el campo de la medicina y, sin e·mbargo, ser ilícito porque la ley superior de la Moral y la Religión ha llegado a una conclusión distinta. Ahora me vais a permitir unas pocas palabras para expresar, o más bien sugerir, con más detalle lo que quiero decir. Todo el universo ha salido de las manos de un Dios bueno. Es Su creación. El universo es bueno. Todo él es bueno por ser la obra del que es Bueno, aunque bueno solamente en su grado, no en el grado de la perfección infinita de Dios. La naturaleza física del hombre es buena; no puede haber nada que sea pecaminoso en sí mismo al actuar según esa naturaleza. Todas las apetencias y funciones naturales son lícitas, hablando en términos abstractos. Ningún sentimiento o acto natural tiene en sí mismo nada de pecado. De esto no hay la menor duda. Y no puede haber ninguna duda de que la ciencia puede determinar lo que pertenece al campo de la naturaleza, lo que tiende a preservar un estado sano y saludable de la naturaleza, y lo que, por el contrario, es perjudicial a la naturaleza. Es así como el estudiante de medicina tiene ante sus ojos un vasto campo de conocimiento; verdadero, porque es conocimiento, e inocente, porque es verdadero. Esto es así en abstracto. Pero cuando llegamos a los hechos, puede fácilmente suceder que lo que en sí es inocente, pueda no ser inocente para esta o aquella persona, o en este o aquel modo o grado. Por otra parte, fácilmente puede ocurrir que las impresiones que quedan en la mente de alguien por su propia ciencia sean infinitamente más 280

Cristianismo y Ciencia Médica

intensas y más operativas que la articulación de verdades que pertenecen a alguna otra rama del saber; verdades estas que ciertamente le suenan, pero que no se han fijado en su mente o en su memoria, que no están como impresas en su imagina,ción. Y en vuestra profesión, el estudiante de medicina puede percibir que, según las leyes de la naturaleza física, ciertos actos son aconsejables en sí mismos con mucha mayor nitidez y frecuencia que el hecho de que esos actos están prohibidos según las leyes de una ciencia superior, como la teología; o, accidentalmente ilícitos, aunque lícitos en sí mismos, por ser ilícitos en este o aquel individuo, o por las circunstancias del caso. Volvamos un momento al ejemplo anterior. Es de suponer que la Hermana de la Caridad, que por el bien de su alma no obedece al instinto de supervivencia de su cuerpo, produciría en el médico gran irritación" y rechazo. La actitud profesional habría ocupado la cabeza del médico hasta tal punto, y la verdad de sus máximas penetrado en él de tal forma, que se negaría a entender ni admitir cualesquiera otros principios, distintos o superiores. Con el paso del tiempo quizá se volvió completamente insensible a toda verdad religiosa, por no tener en cuenta las verdades de la Religión, mientras que las de su ciencia siempre las tenía en cuenta. Y observad que su culpa no sería tomar un error por la verdad -pues aquello en que se apoyaba era verdad- sino la de no entender que existen otras verdades más altas que la suya. Tomemos otro ejemplo que con frecuencia suscitará, según las circunstancias, grandes diferencias de opinión entre personas auténticamente religiosas, sin que por esto deje de ilustrarse la idea en la que estoy insistiendo. Un paciente se está muriendo. El sacerdote desea estar presente para que no muera sin la debida preparación; pero el médico dice que pensar en la religión le producirá inquietud y pondrá en peligro su recuperación. Pues bien, en cada caso en particular, el uno o el otro podrían tener razón al intentar hacer prevalecer su opinión sobre lo que debe hacerse. Lo que pretendo 281

La idea de la Universidad

es dirigir vuestra atención hacia el principio en cuestión. He aquí los representantes de dos grandes ciencias, la Religión y la Medicina. Cada uno expone lo que es verdad en su propia ciencia, y cada uno pensará que tiene derecho a asegurar que su verdad es la que se debe poner en práctica. Pero resulta que una de las ciencias es superior a la otra, y que la finalidad de la Religión es infinitamente superior a la de la Medicina. Y tómese la decisión que se tome en el caso particular, sobre si se debe introducir el tema de la religión o no, creo que esa decisión la debe tomar el sacerdote; de la misma forma en que debe ser el Gobernador General quien toma la última decisión -y no el Comandante en Jefe-cuando hay un conflicto entre la política y la estrategia. No les será difícil comprender, caballeros, que renuncie a desarrollar mi idea y descender a ciertos detalles que son de la mayor importancia precisamente porque no pueden ser aireados. Un estudioso de la medicina que haya centrado su intelecto en su propia ciencia hasta el punto de olvidarse de la existencia de cualquier otra, verá al hombre -que es el objeto de sus estudios- como un ser que no hace más que nacer, crecer, comer, beber, caminar, reproducirse y morir. Lo ve nacer como nacen los demás animales; ve cómo la vida se le va con todos los signos de aniquilación que acompañan la muerte de un bruto. Compara su estructura, sus órganos, sus funciones con los de los demás animales, y cuando profundiza en su ciencia no descubre ningún hecho capaz de convencerle de que existe alguna diferencia entre el animal humano y los demás. Por tanto, su práctica se guía por los hechos que conoce y las teorías que estos sugieren. Una persona así se sentirá legitimada para dar consejos e insistir en determinadas pautas que son del todo intolerables para una mente religiosa, y simplemente opuestos a la fe y la moral. Repito: no es que lo que dice sea falso suponiendo que el hombre fuera un animal y nada más. Pero ese médico cree que todo lo que es verdad en su ciencia es directamente lícito en la práctica, como si no hubiera más ciencias rivales dentro del gran ámbito del 282

Cristianismo y Ciencia Médica

conocimiento, como si no hubiera más opiniones y facetas encontradas respecto a la naturaleza humana que hay que tener en cuenta y armonizar; como si fuera su deber olvidarse de toda ciencia menos la suya. En cambio:

There are more things in heaven and earth, Horatio, Than are dreamt of in your philosophy. [Hay algo más en cielo y tierra, Horacio, de lo que ha soñado tu filosofía. Shakespeare, Hamlet, acto 1.0 , escena 5.ª.Trad. L. Astrana Marín]. En Inglaterra he visto a ilustres médicos dando los más detestables consejos a jóvenes, como consecuencia de esta visión reduccionista del hombre y su destino. ¡Dios me libre de medir los hábitos profesionales de los católicos por las reglas prácticas de los que no lo son! Pero está claro que lo que pasa allí donde se desconoce la Religión es una tentación y un peligro para la Ciencia Médica también aquí, donde la Religión es tan bien conocida.

4.

Y ahora que he planteado, hasta donde me ha parecido aceptable, las consecuencias de ese sofisma radical al que considero que está expuesta la profesión médica, permítanme que exponga a continuación cómo la acción del Catolicismo lo puede corregir. Observarán, caballeros, que esas ciencias superiores de las que he hablado (Moral y Religión) no se presentan a la inteligencia del mundo mediante signos e indicios claros y obvios, como los que fundamentan la Ciencia Física. La naturaleza física está ante nosotros, patente a la vista, pronta al tacto y apelando a los sentidos de una forma tan inequívoca que la ciencia que se funda en ella es tan real para nosotros como el hecho mismo de nuestra existencia. Sin embargo, los fenómenos que forman la base de la Moral y de la 283

La idea de la Universidad

Religión carecen por completo de esa luminosa evidencia. En vez de presentarse ante nosotros de forma que no haya posibilidad de pasarlos por alto, se presentan como dictados de la Conciencia o de la Fe. Son como sombras y contornos apenas visibles; ciertos, sí, pero tenues, frágiles y casi fugaces; y el alma los reconoce en un momento pero no en otro, los capta cuando está en calma y los pierde de vista cuando se siente agitada. Los reflejos en el lago del cielo y las montañas son prueba de que el cielo y las montañas lo rodean. Pero llega el crepúsculo, o la bruma, o una tempestad repentina y se borra la hermosa imagen, desaparece hasta el menor vestigio de su existencia. Algo parecido ocurre con la Ley Moral y los datos de la Fe a la hora de presentarse ante el alma individual. ¿Quién negará que existe la conciencia? ¿Quién no siente la fuerza de sus mandamientos? Sin embargo, ¡qué pálida es la luz que proyecta y qué débil su influencia en comparación con la seguridad que aportan la vista y el tacto, que son el fundamento de la Ciencia Física! ¡Con qué facilidad nos olvidamos de la clarísima visión de lo que es nuestro deber! ¡Cómo se desmorona este o aquel precepto moral cuando lo tenemos en poco! ¡Qué rápido olvidamÓs el temor del pecado en cuanto el brillo de la modestia desaparece del rostro! Y entonces decimos: «no son más que supersticiones». Sin embargo, pasa el tiempo, miramos a nuestro alrededor y, para nuestra sorpresa, vemos, como antes, la misma ley del deber, los mismos preceptos morales, las mismas protestas contra el pecado que se vuelven en contra nuestra en los mismos lugares. Vemos todas estas cosas como si nunca se hubiesen borrado, como los trazos de la mano divina en la pared durante el banquete [Daniel 5]. Entonces las miramos con mala cara, las escrutamos con irreverencia, las abordamos con ánimo escéptico e, inmediatamente, desaparecen de nuevo como si fueran espectros: brillan con fría belleza, pero no se nos hacen presentes corporalmente, no les podemos palpar, por decirlo así, los pies, la cara, las manos. Y así, estas apariciones terribles, sobrenaturales, deslumbrantes, majestuosas y frágiles, por mucho que reconozcamos 284

Cristianismo y Ciencia Médica

su soberanía en nuestro corazón, no pueden competir como fundamento de una ciencia con los hechos duros, palpables y materiales que .fundamentan la Ciencia Física. Volviendo a mi ejemplo primero, es como si el Comandante Jefe de la.India, en vez de estar bajo el control de una sede local del gobierno en Calcuta, fuese gobernado directamente desde Londres o desde la Luna. En ese caso, estaría muy tentado de desatender a su gobierno, aunque en teoría seguiría reconociéndolo. Esa es, precisamente, la condición natural del hombre: dependemos de una sede de gobierno que está en otro mundo; nos dirigen y gobiernan a base de barruntos que vienen desde lo Alto; necesitamos un gobierno local aquí abajo, en la tierra. Esa gran institución, la Iglesia Católica, ha sido establecida por la Misericordia Divina como un antagonista presente y visible -y el único antagonista posible- contra la vista y los sentidos. La conciencia, la razón, los buenos sentimientos, los instintos de nuestra naturaleza moral, las tradiciones de la Fe, las conclusiones y las deducciones de la ciencia de la Religión, no pueden competir en absoluto con los hechos tozudos (pues son hechos, aunque existan otros hechos además de ellos) en que se fundan las ciencias físicas, y en particular la Ciencia Médica. Caballeros, si oyen -como indudablemente oirán- el susurro de una ley de verdad moral dentro de ustedes y sienten la inclinación a creer, estén seguros de que la única institución en la tierra capaz de defender esas autoridades soberanas de vuestra alma, la única que os la puede confirmar y preservar, y hacer que no falle vuestra lealtad hacia ella, es la Iglesia Católica. Teméis que ese susurro de la verdad moral y esa inclinación a creer se desvanezcan. Veis con consternación que se desvanecen bajo la continua presión que ejerce en vuestra alma la ciencia material a la que habéis dedicado vuestra vida. Es así; no lo niego. Excepto en circunstancias raras y afortunadas, esa autoridad interior de la Conciencia se desvanecerá salvo que tengáis la Catolicidad de la Iglesia respaldándoos para mantener vuestra lealtad hacia ella. El mundo es un duro contrincante de la verdad espiritual: unas veces con cota de malla, otras con una lógica tenaz, otras 285

La idea dd
con una tormenta de hecho"s arrolladores, sigue presionándoos sin cuartel. Quizá lo que dice es verdad en su ámbito, pero no es la verdad completa, o no es la verdad más importante. Estas verdades realmente importantes que el corazón humano acepta en sustancia aunque no las pueda demostrar -la existencia de Dios, la certeza de una retribución futura, las exigencias de la ley moral, la realidad del pecado, la esperanza de una ayuda sobrenatural-, de estas verdades, la Iglesia es la única e impertérrita defensora. Incluso los que no la consideran divina tienen que admitir esto. En este momento solo os pido que la miréis y reconozcáis como un hecho, de la misma forma que otras cosas son hecho~. Lleva mil ochocientos años en el mundo, y durante todo ese tiempo ha librado guerra de la forma má.s audaz y más tozuda en pro de la raza humana para mantener esas verdades innegables pero relativamente oscuras de la Religión. Siempre está despierta, siempre alerta cuando cualquier enemigo las ataca. Las ha rescatado de mil peligros. Unas veces predicando, otras rogando o argumentando, otras exponiendo a sus ministros a la muerte, y aun otras, aunque raramente, usando la fuerza ella misma, ha continuado en la lucha -mediante acciones imperiosas y mediante pacientes concesiones- y ha cumplido su misión. No es de extrañar que haya tantos que la ataquen: lo tiene bien merecido. Se ha ganado el odio y las calumnias de sus enemigos por el éxito que ha tenido al combatirlos. Hasta los que hablan contra ella hoy día reconocen que fue útil en el pasado. Los historiadores actualmente en boga, por mucho que la repudien en su propio país -donde es una observadora actual, presente, desagradable e inoportuna-, reconocen que en la lejana Edad Media fue la depositaria y salvadora de la suerte y la esperanza de la raza humana. Se dan cuenta de que las características mismas de su disciplina, los principios de su política que ahora reprueban, fueron útiles entonces. Comprenden y admiten con franqueza que hubo un tiempo en que fue ella quien patrocinó las artes, el domicilio y santuario de las letras, el fundamento de la ley, el cimiento del orden y del 286

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gobierno, y la salvación de la misma Cristiandad. Juzgan con gran claridad cuando se trata de otros tiempos y lugares, pero son tardos en reconocer el hecho en su propio tiempo y país. Y al tiempo que les disgusta que la Iglesia les regule y les mantenga en orden, se sienten ellos mismos bien satisfechos de que los pueblos de aquellos siglos fueran gobernados de esa forma, domados e instruidos por sus sabias y firmes enseñanzas. Podéis estar seguros de esto: al igual que las generaciones actuales reconocen que la presencia de la Iglesia en un estadio ya pasado de la sociedad ha producido esos beneficios, así también, cuando pasen los intereses y las pasiones del tiempo presente, las generaciones futuras atribuirán a la Iglesia una influencia benéfica parecida sobre este siglo XIX en que ahora vivimos. Porque la Iglesia es siempre la misma: siempre joven, siempre vigorosa, siempre capaz de vencer nuevos errores con armas antiguas. He explicado, caballeros, por qué ha sido tan oportuno y deseable, en un país como este, poner a la Facultad de Medicina bajo la protección de la Iglesia Católica. Digo «en un país como este» porque si existe algún país que se merece que la Ciencia no cometa locuras -como un planeta errático desvinculado de su sistema planetario-, ese es un país que puede enorgullecerse de haber heredado tanta fe, de haber perseverado tanto en confesarla, de haber realizado tantas y tantas buenas obras, y de tener un nombre tan glorioso como el de Irlanda. ¡Ojalá que los designios de la Divina Misericordia nunca permitan que este país crezca en conocimiento y no crezca en Religión!, pues el Catolicismo es la fuerza de la Religión, como la Ciencia es la fuerza del conocimiento. Sé muy bien, caballeros, que acogéis y respondéis de corazón a estas aspiraciones que he planteado. Pero al ponerlos yo en palabras, los pensamientos que ya existían en vuestro interior salen más vivamente á la superficie, y los sentimientos que habitaban en tantos corazones se comunican entre sí. Caballeros, vuestra alta misión consiste en ser el enlace, aquí y ahora, entre la Ciencia y la Religión. 287

La idea de la Universidad

Agradeced al Autor de todo lo bueno que os haya escogido para este trabajo. Confiad sin reservas en la Iglesia de Dios, aun cuando vuestro juicio natural os señale un rumbo distinto y os lleve a poner en duda su prudencia o su acierto. No olvidéis lo ardua que es su tarea; que, haga lo que haga, a buen seguro será criticada y hablarán mal de ella; no olvidéis lo mucho que la Iglesia necesita de vuestra devoción leal y tierna. No olvidéis tampoco la gran experiencia que ha obtenido en estos dieciocho siglos, y el derecho que tiene a reclamar vuestra adhesión a unos principios que se han puesto a prueba tantas veces y con tan buenos resultados. Agradecedle que haya guardado segura la fe durante tantas generaciones, y haced lo que esté de vuestra parte para ayudarla a transmitirla a las generaciones venideras. En cuanto a mí, sentiré un enorme gozo de haber tenido parte en tan gran obra; un gozo, desde luego, no tan enorme como el que sentiría si hubiese nacido en esta generosa tierra, pero sí un gozo personal -no menos puro- porque he dedicado mis esfuerzos a algo que afectaba a otros más directamente que a mí mismo. Que yo sepa, no he tenido ningún otro motivo sino intentar -en la medida de mis fuerzas- ser de alguna utilidad a la causa de la Religión, y ser el servidor de aquellos con quienes, como nación, la Cristiandad entera tiene una deuda tan grande. Y aunque esta Universidad, y la Facultad de Medicina que es parte de ella,5 estén todavía en los comienzos de una larga carrera de fecundidad, mientras yo viva -y (confío) después de esta vida- será un motivo constante de gratitud para mi corazón y mis labios el que se me haya permitido ser testigo -y compartir algo al menos- del mucho trabajo arduo, alegre e ilusionado con que ambas se han puesto en marcha. 5

«Nuestro éxito principal es y será la Facultad de Medicina, que va a ser la primera de Dublín» (LD 17, 303) (IK).

288

GLOSARIO·

Abelardo o Pedro Abelardo (1079-1142): filósofo francés, uno de los grandes en la historia de la lógica y en la diatriba dialéctica. Autor de numerosos poemas, dedicó gran parte de su vida a la enseñanza y al debate. Addison, Joseph (1672-1719): escritor inglés, fundador de The Spectator en 1711, un periódico no de noticias sino de ensayos. Alción o Alcíone: hija de Eolo, dios de los vientos, y muy felizmente casada con Ceix. Al conocer la muerte de su esposo en una travesía, Alcíone se arrojó al mar. Apiadándose de ellos, los dioses transformaron a la pareja en martines pescadores o alciones. Cuando estos pájaros hacían su nido en la playa, las olas amenazaban con destruirlo. Eolo hacía que las olas se calmasen los siete días anteriores al día más corto del año para que los alciones pusieran sus huevos. Estos días pasaron a llamarse «días del alción» y en ellos nunca había tormentas, por lo que este pájaro se convirtió en símbolo de la tranquilidad. Alexander Hales (Gloucestershire, 1185-1245): también conocido como Halensis, Alensis, Halesius, Alesius; llamado Doctor Irrefragabilis y Theologorum Monarcha, franciscano y teólogo escolástico inglés. Amaury de Chartres o Amaury de Bene (¿ ?-1209): filósofo y teólogo del siglo XII. Enseñó en la Universidad de París, fue conde- · nado por el papa Inocencia III por su panteísmo místico. 289

La idea de la Universidad

Arcesilao (315-240 a.C.): filósofo griego, uno de los fundadores de la denominada Academia platónica media o segunda. Bacon, sir Francis (1561-1626): canciller de Inglaterra, importante filósofo, político, abogado y escritor. Su aportación básica fue que el conocimiento científico de la naturaleza no deriva de la autoridad de los autores clásicos sino de la experiencia. Bampton Lectures. Ocho Sermones-Conferencia de Teología que se daban cada año desde 1780, con los siguientes fines fundacionales: confirmar la fe contra herejes y cismáticos; afirmar la divinidad de Cristo y el Espíritu Santo; apoyar la autoridad de la Iglesia primitiva y los Padres; mostrar que los Artículos anglicanos están comprendidos en el Credo de los Apóstoles y en el de Nicea. Belarmino, san Roberto (1542-1621): Doctor de la Iglesia, arzobispo, inquisidor y cardenal, defendió la fe y la doctrina católica durante y después de la Reforma. Bentham, Jeremy (1748-1832): pensador inglés, padre del utilitarismo. Su obra principal es Introducción a los principios de moral y legislación (1789). De personalidad algo excéntric~, propuso ambiciosas ideas para la reforma social, entre ellas la cárcel panóptica. Berkeley, George, o el obispo Berkeley (1685-1753): filósofo irlandés muy influyente que desarrolló el idealismo subjetivo, resumible en la frase esse est percipi [«ser es ser percibido»]: los seres humanos solo podrían conocer directamente sensaciones e ideas de objetos pero no abstracciones como la materia extensa y el ser. Más que por su idealismo filosófico, el obispo quizá sea más recordado hoy día por la universidad californiana que le debe su nombre y por el relato borgiano Tlon, Uqbar, Orbis Tertius. Biblia: la Authorized Version o King James Version es la traducción inglesa realizada por la Iglesia de Inglaterra entre 1604 y 1611. El rey Jaime I dio instrucciones a los traductores para que reflejaran la eclesiología y la estructura episcopal de la Iglesia anglicana así como la naturaleza sacramental del sacerdocio, en oposición a 290

Glosario

los puritanos. Los 47 traductores eran miembros de la Iglesia de Inglaterra. La King James Bible se ha considerado una de las grandes obras y modelos de la lengua inglesa. Bonifacio, san (680-754): santo y mártir inglés (aunque Newman se refiere a él como «filósofo irlandés»). Su verdadero nombre era Wynfrith, Wmfrith o Wmfrid (que significa lo mismo, en anglosajón, que el latino Bonifacio: 'el que hace el bien'). Es conocido como el «apóstol de los germanos». Bossuet, Jacques Bénigne (1627-1704): obispo, predicador e intelectual francés. Defensor de la teoría del origen divino del poder para justificar el absolutismo de Luis XIV. Su vida estuvo llena de polémicas en defensa de la fe cristiana. Logró gran número de conversiones de protestantes. Fue el autor de la Declaración sobre las libertades de la Iglesia Galicana, que fija los límites del poder del papa, y redacta los Cuatro Artículos de 1682, que acabarán por convertirse en ley en Francia y dieron lugar a vivas discusiones. El papa, irritado, los hizo quemar, pero no llegó a calificarlos como heréticos. El Galicanismo influirá particularmente en España con la llegada de los Borbones en 1700. Persiguió con saña a su adversario Fénelon, obispo de Cambrai, que se inclinaba hacia el quietismo, hasta conseguir que cayera en desgracia ante el rey, que lo exilia. También logra la condena del papa a las Máximas de los Santos, donde Fénelon sostenía la doctrina del amor de Dios por sí mismo. Todos los autores de la Ilustración, sobre todo Voltaire, harán duras críticas de Bossuet. Bunyan, J ohn (1628-1688): escritor y predicador cristiano inglés, famoso por The Pilgrim 's Progress from This World to That Which Is to Come (El progreso del peregrino desde este mundo al que está por llegar), uno de los libros más leídos en lengua inglesa. El encanto de esta obra radica en el interés de una historia en la que la imaginación del escritor crea personajes, incidentes, y escenas reales como la vida misma, conocidas de sus lectores, con toques de ternura y humor, explosiones de elocuencia, y todo escrito en un inglés puro e idiomático. 291

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Burns, Robert (1759-1796): el poeta en lengua escocesa más conocido. Su poema Auld Lang Syne se canta tradicionalmente en los países angloparlantes como himno de despedida. La celebración de su vida y obra llegó a ser casi un culto nacional en los siglos XIX y XX. Hijo del campesino William Burns, nació en el seno de una familia humilde de granjeros y comenzó a escribir poesía en su adolescencia, logrando su publicación a partir de 1786. Murió a los 37 años por los problemas cardíacos que le ocasionó el duro trabajo en el campo. Butler, Joseph (1692- 1752): obispo y teólogo inglés, conocido por su crítica del egoísmo de Hobbes y de la teoría de la identidad personal de Locke. Byron, Lord George Gordon (1788-1824): poeta inglés, considerado uno de los escritores más versátiles e importantes del Romanticismo. Se involucró en revoluciones en Italia y en Grecia, donde murió de malaria en la ciudad de Missolongh. Campbell, Thomas (1777-1844): autor del poema The Pleasures of Hope (Los placeres de la esperanza, 1799), que imita la versificación de A. Pope en pareados heroicos. Carnéades (213 a.C.-126 a.C.): filósofo griego platónico fundador de la Academia Nueva. Cartas familiares: Epistulte ad familiares (62-43 a.C.), de Marco Tulio Cicerón. Se agrupan por destinatarios. Chantal, santaJean Frances Frémiot, Baronne de (1572-1641): fundadora de la orden de la Visitación de Santa María, tras quedar viuda a los 28 años y dar a luz seis hijos. Chateaubriand, Frarn;:ois-René, vizconde de (1768-1848): diplomático, político y escritor francés considerado el fundador del Romanticismo en la literatura francesa. El genio del cristianismo (Le Génie du Christianisme, 1802) es una apología de la fe cristiana avivada por el renacimiento religioso ocurrido en Francia después de la Revolución. 292

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Chatham, Lord: William Pitt, el Viejo, primer conde Chatham (1708-1778), fue un estadista británico de tendencia Whig. La ciudad americana de Pittsburgh (Pennsylvania) le debe su nombre. Clarendon, Edward Hyde, primer conde de (1609-1674): historiador y estadista inglés. Lord Chancellor entre 1658 y 1667. Murió exiliado en Francia, donde escribió su clásico libro, al que Newman alude en el capítulo 3 de la segunda parte, History of the Rebellion and Civil Wars in England. El libro tuvo tanto éxito que con los beneficios se pudo construir en Oxford el edificio Clarendon (1711-1715), primera sede de la Oxford University Press. Clarke, Samuel (1675-1729): el filósofo británico más importante de la generación intermedia entre Locke y Berkeley, al menos en cuanto a influencia. Sus intereses se centraron en la metafísica, la teología y la ética. También fue clérigo anglicano. Entre 1715 y 1716 mantuvo una discusión epistolar con Gottfried Leibniz sobre los principios de la filosofía naturaly la religión. Common Prayer, The Book of título de una serie de oraciones usadas por la mayoría de las iglesias de la Comunión Anglicana. Incluía textos para la Morning prayer, Evening prayer, la Letanía, y la Comunión; además de otras ceremonias como los formularios para Bautismo, Confirmación, Matrimonio, «Oraciones para ser dichas con los enfermos» y el funeral. El Prayer Book fue publicado en 1549 durante el reinado de Eduardo VI como producto de la ruptura con Roma; hubo revisiones en 1559 y 1662. Probablemente permaneció en su lengua, que es a lo que Newman (IU 3, 3.3) alude, la mano de su principal recopilador y traductor, Thomas Cranmer, Arzobispo de Canterbury, que murió (1556) como hereje en tiempos de María Tudor. Al igual que la King james Bible y Shakespeare, muchas frases del Book of Common Prayer forman parte de la lengua inglesa. 293

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Cowper, William (1731-1800): poeta y compositor de himnos inglés. Su religiosidad evangélica y su amistad con John Newton, autor del himno «Amazing Grace», son la fuente de donde surgió la poesía por la que se le recuerda. De su poema Light Shining out of Darkness procede el dicho inglés «God moves in a mysterious way,/His wonders to perform». Crabbe, George (1754-1832): poeta y naturalista inglés, autor de La aldea (The Village, 1783) y El burgo (The Borough, 1810), ambos poemas largos que describían formas de vida que él había conocido. Cullen, Paul (1803-1878): biblista y orientalista irlandés, rector del Colegio Irlandés de Roma (1831-1850), arzobispo de Armagh (1850), arzobispo de Dublín (1852), el primer cardenal irlandés (1866) en 1.400 años de catolicismo, y el forjador de la fórmula del dogma de la Infalibilidad Papal en el Vaticano l. Decidido a impulsar en todos los niveles la educación de los católicos irlandeses, recién llegado de Roma en 1851, ofreció a Newman ser Rector de una Universidad Católica de Irlanda. De tendencia ultramontana y romanista, Cullen sentó las bas~s y el tono general de la iglesia en Irlanda durante más de un siglo. Introdujo el cuello romano entre su clero, así como la costumbre de ser llamados Father en vez de Míster. Normalmente se atribuye a Cullen el fracaso de la Universidad Católica, el de Newman al frente de ella y el de los planes esbozados por este en la Idea de la universidad. Años después, Newman escribe en su Diario: «Luego me voy a Irlanda para estrellarme contra el Dr. Cullen». Darwin, Erasmus (173101802): médico, naturalista, fisiólogo, filósofo británico, abuelo de Charles Darwin y uno de los pioneros en la defensa del evolucionismo. También escribió libros de poesía y su obra más célebre lleva por título The Botanic Carden (El jardín botánico), escrito en pareados heroicos a imitación de Alexander Pope. En _The !oves of the Plants (Los amores de las plantas, 1789), partiendo de los pareados y la visión mitológica 294

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de Pope, expresa Darwin su idea de que la libre relación sexual es el principio creativo que gobierna la conducta tanto de las plantas como de los humanos. De Maistre, Joseph-Marie, conde (1753-1821): teórico político y filósofo saboyano, máximo representante del pensamiento conservador opuesto a las ideas de la Ilustración y la Revolución francesa. Su principal obra política es Consideraciones sobre Francia (1797). Este conservadurismo añade a la religión y al poder espiritual infalible del Papa una función fundamental: liderar la lucha contra la decadencia histórica a que se dirige la humanidad (Sobre el Papa, 1819). Defoe (o De Foe), Daniel (h. 1660-1660): escritor, periodista y panfletista inglés, mundialmente conocido por su novela Robinson Crusoe. Dinante, Daniel de (h. 1160-h. 1217): filósofo panteísta que vivió en las primeras décadas del siglo XIII. Se conoce muy poco de su vida. No hay certeza sobre si nació en Dinant (Bélgica) o en Dinan (Bretaña). Se cree que vivió un tiempo en la Curia Romana bajo el pontificado de Inocencio III. Fue magíster, o profesor, quizá en París; en cualquier caso, fue en París donde su obra Quaternuli (pequeño cuaderno de notas) fue condenada por un concilio provincial en el año 1210, condena confirmada en 1215 por una carta del Cardenal Robert Cour~on, legado papal. Dión de Prusa, Dión Crisóstomo o Dio Cocceianus (h. 40-h. 120): orador griego, escritor y filósofo popular. Miembro de una adinerada familia de Prusa (Bitinia), viajó a Roma. Es autor de aproximadamente ochenta discursos. Dryden, John (1631-1700): influyente poeta, crítico literario y dramaturgo inglés, que dominó la vida literaria en la Inglaterra de la Restauración inglesa hasta tal punto que llegó a ser conocida como la Época de Dryden. Edinburg Review: una de las revistas británicas más influyentes del siglo XIX; fundada en 1802 como revista literaria y política de 295

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tendencia liberal y Whig dejó de publicarse en 1929. Su oponente era la Quarterly Review, de tendencia Tory. Eón de l'Étoile (m. 1150): antiguo monje agustino bretón, fundó una especie de secta mesiánica que asaltaba y robaba monasterios en el norte de Francia entre 1140 y 1148. Llegaron a juntar una gran riqueza con la que se vestían y comían suntuosamente. Al parecer, todo empezó cuando un día en Misa oyó al sacerdote las palabras litúrgicas «Per eum qui venturus est judicare vivos et mortuos», y creyó que lo de eum se le aplicaba a él personal y literalmente. Enloquecido, con el nombre de Eón se lanzó a ejercer de profeta y salteador. Federico II Hohenstaufen (1194-1250), emperador del Sacro Imperio Romano Germánico: mantuvo unas relaciones muy tensas con el papado. Fue excomulgado varias veces y Gregorio IX lo calificó de Anticristo. Newman dice de él que fundó la Universidad de Nápoles (1224) para propagar el ateísmo. Fielding, Henry (1707-1754): novelista y dramaturgo inglés, conocido por sus escritos satíricos y humorísticos. Franklin, Benjamín (Boston, 1706-Filadelfia, 1790): político, científico e inventor estadounidense. Giannone, Pietro (1676-1748): historiador italiano, opuesto a la influencia papal en el reino de Nápoles. Por ello fue encarcelado doce años. Su gran obra es la Storia civile del regno di Napoli (1712), donde aborda sistemáticamente las relaciones de Iglesia y Estado, con posturas que le pusieron en graves conflictos con la Iglesia. El libro fue incluido en el Index Librorum Prohibitorum. Gibbon, Edward (1737-1794): historiador británico, considerado como el primer historiador moderno, y uno de los más influyentes de todos los tiempos. Autor de Historia de la decadencia y caída del Imperio romano (6 vols. Londres, 1776-1788). Goldsmith, Oliver (h. 1730-1774): escritor y médico irlandés, conocido sobre todo por su novela El vicario de Wakefield (The 296

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Vicar of Wakefield, 1766). Perteneció al círculo del Dr. Johnson, quien tuvo su obra en alta estima; llegaría a decir «nadie escribe como Goldsmith» en respuesta a Horace Walpole, quien llamó «idiota inspirado» a Goldsmith debido. a su fama de manirroto y disoluto. Su fama póstuma se debe sobre todo a El vicario de Wakefield, cuadro de la vida de la clase media en torno a la figura de un sacerdote ejemplar. Gradus ad Parnassum: diccionario latino o griego, que incluía las cantidades vocálicas, sinónimos, epítetos y expresiones poéticas (como la de marras «Fortes Fortuna adjuvat») con el fin de ayudar a los estudiantes en sus composiciones de latín y griego en verso y en prosa. Hallam, Henry (1777-1859): historiador inglés. Hardouin, Jean (1646-1729): jesuita francés y estudioso de los clásicos. La teoría a que alude Newman (IU 3, 3.2) se contiene en sus Chronologiae ex nummis antiquis restitutae (1696) y Prolegomena ad censuram veterum scriptorum. Según Hardouin, los monjes del siglo XIII habrían actuado bajo la dirección de cierto Severus Archontius. También sostuvo que todos los concilios supuestamente celebrados antes del de Trento nunca tuvieron lugar. Heber, Reginald (1783-1826): obispo anglicano de Calcuta al que se recuerda como escritor de himnos. Su poema en pareados heroicos Palestine (1803) tuvo un gran éxito, recibió el premio Newdigate en Oxford y se hicieron recitaciones en teatros. Hooker, Richard (1554-1600): sacerdote y teólogo anglicano muy influyente. Su énfasis en la razón, la tolerancia y el valor de la tradición ejerció enorme influencia en el desarrollo de la Iglesia de Inglaterra. Es uno de los fundadores de la teología anglicana, junto a Thomas Cranmer y Matthew Parker. Humboldt, Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander von (Berlín, 1769-1859): geógrafo, naturalista y explorador prusiano. Era protestante. 297

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Hume, David (1711-1776): filósofo, economista e historiador escocés, constituye una de las figuras más influyentes de la filosofía occidental y de la Ilustración escocesa. Newman lo menciona y rechaza como autor escéptico en materia religiosa. Jenofonte (h. 428-h. 354 a.C.): historiador griego, discípulo de Sócrates, autor de la Anábasis (relato de la expedición de Ciro el Joven, en la que participó personalmente) y de tres libros de recuerdos de Sócrates: Memorables, Apología de Sócrates y Banquete. J ohnson, Samuel; o simplemente Dr. J ohnson (1709-1784 ): una de las figuras literarias más importantes de Inglaterra: poeta, ensayista, biógrafo, lexicógrafo. Se le recuerda principalmente por ser el objeto de la biografía escrita por su amigo James Boswell, La vida de Samuel Johnson. Famoso por su brillante conversación, su estilo aforístico y su filosofía basada sobre todo en el sentido común, es el segundo autor más citado de la lengua inglesa tras Shakespeare. Juliano, Flavio Claudia, llamado el Apóstata (Constantinopla, 332363): emperador de los romanos desde 361 hasta su muerte. Llevó a cabo una activa política religiosa, tratando de reavivar la declinante religión pagana según sus propias ideas, y de impedir la expansión del Cristianismo. Justiniano Qustiniano I el Grande, 483-565): emperador de los romanos. Fue el gran compilador de las leyes del imperio romano, que pretendió restaurar. La Iglesia ortodoxa lo venera como santo. Laplace, Pierre-Simon (Normandía, 1749-París, 1827), astrónomo, físico y matemático francés. Era católico aunque de ideas deterministas. Locke, John (1632-1704): pensador inglés considerado el padre del empirismo y del liberalismo moderno, en especial por su An Essay Concerning Human Understanding (Ensayo sobre el entendimiento humano, 1666). 298

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Lohner, Tobias (1619-1697): escritor y teólogo jesuita nacido en Salzburgo y con fama de gran predicador. Su obra más famosa es la Instructissima bibliotheca manualis concionatoria (4 vols. Dillingen, 1681). Como se desprende de la cita que Newman hace de él, Lohner era muy dado a la instrucción práctica; de ahí libros como Instructio practica de Ss. Miss&: sacrificio; Instructio practica de officio divino; Instructio practica de conversatione apostolica; Instructio practica pastorum continens doctrinas et industrias ad pastorale munus pie, fructose et secure obeundum; Instructio practica de confessionibus rite ac fructose excipiendis. Macaulay, Thomas (1800-1859): primer Barón Macaulay, fue un poeta, historiador y político del partido Whig británico. Su obra más conocida es Historia de Inglaterra desde ]acabo JI (History of England from the accession ofJames 11, 1849-1861). Malebranche, Nicolás (1638-1715): filósofo y teólogo francés. Su padre fue Nicolás Malebranche, funcionario de Richelieu -tesorero- y en 1658, secretario del rey Luis XIII de Francia. Estudió filosofía y teología en La Sorbona. En 1664 fue ordenado sacerdote. Malebranche pretendió la síntesis del cartesianismo y el agustinismo, que resolvió en una doctrina personal, el «ocasionalismo», según el cual Dios constituiría la única causa verdadera, siendo todas las demás «causas ocasionales». Por ello, el conocimiento no se debería a la interacción con los objetos, sino que las cosas serían «vistas en Dios». Para Malebranche, cuerpo y alma son entidades -o sustancias - inconexas e independientes entre las que no existe comunicación directa de ningún tipo. Sus obras más importantes son De la recherche de la vérité (1674-1675), que fue ampliamente aumentada ante las numerosas críticas de sus coetáneos, y Méditations chrétiennes et métaphysiques (1683). Milman, Henry Hart (1791-1868): historiador y clérigo inglés, autor de «When our heads are bowed with woe» y otros himnos. Milton, John (1608-1674): poeta y ensayista inglés, conocido especialmente por El paraíso perdido (Paradise Lost), poema épico en 299

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el que trata de justificar las acciones de Dios ante los hombres y de revelar el mensaje esperanzador que trae el hijo de Dios tras la pérdida del paraíso. Milton fue ministro de lenguas extranjeras bajo el mandato de Cromwell y era el encargado de responder a los ataques a la República. De fuertes convicciones protestantes y antimonárquicas, fue muy contrario a la Iglesia anglicana. Se le tiene por un precursor del liberalismo en el sentido más amplio. Moliere (seudónimo de Jean-Baptiste Poquelin, 1622-1673): dramaturgo y actor francés. Monsell, William ( 1812-1894): procedente de Winchester School, llegó a Oriel, el college de Newman, en 1831. En 1836 se casó con la hermana de Lord Aclare. Miembro del Parlamento por el condado irlandés deLimerick (1847-1874), donde era terrateniente y muy estimado por los arrendatarios. Fue nombrado Lord Emly en 1874, al término de su servicio en la cámara baja. Desempeñó cargos en varios gobiernos liberales. Se hizo católico en 1850 y fue un gran amigo y corresponsal de Newman. Montalembert, Charles Forbes René de (1810-1870): político, periodista, historiador y publicista francés, fue un destacado exponente del catolicismo liberal. Muratori, Luigi Antonio (1672-1750): jesuita y erudito italiano. Creó el método histórico científico moderno fundándolo sobre bases más racionales que hasta entonces; entre sus contribuciones figura darse cuenta del valor de un manuscrito que contenía la lista más antigua conocida de los escritos del Nuevo Testamento, texto que desde entonces se llamó Canon de Muratori. Fue partícipe activo en las polémicas civiles de su tiempo desde el bando de la Ilustración, defendiendo el valor de la educación, la ciencia y el reformismo. Su última obra, Pubblica Felicita (1749), sobre filosofía política, publicada el mismo año que El espíritu de las leyes de Montesquieu, defiende las luces en educación popular, la higiene pública, la actividad de la mujer y la reforma agraria. · 300

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Newton, Isaac (1643-1727): físico, filósofo, teólogo, inventor, alquimista y matemático inglés. Niebuhr, Barthold Georg (1776-1831): político e historiador alemán; sus estudios dieron a la historiografía su primer aparato crítico, que permitió distinguir entre las fuentes de esa ciencia lo seguro y comprobado, y desechar las leyendas y las deformaciones de la tradición dominante. Su principal obra fue Romische Geschichte (Historia de Roma, 1811-1832) donde proponía para la historia un nuevo método de evaluación de las fuentes en las que se basa. Niebuhr mostró que era posible someter esos datos a un análisis científico y apreciar en ellos los hechos contrastables y seguros que apuntalan el discurso histórico. Noris, Cardenal Enrico (1631-1704): cardenal-presbítero, agustino y teólogo de origen irlandés. Escribió Historia del pelagianismo (1673) e Eistoria de los donatistas, inconclusa. En medio de las polémicas del jansenismo, tras su muerte, sus obras fueron incluidas en el Índice por jansenistas. Old Mortality: novela de Walter Scott situada en un período de turbulencias religiosas (1679-1689) en el suroeste de Escocia. La ópera Los puritanos (1835) de Vincenzo Bellini está basada en ella. Paley, William (1743-1805): filósofo y teólogo utilitarista británico. Formuló una conocida analogía del relojero y otros argumentos para demostrar la existencia de Dios en su Teología Natural (Natural Theology, or Evidences of the Existence and Attributes of the Deity collected from the Appearances of Nature, 1802), una apología del cristianismo que Newman tuvo muy en cuenta. Pisístrato (h. 607 a.C.-527 a.C.): tirano griego que gobernó Atenas en diversas ocasiones durante la segunda mitad del siglo VI a.C. Pleasures of Hope: ver Campbell. Pope, Alexander (1688-1744): uno de los mejores poetas ingleses del siglo XVIII. De 1715 a 1720, tradujo la Ilíada. La excelente recepción le animó a traducir la Odisea (1725-1726), con 301

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William Broome y Elijah Fenton. El poema en que expresa «una falsa teoría de la religión», por su racionalismo, es el Ensayo sobre el hombre (1734). Es autor de un famoso epitafio del físico Isaac Newton: La naturaleza y sus leyes yacían ocultas en la noche;/ dijo Dios «que sea Newton» y todo se hizo luz. (Nature and nature's laws lay hid in night;/God said 'Let Newton be' and ali was light.) Porson, Richard (1759-1808): clasicista inglés, que estableció un ley métrica para la poesía griega. Los tipos griegos Porson se basan en su caligrafía. Newman (IU 3, 2.2) alude a su libro Letters to Mr. Archdeacon Travis, in answer to his defence of the three heavenly witnesses, (1 John, verse 7). London: Printed for Thomas and J ohn Egerton, J 790. Pulci, Luigi (1432-1484): poeta italiano famoso principalmente por su Morgante, poema épico-caballeresco escrito en octava rima perteneciente al ciclo carolingio. Trata de un gigante que al que Orlando convierte al cristianismo, y de sus aventuras. Es uno de los grandes poemas del Renacimiento. Reid, Thomas (1710-1796): filósofo escocés, fundad~r de la escuela escocesa del sentido común, desempeñó un papel notable en la Ilustración Escocesa. Robertson, William (1721-1793): uno de los más destacados historiadores escoceses. Acérrimo presbiteriano y whig, se ofreció voluntario para defender la ciudad contra los jacobitas en 1745. Capellán Real de Jorge 111, Rector de la Universidad de Edimburgo, Moderador de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia e Historiador Real. Su obra más destacada es, quizá, su Hútoria de Escocia, 1542-1603. Figura destacada en la Ilustración Escocesa y también uno de los moderados de la Iglesia de Escocia. Roscelin (h. 1050-h. 1120): filósofo y teólogo francés. Es el fundador del nominalismo. El Concilio de Soissons (1092) le acusó de tri teísmo y le obligó a abjurar. Fue maestro de Abelardo. 302

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Sales, san Francisco de (1567-1622): obispo de Ginebra, Doctor de la Iglesia y patrono de los escritores y periodistas. Al parecer, también se le venera en la Comunión Anglicana. Según una curiosa noticia, se sacaron 33 piedras de. su vesícula biliar el día de su muerte, signo de los constantes esfuerzos que hacía por mitigar su impetuosidad, siempre con un rostro sereno o una sonrisa. Por eso se le considera el Santo de la Amabilidad. Salisbury, John de (h. 1120-1180): autor inglés, educador, diplomático y obispo de Chartres. San Sturme (m. 779), que no sé cómo traducir, era discípulo y compañero de san Bonifacio. Fundador y primer abad de Fulda. Schlegel, Karl Wilhelm Friedrich von (1772-1829): lingüista, crítico literario, filósofo, hispanista y poeta alemán, uno de los fundadores del Romanticismo, hermano del también filólogo August Wilhelm Sclilegel. Scott, Sir Walter (1771-1832): prolífico escritor del Romanticismo británico, especializado en novelas históricas, género que él creó tal y como lo conocemos hoy. Scott fue el primer autor que tuvo una verdadera carrera internacional en su tiempo, con muchos · lectores contemporáneos en Europa, Australia, y Norteamérica. Shaftesbury, Anthony Ashley Cooper, tercer conde (1671-1713): político, filósofo y escritor inglés. En sus escritos dedicados a la ética negaba enseñanzas cristianas como el castigo eterno. Simón de Tournai (h. 1130-1201): profesor de la Universidad de París a finales del siglo XII. Enseñó filosofía durante diez años, y luego teología con igual éxito por su brillantez. Empleó los textos de Aristóteles. South, Robert (1634 -1716): clérigo inglés destacado por su combativa predicación. Southey, Robert (1774-1843): poeta inglés de la escuela romántica, uno de los poetas llamados lakistas. Viajó por España y publicó unas Cartas escritas durante una corta residencia en España y Portugal (1799). 303

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Spectator, The: periódico no de noticias sino de ensayos fundado en 1711 por Joseph Addison. Sterne, Laurence (Clonmel, Irlanda, 1713-Londres, 1768): el escritor y humorista, autor de The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman, fue también clérigo y publicó sus sermones bajo el título de The sermons of Mr. Yorick, en sucesivas ediciones, la última, en 3 volúmenes (Dublín, 1779-1780). El Dictionary of National Biography lo consideraba «de temperamento inmoral y dado a los excesos» (18, 1090). Swift,Jonathan (1667-1745): escritor satírico irlandés. Su obra principal es Los viajes de Gulliver, una de las críticas más amargas que se han escrito contra la sociedad y la condición humana. Tabletalk: título de un libro: Dr. [Samuel] Johnson's table-talk; containing aphorisms on literature, life, and manners; with anecdotes, of distinguished persons; selected and arranged from Mr. Boswell's «Life of]ohnson» (Londres: J. Mawman, 1807). Tanquelin, Tanchelin o Tanchelm de Amberes (m. 1115): predicador y hereje contra la Eucaristía, recorrió los Países Bajos entre los siglos XI y XII. Treinta y Nueve Artículos: en 1538 Enrique VIII, con el fin de llegar a un acuerdo con los príncipes luteranos de Alemania, promulgó los Trece Artículos, que pasaron a ser los Cuarenta y Dos Arúculos en 1553 con el arzobispo Thomas Cranmer, que obligó a los sacerdotes a jurarlos para evitar controversias y eliminar la resistencia de anabaptistas y católicos. El paso decisivo fueron los Treinta y Ocho Artículos de 1563, redactados con deliberada ambigüedad para consolidar una Iglesia Nacional que admitiera el mayor número posible de opiniones. La última revisión fue de 1571: los Thirty Nine Articles of Religion, interpretación anglicana de la fe y los sacramentos, a medio camino entre Roma y las sectas protestantes. Además de los Artículos, constituyen textos fundamentales de la Iglesia de Inglaterra el Book of Common Prayer o Prayer Book (1570), ritual y ceremonial, y los dos Books of Homilies. 304

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Virgilio, san (h. 700-784): monje irlandés que destacó en la corte franca de Pipino el Breve como científico y matemático. Fue a Baviera para misionar. Como obispo de Salzburgo construyó la catedral, además de monasterios, hospitales y colegios. Se le conoce como el apóstol de Carintia. Whewell, William (1794-1866): teólogo, filósofo y científico británico, conocido por emplear el término «científico» en vez de «filósofo natural».

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