Sociologia

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Esta obra, destinada a la Educación Superior, se publica al amparo del artículo 37 de la Ley no.14 del Derecho de Autor, y su distribución se hará sin fines de lucro y exclusivamente dentro del territorio del estado cubano. Los criterios aquí expuestos pueden o no ser compartidos por la Editorial.

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Índice Prólogo 7 Programa y orientaciones metodológicas 9 INTRODUCCIÓN Alain Basail Rodríguez La(s) necesidad(es) de la sociología. Sus dramas como los de Hamlet, Edipo y Penélope 15

PRIMERA PARTE

El correlato histórico de la sociología Marshall Berman 1. Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad 42 Salvador Giner 2. Sobre la Ilustración 70 3. La Revolución Francesa 93 4. Conservadurismo 111 Irving Zeitlin 5. Ideología y teoría sociológica 132 Robert Nisbet 6. Las ideas-elementos de la sociología 148 7. Las dos revoluciones 168 Giovanni Sartori 8. El descubrimiento de la sociedad 196 Tom B. Bottomore 9. El estudio de la sociedad 200 Norbert Elias 10. Sociología: el planteamiento de Comte 212 11. La sociedad de los individuos 231 Ander Gurrutxaga Abad 12. La construcción de la sociología 248

6 George Ritzert 13. Esbozo histórico de la teoría sociológica: primeros años 276 Juan Carlos Portantiero 14. Introducción a la sociología clásica 324 Theodor W. Adorno y Max Horkheimer 15. La idea de sociología 346 Carlos Marx y Federico Engels 16. El manifiesto comunista 359

Prólogo Con el principal fin de introducir a los estudiantes de Sociología y Trabajo Social en el conocimiento de las especificidades de la ciencia sociológica, se presenta la siguiente compilación de artículos y fragmentos o capítulos de libros. Todos los materiales son representativos de los debates actuales y de los más significativos autores que participan en ellos. Este libro nace como resultado del ejercicio docente de varios profesores del Departamento de Sociología de la Universidad de La Habana, y en particular de la disciplina de teoría sociológica que dirige la doctora Reina Fleitas y de la que forman parte los profesores: doctora Teresa Muñoz, máster Aymara Hernández, Roberto Dávalos y máster Alain Basail. Asimismo se destaca como su precedente más importante la selección de lecturas elaboradas por el profesor Euclides Catá Guillarte en 1995. Pensamos que, mientras se preparaba la presente selección, la sociología está en el umbral de un más sólido desarrollo en nuestro país, ya que se clarifica su lugar en el conjunto de las ciencias sociales. Obviamente es un compromiso proponer lecturas porque el estudiante profesional necesita en realidad una biblioteca para su cabal formación. Sin embargo, confiamos en que el uso de las mismas contribuya a elevar la efectividad y calidad de nuestros cursos. Debido a la extensión del material fue necesario dividirlo en cuatro partes: 1. El correlato histórico de la sociología, 2. La sociología como ciencia, 3. El lenguaje sociológico y 4. Cursos internacionales, regionales y locales. Estas partes se agruparon en tres libros, el primero del cual se presenta a ustedes.

Programa y orientaciones metodológicas Importancia de la asignatura: La Introducción a la Sociología pertenece a las asignaturas de la disciplina Teoría Sociológica de la Licenciatura en Sociología y de su especialización en Trabajo Social, con contenidos que responden a los conocimientos necesarios para el ejercicio de las funciones que le corresponden. La asignatura ha sido diseñada con el objetivo de insertar a los estudiantes, desde que recién inician sus estudios universitarios, en los debates sobre algunas preguntas seminales que se responderán a lo largo de la carrera: ¿por qué surge la sociología?, ¿qué hace esta ciencia o cuál es su misión? y ¿cómo proceden sus profesionales para cumplirla? Comprende discusiones en torno a la modernidad (ca. siglos XVI-XX) como contexto histórico y cultural en el que, con el fin del feudalismo, advino la sociedad industrial capitalista y burguesa, hasta que a mediados del siglo XIX fue fundado un nuevo programa disciplinar que superaba la especulación filosófica y se asentaba en el conocimiento científico de la realidad social, a saber: la sociología. Comprende, en su totalidad, amplias discusiones en torno a la invención de la sociología como ciencia, su consolidación –profesionalización e institucionalización– y sus crisis teóricas y metodológicas en el esfuerzo por hacer inteligibles las cambiantes y complejas sociedades modernas. También un esfuerzo por presentar la situación de la ciencia sociológica en el contexto internacional, latinoamericano y cubano. Las cuestiones formales, cognoscitivas e ideológicas en torno a las que se problematiza son, por estas razones, múltiples y complicadas y deben guiar al estudiante para su sistemático estudio en otras asignaturas del curriculum oficial de estudios que deben capacitar al futuro especialista para comprender y resolver diversos problemas que han de presentársele en el ejercicio de su profesión. Objetivos de las orientaciones metodológicas: Estas orientaciones tienen como propósito central ayudar al estudiante a desarrollar eficazmente sus estudios y dirigir su atención hacia

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los aspectos y problemas que son fundamentales para satisfacer los objetivos básicos de la asignatura. Las orientaciones tienen la importante función de estimular y dirigir el estudio de la información y la interpretación de la misma fuera de clases. El estudiante debe procurar lograr habilidades y conocimientos, desarrollar un método que le ayude a adquirir y aumentar su competencia de forma independiente y sistemática . Para ello debe partir de los objetivos trazados en el programa de la asignatura que a continuación se exponen. Ellos constituyen una guía de estudio y trabajo independiente que junto con las notas de clase, las conferencias y la bibliografía correspondiente, contribuirán al éxito de los estudios si planifican el tiempo debidamente con vistas a ir preparados a las discusiones o confrontaciones colectivas y las consultas de dudas con el profesor. Sobre la literatura docente: A continuación te ofrecemos una serie de textos que en ninguna medida son definitivos o concluyentes en torno a cada una de las cuestiones a que están referidos. La dificultad que comporta la asignatura consiste, precisamente, en que no existe un texto o manual que cumplimente los requisitos planteados en el programa. Existen aisladamente ensayos, artículos de revista y parte de libros que representan múltiples puntos de vista de autores a través de los cuales pretendemos que cada estudiante desarrolle sus propios argumentos polémicamente. La variedad de aspectos tratados, las diferencias entre los autores y el lenguaje técnico empleado en la mayoría de los trabajos, determina que los alumnos deban basar sus estudios en las notas de clases, en algunos otros materiales que orienten los profesores y, sobre todo, el manejo de la más amplia bibliografía que esté a su disposición en bibliotecas públicas y privadas, insistiendo en el manejo de diccionarios y enciclopedias que faciliten el entendimiento de los mismos. Objetivos generales de la asignatura: Educativos: 1. Lograr que los estudiantes se introduzcan en las problemáticas teóricas, epistemológicas e investigativas más recurrentes en el saber sociológico. 2. Despertar en los estudiantes inquietudes y sensibilidad ante problemáticas de matices sociológicos para que busquen las posibles respuestas en los siguientes cursos que irá implementando la carrera a través de estos cinco años.

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Instructivos: Que los estudiantes: 1. Relacionen el contexto social, histórico y teórico de la modernidad con el surgimiento de la sociología. 2. Expliquen las premisas metodológicas, epistemológicas y prácticas para la definición de un objeto de estudio para la sociología. 3. Reconozcan una continuidad teórica y metodológica en el surgimiento y uso de los diversos conceptos que ha ido implementando la sociología. 4. Identifiquen las áreas y temáticas más recurrentes en el saber sociológico actual, así como las posibles prácticas científicas que asume actualmente la sociología como profesión. 5. Valoren de modo general los cursos que toma la sociología como ciencia a nivel internacional, regional y nacional. Exposición del contenido por temas: Tema no.1 Surgimiento de la sociología. La sociología y la modernidad: contexto sociohistórico e intelectual. Preocupaciones teóricas fundamentales. Sociología y poder. Etapas de su conformación como ciencia. Objetivos: 1. Explicar la modernidad como correlato histórico de la sociología en tanto nuevo contexto social, económico, político, ideológico e intelectual. 2. Argumentar la relación intrínseca de la sociología con las ideologías dominantes del capitalismo. 3. Comprender la misión de la sociología en las sociedades modernas. Indicaciones: • El estudio de esta temática debe profundizar en el análisis del cambio de la sociedad tradicional a la sociedad moderna, la mayor complejidad de la estructura social y los procesos sociales de la modernización: urbanización, masificación, secularización, industrialización, democratización y cientifización. • El estudio se efectuará, fundamentalmente, con las lecturas que aparecen en la primera parte de esta compilación de textos. Tema no. 2 Características epistemológicas de las ciencias sociales y de la sociología. La construcción del objeto de estudio de la sociología. La imaginación y la perspectiva sociológica dentro de las preocupaciones del pensamiento

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social. Relación, teoría y empiria en el conocimiento y la práctica sociológica: comportamiento ideal y ejercicio real. Objetivos: 1. Explicar las particularidades epistemológicas de la sociología como ciencia. 2. Construir el objeto de estudio de la sociología a partir de las principales premisas teórico-metodológicas. 3. Analizar los extremos profesionales asumidos en torno a la relación teoría-empiria. Indicaciones: • Es importante analizar las especificidades de la sociología, así como los aspectos distintivos de la misma en relación con otras ciencias y sus posteriores y sustanciales rupturas. • El estudio de este tema partirá de las notas tomadas de las conferencias del profesor y su argumentación particularizada en los diferentes materiales que conforman la segunda parte de la selección. Tema no. 3 Los conceptos de la reflexión sociológica como movimiento teórico y metodológico: estática, orden y estructura versus dinámica, cambio y acción. La relación individuo-sociedad y su comprensión conceptual: estructura social, actores sociales, instituciones, clases, grupos, socialización. Objetivos: 1. Valorar la importancia de la elaboración de conceptos para la ciencia sociológica. 2. Analizar las posibles implicaciones ideológicas de los conceptos sociológicos. 3. Definir desde un enfoque histórico-constructivo los principales conceptos de la sociología. 4. Reconocer la continuidad teórica y metodológica de los debates conceptuales en sociología. Indicaciones: • El análisis de la importancia de la teoría y el lenguaje conceptual para la sociología es básico para comprender los problemas en torno a los que ha girado la reflexión sociológica desde su fundación y las formas de comunicación entre los sociólogos. • El estudio se basará en las lecturas que aparecen en la tercera parte de la compilación.

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Tema no. 4 Desarrollos actuales a nivel internacional, regional y local. Desplazamientos teóricos, metodológicos y profesionales a nivel internacional. El caso latinoamericano: etapas fundamentales y situación actual de la sociología latinoamericana. Los cursos de la sociología en Cuba: oportunidades profesionales y cursos recurrentes. Objetivos: 1. Describir los caminos teóricos y metodológicos de la sociología a nivel internacional en su desarrollo como ciencia. 2. Describir las principales etapas y características de la sociología latinoamericana y cubana. Indicaciones: • Este tema presenta la situación actual de las ciencias sociales en el mundo, en la región y en nuestro país señalando las etapas, hitos y contradicciones que la definen. • Debe realizarse un estudio detenido de cómo esas contradicciones se expresan en los diversos aspectos de la historia disciplinar y en su desarrollo actual a partir de los materiales reunidos en la cuarta parte.

INTRODUCCIÓN

La(s) necesidad(es) de la sociología. Sus dramas como los de Hamlet, Edipo y Penélope Alain Basail Rodríguez* Ser o no ser: he aquí el problema. ¿Es más noble para el espíritu sufrir los golpes y dardos de la airada fortuna, o armarse contra un piélago de tormentos 1 y, haciéndoles frente, acabar con ellos?

Cuando un curioso comienza a introducirse en el estudio de la sociología como discurso y quehacer científico, las primeras grandes interrogantes que quizás lo asalten rondan sobre: ¿por qué surge como ciencia? y ¿cuál es su encargo social? Ello nos lleva directamente a problematizar en torno a la necesidad de su surgimiento en el contexto sociohistórico específico de la modernidad y, en particular, en la primera mitad del siglo XIX. Sin lugar a dudas, la sociología es un programa científico cuyo correlato empírico y arena de debate fue «la gran transformación»2 de las sociedades occidentales bajo los efectos de la revoluciones democráticas, la economía urbana e industrial y la cultura racionalista y secularizadora. La sociología es, en cuestión, una ciencia moderna que se funda con el advenimiento de la modernidad en tanto sucesión de vastos y complejos conjuntos de hondos procesos de cambios socioestructurales, técnicos y culturales –modernización– que trastocaron el ordenamiento social tradicional o feudal y propiciaron la emergencia de la sociedad capitalista industrial. Las homogéneas sociedades premodernas estaban constituidas por instituciones no diferenciadas donde se confundían gobierno, religión, valores, política, estado y donde el individuo desaparecía porque interesaba su trabajo comunal o familiar, inserto en relaciones de parentesco y de fidelidad incuestionables a la religión y a la monarquía. Tal ordenamiento social se quebró ante un conjunto de fuerzas sociales *

Departamento de Sociología, Universidad de La Habana.

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que produjeron cambios abruptos, es decir, una serie de rupturas con el pasado que liberaron al individuo de los diversos elementos de poder, riqueza y status más o menos consolidados en la edad media y aniquilaron el dogma religioso y los sentimientos tradicionalistas. La compleja interacción de ellas determinó el curso de la civilización moderna y el entendimiento del individuo como una realidad social en función de las múltiples redes de relaciones de interdependencia en las que permanece inserto, es decir, como ser socialmente conformado. Estas series de grandes cambios históricos se iniciaron con el Renacimiento (siglo XV), como la primera y más grave crisis de la urdimbre feudal, a partir de una inusitada fe en las posibilidades del hombre que se advertía en las artes plásticas,3 la ampliación del ámbito geográfico occidental a partir de la caída en manos turcas de Constantinopla (1453) y el descubrimiento de América (1492), los adelantos de la técnica –la pólvora, la brújula, el desarrollo de la arquitectura naval y la invención de la imprenta– y la consolidación del férreo poder del estado monárquico centralista a partir de la imposición del lenguaje de la guerra para la definición de las fronteras y la capitalización hasta el siglo XVIII.4 Al mismo tiempo, emergía una concepción individualista del hombre y una nueva clase con ascendente movilidad social: la burguesía. Por otra parte, la Reforma (siglo XVI) marcó la tendencia a la escisión de la cristiandad a partir de las exigencias populares por el violento disloque económico y social y la consecuente sustracción de la obediencia de los Papas católicos a una gran parte de Europa.5 Las reformas calvinista en Francia, luterana en Alemania y anglicana en Inglaterra fueron impulsadas por unas élites cultas de laicos que cuestionaron el poder de príncipes y nobles en estrecha alianza con la forma ideológica dominante: la religiosa. Los protestantes habían arrebatado de la disciplina de la Iglesia a la fe individual, lo que conduciría a que la moralidad cobrará un carácter personal y, de modo inevitable, al disenso permanente. Ello influyó decisivamente en la substracción de la sociedad y del estado de toda influencia eclesiástica, en el aumento de su independencia como ámbitos autónomos por la que tanto lucharían los humanistas en lo relativo fundamentalmente a las reformas educativas como punto más álgido de la secularización. Entendida esta como proceso por el cual los individuos que viven en las cada vez más modernas y complejas sociedades van abandonando las explicaciones de tipo religioso que antes le servían para entender el mundo, y orientándose en él y las van sustituyendo por otras explicaciones más científicas o aquellas que ellos mismos definen en los ámbitos privados.

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Durante el período de la reforma, la ética protestante se extendió por toda Europa desarrollando unos valores religiosos y contribuyendo, como demostró en esencia Max Weber (1864-1920), a la aparición de la racionalidad económica capitalista basada en el control, el cálculo, la planificación racional y el ahorro.6 Esta se impulsó con las revoluciones políticas inglesa, francesa y norteamericana y el ascenso vertiginoso de la burguesía como clase dominante con poder económico y, además, político. El progresivo desarrollo de una economía que dejaba atrás sus ataduras tradicionales al medio rural se aceleró, fundamentalmente, a partir de las revoluciones agrícola e industrial como expresiones posibilitadas por otra revolución de gran trascendencia, que se produjo en el ámbito de la ciencias en tanto sostenido proceso de desarrollo del conocimiento científico del mundo y de aplicación de innovaciones tecnológicas a la vida socioeconómica. En resumen, en la progresiva racionalización de la vida moderna que se produjo entre los siglos XV y XIX intervinieron tres grandes fuerzas sociales que trastocaron el ordenamiento político, económico y, en general, social, a saber: las revoluciones políticas burguesas, la revolución industrial y la revolución científica.7 Al hablar de modernidad se hace referencia al proyecto cultural e ideológico de la industrialización, a una serie de elementos rupturistas con el pasado y a la confianza en alcanzar el futuro a través de proyectos en los que son centrales los conocimientos por sobre las creencias, es decir, que se constituyen a partir de la revalorización de la razón científica y la subordinación a esta de la fe. La ciencia va a ser probablemente el valor más importante de la modernidad. La sociedad moderna es una sociedad en la que es central el conocimiento porque la ciencia, sus descubrimientos e innovaciones, permiten un control de la naturaleza y, a partir de ellos, la construcción de una nueva fe en el progreso técnico sostenido no exenta de consecuencias no esperadas o deseadas. La transformación y expansión del conocimiento científico que tuvo lugar entre los siglos XIV y XVII fue, ante todo, una revolución en la manera de entender la realidad, es decir, un cambio en las actitudes mentales por el auge del comercio, la creación de hábitos mentales de medición, recuento y orden geométrico, el cálculo racional del beneficio y la organización racional del trabajo libre.8 Pero el reconocimiento de la ciencia como valor fundamental de la modernidad fue el resultado de largas y encendidas polémicas y a conflictivos procesos en los que la cosmovisión religiosa del mundo fue

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cuestionada y progresivamente desplazada como hegemónica a favor de la ciencia y de la concepción científica del mundo. En esa lucha por impulsar el desarrollo de un programa de investigación racional de la sociedad, tuvo un protagonismo sin precedentes la que consideramos una de las fuerzas intelectuales seminales de todo el pensamiento que preparó el camino de las revoluciones políticas y reaccionó ante ella y que es considerado, en general, como medular en la prehistoria de la sociología (ca. 1750-1850), a saber: la Ilustración. La también llamada Edad de la Razón o Siglo de las Luces fue un período de notable desarrollo y cambio intelectual en el pensamiento filosófico que comprendió los siglos XVII y XVIII y que se extendió, por ejemplo, desde el Novum organum scientiarum de Francis Bacon (1561-1626)9 hasta el Ensayo histórico sobre los progresos de la razón humana de A. Caritat Condorcet (1743-1794). Ambos autores reflejaron los puntos más altos que podemos encontrar en Inglaterra y Francia dentro de toda una amplia y heterogénea corriente filosófica que se dirigió contra la sociedad feudal. La Ilustración superó y reemplazó algunas ideas y creencias –muchas relacionadas con la vida social– con el objetivo de liberar a la mente de las tradiciones, la comunidad y las autoridades exteriores –la iglesia católica, principalmente– que la tenían condenada. Por ello, los philosophes compartieron una fe optimista en el poder de la razón individual para (re)modelar sistemas sociales ya que, para ellos, sólo existían los individuos y la sociedad no era más que el nombre dado a esos individuos en sus interrelaciones. Afirmaron el racionalismo individualista contra el corporativismo universal y la autoridad medieval difundiendo un ethos –el individualismo– que prosiguió en el siglo XIX con el liberalismo, junto a la visión de un orden social fundado sobre intereses racionales. La contribución más importante de la Ilustración para todo el pensamiento político y cultural fue la idea de progreso, en tanto una innovación sin precedentes, bajo la que anhelaron nuevas formas de comunidad social y moral. El arma principal con la que contaron fue la crítica: los fueros de la razón entendida como una facultad especulativa que crece con la experiencia, la observación, clasificación y la verificación de los fenómenos del mundo real.10 Por su parte, la industrialización no constituyó un único acontecimiento sino muchos, cuyos desarrollos interrelacionados culminaron en la transformación del mundo occidental de un sistema fundamentalmente agrícola en otro industrial. Asociada en sus inicios con la explotación del carbón en Inglaterra, se refiere en general a la expansión de las

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relaciones capitalistas de producción a partir de la transformación de la propiedad en privada, fragmentada, atomizada o convertida en bonos o acciones impersonales, la extensión de las relaciones de mercado –progresiva mercantilización de las relaciones sociales–11 y a la autocomprensión de los individuos como unidades que podían contratar su fuerza de trabajo individual y no como trabajo comunal o familiar. Cuando Adam Smith describió al sistema inglés en La riqueza de las naciones (1776), como la resultante de las fuerzas combinadas del individualismo legal y del económico que transformaron aquella sociedad, estableció que su fuerza se derivaba de una nueva división del trabajo a partir de la creciente funcionalización de la sociedad, es decir, de roles diferenciados a cumplir por nuevos actores sociales (negociante-obrero, burgués-proletario) que complejizaban la estructura social y, además, por el protagonismo del capital industrial. La revolución industrial alcanzó un gran impacto o influencia sobre el orden social a constatar en aspectos tales como la situación de la clase obrera o trabajadora,12 el crecimiento de las ciudades,13 la organización de las relaciones laborales dentro del sistema fabril, la creación de inmensas burocracias económicas para proporcionar los múltiples servicios que requerían la industria y el naciente sistema capitalista –la burocratización o el mayor número de individuos sujetos a una razón cada vez más impersonal– y, en general, los cambios en la relación histórica entre el hombre y la mujer, que hicieron de la familia tradicional algo caduco, que abolieron la separación cultural entre la ciudad y el campo y posibilitaron, por primera vez en la historia, la liberación de las energías productivas del hombre de los limites de la naturaleza o la sociedad tradicional. Cuando, en otro orden de cosas, nos referimos a los cambios en las formas de organización política de la sociedad, hablamos de los procesos de democratización que se producen a partir de las revoluciones políticas burguesas. Una larga lista de procesos de subversión social que podemos llegar a denominar revoluciones sociopolíticas, caracterizan a la modernidad. Entre las más célebres podemos citar las Revoluciones Inglesas (1842; 1648-1649; 1688), la Revolución Francesa (1789; 1830-1848; 1870), la Revolución Norteamericana (1775-1783) y otras que se adentran en el convulso siglo XX como la Rusa (1917), la China (1949) y la cubana (1959). En general, aunque pensando sobre todo en la Francesa,14 constituyeron grandes rupturas ideológicas en la historia de occidente que impulsaron la desintegración definitiva de las relacio-

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nes feudales de vida, y sus leyes o declaraciones, explicitas o racionalmente codificadas, abarcaron todos los aspectos de la estructura social y garantizaron la libertad y dignidad individuales como facultades inherentes a todos los individuos tanto en la teoría como en la práctica. Como resultados de la revolución se consolidaron las formas capitalistas de producción, entregándose el poder a las clases que van a fundar el industrialismo y las finazas modernas: los burgueses; también, se aceleró el proceso de secularización entre el estado y la iglesia, aumentando el primero la eficiencia de la administración pública15 y asumiendo, como interés práctico e importante factor de legitimidad, todo cuanto al bienestar público e interés nacional se refiere: prosperidad, expansión colonial, sanidad pública, educación –científica, no religiosa– y desarrollo de la ciencia. En un sentido más amplio se asiste al ascenso de la política como la forma ideológica dominante de la modernidad, convirtiéndose en una forma de vida intelectual y moral. Los dogmas y herejías de la revolución promovieron actitudes mentales acerca del bien y el mal en la política reservadas hasta entonces a la religión. Además, propició una reconstrucción social y moral, que abarcó a la iglesia, la familia, la propiedad y otras instituciones sociales, es decir, que tocó lo cultural, la vida cotidiana y los valores expresados en el aliento del modernismo a constatar en la producción artística y literaria. Para tratar de explicar cómo el término «sociedad» se convirtió en algo emergente y constrictivo, es pertinente detenernos en estos momentos históricos de cambio de las relaciones de autoridad medievales.16 El ordenamiento de las sociedades por los estados nacionales a partir de una redefinición ideológica, política e institucional, buscó la homogenización de las mismas con pautas igualitarias e individualistas de relación o, en otras palabras, la reducción de aquellos aspectos conflictivos, anárquicos y desestabilizadores implícitos en la propia lógica de transformación social a partir de un ordenamiento normativo que fue presidido por los principios de igualdad y libertad, y un conjunto más amplio de derechos legales que unifican e identifican a los individuos con el estado como garante principal de tales derechos.17 Según Alfonso Pérez-Agote, lo político generó el carácter total de lo social y, al hacerlo, devino como un ámbito diferenciado –sociedad política o estado nacional– dentro de la sociedad, como «aquello que afecta a la síntesis de lo social precisamente como objetivación política de la realidad social».18 Mientras que la «sociedad nacional» es aquella objetivación de la

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sociedad que opera el estado, desde la que se entiende a la sociedad como la realidad social existente sobre un territorio o se da por supuesta aquella como realidad social fundamental. Tal reordenamiento o integración de las sociedades que se autodefinían como modernas fue el resultado de un proceso histórico que enfrentó la tendencia a la escisión característica de la crisis del entramado social en pleno período de transición del viejo orden social feudal a otro donde lo social se dividió en dos dimensiones constitutivas: lo público, como espacio o ámbito común para tratar los problemas colectivos y, lo privado, como lugar de las relaciones específicamente individuales. Este hecho se convirtió en el supuesto histórico implícito de toda la producción sociológica dada la imposibilidad de distanciarse del mismo y constituir la sociedad nacional una totalidad articulada internamente, organizada y relativamente autónoma, o sea, una realidad que se debe tratar de vertebrar (Durkheim) o trascender (Marx).19 La idea de la sociedad como un todo externamente reconocible se acompañaba internamente de una complejización de la estructura social producida por la conflictiva reconfiguración de las relaciones jerárquicas y del sistema diferencial de status. Es ilustrativo cómo el dinero apareció como una medida de igualdad de opción que superó las anteriores diferencias en términos hereditarios o de sangre pero, al mismo tiempo, como una medida de desigualdad de condición que determina las diferencias reales de oportunidad en función de la remuneración de los distintos trabajos realizados. En general, nos referimos a esa dimensión significativa que se potenció con la acentuada división social del trabajo y la diferenciación del individuo en la sociedad a partir de la independencia del mismo para vender su fuerza de trabajo y, como sabemos desde la Ilustración, desarrollar sus poderes para pensar libremente en torno a la sociedad. Ello permitió llegar a establecer una reflexividad social sobre las relaciones sociales de las que participan los individuos a través, por ejemplo, de la opinión pública y la prensa como principal soporte material y vehículo de la misma. Así «la sociedad» fue reconocida como objeto de estudio, una realidad relativamente autónoma cuyos problemas hay que explicar en la medida en que aparecen regularidades de difícil entendimiento que no son el resultado del diseño o la voluntad de nadie sino, más bien, resultados no previstos de las acciones de los individuos en relación simultánea y sucesiva con otros que posibilitan un determinado tipo de orden que rebasa lo inicialmente ideado o hasta lo contradice.

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El siglo XIX se caracterizó, en general, por una gran crisis. En su primera mitad lo más distintivo fue, desde el punto de vista intelectual, la reorientación del pensamiento europeo apoyada en la reafirmación de la tradición y en la búsqueda de nuevos fundamentos para un orden que parecía destruido por los estragos de las guerras y las revoluciones en muy estrecha relación con los intereses de poder de la nueva clase que lo detentaba: la burguesía. Se trató de una amplia reacción, que se expresó en literatura, filosofía, teología, jurisprudencia, historiografía y, sustancialmente más, en sociología, contra la razón analítica y lo puramente racional. En este sentido fue un pensamiento que propugnó en lugar del orden natural, el orden institucional, y en lugar de una concepción optimista de la soberanía popular, una serie de premoniciones sobre las tiranías que acechaban en la democracia popular cuando se transgredían sus límites institucionales y tradicionales. Esta corriente o tendencia ideológica ha sido conocida como el conservadurismo filosófico, y se caracterizó por reaccionar ante las inestabilidades y el caos que reinaba según sus representantes, como parte del movimiento romántico20 característico del pensamiento social, artístico y literario de toda la primera mitad del XIX. Dentro de ese ethos intelectual dominante, el conservadurismo tuvo su contraparte en la tendencia la liberal-radical.21 El conservadurismo fue el primer gran ataque al modernismo y a los resultados de los procesos que el espíritu moderno idealizó como de cambio y progreso sostenido, pero que también fueron de fragmentación, desencanto, disgregación e incertidumbres o, en pocas palabras, de crisis de la cultura por la pérdida de la noción de totalidad de la vida, el malestar psicológico y la inquietud social. Lo que las revoluciones atacaron fue defendido por hombres que desconfiaron de las innovaciones tecnológicas, y concedían gran importancia a la tradición y a las instituciones del orden legado o heredado por la historia ya que ese era, según sus palabras, el verdadero «orden natural». Ante los ideales iluministas del derecho natural, la ley natural y la razón independiente, proclamaron la prioridad de la sociedad y sus instituciones tradicionales con respecto al individuo a partir de un redescubrimiento de lo medieval –sus instituciones, valores, preocupaciones y estructuras–, es decir, un profundo espíritu antimodernista y contrailustrado. Pero, paradójicamente, fue a partir de sus afirmaciones sobre la totalidad de la sociedad, la relativa independencia de lo social como determinante de los conocimientos o formas de expresión y el ser social de los hombres, que la so-

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ciología constituirá su objeto de estudio, heredando una serie de conceptos que integraron su corpus teórico22 aunque, despojándolos de todas las explicaciones trascendentalitas y, eso sí, transfigurándolos por los objetivos racionalistas o científicos preconizados por los ilustrados a partir de su interés por mantener un fuerte correlato entre la especulación y lo factual. Entonces, es preciso advertir, como señala Irving Zeitlin, que «la sociología se desarrolló inicialmente como una reacción a la Ilustración», y subrayar que la influencia de la Ilustración en la sociología fue tanto (y más) indirecta y negativa como (y menos) directa y positiva.23 El destacado sociólogo Robert Nisbet24 subrayó la paradoja creativa de la sociología destacando cómo por sus objetivos y por los valores políticos y científicos que defendieron sus principales figuras, estuvo ubicada dentro de la corriente central del modernismo, mientras que, por sus conceptos esenciales y sus perspectivas implícitas, estuvo, en general, mucho más cerca del conservadurismo filosófico. Esta tensión entre los valores tradicionales y modernos aparece como un rasgo esencial de su estructura conceptual y de sus supuestos fundamentales, junto con la imagen de lo social tensionada por lo individual –Ilustración– y lo grupal –filosofía conservadora. Por ello se dice que la sociología es una exponente de la mentalidad moderna conmocionada por preguntas sobre las discontinuidades y rupturas sociales que son vividas como continuas crisis sociales. Crisis a la que la sociología alude, ya que constituyen sus condiciones históricas de posibilidad o la justificación de la necesidad de fundarla, como programa científico, para el estudio positivo de la realidad social y la resolución de las ambivalencias y las contradicciones sociales provocadas por las revoluciones, enfrentándose a la pretensión de armonizar estática –orden-equilibrio– y dinámica sociales –cambio-conflicto. Pero, también paradójicamente, estas situaciones críticas de indefinición, de inestable y difícil equilibrio de su objeto de estudio, terminaron por invadirla definiendo todas sus tensiones constitutivas como expresiones casi dramáticas que a continuación trataremos de dilucidar.

El drama de la sociología en tres actos: la invención, la consolidación y la ruptura Tal vez parezca excesivo este esbozo dramatúrgico del desarrollo de la sociología con el que pretendemos describir los más importantes

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retos planteados a (y por) esta ciencia. Los personajes literarios o reales a los que aludimos son tropos retóricos que estimamos pertinentes para el desarrollo del trabajo con fines expositivos y para hacer referencia a las ambigüedades que forjaron a la sociología como ciencia en los momentos más significativos de su historia. Historia que representamos en tres actos centrales a partir de los retos que enfrentó como ciencia: la invención (ca. 1830-1890), la consolidación (ca. 1890-1950) y la ruptura (ca.1950-hoy). Acto primero: la invención y la evocación de Hamlet ¿Por qué se dice que la sociología surge en la época moderna si siempre existió un discurso sobre la sociedad y el hombre fácilmente reconocible en la filosofía y en la economía política? Algunas lecturas que incluimos en esta obra pretenden aclarar tan medular pregunta para esbozar un programa de estudio sociológico. Y es que, en primer lugar, las rupturas sociales impuestas por los cambios explicitados arriba se vivenciaban como una crisis aguda, como procesos contradictorios y de alta conflictividad social que infundían sensaciones de falta de control sobre las lógicas de desarrollo social y los propios procesos que, a pesar de ponerse en marcha amparados por una ideología del progreso positivo, arrojaban resultados contrarios a los planificados y nuevos problemas como la masificación de las ciudades, insalubridad, contaminación, alienación (Marx), burocratización (Weber). Si a ello añadimos la cada vez más estrecha interdependencia entre los hombres en sociedades cuyas estructuras sociales se complejizaban a partir de la aparición del mercado, el consecuente predominio de las relaciones contractuales, las múltiples funciones sociales a cumplimentar, una amplia división del trabajo y fuertes procesos de movilidad social, confirmamos que se generaron en los individuos modernos inseguridades, extrañamientos o, en palabras de Norbert Elías, «conciencia de opacidad».25 La potenciación de la autonomía individual –que llamamos individualización– volvió problemático al orden social y necesaria la estabilidad por los cada vez más fuertes vínculos entre individuo y norma e individuo y sociedad. Los hombres adquirieron conciencia de interdependencia y empezaron a verse a sí mismos como sociedad, entendida esta última como un todo despersonalizado y una medida superior de dependencias y controles mutuos cuya realidad social básica era el propio individuo. Es decir, la necesidad de esclarecer la determinación externa de las acciones, aque-

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llo que coactivamente aparece como común a todos guiando nuestras acciones y pensamientos, y que se presenta como socialmente aceptado, compartido, cuestionado y dominante, es la necesidad básica que justifica intelectual y moralmente el origen mismo de la sociología como ciencia y, como consecuencia, el descubrimiento de la sociedad como objeto de estudio relativamente autónomo de las ciencias sociales con el advenimiento de la modernidad. Por primera vez, la sociedad era entendida a través de un programa disciplinar –tanto empírico como teórico–, como un conjunto de relaciones cuyo constructor era el hombre. Aunque los sociólogos reivindiquen a Saint-Simon o a Augusto Comte como sus fundadores, la sociología no tiene un fundador concreto, ya que surgió en algunas de las mentes más lucidas del siglo XIX como consecuencia de la extensión progresiva de la actitud científica a todas las esferas de la acción humana. Respondiendo a y como producto de la necesidad en creer que, como lo explica Hamlet a su amigo Horacio: «[...] Hay en el cielo y en la tierra más cosas que las que ha soñado tu filosofía [...] pero venid a acá, jurad como antes, y así el cielo os ayude, que por muy raro y extravagante que sea mi modo de proceder [...] daréis nunca a entender que sabéis algo acerca de mí. Jurad que nada de eso haréis, y así la gracia y misericordia de Dios os asistan en vuestras tribulaciones! ¡Jurad!».26 Y es que la sociología partió de la misma firme convicción y de la suerte que Shakespeare le impuso al drama existencial de Hamlet cuando acto y seguido decía: «Nuestro siglo está desconcertado. ¡Oh! ¡Maldita suerte la mía, que haya nacido yo para ponerlo en orden!».27 Así, la sociología nació también agobiada por el papel que le obligó a representar la fatalidad de las circunstancias, pero no simulará, a diferencia de Hamlet, locura para cumplir su cometido sino, racionalidad científica y neutralidad ética. Su pretensión ha sido la de convertirse en la forma de conciencia teórica con la que la modernidad se interroga a sí misma, es decir, como conciencia histórica de los tiempos modernos que, como ciencia, tratará por primera vez a la sociedad como totalidad, pero no basándose en la intuición y la especulación, sino a partir de la realidad factual, empírica. Así uno de sus más excelsos representantes, Herbert Spencer (1820-1903), creyó que la sociología era el gran instrumento de autoconocimiento que necesitaban los hombres para irse librando de sus propios mitos y de sus propias cadenas. Spencer subrayaba que la

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verdadera vocación de la sociología es la de ser una disciplina liberadora, que nos puede arrancar de la trampa de la visión equivocada del mundo que nos ha impuesto nuestra clase social o la educación recibida. En este sentido se instaura como reflexión sobre nuestra propia condición en la era moderna, como ciencia que debe solucionar problemas, lo que llegará, más tarde, a definir una visión ingenieril y hasta profética de la misma.28 Max Weber se refirió a la sociología como la encargada del «desencantamiento de las imágenes del mundo» y, por su parte, Norbert Elías utilizó una original imagen para referirla como «cazadora de mitos»,29 en tanto que vástago de la Ilustración que no puede proceder sino desacralizando el mundo, explicitando las bases mítico-sagradas sobre las que se asienta movedizamente y desvelando las consecuencias no queridas de la razón moderna dentro de las que incluye sus propios actos de mistificación o sacralización en nombre de la razón científica.30 En este sentido, el propio Elías subraya que la sociología y, en general, las ciencias sociales constituyen instrumentos de orientación en sociedades relativamente poco transparentes cuando aumenta la conciencia de opacidad. Tales instrumentos conceptuales de carácter más impersonal pretenden devolver transparencia a las acciones de los sujetos que asumen y dan por supuesto en qué medida su conducta está socialmente pautada y, especialmente, en qué sociedad como centro de atención de la sociología, hay que insistir en cómo esta medida depende de otras acciones correlativas. Por eso, si se quiere poner a la sociedad como centro de atención a la sociología, hay que inistir en cómo esta se halla tejida por numerosos lazos que son desconocidos por los actores, pero que no por desconocidos dejan de ser reales. La misión de la sociología es, precisamente, devolver la transparencia colectiva haciendo explícita o consciente la determinación social en cuanto substrato desconocido, opacado o inconsciente de la realidad social. Resumiendo, la sociología como beruf 31 nació como consecuencia de una fractura significativa entre el ser social y la conciencia del ser social, en otras palabras, de la contradicción entre, por una parte, aquello se que complica, diferencia, entrelaza y parece ser de una naturaleza especial y, por la otra, de la conciencia de cuán ignorantes somos al descubrir la heterogeneidad y multiplicidad de formas sociales y culturales. La necesidad de salvar las lagunas producidas por el devenir de la sociedad moderna cada vez más interdependiente, ajena, generando conciencia de variabilidad y extrañeza, obligó a la sociología a plantearse problemáticamente la existencia y permanencia de los agrupamientos

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humanos, la inserción en ellos de los individuos, la estructuración u organización de los campos de la vida social y, al mismo tiempo, los procesos de cambios en que están inmersos.32 Para comprender la especificidad de la sociedad moderna ha sido esencial la yuxtaposición entre sociedad premoderna y sociedad moderna, entre lo viejo y lo nuevo.33 Por demás, esos dualismos se instalaron en los discursos teóricos y han «cazado» al «cazador» –la sociología– con extremos en torno a qué es lo determinante en las relaciones entre estática y dinámica, orden y cambio, y estructura y acción. Tal situación también provocó una hermosa, trágica y reveladora metáfora de Marx que explica las acciones y situaciones cambiantes de la modernidad. Decía: «Todo lo sólido se desvanece en el aire».34 Sospechando de esa ambigüedad que distinguía al tiempo histórico moderno: la promesa de aventura, poder, crecimiento y transformación de cada uno de nosotros y el mundo y, al mismo tiempo, la amenaza de destruir todo lo que tenemos, lo que sabemos y lo que somos. Nuestro José Martí agregaría otra de igual estatura e idéntico sentido: «Todo lo devora New York en un día». Acto segundo: la consolidación y el enigma planteado a Edipo Como hemos apuntado, el creciente interés por la ciencia impregnó todos los sectores de la vida cotidiana, de la cultura material y de la producción simbólica. La ciencia adquirió, entonces, gran prestigio social, y a los pensadores vinculados a las que más éxitos acumulaban –sobre todo la física, la biología y la química– se les otorgaban lugares preferentes. De tal forma que cuando se constituyó el campo de las ciencias sociales a mediados del siglo XIX, como parte del proceso de secularización de la especulación científica, las nuevas ciencias se vieron compulsadas a imitar o seguir el ejemplo y las pretensiones de cientificidad de aquellas aplicadas al mundo natural y obviando que su adjetivo cualificador –sociales– hacía referencia a un objeto de naturaleza igualmente compleja pero muy diferente.35 El camino de madurez de la argumentación científica en sociología se inició con dos respuestas clásicas a dos preguntas que constituyeron una ruptura con las prenociones del sentido común: ¿qué es hacer ciencia social? y ¿cómo se hace? La primera subrayó que seguramente era lo mismo que hacer ciencia natural porque ambas recibían el nombre co-

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mún de ciencias y se apegaban a los hechos. Ha sido conocida como positivismo y sigue el modelo de las ciencias naturales –físico u orgánico.36 La segunda, mientras tanto, partió de defender las particularidades de las ciencias sociales siguiendo el modelo ideal cultural, a la usanza alemana, según el cual el objeto de estudio es el hombre, y este no se conforma cual materia pasiva en el mundo, sino que lo interpela, lo hace, lo juzga y lo cambia. Esta corriente interpretativa o compresivista sugiere la idea de un acercamiento comunicativo entre sujetos y la revalorización de los aspectos de la subjetividad de la vida social, las interpretaciones cotidianas del mundo, la acción y los significados socialmente atribuidos a ella. Ambas respuestas no fueron más que tentaciones reduccionistas que concibieron a la sociología como física social o ciencia historicista, phycis o crítica cultural, ciencia o arte, lógica o poesía. Impusieron dos clases de determinación de los objetos de estudio, a saber: objetivista, como Durkheim cuando afirmaba que los «hechos sociales» entendidos como las conductas institucionalizadas socialmente o todas las maneras de hacer, susceptibles de ejercer sobre el individuo una coacción exterior, debían ser tratados como «cosas»,37 y simbólica, como Weber cuando insiste en que el hombre está inserto en tramas subjetivas, de significación, que el mismo ha creado.38 Y en correspondencia ambos otorgan preponderancia a dos esquemas metodológicos que tradicionalmente se han contrapuesto: erklären versus verstehen, es decir, explicación versus comprensión y su expresión correspondiente en las lógicas argumentativas medio-fin y significado-expresión. Hecho que también se expresa en la contraposición improductiva entre métodos cuantitativos y métodos cualitativos y entre individualismo metodológico y holismo metodológico. La verdadera raíz de estos constitutivos y diluyentes dualismos o debates de la sociología pasa por la complejidad del objeto de investigación. El homo sociologicus está sujeto en diversas redes de interrelaciones, de creencias y valores. La realidad social alcanza múltiples dimensiones y obliga a la «pluralidad del objeto» o su multidimensionalidad, que es la causa de la especulación y, consiguientemente, del disenso pluralista y la fragmentación del conocimiento. Tal incertidumbre epistemológica que se impone en cada investigación nos hace conscientes de las necesidades prácticas del principio de la incomplexidad, de la posibilidad de la replicabilidad del conocimiento propuesto por otro(s). Ello determina los muchos modos de ser y hacer ciencia social.

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El reto de consolidar a la ciencia sociológica (ca. 1890-1950) se tradujo en una doble lucha por su institucionalización y su profesionalización. El reconocimiento disciplinar de la sociología supuso fuertes disputas por espacios académicos y publicísticos. Estos indicadores de institucionalización de una ciencia avanzaron con la formación de escuelas nacionales, facultades y departamentos,39 el desarrollo de primeras armas de investigación empírica a partir del trabajo en equipo, la fundación de revistas como L`Anèe Sociològique (1898) por E. Durkheim y la fundación de la Sociedad de Sociólogos de Londres (1903) y la Asociación de Sociólogos de Alemania (1910). Los elementos distintivos de esta época fueron la permanencia de grandes obras individuales, la continuada abundancia de los tratados generales de sociología y la imposición de limitaciones de perspectiva para poder ser más rigurosos en el conocimiento de los campos de interés. Así se definieron los «clásicos» de esta ciencia como, según Jeffrey Alexander: «productos de la investigación a los que se les concede un rango privilegiado frente a las investigaciones contemporáneas del mismo campo». Según este autor, su centralidad se debe a dos razones: una funcional, ya que ante el desacuerdo y la falta de consenso es necesaria cierta base para establecer una relación cultural, una idea aproximada de que hablar para integrar, concretizar, validar y legitimar el campo del discurso; y otra intelectual o científica, por tratarse de una contribución regular y permanente que se ha desarrollado para diferenciar sociedades y seres humanos en la historia como un marco artístico cuyo estudio no sólo tiene un interés histórico –como dicen los positivistas–, sino para desarrollar los intereses teóricos contemporáneos.40 A veces a estos clásicos se les critica, compara, contrapone y complementa con otros por lo que dicho «rango privilegiado» parte de la creencia común de todos los cientistas sociales de que se puede aprender en el campo de investigación que interesa tanto de las obras anteriores como de las de sus contemporáneos. Por eso, en calidad de clásica tal obra establece criterios fundamentales en cada campo en particular como son imprescindibles por ejemplo: en sociología de la religión, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de M. Weber, y Las formas elementales de la vida religiosa, de E. Durkheim. Esta situación plantea un problema muy serio sobre el crecimiento de la ciencia social, ya sea este entendido por acumulación (Newton) o por revoluciones científicas (T. Kuhn). Ante esta situación peculiar de las ciencias sociales algunos subrayan optimistamente que se demuestra su fermentación,

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mientras que otros señalan las muestras de confusión y estancamiento. La maldita/bendita necesidad de reabrir los clásicos es una característica de nuestra ciencia que se debe a su condición dada la realidad irrepetible de nuestro objeto y, por tanto, el carácter fundamentalmente no experimental de la disciplina.41 De cualquier modo, los padres fundadores son los padres de una ciencia, y los profesionales que a ella se dedican, se forman un complejo por no superarlos que recuerda al de Edipo rey y su terrible drama: desoír una profecía que más tarde se cumplió porque, desconocedor a sus verdaderos padres, le dio muerte a uno y convivió con otro y, consciente de su origen y culpable de parricidio, se autocondenó a eterna ceguera.42 Haciendo referencia a todos estos aspectos pero principalmente a la centralidad de los clásicos, a la ideología de la profesionalización de la disciplina43 y a los dualismos constitutivos, es que hablamos metafóricamente de la formación del complejo de Edipo de la sociología durante su período de consolidación. Las sociedades modernas le plantean un enigma al hombre moderno a cuya comprensión más cabal la ciencia sociológica contribuye permitiéndole trascenderla; sin embargo, cumpliendo ese cometido social la «conciencia crítica» se ha embebido de las ambigüedades y los valores de los nuevos tiempos o, con su ejercicio formalista, le ha sustraído ambigüedad a la realidad que estudia. Tal paradoja se constata cuando examinamos por qué a esta ciencia le ha venido costando tanto esfuerzo romper con la tradición y contribuciones de los padres fundadores, superar el pluralismo cognitivo en aras de una integración de la teoría sociológica y trascender los dualismos y aquellas prácticas que se representan muy bien con los extremos del movimiento pendular asociados al ejercicio real con la «gran teoría» o el «empirismo abstracto».44 De lo que sí no se puede acusar a la sociología es de ceguera intelectual ya que, tal vez, la piedra de toque de su singularidad pase por autoconvencernos que no se trata de una maldición, sino de la virtud forjada en el ejercicio mismo de intelección de todo lo humano, cuya condición incluye a la naturaleza y a la vocación misma del investigador. Acto tercero: la imposibilidad de la ruptura (drama a lo Penélope) Quizás lo primero que debemos destacar en la sociología es la criítica de sí misma que despliega y, por tanto, señalar como rasgo de la cien-

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cia sociológica su fuerte «narcisismo». La llamada por Robert Friedrich, desde los años setenta, sociología de la sociología, expresa la continua necesidad de autogenerar discusiones sobre su curso y devenir, alegando su juventud e «insuperable» estado de crisis.45 Entonces, advertimos que la sociología es algo así como el tejido de Penélope, siempre creándose y destruyéndose a sí misma. La autocrítica epistemológica sería una «sana enfermedad», ya que siempre perpetúa el debate sobre los métodos y el alcance de sus discursos. Las dudas y problemas parten de una situación de incertidumbre ante la crisis de la realidad, y de la dificultad particular que presenta para definirse como ciencia. Los sociólogos muestran su malestar y hablan de crisis, pero en el fondo no plantean nuevos problemas para la sociología, sino que vuelven abrir el debate sobre los viejos dilemas de la disciplina. Es por ello que la sociología es una ciencia multiparadigmática46 donde a los clásicos del positivismo, el marxismo, el funcionalismo, el estructuralismo, el interaccionismo simbólico, la fenomenología, la etnometodología se sobreponen nuevas variantes como el neofuncionalismo o el posmarxismo. La convivencia de múltiples paradigmas siempre ha sido un rasgo distintivo de las ciencias sociales, aunque durante el período que va desde 1930 hasta 1960, algunos alcanzaron un mayor consenso que otros escindiendo el campo teórico en polos opuestos como, por ejemplo, el funcionalismo y el marxismo. La nueva situación después de los sesenta se caracterizó por los numerosos cismas en dicho campo, la superposición y desagregación de modelos explicativos holísticos en otros menos profundos y absolutos. En general, se dice que el rasgo más característico de la sociología posparadigmática ha sido el disenso plural y multiforme. No son tiempos de ortodoxia, sino de eclecticismo, originados por una nueva sensibilidad por lo cualitativo y por la reconsideración del problema de la objetividad y el mito de la ciencia libre de valores. Tampoco hay que confundir la existencia y aceptación del pluralismo con el total relativismo. Veamos detenidamente a continuación a qué nos referimos cuando hablamos de los retos de la refundación, insistiendo en algunos rasgos de la ciencia sociológica ya citados y, más, en los relativos al objeto de estudio y su determinación social o historicidad. Desde sus inicios la sociología viene representada por la pretensión de ser una ciencia total y su necesidad de ser residual, sobre todo a partir de su entrada en la división académica del trabajo. Ello se expresa en las dificultades para articular teoría total y aplicación empírica, y para

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definir un objeto específico o, en otras palabras, un enfoque específico para un objeto compartido con otras ciencias. Cuando un sociólogo se ve precisado a explicar qué estudia la ciencia que profesa, refiere una serie de abstracciones, de ideas globales, que lo que logran es presentar la dispersión de la disciplina, por ejemplo, «la sociedad», «lo social» o «la realidad social». Para satisfacer la necesidad de definir esas ideas los sociólogos solemos volver la mirada hacia la tradición que nos antecedió, y es el momento de percatarse de un verdadero «Sísifo colectivo».47 La complejidad, fugacidad, creatividad, libertad o espontaneidad que sellan la actividad humana son difíciles de aprehender y no resulta suficiente con establecer límites restrictivos para definir qué vamos a estudiar. No obstante, se trata de un problema ubicuo –que se encuentra a un mismo tiempo en todas partes– sin resolución definitiva que implica aspectos ontológicos –qué es o cuál es la realidad social, el hombre–, epistemológicos –en qué sentido es observable la realidad–, metodológicos –qué clase de teoría puede construirse al respecto y cómo relacionarla con la realidad observada– y éticos y políticos –para qué, o a qué, o a quién sirve el conocimiento de la realidad social. Las dos construcciones clásicas del objeto de estudio de la sociología que hemos contrapuesto aquí, representadas por Durkheim y Weber, nos indican que para el tratamiento científico de la sociedad es imprescindible una ruptura con las prenociones del sentido común o con la «sociología espontánea», tanto de investigado como del investigador. Durkheim creyó superar las «nociones comunes» y los «idola»,48 pero se engañó porque su percepción de la realidad como externa y objetiva, de la sociedad como real, no se diferenció de la percepción del actor, sino que reforzó su modo común de percibir el mundo social a partir del punto de vista que acepta el hecho de que lo social esta ahí como algo dado, se hace y se dice. Weber insistió en que las características formales que les adjudicamos a las acciones sociales cuando las captamos a través del lenguaje formal, difieren de su existencia en puntos fundamentales, es decir, privilegió el punto de vista del actor, la dimensión subjetiva consistente en las atribuciones de sentido con las que presenta sus acciones encadenadas entre sí. No obstante, la poca trasparencia de tales entramados, producto que el actor no acaba de captar el sentido objetivo de su propia acción ya que ignora sus últimos resultados y consecuencias, genera lagunas, incomprensiones o inconciencias, en resumen, hechos sociales.

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A pesar de las diferencias, ambos son racionalistas y coinciden en señalar la importancia del francés, la concurrencia, lo común –«conciencia colectiva»– y, el alemán, la interrelación, la referencia recíproca, la concordancia objetiva. Es decir, declaran que la sociología es racionalista y lo es en función de su específico enfoque de la realidad teniendo en mente que los hechos no son racionales sino arbitrarios. El hecho social es dado y, al mismo tiempo, resultado de la construcción y creación cotidiana de actores que interactúan. Podríamos decir que la facticidad existe porque los actores creen en ella, y la construyen a través de acciones cuyos resultados no intencionales no controlan porque están a merced de los múltiples vínculos sociales que establecen entre sí. Se trata de desarrollar un doble modelo de desradicalización que permanezca conceptualmente positivista, pues solo desde la autonomía de lo social es posible fundar una ciencia social –como sabemos desde Durkheim– y metodológicamente historicista ya que lo social es siempre históricamente específico y debe respetarse la prioridad ontológica de la acción social –en el sentido weberiano. Es decir, emprender el conocimiento de la condición humana en su dimensión social, proponiendo estudios objetivos, racionales y sistemáticos que, en cuestión partan de herramientas conceptuales que se le acercan dada y compartida para proponer una exteriorización significativa de sus rasgos comunes y, al mismo tiempo, planteen estrategias específicas para cada objeto en dependencia de su naturaleza, del contexto histórico y de las subjetividades individuales. Aquí surge la doble necesidad heurística de: a) desreificar la facticidad, considerándola no como un punto de partida imprescindible, sino como una mera posibilidad que b) ha sido generada por mecanismos sociales que deben ser cuestionados para aclarar el camino. Tal proposición indica la reconstrucción del objeto de la sociología como una «situación» que se considere tal y como es y, también, cómo es percibida por los actores sociales partiendo de la premisa de que es diferente a la definición de situación que ellos proponen en tanto resultante de una compleja mediación social.49 Lo constituyente y lo constituido como caracteres ambivalentes del hecho social y la acción social en tanto se trata de definir el objeto de la sociología en cuanto resultado de la determinación mutua de ambos bajo la historicidad como dato radical de la vida social.50 Usando las palabras de Marx, se trataría de buscar la segunda naturaleza social cosificada del hombre y, en la lectura de Agnès Heller, de la desfetichización de la modernidad como la misión

de la sociología en tanto ciencia de nuevos profesionales reveladores del significado último del orden y la legalidad social. Una cuestión radical que emerge generando polémicas que continuamente se prorrogan es la de la posibilidad de la objetividad en el conocimiento de la vida social.51 Es cierto que no existen «hechos sociales desnudos» –Feyerabend–, sino que estos están en nuestro conocimiento vistos de cierto modo, desde la retícula a través de la cual observamos la realidad y le atribuimos una significatividad esencialmente teórica. Pero también es cierto que sólo podemos comprender los hechos sociales si los concebimos como objetivos, generales, coactivos y nombrados colectivamente. Partimos de la condición teórica, como

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miso– social de devolver transparencia para que la sociedad desobjetivice, la sociología asume los riesgos necesarios para proponer una objetivación de sus múltiples determinaciones.53 Otra ambivalencia tensa su constitución de la sociología: por una parte, es ciencia positiva de la realidad y, por otra, es creencia colectiva que debe extenderse entre los actores sociales. El científico y su objeto establecen una comunidad de comprensión, ya que ambos se ven envueltos en una reflexividad mutua: el sociólogo ofrece definiciones de la sociedad –la formaliza– y esta se redefine a través del conocimiento que propone el sociólogo –se desformaliza. La sociología resulta ser el mecanismo a través del cual las sociedades modernas, cada vez más complejas a partir de la diferenciación estructural y, por tanto, opacas porque hay fuerzas que no se conocen, pretenden restablecer la transparencia colectiva, reflexionan sobre sí mismas y así cambiarse y modificarse desconociendo la suerte última de sus actos. A través del sociólogo la sociedad se sobrevive a sí misma, se vuelve un momento sobre sí, reflexiona sobre sí y, a través de él, todos los agentes sociales pueden saber un poco mejor lo que son, lo que hacen y por qué lo hacen. El dominio o la posesión de la naturaleza social a la que no renuncia la sociología surge de su potencialidad para desarrollar diagnósticos y prognosis sociales. La cuestión problemática del conocimiento sociológico de carácter prospectivo y retrospectivo pasa por la imprescindible consideración de la sociología dentro de la realidad objeto de estudio, tanto más en cuanto mayor importancia tenga el pensamiento sociológico en la realidad estudiada, en predecir e influir los comportamientos sociales y en el control de los azares e incertidumbres de los procesos sociales de cambio histórico que tienen, equívocamente, la cualidad de generar nuevos problemas al resolver los viejos. Ciudad de La Habana, 30 de noviembre de 2000

Notas Así se plantea su dilema existencial Hamlet, el personaje de William Shakespeare, «Hamlet, príncipe de Dinamarca», p. 30. En: Teatro clásico extranjero, Ed. HYMSA, Barcelona, 1934, pp. 7-68. 2 Como llamó el sociólogo marxista Karl Polanyi a la mudanza social y a la metamorfosis del universo humano en un libro que así mismo tituló. 3 Piénsese, por ejemplo, en los inventos de la genialidad un Leonardo da Vinci (1452-1519), quien fue uno de lo primeros en vivenciar las terribles paradojas de la 1

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condición moderna: creyó en las capacidades del hombre para dominar la naturaleza plasmándolo en su pintura e ingeniosos artefactos entre los que se encontraron, al mismo tiempo, la invención de mortales armas bélicas de las que siempre renegó. Otro pintor español mucho tiempo después, Francisco de Goya (1756-1828 ), también se inspirará en las consecuencias no esperadas de la modernidad y sus desastres para pintar a carboncillo Los sueños de la razón engendran monstruos en referencia a la terrible violencia desatada con la invasión de Napoleón a España desde una país en el que había triunfado la revolución en 1789 en nombre de la Igualdad, Libertad y Fraternidad preparada por la fe en la razón individual de los ilustrados (XVIII). 4 Charles Tilly. Coerción, capital y los estados europeos, 990-1990, Ed. Alianza, Madrid, 1992, pp.109-142. 5 La Reforma brotó de la convicción de que el cristianismo volvería a su pureza primitiva por la sumisión de las decisiones y tradiciones eclesiásticas al criterio de la Biblia, estableciendo de este modo la autoridad soberana de la sagrada escritura en materia de fe y la justificación por la fe. 6 En La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905), Weber insistió en cómo las conductas puritanas –una conducta dirigida a la maximización de beneficios económicos, la organización racional del trabajo, la renuncia al ocio y al lujo, etc.– expresan las pretensiones de aquellas personas de reducir niveles de ansiedad acerca de la incógnita de la salvación o para agradar a Dios. Estas razones llevaron a Weber a mostrar que los valores religiosos de estas sextas o iglesias contribuyeron a –pero no causaron– la aparición del capitalismo occidental. 7 En sociología hacemos referencia a estas tres series de transformaciones aludiendo a los procesos de industrialización, democratización y cientifización. Así como a otros que los acompañaron como los crecientes procesos de urbanización, secularización, masificación, etc. 8 Para que se tenga una mayor idea de lo que estamos hablando, es necesario hacer mención a los descubrimientos de N. Copérnico (1473-1523) sobre el doble movimiento del planeta sobre sí mismo y alrededor del sol; J. Kepler (1561-1630) en torno a las órbitas planetarias como elipses en las que sol ocupa uno de los focos y las fórmulas para calcular las revoluciones planetarias relacionando radios y tiempos; Galileo Galilei (1564-1642), que fue el fundador del método experimental, quien formuló las leyes de la caída de los cuerpos, enunció el principio de la inercia, inventó la balanza hidrostática, el termómetro y el primer telescopio astronómico, y fue defensor del sistema cósmico de Copérnico, que la iglesia juzgaba de herético, del que tuvo que abjurar por la Inquisición; G. Bruno (1548-1600), quemado vivo por combatir la escolástica. Esta lista podría completarse con una larga de connotados químicos, biólogos o físicos que se destacaron entre los siglos XVIII, XIX y XX como Newton, Laplace, Lavosier, Bufón, Darwin y Einstein. 9 Uno de los creadores del método experimental y fundador de la investigación científica sobre bases inductivas como René Descartes sobre la base de la duda metódica, es decir, independiente del principio de la autoridad, de la escolástica y de la deducción. 10 Utilizaron el concepto de «estado de naturaleza» con propósitos heurísticos y, con iguales propósitos, al concepto de «hombre natural» como criterio para evaluar sistemas sociales específicos y de este modo brindar al hombre una guía en la transformación de la sociedad facilitando su perfeccionamiento. Así reinó la fe y convicción

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universal en el individuo natural: en su razón, su carácter innato y su estabilidad autosuficiente. De igual forma, de la ley natural resultaron abstracciones generales como las de libertad, igualdad y otras ideas semejantes. Más amplia discusión en torno a sus principales representantes y contribuciones puede constatarse en esta selección de lecturas con La Ilustración, del sociólogo español Salvador Giner. 11 El ideal de esta economía era un libre mercado en el que pudieran intercambiarse los diversos productos del sistema industrial. 12 Téngase en cuenta que gran cantidad de personas abandonaron las granjas y el trabajo agrícola para ocupar como obreros los empleos que ofrecían las nuevas fábricas. Estos trabajaban gran cantidad de horas diarias por bajos salarios, mientras unos pocos acumulaban ganancias. A partir de esa situación se fue gestando el movimiento obrero y la diversidad de movimientos radicales que reaccionaron a través de revueltas y múltiples formas de protesta contra el sistema industrial y el capitalismo. 13 La ciudad industrial fue el contexto de todas las proposiciones. Estas crecieron como centros o alrededor de centros industriales que generaban empleos atrayentes para gran cantidad de personas que experimentaban profundos desarraigos de su entorno social. Comenzó a establecerse una lista de problemas urbanos entre los que se encuentran: la masificación, la contaminación, el ruido, el tráfico, etc. 14 Cuyos ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad tampoco triunfaron plenamente, pero sí se convirtieron en anhelos fundamentales. La Declaración Universal de los Derechos del Hombre estableció la libertad de trabajo, profundos cambios en la organización familiar –por ejemplo, el matrimonio fue entendido como un contrato civil, lo que podía justificar el divorcio, el poder paterno fue limitado hasta la mayoría de edad de los hijos, las relaciones con los sirvientes debían establecerse sobre una base contractual y, en resumen, la organización interna debía ser como la de una pequeña república–, la educación fue centralizada y extendida a amplios grupos sociales y, observando otras cuestiones que pudieran parecer triviales pero que son muy importantes para comprender hasta qué punto llegó el reordenamiento del mundo propuesto por la revolución, se deben señalar las reformas al sistema monetario, la normalización de las pesas y medidas y otras tareas para racionalizar las unidades de espacio y tiempo dentro de las cuales vivían los hombres, la abolición de provincias, la reforma del calendario religioso a partir de nombrar a los días y meses no con santos sino con héroes y símbolos de la épica nacional. Leer al respecto el trabajo de Salvador Giner La Revolución Francesa que aparece en estas lecturas. 15 Con la consecuente extensión de la burocracia estatal. 16 Desarrollando más estas ideas podremos comprender la autonomía del objeto de estudio de la sociología y contrarrestará a algunos que siguen creyendo que solamente su formación se debe a los restos, migajas o residuos dejados por otras ciencias. Al respecto ver en esta selección de lecturas los trabajos del destacado politólogo italiano Giovanni Sartori titulado El descubrimiento de la sociedad, y del sociólogo marxista Tom Bottomore El estudio de la sociedad. 17 Reihard Bendix. Estado nacional y ciudadanía, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1974. 18 Alfonso Pérez-Agote. Lo social y la sociedad. Ensayos de sociología, Servicio Editorial Universidad del País Vasco, Bilbao, 1989, pp. 35-38.

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Alfonso Pérez-Agote señala que en ello radica la hipótesis de seguridad de la sociología, es decir, aquel supuesto histórico sobre el que se basan implícitamente nuestros modelos teóricos como correlato empírico de los mismos que no cuestionamos. Ibid., pp. 4 y 36. Tal hecho, según este autor, agrava el presentimiento de crisis de la sociología en la década del sesenta justo cuando la idea de sociedad según la definición de los estados nacionales comienza a ser cuestionada, al advertirse la crisis de estos, la privatización de la vida y los estallidos de conflictividad social. 20 El romanticismo fue el movimiento literario que a comienzos del siglo XIX creó una estética basada en el rompimiento con la disciplina y las reglas del clasicismo y del academicismo (Schiller, Heine, Coleridge, Scott, Byron, Madame Stäel, Víctor Hugo, Espronceda, Zorrilla, Bécquer). Además, se caracterizó por el cultivo de la lírica, la valoración del paisaje, el amor por lo medieval, lo folclórico y lo local. Durante este período se forjó la narrativa moderna con la obra de Edgar Alan Poe –unidad de impresión y corriente de sentido–, que después se completaría con el realismo (Maupasant) y el proceso de la acción (Shejov). 21 A rasgos generales, el liberalismo se caracteriza por la fe en la naturaleza autosuficiente de la individualidad y, en especial, por los derechos políticos, civiles y sociales de los individuos. En este sentido se dice que su piedra de toque es la devoción por la libertad individual y no la autoridad social, aunque aceptan la estructura fundamental del estado y la economía. Hay diferencias entre el liberalismo económico –liberar los productos económicos de las trabas de la ley y las costumbres– y el liberalismo político –liberar el pensamiento del clericalismo. Por otra parte, el radicalismo tiene como elemento distintivo la creencia en las posibilidades de redención que ofrece el poder político, su conquista, expansión y su uso ilimitado en pro de la rehabilitación social y moral del hombre y las instituciones. Comparten una fe sin límites en la razón para la creación de un nuevo orden social, en la utilización del poder al servicio de la liberación racionalista y humanista del hombre a partir del reconocimiento del derecho a la protesta y la rebelión como fuerzas políticas de la sociedad. Constituyen ejemplos el movimiento socialista y anarquista. Los sociólogos los apoyaron, pero la mayoría se manifestaron contrarios por ser partidarios de la reforma social. 22 Los sociólogos se alejaron del conservadurismo de actitud y expresaron un conservadurismo de concepto y de símbolo, sobre todo los conceptos relacionados con el orden y la estabilidad, en cuestión: tradición, autoridad, norma, función, cohesión, ajuste, símbolo, ritual, sagrado, poder. 23 Ver las lecturas Ideología y teoría sociológica de Irving Zeitlin, Conservadurismo de Salvador Giner y la síntesis propuesta por George Ritzert en El esbozo histórico de la teoría sociológica: primeros años. 24 Robert Nisbet. La formación del pensamiento sociológico, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1990, p.10. 25 De este eminente y original sociólogo incluimos en las lecturas algunos materiales. Ver sobre la cuestión ahora tratada Sociología: el planteamiento de Comte. 26 William Shakespeare. Ob. cit., acto primero, escena V, p.16. 27 Ibid. En la segunda escena del acto siguiente, Hamlet dice, como buen soñador y filósofo contemplativo, no entender los actos de los hombres porque los mismos que se habían reído del padre mientras había sido rey, pagaban lo que fuera por un retrato en miniatura de aquel durante el reinado del tío. Entonces apunta y hace un 19

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reclamo a la filosofía, que como sabemos no podrá responder si no es como sociología: «[...] ¡Sangre de Dios! Algo se vería aquí que pasa de natural, si pudiera descubrirlo la filosofía». Ibid., p. 26. 28 Después de la II Guerra Mundial se impusieron en sociología el empirismo y el estructural funcionalismo norteamericano como paradigma teórico dominante. En particular, el empirismo restringió el objeto de estudio de la sociología a la investigación concreta y la concibe como «ingeniería social» encargada de resolver tareas prácticas y a la cual está vedada toda preocupación teórica de carácter totalizador. 29 Estos autores parten de la separación kantiana entre razón teórico-científica y razón práctico-social, que sirvió de justificación metafísica de la génesis de la ciencia como develamiento del orden divino del cosmos natural, es decir, de la insistencia en que la sociedad es una creación humana y no divina. Ver la síntesis propuesta por Elías sobre la modernidad a partir de sus cuatro tendencias principales aquí: Norbert Elías. La sociología como cazadora de mitos. 30 Para entender esta curiosa paradoja recomiendo una lectura interesada del artículo de Agnes Heller La sociología como la desfetichización de la modernidad. 31 La palabra beruf fue utilizada por Max Weber jugando con su doble significado en alemán como «vocación» y «profesión». Weber reflexiona sobre las implicaciones éticas y el sentido del deber en el cumplimiento de la tarea profesional en La ciencia como vocación (o profesión), ya que es importante tener en cuenta que en la traducción se usa uno u otro sentido indistintamente. En lo relativo a estas cuestiones el sociólogo alemán nos lleva a replantearnos: ¿qué puede aportar la ciencia y cuáles deberían ser sus límites y responsabilidades? Agradezco esta pertinente observación a la estudiante de sociología Tania Tamara Liberman. 32 Por eso la tercera parte de este texto reúne trabajos relativos a cómo la sociología ha establecido un lenguaje conceptual para referirse a la estructuración de las sociedades y al cambio social. 33 La sociedad premoderna constituyó un patrón que presenta la génesis y las características de la modernidad y sus implicaciones. También lo fue la sociedad futura –utopías sociales– porque la sociedad moderna es una sociedad de proyecto, de futuro, de llegar a ser..., a tener..., a dominar... según la ideología del progreso positiva. La expresión máxima es la utopía comunista esbozada por Marx. 34 Marshall Berman así tituló un precioso libro del que ponemos a tu disposición el prefacio e introducción. 35 En este proceso tanto la sociología como las ciencias políticas resultaron del cambio general de perspectiva e interés de la economía política hacia el consumo como generador de nuevas necesidades y de desarrollo económico. La politología se concentró en la política como ámbito autónomo y propio de reflexión, mientras que la sociología lo hizo en el estudio de las relaciones sociales (de producción), asumiendo, como veremos además, nuevas tareas que la agotada filosofía social no podía realizar en el contexto de la sociedad funcionalizada. Otras ciencias también emergieron a partir de la redefinición de sus objetos de conocimiento como la antropología, la historia, la sicología y la lingüística. 36 Como por ejemplo lo hicieron Saint-Simon, Comte y Durkheim. 37 Véase de Emile Durkheim el prefacio de Las reglas del método sociológico y el primer capitulo de ese libro «¿Qué es el hecho social?».

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Haciéndole justicia a Weber hay que reconocer que nunca afirmó o dejó entrever que eso de ciencia era una «ficción semántica» o una «esperanza filosófica». Él intentó una síntesis de ambas respuestas, aunque se reconozca como representante de la tradición alemana de las «ciencias del espíritu». 39 El primero fue fundado en Chicago en 1893. 40 Ver Jeffrey Alexander. La centralidad de los clásicos. 41 Es también una bendición en tanto rasgo identitario de este grupo de profesionales cuando asumimos cabalmente la condición de nuestra ciencia y sentimos satisfacción al leer los clásicos más allá de la obligada lectura del período de formación del sociólogo. 42 La leyenda de Edipo se basa en la desobediencia que este hace de los consejos de un oráculo que le impide salir de Corintio porque de hacerlo daría muerte a su padre –Layo, rey de Tebas– y se casaría con su madre –Yocasta. Inconsciente Edipo de que este había sido abandonado por su padre siguiendo los consejos de otro oráculo, se alejó de la que consideraba su única patria cumpliendo la profecía y, consciente de ello, cuando su madre se suicidó, se sacó los ojos y abandonó Tebas. Esta historia inspiró dos tragedias de Sófocles: Edipo rey y Edipo en Colona. No hablo aquí en el sentido de la lectura que hizo el fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, al respecto para hablar del «complejo de Edipo», aunque su aplicación al tema que nos interesa tal vez no sería muy descabellada. 43 La de una sociología libre de valores, con pretensiones de racionalidad, pasión por las pruebas objetivas, descripciones, conceptos y teorías guiadas por algún tipo de interés cognitivo. 44 Con ambas expresiones, el sociólogo crítico norteamericano Charles Wright Mills caricaturizó los extremos formalistas de la sociología de su país de los años treinta, cuarenta y cincuenta cuando habló, por una parte, de los esfuerzos de Talcott Parsons de construir una «gran teoría» a partir de modelos abstractos alejados de la realidad y vacíos de facticidad y, por la otra, del empirismo de Paul Lazerfeld, cuyos programas de investigación producían un cúmulo altísimo de datos cuyo tratamiento teórico era escaso. Una crítica a La gran teoría y El empirismo abstracto en Charles Wright Mills, La imaginación sociológica, Ed. Revolucionaria, La Habana, 1969. Sobre las relaciones entre teoría y empirismo puede verse el trabajo de T. Adorno. 45 Advertimos que no existe una economía de la economía, ni una sicología de la sicología, aunque sí comienza a hablarse de una antropología de la antropología desde el boom de la llamada antropología posmoderna. 46 Expresión utilizada por primera vez por Margaret Masterman en «La naturaleza de los paradigmas», en: Imre Lakatos y Alan Musgrave, La crítica y el desarrollo del conocimiento, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1975, pp. 121-159. 47 Tomo esta metáfora del sociólogo Alfonso Pérez-Agote para con ella ilustrar ese esfuerzo colectivo de todos los sociólogo por definir qué estudia la sociología que, por demás, no tiene nunca fin. Sísifo fue un príncipe griego condenado en el infierno a subir una roca a una colina que una vez en esta debía caer. Así él continuamente insistía en colocarla en su cima sin conseguirlo. 48 Según la expresión de Francis Bacon –idola fori– para referir la imposición de nombres, palabras, para referirnos a la realidad. 49 En este último sentido es útil armonizar el teorema de W. I.Thomas y D. Swaine en 1928 que reza: «si los hombres definen las situaciones como reales, estas son reales 38

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en sus consecuencias» con el contrateorema formulado por R. Merton (1976) donde aclara que «si los hombres no definen como reales las situaciones que lo son, estas son, sin embargo, reales en sus consecuencias». Citados por Emilio Lamo de Espinosa. La sociedad reflexiva, Ed. Siglo XXI-CIS, Madrid, 1990, p. 63. 50 Cuando se dice que el hombre interesa como «ser social», pensamos en una doble determinación: es un producto de la sociedad –en cuanto conjunto hechos sociales– y, al mismo, la sociedad es un producto de sus acciones. El objeto según esta propuesta quedaría formulado así: «el hecho social como factor constituyente y constituido de la acción social» o «la acción social como factor constituido y constituyente del hecho social». Así lo entiende Emilio Lamo de Espinosa, a quien sigo en estas reflexiones: Ibid., pp. 24-81. 51 No podemos olvidarnos que el status científico de la sociología ha sido cuestionado en diversas ocasiones, acusándosele de «ciencia de lo obvio», y de estar al servicio de las estructuras de poder a cuya legitimidad contribuyen –Martín Nicolaus, 1972. 52 Nos referimos al capitulo I «El fetichismo de la mercancía» de El capital. 53 El tema de los valores es el más clásico de estos riesgos. Además, podemos añadir la desacreditación del saber ante los conflictos con los burócratas, los políticos, los directivos que quisieran que las investigaciones corroborasen el «deber ser» de las cosas y no su verdadero «ser»

Bibliografía citada: Bendix, Reihard. Estado nacional y ciudadanía, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1974. Lakatos, Imre y Alan Musgrave. La crítica y el desarrollo del conocimiento, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1975. Lamo de Espinosa, Emilio. La sociedad reflexiva, Ed. Siglo XXI-CIS, Madrid, 1990. Nisbet, Robert. La formación del pensamiento sociológico, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1990. Pérez-Agote, Alfonso. Lo social y la sociedad. Ensayos de sociología, Ed. Universidad del País Vasco, Bilbao. 1989. Shakespeare, William. «Hamlet, príncipe de Dinamarca», p. 30. En: Teatro clásico extranjero, Ed. HYMSA, Barcelona, 1934. Tilly, Charles. Coerción, capital y los estados europeos, 990-1990, Ed. Alianza, Madrid, 1992. Wright Mills. Charles. La imaginación sociológica, Ed. Revolucionaria, La Habana, 1969.

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