Un Fragmento Sobre El Gobierno.jeremy Bentham..pdf

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Colección Clásicos del Pensamiento

Jeremy Bentham

fundada por Antonio Truyol y Serra

Director: Eloy García

Un Fragmento sobre el Gobierno

Estudio preliminar, traducción y notas de ENRIQUE BOCARDO CRESPO

SEGUNDA EDICIÓN

temos

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PREFACIO

Motivos de la presente empresa La época en la que vivimos es una época atareada; en la que el conocimiento está rápidamente avanzando hacia la perfección. En el mundo natural, en particular, cada cosa rebosa de descubrimientos y de adelantos. Las más distantes y recónditas regiones de la tierra recorridas y exploradas -el siempre vivificante y sutil elemento del aire tan recientemente analizado nos resulta conocido- son llamativas evidencias de esta grata verdad, mientras otras aguardan. Correspondiente a los descubrimientos y a las adelantos en el mundo natural se halla la reforma en el mundo moral; si aquello que parece una noción común fuera, en efecto, una verdadera, no quedaría ya en el mundo moral ningún asunto por descubrir. Quizá, no obstante, no sea éste el caso: tal vez entre tales observaciones que sería mejor calcular para servir de fundamentos a la reforma, haya algunas que, siendo observaciones sobre materia de hecho que hasta ahora o son conocidas incompletamente, o no habiéndolo sido, cuando se produzcan, parezcan [3]

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capaces de llevar el nombre de descubrimientos: con tan poco método y precisión han estado aún las consecuencias de este axioma fundamental por desarrollar, es la máxima felicidad del mayor número lo que es la medida de lo bueno y de lo malo. Sea como fuera, si hay lugar para realizar, y provecho en publicar, los descubrimientos en el mundo natural, seguramente no habrá menos ocasión para realizarlos, ni menos provecho en proponer la reforma en el moral. Si es un asunto de importancia y de provecho para nosotros haber conocido los paises distantes, seguramente no será un asunto de mucha menor importancia, ni de menor provecho para nosotros, llegar a conocer más y mejor los principales medios para vivir felizmente en el nuestro: si es de importancia y de provecho para nosotros conocer los principios del elemento que respiramos, seguramente tampoco será de menor importancia ni de mucho menos provecho comprender los principios, y el esfuerzo en el perfeccionamiento de aquellas leyes, por las que sólo respiramos en seguridad. Si en este empeño tuviéramos que imaginar cualquier Autor, especialmente un Autor de gran renombre, que se ha de, en la medida en que en un caso semejante se pueda esperar, confesar como un determinado y perseverante enemigo, ¿qué tendríamos que decir de él? Tendríamos que decir que los intereses de la reforma, y por ellos el bienestar de la humanidad, estarían inseparablemente conectados con la ruina de sus obras: de una gran parte, al menos, de la estima y de la influencia, que estas obras pudieran bajo cualquier título haber adquirido.

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Tal enemigo ha sido mi desgracia (y no sólo la mía) verlo, o imaginar cuando menos que lo vi, en el Autor del celebrado C O M E N T A R I O S sobre las L E Y E S de I N G L A T E R R A ; un Autor cuyas obras han tenido sin comparación una circulación más extensa, han obtenido una porción mayor de estima, de aplauso, y en consecuencia de influencia (y que por derecho por muchas razones tan indisputable) que ningún otro escritor que sobre esa materia haya aun aparecido. Historia de ella Es sobre esta relación sobre la que concebí, algún tiempo ha, el propósito de señalar algunas de las que me parecían a mí las tachas capitales de aquella obra, en particular esta grande y fundamental, la antipatía hacia la reforma; o mejor, en efecto, el de poner de manifiesto y exponer la universal inexactitud y confusión que parecían a mi entendimiento dominarla por completo. Porque, en efecto, una antipatía tan tacaña parecía de por sí bastante para prometer una vena general de oscuro y torcido razonamiento, del que no se puede derivar un conocimiento claro e invaluable; tan íntima es la conexión entre algunos de sus dones del entendimiento, y algunas de la afecciones del corazón. En esta opinión, pues, cogí de la mano aquella parte del primer volumen a la que el Autor ha dado el nombre de I N T R O D U C C I Ó N . ES en esta parte de la obra en la que está contenida cualquier cosa que venga bajo la denominación de principios generales. Es en esta parte de la obra en la que se contienen tales opiniones preliminares como las que le parecieron propias a él dar sobre ciertos objetos reales o

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imaginarios, que encontró vinculados con sus objeto de la L E Y con idéntico nombre: dos o tres clases de L E Y E S de Naturaleza, la L E Y revelada, y un cierto D E R E C H O de las Naciones. Es en esta parte de la obra en la que ha tocado varios asuntos relacionados con todas las leyes o instituciones en general, o al menos con todas las clases de instituciones sin relación alguna entre sí. Para hablar con más particularidad, es en esta parte de su obra en la que ha dado la definición, tal cual es, de toda esa rama del derecho que él había tomado por su cometido; aquella rama, que algunos, considerándola como una provisión principal, la denominarían D E R E C H O sin más; y que él, para distinguirla de aquellas otras que son sus ramas colaterales , la denomina derecho municipal-una. explicación, tal como es, de la naturaleza y del origen de la Sociedad Natural, la madre, y de la Sociedad Política, la hija, del derecho municipal, debidamente engendrada en el lecho de la Metáfora: - una división, como es, de una derecho, individualmente considerado, de lo que él imagina ser sus partes: - una explicación, tal como es, del método que se ha de seguir para interpretar cualquier ley que pueda otorgarse. En relación al D E R E C H O de Inglaterra en particular, es aquí donde ofrece él una explicación de la división en dos de sus ramas (ramas, no obstante, que 3

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Añado aquí la palabra «institución» con el fin de incluir las normas del Derecho Común, así como las partes del Derecho Estatutario. Membra condividentia.-SAUUD. Log. L. I.c.46. a

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no son maneras distintas en su propósito, una vez que han sido establecidas, sino sólo con respecto a la fuente en la que su establecimiento tuvo principio) el Estatuto o derecho Escrito, como es llamado, y el Común o No Escrito: - una explicación de lo que se llaman Costumbres Generales, o instituciones vigentes en todo el imperio, o al menos en toda la nación; - de lo que se llama Costumbres Particulares, instituciones de extensión local establecidas en distritos particulares; y de tales instituciones adoptadas de una extensión general, como son las parcelas de lo que se llaman Civiles y Canónicos; todos los tres en el sentido de tantas ramas de lo que se llama Derecho Común: - en resumen, una explicación general de la Equidad, esa caprichosa e inaprensible amante de nuestras fortunas, cuyas facciones ni nuestro Autor, ni acaso ningún otro esté bien capacitado en delinear; - de la Equidad, que habiendo en el principio sido una costilla del Derecho, pero puesto que en alguna edad oscura fue extraída de su sitio, mientras dormía, por las manos no tanto de Dios como las de los emprendedores Jueces, trata ahora con desdén a su hermana paterna: Todo esto, digo, junto con una relación de las diferentes parcelas del imperio sobre las que prevalecen las diferentes partes del Derecho, o sobre las que el Derecho tiene diferentes grados de fuerza, compone aquella parte de la obra de nuestro Autor que ha rotulado como I N T R O D U C C I Ó N . SU elocuente «Discurso sobre el estudio del Derecho», en el que, al ser un discurso más bien de carácter retórico antes que didáctico, me propuse no entrometerme, prologa la obra.

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Habría sido en vano haber pensado en recorrer la totalidad de tan vasta obra. Mi intención, por consiguiente, fue tomar aquella parte de ella que pueda ofrecerse como un muestra justa y adecuada del carácter y de la complexión de toda ella. Para este propósito, la parte aquí señalada sería, pensé, sobradamente suficiente. Esta, aunque estrecha en extensión, era la más conspicua, y la más propiamente suya. El resto era poco menos que una compilación. Prosiguiendo mi examen hasta allá, lo seguiré, pensé, hasta donde fuera necesario para mi propósito: y tenía poco estómago para prolongar una tarea a la par tan laboriosa e ingrata por más tiempo. Si Hércules, según el antiguo proverbio, ha de ser conocido ex pede: mucho mejor, pensé yo, habrá de conocerse ex capite. Con estas opiniones fui como procedí hasta tanto como la mitad de la definición del Derecho municipal. Fue allí en donde hallé, no sin sorpresa, la digresión que constituye la materia del presente Ensayo. Esto me produjo al principio una no pequeña perplejidad. No ofrecer una explicación de ella; - pasar enteramente sub silentio, sobre una parte de la obra que estaba examinando tan extensa y en sí misma tan sustantiva, parecería extraño: al mismo tiempo no vi posibilidad alguna de adentrarme en un examen de un pasaje tan anómalo, sin cortar en trozos el hilo del discurso. Bajo esta duda determiné en cualquier caso, por el presente, dejarlo de lado, en tanto que no pude percibir que tuviera conexión alguna con cualquier otra que viniera o antes o después. Así lo hice; y continuando mi examen de la definición de la que era una digresión, arribé hasta el final de la

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Introducción. Fue entonces necesario llegar a una definitiva resolución sobre esta extraña parte de ella: el resultado fue, que teniendo que resistir a abandonar la empresa que había empezado en este respecto, imperfecta, me senté a dar lo que intentaba que fuera una inspección muy sucinta y general de ella. Cuanto más lejos, empero, proseguía examinándola, más confusa e insatisfactoria me parecía: y cuanto mayor era la dificultad que encontraba en saber qué hacer con ella, más palabras me costaba, hallaba, expresarlo así. De esta manera y por estos medios fue cómo el presente Ensayo crecía con el aspecto en el que el lector lo ve. Cuando estaba casi acabado, se me ocurrió que la digresión misma que estaba examinando era perfectamente distinta de, y sin conexión con el texto con el que comienza, así era, o al menos así podría ser, la crítica sobre aquella digresión, de la crítica del texto. La anterior era con diferencia demasiado extensa para ser insertada dentro de la última: y puesta a acompañarla, sólo podría ser en la forma de un Apéndice, parecía no haber razón por la que la misma publicación incluyera a las dos. A la primera, por consiguiente, siendo la última, determiné darle el final que fuera capaz, y que pensé que era necesario: y publicarla de manera separada, como la primera si no la única parte de una obra, cuya parte principal y lo que reste pueda posiblemente ver la luz algún día u otro, bajo algún titulo como el de « U N C O M E N T A R I O sobre los C O M E N T A R I O S » . Mientras pueda estar más plenamente justificado, o excusado al menos, de una empresa quizá de lo más extraordinaria, y sin duda para muchos tan inaceptable, pueda ser útil esforzarse por establecer con

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algún grado de precisión, las razones de aquella guerra que, por los intereses de la verdadera ciencia, y de un perfeccionamiento liberal, me creo en la obligación de librar en esta obra. Procederé, en consecuencia, a señalar y distinguir aquellos puntos de vistas que parecen ser principalmente reprobables, no olvidando aquellos que acaso parecieran tener el derecho de nuestra aprobación y aplauso. La tarea del Censor distinguida de la del Expositor Hay dos caracteres, tanto de uno como del otro, se puede decir que cualquier hombre que encuentre algo que decir sobre el tema del Derecho los tendría en su consideración; - el del Expositor, y el del Censor. A la provincia del Expositor le pertenece que nos explique, como él supone, qué es el Derecho: a la del Censor, enseñarnos lo que él cree que debe ser. La primera, por consiguiente, se preocupa principalmente de establecer, o de investigar los hechos : la última, en discutir las razones. El Expositor, manteniéndose en su esfera, no tiene relación con ninguna de las facultades de la mente que no sea la aprehensión, la memoria, y el juicio: la última, en virtud de aquellos sentimientos de placer o desagrado que encuentre ocasión para unirlos a los objetos bajo su 0

En la práctica la cuestión del Derecho es de la que comúnmente se ha hablado como opuesta a la de hecho: pero esta distinción es fortuita. Que una ley ordene o prohiba tal clase de acción que se haya establecido, es tal hecho como la acción individual de esa clase que ha sido cometida. Del establecimiento de una ley se puede hablar como un hecho, al menos por el propósito de cualquier consideración que se puede ofrecer como unas razones para tal Ley. c

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consideración, mantiene alguna relación con las afectos. Lo que es Derecho, lo es, en diferentes países, considerablemente diferente: en tanto que lo que debe ser, es en alto grado en todos los países lo mismo. El Expositor, por consiguiente, es siempre el ciudadano de este o de aquel país en particular: el Censor es, o debe ser, el ciudadano del mundo. A l Expositor le corresponde mostrar lo que el Legislador y su asalariado el Juez ya han hecho: al Censor le corresponde sugerir lo que el Legislador deba de hacer en el futuro. A l Censor, en suma, le corresponde enseñar aquella ciencia, que al cambiar de manos convertida en arte, pone en práctica el Legislador. Sólo la última es la de nuestro Autor Volvamos ahora a nuestro Autor. De estas dos funciones perfectamente distinguibles, sólo la última es la que cae necesariamente dentro de su provincia para su descargo. Su objeto profesado era el de explicarnos cuáles eran las Leyes de Inglaterra. «Ita lex scripta est», fue la única divisa con la que se mantuvo comprometido de mantener a la vista. La labor de censura (pues esta palabra, a falta de cualquier otra, es la que encuentro necesaria para darle un sentido neutral) la labor de censura, como se la puede llamar, o, en un cierto sentido, de crítica, no era para él más que un parergon — un trabajo de supererogación: una labor, en verdad, que si se ejecuta hábilmente, no podría ser sino un gran adorno de la principal, y de gran instrucción así como de entretenimiento para el lector, pero de la que nuestro Autor, como también aquellos que han ido antes

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que él en la misma línea, podrían, sin reprochárseles ninguna otra deficiencia, haber estados excusados: una labor que, cuando se la suma a la principal, colocaría al Autor bajo obligaciones adicionales, y le impondría nuevos deberes: que, aunque cualquier otro pueda diferir del principal, concuerda con él en absoluto en esto: que deba de ser excusado con imparcialidad, o bien no serlo. Las leyes deben ser investigadas con libertad Si, por otra parte, un apresurado e insensato crítico de lo que se ha establecido puede exponerse a sí mismo al desprecio; por otra parte, un fanático y corrupto defensor de las obras del poder, se hace culpable, en cierto modo, de los abusos que él apoya: tanto más si, por oblicuas miradas y sofisticadas glosas, cuida guardarse del reproche, o recomendarse al favor de lo que no sabe cómo, y no se atreve a intentar, justificar. A un hombre que se contente simplemente con exponer una institución como él piensa que es, está claro que no se le puede justamente atribuir parte (ni pensaría nadie en atribuírsela) en cualquier reproche ni más aplauso que cualquiera que se crea que la institución merezca. Pero si no contento con esta función más humilde, toma para sí el dar razones en nombre de ella, ya sean razones elaboradas o encontradas por él, la cosa es bastante diferente. De cada falsa y sofisticada razón con la que contribuye a circular, él es mismo culpable: ni debe él ser considerado inocente incluso hasta tal punto, en un obra en la que los hechos y no la razón están enjuego, en la que se apropia de otros escritores sin censura. Adoptándolos oficiosamente los hace suyo,

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si bien apropiados bajo los nombres de los respectivos Autores: ni tanto menos como si lo hubiera hecho con el suyo propio. Porque la misma idea de razón denota aprobación: de manera que apropiarse de una observación bajo esa condición, y además sin censura, es adoptarla. Un hombre apenas si estará, por consiguiente, sin alguna nota de desaprobación, cuando se convierte en el instrumento de introducir, a guisa de razón, un argumento que él no desee realmente ver aprobado. Algún método que otro adoptará para lavarse sus manos: algún método u otro dispondrá para dejar que los hombres vean que lo que quiere decir sea así comprendido, es meramente reproducir el juicio de otro, y no pasar uno como propio. Sobre ese otro entonces pondrá él la culpa; al menos tendrá cuidado de apartarla de sí mismo. Si omitiera hacerlo así, la causa más favorable que se le puede asignar a la omisión es la indiferencia: indiferencia ante el bienestar público - esa indiferencia que es en sí un crimen. Es admirable lo adelantado que algunos han estado en considerarla como una clase de presuposición e ingratitud de rebelión y crueldad, y no sé qué más, no solamente salir en su defensa, ni aceptarlo, sino que cualquiera sufra tanto como se imagine, que una ley antiguamente aprobada pudiera en algún respecto ser objeto de condena. Que haya sido una clase de personificación, lo que haya sido la causa de esto, como si la ley fuera una criatura viva, o si ha sido la veneración mecánica por la antigüedad, o cualquier otra ilusión de la fantasía, no lo investigaré aquí. Por mi parte, no sé por qué es una buena razón que se justifique el mérito de una ley cuando el bien se ten-

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dría que haber pensado mayor, que el de censurarla cuando sea mala. Bajo un gobierno de leyes, ¿cuál es la consigna de de un buen ciudadano? Obedecer puntualmente, censurar libremente. Tanto más es cierto; que un sistema en el que nunca se censura, jamás será perfeccionado: que si nunca en nada se encuentra una falta, nada será mejorado: y que una resolución que justifique cualquier cosa en cualquier momento y que nada desapruebe, es una resolución que, lograda en el futuro, debe encontrarse como un listón efectivo para toda la felicidad adicional que podamos alguna vez esperar; alcanzada en este momento nos habría robado aquella participación en la felicidad que ya gozamos. Ni es una disposición el encontrar «cualquier cosa como tenga que ser», en menor desacuerdo consigo misma que con la razón o con la utilidad. Los argumentos corrientes en los que ella se ventila no justifican más lo que se ha establecido, en efecto, como lo que condenan: pues cualquiera que sea lo que ahora se establece, fue una vez una innovación. Una censura precipitada, cuando se la arroja sobre una institución política, no hace sino volverse sobre la cabeza del que la arroja. Con semejante ataque no es la institución misma, si está bien fundada, la que puede sufrir. Lo que un hombre dice en contra de ella o hace impresión, o bien no la hace. Si no la hace, es como si sólo no hubiera dicho cosa alguna sobre el tema: si hace impresión, naturalmente llama a unos u otros a su defensa. Pues si la institución es en verdad beneficiosa para la comunidad en general, no puede sino haber dado intereses para su preservación a un número de sus individuos. Por su industria,

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pues, las razones sobre las cuales se fundamenta se sacan a la luz: de la observación de quienes antes la consentían por la fe, la acogen ahora con convicción. La censura, por consiguiente, aun estando mal justificada, no tiene otro efecto sobre una institución que el de ponerla a esa prueba por la que gracias al valor de aquellos, en efecto, sobre el que sólo el prejuicio ha estampado cierta solvencia, es acallada, sino gracias al crédito de quienes han confirmado una utilidad de primera ley. En modo alguno es por la pasión o por el mal temperamento, que la censura, cuando se la aplica a la instituciones jurídicas, sea capaz de dar a luz. Cuando es por pasión o por mal temperamento por lo que hablan los hombres, son los hombres los que tienen mal temperamento, no las leyes: son los hombres, no las leyes, los blancos de la arrogancia . La d

«Arrogancia»; nuestro Autor la llama «la suma arrogancia»* [* I V Comm. p. 50], censurar lo que tiene, al menos, una oportunidad mejor de ser bueno, que las singulares nociones de cualquier hombre en particular: dando a entender de ese modo ciertas instituciones eclesiásticas. Vibrando, como tendría que parecer, entre la pasión y la discreción, lo ha creído necesario en efecto, insertar en la sentencia que, cuando lo inserta, en nada resulta: Después de la palabra 'censura', 'con deprecio' añade él ' y con grosería': como si fuera necesario que un profesor nos informe que tratar a cualquier cosa con desprecio u grosería es arrogancia. «Indecencia», ya lo había llamado, a «establecer un juicio privado en oposición a uno público»: y sin restricción, cualificación o reserva. Esto era el primer rapto de un santo celo, antes de que la discreción hubiera venido en su asistencia. El pasaje del doctor Priestly (sic) y | [ t Ver observaciones, y demás.] Furneaux* [* Ver las Cartas a Sr Magistrado Blackstone. Segunda edición], quienes, en calidad de ministros disidentes, y campeones de las opiniones disidentes, se vieron d

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cólera y la agitación pueden, en efecto, provocar a los hombres a luchar con seres vivos: pero cuando se quejan de la letra muerta de la Ley, de la labor de los legisladores fallecidos, contra los cuales no puede haber subsistido ninguna antipatía personal, es siempre desde la observación, o desde la creencia, cuando menos, de alguna ofensa real. El Derecho no es enemigo de hombre alguno: el Derecho no es rival de ningún hombre. Preguntad a la clamorosa y rebelde multitud - nunca es el Derecho mismo el que está equivocado: siempre es cualquier perverso intérpreparticularmente atacados por ello, no han sufrido pasar desapercibidos; tan sólo el celebrado autor de «Remarles on tire Acts of the I3th Parliament» (Observaciones sobre las Leyes del decimotercero Parlamento)^ [ t En el Prefacio], que encontró adverso para su empresa, por la misma razón por la que es hostil a cualquier otro plan liberal de discusión política. M i edición de los Comentarios resulta ser la primera: pues el anterior parágrafo fue escrito, cuando me había dirigido al último. En este última edición el pasaje sobre la «indecencia» es, como el otro sobre la «arrogancia», sin llegar a explicación alguna. Lo que se nos dice es que «establecer un juicio privado en (virulenta y facciosa) oposición a la autoridad pública (podía haber añadido - o a la privada también) «es indecencia». (Ver la quinta edición en octavo p. 50, como en la primera.) Esto se lo debemos, creo, al Dr. Furneaux. Los doctores Forneaux y Priestly, bajo cuya bien aplicada corrección nuestro Autor ha sufrido tan implacablemente, tienen una buena parte por responder: ellos han sido los instrumentos para que él añadiera una buena porción de esta clase de retórica endilgada a la plenitud de la existencia que ya tenía anteriormente. Un pasaje, en efecto, un pasaje profundamente teñido de desfachatez religiosa, han tenido los medios de clarificarlo enteramente:# [# Ver Furneaux, Carta V I I ] : y en esto al menos, han hecho un buen servicio. Lo han hecho sofisticado: incluso lo han hecho expurgar: sin embargo todos los doctores en el mundo, dudo, si no llevarían a la confesión. Ver su respuesta al Dr. Priestly.

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te del Derecho quien lo ha corrompido y ha abusado de él . Así de desprovistos de fundamentos están los temores, o los pretendidos miedos, de quienes se estremecen ante la idea de una censura libre de las instituciones establecidas. Tan poco requiere la paz de la sociedad la ayuda de aquellas lecciones que enseñan a los hombres a aceptar cualquier cosa como razón, y permitir el mismo abyecto e insensato homenaje a las Leyes de aquí, que se les paga a los déspotas de cualquier otra parte. Los frutos de semejante tutela son suficientemente visibles en el carácter de aquella estirpe de hombres que han ocupado siempre un espacio demasiado amplio en el círculo de la profesión: Una estirpe pasiva y enervada, dispuesta a tragar cualquier cosa, y a consentir lo que sea: con intelectos incapaces de distinguir lo bueno de lo malo, y con afectos igualmente indiferentes a e

Sólo hay una manera en la que la censura, arrojada sobre las Leyes, tiene una tendencia mayor a hacer daño que provecho; y ésta es cuando se dispone por sí misma a discutir su validez: quiero decir, cuando abandonando la cuestión de la efectividad, se impone discutir lo que es bueno. Pero es este un ataque del que las leyes de antaño establecidas no son tan responsables. Y éste es el último, aunque si bien el recurso demasiado común de la pasión y el malhumor; y del que los hombres apenas si piensan en abandonarlo, a menos que estén irritados por disputas personales, que es a lo que las recientes leyes están más expuestas. Hablo de las que son llamadas leyes escritas: pues en cuanto a las instituciones no escritas, al no haber tal cosa como alguna señal cierta por con la que se pueda atestiguar su autoridad, su validez tan profundamente enraizada de cualquier manera, es lo que vemos desafiada sin remordimiento. Una extrema debilidad, entretejida dentro de la misma constitución de todo el derecho no escrito. e

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lo uno y a lo otro: insensible, miope, obstinada: letárgica, y sin embargo capaz de ser arrastrada a convulsiones por falsos errores: sorda a la voz de la razón y a la utilidad pública: obsequiosa únicamente con el rumor del interés, y a disposición del poder. Este capítulo de desgracias, quizá, no es más que lo pueda parecer incluido bajo el anterior. Pues, ¿por qué es un mal para un país que las mentes de aquellos que tienen el Derecho bajo su administración tengan que estar tan debilitadas? Porque los encuentra impotentes ante cualquier intento de mejorarlo. Pero tampoco aquella estirpe de abogados y políticos de esta enervada calaña es menos peligrosa para la duración de esa participación en la felicidad que el Estado posee en cualquier periodo dado, que el que sea mortal para su oportunidad de lograr una mayor. Si los propósitos de un ministro son enemigos de su país, ¿quién es el hombre de entre todos los demás que sea un instrumento para él o un estafador? De todos los hombres, seguramente ninguno encaja tan bien como aquella clase de hombre que siempre se inclina sobre su rodillas ante el escabel de la autoridad, y que, cuando aquellos por encima de él, o ante él, se han pronunciado, cree que es un crimen tener una opinión propia. Quienes cumplidamente consideran qué ligeras y triviales circunstancias, incluso en los tiempos más felices, se vuelve tan a menudo la adopción o exclusión de una Ley; circunstancias con cuya utilidad no tiene una conexión imaginable - quienes consideran el desolado y abyecto estado del intelecto humano, durante los períodos en los que tan gran parte de la todavía subsistente masa de instituciones tenían su

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nacimiento - quienes consideren el atraso que aún existe en la mayoría de los hombres, cuando menos espoleados por intereses personales o resentimientos para arremeter contra el Coloso de la autoridad quienes, digo, le den a estas consideraciones su debido peso, no serán tan celosos, quizá, como nuestro Autor ha sido en aterrorizar a los hombres al proponer lo que ahora es un «juicio privado», en contra de lo que una vez fue «público» : ni en lanzar el trueno del severo epíteto de «arrogante» sobre aquellos que, con cualquier éxito, se ocupan en llevar los groseros establecimientos a la prueba de la limpia razón. Harán antes lo que puedan para alegrar una disposición a la par tan útil y tan rara : que está tan poco vinculada con las causas que hacen a los descontentos populares peligrosos, y que encuentra tan escaso alimento en aquellas propensiones que gobiernan a la multitud de los hombres. No estarán por darle tal giro a sus discursos que denote todo el favor de un hombre por los defensores de lo que está establecido: ni todo su resentimiento por los asaltantes. Reconocerán que si ha de haber algunas instituciof

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Ver nota (d), p. 15. Bien podría decir uno rara. Es una cuestión de hecho sobre la que no puede haber disputa alguna. Su verdad puede ser vista en la multitud de Expositores, que la Jurisprudencia de cada nación ha dado lugar, antes de que creara un sólo Censor. Cuando vino Beccaria , fue recibido por el inteligente como un Angel del Cielo hubiera sido recibido por un creyente. A él se le pude llamar el padre de la Jurisprudencia Censoria. La obra de Montesquieu fue de una clase mixta. Antes de Montesquieu todo era barbarismo acrisolado. Grocio y Pufendorf fueron a la Jurisprudencia Censoria lo que los escolásticos fueron a la Filosofía Natural. f

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nes que es de «arrogante» atacar, pueda haber otras que es una desfachatez defender, T O U R R E I L * ha defendido la tortura: la tortura instaurada por el «juicio público» de tantas naciones ilustradas, B E C C A R I A (¡el «indecente» y «arrogante» Beccaria!) la ha condenado. ¿Entre estos dos qué lote entre los hombres elegiría uno antes, el de Defensor o el de Censor? 1

Por qué atacaba nuestro Autor el carácter del Expositor Al lado del discernimiento que le capacita a un hombre percibir, y con el coraje que le autoriza a reconocer los defectos de un sistema de instituciones, se halla aquella exactitud de concepción que le faculta a dar una clara explicación de él. No es de extrañar entonces que en un tratado en parte de la clase expositora y en parte de la censoria en el que, si el último apartado se llenase con imbecilidad, los síntomas de una amable debilidad tendrían que caracterizar al primero. El anterior apartado, no obstante, de la obra de nuestro Autor es tal, meramente por su propia explicación, que apenas si me habría encontrado dispuesto a entremeterme. La tarea de una mera exposición es una cosecha en la que no parece haber trazos de que exista necesidad alguna de labradores: y a la que, por consiguiente, tenía escasa ambición de confiar mi hoz. " Un jurista francés de la última época, cuyas obras tenían cierta celebridad, y en muchos respectos los mismos méritos que los de nuestro Autor. Fue conocido por su mayor contribución por una traducción de Demóstenes. Ahora se le ha olvidado.

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En cualquier caso, de haberme sentado para hacer una relación sólo bajo este carácter, habría sido con sentimientos muy diferentes de los que soy ahora consciente, y en un tono muy distinto del que ahora me doy cuenta que he asumido. A l determinar qué conducta observar con respecto a él, tendría que considerar si el trazo del error parecía confinarse a partes o se difundía por toda. En el último caso, el menos ingrato, y considerando el grueso de la obra, el curso más beneficioso habría sido no haberla tenido en cuenta en absoluto, sino haberse sentado y tratado de ofrecer una mejor. Si no de toda en general, al menos de proposiciones que solamente aparecían excluibles, tendría que haberme sentado a rectificar aquellas proposiciones con las misma apatía con la que fueron avanzadas. Caer en un camino adverso sobre una obra simplemente expositora, si fuera eso todo, habría sido por igual tacaño e innecesario. En los errores voluntarios del entendimiento poco puede haber que incite, o al menos que justifique, el resentimiento. Aquello que por sí solo, en cierta manera, reclama una rígida censura, es el siniestro perjuicio de los afectos. Si, pues, puedo aún continuar mencionándolas como separadas, proposiciones que en la obra misma están tan íntimamente y, de hecho, indistintamente unidas, es sólo la parte del censor la que ha extraído de mí esa clase de animadversión a la que he sido conducido a conferirla indiscriminadamente sobre el todo. Manifestar, y si es posible suministrar, las imperfecciones del otro, es una operación que, en efecto, puede por sí misma hacer un servicio; pero que pensé que haría aun más servicio si fuera a debilitar la autoridad de ésta.

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Bajo la sanción de un gran nombre cada secuencia de palabras por innombrables que sean, cada opinión aun erróneas, tendrán una cierta solvencia. La reputación añade peso a los sentimientos de donde ninguna parte surge, y de haber estado ellos sólo es posible que nada se hubiera sacado, excepto, quizá desprecio. La fama popular no entra en exquisitas distinciones. El mérito en un dependencia de las letras ofrece una natural y en cierta manera presunción irrecusable de mérito en la otra, especialmente si las dos dependencias son tales que entre ellas exista aparentemente una contigua alianza. Admirable, en particular, es aquella influencia que se gana sobre las mentes jóvenes, por un hombre que en relación a cualquier clase de mérito es estimado con el carácter de preceptor. Quienes han derivado, o se imaginan a sí mismos haber derivado el conocimiento de lo que sabe, o parece saber, estarán naturalmente por juzgar como él juzga: por razonar como él razona; por aprobar como él aprueba; por condenar como él condena. Sobre estas razones es cuando la complexión general de una obra que es impropia, se puede utilizar para señalar el ataque contra él sin distinción, sin bien algunas de sus partes son tan perniciosas como también tan incongruentes, aunque estén sueltas por aquí o allá. Sobre estas consideraciones, pues, tal vez sea útil demostrar que la obra que está delante de nosotros, a pesar de los méritos que la recomendaban tan poderosamente ante la imaginación y el oído, no tiene más derecho sobre una relación que sobre otra, que aquella influencia que, de pasar desapercibida, pueda continuar ejercitar el juicio.

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La Introducción es la parte que, por razones que ya han sido establecidas, fue siempre mi intención confinarme a ella. No es sino una parte incluso de la Introducción que es la materia del presente Ensayo. Lo que me determinó a empezar con esta pequeña parte de ella es la facilidad, que encontré al separarla de cada cosa que la precede o que la sigue. De esto ya se hablará más particularmente en otro lugar . No es que esta parte se encuentre entre las que parecieran más abiertas a la animadversión. No es que exhiba más fuertes trazos en esta parte que en otra de aquel espíritu de nuestro Autor que parece tan hostil a la Reforma, y hacia aquella libertad que es precursora de la Reforma. 1

Pasaje reprensible de la obra en general No es aquí atropelle el derecho al juicio privado, aquel sostén de todo lo que un inglés considera preciado*. No es que aquí, en particular, insulte nuestro entendimiento con nimias razones; que se adelante resueltamente el profeso campeón de la religiosa intolerancia; o que manifiestamente de su cara en contra de la reforma civil. No es aquí, por ejemplo, donde nos persuade de que un comerciante que ocupe una caseta en una feria es un tonto; y que por esa razón no hay objeto apropiado para la protección del derecho . k

Ver la subsiguiente Introducción, i Ver nota [d]. «El robo»* [* IV Comm. Cap. X V I , p, 226], dice nuestro Autor, «no puede ser cometido en una tienda o en un puesto en la feria de un mercado; aunque el propietario pueda depositarlo 1

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No es aquí donde señala la presencia de un hombre haciendo la ley, como una razón por la que tengan que obedecerle los otros diez mil, sin que tenga que conocer nada sobre la materia. No es aquí, después de decirnos, en expresos términos, que debe de haber «una ruptura efectiva» para hacer robo , que nos diga él, en el mismo espíritu, y en términos igualmente expresos, que pueda haber robo sin que se agravie nada; y esto porque «el derecho no sufrirá jugar con ello» .

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No es aquí, después de contarnos las leyes por las que los apacibles cristianos se hacen castigar por adorar a Dios de acuerdo a sus conciencias, donde pronuncia con igual perentoriedad y autocomplacencia que cada cosa, sí, «cada cosa es como tendría que ser»".

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allí: pues el derecho de este modo considera como nada lo que no sean edificios permanentes; una casa, o una iglesia; la pared, o la puerta de una ciudad; y he aquí la insensatez del propietario de dejarlo en una vecindad tan frágil». Para salvarse de este cargo de insensatez, no resulta del todo claro cuál de las dos cosas el comerciante debe de hacer: abandonar su negocio y no ir a la feria para nada: o dejar sus bienes sin nadie que los cuide. Hablando de una ley del Parlamento! [ t Comm. Cap. I I , p. 178], «No hay necesidad de darle una promulgación formal a la fuerza del derecho, como era necesario con el Derecho Civil en relación con los Edictos del Emperador: porque todo hombre en Inglaterra es, por juicio de la ley, parte de la creación de una Ley del Parlamento, estando presente en ese lugar por sus representantes». Éste, que yo sepa, puede ser un buen juicio de derecho; porque cualquier cosa se puede llamar juicio de derecho que venga de un abogado; que se haya hecho de un nombre: no parece, sin embargo, que se parezca mucho a lo que se puede llamarjuicio de sentido común. Esta notable pieza de astutia era originariamente, creo, un juicio de Lord Coke: y de allí pasó a convertirse en un juicio de nuestro Autor: y puede haber sido un juicio de más abogados que yo sepa antes o después. Lo que lamento es encontrar a muchos hombres de las mejores inclinaciones hacia una causa que no necesita sofistería, desconcertante y que desconcierta a los demás con una jerga similar. Sus palabras son* [* IV Comm. Cap. X V I , p. 226] «Debe de haber una ruptura efectiva, no un mero clausum fregit jurídico (al volver sobre los ideales límites invisibles, que constitu1

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yen una delito civil) sino una substantiva y forzosa irrupción». No es en la siguiente sentencia, sino en la otra donde prosigue, y dice - «Sin embargo escurrirse por una chimenea es considerado una entrada delictiva; pues eso es tanto más cerrado cuanto la naturaleza de las cosas lo permita. Así también llamar a una puerta, y al ser abierta colarse con intención alevosa; o bajo la pretensión de tomar habitaciones, echarse encima del dueño de la casa y robarle; o buscarse a un agente de policía para conseguir admisión, con el fin de buscar a traidores, y entones maniatar al agente y robar en la casa; todos esos casos han sido adjudicados a los robos, si bien no hubo una violencia efectiva: pues el derecho mismo no permitirá que se juegue con tales evasiones...» ¿Se puede ser más egregiamente para jugar con tales razones? Yo mismo debo no tener edad ya para engreerme con estas pequeñas útiles partículas, pues, porque, ya que, y otras de esa hermandad, de ver la pesadez con la que se ponen continuamente en estos Comentarios. La apariencia de cualquiera de ellas es una clase de advertencia para mí para prepararme para alguna tautología, o algo absurdo: porque la misma cosa servida una y otra vez en la forma de una razón por sí misma: o por una razón que, si distinta, es de la misma estampa que aquellas que acabamos de ver. Otras instancias similares del pesado tratamiento dado a estas pobres partículas vendrán bajo la observación en el cuerpo de este Ensayo. En cuanto a las razones de la clase primeramente mencionada, uno podría elegir lo suficiente para llenar un volumen. «En lo que ahora yo he dicho», dice élf [ t IV Comm. Cap. IV, p. 49], «No se me entendería menoscabar los derechos de la Iglesia Nacional, o favorecer una laxitud relajada de propagar cualesquiera crudos sentimientos indigestos en los asuntos religiosos. De propagar, digo; por entretenerlos meramente, sin un esfuerzo para propagarlos, parece difícilmente reconocible por n

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No es aquí donde nos conmina a creer, y eso sobre el dolor de perder todas las pretensiones o al «juicio o la probidad», que el sistema de nuestra jurisprudencia es, en toda y en cada parte de ella, la quintaesencia misma de la perfección .

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No es aquí donde él nos asegura al punto de hecho, que nunca ha habido una alteración hecha en el Derecho que los hombres no hubieran encontrado después una razón para lamentarse?.

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cualquier autoridad humana. Sólo me propongo ilustrar la excelencia de nuestro actual establecimiento, mirando atrás a épocas anteriores. Todo es ahora como tendría que ser: a menos, quizá, que la herejía deba de ser más estrictamente definida, y no se permita persecución alguna, incluso en los tribunales eclesiásticos, hasta que los principios en cuestión sean declarados previamente heréticos por la propia autoridad. Bajo estas restricciones parece necesario para el sostenimiento de la religión nacional» (la religión nacional es aquella que hemos de entender como si no fuese capaz de sostenerse por sí misma, si hubiera alguien con la libertad de hacerle objeciones) «que los ministros de la Iglesia habrían de tener el poder de censurar a las herejes, pero no el de exterminarlos o destruirlos». Viendo la última edición (la quinta) encuentro que en este pasaje se ha efectuado una modificación. Después de «Todo es ahora como tendría que ser», se añade «con respecto al conocimiento espiritual, y a la condena espiritual de la herejía». Después, «los ministros de la Iglesia deberían tener el poder de censurar a los herejes» es añadido, «pero el de hostigarlos con penas temporales, mucho menos el de exterminarlos o destruirlos». Hasta dónde la malicia del texto original ha sido remediada por este añadido, se puede ver en Dr. Furneaux, Lett. I I , p. 30, segunda ed. I Comm. 140. No estaría del todo seguro, lo lejos que él fuera a dar entender que esta persuasión se extendiera en el punto del tiempo: si para aquellas instituciones solamente que resultaran estar vigentes en el instante individual de su escrito: o también a tales instituciones opuestas que, dentro de una distancia dada de tiempo desde ese instante, o hubieran estado vigentes, o fueran a estarlo. Sus palabras son como siguen: «Todos estos derechos y libertades es nuestro derecho de nacimiento para disfrutarlos por 0

entero; a menos en donde las Leyes de nuestro país les hayan colocado bajo restricciones necesarias. Restricciones en sí mismas tan gentiles y moderadas como aparecerá en una ulterior investigación, que ningún hombre de juicio y probidad desearía verlos reducidos. Pues todos nosotros tenemos en nuestra decisión hacer cualquier cosa que un buen nombre desearía hacer; y en nada estamos restringidos, sino por lo que sería pernicioso tanto para nosotros mismos como para nuestros semejantes ciudadanos. Si el lector supiera cuáles son estos derechos y libertades, yo le respondería en la misma página que son aquéllos: «en la oposición de uno u otro con que cada especie de tiranía compulsiva y opresión debe de actuar, no teniendo otro objeto sobre el que se pueda emplear posiblemente». La libertad, por ejemplo, de adorar a Dios sin estar obligado a declarar una creencia en los X X X I X Artículos , es una libertad que ningún «buen hombre», - «ningún hombre de juicio y probidad», «desearía para sí» I Comm. 70. Si no se puede encontrar una razón para una institución, hemos de suponer una: y es sobre la fortaleza de la supuesta que la proclamemos como razonable; es así cómo la ley es justificada para sus hijos. Las palabras son - «no que la razón particular de cualquier norma en el Derecho pueda ser, a esta distancia en el tiempo, siempre precisamente asignada; sino que es suficiente que no haya nada en la norma plenamente contradictorio a la razón, y entonces el Derecho presumirá de estar bien fundado. Además ha sido una antiguo dicho en las Leyes de Inglaterra» (podía él con tan buena razón haber añadido-que en todas las demás Leyes) «Que siempre que se halle una norma de derecho, cuya razón, quizá, no se pudiera recordar o discernir, que haya sido [gratuitamente] quebrantada por los estatutos o nuevas resoluciones, la sabiduría que la norma tiene al final surgió de los inconvenientes que hubieren seguido a la innovaciones». Cuando un sentimiento es expresado, y por precaución o confusión de ideas, se pone en ello una cláusula a manera de cali3

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ficarla que en nada resulta, en este caso si nos formásemos una adecuada estimación de la tendencia y probables efecto de todo el pasaje, la manera es, creo, la de considerarla como si tal cláusula no existiera. N i que esto parezca extraño. Tomando la calificación en cuenta, el sentimiento no haría la impresión en absoluto en la mente: si se suprimiera la calificación, y la mente es afectada como casi el sentimiento que existiera se hubiera desvirtuado. Esto, creo, que es lo que podemos concluir del pasaje anteriormente mencionado. La palabra «gratuitamente» es, dentro del f i n de la política actual de nuestro Autor, puesta a manera de salvo. Con ella el sentimiento es tanto como si llegara a ser nada. Sin ella, sería extravagante. Sin embargo en esta extravagante forma es, probablemente, si es en alguna, la que pasa sobre el lector. La agradable parte del aparato es los mencionados «Estatutos» y «Resoluciones» (Resoluciones, es decir, lo que es una decisión en los tribunales de Justicia) a renglón seguido; como si el que uno de ellos o el otro infringiera una norma de Derecho no significara diferencia alguna. Que por una resolución, en efecto, una nueva Resolución infrinja la norma vigente, es una práctica que en buena verdad es una gran daño. Pero ¿de qué depende este daño? ¿De que la norma sea una razonable? De ninguna manera: sino de que esté vigente, de que esté establecida. Que sea razonable o no, es lo que comparativamente no la hace sino una insignificante diferencia. Una nueva resolución hecha en contra de una antigua norma estipulada es un daño, ¿sobre qué razones? En que pone las expectativas de los hombres universalmente en tela de juicio, y sacude cualquier confianza que puedan tener en la estabilidad de las normas del Derecho, razonable o no razonable: esa estabilidad de la que depende todo lo que para un hombre tiene valor. Por beneficiosa que en cualquier alto grado sea para el partido en cuyo favor se hace, el beneficio que sea para él, nunca puede ser tan grande como el daño mayor que se hace a la comunidad en general. Lograr lo mejor de ello, es un mal general por la razón de un bien parcial. Es lo que Lord Bacon Mama poner toda la casa en llamas para que un hombre fría los huevos. Aquí, pues, el salvo no se necesita: una nueva resolución nunca puede ser reconocida que sea contraria a una norma vigen-

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No es aquí donde convierte el Derecho en un castillo, con el propósito de oponerse a toda idea de renovación «fundamental»'!. te, sino que debe sobre esa misma razón ser reconocida como «gratuita». Supongamos que se efectúe tal resolución, e «inconveniencias» en abundancia seguirán con bastante seguridad: y entonces aparecerá - ¿qué? - de manera alguna «la sabiduría de la norma», sino una cosa que es muy diferente, la insensatez de infringirla. Sería casi superfluo observar que nada de todo esto se aplica en general a un estatuto: aunque los Estatutos particulares se pueden concebir que frustraran el curso de la expectación, y por ese medio causar un daño de la misma manera en la que es producido por irregulares resoluciones. Un nuevo estatuto, es manifiesto, no puede, a menos que sea simplemente declarativo, ser creado en cada caso, pero debe infringir alguna norma vigente del Derecho. En relación con un Estatuto, pues, decirnos que uno «gratuito» ha causado «inconveniencias», ¿qué es sino decirnos que una cosa que ha sido perjudicial ha causado el perjuicio? De esta condición son los argumentos de todos aquellos descabellados políticos que, cuando fuera de humor por una particular innovación sin ser capaz de decir por qué, se ponen ellos mismos a declamar en contra de todas las innovaciones, porque es una innovación. Es de la naturaleza de los buhos aborrecer la luz: como es propio de la naturaleza de aquellos políticos, que son sabios de memoria, aborrecer cualquier cosa que les obligue o bien a encontrar (lo que, quizás, es imposible) razones para una persuasión favorita, o (lo que no es tolerable) para desecharla. i I I I Comm. 268, al final del Cap. X V I I . Que concluye con tres páginas contra la Reforma. Hubiera sido mejor que nuestro Autor, quizá, en esta ocasión, hubiera aclarado las alegorías: tendría que haber considerado si ellas pudieran no haberle replicado con una severa represalia. Tendría que haber considerado que no es más fácil para él convertir el Derecho en un castillo, que a la imaginación de los empobrecidos querellantes poblarla con las Arpías. Tendría que haber pensado en la guarida de Caco , que debilitado de vista, y habituado a la oscura y secreta rapiña, nada le era más odioso, nada tan peligroso, como la luz del día. 4

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No es aquí donde el se vuelve con desdén sobre aquellos benefactores legisladores, cuya preocupación ha sido arrancar la máscara del Misterio de la cara de la Jurisprudencia . 1-

I I I Comm. 322. Es por medio de las decisiones de los tribunales de justicia como aquellas normas del Derecho, de cuyo conocimiento depende la vida, la fortuna, la libertad de todo hombre en la nación. De estas decisiones los Códigos son, de acuerdo a nuestro Autor ( I Comm. 71) las más auténticas historias. Estos Códigos estaban, hasta desde estos cinco a cuarenta años, en latín medieval: un lenguaje que, contando por lo alto, cerca de un hombre entre mil solía imaginarse entender. En este latín jurídico es con el que nuestro Autor estaría contento con que se hubiera continuado, después de todo las Pirámides de Egipto se han mantenido más tiempo que los templos de Palmira. Nos señala que la lengua latina no podía expresarse sobre la materia sin tomar prestado una multitud de palabras del nuestro: lo que ayuda a convencernos que de los dos, el primero es el que mejor conviene emplearlo. Nos da a entender que, tomándolo en su conjunto, no podría haber lugar para lamentarse, viéndolo que no era más incomprensible que la jerga de los escolásticos, de los cuales da como ejemplo algunos pasajes; y después prosigue: «Este latín técnico permanecía en uso desde la época de su primera introducción hasta la subversión de nuestra antigua constitución bajo Cromwell; cuando, entre otras muchas innovaciones en el cuerpo del Derecho, algunas para mejor y otras para peor, el lenguaje de nuestros Códigos fue alterado y se le vertió al inglés. Pero con la restauración del Rey Carlos, esta novedad no se toleró por más tiempo; al encontrar los abogados muy difícil expresarse tan concisa o significativamente en otro lengua que no fuera el latín. Y así se mantuvo sin inconveniencia notable alguna hasta cerca del año 1730, cuando se creyó conveniente de nuevo que las Actas del Derecho se hicieran en inglés, y así fue de acuerdo ordenado por la ley 4 de Jorge I I . c. 26. R

»Esto se hizo (continúa nuestro Autor) con el fin de que la gente corriente pudiera tener conocimiento y comprensión de lo que se alegaba o se hacía por y en contra de ellos en los proce-

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sos y apelaciones, el juicio y las admisiones a causa. Con qué propósito, no sé con qué bien se hubiera respondido; pero me siento capacitado a sospechar que la gente es ahora, después de tantos años de experiencia, tan completamente ignorante en los asuntos del derecho como lo era antes.» En este despectivo pasaje las palabras novedad - hecho en castellano - capacitado para sospechar - completamente ignorante-hablan suficientemente de la afectación de la mente que las pronunció. Resulta que así nuestro Autor se ríe de la supuesta derrota del legislativo con una indulgente júbilo que toda su discreción no fue capaz de persuadirle suprimir. El caso es éste. Un gran porción del cuerpo del Derecho fue, por la intolerancia o el artificio de los abogados, encerrada en unos caracteres ilegibles, y en un una lengua foránea. La ley que él menciona los obligaba abandonar sus jeroglíficos, y a restaurar a la lengua nativa sus derechos. Con haber hecho mucho; no se había hecho, sin embargo, todo. Aún quedan ficción, tautología, tecnicidad, circularidad, irregularidad, inconsistencia. Pero sobre todo el pestilente aliento de la ficción envenena el sentido de cualquier instrumento que se le acerque. La consecuencia es que el Derecho, y en particular aquella parte bajo la que cae el tema del Procedimiento, aún le falta mucho para ser generalmente inteligible. La falta pues del legislativo es no haber hecho lo suficiente. Su querella con ellos es por no haber hecho cosa alguna. A l hacer lo que ellos hicieron, encendieron una luz, que, oscurecida por muchas nubes persistentes, no está aún más capacitado que demostrar ser un ignis fatuus: nuestro Autor, en lugar de pedir que se retiren esas nubes, menosprecia toda luz, y aboga por una oscuridad absoluta. No contento con representar el cambio como inútil, nos persuadiría para que lo considerásemos como un daño. El habla de «inconveniencias». Lo que sean estas inconveniencias, es algo agradable de observar. En primer lugar, muchos jóvenes abogados, estropeados por la indulgencia de haberles sido permitido llevar a cabo sus ocupaciones en su lengua nativa, no saben cómo leer un código según el viejo plan. «Muchos oficiales y fiscales», dice nuestro Autor, «a duras penas son capaces de leer, tanto menos de entender, un código de una fecha tan actual como la del reinado de Jorge I . »

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Si aquí , como en cualquier parte, está impaciente por coger la copa de la adulación en alto, poco le ha faltado en este lugar, sin embargo, para la idolatría .

No es, pues, digo, esta parte, ni siquiera ninguna parte de esa Introducción, a la que sólo tengo los pensamientos de extender mi examen, la que es el principal asiento de ese veneno, contra la cual era el

Cuál sea aquí el poderoso mal, que haya de tener más peso que el daño de casi una ignorancia universal, no es del todo claro: si es el que ciertos abogados, en un caso que muy raramente ocurre, puedan estar obligados a conseguir asistencia: o que la cuestión en tal caso pueda que pase de quellos que no la entienden a los que la entienden. En segundo lugar, nos hace observar que: «se ha aumentado mucho el gasto de todos los procesos judiciales; puesto que los abogados están limitados (por razón de los impuestos del timbre, que son por eso considerablemente incrementados) a escribir sólo un número prescrito de palabras por folio; y como la lengua inglesa, gracias a la multitud de sus partículas, es mucho más ampulosa que el latín; se sigue que el número de folios ha debido de aumentar tanto más con el cambio». De buen agrado me persuadiría yo, si fuera posible, que este infeliz sofisma pudiera haber engañado al inventor. La suma efectivamente recaudada del público sobre esa cuenta es, en su conjunto, o bien una suma adecuada o no lo es. Si lo es, ¿por qué mencionarla como una mal? Si no lo es, ¿que remedio más obvio que rebajar los impuestos? Después de todo, lo que parece ser el mal real, a pesar de la falta de ganas de nuestro Autor en creerlo, es que por medio de este cambio, los hombres en general tienen en cierto modo, una manera de conocer mejor lo que sus abogados tratan: y que un desinteresado y emprendedor legislador, que felizmente habría de surgir, sería ahora capaz de verlo ante él con algo menos de dificultad. Vide infra, Cap. I I I , par. 7, pp. 127-128. ' En el séptimo capítulo del Primer Libro. El Rey tiene «atributos»* [* I Comm. 242]; él posee «ubicuidad»! [ | I Comm. Cap. V I I , pp. 234, 238, 242. Primera edición]; él es «absolutamente perfecto e inmortal»++ [++ I Comm. Cap. V I I , p. 260. Primera edición]. Estas infantiles paradojas, engendradas en el servilismo por una falsa agudeza, no son más adversas a los sentimientos huma-

nos que a una aguda inteligencia. Lejos de contribuir a situar a las instituciones se aplican bajo cualquier punto de vista, no sirven sino para encandilar y confundir, al otorgarle a la realidad un aire de fábula. Es verdad que no son del todo de la invención de nuestro Autor: es él, no obstante, el que las ha revivido, y eso con mejoramientos y adiciones. Uno podría ser capaz de suponer que no fueran más que tantos efímeros destellos de ornamento: es tanto más de otra manera. Él se asienta sobre ellas con sobria tristeza. Echa mano del atributo de «ubicuidad», en particular, y lo convierte en la base de una cadena de razonamientos. Le hacer dar vueltas en sus consecuencias: hace que una cosa «se siga» de otra, y que otra cosa sea de esa u otra manera «por la misma razón»: además emplea términos enfáticos, como si por el miedo no creyera él que se pensara que no está en serio. «De la ubicuidad», dice nuestro Autor ( I Comm. p. 260) «se sigue que el Rey jamás pueda ser demandante; pues el no demandante es la deserción del demandante o la acción de no aparecer el demandante ante el tribunal». - «Por la misma razón también el Rey no se dice que aparezca ante su Fiscal, como otros hombres lo hacen; porque el siempre aparece en la observancia del Derecho con su propia adecuada persona.» Este es el caso tan pronto como lleguéis a esta última sentencia del parágrafo. Porque mientras no esté sino en la penúltima, «es oficio real y no de la real persona, que esté siempre presente». Todo esto tan seca y tan estrictamente verdadero, que sirve de base de una metáfora que es introducida para embellecer y animarlo. El Rey es, vemos, se dice que no está presente en el tribunal. Los jueces del Rey están presente también. Por el momento es una descarada verdad llana. Estos jueces, pues, hablando metafóricamente, son como tantos espejos que tienen esta singular propiedad: la que cuando un hombre los mira, en lugar de ver su propia cara, ve la del Rey. «Sus jueces», dice nuestro Autor, «son el espejo en el que es reflejada la imagen del Rey».

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propósito en este intento ofrecer un antídoto. La materia tratada en esta parte de la obra es tal que no admite que se diga mucho sobre la persona del Censor. Empleada, como hemos visto, en solventar los asuntos de naturaleza preliminar - en trazar planes, no es en esta parte en la que hubiera ocasión de entrar en detalles sobre alguna institución particular. Si elijo la Introducción, pues, en preferencia a cualquier otra parte, era sobre la base de que ofrecía la más imparcial muestra del todo, y no porque ofreciera una mayor oportunidad para la censura. Sus méritos Démosle la vuelta a la tablilla. Mientras que con esta libertad expongo los malos desiertos de nuestro Autor, permítaseme que no retroceda en reconocer rendir homenaje a sus varios méritos: una justicia debida, no sólo a él, sino al Público, que ahora durante tantos años ha estado distribuyéndole (no se puede suponer sin ningún título) tan considerable medida de su aplauso. Correcto, elegante, desembarazado, adornado, el estilo es tal que difícilmente se podría errar en recomendar una obra aún más defectuosa al punto que concierne a la multitud de lectores. Es él, en suma, el primero de todos los escritores institucionales, que ha enseñado a la jurisprudencia a hablar el lenguaje de la Escuela y del caballero: puso un esmalte sobre aquella basta ciencia: la limpió del polvo y de las telarañas de la oficina: y si no la ha enriquecido con aquella precisión que sólo se extrae de las ciencias de verdadera plata, la ha engalanado, no obstante, con la ventaja del tocador de la

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erudición clásica: la ha avivado con metáforas y alusiones: y la ha enviado al extranjero con alguna pretensión de instrucción, y como un instrumento aún mayor de entretenimiento, a las más misceláneas e incluso a la más remilgadas sociedades. El mérito al que, tanto quizá como el que más, se halla la obra merecedora por su reputación, es la encantadora armonía de sus números: una clase de mérito que por sí mismo es suficiente para otorgar un cierto grado de celebridad a una obra desnuda de otros. Hasta tal punto está el hombre dominado por su oído. La función del Expositor se puede concebir que se divida en dos ramas: la de la historia, y la de la simple demostración. La ocupación de la historia es el de representar el Derecho en el estado en el que ha estado, en los períodos pasados de su existencia: la ocupación de la simple demostración en el sentido en el que me permitiré usar la palabra, es el de representar el Derecho en el estado en el que se encuentra en el momento". De nuevo, al capítulo de la demostración le corresponden varias ocupaciones de ordenamiento, narra-

La palabra demostración puede parecer aquí, a primera vista, estar fuera de lugar. Se verá fácilmente que el sentido que aquí se le atribuye no es mismo que con el que es empleado por los lógicos y los matemáticos. En nuestro propia lengua, en efecto, no es muy familiar en algún otro sentido que no sea el de esos: pero en el Continente es corrientemente empleado en muchas otras ciencias. El francés, por ejemplo, tiene sus demonstrateurs de botanique, d'anatomie, de physique experiméntale, y otras. Lo uso por necesidad, no sabiendo de algún otro que conviniera al propósito. u

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ción y conjetura. Se puede llamar materia de narración, cuando el Derecho se supone que es explícito, claro, y justificado: la materia de la conjetura o de la interpretación, cuando es oscuro, silencioso o variable. Es materia de reglamentación distribuir las varias instituciones reales o supuestas en diferentes cuerpos, con el propósito de una inspección general; el de determinar el ordenamiento en el que aquellos cuerpos se habrán de considerar; y el de encontrar para cada uno de ellos un nombre. La ocupación de la narración y de la interpretación versan principalmente sobre instituciones particulares. En los detalles de las instituciones particulares no ha sido mi propósito descender. Sobre estos puntos pues, puedo decir, en el lenguaje procesal, non sum injormatus.Viendo la labor en esta luz, nada tengo que añadir o quitar a la voz pública. La Historia es una rama de instrucción que nuestro Autor ha, si bien no rigurosamente necesaria a su propósito, convocado, no sin juicio, para arrojar luz y ornato sobre la tediosa labor de la simple demostración: esta parte la ha ejecutado con una elegancia que asombra a cualquiera: con qué facilidad, no habiéndola examinada muy particularmente, no me meteré a pronunciarme. Entre las más difíciles y las más importantes de las funciones del demostrador está la ocupación de ordenar. En esto nuestro Autor se ha propuesto, y no, entiendo, sin justicia, destacar; al menos en comparación con cualquier cosa que sobre eso haya aparecido hasta ahora. Es a él a quien le debemos semejante ordenamiento de los elementos de la jurisprudencia, que poco le falta, quizá, para ser el mejor

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de aquella nomenclatura técnica que se admitirá. Una nomenclatura técnica, en la medida en que sea admitida para señalar y denominar los principales encabezamientos, encuentra un obstáculo invencible en cualquier otro ordenamiento técnico. Porque denominar en general términos, ¿qué es sino ordenar? y ordenar bajo encabezamientos, ¿qué es sino denominar en una escala mayor? Un ordenamiento técnico, gobernado, pues, de esta manera, por una nomenclatura técnica, no puede ser otra cosa que confusa e insatisfactoria. La razón será suficientemente manifiesta, cuando entendamos qué clase de ordenamiento es aquél que se le puede llamar propiamente natural. Idea de un ordenamiento natural Aquel ordenamiento de los materiales de cualquier ciencia puede, creo, ser llamado natural, al considera tales propiedades para caracterizarlos, como los hombres en general son, dispuesto a atenderla según la constitución de la naturaleza del hombre: en otras palabras, como naturalmente, que inmediatamente encajan y fijan firmemente la atención a quienquiera que aquéllos señalen. Los materiales, o elementos de aquí en cuestión, son acciones tales como los objetos que llamaremos Leyes o Instituciones. Ahora bien, con respecto a las acciones en general, no existe propiedad en ellas que se calcule tan inmediatamente de encajar, y tan firmemente fije la atención de un observador, como la tendencia que aquéllas pueden tener a, o la divergencia (si pudiera hablarse así) hacia lo que se puede llamar el bien

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común de todas ellas. El fin al que me refiero es la Felicidad^: y esta tendencia en cualquier acto es lo que llamamos su utilidad: como esta divergencia es a lo que le damos el nombre de desgracia. Con respecto, pues, a tales acciones en particular que están entre los objetos del Derecho, señalarle a un hombre su utilidad o su desgracia, es la única manera de hacerle ver claramente aquella propiedad de ellas que todo hombre está en su búsqueda; la única manera, en suma, de darle satisfacción. De la utilidad, pues, podemos denominar un principio, que puede servir para presidir y gobernar, como fuera, tal ordenamiento como el que se hará con las diversas instituciones o combinaciones de instituciones que componen la materia de esta ciencia; y es este principio el que, al poner su impronta sobre los diversos nombres dados a aquellas instituciones, sólo puede hacer cualquier ordenamiento que se pueda realizar con ellos que sea satisfactorio y claro . Gobernado de esta manera por un principio que es reconocido por todos los hombres, la misma ordenación que prestará servicio a la jurisprudencia de cualquier país, serviría con pequeña variación para la de otro. Tomémoslo esto por una verdad sobre la autoridad de Aristóteles: quiero decir: por aquellos que gustan de la autoridad de Aristóteles antes que la de su propia experiencia. í l a a a xé%vr), dice aquel filósofo m í 7tocrjrx uéGoooq- óuoíojq 8é npa^iq te raí 7tpoaíp£Gic;, áyaGoO xivóq e^íeoeai OOKET5tó KaXáq tít7te(|)rjvavxo T ' á y a O ó v , oí> rávxa ktyíexm. Ata(|>opá oe xiq ^ a í v e t a t TCOV (se entiende TOioútcov) TEAQN -. Arist., Eth. ad Nic. Lib. I , cap. 1

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Aun más. Lo malo de una una mala ley sería detectado, a menos que su utilidad la hiciera sospechosa, ante la dificultad de encontrar un lugar para ella en tal ordenación: mientras que, por otra parte, un ordenamiento técnico es un desagüe que con igual dificultad puede absorber cualquier desperdicio que se el eche. Que esta ventaja la puede poseer un ordenamiento natural no es difícil de concebir. Las instituciones estarían caracterizadas por él por la única manera universal en que pueden ser caracterizados; por la naturaleza de los varios modos de conducta que, prohibiéndolos, constituirán ofensas . Estas ofensas serían reunidas dentro de clases denominadas por los diversos modos de su divergencia del bien común; esto es, como ya hemos dicho, por las varias formas y grados de maldad: en una palabra, por aquellas propiedades que son razones para que se conviertan en ofensas: y si cualquiera de algún modo de conducta posee tal propiedad es una cuestión de experiencia*. Ahora bien, una mala ley es la que prohibe un modo de conducta que no es perverso . De suerte que se hallará impracticable situar el modo de conducta prohibido por una mala ley bajo cualquier denominación de una ofensa, sin w

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Ofensas, el lector recordará, pueden también ser tanto ofensas por omisión como por comisión. Evitaría la vergüenza de realizar un mención separada de aquellas leyes que se cumplen al mandar. Es por esta razón por la que uso la frase «modo de conducta», que incluye las omisiones o tolerables, así como los actos. Ver nota e , p. 43. y Ver nota w, p. 39. w

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afirmar que tal materia de hecho sea contradicha por la experiencia. Cultivado así, en suma, el terreno de la jurisprudencia, se encontraría la manera de rechazar cualquier institución perniciosa; como aquel país, del que se nos han contado, que rehusa albergar veneno en su seno. La sinopsis de una ordenación sería así a un tiempo un compendium de Jurisprudencia expositora y censoria: no serviría más efectivamente para instruir al subdito que para justificar o reprobar al Legislador. Tal sinopsis, en suma, sería a un tiempo un mapa, y uno universal, de la Jurisprudencia tal y como es, y un leve pero exhaustivo bosquejo de lo que debe ser: Porque las razones de las diversas instituciones reagrupadas bajo ella estarían expresadas, observamos, uniformemente (como en la sinopsis nuestro Autor lo hace en ocasiones sueltas) por los nombres dados a las diversas clases bajos aquellas instituciones que son agrupadas. ¿Y con qué razones? No razones técnicas, como las que no ofrece sino un abogado, ni ninguna que daría un abogado ; 2

Razones técnicas: así llamadas del griego xé^vq, que significa un arte, ciencia, o profesión. La utilidad es aquella medida por la que los hombres en general (excepto en alguna instancia de aquí o de allá donde están impedidos por los prejuicios de la clase religiosa, o enajenados por la fuerza de lo que se llama sentimiento o sensibilidad), la Utilidad como hemos dicho, es el la medida a la que se refiere una ley o una institución para juzgar su derecho a la aprobación o desaprobación. Los hombres de leyes, corrompidos por intereses, o seducidos por ilusiones, que no es aquí nuestra ocupación explicar, se han desviado de ella mucho más frecuentemente, y con mucha menos reserva. De aquí que tales razones como pasa con los abogados, y con nadie más, hayan conseguiz

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sino tales razones, que fueran en sí mismas lo que pueden y deben de ser, y expresadas asimismo en la manera que puedan y deban de ser, de suerte que cualquier hombre pueda ver su fuerza tanto como él. Tampoco hay en esto algo que requiera sorprendernos. Las consecuencias de cualquier ley, o de cualquier acto que sea objeto de una ley, la única consecuencia en las que están en absoluto interesados los hombres es ¿cuáles son aquellas sino el dolor y el placer? Con palabras tales como dolor y placer: se las pueden expresar: y dolor y placer al menos, son palabras que un hombre no tiene necesidad, cabría esperar, de ir a un abogado para saber su significado . En la sinopsis, pues, de esta clase de ordenación que sólo merece el nombre de natural, términos como estos, términos que si se puede decir que pertenezcan a alguna ciencia, pertenecen antes a la Etica que a la Jurisprudencia, que incluso a la Jurisprudencia universal, absorberán las más prominentes condiciones. ¿Qué es, pues, lo que se ha de hacer con aquellos nombres de clases que son puramente técnicas? - Con ofensas, por ejemplo, contra prerrogativa, con cohecho, desacato, felonías, o de la negación aI

do el nombre de razones técnicas; razones peculiares a un arte, peculiares a una profesión. La razón del Derecho, en suma, no es otra que el bien producido por el modo de conducta que él promueve, o (lo que viene a ser la misma cosa) el daño producido por el modo de conducta que aquél prohibe. Este daño o este bien, si son reales, no pueden sino demostrarse por sí mismos en alguna parte u otra en forma de dolor o de placer. a l

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eclesiástica del monarca ? ¿Qué relación es ésa que señala la diferencia entre el Derecho que concierne a las clases de actos que respectivamente se ponen a significar, y aquel bien común del que hemos estado hablando? Ninguna. En un ordenamiento natural, ¿qué habría de ocurrir con ellos? Se les desterraría de una vez a las regiones de la quiddities y formas substanciales; o si por deferencia al apego demasiado inveterado para que desvanecieran de una vez, aún habrían de ser admitidos en un lugar en el que pudieran estacionarse en las esquinas y fuera de su sitios de la Sinopsis: estacionados, no como ahora para dar luz, sino para recibirla. Tendremos más de esto, sin embargo, tal vez en algún tiempo venidero. 6

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Méritos de la obra resumidos Volviendo a nuestro Autor. Avergonzado, como un hombre debe de menester estarlo por esta ciega y obstinada nomenclatura, encontrará, creo, que ha hecho tanto como podía razonablemente esperarse de un escritor tan de circunstancia; y mucho más y mejor de lo que se hizo antes por alguien alguna vez. En una parte, particularmente, de su Sinopsis , varios fragmentos de una clase de método que es, o al menos está cerca de ser, lo que se podría llamar natural * , se pueden efectivamente encontrar. cl

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1

Ver la tabla sinóptica adjuntada al Análisis del nuestro Autor, la última página que comprehende el Libro IV. Está en lo que comprende su cuarto libro, titulado P U B L I C W R O N G S (Males Públicos). Fragmenta methodi naturalis.-UNNEAEI Phil.Bot. T i . Systemata, par. 77. b l

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Leemos allí de «injurias corporales»; de «ofensas contra la paz»; contra la «salud»; en contra de la «seguridad personal» ; de «libertad»: — «propiedad»: - la luz se deja ver, aunque irregularmente, en varios lugares. En una imitación desigual de esta Sinopsis que ha sido últimamente realizada sobre lo que se llama el Derecho Civil, todo es técnico. Todo, en suma, es oscuridad. Apenas una sílaba que le lleve a un hombre a sospechar, que el asunto en mano fuera un asunto en el que la felicidad o la infelicidad tuvieran en absoluto algo que ver . 01

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Este título ofrece una pertinente instancia para ejemplificar el uso que en un ordenamiento natural se puede encontrar al rechazar una institución incompetente. A lo que me refiero es a la clase de porquería que es llamada innatural. Este Autor nuestro ha destacado en su clase de Ofensas en contra de la «seguridad personal», y, en una subdivisión de ella, titulada «Injurias corporales». A l hacerlo así, pues, ha asentado un hecho: ha afirmado que la ofensa en cuestión es una ofensa en contra de la seguridad personal; es una injuria corporal; es, en suma, la que causa infelicidad de esa manera. Ahora bien, esto es lo que, en el caso donde el acto es cometido con consentimiento, es manifiestamente no verdadero. Volenti nofit injuria. Si pues el Derecho en contra de la ofensa en cuestión no tenía otro motivo en ningún lugar del sistema que estuviera fundado en este hecho, está claro que no habría alguno. Sería una mala ley por completo. El daño de la ofensa que es a la comunidad en este caso en verdad de muy otra naturaleza, y vendría bajo otra clase muy diferente. Cuando no hay consentimiento, en efecto, pertenece realmente a esta clase: pero entonces vendría bajo otro nombre. Vendría bajo el nombre de Estupro. e l

Creo que es Selden, en alguna parte de Table-talk (Charla de mesa), el que habla de una caprichosa noción con la que se topó cuando era un niño, aquella que en relación a César y Justino, y todos esos personajes de la Antigüedad que le dieron fl

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Volviendo, una vez más, a los Comentarios de nuestro Autor. Ni siquiera en un visión censoria entendería yo a considerarlos en conjunto sin méritos. Porque las instituciones comentadas, cuando son capaces de buenas razones, buenas razones se dan de vez en cuando: de tal manera que, en la medida en que son, la mitad de la tarea del Censor está bien conseguida. Tampoco el lado oscuro de la representación se deja sin tocar. Bajo el encabezamiento del «Juicio del Jurado», están algunas muy justas e interesantes observaciones de las que aun restan imperfecciones de esa forma de juicio : y bajo aquella de «Garantías por asunto de Sentencia», sobre la mentirosa y capciosa jerga de las Recuperaciones™. Tan pocas, no obstante, son estas observaciones particulares de la misma clase que la disposición general, que resaltan por sí mismas a lo largo de la obra, de hecho tan claramente adversas a las máximas que hemos visto, que apenas puedo avenirme a atribuirgl

tantos problemas, no había una sílaba de verdad en cosa alguna que dijeran, de hecho tampoco existieron jamás tales personas; pero todo el asunto era una invención de los padres para encontrarles entretenimiento a los hijos. La mayoría de esta misma clase de noción es la que se encuentra en estos ordenamientos técnicos pensados para darnos de la Jurisprudencia: en ellos se la representa antes como un juego de Crambo para abogados con el fin de afilar sus ingenios, que como aquella ciencia que sostiene en su mano la felicidad de las naciones. No hagamos, empero, daño a hombre alguno. Donde el éxito ha sido peor, mayor era la dificultad. Ese detestable caos de instituciones con el que el Analista últimamente mencionado tenía que ver es aun más embarazoso con la nomenclatura técnica que con la nuestra propia. 8» III Comm. Cap. X X I I I , p. 387. 11 Comm. Cap. X X I , p. 360. %

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selas a nuestro Autor. No sólo desorden es anunciado por ellas, sino remedios, bien imaginados remedios, se señalan. Uno pensaría que algún ángel hubiera estado sembrando trigo entre las cizañas de nuestro Autor . 11

Manera en la que el presente Ensayo ha sido conducido Con respecto a este mismo Ensayo, no tengo mucho que decir. El principal y declarado propósito de él es el de exponer los errores y insuficiencias de nuestro Autor. Su tarea es por consiguiente derribar antes que levantar, pues esta última tarea raramente puede ser cumplida con alguna gran ventaja, cuando la primera es la principal. Para guardarse contra los peligros de la incomprensión, y asegurarse de no hacerle injusticia a nuestro Autor, sus propias palabras se dan en su totalidad: y, como apenas alguna sentencia se deja sin La diferencia entre un afecto generoso y resuelto y uno ocasional, como si se hubiera forzado una contribución a la causa de la reforma, se puede ver, creo, en estos Comentarios, comparados con otra celebrada obra sobre la materia de nuestra Jurisprudencia. Mr. Barrington , cuya agradable Miscellany (Miscelánea) tanto ha hecho por abrir los ojos de los hombres sobre este asunto. Mr. Barrington, como un enérgico general al servicio del público, marcha contra las bastiones de la argucia, dondequiera que sea que se presenten, y en particular contra las ficciones, sin reserva. Nuestro Autor, como un artero partidario al servicio de la profesión, sacrifica a unos pocos, como si fuera a salvar a los demás. 11

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Deplorable, en efecto, habría sido la ocasión del estudiante para una saludable instrucción, si la obra de Mr. Barrington con tantos ejemplos, no proporcionara el antídoto para los venenos de nuestro Autor.

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notar, todo el comentario conlleva la forma de lo que se llama una perpetuo. En relación con un discurso que sea simplemente institucional, y en el que el escritor construye un plan por sí mismo, una buena parte de la satisfacción que se puede hacer que ofrezca depende del orden y de la conexión que se establezcan entre sus diversas partes. En un comentario sobre la obra de otro, no tal conexión, o al menos no tal orden, se puede establecer ampliamente, cuando no alguno. El orden del comentario es prescrito por el orden, acaso, por el desorden, del texto. El principal empeño de este Ensayo, como hemos dicho, ha sido necesariamente el de demoler. En lo poco, por consiguiente, que él ha hecho erigir, mi opinión no ha sido tanto la de pensar en el lector, como ponerle a él a que piense por sí mismo. Esto es algo que me enorgullezco de haberlo hecho en algunos puntos interesantes; y esto es todo lo que de momento propongo. Entre mis escasas propias posiciones que he encontrado ocasión de avanzar, algunas, observo, que se prometen lejos de ser populares. Estas probablemente puedan hacer surgir objeciones muy calurosas: objeciones que en sí mismas no me imagino, y que sus motivos no puedo sino aprobar. El pueblo es un conjunto de maestros a quienes no está en el poder del hombre enteramente agradar en cada instancia, y servirlo fielmente al mismo tiempo. Quien está resuelto a perseverar sin desviarse en a línea de la verdad y de la utilidad debe de haber aprendido a preferir aún el rumor de la imperecedera aprobación, a la breve vida del bullicio del tumultuoso aplauso.

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Otros pasajes puede también haber en los cuales algunas explicaciones ulteriores puedan quizá demandarse no sin razón. Pero dar estas explicaciones, y eludir aquellas objeciones, es una tarea que, de llevarse a cabo, debe de ser referida a alguna otra ocasión. La consistencia prohibió que nos explayáramos hasta perder de vista a nuestro Autor: ya que fue la linea de su discurso la que señaló los límites de los nuestros.

INTRODUCCIÓN

1.

División de la Introducción de nuestro Autor El objeto de este examen es un pasaje contenido en aquella parte de los C O M E N T A R I O S sobre las L E Y E S de Inglaterra de Sir W. Blackstone, que el autor ha llamado I N T R O D U C C I Ó N . Esta introducción de nuestro Autor se halla dividida en cuatro Secciones. La primera contiene su discurso «Sobre el E S T U D I O del Derecho». La segunda, titulada «De la naturaleza de las L E Y E S en general» contiene sus especulaciones sobre los objetos varios, reales o imaginarios, que están en uso de ser mencionados bajo el nombre común de D E R E C H O . La tercera titulada « D E las L E Y E S de I N G L A T E R R A » contiene tales observaciones generales, relativas a estas últimas Leyes mencionadas, que parecían apropiado ponerlas de premisas antes de que se entre en los detalles de cualquiera de sus partes en particular. En la cuarta, titulada «De los P A Í S E S sujetos a las L E Y E S de I N G L A T E R R A » se ofrece una relación de las diferentes extensiones de las distintas ramas de aquellas Leyes. [49]

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2.

Qué parte de ella es aquí examinada Es en la segunda de estas secciones donde encontraremos el pasaje propuesto para el examen. Ocupa en la edición que me ocurre tener delante de mí, que es la primera (y todas las ediciones, creo, son paginadas de la misma manera) el espacio de siete páginas; desde la 47. hasta la 53. , inclusive. a

3.

a

Su Definición de Derecho Municipal Después de tratar de «La L E Y en general», del

«DERECHO

de

la

NATURALEZA»,

«El

DERECHO

de

la

Revelación», y el « D E R E C H O de las Naciones», ramas de ese todo imaginario, nuestro Autor llega por fin a lo que él llama «El D E R E C H O Municipal»: esa clase de Derecho a la que los hombres en su discurso ordinario darían el nombre de Derecho sin más; la única clase quizá de todas ellas (a menos que se trate de la Revelación) en la que el nombre puede, con estricta propiedad, ser aplicado: en una palabra, aquella clase que vemos hacer en cada nación para expresar la voluntad de aquel cuerpo de ella que la gobierna. 4.

Una digresión en medio de ella. Sus contenidos en general Esta definición es dada al principio con no pequeño despliegue de precisión. Primero, se ofrece entera: después se la divide en piezas, cláusula tras cláusula; y cada cláusula es justificada y explicada por sí misma. En misma mitad de estas explicaciones, en medio de la definición, hace él un repentino cambio. Y ahora se pone a pensar que es una buen momento para dar un discurso, o mejor un fardo de discursos

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sobre varios temas - Sobre la manera en la que los Gobiernos fueron establecidos-Sobre las diferentes formas que ellos asumen cuando son establecidos Sobre la peculiar excelencia de aquella forma que es establecida en este país - Sobre el derecho que él cree necesario decirnos que tiene el gobierno en todos los paises para hacer L E Y E S - Sobre el deber de hacer L E Y E S ; que, dice él, es también de la incumbencia del gobierno. - Al establecer estos dos últimos encabezamientos, doy, tan cerca como me sea posible, sus propias palabras; pensando que es prematuro ensarzarse en discusiones, y no atraviéndome a decidir sin discusión sobre el sentido. 5.

Esta digresión la materia del presente examen La digresión que estamos a punto de examinar no tiene, como ocurre, nada que ver con el cuerpo de la obra desde donde comienza. Sin referencias mutuas o alusiones: sin apoyos o ilustraciones participadas o recibidas.Se la puede considerar como una pequeña obra insertada dentro de otra mayor; el continente y el contenido, sin tener apenas más conexión que el de los manejos de la imprenta le hayan dado. Es esta desconexión la que nos permitirá mejor conferirle a la última, un examen separado, sin romper hilo alguno del razonamiento, o cualquier principio de Orden. 6. Bosquejo de los contenidos de nuestro Autor Un enunciado general de los puntos tocados en la digresión que estamos a punto de examinar ha sido dado arriba. Se lo encontrará, confio, fiel. No se creerá, empero, que tenga mucho que ver, quizá, con

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el siguiente que nuestro Autor mismo nos ha dado. «Ésta» (dice él , dando a entender una explicación que el había dado de una parte de la definición anteriormente hablada) «nos conducirá naturalmente a una breve investigación sobre la naturaleza de la sociedad y el gobierno civil ; y el derecho natural inherente que pertenece a la soberanía de un Estado, dondequiera que resida aquella soberanía, de elaborar y hacer cumplir las L E Y E S » . a

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sobre este último. El derecho del gobierno a crear leyes, esa delicada e ingrata materia, como la encontraremos cuando sea explicada, es la que por el momento parece haber absorbido casi toda su atención.

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7. Inadecuado No hay aquí una mención muy explícita, podemos observar, de la manera en que los gobiernos son establecidos, o de las diferentes formas que asumen cuando se establecen: no es una explícita invitación de que estos estuvieran entre los puntos que se van a discutir. Nada hay del deber del gobierno de crear leyes; nada de la Constitución británica; si bien, de los cuatro puntos que hemos mencionado, ninguno hay sobre el que haya sido casi tan generoso como Comm. p. 47. Para asegurarse de no cometer una injusticia con nuestro Autor, y demostrar qué es lo que él pensaba «que nos conduciría naturalmente» a esta «investigación», puede ser apropiado ofrecer el parágrafo que contiene la explicación mencionada arriba. Es como sigue: - «Pero aún más: el derecho municipal es una regla de conducta civil, prescrita por el poder supremo en un Estado». «Pues legislar, como se observó antes, es la acción más grande de superioridad que pueda ejercer un ser sobre otro. Porque es un requisito, por la misma esencia de la ley, que se haga» (podría él haber añadido, o al menos apoyado) «por el supremo poder. Soberanía y legislación son de hecho términos convertibles; uno no puede subsistir sin el otro». I Comm. p. 46. a

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8.

División del presente Ensayo Sea como fuera, los contenidos del discurso frente a nosotros, tomados como los he enunciado, nos suministrarán la materia para cinco capítulos: - uno, que titularé « F O R M A C I Ó N del G O B I E R N O » - uno segundo, « F O R M A S del G O B I E R N O » - otro tercero, « C O N S T I T U C I Ó N B R I T Á N I C A » - un cuarto, « D E R E C H O D E L P O D E R S U P R E M O D E H A C E R L E Y E S » - un quinto, « D E B E R D E L P O D E R S U P R E M O de

HACER

LEYES».

CAPÍTULO I

FORMACIÓN DEL GOBIERNO 1.

Materia del pasaje a examinar en el presente capítulo El primer objeto que nuestro Autor parece haberse propuesto en la disertación que vamos a examinar es el de darnos una idea de la manera en que se forman los gobiernos. Ocupa esto el primer parágrafo, junto con una parte del segundo: pues la división tipográfica no parece cuadrar muy exactamente con la intelectual. Como el examen de este pasaje se sostendrá inevitablemente en gran medida sobre las palabras, será conveniente que el lector lo tuviera ante sus ojos. 2.

El pasaje reproducido «El único fundamento verdadero y natural de la sociedad», (dice nuestro Autor ) son las necesidades y los temores de los individuos. No es que podamos 3

I Comm. p. 47.

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creer, con algunos escritores teóricos, que hubiera habido un tiempo en el que no haya existido algo así como la sociedad; y que, por un impulso de la razón, y gracias a un sentido de sus necesidades y debilidad, los individuos se reunieron en una gran planicie, y entraron en un contrato original, y eligieron al hombre presente más eminente para que fuese su gobernador. Esta noción de que exista realmente un estado de naturaleza aislado, es demasiada disparatada para que sea admitida seriamente; asimismo es claramente contradictoria con las explicaciones desarrolladas sobre el origen primitivo de la humanidad, y con su preservación dos mil años después; que fueron efectuados en ambos casos gracias a familias individuales. Éstas formaron la primera sociedad entre nosotros; que cada día extiende sus límites y que cuando creció demasiado para subsistir con conveniencia en el estado pastoral, en el que los Patriarcas aparecen haber vivido, se subdividió necesariamente en otras por varias migraciones. Después, cuando aumentó la agricultura, que emplea y puede mantener un número mucho más grande de manos, las migraciones fueron menos frecuentes; y varias tribus, que se habían separados anteriormente, se reunieron otra vez; unas veces por la fuerza y la conquista, otras por accidente, y otras quizá por acuerdos. Pero aunque la sociedad no tuviera sus orígenes formales en ninguna convención de individuos, actuó por sus necesidades y sus temores; con todo, es el sentido de su debilidad e imperfección el que mantiene unida a la humanidad; y demuestra la necesidad de esta unión; es ésa por consiguiente el fundamento sólido y natural, así como el cemento de

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la sociedad: Y esto es lo que se quiere dar a entender con el contrato original de la sociedad; que aunque quizá en ninguna instancia haya sido expresado formalmente como la primera institución de un estado, debe empero en la naturaleza y en la razón ser entendido siempre e implicado en el acto mismo de asociación conjunta: a saber, que el todo tendría que proteger a todas sus partes, y que cada parte debería de obedecer a la voluntad de el todo; o, en otras palabras, que la comunidad tendría que proteger los derechos de cada miembro individual, y que (a cambio de esta protección) cada individuo se tuviera que someter a las leyes de la comunidad; a las que sin la sumisión de todos fue imposible que la protección se extendiera ciertamente a los demás.» «Pues una vez que la sociedad se ha formado ya, el gobierno resulta desde luego, necesario para preservar y mantener aquella sociedad en orden. A menos que se instaure a alguien superior, cuyas ordenes y decisiones estén obligados a obedecer todos los miembros, permanecerían todavía en un estado de naturaleza, sin juez alguno sobre la tierra, que defina sus varios derechos y reparare sus diversos errores.» Hasta aquí nuestro Autor. 3.

Confusión entre sus principales términos Cuando se fabrican prominentess términos para suprimir y cambiar sus diversas significaciones; dando unas veces a entender una cosa, y otras otra, y al final acaso nada; éste es el compás del parágrafo; uno puede juzgar cuál será la complexión de todo el contexto. Éste, lo veremos, es el caso con lo principal que hemos estado leyendo: por ejemplo, con las

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palabras «Sociedad», - «Estado de naturaleza», «contrato original» - , por no aburrir al lector con más. «Sociedad», en un sitio significa lo mismo que «un estado de naturaleza»: en otro significa lo mismo que «gobierno». Aquí se nos exige creer que nunca hubo algo como un estado de naturaleza: se nos dio a entender allí que había habido. De manera similar con respecto al contrato original, se nos da a entender que tal cosa nunca existió, que su noción es ridicula: al mismo tiempo que no se puede hablar ni moverse sin suponer que hubo uno.

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ordenes y decisiones están obligados a obedecer todos los miembros», lo pone él como explicación (que no es una inadecuada) de un estado de gobierno: y «a menos» que los hombres estuvieren en un estado de esa descripción, aún «permanecerían», dice él, «como en un estado de naturaleza». Por sociedad, por consiguiente, quiere dar a entender, una vez más, lo mismo que con un «estado de naturaleza»: la opone al gobierno. Y habla de ella como de un estado, en este sentido, que realmente existiera. 5.

4.

«Sociedad» puesta como sinónima de estado de naturaleza - opuesta al «Gobierno» - y de la que se habla como si hubiera existido Primero, la Sociedad significa un estado de naturaleza. Pues si por «un estado de naturaleza» un hombre significa alguna cosa, es el estado, según lo considero, en el que los hombres están o se suponen que están antes de que se se encuentren bajo un gobierno: el estado que los hombres abandonan cuando entran en un estado de gobierno; en el que aún estarían si no hubiera habido gobierno. Pero con la palabra «sociedad» está claro que por una vez significa ese estado. Primero, de acuerdo con él, viene la sociedad; después viene el gobierno. «Pues cuando la sociedad», dice nuestro Autor, «una vez formada, el gobierno resulta desde luego, necesario para preservar y mantener aquella sociedad en orden» . Y una vez más, inmediatamente después, - «Un estado en el que un superior ha sido establecido, cuyas

«Sociedad» puesta como sinónima de «gobierno» Segundo, esto es lo que él nos dice al comienzo del segundo de los dos parágrafos: pero durante todo el tiempo que duró el primer parágrafo, la sociedad significó lo mismo que el gobierno. A l cambiar entonces de un parágrafo a otro, ha cambiado su naturaleza. «Estos son los fundamentos de la sociedad» , de los que primeramente empezó a hablar, e inmediatamente sigue a explicarnos, según su manera de explicar, los fundamentos del gobierno. Éste es el «comienzo formal de la Sociedad»* , del que habla poco después; y con este comienzo formal, nos dice inmediatamente, que significa, «el contrato original de la sociedad» , por el que se contrae «un estado» , nos da a entender, que es así «instituido», y que los hombres deciden «someterse a la ley» . Mientras 0

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Ver supra p. 57.

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I Comm. p. 47. í Comm. p. 47, supra p. 56. I Comm. p. 47, supra p. 56. I Comm. p. 47, supra p. 56. I Comm. p. 48, supra p. 57.

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transcurre este primer parágrafo, «sociedad», creo que, está claro, no puede tener otro significado que el mismo que «gobierno».

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«haya sido alguna vez formalmente expresado en la primera institución del estado» . k

— afirmada Quinto, a pesar de todo eso, debemos suponer, parece, que se encontraba en todo estado: «tanto en la naturaleza como en la razón» (dice nuestro Autor) «debe ser siempre entendido e implicado» . Haciéndose más audaz en el compás de cuatro o cinco páginas, donde habla de nuestro propio gobierno, rotundamente afirma" que tal contrato fue actualmente contraído con su primera formación. «El legislativo sería cambiado», dice, «por aquello que originariamente estipuló el consentimiento general y la ley fundamental de la sociedad». 8.

6.

Estado de naturaleza del que se habla como si nunca hubiera existido Tercero, todo esto también en tanto que este mismo «estado de naturaleza» al que hemos visto como «Sociedad» (un estado del que se habla como si existiera) con el que lo hace sinónimo, y en el que no había gobierno, los hombres, nos informa, en la siguiente página, «habrían permanecido» en un estado en el que nunca habrían estado. Así expresamente nos los dice. Esta «noción», dice él, «de un existente aislado estado real de naturaleza» (esto es, según se explica después, «un estado en el que los hombres no tienen juez para definir sus derechos y reparar sus errores»), «es demasiado absurda para ser seriamente admitida»J. Cuando el mismo lo admite, como lo hace en la siguiente página, hemos de entender, parece, que se estuviera burlándose de nosotros: y que el siguiente parágrafo es (lo que uno de otra manera no tendría por otra cosa) una pieza jocosa. 11

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7.

El contrato original su realidad negada Cuarto, el contrato original es una cosa, hemos de entender, que nunca tuvo existencia; tal vez no en ningún estado: ciertamente por lo tanto en ninguno. «Tal vez, en ninguna instancia», dice nuestro Autor, I Comm. p. 48, supra p. 58. í Comm. p. 48, supra p. 56. i I Comm. p. 47, supra p. 56.

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9.

Intento de reconciliar estas contradicciones la sociedad distinguida entre natural y política Veamos si acaso no fuera posible que se pueda hacer algo para extraer la importancia de estos términos fuera de la niebla en la que nuestro Autor los ha envuelto. La palabra « S O C I E D A D » , creo que aparece utilizada por él, y sin darse cuenta, con dos sentidos que son opuestos. En un sentido, S O C I E D A D , O E S T A D O D E S O C I E D A D , es sinónima a E S T A D O D E N A T U R A L E Z A ; y se encuentra opuesta al G O B I E R N O , O al E S T A D O D E G O B I E R N O : en este sentido, se la puede designar, como comúnmente se hace, como sociedad natural. En el otro, la hace sinónima a G O B I E R N O , O E S T A D O D E

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I Comm. p. 46, supra p. 57. I Comm. p. 46, supra p. 57. I Comm. p. 52

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y se la opone a E S T A D O D E N A T U R A L E Z A . En este sentido, se la puede llamar, como corrientemente se hace, S O C I E D A D política. Una idea tolerablemente distinta de las diferencias entre estos dos estados, creo, que se puede dar en una o dos palabras.

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10. Idea de sociedad política La idea de una sociedad natural es negativa. La idea de una sociedad política es positiva. Con esta última, por consiguiente, tendríamos que empezar. Cuando un número de personas (a las podríamos llamar subditos) se suponen que tienen el hábito de obedecer a una persona, o a una agrupación de personas, de una conocida y cierta descripción (al que podemos denominar gobernador o gobernadores) a tales personas juntas (subditos y gobernadores) se dice que están es un estado de S O C I E D A D política . 11

11. Idea de sociedad natural La idea de un estado de S O C I E D A D natural es, como hemos dicho, negativa. Cuando un número de personas se supone que tienen el hábito de relacionarse entre sí, a la par que no tienen el hábito mencionado anteriormente, se dice que están en un estado de S O C I E D A D natural. 12.

Dificultad de trazar la línea entre los dos estados Si reflexionamos un poco, percibiremos que, entre estos dos estados, no existe aquella explícita separación que estos dos nombres y estas definiciones n

Ver infra, para. 12, nota o.

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pudieran enseñar a alguien, a primera vista, a esperar. Ocurre con ellos lo que con la luz y la oscuridad: por distintas que puedan ser las ideas, son, como se mencionó primeramente, sugeridas por aquellos nombres, las cosas en sí mismas no tienen un determinado límite que las separe. Las circunstancias de las que se han hablado para constituir la diferencia entre estos dos estados, es la presencia y la ausencia de un hábito de obediencia. Este hábito, en consecuencia, se ha dicho simplemente que está presente (esto es, que está efectivamente presente) o, en otras palabras, hemos hablado como si hubiera un perfecto hábito de obediencia, en un caso: se ha hablado simplemente como ausente (esto es, que está efectivamente ausente) o, en otras palabras, hemos hablado como si no hubiera en absoluto un hábito de obediencia, en el otro. Pero ninguna de estas dos maneras de hablar, quizá, sea estrictamente justa. Pocas, si no ninguna, son los instancias en las que este hábito estén realmente ausente; ciertamente, ninguna hay en la que esté efectivamente presente. Los gobiernos, en consecuencia, en proporción a que el hábito de obediencia sea más perfecto, se aleja de, en proporción a que sea menos perfecto, se aproxima, al estado de naturaleza: ejemplos se pueden presentar por sí mismos en los que será difícil decir si un hábito, efectivo, en el grado en que constituya un gobierno, se crea necesario que tenga que ser completo, subsista o no . 0

1. Un hábito Un hábito no es sino una agrupación de actos: bajo cuyo nombre yo incluiría también, por el presente, las abstenciones voluntarías 0

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2. Un hábito de obediencia Un hábito de obediencia es una agrupación de actos de obediencia. 3. Un acto de obediencia Un acto de obediencia es un acto realizado en la consecución de una expresión de la voluntad por parte de algún superior. 4. Un acto de obediencia política Un acto de obediencia P O L Í T I C A (que es lo que aquí se quiere decir) es cualquier acto realizado en consecución de una expresión de la voluntad de parte de una persona que gobierna. 5. Una expresión de la voluntad Una manifestación de la voluntad es o bien expresa o tácita. 6. Una manifestación expresa de la voluntad Una manifestación expresa de la voluntad es aquella convenida por los signos llamados palabras. I. Una manifestación tácita de la voluntad Una manifestación tácita de la voluntad es aquella convenida por cualquier otros signos cualesquiera: entre los cuales ninguno son tan efectivos como los actos de castigo añadidos en el tiempo pasado, a la no-realización de los actos de la misma clase, que eran objetos de la voluntad en cuestión. 8. Una orden Una manifestación expresa de la voluntad de un superior es una orden. 9. Una orden ficticia Cuando una manifestación tácita de un superior se supone que ha sido emitida, se la puede llamar orden ficticia. 10. Órdenes - qu&ú-órdenes Si tuviésemos la libertad de acuñar palabras según el modo de los abogados romanos, podríamos hablar de quasi-orácn. I I . Ilustración - Derecho Estatutario - Derecho Común El Derecho Estatutario se compone de ordenes. El Derecho Común de quasi-óváen&s. 12. Deber - cuestión de deber Un acto que es objeto de una orden real o ficticia; tal acto considerado antes de que se realice, es llamado un deber o una cuestión de deber. 13. Uso de la anterior cadena de definiciones Asentadas estas definiciones, estamos ahora en condición de dar la idea de lo que se quiere decir con la perfección o la imper-

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fección de un hábito de obediencia en una sociedad, que pueda resultar tolerablemente precisa. 14. Hábito de obediencia - medida de su perfección Un periodo en la duración de una sociedad; el número de personas que la componen durante ese periodo; y el número de cuestiones de deber que le incumben a cada persona que le sea dado; - el hábito de obediencia será más o menos perfecto, según la proporción entre el número de actos de obediencia y los de desobediencia. 15. Ilustración El hábito de obediencia en este país parece haber sido más perfecto en el tiempo de los Sajones que en el de los Bretones: incuestionablemente es ahora más que en el tiempo de los Sajones. Todavía no es tan perfecto como bien construido y con leyes compendiadas a tiempo, si bien se ha de esperar que pueda serlo. Pero absolutamente perfecto, mientras que el hombre no deje de ser hombre, jamás podrá serlo. Una ingeniosa e instructiva visión del progreso de las naciones, desde lo estados menos perfectos en la unión política hasta ios más perfectos estados en los que vivimos, se puede encontrar en los Historical Law Tracts (Tratados de la Ley Histórica) de Lord K A I M ( « c ) . 16. Unión política o conexión Por la conveniencia y precisión del discurso puede ser útil en este lugar zanjar la significación de unas pocas expresiones relativas al mismo tema. Las personas que, con respecto entre sí, están en un estado de sociedad política, se puede decir también que están en unión o conexión política. 17. Sumisión - sujeción Algunos de ellos como tales son subditos, en consecuencia, se diría que están en un estado de sumisión o de sujeción, con respecto a los gobernantes: los cuales como gobernantes están en un estado de autoridad con respecto a los subditos. 18. Sumisión — sujeción Cuando la subordinación es considerada como resultando originariamente de la voluntad (quizá sea más apropiado decir) del placer de la parte gobernada, usaríamos mejor la palabra «sumisión»: y en el caso de la parte que gobierna, la palabra «sujeción». Sobre esta explicación resulta que el término a duras penas se puede utilizar sin apología, a menos que con una nota 10

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13.

Un perfecto estado de naturaleza no más quimérico que un perfecto estado de gobierno Sobre estas consideraciones, la suposición de un estado perfecto de naturaleza, o, como se le puede denominar, un estado de sociedad realmente natural, puede, quizá, ser justamente concebido, lo que nuestro Autor por el momento parecía pensar, como una suposición extravagante: pero en ese caso el que un gobierno en este sentido perfecto; o como se le puede llamar, un estado de sociedad perfectamente política, un estado de perfecta unión política, un estado de perfecta sumisión en los subdito, y de perfecta autoridad en el gobernador, no lo es tanto menos . p

de desaprobación: especialmente en este país, en donde el hábito de considerar el consentimiento de las personas gobernadas como si en en algún sentido u otro estuviera relacionado con la noción de totalmente legítima, es decir, cuando todo gobierno que gobierna ha ganado una base tan firme. Es por esta razón, pues, por la que el término «sujeción» excluye como lo hace, o al menos, no incluye tal consentimiento, es usado comúnmente en lo que se llama MAL SENTIDO: esto es, en tal sentido que, junto con la idea del objeto en cuestión, transmite la idea adicional de desaprobación. Esta idea adicional, sin embargo, vinculada como lo está al término abstracto «sujeción» no se extiende al término concreto «subditos» - una clase de inconsistencia de la que existen muchos ejemplos en el lenguaje. No es una unión familiar, por perfecta que sea, la que puede constituir una sociedad política - por qué Es verdad que cada persona debe estar, por algún tiempo, después de su nacimiento, necesariamente en un estado de sujeción con respecto a sus padres o con quienes están en lugar de sus padres; y ése es uno perfecto, o al menos tan cerca de ser perfecto como no hemos visto en algún otro. Pero, en todo esto, la clase de sociedad que es constituida por un estado de sujeción así ocasionado, no surge la idea, creo, de que esté generalmenp

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14.

«Estado de naturaleza» una expresión relativa Hay una observación, que, por clarificar mejor nuestras nociones sobre esta materia, pueda ser apropiado hacer aquí. Para algunos oídos, las frases «estado de naturaleza», «estado de sociedad política» pueden tener la apariencia de ser absolutas en sus significaciones: como si la condición de un homte considerada por quienes hablan de una sociedad política. Para constituir lo que en general se quiere decir con esa frase, un máximo número de miembros es requerido, o al menos, una duración capaz de una continuación mayor. De hecho, para este propósito, nada más que, creo, se requiere una duración indefinida. Una sociedad, para llegar a la noción de lo que originariamente se quería decir con política, debe ser tal, por su naturaleza, que no sea incapaz de continuar para siempre en virtud de los principios que le dieron nacimiento. Esto, está claro, no es el caso con la sociedad de una familia, en la que uno de los progenitores o los dos están a la cabeza. En tal sociedad, el único principio de unión, que es cierto y uniforme en su funcionamiento, es la debilidad natural de aquellos de sus miembros que están en estado de sujeción; esto es, los hijos; un principio que no tiene sino una corta y limitada permanencia. Yo cuestiono si ha de ser el caso incluso con una sociedad familiar, que subsista en virtud de la consanguinidad colateral; y eso por la misma razón. N i siquiera en este caso un hábito de obediencia, tan perfecto como cualquier ejemplo que veamos, puede subsistir por un tiempo; a saber: en virtud de los mismos principios morales que puedan prolongar un hábito de obediencia filial más allá de la continuidad de aquellos [principio] físicos que le dieron nacimiento: quiero decir, afecto, gratitud, respeto, la fuerza del hábito y similares. Pero no pasa mucho tiempo, incluso en este caso, antes de que el vínculo de la conexión deba llegar a ser imperceptible, o pierda su influencia al ser demasiado extenso. Estas consideraciones, por consiguiente, será conveniente tenerlas en cuenta al aplicar la definición de la sociedad política dada anteriormente (en el para. 10) y con el fin de reconciliarla con lo que se diga en adelante (en el para. 17).

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bre, o de una compañía de hombres, en uno de estos estados, o en el otro, fuera un asunto que dependiera en todo de sí mismos. Pero no es este el caso. A la expresión «estado de naturaleza», no más que a la expresión «estado de sociedad política», se le puede relacionar cualquier significado preciso, sin referencia a un sentido diferente del que se habla como es en el estado en cuestión. Pronto se comprenderá esto. La diferencia entre los dos estados se halla, como hemos observado, en el hábito de obediencia. Con respecto pues al hábito de obediencia, ni puede ser entendido como si subsistiera en persona alguna, ni como si no lo hiciera en alguna, sino con referencia a alguna otra persona. Para que obedezca alguna parte, debe de haber otra parte que sea obedecida. Pero esta parte que es obedecida, puede en tiempos diferentes ser diferente. De aquí que una y la misma parte se pueda concebir que obedezca y no obedezca al mismo tiempo, así como es con respecto a diferentes personas, o como podemos decir, con diferentes objetos de obediencia. De ahí que, entonces, se pueda decir que una y la misma parte esté en un estado de naturaleza, y que no esté en el estado de naturaleza, y que en uno y al mismo tiempo, según sea este o aquella parte la que se tome por el otro objeto de comparación. El caso es que en el habla común, cuando no se especifica objeto alguno de comparación, se da entender a todas las personas en general: de manera que cuando un número de personas se dice simplemente que están en un estado de naturaleza, lo que se entiende es que lo están tanto en relación de unas con las otras, como con todo el mundo.

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15.

Diferentes grados de sumisión entre los gobernadores De la misma manera podemos entender cómo el mismo hombre que es gobernador con respecto a un hombre o conjunto de hombres, puede ser subdito con respecto a otro: cómo entre gobernadores algunos pueden estar en un estado perfecto de naturaleza con respecto de unos a otros: como los R E Y E S de F R A N C I A y de E S P A Ñ A : otros, de nuevo, en un estado de perfecta sujeción, como los H O S P O D A R E S de W A L A C H I A y M O L D A V I A , con respecto al G R A N D S I G N I O R : otros, una vez más, en un estado de manifiesta pero de imperfecta sujeción, como los E S T A D O S A L E M A N E S con respecto a el E M P E R A D O R : otros, de nuevo, en un estado en el que pueda ser difícil determinar si están es un estado de imperfecta sujeción o en un estado perfecto de naturaleza: como el R E Y de Ñ A P Ó L E S con respecto al P A P A . Q

16.

La misma persona alternativamente en un estado de sociedad política y natural con respecto a diferentes sociedades De la misma manera, también, se puede concebir, sin entrar en detalles, cómo cualquier persona individual, nacida, como lo hacen todas las personas, dentro de un estado de perfecta sujeción a sus padres, que está dentro de un estado de una sociedad políti-

El Reino de Ñapóles es feudatario de la Sede Papal: y a cambio de su lealtad, el Rey, en su ascensión, entrega al Santo Padre un caballo blanco. El vasallo real a veces no trata a su Señor sino como un caballero: pero siempre le envía su caballo blanco. q

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ca perfecta con respecto a sus padres, pueda desde ahí pasar a un estado perfecto de naturaleza; y de aquí sucesivamente a un número de diferentes estados de sociedades políticas más o menos perfectos, pasando por diferentes sociedades. 17.

En la misma sociedad política las mismas personas alternativamente gobernadores y subditos, con respecto a las mismas personas De la misma manera también se puede concebir cómo, en cualquier sociedad política, el mismo hombre, con respecto a los mismos individuos, esté, en períodos diferentes, y en ocasiones diferentes, alternativamente, en el estado de gobernador y de subdito : hoy que concurra, quizá activamente, en la ocupación de emitir una orden general para la observancia de toda la sociedad, entre ellos algún hombre en calidad de Juez: mañana castigado, quizá por una orden particular de ese mismo Juez por no obedecer la orden general que él mismo (quiero decir la persona que actúa en calidad de gobernador) había emitido. Apenas si necesito recordarle al lector lo feliz que este estado alternativo de autoridad y sumisión está ejemplificado en nosotros mismos. 1

18.

Sugerencias de que algunos puntos deben de abandonarse Este puede ser el lugar para enunciar las diferentes partes que diferentes personas pueden tener en dar la misma orden: de explicar la naturaleza de la acción corporativa: de enumerar y distinguir media r

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Vide supra, para. 13, nota p.

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docena o más de diferentes maneras en las que la subordinación entre las mismas partes puede subsistir: de distinguir y de explicar los diferentes sentidos de las palabras, «consentimiento», «representación» y de otras con significados parecidos: consentimiento y representación, esas interesantes y, sin embargo, desconcertantes palabras, fuentes de tantos debates: y fuentes o pretextos de tanta animosidad. Los límites empero de la presente intención no admitirán en manera alguna tan prolongadas e intrincadas discusiones. 19.

La misma sociedad alternativamente en un estado de naturaleza y en un estado de gobierno Asimismo de la misma manera, se puede concebir cómo el mismo conjunto de hombres considerados entre ellos mismos, puede unas veces estar en el estado de naturaleza, y en otras en un estado de gobierno. Pues el hábito de obediencia, en cualquier grado de perfección que tenga que ser necesario que subsista para constituir un gobierno, puede entenderse, está claro, que sufra algunas interrupciones. En instantes diferentes puede tener lugar y cesar. 20. Instancia - los Aborígenes de América Instancias de este estado de cosas aparecen no ser infrecuentes. La clase de sociedad que ha sido observada que subsiste entre los I N D I O S A M E R I C A N O S nos puede ofrecer una. De acuerdo con los relatos que tenemos de esos pueblos, en la mayoría de sus tribus, si no en todas, el hábito del que estamos hablando parece que se produce sólo en tiempo de guerra. Cesa

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de nuevo en tiempo de paz. La necesidad de actuar de acuerdo contra un enemigo común, somete a toda la tribu a las ordenes de un Jefe común. A la vuelta de la paz, cada guerrero reanuda su diáfana independencia . 11

21. Características de la unión política Subsiste aún una dificultad que no nos abandona. Ha sido en efecto comenzada, pero no resuelta. - Se trata de encontrar una nota de distinción, - un signo característico con el que distinguir una sociedad en la que existe un hábito de obediencia, y con un grado de perfección que sea necesario para constituir un estado de gobierno, de una sociedad en la que no exista: un signo, quiero decir, que tenga un comienzo visible determinado; hasta el punto que en el instante de su primera aparición, sea distinguible de la última en la que aún no hubiese aparecido. Y esto sólo con la ayuda de una distinción semejante con la que podamos estar en condición de determinar, en cualquier tiempo, si una sociedad dada está en el estado de gobierno o en el estado de naturaleza. No puedo encontrar dicho signo, debo de confesar, en cualquier parte a menos que sea esta; el establecimiento de nombres en un registro: la aparición de un cierto hombre, o conjunto de hombres, con un cierto nombre, que sirva para registrarlos como objetos de obediencia: tales como Rey, Sachem, Cacique, Senador, Burgomaestre y otros semejantes. Esto, creo, puede servir tolerablemente bien para distinguir un conjunto de hombres en un estado de unión política entre sí, del mismo conjunto de hombres que no esté en tal estado.

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22.

Entre la personas que ya están en un estado de unión política en qué momento se puede decir que una nueva sociedad es formada por defección de una anterior Supongamos, empero, que una sociedad política incuestionable, que sea amplia, se formara; y que de ella se separase un cuerpo más pequeño: con esta ruptura el cuerpo más pequeño, cesaría de estar en un estado de unión política con respecto al mayor: y se situaría a sí mismo, con respecto al cuerpo mayor, en un estado de naturaleza - ¿Qué medios dispondríamos para saber la ocasión precisa en la que tuvo lugar este cambio? ¿Qué es lo que se ha de tomar en este caso por su signo característico! El nombramiento, se puede decir, de nuevos gobernadores con nombres nuevos. Pero supongamos que no tuviera lugar tal nombramiento. Los gobernadores subordinados de los que sólo todo el pueblo estaría con derecho a recibir sus ordenes bajo el viejo gobierno, son los mismos que aquellos que reciben bajo el nuevo. El hábito de obediencia en el que se encontraban estos gobernadores subordinados con respecto aquella persona individual, diremos, que era el supremo gobernador del todo, se rompe imperceptiblemente y gradualmente. Los viejos nombres con los que eran caracterizados estos gobernadores subordinados, mientras eran subordinados, se mantienen ahora que son supremos. En este caso parece bastante difícil responder . 5

Por los recuerdos, tengo alguna duda sobre si este ejemplo sería encontrado históricamente exacto. Si no, que la defección de los Nabobs del Indostán pueda contestar al propósito. M i pris

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23.

1.°, en el caso de defección de todos los cuerpos políticos, ejemplo las Provincias Holandesas Si se requiriera un ejemplo, podemos tomar el de las provincias H O L A N D E S A S con respecto a E S P A Ñ A . Estas provincias fueron una vez ramas de la monarquía española. Se ha hablado ahora de ellas, durante largo tiempo, universalmente como estados independientes: tan independientes de España como de cualquier otro. Están ahora en un estado de naturaleza con respecto a España. Estuvieron una vez en un estado de unión política con respecto a España: a saber, en un estado de sujeción a un gobernador individual, a un Rey, que era el Rey de España. ¿En que preciso momento tuvo lugar la disolución de esta unión política? ¿En qué preciso instante cesaron estas provincias de ser subditos del Rey de España? Sobre esto, dudo que será bastante difícil de ponerse de acuerdo. 24.

2.°, en el caso de defección por los individuos - ejemplos, Roma — Venecia Supongamos que la defección hubiera comenzado, no con todas las provincias, como en el ejemplo acabado de mencionar, sino por un puñado de fugitivos, aumentado por la suma de otros fugitivos, una y otra vez, gradualmente, hasta un cuerpo de hombres demasiado fuerte para ser reducido, la dificultad aumentará aún más. ¿En qué preciso instante fue R O M A , O la V E N E C I A moderna cuando se convirtieron en estados independientes? mera elección cayó sobre el primero; suponiéndolo ser que era mejor conocido.

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25.

Una sublevación, en qué coyuntura se puede decir que ha tenido lugar En general, ¿qué preciso instante es aquel en el que las personas sujetas a un gobierno, alcanzan, por desobediencia con respecto a ese gobierno, un estado de naturaleza? ¿Cuándo, en suma, se considera que ha tenido lugar una sublevación; y cuándo una vez más se piensa que tal sublevación tenga tal éxito que se haya asentado en independencia? 26.

Desobediencias que no llegan a ser una rebelión Como es la obediencia de los individuos lo que constituye un estado de sumisión, así también es su desobediencia la que debe constituir un estado de sublevación. ¿Tiene en ese caso todo acto de desobediencia la misma importancia? La afirmativa, ciertamente, es lo que nunca se puede mantener: porque entonces no habría tal cosa como el gobierno que se pueda hallar en alguna parte? Aquí, empero, una distinción o dos obviamente se plantean. La desobediencia se puede distinguir entre una consciente y otra inconsciente: y eso tanto con respecto a las leyes como a los hechos*. La desobediencia que es incons1. Desobediencia inconsciente con respecto al hecho La desobediencia se puede decir que es inconsciente respecto al hecho, cuando la parte es ignorante o bien de haber realizado el acto mismo, que es prohibido por el derecho, o de haberlo realizado en aquellas circunstancias en las que está sólo prohibido. 2. Desobediencia inconsciente con respecto al Derecho La desobediencia se puede decir que es inconsciente con respecto al derecho; cuando, si bien él puede saber que ha realiza1

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cíente con respecto a alguno de los dos, será rápidamente reconocida, supongo, no como una sublevación. Asimismo la desobediencia que es consciente con respecto a los dos, se puede distinguir entre secreta o abierta; o, en otras palabras, entre fraudulenta y forzosa . La desobediencia que es sólo fraudulenta, será por lo mismo, supongo, instantáneamente reconocida que no supone una sublevación. 11

27. Desobediencias que llegan a ser una rebelión La dificultad que se mantendrá tendrá relación con la desobediencia que sea en ambos casos consciente (tanto con respecto a las leyes como a los hechos) y forzosa. Esta desobediencia, habría de parecer, que no hubiera de estar determinada ni por los números (esto es por las personas que se suponen que son desobedientes) ni por los hechos, ni por las intenciones: los tres caben ser tenidos en consideración. Pero habiendo llevado la dificultad hasta do el acto que está en realidad prohibido, y que, bajo las circunstancias en las que está prohibido, no sabe que esté prohibido en esas circunstancias. 3. Ilustración En tanto que el encargo de extender al extranjero el conocimiento del derecho continúe estando en la negligencia en la que hasta ahora se ha encontrado, ejemplos de desobediencia inconsciente con respecto al derecho, no pueden ser de otra manera sino abundantes. Si se creyera necesarios ejemplos, el hurto puede servir como ejemplo de desobediencia fraudulenta; el Robo, de forzosa. En el Hurto, la persona de la parte desobediente, y el acto de desobediencia, han de intentar por todos los medios mantenerse en secreto. En el Robo, el acto de desobediencia, al menos, cuando no la persona del que desobedece, es manifiesta y reconocida. u

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este punto, en este punto debo de contentarme con dejarla. Proceder más allá en el empeño de resolverla, sería entrar en una discusión de jurisprudencia local particular. Sería adentrarse en la definición de Traición, como algo distinto del Asesinato, Robo, Motín, y otros crímenes semejantes, como, en comparación con la Traición, se dicen que son de una naturaleza más privada. Supongamos que la definición de Traición esté resuelta, y que la comisión de un acto de Traición sea, en la medida en que afecte a la persona que lo comete, el signo característico que hemos estado buscando. 28.

Inacabado estado de las anteriores sugerencias Fácil sería extender estas observaciones a una distancia mucho mayor. De hecho, sería necesario, a fin de darles su apropiado acabado, método y precisión. Pero no podría hacerse sin exceder los límites del objetivo presente. Como están, podrían servir de sugerencias que como tales, pudieran procurarle a la materia una investigación más precisa y ordenada. 29.

La proposición de nuestro Autor «Que el gobierno resulta, desde luego» no es verdadera De lo que se ha dicho, sin embargo, podemos juzgar qué hay de verdad en la observación de nuestro Autor de que «cuando la sociedad» (se entiende sociedad natural) «una vez transformada en gobierno» (esto es, en sociedad política) (cualquiera que sea la cantidad o el grado de Obediencia que se necesite para constituir la sociedad política) «resulta

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desde luego, necesario para preservar y mantener a la sociedad en un orden». Con las palabras «desde luego» se quiere decir, supongo, constante e inmediatamente: al menos persistentemente. De acuerdo con esto, la sociedad política, en cualquiera de sus sentidos, ha debido de haberse establecido hace ya mucho tiempo por todo el mundo. Que sea éste el caso, que cualquiera lo juzgue a partir de los ejemplos de los Hotentotes, de los Patagonios, y de tantas tribus bárbaras que se le oímos a los viajeros y navegantes. 30. Ambigüedad de la sentencia Pudiera ser, después de todo, que hayamos confundido su significado. Que hayamos estado suponiendo que él hubiere querido dar a entender la afirmación de una cuestión de hecho, y haber escrito, al menos empezado, esta sentencia en calidad de un observador histórico: cuando, todo lo que quería decir con ella, quizá, fue hablar en calidad de Censor, y sobre un caso supuesto, expresar un sentimiento de aprobación. En suma, lo que quiso él decir, acaso, fue persuadirnos de que no era que el «gobierno» «resultara» efectivamente de la «sociedad» natural; sino de que hubiese sido mejor que tuviera que ser así; a saber: por ser necesario para «preservar y mantener» a los hombres «en aquel estado de orden», en el cual es de su provecho que tuvieran que estar. Cuál de entre los caracteres antes mencionado quiera dar a entender, es un problema que debo de dejar que sea determinado. La distinción, tal vez, es lo que nunca se le ocurrió; y en verdad el imperceptible cambio, y sin aviso, de uno de esos caracteres a otro, es un

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error que parece inveterado en nuestro Autor; y del que probablemente tengamos más ejemplos, de los que uno pueda darse cuenta. 31.

La oscuridad de todo el parágrafo mejor demostrada Al considerar todo el parágrafo en su conjunto (con su apéndice), algo, se puede observar, que nuestro Autor se esfuerza por deshacerse, y algo por establecer. Pero cómo se habría de deshacerse, y qué habría que establecer, son cuestiones que debo de confesar que soy incapaz de resolver. «La preservación de la humanidad», observa él, «fue realizada por familias individuales». Esto es lo que sobre la autoridad de las Sagradas Escrituras, asume él; y desde aquí es donde nos habría concluido que la noción de un contrato original (la misma noción que el después adopta) es ridicula. La fuerza de esta conclusión, debo de reconocerla, no la veo. La humanidad fue preservada por familiar individuales - Sea. ¿Qué hay en esto que entorpezca a los «individuos» de aquellas familias, o de las familias que descendían de esas familias, para reunirse juntos «después, en una amplia llanura», o en cualquier otro sitio, «entrando en un contrato original», o en cualquier otro contrato, «y eligiendo al hombre más eminente», o cualquier otro, «presente» o ausente para que fuera su Gobernador? La «llana contradicción» que nuestro Autor encuentra entre esta supuesta transición y la «preservación de la humanidad por familias individuales», es lo que debo de reconocer que soy incapaz de descubrir. En cuanto a lo de «el estado realmente existente de naturaleza aislado» del que él

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habla, «cuya noción», dice, «es demasiado absurda para ser admitida seriamente», qué se ha de hacer con ella, es lo que, puesto que él no nos ha dado noción alguna de ella, no puedo juzgar. 32.

Más pruebas todavía de la oscuridad de todo el parágrafo Algo positivo, sin embargo, en un lugar, parece haber. Estas «familias individuales» por la que fue efectuada la preservación de la humanidad; estas familias individuales, nos da a entender, «formaron la primera sociedad». Esto es algo con lo que proseguir. Una sociedad pues de una clase o de otra; una sociedad natural, u otra política, fue formada. Pondría aquí un caso, y después propondría una cuestión. En esta sociedad diremos que aún no se había entrado en contrato alguno, ningún hábito de obediencia se había todavía formado. ¿Era ésta entonces meramente una sociedad natural, o era política? Por mi parte de acuerdo a la noción de las dos clases de sociedad explicadas anteriormente, no puedo tener dificultad alguna. Era simplemente natural. Pero, de acuerdo con la noción de nuestro Autor, ¿qué fue ella? Si ya era una política, ¿qué noción nos daría él de ella para que hubiera de ser natural, y por qué azar se habría vuelto la precedente natural en una política? Si ésta no era política, ¿qué clase de sociedad entonces vamos a entender que sea política? ¿Con qué señal vamos a distinguirla de la natural? A esto, está claro, nuestro Autor no ha dado respuesta alguna. A l mismo tiempo, darle una respuesta, era, si es que era algo, el declarado propósito del largo parágrafo en frente de nosotros.

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33. Una idea general de su carácter Es hora de que este pasaje de nuestro Autor sea despedido - Como entre sus expresiones algunas son de lo más sorprendente que proporcionan el vocabulario para la materia, y éstas se hallan en el más armonioso orden, desde una miranda distante nada puede ser más justo: una más que hermosa pieza de oropel, que rara vez uno verá expuesta en el escaparate de la erudición política. Un paso adelante, y la ilusión se desvanece. Se ve, pues, que consiste, en parte de observaciones autoevidentes, y en parte de contradicciones; en parte en lo que todo el mundo sabe ya, en parte de lo que nadie puede en absoluto entender. 34. Dificultad en atender este examen A lo largo de ella, lo que me aflige es, no encontrar proposiciones, como tales, creyéndolas falsas, encuentro una dificultad en demostrarlo así: sino el no encontrarse con proposición alguna, verdadera, o falsa (a menos que haya aquí o allí una autoevidente) que pueda encontrarle un sentido. Si no puedo encontrar nada positivo a lo que acceder, tampoco puedo por más contradecirle. De esta última clase de trabajo, en efecto, hay mucho menos que hacer para quien quiera, habiéndolo realizado nuestro Autor mismo, como lo hemos visto, tan dilatadamente. Todo ello es, debo de confesarlo, para mí un enigma: más agudo, con diferencia, de lo que soy, debe ser Edipo el que pueda resolverlo. Felizmente no es necesario, a cuenta de lo que quiera que se siga, que tenga que resolverse. Nada se concluye de él. Pues en cuanto a lo que yo encuentre, en sí mismo no tiene

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uso, y ninguno se hace de él. Allí está, como podría estar en cualquier otra parte, o en ninguna. 35. Uso que se puede hacer de él Si fuera, pues, posible, no habría utilidad alguna en que se resolviera: pero siendo, como lo creo, realmente irresoluble, sería útil que se viera que así es. Que la paz sea restaurada en el pecho de tanto estudiante desanimado, que, atraído por las esperanzas de una rica cosecha de instrucción, comete un crimen contra sí mismo por su incapacidad de cosechar lo que, en verdad su Autor no ha sembrado.

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Autor despreciada, acaso, por su circunspección temerosa de procurarse instrucción de un enemigo: o, lo que es aun más probable, que no supiera que aquella materia hubiera sido tratada tanto como aquel penetrante y agudo metafísico, cuyas obras se hallan tan lejos de camino trillado de lo libros académicos. Pero aquí, como ocurre, no hay motivos para esos temores. Esos hombres, que tanto se alarman ante los peligros de una investigación libre; aquellos que están tan íntimamente convencidos de que el más seguro camino hacia la verdad no es sino el de no oír nada más que la de un lado, nada encontrarán, casi me atrevo a responder, en lo que ellos consideran veneno en este tercer volumen. No desearía remitir al Lector a ninguna otra parte más que a esta que, si recuerdo bien, se encuentra libre de las objeciones que se habían precipitado últimamente, con tanta vehemencia, contra la obra en general* [Por el Dr. Beathe (sí'c), en su Essays on the ¡mmutability of the Truth (Ensayos sobre la Inmutabilidad de ¡a Verdad).] En cuanto a las dos primeras, el Autor mismo, estoy inclinado a pensar, que no estaría él mal dispuesto, por el momento, a unirse a quienes son de la opinión de que se podía, sin una gran pérdida para la ciencia de la Naturaleza Humana, prescindir de ellas. Lo mismo se podría decir, tal vez, de una considerable parte de ella. Pero, después de todas las limitaciones, aún habrá suficiente para dejar prescritas para la humanidad algunas indelebles obligaciones. Que los fundamentos de toda virtud se hallan en la utilidad, está allí demostrado, después de hechas unas pocas excepciones, con la evidencia de la más vigorosa fuerza: pero no veo, m á s de lo que H e l v é t i u s vio, qué necesidad había para las excepciones. ,3

36. El Contrato Original, una ficción En cuanto al Contrato Original, abrazado a veces y otras ridiculizado por nuestro Autor en unas pocas páginas, quizá, puede que no estén mal empleadas en esforzarse por llegar a una noción precisa sobre su realidad y su uso. La importancia puesta en él anteriormente, y aún, quizá, por algunos es tal que lo hace un objeto que no desmerezca de atención. Mantenía las esperanzas, no obstante, hasta que observé la atención que nuestro Autor prestó a esta quimera, que habría sido eficazmente demolida por Mr. Hume . Creo que no oímos tanto de ella ahora 12

v

1. La noción del contrato original derribada por Mr. Hume En el tercer volumen de su TREATISE on (sic) HUMAN NATURE {Tratado sobre la Naturaleza Humana). Nuestro Autor, pensaría uno, jamás habría abierto lo suficiente aquel celebrado libro: en el que la criminalidad a los ojos de algunos, y los méritos a los ojos de otros han sido desde entonces casi borrados por el esplendor de las más recientes producciones de la misma pluma. La magnanimidad de nuestro v

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2. Historia de una mente perpleja por la ficción Por mi propia parte, recordaré, apenas tan pronto como había leído aquella parte de la obra en la que se toca esta cuestión, sentirme como si las escamas se hubieran desprendido de mis ojos . Entonces, por primera vez, aprendí a llamar la causa del pueblo la causa de la virtud. Quizá un breve bosquejo de las andanzas de una mente sin refinar pero bien intencionada, en su búsqueda de las verdades morales, pueda, en esta ocasión, que no resulte inútil: pues la historia de una mente es la historia de muchas. Los escritos del honesto, pero llenos de prejuicios, Conde de Clarendon , a cuya integridad nada le faltaba, y a su sabiduría poco, excepto la for15

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tuna de vivir algo más tarde; y el contagio con la atmósfera frailesca; estas, y otras causas concurrentes, habían oído mis afectos infantiles sobre el lado del despotismo. El Genio del lugar donde moraba, la autoridad del lugar [Oxford], la voz de la Iglesia con sus solemnes oficios; todas estas cosas me enseñaron a considerar a Carlos como a un Mártir, y a sus oponentes unos rebeldes. Yo vi innovación, en donde, en efecto, había innovación; pero una gloriosa innovación, era, en sus esfuerzos, sufrirle. V i falsedad, en donde de verdad la había, en sus oposiciones a la innovación. V i egoísmo, y una obediencia a la llamada de la pasión, en los esfuerzos de los reprimidos para salvarse de la opresión. Vi una recia tolerancia consentida en los sagrados escritos del movimiento monárquico: pero ninguna en otro alguno. V i una pasiva obediencia profundamente estampada con el sello de las virtudes cristianas de la humildad y de la abnegación. Conversando con abogados, los encontré repletos de las virtudes del Contrato Original, como una receta de soberana eficacia para reconciliar la necesidad accidental de la resistencia con el deber general de sumisión. Esta droga suya me la administraron a mí para calmar mis escrúpulos. Pero mi inexperto estómago se revolvía contra su opiato. Les pedí que me abrieran aquella página de la historia en la que la solemnidad de este importante contrato fuese registrada. Retrocedieron ante m i desafío; tampoco podían ellos, cuando de esta manera se les presionaba, hacer otra cosa que la que nuestro Autor ha hecho, confesar que todo era una ficción. Esto, pensé, sabía mal. Me parecía reconocer una mala causa traer una ficción para apoyarla. «Para probar una ficción, en realidad», me decía, «existe una necesidad de ficción; pero es una característica de la verdad no necesitar de otra prueba que no sea la verdad.¿Tenéis, pues, realmente tal privilegio de acuñar los hechos? Estáis desperdiciando un argumento sin propósito alguno. Permitios la licencia de suponer que es verdadera, que no lo es, y por lo mismo podéis suponer que la proposición misma es verdadera, que es la que deseabais probar, por medio de la otra que esperabais probar». Así continuaba yo, descontento e insatisfecho, hasta que aprendí a ver que la utilidad era la prueba y la medida de toda virtud; tanto de la lealtad como de cualquier otra; y que la obligación de administrar la dicha general, era un obligación primordial e

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como antes. Las indestructibles prerrogativas de la humanidad no necesitan ser apoyadas sobre los arenosos fundamentos de una ficción. 37.

Las ficciones en general peligrosas en el presente estado de cosas Con respecto a esta, y a otras ficciones, hubo un tiempo, quizá, en el que tuvieron su utilidad. Con instrumento de esta calaña, no negaré sino que algunas obras políticas se han hecho, incluso útiles, que, bajo las circunstancias de las cosas de entonces, difícilmente se habría hecho con otras. La temporada de la Ficción, sin embargo, se ha acabado ya: tanto más cuanto que lo que anteriormente podía tolerarse y aceptado bajo ese nombre, sería, si ahora se pretendiera ponerlo en pie, censurado y estigmatizado bajo las más arduas apelaciones de robo o de impostura. Intentar introducir uno nuevo, sería ahora un crimen: para cuya razón existe mucho peligro, sin utilidad alguna, en jactarse y propagar lo que ya se ha introducido. A l punto del criterio político, el universal avance del conocimiento ha ascendido en cierta manera a la humanidad a un mismo nivel entre sí: tampoco ahora se encuentra hombre alguno tan elevado por encima de sus semejantes, que se tuviera que permitir la peligrosa licencia de engañarles para su propio bien.

indispensable para todo el mundo. Habiendo así obtenido la instrucción de la que me hallaba necesitado, me senté para sacar provecho de ella. Me despedí del contrato original: y se lo dejé a quienes se divierten con este chisme, que podían pensar en necesitarlo.

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38. Ésta tenía un uso momentáneo En cuanto a la ficción que tenemos ahora delante, por su carácter de argumentum ad nominen que vino cuando lo hizo, y que se utilizó como fuera, obtuvo su admiración. Que los contratos, cualquiera que sea el que los suscriba, deben de ser respetados; - que los hombres están obligados por los contratos, son proposiciones que los hombres, sin saber o preguntar por qué, estarían universalmente dispuestos a aceptar. La observancia de las promesas es algo a lo que habían estado habituados a ver constantemente reforzado. Habían estados acostumbrados a ver a los reyes, así como a otros, a comportarse como si estuvieran obligados por ellas. Esta proposición, pues, «de que los hombres están obligados por contratos»; y esta otra, «que, si una parte no cumple la suya, la otra está libre de la suya», siendo proposiciones que ningún hombre disputa, fueron proposiciones a las que ningún hombre se le exigió demostrar. En teoría fueron asumidas como axiomas: y en la práctica fueron observadas como reglas . Si, en cualquier ocasión, se pensó que era apropiado montar un espectáculo para demostrarlas, era más por razón de la forma que por cualquier otra cosa: y, antes a manera de un recordatorio o instrucción para ganarse a la audiencia, que a la manera de una demostración en contra de sus oponentes. En una ocasión semejante la comitiva de w

Un acuerdo o contrato (pues las dos palabras en esta ocasión, por lo menos, son usadas con el mismo sentido) puede, creo, ser definido, como una par de promesas, hechas recíprocamente entre dos personas, la que promete en consideración de la otra. w

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frases de lugares comunes estaba a la mano; la Justicia, la Razón Verdadera lo requería, la Ley de la Naturaleza lo ordenaba, y otras parecidas; todas las cuales no son sino tantas maneras de intimidar a un hombre para que esté firmemente persuadido de la verdad de ésta o de esa proposición moral, aunque ni él lo crea ni lo necesite, o encuentre que no pueda decir por qué. Los hombres estaban demasiado obvia y generalmente interesados en la observancia de estas normas para entretener dudas sobre la fuerza de cualquiera de los argumentos que vieron empleados en su apoyo. - Es una vieja observación cómo el Interés suaviza el camino a la Fe. 39. Los términos del supuesto contrato estipulados Un contrato, pues, se dijo, fue contraído por el Rey y el Pueblo: cuyos términos fueron a este efecto. El Pueblo, por su parte, prometió al Rey una obediencia general. El Rey, por su parte, prometió gobernar al pueblo siempre de tal manera particular que tuviera que estar al servicio de su felicidad. No insisto en las palabras: me ocupo solamente de los sentidos; en la medida en que un compromiso imaginario, tan libre como distintamente acuñado por quienes lo han imaginado, sea capaz de cualquier decidida significación. Asumiendo entonces, como una norma general, que las promesas, cuando son hechas, deben de ser cumplidas; y, como punto de hecho, que una promesa a este efecto en particular hubiera sido hecha por la parte en cuestión, los hombres estarían más dispuestos a considerarse más cualificados para juzgar cuando fue rota aquella promesa, que a decidir directamente y abiertamente

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sobre la delicada cuestión de cuándo fue que un Rey actuó tanto más en oposición a la felicidad de su pueblo, que mejor hubiera sido que no le obedecieran por más tiempo. 40.

Establecido así generalmente, no podría eximir a los hombres de entrar en la cuestión sobre la utilidad, como se pensaba Es manifiesto, sobre muy poca consideración, que nada se ganó con esta maniobra después de todo: ninguna dificultad se eliminó con ella. Si era aún necesaria, y lo era tanto como nunca, que la dificultad que los hombres procuraron evitar se tendría que decidir, a fin de determinar la cuestión que ellos pensarían sustituir en su lugar. Aun era necesario determinar si el Rey en cuestión había o no actuado en oposición a la felicidad de su pueblo, que fuera mejor que no le obedeciera por más tiempo; a fin de determinar si la promesa que se supuso que él había hecho, se había o no roto. Porque ¿cuál era la supuesta significación de esta promesa? No era otra que la que ya ha sido mencionada. 41.

Tampoco si se estableciera particularmente, podría responder a lo que era propuesta por ella Sea dicho, que parte, al menos, de esta promesa era la de gobernar en sumisión a la Ley: de ahí que un norma más precisa se haya establecido para su conducta gracias a su supuesta promesa que otra norma ambigua y general gobierne al servicio de la felicidad de su pueblo: y que, gracias a esta, sea la letra de la Ley la que forme el tenor de la norma.

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Ahora bien, verdad es que el gobierno en oposición a la Ley es una manera de gobernar en oposición a la felicidad al pueblo: el resultado natural de semejante desprecio hacia la Ley es que, si, en efecto, no la destruye, la amenaza con la destrucción de todos aquellos derechos y privilegios que se fundan en ella: derechos y privilegios de cuyo disfrute depende esa felicidad. Pero sin embargo no es que esto se pueda seguramente tomar como todo el apoyo de la promesa en cuestión: y eso por varias razones. Primera, porque el más malicioso, y bajo ciertas constituciones el más factible, método de gobierno en oposición a la felicidad del pueblo, es el de establecer la Ley misma en oposición a su felicidad. Segunda, porque es un caso muy verosímil un Rey puede, en un alto grado, dañar la felicidad de su pueblo, sin violar la letra de ninguna ley en particular. Tercera, porque pueden ocurrir ocasiones extraordinarias, ahora y entonces, en las que la felicidad del pueblo se pueda promover mejor actuando, por el momento, en oposición a la Ley que bajo su sumisión. Cuarta, porque no hay una sola violación de la Ley, como tal, que pueda propiamente ser tomada como una ruptura de su parte del contrato, de manera que se haya de entender como si el pueblo hubiera sido relevado de la obligación de cumplir la suya. Pues, para abandonar la ficción, y resumir el lenguaje de la verdad llana, apenas si hay una sola violación de la Ley que, al ser cometida, pueda producir tanta desgracia que sobrepase la probable desgracia de resistirla. Si cada instancia de cualquiera que sea esa violación se fuera a considerar una completa disolución del contrato, un hombre que

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llegue a reflexionar apenas encontraría alguna parte, creo, bajo el sol, en la que el gobierno se le pueda ayudar a subsistir más de veinte años. Está claro, por consiguiente, que para aprobar cualquier coherente decisión sobre la cuestión que los inventores de esta ficción sustituyeran en lugar de la verdadera, todavía aún era necesario que la última se decidiera. Todo lo que ganaron con su artilugio fue la conveniencia de decidirla oblicuamente, como así fue, y a golpe de veleta - es decir, de una manera cruda y precipitada, sin una directa y segura investigación. 42.

Tampoco es este un principio original e independiente Pero, después de todo, ¿por qué razón los hombres deben de cumplir sus promesas? Al punto en el que se da cualquier razón inteligible es ésta: que es por el beneficio de la sociedad que se tengan que cumplir; y si no lo hace, entonces, por lo que respecta al castigo, se le ha de hacer que las cumplan. Es por el beneficio de todo el número por lo que las promesas de cada individuo se debería de cumplir: y antes de que no se tengan que cumplir, los individuos que no las cumplan deberían de ser castigados. Si se preguntara ¿qué os parece?, la respuesta está a mano: Tal es el beneficio que se gana, y la desgracia que se evita al cumplirlas, en tanto que compensa mucha más la desgracia de tanto castigo como requisito para obligar a los hombres. Si la dependencia de beneficio y desgracia (esto es, de placer y de dolor) sobre la conducta de los hombres a este respecto, como aquí se ha establecido, es una cuestión de hecho, se ha de decidir de la misma manera que todas las cues-

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tiones de hecho se han de decidir, por testimonio, observación y experiencia . x

43.

Ni puede valer para probar cualquier cosa, sino lo que se puede demostrar mejor sin él Si es entonces ésta, y no otra, la razón por la que los hombres han de cumplir sus promesas, a saber, que lo hagan por el beneficio de la sociedad, es una razón que bien se puede dar de un vez de por qué los Reyes, por una parte, al gobernar, tendrían en general que mantenerse dentro de las Leyes establecidas, y (por hablar universal mente) abstenerse de tales medidas que tiendan a la infelicidad de sus subditos: y, de otra parte, por qué los subditos tendrían que obedecer al Rey en tanto que se conduzcan así, y no por más tiempo; por qué en suma tendrían que obedecer en tanto que las probables desgracias de la obediencia sean menores que las probables desgracias de la resistencia: por qué, en una palabra,

La importancia que la observancia de las promesas tiene para la dicha de la sociedad, es situada en un sorprendente y satisfactorio punto de vista, en una pequeña fábula de M O N T E S Q U I E U , titulada The History of the Troglodytes (La Historia de los Trogloditas)*. Los trogloditas son un pueblo que no prestan consideración a las promesas. Ante las consecuencias naturales de esta disposición, van cayendo de una escena de miseria en otra; hasta que al f i n son exterminados. El mismo filósofo, en su Spirit ofLaws (El Espíritu de las Leyes), copiando y refinando sobre sobre la misma jerga, se inventa una ley para este y otros propósitos, después de definir una Ley como una relación. ¡Cuánto más instructivo resulta en esta cabeza la fábula de los Trogloditas que la pseudo-metafísica sofistería del Esprit des Loixl x

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Ver la Colección de sus Obras.

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tomando todo el cuerpo en su conjunto, es su deber obedecer, sólo en tanto que sea por su interés y no durante más tiempo. Siendo este el caso, ¿qué necesidad hay de decir de uno que P R O M E T I Ó así gobernar; y de los otro, que P R O M E T I E R O N así obedecer, cuando la realidad es de otra manera? 44.

El Juramento de la Coronación no surge de esta noción Es verdad que en este país, de acuerdo a las antiguas formas, alguna clase de vaga promesa de buen gobierno se realiza por los Reyes en la ceremonia de su Coronación: y dejemos que las aclamaciones, quizá dadas, quizá no, por personas casuales fuera de la multitud que los rodea, sean instituidas como una promesa de obediencia de parte de toda la multitud: toda la multitud misma, una pequeña gota reunida junta por casualidad en el gran océano del Estado: y dejemos que las dos promesas así hechas se consideren que hayan creado un contrato perfecto: - no que uno de los dos sea declarado que sea de la consideración del otro . y

45.

La obligación de una promesa no se mantendrá contra la de utilidad: en tanto que de utilidad lo hará en contra de esa promesa Saquemos el máximo partido de esta concesión, un experimento hay por el que todo hombre que reflexione puede satisfacerse, creo, más allá de toda duda, éste es la consideración de la utilidad, y no y Vidc supra para. 38, nota w.

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otra, que secretamente pero inevitablemente, haya gobernado su juicio en todos estos asuntos. El experimento es fácil y decisivo. No es sino darle la vuelta, en suposición, en primer lugar al significado de la promesa particular así simulada; en siguiente lugar, el efecto en el punto de utilidad de la observancia de la promesa en general. - Supongamos que el Rey prometiera que él gobernaría sus subditos no de acuerdo a la Ley; no con la idea de promover su felicidad: ¿le obligaría esto a él? Supongamos que el pueblo prometiera que le obedecería a él en todas las circunstancias, que gobierne como él quiera; que gobierne para su destrucción. ¿Les obligaría esto a ellos? Supongamos que el constante y el universal efecto de una observancia de las promesas fuera a producir desgracia, ¿sería entonces un deber de los hombres cumplirlas? ¿Sería entonces acertado hacer Leyes, y aplicar castigo para obligar a los hombres a observarlas? 46. Una falacia sorteada «No» (quizá se pueda responder) «pero por esta razón; entre las promesas, algunas hay que, como todo el mundo admite, son inválidas: ahora bien estas que habéis estado suponiendo, son indisputablemente de ese número. Una promesa que es en sí misma inválida, no puede, es verdad, crear una obligación. Pero permitid que la promesa sea válida, y es la promesa misma la que crea la obligación, y nada más». La falacia de este argumento es fácil de percibir. Porque ¿qué es aquello, pues, de lo que depende la validez de la promesa?, ¿qué es aquello que estando presente la hace válida?, ¿qué es lo que

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estando ausente la hace inválida? Reconocer que cualquier promesa puede ser inválida es reconocer que si cualquier otra es obligatoria, no lo es meramente porque sea una promesa. Esa circunstancia, pues, cualquiera que sea, sobre la que depende la validez de la promesa, esa circunstancia, digo, y la promesa misma debe, está claro, ser la causa de la obligación que una promesa es capaz en general de llevar con ella. 47.

La obligación de una promesa, incluso si fuera independiente, no se haría lo suficiente extensiva para el propósito Más lejos aún. Admítase, por razón del argumento, lo que hemos rebatido: admítase que la obligación de una promesa sea independiente de cualquier otra cosa: admítase que una promesa es obligatoria propia vi - ¿A quién obliga entonces? Al que ciertamente la hace. Admítase esto: ¿Por qué razón es la misma promesa individual la que tiene que obligar a quienes nunca la hicieron? El Rey, hace cincuenta años, prometió a mi bisabuelo gobernarle de acuerdo a la Ley: mi bisabuelo, hace cincuenta años, prometió al Rey obedecerle de acuerdo a la Ley. El Rey, ahora mismo, prometió a mi vecino gobernarle de acuerdo con la Ley: mi vecino, ahora mismo, prometió al Rey obedecerle de acuerdo con la Ley. - Siendo así - ¿Qué son, todas o algunas de esas promesas, para mí? Para dar una respuesta a esta cuestión, a algún otro principio, es manifiesto, se debe de recurrir antes que el de la obligación intrínseca de la promesa sobre aquellos que la hacen.

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48.

Pero el principio de U T I L I D A D es enteramente suficiente Ahora bien, este otro principio que todavía recurre sobre nosotros, ¿qué otro puede ser que el principio de U T I L I D A D ? El principio que nos suministra 2

Esta denominación ha sido después añadida, o substituida por el principio de la máxima dicha o máxima felicidad: éste, por brevedad, en lugar de decir, por extenso, que es el principio que establece la máxima felicidad de todos los que tienen interés en la cuestión, siendo el fin correcto y adecuado, y el único correcto y adecuado y universalmente deseable de la acción humana: de la acción humana en cada situación; y, en particular, en aquella del funcionariado, o del conjunto de funcionarios, que ejercen los poderes del gobierno. La palabra utilidad no apunta claramente a la idea de placer y dolor, como las palabras dicha y felicidad lo hacen: tampoco nos conduce a la consideración sobre el número de los intereses afectados: al número, como a la circunstancia que contribuye, con la mayor proporción, en la formación de la medida que está aquí en cuestión; la medida de lo bueno y de lo malo, que por sí sola es la propiedad de la conducta humana, en cada situación, que pueda ser debidamente procurada. z

Esta carencia de una conexión suficientemente manifiesta entre las ideas de dicha y placer de una parte, y la idea de utilidad por otra, la he encontrado aquí y allá actuando, y no sino con demasiada eficiencia, como una obstáculo para su aceptación, que de otra manera hubiera logrado este principio. Para una ulterior elucidación del principio de utilidad, o del principio de la máxima dicha, le puede resultar de alguna satisfacción al lector, ver una nota insertada en la segunda edición, ahora en prensa, de la última obra del Autor, titulada An Introduction to the Principies of Moráis and Legislation (Una Introducción a los Principios de la Moral y de la Legislación). En el capítulo I , adjuntado al parágrafo xiii hay una nota con estas palabras: «El principio de utilidad» (he oído que se ha dicho) «es un principio peligroso: es peligroso en ciertas ocasiones consultarlo». Esto es tanto como decir - ¿qué?, que no está en consonancia con la utilidad consultar la utilidad; en suma, que es no consultarlo, consultarlo.

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En la segunda edición, a esta nota se le añade el siguiente parágrafo. Explicación, escrita el 12 de julio de ¡822, relativa a la nota anterior. No mucho tiempo después de la publicación del Fragment on Government, Anno 1776, en el que, en calidad de principio que todo lo abarca (all-comprehensive) y por lo que todo se determina (all-commanding), el principio de utilidad fue puesto en consideración, una persona que daba a entender una observación que hizo Alexander Wedderburn, en ese tiempo Fiscal o Procurador General, después sucesivamente Magistrado Jefe del Tribunal de Apelaciones, y Canciller de Inglaterra, bajo los títulos sucesivos de Lord Loughborough y Conde de Rosslyn. Fue hecha - no, en efecto, en mi presencia, sino en la presencia de otra persona, que fue la que casi inmediatamente me la comunicó a mí. Lejos de ser contradictoria, fue (lo sé ahora y lo confieso) una sagaz y verdadera observación. Para aquél distinguido funcionario, el estado del gobierno era perfectamente comprendido; para el oscuro individuo, en ese tiempo, no tanto como se suponía ser; sus disquisiciones aun no se habían aplicado, con algo de consideración genérica, al campo del Derecho Constitucional, ni por consiguiente a aquellas características del gobierno inglés, por el cual la máxima dicha del que manda, con o sin la de los pocos favorecidos, son ahora tan claramente vistas que son los únicos fines a cuya finalidad ha sido en cualquier tiempo dirigido. El principio de utilidad era un apelativo, en ese tiempo empleado - empleado por mí, como lo había sido por otros, para designar aquello que, en una manera más perspicua e instructiva, puede ser como antes designado por el nombre del principio de la máxima felicidad. «Este principio» (dijo Wedderburn) «es uno peligroso». A l decirlo así, decía lo que, hasta cierto punto, es estrictamente verdadero; un principio, que establece, como el único correcto y justificable fin del gobierno, la máxima dicha para el máximo número - ¿cómo se puede negar que sea peligroso?, peligroso para cualquier gobierno, que tenga por su fin real u objeto, la máxima felicidad de unos cuantos, con o sin la adición de algún número comparativamente pequeño de otros, a quien le resulta una cuestión de placer o de acuerdo admitir a cada uno de ellos, a compartir su preocupación, sobre la base de tantos participantes más jóvenes. «Peligro-

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esa razón, que no depende sólo de razón mayor alguna, sino que es en sí mismo la única y la suficiente razón completa en toda cuestión de practica, sea la que sea.

so» realmente era, por consiguiente, para el interés - el siniestro interés de todos aquellos funcionarios, incluido él mismo, cuyo interés era el de potenciar al máximo el retraso, la vejación y el gasto en los procedimientos judiciales y en otros, por el bien del beneficio que extraían del gasto. En un gobierno que tuviera a la vista el fin de la máxima dicha para el máximo número, Alexander Wedderburn podría haber sido Fiscal General y Canciller después; pero no habría sido Fiscal General con 15.000 libras al año, ni Canciller, con nobleza, con veto sobre toda justicia, con 25.000 libras al año, y con 500 sinecuras a su disposición bajo el nombre de beneficios eclesiásticos además etcaeteras — Nota del Autor, 12 de julio de 1822.

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