Atlas De Europa Medieval: David Ditchburn, Simón Maclean Y Angus Mackay (eds.)

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David Ditchburn, Simón MacLean y Angus MacKay (eds.)

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David Ditchburn, Simón MacLean y Angus MacKay (eds.)

ATLAS DE EUROPA MEDIEVAL

CUARTA E D IC IÓ N AMPLIADA

C Á T ED RA HISTORIA. SERIE MAYOR

1.a edición, 1999 4.a edición ampliada, 2011

Traducción: Jerónima García Bonafé y de la ampliación: Tania Arias Vink

Ilustración de cubierta: Cosmografía, de C. Ptolomeo (Real Academia Española de la Historia, Madrid) © Archivo Anaya

O 2007 David Ditchburn, Simón MacLean and Angus MacKay All rights reserved. Authorised translation from the English language edition Publisher by Routledge, a member of the Taylor & Francis Group © Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S. A.), 2011 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid Depósito legal: M. 189-2011 I.S.B.N.: 978-84-376-2723-6

Printed in Spain Impreso en Fernández Ciudad, S. L. Coto de Doñana, 10. 28320 Pinto (Madrid)

Colaboradores Francés Andrews, Universidad de St. Andrews MichaelJ. Angold, Edimburgo Malcolm C. Barber, Reading Robert J. Bartlett, Universidad de St. Andrews Ian Beavan, Universidad de Aberdeen Philip E. Bennett, Universidad de Edimburgo Louise M. Bourdua, Universidad de Aberdeen Thomas S. Brown, Universidad de Edimburgo Marcus Bull, Universidad de Bristol Howard B. Clarke, Dublín Simón Coates, Londres Edward Coleman, Colegio Universitario de Dublín Antonio Collantes de Terán, Universidad de Sevilla Barbara Crawford, Universidad de St. Andrews Sally Crumplin, Universidad de St. Andrews Sumi David, Universidad de St. Andrews E. Patricia Dennison, Universidad de Edimburgo Gary Dickson, Edimburgo David Ditchburn, Universidad de Aberdeen Sally Dixon-Smith, La Torre de Londres Clare Downham, Universidad de Aberdeen Marilyn Dunn, Universidad de Glasgow Susannah C. Humble Ferreira, Universidad de Guelph Robin Frame, Durham Edda Frankot, Universidad de Groningen Robert I. Frost, Universidad de Aberdeen Manuel González Jiménez, Universidad de Sevilla Anthony Goodman, Edimburgo Alexander Grant, Universidad de Lancaster Philip Hersch, Universidad de Edimburgo John C. Higgitt, Universidad de Edimburgo Richard A. Hodges, Universidad de East Anglia Michael C. E. Jones, Nottingham Ewan Johnson, Universidad de Lancaster Hugh N. Kennedy, Universidad de St. Andrews Derek Lomax (fallecido) 11

Raymond McCluskey, Universidad de Glasgow Alastair J. Macdonald, Universidad de Aberdeen Jennifer McDonald, Universidad de Bergen Angus MacKay, Edimburgo Martin L. McLaughlin, Universidad de Oxford Simón MacLean, Universidad de St. Andrews Norman Macleod, Universidad de Edimburgo M. Michéle Mulchahey, Universidad de St. Andrews Malyn D. D. Newitt, King’s College, Londres Richard Oram, Universidad de Stirling Esther Pascua, Universidad de St. Andrews Theo Riches, Universidad de Birmingham Andrew R Roach, Universidad de Glasgow Richard K. Rose, Universidad de Glasgow Michael L. Ryder, Edimburgo Ross Samson, Glasgow Elina Screen, Universidad de Cambridge Julia M. H. Smith, Universidad de Glasgow Clive R. Sneddon, Universidad de St. Andrews Angus D. Stewart, Universidad de St. Andrews Roger Tarr, Edimburgo Alfred Thomas, Universidad de Harvard Elspeth M. Tumer, Universidad de Edimburgo Ian Wei, Universidad de Bristol Bjórn Weiler, Universidad de Gales, Aberystwyth Christopher J. Wickham, Universidad de Oxford Alex Woolf, Universidad de St. Andrews

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Alta Edad Media (395-1050 aproximadamente)

Guerra y política E l Im p e rio r o m a n o e n e l a ñ o 3 9 5

El Imperio romano del año 395 era considerablemente distinto al de los tiem­ pos del primer emperador Augusto (27 a.C.-14 d.C.). Unas presiones externas más fuertes, unas condiciones económicas cada vez peores y el desorden político, agra­ vados por la falta de seguridad dinástica y la ambición de los generales, culminaron en el abandono de las provincias más alejadas de Roma y en el caos generalizado del siglo iii. Con la reorganización fundamental emprendida por Diocleciano (284-305) y continuada por Constantino (306-337), el emperador ascendió a la condición de autócrata remoto a la manera de Oriente, se instauró una gran burocracia y se divi­ dió el ejército en dos niveles formados por unidades móviles de élite y tropas locales de rango inferior. En un intento por fortalecer el gobierno local y reducir al mínimo la amenaza de revueltas, Diocleciano duplicó el número de provincias y las agrupó en diócesis dirigidas por vicarii, mientras que Constantino separó los poderes del gobierno civil y de los jefes militares. Tras derrotar a sus adversarios en el Puente Milvio (312), Constantino se convirtió al cristianismo y dio un gran impulso a la que hasta entonces había sido un fe minoritaria al confiar a cristianos cargos impor­ tantes y ceder a la Iglesia tierras y edificios. No por ello perdieron virulencia las dife­ rencias teológicas, y el culto pagano no se prohibió hasta el reinado de Teodosio I (378-395). Constantino trasladó la capital al emplazamiento estratégico de Bizancio (rebautizada Constantinopla en el año 330) como reflejo de su compromiso con la nueva fe y de la creciente importancia de Oriente en el seno del Imperio. Estos cambios proporcionaron cierta estabilidad política y económica, pese a la disputas familiares que resquebrajaban la dinastía de Constantino, pero la calma relativa cesó cuando los persas mataron a Juliano (363), emperador pagano de breve reinado. Bajo los emperadores sucesivos, aumentaron las presiones bárbaras en las fronteras, como resultado en parte de la llegada de los hunos nómadas a Europa en los años 370. Los visigodos habían encontrado asilo en el Imperio en el año 376, pero se volvieron contra los romanos aduciendo malos tratos y derrotaron al ejérci­ to romano en la batalla de Adrianópolis (378), donde murió el emperador Valente. Esta derrota fúe un gran golpe para el prestigio romano, pero tuvo escasos efectos directos. Los godos obtuvieron tierras en los Balcanes en condición de foederati (aliados) y el orden quedó restablecido de la mano firme de Teodosio I, emperador cristiano de origen español. Con la muerte de Teodosio en el año 395, se inició una fase crítica en la trans­ formación del mundo romano tras la división del Imperio entre sus dos hijos Ho­ 17

norio (Occidente) y Arcadio (Oriente). Sin que se resquebrajase por ello el mito de la unidad imperial, la tensión aumentó entre las dos cortes. El Imperio de Oriente mantuvo un poder considerable dada su mayor riqueza y población, así como la inmunidad relativa ante la presión bárbara y la peligrosa influencia que ejercían los mercenarios germanos en Occidente. El cristianismo había calado hondo en la so­ ciedad y, pese a algunas controversias cristológicas aceradas, reforzó la autoridad imperial haciendo del Imperio un instrumento de política divina. En Occidente, en cambio, las grandes fallas económicas y sociales estaban agravadas por las intrigas cortesanas, los intereses de la élite senatorial y las frecuentes revueltas incitadas por usurpadores. Mientras la administración, la sociedad y la cultura romanas se mante­ nían firmes en los más altos niveles, la descentralización de la pan occidentalis se re­ flejaba en el crecimiento de culturas no romanas (como en el caso de Gran Bretaña y el norte de África) y en la aparición de alianzas políticas locales (como en la Galia), ya antes de que en el siglo v se manifestasen los efectos de las migraciones bárbaras.

T. S. Brown

M

ig r a c io n e s bárbaras

(s ig l o s

iv y v )

La presión procedente de los «bárbaros» (mayoritariamente germanos) que ha­ bía sufrido el Imperio romano desde finales del siglo o se intensificó en la segunda mitad del siglo rv. Este Volkerwanderung (desplazamiento de pueblos) afectaba a amalgamas inestables de grupos variopintos, muchos de los cuales se asentaron gradualmente y en relativa armonía. La presión de los nómadas procedentes de las estepas, como los hunos desde el año 370, tuvo efectos considerables, pero más importante fue el impacto de la rivalidad entre los pueblos germánicos, los com­ plots fraguados desde el siglo m por belicosos jefes militares y las oportunidades que una Roma débil política, militar y económicamente ofrecía a jefes guerreros ávidos de botines y a sus tropas, así como el creciente alejamiento de las provincias con respecto al poder central. La primera penetración germánica de importancia sucedió después del año 376, cuando las tribus visigodas y ostrogodas que vivían al otro lado del Danubio busca­ ron refugio como aliados romanos (foederati) en el seno del Imperio. La tensión así suscitada desencadenó la batalla de Adrianópolis, donde unas fuerzas mayoritaria­ mente visigodas derrotaron al ejército romano y asesinaron al emperador Valente. Pese al tratado que se concluyó con gran celeridad, los visigodos asolaron Grecia e Illyricum hasta que, en el año 402, penetraron en Italia bajo el liderazgo de Alarico. Se inició entonces una persecución al estilo del gato y el ratón, mientras el gobierno imperial de Ravena hacía oídos sordos a las exigencias godas de tierras y oro. La exasperación de Alarico culminó en el saqueo de Roma en agosto del 410, golpe monumental para la moral romana. Alarico murió poco después, y su cuñado Ataúlfo condujo a los godos hasta el sur de la Galia, donde se les reconoció como foederati en un tratado fechado en el año 416. Bajo el reinado de Teodorico I, Teodorico II y Eurico, se construyó un estado muy poderoso con sede en Toulouse, que por lo general mantuvo buenas relaciones con la aristocracia romana y con los gran­ des señores establecidos en España. 18

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Los pueblos germánicos que habían permanecido al norte del Danubio (hérulos, gépidos, rugios, esquiros y ostrogodos) se convirtieron en súbditos de los hunos, que fundaron un imperio tributario bajo el mando de Atila (434-453). Atila lanzaba ataques periódicos contra las provincias romanas más orientales de los Balcanes, pero mantenía lazos de amistad con Aecio, fuerza dominante en Occidente, hasta que le indujeron a atacar de forma poco concluyente la Galia (ataques que cesaron tras la derrota de Chalons en el 451) y el norte de Italia. La caída del Imperio huno tras la muerte de Atila (453) significó un aumento de las presiones germánicas (ostrogo­ dos, rugios y otros) en la frontera del Danubio. Mientras tanto, en el norte de la Galia cundía la confusión tras la caída de la frontera del Rin a finales del año 406 en manos de una fuerza bárbara mixta domi­ nada por vándalos, suevos y alanos. Mientras algunos alanos se convirtieron en aliados romanos en la Galia, otros se unieron a la invasión vándala de España (409). Los suevos formaron un reino de salteadores en Galicia que perduró hasta el año 585. Ante la presión visigoda, los vándalos navegaron hasta África (429) y ob­ tuvieron las provincias occidentales en virtud de un tratado (435). Su muy avezado rey Genserico se apoderó de Cartago (439), ocupó el resto del África romana y lanzó una serie de ataques navales muy lucrativos que culminaron con la ocupación de Sicilia, Cerdeña y Córcega y el saqueo de Roma (455). Tras su muerte en el año 477, las políticas agresivas y confiscatorias que afectaban a la aristocracia romana y a la Iglesia católica dieron paso a un régimen más conciliador y romanizante. La caída de la frontera del Rin (406/407) tuvo grandes repercusiones. La guarni­ ción romana en Gran Bretaña se retiró y los jefes rivales británicos tomaron el poder hasta la invasión anglosajona de finales de los años 440. En el año 413, los burgundios fundaron un reino en la parte alta del Rin; en el 443, tras trasladarse como fe­ deración a la zona del Jura/Lago de Ginebra, construyeron un reino romanizado que en el año 457 incorporaba las áreas de Lyón y de Vienne. A lo largo del Rin medio y bajo, unos grupos de francos muy poderosos atacaron ciudades como Co­ lonia y Tréveris. En la Galia septentrional, el gobierno estaba amenazado por oscu­ ras rivalidades entre generales usurpadores, los bretones, rebeldes campesinos (Bagaudae), alanos y los regímenes subrromanos de Egidio y su hijo Siagrio basados en Soissons (hacia 456-486). Quien se benefició a largo plazo de este vacío de poder fue la dinastía franca del salió Childerico (m. 481) y su hijo Clodoveo, que se expandió gradualmente de su centro original en Toumai conquistando o aliándose con ban­ das rivales de francos, incluidos los bien establecidos laeti (granjeros soldados).

T. S. Brown

LOS REINOS BÁRBAROS EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO VI

En el año 500 el Imperio romano de Occidente había quedado reemplazado por unos poderosos reinos germánicos. Destacaba entre ellos el reino franco fundado en la Galia septentrional por los dirigentes francos Childerico (m. 481) y su hijo Clo­ doveo (481-511) y el reino ostrogodo establecido en Italia por Teodorico (489-526). Toda traza de estabilidad en Occidente desapareció, sin embargo, en las cuatro dé­ cadas siguientes. Tras su victoria ante el reino de Toulouse en Vouillé (507), Clodo­ veo se apoderó de la mayor parte de la Galia sudoccidental y los visigodos tuvieron 20

que trasladar su base de operaciones a España con capital en Toledo. El reino de sus primos los ostrogodos empezó a declinar a la muerte de Teodorico como resultado de la incertidumbre dinástica y de tensiones entre elementos prorromanos y tradicionalistas. Dos de los reinos inicialmente más poderosos fueron conquistados en 533-534: los territorios burgundios de la Galia sudoriental pasaron a los francos y el gobierno vándalo del norte de África tocó a su fin con la vertiginosa campaña del general bizantino Belisario. En el año 534, los ostrogodos estaban en el punto de mira del emperador Justiniano, en su sueño por restaurar el poder romano en Occidente, y las fuerzas de Belisario invadieron Italia en el año 536. Pese a la feroz resistencia de un ejército godo en el norte, liderado por Vitiges, Belisario ocupó Ravena (540). En la misma década, sin embargo, cambió la corriente ante las divi­ siones y la corrupción de los imperialistas, y el competente jefe godo Totila recupe­ ró la mayor parte de la península, pero en el año 552 llegaron más tropas proceden­ tes de Oriente al mando de Narsés y derrotaron a los ostrogodos. Pequeños enclaves de resistencia goda sobrevivieron en el norte hasta los años 560 e Italia siguió devas­ tada por años de guerra. El intento de Justiniano de reconquistar Occidente alcanzó un nuevo hito en 551 cuando arrebató a los visigodos que reinaban en España un enclave situado alrededor de Cartagena, que permaneció bajo gobierno bizantino hasta la década de 620. No obstante, los problemas económicos y las nuevas presio­ nes ejercidas por ávaros, eslavos y persas no permitieron a Bizancio consolidar sus victorias, y desde el año 568 los lombardos ocuparon la mayoría de Italia. El poder dominante en Occidente dejó de ser el Imperio para pasar a manos de su supuesto aliado, el reino católico de los francos.

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La G a l i a m e r o v i n g i a ( h a c i a 6 0 0 )

Clodoveo extendió el reino merovingio por la mayoría del territorio de la Galia, pero durante gran parte de los siglos vi y vil atravesó por las dificultades relatadas con tanta viveza por el historiador Gregorio de Tours (m. 594). En el año 511, se produjo una compleja división entre los cuatro hijos de Clodoveo que entorpeció la buena marcha de la administración real. El reino burgundio se sometió en el año 534 y el provenzal en el 536. Teodoberto I (533-548) expandió su territorio hacia el este del Rin e incluso más allá de los Alpes, pero este gobierno se hundió tras su muerte. El reino quedó de nuevo unido bajo Clotario, pero a su muerte (561) se dividió entre sus cuatro hijos y pronto se desencadenó una guerra civil y creció el sentido de identidad dentro de cada Teilreich (reino parcial). El asesinato del rey Sigiberto de Austrasia (575) marcó el inicio de un amargo conflicto. Durante varias décadas, la fuerza dominante fue la viuda de Sigiberto, la visigoda Brunilda, pero tras ser ejecutada en el año 613, el reino pasó a manos de Clotario II de Neustria (584-629). Su hijo Dagoberto I (623-638) resultó ser el último dirigente merovingio «activo», y el poder real se desmoronó ante la alienación de derechos y estados, la pérdida de los subsidios de Bizancio y de los tributos de los pueblos al este del Rin, y el poder creciente de condes y otros jefes territoriales. Los sucesivos reyes merovingios «holgazanes» fueron incapaces de gobernar y el poder cayó en manos de facciones de aristócratas lideradas por los mayordomos de pala­ cio, como los Arnolfingos, mayordomos hereditarios del palacio de Austrasia. Bajo el reinado de Pipino II, esta familia sacó partido del poderoso apoyo que les brinda­ ban en el nordeste y de su alianza con la Iglesia para convertirse en la fuerza domi­ nante del reino desde el año 687. Una revuelta importante siguió a la muerte de Pi­ pino (714), pero su hijo ilegítimo Carlos Martel (m. 741) se hizo de nuevo con el poder en Neustria frente a los títeres merovingios, al tiempo que aumentaba la as­ cendencia y prestigio de la dinastía (los carolingios) gracias a sus campañas contra los sajones, alamanes, turingios y bávaros, y sobre todo a la famosa derrota de la fuerza invasora árabe en Poitiers en el año 733. Los conflictos del período merovingio no deben empañar en ningún momento sus grandes logros. El reino siguió siendo la fuerza más poderosa de Occidente gra­ cias a su fuerza militar, sus estructuras relativamente centralizadas, numerosos cen­ tros de vida religiosa y cultural, y la asimilación que se produjo entre una reducida élite franca y los elementos galorromanos dispuestos a adoptar las leyes y costum­ bres de ésta.

T. S. Brown

El I m p e r io

de

J u s t in ia n o

(527-565)

Cuando Justiniano subió al trono (527), el Imperio tenía unas fronteras razona­ blemente bien definidas: el Danubio, el Éufrates y los desiertos de Arabia y Egipto, todas ellas bien defendidas por fortalezas como Singidunum, Dara y Edesa, que neutralizaban la amenaza de los persas sasánidas por el este, de los búlgaros por el 23

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bajo Danubio y de las tribus del desierto. Internamente, el Imperio sufría con las rivalidades entre las facciones del circo, pero más graves eran las divisiones religio­ sas. El emperador y la Iglesia estaban atrapados en Constantinopla entre aquellos que valoraban la unidad eclesiástica y los lazos con el papado forjados en el Conci­ lio de Calcedonia (451) y aquellos que preferían una Iglesia bizantina independien­ te. La influencia de estos últimos había ido en ascenso desde el año 484 aproxima­ damente, cuando el cisma de Acacio separó las iglesias de Roma y de Constantino­ pla. Antes incluso de subir al trono, Justiniano apoyó la comunión con Roma, que se logró en el 518. Esta nueva orientación implicaba un interés mayor en Occidente, dominado en gran medida por las tribus germánicas que habían adoptado la herejía arriana. Existía cierta discriminación contra las comunidades católicas nativas que se convertía en persecución descarada en el norte de Africa, bajo gobierno vándalo. Justiniano se erigió en protector de la Iglesia católica y en el año 533 lanzó una ex­ pedición contra los vándalos: Belisario tomó Cartago, capital vándala, y recuperó las provincias norteafricanas. Seguidamente, Justiniano penetró en la Italia ostrogo­ da. En el año 535, Belisario ocupó Sicilia e invadió Italia. La clave estaba en Roma, que Belisario ocupó en el año 536; su defensa de la ciudad minó la resistencia ostro­ goda y entró en la capital de Ravena (540), dejando a los ostrogodos confinados al valle del Po. Estas victorias relativamente fáciles se desvanecieron en la década siguiente. El rey de reyes sasánida Cosroes I (531-579) saqueó Antioquía en el año 540 y su ejér­ cito capturó Petra, que garantizaba el acceso al mar Negro y daba control sobre Lazica. En el año 544, la ciudad de Edesa repulsó un ataque persa y se concluyó una tregua. Ambos lados sufrían los efectos de la plaga bubónica que les había azotado en 541/542. El número de vidas perdidas en Constantinopla fúe enorme, hasta el extremo de que la administración y la economía quedaron paralizadas. Los ostrogo­ dos recuperaron la mayor parte de Italia, y los eslavos, agolpados a lo largo del Da­ nubio, llegaron hasta las provincias europeas del interior del Imperio. El gobierno de Justiniano empezó a recuperar lentamente su equilibrio. En el año 550, las pro­ vincias europeas quedaron libres de invasores eslavos; en el 522, Narsés invadió Italia con un ejército formado en gran parte por contingentes reclutados más allá del Danubio, entre los hérulos, los gépidos y los lombardos. Los ostrogodos no resistie­ ron la invasión e Italia regresó al Imperio. Entre tanto, una expedición enviada en el año 550 recuperó el sur de España para los visigodos, así como el norte de la costa africana alrededor de Septem (Ceuta). Petra, en la frontera oriental, volvió al gobierno de los sasánidas en el año 551 y, con ella, el control de Lazica. En la guerra del desierto, los gasánidas, tribu árabe aliada a los bizantinos, derrotaron a los lajmíes, vasallos de los sasánidas. En el año 562, se concluyó un acuerdo de paz entre Persia y Bizancio de una duración prevista de cincuenta años, que regulaba entre otras cosas el comercio fronterizo, por ser las rutas de dicho comercio un punto de rivalidad entre bizantinos y sasánidas. Los bizantinos dependían de estas rutas para obtener la seda necesaria para alimentar su industria, centrada en Berytus. Gracias a la construcción de costosas fortificaciones, se mantuvo la frontera del Danubio, pero muchas tribus, los eslavos y otros pueblos se agolparon a lo largo de ella sin cejar en sus pretensiones. Para hacer frente a tales presiones, Justiniano pidió ayuda a los ávaros, que habían llegado recientemente del Asia central y se habían establecido al norte de Crimea. Tal iniciativa resultó ser un error de cálculo, pues a la muerte de Justiniano, los ávaros destruyeron a los gépidos (567), hicieron retroce­ 25

der a los lombardos hasta Italia e intensificaron los ataques eslavos contra territorios bizantinos. Todo ello culminó en la desintegración del Imperio de Justiniano, ya esbozada en el terreno eclesiástico con el advenimiento de iglesias independientes en Siria y Egipto. Se ha dicho que «el reinado de Justiniano fue testigo de un intento tardío de unificar un vasto Imperio que iba perdiendo poco a poco su cohesión».

Ai. Angold

E x p a n s ió n

del

I sla m

p o r el

M

e d it e r r á n e o

( s ig l o s

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Diez años después de la muerte de Mahoma (632), los ejércitos del Islam cruza­ ron las fronteras de Arabia, vencieron a los sasánidas de Persia y arrebataron Siria, Palestina y Egipto al Imperio bizantino. La movilidad de los árabes los hacía temi­ bles. En el año 636, se concentraron en Yarmuk, del otro lado del Jordán, y derrota­ ron al ejército bizantino. Con esta victoria obtuvieron Damasco, que convirtieron en su cuartel general. En el año 637/638, cayó Jerusalén, seguida al poco tiempo de Antioquía y Edesa. La conquista de Palestina y de Siria se completó en el año 642 con la captura de Cesarea. Gaza ya había caído y la conquista de Egipto culminó con la rendición de Alejandría (642). El Imperio bizantino tuvo que ponerse a la altura del nuevo desafio. Detuvo el avance de los árabes en Anatolia creando el nuevo sistema de defensa de los thémas. Inicialmente, esto significaba dividir Anatolia en tres comandos militares: Opsikion, Anatolikon y Armeniakon. Opsikion, originalmente reserva estratégica, que­ daba delimitada por los accesos a Constantinopla. Anatolikon era el antiguo ejérci­ to del este, ahora en retirada para defender el sudeste de Anatolia, mientras que Armeniakon era el ejército de Armenia, establecido ahora en el norte de Anatolia y defensor de las rutas de Melitene y el medio Eufrates. El avance árabe era particularmente amenazador porque se lanzaron a empresas marítimas: ocuparon Chipre (649/650) y destruyeron la flota bizantina en Finike (655) en la costa de Anatolia. Constantinopla estuvo sitiada entre el año 674 y el 678, pero el ataque fue rechazado por el ejército griego. Otro ataque similar fracasó en el 718 y, desde entonces, Constantinopla y Anatolia gozaron de relativa seguridad, aunque hubo ataques intermitentes hasta mediados del siglo K y en algunos de ellos los árabes llegaron muy cerca de Constantinopla. Los bizantinos no frenaron a los árabes con tanto éxito en el Mediterráneo. Cartago sucumbió finalmente en el año 697, y desde su nueva capital de Kairuán, los árabes convirtieron a los bereberes. Tales victorias alentaron el avance musulmán en España, donde la capital visigoda de Toledo cayó en el año 711, y en el 718 la conquista de España se daba prácticamente por concluida. Los árabes cruzaron los Pirineos, pero fueron derrotados por los francos en la batalla de Tours (732), y así concluyó el esfuerzo de la conquista musulmana en esas regiones para centrarse en el Mediterráneo. Tomaron Creta en el 824 e iniciaron la conquista de Sicilia. Los árabes se establecieron en Palermo, pero hasta el 878 no cayó la capital provincial del Imperio bizantino en Siracusa. En el año 840 capturaron Bari y convirtieron la ciudad en centro del emirato que aterrorizó el sur de Italia y el Adriático. Los bizan­ tinos recuperaron la ciudad en el año 876 y en la región central del Mediterráneo se restauró cierta estabilidad. 26

27

El avance musulmán agotó los recursos del Imperio bizantino, que también te­ nía que defenderse en los Balcanes. En el año 582, Sirmio cayó en manos de los ávaros y sus tributarios eslavos invadieron los Balcanes, donde se establecieron de forma permanente y penetraron hacia el sur hasta el Peloponeso, donde la pobla­ ción nativa se refugió en Monemvasia. En el año 679, los búlgaros cruzaron el Da­ nubio y se establecieron en las tierras del sur. Por estas fechas, los territorios bizanti­ nos se limitaban a Tracia y unas pocas ciudades en la costa del Egeo como Tesalónica, sitiada en varias ocasiones por los eslavos. Para mantener estos territorios, a finales del siglo vil se establecieron los thémas de Tracia y Helias. A finales del siglo vm, los bizantinos se propusieron seriamente recobrar el dominio de Europa, y estos esfuer­ zos culminaron con la recuperación del Peloponeso y la creación (hacia 805) del théma del Peloponeso con cuartel general en Corinto. El Imperio bizantino sobrevivió a los ataques y pérdidas de territorios que se sucedieron desde el siglo vn hasta principios del ix y, en muchos aspectos, salió fortalecido de todos ellos, gracias a la capital de Constantinopla y a la evolución del sistema de los thémas.

M . Angold

I talia

e n el s ig l o v iii

La invasión lanzada por bandas guerreras de lombardos y otros pueblos en el año 568 al mando de Alboíno tuvo un efecto decisivo en el mapa de Italia de varios siglos venideros. Gran parte del norte de la península fue rápidamente conquistada, incluidas Milán (569) y Pavía (572). Cundió el caos en las inadecuadas guarniciones bizantinas y los grupos invasores lombardos penetraron en Toscana y en la región romana, y establecieron ducados semiautónomos al sur, en Spoleto y Benevento. El Imperio consiguió gradualmente ganar terreno aprovechando las divisiones entre lombardos, sobornando a los francos para que invadieran el reino lombardo, reclu­ tando a renegados lombardos como mercenarios y concentrando la autoridad en manos de un gobernador militar, al que en el año 584 ya se conocía con el nombre de exarca. Cuando se declaró la tregua del año 603, el Imperio mantuvo control sobre las regiones de Roma y Ravena, junto con una franja que seguía el trazado de la Vía Amerina a través de Umbría, además de enclaves costeros alrededor de Venecia, Génova, Nápoles y otras ciudades meridionales. Durante gran parte del siglo vil, la frontera no sufrió alteraciones, hasta que en el año 643, el rey Rotario capturó Génova y en el 663/664 fracasó la expedición del emperador Constante contra Benevento. A medida que arreciaban las amenazas procedentes de Oriente contra el Imperio, el poder en los territorios bizantinos re­ caía cada vez más en manos de guarniciones militares locales y sus jefes, y en el caso de Roma, en manos del papa. La inestabilidad dinástica del reino lombardo no en­ torpeció la prosperidad ni la adopción de instituciones romanas. Hacia el año 680, los lombardos habían dejado de lado sus creencias arrianas y paganas para abrazar el cristianismo católico y se habían ganado el reconocimiento del Imperio. La pre­ sión que ejercían en las provincias imperiales aumentó gradualmente, a medida que los romanos mostraban su descontento con la política religiosa y fiscal del Imperio de Oriente y el rey Liutprando (712-744) trataba de unificar la península bajo la 28

ITALIA EN EL SIGLO VIII Frontera lombardo-bizantina durante la tregua del 605 Frontera septentrional del reino lombardo Conquistas del rey Agilulfo (590-615) Territorio conquistado por los lombardos (h. 636-675) Milán^

Área del exarcado a la muerte del rey Liutprando (744)

'Verona

Territorios prometidos al papado en la "Donación de Pipino" según registros pontificios

VENETLA ETISTRIA

Territorios de la región romana cedidos al papado por Carlos en el 781-787 iénova'

EXARCADO'

Ravena LIG U R IA SICILIA

• Lucca

Provincia Provincia imperial

PENTAPOUS D U C A D O V: DE h Spoleto \

SPOLETO

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. (desde fin ¿v.;. siglo vil)

M erm o

SICILIA Siracusa

29

corona lombarda. La resistencia ante tal toma de control estaba encabezada por el papado, que seguía en lo esencial leal a Bizancio, pero era incapaz de conseguir ayuda importante de sus «protectores» imperiales. Tras la captura lombarda de Ra­ vena, encabezada por Astolfo (751) y las amenazas que se cernían sobre la propia Roma, el papa Esteban II logró que interviniese el rey franco Pipino III el Breve, que derrotó a Astolfo y cedió al papa vastos territorios del centro de Italia (Donación de Pipino, 756). Las amenazas se reanudaron con el sucesor de Astolfo, Desiderio, contra el papa Adriano I, que solicitó la intervención de Carlos, hijo de Pipino, en el año 773. En el 774, Carlos capturó Pavía y se erigió en rey de los lombardos. El reino lombardo mantuvo sus características instituciones sociales y gubernamenta­ les, mientras que la llegada de oficiales francos y el aumento de la riqueza y poder de la Iglesia fue muy gradual. El mapa político de la Italia del siglo viii es bastante confuso. Benevento, a dife­ rencia de su vecina del norte Spoleto, estaba fuera del control franco y se convirtió en principado y centro de la legitimidad lombarda tradicional bajo Arichis, yerno de Desiderio, mientras se aliaba a menudo con Bizancio para mantener su indepen­ dencia. El Imperio propiamente dicho seguía gobernando Sicilia y las plazas fuertes de Calabria y Apulia, junto con la alianza nominal de las ciudades marítimas de Amalfi, Gaeta, Nápoles y Venecia. La provincia de Istria cayó en manos francas a finales del siglo v iii . Las aspiraciones papales sobre gran parte de Italia central, in­ cluida la Toscana meridional, Spoleto, además del ducado de Roma y el antiguo exarcado, se propagaban con celo en boca de oficiales letranenses que esgrimían la Donación de Constantino (falsificación de la época), así como vagas promesas de los reyes francos. Sin embargo, no podemos hablar en ningún caso de un Estado pontificio. En muchos aspectos, el papado estaba más interesado en propiedad te­ rritorial y derechos que en una jurisdicción global, mientras que en otros los francos se vieron forzados, mediante sobornos o Realpolitik, a ceder el poder a figuras locales como el arzobispo de Ravena. Incluso en el ducado de Roma, la autoridad papal no era nada firme, como demostró la revuelta contra el papa León III (795-816), que llevó a este último a pedir ayuda a Carlos y a que el rey franco asumiera el título imperial en San Pedro el día de Navidad del año 800.

T. S. Brown

E l I m p e r io

de

C arlom agno

(768-814)

Carlos Martel (mayordomo de palacio, 715-741) y Pipino el Breve (mayordo­ mo, 741-751, y rey, 751-768) consolidaron el dominio de la familia carolingia/arnolfinga en Francia gracias a sus logros militares contra árabes, aquitanos, frisios y otros pueblos del este del Rin, a la construcción de redes de colaboración entre aristócra­ tas y la creación de estrechas alianzas con la Iglesia. Tras ser nombrado rey de los francos en el año 751 con aprobación papal, Pipino lanzó dos expediciones contra los lombardos y pasó los últimos años de su vida luchando contra aquitanos y sajo­ nes. A la muerte de Pipino, el reino se dividió entre sus dos hijos, pero a la muerte del más joven de ellos, Carlomán (771), Carlos «el Grande» (Carlomagno) se erigió en rey único. Energético y carismático jefe militar, sacó el máximo partido de la superioridad numérica y tecnológica del ejército franco en las campañas contra los 30

EL IMPERIO DE CARLOMAGNO (768-814) '

Área conquistada por Pipino el Breve (751-768) Área conquistada por Carlomagno Principales campañas de Carlomagno (desde el 794 la mayoría encabezadas por sus hijos o subordinados)

1 Eresburgo 2 Roncesvalles 778

Área bajo influencia carolingia en el 814

Castillo Territorio bizantino

Av a r o s Las fechas corresponden a la conquista definitiva o a la creación de la marca A B C D E F G H J | K

PAMPLONA (franca 778 y 806) M ARCA DE BRETAÑA 786 M ARCA DE T U R IN G IA 806 M ARCA DE CARINTIA 788 M ARCA DE PAN ON IA 796 M ARCA D E SAJONIA 808 R E IN O LO M B A R D O 774 P AT RIM ON IO DE SAN PEDRO M ARCA DE FRIULI 776 ISTRIA 788 L SEPTIMANIA 759 M G ASCU ÑA 768 N SAJONIA 804 O D U C A D O D E SPOLETO

sajones (772, 775, 776), contra los lombardos, de cuyo reino se apoderó en el año 774, y contra los musulmanes hispánicos, en una expedición malograda que culminó con la matanza de la retaguardia por los vascos (778). En los años 780, Carlomagno dirigió varias campañas más contra los sajones (780, 782, 784, 785), visitó en Italia a su estrecho aliado el papa, aprovechó para intimidar al ducado lombardo de Bene­ vento (781, 787) y depuso al duque Tasilón de Baviera (788). A partir del año 790, Carlomagno centró su atención en el poderoso Imperio vasallo de los ávaros, al que finalmente destruyó tras una serie de campañas (791, 795 y 796). Carlomagno también se interesaba cada vez más por asuntos no militares. Se rodeó de consejeros eruditos, como el inglés Alcuino (782), construyó un nuevo palacio en Aquisgrán (principal residencia de invierno desde el año 794), expresó sus ideas teológicas en los Libri Carolini (794) y estableció lazos diplomáticos con el cali­ fato de Bagdad y con Bizancio (con los consiguientes planes de alianzas matrimonia­ les). La toma de poder de la emperatriz Irene (797) y la ceguera del papa León III (799) fueron los catalizadores del acontecimiento más controvertido de su reinado: la entrada en Roma del año 800 y su coronación como emperador romano por el papa el día de Navidad. El título imperial no debe considerarse tanto la culminación de la política de Carlomagno ni un paso clave en la formación de una identidad occidental indepen­ diente como el producto de factores muy particulares y eminentemente locales. La idea de un Imperio romano cristiano atraía, sin lugar a dudas, a los consejeros ecle­ siásticos de Carlomagno, y el concepto de renovado imperial está presente en el arte, monedas, cartas, escritos asociados con el «Renacimiento carolingio» y en la crea­ ción de nuevas ordenanzas más ambiciosas. En la práctica, sin embargo, el título imperial resultó ser un obstáculo para Carlomagno, al quedar su gobierno ligado 31

demasiado estrechamente al papado y a Roma, y enemistado con Bizancio. El des­ encanto consiguiente se refleja en la divisio regnorum entre sus tres hijos (806), donde no se menciona la existencia de un imperio, y en la coronación por el propio Car­ lomagno de Ludovico Pío (813). No se hizo ningún esfuerzo para crear una nueva identidad universal para los súbditos de Carlomagno, sino que se acentuaron las diferencias étnicas entre los francos y los demás grupos al redactar leyes distintas para cada uno de los pueblos bajo su gobierno. La maquinaria para la administra­ ción del «imperio» siguió siendo primitiva, con una mínima burocracia central y una gran influencia de poderosos condes locales. Las innovaciones como el uso de ordenanzas, inspectores (missi) y consejeros legales (scabini) tuvieron poco efecto. El gobierno dependía sobre todo del éxito de empresas militares, con el consiguiente aflujo de tierras y riquezas, y de lazos personales como juramentos y cesiones de privilegios a vasallos reales y otras personalidades. Los últimos años de vida de Carlomagno fueron menos activos y se caracteriza­ ron por un sentimiento de decadencia, la preocupación por la sucesión y la amena­ za externa de daneses, árabes y eslavos. La fragilidad del Imperio de Carlomagno se manifestó claramente durante el reinado de su hijo Luis (814-840), escrupuloso pero mal aconsejado. No obstante, esta debilidad estructural fundamental no debe oscu­ recer los logros decisivos de Carlomagno y sus consejeros en el terreno de la ense­ ñanza, la justicia y la reforma de la Iglesia, aspiraciones que sólo se materializaron parcialmente, pero que sirvieron de ideales para dirigentes medievales posteriores.

T. S. Brown

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I m p e r io

c a r o l in g io

(843)

La discrepancia entre la deficiente administración y las grandes aspiraciones ideológicas del Imperio de Carlomagno creó problemas en el reinado de su hijo Luis el Piadoso (814-840). Aunque los primeros años de gobierno fúeron cabales, los conflictos personales y colectivos provocaron una guerra civil entre el rey y sus hijos (830). Tras la muerte de Luis el Piadoso (840), el primogénito Lotario, cuya base es­ taba en Italia, trató de imponer su poder como emperador al norte de los Alpes y despojar a su hermanastro Carlos el Calvo del legado que le correspondía en el oeste de Francia. Esta iniciativa animó a Carlos a concluir una alianza con su otro hermanastro Luis el Germánico, y juntos vencieron a Lotario en Fontenoy (841). La alianza se consolidó mediante juramentos tomados por los seguidores de ambos reyes en Estrasburgo (842). En Verdún (843), Lotario se vio forzado a aceptar la di­ visión del Imperio en tres partes aproximadamente iguales. Lotario conservó el títu­ lo imperial y tierras que se extendían desde el mar del Norte hasta Italia, con centros imperiales como Aquisgrán, Pavía y Roma, mientras que a Carlos le correspondían las tierras francas occidentales y a Luis las del este del Rin. Este acuerdo no pretendía sustituir el Imperio por una serie de naciones-estados nacientes, pero en la práctica las fuerzas centrífugas aumentaron ante las rivalidades de los dirigentes y las presio­ nes de los defensores de la aristocracia que querían recuperar el poder y las tierras que habían perdido con la división. El reino de Lotario no era viable y se dividió en el año 855 entre sus tres hijos, ninguno de los cuales tuvo herederos varones. Como resultado, el reino de Lotario II 32

(855-869) en los Países Bajos se repartió entre sus tíos Luis y Carlos. En la Francia occidental, Carlos luchó valientemente contra los invasores vikingos y el separatismo de la aristocracia, y fue coronado emperador tras la muerte de su sobrino Luis II en el año 875. Tras su muerte (877), sin embargo, sus descendientes pecaron de incompe­ tencia y fallecieron prematuramente. Luis el Germánico resultó ser el rey más fuerte de los tres, pero a su muerte (876), se dividió el reino y sus hijos fallecieron uno tras otro, sobreviviendo el más joven, Carlos el Gordo, que gobernó un imperio reunificado de forma fortuita e ignominiosa desde el año 884 hasta que fue depuesto en el 887.

T. S. Brown

La G r a n M

o r a v ia

(h a c ia 830-h a c ia 900)

El término «eslavo» es una palabra acuñada para definir a un grupo heterogéneo de pueblos que ocuparon Europa central y oriental durante la Edad Media. Aunque estos pueblos eslavos compartían algunos rasgos lingüísticos y culturales, también existían entre ellos bastantes diferencias, que fueron además acentuándose durante los siglos viii y ix, en que los restos arqueológicos muestran transformaciones cultu­ rales y sociales. El crecimiento demográfico y económico se intensificó gracias al incremento de contactos entre los eslavos occidentales y los francos que tuvo lugar tras las últimas conquistas de Carlomagno sobre los ávaros (796) y los sajones (804). El establecimiento de lazos diplomáticos y económicos con el otro lado de sus fronteras provocó la estratificación de las sociedades eslavas, al igual que hicieran 33

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LA GRAN MORAVIA (h. 830-h. 900)

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Límite occidental de topónim os eslavos Máxim a expansión bajo Svatopluk

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Posibles zonas de hegemonía

Sirm ium

los intentos francos para fortalecer su estatus de tributarios. Estas dinámicas contri­ buyeron al surgimiento del llamado Imperio moravo a mediados del siglo ix, que dominó la Europa central durante varias décadas. Este reino, con centro en el valle del río Morava, en el territorio de la actual República Checa, estaba controlado poi una dinastía conocida como Mojmírida, cuyo nombre deriva de su gobernante Mojmír I (hacia 830-846). Mojmír y sus sucesores, Ratislav (846-870) y Svatopluk/ Zwentibold (870-894), extendieron la hegemonía morava anexionándose los territo­ rios gobernados por los bohemios y los francos orientales. El poder de los monarcas moravos queda puesto de manifiesto en la construcción de grandes fortificaciones de tierra y madera, algunas de las cuales se perfeccionaron con el uso de piedra en el siglo ix. Cerca de 30 de dichas fortalezas han sido excavadas, siendo la más impre 34

sionante la del centro político mojmírida de Mikulcice. La construcción de este tipo de fortificaciones se extendió en esta época a lo largo del territorio eslavo occidental como muestra de la resistencia militar morava frente al imperialismo franco y refle­ ja el auge del poder de los gobernantes eslavos y el surgimiento de jerarquías sociales cada vez más pronunciadas. Aunque las fuentes francas a veces describen a los mo­ ravos como a extranjeros «diferentes», parece que los moravos eran culturalmente bastante similares a sus vecinos francos, sobre todo en lo que respecta al comporta­ miento de su aristocracia guerrera, lo que explica que se les encuentre con frecuen­ cia apoyando a una u otra facción en las luchas internas de los francos. Los moravos eran cristianos y a finales del siglo ix tanto Roma como Constantinopla lucharon larga y apasionadamente por hacerse con su obediencia eclesiástica. Consecuencia de estas disputas fueron la creación de una liturgia vernácula eslava y el restablecimiento del antiguo arzobispado de Sirmium. No obstante, la política morava entró en rápida decadencia tras la muerte de Svatopluk. Animados por el rey franco Amulfo (887-899), caballeros magiares provenientes de la cuenca de los Cárpatos atacaron las fortificacio­ nes moravas y destruyeron su imperio hacia el año 906.

S. MacLean

El I m p e r io

b iz a n t in o b a jo la d in a s t ía m a c e d ó n i c a

( sig l o s

ix -x i )

Desde mediados del siglo ix, Bizancio tomó la ofensiva como respuesta a los cambios ocurridos más allá de sus fronteras. Tras la batalla del año 863, los árabes dejaron de ser una amenaza real para Anatolia. A lo largo de la frontera oriental, emergieron pequeños emiratos, no todos ellos en manos musulmanas. Tephrike, por ejemplo, estaba gobernado por los herejes paulicianos. La captura de este emi­ rato (878) colocó a los bizantinos a corta distancia del Eufrates. Los avances sucesi­ vos se consolidaban mediante la creación de nuevos thémas fronterizos, como Mesopotamia y Lykandos (hacia 900). Melitene, llave de entrada al medio Eufrates, cayó en el 934 y Teodosiópolis (Erzenum) en el 949, permitiendo a los bizantinos ejercer más influencia en tierras armenias, donde se aplicó una política de pequeñas anexiones sucesivas. En el año 968, se anexionó el principado armenio de Tarón y se convirtió en théma. Estos avances se completaron con la conquista de Tarso y de Cilicia (965). Antioquía cayó en el año 969 y la ciudad de Alepo se convirtió en tributaria. La frontera oriental avanzó así de los montes Tauro y los Alpes Pónticos hasta el norte de Siria y las tierras del medio y el alto Eufrates. En el Mediterráneo, los bizantinos todavía se mantenían a la defensiva en los albores del siglo x, pero los corsarios árabes de Creta fueron expulsados en el año 960/961 y Chipre cayó en el 965. Las victorias del Mediterráneo oriental acabaron con la llegada de los fatimitas de Egipto (969), quienes se extendieron rápidamente por Palestina y Siria. Las condiciones cambiaron rápidamente también al norte del mar Negro. Desde el siglo vil, Bizancio se había apoyado en su alianza con los cázaros, sin embargo, a principios del siglo ix apareció un nuevo pueblo, los rusos, que controlaban los ríos que desembocaban en el Báltico y el Caspio. La reacción de Bizancio foe crear un théma en la península de Crimea, concretamente en Cherson (833). Esta iniciativa no evitó que un ataque sorpresa ruso casi culminase con la caída de Constantinopla 35

36

(860). Los rusos atacaron de nuevo en el año 907 y en el 941, pero Bizancio respon­ dió con valiosas concesiones mercantiles. Los rusos también rivalizaban con los pechenegos, poder dominante en las este­ pas, cuya amistad cultivaba Bizancio, pues podían cortar la ruta mercantil de los rusos a lo largo del Dniéper desde Kiev, además de constituir una amenaza para los búlgaros de la otra orilla del Danubio. Cuando los búlgaros se convirtieron a la ortodoxia en el año 865 parecía probable que se incorporaran a la órbita bizantina, pero el zar búlgaro Simeón (hacia 893-927) era un rival más capaz que sus antepasa­ dos paganos. Simeón cosechó importantes victorias contra los bizantinos, incluida la batalla de Anquíalo (917), y en los años 921, 922 y 924 avanzó hasta las murallas de Constantinopla; dominó asimismo los Balcanes, penetró hasta el Peloponeso y, cuando falleció en el año 927, Bizancio se apresuró a hacer las paces con su hijo Pedro (927-969). En los cuarenta años siguientes, la balanza del poder se inclinó del lado bizantino. En el año 967, se recabó la ayuda del príncipe ruso de Kiev, Svjatoslav, para luchar contra los búlgaros, pero los rusos decidieron conquistar Bulgaria por sí mismos. Al final fueron derrotados por los bizantinos en Silistria, a orillas del Danubio (971), y Bulgaria quedó anexionada a Bizancio. Cuando los rusos regresa­ ban a sus territorios fueron soiprendidos por los pechenegos que asesinaron a Svjatoslav, en una demostración clásica de diplomacia bizantina. La muerte de Svjatoslav preparó el camino para la conversión de su hijo Vladimir al cristianismo. Vladimir ayudó al emperador Basilio II (976-1025) a sofocar la rebelión de los thémas orientales y a lograr la consiguiente victoria de Abidos (989). Estos proble­ mas internos permitieron a los búlgaros establecer un nuevo estado con sede en Ohrid (Macedonia). El objetivo primordial de Basilio II era reducir a los búlgaros. La victoria de Clidion (1014) fue decisiva, y en el año 1018 ya no quedaba ni rastro de resistencia. Seguidamente, Basilio II extendió el control bizantino hasta Armenia y se anexionó Vaspurakan (1021); también fortaleció el poder de Bizancio en el sur de Italia al derrotar a los lombardos en Cannae (1018). Fueron éstos logros fenome­ nales, pero sus sucesores tuvieron muchas dificultades para defender las nuevas fronteras.

M. Angold Los VIKINGOS Entre los años 800 y 1100, los pueblos escandinavos pasaron de vivir en la edad de Hierro a ser una sociedad medieval propiamente dicha. Las profundas transfor­ maciones sociales necesarias para ello quedan reflejadas en los cambios que experi­ mentaron las expediciones aventureras y en el uso generalizado de la plata. Antes del año 800, la riqueza en plata se almacenaba en joyas, muy a menudo enormes aros o broches. Se supone que muchas de estas piezas circulaban como regalos, dotes y botines. En el siglo x ii , los reyes ya tenían monedas con su imagen y la ma­ yor parte de la plata en forma de monedas se utilizaba en transacciones financieras directas o para el pago de rentas, impuestos o diezmo. Ya fuese la plata el motor del cambio social o sencillamente un elemento indispensable en la carrera política y social de la sociedad escandinava, la verdad es que los vikingos se lanzaron en su busca con bravura y violencia. 37

En el siglo ix, saqueaban y cambiaban los botines por plata, pero hablar de mer­ caderes vikingos sería anacrónico. En las famosas Njálssaga islandesas, uno de los protagonistas trata de conseguir paja de un vecino, primero comprándola (negando cualquier relación social entre ambos), luego pidiendo que se la regale (ofreciendo su amistad) y, por último, le amenaza con llevársela (confirmando su enemistad). Más al este, los suecos viajaban enormes distancias para comerciar e intercam­ biar, comprar y vender, regalar y robar en los puestos comerciales y ciudades de Ladoga, Novgorod, Kiev y Bulgar. Los principales ríos rusos, el Dniéper, el Don y el Volga, eran sus rutas preferidas. Al otro extremo de estos ríos estaba Constantinopla y el Imperio bizantino, pero sobre todo el califato de Bagdad y toneladas de plata islámica. En Escandinavia se han encontrado más de 85.000 monedas árabes. Las más de 70.000 monedas alemanas halladas en Suecia parecen indicar que los contactos de los vikingos con regiones germanas y eslavas, a lo largo de la costa y de los ríos Oder y Vístula, fueron igualmente intensos, aunque actualmente se conside­ ren poco relevantes. No cabe duda alguna de que los vildngos comerciaban en las Islas Británicas, pero parece que mucha de la plata obtenida era fruto de la violencia. Del saqueo del monasterio de Lindisfarne en el año 793 o del de Noirmoutier a la batalla de Stamford Bridge en 1066, la violencia fue en aumento, desde saqueos de barcos hasta grandes tropas invasoras. Incluso los grandes ejércitos estaban primordialmente in­ teresados en la plata, en el tributo de extracción, el denominado Danegeld. Entre los años 991 y 1014, los vikingos recibieron oficialmente más de 150.000 libras de plata, el equivalente de 36 millones de monedas. El paso de saqueos perpetrados por pequeñas bandas a grandes ejércitos refleja el cambio de la sociedad escandinava. A medida que el poder político se centraliza­ 38

ba, la organización económica y social en Escandinavia se asemajaba más a la de otras naciones europeas. Las invasiones escandinavas tardías eran comparables a las guerras de sus vecinos y el objetivo era la conquista. Fueron pueblos nórdicos los que dominaron Normandía y le dieron nombre; los daneses controlaron gran parte de la Inglaterra oriental (de ahí el Danelaw), y Cnut llegó a ser rey de Inglaterra. Tal vez como resultado de las tensiones en Escandinavia durante este período de acelerada centralización política, muchos noruegos abandonaron su tierra para esta­ blecerse en regiones del Atlántico Norte, Shetland, Orkney, las Hébridas, Man, las Faroes, Groenlandia e incluso Norteamérica. Esta es, sin duda, una de las razones míticas que dan las sagas islandesas para el abandono original de Noruega. En esas nuevas tierras, los nórdicos quizá no encontrasen clima y paisajes idénticos, pero sí lo bastante similares para poder perpetuar su estilo de vida; además, esas islas esta­ ban deshabitadas o contaban con una población muy reducida. Los vikingos impresionaban y asustaban a los pueblos de la Europa más seden­ taria de los siglos ix y x no sólo por las distancias que viajaban, sino también por lo «primitivos» que eran y el paganismo que los acompañaba. De esta falta de com­ prensión hemos heredado el mito y leyenda de los vikingos.

R. Samson Los m a g ia r e s Nunca sabremos de dónde llegaron los magiares. Su lengua fino-ugárica está más cercana a la de algunos aborígenes de Siberia. Los húngaros (magyar es el nombre con el que se designan a sí mismos) aparecen por primera vez en fuentes escritas en el año 833 alrededor del mar de Azov cuando atacaron a los cázaros. Treinta años después, una expedición invasora arribó a la frontera germánica. En el año 896, llegaron a la llanura del Gran Alfóld, entre el Danubio y el Tisza, ro­ deada por los Beskides al norte, los Cárpatos al este, los Alpes al oeste y los Alpes dináricos al sur. Estas llanuras habían sido el hogar de pueblos nómadas y seminómadas desde la prehistoria tardía. Como los hunos y los ávaros antes que ellos, los magiares, consumados jinetes, atacaron y saquearon por doquier. En el año 899, atacaron poblados a orillas del Po y llegaron hasta la ciudad italiana meridional de Otranto. En el año 900, saquearon Baviera y sometieron las tierras germánicas a los más recios ataques. Después del 917, pillaron periódicamente el norte de la Galia y en el 924 irrumpieron en la región de Nímes. Enrique I de Alemania construyó fortificaciones contra los magiares, su hijo Otón I encomendó a la guardia fronteriza la protección del imperio ante las incur­ siones de estos guerreros. Pocas medidas adicionales se tomaron para neutralizar la amenaza magiar y, desde luego, nada comparable con la gran invasión de Carlomag­ no del reino ávaro. En el año 955, Otón I derrotó en Lechfeld a una banda de sa­ queadores en su camino de regreso cargados con el botín. Esta fecha marca el final de los ataques magiares, que habían ido disminuyendo paulatinamente, y parece imposible que una sencilla derrota les pusiera fin. Lo más probable es que los ataques cesaran como consecuencia de los cambios internos que se sucedieron en la llanura de Alfóld, donde el estado húngaro medieval estaba en 39

pleno desarrollo. Con la obra del obispo Pilgrim de Passau (971-991), se había ini­ ciado la conversión al cristianismo y, en el año 1001, Vaik, bautizado con el nombre de Esteban, adoptó el título de rey. Con el consentimiento papal, Hungría pasó a contar con un metropolitano propio, poniendo así fin a las pretensiones rivales de Passau y de la Iglesia griega, que también habían enviado misioneros a esas tierras. Las confrontaciones posteriores entre húngaros y alemanes ya fúeron guerras propiamente dichas entre reinos vecinos.

R. Samson

E st a d o s

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1000)

El mapa político del este de Europa en el año 1000, pese a las escasas fronteras bien definidas, empezaba ya a perfilarse debido principalmente a la conversión de los pueblos de la región al cristianismo y al triunfo de las ambiciones dinásticas en detrimento de la lealtad tribal. También intervino en esta evolución la afiliación política con los Imperios bizantino y germánico, de lo cual Bulgaria constituye un ejemplo temprano: situada entre los dos imperios, Boris aceptó finalmente el cris­ tianismo de Bizancio en el año 865 y, de esta manera, las ambiciones bizantinas de jefatura suprema. Boris concentró sus esfúerzos en la conversión de su pueblo, tan­ to de la élite búlgara como de los tributarios eslavos. Esta iniciativa contribuyó a consolidar la autoridad dinástica y a unificar a sus gentes. Su hijo Simeón fue el encargado de desafiar a Bizancio al asumir el título imperial y reclamar la condición patriarcal para la Iglesia de Bulgaria. Las ambiciones del nuevo emperador culmina40

41

ron en una guerra con Bizancio. A su muerte (927), las hostilidades cesaron provi­ sionalmente, pero Bizancio no podía tolerar un rival potencialmente tan peligroso en las mismas puertas del Imperio. Los bizantinos acabaron finalmente con la resis­ tencia búlgara en el año 1018 y se anexionaron el país. Los rusos también constituían una amenaza por sus ocasionales ataques a Cons­ tantinopla. Eran originalmente bandidos escandinavos que controlaban las vías flu­ viales entre el Báltico, el Caspio y el mar Negro; Kiev era su cuartel general y some­ tieron a las tribus eslavas vecinas. El espíritu militar de este pueblo le alejaba del cristianismo, al que no se convirtieron hasta los años 987-989, cuando Vladimir, príncipe de Kiev, aceptó el cristianismo de Bizancio bajo sus propias condiciones, aprovechando la fragilidad temporal del emperador bizantino para obtener la mano de la hermana del emperador, con el prestigio que ello suponía. En estas circunstan­ cias, las exigencias políticas de Bizancio en Rusia siempre lograban acallarse y no fúe necesario que el príncipe de Kiev reclamase su título imperial. El poder permanecía en manos de la familia regente y el territorio ruso seguía dividido en una serie de principados poco estables que el príncipe de Kiev se limitaba a presidir como miem­ bro de honor. A la cabeza de la Iglesia rusa estaba el metropolitano de Kiev, quien, pese a ser designado probablemente por Constantinopla, postulaba una identidad muy estrecha entre la Iglesia y la familia regente: se veneraba a Vladimir como fun­ dador y a sus hijos Boris y Gleb, que murieron asesinados, como sus mártires. Los rusos consiguieron así resolver el dilema que acabó con la destrucción del Imperio búlgaro, es decir, evitar los enredos políticos inherentes a la conversión al cristianismo. Tales dificultades se pusieron igualmente de manifiesto en los tratos de los eslavos de Occidente con el Imperio germánico. Bohemia tuvo que aceptar un alto grado de dominio germánico y, en el año 973, el jefe bohemio reconoció la soberanía del emperador germánico Otón I y la sede de Praga quedó subordinada a Maguncia, pero la dinastía nativa de los presmylidas continuó en el poder gracias a la reputación postuma del duque Wenceslao, asesinado en el año 929 y erigido santo nacional de Bohemia. A la vista de la usurpación germánica, el dirigente polaco pagano intentó apren­ der una lección de la experiencia de Bohemia, contrajo matrimonio con una prin­ cesa bohemia y en el año 966 aceptó voluntariamente someterse al cristianismo antes de que se lo impusieran. Poco tiempo antes de su muerte en el año 992, otor­ gó al papado la «Donación de Polonia» para evitar las pretensiones germánicas sobre las de la Iglesia en Polonia. Bajo el mando de su hermano Boleslao, el emperador germánico Otón III reconoció formalmente la independencia de Polonia (1000) en el transcurso de una ceremonia de inauguración del arzobispado polaco de Gniezno, pero no se acordó título regio alguno. La ceremonia se solemnizó con el traslado de las reliquias de San Adalberto de Praga, mártir de los prusianos paganos. Adalberto procedía de una familia noble de Bohemia y fúe nombrado obispo de Praga en el año 982. Dedicó gran parte de su energía a evangelizar las tierras orientales y trabajó con los polacos y húngaros que tanto habían aterrorizado hasta su derrota (955) ante Otón I en la batalla de Lechfeld. En el año 995, Adalberto bautizó al jefe húngaro Geza y a su hijo, el fúturo san Esteban, quien en el año 1000 aceptó la corona real de manos del papa. En Esztergom se estableció un arzobispado húngaro. Existen claros paralelismos entre la situación de Hungría y la de Polonia. Ambas recurrieron al papado como medio para contrarrestar el dominio germánico. Boleslao de Polonia siguió el ejemplo de 42

san Esteban y en el año 1025 obtuvo del papado la corona que le habían negado los germánicos.

M . Angold

E l Im p e rio o t o n l a n o

Con la extinción virtual de la dinastía carolingia, los duques del reino germáni­ co oriental eligieron a uno de los suyos como rey, Conrado de Franconia, que lu­ charía después contra ellos, pero en su lecho de muerte designaría a otro de los du­ ques como sucesor, Enrique de Sajonia. Los duques de Suabia y de Baviera fueron enemigos de Enrique y hasta el reinado de su hijo, Otón (936-973), el reino germá­ nico no se convirtió en la fuerza política más poderosa de Europa. Otón I fue coronado emperador en el año 962 y se le compara frecuentemente con Carlomagno (coronado en el 800). En muchos aspectos fue el heredero del le­ gado político de Carlomagno, y el núcleo del Imperio otoniano era precisamente la parte germánica del dividido Imperio carolingio. No obstante, el Imperio germáni­ co de Otón estaba my lejos del estado franco de un siglo y medio antes. Tras las divisiones del Imperio de Carlomagno, las porciones más antiguas del oeste francófono tendían a la fragmentación. Por otra parte, las porciones más re­ cientes como el este germanófono manifestaron tendencias unificadoras más fúertes. Estas diferencias no pueden explicarse sencillamente por los problemas creados por los vikingos. Los magiares resultaron ser igualmente molestos para los reyes germánicos, y tanto los carolingios del oeste de Francia como los nuevos reyes del este germánico contemplaban a los rivales políticos como amenazas igualmente serias. En realidad, dada esta violencia política endémica, no puede decirse que los caprichos hereditarios y de sucesión fueran la única causa de la disparidad en los des­ tinos de ambos pueblos. Más razonable parece la sugerencia de que los reinos occidentales se fragmenta­ ran como resultado de la feudalización de la sociedad. El reino germánico era más primitivo, tal vez más similar al reino franco que heredó Carlomagno. En los 200 años anteriores a la coronación de Otón como emperador se había impuesto el cristianismo, desarrollado una organización en diócesis incompleta todavía en las zonas fronterizas del Imperio, fundado abadías y organizado la recaudación del diezmo. Era todavía reciente la acuñación de monedas al este del Rin; mientras que la explotación de la tierra por los eclesiásticos, potentados laicos y el rey, basada en la propiedad de la tierra y fincas agrícolas trabajadas por campesinos serviles, se alejaba de las formas de autoridad más personales y de los pagos de tributos que habían imperado hasta entonces. A diferencia de los estados reales carolingios, algu­ nos de los cuales se habían convertido de nuevo en villas romanas, las ciudades reales sajonas (las más habitadas estaban en las colinas de Harz, por ejemplo Tilleda, Goslar, Werla, Quedlinburg y la «nueva Roma» de Otón, Maguncia) eran de nueva fundación. Tan sólo algunas regiones (como Baviera y Lorena) contaban con una larga tradición de compleja organización política y social. Al igual que el Imperio de Carlomagno se mantuvo unido gracias en parte a la expansión hacia el este contra sus menos desarrollados vecinos germánicos, el Im­ perio de Otón debió su cohesión a los ataques contra los vecinos bárbaros eslavos. 43

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En este proceso se crearon principados y marcas en zonas fronterizas, que se inte­ graron bajo el gobierno político germánico y fúeron civilizados desde centros como Brandeburgo y Meissen. A diferencia de lo que ocurrió en el Imperio franco, la extensión del poder po­ lítico centralizado en el nuevo Imperio germánico se consiguió gracias, en gran medida, a la Iglesia. En el año 951, Otón declaró exentos de toda autoridad secular a 85 monasterios y a todos los obispados, que quedaban así «inmunes» a la adminis­ tración ducal y cuyas tierras no podían cederse en vasallaje sin autoridad real. Otón asumió el gobierno del reino de Italia después de que el papa le invitase a deshacerse de su rival político Berengario. La campaña fúe rápida y fácil, y Otón fúe coronado emperador por el papa, pese a que Italia no tenía un lugar de honor en el programa político de Otón como sí lo tendría en el de emperadores germánicos posteriores.

R. Samson

LOS REINOS ESCANDINAVOS (HACIA EL AÑO

1000)

A principios del siglo xi, Escandinavia cambió de ser una gran sociedad tribal predominantemente pagana a un territorio ocupado por reinos individuales. Aun­ que los daneses habían estado al borde de esta transición en numerosas ocasiones desde el período romano, la fase final no se alcanzaría hasta el reinado de Harald «Diente Azul» (hacia 958-987), culminando bajo su hijo Svend (hacia 990-1014) y su nieto Cnut (1019-1035). Los centros comerciales de Riba y Hedeby, en Jutlandia, se desarrollaron convirtiéndose en ciudades mientras el episcopado, que se había im­ puesto débilmente bajo la hegemonía otoniana, se enraizó. Durante el reinado de Cnut se produjo un intento fallido de elevar Roskilde, cercana al centro de culto de Leire, a la categoría de metrópolis. Sin embargo, la dinastía danesa no permitió que ninguna región se desarrollase a expensas de las demás: Hedeby, en el sur de Jutlan­ dia, fúe el principal centro comercial; Viborg, en el norte, la sede de la investidura real, y Lund, en el núcleo continental escandinavo de Escania, el centro de acuña­ ción de moneda. La dinastía de Harald «Diente Azul» consiguió imponer temporalmente su he­ gemonía sobre la mayor parte de Escandinavia. En Noruega, una dinastía local ac­ cedió al poder en el siglo x bajo Harald «Cabellos Hermosos» y sus sucesores. El núcleo de sus territorios se encontraba en Vestland, limitando con Vinken, donde la hegemonía danesa había evitado su expansión, y Trondheim, al norte, gobernada por el régimen semimonárquico de los jarls o condes Hladir. Oppland, en el inte­ rior, permaneció dividida en pequeñas capitanías hasta el siglo xi. Noruega también experimentó el fenómeno de la emigración, con pobladores que se dirigieron al oeste hasta Islandia y las Islas Británicas, al este hacia la boscosa Jámtland y al norte hacia la costa de Hálogaland. Esta última provincia estaba poblada por las tribus finesa y sami, de quienes los colonos obtuvieron pieles y mercancías árticas bajo coacción. A principios de la década del 970, la competencia en Viken provocó la guerra entre Harald «Diente Azul» y el rey de Vestland, Harald «Piel Gris», en la que la dinastía noruega fúe aniquilada. La hegemonía danesa se reforzó por medio de la alianza con Hakon Sigurdsson, el jarl de Hladir. 45

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Erik «el Victorioso», rey de Svear o Suecia (?970-974/5), encabezó la resistencia contra el dominio danés. Svealand (territorio que se extendía alrededor del lago Malar, cuyo centro de culto era Uppsala) era rico pero políticamente menos adelan­ tado que Dinamarca. Sus gobernantes llevaban tiempo controlando el comercio de bienes del Ártico desde el norte de Noruega, que luego pasaba hacia el este de Europa vía Jámtland, Sigtuna y el Báltico. Al igual que los pobladores noruegos habían colonizado Jámtland e Islandia durante la antigua era vikinga, los suecos abrieron Vármland e Iamberaland a occidente y a las costas del Báltico. La hegemo­ nía real sobre dichos territorios fue bastante superficial, en el mejor de los casos con la imposición de pequeños caciques que competían por su influencia en las asam­ bleas provinciales o altbings. Al sur de Svear se extendían los territorios de los gautar. Parece que a finales del siglo XI Gotlandia oriental y occidental (separadas por el lago Váttern) siguieron ca­ minos distintos, aunque aún se discute sobre si en algún momento tuvieron una política común. Pese a que las fuentes hablen de los duques de estas provincias, tal vez fueran producto de la competencia por la hegemonía entre daneses y suecos. La población local abogaba por las «repúblicas agrícolas» dirigidas por un representan­ te electo. La historia legendaria plasmada en las sagas islandesas y en el antiguo poema inglés Beowulfy atribuyen a Godandia la existencia de una dinastía pre-vikinga y de unas estructuras monárquicas, aunque tampoco está claro si se trata de una simple fantasía. Aunque finalmente prevaleció la hegemonía sueca, la influencia danesa en Gotlandia occidental siguió siendo muy fuerte. Tras la muerte de Erik, Sveinn de Dinamarca se casó con su viuda y ejerció un gobierno hegemónico sobre su hijo adoptivo, Olaf (hacia 994-1022). Sin embargo, cuando parecía que se iba a conseguir la unión de Escandinavia, Noruega se escapó. Olaf Tryggvason (hacia 995-999) y O laf Haraldsson (hacia 1016-1030), hijos de un cacique menor de las regiones de Viken y Oppland, regresaron de Inglaterra con Danegeld, guerreros y aspiraciones separatistas. Aunque no lograron el éxito, los es­ fuerzos «contra-insurgentes» del régimen de Cnut consiguieron la unión de los no­ ruegos. En 1033, algunos viejos caciques daneses trajeron desde Rusia al hijo aún niño de Olaf Haraldsson, Magnus. Con el apoyo del rey sueco Onudr, sobrino de Cnut que había sido apartado del poder, la independencia noruega se afirmó en torno a la figura de Magnus.

A . Woolf

La su p re m a cía d e M e r c ia

Los reinos ingleses vencedores se expandieron a expensas de sus vecinos. En el siglo viii, la antigua supremacía de Northumbria estaba declinando y Mercia comen­ zó a conquistar los reinos del centro y sudeste de Inglaterra. Aprovechándose del desarrollo de la conciencia comercial que existía en el sur de Inglaterra, el guerrero Offa (757-796) fue el primer rey que emprendió la acuñación de moneda real a una escala significativa y utilizó la propiedad monástica para consolidar el poder real en los reinos recientemente subordinados, manteniendo un estrecho dominio sobre Kent y designando de forma temporal un arzobispo en Lichfield. Sin embargo, los mercianos perdieron rápidamente su hegemonía tras ser derrotados en Ellendun 47

Fuente: Adaptado de D. Hill, A n A tlas o f AngloSaxon England, Oxford, 1981, pág. 31, y del Histó­ rical Atlas o f Britain, ed. M. Falks y J. Gillingham, Londres, Toronto, Sidney y Nueva York, 1981, pág. 37.

(825) por el reino en auge de Wessex. El legado más perdurable de Offa fue la gran muralla construida en el límite con Gales, que no fue tanto una frontera negociada como la base para futuras incursiones.

S. Coates

I n g l a t e r r a (h a c ia

el a ñ o

1000)

Este mapa muestra Inglaterra durante el reinado de Etelredo II (r. 978-1013, 10141016). A lo largo del siglo x, los sucesivos reyes de Wessex expandieron las fronteras del reino hasta incluir la mayor parte de las áreas angloparlantes de Gran Bretaña. Sus principales rivales en este esfuerzo fueron los reyes escandinavos de York, cuyo poder se eclipsaría finalmente en el año 950, dejando a los gobernantes de Wessex el absolu­ to control de Inglaterra. Las leyes reconocieron la continuidad de las fuertes tradicio­ nes regionales e Inglaterra fue dividida en tres áreas (Wessex, Mercia y Danelaw), cada una con su propio código. Danelaw fue la zona donde prevalecieron las costumbres escandinavas, reflejando el patrón de los asentamientos vikingos de los siglos ix y x. También se preservaron los nombres de los antiguos reinos ingleses en las unidades regionales repartidas entre los ealdormen, oficiales designados por el rey para fortalecer la ley y controlar la recaudación local de impuestos. Destaca la escasez de concejales y obispos (que también actuaban como agentes reales) para el área de Danelaw. Las fronteras de Inglaterra con los núcleos políticos celtas y celto-escandinavos estaban lejos de ser estables. Cornualles fue incorporada a Inglaterra en el año 900 (tal como indica el testamento del rey Alfredo) y el extremo nororiental de Gales fue anexionado de forma permanente bajo el gobierno inglés mediante la construcción 48

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del municipio de Cledemutha en el 921. Pero en su mayor parte, la muralla de Offa siguió siendo el borde que delimitaba la frontera entre los territorios de Inglaterra y Gales. Las fronteras septentrionales de Inglaterra son menos nítidas y seguirán sien­ do motivo de disputa durante siglos. Edimburgo cayó en manos escocesas durante el reinado de Idulb (954-962) y Lothian debió ser incorporada a Alba al mismo tiempo o, a más tardar, durante el reinado de Malcolm II (1005-1034). En el noroes­ te, la frontera entre Inglaterra y Strathclyde sigue siendo motivo de debate entre los especialistas. Este reino cayó en el siglo xi y su territorio se dividió entre Inglaterra y Alba. El sucesor de Etelredo, Cnut, reorganizó las provincias de los ealdormen y la diócesis de Cornualles se fusionó con Crediton, marcando con ello los posteriores cambios de la política geográfica de Inglaterra.

C. Downham

I r l a n d a (h a c ia

el a ñ o

1000)

Irlanda estaba dividida geográficamente en diversos grupos de población, cada uno de ellos con su propio rey (o reyes). Las leyes locales reflejan una jerarquía en la que el rey de cada pueblo (tuath) estaba sujeto a un monarca local que a su vez se encontraba sometido a un rey supremo de la provincia. Aunque los reyes superiores más poderosos competían por la supremacía de Irlanda, fueron pocos los gobernan­ tes que consiguieron este tipo de autoridad sin oposición. Los que tuvieron más éxito en dicha empresa antes del siglo ix fueron los miembros de la dinastía Uí Néill, que estaba dividida en dos grandes grupos que competían entre sí: la rama meridional (con base en Meath) y la rama septentrional (véase el mapa). A finales del siglo x, Dál Casi de Munster accedió al poder. Su monarca supremo, Brian Ború, sometió a ambas ramas de los Uí Néill en 1012, rompiendo la hegemonía de dicho grupo. Con ello, Brian no hizo más que colocar los cimientos de una rivalidad entre los grandes reyes provinciales que no dejaría de crecer a lo largo del siglo xi. Los centros económicos más importantes de Irlanda hacia el año 1000 eran los puertos vikingos y los asentamientos eclesiásticos.

C. Downham

F r a n c ia

y sus p r in c ip a d o s

(h a c ia

el a ñ o

1000)

El mapa político de Francia en la Alta Edad Media quedó definido por los acon­ tecimientos del siglo x. A partir del año 877, ningún rey ejerció tanto poder como Carlos el Calvo; las casas de moneda y los estados fiscales escaparon al control real y se abandonaron los métodos de gobierno carolingio, como el uso de missi y orde­ nanzas. El reino siguió bajo la amenaza de los vikingos hasta los años 920 y la coro­ na osciló entre dos familias: los carolingios (Carlos el Simple, 898-929; Luis IV, 936-954; Lotario, 954-986; Luis V, 986-987) y los condes robertianos de París (Odón, 888-898; Roberto I, 922-930, y el yerno de este último Rafael de Borgoña, 930-936). Aunque Luis IV y Lotario fueron jefes enérgicos, no pudieron evitar que el robertiano Hugo el Grande, «duque de los francos», impusiera su autoridad sobre los con50

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des de Neustria ni la ascensión al trono de su hijo Hugo Capeto (987-996), con el consiguiente inicio de la dinastía de los Capetos. En el siglo x, los principales beneficiarios del debilitamiento del poder real fue­ ron los «príncipes», personajes dinámicos que acumularon poder por distintos me­ dios: matrimonios ventajosos, obtención de títulos como el de dux, apoderamiento de condados, establecimiento de redes defideles, asunción de muchas de las funcio­ nes económicas y judiciales de los bannum (autoridades públicas carolingias) y ejer­ cicio de un liderazgo militar efectivo. Algunos principados estables fúeron el duca­ do de Aquitania, dominado por los condes de Poitou desde el año 930 aproximada­ mente; el ducado de Borgoña, construido por Ricardo el Justiciero (m. 921) pero reducido hacia el año 960 a un pequeño territorio dominado por una rama menor de los Capetos; Flandes, cuyos condes se apoyaron en su fuerza militar para cons­ truir castillos y explotar el enorme potencial económico del condado; y Toulouse, cuyos condes gobernaban también Gotia. Otros principados no encajaban en esta clara división. Algunos quedaron debilitados por la muerte prematura de un dirigen­ te, como el caso del bloque de condados de Vermandois al nordeste de Francia, que se vino abajo a la muerte de Herberto II (943). El ducado de Bretaña permaneció débil pese a su distintiva identidad, y cayó a menudo bajo el dominio de jefes vecinos. Cataluña fue una unidad poderosa con los condes de Barcelona, pero salió de la ór­ bita francesa hacia el año 987, como ocurrió con gran parte del ducado de Gascuña. Los orígenes de Normandía como Estado que frenó a los vikingos le valió gran im­ portancia, pero los duques normandos perseguían la política familiar de revivir una administración de estilo carolingio, ganarse seguidores y cooperar con la Iglesia. En otras regiones de Francia, la forma de gobierno era distinta, por ejemplo basada en obispados mayoritariamente independientes como Langres, Cathors, Reims y Laón, condados independientes como Rouergue y regiones bajo el mando de pequeños condes y señores locales como Auvernia, Berry y Picardía. En el siglo xi, los derechos reales judiciales y fiscales eran limitados, y la autori­ dad de reyes como Roberto el Piadoso (996-1031) y Enrique I (1031-1060) era en gran medida honoraria. Aunque los territorios carolingios que rodeaban Laón y Reims se incorporaron a la heredad y la Iglesia era un partidario muy útil, vasallos como los condes de Anjou y de Blois se convirtieron en figuras poderosas y en riva­ les frecuentes; Normandía fue aliado durante algún tiempo, pero la política expansionista del duque Guillermo I a partir del año 1047 provocó la hostilidad real. A finales del siglo x y principios del xi, se produjeron varios cambios socioeconómi­ cos, incluida una recuperación general y la proliferación de castillos. Esta última fue a menudo resultado de la iniciativa de príncipes y condes, pero algunos se construyeron por orden de pequeños aristócratas o «nuevos hombres» en terrenos alodiales como reflejo de la ruptura del poder semipúblico de los condes. En muchas regiones, como Berry, Auvemia y Maconnais, los castellanos asumieron los derechos públicos del bannum e iniciaron un régimen opresivo. Este cambio fue consecuencia, en parte, de la creciente importancia de los guerreros montados (müites o caballeros), unidos a sus señores por lazos feudales. Contrariamente al punto de vista tradicional, en un princi­ pio el vasallaje formal no estaba generalizado ni era uniforme entre la aristocracia, pero el uso difundido del término feudo en el siglo xi condujo a una precisión legal mayor en las relaciones, y finalmente consolidó la posición del rey como señor feudal.

T. S. Brown 53

E l s u r d e I talia e n el sig l o xi

En el año 1000, Italia se encontraba dividida políticamente: Calabria y Apulia formaban parte del Imperio bizantino, que también controlaba nominalmente los ducados de Nápoles, Amalfi y Gaeta; Sicilia estaba dominada por facciones musul­ manas que competían entre ellas; y existían tres principados lombardos: Salemo, Benevento y Capua. Durante el siglo xi, caballeros franceses, en su mayoría proce­ dentes del ducado de Normandía, impusieron una unidad política poco estable, ya que dichos normandos no constituían una fuerza única y servían a nivel individual bajo las órdenes de cualquier líder que pudiese recompensarles. A lo largo de la fase inicial de su actividad, estos líderes provenían de los distintos poderes regionales establecidos y el único territorio adquirido por los normandos fúe Aversa, otorgado a Rainulfo en 1030. La invasión bizantina de Apulia (1040-1042) fúe seguida de considerables adquisiciones territoriales y de la expansión a otras zonas bizantinas a lo largo de las dos siguientes décadas. Durante este período, surgieron dos líderes normandos capaces de atraerse apoyos: Rorbert Guiscard y Richard, hijo de Rainul­ fo de Aversa. Su victoria sobre un ejército combinado del papa y de Alemania en Civitate (1053) dejó paso libre a la expansión normanda por la península. En 1058, Richard había tomado Capua y Guiscard había consolidado su adquisiciones en el sur, lo que llevó a que en 1059 el papa reconociese oficialmente ambas conquistas en Melfi. Esta donación incluía la isla de Sicilia, donde se habían iniciado las cam­ pañas normandas bajo Guiscard y su hermano, Roger, con la captura de Mesina (1061). Nos obstante, Guiscard retiró sus tropas para reforzar el control en Apulia, capturar Bari (1071) y presionar a favor de sus reivindicaciones sobre Salerno (1076).

EL SUR DE ITALIA EN EL SIGLO XI Bari (1071) »evevent<

A PU LIA

,Salemo (1076)

NápolesN Ámaifi

Territorios de S. Pedro

C ALA B RIA Áreas musulmanas

Im perio bizantino

Palermo (1072)

Messina (1061)

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□ 'SIC ILL

100 km

Territorio a utónom o, nom inalm ente ducados bizantinos Principados lombardos C iu d ad mencionada en el texto (fecha de su conquista)

__I D

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Las fuerzas de Roger, más pequeñas, ayudadas de forma ocasional por las de su hermano, capturaron Palermo (1072) y después aseguraron poco a poco el resto de Sicilia, culminando con la captura de Noto (1091). Hacia este mismo año, la mayor parte del sur de Italia se encontraba bajo dominio normando, aunque aún no estu­ viera unida bajo un sistema gubernamental único.

E. Johnson

A l -An d a l u s :

la

I b e r ia

m usulm ana

En el año 711 las tropas musulmanas, compuestas mayoritariamente por bere­ beres pero comandadas por árabes, invadieron el sur de España y poco después de­ rrotaron al rey visigodo don Rodrigo. En cinco años conquistaron la mayor parte de la península Ibérica y dirigieron frecuentes incursiones a Francia, cruzando los Piri­ neos, hasta que fueron derrotados en Poitiers (732). Las zonas musulmanas de Espa­ ña y Portugal eran conocidas entre los árabes como Al-Andalus. Aunque los ejérci­ tos musulmanes alcanzaron la costa norte de España, los asentamientos allí fueron más limitados. Hacia finales del siglo viii, los musulmanes ocuparon la zona de Portugal que se extendía al sur del Mondego y de España al sur de la sierra de Gua­ darrama. Allí se formaron extensas zonas despobladas entre los asentamientos fron­ terizos musulmanes de Talavera y Talamanca, y las áreas cristianas situadas al norte del Duero. Al este de la península, los musulmanes se asentaron en la cuenca del Ebro y a lo largo de los Pirineos hasta una altura de mil metros, donde los puestos de avanzada musulmanes y cristianos estaban separados por tan sólo unos pocos kilómetros. Por lo general, los árabes se asentaban en ciudades más grandes, como Zaragoza y Sevilla, y en valles fértiles, mientras los bereberes poblaban preferente­ mente las zonas más altas de la meseta Central. La capital musulmana se estableció en Córdoba. A principios del siglo xi, el califato de Córdoba se desintegró, dando lugar a un gran número de pequeños reinos o taifas. El sur estaba dominado por Sevilla, gober­ nada por los abasidas (una familia de origen andalusí), y Granada, gobernada por los bereberes ziríes, que absorbieron gradualmente a los reinos más pequeños como Carmona y Córdoba. El centro de la península estaba dominado por Badajoz al oeste, Toledo en el centro y Valencia al este. En el valle del Ebro, el reino de Zara­ goza, gobernado por la dinastía hudí, surgió como poder predominante. La toma de Toledo por Alfonso VI de Castilla (1085) supuso un desastre para todo Al-Andalus; su enorme valor estratégico hizo que su caída llevase a la ocupa­ ción cristiana de gran parte del centro peninsular. Bajo los almorávides (1086hacia 1145) también se perdió Zaragoza. Sevilla, con sus fáciles comunicaciones con el norte de África, reemplazó en la práctica a Córdoba como capital de Al-Andalus, y Granada, situada sobre una fortaleza natural, creció en importancia. La desintegra­ ción continuó a lo largo del siglo xii, formándose un nuevo número de taifas. Todo esto acabaría con la invasión de los almohades bereberes desde el norte de África, aunque no fue hasta 1172 cuando se tomó Valencia a su gobernante local, Ibn Mardanish, y se incorporó al Imperio almohade. Hasta 1212 los almohades, con base en Marrakech y Sevilla, estabilizaron sus fronteras, pero tras la derrota en Las Navas de Tolosa, los musulmanes perderán las 55

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grandes ciudades musulmanas de Córdoba (en 1236), Sevilla (en 1248) y Valencia (en 1236). Entre 1250 y 1492, Al-Andalus se vio confinada al reino de Granada, que logró resistir en las montañas que se extendían entre Almería y Algeciras. Bajo la dinastía nazarí, este reino pudo sobrevivir a los repetidos ataques cristianos y la propia Granada, ahora la principal ciudad musulmana de toda la península, se con­ virtió en un importante centro comercial, muy frecuentado por mercaderes genoveses. Los cristianos fueron poco a poco invadiendo sus fronteras y en 1492, cuando se produjo el ataque definitivo a Granada, la zona bajo control musulmán había retrocedido a los alrededores inmediatos de la ciudad. La cultura de la España musulmana era primordialmente urbana. El monumen­ to más importante de la primera fase de la historia andalusí es la gran mezquita de Córdoba. En el siglo xi, varias cortes de los taifas se convirtieron en importantes centros culturales, siendo el palacio de la Aljafería de Zaragoza uno de los testimo­ nios de su riqueza y elegancia. La principal construcción del siglo x ii es el minarete almohade conocido como la Giralda, actualmente campanario de la catedral de Sevilla. Los almohades también construyeron las torres albarranas de Sevilla (Torre del Oro) y de Alcalá de Guadaira. El último gran monumento de Al-Andalus es la ciudad-palacio de la Alhambra en Granada.

H. Kennedy

L a R e c o n q u is t a e s p a ñ o la y p o r tu g u e s a (hasta

1140 a p ro x im a d a m e n te )

La península Ibérica, conquistada por los árabes en los años 711-715, estaba gobernada desde el 756 desde el emirato omeya independiente de Córdoba. El control del emir sobre las distintas regiones varía según la época y no es de sorpren­ der que la debilidad del gobierno central fuese acicate para el avance del enemigo cristiano. Estos enemigos se alzaron originalmente en Asturias (hacia 718), donde su líder don Pelayo derrotó a los árabes en Covadonga (hacia 722) y fúndó un reino inde­ pendiente. Los descendientes de don Pelayo se anexionaron Cantabria y Galicia, y devastaron el área comprendida entre la Cordillera Cantábrica y la Sierra de Guada­ rrama convirtiéndola en una tierra de nadie tras la cual podían protegerse de los ataques musulmanes y consolidar su poder. Estas gentes decían descender de los visigodos que habían gobernado desde Toledo antes del año 711 y haber heredado de ellos la península, por lo que se proponían liberar al país, es decir, «reconquistarlo». Centros de resistencia similares al asturiano surgieron en Pamplona (740) y Ara­ gón, aunque poco se sabe de ellos. En el este, los carolingios expulsaron a los mu­ sulmanes del Languedoc (751), tomaron Gerona (785) y Barcelona (801) y organiza­ ron la España franca como marca imperial bajo el mando del conde de Barcelona. Cuando el Imperio se desintegró, los descendientes se convirtieron en jefes heredi­ tarios de la marca, denominada a la sazón Cataluña, pero no lograron llevar la frontera más allá de Barcelona hasta que en el año 1120 capturaron Tarragona. Mientras tanto, inspirados por el descubrimiento de la supuesta tumba del após­ tol Santiago en Compostela (hacia 810), los asturianos atacaron el emirato y sacaron partido de las guerras civiles para apropiarse de las llanuras del Duero, incluidas las 57

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ciudades de Oporto (868), Zamora (893) y León (856). El Duero pasó a ser la nueva frontera, protegida por fortalezas y pueblos habitados por caballeros campesinos y organizados a menudo en torno a grandes abadías y monasterios como los de Sahagún, Cardeña y Silos. Ésta file la frontera vigente durante el siglo siguiente, pues Abderramán III (912-961) salió victorioso de las guerras civiles con el título de califa (929) y un enorme poder; los reyes cristianos pasaron a ser sus tributarios y, más adelante, víctimas de continuos ataques encabezados por el dictador militar Almanzor (976-1002). Después del 1031, sin embargo, el califato se vino abajo, de­ jando unos treinta estados fraccionados, los reinos de taifas, que pronto pasaron a ser vasallos de los cristianos y a pagar tributos a los reyes de León y a los condes catalanes. Cuando en el año 1085 Alfonso VI conquistó Toledo, finalizó este período de equilibrio y traslució que León tenía la fuerza y la base estratégica necesarias para conquistar toda la España musulmana, siempre y cuando esta última no recibiese ayuda del exterior. Los musulmanes de la península pidieron desesperados ayuda a los dirigentes almorávides del noroeste de África, quienes, tras vencer a Alfonso en Sagrajas (1086), se anexionaron los reinos de taifas para convertirlos en meras pro­ vincias de su propio Imperio bereber. A partir de entonces, los musulmanes de la península, demasiado débiles para defenderse, confiaron en las dinastías bereberes de Marruecos para que los protegieran contra los reconquistadores cristianos, mien­ tras se sometían irritados al gobierno «bárbaro» africano. Los almorávides emprendieron una guerra santa para recuperar las tierras ocupa­ das por los cristianos. En esta empresa toparon con la resistencia de Rodrigo Díaz de Vivar, «El Cid», que tomó Valencia (1094-1099) y detuvo el avance musulmán por la costa este, y con la de miles de cruzados franceses que descendieron para defender Aragón, Navarra y Cataluña, y ayudaron en la reconquista de Huesca (1096), Zaragoza (1118) y el resto del valle del Ebro. Como resultado, se formó un nuevo estado en el nordeste, Aragón-Cataluña, que rivalizó con León e hizo que la Reconquista siguiera siendo un movimiento de fúerzas políticas divididas y, a veces, conflictivas. Sin embargo, el foco de atención siguió siendo Toledo; a esa ciudad reservaron los almorávides los principales ataques en el período 1086-1139, y fúe la resistencia de Toledo (junto con el alzamiento de los almohades en Marruecos) la que acabó finalmente con las energías y el entusiasmo de la guerra santa. Mientras tanto, los cristianos se habían hecho fúertes en la región situada entre el Duero y el Tajo, tanto en el aspecto demográfico como en el espiritual (con la influencia del papado y una profunda europeización), militar y político. Cuando en el año 1140 ya estaban en condiciones de repeler cualquier avance, el Imperio almorávide em­ pezaba a desintegrarse.

D. Lomax

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Gobierno, sociedad y economía R e s id e n c ia s

reales c a r o l in g ia s

Los reyes carolingios poseían muchos palacios, villas y fincas, pero sólo residían en los más importantes de ellos. Es tarea imposible esbozar siquiera un mapa parcial de todas las propiedades agrícolas de los reyes carolingios, porque sólo se conserva información acerca de algunas de las granjas cedidas a las iglesias, la mayoría de cuyos registros, a su vez, se han perdido. Damos por supuesto que la mayor parte de fincas agrícolas no estaban muy alejadas de los palacios residenciales, puesto que resultaba caro transportar los productos alimenticios. La excepción eran los produc­ tos de lujo como el vino y es por ello posible que los viñedos sí estuviesen más alejados de los palacios. Con el uso creciente de monedas para el pago de las rentas, la distancia dejó de ser un problema. Los predios reales, sin embargo, eran mucho más que fuentes de ingresos o lu­ gares donde pernoctar. Las grandes villas carolingias de Aquisgrán, Compiégne,

61

Francfort, Herstal, Ingelheim, Nijmegen, Paderborn, Quierzy y Thionville eran cen­ tros de gobierno propiamente dichos. En ellas se ratificaban cartas, se acogía a em­ bajadores, se reunían grandes asambleas e incluso sínodos eclesiásticos, y se promul­ gaban leyes. Las fincas a lo largo del Rin y entre los ríos Mosa y Mosela delimitan la patria de la familia carolingia. Las fincas situadas al este del Rin se visitaban como conse­ cuencia de la actividad política, por ejemplo, para planear campañas contra los sajones. Los reyes carolingios se trasladaban en escasas ocasiones al sur de Francia, donde no tenían propiedades personales, no sufrían amenazas políticas ni contaban con intereses importantes. Las propiedades que no se visitaban con frecuencia y se dejaban al cuidado de terceros acababan a menudo siendo usurpadas. La escasez de propiedades reales estaba íntimamente ligada a una autoridad política débil. La teoría de que el poder político carolingio menguó a medida que se cedían masivamente propiedades se denomina disolución del tesoro carolingio, pero no se sabe con certeza la cantidad de tierras que se perdieron en realidad. A medida que los palacios y las tierras anexas envejecían, los reyes se inclinaban por otros nuevos; así, los palacios favoritos de los merovingios, como el de Berny-Riviére, seguían siendo propiedad de los reyes caro­ lingios, pero apenas los visitaban. Los palacios preferidos de Carlomagno y de su hijo, Aquisgrán e Ingelheim, fueron reconstruidos.

R. Samson

C

ecas c a r o l in g ia s y o t o n ia n a s

Aunque el penique de plata siguió siendo el principal valor a lo largo de los si­ glos ix y x, a finales del siglo ix se produjeron cambios significativos en la acuñación que, hasta ese momento, habían reglamentado cuidadosamente los gobernantes carolingios. Los tesoros muestran que Carlomagno, Luis el Piadoso y Carlos el Cal­ vo introdujeron nuevos tipos de moneda y retiraron las antiguas de circulación. Bajo Carlomagno y Luis el Piadoso las monedas circularon con rapidez a través de todo el Imperio. Tras la división imperial (843), los tesoros muestran el desarrollo de patrones de circulación regionales, que continuaron a lo largo del siglo x. El Rin era la frontera práctica del uso de cecas y monedas. Las principales cecas carolingias incluyen Dorestad (hasta aproximadamente el 850), Mainz, Melle, Orleans, Quentovic, París y las cecas italianas de Milán y Pavía. El número de cecas varió de mane­ ra importante, de aproximadamente cuarenta y cinco bajo Luis el Piadoso a cerca de noventa durante la acuñación Gratia Dei Rex de Carlos el Calvo. En el siglo x, acuñar moneda dejó de ser un privilegio exclusivo de la monar­ quía. Junto a la acuñación real, los condes, obispos y abades de los antiguos reinos carolingios iniciaron las llamadas acuñaciones «feudales». En un primer momento, la mayor parte de estas monedas mantuvieron el nombre del rey y los diseños típi­ cos carolingios como el monograma «Carolus». En la década del 930, algunos con­ des, incluyendo a Guillermo Larga-Espada, conde de Rouen (927-943), comenzaron a acuñar monedas con su propio nombre y a finales del siglo x existían en Francia al menos cincuenta cecas reales y «feudales» que acuñaban monedas distintas. Este siglo también vio una expansión geográfica de las acuñaciones, a medida que las 62

CECAS CAROLINGIAS Y OTONIANAS •

Cecas del siglo ix

®

Cecas de los siglos íx y x

O

Cecas del siglo x Área de producción de peniques Otón-Adelaida (finales del siglo x-principios del siglo xi)

Bremen

N o todas las cecas batían m oneda de forma continuada. Su producción variaba considerablemente Dorestad M ünsterO Colonia

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® Burdeos Vienne

Narbona

monedas comenzaron a fluir en cantidades importantes a través de Alemania. A la muerte de Otón III (1002) existían cerca de setenta cecas (reales, eclesiásticas y lai­ cas) en Alemania. La emisión de la moneda real Otón-Adelaida, acuñada cerca de las recientemente descubiertas minas de plata del macizo montañoso del Harz, fue una de las mayores. El mapa ofrece una selección de cecas del período, mostrando la extensión que alcanzó la acuñación.

E. Screen

L as

p r o p ie d a d e s s e ñ o r ia l e s e n el s ig l o ex

La alta nobleza dominaba la escena política y social del mundo carolingio. Aun­ que la adquisición de oficios de manos del rey era crucial para cualquier carrera aristocrática importante, ese poder derivaba en igual medida del control de la tierra. La tierra no constituía únicamente un recurso económico, también otorgaba poder sobre las gentes (las familias bajo un régimen de servidumbre o semiservidumbre, 63

atadas a propiedades territoriales individuales) y desempeñaba un importante papel a la hora de construir un estatus y una identidad familiar. El estrato más alto de la nobleza a menudo se ha llamado «aristocracia imperial» y constituía un grupo que se distinguía por su habilidad a la hora de conservar su influencia política a través de las generaciones. Estas familias mantuvieron el control de amplias propiedades dispersas, incluso tras la división imperial (843), tal como queda reflejado en las tierras que se describen en el testamento del conde Everardo de Friul y su esposa Gisela (863-864). Everardo fue el descendiente de una importante familia nobiliaria que había ascendido lo suficiente como para casarse con Gisela, una hija del empe­ rador Luis el Piadoso (814-840). Además de su tesoro, libros y demás bienes mue­ bles, dividieron sus tierras entre siete de sus ocho hijos (la octava era monja). Pese a los problemas de identificación (algunas tierras carecían de una denominación espe­ cífica y el emplazamiento de otras fue tema de debate), la extensión e importancia de sus estados queda fuera de toda duda. El testamento muestra una detallada visión de la estructura y estrategia familiar. El primogénito, Umroch, recibió una parte desproporcionadamente grande y concentrada, incluyendo todos los territorios fa­ miliares de Friul. También especificaba que los otros tres hermanos debían recibir porciones de tierra exactamente iguales, una medida que ayuda a explicar la natura­ leza fragmentaria de sus estados. Las hijas también heredaron parte de las tierras, pero (pese a la certeza de que Ingeltrud era de hecho la mayor de todos los hijos) en cantidad menor y en bloques más dispersos. El monasterio de Cysoing, que fue le­ gado al tercer hijo, Adelardo, era muy importante para la identidad familiar (se re64

LAS PROPIEDADES SEÑORIALES EN EL SIGLO IX: FLANDES

M A R DEL NO RTE

★ X

★ c

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Cysoing

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St. Amand

A

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B__________■

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Símbolos pequeños = propiedades de tam año pequeño a mediano, símbolos grandes = grandes propiedades #

Pertenecientea St.Peter, Gante

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Tierras solariegas deSt. Peter

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St. A m and

X

St. Bavo

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A

Lobbes

0

10

20

___I___________ I km

Familia de Everardo de Friul y Gisela

Fuente: J. Smith, Europe A jier Rome: A Cultural History (OUP, 2005). C on licencia de Oxford University Press. 65

fieren a él como «nuestra iglesia») y probablemente también desempeñase un papel a la hora de coordinar la gestión de las tierras familiares en el norte de Francia. Su presencia debió verse reforzada por el control de Rodolfo de las abadías no familia­ res de Saint Vaast y Saint Bertin. Pero, aunque este dispersísimo patrimonio pueda parecer impresionante, no hay que olvidar que la gestión cotidiana de estos estados se llevaba a cabo en un contexto muy local. El segundo mapa muestra la zona de Flandes que rodea Cysoing y destaca lo compleja y competitiva que resultaba la administración de territorios en una zona como ésta, tan variada agrícolamente. La aristocracia imperial estaba enraizada en esta clase de paisajes regionales y era sobre este tipo de escenario local en el que actuaba el poder político.

S. MacLean

Burgos d e la

y casas d e m o n e d a e n las po s t r im e r ía s

I nglaterra

a n g l o s a jo n a

La actividad de acuñar monedas constituye una de las fuentes principales de información acerca de la administración y organización de Inglaterra en las postri­ merías del período anglosajón. Mantener el derecho de acuñación era un factor muy importante de prestigio real. Estos derechos eran exclusivamente reales y las falsificaciones se castigaban duramente. Entre los años 1125 y 1150, Athelstan de­ cretó que cada burgo (buhrj debía tener una sola casa de moneda y trató de reducir el número de acuñadores. Una gran reforma en este terreno fue la emprendida en el año 973 por Edgar, que ordenó que «habrá un centro de acuñación para todo el reino». Bajo Ethelred, se produjo un aumento tremendo en la producción de mone-

---------------------- 1-------BURGOS Y CASAS DE MONEDÁ EN LAS,POSTRIMER DE LA INGLATERRA ANGLOSAJONA •

Casa de moneda existente

°

Casa de moneda creada por Edgar

D

Casa de moneda creada por Eduardo el Mártir

A

Casa de moneda creada por Ethelred II hasta 999

v

Casa de moneda creada por Ethelred II desde 1000 Área de fuerte asentamiento danés con wapentakes Salisbury Wilton Shaftesbury Milboume Bruton Cadbury Ilchester Langport Bridport Dorchester

Caistor ru Chester

\ \ \\ L m c o l n \ ' * , \ V \ \ \ - Newark\ Derby

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Stafford. \ V \ V N ottm gham <^ Shrewsbuiy _ N V \ V V V .S t a m f o r < ) •N o r r ó h Tamworth• • n \ x \APeterborough K;. Bndgnorth ¿ N\\Leicestevr N oThetford f:-: \xr • i, \ •Huntingdon . Warwick» \\ o Cambridge '' Worcester • Northampton • Bedford o Ipswich Hereford» BuckinghamD Sudbury Winchcombe» Aylesbury ^ Colchester Gloucester* A • Hertford» Crickladeü ° rford . . M ‘ Uon Malm esDurv0

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Wallingford

.Londres.— 3 ••

W atdiet*^” ^ a A Warminster ° Guildford Bamstapie» o ? l "Winchester . TauntonA o . / 0 ¿ *3 2 Cissburv,, ::J CrewkemeA Southamptorr^****»* Exeter* M 0 . w ~ í í i ^ í ^ chichesttr':,''v :' stonA a Lydfonj¡•/!^ ’ ’ ‘^vs^v?>.Wareham

66

........

A Soutlnyarfc ■ Rochester • Canierbury p^í/D ov e r. . ¿fT Lympng» Romney Hastings

das, debido en parte a la necesidad de pagar las grandes sumas que exigían los dane­ ses. Las casas de moneda centrales estaban en Londres, Lincoln, Winchester y York, con centros provinciales en Exeter, Stamford y Chester, y centros condales en Oxford y Shrewsbury. Los burgos solían estar fortificados, eran ciudades amuralladas que habían proliferado durante el reinado de Alfredo con fines militares. Tenían condición real y si el rey así lo deseaba podían convertirse en centros de acuñación o en sedes de mer­ cados. Su importancia fue en aumento como centros mercantiles con el desarrollo del comercio y se dotaron de sus propias leyes y administración. La extensión de la autoridad inglesa por los territorios ocupados durante una o más generaciones por los daneses dependía mucho de los burgos. Hertford, Northhampton, Huntingdon y Cambridge habían sido cuarteles generales fortificados de los ejércitos daneses. La administración local se caracterizaba por la división en shires (condados), bajo el mando de un ealdorman, más tarde llamado shire reeve o sheriff. Los condados no estaban organizados de forma sistemática y no se consolidaron de forma perma­ nente hasta el reinado de Eduardo el Confesor. Tenían sus propios tribunales y el territorio estaba a su vez dividido en hundreds (centenas), sede también de tribuna­ les. En regiones de elevada ocupación danesa, las subdivisiones de los condados se denominaban también wapentakes.

S. Coates

I t in e ra rio s

reales p o r

F r a n c ia

y

A l e m a n ia (s ig l o

x i)

La mayoría de reyes medievales eran itinerantes, es decir, no residían en el mismo lugar durante mucho tiempo ni gobernaban desde una capital única, sino que viaja­ ban continuamente. Las razones eran múltiples: desde el punto de vista económico, era más barato y conveniente que fuese el rey, corte y caballos los que se desplazasen hasta la fuente de alimento, bebida y forraje, y no viceversa. La corte itinerante con­ sumía así el producto de las fincas reales o recibía la «hospitalidad» de obispos, aba­ des y otras autoridades obligadas a ello, para después dirigirse a la siguiente fuente de abastecimiento. Es obvio que a medida que las economías europeas se monetarizaron y comercializaron, esta razón económica del reinado itinerante dejó de ser fundamental, pues se disponía entonces de soluciones mercantiles para resolver el problema de la oferta. La vida itinerante también presentaba ventajas políticas. Así, en una época de bajo alfabetismo, donde la burocracia local era rudimentaria o inexistente, la presencia del rey era la forma más segura de imponer autoridad. Se ha dicho del gobierno medieval que era «un gobierno del camino». En el mapa se han señalado los lugares visitados en sus largos reinados por dos reyes contemporáneos, Felipe I de Francia (1060-1108) y Enrique IV de Alemania (1056-1106), tal como se desprende de documentos de la época. Ambos reyes estaban en continuo movi­ miento, pero sus itinerarios son muy diferentes. En primer lugar, poseemos más información de los desplazamientos de Enrique IV que de Felipe I, en parte porque se conservan muchos más documentos del reinado del rey alemán que del francés (491 frente a 171), y en parte porque Enrique era un personaje discutido y foco de atención para los cronistas. También es evidente que los reyes alemanes del siglo XI intervenían a mayor escala que sus contemporáneos franceses. Enrique se desplaza67

ba regularmente por Alemania, tenía muchos intereses en Italia y dirigió campañas al sur de Roma, al este de Austria y al norte del Mosa. Los extremos de sus viajes delimitan un eje de unos 1500 kilómetros. No todos estos desplazamientos eran por causas felices: la actividad en Sajonia y al norte de Italia refleja los numerosos inten­ tos de acabar con la oposición. Pese a todo, el ámbito geográfico de las actividades de Enrique IV indica claramente las ambiciones de la monarquía alemana. Por su parte, el rey Capeto se movía por un área más reducida, en particular por la situada entre los tres centros cortesanos principales de Orléans, París y Laón. Fuera de estas fronteras, el rey viajaba por su reino como si de un príncipe extranje­ ro se tratase. Sus visitas a Poitiers y Dol en 1076, por ejemplo, estaban encaminadas a lograr una alianza militar con el duque de Aquitania y a liberar un castillo sitiado por Guillermo, duque de Normandía; en tales ocasiones, el rey trataba con iguales o enemigos y no con súbditos. La relativa autonomía de los grandes príncipes fran­ ceses del siglo xi, comparada con la mayor subordinación de los duques alemanes a la autoridad real, queda, pues, reflejada en ambos itinerarios. Del mapa se desprende el patrón geográfico básico del poder real en ambos reinos: en Francia, una heredad en Ile-de-France, que era la única arena del poder de los Capetos; en Alemania, una monarquía bien arraigada en el valle del Rin y en la región al sudeste de Sajonia (patria respectivamente de la dinastía salia y de sus an­ tecesores otonianos), que también quería controlar el valle del Po y Roma. En los dos siglos siguientes, estos itinerarios variaron considerablemente cuando los Capetos extendieron su poder fuera de Ile-de-France y la monarquía alemana asistió a la desintegración de sus tierras y poderes.

R. Bartlett

La I n g l a t e r r a

de

G u il l e r m o I

La conquista normanda fúe un acontecimiento decisivo en la historia inglesa. Con ella, Inglaterra adquirió una nueva dinastía real, nueva aristocracia, nuevo idio­ ma, nueva arquitectura y, prácticamente, una nueva Iglesia. La revolución en la pro­ piedad de la tierra extinguió a muchas familias nobles inglesas y dejó a menos de media docena de ingleses entre los 180 arrendatarios principales del censo del Domesday Book (1086). En teoría todas las tierras eran propiedad directa del rey, pero en la práctica muchas de las adquiridas por los seguidores de Guillermo eran privadas. Las tierras y el poder político estaban fúndamentalmente en manos de unos pocos personajes como Odón de Bayeux, Roberto de Mortain y Hugo de Avranches, ligados al rey mediante estrechos vínculos de sangre y de lealtad personal. Las consideraciones militares cambiaron sustancialmente el modelo de propiedad en las áreas fronterizas. A diferencia de los anglosajones, los grandes señores normandos poseían sus centros de poder y una parte importante de sus tierras a lo largo de las fronteras del reino y no en el corazón de Inglaterra. El rey exigía servicio de espada y ayuda financiera a sus arrendatarios principales y servicio de espada a la Iglesia. Antes de la conquista, había en Inglaterra muy pocos castillos, la mayoría cons­ truidos por los favoritos normandos o franceses de Eduardo el Confesor. Los nor­ mandos eran grandes constructores de castillos y los erigieron en puntos estratégicos cerca de caminos y en centros urbanos. Los castillos de los primeros tiempos de la 69

70

conquista se alzaban sobre fortificaciones existentes y se construían principalmente con barro y madera. El castillo solía levantarse sobre una mota o montículo escar­ pado y estaba rodeado de una bastida o patio de armas. En el Tapiz de Bayeux se refleja la velocidad a la que se construía un castillo, pues en él vemos cómo se cons­ truyó la mota de Hastings en los apenas quince días que allí permanecieron las tropas. Una vez acabadas las urgencias militares, los normandos se lanzaron a la construcción de castillos más elaborados.

S. Coates

A s e n t a m ien t o s

e s c a n d in a v o s e n las

I slas B r it á n ic a s

El impacto de los asentamientos escandinavos fue muy significativo tanto en el este de Inglaterra como en el norte y oeste de Escocia, y esporádico en el este y su­ doeste de Escocia, Gales e Irlanda. La incidencia de los asentamientos daneses y noruegos fue, sin embargo, muy distinta en todas estas zonas y sólo puede enten­ derse en el trasfondo de lo que conocemos sobre las incursiones de los vikingos a través de las Islas Británicas. Los asentamientos daneses del este y norte de Inglaterra fueron el resultado de distintas secciones del «gran ejército» que tomó posesión de estos territorios en los años 876-880, tras haber sido un ejército de conquista en movimiento durante doce años. La cantidad de topónimos con nombres daneses (aquellos que terminan en by o en thorpe) que se encuentran a lo largo de Anglia oriental, Lincolnshire y Yorkshire son testimonio de este proceso. Al noroeste de Inglaterra el asentamiento fue resultado del movimiento de aquellos que hablaban la lengua escandinava desde el norte y oeste, cruzando el mar de Irlanda — una zona dominada por los noruegos que habían toma­ do la zona norte y las islas orientales durante una fase no documentada del asenta­ miento. Irlanda nunca estuvo densamente poblada por noruegos o daneses, pese a haber sufrido varias incursiones, aunque el impacto vikingo no fue por ello menos duradero, ya que fundaron las ciudades comerciales de Dublín, Waterford, Wexford, Cork y Limerick, que fueron importantes centros económicos, manufactureros y escla­ vistas, contribuyendo sustancialmente a la riqueza de la dinastía que los controlaba. La destacada movilidad vikinga por vía marítima continuó incluso después de que hubiesen poblado el territorio y creado comunidades urbanas. Incluso la famo­ sa ciudad vikinga de York (Jorvik) siguió controlada por la misma dinastía que go­ bernaba Dublín y los «nietos de Ivar» formaron un nexo económico que se extendía por el mar de Irlanda y las vías fluviales del norte de Inglaterra y el sur de Escocia. Los yacimientos arqueológicos suplen la escasa información histórica en estas ciu­ dades, así como en los «Cinco Distritos» del este de Mercia, al tiempo que los asen­ tamientos rurales del extremo septentrional y oriental muestran cómo era la vida de una granja en las comunidades coloniales norse. ¿Cuáles eran las diferencias culturales existentes entre los distintos y variados asentamientos de Inglaterra, Escocia, Irlanda (y Gales, donde se ha descubierto re­ cientemente el asentamiento de Llanbedrgoch en Anglesey)? ¿Conservaron la len­ gua norse, sus creencias paganas y su forma de vida? Aunque probablemente las mantuviesen durante un tiempo, en las zonas donde se asentaron rodeados de po­ blación nativa rápidamente adoptarían las creencias de la mayoría cristiana y poco 71

ASENTAMIENTOS ESCANDINAVOS EN LAS ISLAS BRITÁNICAS Topónimos escandinavos i g § ¡ H Nórdico casi en su totalidad ¡¡¡¡| tf Mezcla de nórdico y gaélico I

CONDES D E-ORKNEY Y CAIT H NESS

i Mezcla de gaélico, nórdico y danés •¡ Mezcla de danés y anglosajón ] Mezcla de nórdico, danés y anglosa • Topónimos escandinavos aislados ;

I,

I.I*

Territorio de los «Cinco Distritos»

Nombres de batallas 870 — 918 — 937 — 954 — 997 — 1014 — h. 1030 — 0

72

Hoxne River Tyne Brunanburth Stainmore M aldon C lontarf Ness

100

200 km

1____ 1_____I

escandinavos dispersos •

a poco serían absorbidos en un reino de Inglaterra unificado. Sin embargo, en la zona de asentamiento de «Danelaw», situada al nordeste de Inglaterra, conservaron sus leyes y costumbres, mientras que en las Islas del Norte, los pobladores norse mantuvieron su propia lengua y, junto con las Islas Orientales, siguieron formando parte del reino de Noruega durante varios siglos.

B. Crawford

H a m w ic :

el

So u t h a m p t o n

a n g l o s a jó n

Hamwic, el Southampton anglosajón, ha sido descubierta en las numerosas ex­ cavaciones arqueológicas efectuadas en el distrito de St. Mary de Southampton. Así se ha descubierto que la ciudad cubría un área de unas 45 hectáreas rodeadas de una zanja muy profunda y con una disposición de calles en retícula. La calle principal tenía unos 15 metros de ancho y quizá fuese la ubicación del mercado. La mayoría de los numerosos edificios estaban ocupados por artesanos diversos, pero cerca de los probables varaderos para los barcos junto al río Itchen se han encontrado rastros de los mercaderes francos que debieron de visitar la ciudad. Hamwic se fundó pro­ bablemente alrededor del año 690 por orden del rey Ine de Wessex y floreció en el siglo v iii y principios del IX antes de ser saqueada por los vikingos en el año 842. En las postrimerías del siglo ix, o antes, la ciudad quedó prácticamente desierta cuando la población se trasladó a la nueva ciudad fortificada de Southampton al oeste o a la capital del rey Alfredo en Winchester.

R. Hodges DORESTAD

Cuno antiguo de! rio Rin



Cementerio

lllllll p““° Zona comercial,

Fuente: M. Brisbane y Southampton City Mu-

Fuente: W. A. Van Es y W. Verwers, y R. O. B.

seums.

(Servicio arqueológico holandés).

73

D o r e st a d

Los viajeros de los siglos v il a IX suelen mencionar el emporio de Dorestad, la ubicación del cual identificó L. D. F. Janssen en el siglo xix y fúe excavada primero por J. FL Holwerda después de la Primera Guerra Mundial y, más tarde, por W. A. Van Es entre 1967 y 1976. Las excavaciones demuestran que esta vasta ciudad cubría más de 50 hectáreas en la confluencia de los ríos Rin y Lek, donde se construyeron importantes muelles de madera. Detrás de los muelles había una hilera de edificios comerciales, incluidos almacenes, pero el corazón de la ciudad eran las muchas granjas típicas de esta región de Frisia. La gran cantidad de mercancías del medio Rin localizadas indican que Dorestad servía de almacén para el comercio que suce­ día alrededor del mar del Norte entre finales del siglo v il y mediados del IX. La ciu­ dad fúe abandonada tras los ataques vikingos y la sedimentación del Rin alrededor del 860. En el museo de la moderna Wijk bij Duurstede pueden contemplarse los descubrimientos de la Dorestad medieval.

R. Hodges

D

u b l ín

Antes de que los escandinavos poblasen Dublín (841) ya existían dos asenta­ mientos nativos. Áth Cliath («vado con orillas de caña») fúe un asentamiento situa­ do en lo alto de una colina y un centro neurálgico de las rutas de larga distancia sobre el vado que cruzaba el río Liffey. Las «orillas» eran posiblemente unas estruc­ turas ligeras de cañizo entrelazado que se colocaban sobre las riberas de lodo que se extendían a ambos lados del río. Dubhlinn (del irlandés antiguo Duiblinn, «estan­ que negro») era un complejo eclesiástico rodeado por un típico recinto de forma ovoide. La antigua denominación escandinava Dyflinn derivaba claramente de éste último nombre y recientes excavaciones arqueológicas han sacado a la luz estratos de población pertenecientes al siglo ix del antiguo recinto amurallado (en irlandés, dún, «fortaleza»). A orillas de la bahía de Dublín se estableció la asamblea o parla­ mento vikingo (Thingmót), en cuyas cercanías se alza la Steine, un obelisco que conmemora este importante asentamiento escandinavo. Algunas de las iglesias anti­ guas eran pre-vikingas, mientras otras puede que reflejen la observancia cristiana fúera del dún previa a la aceptación oficial del cristianismo (hacia 1030) y la cons­ trucción de una catedral justo al oeste de éste.

H. B. Clarke

C

o n s t a n t in o p l a

En el año 324, Constantino eligió Constantinopla como capital del Imperio romano de Oriente. Situada en la península donde convergen el Bosforo, el Cuerno de Oro y el mar de Mármara, era el centro de las principales rutas de comunicación 74

Fuente: H. B. Clarke, Dublín, part. 1, hasta 1610 (Irish Flistoric Towns Atlas, ed. Anngret Simms, H. B. Clarke y Raymond Gillespie, núm. 11, Royal Irish Academy, Dublín, 2001), pág. 3. Reproducido con el permiso del Irish Historie Towns Adas, Royal Irish Academy © RIA.

Fuente: Cambridge Medieval History IV, fig. 2. 75

entre Europa y Asia. Aunque Constantino quería que su capital respetase el esque­ ma de Roma, con sus siete colinas, doce regiones y foros, la disposición fue total­ mente distinta incluso antes de la construcción de las murallas de Teodosio (413). Estaba articulada alrededor de la Mese, la gran avenida que se iniciaba en la Puerta Áurea, entrada solemne a la ciudad, a través de una serie de foros hasta el Augousteion. Aquí estaba el corazón de la ciudad, rodeado del Palacio imperial, la catedral de Santa Sofía y el Hipódromo. Durante los ataques de los nikas (532) sufrió gran­ des daños, pero Justiniano reconstruyó muchos edificios públicos, incluida Santa Sofía, y dejó su marca personal en la ciudad. Atención especial mereció el suminis­ tro de agua mediante acueductos y cisternas, una necesidad prioritaria para una población de casi medio millón de habitantes. Este número decreció rápidamente a partir del siglo vil, y hasta el siglo ix la ciudad no recuperó parte de su prosperidad anterior, gracias sobre todo a las «factorías» extranjeras que se establecieron alrede­ dor del Cuerno de Oro, centro comercial de la ciudad. La ciudad entró en decaden­ cia permanente tras su caída con motivo de la cuarta Cruzada (1204).

M . Angold

R oma

Aunque Roma dejó de ser residencia imperial regular en el siglo rv, mantuvo mucho de su prestigio por albergar el senado y el papado. Se construyeron muchas iglesias, santuarios dedicados a mártires, casas renovadas de anteriores jefes privados (tituli) y grandes fundaciones imperiales. Pese al saqueo de los visigodos y los vánda­ los y al control germánico a partir del año 476, la riqueza, la población y la produc-

76

ción artística de la ciudad se mantuvieron hasta mediados del siglo vi, cuando la guerra con Gotia (535-554), el eclipse del senado y la invasión lombarda (568) pre­ cipitaron su caída. La ciudad era la capital del ducado bizantino (hacia 536-727), pero, desde el pontificado de Gregorio I (590-604), el papado ejerció un control cada vez mayor sobre ella. Pese a que el área residencial estaba prácticamente conte­ nida entre las orillas del río por debajo del Palatino, siguió teniendo gran importan­ cia cultural, dados los numerosos monasterios griegos encabezados por refugiados orientales y las iglesias que seguían construyéndose como complejos de beneficen­ cia (diaconiae) o para dar cabida al creciente número de reliquias y peregrinos. Tras varios conflictos con Bizancio por asuntos de iconoclasia, impuestos y la incapacidad del Imperio de retener las invasiones lombardas, los papas lucharon desde el año 727 aproximadamente por establecer un estado autónomo. Se estable­ ció una estrecha alianza con los francos, que culminó con la coronación imperial de Carlomagno en San Pedro (día de Navidad del año 800). Pese a que las relaciones fueron a menudo tensas y la influencia cultural y social de Bizancio se mantuvo fuerte, el mayor poder de Roma en asuntos políticos y jurisdiccionales enriqueció a la ciudad y dio impulso a la actividad constructora, todo lo cual se reafirmó con la coronación imperial del rey sajón Otón I (962) y la consiguiente atenuación del problema endémico de la violencia entre la nobleza local.

T. S. Brown

R avena

La Ravena romana con su puerto de Classe era una base naval importante. La seguridad y buenas comunicaciones que le proporcionaban las marismas y canales circundantes animaron al emperador Honorio a trasladar allí la capital imperial en el año 402, y fue entonces cuando el tamaño de la ciudad aumentó espectacular­ mente durante la denominada «primera edad de oro», que se prolongó hasta la caída del Imperio de Occidente (476) y queda reflejada en los edificios de ricas decoracio­ nes como el Mausoleo de Gala Placidia y el Baptisterio de los Ortodoxos. Ravena siguió floreciendo como capital del reino italiano del rey Odoacro (476493) y de sus sucesores ostrogodos (493-540), por encargo de los cuales se constru­ yeron el Baptisterio de los Arríanos, la catedral gótica, el palacio de Teodorico y la capilla adjunta (denominada posteriormente S. Apollinare Nuovo) y el mausoleo del mismo rey. La importancia de la ciudad estaba a la altura del poder de sus obis­ pos, que fundaron la iglesia octogonal de S. Vítale y la basílica de S. Apollinare in Classe (finalizada después de la conquista bizantina del 540 cuando se añadieron decoraciones como el mosaico del emperador Justiniano, de la emperatriz Teodora y su corte). La afluencia y la producción artística de la ciudad decayeron a la muerte de Justiniano (565) debido a las invasiones lombardas, quedando así debilitados los vínculos con el este y acelerada la sedimentación del puerto. Pese a todo, siguió te­ niendo importancia política como residencia del exarca (mencionada por primera vez en el año 584). Esta guarnición imperial se convirtió en una fuerza muy pode­ rosa a medida que echaba raíces locales y fue motivo de varias revueltas desde prin­ cipios del siglo vil. El patronazgo de jefes externos y de piadosos locales encumbró 77

I

Iglesia importante conservada (las fundaciones arrianas se han subrayado)

RAVENA Mausoleo de Teodonco h. 526

Edificio seglar Calles cuyo trazado antiguo se conoce con cierta seguridad

Civitas Barbarica (área principal de cementerios y asentamientos góticos) Trazado de las murallas a finales del siglo V ______ Trazado de las murallas del Oppidum romano original —9 m— Puertas principales 1 2 3

9 10 11 12 13 15 16 17 18 19

S. Spirito. h. 493-526 S. Michele in Africisco, h. 545 S. Andrea Maggiore, antes de 544 S. Agnese, poco antes de 477 (?) S. Agata Maggiore, antes de 494

4 5 6 7 8

S. Apollinare in • Classe consagrado 549

20 Palacio principal (reconstruido y redecorado por Teodorico) Las iglesias góticas se han subrayado

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Mausoleo de Gala Placidia, h. 440 S. Giovanni Evangelistica, h. 424 Basílica Apostolorum (actualmente S. Francesco), principios siglo V Baptisterio de los Ortodoxos, poco después de 450 Baptisterio de los Arrianos (después S. María in Cosmedin), h. 493-526 S. Apollinare Nuovo 2 S. Vítale, consagrado 548 Palacio de los exarcas (probablemente iglesia de S. Salvatore in Caichi), siglo Vlll (?) Catedral (Basílica Ursiana), h. 390 Palacio arzobispal y capilla, h. 494-519 S. María Maggiore, h. 526-532 S. Croce, h. 440 S. Vittore, antes de mediados siglo VI

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a los arzobispos al puesto de jefes de facto de Romagna y las Marcas tras la captura de Ravena por los lombardos (751) y la consiguiente incorporación al Estado pon­ tificio. Durante los tres siglos posteriores, la ciudad siguió siendo una capital local muy importante, pese a la decadencia comercial y cultural.

T. S. Brown

R utas

c o m e r c ia l e s d e l

I m p e r io

c a r o l in g io

Es difícil reconstruir las rutas comerciales del Imperio carolingio a partir de las fuentes escritas de la época. Por ello, antes de contar con pruebas arqueológicas, se discutía si los carolingios se habían dedicado de alguna manera al comercio. Sin embargo, en los últimos veinte años, las investigaciones arqueológicas de los gran­ des centros mercantiles de Dorestad (Países Bajos), Haithabu (Alemania), Ribe (Di­ namarca), Quentovic (Francia), Ipswich, Londres, Southampton (antiguamente Hamwic) y York (Gran Bretaña) han permitido reconstruir las actividades mercanti­ les en las que los carolingios participaron directamente. Además, las excavaciones efectuadas en otros centros situados alrededor del mar Báltico ponen de manifiesto la influencia de largo alcance de este Imperio, mientras que estudios actualmente en marcha en Italia parecen apuntar hacia una conexión a pequeña escala entre el reino de Beneventum y la dinastía aglabí del Magreb. El comercio de este período se explica más fácilmente en términos de redes co­ merciales que abarcaban: a) el mar del Norte, b) el Canal de la Mancha, c) el mar Báltico y d) el Mediterráneo. 78

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Las pruebas arqueológicas acumuladas indican que ya en el siglo vi había activi­ dad comercial entre los austrasianos (en Renania), frisios, daneses y los reinos anglo­ sajones de Kent y East Anglia. Esta actividad era probablemente a pequeña escala y se limitaba a productos de prestigio. Pero más avanzado el siglo vil, se fundó una amplia comunidad mercantil frisia en Dorestad, junto a la desembocadura del Rin, desde donde se embarcaban bienes manufacturados en el Rin hacia puertos tan aleja­ dos como Ribe, Londres e Ipswich, para abastecer a los reinos de Dinamarca, Mercia y East Anglia, respectivamente. En tiempos de Carlomagno, la actividad mercantil había aumentado y adquirido considerable importancia política. Por esa época, Ribe fue sustituido por el nuevo puerto de Haithabu, donde confluían las redes mercanti­ les del mar del Norte y del Báltico. Después del año 830 aproximadamente, la red del mar del Norte perdió importancia y no se recuperó totalmente hasta el siglo xi. Los mercaderes carolingios también operaban una red independiente del norte de Francia (el antiguo reino de Neustria) a Kent y Wessex. El principal puerto carolingio era Quentovic, cerca de Montreuil-sur-Mer, mientras que Hamwic (el Southampton anglosajón, ciudad planificada en una extensión de más de 45 hectáreas) era el puerto principal al otro lado del canal. La historia de este sistema es paralela a la red del mar del Norte y también decayó a partir del año 830 aproximadamente. Por el mar Báltico el comercio sólo se realizó a pequeña escala entre las postrime­ rías del período romano y hacia el año 790, cuando los escandinavos establecieron contacto con el califato abasida. Fue entonces cuando se fundaron alrededor del Bál­ tico pequeños centros mercantiles donde se comerciaba con plata oriental y mercan­ cías de prestigio, además de esclavos y pieles escandinavas; entre estos centros destacan Staraja Ladoga (Rusia), Birka (Suecia), Vastergam (Gotland) y Kaupang (Noruega). Es probable que por estas regiones pasaran varias rutas, que permitían el contacto entre los mercaderes que navegaban por las riberas de la Rusia occidental y los que operaban en el mar del Norte a partir de Haithabu, así como con los mercaderes escandinavos. Este patrón comercial se mantuvo de forma intermitente hasta finales del siglo x. Pocas pruebas existen del comercio mediterráneo entre finales del siglo vil y princi­ pios del xi, pero sabemos que el califa abasida Harun al Rasid ofreció a Carlomagno un elefante que había viajado en barco desde Egipto a Pisa a finales del siglo viii, lo que podría indicar la existencia de una pequeña ruta en esa época. Ciertamente, varias fuen­ tes carolingias escritas parecen apuntar a la existencia de una ruta comercial de Sousse y otros puertos norteafricanos a Gaeta, Nápoles y Salemo en el reino de Beneventum. Así quedaría tal vez establecida la fuente de las grandes cantidades de oro y plata que el reino de Beneventum debía pagar como tributo a los carolingios. Esta conexión fue breve y desapareció cuando se desintegró el Imperio. La desaparición de esta ruta co­ mercial en los años 830 alentó tal vez los saqueos árabes para obtener lo que anterior­ mente comerciaban, lo mismo que los vikingos hacían en el mar del Norte.

R. Hodges

L a s it u a c ió n e c o n ó m ic a d e S a n V in c e n z o a l V o l t u r n o

El monasterio benedictino de San Vincenzo se fundó hacia el año 703 junto al nacimiento del río Volturno en una meseta situada al pie de los Apeninos. Su histo­ ria, larga y a menudo épica, puede reconstruirse a partir de la crónica del siglo xii 80

T

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Chronicon Vulturnense y de las excavaciones arqueológicas realizadas en una parte del monasterio. Al igual que el vecino Monte Cassino, su fundación fue probablemen­ te patrocinada por los duques lombardos de Beneventum. Hasta el año 780 aproxi­ madamente, era un pequeño retiro, propietario apenas de unas tierras en la parte alta del valle de Volturno y unas pocas fincas menores en la zona montañosa (Abruzzo) situada al norte. Sin embargo, en el año 787, San Vincenzo cayó bajo jurisdic­ ción carolingia y obtuvo privilegios y exenciones tributarias. Según las excavaciones, en esa época se construyeron nuevos edificios capaces de albergar a muchos monjes, según el cronista Pablo Diácono. En el año 792, el franco Joshua fue nombrado abad y en los veinticinco años siguientes creó un nuevo monasterio muy ambicioso, mucho más grande, con una abadía grandiosa, nuevas dependencias, iglesias y otros muchos edificios. Allí vivie­ ron hasta 500 monjes y hermanos legos. Las investigaciones arqueológicas demues­ tran, sin embargo, que esta abadía carolingia dependía de una mano de obra y recur­ sos que no podían conseguirse localmente. Los pueblos situados en sus tierras (térra) del valle de Volturno apenas se beneficiaron de la afluencia de la abadía, pues San Vincenzo obtuvo muchas propiedades en el centro del reino como regalos de la baja aristocracia de Beneventum. Éstas nuevas propiedades hicieron de la abadía uno de los mayores terratenientes de Italia y debieron de convertir al abad en un importan­ te personaje político. De estas nuevas tierras parece que San Vincenzo obtuvo la mano de obra para construir el nuevo monasterio y a los hijos menores de la aristocracia como monjes. El Chronicon cuenta que las columnas de la nueva abadía procedían de un emplaza­ miento romano de la región. Muchos artesanos debieron de llegar también proce­ dentes de otros lugares. Además, mientras que los pueblos de la térra apenas partici­ paron en el renacimiento de la abadía, algunas pruebas arqueológicas indican un cierto desarrollo en las propiedades situadas en las tierras centrales, donde se inten­ sificó la ganadería y la producción de cereales. San Vicenzo debió de sacar máximo partido de su ubicación al pie de las mon­ tañas para obtener productos lácteos de las tierras altas a cambio de cereales y pro­ ductos animales procedentes de la costa. La propia diligencia del monasterio fue quizá suficiente para obtener donaciones y regalos. En sus talleres se fabricaban vasijas de cristal y objetos litúrgicos de metal fino que debían de venderse en el rei­ no. A la muerte de Joshua en el año 817, San Vincenzo era un gran centro propieta­ rio de ricos tesoros y muchas tierras. Su poder procedía en gran medida, pues, de haber abrazado la ideología carolingia y de su control sobre los habitantes del Bene­ ventum. San Vincenzo adquirió algunas propiedades más en los años 820, pero a partir de entonces fueron decreciendo las donaciones. La guerra civil de los años 840 ace­ leró la caída, y el 10 de octubre del 881 una banda árabe saqueó el monasterio. Los monjes regresaron hacia el año 916, pero apenas emprendieron ninguna labor de reconstrucción hasta la llegada del nuevo milenio. Entre los años 940 y 1000 aproxi­ madamente, el monasterio patrocinó el desarrollo de pueblos (incastellamento) en sus tierras, creando una red a imagen de las que imperaban en las tierras centrales en el siglo ix. Los contratos de arrendamiento concluidos con estos pueblos indican que llegaron a la térra para desbrozar los bosques y desarrollar un régimen agrícola y ganadero. Es obvio que las rentas recaudadas de estos pueblos, además del renacido apoyo al monasticismo, ayudaron a San Vincenzo a reconstruir la abadía y los claus­ 82

tros y a adquirir nuevas propiedades en las montañas y en el litoral. Se convirtió así en un próspero magnate económico, que debía competir en la incipiente economía de mercado de la región con otros potentados eclesiásticos y seglares. San Vincenzo fue un modelo para la transformación de muchos monasterios italianos en complejos monasteriales. Los restos fragmentarios de Monte Cassino indican la existencia de construcciones similares, que también aparecen en Farfa en las colinas Sabinas, en Novolesa cerca de Susa y en Nonaltola junto a Módena. Es más, excavaciones realizadas en Mola di Monte Gelato y Santa Cornelia, al norte de Latium, demuestran la aplicación de una estrategia similar sobre los territorios papa­ les desde finales de la década del 780. De la misma manera, las excavaciones de los pueblos de Miranduolo, Montarrenti y Poggibonsi, en la Toscana oriental, indican que la aristocracia local también respondía a este nuevo orden económico, invirtiendo en nuevas casas señoriales que dirigiesen a las comunidades hasta ese mo­ mento poco desarrolladas.

R. Hodges

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Religión y cultura C r is t ia n is m o

y p a g a n is m o e n

O

c c id e n t e

(h a c ia

350-750)

En el período anterior y posterior a la conversión del emperador Constantino (312-337), el cristianismo estaba menos extendido en Occidente que en Oriente. Al problema de la fuerza del paganismo se unía el carácter menos urbano de Occiden­ te, la falta de instituciones pastorales locales y de una clara organización jerárquica, las divisiones teológicas en la Iglesia y la creciente presión procedente de colonos bárbaros, la mayoría de los cuales eran paganos o arríanos (como consecuencia de la conversión de los godos propugnada por Ulfilas). La estrecha alianza entre la Iglesia y el Estado en Oriente no tenía equivalencia en Occidente y el saqueo visi­ godo de Roma (410) desencadenó un agrio debate entre los apologistas cristianos y paganos. No obstante, desde las postrimerías del siglo iv, muchos fueron los esfuer­ zos desplegados para que el cristianismo se afianzase en Occidente. El emperador Teodosio I (379-395) luchó con mano férrea contra el paganismo y el arrianismo, varios destacados teólogos latinos como Ambrosio (m. 397) y Agustín (m. 430) fortalecieron la posición doctrinal de la Iglesia, y la aristocracia senatorial conserva­ dora abandonó finalmente el paganismo en los albores del siglo v. Bajo el pontifi­ cado de León el Grande (440-461), la sede de Roma había pergeñado una compleja estructura burocrática, se había alzado como portavoz de Occidente en las disputas con Oriente e, inspirada en sus orígenes petrenses, se erigió como autoridad extraor­ dinaria en Occidente, tanto en materia de jurisdicción eclesiástica como en su dere­ cho de confirmar nombramientos. El debilitamiento de las instituciones imperiales afianzó el papel político de los obispos en Roma y otras ciudades. Los obispos asu­ mían servicios sociales y de beneficencia en las ciudades, negociaban como repre­ sentantes de las comunidades romanas con los líderes bávaros y consolidaban el control sobre la grey mediante la diestra manipulación de ceremonias y el culto a los santos. La migración de jefes monásticos procedentes de Oriente, como Atanasio yjuan Casiano, divulgó el fenómeno del monasticismo, en el que, pese a ser más aristocrático y urbano, destacaron figuras como san Martín de Tours (m. 397) y san Severino de Nórica (m. hacia 470) como líderes de comunidades locales y de la evangelización de las zonas rurales. La caída del Imperio conllevó un fortalecimiento general del poder de la Iglesia, cuya posición en las distintas áreas en el siglo VI variaba según las circunstancias políticas. La zona sur de Gran Bretaña fue una de las escasas regiones donde se produjo una ruptura casi completa de las estructuras eclesiásticas. En África, España e Italia, los regímenes predominantemente arríanos de los vándalos, visigodos, os85

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trogodos y lombardos limitaban la influencia de la Iglesia, aunque apenas se daban persecuciones declaradas. En el noroeste celta, la conversión del sur de Escocia y de Irlanda se había iniciado en el siglo v gracias a los obispos misioneros Niniano y Patricio, pero en el siglo vi la naturaleza tribal y no urbana de la sociedad facilitó la aparición de una forma de iglesia más monástica. En el continente se fundaron nuevas sedes, se convocaban periódicamente concilios y se concedieron poderes de supervisión a la máxima autoridad provincial (metropolitanos o arzobispos). Con la expansión de órdenes monásticas como la de san Benito (m. 547), la obra misionera recayó cada vez más en monjes disciplinados y entregados. Citemos como ejemplo al irlandés Columba, que inició la conversión de los pictos desde lona (hacia 565); san Agustín, enviado por el poderoso papa Gregorio Magno para evangelizar a los ingleses en el año 597, y Columbano (m. 615), cuyas austeras fundaciones irlandesas en la Galia y en Italia despertaron el interés de los aristócratas germánicos. La expan­ sión y organización de la Iglesia inglesa fue en gran parte obra de monjes, ya fueran de tendencias irlandesas (como Aidan de Lindisfarne) o romanas (como Wilfrido de York). Hacia finales del siglo v il, misioneros irlandeses y anglosajones iban ganando conversos y estableciendo sedes al este del Rin, siendo los líderes más destacados Willibrord y Bonifacio. En el año 750, poco se había avanzado en la conversión de los paganos que habitaban fuera de las fronteras del antiguo Imperio romano. Muchos cristianos de nombre seguían fieles a los valores germánicos tradicionales y la superstición estaba generalizada en las zonas rurales, debido en parte a que no existían todavía parro­ quias locales. No obstante, la Iglesia había logrado difundir con éxito sus ideales al mejorar enormemente su organización jerárquica, sus textos y la calidad de un per­ sonal bien preparado.

T. S. Brown

M

o n a s t ic is m o t e m p r a n o

( hasta

547)

Las primeras fuentes escritas del monasticismo cristiano proceden de Oriente Medio a finales del siglo m y siglo iv. El copto Antonio (251?-356?), aunque no fuese el primer cristiano solitario, es considerado el padre del eremitismo cristiano (eremos = desierto en griego) y pasó muchos años dedicados a la oración y contem­ plación en los confines del desierto egipcio, para retirarse más adelante a su «Monte interior». Hacia mediados del siglo iv en Nitria, cerca de la desembocadura del Nilo, en Scetis al sur y en la región de Tebaida del Alto Egipto había colonias de varios centenares de eremitas; estos grupos se denominaban lavra (del griego, sendero o paso) y sus miembros vivían en celdas individuales, pero compartían edificios como la iglesia, donde todos se reunían los sábados y domingos para celebrar la misa y plegarias comunitarias. Las lavra se extendieron por Siria y Palestina, como ocurrió con los cenobios (del griego koinbos bio = vida comunitaria), también de origen egipcio, y fundados por otro copto, Pacomio (hacia 292-346). La primera comuni­ dad cenobítica se creó en Tabennisi en el Alto Nilo; estas comunidades eran muy grandes y los monjes (o monjas) ocupaban varias casas y vivían de su trabajo artesa­ no. El cenobitismo se difundió hacia el este del Imperio y se refino con la labor intelectual y teológica de Basilio de Cesarea (329-379), quien ingresó en la vida mo87

nástica en Annesi y creó una comunidad más integrada que la de Pacomio. Basilio subrayaba la necesidad de que el monje ejerciera la caridad cristiana para con sus semejantes. La evolución real del movimiento monástico en el Imperio de Occiden­ te suele ligarse a la influencia de Oriente, pese a que ya existía una tradición occi­ dental independiente de virginidad y ascetismo cristianos, y es posible que la des­ cripción del monasticismo antoniano o lavra fundado en Ligugé y Marmoutier por el «padre» del monasticismo galo, Martín de Tours (m. 397), procediese de su cono­ cimiento hagiográfico de Oriente, además de su propia experiencia. Las visitas del arzobispo exiliado Atanasio de Alejandría a Tréveris y a Roma (335-337 y 339-346) inspiraron tal vez el monasticismo occidental, pero posiblemente tuvo mayor in­ fluencia la traducción al latín en el siglo iv de su Vida de Antonio, que se convirtió en un clásico de la hagiografía y en un modelo de vida ascética, además de ser la primera de varias obras acerca de los «padres del desierto» en llegar a Occidente. La conversión de Agustín a la vida cristiana sucedió precisamente tras descubrir esta Vida en Milán. En el año 388, Agustín fundó su propio monasterio en su patria del norte de África, Tagasta, y escribió una Regla de influencia oriental para la comunidad her­ mana de monjas. Los ideales ascéticos orientales llegaron a Occidente de la mano de Jerónimo, quien fundó su propio monasterio en Belén en el año 385, y de Honorato, que fundó Lérins hacia el 410 al regresar de sus viajes por Oriente. Hacia la misma época, Juan Casiano, que había pasado mucho tiempo en comunidades monásticas orientales y compiló las Conferencias de los padres del desierto, fundó dos casas ceno­ bíticas en Marsella. Institutos es la primera obra de instrucción monástica redactada en Europa occidental con descripciones detalladas de las prácticas orientales que ha lle­ gado hasta nosotros. En el siglo vi, el sur de Francia e Italia produjeron varias Reglas cenobíticas, incluidas las de los obispos Cesario (hacia 470-542) y Aurelio de Arles (m. 552) y la compilación (que quizá todavía se conserva) de Eugipio de Lucullanum. Más controvertida es la Regla del Maestre que se dice inspirada por Benito de Nursia, fundador de Monte Cassino (hacia 480-hacia 547). La Regla de Benito no fue en nin­ gún caso una obra aislada, pero refleja tanto la práctica contemporánea como ense­ ñanzas anteriores. En ella se divide la jomada del monje en plegaria (ocho oficios), lectura (lectio divina) y trabajo. En Vivarium, monasterio fundado por Casiodoro, la vida monástica se combinaba con un programa bien organizado de estudio.

M . Dunn

El m o n a s tic is m o d e l n o r t e d e E u r o p a

Uno de los discípulos de Martín de Tours, Niniano (m. 432), inició la evangelización del sudoeste de Escocia desde el monasterio de Whithom. El monasticismo de Martín tuvo mucha fuerza en el oeste de Francia, mientras que el este quedaba bajo la influencia de Lérins y Marsella. Radegunda, esposa de Gotario I, fundó el Convento de Sainte-Croix de Poitiers bajo la Regla de Cesario de Arles. El monasticismo irlandés había surgido supuestamente bajo la influencia, directa o indirecta, de Oriente, y a mediados del siglo vi se fundaron varios monasterios importantes, como el de Clonard (fundado por Finiano), Clonfert (Brendan), Bangor (Comgall) y Clonmacnoise (Kieran). Columba (o Colmcille, h. 521-597) fundó los monasterios de Durrow y Derry, y hacia el año 560 emigró a lona, donde estableció un centro monástico que también 89

T EL M O N A S T IC IS M O DEL N O RTE DE EU R O P A

* Lindisfarne 635 jarrow 682-685 [TVlonlcwearmouth 674 ‘ .Whitby 657

Durrow h. 553* . . Clonmacnoise 554-55^* C lonai » Clonfert 558-564

Fécamp

h. 6ajjf.«2 JUm I6S3 Í*

Wandrillc 649

Chelles refim dado. .J o u m ic h. 630-634 h. 656* • Rcbais 635 París Faremoutiers .F le u ry T o u r s * ,.. *>51 Marmoutier h. 371 • Poitiers 552-569

90

L '627 *Luxeuil h 590

• Reichenau 724

emprendió misiones entre escoceses y pictos. El monasticismo al estilo irlandés tam­ bién llegó a Melrose y Lindisfame. Hacia el año 590, Columbano viajó de Bangor (Ir­ landa) al continente, donde estableció la comunidad de Luxeuil bajo patronazgo de la corte merovingia. Su Regla y el Penitencial que la acompañaba son los documentos más antiguos de inspiración irlandesa que se conservan y, pese a lo severo del régimen, tanto Luxeuil como la comunidad que fundó en Bobbio (Italia) atrajeron a muchos monjes. Algunos fragmentos de las Reglas de Benito, Columbano y Cesario de Arles están reunidos en la Regla de Donato (siglo vil) para las monjas de Besangon. El uso de «reglas variadas» también es característico de otras fundaciones francas, en particular las de Neustria y Austrasia, encabezadas por obispos reformadores y por los merovingios y su corte, por ejemplo, Rebais, St Wandrille, Jumiéges, Pavilly, Fleury y Fécamp. Batilda, esposa de Clodoveo II, fundó Corbie con monjes procedentes de Luxeuil, mientras que diplomas reales garantizaban que monasterios más antiguos, como Saint Martin (Tours) y Saint Denis (París), estuvieran libres de exacciones económicas episcopales. En esta región se fundaron varias casas dobles (es decir, que incluían un monasterio y un convento) de renombre, de las cuales las más famosas son las de Faremoutiers, Jouarre y la nueva fundación de Batilda en Chelles-sur-Cher. El monasticismo conti­ nental llegó a Inglaterra procedente de Roma cuando Agustín y sus compañeros des­ embarcaron en Kent en el año 597; solía suponerse que siguieron exclusivamente la Regla de san Benito, pero actualmente se acepta que también se basaron en una especie de «regla variada». En la Inglaterra del siglo vil, se fundaron varias casas dobles basadas en el modelo hiberno-franco, entre ellas las de Whitby, cuya primera abadesa, Hilda, presidió el sínodo de Whitby (664). Wilfrido, abad de Ripon y más adelante obispo de York, quiso acabar con las prácticas celtas debatidas entre «romanos» y «celtas» en el sínodo e instituyó una forma más «romana» de monasticismo en sus propios centros, como Hexham. En Monkwearmouth y Jarrow, fundados por su amigo y contemporá­ neo Benito Biscop, las costumbres se basaban en la Regla benedictina y en los diecisie­ te monasterios (incluidos algunos en el continente) que había visitado Benito Biscop. En la Europa continental de finales del siglo v il y vin, Frisia, Hesse y Turingia fueron evangelizados en gran parte por monjes ingleses, en particular Willibrord y Bonifacio; en fundaciones como Echtemach y Fulda, la influencia benedictina fue mayor. Lo mismo ocurrió en Reichenau, abadía establecida por el monje misionero Pirmino, procedente de Irlanda o de España. En el sínodo de Aquisgrán (817), al abad Benito de Aniano y el emperador Luis el Piadoso dieron fuerza legislativa al apoyo que la dinastía carolingia había brindado a la Regla benedictina. Sin embargo, pese a alentar el uso de una versión «pura» de la Regla, Benito de Aniano también quiso imponer usos y prác­ ticas litúrgicas que complementaban e iban más allá de las disposiciones originales.

M . Dunn

C e n t ro s en la

ir l a n d e s e s y a n g l o s a jo n e s

Europa

c o n t in e n t a l

La conversión de los irlandeses y los anglosajones supuso inevitablemente con­ tactos con el continente cristiano. Los contactos directos con la Galia e Italia se hi­ cieron más frecuentes tras la misión de Agustín a Kent (597). Unos años antes, se había iniciado la costumbre cristiano-irlandesa del exilio voluntario como peniten91

cia, a raíz de la cual se fundaron monasterios en el extranjero. Así, después de que Columba fundase lona, Columbano fundó Annegray y Luxeuil en la Galia y Bob­ bio en Italia. Otras comunidades importantes siguieron en Saint-Gall y Péronne. Desde finales del siglo vil, los anglosajones, cuya conversión se debe en gran medida a los irlandeses, siguieron los pasos de estos últimos camino del continente, pero se ocuparon primordialmente de los germánicos de Frisia y Alemania. Entre los misioneros más conocidos destacan: Wilfrido; Willibrord, fundador del monas­ terio de Echternach; Bonifacio, martirizado en el año 754 y enterrado en Fulda, y Lull, arzobispo de Maguncia. La catedral de Würzburg, fundación anglosajona y centro de peregrinación irlandés, ejemplifica los contactos anglo-irlandeses. La severidad con la que el papado contemplaba a los anglosajones causó varias dificul­ tades, como la disputa entre Bonifacio y el irlandés Virgilio de Salzburgo. Las influencias irlandesas y anglosajonas en la cultura cristiana del continente se ponen de manifiesto en exégesis, gramáticas y otras obras literarias, así como en la transmisión de textos latinos antiguos. Virgilio de Salzburgo, Juan Escoto y Sedulio Escoto son algunos de los académicos irlandeses que se hicieron famosos en la Europa continental de los siglos vin y ix. Alcuino, educado en la escuela de York y uno de los eruditos convocados por Carlomagno para colaborar en las reformas eclesiástica y cultural, trabajó durante los últimos años de su vida en Tours. La presencia irlandesa y anglosajona en tierras continentales suele descubrirse por el uso en manuscritos de caligrafías y abreviaciones «insulares». Una lista de li­ bros del siglo ix de Saint-Gall agrupa dichos textos bajo el epígrafe Libn Scottice Scripti. Más espectaculares son los manuscritos decorados al estilo hiberno-sajón. Es posible que algunos fueran importados, como los Evangelios de Echternach o los evangelios irlandeses de Saint-Gall; otros, como los Evangelios de Cutberto (redac­ tados quizá en Salzburgo) se realizaron en el continente. Los manuscritos carolin92

gios im ita r o n las in ic iales de estos lib ro s y, e n el siglo IX, este estilo se c o n v ir tió en la base de la d e c o r a c ió n de l g r u p o de m a n u s c rito s «francosajo nes».

Estas influencias son difíciles de plasmar en un mapa y hemos seleccionado los principales monasterios y centros irlandeses y anglosajones a los que se han atribui­ do con relativa certeza libros con características insulares. /. Higgitt

El m u n d o d e B e d a

Beda (hacia 672-735), gran conocedor de la Biblia y «Padre de la historia eclesiás­ tica inglesa», pasó toda su vida en el monasterio de Wearmouth-Jarrow (Nortumbría), pero sus horizontes iban más allá de esa región y era a su manera un viajero de salón. A través de textos y contactos con viajeros, conocía la geografía y la cultu­ ra de Europa y, gracias a él, la Inglaterra anglosajona conservó y transmitió la cultura cristiana del Mediterráneo latino. Beda narra de qué manera Benito Biscop, abad de Wearmouth que viajó seis ve­ ces a Roma y conocía muy bien la vida monacal de la Galia (recibió la tonsura en Lérins), consiguió libros, reliquias, músicos, vestiduras y vidrieros. Ceolfrith abando­ nó Wearmouth-Jarrow camino de Roma con una Biblia latina y el Código Amiatino, pero falleció en Langres. Varios reyes viajaron a Roma y enviaron a sus hijas a monas­ terios galos. La carrera turbulenta del obispo Wilfrido le llevó a Roma, Galia y Frisia, donde el misionero Willibrord de Nortumbría establecería más tarde un obispado. La Inglaterra anglosajona se convirtió en un centro destacado de estudio tras la creación de escuelas. Teodoro, monje griego originario de Tarso, llegó a Inglaterra

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procedente de un monasterio italiano acompañado del africano Adriano para tomar posesión del obispado de Canterbury. Fundó una escuela en Canterbury y la surtió de textos griegos. Entre los estudiantes destacó el erudito Aldhelm, que fondo una escuela propia en Malmesbury. Bonifacio, futuro apóstol de Alemania, compuso su Ars grammatica en una escuela de Nursling, mientras que en Nortumbría, del obis­ pado y de la escuela de Lindisfarne, salieron una vida anónima de su famoso obispo san Cutberto, y una serie de manuscritos muy ricos, entre los que destacan los Evan­ gelios de Lindisfarne. Beda también conocía la geografía de Tierra Santa como resultado de los viajes del obispo franco Arculfo, narrados por el noveno abad de lona, Adomman. Este último visitó Nortumbría y gracias a él Beda pudo escribir De Locis Sanctis. Los ára­ bes eran una amenaza en el mundo de Beda, que cuenta cómo invadieron Sicilia y cayeron derrotados ante Carlos Martel en Poitiers (732).

S. Coates

E l c u l t o a san C u t b e r t o

San Cutberto fue un monje, obispo y eremita de Lindisfarne, iglesia fundada en el año 630 por el rey Osvaldo de Northumbria y el monje de la isla de lona, Aidan. Tras la muerte de Cutberto (687), Lindisfarne fue cobrando una mayor importancia gracias al florecimiento de su culto. Es más, fue dicho culto el que se convirtió en el foco físico de la iglesia después de que la comunidad eclesiástica se viese obligada a abandonar Lindisfarne. A finales del siglo vm, la comunidad se fue expandiendo entre las costas oriental y occidental, y desde las montañas Tees hasta el Forth, consolidando su independencia frente a las incursiones escan­ dinavas y las luchas de poder anglosajonas. Finalmente, se asentó primero en Chester-le-Street (hacia 883-995) y después en Durham (995). El culto a san Cut­ berto fue primordial para que la iglesia pudiera atraerse el patrocinio de varios reyes y nobles, incluyendo a miembros de la dinastía de Sajonia occidental, Cnut y al rey normando Guillermo I. Sin embargo, la iglesia también fue la base de un apoyo popular masivo, lo que queda patente en las dos colecciones del siglo x ii sobre milagros. El mapa, basado en la rica evidencia escrita que rodea al culto, muestra estas extensas redes, con los viajes de los peregrinos de san Cutberto con su cuerpo desde Lindisfarne hasta posiblemente Norham, Whithorn, siguiendo en dirección sur hacia Crayke, o al norte hacia Chester-le Street, para finalmente trasladarse hasta Durham. Estas peregrinaciones aparecen documentadas en la Historia de sancto Cuthberto de los siglos x-xi y en el Libellus de la iglesia de Dur­ ham, obra de principios del siglo x ii de Simeón de Durham. El mapa también muestra la diseminación del culto a san Cutberto a finales del siglo x ii a través de las iglesias cutbertinas, sus milagros y peregrinaciones según la colección de mila­ gros de Reginaldo de Durham. El culto a san Cutberto es un magnífico ejemplo de la influencia que el culto a un santo puede tener sobre una zona geográfica­ mente amplia, en este caso sobre un territorio que cruza la teórica frontera políti­ ca entre Inglaterra y Escocia.

S. Crumplin 94

Entrada

d e r e l iq u ia s e n

S a j o n ia

Entre los años 772 y 804, Carlomagno sometió a los sajones paganos tras una larga serie de campañas sangrientas. Un corolario natural de la conquista fue el programa de actividad misionera y la creación de una jerarquía eclesiástica. El cora­ zón del cristianismo, sin embargo, no estaba compuesto por estructuras eclesiásticas formales, sino más bien por el culto a los santos y a sus huesos con poderes milagro­ sos. Para la conversión de los sajones fue necesario importar reliquias o huesos sa­ grados de lugares donde existían en abundancia, como por ejemplo las iglesias del norte de Francia y, especialmente, de Roma. Nuevos monasterios como Corvey y sedes de reciente creación como Hildesheim poseían tales reliquias como foco de la devoción local y fuente de poder sobrenatural. «Es fácil desviar a las masas de sus 95

supersticiones si se trae aquí el cuerpo de algún santo», comentaba un obispo sajón de la época. En el año 851, el noble sajón Waltbraht llevó al monasterio de Wildeshausen desde Roma los huesos de san Alejandro. La conversión había, sin duda, echado raíces, pues Waltbraht era nieto de Widukind, héroe de la oposición sajona contra Carlomagno.

R. Bartlett

E l R e n a c im ie n t o

c a r o l in g io

«Renacimiento carolingio» es el término convencional con el que se ha definido a una serie de reformas y de actividades culturales promovidas por los reyes carolin­ gios desde mediados del siglo viii hasta finales del siglo ix. Las raíces de este fenóme­ no descansan en la noción del deber real de «educan» a su pueblo que adoptaron los gobernantes del occidente post-romano: «aquel que no educa, no gobierna», como decía Isidoro de Sevilla en sus Etimologías en el siglo vn. Este impulso de corrección experimentó una nueva intensidad bajo el patronato de los gobernantes francos Pipino (751-768), Carlomagno (768-814) y Luis el Piadoso (814-840). Los objetivos de estos monarcas se reunieron en grandes compendios legislativos como la Admonitio Generalis del año 789, cuyo tema principal es la obliteración del pecado a través de la corrección de la fe y de la práctica religiosa. La reforma no quedaba restringida a la organización de la vida monástica y a la pureza del clero: se creía que la prosecu­ ción de la paz, la justicia y la perfecta fe permearía todas las instituciones del reino y transformaría la sociedad al completo. El éxito más llamativo de esta campaña de estandarización fúe la producción de textos (sobre todo en latín): contamos con más de 7.000 manuscritos del siglo ix, comparados con los 1.800 de los ocho siglos 96

97

anteriores juntos. Los catálogos del siglo ix confirman que muchos centros monás­ ticos adquirieron rápidamente extensas bibliotecas: en Saint Gall y Reichenau hay inventariados cerca de 400 manuscritos, y en Saint Riquier unos 250. Naturalmente, muchos de estos textos eran religiosos. Biblias, derecho canónico, sacramentales (misales) y otras obras cristianas reconocidas se producían en grandes cantidades en scriptoria como los de Corbie, Saint Amand, Orleans, Metz y Tours. No obstante, la literatura antigua (pagana) constituía una minoría muy significativa: la primera co­ pia de casi todos los grandes autores clásicos es carolingia. Los catálogos de las bi­ bliotecas también muestran un fuerte interés por la escritura y copia de historias (contemporáneas y antiguas), legislación real, textos educativos y una amplia gama de diversos géneros. La educación formal desempeñó un importante papel aunque sus beneficios quedasen restringidos a la élite. Es difícil precisar la localización física de las escuelas carolingias, aunque existieron maestros célebres en las iglesias de Fulda, Tours, Saint Gall, Auxerre, Lieja, Metz, Laón, Salzburgo y Reims. Las principales áreas de la actividad intelectual se corresponden con el corazón de la dinastía reinante: principal­ mente el norte de la Galia entre los ríos Loira y Mosa, además del Rhineland y la zona del lago Constanza. Los miembros del círculo cortesano de Carlomagno fueron nom­ brados cabecillas de iglesias importantes de esas zonas. Los impulsos más importantes del Renacimiento carolingio fueron asumidos por las sucesivas generaciones de estu­ diosos que trabajaban al margen de la corte pero que se mantenían vivos mediante un intercambio constante de correspondencia y préstamo de libros. En consecuencia, su pensamiento siguió influyendo en gobernantes, líderes de la iglesia y demás patrones de enseñanza durante generaciones, incluso tras la división del Imperio (843) y su co­ lapso (887-888). Estas últimas fases del desarrollo también ayudaron a diversificar la naturaleza del proyecto carolingio: el final del siglo rx fue testigo de la evolución de las literaturas vernáculas francesa y alemana, mientras la cultura política carolingia tuvo una profunda influencia en la Inglaterra del siglo x.

S. MacLean

La

c o r r e s p o n d e n c ia d e

L u pu s

de

F err iér es

Lupus, monje y posteriormente abad de Ferriéres, fue uno de los personajes más destacados que produjo el Renacimiento carolingio. Nacido en la Galia central (ha­ cia 805) de padres aristócratas, parece haber sido destinado desde niño a la carrera eclesiástica. Tras entrar en la vida monástica, fúe enviado a estudiar a Fulda, para regresar posteriormente a Ferriéres (836), donde trabajó como estudiante y profesor antes de ser nombrado abad (840) en recompensa por su apoyo a Carlos el Calvo durante las guerras civiles carolingias. Fallecerá en el 862. La reputación adquirida actualmente por Lupus se debe menos a su obra intelectual (que incluye comenta­ rios a la Biblia, códigos legales y debates teológicos) que a la conservación de sus cerca de 130 cartas. Esta colección, una de las más significativas del período, refleja día a día las preocupaciones de un abad y estudioso carolingio, entre las que se in­ cluyen la defensa de las propiedades y privilegios de la abadía — no menos de 13 cartas de mediados de la década del 840 se escribieron para recuperar la celda o celia que guardaba los restos de san Josse y que se había perdido durante las guerras civiles. La correspondencia también abre una ventana hacia el constante intercambio de 98

LA CO RRESPO N D EN CIA DE LUPUS DE FERRIERES Hersfeld (Abad Bun) Seligenstadt (Einhard) 3 Noyon (Obispo Immo) 4 Mainz (Altuin, un monje) 5 Trier (Abad Waldo) ❖ St. Denis (Abad Luis) 7 Orléans (Obispo Jonás) <í> Prün (Albades Marcward, Eigild y Ansbald) 9 Aachen (Emperador Lotario I) <$> Compiégne (Rey Carlos el Calvo) 11 Poitiers (Obispo Ebroin) 12 Lyón (Arzobispo Amulus) 13 Fulda (Abad Hrabanus y Hatto, un monje) 14 Cormery (Abad Odacro) 15 St. Quentin (Abad Hugo) 16 Autún (Abad Usuardo) 17 Troyes (Obispos Prudencio y Folcric) 18 Reims (Arzobispo Hincmar) 1

2

20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35

Sens (Arzobispo Wenilo, Abad Odo y Conde Hugo) Corbie (Abades Ratbert, Odo y Ratramnus) Orbais (Gottschalk, un monje) Tours (Arzobispos Ursmar y Herard) Laón (Obispo Pardulus) St. Amand (monjes) Bretaña (Nominoé, Duque de los Bretones) Wessex (Rey Aethelwulf; Félix, su archicanciller) York (Obispo Guigmund y abad Altsig) St. Martin, Tours (Abad Hilduin) París (Obispos Ercanrad y Aeneas, y clero) Auxerre (Obispo Heribold; monjes de St. Germain) Roma (Papas Benedicto III y Nicolás I) Vienne (Conde Gerardo) Besan^on (Obispo Arduic) Beauvais (Obispo Odo) Bourges (Obispo Wulfad)

■ FERRIÉRES 2 3 cartas o más 8 cartas o más

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libros e ideas que constituían el corazón de la vida cultural carolingia. Pero, por encima de todo, el cuidado de Lupus en cultivar un amplio círculo de amigos y contactos influyentes demuestra la importancia de la creación de redes personales a la hora de mantener una vida política e intelectual, sobre todo para figuras que cons­ truyeron sus carreras al margen del patrocinio real. Que una parte de su correspon­ dencia más regular fuese tanto con sus parientes (tres obispos de Auxerre, posible­ mente el arzobispo Wenilo de Sens) o compañeros de sus días de estudiante en Fulda (Marcward y Eigil de Prüm, posiblemente Luis de Saint Denis) muestra la importan­ cia de la familia y los monasterios como puntos nodales en la construcción de tales redes. El mapa refleja la extensa naturaleza del círculo social de Lupus, ilustrando de ese modo la naturaleza dinámica de la comunicación y el aprendizaje entre la élite altomedieval. Sin embargo, puede resultar sólo una instantánea: el emplazamiento geográfico de algunos receptores (sobre todo gobernantes) es algo artificial, ya que Lupus escribió algunas de estas cartas en nombre de otros y además el mapa no in­ cluye aquellas cartas cuyos receptores no han podido ser identificados con certeza.

S. MacLean C

e n t r o s d e la r e f o r m a e n los s ig l o s x y x i

Cuando en el año 910 el abad Bemo y el duque Guillermo de Aquitania fundaron la abadía de Cluny en Borgoña dieron el primer paso en la creación de la congregación de Cluny. Cluny se puso bajo la protección directa del papado y, con el tiempo, pasó a ser cabeza de varios centenares de monasterios basados en la Regla benedictina y sus propias «costumbres» o usos adicionales. Otra congregación importante, también con base benedictina pero con un énfasis diferente al de Cluny, fue la fundada en el año 933 con la reforma de Gorze. Brogne impuso en varios monasterios flamencos la regla be­ nedictina. En Inglaterra, por su parte, entre los años 940 y 980, Dunstan, Ethelwood y Oswaldo, con el apoyo de los reyes de Wessex, iniciaron una reforma en Abingdon y Glastonbury, bajo la influencia de lo que ocurría en la Europa continental (Fleury, Gante, Cluny y Gorze), que culminó con la composición de los Regularis Concordia. A principios del siglo xi, Romualdo de Ravena se erigió en padre de una vida eremítica organizada; tras vivir como eremita en la región de Venecia y viajar al centro benedictino de Cuxa en los Pirineos, regresó al nordeste de Italia, donde fundó monasterios y ermitas. El más famoso fue el de Camaldoli, donde se combi­ naba una especie de lavra para eremitas y un cenobium que servía de amortiguador entre los eremitas y el mundo. Una organización similar era la de Fonte Avellana, encabezada por el reformador Pedro Damián. Hacia el año 1039, Juan Gualbert fundó la casa, y posteriormente congregación, de Vallombrosa, que seguía estricta­ mente la regla benedictina y estaba agrupada según un patrón federal. La fundación de la Grande Chartreuse por iniciativa de Bruno de Reims (1084) marcó el inicio de una orden que, a principios del siglo xii, tenía características eremíticas y cenobíti­ cas: los monjes llevaban una vida austera de contemplación y pasaban la mayor parte del tiempo en amplias celdas individuales distribuidas alrededor de un claus­ tro. La idea de una vida en común para los canónigos, hasta ahora predominante en el Imperio, recibió un nuevo impulso en Francia e Italia con la fundación de las muy influyentes comunidades de San Ruf y San Frediano.

M. Dunn 100

L a Paz

de

D

io s

La Paz de Dios es el término dado por los historiadores modernos a una serie de concilios episcopales celebrados en y alrededor de Francia occidental a finales del siglo ix en los que se intentó regular el grado de violencia infligido por la aristocracia sobre la población local. Se alentó a los guerreros a realizar el juramento de no da­ ñar a ciertas personas ni cosas, como a las iglesias, los indefensos (mujeres, niños, peregrinos, clérigos desarmados) o la capacidad productiva (viñedos, ganado y cam­ pesinos de otros señores). Los infractores e incluso aquellos que simplemente recha­ zasen hacer el juramento, podían ser amenazados con la excomunión. Hacia la dé­ cada de 1030, a dicha Paz se unió lo que los contemporáneos llamaron la Tregua de Dios, según la cual toda violencia que no se cometiera como parte de una orden real o episcopal, o fuese practicada en territorio propio, era considerada anatema duran­ te ciertos períodos del año. Hasta hace poco, la Paz de Dios se ha venido interpretando como un intento de reforma de la Iglesia para controlar que una parte de la aristocracia cayese en la anarquía como consecuencia de la caída del estado carolingio, mientras la Tregua se consideraba un proceso más secular. Pero recientes trabajos han sacado a la luz la existencia desde el principio de una cooperación entre la aristocracia eclesiástica y seglar — como el duque de Aquitania— , y que por ello la Paz de Dios podría considerarse como una prolongación, y no una sustitución, de la tradición caro­ lingia. Algunas fuentes describen la presentación de reliquias en el lugar de encuentro, así como a la muchedumbre agolpándose para ser testigo de los milagros y procla­ mar su apoyo a dicha Paz. También se ha discutido que constituyese una evidencia 101

del entusiasmo escatológico que estalló al cumplirse los mil años del nacimiento de Cristo y los 1033 años de su crucifixión. Sin embargo, la descripción de la exhibi­ ción de reliquias y de muestras de aprobación masiva no se corresponde únicamen­ te con estos consejos de paz y las referencias explícitas a sentimientos milenaristas son escasas. En realidad, las fuentes son muy dispersas y no se podrá ofrecer una evaluación satisfactoria sobre la Paz de Dios hasta que se realice una mejor contextualización de ellas.

T. Riches 102

I c o n o c l a s ia en el

I m p e r io

y h e rejías dualistas b iz a n t in o

( sig l o s

v iii -x ii )

Analizándolo en retrospectiva, los dos desafios más importantes a los que tuvo que enfrentarse la Iglesia ortodoxa fueron la iconoclasia y el dualismo. El dualismo rechazó la estructura de la ortodoxia mientras la iconoclasia tenía que ver menos con las imágenes per se que con el propio control imperial de la Iglesia, ya que, en última instancia, el triunfo de las imágenes garantizaba una mayor libertad a la Igle­ sia. Esto hizo que se presentase como una victoria de la tradición, aunque se trató más de una renovación radical de la vida de la Iglesia, en la que los monjes desem­ peñaban el papel dirigente. La controversia iconoclasta comenzó tras la exitosa de­ fensa que hizo León III de Constantinopla frente a los árabes (717-718). Para restau­ rar la autoridad imperial, León restringió la veneración descontrolada — y en ocasiones la adoración— de las imágenes. Se trataba de una medida moderada y conservadora que contaba con el apoyo general y cuya oposición vino de las zonas limítrofes del Imperio. El papa protestó, al igual que hizo Juan Damasceno desde el monasterio de San Sabba, situado a las afueras de Jerusalén, quien hizo una defensa teológica efectiva de la veneración de las imágenes que conduciría a que se dudase retrospectivamente de las acciones de León III. Para rebatirlo, el hijo y heredero de León, Constantino V (741-775), convocó un concilio de la Iglesia en el palacio de Hiereia (754), que enunciaría la teología «iconoclasta», con la famosa afirmación

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de que la veneración de imágenes era doblemente herética porque o bien confundía lo humano y lo divino de Cristo a la manera de los monofisitas, o bien lo separaba a la manera de los nestorianos. Al contrario que su padre, Constantino recurrió a la destrucción total de los iconos y persiguió a aquellos que se opusieron a ello — principalmente monjes y monjas. Su actuación revela la profundidad del cariño popular hacia las imágenes que, pese a la implacable oposición por parte del ejér­ cito, su nuera, la emperatriz Irene (780-802), se encargaría de explotar para restau­ rar el culto a las imágenes en el segundo concilio de Nicea (787). Los defensores de las imágenes tomaron entonces el gobierno de la Iglesia ortodoxa, sustituyendo a los patriarcas, obispos y abades. Mantuvieron una posición fuerte hasta que en el año 813 un golpe militar llevó al poder a un régimen iconoclasta cada vez más represivo. Esta situación duró hasta el 843, cuando la viuda del último emperador iconoclasta se rindió a la presión de la corte y la administración para restaurar las imágenes. Salvo el estamento militar, la iconoclasia no recibió casi ningún apoyo popular. Paradójicamente, el dualismo sí disfrutó esporádicamente del apoyo popular. La fase medieval del dualismo comienza propiamente a principios del siglo vm con los paulicianos, que se establecieron en la frontera oriental de Bizancio, colo­ cando su capital en Tephrike. El apoyo tácito de León III sugiere que fueron en un principio iconoclastas radicales cuyo rechazo a las imágenes materiales fomen­ tó una visión dualista, que consideraba lo material malvado, en contraste con el mundo espiritual. El dualismo había representado desde el principio de la Iglesia una contracultura que había surgido de forma espontánea como respuesta al pro­ blema del mal, al que el Cristianismo no había podido dar una solución adecua­ da, y además respondía al deseo de una participación laica más directa en la vida religiosa, desafiando con ello el orden jerárquico de la sociedad. Es posible que los paulicianos desempeñasen una especie de papel de coordinadores. Sus actividades misionales se volvieron más importantes a partir del 878, cuando el emperador Basilio I destruyó su base de Tephrike y deportó a un gran número de sus miem­ bros a y Filipópolis, en la frontera con Bulgaria, donde enseguida aparecieron comunidades de dualistas. Conocidos como bogomilos (amados de Dios) — un término aplicado a las comunidades dualistas bizantinas— , sus miembros se autoproclamaban los «puros (katharoi) de espíritu». A principios del siglo xn se organiza­ ron en cinco iglesias independientes — Rumania, Bulgaria, Dalmacia, Druguntia y Melenguia— y tomaron como modelo las siete iglesias de Asia, recalcando su identificación con la Iglesia primitiva. La Iglesia de Druguntia estableció lazos con grupos dualistas del norte de Italia y del sur de Francia, cuya expansión durante el siglo x ii sin duda se debió en parte al trabajo de misioneros llegados del Imperio bizantino.

M. Angold

M

is io n e s b iza n t in a s e n t re l o s eslavos

El origen de estas misiones está íntimamente ligado a los hermanos Constanti­ no y Metodio, «apóstoles de los eslavos», cuya primera misión conjunta data del año 860, cuando fiieron enviados a unirse a los cázaros, aliados esteparios de Bizan104

ció. Esta expedición, aunque primordialmente política, les valió gran experiencia en el campo de las misiones, pues trataron de evangelizar a los cázaros, que tendían a convertirse al judaismo. El éxito de los hermanos fue limitado, pero fueron elegidos de nuevo cuando en el año 862 el jefe de los moravos pidió a Bizancio el envío de misioneros para contrarrestar la labor de los sacerdotes francos que trabajaban bajo las órdenes de Passau y Salzburgo. Constantino y Metodio llegaron procedentes de Tesalónica con la gran ventaja de conocer la lengua eslava y su primera labor fue traducir a dicho idioma la liturgia y una parte de los evangelios. Esta iniciativa des­ agradó al clero franco, que insistía en que no podía aumentarse el número de idio­ mas sagrados, pero Constantino y Metodio viajaron a Roma para exponer sus ideas y ganarse el apoyo del papa. Tras la muerte de Constantino (869), Metodio fúe en­ viado a Panonia y a la sede de Sirmio. Los resultados inmediatos de su obra fueron poco prometedores, pues tuvo que luchar contra la hostilidad franca, y la invasión húngara (895) dio prácticamente al traste con todos sus esfuerzos entre los moravos. Tras su muerte (885), lo que quedaba de su misión fue acogido por el dirigente búl­ garo Boris, descontento con la influencia del clero griego desde la conversión forza­ da en el año 865 como consecuencia de la invasión bizantina. El recurso al papado fracasó, pero con ayuda de los seguidores de Metodio, Clemente y Naum, la Iglesia búlgara se convirtió en el centro principal del cristianismo eslavónico. Muchos de sus logros pasaron a los rusos tras el bautizo en Cherson (989) de Vladimir, príncipe de Kiev. El éxito de las misiones bizantinas entre los eslavos se debió en gran medi­ da al uso de su propio idioma y permitió que el cristianismo se desarrollase indepen­ diente de Bizancio.

M . Angold 105

L a a u t o r id a d p o n t if ic ia y el c is m a d e O r ie n t e

Hasta el siglo ix, la Iglesia de Constantinopla estuvo dispuesta a aceptar que la Iglesia de Roma era el árbitro supremo en asuntos de ortodoxia. Ambas se encontra­ ban unidas en una obediencia común al credo de Calcedonia (451), que seguía la afirmación romana de que Cristo tenía dos naturalezas, «distintas pero indivisibles». Desde el siglo v hasta el vm, Constantinopla rompió con Roma una y otra vez, para acabar finalmente volviendo al redil. Pero en el siglo IX, la inclusión deljilioque en el credo por parte de Roma fue un asunto que Constantinopla ya no quiso pasar por alto al subrayar las desavenencias fundamentales que existían sobre la enseñanza de la Trinidad. Mientras Constantinopla permaneció leal a la noción de que el Espíritu Santo procedía del Padre únicamente, Roma defendió ahora una doble procedencia del Padre y del Hijo (filioque). Esto venía a sugerir, entre otras cosas, que el papa es­ taba dando por hecho su propia autoridad para alterar el credo establecido por un concilio general de la Iglesia, alertando a Constantinopla sobre las demandas de primacía papal, puesto que no se trataba únicamente de una cuestión de preceden­ cia sino de autoridad jurídica. Estas diferencias explican el choque que se produjo en 1054 entre el patriarca bizantino, Miguel Keroularios (1043-1058), y el legado papal, Humberto, cardenal de Candida Silva. A lo largo de los siglos siguientes, las dos partes hicieron esfuerzos sinceros para resolver dichas diferencias, que tan sólo sirvieron para revelar lo apartadas que estaban ambas iglesias. La conquista de Cons­ tantinopla por los cruzados (1204) no hizo más que empeorar la situación. Los bi­ zantinos la condenaron acusándola de tener una motivación religiosa, lo que no era cierto, pero el apoyo papal para el establecimiento de la Iglesia Latina de Constan­ tinopla confirmó sus peores temores. Pese a la recuperación de Constantinopla

106

(1261), Bizancio cada vez dependió más de la ayuda de Occidente, cuyo precio fúe el reconocimiento de la autoridad papal. Los bizantinos pusieron sus esperanzas en un concilio general de la Iglesia, pero los acuerdos a los que se llegó en la reunión de las iglesias en el segundo concilio de Lyón (1274) siguieron los términos dictados por el papado y enseguida fúeron rechazados por los bizantinos. A mediados del siglo xiv, la situación del Imperio bizantino era tan precaria que en 1369 Juan V Paleólogo (1354-1391) viajó a Roma para presentar una petición al papa personalmente, esperando obtener una ayuda que nunca llegaría. Su hijo, Manuel II Paleólogo (1391-1425), también pidió ayuda a Occidente, aunque pudo evitar la humillación sufrida por su padre gracias a la derrota infligida a los otoma­ nos en 1402. Previno a su hijo, Juan V III (1425-1448), contra la reunión de las igle­ sias, consejo que ignoraría posteriormente al confiar en que podría aprovecharse de las diferencias entre el papado y el movimiento conciliar. En 1438, Juan asistió a un concilio en Ferrara (que luego se trasladaría a Florencia), en el que se entablaría un debate abierto sobre las grandes diferencias. El papado hizo varias concesiones aun­ que no sobre los asuntos principales relativos a la doctrina Trinitaria y a la autoridad pontificia. Cuando la delegación bizantina regresó a casa en 1439, sus miembros no pudieron ocultar que habían sido obligados a aceptar los términos papales de la reunión. El consiguiente ambiente de desmoralización y división facilitó en cierta manera la invasión otomana de 1453. Sin embargo, la unión de Florencia dio frutos en los territorios del sur de Rusia (conocidos posteriormente como Ucrania), que en ese momento formaban parte del reino de Polonia, donde desde 1457 existía una Iglesia unitaria. Allí se aceptó la doctrina y la autoridad de Roma, aunque se conser­ vó el rito ortodoxo. Su postura fúe oficialmente aprobada en el Concilio de Brest Litovsk (1596).

M. Angold

S e des

e pisco pales e u r o p e a s a fin ales d e l s ig l o x

El martirio en el Báltico de Adalberto, obispo de Praga, a manos de los prusia­ nos (997) marcó el fin de más de dos siglos de una continuada actividad misionera que había alcanzado gradualmente la conversión de los paganos del norte y centro de Europa. La amenaza persistente que hasta entonces habían supuesto estos paga­ nos (vikingos y eslavos) para la Europa cristiana, con todos los problemas que había planteado a la Iglesia, desaparecía a medida que los jefes de los distintos pueblos se acogían al cristianismo. A esta conversión siguió un período de consolidación y re­ forma controlado por el papado, durante el cual el proceso de cristianización avan­ zó por territorios habitados por los antiguos y los nuevos seguidores de la Iglesia latina. La política y la religión estaban muy entrelazadas en las fronteras del reino ger­ mánico, mientras sus dirigentes trataban de dominar las nacientes iglesias de las na­ ciones vecinas. Se enviaron misioneros de la provincia septentrional de HamburgoBremen para convertir a los daneses, con la consiguiente creación de varias sedes a mediados del siglo x. El proyecto favorito de Otón I en este campo fúe el arzobis­ pado de Magdeburgo, fundado en el año 968 tras la ocupación germánica de las tierras situadas entre el Elba y el Oder, y la nueva sede se levantó en el corazón del 107

territorio polaco en Poznan. Pero con la creación de la sede metropolitana de Gniezno (1000), Polonia pasó a tener una Iglesia independiente del control germánico, al igual que se mantenía políticamente apartada de las fronteras del Imperio, aunque el arzobispo germánico asumiese durante un breve período de tiempo la jurisdic­ ción de Poznan. La experiencia húngara fue similar. La provincia bávara de Salzburgo fue la más activa en la evangelización de los bohemios, moravos y húngaros. La diócesis bohemia de Praga (973) dependió de Maguncia hasta el siglo xrv, pero Hun­ gría, al igual que Polonia, logró una Iglesia independiente tras la creación de la sede metropolitana de Esztergom en el año 1001. La Iglesia oriental competía con la occidental en la adhesión de los eslavos y, mientras Roma se había ganado la mayor parte de Centroeuropa, los bizantinos habían logrado establecer las iglesias búlgaras y rusas. La tensión entre latinos y griegos, debido a complejas razones de las que formaban parte las diferencias teoló­ gicas, era más manifiesta en el sur de Italia. En esa región, los bizantinos goberna­ ban Apulia, Basilicata y Calabria con una considerable población griega en el extre­ mo sur, que pertenecía al patriarcado de Constantinopla. En la zona oeste de la península, los lombardos de Campania observaban el culto latino. Los emperadores otonianos germánicos (962-1002) pretendían arrebatar el control de la región a los bizantinos con la consiguiente adhesión al patriarcado romano u occidental, pero hasta unos años después, con motivo de la conquista normanda, el sur no quedó totalmente supeditado a Roma. Hacia el año 1000, había cinco provincias en la Italia meridional bajo el control de Constantinopla: Reggio di Calabria, Santa Severina, Otranto, Taranto y Brindisi-Oria. Apulia era una región de población mixta y pertenecía técnicamente a Roma. Sin embargo, los metropolitanos de la provincia de Bari-Canosa reconocían tanto la autoridad de Roma como la de Constantinopla y, a partir de mediados del siglo x, también regentaban a menudo el arzobispado de Brindisi-Oria. Además, la decisión de erigir el arzobispado de Trani (987) procedió de Constantinopla y no de Roma, en una reacción quizá contra la creación de la provincia de Benevento en el año 969 por iniciativa romana. El papa Juan XIII, a petición de Otón I, parece haber establecido expresamente Benevento como una avanzada latina con sus numerosos sufragáneos. Lo mismo podría decirse de Salerno, aunque quizá sea más acertado describir su fúndación como un intento claro de menoscabar al patriarcado griego. En el año 989, Juan XV otorgó al arzobispo juris­ dicción sobre Acerenza y las sedes calabresas de Bisigniano, Malvito y Cosenza. Acerenza, pese a pertenecer técnicamente a Roma, ya había sido asignada junto con otras cuatro sedes a la provincia de Otranto por decisión de Polieucto, patriarca de Constantinopla (968), y Bisignano; Malvito y Cosenza figuraban a principios del siglo x entre las sedes sufragáneas de Reggio di Calabria. La continua confirmación de estas sedes como pertenecientes a Salerno por los sucesivos papas pone en duda la capacidad del arzobispo de controlar a sus ocupantes, y tales dificultades provo­ caron posiblemente el acuerdo del normando Roberto Guiscardo con Nicolás II en el año 1059 para someter a las iglesias de todos los territorios que conquistara para Roma. En cualquier caso, Acerenza y Cosenza se erigieron en sedes metropolitanas a mediados del siglo XI, y Bisignano y Malvito quedaron directamente sujetas a Roma a mediados del siglo xn. Desde principios del siglo viii, la principal amenaza para la Iglesia cristiana en el Mediterráneo era el Islam. Además de la mayor parte de la península Ibérica y sus islas más cercanas, los árabes también dominaban Sicilia, Cerdeña y Córcega, que 110

utilizaban como bases para atacar las costas europeas. A principios del siglo xi, los pisanos y genoveses los expulsaron de Cerdeña y Córcega, y hacia 1070 los norman­ dos habían tomado control de Sicilia. En la península Ibérica, la organización en provincias se había desmoronado tras la conquista musulmana. La sedes que sobre­ vivieron en Cataluña, que habían pertenecido anteriormente a la provincia de Tarrajaaa, pasaron con el tiempo a anexionarse a la de Narbona, del otro lado de los Pirineos, pero en otras zonas del norte cristiano, los obispos no quedaron sujetos formalmente a ninguna autoridad metropolitana hasta finales del siglo xi. No obs­ tante, en el reino de Asturias-León, el obispo de la sede situada en el mismo lugar que el poder real (primero Lugo, Oviedo y, por último, León) desempeñaba la fun­ ción de metropolitano. De la misma manera, en el siglo xi, el obispo de Jaca recibía en los documentos oficiales el título de obispo de Aragón, y el de Burgos, el de obispo de Castilla. Estas asociaciones reflejan claramente el alto grado de control de los dirigentes cristianos españoles en asuntos eclesiásticos. A medida que la Re­ conquista arrebataba a los musulmanes los antiguos centros de autoridad metropo­ litana, se restablecía la organización provincial: en Toledo (1088), en Tarragona (1091) y en Braga (1104). Además, dada su creciente importancia y prestigio como lugar de peregrinación, Santiago de Compostela se había convertido en la ubicación natural de una sede arzobispal (1120). Al norte de los Pirineos, las fronteras provinciales establecidas con los reinos francos a principios del siglo ix se mantuvieron invariables hasta bien avanzada la Edad Media. En el año 779, Carlomagno confirmó la autoridad metropolitana y animó a los obispos metropolitanos a adoptar el título honorífico de arzobispo, que con anterioridad el papa Gregorio III había otorgado al misionero Bonifacio. En el año 1000 ya se habían restablecido todas las sedes destruidas por las invasiones vikingas. En Inglaterra, perduraron las dos provincias de Canterbury y York, creadas a finales de los siglos vi y v il, pero la distribución de las sedes episcopales se había visto más afectada en estas regiones, dada la pérdida permanente de varias de ellas, y esta situación quedaría modificada muy pronto con la conquista normanda. En el País de Gales y en Escocia todavía no había emergido un episcopado territorial propiamente dicho, y sólo en St. Davids y St. Andrews había obispados de tales características. El pleno desarrollo en estas zonas se produjo en el siglo xi y xii bajo influencia normanda. De la misma manera, la división territorial de Irlanda en dió­ cesis y provincias no se inició hasta mediados del siglo xii.

R. K. Rose

C a r t o g r a fía

m e d ie v a l

Isidoro, obispo de Sevilla, compiló hacia el año 630 una obra de saber enciclo­ pédica que incluía un llamado mapa de T en O, que en realidad era un diagrama que dividía el mundo en Asia, Europa y África. Cada una de las áreas se vinculaba a uno de los hijos de Noé, siendo Sem (el mayor) el que recibió la parte más grande. El este estaba situado en la parte superior y las masas de tierra se encontraban sepa­ radas por una T de agua. Muchos de los mapamundis que se realizaron durante la plenitud medieval, como el que actualmente se conserva en la catedral de Hereford, siguen un esquema similar, adornados con una mayor profusión de detalles. En el 111

ESTE

mapa del salterio que ilustra la cubierta de este volumen, el este (o paraíso) sigue situado en la parte superior, con Jerusalén en el centro. La T está pintada de verde, con Roma situada al «norte» del Mediterráneo. Entre las demás representaciones que resul­ tan sorprendentes se encuentra el mar Rojo, coloreado en rojo, y las figuras que ador­ nan la circunferencia. Estos mapas, aunque de uso limitado en cuanto a navegación, son de una enorme importancia cultural, devocional e iconográfica.

D. Ditchburn

112

Plena Edad Media (1100-1300 aproximadamente)

Guerra y política LOS REINOS ESCANDINAVOS EN EL SIGLO XII

El siglo x ii fue un período de grandes logros culturales para Escandinavia. Las fluidas sociedades de la era vikinga se consolidaron en tres entidades nacionales, cada una de ellas con una dinastía real que ejercía su poder de forma más o menos efectiva sobre sus reinos territoriales. Prácticamente se había consumado la conver­ sión del norte pagano al Cristianismo y se había establecido una red eclesiástica por toda Escandinavia, con una clara demarcación de diócesis y hacia mediados del si­ glo también de arzobispados en cada reino. La integración absoluta en el Cristianis­ mo queda reflejada en la participación de los reyes y de muchos de sus súbditos en los movimientos de peregrinación y de cruzada. El proceso de unificación territorial interna y de desarrollo de gobiernos políti­ camente centralizados no se produjo con la misma suavidad en todas las zonas. El establecimiento de monarquías únicas y hereditarias en línea de primogenitura fue una dura batalla. La primera mitad del siglo estuvo dominada por las luchas danesas por la sucesión, mientras las guerras civiles en Noruega se continuaron casi sin des­ canso desde la década de 1130 hasta la de 1240. En Suecia, los reyes debían ser ele­ gidos y el poder real a menudo tuvo que luchar contra pretendientes apoyados por los svear (en el este) o los gótar (al oeste). Durante gran parte del período entre aproximadamente 1130 y 1250, hubo dos dinastías enfrentadas y el control real no pudo imponerse de forma efectiva tanto en Svealand como en Gotland. La Iglesia se esforzó por estabilizar la situación política por medio de su propia red diocesana, sobre todo tras la fundación del arzobispado de Uppsala en 1164. Una vez establecida la armonía, los reyes se vieron libres para embarcarse en expediciones al extranjero y expandirse al otro lado del mar. Al igual que ocurriese durante la era vikinga, los tres reinos se expandieron en distintas direcciones: Norue­ ga miró hacia el oeste, hacia las Islas Británicas, y sus reyes condujeron expediciones cruzando el mar cuando las condiciones internas lo permitieron y las circunstancias lo propiciaron. Suecia miró en dirección este hacia Finlandia y el Báltico oriental para sus aventuras coloniales, mientras Dinamarca expandió sus fronteras por el norte de Alemania y a lo largo de la costa sur del Báltico. Estas políticas agresivas dirigidas por Suecia y Dinamarca contra los eslavos paganos fueron reconocidas como cruzadas por parte del papado. Un rasgo destacado del desarrollo político y religioso de los tres reinos fue la elevación de varios miembros de la familia real asesinados a la santidad, que se convirtieron así en símbolos de la unidad nacional. Esto ayudó a sustentar la base 115

ideológica de los monarcas, cuyo estatus se acrecentó mediante la coronación y la unción, convirtiéndose en dispensadores de justicia y legisladores para todo su rei­ no, a pesar incluso de que las asambleas populares (thing) siguieron desempeñando un papel importante en todas las sociedades escandinavas.

B. Crawford

El Im p e rio

H o h e n s t a u f e n ( h a c ia

1150-1250)

La dinastía Hohenstaufen (o Staufen), que gobernó el Sacro Imperio Romano (1138-1268), Sicilia (1194-1268) yjerusalén (1225-1254), comenzó a representar un papel importante en la política imperial a finales del siglo xi, cuando Conrado III se convirtió en emperador electo. Sin embargo, fue bajo el reinado de su sobrino y heredero, Federico I Barbarroja (1152-1190), cuando el poder de los Staufen alcanzó su cumbre. Barbarroja comenzó su reinado con el objetivo de restaurar un status quo ante ideal de gobierno imperial y de honor imperii (honor imperial). Aunque esto planteó pocas dificultades en Alemania, los intentos de reclamación de los derechos imperiales de Federico en Italia fueron considerados por varias comunidades como una restricción injustificada de sus libertades. Aquellos que rechazaron las deman­ das de Federico, encabezados por Milán, formaron la Liga Lombarda, que consegui­ ría ciertas concesiones de Federico en el tratado de Constanza (1183). Esta Liga re­ surgió en 1226, cuando el nieto de Barbarroja, Federico II (1212-1250), intentó im­ poner su autoridad sobre las ciudades. Los enfrentamientos de Barbarroja con las comunas enseguida implicaron al papado. Desde finales del siglo xi, varios papas trataron sucesivamente de fortalecer su independencia y control sobre los príncipes seculares de Occidente. Es más, desde que los papas comenzaron a coronar al Rey de Romanos como emperador, intentaron utilizar este derecho para delimitar el papel y la autoridad imperial de manera creciente. Cuando, tras 1197, los príncipes electores alemanes no consi­ guieron elegir al sucesor del emperador Enrique VI (1190-1197) con el resultado de una doble elección, el papa Inocencio III (1198-1216) emprendió personalmente la tarea de investigar la idoneidad de los dos candidatos, algo que no era más que una mera formalidad, ya que con ello Inocencio iba a decidir quién gobernaría Alemania. La interferencia papal alcanzó su cénit en 1245, cuando el papa Inocen­ cio IV (1243-1254) decidió que, al igual que podía coronar emperadores, también podía deponerlos. La raíz de este conflicto aparece ya en el siglo xii: en 1154, las relaciones entre el papa y Barbarroja llegaron a su peor nivel, cuando el legado papal describió en un informe el oficio imperial de Federico como feudo papal. Esta es una de las razones por las que una gran parte del reinado de Barbarroja estuvo dominada por los intentos imperiales de impedir el reconocimiento del papa Alejandro III (11591181), autor del borrador del documento de 1154. Todo esto provocó que los asuntos de los Staufen adquiriesen importancia a nivel europeo, como cuando sus contemporáneos no aceptaron que Barbarroja quisiera reemplazar al papa Alejan­ dro III, o cuando en los años 1227, 1239 y 1245, los papas Gregorio IX (1227-1241) e Inocencio IV trataron de buscar candidatos que disputasen la corona imperial a Federico II. 116

EL IMPERIO HOHENSTAUFEN (h. 1150-1250) M AR DEL NORTE

F R E IS L A N D

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Fuente: B. Weiler, KingHenry III ofEngland (1216-72) andthe Staufen Empire, Woodbridge, 2006.

La dimensión internacional de los asuntos imperiales tuvo importantes repercu­ siones para los territorios del corazón del Imperio. Ocupado en otros asuntos, Fede­ rico II sólo visitó Alemania en tres ocasiones a lo largo de su reinado y nunca fue a Borgoña. Mientras los reyes ingleses podían gobernar durante su ausencia mediante un aparato administrativo heredado de sus antepasados anglosajones, los Staufen lo dejaban en manos de los príncipes. Por ello no es casual que la élite de príncipes electores (aquellos que elegían al emperador) surgiese bajo los Staufen, algo que sin embargo no debe verse como una cesión deliberada del poder imperial. Barbarroja mostró su gran capacidad a la hora tanto de crear como de acabar con los grandes 117

príncipes, y Federico II humilló a aquellos príncipes que desafiaron su autoridad o que se negaron a cumplir con sus obligaciones. El claro papel dominante que adqui­ rirían los príncipes durante la Baja Edad Media no fue únicamente el resultado del sistema de gobierno de los Staufen, sino de la confusión política que caracterizó a Alemania entre 1245 y 1278. A lo largo de esos años, el plazo más largo en el que un rey gobernó sin tener que enfrentarse a las reclamaciones de un rival fue de die­ ciocho meses.

B. Weiler

El

sur d e

I talia

y

S ic il ia

e n el s ig l o x ii

Tras la muerte de Roberto Guiscardo (1085), el centro del poder normando en el sur se fue trasladando gradualmente hacia Sicilia. Conquistada en gran parte por el hermano de Guiscardo, Roger I (m. 1101), la isla pasaría a su hijo, Roger II (10931154). Con Sicilia y Calabria bajo su control, Roger fue extendiendo su autoridad por todos los territorios normandos del sur de Italia, uniéndolos en una sola entidad y siendo coronado rey en Palermo (1130). Pero esta expansión de su poder no fue un proceso regular ni indiscutible, ya que tuvo que enfrentarse a una persistente oposición de otros nobles normandos, sobre todo en Apulia y Capua, además de a los papas y emperadores en Occidente y a Bizancio en Oriente. Su hijo, Guillermo I (1154-1166), también tuvo que enfrentarse periódicamente a la misma oposición.

118

Pese a la captura del papa Inocencio II en Galuccio (1139), tanto Roger como Gui­ llermo sufrieron importantes derrotas militares: Roger en Rignano (1137), mientras Guillermo tuvo que ver cómo Bari y Brindisi caían brevemente en manos bizanti­ nas (1155). El papado finalmente aceptó el gobierno de Guillermo (1156) y median­ te el tratado de Benevento se reconoció la inclusión de Salerno, Amalfi y Nápoles como parte de su reino. Las influencias culturales griegas y árabes siguen siendo importantes en su reinado pero, aunque no queda claro si tanto Roger como Gui­ llermo conservaron sus raíces «normandas», ambos condujeron sus territorios den­ tro de la órbita occidental. La muerte de Guillermo II sin dejar un heredero direc­ to (1189) fúe seguida de una lucha por la sucesión que dejó el trono primero en manos del nieto ilegítimo de Roger II, Tancredo, conde de Lecce (1190-1194), y luego de los Hohenstaufen (como resultado del matrimonio entre Constanza, hija de Roger II, y el futuro emperador Enrique VI). Todos los reyes normandos fúeron grandes mecenas de las artes, cuyos logros siguen visibles en iglesias y palacios, sobre todo en Palermo, Monreale y Cefalii.

M. Angold

Pe n e t r a c ió n

a n g lo n o rm a n d a en

G ales

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Irlanda

Los normandos penetraron en Gales poco después de la conquista de Inglaterra (1066). Guillermo el Conquistador creó poderosos ducados a lo largo de la frontera anglogalesa, centrados en Chester, Shrewsbury y Hereford, y los cedió a fieles segui­ dores. Estos hombres y sus séquitos se aventuraron hacia las tierras al oeste del Offa’s Dyke, frontera tradicional entre Inglaterra y Gales. Hacia la década de 1090, los normandos habían construido castillos en las costas norte y sur de Gales y esta­ blecido cabezas de puente en regiones tan alejadas como Pembrokeshire y Anglesey, mientras se infiltraban simultáneamente en la marca situada alrededor de Brecon y Builth. No todas las adquisiciones de territorios eran permanentes, pues a veces, como en el caso del avance hacia el noroeste, los normandos fúeron repelidos enér­ gicamente por los jefes nativos. Otras regiones, principalmente las zonas del sudoes­ te, pasaban alternativamente del gobierno normando al local. Así, desde el siglo xi al xiii, Gales estuvo dividido entre los principados nativos, Gwynedd, Powys y Deheubarth entre los más importantes, y numerosos feudos establecidos por los invasores anglonormandos. Estos últimos asumieron gradualmente una identidad legal y constitucional propia como «Marca galesa». Los señores de la Marca confirmaron su poder construyendo castillos, exigiendo tributos y tomando rehenes, y favoreciendo el asentamiento de inmigrantes ingle­ ses, franceses y flamencos como granjeros o burgueses en las nuevas ciudades. Las pmebas ofrecidas por los topónimos, censos y arrendamientos de finales de la Edad Media demuestran que estos emigrantes se instalaron sobre todo en la llanura cos­ tera del sur y que regiones como el sur de Pembrokeshire, el Gower y el sur de Glamorgan sufrieron una profunda transformación cultural y étnica. En otras zonas, los colonos extranjeros vivían en enclaves bien fortificados situados junto a los cas­ tillos señoriales. Pese a las ocasionales expediciones reales, la penetración en Gales fúe en gran medida resultado de campañas autónomas de barones. Una expedición de estas 119

PENETRACIÓN ANGLONORMANDA EN GALES E IRLANDA

C iu d a d e s n ó r d ic a s de Ir la n d a C e n tr o s de p o d e r de las m arcas

Earldoms de G u ille r m o I Á re a m o n t a ñ o s a de m ás d e 366 m q F ro ntera a p r o x im a d a entre i Ing late rra y G ale s e n 1066 M EATH

120

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características llevó a los anglonormandos a Irlanda. En 1169-1170, Richard fitz Gilbert («Strongbow»), lord de Chepstow y aspirante al ducado de Pembroke, diri­ gió a un grupo de anglonormandos, galeses y flamencos en una empresa que empe­ zó como una aventura mercenaria en apoyo al rey irlandés de Leinster y culminó con el propio Strongbow con el título de lord de Leinster. El rey inglés, Enrique II, no podía permitir que un miembro rebelde de su propia aristocracia se instalase como rey de un estado regio tan cercano a sus dominios y, en 1171-1172, llevó un ejército a Irlanda para someter a Strongbow junto con la mayoría de reyes irlandeses nativos. Después de esta campaña, la situación en Gales e Irlanda muestra cierta simili­ tud. En ambos países, la aristocracia anglonormanda tomó el control de muchos territorios, donde construyeron castillos, fundaron burgos y alentaron la inmigra­ ción. Pero en ambos países había jefes nativos cuyo poder estaba bien asentado y podía recuperarse en cualquier momento. La Corona inglesa reivindicó una posi­ ción de superioridad absoluta sobre los señores coloniales y los líderes indígenas. En el mapa queda ilustrada la distribución del poder en 1200. En Gales, el prin­ cipado nativo dominante era Gwynedd. Powys y Deheubarth habían quedado debi­ litados tras sucesivas divisiones e invasiones. Este último, en particular, estaba ro­ deado por los importantes centros reales de Cardigan y Carmarthen. En esta época, Glamorgan también estaba en manos reales. El earl de la Marca de Pembroke, el sucesor de Strongbow, y Guillermo de Braose, lord de Brecon, eran los aristócratas más importantes de la Marca. En Irlanda, la situación era más fluida. En 1200, los anglonormandos sólo esta­ ban asentados desde hacía una generación, y algunas regiones, como Connaught, todavía no habían sido objeto de su expansión. Los grandes señoríos de Leinster y Meath estaban en manos de jefes de las familias Marshal y de Lacy, afortunados sirvientes de Enrique II, mientras que Juan de Courcy, paradigma del conquistador inconformista, había creado su base de poder en Ulster. Las ciudades nórdicas del sur, como Waterford, Cork y Limerick, también eran bases avanzadas de la autori­ dad y el asentamiento anglonormandos.

R. Bartlett

E s c o c ia

d u r a n t e la

Pl e n a E d a d M

e d ia

La Escocia medieval surgió del reino gaélico de Alba de los pictos, cuyo centro era el valle del Tay (Fife) y la llanura costera nororiental (mapa A). En el siglo xi, Alba era un conjunto de provincias locales (que se convirtieron en earldoms «provin­ ciales») bajo el mando de mormaers (más adelante earls)\ pero el término mormaer o «gran mayordomo», implica cierta autoridad superior, al igual que ocurre con la red de thanages, que eran fincas reales administradas por agentes de la corona (thanes) (mapa A). A partir de este centro geográfico, el reino de Alba/Escocia se expandió hacia el sur, norte y oeste. La expansión hacia el sur se hizo a costa de la antigua Nortumbría y Strathclyde/Cumbria; Lothian y Strathclyde fúeron anexionadas alre­ dedor de la fecha de la victoria de Malcolm II contra Nortumbría en Carham (1018); mientras que en el siglo xii se incorporó al reino Galloway y otras conquistas provi­ sionales al sur de lo que se perfilaba como la frontera angloescocesa. En el norte, la 121

Frontera teórica \ co n Inglaterra y N oruega después de 1100 aprox.

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Frontera aproxim ada del "R e in o de las islas" de Som erled (h. 1130-1164)

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Batallas y combates im portantes

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123

124

125

gran provincia de Moray cayó directamente bajo gobierno de la Corona cuando su jefe Macbeth se hizo con el trono en 1042, y quedó subyugada más adelante (1130) cuando se suprimió el mormaership/earldom; más al norte, la provincia nórdica de Caithness también se incorporó al reino en el siglo xii. La expansión hacia el oeste fue posterior, principalmente en el siglo xiii; tras la rendición en 1266 de las islas occidentales hasta entonces en manos noruegas (batalla de Largs, 1263), los magna­ tes de los Highlands occidentales y de las islas aceptaron en su mayoría la suprema­ cía real (mapa A). Esta expansión fue en parte militar, tanto mediante conquistas externas como mediante la frecuente represión de rebeliones internas; y en parte señorial, median­ te la instalación de agentes locales eficaces. La base esencial de esta expansión ya estaba sentada en el siglo xi, pero el proceso está muy relacionado con la feudalización de Escocia en el siglo x ii ; la mejor manera para los jefes de consolidar su poder era a través de caballeros feudales subordinados y de señores residentes en castillos. El primer rey feudal escocés fue David I (1124-1153), quien reclutó a muchos segui­ dores anglonormandos e ingleses, y fue un ejemplo para Malcolm IV (1153-1165), Guillermo I (1165-1214), Alejandro II (1214-1249) y Alejandro III (1249-1286). Se crearon nuevos lordships «provinciales» importantes para «normandos» distinguidos (mapa B); mientras en toda la Escocia meridional y oriental se establecían tributos y otros acuerdos feudales para caballeros individuales, a menudo basados en motas y castillos (mapa C). Al mismo tiempo, se impuso una nueva estructura administra­ tiva organizada alrededor de los sheriffs (inicialmente en áreas situadas fuera de los earldoms y lordships «provinciales», pero finalmente englobándolos también); se crea­ ron burgos o centros mercantiles, y reyes y magnates fundaron muchos monasterios para las nuevas órdenes eclesiásticas reformadas (mapa D). De esta manera, Escocia se convirtió en un estado feudal típico de los siglos x ii y x iii , pero la transformación de la infraestructura original no fue absoluta: ni siquie­ ra los burgos eran completamente «nuevos». En el terreno eclesiástico, las nuevas comunidades se inscribieron en un marco antiguo (muchos obispados eran anterio­ res a 1100) y no se concedieron earldoms a ningún recién llegado, sino que permane­ cieron en manos de las familias locales y la sangre normanda sólo se introdujo a través de matrimonios de herederas con señores «normandos» (mapa B). De la mis­ ma manera, la mayoría de los thanages permanecieron en manos de jefes nativos durante el siglo x ii y también en el x iii (mapa A). Así pues, en la «Escocia feudal» sobrevivieron muchos señoríos nativos, sobre todo gaélicos. De hecho, en estos años centrales de la Edad Media, Escocia era un reino híbrido, donde convivían elementos gaélicos, anglosajones, normandos y flamencos bajo el liderazgo de reyes nativos «normandizados». Pese a los numerosos choques y rebeliones (mapa A), el resultado fue un pequeño reino muy próspero.

A. Grant

A n g e v in o s

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C apetos

e n las p o s t r im e r ía s d e l s ig l o

XII

La relación entre Angevinos y Capetos ilustra la ambigüedad y tensión inheren­ tes a la inestable estructura feudal del siglo xii. Aunque los Capetos habían ocupado el trono francés desde el año 987, hacia principios del siglo xii su influencia no se 126

Tierras adquiridas con el matrimonio de Enrique II y Leonor de Aquitania Tierras obtenidas por derecho soberano o conquistadas Dominio real capeto Fronteras entre Francia y el imperio Fronteras del territorio angevino Fronteras de otros feudos A

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127

I

había extendido significativamente más allá de las tierras familiares de íle-de-France. Los grandes señores a la cabeza de los feudos vecinos, aunque teóricamente vasallos suyos, tenían una influencia política y económica similar. De hecho, con la invasión de Inglaterra (1066), el duque de Normandía se erigió en rey de pleno derecho inde­ pendiente para los asuntos de su reino. La conquista normanda demuestra que los Capetos operaban dentro de un ca­ leidoscopio político donde la ambición dinástica y la rueda de la fortuna podían producir adquisiciones inesperadas de territorios, en las cuales la superioridad del rey de Francia situado en el vértice de la jerarquía social no tenía relación alguna con la realidad del poder político. En los años 1150, se produjo un cambio cuando a la muerte del rey Esteban, Enrique de Anjou fue coronado rey de Inglaterra. Ya había obtenido el título de duque de Normandía (1150) y heredado de su padre, Godofredo (m. 1151), las tierras del oeste de Francia en torno a Anjou, Touraine y Vendóme. Además, su esposa Leonor, recientemente divorciada de Luis VII de Francia, había aportado al matrimonio el ducado de Aquitania en 1152. Pero éstos no fueron los límites del dominio de Enrique, que tenía por vasallo al rey de Escocia, extendió su autoridad sobre los príncipes galeses y planeaba la conquista de Irlanda. Cuando falleció su hermano Godofredo en 1158, invadió Bretaña y en 1173 el conde de Toulouse le prestó homenaje. Bajo el reinado de Enrique II (m. 1189) y de su hijo Ricardo I (m. 1199), esta colección de territorios dispares se mantuvo unida con bastante éxito, aunque a costa de una continua vigilancia y de grandes gastos. Pese a su supremacía feudal teórica, ni Luis VII (m. 1180) ni Felipe II lograron grandes resultados. Sin embargo, el «imperio» angevino era a la postre dependiente de las circunstancias dinásticas, especialmente cuando en los territorios no había ninguna otra coherencia política real. La muerte prematura de Ricardo dejó abierta una disputa sucesoria entre su hermano Juan y su sobrino Arturo de Bretaña, siendo Juan aceptado en Inglaterra y Normandía, mientras que Arturo se ganó Anjou, Touraine y Maine, formándose así una división por el centro de los territorios angevinos. No obstante, en 1200 una combinación de acciones militares enérgicas contra Arturo y negociaciones con el rey Felipe culminaron con el reconocimiento de Juan, que mantuvo bajo su control la mayoría de las tierras angevinas, pese a experimentar una subordinación feudal mayor que la de su padre o hermano. En 1204, Juan ya había perdido Normandía, y en los dos años siguientes perdió Anjou, Touraine, el norte de Poitou y Bretaña. En la batalla de Bouvines (1214), diez años de duras labores de recaudación de fondos y de meticulosa negociación de alianzas quedaron en aguas de borrajas cuando Felipe II derrotó a los aliados de Juan. Juan no estuvo presente en la batalla, pues se había visto forzado a regresar a La Rochelle. Felipe explotó con mucha astucia los errores políticos y militares de Juan, y eso fue bastante para separar unos territorios reunidos de forma tan precaria y erigirse en líder del norte de Francia con acceso a los recursos normandos y a la experiencia administrativa, ventajas que le colocaban bien por encima de la política de Luis VIL Las limitaciones que impone reflejar estos cambios en un mapa único son evi­ dentes. Los contemporáneos no pensaban en términos de fronteras claramente de­ finidas ni de entidades nacionales, ni extendían su autoridad de forma uniforme por todo el territorio que teóricamente gobernaban. El que estos dirigentes viajasen constantemente demuestra que eran conscientes de ello y de que cuanto mayor era 128

el territorio, mayores eran los problemas. Con un mapa podemos transmitir la es­ tructura geopolítica global, pero resulta equívoco si no se conocen las actitudes políticas del siglo x ii .

M. C. Barber

C ataluña (1080-1180)

Entre los años 1080 y 1180, Cataluña pasó de ser un conjunto de condados in­ dependientes unidos por débiles lazos dinásticos a convertirse en un principado unido bajo el mando del conde de Barcelona. La restauración del arzobispado de Tarragona (1117), con autoridad sobre las diócesis orientales de la península Ibérica, reforzó la coherencia de Cataluña como territorio diferenciado de Castilla y Languedoc. El condado de Barcelona se extendió gradualmente en tres direcciones: cruzando los Pirineos hacia el sur de Francia, por los territorios musulmanes y por Aragón. Los condes reforzaron su poder mediante tres mecanismos clave: lazos de vasallaje, guerra y alianzas familiares. La anexión de condados pirenaicos como Besalú (1111) y Cerdaña (1117) fue consecuencia de una sutil política dinástica. Los condes desarrollaron una política de alianzas feudales con varios señores locales, ganando la obediencia del conde de Peralada (1128) y, más allá de los Pirineos, de Bemard Atón, conde de Carcasona y Razes (1112). La primacía política que disfru­ taron los condes hasta la batalla de Muret (1213) culminó con el matrimonio de Ramón Berenguer III con Dulce de Provenza (1112) que aportó como dote la Baja Provenza, Rouergue, Millau, Gavalda y Carlat. Hacia el sur, la expansión viviría un gran impulso bajo Ramón Berenguer III (1086/1095-1131), que tomó Tarragona en 1095. Pese a la llegada de los almorávides, sitió las fortalezas de Amposta (1097), Oropesa y Murviedro (1098) y, con la ayuda de las órdenes militares y de Pisa, conquistó Mallorca (1114-1116). No obstante, estos avances se vieron amenazados por la expansión del reino de Aragón, cuyos reyes con­ quistaron Zaragoza (1118), construyeron el castillo de Gardeny con el fin de atacar Lleida (1123), repoblaron Monzón (1130), ocuparon el área de Matarraña en la cuenca del Ebro y planificaron la conquista de Tortosa y Valencia en 1133. Sin embargo, la derrota en Fraga ante los almorávides (1134) y la posterior muerte del rey Alfonso I llevaron el reino al desorden. Enseguida se establecieron contactos diplomáticos y en 1137 el matrimonio entre Petronila, hija de Ramiro II, y Ramón Berenguer IV (1137-1162), uniría el condado y el reino para siempre. Tras varias campañas en el lito­ ral (Lorca, 1144; Valencia, 1146; y Almería, 1147), en 1148 Ramón Berenguer IV conquistó Tortosa, con el consentimiento del papa (que le concedió una bula de cru­ zada) y la ayuda de genoveses, písanos y órdenes militares. Al año siguiente tomó Lleida, Fraga y Mequinenza. En 1153, la caída de Siruana y Miravet, los últimos bastiones mu­ sulmanes en el Bajo Ebro, formó lo que un siglo después se conocerá como la Cataluña Nueva. Es en este contexto de expansión catalana, fortalecida por la unión aragonesa, donde cobran sentido los tratados firmados con Castilla en Tudellén (1151) y Cazorla (1177), por los que se reparten las restantes zonas musulmanas por conquistar. Los asentamientos de las regiones recientemente conquistadas difieren de las del corazón de los territorios catalanes. Al norte del río Llobregat, comunidades campe­ sinas semiindependientes y monasterios benedictinos emplearon la institución de la 129

aprisio para apropiarse de las tierras que cultivaban. Los territorios medios de Manresa, Camarasa y Olerdola se encontraban bajo poder condal. Saqueados por mu­ sulmanes y cristianos, fueron poblados en olas sucesivas, lo que dio un mayor poder a la nobleza, que creó un paisaje de castillos (castells termenats). Al mismo tiempo, en la Cataluña Nueva se ofrecían fueros de repoblación a las comunidades de campesi­ nos bajo la jurisdicción del conde, a monasterios cistercienses como Poblet, Santes Creus y Valldaura o a las órdenes militares. El dinamismo de esta sociedad urbaniza­ da explica tanto la importancia económica de Cataluña como la presencia militar en las islas del Mediterráneo occidental, Africa y el sur de Italia en el siglo siguiente.

E. Pascua 130

I m p e r io d e lo s C o m n e n o (1081-1185)

Alejo I Comneno (1081-1118) rescató al Imperio bizantino de un período de dificultades políticas, como consecuencia del cual había perdido el sur de Italia ante los normandos, gran parte de los Balcanes ante los pechenegos y Asia Menor ante los turcos selyúcidas tras la batalla de Mantzikert (1071). Alejo resolvió estos peligros uno tras otro, y después de una derrota inicial en Dirraquio, venció a los normandos en Larissa (1083) y recuperó Dirraquio (1085). Aunque fue derrotado por los peche­ negos en Distra (1087), los venció definitivamente en el Monte Levounion (1091) y restableció las fronteras del Imperio en el Danubio. Sus planes de recuperar Asia Menor de los selyúcidas fueron complicados con la llegada de la primera Cruzada a Constantinopla en 1096. Con ayuda de los cruzados tomó Nicea, capital selyúcida, y arropado por la victoria de los cruzados en Dorilea recuperó la zona costera al oeste de Asia Menor. Pero la colaboración con los Estados cruzados implicó que ni él ni sus sucesores pudieron avanzar significativamente hacia el interior. Su nieto Manuel I Comneno (1143-1180) estableció estrechos vínculos dinásti­ cos con los Estados cruzados, con la consiguiente expedición costosa contra Damieta y los fatimitas (1169) y otra contra la capital selyúcida de Konya, que acabó con la derrota en la batalla de Miriokéfalon (1176). El intento de Manuel de arrebatar el sur de Italia (1156-1157) a los lombardos también fracasó, pero logró frenar los ata­ ques normandos (1147-1149) dirigidos a las provincias griegas. Los bizantinos tuvie­ ron más éxito en el Danubio, pues la victoria contra los húngaros en Sirmio (1167) no sólo colocó a Hungría bajo control bizantino, sino que pacificó a los serbios. Sólo en Asia Menor existía una considerable diferencia entre los territorios contro­ lados por los Comneno y los ocupados a mediados del siglo xi. Si bien los Comneno confiaban más en el ejercicio indirecto de la autoridad que sus predecesores, su Imperio gozó de un período de gran prosperidad gracias a la es­ tabilidad que se prolongó durante casi un siglo. Se aprovechó mejor la riqueza agríco­ la y aumentó el número de ciudades. Los venecianos desempeñaron un papel impor­ tante en esta evolución, pues habían quedado exentos del pago de ciertos tributos a cambio de ofrecer apoyo naval contra los normandos y se les había concedido una «factoría» en Constantinopla. Los venecianos impulsaron el comercio interno, sobre todo de bienes agrícolas dentro del Imperio, y se mostraron particularmente activos en Corinto y Almiros, principales mercados para la riqueza agrícola de Grecia. La presencia de los venecianos también provocó fricciones de origen esencialmente político. Existía un conflicto de intereses en el Adriático y los venecianos resentían los favores concedidos a sus rivales mercantiles, los písanos y genoveses. Esta situación culminó en 1171 con el arresto de todos los venecianos del Imperio bizantino y la con­ fiscación de sus bienes. Pese a todos los esfuerzos desplegados, las relaciones nunca se normalizaron, y ello llevó a la desviación de la cuarta Cruzada y a la caída de Constan­ tinopla (1204). Otros muchos factores favorecieron la caída del Imperio comneno a fi­ nales del siglo xii, y quizá el más importante fuese la pérdida de control en las regiones centrales a la muerte de Manuel I Comneno (1180). El dominio de los Comneno, vital para la estabilidad del Imperio, quedó minado en una serie de golpes y rebeliones.

M . Angold 131

132

Pr o c e d e n c ia en el

O

d e los c r u z a d o s .

c c id e n t e l a t in o para la

P r in c ip a l e s Areas C

r u z a d a en

O

d e r e c l u t a m ie n t o

r ie n t e

Pr ó x i m o

(1095-1271)

Es conveniente situar el estudio de los motivos de las cruzadas en un contexto geográfico. Como cabría esperar, existía una estrecha correlación entre el liderazgo de las cruzadas individuales y las regiones de reclutamiento. La primera Cruzada, alentada por el papa Urbano II en el Concilio de Clermont (1095), atrajo a gentes de prácticamente todo el territorio cristiano; ingleses, escoceses, escandinavos, ma­ rinos y mercaderes italianos, incluso monjes toscanos (a los que se les prohibió asistir) y caballeros españoles (a los que se les dijo que se quedaran a luchar contra los moros en su propio territorio) quisieron luchar bajo el estandarte de la Cruz. De las principales áreas de reclutamiento llegaron los grandes nobles feudales con sus vasallos, dispuestos a asumir el liderazgo. Los más destacados entre estos últimos fúeron Roberto de Normandía, Roberto de Flandes, Hugo de Vermandois, Godofredo de Bouillon, Balduino de Boloña, Bohemundo de Tarento, Adhemar de Le Puy (legado pontificio) y Raimundo de Toulouse. La Cruzada de 1101 atrajo a un gran ejército lombardo bajo las órdenes del arzobispo Anselmo de Milán, así como a cruzados que no habían cumplido su voto original, además de otros muchos. En la segunda Cruzada, encabezada por Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania, reyes y reinos intervinieron por primera vez. Los vencedores de la tercera Cruzada fúeron el emperador Federico I, el rey Ricardo Corazón de León de Inglaterra (que también aportó las tropas de Poitou) y el rey Felipe II Augusto de Francia. A la cuarta Cruzada los venecianos se unieron a grandes barones de la Francia septen­ trional y central, y de Flandes, mientras que la quinta, la más «internacional» quizá

PROCEDENCIA DE LOS CRUZADOS (Principales áreas de reclutamiento en el Occidente latino para la Cruzada en Oriente Próximo, 1095-1271

IM P ER IO G ER M Á N IC O 1145-1147 1187-1190 CHAMPAÑA 1095-1096 1145-1147 1187-1190 1198-1202 1213-1217 1245-1248 1267-1270

AUSTRIA 1187-1190 1213-1217 H U NGRÍA 1213-1217 Venecia

M il á n ,

H

98- 1202f

LOMBARDÍA 1100-1101

LA N G U ED O C 1095-1096 FECHA DE CRUZADA

Primera Cruzada Cruzada de 1101 Segunda Cruzada Tercera Cruzada Cuarta Cruzada Quinta Cruzada Cruzadas de Luis IX Cruzadas de Luis IX

CONVOCATORIASALIDA

1095-1096 1100-1101 1145-1147 1187-1190 1198-1202 1213-1217 1245-1248 1267-1270

133

después de la primera, convocó a frisios, renanos, franceses, italianos del Estado pontificio, austríacos, húngaros y otros contingentes. Los ejércitos cruzados del rey Luis IX de Francia (San Luis) estaban formados en su mayoría por franceses, aunque una expedición posterior tuvo menos apoyo que la primera. El príncipe Eduardo del ejército inglés, que llegó a Túnez tras la muerte de Luis en ese país, debe consi­ derarse parte de la Cruzada de Luis. La geografía del reclutamiento de las cruzadas es una clave esencial en la motivación cruzada.

G. Dickson

R utas

d e la p r im e r a

C

ruzada

Tras el llamamiento del papa Urbano II en el Concilio de Clermont (noviembre de 1095), los cruzados se dirigieron hacia Constantinopla al verano siguiente. Si­ guieron dos rutas principales, la primera a través de Hungría hasta la frontera bizan­ tina en Belgrado y luego, siguiendo el camino militar, a través de los Balcanes. Ésta fue la ruta que tomaron Pedro el Ermitaño y Godofredo de Bouillon, duque de la Baja Lorena. Otros líderes, como Roberto de Flandes y Esteban de Blois, viajaron por Italia y cruzaron hasta Dirraquio, desde donde llegaron a Constantinopla por la Via Egnatia. Bohemundo de Tarento y Raimundo de Toulouse siguieron variantes de estas rutas y fueron los últimos en llegar a Constantinopla (abril de 1097). La si­ guiente etapa llevó a los cruzados a través del Asia Menor gobernada por los turcos selyúcidas. Los cruzados capturaron Nicea, capital selyúcida, y el 1 de julio de 1097 derrotaron a los turcos en Dorilea. Esta victoria abrió las rutas a través de la meseta de Anatolia hasta Edesa, ocupada en marzo de 1098, y Antioquía, que capituló

134

el 28 de junio de 1098. Los cruzados emprendieron en enero de 1099 la última etapa hacia Jerusalén, que cayó tras un mes de sitio (15 de julio). Estos éxitos fueron posibles con la ayuda de los genoveses, que enviaron una flota en julio de 1097. Ante las noticias de estas victorias, se organizaron dos expediciones más, que caye­ ron derrotadas a manos de los turcos en 1101. Estas derrotas fueron decisivas y sig­ nificaron que Anatolia permanecería bajo control turco y que la presencia de los cruzados en Siria siempre sería precaria.

M. Angold

La

s e g u n d a y la t e r c e r a

C

r u za d a s

La segunda Cruzada se organizó como respuesta a la caída de Edesa en 1144. Fue alentada por san Bernardo, que en 1146 convenció a Luis V II de Francia y al emperador alemán Conrado III para que participaran en ella. La ruta elegida en esta ocasión cruzaba Hungría y los Balcanes. Los alemanes llegaron a Constantino­ pla en septiembre de 1147, y los franceses, en octubre. Los primeros fueron repeli­ dos por los turcos cerca de Dorilea y se unieron a los franceses que marchaban hacia la costa occidental de Asia Menor. Conrado enfermó y regresó a Constanti­ nopla, donde embarcó con rumbo a Palestina. Luis se abrió paso hasta Atalia, desde donde los bizantinos le embarcaron rumbo a Antioquía. Damasco era el objetivo elegido por esta Cruzada, pero el breve sitio (24-28 de julio) se disolvió sin mayor éxito y con gran confusión. Como observó un participante: «si bien no se cosechó ningún éxito mundano, fue positivo para la salvación de muchas almas». Asociada con esta Cruzada cabe citar una expedición inglesa que capturó la Lisboa

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musulmana (octubre de 1147) y una campaña sajona que cruzó el Elba contra los wendos eslavos. La tercera Cruzada pretendía recuperar Jerusalén, que había caído en manos de Saladino el 2 de octubre de 1187. Los alemanes bajo el mando de Federico Barbarroja partieron en mayo de 1189 y siguieron la ruta tradicional a través de los Balcanes y Anatolia, pero Federico murió por el camino. Los ingleses y los franceses viajaron por mar y pasaron el invierno en Mesina. Los franceses encabezados por Felipe Augusto llegaron a Acre en abril de 1191; los ingleses bajo el mando de Ricardo I no lo hicie­ ron hasta junio, tras ocupar Chipre. Acre cayó el 12 de julio y Felipe Augusto regresó a casa. Ricardo permaneció otro año y pese a su victoria sobre Saladino en Arsuf, no logró recuperar Jerusalén, teniéndose que conformar con el bastión costero.

M. Angold

La

cuarta

C

ruzada

En 1198, el papa Inocencio III decidió convocar una nueva cruzada. Como los principales gobernantes de Europa occidental no pudieron, o quisieron, participar, Inocencio apeló a la clase nobiliaria que tanto éxito había alcanzado en 1099. Tres condes del norte de Francia — Balduino de Flandes, Teobaldo de Champaña y Luis de Blois— negociaron un tratado con Venecia para conseguir transporte y provisio-

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nes para el ejército. El objetivo, al igual que en las últimas expediciones, fúe Egipto. No obstante, el ejército que se reunió en Venecia en 1202 se componía de tan sólo un tercio de los 33.500 hombres previstos, a pesar del reclutamiento de un importan­ te noble lombardo, Bonifacio de Monferrato, como nuevo comandante en jefe. Car­ gados de deudas, los líderes de la cruzada decidieron ayudar a los venecianos a retomar Zara. Sin embargo, muchos se negaron y dejaron el ejército para buscar su propio ca­ mino a Tierra Santa. Aquellos que se quedaron consintieron en ayudar al príncipe bi­ zantino Alejo a derrocar a su tío, el emperador Alejo III de Constantinopla, a cambio de su ayuda en la expedición y de la sumisión bizantina al papa. Alejo III huyó (julio de 1203), pero Isaac II y su hijo, el candidato cruzado Alejo IV, no pudieron cumplir su promesa. Las relaciones se deterioraron y en febrero de 1204 un aristócrata bizanti­ no usurpó el trono. Los cruzados y venecianos atacaron de nuevo la ciudad el 12 de abril, saqueándola brutalmente durante tres días. El 16 de mayo Balduino fue corona­ do como nuevo emperador «latino», pero en 1205 fúe derrotado y muerto por los búlgaros y cumanos en Adrianópolis, tras lo cual los gobernantes bizantinos se estable­ cieron en Épiro, Trebisonda y Nicea, y permanecieron en esta última hasta la finaliza­ ción del gobierno latino de Constantinopla (1261). Pese al restablecimiento del Impe­ rio bizantino, persistieron algunos focos de poder occidental hasta el siglo xiv y el go­ bierno veneciano sobre las islas continuó, en algunos casos hasta el siglo xvn.

A . Stewart

Las C r u za d a s

del e m pe r a d o r

F e d e r ic o

II

y de

S a n L u is

Como rey de Sicilia, el emperador Federico II estaba bien informado sobre los acontecimientos del mundo musulmán y se dio cuenta de que podía sacar partido de la rivalidad entre los jefes musulmanes de Egipto y Siria para recuperar Jerusalén. Antes incluso de emprender la cruzada en 1228, negoció con el sultán de Egipto, con quien en febrero de 1229 acordó la devolución de Jerusalén. Federico entró en la ciudad y se coronó rey el 18 de marzo. Este golpe de efecto se agrió cuando fúe excomulgado. La forma en que había recuperado Jerusalén era una afrenta contra el ideal cruzado y los términos de la ocupación significaban el aislamiento del territo­ rio. En 1244, la ciudad cayó de nuevo ante el primer ataque musulmán. Estos acontecimientos provocaron una oleada de fervor cruzado cuyo epicentro era Luis IX de Francia. En 1249, desde su base de Chipre, lanzó un ataque contra Egipto, considerado llave de entrada a Jerusalén. Damieta cayó en junio, pero Luis pospuso el avance contra El Cairo hasta otoño. Ganó la batalla de Mansura, pero no pudo seguir adelante, hasta que se rindió el 6 de abril de 1250. Fue liberado tras pagar un rescate de 800.000 bezantes. Para expiar su fracaso permaneció en Tierra Santa hasta 1254, donde consolidó las defensas. En 1270 organizó otra cruzada; en esta ocasión contra Túnez, cuyo líder parecía dispuesto a convertirse al cristianismo. Luis enfermó a las puertas de la ciudad y falleció el 25 de agosto. San Luis era un idealista que planeó con meticulosidad sus cruzadas, hasta la construcción del puerto de Aigues-Mortes. Su completo fracaso perjudicó más el espíritu de la cruzada que el oportunismo descarado de Federico.

M . Angold 137

Los

E st ado s

cruzados

De los cuatro Estados, el primero que se estableció (1098) y que cayó en manos de los musulmanes (1144) fue el condado de Edesa. Su posición, a ambos lados del medio Eufrates, lo dejaba expuesto, pero protegía a Antioquía mientras sus prínci­ pes cruzados trataban sin éxito de tomar Alepo, que obstaculizaba la expansión hacia el interior. Tras la derrota del Campo de Sangre (1119), quedaron práctica­ mente restringidos a la llanura costera. Al sur, el condado de Trípoli era también exclusivamente costero y la llanura denominada La Bloquée abría el camino hacia el interior, que quedaba bloqueado en Homs. En 1142 se construyó el krak de los Caballeros para defender la frontera. Este patrón de defensa tras una penetración fallida se repitió en el reino de Jerusalén, pero con algunas diferencias. Mientras que la frontera se estableció con rapi­ dez a lo largo del Jordán desde Galilea hasta el mar Muerto y más tarde (1115-1116) se extendió hacia el sur hasta el Golfo de Aqaba, la costa fue más difícil de ocupar. Tiro no cayó hasta 1125, y Ascalón, hasta 1153. El reino de Jerusalén formó así una cuña entre los poderes musulmanes de Egipto y Siria. Era una amenaza contra El Cairo y Damasco, pero tras la reunión de éstos bajo Saladino (1174), los cruzados tuvieron que centrarse en la labor defensiva. Pese a todo ello, el reino de Jerusalén prosperó y Acre se convirtió en el almacén del comercio por el Mediterráneo orien­ tal; pero el coste de la defensa, en especial la construcción y mantenimiento de fortalezas, era enorme. Estas dificultades contribuyeron a la caída del reino tras la victoria de Saladino en Hattin (1187). Tras la reconstrucción como resultado de la tercera Cruzada, quedó limitado prácticamente a la costa; Jerusalén sólo fue recu­ perada brevemente (1229-1244). Gracias al interés mercantil de los italianos, el reino 138

13 9

sobrevivió a las divisiones entre los sucesores de Saladino. Cuando Egipto pasó a manos de los mamelucos (1250), entregados a revivir la guerra santa, los días de los Estados cruzados estaban contados, y Acre cayó finalmente en 1291.

M. Angold

La r e d d e lo s C a b a lle r o s te m p la r io s

La Orden del Temple se fundó en 1119 con objeto de velar por la seguridad de los peregrinos que viajaban de JafFa a Jerusalén y a otros Santos Lugares cercanos. Al principio atrajo poca atención, pero la aprobación papal concedida en el Concilio de Troyes (1128), seguida por una gran labor de reclutamiento en el siglo xn, trans­ formó la Orden de una pequeña asociación de beneficencia a una corporación in­ ternacional, propietaria de tierras en todo el mundo cristiano. Según la regla de la Orden, sus posesiones se dividían en diez provincias, cada una de ellas gobernada por una jerarquía de oficiales que dependían en última instancia del gran maestre. Así se reclutaban nuevos miembros y una proporción establecida de los ingresos se enviaba a Oriente en forma de responsiones. La necesidad de poner grandes sumas de dinero a disposición de distintas regiones del mundo cristiano llevó rápidamente a la creación de una estructura bancaria complementaria. Esta vasta organización esta­ ba encaminada a proteger los territorios cruzados de Oriente, donde, en distintas épocas, la Orden controlaba un mínimo de cincuenta y tres fortalezas, desde grandes

140

castillos como el de Athlit y Safed hasta pequeñas torres vigía donde los peregrinos podían refugiarse. Hacia 1180, la Orden podía convocar a más de 600 caballeros y 2.000 sargentos en ultramar. Esta red era una compleja organización de apoyo para el frente. Puesto que to­ das las posesiones de la Orden procedían originalmente de la generosidad de bene­ factores piadosos, existía por supuesto un elemento de azar, pero en el mapa se muestran los resultados de una meticulosa administración sin el deseo de aislamien­ to que afectaba la distribución de los centros cistercienses. La Orden poseía centros en los principales puertos atlánticos y mediterráneos, mientras que las propiedades del interior se reunían en torno a las principales rutas de peregrinación y comercio que comunicaban el norte de Europa: hacia el este a través de la Champaña, a lo largo del Ródano, por la Provenza e Italia, y al oeste a través de Normandía, Anjou y la Charente por el Languedoc y la península Ibérica. De hecho, la expansión de la Reconquista en España creó un segundo frente para la Orden, que se estableció firmemente en Aragón y, más tarde, en Portugal, aunque los jefes castellanos se apoyaban más en órdenes militares locales. Los templarios tenían menos influencia en el mundo cristiano de Oriente, dominado primero por la Hermandad de los hospitalarios y, más adelante, por la de los Caballeros teutónicos. No obstante, una de las provincias mencionadas en la Regla era Hungría, que a la sazón englobaba Dalmacia, región donde posiblemente los templarios poseían muchos más centros cuya ubicación no se conoce con bastante seguridad. El transporte por vía marítima organizado por la Orden garantizaba contactos regulares con ultramar, donde los templarios poseían sus propios muelles y almacenes en todos los principales puertos de Palestina y Siria, y desde el siglo x iii también en Chipre y Cilicia. En 1307, los templarios fueron arrestados en Francia por el gobierno de Felipe IV, acusados de actividades herejes e inmorales y, en los dos años siguientes, corrieron la misma suerte en otros países. Pese a que las acusaciones no tenían demasiado fundamento, el papa suprimió la Orden en 1312 y transfirió sus tierras a los Caballeros hospi­ talarios. En su mejor época, la Orden contaba probablemente con un mínimo de 5.000 miembros, si excluimos personas dependientes de toda índole, y un mínimo de 800 centros, desde grandes complejos como el Temple de París hasta remotos preceptorios rurales administrados tal vez por dos hermanos. Este mapa debe tratar­ se, pues, con precaución, pues es imposible marcar en él todos los centros o plasmar su importancia relativa. Además, la situación no fue nunca estática y una represen­ tación más dinámica requeriría varios mapas.

M . C. Barber

La J e r u s a lé n d e l o s c r u z a d o s

En el año 1099, los cruzados se apoderaron de la ciudad musulmana práctica­ mente intacta. Poco tiempo después se reparó la muralla y se fortaleció la ciudadela de la Torre de David, pero se echaban en falta colonos. En un principio, los cruza­ dos sólo ocuparon un barrio alrededor del Santo Sepulcro, tras expulsar o asesinar a musulmanes y judíos. Una solución parcial fue la llegada en 1116 de sirios cristia­ nos del otro lado del Jordán, que se instalaron probablemente en el antiguo barrio 141

Fuente: Runciman, Crusades II, basado en el mapa de Cambrai.

Fuente: Runciman, Crusades III, basado en Marino Sañudo, Secretafidelium crucis.

judío. La repoblación se aceleró con la organización de peregrinaciones, obra prin­ cipalmente de los Caballeros hospitalarios y templarios, que ocuparon la Cúpula de la roca y la mezquita de al-Aqsa. Se reconstruyeron muchos edificios y merece espe­ cial mención la ampliación de la iglesia del Santo Sepulcro, que en 1149 se consagró de nuevo, así como la construcción de la iglesia de Santa Ana (1140). El mercado cubierto se reconstruyó parcialmente en 1152 y los musulmanes quedaron grata­ mente impresionados con el estado de la ciudad que tomaron en 1187. Jerusalén volvió brevemente a manos cruzadas entre 1299 y 1244.

M . Angold

La A c re

d e los c r u z a d o s

San Juan de Acre fue capturada por los cruzados con ayuda de los genoveses en 1104 y se convirtió en uno de los principales puertos del reino de Jerusalén. Los italianos disponían de concesiones especiales, pero la ciudad permaneció bajo go­ bierno real. Saladino tomó Acre en 1187 y cuando los cruzados la recuperaron en 1191 se cosechó el gran logro de la tercera Cruzada. La muralla sencilla estaba reforzada con un foso y otra muralla exterior que incluía el barrio de rápido creci­ miento Mont Musard. Oficialmente era la capital del nuevo reino de Jerusalén, pero cada vez era más propiedad de los templarios, los hospitalarios y los italianos, tras la creación en 1232 de una comuna que desafiaba los vestigios de la autoridad real. El comercio floreció y se organizó a través de la cour de la chaine, que se ocupaba 142

del comercio marítimo, y la cour de lafonde, encargada del mercado. Esta última es­ taba formada por dos francos y cuatro sirios, que cada vez cobraban más importan­ cia. La topografía de la ciudad en vísperas de su caída en 1291 ha llegado hasta no­ sotros gracias al mapa de Marino Sañudo.

M. Angold

E l Im p e rio b iz a n t in o en e l s ig lo xiii

La conquista de Constantinopla (1204) por los venecianos y los soldados de la cuarta Cruzada destruyó temporalmente el Imperio bizantino. Bajo el gobierno la­ tino el Imperio se encerró en sí mismo y sus territorios se fueron disolviendo si­ guiendo sus propias líneas divisorias. Los búlgaros colocaron la mayor parte de los Balcanes bajo su control. Una rama de la casa imperial de Angelo se estableció en Epiro y dispuso su centro en Arta, hasta que se sintió lo suficientemente fuerte como para reconquistar Tesalónica (1224). Los Villehardouins convirtieron el Peloponeso en un principado independiente, al igual que hicieron los de la Roches en Atenas y Tebas, mientras los venecianos Sañudo crearon el ducado del Archi­ piélago con centro en Naxos. Los venecianos tuvieron que gastar una gran parte de su energía frente a su competidora Génova asegurando las islas de Creta y Eubea (Negroponte). En Asia Menor, los nietos del último emperador Conmeno crearon un pequeño «foco» imperial en Pontos, alrededor de Trebisonda, mientras desde Nicea Teodoro I Laskaris expandía su dominio sobre el litoral occidental de Asia Menor.

143

Hacia mediados del siglo xm , los sucesores de este último habían conseguido aislar la Constantinopla latina, que finalmente recuperaron en julio de 1261. Pero no estaba claro si el nuevo emperador, Miguel VIII Paleólogo (1259/1261-1282), podría restaurar el Imperio a las viejas fronteras de finales del siglo xn o si las divi­ siones que habían surgido tras 1204 persistirían. En un principio pareció que los territorios perdidos podrían ser recuperados sin demasiada dificultad. Guillermo de Villehardouin, prisionero del emperador, compró su libertad en 1262 con la rendi­ ción del Peloponeso oriental. En ese mismo año, el ejército bizantino logró la anexión de Filipópolis (Plovdiv), el valle del Maritza y el litoral búlgaro hasta el delta del Danubio. En 1264, los gobernantes griegos de Epiro y Tesalia reconocieron la soberanía bizantina. Se organizaron expediciones contra las bases venecianas de Candia en Creta y de Negroponte en Eubea, mientras corsarios bizantinos recupe­ raban las islas del Egeo. Pero el momentum de recuperación bizantina disminuyó con la aparición en escena de Carlos de Anjou, que conquistó el regno del sur de Italia y Sicilia (1266) e inició el fortalecimiento de la resistencia latina. Con el respaldo angevino, Guillermo de Villehardouin pudo detener los avances bizantinos en el Pelo­ poneso. Carlos reunió a los señores griegos del norte de Grecia y en 1271 fue elegido rey de Albania. Pese a una dura campaña y a importantes victorias, los bizantinos no pudieron expulsar a los angevinos de Albania. Por su parte, los venecianos logra­ ron resistir en Creta y Eubea. La atención prestada por Miguel Paleólogo a sus provincias europeas hizo que descuidase sus territorios anatolios, que sufrieron la presión creciente de las incur­ siones turcas. Otro indicador de lo que ocurrirá en el futuro fue el favor mostrado al aventurero genovés Benedetto Zaccaria, que recibió las minas de alumbre de Focea (1275) y que luego tomó la isla de Quíos por cuenta propia. Esto muestra clara­ mente que Miguel Paleólogo nunca controló del todo la situación, aunque lograse enmascararlo gracias a una rica diplomacia. Dándose cuenta de que las conquistas mogolas en Rusia y el Oriente Próximo convertían Constantinopla en el punto neurálgico de un nuevo sistema de poder, estableció alianzas matrimoniales con los kanes de las Hordas de Oro que dominaban las estepas y con los Il-kan de Irán. En 1281 accedió a firmar un tratado de paz con los mamelucos de Egipto, que se oponían firmemente a las ambiciones cruzadas de Carlos de Anjou. Ya antes había pedido el apoyo papal para neutralizar los planes de Carlos de una cruzada contra Bizancio y se mostró dispuesto a ofrecer una unión de la Iglesia bajo los términos papales en el segundo concilio de Lyón (1274), algo que se consideró como una traición a la Ortodoxia e hizo crecer una encarnizada oposición en sus territorios. Así pues, el resultado del gobierno de Miguel Paleólogo fue un Bizancio aún más dividido que cuando llegó al poder.

M. Angold

I talia

e n la s e g u n d a m it a d d e l s ig l o

xm

La península italiana puede dividirse en tres regiones políticamente diferencia­ das. Al sur, el regno de los Hohenstaufen cayó tras las batallas de Benevento y de Tagliacozzo y la muerte de los últimos herederos Hohenstaufen de Federico II, su nieto Conradino y su hijo ilegítimo Manfredo. En 1268, el regno había pasado a 144

145

manos de Carlos de Anjou, hermano menor de Luis IX de Francia. El papa había invitado a Carlos a intervenir en el regno y la alianza «güelfa» entre Carlos y el papa­ do culminó en la cesión de Benevento al papado en 1263. Una vez establecido en el sur, Carlos se propuso dominar también el norte uniendo las facciones güelfas de Lombardía, asumiendo el señorío de varias ciudades toscanas y haciendo fuerte su influencia en Roma. El dominio de Italia se derrumbó, sin embargo, tras la masacre de angevinos franceses en Palermo y por toda Sicilia en Pascua de 1281, durante las llamadas Vísperas Sicilianas. La dinastía de Anjou siguió dominando Nápoles hasta el siglo xv, pero Sicilia pasó a manos de Pedro II de Aragón, cuya esposa Constanza era hija de Manfredo. La Guerra de las Vísperas entre angevinos y aragoneses duró noventa años y Jaume, hijo de Pedro, obtuvo del papado Cerdeña y Córcega. En el centro de Italia, el papado se había convertido en la fuerza política prin­ cipal y el emperador electo Rodolfo de Habsburgo cedió en 1278 Ferrara, Bolonia y las ciudades de la Romaña a los Estados pontificios. Una serie de papados bre­ ves, sin embargo, debilitó la autoridad papal en la región y en un intento de recu­ perar las riendas, Bonifacio V III (1294-1303) nombró a Carlos de Valois, herma­ no de Felipe IV de Francia, vicario del Estado pontificio, pero sus logros en el restablecimiento de la autoridad papal fueron limitados. Bonifacio también in­ tentó, con mayor éxito en esta ocasión, establecer a miembros de su familia Caetani en las tierras fronterizas con Roma como base de apoyo. Pero esta política le valió la enemistad de otras familias, en particular de los Colonna, que en 1303 colaboraron con los entonces hostiles franceses en el secuestro del papa en Agnani. Ante la imposibilidad de pacificar el Estado pontificio, la corte se trasladó en 1307 a Aviñón. En el norte, mientras tanto, el comercio florecía, pero las facciones políticas proliferaban en el vacío causado por la caída del poder imperial. Visto desde el ex­ terior, por lo menos, este conflicto (tanto entre ciudades como dentro de una mis­ ma ciudad) adoptaba la forma de rivalidad entre «güelfos» y «gibelinos». El nombre de los güelfos propapales procede de los antiguos oponentes de la familia Welf que lucha­ ron contra los Hohenstaufen en Alemania, mientras que los gibelinos obtuvieron el suyo del castillo de Waiblingen de los Hohenstaufen. En los años 1250, el papado encabezó la cruzada contra Ezzelino da Romano y Oberto Pelavicino (Pallavicino), quienes, haciéndose pasar por vicarios papales, controlaron entre ambos Cremona, Pavía, Piacenza, Vercelli, Verana, Vicenza y Padua. Ezzelino fue asesinado, pero Oberto, tras un cambio de chaqueta muy oportuno, construyó un «Imperio» más fuerte que, durante breve tiempo, incluyó Milán. Después de este intervalo, el con­ trol de la ciudad alternó entre la facción gibelina della Torre (1263-1281) y la güelfa Visconti (1281-1295). En Toscana, el conflicto estaba polarizado entre la tradicional­ mente güelfa Florencia, derrotada en Montaperti en 1260, y la tradicionalmente gibelina Siena. En realidad, estas alianzas se debían más a rivalidades locales que a lealtades más profundas, pero la existencia de estos dos partidos ofrecía por lo me­ nos una medida de cohesión en una región políticamente fragmentada. Pisa, Génova y Venecia luchaban, por su parte, por defender sus intereses comerciales: los genoveses derrotaron a los písanos en Meloria (1284) y a los venecianos en Curzola (1298). En el noroeste, Guillermo VII de Monferrato extendió su poder al Piamonte imponiendo su autoridad en Alessandria, Asti, Turín y otras ciudades, mientras que al nordeste, la alianza de 1262 entre Verana, Padua, Treviso y Vicenza aspiraba a evitar el dominio de una sola persona en cualquiera de estas ciudades. Pese a todo, 146

Verona y, más adelante, Vicenza, cayeron en manos de la familia della Scala, Treviso de la familia da Camino y Padua de la familia Carrara.

F. Andrews

E l « O s t s ie d l u n g »

Entre 1100 y 1350, el este de Europa fue transformado por una ola de inmigra­ ción alemana (Ostsiedlung), que desplazó la frontera oriental del mundo germanófono varios centenares de kilómetros más allá de la antigua frontera de los ríos Elba y Saale. En algunas áreas, como Brandeburgo, este nuevo asentamiento siguió a las conquistas de señores y caballeros alemanes, pero en otras regiones, como Pomerania y Silesia, fueron los príncipes eslavos locales los que alentaron el asentamiento alemán. El antagonismo nacional no tenía gran importancia; los nuevos colonos querían tierras y los jefes locales se las dieron de buena gana, con el consiguiente beneficio directo o indirecto, ya fuese mediante los impuestos, rentas y diezmo procedentes de los nuevos pueblos. La frontera empezó a desplazarse en la primera mitad del siglo x ii , cuando po­ derosos señores de ciudades fronterizas, como Adolfo de Holstein, Enrique el León (duque de Sajonia) y Alberto el Oso (margrave de Brandeburgo), favorecían activa­ mente la inmigración. Estos personajes anunciaban las ventajas de la frontera orien­ tal entre los habitantes de los superpoblados Alemania y Países Bajos, y sin hacerse esperar llegaron torrentes de colonos a Holstein, Schwerin, Ratzeburg y Brandebur­ go. El ritmo de llegadas se aceleró en el siglo XIII, a medida que se emprendían labo­ res de desarrollo planeado a gran escala en Pomerania y en territorio polaco. El asentamiento rural suponía, a menudo, la planificación de pueblos enteros, formados por granjas estándar en disposición rectilínea (Hufen o mansi). El recluta­ miento y organización de los colonos era tarea de un empresario planificador (locu­ tor), que recibía como pago la tierra y los privilegios del nuevo asentamiento. Los campesinos eslavos no eran desposeídos por lo general de sus tierras (aunque sí se dieron algunos casos), pues solía haber tierras suficientes, especialmente para aque­ llos dispuestos a drenar ciénagas o talar bosques. El asentamiento rural estuvo acompañado de nuevas fundaciones urbanas. Bur­ gueses alemanes formaban el núcleo de población de la mayoría de las nuevas ciu­ dades fundadas en el este de Europa en los siglos que nos ocupan; con ellos trajeron el idioma, la cultura y el derecho. Lugares tan importantes para la civilización ale­ mana como Lübeck, Berlín y Leipzig son fundaciones del siglo x ii o x iii en territorio previamente eslavo. Los asentamientos urbanos alemanes se extendieron mucho más que los asentamientos rurales, hasta llegar incluso a la frontera con Rusia, don­ de los burgueses alemanes se regían por el derecho urbano alemán entre poblacio­ nes rurales nativas. En algunas regiones, la conquista y asentamiento alemanes coincidieron con la conversión al cristianismo. Los eslavos que poblaban Mecldeburgo y Brandeburgo, por ejemplo, fúeron paganos hasta el siglo xii. En la mayoría de las regiones, sin embargo, los alemanes llegaron a tierras ya cristianas, pero un asentamiento alemán destaca por ser el único creado y mantenido de forma permanente por la guerra santa. Nos referimos al dominio de los Caballeros teutónicos, Prusia y Livonia, 147

148

donde los cruzados alemanes impusieron el bautismo a los pueblos paganos del Báltico. En el siglo xiv, aunque lejos quedaba aún la derrota de los lituanos paganos, una población alemana de terratenientes, eclesiásticos, burgueses y (en Prusia) cam­ pesinos, se había asentado bajo el gobierno de caballeros cruzados entre Danzig y el Golfo de Finlandia. El resultado final del Ostsiedlung fue la alemanización de vastas áreas al este del Elba y un aumento en la productividad económica. Algunas de las unidades políti­ cas que se crearon a la sazón, como Brandeburgo y Prusia, desempeñaron un impor­ tante papel en la historia posterior de Europa.

R. Bartlett

Po l o n ia

d u r a n t e la

Pl e n a E d a d M

e d ia

Pola significa «campo», y por lo general hace referencia a la extensa llanura norteuropea que se extiende hacia el este y se prolonga en la estepa. Limitada al sur por los Cárpatos y pese a que el área de influencia polaca se prolongase hacia el oeste hasta alcanzar el Elba, el corazón del reino era la zona comprendida entre los ríos Oder y Vístula. El estado medieval se encontraba en gran parte apartado del área que rodeaba Danzig/Gdansk. A mediados del siglo x, las tribus eslavas que poblaban las orillas del Elba, el Oder y el Vístula se unieron bajo Mieszko I (962-992), formando un estado que dependió en gran parte del deseo de resistencia de la nobleza frente a la influencia bohemia y germana, y de su unión en tomo a la dinastía Piast de Mieszko: Boleslao Chrobry, el Bravo (992-1025); Boleslao Szczodry, el Generoso (1058-1079); y Boles­ lao Krzywousty, Bocatorcida (1102-1138). Para fortalecer su frágil autoridad, los gobernantes se asociaron con poderosos hombres de Iglesia y vecinos. Así, en el año 1000 fue el propio emperador Otón III quien colocó su propia corona sobre la cabeza de Boleslao I, que volvería a ser coronado por el arzobispo de Gniezno (1025), mientras Boleslao II intentó obtener la corona de manos del papa Gregorio VII (1076). Estas repetidas coronaciones destacan el carácter incierto de los primeros Piast. Aunque los monarcas polacos de los siglos xi y x ii llevaron a cabo una política fiscal y mantuvieron un ejército estable, su autoridad entró en un declive constante desde que la muerte de Boleslao III anunciase la división del reino entre sus hijos, de la que emergerían cinco ducados: Malopolska, Wielkopolska, Mazovia, Silesia y Pomerania. Es evidente que el reino se consideraba un estado dinástico y las histo­ rias de luchas intestinas entre Polonia y Kievan Rus, cuyas noblezas estaban estre­ chamente unidas por lazos matrimoniales, sugieren un fuerte sentido de comunidad política basado en la familia. El clero local, por su parte, mantenía una identidad colectiva polaca bien defi­ nida. Desde la conversión de Mieszko I (966), los gobernantes y el clero vivían bajo el temor al arzobispado alemán de Magdeburgo, cuyas ambiciones eran tanto terri­ toriales como espirituales. Boleslao I utilizó el culto al misionero mártir Adalberto para conseguir la aprobación papal con el fin de establecer una sede metropolitana en Gniezno, con arzobispados dependientes en Cracovia, Poznan y Wroclaw, que se hicieron rápidamente poderosos: cuando en 1079 Boleslao II ordenó la muerte 149

M AR BALTICO.

P O LO N IA EN EL SIG LO XI ÍGdañsl

^ ^ f W o li n

Límite del Sacro Imperio Romano, h. 1018

E S L A V O S IN D E P E N D IE N T E S S z c z e c in / j

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í ■ Arzobispados, obispados, monasterios

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— - — ~ Límite dé Polonia, h. 1025 Territorios conquistados por Boleslao 1 (999-1018), fuera de los limites de 1025

P R U S IA N O S

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Límites provinciales Límite de la provincia de Sandomierz (1146)

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^ Sedes episcopales y arzobispales

Territorio conquistado por los t l P l i l l Caballeros Teutones (1308-1320) Nueva Marca de Brandeburgo

R E IN O D E H U N G R IA

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150

300

de Estanislao, obispo de Cracovia, fue él quien finalmente se vio obligado a abdicar. El establecimiento de las órdenes monásticas de benedictinos, cistercienses y domi­ nicos también contribuyó al mantenimiento de contactos de Polonia con las prin­ cipales corrientes espirituales de Occidente. La masiva inmigración alemana hizo que Polonia se convirtiese en un país católico tanto por medio de la colonización como de la conversión. En el siglo x iii , el vacío de poder despertó la codicia de los depredadores. Los mogoles atacaron desde las estepas (1241), saqueando Cracovia y destruyendo al ejército polaco en Legnica. Asaltos posteriores (en 1259 y 1287) recalcaron la falta de estabilidad y seguridad de la región, lo que ayudó al auge de la orden de los Ca­ balleros teutones. Llegados del reino cruzado de Jerusalén, esta orden militar mo­ nástica quería recuperar el favor de Dios combatiendo contra los prusianos paganos en la frontera nordeste de Polonia. En 1283 habían forjado su propio estado en tomo a la impresionante fortaleza de Marienburg. Los margraves de Brandeburgo también tenían ambiciones en la región y en 1300 Václav II de Bohemia se hizo coronar rey de Polonia tras la efímera conquista de Wielkopolska. Estas amenazas externas animaron a la nobleza polaca a resucitar una monar­ quía efectiva adoptando el principio electivo y en 1320 Ladislao Lokietek (el Corto) fue coronado rey en Cracovia. Su reino se convirtió en un estado centroeuropeo cuyos intereses se dirigían principalmente hacia el sur y el este y que, al igual que sus vecinas Hungría y Bohemia, disfrutaría de una época de esplendor sin precedentes durante el siglo xrv.

A . P. Roach

C o n f l ic t o

c e n t r o e u r o p e o entre

P r e m y s l id a s

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absburgos

La historia de la Bohemia premyslida desde sus orígenes míticos bajo Premysl el Labrador hasta la extinción de la dinastía nativa en 1306 es una larga lucha contra la hegemonía alemana en Occidente. Los dirigentes alemanes aprovechaban todas las ocasiones para interferir en los asuntos de Bohemia, mientras que los duques premyslidas trataban de imponer sus propios intereses a costa del Imperio. Los du­ ques checos resistieron con éxito el derecho del emperador a nombrar al heredero de la corona y gradualmente afianzaron su posición de influencia entre los siete electores del Imperio. En 1114, el dirigente bohemio, en su condición de copero hereditario del emperador, estaba en una posición lo bastante fuerte como para in­ fluir en la elección del propio emperador. La lucha entre las casas reinantes checa y alemana no tenía naturaleza racial, sino que, por el contrario, los príncipes checos contraían matrimonio con princesas de Sajonia, Suabia y Meissen. Los alemanes tenían puestos destacados en el clero bo­ hemio y los reyes checos invitaron a muchos colonos alemanes a Bohemia, conce­ diéndoles privilegios especiales y leyes distintas de las aplicables a la población indí­ gena. Esta colonización, que alcanzó su punto culminante en la segunda mitad del siglo x iii , se produjo en dos etapas: la primera ola de inmigrantes estaba compuesta por granjeros contratados para cultivar los densos bosques de la región fronteriza del reino; la segunda estaba formada por artesanos especializados, principalmente mineros, que establecieron sus propias ciudades, como Stribro y Kutná Hora, al este 151

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CONFLICTO CENTROEUROPEO ENTRE PREMYSLIDAS Y HABSBURGOS i

'B R A N D E B U R G O (bajo d o m in io b o h e m io

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P O L O N IA (bajo d o m in io b o h e m io 1300-1306) r a M ag deburg o



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H U N G R ÍA (bajo d o m in io b o h e m io 1301-1304)

de Praga. Esta colonización formaba parte de una política económica y política más amplia destinada a explotar los recursos mineros del reino y a crear una clase inter­ media entre el rey y sus rivales tradicionales, la nobleza. El primer jefe premyslida que sacó partido de las disputas dentro del Imperio fue Premysl Otakar I (1198-1230), que obtuvo del emperador una Bula de Oro (1212) por la que confirmaba el título real y renunciaba al derecho imperial de rati­ ficar cada uno de los sucesores a la corona. El miembro más poderoso de la dinastía fúe Premysl Otakar II (1253-1278). Duque de Austria cuando accedió al poder, Otakar se deshizo con habilidad de los rivales al trono vacante mientras dirigía sus ambiciones dinásticas a la Europa central. Tras una serie de brillantes campañas militares, Otakar incorporó a sus dominios Estiria, Carintia, Carniola e Istria, de modo que gobernaba desde Silesia hasta el Adriático, convirtiendo en realidad his­ tórica el ideal shakespeariano de una Bohemia con litoral. Los éxitos de Otakar le valieron inevitablemente el antagonismo y resentimien­ to de los príncipes alemanes, quienes en 1273 eligieron al conde Rodolfo de Habsburgo al puesto imperial. La Dieta de Ratisbona (1274) anuló los derechos de Otakar en Austria, Estiria y Carintia, mientras que en 1276, Rodolfo, apoyado por los hún­ garos y los lores recalcitrantes de Otakar enojados por la política proalemana del rey, marcharon contra Otakar, quien solo y sin apoyo apeló en una carta a los du­ ques de Silesia y Polonia pidiendo ayuda en nombre de la resistencia de todos los eslavos a la amenaza alemana. Pero el ejército de Otakar fúe derrotado en la batalla de Dúrnkrut en la Marchfeld y el propio rey pereció en ella. El gobierno de los Habsburgo en Austria quedó así establecido hasta el siglo xx. Pese a que Bohemia prosperó bajo el siguiente reinado de Wenceslao II (1278-1305) y vivió una edad de oro bajo Carlos IV, emperador y rey de Bohemia, el foco del poder había pasado a manos de los Habsburgo del sur. Frente a los altibajos que vivió Bohemia en los tres siglos siguientes, la Austria de los Habsburgo estaba destinada a convertirse en una de las principales potencias europeas del mapa de la Europa moderna.

A . Tbomas

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c c id e n t e

Los rumores de las conquistas de los mogoles bajo el mando de Gengis Kan llegaron a oídos del campamento cruzado de Damieta en 1221, donde despertaron un interés pasajero. Los rusos tampoco prestaron mucha atención, pese a ser derro­ tados en 1223 por una fuerza de reconocimiento mogola, y no estaban preparados para el asalto mogol lanzado en 1237 por Batu. Los principados de la Rusia septen­ trional fueron los primeros en caer; los mogoles saquearon Rjazan’ y Vladimir, y el príncipe Jury falleció en el campo de batalla del río Sit’ (4 de marzo de 1238). Los mogoles se encaminaron entonces hacia el sur y su campaña culminó en diciembre de 1240 con la destrucción de Kiev, a la que siguió una invasión cuidadosamente organizada del corazón de Europa. Mientras un ejército acababa con la resistencia polaca en Liegnitz (9 de abril de 1241), otro derrotaba a los húngaros en Mohi (12 de abril de 1241). Los mogoles se reunieron en Hungría, pero el riesgo de que se insta­ lasen permanentemente desapareció cuando llegó la noticia de la muerte del gran 153

154

kan Ogoday. Batu evacuó a los ejércitos a la base del norte del Caspio para controlar mejor los acontecimientos de la capital mogola de Karakoram. Esta retirada le dio al nuevo papa Inocencio IV la oportunidad de evaluar la amenaza mogola. El asun­ to tuvo prioridad en la minuta del concilio general convocado en Lyón en 1245. El papa también envió al dominico Juan de Pian Carpini ante el gran kan Kuyuk para conocer las intenciones mogolas y sondear las posibilidades de que se convirtieran al cristianismo. La respuesta que recibió en 1247 fue poco esperanzadora: el gran kan decía tener derecho al dominio del mundo por mandato del Dios del Cielo y exigía la sumisión del papa. La lucha sucesoria tras la muerte de Kuyuk en 1248 obligó al teniente mogol de Persia a adoptar un tono más conciliador ante la prime­ ra Cruzada de San Luis (1248-1250). San Luis rechazó su oferta de alianza e insistió en que primero debían convertirse al cristianismo. Tal precaución resultó ser acerta­ da, porque al poco tiempo otro emisario regresó con una nueva exigencia de sumi­ sión del gran kan. Estas pretensiones explican por qué Occidente mantuvo su temor a las iniciati­ vas mogolas incluso cuando el Imperio mogol empezó a desintegrarse. En Persia, los iljans solicitaron varias veces una alianza occidental. Este estado sucesor de los mogoles fue fundado por Hulagu, partidario de los cristianos nestorianos y hostil al Islam, que en 1258 invadió Bagdad y asesinó al califa. Hulagu contaba con el apoyo del rey armenio de Cilicia y del príncipe cruzado de Antioquía, que entró triunfan­ te en Damasco en 1260 con el ejército mogol. Casi inmediatamente siguió la derro­ ta de los mogoles en Ain Jalud frente a los mamelucos de Egipto, y desde entonces el frente occidental de los iljans a lo largo del Eufrates estuvo bajo amenaza cons­ tante de los mamelucos, quienes en 1268 tomaron Antioquía. Los iljans pidieron ayuda a Occidente, enviando incluso emisarios al segundo concilio de Lyón (1274), donde se discutía la organización de una cruzada. La religión resultó ser un obstáculo y los iljans enviaron al nestoriano Rabban Sauma en 1287 para impresio­ nar a Occidente con su devoción al cristianismo. Se habló de la devolución de Jeru­ salén, Occidente permaneció distante, pero los mamelucos se tomaron en serio la posibilidad de una alianza occidental con los mogoles y reaccionaron ocupando los restantes lugares cruzados de Palestina, con la toma de Acre en 1291. El impacto mogol en Occidente perdió fuerza y la pax mongolica abrió brevemente Oriente a los mercaderes occidentales, con la capital iljan de Tabriz como destino predilecto. También ofreció algunas oportunidades a los misioneros occidentales, que desapa­ recieron rápidamente cuando los iljans se convirtieron al Islam al final del siglo x i i i . Para los rusos, el desenlace fue distinto, pues hasta el siglo xv fueron tributarios de la Horda de Oro, Estado mogol de Batu y sus descendientes con capital en Sarai. El yugo mogol hizo que Rusia se desarrollase aislada de Occidente, mientras que la aceptación mogola de la Iglesia ortodoxa fortalecía el control de la sociedad rusa.

M. Angold

Fra n c ia

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Durante el reinado de Felipe IV (1285-1314), el poder de la dinastía de los Capetos alcanzó su punto culminante; no se produjeron conquistas espectaculares que rivalizasen con las de Felipe Augusto, pero conforme a la nueva política, Felipe 155

FRANCIA BAJO EL REINADO DE FELIPE EL HERMOSO

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I Ponthieu para el rey de Inglaterra I (por m a trim on io , 1279)

Para el rey de Inglaterra (Tratado de París, 1259)

Áreas co n fuerte influencia I gascona-inglesa

Áreas disputadas entre Francia e Inglaterra U n ió n dinástica de C h am p aña , Navarra, Francia (1284)

Fuente: John H. Mundy.

156

Expansión real francesa en el im perio

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Línea angevina de los I C apetos en Provenza

A v iñ ó n papal M on tp ellie r (parte del reino m allorquino-catalán hasta 1349)

construyó de forma consistente un domaine real por medios más pacíficos como alianzas matrimoniales, compras, acuerdos de paréage (jurisdicción compartida con otro señor, por lo general eclesiástico, antes de lograr el control directo) y la inteli­ gente manipulación de las ambigüedades en la ley sucesoria, respaldado todo ello por un uso de la fuerza juicioso y reducido. Como resultado, se ampliaron las fron­ teras del reino, en particular hacia el este, mientras se consolidaba la autoridad de la Corona en el interior. Algunas adquisiciones fueron incorporaciones permanentes al domaine, mientras que otras se cedieron a Carlos de Valois y Luis de Evreux, her­ manos del rey, o a sus hijos, pero todas volvieron a la Corona en unas pocas gene­ raciones. Por su matrimonio con Juana (1284), heredera de los condados de Champaña y Brie además del pequeño reino de Navarra, Felipe obtuvo vastas propiedades fronterizas con el territorio imperial al este de Francia. La adquisición de Valenciennes (1292), el reconocimiento de su soberanía por el conde de Bar (1301) y por el arzobispo de Lyón en el Lyonnais (1397), junto con un paréage con el obis­ po de Viviers en ese mismo año, ayudó a llevar las fronteras del reino muy cerca de las establecidas en el tratado de Verdún (843), con el Mosa y el Ródano como límites del dominio real. Al acordar el matrimonio del heredero Felipe V con la heredera del condado de Borgoña, Felipe IV llevó su influencia al otro lado del Saona. Otros paréages se concluyeron con el obispo de Mende para el Gevaudan, el obispo de Le Puy para Velay y el obispo de Cahors para Cahors (todos ellos en 1307). Restaban así cuatro grandes señores feudales que todavía gozaban de considera­ ble autoridad independiente: el conde de Flandes y los duques de Guyena, Bretaña y Borgoña. La toma de Guyena (1294) y de Flandes (1302) fueron triunfos breves, pues Felipe tuvo que cederlos al poco tiempo a sus dirigentes originales y sólo se quedó con el vizcondado de Soule (1306) y las castellanías de Lille, Douai y Béthune (que en 1322 se cambió por Orchies) como incorporaciones más permanentes al dominio real. Pero en los cuatro principados el poder local estaba limitado por la Corona y sus representantes, pues al desarrollar una doctrina real de la soberanía conforme a los preceptos de la ley romana, el parlamento de París ejercía a la sazón el derecho de recibir apelaciones de tribunales provinciales, el rey promulgaba orde­ nanzas de aplicación general y los oficiales reales vigilaban de cerca a los gobiernos locales de los principados e incluso intervenían con frecuencia. Los vínculos entre la Corona y los principales vasallos también solían adoptar una forma más definida. En 1297, por ejemplo, el duque de Bretaña fríe nombrado par de Francia, acentuan­ do así su prestigio, pero también su condición feudal, y quedando bien definidos sus deberes. Muchas acciones reales tenían cierto cariz autoritario, especialmente los ataques a las minorías vulnerables como los financieros judíos y lombardos. Este autoritaris­ mo se manifestó particularmente en la persecución de la Orden del Temple, cuyos miembros fueron capturados con escasas excepciones en una notable operación por todo el país (13 de octubre de 1307). Quizá no sea de sorprender que a la muerte de Felipe siguiese una reacción generalizada de las provincias contra las tendencias centralizadoras que habían marcado con tanta fuerza la política de Felipe IV y que se pusieran en tela de juicio los logros de los Capetos.

M. Jones 157

R e c o n q u is t a d e la pe n ín s u l a I b é r ic a ( sig l o s x ii y x iii )

En los años 1140, los almorávides fueron derrotados por la secta hereje de los almohades, que se hicieron con el gobierno del Magreb y de la España musulmana. Durante el interregno, los cristianos tomaron varias ciudades: el reino de reciente independencia de Portugal tomó Lisboa (1147); el recientemente reunificado reino de Aragón y Cataluña tomó Tortosa (1148) y Lérida (1149), y León tomó temporal­ mente Almería (1147). Además, los musulmanes hispánicos trataron de crear su propio reino independiente con centro en Murcia y Valencia, que quedó absorbido por el Imperio almohade en 1172. A partir de entonces, Portugal, León y Castilla (independiente desde 1157), Navarra y Aragón-Cataluña fueron objetivos frecuen­ tes de las guerras santas del califa almohade y sólo disfrutaban de un respiro gracias a la igualmente frecuente necesidad de suprimir a los disidentes musulmanes de Túnez y Mallorca. Para resistir a estos ataques, los Caballeros templarios y hospita­ larios eran enviados a fortalezas situadas en las principales rutas de acceso al norte, y cuando no lograron detener el avance, se crearon órdenes militares ibéricas con el mismo propósito. Así, la Orden de Calatrava (fundada en 1158) defendió los ata­ ques a Toledo en Calatrava y Zorita; la de Santiago (fúndada en 1170) defendió Toledo en Uclés y Mora, Lisboa en Palmela y el camino de Sevilla a León en Cáceres, mientras que otras rutas principales eran defendidas por los frailes de Évora (más adelante Orden de Avís) y Alcántara. En cambio, no se recibió ayuda alguna de los cruzados extranjeros, excepto de aquellos que embarcaron con rumbo a Tie­ rra Santa, quienes colaboraron en la captura de Lisboa, Silves (1189) y Alcácer (1217). En Alarcos (1195), Alfonso VIII de Castilla (1158-1214) sufrió una gran derrota, pero se resarció en las Navas de Tolosa (1212), donde arrolló al califa y la moral de los almohades. Tras 1224, cuando el Imperio almohade se desintegraba en una guerra de sucesión por el califato complicada por odios religiosos, raciales y tribales, los mu­ sulmanes hispánicos luchaban una vez más por fúndar su propio estado, indepen­ diente de los cristianos y de los africanos, y lo lograron en el reino de Granada (1232-1492), aunque oficialmente estaban bajo la soberanía de Castilla. Los cristia­ nos aprovecharon las desavenencias entre musulmanes para conquistar práctica­ mente todo el sur de la península, todo ello con la ayuda y el estímulo del papado. Alfonso IX de León (1188-1230) tomó Cáceres (1229) y Badajoz (1230). Su hijo Fernando III de Castilla, el Santo (1217-1252), heredó León (1230) y se sirvió de las fúerzas combinadas castellano-leonesas para conquistar todo el valle del Guadalqui­ vir, incluidas Córdoba (1236), Jaén (1246) y Sevilla (1248) y para someter en vasalla­ je a los Estados sucesores de los musulmanes de Murcia (1243), Granada (1246) y Niebla. Alfonso X el Sabio, hijo de Fernando el Santo (1252-1284), anexionó Mur­ cia y Niebla, expulsó a la mayoría de los musulmanes de la Andalucía castellana y los sustituyó por colonos cristianos. De esta manera, cuando la siguiente dinastía en el poder de Marruecos, Banu Marin, invadió la península (1275-1340), fueron inca­ paces de reconquistar los territorios porque se toparon con la oposición masiva de campesinos cristianos en pie de guerra, que defendieron Castilla contra el irreden­ tismo musulmán hasta que los reyes católicos Fernando V e Isabel I les condujeron a la conquista final del último reducto musulmán de la península, Granada (1492). 158

159

Mientras tanto en Portugal, las órdenes militares y los cruzados renanos toma­ ron la península de Palmela y Alcácer (1217). El rey Sancho II (1233-1248) recon­ quistó todas las áreas meridionales hasta la costa del Algarve, quedando sólo Faro (1250), que cayó en manos de su sucesor Alfonso III (1248-1279). Con excepción de algunas ciudades de la costa sur, todo el territorio fue cedido a las órdenes militares y fue dedicado principalmente a la ganadería. Al este, Jaime I de Aragón, el Conquistador (1213-1276), capturó las Islas Balea­ res (1229-1235) y la ciudad (1238) y reino de Valencia. De este último expulsó a los musulmanes de las ciudades, donde los sustituyó por colonos cristianos, pero dejó que los campesinos musulmanes permanecieran en las zonas rurales, apenas afecta­ das por la inmigración cristiana, aunque los redujo a una condición prácticamente servil bajo una nueva aristocracia de terratenientes de Aragón y Cataluña. Así, con­ solidó el poder de la nobleza en todos sus territorios e inhibió la migración catalana, excepto a Murcia y a las islas de ultramar que sus descendientes conquistarían en su momento; también se aseguró de que, mientras el campesinado gozaba de condi­ ciones cada vez más favorables en Castilla, lo contrario ocurriese en Cataluña.

D. Lomax

160

Gobierno, sociedad y economía A p r o v is io n a m ie n t o

e n t ie m p o s d e g u e r r a

(s ig l o

x ii )

En los siglos x ii y x iii , algunas monarquías occidentales empezaron a redactar de forma más continuada y detallada documentos para dejar constancia de sus activida­ des. Gracias a ellos es posible reconstruir el funcionamiento práctico de los gobiernos de esa época. Uno de los gobiernos medievales mejor documentados es el de Inglatena y en el mapa adjunto se muestra el tipo de detalles que pueden deducirse de los archivos ingleses del siglo x i i . En este caso, la información procede de los Pipe Rolls, que eran las cuentas de las cantidades entregadas por los sheriffs y otros funcionarios reales al erario público o institución financiera central. Los bienes que el rey tomaba directamente de las localidades figuraban en el «haber de» en las cuentas del sheriff. En el mapa se han marcado las cantidades de productos alimenticios y otros materiales proporcionados para abastecer la expedición a Irlanda de Enrique II en 1171-1172. Dicha expedición, que llevó por vez primera a un rey inglés a Irlanda, se consi­ deraba necesaria ante los acontecimientos ocurridos en Irlanda en los dos años an­ teriores. En 1169, unos aventureros normando-galeses habían arribado a Leinster para ayudar inicialmente en la interminable guerra entre los reyes irlandeses. En 1171, sin embargo, el líder de dicha camarilla, Richard fitz Gilbert («Strongbow»), se apoderó de Leinster. Enrique II no quería un nuevo principado independien­ te tan cerca de sus propios territorios, especialmente al mando de un miembro de su propia aristocracia y, además, políticamente sospechoso. La expedición de 1171-1172 obtuvo la sumisión de Strongbow e impuso la supremacía de Enrique sobre los re­ yes irlandeses. Fue éste el inicio de una conexión política todavía parcialmente con vida en la actualidad. El rey mantuvo un ejército de unos 10.000 hombres en Irlanda durante seis meses, incluida una prolongada estancia en Dublín durante los meses de invierno, donde se construyó incluso un palacio de madera. Un ejército de estas dimensiones, especialmente si se mantiene sedentario durante cierto período de tiempo, no pue­ de vivir de la tierra, y por ello se debían recoger provisiones en Inglaterra y transpor­ tarlas a Irlanda. El mapa demuestra que una monarquía próspera del siglo x ii podía movilizar recursos a gran escala para la guerra. Miles de arrobas de grano y cientos de cerdos fueron enviados de prácticamente todas las regiones del país. Se recogie­ ron judías y quesos (no indicados en el mapa), se fabricaron aparejos para las embar­ caciones, como lona para las velas, y se reclutaron marineros de una docena de condados. También se transportaron hachas, palas y clavos (60.000 clavos y 1.000 pa­ las procedentes de Forest o f Dean, principal centro herrero de Inglaterra). 161

162

Bristol y Chester fueron los puertos más utilizados, pero la avena y otros pro­ ductos de condados septentrionales se enviaron directamente desde los puertos de Cumbria. Obviamente, se recogieron más alimentos y otros materiales en los con­ dados más cercanos a Irlanda, pero la existencia de rutas navegables significaba que los condados orientales también podían contribuir: se transportó grano por río desde Cambridge hasta Lynn, por ejemplo. El contacto inicial entre los normandos y los irlandeses había surgido de la ambición de algunos habitantes de las tierras fronterizas durante una expedición autónoma. En 1171 intervino el Estado inglés, y desde entonces se utilizaron los recursos de un área mayor para facilitar las inicia­ tivas militares o políticas en Irlanda. La cadena de aprovisionamiento se amplió hasta el extremo de que en Dublín se excretaban bellotas de Norfolk. Otros monarcas del mismo período lanzaron expediciones militares a gran esca­ la. Los reyes de Alemania, por ejemplo, condujeron repetidamente ejércitos de mi­ les de hombres a través de los Alpes, pero no queda constancia burocrática detallada del aprovisionamiento de las tropas. Inglaterra es un caso único por la calidad de los archivos conservados más que por sus empresas propiamente dichas. La existencia de la información nos permite estudiar algunas de estas empresas y trazar un mapa que ilustra el complejo funcionamiento de una de las actividades más características de un Estado del siglo xil.

R. Bartlett

C astillos

Los castillos constituyen una impresionante prueba material de la Europa de la Edad Media y a menudo son una imagen característica crucial del paisaje medieval. Construidos en el corazón de Europa, acompañaron a los gobiernos «latinos» o «francos» de los territorios que se extendían desde la península Ibérica hasta el Bál­ tico. En la década de 1180, el misionero obispo de Livonia, Meinhard, ofreció a los paganos livos sus castillos para que se protegiesen de las incursiones lituanas a cam­ bio de su conversión al Cristianismo. Los castillos podían convertirse así en símbo­ lo de la aculturación de modelos occidentales. Los castillos medievales diferían de los fuertes de las legiones romanas y de las guarniciones postmedievales tanto por su función como por su forma; eran residen­ cias fortificadas de nobles o agentes de dichos nobles, consecuencia de la militariza­ ción de una sociedad aristocrática, al tiempo que síntoma de la inestabilidad políti­ ca y reflejo de la descentralización del poder. Su fuerte presencia militar no debe, sin embargo, oscurecer su función residencial. La gran «torre del homenaje» alber­ gaba los salones de los señores, necesarios tanto para su diversión como para reunir a sus vasallos o pares. A menudo también contaban con cámaras privadas en los pisos más altos y a veces incluso con una capilla. Los castillos eran tanto un símbo­ lo del poder señorial como un centro administrativo y social, alzándose habitual­ mente en valles situados en el centro de los territorios señoriales, más que en lugares apartados y aislados. No obstante, ocupaban en la guerra un lugar de primer orden: podían ser un instrumento de ocupación, como durante la conquista normanda de Inglaterra; podían emplearse para cercar una ciudad y sitiarla hasta que se rindiese; podían construirse pequeños castillos de asedio para atacar otros más grandes. 163

CASTILLOS

TERRA Y GALES (h. 1110

CASTILLO DE RISING

Castillos urbanos (aprox. m ás de 500 personas) C iudad (aprox más de 500 personas sin castillo

o Castillos rurales

7,5 m

P la n o d e l ca stillo de R is in g (In g laterra ), q u e re s p o n d e al t íp ic o b a s tió n d e l siglo xii, c o n u n a g ra n torre ro d e a d a p o r u n te rra plén de tierra y p ie d ra , y e n la q u e se in c lu y e el g ran s a ló n d e l lo rd , así c o m o las h a b ita c io n e s p riv ad a s y d e us o d o m é s tic o .

M a p a de lo s c a stillo s d o c u m e n t a d o s e n In glaterra y G ales h a c ia 1100. M ie n tra s a lg u n o s se c o n s tru y e ro n c o m o defe nsa fren te a in c u rsio n e s de daneses, galeses o escoceses (a u n q u e lo s ca stillo s fro n te rizo s eran centros d e e x p a n s ió n m á s q u e «defe nsas n a c io n a le s »), la m a y o ría d e lo s castillos se le v a n ta ro n c o m o c en tro s fo rtific a d o s de los n u e v o s estados n o rm a n d o s o p ara d o m in a r las c iu d a d e s existentes. La c o n s tr u c c ió n d e ca stillo s fu e parte in te g ra l d e l p ro ceso de c o n q u is ta .

T íp ic o ca stillo d e p r in c ip io s d e l s ig lo xiii (D o u r d a n , F ran cia , h . 1222). S u gran torre d e l h o m e n a je h a g a n a d o e n a ltu ra y c o n tie n e las h a b ita c io n e s d is trib u id a s p o r p is o s m ás q u e h o r iz o n t a lm e n t e , se h a r e d o n d e a d o p o r m o t iv o s d e fe nsiv os

CASTILLOS C R U Z A D O S ;) EN LOS ALREDEDORES DE ASCALÓN

y se h a tras la dado p ara fo r m a r p arte d e l m u r o de fe ns iv o .

CR A C DE LOS CABALLEROS M U ÍÜ íll

0

30 m

M AR M E D IT E R R Á N E O /J, Blancherarde

— Red de carreteras (simplificada) • Castillo cruzado 0

25

50 k m 25 m illa s

Este plano simplificado del siglo xiii del castillo hospitalario del Crac de los Caballeros (Siria) muestra su complejo sistema de entradas y las sucesivas líneas de defensa en altura creciente, famoso ejemplo de fortaleza concéntrica.

164

Castillos construidos entre 1130 y 1150 para defender los caminos que salían de Ascalón hacia el corazón del reino de Jerusalén, y desde los que poder atacar a la guarnición egipcia de la ciudad. Los cruzados finalmente tomaron Ascalón en 1153.

A medida que las técnicas de asedio fueron evolucionando, lo mismo ocurrió con el diseño defensivo de los castillos, que pasó de los sencillos «montículos» hechos de tierra y leña, a los grandes baluartes concéntricos del siglo xiii. El aumento de su coste hizo que su propiedad quedase restringida a los príncipes y grandes nobles: de ser un símbolo de poderes locales independientes pasaron a convertirse en bastio­ nes de la autoridad real.

A . Stewart

La e x p a n s ió n

d e l p o d e r r ea l e n

F r a n c ia

(1180-1226)

Aunque la política durante los reinados de Felipe II Augusto (1180-1223) y Luis VIII (1223-1226) estuvo en gran parte dirigida por el enfrentamiento bélico, el desarrollo del ritual, las alianzas matrimoniales y la diplomacia, este período tam­ bién se caracterizó por prestar una mayor atención a los mecanismos de un gobier­ no efectivo, testigo de una enorme expansión de París como capital, de una mejora en la conservación de registros escritos y de recaudación de impuestos, y de un in­ cremento en la supervisión intervencionista de los oficiales reales. Este auge de la eficiencia hizo posible la integración administrativa de los territorios franceses situa­ dos al norte del «Imperio angevino», que Felipe arrancó de manos del rey Juan de Inglaterra (1202-1204). Tras ello, mejoró las finanzas reales, además de la supervisión y control de la aristocracia, apuntaló la habilidad de la corona francesa infligiendo una derrota decisiva a una coalición de sus mayores enemigos en la batalla de Bouvines (1214) e inició el proceso de expansión hacia el sur de Francia, llenando el vacío de poder dejado por la cruzada albigense (1208-1229).

M. Bull

M

o d e l o s d e a s e n t a m ie n t o e n la

1)

n u c l e a c ió n ;

2)

I talia

m e d ie v a l :

d is p e r s ió n

Desde el siglo x, en Italia como en otros muchos lugares, se desarrolló una red de castillos, foco permanente de las estructuras del poder privado, que iban emer­ giendo lentamente como sucesores del mundo público de los carolingios. En el norte de Europa, los castillos solían ser fortificaciones de aristócratas que domina­ ban los ya existentes sistemas de asentamientos y campos, muy a menudo altamen­ te estructurados. En Italia, los pueblos eran menos estables y la agricultura menos controlada colectivamente (no había campos comunes ni cultivo por franjas). Las fortificaciones aristocráticas podían tener un impacto mayor en los asentamientos, en particular en el escasamente poblado centro de la península; el desarrollo de castillos (incastellamento) creó una red de pueblos fortificados que, entre los años 950 y 1200 aproximadamente, absorbió al resto de los asentamientos rurales. Alrededor de Roma y hacia el interior, por ejemplo, desaparecieron los pueblos no fortificados y las granjas aisladas que habían proliferado anteriormente; los aristócratas despla­ zaron pueblos enteros y grupos de pueblos al interior de sus fortificaciones y los 165

166

167

168

campesinos independientes debían construir e instalarse en sus propios castillos si querían mantener la independencia. En el primero de los mapas se ilustra este proceso en el Monte Amiata, al sur de Toscana. En esta región, la desintegración política fue muy lenta y apenas había castillos antes del año 1000; pero más adelante, los principales personajes de Amia­ ta emprendieron la construcción, y la nucleación de asentamientos es evidente. Al oeste de la montaña, se aprecia un modelo muy claro de castillos que reemplazó a los asentamientos abiertos con relaciones de igual a igual: Mustia, por ejemplo, era un pueblo que fue sustituido por Montenero. No se sabe con certeza si los asenta­ mientos pasaron a ser de otro tipo: quizá Mustia fuese un pueblo nucleado incluso antes de la fundación de Montenero. Pero hacia 1200, después del incastellamento, los asentamientos nucleados eran predominantes: algunos documentos demuestran que en la Amiata del siglo xm apenas existían casas aisladas. Al este de la montaña, los modelos de asentamiento cambiaron sin lugar a dudas: los pequeños emplaza­ mientos dispersos por el valle se reunieron en el siglo xi en un reducido número de castillos y, hacia 1150, este grupo se concentró en un número incluso inferior. La vein­ tena de asentamientos, algunos de ellos muy pequeños, que había hacia el año 900 quedó reducida a dos en 1200: la Abbadia S. Salvatore (castillo del monasterio de San Salvatore) y Radicofani S. Salvatore, que pudieron tomar esta iniciativa porque eran propietarios de la mayoría de las tierras de una región poco poblada y necesita­ da de una reorganización económica de la que se encargó el monasterio. Este tipo de evolución en los asentamientos suele ser indicativo de organización económica y control político, aunque para el monasterio los dos castillos resultaron ser súbdi­ tos muy difíciles y, con el tiempo, Ies cedió muchos derechos. También en Toscana, Casentino (mapa adjunto) es un caso similar de concen­ tración del poder privado en el mismo período, pero en un entorno muy diferen­ te. Está mucho más cerca de una gran ciudad, Arezzo (las ciudades cercanas a Amiata eran débiles); la propiedad de la tierra en manos de aristócratas seglares e iglesias era más fragmentada en esos años de la Edad Media y muy numerosos los campesinos propietarios de tierras. Los señores locales construyeron muchos castelli, incluso más que en Amiata, pero muy pocos eran centros de población y muchos eran meras residencias fortificadas de aristócratas menores. Una red com­ pacta de pequeños asentamientos abiertos sobrevivió casi sin interrupción y algu­ nos de ellos estaban muy fragmentados, con casas que se extendían de extremo a extremo del territorio. Uno de los escasos castillos que se establecieron como centro de población propiamente dicho fue el de Bibbiena, base principal de los poderosos obispos de Arezzo. Pero Camaldoni, Prataglia y Strumi, monasterios locales cuyos archivos han sobrevivido, no construyeron castillos, aunque sí reci­ bieron algunos de familias seglares: evidentemente, su poder no precisaba una retórica militar como en Amiata. La importancia de Bibbiena subraya el fracaso de la mayoría de los demás castillos a la hora de expandirse, como si los aristócra­ tas nunca hubiesen tenido hegemonía sobre la población como ocurrió en el sur. Este modelo de numerosos castillos y asentamientos dispersos es corriente en las áreas urbanizadas de la llanura del Po y el norte de Toscana, y parece indicar la existencia de un poder político relativamente fragmentado y, en ocasiones, de derechos señoriales débiles.

C. Wickbam 169

L a H uerta d e V a l en c ia

El Cid tomó Valencia en 1094, pero la ciudad fue reconquistada por los musul­ manes en 1102 y no cayó definitivamente en manos cristianas hasta que Jaime I de Aragón logró ocuparla en 1238. Sin embargo, pese a que los acontecimientos dra­ máticos crearon la ilusión de una triunfante victoria cristiana, en realidad los con­ quistadores estaban dispuestos a reconciliarse con los musulmanes que permanecie­ ron en la ciudad y, ante todo, a servirse de su mano de obra e instituciones agrícolas. De esta manera, el reino de Valencia contenía tras la reconquista varias ciudades predominantemente cristianas, particularmente la propia Valencia, muchas ciuda­ des donde convivían musulmanes y cristianos, y los campos que estaban bajo con­ trol de los señores cristianos, pero arrendados en su mayoría a mudéjares (musulma­ nes que vivían bajo gobierno cristiano). Algunas regiones de la costa levantina, especialmente Valencia y alrededores, te­ nían una economía rural con complejos sistemas de irrigación donde miles de peque­ ños canales y zanjas distribuían el agua procedente de canales más grandes por vastas áreas del territorio. Los ríos desempeñaban, por supuesto, un papel importante, sobre todo el Guadalviar y el Júcar, pero también eran fundamentales las pequeñas presas, divisores de corrientes, ramificaciones de canales, norias (probablemente de origen persa) y pozos horizontales que repartían el agua por la fuerza de la gravedad (qanats). Los efectos prácticos de la irrigación se impusieron a la sociedad rural haciendo indispensable la cooperación de aquellos que dependían de la distribución del agua y favoreciendo el desarrollo de granjas pequeñas y no de grandes haciendas. Antes

Fuente: Adaptado de un mapa de T. F. Glick.

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de conquistar Játiva, el propio Jaime I de Aragón describió el paisaje en mosaico, las huertas de la región, los pueblos o alquerías y los cursos de agua o acequias de los que dependían los habitantes.

A . MacKay

R e p o b l a c ió n

de

A

n d a l u c ía

(s i g l o

x iii)

La reconquista de Andalucía llegó principalmente de la mano de Fernando III y su hijo Alfonso X, ambos reyes de Castilla. El primero sacó con gran astucia el máximo partido de las debilidades y divisiones internas del Imperio almohade, su­ mido en la crisis desde la gran derrota de las Navas de Tolosa (1212). Combinando la agresión militar con acuerdos de rendición, los cristianos tomaron las principales ciudades de la región: Andújar (1224), Baeza (1227), Úbeda (1232), Córdoba (1236), Jaén (1246) y Sevilla (1248). Alfonso X (1252-1284) continuó esta obra y tomó Cá­ diz (hacia 1260), Niebla (1262) y Jerez y su territorio (1264). La última conquista importante del siglo x i i i fue Tarifa (1292) y ya por entonces el objetivo militar a largo plazo era despojar a los árabes del control del Estrecho de Gibraltar. En todos los casos, la reconquista fue seguida de una repoblación, es decir, la introducción de nuevos colonos procedentes del norte entre los cuales se repartían enormes extensiones de tierras, y de una reorganización civil y eclesiástica de los territorios conquistados. Como ocurrió en Valencia y Murcia, la repoblación andaluza siguió el modelo del repartimiento, que consistía en una distribución ordenada por la Corona de casas, tierras y propiedades rurales entre aquellos que habían participado en la cam­ paña de conquista y los nuevos colonos cristianos. Los primeros, nobles, miembros de la familia real, clérigos destacados, órdenes militares, soldados y oficiales de la Corona, eran los principales beneficiarios de tal distribución y recibían las mejores tierras. Pero la mayor extensión se repartía entre colonos o repobladores, que reci­ bían propiedades según su condición socio-militar como caballeros (nobles o urba­ nos) o soldados rasos. La idea, defendida incluso por eminentes historiadores, de que los latifundios andaluces se crearon como resultado de la conquista y del repar­ timiento es completamente errónea porque cada colono era por definición propie­ tario. Por ejemplo, la parte de terreno de cultivo asignada a un soldado raso en Carmona o Vejer de la Frontera era de unas 30 hectáreas. La población musulmana fue expulsada sistemáticamente de las ciudades y de todas las zonas de valor estratégico, pero en un primer tiempo muchos musulmanes permanecieron en los pueblos y núcleos urbanos más pequeños en virtud de acuer­ dos de rendición que les garantizaban libertad religiosa, jurídica y la propiedad de la tierra. Esta situación se prolongó hasta la sublevación de los mudéjares en 1264, como resultado de la cual se derrotó a los rebeldes, se conquistaron algunas áreas (Jerez) y se expulsaron o exiliaron a la mayoría de los mudéjares que quedaban en Andalucía. A partir de entonces, los musulmanes quedaron reducidos a una peque­ ña minoría sin apenas significado demográfico alguno. Andalucía se repobló principalmente con personas procedentes de Castilla y León, aunque también llegaron colonos de otros reinos ibéricos como catalanes, portugueses y navarros. A aquellos lugares bien comunicados por mar (Sevilla, 171

172

Fuente: M. G onzález Jim énez

y A. G onzález

G óm ez.

Jerez, Cádiz, Puerto de Santa María) arribaron extranjeros: ingleses, franceses, bretones y sobre todo italianos, en particular genoveses. En el diagrama adjunto se ilustra el origen de los primeros colonos de Jerez de la Frontera. Pese a los es­ fuerzos demográficos que exigió a Castilla la repoblación andaluza, la región estuvo poco poblada en los siglos x i i i y x iv , especialmente en las zonas rurales, lo que explica la fundación o repoblación de muchos núcleos rurales en los últimos años de la Edad Media. Desde el punto de vista administrativo, Andalucía estaba organizada en los tres «reinos» de Jaén, Córdoba y Sevilla. En ellos predominaba inicialmente la jurisdicción real que se ejercía en su mayor parte a través de una serie de grandes municipios o con­ sejos municipales que poseían muchas tierras y se regían por códigos municipales o fueros. También se crearon algunos señoríos, casi todos ellos en la frontera con el reino de Granada y dirigidos por las órdenes militares de Calatrava, Santiago y Alcántara. Se estableció o restauró asimismo la organización eclesiástica; inicialmente la región se dividió en tres diócesis: los obispados de Jaén y Córdoba, dependientes del arzobispado de Toledo, y el arzobispado de Sevilla. En 1263 se creó el obispado de Cádiz, dependiente de Sevilla.

M. GonzálezJiménez

La l e g is l a c ió n

m a r ít im a

Las leyes marítimas regulaban las relaciones entre aquellos implicados en el transporte por mar de mercancías a bordo de navios. Se puede trazar una distinción genérica entre las leyes marítimas consuetudinarias (que se pueden aplicar a una zona geográfica extensa aunque sin definir) y las regulaciones marítimas contenidas en códigos marítimos locales (que se aplicaban a los ciudadanos del centro corres­ pondiente). Desde principios del siglo x i i i se produjo un importante desarrollo en ambos tipos de derecho, con la inclusión de regulaciones marítimas en los códigos de derecho urbano de Hamburgo y Lübeck. En 1299, se creó en Lübeck un estatuto marítimo (las «Leyes de Lübeck») basado parcialmente en las leyes marítimas incor­ poradas en el estatuto de Hamburgo. Este estatuto fue a su vez copiado en Riga (1294-1297) y luego incluido en la revisión de las Leyes Marítimas de Riga a princi­ pios del siglo xrv. También aparecieron regulaciones marítimas en los estatutos no­ ruegos de Bergen (1276), introducidos por el rey Magnus Lagaboetir, mientras en Suecia los estatutos de Estocolmo, conocidos como Bjárkoaratten (1285-1296), y de Visby (1341-1344) formaron la base de los estatutos generales suecos (hacia 1350). En los Países Bajos, a mediados del siglo xiv los estatutos de Kampen también inclu­ yeron regulaciones marítimas. Por su parte, el código de leyes marítimas consuetudinarias conocido como los Roles d’Oléron (hacia 1286) tiene su origen en el occidente más que en el norte de Europa. Esta compilación fue traducida del francés al flamenco a finales del siglo x i ii o principios del xiv, y al escocés en el segundo cuarto del siglo xrv. La traducción fla­ menca (conocida como Vonnesse van Damme) es en su mayor parte una copia a la que se añadiría otro código marítimo consuetudinario, las Ordinancie, que aparecieron en la región del Zuiderzee en la segunda mitad del siglo xrv. A finales del siglo xv se aña­ dieron a esta compilación algunos artículos de las Leyes de Lübeck, que se imprimirían 173

poco después en Copenhague (1505) y que desde entonces se conocen con el nombre equívoco de Derecho Marítimo de Godand. Durante los siglos xvi y xvii se realizaron numerosas ediciones que, en algún caso, incorporaban pequeñas variaciones.

E. Frankot

F a m il ia s

de derech o urbano

En los siglos x i i y x in se fundaron muchas ciudades nuevas y muchos antiguos asentamientos se elevaron a la condición urbana. Una forma corriente de proceder era conceder a la nueva ciudad los derechos y privilegios de otra ciudad existente, y como resultado se creaban «familias» de derecho urbano, grupos de asentamientos urbanos cuyas leyes se basaban, por lo menos inicialmente, en el modelo de una «ciudad madre». Esta última podía ser un centro económico y político como Lübeck, o un lugar relativamente insignificante como Breteuil (Normandía), que sirvió de modelo para muchas ciudades fundadas en una amplia región. El grado de dependencia entre las ciudades madre e hijas variaba de un caso a otro. En algunas ocasiones, la ciudad nueva adquiría sencillamente los usos de otra y ahí concluía la conexión. En otros casos, la ciudad afiliada recurría a la madre para dirimir algún punto oscuro en la reglamentación. El vínculo era incluso más estre­ cho entre ciudades como las inspiradas en el modelo de Lübeck, que recurrían a esta última para sentencias de apelación presentadas ante tribunales locales. Los tres ejemplos de familias que acabamos de explicar ilustran la variabilidad del fenómeno. Al primer grupo pertenece la familia de ciudades que adoptaron la ley de Breteuil, pequeña ciudad normanda emancipada por su señor William fitz Osbem hacia 1060. Tras la conquista normanda de Inglaterra, fitz Osbern obtuvo el título de earl de Hereford e introdujo la ley de Breteuil en su señorío, desde donde se extendió a regiones vecinas de Inglaterra y Gales. Entre los anglonormandos que invadieron Irlanda después de 1169 se contaban muchos hombres, como los Lacy, de esa parte del país, y cuando fundaron ciudades, como Drogheda, adoptaron también la ley de Breteuil. Así, por una serie de conquistas feudales, la ley de una pequeña ciudad normanda fúe adoptada por docenas de asentamientos en Ingla­ terra, Gales e Irlanda. La ley de Breteuil no era un cuerpo vasto ni bien definido de usos y costumbres, sino que su esencia parece haber sido la limitación de las multas judiciales a la redu­ cida suma de 12 peniques. El fuero de Cuenca, por su parte, era mucho más elabo­ rado: contenía unas mil cláusulas, por las que se regulaban asuntos tan variados como derechos patrimoniales, derecho penal, obligaciones militares, relaciones judeocristianas, irrigación y pastos, baños públicos y multas por arrancar rosas y lirios del huerto ajeno. Este completo código fúe promulgado por Alfonso V III de Casti­ lla poco después de arrebatar la ciudad a los musulmanes en 1177. Por las mismas fechas, Alfonso II de Aragón promulgó un código similar en Teruel. La familia foral de Cuenca-Teruel se extendió más allá de las fronteras políticas y, a medida que la Reconquista avanzaba hacia el sur, el fuero se aplicó a más ciudades, que como Baeza e Iznatoraf (Andalucía) sirvieron de modelo para otros asentamientos. La ley de Lübeck, original del siglo x i i y codificada en el siglo x m , fue la base de la más importante de las tres familias aquí mencionadas. Era un conjunto com174

175

Véase también el mapa de la ley de Lübeck.

176

piejo de disposiciones que regulaban la actividad comercial, además del derecho penal y el gobierno de la ciudad, y sirvió de modelo para más de cien ciudades que se fundaron en la costa báltica en el siglo xm. Esta ley fue la constitución urbana básica de casi todas las ciudades de Mecklenburgo y Pomerania. Dado el acento en la independencia urbana, algunos dirigentes la consideraban sospechosa y los Ca­ balleros teutónicos, por ejemplo, desaconsejaban la aplicación de la ley de Lübeck en sus territorios, optando por una ley propia menos autonómica, la de Kulm. Danzig y Memel, originalmente bajo la ley de Lübeck, tuvieron que abandonarla ante la presión de los Caballeros, pero, pese a esta resistencia, la ley de Lübeck dominó bajo distintas formas el Báltico desde la propia ciudad hasta la frontera con Rusia.

R. Bartlett

E l «c o n t a d o »

de

Lucca

d e l s ig l o x ii

La primera mención de los cónsules de la comuna de Lucca data de 1119, pero es posible que fuese una comuna autónoma desde los años 1080. Al igual que otras ciudades italianas, aspiraba a controlar toda la diócesis y, como ellas, tuvo que lu­ char contra señores rurales y ciudades rivales para conseguirlo. El corazón de la diócesis era la rica llanura que rodeaba la ciudad, la Sei Miglia o territorio de 6 millas, cedido en su totalidad a la jurisdicción de la ciudad por Enrique IV en 1081; en esta área, los rivales eran débiles, excepto en la fron­ tera con Pisa, y todos quedaron destruidos con relativa rapidez (aunque Ripafratta, tomada en 1105, acabó bajo gobierno pisano). El principal problema de la ciudad era el acceso al mar, que requería el paso por territorio enemigo. Los habi­ tantes de Lucca y de Pisa lucharon muchas veces por este motivo, sobre todo cuando Lucca trató de establecer un puerto en su propia diócesis en el río Motrone para no pasar por Pisa. Estas guerras alcanzaron su punto culminante en los años 1170, pero son características de todo el período. En otras zonas, el control de Lucca se vio favorecido por la red de castillos episcopales, pues el obispo era un asociado fiel de la comuna, y por la temprana tendencia de los señores rurales a vivir en la ciudad. La expansión militar de Lucca se produjo en su mayor par­ te a lo largo de las principales rutas orientales y sudorientales, y por el valle de Serchio hacia las montañas. Al este y al norte, Lucca dominó sin grandes dificul­ tades y sólo fue detenida esporádicamente por la intervención hostil de los empe­ radores alemanes. Los valles de Arno y de Era, fronterizos con Pisa, quedaron finalmente engloba­ dos en el contado de esta última y, pese a los castillos episcopales sitos en la zona, el impacto de Lucca fúe mínimo. Con esa excepción, la hegemonía sobre los señoríos rurales de la diócesis se completó mucho antes de finales de siglo y sólo una ciudad rival, y no un aristócrata rural cualquiera, evitó que se extendiera totalmente hasta el extremo sur.

C. Wickham

177

178

M o v im ie n t o s c o m u n a l e s

El levantamiento de los habitantes de las ciudades contra sus señores eclesiásti­ cos o seglares no sólo demuestra la creciente importancia de este nuevo grupo so­ cial, sino que con frecuencia se convertían en movimientos comunales, como en el caso del norte de Francia, del norte de España, del norte de Italia, de Flandes y de algunas ciudades del Rin. Un caso clásico de una lucha comunal de este tipo es la que ocurrió en la ciudad francesa septentrional de Laón en 1112 y que nos cuenta el abad benedictino Guibert de Noguent, aunque suele perderse entre otra multitud de historias y observaciones de milagros e incluso anécdotas de carácter folclórico. Ello no significa que la dimensión religiosa fuese irrelevante en este tipo de movi­ mientos, sino que por el contrario solían contar frecuentemente con la influencia del valor cristiano del amor, que encontramos asimismo en el movimiento «Paz de Dios», que coincidió con la emergencia de las primeras comunas y que, como ellas, aspiraba a eliminar conflictos y vendettas. De hecho, la palabra «comuna» podría relacionarse con la comunión de los cristianos en la Eucaristía, y era frecuente que las autoridades urbanas de algunas ciudades de finales del período medieval y prin­ cipios de la época moderna tratasen de dispersar peligrosas sublevaciones urbanas presentando ante los amotinados hostias sagradas. La dimensión religiosa se ponía de manifiesto en otros aspectos. La emergencia de ciudades suele asociarse con causas económicas como el crecimiento del comer­ cio y la aparición de mercados, pero éstas estaban a su vez influidas por factores

179

religiosos. Las ciudades que surgieron a lo largo de la famosa ruta de peregrinación de Santiago de Compostela son ejemplo de ello. Entre los habitantes de Sahagún, por ejemplo, había peregrinos y otros individuos de diversas regiones de Francia e Italia, incluso de Alemania e Inglaterra, pero aunque muchos de los que se estable­ cieron en Compostela, Sahagún, Carrión, Burgos y Palencia prosperaron relativa­ mente como mercaderes y artesanos, su riqueza y condición no iba acompañada de participación alguna en la estructura del poder local y las crónicas contemporáneas de los problemas que surgieron posteriormente son muy similares a las de Guibert de Noguent. Según el cronista anónimo de Sahagún, la ciudad fue fundada por Alfonso VI de León y Castilla (1065-1109), que había velado por proteger los derechos y la ju­ risdicción del monasterio ya existente en el lugar, de manera que, si alguno de los habitantes de la ciudad poseía tierras dentro del señorío del monasterio debía aco­ gerse a los términos y condiciones establecidos por el abad; todos los que poseían casas en la ciudad debían pagar una suma anual al monasterio como renta y recono­ cimiento de la supremacía monástica; y todo el pan debía cocerse en el homo del monasterio. Las fricciones por este último requisito se resolvieron cambiando la obligación por otro pago en efectivo, de modo que los habitantes de la ciudad te­ nían que pagar una cantidad en Navidad por concepto de horneado y otra en Todos los Santos como renta y reconocimiento de supremacía. Los habitantes de la ciudad no sólo se resistían a la autoridad del monasterio, sino que querían sustituirla por la suya propia. En un incidente típico, por ejemplo, entraron a la fuerza en la sala capitular del monasterio, presentaron un documento con leyes y usos nuevos que habían redactado ellos mismos y obligaron a los mon­ jes a firmarlo. Pese a que el objetivo de tales rebeliones era establecer el poder comunal, la iniciativa se contemplaba en términos prácticos y no como ideal abstracto. Con mucha frecuencia, además, las revueltas estaban ligadas a tensiones más amplias, como conflictos entre la monarquía y la nobleza, o los ciudadanos recababan ayuda de otros sectores descontentos de la sociedad, como en el caso de Compostela cuan­ do ejercieron el poder comunal de facto durante todo un año, durante el cual prác­ ticamente desaparecieron los poderes políticos y jurisdiccionales del señorío ecle­ siástico.

A . MacKay

Fe d e r ic o B a r b a r r o ja

y la

L ig a

lom barda

Gracias al debilitamiento que la autoridad imperial había sufrido en el norte de Italia desde finales del siglo xi, cuando en 1152 Federico fue elegido emperador, las ciudades lombardas disfrutaban ya de una considerable independencia como repú­ blicas urbanas. Aunque los poderes municipales no se habían confirmado formal­ mente, a principios del siglo xii las ciudades habían asumido varios servicios y debe­ res imperiales, control que se consideraba concedía sobre ello un derecho consuetu­ dinario. Cuando Federico confirmó sus derechos imperiales en la dieta de Roncaglia (1158), se planteó la perspectiva de un control mayor del que las ciudades estaban 180

181

FEDERICO

I BARBARROJA

Q

Roncagüa (1158)

dieta imperial

Y LA LIGA LOMBARDA

dispuestas a aceptar. La subsiguiente destrucción de Milán en 1162 provocó una resistencia colectiva formalizada en 1167 en la Liga lombarda. El apoyo del papado, inquieto ante el restablecimiento del poder imperial al sur de los Alpes, mantuvo a la Liga unida frente a las tres siguientes campañas imperiales, hasta que finalmente en 1176 sus fuerzas derrotaron al ejército de Federico en Legnano. Obligado así a reconocer la inviabilidad de un gobierno directo sobre Lombardía, Federico firmó, a cambio de un tributo anual, el Tratado de Constanza (1183), por el cual quedaban establecidos los límites de la supremacía imperial y confirmada la independencia efectiva de las ciudades. Las ciudades recibieron el derecho a fortificarse y a renovar la Liga y se estableció una especie de aprobación imperial ficticia a la hora de reco­ nocer a los cónsules elegidos por las propias ciudades. Era un acuerdo que salva­ guardaba el honor de Federico, pero no disimulaba la pérdida de cualquier posibili­ dad de restaurar el poder imperial en el norte de Italia, pese incluso a que en 1183 varias ciudades seguían siendo pro-imperiales. Más importante aún, el tratado con­ cedía a las repúblicas urbanas el poder consuetudinario, la legislación y el peso de la autoridad real, sentando las bases para la expansión de la independencia de las ciu­ dades de todo el norte y centro de Italia.

R. OramyE. Coleman

B r u n s w ic k

a fin ales d e l s ig l o x iii

Brunswick, la ciudad más grande de la Baja Sajonia en la Edad Media, es uno de los primeros ejemplos de «multiciudad». La mayoría de las multiciudades alemanas estaban integradas por dos o tres ciudades, pero Brunswick era especial por estar

BRUSWICK A FINALES DEL SIGLO XIII

• ■■

Iglesias

— • — Limites municipales

Fuente: Planitz. 182

compuesta por cinco. La más antigua databa del siglo x y estaba en Sack (alrededor del castillo fortificado y la catedral) y Alte Wiek, asentamiento alrededor del merca­ do. En el siglo xi creció un barrio mercantil en Altstadt, mientras que el duque En­ rique el León de Sajonia fundó Hagenstadt y Neustadt en el siglo xn. Las tres ciuda­ des nuevas disponían de sus propios consejos municipales en el siglo xm (antes que las dos más antiguas). En 1269 establecieron un consejo general que se ocupaba de los asuntos de interés común. Aunque la existencia de consejos en las ciudades componentes, cada vez más similares a municipios, quedó confirmada en 1299, el consejo general se ocupaba de los asuntos internos y externos.

D. Ditchburn

G randes

c iu d a d e s e u r o p e a s

Las ciudades y sus habitantes ofrecen un marcado contraste con el predominante paisaje rural y sociedad agrícola medievales. En muchos países las ciudades estaban físicamente aisladas del campo vecino por murallas y, hasta cierto extremo, los habi­ tantes de las ciudades estaban sujetos a leyes diferentes. En el aspecto económico, sin embargo, la ciudad y el campo estaban más estrechamente integrados: el producto del campo se compraba y vendía en las ciudades y las áreas rurales proporcionaban la materia prima necesaria para las industrias artesanas urbanas. Además, muchos habi­ tantes de ciudades, especialmente de las de menor tamaño, también intervenían en actividades agrícolas. La mayoría de las ciudades medievales eran pequeñas en térmi­ nos modernos, y, aunque su número y tamaño fue en aumento para dar cabida a la creciente población de los años centrales de la Edad Media, dicha población solía calcularse en cientos y no en miles de personas. Un número desproporcionado de las comunidades urbanas más grandes estaba situado en el norte de Italia, donde unas 40 ciudades tenían una población de más de 10.000 habitantes e incluían cuatro de los centros urbanos más grandes de Europa, los puertos de Génova y Venecia, y los cen­ tros manufactureros de Milán y Florencia. La densidad urbana era probablemente si­ milar en Flandes y en Sicilia, donde las ciudades solían ser más pequeñas pero más numerosas. Es difícil, sin embargo, calcular la población urbana exacta de las ciudades medievales. Los cronistas contemporáneos solían sobrestimar el tamaño de las ciuda­ des y se conservan muy pocos datos estadísticos de la época medieval comparables a los utilizados por los demógrafos modernos. Así pues, los historiadores han basado sus estimaciones demográficas en fuentes variadas, como el tamaño físico de la ciu­ dad, listas de ciudadanos recopiladas a efectos fiscales o militares e incluso cifras glo­ bales de la venta de vino. Las cifras así recopiladas deben multiplicarse, entonces, para obtener un cociente de población y seleccionar el multiplicador adecuado es un asun­ to complejo. Dos formas de proceder diferentes pueden dar resultados muy discre­ pantes: la población de Lucca se ha estimado en 15.000 o 23.000 habitantes según los casos; la de París en 80.000 o 200.000, y la de Londres se ha considerado tradicional­ mente de 40.000, pero más recientemente se ha calculado en 80.000. El mapa adjunto debe interpretarse, pues, con mucha precaución.

D. Ditchburn 183

GRANDES CIUDADES EUROPEAS

Máximos estimados de población (h. 1100-h. 1300) ©

h. 80.000 o más

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h. 40.000-h. 80.000

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F e r ia s

y r u t a s c o m e r c ia l e s e u r o p e a s

Los años centrales de la Edad Media estuvieron marcados por una vitalidad económica generalizada. La población aumentó, se dedicaron más tierras al culti­ vo y las ciudades crecieron en número y en tamaño. La actividad comercial tam­ bién estaba en expansión, pues los individuos trataban de vender el exceso de producto para adquirir bienes que no podían conseguir localmente. Este comer­ cio giraba en torno a los famosos mercados y ferias medievales. Muchos de estos foros se habían desarrollado en el período medieval anterior en un estilo ad hoc en castillos y monasterios cuyos orígenes son difíciles de establecer. En determinadas fechas del año se congregaban multitudes en esos lugares por razones judiciales, religiosas, etc., y los mercaderes se dieron cuenta de que estos grupos eran clientes potenciales. Así, en una época sin los recursos ni necesidades para centros comer­ ciales permanentes, los mercaderes podían conocer a otros mercaderes y negociar con ellos. En esa época, los terratenientes se dieron cuenta por su parte de que era posible sacar provecho, mediante impuestos, peajes y otros tributos, de la activi­ dad comercial que generaban tales ocasiones. Si un señor concedía permiso para celebrar un mercado o una feria, ello contribuía asimismo a estimular la fortuna de una nueva ciudad. Como consecuencia, los mercados y las ferias cayeron bajo la protección y reglamentación señorial y pasaron a tener condición legal. Los mercados solían celebrarse semanalmente y tenían importancia local, mientras que las ferias eran menos frecuentes y a veces sólo se celebraban una vez al año; la mayoría duraban varios días o semanas y atraían a mercaderes de fuera de los confines del mercado local. Aunque algunas, como la feria del vino de Bozen, la 184

185

feria de la lana de Medina del Campo y la feria del arenque de Escania, estaban especializadas en productos particulares, la mayoría eran un foro para el intercam­ bio de una amplia gama de productos locales y de otras regiones. Muchas ferias eran de carácter regional, pero unas pocas adquirieron prominencia internacional, ayudadas por unas buenas comunicaciones y los avances en el transporte. En al­ gunas áreas, se establecieron ciclos de ferias secuenciales que ofrecían a los merca­ deres oportunidades de comerciar prácticamente todo el año. Uno de los primeros ciclos de este tipo se organizó en Flandes hacia el siglo x ii y giraba en torno a las ferias de Ypres, Lille, Mesen, Torhout y Brujas, que se celebraban entre febrero y noviembre. El ciclo más famoso era el de Champaña: desde la feria de Lagny en enero y febrero, los mercaderes podían viajar a Bar-sur-Aube, Provins y Troyes para regresar a Provins y a la segunda feria de Troyes en noviembre y diciembre. Estas seis ferias de Champaña atraían a mercaderes y mercancías de toda Europa occi­ dental y destacaban como lugar de intercambio de tejidos de Flandes por produc­ tos que llegaban a lo largo de la ruta fluvial del Ródano y el Saona en los navios de mercaderes italianos. Como consecuencia de esta actividad comercial, las ferias de Champaña adquirieron gran importancia como centro financiero donde se cambiaba dinero, se negociaban préstamos y se saldaban cuentas. En la Baja Edad Media, otras ferias alcanzaron fama internacional, como el ciclo de Amberes/ Bergen-op-Zoom y las de otras regiones en pleno desarrollo de la Europa central y oriental. En cambio, las ferias de Flandes, Champaña y otras de gran renombre internacional en el siglo x iii decayeron a principios del siglo xiv. En algunos casos, la inestabilidad política contribuyó a tal decadencia, pero los factores económicos fueron probablemente más decisivos. Las ferias de Champaña sufrieron con el uso creciente de los pasos por los Alpes centrales y la comunicación directa por mar entre Italia y el norte de Europa, rutas que ya no pasaban por Champaña. La cre­ ciente complejidad de negocios y técnicas financieras hicieron menos necesario el contacto directo que se daba en Champaña entre los mercaderes del norte y el sur de Europa. En términos más generales, el comercio se había convertido en una actividad constante en las ciudades más grandes de Europa occidental y, aunque los mercados siguieron desempeñando un papel fundamental en la actividad co­ mercial medieval y posterior, ya no era preciso estimular esta actividad mediante ferias periódicas.

D. Ditchburn

Pa so s

a l p in o s

Los Alpes eran el principal obstáculo para el viajero medieval. A finales de la Edad Media ya existían guías, hospederías y caminos en buenas condiciones, pero los trayectos en invierno eran difíciles si no imposibles y las mercancías sólo podían transportarse a lomos de animales. La ausencia de mapas, los peligros de avalanchas y de animales salvajes y los cambios atmosféricos repentinos exacerbaban los pro­ blemas inherentes a todo viaje. Desde la época carolingia, los pasos del Gran San Bernardo y del Mont Cenis eran los más utilizados y ofrecían una ruta directa entre Italia y las ferias de Champaña de los siglos xii y x i i i , mientras que los emperadores 186

que luchaban en Italia solían optar por ellos, dado que los caminos de acceso pasa­ ban por territorios no alineados. Desde los años 1230, cuando se construyó el puen­ te de Schóllenen, los pasos occidentales perdieron tráfico en beneficio de San Gotardo, al que se llegaba fácilmente desde el noroeste y desde las ferias de creciente importancia en el sur de Alemania, como la de Frankurt-am-Main. Más adelante, la lana inglesa también se transportó a través de San Gotardo para evitar el paso por la entonces hostil Francia. El paso del Monte Ceneri, situado más al sur, adquirió mala fama en el siglo xv por la presencia de bandidos, mientras que otros pasos centrales tenían su foco en Chur, entre los cuales el de Septimer era el más popular, aunque eran muy frecuentes las grandes nevadas y el ascenso desde el sur era muy empinado. Como rutas militares, los pasos centrales eran menos atractivos porque convergían en Como y en Milán, tradicionalmente hostiles a los emperadores. Tras la incorporación de Austria al Imperio, los ejércitos usaron cada vez más el paso de Brenner, cuyos caminos de acceso eran directos y podía evitarse fácilmente Verona; era además de poca altitud y con menos riesgo de grandes nevadas. Dada su proxi­ midad a Venecia y el desarrollo de la economía en Europa central a finales de la Edad Media, el paso de Brenner adquirió mayor importancia comercial y fue uno de los pocos por donde se transportaba vino, mientras que en Bozen, precisamente, se celebraba una importante feria vinícola. Más al este, el paso de Pontebba y, desde el siglo xiv, el de Predil, fueron usados por los mercaderes que negociaban entre Véneto y Carintia.

D. Ditchburn

187

C a m b io s

m e d io a m b ie n t a l e s

(h a c ia 1000-1300)

El paisaje europeo es el resultado de los cambios culturales que comenzaron en el período Neolítico y que alcanzaron momentos culminantes de forma intermiten­ te durante la Edad de Bronce, la Plena Edad Media, la Revolución Industrial y la época actual. La transformación del paisaje medieval comenzó con los cambios producidos en los sistemas agrario, minero y de pastoreo de la Alta Edad Media. Las tierras que rodeaban monasterios, residencias reales y asentamientos campesinos del Imperio bizantino, la España musulmana y la Italia lombarda se convirtieron en grandes zonas de desbrozo. La palinología revela la expansión de la ganadería desde el siglo vi y el surgimiento de una mezcla típicamente mediterránea formada por el polen de encinas, alcornoques, robles y rebollos, junto con matorrales de monte bajo, mientras en las regiones montañosas el castaño empezaba a desbancar a los anteriores. El norte de Europa también sufrió cambios, sobre todo en los claros de los bos­ ques de zonas de Escandinavia, Germania y las Islas Británicas a principios de la era vikinga. No obstante, los grandes territorios que se extendían entre los ríos Loira y Rin, y sobre todo aquellos que rodeaban los ríos Mosa y Mosela, fueron densamen­ te poblados durante las épocas merovingia y carolingia. Aquí también se produjo una importante deforestación, ya que hacia el año 1000 el polen proveniente de los árboles había descendido desde las tres cuartas partes de polen total a la mitad. Del año 1000 al 1300 los cambios medioambientales alcanzaron un nivel sin precedentes. Los análisis de los bloques de hielo y del aumento de depósitos lacus­ tres muestran una elevación de las temperaturas en uno o dos grados sobre la media anual actual. Esta «época de calentamiento medieval» u «óptimo climático medie­ val» extendió la media de crecimiento de cultivos hacia el norte provocando, por ejemplo, que los viñedos del valle del Rin crecieran 4 grados más al norte y 100 metros más alto en las colinas. La expansión de asentamientos norse en Groenlandia e Islandia sugiere que también allí crecían los cultivos. El clima más cálido y el crecimien­ to de la población animaron a los campesinos a desbrozar y poner en cultivo terri­ torios y a desviar el curso de los ríos. Europa vivió una extraordinaria colonización agrícola bajo las órdenes benedictina y cisterciense, que se convirtieron en impor­ tantes agentes del cambio medioambiental. En las regiones mediterráneas costeras y llanas se produjo una degradación cons­ tante de la encina, mientras las zonas altas sufrían por primera vez el impacto de la actividad humana. En los Apeninos se construyó toda una forma de vida en torno a la ecología del castaño, transformada por el incastellamento. La cría de ganado trashumante en España, Provenza, Italia y los Alpes Dináricos dio lugar al paisaje de la dehesa, mientras en las montañas del Mediterráneo septentrional numerosos ro­ bledales y hayedos daban paso a terrenos de pasto. Este cambio fue incluso más claro en la Europa templada. Las tierras al este del río Elba y de Transilvania fueron reclamadas y pobladas por colonos llegados desde Occidente tras 1100. En los Alpes, los Balcanes y los Cárpatos los asentamientos se situaron en niveles cada vez más elevados, al tiempo que en las regiones costeras la agricultura fue ganando terreno gracias a la construcción de canales, diques, presas y compuertas. Las actividades protoindustriales consumieron la madera de las mon188

CAMBIOS MEDIOAMBIENTALES (h. 1000-1300)

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tañas vascas, de Turingia y de los Cárpatos empleando la táctica de quemar los árbo­ les o descortezarlos para debilitarlos antes de la tala; y en las zonas que bordeaban el mar del Norte y el Báltico, las partículas de carbón vegetal encontradas en los sedimentos de suelos y lagos atestiguan la agricultura de tala y quema desde el siglo xili. La quema frecuente de bosques, brezales y páramos dio como resultado zo­ nas de pastos y bosques dominados por el roble, a expensas de hayas y abedules. En la Inglaterra posterior a la conquista surgieron dos tipos de paisaje diferencia­ dos que rara vez se mezclaban: el champion u openfield (campos abiertos), formado por aldeas nucleares y granjas de grano comunales; y el ancient o woodland, dedicado principalmente al ganado y que muestra una mayor biodiversidad. Se empleaban enormes cantidades de roble para la construcción, para la leña se recolectaba la madera de avellanos, sauces y fresnos, mientras para usos domésticos se usaba el roble, el fresno, el aliso, el sauce y el tejo. La técnica de producción de vástagos se practicó de forma extensiva, a menudo en oposición a la explotación del pastoreo. En otros lugares también fueron desapareciendo densos bosques del paisaje que antes dominaran. Sólo en Polonia, Rusia, Irlanda y los Highlands escoceses los gran­ des territorios boscosos no se vieron prácticamente afectados por la expansión de la sociedad europea.

E. Pascua

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Religión y cultura S e d es e pisc o pa les latinas a fin a les d e l s ig lo x iii

Hacia finales del siglo x iii , el mundo cristiano latino había alcanzado práctica­ mente sus límites territoriales hasta que dos siglos después se iniciase la expansión europea en ultramar. Las vastas provincias eclesiásticas de la Europa central lindaban al este y al sur con territorios seguidores del culto ortodoxo y al nordeste con la Lituania pagana, que no se convirtió al cristianismo hasta las postrimerías del siglo xiv. Las provincias de Gnienzo, que correspondía al reino polaco, y Esztergom y Kalocsa, parte del reino de Hungría, se habían establecido en los primeros años del siglo XI, entre 1000 y 1009, pero desde entonces poco se había avanzado en la creación de nuevas diócesis en dichas provincias. Kalocsa había adquirido jurisdicción sobre Bosnia tras ser absorbida por Hungría durante la cruzada organizada contra los he­ rejes de la región. La gran diócesis de Praga, que junto con Olmütz pertenecía al reino de Bohemia, todavía dependía de Maguncia y no se erigió en provincia inde­ pendiente hasta 1244. Al nordeste, se habían fundado varias sedes episcopales en la primera mitad del siglo x iii con objeto de fomentar y facilitar la actividad misionera entre los pueblos del Báltico, que quedaron consolidadas en la provincia de Riga en 1253, a excepción de Reval, que quedó ligada a la provincia escandinava de Lund. Dentro de la propia Escandinavia, el proceso de conversión iniciado en el siglo x con los daneses progresó hasta culminar en la creación de las tres provincias de Lund (1104), Trondhjem (1152) y Uppsala (1164) colindantes con los reinos de Di­ namarca, Noruega y Suecia, respectivamente. Del otro lado del mar del Norte, en las Islas Británicas, se habían producido muchos cambios importantes desde el siglo XI. En Inglaterra, los conquistadores normandos respetaron las fronteras provinciales, pero desplazaron varias sedes de sus ubicaciones anglosajonas a otros centros de mayor peso político y económico. Eduardo I conquistó Gales a finales del siglo x iii y acabó con las eternas esperanzas de los obispos galeses de obtener independencia jurisdiccional, pues las sedes que­ daron ligadas a la provincia de Canterbury. En Escocia, la confusión diocesana de los albores de la Edad Media fue seguida, en el siglo x ii , por la fundación o restau­ ración de sedes bien establecidas, que a partir de entonces disfrutaron de una suce­ sión ininterrumpida de obispos hasta la abolición del episcopado con la reforma. Los esfuerzos de los sucesivos arzobispos de York del siglo x ii por colocar a la Iglesia escocesa bajo su jurisdicción metropolitana fracasaron excepto en Whithorn. A ex­ cepción de Sodor y Man (las islas) y Orkney, que formaban parte de la provincia de Trondhjem, las demás sedes septentrionales quedaron directamente sujetas a la ju191

192

risdicción de Roma y el papa Celestino II les concedió el título defilia specialis de la sede apostólica (1192), confirmando así lo que era una realidad política. Con el tiempo, las sedes de St. Andrews y Glasgow obtuvieron dignidad metropolitana con sus propios obispos sufragáneos en 1472 y 1492 respectivamente, mientras que las sedes de Whithorn, las Islas y Orkney quedaron incorporadas a la Iglesia escocesa. En Irlanda, la organización diocesana según el modelo del resto de la cristiandad latina se inició a principios del siglo x i i . Las cuatros provincias de Armagh, Cashel, Tuam y Dublín quedaron establecidas en el sínodo de Kells (1152), lo que en reali­ dad ocurrió unos años antes de que Inglaterra se apropiase de Irlanda, pero Enri­ que II consiguió sacar partido de las sospechas que había en Roma de irregularida­ des eclesiásticas en Irlanda para obtener la aprobación del papa Alejandro III cuan­ do conquistó la isla. Mientras que las provincias o diócesis de Europa central, Escandinavia y las Islas Británicas se habían organizado de tal manera que se correspondían con unidades políticas, la estructura eclesiástica desarrollada tempranamente en los reinos francos y en el Imperio carolingio no reflejaba tan claramente las fronteras políticas. Así, por ejemplo, las diócesis de las provincias orientales de Reims y Lyón, incluidas ambas sustancialmente en el reino de Francia, tomaron tierras del otro lado de la frontera del Imperio. Además, con unas pocas excepciones como el ducado de Normandía que colindaba con la provincia de Ruán, las fronteras de las diversas provincias y diócesis no coincidían con las de los grandes feudos, todo ello fuente de dificultades potencia­ les para las autoridades eclesiásticas y seglares. Las antiguas aspiraciones del clero bre­ tón, en particular las de formar una provincia bajo la jurisdicción metropolitana de Dol, no desaparecieron completamente hasta 1199, cuando Inocencio III pronunció una sentencia definitiva en favor de las reivindicaciones tradicionales de Tours. Como ocurría en Francia, el modelo de provincias y diócesis en el reino de Alemania estaba bien establecido en el siglo xi. Sólo en las marcas orientales y sudorientales del Impe­ rio, en las provincias de Bremen-Hamburgo, Magdeburgo y Salzburgo, se crearon se­ des nuevas en los siglos XI, x ii y xiii. De esta manera, a la provincia de Salzburgo, que cuando se creó (798) sólo contaba con los tres sufragáneos de Freison, Passau y Ratisbona, a los que se unió al poco tiempo el de Brixen, se añadieron las sedes de Gurk (1072), Chiemsee (1215), Seckau (1218) y Lavant (1228). Pocos fueron los cambios importantes que se produjeron en Francia, el Imperio o los reinos centroeuropeos en los siglos siguientes. Unas pocas sedes se fundaron en las provincias del este, por ejem­ plo la diócesis de Pamiers se creó en 1295 como medida para combatir la herejía, pero en 1317 se eliminaron esta y otras seis sedes nuevas de la provincia meridional de Narbona y se asignaron al nuevo metropolitano de Toulouse, mientras que otras pocas se fundaban al mismo tiempo en las provincias de Bourges, Burdeos y la propia Nar­ bona. En 1475 se separó de Arles otra pequeña provincia, Aviñón. Los principales cambios institucionales desde principios del siglo xi fueron los que se produjeron en el Mediterráneo. La expulsión gradual de los sarracenos dejó disponibles vastos territorios en los que establecer provincias y diócesis. En la penín­ sula Ibérica, se aspiraba primordialmente a restablecer las sedes episcopales en sus ubicaciones originales y la reconquista que hizo posible este objetivo había conclui­ do prácticamente a finales del siglo x i i i , cuando el único reino moro superviviente era el de Granada en el extremo sur. En 1492 se conquistó Granada y se formó una provincia, mientras que Valencia ya había ascendido a la condición metropolitana. En 1318 se creó la provincia de Zaragoza con jurisdicción sobre las sedes que ante­ 194

riormente pertenecían a Tarragona. El Gran Cisma tuvo como consecuencia la con­ tracción de la provincia de Braga y la creación de la de Lisboa, ambas dentro de los confines del reino de Portugal, que apoyaba a los papas urbanistas a diferencia de lo que ocurría con Castilla. De la misma manera, Cerdeña y Córcega, dominadas por los sarracenos, fueron conquistadas por los genoveses y písanos, mientras que Sicilia cayó en manos normandas en el siglo xi, lo que abría las puertas a la creación de un nuevo orden eclesiástico en esas islas. Las rivales Pisa y Genova habían adquirido calidad metropolitana en 1092 y 1133, respectivamente. La división del norte de Italia prosiguió con la creación de las provincias de Florencia (1420) y Siena (1459). En el siglo XI, la fragmentación provincial del sur de Italia continuó con la creación de Rossano, Siponto (Manffedonia), Acerenza, Cosenza, Trani y Conza. En las postrimerías de la Edad Media, pocos cambios sucedieron en Italia, aparte de la supresión o unión de varias de las sedes más pequeñas y más pobres.

R. K. Rose

ClSTERCIENSES, PREMONSTRATENSES Y OTROS

En 1098, Roberto de Molesme y veinticuatro compañeros suyos fundaron el monasterio de Citeaux en Borgoña. Roberto había sido abad de varios centros y había fundado Molesme, cabeza de una próspera congregación; pero él y sus compañeros creían llegado el momento de mantener una observancia más rigurosa de la Regla de san Benito. En textos cistercienses posteriores, se trataba de demostrar que Citeaux se había fundado como reacción a la decadencia del benedictismo convencional tipifi­ cado en Cluny, pero, si bien parece evidente que los cistercienses querían observar la Regla sin las costumbres adicionales que se habían desarrollado en los siglos x y xi, es igualmente evidente en la actualidad que muy pronto desarrollaron costumbres pro­ pias parcialmente basadas en las de Cluny. En 1119, el modo de vida cisterciense había atraído a más adeptos, se habían fundado varias comunidades y el papa Calix­ to II había aprobado leyes para una orden propiamente dicha. La originalidad cister­ ciense era el rechazo del diezmo como fuente de ingresos de los monasterios; la insis­ tencia en sustentarse con su labor agrícola y los frutos de su trabajo artesanal y aceptar donaciones sólo de tierras remotas y despreciadas; y el desarrollo de la colaboración de hermanos legos, ya parcialmente en uso en otras congregaciones. La orden se conformaba a un patrón federal, con la visita y asambleas anuales de abades en un capítulo general, plasmadas en varias versiones de un documento denominado Carta de la caridad. El hábito cisterciense no estaba teñido, a diferencia de las vestiduras negras de los benedictinos, y sus iglesias eran sencillas y sin ador­ nos, y con el tiempo se construyeron en su propio estilo arquitectónico, así en la época de san Bernardo de Claraval (m. 1153), el famoso líder místico y teólogo cisterciense, solían tener un extremo oriental cuadrado y sencillo que contrastaba con el deambulatorio semicircular y las capillas radiantes propias de otras muchas iglesias. El diseño de los edificios monásticos cistercienses se normalizó, y destaca tanto por el uso de canales divergentes para saneamiento y para los talleres como por la separación estricta de las dependencias de los monjes y de los hermanos le­ gos. El trabajo de hermanos legos en el cultivo de terrenos marginales colocó a los cistercienses a la vanguardia del proceso de desbroce y recuperación de tierras, en 195

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particular en la frontera oriental alemana, siempre en expansión, y al norte de Ingla­ terra. Hacia finales de 1151, había más de 330 casas cistercienses y en el siglo si­ guiente se produjo una expansión uniforme pero menos acentuada. En el mapa se indican los centros más importantes, los primeros en fundarse en una determinada región o aquéllos a partir de los cuales se crearon otros muchos. La orden premonstratense, fundada en 1120 por el famoso predicador Norberto de Xanten (m. 1134), era una orden de canónigos regulares que no sólo seguían la Regla de san Agustín, que se convirtió en la regla más popular del siglo x ii , sino también unas costumbres basadas en parte en las de Cluny y una organización de­ rivada de la Carta de la caridad cisterciense. Vestían también hábitos blancos, conta­ ban con la ayuda de hermanos legos para cultivar algunas tierras y se extendieron por las regiones fronterizas de Alemania, aunque la conversión del cabildo de Magdeburgo significó también una sucesión de obispos premonstratenses en esa y otras regiones de Alemania. Su expansión geográfica y cuantitativa nunca fue tan espectacu­ lar como la de los cistercienses, pero eran conocidos por toda Europa. Otras agrupa­ ciones destacadas del siglo x ii son las de Savigny, que se unió a Cíteaux en 1147; la Orden de Sempringham, una pequeña orden inglesa fundada en los años 1130 por Gilbert para mujeres y canónigos; y el famoso centro de Fontevrault fundado a principios de siglo por Roberto de Arbrissel, también para mujeres. La Orden de Grandmont emergió tras la muerte de su «fundador» Esteban de Muret en 1125, se expandió considerablemente, pero casi exclusivamente en la Francia del siglo x ii , y desarrolló su propia Regla, que hacía hincapié en la pobreza de la comunidad.

M. Dunn

L as

ó r d e n e s m e n d ic a n t e s

El adjetivo mendicante se aplica a religiosos y religiosas que han hecho voto de pobreza, castidad y obediencia. Las primeras órdenes de este tipo fueron la de los franciscanos (fundada por Francisco de Asís [hacia 1172-1226] y aprobada en 1209) y la de los dominicos (fundada por Domingo de Guzmán [1170-1221] y aprobada en 1216). Hacia mediados de siglo cabe añadir a los carmelitas, que procedían de grupos de ermitaños (Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo) que vivían en Palestina en las laderas del Monte Carmelo y posteriormente emigraron a Sicilia, Italia, Francia e Inglaterra en los años 1230. En 1247, su general, Simón Stock, pidió a Inocencio IV que permitiese modificar la Regla para contemplar cualquier asenta­ miento, incluidas ciudades, para llevar un estilo de vida cenobítica y adoptar un papel pastoral activo en las ciudades. De la misma manera, grupos de eremitas de Lombardía, Toscana y Romaña se unieron en 1256 con los bonitas, congregación de penitentes que llevaban una vida de predicación y mendicidad en el norte de Italia. También ellos velaban por los habitantes de las ciudades de Europa (princi­ palmente Italia, pero con prioratos en España, Alemania, Francia, Inglaterra y Esco­ cia) y adoptaron el nombre de Orden de frailes ermitaños de san Agustín. Las órde­ nes mendicantes querían reintroducir la vida apostólica de los evangelios (o una imitación de Jesús y sus primeros apóstoles) en las nuevas ciudades europeas del si­ glo x i i i . La pobreza, aceptada voluntariamente, era una de sus intenciones, como la predicación a los no conversos o a los que habían perdido el camino. El movimien197

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Fuente: Servicio cartográfico italiano.

to apareció en Italia, pero se extendió con rapidez por todo el mundo cristiano. Los mendicantes solían ser recibidos con entusiasmo, sin embargo, también se toparon con la oposición del clero seglar, que los consideraba competidores, particularmen­ te después de 1267 cuando Clemente IV les renovó el privilegio de predicar, oír en confesión y oficiar entierros sin el consentimiento explícito de la diócesis. No obs­ tante, el papado se mostraba por lo general colaborador y trataba de dirimir los conflictos con bulas como la Super cathedram, publicada en 1300, por la cual se esta­ blecía la necesidad de obtener permiso antes de emprender dichas actividades. Los frailes se establecieron inicialmente fuera de las murallas de las ciudades y se trasladaron al centro a partir de los años 1230, a ubicaciones ya existentes, a menudo ruinosas, que les eran cedidas por un obispo, un particular o una corporación local simpatizante. Las primeras iglesias mendicantes construidas como tales eran diminutas y sencillas y pronto se quedaron pequeñas, por lo que fueron reconstruidas en un estilo arquitectónico nuevo que recordaba al modelo cisterciense. Este plan se adaptaba per­ fectamente a las necesidades de la predicación, con una nave espaciosa (sencilla o con alas), crucero opcional y un ábside o capilla absidal para rematar el extremo oriental. Aparte de la dedicación de estas órdenes a la predicación, sermones y educa­ ción, su contribución artística fue inmensa, pues cada orden mendicante atrajo el patronazgo de muchas familias y otras fraternidades que les encargaban obras de arte a cambio de misas y funerales. Los dominicos y los franciscanos, en particular, tuvieron gran impacto en todas las formas posteriores de vida religiosa, incluidas las comunidades terciarias. Este Tercer Orden estaba formado por grupos de hermanos legos que llevaban una vida piadosa y de caridad, seguían viviendo en sus hogares, casados o no, y se unían a los mendicantes para los servicios litúrgicos.

L. Bourdua

B e g u in a s

y begardos

Las mujeres pías conocidas como beguinas aparecieron por primera vez en los Países Bajos y en Renania a principios del siglo x iii como parte de un movimiento transeuropeo de resurgimiento religioso popular. Su número creció con rapidez y se extendieron por el norte de Francia, Suiza y Europa central. El equivalente mascu­ lino, los begardos, era menos numeroso y seguía a las mujeres en lugar de dirigirlas. El origen de los nombres es desconocido, pero está relacionado posiblemente con la herejía albigense y pretendía sin duda desacreditar a esas mujeres y varones que llevaban una vida de devoción piadosa pero no se plegaban a ninguna Regla reco­ nocida ni hacían votos perpetuos. Entre las beguinas y los begardos había miembros de la nueva burguesía rica y mujeres más pobres que a veces vivían en hospitales de beguinas. Apenas se las menciona en los registros escritos, y el estilo de las comuni­ dades variaba de una región a otra, incluidas algunas donde vivían solas o en peque­ ños grupos en una casa o convento, mientras que en otros casos vivían en un am­ plio beguinazgo aislado del exterior o en parroquias de beguinas. Las beguinas y los begardos aceptaban voluntariamente vivir en pobreza, renunciaban a los bienes te­ rrenales, se acogían al celibato mientras vivían en comunidad, subsistían con el tra­ bajo personal, que a menudo se desarrollaba en hospitales o manufacturas textiles y, ocasionalmente, recurrían a la mendicidad. Su espiritualidad era, con frecuencia, 199

mística, individualista marcada por experiencias visionarias, y muchos eran escrito­ res consagrados en lengua vernácula. Recibieron inicialmente la admiración y apo­ yo de clérigos prominentes como Jacques de Vitry (m. 1240) y Robert Grosseteste (m. 1253), y atrajeron el patronazgo de seglares como Luis IX de Francia, que esta­ bleció el beguinazgo de París en 1264. En tanto que seglares que vivían fuera de cualquier orden religiosa, las beguinas también eran foco de hostilidades por parte de algunos clérigos, que las acusaban de herejes. Así, en 1310, Marguerite Poréte fue condenada a la hoguera con su obra mística El espejo de las almas simples. En el Con­ cilio de Vienne (1311-1312) se condenaron a las beguinas que «se pierden en locas especulaciones... no prometen obediencia a nadie... ni profesan ninguna Regla reco­ nocida». No se condenaba a esas mujeres «fieles» que deseaban vivir «por inspira­ ción del señor», pero el decreto obligó a muchas beguinas a incorporarse a comuni­ dades más formales y muchas se unieron a centros de frailes.

F. Andrews

LOS «HUMILIATI»

Los humiliati o «humillados» fueron uno de los numerosos productos del llama­ do «despertar evangélico» de finales del siglo xn, consistente en la búsqueda renova­ da de una experiencia religiosa más intensa basada en la vida de Cristo y los Após­ toles, tal y como aparecía descrita en los Evangelios: la vita apostólica y el modelo de la Iglesia primitiva, la ecclesieprimitiveforma. En un primer momento surgieron en las ciudades y el campo del norte de Italia durante los años 1170 y las primeras referen­ cias describen tanto grupos de clérigos que vivían en comunidad como de mujeres 200

y hombres laicos dedicados a la vida religiosa en pequeñas asociaciones que promo­ vían la fe católica. En noviembre de 1184, junto con los cátaros, los Pobres de Lyón y otros grupos menos documentados, fueron anatemizados como herejes por el papa Lucio III y Federico I Barbarroja en el Concilio de Verona. La práctica más alarmante de los humiliati era su insistencia en predicar sin autoridad, tal como se especificaba en el texto de A d abolendam, el decreto papal. También rechazaban prestar juramento, tal y como aparece claramente en posteriores cartas papales, que llegaron a dar larguísimas disertaciones para explicar por qué era necesario prestar juramento en ciertas circunstancias. Sin embargo, no hay que dar más importancia de la debida a esta acusación que se hizo a los primeros humiliati de herejes, ya que no pecaron en cuestiones de dogma y, al contrario de lo que ocurrió con los valdenses, no existen pruebas de que se desarrollasen creencias y prácticas que fueran contra la ortodoxia tras ser rechazados por la Iglesia. Es más, existen pocas muestras de que se emprendiesen acciones contra ellos como resultado de la decretal A d abolendam, y a finales del siglo estaban lo suficientemente consolidados para acercar­ se al papa Inocencio III (1198-1216) en busca de aprobación. Para esta fecha se re­ conocieron tres distintos elementos: hombres y mujeres, tanto solteros como casa­ dos, que llevaban a cabo una vida religiosa y vivían cada uno en su propia casa (los primeros «terciarios»); comunidades regulares de hombres y mujeres que vivían en común; clérigos que seguían el ordo canonicus. En 1201, estos grupos lograron que se les reconociera como tres órdenes separadas bajo un único marco de autoridad, supervisadas por las casas de Viboldone, Vialone, Lodi y Como. La regla adoptada por las comunidades regulares, Omnis bonipricipium, era una combinación de anti­ guas observancias monásticas. Se hacía especial énfasis en el trabajo manual, que se expresaba por medio del trabajo de la lana y la producción de paños, aunque al final también se convirtieron en terratenientes de cierta importancia que seguían las prác­ ticas monásticas tradicionales y tal vez más concretamente las de los cistercienses. Los humiliati predicaron activamente contra los heréticos en el norte de Italia y, a mediados del siglo xm , el ordo Humiliatorum había alcanzado un crecimiento es­ pectacular. En 1278, Bonvesin della Riva, él mismo un terciario humiliati, registró la existencia de más de 200 casas pertenecientes a la «segunda» orden regular y 7 canoniches de la «primera» tan sólo en la ciudad y región de Milán. Un registro de 1298, sobre el que se basa este mapa, nombra 387 casas. Los humiliati se convirtieron en una presencia de primer orden en la vida religiosa, económica y administrativa del norte de Italia. En tal que expertos trabajadores de la lana, fueron llamados a poblar Perugia y llevaron a cabo una activa labor administrativa en ciudades como Bolonia, Parma y Novara. A finales del siglo x iii y principios del xiv, sirvieron con regularidad como tesoreros comunales en Siena, Florencia y otras ciudades. Sin embargo, sus planes de expandirse por el reino de Francia no se cumplieron. Durante los siglos siguientes la orden retrocedió tanto en tamaño como en presti­ gio. A principios del siglo xiv ya había adoptado la regla benedictina y en algún mo­ mento de ese mismo siglo los terciarios habían desaparecido en muchas ciudades. En los años 1500 los humiliati fueron barridos por los aires de cambio de la Reforma ca­ tólica y en 1571 el papa Pío V suprimió las órdenes masculinas, mientras a las mujeres, puede que siempre numéricamente más significativas que los hombres, se les permi­ tió irse disolviendo de forma menos dramática a lo largo de los siguientes siglos.

F. Andrews 201

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E l p a p a d o y l o s p a d r e s c o n c i l i a r e s (1 2 1 5 )

En la carta por la que convocaba el cuarto Concilio de Letrán de 1215, Vineam Domini Sabaoth (19 de abril de 1213), el papa Inocencio III aspiraba a atraer al ma­ yor número posible de dignatarios de la Iglesia, incluidos por vez primera los repre­ sentantes de los cabildos catedralicios. Se pedía asimismo la asistencia de los abades de las órdenes monásticas y de enviados de los poderes seglares. Así, la primacía de

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Roma como centro de la cristiandad papal quedó simbolizada en un parlamento eclesiástico de unas dimensiones sin precedentes. Además de los asuntos cruciales de la Reforma eclesiástica, la lucha contra la herejía y la próxima cruzada, el concilio también se ocupó de temas de política eclesiástica como resultado de la elección imperial en Alemania, la conflictiva pri­ macía de la Iglesia española y la suspensión del arzobispo de Canterbury. Otro ca­ ballo de batalla fueron los derechos del conde de Toulouse sobre los territorios ob­ tenidos a raíz de la Cruzada albigense. Todos estos puntos tratados influyeron en la composición geográfica del cuarto Concilio de Letrán. La reunión celebrada en Roma en noviembre de 1215 empequeñeció todos los concilios ecuménicos anteriores en Occidente y a ella se sabe que acudieron más de 1.200 clérigos. Escoceses e irlandeses se unieron a húngaros, polacos y sicilianos, pero es preciso matizar el ecumenismo y cosmopolitanismo del Concilio de Letrán. Los cristianos de Oriente no acudieron y los prelados del este cristiano eran en su mayoría latinos trasladados. Las sustanciosas delegaciones enviadas desde España, Provenza e Inglaterra estaban motivadas parcialmente por intereses regionales espe­ cíficos. Por encima de todo, la distribución geográfica de los padres conciliares refle­ ja un predominio mediterráneo y especialmente italiano, aunque la lealtad de los italianos estaba fragmentada y localizada. Los países escandinavos no prestaron gran atención al Concilio, y el episcopado alemán, políticamente dividido, no estaba bien representado. No todos los obispados directamente dependientes de Roma estaban en suelo italiano, pero la concentración de clérigos italianos en el Concilio quizá explique la importancia de la política italiana del papado en el siglo x i i i , tanto en los Estados pontificios como en el sur de Italia.

G. Dickson

S a n t u a r io s

y r e s u r g im ie n t o d e l c r is t ia n is m o p o p u l a r

(1200-1300 a p r o x im a d a m e n t e ) La peregrinación a los lugares santos de la cristiandad latina fue una característi­ ca notable de la experiencia religiosa popular desde la Alta Edad Media hasta víspe­ ras de la Reforma. Estas peregrinaciones se emprendían para buscar la cura milagro­ sa ante la tumba de un santo, para cumplir la penitencia ritual del viaje ascético, y para recibir la recompensa espiritual de una indulgencia, como la indulgencia plenaria de los cruzados en la peregrinación a Jerusalén. En el primero de los Jubileos medievales, el tan especial Año Santo de 1300, año en que se sitúa la celebrada Di­ vina Comedia de Dante, el papa Bonifacio VIII otorgó indulgencia plenaria a los peregrinos que visitaban determinadas iglesias romanas estacionales. Además del motivo religioso, el deseo de viajar, de aventura o de escapar también guiaban los pasos de esos turistas medievales que eran los peregrinos. Algunos poderes seglares (por ejemplo, las ciudades flamencas) también impo­ nían castigos en forma de peregrinaciones, pero éstas fueron ante todo una herra­ mienta de los tribunales inquisitoriales de Carcasona, Albi y Toulouse como peni­ tencia para los antiguos herejes del Languedoc. Estos inquisidores recuperaron una distinción antigua entre lugares de peregrinación «mayores» y «menores». Los san­ tuarios donde se veneraban a los santos «mayores», Santiago de Compostela, San Pe204

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dro y San Pablo de Roma, los Tres Reyes de Colonia y Santo Tomás Beckett de Canterbury, son los cuatros «lugares santos» principales de la cristiandad del siglo xm. Por otra parte, la elección entre lugares de peregrinación «menores» no es representativa del gran número de santuarios regionales y locales repartidos por Europa, sino que refleja la perspectiva meridional francesa de los inquisidores y la ubicación de los ex herejes penitentes. En el mapa se han marcado unos pocos de los santuarios más importantes que no mencionan los inquisidores; sin embargo, un mapa completo de los lugares santos cristianos, con todas las imágenes milagrosas, reliquias de san­ tos orientales, pedazos de la Vera Cruz, hostias veneradas, etc., en caso de que se pudiese dibujar, sería tan denso que apenas resultaría legible. De hecho, a finales de la Edad Media, la mayoría de localidades del mundo cristiano disponían de algún santo u objeto sagrado merecedor de la devoción de los peregrinos. Al igual que las peregrinaciones, otras actividades populares del siglo xm tenían un carácter itinerante o, por lo menos, procesional. También al igual que la peregri­ nación, dichas muestras de resurgimiento religioso eran manifestaciones populares públicas y colectivas. Empezaron con un público religioso y se convirtieron en un movimiento que a veces, como en el caso de los flagelantes de 1260, daba lugar a instituciones religiosas durables. El movimiento flagelante de 1260 se inició en Perugia y concluyó su periplo transalpino en 1261 en el norte de Polonia. Era funda­ mentalmente penitente, profético y cristocéntrico, aunque muy influido por el con­ texto cruzado. Por su parte, la Cruzada de los niños (1212) y la Cruzada de los pastores (1251) fueron ambas populares, es decir, cruzadas no oficiales sin autoriza­ ción papal. La Cruzada de los niños empezó con procesiones, que probablemente se celebraron en Chartres, para obtener apoyo divino para la amenazada Iglesia es­ pañola. Al final, la mayoría de los participantes se establecieron en ciudades medi­ terráneas. Los entusiastas de la Cruzada de los pastores proclamaron su deseo de ayudar al rey Luis IX de Francia en su lucha contra los sarracenos de Egipto. Este movimiento, sin embargo, cayó en la violencia, antisemitismo y anticlericalismo, y tuvo que ser sofocado por la fuerza. Estas tres muestras de entusiasmo popular fueron reclutando adeptos, que solían ser campesinos, pero también había habitantes de ciudades que se unían al movimiento cuando pasaba por su ciudad. El «Gran Alelu­ ya» lombardo de 1233 sólo era itinerante con respecto a las enormes muchedumbres que se reunían para escuchar los sermones de los frailes que hacían milagros. Fue un movimiento fomentado por los frailes dominicos y franciscanos, que hacían hincapié en la predicación, y fue un importante movimiento pacifista medieval. Al igual que ocurría con las peregrinaciones y con las cruzadas, estos movimien­ tos populares demuestran hasta qué extremo el entusiasmo religioso podía movili­ zar a grandes grupos de creyentes y determinar muchos aspectos de su conducta.

G. Dickson

H

erejías , la

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r u z a d a a l b ig e n s e y la

I n q u is ic ió n

(1200-1240 a p r o x im a d a m e n t e ) En muchas regiones de la Europa del siglo xm podían encontrarse individuos de ortodoxia dudosa, así como sectas heréticas. En París (1210) se llevó a la ho­ guera a los amalricianos panteístas, mientras que uno o dos años después, en Es206

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trasburgo, la conflagración fue incluso mayor y las víctimas fueron probablemen­ te los oscuros ortlibianos. Cuando los campesinos de Stedinger, al norte de Ale­ mania, se negaron a pagar el diezmo al arzobispo de Bremen, fueron acusados de herejes; el papa Gregorio IX, que les creía luciferianos, autorizó la cruzada que acabó con ellos en 1234. Estos reductos de herejes, sin embargo, no eran ninguna amenaza seria para la Iglesia. Lo que más preocupaba a un papa como Inocencio III (1198-1216) era el peligro de grandes concentraciones en medio de las comunidades católicas de libertinos religiosos con relativa libertad para evangelizar. Los cátaros o albigenses, por ejem­ plo, eran dualistas que disponían de Iglesia propia. Sus hombres y mujeres santos, denominados perfectos, desempeñaban una labor activa de proselitismo desde los Pirineos hasta el Estado pontificio, hasta la periferia romana. También los Pobres de Lyón o valdenses, seglares cuya principal herejía era predicar el Evangelio pese a la prohibición eclesiástica, ganaban simpatizantes en el sur de Francia y en las ciuda­ des lombardas. Los valdenses y los cátaros eran rivales, pero coexistían en la Europa meridional y, hasta cierto punto, también en el norte. Las herejías mencionadas eran las más destacadas, aunque había otras muchas. El último perfecto cátaro fue quemado en la hoguera en 1321, mientras que los valdenses del Piamonte sobrevi­ vieron hasta la Reforma. La presencia de los cátaros o albigenses era mayor en las tierras del conde de Toulouse del sudoeste de Francia. Dado que los herejes estaban tan arraigados en la sociedad del Languedoc, la Iglesia no podía persuadir ni obligar a la nobleza seglar a que los suprimiera en su nombre. Tampoco el rey de Francia, Felipe II Augusto, mostraba deseo alguno de intervenir. Tras el asesinato del legado papal Pedro de Castelnau (1208), el papa Inocencio III lanzó una cruzada contra los herejes y sus seguidores, una guerra santa por la paz (contra los routiers mercenarios) y por la fe (contra los albigenses herejes). Encabezada por legados papales como el abad cisterciense Arnold Aimery y el barón del norte de Francia Simón de Montfort, en su nombre se saquearon ciudades, se asesinaron a perfectos cátaros y se confiscaron tierras. La cruzada se prolongó intermitentemente durante la primera mitad del si­ glo x i i i , pero los cátaros no desaparecieron. En 1271, el Languedoc pasó a la Corona francesa y los Capetos fueron los beneficiarios últimos de la cruzada. Durante la Cruzada albigense (1212), Inocencio III amenazó a los milaneses con enviar un ejército cruzado si no acallaban a los herejes de la ciudad. Pero las cruzadas eran un instrumento de violencia indiscriminada, mientras que la Inquisi­ ción era potencialmente más selectiva. Tradicionalmente era labor del obispo detec­ tar a los herejes de su diócesis, pero había llegado el momento de echar mano de especialistas. Los frailes franciscanos y, particularmente, dominicos aportaron la práctica teológica y el celo religioso a esa tarea. La carrera del inquisidor dominico Roberto el Bribón (en activo entre 1232 y 1239 aproximadamente) culminó con el auto de fe masivo de cátaros en Mont-Aimé (Champaña) en 1239. El canónigo se­ glar Conrado de Margburgo persiguió con igual ahínco a los valdenses, cátaros y supuestos luciferianos de la región del medio Rin desde 1227 aproximadamente hasta que le asesinaron en 1233. El papa que les había dado poderes a ambos, Gre­ gorio IX (1227-1241), estableció la Inquisición en el Languedoc en 1233; los inqui­ sidores estaban basados en Toulouse, Montpellier y Albi, mientras que en Narbona ya había un inquisidor dominico nombrado por el arzobispo. Los tribunales inqui­ sitoriales permanentes también datan del pontificado de Gregorio IX y se multipli208

carón a partir de entonces. Particularmente efectiva era la Inquisición de los muer­ tos, pues si se condenaba como hereje a un testador ya fallecido, los herederos de­ bían renunciar al legado y la propiedad resultó ser un acicate poderoso para la ortodoxia.

G. Dickson

A n t is e m it is m o

(1096-1306)

La Edad Media empezó con un considerable grado de armonía entre judíos y cristianos, pero este modus vivendi se desmoronó con la primera Cruzada (1096). Según un cronista judío, muchos cruzados razonaban de la siguiente manera: «Va­ mos a... vengarnos de los ismaelitas cuando aquí están los judíos... cuyos antepasa­ dos le mataron [aJesús]. Venguémonos primero de ellos.» En el verano de 1096, ya se había asesinado a gran parte de los judíos de la cuenca del Rin o se les había obligado a convertirse. Esta violencia antijudía no merecía la aprobación de la Igle­ sia y según la Constitutiopro Judaeis de Inocencio III (1199) se toleraba a los judíos «en virtud de la clemencia que impone la piedad cristiana». Sin embargo, la Iglesia sí quería distinguir físicamente a judíos de cristianos (por ejemplo, mediante el uso de la «insignia judía»), socialmente (desalentando todo tipo de relaciones sociales) y políticamente (prohibiendo a los judíos ejercer autoridad sobre los cristianos). Estas normas se filtraron en el derecho seglar, sin afectar por ello a la condición jurídica de los judíos, que debían mostrarse humildes sin por ello merecer legalmente la condición servil. A los judíos de Aragón se les aplicaba el término servi regí (por primera vez en Teruel en 1176) y el término servi camarae a los judíos del Sacro Im­ perio Romano (por primera vez en Sicilia por Federico II, 1236). Estos términos, no obstante, no describían la condición servil de los judíos, sino que se utilizaban para hacer valer determinados derechos jurisdiccionales ante la jurisdicción rival. Mientras que las políticas oficiales eclesiásticas y seglares tendían en su mayoría a proteger a los judíos, la conciencia religiosa de la gente solía acentuar su naturale­ za demoníaca, principalmente las acusaciones de difamación de la sangre y de pro­ fanación de la hostia, que a menudo conducían a violencia antijudía. Según la difa­ mación de la sangre, desde que se crucificó a Jesús los judíos buscaban, sobre todo en Pascua, la sangre de niños cristianos puros e inocentes. La profanación de la hostia apareció después de que el Concilio de Letrán de 1215 formulase la doctrina de la transustanciación. Se decía que los judíos sobornaban a los cristianos para que les entregasen hostias (el cuerpo de Cristo) que luego torturaban. Una acusación de este tipo en Roettingen (1298) desencadenó una matanza por Baviera y regiones vecinas. La naturaleza demoníaca de los judíos se acentuaba a la vista de la descripción artística de esta raza como íncubos y personajes similares. Por oposición al agrada­ ble «olor a santidad», a los judíos se les atribuía un desagradablefoetorjudaicus. Otra acusación apoyada por la Iglesia, el Estado y las masas era que los usureros judíos abusaban de los cristianos. Cierto es que los judíos concedían a menudo préstamos y recaudaban impuestos, pero esta causa de antagonismo era resultado a su vez de dejar en manos judías la práctica del prestamismo porque los judíos no eran «her­ manos» del cuerpo místico de Cristo. Los judíos podían, por supuesto, unirse a este 209

210

cuerpo mediante la conversión, y las órdenes mendicantes, en particular los domi­ nicos, montaron campañas de conversión en el siglo x iii que se materializaban en sermones dirigidos a los judíos y en la celebración de debates públicos como el de­ sarrollado ante la corte de Jaime I (Barcelona, 1263). El fracaso de este «sueño de conversión» acentuó la idea de que los judíos no podían asimilarse al cuerpo social cristiano, y por ello era preciso segregados o expulsarlos. Esta última solución fue la adoptada en Inglaterra con la primera expulsión general de judíos (1290) y en Fran­ cia (1306).

P. Hersch

R e n a c im ie n t o

d e l s ig l o x ii

«Renacimiento del siglo x ii » es una etiqueta historiográfica muy cómoda y pese a varias evaluaciones, la opinión de Haskms de este acontecimiento cultural publi­ cada en 1927 sigue siendo el punto de partida para su estudio. Haskins destaca el interés renovado por el latín y los clásicos antiguos, el renacer del derecho romano, una mayor complejidad en los textos históricos y el auge de las universidades. Por encima de todo, dada la repercusión en el pensamiento filosófico y científico, acen­ túa la traducción de textos no disponibles en Occidente durante generaciones. Los principales centros de traducción estaban en Sicilia (incluido el sur de la península) y España. En Sicilia, se tradujeron varios textos directamente del griego, incluido el Almagesto de Ptolomeo y obras de Euclides y Proclo. La escuela de me­ dicina de Salerno era fuente de demanda de textos médicos, especialmente de Gale­ no, y las traducciones se deben a hombres como Burgundio de Pisa, jurista que vi-

211

sitó varias veces Constantinopla. Burgundio y otros italianos tradujeron también obras teológicas de los Padres griegos, sin embargo, la motivación principal estaba en la traducción de filosofía antigua, a menudo con comentarios en árabe, además de matemáticas y astronomía. Las traducciones del árabe en España eran sobre todo de esos temas y aspiraban a recuperar la obra de Aristóteles. La elección de Toledo como centro principal debe matizarse, pues parece prematuro hablar de una «escue­ la» bajo el arzobispo Ramón (1125-1152), pero a partir de la segunda mitad de siglo, Toledo atrajo sin lugar a dudas a muchos eruditos destacados, incluido el prolífico Gerardo de Cremona. Otros traductores conocidos son: Hugo de Santalla en Tarazona, Plato de Tívoli en Barcelona, Roberto de Chester en Segovia, Germán de Carintia en León (1142), Toulouse y Béziers (1143). No se sabe con certeza cómo llegaban los manuscritos de Aristóteles y otros autores hasta los centros intelectuales de Occidente, aunque, probablemente, los propios eruditos itinerantes desempeñaron un papel fundamental en esta divulga­ ción. La labor de sistematizar los «nuevos» conocimientos y de armonizarlos con los fundamentos de la teología cristiana recayó en hombres como Santo Tomás de Aquino (1225-1274).

R. McCluskey

E l s u r g im ie n to d e la s u n iv e rs id a d e s

Las primeras universidades emergieron tras un período de desarrollo que se inició a finales del siglo XI. Este proceso sólo puede comprenderse en el contexto del creci­ miento económico y de la expansión urbana, puesto que la reunión permanente de

212

un gran número de eruditos económicamente no productivos sólo se concibe en ciudades que les ofrezcan viviendas y mercados donde comprar los productos de pri­ mera necesidad. Desde principios del siglo x ii fue en aumento el número de escuelas urbanas, en tomo a las catedrales o maestros individuales. Eran muy distintas de las escuelas monacales que durante mucho tiempo habían dominado el mundo de la enseñanza. El ambiente era muy competitivo porque los maestros necesitaban atraer y retener a los estudiantes que pagaban las cuotas que permitían sobrevivir a las escue­ las urbanas. Era corriente que los maestros fundaran una escuela con la intención de atraer a los alumnos de un maestro rival. Desde el punto de vista institucional, la situa­ ción era muy variable, con maestros que se ponían de moda y quedaban anticuados con gran rapidez. En el siglo xii, las escuelas fueron cada vez más permanentes, cada una de ellas con varios maestros. En 1200 se habían establecido ya las primeras univer­ sidades en Bolonia y París. Los studiageneralia, como se les conocía, eran esencialmen­ te corporaciones o gremios. En Bolonia, los gremios estaban formados por estudiantes y los estudiantes regulaban la vida de los maestros. En París, sin embargo, el control estaba en manos de los maestros, que formaban corporaciones, y los estudiantes obte­ nían derechos a través de la asociación con sus maestros. Las universidades de creación posterior siguieron uno de estos dos modelos con mayor o menor fidelidad. Funda­ mental en la creación de una universidad era la cesión de privilegios por parte del papa, emperador, rey o comuna; estos privilegios solían incluir un elemento de auto­ nomía jurídica, el derecho de elegir cargos, poderes para redactar estatutos y otras cla­ ves de la independencia. Mientras los privilegios concedidos a las primeras universida­ des se limitaban a reconocer y consolidar los avances que ya se habían producido, muchas universidades posteriores se «fundaron» deliberadamente. Las universidades desarrollaron muy rápido un sistema de facultades. Un studiumgenerale solía tener una facultad de arte y, por lo menos, otra facultad donde se enseñaba teología, derecho canónico, derecho romano o medicina. Aparecieron li­ bros de texto básicos en lo que podríamos llamar ahora disciplinas académicas. Quedaron asimismo establecidas algunas técnicas básicas de enseñanza que se utili­ zaban en todas las disciplinas. Las clases eran comentarios de conjuntos de textos, mientras que en los debates los participantes expresaban opiniones dispares. Los eruditos que trabajaban en este contexto desarrollaron nuevas formas de pensa­ miento en diversos campos de estudio. El proceso por el cual se establecieron universidades por toda Europa no fue siempre fácil. De hecho, las universidades eran fuente de gran controversia y conta­ ban con seguidores apasionados y con críticos acérrimos. Nada es de sorprender esta actitud, dados los distintos papeles que desempeñaban muchos eruditos en la sociedad. Los maestros de teología de la Universidad de París, por ejemplo, conside­ raban que era su responsabilidad despejar toda duda y error, elucidar la verdad, de­ fender la fe contra la herejía y preparar a otros para predicar, enseñar y velar por la sanación de las almas en toda la cristiandad. Las universidades tuvieron sin lugar a dudas un gran impacto en muchos aspectos de la sociedad medieval. Los eruditos contribuyeron a moldear las actitudes y opiniones en muchas áreas de la vida. Los universitarios abandonaban el mundo académico para ejercer sus carreras en todos los niveles de la administración seglar y eclesiástica. La cultura del intelectual medie­ val fue, pues, una parte esencial de la sociedad medieval.

I. Wei 213

D if u s ió n d e la é pic a fr a n c e s a a n t ig u a (la l e y e n d a d e R o l d á n )

La batalla de Roncesvalles (15 de agosto del 778) dio origen a una leyenda de gran vitalidad. El nombre de Roldán se asocia por primera vez con este hecho en los Vita Carolini del siglo ix, escritos en la corte de Aquisgrán por Eginardo. Una nota incorporada a una crónica del siglo xi de San Millán de la Cogolla (Castilla) otorga una dimensión mítica a Carlomagno y a sus doce «sobrinos», alarga el papel de los moros («sarracenos») y asocia a muchos héroes de la épica francesa con la batalla. Hacia el año 1100, el arquetipo de los poemas contemporáneos procedía de Normandía, de la mano probablemente de un poeta culto que sacaba partido de las tradiciones orales. Esta versión fue el origen del más antiguo de los manuscritos del Cantar de Roldán, copiado en Inglaterra hacia 1150. El material recogido en Ingla­ terra se transmitió a Noruega y de ahí a Dinamarca para formar dos versiones de la saga nórdica Karlamagnús (siglo x iii ). En el siglo x ii , aparecieron versiones semiindependientes en las regiones del centro y el este de Francia, que hacían hincapié en los detalles del romance entre Roldán y su prometida Alda. En los dos siglos siguientes, se tradujo Roldán al inglés, galés, alto alemán medio, provenzal, aragonés y a la koiné francoitaliana del Veneto. Probablemente fuese desde la Inglaterra Plantagenet, posiblemente a través de Escocia y de la capitanía norse de Orkney, como se transmitiría la leyenda a Noruega y Dinamarca, donde se incorporó junto con las leyendas del héroe local Ogier el Danés en los antiguos textos norse Karlamagnús saga y danés Karl Magnus Kronike. En Inglaterra, las leyendas en las que aparecía el personaje de Roldán conservaron su popularidad y produjeron una serie de roman­ ces sobre Carlomagno en inglés medio y escocés, dando lugar al Taill ofR auf Colyear

214

en el siglo xvi. Se escribieron asimismo dos versiones de la juventud de Roldán (Enfanees): Aspremont en el reino normando de Sicilia (hacia 1190) y Girart de Vienne de Bertrand de Bar-su-Aube (hacia 1175), que ligaba la leyenda de Roldán con la del clan narbonés. La concepción incestuosa de Roldán está muy ligada a las leyendas de los primeros años de la vida de Carlomagno, recopiladas entre otras obras en las actualmente perdidas Mocedades de Mainete procedentes de Castilla y las alemanas Karl der Grosse de Der Stricker. Como obra pseudohistórica, la leyenda cumplía ob­ jetivos cruzados en la Historia Caroli Magni («Pseudo-crómca de Turpin»), en una versión temprana que se conserva en el Codex Calixtinus de Compostela. También fue fuente de inspiración para crónicas oficiales francesas (siglo xiv) y para potenciar el prestigio de la casa de Borgoña en el siglo xv. El atractivo duradero de la leyenda se pone de manifiesto en las obras del siglo xrv Entrée en Espagne y Frise de Pampelune, ambas escritas en la región de Padua y fuente de inspiración para Ariosto y Boyardo en los cuentos tradicionales de Lieja y Nápoles, donde generaron teatros de mario­ netas todavía existentes, así como en cuentos similares que circulaban por Andalu­ cía y Portugal, desde donde llegaron al Nuevo Mundo y a Goa, donde todavía son productivos. Las representaciones artísticas de la leyenda son numerosas y van des­ de los capiteles románicos de Estella y Fidenza hasta el «Ventanal de Carlomagno» del siglo x iii en Chartres, estatuas góticas en Reims, el relicario de Carlomagno en Aquisgrán (1200-1215) y la estatua del siglo xv de Roldán en Dubrovnik. Cabe men­ cionar, asimismo, el ya perdido mosaico del suelo de la catedral de Bari (siglo x ii ) donde se representaba la batalla de Roncesvalles.

P. E. Bennett

Trovadores:

c e n t r o s d e c r e a t iv id a d y viajes d e l o s poetas

Se tienen pruebas de que entre aproximadamente 1100 y 1300 existieron unos 400 trovadores, entre ellos cerca de una docena de mujeres poetas o trobairitz. Aun­ que surgieron en Aquitania, Auvemia y el Limousin, a finales del siglo x ii se exten­ dieron hacia el valle del Ródano, el norte de Italia y los reinos cristianos de la penín­ sula Ibérica. El más antiguo del que se conservan canciones es Guillermo IX, duque de Aquitania (1071-1127), que escribía en sus cortes de Poitiers y Burdeos y, sin duda, en otros lugares en el transcurso de los viajes que le llevaron a Tierra Santa y a España. También estuvo en contacto con las cortes de Anjou y Ventadour. Bemart de Ventadour, por su parte (fl. 1150-1200), nació en una familia pobre y trabajó para Ebles II («El Cantante») de Ventadour, además de en Narbona y Toulouse. También escribió para Leonor de Aquitania, con quien viajó a Normandía e Inglaterra, y es­ cribió por lo menos uno de los poemas que todavía se conservan al norte del Canal. Marcabrú, un clérigo gascón de la corte de Guillermo X de Aquitania, escribió unos poemas morales en los que satirizó el «amor noble» (fin’amor) que defendían los demás trovadores. También trabajó en las cortes de Castilla y Aragón, y estuvo en contacto con Jaufré Rudel, príncipe de Blaye, que murió en una cruzada en 1148 o 1149 y fue origen de una leyenda romántica. La mayoría de los trovadores fueron según parece itinerantes, unos como el gran Guillermo IX, Ricardo I de Inglaterra, Alfonso II de Aragón por razones de Estado, y otros para acompañar a sus señores. Peire Vidal trabajó para el conde de Toulouse y el rey de Aragón, pero también para 215

TROVADORES: CENTROS DE CREATIVIDAD Y VIAJES DE LOS POETAS

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Centros principales

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Otros centros

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el marqués de Montferrat como muchos trovadores del siglo x ii y principios del x i i i , con quien viajó a Chipre y quizá a Constantinopla. Las rutas por las que viajó Gausbut de Poicebot entre el Limousin y España se conocen con menos precisión; al igual que el más antiguo poeta gascón Cercamon («Busca mundo»), arquetipo tal vez del «trovador errante». Otros poetas, en particular trobairitz como María de Ventadorn y la condesa de Die, aunque también Raimbaut d’Aurenga (conde de Orange) y caballeros pobres como Berenger de Palazol (antes de 1164), permanecieron al servicio de señores locales. Peire d’Alvemhe, originario de Clermont, es uno de los numerosos poetas que abandonaron el claustro para llevar una vida itinerante en Occitania, el norte de Italia y España. Otros, por el contrario, tomaron el camino contrario, como Folquet de Marsella, que nació en una familia de mercaderes, posi­ blemente de origen genovés, y se convirtió en obispo de Toulouse; o como Guil Folqueis, que pasaría a ser el papa Clemente IV. Algunas ciudades importantes fue­ ron centro de atracción para muchos poetas, como Vienne, sede del delfín, Le Puy, que prestó su nombre a sociedades poéticas del norte de Francia, y Toulouse, donde se celebraban los «Juegos florales» del renacimiento de los trovadores del siglo xiv. No todos los trovadores procedían de Provenza: Lanfranc Cigala y Fouquet de Marsella, obispo de Toulouse, eran de Génova, ciudad en la que escribió el primero de ellos; Sordel era de Mantua, y Guillem de Cabestaing y Guillem de Bergedan, catala­ nes, y todos ellos viajaron por Francia y España. Sólo actualmente se ha llegado a reco­ nocer como merecen los largos y constantes viajes que llevaron a cabo estas gentes de los siglos xii y x iii , y los recorridos aún más extensos de sus libros, que vienen a corro­ borar la importante influencia que la poesía trovadoresca tuvo sobre poetas de Sicilia (Folquet de Romans trabajó para Federico II), el norte de Italia (su influencia sobre Dante y Petrarca ha marcado de forma indeleble la cultura europea), España, Francia y Alemania (tanto en Minnesinger como en Meistersinger). Muchos de estos desplaza­ 216

mientos y la consiguiente difusión cultural emanaban de la enorme influencia y conexiones político-geográficas de las casas de Anjou, Aragón-Toulouse y Provenza, que, junto con otras casas transalpinas como la de Montferrat, alimentaban una tradición continuada de patronazgo poético entre sus propios miembros.

P. E. Bennett

E uropa

r o m á n ic a

El primero en utilizar el término «románico» fue el arqueólogo normando Char­ les de Gerville para describir la arquitectura occidental entre los siglos V y xm . Ac­ tualmente se aplica al tipo más restringido de arquitectura y artes decorativas que se desarrollaron en Europa en los siglos xi y x i i . Técnicamente, la arquitectura románi­ ca es un completo sistema de construcción elaborado por trabajadores muy cualifi­ cados. Las principales innovaciones fueron sustituir las cubiertas de madera por las bóvedas de cañón de piedra, menos vulnerables al fuego. En un principio, sólo se abovedaban espacios pequeños, pero más adelante se aplicó la misma técnica a na­ ves largas, con el consiguiente fortalecimiento de la estructura del edificio. Lo que se conoce con el nombre de «primer estilo románico internacional» nació en Lombardía, donde se abovedaba la crujía de las iglesias entre el ábside y la nave (por ejemplo, San Ambroglio de Milán). Al siguiente paso se dio en Cataluña, donde se abovedaron iglesias enteras con bóvedas de cañón (por ejemplo, San Vicente de Castillo, Cardona y San-Martín-du-Canigou). Al punto culminante en el desarrollo

EUROPA ROMÁNICA ■

Ruta de peregrinaciones

♦ ---Expansión del Císter ”

2

-

Santiago de Compostela

Zara

Influencia lombarda

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21

Speycr Tours Orléans Vézelay Claraval Morimond Limoges Aútun Citeaux Périgueux Cluny Toumus Puente la Reina Roncesvalles Moissae Toulouse Canigou Cahors Lyón St. Gilíes Arles

£

Fuente: Huyghe et al.

217

de la arquitectura románica se llega en Inglaterra, en la catedral de Durham, con la bóveda de crucería sustentada por pilares cilindricos y compuestos. Talleres de albañiles itinerantes de Lombardía eran convocados por abades y obispos para reconstruir iglesias que habían sufrido daños tras sublevaciones o inva­ siones en el siglo x o para construir nuevos edificios para las órdenes religiosas refor­ madas. Esta iniciativa avanzó con naturalidad Rin arriba hasta Suecia. Una vez ins­ talados, los talleres preparaban a trabajadores locales y, con el tiempo, de estas áreas partían más artesanos itinerantes. Así se explica la difusión de tendencias regionales por toda Europa. Las órdenes cisterciense y cluniacense desempeñaron un papel importante en el patronazgo de la época. Las rutas de peregrinación a Roma, Jerusalén y, sobre todo, Santiago de Compostela, también fueron un factor importante en la propagación del estilo. Entre los lugares más destacados de peregrinación están Sainte Foy de Conques, San Marcial de Limoges, San Sernin de Toulouse y Santiago de Compostela.

L. Bourdua

E uropa

g ó t ic a

El término «gótico» se acuñó en Italia como expresión peyorativa para describir el conjunto de la arquitectura medieval. Sin embargo, la arquitectura gótica evolu­ cionó en el transcurso de cuatro siglos (del x ii al xvi) y precisaba métodos de cons­ trucción más complejos que su predecesora románica. Entre las principales innova­ ciones destaca un mayor uso de bóvedas de crucería para cubrir áreas más grandes, el sistema de soporte con arbotantes, sustitución de muros por grandes vidrieras de colores y fachadas más complejas con portales y programas de esculturas. El avance técnico más importante se produjo en Ile-de-France, donde los obreros se negaban a utilizar bóvedas de crucería con pesados muros normandos y tuvieron que desa­ rrollar técnicas de abovedado originales. La solución fue reforzar los pilares creando más proyecciones en los muros, ya fuese agrupando columnas en haces en el inte­ rior o con contrafuertes más grandes en el exterior. Las celdas abovedadas tomaron una forma puntiaguda, como ocurrió con el arco, y la bóveda también se aligeró mediante el uso de bloques de piedras cortadas en sillares en lugar de las piedras trituradas utilizadas hasta entonces. Los nuevos arbotantes exteriores redujeron el avance de las bóvedas y, pese a su propósito estructural, se convirtieron en objetos decorativos. La reconstrucción de la iglesia abacial de Saint-Denis, al norte de París, marcó un punto de inflexión en el desarrollo del estilo. Se creó el amplio chevet gótico (doble deambulatorio), estructura abierta sin muros entre las capillas, articu­ lada por dos hileras de columnas delgadas; también se utilizaron vidrieras a una escala sin precedentes. Una obra paralela fue la reconstrucción de la catedral de Sens, donde desde el principio se pretendía cubrir la nave y el coro con una bóveda de crucería. La mayoría de las catedrales francesas se diseñaron con tales ambiciones que pocas se concluyeron como se habían previsto; por ejemplo, en la catedral de Beauvais tal era el ansia de verticalidad que permaneció inacabada. Las iglesias góticas inglesas eran más bajas que las francesas, con diseños de bóvedas más complejos (por ejemplo, el coro de San Hugo de la catedral de Lincoln) y fachadas distintas. 218

Fuente: Huyghe et al.

En Alemania, la influencia gótica se impuso en el siglo x iii (la catedral de Colonia), al igual que en España (las catedrales de Burgos y de Toledo). En Italia, aparte de las abadías cistercienses (como Fossanova), el estilo conservó características más romá­ nicas.

L. Bourdua Los viajes

de

V il l a r d

de

H

onnecourt

El estilo arquitectónico conocido actualmente como gótico tuvo sus orígenes en el norte de Francia entre 1125 y 1150. En los siglos x n y x i i i se construyó mucho en Europa occidental y la arquitectura francesa era el modelo más en boga. Esta influencia se observa en la expansión geográfica del estilo gótico, y en ocasiones está documentada, como en la contratación de Guillermo de Sens para reconstruir la catedral de Canterbury en 1174 o en la presencia de un albañil de París en Wimpfen, que según se hacía constar a finales del siglo x i i i , construía al estilo francés. En los años 1230, un viajero francés muy interesado en arquitectura hizo una serie de dibujos que actualmente se conservan en la Bibliothéque Nationale de París (ms. Fr. 19.093) y escribió (o tal vez dictó) una serie de leyendas en el francés de Picardía (otros textos fueron añadidos por otras dos manos más adelante en el mis­ mo siglo). El nombre modernizado que se atribuye a este personaje es Villard de Honnecourt. El contenido variado de su obra incluye detalles arquitectónicos, pla­ nos, carpintería, dispositivos mecánicos, figuras (varias de esculturas, tanto contem21 9

poráneas como antiguas) y animales (algunos copiados de bestiarios y otros quizá del natural). También incluye diagramas de ideas derivadas de la práctica de albañi­ les y carpinteros, y dibujos figurativos basados en esquemas geométricos. En estos últimos y en el «prefacio» hace hincapié en la geometría. Se ha considerado tradicionalmente que Villard era un maestro de obras que preparó un conjunto de dibujos comentados para la edificación de su taller, pero recientemente se ha puesto en tela de juicio su competencia arquitectónica y se ha sugerido que era escultor, trabajador del metal o escribano con intereses en arquitec­ tura, arte en general y mecánica. Fuese cual fuese su oficio, nos cuenta que viajó a muchas tierras, incluida Hun­ gría. Sus bocetos demuestran que visitó edificios modernos y obras en Cambrai (cerca de Honnecourt), Laón, Lausana, Meaux, Reims y Vaucelles. En unas excava­ ciones recientes, en la ubicación de la abadía cisterciense de Pilis (Hungría), se han encontrado azulejos similares a los que dibujó en Hungría. Ya fuese artesano, escri­ bano o una combinación de ambos, Villard era espabilado y viajero, y su libro es un ejemplo de cómo se recopilaban y quizá divulgaban las ideas técnicas y visuales (particularmente francesas) en la época.

J. Higgitt

Pa l a c io

de

W

e st m in st e r ,

L ondres

Desde el siglo XII, Westminster se fue desarrollando como capital del reino y centro de gobierno. El palacio de Westminster era una residencia real que albergaba las oficinas gubernamentales, tribunales y en numerosas ocasiones al parlamento. 220

Plano del palacio de Westminster según Brown, Colvin y Taylor, Histoiy ofthe Kings Works: Plans. 221

Para los reyes de Inglaterra posteriores a la conquista, la abadía de Westminster era la iglesia en la que se coronaban, santuario del rey santo Eduardo el Confesor (ca­ nonizado en 1161) y, desde el siglo x iii , también mausoleo real. Las múltiples fun­ ciones del palacio y de la abadía convirtieron Westminster en el centro de la autori­ dad temporal de la monarquía inglesa, fuente de su legitimidad espiritual y dinástica y escenario de las principales ceremonias de la realeza. La abadía de Westminster fue refundada como comunidad benedictina bajo el rey Edgar (hacia 960). El patrocinio real, que se practicaba desde hacía siglos, siguió bajo los reinados de Eduardo el Confesor (1042-1066) y Enrique III (1216-1272), que reconstruyeron la abadía. Sin embargo, no existe una evidencia firme de la existencia de un palacio real en Westminster hasta el reinado del Confesor. El hijo del Conquistador, Guillermo Rufus, construyó el Gran Salón Westminster, el cual con sus más de 1500 m2 y ampliado por Ricardo II, que incluyó un techo artesonado, sigue siendo impresionante. En él se celebraban las aclamaciones y banquetes de coronación, y en su estrado muestra el trono de mármol blanco mandado cons­ truir por Enrique III. En el siglo xrv se reunían en él la Corte de Alegatos Comunes, la Corte del Tribunal del Rey (KB) y la Cancillería (C), aunque los recintos de los tribunales de justicia, junto con las tiendas que se alineaban a lo largo de la sala, se retiraban durante las celebraciones importantes. En 1216 además se instalaron en Westminster la Hacienda y el Tesoro. El Parlamento también se reunía en Westmins­ ter, los Lores sentados en la Cámara de la Reina y los Comunes en la sala capitular o refectorio de la abadía. La residencia original, el Palacio Privado, fue ampliada a lo largo de los años, aunque luego se abandonase a favor del palacio de Whitehall bajo Enrique VIII. El esplendor del palacio se hará famoso gracias a la conocida decoración del siglo x iii del Salón Pintado, que incluía escenas bíblicas y Virtudes personificadas pisoteando a los Vicios. Las actuales cámaras del Parlamento fueron reconstruidas sobre el mismo lugar después de que un incendio destruyese el pala­ cio en 1834.

S. Dixon-Smith

La «S ain t e C hapelle », P arís

La Sainte Chapelle, una capilla privada construida hacia 1242-1248 por Luis IX para albergar las reliquias de la Pasión de Jesucristo que había adquirido de Balduino II de Constantinopla, es una obra maestra del arte y la arquitectura gótica. Envi­ dia de los demás príncipes europeos, fue un modelo de capilla palatina en Francia y demás países, aunque no debe subestimarse el poder e importancia política de las reliquias. La adquisición de Luis de la corona de espinas, el símbolo supremo de la realeza de Cristo, fue aclamada por los contemporáneos como si el propio Jesucris­ to hubiese identificado Francia como nuevo «pueblo elegido» y coronado a su rey con su misma corona. La Sainte Chapelle se asemeja a un relicario gigante. La capilla superior, que acogía las reliquias de la Pasión dentro de un relicario situado sobre una tribuna elevada en el extremo oriental, parece una gran caja de cristal, la capella vitrea de la leyenda artúrica. Todas las superficies están cubiertas de decoración policromada, salpicada con los símbolos heráldicos de Luis y su madre, Blanca de Castilla. Las escenas que se 222

LA SAINTE CHAPELLE, PARIS a

PASIÓN

SANJUAN

E Z E Q U IE L

D E U TERON OM IO NUM EROS

223

describen en las impresionantes vidrieras de 615 m2 recorren desde la Creación (A) hasta el Apocalipsis (rosetón). La secuencia histórica del Antiguo Testamento (A-E, K-N) se interrumpe en el ábside, donde la Pasión aparece flanqueada por escenas de las vidas y Libros de los profetas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Las propias acciones de Luis (O) siguen a las de los reyes bíblicos (N). El primer Advenimiento de Cristo (H) se sitúa frente al Apocalipsis (rosetón) y el rey aparece sentado bajo el Libro de los Números (C), con las escenas superiores salpicadas de coronaciones apócrifas, mientras la reina se encuentra adecuadamente situada bajo el Libro de Ester (H). Las esculturas de los Apóstoles se alzan sobre pilastras (1-12), rodeando a Cristo represen­ tado por sus reliquias o incluso por el propio rey si ascendía a la tribuna del relicario. A lo largo del pedestal, se disponen las rodelas de los santos cuyas reliquias fueron trasladadas desde iglesias locales para recibir la llegada de la corona de espinas. Dañada por el fuego, las inundaciones y el abandono, la capilla sufrió una im­ portante restauración en el siglo xix, aunque la mayor parte de la estructura y las vidrieras son originales, alzándose como monumento a la maestría artística medie­ val y a la propaganda real.

S. Dixon-Smith

L as

l en g u a s v e r n á c u l a s

(h a c ia

1200)

La situación lingüística de la Europa medieval es tan complicada que resulta muy difícil de trazar en un mapa, sobre todo porque no podemos asumir que la gente fuese monolingüe pero también porque los factores que rigen la elección de una lengua son sociales y difíciles de distinguir en la actualidad. Una distinción inicial que puede resultar útil es la de los usos del lenguaje de nivel superior o de nivel inferior. Los usos del nivel superior o culto incluirían la religión, la educación, el derecho y la administración del Estado, y requerirían un lenguaje codificado y elaborado. El nivel inferior o coloquial haría referencia a la conversación con la familia, vecinos, amigos y comerciantes locales. Aunque esta distinción del lenguaje podría trasladarse al uso escrito (nivel superior) y al hablado (inferior), no coincide con exactitud, ya que también se podía emplear el lenguaje culto a la hora de hablar, mientras que para escribir cartas a la familia o incluso para propósitos labo­ rales se podía utilizar el lenguaje coloquial, aunque su uso soliese ser efímero. Después de que el Imperio romano quedase restringido a Bizancio, el latín fue sustituido por el griego como lengua de nivel superior en Oriente, mientras en Oc­ cidente sobrevivía como lengua culta a través de la Iglesia católica y de la adopción por parte de los monarcas de los estados hereditarios. Sin embargo, en Occidente el nuevo lenguaje del poder pasó a ser germánico, lo cual tendría su efecto en la elec­ ción de una lengua vernácula o coloquial, el lenguaje de los pueblos conquistados por el ahora moribundo mundo romano, que pasaron al latín o al germánico, con la ex­ cepción del vasco y del celta insular. En Europa oriental, desde finales del siglo vi los grupos étnicos de habla eslava expandieron su influencia desde la zona del mar Negro que se extendía al norte del Danubio en dirección norte, sur y oeste hasta topar con Bizancio y con los francos. En un principio, el latín sobrevivió como lengua vernácula fronteriza del Danubio más allá de la zona daco-rumana, como puede verse en los actuales islotes de Arumania y Megleno-Rumania de Albania, la Mace224

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donia ex-yugoslava y Grecia. Puede que estas lenguas vernáculas se vieran reforzadas por migraciones orientales llegadas desde Dalmacia y Panonia cuando los eslavos se trasladaron al oeste, tal como sugiere la existencia del dalmaciano (que se extinguiría en la década de 1880) y el istro-rumano en Eslovenia y Croacia. El latín como len­ gua culta se extendió a través de la conversión de paganos, sobrepasando amplia­ mente los límites de la zona de dominio romano, alcanzando Irlanda, Escandinavia y el Báltico, al tiempo que la expansión de musulmanes y vikingos y la llegada de los húngaros incorporaba nuevas lenguas al poder. Con el tiempo, los dialectos que seguían vivos se fijaron como latín (ahora ro­ mance), alemán y eslavo, aunque los límites entre estas lenguas fueron inicialmente fluidos como, por ejemplo, en los islotes de habla romance que sobrevivieron en la zona germánica del Mosa y en los valles del Mosela hasta el siglo xii, o como los vestigios de un antiguo límite, más oriental, de habla franco-provenzal al oeste del cantón de Friburgo. Las diferencias geográficas y culturales aseguraron que en un principio la lengua germánica se dividiese entre el nórdico antiguo (norse) y el ale­ mán, mientras los eslavos del sur acababan siendo separados de otros pueblos de habla eslava por los húngaros. El mapa trata sobre todo de reflejar la distribución de las lenguas vernáculas hacia el año 1200 que contaron al menos con el apoyo social para sobrevivir como lenguas diferenciadas (vasco, franco-provenzal, retorromance, sardo, húngaro, albanés, daco-rumano) y del resto de lenguas vernáculas que disponían del apoyo polí­ tico suficiente como para competir para alcanzar el estatus de lengua culta. Este apoyo político podía adquirir la forma de unidad política por lengua vernácula, como en el caso de los cinco reinos cristianos de la península Ibérica desde las pri­ meras fases de la Reconquista. Por otro lado, las entidades políticas rivales a veces tenían más de una lengua, como ocurría en el caso de las Islas Británicas. También podía ocurrir que en los estados más grandes una variedad lingüística se prefiriese con el tiempo a las demás, como ocurriría con la elección de la langue d ’oil en Fran­ cia o del antiguo alto alemán en el Sacro Imperio Romano Germánico, que refleja el extracto del grupo dominante que gobernaría dichos estados. Por último, el nór­ dico antiguo, el italo-romance y el eslavo siguieron el proceso de fragmentación que daría lugar a la separación de las distintas lenguas nórdicas en Escandinavia; al sur­ gimiento del veneciano y en el siglo xrv del toscano en Italia; y, tras las invasiones mogolas del siglo xm y del desarrollo del Ostsiedlung en el Báltico, a la aparición del ruso como variedad dominante entre los eslavos orientales como réplica al polaco entre los eslavos occidentales. Fue el prestigio de las élites medievales y el devenir de las entidades políticas en las que ejercieron su influencia lo que puso los cimien­ tos de las lenguas nacionales modernas. C. Sneddon

V ia jer o s

o c c id e n t a l e s a l

L e ja n o O

r ie n t e

( s ig l o

x iii )

La mayor parte de los europeos occidentales que viajaron a Asia central y orien­ tal fueron mercaderes, prisioneros o esclavos. Sin embargo, salvo la versión de Mar­ co Polo, dictada a Rustichello de Pisa y que rápidamente captó la imaginación de todos los occidentales, no contamos con ningún otro informe escrito de este tipo 226

de viajes. En su lugar, fueron los enviados diplomáticos y los misioneros quienes dejarían descripciones detalladas de sus recorridos. Antes de la celebración del primer concilio de Lyón (1245), el papa Alejandro IV despachó cuatro delegaciones de mendicantes a las regiones orientales más lejanas que se conocían y a la famosa corte del kan mogol. Sólo una de ellas, la dirigida por el fraile Juan de Plano Carpini, alcanzaría la corte del kan Güyüg. Sin embargo, tres delegaciones dejaron informes sobre sus expediciones. La segunda jornada a Orien­ te de Andrés de Longjumeau, en nombre del rey Luis IX de Francia, inspiró la jor­ nada del fraile misionero William de Rubruck en 1253. La incorporación de las obras de Juan de Plano Carpini y de Simón de Saint Quentin en el Speculum Maius (hacia 1250) de Vincent de Beauvais, la mención de Roger Bacon en el Opus Maius (hacia 1265) de William de Rubruck y de Juan de Plano Carpini y el uso del texto de Andrew de Longjumeau por parte de Matthew Paris (hacia 1254) son una demostración del interés inmediato que suscitaron las historias de viajeros. Gracias a estos informes, en especial al de William de Rubruck, los europeos de Occidente aprendieron sobre la existencia de cristianos nestorianos en la corte mogola, el budismo, el mar Caspio y las puertas de Alejandro, que ence­ rraban a los temidos pueblos Gog y Magog tras su derrota. Los siglos xiv y xv fueron testigos de un creciente número de viajeros hacia Oriente y de sus relatos. La descripción pormenorizada aunque algo fantástica de Odorico de Pordenone sobre su largo viaje y los falsos, aunque espirituales, Viajes de SirJohn Mandeville alcanzaron gran popularidad. Puede que el legado de estos viaje­ ros fuese la inspiración que llevara a Cristóbal Colón y otros a salir en busca de rutas a China vía Occidente.

S. David

228

Baja Edad Media (1300-1500 aproximadamente)

Fuente: K. Fowler.

Guerra y política L a G u e r r a d e lo s C ie n A ñ o s

Las causas más remotas de la «Guerra de los Cien Años» (término que cubre los conflictos sucedidos entre 1337 y 1453) fueron las aspiraciones del rey de Francia, tras el tratado de París (1259), a la soberanía del ducado de Guyena (o Aquitania), bajo dominio a la sazón de su vasallo el rey de Inglaterra. El conflicto surgió ante la dificultad de aplicar tan complejo tratado y todos los acuerdos secundarios (Amiens, 1279; París, 1303), junto a una definición más precisa de los derechos soberanos. En 1294, Felipe IV sancionó Guyena e invadió el ducado. La paz quedó rápidamente restaurada, pero los esfuerzos de los diplomáticos por resolver proble­ mas de antiguo fracasaron ante la intransigencia de ambas partes. En 1324, Guyena fue confiscada de nuevo y, pese al acuerdo de paz de 1327, los franceses cedieron un ducado reducido (conservando Agenais) y exigieron compensaciones. El proce­ so de Agen (1332) no hizo sino exacerbar las tensiones. Por entonces, otras causas habían agudizado el malestar. Con la alianza franco-escocesa restablecida (1295), Francia intervino en apoyo de David Bruce y en una serie de invasiones inglesas de Escocia entre 1332 y 1337. La rivalidad se extendía a la búsqueda de aliados en los Países Bajos, donde los factores económicos eran muy importantes debido al gran comercio anglo-flamenco de lana. En el mar, la piratería y las actividades navales ligadas a los planes cruzados de los franceses empeoraron aún más las ya malas relaciones. La extinción de la dinastía de los Capetos de línea directa (1328) fue un punto de inflexión porque permitió a Eduardo III reclamar la Corona de Francia. La ba­ lanza se inclinó entonces hacia Felipe de Valois, el candidato adulto varón más próximo. Eduardo, bajo la tutela de Isabella y Mortimer, prestó homenaje por sus tierras francesas, pero tras otra serie de esfuerzos por resolver diferencias concernien­ tes a Guyena, Eduardo atentó contra la base de las relaciones anglofrancesas y recla­ mó la Corona de Francia, primero de forma tentativa y momentánea en 1337, y luego de forma permanente a partir de enero de 1340. Quizá fuese muestra de pura conveniencia, pero se ha indicado que la estrategia de Eduardo hasta 1360 refleja un firme convencimiento en sus exigencias, incluso en que tenía la Corona al alcance de la mano tras algunas victorias espectaculares como la de Crécy (1346) y la de Poitiers (1356). En cualquier caso, una vez adoptado, el título de «rey de Francia» se incorporó al estilo regio hasta que Jorge III renunció a él en 1801, exceptuando en el período 1350-1369 cuando se trató de aplicar el tratado de Brétigny (1360) que puso fin a la primera gran fase de la guerra. 231

31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43 44 45 46

Champaña Picardía Anjou Angouléme Pcrigord Gascuña Cotendn Tourainc Orléans Berry Mácon Navarra Rouerguc Quercy Albret Poitou

Fuente: E. Perroy, The Hundred Years War, Londres, 1951.

En caso de haberse completado, este tratado habría otorgado a los ingleses una Guyena ampliada y soberana, incluidas Poitou, Saintonge, Périgord, Quercy y Rouergue, como justificación del recurso a la fuerza de Eduardo, pues tras un falso inicio que supuso escasos logros tras la campaña en los Países Bajos y de hecho trajo consigo la bancarrota y el estallido de la guerra de sucesión bretona (1241-1364) y campañas en Normandía y Guyena, la fama de las armas y la caballería inglesas se extendió por toda Europa. En 1359, Eduardo preparó incluso su coronación en Reims, pero el fracaso de esta campaña provocó nuevas negociaciones con Juan II, capturado en Poitiers, y el reparto de Francia en el tratado de Brétigny. Ante la imposibilidad de ejecutar el tratado, la guerra se reanudó en 1369. Car­ los V ocupó rápidamente los territorios que había perdido su padre y dejó la Guye­ na inglesa reducida a un montículo de tierra entre Burdeos y Bayona. La ambición de expulsar definitivamente a los ingleses quedaba, sin embargo, fuera del alcance de un país asolado por la guerra. La presencia inglesa permaneció viva a través de bases en Calais, Cherburgo y Brest, y de la alianza, con frecuencia incierta, de prín­ cipes franceses como el conde de Flandes, el duque de Bretaña o el rey de Navarra, propietarios de vastas extensiones en el norte de Francia. Además, desde el princi­ pio, ambas partes habían buscado el apoyo de sus vecinos y la guerra se extendió a otras regiones, particularmente a la península Ibérica en 1365. La guerra adquirió un impulso propio y muchos participaron en ella como fuen­ te de riqueza o de emociones fuertes. Desde los años 1340, a ambos reyes se les di­ ficultó la tarea de controlar a las tropas que aún reconocían su autoridad distante. Algunas partes de la Francia septentrional, central y sudoccidental sufrieron los abusos de las tropas sin ley, aunque ninguna región se libró totalmente de ellos. 232

Durante un período en los años 1350 y 1360, bandas de ingleses, bretones, gasco­ nes, navarros, alemanes y otros mercenarios o routiers fueron en busca de riquezas personales y formaron las Grandes compañías que tiranizaron incluso al papa de Aviñón y derrotaron al duque de Borbón en Brignais (1362). Las guerras civiles de Flandes y Bretaña, así como diversos conflictos entre nobles poderosos, agudizaban la violencia. Algunos capitanes independientes establecieron guarniciones en distri­ tos situados entre zonas inglesas o francesas y explotaron cruelmente a la población. Sublevaciones como laJacquerie (1358) o la revuelta de los tuchinos de los años 1360 se alimentaron de los atropellos originados por los routiers. El mismo fenómeno afectó a amplias regiones desde los años 1420, cuando los bandidos merecieron el sobrenombre de «desolladores» (écorcheurs). De esta manera fue como muchas perso­ nas experimentaron la realidad de la guerra; otras fueron víctimas de las grandes chevauchées lanzadas por los ingleses; otras aún, sufrieron en los interminables sitios como los de Calais (1346-1347), Rennes (1356-1357), St. Sauveur (1374-1375), Ruán (1418-1419) y Orleans (1428-1429). En los primeros años de la guerra se repitió el modelo de campañas breves o si­ tios prolongados combinados con treguas y negociaciones que caracterizó los acon­ tecimientos entre 1369 y 1415. Si bien es cierto que Ricardo II no se volcó con convicción en el conflicto heredado, sino que buscó la paz (en 1398 se inició una tregua de 28 años) y Enrique IV no logró reanudar la guerra debido a revueltas y enfermedades varias, Enrique V demostró escasos escrúpulos en cuanto a la justicia de su causa. Tras pedir sin éxito que se cumplieran los términos de Brétigny, lanzó el ataque de caballería que culminó en la victoria de Agincourt (1415). A partir de entonces, sacó el máximo partido de las diferencias entre franceses y emprendió una conquista sistemática que se inició en Normandía (1417-1419). En 1419, el asesinato

FRANCIA TRAS EL TRATADO DE TROYES ( 1420 ) Reim

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Límites del reino de Francia

---- Límites del dom inio inglés

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Límites del reino de Francia

---- Límites de los dominios anglo-borgoñeses |

' | Principales feudos y legados

Casa de Borgoña

D om inios navarros Casa de Anjou, Orléans y Borbón

Fuente: E. Perroy.

Fuente: E. Perroy. 233

de Juan sin Miedo, duque de Borgoña, llevó a su sucesor Felipe el Bueno a estable­ cer una alianza con los ingleses, a entregar París a Enrique, y abrió así las puertas a una solución innovadora a la guerra. Podría aducirse que hasta 1419 Enrique siguió la tradición de Brétigny de inten­ tar obtener soberanía total sobre vastos territorios (para lo cual las exigencias a la Corona francesa podrían considerarse una tapadera), pero en 1420 adoptó una nue­ va perspectiva. En el tratado de Troyes llegó a un acuerdo con la reina Isabel y los borgoñones para desheredar al delfín, el futuro Carlos VII, y casarse con Catalina, hija de Carlos VI, obteniendo así la Corona para ellos y su descendencia, y forman­ do una monarquía doble de Inglaterra y Francia. La muerte prematura de Enrique, dos meses antes de la de Carlos VI (1422), dejando como heredero al menor de edad Enrique VI, arruinó las posibilidades de este audaz plan, aunque Enrique VI fuese coronado rey en París en 1431, pues el renacimiento de las fortunas de Carlos VII, «rey de Bourges», acabó gradualmente con la resistencia inglesa. No debe darse ex­ cesiva importancia a las hazañas de Juana de Arco como salvadora de Orleans (mayo de 1429), pero la confianza renovada de la monarquía francesa, manifestada en la coronación posterior, fue alentada por el abandono de los borgoñones de la alianza con los ingleses en el tratado de Arras (1435). En 1436, Constable Richemont cap­ turó de nuevo París y a partir de 1439 varias reformas financieras prepararon el ca­ mino hacia la restauración de la autoridad real. En Inglaterra escaso era a la sazón el apoyo a la guerra, y en 1444 se concluyó la nueva tregua de Tours. Enrique VI se comprometió a casarse con la sobrina de Carlos VII y a devolver Maine. En 1449, Carlos estaba listo para lanzar su ejército reformado, y tras una brillante campaña reconquistó Normandía (1449-1450). En 1451, Guyena capituló y aunque volvió a manos inglesas en 1452, los recursos enviados para defenderla resultaron ser inade­ cuados. En 1453, el veterano comandante John Talbot, earl de Shrewsbury, que con un puñado de otros capitanes destacados había mantenido la ocupación de Nor­ mandía desde 1422, fue derrotado y asesinado en Castillon en la última gran batalla de la guerra. Burdeos se rindió en octubre y, aunque no se firmó ningún tratado de paz, la guerra se dio por acabada. Lo que se había iniciado como una disputa entre señor y vasallo, se había convertido hacía tiempo en un conflicto entre «reinos autónomos... y los franceses e ingleses empezaron a odiarse por su condición de ingleses y franceses» (Le Patourel).

M.Jones

E x p a n s ió n

del

E stado

de

Borgoña

El auge y caída de este Estado bajo los duques de Valois, Felipe el Atrevido (1363-1404), Juan sin Miedo (1404-1419), Felipe el Bueno (1419-1467) y Carlos el Temerario (1467-1477), fue un proceso espectacular. Cuando falleció el último de los duques Capetos de Borgoña en 1361, sus tierras pasaron a la Corona francesa y Juan II otorgó el ducado a su hijo menor Felipe (1363), cuya riqueza aumentó más incluso cuando se casó con la viuda del duque fallecido (1369), heredera de los condados de Flandes, Artois, Rethel, Nevers y Borgoña. Tras casi cincuenta años de planificación e influencias indirectas en el ducado de Brabante, éste y el de Limbur­ go cayeron en manos de Felipe el Bueno (1430). En 1421 había adquirido también 234

235

el condado de Namur, entre 1428 y 1433 heredó los condados de Hainault, Holan­ da y Zelanda, y en 1433 hizo valer sus derechos sobre el ducado de Luxemburgo. Al sur, además del ducado y condado de Borgoña, adquirió el condado de Charo­ láis (1390), y Juan sin Miedo compró los de Tonnerre y Mácon. La influencia bor­ goñona también era manifiesta en muchos de los enclaves y principados-obispados de la frontera entre Francia y el Imperio, especialmente tras nombrar obispos a varios bastardos ducales. De esta manera, en parte por accidente dinástico y en parte a través de una política deliberada, los duques controlaron un amplio com­ plejo territorial que se extendía unos 800 kilómetros de norte a sur y entre 250 y 400 kilómetros de este a oeste, aunque los dos bloques principales (centrados en Flandes y en los Países Bajos, y en las dos Borgoñas) estaban separados por unos 250 kilómetros. Carlos el Temerario trató de colmar esta distancia adquirien­ do tierras adyacentes, lo que le valió un conflicto con sus vecinos, especialmente con Bar, Alsacia y Lorena. Unido por vínculos ante todo personales entre el duque (o su familia) y los territorios, incluidos los altamente urbanizados Países Bajos y la Borgoña de rica agricultura y recursos humanos, el Estado siguió siendo primordialmente una creación dinástica, pese a desarrollar varias instituciones que permitían al duque ejercer su gobierno más eficazmente. Se creó una moneda común (1433) y se convocaron estados generales, mientras que en los tribunales, la administración y entre los consejeros del duque había representantes de todos los sectores. La or­ den del Toisón de Oro (1430) giraba en torno a la fidelidad de la alta nobleza de sangre y servicios en todos los dominios del duque. Para sus contemporáneos, Felipe el Bueno y Carlos el Temerario eran «el gran duque de Occidente». Con más de tres millones de súbditos, los duques tenían enormes recursos materiales y humanos. Su prestigio era similar al de los reinos antiguos y las aspiraciones a una Corona surgieron por vez primera con Felipe el Bueno en los años 1440. Bajo Carlos, parecía inminente la aparición de un reino intermedio, y en 1473 incluso mandó confeccionar un traje para la coronación, anticipándose a la reunión en Tréveris con el emperador Federico III, del cual esperaba un decreto favorable. Tristemente decepcionado cuando Federico abandonó en secreto la ciudad sin una declaración formal, Carlos redobló sus esfuerzos por capturar el ducado de Lorena. Tras la derrota a manos de los suizos (Morat y Granson, 1476) y los loreneses (Nancy, 1477), con la colaboración de Luis XI de Francia y de muchos de los enemigos de Carlos en Renania y otros territorios, la muerte de Carlos antes de Nancy (5 de enero de 1477) marcó el final del ducado de Valois. Los principa­ les beneficiarios en este caso fueron el rey de Francia, que tomó de nuevo pose­ sión de todos los feudos franceses del duque a excepción de Flandes, y la casa de Habsburgo, cuando la única heredera del duque, María, ansiosa por lograr protec­ ción contra la agresión francesa, contrajo matrimonio con Maximiliano, hijo de Federico III (agosto de 1477). Pese a las disputas internas en los Países Bajos y a la muerte prematura de María (1482), Maximiliano consiguió conservar los feudos imperiales de Borgoña, junto con Flandes. Efímero y personal, el ducado borgoñón de Valois dejó otra herencia importante a los estados sucesores. Los historia­ dores belgas y holandeses, en particular, consideran el período de Valois decisivo en el desarrollo de sus naciones.

M . Jones 236

G uerra s d e in d e p e n d e n c ia e s c o c e s a s

Los esfuerzos de Eduardo I de Inglaterra por ocupar Escocia en los años 1290 causaron una larga secuencia de invasiones, escaramuzas fronterizas y algunas bata­ llas devastadoras; pero ninguna de las dos partes logró que la otra se rindiese. La principal zona de guerra se extendía de este a oeste por el centro de Inglaterra, desde el Tyne al Forth, pero las regiones situadas más allá de esta zona tenían quizá una importancia mayor, pues las invasiones escocesas no lograban llegar nunca lo bas­ tante al sur como para amenazar seriamente a la Corona inglesa (tampoco lograron hacerlo en 1315 cuando se desviaron vía Irlanda); de la misma manera, los ingleses eran incapaces de controlar de forma permanente la Escocia al norte del Forth, sin lo cual la conquista era imposible. Eduardo I comprendió perfectamente esta situa­ ción y sus campañas hacia el norte en 1296 y 1303 (mapa A) dieron como resultado (aunque provisionalmente) masivas sumisiones en Escocia, así como ocurrió con Roberto I (Roberto Bruce), cuyos grandes logros al sur, incluida la victoria de Bannockburn (1314) y el reconocimiento inglés de la independencia escocesa (1328), sólo fueron posibles tras haber arrebatado a los ingleses y a los enemigos escoceses el norte de Escocia (1307-1313) (mapa A). Cuando la guerra se reanudó en 1332, tras la muerte de Roberto, Eduardo III renunció rápidamente a conquistar el norte y decidió invadir y anexionarse aproximadamente la mitad sur de Escocia (mapa B). Hacia finales del siglo xiv, el principal punto de contención en la guerra angloescocesa (exceptuando las escaramuzas fronterizas) fue la recuperación por parte de los escoceses de territorios previamente ocupados por los ingleses. Esta recuperación concluyó en su mayor parte en 1384, y desde entonces la guerra fue perdiendo in­ tensidad, pero algunos lugares permanecieron en manos inglesas hasta bien entrado el siglo xv, siendo la última captura escocesa la de Berwick en 1461, que se perdió de nuevo de forma permanente en 1482 (mapa B).

A . Grant

P aís

de

G

a l e s : e l p r i n c i p a d o y las m a r c a s

Durante la mayor parte del siglo x i i i , la balanza territorial entre los jefes galeses, los señores de las marcas y la Corona estuvo en constante movimiento, pero se perfilaban dos tendencias principales: el creciente fortalecimiento del gobierno real y la emergencia de los príncipes de Gwynedd como señores del Gales nativo. Debi­ do a esta tendencia, los efectos de la guerra galesa de 1282-1283 fueron más radicales que los de muchas de sus predecesoras. Eduardo I expulsó a Llywelyn ap Grufiydd del norte de Gales y anexionó su principado a la Corona; esta toma de poder se vio favorecida por la firme estructura que había desarrollado Gwynedd y por el abando­ no de algunos miembros de su clase ministerial. Con la victoria de Eduardo, el antiguo núcleo del poder de Llywelyn quedó organizado en los condados de Anglesey, Caemavon y Merioneth bajo el control de un justiciar y un chambelán residentes en Caemavon. Se construyeron en puntos estratégicos castillos reales, acompañados a menudo por municipios donde se alen237

238

239

PAIS DE GALES: EL PRINCIPADO Y LAS MARCAS

F L IN T S H IR E

S h re w sb u ry

Bishop's Castle

Ludlow

\\\

Principado y señoríos dependientes

Flintshire y otras tierras bajo control directo de la Corona

Señoríos septentrionales creados por Eduardo

FU N STO NE

C ondado

Denbigh

fa T m íc a Í , Castillo construido o totalmente reconstruido por Eduardo I ^

U

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Otros centros reales

1 2 3 . < 5 6 7 8

D yffiyn Clwyd M o ld Bromfield y Yale . . Gwerthrymon C w m w d Deuddwr Hay Abergavenny Chepstow

I

240

9 Iscennen 10 11 12 13 14 15 16

Llanstepthan Ystlwyf Em yln Cilgerran Laughame Narberth Llawhaden

tó el asentamiento inglés. Esta nueva área bajo la autoridad de la Corona, con las conquistas de Eduardo en el oeste de Gales y los antiguos señoríos reales de Cardigan y Camarthen, formaron el principado que desde 1301 pasa tradicionalmente a manos del primogénito del rey. Al nordeste, aparte del condado de Flint gobernado desde Chester, la mayoría de los nuevos territorios se distribuyeron entre aristócra­ tas ingleses, que también construyeron castillos, fundaron municipios y desplaza­ ron a la población nativa, todo ello unido al mosaico de marcas con privilegios ju­ risdiccionales que ya ocupaban la mayor parte del sur de Gales y las fronteras. En los albores de la Baja Edad Media se produjeron algunas sublevaciones en Gales, pero aparte de la de Owain Glyn Dwr durante el reinado de Enrique IV, fueron muy locales y pasajeras. En unas condiciones políticas más estables, el principado y las marcas estaban abiertos a la explotación económica de la Corona y la nobleza ingle­ sas, al servicio de las cuales se pusieron los squires galeses, que demostraron una mezcla intrigante de oportunismo y resentimiento.

R. Frame

Irla n d a :

s e ñ o r í o in g l é s y g a é l i c o

(h a c ia

1350)

Mientras en las postrimerías de la Edad Media el mapa político galés tendía a una mayor claridad y estabilidad, el de Irlanda seguía siendo muy variable. A media­ dos del siglo x i i i , el control inglés sobre Irlanda parecía mayor que sobre Gales, pues los señores ingleses dominaban unas tres cuartas partes del territorio y no había ningún centro de poder indígena comparable al de Gwynedd. En tiempos de Eduar­ do I, cuando la administración real crecía a costa de las jurisdicciones de los barones y el gobierno de Dublín reclutaba hombres, dinero y provisiones para las guerras galesa y escocesa, la situación satisfacía al gobierno inglés. En el siglo xrv, la Irlanda inglesa quedó debilitada por el hambre, la peste, la emi­ gración, la división de feudos entre herederas ausentes, la invasión escocesa y el creci­ miento de la capacidad militar gaélica en las cercanías de Dublín. La retirada fue lenta y desigual. Incluso en la época dorada del dominio inglés, el norte no dividido en condados y los extremos occidentales, así como enclaves de tierras altas y ciénagas al sur y este de Irlanda, habían permanecido culturalmente irlandeses y sujetos sólo a una influencia superficial. A finales de la Edad Media, las zonas de costumbres gaélicas y los señoríos gaélicos se extendieron, pero no debe deducirse de ello que el go­ bierno inglés se restringiese a los aledaños de Dublín y a unas pocas ciudades costeras; pues ni siquiera en el siglo xv, época del Palé, la contracción llegó a estos extremos. La autoridad real penetró, aunque no uniforme ni directamente, en un mundo vasto donde coexistían las comunidades de la pequeña aristocracia, la élite urbana, los mag­ nates angloirlandeses y los señores gaélicos en un equilibrio local complejo y donde interactuaban las costumbres inglesas e irlandesas. Por encima de las divisiones admi­ nistrativas oficiales había otras fronteras y zonas de poder cuya naturaleza informal y variable nos impide describirlas con exactitud. El mapa adjunto ofrece una visión, obligadamente impresionista, de la diferencia entre el alcance teórico de la adminis­ tración real y las regiones sujetas efectivamente al derecho y gobierno ingleses.

R. Frame 241

IRLANDA: SEÑORÍO INGLÉS Y GAÉLICO (h. 1350)

Carrickfergus

Fronteras teóricas de condados y liberties D U B L ÍN

Regiones apenas afectadas por el gobierno de la Corona o los barones antes de 1300 (aprox.)

V /a

Otras regiones con señoríos y costumbres eminentemente gaélicos hacia 1350 (aprox.)

C ondado

K ERRY

Liberty

LOUTH vprdv

Indica que un condado ganó (° una hbertyperdió) categoría por u n período importante (1300-1500)

O'Brien

Señor o clan regional dominante

B

C iudad importante de la Corona

»_____________ I___________

242

L a c r e a c i ó n d e S u iz a

El pacto de 1291 entre Uri, Schwyz y Nidwalden, al que se unió posteriormente Obwalden, suele marcar el nacimiento de Suiza, que, motivado por el deseo de li­ mitar la supremacía de los Habsburgo, fue probablemente la recuperación de una alianza más antigua. Después de 1291, los cantones arrebataron el poder a los Habsburgo en beneficio de otras familias imperiales, y en 1315 derrotaron definiti­ vamente a los Habsburgo en Morgarten. Con el objetivo de fortalecer su condición prácticamente autónoma, se buscaron aliados, y Lucerna, ciudad estrechamente li­ gada a ellos económica y eclesiásticamente, se les unió en 1332. Poco tiempo des­ pués se dio carácter permanente a las alianzas provisionales concluidas con Zúrich, Zug y Glarus, todos ellos hastiados de las intenciones de los Habsburgo. Berna, un aliado menos obvio, se unió a los demás en 1352, y durante el siguiente siglo y medio los ocho cantones (a veces juntos y otras por separado) intervinieron en guerras, algunas de ellas para defenderse y otras con intenciones expansionistas. El poder de los Habsburgo se redujo aún más con las victorias de Sempach (1386) y Náfels (1388) y la ocupación cantonal conjunta de Aargau en 1415. La victoria en la Guerra de Suabia (1499) confirmó la independencia de facto de Suiza del Impe­ rio. La principal amenaza de Berna procedía del oeste, donde rivalizaba con Borgo­ ña, y no desapareció hasta la derrota de Carlos el Temerario y su muerte en Nancy en 1477. Uri fue cabeza de lanza en la expansión hacia el sur y la participación suiza en la Liga Santa le valió la adquisición de las provincias milanesas del Ticino en 1512-1513. La influencia suiza creció también a través de una serie de alianzas con provincias vecinas, pese a la resistencia a admitir nuevos cantones. Appenzell

Y/

50

E 3

km

• A

B

\ Provincia aliada Provincia súbdita Ciudad importante C

1513 Fecha de la anexión o alianza Batalla 1411- Duración de la anexión 1422 o alianza

243

no se incorporó hasta 1513 y Freiburg y Solothurn en 1486, tras su apoyo en las guerras borgoñesas, mientras que Basilea y Schaffhausen, aliados en la Guerra de Suabia, se unieron a los demás en 1501. La unidad se basaba originalmente en el deseo de mantener la independencia cantonal. En un principio no había instituciones centrales y los intereses de los distintos cantones eran a menudo opuestos. Sin embargo, a través del éxito militar, se mantuvo la unidad de esta alianza poco habitual entre ciudades y comunidades rurales.

D. Ditchburn

E s c a n d in a v ia

en la

B a ja E d a d M

e d ia

En 1360-1361, el rey danés Valdemar Atterdag arrebató Escania a Suecia y, más adelante, Oland y Gotland. Así se desencadenó la guerra con la Hansa, que percibió una amenaza para sus intereses comerciales. Pese a que Valdemar contaba con el apoyo de su yerno Hakon VI de Noruega, la Hansa triunfó. Este dominio de Escan­ dinavia se confirmó con la Paz de Stralsund (1370). La Paz de Vordingborg (1435), tras otro conflicto con Dinamarca debido a la imposición de aranceles marítimos en el Sound, confirmó los privilegios comerciales de la Hansa. A partir de entonces, ante la creciente competencia de los holandeses y la renovada hostilidad danesa, la Hansa mantuvo con dificultad su dominio comercial en Escandinavia. En 1387, la extraordinaria hija de Valdemar, Margarita, era regente de Dinamarca y Noruega y, a invitación de los magnates descontentos, invadió Suecia, derrotando al rey sue­ co Alberto en Aasle (1389). Estocolmo se rindió en 1395 y los reinos escandinavos

244

quedaron unidos formalmente en la Unión de Kalmar (1397). En 1409 se conquistó Gotland, y en 1460 el rey Cristián I fue elegido también duque de Schleswig y Holstein. Pese a esta expansión, el poder real tenía también sus limitaciones. Orkney y Shetland fueron cedidas a Escocia en 1468-1469; en Dinamarca y Suecia, la monar­ quía seguía siendo electiva y poderosos magnates resentían la subida de los impues­ tos y el nombramiento de oficiales extranjeros y no pertenecientes a la nobleza. El descontento era mayor en Suecia, y hubo revueltas encabezadas por Engelbrecht Engelbrechtson y Karl Knutson, elegido rey Carlos VII de Suecia en 1448. Estas revueltas se sofocaron en 1457, para reanudarse en 1464. Después de la victoria del regente sueco Sten Sture contra los daneses en Brunkeberg (1471), los reyes daneses Cristián I y Juan lucharon por mantener su autoridad en Suecia, recibieron el apoyo de su pariente Jaime IV de Escocia y sacaron el máximo partido de las disputas entre la nobleza sueca. La resistencia de Suecia solía contar con el apoyo de la Hansa, pero hasta 1532 no quedó definitivamente disuelta la Unión de Kalmar.

D. Ditchbum

Em peradores A l e m a n ia

y p r í n c ip e s :

e n las p o s t r im e r ía s d e l a

Edad M

e d ia

En la Edad Media, el asentamiento alemán respetó pocas fronteras naturales o políticas. En el Tirol, los alemanes se extendieron al sur de los Alpes, y al este más allá de las fronteras del reino alemán. Los jefes de Valois de los Países Bajos, por su parte, eran franceses que deseaban en última instancia establecer su propio reino, mientras que Bohemia era el corazón de la dinastía Luxemburgo de reyes alemanes y del mo­ vimiento nacional checo encabezado por Jan Hus y sus seguidores. A esta precaria unidad geográfica y étnica correspondía una debilidad monárquica. El reino alemán formaba parte del Sacro Imperio Romano y, tras la coronación por el papa, los reyes alemanes llevaban también el título de emperadores. No obstante, tras el enfrenta­ miento entre la dinastía Hohenstauffen y el papado, y el interregno que siguió entre 1250 y 1273, poco quedó del Imperio y menos todavía de las aspiraciones del emperador al liderazgo político de Occidente. A partir de entonces, la autoridad im­ perial se limitó en la práctica a Alemania, y la naturaleza cada vez más germánica de la monarquía imperial quedó confirmada con la exclusión formal del papado de las elecciones imperiales (1338). Las reglas de la elección imperial se perfilaron mejor en la Bula de Oro (1356) con la designación de siete electores (alemanes). Incluso en los confines de Alemania, sin embargo, este carácter electivo restringía el poder monár­ quico. Pese a una sucesión casi continuada de emperadores de la familia Luxemburgo entre 1346 y 1437, y de la familia Habsburgo a partir de 1438, ningún rey podía saber con seguridad si su heredero heredaría también el título. Además, los recursos de los reyes alemanes eran escasos y la mayoría de tierras imperiales habían sido usurpadas durante los conflictos del siglo x i i i . Poco restaba, pues, aparte de las ciudades imperia­ les, a menudo hipotecadas. Los derechos reales sobre el laberinto de principados eclesiásticos y laicos también habían disminuido, en parte a través de la inmunidad concedida a cambio de apoyo político y en parte a través del descuido. En la Bula de Oro, Carlos IV (1347-1378) reconoció la imposibilidad de restablecer la situación al otorgar formalmente a los electores amplios derechos y autonomía, privilegios a los 245

de los Habsburgo episcopales

(con fecha de adquisición) 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26

Namur (1477) Sundgau Pfirt (1324) Breisgau (siglo XIV) Nellenberg (1465) Hohenberg (1381) Tiróla. (1369) b. (1504) Camiola a. (1335) b. (1500) Carintia a. (1335) b. (1374) Gorizia (1500) Feldkirch (1375-1379) Bludenz, Montafon y Sonnenberg (1394-1474) Bregenz (1451-1523) Condado de Istria (1374) 2 Trieste (1382) Cilli (1456) Besangon (1492) Ciudades ael Danubio (1299-1331) Mondsee (1506) Braunlingen (1305) Villingen (1326) Pordenone Fiume, etc. (1366-1377) St. Wolfgang (1506) Gurk Brixen

excluidas tierras imperiales

246

que también aspiraban otros príncipes. Ante lo limitado de sus recursos y derechos, los reyes no tenían la necesidad ni la capacidad de crear sólidas instituciones de go­ bierno central y, presa de tales dificultades, la monarquía no despuntó como foco de unidad política, sino que los reyes alemanes dedicaron su energía a aumentar las propiedades familiares (Hausgut), en lugar de las posesiones imperiales (Reichsgut). En tal empresa, el éxito de los Habsburgo fue colosal; en 1300 eran propietarios de Aus­ tria, Estiria y diversos territorios y jurisdicciones situados alrededor del castillo ances­ tral de Habichtsburg. Otras tierras fueron adquiridas antes de 1500 a través de conce­ siones imperiales, matrimonios, legados, compras y conquistas, mientras la influencia de los Habsburgo se ejercía en principados eclesiásticos como Trento, Brixen y Gurk. Las ambiciones y logros territoriales de los Habsburgo destacan por su alcance, aun­ que no por la esencia misma de la empresa, pues el avance del poder principesco, incluido el de los Habsburgo, nunca fue rápido ni fácil. La penuria obligó a muchos príncipes a hipotecar o vender sus tierras y la costumbre de distribuir la herencia llevó a la división de muchos principados entre todos los herederos. Abundaban, además, los vecinos agresivos con los que enfrentarse: los Habsburgo, por ejemplo, perdie­ ron los cantones suizos, y los húngaros ocuparon una parte de sus territorios orienta­ les en los años 1480. En el ámbito de muchos principados, los estados generales (agrupaciones de nobles bajos, clérigos, ciudadanos y, a veces como en el Tirol, cam­ pesinos) explotaron las debilidades de los príncipes y con frecuencia impusieron su influencia tras dirimir disputas entre magnates o en la recaudación de impuestos. Sólo al final de la Edad Media superaron los príncipes todos estos problemas, cuando el señorío feudal adquirió un carácter más territorial; por ejemplo, los electores del Palatinado intercambiaron los siervos de otros príncipes del Palatinado por sus pro­ pios siervos en otros territorios. La introducción gradual de impuestos regulares, la primogenitura (que acabó con la fragmentación de las tierras) y las nociones de dere­ cho romano (que exaltaban la posición del príncipe) dieron más fuerza a la autoridad principesca. Desde la perspectiva de la consolidación del poder de los príncipes, la evolución alemana fue lenta pero minuciosa y es equiparable al auge del poder real en las demás regiones europeas.

D. Ditchburn

El

norte d e

I t a l ia

d e s d e e l l e v a n t a m ie n t o

DE LOS «SIGNORI» HASTA LA PAZ DE L O D I

Desde las postrimerías del siglo xm, el control de muchas ciudades-estado de la Italia septentrional pasó de los gobiernos comunales oligárquicos a signorie dinásti­ cos. Este cambio se produjo particularmente en la marca de Treviso, Lombardía, Emilia y las marcas donde muchos signori tomaron control de varias ciudades. El que en el siglo xix se tachase a tales dirigentes de «déspotas» es reflejo de la denominación contemporánea de «tiranos», pero no valora en su justa medida los elementos de continuidad entre los regímenes comunal y señorial: ambos muy violentos y lejos de ser democráticos. De hecho, el cambio de régimen no condujo, por lo general, a ninguna transformación radical en el ejercicio del gobierno. Los signori fueron to­ mando posiciones gradualmente, y con frecuencia gobernaban la comuna y utiliza­ ban su riqueza y habilidad política para extender este control a la burocracia comunal 247

EL LEVANTAMIENTO DE LOS SIG N O RI (década de 1350)

Bellinzona,

iTreviso +Ivrea Novara Vercelli ® ®

rVicenza

Brescia rVerona

Venecia )Creniona y M antiia

Parma

OFerrara M ódena iBolonia

R im ini Urbino F L O R E N C IA © Visconti v Della Scala

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• Gonzaga

♦ Montefeltro

□ D a Carrara

A Malatesta

■ Venecia

+ S aboya

y suprimir toda oposición. Las ciudades más pequeñas bajo su dominio solían dispo­ ner de un considerable grado de autogobierno y, en muchas ocasiones, las estructuras administrativas de las comunas perduraron. Una vez en el poder, los signori aspiraban a legitimar su posición y a establecer un derecho hereditario de gobierno, cultivando el prestigio a través de alianzas matrimoniales, patronazgo artístico, honores y títulos, como el de vicario papal o duque imperial, este último concedido por el emperador a Giangaleazzo Visconti de Milán en 1395. Esta búsqueda de supremacía política nunca estaba falta de violencia: en las ciudades surgían facciones que se enfrentaban con frecuencia hasta el extremo del asesinato, como el de Bartolomeo della Scala (1381) instigado por su hermano Antonio, que deseaba asentar su control en el signorie de Verona y Vicenza. La lucha por la supremacía entre las ciudades-estados, por su parte, era causa de una guerra continua. El uso creciente de compañías de mercena­ rios (a menudo formadas a partir de tropas extranjeras) y encabezadas por los condottieri (que solían ser señores de centros más pequeños como los Malatesta de Rimini) aumentó la inestabilidad política general. En el primero de los mapas se ilustra la si­ tuación de los años 1350, cuando las tierras de los Visconti de Milán se habían exten­ dido hasta absorber varias ciudades vecinas. La situación, sin embargo, era inestable y los centros más pequeños pasaban a menudo de unas manos a otras; así, en 1336, los della Scala controlaban Brescia, Padua, Treviso, Feltre, Belluno, Parma e incluso Lucca, pero la derrota de 1339 ante Florencia y Venecia (las dos únicas grandes ciuda­ des que conservaban la forma republicana, aunque las diferencias fueran a menudo algo más que simple retórica diplomática) redujo a los della Scala a Verona y Vicenza. En el segundo mapa se muestra la situación cuando se firmó la Paz de Lodi en 1454. En los años intermedios, el señorío basado en Milán de los Visconti se había exten­ dido bajo Giangaleazzo para dividirse parcialmente tras su súbito fallecimiento en 1402. Se restauró sustancialmente a la mayoría de edad de su hijo Filippo Maria, 248

pero en los años 1420 estalló la guerra con los enemigos de larga data Milán y Floren­ cia. En las décadas siguientes, la mayoría de la península Itálica participó en este conflicto. Venecia, cada vez más preocupada por la seguridad de sus territorios fron­ terizos y dedicada a una política de expansión por tierra fírme, se alió intermitente­ mente con Florencia contra Milán. Más adelante, tanto Alfonso de Nápoles como las fuerzas pontificias entraron en la batalla. La muerte de Filippo María (1447) sin here­ deros varones legítimos transformó la situación. El régimen de Visconti en Milán fue sustituido por la breve «República ambrosiana» (1447-1450). Tras el fracaso de dicha república, que llevaba el nombre del santo patrón de la ciudad, Milán cayó bajo el control de Francesco Sforza, un condottiere que había luchado para Milán y para Flo­ rencia, y que en 1441 había contraído matrimonio con Bianca, hija de Filippo María. El 9 de abril de 1454, Milán y Venecia firmaron la Paz de Lodi, que acabaron por ratificar las demás grandes potencias (Florencia, el papado y Nápoles). Estas cinco potencias de Italia fundaron la Liga italiana (o itálica) que aspiró, con no demasiado éxito, a la estabilidad política de la península reconociendo el statu quo territorial, regulando los recursos militares y estableciendo reglas de campo para la guerra. Asombrosamente, este acuerdo permaneció vigente durante cuarenta años.

F. Andrews

E x p a n s ió n

d e la

C

o r o n a de

A ragón

Jaime I (1213-1276) conquistó Mallorca (1229), Menorca (1232), Ibiza (1235) y Valencia (1238). Córcega y Cerdeña se unieron más adelante a las posesiones medi­ terráneas de la Corona de Aragón, mientras que la rebelión contra los angevinos de 249

Sicilia (1282) culminó con la adquisición de la isla, y Alfonso V (1416-1458) consa­ gró su reinado a conquistar la Italia meridional, lo que consiguió, pese a la oposi­ ción papal y angevina, tras la muerte de Juana II de Ñápoles (1435). La importancia atribuida a las posesiones en el Mediterráneo de los reyes arago­ neses tuvo grandes repercusiones en sus reinos de España. Pedro III (1276-1285) habría logrado aplacar a la nobleza aragonesa si no hubiese sido por su preocupa­ ción con Sicilia, y reyes posteriores tuvieron que aceptar las limitaciones constitu­ cionales. Algunas innovaciones institucionales estaban ligadas al problema de la «monar­ quía ausente». Los reyes tenían que delegar poderes en procuradores, y desde finales del siglo xiv apareció la figura de los tenientes generales o vicerreyes en Cerdeña, Sicilia y Mallorca, un modelo que se repitió en Aragón, Cataluña y Valencia, debido a las largas estancias de Alfonso V en Italia. Los poderes de los monarcas y de sus oficiales quedaron reducidos considerable­ mente en las diversas cortes de la federación; así, era preciso lograr consentimiento para todas las leyes y debían resolverse todas las diferencian antes de obtener ayuda financiera. Entre las reuniones de las cortes, los oficiales reales dependían de comi­ siones permanentes. Los orígenes de la Diputado o Generalitat catalana datan de fi­ nales del siglo x i i i , cuando se nombraban delegados para ocuparse de los problemas que atañían a los representantes ausentes, siendo su labor principal la de controlar los gastos. En 1359, la Generalitat era un cuerpo permanente, y se establecieron ins­ tituciones similares en Aragón (1412) y Valencia (1419). Las cortes controlaban la autoridad real pero no eran democráticas, sino que representaban a los privilegiados y defendían los intereses de los oligarcas que dominaban las ciudades y el campo.

A . MacKay 250

L a G u e r r a d e las D o s R osas

Este nombre, con el que se denomina el conflicto dinástico entre las casas de Lancaster y de York, fue acuñado al parecer por Sir Walter Scott para referirse a las guerras civiles que asolaron Inglaterra y Gales entre 1455 y 1485. Se iniciaron con las rebeliones de Ricardo duque de York, con objeto de expulsar a los favoritos de Enrique VI (1452, 1455, 1459), pero en 1460, tras la victoria de otra sublevación, York reclamó el trono en la persona de su hijo, que fue proclamado Eduardo IV en 1461. Este gobierno sufrió entre 1469 y 1470 la oposición de algunos de sus propios seguidores, que devolvieron la Corona a Enrique VI; en 1471, el exiliado Eduardo invadió Inglaterra y recuperó la Corona. En 1483, el hermano de Eduardo, Ricardo duque de Gloucester, se la arrebató a su hijo Eduardo V. Ricardo III aplacó la rebelión de ese otoño, pero en 1485 murió mientras luchaba en Bosworth contra Enrique Tudor, representante de los intereses de Lancaster. En los doce años siguien­ tes se sucedieron varios complots y rebeliones fallidos, organizados por los preten­ dientes de York, pero Enrique VII los sofocó sin excesivos problemas. La Guerra de las Dos Rosas fue sobre todo una sucesión de campañas móviles con unos pocos sitios prolongados; los protagonistas querían tomar a los enemigos de improviso y ocupar ciudades y municipios, ante todo Londres y York, con un mínimo de disturbios para no perder apoyo popular. Las luchas prolongadas para controlar algunos castillos marginales en Northumberland (1461-1464) y en Gales (1461-1468) constituyeron una fase excepcional. Las comunidades urbana y rural de la mayoría de Inglaterra y Gales participaron en la organización de campañas, de defensas locales y en el avituallamiento de las tropas, pero esta participación solía ser regional y reflejaba las ambiciones y rivalidades de potentados determinados y de su clientela local; así, muchas campañas que apenas duraban unas pocas semanas eran demasiado breves para causar daños generalizados. Unicamente en los años de crisis de 1459 a 1461 y de 1469 a 1471, los conflictos adquirieron una dimensión mayor. Ocasionalmente, algunos príncipes y mercenarios extranjeros entraban en la guerra; algunos exiliados emprendieron invasiones desde Calais, Irlanda (propieda­ des de la Corona inglesa), Escocia, Zelanda, Bretaña y Normandía.

A . Goodman

E s c o c ia :

la

C

o r o n a y lo s m a g n a t e s

(1400 y 1460 a p r o x im a d a m e n t e )

A finales del siglo xrv (mapa A), el antiguo modelo territorial escocés de earldoms y lordships «provinciales» se mantenía esencialmente intacto, pero se habían creado otros dos earldoms «dispersos», Douglas y Crawford. Los Douglas, principales recep­ tores de recompensas reales tras las Guerras de la Independencia, habían adquirido vastos territorios por todo el país, especialmente en las fronteras y en el sudoeste. Mientras tanto, muchos de los demás earldoms y, por supuesto, la Corona habían pasado a los Stewart. Colectivamente eran la familia más numerosa de todas, pero hacia 1400 cundieron las disputas entre Roberto III, su hijo y sus hermanos, y la base efectiva de la Corona se reducía al sudoeste. Hacia 1460, sin embargo, la estruc251

252

(A) ESCOCIA EN LA BAJA EDAD MEDtAr ~ LOS MAGNATES Y LA..CORONA (h. 1400)

■• — __ __

Frontera entre reinos Frontera aproximada de earldoms «provinciales» Frontera aproximada de lordships «provinciales»

MAR

Earldoms provinciales control del señorío Territorio bajo contro de las islas (MacDonald)

Principales propiedades de |

Roberto III y su primogénito (tierras de la familia Stewart), h. 1400

VA

Roberto Stewart, duque de Albany, earl de Fife y Menteith, h. 1400

CU Alejandro Stewart, earl de Buchan, h. 1400 ^

Earls de Douglas, h. 1400

A

Earls de Crawford (Lindsay), h. 1400/1460

______________ I___________

253

(B) ESCOCIA EN LA BAJA EDAD MÍOIA^----------LOS MAGNATES Y LACORONA (h. 1460)

— • —

Frontera entre reinos

__ __

Frontera aproximada de earldoms «provinciales»

Hasta que Noruega cedió Orkney y Shetland en 1468-1469

__ ___ Frontera aproximada de lordsbips «provinciales» __ Frontera aproximada de sberiffdoms ROSS

Earldoms provinciales

\ \ '> \ W

Territorio bajo control del señorío de las islas (MacDonald)

Perth

Sberiffdoms (con burgos principales en su caso)

®

Centros importantes de la Corona

Principales propiedades de 0

Jaime II, h. 1460

j 437

Fecha de adquisición de nuevos territorios para la Corona

3 Earls de Angus (hijos menores de __________ los Douglas), h. 1460 |

254

Earls de Morton (hijos menores de los Douglas), h. 1460 a m

Earls de Crawford (Lindsay), h. 1400/1460

^

Earls de Huntly (Gordon), h. 1460

<^>

Earls de Caithness (Sinclair), h. 1460

^

Earls de Marischal (Keith), h. 1460

V

Earls de Errol (Hay), h. 1460

A

Earls de Rothes (Leslie), h. 1460

ÉÉ___ 1 ________

tura territorial de Escocia quedó transformada (mapa B). La mayoría de earldoms y lordships «provinciales» estaban en manos de la Corona, sobre todo como resultado de pérdidas tras enfrentamientos entrejaime I (1406-1437) y sus parientes los Stewart, y entrejaime II (1437-1460) y el octavo earl de Douglas. Fuera de los Highlands, sin embargo, los sheriffdoms (en lugar de earldoms y lordships) determinaban la estructura política, mientras que la base de poder principal de la Corona se había trasladado a la posición más central de Lothian (alrededor de Edimburgo) y Fife, Stirlingshire y Perthshire. Los magnates, por su parte, disponían de estados dispersos y esferas lo­ cales de influencia en lugar de provincias enteras. Esta nueva situación se aplicaba a los nuevos earldoms creados por Jaime II para sus seguidores, excepto en el caso de los nuevos earldoms «provinciales» de Argyll (Campbell) y Huntly (Gordon), que eran baluartes en la frontera de los Highlands contra el señorío MacDonald de las Islas, vasto bloque de poder gaélico construido por los jefes del Clan Donald (earls de Ross, 1437-1475), que dominaron la mayor parte de los Highlands entre las déca­ das de 1410 y 1490.

A . Grant

La

p e n ín su l a

I b é r ic a

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B aja E d a d M

e d ia :

C

astilla y

Po rt u g a l

Desde 1350 hasta 1389 arreció la lucha por el control del reino de Castilla. Em­ pezó como una guerra civil entre Pedro I el Cruel de Castilla y León (1350-1369) y una coalición de nobles encabezados por su hermanastro ilegítimo Enrique de Trastámara, pero ambas partes recurrieron a la ayuda extranjera, en particular proceden­ te de Francia e Inglaterra (entregadas ya a la Guerra de los Cien Años). En 1365, el exiliado Enrique de Trastámara invadió Castilla con ayuda de mer­ cenarios franceses e ingleses y se proclamó rey con el nombre de Enrique II (1366). Pedro huyó a Bayona y desde allí, con ayuda de los ingleses, preparó la contrainva­ sión y derrotó a los Trastámara en Nájera (1367). Este triunfo fue breve, porque Carlos V de Francia dio pleno apoyo a otra invasión de Enrique y Pedro fue final­ mente derrotado y asesinado por su hermanastro en Montiel (1369). En 1371, Juan de Gante, duque de Lancaster, se casó con la hija mayor de Pedro I y reclamó la corona castellana. Cuando Juan I de Castilla (1379-1390) invadió Por­ tugal, Joáo I (1385-1433), ayudado por los arqueros ingleses, infligió una dura derro­ ta a los castellanos en Aljubarrota (1385). El tratado de Windsor (mayo de 1386) cimentó la alianza entre Inglaterra y Portugal, y cuando algunos meses después los Lancaster invadieron Galicia y conquistaron La Coruña (1386), lo hicieron con la ayuda de un ejército portugués. Aunque el intento Lancaster de hacerse con el trono castellano falló, sus ambiciones fueron acalladas mediante la promesa de grandes cantidades de dinero y de prestigiosas alianzas matrimoniales, que se plasmaron en el matrimonio de sus hijas Catalina y Felipa, con el futuro Enrique III de Castilla (1390-1406) y Joáo I de Portugal, respectivamente. A la muerte de Enrique III, su hermano menor Fernando, corregente durante la minoría de edad de Juan II (1406-1454), dominó la escena política. Tras hacerse fa­ moso por arrebatar Antequera a los moros (1410), presentó con éxito sus aspiracio­ nes a la Corona de Aragón al morir Martín I (1395-1410) sin hijos y fue «elegido» rey en el Compromiso de Caspe (1412). Pero su corto reinado de Aragón (1412-1426) 255

256

estuvo marcado por un interés continuado en la política de Castilla y en la salva­ guarda de los intereses familiares. Sus hijos estaban llamados a protagonizar la escena política: Alfonso V de Ara­ gón (1416-1458) se dedicó principalmente a los asuntos italianos; Juan, heredero de las vastas posesiones familiares en Castilla, permaneció absorto en los asuntos polí­ ticos de ese reino, pese a convertirse en rey de Navarra en 1425 y suceder a su her­ mano en la Corona de Aragón (1458-1479); Enrique se convirtió en maestre de la Orden de Santiago y participó constantemente en intrigas políticas hasta que falle­ ció en 1445. Su rival en Castilla era el poderoso favorito Alvaro de Luna, que juraba por el absolutismo real en nombre del rey y derrotó a los aragoneses en la crucial batalla de Olmedo (1445) antes de caer víctima de las intrigas cortesanas y ser ejecutado en 1453. Tras un inicio prometedor, el siguiente reinado de Enrique IV (1454-1474) degeneró en la anarquía, la crisis más grave que siguió a un intento de deponer en efigie al rey en Ávila en 1465 y la «elección» de su hermanastro Alfonso como rey rival. Tras la muerte de Alfonso en 1468, las facciones políticas se prepararon para una lucha de sucesión que enfrentó a la presunta hija de En­ rique IV, la princesa de Asturias Juana «la Beltraneja» (nombre procedente de su padre putativo, el favorito del rey, Beltrán de la Cueva), con la hermanastra del rey, Isabel. La sucesión de Isabel I (1474-1504), que se había casado con Fernan­ do, heredero de la corona de Aragón en 1469, alertó a otros reinos que vieron con temor el nacimiento de una nueva superpotencia. Cuando Isabel subió al trono en 1474, Alfonso V de Portugal (1438-1481) reunió a sus tropas para defen­ der los derechos de la princesa de Asturias, su sobrina. Tras sufrir una decisiva derrota de mano de las fuerzas castellanas en Toro (1476), Alfonso V intentó sin éxito conseguir el apoyo de Luis XI de Francia y de Carlos el Temerario, duque de Borgoña. La victoria de Isabel y Fernando II de Aragón (1479-1516) sobre sus rivales castellanos dio lugar a una tregua con Portugal, ratificada en el tratado de Alcagovas-Toledo (1479-1480), que constituyó un reconocimiento tácito de Isa­ bel como reina de Castilla. La muerte de Juan II de Aragón (1479) unificó los reinos de Castilla y Aragón, aunque sus respectivos reinos siguieron conservando instituciones bien diferenciadas. Mientras Portugal mantenía su independencia, Granada era conquistada en 1492 y el reino de Navarra se incorporaba a Castilla en 1512.

S. Humble Ferreiray A . MacKay

El av an ce d e lo s t u r c o s y l a C r u z a d a

A principios del siglo xiv, los bizantinos perdieron la Anatolia occidental a ma­ nos de los turcos, entre los cuales los más prósperos eran los otomanos que se esta­ blecieron frente a Constantinopla. Esta iniciativa bloqueó la expansión hasta 1354, cuando la participación en las guerras civiles bizantinas permitió a los otomanos establecer una cabeza de puente en Gallipoli, que se convirtió en su base para la conquista y ocupación de Tracia, completada con la victoria en 1371 contra los serbios en la batalla del Maritsa. La expansión turca se ha atribuido al rasgo ghazi, es decir, los turcos eran guerreros de la fe que deseaban extender las fronteras del Islam. 257

También eran pastores que buscaban nuevos prados para sus rebaños y se alimenta­ ban de las debilidades de sus oponentes. En 1387, Tesalónica, la segunda ciudad del Imperio bizantino, se sometió voluntariamente a los otomanos. En 1389, derrota­ ron en Kosovo a los serbios, que se convirtieron en tributarios. En 1393, los otoma­ nos entraron en Trnovo y se anexionaron Bulgaria; también tomaron los emiratos turcos de Anatolia, incluida Karamania (1397). Constantinopla sólo sobrevivió gra­ cias a Tamerlán, que invadió Anatolia y en 1402 derrotó a los otomanos en Ankara. Fueron precisos casi veinte años para recuperarse de esta derrota, pero bajo Murat II (1421-1451) se recuperaron todos los territorios perdidos en los Balcanes y Anatolia, excepto Karamania. Murat también dio una base más sólida al poder otomano al regular el reclutamiento entre los jenízaros, tropas de esclavos que formaban el nú­ cleo del ejército otomano. Su hijo Mehmet I el Conquistador (1451-1481) fue el encargado de tomar Constantinopla (1453), obteniendo así para los otomanos una capital adecuada, capaz de mantener unidos los distintos territorios y de fomentar la autoridad del sultán. Mehmet remató sus posesiones con la anexión de los restos del Imperio bizantino en el Peloponeso (1460), Trebisonda (1461) y Karamania (1468). Convertidos ya en una gran potencia, los otomanos se aprestaron a someter el Mediterráneo. La amenaza turca insufló nueva vida a la cruzada que había perdido su razón de ser tras la caída de Acre en 1291. Los Caballeros hospitalarios tomaron la ini­ ciativa y en 1308 arrebataron Rodas a los bizantinos y la utilizaron como base contra la piratería turca en el Egeo. Sus éxitos alentaron la actividad cruzada que beneficiaba los intereses venecianos y satisfacía la nostalgia por las glorias pasa­ das. Se impuso la moda de la creación de órdenes caballerescas dedicadas a fo­ mentar la cruzada. Los principales logros llegaron en la Cruzada de 1344, con la conquista de Esmirna, que pasó a manos de los Caballeros hospitalarios. Al arre­ batar de esta manera la iniciativa a los turcos en el Egeo, el foco de atracción pasó a ser Chipre, donde Pedro I preparaba una cruzada contra los mamelucos de Egipto. Alejandría fue invadida en 1365, pero fue imposible seguir avanzando ante la oposición de los venecianos, que no querían poner en peligro sus intereses comerciales en Egipto. El avance otomano en los Balcanes hizo que el interés cruzado se centrase en Bizancio. En 1366, Amadeo de Saboya partió al rescate de su primo el emperador Juan V Paleólogo. La supervivencia de Constantinopla era asunto urgente para el rey húngaro Segismundo, aunque sólo fuese para alejar a los otomanos de sus fron­ teras y logró captar el idealismo cruzado de las cortes francesas, ya explotado en 1390 por los genoveses con la Cruzada de Luis de Borbón contra Túnez. A la cabeza de la nueva cruzada estaba Juan sin Miedo, hijo y heredero del duque de Borgoña. Los franceses se enfrentaron a los otomanos en Nicópolis en 1396 y fueron derrotados sin piedad. Este desastre puso fin a la participación francesa en la cruzada, pero la corte borgoñesa siguió alabando con entusiasmo el ideal cruzado. La Cruzada con­ tra los otomanos se convirtió en coto de los húngaros, pero fracasó en 1444 en Varna, donde los cruzados húngaros que marchaban al rescate de Constantinopla cayeron derrotados en una desesperada batalla de dos días. A partir de entonces, la cruzada se relegó al dominio de los deseos inalcanzables: los otomanos habían re­ sultado ser rivales demasiado fuertes. M . Angold 258

259

L a u n ió n d in á s t ic a d e P o l o n ia y L it u a n ia (1386-1569)

La unión lituano-polaca se instituyó en 1386 cuando el gran duque pagano Jogaila de Lituania, cumpliendo las promesas hechas en el acta de Kreva (1385), adoptó el nombre de Vladislao Jagelón, se convirtió al catolicismo y se casó con Jadwiga de Polonia. En 1386, el Gran Ducado se extendía desde el Báltico hasta casi el mar Negro, tras haber barrido las tierras occidentales de la Rus de Kiev, destruida poi los mogoles, lo que conllevaba la adopción de población eslava oriental mayoritariamente ortodoxa. Kreva dio paso a la conversión de los lituanos al catolicismo y al deslumbrante desarrollo de la dinastía Jogalia. Tras 1386, Lituania luchó con fiereza por conservar su estatus político independiente y los Jogalia gobernaron los dos es­ tados como una especie de confederación dinástica. El primo de Jagelón, Vytautas, fue el gobernante defacto de Lituania desde 1392 hasta su muerte en 1430. Desde ese momento y hasta la elección del rey Segismundo I (1506), Polonia y Lituania sólo compartieron gobernante en dos ocasiones: Casimiro IV (1447-1492) y Alejandro (1501-1506). No obstante, los Jogalia también fueron reyes de Hungría (1440-1444, 1490-1526) y Bohemia (1471-1526), y pese a la escasa firmeza de los lazos, Polonia

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y Lituania crecieron más unidas incluso. El apoyo militar polaco permitió que Lituania pudiese resistirse a los ataques moscovitas (aunque hacia 1537 perdiera una parte importante de sus territorios) y la Unión permitió la derrota de los Caballeros teutónicos, la posterior incorporación de la monarquía de Prusia dentro de la coro­ na polaca (1454-1466) y la creación del ducado de Prusia como feudo polaco (1525). Los atractivos del sistema político polaco, con sus amplios privilegios nobiliarios, estimularon la transformación de las instituciones y de la cultura política lituanas, permitiendo que el último rey de la dinastía Jogalia, Segismundo Augusto, firmase la Unión de Lublin (1569), que unió las dietas de los dos estados y aseguró la super­ vivencia de la Unión tras la extinción de la dinastía por línea masculina en 1572.

R. I. Frost

E l a u g e d e M o s c o v ia

Kiev cayó en manos de los mogoles en 1240 y desapareció así el principado de Kiev, junto con otros principados de la Rusia meridional. Al norte, varios principa­ dos sobrevivieron como tributarios del kan de la Horda de Oro. Aparte de la ciu­ dad-estado de Novgorod, el más importante era el principado de Vladimir-Suzdal, cuyo jefe fue reconocido Gran príncipe por el kan. Con el cambio de siglo, la supre­ macía pasó a los principados de Tver’ y Moscú, ambos situados cerca de las cabece­ ras de los principales ríos de Rusia, lo que garantizaba buenas comunicaciones y posibilidades de expansión. Moscú estaba tal vez menos expuesto gracias a la pro­ tección de las marismas al oeste y de los densos bosques del este, pero el factor de­ cisivo a su favor era la combinación del reconocimiento mogol y el apoyo de la Iglesia ortodoxa. Los príncipes de Moscú prefirieron cooperar con los mogoles en lugar de oponerse a su gobierno. Desde el reinado del príncipe Ivan Kalita (13281341), los kans otorgaron sistemáticamente el título de Gran príncipe a los príncipes de Moscú, con la correspondiente supremacía sobre los demás príncipes rusos. Ivan también se aseguró de que Moscú se convirtiese en residencia permanente del me­ tropolitano de Kiev y de toda Rusia, cabeza de la Iglesia rusa nombrado desde Constantinopla. El metropolitano actuaba como árbitro entre los príncipes rusos y solía usar su influencia para otros intereses políticos moscovitas. En 1380, tal era la fuerza de Moscú que el príncipe Dimitri Donskoj retó a los mogoles y cosechó una gran victoria en Kulikovo. Aunque dos años después tuvo que someterse de nuevo a la supremacía mogola, retuvo el título de Gran príncipe y su superioridad sobre los demás príncipes rusos. Una lucha sucesoria posterior retrasó la expansión mos­ covita, e Ivan III (1462-1505) fue el encargado de completar la «Unión de las tierras rusas» alrededor de Moscú. La culminación llegó con la anexión de Novgorod en 1478 y de Tver’ en 1485. Ivan se libró definitivamente del yugo mogol en 1480.

M. Angold

261

262

Gobierno, sociedad y economía D

e s a r r o l l o d e la a d m in is t r a c ió n

y la f is c a u d a d d e la

C

o r o n a fran cesa

Entre el inicio de la Edad Media y el siglo xm, el rey de Francia no obtenía sus ingresos de los impuestos que pagaban sus súbditos, sino casi exclusivamente de sus propios dominios como cualquier otro terrateniente. Pero bajo Felipe IV (1285-1314), esta renta ordinaria, incluso aumentada con la cuidadosa explotación de derechos soberanos y potenciada por ganancias inesperadas cuando la Corona atacaba a grupos privilegiados como los lombardos, judíos y templarios, no lograba cubrir las necesidades reales y cada vez mayores eran las cantidades recaudadas a través de impuestos, denominados por lo general impuestos «extraordinarios». El diezmo cruzado reclamado al clero en 1147 y 1188 es un modelo de este tipo de imposición. En el siglo x i i i , el rey recaudó décimas similares de los eclesiásticos con bastante frecuencia, con aprobación papal o sin ella, y tal iniciativa se convirtió en una fuente valiosa de ingresos. Pero Felipe IV, que justificaba sus peticiones abogan­ do una gran necesidad y la defensa del reino en caso de emergencia, buscaba sub­ venciones para la guerra directamente de sus súbditos seglares, aunque normalmen­ te tenía que recurrir primero a los señores feudales (arriére-ban). También experimen­ tó con los impuestos indirectos sobre la venta de productos alimenticios, bebidas y manufacturas, junto con aranceles como el multóte (1295). Al mismo tiempo, se trans­ formó la rudimentaria administración financiera, pero hasta mediados del siglo xiv no se alcanzó un sistema adecuado de recaudación a partir de fuentes distintas del do­ minio real. Los Caballeros templarios, que habían sido los banqueros reales desde mediados del siglo x ii , fueron relevados de su cargo en los años 1290 y se fundó un tesoro real. La contabilidad se llevaba a cabo ante grandes curia de compotis (1289) o chambre des comptes, que funcionaban como tribunales en los años 1320, aunque hasta 1381 no se eligiese un primer presidente, y el control de impuestos, ahora denominados aides, pasó después de 1390 a la Cour des aides, mientras que la Cour du trésor se encargaba de supervisar la renta procedente del dominio real. La idea de que la renta extraordinaria debía convertirse en una fuente de ingre­ sos regular y permanente en tiempos de paz para la Corona tardó mucho en ser aceptada. Algunos grandes ducados y condados como Bretaña, Borgoña, Flandes y Gascuña conservaron la autonomía fiscal. No se consiguió planificar un medio es­ tándar nacional para autorizar la imposición ni para recaudar los impuestos y gran parte del proceso se confiaba al gobierno local, mientras que la Corona se limitaba a mostrarse agradecida por recibir una parte de lo que pedía. Felipe IV convocó una 263

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Fuente: Dupont-Ferrier.

265

Fuente: Dupont-Ferrier.

asamblea o Estados generales y sus sucesores creyeron urgente convocarlos ocasio­ nalmente, así como reuniones de Estados regionales para el sur y el norte de Francia (Languedoil y Languedoc) para estudiar la imposición de una tasa concreta, pero lo que buscaban era más un consejo que una aprobación. Los Estados generales no se reunieron, sin embargo, entre 1439 y 1484, mientras que entre 1330 y 1430 se crea­ ron Estados provinciales más locales, algunos de los cuales, como el caso de Normandía, reclamaban el derecho a aprobar impuestos, y, de hecho, se les empezó a consultar según las circunstancias o tradiciones. De esta manera, podían discutirse algunas modificaciones de la forma o carga de los impuestos. Pero desde fecha tem­ prana, la Corona, frustrada por los retrasos que suponían inevitablemente estas consultas (puesto que las decisiones adoptadas en los Estados generales debían ser ratificadas por los Estados locales y los impuestos acordados para grandes cuerpos casi nunca se recaudaban), empezó a decidir de antemano la suma que necesitaba y se limitaba a ordenar a las asambleas que autorizasen la aplicación, lo que normal­ mente hacían compartiendo la cantidad entre los susceptibles de imposición en su área, basando el reparto en la información que recogían en grandes censos, como el de 1328, del número de hogares (feux) en las regiones bajo control real. A partir de entonces, el impuesto del hogar (fouage) pasó a ser la principal forma de imposición directa; establecido bajo el reinado de Felipe IV en el Midi, después de 1355 se aplicó en Langueoil, donde desde los años 1380 se le denominaba taille. Con los cambios demográficos, especialmente como consecuencia de la Peste Negra, debió revisarse el número defeux y surgió el concepto de hogar fiscal formado por varios hogares reales. Desde el principio pidieron quedar exentos del fouage y de la taille la nobleza, el clero y otros grupos privilegiados (por ejemplo, oficiales reales), pero no siempre lo consiguieron, especialmente dado el casi permanente estado de guerra en que vivió Francia desde 1337. Con la guerra contra Inglaterra se puso de manifiesto lo inadecuado de la renta de la Corona a partir de subvenciones para la guerra. Tras recurrir a los medios tra­ dicionales de recaudación, especialmente manipulando la moneda, se generalizaron una serie de impuestos, ya ensayados a menor escala. En 1341, se creó el impuesto sobre la venta de la sal (gabelle), que se eliminó en 1346 pero volvió a establecerse entre 1356 y 1380, y desde 1383 se convirtió en un elemento permanente de la renta real. En el siglo x v , se recaudaba este impuesto en un tercio del reino en alma­ cenes reales (greniers) donde se almacenaba la sal antes de venderla. Pero el período crítico en el establecimiento de impuestos directos e indirectos se desarrolló en­ tre 1355 y 1370. Una crisis política ya muy acusada en 1355 se agravó en 1356 cuando Juan II fue capturado en Poitiers. Para poder pagar el enorme rescate de 3 millones de escudos, se obtuvieron préstamos obligatorios y se concedió la ayuda feudal tradicional, que se recaudó como fouage, mientras que el impuesto sobre la venta (aides) también se amplió, acostumbrando así a los súbditos a pagar impuestos anualmente no sólo en caso de necesidad evidente, sino para beneficio de todos. Para recaudar este dinero, el reino de Francia se dividió en nuevos distritos adminis­ trativos. Los Estados de 1355-1356 nombraron recaudadores (élus) en cada circuns­ cripción (election). Las élections se basaban normalmente en diócesis existentes y so­ lían agruparse en recettes générales regionales supervisadas por consejeros generales. Desde 1436 había cuatro recettes principales, bajo control de cuatro tesoreros y cua­ tro generales. La incorporación de nuevos territorios al dominio real a finales del siglo xiv significó que durante el reinado de Luis X II (1489-1514) había diez u once 266

recettes y unas ochenta y cinco élections. Desde 1360, la Corona había asumido el nombramiento y pago de los élus y sus subordinados. Así se costeó gran parte del rescate de Juan II y la Corona pasó a depender de la recaudación regular de impuestos. Pero en su lecho de muerte, Carlos V (1364-1380), consciente de que estos impuestos seguían considerándose tradicionalmente ex­ traordinarios, abolió elfouage. Las crisis militares y políticas permitieron a su sucesor restablecer el fouage y las aides, que se habían cancelado después de la muerte de Carlos, y esos impuestos se recaudaron regularmente hasta que la posición de la Corona quedó debilitada una vez más después de 1412. Carlos VII (1422-1461) se vio obligado a consultar con varias asambleas de representantes en los inicios de su reinado. La taille no se recaudó entre 1412 y 1423, ni tampoco las aides entre 1418 y 1428, pero tras 1428 el rey impuso tasas unilateralmente y los Estados de Orleans de 1439 fueron los últimos en aprobar el aumento de la taille. En 1443, Languedoc y Dauphmé compensaron el pago de la taille con una suma global anual, el équivalent. Por entonces, era ya clara la distinción entre pays d'états, regiones con institucio­ nes representativas, y los que carecían de ellas, pays d ’élections, pero al parecer poco influía tal división en la carga impositiva de cada uno. Normandía, pays d ’états, por ejemplo, proporcionaba entre un sexto y un tercio de la renta real tras la reconquis­ ta de 1450. En esa época, Carlos VII recaudaba anualmente unos 1,2 millones de libras procedentes de la taille. Durante el reinado de Luis XI (1461-1483), la renta anual de la Corona aumentó espectacularmente hasta 4,7 millones de libras, de los cua­ les sólo 100.000 procedían del dominio real, 650.000 de aides y no menos de 3,9 millo­ nes de la taille. El coste más oneroso con creces de la Corona era el ejército que se estableció de forma permanente en los años 1440 y creció considerablemente con Luis XI. Durante la minoría de edad de Carlos V III (1483-1490), se produjo una reacción inevitable contra la fiscalidad real. Los Estados generales de 1484 redujeron el nivel de imposición y el tamaño del ejército, pero el inicio de la intervención francesa en Italia hizo aumentar de nuevo los impuestos en los años 1490 hasta al­ canzar los 4 millones de libras. M.Jones

A d m in is t r a c ió n

borgoñona

( h a c ia

1450)

El gobierno ducal tenía carácter federal a la hora de reconocer privilegios loca­ les, pero gradualmente emergieron instituciones centrales y un canciller que encabe­ zaba un consejo ducal omnicompetente. Las finanzas estaban supervisadas por un tesorero, mientras que el recaudador general manejaba la renta de las tierras ducales, aunque no controlaba las recaudaciones locales. Los recaudadores regionales eran responsables ante la chambre des comptes de Lille (fundada por el conde de Flandes en 1382) y de Dijon (reorganizada en 1386). Más adelante se crearon otros tribuna­ les de cuentas en Bruselas y La Haya. De 1430 a 1468 aproximadamente, el duque dispuso de fondos considerables a través del trésor de l’épargne. Carlos también nom­ bró un tesorero de la guerra. En ambos casos se imitó la práctica francesa o bretona. Desde los años 1440, los commis sur lefait desfinances, oficiales financieros en jefe, supervisaban la administración de estos nuevos fondos y asesoraban al consejo. En la esfera local, se hicieron esfuerzos para racionalizar las instituciones en territorios 267

ADMINISTRACIÓN BORGOÑONA (h. 1450)

-x -v

h o l a n d a o

BRA BA N T E

III

Gante

III

Malinas

FL A N D E S

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C IU D A D E S ::::::: DEL S O M M E



París

BAR-S-SEINE

AUXERRE Recaudación general de Holanda-Zelanda

^D U C A D O D E

¡C O N D A D O

Recaudación general de las dos Borgoñas Recaudación general de Flandes-Artois Recaudación general de Brabante Limburgo Recaudaciones o recaudación general de otros territorios borgoñones

N A M U R Región/territorio m

Centro importante de la administración borgoñona

Fuente: R. Vaughan, 1970. 268

FRANCO

BORGOÑA

Beaunc

C H A R O L A IS MÁCON

• Ginebra

Basilea 0

vecinos. Las dos Borgoñas y algunos territorios adyacentes (Flandes y Artois, Bra­ bante y Limburgo, Holanda y Zelanda) solían tener una administración común. El predominio del norte (durante el reinado de Carlos, los Países Bajos generaban cinco veces más renta que las dos Borgoñas) estuvo marcado a principios del reina­ do de Felipe el Bueno por la eliminación de la responsabilidad de revisar las cuentas de la casa ducal, además de las del recaudador general, de Dijon a Lille. Desde 1473, Carlos trató de establecer junto con el parlamento soberano de reciente creación para los territorios holandeses en Malinas una nueva chambre des comptes para susti­ tuir a las de Lille y Bruselas. Otras cortes soberanas funcionaban ya en Hainault (Mons) y Franche Comté (Dole), aunque el parlamento de Beaune seguía depen­ diendo del de París, que también escuchaba las apelaciones de Artois y Flandes. La mayoría de los territorios tenían instituciones de representantes, como los Estados de Artois o los Cuatro Miembros de Flandes, y los duques los consultaban especial­ mente en materia de impuestos (aides). Desde 1425, los Estados de territorios adya­ centes solían celebrar reuniones conjuntas; la celebrada en 1464 se considera como los primeros Estados generales de los Países Bajos, que desempeñarían un papel muy importante en el futuro, especialmente tras la muerte de Carlos en 1477.

M. Jones

G o b ie r n o

a l e m á n e n la

B aja E d a d M

e d ia

Los poderes limitados de la monarquía alemana se reflejaban en la naturaleza rudimentaria de las instituciones del gobierno central. La cancillería se encargaba de promulgar cartas reales, pero era reducida en comparación con la de otros países. La asamblea de representantes alemana, Reichstag pasó en la Baja Edad Media de ase­ sorar a legislar. El número de miembros era todavía variable en el siglo xv, y entre ellos había electores, prelados, príncipes, algunos señores menores y representantes de las ciudades imperiales. Los electores, que formaban el Kurverein, y los enviados urbanos, que desde los años 1470 formaban la dieta urbana, se reunían a veces inde­ pendientemente del Reichstag con objeto de articular sus intereses respectivos. El propio Reichstag se reunió con frecuencia en los años finales de la Edad Media, pero el absentismo, especialmente entre los miembros procedentes del norte, era muy corriente, y las decisiones tomadas sólo se aceptaban y aplicaban de forma parcial. Ni el Reichstag ni el emperador ofrecían ningún remedio eficaz para la urgente nece­ sidad que tenía Alemania de una paz pública y de justicia. Los reiterados intentos de proscribir los enfrentamientos feudales resultaron vanos e inadecuadas las dispo­ siciones de los tribunales reales. La emergencia de una cámara de justicia (Kammergericht), con recursos y competencias limitados, se produjo paralelamente al cese de las funciones del tribunal real de justicia (Reichshofgericht) a mediados del siglo xv, tras haberse concedido inmunidad generalizada a su jurisdicción. Los impuestos reales, mientras tanto, seguían siendo en gran medida elementos ad hoc y muy redu­ cidos en comparación con lo que ocurría en otros lugares. En el siglo xv se propu­ sieron varios planes para fortalecer el gobierno imperial, pero las reformas no entra­ ron en vigor hasta que concluyeron las deliberaciones del emperador electo Maxi­ miliano y el Reichstag celebrado en Worms (1495). Tras la declaración de paz pública perpetua y la prohibición de los enfrentamientos feudales, la Kammergericht se trans269

270

GOBIERNO ALEMÁN EN LA BAJA EDAD MEDIA

a

N

formó en la Reichskammergericht, tribunal supremo de apelación con jueces profesio­ nales asalariados. El coste de este tribunal y del ejército imperial debía proceder de un nuevo impuesto imperial sobre la propiedad, el «céntimo común» (Gemeiner Pfenning). La imposibilidad de garantizar el pago del impuesto fue en detrimento de las demás reformas y pronto se abandonó la idea del Gemeiner Pfenning. En su lugar, el gobierno recurrió al Kammerzieler, pequeño impuesto bienal en ayuda de la Reichs­ kammergericht, y otros impuestos tradicionales pero irregulares, incluido el «dinero romano» (Rómmermonate), subvención que originalmente iba dirigida a financiar las coronaciones imperiales en Roma y se convirtió en un impuesto para propósitos militares. Maximiliano se mostró menos entusiasta con otras de las reformas trata­ das en Worms, incluida la propuesta asociada a Berthold von Henneberg, arzobispo de Maguncia, de establecer un consejo ejecutivo permanente. Este cuerpo (Reichsregiment) llegó a formarse en 1500, presidido por el rey o su diputado, y formado por veinte miembros, entre ellos representantes de los electores, otros Estados del Reichstag y seis circunscripciones o círculos (Kreise) nuevos, a los que se les otorgó conjuntamente extensos poderes en materia de justicia, finanzas y política extranje­ ra. El Reichsregiment, con pocos recursos, sin medios para imponer su autoridad y contemplado con desconfianza por Maximiliano, sucumbió al cabo de dos años, pero resurgió en el siglo xvi. Como consecuencia de las características políticas y del limitado éxito de las reformas propuestas por el gobierno, Alemania carecía de un centro equivalente a Londres, París o Edimburgo, que se perfilaban como focos administrativos nacionales. El Reichstag se reunía en lugares diferentes, pero con más frecuencia bajo el reinado de Maximiliano en el sur o centro de Alemania. La dieta urbana se reunió en Francfort, Speyer, Heilbronn y Esslingen, mientras que el Kurverein lo hacía en otras ciudades. La Kammergericht celebraba con frecuencia sus reuniones en Rottweil y la Reichskammergericht quedó asignada a Fráncfort, donde solían celebrarse las elecciones imperiales, aunque las coronaciones ocurrían en Aquisgrán. La insignia real se guardaba en Múnich, luego en Karlstein, cerca de Praga, y desde 1424 en Núremberg, donde también tenía su sede el Reichsregiment. Pero en otros aspectos, al igual que puede considerarse Praga como el centro del imperio de Carlos IV (1347-1378), Innsbruck era el centro del reino de Maximiliano. En el centro administrativo de las tierras tirolesas fue precisamente donde Maximi­ liano basó su primera cancillería y corte imperiales y donde estableció el primer ar­ chivo imperial.

D. Ditchburn

I t in e r a r io s

reales e n

Portugal

Los monarcas portugueses, al igual que los demás reyes, se desplazaban conti­ nuamente. Sus itinerarios estaban determinados por las necesidades económicas, la diplomacia, el clima y las epidemias, y por lo general siempre incluían las ciudades de Lisboa, Coimbra, Santarem y Evora. Las visitas se restringían a un máximo de dos meses en cada lugar. A finales del siglo xv, la ampliación de la casa real fue transformando esta costumbre a medida que aumentaban las dificultades a la hora de alojar un creciente número de cortesanos. Durante el reinado de Manuel I (14951521) Coimbra perdió importancia y el itinerario real se centró más en palacios 271

LOS CORREGIDORES CASTELLANOS (1 3 9 0 -1 4 7 4 ) Coruña

Bilbao -on I^Sahagún

Vitoria ^ Burgos

Corona de Aragón

#i Palencia Zamora Valladolid Toro Salamanca

j» Sepúlveda ^ Segovia ^Guadalajara

•I Ciudad Rodrigo

•J Madrid • I Chinchón 'Toledo

Cuencai

Portugal

Corregidores nombrados en el reinado de Enrique III (1390-1406) •] Alcaraz

Córdoba ^ Sevilla Carmona

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ar, Úbeda •I laj-» i If. Baeza '

«I ¿ cija

^-Alcalá La Real

A Alcalá de Guadaira

Reino de Granada ^

(gj

272

— • — Fronteras del reino de Castilla

*1

Corregidores nombrados en el reinado de Juan II (1406-1454) Corregidores nombrados en el reinado de Enrique IV (1454-1474)

Murcia

0

200

nuevos como Lisboa, Évora y Almeirim, cerca de Santarem. A medida que la coro­ na dedicó más dinero en sus nuevos palacios y que más nobles adquirieron aloja­ mientos privados en sus proximidades, la duración de las visitas reales en cada cen­ tro aumentó de forma significativa. Aunque la construcción de la Casa da India e Guiñé(1501) supuso la emergencia de Lisboa como capital administrativa de Portu­ gal, la corte portuguesa siguió siendo itinerante.

S. C. Humble Ferreira

LOS CORREGIDORES CASTELLANOS

(1390-1474)

Aunque a principios del siglo xiv ya existían oficiales denominados corregido­ res, la monarquía castellana no los utilizó de forma generalizada hasta el reinado de Enrique III (1390-1406). Inicialmente eran los agentes ideales para representar a la Corona cuando surgían problemas en las ciudades reales y, como consecuencia, disponían de gran poder sobre la vida política y económica de las ciudades a las que se les enviaba. Teóricamente eran destacados a invitación de las ciudades, pero en la práctica el rey solía nombrarlos sin consulta previa. El salario de estos corregidores, que no solían ser originarios de las regiones en que trabajaban, recaía en las ciudades donde residían, y esto, unido a sus poderes de intervención, despertó la hostilidad de las oligarquías urbanas. La mayoría de corregidores pertenecían a la baja nobleza o eran varones con preparación jurídica (letrados). Los principales problemas con los que se enfrenta­ ban eran desórdenes internos como consecuencia de enemistades entre grupos re­ gionales, abusos en la administración de la justicia, corrupción en la recaudación o revisión de las finanzas municipales y usurpación de derechos reales y municipales por parte de la Iglesia y la nobleza. Los Reyes Católicos heredaron este sistema de sus predecesores y lo ampliaron considerablemente, de manera que en 1494 había 54 corregidores en activo. No obstante, pese a que el creciente uso de tales oficiales potenciaba por lo general el poder real, eran frecuentes los abusos cometidos por los corregidores. Además, du­ rante el reinado de Enrique IV, el nombramiento de algunos corregidores recayó en los grandes nobles y, desde el reinado de Juan II, la Corona no consiguió dar a los corregidores el apoyo necesario para evitar que la aristocracia usurpara los territorios urbanos. Cuando en 1520 se rebelaron muchas ciudades castellanas en la Revuelta de los Comuneros, algunos contemporáneos reconocieron que los abusos en el control real del sistema de corregidores fue una de las causas fundamentales del descontento urbano.

A . MacKay

R e p r e s e n t a c ió n

e n las c o r t e s castellanas

(1445-1474)

En el siglo xv, la influencia de las cortes castellanas cayó bruscamente coincidien­ do con su carácter cada vez menos representativo. La asistencia del primer y segun­ do estado fue irregular, puesto que el rey sólo convocaba a las personas que le con273

venían, y el clero y la nobleza se interesaron apenas por lo que ocurría en las cortes. Así, reuniéndose ocasionalmente y sólo a invitación del rey, las cortes solían limitar­ se a ser una asamblea de representantes del tercer estado (procuradores) y oficiales reales, cuya principal función era la de votar impuestos y presentar peticiones a las que el rey solía responder con evasivas. Cuarenta y nueve ciudades estuvieron representadas en las cortes de 1391, pero a mediados del siglo xv este número descendió a un máximo de diecisiete ciudades, todas ellas ciudades reales, pues los habitantes de feudos nobles y eclesiásticos esta­ ban teóricamente representados en el primer y segundo estado. En la práctica, por consiguiente, regiones enteras como Galicia, las provincias vascas, Asturias y Extre­ madura no estaban representadas. La selección de procuradores estaba controlada por las oligarquías urbanas, aun­ que el propio rey intervenía ocasionalmente en nombramientos individuales. Las cortes de Zamora de 1432 confirmaron formalmente lo que durante mucho tiempo había sido la práctica generalizada, a saber: que sólo los nobles podían ser procura­ dores. Por esas fechas, los gastos de los procuradores corrían a cargo de la Corona. Por lo general, entonces, los procuradores no eran necesariamente más representati­ vos de los intereses de los habitantes de las ciudades que los obispos de los habitan­ tes de sus señoríos: aceptaban felizmente impuestos que ellos personalmente no pagaban, y las oligarquías a las que representaban, orgullosas de su participación en las cortes, obtenían incluso beneficios si accedían a las peticiones reales de gastar el dinero de los demás.

A . MacKay 274

R e p r e s e n t a c ió n e n la

p a r la m en t a r ia

I nglaterra

d e la

B aja E d a d M

e d ia

Representantes de condados, ciudades y distritos asistieron bajo Eduardo I (1272-1307) a algunos parlamentos, que se convocaron con mayor regularidad a partir del reinado de su hijo Eduardo II (m. 1327). Desde la cancillería se enviaron órdenes a los sheriffs para que convocaran las elecciones de dos caballeros por con­ dado (shire knights) en treinta y siete condados. Cheshire y Durham, donde los earls de Chester y los obispos de Durham respectivamente ejercían autoridad regia, que­ daron infrarrepresentados. Sólo ocasionalmente eran éstos elegidos caballeros, pues tales títulos solían recaer en gentiles como letrados y mayordomos de fincas versa­ dos en temas de administración local. Bajo los reyes de Lancaster, en el siglo xv, se promulgó una legislación que garantizaba que las elecciones al tribunal del conda­ do reflejarían de forma auténtica la voluntad de los propietarios más acomodados. El número de distritos (boroughs) en los que se ordenó la elección de dos burgue­ ses (Londres era única en la elección de cuatro ciudadanos) y que los enviaron a la asamblea fluctuó durante el período. Según el Professor McKisack, un promedio de setenta ciudades y distritos estuvieron representados en los parlamentos de Eduar­ do II y un promedio de ochenta y tres en los de Ricardo II (reinó entre 1377 y 1399). El mapa muestra las ciudades y distritos que respondieron en las primeras décadas del siglo xv. La Inglaterra septentrional apenas estaba representada comparada con la Inglaterra al sur del río Trent, con dos condados no emancipados y pocas ciuda­ des y distritos. En el siglo xv, muchos distritos autónomos se habían quedado con una población y recursos insignificantes, y la tendencia en ellos era nombrar miem­ bros de la aristocracia en lugar de burgueses, y a menudo ni siquiera residentes. Los gentiles consideraban prestigioso y útil asistir a la Cámara de los Comunes, incluso en su condición de burgueses: el número de caballeros condales era muy inferior, pero aparentemente controlaban los asuntos de la Cámara. Cuando en 1376 se reunió el «Parlamento Modelo», los caballeros condales y los burgueses se sentaron a debatir juntos; más adelante, bajo la presidencia del primer «portavoz» conocido en los Comunes, demostraron una notable capacidad para obligar a la Corona a modificar su forma de gobierno.

A. Goodman

La G ran H

am bruna de

1315-1322

El norte de Europa se vio asolado por una hambruna prolongada que comenzó en 1315 y continuó al menos hasta 1318, en muchas zonas hasta 1322. Tanto las crónicas como la dendrocronología (estudio de los anillos de los árboles) prueban que pudo estar causada por una serie de veranos fríos combinados con períodos de lluvia anormalmente abundante cuyos efectos sobre las cosechas resultaron devasta­ dores. Aunque para los estándares modernos las cosechas de grano eran de cualquier forma muy bajas — la mayoría de los estudiosos están de acuerdo en que para el trigo eran en el mejor de los casos de 3/1 o 4/1— , en el período 1315-1316 las cose275

276

277

chas de trigo descendieron en casi el 80 por ciento en algunos dominios del priorato de Bolton en Yorkshire. Por lo general, las demás regiones y cultivos se vieron afec­ tados menos severamente, aunque la caída de las cosechas se vio agravada por varios factores. La hambruna en Inglaterra y Alemania se dejó sentir en Noruega a medida que el comercio de grano por el norte de Europa se derrumbó. Las limitaciones de transporte dificultaron la entrega de productos alternativos provenientes de zonas que no habían sido afectadas, aunque algunos pudieron llegar desde la península Ibérica y el sur de Francia. Sin embargo, la escasez de grano no incrementó los pre­ cios de forma significativa. Mientras tanto, las ovejas morían de una epizootia que afectó a las Islas Británicas, al tiempo que las epidemias afectaban al resto del gana­ do hacia 1317. En partes de Escandinavia, Alemania, Irlanda y en las fronteras francoflamenca y anglo-escocesa, la hambruna coincidió con la guerra. Aunque los índices de mortalidad son difíciles de trazar, en Ypres se registraron 2.794 muertes en tan sólo seis meses durante 1316, lo que tal vez alcanzaba el 10 por ciento de la pobla­ ción, una proporción similar que en Tournai, aunque tal vez el doble de la pro­ porción de bajas de Brujas. Aunque los contemporáneos vieron en ello la mano de Dios, algunos historiadores consideran la superpoblación como la clave de lo ocurrido. Para muchos, esta «crisis de principios del siglo xiv», más que la Peste Negra, sería el punto decisivo en la economía y la sociedad medievales, aunque el debate continúa.

D. Ditchburn

P r o p a g a c ió n

d e la

P este N

egra

La aparición y rápida propagación de la Peste Negra en Europa estuvo facilitada por la pax mongolica y por las numerosas rutas comerciales que habían establecido los mercaderes medievales entre Europa y Asia central. La Peste Negra se extendió por Asia central desde China en los años 1340 y, tras afectar a los mercaderes genoveses del puerto crimeo de Caffa en 1347, llegó casi inmediatamente a Constantino­ pla y desde ahí se extendió por las rutas comerciales del Mediterráneo y Europa occidental. A finales de 1348 ya afectaba a la mayoría de la Europa meridional y occidental, con casos registrados en Melcombe Regis (Inglaterra) en el verano, y en los dos años siguientes se extendió por el resto de las Islas Británicas, Alemania y Escandinavia. La peste bubónica era una enfermedad de las ratas negras que afectaba a los humanos cuando el bacilo se transmitía a través de la pulga Xenopsylla Cheopis, espe­ cialmente durante el verano. La peste pulmonar producía una mortalidad mayor y era una variedad más contagiosa de la misma enfermedad, y parece haber aparecido como segunda fase de la peste bubónica, pero no se transmitía a través de la misma pulga, sino al respirar los bacilos de las personas infectadas. Ante la ausencia de datos estadísticos adecuados y la variación en la incidencia del fenómeno, es imposible precisar el número de personas que fallecieron en esta epidemia desastrosa. No sería de extrañar que los contemporáneos, perturbados ante la calamidad, exagerasen los resultados. El cronista Froissart, por ejemplo, nos cuenta que «por lo menos un tercio de la población mundial pereció». Quizá Frois­ sart no estaba muy lejos de la realidad y cabe sugerir, con todas las precauciones 278

279

Fuente: E. Carpentier.

debidas, que entre una cuarta y una tercera parte de la población de Europa occi­ dental sucumbió a la peste. Sin embargo, esta estimación también debe considerar­ se dentro del contexto de las grandes variaciones en la incidencia de la mortalidad. En algunas ciudades, y especialmente puertos, se sufrieron pérdidas enormes. Albi, Castres y Florencia, por ejemplo, perdieron probablemente la mitad de la pobla­ ción; Génova y Hamburgo, dos tercios, y Bremen, hasta tres cuartas partes. Por otra parte, Bohemia, Polonia y Hungría, y quizá las mesetas de Castilla, se vieron menos afectadas. Pese a lo horrendo de la Peste Negra, no fue un fenómeno aislado, y debemos tomar en consideración los períodos anterior y posterior a la epidemia. La Peste Negra fue precedida de años de hambre, en particular la Gran Hambruna de 1315-1317 en el noroeste de Europa, y es probable que el crecimiento demográfico en general ya hubiese decaído antes de la epidemia. Por consiguiente, un análisis malthusiano sugiere que la expansión de los siglos x ii y x iii creó una situación donde el crecimien­ to demográfico superó los recursos en alimentos, dando como resultado unas crisis de subsistencia más graves y el «colapso» final en el siglo xiv. Por las mismas razones, la proporción tierra/población en la Europa central y oriental y en algunas regiones de la península Ibérica demuestra que había más tierras que colonos, y ello explica­ ría a su vez que se vieran menos afectadas por la peste. Tras la gran Peste Negra, la plaga se convirtió en un fenómeno endémico duran­ te el resto de la Edad Media (y más allá), con brotes esporádicos en diferentes épocas y lugares, que, aunque eran predominantemente urbanos, no sólo limitaron el cre­ cimiento demográfico, sino que parecían afectar sobre todo a los que carecían de inmunidad; así, por ejemplo, cabe mencionar las «pestilencias de los niños» en In­ glaterra en 1361 y en Cataluña en 1362-1363 (mortaldaddeis infants).

A . MacKay

La

d e s p o b l a c ió n d e l o s p u e b l o s in g l e se s

(1100-1500 a p r o x im a d a m e n t e )

No hubo probablemente en la Edad Media década alguna que no presenciase la muerte de uno o varios pueblos. (M. Beresford, 1954/1983).

La afirmación de Beresford acerca de la incidencia espacial y cronológica de las despoblaciones de los pueblos se ha visto poco modificada por investigaciones pos­ teriores, excepto quizá para reflejar una proporción mayor de «muertes» en el perío­ do inmediatamente anterior a la Peste Negra. La ausencia de declaraciones de im­ puestos antes de 1297 y lo imperfecto de las fuentes posteriores y los métodos de datación arqueológica impiden fechar con precisión muchas de las despoblaciones conocidas. Es posible localizar, sin embargo, la mayoría de las desapariciones en un amplio período de tiempo. Con la notable excepción de los Midlands centrales, la observación de John Hales en 1549 de que «la principal destrucción de pueblos se produjo antes del reino de Enrique VII» (es decir, 1485) sigue siendo válida. La incidencia y las causas de la despoblación varían de unas regiones a otras y según las épocas. Una característica universal, sin embargo, especialmente acentua280

“— B

:----------r -

Incidencia de la despoblación

LA DESPOBLACION DE LOS PUEBLOS INGLESES

Esporádica (ligera) siglo xn; h. 1280-h. 1475 (moderada) h. 1450-h. 1520 (moderada) h. 1450-h. 1520 (intensa)

siglo xii; después de 1500 (ligera)

A

Más del 11% de los pueblos perdidos desde 1334

r

5-10% de los pueblos perdidos desde 1334

Cronología de la despoblación en los Midlands (número de deserciones por condado)

Warwick

Northants

Leics

Oxford

1086-1100

5

8

1

0

1100-1350

1-

8

8

0

1350-1450

17

12

30

12

1450-1700

60

60

45

73

Tabla extraída de M . Beresford y j. G. Hurst, Deserted M ed ie v al V illages, Lutterworth Press, 1971.

Fuente: M. Beresford, The Lost Villages o f England, Alian Sutton, 1983, págs. 221 y 224. 281

da antes del siglo xiv, era la mayor vulnerabilidad de los pueblos más pequeños. Factores como el tipo de suelo y la proximidad de vecinos redujeron tal vez el cre­ cimiento y predispusieron a los pueblos más pequeños a la pérdida de viabilidad económica cuando los términos del comercio agrícola pasaron a ser desfavorables y se impusieron ciertas condiciones demográficas. Las despoblaciones del siglo XII se debieron en gran medida a las actividades de ganadería ovina de los monasterios cistercienses y a factores locales como la erosión de la costa y las escaramuzas fronterizas. Los abandonos entre finales del siglo xm y mediados del xiv pueden atribuirse a la retirada de tierras marginales colonizadas durante la expansión demográfica de finales de la Edad Media, debida a una com­ binación quizá del agotamiento del suelo y la caída demográfica ya vigente antes de la Peste Negra. La sucesión de epidemias a partir de entonces casi nunca fue causa directa del abandono de un pueblo, sino que los casos registrados en los 150 años siguientes parecen relacionados con el continuo abandono de tierras marginales cultivables y la producción pastoral emergente que se producía en el contexto del estancamiento demográfico y de los cambios en la demanda. Particularmente sus­ ceptibles eran lugares, muchos de ellos en los condados centrales, donde la ventaja relativa del pastoreo sobre la agricultura no era demasiado fuerte. La parcelación anterior a 1500, tan vilipendiada por los comentadores contem­ poráneos, era claramente un síntoma y no una causa de despoblamiento de los pueblos.

E. M . Turner

T r a s h u m a n c ia

en

E uropa

o c c id e n t a l

A FINALES DE LA EDAD M EDIA

La trashumancia es el desplazamiento estacional de ganado, ovejas en particular, en abril/mayo y septiembre/octubre entre los pastos de invierno y los de verano para evitar los grandes cambios climáticos; en Europa es un desplazamiento de alti­ tud. Se distingue del nomadismo porque en la trashumancia existe una residen­ cia permanente para una parte del año. En la trashumancia «normal», la residencia permanente de invierno está en las tierras bajas, mientras que en la trashumancia «inversa» la residencia permanente de verano está en las montañas. Dado el gran número de ovejas que se desplazaban largas distancias, la trashumancia de finales de la Edad Media suponía un alto grado de organización, como demuestran las rutas ilustradas en el mapa. Estas rutas iban de caminos secundarios de apenas 10 metros de ancho a caminos principales de 20 metros de ancho como mínimo. Cada una de ellas tenía una franja de pasto a uno o a ambos lados, de unos 100 metros. En Yugoslavia, los pastores vlach practicaban la trashumancia y su residencia de verano era el katun. Esta actividad era particularmente importante para la economía de Dubrovnik. La trashumancia inversa se practicaba en algunos lugares, así como una trashumancia «oscilante» en que la residencia permanente estaba en la ruta de migración y acomodaba a los rebaños en primavera y otoño. En Italia, la trashu­ mancia entre los montes Abruzzi y el Tavoliere de Apulia estaba basada en rutas denominadas tratturi dellepecore. En el siglo xv, como resultado de la intervención de Alfonso I de Aragón, las ventas de lana y ovejas se centraban en Foggia y la trashu282

TRASHUMANCIA EN EUROPA OCCIDENTAL A FINALES DE LA EDAD MEDIA --•<-4— 4--------

—-V- VOSGES

Rutas de trashumancia Trashumancia norma] Trashumancia inversa

1

__ Trashumancia centroeuropea con escaso cam bio de altitud Pastos estivales de los pastores vlach A Otras áreas de trashumancia

Belgrado

2

mancia estaba regulada por una institución denominada Dogana. Las traturri unían la Dogana de Foggia con las áreas altas del Abruzzi. En el reino de Castilla, la trashu­ mancia recorría muchos caminos secundarios o cañadas que alimentaban tres rutas principales o cañadas reales, todas ellas señalizadas con mojones de 1,5 metros de alto a intervalos de 100 metros. En el siglo x iii , el reconocimiento real de la Mesta, asociación de ganaderos, consolidó los derechos de paso existentes y la Corona re­ caudaba impuestos de servicio y montazgo sobre el desplazamiento de ovejas. En el sur de Francia se daba una trashumancia normal e inversa. Las carrairés, creadas en el siglo xm y formalizadas por los Statuts de la Transhumance en el siglo xvi, eran rutas en las que convergían las más angostas drailles. En la trashumancia alpina, ejemplifi­ cada en Suiza, los pastos a diferente altitud tenían más importancia que las rutas. Todos los pastos estaban situados en el área de montaña y en ellos pastaban sucesi­ vamente los animales a medida que avanzaba la estación: hojweiden a 1.000 metros, vorweiden hasta 1.500 metros y alpweiden hasta 2.000 metros. Pese a la dificultad de reconstruir las rutas del norte de Europa, no incluidas en el mapa, también en esas regiones nórdicas se practicaba la trashumancia. En Islandia se daba la trashumancia oscilante, en que las ovejas pasaban el invierno a cubier­ to y sólo pastaban en tierras altas en julio y agosto. En Noruega, los desplazamien­ tos se producían hacia el este desde la costa y valles occidentales hacia las montañas, mientras que en Suecia los desplazamientos se producían hacia el oeste y la residen­ cia de verano era el seter. La prueba de que en las Islas Británicas se practicaba la trashumancia se basa también más en los asentamientos de verano que en las rutas seguidas, que probablemente se convirtieron en caminos para rebaños e incluso en 283

caminos ordinarios, del mismo modo que los asentamientos de verano se convirtie­ ron en granjas estables. En Gales, el asentamiento de verano era el hafod (mientras que en las tierras bajas era el hendre). En los Apeninos y en Cumbria persiste la trashu­ mancia inversa y las ovejas pasan su primer invierno de vida en las tierras bajas. Los toponímicos de los Apeninos que acaban en «sett» derivan de seter e indican la trashu­ mancia y la influencia escandinava. En Cumbria, la terminación nórdica de seter es «erg», préstamo irlandés para asentamiento de verano, que indica a su vez la existencia de trashumancia en Irlanda. Se practicaba asimismo la trashumancia en todas las áreas montañosas de Escocia, donde el asentamiento de verano era el shieling. El registro de la Inquisición del siglo xrv de Jacques Fournier, obispo de Pamiers, ha permitido realizar descubrimientos fascinantes acerca de la vida de los pastores del pueblo pirenaico de Montaillou.

M. L. Ryder

L ig a

d e c iu d a d e s suabas

Las ligas urbanas en la Alemania de finales de la Edad Media eran alianzas pro­ visionales entre ciudades vecinas. Solían estar dirigidas contra caballeros y príncipes que amenazaban los monopolios comerciales de las ciudades y sus jurisdicciones. Pese a la prohibición explícita en la Bula de Oro (1356), las ligas florecieron porque unos reyes débiles no lograban proteger los intereses de las ciudades. Cuando Car-

LIG A DE CIUDADES SU A BA S

M ie m b ro original de la Liga (1376)

1 B uchhom 2 Ravensburg

M ie m b ro posterior de la Liga

3 W angen &4>

284

Batalla

los IV y Wenzel impusieron impuestos muy elevados a algunas ciudades e hipoteca­ ron otras a sus enemigos principescos con objeto de financiar sus ambiciones dinásti­ cas, catorce ciudades bajo el liderazgo de Ulm formaron la Liga de ciudades suabas en 1376. La Liga derrotó a su principal enemigo local, el conde de Wurtemberg, en Reutlingen (1377), lo que animó a otras ciudades, en particular Ratisbona (1381) y Núremberg (1384), a unirse a ellas. Se establecieron alianzas con la Liga renana (1381) y con la Confederación suiza (1385), y la Liga suaba fue reconocida implícitamente por el emperador en 1384. Pese a todo ello, en 1388, los príncipes derrotaron a la Liga en Dóffingen y a sus aliados renanos en Worms. Las ligas desaparecieron gradualmen­ te a partir de entonces y se prohibieron en virtud de la Pacificación de Eger (1389).

D. Ditchburn

E st am bul

La ciudad que tomaron los turcos otomanos de los bizantinos en 1453 estaba prácticamente en ruinas y restaurarla fue una de las tareas más urgentes de Mehmet I el Conquistador. Atrajo colonos de todas las regiones del Imperio y el éxito de tal iniciativa queda ilustrado en el censo de la ciudad compilado en 1477, según el cual había un mínimo de 16.324 hogares, que representaban una población total de unos 100.000 habitantes. Los musulmanes constituían aproximadamente tres quin­ tas partes de la población, los griegos algo menos de una cuarta parte y se concen­ traban en Fener, donde el patriarcado halló su lugar de reposo. La siguiente comu­ nidad en tamaño era la judía, aproximadamente una décima parte del total. Aunque siempre muy cosmopolita, Estambul era una ciudad profundamente musulmana. Santa Sofía se convirtió en la mezquita principal y Mehmet mandó construir la Mezquita de la Fe en el lugar que ocupaba la Iglesia de los Santos Apóstoles. Aso­ ciadas a estas mezquitas había instituciones docentes, religiosas y de beneficencia, así como mercados, tiendas y talleres. La fundación de tales complejos o imárets fue típica del crecimiento de la ciudad. El ejemplo del Conquistador fue seguido por

285

NOVGORO D A FINALES DE LA EDAD MEDIA

Narva

1 2 3 4 5 6

Catedral de Santa Sofía Mercado San Petershof Iglesia de San Juan Iglesia del Viernes Santo Gotenhof

m - - - Vías principales

Iglesia

> » Murallas _ . _ Límite de los distritos municipales

Puerto

Fuente: Schlesinger y Ermen.

sus visires y sucesores. Entre las obras más impresionantes, cabe destacar la Mezqui­ ta de Solimán, construida por Solimán el Magnífico (1520-1566), durante el reinado del cual la población de Estambul rondaba el medio millón.

M. Angold N

ovgorod

Novgorod, ciudad existente ya en el siglo ix, era sede de un obispado, y des­ de 1165, de un arzobispado. También en las postrimerías de la Edad Media fue centro de una gran ciudad-estado con vastos intereses comerciales. La ciudad estaba di­ vidida por el río Volkov y las dos riberas unidas por un puente. La orilla de Santa Sofía estaba dominada por la catedral y por la fortaleza que la rodeaba, el Kremlin. El mer­ cado, cercano a los diques, en el lado comercial, estaba rodeado de iglesias mercan­ tiles como la Iglesia de San Juan de los mercaderes rusos y la Iglesia del Viernes Santo de los mercaderes rusos viajeros de largas distancias, y por almacenes comer­ ciales como el Gotenhof de los mercaderes de Gotland y San Petershof de la Hansa. Desde el punto de vista político, hasta la conquista de Ivan III de Rusia en 1478, Novgorod estuvo dominada por los arzobispos y por un grupo de nobles urbanos. A efectos administrativos, la ciudad estaba dividida en unidades más pequeñas, la menor de las cuales era la calle.

D. Ditchburn 286

DUNFERMLINE MEDIEVAL

erto f\ Escuela de \Gramática

Molino!

|Sl Niiiian? -iC RO SS WYND_

Hospl

Market Cross

Torre de de M alcolm S.t. Cath

Hospicio W ALLOD W Y N D

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L st. CATHER/iVE' WAS W IN D 'Y ^-j

Puente ResideWsia de la Torre Real \ y Quem ada

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C O M M O N VENNEL

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M o lino 0

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50

100 metros

Capilla de St. Leonard

u n f e r m l in e

La planificación de la ciudad de Dunfermline estuvo determinada en gran parte por la geografía y la geología. Las placas de hielo de tiempos prehistóricos confor­ maron un paisaje de suaves colinas y fue a lo largo de una de estas colinas que se trazó su vía principal: la High Street o Causagait. La geografía también determinó que la ciudad no contase con un espacio amplio y abierto para disponer el mercado, lo que hizo que éste tuviese que extenderse a lo largo de la Causagait, llegando in­ cluso a cruzar el East Port (hacia 1500). También es poco frecuente que la Market Cross se alzase a cierta distancia del peso público y de la cabina de peaje, donde se guardaban los impuestos por peaje de la ciudad. El paisaje urbano estaba dominado por la elevada mole del recinto abacial, de la que salía toda una red de calzadas. Sin embargo, gran parte del corazón de la ciudad mostraba la misma estructura que otras pequeñas ciudades medievales, con una calle principal flanqueada de peque­ ñas callejuelas y la gran zona del mercado protegida por puertas o puertos.

E. P Dennison S evilla

Dentro de sus murallas, la gran ciudad mercantil de Sevilla cubría un área de 276 hectáreas, a las que deben añadirse distritos extramuros como Triana. El núcleo original, caracterizado por pequeñas manzanas de edificios y calles irregulares, esta287

SEVILLA A FINALES DE LA ED MEDIA

.Osario

Parroquias Límites de parroquias y barrios Monasterios y conventos Edificios civiles Límite del barrio judío hasta 1391

1

2 3 4 5 6

7 8

9 10 11 12 13 14 15 16 17 18

•^Véase recuadro

Puerta*

Puerta Goles Área del comercio internacional Área del comercio local Ísjsí Mercados secundarios

'Triana Guadalquivir

19 20 21 22 23 24 25 26 27

Catedral Colegiata dei Salvador Orden de Calatrava Orden de San Juan Orden de Santiago Orden de Alcántara Ayuntamiento Casa de la moneda Muelles de la Corona Almacén público de grano Castillo de Triana Lonja de los genoveses Lonja de los placentinos Lonja de los catalanes Lonja textil Casa arzobispal Real Alcázar Casa del duque de Medina Sidonia Casa del duque de Arcos Almacén de sal Mercado de aceite de oliva Mercado de animales Mercado de los jueves Área de burdeles Mercados de carne Muelles Las Gradas

ba en el sudeste. Hacia el norte, las manzanas eran más grandes y las calles rectilí­ neas, especialmente en la parte noroccidental, que surgió más tardíamente. Las gran­ des manzanas ocupadas por monasterios y conventos eran muy importantes (había diecinueve en 1500), sobre todo las establecidas en el siglo x iii y situadas en el fren­ te occidental. Desde el punto de vista administrativo, la ciudad estaba dividida en veintiocho parroquias y cinco barrios, y la población pasó de unos 5.000 vecinos o cabezas de familia en los años 1430 a 7.000 en 1480, sin tomar en consideración los residentes temporales ni las pequeñas minorías de judíos y musulmanes. Esta población se distribuía irregularmente, con las mayores densidades en el sur de la ciudad, donde se hallaban los centros de poder civil como el alcázar, el consejo municipal, el almi­ rantazgo y las aduanas; los mercados más importantes; la alcaicería o mercado de seda; la zona donde se realizaban las transacciones internacionales; las lonjas o centros comerciales de mercaderes de diversa procedencia; y todos aquellos asocia­ dos con actividades como el cambio de moneda, banqueros y notarios. La configu­ ración urbana era en su mayor parte herencia musulmana. Al norte de las puertas de Osario y Goles, la densidad demográfica era menor y ahí vivían familias dedicadas a la agricultura, la pesca y la navegación marítima, así como gran número de jornaleros. Además, esta área carecía prácticamente de toda infraestructura, excepto el mercado para abastecer a la localidad y otro mercado se­ manal que, probablemente con el mismo objeto, se celebraba los jueves. Las casas de los grandes nobles y oligarcas patricios no estaban en un distrito concreto, sino repartidas por toda la ciudad.

A . Collantes de Terán 288

LOS CENTROS FINANCIEROS DE EUROPA OCCIDENTAL

La Baja Edad Media fue testigo de varios cambios monetarios y financieros. La explotación de las minas de oro húngaras de Kremnica hizo que en el siglo xiv el uso de moneda de oro fuese más común. El oro se utilizaba sobre todo para transacciones internacionales, mientras la plata fue escaseando desde finales del siglo xiv a medida que las minas de Cerdeña, Bosnia y sobre todo Kutná Hora, en Bohemia, declinaron. La escasez, agravada por el desgaste y el acaparamiento, hizo que entre los años 1440 y 1460 se tuviesen que cerrar la mayoría de las minas del norte de Europa (salvo Lon­ dres). También se vio afectada la producción de monedas de «blanco de plata» (he­ chas con una aleación de plata) o incluso de «moneda negra» (que sólo contenía di­ minutas cantidades de plata), lo que provocó asimismo la escasez de monedas em­ pleadas por la gente pobre. Esta situación sólo conseguiría arreglarse en la década de 1470, con la apertura de las minas de Schneeberg (Sajorna) y Schwaz (Tirol). El alto nivel de monetarización de la vida religiosa, política y económica tardomedieval europea hizo que esta carestía de oro y plata tuviese unos profundos efectos en la economía. Los ingresos remitidos a la curia de Aviñón durante el pon­ tificado de Juan XXII (1316-1334), por ejemplo, alcanzaron una media de 230.000 flo­ rines de oro al año. Litigantes y peregrinos también aportaron cantidades conside­ rables de dinero al papado. Las actividades de los cruzados implicaban asimismo unos enormes desembolsos, al igual que la Guerra de los Cien Años, tanto en lo relacionado con los rescates como con los pagos para protección (appatissements) o soldadas para los mercenarios, entre los que destacarían los que formaron las Gran­ des Compañías que lucharon en Francia y España durante el siglo xrv. Gracias al testimonio que Bascot de Mauleón ofreció al cronista Jean Froissart, contamos con una inolvidable descripción sobre el botín adquirido por los saqueadores durante una intervención de dichas Grandes Compañías en 1388. Los empresarios más importantes en los mercados financieros de Europa occi­ dental fueron los italianos, en especial los florentinos y los genoveses, mientras las familias alemanas, como los Fugger de Augsburgo que financiaron a Carlos V, no surgirían hasta más tarde. Los italianos por lo general eran tanto mercaderes como banqueros, y su éxito se debió en gran medida al uso de técnicas comerciales avanza­ das, lo que les permitía organizar sus asuntos desde una casa madre y emplear «so­ cios» o «enviados» en el extranjero. Los contratos de seguro y las técnicas de contabi­ lidad se convirtieron en actividades especializadas. El uso de libros de contabilidad por partida doble y demás registros de contabilidad se multiplicó, como los que se­ guían el desarrollo de una inversión particular (incluyendo todo tipo de asuntos, desde el comercio hasta los contratos y dotes matrimoniales) o el balance entre la casa central y sus factorías en el extranjero. Aunque los centros bancarios permanen­ tes estaban salpicados por toda Europa occidental, también se trataban importantes asuntos monetarios internacionales en las grandes ferias internacionales como las de Champagne durante el siglo x iii o las de Ginebra, Medina del Campo y Lyón poste­ riormente. Los pagos se efectuaban normalmente mediante letras de cambio, usando los servicios de banqueros italianos o del sur de Alemania, y el método consistía en el adelanto de una suma de dinero en un centro financiero o bancario y el pago de la cantidad debida en otro centro, casi siempre en otra moneda distinta. Las tarifas 289

290

de cambio fluctuaban. No obstante, en teoría era posible rechazar el pago en su des­ tino y luego volver a cambiarlo en su lugar de origen a una tarifa de cambio distinta, obteniendo con ello un beneficio. Esto dio lugar a la práctica del cambio seco, en el que se empleaban letras de cambio como pretexto o tapadera de la usura. Con frecuencia, las grandes dinastías financieras y bancarias acababan abando­ nando con el tiempo su tradición empresarial, tal vez en parte por una especie de complejo de culpa creado por la incompatibilidad entre sus actividades y sus valores religiosos. Los Peruzzi de Florencia llegaron incluso a abrir una cuenta en beneficio de «Messer Dommeneddio» («Mi Señor Dios»), cuyos beneficios iban a parar a los pobres y que además fue la única que disponía de crédito cuando la compañía que­ bró. Pero por lo general se trataba más de una vía para adquirir respetabilidad y poder político, como ocurrió con los Médicis, que gobernaron Florencia, se convir­ tieron en papas (León X y Clemente VII) e incluso se casaron con monarcas (como Catalina de Médicis, reina de Francia).

D. Ditchburny A . MacKay La H a n s a

alem ana

El término «hansa», utilizado normalmente para referirse a un grupo de merca­ deres o ciudades, era muy conocido en la Europa medieval. La hansa más importan­ te era la alemana o Liga hanseática, formada por los mercaderes y las ciudades del norte y el centro de Alemania, aunque también había dos miembros no urbanos, la comunidad campesina de Ditmarschen de Holstein y el gran maestre de la Orden teutónica. El alma de la Hansa alemana era el comercio; sus miembros, que comer­ ciaron por el norte de Europa desde el siglo xn hasta la disolución de la Liga en el siglo x v ii , dominaron el comercio por el Báltico en los siglos x m y xrv. El origen del control alemán en el Báltico emana de la colonización alemana de las tierras eslavas al este del Elba. Lübeck, la capital oficiosa de la Liga, se fundó en 1143, y siguieron otras ciudades nuevas basadas con frecuencia en antiguos asentamientos eslavos. Los alemanes dominaban entonces las ciudades del norte de Europa y los mercaderes alemanes visitaban desde el siglo x ii los almacenes tradicionales del norte de Europa en Visby. Pese a todo ello, el Báltico no estaba bien equipado para responder a todas sus necesidades y, por ello, los alemanes tuvieron que viajar más lejos: Rusia, Nomega, Gran Bretaña y Países Bajos, Francia y, hacia el siglo xv, el Mediterráneo. Vendían todos los productos de sus regiones nativas, pero el grano era vital tan­ to para los Países Bajos urbanizados como para las regiones que no podían producir trigo suficiente para su subsistencia. De hecho, el control del abastecimiento de grano permitió a los almacenes obtener privilegios, especialmente en Noruega, don­ de prácticamente se excluía a otros mercaderes extranjeros. Este hecho, junto con otros avances en la construcción de navios especialmente indicados para el transpor­ te de productos a granel, además de la adopción de técnicas de comercio italianas y flamencas, precipitaron el dominio alemán en el Báltico. Fue, sin embargo, entre las comunidades de mercaderes alemanes en el extranje­ ro donde emergió la Hansa. Agrupados con frecuencia en asentamientos autóno­ mos, los comerciantes cooperaban para defender y ampliar sus privilegios. Una co­ munidad de estas características apareció en Visby en 1160 aproximadamente, y 291

292



otras siguieron, en particular, en las cuatro ciudades hanseáticas por excelencia (Kontors) de Novgorod, Bergen, Londres y Brujas. La cooperación se fue estableciendo gradualmente entre las ciudades alemanas, actuando como catalizador el deseo de coordinar una respuesta ante enemigos comunes en ausencia de una autoridad impe­ rial protectora. Inicialmente, la cooperación se establecía en el plano regional contra piratas y príncipes locales, pero a finales del siglo x iii las amenazas contra los merca­ deres de Novgorod, Flandes y Noruega exigieron una cooperación urbana más gene­ ralizada que tomó la forma de embargos y bloqueos comerciales. El punto culminan­ te de la cooperación entre las ciudades llegó en 1367-1370, cuando, ante las amenazas danesa y noruega de hegemonía política, las ciudades organizaron con éxito una res­ puesta militar. Pero incluso en esta situación, la Hansa estaba más preocupada por proteger sus intereses comerciales que por extenderse territorialmente. En el siglo xv, la Hansa tuvo que hacer frente a grandes retos contra su dominio comercial. Los mercaderes ingleses, holandeses, escoceses, italianos y del sur de Alemania trataban de intervenir en el lucrativo comercio del Báltico, mientras que en las ciudades las élites mercantiles en el poder debían hacer frente al creciente descontento de los mercaderes artesanos y mercaderes más pequeños. La reacción ante estas amenazas fue variada, y los holandeses, en particular, desarrollaron espec­ tacularmente el comercio por el Báltico. Estas dificultades se debieron, en gran medida, a la incapacidad de la Hansa de reaccionar de forma unida. La unidad ins­ titucional no era suficiente para conseguir que todas las ciudades se pusieran de acuerdo o aplicasen la política hanseática. En las diferentes regiones, con intereses comerciales dispares, se seguían políticas contrarias y estas disparidades se acentua­ ron en los siglos xvi y x v ii . Ante el resurgir de los reinos escandinavo y eslavo con sus ambiciones territoriales, la impotencia de la Hansa fue en aumento. Las ciuda­ des hanseáticas siguieron prosperando, pero la última dieta hanseática se reunió en 1669 en espera de tiempos mejores que nunca llegaron.

D. Ditchburn El

c o m e r c io d e l a r e n q u e

El arenque en salazón fue uno de los primeros productos que se produjeron y comercializaron al por mayor en el norte de Europa. Su importancia comercial de­ rivaba de la relevancia del pescado en la dieta medieval que, a su vez, era consecuen­ cia de las prohibiciones eclesiásticas sobre consumo de carne durante los miércoles, viernes y sábados, además de en ciertas épocas del año como la Cuaresma. Durante gran parte de la Edad Media las principales zonas de pesca estuvieron situadas en o en las cercanías de la zona del Sound. Las colonias pesqueras locales se transfor­ maron en los grandes mercados internacionales del arenque de Rügen (durante el siglo x iii ), en Escania y en la región de Bohuslen (entre finales del siglo x iii y finales del siglo xvi), y en los alrededores de Limfjord en Dinamarca (desde el siglo xrv hasta el xvi). Los mercaderes llevaron a dichos puertos la sal y las barricas necesarias para la producción de los arenques en salazón y enseguida se añadieron al comercio otros productos. Los mercados de arenque de Escania, sobre todo, se convirtieron en unas de las ferias más importantes de Europa, visitadas por mercaderes prove­ nientes de todo el norte de Europa, aunque durante los siglos x iii y xiv los reyes 293

294

EL COMERCIO

DEL ARENQUE

A AUSTRIA Y NORTE DE ITALIA

*

A HUNGRÍA

A U C R A N IA

daneses ofrecieron privilegios especiales a los de Lübeck y las ciudades hanseáticas cercanas. Estas ciudades trataron de excluir a los demás mercaderes de las ferias de Escania, objetivo que lograrían a principios del siglo xv. Los ingleses y los holande­ ses incrementaron entonces la explotación de otros recursos pesqueros en Islandia y el mar del Norte, mientras las ferias de Escania iban perdiendo su papel como centros del comercio internacional. Es más, el prolongado conflicto entre Lübeck y sus aliados con Dinamarca continuó, llevando a la desaparición de los mercados de Escania desde finales del siglo xv y el siglo xvi. Para entonces, los puertos del mar del Norte, especialmente los de Holanda y Zelanda, habían conseguido dominar el comercio internacional del pescado.

E. Frankot La «Ja c q u e r ie »

Este breve y violento levantamiento contra la nobleza estalló el 28 de mayo de 1358 en Beauvais, aunque la sublevación afectó a regiones desde Picardía a Orleans, especialmente después de que Etienne Marcel, líder de los mercaderes pari­ sienses enfrentados al gobierno, se uniese a los rebeldes y animase a las ciudades a atacar los castillos señoriales. Suele describirse como revuelta de los campesinos, pero los rebeldes más famosos eran artesanos rurales como toneleros y canteros, junto con algunos miembros menores del clero, pequeños funcionarios reales y al­ gunos varones más acomodados. Encabezados por Guillaume Cale yjean Vaillant, las bandas de rebeldes emprendieron quince días de destrucción orgiástica de pro­ piedades de la nobleza, pero el 8 de junio prevalecieron los intereses urbanos con Marcel como figura clave. Las posibles causas remotas de este acontecimiento fueron el difícil reajuste tras la Peste Negra, las dificultades de un gobierno impopular dirigido por el delfín en la guerra contra los ingleses y las críticas contra una nobleza que no desempeñaba correctamente su papel de protectora del campesinado. Las causas inmediatas fue­ ron la lucha entre el delfín y Marcel. Una orden promulgada el 14 de mayo por la que se pedía la consolidación o destrucción de plazas fuertes señoriales fue la que desen­ cadenó sin duda la revuelta. Aunque su objetivo era mejorar la seguridad en un mo­ mento en que la región parisiense estaba amenazada por los soldados provisionalmen­ te desempleados debido a la tregua anglo-francesa, algunos interpretaron las medidas como un endurecimiento de la odiada autoridad señorial, mientras Marcel lo contem­ pló como el intento del delfín de ejercer más presión sobre París. Marcel se alió con los rebeldes y envió tropas contra sus adversarios nobles, pero al actuar así se ganó la enemistad de un aliado, Carlos II, rey de Navarra, quien preparó una emboscada y mandó ejecutar a Cale para después dispersar a sus tropas en Mello, mientras Gastón, conde de Foix, liberaba Meaux. Los nobles se vengaron terriblemente del campesina­ do indefenso y Marcel cayó víctima de un complot parisiense. El 10 de agosto el delfín, que había estado a punto de huir, se sintió lo bastante seguro como para per­ donar a todos los involucrados en los hechos y se restableció algo similar a la paz. La Jacquerie dejó un legado de odio y temor entre clases, simbolizado por la manera en que en lo sucesivo se relacionó su nombre con otras rebeliones.

M. Jones 295

Fuente: R. Cazelles, Sociétépolitique, noblesse et couronne sousJean le Bon et Charles V, pág. 327.

296

L a revuelta c a m p e s in a d e 1381

La revuelta estalló a finales de mayo y principios de junio de 1381, primero en los pueblos de Essex del estuario del Támesis y luego en la orilla opuesta de Kent. En ambos condados se formaron ejércitos rebeldes que se reunieron tras su entrada en Londres. Fue allí donde el joven Ricardo II tuvo que conceder la abolición de la servidumbre, un nivel inferior para las rentas de terrenos y términos de empleo vo­ luntarios. Los rebeldes ejecutaron a los «traidores», incluidos oficiales de la Corona a los que acusaban del establecimiento reciente del impuesto comunitario. Pero el 15 de junio, el capitán rebelde Wat Tyler, mientras seguía exigiendo nuevas con­ cesiones, fue herido de muerte por los seguidores del rey y sus desmoralizados se­ guidores se reunieron y abandonaron Londres. La sublevación de Essex y Kent fue la señal de partida para levantamientos más generalizados, ataques contra la propie­ dad y coerción de terratenientes y oficiales. Se formaron grandes bandas rebeldes en Hertfordshire, East Midlands y East Anglia, algunas de las cuales ejercieron presión en un terrateniente o grupo de élite particular, mientras que otras dejaban un rastro de víctimas y abusos por donde pasaban. La revuelta del sudeste de Inglaterra quedó acallada a mediados de junio y julio por el obispo Despenser de Norwich y por las fuerzas reales. El rey revocó el perdón concedido y unos pocos cientos de rebeldes murieron en el campo de batalla o fueron ejecutados. Es difícil de determinar el alcance de la participación en dicha revuelta. En las regiones más afectadas hubo muchas comunidades que no se rebelaron; hay, ade­ más, pruebas de levantamientos de arrendatarios contra sus señores en otras regio­ nes de Inglaterra. En Essex, Kent, Suffolk y Hertfordshire, campesinos pudientes y funcionarios locales estaban bien representados entre los rebeldes. Unos pocos bur­ gueses se unieron a ellos en East Anglia, mientras que la participación urbana era generalizada y crucial para muchos de los éxitos rebeldes. En Yorkshire, los levanta­ mientos se dirigían contra regímenes urbanos impopulares. En St. Albans y Bury St. Edmunds los levantamientos, dirigidos o alentados por las élites urbanas, esta­ ban dirigidos contra las abadías que las controlaban; eran ataques contra terrate­ nientes eclesiásticos, especialmente abades y monjes. Aunque sólo logró breves éxi­ tos, la revuelta contribuyó a que las élites gobernantes redoblaran la prudencia antes de crear nuevos impuestos y de obstaculizar el arrendamiento de las tierras solarie­ gas, la conmutación de trabajos serviles y la subida de los salarios.

A . Goodman

LOS EXTRANJEROS EN INGLATERRA DURANTE LA BAJA EDAD MEDIA

Una tasa que se imponía periódicamente a los extranjeros en Inglaterra durante el siglo xv nos permite estudiar la movilidad de la sociedad medieval. Según ella, en 1440 se identificaron más de 15.000 extranjeros, aunque la población foránea total debió sin duda ser mayor, ya que varios extranjeros — incluyendo niños, clero regular, pero más tarde también estudiantes, irlandeses e isleños del Canal— no es­ taban incluidos, mientras otros posiblemente consiguieron evadirse del censo. Aun297

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299

que esto hace que los cobros de la tasa no constituyan un recuento válido de los inmigrantes de Inglaterra, sí muestran evidencias de ciertas pautas migratorias. En 1440, los irlandeses (de los que tal vez habría hasta mil) solían congregarse en la región que se extendía entre Cornualles y Northamptonshire, con sólo unos pocos en el norte y el este, y también algunos en Londres. Los escoceses (entre unos 2.000 y 3.000) dominaban el norte, con algunos situados en el límite meridional de Kent. En el sur, el este y el oeste se registraron emigrantes franceses, mientras los holande­ ses, aunque dispersos a través de todo el país, eran más numerosos en el sudeste. También había algunos emigrantes llegados de Islandia, Manx y Orcadia, distribui­ dos principalmente a lo largo del litoral oriental. Los llegados de las islas del Canal y de la península Ibérica ocupaban preferentemente los distritos del sur y del oeste. Una cantidad muy significativa de inmigrantes vivía en ciudades y puertos como Londres, Bristol y Hull, aunque también los había en zonas rurales. En el norte, donde un número significativo de inmigrantes eran mujeres, muchos de los extran­ jeros aparecen identificados como sirvientes o campesinos. Los descritos como «va­ gabundos» eran probablemente jornaleros itinerantes. Muchos de los inmigrantes que poblaban las distintas zonas del país eran hombres casados con una posición relativamente acomodada o artesanos cualificados que supieron aprovechar las oportunidades de lucro surgidas tras la caída de población provocada por la Peste Negra. También existía un disperso aunque significativo número de clérigos extran­ jeros, causa de varias quejas en el Parlamento. Es más, los extranjeros a menudo se convirtieron en objeto de enérgicas agitaciones xenófobas.

D. Ditchburn

300

Religión y cultura E l p apado d e A v iñ ó n y l a fis c a lid a d p o n tif ic ia

Entre 1305 y 1378, el papado abandonó Roma y residió durante casi todo ese período en Aviñón, ciudad situada a orillas del Ródano a su paso por Provenza y que entonces pertenecía al Imperio. Petrarca (m. 1374) equiparó la vida de la corte papal de Aviñón con el vicio, corrupción y ambición de la legendaria Babilonia, recurso literario utilizado para criticar las tendencias mundanas de la Iglesia por Joaquín de Fiore en el siglo XII y más adelante por los franciscanos espirituales. Des­ de entonces, el «Cautiverio de Babilonia» se ha convertido en moneda corriente para describir este período en la historia papal, pero los papas de Aviñón eran más exiliados que cautivos. Las rivalidades entre las grandes familias romanas desempe­ ñaron un papel importante en el final ignominioso de Bonifacio VIII, y las disputas

FINANZAS PAPALES: PAGO DEL CENSO Y LOS SERVICIOS COMUNES (1316)

Límites provinciales Servicios comunes pagados por arzobispos

o

Servicios comunes pagados por obispos

O

Servicios comunes pagados po r abades Censo

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entre güelfbs y gibelinos del norte de Italia culminaron en guerras endémicas que mantuvieron a los papas al otro lado de los Alpes, pese a que tomaron parte activa en estos conflictos. Los planes de Clemente V (1305-1314) y de Juan XXII (1316-1334) de regresar a Italia dieron paso a la complacencia de sus sucesores lejos de Roma. Pese a todo, la opinión general, aunque injustificable, era que el papado estaba en el bolsillo del rey francés, y el sentimiento general, que los males de la Iglesia des­ aparecerían si el papa regresaba a Roma. Después de lo que resultó ser una visita de Urbano Y (1362-1370) en 1369-1370, Gregorio XI (1370-1378) volvió a Roma de forma permanente, pero tras su muerte la Iglesia fue azotada por el Gran Cisma con la creación de una línea rival de pontífices en Aviñón. Los contemporáneos condenaban, por encima de todo, la codicia de los papas de Aviñón, que exigían fondos para financiar la incipiente burocracia y las guerras italia­ nas. Esta necesidad estaba exacerbada por una caída de los ingresos procedentes de los territorios pontificios en Italia debido a la confusión política reinante. Al igual que los demás obispos, el papa obtenía sus ingresos de fuentes temporales y espirituales. Estas últimas eran cada vez más importantes y originalmente tomaban la forma de pagos nominales en reconocimiento de la autoridad papal, como por ejemplo el censo que pagaban muchos monasterios y el céntimo de Pedro que entregaban muchos países. En el siglo x iii y principios del xrv, los papas se apropiaban ocasionalmente de décimos del valor correspondiente a los beneficios para financiar las cruzadas, pero la mayoría del dinero recaudado caía en manos de potentados laicos y no se utilizaba para el objetivo original. Más lucrativas eran las exacciones relacionadas con la crecien­ te práctica de la provisión papal o nombramiento directo por el papa a títulos y bene­ ficios eclesiásticos: servicios comunes pagados por arzobispos, obispos y abades, y anatas pagadas por otros eclesiásticos. Los primeros constituían una tercera parte de las segundas en el total de los ingresos anuales, lo que era inferior al valor verdadero. En teoría, el derecho del papa de disponer de los beneficios eclesiásticos de una iglesia ya estaba bien establecido, pero con Juan XXII, las ventajas fiscales de esta práctica mejo­ raron mucho. La constitución Execrabilis (1317) se promulgó para evitar el abuso del pluralismo, pero también reservó para el papado la provisión de beneficios vacantes, de forma que podían recaudarse las anatas, que todavía eran una novedad en la mayo­ ría de Europa. Durante este pontificado, la provisión de obispos y abades se volvió moneda corriente. En el mapa, extraído de los registros de pago a la cámara apostólica, se comparan el primer y último años del pontificado de Juan XXII para ilustrar de qué manera los servicios comunes pasaron a ser una fuente de ingresos muy importante. En ambos años, el censo total recaudado era aproximadamente de 100 florines, mien­ tras que los servicios comunes eran la principal fuente de ingresos de la Santa Sede. En 1316-1317, veintiún prelados pagaron 9.343 florines, pero en 1332-1333 casi cien clérigos pagaban unos 38.370 florines, es decir, más de cuatro veces la cantidad original.

R. K. Rose

E l G ran C

is m a y l os c o n c il io s

Tras la muerte en marzo de 1378 de Gregorio XI, quien el año anterior había reinstaurado el papado en Roma, dieciséis cardenales celebraron un cónclave. El 8 de abril, eligieron a Bartolomeo Prignano, arzobispo de Bari, como Urbano VI, en 302

303

medio de ruidosas exigencias por parte del pueblo de que se eligiese a un papa ro­ mano. Aunque es posible poner en tela de juicio lo reglamentario de dicha elección, dados los disturbios que la rodearon, a posteriori parece evidente que los cardenales reconocieron y trataron a Urbano como papa legítimo. Pero unos meses después, trece de los electores, hastiados de las explosiones violentas de su maestro, le deser­ taron y declararon no válida la elección. En un segundo cónclave celebrado en Fondi, en el reino de Nápoles, eligieron al primo del rey de Francia, Roberto de Ginebra, como Clemente VII. Incapaz de desalojar a Urbano de Roma, Clemente decidió con toda naturalidad establecerse en Aviñón con su corte, donde cinco de los cardenales de Gregorio XI habían permanecido con gran obstinación. La obe­ diencia jurada a los papas rivales refleja en gran medida las simpatías políticas nacio­ nales en Europa. Carlos V de Francia había animado desde el principio a los car­ denales en su rebelión y éstos incitaron a Juana de Nápoles para que los apoyara. Era, por tanto, natural que Inglaterra permaneciese fiel a Urbano y que Escocia, aliada de Francia, aceptase al papa francés. Dentro de la propia Francia, el clero de Flandes y de los enclaves ingleses de Calais y Gascuña rechazaron a Clemente. El emperador Carlos IV, junto con los demás dirigentes de la Europa central y Escandinavia, reco­ nocieron a Urbano VI, pero algunas regiones del reino alemán, en particular las fronterizas con Francia, siguieron a Clemente. Urbano urdió la caída de Juana de Nápoles, pero sus planes se volvieron contra él porque Nápoles no le apoyó oficial­ mente hasta 1400, aunque sí contase con el apoyo del reino. Portugal vaciló entre Roma y Aviñón hasta 1385, cuando se alineó definitivamente con la primera. Los reyes de Castilla, Aragón y Navarra aplazaron su decisión hasta 1381, 1386 y 1390 respectivamente, cuando todos ellos reconocieron a Clemente. Mientras que toda iniciativa militar resultaba fútil, en las universidades se deba­ tía la delicada cuestión de cómo cerrar el cisma. Juristas y teólogos estaban umver­ salmente de acuerdo en que la única razón válida para deponer a un papa era por hereje, pero ninguno de los candidatos era acusado de herejía. Ya en 1379, Enrique de Langestein y Conrado de Gelnhausen, ambos de la Universidad de París, defen­ dieron la convocatoria de un concilio general como ente superior al papa para exa­ minar la conducta delictiva de Urbano VI y la elección ilegal de Clemente VII, pero el papa era el único que podía convocar dicho concilio general. El escándalo del cisma se agravó cuando los cardenales romanos eligieron a Bonifacio IX a la muerte de Urbano (1389). Pese a las exhortaciones de la Corona francesa para que no se celebrase otra elección a la muerte de Clemente (1394), sus cardenales proclamaron papa a Benito XIII. Más adelante, ambos papas cesaron en sus cargos, iniciativa propuesta por los eruditos parisinos Pierre dAilly y Jean Gerson, y ése fue el mejor medio para poner fin al cisma. En 1407 se convocó una reunión en Savona entre Benito y Gregorio XII, pontífice romano desde el año anterior, pero este último no completó el último tramo del viaje. Frustrados ante la situación de estancamiento, los cardenales de ambos campos se unieron y convocaron un concilio general que debía celebrarse en Pisa en marzo de 1409. Sin contar con apoyo universal y teñida de la sospecha de ilegitimidad, la reunión fue un fraude y el resultado final no fúe el nombramiento de un papa, sino de tres. Siguió, sin embargo, imperando la idea de que sólo un concilio podía resolver la situación. El período de inactividad fúe roto por el emperador electo Segismundo, quien convocó el Concilio de Constanza que se celebró entre 1414 y 1417. El papa pisano Juan XXIII y Gregorio XII dimitie­ ron, pero Benito X III se mantuvo firme hasta su muerte en 1423. El Concilio no 304

eligió al papa único, Martín V, hasta que todas las «naciones» enviaron a sus repre­ sentantes, lo que sucedió en noviembre de 1417.

R. K. Rose Los E s t a d o s

p o n t if ic io s

Los Estados pontificios eran la base del poder terrenal del papado. Fundados en el año 754, cuando Pipino, rey de los francos, otorgó al papa Esteban II el exarcado de Ravena y de Pentápolis, estaban directamente gobernados por el papa como jefe seglar y adquirieron autonomía política de las potencias vecinas en el siglo xm. Pese a la amplia red de caminos, basada en las antiguas rutas romanas, la desigualdad del terreno presentaba grandes dificultades administrativas. Las ciudades clave de Roma, rodeada por una llanura costera estéril, y Bolonia, en la fértil región de la Romagna, estaban separadas por los pasos de los Apeninos y por la próspera Marca de Ancona, región de colinas con una variada actividad económica y numerosos señoríos pe­ queños. El área en su conjunto estaba regida por los gobernadores del papa o recto­ res basados en Perugia, Ovieto, el Patrimonio de San Pedro en Tuscia, Romagna y en otros lugares. Durante la estancia del papado en Aviñón (1309-1377), la autori­ dad de facto pasó a manos de numerosas comunas y, más adelante, de dinastías se­ ñoriales como los Malatesta de Rimini y los Montefeltro de Urbino. La región fronteriza romana estaba igualmente dominada por familias como los Orsini, Caetani, Colonna, da Vico y Anguillara, mientras que la propia Roma permanecía en poder de diversas facciones, pese al intento de Cola di Rienzo de reorganizar el gobierno de la ciudad en 1347. Bolonia, mientras tanto, se rebeló en 1334 y durante

LOS ESTADOS PONTIFICIOS 1 2 3 4 5

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ffenevento

305

varias décadas la región estuvo asolada por la guerra. En 1353-1367, el cardenal Egidio (Gil) de Albornoz recibió el encargo de Inocencio VI de restablecer el tesoro papal. Por medios militares y diplomáticos, logró imponer cierto reconocimiento de la autoridad papal y reconoció la legitimidad de algunos signon nombrándolos vicarios papales. Tras el regreso de los papas a Roma, los Estados pontificios sufrie­ ron la crisis del poder papal que había causado el Gran Cisma y el Movimiento conci­ liar: Ladislado de Nápoles, por ejemplo, tomó Roma en 1408 y 1413. La autoridad papal quedó restablecida de forma precaria de la mano de Eugenio IV (1431-1447), y desde entonces los ingresos de los Estados pontificios contribuyeron a mejorar fi­ nancieramente un papado muy debilitado en la esfera espiritual.

F. Andrews

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Il e g it im id a d y P e n it e n c ia r ía A p o s t ó l ic a

Se ha estimado que cerca de un tercio de los niños nacidos durante la Edad Media eran ilegítimos. Aunque discriminados por los sistemas legales de la Iglesia y el Estado, podían sin embargo recibir una dispensa papal y embarcarse en una ca­ rrera eclesiástica. Estas dispensas eran otorgadas por los legados papales, nuncios y otros prelados autorizados, así como por varios oficios de la corte papal, de los que la Penitenciaría Apostólica era la más significativa. Los registros de la Penitenciaría que se han conservado, que se remontan a 1409, contienen peticiones de toda la Cristiandad latina para la dispensa de varios «defectos», incluyendo discapacidad e ilegitimidad. Entre 1449 y 1533, la Penitenciaría otorgó dispensas a 39.716 suplica­ ciones por ilegitimidad, de las que un 36 por ciento correspondían al Imperio, un 24 por ciento a la península Ibérica, un 17 por ciento a Francia y un 10 por ciento a las Islas Británicas. Los italianos tan sólo contabilizaban un 9 por ciento de las peticiones, mientras el resto provenían de Europa oriental y Escandinavia.

J. McDonald

C entros

cu lt u ra le s y m o n á s t ic o s d e

B iz a n c io

La ocupación de Egipto y Siria por los árabes en el siglo vn privó al Imperio bi­ zantino de muchos de sus principales centros culturales, entre ellos Alejandría, Ate­ nas, principal universidad, y Beirut, gran centro de estudios jurídicos. Constantinopla se quedó con el monopolio de la enseñanza superior, erudición y letras, pero incluso en esa ciudad desapareció la universidad fundada en el año 425. La enseñan­ za se circunscribió a la esfera de las escuelas y tutores privados, mientras que la su­ pervisión del Estado se limitaba a la entrega de fondos para seleccionar maestros y escuelas. No existía institución de enseñanza superior alguna comparable al modelo de las universidades occidentales. Bizancio heredó el programa de estudios helenis­ ta, con el consiguiente énfasis en la retórica, y con el pensamiento especulativo, ya fuese filosófico o teológico, relegado a la esfera del interés privado. Este modelo prevaleció hasta el siglo x ii , cuando la supervisión de la enseñanza recayó en los patriarcas de Constantinopla. Con la desintegración del Imperio bizantino tras la conquista latina de 1204, Constantinopla perdió su monopolio cultural. Las escue­ las bizantinas se refugiaron en NiceayTrebisonda. Tras la recuperación de Constan­ tinopla en 1261, el emperador Miguel V III Paleólogo tomó las medidas necesarias para reavivar la enseñanza y la erudición, pero Constantinopla no logró restablecer su monopolio cultural ante el auge de Tesalónica en el siglo xrv. En la fase final de este proceso, Mistra pasó a ser el centro más prestigioso de erudición bizantina gracias a las actividades del platonista Jorge Gemisto Pletón y su círculo. Mientras la enseñanza y la erudición eran exclusivas de una pequeña élite, el monasticismo afectó a toda la sociedad bizantina. Constantinopla siempre fue el centro destacado del monasticismo bizantino. Desde su fundación a mediados del siglo v, el monasterio de San Juan Bautista de Studios en Constantinopla figuró siempre entre los más prestigiosos. La regla allí vigente sirvió de modelo para otras 307

muchas fundaciones, aunque Bizancio carecía de órdenes monásticas propiamente dichas, sustituidas por Montes Sagrados. El ejemplo más famoso y duradero es el Monte Athos, confederación de monasterios bajo la presidencia de un protos. Otros ejemplos son el Olimpo, Latros, Ida, Kyminas, Galesion y Ganos. El Monte Meteora de Tesalia se convirtió en un centro monástico importante desde mediados del siglo xiv. Los monasterios en las rocas de Capadocia ilustran la ascendencia del monasticismo en provincias. Desde estos lugares se mantenían contactos con centros mo­ násticos ortodoxos muy alejados, como el de Santa Catalina en el Monte Sinaí, mien­ tras que el lavra de San Sabbas, en las afueras de Jerusalén, ejerció una gran influencia en el monasticismo bizantino con su combinación de vida cenobítica y eremita.

M. Angold

B o h e m ia , M

o r a v ia y las g u e r r a s h u sit as

(1415-1437)

En el siglo xrv, las tierras bohemias (Bohemia y Moravia) se convirtieron en el centro administrativo del Sacro Imperio Romano. Carlos IV, emperador y rey de Bohemia, fue encargado de transformar Praga en una espléndida capital imperial en 308

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las postrimerías del estilo gótico. Entre los logros más destacados del emperador, cabe destacar la fundación de la universidad centroeuropea más antigua en Praga (1347). La Universidad se convirtió rápidamente en caldo de cultivo de herejías y allí florecieron predicadores y reformadores notables como Jan Hus y su principal se­ guidor Jakoubek de Stribro. Este clima de disensión estaba acentuado por el débil gobierno de Wenceslao IV y la falta de dirección de la Iglesia católica después del Cisma de 1378. La deposición de Wenceslao del trono imperial (1400) y el decreto de Kutná Hora (1409), por el cual los checos lograron una mayoría dominante en la administración de la Universidad, supuso el declive de la importancia internacional de Bohemia y de la Universidad de Praga. Bohemia quedó aislada y rechazada por las demás regiones como centro de herejía. Tras la muerte de Hus en la hoguera en 1415 y la condena de los herejes en el Concilio de Constanza, los husitas presentaron varias exigencias para la reforma en los Cuatro Artículos de Praga (1420): libre predicación de la Palabra de Dios, comu­ nión bajo las dos especies, confiscación de las propiedades del clero y castigos contra los pecados públicos. Pero el nuevo movimiento se dividió muy pronto en varias facciones: a la derecha estaban los utraquistas, que sólo reclamaban el derecho de re­ cibir la comunión bajo las dos especies (subutraque specie), en el centro estaba el partido moderado, encabezado por Jakoubek de Stribro; a la izquierda, los taboritas, adherentes al quilianismo o milenarismo; en la extrema izquierda, estaban los adamitas, secta que practicaba el nudismo y negaba la doctrina de la Presencia real. Las zonas de mayor actividad husita eran Praga, donde Hus y sus seguidores predicaban en la capilla de Belén, y el noroeste, oeste y sur de Bohemia; Moravia y Eslovaquia permanecieron católicas durante las guerras husitas. Los taboritas, en su mayor parte campesinos y burgueses, fundaron la ciudad de Tabor (1420) y estable­ cieron una forma de gobierno municipal que abolía el sistema feudal. El movimien­ to se extendió rápidamente por las denominadas «cinco ciudades» (Plzen, Slany, Zatec, Louny y Klatovy), que los predicadores radicales consideraban refugio defini­ tivo de los elegidos contra el Anticristo. En 1420 se organizó una Cruzada antihusita encabezada por el hermano de Wenceslao, Segismundo, rey de Hungría y Sacro Emperador Romano, que entró en Bohemia y capturó Praga, donde fue coronado rey. Los taboritas, dirigidos por el dinámico Jan Zizka, llegaron al rescate y expulsaron a los cruzados de Praga. Otro asalto católico en ese mismo año también fracasó. Tras una tercera victoria contra los cruzados al año siguiente (1421), la dieta de Bohemia se reunió en Caslay, donde aceptó los Cuatro Artículos de Praga con rango de ley y rechazó las aspiraciones al trono de Segismundo. Los husitas emprendieron sus propias cruzadas religiosas en Polonia y Alemania a las órdenes del sucesor de Zizka, Prokop Holy. Una guerra de aniquilación mutua entre los herejes facilitó las invasiones católicas de 1427 y 1431, cuando las fuerzas de Segismundo quedaron definitivamente derrotadas en la batalla de Domazlice. En los años 1430, sin embargo, el ala moderada de los husitas buscaba una solución pacífica al conflicto bohemio y esta iniciativa culminó con el acuerdo entre la nobleza utraquista y los católicos (la Compactación de Basilea). Ambos ejércitos se aliaron para acabar con los extremistas en la batalla de Lipany (mayo de 1434) y, así, la destrucción de la causa taborita abrió las puertas de nuevas negociaciones. Los utraquistas dejaron de insistir en el uso obligatorio del cáliz en toda Bohemia, pero exigieron que el nuevo arzobispo fuese de tendencias utraquistas. En 1436 se ratificó enjihlava la Compacta310

ción de Basilea, y Segismundo regresó a Praga como rey en agosto de 1436. Este acontecimiento marcó el principio del nuevo modus vivendi entre husitas y católicos que se prolongó hasta que los checos perdieron la independencia en 1620.

A . Thomas

C

r is t ia n o s , j u d ío s y c o n v e r s o s

EN LA PENÍNSULA IBÉRICA A FINALES DE LA EDAD MEDIA

Las tensiones entre cristianos y judíos características de la vida europea también se manifestaron en la península Ibérica, pero atemperadas por una dosis de convi­ vencia en una tierra compartida por cristianos, musulmanes y judíos. Así, en Casti­ lla no se produjeron sublevaciones antijudías durante la Peste Negra, aunque sí las hubo en la Corona de Aragón, más abierta a las corrientes antisemitas europeas. Desde mediados del siglo xiv, esta convivencia empezó a desmoronarse. A fina­ les de los años 1370, Ferrant Martínez, archidiácono de Erija, lanzó una campaña contra los judíos, que culminó con una ola de matanzas por toda Castilla y Aragón en el verano de 1391. Muchos judíos fueron asesinados y muchos otros aceptaron ser bautizados para salvarse. Aunque la Iglesia no aprobaba en teoría la conversión forzada, los conversos eran considerados técnicamente cristianos y se les prohibía regresar a la fe judía. Comunidades de conversos aparecieron junto a las comunida­ des judías diezmadas o, como en el caso de Barcelona, en lugar de ellas. A partir de entonces, la vida judía pasó de las grandes ciudades a pequeños centros rurales. Si bien, supuestamente, la conversión forzada debía resolver «el problema ju­ dío», a ojos cristianos sólo lo complicó. La sinceridad del converso se ponía inevita­ blemente en tela de juicio, sobre todo por parte de los «viejos cristianos», que veían cómo los conversos vencían las barreras sociales, económicas y políticas que en tanto que judíos les habían resultado insuperables. Tras el levantamiento de Toledo contra los conversos (1449), los viejos cristianos toledanos redactaron unos estatu­ tos que prohibían a los conversos desempeñar cargos y beneficios. La violencia an­ ticonversos que surgió de nuevo en Toledo en 1467 se hizo particularmente aguda en las matanzas perpetradas en muchas ciudades andaluzas en 1473. La existencia de comunidades de conversos aumentó la presión sobre los judíos porque se les percibía como la causa de un continuado criptojudaísmo. Para com­ batir esta situación, en 1412 se promulgaron leyes de segregación destinadas a «en­ contrar el mejor método... para que los creyentes cristianos... no sean víctimas de errores como resultado del estrecho contacto con los infieles». En 1415, tras la Dis­ puta de Tortosa se promulgaron decretos similares en Aragón. Los cristianos fanáticos, sin embargo, no se contentaban con la segregación ni la limitación de los derechos de los judíos, sino que propugnaban dos planes de acción: en primer lugar, que el criptojudaísmo sólo podía vencerse con la Inquisi­ ción, y, en segundo lugar, que la influencia judía sobre los conversos sólo podía fi­ nalizar con la expulsión. Estas ideas, expresadas en obras como el Fortalitium Fidei de Alonso de Espina, siguieron ganando adeptos y el 27 de septiembre de 1480 los Reyes Católicos nombraron inquisidores en Castilla, que se pusieron a trabajar al poco tiempo en Sevilla (1481). Se descubrieron conversos, a menudo torturados, que practicaban el criptojudaísmo y se les aplicó castigos varios, desde la peregrina311

312

ción hasta la muerte en la hoguera. En la primera década de las operaciones inqui­ sitoriales se condenó a más de 10.000 conversos. La expulsión de los judíos fue autorizada el 31 de marzo de 1492 y en mayo los judíos que se negaron a convertir­ se se trasladaron a Portugal, norte de Africa y Turquía. Los que huyeron a Portugal sólo encontraron un refugio provisional, pues cinco años después se les planteó de nuevo el problema de la conversión obligatoria. Al igual que ocurriera en España, esto supuso la aparición del criptojudaísmo y el 23 de mayo de 1536 se estableció una Inquisición portuguesa a imagen de la española. Con la expulsión de los judíos, el antisemitismo adoptó un matiz más racial. Es cierto que ya habían aparecido libelos antijudíos dirigidos a los conversos, como en el famoso juicio de difamación de la sangre del caso del «niño santo de La Guardia» (14901491). De la misma manera, los conversos, como los judíos, guardaban hostias con propósitos satánicos, pero en este caso la limpieza de la sangre se convirtió en una obse­ sión y, pese a que muchos conversos lograron esconder su «defecto», los que no lo con­ siguieron se vieron excluidos cada vez más de muchos cargos en la Iglesia y el Estado.

P. Hersch

Po g r o m o s

en

A l e m a n ia

Las comunidades judías de la Alemania medieval residían principalmente en las ciudades y, a menudo, en barrios concretos. En varias ocasiones, sobre todo tras las primera y segunda Cruzadas, estas comunidades religiosa y físicamente distintas

T

POGROMOS EN ALEMANIA #Lüneburg Wildeshausen •

Dortmund^

M in d e n

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Mülhausen« Gotha» • Erfurt Wetzlar Fulda Amstadt . • • • Memingen Coblenza. l# ^Gelnhausen

T , Maguncia* * Frankfurt a. M. • ESer Trevens 2* _ w,.. , * •Worms • Wurzburg Deidesheim 3 , 4 , Núremberg Landau <5 Rothenburg S Bruchsal* • Schwabisch Hall V * Nórdlingen Oberrehnheim* Horb* 8« « «Burgau RottweiL * 9 10 c , •Augsburgo j Colmar* , , , ¿ il,i» Saulgau « Landsberg 11 h * Kaufhenren Basilea##1^ l5 , 19*^23 Zofingen* • *«¿5 24* Lindau Solothum • 14 Zúrich *Feldkirch B e m J* Bur8 dorf

Centro de persecución judía, 1348-1350

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Narnnbutg, Dresde

1

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Friedberg Oppenheim Speyer Heidelberg Heilbronn Stuttgart Esslingen Reutlingen Haigerloch Mengen MessKirch Freiburg i. B. Rheinfdden

14 15 16 17 18 19 20 21 22

23 24 25

Fuente: Graus.

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habían sido víctimas de persecuciones. La llegada de la Peste Negra desencadenó un nuevo brote de persecuciones, algunas espontáneas, otras premeditadas, en más de ochenta ciudades, entre noviembre de 1348 y agosto de 1350. Al carecer de explica­ ciones para la propagación de la plaga, se difundieron por gran parte de Europa acusaciones de que unos «extranjeros» habían envenenado el agua potable. En algu­ nas regiones se consideró a los peregrinos extranjeros como responsables y en Ale­ mania, entre otros lugares, la sospecha recayó en los judíos. Las matanzas alemanas que sucedieron antes de la llegada de la peste pueden explicarse por el miedo de que estallase la plaga más que por la búsqueda de chivos expiatorios. De la misma ma­ nera, ya hubo pogromos antes de la llegada de los flagelantes a las ciudades, a quie­ nes a menudo se ha acusado de avivar el sentimiento antijudío en una época de terror. Por el contrario, esta actitud estaba quizá alentada consciente o inconscientemente por los predicadores locales, pues muchos de los pogromos sucedían en domingo o día de fiesta. Tradicionalmente, los pogromos de los años 1340 también se han in­ terpretado como la expresión de las tensiones políticas entre los artesanos no repre­ sentados (supuestamente hostiles a los judíos) y los patricios gobernantes (protecto­ res de las comunidades judías o dispuestos a aceptar las matanzas para apaciguar a los artesanos). En los últimos tiempos se ha descartado esta interpretación, aunque la desaparición de las deudas contraídas con los judíos asesinados favoreció a deu­ dores de clases sociales diversas. El trasfondo político de los pogromos es, sin em­ bargo, muy significativo. Aunque aspirantes rivales reclamaban con fuerza la Coro­ na, ninguno estaba en condiciones de ejercer el papel protector que tradicionalmen­ te asumía el emperador para con las comunidades judías. Los numerosos pogromos de Meissen y Turingia reflejan los sentimientos antijudíos del señor local, mientras que el pogromo único de Krems se produjo en tierras controladas firmemente por los más compasivos Habsburgo.

D. Ditchburn

M

argery

K e m pe

Margery Kempe nació hacia 1373 en el próspero puerto inglés de King’s Lynn (entonces Bishop’s Lynn). Hija de uno de los mercaderes más eminentes de su gene­ ración, John Brunham, contrajo matrimonio cuando contaba cerca de veinte años con John Kempe, el hijo de un próspero peletero. Su convencional estilo de vida se vio salpicado por intensos accesos de fervor y remordimiento religiosos. En 1413, cuando la pareja se encontraba viajando por los santuarios de Yorkshire, consiguió persuadir al reacio John a hacer voto mutuo de castidad. Para entonces ella ya sentía que Cristo le hablaba a su alma. Desarrolló una rica vida espiritual interior en la que mantenía diálogos con Cristo y con la Virgen María, tenía visiones de sus sufrimien­ tos temporales y percepciones del Altísimo, la Santísima Trinidad y el Cielo. Esta amalgama derivaba de un profundo estudio de la obra de escritores contemplativos, en concreto de Richard Rolle, Walter Hinton y de la obra magna del mayor ejemplo de Margery, santa Brígida de Suecia. Nuestro conocimiento de Margery proviene del libro que dictó en 1436-1438, en el que se destacan sus visiones, sus violentos éxtasis, sus ilustrativas homilías y la desconfianza de los confesores que a menudo la colmaban de sufrimientos por sus 314

---------------------------------- r MARGERY KEMPE

muestras de hostilidad y escepticismo, que soportó por su amor hacia Cristo. El testimonio que ofrece su libro sugiere que además de la búsqueda de indulgencias y la devoción contemplativa, centrada en un Cristocentrismo intensamente humano y en el Marianismo, se sintió impulsada por las peregrinaciones internacionales. La robusta Margery no buscaba sin duda las curas físicas sino conseguir la redención y eludir las penas del Purgatorio. Cuenta que en 1413-1418 visitó como peregrina Jerusalén, Tierra Santa, Asís, Roma y Santiago de Compostela. En 1438, tras acompa­ ñar a su nuera alemana hasta Danzig, siguió la sugerencia de visitar el conocido santuario eucarístico de Wilsnack en Brandemburgo. El libro de Margery ofrece información sobre las costumbres y experiencias fortuitas de las peregrinaciones. Para financiar sus recorridos internacionales empleó en un principio el dinero que recibía de aquellos por los que iba a rezar en los san­ tuarios. Recorriendo las numerosas rutas y ciudades de Inglaterra, en compañía de su marido o de algún otro compañero de peregrinación o sirviente, descubrió que viajar era cómodo y por lo general seguro. Una mujer que quisiera viajar al extranje­ ro podía unirse a una compañía de peregrinos, pero a cambio tenía que cumplir sus rígidas normas de conducta. El transporte en barco de peregrinos ingleses hacia Santiago se había convertido en un gran negocio y para aquellos europeos del norte con intención de acudir a Roma o a Tierra Santa vía Venecia, la peregrinación tam­ bién estaba muy bien organizada. En las regiones mediterráneas, los cristianos y los musulmanes de Tierra Santa solían mostrarse tolerantes con los viajeros del norte, siempre que se comportasen de acuerdo con las convenciones establecidas. Sin embargo, cuando Margery regresó desde Wilsnack a Inglaterra, confiando en la du­ dosa protección de un compañero contratado y alejándose de las rutas recorridas habitualmente por los peregrinos, a veces tuvo que hacer frente a la hostilidad y el peligro inflamados por los sentimientos anglófobos. Aunque en el libro se muestra una actitud amable de los musulmanes ante Mar­ gery, así como de tolerancia por parte de los romanos pese a ser begarda, esto no constituye una firme afirmación de que los viajes internacionales promoviesen la aculturación. Margery continúa siendo la patriótica hija burguesa de Lynn, con una visión preconcebida de los lugares sagrados. Aunque su espiritualidad se vio refor­ zada por sus experiencias religiosas en Roma y Jerusalén, seguía estando formada por los libros a los que había accedido en su ciudad natal y por los sentimientos de piedad regional que absorbió en Norfolk y Yorkshire. Sin embargo, el que su primer amanuense, un hombre laico de Lynn, escribiese el texto original del libro en una mezcla de alemán e inglés, ilustra cómo los estrechos lazos comerciales que históri­ camente unían el mar del Norte pudieron desarrollar dicha aculturación. También indica el alto nivel de hombres y mujeres ingleses de distintas clases que recorrían los caminos de peregrinación a algunos de los principales santuarios de la Cristiandad.

A . Goodman

P e r e g r in a c io n e s

p e n it e n c ia l e s d e s d e

A m beres

(1398-1513)

Como se apuntaba en el texto anterior, las peregrinaciones respondían a diver­ sos motivos. El vínculo tradicional entre peregrinación y penitencia no sólo siguió conservando su fuerza a finales de la Edad Media, sino que se vio revigorizado por 316

las autoridades tanto seglares como religiosas. Muchos obispos imponían la peregri­ nación como penitencia y también los Inquisidores enviaban a los herejes del sur de Francia a importantes santuarios. Desde el siglo xiv, las cortes seculares, sobre todo las del norte de Francia, los Países Bajos y Alemania, también adoptaron esta prác­ tica. A mayor gravedad del crimen, más remoto era el lugar de peregrinación que se imponía. Las ofensas especialmente graves solían ser castigadas con la orden de vi­ sitar distintos santuarios lejanos o con no regresar antes de haber transcurrido un período estipulado, lo cual constituía en la práctica una sentencia de exilio. Sin embargo, la mayoría de las sentencias solían especificar emplazamientos más cerca­ nos. El mapa indica los cuarenta destinos (salvo Chipre) que impusieron con mayor frecuencia los magistrados de Amberes entre 1398 y 1513. Colonia figura en 293 oca­ siones, seguida por Tréveris (203), s’Hertogenbosch (198) y Wilsnack (196). Es posi­ 317

ble que muchas de estas sentencias se conmutasen y que cada santuario fuese tasado con un pago en dinero. Una tarifa redactada en Oudenarde tasaba a Bari en 20 libras parisis, Santiago de Compostela en 12, Saint Andrew en 8 y Aardenburgen en 12 cheli­ nes. No obstante, la conmutación de la pena no solía ser lo habitual. En Lille, don­ de se impusieron 1.027 sentencias de peregrinación entre 1407 y 1559 (en su mayor parte a Halle — cerca de Bruselas— , Colonia y Boulogne), sólo existe prueba de que se conmutaran un 16 por ciento de ellas. En Douai, situada unos 40 kilómetros al sur, las conmutaciones alcanzaron el 44 por ciento del total de sentencias. Aquellos que emprendían este tipo de peregrinaciones debían obtener un certificado en su lugar de destino para probar que habían cumplido la sentencia.

D. Ditchburn

P erip lo s

c a b a lle re sc o s

Viajar formaba parte de la educación caballeresca. Los jóvenes caballeros y escu­ deros acompañaban a las principales figuras cortesanas en sus peregrinaciones a Tierra Santa o a recorrer el circuito de los distintos torneos; con ello adquirían expe­ riencias sobre cortes y territorios extranjeros, así como una oportunidad para dejar su impronta. Un buen ejemplo lo constituye Bertrandon de la Broquiére, un caba­ llero gascón al servicio de Borgoña que en 1432, siendo joven, fue en peregrinación a Tierra Santa con una partida de nobles borgoñones, pero luego decidió regresar por tierra, desafiando la opinión de que se trataba de una empresa imposible. Dis­ frazado lo mejor que pudo, se unió a una caravana que había salido de la Meca y se dirigía a la capital otomana de Bursa. De allí se trasladó hasta Constantinopla, don­ de se encontró con el embajador milanés, junto al que visitó al gobernante otoma­ no Murad II en Adrianópolis antes de regresar cruzando los Balcanes a Europa oc­ cidental. El relato que sobre ello realizó para el duque de Borgoña ofrece un infor­ me preciso y perceptivo de las condiciones del Imperio otomano poco después de la caída de Constantinopla (1453), en el que destaca su falta de prejuicios tanto contra turcos como contra musulmanes. Cinco años después, el caballero castellano Pedro Tafur fue en peregrinación a Tierra Santa, pero en su camino de regreso se detuvo en Chipre, donde se unió a una embajada que iba al Cairo mameluco, lo que le permitiría visitar Egipto y el monte Sinaí. Posteriores incursiones le llevaron a Constantinopla, donde se hizo pasar por un pariente lejano y desde hacía tiempo perdido del emperador Juan VIII Paleólogo, quien estaba preparando su salida hacia Venecia para participar en un concilio de la Iglesia. Tafur le precedió a Venecia y luego exploró Alemania y Euro­ pa oriental antes de regresar a Italia, donde se reunió con el emperador en el Conci­ lio de Florencia (1439). Escribió sus experiencias como una novela de viajes y se la dedicó al gran maestre de la orden de Calatrava, siendo considerada desde entonces como libro de texto de la caballería. Pedro Tafur sabía de la embajada castellana a Tamerlán de Ruy González de Clavijo, que había salido en 1403 y llegado a Samarcanda al año siguiente, y reco­ noció que era un viaje todavía más importante que el suyo. Pero lo que aún destaca más es la objetividad y claridad de la narración de Clavijo, tanto a la hora de descri­ bir Constantinopla o la reconstrucción de Samarcanda, como por su conocimiento 318

P E R IP L O S

CABALLERESCOS: Azov

Génova

• Damasco Jerusalén

Catalina, -►

Viajes de G hillebert de Lannoy, 1421-1423

de la historia reciente de los territorios por los que viajó. También sorprende su falta de prejuicios, algo que además viene a destacar la calidad de los diplomáticos de finales de la Edad Media, ejemplificados por hombres como Ghillebert de Lan­ noy. Siendo un anciano, Ghillebert dictó una relación de sus viajes a su capellán, gracias a la cual conocemos sus peregrinaciones a Tierra Santa siendo un joven ca­ ballero, su participación en un circuito de torneos por la península Ibérica, su viaje a Europa oriental, donde visitó Novgorod, y su posterior misión diplomática a Es­ cocia, que le dio la oportunidad de cruzar hasta Irlanda y peregrinar al santuario del Purgatorio de San Patricio. Su principal misión diplomática llegó en 1421, cuando el duque Felipe II de Borgoña y el rey Enrique V de Inglaterra le enviaron ante el emperador de Bizancio y el sultán mameluco, como parte de los preparativos para una cruzada. Lannoy viajó por Europa central y oriental hasta Crimea, donde em319

320

barco rumbo a Constantinopla y a Egipto, que exploró en profundidad, llegando incluso hasta los monasterios de San Antonio y de San Pablo, cerca del mar Rojo. El fruto de sus viajes es un análisis detallado de los recursos y defensas del Egipto mameluco, que provee información militar de primer orden. Estos relatos vienen a definir los límites reales del conocimiento geográfico que se tenía en Europa occidental en vísperas de la era de los «Grandes Descubrimien­ tos», donde destacan dos puntos. El primero es la nueva familiaridad que se tiene respecto a los territorios de Europa oriental. El segundo es la obra de los misioneros católicos y los mercaderes italianos: los primeros siguen manteniendo su presencia en los territorios armenios, mientras los segundos se establecen permanentemente en Damasco, El Cairo, Tabriz y los puertos del mar Negro. Juntos conseguirían fa­ cilitar el trabajo de los diplomáticos y demás viajeros occidentales.

M. Angold E l m u n d o d e F r o is s a r t

El escritor Jean Froissart creó una vivida imagen de la sociedad del siglo xiv, especialmente en sus Crónicas, una obra que ha provocado en los historiadores tanto fascinación como enfurecimiento. Aunque poco fiable en cuanto a fechas, lugares y personas, ofreciendo una serie de anécdotas interesantes aunque a me­ nudo demasiado imaginativas, su obra refleja con brillantez la esencia de la épo­ ca. Los largos viajes que emprendió, por ejemplo a Escocia en 1365, con su equi­ paje a lomos de un caballo y acompañado por un galgo, fueron imprescindibles a la hora de dar autoridad a sus relatos, ya que le permitieron estar presente en importantes acontecimientos y codearse con personajes relevantes. El escritor es­ tuvo, por ejemplo, presente en Burdeos para el nacimiento del futuro Ricardo II (1367), presenció la coronación de Carlos Y en Reims (1380) y acudió a Abbeville para ser testigo del encuentro diplomático anglo-francés (1393). Froissart también aprovechó sus viajes para buscar el testimonio de informadores, que le describie­ ron lugares lejanos y acontecimientos relevantes. En Orthez (1388-1389), Frois­ sart disfrutó de la hospitalidad del conde de Foix y de la cordialidad del albergue de la Luna, al tiempo que se informaba sobre los conflictos que asolaban la pe­ nínsula Ibérica y otros lugares. De esta forma, su obra logra abarcar zonas que se encuentran muy apartadas de su experiencia personal. Así, aunque no haya visi­ tado las islas occidentales de Escocia, «el punto de encuentro de Irlanda y Norue­ ga», se siente capaz de describirlas. Habla de acontecimientos que transcurren incluso más lejos, como la expedición cruzada contra los turcos otomanos de 1396 que alcanzó su sangriento desenlace en la batalla de Nicópolis, en las lejanas ribe­ ras del bajo Danubio. A pesar de que los viajes de Froissart no estuvieron exentos de peligros — sufrió un robo en Aviñón— , le ofrecieron los medios para crear una exhaustiva imagen de su tiempo.

A .J. Macdonald

321

322

V iajes

d e g r a n d e s artistas it a lia n o s

(1250-1400 a p r o x im a d a m e n t e ) Verificar la presencia de un artista en un centro específico de actividad artística en las distintas épocas es de gran importancia para comprender diversos aspectos dentro de su contexto histórico, como el estilo, la técnica, la iconografía y el presti­ gio. Existen muy a menudo asombrosas similitudes entre la obra de dos artistas en cuanto a estilo e iconografía, por ejemplo, y siempre se ha tendido a deducir que debió de existir algún contacto directo entre ellos. Sin embargo, con el desarrollo de estudios más sistemáticos de la historia del arte, esta opinión se ha modificado, de modo que se ponen en tela de juicio tales asunciones espontáneas a menos que exista una documentación firme que demuestre la conexión. El énfasis ha pasado a los hechos cronológicos conocidos, de forma que puede saberse en qué período de su evolución ha experimentado el artista la influencia o ha influido en la obra de otro. Como consecuencia, todo lo que sabemos sobre los viajes o visitas de artistas a centros donde trabajaban otros artistas adquiere una especial relevancia. En términos del efecto de la obra de un artista en la de otro, no es siempre ne­ cesario demostrar su participación en una obra concreta, como por ejemplo en un mural, pues es muy posible que se transportaran pequeñas esculturas de un lugar a otro. Sin embargo, con los frescos y esculturas de grandes dimensiones, la presencia del artista en un lugar determinado debe darse por sentada y es de gran ayuda cono­ cer las fechas de tales visitas. En la lista adjunta hemos señalado las fechas conocidas de tales visitas y con un signo de interrogación se marcan las visitas muy probables.

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Como cabría esperar, existió mucho movimiento entre los centros de diversas regiones italianas. Este hecho es importante, puesto que Italia era, por entonces, una acumulación de Estados diferentes con vidas culturales muy dispares, por lo que el intercambio de ideas artísticas es significativo en sí mismo. No obstante, los viajes más extraordinarios se realizaron a otras zonas de Europa, por ejemplo el del artista florentino Starnina a España o el del sienés Simone Martini a Aviñón. La barrera natural de los Alpes limitó tal vez estos desplazamientos, pero contamos con la re­ ferencia de un arquitecto de Siena, Ramo di Paganello, que regresó de algún lugar del otro lado de los Alpes a Siena en 1281, y del pintor sienés Duccio, quien es muy posible que estuviese en París en 1296 y en 1297. De hecho, sabemos que el mosai­ quista romano Filippo Rusuti trabajó para el rey de Francia en Poitiers en 1308. Como se desprende de la lista, quizá por razones de reputación o tal vez por falta de trabajo, algunos artistas viajaron mayores o menores distancias. Giotto, por ejemplo, viajó por toda Italia y quizá llegó incluso hasta Provenza. Otros, sin embargo, parece que no se movieron, como su discípulo Taddeo Gaddi, que pro­ bablemente nunca abandonó Toscana. Es asimismo posible especular con los iti­ nerarios de los viajes, como, por ejemplo, el de Tomaso da Modena, quien pintó frescos en Treviso y alrededor de 1360 recibió el encargo de unas tablas para el palacio de Carlos IV en Karlstein, en las afueras de Praga. Aunque es posible que las tablas se enviasen una vez finalizadas, Treviso está entre Modena y Praga y no es del todo imposible que emprendiese lo que entonces habría sido una verdade­ ra aventura. Por muy útiles que sean las pruebas de estos desplazamientos, debemos recordar que, como todas las pruebas históricas, no explican todo el contexto. Existieron, sin duda, muchas más interacciones y contactos de los que conocemos, y debemos aceptar que los artistas viajaron más a menudo y más lejos de lo que somos capaces de establecer con seguridad.

R. Tarr

Fecha

d e n a c im ie n t o d e los artistas

Y DE SUS VISITAS A CENTROS DIVERSOS

Escultoresy arquitectos Nicola Pisano (hacia 1210, Apulia?): Capua, años 1240; Lucca, 1258; Pisa, 1260; Siena, 1265-1268; Pistoia, 1273; Perugia, 1277-1284?

Giovanni Pisano (hacia 1250, Pisa): Siena, 1265-1268; Perugia, 1277-1284?; Siena, 1284-1296; Massa Marittima?, 1287; Pisa, 1298; Pistoia, 1300-1301; Pisa, 1302-1310; Padua?, hacia 1305-1306; Prato, hacia 1312; Génova?, 1313; Siena, 1314. Amolfo Di Cambio (hacia 1245, Florencia): Siena, 1265-1268; Roma, 1276P-1277; Viterbo?, 1276; Perugia, 1281; Orvieto?, 1282?; Roma, 1285, 1293, 1300; Floren­ cia, 1296, 1300-1302. Tino Da Camaino (hacia 1280-1285): Pisa, hacia 1306-1315; Siena, 1319-1320; Flo­ rencia, 1321-1323; Ñapóles, 1323/1324-1337. Lorenzo Maltani (hacia 1275, Siena): Orvieto, 1310-1330; Perugia, 1317, 1319-1321; Siena, 1322. 324

Andrea Pisano (hacia 1290, Pontedera, cerca de Pisa): Florencia, 1330-1340; Pisa?, 13431347?; Orvieto, 1347-1348.

Niño Pisano (hacia 1315?): Pisa?, 1342?; Orvieto, 1349-1353; Pisa, 1357-1358. Andrea Orcagna (hacia 1308, Florencia): Florencia, 1343/1344-1357; Orvieto, 1358-1360; Florencia, 1364-1368.

GiovanniDiBalduccio (hacia 1300, Pisa?): Pisa, 1317-1318; Bolonia, 1320-1325?; Sarzana?, 1327-1328; Milán, hacia 1334-1360.

BoninoDa Campione (hacia 1330, Campione, L. Lugano): Cremona, 1357; Milán, 1363; Verona, 1374.

Pintores Coppa di Marcovaldo (hacia 1230, Florencia): Florencia?, 1261; Pistoia, 1265-1269, 1274; Orvieto?, 1265-1268?

Cimabue (hacia 1250, Florencia?): Roma, 1272; Asís, años 1270-1280; Pisa, 1301-1302. Filippo Rusuti (hacia 1260, Roma): Poitiers, 1308. Cavallini (hacia 1255, Roma): Nápoles, 1308. Duccio (hacia 1255, Siena): Florencia?, 1285; París, 1296-1297. Giotto (1265/1275, Florencia): Roma?, 1300; Asís, 1309; Padua, hacia 1305-1313?; Nápoles, 1328-1332 (posibles viajes a Rimini, Aviñón).

Simone Martini (hacia 1290, Siena): Nápoles, 1317; Asís, años 1330?; Aviñón, 13401344.

Matteo Giovannetti (hacia 1310, Viterbo): Aviñón, 1344-1345. Pietro Lorenzetti (hacia 1295, Siena): Asís, 1316-1319? Ambrogio Lorenzetti (hacia 1300, Siena): Florencia, 1321-1327. BarnaDa Siena (hacia 1320, Siena): San Gimigniano, años 1350? Taddeo Gaddi (hacia 1310, Florencia): Pisa, 1342; Pistoia?, 1353. Giovanni Da Milano (hacia 1330, Como?): Florencia, hacia 1350-1366; Prato, 1354; Roma, 1369.

Tomaso Da Modena (hacia 1325, Modena): Treviso, años 1350; Karlstein (Praga), 1360?

Giusto De’Menaboui (hacia 1350, Florencia): Padua, 1370. Altichiero (hacia 1350, Verona): Padua, 1379-1384. Agnolo Gaddi (hacia 1350, Florencia): Roma, 1369; Prato, 1392-1395. Spineüo Aretino (hacia 1360, Arezzo): Florencia, 1387; Pisa, 1391-1392; Siena, 1408. Starnina (1354, Florencia): Toledo y Valencia, 1398-1401. R. Tan Los VIAJES

de

G

u il l a u m e

D

ufay

Guillaume Dufay (o Du Fay) (¿? 1397-1474) fue posiblemente el más aclamado músico de su generación. Nacido en los Países Bajos, pasó gran parte de su carrera en la catedral de Cambrai, sirviendo de joven como niño de coro y después como canónigo. También desempeñó otros puestos dentro del clero, a menudo en ausen­ cia. Como muchos músicos (y estudiantes), la carrera de Dufay estuvo sufragada por 325

O Brujas

LOS VIAJES DE GUILLAUME DUFAY

Toumal o C ondé O o M o n s ® Cambrai ® Laón (?1424-1426) O Nouvion-le-Vineaux

• q



Lugares de residencia o visitados por Dufay Lugares en los que Dufay desempeñó un oficio eclesiástico

Bern (1438)

O Lausana • G é n o v a (1454?-1456?)

Pinerolo Bolonia £ 1428)

la Iglesia. Entre los años 1420 y 1450 trabajó por toda Italia, y entre sus ilustres pa­ tronos se encuentran los Malatesta de Rímini, los Este de Ferrara y los duques de Saboya, además del papado, en cuyo coro sirvió durante dos temporadas, en los pontificados de Martín V (1417-1431) y Eugenio IV (1431-1447). Las composiciones musicales de Dufay, tanto religiosas como profanas, fueron extensas y variadas. Entre las que se han conservado se incluyen siete misas completas, veintiocho mo­ vimientos de misa individuales, así como numerosos himnos, motetes y canciones. Sus obras italianas incluyen Nuper roarum flores, un motete festivo dedicado a la construcción de la cúpula de la catedral de Florencia por Brunelleschi (1436), así como otras piezas ceremoniales como las que conmemoraron la coronación de Eugenio IV (1431) y la paz de Viterbo (1433). Aunque muy productiva y solicitada, la obra de Dufay no fue realmente innovadora y su reputación descansa en compo­ siciones de melodía agradable y en el uso de estilos isorrítmicos tradicionales. Se le asocia sobre todo con una técnica distintiva para cantar polifonía improvisada, co­ nocida comofauxbourdon. A menudo también se le ha atribuido ayudar a establecer la voz de bajo, bastante más grave que la de tenor, y consolidar el uso de intervalos mayores y menores que se convertirían en las bases de la armonía hasta principios del siglo xx.

D. Ditchburn 326

R e d e s c u b r im ie n t o

d e los

TEXTOS CLÁSICOS

Uno de los factores que inauguró el Renacimiento fue un conocimiento más preciso del mundo antiguo. Petrarca (1304-1374), tras las huellas de los textos origi­ nales de los autores clásicos, fue el primero que sintió la necesidad de contar con un cuadro detallado de la Antigüedad. Durante su estancia en Aviñón, sacó partido de la riqueza de las bibliotecas francesas y de sus contactos internacionales; en 1328, Landolfo Colonna llevó desde Chartres la extraordinaria cuarta parte de las Décadas de la historia de Roma de Tito Livio y Petrarca pudo así recoger el texto más com­ pleto y exacto de Livio desde la Antigüedad; en 1354, otros amigos le habían con­ seguido copias en griego de Platón y Homero. En 1333, el propio Petrarca descubrió la obra perdida de Cicerón Pro Archia en un monasterio de Lieja. Este hallazgo fue importante, entre otras cosas porque el discurso en defensa del poeta Archias con­ tenía un famoso encomio de los «studia humanitis». La frase se convirtió en eslogan para las disciplinas de los humanistas, a saber: gramática, retórica, poesía, historia y filosofía moral. En 1345, Petrarca hizo otro descubrimiento en la biblioteca de la catedral de Verona: las Cartas a Atico de Cicerón. Estas cartas personales le permitie­ ron esbozar un cuadro histórico más preciso de Cicerón y animaron a Petrarca y a otros humanistas posteriores a publicar su correspondencia personal. Boccaccio (1313-1375), siguiendo el ejemplo de Petrarca, inspeccionó la biblioteca de la gran abadía de Monte Cassino, donde en 1355 transcribió para Petrarca otro discurso de Cicerón, De Lingua Latina de Varro y El asno de oro de Apuleyo, texto que no sólo influyó en el autor del Decamerón, sino en muchos otros novelistas europeos. El manuscrito más importante de Monte Cassino, que incluía los Anales X I-X V y las Historias I-V de Tácito también llegó a Florencia, posiblemente por mediación de Boccaccio. La condena de Tácito de los emperadores romanos moldeó el «Huma­ nismo cívico» republicano de hombres como Leonardo Bruni (1370-1444). El siglo finalizó con el descubrimiento de Salutati del A d Familiares de Cicerón en un ma­ nuscrito de Vercelli en 1391. El entusiasmo por los textos originales continuó en el siglo xv y condujo a la recuperación de la mayoría de los textos clásicos que conocemos hoy. Aunque sólo podemos mencionar los más importantes, en el mapa se muestra cómo aumentó el ritmo de los descubrimientos y cómo, tras Petrarca en el siglo xiv, la principal figura del nuevo siglo fue Poggio Bracciolini (1380-1459). Cuando no ejercía su cargo de secretario del Concilio de Constanza, Poggio registraba los monasterios cercanos y encontró dos discursos de Cicerón en Cluny (1415), el texto completo de la De institutione oratoria de Quintiliano en Saint-Gall (1416), que estimuló los numerosos tratados renacentistas sobre educación, los poemas de Lucrecio, Manilio y Silio Itálico en otros monasterios (1417), y en Londres (1420) y Colonia (1423) encontró lo que nos ha llegado del Satiricón de Petronio. En Italia, Gherardo Landriani des­ cubrió en 1422 en Lodi los textos completos del Orator y De Oratore de Cicerón, junto con el desconocido Brutus. Este manuscrito proporcionó el estímulo y la ter­ minología a los humanistas italianos para escribir historias literarias de su propia época. En 1429, Nicolás de Cusa llevó a Roma un manuscrito con las doce obras de Plauto que, junto con las comedias de Terencio, influyeron en la comedia renacen­ tista europea. Los dos textos más significativos posteriores a 1450 son las Obras me327

328

I

ñores de Tácito, trasladadas de Fulda a Roma en 1455, y los Anales I-VI de Tácito, que llegaron a Roma procedentes de Corvey en 1508 y llevaron a la impresión de la primera edición de la Obras Completas de Tácito en 1515. El interés por los textos griegos también se inició en el Trecento con la lectura de Petrarca y Boccaccio de traducciones latinas de Homero, pero en 1397 Manuel Chrysoloras llegó a Florencia y enseñó griego a humanistas como Bruni y a traducir al latín a Plutarco y a Platón. Una idea del entusiasmo por el griego puede deducirse del regreso de Giovanni Aurispa de Grecia en 1423 con 238 manuscritos. En 1438, el Concilio de Ferrara-Florencia alentó una nueva entrada de eruditos griegos, como ocurrió cuando cayó Constantinopla (1453). Durante esta popularidad de la cultura griega, Marsilio Ficino (1433-1499) tradujo la obra completa de Platón al latín (1485), y mientras la Poética de Aristóteles modelaba la crítica literaria del siglo xvi, la moda de Platón se extendió por toda Europa y desafió el dominio medieval de Aristóteles en el campo de la filosofía.

M. L. McLaughlin

E x p a n s ió n

d e la im p r e n t a

A Johann Gutenberg, ya relacionado con experimentos de impresión en los años 1430, suele atribuirse la producción del primer libro impreso con tipos móviles en Maguncia en 1454 o 1455. Se trata de la Biblia de Gutenberg o de las 42 lí­ neas, formada por 643 páginas dispuestas en dos columnas de 42 líneas cada una. De las 200 copias realizadas, sobreviven 48, gracias a que los textos impresos se conservan mejor que los manuscritos. El creciente alfabetismo y el lento ritmo de producción de manuscritos garanti­ zaron la rápida expansión de la imprenta por Alemania y (desde 1464) Italia, para llegar a París y Sevilla en 1470. La imprenta se introdujo en los Países Bajos en 1474, en Inglaterra en 1476 y en la mayoría de los demás países europeos en 1500, pero no llegó a Escocia hasta 1507. En su calidad de empresas comerciales, las prensas se concentraron inicialmente en la producción de «best-sellers», especialmente Biblias, obras religiosas populares (como el tratado místico Imitación de Cristo de Tomás de Kempis) y manuales esco­ lares como la Gramática de Donato. La disponibilidad de papel, el creciente uso de gafas y la impresión de libros (aunque en pequeñas tiradas) estimularon aún más el aumento del alfabetismo, que había provocado a su vez la expansión inicial de la imprenta. De hecho, las ciudades donde floreció la imprenta (más comerciales que eclesiásticas) solían disponer de un número considerable de escuelas. La cooperación entre los humanistas y los impresores estimuló a reformadores como Erasmo y Lutero a concentrarse en el estudio de la Biblia, énfasis que adopta­ ron más tarde los reformadores católicos, ejemplo de lo cual es la Biblia políglota complutense publicada en Alcalá bajo el patronazgo del Cardenal Cisneros. Un amanuense profesional trabajando bajo presión podía copiar unos cuatro­ cientos folios en seis meses, mientras que a principios del siglo xvi ya se habían impreso unos seis millones de libros con unos mil títulos distintos. Los eruditos podían así conseguir una gran diversidad de textos en una librería, en lugar de ir de un lugar a otro en busca de tiendas de manuscritos y bibliotecas monacales. Los 329

Fuente: Febvre y Martin. 330

príncipes también sucumbieron a los encantos que influyeron a tantos otros; así, el emperador Maximiliano, por ejemplo, mandó que le hicieran un retrato en el taller de un impresor.

A. MacKay e I. Beavan

L as

u n iv e r s id a d e s e n la

B aja E d a d M

e d ia

Si las primeras universidades fueron centros internacionales de aprendizaje que atraían a estudiantes de toda Europa, las universidades de la Baja Edad Media eran más dependientes del patrocinio real y municipal, y estaban más dirigidas a satisfa­ cer las necesidades regionales. Los gobernantes seglares de la primera mitad del siglo xiv, estimulados por el auge de los intereses nacionales, fundaron los nuevos studia y afirmaron su influencia sobre las antiguas universidades en sus territorios. El rey Felipe IV de Francia (1285-1314), como parte de su campaña contra el papa Bonifacio VIII, trabajó para romper la comunicación entre la Universidad de París y el papado, y para reforzar la lealtad de los maestros universitarios a la corona. Por su parte, las comunas del centro-norte de Italia como Padua, Perugia, Siena y Floren­ cia intentaron erigir sus propios studia que pudieran competir con Bolonia. Pero tal vez la iniciativa laica más significativa sea la del emperador Carlos IV al fundar las universidades de Praga (1347), Cracovia (1364), Viena (1365) y la efímera Pécs en Hungría (1367), alterando así el mapa de la educación universitaria medieval que incluía por primera vez a Europa central. La crisis del Gran Cisma, iniciada en 1378, afectó profundamente a los studia generalia de toda Europa. La división de lealtades se tradujo en la alineación de las universidades con uno u otro de los papas. Los estudiantes y maestros extranjeros a menudo se vieron presionados para que abandonaran los centros, comprometien­ do así el carácter internacional de muchos studia. Y como eran las universidades las que conformaban las formas en las que se podría acabar con el Cisma — muchas de las teorías conciliaristas más influyentes se desarrollaron en París— , los papas tanto de Roma como de Aviñón comenzaron a otorgar privilegios a las autorida­ des locales seglares y religiosas con el fin de fundar nuevos studia que apoyasen su causa. Sólo Urbano VI erigió una facultad de teología en Viena (1378) y fundó la de Heidelberg (1385), y a lo largo de los cuatro años siguientes otorgó la cate­ goría de studium generale a Colonia, Lucca, Kulm y Erfurt. De esta manera, los pro­ pios papas contribuyeron tanto a la proliferación de los studia generalia cuya catego­ ría de estatus «general» era bastante cuestionable, como a que las universidades de finales de la Edad Media adquiriesen un carácter nacional más acusado.

M. M. Mulchahey

L a ex pansión e u r o p e a a fin a le s d e l a E d a d M e d ia

En el siglo xiv, el comercio de los genoveses, los castellanos y los portugueses se expandió por la región del norte de Africa, se establecieron factorías en la costa marroquí, los mercaderes acompañados de caravanas cruzaban el Sáhara hasta las 331

Fuente: H. de Ridder-Symoens (ed.), A History o f the University inEurope, vol. 1, CUP, 1992.

332

ciudades del Níger y las expediciones marítimas visitaban las islas del Atlántico, atacando las Canarias para capturar esclavos que se vendían muy bien en la Europa mediterránea. Los genoveses también hicieron grandes inversiones en la producción de azúcar en regiones meridionales de la península Ibérica. A principios del siglo x v , franceses y castellanos se instalaron de forma perma­ nente en las Islas Canarias, lo que incitó a los portugueses a ocupar las Azores y Madeira, donde los genoveses no tardaron en introducir el cultivo de caña de azú­ car. La nobleza portuguesa también centró su interés militar en Marruecos cuando acabó la Guerra de los Cien Años en la península Ibérica en 1411. El principal ob­ jetivo de la tropa encabezada por el infante Don Enrique (Enrique el Navegante) era tomar territorios marroquíes, y para ello organizó grandes asaltos a Ceuta, Tánger, Alcácer y Arzila, que habían caído en manos portuguesas en 1471. La nobleza por­ tuguesa también capturó esclavos por la costa africana y en las Islas Canarias. Du­ rante la regencia del infante Don Pedro (1440-1449), los portugueses, animados por el elevado precio de los esclavos, navegaron al sur del Sáhara para comerciar con los bien organizados reinos de la región de Senegambia, donde descubrieron que po­ dían obtener oro y marfil a cambio de sal, caballos, trigo y tejidos procedentes de los países e islas del Mediterráneo. El comercio era menos importante para la nobleza portuguesa que la obtención de territorios y de supremacía militar. Si bien aceptaban con satisfacción los dere­ chos señoriales de las islas que descubrían, los nobles estaban más interesados en las aventuras marroquíes y españolas, y entre 1469 y 1474, bajo Alfonso V, el comercio con África se cedió al mercader lisboeta Fernáo Gomes. Los capitanes de Gomes exploraron el Golfo de Guinea y descubrieron las oportunidades lucrativas del co­ mercio del oro. Las actividades comerciales quedaron interrumpidas con la guerra contra Castilla entre 1474 y 1479. La primera guerra colonial europea estalló en las Canarias y en la costa de Guinea y la amenaza de Castilla animó a la Corona portu­ guesa a ceder el control directo del comercio africano al infante Joáo. Antes de su subida al trono en 1481, el Tratado de Alcagovas entre Castilla y Portugal había es­ tablecido el primer reparto de territorio, por el cual Castilla cedía el comercio de las islas del Atlántico y Guinea a Portugal a cambio de que se reconociese su soberanía en las Islas Canarias. Tras la caída de Granada en 1492, los castellanos explotaron las nuevas posibili­ dades de ultramar. Se organizaron expediciones contra Marruecos a imitación de las portuguesas y se repartieron las Islas Canarias entre los futuros conquistadores. El deseo de sacar el máximo partido a las disposiciones del tratado llevó a Isabel de Castilla a firmar un contrato con el aventurero genovés Colón para que se ocupase de los viajes y conquistas hacia el oeste. Entre tanto, los portugueses habían exten­ dido el comercio y abrieron una factoría real oficial en la corte del rey del Congo para canalizar el comercio de esclavos de la región a través de manos regias. Fue asimis­ mo la Corona la que organizó los viajes de exploración de Diogo Cao (1483-1486) y Bartolomeu Dias (1487-1489), así como el viaje por tierra de Pero de Covilháo, al que se despachó a India, África y Arabia para investigar las oportunidades comercia­ les de la Corona. Tras los descubrimientos de Colón en 1492, las islas del Caribe y todo el Nuevo Continente parecían a punto de escapar al control castellano porque el contrato de Colón le otorgaba el gobierno hereditario de todos los territorios que descubriese. Ansiosa por establecer su autoridad, la Corona castellana se apresuró a organizar sus 333

334

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propios viajes y a emprender la lucha por el control del Nuevo Mundo entre con­ quistadores rivales y entre los conquistadores y la Corona. La disputa por la conquista entre los españoles basados en Santo Domingo, que se lanzaron a la conquista de Cuba, México y Honduras, y los basados en Darién y Panamá, que se dirigieron hacia el norte a Nicaragua y luego organizaron la conquista del Imperio inca, es un reflejo de la carrera entre los españoles de Santa Marta y Cartagena y los alemanes de Venezuela por la conquista de la meseta colombiana. Las rivalidades individuales entre los conquistadores dieron paso a una lucha instigada por la Iglesia entre los conquistadores y la Corona por el control de los botines. Esta lucha no se resolvió definitivamente hasta los años 1550 a la muerte de los hermanos Pizarro, el cese del control de los Welser en Venezuela y el estable­ cimiento definitivo de los virreinatos de Perú y México. Mientras tanto, los portugueses habían establecido un imperio comercial marí­ timo que en el Atlántico estaba basado inicialmente en el comercio del oro de Elmina y del palo de Brasil por la costa americana. Sin embargo, la expansión de la producción genovesa de azúcar de un grupo de islas a otro condujo a la emergencia, primero en Sao Tomé y luego en Brasil, del clásico comercio triangular del Atlántico que ligaba el comercio de esclavos en el continente africano con las regiones pro­ ductoras de azúcar y el mercado azucarero de Europa. Al este, los portugueses trata­ ban de imponer el monopolio real en el comercio de las especias de Malabar y las Molucas, y en el comercio internacional de caballos, marfil y oro. Este monopolio se controlaba desde varios puertos fortificados que protegían el acceso al océano índico occidental y que servían de aduanas para la regulación de todo el comercio oriental. Desde 1479, los ibéricos habían logrado evitar el conflicto. En Tordesillas (1494) acordaron la división del mundo Atlántico, y cuando Magallanes, navegante portu­ gués al servicio de Castilla, descubrió una ruta alternativa al Lejano Oriente en 1519, los monarcas ibéricos evitaron de nuevo el conflicto extendiendo dicha división al hemisferio oriental con el tratado de Zaragoza (1529). La solución pacífica a la disputa se vio facilitada, puesto que los españoles no habían encontrado una forma de navegar de regreso a través del Pacífico, pero el desarrollo divergente de los im­ perios finalizó en 1545 cuando los españoles descubrieron las primeras minas de plata en Sudamérica. El envío de plata a Europa proporcionó el medio necesario para cubrir el enorme déficit comercial de los portugueses con los países del océano Indico y el Lejano Oriente. La plata peruana viajó vía Sevilla hasta la India y la China y, por primera vez, unió a las economías de todo el mundo.

M. Newitt

336

Prólogo a la segunda edición En el prólogo original de este volumen Angus MacKay comenzaba destacando que la preparación de un atlas de Europa medieval presenta numerosos problemas. Uno de los más difíciles con los que nos hemos tenido que enfrentar en esta revi­ sión ha sido el de decidir qué era exactamente lo que había que revisar. Hemos aprovechado la ocasión para depurar la prosa, corregir algunos errores y revisar la bibliografía que en el transcurso de estos últimos diez años —y seguramente en parte gracias al UK’s Research Assessment Exercise— ha cambiado radicalmente desde la publicación de la primera edición. Aunque podríamos haberlo dejado ahí, tal como comentó uno de los revisores de la primera edición, «todos queremos más mapas». Nuestra intención ha sido la de jugar tanto con el orden como con los contenidos, siempre dentro de los límites permitidos por nuestra editorial. Aunque se han mantenido las tres secciones cronológicas de la primera edición, se han reor­ ganizado los temas dentro de cada sección. Las secciones de religión y cultura se han fusionado, sobre todo en lo que respecta al primer período, ya que ambas se encuentran estrechamente vinculadas. También se han cambiado de sección algu­ nos mapas y textos. Es más, varios temas podrían situarse sin problema en más de una sección. Queremos que quede claro que la directriz principal a la hora de deter­ minar el orden de las entradas ha sido el pragmatismo y que en ningún caso estamos sugiriendo que la religión y la cultura sean menos importantes que la guerra y la política, ni que esta última sea la que determine las demás. Además de la reordenación, algunos de los mapas incluidos en la primera edi­ ción han desaparecido, otros muchos han sido revisados y se han añadido cuarenta nuevas contribuciones. Una gran parte del material inédito se dedica a lo que algu­ nos consideran zonas periféricas de Europa, con una atención particular a Polonia, pero también a otras partes de Europa oriental, así como a Portugal, Irlanda, los Países Bajos y Escandinavia. Somos plenamente conscientes de que quedan muchas lagunas, pero hemos intentado cubrir la mayor parte de las que (generosamente) se destacaron en las reseñas publicadas con motivo de la primera edición. En cualquier caso, pese a estas lagunas, esperamos que la ordenación geográfica, cronológica y temática convierta este atlas en una introducción práctica a la Europa medieval, así como en una útil obra de referencia. Supervisar a más de cincuenta colaboradores no ha sido una tarea fácil. Por ello, debemos dar particularmente las gracias a aquellos que han cumplido con los pla­ zos. Barbara McGillivray, una auténtica superwoman en los teclados, reescribió la primera edición de forma rápida y precisa, asegurándose de convertirlo de nuevo en un documento de fácil revisión. Andrew Johnstone ofreció una segunda opinión 7

sobre Dufay. En Taylor & Francis, Eve Setch se aseguró de que el proyecto no se saliese demasiado de los plazos fijados y Susan Dunsmore emprendió con eficiencia la corrección del texto. Por último, querríamos destacar que aunque Angus MacKay no estuvo directa­ mente implicado en la revisión del texto, éste sigue siendo un homenaje a su prolífica investigación y enseñanza. D avid D itchburn D epartamento de Historia Universidad de Aberdeen Sim ón M acL ean

Departamento de Historia Medieval Universidad de St. Andrews

Prólogo La preparación de un atlas histórico de la Europa medieval presenta numerosas y complejas dificultades. En primer lugar, el período que nos ocupa se extiende desde finales del siglo iv hasta bien entrado el siglo xv (o incluso hasta principios del xvi), pero además un atlas de estas características no se puede limitar en ningún caso a Europa occidental, pues es requisito indispensable incluir Bizancio y Europa orien­ tal, así como abordar otros asuntos importantes como las hazañas de los cruzados europeos en ultramar, el impacto de los musulmanes y mogoles, los numerosos viajes al extranjero y los primeros descubrimientos. En cuanto al aspecto social, surgen otros problemas igualmente considerables. Es obvio que deben plasmarse los principales acontecimientos políticos desde la caída del Imperio romano hasta las batallas y los tratados de la Guerra de los Cien Años, pero no podemos olvidar las actividades de otros protagonistas como los papas y antipapas, aquellos que participaron en los grandes Concilios de la Iglesia o en asambleas parlamentarias, mercaderes italianos y hanseáticos, recaudadores de impuestos, mujeres, colonos campesinos, pastores (y sus rebaños), judíos y nuevos cristianos, herejes, escritores y traductores, trovadores, y arquitectos y artistas. Pese a las dificultades inherentes a tamaña tarea, la inclusión de facetas tan variadas ofrece muchas ventajas, puesto que, además de los emperadores, reyes, príncipes y grandes nobles, también los ar­ tesanos y campesinos que participaron en laJacquerie francesa o en la revuelta ingle­ sa de 1381 dejaron su huella indeleble en la época, como lo hicieran asimismo las humildes beguinas y begardos. Un atlas es una herramienta esencial para el estudio de la historia medieval como se lleva reconociendo desde hace mucho tiempo, pero en nuestra opinión no existe aún ninguna respuesta específica y adecuada a tal necesidad. En mis años de estudiante, hace por supuesto mucho tiempo de ello, nos recomendaban un atlas alemán asombrosamente detallado y prácticamente incomprensible. En el presente atlas no aspiramos a ofrecer unos pocos mapas abarrotados de detalles minuciosos, sino que, por el contrario, hemos elegido la claridad como principal objetivo y cada mapa va acompañado de un texto explicativo. Con sus 140 mapas aproximadamente, el atlas cubre todo el período medieval. La selección de los mapas ha venido determinada primordialmente por los años de experiencia en el mundo de la enseñanza del editor y los autores. Estoy extremadamente agradecido a todos aquellos colegas que me han ayuda­ do en la preparación de este volumen. Aquellos que han elaborado los mapas, los textos adjuntos y aportado toda clase de sugerencias para la bibliografía han sufrido mis constantes exigencias, llamadas de clarificación, consejos y todos los retrasos 9

inevitables en una empresa colectiva como ésta. Estoy especialmente agradecido a David Ditchburn, quien con su eficiencia y talento polivalente me ha hecho aver­ gonzar a menudo de mis fallos. Richard Stoneman fue quien concibió originalmente el proyecto, y todos he­ mos apreciado sus ánimos constantes y paciencia ejemplar. Sus ayudantes sucesivos, Amta Roy, Jackie Dias, Kate Morrall y, en particular, Victoria Peters, han reacciona­ do con comprensión y generosidad a mis despistes. Por último, quisiera dar las gracias a la cartógrafa Jayne Lewin por su capacidad de convertir en mapas borradores y hasta simples bocetos, por aceptar pacientemen­ te cambios de última hora y resolver contradicciones implícitas en algunas de las enrevesadas instrucciones enviadas por los autores. Espero que este atlas sea útil y enriquecedor para estudiantes, diplomados e historiadores profesionales. También desearía que muchos turistas iluminados, interesados en la historia y cultura de los países que visitan, encuentren valiosa información en los mapas y los comentarios de nuestros eminentes colaboradores. A ngus M acK ay

Departamento de Historia Universidad de Edimburgo

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Bibliografía La bibliografía propuesta a continuación va dirigida a los estudiantes de enseñanza secun­ daria o superior, así como a todos los lectores que deseen más información sobre un tema determinado. La mayoría de las referencias pertenecen a publicaciones modernas en inglés. Las obras se han ordenado según aparecen los temas en los mapas. Además de las obras cita­ das bajo los distintos epígrafes, cabe señalar los siguientes trabajos introductorios relevantes para varios de los temas aquí tratados: A b ulafia, D.

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índice Pr ó l o g o a la segunda e d ic ió n ................................ ............................................................... Pr ó l o g o ........................................................................................................................................ C o l a b o r a d o r e s .......................................................................................................................... E uropa occid enta l : características físicas (mapa) ............................................................

7 9 11 13

A lta E dad M edia (395-1050 aproximadamente ) G uerra

y p o l ít ic a .......................................................................................................................

17

El Im perio rom ano en el año 395 ................................................................................... Migraciones bárbaras (siglos iv y v) ................................................................................. Los reinos bárbaros en la primera m itad del siglo v i .................................................... La Galia merovingia (hacia 600) ....................................................................................... El Im perio de Justiniano (527-565) .................................................................................. Expansión del Islam por el Mediterráneo (siglos vii-ix ) ............................................... Italia en el siglo v iii .............................................................................................................. El Im perio de Carlom agno (768-814).............................................................................. D ivisión del Im perio carolingio (843) ............................................................................. La Gran Moravia (hacia 830-hacia 9 0 0 )........................................................................... El Im perio bizantino bajo la dinastía macedónica (siglos ix-xi ) ................................. Los vikingos ................................................. ......... .............................................................. Los m agiares........................................................... .............................................................. Estados de Europa oriental (hacia el año 1 0 00)............................................................ El Im perio o t o m a n o ........................................................................................................... Los reinos escandinavos (hacia el año 1000) ................................................................. La supremacía de M e rc ia ...................... ............................................................................. Inglaterra (hacia el año 1 0 00)............................................................................................ Irlanda (hacia el año 1 0 00)................................................................................................. Francia y sus principados (hacia el año 1000)................................................................ El sur de Italia en el siglo xi .............................................................................................. Al-Andalus: la Iberia m usulm ana .................................................................................... La Reconquista española y portuguesa (hasta 1140 aproximadamente) .................

17 18 20 23 23 26 28 30 32 33 35 37 39 40 43 45 47 48 50 50 54 55 57

G o b ie r n o ,

...........................................................................................

61

Residencias reales carolingias ............................................................................................ Cecas carolingias y otomanas ........................................................................................... Las propiedades señoriales en el siglo i x .........................................................................

61 62 63

so cie d a d y e c o n o m ía

361

Burgos y casas de moneda en las postrimerías de la Inglaterra anglosajona.......... Itinerarios reales por Francia y Alemania (siglo x i) ................................................... La Inglaterra de Guillermo I ........................................................................................ Asentamientos escandinavos en las Islas Británicas ................................................. Hamwic: el Southampton anglosajón....................................................................... Dorestad ....................................................................................................................... Dublín .......................................................................................................................... Constantinopla ............................................................................................................ Roma ............................................................................................................................ Ravena .......................................................................................................................... Rutas comerciales del Imperio carolingio ................................................................. La situación económica de San Vincenzo al Volturno ............................................

66 67 69 71 73 74 74 74 76 77 78 80

R eligión y cultura ............................................................................................................

85

Cristianismo y paganismo en Occidente (hacia 350-750) ........................................ Monasticismo temprano (hasta 547) .......................................................................... El monasticismo del norte de E uro p a....... ........................................ ....................... Centros irlandeses y anglosajones en la Europa continental ...................................... El mundo de B e d a ....................................................................................................... El culto a san Cutberto ............................................................................................... Entrada de reliquias en Sajonia................................................................................... El Renacimiento carolingio......................................................................................... La correspondencia de Lupus de Ferriéres ................................................................ Centros de la reforma en los siglos x y x i .................................................................. La Paz de Dios ............................................................................................................. Iconoclasia y herejías dualistas en el Imperio bizantino (siglos viii-xii) .................. Misiones bizantinas entre los eslavos ........................................................................ La autoridad pontificia y el cisma de Oriente .......................................................... Sedes episcopales europeas a finales del siglo x ........................................................ Cartografía medieval ...................................................................................................

85 87 89 91 93 94 95 96 98 100 101 103 104 106 107 111

Plena E dad M edia (1100-1300 aproximadamente) G uerra y política .............................................................................................................. Los reinos escandinavos en el siglo xii ...................................................................... El Imperio Hohenstaufen (hacia 1150-1250) ............................................................ El sur de Italia y Sicilia en el siglo xii ........................................................................ Penetración anglonormanda en Gales e Irla n d a ....................................................... Escocia durante la Plena Edad Media ....................................................................... Angevinos y Capetos en las postrimerías del siglo x i i .............................................. Cataluña (1080-1180)................................................................................................... Imperio de los Comneno (1081-1185) ...................................................................... Procedencia de los cruzados. Principales áreas de reclutamiento en el Occidente latino para la Cruzada en Oriente Próximo (1095-1271) ................................... Rutas de la primera C ruzada....................................................................................... La segunda y la tercera Cruzadas............................................................................... La cuarta C ruzada........................................................................................................ Las Cruzadas del emperador Federico II y de San Luis ........................................... Los Estados cruzados...................................................................................................

362

115 115 116 118 119 121 126 129 131 133 134 135 136 137 138

La red de los Caballeros templarios........................................................................... La Jerusalén de los cruzados ....................................................................................... La Acre de los cruzados........ ...................................................................................... El Imperio bizantino en el siglo Xiii .......................................................................... Italia en la segunda mitad del siglo x i i i ...................................................................... El Ostsiedlung................................................................................................................ Polonia durante la Plena Edad Media ........................................................................ Conflicto centroeuropeo entre Premyslidas y Habsburgos ..................................... Las invasiones mogol-tártaras y su impacto en Occidente....................................... Francia bajo el reinado de Felipe el Hermoso .......................................................... Reconquista de la península Ibérica (siglos xil y xiii) ................................................ Gobierno, sociedad

140 141 142 143 144 147 149 151 153 155 158

economía .....................................................................................

161

Aprovisionamiento en tiempos de guerra (siglo xii) ................................................. Castillos ......................................................................................................................... La expansión del poder real en Francia (1180-1226) ................................................ Modelos de asentamiento en la Italia medieval: 1) nucleación; 2) dispersión ...... La Huerta de Valencia.................................................................................................. Repoblación de Andalucía (siglo xiii) ......................................................................... La legislación m arítim a............................................................... ................................ Familias de derecho urbano ..... .................................................................................. El contado de Lucca del siglo xii .................................................................................. Movimientos com unales.............................................. ............................................... Federico Barbarroja y la Liga lombarda .................................................................... Brunswick a finales del siglo x i i i .................................................................................. Grandes ciudades europeas ......................................................................................... Ferias y rutas comerciales europeas ............................................................................ Pasos alpinos ................................................................................................................ Cambios medioambientales (hacia 1000-1300) ........................................................

161 163 165 165 170 171 173 174 177 179 180 182 183 184 186 188

Religión

y

y

c u l t u r a ............................................................................................................

Sedes episcopales latinas a finales del siglo x i i i ......................................................... Cistercienses, premonstratenses y otros .................................................................... Las órdenes mendicantes............................................................................................. Beguinas y begardos .................................................................................................... Los humiliati ................................................................................................................. El papado y los padres conciliares (1215) ................................................................. Santuarios y resurgimiento del cristianismo popular (1200-1300 aproximadamente). Herejías, la Cruzada albigense y la Inquisición (1200-1240 aproximadamente) .... Antisemitismo (1096-1306) ......................................................................................... Renacimiento del siglo xii ........................................................................................... El surgimiento de las universidades............................................................................ Difusión de la épica francesa antigua (la leyenda de Roldán) ................................. Trovadores: centros de creatividad y viajes de los poetas......................................... Europa románica ............................................................. ........................................... Europa g ó tic a ............................................................................................................... Los viajes de Villard de Honnecourt ......................................................................... Palacio de Westminster, Londres ................................................................................ La Sainte Chapelle, París .................................................. .............................................

191 191 195 197 199 200 203 204 206 209 211 212 214 215 217 218 219 220 222

363

Las lenguas vernáculas (hacia 1200)............................................................................ Viajeros occidentales al Lejano Oriente (siglo xm) ...................................................

224 226

Baja Edad M edia (1300-1500 aproximadamente) Guerra

p o lític a ..............................................................................................................

231

La Guerra de los Cien A ñ o s ........................................................................................ Expansión del Estado de Borgoña.............................................................................. Guerras de independencia escocesas ......................................................................... País de Gales: el principado y las marcas .................................................................. Irlanda: señorío inglés y gaélico (hacia 1350) ........................................................... La creación de Suiza .................................................................................................... Escandinavia en la Baja Edad M e d ia ......................................................................... Emperadores y príncipes: Alemania en las postrimerías de laEdad Media ........... El norte de Italia desde el levantamiento de los signori hasta laPaz de L o d i......... Expansión de la Corona de Aragón ........................................................................... La Guerra de las Dos Rosas......................................................................................... Escocia: la Corona y los magnates (1400 y 1460 aproximadamente) ...................... La península Ibérica en la Baja Edad Media: Castilla y Portugal ............................ El avance de los turcos y la C ru za d a .......................................................................... La unión dinástica de Polonia y Lituania (1386-1569) ............................................. El auge de M oscovia....................................................................................................

231 234 237 237 241 243 244 245 247 249 251 251 255 257 260 261

y

Gobierno, sociedad

economía .....................................................................................

263

Desarrollo de la administración y la fiscalidad de la Corona francesa .................... Administración borgoñona (hacia 1450)................................................................... Gobierno alemán en la Baja Edad Media ................................................................. Itinerarios reales en Portugal ....................................................................................... Los corregidores castellanos (1390-1474)................................................................... Representación en las cortes castellanas (1445-1474)................................................ Representación parlamentaria en la Inglaterra de la Baja EdadMedia .................... La Gran Hambruna de 1315-1322 .............................................................................. Propagación de la Peste Negra ....................... ............................................................ La despoblación de los pueblos ingleses (1100-1500 aproximadamente) .............. Trashumancia en Europa occidental a finales de la Edad Media ............................ Liga de ciudades suabas............................................................................................... Estam bul....................................................................................................................... Novgorod ..................................................................................................................... D unferm line................................................................................................................. Sevilla ........................................................................................................................... Los centros financieros de Europa occidental .......................................................... La Hansa alemana........................................................................................................ El comercio del arenque.............................................................................................. La Jacquerie.................................................................................................................... La revuelta campesina de 1381 ................................................................................... Los extranjeros en Inglaterra durante la Baja Edad M e d ia .......................................

263 267 269 271 273 273 275 275 278 280 282 284 285 286 287 287 289 291 293 295 297 297

364

y

R eligión y cultura

301

El papado de Aviñón y la fiscalidad p o n tificia......................................................... El Gran Cisma y los concilios..................................................................................... Los Estados pontificios................................................................................................ Ilegitimidad y Penitenciaría A postólica..................................................................... Centros culturales y monásticos de Bizancio ........................................................... Bohemia, Moravia y las guerras husitas (1415-1437) ................................................... Cristianos, judíos y conversos en la península Ibérica a finales de la Edad Media .. Pogromos en Alemania ............................................................................................... Margery Kempe ........................................................................................................... Peregrinaciones penitenciales desde Amberes (1398-1513)........................................ Periplos caballerescos................................................................................................... El mundo de Froissart ................................................................................................. Viajes de grandes artistas italianos (1250-1400 aproximadamente) ......................... Fecha de nacimiento de los artistas y de sus visitas a centros diversos................... Los viajes de Guillaume D u f a y ................................................................................... Redescubrimiento de los textos clásicos.................................................................... Expansión de la im prenta............................................................................................ Las universidades en la Baja Edad M e d ia .................................................................. La expansión europea a finales de la Edad M e d ia ....................................................

301 302 305 307 307 308 311 313 314 316 318 321 323 324 325 327 329 331 331

B ibliografía.........................................................................................................................

337

365

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