Apolinar Nestorio Y Cirilo

  • Uploaded by: Felipe Hermosilla Svd
  • 0
  • 0
  • February 2021
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View Apolinar Nestorio Y Cirilo as PDF for free.

More details

  • Words: 11,171
  • Pages: 20
Loading documents preview...
1 APOLINAR DE LAODICEA 1 Sobre la unidad, en Cristo, entre el cuerpo y la divinidad 1. Justamente se confiesa que el Señor es una santa generación desde el principio, también según el cuerpo, y por eso difiere de todo otro cuerpo; porque no fue en absoluto concebido en el seno sin la divinidad, sino unido a ella, como el ángel dice: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y la virtud del Altísimo te hará sombra; por eso el nacido será llamado Hijo del Altísimo» (Lc 1,35); era un bajar del cielo, y no sólo una concepción de mujer. Porque no sólo dice: «Nacido de mujer, nacido bajo la Ley» (Gal 4,4), sino también: «Ninguno ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre» (Jn 3,13). 2. Y no sería propio decir que el cuerpo es criatura separada del todo de aquél del que es cuerpo, sino comparte la denominación de lo increado y el nombre de Dios, en cuanto está formado como una unidad con la divinidad según está dicho: «El Logos se hizo carne» (Jn 1,14), y el Apóstol: «El último Adán es espíritu vivificante» (1Cor 15,45). 5. Se confiesa pues que en él lo creado está en unidad con lo increado, y lo increado en mezcla con lo creado, una naturaleza conjunta a partir de partes distintas, porque el Logos completa una energía parcial para formar un todo con la divina perfección; a la manera como sucede en el hombre común, que se forma de dos partes incompletas (e)k du/o merw=n a)telw=n gi/netai) que forman una naturaleza y se indican con un nombre común, a tal punto que al decir carne se quiere decir el todo, no por ello dejando de lado al alma; y el alma denota el todo, sin dejar de lado el cuerpo, por más que sea una realidad distinta del alma. 6. El Dios pues que se hizo hombre, el Señor que existe antes de la generación, aunque fue engendrado de mujer, es el Señor, aunque haya tomado la forma de esclavo; es espíritu, aunque se manifiesta carne por la unidad con la carne; no es un hombre, según el Apóstol, aun cuando éste mismo lo predique como un hombre, y para decirlo todo, es Dios invisible que toma la forma del cuerpo visible, Dios increado que se manifiesta en un vestido creado, vaciándose a sí mismo según la forma de siervo (Flp 2,7), ni disminuye ni aumenta en cuanto no vaciado e invariado y no disminuído según la substancia divina (pues no puede tener variación alguna según la naturaleza divina). 7. Cuando dice «glorifícame», esta voz viene del cuerpo y la glorificación se refiere al cuerpo aunque se diga del todo, porque el todo es uno. Y luego añade: «Con la gloria que tuve ante ti antes de que el mundo existiese» (Jn 17,5). La divinidad siempre manifiesta la glorificación, pero aunque esto conviene propiamente a la divinidad, no obstante se dice en común acerca del todo. 8. Así también es consubstancial a Los fragmentos y las obras de Apolinar están reunidas en Apollinare, Epifanio, Gregorio di Nazianzo, Gregorio di Nissa e altri su Cristo: Il grande dibattito nel quarto secolo, a cura di Enzo Bellini, Milano 1978 (con texto griego, traducción italiana y comentario). Para la numeración de los fragmentos se sigue la obra clásica de Lietzmann, Apollinaris von Laodicea und seine Schule, Tübingen 1904.

1

2 Dios (qe%= o(moou/sioj) y Espíritu invisible, pero la carne está incluida también en este nombre, porque está unida al que es consubstancial a Dios, y además es consubstancial a los hombres (a)nqrw/poij o(moou/sioj), incluyendo en el cuerpo la divinidad, porque se ha unido al consubstancial a nosotros; pero la naturaleza del cuerpo no ha cambiado por la unión con el que es consubstancial a Dios ni por la comunión con el nombre de Dios, así como tampoco la naturaleza de la divinidad ha cambiado por la comunión con el cuerpo humano y por la denominación de la carne consubstancial a nosotros. Fragmentos tomados de Gregorio de Nisa Antirrheticus Fr. 2*. Puesto que Pablo proclama, muy acertadamente, que «en Dios omnipotente y solo vivimos, nos movemos y existimos» (Hech 17,28), para vivificar [la carne] y moverla bastaba por sí sola su voluntad mediante el Logos que ha puesto su tienda en la carne: la energía divina ocupaba el lugar del alma y del intelecto humanos. Por esto Juan denomina «poner la tienda» su venida del cielo. En efecto, después de haber dicho: «El Logos se hizo carne», no agrega «y alma». Es imposible que dos principios intelectivos y volitivos habiten en el mismo lugar: de otro modo uno combatiría contra el otro con la propia voluntad y energía. Luego, el Logos no tomó un alma humana, sino sólo la semilla de Abraham. Por esto, el templo de Salomón, carente de alma, intelecto y voluntad, prefiguraba el cuerpo de Jesús. Fr. 74*. Si con Dios, que es intelecto, también había en Cristo un intelecto humano (kai\ a)nqrw/pinoj h)=n e)n Xrist%= nou=j), ciertamente no se cumple en él la obra de la encarnación. Ahora bien, si la obra de la encarnación no se cumple en un intelecto automoviente y no constreñido, la obra –que es liberación del pecado– se cumple en una carne movida por otro y puesta en acción por Dios. Entonces el intelecto automoviente que está en nosotros participa de la liberación en cuanto se une a Cristo. Fr. 76*. El genero humano no se salva mediante la asunción (di' a)nalh/yewj) de un intelecto y de un hombre completo sino mediante la conjunción (dia\ proslh/yewj) de la carne, para la cual es natural el ser guiada. Ahora ésa tenía necesidad de un intelecto inmutable, que no cayese en su poder por pobreza de ciencia, sino que la uniese a sí sin obligación. Fr. 81*. Si Dios se hubiese unido al hombre, un ser perfecto a otro ser perfecto, serían dos: uno el Hijo de Dios por naturaleza y uno el hijo de Dios adoptivo (ei)

a)nqrw/p%, fhsi/, sunh/fqh o( qeo/j, te/leioj telei/%, du/o a)\n h)=san, ei(=j me\n fu/sei ui(o\j qeou=, ei(=j de\ qeto/j).

Fr. 84*. Nada está tan unido a Dios como la carne asumida.. Aquello que no esta unido de este modo no puede ser adorado... Nada es tan adorable como la carne de Cristo.

3 Anakefaláiosis (recapitulación) 1. De la acción de Dios en el hombre resulta un profeta o un apóstol, no el Salvador del mundo (Jn 4,42). Pero Cristo es el Salvador del mundo; luego no es el resultado de una acción de Dios en el hombre. 2. Todo hombre es parte del mundo, y ninguna parte del mundo quita el pecado del mundo, bajo el cual ella misma yace, pero Cristo lo quita (Jn 1,29), luego Cristo no es un hombre. 3. Todo hombre está sujeto a la muerte, y ninguno que esté sujeto a la muerte aniquila la muerte (1 Cor 15,26), pero Cristo la aniquila, luego Cristo no es un hombre. 4. Todo hombre es hecho de tierra, pero Cristo no es hecho de tierra, sino celeste (1 Cor 15,47), luego Cristo no es un hombre, si hombre no es homónimo de éste. 19. Si Cristo fuese sólo un hombre, no salvaría al mundo, y si fuese sólo Dios no lo salvaría por la pasión. Pero Cristo hizo ambas cosas, luego es al mismo tiempo Dios y hombre. 21. Un hombre en que Dios actúa no es Dios, pero un cuerpo unido a Dios es Dios. Pero Cristo es Dios, luego no es un hombre en el que Dios actúa, sino un cuerpo compuesto con Dios.

NESTORIO, Sermón XXVII 2 No es de extrañar que los pueblos amantes de Cristo aplaudan a quienes predican sobre Santa María. El mismo hecho de que haya sido hecha el templo de la carne del Señor, excede todo lo más digno de alabanza. Mas Vuestra Amabilidad debe tratar de hacerlo de manera que no parezcamos rendir a esta Santa un honor y alabanza más de lo necesario y conveniente (plus quam oportet aut decet), y confundir su dignidad con la del Dios Logos, haciendo que éste sea dos veces engendrado (bis eum faciendo generatum). Para explicarlo con palabras más simples, de modo que lo que digo no exceda la capacidad de los oyentes, usaré una expresión facilísima de captar para todos. Quien dice simplemente: «Dios ha nacido de María» (de Maria [e)k Mari¿aj]), ante todo prostituye la nobleza del dogma ante los gentiles, proponiéndolo en público de modo que sea vituperable y risible. Pues un pagano al oír algo digno de reprensión, que Dios ha nacido de María (de Maria Deus natus est), de inmediato ataca al cristiano. Porque por fuerza, a quien dice simplemente que Dios ha nacido de María, y no pensara que es por la conjunción de las dos naturalezas (non illum coniunctione duarum naturarum), o sea la divina y la humana, le dirán: «Yo no puedo adorar a un Dios nacido, muerto y sepultado» (ego natum et mortuum Deum et sepultum adorare non queo). Esto es pues una neta división del dogma. Quien nació y necesitó CPG 5716. Texto en ACO I,5, pp. 37-39. Traducción corregida de C.I. González, El desarrollo dogmático en los concilios cristológicos, pp. 540-543; cf. F. Loofs, Nestoriana, pp. 336-341; L. Scipioni, Nestorio..., pp. 88-90. 2

4 crecer en sus partes según los tiempos, y según lo normal fue llevado en el seno, es alguien que tiene una naturaleza humana, aunque ciertamente en conjunción con Dios (sed Deo sane coniunctam). Pues una cosa es decir que aquel Dios, el Logos del Padre, estaba conexo con el nacido de María, lo que es aceptabilísimo, seguro e irreprensible para los paganos; y otra cosa es que la divinidad misma necesitase de un nacimiento a través de diversos meses. Porque el Dios Logos es hacedor de los tiempos, no fabricado en el tiempo. Por eso mucho me admiró la distinción que el anterior maestro ha hecho, pues dice que no debemos hablar ni de un Dios desnudamente o de algún modo engendrado (pues nadie engendra a alguien que es anterior a él), ni tampoco confesar que la desnuda humanidad ha nacido, sino que fue engendrada la humanidad unida a Dios. Yo quisiera veros inclinados a esto, ya que sois atentos estudiosos de la religión (y esta misma opinión tanto de vosotros como de los antioquenos), os decía que os quisiera ver inclinados a esto: pues que Dios se haya hecho Pontífice, no lo puedo soportar. Porque si Dios, el Creador, es también Pontífice, ¿a quién ofrecen los pontífices el sacrificio? Ya he conversado sobre esto con Vuestra Caridad, y diría más, si mi ánimo no se oprimiese al ver que los doctores de la Iglesia disputan tantas cosas contrarias. Por eso quisiera que fueseis más perspicaces en examinar las doctrinas, para que ni confundáis la humanidad recibida con el Dios Logos (neque susceptam humanitatem cum Deo Logos confundere), ni llaméis un simple hombre a aquél que nació (neque hominem nudum eum, qui natus est, dicere), ni tampoco que el Dios Logos, combinado o mezclado, perdió [su] propia esencia (sed nec Deum Verbum contemperatum vel conmixtum propiam amisisse essentiam) 3. Por ello también a sus discípulos, llenos de estupor cuando se elevaba al cielo, y que así lo reputaban entre sí por cuanto puede pensarse, es decir si su naturaleza humana se había diluido o si permanecía en los cielos en su misma esencia, y como estuviesen estupefactos por tal visión, se llegaron los ángeles y les dijeron: Este Jesús que se ve, éste que necesitó de una medida de crecimiento, éste que murió, éste que llevó la cruz, vendrá así como lo habéis visto subir al cielo (cf. Hech 1,11). Y también el beato Pablo dice en los Hechos de los Apóstoles: «En el varón en el cual Dios decretó juzgar el orbe de la tierra, dando a todos una garantía resucitándolo de entre los muertos» (Hech 17,31). ¿Acaso el Dios Logos resucitó de entre los muertos? (numquid Verbum Deus a mortuis surrexit?). Pues si el vivificador había sido muerto, ¿quién quedaba para darle la vida? Por esto delante de los arrianos somos reprensibles. Si en efecto al que ha nacido lo llamamos sencillamente el Dios Logos, mira lo que de eso se seguiría. Dices simplemente: Es Dios el que ha nacido de María. Inmediatamente el hereje interviene para reprenderte: Luego como vosotros mantenéis la confesión de que es Dios el que nació de María, escucha lo que el mismo Dios Logos atestigua sobre sí mismo: «Voy a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios» (Jn 20,17). 3

Seguimos el texto de Loofs, tal como Scipioni.

5 Mas si afirmas que por haber nacido de Santa María, era consubstancial a nosotros en cuanto a la humanidad, pero que por estar unido a Dios, era con mucho mejor que nuestra substancia, casi como la de Dios, entonces te librarás fácilmente de su blasfemia, y fácil y brevemente les explicarás el sacramento de la religión, de este modo: Puesto que uno es el Dios Logos, que estaba en el templo, hecho por el Espíritu, y otro era el templo, a parte del Dios que lo habita (alius quidem Deus Verbum est qui erat in templo, quod operatus est spiritus, et aliud templum praeter habitantem Deum). Ser destruido por la muerte es propio del templo, resucitarlo es propio del que habita en el templo. No es mío este discurso, pues leo la voz del Señor: «Destruid este templo, y en tres días lo [re]sucitaré» (Jn 2,19). Confesemos pues la única dignidad de la conjunción, y la duplicidad de las naturalezas; de otro modo se deducirá que el Dios Logos es una criatura del Espíritu Santo. ¿Pues qué otra cosa dice el evangelista sobre el que fue creado en el vientre? «Lo que ha nacido en ella proviene del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Pero si hubiese sido el simple y solo Dios Logos quien nació, pues dice el evangelista que el Espíritu Santo creó aquel templo en Santa María, se seguiría que el Dios Logos es un creación del Espíritu Santo. Huyamos pues del error de esta confusión. Afirmemos a Nuestro Señor, Cristo, doble según la naturaleza, y uno en cuanto que es Hijo 4. Por mi parte, cuando algunos me lo dijeron, me eché a reír divertido, pues dicen que el obispo piensa como Fotino; no saben ni lo que dicen ni sobre qué hablan. Porque lo que yo digo es lo contrario de la enseñanza de Fotino. En efecto, la explicación de Fotino da principio al Dios Logos a partir del parto de María; yo digo en cambio que el Dios Logos preexiste antes de los siglos. Me baste pues contestarles con el Proverbio: «No respondas al necio según su necedad» (Prov 26,4); y os deseo que seáis perspicaces examinadores de las enseñanzas, sin dejaros arrastrar por la fascinación del discurso para ganar aplausos, y sin tener por presunción la razón probada de alguna novedad; sino que juzguéis mayor la gloria de la verdad. NESTORIO, Sermón X 5 Juzgo los ataques de los herejes contra mí bagatelas de niños. Y de todos sus delirios de charlatanes con que nos objetan, así como de las amenazas de hundirme en el mar, y de todos sus deseos de perturbarme, y de sus nuevos intentos de perseguirme, de todas esas cosas me río como del croar de ranas, y las desprecio como si fueran jabalinas y guerras de niños, como en otro tiempo el Profeta se burlaba diciendo: «Las flechas de los niños se han convertido en sus heridas» (Sal 63,8). Porque nada hay más miserable que aquel pastor que se gloría de las alabanzas de 4

Seguimos el texto de F. Loofs, Nestoriana, p. 341.

CPG 5699. F. Loofs, Nestoriana, pp. 265-277; ACO I,5, pp. 31-37 (la reconstrucción de Loofs no coincide con el texto de Schwatz). La traducción es, con modificaciones, la de C.I. González, El desarrollo dogmático en los concilios cristológicos, pp. 531-540. Cf. L. Scipioni, Nestorio..., pp. 81-86.

5

6 los lobos, pues si quisiera agradar a éstos y anduviese buscando ser amado por ellos, se convertiría por lo mismo en grande ruina para las ovejas. Pues ningún pastor puede agradar a los lobos y a los rebaños de ovejas. Así pues, como acabo de decir, desprecio sus palabras, con las palabras que el Señor profirió contra ellos: «Raza de víboras, ¿cómo podéis decir cosas buenas siendo malos?» (Mt 12,34). Es necesario resistir y atacar en los mismos sentidos en los que ellos se arman contra Dios. Pues llaman mortal a la deidad vivificadora, y se atreven a insertar al Dios Logos en fábulas de teatro, como si él mismo hubiese sido envuelto en pañales y muerto (tamquam idem sit pannis involutus et mortuus), ¡qué impiedad! Por haber desplegado Cristo Señor su benignidad hasta nosotros, pone en peligro de rebajar, ante ellos, su dignidad divina. ¡Oh miserable! aunque te dé rabia, alaba y admite el cuidado de tu salud. Pilatos no mató la divinidad, sino el vestido de la divinidad (non occidit Pilatus deitatem, sed deitatem vestimentum); José no deposita en la sepultura al Dios Logos envuelto. ¿Pues cómo podría sufrir todo esto quien tiene por langostas el círculo de la tierra y todos sus habitantes, como dice el Profeta (Is 40,22)? ¿Quién es pues envuelto en lienzos sepulcrales? Escucha cómo lo precisan las expresiones del Evangelio: «Vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que había sido discípulo de Jesús. Fue a Pilatos y le pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilatos mandó que se le diera el cuerpo, y recibiendo el cuerpo, José lo envolvió en una sábana limpia y lo depuso en la tumba» (Mt 27,57-60). Por tres veces habla del cuerpo, y ni una sola menciona la divinidad. Porque los soldados tampoco habían herido con la lanza la divinidad, sino ¿qué es lo que ellos habían herido? (quid est quod ab illis est vulneratum?). Apréndelo de Juan: «Uno de los soldados, dice, con la lanza le punzó el costado» (Jn 19,34). Y escucha además el argumento por el que consta que la divinidad de ningún modo fue herida (argumentum quo constat deitatem minime vulneratum): «Salió inmediatamente, dice, sangre y agua» (Jn 19,34). Porque si hubiese muerto aquél mismo que da la vida (nam si ipse mortuus est qui vivificat), ¿quién habría subsistido para poder resucitar al muerto? Vino [como] hombre para resucitar a los muertos, no para encontrarse él mismo muerto; vino a prestar auxilio a los caídos, no para estar tirado necesitando auxilio. Dios no se ha mudado por la conjunción o comunión con el hombre; pues es él mismo quien clama por el Profeta: «Soy yo, soy yo, y no cambio» (Mal 3,6). Y también: «Tú eres el mismo, y no tienen fin tus años» (Sal 101,28). Sino unido a la naturaleza humana y apretándola con el abrazo de la divinidad, la elevó, permaneciendo lo que él era (sed unitus humanae naturae et deitates eam complexibus stringens, in altum levavit, manens id quod existebat ipse). Por eso Pedro, predicando acerca de nuestras primicias y narrando aquella altura que Dios concedió a esta visible naturaleza, dice: «A este Jesús Dios lo resucitó» (Hech 2,32), luego no fue Dios el que murió, sino el que lo resucitó (non ergo mortuus est Deus, sed suscitavit). Escucha lo que Pedro dice, oh Apolinar; y tú también óyelo con Apolinar, oh impiedad arriana; dice: «A este Jesús Dios lo resucitó», a éste que aparece, a éste al que ven los ojos, a éste colgado en el leño, al que tocan las manos

7 de Tomás, el que ordenó: «Palpad y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que tengo yo» (Lc 24,39). Sintió mayor certeza por estas palabras, y aún más cierto de la resurrección del cuerpo crucificado por haberlo palpado, y glorificaba a Dios por haber hecho esto, diciéndole: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28), pero sin llamar Dios a aquél que tocaba (non illud quod palpaverat, appellans Deum); pues no se puede comprobar la divinidad mediante el tacto. Porque si Tomás hubiese empezado a conocer o a aprender al Dios Logos por el tacto, sin duda el Señor le hubiese dicho: «Tócame y ve que soy espíritu y Dios». Le dijo por el contrario: «Tócame y ve que no soy espíritu. Porque un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo», es decir, según lo que de mí veis y aparece, veis que soy un ser compuesto (compositum) y tocable según la substancia corpórea. Porque, oh Apolinar, la deidad del Logos Paterno no es huesos y carne. Pedro clama acerca de Éste, que es palpable: «A este Jesús Dios lo resucitó [...], siendo exaltado por la Diestra de Dios –no es que la Diestra [de Dios] haya auxiliado al Logos Dios, ¡oh, locura arriana! 6–, al recibir de parte del Padre la promesa del Espíritu Santo, derramó esto, lo que ustedes ven y oyen» (Hech 2,32-33) 7. Escucha a Pablo que raciocina sobre Dios y expone esa inconvertible conjunción de Dios y el hombre (illam inconvertibilem Dei et hominis... coniunctionem). Dice: «Existiendo en forma de Dios, no juzgó una rapiña el ser igual a Dios, sino se vació a sí mismo, tomando la forma de siervo» (Flp 2,6-7). Y en otra parte dice también: «Nos habló en el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por el cual hizo los siglos, y es el esplendor de su gloria» (Heb 1,2-3). Poniendo la palabra Hijo, cautamente lo llama esplendor de la gloria y heredero establecido: heredero, según la carne, y esplendor de la gloria paterna, según la divinidad. Porque ni siquiera encarnado se apartó de la semejanza que tiene con el Padre. Por eso Pablo dice que es esplendor de la gloria, no fuese a suceder que alguno, al oír que existía en la forma de Dios; sospechase que Dios fuese de naturaleza que puede pasar y cambiar (transeuntis et commutatae... naturae). Juan, adscribiendo la mutua eternidad del Padre y del Logos, decía: «En el principio era el Logos» (Jn 1,1), no usando «es». Porque no dijo: En el principio es el Logos y el Logos es ante Dios; sino: «En el principio era el Logos, y el Logos era ante Dios, y Dios era el Logos». Pues se preguntaba cuál fuese antes la existencia de la esencia de aquél que portó al hombre (quaerebatur enim quae prima esset existentia essentiae eius quae hominem gessit). Pablo en cambio narra al mismo tiempo todo lo que sucedió, tanto la esencia encarnada como la unión de la deidad encarnada, que permanece siempre inconmutable. Por eso exclama por escrito: «Tened en vosotros los mismos En ACO I,1,6, p. 103, l. 18-20 y ACO I,1,6, p. 12, l. 29-31 se afirma, a propósito del mismo versículo de Hech y contra Arrio, que el Dios Logos no tiene necesidad de ser auxiliado por la Diestra: Kaiì 6

meq' eÀtera: Periì tou= yhlafhtou= tou/tou kaiì o( Pe/troj e)bo/a: decia=j de\ bohqou/shj o( qeo\j lo/goj ou)k eÃxrhizen, ãAreie (ACO I,1,6, p. 12, l. 29-31).

Al parecer, la Diestra de Dios expresa el elemento divino de Jesús. ¿Aparece el monarquianismo de Nestorio y el carácter divisivo de su cristología? Uno es la Diestra de Dios y otro es el Jesús que ven y oyen. La Diestra de Dios no auxilia al Dios Logos, sino a este Jesús que ustedes ven y oyen.

7

8 sentimientos de Cristo Jesús, el cual existiendo en la forma de Dios, se vació a sí mismo, tomando la forma de siervo» (Flp 2,5-7). No dijo: Tened en vosotros los mismos sentimientos del Dios Logos, que habiendo sido constituido en la forma de Dios tomó la forma de siervo; sino que el Apóstol, tomando el nombre de Cristo para significar las dos naturalezas mediante esta, sin peligro para él, lo llama «forma de siervo» y «Dios», dividiendo irreprensiblemente las cosas que se dicen para significar la doble naturaleza, no sólo predicando a los cristianos que Cristo es Dios inmutable, sino también, por su bondad, que tomó la forma de siervo, existiendo en lo que subsistía. Para que supieras que no se ha mudado tras la unión, sino que al mismo tiempo se le ve como benigno y justo. Pues sin el pecado de la carne, es suya la muerte por los impíos, y puesto que no la rehúye en favor de los enemigos, es una gracia de inestimable benignidad. Porque según Pablo, apenas se hallará quien muera por el justo (Rom 5,7). Pues recibir al género humano por el hombre y reconciliar a Adán, es una grande consideración por la justicia. Pues era justo liberar la naturaleza que había pecado, y hacerla de nuevo agradable a Dios, y es justo alguna vez absolver al culpable que ha incurrido en un débito. Pues la humana naturaleza debía tener con Dios un trato irreprensible y sin querella, pero le faltaba ser liberada. Pues las pasiones arrastraban acá y allá el alma negligente, la dejaban desnuda de virtudes, y eran raros los que poseían piedad y justicia, incluso aquéllos que para la pobreza de aquel tiempo parecían o eran juzgados poseedores. Estaba en deuda el universo orbe de la tierra. Incluso crecía el producto del pecado. ¿Qué hizo entonces Cristo el Señor? Viendo la raza humana obligada por el pecado e indigna, absolvió de la paga el débito, no por un mandato, para que la benignidad no dañase la justicia. El Apóstol lo atestigua clamando: «Cristo, a quien Dios exhibió como propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia» (Rom 3,25), para que la benignidad se mostrase justa, no como regalada, sin juicio, en bloque y de cualquier manera, por eso Cristo asumió la persona de la naturaleza deudora (propterea Christus debentis suscipit personam naturae), y por ella como hijo de Adán pagó el débito. Porque convenía deducir el débito pagado, de la raza de aquél que una vez lo había contraído. De la mujer había venido el débito, de la mujer la absolución. Pero conoce el débito, para que aprendas la paga. Adán se hizo deudor del castigo a causa de la comida; Cristo la pagó con su hambre en el desierto, despreciando el consejo del diablo sobre el satisfacerse de comida. Aquél cayó en reato contra Dios por haber apetecido la divinidad al oír del diablo: «Seréis como dioses» (Gen 3,5), y se arrojó sobre la comida; pero Cristo lo absolvió cuando al que le prometía el poder del demonio (pues le dijo: «Todo te lo daré, si postrándote me adoras» (Mt 4,9), le respondió rechazando él mismo su invitación: «Retírate, Satanás; a tu Señor Dios adorarás y a él solo servirás». Por la desobediencia en el árbol Adán se hizo deudor de castigo; Cristo la restauró haciéndose obediente en el árbol; por eso dice Pablo: «Canceló la nota de cargo que había por nuestros pecados, que nos condenaba, clavándola a la cruz» (Col 2,14). Y quien por nosotros pagaba es Cristo; en él nuestra naturaleza cancelaba el débito. Había asumido una persona de la misma naturaleza cuyas

9 pasiones disolvía con su pasión (personam enim eiusdem naturae susceperat cuius passiones in sua passione solvebat), porque tenemos redención en su sangre, como el mismo Pablo lo dice (Ef l,7; Col 1,14). Contempla ahora nuestra naturaleza que en Cristo aboga ante Dios por nuestra causa, contra el diablo, que pronuncia los siguientes alegatos de justicia: Estoy injustamente oprimido, ¡oh Juez justísimo! el inicuo diablo me ataca; contra mí, impotente, usa una evidente tiranía. Sea: entregó al primer Adán a la muerte, porque fue ocasión de su pecado; pero al segundo, al que formaste de una Virgen, ¿porqué culpa lo ha crucificado?, ¿por qué causa colgó junto con él a ladrones?, ¿por qué el que no cometió pecado, ni se encontró dolo en su boca, fue contado entre los malhechores (Lc 22,37; 1Pe 2,22)?, ¿acaso se ha manifestado reprochable su intención? Abiertamente, Señor, envidia tu imagen. Sin ocasión se lanza contra mí y trata de subvertirme; pero tú dáteme a ti mismo como juez justo. Estás airado contra mí por causa de la prevaricación de Adán, por lo que te pido que tú mismo te hagas propicio, pues tienes a un Adán sin pecado unido a ti (si habes Adam sine peccato tibi coniunctum). Sea: por aquél eres entregado a la corrupción; por éste participa de la incorrupción. Mía es la naturaleza de ambos. Como fue participante en la muerte del primero, me haré participante de la vida inmortal del segundo. Estoy firme por los alegatos indubitables e inexpugnables; venzo al enemigo en todos los campos. Si moviese controversia sobre la corrupción que se ha hecho mía a partir de Adán, yo, por el contrario, le haré frente con la vida, a partir de aquél que no cometió pecado; y si él me acusa de la desobediencia del primero, yo lo acusaré a él como reo por la obediencia del segundo 8. Cristo, tratando sobre este triunfo sobre la victoria del diablo, dice: «Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo será echado fuera» (Jn 12,31). Así como el diablo esgrimió la culpa y la acción original del primer progenitor contra toda su posteridad; así la naturaleza, poseyendo en Cristo las primicias inmaculadas de su masa, alzándolas contra el diablo lo vencía con las mismas armas de las que el adversario presumía. Pues en Cristo muestra contra él justísimamente el origen inmaculado de sus primicias, si el diablo alega las causas del reato de Adán, como dice Pablo: «Cristo que murió por nuestros pecados, más aún que resucitó, que está a la diestra de Dios, que interpela por nosotros» (Rom 8, 34). Interpela a Cristo nuestra masa revestida (Interpellat namque Christo induta massa nostra), libre ya de todo pecado, y se levanta en justa defensa contra nuestro castigo, que desde el inicio introdujo en su raza aquél que fue el primer formado. El motivo de este hombre asumido fue que el hombre disolviese mediante la carne la corrupción que la carne había originado (haec suscepti hominis occasio, ut homo per carnem dissolveret quae per carnem orta est corruptio). A este hombre sepultaron por tres días, no a la divinidad; los pies de este hombre fueron fijados con clavos; a éste lo formó el Espíritu Santo en el vientre; de esta carne dijo Jesús a los judíos: 8

Se trata del esquema soteriológico del «abusus potestatis».

10 «Destruid este templo, y lo levantaré en tres días» (Jn 2,19). ¿Qué soy el único en llamar doble a Cristo? ¿No es él mismo quien menciona tanto el templo disoluble como el Dios resucitador? (nonne semet ipsum et templum solubile et Deum nuncupat suscitantem?). Porque si era Dios el que se disolvió (¡que tal blasfemia recaiga sobre la cabeza de Arrio!) el Señor habría dicho: Destruid este Dios y lo levantaré en tres días. Si es Dios el cadáver puesto en el sepulcro, miente Cristo al decir: «¿Por qué me queréis matar, siendo un hombre que os he dicho la verdad?» (Jn 8,40). Pero Cristo tampoco es un mero hombre, oh calumniador, sino que, simultaneamente, hombre y Dios. Porque si sólo existiese como Dios, él debería haber dicho según Apolinar: ¿Por qué me queréis matar, siendo Dios que os he dicho la verdad? El mismo que ha sido coronado de espinas, dice: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46), y es el mismo que sufrió la muerte por tres días. Así pues, adoro a Éste como con la deidad (adoro autem hunc cum deitate), como un cooperador con la divina autoridad; pues así lo dice la Escritura: «Es manifiesto, hermanos, que por Cristo se nos anuncia la remisión de los pecados» (Hech 13,38). Lo venero como instrumento de la bondad del Señor; pues ha dicho: «Sed benignos unos para los otros, misericordiosos, como Dios os dio en Cristo» (Ef 4,32). Lo honro como el lugar de encuentro de los consejos de Dios: «Quiero que conozcáis el sacramento de Dios Padre y de Cristo, en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2,1-3). Lo contemplo como a quien nos promete con una fórmula que habla en nombre de Dios: «Quien me envió es veraz, y yo hablo de las cosas que he oído de él» (Jn 8,26). Lo proclamó bienaventurado como al asiento de la paz eterna: «Él mismo es nuestra paz, que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, anulando la enemistad en su carne» (Ef 2,14). Honro al propiciatorio de la ira divina: «Dios estableció a Cristo como propiciatorio de la fe, por la fe en su sangre» (Rom 3,25). Lo amo y reverencio como el inicio de la inmortalidad de los mortales: «El es la cabeza de su Iglesia, que es el inicio, el primogénito de entre los muertos» (Col 1,18). Lo abrazo como al espejo de la resplandeciente deidad: «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo» (2Cor 5,19). Lo adoraré como la púrpura animada del Rey: «Constituido en la forma de Dios, se vació a sí mismo, tomando la forma de siervo, y se le encontró como un hombre» (Flp 2,6-7). Lo alabo como a la mano de la divinidad que me arranca de la muerte: «Cuando seré exaltado de la tierra todo lo atraeré a mí» (Jn 12,32-33), y quién era el exaltado, el escritor lo dice fielmente: «Esto, dijo, significando de qué muerte debía morir» (Jn 12,33). Lo admiro como a la puerta que nos da entrada a lo divino: «Yo soy la puerta; quien entrare por mí, será liberado y entrará y saldrá y encontrará una casa» (Jn 10,9). Lo adoro como a la imagen de la divinidad omnipotente: «Dios lo sobreexaltó y le dio un nombre que está sobre todo nombre, para que a su nombre se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos» (Flp 2,9-10). Adoro al que aparece ante los ojos, por motivo del que está oculto, el Dios inseparable (propter occultum adoro quod oculis paret; inseparabilis est Deus). No separo la dignidad de aquél que aparece, porque es inseparable. Separo las naturalezas, pero uno la reverencia (separo naturas, sed coniungo reverentiam). No es Dios por sí mismo aquél que fue formado en el vientre (non per se ipsum Deus est

11 quod in utero figuratum est), no es Dios por sí mismo lo que fue creado por el Espíritu Santo, no es Dios por sí mismo lo que fue sepultado en el monumento. Pues si fuese así, seríamos manifiestos adoradores de un hombre y de un muerto. En cambio, puesto que en el asumido [está] Dios, el asumido, por motivo del asumente, en cuanto unido al asumente, es llamado Dios (quoniam in adsumpto Deus, ex adsumente, qui adsumptus est, tamquam adsumenti coniunctus, appellatur Deus). Por eso los demonios se espantan a la mención de la carne crucificada sabiendo que Dios, aun no sufriendo con la carne, está unido a la carne crucificada. Por eso este que se manifiesta a los ojos vendrá como juez, por su conjunción con la divinidad omnipotente. Pues dice: «Entonces aparecerá en el cielo el signo del Hijo del Hombre y verán al Hijo del Hombre que viene en las nubes del cielo con gran poder y gloria» (Mt 24,30). Como cuando un rey lograda una victoria desfila por las ciudades con las armas con las cuales venció en la guerra al enemigo, y quiere hacerse notar por ellas, así también el Señor y Rey de todos vino a su criatura con la cruz y la carne, para ser visto con las armas con las cuales venció la impiedad, y juzgará el orbe en forma de hombre, con poder omnipotente, según la predicación de Pablo que dice: «Dios, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, anuncia hoy a todos los hombres que deben convertirse, porque ha fijado el día en el cual va a juzgar el orbe según justicia, por el hombre que ha destinado, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos» (Hech 17,30-31). Esto lo dijo para que nadie vaya a sospechar que la divinidad ha muerto (ut nullus mortuam suspicetur esse deitatem). Porque si escrutas enteramente la Nueva Escritura, no encontrarás escrita en ninguna parte de ella la muerte de Dios, sino que la asigna al Hijo o a Cristo, o al Señor. Pues Cristo, y el Hijo y el Señor, asumido por las Escrituras como el Unigénito, son nombres que significan las dos naturalezas y también algunas veces la divinidad y la humanidad, otras veces una y otra al mismo tiempo. Por ejemplo cuando Pablo predica escribiendo: «Siendo enemigos, hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo» (Rom 5,10), muestra su humanidad. En cambio cuando dice a los hebreos: «Dios nos habló en su Hijo, por el cual hizo los siglos» (Heb 1,2), indica la divinidad del Hijo. Porque la carne no es creadora de los siglos, ya que ha sido creada después de muchos siglos. He aquí un escrito que conviene a la denominación de la esencia del Hijo de Dios, de la divinidad y de la humanidad. Ahora nos preguntamos si este nombre, es decir 'Cristo', también se tome como 'Hijo', y si éste sirva también para designar una y otra cosa: «Jesucristo, dice, ayer y hoy, permanece el mismo por los siglos» (Heb 13,8). Existiendo pues como Dios y como hombre, él mismo, según Pablo, existe en los últimos tiempos y antes de los siglos: como hombre es reciente, como Dios antes de los siglos. Así pues hemos mostrado cómo el vocablo 'Cristo' algunas veces significa el templo, otras al Dios que habita en él (Christi appellatio modo templum, modo inhabitantem Deum in illo demonstrat). Busca los lugares en que también se aplique 'Señor' a la persona del Hijo: alguna vez indica a aquel hombre, otras veces a Dios (et nunc quidem hominem illud, nunc Deum ostendit). Dice: «Venid y ved el lugar donde yacía el Señor» (Mt 28,6). Y como la mujer llorase creyendo que los judíos habían robado el cuerpo del Señor, dice la

12 Escritura: «Se han llevado a mi Señor» (Jn 20,13). Y Pablo dice a los Gálatas: «A ningún otro apóstol vi, sino al hermano del Señor» (Gal 1,19), y también él mismo a los Corintios: «Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga» (1Cor 11,26). Y también: «Veo, Señor, que eres un profeta» (Jn 4,19). Todos estos son datos sobre la encarnación del Señor, porque ni el Dios Logos yacía en el monumento (¿pues cómo resucitó quien sustenta el universo con el poder de su palabra, si yacía, como dice Arrio?), ni lloraban las mujeres por la esencia de Dios, como si ésta hubiese sido sacada furtivamente del sepulcro (¿pues quién sospechará que las manos ladronas puedan coger la deidad?), ni la divinidad tuvo como hermano a Santiago, ni anunciamos la muerte del Dios Logos al alimentarnos con la carne y sangre del Señor (pues la naturaleza de Dios recibe el sacrificio, no se inmola ella misma en el sacrificio), ni Dios es un profeta, sino dador de la profecía; de modo que en este lugar, como dije, el Señor expresa la carne que tiene la dignidad del Señor, la cual carne en ningún modo puede, o por combinación o por mezcla de los elementos, convertirse en la substancia de la divinidad. En otros casos 'Señor' expresa la divinidad, como en aquél: «Uno es el Padre, del que todo existe, y uno el Señor Jesucristo, por el cual todo es» (1Cor 8,6). Porque Cristo es hacedor de todo por su divinidad, no por su humanidad, que se encuentra creada después de la creación. En otros casos, como dije, 'Señor' significa una y otra cosa, así: «Señor Jesús, no les atribuyas este pecado» (Hech 7,59). «Y muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no arrojamos en tu nombre los demonios?» (Mt 7,22). Y Pablo: «Que en aquel día me dará el Señor como justo juez, y no sólo a mí, sino a todos los que piadosamente esperan su venida» (1Tim 4,8). ¿Ves cómo habla de Cristo, Hijo y Señor? Cuando la Escritura habla del Unigénito, algunas veces los vocablos significan la humanidad, otras veces la divinidad, otras entrambas. ¿Por qué pues confundes lo que es inconfuso? (quid ergo confundis quae sunt inconfusa?). ¿Por qué aplicas a un muerto el nombre de Dios, si la Escritura nunca habla de él como muerto? ¿Por qué, oyendo a Pablo clamar: «Dios lo ha garantizado en un hombre, resucitándolo de entre los muertos» (Hech 17,31), tú, con una vana imaginación, juzgas a la divinidad nacida y muerta? Bien designa a este hombre que fue visible, como el juez que ha de venir, porque fue hecho por Dios a su imagen, mientras el diablo preparó una comida para los gusanos del hombre alabado por el reino de la tierra. Cristo vino en forma de hombre, con poder omnipotente, según el hombre futuro, para que el diablo mismo conozca por experiencia que también él estaba sujeto como todos los demás al dominio de Dios, porque era un hombre verdadero hecho a imagen y semejanza de Dios y constituido Rey y Señor de la tierra, y elevado al reino de los cielos por haber aumentado su mérito. Pero vuestra avidez de escuchar es superior a mis palabras, y confesándome vencido me refugio en el silencio, deseando ser siempre superado por vuestra escucha. Honremos pues esta recepción de la humanidad de parte del Señor, entonemos himnos incesantes al sacramento de la encarnación, a la Virgen

13 receptora de Dios (susceptricem Dei Virginem), y cuando reflexionamos sobre Dios, elevémonos con Dios a las cosas divinas. Y quiero decir expresamente Theodóchon y no Theotókon, es decir con la letra x y no con la letra k9. Pues hay sólo uno que tenga este nombre compuesto, para expresarlo con éstos: el Theotókos es Dios Padre, esto es el engendrador de Dios (genitor Dei). Así pues la forma visible en cuanto unida con la invisible refirámosla con Dios a lo divino. Separamos pues la naturaleza llevada del que la lleva (th\n foroume/nhn t%= forou/nti sunteimh/swmen fu/sin); es decir, honremos la naturaleza que es el vestido de Dios (naturam quae indumentum est Dei), de aquél que lo usa, como si fuese una irradiación de la divinidad; veneremos la encarnación como la representación (simulacrum) inseparable de la autoridad divina, como la oculta imagen o estatua del juez. Al dividir las naturalezas, unámos el honor (dividentes naturas, coniungamus honorem); confesémoslo doble pero adorémoslo como uno (confiteamus duplicem et adoremus ut unum). Porque es doble según las naturalezas pero uno según la unidad. Si algún hereje de entre las personas eclesiásticas te echare en cara a tu Dios muerto, responde tú con ira a lo que te ha dicho: Dios es el que resucitó de entre los muertos al gran pastor de las ovejas (Heb 13,20), no fue él mismo muerto y exaltado. Si algún judío te dice que adoras a un hombre, respóndele con la tradición apostólica: «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo» (2Co 5,19) 10. Si algún gentil, por motivo de la humanidad que [el Señor] ha acogido (**) se realiza la remisión de los pecados, respóndele con las palabras de Pablo: «Porque la muerte nos vino por un hombre, y por un hombre la resurrección de los muertos. Como en Adán todos mueren, así todos serán vivificados en Cristo» (1Cor 15,21-22). A él la gloria por los siglos de los siglos. CIRILO DE ALEJANDRÍA Cirilo, II carta a Nestorio 11 Cirilo a su Colega, el Reverendísimo y Religiosísimo Nestorio, salud en el Señor. Algunos, como bien sé, calumnian mi aceptación a Tu Piedad; lo hacen frecuentemente, sobre todo aprovechando la ocasión de las asambleas de las personas constituidas en autoridad. Quizá, creyendo agradar los oídos, lanzan calumnias sin fundamento. No se les ha hecho daño personal, sino que se les ha condenado con justicia: a uno porque hizo daño a ciegos y a pobres, a otro porque desenvainó la espada contra su madre, a un tercero por haberse apoderado del oro

9

El término qeodo/xoj, significa «receptora de Dios», de de/xomai; doxh/ = recipiente.

10

Este tipo de expresiones se pueden interpretar en sentido monarquiano.

ACO I,I,1, pp. 25-28. La traducción está tomada de P.-Th. Camelot, Éfeso y Calcedonia, pp. 203-206, con modificaciones. La carta se suele datar entre enero y febrero de 430. 11

14 ajeno con la ayuda de una sirvienta, y haber gozado siempre de una reputación que nadie desearía para su más encarnizado enemigo. Además lo que esta gente afirma no tiene importancia para mí, y no quiero sobrepasar la medida de mi pequeñez más allá de mi Señor, de mi Maestro y de mis Padres. Pues de cualquier modo que uno viva, nadie puede escapar a los ataques de los malvados; pero ellos, cuya boca está llena de malicia y amargura (cf. Rm 3,14), deberán defenderse ante el juez de todos. Yo de nuevo me volveré a lo que me conviene y te recordaré, como a un hermano en Cristo, que es necesario presentar a los pueblos las enseñanzas y los pensamientos acerca de la fe con absoluta seguridad; es necesario considerar que escandalizar a uno de estos pequeños que creen en Cristo produce la indignación intolerable (cf. Mt 18,6). Y si el número de los afectados es tan grande ¿cómo no va a ser necesario que usemos de mucha habilidad, para arrancar los escándalos y ofrecer la palabra sana de la fe a los que buscan la verdad? Obraremos muy rectamente, si leemos los escritos de los Santos Padres y nos esforzamos en estimarlos muchísimo, y si, como está escrito, nos examinamos, para comprobar, si estamos en la fe (cf. 2Cor 13,5) y conformamos nuestros pensamientos a sus opiniones rectas e irreprochables. El grande y santo concilio [de Nicea] dijo ciertamente que el Hijo Unigénito fue engendrado de Dios Padre según la naturaleza, Dios verdadero de Dios verdadero, luz de luz, por quien el Padre hizo todas las cosas; el cual descendió, se hizo carne, se hizo hombre, padeció, resucitó al tercer día y subió a los cielos. Es necesario adherirnos a estas palabras y enseñanzas, considerando lo que quieren decir el Logos de Dios se encarnó y se hizo hombre. No decimos que la naturaleza del Logos, habiendo cambiado, se hizo carne, ni que totalmente se transformó en un hombre, de alma y cuerpo, sino que afirmamos que el Logos, habiéndose unido según la hipóstasis a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible. Y que fue llamado Hijo del hombre no sólo voluntad o al complacencia, ni tampoco por la asunción del prosópon solamente, y aunque las dos naturalezas, unidas

ã fh toi¿nun h( a(gi¿a kaiì mega/lh su/nodoj E au)to\n to\n e)k qeou= patro\j kata\ fu/sin gennhqe/nta ui¸o\n monogenh=, to\n e)k qeou= a)lhqinou= qeo\n a)lhqino/n, to\ fw½j to\ e)k tou= fwto/j, to\n di' ou ta\ pa/nta pepoi¿hken o( path/r, katelqeiÍn sarkwqh=nai e)nanqrwph=sai paqeiÍn a)nasth=nai th=i tri¿thi h(me/rai kaiì a)nelqeiÍn ei¹j ou)ranou/j. tou/toij kaiì h(ma=j eÀpesqai deiÍ kaiì toiÍj lo/goij kaiì toiÍj do/gmasin, e)nnoou=ntaj ti¿ to\ sarkwqh=nai kaiì e)nanqrwph=sai dhloiÍ to\n e)k qeou= lo/gon. ou) ga\r fame\n oÀti h( tou= lo/gou fu/sij metapoihqeiÍsa ge/gone sa/rc, a)ll' ou)de\ oÀti ei¹j oÀlon aÃnqrwpon meteblh/qh to\n e)k yuxh=j kaiì sw¯matoj, e)keiÍno de\ ma=llon oÀti sa/rka e)yuxwme/nhn yuxh=i logikh=i e(nw¯saj o( lo/goj e(autw½i kaq' u(po/stasin a)fra/stwj te kaiì a)perinoh/twj ge/gonen aÃnqrwpoj. kaiì kexrhma/tiken ui¸o\j a)nqrw¯pou, ou) kata\ qe/lhsin mo/nhn hÄ eu)doki¿an, a)ll' ou)de\ w¨j e)n proslh/yei prosw¯pou mo/nou, kaiì oÀti dia/foroi me\n ai¸ pro\j e(no/thta

15 por una verdadera unidad sean distintas, de ambas [resulta] un solo Cristo e Hijo. No como si la unión suprimiera la diferencia de naturalezas, sino porque la divinidad y la humanidad constituyeron para nosotros, por esta concurrencia inefable y misteriosa, un solo Señor, Cristo e Hijo. Así se dice que Él subsiste antes de los siglos y que ha sido engendrado por el Padre, que ha sido engendrado según la carne por una mujer, no porque su naturaleza divina haya comenzado a existir en la Santa Virgen, ni porque ella [la naturaleza] haya tenido necesidad de un segundo nacimiento, después del recibido del Padre (pues es necedad e ignorancia decir, al mismo tiempo, que el que existe antes de los siglos y es coeterno con el Padre necesita una segunda generación para existir).

th\n a)lhqinh\n sunenexqeiÍsai fu/seij, eiâj de\ e)c a)mfoiÍn Xristo\j kaiì ui¸o/j.

Pero puesto que por nosotros y por nuestra salvación se unió según la hipóstasis a la humanidad, viviendo de mujer, se dice que ha sido engendrado por ella según la carne. Porque no nació primeramente un hombre ordinario de la Santa Virgen, y luego sobre Él descendió el Logos, sino que decimos que, unido a la carne desde el seno materno, se sometió a nacimiento carnal, reivindicando este nacimiento como el suyo propio. En este sentido decimos que Él sufrió y resucitó, no porque el Dios Logos haya sufrido en su propia naturaleza las llagas, los agujeros de los clavos, y las otras heridas (la divinidad es impasible, porque es incorporal); sino que ya que el cuerpo hecho suyo propio padeció estas heridas, se dice una vez más que Él padeció por nosotros: el impasible en un cuerpo pasible.

e)peidh\ de\ di' h(ma=j kaiì dia\ th\n h(mete/ran swthri¿an e(nw¯saj e(autw½i kaq' u(po/stasin to\ a)nqrw¯pinon proh=lqen e)k gunaiko/j, tau/thi toi le/getai gennhqh=nai sarkikw½j.

ou)x w¨j th=j tw½n fu/sewn diafora=j eÀnwsin, a)nhirhme/nhj dia\ th\n a)potelesasw½n de\ ma=llon h(miÍn to\n eÀna ku/rion kaiì Xristo\n kaiì ui¸on \ qeo/thto/j te kaiì a)nqrwpo/thtoj dia\ th=j a)fra/stou kaiì a)porrh/tou pro\j e(no/thta sundromh=j. ouÀtw te le/getai, kai¿toi pro\ ai¹w¯nwn eÃxwn th\n uÀparcin kaiì gennhqeiìj e)k patro/j, gennhqh=nai kaiì kata\ sa/rka e)k gunaiko/j, ou)x w¨j th=j qei¿aj au)tou= fu/sewj a)rxh\n tou= eiånai labou/shj e)n th=i a(gi¿ai parqe/nwi ouÃte mh\n dehqei¿shj a)nagkai¿wj di' e(auth\n deute/raj gennh/sewj meta\ th\n e)k patro/j (eÃstin ga\r ei¹kaiÍo/n te o(mou= kaiì a)maqe\j to\n u(pa/rxonta pro\ panto\j ai¹w½noj kaiì sunai¿dion tw½i patriì deiÍsqai le/gein a)rxh=j th=j ei¹j to\ eiånai deute/rajŸ.

ou) ga\r prw½ton aÃnqrwpoj e)gennh/qh koino\j e)k th=j a(gi¿aj parqe/nou, eiåq' ouÀtwj katapefoi¿thken e)p' au)to\n o( lo/goj, a)ll' e)c au)th=j mh/traj e(nwqeiìj u(pomeiÍnai le/getai ge/nnhsin sarkikh/n, w¨j th=j i¹di¿aj sarko\j th\n ge/nnhsin oi¹keiou/menoj. ouÀtw fame\n au)to\n kaiì paqeiÍn kaiì a)nasth=nai, ou)x w¨j tou= qeou= lo/gou paqo/ntoj ei¹j i¹di¿an fu/sin hÄ plhga\j hÄ diatrh/seij hÀlwn hÄ gou=n ta\ eÀtera tw½n trauma/twn (a)paqe\j ga\r to\ qeiÍon, oÀti kaiì a)sw¯maton, e)peidh\ de\ to\ gegono\j au)tou= iãdion sw½ma pe/ponqen tau=ta, pa/lin au)to\j le/getai paqeiÍn u(pe\r h(mw½n: hÅn ga\r o( a)paqh\j e)n tw½i pa/sxonti sw¯mati.

16 Del mismo modo pensamos respecto a su muerte. Pues el Logos de Dios es por naturaleza inmortal, incorruptible, vivo y vivificante. Pero como además, por la gracia de Dios, tiene su propio cuerpo, como afirma San Pablo (Heb 2,9), se dice que sufrió la muerte para bien de todos nosotros. No que Él experimenta la muerte en lo que atañe a su propia naturaleza (sería locura decirlo o pensarlo), sino porque, como he dicho hace poco, su carne ha gustado la muerte. Así también, habiendo resucitado su carne, se habla de la resurrección del Logos, no porque el Logos haya sufrido la corrupción, sino, una vez más, porque su cuerpo ha resucitado. Así confesamos un solo Cristo y un solo Señor, no adorando un hombre con el Logos, para no introducir la imagen de una división diciendo «con»; sino que adoramos a Uno solo y el mismo, porque el cuerpo del Logos no le es extraño, y con él se sienta ahora con el Padre: No son dos Hijos los que se sientan con el Padre, sino uno solo a causa de la unión con su propia carne. Pero si rechazamos como incomprensible o indecorosa la unión según la hipóstasis, estamos abocados a hablar de dos Hijos; pues es necesario separar y hablar distintamente del hombre que ha sido honrado con la apelación de Hijo y del Logos de Dios que posee naturalmente el nombre y la realidad de la filiación. Ciertamente no es necesario separar en dos Hijos al único Señor Jesucristo. No serviría de ningún modo a la doctrina ortodoxa de la fe considerar [las cosas] así, aunque algunos hablen de la unión de prosópon.

kata\ to\n iãson de\ tro/pon kaiì e)piì tou= teqna/nai noou=men. a)qa/natoj me\n ga\r kata\ fu/sin kaiì aÃfqartoj kaiì zwh\ kaiì zwopoio/j e)stin o( tou= qeou= lo/goj: e)peidh\ de\ pa/lin to\ iãdion au)tou= sw½ma xa/riti qeou=, kaqa/ fhsin o( Pau=loj, u(pe\r panto\j e)geu/sato qana/tou, le/getai paqeiÍn au)to\j to\n u(pe\r h(mw½n qa/naton, ou)x w¨j ei¹j peiÍran e)lqwÜn tou= qana/tou to/ ge hÂkon ei¹j th\n au)tou= fu/sin (a)poplhci¿a ga\r tou=to le/gein hÄ froneiÍn), a)ll' oÀti, kaqa/per eÃfhn a)rti¿wj, h( sa\rc au)tou= e)geu/sato qana/tou. ouÀtw kaiì e)ghgerme/nhj au)tou= th=j sarko/j, pa/lin h( a)na/stasij au)tou= le/getai, ou)x w¨j peso/ntoj ei¹j fqora/n, mh\ ge/noito, a)ll' oÀti to\ au)tou= pa/lin e)gh/gertai sw½ma. OuÀtw Xristo\n eÀna kaiì ku/rion o(mologh/somen, ou)x w¨j aÃnqrwpon sumproskunou=ntej tw½i lo/gwi, iàna mh\ tomh=j fantasi¿a pareiskri¿nhtai dia\ tou= le/gein to\ ÖsÖuÖn, a)ll' w¨j eÀna kaiì to\n au)to\n proskunou=ntej, oÀti mh\ a)llo/trion tou= lo/gou to\ sw½ma au)tou=, meq' ou kaiì au)tw½i sunedreu/ei tw½i patri¿, ou)x w¨j du/o pa/lin sunedreuo/ntwn ui¸w½n, a)ll' w¨j e(no\j kaq' eÀnwsin meta\ th=j i¹di¿aj sarko/j. e)a\n de\ th\n kaq' u(po/stasin eÀnwsin hÄ w¨j a)ne/fikton hÄ w¨j a)kallh= paraitw¯meqa, e)mpi¿ptomen ei¹j to\ du/o le/gein ui¸ou/j: a)na/gkh ga\r pa=sa diori¿sai kaiì ei¹peiÍn to\n me\n aÃnqrwpon i¹dikw½j th=i tou= ui¸ou= klh/sei tetimhme/non, i¹dikw½j de\ pa/lin to\n e)k qeou= lo/gon ui¸o/thtoj oÃnoma/ te kaiì xrh=ma eÃxonta fusikw½j. ou) diairete/on toigarou=n ei¹j ui¸ou\j du/o to\n eÀna ku/rion ¹Ihsou=n Xristo/n. o)nh/sei de\ kat' ou)de/na tro/pon to\n o)rqo\n th=j pi¿stewj lo/gon ei¹j to\ ouÀtwj eÃxein, kaÄn ei¹ prosw¯pwn eÀnwsin e)pifhmi¿zwsi tine/j. ou) ga\r eiãrhken h( grafh\ oÀti o( lo/goj

17 Porque la Escritura no dice que el Logos a)nqrw¯pou pro/swpon hÀnwsen e(autw½i, se ha unido el prosópon de un hombre, a)ll' oÀti ge/gone sa/rc. sino que Él se ha hecho carne. Y decir que el Logos se ha hecho carne, to\ de\ sa/rka gene/sqai to\n lo/gon ou)de\n no quiere decir sino esto: Él ha eÀtero/n e)stin ei¹ mh\ oÀti paraplhsi¿wj participado como nosotros de la carne y h(miÍn mete/sxen aiàmatoj kaiì sarko\j iãdio/n de la sangre (Heb 2,14); Él ha hecho te sw½ma to\ h(mw½n e)poih/sato kaiì suyo nuestro cuerpo y vino al mundo proh=lqen aÃnqrwpoj e)k gunaiko/j, ou)k como hombre nacido de mujer; Él no ha a)pobeblhkwÜj to\ eiånai qeo\j kaiì to\ e)k abandonado su ser divino, ni su qeou= gennhqh=nai patro/j, a)lla\ kaiì e)n generación del Dios Padre, sino que, proslh/yei sarko\j memenhkwÜj oÀper hÅn. asumiendo una carne, permaneció como era. He aquí lo que enseña en todo lugar la fe precisa; así lo encontraremos en la enseñanza de los Santos Padres. De esta manera [ellos] no vacilaron en llamar Madre de Dios a la Santa Virgen, no porque la naturaleza del Logos o su divinidad haya tomado de la Santa Virgen el principio de su existencia, sino porque, nacido de ella el santo cuerpo animado de alma racional a la que el Logos se unió según la hipóstasis, se dice que el Logos ha sido engendrado según la carne. Esto escribo movido por la caridad de Cristo; yo te exhorto como a un hermano y te conjuro delante de Cristo y de los ángeles elegidos a pensar y enseñar esto con nosotros, para que la paz de las Iglesias sea salvada y a fin de que los lazos de la concordia y de la caridad queden intactos entre los sacerdotes de Dios. Saluda a los hermanos que se encuentran cerca de ti. Los que están con nosotros te saludan en Cristo. Nestorio, II carta a Cirilo 12 Nestorio a su colega, el Religiosísimo y Reverendísimo Cirilo, salud en el Señor. Omito las injurias de tu desconcertante carta hacia mí: ellas exigen la paciencia de un médico y los mismos hechos responderán en el momento oportuno. Intentaré exponer brevemente, lo que no se puede callar sin incurrir en grave peligro, en la medida de mis fuerzas, sin extenderme en largos discursos, por no causarte náuseas con un prolijo discurso obscuro e indigesto. Comenzaré por citar literalmente las palabras muy sabias de Tu Caridad. ¿Cuál es el tenor de la doctrina admirable de tu carta? «El santo y gran concilio dice que es el mismo Hijo único engendrado de Dios Padre según la naturaleza, verdadero Dios de verdadero Dios, luz de luz, por quien el Padre hizo todo, el cual descendió, se hizo carne, se hizo hombre, padeció y resucitó…». ACO I,I,1, pp. 29-30. La carta es del 15 de Junio de 430. La traducción es la de P.-Th. Camelot, Éfeso y Calcedonia, pp. 206-210, con modificaciones. 12

18 Estas son las palabras de Tu Piedad; tal vez las reconozcas como tuyas. Escucha también las nuestras: es una exhortación fraternal sobre la verdadera religión, la que el gran Pablo ponía como testimonio, dirigiéndose a su querido Timoteo: «Dedícate a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza. Haciéndolo así te salvarás tú mismo y tus oyentes» (1Tim 4,13). ¿Qué quiere decir 'dedícate'? Que habiendo leído superficialmente la tradición de los santos, has incurrido en una ignorancia excusable: has creído que decían que el Logos coeterno al Padre es pasible. Examina, si te parece con más exactitud, las palabras y encontrarás que el divino coro de los Padres no ha dicho que la divinidad consubstancial es pasible, ni proclaman nacido al coeterno al Padre (ou)de\ pro/sfaton gennhth\n th\n tw½i patriì sunai¿dion), ni que el que ha resucitado su templo destruido, ha sido resucitado (ou)de\ a)nasta=san th\n to\n lelume/non nao\n a)nasth/sasan). Si prestas oído a los consejos de un médico fraternal, te ofreceré las palabras de los santos Padres y te apartaré de los errores que profesas contra ellos mismos y contra las divinas Escrituras. Dicen: Creo en un solo Señor Jesucristo, su único Hijo. Examina cómo los Padres ponen desde el principio como fundamento las palabras: Jesús, Cristo, único engendrado. Hijo, nombres comunes a la dignidad y a la humanidad, y cómo construyen el edificio de la tradición de la hominización, la resurrección y la pasión (th\n th=j e)nanqrwph/sewj kaiì th=j a)nasta/sewj kaiì tou= pa/qouj e)poikodomou=si para/dosin), para que, puestos los nombres que significan las propiedades de ambas naturalezas, no se separen las que pertenecen a la naturaleza de Hijo y de Señor, y no se corra el riesgo de hacer desaparecer las propiedades de cada naturaleza absorbiéndolas en la única filiación. Pues Pablo es maestro en esto: hablando de la hominización de la divinidad (th=j e)nanqrwph/sewj th=j qei¿aj) y debiendo añadir la pasión, primeramente pone la palabra Cristo, término común a las dos naturalezas, como dije más arriba, y continúa por las palabras que convienen a las dos naturalezas. ¿Pues qué dice? «Mantened en vosotros los sentimientos que estaban en Cristo Jesús, que existiendo en forma de Dios, no retuvo celosamente su igualdad con Dios», sino que, para no citar cada palabra del texto, «se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2,5-6). Cuando quiso hacer mención de la muerte, para no inducir a la suposición de que el Dios Logos es pasible, pone la palabra Cristo, como apelación que significa en un solo prosópon la substancia impasible y la substancia pasible (th=j a)paqou=j kaiì paqhth=j ou)si¿aj e)n monadikw½i prosw¯pwi), para poder llamar sin peligro al Cristo impasible y pasible, impasible en la divinidad, pasible en la naturaleza del cuerpo (a)paqh\j me\n qeo/thti, paqhto\j de\ th=i tou= sw¯matoj fu/sei). Podría decir muchas cosas a este respecto, y en primer lugar que los Santos Padres no hablan, respecto a la economía, de nacimiento, sino de hominización (a)ll' e)nanqrwph/sewj); pero me doy cuenta que la brevedad que he prometido en mi exordio frena mi discurso, y me lleva al segundo capítulo de Tu Caridad. En él yo alabo la separación (diai¿resin) de naturalezas por razón de la humanidad y

19 divinidad, y en su unión en un solo prosópon (kaiì th\n tou/twn ei¹j e(no\j prosw¯pou suna/feian), y también lo que dices, que el Logos no ha tenido necesidad de un segundo nacimiento de mujer y que confiesas que la divinidad es impasible. Verdaderamente todo esto es ortodoxo y contrario a las opiniones falsas de las herejías sobre las dos naturalezas del Señor. Si lo que sigue conduce a una sabiduría oculta, incomprensible a los oídos del lector, es propio de su exactitud el saberlo; a mí me parece contradecir lo que precede. Pues quien primeramente ha sido proclamado como impasible e incapaz de un segundo nacimiento, luego, no sé cómo, es propuesto pasible y creado de nuevo (to\n ga\r e)n toiÍj prw¯toij a)paqh= khruxqe/nta kaiì deute/raj gennh/sewj aÃdekton pa/lin paqhto\n kaiì neo/ktiston ou)k oiåd' oÀpwj ei¹sh=gen), como si las [propiedades] que pertenecen al Dios Logos, por naturaleza, hubieran sido destruidos por la unión con el templo (w¨j tw½n kata\ fu/sin tw½i qew½i lo/gwi proso/ntwn th=i tou= naou= sunafei¿ai diefqarme/nwn); o que parezca poco a los hombres que el templo libre de pecado, e inseparable de la naturaleza divina, se haya sometido al nacimiento y a la muerte por los pecadores; o que no fuera necesario creer a la voz del Señor que dice a los judíos: «Destruid este templo, y lo reedificaré en tres días» (Jn 2,19), y no: «Destruid mi divinidad y será reedificada en tres días» (ou): lu/sate/ mou th\n qeo/thta kaiì e)n trisiìn h(me/raij e)gerqh/setai). Quisiera extenderme más sobre este punto, pero me detengo por el recuerdo de mi promesa; es necesario hablar, pero con brevedad. En todas partes donde las divinas Escrituras hacen mención de la economía del Señor, éstas atribuyen el nacimiento y el sufrimiento no a la divinidad sino a la humanidad de Cristo (ge/nnhsij h(miÍn kaiì pa/qoj ou) th=j qeo/thtoj, a)lla\ th=j a)nqrwpo/thtoj tou= Xristou= paradi¿dotai), de modo que para hablar con más exactitud (kata\ a)kribeste/ran) debemos llamar a la santa Virgen Christotókos y no Theotókos. Presta atención al Evangelio que dice: «Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1,1). Es evidente que el Dios Logos no era hijo de David. Escucha, si quieres, otro testimonio: «Jacob engendró a José, esposo de María, de la que nación Jesús, llamado Cristo» (Mt 1,18). Atiende otra palabra que nos atestigua: «He aquí la generación de Jesucristo. Estando María su madre desposada con José, se encontró que había concebido por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18). ¿Quién podría suponer que la divinidad del Unigénito es una criatura del Espíritu Santo? Y ¿qué quiere decir «La Madre de Jesús estaba allí» (Jn 2,1)? Y «con María la Madre de Jesús» (Hechos 1,14). Y «lo que nació de ella es del Espíritu Santo»? (Mt 1,20). Y «coge al niño y huye a Egipto» (Mt 2,13) Y: «respecto a su Hijo que nació de la estirpe de David según la carne» (Rm 1,3). Y respecto a su pasión: «Dios envió a su Hijo en la semejanza de una carne de pecado y por causa del pecado condenó el pecado en su carne» (Rm 8,3). Y: «Cristo ha muerto por nuestros pecados» (1Cor 5,3) Y: «Cristo ha sufrido en su carne» (1Pe 4,1). Y, «esto es», no mi Divinidad, sino «mi cuerpo partido por vosotros» (1Cor 11,24). Otras mil palabras atestiguan al género humano que no es necesario pensar que la divinidad del Hijo ha nacido o que es capaz de sufrimientos corporales, sino la

20 carne unida a la naturaleza de la divinidad (a)lla\ th\n sunhmme/nhn th=i fu/sei th=j qeo/thtoj sa/rka). Por esto Cristo se llama a sí mismo Señor de David e Hijo suyo. Pregunta: «¿Qué os parece acerca de Cristo? ¿De quién es Hijo? Le responden de David. Y Jesús le replica: ¿Cómo David, hablando inspirado, le llama Señor, diciendo: El Señor dijo a mi Señor, siéntate a mi derecha?» (Mt 22,42.44). Porque según la carne es totalmente Hijo de David, pero según la divinidad, [su] Señor (w¨j ui¸o\j wÔn pa/ntwj tou= Dauiìd kata\ sa/rka, kata\ de\ th\n qeo/thta ku/rioj). Es recto y conforme a la tradición evangélica confesar que el cuerpo es el templo de la divinidad del Hijo, templo unido por una cierta divina y suprema unión (tina\ kaiì qei¿an h(nwme/non suna/feian), de modo que la naturaleza de la divinidad se apropia lo que pertenece a este [templo]. Pero, con el pretexto de esta apropiación, atribuirle [al Logos] las propiedades de la carne que le está unida (ta\j th=j sunhmme/nhj sarko\j i¹dio/thtaj), por ejemplo el nacimiento, el sufrimiento y la muerte, es, querido hermano, tener un espíritu contaminado con los errores de los Griegos, o con la locura de Apolinar, de Arrio, o de otros herejes, o de alguna enfermedad más grave todavía. Pues es necesario que los que se dejan fascinar por el nombre «apropiación» (oi¹keio/thj), digan que el Logos ha sido amamantado por la apropiación, que él ha crecido, y que en el momento de la pasión tuvo miedo y necesitó del auxilio del ángel. Paso por alto la circuncisión, el sacrificio, el sudor, el hambre; todo lo que ha sufrido en la carne que le ha sido unida es digno de adoración, pero atribuirlo a la divinidad es una mentira y nos haría, con razón, autores de calumnia. Tal es la tradición de los Santos Padres, tales son las enseñanzas de las divinas Escrituras; en este sentido habla la teología de la filantropía de Dios y de su autoridad: «Medita estas cosas, entrégate a ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos», dice San Pablo (1Tim 4,15). Haces bien en tener cuidado de los que han sido escandalizados, y doy gracias a tu alma que cuida de las cosas de Dios y vela por nuestros intereses. Sábete que te has dejado inducir a error por los que han sido condenados por el santo sínodo como maniqueos o por clérigos que comparten tus opiniones. Pues las cosas de la Iglesia aumentan de día en día y por la gracia de Cristo los pueblos progresan de tal modo que los que contemplan su magnitud gritan con el profeta: «La tierra está llena de conocimiento del Señor, como el mar está cubierto por las abundantes aguas» (Is 11,9). Los emperadores se regocijan con suma alegría viendo el resplandor de los dogmas. Y para decirlo en una palabra, se podría ver que se ha cumplido entre nosotros, respecto de todas las herejías enemigas de Dios y de la ortodoxia de la Iglesia, la palabra de la Escritura: «La casa de Saúl se iba debilitando y la casa de David se iba fortificando» (2Sam 3,1). Con todos los que están conmigo saludo vivamente a todos los hermanos que están contigo en Cristo. Pórtate bien y reza por nosotros, Señor, muy honrado y piadoso.

Related Documents

Apolinar Nestorio Y Cirilo
February 2021 0
R Y
February 2021 5
Cefalea Y
January 2021 3

More Documents from "greysi torres"