13) Antimanual Del Mal Historiador De Carlos Antonio Aguirre Rojas Objetivos Objetivo General

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13) ANTIMANUAL DEL MAL HISTORIADOR De Carlos Antonio Aguirre Rojas OBJETIVOS OBJETIVO GENERAL Identificar las características que definen la práctica del mal y del buen historiador según el libro Antimanual del Mal Historiador de Carlos Antonio Aguirre Rojas. OBJETIVOS ESPECÍFICOS  Proponer la historiografía crítica como modelo de investigación para los nuevos tiempos  Establecer las comparaciones de las corrientes filosóficas del positivismo, el materialismo histórico y la escuela de Annales entre el es y el deber ser de la historia JUSTIFICACIÓN El Antimanual del Mal Historiador de Carlos Antonio Aguirre Rojas, es una propuesta hacia cómo se debe realizar la historiografía para los nuevos tiempos a través de las corrientes, técnicas y métodos que se deben considerar para creación de la misma. Es una propuesta para crear historiadores críticos, serios, creativos y científicos, para combatir y criticar viejas ideas simples, rutinarias y ya superadas sobre lo que es y lo que debería ser la historia reformulándola de una manera sencilla, que mantenga su complejidad, ilustrando con ciertos ejemplos y demás detalles para representar la historia más actual y de vanguardia como algo vivo y apasionante, con los problemas más relevantes del ser humano y de las sociedades contemporáneas, con una riqueza de instrumentos intelectuales y de métodos y técnicas. CAPÍTULO I DE ANTIMANUALES Y ANTIDEFINICIONES DE LA HISTORIA La historia no es una disciplina asociada solamente con archivos, con los hechos, personajes y sucesos ya desapercibidos y muertos, sino una ciencia también de lo social y de lo vivo, atenta al cambio histórico de todas las cosas, directamente conectada con nuestro presente más actual, con nuestra vida social meditada e inmediata en todas sus múltiples y variadas manifestaciones. Si se practica el análisis histórico de la historia siempre atenta al cambio, enfocada en la dialéctica de transformación de todos sus objetos de estudio, se desemboca en una historia crítica, que junto al lado bueno de las cosas, observa y analiza también su lado malo, desmentificándolo a los héroes y normalizando a los personajes y a las situaciones extraordinarias y excepcionales, al tiempo que desglorifica los orígenes y las gestas fundadoras, e introduce sistemáticamente los procesos junto a los éxitos, la vida cotidiana al lado de los grandes momentos históricos, los procesos sociales y económicos, las creencias colectivas y la cultura popular junto a las brillantes ideas y las obras geniales de la ciencia, la literatura o el conocimiento social.

La construcción de una historiografía sirve para intentar construir nuevas y muy diferentes interpretaciones de los hechos y de los problemas históricos, para rescatar e incorporar nuevos territorios, dimensiones o elementos, hasta ahora ignorados por los historiadores anteriores, para sustituir el carácter dinámico, contradictorio y múltiple de toda situación o fenómeno histórico posible. Una historia difícil, rica, aguda y crítica, la única historia realmente valiosa y aceptable. La historia no se reduce sólo a textos y a los testimonios escritos, sino que abarca absolutamente toda huella o trozo humano que nos permita descifrar y reconstruir el problema histórico que acometemos con ayuda de otras disciplinas auxiliares. La historia verdaderamente científica es la que afirma que no es posible hacer historia limitando el análisis de los procesos y de los hechos puramente de un país, lugar o región específico, sino también debe considerar los factores exteriores de los mismos procesos estudiados. CAPITULO II LOS SIETES (Y MÁS) PECADOS CAPITALES DEL MAL HISTORIADOR La mala historia es mil veces más fácil de hacer y de enseñar que la buena historia o historia crítica. Es justamente el fruto de esos libros aburridos y pesados que nadie lee y no toman en cuenta. Son historias que repiten las anécdotas locales y los sucesos pintorescos de una cierta población, localidad, región cualquiera del mundo, personajes, etc. Son resúmenes ya dichos por otros autores que no tienen orden ni sentido, carecen de definiciones históricas específicas y de datos y hechos históricos que sean realmente los hechos significativos. El primer pecado del mal historiador actual es el del positivismo, que creen que hacer historia es lo mismo que llevar a cabo el trabajo de investigación y de compilación del erudito limitando el trabajo del historiador, exclusivamente al trabajo de las fuentes escritas y de los documentos, se reduce a las operaciones de la critica interna y externa de los textos, clasificación y ordenación de los textos. La verdadera historia sólo se construye cuando, apoyados en esos resultados del trabajo erudito, accedemos al nivel de la interpretación histórica, a la explicación razonada y sistemática de los hechos, fenómenos, procesos y situaciones históricas que estudiamos. El segundo pecado es del anacronismo en historia, la falta de sensibilidad hacia el cambio histórico, que asume consciente e inconscientemente que los hombres y las sociedades del pasado eran iguales a los de ahora, que pensaban, sentían, actuaban y reaccionaban de la misma manera que en la actualidad. Se cancela una de las tareas primordiales de la historia que es la de mostrar, primero a los historiadores y después a toda la gente, en qué ha consistido precisamente el cambio histórico, qué cosas se han modificado al paso de los siglos y cuáles se han mantenido, y también cuáles han sido las diversas direcciones o sentidos de esas múltiples mutaciones históricas. El tercer pecado es el de la noción del tiempo. Una idea del tiempo que se concibe como una dimensión única y homogénea, que se despliega linealmente en un solo sentido y que está compuesto por unidades y subunidades perfectamente divididas y siempre idénticas, de segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, décadas, siglos y milenios. El tiempo newtoniano de los físicos, medido por los calendarios y relojes, no es nunca el verdadero tiempo histórico de las sociedades, es más bien un tiempo social e histórico, que no es único sino múltiple, y que además es heterogéneo y variable, haciéndose más denso y mas laxo, más corto o más amplio, y siempre diferente, según los acontecimientos, coyunturas, estructuras históricas a las que se refiera

El cuarto pecado es el de la idea limitada del progreso. Es también la de una ineluctable acumulación de avances y conquistas determinadas fatalmente por el simple transcurrir temporal que parece afirmar que inevitablemente, todo hoy es mejor que cualquier ayer, y todo mañana será obligatoriamente mejor que el de hoy. Esta es una idea afirmada por los apologistas del capitalismo. El buen historiador crítico restituye a la noción de progreso como una multiplicidad de líneas y de trayectorias diversas que lo integran, que acometen muchas veces un problema hasta encontrar su solución, ensayando y equivocándose, explorando y avanzando. El quinto pecado capital es el de la actitud profundamente acrítica hacia los hechos del presente y del pasado, y hacia las diferentes versiones que las diversas generaciones han ido construyendo de ese mismo pasado/presente. Es la típica actitud pasiva que los historiadores positivistas mantienen siempre a los testimonios y a los documentos tal y como han acontecido. El sexto pecado es del mito repetido de su búsqueda de una objetividad y neutralidad absoluta frente a su objeto de estudio, la pretensión de tomar partido, no juzgar, no apasionarse y no involucrarse para nada con los personajes o con las situaciones que se investigan. Es imposible una historia que sea realmente neutral y que sea objetiva. Toda historia reflejará necesariamente las elecciones y el punto de vista del propio historiador, los que se proyectan incluso desde la elección de los hechos que son investigados y los que no, hasta el modo de organizarlo, clasificarlos, interpretarlos y ensamblarlos dentro de un modelo más comprehensivo que les da su sentido y significación particulares. Finalmente el séptimo pecado es el posmodernismo en historia haciéndose eco de algunas posturas que se han desarrollado recientemente en las ciencias sociales norteamericanas y también en la historiografía. Han comenzado a proliferar en algunos países ciertos historiadores que intentan reducir a la historia a su sola dimensión narrativa o discursiva, evacuando por completo al referente esencial de los propios hechos históricos reales. Los historiadores hacemos historia con el objetivo de conocer, comprender y luego explicar la historia real, convencidos de que somos capaces de establecer, cada vez más, verdades históricas científicas, verdades cada vez más precisas y capaces de dar cuenta real de los problemas concretos históricos que investigamos. Antimanual del mal historiador (o cómo hacer hoy una buena historia crítica). De antimanuales y antidefiniciones de la historia. ¿Por qué escribir y publicar hoy, en los inicios de este tercer milenio cronológico un antimanual y además, un antimanual del mal historiador? Porque estamos convencidos de que la mayoría de las instituciones académicas que hoy forman y educan a los futuros historiadores, lo que están educando y formando es a malos historiadores, y no a historiadores críticos y serios, creativos y científicos. Y también porque sabemos que el sentido que tienen, en general, todos los manuales es el de simplificar ideas o argumentos complicados, con el fin de volverlos asequibles a un público cada vez mas amplio. Pero nuestro objetivo en este pequeño libro es muy distinto: lo que queremos no es hacer simples, ideas que son complejas, sino mas bien combatir y criticar viejas ideas simples, rutinarias y ya superadas sobre lo que es y lo que debería ser la historia. Así, para nosotros, la historia no es solamente una disciplina asociada a los archivos, y con los hechos, personajes y sucesos ya desaparecidos y muertos, sino una ciencia también de lo

social y lo vivo, atento al perpetuo cambio histórico de todas las cosas, y directamente conectadas, de mil y un maneras, con nuestro presente mas actual, lo mismo que con nuestra vida social mediata e inmediata, en todas sus múltiples y variadas manifestaciones. Sin embargo y desde hace ya mas de un siglo, la verdadera historia científica ha peleado abiertamente para dejar de ser solo instrumento de legitimación de los poderes estatuidos, tratando de distanciarse tanto de la historia oficial, como de las distintas versiones igualmente limitada y sometida de la historia tradicional. Ya que es imposible hacer una historia seria, de cualquier hecho, fenómeno o proceso, en cualquier momento o etapa del pasado o del presente, que no muestre en su análisis la necesaria finitud y caducidad de lo que se estudia, haciendo evidente el carácter efímero y los límites temporales de ese problema investigado, y subrayando el obligado cambio histórico al que están sometidos todos esos procesos, fenómenos y sucesos mencionados. Una historia crítica, que siendo forzosamente opuesta alas historias oficiales y tradicionales hasta hoy dominantes, se desplaza sistemáticamente de las explicaciones consagradas y de los lugares comunes repetidos, para intentar construir nuevas y muy diferentes interpretaciones de los hechos y de los problemas históricos. Historia es la ciencia que se consagra al estudio de la obra de los hombres en el tiempo, según la acertada definición de Marc Bloch, y por lo tanto, el examen crítico que abarca lo mismo el mas pretérito periodo de la mal llamada prehistoria humana, que el mas actual e inmediato presente. Una antidefinición de la historia importante de la historia verdaderamente científica es la que afirma que no es posible hacer la historia de México, España, Francia o Chile, e incluso la historia de Europa, Asia, o América Latina, si uno se queda limitado al análisis de los procesos y de los hechos puramente mejicanos, chilenos, españoles, europeos, africanos o latinoamericanos, según los diversos casos respectivos. Porque después del siglo XVI, y del profundo e irreversible proceso de radical universalización histórica que la humanidad ha vivido n los últimos cinco siglos, es cada vez mas imposible entender las historias locales, nacionales o regionales, si uno se encierra en el limitado y siempre parcial horizonte local, nacional o regional. Es, además, imposible ser un buen historiador sin la lectura de los economistas, de los antropólogos, y lo mismo con los buenos textos clásicos de la sociología, la geografía o la psicología. La historia concebida como proyecto científico data de hace solo cincuenta años, siendo una disciplina que se encuentra todavía en sus primeras e iniciales etapas de desarrollo, y por ende, en un intenso y continuo proceso de crecimiento y de enriquecimiento constante, y aún a la búsqueda de nuevos objetivos, paradigmas, modelos teóricos, conceptos, problemáticas y técnicas aún por descubrir. Otra antinoción necesaria es la que nos enseña que la historia no son simples cronologías o recuentos sucesivos de batallas y gobernantes, ni tampoco un titánico y siempre aburrido

ejercicio de la memoria de los alumnos y estudiantes, a los que se quiere obligar a repetir y acumular en la cabeza una serie de fechas, lugares, datos, cifras y anécdotas. Sin embargo, y felizmente para nosotros los historiadores, la historia es mucho mas que esas solas cronologías políticas de presidentes, gobernantes, facciones políticas y Estados, abarcando la densidad misma del tejido completo de las sociedades, e incluyendo entonces dentro de sus territorios a la historia económica y a la historia cultural, a las transformaciones demográficas y a las grandes mutaciones sociales. Finalmente, una última antinoción en contra de la mala historia positiva y oficial, se refiere al hecho de que la historia no esta ni obligada ni condenada fatalmente, a ser solo el registro y el instrumento de autolegitimación de las clases dominantes y de los poderes existentes de turno. Los siete pecados capitales del mal historiador. La mala historia es mil veces mas fácil de hacer y de enseñar que la buena historia, la historia crítica. Por eso, entre otras razones, ha proliferado tanto y se ha mantenido viva. El fruto directo de esa mala historia hecha y enseñada, son justamente esos libros aburridos y pesados en tantos sentidos, que nadie lee y que nadie toma en cuenta. El primer pecado capital de los malos historiadores actuales es el positivismo, que degrada a la ciencia de la historia a la simple y limitada actividad de la erudición. Muchos historiadores siguen creyendo hoy en día, en pleno comienzo del tercer milenio cronológico, que hacer historia es lo mismo que llevar a cabo el trabajo de investigación y de ampliación del erudito. Una historia que limita el trabajo del historiador, exclusivamente al trabajo de las fuentes escritas y de los documentos, se reduce a las operaciones de la crítica interna y externa de los textos, y luego a su clasificación dentro de una narración que, generalmente, solo nos cuenta en prosa lo que ya estaba dicho en verso en esos mismos documentos. Y si bien es claro que sin erudición no hay historia posible, también es una gran lección de toda la historiografía contemporánea, desde Marx y hasta nuestros días, que la verdadera historia solo se construye cuando, apoyados en esos resultados del trabajo erudito, accedemos al nivel de la interpretación histórica, a la explicación razonada y sistemática de los hechos, de los fenómenos y los procesos y situaciones históricas que estudiamos. El segundo pecado capital del mal historiador es el del anacronismo en la historia. Es decir, la falta de sensibilidad ante el cambio histórico, que asume consciente o inconcientemente que los hombres y que las sociedades de hace tres o cuatro siglos o de hace mas de un milenio, eran iguales a nosotros y que pensaban, sentían, actuaban, y reaccionaban de la misma manera en que lo hacemos nosotros. Es decir, una historia que proyecta al individuo egoísta y solitario de nuestras sociedades capitalistas contemporáneas, como si fuese el modelo eterno de lo que han sido los individuos, en todo tiempo y lugar, y a lo largo de toda la curva del desarrollo humano.

Pero con esto, se cancela una de las tareas primordiales de la historia, que es justamente la de mostrarnos, primero a los historiadores y después a toda la gente, en que ha consistido precisamente el cambio histórico. Un tercer pecado capital de la mala historia, hoy todavía imperante, es el de su noción del tiempo, que es la noción tradicional newtoniana de la temporalidad física. Una idea del tiempo que lo concibe como una dimensión única y homogénea, que se despliega linealmente en un solo sentido, y que esta compuesto por unidades y subunidades perfectamente divididas y siempre idénticas. Pero como nos lo han explicado tan brillantemente Marc Bloch, Norbert Elías, Walter Benjamín o Fernand Braudel, entre otros, el tiempo newtoniano de los físicos, medido por calendarios y relojes, no es nunca el verdadero tiempo histórico de las sociedades, que es mas bien un tiempo social e histórico, que no es único sino múltiple, y que además es heterogéneo y variable, haciéndose mas denso o mas laxo, mas corto o mas amplio, y siempre diferente, según los acontecimientos, coyunturas o estructuras históricas a las que se refiere. El cuarto pecado repetido de la mala historia, en los diversos manuales tradicionales, es el de su idea limitada del progreso. Pues si el tiempo histórico es concebido solo como esa acumulación ineluctable de hechos y sucesos, inscriptos sucesivamente en la progresión de días, meses y años del calendario, la idea del progreso que desde esta noción temporal se construye es también la de una ineluctable acumulación de avances y conquistas, determinadas fatalmente por el simple transcurrir temporal. Una idea del progreso humano en la historia, que parece afirmar que inevitablemente, todo hoy es mejor que cualquier ayer, y todo mañana será obligatoriamente mejor que todo hoy. Entonces, la humanidad no puede hacer otra cosa mas que avanzar y avanzar sin detenerse, puesto que según esta construcción, lo único que ha hecho hasta hoy es justamente progresar, avanzando siempre desde niveles mas bajos hasta los mas altos, en una suerte de escalera imaginaria en donde estaría prohibido volver la vista atrás, salirse del recorrido ya trazado, o desandar lo ya avanzado. Sin embargo es así como progresa la humanidad: explorando y avanzando primero a ciegas en su propia evolución, para ir muy poco a poco siendo consciente de lo que ha hecho y de porque lo ha hecho, a la vez que va asumiendo también, lentamente, la responsabilidad conciente de que es ella misma la que debe construir la historia, y la que debe elegir también de manera conciente los rumbos de su futuro desarrollo. Otro pecado capital del mal historiador, el quinto, es el de la actitud profundamente acrítica hacia los hechos del presente y del pasado, y hacia las diversas versiones que las diversas generaciones han ido construyendo de ese mismo pasado/presente. Es decir, la típica actitud pasiva que los historiadores positivistas mantienen siempre frente a los testimonios y a los documentos, lo mismo que frente a los resultados y a los hechos históricos tal y como han acontecido. Un sexto pecado capital de los historiadores no críticos es el del mito repetido de su búsqueda de la objetividad y neutralidad absoluta frente a su objeto de estudio.

El séptimo pecado capital de los historiadores que son seguidores de los Manuales hoy al uso, es el pecado del postmodernismo en la historia. Porque haciéndose eco de algunas posturas que se han desarrollado recientemente en las ciencias sociales norteamericanas, y también en la historiografía estadounidense, han comenzado a proliferar en nuestro país algunos historiadores que intentan reducir a la historia a su sola dimensión narrativa o discursiva, evacuando por completo el referente esencial de los propios hechos históricos reales. Así, llegan a afirmar que lo que los historiadores conocen e investigan no es la historia real, la que muy posiblemente nos será desconocida para siempre, sino solamente los discursos históricos que se han ido construyendo, sucesivamente y a lo largo de las generaciones, sobre tal o cual supuesta realidad histórica.

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