Doctrina Cristiana

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DOCTR I N A CRISTI ANA EN QUE ESTÁ COMPREND IDA TODA LA INFORMACIÓN QUE PERTE N ECE A L HOMBRE QUE QU IERE SE RVIR A D IOS

CONSTANTINO PONCE DE LA FUENTE Edición crítica. Actu alizac ión del t exto o riginal, notas y apénd ices de David Estrada H errero El t ext o de

Doctrina cristiana que hem os uti lizado pa ra est a ed ició n crít ica

es del eje m plar que se guarda en la Biblioteca Naciona l d e Mad rid, y que pe rtenec ió a la co lección de Lu is Usoz y Río . N o hemos pod ido loca liza r ningú n otro ej em p lar de las ediciones originales de est a obra.

-

fSE.-:.

~ editorial die

CONTENIDO PORTADA PORTADA INTERIOR ESBOZO BIOGRÁFICO Y DOCTRINAL DEL DR. CONSTANTINO DE LA FUENTE AP-unte biográfico ExP-ansión de la Reforma en Es12aña Instauración de un régimen de terror AP-resam iento y_ muerte de Constantino El

luteranismo de Constantino

El

'erasmismo' de Constantino

Constantino y_ sus escritos ¿La última obra de Constantino? Estilo y_ lenguaj~ Bibliografía ,

PARTE PRIMERA. DE LOS ARTICULOS DE LA FE

A LA S.C.C.M. DEL INVICTÍSIMO EMPERADOR CARLOS QUINTO DE ESTE NOMBRE: REY DE ESPAÑA, DE NÁPOLES Y DE SICILIA,

& C. S.C.C.M.

PREFACIO AL LIBRO DE DOCTRINA CRISTIANA Ca12ítulo

1.

DEL CONOCIMIENTO QUE DEBE TENER EL HOMBRE PARA

CON DIOS Y PARA CONSIGO MISMO Ca12ítulo

2.

DEL CONOCIMIENTO DE DIOS Y DEL HOMBRE POR LA OBRA

DE LA CREACIÓN Ca12ítulo 3. EL ORIGEN DEL PECADO EN EL MUNDO Y LA CORRUPCIÓN DE LA NATURALEZA HUMANA Ca12ítulo A· DE CÓMO EL PECADO TUVO ORIGEN Y ENTRADA EN EL MUNDO POR EL PRINCIPAL ÁNGEL Ca12ítulo 5. DE LA PENA Y OBSTINACIÓN DEL PRIMER ÁNGEL Y SUS COMPAÑEROS Ca12ítulo 6. PROSIGUE EL CONOCIMIENTO DE DIOS POR PARTE DEL HOMBRE Ca12ítulo 7.. DE LA FORMACIÓN DEL HOMBRE Y DEL ESTADO EN QUE FU E CREADO Ca12ítulo 8. DEL ESTADO DE INOCENCIA DE NUESTROS PRIMEROS PADRES Ca12ítulo 9. DEL PRIMER PECADO Y DE SUS CONSECUENCIAS EN EL HOMBRE Ca12ítulo 10. LOS EFECTOS QUE LA CONCIENCIA DE PECADO OBRARON EN NUESTROS PRIMEROS PADRES Ca12ítulo

11.

DE LA MALDICIÓN QUE DIO EL SEÑOR AL DEMONIO, Y DEL

MISTERIO Y AVISO QUE EN ELLA SE ENCIERRA Ca12ítulo 12. DEL ESTADO DE MALDICIÓN Y DE MISERIA QUE ACARREÓ EL PECADO Ca12ítulo 13. LA HERENCIA DEL PECADO ORIGINAL Y LA JUSTICIA DE DIOS Ca12ítulo 161,. DEL CONSEJO Y DE LA VOLUNTAD DE DIOS EN EL REMEDIO

DEL HOMBRE Ca12ítulo 15. LA VICTORIA DE CRISTO ANUNCIADA DESDE EL PRINCIPIO DEL MUNDO Ca12ítulo 16. DE LA SALIDA Y DESTIERRO DE NUESTROS PRIMEROS PADRES DEL PARAÍSO Ca12ítulo 17.. DE LAS ENSEÑANZAS QUE NUESTROS PADRES SACARON CUANDO SALIERON DEL PARAÍSO Ca12ítulo 18. DE CÓMO LA DIFERENCIA ENTRE BUENOS Y MALOS COMENZÓ A MANIFESTARSE EN CAÍN Y ABEL Ca12ítulo 19. PROSIGUE LA DIFERENCIA ENTRE LOS BUENOS Y LOS MALOS Ca12ítulo 20. DE LA IRA QUE DESDE EL PRINCIPIO MOSTRÓ DIOS CONTRA EL PECADO Ca12ítulo 21. DEL DILUVIO QUE VINO SOBRE LA TIERRA EN LOS DÍAS DE NOÉ Ca12ítulo 22. DE LO QUE SUCEDIÓ DESPUÉS DEL DILUVIO Ca12ítulo 23. DE LAS TIRANÍAS E IDOLATRÍAS QUE ASOLARON LA TI ERRA Y SU CASTIGO Ca12ítulo 24. COMO ABRAHAM FUE ELEGIDO Y SACADO DE SU TIERRA Ca12ítulo 25. ESTANCIA DEL PUEBLO DE DIOS EN EGIPTO Y SU POSTERIOR LIBERACIÓN Ca12ítulo 26. PROMULGACIÓN DE LA LEY EN EL MONTE SINAÍ Ca12ítulo 27.. DE LA DIVISIÓN DE LA LEY QUE SE DIO EN EL MONTE

Ca12ítulo 28. LA SUMA DE LOS MANDAMIENTOS Y SU SIGNIFICADO Ca12ítulo 29. ISRAEL EN TIEMPOS DE LA VENIDA DEL HI JO DE DIOS

-

,

SI M BOLOS: LA ENSENANZA DOCTRINAL DE LA IGLESIA PRIMITIVA

Ca12ítulo 30. LOS SÍMBOLOS DE LA FE EN LA ENSEÑANZA DOCTRINAL DE LA IGLESIA PRIMITIVA Ca12ítulo 31. LOS TRES SÍMBOLOS DE LA IGLESIA ,

,

DEL PRIMER ARTICULO DEL CREDO APOSTOLICO

Ca12ítulo 32. SOBRE LA PALABRA 'CR EO' DEL PRIMER ARTÍCULO DEL SÍMBOLO APOSTÓLICO Ca12ítulo 33. DEL AUTOR Y DEL ORIGEN DE NUESTRA FE. DE LA EXISTENCIA DE DOS TIPOS DE FE Ca12ítulo 34. SOBRE LA SEGUNDA PALABRA DEL PRIMER ARTÍCULO QUE TRATA DE LA NATURALEZA DEL SER DE DIOS Ca12ítulo 35. MÁS SOBRE EL CONOCIMIENTO DE DIOS Ca12ítulo 36. DE LA UNICIDAD DEL SER DE D IOS Ca12ítulo 37.. DE LA TRINIDAD DE LAS DIVINAS PERSONAS EN U NA SOLA DIVIN IDAD Ca12ítulo 38. DE LA CONFORMIDAD Y CONCORDIA DE LOS TRES SÍMBOLOS Ca12ítulo 39. DEL FRUTO DE ESTA DOCTRINA PARA LA VERDADERA INVOCACIÓN Ca12ítulo 40. SIGNIFICADO DE LA PALABRA "TODOPODEROSO"

Ca12ítul o .41. EXPOSICIÓN DE LAS PALABRAS: " CREADOR DEL CIELO Y DE LA TI ERRA" Salto de cap ítul os debido a una errata del t ext o original que se ha querido con servar por motivos de deferencia. Ca12ítul o 4.4. DEL CIELO Y DE LAS CRIATURAS QUE EN ÉL HAY Ca12ítul o 45. ENSEÑANZAS QUE SE INFIEREN DE ESTE PRIMER ARTÍCULO Ca12ítul o .46. TERCERA CONSIDERACIÓN QUE SE INFIERE DE ESTE PRIMER ARTÍCULO Ca12ítul o .47.. VANIDAD DE LOS ARGUMENTOS DE LOS QUE CENSURAN LA DIVINA PROVIDENCIA Ca12ítul o 48. RESPUESTA A LOS ARGUMENTOS DE LA VANA SABIDURÍA Ca12ítul o .49. CUARTA CONSIDERACIÓN SOBRE EL PRIMER ARTÍCULO DE LA FE Ca12ítul o 50. QUINTA CONSIDERACIÓN SOBRE EL PRIMER ARTÍCULO DE LA FE Ca12ítul o 51. LOS QUE CUMPLEN Y LOS QUE NO CUMPLEN ESTE PRIMER ARTÍCULO ,

DEL SECUNDO ARTICULO DE LA FE

Ca12ítul o 52. DEL SEGUNDO ARTÍCULO DE LA FE Ca12ítul o 53. NECESARIO ERA QUE EL HIJO DE DIOS VINIESE A SALVARNOS Ca12ítul o 5.4. EL SIGNIFICADO DEL NOMBRE JESÚS DADO A NUESTRO

REDENTOR Ca12ítulo 55. SIGNIFICACIÓN DE LA SEGUNDA PARTE DEL NOMBRE DEL REDENTOR: CRISTO Ca12ítulo 56. TERCERA CONSIDERACIÓN SOBRE EL NOMBRE DE CRISTO Ca12ítulo 57.. SOBRE LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE ESTE ARTÍCU LO: "ÚNICO !:!.!JO DE DIOS, SEÑOR NUESTRO" ,

EL TERCER ARTICULO DE LA FE

Ca12ítulo 58. EL TERCER ARTÍCULO DE LA CONFESIÓN DE FE Ca12ítulo 59. EL CONSEJO DIVINO EN LA RESTAURACIÓN DEL LINAJE HUMANO Ca12ítulo 60. LA RAZÓN POR LA CUAL SE RETRASÓ LA VENIDA DEL REDENTOR Ca12ítulo 61. MÁS CONSIDERACIONES SOBRE EL TERCER ARTÍCULO ,

EL CUARTO ARTICULO DE LA FE

Ca12ítulo 62. EL CUARTO ARTÍCULO DE LA FE Ca12ítulo 63. EL PROPÓSITO DE DIOS EN LA MUERTE DE SU HIJO Ca12ítulo 6A. 1. CONSIDERACIONES IMPORTANTES SOBRE LA MUERTE DEL REDENTOR Ca12ítulo 65. 2. CONSIDERACIONES IMPORTANTES SOBRE LA MUERTE DEL REDENTOR Ca12ítulo 66. 3. CONSIDERACIONES IMPORTANTES SOBRE LA MUERTE DEL REDENTOR

Ca12ítulo 67.. LA CONFIADA RESPUESTA DEL CREYENTE A ESTE GRAN ARTÍCULO DE SU FE ,

EL QUINTO ARTICULO DE LA FE

Ca12ítulo 68. EL QUINTO ARTÍCULO DE LA FE Ca12ítulo 69. DE LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO Ca12ítulo

7.0.

CONSIDERACIONES

IMPORTANTES

SOBRE

LA

RESU-

RRECCIÓN DEL REDENTOR ,

EL SEXTO ARTICULO DE LA FE

Ca12ítulo 7.1. EL SEXTO ARTÍCULO DE LA FE Ca12ítulo 7.2. SEGUNDA CONSIDERACIÓN IMPORTANTE SOBRE EL SEXTO ARTÍCULO DE LA FE ,

,

EL SEPTIMO ARTICULO DE LA FE

Ca12ítulo 7.3. EL SÉPTIMO ARTÍCULO DE LA FE Ca12ítulo 7.A• DEL MODO COMO HEMOS DE SER JUZGADOS ,

EL OCTAVO ARTICULO DE LA FE

Ca12ítulo 7.5. EL OCTAVO ARTÍCULO DE LA FE Ca12ítulo 7.6. LOS DON ES DEL ESPÍRITU SANTO ,

EL NOVENO ARTICULO DE LA FE

Ca12ítulo 7.7.. EL NOVENO ARTÍCULO DE LA FE Ca12ítulo 7.8. EL SIGNIFICADO DE LA PALABRA ' IGLESIA'

Ca12ítulo 7.9. LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS ,

,

EL DECIMO ARTICULO DE LA FE

Ca12ítulo 80. EL DÉCIMO ARTÍCULO DE LA FE Ca12ítulo 81. CONSEJOS IMPORTANTES QUE SE DERIVAN DEL DÉCIMO ARTÍCULO ,

,

EL UNDECIMO ARTICULO DE LA FE

Ca12ítulo 82. EL UNDÉCIMO ARTÍCULO DE LA FE Ca12ítulo 83. PRUEBAS BÍBLICAS DE ESTE ARTÍCULO DE LA CONFESIÓN Ca12ítulo 84. ASPECTOS Y CONDICIONES DE LA RESURRECCIÓN Ca12ítulo 85. MÁS CONSIDERACIONES SOBRE LA RESURRECCIÓN ,

,

,

EL DUODECIMO Y ULTIMO ARTICULO DE LA FE

Ca12ítulo 86. EL DUODÉCIMO Y ÚLTIMO ARTÍCULO DE LA FE Ca12ítulo 87.. CÓMO LLEGA EL CRISTIANO A CONOCER SU ESTADO FUTU RO Ca12ítulo 88. CÓMO SE CONSIGUE LA VIDA ETERNA ,

,

RECAPITULACION Y SUMA DE LOS DOCE ARTICULOS

Ca12ítulo 89. RECAPITULACIÓN Y SUMA DE LOS DOCE ARTÍCULOS DE LA FE Ca12ítulo 90. LA SUMA DE NUESTRA CONFESIÓN DE FE SIGNIFICADO DE LA PALABRA 'AMÉN'

Ca12ítulo 91. SIGNIFICADO DE LA PALABRA 'AMÉN' TESTI MON 10S GEN ERALES EN FAVOR DEL CRISTIANISMO

Ca12ítulo 92. TESTIMONIOS GENERALES EN FAVOR DEL CRISTIANISMO Ca12ítulo 93. TESTIMONIOS DE ANTIGÜEDAD Y DE PROVIDENCIA Ca12ítulo 9.4. TESTIMONIO PROFÉTICO Ca12ítulo 9.5. TESTIMONIO DE LOS DOS TESTAMENTOS: EL ANTIGUO Y EL NUEVO

Ca12ítulo 96. TESTI MON 10 DE CRISTO (l). Ca12ítulo 97.. TESTI MON 10 DE CRISTO (6 ). Ca12ítulo 98. TESTIMONIO DE CRISTO (3). Ca12ítulo 9.9· TESTI MON 10 DOCTRINAL DE CRISTO (1). Ca12ítulo 100. TESTI MON 10 DOCTRINAL DE CRISTO (6). Ca12ítulo 101. FALSAS ACUSACIONES CONTRA LA DOCTRINA DE CRISTO Ca12ítulo 102. MÁS SOBRE LA DOCTRINA DE CRISTO (3). Ca12ítulo 103. MÁS SOBRE LA DOCTRINA DE CRISTO (4). Ca12ítulo 104. MÁS SOBRE LA DOCTRINA DE CRISTO (5). Ca12ítulo 105. TESTI MON 10 DE LA VI DA DE CRISTO Ca12ítulo 106. TESTIMONIO DE LOS MISTERIOS DEL CRISTIANISMO Ca12ítulo 107.. TESTI MON 10 DE LOS MI LAG ROS DE I ESUCRISTO Ca12ítulo 108. FINES DE LA GRANDEZA DE LOS MILAGROS DE CRISTO Ca12ítulo 109. TESTI MON 10 DE LAS PROFECÍAS DE CRISTO Ca12ítulo

110.

TESTIMONIO DEL PADRE EN FAVOR DEL HIJO

Ca12ítulo

111.

DEL TESTIMONIO DE LA VICTORIA Y PROPAGACIÓN DEL

EVANGELIO Ca12ítulo

112.

TESTIMONIO DE LOS ENEMIGOS DEL CRISTIAN ISMO r

APEN DICES

LA AUTORIDAD DE LA BIBLIA LOS DOS CONOCIMIENTOS IMPRESCIND IBLES: EL DE DIOS Y EL DEL HOMBRE LA VOLUNTAD: ¿LIBRE O ESCLAVA? FEALDAD Y PECADO IGLES IA: CATÓLICA, PERO NO ROMANA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO SOTERIOLOG ÍA ¿Universa li smo soterio lógico? LOS TRES SÍMBOLOS ECUMÉNICOS DE LA IGLESIA El Símbolo AP..ostólico El Símbolo Niceno El Símbolo Atanasiano Versión latina de los tres Símbolos: SACRAMENTOS EL DESCENSO DE CRISTO A LOS INFIERNOS APLACAMIENTO DE LA IRA DE DIOS N ICODEM ISMO

,

UNIVERSALISMO RELIG I OSO Y CULTURAL DEL PUEBLO IUD I O

DICCIONARIO CR ÉDITOS

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DOCTR INA CHR.!STrANA,EN QYE UTA COMPR.l!.H&NO[DA t'OOA

J.¡ informJcion que pertenece

al hombre que quiere fcruir a Dios.

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ESBOZO BIOGRAFICO Y DOCTRINAL DEL DR. CONSTANTINO DE LA FUENTE

[1} Constantino Po nce de la Fuente[6] ha sido unos de los grandes predi cadores de la Iglesia cri stiana y de la reforma eva ngélica españo la del siglo XVI en particu lar. Durant e un t iempo los m uros de la Catedra l de Sevilla t emb laron

y fueron testigos de su poderosa orat oria bíblica. Ta l era su fama y segu im iento, que "cuando t en ía q ue pred icar, y predicaba por lo genera l a las ocho, la concurrencia de la gente era ta n grande q ue a las cuatro de la madrugada, mu chas veces incl uso a las tres , ape nas se enco ntra ba en el t emp lo un sitio cómodo para oírlo." [3]A j uicio de Marce! Bataillo n, el Dr. Constanti no de la Fuente " fue la persona lidad más vigorosa q ue d ieron los conversos a la Igles ia de España y fue, sin d i sput a, el pred icador más cé lebre de España." [4]

Apunte biográfico La información biográfi ca que hasta la fecha nos ha llegado sobre Juan de Va ldés, Cas iodo ro de Reina , Cipriano de Va lera, Pérez de Pi neda, Antonio del Corro y de otros reformadores espa ño les es muy inferior a la q ue poseemos de Consta nt ino Po nce de la Fuen t e. La biografía de Co nstanti no registra sorprendentes pa ralelos con la de Juan de Va ldés, otro de los grandes reform ist as espa ñoles del siglo XVI. Ambos fueron

co nqu enses, de fa m ilia j udía

conversa ,[5] estud iantes de A lca lá, extraordi narios aut odidactas, grandes bi blistas, y reconocidos maestros de la lengua caste ll ana. Constanti no nació hacia , 502 en la vi lla manchega de San Clemente, en la provincia de Cuenca. Estudió en la Un iversidad Comp lu t ense de A lca lá de Henares, aunque en los registros de la Un ivers idad no aparece su nombre - om isió n pos iblemente m otivada por su asce ndencia fam iliar j udía - .La f uente princ ipa l de inform ación sobre Co nstanti no nos la ofrece Rei naldo González Montes en la segunda parte de su obra Artes de la Santa Inquisición, en la que hace refe rencia a destacados líderes del reform ismo espa ño l - algu nos de los cua les, como a Const ant ino, llegó a co nocer persona lment e- .Si n el libro de Re inaldo, nues tros conocimientos de la Reforma en Sevilla y de sus máximos representantes serían rea lm ente pobres y fragm entarios. Ignoramos, si n embargo, q uién fue rea lm ente el aut or del famoso li bro. De su cé lebre ob ra podemos ded ucir q ue t uvo un co nocim iento muy directo de la prisió n inqu isit orial de Triana que le permitió conocer de primerísima mano las pe rversas artes del Santo Oficio y a

algunos de los reformados evangélicos allí encarce lados. Constantino no llegó a comp letar sus estudios de teo logía y filo logía bíblica en la Univers idad de Alca lá. En el vera no de 1533 se trasladó a Sevilla, ci udad en la que pasaría el resto de su vida y desarrollaría su fecundo minist erio de la Palabra, tanto púb lico - como canón igo pred icador de la Catedra l- , como a 'escondidas' ent re un nu meroso grupo de seguidores de la doctrina reformada . Su marcha de la Univers idad Compl utense muy posiblemente se debió a las disposiciones d iscrim inatorias de limpieza de sangre que se im plantaron en dicho ce ntro en el curso académico de 1532 a 1533. Las normas de

limpieza de sangre se debieron al cardenal Silíceo, arzobispo de Toledo, y en virtud de las m ismas los altos cargos y prebe ndas importantes quedaban reservados para los cristianos v1iejos.[6] Estas normas, sin embargo, no regía n todav ía en la Sevilla de aq uel entonces. Las inj ustas leyes de limpieza de sangre estuvieron siempre prese ntes en la memoria de Constantino. Los ' malos consejeros' del Salmo primero, que comenta en el Beatus v1ir, "con sus leyes inj usta escarnecen los linajes y baja fortuna de los otros ... y no perdona n de los muertos .. ." [7J Hay aquí una clara referencia a las leyes de limpieza del cardenal Si lício, q ue incluso ll egó a determi nar que en algunos casos se desenterraran y fueron profanados los sepulcros de antepasados muertos. Fue esta última práct ica la que motivó el rechazo de la ca nonj ía de Toledo que se le ofreció, pues según escribe Re inaldo, "Constantino no quería ningún cargo que t urbase el reposo de los huesos de sus padres y abuelos que descansaban ya sepult ados hacía muchos años." m]

No escapa a la at enc ión de los hist o riado res de la reforma es pañola el hecho de que la m ayo ría d e los acusados de heterodoxia por la Inqu isició n procedían del llamado extract o socia l de los cristianos nue11os. La co nvers ión forzada de j udíos y m oros al cato licismo creó una nueva cl ase de ci udada nos que, en no pocos casos , co nt inuaron profesando int erio rment e y de forma encubierta las creenc ias de sus m ayo res, o term inaron ab raza ndo cree ncias religiosas de carácter evangé lico reform ado. Mu chas f ueron las te nsiones de t odo t ipo que se o rigi naro n entre cristianos 11iejos y cristianos nue11os a ra íz de un cato licismo impuesto a la fue rza y de u na proced encia étn ica no acept ada. La lit eratu ra de los sig los XVI y XVII reg istra pu ntuales referenc ias a estas d iscri m inaciones soc iales y re ligiosas en el seno de la pob lac ión. Las pág inas del

Quijote, po r ejemp lo , no son ajenas a esta prob lem át ica. Reco rdemos al respecto el partic ular int erés que t iene Sancho en re ivi ndicar su condició n de cris-

tiano viejo, y la tota l indiferencia de Don Q uijot e por los distingos re ligiosos. No puede pasar ta m poco d esape rcibida la fi na iro nía d e Ce rvantes al afirmar que el m ejor sa lvoco nduct o para viajar po r España era el de poder exhibir un trozo magro u óseo de cerdo. [9.] Cervantes no t o m ó la postura del crist iano viejo como h izo, po r ej em plo, Q uevedo. Sobre la j uventud de Const ant ino la información qu e nos ha llegado es m ínima, au nqu e suficie nte para inferir que de joven su cond ucta no siem pre brilló en lo loable. Refie re Re inaldo q ue en las oposicio nes a la ca nonjía m agistra l de la Cated ral a las que optó Co nstanti no, su opo nente " le sacó a reluci r tod as las frivo lidad es de su juvent ud ," destacando q ue no había

contra ído m atrimonio antes de rec ibir el sacramento del orde n y que no hab ía sido orde nado en regla, n i había rec ibido en forma debida los grados de m agiste rio y doctorado.[10] Ignoramos cuánto de verdad había en esta list a de cargos y reproc hes, pero es significat ivo el hecho de qu e todas las ac usac iones f ueron ignoradas por el cabi ldo cated rali cio y el tri bunal exam inador. De todos m odos es evidente que su maravill oso y espirit ua l tratado Confesión

de un pecador no surg ió de un h istorial in m ac ulado de vida y q ue un buen last re de cu lpa habría para el arrepentim iento y la co ntrición. De todo su pasado borroso, escribe su biógrafo, se arrep intió Co nstanti no y ll egó a ser " un varón bene mérito po r su piedad." [ll] " Y por ser ta l perso na - corro bo raba el ca bildo cated rali cio de Sevill a- , el Seren ísimo y Cat ó lico Rey Felipe lo t uvo en su servicio, y se confesó con él."[J.l.] Una vez en la ciudad bét ica Co nsta nti no se m atriculó en el Colegio de Santa

María de jesús, fun d ado en 1505, y que más ta rde se conve rt iría en la Universid ad d e Sevilla. En d icho ce ntro obtuvo el doct o rado en teo logía en el año 1534. Poco después se inició como profesor de Sagradas Escritu ras en la Casa

de Doctrina, reconocido co leg io de n iños fundado por el Ayu nta m ient o de Sevilla, y que bajo el rectorado de Juan Pérez d e Pined a (1500-1567) se convert iría en influyente foco de doctrina evangé lica reformada. La Casa am p lió su ofert a docente crean do una cátedra pública de Sagrad a Escritu ra, qu e fue la que d ese m pe ñó el Dr. Const antino, im partiendo cursos bíblicos sob re "l os libros de Prollerbios, el Eclesiastés y el Cantar de los Cantares y, una vez exp licados éstos, con adm irab le erud ición, se ded icó al libro de Job, en cuya

int erpretación llegó hasta más allá de la m itad." [13] A la muerte del Dr. Juan Gi l, generalmente conocido como el Dr. Egi dio, predicador evangél ico de la cated ral -que mantuvo su cond ición de canón igo hasta su muerte , aun a pesa r de haber si do p rocesado y acusado de hereje-, Constantino fue elegido a ocupa r la vacant e dejada por su co lega y amigo. La elección no contó con el beneplácito del arzobispo Fernando de Valdés, implacable Inquisidor General del Santo Oficio, pero aun as í la candidatura de Constanti no era favorecida por el ca bildo en pleno y por un amplio sector de la pob lación. Pronto llegó la fama del p red icador Constantino a oídos de Carlos V, que no ta rdó en cursa r la correspondiente invitación al conque nse para que se incorporara a la corte como co nsejero espi ritual y orad or de la rea leza. Aceptado el honorífico requerim iento, en 1548 Constantino dejó Sevi lla para unirse a la corte del infante Felipe para acompañarle en un viaje de reencuentro co n su padre el Em perador por los Países Bajos y el sur de Alemania. De este viaje de Constantino acompañando al Príncipe Felipe, Juan Cristóbal Calvete de Estrella, cronist a oficial de la efemérides, nos dejó la siguiente semb lanza del conquense: " El doctor Const antino, muy gran filósofo y profundo t eólogo, y de los más seña lados hombres en el pú lp ito y en la elocuencia que ha habido de grandes t iempos acá, como lo muestran bien cla rame nt e las obras que ha escrito dignas de su ingen io. Po r la fiest a de Todos los Santos el pred icador en Caste ll ón hizo el oficio divino con gran so lem nidad, y pred icó t an

singularm ente como lo suele hacer siemp re el Doctor Const antino. Durant e la cuaresma el Príncipe pasó el t iempo en oír serm ones de los gra ndes que en la corte había, en especia l tres, los cua les era n: el Dr. Consta nti no, el Comisario Fray Bernardo de Fresnada y el Doctor Agustín de Caza lla, pred icador del Emperador, excelentísi m o teó logo y hombre de gran doctrina y eloc uencia." [l4] De los tres grandes predicadores mencionados, dos d e ellos iban a ser líderes del movim iento evangél ico reform ado en España: Consta nt ino y Cazall a. Sobre el Dr. Agust ín Cazal la, q ue t ermi naría en la hoguera d e la Inq uisic ión en Va llado lid, la breve se mblanza que nos da el cro nist a es tam bién sumam ente elogiosa. De la oratoria sagrad a de Co nstan t ino dio tamb ién elocue nt e t estimonio el Dr. Ga rcía Matamoros, catedráti co d e Ret ó rica de Alca lá. Este fam oso hu m anista, j unto a un d octo y nut rido grupo de profesores compl ut enses, se deleitó con la predicac ión y los excepcio nales dones orat o rios de Const anti no d ura nte su visit a a Alca lá de Henares. Sus elogios y come ntarios sobre el con quense aparec ieron en su céle bre tratado De asserenda Hispa-

norum eruditione, publicad o en 1553. [!5] Cipr iano d e Va lera, en la Exhortación que precede a su rev isión de la Biblia de Cas iodoro de Rei na, refiere q ue entre los que oían de " mu y bu ena gana los sermo nes d e Const antino" est aba Benit o Arias Monta no, por aq uel entonces estud iante en Sevi ll a, y más tarde afamado hum anist a, cape llán de Felipe 11 y d irector de la Biblia Po líglota Regia de Am beres.

Reina ldo habla de Constant ino, como

"un varón

erudito hasta lo

prodigioso." [16] Su extensa biblioteca atestigua el amp lio ámbito de intereses cu ltura les que le ca utivaba n y el vasto campo de conocim ientos en humani dades que complementaban su recia formac ión teológica. Dom inaba las lenguas clás icas y exced ía en las bíb licas. Según la in formación q ue se contiene en el Archivo de Prot ocolos de Sevil la, y que ha sido est udiada mu y meritoriamente po r el profesor Klaus Wag ner, la biblioteca del Dr. Consta ntino registraba un fo ndo de 898 títulos y cas i u n millar de vol úmenes.[17.] La bi blioteca conten ía una Biblia políglota, seis en latín, la Septuaginta, dos Antiguos Testamentos en hebreo, numerosos libros del Pentat euco, los Profetas y los Salmos . Del Nuevo Testa mento se constata n d iez edic iones d iferentes, entre ell as las de Erasmo, ade m ás de nu merosas ed icio nes de los Evangelios y de las Epíst olas - especialmente las pau linas- . En este contexto deben in cl uirse tamb ién importantes d icc ionarios y gramáticas d e etimología bíblica. ¿Cóm o ex plicar, sin embargo, que en la lista del A rchivo de Protoco los no se hallaran libros ' herét icos'? El t estimonio de Re inaldo González no da luga r a la duda: la biblioteca co nten ía libros ' heréticos.' Co n motivo de las asechanzas de los Inqu isidores, escri be el autor de Artes, Constan t ino escondió en la casa d e la prosé lita Isabe l Martínez el aj uar más se lecto d e sus li bros, o sea, aque llos qu e no se pueden tener en Espa ña sin m uy in mi nente peligro. [lfil No aparecen en la list a inventa riada las grandes y decisivas obras de los reformadores. Sí que apa recen un buen número d e o bras de teó logos cató licos que polemi zaron contra los luteranos. Evidenteme nt e: la list a de li bros inventariados en el

Archivo de Protocolos es incompleta; no incl uye la co lecció n de tít ulos luteranos, ni el ' libro enorme t ota lmente escrit o de la propia mano de Consta ntino,' al q ue aludiremos más ade lante. Est os libros f ueron de inm ediato confiscados por la Inquisición y const ituyeron un decisivo botín incu lpatorio contra el reformador. Finalizado en Bélgica el viaje con la corte del príncipe Felipe, cabe en lo pos ible el que Co nsta nti no as istiera en algu nas de las ses iones de la Dieta de Augsburgo, [19] y q ue incluso en el viaje de regreso a España t ambién lo hiciera en algu nas de las ses iones del Conci lio de Trente. En 1551, al cesar en su cargo de cape llán de la corte del prínc ipe Fel ipe, Constantino se reincorporó al cabi ldo de la catedral "con un ardor de án imo tan grande como nunca antes; y no era menor que su mérit o el entusiasmo de toda la pob lación para con él y sus predicaciones." [20] Pi lares só lidos del movimiento evangél ico en Sevi ll a fuero n, además de Consta ntino, Egid io y Vargas, "varones doctís imos q ue había n estudiado j un t os an t eriormen t e en Alcalá de Henares y propagaban ahora la piedad con un gran conse nso y con un ún ico emp eño." [21] Como profesor de la Univers idad de Alcalá el Dr. Francisco de Vargas oc upó la Cátedra de Es-

coto y tamb ién la de Moral. Juntamente con la mayoría del claust ro de profesores de la Complutense aprobó la publicación de la obra de Juan de Va ldés

Diálogo de doctrina cristiana. Es probable q ue por aq uel ent o nces hubiera ya abrazado las doctrinas reformadas. Posteriorm ente tomó la decisión de tras ladarse a Sevi ll a para co ntrib uir en su d if usión ju nto co n Egid io y Constantino. En la cap ita l bética ocupó una cátedra de Sagrada Escritura y d isertó sobre el

Evangelio de Mat eo y el libro de los Salmos. Murió hacia 1550, antes qu e la Inqu isic ión emprendiera la persecuc ión de los líderes refo rm ista s de Sevi ll a, y aunque en los Autos de fe no aparece su nom bre entre los conde nados por el Santo Oficio , según escribe Cipr iano de Va lera, sus restos mortales fueron posteriorm ente desenterrados y quemados.[22] Con la m uerte de Vargas y la marcha de Constant ino con el séqu ito del Emperado r, el Dr. Egid io " quedó so lo entre los d ientes de los lobos." [6.3] Sobre la vida y fructífero m in isterio de pred icación del Dr. Egid io, Reina ldo dedica once páginas de entraña ble info rmación. "Desprend ido de la esco lástica, ve m os en Gi l -observa Bataillonun hombre cada vez más apegado al Evangelio. Es la suya, una pred icación fide lís ima a la Escritura . En todo, la enseñanza de G il recuerda singu larmente a la de Va ldés." [2A-] Aunque el Dr. Egid io escribió varios comentarios sobre el

Génesis, los Salmos, el Cantar de los Cantares y sobre la Ep ísto la d e san Pab lo a los Colosenses, estos escrit os no ll ega ron a pub licarse. Nos d ice Re inaldo que tamb ién esc ribió G il más libros en la cárce l de la Inq uis ición qu e eran aun más piadosos

y

eruditos

qu e los

otros.

Est os

manuscritos

t ampoco

los

conocemos. [6 5] Durante más de veinte años fue canón igo magistra l de la catedral de Sevill a. Es important e constat ar y resa lta r el hecho de que d ura nte un buen número de años desde el pú lpito de la catedra l de Sevilla los Dres. Egid io y Const antino pu d ieran pro cl ama r librement e las doctrinas evangé licas de la Refo rma .

Expansión de la Reforma en España

Cuando se hace alusión a la Reform a Protestan t e del siglo XV I, de un m odo inm ediato y espont áneo la atenc ión se d irige a países como A leman ia, Suiza, 1nglaterra, Holanda, los Países Escand inavos, e incluso a Francia. Pero raramente, por no decir casi nunca, se pie nsa en España como país afect ado por el m ovim iento reform ado. Se est á en la creencia de q ue la t rad iciona l fe cató li ca del pueb lo espa ñol y la ené rgica y oportu na in t ervenció n de la I nqu isic ión mantuviero n incólume la ort odoxia cató lica en Espa ña. Si n embargo, los est ud ios e investigaciones qu e sob re la Refo rma en España se in iciaron en el siglo XIX, y qu e en nuestro tie m po centran la atenc ión de prest ig iosos historiadores , no parece n cor roborar, en modo alguno, la tesis de una España bast ión de pureza cató li ca, comp let amente al margen de las ideas e inqu ietu des re ligiosas de los países europeos q ue co nociero n la Reforma. España tamb ién tuvo su Reforma. El movim iento reformado se in ició y p ropagó en España co n gran fuerza y rap idez. A j uicio de Batai llo n, de no haber in t erven ido la Inq uisic ión tan vigorosa y v io lentamente en 1558, los gru pos de reforma protestante en Sevilla, Va llado lid, Salamanca, Zamora, To ro, Pa lencia, Logroño y otras ci udades, "h ubieran aca bado po r converti rse en verdaderas co mu n idades protes ta ntes, compa rab les con las q ue se est aba n co nstituyendo en Francia por el m ismo tiempo." [26] "Se trataba de un evange lismo qu e procla maba la sa lvación por la fe so la y cuyos part idarios más decidi dos pertenecían a la aristocracia y a las órdenes monásticas ... " [67.] En 1602, en la Exhortación al lector, de su revisión de la Biblia de Cas iodoro de Rei na, Cipr iano de Va lera afirmaba que

en

la

Espa ña

de

su

t iempo

todavía

había

"m uy

muchos doctos, m uy m uchos nobles y gente de lustre e ilustres en m uchas vill as y lugares de la geografía peninsu lar que por la infinita m isericordia de Dios habían sido alumbrados con la luz del Evange lio." [28] Conv iene co nstatar que los libros de Constantino, que más tarde serían inclu idos en el índ ice de li bros pro hibidos, durante algunos años circu laron libremente por la Pen ínsu la y gozaron de licencia eclesiástica. Dos f uero n los centros más influyentes de t estimonio reformado en Sevill a: uno era el Monasterio de Jeró nimos de San Isidoro del Campo, cerca de Sanct i Ponce - an t igua Itá lica, fundac ión de Alonso Pérez de Guzm án el Bueno- , y el otro la casa de Isabel de Baena, donde, según escribe Cipriano de Va lera, "se recogían los fie les para oír la palabra de Dios." [29] El Monaste rio de los Jerón imos se convirt ió en centro mis ionero de propagación del Evangelio. En pa lab ras de Re inaldo: "Aquella divina luz no se encerraba en los mu ros del monasterio, si no q ue se extendía incluso a la ci udad y pueb los del en t orno comunicándose por medio no só lo de libros sino tamb ién de serm ones."[30] Fue bajo la pred icación y enseñanza de García Arias, p rior del monasterio, q ue la mayoría de los monjes ll egaron a abrazar el mensaje evan gél ico. Tal era "el entusiasmo fortís imo po r las Sagradas Escrituras, que las horas de co ro y rezo se convirtiero n en exp licaciones de la Sagrada Escritura." [31] Deseando los monjes amp liar sus conoc imientos doctrinales, "de un modo m ilagroso" les ll egó una re m esa de literatura no cató lica romana, y en la que había libros de " lo mejor y más exqu isito de cuantos hast a en t o nces se habían pub licado en Ginebra, o en t oda Alemania." [3~ Estos

libros les vin ieron a los frailes, no por m ed io d el Maestro Ar ias, sino d e alguna otra fue nte no reseñada. Es signifi cat ivo y elocuente el hecho de qu e estos libros lute ranos y ca lvi nist as ll egaro n a San Isidoro después de que los m on jes hubieran abrazado el m ensaje evangé li co . Est e hecho reve la, una vez más, el

carácter autóctono del protestantismo sevillano, y español en general, en sus orígenes. Doce monjes de San Isidro del Ca mpo cons igu ieron huir de la Inqu isición y refugiarse en G inebra. Entre est os se enco ntraban Francisco de Frías, Antonio del Co rro, Cas iodoro de Reina y Cipriano de Va lera. Algunos d e estos huidos ll egaron a ser erud itos reformados de reconoc ido prest igio: Anton io del Co rro dest acó como comen t arista de las Escrituras y como profesor de teo logía en la Universidad d e Oxford , Cas iodoro d e Rei na fue el gran trad uctor de la Bibli a al castellano y Cipr iano de Va lera - que revisaría más ta rde la trad ucc ión de Re ina-

fu e autor de obras h istóricas y doctrinales, y trad uctor al

castellano de la Institución de la Religión Cristiana de Juan Ca lvino.[33]

Instauración de un régimen de terrorf34] A nte el desarrollo del m ovim iento reformado y el incremento de prosé litos, el Inq uis idor General Fernando de Va ldés -

como ya hemos d icho, 'el más

infl exi ble de los inq uisidores'- [35] con p lenos poderes del Papa Pab lo IV pone en marcha en Sevilla la siniestra máquina de la muerte y el sup licio , lo que Bataill on llama " el nuevo método represivo f undado en el t error del ej emplo." [36] Ya desde sus orígenes la Inquisición espa ño la asoció el éxit o de sus fin es co n la instauración de un régimen de prácticas infl exib les de terror sobre la pob lac ión . La pedagogía del m iedo se j uzgaba ese ncia l para el logro de las metas contemp ladas en la preservac ión de una ortodox ia re ligiosa de la que el San t o Ofi cio se se ntía depos itario. El t error es el marchamo de las actuac iones inquisitoria les; el miedo es el sen t im iento que se bu sca en todas sus po lít icas . En pa labras del h istoriador escocés Thomas M 'Cr ie: " La moderna Inquisición estrechó en sus brazos de hierro a toda una nación , so bre la cua l se extendía co m o un monstruoso íncubo, para li zando sus esfuerzos, ap lastando sus energías y ext inguiendo todo otro senti m iento que no f uera el de la deb ilidad y terror." [37J La crue ldad de las penas no hacía d istinción entre vivos y muertos: los cadáveres de los sent enciados q ue habían muerto antes de pasar por la hoguera eran desenterrados y tambié n quemados; si esto no era posib le, por huida de los herej es, se entrega ba a las llamas una efi gie de su persona. La ' pedagogía del m iedo ' só lo pod ía tener éxit o dentro de un esquema de globa lizada estructuración en el que no q uedara exclu ido ningún

sector de la pob lación. El proceder inqu isitorial, comen t a Kamen , se fundamentaba en el temor y en el secretismo. La actividad pública del Santo Oficio se basaba en la prem isa - común a todos los sistemas autoritarios y po licíacos-

de que el m iedo es el método más apropiado de disuas ión . " El

m iedo provocado por la Inqu is ición está fuera de toda duda." [3~] " La Inqu isición muy pronto se conv irtió en un eficiente organ ismo centra li zado, basado en una modélica estructura de poder, de carácter muy moderno y con una eficacia excepciona l de actuación. La autoridad de los inq uis idores, directa o ind irectamente, p roven ía de Roma, sin cuya autoridad no habría pod ido exis t ir. De la aprobación previa de Roma depend ían las bu las de nombramiento, las regu laciones canónicas y las esferas de jurisd icc ión .[39] La gran mayoría de los inqu isidores genera les ocuparon otros cargos importantes sim ul táneame nt e. Seis de ellos fueron arzobispos de To ledo y, cons igu ientemente, primados de España; doce llegaron a ser cardena les. Un elevado n úmero de est os pre lados habían recib ido una só lida formación un ivers itaria y habían destacado en el campo teo lógico , e incluso en la esfera po lítica y adm inistrativa. Fernando de Va ldés - el tristemente recordado mart illo de los protesta ntes sevillanos- , oc upó varios ob ispados antes de ser nombrado arzobispo de Sevilla, m iembro del Consejo Supremo de la Inq uisición, gran Inqu isidor y presidente del Consejo de Estado en el rei nado de Felipe 11. José-Ramón Guerrero describe al inq uis idor Va ldés como " un homb re de intransigencia rayana en el fanatismo; unía un rigor ta l en la persecución y el castigo, que todo sentido de piedad desaparecía de su men te cuando se

t rataba de incu lpar a aqu el los q ue se consi d eraba n peligrosos para la paz de la Iglesia. Por otra parte, su enem ist ad hacia todo lo q ue ll evara un sel lo de re-

"

form a era de antiguo co nocida. L40] Es real m ente sorpre ndente que estos hom bres, t an cult os y t an estrechamente vi nculados a la alta jerarqu ía 'de la ve rdadera Igles ia,' fueran los d irige ntes de una institució n que du rant e un largo periodo de tiempo instauró el m iedo y el terror en España y se m bró de mu erte la d is idencia religiosa en el país. Gracias a la obra de Rei naldo, la persecució n y los m étodos represivos de la Inqu isición es paño la ll egaron a ser amp liame nte conoc id os en todos los países prot esta ntes europeos. El primer auto de fe en Sevi lla contra u n grupo de refo rmados espa ñoles t uvo lugar el 24 de septiembre de 1559 en la p laza d e San Francisco. Como resu ltado d e la primera gran redada de la Inq uisición, escribe Re inaldo, "viéronse, ent o nces, ju ntos en sola Sevilla, ochocient os caut ivos por causa de su piedad, y casi ve int e, o más, q uemados en una m ism a hoguera..." L4l] " La presa f ue tan grande, q ue se llenaro n las cá rceles , y aun algunas casas de pa rticulares .. . cosa q ue asom bró a los m ismos inq uisidores. H ubo entre estos p resos, y entre los que prendieron después, homb res muy excelent es en vida y en doctrina."[A,zj En un docu m ento histórico del t iempo se co nstat a que, a ca usa de la m ultit ud de herejes que había en Sevi lla en el año 1559, hubiero n d e pone rse puertas al puent e d e Triana 'de una y otra part e,' las cuales se cer raban de noche para evitar que se produjese n f ugas . Las hogueras inquisit o ria les encendidas en Sevi lla y en Val lado lid hacían presagiar un negro futu ro de int o lerancia para el país. Se diría, coment a Bat ai ll on,

que España ent era se co ng rega ba tras una especie d e cordón sanitario para sa lva rse de alguna terrible epidemia. [c43] En el subsue lo del mercado sevillano de Triana yace n los restos arq uitect ó nicos del castillo del m ismo nom bre, que d urant e m ucho t iem po fue sede y prisió n de la Santa Inq uisición. De 1481 a 1785, sus 26 cá rce les se conv irt ieron en antros de horror del Santo Oficio. En la act ua lidad, los restos excavados se han conve rtido en M useo Hist ó rico. Aho ra, se d ice, 'su recuerdo sa ld rá a la luz, pero no co m o mu seo d e los horrores, si no co m o lugar de refl exión sobre las injusticias.' Estas ruinas, actua lment e parc ialmente rescat adas, son testi m o n io acusatorio en contra de una Inst itució n que de santa no tenía nada y de

cristiana aún m enos. Las p iedras de est as ru inas evocan un pasado hist ó rico que dejó tras sí una negra este la de m uerte y sufri m ient o, y suscit an en el q ue escr ibe estas líneas una so brecogedo ra reflexión: de haber vivido en aque llos días t amb ién habría oc upado una de aque llas inicuas celdas de sufri m ien t o. El Santo Tribun al lo habría enco ntrado cu lpa ble de herejía y condenado a la hoguera po r profesa r las doctrinas reform adas de la j ustificació n po r la fe, la aut o ridad de las Escrit uras y el señorío de Cristo en la salvación y en la Igles ia. Pero no só lo de est e pasado nos q uedan las piedras del cast illo de Triana, q ue t anto nos dicen co n su silencio evocador, hay otros restos históricos q ue nos hablan t ambién de lo q ue f ueron aq uell os días y de los q ue pagaron con sus vidas el ciego f uro r d e la int ransigencia religiosa. Las piedras de estos rest os históricos son los libros y escritos qu e nos legaro n los refo rmadores eva ngélicos espa ño les y, al igual q ue las del viej o Cast illo, han estado secularm ente

ent erradas en el mal inte ncionado olvido de los q ue siem pre han blaso nado de la existe ncia de un a sola y ún ica invet erada nac ión: la España del cato licismo romano. Pe ro t amb ién un buen núm ero de estas

piedras escritas han sido

'excavadas' y, desde m ed iados d el siglo XIX, nos viene n hablando de otra España de cuya hist o ria se han arra ncado y fa lta n m uchas páginas.

Apresamiento y muerte de Constantino Cuando se publicaron los libros del Doctor Constan t ino, escribe Bataillon "su ortodoxia era tan poco sospechosa que, cuando Gil murió, por unanim idad se le dio la canonjía magist ral." [4.a] Sin embargo, por ca rtas del Consejo de la Inqu isición fechadas en 1553, sabemos que por aq uel ent onces los escritos de Consta nti no eran examinados bajo la lupa de la sospecha. Ya desde las pri m eras ediciones de la Suma de doctrina la Inqu isición empezó a acumu lar datos para un eventual proceso . En una carta del Santo Oficio de dicho año, sabemos que la Inqu isición no otorgó licencia de publ icación a un man uscrito de Const antino intitu lado Espejo del estado del hombre en esta pre-

sente vida. [45] Nada sabemos sobre el conte nido de este escrito. Estas sospechas , comenta N ieto, " exp licar ía la precaución de Constantino en el uso y forma de sus p ubl icaciones , algo así como un cam uflaje de ortodoxia en algu nas de sus ed iciones." [4.§.] Este evidente 'camuflaje de ortodoxia' al qu e alude N iet o, con fi rma , u na vez más, nuest ra tes is de que tanto en la biografía como en los escrit os de Const antino - y en ot ros reform istas españoles-

el velo

nicodémico de ocultación ha de tenerse m uy en cuenta a la hora de interpretar correctame nte su vida y su doctrina.[47.] Pero no so lo los escritos, sino tamb ién la pred icación de Constanti no despertó en los inq uisidores sospechas de het erodoxia. El reformador fue cuest ionado varias veces en la sede del castillo de Triana. Sin embargo, la t alla intelectual del personaj e, su amplia cultura t eológica y la agudeza de su capac idad

argumentativa hacían de él un ' hereje' difícil de caer en las redes de la 'ort odoxia cató lica triden t ina.' Pero el Santo Oficio sabía cómo proceder co n las presas d ifíc iles; sabía q ue el factor tiempo j ugaba siempre a su favor y, q ue tarde o temprano , las sospechas y acusaciones de heterodoxia terminaría n plasmándose en decisivas pruebas de incu lpación . Y as í fue: el 16 de agosto de 1558, el inq uisidor Ferna ndo de Va ldés cursó u na defin it iva orden de apresamiento. El reformador pred icó su últi mo sermó n en la Cat edral de Sevilla el 1 de agosto de 1558. La prueba fina l y decis iva de heterodoxia en contra de Constanti no el Santo Oficio la encontró en los libros heréticos hallados en el regist ro efectuado en la casa de Isabe l Martínez, una fie l segu idora de las doctrinas de los eva ngélicos sev illanos. En su dom ici lio Const antino hab ía escond ido ''el ajuar más se lecto de sus libros, o sea, aque llos que no se pueden tener en España sin muy inm inente pe lig ro." [48] En t re éstos f ue hall ado " un libro enorme tota lmente escr ito de su propia mano en el que de una manera clara, según el test imon io de los inquisidores, Const antino expresaba sus ideas sobre ' la verdadera Igles ia,' en co ntrast e con la ' iglesia del Papa,' a quien ll amaba el Ant icristo; del sacramento de la eucaristía y del invento de la m isa, asunto del que afirmaba que el orbe estaba fasc inado por ignorancia de la Sagrada Escritura; del purgatorio, al q ue llamaba cabeza de lobo e invent o de fra iles para llenar su vientre, de las bu las e indu lgencias papa les; de los méritos de los hombres; y, fina lmente, de todos los otros cap ítu los de la re ligión cristi ana."(49] Añade Rei naldo:

"Después de haber sido exa m inado est e libro, interrogado Co nsta nti no por los Inq uisidores so bre si reconocía su letra, habiendo elud ido la resp uesta durante m uchos días med iant e subt erfugios rebuscados desde todas partes, reco noc iendo, al fin, la vo luntad de Dios que le había cortado toda ocasión de uti lizar ya más pretext os, d ijo: ' Reconozco mi letra y, po r t anto, co nfieso q ue yo he escrito t odas esas cosas las cuales ta m bién man ifiesto sinceramente q ue son ve rdaderas. Y no te néis por q ué esforzaros más en bu scar contra m í otros t estimon ios: aquí te néis ya un a con fesió n cl ara y amplia de mi op in ión, actuad en co nsecuenc ia y haced de mí lo q ue m ejor os parezca."'[50] El reform ador es pañol pasó m ás de un año y medio en la cárce l de Triana. Sabido era q ue la sa lud de Co nsta nti no no f ue nu nca buena. Por lo q ue se desprende de los documentos del cabi ldo de la cat edra l sev ill ana, Const antino sufriría de alguna dolencia hepát ica seria, o qu izá de algu na enfe rmedad de corazón .[51] En ocasio nes, t an exhaust o est aba de fuerzas q ue "a la m it ad del se rmón repon ía energías m edia nt e algú n que otro sorbo de vino aguado." [s~ El escribir Doctrina cristiana, nos d ice en el Prefacio de la obra, le sup uso un gran esfuerzo po r razón de su quebrantada sa lud: " No qu iero dej ar de deci r cuán gran esfuerzo ha sido est e, sobre todo pa ra una pe rso na ta n ased iada de enfermedades y de imped iment os co m o soy yo ." Las cond iciones infrah umanas de la m iserable ce lda precip itaron el det erioro físico de su débil sa lud co rpora l. A esto se su m aba el agón ico

sentimient o de "una tristeza enorme y absolutamente inconsolable al ver que con la devastación tan trucu lent a de aquella p iadosís ima Igles ia quedaban an iqu ilados tantos y ta n continuados esfuerzos

suyos

y de sus

p iadosos

compa ñeros ... " [53] Afectado de d isentería, y al no poder soportar el sofocante so l en el horno de su ce lda, Constan t ino empezó a se nt irse enferm o, y " en qu ince días, escribe Rei naldo, en t regó a Cristo su alma feliz y del t odo d igna de ta l fi nal de una v ida que había consagrado a promover va lientemente la gloria de Crist o."[5~.J Constantino m urió, muy probab leme nte, el 9 de febrero de 1560. Carlos V, al co nocer en su retiro de Yuste la noticia del proceso inqu isitorial de herej ía contra su antiguo cape llán, declaró: " Si Constantino es hereje, en t o nces debe ser un gran hereje." [55] El recuerdo del gran orador parece haberlo reten ido siempre el Emperador. Después de su muerte, en el inventario que se hizo de los pocos li bros q ue el César poseía en su ret iro de Yust e, estaba la Doctrina cristiana de Consta nt ino. [56] En el aut o de fe del 22 de d iciembre de 1560 Constantino fue declarado hereje en efigie. Su cadáver f ue exhumado, "y en sust itució n del muerto se puso una estatua de paja co locada sobre un pu lpito con una mano levantada y con la otra agarrada al pu lpito, ejecut ada con tan gran artificio , q ue represent aba en vivo a Constan t ino con aque l ademán con que habitualmente había pred icado. Y no hay d uda de que aq uella estatua vacía predicó a las almas de muchos igua l de eficazmente que como lo había hecho antes en vida aquel a qu ien por escarn io representaba ." [57.] La lectura de la se ntencia d uró más de una hora, y se centró pri ncipa lm ente en los 'errores ' que se contenían en el

libro manuscrit o hallado en la casa d e Isabel Martínez. Los demás libros de Const anti no, incaut ament e apro bados con ant erio ridad por los inqu isido res, fue ro n ta m bién conde nados, "para que en lo sucesivo no qued ara nada q ue honrase su recuerdo." [s~] En la sent enc ia inq uisitorial se decía: "Debemos declarar y d ec laramos que el dicho Consta nt ino Ponce de la Fuen t e al tie m po que murió y viv ió haber perpetrado y cometido los d elit os de herejía y apostas ía, de q ue fu e ac usado, y habe r sido y m uerto herej e apóstat a, fautor y encubri dor de herejes, excomulgado de excomun ión m ayo r, y po r tal lo d eclaramos, y pron unciamos, y dañamos su mem o ria y fa m a. Y manda m os q ue el día del aut o sea sacada al cada lso u na estatua q ue rep resent e su persona, con coraza d e condenad o y co n un sam ben ito, q ue po r la una parte de él t enga las insignias de condenado, y por la otra un let re ro del nombre del d icho Consta nt ino de la Fue nte; lo cual, después de se r leída púb licamente esta nuestra sentencia, sea ent regada a la just icia y brazo seglar; y sus hu esos sean desente rrados y entregados a la d icha j usti cia pa ra que sea n q uemados públicament e en det estac ión de tan graves y tan grand es delitos, y q uit ar y rae r cua lqu ier títu lo si lo tuviese puest o so bre su sep ul tu ra; por manera q ue no q ued e memoria del dicho Co nsta nti no sobre la faz de la t ierra, sa lvo de nu est ra sent encia y de la ejecuc ión q ue nos por ella m andam os hacer." [59.]

El luteranismo de Constantino Conscientes so m os que so lo la enseñanza de la verdad de Dios puede abrir a los hombres el sendero de la bienaventu ranza y hacer que sea pros pe rada la Iglesia - aún en med io de los sufrimient os de la cruz y de la oposic ión de los poderes del mundo- . Cuando esto fa lta , y por muchas que sean las pompas y lustrosas riqu ezas del m undo, la Igles ia no tend rá el benep lácit o de la majestad d ivina .[60] La confes ión de luteranismo de la que los prop ios evangé licos españo les hacían profes ión , no des ignaba un credo religioso acorde en todo con la teología de Lut ero, sino que expresaba conform idad y acuerdo con las enseñanzas bás icas del reformador alemán, como la autoridad de la Biblia, la j ust ificació n po r la fe y la soterio logía de la pura gracia de Dios en la sa lvación del pecador. Constantino fue un re levan t e conve rso del reform ismo evangé lico españo l. En modo alguno puede suponerse qu e Constantino abrazó la fe reformada como resu ltado de posib les contactos con líderes protestantes europeos . Conv iene resa lt ar el hecho de qu e fue en 1548 cua ndo Constantino dejó Sevi lla para acompañar al príncipe Felipe en su viaje a los Países Bajos y al sur de Alema nia pa ra reu nirse con su padre el emperador Carlos V. Po r esta fecha ya se habían pub licados t odas las obras que hoy conocemos como suyas; y fue precisamente en esta fecha de 1548 que se imprim ió Doctrina cris-

tiana, su últi ma obra. Al un irse a la Corte Rea l Const antino era ya luterano. ¿Cómo, pues, llegó Constan t ino a abrazar las doctrinas de la Reforma del

Siglo XVI? De hecho la pregunta la hacemos tam bién extensiva a los otros represe nta ntes del reform ismo español. Co ntra riam ente a lo q ue se ha llegado a afirma r, no fue por la infl uencia directa de los escr itos de Martín Lut ero u otros líderes refo rmados europeos q ue se in ició en España el movim iento evangé lico de retorno a las fuent es bíbli cas del cristianismo. Si bien los escrit os

del reform ador alemán tu vieron

una tempra na d istri bución

en la

Penínsu la,[61] y en ellos los evangélicos espa ño les viero n reflejadas sus propias cree ncias . En pa labras del p rofesor José N ieto: " Los 'l utera nos' de Sevi lla y Va llado lid no reci bieron el luteranis m o, o prot estantism o, como la se m illa incipient e de su fe herét ica, si no como la semilla consecuente a una fe evangélica q ue ellos ya habían adq uirido de diversas m aneras ."[62) Ya a pri ncip ios del siglo XV I se registra ba en España un im port ante m ovim iento de pre-reforma protestante q ue no era resu ltado de contactos co n focos religiosos de ins pirac ión bíblica q ue se daban en otros lugares de Europa. La Es paña del siglo XV I era, de hecho, un fe rment o de inq uietudes re ligiosas. Amp lios secto res del pueb lo buscaba y se afanaban por consegu ir una d irecta y persona l com un ión con Dios a través de la lectura y med itación de re leva nt es pasajes de la Escritura en lengua vernácula ent onces d ispon ibles . Si bien es cie rto que desde t iempos de los Reyes Cat ó licos la lectu ra de las Sagradas Escritu ras no estaba ofic ialm ente pe rmit ida entre los legos, la pro hibición, si n embargo, no llegó a t ener un a estricta implan t ación y m uchos fueron los que t uviero n acceso al texto bíblico y ll egaron a redescubrir import antes enseñanzas del cristian ism o prim it ivo . Fue especia lm ente en tre los

ll amados 'alumbrados

dexados' de To ledo y de amp lios lugares de Casti ll a que

se originó u n infl uyente movi m iento de reforma evangé lica. De stacados líderes de estos grupos de d iside ncia fueron Isa bel de la Cruz en Guada lajara, Franc isca Hernández en Sa lam anca, María Caza ll a en Pastrana y Cifuentes y Ped ro Ruíz de A lcaraz en Esca lona , To ledo y d iversos lugares de la meseta. "Alcaraz, esc ri be N ieto, es responsa bl e de la aparició n de algo co m pleta mente n uevo en la vida espiritual de aque l tiempo ."[63] Las re u nio nes que d irigía A lcaraz se caract erizaban por un marcado ca rácter bíbl ico , cent radas de un modo muy especia l en el estud io y comentario de pa sajes

paulinos y joa-

ninos del Nuevo Testamento. A lcaraz nació en G uadalajara, alrededor del año 1480. Sus padres , Juan de Alcaraz y Cata lina Ortíz, descend ían de j ud íos conversos . Fue discípu lo de Isa bel de la Cruz, y todos los indicios apun t an a que fue un aventajado autod idacta en su formac ión cu ltura l y re ligiosa . A instancias de A lonso Manrique, Inqu isidor General, por el Edicto de To ledo de 23 de septiembre de 1525, los

dexados fueron condenados como " herejes lectores de

las Sagradas Escrituras ."[Q._4] Pedro Ru íz de A lcaraz ya había sido deten ido un año antes acusado de heterodoxia. Después de se is años de prisió n, torturas e interrogatorios , se le declaró cu lpab le de herejía y fue conde nado a encarcelam ien t o perpetuo. En febrero de 1539 se le concedió la li bert ad a cambio de rigurosas penitenc ias. A partir de ese momento desapa rece de la historia y n i siqu iera se conoce la fecha de su muerte. Alcaraz introduj o a Juan de Va ldés (Cuenca , 1494?-1541) en el conocim ien t o de las Sagradas Escrituras , y sobre la base de la herencia esp iritua l de los

dexados coronó Va ldés su investigación

bíb lica con la doctrina de la justificación por la fe - la aportación más sobresa liente de su Diálogo de doctrina cristiana- .[65] El Diálogo de doctrina cristiana fu e pr imer libro protest an t e escr ito y p ublicado en España. Ausp iciada su pub licación por la Univers idad de Alca lá, la obra fue impresa en los prestigiosos ta ll eres de M iguel de Eguía el 14 de enero de 1529. Por aque l entonces Valdés cursaba su segundo año de estud ios en d icha universi d ad - j oya cu lt ura l y re lig iosa del Cardena l Cisneros- . La atmósfera de reform a eva ngélica q ue se resp iraba en amp lios e infl uyentes círcu los académ icos y j erárq uicos en la España de aque l en t o nces - como nos d ice Cipriano Va lera en la " Exhortación al lector" en su revisión de la Biblia de Cas iodo ro de Reina- , encuentra en est a obra de Valdés una elocuen t e y concreta expresión. Va ldés t radujo y comentó la mayor parte de los libros del N uevo Testamento; legándonos, además, una exce lente versió n del libro de los Salmos y de un gran número de pasajes del An t iguo Test amen t o. En el texto del Diálogo de doctrina cristiana se constat an 341 refere ncias exp lícitas de la Biblia. Para hacer más fácil y amena la lectura de sus co nte nidos, Va ldés sigu ió el ejemp lo de Erasmo en sus Coloquios y estructuró su obra en forma de un diálogo en t re tres perso najes: un monj e, un arzob ispo y un sacerdote de pueb lo. Eusebio, el monje, afl igido por la fa lta de conoc im ientos re inante sobre las doctri nas bás icas del evange lio, invita a Antonio, el ignorante, pero bien inte ncionado, sacerdote de pueb lo que estaba enseñando a los niños de la aldea "Doctrina Crist iana", a acompañar le a ver al arzobispo para cons ultar con él la manera más eficaz de llevar a cabo esta tarea. El arzob ispo no sólo

les da pautas sobre la m anera de enseña r la doct rina, sino tam bién les indica las doctrinas m ás re levant es que deberían enseñar. El diálogo gira en t o rno a los cont en idos del Credo Apost ó lico, los Diez m andam ient os y el Padrenu est ro, y en todos los cont extos la at enció n se centra en la hist o ria de la sa lvación y en la redenc ión obrada por Jes ucristo, el Mesías prometido y fundament o de la j ust ificació n del creyent e. (fo ls. n v-12r) . El Consejo de la Supre m a, m áxi m o organ ism o de la Inq uis ición, ju zgó herét icos los co nte nidos doct rinales del Diálogo de doctrina y en agost o del m ismo año de su pu blicació n, pro hib ió su lectura y orde nó el sec uestro de los ej em plares en pode r de libreros. La efectividad repres iva de la Inqu isic ió n se ev id encia en el hecho de que só lo un ejemp lar d e est a obra ha llegado hasta nosotros : el q ue en 1925 el hist oriador francés Marcel Bat aillo n descubrió en Lisboa en el Rea l Monast erio de San Vicente de Fora, que actualmente se guarda en la Bi bliot eca Naciona l de Lisboa. En el mis m o año Bat ai llon pu blicó una ed ición facsím ile de la obra. En la portada d el libro el nombre del aut o r se es conde bajo el se ud ón imo de " un religioso." Ignoramos si bajo este t ítu lo Va ldés pret end ía elud ir los co ntro les de la Inqu is ición , q ue segu ía m uy de cerca las tendenc ias lut eranas que se daban en A lca lá. El adverbio nue11amente, que aparece después del t ítu lo, significaba en aque l t iempo, según el Diccionario de la lengua, " hecho rec ientemente ''. Sumament e interesan t e es la ded icat oria de la obra al Marq ués de Vi llena que apa rece al pie d e la port ad a. El Marq ués de Vi llena, D. Diego López Pacheco, empa rent ad o con la pode rosa fa m ilia de los

Mendoza

de

Guadalaj ara, fue

un

noble

de

prof undos

int ereses

humanísticos y religiosos . Su pa lacio en Esca lona, sobre el va ll e del río Alberche, cerca de To ledo, llegó a ser el centro de reu nión del importante grupo evangé lico de los

dexados, dirigido por Pedro Ru iz de Alcaraz. Fue en Esca-

lona , all á por los años 1509-1512, donde se estableció la primera comunidad evangé lica en España de la q ue te nemos noticia. Podemos, pues, hablar de unos oríge nes autóctonos del protestantismo español, ya que fu e más tarde , en el año 1517, que Martín Lutero clavó sus 95 tes is en la puerta de la iglesia del pa lacio de W ittenberg. Fue en el palacio del Marqués de Villena, bajo las enseñanzas bíblicas de Pedro Ruíz de A lcaraz , que Juan de Valdés llegó a conocer el Evangelio. No sabemos cómo y a inst ancias de qu ién llegó Va ldés a Esca lona, pero es evidente, por las declaraciones de la mu jer de Alcaraz ante los inqu isidores de Toledo, q ue el joven Va ldés ll egó a identificarse muy estrechame nte co n las enseñanzas de este predicador laico, y que mucho de lo que aprend ió de él quedó reflejado en los conten idos del

Diálogo de doctrina cris-

tiana. En Alca lá Constan t ino ll egaría a te ner conocim iento m uy d irecto de la teología de Va ldés, y que, a instancias del Dr. Fra ncisco de Vargas , hubiera incluso leído y estudiado a fondo el

Diálogo de doctrina cristiana. En est imación

de Bataill on , la influencia que sobre Consta ntino ejerció el es incuestionable: " En el

Diálogo de Va ldés

Suma de doctrina Const ant ino uti lizó, hasta en det al les

Diálogo de doctrina cristiana de Va ldés." [66] Como ya hemos mencionado, el

Dr. Va rgas f ue uno de los profesores de Alca lá que respa ldó la pub li cación de d icha obra y más tarde se t ras ladó a Sevill a para hacer causa común con

Egid io y Constantino en la propagación de las doctrinas reform adas en la ca pita l bética . Personaje im portante de los cim ientos pre luteranos del reform ismo en Sevilla y qu e ejerció tamb ién una important e influencia t eo lógica sobre Consta ntino y Egid io, fue Rodrigo Va ler. Según el t estimonio de Cipriano de Va lera: " Va ler fue el pr imero que abiertamente, y con gran constanc ia descubrió las t in ieb las en n uestros t iempos en Sevill a".[67.] Va ler fue un precoz autod idacta. Leía en latín las Sagradas Escrituras , y dot ado de una prodigiosa memoria las citaba " con una especia l destreza y m ilagrosa prontitud. Fue condenado y encarce lado por los inqu isidores como seudoprofeta y seudoapósto l e impostor muy malvado." [68] Según Wi lliam B. Jones: "l a singu laridad del pensam iento de Va ler cons istía en el énfas is en la fe viva , en comb inación con la noción agust in iana de la omn ipotencia de la gracia de Dios como remedio a la inhabilidad del hombre de ganar su propia sa lvación." [69] Además de Consta ntino y Egid io, tamb ién An t o nio del Corro, Cas iodoro de Re ina y el prop io Cipria no de Va lera man ifestaro n deuda de gratitud con Rodrigo Va ler por la enseñanza bíb lica sobre el Eva ngelio de la gracia que de él recibieron. [7.0] A la hora, pues, de estud iar y estab lecer los orígenes del movim iento evangé lico reformado en España, en modo alguno puede pasarse por alto la import ancia del trasfondo teo lógico autóctono q ue le caract erizó y condic ionó. Las influen cias lutera nas y ca lvi nistas rec ibidas post eriormen t e corroboraron y exp licitaron más amp liamente la base doctrinal de este movimient o religioso bíblico de profundas ra íces aut óct o nas. Las obras de Consta nt ino q ue, como

hemos d icho, se publicaron ant es de que el conq uense aco m pa ñara a don Felipe y al Emperado r po r tierras eu ropeas, son d e elocuente co ntenido teológico reformad o. En ellas Const ant ino hace ca usa co m ún con Lu te ro, Ca lv ino y demás líderes de la reforma protesta nte del siglo XV I en la defensa y proclama de la sola Escritura, la sola fe, la sola gracia, y solo a Cristo y solo a Dios la

gforia .[7.1] Todos los escritos de Const antino enc ierran una const ant e ape lación al m ensaje y aut o ridad de las Escrituras. En repetidas ocasio nes advierte a sus lectores q ue los co nten idos de sus o bras no son doctrinal m ente no11edosos, si no que, ant es por el co ntrario, so n evocado res de un mensaje antiguo: el de la predicación de la Iglesia cristiana de los pri m eros siglos fu ndam entada en las Sagradas Escrituras. La proclama de Lutero y d emás refo rmadores de q ue

'solo en Cristo hay sal11ación' es doctrina centra l en la teo logía de Const antino. Afirm ac iones como éstas se rep ite n una y otra vez en sus escritos: " El H ijo d e Dios descendió a la co nd ición hu m ana para levantarnos a la condició n de hijos de Dios, y j ustificarnos con j usticia de Dios." [7.2] "La j usticia de Cristo es t an grande d elante de los oj os del Pad re, que de sus sobras y demasías se sup len nu est ros defect os; porque su justicia es nuestra justicia."[7.3] En el primer serm ó n del Beatus 11ir Co nstanti no uti liza los térm inos pa ulinos y reform ados de 'j ustificació n' y ' j ustificar.' Evidentement e, un o puede discrepar de Lu te ro sobre cuestio nes d octri nales d e co ntenido eclesia l o sacrament al - co m o en est os temas discrepó (a lvi no- , pe ro en el t ema de la 'justificación por la fe' t odos los reformadores, incluyendo a los españo les, fueron luteranos, y lo

defend ieron y proclamaron como doctrina bíblica. La j ustificación no es por las

obras, es por pura gracia . No es la recompensa de algo que pueda haber en nosotros , o que haya sido obrado por nosotros, sino que proviene ún ica y exclus ivamente del favor gratuito de Dios .[7.A-] Escribe Constantino: "Ya desde antiguo el hombre fue justificado por Jesucristo."[:zs] "Todos los profetas, desde Moisés en ade lante, sigu iendo la inspirac ión del Espíritu Santo, proclaman como mensaje centra l la muerte del Hijo de Dios. Esta es tamb ién la enseñanza que se enc ierra en los sacrificios y ceremon ias de la antigua Ley." [7.6] " Lo que era impos ible al hombre -que es ser justificado y ser amigo de Dios- el Hijo de Dios, tomando nuestra carne, crucificó en ella nuestra flaqueza , condenó nuestro pecado, para que la justificación que pide la ley y la obra de sus mandam ientos fuese cump li da en nosotros. (Ro. 8) . Grande cosa es esta que hemos enseñado; y no so lo grande, mas tan necesaria para la sa lvación del hombre, que es impos ible alcanzarla por otra vía."[:z:z] Tamb ién para Constantino la fe , y só lo la fe, guarda estrecha re lac ión con la justificac ión . Somos justificados por la fe, o través de la fe , o med iante la fe .[7.8] El acto j ustificante de Dios se da en contemporaneidad con el acto de la fe ejercitada por el creyente . Las razones por las cua les la justificación es por la fe , y só lo por la fe , son obvias según la enseñanza bíb li ca. Lafe y la gracia se complementan mutuamente: "Por lo tanto es por la fe, para que sea por gracia." (Ro. 4, 16) . La cua lidad específica de la fe es la de descansar sobre algo, y en nuestro caso, sobre la justicia de Cristo. La j ustificación por la fe pone de manifiesto la abso luta gratu idad del Evangeli o de la gracia. Si la justificac ión fuera

por las obras, afi rmaban al unísono los reformadores, ¿qué obras de j usticia podría ofrecer a Dios el hombre pecador? La fe es la antítesis de las obras.

(Gá. 5,4). La ju stificación no constit uye el único contenido del evangelio de la gracia redentora. A los que Dios justifica, Dios tam bién regenera y san t ifica. A l igual que los demás teó logos de la Reforma, Constantino enfat iza una y otra vez la f unción salvífica que ejerce la ley de Dios pa ra llevar al pecador a Cristo. Todos al unísono se hacen eco de la afirmación pau lina de que "la ley ha sido nuestro ayo para llevarnos a Cristo, a fi n de que f uésemos justifi cados por la fe." (Gá. 3,24). A través del min isterio de la Ley, "el Señor hiere para sanar."[7..9] " En las cosas de Dios no hay posi bilidad de ' ingen uos ab land am ientos' de sus exigencias espi rituales y morales. La ley de Dios no puede cam-

biar ni dejar que sus aceros dejen de cortar nuestros pecados."[80] Sobre la re levancia de la Ley en la teología de Constantino, Bataillon comenta: "Tal vez nu nca se ha p intado más vigorosa mente en lengua española el combate que traban en el alma la ley del pecado y la ley d ivina, el despertar de la conciencia por la reve lación de la Ley, y el despertar del pecado por la conciencia." [.fu.] No hay otro cam ino: para conocer a Cristo y gozar de su sa lvació n es imprescindible que el hombre adquiera primero conocimient o de sus pecados y m iserias. Sólo aq uel los que en las prof und idades de su ser han experi m entado su cond ició n de pecado y perdición podrán confesar verdaderamente que Cris to es Sal11ador. En el segundo sermón del Beatus 11ir, afirma Constantino que, si bien el hom bre f ue creado a semejan za de Dios, en su co nd ición de m iseria

represe nta más bien " la imagen d e su enem igo el Diablo." Con este recurso a la imagen del Diablo lo que p retende Const antino es enfatizar los resu ltados funestos del pecado y la tota l im posib ili d ad del ho m bre para consegu ir por sí m ismo un retorno al est ado original de creación . La moraleja doctrinal d e esta compa ración es obv ia: el hombre no puede de n inguna manera cooperar en la econom ía de la sa lvac ión . La sa lvación del pecador es, p ues, fruto de la pura

gracia de Dios. De hecho "l a sa lvació n del hom bre es una segunda creación: es obra de Dios . El mismo Señor que dijo: ' Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza,' y no lo fió de otras manos, es el que d ijo: remediemos al hombre, y torné m os lo a rehace r a nu estra imagen y semejanza, y no lo fió de otras m anos. Hem os sido dos veces engendrados, una por la creac ión , otra por el nuevo nacim iento de regenerac ión espi rit ual por la muerte y benefic io del Redentor de los hom bres ."[82] La so la gracia d ivina, an cl ada y fu nd amentada en la pe rfecta rede nción ob rada por Jesucristo, es tota lm ente suficiente para la sa lvac ión del pecador, y excl uye cualquier fo rma de m eritor iedad humana. Afirma co n rotundidad Const antino: "Nada puede hacer el hombre con

sus

prop ios

esfuerzos

para

remediar

su

situació n

espiritual de

condenación." [~3] " Esta gen eración espi rit ual no le vino por méritos o merecim ientos propios, sino que f ue obra excl usiva de Dios." [8aJ La sa lvac ión del pecado r es por la pura gracia de Dios, y la garantía de su tota l y abso lut a gratuidad se f undamenta en el decreto so bera no d e la elección

divina. La elecció n d ivi na constituye el argu m ent o firme y só li do de q ue en la sa lvación del pecador só lo hay u n autor: el Dios Tri no. Es en el marco d e la

tota l y abso luta sinon im ia de la elecc ión y la gracia que las doctrinas bíblicas de la j ust ificación , la fe y las ob ras adq uieren su ve rdadera significación espiritua l y m uestran el soberano obrar de Dios en la sa lvac ión del pecador. También en este tema de la elecc ión co m o epicentro de la soterio logía bíb lica el acuerdo de Constantino Ponce de la Fuente con los t eó logos de la Reforma es tota l. Es u na elecc ión en Cristo y con la fina lidad de redim ir al pecado r y restau rarle a la cond ición perdida. En el esquema bíblico de sa lvac ión, elecció n y gracia devienen rea lidades si nón imas del obrar de Dios . La sa lvación del peca dor excl uye toda cooperación o m erec imiento por parte del hombre. La elección divina constituye el argument o firme y só lido de que en la sa lvac ión del pecador só lo hay un A utor: el Dios Tr ino. Es en el marco de la tota l y abso luta sinon im ia de la elección y la gracia qu e las doctrinas bíb licas de la j ustificac ión, la fe y las ob ras ad qu ieren su verdadera sign ificació n esp irit ua l y muestran el sobera no ob rar de Dios en la sa lvació n del pecador. La elecc ión divina, repite Consta ntino , es ga rantía de la gracia sa lvífica:" EI creyente ha de saber que, ant es que pud iese hacer bien o ma l, lo eligieron y seña laron para que fuese j usto y, por j usto, bienaventurado . No f ue esto po r sus obras ni por su merecim iento, pues, antes que el pudiese obrar f ue eleg ido ... El m ismo q ue lo eligió, es el qu e lo j ustifica, el que le favorece y sustenta, para q ue confo rme a la elecc ión haga ob ras semejantes a las obras de su un igénito H ijo, pues f ue elegido y seña lado para que fuese semejante a la imagen de él."[~S] Tamb ién en este tema de la elecc ión como ep icentro de la sote rio logía bíblica, el acuerdo de Constantino Po nce de la Fuente con los teó logos de la Reforma es t ota l.

En conform idad co n las ense ñanzas de la Reform a, t amb ién para Co nstantino las buenas obras no t ienen valor sot erio lóg ico : acompañan a la fe del justificado por la gracia so la, y bajo n ingún aspecto t ienen carácter sa lvífico meritorio. Los reformadores estab leciero n una ínt ima conex ión entre la j ustificac ión por la fe y la santidad de vida en el creyente. Para ellos no había pos ibi lidad de d ivorc io entre la j ustificación y la sa ntificación . Dice (a lv ino en un pasaje su m amente reve lado r: Deseo que el lector comprenda q ue todas las veces q ue mencionamos la

sola fe en el tema de la justificació n, no nos referimos a una fe muerta, a una fe qu e no obra por el amo r, si no qu e nos referimos a la fe como la única causa de la just ificación . (Gá. 6,5; Ro. 31 22) .Por consiguiente, es la sola

fe que justifica, sin embargo la fe que justifica no 11a sola. Nosotros no sepa ramos la fe de la gracia t ota l de la regeneración , pero ins istimos con propiedad q ue la facu ltad y poder de la justificación depende enteramente de la fe." [86] Claramen t e afirm a Constant ino que la verdadera fe j ustifican t e entraña una preocupación práct ica: ha de mostrarse y demostrarse en buenas obras. Y es así como las raíces del árbo l plantado por Dios, que se describe en el sa lmo del Beatus 11ir, ext erioriza n frutos genu inos de elección . "La fe que nos ha de sa lva r acompañada ha de estar y encend ida co n caridad . Viva ha de ser y 'p rod ucidora' de bue nas obras .. ."@7J La elecció n infunde en el creyen t e d inam ismo y acción. " Bien entendidas, las buenas obras "son pedazos y sobras de la

riqueza de Jesucristo, y todo se atribuye a Él, y si tienen valo r es por Él. Y as í siempre en nuestra inte nción y en nuestra fe, ha de ir Él en la delantera, y en Él se ha de poner la confi anza ... El escogido de Dios debe aplicarse en hacer bu enas obras .. . El Dios q ue lo eligió, es el q ue lo j ustifica, el q ue lo favorece y sustent a, para q ue conforme a la elección haga obras se m ejantes a las o bras de su un igén it o H ijo." [88] El agente último por el cual el elegido hace bu enas obras es Dios. En todo y para todo, la dependencia del creyente del Dios q ue lo eligió es tota l. En la Suma de doctrina cristiana así lo expresa: "M ucho hemos de trabajar para hacer buenas obras y servir mu cho a Dios . Mas no sólo las o bras y los serv icios, m as también el t rabaj ar para ello y quererlo hacer, lo hemos de atribuir a Jes ucristo nuestro Señor, nuestro Salvado r; y te ner por sabido y cierto qu e t odos son dones reca udados para nosotros, por mérit o suyo. Y que t odos los bienes q ue nos vienen del Pad re, nos vienen por medio de Él; y que Él es nuestra j usticia, nuestra con fi anza, nu estro bien obrar; y nuestro agrada r a su Padre." (.8.9] Sobre el te m a de la Iglesia las defi niciones de Co nsta nti no reflejan un básico acuerdo co n las definiciones más importantes de las con fes io nes reform adas. En todos sus escrit os habla de la Igles ia co m o católica, santa, o cris-

tiana, pero n unca se refiere a ell a co m o "catól ica ro m ana." [9Q] En su m ás profunda identidad, est a Iglesia está integrada por todos aq uel los que han sido elegidos por la pura m isericord ia divina: " Fruto es esta Iglesia de la miseri cordia d ivina. Perdido el linaje hu mano por el pecado, Dios tuvo a bien elegir un determ inado número de hom bres y m ujeres de este linaje para que se

beneficiara n de la sangre del Verbo d ivino, conociera n verdade rame nte a Dios, alcanzasen el perdón de sus pecados , su j ustificación rede ntora y vin ieran de este modo a formar parte de este cuerpo m ísti co que es la lglesia." [91] La Iglesia " está integrada por fie les de todos los t iempos, po r gente que au nq ue no se co nozca persona lm ente y habite en lu gares d istintos y distantes, compart en en t re sí la santidad y pureza impartida por el Espíritu Santo."[92] " Nu nca el mu ndo ha estado, ni estará, si n esta Igles ia... Siempre se hall ará en la t ierra una congregac ión de gente santa, unida a Jesucristo, nuestro Redentor y Cabeza de la m isma, y gobernada por el Espíritu Santo. Esta Igles ia es el fruto de la pas ión y muerte del un igén ito H ijo de Dios. Pertenece a la honra del Padre el que siempre haya de perdurar esta Igles ia de fie les que le confiesen y le glorifiquen." [93] Cristo es la única cabeza de la Iglesia. "As í como en el orden natu ra l es prop io que el cuerpo tenga una so la cabeza, p ues de tener más sería una monstruosidad, as í en el orde n espiritua l afirmamos que la Igles ia t iene una so la cabeza q ue es Cristo." [9A] La con t undencia con la que Consta ntino rechaza la prete nsión roma nista de la ex istenc ia de dos " cabezas " en la Igles ia: la de Cristo y la del Papa - una invisib le y la otra vis ible-, es ciertamen t e remarcab le. Cristo, sen t ado a la d iestra del Pad re, " a través de su Espíritu Santo ejerce gobierno sobre su Igles ia, la alumbra para el co nocim iento de su Pa labra, le da pastores, doctores, edificadores de este grande ed ific io espiritua l - t an agradab le a los ojos de su Padre-, para que los escogidos ha llen cami no y puerto de sa lvació n, y hacer que preva lezca cont ra las f uerzas y poderes in fernales ... " [9.5] (a lvino, como todos los dem ás reformadores ,

desarrolla el conce pto doct ri nal de 'igles ia cató lica' en té rm inos m uy parecidos a los d e Co nsta nti no. En la Institución de la religión cristiana, esc ribe: " La iglesia se llama 'catól ica ,' o 'u niversa l,' porq ue no podría haber dos o tres iglesias a no ser que Crist o f uese dividido, q ue no puede ser. Pero todos los elegidos están un idos en Cr isto y as í co m o t odos el los dependen de una Cabeza, así t amb ién crece n ayu ntados en un cuerpo, siendo así un idos y entretej idos ju ntos co m o m iem bros de un m ismo cuerpo. Así son hechos verdaderamente un cuerpo ya que viven j untos en una fe, esperanza y am or, y en el m is m o Es píritu de Dios." [9.§J Com part e tambié n Const antino con los refo rmados la idea zwinglia na de un a Igles ia in11isible en el seno de una Iglesia 11isible - la ecclesiola en ecclesia de Lutero- . En su aspecto v isible la Iglesia es la comu nidad de los que profesa n la verdadera fe- con sus hijos- , predica fi elment e la Palabra de Dios, admi nistra co rrect amen t e los sacra m entos y ej erce la d isc ip lina sobre sus m iem bros. En su aspect o invisi ble la Iglesia es el cuerpo de los eleg idos, la com unidad de los creye nt es de t odos los tiempos : la Iglesia católica, la Iglesia un ive rsa l. En su aspect o 11isible1 afirm a Const ant ino, " hay dos clases de miem bros en la Iglesia: unos vivos y otros m uertos; unos que tienen fe viva y otros q ue t ienen fe muerta. La Igles ia in11isible est á formada únicamente po r los q ue tienen verdad era sant idad y est án unidos a la Cabeza, que es el H ijo de Dios, dador de tod os los bienes ." [97.] Los q ue pertenecen a este grupo "no los podem os co nocer rea lment e. Como d ice san Pab lo, ' so lo Dios conoce a los que son suyos.' (2 Ti. 2). Solo Dios es test igo de la lim pieza y sa nt idad de sus

almas. Si que conocemos, empero, los del segundo grupo, porqu e púb lica es su confesión y púb lica es su participación en los sacramentos; si n embargo mucha es la corrupción q ue se da ent re el los." [98] Est a doble distinción en la membresía de la Igles ia, afirma Constantino, "se encue ntra en los Evangelios. Nuestro Redentor clara m ente hablaba de la exist encia tanto de just os como de pecadores en la Iglesia. Los pecadores, merecedores po r sus obras de justa condena, los sufre la m ise ricord ia Divi na en espera de su posib le arrepen t im iento. Bajo este aspecto la Iglesia es co m parada a la era donde se trilla el cereal en el que también se mezcla la paja. (Mt. 3). Tam bién se la compara a la sementera que se hace en el campo, que después de haber sido se m brada la buena sim iente viene

el

enemigo y siem bra

cizaña.

(Mt.

13, 14-30;36-

43) .-Bue- y malos, d ice n uestro Redentor, so n los que d icen 'Seño r, Señor... '

(Mt. 7,21-22). En esta vida no somos qu ienes para j uzgar y hacer división entre los que conjuntamente co nfiesan la mis m a doct rina y participan de los m ismos sacramentos. Así como Dios desea la convers ió n de los pecadores, así espera de nosotros que t engamos la esperanza de que éstos volverán al cam ino. Dios conoce los co razones, y a él incu mbe el j uicio por el cual en aque l gran día los bue nos serán se parados de los malos ... " [9.9]

El 'erasmismo' de Constantino Erasmo tuvo en España una gran infl uencia y un gran número de seguidores. El pensam iento del gran h umanist a penetró en el profesorado d e la Univers idad de Alca lá, y hall ó también una favorab le acogi d a en tre los altos dignatarios del cato licismo. "Los libros de Erasmo, escribe Batai llon, disfrutaron en España de una popularidad , de una difusión en lengua vulgar cuya analogía se busca ría en vano en cual quier otro país de Europa." [100] La Universidad de A lcalá, donde estud iaron Va ldés, Const antino y ot ros protest an t es españoles, no sólo fue cen t ro de importan t es est ud ios bíblicos, sino que tam bién se dist inguió por su entusiasta aceptación del erasmis mo. Conviene const atar, sin embargo, que la infl uencia rel igiosa y cu ltura l del sabio de Rót erdam sobre ot ros países europeos fue también sumamente notoria, y qu e en importantes aspect os fue u n p recursor de la reforma protestan t e. Observa Batai llon que en el te ma de la Reforma "Alemania ha ten ido m uchís ima razó n en decir que Erasmo puso los hu evos y Lutero los empo ll ó." [101] A través de sus escritos y, sobre todo con su edición griega del N uevo Testamento (1516), Erasmo p roporcionó a Lutero y a otros líderes de la Reforma un instrumen t o va lios ísimo para la trad ucc ión del Nuevo Test amen t o a las lenguas vernácu las. De hecho, muchos líderes del protestantismo, antes de abrazar de ll eno las doctrinas de la Reforma, fueron notorios erasm ianos, entre ell os y de un modo mu y destacado Felipe Melanchthon - "sistematizador'' del lute ranismo-- y Ma rt ín Bucero - el influyente teó logo ecumen ista de Estrasbu rgo y

'Regi us professor' de la Universidad de Ca m bridge- . Conce pció n errónea, sin em ba rgo, por más qu e la mante nga, la afi rme y reafi rm e Bataillon , y la repit an ad nausam sus d iscípu los y segu idores, es la estrecha vinculac ión q ue se pretende est ab lece r entre el reform ism o evan gélico es paño l del siglo XVI y el eras m ismo. El Diálogo de doctrina cristiana d e Juan de Va ldés, escribe Bata illon , " está impregnad o de un erasm ism o demasiado oste ntoso." [102] " La Suma de doctrina d e Consta nt ino, añad e el erud ito francés , es, como la Doctrina d e Juan de Va ldés, un co loqu io erasm iano .. . Pocas páginas exp resa n con t ant a fuerza la exige ncia erasm iana d e una conve rsión a la relig ión del espíritu ... No es exage rad o decir qu e esta Suma, en que no se pronu ncia n i una so la vez el nom bre de Erasmo , const it uye una de las exp resiones más imp o rt ant es del ideal cristiano al cua l Eras m o, en España, ligó su nom bre. Es la más interesante d e las Doctrinas de Co nst antino, qu e compuso va rias ot ras." [103] Rotu nd am ente afi rma J. R. Gu errero qu e " únicam ente Marcel Batai llo n en su obra Erasme et l'Espagne estud ia co n se ried ad de ju icio la fi gu ra de Co nsta nti no, seña lando sus relaciones con Eras m o de Rotterda m y el hum an ism o cristiano." "A la luz del impacto prod ucido por las o bras de Eras m o en España y del movi m ient o eras m ist a españo l es como ha de est ud iarse la obra escr ita de Co nsta nti no." [1o~J Tam bién si n rese rvas W.B. Jo nes acepta la t esis general d e Bat ai ll on sobre el sup uest o eras m ism o de Const ant i no.[105] La tesis de Bataillon, identifi can do t an estrecha m ente a los p rot esta ntes espa ñoles con el erasm ism o, además de se r doctrinalment e infu nd ada,

const ituye un escol lo a ve ncer en el ca m ino de la recuperació n del legado evangé lico q ue nos d eja ron los prop ios reform adores espa ño les.[106] Compart im os el j uicio de J. N ieto al afirmar que Batai ll o n "alte ró la vis ión hist ó rica del luteranismo es pañol al id entificarlo co n el erasmismo. " Erró neame nt e int erpret ó a Co nsta nti no co m o a un erasmia no y no lut era no o 'hereje,' y est o en con t ra de las Artes de la Inquisición y su narrativa documen t al q ue Menéndez Pelayo y Schafer hab ían aceptado como fu ndam ento de sus respect ivas int erpret acio nes." [107J Entre Co nsta nti no y Juan d e Va ldés las afi n idades de pensamiento so n muchas y d estaca bles, pero lo son por haber comparti do ambos una sólida base teo lógica bíbl ica m uy aco rde co n la doctri na de Lu te ro, Ca lvino y demás reformadores del siglo XVI, pe ro no po r d arse entre ellos una decisiva infl uenc ia erasm iana de ideas y cree ncias. La co inci d enc ia doctrinal en t re Va ldés, Const antino y los reform adores europeos encuentra su expl icac ión en la f uente bíblica común en la q ue t odos ell os bebie ro n y se inspiraron.La acogida favorab le q ue el Diálogo de doctrina cristiana enco ntró en Alca lá no puede ju zgarse sobre la base d e si m p les afi nidades erasm ianas con Valdés. Los estud ios escritu rísticos, en los q ue t ant o se dist ingu ió Alca lá, abrió t ambién a los erudit os y estu diantes de la Universidad el frescor d e nuevos conoc im ientos bíblicos hast a ent o nces arri nconados po r una cad uca teo logía escolást ica. Es pecar de ingenu idad atri bu ir a los inte lectua les de Alca lá una defensa del Diálogo de doctrina cristiana sobre una si mple base erasmiana. Tam bién para ell os el ' lust re erasmiano' que p uede d etectarse en el Diálogo ve nía a ser un mero 'envolt o rio' de unos cont en idos doct rinales m uy acordes

con las ense ñanzas de la Reforma. Valdés recurrió "a la máscara erasmiana" para eludir pos ibles sospechas de herej ía de part e d e la Inqu isición. Va ldés, afi rma N ieto, se sirvió en ocasio nes del lenguaj e de Erasmo "como estra t agema

- co m o

máscara-

pa ra

enc ubrir

las

id eas

de

su

m aestro

Alca raz." [108] En o pinión de N ieto, "Vald és entró en Alca lá co n el Diálogo de doctrina cris-

tiana 'bajo el brazo,' y es pro bab le que Alca raz hubiese leído la obra y se hu biera reco nocido en la figura del arzobi spo, y se si ntiera lleno de una profu nda grat itud hacia el muchacho que, m ejor q ue cualqu ier otra persona, hab ía asim ilado, y exp resado su ' int enció n' como m uy bien su m ujer había señalad o a los inqu isido res."[109.] El Diálogo de doctrina cristiana apareció en Alca lá en enero de 1529, cuando Va ldés cu rsaba su segu nd o año en la un iversidad. Juan de Ve rgara, benefact o r de la Universi d ad de Alca lá, y en su día secretar io de Cisneros, estuvo m uy ce rca d e Va ldés durant e su época d e estud iante, y los d ocum entos de su proceso p ropo rciona n val iosa información sobre el am biente t eo lógico de la un ivers idad y la reacc ión inqu isit o rial q ue suscitó la pub licac ión de est e primer libro del refo rmador españo l. Antes de la entrega d el m an uscrito al imp resor Miguel de Eguía, el Dr. Hernán Vázquez, canó nigo d e la colegiat a d e los Sant os Justo y Pastor, y profesor de teología de la Universi d ad , leyó la o bra y exp urgó algunos pasajes «demasiado atrevidos». Nu nca sa bremos cuá les cua les f ueron los pasajes expu rgados, pero es ev idente que no f ueron t extos erasmianos. Es interesante constatar que el profeso r H ernán Vásquez sería más t arde procesado por la Inqu isició n bajo la acusac ión de

luterano. [110] A pesa r de su revisión, la o bra de Va ldés fue de inmed iato den unciada ante el Santo Oficio, y el Inquis idor General Diego Manrique , Arzob ispo de Sevi lla, instó a una com isión de teó logos de Alca lá para q ue exami naran los co ntenidos doctrinales de la m isma. El info rm e emitido por los t eó logos de la co m is ión f ue favorable , aunque, una vez más, sugirieron a Va ldés la revis ión de algunos pasajes suscepti bles de ser mal interpretados. El ve redict o favo rab le de los teólogos de Alca lá no f ue compart ido por las aut o ridades ecles iást icas de ot ros d ist ritos , y en agosto del m ism o año el Consejo de

la Suprema pro hibió la lectu ra del libro por co nte ner "muchas cosas erró neas y no bie n sonantes," por la cual cosa se dict aba tam bién el secuestro de los ej em pla res en poder de libre ros e impresores.[lll] Las sospechas de herejía luterana, y no de erasm ism o, en co ntra de Va ldés se acentuaro n aún más al conoce rse la estrecha re lación q ue el co nq uense había manteni do en su día con el grupo de los dexados de Alcaraz. Ante est as sospechas de heterodoxia doctrinal el grupo am igo de eras m ist as de Alca lá poco pod ía hacer en su defensa. Co nsciente, p ues, de las implicaciones q ue para su seguridad personal pudieran acarrear est as crecientes sospechas de herejía, en 1531 Va ldés decidió aba ndonar España y fi j ar res idencia en Ita lia - que por aq uel ento nces disfrut aba de una atmósfera religiosa menos intolerant e- . Ejemplo de rad ical diferencia doctrinal y de pe nsam iento ent re Erasmo y los reformadores españo les la enco nt ra m os en las antagónicas pos iciones que m antuvie ron sob re el importante y decis ivo tema de la esc/a1,1itud de la 1,1oluntad

humana a causa del pecado. La tesis erasmia na del libre arbit rio - ese ncia l y

bás ica en la an t ropo logía del sab io de Róterdam - , en modo algu no es compatible con una antropología de corrupció n de la vo luntad humana implícita en la teo logía luterana, compartida también por los reform adores evangélicos españo les. En esta cuestión, al igual que co n la doctri na de la justificac ión, escribe Bataillon, "Erasmo y Lut ero se separa n irrevocablemente des pués de haberse dado la mano durante ta nto t iempo." [112] La po lém ica, recordemos, se suscitó a raíz de la pub licación, por parte de Erasmo, de su De li-

bero arbitrio en 1524. Un año más tarde aparec ió De servo arbitrio la rép lica de 1

Lutero a la obra erasmiana. Lutero ape laba a las Escrituras en defensa de su pos icionam iento doct rina l, mientras q ue Erasmo defendía su tes is sobre una base antropológica pura m ente humanista. Sin un conoci m ien t o de estas obras es imposible captar las profu ndas y radicales diferencias que sobre el mensaje bíblico de la salvación mantienen los reform ados y los eras m ianos. No se puede ser luterano y al m ismo tiempo erasmiano; no hay pos ibi lidad alguna de co mprom iso en t re ambas posic iones. La antropología re ligiosa de Constan t ino viene marcada po r el se llo de la m iseria e incapacidad espiritua l del hom bre como resu ltado de su caída ori ginal. Sin una clara vis ión de este aspecto no se puede entender a Consta ntino, ni a Va ldés ni a la Reforma. Además , éste es el punto doctrinal donde éstos se separan de la Iglesia Cató lica Romana de una forma inequ ívoca. Como ya hem os m encionado, para Constantino las consecuenc ias de la caída fuero n ta n f unestas para el hom bre, como para poder incl uso hab lar de un trasvase de se m ejanzas en la imagen original de creación: de una imagen de

Dios a una imagen del Diab lo. [113] Sobre el tema de la ' imagen del Diab lo' en el hombre, se demuestra, una vez más, cuán insosten ible es la tesis de Batai ll on de hacer de Constantino Ponce de la Fuente un autor erasmiano. [ll4] En la antropo logía constantin iana el hombre está hundido en la miseria y en la impotencia esp iritua l; en nada puede contribuir a la gracia divina. Sólo el amor de Dios en forma de ágape puede sa lvarle de su perdición e imago diaboli. " Esta es, enfatiza N ieto, la rad ica l antropo logía constantiniana, tan remota del cato licismo romano y de Erasmo, como cercana está de Valdés y la Reforma. Estamos aquí ante la doctrina de la incapacidad y corrupción tota l del hombre en cuanto atañe a la gracia y la sa lvación. La doctrina ca lvin ista de la corrupción de la naturaleza humana no es más extremada que la de Constantino y su

imago diaboli." [115] Los ju icios que frecuentemente se han emitido sobre los reformadores evangél icos españo les han ev idenciado un baj o conocim iento de los prin cipios doctrinales de la Reforma. El estab lecimiento de una radica l distinción entre paulinismo y luteranismo, como hacen algunos estudiosos de Va ldés y Constantino, supone una errónea estimación doctrinal de los princ ip ios bási cos del protestantismo. Para Lutero, (a lvino y demás líderes protestantes del siglo XVI, la Reforma supuso el redescubrimiento de la enseñanza de san Pablo sobre las doctrinas básicas en las que se fundamenta la fe cristiana. El luteran ismo no es nada sin el paulinismo. La justificación por la fe y la absoluta soterio logía de la pura gracia - tan ard ientemente defendidas por la Reforma-

se fundamentan en el mensaje central de san Pab lo. Afirmar que

Va ld és y Const ant ino eran más paulinos q ue luteranos revela un laxo desconoci m ient o de las profundas ra íces pa ulinas que les so n comunes. En este erro r cae Ánge l Alcalá en su repet id a afi rm ac ión de q ue en el Diálogo de doctrina cris-

tiana Va ld és es más "pau lino q ue luterano." Sorprendentement e afi rma, tam bién, que " el Co ncilio de Trent o tajó un a escis ión entre la Europa de la justifi-

cación por la fe, bás icame nte nort eña, y la Europa de la llamada Co nt rarreforma,

co ncentrada m ente

su reña

y

m ed ite rránea

y

post erio rment e

hispanoa m ericana .. ." [116) La doctrina d e la j ustificación po r la fe ni es norteña ni sureña, es si m p leme nt e una doctrina pa ulina y bíbl ica por los cuatro cost ad os. Sorprenden tambié n algun as d e las va loracio nes teológicas q ue sob re los reformados españo les nos hace el m ism o Batail lon, y así, por eje m p lo, afi rm a que en los t em as cen t ra les del Diálogo de doctrina cristiana, " la fe ju sti fica nte es el meollo del cristianismo va ldes iano." [117.) Preguntamos nosotros: ¿no es este ta mbién el meol lo d e la doct ri na bíblica de san Pablo? Niet o, que con t ant o acie rto y objetiv idad ha p uesto de man ifiesto los resu ltados nefastos que se derivan de una interpret ación erasmiana de los refo rm ados es pañoles, no parece haberse percat ado de q ue t ambién el erasmis m o d e su am igo y colaborador W. B. Jones ha co lo read o negat iva m ent e un bu en nú mero de sus ju icios sobre Co nstantino. Pero, ade m ás, algunas va loraciones d oct rinales importantes q ue Jones hace sob re Co nstantino so n erróneas y evide ncian un conocim ient o m uy deficit ario de la teología reform ada. Y as í, por ejemp lo, incorrecta es su afi rmación d e q ue m uchas de las conv icc iones religiosas de Const ant ino co inciden con las de los j esu itas . N o podemos por menos de

sospechar que en esta va lo ración el aho ra prest igioso profesor de la Sou t hwestern University de Texas, cuand o escribió su t es is doct o ral sobre Co nst antino no estaba m uy versado en teo logía. Los escrit os de Co nsta nti no demu est ra n a t odas lu ces que su pos ición doctrinal era esenc ialm ente reformada y de marcad o signo ca lv in ist a. Las respectivas pos icio nes doctrina les de Loyo la y (a lvino son profundament e dispares. Y así lo reco noce de un modo claro y contu ndente el propio N ieto.[118] El erasm ismo de los reformados españo les parece ser más bien un reflej o de la mente de Bat ai ll on y sus seguidores, pues ni los inq u isid ores acusa ro n a sus vícti m as de erasm istas, ni ellos po r su parte d ieron test imonio de morir po r creer en ideas erasm ianas. La insist encia con q ue las víctimas afirm an su fe en la verdad del eva ngelio, en la sa lvac ión por la gracia de Dios, y demás doctrinas de las Escrituras, t iene un sentido y significado más profu ndo, ya q ue est aban d ispuest os a morir por t ales ideas. "El erasmismo no inspiró el martirio.

La tragedia y el fuego de los autos de fe sevillanos y vallisoletanos no se inflamaron ni se atizaron y consumieron con leña erasmiana ... No fue a Erasmo sino a Lutero a quien vieron los inquisidores en sus conciencias y como reflejado en los rostros de sus víctimas."[119] En el aut o de fe de Sevilla d e 22 de diciembre de 1560, la Inq uisic ión " relajaba los huesos y la estatua de Co nstant ino po r hereje luterano" y no por profesar ideas erasm ianas. [120] Todo el pensam iento relig ioso de Consta nt ino, as í como también su sen t im ient o, se mueve y art icul a cla ram ente dentro d e cie rtos p res upuestos qu e coinc iden en princip io y expres ión con las bases doct rinales m ás f undamentales de la Reforma protest ant e y

tam bién la va ldesia na.

Constantino y sus escritos Para los líderes de la Reforma, el anunc io del Evangelio no solo est aba vinculado al pú lpito, sino también a la página impresa. De hecho púlpito e

imprenta constituían m ed ios inseparables de difu sión del mensaje bíb lico de sa lvación. A través de la pa labra impresa los reformadores hicieron ll egar al pueblo la Biblia, come ntarios de la Escritura, va liosos tratados doctri nales y serm ones p redicados desde el púlpito. Tamb ién para Constan t ino, y demás reformadores espa ñoles, el ministerio de la palabra impresa ve nía a ser un va lios ísimo m ed io de predicació n, y con entrega y ded icació n se esfo rzaron en escrib ir y publicar lit erat ura evangél ica en lengua vernácu la. De Co nsta nti no nos han llegado cinco obras, q ue se publ icaron en el corto periodo d e tiempo de ci nco años: de 1543 a 154 8, con rei m pres iones en España y en el extranjero. Los libros de Co nstanti no , qu e más tarde serían incl uidos en el Índice de li bros proh ibidos, durante algunos años gozaro n de licencia ecles iástica y circu laro n librem ente po r la Peníns ul a. Según el comentario de Re inaldo, "todos esos libros , ciert amente dignos de et erno rec uerdo, que habían sido aprobados an t es, aunq ue incautamente, por los Inq uisidores, los condenaron ellos entonces ... "[ill] En pa labras de Luis de Usoz y Río: "Cuando los Inqu isidores, no tu viero n a su autor po r heterodoxo; los apro baron, y alabaron enca rec idamente. Y luego, cuan d o qu ema ron los h uesos, y ca lumn iaron la memoria del Doctor, entonces con d enaron como pest ilentes, estos mismos

escritos, que aprobaron antes como sa ludabl es." [122]

Hay const ancia de q ue Consta nt ino dejó comentarios bíb li cos de los libros de Pro1,1erbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares y la m it ad del li bro de Job. Los ma nu scritos de estos estud ios bíb licos q uedaron en poder de sus d iscípu los que, perseguidos posteriormente por el Santo Oficio, los ll evaron a A lemania. Reina ldo tuvo el propósito de pub licarlos, pero después, por circunsta ncias que desconocemos, se extraviaron.[123] A est a lista de escritos ha de añad irse el vo luminoso ' libro manuscrito' q ue la Inqu isición enco ntró emparedado en la casa de Isabel Martínez, y que por su declarado co nten ido ' herét ico ' sería decisivo en la incu lpac ión de n uestro reformador. Por una carta del Consejo de la Inq uis ición de 1553 - a la que ya hemos aludido anteriormente- , t enemos noti cia de que Co nstanti no f ue autor de otro escrito inti tu lado Espejo del estado del hombre en esta presente 1,1ida. El ma nu scrito, pos iblemente por ser juzgado doctrinalmente heterodoxo, no obtuvo licencia de pub li cación por parte de dicho Consejo. [12.4-J Hacemos t am bi én nuestra la creencia de Usoz de que, además de los escritos que nos han llegado de Constanti no, " qu izá exist an más manuscritos , dentro o fuera de España, y arrumbados en algún ri ncón varios de los muchos de los sermo nes que predicó." [11.5] Con el propósito de en m arcar los conte nidos de Doctrina cris-

tiana en el contexto general de la teo logía de Constantino, y para poder establecer las innovaciones, diferencias y pecu liaridades que la d istinguen de las otras obras, esti mamos co nven iente hacer un breve aná lis is de contenido y forma de los otros escritos de su pluma para de este modo poder te ner delante un necesario fondo de ideas referenciales .[126] Emprenderemos, pues,

ta l cometido sigu iendo el o rden crono lógico en el que apa recieron sus obras.[127.]

Suma de doctrina cristiana, en que se contiene todo lo principal y necesario

que el hombre cristiano debe saber y obrar. La primera edic ión apareció en Sevill a en 1543, y fue seguida de ot ras cuat ro reed iciones en 1544, 1545, 1547 y 1551. En las tres últ imas, así como en la de Amberes de 1551 (?) , se incluía tamb ién el Sermón de Cristo nuestro Redentor en el monte.[128] Pronto tomaro n co nciencia los líderes de la Reform a de la neces idad de inst ruir al pueb lo en los rudimentos de la fe cristiana. Esta ense ñanza había de empezar co n los niños, de ahí la necesidad de escribir catecismos de la fe cristiana para la instrucción de los menores. Desde los catecismos breves de Lu tero al Catecismo Breve de Westminster, pasando por los de (a lv ino, las grandes confesiones de la Reforma tu vieron en los catecismos compañeros inseparab les de formación religiosa. De la necesidad de ofrecer instrucc ión catequística a los niños, por el m ét odo de preguntas y resp uestas, los reformadores españo les no fueron en zaga de los europeos . Puede afi rmarse q ue en esta tarea Juan de Va ldés, con su Diálogo de doctrina cristiana (1529), in ició y marcó la pa uta de lo que había de ser el catecis m o evangé lico espa ñol. Infl uido por Va ldés, el Dr. Co nstantino , con su Suma de doctrina cristiana, y su Catecismo cristiano, desarrolló y amp lió el magisterio de la catequesis infantil. "A Co nsta nti no Po nce de la Fuente - escribe Bata illon-

est aba reservada la tarea de re hacer la exposic ión

d ialogada del cristianis m o ese ncial, y él la llevó a cabo con una habilidad superior en la prese ntac ión de los temas f undamen t ales, y tamb ién con los

rec ursos de su elocuenc ia habitua l: el res ult ado se ría u n libro destinado a un éx ito enorme: la Suma de doctrina cristiana, en que se contiene todo lo principal y

necesario que el hombre cristiano debe saber y obrar. Este so lo títu lo anuncia ya el designio de presentar un crist ia nismo limpio de toda carga exces iva." [129] Const antino busca la u niversa lidad d e la fe crist iana ape lando a los cont enidos bíb licos ta l como se expresan en el Credo Apostólico, el Decálogo y el

Padrenuestro. La Suma sigue tóp icament e al Catecismo Mayor de Lutero (1529) , con la d iferencia de que Co nsta nti no, siguiendo a Va ldés, empieza con el

Credo primero, iniciando el diá logo con el tópico del bautismo. En lo d emás sigue

al

reformad or alemán,

que

cont iene en

sus t ópicos

los

Diez

Mandamientos , el Credo, el Padrenuestro, el baut ismo, el sacramento del altar, y la confesió n. La Suma de doctrina cristiana está escrita en fo rma de d iálogo y los int erloc utores son tres : Patr icio, Dio nisio y Ambros io. El d iálogo t iene lugar en el int erio r de la casa de Dion isio, el padri no del n iño Ambros io, el cua l est á co ntento co n pod er exp licar delant e de su padre Patricio y su pad rino Ambros io lo que él había aprendido de su maestro sob re la instrucción doctrinal crist iana. El n iño pues, y no los adu ltos , es el q ue se convie rte en el m aestro esp iritual y doctri nal del d iálogo; y si en el d iálogo va ldes iano es el Arzob ispo el que instruye en doctrina, aq uí es un ni ño. A mbros io es el niño cristi ano idea l, pero ¿q u ién lo ha enseñado en su doctrina? Sólo sabemos q ue fue su m aestro , pe ro no se nos d ice si éste era sace rdote, fra ile, o cua lq uier otra jerarq uía eclesiástica. Con est o de u n n iño co nvertido en maestro de doctrina, Consta nt ino nos ofrece un ejemp lo muy elevado de su idea del

sace rdocio un iversa l de los creyent es. Co m o en t odos los tratados doctrinales de la Reforma, t am bién en la Suma la justificación por la fe cen t ra la enseñanza de este cat ec ism o. [130] La doctrina de la Suma, afirma Consta nt ino en el

Prefacio, es la doctrina unive rsa lmen t e co nocida como cristia na desde el pr inci pio del cristianismo y que está co nte nida en las Sagradas escrituras.[131] Es importante resalt ar el hecho de que en est e cat ec ismo, co m o en el de Va ldés, los conte nidos doctrina les reg istra n un not o rio t rasfondo experiencia/ que cul m ina en senti m ientos profundos de conversión. Est o es algo que no contie nen los coloqu ios erasm ianos, cuyos personajes son tipos abstract os sin vida int erior.

Exposición del primer Salmo de David, cuyo principio es Beatus vir, dividido

en seis sermones. La p rim era y segu nda reed ició n aparecieron en Sevil la en 1546 y 1551. La te rcera ed ició n apareció en Ambe res en 1556. (136 ] En la "Advertencia

al lector" afi rma Consta nt ino q ue el text o de los serm ones refl eja n las pala bras pronunc iadas desd e el pú lpito: "Como lo pred iq ué, así se escrib ió. La m isma razón qu e me movió a predicarlo me pe rsuad ió después a la publ icación ... De m anera que es menest er favo recerlos con escrit ura para que la m ayo r parte del trabajo no sea en vano y los que bu scan cosas fi rmes y m ed icinas seguras ten gan co n q ue re hacer su memoria.''[133] Est a observación es de g ran imp o rt ancia doctrina l e hist ó rica, pues pone d e re lieve la sol idez evangé lica de la predicación de Co nstanti no en el co razó n m ismo de la ciudad de Sevi lla: su cated ral, y ce rtifica que m ientras f ue p redicador d e la seo hispa lense el mensaje de la Reforma se escuchó desd e su púlp ito. Los seis versos del sal m o, en

pa labras del propio Co nstantino, co ntiene n " en forma abrev iada toda la doctrina de la re ligió n cristiana." [134] Buen cuidado t iene siempre nuestro reform ador en po ner de relieve la unidad de mensaj e entre los dos Test ame ntos - A ntiguo y Nuevo- en el t ema de la sa lvació n. Desde el Génes is a la pié-

roma de los t iempos de los textos neotestamentarios, el mensaje que se an un cia en toda la Escrit ura es el de buenas nu evas de sa lvació n en Cr isto para el hom bre caído. En el Evange lio se contiene todo lo q ue neces ita el hombre: no es necesario acud ir " a Arist ót eles ni a los demás sab ios del mundo ... No es m enester q ue se ca nsen los hombres buscando sabid uría de carne ni cosas inventadas por hu m anos ingenios. El que m enos confiare en est o, ese es el m ás hábi l para esa ciencia." [135] De su come ntario d ice Constantino q ue es como un sendero q ue debe llevar a la 'vida del cie lo, a la vida bienaventurada,' que el hombre, en su ' poq uedad y m iseria,' es incapaz de alcanzar po r sí m ismo, y q ue só lo Crist o, co n su gracia y misericordia, puede otorgar.[136] Afi rma Constantino que, si bien el hombre fue creado a semejanza de Dios, en su co nd ición de m iseria represe nt a más bien " la imagen de su enemigo el Diab lo ... Prevaricaron los hombres y de ta l m anera se apartaron del fin para el cua l fuero n creados, q ue por la cuenta y testi m on io de lo q ue hacen, más parece qu e representan a la serp iente que los engañó q ue al maestro y Señor q ue los hizo." [137..] Con doxológ icas exa ltac iones Constantino confiesa q ue en t odo Cr isto es alfa y omega de su sa lvación . En toda la Escritura , " resp landece el beneficio de Jesucrist o ... Los que son libertados con la sangre de Jes ucristo, m ed iante esta libert ad alcanzan fuerza y poder para cump li r la ley del

Señor."[13ª] "Tomando nuestra carne el Hijo de Dios crucificó en ell a nuestra flaqueza y condenó nuestro pecado, para que la justificació n que pide la Ley y la obra de sus mandam ie ntos fuese cumplida en nosotros." [139.] Incl uso la radical ave rsión que e l creyente ahora siente contra el pecado es ob ra de Dios: "El justo dice: Señor, s i enemistad tengo co n mi pecado, vos me la pusiste; si he procurado de ec har lo de mi corazón , vuestras a rmas lo hicieron ..."[L4Q] El 'estar plantado junto a las aguas de vida,' co menta Constantino, tiene que ver con la elección a sa lvación que Dios hace del pecado r: Este se r plantado es la elección divina, la cua l es el ve rdadero funda mento de l justo y la verdadera seguridad de su bienaventuranza. Ésta no t iene otro funda mento ni otra razón sino sola la vo luntad divina, la cual hace de sus criaturas lo que a ella bien le parece, porque Dios es el seño r y el hacedor de e llas y como ta l se puede servir de las obras de sus manos. [L41] Esta elección estaba ya "concertada desde los d ías de la etern idad ... antes que tuviésemos ser;" y no estaba supeditada a lo que el hombre "hab ía de ser, pues sabía el Señor que lo eligió que hab ía de nace r enemigo suyo, en pecado y en co ndenac ión ." "Os eligió en Jesucristo, para que fueseis red imidos por él, vue ltos y restau rados a la gracia que perd isteis."[L4~ ...Y cuán tas grac ias debéis al Señor pues que no hizo la elección por las obras

que habíais de hacer, pues vuestra primera obra o vuestro primer nacer hab ía de se r en pecado. Debéis juntame nte ser agradec ido todos los días

de vuestra vida , pues el Señor que os creó no dejó en 11uestro escoger lo que

había de ser de 11osotros ... Seguridad os dio al elegiros Él, al to m aros a su cargo, en teneros en sus manos -de las cua les no os podrá arrebatar el poder del infierno-.[1_43] La elecc ión de la cua l habla Constant ino fue concertada desde los días de la etern idad, desde antes de que el hombre tuviera ser; y no estaba suped it ada a lo que el hombre había de ser, n i condicionada por sus obras ni por su propia elección. Es una elecc ión en Cristo y con la fina li dad de red im ir al pecador y resta ura rle a la cond ició n pe rd ida. Por est a sa lvac ión, cuyas corrientes de gracia " son ve nidas y encam inadas de lej os," al pecador red im ido que qu iere serv ir a Dios la senda que se le abre delante no es otra que la de la hum ildad y la

gratitud

para

con

Dios

"q ue

lo

eli g ió

de

su

so la

libera lidad

y

m isericordia." [,aA-] El agente últ imo por el cua l el elegido hace buenas ob ras es Dios. En todo y para todo la dependencia del creyente del Dios q ue lo eligió es t ota l. Bien en t end idas, las buenas obras "son pedazos y sobras de la riqueza de

Jesucristo , y t odo se atrib uye a Él, y si tienen va lor es por Él. Y as í siempre en nuest ra intención y en nuestra fe, ha de ir Él en la delantera, y en Él se ha de poner la confianza." [1_45] Para Constant ino, en conform idad también con las enseñanzas de la Refo rma , las buenas obras no tiene n va lor soterio lógico; acompañan a la fe del justificado por la gracia so la, y bajo ningún aspect o t ienen carácter sa lv ífico meritorio. La verdadera fe j ustificativa entra ña una

preocupación práctica: ha de mostrarse y demostrarse en buenas obras. Y es as í como las raíces de l árbol plantado por Dios exteriorizan frutos gen uinos de elección. "La fe que nos ha de salvar acompañada ha de estar y encendida con caridad; viva ha de ser y ' producidora' de bue nas obras ... "[L46] Los comentarios de l Beatus 11ir destilan, ciertamente, la más pura doctrina bíblica en temas tan cent ra les como el de la autoridad de la Biblia, el conocimiento de Dios y del hombre, el desp liegue de los planes salvíficos de Dios a través de la historia, la funció n de la Ley en la reve lación de la justicia de Dios y la condición de condena del pecador, la perso na y obra de Jes ucristo, e l carácter absolutamente gratu ito de la rede nción, la e lección divina de salvación, la just ificac ión por la fe, la relación entre la fe y las obras, etc. Los sermones de l Beatus 11ir vienen a ser un precios ís imo epitomé de doctri na evangél ica reformada. Catecismo cristiano, para instruir a los niños. De esta obra se conocen dos

ediciones : la de Sevilla, de 1547, y la de Amberes, de 1556.Este catecismo presenta, en forma mas condensada y abreviada, los conten idos de la Suma de

doctrina cristiana. A modo de introducción nos dice Constanti no que el Catecismo encierra los co nocim ientos de doctrina necesarios para la sa lvació n y que responden a las neces idades espirit uales que apremian al pecador perd ido para retornar al sendero de la verdadera vida. De este modo res ume estos conten idos nuestro autor: "La pri mera cosa que ha de entender el cristiano es que nace privado de la grac ia y amistad de Dios; conde nado a estar desterrado de su presencia en la vida y en la muerte. Esta conde nación es porque pecaron

nuest ros primeros padres, engañados po r el demonio, y pecamos nosotros en ellos. La gracia que ellos perd ieron , perdimos tamb ién nosotros. H ijos somos de tra idores y sentenciados po r ta les. Imit adores somos de sus malas obras, fa ltos nos hallan de justicia, que ellos desecharon y con ob ligación de t enerla. Pérdida fue en que cayeron, para sí y para su linaje todo. Tuvo ta nt a misericord ia Dios de los hombres, que envió a su Unigén it o H ijo al mundo para que se hiciese hombre. Nació de madre virge n; nos enseñó el camino del cielo y mu rió por nosotros en cruz." [L47.] La sabiduría que nos v iene de Dios y que se nos revela en las Escrituras , guarda re lación con dos conocimientos: el de Dios y el del hombre. Con esta afirmación (alv ino da inicio a su Institución de la

religión cristiana: "Casi t oda la suma de nuestra sab iduría, q ue de veras se deba te ner por verdadera y só lida sabid uría, consiste en dos punt os: a saber, en el conocim iento que el hombre debe te ner de Dios, y en el conocimiento q ue debe tener de sí mismo."[L48] Est a doble pauta de conoc imiento aparece una y otra vez en los escritos de Consta nti no a la hora de describir los horizon t es del esq uema bíb lico de sa lvac ión. Confesión de un pecador

delante de Jesucristo, redentor y juez de los hombres.

De esta obra se conocen tres ed iciones: la de Sevilla, de 1547, que apareció anó nima; la de Évora, de 1554 y la de Amberes, de 1556 - en la que se incl uía tamb ién el Catecismo cristiano- . En la ed ición de Évora, en la q ue aparecía el nombre del autor, se añad iero n dos meditaciones de fray Lu is de Granada. Más tarde , en 1559, cuando Co nstanti no ya estaba en la cárce l de Triana, el famoso monje dom inico en su Compendio y explicación de la doctrina cristiana

incluyó numerosos textos de la Suma de doctrina de Consta ntino. Est o pone de relieve que Granada llegó a iden ti ficarse estrechamente con el 'pau linismo' de Constantino y no apreció con t enidos 'heréticos' en los escritos del reformador españo l. De entre los escritos de Consta ntino, "dignos de eterno recuerdo, singulares por su doctrina y por su arte expresivo," Re inaldo González Montes destaca de un modo especia l la Confesión de un pecador.[149}. Come nta Batai llon: " Pocas pág inas hay más hermosas que éstas en la literatura re ligiosa espa ñola." [150] En la Confesión Constantino evoca los sa lmos penitenciales, y como ellos está escrito en pri mera persona o monólogo. La Confesión, al igual que el Beatus 11ir y demás escrit os de Co nstanti no, exalta la preeminencia del magisterio de la Ley de Dios en la sa lvación del pecador. La Ley, que descubre la desnudez espiritual del hombre pecador, su tota l incapacida d para cumpl ir los mandam ien tos y su neces idad de una j ustificación sa lvífica , que por méritos propios no puede conseguir. La Ley ejerce una doble función: por un lado condena, y por el otro muest ra el cam ino de la justificación salvífica en Cristo, el Redentor y cu m pl idor de la Ley en favor del pecador. Ante los dardos incu lpatorios de la Ley, escribe Re inaldo, " una vez el pecador ha hecho la acusac ión de sí mis m o, Dios lo viste con aque l traje nupcial de la j ustificación de Cristo por la fe, por la que únicamente lo vue lve tanto más animoso ante la presencia de Dios cuanto más abatido lo había pintado antes en vi rtud de aquel co nocim iento ve rdadero y profundísimo de sí m ismo." [151] La grandeza de las 'sobras y demasías' de la obra redentora de Cristo m ueven al pen ite nte Constanti no a acercarse con confianza al Salvado r: "Vengo, Señor, para que

me oigá is, no de m i j usticia, sino de mis pecados; no m is derechos, sino de m is cu lpas, y de las grandes ofensas que yo he cometido ... Tantos d ioses di a m i corazón, cuantos eran los int ereses de mi corazón ... ¡Ay de mí, si me hubieran de juzgar los ángeles, si me hubiera de juzgar yo m ismo! " [l56 ] Con profunda confianza en la m isericord ia d ivi na, el pe nitente Constantino añade: Por mucho que la conciencia de m is pecados me acuse, por mucho mal que yo sepa de mí, por mucho temor que me po ne vuestro juicio: no puedo dejar de tener espera nza que me habéis de perdonar, que me habéis de favorecer para que nunca más me aparte de Vos ... Pues que sois Redención, aquí está un cautivo en poder de m il tiranos que le han robado gran des riquezas y lo tie nen en m il torment os ... Pues que sois Misericord ia, ¿dónde se puede el la mejor mostrar, que donde hay t anta m iseria?... Tal soy yo, que todo cuanto Vos so is es menester para m í. Tal sois Vos, Señor, y ta nta sobra tené is de todo, que con sólo una gota de cada cosa quedaré libre del todo ... No t engo más que alegar para mi justicia, de conocer cuán injust o soy. No t engo con qué moveros, sino con que veá is m is grandes miserias. No tengo más derecho para el remed io de vuestra mano, sino no tener otro remed io ... Con11ertidme, Señor, y quedaré de 11erdad convertido. [153] En estimación de Menéndez y Pe layo, la Confesión es un " ... hermoso trozo de elocuencia ascética y prueba la más señalada del ingenio de Constantino ... Es el mejor trozo que he leído en nuestros místicos protestantes."[lsf!.J Co incid imos co n el ilustre santanderino en ensa lzar la nota de desbordante

elocue ncia qu e muestra la Confesión, pero no compart imos su j uicio de que es una pieza de ' mística p rotestante de orac ión ascética .' En la Confesión se expresa el amor de Dios descendiendo al pecad or y no el pecador asp ira ndo a ascender por el amor a una identificación con la d ivin idad. Constantino cont emp la a Dios en su glo ria y j usticia, y reconoc iendo su m ise ria esp iritu al p ide ser perdonado y justificado, no po r m ed io del amor m ístico, sino por medio de la ley que condena y justifica sobre la base de los méritos de la obra redentora de Jesucrist o. Como hemos visto, convers ión y no un ión m ística es lo qu e sup lica Constantino al fina l de la confes ión .

Doctrina cristiana. Dos ed iciones de esta o bra apa rec ieron en Sevilla en 1548 y 154 9, y otras dos en Am beres, en 1554 y en 1555.(155] Fue ra de estas ed iciones del siglo XV I, no hubo m ás reimp resio nes posteriores. Es la obra más extensa de Consta ntino , pues t iene un tota l de qu in ientas sesenta y ci nco páginas. La Suma t iene doscien t as t reinta y siet e páginas en la ed ición de Usoz, sin contar los prefacios y el Sermón del Monte.[15§] H a sido también la más ignorada de nu estro reformador. Ma rce lino Menéndez Pe layo, ten iendo acceso como t uvo al fondo bibliog ráfico de Usoz y Río , se abst uvo de hacer coment ario alguno sobre el ejemp lar de Doctrina cristiana que se conte nía en el m ism o. Batai llon nos ha dejado un breve co m enta rio a la Suma de doctrina, pero de Doctrina cristiana, que ll ama ' la Doctrina grande' -hacien do suya la denom in ac ión que le había dado en su d ía Boehmer- , se lim ita a darnos esta breve va loración : " La Doctrina grande, aunque m ás tapi zada de citas de la Escritura, no agrega nada nuevo al pensam iento re ligioso de la Suma.

Vol un tariamente o no, está truncada. Es una primera parte co nsagrada a los artícu los del Credo, y cuya co nti nuación no sa lió nunca a la luz." [157.] La apreciació n de Bata illon no es correct a. Además de los co m entarios al Credo, so lo en el tema del 'doble co nocim iento de Dios y del hombre' Constan ti no ded ica ve intin ueve cap ítu los, y en el tema de los 'test imonios generales en favor del Cr istian ism o' ded ica ve int e cap ítu los. Por lo demás, co m o tendremos ocasión de ve r, en la obra se hace referencia a un buen número de cuestiones que no aparecen en la Suma de doctrina ni tampoco en el Catecismo cristiano.[15ª] Fuera de una breve referencia, t ampoco W.B . Jones abo rda la t emática de los conten idos de Doctrina cristiana. [159.] José-Ramón Guerre ro es una excepció n en la lista de autores que han ignorado o most rado poco interés en los con t enidos de Doctrina cristiana. En su estudio sobre los catecismos españo les del siglo XVI dedica espec ial at enció n a Doctrina cristiana. Sin emba rgo, ya de entrada, nos ade lanta un a va loració n genera l de d icha obra que no es correcta. Afirma q ue Constan t ino escr ibió tres catecis m os: la Suma, el Catecismo y la

Doctrina cristiana, "de est ilos y contenido diversos y d irigidos a distintos dest inatarios. Mientras el Catecismo cristiano está orientado a la pri mera instrucción re ligiosa de los n iños la Suma va d irigida a los jóvenes y adu ltos qu e no poseen espec ial erud ición , y la Doctrina cristiana t iene por objeto ser una eficaz ayuda para los clé rigos en el m inisterio past o ral." [160] La tesis de q ue Doc-

trina cristiana sea un catecismo, no es correcta: la obra no está escrita en forma de diálogo, n i el propio Constanti no en el prefacio dice que lo sea. Sobre los fines qu e perseguía el reformador españo l con su obra, escribe Re inaldo:

Con esta obra Co nsta nti no había proyect ado pub licar un cuerpo un iversa l de doctrina crist iana en dos t omos: en el pri m ero trataba de la fe, en el segundo pensaba t ratar de los símbolos, de las obras y, fina lmen t e, de todas las ob ligaciones del hombre cristiano. Co m o fuera q ue en el primer t o m o pub licado no se dij era nada sobre el Papa, las indu lgencias, el purgat orio, la meritor iedad de las obras 'y otras simplezas semejantes,' Co nsta ntino 'se hizo acreedor de odio y de sospecha de herejía .' A qu ienes le preguntaban sobre esas cosas, Constant ino so lía respo nder q ue todas pe rt enecían al segu nd o tomo pro m etid o, q ue en él trataría ampliam ente de esos temas . Ese tomo nu nca sa li ó, a no ser q ue haya sido el q ue encontraron los 1nquis idores.[161] A la luz de las afi rmaciones del autor de Artes pode m os co leg ir q ue el propósito original de Constantino al idear los conten idos de Doctrina cristiana era el de escribir un tratado ext enso y comp leto de doctrina en dos tomos - lo que hoy posib lement e ll amaríamos un t ratado de Teología sistemática- .Fu era o no el ' libro man uscrito' hallado en casa de Isabel Martínez el 'segundo t o m o de este proyecto,' el hecho es qu e este vo lumen no ll egó a la imprenta, por lo cua l el objetivo de 'pub licar un cuerpo universa l de doctri na crist iana en dos tomos ' no llegó a actua lizarse. Ta m poco los con t en idos de Doctrina cristiana, aun siendo amp li os, no reflejan el grado de ' u niversa lidad' q ue es de suponer hubiera deseado Co nstantino. En el Prefacio de la obra el reformador españo l m anifiest a qu e, en tre otras cuestiones, abordaría el tema de los sacramen t os y

el de las sectas, y que " co ntando con el benep lácito de Dios ten ía el propós ito de añad ir algu nos sermones sobre temas importantes con t ra los vicios más corrient es, y de exhortació n en favor de las virt udes m ás reco m endab les; incluyendo, además, u na expos ición de las epíst o las y evange lios que para el curso del año sug iere la Igles ia." El propósit o de abordar estos temas Co nstantino no lo llevó a buen fin y de ellos no se habla en Doctrina cristiana. Entre los m ás de cien va liosos t emas que reg istra el Índ ice de la obra, se detecta, sin embargo, la ausencia de otros t emas y cuestiones re levantes de teo logía. Doc-

trina cristiana es una obra incom p leta. El propio autor reco noce est e hecho y por ello al fina l de la obra p ide excusas al lector. Dicho esto, y afi rmado una vez m ás q ue en Doctrina cristiana Constantino no cons iguió coro nar el id ea l de 'universalidad de con t enido doctrinal' que en su proyecto orig inal se había propuesto - ta l y como nos dice Rei naldo- , no por eso la obra dej a de reu nir m éritos más que suficient es para ser va lorada como uno de los escritos m ás importantes que nos legaron los reform adores espa ño les del siglo XV I.

¿La última obra de Constantino? Doctrina cristiana, si bien fue el últ imo de los libros de Constanti no que

conocieron la luz pública, si n embargo la obra, tanto por su co ntenido como por la estructu ra formal de las cuestiones abord adas, co n excepción de algu nos temas muy señalados, no puede considera rse como rad ical mente novedosa. A nuestro ju icio el conten ido de Doctrina cristiana constituye una fue nt e primaria de información d octri nal, o banco de material teológico del que en buena part e se originaron los ot ros escrit os de Const antino. Sobre la base de est a valorac ión, crono lógicam ent e la última publicació n de nuestro reformador ocu paría el primer lugar en el orden de sus escritos y en la concepció n originaria de sus co nt eni dos doct rinales . En la m edida en que el ca udal de conoci m ient os d octri nales de Const antino se iría incrementa ndo co n nuevas reflexio nes bíblicas, los resu ltados de estos co nocimie nt os ta m bién queda rían registrados en este banco de dat os y const itui ría n los temas novedosos que, en parte, se co nstatan en Doctrina

cristiana - como son, po r ej emplo, el t ema del doble co nocimiento: el divino y el h uma no, y el de la im agen divi na en el hombre por creac ión, y la 'casi imagen satán ica' en el hombre por el pecado- . H emos dicho 'en parte' porque es mu y posi ble que en est e banco de dat os se incl uyera n otros temas teo lógicos que Co nstanti no habría plan ificado desarroll ar en Doctrina cristiana y que, como el m ism o reformado r reco noce en dicha obra , no llegó a abord ar - co mo serían el d e los sac rament os, las sectas, sermones sobre t em as diversos y 'exposiciones de las epístolas y evangelios que pa ra el curso del año sugiere la Igles ia'- . Es por esta razón que Doctrina cristiana puede califica rse de 'obra

incompleta'. Sigu iend o esta línea argumentativa podríamos ta m bién suponer que de est e banco de datos teo lógicos se elaborarían también los conten idos del ' libro m anuscrito' que la Inqu isición descubrió emparedado en la casa de Isa be l Martínez. Tal como reseñamos en algunos de nuestros apéndices, no siemp re en los temas abordados en Doctrina cristiana Constan t ino nos muestra la coherencia y claridad expositiva que tanto caracterizan sus otros escritos. [, 62] Es muy pos ible qu e Constantino hubiera conocido con cierta antelación el pro pós ito del Emperador de invitarle a acompañar al Príncipe Fel ipe en su viaj e por Alem ania y los Países Bajos y que h ubiera pensado que ten ía sufi ciente t iemp o para dejar listo para la impre nta el manuscrit o de Doctrina cristiana. Sin embargo no f ue así: Constantino no d ispuso de suficiente tie m po para t erminar y ultimar satisfact oriam ente el original del libro. Es por est a razón que Doctrina

cristiana, ade m ás de ser u na obra inacabada es una obra que registra algunas deficienc ias estructurales de conten ido y forma que co n tiempo se hubieran pod ido su bsanar. Veamos algunos ejemplos d e estas 'deficiencias'.

Estilo repetitivo. - A pesar de que en el Prólogo de Doctrina cristiana Co nstantino afirme que en la exposic ión de los temas ev itará la repeticiones, ya que, además "de innecesarias, éstas son causa frecuente de co nfusión y desazón," sin embargo con frecuencia nuestro autor incurre en innecesarias repeti ciones. A unq ue su propósito, nos dice también, es el de " no apartarse de la ord inaria breved ad" (f. 340v) , lo cierto es qu e la 'deseada brevedad' no siem pre la co nsigue al hacernos ' res úmenes ' m uy repet itivos de algu nos de los

temas que han sido tratados co n sufic iente extens ión y claridad. En ocas io nes los ' res úmenes ' v ienen a ser repet iciones cas i lit era les de lo prev iam ente expuest o. Ejemplos de resúmenes repet it ivos los tene m os en el capítulo 50 al hablar Co nstantino "de las cinco consid eraciones so bre el primer artículo de la Confesión de fe " (Fo li os 137v- 139v), y t amb ién al term ina r la exposició n d el

tercer artículo de la Confesión (fo lios 19ir-1 92v) . En ocas io nes los resú m enes son m uy gen era les de "todo lo q ue se ha d icho, pa ra qu e la m emoria de los lectores sea m ás favo rec ida y más des pertad a..." (Folios 319r y ss.). De ahí q ue el suma rio q ue se co ntiene en el capítulo 89 de Doctrina cristiana se anu ncie como Recapitulación y suma de los doce artículos de la fe. Pero luego, a parti r del fo li o 323r hasta el 326 r Co nsta nti no hace otro resu m en ' m ás pe rsona l' de todos los artículos d e la Confesió n de fe en forma más ampliada de los

mismos.'[163] A veces los sumarios aparecen en un 'co ntexto de pedagogía pasto ral.' Al term inar la exposic ión de una determ inada t em ática Const ant ino sugi ere algu nas form as de plegaria con el propós ito d e que la doctrina q ue ha sido expu est a ha lle d eb ido cu m p lim iento en la vida d el creye nte. As í es, por ej em plo, una vez ha concl uido su expos ició n de la doctrina de la Tri nidad nos da "ejem p los d e orac ión a las tres personas de la Sa ntís ima Trinidad ." (Fo lios 98r-9 9r) .

Errores en las citas bíblicas. -

Ot ra prueba de qu e el m an usc rito fu e entre-

gado precip itad am ente al impresor la t ene m os en el hecho d e qu e un bu en núm ero de citas bíbli cas q ue se d an en el original de Doctrina cristiana no son correct as. A l redactar el texto original Co nsta nti no se fió en exceso d e su

memoria al dar las refe rencias bíblicas que int rod ucía en el texto, pero más ta rde no revisó la exactitud de las m ism as al entregar la obra al impresor. En el

folio 228r, por ej em plo , como prueba bíbl ica de la resurrección de Jesucristo se da la de



de Corintios 17. (f. 228 r) No hay, sin em bargo, capítulo 17 en esta

prim era epísto la a los Corintios. La refe re ncia correcta es la del capítulo 15. Haciendo uso de elocue ntes comparaciones metafóricas el apóstol Juan, en el

Apocalipsis, describe la ci udad ce leste como una const rucció n "de m uros de jaspe y hecha de oro tan claro como vidrio m uy lim pio, y con fundamentos adornados de todo ti po de piedras preciosas. No tiene necesidad del so l ni de la luna, po rq ue la cla ridad d el Señor le dará lum bre, y la ca ndela es el cordero Cr isto, nuestro red entor." La cita que aparece al m argen es de Apocalipsis 27. Nuevam ente hemos d e decir qu e es una referenc ia eq uivocada. El libro del

Apocalipsis so lo ti ene 22 ca pítu los. La cit a correcta es del capít ulo 21. (f. 306v) En el fo lio 27 se da como referenc ia el Salmo 160. Sin em bargo el libro de los

Salmos so lo tiene 150 salmos. En el proceso de actua lización del texto de Doctrina cristiana se han correg ido las citas erróneas qu e, como habrá comprobado el lector, son muy frecuentes. En el fol io 368v, por eje m plo, de las cinco refe rencias que se dan, cuatro no son correctas. [16.4] Abu ndando en lo que hemos d icho de que Doctrina cristiana const ituye una primera fuente de información doctrinal, o banco de material teológico del que en buena parte se originaron los otros escrit os de Constan t ino, bien pod emos afirm ar que los Catecismos so n evidente p rueba de ell o. Y así lo co nstat ó Luis Usoz y Río al afirmar q ue "confrontando Doctrina cristiana con la Suma de

doctrina, y ésta luego con el Catecismo cristiano, se ve que sin dejar absol utamente nada sustancia l supo el Doctor abrev iar, con acierto su mo, la obra primera en la seg unda, y ésta, después , en la tercera." [l..QS]

Estilo y lenguaje Los estudiosos de Const anti no podrán t ener d iferencias interpretativas y de juicio en cuanto a su pensam iento y doctrina, pero todos co incidirán en ensa lzar la exce lencia del lenguaje del q ue hizo uso el conque nse.[, 66] A j uicio de Lu is de Usoz y Río, "Co nsta nti no es uno de los mejores escritores castell anos y acertó a expl icar sus pe nsamientos más oc ul tos, sin mend igar vocablos obscuros. Puede ll amarse verdaderamen t e pauta y modelo en nuest ra lengua." Esta maest ría y elegancia en el uso del cast ellano, añade Usoz, "d ist ingue, además de Constantino, también a Va ldés, Pérez de Pineda y Va lera. En natu ra lidad de alocuc ión, y de voces , los cuatro se ll evan la pa lma. No qu iere n arrebatar, n i ca utivar con artificio a sus lectores." [, 67J Sobre el est ilo de la

Suma de doctrina cristiana comenta Menéndez Pelayo que " es firme, se nci llo y de una t ersura y limpieza not ables, sin grandes arrebatos ni movim ientos, pero con una eleganc ia modesta y sost enida; cumplido modelo en el género d idáctico. Es el mejor escrit o de los catecismos castel lanos, aunque, por des gracia, no el más puro." [168] A ju icio de Bataillon, la " perfecc ión oratoria" que caracteriza la Confesión de un pecador de Const anti no "hace pe nsar en Bossuet. Pocas pági nas hay más hermosas que éstas en la literatura re li g iosa de España." [l§.9.] En sus escritos Co nsta nti no trat a de t ransmitir el mensaje evangé lico en un lenguaje claro y preciso, libre de adherencias y fa lsas interpretaciones. Desea que la doctrina sea bien en t end ida y bien interpretada, y para consegu irlo

utiliza siempre con gran maestría la lengua romance , que todos los lectores comprenden . En el Prefacio de Doctrina cristiana, escribe: " En la even t ua lidad de que Dios no tuviera a bien pro longa r m is d ías, me in icié escribiendo en rom ance para instrucc ión de aq uell os qu e te nía ce rca, que no t ienen erudición lati na, y que sienten el deseo y la neces idad de ser enseñados." Su propósit o y deseo, nos d ice, " es se rvir con la pa labra en t re tanto que Dios me de v ida y furia para ello." En las páginas de Doctrina cristianase reg istran notorias var iedades de estilos y giros lingüísticos. En la expos ición y comentarios de los artícu los de las confes iones de fe que se aborda n, el lenguaje suele ser directo

y conc iso, aunque en ocas iones el autor cae en innecesarias repeticio nes que hacen un t anto cans ina la lectura. A veces, en no pocas veces , de ta l modo Const anti no vive tan estrechamente los temas expuestos que el lenguaje se desborda en profund a y sentida oratoria verba l. En estos casos la pa lab ra se convierte, no so lo en veh ícu lo raciona l de sign ificado , sino tamb ién en re bosan t e medio de impactan t e vive ncia espiritu al. En estos casos , que insist imos, no son pocos, el lenguaj e de Const anti no se eleva a su blimes alt uras de doxológ ica oratoria y ex ul tan t e adoración. El domin io del lenguaje que da m uestras Const anti no en sus escrit os - y en est o Doctrina cristiana es tambié n ejemplo-

ratifica n una y otra vez su merecido prestigio como maestro del caste-

ll ano. Ofrecemos a conti nu ación algunos ejemplos que hemos entresacado de

Doctrina cristiana que ilu stra n de modo re levante la fuerza y elega ncia de un lenguaje que en no pocos casos deviene prosa poética :

En el q uint o

artículo se trat ó del m ist erio del descenso de Cristo, y de có m o

en su bajar fue siemp re vencie nd o. Se habló, después, de cómo vo lvió a la vida, y de có m o en su descenso y en su res urrecci ón ve nció al infi erno, resta uró nuestra vida y, con gran conso lac ión nu estra arrebat ó todo pode r a nuestros enem igos. No t iene n ellos ya poder para vence rnos,

pues la muer-

te con la que nos mataban quedó muerta, y la vida que nos faltaba quedó 11i11a. (f.

321 r)

¡Oh, bendita la bondad de Dios! Q uién acertase Señor a conoceros, y conocido ace rt ase a loares, y loándoos se transport ase ta nto y d e ta l manera en vos, qu e siemp re tuv iese cons igo la du lzura de vuestra mem oria, sin vo lver a su m ise ria, ni a la cuenta de la vi leza del m un do, ni a la bajeza de sus poq uedades. Q uién acertase a estar ta n atento en el pensa m ien t o de lo q ue so is, que nunca lo despert ase n las voces de la va nidad de la t ierra. Mas, ¡oh m iserab le de m í! si vuestra m isericordia no se q uiere seña lar en m í, q ue ta n ciego soy para co noceros, y t an escaso pa ra loar eso poco q ue conozco, qu e t an prest o m e emba razo y se fastid ia m i grosería de la d ulzura de trat ar con vos. ¿Qu ién Señor, si n vos, había de j untar ta n grandes extrem os? ¿Quién si no vuestra m ise ricordia había de hacer ta les cam bios, que tomase nuestra pobreza y nos diese su riq ueza? Que tomase nuestros trabajos y nos d iese su desca nso. ¿Qu ién si no vuestra sa bid uría había de abri r cam ino por donde tomando nuestras pobrezas, no os quedase is vos

pob re, y dándonos vos vuestras riquezas, q uedásemos nosotros ricos? Q ue tomando nuestras afre ntas, sa liese la gloria de vuestra majestad co n ganancia, y nosotros con tanta honra. Que tomando nu estras flaqu ezas, q uedásemos nosotros f uertes , e hiciereis vos con ellas mayores y m ás ad m irables ob ras qu e nunca hiciste is. Q uedándonos de vos la j usticia quedase la vuestra ta n satisfecha. Que descendiend o a nuestra bajeza, h iciese is esca lera por donde subiésemos los q ue est ába m os bajos , y se man ic,estase mas , 1a a 1t ura

de qu ien • vos so .is. (f. 177v-1 78 r)

Por todo esto, cuando el crist iano oye el nombre de Jesús, o lo evoca en su mem oria, su corazó n se exp laya al considera r la grandeza de tan poderoso seño r, infin ito en su j usticia, en su misericord ia, en su be ll eza y en sus exce lsas obras. Este gran Salvador ve nce los ejércitos del demonio, despoja de sus poderes a la muerte, po ne silencio al pecado, despoja de jurisdicción al infierno , rescata y li bera a todos los cautivos de estos ti ra nos, los limpia de la suciedad co n la que los afeó el caut iverio de sus cárceles , y los restituye a ta l grado de hermosu ra que a los oj os de Dios vienen a ser o bj eto de espec ial deleite, abrazándo los co n su infin ita bo ndad y haciéndolos partícipes de su re inado. Esta es, pues la significación del nomb re de Jesús, sec reto de ta les misterios qu e como música ce lestia l deleita el corazón del fiel que los oye. No f ue por decisión h um ana que rec ibió este nombre, si no por vol unt ad y be nep lácito del saber d ivino. (f. 1S9v)

La luz que a los ojos de los bienaventu rados irradiará la presencia de Dios, será una luz matuti na ce leste que dis ipará todas las tinieblas y hará posible el conocimient o perfectísimo de todas las cosas. Será, en grado sumo, como la luz del so l naciente en su plen itud, m ientras que lo que desde la t ierra podamos intuir sobre la gloria ven idera es como la luz del so l en su declinar vespertino. Bajo la luz divina se descubrirán y serán conocidas todas las cosas q ue surgie ron de su saber y poder creador; có m o asignó a cada una de ellas sus función y su fin específico, y cómo han sido y son sustentadas por designio y cu idado de su sab iduría providenc ial. Todo este piélago de conocimientos del hacer y del obrar de Dios será un día conocido po r los bienaventurados en la gloria ce lest ial. (f. 310r) Podemos, pu es, inferir, que el que ve a Dios obtiene un conocimiento de las cosas con mayor luz, con mayor p rofund idad y con mayor fru ición. En la su posic ión de que algu ien por sí mismo prete ndiera alcanzar ta l cima de conocim iento, no lo co nseg uiría ni aun si viv iera m il m il lones de años. Para las al m as de los bienaventu rados Dios es co m o un espejo que se represe nta así m ismo con infinita luz y que las capacita para qu e le m iren y capten con cla ridad prístina los destell os de su excelsa identidad. En este espejo se representan ta m bién sus obras y sus criaturas con im ágenes de perfect ísima claridad, y que reve lan lo que rea lmente son, con t odos sus atribu tos y fines y con la estrecha armonía que ma ntienen todas ellas entre sí.

Ven as imismo los bienaventu rados la humanidad de Cristo, nuestro reden tor; y en él contem plan los grandes dones y las grandes riquezas q ue el eterno Padre depos itó en él para el logro de nuestra redenció n y de nuestra j ust icia. Fuente de alegría y co nsuelo es la med itación de hechos tan im porta ntes como la su peración de nuestro pecado por la m isericord ia di vina y la destrucción de la obra de Satanás, autor de t odos los males. Es entonces cua ndo rea lmente entenderán los justos cuán enormes fueron las m iserias que vin ieron por el pecado, y con gozo indescriptible se darán cuenta de la grandeza de su remed io. De las cosas que pa rticu larmente pasan acá tienen los santos gran conocimient o. De t odo lo qu e concierne a su bienaventu ranza buen conoci m ient o t ienen los justos , ni tampoco les da desab rimiento lo que la divina majestad les encubre, porque todo lo dispe nsa el la con grandís ima armonía y todo con el propósito de grandes mercedes y de gra ndes beneficios para con los suyos. Es Dios el espejo libre que muestra a los bienaventu rados lo que quiere, y encubre tamb ién lo qu e qu iere de las pa rticu laridades de acá. Mas como tenemos dicho, todo es para su bien, y así lo entienden los j ustos, que se gozan con grandísimo placer de todos los designios de la vo luntad del Señor. (f. 3, ov)

1

mportante es saber que Dios está al corriente de todas las obras y todos

los pensa m ien t os, buenos y malos, de los hom bres. Dios lo conoce todo y lo pesa, sin que falte ni sobre qu ilate. Juez será de todo y a todos dará su

correspond iente retr ibución. Todo esto puede suscitar temor, pero también amor: freno para los ma los y grandes espuelas para los buenos. Doloroso es para e l ma lo saber que Dios es test igo y juez de todo; pero de gran consolac ión es para el justo su buen hacer y su perseverancia en las buenas obras. Bien sabe el justo que si hombres hay que no ven la verdad, Dios ciertamente la ve, y que si ahora no es man ifies ta, un día, en presencia de los ánge les y de todos, será plenamente man ifiesta. Y lo mismo con la justicia: persegu ida ahora, pero recompensada será un día y premiada co n el ga lardón prometido. Acicate para e l cristiano ha de ser todo esto para tomar án imo en su buen hacer, para esforzar su paciencia, para sufrir las injurias y agravios. Ciertamente de a legría tamb ié n le será y de fre no le será para no pagar ma l por ma l y de represió n de todo sentimiento de venganza. (f. i 35 r) Con este espíritu se ha de sufrir la cárcel, la pobreza, el hambre, los dest ierros y las enfermedades. Dios es testigo de todo y juez de todo. Su omn isciencia lo guía todo. En todo hay raíces de grandes bienes. Con esta confianza e n los des ign ios providenc iales se han esforzado y perseverado siempre los hombres justos, poniendo siempre, en contraposició n a los fa lsos ju icios de l mundo, la firme convicción de que su causa estaba en justas manos. Así el sa lmista David, después de haber contado las obras de los ma los contra los justos y s us atrevimientos contra la majestad d ivina, confiesa que su alma está reposada y con gra nde confianza en Dios, pues en sus manos está todo su futuro . Del m ismo modo Job, al hacer memoria de sus grandes pruebas, concluye diciendo

que en el cie lo está su testigo. Cristo, n uestro redent or, dice que no busca su gloria n i su aprobación en el j uicio de los hombres. Así el cristiano, al cons iderar la obra de la creación , fruto del amor divino hacia el hom bre, ha de descansar en la confianza de que tamb ién esta creac ión está reg ida y gobernada por la d ivi na omn isc iencia de su provide ncia. Con esta fe y con esta alegría ha de vivir siempre el hombre fie l. (f. , 35v)

En la vida del creyente , y en las d iferentes vocaciones que desarrolla, pueden surgir mu chas pruebas y d ificu ltades. An t e ellas pueden darse sit uaciones de pecado al cla udicar el creyente con cobardía ante lo bueno, mostrar confianza en fa lsos remedios y en la autoconfianza de su propio saber. En lo que a su vocac ión, o ll amamiento, tiene que ver, si su ofic io es justo y bueno, cíñase al m ismo buscando en todo la gloria de Dios . Si piensa que no podrá segu ir ade lante en su tarea, confíe en el saber y en la bo ndad del Señor, que sabe el có m o y el cuándo de t odo. Ante grandes contrat iempos sepa que Dios es creador del cielo y de la tierra, y que no hay en el cielo ni en la tierra q uien le pueda res istir. (f. 136 r) Si te m e la reprobació n de los hombres, recuerde que Dios es t estigo y j uez de todo lo que hacen los hu manos. Muchos se siente n ta n temerosos y encogidos, que aún asabiendas de que en muchas cosas podrían serv ir a Dios, asume n con miedo sus t rabaj os y actividades y no lo hacen. En algunos casos fingen ignorancia , presienten obstácu los, antepo nen intereses propios, etc. Se o lvidan

de que en todo han de somet erse a los intereses d ivinos y a la d irecc ión de la omn isc ient e Prov idencia. Seguros est amos qu e de boca est as personas estarían de acuerdo en todo lo que decim os , pero que co n sus hechos lo negarían. Todos est os t emores, vac ilaciones, co ntrad icciones , egoísm os persona les, etc. et c. han de ser superados y venc idos acept ando con

fe y

co nfianza la clara doctrina d e nuest ra Confesión al decir que Dios creó los cielos y la ti erra, y que co n su prov idencia gobierna t odas las cosas . Por encima de lo q ue se ve aquí el creyent e ha de tene r en cuenta lo que se ve allí. Dice Sa lo m ón qu e 'q uien t iene cuenta co n el vien t o nu nca sembra rá, y q ue nunca cogerá qu ien cons id era las nubes.' Ante la gran va riabili dad del t iem po y de las cond iciones atmosféricas , el labrador se somet e a los des ignios d e Dios en la siem bra de su sim iente . Y est o es lo que debe hacer el hombre en el ejercicio de t odas sus act ividades y oc up ac iones , pon iendo siem pre su co nfian za en la acc ión de un Dios prov id ente que con su poder, 1 6 saber y bondad gobierna todas las cosas . (f. 3 V)

N o tiene n qu e teme r los enfe rmos , pues hay sa lud para ellos. N o t ienen por qué deci r ¿qu ién hallará esta sa lud?, pues ell a m i sm a los viene a buscar. No hay causa para que se entrist ezcan, d icie ndo: ' Si está en el cielo nuestra sa lud, ¿qu ién subi rá pa ra que nos la tra iga y nos la ponga en las m anos? Si está en la profu nd idad de la t ierra, ¿q uién baj ará y la saca rá de allí?' Cerca est á d e nosotros co n su proclama, con su pa labra y con su

misericordia. Si no nos buscara pri mero ella m isma, excusada cosa fuera saberla nosotros buscar, ni ati nar a donde estaba. Ella se manifestó, y nos vino a buscar. Ella nos ruega que la rec ibamos. Ella ve nce nuestras t inieblas para que la podamos ver. Ell a da voces para que la oigamos, y por mi l caminos nos sa le al camino. Si grandes son las enfermedades, si desesperadas de nuestras fuerzas, no hay por q ué desesperemos, porque es mayo r la sa lvació n que nuest ro mal. Dios es el que vie ne a sa lvarnos, a cuya pot encia y a cuyo saber y a cuya bondad no hay enfermedad q ue resista. La medicina es su Ungido, enviado para tan grandes cosas. Sanará 168 r) qu ·ien 1o rec ·b· I 1ere co n vo 1unta d d e sanar. (f.

¡Qué sub lime maj estad encierra la verdad del cristianismo! Vemos a hombres q ue lo dejan t odo , afro ntan dificu ltades e incl uso la m isma muerte, para seguir al Cristo resucitado. ¡Qué testimonio el de estos hombres que durante un tiempo fueron hu m i ldes pescadores, desconocidos y marginados por la sociedad de su tiempo, pero que ahora se han convert ido en pred icadores de las inescrutab les riq uezas de la gracia redent ora de Jesucristo , ún ico y verdadero H ijo de D ios! ¡Cuán grande y profundo es el contraste que en todo ofrecen los héroes de la fe evangé lica si los comparamos con los poderosos de la tierra y enemigos de la verdad del crist ianismo! Los unos recurren a los poderes t errenos para conseguir sus fines; son sátrapas y ti ra nos del pueblo, y se autoproclama n verdaderos sab ios

del mundo y co nocedo res de su desti no. Los otros so n su m a expres ión de la hum ildad y la po breza. No son las suyas arm as de destrucción, sino que ejerc itan las armas del am or y del perdón, y firm es perma necen en el poder y en las victorias q ue emanan de la prop ia verdad . (f.

388

v) Los unos recu-

rren a la astucia; los otros a la traspare ncia de la simp licidad. Los unos co nj uran con los pode rosos; los otros se m ueven dentro de los h umi ldes límit es de su prop ia manada. Los unos d icen : ' pers igamos ' ; los otros d icen: 'te ngamos pacie ncia'. Los unos d icen : ' m atemos '; los otros d ice n: ' muramos '. Los unos d icen : 'dest ruyamos a n uestros enemigos'; los otros d icen: 'todos son am igos nuestros '. Los unos mald icen; los otros bend icen. Los unos t o m an armas; los ot ros tienden las manos. Los u nos d icen: ' nosotros somos los ' buenos'; los otros dicen: 'nosotros somos el deshecho del m un do'. Los unos d icen: ' nuestro es todo'; los otros dicen: ' no am bicionamos nada'. ¡Cuán d isti ntos y des iguales son en todo est os dos ba ndos! Pero a pesar de todo, en este conflicto los desnudos vence n a los armad os; los pocos a los m uchos; los pobres a los pode rosos; los p iadosos a los crue les. Extrao rdinaria es la vict oria: la consiguen los que callan y los que m uere n; no la logra n los que pe rsiguen y mat an . Es así como se levanta n po r todo el mu nd o las banderas v ictoriosas de Jesucrist o. Los en listad os de este ' ejércit o' no toman armas, si no q ue las dejan; no le siguen para ganar haciendas, sino para menosprec iarlas; ofrecen sus vidas por Jes ucristo y no por las vanas causas de este m undo. Clarame nte se d espre nde de t odo lo d icho que los po bres y desvalidos de est a conti en d a

alcanzaron su v ictoria, no por lo que eran o poseían , sino po r las riquezas ,

. . d . (f. 388r-f.388r-f. 389r) f uerzas y po deres q ue 1es vinie ron e arri 6a.

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DOCTR I NA CRISTIANA ,

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EN QUE ESTA COMPRENDIDA TODA LA INFORMAC I ON QUE PERTENECE AL HOMBR E QUE QU I ERE SERV I R A DIOS

POR EL DOCTOR CONSTANTINO

[1]. Para un am plio estud io de la v ida y o bra del Dr. Co nstanti no véase la Intro-

ducción de David Estrada H erre ro en Constantino Ponce de la Fuente, Exposición del Primer Salmo de David y Confesión de un pecador, en O bras de los Reformadores Es paño les del Siglo XVI. Co lección Ed uforma H ist o ria, Vo l. V. Sevill a: MAD, 2009, pp. 7-133.

[l]- Sobre los ape llidos con los qu e actua lm ente se co noce a nuestro pe rsonaje, hemos de constatar qu e el prime r ape lli do, el de Ponce, por lo que sabemos hasta la fecha, no lo uti lizó Constant ino ni Re inaldo Gonzá lez Montes, su primer biógrafo, ni sus coetá neos cuando hablan de él. Es a part ir del siglo XIX cua ndo se le cita con el añad ido de Ponce. El uso de los dos ape lli dos, obse rva el Dr. Salvador Fe rnán d ez Cava " no era frecuente en el siglo XVI. Ponce podría se r una ma la lectura de Phonti -Fuente- d o nd e la grafía < ph >, ta n comú n

en

el

modo

clás ico,

sustituiría

la

labiodenta l

fricat iva

."

(Constantino Ponce de la Fuente, AL M UD, UCLM , BCLM, 2007, not a pp. 209210). Ponce, pues, se ría un a repetició n del ape ll ido Fu ente. Si n prescin d ir de la aceptada t endencia poste rior a cit ar a nu est ro refo rm ado r co n los dos apell idos de Po nce y de la Fuente, uti lizaremos con frecuencia el mero nomb re de

Constantino, o Dr. Constantino, para referi rnos a él; pu es es as í como el propio reformador en sus ob ras im presas hacía co nsta r su autoría. [3]. Reinaldo Gonzá lez Montes, Artes de la santa inquisición española, Colecc ión obras de los Refo rm ado re s Españoles del Siglo XVI , Sevi lla: MAD, 2008; Vo l. IV, 293. De ahora en ade lante cit aremos esta ob ra bajo el nombre de Artes,y a su autor por el de Re inaldo.

[4]. Marcel Bat ai ll on,

Erasmo y España. Estudios sobre la historia espiritual del

siglo XVI. México-Buenos Ai res: Fondo de Cultura Económica, 1966, págs. 523,

5. [5]. Jud íos co nversos f ueron , ent re otros, los antepasados de Lu is Vives , Teresa de A hu mada, Juan de Ávi la, Juan de Verga ra, Luis de León, Ag ustín Caza ll a y Ru iz de Alca raz. [6] . El nomb re comp leto del Arzob ispo era el de Juan Mart ínez Guijeño, o de Pede rn ales, y po r decisió n prop ia el segu ndo ape llido Gu ijeño (Pedernales) fue lati nizado en

Siliceus, de ahí el no m bre de 'Carde nal Silíceo' con el que

ll egó a ser popu larmen t e conoc ido.

[7.]. Constantino Po nce de la Fuente, Exposición del primer Salmo de Da11id1 cuyo

principio es Beatus 11ir - di11idido en seis sermones. Edición , introducció n y notas de Em ilia Navarro de Kelly. Biblioteca v irtua l M iguel de Cervan t es , 1977, p p.

97, 11 6-n7. N avarro ha editado el Beatus 11ir siguiendo la edic ión de Boeh m er. N uestras referenc ias será n de esta edic ión bajo la ab rev iac ión de

Beatus 11ir.

[~]- Artes, 309. [9]. A mérico Castro, Cer11antes y los casticismos españoles. Madrid: Alia nza, 1974, p. 25.

[10]. Artes, 292, 297. [ll] - Artes, 286. [12]. Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, 1- 11 , Bi bl iot eca de Aut o res Cristianos, Madrid 1956, 11 , 77.

[13]. Artes, 295-296.

[1.4-J. El felicísimo viaje del muy alto y muy poderoso Príncipe Don Felipe, hijo del

emperador Don Carlos Quinto maximo, desde España á sus tierras de la baxa Alemaña, con la descripcion de todos los estados de Brabante y Flandes. Escrito en quatro libros por Juan Christoval Calvete de Estrella, Anvers , M. N ucio, 1552. (Iª ed. Ambe res, 1552). Ed. Bibliófilos Españoles. Madrid: 1930. 2 vols. l. 15, 20; 11 ,

400. En el lndex librorum prohibitorum de 1612, las referenc ias del cro nista Cr istó bal Calvete a Constan t ino y a Caza ll a fuera n exp urgadas. En el docum ento se lee: "Ca lvete de Estella (Juan Christ ov) . Su Li bro, Viage del Principe. Lib. 1. Tít ulo. "Embarcación", fol. 5, pag. 2 . y fo l. 7, pág. 2. se q uit e todo lo que es alaba nza de Consta ntino de la Fu ente y de Agustín de Caza lla." Li b. 4. fol. 325.

[15]. En ed iciones posterio res de la obra de García Matamoros, también todas las referencias al Dr. Constan t ino fueron expurgadas. Tam bién el nombre de Const anti no - juntamente con los del Dr. Egid io y el Dr. Vargas-

f ue borrado

de la lápida de pred icadores famosos de la catedral de Sevi ll a.

[J.Q]. Artes, 286. [17.]. Klaus Wagner, El Doctor Constantino Ponce de la Fuente -

El Hombre y su

Biblioteca. Sevi lla: Diput ació n Provincial, 1979, p . 24. Véase también Pedro Man uel Piñeiro-Ra m írez: "Algun as co nsideraciones sobre la biblioteca del Dr. Const anti no," Archivo Hispalense, 192 (1980) , 301 -312.

[18]. Artes, 279.

[19.]. ¿Coi ncid ió Constantino con el Emperador en Augs burgo? El Emperador estuvo en esta ci ud ad desde el mes de agosto de 1550 al mes de mayo de 1551.

[20]. Artes, 295.

[n]. Artes, 295. [22]. Los dos tratados del Papa y de la Misa, ed. Luis Usoz, en Reformistas Anti guos Espa ñoles, Madrid, VI, p. 251.

[i3]. !bid. , 255. [24]. Bata illon, op. cit. , 706, 707. [lS] - Artes, 255. [26]. Batai llon , op. cit., 361. [l7.] - !bid. , 706-707. [28]. Exhortación al lector, p. 3, Bibl ia (rev isió n de 1602). Ed ició n facs ím ile de 1990. [6 9.]. Cipriano d e Valera , Los dos tratados del Papa y de la Misa, Reformistas Antiguos Españo les, 1851, Vo l. VI, pp. 241-242.

[30]. Artes, 276. [31]. Artes, 277, 274. [3l] - Artes, 276. [33]. Sobre el m ovim iento de reforma eva ngélica en Va lladol id, ver Frances Luttikhuizen, Underground Protestantism in Sixteenth Century Spain, Gott ingen: Va ndenhoeck

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sition and Society in Spain in the sixteenth and se11enteeth centuries. Bloomi ngton : Indiana University Press, 1985. p.161 , 162, 163 y ss. [39.]. "Any autho rity and j urisd ictio n exe rcised by t he inqu isitors carne direct ly o r indi rectly from Ro m e, w ithout whom t he t ribu nal wou ld have ceased to ex ist. Bu lls of appoi nt m ent , canon ica l regulations, sp heres of j urisd ictio n - all had t o have t he prio r approva l of Rome . The I nq uisit io n was co nseq uently also an ecc lesiastica l tribuna l fo r wh ich t he Ch urch of Rome assumed u lt imate respo nsib ility." Kamen , op. cit., 135.

[ao]. José Ra m ón G uerre ro, Catecismos españoles del siglo XVI: la obra cate-

quética del Dr. Constantino Ponce de la Fuente. Un iversidad Po nt ific ia de Salam anca, Mad rid 1969, 26.

(61-1]. Artes, 241.

[42]. Va lera, op. cit., 242-246. [43]. Bataill on, op. cit., 720. [44]. Op. cit., 527. [45] . Información en Gonzá lez Novalín, El Inquisidor General Femando de Val-

dés (1968, 2 vo ls.) 1, 198. El documento se incluye en AHN; Inqu isición , Libro 574, fol. 323. [46] . José e. N ieto, El renacimiento y la otra España- Visión cultural socioes-

piritual, Libra irie Droz, Geneve, 1997, p. 236. [47.]. Ver apéndice Nicodemismo. [48]. Artes, 298. [4.9J. Artes, 299 .

[so]. Artes, 299. [51]. Wi lliam Burwel l Jones, Constantino Ponce de la Fuente. The Problem of Pro-

testant lnfluence in Sixteenth-Century Spain , 2 vo ls, Ph. D. Th esis in The Graduate School of Vanderb ilt University, Nashville, T N . Vanderb ilt University, l 964,

VI, 565-569.

[si]. Artes, 295. [53] . Artes, 299; la cursiva es nuestra. [5~.J. Artes, 300. [55] . Prude ncio de Sandoval, Historia de la 11ida y hechos del Emperador Carlos V:

Máximo, fortísimo, rey católico de España y de las Indias. Ed ición y est ud io pre lim inar de Carlos Seco Serrano; 3vo ls. Biblioteca de Autores Españoles, Madrid. Ed iciones Atlas, 1955-56; 111, 500.

[5§]. \X/ illiam Sti rling, The Cloister Life of the Emperor Charles the Fifth. 2:i ed. Boston: Crosby, Nicho ls& Co. 1853, 316. Edward Boeh m er: "Const ant ino's

Christian Doctrine was one of about th irty favo rite works which const ituted al l the library wh ich de Em pero r had in h is retire m ent at Yuste when he d ied." Const ant ino Po nce de la Fu ente, Bibliotheca Wijfeniana, 17. [57.]. Artes, 301. En el Archivo Histórico Nacional se encuentran dos relaciones de las personas q ue sa lieron en el auto de fe de Sevi lla el 22 d e diciembre d e 1560 (Inquisición, leg. 2072, núm . 4). La primera dice: "Caja con huesos del Doctor Co nsta nti no, su estatu a con hábit o coraza con demon ios ..."; la segunda: "El Doctor Consta ntino de la Fu ente, canó nigo qu e fue de la canongia m agist ral de la d icha ygles ia, d ifunto, natura l de San Clemen t e condem nada su m emo ria y fama relaxa su statua y huesos por herege luterano con confiscac ión de bienes." [5~] - Artes, 302. [59]. Cfr. Antonio Benítez de Lugo, Constantino Ponce y la Inquisición de Se1,1i/la, en "Revista de España", 104 (1885), pp. 199-20. " Even some exp ressions in praise of Constantino fou nd in boo ks w h ich were publ ished before his imprisonme nt were blotted and not allowed to be rep rinted ." Boehme r, opus cit., 18. [60]. Doctrina cristiana, f. 69v, f. 69 r. [61]. Véase Joh n E. Longhurst , Luther's Ghost in Spain 1517-1546. Law rence, KS: Coronado Press, 1969; y José C. Nieto, "Luther's ghost and Eras m us' m asks in Spa in," Bibliotheque d'Humanisme et Renaissance, 39, 1977, 35-49. [62]. José C. Niet o, El renacimiento y la otra España, 158-159 .

[§3]. José C. Nieto, Juan de Valdés, 142. Ta mb ién: Jo hn E. Longhurst, Erasmus

and the Spanish lnquisition: The case ofJuan de Valdés. The Unive rsity of New Mexico Pres, Albuque rque , 1950, 16-17. [6.4-J. "Proceso contra Ped ro Ruíz de Alca raz, vezi no de Guada lajara." Mad rid: Archivo Histórico Nac ional, Inqu isición de To ledo, legajo 106, n. - José Ma rtínez Millán , a hn , Inquisició n, li b. 320, f. 343; ahn , lnq., li b. 573, 552 f. 121v. So bre este particular, comenta José Martínez Millán: "Los aco nteci mie ntos demu estran que , cierta mente hubo prohi bició n, lo cual parece esta r fuera de dud a, la gente segu ía leyendo las Escrituras en lengua romance.", op., 555, 554 . [65]. Sobre Juan de Va ldés y su doctrina, véase: Dav id Estrada, Introducción a l

Diálogo de Doctrina Cristiana, de Juan de Va ldés , vo l. 111 de "Obras de los reformados españoles del siglo XVI," Editorial MAD, Sevi lla, 2008. [66]. Batai ll on, op. cit., 535. En una nota al pie de la mis ma pági na cita como ejemplo las páginas 234, 237, 241, 260, 263, 265, 266, y 269, de la ed ició n facsímile de Coímbra, 1925. [67.]. Va le ra, op. cit., 246. [68]. Artes, 282-383. [69.]. Jo nes, op. cit., 276. [7.0]. Va lera, ibíd., 242,246. [7.l]- Pa ra un a refe rencia más ampl ia sobre la teología de l Dr. Consta nt ino, véase la Introducción de David Estrada Herrero en Constantino Ponce de la

Fuente, Exposición del Primer Salmo de Da 11id y Confesión de un pecador, pp. 93 y SS.

[7.2]. Doctrina cristiana, f. 195v. [7.3]. Suma de doctrina, RA E XX, t. XIX,, 320. [7..4]. Ro. 3,20; 4,2; 10 ,3-4 ; Gá. 2, 16; 3,11; 5,4; Fil. 3, 9. Ro. 3, 24 ss.; 5, 15-20. [7.5]. Beatus 11ir, segu ndo sermón. [7.6]. Doctrina cristiana, f. 202v. [7.7.]. Beatus 11ir, segundo se rmón. [7.8]. Ro. 1,1 7; 3,22, 25-28, 30; 4, 3, 5, 16, 24; Gá. 2, 16; 2; 3, 8-9; 5, 4-5: Fil. 3,9. [7.9.]. Beatus 11ir, qu into sermó n. [80]. Doctrina cristiana, f. 356v. [81]. Batai llo n, Op. cit. , 530. [82]. Doctrina cristiana, f. 255v. [~3]. Doctrina cristiana , f. 358v [84]. Doctrina cristiana, f. 194r. [~5]. Beatus 11ir, tercer sermón. [86]. "Fides e rgo sola est qua justifica, fides ta menq uae justifi cat, non est sola." John Calvin, "Acts of the Co uncil of Trent, with the Anti dote", Tracts and

Treatises in Defense ofthe Reformed Faith. Vo l. 111. Grand Rapids , MI : Eerdmans, 1958, p.152. [~7.]. Beatus 11ir, te rce r se rmó n. [88]. Beatus 11ir, te rcer sermó n. [~9.]. Suma, RAE, XX, t. XIX-46. [90]. Ver Apéndice: IGLESIA. [91]. Doctrina cristiana, f. 263 r.

[92] .

Doctrina cristiana, f. 261v.

[93] .

Doctrina cristiana, f. 259v, 26or, f. 259r.

[9.4].

Doctrina cristiana, f. 261v.

[95] .

Doctrina cristiana, f 232r-236v.

[96] .

Institución, IV, 12, 10.RAE, XIV-XV.

[97.] .

Doctrina cristiana, f. 266r-f. 321v.

[98] .

Doctrina cristiana, f. 266r.

[9.9.] -

Doctrina cristiana, f. 266r.

[100] . Batai llon,

op. cit., 279, 361.

[101] .

/bid., 320.

[102] .

!bid., 535.

[103] .

/bid. 535, 538, 539.

[1061.J. José Ramó n Guerrero,

Catecismos españoles del siglo XVI: la obra cate-

quética del Dr. Constantino Ponce de la Fuente. Un iversidad Po ntific ia de Sa lamanca, 1969, p. 15, 19. [105] . W ill iam Bu rwe ll Jones,

op. cit., pp. 217 y ss. "Except fo r a few m inor diffe-

rences, escribe John E., Longhu rst , Va ldés fo llows Eras m us very close ly in the

Doctrina cristiana". Joh n E., Longhu rst, Erasmus and the Spanish lnquisition: The case ofjuan de Valdés. The Un iversity of N ew Mexico Press, A lbuq uerque, 1950, p. 80. [106] . Ver David Estrada: "Consta ntino y el erasmismo", en

de la Fuente, Sevi lla: MAD, 2009, pp. 87-109. [107.] . José C. N iet o,

El renacimiento y la otra España, p. 218.

Constantino Ponce

[108]. José C. N ieto, Juan de Valdés y los orígenes de la Reforma en España e Ita-

lia, México-M adrid-Buenos Aires: Fo nd o de Cu ltura Económ ica, 1979, pp.226, 227. "In reality Va ld es' t hought is not Eras m ian at ali . lt has bee n set in an Alcarazia n pattern befo re he came t o Alcalá and never changed. H is lead ing ideas were formu lated before his arriva l at Alca lá." The alleged Erasmin ism of the Dialogue creates m ore problems tha n it so lves. The sol utio n to t his proble m is si m ple: Va ldés used the Erasmian t ext as a device to cover up the A lcarazian ideas of t he Dialogue in order t o obtain protection from the Eras m ian part y if danger sho uld arise. 1n other wo rds, Va ldés u sed Erasmus as a mask." José C. N ieto (ed .) , Valdés' Two Catechisms: The Dialogue on Christian Doctrine

and the Christian lnstruction for Children. Translated by W illiam B. and Carol D. Jo nes. Law rence, KS: Coro nado Press, 1981, pp. 16, 17. [109.]. José C. N ieto,Juan de Valdés, pp. 230, 231. "Th is is not t o say that Va ldés simp ly t ook over Alcaraz's ideas wit hout scrutiny o r w it hout reworki ng t hem in te rms of his ow n un derstanding. He exam ined an d m ade them h is own thro ugh persona l experience and biblical exegesis based on lingu istic know ledge ofthe bibl ica l t ext s." José C. N ieto (ed .) , Valdés' Two Catech isms, p. 15. [110]. " Hernán Vásqu ez was the m ost vigorous defe nder of Juan de Valdés and a st aunch sup po rter of t he ort hodoxy of t he Doctrina cristiana." Longhu rst, J. E., Erasmus and the Spanish lnquisition: The case ofjuan de Valdés. The Un iversity of New Mexico Press, Albuquerq ue, 1950, pp. 38, 39.

[fil]. Este documento se conse rva en el Arch ivo de la Inqu isición de Cuenca, (A.D.C., lnq. lib. 224, fo l. 4 6r).

[112] . Batai llon, op. cit, pp. 145, 150. [113] . Doctrina cristiana, fo l. 6v.

[ll4]- Ver José C. N ieto, "Herejía en la Capilla Imperial: Const ant ino Po n ce de la Fuente y la imagen del Diablo" -

Co ngreso Internaciona l Carlos V y la quie-

bra del humanismo político en Europa (1530-1558) -

Mad rid, 3-6 de j ulio de

2000. (Coord inador General del Congreso José Martínez Mi llán. Volume n IV), pp. 213 y

SS .

[115] . José C. N iet o, Herejía en la Capilla Imperial, 220. [116]. Ángel Alca lá, Obra completa de juan de Valdés, Ed ición y pró logo de Ángel Alca lá, Fu ndación José Antonio de Castro. Madrid , 1997; p. Lxv iii. [117..] . Erasmo y España, 347-348. [118] . Ver refere ncias y co m entarios en Nieto: El renacimiento y la otra España, 225-228. [119]. /bid., 169, 168. [120] . Archivo H istórico Nacional, Inquisición, leg. 2072, núm. 4. [121]. Artes, 303. [122] . 'Observaciones,' Suma de doctrina cristiana, de Co nsta nti no Po nce de la Fu ente, Reformistas Antiguos Españoles, Vol. XX (t. XIX), Madrid , 1863, pág. 40. En la lista de libros q ue se mandaron q uemar por los inqu isidores en el Co nsejo de Va lladol id de 2 de enero de 1558 aparece n todas las obras de Cons ta ntino. Sin emba rgo en esta relación aparece una advert encia curiosa: " Estos libros de Constan t ino se detengan y no se q uemen ." Por aque l entonces , ¿tenía el Trib unal de la Suprema d udas sobre la "heterodoxia" de los libros de

Const anti no y quería conservarlos para futu ras investi gaciones?

[123]. Artes, 295-296. Edward Boehmer: "There is no trace that Consta nt ino's commentaries ever were prin t ed, and according to all probab ility the man uscripts are entire ly lost. Certa in ly not one of the m who have spoken of these commentaries after Gonsa lvi us Montanus, has seen t hem either pr int ed or in ma nuscript ." Biblioteca Wiffeniana: Spanish Reformers of Two Centuries from 1520.

Their Lives and Writings. According to the Late Benjamín B. Wiffen 's Plan

and with the Use of his Materials. St rassburg: Karl Trubn er, 1874; New Yor k: Burt Frank lin, 1962; p. 29. Re impres ión facsím il de Analecta ediciones y libros, Pamplona, 2007.

[12aJ. Información en González Novalín, El Inquisidor General Fernando de Val-

dés (1968, 2 vo ls.) 1, 198. El docu m ento se incl uye en AHN ; Inqu isició n, Libro 574, fo l. 323. [125]. "Observaciones sobre los tratados de Constantino" en el volumen XX, p. 432 de Reformistas antiguos españoles (RAE) . [126]. La obra de Const antino sue le d ivid irse en catequética, homilética, y

dogmática. Dentro de la obra cateq uética se sitúa n los dos cat ec ismos mayor y m enor; o sea la Suma y el Catecismo, o forma resum ida de la Suma para mejor instrucción de los n iños. La obra hom ilética abarca los se is sermones del Bea-

tus 11ir y t amb ién incluye la Confesión. La obra dogmática tendría q ue ver prim ordia lmente co n la de Doctrina cristiana - aunque en todas las demás obras el eleme nto doctrina l y dogmático es también muy not orio- .

[127.]. Edward Boehmer en su ext enso estud io sobre los Reformadores

españoles nos ofrece una im port ante rese ña sobre las obras de Const ant ino,

Spanish Reformers, 11, 30-40. La reseña de Boehemer fue amp liada posteriorm ente por W illiam Jo nes en su tesis doctoral presentada en la Universidad de Va nd erbilt en 1964. En el vo lumen XX, de la colecció n de Reformistas anti-

guos españoles (RAE), q ue Luis Usoz y Río ed itó en Mad rid, en 1863, apa recen los siguient es escrit os de Consta nt ino Ponce de la Fue nte : Suma de doctrina

cristiana, Sermón de nuestro redentor en el monte, Catecismo Cristiano y Confesión de un pecador. En 1983, en Barcelo na, la Editorial Vosgos (Librería de Diego Gómez Flores), imprimió un a edició n facsím ile de las publicaciones de Usoz. María Paz Aspe Ansa, en su t es is doctoral Constantino Ponce de la Fuente. El

hombre y su lenguaje. Mad rid: Fundación Universitaria Espa ño la, 1975, ofrece un a va liosa bibliografía sob re los libros y artíc ulos más recientes que se han publicado sobre el reform ador es pañol. La aportación más sobresa lient e de la o bra de Aspe se ce ntra en el análisis lit erario de dos de las obras de Co nst antino: el Beatus vir y la Confesión de un pecador.

[128]. Bataillo n: "Hasta sería j usto añad ir a éstas ed icio nes, otra más, im presa en México en 1545 o 1546, si no se trat ara de un p lagio si n nom bre de autor que const ituye el hom enaj e más significativo al libro de Co nsta nti no. Qu ienes han visto esta Doctrina aseguran que la pri ncipa l m od ificació n sufrida por la

Suma consist e en q ue se emplea, en vez d e diálogo, u na expos ición corrida. Pero no es una pub licació n clandest ina. Este vo lu men se imprimió por orde n del o bispo de México, el franc iscano Fray Juan d e Zumárraga." Erasmo y

España, p. 540. [g9.]. /bid. p.535. [130]. Bata illon: " La doctrina de la justifi cación por la fe llegó a te ner ta m bién en Es paña una importancia tirán ica. En consec uencia, la Suma se pro pone ofrecer 'la doctrina de la fe' come ntando el Credo, y ' la doctri na de las obras' coment ando el Decálogo." Op. cit., 535.

[131]- Menéndez Pelayo, al hablar de la Suma de doctrina cristiana de Co nstantino, escribe: "Más qu e la doct rina, lo q ue ofe nde aqu í es el sabor del lenguaje y la intención oculta y ve lada del autor. El libro era mucho más pel igroso por lo q ue cal la que por lo qu e d ice. Todos los puntos de con t rove rsia est án hábi lmente esquivados. En la m ateria de la Iglesia cat ó lica está ambiguo y cuando habla de la Cabeza parece refe rirse siemp re a Cristo. No al ude una sola vez al primado del pontífice, n i le nom bra, ni se acuerd a del pu rgatorio, ni m ienta las ind ulgencias." Historia de los heterodoxos españoles, 11, p. 72.

[13 6]. En 1881 Edward Boeh m er editó la Exposición del primer salmo dividido en

seis sermones, (Bo nn, impre nta de Carlos Georgi). Estos serm ones, descu biertos en la Biblioteca Rea l de Munich, son de la ed ición príncipe sevillana. En 1902, la Casa Editorial de la Igles ia Met od ist a Episcopa l del Su r, Nashvi lle T N, reedit ó de n uevo esta exposición d el Primer Salmo. En 1977, y so bre el texto de Boe hmer, Emi lia Navarro de Kelly prepa ró otra edición - con introd ucción y notas-

del Beatus vir. (B ibliot eca Virtual M iguel de Ce rvantes). Re-

cientemente, editado por Emi lio Monjo Bel lido: Exposición del Primer Psalmo

dividido en seis sermones [1546]. (ed.), Obras de los reformadores españoles del

siglo XVI. Colecció n Eduform a H istoria, Vo l. V I. Sevi lla: MAD, 2008. [133]. Exposición del primer salmo, di11idido en seis sermones. Bi bliot eca Virtua l Mi guel de Cerva ntes, Alicante, 1999. Introducció n y notas de Em il ia Navarro de Ke lley. [134]. Beatus 11ir, prime r sermó n.

[135]. Beatus 11ir, pri m er sermó n. [136]. Beatus 11ir, primer se rmón.

[137..]. Beatus 11ir, segundo serm ón. [13~] - Beatus 11ir, segu ndo se rmón. [139]. Beatus 11ir, qu into se rmón.

[140]. Beatus 11ir, q uinto serm ón.

[L4l]- Beatus vir, terce r sermó n. [142]. Beatus 11ir, tercer sermón

[L43]- Beatus 11ir, te rcer sermó n. [7461-J. Beatus 11ir, t ercer serm ón.

[L45]- Suma, RA E, XX (t . XIX) , 45 [146]. Beatus 11ir, cuart o serm ó n.

[L47..]- Catecismo, RAE XX, t. XIX, 281. [148]. Juan (alv ino, Institución de la religión cristiana, t raducida y pub licada por Cipriano de Vale ra en 1597, reed it ada por L. Usoz y Río y B. B. \X/ iffen , Refor-

mistas antiguos españoles, Vo ls. XIV y XV [Madrid:

J.

López Cuesta, 1858].

N ueva edició n revisad a en 1968, 19811 1986. Rijswijk: Fundación Ed itorial de Lite ratu ra Reform ada, 19861 p. 4.

[14.9.]. Artes, 303. [150]. Batai/lon, op. cit., 589. [151]. Artes, 303. [15~J. Confesión, RAE XX (t . XIX), 360, fol. 77; 365, fol. 83. [153]. Confesión, RAE XX (t. XIX) , 379, 380, 386, 388, 390, 391 , fols. 94, 96, 100, 103, 105. [154]. Menéndez Pe layo, op. cit. , 11, 73. [155]. Es de notar que la o bra lleva una declaración firmada por Fray Ánge l de Castilla en la q ue da fe de la aprobación de los Inqu is idores de España, los m ismos que un año más tarde iban a cens ura r la AHN,

Doctrina como herética.

Inquisición, li bro 319, fol. 177.

[156]. RAE , XIX, 4-274. [157.]. Bataillon, op. cit., 539. [15~]- Segú n algunos estudiosos de Constantino, la plaus ible razó n de esta om isión casi tota l se debió al hecho de que el libro se asoció con el título

Suma de doctrina cristiana

Doctrina cristiana, y ésta última vino a concebirse, vaga-

mente, como una repet ición más o menos del tema y t ópicos tratados por la otra; de la m isma manera que el un resumen de la

Catecismo cristiano podía cons iderarse como

Suma de doctrina cristiana.

[159.]. W. B. Jones, op. cit. , p. 88. [160]. José Ra m ón Guerrero, Catecismos españoles del siglo XVI: la obra cate-

quética del Dr. Constantino Ponce de la Fuente, p. 7. [161 ]. Artes, 303.

[162] . Como ejemp lo de algunas de est as incoherencias en la elaboració n de ciertos con t en idos doctri nales véanse los apénd ices sobre La obra del Espíritu

Santo, la Soteriología y la Voluntad. [163] . En nuest ra actu alizac ión del texto o riginal hemos su prim ido algunos de estos resú m enes de conten ido repetitivo y, en ocasiones,frases t ambién repet it ivas como las de los fo lios 21v, 37v, 42v, 51r y 51v. [164] . Las referencias bíblicas, que en la ob ra de Co nsta nti no apa rece n al margen, las hem os incl uido en el texto al fi nal del cor respond iente párrafo. [1º.5] - Lu is Usoz y Río: Obser11aciones, Suma de doctrina cristiana, Refo rm ist as Antiguos Españoles, Vo l. XX, p. 456. [166]. Sobre el tema del esti lo y lenguaj e de Const antino, véase María Paz Aspe Ansa , Constantino Ponce de la Fuente. El hombre y su lenguaje. Madrid: Fundación Un ive rsita ria Españo la, 1975. [167.]. Lu is Usoz y Río: Obser11aciones, Suma de doctrina cristiana, pp. 454-455 [168] . Menéndez Pe layo, op. cit., 11 , 62. Co m prens ible la co leti lla de don Marcelino: desde su ce rrada posic ión cató lica la doctrina de Constant ino no pod ía ser p ura. [1º.9J. Op. cit., 589 .

PARTE PRIMERA DE LOS ARTÍCULOS DE LA FE EN AMBERES

En casa de Juan Steelsio Año D.M. LIIII

Con Privilegio Imperial

,

A LA S.C.C. M . DEL I NVICTISIMO EMPERADOR CARLOS QUINTO DE ESTE NOMBRE: REY DE ESPA Ñ A , DE NÁPOLES Y DE SICI LIA,

& C.

S.C.C. M .

[1} Diversas fueron y son las ca usas por las cuales aquellos que escri bieron algunas cosas que juzgaron de uti lidad para los hombres, las dirigieran y encomendaran a los príncipes de su tiempo - sobre todo cuando se percata ron de que en ellos se daban las razones por los cuales les rend ían t ales servicios- . M uchos desearon la inmort alidad de sus escritos , y parecióles que la buena fortuna de los prestigiosos príncipes y la perpetua fama de sus virtudes y hechos había de otorgarles perpetu idad al asociar co n ellos sus nombres. Juzgaron otros que con esto no só lo conseguirían inmortalidad para sus obras, sino t ambién para aq uell os, que bajo su servicio y favor, fuero n escritas. Y sabemos que muchos de entre éstos , y también de los otros, no se engañaron en su propós ito y suced ió t al como lo habían previsto. Otros en el pasado, y tamb ién hoy, han tenido como fi n último para conseguir el amparo y favor sobre la cosa que trat aron para ser aceptada - y cuya utilidad la identi ficaban con sus obras-

buscaron como t ute la y t ít ulo de aprobación el nom-

bre de los grandes y buenos príncipes, y a través de este importantís imo med io poder conseguir su propós ito. Finalmente es, y fue común inte nto de todos éstos, mostra r su vo lunt ad de servicio a sus príncipes y señores, man ifestando en est o que, si no pueden

consegu ir lo que desean, al menos han dado p rueba de lo que son capaces . Lo que sé decir de m í es que no soy de los primeros ni de los segu ndos, ni sigo ta les cam inos. Porque ni el nombre de vuestra Majestad - que por ta ntos t ítu los se rá siempre alabado-

t iene neces idad de la bajeza de mi testimonio , ni

yo procuro más memoria de mí, ni de m is esc ritos, aparte de que todo sea un hum ilde medio para que la Iglesia crist iana sea de algún modo servida. Al decir esto confieso que yo soy también del número de los ú lt imos, y que entre los que hacen grandes servicios qu iero yo dar tamb ién muestras de m i vo lun tad , pues no hay otro med io de que sean conocidas aquellas obras - que por sí no lo logran- , a no ser que gocen de la continuada grandeza y án imo de los va lerosos y seña lados príncipes que se dignan a rec ibir alegre satisfacción de la entrega y deseo de los que no pueden hacer más que esto. Parecióme así m ismo que no podía dar a mi obra mejor compañ ía que la del nombre de V.M. , ni ponerla en las manos de los hombre con mayor favor que con la muestra de haber sido recib ida por ta les manos y aprobada por autoridad tan gra nde, n i pod ía llevar cons igo pers uasión más poderosa que el ejemplo de haberla visto ta l príncipe, y de haberla atestiguado con su amparo y consen t im iento. Mi obra trata de la información sacada de la verdad de las Divinas Escrituras concern iente a la tota lidad de la vida, los pensamiento y actuacio nes del hombre cristiano, expuesta de ta l ma nera como para que cua lqu ier perso na pueda hallar aviso para su conc iencia, conso lación para sus trabajos , estím ulo pa ra que se acuerde del Señor que lo creó - y de qu ien tan grandes beneficios

ha recib ido- , y co nozca cómo le ha de se rvi r y de lo que gana sirv iéndole. Fue con gran conve ncim iento que escribí esto, y fáci lmente aplacé t odos m is trabajos; porque en t iendo de cuanta neces idad tiene n hoy los fieles de semejante escrito: para que en las grandes tempest ades que siempre sue le mover el demonio tenga n un puerto donde se am paren, y en el gran laberinto de op iniones diversas y modos disti ntos de enseñar, y entre t an t as oscuridades como la ignorancia ti ene sembradas - y cada día siembra- , hallen un hi lo po r donde segu ir y cera con que tapar los oídos ant e la dive rsidad de las voces que suenan en est e mu ndo. Con el m ismo propósit o co nque lo escribí, quise que fuese primerament e com un icado a mi propia naci ón, y que rec ibiese favo r del ju icio de V. M ., a fin de que la autoridad que de mi parte fa lta le vin iera y sobrase de t al tít ulo y de t al ejemp lo. Por la materia que trat a y po r se r t an justa la petición , aquel que es puest o por m ano de Dios en la ti erra por m in istro de la just icia y por defensa de la verdad , co n su acost umbrad a benevolencia y ce lo por la gloria de Jes ucrist o, redentor y Señor nu estro, acepte lo que en algu na m anera si rve pa ra est e fi n, y con su ej emp lo incit e a sus súbdit os a que lean d octrina cat ólica y sa nt a, a fin de que conformen con ella sus corazo nes, y la expresen con pa labras y con obras y co n el test imonio de t oda su vida . Lo que fa lt a para u na mayor ampliación de mi propósit o y de m i ob ra, lo reservo pa ra el Prefacio, pues las ocu paciones de V. M . no dan mas lugar a m i atrevim ient o.

[l]. S.C.C. M . abreviatu ra de Sacra Católica Cesárea Majestad.

PREFACIO AL LIBRO DE DOCTRINA CRISTIA N A

En el que se da razón al lector del argumento y materia de toda la obra, y del fin y consejo del autor al escribirla. Si los hombres entend iesen bien el gran pe ligro y m iseria en que incu rrieron por el pecado, y el remedio que les vi no por Jesucristo - unigén ito H ijo de Dios, redent or y señor nu est ro- , no dudamos de que con sumo cu idado huirían de lo uno - aborreciéndolo como algo d e incomparable infeli cidad-

y supeditarían todos los demás intereses a seg uir y alcanzar lo otro,

cuya excelencia es t an grande qu e no t iene ca bida en el pensam ien t o ni en ningún deseo del corazón. Mas por nuestros grandes pecados bien cl ara experiencia t enemos del m ucho descuido que hay tanto po r lo uno como por lo otro. Al pecad o esti m an en poco para huirlo y pa ra caer en él; del remed io hacen m uy liviana cuenta, en parte porq ue les parece que está en su mano t omarlo cuando qu isieren, y en parte porq ue como está n ciegos en el conocim iento de la bondad de Dios, ni entienden el beneficio que su m isericord ia les com unica , n i la ob ligación que t ienen pa ra servirle, ni lo que pierden para si m ismos al estar apart ados de su am istad . Todas estas ignorancias y estas miserias son re liquias del pecado, y verdaderas obras suyas. Art ificios son del demon io, que al verse d esposeído de la t ira nía que te nia sobre los hom bres por la m uert e y por la pa labra del Redentor de la vid a, pone gran diligencia en hacer el mayor mal qu e puede, y para ejecutar en alguna parte su ira, ya que sabe que es venci do y echado con gran

afrenta de la un iversa l poses ión . Increíble cosa es, y qu e nadie alcanza a explicar, de su mucha enemist ad que t iene contra la gloria de Dios; con cuán gran od io pers igue sus obras, con que encendida ira [1] está en contra del beneficio del Redentor, y contra la ve rdad y luz de su pa labra; que gran resentim iento[l] muest ra hacia los hombres para que no alcancen lo que él perd ió, - ya que con ello hubieran sido partícipes de su malvada y soberbia vo luntad , y del des t ierro y penas en que se halla y se hallará para siempre j amás- . Est a es su vo lun tad, su deseo, y su actividad, y esto es gran parte del torment o que padece. Mas como ve que no t iene poder contra el ser y contra la infin itud de Dios, y que la persona de Jesucristo está muy a sa lvo y con gran victoria y triunfo, vue lve toda su enem istad contra el hombre, porq ue en esto le parece que se encierra una gran parte de lo que su ma lvada inclinación le p ide. Su siniestra intención piensa que obscurecerá la gloria de Dios haciendo grandes ma les co ntra el linaje humano, es decir, yendo contra el hombre - la más exce lsa obra de sus manos- , y que podrá lograr que éste le desirva, desacate y se aleje tanto del fin por el que fue creado , que en terrib le ingratitud exh iba perversas obras y seña les negadoras del que fue su Hacedor. Por último, piensa que obrando as í obstacu lizará much ísimo la victoria del Redentor, para que su sangre no obtenga mucho fruto, si no que sea pisoteada y menospreciada por los m ismos por qu ienes fue vertida , y que su pa labra y su doctrina sea muchas veces predicada en balde - en t anto que los hombres no la qu ieran escuchar, y en ta nto tengan en poca estima un tan excelso tesoro de verdad que vi no del cie lo y que ta nto costó al hijo de Dios- . Estos son los

pensam ientos y obras del demon io, que si bien todas redu ndan para su propio ma l y mayor burla, tempora lmente no dejan de ser particu larmente muy dañosas para los hombres, ya que ponen gran tin ieb la y estorbo a la gloria de Jesucristo, a la que los hombres son llamados a defender con todas sus fuerzas y trabajos. Si todo lo d icho sobre la ocupac ión y las ob ras de nuestro enemigo no es bastante en lo que conc ierne a nuestra costosa experienc ia de cada día, séanos suficiente la pa labra del Redentor que, en prop ia boca y en la de sus d iscípu los, nos previene de la inclinación y cuidado de Satanás en persegu ir tanto a él como tamb ién a nosotros . El m ismo Señor nos d ice en el evange lio que Sat anás es hom icida desde el principio y enem igo de la ve rdad

Un 8, 44) .[3]

En

el cie lo contrad ijo la pa labra de Dios; en el pa raíso terrestre engañó al hombre con la mentira. Y desde entonces no ha cesado de fa lsear y ca lumn iar con todo su poder la verdad divina, introduciendo fa lsas religiones, corromp iendo los entend im ientos y corazones de muchos con d ive rsas persuas iones y engaños, manten iéndo los cebados con espe ranzas vanas , y armándo les con redes y lazos de mentira y contrarios a la verdad . As í como en el principio tuvo env id ia del linaje humano y ambición [.4-J para destru irlo, del m ismo modo tamb ién aho ra procura y procurará hacerlo hasta el fin del mundo - con el m ismo deseo y rab ia de matar a cuanto hombres pueda en el cue rpo y en el alma- . Aunque no tuviéramos otra prueba pa ra conocer claramente la vigi lanc ia y el odio con el que este antiguo dragón pers igue al linaj e humano, como ejemplo más que suficiente bastaría ver como se atrevió a tentar al H ijo de Dios, y

a pone r m ácu la sobre su persona (Mt. 4, 1-11). Viene contra m í "el Príncipe de este mundo", d ice el Redentor, "mas él nada t iene en m í"

Un.

14 ,

30) .[5] Con

espa ntoso y vergonzoso atrev im iento - nacido de su rabiosa env idia-

insta a

Jesús a qu e, en desconfia nza, buscara un nuevo cam ino para su susten t o; que con vana y soberbia confianza se dejara caer del temp lo; que cod iciando las riq uezas de la tierra ad ora ra una tan fea y malaventu rada best ia como él es (Le. 4) . Contra su verdad incitó a los fariseos a la h ipocresía, a la fa lsa re ligió n, haciendo , en todo esto, ca usa común con los príncipes, con la vana sab id uría y con el loco poder de la tierra . En todas partes levantó co ntra él ca lumn ia y contrad icc ión; encend ió los ánimos de sus m alvados m in istros para que le d iese n, co n infames acusac iones, u na afrentosa muerte. Entró en el co leg io de los d iscípulos, y de doce sacó a uno para que vend iera sangre tan j usta y tra icionara a t an gran Señor. Cierto es que no pudo hacer esto sin permiso divino; sin embargo de lo que aq uí ahora tratamos es de su incli nac ión , su d ili gencia y su vo luntad.

Y si ta l osad ía y ta l astucia tuvo este enem igo nu estro contra el Red entor de la vida, ¿a qu ién dej ará d e ased iar con temores? ¿De qu ién podrá ser am igo el que mostró t al enem istad contra el H ijo de Dios, siendo j usto y dador de remed io a los hom bres? ¿Qu ién pod rá dormir seguro teniendo co m o enem igo a alguien cuya rab iosa sed no conoce descanso? No hay mayor prevenció n que nos avise del poder m aléfico de Satanás, y que nos mantenga en alerta para no caer en sus manos, que las pa labras del Redentor cuando habla de él como "príncipe de este mu ndo". Fo rzosamente pe ligroso y miserable ha de

ser un mundo q ue tenga t al prínc ipe. Conforme a la es perada promesa d ivina de q ue la cabeza de esta mala serpiente había de ser qu ebrantada, el H ijo de Dios la venció, más t odavía pers iste en su perversa incl inación, en su env id ia y en su enem istad . Perm ite el Señor que el demonio, para su mayor condenación, nos t iente y nos pers iga pa ra prueba y corona de los j ust os, y para que los ánge les y los hombres se percaten de cuán agradec idos deberían est ar a la sangre de su H ijo y a los benefic ios de la rede nción. As í que aquel que es ven cido del demonio y vuelve a su poder, m ás lo es por su propia culpa - por dejarse vencer, por ser desagradecido y rebe lde, y caer de nuevo en la muerte en que primeramente estaba- , q ue por el inmenso poder que pueda tene r el demonio, ya que él só lo puede re inar por el pecado - pecado que por Jesucrist o f ue destru ido- . Si el poder de Satanás es tan grande allí donde por el pecado t iene entrada, y siendo tan grande su d iligencia en hacernos peca r, y ta nta nuestra flaq ueza para peca r, ¿qu ién no llegará a percatarse del te rrible poder de este príncipe de las t in ieblas y no ej ercerá debida vigilancia para no caer en sus manos? Siendo est o as í, pues nad ie puede negar la verdad de lo dicho, es de lamentar que no re pare m os en el hecho de cuán poco cu idado m uestran los hombres en hu ir de ta les peli gros. De permanecer ociosos, si n mostrar más d iligencia para lo bue no que para lo malo, nos vere m os en esca lera de perd ición y en cam ino de grandes males; y todo esto po r la astuc ia de n uestro enem igo y po r nuestra predispos ición a dar entrada y consentimiento a sus mañas y traic iones. Añad imos a todo esto el que somos m uy prestos a busca r

despeñaderos, a poner nuestra vida en muchos pe ligros, y a n uestra sa lud en muchas tribu lacio nes. Verdaderamente parece como si desafiáramos a n uestro enem igo para que juegue y se burle de nosotros, y est imáramos en poco sa lir perdedores de ta l desafío. Por un lado reina nuest ra ap licación a la avaricia, siendo nuestra ún ica preocu pación que crezca nuestra hacienda - sin poner coto a ta l crec im iento y sin p lantearnos el fi n que con ello perseguimos- . Por ot ro lado re ina la soberb ia, y el único desvelo nuestro es que baje n y p ierdan unos para que suban y ganen otros . El mundo está lleno de cebo para las venga nzas y para las injurias, y no es menester que sea el demonio qu ien arme los lazos, pues son los m ismos hombres que los ponen - despertando sus apetitos, engañando sus gustos y pasando por alto la perd ición que todo esto acarrea- . Si se un ificara toda la nat ura leza para poner freno de limpieza y de honestidad, se tornar ía en vict oria este desvelado curso - que tantos rodeos busca para tan t as ocas iones y que tan malas imágenes pinta para detener los oj os y el pensam iento en la cons ideración de la van idad- . Ante nada queremos medirnos, para que de este modo nada tenga med ida. No queremos tasar n uestros fines , para que no tenga n tasa nuestros apetitos . No queremos cont inuar co ntando tan trist e historia, ni evocar espectácu los de tantas abom inaciones como , de hecho, son las que andan sueltas por nuest ro mundo; y no porq ue fa lte materia l, p ues por desgracia es mucho lo que podemos decir con t anta verdad , sino porque preferimos más dedicar nuest ro t iempo a presentar a los hombres el remed io que a contarles sus

ma les - aunq ue de esto tamb ién hay neces idad, pues carecen éstos de mem oria para tener lo en cuenta , cierran los ojos para ll egar a conocerse, se tapa n los oídos para no entender, n iegan lo que t ienen en las ma nos , y m uestran enem ist ad hacia el m éd ico q ue les de scubre la enferm edad y les ofrece la med icina- . Para conclu ir lo que ven imos diciendo, muy apropiadas son las pa labras del profeta en el Salmo 14, 2-3: " El Señor m iró desde los cie los sobre los h ijos de los hombres, para ver si había algún ent end ido que buscara a Dios . Todos se desviaron, a una se han corrompido ; no hay qu ien haga lo bueno, no hay n i siqu iera uno".[6] Una y ot ra vez se insist e en la ext ensión de la m aldad en el mu ndo, y cuán pocos son los q ue muestran genu ina obed ienc ia a la ley d ivina - al punto de q ue se afirme que, en comparac ión con estos pocos, los q ue se desviaron y se apartaron del camino de la j usticia son todos- . Esto se d ijo de los tiempos pasados, y por los datos q ue de ellos te nemos, no estaría fuera de lugar plantearnos si no es tamb ién as í en los n uestros . En los días de antaño hubo t inieb las opuestas a la luz, mala d isposición hacia la verdad ,[7.] lisonj a pa ra la menti ra y persiste ncia en defenderla. Y si indagáramos en nu estros t iempos tamb ién ver íamos lo m ismo. Tamb ién habrá hoy qu ien diga: " Decidnos lo que nos agrada". Y es que d isgusta mucho a los de espíritu delicado oír que se d iga que su época es de mucha ma ldad: piensan que defendiendo su t iempo, mejor librados quedan ellos. Remed io hay para ta l mal y llamada de atenc ión para tan gran descu ido; este no es otro que el estudio y persevera ncia en la meditación de la ley d ivina ;

para que, po r un lado despierte nu estra m emo ria y se incli ne n uestra atenc ión sobre lo q ue debemos a Dios - y q ue ingratam ente rechaza m os- ; y para q ue, po r otro lado, nos m uestre el ca m ino de perdic ión en el que estam os -qu e es de m uerte cie rta y et erna m iseria-

si no t o m am os una det ermi nac ión d ist int a

que nos aleje de la perd ición y nos haga partícipes de aquellos gra ndes bienes prometidos por la Palabra de Dios. Esto es lo q ue pasó en el m undo ya desde sus o rígenes, y así se rá hasta el fin: siemp re q ue ha habido incum p lim iento de la Palabra de Dios, d ía tras día se tornó difícil la vida de los hom bres, se increm entó su cegue ra, y los ma los hábitos endu rec ieron sus conciencias - al punto de qu e el co nocim iento de lo bu eno q uedó m uy so rdo, m uy t ibio el deseo de los bi enes ce lestia les, la cod icia del ma l gozó de gran li cencia, y las penas y cast igos de la j usticia d ivi na fuero n grandemen t e menospreciados en sus co razones- . Con t rariam ente a todo esto, la miserico rd ia de Dios se actualizó de inmed iato en su o brar y puso la medicina: d es pertando a los hom bres para qu e escucharan su Palabra y llegara n a conocer la gran ve rdad que conti ene, y de cuán ciertas so n sus promesas para los bienes y pa ra las m ercedes, y cuán ciertas t am bién los amenazadores avisos de pe nas y casti gos. A partir de aqu í se in iciaro n sie m pre las enmie nd as y empezaro n los pecadores a percatarse de su perd ición, e invocando sú p lica de remedio pusiero n su confianza en el Señor, que es el qu e nos desp ierta para q ue podam os rec ibir los beneficios d e su clemencia. De aq uí proviene n aquellas grandes am enazas espa rcid as por los profet as - no de ca usa r ham bre, n i negar el pan, ni los sustentos de la vida

perecedera- , sino de am enazas cont enidas en la Palabra de Dios - verdade ro med io para consegu ir la vida eterna- . (Ro. 8) .[~] De aqu í aque llos casos de ceguera de los que hab la la m isma Escritura contra los rebe ldes y en d urecidos, y qu e en tan t o que lo merecen por su maldad, la justicia d ivina los perm ite . De otro lado son de co nsuelo las promesas de la infin it a m ise ricordia de Dios que, pa ra remed io de las enfermedades de nuestros gran d es pecados, ofrece la luz de su pa lab ra y la verdad era enseña nza que su justísima vo luntad deman d a. (2 Ts.2). Cuando más se m an ifi est a el poder del demon io, y m as am plio es el ámb ito para el ej ercicio de su ma la vo luntad , es cuando cons igue en t urbiar la cla ridad de la luz d ivina - que por la pa labra de las Escrituras no es comun icada- , y cons igue introducir la mezcolanza de sus desvaríos y logra pintar sus ment iras y engaños con fa lsos co lo res . Y es q ue la intención suya ha sido siempre la de pro m over en los hombres el descu ido y la creenc ia de que van po r el buen cam ino y d e que, en últ ima instancia, él no puede hacerles tan malos y blasfem os como desearía. No puede conceb irse mayor desvarío [9J para el linaj e hu mano, n i peo r enem igo de nuestro bien , n i ca usa más cierta de pe rd ición, que las vanas con fianzas , la sobrest ima de lo ínfimo y de los cam inos que se juzgan llanos y que de hecho ll evan a despeñaderos . Ciertamen t e t endríamos po r loco al hombre que, menospreciando el oro y las cosas de verdade ro precio, h iciera acopio d e pedazos de vidrio y confiando en su brill o ll egara a pensa r que con ellos podría adqu irir grandes propiedad es. Pues aún m ayo r loco, y de locura m ás pe ligrosa, es aque l q ue, aba ndona ndo lo que ve rdadera y p ri mord ialm ente enseña

la Divina Escritura - sobre cómo hemos de serv ir y amar a Dios, con que genu ino aborrecim iento del pecado nuestras verdaderas penitencias[10] han de ser, cuán constante nuestra perseveranc ia ha de ser, y lim pios nuestros cora zones ; co n q ué fru ició n hemos de gozar de los ma ndam ientos de Dios, y cómo nu estra v ida y obed iencia han de ir acompañadas de santos ejemp los- , el dicho individuo se contentase con só lo fá bu las, con cosas errónea m ente en t endidas, co n curac ión superficia l de sus enfermedades, con imaginaciones y confia nzas de aparienc ia superficial y sin ningún fruto en su interior, n i ningún f undamen to en el que estribar. Sobre est a m iseria ta n grande - de la que no se puede pensar otra mayor- , tenemos profecía del apóstol San Pab lo, en la que se dice q ue ven drán t iempos en los que los hombres apartarán los oídos de la verdad, se vo lve rán a las fáb ulas, buscará n maestros que les enseñen cosas apacib les y va nidades bien coloreadas, obrando en ellos descuido de aque llo sin lo cua l no hay salvación; los cebarán y sustentarán con fa lso alimento - al darles la vana esperanza de q ue están en el buen cami no q ue lleva a feliz final- .[ll] Sin em bargo, sin un ve rdadero cump lim iento de los mandam ientos de la ley de Dios, y faltos de esta raíz en sus corazones, los hombres no pueden ir al cie lo, p ues no hay nada q ue p ueda compensar lo que la ley demanda. No qu iero perder m ucho tiempo hablando de si hay algú n m al que no ve nga por este cam ino; simplemente me remito a la experiencia para q ue las personas de ce lo verdadero puedan juzgar por el las m ismas- no sin gran dolor-

sobre cuá n poco grano hay para tan t a paja, cuán escaso fruto entre

tantas hojas, cuán poco ¡u1c10, cuán poca verdad entre tantas apariencias y promesas; qué carencia de orientación ante ta l diversidad de cam inos para dar con la posada, qué divers idad de maestros, y qué variedad de gustos entre los as í enseñados. Éstos de los que hablo pararán mientes - pues nada les apartará del deseo de la gloria de Dios y de la compasió n de sus corazones- , y se percatará n de cuantas son las ovejas que están sin pastor, que no oyen la Pala-

bra de Dios, no saben lo que han de hacer, no so n sanadas sus e nfer medades, no son co nducidos al verdadero cam ino, no son castigados co mo debería n serlo, ni consolados como merecen, y de l cristi anismo no co nocen más que meras palabras, ni ot ra doctrina mas que meras fábulas. Y por todo esto se encuen t ran exp uestas al lobo y al feroz leó n hambriento que anda de un lugar a otro buscando a quien devorar. Favorablemente puede juzgarse lo que parece estar mejor provisto - si es que rea lmente no ado lece de algu nos de los defectos arriba me ncionados- . No deseo perder más t iempo en esto, sino dejarlo ta l como hice a l princip io: porque de cómo está el mund o, extensame nte ya he hab lado. Nuestra cond ició n de perd ición es tan grande, que no la sentimos; y si la s inti éramos tendríamos que cal lar; y aún esta nd o perd idos diríamos que vamos bien. Los que Dios t iene elegidos - aq ue llos en cuyos corazones re ina verdadero celo de su gloria, y anhelo por la salvación de los hombres- , pone n su part e de dil igencia para llevar y ofrecer algú n sacrificio en la casa del Señor; y aún que sean pocos los ta les, co nstituyen grandes pre ndas de la misericord ia de Dios, y sus obras surte n grandes efectos - m ucho mayores y más

agradables que lo que el mundo pueda estimar- . No negamos tener algunos de éstos, porque no nos desampara tanto el Señor que nos red imió, pero aún así deseamos y ped imos que sea mayor este bien, y que el número de los que verdaderamente sirven vaya creciendo en la Iglesia cristiana. De m í no diré sino lo que dijo Diógenes el Cínico [g] -el que vivía en una t inaja, o tone l- , quien al estar los ciudadanos muy alborotados, preocupados por la ven ida de los enemigos, sa lió de su tinaja y em pezó a rociarla de un lado para otro. Al preguntarle uno que por allí pasaba, qué era lo que hacía, respond ió que él tamb ién daba vue ltas a su t inaja; dando a entender con ell o que al estar todos tan ocupados, él no quería estar oc ioso, pero que no dispon ía de otras armas, bienes u otra cosa en que poder involucrarse. Qu izá se j uzgue poco importante lo que yo pueda hacer im itando a Diógenes, pero aún así, en med io de tantas actividades y ocupac iones como t ienen los hombres, no se me podrá acusar de que só lo yo estuve oc ioso. Mi propós ito es el de ofrecer a la Igles ia cristiana una doctrina genera l comp leta, sacada de las Escrituras Di11inas, expuesta ta l y como siempre la en te nd ió la m isma Igles ia, y enseñada desde antiguo por grandes y santos min istros ; incluyendo en esta doctrina todo aquello que pertenece al verdadero crist iano, tanto para el cump limiento y entereza de su fe - limpia de todo error- , como para la enseñanza de su corazón y de sus actividades - ta l como con viene al verdadero cristiano- . Parecióme correcto d ivid irla en tres partes para una mayor claridad y para que este repartim iento sea más útil. La primera parte trata de la materia que concierne a la fe, con la exposición de los Doce

artículos d e la co nfes ión del cristiano, y de la primera part e de su cat ecismo. Los artículos son expuestos de manera que no só lo sea n ent end idos sanam ente, según la ve rdad de la Igles ia, sino t amb ién con algunas co nsiderac iones que puedan arroja r más luz y trae r mayor conso lació n en el án imo del crist iano, y de este modo incrementa r mayor afic ión a la grandeza de los m iste rios, [13] y avivar nuestro amo r y gratitud al Señor por las grandes cosas que su poder, bondad y sab idu ría obró a n uestro favor. De este modo, lo q ue de una parte pueda pa rece r pro lijo, no se ve rá supe rfluo , sobre t odo al tom arse co m o regla y am onestació n para q ue no nos desviemos hacia ot ros ca m inos de pensam iento, co m o so n los que muchas veces oím os. No q uiero con ell o deci r q ue sólo las cons iderac iones q ue yo propongo son las q ue han de se r seg uidas, n i soy t an van idoso co m o para decir t al cosa. Únicam ente afi rm o q ue sirven como amo nestac ión y para prueba de ve rdadera y provechosa doctrina, pues prov ienen de la Di11ina Escritura, y co nfo rm es co n el cri t erio y j uicio de doctores santísim os y sapientísi m os. A l fina l de est a primera pa rte añad imos una co nfirm ac ión de nu estra fe y religión, y no po rq ue tenga ella necesidad de nuestra corroboración , ni porq ue nos atr ibu yamos nosotros tan sum a aut o ridad , sino que lo que se busca es propone r algunas conside rac iones a través de las cuales se descubra cuán esplendorosa es la luz q ue contiene nuestra verdad, y como es obra del demonio, y cast igo grande por nu estros pecados, el que haya hom bres qu e la contrad igan. Y q ue, además, con ello nos percat emos de la condescendenc ia d ivi na al da rnos pruebas ta n exce lsas de la verdad que Cristo, nuestro

redentor, pred icó ; así como de la monst ruos idad, miseria y osc uridad que el pecado causa en el m undo. En esta confirmació n[L4] - si favorab lemen t e la corrobora n nuestro doct os lectores- , se verá cumplida en parte lo qu e Lactanc io Firm iano [ls], y otros importa ntes autores que escribieron con t ra los enemigo de n uestra re ligión, al objetar les de q ue f ueron vehementes y poderosos con tra sus adve rsarios y débiles en nu est ra defensa. Sobre est o no q uiero añad ir m ás, n i p ienso t ampoco que res ul te desagradable el cu rso que he em pre nd ido, aun que sea poco trans itado. Después de esta confirmación hemos incl uido una reprobac ión de tres sectas: la de los j ud íos, la de los gen t iles y la de los m oros; pues as í lo cre ímos co nven iente, y de algú n modo tam bién necesario - no en lo q ue concierne especia lment e a la primera, pero si a las otras dos- , pues somos test igos de m uchas cosas por las que estimam os correcto nuestro pro pósito, y con nuestra confia nza en Dios esperamos q ue sea fructífero. [.1.fü Y si en est a parte parec iere tamb ién q ue en algo hemos em prend ido camino nuevo, fáci lmente sabre m os que no va m os errados, y lo que podamos añadir no red undará ta m poco en det rimento de lo q ue sobre este t ema han tratado ya muchos hombres doct os co n espec ial es m ero. Mayor necesidad hay de esto de lo q ue se pueda pensar, y mayor es ta mbién la negligencia q ue impera en ello. Este fue el propósit o q ue nos m ot ivó a co nclu ir la primera part e y a t ratarlo en un vo lumen apa rte co n mayor di ligencia y mayor extensión. En la segun da part e de la Doctrina inclui m os los Diez Mandamientos de la ley

Divi na,

dándoles

verdadero

y

cumplido

tratam iento;

clarifica ndo

objecio nes dudosas y obscu ras, y dando a cada cosa su va lor y estima; añadiendo en todo ell o exhortaciones de deb ido cumplim iento, a fin de que los crist ianos se a part en de quebranta rlos, y dándo les, al m ismo tiempo, consejos y exhortacio nes para que se percaten de las mañas de l demon io y se pan có mo res istirle. Pone mos tamb ié n de re lieve cuales son las armas co n las qu e hemos de luchar cont ra nosotros mismos para vivir apercib idos de las flaquezas de la carne, y afron tar otras adversidades que suelen entorpecer el logro de nuestras import antes metas. No voy hab lar de la uti lidad de esta segunda part e, ya qu e de esto e lla misma dará prueba y test imon io; si bie n, po r otro lado, asu mimos nu estra responsab ilidad por los defectos qu e en ell a puedan detectarse. En la te rcera parte hemos inclu ido un bue n núme ro de temas, co mo el de la oració n, el ayuno, la limos na, la verdade ra pen ite ncia - y sus obras- , y e l de la participación y misterio de los sacramentos más impo rtantes que t iene la Igles ia. Cada uno de estos a part ados t iene una gran importa ncia, y por esta razón se tratan extensa mente - según la mejor exposición que, a pesar de nuestras fla quezas, he mos sido capaces de da r-. Hemos procurado dar luz a la verdad, separándola de todo engaño y fa lsa dob lez. Y es qu e en todos estos temas suele ha ber muchos peligros, y fác ilmente se puede pecar cayendo en extremos. Contando co n e l favor de Dios enseñaremos el verdadero cam ino, y mostrare mos los modos y maneras co mo el demon io, y en ocasio nes nues tras propias tin ieblas, muchas veces nos descarrían o nos t ientan a e llo. En todo esto, y en la labor que supuso e l escribirlo, no me movió ot ro fin

si no el que ya tengo d icho, y q ue ahora vue lvo a repetir: el de no querer est ar ocioso en la Igles ia, y q ue m ientras Dios m e d iera vida y vehe m encia para el lo, no sólo servi r co n la pa labra,[17.) si no también con mis escritos favorecer a los ause nt es y a los que vengan después. Quise come nzar esta act ividad en la nació n y en la igles ia en las que Dios me desti nó, y donde m e crié y fu i enseñado, y en las q ue después ejercí el m inisterio de la ense ñanza - au nq ue pa ra t odo esto soy m uy co nsciente d e m is lim itac iones- . En la eventualidad de que Dios no tuviera a bien pro longar mis días, me inicié escribiendo en romance [lfil para instrucc ión d e aq uel los que t en ía cerca; y de ser su volu ntad la de pro longa r mi vida, pudie ra yo tam bién ser de provecho a gent e de otras naciones. El benefic io q ue la bondad d ivina q uisiere ot orga r a través de m is pocas capacidades será pa ra todos aquell o que no tiene n erud ició n lat ina, y q ue sie nt en el deseo y la necesidad de se r enseñados - en pa rticu lar pa ra los clérigos y m inistros de aldea y de lugares donde no hay opción pa ra adq uiri r tal grado de doctrina y de exhort ac ión co m o conviene a las igles ias cristi anas- . Con esto no queremos hacer ag ravio a los doct os que se han esforzado en adqui rir el conocim ient o q ue requie re n sus cargos . De tod os modos no se puede negar que el nú m ero de éstos es muy red ucido, m ientras que el de los ignorantes es mu y elevado. Cada día se insta, co n m andam ient os y exhort acio nes, a q ue los cu ras ense ñen a sus ovej as la doctrina cristiana, y les declaren aque llo que es conve nien t e pa ra ser cristianos fie les y así puedan se rvir al Señor que los red im ió. Si n em bargo larga experiencia tenemos nosotros d el resu ltado d e est as

exhortaciones. Según m i parecer todo esto es como enviar hombres desarmados contra el enemigo, y manda rl es que lleven provis ión para mucha gente - careciendo ellos de ta l provisión y estando muertos de hambre- . Cansados estamos de oír sobre la monstruosa ignorancia de aque llos que t ienen almas bajo su cura; y aún siendo esto así continuamos confiando en ellos estas almas - como si quis iéramos que los ciegos guiaran a los que no ven- . Dios me es test igo de que el principa l motivo que me ll evó a escribir esta Doctrina, fue el sentimiento de profundo dolor que tuve al percatarme de esta rea lidad . Y es por esta razó n que la obra es tan extensa y ha sido escrita en lengua vu lgar, a fin de que los pastores que te nemos cerca , o hemos tomado como discípu los, no sean tan ignorantes, tengan a su alcance doctri na para estud iar, puedan extraer enseñanza para ellos y para sus ovejas, y haciendo acopio de doctrina logren instruirse en muchos temas , y no sufran ta nta ham bre de conoc im iento, y puedan superar el ted io que las cosas breves y repetidas suelen produc ir. Para el logro de esta meta tengo el propósito - contando con el beneplácito de Dios-

de añad ir algunos sermones sobre temas importantes

contra los vicios más corrientes , y de exhortación en favor de las virtudes más recomendab les; incluyendo, además, una exposición de las epísto las y evan gelios que para el curso del año sugiere la Iglesia. Con todo esto creo habré hecho algo de lo que debo a mi nación , y servido en algo con mi m in isterio. No quiero dejar de decir cuán gran esfuerzo ha sido este, sobre todo para una persona tan asediada de enfermedades y de imped imentos como soy yo; y lo

d igo no po rque ignore que hago lo q ue debo, ni que en tan poco pague lo mu cho q ue debo a Dios y a los hombres por el am or qu e Él les most ró y po r haberlos redim ido. Lo d igo t an só lo para que el q ue leyere estos esc ritos se jact e de bien pagado po r haber sacado de el los algún provecho, y dé gracias al Señor q ue le d io a alguien qu e ve lase por él. Confieso m is m uchos defectos y errores en una o bra ta n ext ensa como ést a, y pido pe rdón po r ellos, con sincero áni m o d e acepta r a la Ig lesia po r m aestra y ense ñadora, y de ace pta r consejo y cor recció n de los hombres doct os - a los q ue estaré m uy agradec ido por cualq uiera caridad que en esto m ostraren-. Y q ue la bondad d ivi na en esto ponga su m ano, a fin de que cada día sea mayor m i o rientac ión y mayor m i cla rividencia: esta es m i con fia nza, ya que t estigo d e m i co ncie ncia m e es ell a en todo esto. De lo qu e otras gent es j uzgaren , o de la gratificación d e sus gust os, poca es m i preocu pació n, y de hecho de nada se rviría, ya que m i m et a y lo q ue me mot iva no es otra cosa que la de hacer algo de lo q ue d ebo hace r, ser de ut ili d ad a m i prój im o, rehu yendo satisfacer gustos va nos, o q ue éstos se vea n saciados, o saque n de m i provecho. En est a primera parte, q ue ahora saca m os a la luz, nos pareció ap rop iado em peza r desde los princi pios y f undament os de nuest ra rel igión, y mostrar el o rden y conc ierto q ue cont iene, y cuá n m anifiest ame nt e exhi be su gran d eza y perpetu id ad ; y có m o la providencia d ivina ha sido su maestra y protecto ra, y la que o riginalment e la dio a co nocer a los hom bres - librándo la d e t odas las t in ieblas y co ntradicciones co n las qu e el dem on io siemp re ha hecho la

guerra- . Esto se rá de ut ilidad para los que no est án ejercitados en las letras, ni est án ta n versados sobre el origen y desarrollo de n uestra ve rdad, y de cómo y po r qu ién fue preservada en el m undo, y de cómo lo será po r siempre jamás. Con este propósito hacemos un breve sum ario de la historia que con mayor re levancia describe nu estra doctri na: desde la creación del mu ndo, hasta la ven ida de nuestro redentor Jesucrist o, y hasta el t iem po en que el Eva ngelio empezó a ser divulgado. En el acopio de datos hemos ejercido ta l mode ración, co mo para no om iti r lo que nos ha parecido necesario pa ra el buen orde n y secuencia de nuestro co m et ido, y evit ar tam bién perdernos en demasiadas cosas. Y lo mis mo hemos obse rvado en el estu dio y exposición de la historia. Esto vendrá a ser f undamento general de toda nuestra obra, ya que toda el la es respetuosa co n la ve rdad h istórica, y es por est o que insis t imos en este fundamento , pues innecesarias son las repet icio nes - ca usa frecue nt e de con fusión y desazón- ; lo que rea lmente im porta es que el lector pueda alcanza r cumplido conoci m iento de todo lo que pueda redu ndar en su propia co nso lación. En t odo hemos te nido cuidado en no inmiscu iros en cuestiones cu riosas - que no si rven m ás que para distraer a los que poco saben y desean sa ber lo que no les conviene- . Ten iendo y sigu iendo este propósito, no hemos om it ido cosa alguna necesaria para la sat isfacción y con t entamiento de los buenos y reposados entendi m ientos, y para dar cump lida información de lo que nu est ra religión requ iere. Nos hemos esforzado pa ra dar a cada uno lo que

necesita, a fin de no dej ar ta n ham brient os a los q ue se deleita n en lo bueno , ni sin da r algo de ca lo r a los que de por sí so n t ibios y requ ieren de algu ien que los des pierte y les t iend a la mano para el ejercic io y conoci m iento de cosas tan sublim es. Consc ientes somos de lo poco q ue aprovecha rá nuestra d iligencia si Dios no sup le lo que nos fa lta. Te nga él po r bien mostrar su mi se rico rdia y d ar crec im ient o y frut o a las plantas que nosotros nos esforzamos en regar. Amén .

Capítulo 1.

DEL CO N OCIMIE N TO QUE DEBE T EN ER EL HOMBRE PARA CON D IOS Y PARA CO N SIGO MISMO

Com ún j uicio fue siem pre y determ inad a se nte ncia de todos aq uellos que tu viero n acertado conoc im ient o, y partic ipa ron del uso de la razó n, ser el hom bre nacido pa ra q ue después de la vida q ue en este mu ndo vive, perm aneciese en est ado de inm ort alidad y de bienave ntu ranza, y q ue en esta misma vid a presente se ha d e hall ar el ca m ino por d o nde se cons igan aq uellos bienes para los cuales parece que t iene princi pa l fin la natura leza hu m ana. Los que se apartaron de est e j u icio fuero n t en idos por hom bres de monstruosos entend im ientos y de ingen ios bruta les y aborreci bles; y as í en toda la m emo ria d el mu ndo se han hall ado m uy pocos que t ales f uese n - como expe riment amos siempre ser mu y raras en la naturaleza las cosas muy m onst ruosas- . As í como no pe rj ud ica a la ve rdad y a la regla del orde n nat ural q ue aco nt ezca por algún desastre que una cosa nazca en su género co n apariencia prodigiosa y extraña, así la sent encia de los que afrent aron ta nto la d ignidad del hom bre que la igualaron casi con la de las bestias, no po ne defecto ni imp ediment o en la verdad ta n confesad a, y t an conocida po r todos aque llos qu e no t uvieron t an 1

t o rpes y ciegos j u icios. [f. r] Verdad es q ue los que so lament e alca nzaro n sabid uría humana y fuero n desamparados de verdadera lum bre, cua l es la que v iene del cielo, no pud ieron progresar m ucho en esta pr imera verd ad si n qu e en el cami no t uviese n grandes caídas-

por la grande ceguedad con la q ue se mezcla la pro p ia

sabiduría humana- . No atinaron éstos cu m plidam ente en el fin , ni en la cond ición de aquella bienaventuranza que confesaban ser prop ia para la dignidad del hombre, ni ha llaron entera certi nidad del cam ino por donde la debemos de buscar en el curso de nuest ra vida. Confesaron todos ser necesario para este propósit o tener verdadero co nocim iento de Dios, y verdadero conocim iento del ser hu mano - para que del uno y del otro conoci mien t o se tomase t ino para no perder aque ll o que por parte de la verdad misma era tan evidente- . Mas ni conocieron verdaderamente lo pri mero, ni ta mpoco lo segundo. No tuvieron conoc im iento correcto del ser de Dios, y de las not as suyas que requ ieren ser conocidas para que se pud iese decir que verdaderamente Dios era conoc ido. Tam poco ll egaron a te ner conoc im iento del ser y de las notas d istintivas del hombre. Buscaron lo uno y lo otro, y se afanaron para inqu irir la sabiduría que les informara qu ién era Dios, y tamb ién qu ién era el hombre. Gra nde diligencia pus ieron en esta búsqueda. Ce lebrada se ntenc ia fue la de Chilón Lacede mon io, [19] uno de los que mayor esti ma t uvieron los ant iguos por su sabiduría, la cua l se resum ía en las pa labras de 'conócete a t i m ismo.' Otras muchas sen t encias pod ríamos traer para el m ismo fin , pero de las cua les no viene al caso hacer mención. Sea suficient e conclu ir diciendo que mu cho se esforzaron los sabios del m undo para llegar a la verdad sobre el tema de que t rata mos, pero no alcanzaron cump lido conocim iento del m ismo. Y si de algún modo ll egaron a tener algo de este conoc im iento f ue gracias a la sabiduría que, para que no se perdiesen, Dios se d ignó a comun icarles, y no por las so las fuerzas humanas.

Conveni m os en una [f. i v] cosa con ell os, y confesamos ser así verdad: que es necesario, para no perdernos, tener ve rdadero conoc imiento de Dios y verdadero conoci m iento de nosotros m ismos. Así lo afirma Cristo, nu estro red entor, hablando con el eterno Padre: 'Esta es la vida eterna, que te conoz can Señor por so lo y ve rdadero Dios, y conozcan a Jesucristo que t ú enviaste.'LJn. 17).[20] Ambos conocim ientos están seña lados en estas palabras: conocer el hombre a D ios y conocerse el hombre a sí mismo, por revelació n de Jes ucristo, Dios y hombre verdadero, que al hacerse hombre dio verdadera noticia al hombre de qu ien era. Están estos dos conocimientos en t re si ta n trabados y comp lem entados de ta l manera, que el pri m ero pide el segundo, y el segundo pide el primero. No puede el hombre conocer verd aderamente qu ien es Dios si no se co noce a sí m ismo; ni puede conocerse a si m ismo co rrecta m ente si no llega a conoce r a Dios. Una de las razones por las cua les[21]

los

sab ios

del

m undo

ll egaron

a estar ta n

ciegos

en

el

conocim iento[22] q ue debían t ener de Dios f ue por no esta r bi en ace rtados en conocer al hombre. Los confund ió mucho ver q ue el hom bre, la principal obra de la natu raleza - ob ra de las manos de Dios- , la de mayor d ignidad, aquella de quien hay tanto a su favor y de la que todo lo demás fue hecho para su servic io, y con la que se asocia la inmortalidad y la bienaven tu ra nza, llegue a padecer en esta vida ta n grandes dolencias, esté suj eta a t an grandes m ise rias, t enga tan malas incl inaciones , se salga del orden y de la im itac ión de Dios y se aleje tanto de su j usticia. Con m iras a busca r las razones de esto, desvariaron en gran m ane ra los

hom bres desa mp arados de la luz divi na. No sabían a qu ien atribu ir est a culpa y este desorden. Imput arlo a Dios parec ióles grande afrenta a su bo nd ad, pues implicaba atrib uirle ta nt os defectos y ta n grandes im pediment os. [f.

2

r] Atri-

buirlo a la m isma natu ra leza humana, pa reció les que iba en mucho co ntra su d ignidad, y esta r m uy f uera de razón, co m o el que tam bién ta n exce lente cosa tu viese sin culpa una ta n grande mezco lanza de m ales. In m ersos en estas indagacio nes llegaro n a ser m uy ciegos para el conoc imiento de Dios, y pa ra que de u n m odo correcto le atri buyesen la creació n y el se r de la natu ra leza hum ana, y pudiera n exim irle de las cu lpas y de las m iseria que se dan en est a vi d a. No co nociendo verd ade rame nte a Dios, ni sa biendo cual fue su co nsejo, ni su manera de obra r en el or igen de la natura leza hu mana y de t odas las otras cosas , el co nocim iento q ue d e sí llegó a t ener el hombre vi no a ser m uy defectu oso - como se ve en t odas las naciones del mu ndo q ue, po r sus pecados, est án privadas de la luz del Evange lio- . Nosot ros, a quienes ha si do hecha t an grande merced y co m unicados benefic ios de ta nta excelencia, co m o es haber sido enseñados po r la palabra y po r la doctrina d el unigénito hijo d e Dios, que descend ió d el se no del Pad re pa ra ser n uestra luz, no só lo tenemos ent era not icia de la verdad, m as med iant e su gracia la pod em os com un icar a otros, pa ra que as í sea vencida tod a la ignorancia y ceg uedad que ca usó el pecado en el m un do. Solam ente se requ iere de part e d el hombre q ue q uiera rea lm ente sa lvarse y q ue em pre nda cami no derecho para est e fin, y que hum ill ándose se ponga en m anos del autor de est a verdad, pidiéndole gen uina fe y gen uino conoc im ient o para segui rle.

Tiene la re ligión crist iana esta excelencia y esta merced, recib ida de la mano de l Señor, que destierra con su claridad toda la ti niebla en la que está caída la raza humana; que deshace todos los argumentos y todas las dudas de las que no sabe defenderse la fi losofía; que encuentra resp uesta a todas las objecio nes que se hacen con t ra la verdad -objeciones que osadamente [f. 2 v] se esgrimen contra la providencia de Dios y la prop ia razón , afirmando que el mu ndo parece estar ciegamente gobernado bajo e l hado de la fortuna y el desastre-. Todo esto va en contra de l resp landor de la Palabra de Dios, que es comun icada al cristiano como única fuente de verdadera sabiduría. Esta pa labra es la que enseña el cam ino a los justos, aunque muchas veces el curso sea de padecimiento, ya que es un cam ino en e l que la verdad es persegu ida y ma ltratada y los ma los cons iguen e l inte nto de sus interese y la ment ira ha lla favor. Esto, que ta nto espantó y turbó a los hombres de la sabidur ía humana - pareciéndo les un fuerte argumento contra la provide ncia divina-

para e l

cristi ano es cosa muy clara, y muy man ifiesta, y de muy justa salida. Por esta misma doct rina se ha lla e l origen, y la razón de los desast res y desvaríos de la natu ra leza humana, de l pecado - que ta nto la pers igue- ; de la inclinació n que t iene para la ma licia; de tan tristes aco ntecimientos como suceden ; de las cosas que ca usan su perdición, y de aquellas de do nde le viene su verdadera y cierta ganancia. La Pa labra Divina declara la justicia de Dios, la bondad, la miserico rdia y sabid uría suya; y lo defiende justís imamente~3] contra la calu mnia que contra é l se atreve a poner la ceguedad que e l demonio introdujo en el mu ndo.

Si el hombre cristiano considerase cuán grande teso ro posee con est a sabi d uría, cuánto es lo que debe a Dios por haberle dado ca ndela para que sepa sa lir de ta ntos pe ligros, y librarle de ta nto lazos, cierta m ente se despert aría a sing ul ar agradec imiento de ta n grande benefic io; no habría cosa en el mu ndo que lo pud iese apartar de servir al Señor de ta n crecidas mercedes, que por su sola misericordia se las qu iso conceder. No hallaría otro bien por el cual t rocaría esta sabi d uría, ni reh uiría de ningú n esfuerzo para no perderla; no habría desast re [f. 3r) ni tristeza que lo venciese ni que lo cegase para ir por otro cam ino. Todos los otros bienes tendría por perd ición si lo apartasen de este fi n y de las obras q ue son con form es a est a sabid uría ; t odo aquel lo q ue no le aparta ra de est e cam ino sería t esoro de gran cod icia. Est e es el tesoro, estas son las cond iciones q ue tiene la d iv ina sabid uría reve lada por único benefic io a los hom bres. Este es el cont en t am iento que debe dar al cristiano. Estas son las propiedades qu e ti ene est a ley del cielo q ue es la sab iduría de la cua l trata m os. Así la considera el profet a David en m uchos lu gares y particularme nte en el

Salmo, 9,donde t rata lo que seña ladame nte en el m undo da testi monio de la gloria de Dios, at ri bu yendo el lugar más excelso a la ley y a la sabid uría que Dios mismo man ifestó: ' La ley del Señor entera es y sin defecto y consoladora del án ima. El testimonio suyo verdadero es, y que da sab iduría a los ignorantes . Los mandam ientos del Señor derechos son y que alegra n el corazón . Lo qu e él manda limpio es y resp landeciente, y que da lumbre a los ojos. El te mor de Dios apurado es, y dador de limpieza, y que siempre permanece. Los ju icios del Señor verdaderos y j ustos son; más so n de cod iciar en gran manera

que lo es el oro, m ás du lces son que la m iel y el pana l.' (19, 7-10). En estas pa labras nos enseña el profeta cuán justa es la ley del Señor, pa ra que de aqu í conozcamos cuán justo es él. Enséñanos como ell a so la es la m ed icina que nos quit a los desmayos que n uestra ceguedad y el t emor de nu estra concie ncia nos po nen. Todo lo que hay en el m undo nos es somb ra de m uerte; todo nos ent rist ece y nos desespera. Ésta so la nos alegra verdaderame nte y nos da la vida. Todo lo otro es ignorancia ; ést a sola es acierto. Todo lo otro es cami nar por tin ieblas; ésta so la es lum bre para [f. 3v] no pe rdernos. De t odo lo dem ás sacamos engaño y falsas y erráticas religiones; de aqu í sacam os verdadero t emor y verdadero conoc im ient o del solo y verdadero Dios. En est os precept os y enseñam ien t os halla ún ico contentam iento el que desea ser bienaventu rado. Aq uí hal la m ayores t esoros y se nti m ient os más du lces y de m ayor cod icia que los que puedan dar las sensua lidades y regalos del mu ndo. Resta, pues, que siguiendo la doctrina que la Iglesia crist iana tiene , co m en ce m os a enseñar el cami no po r donde el hombre ha de co nocer ace rtadament e a Dios, y ha de co noce rse a sí mis m o. Porque como al pri ncipio diji m os, de estos dos conoc imient os depende la bienave ntu ranza de los hom bres; y éstos son ve rdadera gu ía para lo que realmente desean los homb res y para el fi n por el cual fue ron creados Así como todo el bien suyo depende del conocim ient o de este principio, así toda su pe rdición tiene t ambién su origen en la ignora ncia y ceguedad de este m ismo p rincipio. Y po rque, según ya está dicho, est os dos co nocimientos están en si t an trabados, y se comp lem enta n de ta l manera qu e del entend imiento del un o se da al otro m uy grande lum bre;

po r el contrario de la ignora ncia de cualquiera de ellos se recrece la ceguedad de ambos. Bueno será, pues, que tratemos sobre los dos segú n el orden más aprop iado y más fáci l que estimemos más convenie nte segui r. [f. 4 r]

Capítulo 2.

DEL CONOCIMIENTO DE DIOS Y DEL HOMBRE POR LA OBRA DE LA ,

CREACIO N

Conviene y es necesario que el hom bre ent ienda que hay Dios, y que es un o y só lo Dios, porq ue no puede haber mu chos. El cual es en sí m ismo bien aventurado , infin ita mente pod eroso, infinita ment e sabio, j usto y bu eno, y cu mplido de todos los bienes que se p uedan imaginar - y de hecho no se pueden imagi nar, por ser de infi nit o nú mero y de infi nita excelencia- . Esto no solo se hal la en aquella sa biduría que del cie lo nos fue revelada en las Escri-

turas Di1,1inas, mas hallárn os lo en las doctri nas de m uchos de los sa bios del mu ndo, a quienes el mis mo Señor se sirvió dar este co noci m iento, y n unca el mu ndo est uvo ta n ignorant e que no tu viese m ucha part e de estos ind icios cognosc itivos , a no se r el caso de la gente vu lgar y d e poca sa bidu ría sum id a en grandes errores, e incluso el de los sabios que en este conoci m ient o t uvieron grande m ezcla d e cegu edad, si es que esto lo med imos co n aqu ell a cl arid ad y lum bre que los crist ianos alcanza n. Tuvo Dios su se r eterno, que nu nca tu vo pri ncip io ni ten drá fi n, n i pued e t ener m udanza. Era de infi n ito t iem po o, por mejor d eci r, de infi nita du ración; que no se le puede dar ni se le puede imaginar m edida, como encerrado consigo m is mo; bienaventurado y satisfecho~4] con su propio se r; si n impart ir co noci m iento de quien era a otra cosa algun a, porque él era so lo, y ni ngu na criatura est aba formada. Fue se rvido y movido de su prop ia libera lidad pa ra d ar reve lación de [f. 4 v] qu ien era, y de form ar cr iat uras que fuesen capaces de conocer le y de gozar de sus

grandes bienes, y de hacer obras por las cua les ll egase n a tener m ucho conocim iento de quien él era, de su gran sabiduría, su gran poder y de su gran bondad , y en t end iese n que en todo esto él era infi nito y de imposible limitació n. Esta obra de la creación del m undo es la que d io este conocimien t o, para cuyo fin la qu iso él hacer. En ella se da gran luz para conocer su potencia, y despierta g ran motivo pa ra que le teman , y para que le amen los que le co nocen. En ella se ha llan grandes hu ell as de su bondad y del concierto (l.5] de su prov idencia; y de ta l manera resp landece su justicia, y la riqueza de sus gran des bienes, q ue no parece si no que t odo convida a que busquemos en él todo el cumplim ien t o de nuestros deseos, como los estados de inmort alidad y de bienaventu ranza. Así com ienza la Divina Escritura, tomando por principio la primera obra de Dios, por la cua l se qu iso m anifestar y sa lir como fuera de sí m ismo pa ra q ue hubiese qu ien tuviese conocim iento de qu ien era él, y capacidad pa ra poseer sus bienes: "En el principio creó[26 ] Dios el cielo y la tierra." En estas pa labras se nos im pone silencio para q ue no hablemos de lo que preced ió a este principio, pues todo era etern idad y naturaleza d ivina, sin haber otro que le conoc iese y gozase, porq ue so lo él se conocía y gozaba de si m ismo. Estas pa labras ponen así m ism o silenc io a todas las vanas imagi na ciones de los q ue pe nsaron que nunca el mundo había tenido p rincipio, y de los que qu isieron at ribu irle desvariados orígenes - distint os de aq uel que el m ismo Dios enseñó por su pa labra y reve lac ión- . No prosegu iremos aquí con este te m a, porq ue si además de lo ya d icho se

hub iere de añadir algo más, esto ha de rese rvarse para cua ndo se hab le de l

Primer artículo de la fe como lu gar más aprop iado. [f. sr] Ahora so lamente haremos referencia a dos de las primeras criaturas que fueron formadas , y que so n la de l ánge l y la del hombre. Porque de aquí se colegirá lo que es necesario saber acerca de los dos conocimientos ya d ichos: el de Dios y e l que el hom bre ha de tener de sí mismo. En estas pa labras de la Escritura en las que se dice que Dios creó el cielo y la t ierra se incluye toda la creación , y entre todas ellas estas dos excelentísimas natu ra lezas: la humana y la angé lica. En mucho estas dos sobresalieron a todas las otras, y fueron creadas con una fina lidad muy particu lar e importantísima, ya que solo ell as son capaces de conocer a Dios, amarle y de servirle en excelentís imo género de servicio; y se las dio inmorta lidad, ser y natura leza para que pudiesen gozar de l m ismo Señor que las creó, y ser enriquecidas de sus grandes bienes. La natu ra leza angéli ca t iene perfección m uy grande sobre la hu mana: tiene ser de mayores qu ilates ~7..] y de más bondad natura l. Esto es como si un mismo artífice hiciese dos obras, cada una muy perfecta en su género y en su manera, mas la una fuese de plata y la otra fuese de oro. Entre estas dos ob ras habría necesariamente natura l diferenc ia. Porque e l meta l de l oro excede al meta l de la plata: tiene quilates de mayor perfección; está en sí más aparejado para ser extendido y para que obren en él cosas de mayor sut ileza. Por esta manera podemos imag inar la diferenc ia que hay entre la natura leza angé lica y la natura leza humana. El meta l o e l ser de la angé lica es más perfecto que el de la humana; y de aquí surgen las otras d iferencias : que su entend im iento sea más de licado y más

trascendent e y que su pere en todo los otros dones naturales d e los que gozan estas dos naturalezas, la angélica y la humana. [f. sv] Todas las otras criaturas son obras mudas, que ni conocen a Dios ni le saben amar; so lam ente t ienen un t ácito o bedecer y serv ir, mas no tienen ca pacidad para gozar d e él, n i tienen vaso para recib ir en sí m is mas aque llos grandes tesoros q ue llamamos bienaventuranzas. Sirven para muestra de quien es el Señor qu e las fo rmó, y para que sea n adm in istradas y gobernadas media nte estas otras dos criatu ras, q ue son el ánge l y el hombre, y pa ra que d e ellas pueda inferirse notorio argumen t o y prueba para co nocer al Señor y darle gloria. Fueron creados los ánge les en muchedumbre muy grande, y as í lo sign ifica la Divina Escritura cuando hablando de ellos los llama ejércitos del cielo, m illares de mi llares, m illones d e mi llon es. Fue su muchedu mbre tan grande porq ue fueron creados para grande se rvicio, para grand e muestra de su Hacedor, y para grandes vasos y grandes depósit os de su ri queza; y porqu e en ell os no hay generac ión, de m odo que uno engendre a otro y así puedan m ulti plicarse - ta l como suced e con la natura leza humana- . El m inisterio [28] para el cual f ueron creados f ue para asistir a Dios delante de su presencia - para compa ñía y cort e de t an grande Príncipe- ; y que por ser ellos así se pud iera colegir cómo era el Señor a q uien servían. Y po r ellos, ade m ás, se llevaran a térm ino los mandam iento de Dios, se gobernasen grandes cosas del mu ndo, se pusiese en ejec ución mucho de lo q ue qu iere y ordena la d ivina providencia; y, además, para que alabasen y diesen gloria a su Hacedor; ad m irara n su gran m ajestad, le ado raran y le temieran, conocieran sus d ivinos consejos,

los obedecieran con gran satisfacc ión, y ena m orados de su infi nita bondad se en t regasen

com pletamente

a

él.

En

esta

m uchedumbre,

con

esta

represe ntación [29J y con estos minist erios, d ice el profeta Daniel qu e los vio 6 en visión en su acatam iento de Dios _[f. r] Segú n el profet a, m illares de mi llares le ad m in ist raban y le servía n y d iez m il m illares de m illares le as istían delante de su presencia. [30] Sobre otros m inisterios específicos que desem peñan los ánge les lo d iremos en otro lugar: sea suficiente de momento para nuestro propós it o lo q ue hemos dicho acerca de la natura leza angé lica : la finalidad para la cua l fue creada, su suma exce lencia - y por la cua l se le d io el cielo- , su f unción doméstica y fam iliar delante de Dios, su alabanza del ser d ivi no en testim on io de su gloria, exce lsa majestad y poder infi nito. Es apropiado que hab lemos ahora de cómo se originó el mal en el mundo, cua l fue la primera fea ldad [31] qu e se introdujo en las obras de Dios, y el principio de tan grandes males como sabemos que han sucedido y tenemos experimen t ados.

Capítulo 3.

,

EL ORIGEN DE L PECADO EN EL MU N DO Y LA CORRUPCION DE LA NATURALEZA HUMANA

Todo lo que creó Dios fue en sí lleno de mucha bondad, todo sin defect o, todo si n daño, todo sin tacha. Esto es m uy claro de entende r si t enemos en cuen t a la mano de qu ien lo h izo , y el fi n pa ra el cua l lo hizo. Qu ien lo hizo era Señor de infi n ito poder, de infin ita bondad y de infin ito saber. No ten ía traza de que ningún ju icio creado pudiera det ectar en él ni defecto n i desconcierto. H ízo lo pa ra dar muestra de sí m ismo; para que d e ello se capt ara la suma 6 excelencia del H acedor. [f. v] De ta l manera había de hacerlo como para que nad ie hallase en ello motivo d e censu ra,[3 6] de donde pud iera co legirse defecto en su poderío, fa lta de sabid uría o fa lta de bondad . Como ya dijimos ant eriormente, grandes fueron los desvelos de la sabid uría hu mana pa ra exceptuar a Dios y hacerle exento de los males que sufre n las cosas del mu ndo y que por experiencia conoce mos. No fue buena supos ició n la de los que dijeron que Dios no había creado al m undo, si no que éste era de origen eterno. Tam poco acerta ron, sino de hecho d esvariaron, los qu e postul aron dos princip ios: uno para el bien y ot ro pa ra el mal. Estos segu ndos afirmaron algo monstruoso, rebosa nte de grandes y torpes inconve nient es; m ientras que los primeros, allende d e que dij eran cosas vanas e impos ibles, n ingún co lor ni explicació n aport aron para justifi ca r los males del mu ndo y librarlo de ser obra mu y desvariada y d e grandes defectos. La verdad, y verdad muy cla ra, es la que hemos d icho: que el Hacedor

for mó todas las cosas de l mundo lle nas de grande bondad, de grande concierto, y libres de aque llos males y culpas qu e después aqu í hal lamos, y son razones poderosísimas las que para esto t raemos, aunq ue sea co n breves palabras. La mayo r y más sufic iente razó n es la que la mis ma divina sabid uría po r la Escritura nos t ie ne enseñada. Todas las obras de Dios, dice el libro de la

Sabiduría, son hechas de mano de l Señor co n medida, número y peso.[33] Co n estas tres palabras se afi rma el co ncierto, la bondad, la perfección, la tasa y el cu idado grande de l ob rar de l divi no saber. Po rque la just icia y la sabid uría humana no sabe dar mayo r co ncierto a sus cosas si no es red uciéndolas a peso, medida y número. Y por este encareci mien to,[34] pues no sabe mos da r otro mayor, nos convida la Escritura a que considere mos cuá n si n calum nia, y cua n si n defecto es lo que Dios obra_[f. 7 r) La misma Escritura, hablando de las obras de la creació n, afi rma que en el propósito y cump limien to de cada una de ellas el Señor, Hacedor de ellas, afirmaba y se nte nciaba que cada una de ellas era buena. Todas en su co njunto, en su fin y propós ito, daba n prueba de la bondad que Dios había dado a cada una de el las y de la armonía que las presidía; todas respond ían al fin para el cual fueron creadas. Dice la propia Escri-

tura que cons ideró Dios todas cosas que había hecho, y he aquí que e ran buenas en grado sumo. (Gén. 1).[35] No es esto otra cosa, sino un títu lo que po ne Dios a su obra; un testi mon io que lo corrobora su misma boca; una fi rma de su nombre que certifica que él no hizo si no algo de suma bondad y de su ma excelencia, y como ta l lo rat ifica. Cualqu ier otra cosa que no fuera así no sería obra de sus ma nos. De su just icia no puede sal ir nada que tenga defecto, ni de

su pode r algo monstruoso sujeto a ce nsura, ni de su bo ndad algo de escaso va lor, ni de su bondad lo desconcertan te y desvariado. La obra de Dios, en su creación y en su origen, es co mo un instrum ento de suavísima mús ica de templado y admi rable concie rto , que ve nce y atrae los se ntidos de los que la esc ucha n, ca ut ivándo los y recreándo los con gusto exquisito. Ta l hu biera sido la obra de Dios de haber permaneci do así. Enamorados, asombrados, venc idos de tanta bondad, riqueza y armo nía habrían quedado los ánge les y los huma nos; no habrían cesado de hal lar moti vos para glorifi car a ta l Hacedor, co mo as í lo hacen aque llos serafines qu e conocedores de su obra incesantemen te proclaman : Sanctus, Sanctus, Sanctus;

Dios de los grandes ejércitos; llena está toda la tierra de su majestad. (Is. 6, 1-4). Y si en este concierto [f. 7v] se hubiera oído alguna diso na ncia, algu na cuerda fue ra de tono, esto no ha bría ven ido de la mano de Dios; de otra mano habría ve nido la d isona ncia. Extranjero y adve ned izo es el pecado en el mundo; los ma les que de é l han res ultado ra íz extraña tiene n. Porqu e ni Dios es autor del pecado, ni se holgó en él, En modo alguno estaba en su propós ito de bondadosa creación la irrupción del pecado en e l mundo y los ma les que de él se derivaron. No pode mos deci r que fue ra de la vo luntad de Dios se pueda hacer cosa alguna de poco o de mucho ser. Porq ue ninguna puede llegar a ser a su pesar. Es con su pe rmis ión que todo llega a ser. Autor es de todo el sum o bien; mas de los ma les no se debe ni se puede decir que é l lo sea; a lo más que se puede deci r es que él los permite. Tampoco puede decirse que por ellos se vea que brantada su santís ima vo luntad, o que le prod uzca sent im iento

de dolor o tristeza, aunq ue cierto es q ue al repa rar en lo que el pecado es en sí, y en las consec uenc ias que de él se derivan, aun siendo él todo glo ria y bie naventura nza, grand e enojo y descontentamiento suscit an en él. Con t odo est o hem os de co nfesar y creer - según lo ya d icho-

q ue el pe-

cado va en contra de la vo luntad de Dios, aunqu e él lo perm ita. El Señor m ismo es autor de esta doct rina, pues t estifica el Espírit u Santo en la Sagrada

Escritura q ue la cu lpa del pecado es contra su j ustísima vo lunt ad. 'Aborrec iste, d ice el profeta David, a los que o bran m aldad . Porque vos Señor so is el Dios a qu ien no pa rece bien la maldad.' (Sal. 5,5) . Y de ta les t esti m on ios est á ll ena la

. · Escntura. · [f. 8 r] T,en 1· end o co mo t enemos esto tan exp resament e d.1cho, D11),na no debem os inm iscu irnos en más suti lezas, sino q ue hem os de confesar ll anam ente que Dios no es autor de la culpa que res u lta del pecado, n i es con form e a su vo luntad . Razó n m ás que sufic iente[36] de esto es ver como el pecado lejos está de la regla del d ivi no j uicio; q ue lejos está de lo que él j uzga y se nte ncia por bue no. Test im on io de todo esto es nuestra prop ia conc ienc ia, la cua l pe rsuad ida de ello est á en si m is m a, y nos condena en la cu lpa y nos sen t encia en nuest ra inte rioridad. Est a conciencia es co m o una ce nt ella de la im agen de Dios en nosotros q ue no pe rm it e que vivamos enga ñados en lo que se nos pide, y nos avisa y condena de n uestra propia m aldad. De t odo lo cua l se co lige man ifiesto argumento de cuanto se apart a la cu lpa de aque ll o que el d iv ino j uicio aprueba po r bueno. En t anto, pues, que tenemos probad o qu e Dios no es aut o r de los males de cu lpa bili dad , y de haberlo probado con ta n grandes t estim on ios, resta, p ues , q ue prosiga m os en nuestra tema y hab lemos del

origen de tanto ma l, y que ta nta infam ia ha causado en las obras que Dios hizo tan buenas y tan enriquec idas de su gloria. [f. gr]

Capítulo 4.

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DE COMO EL PECADO TUVO ORIGEN Y EN T RADA EN EL MUNDO ,

POR EL PRINCIPAL ANGEL Dijimos que los ángeles fueron creados muchos en número, y todos de grande excele ncia y de grande perfecc ión. De común aceptac ión es el que no todos ellos comparten la m isma perfección, pues hay entre ellos d iferentes gradaciones, aunque n inguno hay de nivel tan inferior que no esté muy por encima de la perfección q ue se dio a la nat uraleza humana. La doctrina eclesiástica los divide en t res jera rquías , o tres reparti m ient os. Cada jerarq uía tiene tres órdenes, de donde result an nueve órdenes, que según los nombres q ue da la Divina Escritura son: querubi nes, serafines, principados, virtudes , potes tades y dom inaciones - sobre lo cual se tratará más extensame nte en su debido lugar- .[37J H ay entre todos el los gran orden, gran paz y gran concierto. Entre ellos se regi stran principados y jerarquías, y que por no ser necesario por nuestro tema entrar en el lo, no lo abord aremos. Suficiente será saber que entre ellos hay algunos de mayor perfección que son como príncipes sobre los demás. Baste saber, por lo que se col ige de la Divina Escritura, que uno de ellos fue creado según una particu lar vent aja y una superior excelencia, aun que de él se originó este gran mal que es el pecado. Es llamado de nombre Satanás, qu e quiere decir acusador y adversario, y este es el nombre que le quedó después de su mala obra. Así lo ll am a Cristo, nuestro redentor, según refiere san Lucas: 'Yo veía a Satán caer del cielo como re lámpago. (f. gr] (Le.

10, 18). Es así como se le llama en otros lugares de la Divina Escritura. Fue

creado, co n t odos los otros ángeles, co n la ob ligación y libertad d e servir a Dios y de hacer su vol un tad en todo. Y si de un bu en pri ncipio, ést e y otros ángeles, h ubieran mostrado obed iencia en su amor a Dios, que los había creado, y someti m iento a su vo luntad, habrían quedado firmes y confirmados para siempre en este est ado de sant o amor y santa obed iencia - co mo as í fue co n aqu ellos que así lo hicieron- . Mas Satanás- más destacado y se ñalado que t odos los demás- , haciendo mal uso de su libertad , apartóse del fin para el cua l fue creado, y no queriendo seguir en el amor de Dios, n i co ntentarse con las mercedes rec ibidas, se encam inó al pecado, y como resu lt ado t odo t ipo de m iserias se actualizaron en el m undo. Result a cla ro que el pecad o que comet ió fue el de so berbia, y de querer usurpa r un cierto grado de igualdad co n Dios. Es incomprensible que rea lmente qu isiese ser como Dios. ¿Cómo un ente ndimient o de ta nto saber pod ía escon der desvarío ta n grande? Met a dist inta fue la de su so berbia, que ha de ent enderse desde ot ra pe rspectiva. La manera como se d esarrolló su pecado fue esta: t om ó conc iencia de sus grandes excelencias y del principad o que Dios le había dado sobre todas las dem ás criaturas ; descubrió en sí m ismo dones excelentísi mos - m uestras de las riquezas divi nas- . Sin em bargo, lejos de dar gracias al Señor que t an liberalmente se había most rado con él, lo ca m bió todo al revés: enamorado de su propio ser y excelencia, reivi ndicó para sí cierto grado de co mp etencia co n Dios, est imando que no se le ot orgaba suficiente honra, n i se le d aba mayor pod erío d el que de hecho m erecía . Su amb ición llegaba a ta l grado de im itac ión co n lo Divino, que en modo

alguno se correspond ía con los lím ites qu eridos por Dios. [f. gv) Esta enseñanza doctrinal se saca de los profetas, q ue relatan la caída y la ma ldad del pri mer ánge l y el nombre de sus secuaces im itadores de su m aldad . Fueron éstos grandes príncipes en la tierra; ricos y poderosos por la libera lidad de Dios; ingratos con el Señor que los había puesto en tan grandes estados; ensoberbec idos contra la majestad d ivi na y, fina lmente, derribados y castigados por su soberb ia. lsaías, hablando del rey de Bab ilon ia, que prefiguraba en todo a Satanás y en todo también lo im itaba, lo descri be en estos t érmi nos: " ¡Cómo ca íste del cielo, oh Lu cero, hijo de la mañana! Cortado fu iste por t ierra, tú que debili tabas a las naciones . Tú que decías en tu corazón: Sub iré al cielo; en lo alto, junto a las estre llas de Dios, levantaré m i trono , y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las altu ras de las nubes sub iré, y seré semejante al A lt ísimo." (Is. 14,12-14). [3-ª] As í como el rey de Babilon ia exh ibió su soberbia ignorando y desobedeciendo a Dios, atribuyendo todas las cosas a sí m ismo, q ueriendo que en todo se hiciese abso lutamente su vo lu ntad - como si él fuera Dios- ; así el primer ánge l, en loq uecido por sus grandes bienes, cegado de amor propio, túvose por agraviado, qu iso ser adorado y obedecido como señor, mandar a la manera de Dios, eq u ipara rse co n él, y ser honrado de modo semejante. Todo esto es lo que prete ndía su soberbia. Era en t re los ánge les como el lucero entre las estrellas, q ue sa le con la mañana y se alegra el mundo con él; qu iso usurpar oficio de Dios, a la manera como el rey de Babi lon ia qu iso sentarse en el monte de Sión, y tener desde allí la

aut o ridad y el mando d el Dios de Israe l. Según el profeta Ezequ iel, hablando del mismo m odo y uti lizando como sím il el del rey de Tiro, Lucifer viene represe ntado con su riq ueza, su propia herm osura y posterio r caída . [f. l or].Estas so n las pa labras del profeta:"Tú eras el se llo de la perfección, lleno de sabid uría, y acabado de hermosura. En Edén , en el huerto de Dios estuviste; de tod a piedra preciosa era tu vestidura; de co rneri na, topacio, j as pe, crisó lito, beri lo y ón ice; de zafi ro, carbu nclo, es m eralda y o ro; los primores de tus tam bori les y fl autas estuvieron prepa rados para ti en el día de tu creación. Tú , q ueru bín gra nd e, protector, yo te puse en el sa nto monte de Dios, all í estuviste; en medio de las p ied ras de f uego t e paseabas . Perfecto eras en todos tus ca m inos d esde el día que f uiste creado, hasta q ue se halló en t i mal dad." (Ez. 28,12-15). [39] Todo esto es co m o una imagen, como u na p int ura, a través de la cua l pode mos llegar a conoce r los excelen t ísimos dones q ue la d ivina bondad puso en este pr im er ánge l de qu ien hablamos. Tuvo este mal príncipe, con esta m ala soberbia su mal co nsejo so bre todos los d em ás que en m uched um bre le siguieron y se conformaron en semej an t e pecado. Él y sus secuaces fue ro n cast igados por la ira y j usticia divi na, desterrados perpetuam ente y condenados co n las pe nas q ue d esp ués direm os. Que f uese uno el cap itán m ás señalado, y que m uchos fueron los qu e le siguieron, se desprende de las pa labras de n uestro Reden t o r q ue, haciendo mención de la sentenc ia qu e pronu nciará contra los m alos en el día del j uicio, env ián do los al fuego et erno, d ice: 'Est e es el fuego aparejado pa ra el diablo y pa ra sus ángeles .' (Ma.

25) -[Ao] Clara dife rencia se hace en este lugar entre el capitán y los que siguie-

ron , y así le lla ma se ñaladamente príncipe de este mundo. Las citas de los profetas que hemos aducido claramente prueban que el pecado de Satanás fue el de la so berbia. En el libro del Eclesiástico se constata que el princ ipio de todo pecado es la soberbia (10 , 6-22).[41] Porque así como im ita el pecador al demo nio en las obras, as í lo imita tamb ién en el origen de todos los ma les: la . [f. 10v) so berb1a.

Capítulo 5.

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DE LA PENA Y OBST I NACIO N DEL PRIMER ANGEL Y SUS

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COMPA N EROS

Fu e el primer ánge l echado del cie lo con todos sus compañeros, y condenado por la j usticia de Dios a penas gravísimas. La principa l de todas ellas f ue la de la obsti nac ión y perpetua perseveranc ia en el m ismo pecado. Y es por esto que nunca h izo ni hará verdadera pen itencia , sino que permaneciendo en las penas que le viniero n por el pecado, y aborrec iéndo las como a cosa de tanto tormento, persevera y est á firm e en el m ismo pecado. La razón de est a perseverancia y de esta obstinación, ade m ás de otras causas, v iene dada por la cond ición y modo de su propia naturaleza. Porque co m o su entendim iento es tan sut il y t an determ inado y tan sin contrad icc ión consigo m ismo, por ser de natura leza muy simp le se adh iere a lo que una vez conc ibe, sin vo lver jam ás atrás, y de aquí viene que permanece para siempre en lo que una vez determ inó. Así como nuestro entend imiento se con form a con las cosas qu e so n de puro conoci m iento, y que no tienen contrad icc ión, de manera que nunca se desd ice de ellas; así lo hace la naturaleza angé li ca en lo qu e prime ra m ente determ ina. Claro est á que nuestro entend imiento cuando oye decir o concibe que el todo es m ayor que su parte, o que tres es mayor número que dos, y que dos y dos son cuatro , de t al m anera lo conc ibe y así se determ ina en ello, que . , ¡; , 1 . p . [f. 7ir] . por nin gun argumento con ,esara o co ntrario. orq ue su mismo conocim iento le enseña esto, y no son m enest er para ello más pruebas, ni más razones de la m isma determ inación que hay en él para semejantes cosas . Pu es así

es la natura leza angé lica en aq uello que se determ ina. Un ida esta razón con la propia m aldad de los que pecaron , y con la justicia d ivina, hizo que los demonios permanec iesen obstinados en su pecado, endurecidos en él, decid idos a ll evarlo ade lante sin tene r fi n n i re medio. Aborrecen el cast igo que se les acrece ntó , y quéda les j unto co n esto un a abomi nab le afic ión pa ra proseg uir en las o bras de su maldad y en los ej erc icios de ella. Por el contrario, los buenos ánge les que no sigu ieron co nsejo de maldad , ni favorec iero n tan abominab le soberbia, an t es la contrad ij ero n, y co nociero n lo que se debía al Señor que los había creado, se determ inaron en amarle y en o bedecerle; quedaron, pues, co nfi rmados en gracia para no apartarse j amás de aq uel gran co ntenta m ien t o que en servirle t ienen , de aque lla bienaventu ra nza de conocerle por lo que él es, y d e am ar le con todas sus fue rz as, y est ar só li dos y fi rm es en esto, sin que n un ca j amás pueda surgi r descontent o n i m udanza. La pe na a que f ueron condenad os el prim er ánge l y sus compa ñeros fue, en primer lugar, ser desterrados de la presencia de Dios, y tener provocada perpetuamente su ira con t ra ellos. En segundo lugar, a que perm anezca n permanente m ente en su o bst inación y dureza, y en la mala inclinació n y cod icia de su pecad o - sin que en ello, co m o ya hemos d icho, se experiment e ca m bio algun o- . En t ercer lugar, a ser co ndenados a grandes tormentos y a un lugar de extrema m iseria; como se desprende de las palabras de Cristo, nu estro redent o r, cua ndo d ice que ha de enviar a los malos al to rmento del eterno f uego, aparejado pa ra el diablo y para sus ángeles . (Mt. 25, 4 1). [f. , , v] De m ane ra q ue dos lugares so n los que están destinados [.4-l.] para el dem on io.

El primero es el infierno, lugar lleno de mayor m iseria y de mayores tristezas que se puedan imaginar. Ésta es su propia morada, en la cua l ha ser encerrado por sente ncia de nuest ro Redentor en el día del j uicio, para que eterna lmente permanezca en ell a, sin jamás poder sa lir. El segundo lugar es el aire (ayre)[.43] de este mundo, en el que ti ene licencia - según modo y tasa perm isiva de Dios-

para ejercitar su activ idad , tentando a los hombres; porque de esta ma-

nera quiere el Señor que sean probados los j ustos , se apure la j usticia y se pierdan los que qu ieren perderse por sus propias cu lpas. Traen cons igo su tormento y su pena est os ma los ángeles . Su grande obst inación les pone un ma lvado apet ito de hacer muy grandes males en estorbo de la g loria de Dios, y en daño del linaje h uma no. Así como por sente ncia del Evangelio estamos ciertos del lugar en que los demonios han de ser encerrados en el día del j uicio, as í por la de san Pab lo tamb ién se nos certifica del segundo: que es en este mundo en cuyo aire y en cuyas t in ieb las andan con grande poder procu rando nuestra m iseria. Nos advierte el apósto l que no t enemos contienda con cosas fl acas de carne y de sangre, sino con grandes príncipes y potest ades, contra los señores de este m undo, y gobernadores de las tinieb las de este siglo te nebroso, contra las astucias esp irituales que andan en los aires . (Ef 6) .L44J Tenemos también el testimonio del profeta David de las tempestades y muchos trabajos que nos so n env iados por los ma los ánge les, por lo cua l sabemos de cierto que est o en este lugar les es perm itido mien t ras vivan en él los se res humanos, para después, como ya hemos probado, vayan a su dest ino defin it ivo. (Sal. 77) -L4s] [f. izr]

Con la mayor brevedad posib le hemos exp uesto cua l es aque lla ma la fuen te de donde salió tan gra nde ma l como es el pecado; como el autor de esta grande miseria fue la pri nc ipal y más excelen te criatura que Dios había creado; como apeteció compartir cierto nive l de dign idad con Dios; como su pecado fue la soberbia y su amor propio y excesiva complacenc ia en sus grandes excelencias - que no quería reconocer que las debía todas a l Señor que se las había dado tan libera lmente, y que cuanto mayormente eran incrementadas éstas, tanto mayor deb ía de haber sido su deuda de gratit ud- . Sentencia[JQ] es de muchos, que Satanás conoció la gran dign idad que había de asum ir el hombre, y como el Hijo de Dios hab ía de tomar carne humana, de modo que una misma persona había de ser verdadero hombre y verdadero Dios; y de esto tu vo grande envidia, juzgando que a él le convenía más esto, de ah í que envidiosamente lo deseara. Bien puedo ser que la envidia y la soberbia se en t remezclasen entre sí más allende de la razón , por lo cual entendemos que s iempre la envidia presupo ne soberbia y satisfacción prop ia exacerbada que reivind ica para s í los bienes ajenos, sin embargo tenemos probado por la

Escritura, que lo primerísimo en e l pecado de l primer ángel fue la soberbia. Enseñamos así m ismo como por su ju icio y consejo otros muchos ánge les le s igu ieron en su ma ldad, y consi ntieron e n ella, y é l quedó por capitán de tan ma los vasa llos, y ell os súbditos de ta n ma l señor, porq ue as í lo perm ite y qu iere la divi na justicia que cuando uno consien te con otro en la cul pa, y en ell a presta obed iencia, por la misma razón se convierte en súbdito y compañero en la pe na. De ahí la afi rmac ión del apósto l san Pedro de que cuando uno es

ve ncido de otro, lógico es que le sea súbd ito. [47.] El Un igén ito Hijo de Dios, q ue vino para dar luz a [f ·

12

v] los hombres en

todas sus ignorancias, y a ser verdadero defensor de la hon ra de su Pad re, cla rísimamen t e afirm ó que el orige n del pecado no estaba en Dios, sino en el demonio. Q ue est e malvado enem igo, co m o hechura de las manos del Señor, fue creado bueno y en est ado fe licís imo, y fue él m ism o que se h izo ma lo. Expresament e se d ice por san Juan que no perma nec ió en la verdad ; de lo cual se co lige manifiest ame nt e q ue fue creado en verdad , y que f ue él qu ien se apartó de ella. Dice que fue pri ncipio y padre de la menti ra, y como t odo pecado y todo desorden es ment ira , síguese q ue de todo esto el demonio ha sido la causa , y que fue él que lo introd ujo en el mu ndo.

Un.

8). [.48] El nom bre que

le quedó a esta criatura, q ue al p rincipio fue tan hermosa y ta n enriq uec ida por la mano de Dios, fue el de Sat án, que en hebraico qu iere deci r ad11ersario, contradec idor, [.49.] y enemigo, y en griego Diablo que sign ifica lo m ismo: ca lumniador, fa lsario y cont radec idor de la verdad - segú n ya se empezó a trata r más arriba- . Estos no m bres deberían de ser de por sí suficie ntes pa ra apartar a los hombres de la obra del pecado, y t enerlos sie m pre muy despiert os y te m erosos de no caer en el la. Porque quien induce a tal obra es Satanás, y lo que con ella se co nsigue es ll ega r a ser sus vasa llos y co m pañeros en la pena y en su cu lpa. No puede imaginarse mayor miseria que la de pa rticipar en cosa t an mala como es la que nos da a ent ende r el nombre Satanás, o Diablo, que en defin itiva no qu iere deci r otra cosa q ue ser ene m igo de Dios, adversa rio de su j ust icia, co nt radec idor de sus bi enes, ca lumn iador de su

ve rdad , cosa apa rtada de sus mercedes, castigada con su ira y aborrecida de su vo luntad. Quien tal es para co n Dios, ¿q ué no será ta mbién pa ra co n los ho mbres? ¿Cómo no debe rían aborrecerle los ho mbres si tanto lo aborrece Dios? Sufi cie nte debe ría ser este desast re de l prime r ánge l, y de los que le siguieron , pa ra po ner grande pavor y gra nde [f. i 3r] precaució n en el hom bre a fin de que contin uamente llegue a guarda rse del pecado de la so berbia. Pu es si en un entendi m iento tan excelente en sabid uría - que des pués de la de Dios no se ha lló ni se ha llará otra mayo r- , ha lló lugar una locu ra ta n gra nde como la de cod iciar se r semejante a l Señor que lo hab ía creado, ¿cómo podrá el ho mbre - ciego y lle no de mi l igno rancias-

viv ir descu idado y sin luz[sQ] como pa ra

no guardarse de este mal ave nturado pecado po r do nde se enca mina n todos los otros? Responderán algunos, que las cosas po r las que se ensobe rbeció el ángel e ran de muy grande imp ortancia, muy superio res a las que las poq uedades de l homb re pudiera n suscitar tal va nidad o dar pie a ta l locu ra. Me parece que tal manera de argumenta r, lejos de hacerles fue rtes y fi rmes en su defensa, de hecho va contra ell os y debería suscitarles un mayor cuidado. Si fue tan gra n locu ra por las qu e estas grandes cosas llegaron a enso berbecer al primer ángel, ¿qué loc ura no se rá la qu e se funda menta en las poquedades del mise rab le hom bre? El pecado está más ce rca del hombre de lo que se pueda pensa r; grande, pues, se rá la culpa de aque l que po r é l se verá abatido. Las raíces de la soberbia están en un amor propio de sí mismo - en esta ciega afició n co n la que e l ho mbre se qu ie re as í mismo- ; en una rebe lión qu e se a lza

contra los bienes de Dios como si éstos f ueran propios, en un negarse a responder co n hum ildad y en reconocer lo que el hombre de por sí es, y que todo lo que de hecho ti ene lo ha rec ibido de manos ajenas. Dondequiera que se dé esto se dará una im it ación del pecado del primer ángel, una manera de estar de acuerdo con él, un camino de perd ición y de alejamiento de Dios. Si muy grande f ue la locura del demonio, y el ciego amor propio que mostró, con sobrada razón deberíamos guardarnos de esta otra loc ura de los pecadores an clada en el amor propio de sí m ismos. (f. 13v]

Capítulo 6.

PROSIGUE EL CONOCIMIENTO DE DIOS POR PARTE DEL HOMBRE

Hasta aqu í se ha proseguido en lo que es necesario para llegar a l verdadero conocim iento de Dios , de su bondad y de su justicia, partiendo de la base de su pri ncipal obra de creación: la natura leza angé lica. He mos dicho que el desorde n y fea ldad de l pecado no vino de la mano de Dios, ni supone estorbo a la majestad de su gloria ni motivo para que se censuren sus obras. Hemos mostrado cómo fue la primera e ntrada de l pecado en e l mundo, y de qu ién es la cu lpabilidad de esta infam ia y fealdad que padece el mundo. Síguese qu e trate mos ahora de otra principa l criatura, de cómo fue hecha y para qué fin , y de cómo actuó en respuesta a su Hacedo r, y de este modo podamos ad qu irir correcto conocim iento de estos do s saberes: e l de Dios y el de nosotros mismos . Esta segunda criatu ra es el hombre; no de tanta perfección como la del ángel, mas de muy grande ser. Capacitado para conoce r a Dios , para amarle, para servirle, para poseer sus bienes, para ser bienaventurado y vivir en su compa ñía. El modo de su creación, e l consejo por e l cual fue creado, y la dignidad que en él bu scaba Dios, todo esto se enseña en la Di11ina Escritura . Fo rmó Dios toda la máq uina[51] de este m undo; ado rnó la de grande he rmosura y de grande riqu eza. Esto es lo que mu estra e l cielo con el resp lan dor de sus estrellas; el concierto de la noche; el bri ll o del aire, poblado de ta ntas aves; la mar, llena de tantos peces; la tierra, con ta l multitud de anima les, árboles, hierbas, y surcada de tan tos ríos, regada de tan tas fuentes, vestida de tanto ve rde y [f. , 4 r] de ta nta va riedad de cosas. Todo esto lo aprobó Dios po r

bueno, seña lando a cada cosa su oficio su naturaleza y su función. Refiere la

Escritura q ue después de todo esto, Dios d ijo: ' Hagamos al hom-

bre a nuestra imagen y semejanza, para que tenga domin io sobre los peces del mar, sobre las bestias, sobre t oda la tierra y sobre todo lo que se mueve sobre ella.' (Gn. 1,26). En este consej o y consultació n[s~] de la sabid uría d ivina está declarado todo lo que d ij imos del fin para el cual fue el hombre creado y de la gran exce lencia de su nat uraleza. No debe pensarse q ue esta del iberac ión se hizo con los ángeles o con otra criatura, n i q ue Dios, po r manos ajenas, hizo todo lo restante del mu ndo. Este consejo y det ermi nación de la sabiduría di vina tuvo lugar en el seno de la prop ia Divin idad, y en el m ismo participaron las t res personas de la Deidad en las que esta sabid uría res ide. Qu iso Dios declararnos por estas pa labras, por esta figura y representación de consejo, [53] la excelencia del hombre sobre todas las criaturas inferiores y el fin para que las creaba. Con sumo consejo fueron creadas todas las cosas; mas seña lan las

Sagradas Escrituras la part icu lar del iberac ión qu e t uvo lugar en la creación del hombre, q ue po ne de relieve el gran interés que en ell o puso Dios. De como él m ismo la cons idera más re levante que todas las otras obras corpora les, y como la creó con exce lentísimo propós ito sobre todas ell as. La primera condi ción que pone, y el primer pr ivilegio que señala en esta consu lt ación, es la de que el hombre sea hecho a imagen y semejanza divina. N o se puede encarecer[s61.J las riquezas y las mercedes que en estas palabras están encerradas para el estado y para la exce lenc ia del hombre. Primeramente se denota en ell as la gran d iferencia que hay entre el ser que se

com un icó al hombre y el ser qu e se com un icó a las [f. i 4 v] cosas corpo rales . Po rque t odos los otros an imales que est án debajo d el cie lo recibiero n so lam ente ser corpora l y grosero;[ss] mas el hom bre, dado que ti ene cuerpo, no so lament e t iene natura leza co rpora l, sino tambié n espíritu suti lísimo, del cua l ninguna criatura irracio nal partic ipa. Po r ser alma y se r espíritu t iene una inmorta lidad que le ot orga una d uració n infi n ita . De est a nat uraleza esp irit ua l de la que goza el hombre, y de esta in m orta lidad de su alm a, se vinculan aquell as pa labras por las que se determ inó que f uera creado a im agen y semej anza de Dios. Est a imagen y esta semejanza enc ierra n en si muy grandes excelenc ias y privileg ios, y grand e im it ación d e Dios. Parece como si en est a obra Dios se h ubiera puesto como dechad o y hubiera deseado producir una obra que de algún modo le re prese ntara y le im ita ra. Dios es espírit u sim plicís imo, y así un a d e las partes que const ituyen y compo nen el ser del hombre, ta l cual es el alma, es ent idad esp iritu al. Dios es inm ort al, nunca dej ará de ser, y en est o ta mbién el se r del hom bre n unca t end rá fi n. De m anera que aqu í te nemos t estimon io m anifestís im o para la inmorta lid ad del alma raciona l, pues est á claro que nunca pa labras sim ilares se d ijeron de la creac ión d e las ot ras criaturas; sino q ue se d ij eron part icul arm ente del hombre y co n notorio priv ilegio. Im prop ia y fa lsísima cosa sería decir que el hombre fue hecho a imagen y se m ejanza de Dios, pero no t en iendo más exce lent e ser qu e el d e las ot ras cosas , y habiendo de perecer tota lmen t e y j un t ame nte co n las otras cosas. M uy por encima está el hombre por la exce lenc ia y prop iedad que le ot o rga su creación a im agen y semejanza de Dios. Y es que así como Dios t iene un ser

si m p licísi m o y en este se r hay tres perso nas Divinas, as í en el alma del hom7

bre hay un ser esp iritu al y sim ple con un orde n [f. sr] y un concierto de tres potenc ias, que son: entendi m ient o, vo luntad y mem oria, a través de las cuales su excelsa naturaleza esp iritual se man ifiesta , actú a y da prueba de lo q ue es. Excede la razó n de la imagen y semejanza de Dios en el hom bre, po rq ue qu iso el Señor que lo creó com unicarle d ignidad ta n grande y pa ra q ue fuese lugarten iente suyo en la t ierra. Que as í como él es supre m o y su mo Señor, y a qu ien todo debe obed iencia, así todas las otra criaturas co rpo rales en su lugar o bedeciesen y sirviesen al hom bre y le tu viese n po r señor, con inte nto y det erm inac ión de q ue este era su f unción, y que al servir al hombre y obedece rle, de hecho servían y obedecían al Señor que los había creado y cumplían así el propósit o po r el cual fuero n creadas. Co m o de lo primero se co ligió po r argum ento m anifestísimo la inmortalidad del ánima del hom bre, ta m bién se co lige de lo demás . Qu ien so bre tod as las criatu ras inferiores tiene ta n grand e ve nt aja como pa ra qu e conozca a Dios, le ame y se acue rde d e sus beneficios, mu y fuera va de razón, q ue j unt ament e perezca con las otras criaturas , q ue ni le conocen , ni le am an, n i t ienen mem oria de sus be neficios y que no t enga m ás fin q ue t ienen las otras cosas . Quie n f ue cread o pa ra se r se ño r de t odo lo demás, y t odo lo demás f ue creado para se rvirle, cosa m onstruosa parece ría, y no digna del consej o d e Dios, no tene r disti nt ísimo estado sobre t odo lo ot ro que se emp lea en se rvi rle. No hay palabras co n q ue basta nt eme nte pueda ser enca rec id a la estima que Dios tie ne del hombre, y que qu iere que los mism os hom bres ent iendan; la cual está sign ificada por estas pa labras: ' H agamos al

hom bre a nuestra imagen y semejanza, para qu e sea se ño r de t odos los peces 1

de la m ar[f. sv] de las aves del cielo, y de las bestias, y de tod a la t ierra, y de t odo lo q ue anda rastreándose sobre la t ierra.' De dond e se nos manifi est a que t odo lo restante que h izo Dios, el co nciert o que le puso, la bend ición que dio a t odo, el o rden qu e puso en ello, la alabanza y gran test imonio de ap robac ión que most ró, todo esto se enca m inaba a este fin : que el hombre sirv iese a Dios y t odo si rv iese al ho m bre; para q ue tod o d iera al hom bre satisfacci ón y beneficio . Ta nto le am ó, que ant es d e crea rle ya hizo t odo pa ra él: un hogar cargad o de bienes, pa ra q ue al abrir los ojos conociese cuanto le am aba qu ien para t al est ado y pa ra t antos bienes lo había cread o. Por últ im o, fue hecho el hom bre a im agen y semej anza de Dios , para q ue en este m undo y en esta vid a, en todas sus cosas , en t odas sus acci o nes, en el gobierno, en el seño río, y en el m ando de t odas las otras criaturas , f uese una represe ntac ión y tras lado d e la bo ndad , de la sabid uría , de la inocencia y d e la ju stic ia d ivina. Para lo cua l recib ió grandes dones, y le f uero n repa rt idas y se llad as grandes im pres iones, y grandes ce nte llas [s§J de todo esto po r la m ano de q uien lo hizo, y lo h izo para ta l fin . Se infiere de t odo lo d icho q ue, puest o qu e la diferenci a y d esp ro porc ión que hay en t re Dios y el hombre sea infi n ita, como de hecho lo es, el hom bre f ue hecho po r co nsejo de Dios pa ra qu e fuese imagen y tras lado suyo - en el grado en q ue la imagen creada es ca paz d e rep resent ar a su infinit o Hacedor -. De un m od o general hem os t rat ad o lo que conc ierne al hombre, a su d ignidad y al consej o con que f ue creado; ahora proseguirem os sobre lo m ism o, pero con una mayor particu laridad ,

y ta l y como la Escritura Sagrada lo re lata, enderezándolo todo para este fi n:

que el hombre se conozca, y conociéndose tome argumento para el conocimiento de Dios y de todo lo que le debe_[f. 16 r]

Capítulo 7.

,

DE LA FORMACION DEL HOMBRE Y DEL ESTADO EN QUE FUE CREADO

Tres tipos de criatu ras formó Dios en el pri ncip io del m undo. Los pri m eros fue ro n los ánge les, se res pura m ente esp irituales, como ya dij imos. El ser esp iritua l es un se r delicado y sutilísimo, q ue ningu na semejanza t iene co n el se r de las cosas corpora les, ni participa de sus cualidades n i de su compos ición ; no puede se r v isto, tocado ni oído con los se ntidos del cue rpo, ni es capaz de las cosas que los cuerpos experimen t an , co m o frío, ca lor u otras cosas se m eja ntes . Como nunca lo hem os visto, no lo podemos imaginar cumplidamente, m as báste nos saber que ex iste, y que Dios que p udo crear lo uno pudo crear tamb ién lo otro, y q ue es de mayor exce lenc ia cuanto más lejos esté de las o bras , de las m udanzas y de las cua lidades corpora les. Es un ser qu e tiene de por sí una forta leza tan grande, que no hay cosa de las de este m undo que le pueda dañar, qu itar el ser y causarle perju icio. No t iene en sí composición ni contrariedad, de modo q ue ningu na cosa de ést as le puede suceder y por eso es inmorta l. En lo que a est o respecta, el ángel es la más perfecta im agen de Dios ent re todas las criatu ras, aunque por las cons ideraciones qu e hemos d icho, y por otras q ue podríamos añadi r, es propiament e del hombre qu e se d ice que fue hecho a imagen y semejanza de Dios. El segu ndo tipo de criat uras es la de todas aq uellas que so lament e t ienen ser co rpora l, sin partic ipació n algu na de ser espiritua l. En esta cuent a entra n todas las cosas del mu ndo que en su pri ncip io fuero n formad as, y por su generac ión se han

conservado dist intas de l ánge l y de l hombre. El tercer tipo de criatura es e l hombre, que t iene participación de ambas rea lidades: t iene cuerpo y tiene án ima rac ional. Por parte de lo primero participa co n las cosas puramen te corporales f.

16

v] -con las bestias y con todo lo demás-. Y as í con respecto

al cue rpo t iene aparejo[57.] e n sí pa ra dejar y mudar su ser; para recibir pe rjuicios y con t rariedades -tal como vemos tiene n todos los an ima les y co n cualesquiera de las criat ura con las cua les t iene cerca nía-. Por parte de lo segundo t iene propi ncuidad con los ánge les, porque el alma es espíritu , y al igua l que ell os, es inmorta l, aunque no tenga ser de ta n grandes qu ilates. Este ser y cond ició n de l hombre, ta l como hemos dicho, está fig urada[s~] man ifiestamente en la Divina Escritura, donde está particularmente con tada la formación de l hombre. Po rque para darnos a entender la excelencia que tiene el hombre sobre todas las otras criaturas, y para el grande fi n para e l cual fue creado, no solo se hace memoria de su creación una vez -tal como sucede con todas las otras cosas- sino que se rep ite cuat ro veces en la Escritura Di-

vina. Cuéntase primeramen te que formó Dios al hombre de l polvo de la t ierra. Así se nos da a entende r cómo fue formado su cuerpo, o la manera de su part icipación con las criaturas co rporales . Diciendo que fue formado de l polvo de la tierra se s ign ifica la composición de los cuatro elementos,[59J y la mezcla que tuv ieron en la hechu ra de l hombre, o en la materia de que fue formado su cuerpo. Luego se d ice que sopló Dios en él un soplo o un espíritu de vida, y que fue hecho alma viviente. Lo que hemos de entender co n estas palabras es

que Dios d io alma raciona l al hombre y la jun t ó con su cuerpo , y que con esta alma le d io el se r, o el ejerc icio de la vida. Dícese que ' Dios sop ló en él', co n lo cua l se significa la exce lencia del alma racio nal como hechura de las manos de Dios; que es espíritu prod ucido po r él y hecho a su semej anza. No se refiere en la Escritura el qu e Dios dij era: ' Sea hecha el alma del hombre', sino que el m ismo Señor sop ló en el ho m bre el espíritu de vida, [f. i 7 r] para denotar con ello lo qu e t enemos dicho. Los otros an imales áni m a tienen , m as no se dice que la sop ló Dios en ell os, como lo d ice del hombre. En pocas pa lab ras nos declara la Escritura Sagrada lo que tenemos arriba tratado acerca del se r del hombre, como por razón del cuerpo part icipa con las criaturas cor pora les, y por razón del alma con las esp iritua les . Por una parte nos d ice como fue formado del po lvo de la tierra , y por la otra como Dios sop ló en él espíritu de vida. Co n esta distinción q ue hace la Escritura no hemos de entender neces ariamente que primero se formó el cuerpo, y después se le añad ió el alma, ya que toda la creac ión del hombre - según la más común sentencia de los doctores-

f ue un acto ún ico y simu lt áneo. La d istinción q ue se hace apun t a a la

part icipación del hombre con las criaturas espir itua les y con las corpora les. Después de esto d ice la Escritura q ue Dios d ijo: ' No es bueno que el hom bre esté so lo; hagámos le una ayudadora semej ante a él;' y puso Dios sueño en Adán con que se d u rm ió, y tomó una de sus costi ll as, puso carne en ella, y de la m isma formó a la mujer y se la dio por compañera. Tenemos ya d icho como los ángeles fuero n creados en m uchedumbre muy grande, y fueron creados todos al m ismo t iempo, pues entre ellos no hay generac ión. Para el origen y

mu lt ipl icac ión del linaje hu mano se requ irió de un varón y de una m uJer, ambos f ueron suficientes para toda la sucesión. La pri m era mujer f ue formada del lado del hombre, y no de otra ma nera, ya que en esto se preservaba la d ignidad del hombre y se garant izaba que fuera princip io de toda su especie, y de todo su linaj e, y para que en est o tamb ién imitase a Dios, que es ún ico principio de todas las cosas. Así d ice el apóstol san Pab lo que de un hombre hizo Dios todo (f. i 7v] el linaj e hu m ano. (Hch. 17, 28.29). La mujer fue formada del costado; no de la cabeza, ni de los p ies, n i de otra parte, a fin de que el hom bre y la mujer tuv iesen entre sí grande amonest am iento,[60] grande víncu lo y prenda de amor y de igua ldad ; reconoc iendo el hombre q ue de sí m ismo había sido tomada la compa ñera y sacada de su lado, y ell a conoc iendo lo m ismo. En todo esto hay un element o profético del m ister io [fu.] q ue apunta a la generac ión esp iritual de la Iglesia que había de sa lir de Cristo por su muerte y por el derramam ien t o de su sangre. Creados de esta m anera nuestros primeros padres, Dios les declaró el propósito para el cual los había formado y la dignidad que les hab ía otorgado. Les d io su bendic ión y les dijo: ' Creced, mu lt ipl icaos, hench id la tierra, eje rced señorío sobre ella, tened dom in io sobre los peces de la mar, sobre las aves del cielo y de t odos los ani m ales que se mueven sobre la tierra.' Les d io por m orada un huerto de grandes deleites, que el mismo Señor había creado seña ladament e y que en m ucho era el más hermoso y privilegiado de toda la tierra. Fue puesto Adá n en este paraíso, para que trabaj ase en él y lo guardase. Co n esto no se q uiere decir que se le enco m endaran tareas arduas que le ca usasen

cansa ncio , sino q ue el mandat o ten ia como fin apartarlo de la oc iosidad labrando la t ierra; y para que recreciese[62] su visión cont emp lativa, su conoci m iento de las maravillas de Dios y t uviera buen cuidado en ej ercitar las virtudes que el Creador le había dado, y sirviese todo co m o desvelam iento[63] contra el pecado. Les puso, empero, el manda m iento de qu e, si bien tenían licenc ia para comer de todas las frutas de los árbo les del paraíso, se guarda ran muy mucho de come r del árbo l de la ciencia del bien y del mal. De aqu í se entiende que había un árbo l se ñalado [6a] en el paraíso, nombrado po r Dios 'árbo l de la ciencia del bien y del mal.' Dejando aparte el ju icio

[f. 18r] de muchos autores sobre este árbo l, suficien t e será por aho ra saber qu e uno de los principa les efectos de aq uel árbo l, y la pr incipa l razón de su nom bre, determ inaría, co n su cump limiento o con su desobediencia, qu ien era bueno o qu ien era malo. De modo que por el come r o no comer de este frut o vedado qu iso Dios hacer expe rienc ia[65] d e quien era bu eno y de qu ien era ma lo. Con justísima razó n f ue puesto este mandamiento al hombre: pa ra que sup iese que ten ía Señor, le reconoc iese como ta l, tuv iese siempre memoria de sus beneficios, entend iese que su ofic io [66] era servirle perseveranteme nte y tuv iese siempre este cuidado, contentándose mucho en t al eje rcic io y en ta l ob ligación. Trataremos de este ma nd amiento y de esta obed ienc ia más adelante, por ser cosa m uy necesa ria, para que la grande just icia y bo nd ad de Dios sea co noc ida, y para que no se atreva la sab iduría de la carne a interponer en esto sus locas sente ncias .

Capítulo 8.

DEL ESTADO DE INOCENCIA DE NUEST ROS PRIMEROS PADRES

De habe r permanecido el hombre en esta obed iencia y en esta activ idad que Dios le había señalado po r su pa labra, res istiendo todo co nsejo ma lo, hubiera también permanecido en el estado en que fue creado, y confi rmada hubiera quedado en él la grac ia de Dios y su estado de bienaventu ranza. Fue

creado el hombre con grandís imas habi lidades y dones que la mano de Dios le comunicó, co n grandísima ciencia de las cosas naturales y con excelentís imo conocim iento de las divinas. Lo primero es evidente por aque llas palabras de la Divina Escritura, en que se dice que mandó Dios ve nir de lan te de Adán todos [f. 18v] los an imales y aves del mundo para que los conociese y pusiese nombres; y él se los puso, y quedó por nombre de cada cosa aque l que había señalado Adán. (Gn. 2,19-20). De do nde se colige, no sólo el do minio que tenía sobre todas las cosas, más tamb ién la ciencia que de ellas tenía. Lo segundo, que es de l conoci miento que de las cosas divinas tenía, se des prende de la conversación que Dios tuvo con él. Porque dado que po r lo común cond ición y regla de aqu el estado Adá n no viese a Dios de la mane ra que le ve n los bienaventurados en el cielo, no se puede nega r qu e de algún modo tenía una manera familia r de conversación con él, un gran conocimiento de sus cosas - y todo esto conforme a la gran perfección de su estado, y a las grandes mercedes recibidas de la mano del Señor- . Las cosas de las que disfruta ba en aqu el estado eran ciertamen te admirables y evidenciaban la ge nerosa libe ra lidad de Dios en su otorgación. Por otro lado, la pérdida de

las mis mas - po r engaño de l demo nio-

suscita un profu ndo sentimie nto de

tristeza. El hombre hub iera sido señor de todo lo creado en la tierra, hubiera disfrutado y gozado de todo con gran re lajamiento y co ntenta m iento. Y es que para este fi n hab ían sido creadas todas las cosas. Adá n habría sido en este mu ndo policía[.§z] huma no de la real idad. Todo habría sido un concierto de gran hermosura, de paz, de amor, de justic ia, de conoci mien to de las cosas Divinas y se habría prese rvado la gracia del orde n creado. [f. 1 gr] Había en el paraíso un árbol al que Dios había puesto por no mbre 'árbol de vida'. La propiedad [68] de su fruto habría sido la de preservar la vida de l ho mbre e n excelentísima co ndició n, en compostura[69J y salud muy perfecta hasta que Dios hubiera ten ido por bien arrebatarlo de la t ierra y t ras ladarlo al cielo y, co n su prese ncia y su compañía, da rle entera y perfecta inmorta lidad, otorgá ndole una vida muy dist inta de la que pri mero habría tenido - y que, en defi nitiva, se rá la que tend rán los bienaventu rados después de su resu rrecció n- . Deste rrado de l m un do el pecado, desterrada hab ría sido tam bién la muert e co n todas sus co nsecue ncias, con todas sus t ragedias y todas sus amargu ras. Todo habría sido vida de just icia, de co mpleta virtud , de admirab le orden y de excelsa escuela de ciencia Divi na. Creado con ta ntas excelencias y privi legios, todo hacía supo ner que el hom bre se co nvertiría en sie rvo fiel de su Hacedor y que e n todo buscaría su gloria. Cierto es, po r otro lado, que en este orde n y en esta armo nía de creación, los maléficos propós itos de l demonio no pe rma neciero n al margen. En la creación del hom bre Dios ha bía ce ntrado sus propósitos su mos de auto reve lac ión de sí mismo. En ta nto que él

es hacedor y se ñor de todas las cosas, en todas ellas, según su ser y capacidad, deseaba comun icarse. Como él es espíritu, más [f. 1 gv] fáci lmente y más propiamente se co mun ica con lo que es espíritu, y con mayores bienes participa y se com unica de la criatu ra espiritual. Para comunicarse a los cuerpos que tienen mucha meno r capacidad, juntó en el hombre el alma rac io na l, que es espíritu, con el cuerpo. Todas las cosas corpo rales fueron sujetas a este hombre, y participaron con él en el parentesco de l cuerpo, de manera que en el ho mbre está como conclu sa y recap itu lada toda la obra de la creación, y cada cosa alcanza all í un excelentísimo fi n suyo, que es participar de la bondad de Dios, seg ún la capacidad y la hab ili dad que le fue para ello co municada. Todo habría permaneci do completo en su orden y en su hermos ura de no haber entrado el pecado y haber mezclado en todo ello parte de su mise ria y de su desorde n.

Capítulo 9.

DEL PRIMER PECADO Y DE SUS CONSECUE N CIAS EN EL HOMBRE

Mandó Dios al hombre, como ya dijimos , que no com iese del árbol de la ciencia del bien y del mal, dándole a entender por este mandamiento el fin por el cual lo había creado. Y para que permaneciese en est o, por un lado le amonestó y le ob ligó co n las muchas mercedes que le había otorgado; y por el ot ro le puso bajo amenaza para despertar en él vigilancia y cu idado en cump lir el mandam ien t o. La pena con la que le amonestó era de ext rema gravedad: si él y Eva llegasen a comer de aq uel árbol morirían. Estas pa labras y estas amenazas de muerte implicaban un terrib le cast igo, pues habían sido creados para la inmorta lidad, para perpetua posesión de todos aquellos bienes , para estar siempre en fam iliaridad y en amor con Dios. Decirles que morirían era vaticina rl es un estado de gran m iseria, privar les de todos los bienes que les habían 2

sido otorgadosJf. or] Y lo más desolador que de ello se infería era que iban a ser desterrados de Dios, iban a perder su gracia y hacerse reos de su ira.[7.0] Inducidos, pues, de esta manera nuest ros primeros padres a cump lir el mandam ien t o de Dios, el demon io - que por aquel en t onces estaba so lo y en grande m iseria- , ejerciendo su actividad de oposición y odio a todo lo Divino - consecue ncia de su pecado de soberbia- , decidió te ntar al hombre para alej arle de Dios y para que perdiera t odos sus privi legios de creació n y lograra convertirle en compa ñero de su miserab le estado. Para apart arlo de Dios proced ió del m ismo modo como él mismo había obrado co ntra Dios: cuestionando la vo luntad divina. Su propós ito era convencer a nuest ros primeros

padres, a través de la duda, de que el mandamiento dado po r Dios no era ju sto e iba en co ntra de sus prop ios int ereses. Est imando que Adán , co m o cabeza y rep resenta nte del linaje humano, sería m ás difíci l de convencer para que desobedeciera el mandato de Dios, creyó más conve nient e acercarse a Eva - m ujer a la q ue Adán amaba muchís imo-

y que po r su j uicio y sabe r natura l

no ten ía ta n g randes f uerzas ni tan plena respo nsabi lidad co m o te nía el varón. El artificio q ue para esto sigu ió es el que la Di11ina Escritura nos cuent a, y nosotros aq uí expo ndremos en breves razones.

El dem onio no q uiso 2

aco m eter[7.1] a la m ujer abiertamente, porq ue le pareció [f. ov] que de hacerlo así su propósit o no tendría éx ito. Det erm inó, p ues, servirse de u no d e los an im ales creados como intermed iar io, y de est e modo la m ujer no rece lase y con m ayor descuido trat ase co n él. Entre t od os los an imales sin uso de razón la se rpiente exced ía en astucia, en sutileza y en maña m uy grand e - t al como ve m os que la t iene aho ra en m uy muchas cosas- . A ésta tomó el demonio po r instrumento, y parece q ue Dios no le perm itió otra cosa para darnos av iso de que viva m os siemp re en gran cu id ado y en gran co nside ració n de como nos compo rtamos co n las cosas del m undo, porqu e el demonio p rocura rá t o m arlas como inst rumento para nuest ros males haciéndo nos caer en sus lazos. Mist erio m uy grand e se encierra en est o de qu e la se rpie nte ll egara a ser el pri m er instr um ento del q ue se si rviera el demon io contra el hom bre y en el hecho de que la Di11ina Escritura afi rme q ue este an imal era astutísi m o sobre t odos los de la tierra. Esto pone de re lieve qu e entre las cosas del m undo unas son m ás ap ropiad as pa ra se r uti lizadas co m o medio por el demon io para

nu est ros ma les. En guardia, pues, deberíamos esta r de est o. Para sus pe ligrosas ce ladas el dem on io recurre co n frecuencia a la astuc ia, a la fa l sedad encubierta y a la loca y atrevida sabid uría, encubr iendo todo esto en una aparienc ia de d isim ulada bland ura y plac idez. Dios am a la si m p licidad y la obedie ncia hum ilde, pero no curiosa. Esto es lo que nos ense ña cla rame nt e el primer mandam iento que dio al ho m bre. En contrapos ición vemos como el instrumento para enga ñar al hom bre f ue el de la astu cia de la serp iente. Siemp re buscará el demonio compañeros semejantes a sí m ism o pa ra lleva r a té rmino sus fines, principalmente rec urriendo a

· y a 1a ca 1umn1a, · ta 1 como aq u1' q ueda b.1en pat ente. [f. 1a astu cia nu est ro redent o r, nos d ice en el

2 1 r]

eristo · ,

Evangelio que pa ra las cosas bue nas y para

ev itar pe ligros imit emos la ast ucia de las serpient es, y q ue para t odo lo demás seamos senci llos como las pa lo m as.[7-6.) Pros igamos ade lante y vea m os como procedió el demonio para derribar al hombre, p ues en esto se extrae gran doctrina para t odos aque llos q ue buscan lum bre en la cie ncia de la

Escritura. Por-

que como d ice el Apóst o l, t odo lo que en ella está escr ito, sirve para nuestro enseñam iento .[7.3] Muchos doctos y sant os varo nes creen q ue hubo en nuestros primeros padres algo de descuido, o ciertos movimient os de am or prop io que prop iciaro n ta l recepc ión . Parece reg la general la del Sa bio cuando afirma que el corazón q ue cae es porq ue pr imero se levan t ó so bre sí mismo.

Prover-

bios, 16. [7.A-] No creo que est é fuera de razón pensa r q ue cayeron en descu ido en el cuidado del huert o, pues en est a labo r había n de extraer m uchas leccio nes y motivos para alabar a Dios y para perm anece r fie les en el

conocim iento de sus marav illas y de su bondad . Fuera como fue ra, e l hecho es que el de mon io puso en obra su ma la intención, y tentó a la mujer para saca rla de la obed iencia que Dios le había ped ido cua ndo dio a co nocer su manda mien to. Pregu ntó la se rpie nte a Eva por qué mot ivo Dios les hab ía mandado que no co miesen de todos los árbo les de l paraíso, [f.

27

v] sino que en

esto hab ía tasa. [7..5] Res pondió la mujer: ' De todos los fr utos de los árboles que están en e l paraíso pode mos comer, mas de l á rbol que está en medio de él nos ma nd ó Dios que no com iéramos ni lo tocá ramos, no fuera que haciendo tal cosa mur iéra mos.' En pri mer lugar es de notar aqu í la ma li cia y astucia de l demon io haciendo que la mujer llega ra a cuestio nar el motivo por el cual Dios había dado el manda mien to. Porq ue as í co mo a él no le agradó la categoría de ser que Dios le dio al crearle, sino que creyó que era merecedor de una ide ntidad más elevada, ahora pretende incu lcar el mis mo engañoso sentir en la mujer, a fin de que ésta llegara a cuestio nar la infi nita sabid uría de Dios y busca ra algo d ist into y sup erior para su vida. Nótese, en segundo lugar, la respuesta de la mu jer, que habiéndo les dicho Dios que en la ho ra que com iese n de la fr uta de aqu el árbo l ciertame nte morir ían, ella desea ab land ar las pa labras Divinas enmarcándo las en la duda: ' no sea caso que mura mos '. De ambas cosas debe rehu ir el hombre por ser esto de certísima pest ilencia. Lo que el demonio hace, y exige ta mbién de nosotros, es cuest ionar las razones de Dios a l dar su manda mien to - razo nes que justa mente se fundamentan en su sabe r y en su vo lun tad- . Lo que la mujer hizo fue po ner dud a lo que de un modo ta n

contu ndent e había afirmado el Señor. Habiendo conseguido el demon io acceso de diálogo con la mujer, y al avenirse ést a a razonar co n él en una act itud de duda y cu riosidad , pros igue adelante con la afi rmación de que, au nq ue comie ran de aque l árbo l, no m o riría n. Dios había dicho 'si ', el demonio dice ' no'. No so lo con t radice la verac idad de la pa labra de Dios, si no que añade tambié n calu mn ia al afirmar [f.

22

r] q ue si

Dios m andó aq uel lo fue porq ue sabía muy bien que en el d ía en q ue ellos com iesen del frut o del árbo l se les abri ría n los ojos y serían como dioses, y consegu irían la cienc ia del bie n y del mal. Por ser el d emonio envidioso de bienes ajenos, tambié n q uiso ca lu mn iar a Dios de envid ioso y de escaso. [7.6] Po r se r él engañad or, así culpó ta m bién a Dios de serlo, pues según él, Dios había dado aquel mandam iento a los homb res con el engaño de que les otorgaría un estado superior. Ve ncida la mujer po r estas fa lsas razo nes, y codi ciosa de supera r el estado en q ue Dios la había dad o, esti mó bueno el frut o del árbo l vedad o, t anto po r su aspecto como po r su pro m et edor buen sabor. Así, pues, decid ió co m erlo. Lo com ió y después pe rsuadió al marido a que hiciese otro ta nto. Au nq ue ambos pecaron gravísimament e y q uebran t aron el m anda m ien t o d e Dios, d ifere ncia hu bo entre el pecado del varón y el pecado de la m ujer, pues la mu jer creyó que acertaba y que era cosa m uy buena comer de aque l árbo l, si n embargo Adá n no pecó por la persuas ión ni por el engaño de la se rpie nte, si no por las pa labras d e la mujer - a la q ue amaba y ten ía en ella com placencia- . (1ª Ti. 1). [7.7.] Lu ego q ue la hu bieron comido, siguieron las co nsecuencias de lo q ue Dios

les había preve nido al mandarles que no com iese n; y t amb ién las consecuencias de la actuac ión del demonio al persuadirles de q ue lo com iese n. Las consecuenc ias, si n embargo, fueron muy d isti ntas. La afirmación de Dios era que morirían ; y así se cump lió. Si bien es cierto que la se ntencia , q ue implicaba la separación del cuerpo del alma - que es el res ul tado primerísimo del obrar propio de la muerte- , no se cump lió de inmed iat o; cierto es, sin embargo, que con Adán y Eva la muerte empezó a ejercer su jurisdicción sobre el linaje humano. Con ello se vieron también apartados de aquel favor Divino que les hub iera hecho inmorta les. Se in ició entonces el proceso con el cua l la muerte sue le tratar al hombre: cansanc io, vejez, enfermedades y toda una int ermi nab le cadena de dolencias . [f.

22

v] Si bien lo cons ideramos,[7.8] des -

pués del pecado esta vida no es más que un agon izar para morir, o como bien d ijo el poeta: ' morimos cuando nacemos; n uestro fin está co lgado ya de n uestro princ ip io'.[7..9] Se cump lió tamb ién lo que el demonio había dicho de que se les abrirían los ojos y tendrían conocim iento del bien y del mal. Mas no por esto fue ada lid de la verdad , ni mudó su ofic io de ser mentiroso y pri ncipio de la mentira . No fue su propósito decir la verdad , pues sus pa labras f ueron engañosas, y como ta les las experimentó[8o] el hombre. Él les qu iso adoctrinar de que alca nzarían muy buena ciencia: ciencia de Dios; y con ello ascenderían a un estado de naturaleza más elevado. As í lo entend ió la m ujer. Sin embargo t odo se cump lió al revés. Se les abriero n los oj os; pero lo que vieron fue su m iseria; tu vieron experienc ia del bien que habían perd ido, y del mal que habían

cobrado. Tales

son

las

verdades

del

demon io, y ta les

las

consec uencias que acarrea n sus palabras - po r m uy bien com pu estas que parezcan- . Su principio y su fin es la m enti ra, y los hom bres que lleguen a darle créd ito no enco ntra rán más que grande engaño y grande m ise ria.

Capítulo 10.

LOS EFECTOS QUE LA CONCIENCIA DE PECADO OBRARO N EN N UESTROS PRIMEROS PADRES

Dice la Di11ina Escritura que antes que Adán y Eva pecasen est aban des nudos y no se avergonzaba n por ello. Q uiere decir esto que en el estado de inocencia su senc illez era grande, que no había en ellos malicia ni remord im iento de mala conc iencia, nada feo n i desordenado de lo que se pud iese se nt ir afrenta. Como todo parecía bien a Dios que marcaba su camino , todo parecía bien a ellos que no seguían otro cam ino. Los ojos se les abrieron después de haber pecado, y se despertó en ellos un conoc imient o de lo que habían hecho y de su miseriaJf. 23 r] Hallaron test imon io en su conciencia de que habían ofend ido a Dios. En t end iero n que había en ellos desorden y fea ldad, torpes y desvariados apetitos, cosas que no parecería n bien delante de los ojos d ivi nos, y que a ellos m ismos les parecían mal. Y es que ya en ellos empezaba a afectarles la ca utividad del pecado. Como entendieron que su desnudez era cosa fea , por estar ya desacompañ ada de simp licidad y de obed ienc ia a Dios, acordaro n hacer unas ropas de hojas de h iguera para así encubrir y d isimu lar su afrenta. As í aparecieron est os m ise rab les seres que juzgaron que era cosa buena cubrirse co n hoj as de h iguera ante los ojos de aq uellos con los que pud iera n toparse - que de hecho no podía se r ot ros que los de ell os m ismos- . Confusos de esta ma nera, remed iados co n ta n grande desvarío, y t eniendo ta l experiencia de la mentira y el engaño que el demonio les había urd ido, al oír que Dios se acercaba se escond iero n de su p resencia en med io de

los árboles del paraíso. Todo esto no eran más que man ifestísi mas muestras de la grande mise ria que les acarreó el pecado cometido. ¿Qué ca m bio puede causa r mayor aso mbro que el de un ho mbre de tan gran saber que cae en el desva rió de pe nsar que puede remediar su afrenta co n hojas de higue ra y huir des pués de Dios? Así, pues, ade más del gran mal que el pecado t rae cons igo, co mo es el de perde r a Dios, trae tamb ién co nsigo una ceguedad tan grande como es la de hui r de Dios, cua ndo de hecho el único remedio de todos los ma les de l mundo es hacer todo lo contra rio: ir a Dios po r remed io. Suficiente es esto para imbu ir a los homb res de una gra n vigilancia co ntra el pecado, ya que m ucha es la ceguedad y miseria que lo acom paña. De no habe r sido po r Dios que le buscó para darle remedio, huyendo de Dios, Adá n se hubiera quedado sin remedio. ¡Oh infinita clemencia la de l Señor, que creó a l ho mbre sin neces idad de tene r que habe rlo hecho! Después de ofendido y menosp reciado, busca a sus ofendedo res pa ra que no fueran más al lá en su pe rdició n;[f. 23v] que conociendo cuántos eran los bie nes que ju stame nte iban a perder, ta nta es su mise ricordia por lo que perd ían que qu iso enseña rles el cam ino de retorno a su gracia, a su obed iencia y a su pe rdó n. Estando Adá n escondido, le buscó Dios y le pregun to: '¿ Dónde estás, Adán?' Por vent ura el Señor que lo hab ía creado, ¿no sabía dó nde estaba? Bien lo sabía; si n embargo en esto qu iso mostra r cuá nta era su blandura en la reprensió n y en el castigo para evita r la perdición de l pecador. Esto nos enseña con cuá nta m isericord ia nos busca, cómo no nos quie re castigar para pe rdi ció n, si no pa ra sa lvación. Al pregunta r Dios a Adán dó nde estaba, bien sabía

que esta ba escond ido, y q ue no sin causa esta ba escond ido. M isericord iosa m ente le despertó la conciencia para qu e ente ndiese q ue Dios bie n lo sa bía. En su respuest a Adán no dijo clara m ent e la causa principa l por la cual se había esco nd ido, sino qu e alegó ca usas sec un darias . Ca lla la cu lpa y alega po r ca usa los efect os de la cu lpa. Dij o: 'O í Señor vuestra voz en el pa raíso, y t em í po rque est aba des nudo, y me esco nd í.' A l pr incipio no t en ía te m or de aparecer delante de Dios , ni se avergonzaba de su des nudez, ni se escondía; pero ahora es esto lo q ue d ice; no qu iere reconoce r, o no q uiere confesa r, cuál ha sido la causa de ta n súb ita mu danza. Esta es la cond ició n que han heredado todos los pecadores: prese ntan delant e de Dios sus vic isit udes, afre ntas y m iserias, y no reco nocen la ca usa de todas est as m iser ias. No lo dejó Dios con estas exc usas , sino q ue fue más all á y le pregun t ó : '¿Qu ién t e d ij o q ue est abas desn udo? Tú has com ido del árbo l del cual te m andé qu e no com ie-

' [f. 24r]

ses.

Dos cosas usó aqu í con Adán la m isericordia Divina. La pri mera es que con estas suaves p lát icas le ll evó a u na verdadera confes ión de su pecado, m ostrando en t odo con cuán p iadoso art ific io , y co n cuán suaves m añas atrae Dios al hom bre perd ido pa ra qu e se conozca, se allegue al remed io y no h uya de él. La segunda cosa qu e usó aquí, y sie m pre usa, f ue la de no dej ar sa lir al hom bre co n sus excusas y d isi mu laciones, sino conve ncerle enterame nte de su cu lpa. Con esto se pone de relieve cuán só lido es su j u icio , cuán grande su sa bid uría, cuán cu mplida su j ustic ia, y que no puede quedar el pecador sin reco nocer su pecado. No pud iendo negar el hecho, buscó sin em bargo Adán

excusa por su pecado, pues no es otra la m iserab le actividad del pecador - si el Señor que lo creó no lo remedia-

que la de descender de esca lón en esca-

lón en una esca lera de ceguedades y de locuras que le hacen caer de m iseria en miseria. A l pri ncip io, ta l era el afecto por su m uj er, q ue por comp lace rla com ió del fruto proh ibido. Ahora , tanto teme el j uicio de Dios, que lo pone todo en o lvido, y tan am igo se hace de sus intereses que atribuye toda la culpa a su m ujer. Pero no t an só lo hace esto, sino que a t al punto qu iere discu lparse y quedar libre de todo, que t omando ciertos rodeos tiende a imputar a Dios pa rte de la cu lpa. Esto se desprende claramente de las pa labras de su respuest a: 'Señor, la mujer que me diste po r compañera , ella me d io del fruto del árbo l, y yo comí.' De nada le aprovechó esta pretendida discu lpa, n i paró aqu í el j uicio de Dios, que prosiguió adelante en la inqu isición de t odas las causas de este pecado, y dar a cada uno lo merecido. Est o nos da idea de cuán cierto, cuán sin t iniebla, cuán j usto, cuán pe netrador de todas las cosas ha de ser el juez divino con los pecado res. Preguntó Dios a la mujer: '¿Por qué hiciste esto?' [f. 24v] Su resp uesta fue : ' La se rpiente me engañó, y comí.' Habló el Señor a la serpient e, pero en este caso no preguntó la ca usa por la cual lo había hecho, ta l como fue en el caso del hombre y la m uj er. Y es que la serpien t e obró conforme a lo que era; no cabía , pues, n ingún tipo de d iscu lpa, sino adm it ir q ue había obrado conforme a su cond ició n. La ocupac ión del demonio, después de pecar y ser derribado del cielo, es la de most rar enemistad co ntra Dios, contrad icc ión de su gloria, ca lu m nia de todas sus obras, y envid ia de los bienes del hombre. Mas por

cuanto la act ividad de nuest ros padres era muy dist inta - cen t rada e n cumplir el mandam iento que su Hacedor les había dado- , por eso les preguntó por qué hab ían comido de l árbol del que les había mandado que no com iese n. De ahí, pues, sin que hub iera pregunta ni respuesta - pues bien claro estaba el caso- , Dios dijo a la serpiente: 'Porq ue hiciste esto, serás maldita en t re todos los anima les y las bestias de la t ierra. Andarás rastra ndo sobre tu pecho, y comerás tierra todos los días de t u vida. Enemistad po ndré e ntre t i y la mujer, y e ntre tu desce ndencia y la suya. Su descendencia queb rantará tu cabeza y tú acecharás a su calcañar.' A la mujer dijo: 'Mu ltip licaré tus desgrac ias, [.81] y tus concebim ientos. En do lor parirás los hijos, y estarás bajo el poder del varón, y él se enseñoreará de ti.' Dijo luego a Adán: 'Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer y comiste de l árbol - de l cual te había mandado que no com ieses- , por tu causa será la tierra ma ld ita. En trabajos come rás de su fru to todos los días de tu vida. Producirá cardos y espinas, y comerás hierbas de la tierra. En el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que retornes a la tie rra de la cua l fuiste tomado, porque polvo eres y al polvo has devolver.' Gran cons ideració n me recen todas estas mald iciones, pues son testimo nio de la ira que t iene Dios contra el pecado, y encierran grandes misterios y avisos sobre el estado del hombre e n este mundo y sobre la fuente de su remedio.[82][f. 2sr)

Capítulo 11.

DE LA MALDICION QUE DIO EL SENOR AL DEMONIO, Y DEL MISTERI O Y AVISO QUE EN ELLA SE EN CIERRA

El orden en que apareció el pecado tiene su corre lato en el orden de sus m aldiciones. Causa primera del pecado f ue la serpien t e, a ella, pues, le correspond ió la primera mald ición. La segunda causa fue la mujer, y sobre ella cayó la segunda mald ició n. La tercera causa fue la del varón; para él fue la tercera m aldición. La mald ición sobre la serpie nte parece que guarda relac ión con el aspecto y actividad q ue las serpient es tienen en este mundo. En esto se encierra un gran misterio y una gran maldición que ap u nta a la serpien t e esp iritual que es el demon io. La serp iente f ue el med io q ue ind ujo al hombre a pecar. Por su vida y actividad la serpien t e, en t re todos los anim ales, es un ser aborrecib le. No hay qu ien se tope con ella q ue no sienta horror; su presenc ia va siempre aco m pañada de espanto y alteración. No es tema de co nversación. Se mu eve rastrando sobre su pecho y en las cuevas de la tierra es su morada. Se alt era al ver al hombre y como no puede levantar todo el cuerpo, levant a lo q ue puede, q ue es la cabeza, y con el la le ataca a los pies, ya que no le puede herir m ás arriba. Por las cond iciones y suerte de este anima l, que fue tercero para engañar al hombre, buscado y elegido para este fin por la ma ld ad del d emonio, se nos representa la actividad y la mald ición del mismo dem onio. No debe dudarse q ue la ira que provocó so bre sí el d iablo en el primer pecado q ue cometió [f. z5v] por qu erer igualdad con Dios, despertó otra nueva ira por haber engañado al hombre. Severísimamente lo castigó Dios. De un m odo

primerísimo para que sea aborrec ido entre todas las criaturas del m u ndo, y para que se le considere como el ser más tem ido. No solo las obras del demonio son aborrec idas del hombre que las descubre y capta sus fines, sino que ta mbién hay en él algo que suscita un natura l espanto y un evidente pavor en todas sus cosas - como llegan a experimentar incluso los niños pequeños que todavía no t ienen perfecto uso de razó n- . En todo esto lleva cons igo una den unciación, un aviso para que nos demos cuenta de cuá les serán sus obras y el fruto de su compañía. Así se explica la alteración tan grande que produce en nosotros cuando se nos acerca. Buscó la compañía del hombre para poder así ser ambos enemigos de Dios. Maldición de D ios fue la de que el hombre se espantase de él, y tácitamente t anto lo aborreciese, que inclu so las mismas naciones engañadas por sus ind ustrias [~3], y que le t ienen po r dios, por una parte le adoran y por otra le t emen, le aborrecen, y t odas le sirven por m iedo, y ninguna por amor. ¡Oh! sumo j uicio y gran demostración de la mald ición de Dios sobre esta malvada serpiente; grande aviso que nos da su misericordia de como éste es nuestro enemigo del que hemos de guardarnos. Porq ue ninguna de sus obras, ninguno de sus consejos n i enseñamientos puede ser bueno para nosot ros. Añadió más D ios en la maldición: que andaría rast rando sobre su pecho. De lo cua l se desprende el tipo de actividad que iba a desarrol lar en este m undo hasta el día del j uicio; y es la de andar encubierto como t ra idor, temeroso de ·d o. Y s1 · b.1en es cierto · [f. 26 r] que mue h as veces se trans fi gura en ser reconoc1 ángel de luz, qu ien tiene la luz de la Palabra Di11ina lo reconocerá al instante

po r sus entradas, sus m edios y sus fines. Todas las edad es del m un do están ll enas de ejem p los que m uestran que ta les son las mañas, qu e t ales so n los int en t os de esta m ala vieja serpien te con aqu ell os con los que ha trabado gran am istad . Así como f ue m uy breve la sat isfacción qu e dio a la m ujer, pu es no duró m ás que el t iem po que t ard ó en pe rsuadi r al va rón qu e com iese, as í so n los intereses y los p laceres qu e sacan tod os aqu ellos qu e toman los malos consejos del d emonio. Los m ás largos duran cuanto dura una breve y miserable vid a. Los menos im pu ros y de menor desabri m ient o se entremezclan con mil trabaj os, con m il sob resa lt os y con m il desastres . Los que más t om o y m ás peso t ienen, no van m ás all á de una vana im agi nación. Finalmente n unca permitió el Señor que esta ma la serp ient e an d e si n estruend o y sin seña les de qu ien ella es . Cuenta el vu lgo en sus fá bu las que se apa rece siem pre el dem o nio con m ala fi gura, y que puesto que algu nas veces se re presente co m o m ujer o co mo otra cosa hermosa, los que bien la han obse rvado han descubierto que ti ene los pies de ca bra , o de alguna ot ra fea ldad se m ej ante . Fábulas son est as como tenemos dicho, m as no fábulas t an va nas que no traiga n cons igo aviso de cómo no perm ite Dios qu e esta m ala serp ient e no muestre alguna se ñal po r la qu e pu eda ser reconocida - si bien es ciert o que por nuestros pecados u nas veces se transform a bajo un as pecto m ejor- . La terce ra parte de la mald ición es la de que co m erá t ierra to dos los d ías de su v1.d a. [f .26v]

eon

.gn1•fi ca r su abom .ina ble man ute nc1.on , y su est o se qu .iere s1

m alaventu rad a act ividad. Así como la t ierra es m anjar m uy d añoso, y engendra negros y tr istes humores, así el hambre que el demonio tie ne d e po ner en

efect o sus malas incl inaciones nu nca se sat isface; y t odo es para mayor tristeza suya, t odo para mayor desesperación y para mayor cast igo. La última part e de la mald ición es la d e dejarle para siempre si n cons uelo y sin remedio, profetizándo le desastrado fina l en todas sus actividades y victoria del hombre contra él y contra todas sus astuc ias. Esta es la sentencia q ue enc ierra n est as pa labras: ' Enem istad po nd ré entre ti y la m ujer, y entre tu linaj e y el suyo , y su linaje qu ebran t ará tu cabeza, y tú pe learás contra su ca lcañar.' Est o qu iere decir: 'Tú q uis iste destru ir el linaje hu mano, y tomast e entrada po r la mujer, engañándo la con tus mañas; sin embargo de esta mujer sa ldrá qu ien destruya tu artific io, logre con t ra ti v ictoria, y tome de t i la venga nza que merecen t us m aldades. En ti so lame nte q uedará una m uestra de t u ira , una lucha contra su ca lcañar ' - t al y como se si m bo liza con la contienda de la serp iente an imal contra el hombre en querer herirle en el pie; pero él, como m ás alto, le quebranta la cabeza- .

Capítulo 12.

DEL ESTADO DE MALDICION Y DE MISERIA QUE ACARREO EL PECADO Hasta aquí hemos hablado de cómo actuó Dios con el demonio, y de lo que había consegu ido ést e en la hazaña en la q ue había puesto tanto em peño pa ra destru ir el linaje del hombreJf. 27 r] Ahora hablarem os del estado al que ll egó el hombre por el pecado, para q ue así se vea cuán grande es la d ife rencia en t re el estado d e inocencia y el estado de cu lpa. En todo esto se encierra n las m ald iciones a las q ue ya hemos hecho referencia. A la m uj er d ijo: ' Mu lt iplicaré t us desgracias y tus conceb im ientos '. De estas pa labras se en t iende tod a la ard ua vida del linaj e h umano, t anto en lo corpora l como en lo espiritua l. Se anuncia q ue se m ul t ipli cará el li naje, y qu e en esta mu ltip licación se m ult iplicará n de nuevo las consecuencias de la caída en pecado de la primera mu jer. Esta ardu a vida entrañaba pecado, alejam iento de Dios y existe ncia m ise rab le, y así pa ra todo el linaje humano. Todos los q ue de aquell os pad res desciend en, se nte nciados está n a nacer en pecado , en destierro de Dios y a padecer u na vida de gran sobresa lto y de gran m iseria. A l se r conde nada la mu jer en parir con dolor a los hijos , la m iser ia de est a mald ició n se hacía extensiva a t odo el linaje hu m ano - a no ser q ue se d iera un n uevo priv ilegio y una nu eva ma nera de descendencia del li naje hu mano- .[84] Se añad e en la m ald ición q ue la m ujer estará d ebajo del dom inio del varón y gobernada por él en el cu rso de la descendencia hu m ana; y esto será en seña l y mem oria de que ella fue engañad a y de q ue engañó al marido. A esta suj eción alude el apóst o l

San Pab lo en una de sus cartas. ra_s] La mald ición so bre Adán fue esta: ' Porqu e obedec iste a las palabras de t u mu jer', etc. Con estas palabras Dios da ba a entender qu e de haber obedecido Adán las pala bras de l Creador y de no haberse apa rtado de é l, fe licís ima hab ría s ido su vida en este mundo. 'Pero ahora, le dice Dios, para que sepas qu e cosa es apartarte de mi, y ha ber obedecido a qu ien te aconsejó lo contrario de lo qu e [f. 27 v] yo te mandé, po r tu cu lpa y por tu pecado, la t ierra qu e yo cree tan fértil y tan hermosa, se vo lve rá esté ril. Será como perpetua me moria de t u ma ldad, y pe rpetua desho nra por tu desobedie ncia. Con grandes trabajos y grandes art ific ios ha ré que te sirva y que de su fru to. No la tratarás y mandarás como seño r, sino que la labrarás como e l cl avo.[86] Con sudores y trabajos, con cu idado y desasos iego suste ntarás tu breve y mise rab le vida hasta qu e llegue t u fi n y vue lvas a la misma t ierra de la cual yo te hice. No quedarás en este mu ndo con la inmort ali dad con que hab ías de quedar, por se r hechu ra de mis manos, y con la perpetua vida que al hacerte yo te ha bía co mu nicado, sino que se rás co nfo rme al mater ia l del que fu iste hecho. Tierra eres, y en t ierra se vo lve rá tu vida; y esto en testimon io de cuánto perdiste en perde r lo que yo te había dado.' Esto es lo que consigu ió e l ho mbre por su desobed iencia; esta es la recompensa a la qu e le llevó el pecado. Esta fue la sentencia qu e pron unció la boca de l Señor qu e lo hab ía creado - buen conocedor de los quilates de la ma ldad con qu e fue desobedecido- . Breve , pero sufic iente refere ncia pa ra lo qu e ve nía al caso se ha hecho sobre el breve estado de inocencia de qu e gozó el hom bre y de cual habría

sido el resu lt ado fina l de haber perseverado en ell a. Conven iente será q ue ahora consideremos el estado al que descend ió por su cu lpa y del re m ed io 3 que le brindó la inmensa m iserico rdia de Dios. [f. z r] Dijimos qu e, en conform idad con el consej o divino, el hom bre fue creado a im agen de Dios. Esta imagen, según lo que ya se ha dicho, cons istía en una representac ión espi ritua l del alma con Dios en lo concernien t e al entend imiento, a la vo luntad y a la m emoria. Implicaba una rep resentación de aque l entendimiento, de aquella vo lun tad, de aq uella memoria, de aq uel saber, de aquel amor y de aquel la razón de las que Dios es tan rico, tan infin itame nte rico, y según el g rado en que en todo esto la cr iatura es capaz de rep resentar a su Hacedor. Dijimos que le rep resen t aba en la justicia, en la bondad y en m uchas ot ras cosas q ue ev idenciaban q ue era hechu ra de t al Hacedor. Imagen de Dios era también el señorío y el mando de todas las cosas inferiores, ta l como se desprende del mandato que había de ejercer sob re los seres del mar y de la tierra . Finalmente, el homb re se convertía en instrumento para la gloria de Dios al considerar los beneficios reci bidos y al d isfrutar de sus serv icios . Todo esto se vio afectado m uy negativamente por el pecado. Aq uella imagen de Dios de la que era portador, y con la que le representaba, de ta l manera la afeó y la borró el demonio q ue causó una pérdida importante de su hermosura e h izo que muchas veces resu lte d ifíci l descubrir rastro de ta l imagen. Pr ueba de esto es la ceguedad del entendimiento humano - part e muy esencia l de est a repre-

., [f..z 3v] Ob servese , e , a 1os sa b.10s d e1 sentacIon-. esto en 1a ceguera que a,ecto mu ndo en su conocimiento de Dios. La gran variedad de op iniones y la

dive rsidad de juicios que im peran en el m undo son clarísima prueba de la ceguedad y tin ieblas que el ente nd imient o hu m ano ha heredado por el pecado. Declare el corazó n hu mano sus inclinaciones, y si al menos po r una vez qu iere adm it ir la verdad , con fesará cuán incl inado es él pa ra lo malo, cuán inhábi l y cuán si n esfuerzo es para lo bueno. No so lo es esto as í en su ceguedad, cuan do no t iene co nocim iento n i de lo bueno ni de lo malo, si no que incl uso cuando t iene conoc imient o de lo ma lo lo am a, y cuando tiene conoc im ient o de lo bueno lo aborrece. Mucha razón t iene el apóst ol sa n Pablo cuando al pensar sobre est o exclama: ' Desventurado de mí, qu ien me libra rá de este cuerpo suj eto a ta l m uerte. Lo que ob ro no lo entiendo , porque lo que qu iero por bueno no lo hago, y lo que aborrezco po r malo lo pongo en ob ra'. (Ro. 7) . Y de esto clarament e se desprende que en sí m ismo t iene el hom bre u na mala compa ñía - herencia del pecado- , que lo lanza a est as obras .rn,7.] Presupuest o esto, y probada ta n m anifi est amen t e nu est ra re belión co nt ra el bien, no se rá ta n necesario extendernos m ucho en la otra parte de la imagen relacio nada con la representació n de la justicia y de la bondad divi nas. [f.

2

gr) Tanto se ha alejado est a imagen en el hombre, que por

su pecado d ista m ucho de se r representac ión de la divina bondad . Larga cosa se ría cont ar las m onstr uos idades que han sa lido y sa len de la volunt ad de los hom bres en el m undo. Éstas, no so n represe ntac ión de Dios, sino del dem onio; y argumento evidentís imo de que est a mala serp ient e tiene hijos espiritu ales en el linaje hu mano, qu e como a padre suyo lo rep resent an. Así era n aquellos a qu ienes Cristo, n uestro redent or, dijo: 'Vosot ros t enéis po r padre al

demonio, y procuráis cumpl ir sus deseos.' [88] Mención se hizo ya de que esta imagen implicaba dom inio sobre todas las criaturas de la tierra y el mar, con lo que se daba a en t ender que el hombre era representante de Dios en el mu ndo, y que como segundo señor había n de reconocerle todas las criat uras. Pero después del pecado todo parece evidenciar que hay como un alzamiento vindicativo de la naturaleza contra el pecado del hombre, y un reconocim ien to de Dios como supremo Señor. Ll egaron los anima les a ignorar al hombre, e incl uso algunos de el los se convirtiero n en decid idos enemigos suyos. Soj uzga ahora el hombre la tierra, no con d ignidad sino con maña. En todo esto se pone de re lieve el señorío que llegó t ener el hombre, en su inocencia, y lo mucho que perd ió por su pecado; lo mu cho q ue tuvo en la obed iencia, y lo mucho que perdió en la desobed iencia. Por sente ncia de Dios la tierra prod uce ahora cardos y espinas - como si se hallara zahe rida por el pecado del hom bre- , y en los frut os que produce parece como si hubiera una secreta den uncia contra el hombre que traicionó al Señor que lo creó. [f.

2

gv] Con sudores y con trabajos ha de pasar

el hombre esta vida, como si a través de todo esto tuviera q ue negociar con la t ierra para que le sirva y le de m antenim iento. Aque lla dicha, aq uel descanso, aquel la vida tan del iciosa para la que f ue creado este hombre, para que co n ella y con la inmort alidad que le iba implícita m ostrara su agradec imiento a su Hacedor, ahora con su pecado todo se t ornó en m iseria. Dígalo su nacer, dígalo su vida, dígalo su muerte. Dígan lo sus trabajos, sus ignorancias, sus opi niones, sus ceguedades, sus t ristezas, sus inconstancias, sus temores, sus

incertidu m bres. Dígan lo al unísono t oda la muchedumbre de realidades t an tristes y efectos ta n desoladores como vemos que andan a brazos co n el linaje hum ano. De est o se percataro n los sa bios del mundo q ue, aú n no intuyendo las causas, no dejaron de para r mientes en t an gran infelicidad. Bend ito sea el Señor q ue nos las reve ló , y nos reve ló el remed io.

Capítulo 13.

LA HERENCIA DEL PECADO ORIGINAL Y LA JUSTICI A DE DIOS

Mu cho hemos d icho ya so bre las penali d ades del hombre y de la m iseria de su caída, sin emba rgo liviana cosa habría sido si est o no hubi era pasado de aqu í. La herencia extrema de su m iseria iba m ás allá de las penas en las que incurrieron por el pecado nuestros primeros padres, pues aca rreó tambié n una herencia de pecado para todo el li naje humano: todos somos de nacim iento h ijos de ira e hijos de perdición. La tot ali dad de la natura leza humana se corrompió en ell os y as í pasó a toda la descendencia. ¿Qué limpieza puede sa lir de lo que no es limpio? De una m ala sim iente, ¿qu ién pud e hacer brotar un buen fruto? [f. 3o r) Dife renc ia hay entre el pecado del niño rec ién nac ido y el de nuestros primeros padres . El de n uestros pad res fue de su propia y determ inada vo luntad , y por esta causa incurrieron en t an grande co ndenación para sí y pa ra todo el linaje humano. Mas el del niño peq ueño no es de propia vo luntad, porqu e aun no es capaz de elección , sino qu e es origi nal: prov iene de aquel la ma la masa rep robada qu e ha heredado las ru ines inclinaciones y los malos rastros del primer pecado. Pero en tanto que no es pecado de p ropia voluntad, nace co n ob ligación de t ener el primer don de j ustic ia: el de no sufrir torment os perpet uos, sino que bast e, al menos, que sea para siemp re desterrado de la presenc ia de Dios - pérd ida de tan gran des bienes que no se les puede poner est ima- .[89] Este pecado y esta mala herencia la dep lora el profeta David, diciendo: ' En m aldades fu i co ncebido , y en pecado m e engend ró mi madre'. (Sal. 51). [90]

De lo que se deduce no poder dar nad ie más de lo que tiene, y qu e de l linaje de pecadores han de nacer hijos de pecadores . As í lo dice el apósto l san Pa blo: 'Todos peca ron en Adá n'. (Rom . 3). [91] Qu iere dec ir que all í se corrompió y se afeó toda la nat ura leza humana, porque en él estaba tota lmen te depos itada y se transmitía de gene ración en generació n. All í encontró el des agrado de Dios como a lgo qu e se había sa lido de l propós ito y fi n para el cua l él la hab ía formado. Testigos de esta ma la raíz son los frutos que después salen, o acometen a salir, por do nde parece just ísima cosa qu e se desagrade Dios de ra íces que tiene n capacidad para tan ma los frutos , y este es el fi n y el remate de la miseria de l hombre. De aq uí sa len aqu ellos calificativos tan terr ibles y tan t ristes que t iene la natura leza humana en la Di11ina Escritura: Todo hombre es me ntiroso; vanidad es todo hombre que vive_[f. 3ov] Tanto el sentir como el pensam ie nto de l hombre está incl inado a la ma ldad . Malo es el corazó n del hombre, y difíc il para ser escudriñado,' etc.[92] Todo lo visto hasta aquí tiene que ver con la corrupción de la natura leza huma na por el pecado. Bueno sería que los hombres entend ieran esto que se dice de ellos, y co nociera n donde está el remed io. Esta es la razón por la cual la Di11ina Escritura condena ta n severamente el pecado de los hombres y proclama ta les avisos. Pasaremos ahora más ade lan te en nu estro estudio. En lo ya t ratado hemos visto que la causa de Dios queda plenamente justificada, y libre y si n cu lpa tamb ién su bo ndad de todo el desorde n e infe licidad que por e l pecado afectó al mundo. La Escritura declara que Dios aborrece el pecado, y en boca de David se certifica que no desea la ma ldad: 'Vos Señor, no queré is la ma ldad'.

(Sal. 5) .[93] Y evidentemente, si no le agrada, es po rq ue no es autor de ella. En todo lo que hizo mostró comp lace ncia. Se lee en el libro del Génesis 'que consideró Dios todo lo que había hecho, y vio que todo era mu y bue no '.[9~] M uchos so n los lugares de la Sagrada Escritura que se pod ría n citar como prueba de que Dios no es autor del pecado, ni que de sus manos pud iera sa lir una criatura de hechu ra tan mala. N i en los oríge nes de la creación , ni en cua lqu ier otro tiempo se puede pred icar de Dios la autoría del pecado. Otra cosa es que Dios perm ita el pecado. [f. 3ir) Mas una cosa es ser autor, y otra es perm itir. El primer ánge l, y todos los qu e le siguieron, fuero n creados hermos ísimos y sin cu lpa, y fue únicamente por vo luntad prop ia que pecaron. La libertad que se les d io no f ue mayor que la que se les otorgó pa ra el bien , Para el bien tenían grandís imos motivos y opo rtu n idades, pero no pa ra el mal. Desde t odas las perspect ivas su libertad se v io favorecida para el ej ercicio del bien. En sí m isma la libertad constitu ía una gran merced para el ánge l, y un gran instrumento y m ed io para que a través de la obediencia y el servicio rec ibiese mercedes muy grandes . De por sí la libe rtad es un grandísimo don de Dios, y muest ra muy grande de su libera lidad, y muy apropiada para su g loria. Dios t iene li bre albed río para hacer todo lo que qu iere, y en esta semejanza creó a sus criaturas . Por su prop ia nat uraleza, de infi nita bondad, Dios no puede hacer nada ma lo. Pertenece a su glor ia y a la identidad de su ser el estar infini tamente distanciado del mal. Ta l identidad no la puede comunicar a n inguna criatura , pues impli caría una com un icació n de su prop ia Divi nidad . Por otro lado, privada de elección la criatura rac iona l no hub iera respo nd ido al

designio de su Hacedor, n1 reflej ado tampoco una identidad conforme a su hechura _[f. 3i v] Conc luimos, pues, diciendo que en el pecado del p ri mer ánge l libre e inmacu lada permaneció la gloria de Dios y su enem istad contra el pecado. En el castigo que rec ibió el pr imer ánge l y sus secuaces resp landeció la justicia d ivina y se test imon ió su intrínseca bondad y su enemist ad contra la ma ldad, pues la sentenc ia se ejecutó sobre los ma los. Permaneció en los ánge les lo que de la mano de Dios había sido hecho: su naturaleza y su ser. Y aún en su presente cond ición es de qu ilates excelentísimos - por su gran poder, su gran saber y sus adm irab les perfecciones- . Y aún sin que lo qu ieran reconocer, en todo esto se man ifiesta la gloria de la mano de Dios . Y en lo que ellos hicieron por el pecado, por la m isma mano div ina se man ifiesta la inmensa rectitud de su j usticia. Bien puede ser - a modo de ilustración- , que un artífice hiciese de su mano alguna obra de grandísima industria, y que d iese muestra de ingenio muy grande, y que con su saber y con su riqueza la adornase de muchas piedras de grande est ima y de otras cosas de sub idos prec ios. Puede también suponerse que otro artífice, por envid ia o por malicia, tomase esta obra y la arroj ase en un lugar muy suc io y en el que se le pegasen grandes inmundicias. Qu ien topase con esta obra, y ev idenciara buen ju icio, sin duda alguna reconocería la ca lidad del primer artífice y lo eximiría de la fea ldad de la misma, sab iendo va lorar lo que surgió de la primera mano y condena ndo y aborreciendo lo que le vino de la segunda. Pues así es el demon io en la va lorac ión de lo que Dios hizo de su mano, y del mal que con su proceder se h izo a sí

m ismo. Tan m alos son los dem onios que ab o rrecen a Dios . Tan bueno es Dios que no los detesta; pues si en verdad los aborrec iese les qu itaría el ser. Sin embargo el ser es fruto de su sapientís im a mano, y no t iene él porque deshacerse de cosa que él hizo. Dice la Escritura: ' N ingu na cosa que tu hiciste,

'

Seño r, aborreci ste. [9.5] Es la ma ldad del demon io lo que abo rrece Dios, y en su cast igo lo demuestra. [f. 32 r) Si en el tema de los ánge les queda justificada la bondad Divina, también lo está en lo que co ncier ne a los hombres. Por la m isma razón por la cua l fue creado el ánge l en libertad, lo fue tamb ién el hombre. Según el testimonio del

Eclesiástico: ' Dios al principio formó al hombre; dej ó le en la mano de su consejo. Añadió mandam ien tos , diciendo: si qu ieres guardar m is p receptos, ellos te guardarán, y te ndrán perpetua fide lidad cont igo. Puse ante t i fuego y agua: extiende la mano a lo que tu qu isieres. En presenc ia del hombre la vida y la muerte, el bien y el ma l, dársela he a lo que él escogiere.' (Ecf. 15) .[96] No se puede decir que fue creado ciego, como para que no pud iese saber lo que era lo bueno y lo que era lo ma lo. Fue creado con exce lent ísima luz; co n grandísimo aviso de todo. Ya hemos hecho referencia al estado, vida, d ignidad, riqueza e inmortalidad con que fue creado el hombre. Todo lo otro se lo buscó él. Lo que ahora t iene, él se lo buscó. Si m alo es , de él viene su maldad. Según Sa lomón : ' Dios hizo al hombre recto , pero él se entremetió en infin itas revue ltas '. (Ecf. 7). [9.7.] Si padece trabajos , y está llena su vida de infelicidades y de m iserias, su pecado fue causa de todo . De él v ino su destierro de la presencia de Dios, y por él se mudó la t ierra para produci r cardos y esp inas, de modo

que su sust ento se suped it ó a sus labores y a sus sudores para así viv ir su triste existencia. Su muerte y retorno a la t ierra de la q ue fue tomado, a su pecado se debió. Dios no hizo la muerte; por envidia del dem onio hall ó entrada la m uert e. (Sab. 1).[98] Y segú n el apóst o l san Pab lo: ' Por un homb re entró el pecado en el m und o, y por el pecado la m uert e.' (Rom. 5). [9.9] Suficienteme nte probado ha q uedado cuá n li bre q ueda la j usticia de Dios de t oda la vileza que el mu ndo padece. [f. 32v] Síguese ahora que probemos cuán por enci m a está su j ustic ia y su m isericordia y se ponga de relieve la fa lsedad del atrevim iento que contra el las leva nt aro n el d emon io y el hombre. Eviden t e quedará esto al conside rar el cam ino po r el cual Dios q uiso hallar rem edio d e sa lvación para el linaje hu m ano. Ta rea que aho ra empre nderem os expo niendo lo necesario y con la m ayor brevedad posib le.

Capítulo 14.

DEL CONSEJO Y DE LA VOLUNTAD DE DIOS EN EL REMED I O DEL HOMBRE

En lo concerniente al hombre ya hemos visto cuán gra nde es s u m iseria, cuán justo y cuán severo el castigo, y cuán incapaz quedó para salvarse. Tuvo a bie n la bondad d ivina llevar a térm ino una excelsa ob ra - por encima de todas las qu e ya ha bía hecho-

por la cual, no só lo quedase n restauradas su

gloria y su honra, sino también para que se man ifestase aún más su poder, su bondad , su misericord ia y su sabiduría. Esta ob ra fue la de remed iar al hombre y dirigir e l perdón de su pecado bajo tan buen orden qu e el hombre quedase libre, la justicia divina satisfecha cumpli damente, las riquezas del cielo repartidas con gra ndís ima liberalidad y el linaje huma no sumase nuevas y crecidas mercedes. Este cam ino y este remedio está significado en las breves pa labras anteriormente mencionadas, las cuales fuero n dichas contra la serpiente, por cuya ma licia vino e l pecado de l hombre: 'Enem istad pondré entre t i y la mu jer, y entre tu linaje y el suyo. De aq uí sa ldrá , quien quebra ntará tu cabeza, y tú pelearás contra su calcaña r'. Estas palabras fueron dichas a la serpiente- viejo dragó n- para que se entendiese que la mayor pérd ida de l ma l que hab ía buscado contra los ho mbres hab ía de ve nir so bre su ca beza, y que en é l se había de ejecutar e l principa l castigo. Las palabras están preñadas de m isterios profundís imos. [f. 33r] Primero, y principalmente, el demo nio hab ía procurado entablar una ma la am istad con el linaje humano, a fin de tenerlo sujeto a modo semejante a l de sus obras , de

sus inclinaciones y hacer así ca usa co m ún para ofende r a Dios y desterra r al hom bre de los bienes del cielo - pues por enci m a de t odos los pecados de su condena y de sus tormen t os, se nt ía gran envidia del hombre- . Promet e Dios que deshará esta primera y principal ob ra, q ue sacará al linaj e humano del poder del demonio, que pond rá fi n a aque ll a am ist ad y la tornará en grande enemist ad. Co nti núa Dios con la promesa d e victoria en esta guerra y en est a enemist ad al linaje hum ano, y afirma: ' Pond ré enem istad entre ti y la m uj er, y ent re su linaje y el tuyo.' El li naje de la se rpient e está const itu ido po r t odos aq uellos q ue im it an sus obras, so n obed ientes a sus enseñanzas, aman sus propios pecados y sus m alas o bras. Re probados son po r seguir a est e ma l ca pitán y maestro, y co m o compañeros suyos irán al otro m u ndo. A este linaje se refiere Cristo, nuestro redent o r, en el Evangelio cuando dij o de los fariseos: 'Vosotros te néis po r padre al demonio'.

Un.

8, 44) . Señalado est á t amb ién po r

el m ismo Señor en la pa rábo la del hom bre enem igo que secret amen t e sem bró cizaña, y que esta cizaña es sim iente del d emon io, y ell os ta mbién hijos suyos.

(Mt. 13,1 4-52)). Judas es llamado hijo de pe rdición; que q uiere deci r ser ent regado al demonio como hij o suyo.

Un. 17, 12).

Aqu í se ve y se tie ne co nocim iento de cómo Dios profet iza la d ivisió n de los malos y de los buenos en dos congregaciones dentro d el linaje humano. La una había de segu ir al dem on io, pe rmanecer en su consejo, en su maldad y hacer guerra con t ra los buenos. [f. 33v] La otra había de segu ir nuevo consej o y as um ir n uevo linaje con el propósito de vencer al viej o dragón y alca nza r vict o ria co nt ra sus obras. La congregac ión de los re p robados es la del linaje del

demonio. Hácese aquí señaladamente mención de la mu¡er, porque la serpiente se afanó en comenzar con ella su mala obra. Como ya se ha dicho, la consideró más débil y con más posibi lidades de ser engañada. Es de un modo simi lar que se propone Dios vencer al demon io con su promesa. En esta promesa se encierran pa labras que hablan de un nuevo linaje, de una nueva generac ión a través de la cua l la victoria sobre la serpiente será tan grande que su cabeza será quebrantada. Todo esto se desprende claramente del hecho de que la caída y culpa de nuestros primeros padres fue muy grande, y entre las amenazas y castigos que recib ieron se menciona el dolor en los partos y con ceb imientos de la mujer, con lo que se daba a entender que todos los descend ientes de aquel la naturaleza eran corruptos y cautivos del demon io. Necesario era, pues, que aque l que había de quebrantar la cabeza de la serpiente tuviese nuevo priv ilegio y nuevas capacidades para tan grande efecto. Esta si m iente prometida a la mujer para la consecuc ión de este fin tan grande es Cristo, nuestro redento r y señor. La promesa del Padre eterno es la de que su un igénito H ijo, engendrado eternalmente de su propia substanc ia, y de [f. 34 r] su mismo ser, igual en todo con él, tomaría nuevo hábito, y por su potenc ia infin ita se uniría con la naturaleza humana, y por nueva generación sería engendrado en las entrañas de una mujer. Su generación sería tan cierta y tan verdadera, que siendo como siempre fue verdadero Dios, sería también en la un ión verdadero hombre. Extraña noticia era ésta para el demonio; algo de asombroso espanto para la sabiduría humana, mas cosa propia del poder, la sab iduría y la m isericord ia de Dios.

Creyó el demonio q ue ten ía ya hecho todo lo q ue había urd ido, y que rea lmente hab ía acertado al escoger a la mujer co m o in strumento idóneo pa ra el logro de su maldad , y que co n ello tend ría a t odo el linaje humano a su lado como co m pañero de perd ición y en tota l sum isió n para el logro de sus p ropósitos de venganza y maldad. Empero no qu iso Dios que aquel, que con tan gra nde m aldad había pecado, p reva lec iese sob re el linaj e humano, que por ajeno consejo hab ía sido engañado, ni que la ma lvada serp iente se sa li ese con sus dañinos propósitos . Po r cons igu iente decid ió otorgar al hombre un cam ino de sa lvació n y desposeer al dem on io de su victor ia. En este propósito de redenc ión, la mu jer - que en el obrar satán ico fue med io de pe rd ició n- , aho ra sería instrumento de sa lvac ión. Promete Dios que del linaje humano una mujer sería escogida como instrumento de las grandes obras del cielo y de la gran v ictoria contra el demon io. En el vientre de esta m ujer sería concebido un hijo de grande v irtud y de t an grande poder que quebra ntaría la cabeza de la serpien t e y levantaría un nuevo linaje que lucha ría co ntra el de la serpien t e_[f. 34v] Especial referencia se hace aqu í a la Virge n, verdadera mad re del hijo de Dios, elegida para un acont ecim iento tan exce lso y de ta nt a d ignidad. Así, pu es, como la pri m era mujer f ue instru mento del demon io para el pecado del hom bre, as í otra muj er llegaría a ser instrumento de nuestro re m ed io al nacer de ella el que iba a librar al hom bre de su pr imera caída y ll ega ría a quebranta r la cabeza de la serp iente. Nótese aq uí la gran maravi ll a que las pa labras de la promesa enc ierran y que t ienen que ver co n el hecho de que habrá ene m istad entre la m uj er y el

demonio, entre el linaje de la una y el linaje del otro. De esto se infiere que sin Cristo, Hij o de Dios, aquella mala am istad que se entabló entre el dem onio y los hombres hubiera perm anecido pa ra siempre - para siempre el demonio se hu biera enseñoreado de el los como algo suyo, los hubiera privado de los bienes del cielo al estar bajo la contin ua ira de Dios- . En esta am istad con el demonio nacen los hombres, y si no se les da libertad po r ot ro conducto, sujet os quedarán co n aqu el que los gano con el engaño de su maldad. Reli qu ias de esta mala am istad son las ru ines incli naciones a las que los hom bres están sujetos. Es por Cristo, nuestro redentor, que entran en el nuevo linaje, son libertados del caut iverio originario, adqu ieren nueva obed iencia y son victoriosos contra las m alas re liquias q ue dejó el pecado. Síguese de aquí que es por el Hij o de Dios, nacida de la m ujer, que con su obediencia y su muerte nos ganó nuevo espíritu, nos otorgó nuevas f uerzas con las que podamos ahora nosotros luchar y preva lecer contra la vieja serpient e y dejar de tener amistad con el demonio y andar así por nuevos caminos. [f. 3sr] Síguese, también, que es en el ámbito de esta con t ienda contra el demonio y sus secuaces, que adqu iere sign ificado la obra de jesucristo, Hijo de Dios, para la rest itución de la herencia de los bienes que perdió el hombre. La m isericord ia de Dios, comunicada a t ravés de su unigén ito Hijo, en beneficio de nuestra redenc ión, suficien t ísima sería para más de mil linajes humanos . Afrent a sería muy grande de la gloria de Dios el rechazo de estos beneficios por parte de aque llos que vo luntariament e deciden continuar con su vasallaj e y am istad con la vieja serpiente.

Tenem os ya d icho qu e en esta pro m esa se encierra la profecía de q ue habría dos congregacio nes o grup os de in d ividuos en el m undo. La un a perseve raría en la mald ad; la otra haría suyos los bienes de la sa lvación . El H ij o de Dios iba a ser la cabeza de est a segu nd a co ngregac ión; m ientras q ue el demonio lo sería de la primera. Jesucrist o ll evaría v ictoriosame nte a los suyos en la lid co ntra el dem on io y co n ellos re inaría pa ra siemp re en la gloria. La grandeza de esta victor ia se destaca en las pa lab ras de qu e el H ijo de Dios qu ebran t aría la cabeza del dem onio. Cuando un an imal t iene quebrantada la cabeza, pe rd idas t iene todas sus fuerzas . [f. 35v] De ta l m anera venc ió nuestro Rede ntor al dem onio, que le d esposeyó de tod os sus poderes y desbarató t odos sus propós itos. En el supuesto de q ue Satanás no hu biera interven ido en la esfera humana, el hom bre hubiera pe rm anecido am igo de Dios, mas no par iente de Dios. El hom bre hubie ra co nservado su d ignidad, sus grandes bienes y su prop ia j ustic ia. Pero con la intervención sat ánica en la situac ión hum ana, y la co nsiguient e ca ída del linaje humano, se man ifiesta la ira d e Dios contra el demon io por un lado, y la in m ensa m isericord ia Divina hac ia el hombre por el otro. Frut o sumo y exce lso de est a m isericordia fue el hecho de qu e en una m ism a persona - la d e Jes ucristonaje humano.

Un. 1).

el linaj e D ivino encarnara en el li-

La natura leza humana se revist e ahora de d ign idad t an

grande en la persona del H ij o de Dios qu e goza nada menos qu e de su m ism ísim a co mp añía. Mot ivo es todo esto del asom bro y la perpetua alaba nza del

.

c1e 1o.

[f. 36r]

Atrevim iento most ró el demonio - al igual que anteriorme nte lo había

hecho en el cie lo-

al afrentar a la potencia, bon dad y sabiduría de Dios ca u-

sando la perd ición del linaje humano y hacer al hom bre compañero de su m iseria. En respuesta a todo esto manifest ó Dios su poder en algo ta n grande como es el que en una misma persona - la de su un igén ito Hijo- , conservando su Divin idad, se hiciese verdadero hombre. Mostró en est o una sab iduría superior a la ya mostrada en sus pr imeras obras, sumiendo en espa nto al demon io al percatarse esté de la profundidad de est e secreto de sapienc ia. Honrada y reve lada q uedó su bondad al dar a su Hijo al hombre - sin que en todo esto hubiera hab ido en él neces idad alguna de hacerlo- . Quedó su jus t icia t an satisfecha, que confiesa él m ismo haber recib ido en esto tal recompensa en el sacrificio y en la inocencia de su un igénito H ijo, que en creces compensó la ofensa rec ibida por el pecado de Adán. (Ro. 7).[100] Pueden ahora los hombres ofrecer una nueva j usticia a Dios, que es nada menos la justicia Divina consegu ida por el mismo H ij o de Dios, y que en propias palabras suyas viene a ser tamb ién justicia de los hombres. De no querer pers istir los hombres en su cond ició n de perdic ión, en las nuevas be nd iciones que se generan en la cruz de Cristo - tan inmensamente recompensadas-

los que las

aceptan ven acrecentadas sus beneficios y retribuciones. Casti go recayó sobre el demon io por la pri mera tra ición que había cometido en el cielo, pero tam bién segu ndo y mayor casti go y condenac ión recayó sobre él por la traic ión que obró en el género hu mano. De un modo breve nos hemos referido al sign ificado de la sen t encia de que la cabeza del demonio - de la serp ienteiba a ser q uebra ntada y de cuán cump lida v ictoria se ence rraban en las

mismas.

Vo lveremos . [f. 36v] amp l1amente.

aho ra

sobre

este

tema

desarro llándo lo

más

Capítulo 15. LA VICTORIA DE CRISTO ANUNCIADA DESDE EL PRINCIPIO DEL MUNDO

Resta, de mome nto, y para más cump lido entendim iento de todo, responder a lo que se pu ede decir, y comúnme nte se dice, de lo mucho que todavía puede hacer el demonio, y de la gran guerra que co ntra e l hombre entabla, y que parece de mostra r qu e todavía tiene cabeza y unas fue rzas no tan quebrantadas como parece afi rmar la Escritura. En resp uesta a esto decimos que toda la guerra qu e hace es de hecho una contie nd a ya perdida. Se ap recia ya esto en las pa lab ras: 'Acecharás o pelearás contra su calcañar'. Esta es una metáfo ra tomada de las serpientes que vemos en la natura leza, que avanzan rastran do su cue rpo, y que al no poder levan tarse para acometer a nivel de la cabeza de l hombre atacan a ras de los pies , y la manera para vence rlas es darles e n la cabeza. Y au nque quede n vencidas y quebrantadas, todav ía se menean y po rfían en su contienda. Sin emba rgo va na es su porfía, pues si el hombre se aleja de ellas, salvo de peligro quedará. La fue rza y ca beza de l demo nio consiste, primera mente, en te ne r al linaje huma no por suyo y bajo condenación. En segundo luga r, en estar el homb re tan sin consejo y tan sin fuerzas, que con sus malas ma ñas y poder pe rverso lo engañe y lo tum be. En esta dob le pe rspectiva, esta cabeza ha s ido quebrantada por Jesuc risto, nues tro Señor. El linaje humano es ahora libre porque ya se ha dado justa y cumpl ida paga por él en el sac rifico de la cruz. El derec ho que te nía el demo nio,

aque lla cédula o documento de ob ligatoriedad que poseía, quedó anu lada en la cruz y se llada con la sangre del inocentísimo Cordero de Dios. Pa rtíci pe es ahora el hombre del consejo y la sab iduría del cie lo, [f. 37 r] pues el m ismo Señor que murió por él, de tal manera le reve ló los secretos del Padre, que goza de cumpl ida y verdadera luz, y ya no tiene parte con el demon io en las t in ieblas de este mundo, pues la Palabra del Señor es lumbre para sus pies, y cande la para sus cam inos. [101] Del m ismo modo y por la m isma cruz que padeció Cristo y por la obed iencia que a su Pad re mostró, se impetró fuerza y espíritu del cielo para comu n icar lo a los hombres, para fortalecerlos, y hacerlos poderosos en el cumplimient o de los mandam ientos divinos, y en resistir al demon io, y vencer sus te nt aciones. Es por todo esto que la cabeza de la serpiente está quebran t ada. Toda la contienda que entab la es de hecho una bata lla perd ida. Aunque t enga la cabeza quebran t ada, persiste, empero, en sus malos deseos y no ren uncia a una victoria que, defi nitivamente, tiene ya ganada el Hijo de Dios. Lo que ahora incumbe a los hombres para la gloria de quien los red imió, y para beneficio propio, es seguir a esta cabeza y a este cap itán , [f. 37 v] que nacido de alguien tan déb il como es la mujer, por su inocencia y las fuerzas rec ibidas del Padre, quebrantó la cabeza de la serp iente. Vo luntad d ivina es que ahora los redim idos partic ipen de esta victoria, muestren enem istad contra el demonio y todas sus obras, y apartándose de aque lla compañía q ue sigue a tan abom inable padre, lleguen a ser merecedores de los bienes prometidos, den test imon io en este mundo de que realment e son h ijos de Dios, siguen su bandera,

pone n estorbo a las obras y fines del dem on io y de sus secuaces, y sean así verdaderos instrumentos en la mano del Señor para ejemp lo de todo el linaj e humano. El beneficio de la redenc ión del linaje humano no f ue por mérito de los hombres, pues todos eran y procedían de linaje corrupto. Es solo de la m iseri cord ia de Dios que procede este benefic io. El prop io Señor, d esobedecido y desacatado por nuest ra maldad, f ue el que nos amó primero siendo nosotros ene m igos suyos. Con j ust a razón pide que ahora le amemos, pues él nos amó para tan gra nde bien y redi m iéndonos de n uestras miserias nos dio nuevas fuerzas para que le amemos. Est a merced no depend ía de méritos nuestros, sino de la suma verdad prometida, tan cierta y tan sin revocación y tan sin sombra de engaño. No se arrep iente Dios de sus promesas, porque sabe para qu ién las hace, y para qué fin las hace. Por ser pues la promesa tan cierta, y tener determ inado el Señor el tiempo en que se había de hacer hombre su H ijo y obrar el m isterio de la rede nción , desde el princip io del mu ndo comenzó a hacer pat ente los efectos de esta verdad, y a cump lir la promesa de que la cabeza del demon io sería quebrant ada. [f. 38 r] Por la virtud del mismo Señor qu e había de venir, se infundía a los fieles un nuevo espíritu y una nueva fuerza del cielo para que éstos t uvieran conoci m ient o de su pecado, hicieran pe nitencia por los m ismos y most raran obed ienc ia a los mandam ientos de Dios. No t uvieron los padres del pasado ta nta claridad sobre la doctrina q ue se les ense ñaba sobre su remedio como se tuvo después de venido el Hijo de

Dios al mundo; mas suficiente fue para que pud ieran salvarse, y fuesen justos y ve rdaderos cristianos antes que el hijo de Dios se vist iese de nu estra car ne. Así dice e l apósto l san Pedro, que el espíritu de Cristo resid ía y hab laba en los profetas (1 Pe. 1), y afirma san Pablo que un m ismo espíritu y una m isma fe fue la de los padres ant iguos con la que ahora nosotros tenemos (1 Co. 1) . No estaba todavía ab ierta para ellos la puerta de l cielo, pues esto era algo rese rvado pa ra el Redentor de l mu ndo. Él era el que pri mero que como vencedor había de entrar por e ll a, y des pués habían de segu irl e los justos . Mient ras ta nto las almas de los fie les eran guardadas en cie rto lugar en es pera de la venida de aque l po r cuya fe se salvaro n, para ser llevadas a l cie lo y al prem io que por su fe y por sus ob ras les estaba pro metido. Mu chas otras son las ventajas que tienen los hombres después de la ve nida de l hijo de Dios, como é l lo da a en tender, diciendo: 'Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis, porq ue os d igo de ve rdad , que muchos reyes y profetas lo codiciaron, y no lo vieron.'[102] Mas desde la pe rspectiva de la pro mesa no fa ltó nunca a los hombres el remed io de sa lvació n para llegar a pertenecer a aque l bue n linaje de la mujer, y ser compañeros de aque l supremo Señor que había de quebranta r la cabeza de l demon io. [f. 3Sv]

Capítulo 16.

DE LA SALIDA Y DESTIERRO DE NUESTROS PRIMEROS PADRES DEL ,

PARAISO

Lo dicho hasta aqu í sobre la promesa de Dios a nuestros pri meros padres -des pués haber oído las severas palabras de condena, de sufrir ya las miserias de su pecado

y

de haber sido expu lsados de l paraíso- , fue de gra n con-

suelo y esperanza. De creer es que la vida de ell os se vio sum ida en grandes desve los, ll e na de m uchos trabajos , de t ristezas m uy crecidas, y que muchos eran los motivos que despertaban la memo ri a de su pecado y eran causa de nu evos do lores en sus corazones . Ciertamente se convirtió su vida en perpetua pen ite ncia y en perpetu as lágrimas. En aq uell a soledad, en aq uel des t ierro, en aque l nuevo y miserable m undo e n el que ahora se ha llaba n, su único co nsue lo se ce ntraba en la promesa de Dios de que el linaje de la mujer había de quebrantar la cabeza de la serpiente. Esta fe y esta seguridad obraba n en ell os fundada alegría,[103] les movía a la acció n de gracias, a implorar su nombre, a pedir perdó n, a retomar nuevas fu erzas para las buenas obras y obediencia para cump lir su vo luntad. A pesar de la aspereza mostrada por Dios en e l trato, hubo también mezcla de mise ri cord ia en el tratam iento de sus personas. Prueba de que e l m ismo Señor que los dester raba los tomaba tamb ién bajo su cargo y cuidaba en todo lo perte neciente a esta vida y ta mbién en la de la otra. Los echó de l paraíso por ser este una lugar de descanso y de vida, y ahora ell os hab ían de tener experiencia de t rabajos y de muert e, y había n de conocer cuál era la paga que recibe n los que se aparta n de Dios .

Vestíos los de ropas de pe ll ejos, dándoles a entender por este háb ito que iban a vida de trabajos, [f. 39 r] de penitencias y de sufrimiento de cruz. Pero aún así, iban vestidos, y llevaban consigo una prueba de la misericord ia div ina de que no los había dejado desamparados y abandonados en su desnudez. Dice la

Escritura que puso Dios un queru bín a la puerta del para íso, con un muy agudo y espantable cuchi llo para que guardase la entrada y no tuvieran acceso para llegar al árbol de la vida y com iesen de su fruto. Como ya se ha hecho me nción, entre los árbo les de l paraíso había uno muy señalado cuyo fruto te nía propiedad de conservar vida muy largame nte, más como sobre Adán pesaba condena de muerte, para que entendiese cuán cierta era la sentencia de su muerte y de su destierro, puso Dios guard ia en el paraíso para que no entrara, y se percatara así de cuán lejos estaba de su primer estado. Implícitamente todo esto contenía una misteriosa sign ificación , ya que por su pecado estaba ahora el ho mbre sujeto a perpetuo dest ierro y a muerte perpetua; pero dado que en la promesa de Dios había árbo l de vida y restituc ión de todas sus pérdidas, no podía sin embargo en esta vida alcanzar cumplida bienaventuranza, ni recib ir el perdón de su pecado sin antes pasar por el tra nce de la pen itencia, la cruz y el rigor de la muerte. No debe cons idera rse livianamente la condición de nuestros primeros padres después de su caída. Ciertamente su estado merece ponde rada atenc ión por nuestra parte. Grande sería la tristeza que les suscitaría el recuerdo del señorío y dignidad que llegaron a gozar al principio. Se acordarían de la ira de Dios contra ellos, de l duro castigo que les había caído, de cuán diferente fue

aque l trat o del que origi nariamente les había mostrado cuando puso bajo su autoridad la un iversa lidad de toda la tierra, cuando todos los anima les se acerca ron a prestarles obediencia y para que Adán les pus iese nombre. [f. 39 v] A l volve r atrás su recuerdo verían aquel paraíso del que pa ra siemp re sa lieron y al querubín con la espada encendida que bloqueaba la entrada. Si hacia ade lante d irigían su mi rada ver ían una t ierra que al principio había de servirles y obedece rles, pero que ahora les espe raba con arduos trabajos y fruto de ca rdos y esp inos. Si se contemp laban a sí m ismos ver ían las vest iduras de pe llejos, seña l de su grande miseria y recue rdo de sus afrentas y de su desnudez. Pero po r enc ima de todo les entristecería la conciencia de su pecado. Repararían en su ingratitud , en cuán pésimamente habían se rvido al Señor en pago por la muchedumbre de las mercedes recibidas. Se pe rcatar ían del gran desorden y desconciert o que habían traído al m undo - un mundo tan be llo y arm ónico sa lido de la m ano de Dios- . Se darían cuent a de la soledad y del trabajo que les iba a deparar ahora la v ida. Experiment arían los pavo res que les susc ita rían su fi n, su muerte y el haber de retorna r al po lvo del que or iginariamente fueron form ados. Temerían tant o la vida como la muerte, y ta nto lo uno como lo otro se converti ría en fuente de tristeza. Por último se les rep resentaría en la m ente la guerra de la serp iente, la ca ída en pecado de su descendencia, la actual izac ión constante de su culpa en ellos, y la ofe nsa contra Dios en la que incurrirían los que de ellos naciesen. Est a imagen debería llevar a los hombres a co nocer la maldad del pecado, la m iseria de qu ien lo comete , y cuán necesario es m ostra r siempre obedienc ia al

Dios creador - suave y favorecedor en la inocencia , y riguroso en el casti go de la culpa- . ¡Qué so ledad y tr isteza experi m entarían n uestros primeros padres en su larga y m iserable vida y en med io de aco ntec im ientos t an t ristes como los q ue vieron sus ojos! Solo un co nsue lo t uviero n sus lágrimas, y con éste se m ant uvieron firmes , enseñando a sus descendient es el ca m ino de la verdad por el cua l Dios les favorece ría en su gracia de cami nar ellos en la se nda de la obediencia. [f. 4 or] Este co nsuelo era el de la certi nidad de la promesa d ivi na de q ue 'uno' de su linaje hab ía de quebra ntar la cabeza de la serp iente. ¡Qué reverencia suscit aría y despert aría en t odos sus hijos el pensa m ien t o de aque l que había de ve nir para darles remedio ta n grande! ¡Cómo se recrearía en ello su memo ria y t ambién co n el de la m adre de la que había de nacer ta l h ijo! En esta confianza elevaba n sus orac iones a Dios, y rec ibían conso lació n de la m iserico rdia d ivi na. A nte la m uert e y la m ise ria del pecado, est o les co lm aba de gozo. Estas dos son las cabezas del linaje h umano y la raíz de donde desciende n. Los hombres va nos se afanan po r busca r el orige n de sus linajes, y les otorgan gra nde riq ueza, grande fasto y gra nde soberb ia. Se inventa n h istorias, buscan nu evos orígenes y margi nan de su memoria el hecho de que t odos so n h ijos de Adá n y herederos de su m ise ria. ¿Cuántos aceptarían que los progenitores o líderes de sus linajes desemp eñaro n oficios humi ldes para su supervi ve ncia? Si bie n lo indagasen descubrirían que las cabezas de su orige n y sa ngre t uvieron u no, o muchos ofic ios vu lgares. ¡Cuán so la se hallaría nuestra pri m era madre en sus necesidades y partos ! ¿Qué labor no pasó por sus manos y

po r las de su marido, por hum ilde qu e se t uvie ra, qu e no hubiera servido para afronta r enfe rmedades, necesidades de vida , de man utención y de habitáculo? En todo dieron muestras de servidu mbre, y más que siervos de ho mbres, lo fue ron de aq ue l ma lo y afrentado r tirano que es el demo nio. ¡Cómo se desborda la va nidad de m uchos que se vanag lorian de desce nder de romanos, godos, de César o del Cid Ruydíaz![10.4J ¿ Por qué no se remon tan más hac ia atrás? [f. 4 ov] Hal laría n entonces que todos so n iguales, que descienden del linaje de Adán y que todos ll eva n la marca de su miseria ) f. 4 ir] ¿Qué an imal nace en el mundo co n m uestras de ta nta soledad y de tanta debi lidad? De todos los vivientes parece que la natura leza sea madre, pero solo del hom bre madrastra. Todos sale n con algu na capacidad de supervive ncia, pe ro solo el ho m bre viene al mu ndo co n una extrema desn udez. Unos nace n con espinas, otros con escamas, otros con piel m uy dura, otros con plumas, otros co n uñas, otros co n diversas ve ntajas y capacidades para sus necesidades y para su auto defensa. Solo el hombre sale des nudo, con ext raña po breza, con llanto y co n tristes presagios de mise rable existencia. En todos los demás se res se m uestra la natura leza mu y presta y muy dil ige nte en fo rtalecerlos, en ha bilita rlos pa ra su sustento y para moverse. Pero solo con el ho mbre se muestra como perezosa y como olvidadiza; nace sin autosuficiencia pa ra al imenta rse, para and ar, para hab lar, para valerse en algo por sí mismo. Los otros seres, si n que nadie los ense ñe, sabe n lo que necesitan y po nen en obra sus incli naciones; pero solo el ho m bre requ iere de maestro que le enseñe. Solo muestra capacidad con el ll oro, y con sus lágri mas da in icio a

su vida . Todos los otros seres nacen provistos para afrontar sus necesidades; so lo el hombre busca prestado y mend iga el sustent o de su v ida. Mu cho podríamos decir de la m iseria que aso la la vida del hombre, pero lo dejaremos para otro lugar. Lo d icho bien servirá para que cuando el hombre se alce en soberb ias y en demas ías tenga presente todo esto, repare en su m iseria y en el origen de la misma. Vo lvamos ahora de nuevo a nuestro tema . [f. 4 iv]

Capítulo 17.

-

DE LAS ENSENANZAS QUE NUESTROS PADRES SACARO N CUANDO ,

SALIERON DEL PARAISO

De la manera q ue lo hemos cont ado sa lieron nuestros padres del para íso de los deleites; entrist ec idos por su pecado, aunqu e conso lados por las pa labras de la pro m esa. Dos f ueron las enseñanzas que de esto sacaro n para gobernar sus vidas y sus accio nes. Una provenía de la luz de la ley natural; la otra provenía de la revelación Divina. Porque dado que a causa del pecado quedó entenebrecido el en t end imiento humano y se f ue agravando la oscuridad con nuevos pecados y m alos hábit os, aú n así no quedó del todo perve rt ido ni ciego com plet amente. Las cosas no qu edaron ta n cl aras como al principio, pero permaneció todav ía en él un rast ro de la imagen que en él había sido impresa; un uso y una capac idad de razo nam iento, y huellas est ampadas en su m ente pa ra el co nocim iento de la ley natural - de lo q ue es co nforme con ella, y de lo que se apa rt a de ella- .EI juicio de su conciencia permaneció en él, y si n aje nas infl uencias externas le capacitaba para co ndenar lo q ue se hace ma l y para aprobar lo que se hace bien. Esta es la ley natural, de cuyo conoc im iento y obse rvancia no puede excusarse el hombre - ta l como enseña el apóst ol Pab lo en Romanos 2 - . Esta ley, allende de su propia luz, tiene po r guía y testi monio los dict ados de la providencia d ivi na, [f. 42 r] a través de los cua les se manifiesta Dios a los hombres y les da conocim ien t o de sí, ta l como enseña el m is m o apósto l cuando afirma qu e la bondad d ivina nunca dejó de dar test imon io de sí - haciendo bien a los hombres, comu nicándo les desde el

cielo seña lados benefic ios, env iándo les tiempos de abundanc ia, sustentándo los y dando alegría en sus corazones-. La segunda enseñanza tenía que ver con aque ll o por donde había de venir su remed io, y como para recib irlo habían de reconocer su pecado y hacer por él pen itencia . Se encerraba en esta doctrina todo lo conce rn iente a su re ligión, a las seña les de la m isma y a los conoc imientos específicos que habían de profesar los enem igos de la serpiente. Esta doctrina había de ser enseñada a sus descend ientes y hacía referenc ia a los sacrific ios que habían de ofrecer a Dios, a las plegar ias con las que habían de invocar su nombre, a las seña les de las promesas futuras y a la esperanza que en todo esto ellos habían de depositar. Es de suponer que Dios los conso ló muchas veces med iante sus ángeles, que se emp learon desde un buen pri ncip io en la sa lvac ión de los hombres . Enseñados serían de grandes y exce lentes doctrinas, y que ellos, a su vez, con gran di ligencia darían a conoce r a sus descend ientes. Ciertamente ellos por experienc ia prop ia ten ían verdadero conoc im iento de lo que hab ían perd ido, y cuán ob ligados estaban a servir al Señor que tan grande misericord ia les había mostrado. Hasta aqu í hemos segu ido el o ri gen y curso que tuvo el pecado en el mundo y el castigo de Dios que cayó sobre los pecadores. Hemos hablado de cuán justo fue el proceder divino en contra del pecado. Pero tamb ién hemos puesto de re lieve el remedio que qu iso Dios otorgar al linaje humano con la promesa de que de este linaje nacería su unigén ito Hijo que, haciéndose hombre, moriría po r ellos y obtendría sat isfacción por sus pecados, destruyendo as í las obras del demonio_[f. 4 zv] Hemos cons iderado

tamb ién el castigo y la pen it encia que fue impuest a a n uestros primeros padres y a todos sus descend ientes; y de este modo, por un lado, llegáramos a percatarnos de la ira de Dios sobre las malas obras, y por el ot ro llegáramos a experimentar su misericordia, y a darnos cuenta de que sería u n agravio muy grande a la j usticia divina de q ue sin pen it encia por nuestros pecados pudiéramos d isfrutar de los bienes prometidos . Proseguiremos ahora co n el rest o de la historia para que todo lleve cert inidad y luz a los hombres y adqu ieran conocim iento de la verdad que siguen, y gocen de co nsuelo en sus corazones , y en medio de sus labores te ngan mucha pacienc ia y con alegría y esperanza se empleen en el servicio a Dios.

Capítulo 18.

DE COMO LA DIFERENC IA ENT RE BUENOS Y MALOS COME N ZO A ,

MANIFESTARSE EN CAi N Y ABE L

En los primeros h ijos que tuvieron nuestros pri meros padres empezó a manifestarse, por un lado, el re ino de Satanás y la obra del pecado, y por el otro, el re ino de Cr isto, la misericordia d ivina y los efectos de redención y sa lvación de la promesa dada a los escogidos. Ca ín fue el primer hijo que Adán y Eva engendraron, el segundo fue Abe l. Ambos fuero n instruidos por sus padres en la doctrina y ambos ofrec ieron ofrendas a Dios. Ca ín era labrador, de modo q ue en su ofrenda ofreció frut os de la ti erra. [f. 42v] Abe l era pastor de ovejas, y en su ofrenda a Dios sacrificó de las pr imicias de su rebaño. Ante los ojos de Dios la naturaleza de estas ofrendas fue esti mada de d isti nto modo. Dice la Escritura q ue puso Dios los ojos en Abe l y en su ofrenda, y que a la de Caín no la m iró . No declara la Escritura Divina la razón por la cua l Dios aprobaba el don de Abel, pero no aprobaba el sacrific io de Caín. Desde antiguo - como vemos en el caso de Abe l- , mostró D ios seña les po r las cua les daba a conocer que ciertos sacrificios le eran agradab les y con ellas confirmaba y se llaba sus promesas. En el pacto que hizo Dios con Abraham certificando las promesas f uturas , se lee que descend ió fuego sobre los ani ma les dego llados para el sacrificio. Tamb ién apareció súb ito fuego en el sacrificio que ofreció Gedeón,[105] y t ambién en el de Elías. [106] Veros ím il es , pues, que tamb ién en el caso de Abe l el sacrific io se se llara con fuego. Según refiere la Escritura, conocedor Caín de que el Señor hab ía aceptado el

sacrificio de Abel, pero no el suyo, se entristeció. Antes de seguir adelante, aprop iada es la pregunta: ¿por qué el sacrific io ofrecido por un hermano fue acepto y el del otro no lo fue? La Escritura siempre nos abre puerta de interpretación sobre los grandes m isterios que enc ierra nuestra rel igión. En la Epístola

a los Hebreos el apósto l nos brinda luz para dis ipar la dificultad. Dice que Abe l ofreció por la fe más excelente sacrificio que Caín, y por ell o alcanzó aceptación y testimon io de justo, y es ce lebrado y aprobado por ta l después de muerto.[107.] La diferencia radica, pues, en el hecho de que Abe l en su corazón te nía genu ina fe. [f. 43 r] No era así en el caso de Caín; de ahí que Dios no aprobara su ofrenda. No ten iendo esta fe verdadera, no tenía tampoco verdadero amor hacia el Señor que lo creo. Dios certifica la genu ina fe dando testimonio en el corazón de aque l que la profesa de que es justo. La m isma Escritura nos proporciona suma y espec ial evidencia de que estas dos perfecciones - que son el amor y la fe-

estuvieron ausentes en Caín. En todo esto se enc ierra

una gran lección para todos nosotros. Señaladamente d ice la Escritura que ofreció Abe l de los mejores corderos y de lo graso de las ovejas. Se quiere decir con esto que Abe l ofreció lo mejor y de mayor estima. Nada de esto se d ice en el caso de Caín . Ofreciendo al Señor lo mejor que poseía, Abel daba prueba de su fe, de que él estaba en sus manos y que era la suya una vida de plena confianza y firme esperanza en el Señor que lo creo, que le d io su pa labra y que lo iba a amparar y remed iar en todos sus trabajos y neces idades de la vida. Por bien emp leado tenía, pues, ofrecer lo mejor que poseía, ya que Dios es poderoso y misericord ioso para m ultip licárselo, y que la bondad

d ivi na lo acompa ñaría en est e m un do. En est a su obra exce lsa de amor ofrecía Abe l su mejor resp uesta a su H acedor. [f. 43v] Reconocía en t odo esto Abe l que el m ejor se rvic io a Dios implicaba ofrecerle lo mejor y lo más estimado, y que ob rando as í da ba testi m onio de q ue, en d efin itiva, t odo perte nece a Dios. En el caso de Caín todo parece indicar que ju zgó más co nveniente quedarse co n lo m ejo r en casa que ofrecé rse lo a Dios. Puso en sus medios y[108] en lo q ue ten ía más espe ranza q ue en la m isericordia d ivina. Antepuso sus int ereses prop ios a los de la gloria de Dios. De ahí, pues, q ue no aceptara Dios su ofrenda. Entristecido Caín, ai rado y afrentado en su corazón, bien lo m ostró en su rostro; de ahí q ue Dios le hablara en estos términos: '¿Por q ué est ás airado? ¿Por q ué est án d ecaídos t us ojos y tu rostro? ¿Ignoras acaso q ue el q ue bien obra rec ibe bue na paga, y m ala paga el q ue pecami nosa m ent e o bra?'. En su conve rsació n co n Caín se o bserva, en primerísi m o luga r, la gran m iserico rdia q ue Dios muestra hacia los pecado res. Dos fi nes persigue Dios en su actitud: uno es el de rep render y el ot ro el de ense ñar y dar aviso. En t odo se evidencia su m iserico rd ia para que el pecador no se p ierda. Descubre Dios a Caín su pecad o y le previene de que éste no puede pasa r desapercibido. El m otivo d el d isfavor d ivino t iene que ve r con su pecado. Dios no hace acepció n de perso nas; su j usticia premia las buenas obras y castiga la maldad. [f. 44 r] Dios le inst a a q ue huya del pecado, pe lee co ntra él, y obtenga la victoria m ediante la gracia que el mis m o Señor pro m et ió en la pro m esa co nt ra la serpiente. En todo est e caso en el q ue se revela el pecado de Caín se encierra una

gran lecc ión para nosotros. Patentes quedan en el m ismo la bondad y la j usticia divi nas, las consecuencias del pecado y el remedio que brinda Dios a los perd idos. Es, en fin , una breve suma de todos los m isterios de nuestra fe que ya desde los primeros tiempos del mu ndo nos present a Dios - pred icador y enseñador de su propia verdad- . Fue t an grande el pecado de Caín, y él tan poco di ligente para vencerlo, q ue siendo avisado de su caída y de la manera que había de co nducirse para levantarse, no so lo no se en m endó, sino que fue m ás allá en su ira y rencor. El remedio en el que se embarcó no fue ot ro que el que le d ictó la ceguera de su prop ia ma ldad, y que le ll evó a buscar la com pañía y co nsejo nada menos que del propio demon io. En él, y so lo en él estaba la cu lpa. En su enemist ad co ntra Abe l fraguó toda su venganza. Parecio le que por haber sido éste ten ido por bue no, el había sido t en ido por malo y od ioso delante de Dios. Por esto se engendró en su corazón u na env idia muy grande contra el hermano - ira que prop ició un profu nd o deseo de venganza- . H ab ló co n su hermano, le llevó al campo, y all í le dio m uerte. Pe nsó esta desgraciada cr iatura que haciendo esto aca llaba sus deseos y que sin castigo iba a q uedar su cu lpa . Mas ta l como sucede con los malos, su propós ito se actualizó comp let amen t e al revés. [f. 44v) Le pregu ntó Dios: '¿Dónd e está tu herma no Abe l?' A lo que respondió Caín: '¿Por ventura soy yo guarda de m i herma no? ' Soberbia propia y soberbia contra Dios encerraban estas pa labras . Prosiguiendo con su interrogación, Dios lo confro nta co n su pecado y su atrevim iento: ' La sa ngre de tu hermano clama a m i desde la tierra. Por tanto ahora t ú serás ma ldito en la tierra a causa

de la sa ngre que vertiste sobre la misma. Como tierra ma ldita dará respuesta aprop iada a t us labores y labranzas, negándote la virtud y la abundancia de sus fr utos. Vagabundo y desterrado andarás por ella.' En estas pa labras y en este castigo Dios daba a entender claramente su profunda enem istad con tra el pecado y cuán ineludible es el castigo que acarrea e l mismo. Al princ ipio había negado Caín su ma ldad; pero después hizo una confusa co nfes ión de pecado mezclada de una desesperada contrición. Y así dijo: ' Mi ma ldad es tan grande que no cabe en ella perdón'. Ho mbre ma l ave nturado, Caín miró su pecado, pero no miró a Dios, ni la gra ndeza de su misericordia. Tal como hizo al pri ncipio, se emba rcó en sus prop ios intereses y empezó a entristecerse en grande manera por la sentencia d ivina. No se preocupó de ped ir perdó n por la cu lpa, sino en poner de relieve el rigor de la pena, tal y como lo de mu estran sus palabras a Dios: 'Des pídeme hoy de la t ierra y andaré escondido de tu presencia. Andaré vagab undo y desterrado sobre la t ierra, y quienqu iera con el que me topare me matará.' ' No será así, dijo Dios, pues de matar algu ie n a Caín recibirá por ello siete castigos.' [f. 4 sr] Es por esta razón que puso Dios sobre Ca ín una señal para que nadie osa ra matarle, pues de hacerlo incurriría en gran pecado y en no menos grande pena. Es así como Caín sa lió de la prese nc ia de Dios, desterrado del lugar donde moraban sus padres. Como fugitivo tomó res idencia en la part e orienta l donde estaba el paraíso. Su sacrificio había sido interesal, rebosaba amor propio, y fue causa de su envidia hac ia su hermano. Airado por la envidia se volvió ciego. Su pen itencia no fue más que tristeza por su castigo. In me rso en la ceguedad desechó la amonestac ión divina y el

perdón que para el linaje h um ano encerraban las pa labras de victoria de la promesa contra el demonio y sus obras.

Capítulo 19.

PROSIGUE LA DIFERENCIA ENTRE LOS BUENOS Y LOS MALOS

El caso de estos dos hermanos y el proceder de Dios con ellos es una imagen de t odo lo que sucede en el m undo. Es u na ilustración d e la d ivisión qu e se da en tre dos grupos de gente: [!Qg] la de los buenos y escogidos y la de los ma los y repro bados, y del cam ino y el destino de cada uno de ellos. Mu cho podríamos decir sobre est o, sin em bargo nos lim itaremos ahora a hablar tan so lo de aq uello qu e pu eda contribuir a nuestro propós it o y dar luz a nuestra doctrina. Lo otro tendrá más ade lante su lugar aprop iado. Importante es det ectar aho ra la naturaleza qu e los respectivos sacrific ios ponen de re lieve la manera de se rvir que tiene n los bu enos y la manera de serv ir q ue t ienen los ma los. Los buenos sirven a Dios con verdad era fe y con verdade ro am or, sabiendo que el Señor que los creó [f. 45v] y q uiso redi m ir es su única sa lvac ión . Saben que de él proceden todos los bienes, y q ue so lo en su m ise ricord ia está el fu nd ame nto de su seguridad. Le aman con form e al conoc im iento que de tan buen Seño r tienen, y d ispuestos están a negarse así m ismos, a ma rginar sus propios intereses y a se rvirle en conformidad con lo que d ispone su ju stís ima vo lun tad. Los malos en t odo so n faltos. Desconfiados de las cosas de Dios, y confiados en las suyas prop ias. H ipócr itas enga ñosos, co n mu cha aparienc ia exterior, pe ro co n fa lsedad en el corazón . Trabaj an como esclavos, pero el fin principa l de sus labores es el int erés prop io. Se desbordan en su amo r propio,

y en el g rado en qu e éste aument a marginan t ota lmente el amor que habrían de haber puesto en Dios. O d ian a los buenos porque los ve n justos y cami nan

po r los senderos de las promesas de su Hacedor. Su se nt im iento de envid ia se increme nt a día a día, y no qu eriendo remed iar sus care ncias en modo alguno desea n ab razar la ve rdad. Tan m isera bles llega n a se r que piensa n q ue t odo iría m ejor en el mu ndo sin j ustos y sin j ust icia. En cuanto a los bu enos son mayoritariament e los desfavorecidos de esta v ida po r los sa bios y los pode rosos. Ce losos so n los buenos d e la rect itud de concie nci a y del ob rar conforme a lo d ivino. A l verles fa ltos de los pode res y rec ursos del mu ndo, sobre ell os los malos descargan sus envid ias, los m altrat an y los persiguen como se res d ej ados de la mano de Dios . Otra d iferenc ia sig nificativa se obse rva en el caso de los dos herma nos . [f. 46 r] Y es la de q ue los bu enos son se nci ll os y sin t raición, y su carid ad les ll eva a pe nsa r q ue como ell os ob ras bien co n los dem ás, los demás se com po rta ran del m ism o mod o co n ell os. Ciert o es, sin em ba rgo, que en las mañas de este m undo los h ijos de este siglo son más prudentes qu e los h ij os de la luz. Sabido es t am bién q ue entre las mañas m ás notorias d el m undo est án las traic iones . Co n sum a ma ldad encubrió Caín su od io co ntra su herm ano, y fác il le resu ltó engañar al herma no hum ilde y sin malicia para ll evar le al lugar del hom icid io. Los ju stos lleva n en este m und o una cruz, y m uy m uchas veces perm ite Dios, po r grande y justísi mo j u icio suyo, q ue los ma los p reva lezcan contra ellos . Ciert o es, po r otro lado, q ue por enci m a de t odo aguarda a los ju stos una gran recompe nsa y un grande p rem io. Fina lm ente, el parecer de los m alos, reflej ando el j u icio de la vana sab idu ría carnal, es q ue Dios se com po rta co n cierto descuido co n los bu enos, pues perm it e q ue sea n o prim idos y

ma ltratados co mo de hecho lo fue el justo Abe l. Mas el fin de los justos muestra co mo Dios los ampara en medio de sus privacio nes, y que la verdad - aparente mente oculta en el ahora de aqu í-

resp land ecerá un día, y de mostrará

como Dios es justo y sob re los ma los cae rá cump lida venga nza. Bendito y glorificado sea e l sa nto nomb re de Dios que co n ta les testi monios confi rma sus promesas y nos dice en su Palabra que suya es la venganza y que da rá . 1: . , I [f. 46v] cu mp l.d I a sat1s 1acc1on a os suyos.

Capítulo 20.

,

DE LA IRA QUE DESDE EL PRINCI PIO MOSTRO DIOS CONTRA EL PECADO

Habiendo comenzado el pecado a dar de su cosecha , y a descubrirse la identidad del primer hijo de Adán , surgieron ya en t onces dos grupos: la iglesia de los justos y la congregació n de los ma los. Se manifest aron por un lado los frutos de la ma ldad, y por el otro los de la bondad de Dios - con pruebas evidentes de su m isericordia y de su promesa- .Se m ulti p licó el linaje de Ca ín y con él se mu lt iplicaron también los frut os de la maldad - evident e prueba de que de una mala cabeza siempre sa len malos m iembros, y que de un mal enseñador siempre surgen fa m ilias y discípulos de mala enseñanza- . Con Caín se da inició a la infidelidad, la avaricia, la envid ia, la ira , la tra ición y al hom icidio. Lamec, que fue de su descendencia, quebrantando el orden que Dios había institu ido en el matrimonio, no con t en t o con una mujer, to mó tamb ién ot ra , abriendo así la puert a a otra mala práctica que ta mbién había de inficionar al género h umano. [110] Conced ió Dios a nuestros primeros padres una nueva y mejor descendencia, y Eva concib ió y parió ot ro hijo, a qu ien pusieron por nombre Set. De gran conso lación fue para ellos este nacim iento, que iba a llenar el vacío que había dejado la m uert e de Abe l. Hombre re ligioso y siervo de Dios fue Set, que fue padre de Enós. Dice la Escritura que en este t iempo empezó a ser invocado el nombre del Señor. Con esto qu iere decirse que se incrementó el conoci m iento de la re ligión, a enseñarse más ampliamente la verdadera doctrina, los mandam ientos, sacrificios y m inist erios con

los q ue Dios había de ser servido y hon rado_ [f. 47 r] Todo esto se preservó en el li naje de Set ; pero en el li naje de Caín p redomi nó m ucha maldad y grande fue el o lvido de t odo lo bu eno. Sin freno alguno p reva lec ió la co rrupc ión del pecado sobre la t ierra. Los humanos seguían en todo las malas incl inaciones heredad as del prim er pecado, y re nd ían t otal y comp leta obed ienc ia al demonio, pad re de todo engaño. A causa de t oda esta maldad se desató la ira d ivi na. Dete rm inó Dios po ner fi n al linaj e h umano. De est a un iversal co nd ena solo se libró Noé, q uien, según dice la Escritura, hall ó gracia en los oj os del Señor. Varó n j ust o era Noé, conocedor de la ley d iv ina y hacedor de la m isma ju nto co n toda su fam ilia. La vo luntad d ivina f ue la de enviar un di luvio sobre t oda la t ierra para q ue co nsumiese todo lo que en ella vivía. El agua, que ta n gran se rvicio p rest aba al hombre y era med io de prod ucc ión de los frutos de la t ierra , aho ra iba a ser instrumen t o de castigo y destrucción de la human idad perdida. [f. 47 v] Tiempo tuvieron los de aquel m alvado siglo para la pe nit enc ia. Fueron amo nestados y exho rt ados de Noé pa ra ello ; m as cegados co n sus m aldades tu vieron todo aquello por burla, pensaron que todo el t iem po había de ser el m ismo y que la pros perid ad y reposo de sus m alas obras no había de te ner mud anza. A est e estado llegan los pecadores m uy porfiados y met idos en sus vic ios; olvida n la verd ade ra doctrina; cobran cada día fuerzas sus ma las

in -

cl inaciones; se em briagan con sus torpezas; m enosprecian los cast igos de Dios y co n ira se vue lven contra él y se burlan de su verdad. En la sat isfacció n de

sus

apetit os

po nen

su

bienave nturanza ;

sordos

son

pa ra

toda

amo nestación y ciegos para ver los buenos ejemp los. Est e estado pecaminoso no solo se man ifiesta particu larmente en los ind ivid uos, si no que arra iga tam bién en el seno de grandes grupos, ciudades y rei nos. Ent o nces la pervers ión se generaliza: unos son fuego para que ardan los otros, y todos se incita n y se an iman para la maldad. Todos so n ingen iosos para ella y parece que traman conju rac ión contra la virtu d. Los j ust os q uedan re legados a exigua m inoría. Tales fueron los pecados del mundo sobre el que Dios envió grandes castigos. Tales fueron los del siglo de Noé, de Sodom a, de Canaá n, de Babilonia, co n otros muchos que en la Divina Escritura est án seña lados. Vivía n en aq uel t iempo los hombres como viven las bestias por los campos: sin conoc im iento de lo perm itid o ni de lo vedado. No pensaban que t iene n dueño las heredades, n i que han de dar satisfacció n de sus daños, todo lo ll evaban por el rasero de su cod icia y de sus deleit es. [f. 4 8 r]

Capítulo 21.

DEL DILUVIO QUE VI NO SOBRE LA TI ERRA EN LOS DIAS DE NOE Habiendo, p ues, determinado Dios mostrar su ira sobre todos los hom bres y salvar únicame nte a los j ustos, d io co nocim iento de ell o a Noé y le noti ficó lo q ue debía de hacer para su salvac ión y la de su fa m ilia. Muchas so n las cosas q ue Dios hace con los hombres y q ue son sufi cie ntes para dejar atónit o

a cualq uier ent end imiento q ue lo cons iderare, y para compe lerle a serv ir y a adorar a ta n buen Señor. Muestra Dios hacia el hombre una incomparable fa m iliaridad. Dios, como es d e infi n ita sabid uría y de infin ita grandeza, desciende a te ner trato con un hombreci ll o como si am bos compa rtiera n un m ismo n ivel d e igualdad. Con él co m parte los secretos d e su consejo, le da razón de sus propósitos, le previ ene de su vo lu ntad y de lo q ue q uiere hacer por los suyos. Rea lmente t odo esto es mot ivo de ins uperable adm iración. Es así como se co m portó Dios co n Noé: notificá ndol e su consej o; cómo iba a ser la destrucción d e los hom bres y la sa lvación propia y de toda su fam ilia - su mu jer, sus hijos, y las mu jeres de sus tres h ij os- . Como sapie ntís imo maes tro le instruyó sobre la manera cómo había de construir el arca: su d isposición y sus medidas. M uestra es todo esto d e lo qu e decíamos de como Dios desciende a n ivel humano pa ra consolar a los suyos y para dar mu estras del cui dado qu e de ellos tiene. [f. 4 8 V] Ma nd ó hacer en el arca habitácu los para que j u ntam ente co n Noé y los suyos se sa lvasen t ambién aquellas especies de anima les que habían de se rvir a las gen eraciones post erio res. En todo, hasta en los más ínfi mos det alles,

mostró cuidado providencial para el buen fin de la construcción. Ordenó qu e de todos los ani m ales, y de todas las aves, metiese en el arca macho y hembra, y así quedara asegurada la descendencia. Provisión de com ida ta m bién había de hacer para ellos. Entre los an imales que habían de entrar en el arca se inclu ían tamb ién aquel los que más ta rde, segú n las disposiciones de la ley, te nd ría n cierta re probación que no perm itiría a los j udíos co m er de ellos. De los an imales mandó que metiesen en el arca siete y siete; es decir: siete machos y siete hembras; para que así hu biera anima les para los sacrificios qu e habría de ce lebra r Noé, y pa ra qu e hubiera ta m bién más anima les limpios. Fue ta nta la rebe ld ía de los hombres de aque l siglo, que aunque vieron a Noé hacer el arca y le oyero n en sus amonestaciones sobre el fin por el cual construía el arca, no se arrepintieron de sus pecados, si no qu e hicieron bu rla de todo aquel lo. A estos extremos puede llevar la maldad de los hombres: a tener por locos a los j ustos y a j uzgar co m o fábu las y objeto de burla las am enaza de Dios. Sufic iente t iempo se dio a los malos para el arrepentim iento, pues los efectos de la ira del cielo se aplazaron d ura nte todo el t iempo que neces itó Noé pa ra construir el arca, aprovisionarla de todo y meter a los anima les, que obedienteme nte entraron en ella como si por una secreta intu ición presint ieran la ira qu e se avec inaba. La Divina Escritura habla de una especie de conocim iento q ue tienen los animales brutos por enci m a del que llegan a tener algunos hombres. [f. 49 r) Por boca del profeta lsaías dice Dios: ' El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no t iene conocim iento.' (Is. 1,3). En tiempo de tempestades y de

t erremotos ad ivinan los an imales el pe ligro, y dan grandes m uestras de su t emor y con ell o dan prueba de un secreto inst into que Dios les dio para q ue conozcan a su H aced or. Tan so lo en los hombres malvados están ta n muertos los dones de Dios, que como insensatos y desalmados no llegan a pe rcata rse de los avisos de la ira d el cie lo. O rdenó Dios a Noé que entrara él y su fam ili a en el arca siet e días an t es del d iluvio. Pod ría bie n interpret arse este plazo de siete días como la últ ima opo rtun idad que se concedía a los ma los para el arrepe nt im iento. Pero d e nada sirvió: contin uaro n éstos en su incredu lid ad y en el d isfrut e de sus vicios . Al t érm ino de los siete días se abrieron las nubes del cie lo, creciero n los ríos y las fuent es ; y el di luvio, du rant e cua renta días y cuare nta noches, in undó la t ierra y consumió t odo lo q ue en ella había. Solo se sa lvaron los que estaban en el arca. Esto ocurrió a los seiscient os años de la vida d e Noé, y a los mi l y se iscientos de la creac ió n del mundo. Du ra ron las aguas mucho t iempo, hasta que la volu ntad d e Dios fue que cesasen para saca r a Noé y a su fam ilia y a los an im ales, y tornar a rest aura r el mu ndo y a devolverle su hermosura. Y es que la ira de Dios sobre los malvados se torna siempre en m iserico rdia para los buenos. Sabiendo Noé que las aguas había n descend ido envió al ext erio r un cuervo, pensando que de no volve r sería se ñal de que había posado en t ierra. [f. 4 9 v] El cue rvo fue y vino al no hallar t ierra dond e reposar; pero más tarde , al hallar lugar donde qu edarse no volv ió. Que riend o certifi car Noé de que había ya terreno seco, so ltó una pa loma. Como buena y fie l mensajera, agradecida po r t odos los beneficios rec ibidos, vo lvió al atardecer con un ramo d e o livo en

el pico. Esto daba certeza a Noé de que algunas partes de la t ierra estaba n ya al descubierto. En todo lo suced ido se encerraba una nueva figura y una nueva prueba al m undo de la justicia y la m isericord ia de Dios: de cómo se sa lvaron unos y se perd iero n otros. Se simboliza aquí la ardua sa lvac ión de la Igles ia.

Capítulo 22.

DE LO QUE SUCEDIO DESPUES DEL DILUVIO

Cua ndo la tierra empezó a secarse, mandó Dios a Noé q ue saliese del arca él y su fam ilia, con t odos los an imales y aves. Y as í fue hecho. En sa liendo que sa lió Noé, ed ificó altar al Señor, y ofrec ió en él sacrificio de t odos los anima les limpios y de las aves li mpias. H izo esto en reconoci m iento de su m isericord ia en la sa lvación obrada con el los y en confesión de que suya era toda la creación, así como la preservación de la m isma. Agradó a Dios el servicio de aquell a fe, y de aque lla obedienc ia, y determ inó no cast igar otra vez a la tierra po r la ma ldad de los ma los co n un casti go tan grande. Como firma de est e pacto puso arco en el cielo, para que en tiempo de tempestad recuerden los hom bres que no habrá otro d iluvio un iversa l sobre la t ierra y q ue prevalecerá su m isericordia sobre los j ustos. [f. sov] Puso Dios precepto de re ligión a los hombres, perm itiéndo les que comiesen de todos los an ima les, pero no de ani ma l ahogado o que todavía tuviese su sangre dentro de su cuerpo. Enseñaba con esto que le desagradaba la crueldad, los hom icid ios y los derramamientos de sa ngre. Vo luntad suya era de que los humanos f uera n mansos y pacíficos, alejados de la rap iña, la crue ldad y la m uerte, y en nada fueran co m o los ani ma les feroces q ue consu m en sa ngre. Una vez sa lidos Noé y sus hijos del arca, comenzaron a labrar la ti erra y a ejerc itarse en trabajos diversos. Fiel en el cam ino de la re ligión [lll] y de la doctrina recibida , la enseñó t ambién Noé a su fam ilia. Refiere la Escritura que Noé p lantó una vi ña, y cuando probó el vino se embriagó; descu idadamente se durm ió descubriendo mucha parte de su

cue rpo. Al ver est o el h ijo menor, que se ll ama ba Cam, lo dio a co nocer a sus dos ot ros herm anos. Éstos, m ostran do gran respeto por su pad re, se cubrieron el rostro, y a t ientas , cam inando de espaldas, cu brieron el cuerpo desnudo de su progen itor. Al despertarse Noé y entera rse del proceder ta n honest o de los dos hermanos cubriéndole su cuerpo, echó mald ició n so bre el hij o menor, po r la cual se convert iría en siervo de sus hermanos, y su linaj e se vería desfavorec ido sobre la tierra. [f. sor) Bendijo Noé a Sem y a Jafet y a toda su desce ndencia. No era la mald ición de Noé expresió n de odio. Tanto con la mald ició n como co n la bend ició n se ponía de re lieve cuán agrad ab le es a los ojos de Dios la o bediencia y el res peto q ue se debe tene r a los pad res y, por el co ntrario, cuán desagradable le es a Dios la fa lta de respeto hacia los mis m os. En un caso hay recompe nsa divina, pero en el otro hay mald ición. De la descendencia de los tres h ijos d e Noé se volvió a pob lar la tierra. M uchos so n los que se pregu nta n cómo se llegó a las islas del mar y a otras pa rt es muy lejanas de la tie rra - ta l como se pone ahora de re lieve con los d escu brimient os de los navegantes d e nuestro t iempo- . La resp uest a no es tan d ifícil como se pudiera pensar. Los desplazamientos a otros lugares se debieron a la cod icia de algu nos, a m ot ivos d e supervivenc ia, al incremento d e la po blac ión, e incluso por ca usa d e dise nsión en t re los hombres. Los m otivos de d ispers ión y de búsqueda de nu evos lugares fueron muchos. Téngase en cue nt a, además , que si bien en el pasado los medios de navegación no eran como los de nuestro ti empo, [f. sir) la mayor parte de la tie rra habitada es cont inent e o firm e y las islas no guardan m ucha d ist ancia entre sí, por

consigu iente los desplazam ient os de un lugar a otro no habrían sido t an difíci les como se pod ría supo ner. Así co m o al principio d el mu nd o hubo grande d ivisión entre el linaj e de Caín y el de Set , prevaricando unos y siguiendo la ve rdad ot ros, lo mismo suced ió con los hij os d e Noé. De mod o noto rio Ca m , el meno r de los hij os, tuvo una suces ión de malos ej em plos y de m alas obras, alejados todos de la ve rdad y de los ca m inos de Dios. Todo el linaje de Caín pereció en el di luvio. Si n embargo, t an poderoso y ta n astut o f ue el dem on io que co nsiguió cegar a ot ro nuevo linaje de los hombres y les pers uad ió a q ue le im itaran en sus obras. De m odo mu y cla ro se constata en la Divina Escritura de que siemp re ha habi do d ivisión en el m undo, y que el grupo mayoritario ha segui do el pecado, m ien t ras que el m ino rit ario se ha manten id o fi el a Dios y ha mant enido el co nocimiento de sus mandamientos para ponerlos po r ob ra. En t odos los casos en q ue se ha dado est a división, los que tu viero n padre de m al ejem plo emp rend ieron el sendero de la mald ad, m ien t ras que los que tu viero n bue nos pad res y reci bieron buena inst rucció n se m antuviero n fi eles a las norm as de la ju sticia. [f. siv] Au nq ue est o no ha si do siemp re as í, en la m ayoría de los casos esto ha sido lo más norm al. De esto nos da aviso la

Escritura, inst ando a los padres a qu e instruyan a sus hijos en los ca m inos del cielo, no solo co n d octri na, si no ta m bié n con eje m plo. Cosa m uy cie rta es qu e un día Dios pedirá cuen t a a los padres d e como se ocuparon de la enseñanza de aq uel los qu e t uvie ro n a su cargo y pro m ov iero n con esto la gloria de Dios en el m undo.

Capítulo 23.

DE LAS TIRAN I AS E IDOLATRIAS QUE ASOLARON LA TIERRA Y SU CASTIGO

Del linaje de Ca m nació Nimrot, [lli) que llegó a se r t irano en la t ierra, y con su extrema soberbia buscó sojuzga r a los demás. Los que así se com porta n causa n grandes males en el mu ndo, y según el testimonio de la Escri-

tura Divina, son hombres aborrecidos de Dios. En su camino a la t ira nía quebran t an t oda justicia y re ivindican lice ncia para semb rar sus males. Con este perverso y soberbio propós it o fueron m uchos los que en aq uel tie m po se confa bu laron para const ru ir una torre que consiguiese nomb re, presti gio, memoria y autoridad por encima de los demás hombres. No pasó desaperci bido a los ojos de Dios la extrema m aldad y ti ran ía de est os hom bres en su desenfrenada so berbia, y sobre ellos descargó su ira enviándo les ta l con f us ión de lenguas que éstos no pudieron entende rse entre si. H asta entonces todos hablaban una misma lengua y este cast igo de Dios dio princip io a la confusió n y a la divers idad, y esta es la razó n po r la cual siendo todos los hombres de un m ismo orige n, y habiendo aprend ido u nos mismos vocablos, después de la torre surgió en el m undo una gra nde d ivers idad de lenguas. [f. 52 r) Esta confu sión lingü ística fue causa de m uy grandes errores, sobre todo en lo que a doctrina conc ierne y a las promesas dadas po r Dios, y dio paso libre a la idolatría y a la superstició n - objetivos que siem pre alim entó el demonio- . El or igen de la idolatría y de las fa lsas rel igiones t iene como ca usa la infide lidad del hom bre y su permanente y perversa incl inación a aparta rse de la verdad y a

segu ir la mentira. Súmase tamb ién con ell o el o lvido de la verdad , la negligencia en perseverar en ell a y en enseñarla a los demás. Esto lleva a incrementar la autoestima y la codicia de los intereses prop ios. Detrás de todo esto se encuentra la perseveran t e enseñanza del d iab lo. Cierto es que en est e cam ino muchos son los pecadores que p iensan que sus verdaderos dioses son unas divin idades que propic ian sus prop ios intereses . Aca llan las voces de la conc ienc ia y se conforman con el engaño de sus fa lsos d ioses, cuyas re ligiones y leyes están al margen de la bondad _[f. 52 v] Confían so lamente en los favores de los d ioses, pero les tiene ind iferentes la causa de la j ust icia entre los hombres - de hecho favorece n las huestes demoníacas por aque llo de que son enem igas de la j usticia y am igas de la maldad- . Sobre la base de lo d icho, fácil le resu ltó al demon io introducir sus fantasías en estos hombres perd idos, haciéndoles creer q ue había un d ios de las bata llas, otro de los hurtos, otro de las borracheras, y as í sin número el de los d ioses de estos desvaríos. Cegados los malos con sus muchos pecados, llegaron a desconocer y a descree r en el sumo poder de un so lo Dios, suficien t e en todo para sup lir co n su providencia todas las neces idades de los hombres. De ahí, pues, la cree ncia de que muchos eran los d ioses y de que cada uno servía para algo en concreto. En esto se f unda m enta el origen de la idolatría y el desvarío de adorar al so l y de otras locuras sim ilares . Incluso se cayó tam bién en la adoració n del demon io, autor de todos estos engaños y de los fa lsos remed ios que para mayor daño de los morta les introdujo en el mu ndo. Perm it ió la bondad Div ina este engaño para cast igo grande de los pecadores, y

de todos aque llos qu e dej ando la luz abrazaba n las t inieblas, y co nvi rtié ndose en jueces juzgaban lo bueno o lo malo en conform idad co n sus apet it os. Todo est o faci litó que el dem onio obrase falsas se ñales y que los hom bres, perd idos po r su infidelidad y po r la muchedumbre de sus pecados, cayesen en lím ites extre m os de perd ición. [f. 53 v] Ante todas estas idolatrías inducidas por el demonio pa ra perd ició n del género hu m ano, tu vo a bien la misericord ia Divi na, acord ándose de la promesa dada al p ri ncip io, de interve nir y dar sa lvació n a sus escog idos. Con este propós ito escog ió a un pueb lo pec ulia r en el que se renovarían las promesas de salvación, hal larían cu mplim ient o los fines de la verdadera doctrina, y el Dios de luz m ostraría sus m aravi ll as. Este pueblo escogido había de ser co m o un espejo ante el cual las d em ás naciones t uvieran co nocimiento de lo que creían y de la ve rdad q ue p rofesaban los escogidos, y co m pre nd ieran q ue so lo había un Dios verd adero, y que tod os los otros er rónea m ente llamados dioses eran d ivinidades fa lsas.

Capítulo 24.

COMO ABRAHAM FUE ELEGIDO Y SACADO DE SU TIERRA

Como cabeza de este pueblo e ligió Dios a Abraham , como a l princ ipio del mundo el elegido fue Set y después lo fue Noé. [f. 53r) Abraham res idía en la t ierra de los ca ldeos y moraba entre gentes ciegas y engañadas por e l error de la ido lat ría. Dios le mandó que sa liese de su t ierra y de la casa de su parentela hacia un lugar que é l le mostraría y donde llegaría a ser un hombre importante y cabeza de un gran pueblo. Todo esto está lleno de los m isterios de la divina sabiduría , y de las obras de su misericord ia y de su justicia. Elige por cabeza de su pueblo a un varón que había de ser ejemplo para todos los demás, para que en él su descendencia tuviera un ejemplo de gran fe, de gran amor a Dios, de gran obediencia a sus mandamientos, de caridad y de paciencia, de la gran honra que supone su adoración y su servicio, y con conocimiento de lo que es el pecado. Esta fue la cabeza escogida por Dios para la instrucción de su nuevo pueblo, y para ejemplo a los demás. En él hab ían de mirar para ver lo mucho que Dios hace para los que le sirven , lo mucho con que los honra y favorece , y cuán fie l es su am istad para con e llos. Es así como desea Dios que sean los príncipes y representantes de todos los hombres, y es as í como é l les favorece . Con la salida de Abraham de la t ierra de los caldeos , primeramente quería Dios most rar su ira hac ia aque ll as naciones que tanto se habían apartado de sus mandamientos. Castigo grande era ya el de sacar de ent re ell os a alguien que era instru ido y ten ía conocim iento de la verdad. Vienen aquí a l caso las pa labras de l profeta: 'Curamos a Babilon ia, y no ha rec ibido salud ,

desamparémos la, y vamos cada uno a su tierra.' Uer. 51). (113] Mereció la grande contrad icción de los caldeos contra la verdadera doctrina que Abraham enseñaba, qu e fuesen desamparados como cosa irremediable. Lo segunda razón por la cual Abraham fue sacado de aque lla t ierra es porque muchas veces Dios [f. 54 r) quiere hacer a los suyos la me rced de librarles de ma las compa ñías, de librarles de los grandes peligros y castigos que aguarda a los ma los - ta l co mo hizo con Lot en Sodoma y a Elías en t iempo de la ham bru na, y de mostrar de este modo ellos e l gran cu idado que su m isericord ia t ie ne de los que le si rven- . La tercera razón fue para enseñarnos qu e los que quieren ser de l pueblo de Dios ha n de ser gente apartada de los vicios y engaños de l mundo, han de ser un pueblo que no tenga com unicación con los pecados de la ma la ge nte, ni se ex pongan el los en el peligro de ser como ellos, ni de aprobar lo que ell os hacen . De ahí que en la Escritura los am igos de Dios sean ten idos por gente apartada y alejada de los de más. De ah í tamb ién la amo nestación dada por boca del profeta lsaías de que los justos se aparten de la compañ ía de los ma los: "Apartaos, apartaos, salid de ahí, no toquéis cosa inmunda; salid de en

medio de ella; purifica os los que l/e1,1áis los utensilios de jeho1,1á." (Is. 52, 11). La sa Iida de Abraha m de t ierra de los caldeos fue aco mpañada de grandes promesas por parte de Dios. Abraham ll egaría a ser líder y padre de multitud de gente; grande sería su nombre; goza ría de la bendición divina, y benditos serían los que le bend ijesen y ma lditos los qu e le ma ldijesen, y que de él saldría aque l por el cua l todas las nac iones serían be ndecidas. Aquí re nueva Dios la

promesa dada a n uestros primeros padres , y la re nu eva con particu lar cert inidad seña lando el linaj e del q ue había de descender el Mesías y Señor de la promesa. Se suma a esto la recompensa que recaerá sobre los que siguen al Señor, sobre los que serán partícipes de la obediencia de sus mandam ientos, sacados de los banquetes y li sonjas del mundo. Aunque también conocerán por cierto que su vocación no se verá exenta de duras experiencias . [f. 54 v] Porque así como Dios les hace ta n gran merced en elegirlos para su servicio y en otorgarles grandes bend iciones , tamb ién elegidos será n para las pruebas. En todo esto fue ejerc itado Abraham y t uvo que ll evar grande cruz, pues a través del sufr imiento el llamam iento de Dios perfecciona en los suyos sus obras y reiv ind ica en ellos los fines de su j usticia y bondad . Pasó Abraham por grandes experienc ias, sufrió grandes pobrezas y muchas persec uciones. Fue librado, sin embargo, de los peli gros, prosperado y enriquecido con m uchos bienes, y preva leció siempre sobres sus enem igos. En todo esto tenemos una imagen de cómo son los cam inos de Dios y de su verdad para con nosotros . Como a niños convídanos el Señor con una leche de rega los , para que sepamos que todos sus caminos son misericordia y verdad; que él cump le su pa labra para con los j ustos, para que nunca tengamos temor de obedecer le y segu irle, para que entendamos que su vo lunt ad du lcísima es , y dispuesta en todo para nu estro reposo y para nuestros bienes. Este es el fin para el cua l nos elige y nos llama a su serv icio. La cruz y las persecu ciones q ue Abraham padeció fueron necesarias y provechosas para su prop ia fe licidad . Y es que Dios qu iere que la verdadera fe sea probada, que demos

prueba de nuestro amo r hacia él, que sean ejercitadas nuestra pac1enc1a y nu est ra caridad; que nos demos cue nta de que las cosas de l mundo nos son enemigas y que solo el Señor que nos creó y nos quiso red im ir está a nuestro lado y nos favo rece; que las neces idades que he mos de afro nta r nos invitan a invocarle y a co noce rle mejor; para que la fru ición de su misericord ia encienda en nosot ros nuevo sentimie nto de servicio y gratitud ; para que el fuego de los trabajos y de las tentacio nes haga su obra y pe rfeccione el oro de nuestra fe, a fin de que se incremente la pacie ncia, nuestro co razó n se haga animoso y robusto contra los pecados y contra los peligros de l mundo, co nfiados siemp re en la bondad de Dios. [f. ssr) Estas dos circ un stancias se dieron en la vida de Abraham. Prem iado fue como hombre justís imo para que los ho mbres ponga n los ojos en él, y ent iendan el proceder de Dios y como desea que sean los suyos y como han de esforzarse pa ra se rvirle. Salió Abraha m de la tierra de los caldeos, llevando consigo a Sara,[ll4] a su so brino Lot y a la fa m ilia que hab ía ten ido en Harán. Todos éstos habían sido enseñados en una ún ica doct rina y según la ve rdad que ha bía sido revelada a los padres de la antigüedad. Según el mand ato de Dios se encam inaron a la t ie rra de Ca naán. Los ca naneos eran idólatras, de vida muy perd ida y abo minab le; en sus errores y maldades supe raba n a los caldeos. Así, pues, Abraham fue sacado de una ma la t ierra y llevado a otra peor. Como todas las cosas hechas por la mano de Dios, tam bié n esto se fundamen taba en la just icia divi na. Las razo nes de esto son todas just ísimas, como todas las cosas hec has por la ma no de Dios. Siempre la misericord ia

d ivina encauza de ta l manera sus obras , que lo que a los unos se quita por justa j usticia , se comunica a otros por grande clemenc ia, y nunca sus efectos se p ierden o se desaprovechan - como la vana sab iduría del mundo muchas veces imagina- .Los ca ldeos sobre todas sus maldades ten ían una que era la de haber tenido cons igo a algu ien que les enseñaba y les pred icaba la verdad , pero ellos no le dieron créd ito , sino que le tuv ieron en menosprecio muy gran de. Por esto les fue qu itada esta luz, pues por su rebeldía y endurec imiento de nada les aprovechó. Los cananeos , aunque por sus pecados fueron la nación más perversa del mundo, nunca tuvieron tanta luz como habían ten ido los ca ldeos. Pero ahora, enviándo les a Abraham, la d iv ina bondad quiso enviarles su luz. Sin embargo, por su rebe ld ía y perseveranc ia en el pecado, de nada les sirv ió esta luz y se hicieron merecedores del castigo de la ira de Dios. [f. ssv] Quiso también Dios que Abraham fuese a una t ierra donde su paciencia y su fe fuesen muy probadas, y donde se v iese en neces idad de invocar cons tantemente al Señor que lo había sacado de las regiones de los ca ldeos. Determ inación de Dios era la de dar la t ierra de Canaán a un pueb lo que nuevamente había escogido para mostrar su misericord ia y otorgar sus mercedes, y para declarar, una vez más, cuán grande es su ira contra el pecado - ta l como se vio en los grandes cast igos que cayeron sobre los cananeos- . Por d isposición d ivina Abraham había de vivir y morir en aque lla t ierra y ej ercer dominio sobre la misma como cabeza de su linaje. Después de muchos años, y cuando todo parecía imposible a los ojos del mundo, Dios ev idenció su verdad y cuán infa lible es el cump limiento de su pa labra. Habiendo ll egado Abraham a

Siquem, ya en tierra cananea (Gn. 12 , 6) , se le apareció Dios y le d io la promesa de que aque lla t ierra había de ser para su linaje. Edificó all í Abraham alt ares, e invocando el sant o nombre del Señor, ofreció sus sacrificios. A través de m uchas vic isitudes y trabajos la fe y pacie ncia de Abraham pasaro n por grandes pruebas . Por otro lado, cierto es también que gozó del favor de Dios librándo le de pe ligros y dándole a conocer gratas nuevas sobre el po rven ir de su p ueblo y ratificándo le la promesa de que de su linaje vendría la bendición al mu ndo. Cert ificado venía todo esto con la promesa de que Sara, hasta entonces estéril y en ava nzada vejez, te ndría un hijo. La fam ilia de Abraham se incrementó en número, y maestro de la verdad, de la fe y de la ley f ue él para su proge nie. Pacto y concierto hizo Dios co n Abraham en representac ión de su descendencia [f. 56 r) para profes ión de la verdad y comprom iso de obed iencia, cert ificando Dios sus pa labras con la promesa de que él sería su Dios, q ue los ampararía y defendería en est e mu ndo, perdonaría sus pecados por medio de aquél que había sido prometido para remed io del linaje humano para quebrantar la cabeza al demonio y abrirles el cami no para la gloria venidera. En seña l de esta promesa mandó Dios que Abraham se circunc idase, j unto con los varones de su fam ilia; y que se guardase esta ordena nza a través de toda su descendencia como sacramento y memorial del pacto est ablecido por Dios con los suyos . Según la significación de este pacto, la misericord ia d ivina , impl ícit a en la promesa de la venida de su H ijo, in iciaba una nueva generación espiritua l con los hombres por la cua l estos serían adopt ados como h ij os de Dios y se convertir ían en enemigos de

la serp iente y de su linaj e. Con esto se increm entaban ta mbién las pruebas externas de sa lvac ión, ya que la circ uncisión - all ende de todo lo reve lado ant eriormente-

se daba como seña l de qu e había un pueb lo que p rofesaba

serv icio al Dios verdadero y al que se le había dado p romesa de redención de sus pecados.

Capítulo 25.

ESTA N CIA DE L PUEB LO DE DIOS EN EGIPTO Y SU POSTERIOR ,

LIBERACION

En cump lim iento de la pa labra dada a Abraham , su mujer Sara - ya de noventa años-

par ió un hijo al que pusiero n por nombre Isaac, que qu iere decir

'risa'. [!!S] Fue circuncidado Isaac, y creció en edad. Y det erm inó Dios de tentar a Abraham con grandísima te ntació n para que se viese la fe que con él ten ía, [f. 5Gv] y fuese ejemp lo para los ot ros de cómo han de perseve rar, y como han de obedecer en todo aque ll o que él les mandare. D íjo le que tomase a su hijo Isaac, y que lo llevase a un monte, y q ue allí lo sacrificase . Todas las pruebas y todas las tentacio nes que hasta entonces había afront ado Ab raham podrían cons iderarse como li vianas en comparac ión con est a ú lt ima. No leemos en el libro del Génes is que Abraham objetara a este requerim ien t o, sino que con gran entereza obedeció. Levantá ndose muy de mañana ade rezó su as no, tomó a su hijo Isaac y a dos mozos cons igo y se d irigió al lugar del sacrificio. Sobre las espa ldas del niño puso la leña del sacrificio, y prov isto de fuego y de un cuch illo sub ió al monte. Est ando ya todo listo para el sacrificio, levantó el cuch illo sobre su h ijo, pero hab iendo constat ado Dios su determ inación , mandándo le que no matase a su h ijo. Bien conocía Dios que Abraham le tem ía

y hast a ta l punto estaba dispuesto a obedecer le que no hacía esti ma de su propio hijo. Aparec ió lu ego all í un carnero y lo ofreció Abraham en sacrificio, dando gracias al Señor por su m iserico rd ia e invocándole para sa lvación propia y de su linaje en cu m p lim iento de sus promesas y pa ra suma gloria del

m ismo Señor. Fue tan acepta la fe de Abraham en esta caso, y la obed iencia que tuvo en tan grande hecho, que renovó Dios su conc iert o con él, y juró por qu ien él era que mu lti plicaría y bendec iría su linaj e y en grado sumo mostraría con ellos su miserico rd ia y les otorgaría gra nd es y seña ladas mercedes. Por la línea de Isaac se mu ltipl icó el p ueblo d e Dios, y se mantuvo en la verdad_[f. 57 r) Los otros h ij os de Abraham, empero, se desperdigaron por otras t ierras, y el m ucho descu ido qu e en sus linajes hubo prop ició una gran puerta para el engaño y el olv ido de la verdadera doctrina. Tuvo dos hijos Isaac, el uno Esaú y el otro Jacob. En Jacob y en sus descend ientes t uvo permanencia el verdadero conocimiento y la doctrina de la re ligión qu e Dios les había ense ñado y recib ido de sus antepasados. En este pue blo escogido se incrementó la m isericordia d ivina y en m ucho se mu lti plicó la descendenc ia. Nacieron a Jacob doce hijos, doce patriarcas que fue ron cabezas d e doce tribus y de cuya descen d enc ia Israel alca nzó un alto porcentaje de po blación. José, que era de los hijos menores, f ue vend ido por sus herm anos, y vino a parar en Egipto, lugar donde le favoreció la m isericord ia de Dios y lo uso de gran bend ición para su pueblo. Por aquel entonces la t ierra d e Ca naán sufría una gran ham bruna, m ientras que en Egipto José llegó a esca lar una posición de suma autoridad. Salió Jacob de Canaán con todos sus hijos, y toda su casa, y f ue a mora r en Egipto, donde fue m uy favorecido y muy prospe rado. A llí mu rie ron él y todos sus hijos. Sucedieron nuevos reyes en Egipto, que si guiendo el frecuente proceder de príncipes y hom bres encumbrados del mundo, echaron en o lv id o los grandes servicios prest ados por otros. Los

egipcios se olvidaron de José, y co nvirt ieron en esclavos a los hijos de Israe l, imponiéndoles elevados tributos y durísimos t rabajos. Temor tamb ién había en t re los egipcios de que el gran incremento de la población israelí pud iera un día amenazar la integridad del territorio. Oprimido el pueblo de Israel bajo el yugo de pesadas labores, decidió Dios interve nir y favorecerlos con sus obras. [f. 57v) Con esto el Señor iba a mostrar su fide lidad para con su pueb lo y demost rar que en med io de ard uas pruebas y dificu ltades su verdad iba a preva lecer. Faltos de todo auxilio h umano, el suyo no iba a fa lt ar. Decidió Dios sacar a su pueb lo de tan mala tierra como era Egipto, y apartarlo de sus grandes pecados, sus grandes abom inaciones y de la idolat ría que all í imperaba . As í como sacó a Abraham de la compañ ía de los ca ldeos , así qu iso sacar a su pueb lo de la de los egipcios, y apartarlos de tan pe ligroso contagio. Dios qu iso, además, renovar el conoc imiento de su doctri na en su pueb lo, ampliar el ámbito de sus mandamientos, y otorgarles una re ligión lim pia, hermosísima, llena de verdad . Les recordaría tamb ién Dios las grandes obras del pasado, las rat ificacio nes de sus promesas - con muchas figuras de lo por ven ir- , y con re novadas exhortaciones sobre el camino de sa lvación. Todo se cent raba en su persona - la persona del único verdadero Dios- . Finalmente declaraba Dios su propós ito de mostrar su justicia, sus grandes maravillas, su infinito poder - muy por encima de los poderes demon iacos- , y que so lo en él se encontraba la verdadera sa lvació n y la verdadera fe licidad. [116] Contribuyeron al logro de est os fines las maravi ll as que tuvieron lugar en Egipt o con la sa lida de los israelit as del país. Ante la rebe ld ía del

Faraón, los israe lit as pasaro n en seco las aguas del ma r, que se ce rraro n al en trar el ejercit o persegu idor de los egipc ios, perecie nd o ahogados t odos sus int eg ran t es . Otros grandes sucesos t uvieron tam bi én lugar al sa lir los israelitas de Egipto _[f. sSr) Como capitá n de su pue blo eligió Dios a M oisés, q ue ju ntamente con Aaró n, o bró gra ndes m ilagros en favor de los israe litas a raíz de la sa lida de estos de Egipto, y en confirm ació n de las pro m esas de Dios en el pacto hecho con Abraham. Por m and ato d ivino los israe litas habían de aba ndonar Egipto con t odas sus fam ilias y con t odos sus bienes, y hab ían de d irigirse hacia el monte Sinaí. Allí habían de ofrecerle sacrific ios, escucha r su pa labra y los conten idos de su ley. La noche en q ue habían de sa lir de Egipto m andó Dios que sacrificara n un cordero y lo com iese n en fami lia. Les instruyó para qu e pusiesen de la sa ngre de aque l corde ro so bre las pu ert as de sus casas , pues aque ll a noche pasa ría el Ánge l de la venga nza y daría m uert e a todos los pr im ogén itos de las viv iendas donde no hubiera la se ñal de la sa ng re. El castigo divino afect ó a la casa del Faraó n, a todos los primogénitos eg ipcios, e incl uso a los an imales. Este sacrific io del cordero, co n el ritua l que lo en m arca ba, había de ce lebrarse cada año en mem oria de lo que Dios había hecho en favor de su pueb lo d urante el largo per iodo de cuatrocient os años de sufr imient os en Egipto. Era t ambién una figura , o im agen , de la caut ividad esp iritu al [f. sSv) en q ue incurrió todo el linaje hu m ano por el pecado de nuestros padres y de su esclavitu d bajo el demonio. El largo tiempo durante el cua l los israe lit as estu vieron en Egipto sign ificaba también el espacio de la di lación de las pro m esas divinas, las

cua les, aunque muy ciertas , tardaro n m ucho en cump li rse. El sacarles de allí med iante su siervo Moisés, con hechos tan poderosos y de tanto espa nto, era seña l y figura de co m o el linaje humano había de ser li brado del poder del Faraón espiritua l med iante el hijo de Dios Crist o, nuest ro redento r. Maravillas portentosas son las que se asoc ian con nuestra rede nción; sumo poder requ irió la rest itució n del linaj e h umano a la paz y am istad co n el eterno Padre, y que de pecadores, cautivos del pecado, los hom bres llegasen a ser j ust os y herederos del rei no del cielo. Habiendo sa lido, pues, los h ijos de Israe l de Egipto, y librados de tantos peligros por la mano poderosa de Dios, llegaron y acamparon al pie del monte Sinaí. Subió Moisés al monte y desde all í le habló el Señor con el mensaj e de que recordara al pueb lo lo q ue había hecho po r ell os en Egipto: de cómo con sus prop ios ojos habían visto el gran cu idado que de ell os había ten ido, librándo les de grandes pe ligros y otorgá ndoles grandes favores . De oír ellos sus pa labras y de guardar el pacto con ellos contra ído, pueb lo escogido y privi legiado sería Israe l entre t odas las naciones del mundo. A las pa labras de Moisés respond ió el pueb lo de que listo y aparej ado estaba para obedecer en todo al Señor. Dij o Dios que descendería en nube y en obscuridad, y hablaría de ta l modo con Moisés que lo escucharía tamb ién todo el p ueb lo en testimon io de q ue él hablaba por boca de Dios y para q ue ellos le creyese n y le obedeciesen. [f. 59 r)

Capítulo 26.

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PROMULGACION DE LA LEY EN EL MONTE SINAI

Apercibida la gente de las pa labras qu e habían de esc ucharse al t ercer d ía, mandó Dios a Moisés que se sa ntifica ra el pueblo con limpieza de ropas , con alejamient o de toda cosa fea, [ll7J con ceremon ias y exhortaciones de religión y de limpieza - t al y co m o conve nía hacer en preparación para escuchar las palabras de Dios- .Mandó así m ismo poner cierto término alrededo r del m on t e, para q ue ningún hombre ni anima l t uviera la osadía de pasa r de allí - ya que d e hacerlo sería aped reado- . Única m ente Moisés y Aa rón t uviero n aut o rización para subir al monte . La imposición de este t érm ino, y la cons iguiente pena q ue se im puso a quien lo traspasara, daba a entender la gran ve nerac ión y respeto co nq ue la palabra d e Dios había de ser escuchada. [118] En esto no tie ne parte n i vot o la soberbia ni la curiosi d ad de la sabiduría hu m ana. Crédito y autoridad tienen los verdaderos min istros de Dios a los q ue él les com unica sus grandes secretos y los co nfirm a con el t estimonio de bu enas obras. Estos son los que ín t egra m ente se consagran al Señor y se afa nan por su gloria. Por su parte el pueblo de Dios, para escuchar su palabra con sabi d uría y gen uina disposición, ha de acercarse al Señor con un corazón lim pio y ll eno de temor reve rencial. Ll egado el terce r día, en el q ue Dios había prometido hablar co n Moisés y para que todo el pu eblo tamb ién le oyera, al amanecer se esc ucharon fue rtes truenos, viéro nse rel umbre de relámpagos, y una nube mu y espesa co m enzó a cubrir el monte, [f 59 v] m ientras que una bocina so naba con sonido m uy

fue rte y ate morizante. Llevó Moisés al pueblo al mo nte hasta el té rmino se ñalado. Todo el monte Sinaí humeaba, porqu e el Señor había desce nd ido con grande fuego, y por todo el monte había grande espanto y grande terribi lidad. Sub ió Mo isés al monte con Aa rón, tal co mo había sido concertado. Dios comenzó a hablar con Mo isés, de tal manera que todo el pueblo oía y en tendía las voces con grande espanto y gra nd e pavor. Las pa labras que le di jo so n las sigu ientes: 'Yo soy el señor tu Dios, que te saqué de la tie rra de Egipto, de la casa de servid umbre. No te nd rás dioses ajenos de lante de mi. No harás estatu a ni semejanza alguna de cosa que esté arri ba en el cielo, ni las que está n abajo en la tierra, ni de las que están en las aguas. No las ado rarás, ni las honrarás, porque yo soy el señor Dios tuyo, fuerte, celador, que visito la ma ldad de los pad res en los hijos hasta la tercera y la cuarta gene ració n de aque llos que me aborrece n, y hago mise rico rdia en mil ge neraciones a los que a man y guardan m is ma ndam ientos. No tomarás el nombre del Señor t u Dios en va no. Porque no dejará libre el Señor a l que tomare de su Dios y de su Señor va name nte. Acuérdate de santificar el día de l sá bado. Seis d ías tra bajarás y harás tu s haciendas todas . En el sépti mo día sá bado es del se ñor Dios tuyo, ninguna obra harás en él, ni tú , ni t u hijo, ni t u hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu bestia, ni el ext ra njero qu e está en tu casa. En seis días hizo Dios el cielo y la t ierra y la mar y todo lo qu e está en ellos, y reposó el sépt imo día. Po r ta nto bend ijo el Señor el día de l sábado, para sant ificarlo . [f. 60 r] Honrarás a tu padre y a t u mad re para que vivas mucho tie mpo sobre la t ierra que te dará el Señor t u Dios. No matarás . No co meterás adu lterio. No hu rtarás . No hab larás

contra tu prój imo fa lso t est imonio. No cod iciarás la casa de tu prój im o. No desearás su m ujer, n i su sie rvo , ni su sierva, n i su buey, ni su asno, ni cosa alguna de lo q ue posee.' [119] Estas pa labras so n part e de la plática que tu vo Dios co n Moisés y q ue fueron oídas ta m bién por el p ueblo. Sum amente atemor izados po r las palab ras de Dios y por t odo lo q ue tenía lugar en el monte, los israe lit as dijeron a Moisés: ' Háblanos tú , y nosotros lo oi remos y lo obedece remos; pero que no nos hable el Señor, para qu e no m uramos de es panto.' Respon d ió Mo isés diciendo : 'No temá is, porq ue Dios os quiere probar, y quiere q ue su temor re ine en vosotros para q ue no peq uéis.'

Capítulo 27.

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DE LA DIVISION DE LA LEY QUE SE DIO EN EL MONTE

En este monte, y según lo que hemos narrado, los hijos de Israel, llenos de profu ndo espanto, oyero n las palab ras que hab ló Dios m edian t e su siervo Moisés. La plática f ue mu y larga y co ntiene grande y copiosa doctrina. De la m isma, y en co nformidad con lo que pret endemos enseñar en nuestro Libro de

Doctrina, ent resacaremos los siguient es t emas. La suma de la enseñanza dad a por Dios a los h ijos de Israel en su conversación co n Moisés p uede divid irse en tres partes. En la primera se rese ñan los mandam ientos mora les, q ue son los de la ley natural, q ue f ue im presa en el co nocim iento y en la razó n del hom bre al serle dado su se r.La segunda parte t iene q ue ve r con las leyes polít icas , por las cuales el pueb lo se había de gobernar en la d ivisió n de las haciendas, en lo con t encioso, en los pleitos, en el cast igo de los delincuentes , en la p roh ibic ión de las inj urias, en la búsqueda de la paz y de la co ncord ia en la repúbl ica a través de leyes j ustas. [f Gov] La te rcera parte se centra en el cere m on ial de la re ligión, en los sacrificios, en las ofrendas, en t odo lo q ue tiene que ver con el tabernác ulo - o casa de la re ligión-, en los alime ntos vedados, y en aquellas figuras y sombras de las cosas f uturas. Todo lo q ue hace referencia a la primera parte es para todos los tiempos , es de ob ligado cumplim iento para todos - tanto para los j udíos como pa ra los ot ros pueb los-

ya

que es ley natu ral, de h umana j usticia y corroborad a por la propia conc ienc ia del hombre. Ya dij imos anteriormente sob re lo qu e quedó de esta luz después de la

ca ída, y afirmába m os q ue permanec ió en el hombre, pe ro no con la cl aridad que había t en ido en el estado de inocencia. Y es que sobre la m isma pesan los efect os del pecado y las nefast as infl uenc ias del dem on io. Añádase ta mbién las malas costum bres y persuas iones, la so ltura y licencia para los v icios y otras m alas inclinaciones q ue suelen re inar, y que en alto grado oscurecen la lumbre de la razó n y ponen en o lvido y descu ido las demandas de la ley natu ral y la voz de la co nciencia. Podríamos ilustra r esto d iciendo q ue el ser h um ano posee unos instrument os ca paces de conseguir det erm inados efectos; pero por darles tan poco uso se ha llan en po bre est ado y su d ueño ya ni se acuerda de có m o f un cio nan, y cua ndo pret ende ut ilizarlos de nuevo no sabe 6 cómo hacerlo co rrectame nt e. [f ,r] Ciertame nt e la cu lpa de t odo est o se ría del artífice por em plearse con t al descuido y habe rse ded icado a tareas t an co ntra rias a los fi nes pro pios de estos instrum entos . Bien sabido es que son m uchas las nac iones qu e co m eten pecados m onst ruosos q ue van d irecta m ente en contra de la ley natu ral. Co m et en estas transgres iones sin freno alguno, si n rem o rdim iento d e sus co nciencias y con el benep lác ito de todos . No pu ede decirse que est os hombres esté n des poseídos de razó n y fa ltos t ot alm ente d e ley natura l. En t anto que pe rtenec ientes al linaj e hu m ano se se m bró en ell os la sim ient e de la razó n, pero po r el m al trato que rec ibió como res ultado d e los v icios y de la opres ión de las m alas hierbas de sus pecados se ensomb rec ió la razón y la im age n de Dios en ellos qu edó m uy borrada. Puede suceder q ue est as naciones al ser d e nuevo ense ñadas y amo nest ad as, y al po ner les delante buenos ejem p los, buenas costu mbres y bue nas

leyes, vuelvan al conocimiento y al uso de la razón - co m o sucede con el campo sem brado de bue na sim iente, pe ro vencido de malas hierbas d a frutos muy po bres. Pero si después se le da buena y di ligent e labranza y se le quitan las malas hierbas, el cam po rend irá abunda ncia de buenos frutos- . Por su gran m isericordia , y conociendo por una parte la flaqueza del linaje humano, y por otra la d iligencia del dem onio en añad ir más ceguedad a los hombres, no halló Dios sufic iente el t estimonio racio nal impreso en el alm a, ni las enseñanzas dadas a los pad res de la antigüedad , [f

61

v] decid ió, en consecuencia,

promu lgar de nuevo esta ley por pro pia boca, dej ándo la escrita en tab las de pied ra para test imon io perm anente y para espejo indeleb le de co nd ucta. Todas las naciones q ue t uvieron relac ión co n el pu eb lo de los jud íos y tuv ieron conoc im iento de sus cosas, se extremaron , por enci m a de las otras, en el uso de la razón y en el ejercicio d e la j usticia hu mana. Si bien dejaron a un lado las ceremon ias y lo im po rtante de su re ligión , en lo demás los tuv ieron por maestros y recu rrieron a su ley para enderezar sus cosas y pu lir los ej ercicios de la ra zón. [120] Pod ríamos probarlo sufic ientemente recu rriendo al testimon io d e la historia y de los escritos de los genti les, que los grandes errores y locuras de las que al princip io tanto griegos como bárbaros dieron muestras en lo concern iente a la ju stic ia huma na, se v ieron correg idas en el grado en que aprend ieron del pu eb lo de los j udíos. En cuanto a las leyes civiles y po líticas dadas por Dios a su pueblo, no eran éstas de ob ligado cump li m iento para los otros pue blos -n i lo so n para los cristianos- . Eran normas leg islat ivas específicas para este pueb lo. La razó n d e esto estriba en hecho de que

la diversi d ad y pecu liaridad del modo de ser de la gente de otras t ier ras exige norm as de gobierno aprop iadas a las diferencias que les son p rop ias. Se requ iere, únicamente, que estas normas sean confo rmes a la razó n hu mana y al ju icio de hombres vi rtuosos y sa bios. [f.

62

r] Cua ndo no está da ñada de malas

hierbas, la razón h umana es más que suficie nte para consegui r este fi n. Discierne que una ley p uede ser buena para una nación, pero injusta para otra y así actúa en consecuencia. Es como un experto artífice que con u n m ismo cuchi llo corta diferentemente en diversas partes de su obra, y en todas ellas acierta . Las leyes po líticas que Dios enseñó a su pueblo, tuvieron en cuenta las particu lares pecul iaridades de los judíos; de ahí que no f uera n impuest as a otros pue blos. Si n embargo, co m o procedent es de tan excelsa sab id uría, hay en el las un ejemp lo y dechado de tan alta exce lenc ia, q ue au n cuando no sea necesario por las otras naciones segu irlas al pie de la letra, son al menos u n excelentísi m o modelo a tene r en cuento por todos aque llos que se afanen en promulgar leyes j ustas. La terce ra ense ñanza que Dios dio en el m onte, y que tenía que ve r con un gran numero de leyes ce remonia les y de lo que prefiguraban pa ra el f uturo, eran de cump lim iento ob ligado so lamente para el pueb lo j ud ío y pa ra aquellos conversos que se h iciesen jud íos. La v igencia de tales ceremon ias era hasta el adven im iento de nuestro Redentor. Después de su venida y promu lgado el Eva ngelio, no son estas ce remonias ob ligadas ni tampoco provechosas , y de hecho pueden resu ltar perj udiciales y entrañar gran pecado y blasfemia - ta l como es el caso co n los j udíos de la poste ridad- . [f.

62

v] El cese de aq uel los

ritos después de ven id o el Mesías, hijo de Dios y redentor nuest ro, escan da lizó al principio a muchos de los jud íos que querían ser cristianos, y t uvieron grandes d isput as con los apósto les, que les abrieron el cami no de la verdad . La razón por la cua l t odo aq uello cesó y deb ía cesar es muy m anifiesta - pese a la si nrazó n d e los que pers isten en su porfía- . Clara luz da la Escri-

tura Di11ina de este cese a todos aque ll os que con án imo manso y hum ilde escuchan su test imonio. Dos fueron los t iem pos que seña laron los profetas. En uno de ell os se profetizaba sobre lo por ven ir como si hubiera una especie de ve lo sobre la luz; algo as í como el ve lo que Moisés puso sobre su rostro, para que sin d ejarse d e ser visto, no fuese visto del todo. En este tiempo se daban figuras y sombras de lo ven idero; d e se rvidum bre , de destierro y de cautividad. Pero al un ísono se hablaba de la sepa ración de un pu eblo m uy pecu liar y distint o de todos los demás, de un pueblo que te nía pa labra d e Dios y fi rme esperanza d e lo ven idero. El segundo t iempo qu e seña lan y anuncian los m ismos profetas, es aquel en que se hab ía de revelar luz al m undo, y todo había de mostrarse m uy clara mente - sin ve lo y sin cobert ura- . Un tiempo en el que ya no habría profecías de lo ven idero, sino de acción de gracias por haberse ya cumplido las ant iguas promesas dadas a nuestros pri m eros padres; un t iempo en que iba a preva lecer rad iante luz, grande libertad y en el que las bend iciones no se li m itarían a un so lo pueb lo, sino a todo el mu ndo, [f. 63 r]y la proclama de la Pala-

bra Di11ina era para todos aq uellos hombres que la aceptasen, pues ta l co mo dice el apóstol sa n Pab lo, Cristo, nu estro señor, un ificó a dos pueb los que

originariamente eran d istintos y rompió la pared q ue los dividía, dando a todos una m isma doct rina, una m isma libertad de espíritu y la claridad de una m isma luz. (Ef 2,13-21). No hay, pues, necesidad de las antiguas profecías ya cump lidas, n i de promesas centradas en un ún ico pueb lo. En tanto que Cr isto, nuest ro redentor, nacido de madre virgen, y m uerto por nosotros en la cruz es el verdadero Mesías, y en él se cu m pl ieron todas las profecías, ya no hay, pues necesidad de las antiguas cere m on ias y sacrificios de la d ispensació n j udaica. [f. 63v] La d iferencia de los dos tiempos alud idos manifiesta está en los profetas. Por Jerem ías promete el Señor que hará con la casa de Jacob n uevo concierto, [121] distint o de aque l que h izo con los padres anti guos, cuando los tomó por la mano y los sacó de la tierra de Egipto. En este nuevo co ncierto, d ice el Señor: ' Daré m i ley en su mente, y la escr ibiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueb lo ... Todos me conocerán , desde el más peq ueño de ellos hasta el más grande '.

Uer. 31 , 31-34) . Claro está en este

pasaj e que las ceremo nias en las que se encerraba serv idumbre y cautiv idad , se tornan ahora en libertad de espíritu, y toda la oscuridad en luz y el co noc im iento de Dios y la grandeza de sus secretos adqu iere ahora plena revelación. Por lsaías se dice que 'e l pueb lo que andaba en t inieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de m uert e, luz resp landec ió sobre el los." (/s. 9 , 2). Y con esto se da a entender que la gentilidad, ciega y pe rd ida por falta de verdadero conocimiento, había de se r llamada a un m ismo beneficio y a una m isma luz con el pueblo de Israel, y se le había de abrir la puerta para q ue

cons 1gu 1ese lumbre de vida . Todo esto empezó a cumplirse en la ven ida de Cr isto, nuestro redentor, que mu rió por todos los hombres, y sin ya más esperas enseñó un m ismo eva ngelio para todo el mundo. Queda sufic ientemente probado que n i las leyes po lít icas que Dios enseñó a su pueb lo, ni las leyes de las ceremon ias, después de ven ido el hijo de Dios al mundo t ienen vigencia ob ligatoria. Solamente tienen vigencia los preceptos mora les, que son de ob li gado cump li m iento para todos los hombres de todas naciones. [f. 64 r]

Capítulo 28.

LA SUMA DE LOS MANDAMIENTOS Y SU SIGNIFICADO

La suma de t odos estos mandam ientos fue primeramen t e anunciada por el Señor mismo en el monte Sina í, y después fue dada en dos tablas de piedra escr itas po r el dedo y poder del mismo Señor. Tal como ya se ha d icho, esta ley vino a ser un conoc im iento renovado de aque lla m isma ley grabada en la razón humana por creac ión, y cuya ex igencia de j usticia se inscribe en la interioridad de la concienc ia de todos aque llos que no están afectados de ju icio monstruoso y de cond ición tan depravada que solo dan rienda sue lta a los deseos de sus abominab les apetit os. El propós it os de la ley es el de apartar al hombre de toda ignorancia y ceguedad acerca del conocimiento del Dios creador, y fuent e t ambién de t odos sus bienes y mostrarle como le ha de servir y honrar. Esta ley le instruye en la limpieza que debe tener su corazón para que esté en consonancia con la d ignidad que le d io Dios, a la par que le enseña lo bás ico de su religión: cómo ha de confesar quien es el Señor a qu ien adora y sirve y la confianza que hacia él debe mostrar. Son pa uta de conducta pa ra una re lación correct a con los demás: en sus actos, pa labras y pe nsam ientos. Sin agrav io alguno ha de ser digno represent ante de la bondad del Señor que lo creó, que comunica sus bienes t ant o a buenos como a malos y es sumamen t e pacient e para con t odos_[f. 64v] Esta es la suma y el fin de aq uel los mandam ientos que Dios enseñó en el monte Sinaí, los cuales ahora expondremos con la mayor brevedad posib le, para q ue el fundamento de nu est ra doctrina sea correcto y exh iba orden y armonía.

El primer mandam iento nos pide que am emos a Dios , que someta m os a él nu est ra vo lu ntad y le demos nuestro co razón - por se r él padre de suma bon dad, que nos creó y nos otorga sus bienes- . Q ue le t emam os como a Señor omn ipot ente, y con el que te nemos t an t as obligaciones. Que creamos en su pa labra, y en él pongamos n uestra co nfianza - te niendo por cosa ce rtís im a que si nosotros no nos apa rtamos de él, ha llare m os en su bondad verdadero remedio para nuestras necesidades- .[122] El segundo m anda m ient o nos pide que le invoq uemos como Señor nuest ro - ¡como a su m o bue n Señor!- ; que le po ngamos po r j uez de n uestra verdad y de nuestra justicia; qu e co n nuestro corazón y co n nuestra lengua le d emos gloria por lo que él es, y por lo que por nosotros ha hecho, hace y hará siempre. El tercer mand amient o demand a que t engamos una reli gión encam inada a la glo ria de n uestro Dios y en co nform idad co n la m isma demos testi m on io al m undo y nos preciemos de se r siervos de ta l Señor; qu e bajo n in gún conce pt o nos apart emos de él y dejemos de se rvirle. Nos exige, además, qu e sujet em os nuestra vo lu ntad a la suya , y así obre él en nosotros lo que es de just icia y de bond ad. El cua rto mandam iento nos pide que seamos agradecidos a t odos aqu ell os a través de los cuales -h aciéndolos m inistros suyos-

Dios a ten id o a bie n comu nicarnos sus

bienes. Primerís imos entre ést os es el de aque ll os a través de los cua les hemos recibido el ser; y el de aque llos env iados po r Dios pa ra nuestra doc. , nuest ra paz y nuestra ¡ust1c1a. · · · [f. 6 Sr] D e bemos d e h on rar a t o d os estos, , t rina obedeciéndoles en lo just o; soport ándo les en m uchas cosas; mostrándoles especial respeto y sirvié ndoles co n nu estros favores.

El quinto mandam iento pide la preservac ión de la perso na de nuestros prój im os, mostrando hacia ellos paciencia y ma nsedumbre para soporta rl os, elim ina ndo de nuestros co razones ira y enem istad hacia ellos, y adopt ando siempre una actitud humana y m ise ri cordiosa de perdón por sus inj urias . El sext o ma ndam iento ex ige de nosot ros u na honestidad modélica, tan t o en las costumbres y en las obras, como en los pensa m ientos y en las pal abras, mostrando en ell o la temp lanza q ue Dios nos pide y sat isfacc ión en so lo aque llo que él demanda. [123] El sépt imo mandamiento nos p ide co ntenta m ien t o con aque llos bienes que Dios nos concede en est a v ida, y que no tomemos de lo ajeno cosa algu na para sat isfacer deseos y apet itos prop ios; y qu e no tengamos envid ia de lo que otros pueda n t ener, ni que ponga m os imped imento a sus propósitos poses ivos . El oct avo mandam ien to nos p ide senci llez y verdad en nuestras pa labras, y que nu nca n uestra lengua se des m ande contra nu estros prój imos pa ra perj udicarles o inj uriar les, sino q ue con ella favorezcamos en todo aque llo que la j usti cia y la ve rdad requ ieren. Los dos ú lt imos mandam ientos demandan liberali dad de ánimo, y tota l fa lta de cod icia de los bienes ajenos, est ando nosotros sat isfechos de que nuestros p rój imos los posean y los d isfruten . Est a es la suma de los mandamien t os de Dios, y de la imagen de ser huma no que él demanda, para que co n j usta razó n se d iga que rea lmente es hechura de sus manos. ¿Puede considerarse el tercer m anda miento sobre la guarda d el día del sábado co m o precepto de reve lac ión y no de ley natura l? [f. 65 v] Si lo consideramos mu y de cerca , el origen de la observancia del sá-

bado est á ya en la ley natura l, qu e de hecho nos exhorta y dema nda que

te ngamos profes ió n re ligiosa de culto y servicio a Dios, aunque también es cierto que las particu laridades y secretos de est a re ligión ve ngan dados por reve lac ión - tal como sabemos que fue el caso con el pueb lo de Dios- . Más ade lante desarrollaremos más amp liament e esta temát ica . Sobre los m andamient os de la ley que el Señor dio en el Sinaí a los hijos de Israe l, conv iene que sepa el crist iano, y retenga en su memoria, que po r haber sido la natura leza humana tan perjudicada por el pecado, que de sí m isma no t iene recursos para serv ir y agradar a Dios, neces ita n uevo favor para t al fin . Este favor es el que se rec ibe a través de Cristo, nu estro redentor, prometido desde el principio del mundo como único remed io de sa lvac ión. De lo d icho se deduce q ue esta ley es modelo de verdadera just icia, y qu ien la cump liere será amigo de Dios y recibirá la debida recompensa. Conviene, pues, q ue en su cumplim ien t o most remos gran dili gencia para no caer en cam ino de perdi ción. Pero como ya tene m os d icho, de por sí el hom bre no p uede cu m p lirla, de ah í la necesidad que t ienen de recurrir a la gracia d ivina y venga a ser ge66 nu ino heredero de las promesas que conte m pla d icha ley. [f. r] La ley enseña y contemp la una dob le fina li dad. En primer lugar muestra las exigenc ias de ob ligación y servic io q ue ha de observar el hom bre hacia Dios, y cuán justa es la sentenc ia condenator ia de no ser ésta cu m p lida. En segundo lu gar, al mostrar al hombre su inhab ilidad para cumplirla, le insta a que se acerca a Dios en busca de remed io. Este remed io, o sa lvación, se halla en el H ij o que Dios dio a los hombres para q ue éstos f ueran rest itu idos de los bienes perdidos . En Jesucristo no so lo hay satisfacción por los pecados cometidos, sino tamb ién

nu evas mercedes de f uerza esp irit ual para t odos cua nt os en él depos itan su confianza, y a través de su favo r po nen en prácti ca obras de j usticia en cu m p lim iento de su ley; y as í, de este modo, sean desposeídos de los derechos ejercidos so bre ellos po r el dem on io y que acarrea n pecado e ira de Dios. De por sí, la primera f un ció n de la ley es de gran espa nto y terri bilidad, pues not ifica a los hom bres cuáles so n sus ob ligaciones y cuán j ust as sus dem andas. De t odo el lo la co nciencia del propio ser hu mano da test imonio, como t ambién le mu est ra que no t iene con q ué pagar. Todo est o, como veremos más ade lante, suscit a un t errible t em or. Temo r q ue el crist iano aca lla a través de su fe en Jes ucristo, hij o de Dios, quien no so lo es satisfacción por las culpas del hom bre, si no q ue t ambién ti ene impetrado de su Padre espírit u y gracia a su favo r 66 en el cumpl im iento de la ley y en la reco m pensa del re ino del cie lo. [f. v] Q ue no deseche, pues, el hombre est e favo r, si no q ue co n humildad supliq ue po r este espíritu q ue el Señor ciertamente le otorgará para fruto de buenas o bras y de verdadera pen ite ncia.

Capítulo 29.

ISRAEL EN TIEMPOS DE LA VENIDA DEL HIJO DE DIOS

Permaneció la verdad y todo lo que Dios mandó al pueb lo de Israe l de una m anera intermit en t e: a veces en t re m uchos, a veces entre pocos. Ta n desagradecidos fuero n de los beneficios de Dios; a ta l punt o los p usiero n en o lv ido, y ta nta so ltu ra d ieron a sus pecados, que n i leían las Escrituras Divinas ni ten ían cu idado de la re ligión . Una gran mayoría cayó en grandes er rores y se ntó ej em plos abom inables. En medio de est os t iempos reservó Dios para sí a unos pocos para q ue en ell os se preserva ra la sim iente de la verdad y a su debido t iempo fructificara . G ran cu idado t uvo el demonio en po ner ceguedad en el m undo, y muy particu larmente en el pueb lo de Israel, pues a los ot ros pueblos ya los consideraba co m o suyos. De d ive rsas maneras se esforzó en poner grandes impedi m entos para que la verdad de Dios no ll egara a fruct ificar entre los hombres . Grandes daños fueron los que h izo, mas nunca consigu ió que desapareciera, o se oscurecie ra del t odo la Palabra de Dios, que por acuerdo eterno habría de co nseg uir la victo ri a sobre las ti nieb las que el pecado hab ía int rod ucido en el m undo. [f. 67 r] No cump lió la mayoría de Israe l con sus ob ligaciones, e infiel fue co n su Dios; empero no fa lt ó Dios a su pa labra, pues siempre cu m p le él sus propós it os en con formidad con lo q ue él es, y no por lo q ue nosot ros somos. En el cump lim iento del t iempo, que po r la bondad d ivina estaba prometido y det ermi nado, envió Dios a su H ijo, nac ido de m ujer, pa ra que f uese verdadero homb re, nacido bajo la ley, y que por su inocencia librase del yugo de la ley a los q ue est aba n debaj o de ella y condenados po r su

pecado. El Redentor en su venida se percató del gra n confusionismo re ligioso que re inaba en su pueb lo: grandes errores y grandes tin ieb las acerca del ente nd im iento y de la guarda de la ley. Cierto es q ue la idolatría había sido desterrada de entre los j ud íos, y desde f uera parecía q ue se daba una gran profes ión re ligiosa. El temp lo destacaba por sus serv icios y la gran asistencia de fie les; las aportac iones para sus gast os y sacrific ios eran generosas y estricta m ente se observaban las ofrendas . Letrados y re ligiosos avíalos en gran número. Había fariseos y sad uceos , y aunque entre ell os había d iferenc ias, todos observaban m uy estricta m ente sus ideas y práct icas re ligiosas. [, 2A-J Aun siendo esto as í, la verdad estaba muy alejada de ellos y la mentira te n ía reino m uy próspero. Y es que el demonio bien entend ió que los judíos habían desechado de sí las idolatrías y demás errores de los gentiles, y que sobre este part icu lar no podía hacer ta nto mal como so lía, de ahí que decid ió inmiscuirse tomando otro sendero: el de la h ipocres ía, el de la fa lsa re ligiosidad - v istosa de por f uera, pero vacía de por dentro- , el de las enseñanzas y trad iciones humanas - de apariencia tan atractiva y apreciada como para echar en o lvido la Pa labra de Dios- _[f. 67v] Todo era invención de sus men t es y ma nipu lac ión de la Escritura para favorecer sus doctrinas. Patente era la gran avar icia de los sacerdotes y de los enseñadores del pueb lo en el marco de una gran amb ición de glor ia y de preem inencia. Todos esto no era más que veneno y pestilencia para d isipar la verdad. A ta l extremo llevó esta perdición a los saduceos, que terminaron conv irt iéndose en secta de Ep icuro , enemiga de la verdad testimoniada por la Escritura, e incluso enseñada por la sana fi losofía.

Int er preta ban todos m uy carna lm ent e las pro m esas y el reino del Mes ías, anhela ndo ún ica m ente un rei no tempo ral de be neficios y m ercedes t errenas. Solo en unos pocos ardía la lumbre d e la verdad. Estos eran los integrant es del verdad ero pue blo de Dios, escog idos para ser suyos. De est e peq ueño rema nente era la Virgen y t od os aquellos de su linaje a quienes t omó el Señor para que f uesen instrumentos del Redent o r en aq uella gran emp resa de la sa lvación del hombre. En su ve nida, Crist o, nu estro redent o r, desempeñó un tripl e min isterio. El primero fue el de la enseñan za. V ino a enseñar la pa labra del Padre, predi cá ndola en su verdadero se nt ido y fun d amentándola en sus principios bás icos. Buscó en esto la comprens ión de los oyentes segú n la reve lació n rec ibida del Pad re y así ent endida también por los sa ntos patriarcas y profet as de la anti güedad. Por el segu ndo m inist erio vi no a ser ej emplo de car idad, de paciencia, de co nsta ncia, de pureza, y d e todo aq uel lo que es de sum a comp lace ncia de la bondad divina. Menospreció, en consecuenc ia, los inte reses del mu ndo, busca nd o por enc ima de todo la gloria y vo luntad de su Padre. Por el te rcer mi n isterio vino a se r rey y sacerdote d el linaje hu mano, ofrecié ndose así m ismo como sacrificio e int ercesor de los hom bres, y aplacando de este m odo la ira del Padre y abriendo las p uertas del cie lo a su pueb lo. Co n su venida inst auró un reino espi ritua l, se co nvirtió en defe nsor de los suyos del pecad o, del demonio, del infierno y así llevar los a compart ir consigo su re inado 68 en pe rpetu a vida y en perpetua fe licidad. [f. r] No soportaron los ma los su doctrina n i su verdad, pues éstas ponía n de relieve sus fa lsedades y su

carencia de bienes espiritua les. Le despreciaron por conde nar él sus perve rsas inclinaciones y pensaron que lo mejor para sus intereses era terminar con su v ida. Y es por eso que en contra de los dos primeros ministerios de Cristo - el de la pred icació n y el de la ejemp laridad de conducta-

los h ipócritas y

ma lvados fundame ntaron sus propós itos pa ra da rl e muerte. Con suma entrega y benevo lencia el H ijo de Dios fue a la muerte, sabiendo el gran va lor que su sacrificio ten ía ante el Padre pa ra la obtención del perdón de los hombres. En él se cump lieron todas las profecías, y una vez fina lizada su obra as cendió a los cielos y se sentó a la d iestra del Padre. Desde allí env ió el Espíritu Santo a sus d iscípu los para ilum in ac ión y forta leza en la m isió n de la pred icac ión del Evangel io a todo el mundo. Con ma rav ill as muy grandes el Espíritu Santo confirmó a los discípu los, qu ienes d ieron testimon io muy notorio de que Cristo era el H ijo de Dios y había ven ido al mundo para la redención de los hombres y para la enseñanza de la verdad. Contra todo esto se opuso el reino de Satanás con t odo su poder, su saber y su ma ldad. Pero todo fue en vano: aque ll os doce d iscípu los y segu idores gra n muestra dieron de la verdad que proclamaba n, dando en todo prueba de que aque lla emp resa no era cosa de hombres, sino de Dios. Con esfuerzos y con cruz, y con la sangre que derra maro n, se incrementaron en gran número los creyentes . De ellos fue la

. t

V IC

.. [f. 68v]

oria

[1]. La palabra en el texto original es rabia. [l]- La pa labra q ue usa Consta nt ino es envidia. [3]. Es conve nient e advert ir al lecto r q ue frecue ntemente las cit as bíblicas qu e aparecen al margen del t exto so n eq uivocadas. No podemos expl ica r el origen de estos erro res , difícilment e son t odos ell os atr ibuibles al impreso r. La referencia que en el original apa rece al margen de nuest ro text o es dejuan 14, pe ro en realidad debería ser del cap ítulo 8 versícu lo 44.

L4J.

El t érmi no q ue aqu í Constantino uti liza es el de codicia. No siempre el tér-

m ino expresa un deseo, o am bición negat iva . [5]. La referenc ia de juan 8, q ue aparece al margen, no es correcta. La correcta es la que hemos dado en el t exto. [6] . Consta ntino traduce de la Vulgata , y sigue ta m bién la nu m erac ión de cap ítu los de est a traducción lati na y, en consecuencia, como cita de refe rencia da el salmo 13, cuando en co nfo rm idad con las traducciones basadas en or igi nal hebreo debería ser el 14, que es el q ue hem os dado sigu iendo la ve rsió n ReinaVa lera de 1960. Advertimos al lector que, exceptuando algun os casos en q ue así lo exija la fi delidad a los textos originales, utilizaremos la alud ida ve rsió n Rei na-Va lera para las citas bíbli cas que aparecen en el text o constant iniano.

[7.]. La expresión que usa Constantino es la de "ma l rostro co ntra la verdad ". [~]- La cita al margen es errónea; Romanos 6 es la correcta . [9]. La pa lab ra en el origina l es " pesti lenc ia".

[10]. Sobre la sign ificación qu e Const ant ino otorga al té rm ino "pen ite ncia", ve r

SACRAMENTOS ..

[ll]- La referencia bíbl ica que da Const antino de

1

Timoteo , 3, no es correcta.

Las pa labras que at ribuye al apóstol Pabl o, de hecho están entresacadas del primer capítulo de dicha cart a, y de los capítulos 3 y 4 de la 2 Timoteo.

[12]. Diógenes de Sínope, tamb ién llamado Diógenes el Cín ico (412 a. C.-

323

a. C.), discípu lo de A ntísti nes, el primer discípu lo de Sócrates.

[13]. Los m isterios son los co nte nidos de la revelació n salvífica. [14]. Confirmación: en el sentido de parte principal de la t em ática. [15]. Lucio Ceci lio Firm iano Lactancio (245-325) , escritor latino y apolog ista cristi ano nacido en el norte de África. Su principal obra, las lnstitutiones di11inae es una defensa de la doctrina cristiana como sist ema arm onioso y lógico.

[1.Q]. Como vere mos, el tema de las 'sect as' - o rel igiones- , así como el de los sacram entos, no llegarán a t ener cum plido t ratamien t o en la Doctrina cris-

tiana, y de ello se lamentará Constantino en las últimas páginas de su obra. [17.]. La expresión que uti liza Consta nti no es la de " servir con la pa labra ent re tanto que Dios me diera vida y furias para el lo."

[18]. En ro mance: en castel lano.

[19.].

El

aforismo

'Conócet e

a

ti

m ismo'

(en

griego

yv&8t

cri:;a1rróv, y en latín ' nosce te ips um') , suele atribu irse a Sócrates (470

a.c. - 399 a.C.), pero co n anterioridad ya lo había pronunciado Chilón Lacedemonio, uno de los ll amados Siete sabios de Grecia. Según Pausanias, la célebre se nte ncia aparecía esculpida en el frontispic io del antiguo tem pl o de Apelo en Delfos. [20]. La cita al margen está en latín: Haec est autem vita aeterna, ut

cognoscant te solu m ve rum Deum et quem m isisti lesum Christu m. "Y esta es

la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado." Un 17, 3). [21]. Frecuent emen t e la expres ión que ut iliza Constan t ino es " por donde" y que nosotros , d e ahora en adelante, sustituiremos en singular o plural ' por la cual,' o ' por las cuales'.

[22]. El térm ino ' not icia' lo usa Constant ino frecuent emente en el se ntido de 'co noci m ient o'. [6 3]. Con m uch ísima frec uencia Constant ino acentúa el significado de los adjet ivos adverbiales usándolos superlativamente. Aquí, en vez de 'j ust ament e,' recurre a 'just ís imament e'. En otros casos , po r ejemplo, en vez de 'firmemente', 'firm ísima mente' ; en vez d e 'gravement e', 'gravís imam ente' ; en vez de 'm iserico rdiosa ment e', ' m iserico rdiosís imamente' ; en vez de 'bastant e', 'bas t antísimament e', et c.

[2.4-J. Contento : "bienaventu rado y contento con su m ismo ser." [6 5]. Concierto, en el sentido de bu en ord en y buena arm on ía.

[26]. Const ant ino, al igual que todos los aut ores de su tiempo , ut iliza el verbo 'criar ' en el se nt ido de 'crear.' [6 7.]. Qu ilate: grado de perfección de un a cosa .

[28]. La palabra que usa Const ant ino es la de 'oficio'. [29.]. En el original: 'con est a pi ntu ra.' [30]. La cit a que da Const ant ino, de la Vulgata, es de Daniel 7, 10 : "... m ill ia m ill ium m inistraban t ei, et decies m illies centena m illia ass istebant ei." "Y le

ser11ían millares de millares y le asistían millones de millones," segú n la ve rsió n de Nacar-Col unga: Sagrada Biblia, B.A.C. 1963. [31] . Co n el pecado Co nstanti no asocia la cat egoría est ética de la fealdad. Ver

APÉNDICE. [36 ]. El t érm ino q ue usa frecuenteme nte Const antino es el de 'ca lum nia', q ue rev iste la sign ificació n de co ndena, crítica, cens ura, etc.

[33]. La cit a q ue Co nsta nti no da al margen es del libro apóc rifo de la Sabiduría 11, 2 1: " .. . o m nia m ens ura et n um ero et pondere dispos uisti."

"Pero todo lo

dispusiste con medida, número y peso". [34]. Encarecimiento. Térmi no que aparece frec uenteme nt e en el sentido de alabarse algo mu cho, o valo rarse mucho co n inst anc ia y em peño.

[35]. Génesis 1, 31: "Vid it que Deus cu net a q uae fecit et era nt valde bo na". "Y 11io

Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera". Se d ice en el text o: 'excels ivamente' buenas.

[36]. En el texto origi nal: "Bast an tísima razón es pa ra esto ver q ue el pecado es cosa m uy apa rtada ... " [37.] . Al m argen, como refe rencias generales se dan las de Efesios 1 (20-21) y

Colosenses 1 (15-17). [3~]. Ve rsión Re ina-Valera. [39.] . Vers ión Reina-Vale ra. [Jo] . Mateo 25, 41: "Apartaos de m í, m alditos, al fuego et erno preparado para el diablo y sus ánge les".

[A-1]. Nuevament e aq uí Consta ntino cita la Apócrifa.

[42]. En el origina l: diputados, en el sent id o de d estinados. [43]. Aire: un o de los cuatro element os origi narios de la realidad. [44]. Efesios 6, 12: "Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra

principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes." [45] . Salmo 78, 1-72. En este salmo se recoge la ingratitud y rebel ión de los israe litas en resp uesta a las mercedes y beneficios rec ibidos de Dios, y que según Co nstan t ino, o braron así inst igados por las hu est es sat ánicas. [46]. Sentencia: pa recer genera lizado de m uchos entendidos. [47.].

2

Pedro 2,19b: " Porq ue el q ue es ve ncido por algun o es hecho esclavo del

que lo ve nció." [48]. La cita comp let a es la del vers ículo 44: "Vosotros sois de vuestro padre el

diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira". Y en latín, a la que frag m ent ariament e cita Cas iodoro, es: "Vos ex patre d iabolo est is et desideria patris vestri vu ltis face re ille homic id a erat ab init io et in ve rit ate non st etit qu ia non est ve ritas in eo cum loqu itur mendacium ex propri is loq uitu r qu ia mendax est et pate r eius." [4.9J. Contradecidor: con t radict o r. [50]. En el t ext o: " sin trae r sobre sí grande ve la ..." [51]. Máquina: agregad o de diversas partes o rdenadas entre sí y d irigid as a la form ac ión d e un todo bajo la sab iduría y poder so brenatura l de Dios.

[si]. Consultación: d icta m en, d eliberación. [53] . Consejo: deliberación. [54] . Encarecer: va lorar. [55] . Grosero: basto, ordinario, inferior. [5§]. Centella: destel lo, luz. [57.]. Aparejo: dispos ición para algun a cosa.

[S~]- Figurar: rep resentar. [59]. Cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire. Co nsiderados los componentes del cuerpo.

[60]. Amonestamiento: amonestación; de amo nest ar, advertir, preven ir.

[61]. Misterio: conten ido doctri nal. [62]. Recrecer: aumenta r, acrecentar, increme ntar. Verbo qu e uti liza muy frecuen t eme nte Co nsta nti no. [63]. Des11elamiento (des11elo): poner gran cuidado y atenc ión en lo q ue uno t iene a su cargo o desea hacer o consegu ir. [6.4-J. Señalado: de especial singularidad. [§5]. Experiencia: en el senti do de sacar enseñan za del re sult ado de una acción persona l. [66]. Oficio: f unci ó n, ocupación , cargo , profes ió n, etc .. [67.]. Policía: el buen orden q ue presid e un lugar. [68]. Propiedad: atrib uto esencial. [69.]. Compostura: la hechura de una cosa en sus partes co nstitutivas.

Lzo]. Sigue a co nti nu ac ión

un párrafo ininteligi ble. ¿Erro r de imprent a?

[7.1] - Acometer. en el sent ido de te ntar.

[7.2]. "Sed prudentes como serpientes, y sencillos como palomas': Mateo [7.3]. El pasaje pa ulino al q ue se refiere Const ant ino es el de

2

10, 16

h.

Ti moteo 3, 16:

"Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, 3:17 a fin de que el hombre de Dios sea pe,fecto, enteramente preparado para toda buena obra". [7.A-J. La alusión de Co nstanti no a Proverbios 16 t iene q ue ver con el co nte nido genera l del cap ítu lo, y no a un versículo en conc reto.

[7.5]. Tasa: valo r, m ed ida, prec io. [7.6]. Escaso: m ezq uino. [7.7.]. Const ant ino cit a de m emoria. La refe rencia comp leta no es del capítulo 1°, sino del 2º, ve rsícu lo 14: ''Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo

engañada, incurrió en transgresión". [7.8]. "Si bien lo considera m os"; en el origi nal: ' si bien lo m ira m os '. [7.9.]. Al ma rgen del t ext o Constant ino da la cit a en latín: Nacentes morimur,

finisque; ah origine pendet. La cit a es del astrónomo latino Marco Mani lio, 29 a.c. - 14 d.C., en su obra Astronómica, libro IV, 16.

[80]. " Experi m entó el hombre". En el sentido de atestiguar y comproba r vive ncia lmente.

[81]. En el origina l: desastres.

[82]. Para segu ir el re lat o bíb lico comp leto al que aq uí se alude, ve r Génesis capítulos 1-3. [~3]. Industrias: maq uinac iones.

[84]. Se insin úa aqu í lo q ue iba a ser el naci m ient o vi rginal de Jes ucristo. [~5] . La refere ncia pau lina a la q ue se refiere Constantino es la de

1Timoteo

2,

11, 13-14: "La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción ... Porque Adán fue for-

mado primero, después de E1,1a; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión. [86] . 'Co m o el cl avo' : con daño y dolor ag ud o

[~7..]. Las pa labras de Const antino son un extracto d el t exto pau lino de Roma-

nos 7, 17-25, q ue segú n la versió n Rei na Va lera, dice así: 17: "De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.

18:

Y yo sé que en

mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. hago.

20:

19:

Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso

Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en

mí. 21: Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. 22: Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; 23: pero 1,1eo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lle1,1a cauti1,10 a la ley del pecado que está en mis miembros. 24: ¡M isera ble de m í! Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente si(l)o a la ley de Dios, mas

¿qu ién m e librará de este cue rpo de mu erte ? 25:

con la carne a la ley del pecado." [88] . Las pala bras de Jesús a las qu e se refi ere Const ant ino son de Juan 8, 44:

"Vosotros sois de 1,1uestro padre el diablo, y los deseos de 1,1uestro padre queréis hacer." [89.]. ¿Hay aq uí una alusión a la doct rina cat ó lica del lim bo; de los infantes qu e

han muerto sin haber recibido el ba utismo? [90]. Salmo 51 , 5: "He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió

mi madre." [91]. En Romanos 3, 10-18 el juicio conde natorio de Dios sobre el pecado es

universal sobre toda la raza huma na -"no hay justo, ni aun uno"-. Es muy pos ible que en este tema Constantino se refiera ta m bién a Romanos 5, 12, 14:

"Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron ... Reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir." [92]. Al margen Constantino reprod uce en latín esta cita de la Vulgata:

"Uni11ersa 11anitas omnis horno 11i11ens", que proviene del Salmo 38, 5: "Ciertamente es completa 11anidad todo hombre que 11i11e". [93]. Salmo 5, 4: "Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad".

[9..4-J. Génesis 1,31: "Y 11io Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en

gran manera". [95]. ¿Dónde se encuentra esta refe rencia 'bíblica' a la que alud e Constantino? [96]. Eclesiástico 15, 14: "Dios hizo al hombre desde el principio, y lo dejó en manos

de su albedrío. 15-16: Si tú quieres, puedes guardar sus mandamientos, y es de sabios hacer su 11oluntad. 1 T Ante ti puso el fuego y el agua; a lo que tu quieras tenderá la mano. 18: Ante el hombre están la 11ida y la muerte; lo que cada uno quiere le será dado". Vers ión de Náca r-Colunga. Obsé rvese que esta trad ucción difiere bastante del texto que nos da Constant ino.

[97..]. Eclesiastés 7 29: "Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas per1

versiones." [98]. Sabiduría 1, 13: "Dios no hizo la muerte; ni se goza en la pérdida de los vivien-

tes." Nácar-Col unga. [9.9.]- Romanos 5, 12: "Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre,

y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron". [100]. Posiblemen t e la referencia que Co nsta nti no tendría en ment e en este contexto fuera la de Romanos 8, 28-39.

[101]. Salmo 119,1 05: "Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi ca-

mino." [102]. Mateo 13, 16-1 7: "Biena11enturados vuestros ojos, porque 11en; y vuestros oídos

porque oyen. Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron." [103]. En el text o origi nal: ' les d aba recreación'. [10.4.J. Rod rigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. [105]. La historia de Gedeón se re lata en el Antiguo Testamento en los capítu los 6-8 del Libro de los Jueces. En el Nue110 Testamento, en el capítulo

11

de la Epís-

tola a los Hebreos, se m enc iona a Gedeón como a uno de los héroes de la fe. [106]. 1 de Reyes 18,38. [107..]. Hebreos

11 ,4.

[108]. O riginal: ind ustrias . [109.]. En el origi nal: 'de la d ivisión de dos iglesias o dos congregac iones'.

[110]. Génesis 4, 23-24. [fil]. En el or ig inal: ' Siguiendo el cam ino de su pe nit encia.'

[112]. Génesis 10, 9. [113]. Jeremías 51 , 9: "Curamos a Babilonia, y no ha sanado; dejadla, y 11ámonos

cada uno a su tierra". [1L4] - En el t exto original: Sarra. En la vers ión Rei na-Va lera: Sara i. Y después en las otras vers io nes se la llama ya Sara. Ver Génesis 17, 15.

[115]. El nombre se exp lica por la risa de Ab raham y de Sara (Gn. 17,17; 18,12-15; 216) y de los testigos de su naci m ien t o (Gn . 21, 6).

[116]. Además de todas estas be nd iciones, añade Const antino q ue Dios iba a da rl es 'libe rtad y repúb lica'.

[117J. Obsérvese, una vez más, la frecuencia con la que Consta ntino asocia lo 'feo ' con lo ' peca m inoso '.

[118]. En el orig inal: ' la grande re li gión con que la pa lab ra de Dios debe ser oída'.

[119]. Para una vers ión más reciente de los Diez Mandam ientos, véase la rev isión de 1960 de la t raducción Re ina-Va lera, en el libro del Éxodo 20,1-17. Hemos cit ado literalmente el texto de Co nst antino para que el lector pueda ap rec iar la be lleza del castellano que utiliza nu est ro autor.

[120]. En el texto original por dos veces se hab la del ' pueb lo de los ind ios '. Evi dentemente se trata de un error de imprenta , pues debería decir 'pueb lo de los jud íos'.

[121]. En vez del térm ino ' pacto ', Co nstanti no se inclina po r el uso del térm ino

'co ncierto'.

[122]. En la exposición de los Diez mandamientos Constan ti no no sigue estricta mente el modelo sinaítico del libro del Éxodo, capítu lo 20, sino q ue nos da una vers ión generalizada de los mismos sobre la base de las enseñanzas que de ellos se derivan de algunas refere ncias bíbl icas. De todos modos es de constatar su si lencio sobre la proh ibició n de no "tener dioses ajenos delante de Dios" y la co nsiguient e prohibic ión de " hacer im ágenes".

[123]. En el text o origi nal: ' una honestidad enemiga de t oda cosa fea.' [12aJ. Además de fariseos y sad uceos Constantino añade el grupo de los 'eseos'. ¿Se refiere a la secta de los esenios?

SÍMBOLOS: LA ENSEÑANZA DOCTRINAL DE LA IG LESIA PRIM ITIVA

Capítulo 30.

LOS SI M BOLOS DE LA FE EN LA ENSENANZA DOCTRINAL DE LA IGLES IA PRIM ITIVA

Habiénd ose mu lt iplicado el número de creyentes , los líderes de la Igles ia estab leciero n las bases de una norm ativa doctri nal q ue fue ra breve en su art icu lado y, además, de fáci l memorización, y res um iese en sí la sum a de las

Escrituras y de la verdad de la fe. Para est e propós ito formu laron el llam ado Símbolo de los Apóstoles, q ue en pocas pa lab ras resu m e toda la doctrina que ellos predicaron , ta nto para peque ños como para m ayores, ta nto para sab ios como para no sab ios. Este Símbolo ven ía a ser una normativa de la verdad , y a la luz de la m isma los creye ntes podía n defenderse de t odas las fa lsedades y engaños con los que ins istentemente el dem on io y sus perversos m inist ros se esfuerzan en introducir. Al surgir la secta de los arrianos, los líderes y prelados de la Igles ia ce lebraron el Co ncili o N iceno y apro baron el sím bolo que en el oficio de la m isa se ca nta en las ig les ias . En este símbolo se incl uyeron todos los artícul os de la fe y de la doctrina apostó lica y se condenaron los errores de Arrio .(165] En este m ismo t iem po Atanas io,[126] va rón exce lente tanto en las letras como en la v ida, y tenazmen te perseguido por la sect a de los arrianos, compuso ta m bién su Símbolo,[167.] que incluye m ucho de lo que pert enece a la religión, principa lmen t e en aq uello q ue concierne a la d ivin idad de Cristo y a su encarnació n, a la Trin idad de las Divinas Personas, y sobre otros te m as de importancia doctrina l. [f. 69 r] A estos t res símbolos la Igles ia ha te nido siempre una gran veneració n, y ta nto el de N icea co m o el de Ata nas io so n

rec itados en los divi nos ofic ios. En la form ulac ión de estos sím bo los el propósito de la Iglesia f ue el de refut ar erro res y engaños y el de ilu m inar a los fie les sobre la doctrina q ue han de observar. El hecho de qu e so n expuestos con brevedad contribuye a fi j arlos en la mem oria, y a que las gent es se ncil las pueda n t ener un conoci m ien t o bás ico de la enseñanza q ue se co nt iene en las Divinas

Escrituras. A l rec itar los cont en idos de los Símbolos el cristiano hace co nfes ión de lo que profesa y de lo que cree. Para un bue n test imonio de la fe que en ell os se decl ara el creye nte debe sup licar a Dios que le oto rgue gracia para persevera r en sus ense ñanzas, e incluso le dé forta leza para sufrir la o posición y co ntra d icc ió n de los qu e no cree n. Para un a apro p iada com prensió n de est os sím bo los em pre ndem os ahora la ta rea de prepara r est e escrito, t eniendo por ciert o que Dios será en ello servido, y que recibi rá esto co n m ás alegre rostro que si le ofreciésemos todas las riqu ezas y tod os los pod eres que hay en el mu ndo. Conscie nt es so m os de que so lo la enseñanza de la verdad d e Dios pu ede abrir a los hombres el sendero de la bienaventu ranza y hacer que sea prosperada la Iglesia - aún en medio de los sufrim ient os de la cruz y de la o pos ició n de los poderes del m undo- . [f. 69 v] Cuando esto falta, y por mu chas que sean las pompas y lust rosas riq uezas d el m undo, la Igles ia no te ndrá el bene p lácit o de la majestad Divina. Con el favor del cielo entrare m os aho ra en el aná lis is doctrinal de los artículos de est os símbolos, y así pued an los lect o res creye ntes recrearse y conso larse en los misterios que se encierran en sus breves formu lac iones. Para el logro de est e fi n segu iremos la enseñanza de la

Escritura Divina, principa l y certís ima luz de la verdad. No nos separaremos de la expos ición y sent ido que de ell a siempre observó la Iglesia cató lica en consonanc ia con la plática antigua de los patriarcas y de los profetas, y cont inuada posteriormente hasta n uestros d ías po r los Apósto les y los santos doctores . Para la consecución de ta l fin sup licamos ahora al Padre de todas las luces, y de quien procede todo lo bueno, tenga a bien auxi liarnos en nuestra ta rea , mostrarnos el camino correcto para que con su luz y claridad no nos apartemos de la verdad y sigamos en todo la enseñanza de la Escritura, que en su m iser icord ia reve ló al mundo mediante sus profetas y hombres santos de la antigüedad, y últ imamente con mayor claridad a través de su un igén ito H ijo.

[f. 7or] Con esta confianza damos, pues, principio a la exposición de la doctrina cató lica que sobre esta temática han de tener los cristianos, y así puedan superar la ceguedad que en todo se afana por introducir el demonio. El vocab lo griego símbolo t iene muchas significaciones. Para nuestro propósito nos referiremos a dos de ellas. Símbolo puede sign ificar la parte que a uno le corresponde en la costa de un convite, porque de muchas partes y de lo que muchos ponen se co li ge toda la suma . Conforme a esta sign ifi cac ión son muchos los que afirman que la suma de la fe cristiana se llama símbolo porque fue co legida de las sentencias de muchos que se j untaron para ordenar la. Así d icen que los Apósto les se juntaron e hicieron el símbolo que comúnmente usamos y que por esto se llama Símbolo Apostólico. Otra significación sería la de devisa o seña l. Así, por ejemp lo, los integrantes de un ej érc ito recurrir ían al uso de cierta pa labra o seña l para identificac ión propia y

así poder d iferenc iarse de los ene m igos. Todo parece ind icar que acorde con est a significación se p uso el nombre de símbolo a nuestra doct rina para q ue el cristi ano pud iera ident ificarse entre sus am igos y a diferencia rse de sus enem igos. En sus orígenes la Iglesia fue muy d ifamada y perseg uida. [f. 7ov] Co n fa lso test imonio y ca lumnia se acusa ba a los cristi anos de adora r a un fa lso d ios; de profesar una religión de grandes desatinos, y de ser gent e abo m inab le, pues se j untaban para prepara r homicidios, sacrificios abom inab les y t odo un cúm ulo de m aldades. Tant a mala fa m a incu lcó el diablo entre los gent iles, que se decía que po r cu lpa de los cristianos ve nían guerras, hambres y pesti lenc ias. Incluso se afi rmaba que la caída del Imperio Romano vino como res ul tado de la ve nganza de los dioses por perm it ir los gentiles la ex istenc ia de los cr istianos. Est as abom inables ca lumn ias f ueron t amb ién cre ídas po r los príncipes y poderosos de la tie rra , que nada h icie ro n para compro bar la veracidad de ta les acusaciones. De nada sirvie ro n las apo logías y defensas de los doct o res de la Igles ia para reiv ind icar la verdadera ident idad de los cristianos y la genuina p ureza de sus cree ncias religiosas. Ignoradas f ueron ta les inj ust icias e infam ias, y en grandes nú meros los creyent es fueron atormentados y ll evados a la m uert e como malhechores. Perm itió Dios ta n dura cruz a los creye ntes de la p rim it iva Iglesia a fin de que se esforzara n y se ej ercitaran en la fe y fuera n ve rdaderos im itadores del hijo de Dios que por ellos m urió en la cruz.

[f. 7 ir] Finalmente preva leció la verdad , y muchos fueron los príncipes, sa bios y filósofos de los genti les que se levanta ron en defe nsa de los cristianos, e incl uso se convirt iero n al crist ianismo una vez ll ega ron a percatarse de que

estos ca lumniados seguidores del Evangelio profesaban certís ima y prof undísi m a doctrina - llena d e grandes m isterios- , y q ue con pureza de vida en todas sus obras testifi caban de la verdad y de la justicia. Fue en estos t iem pos de tan grande oposición y persecución contra la Iglesia que se reco ligió la suma de la fe crist iana en un símbolo. En el m ismo se conten ía la doctri na extraída de las Escrituras Divinas y predicada po r los Apósto les, y que había de al umbrar con su enseñanza a los hijos de la Igles ia. Como ya se ha dicho, est e símbolo, colegi do por los mismos apósto les, es la suma d e toda la ve rdad de nuestra religión, y lleva el nom bre de sus autores:

Símbolo de los Apóstoles. A la luz de sus contenidos la Iglesia enseñaba la sustanc ia de la fe cristiana a los niños y a los nuevos conversos. No se les bautizaba ni se les admi nistraba los otros sac ramentos a m enos q ue dem ostraran un bu en conoc im iento de sus ve rdades. [f. 7iv] Es por esta razón , que ade m ás del primer nombre, a este sím bo lo se le puso tam bién el nombre de catecismo, qu e qu iere decir enseñanza para los nuevos crist ianos. De hecho, tanto el Sím-

bolo Niceno como el de Atanasio parten de los contenidos del Símbolo Apostólico: éste es como el t exto, y los otros como glosa. Una m is m a verdad y una m isma fe están contenidas en todos ellos. Tanto los arrianos como los eu no m ianos -o anomeos- [128] y otros m uchos herejes, acepta ban como verdadero el Símbolo de los Apóstoles; mas en la expos ición que de el los daban se apartaban de la Iglesia católica. Pervertían el verd adero sentido y semb raban op iniones muy pe rniciosas. Para una mayor cl ari d ad de la t emática nosotros ofreceremos en nuestro estudio el texto de los tres Símbolos. [f. 72 r]

Capítulo 31.

,

LOS TRES SIMBOLOS DE LA IGLESIA

[129] EL SÍMBOLO DE LOS APÓSTOLES[F.

73V]

Creo en Dios Pad re todopoderoso, creador del cielo y de la t ierra; y en Jesucristo, su ún ico H ijo, Señor nuestro, que fue conceb ido por el Espíritu Santo de María Virgen. Padeció bajo el j uicio de Poncio Pi lato, y fue muert o y sepu ltado; descendió a los infiernos; resucitó al t ercer día de entre los muertos; sub ió a los cielos; está sentado a la d iestra de Dios Todopoderoso. De allí ha de venir a juzgar vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, y la santa y católica Igles ia; la comun ión de los santos; la resurrecc ión de la carne ; la v ida perdurab le. Amen, EL SÍMBOLO NICENO[F.¡

3v-74 R]

Creo en Dios Padre todopoderoso, hacedor del cielo y de la t ierra, y todo lo v isible y de lo invisib le; y en un Señor Jesucristo, Un igénito Hijo suyo, nacido del Padre antes de todos los siglos : Dios de Dios, Luz de Luz; Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la m isma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; de una m isma sustanc ia con el Padre, por quien fuero n hechas todas las cosas ; qu ien por nosotros los hombres, y por nuestra sa lvación , descendió de los cielos, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Qu ien también por nosotros fue cruci-

ficado bajo e l juicio de Poncio Pilato; padeció muerte y fue sepu lt ado; resuc itó

el terce r día co nforme a las Escritu ras; sub ió al cielo y está se ntado a la d iestra del Padre; de all í vendrá a j uzgar vivos y muertos ; y su re ino no t end rá fi n. Creo en el Espíritu Santo, Señor y vivificador, qu e procede d el Pad re y del H ijo, qu e con el Padre y el H ijo recibe una m isma adorac ión y gloria, y que habló por los profetas. Creo en una santa, cató lica y apostó lica Iglesia. Co nfieso un bau t ism o para rem isión de pecados. Espero la resurrecció n de los m uertos y la vida del siglo ven idero. Amé n. EL SÍMBOLO DE ATANASIO [F.

74v-75R]

Cualq uiera qu e qu is iera ser sa lvo antes de todo t iene necesidad de te ner la fe cat ólica; y q uien no la guardare íntegra e inviolada, sin d ud a perece rá para siem pre. La fe cató li ca es est a: qu e honre m os a un Dios en Tri nidad, y la Trinidad en Un id ad ; si n confu nd ir las personas ni separa nd o la sust ancia. Porq ue una es la persona del Padre, ot ra la del H ijo y otra la del Esp írit u Santo; pero el Pad re y el H ijo y el Espíritu Santo t ienen una so la d ivi nidad, gloria igual y coet erna majest ad. Cua l el Padre, ta l el H ijo, t al el Espíritu Santo; increado el Pad re, increado el H ijo, increado el Espíritu Santo; in m enso el Padre, inmenso el H ijo, inm enso el Espíritu Santo; eterno el Pad re , eterno el H ijo, eterno el Espírit u Santo. Y, sin em bargo, no so n tres ete rnos, si no un so lo eterno: co m o no son t res increados ni tres inmensos, sino un so lo increado y un so lo inm enso. Del m ism o modo es t odopoderoso el Pad re, todopoderoso el H ijo , t odopoderoso el Esp íritu Sant o; empero no son t re s o m n ipot entes si no un so lo o m n ipot ente. As í Dios es el Padre, Dios es el H ijo, Dios es el Espíritu Santo ; y

si n embargo, no son tres d ioses, sino un so lo Dios . Así, Señor es el Padre, Señor el Hijo, Señor el Espírit u Santo; y si n em bargo, no son tres Señores, si no un so lo Señor. Porque as í co mo la verdad cristiana nos compele a q ue confese m os de cada un a de las pe rso nas que es Dios y Señor; as í la m isma religión católica nos pro híbe decir que tenemos tres d ioses y t res señores. El Padre de ningu no fue hecho ni creado ni enge ndrado. El Hijo f ue po r so lo el Padre, no hecho ni creado , si no engendrado. El Espíritu Sant o es del Pad re y del Hijo, no fue hecho n i creado ni engendrad o, si no que procede. Hay, po r consigu iente, un so lo Pad re, no tres padres; un solo H ijo, no t res hijos ; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus sant os . En est a Trin idad nada es antes ni desp ués; ningu na es mayor ni menor, si no q ue las tres perso nas so n entre sí coet ernas y co iguales. De modo qu e en todo, como ya está d icho, la un idad en la Tri nidad, y la Tri nidad en la unidad ha de ser adorada. Cualq uiera, p ues, que qu iera ser sa lvo, así ha d e sentir d e la Tri nidad . Mas t amb ién es necesario para consegu ir eterna sa lvación qu e crea fie lmente en la encarnac ión de n uestro Señor Jes ucristo. Es esta la correcta fe : q ue creamos y con fesemos q ue nues tro Señor Jes ucristo, hijo de Dios, es Dios y hombre. Dios de la susta ncia del Padre engend rado antes d e los siglos. Hom bre d e la susta ncia de la mad re y nacido en el ti em po. Perfecto Dios y perfecto hombre, q ue tie ne en su se r alma rac iona l y carne humana; igual al Padre segú n la d iv inidad, menor que el Padre según la humanidad . Mas aun cuando sea Dios y hombre, no son d os Crist os, si no un so lo Cristo. Es uno, no porq ue la Divinidad se co nvierta en la carne, si no po rque Dios tomó la hu m anidad y la unió consigo. Es uno fina lmente, no

porq ue se confun dan las sustanc ias, sino por la so la unidad de la perso na. Porque a la manera q ue el alma raciona l y la carne es un so lo hombre; as í la d ivi nidad y la hu man idad se un ieron en una persona de un Cristo; el cual padeció por nuestra sa lvació n; descend ió a los infiernos; al tercer día res ucit ó de en t re los m uertos, sub ió a los cielos, est á sen t ado a la diestra de Dios Padre o mn ipot ente, desde all í ha de venir a j uzgar a los vivos y a los muertos, y a su ve nida todos los hombres han de res ucit ar con sus cuerpos y dar cuent a de sus propios actos, y los qu e obraron bien irán a la vida eterna; los que mal al fuego et erno. Esta es la fe cató li ca y el q ue no la creyere fi el y firmemente, no pod rá sa lvarse. Am én.

A unqu e en form a m uy breve , en est os tres símbolos se cont iene toda la fe crist iana. En la expos ición m ás am pli a que de ellos haremos a cont inuación , se verá como de estos co nte nidos breves, co m o si f ueran una f uente, o las ra íces de una planta, emergen todas las doctri nas de la fe crist iana. Nos cen traremos de un modo especia l en el Símbolo Apostólico, el más conoc ido de los creye ntes , y compro baremos cuán estrecha es la concordancia con los otros sím bolos q ue lo amp lían y desarrollan. Podríamos incl uso decir q ue ana lizando en deta lle el primer símbolo, ana liza m os ta mbién los otros dos - tal es la comp lemen t ariedad que se da entre ellos- . [f. 75v] El Símbolo Apostólico pode mos d ividir lo, prim eramen t e, en cuatro part es . La primera se refiere a la persona del Padre; la segunda a la del Hijo; la tercera a la del Espíritu Santo, y

la cuart a a la Igles ia cató lica y a las m ercedes y be neficios q ue fluyen de la mise rico rdia Divina. En segu ndo lu gar, el Símbolo puede d ivid irse en doce art ícu los, o concl usiones p ri ncipales. En esto no d iscrepamos de los que lo d ividen en t rece, ni de los que lo dividen en catorce; porque las co nclus iones son las m ismas - sa lvo que algun os, para mayor claridad a su pa recer, d ividen en dos una co nclus ión- . 'Art ículo' en est e t ema no q uiere decir otra cosa, sino se nte ncia principal, o principa l co nclusió n, po rque así co m o el cuerpo hum ano está co m puesto de m iembros y t iene en sus coyunturas ó rganos import antes de m ovim iento, as í la suma de nuestra re ligión tie ne sus m iem bros y sus artícu los en q ue está divid ida, y q ue son los principales co nte nidos que profesamos. Aho ra prosegu iremos la exposición de los artícu los segú n su o rden. [.g5]. El pri m er co nci lio ecu m én ico de la Igles ia se ce lebró en la ci udad de N icea, en As ia Menor, en 325, co nvocado por Co nsta nti no el Grande a inst an cias del o bispo Osio de Córdo ba. La p rincipa l cuestión de debat e se cen t ró en el t ema de la d ivinidad de Crist o. El grupo liderado por el pres bítero Arrio, de Alej and ría, m ante nía la tes is de que Dios, el Pad re, había cread o de la nada a su H ijo, el Logos; en consec uencia entre el Padre y el Hijo no ex istía con sust ancia lid ad. Segú n A rrio , el Verbo era la m ás noble y exce lsa de las criaturas, pero no era hijo natura l, sino ado pt ivo de Dios. La pos ición arriana fue m ayoritariament e conde nada por el Co ncilio de N icea, que d efendió el princi pio de la 'homoousios', o de co nsusta ncialidad entre el Padre y el H ij o en una

única Divin idad. Jes ucristo t en ía una doble nat uraleza: divina y humana; por consigu iente era verdadero Dios y verd ad ero hom bre. El Co nci lio de Constant inopla, convocado po r el em perador Teodos io en 381, re novó la condena d e la herej ía arriana, y sentó las bases de la Doctrina Trinitaria al proclama r tamb ién la d ivinid ad del Espíritu Santo.

[126]. At anasio (c.295-c. 373), ob ispo de A lejand ría , se le ha cons iderad o desde ant iguo co m o el 'Padre de la o rtodoxia d octri nal'. Como d iácono acompañó al ent o nces patriarca de Alej and ría al Concilio de Nicea, y fue uno d e los teó logos más destacados en la defensa de la consusta ncia lidad divina del Padre y d el H ijo , y en la con dena del arrianismo. Entre sus nu m erosos e importantes escr itos cabe destacar Los cuatro discursos -o libros- contra los arrianos; Apo-

logía contra los arrianos y la Epístola sobre los decretos del Concilio de Nicea. El ll am ado Símbolo Atanasiano es una profesió n de fe conocida tamb ién co m o

Símbolo Quicumque - por em pezar con la palabra Quicumque, 'Quinquiera"-. No contie ne las decisiones oficiales de ningún co nci lio ec um én ico en co ncreto, pero d urante toda la Edad Med ia se le atribuyó al ob ispo de A leja nd ría Ata nas io. Escri be E. Denzinger: Atribuido históricame nte a san Ata nas io, al ca nzó tanta autor id ad en la Igles ia de Oriente y Occidente que ".. . pasó a formar parte del uso lit úrgico y a tenerse por verdade ra defi n ición de fe". El

Magisterio de la Iglesia, Herd er, Barcelo na, 1961 ; p. 39 n. Sus artícu los han sido siem pre co nside rados como doctri nalm ente correctos; de ahí su frecuente uso litú rgico. Evidentem ente Consta ntino cons id eraba a Ata nasio autor del Quicu-

mque.

[127.]. Sobre el t érm ino ' sím bo lo' ca be ind icar que es de ra íz griega. Symbolon sign ificaba la m itad de u n obj eto part ido (co m o ej em p los: una moneda, dos trozo de una p ieza de cerá m ica) que se present aba co m o se ñal de autopresent ació n. Las part es o rigi nalm ente separadas se j untaban de nuevo y de est e modo se reco nocía la ident idad del portador. El 'símbolo de la fe' es, pues, un signo de ident ificació n y de co m unión entre los creyent es . Symbolon ind ica t am bién un conj unto de art ículos o doctrinas que hace n refe rencia a los cont en idos de la fe.

[128]. Los eunom ianos eran una rama d e la herej ía arriana. Fu e f undada por Eunomio, ob ispo de Cizico. Ins istió en la herej ía de que D ios no pod ía engen d rar en ot ro se r - Jesucrist o-

su divi nidad . La se m ejanza de Jesucrist o co n

Dios era moral, pero no substa ncia l. Dios no com unicó su esencia al H ijo, sino que lo creó y dot ó de 'energía', y a través de ella faci lit ó la creació n del mu ndo. En ta nto que los creyen t es habían sido ba ut izados seg ún la fórm ula trin ita ria que postu laba la d ivin idad de las tres perso nas - Pad re, H ij o y Espírit u Santo- , hab ían de baut iza rse de nuevo só lo en nombre de Dios.

[129.]. En este capítu lo Co nstantino int rod uce " los tres sím bo los que la Ig les ia t iene recib idos: el Apostólico, el de Nicea y el de Atanasio". Primero los incl uye en latín y después en romance caste ll ano. Las ve rsiones lat inas de los símbolos (fo lios 73 r, 73v, 73r y 73v), las hemos inclu ido en el

APÉNDICE

que apa rece al

fina l del libro. La ve rsió n caste llana de los Símbolos la incl uimos en el texto de Const ant ino (fo lios 73v, 74r, 74v, 75r) , procu rando en lo pos ible conse rvar el lenguaje de nuestro auto r.

DEL PRIMER ARTÍCU LO DEL CREDO APOSTÓLICO

Capítulo 32.

SOBRE LA PALABRA 'CREO ' DEL PRIMER ARTÍCULO DEL SÍMBOLO ,

APOSTOLICO

El pr imer artícu lo de la fe es: " Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la t ierra." En este primer artícu lo confiesa el cristiano cua l es el conocim iento que t iene de D ios , de sus marav i ll as y obras , y de su re lac ión

con él. Confiesa que le reco noce por Señor suyo, hacedor suyo, y por dador único de todos sus bienes. Co nfiesa que en él pone su confianza ; que él es su defensor, juez de todos sus act os, otorgador de cop iosísi m o premio a qu ien hace obras bue nas, y casti gador seve rís imo de qu ien las hace m alas. [f. 76 r] En breve s pa labras hem os sint etizado el pri m er artículo, pero ciertamente encierra extensas y serias afirmacio nes y que, con el favor y la lumbre divinas, ahora desa rro llaremos. La primera pa labra de esta confesión es ' Creo'; por la cua l m anifesta m os la ma nera co m o nos re lac ionamos con Dios, y la nat uraleza del conocim iento que de él y de sus co sas tenemos . Afirmamos que es un conocim iento cierto y firme , d istinto del q ue tenemos de las otras cosas , y adq uirido de modo diferente a través d e la fe. Para una m ejor co m p rensió n de lo q ue hemos d icho recurri remos a la defin ición que de la fe nos da san Pab lo. La fe, d ice, es un fu ndamento de las cosas que esperamos, y seña l de lo que no ve m os.[13Q] Se desprende de esta definición que las cosas de Dios se esco nden de nuestro ju icio y no son captadas por nu estro co noc im iento, al punto que no las puede verdaderame nte abarcar n i entenderlas verdaderamente. Em pero la fe brinda seguridad y conoc imiento firme, pues tiene u n fu ndamento

ce rt ísi m o q ue no puede falt ar: el co nocim iento que Dios nos ha d ado d e sí m ismo y de su palabra. De esto se sigue que aque l que va tras lo que él afi rma no puede erra r. La fe con la que conce bimos y abraza m os las promesas de su ve rdad t iene u n f undament o fi rme y cierto: tiene por fu nd am ento la m isma ve rdad de Dios. De se r pues genu ina la fe en el creye nte, pro porc iona ést a una profu nd a paz, una gra n seguridad y una gran cert inidad en t odo lo que espe ra y le ha sido pro m et ido. [f. 76 v] De manera q ue la fe estriba en Dios, co m o firme y pri m erísimo f undament o. Si un edificio es de muy grande peso, se asegura con un firme y só lido fu nd am ento, y así sus const ruct o res descansan y d uermen tra nq uilos. Si alguien cruza un río que amenaza peligro, se esforzará en p isar cauce firme y de est e m od o perde rá el m iedo para llegar al otro lado. Así es la fe segú n lo que el Apóst o l nos quiere dar a en t ender. G randes son las enseñanzas de la Palabra de Dios, grandes son sus prom esas y fe licís imo el fi n q ue nos augu ra. Por otro lado, sin em bargo, grande es nuestra ignorancia, m uchas las difi cultad es qu e se entrecruzan en nuestro ca m ino, incon t ab les las d udas que nos asa ltan, y t odo esto en su co nj un t o nos llena de incert idu mbre ante el tem or de q ue poda m os vo lvernos atrás. La fe, si n embargo, nos ani m a y alecc iona para pe rseverar firme m ente en nuestro ca m inar hacia ade lante. El otro aspect o de la definición que nos da el Apóst o l es de que la fe es "señal de lo qu e no ve m os"; qu e es como una ev idencia ciert a d e lo que no vemos. [f. 77 r] La fe nos inf un de una fi rme y profu nd a pers uasió n de q ue lo que la Palabra de Dios d ice es verdad infal ible - au nq ue a veces, po r la experiencia de nuestros sentidos, no pa lpemos esta verdad- . La

prueba de las cosas crist ianas para el creyente es la fe. En ella descansa su razón, res ide su conoc im iento y se funda m ent a su ev idencia. Para el no creye nte su curso de vida y co nocimiento t iene m ucho que ver con sus prop ios argumentos, co n sus pasio nes e inte reses . La firmeza del cristiano en los ca m inos de Dios, en las co nvicciones de lo que no ve, en la anticipac ió n de la fe licidad q ue le espe ra, en tod o y en to do la fe es f un dament o y fuente de t odo. Man ifiestame nte se co ncluye de lo d icho la importa ncia de la fe pa ra el creye nte y co m o debe rec urrir a ell a para todo lo q ue le co ncierne. Conscie nte debe se r el creye nte de que navega po r un m ar m uy pe ligroso, lleno de te m pestades, y q ue en la fe hay f un damento fi rme para afro nta rlas todas. Co nsciente debe ser de qu e va en pos de u nas riq uezas que le so n m ostradas de lejos, que no las ve ahora con claridad, pe ro q ue de ellas t iene fi rm e prueba de que son verdade ras por las promesas de quien las ha dado. Los frutos de est a fe ent rañan un conoc imient o dist int o, esco ndido de la sab iduría del mu ndo - q ue de po r sí no puede alcanza r ni ent ende r- . [f. 77 v] La fe supo ne la posesió n de algo que todavía no posee mos y la certeza d e algo que espe ramos con plena confia nza. Implica, pues, una poses ió n sumam ente d iferent e y una segur idad sum ame nte d iferente. m p lica un conoci m ient o que nos pe rsuade 1

de q ue rea lmente son ciert as aque llas cosas q ue ni ve m os por los ojos, ni experi m enta m os po r los otros se nt idos, n i nos han sido enseñadas - pues de hecho no puede-

por la sab id uría hum ana.

De alt ísi m o nivel son los co nte nidos de nuestra fe, exceden a nuestro en t end im iento, so brepasa n t odas las sab id urías del mu ndo. Solo p ueden ser

nu est ras si co n los ojos de l a lma llega mos a trascender los juicios y conocimientos de nuestra naturaleza. Este levantarnos so bre nuestros juic ios, este trascender ta n elevado, este mirar y co nocer tan de lejos, es obra - obra propia- de nuestra fe . De modo que podemos afirmar que la fe cristiana es un instru mento de poses ión de lo qu e no se ve, una vis ión de lo qu e no se nos mu estra, una cla ridad de las cosas oscuras, una presencia de lo que está ause nte, una prueba y un enseñam iento de lo que está oc ul to, una fuerza que nos fortalece para afrontar gra ndes peligros, un a gran determi nac ión que nos ca pac ita para afro ntar grand ís imas d udas y dificultades. A la luz de todo esto deben entenderse las exhortacio nes que e n favor de la fe nos son dadas , y las alabanzas que la Oi1,1ina Escritura nos hace sobre la m isma. A t ravés de la fe los sa ntos 'conqu ista ron re inos, hicieron just icia y a lcanzaron lo prometido'. (He. 11) .[13!] Es ta mbién por esto que se insta al creyente pa ra que a t ravés de la forta leza de la fe pueda res istir a este 'león ha m briento' que es el demon io.(1 [f. 78 r] P. 2 )[13i]

Claramen te se infi e re de lo d icho que la fe es un co nocim iento disti nto de todos los demás, ya que no encierra las dud as y vaci lacio nes qu e se detectan en las opiniones de aq ue llos que el mundo re puta por sabios. Dist intas son tamb ién sus prue bas y sus arg um entos. Sus evidencias no provienen de la experiencia de los sent idos ni de los medios de las otras ciencias. Como dice el Apósto l, la espe ranza que se ve no es espe ranza, ni se puede dec ir que se es pera lo que claramente ya se posee. [133] No se puede decir tampoco que se t iene fe de aque llo que se toca co n las manos. En este te ma de la fe e l

procede r de Dios es dob le: por un lado se bu sca el que n uestra fe sea probada y ejerc itada nuestra confianza ; por ot ro lado se pers igue el que a través de ella o btengamos ev idencia fi rme de lo que hemos cre ído. Las cosas que por ot ros ca m inos los homb res j uzgan por ciertas , de hecho no goza n de la cert eza, n i la segurid ad y fi rmeza que tiene nuestra fe. Fáci lm ente se refutan sus argum entos po r otros contrar ios, y se desva nece n sus razones al esgrim irse con t ra ellas int ereses merame nte humanos y sup erfluos. La fe crist iana, insistimos, es co noc im iento firme y si n sombra de duda; proporciona suma q uietud, segur idad y satisfacció n. No depende de arg um entos ni de razo nes huma nas susceptibles de ser co nt rariados por ot ros razonam ientos humanos. [f. 78v] No pelea co n arm as ca rnales n i suscita afecto por las cosas del m u ndo que la puedan infl u ir en su pe nsar y en su ob rar. M uy distinta es de los co noc im ientos del m un do,[13:4] y po r el Espíritu Sant o ha d ado pruebas de su iden t id ad - ta l co m o se descu bren en las gra ndes maravi llas obradas por los sant os- .

Capítulo 33.

DEL AUTOR Y DEL ORIGEN DE NUESTRA FE. DE LA EXISTENCIA DE DOS TI POS DE FE Todos los otros t ipos de sabidurías de las que surgen nuestros conoc im ientos y habi lidades, son dones q ue proceden de Dios, y aunq ue se han visto muy debi litados por la corru pción del pecado en la naturaleza humana, todav ía conservan grandes exce lencias y capacidades. De todos modos estas excelencias y capacidades no alcan zan los altos vuelos de los conoc im ientos que se derivan de la fe. El autor y m aestro de nuestra sabiduría es Dios, no solo porque él la reve ló y la enseñó por su Palabra, m as también por el hecho de que él la afirmó en nuest ros corazones. Claramente dice el apóstol san Pablo en Efesios 2, que la fe es don de Dios, comu nicada a través de Jes ucristo, nu estro redentor, para que participemos d e su sa biduría, permanezcamos firm es en sus m anda m ient os y cu m plamos su vo luntad. Tenga, pues, por cierto el creyente q ue esta fe y esta sab iduría q ue Dios le ha dado, labrándola en su corazón, y enseñada por el Espíritu Santo, q ue es f undamento sól ido de verda dero conocimiento. A l escuchar al m inistro d el Evangel io cuando exponga la santa pa labra de la Di11ina Escritura, m uestre por ella gran atención, reverenc ia y estima, y supliq ue a Dios que le ratifi que en est a fe y en esta sab iduría, que solo de él puede venir, y las afirm e só lidamente en su corazó n. Testimon io de ello hallamos en los Evangel ios cuando los apóstoles pidieron a nuestro Rede ntor que les acrecentase la fe (Le. 18), y cuando al hom bre q ue le sup lica ba sanidad para su hijo, el prop io Jesús le instó a que creyera; a lo q ue éste

respond ió: 'yo Señor creo ; dadme vos favo r y f uerza contra m i incredu lidad .

(Mt. 9). [135] Peticiones de este tipo han de ser ordinarias en el cristiano,[f. 79 v] pues para estas cosas tan importantes es necesaria la fe, que, además, ha de verse forta lecida para de este modo afrontar los grandes pe ligros y d ificu lt ades que el creyen t e encue ntra en su cam ino. Siempre debe acud ir el creyente a la fuente de donde manan ta les beneficios, con la certeza de que los rec ibirá, pues intermediario de todos estos favores es el un igén ito Hijo de Dios. A la luz de lo d icho aprendemos sobre el modo y acceso q ue ha de t ener el creyente en su re lac ión con Dios. No es por el conoc im iento ni por la sabi duría del mundo que se acerca a Dios, sino que es por med io de esta fe de la cua l Dios mismo es el autor. Es, pues, a través de la fe que hemos de escuchar su Palabra, la cua l nos abre la puerta de su conocim iento, nos enseña cómo rec ibir sus promesas y la senda de la obed iencia. Es por la fe que p rese ntamos nuest ras necesidades y pedimos remed io para t odas ellas. Es po r la fe que hallamos delicia y placer en todas sus obras, alegría en n uestros esfuerzos, aliv io en n uestras tr istezas, du lzura y perseveranc ia en sus mandamientos y en el cump lim iento de su vo lun t ad. Pros igu iendo con n uestro tema hemos de decir q ue hay una fe a la que el apóst ol Santiago ll ama 'fe muerta'. [f. Sor] Es una fe que cree lo que se d ice en la Palabra de Dios, y lo afirma con el entend imiento, mas no enamora la vo luntad . Es una fe q ue carece de eficac ia pa ra poner por obra lo que enseña la Pala-

bra. Aunque pueda decirse de ell a que es don de Dios, no es de cump lida j ust icia para el crist iano, n i merecedora del re ino del cielo, sino todo lo contrar io:

merecedora de condena por sus malas obras. De nada le aprovechará el q ue d iga que t uvo fe en lo que le pred icaron y le enseñaro n del Evange lio. Y así lo afirma nuestro Reden t or al decir: 'No todos los que me d ice Señor, Señor, en t rarán en el reino del cielo', y vaticina severa sentencia contra muchos que en el Día del Ju icio d irá n: 'Señor, ¿no profetizamos en vuestro nombre? ¿No alanzamos demon ios? ¿No hicimos maravi llas ' ? A éstos ordenará el Redentor que se aparten de su presencia, que nunca los conoció y que son hacedores de ma ldad. (M t . 7). [136] La fe muerta no t iene vida de amor. Conociendo la bondad de Dios y las ob ligaciones que se siguen de la identidad divina, los de la fe muerta no están aparej ados para po ner ej ecución sus mandam ientos. Grande es el peligro que corren, pues tienen conoc im iento de sus obl igaciones ; pero si no hacen verdadera pen itenc ia de sus pecados y no se ejercit an en una nueva obediencia a la voluntad d ivi na, perderán el camino del cielo. La fe genui na está encendida e impregnada de amor. [f.

80

v] Esta fe llevará al creyente

a las bue nas obras, y no le dará sosiego a menos que cump la en t odo la vo luntad de su Señor. Esta fe es la que le hace oír la Palabra de Dios con gran deseo y profunda sed. Esta fe entu siasma el co razón y le pone alas para remontarse a las alturas de la excelsa bondad d ivina y, al un íso no, deleitarse con tan su prema hermosura.

Capítulo 34. ,

SOBRE LA SEGUNDA PALABRA DEL PRIMER ARTICULO QUE TRATA DE LA NATURALEZA DEL SER DE DIOS

¿Qué qu iere decir el crist iano cua ndo confiesa que cree en Dios? Según el apóst ol san Pab lo, t odo aque l q ue desea re lac ionarse con Dios, en primerísimo lugar debe creer que exist e este ser por el cual indaga. Si n esta fe y sin este conoc im iento, es impos ible q ue el hombre pueda agradar a Dios. (He.

11) .[137J Y es que q uien no t iene fe carece de luz que le alumbre en el cam ino de la vida; le fa lta conocim iento para saber cua les so n los genu inos bienes; está entre enem igos y no sabe ped ir socorro; t iene grandes necesidades , pero no sabe como supli rlas; está espirit ualmen t e m uert o, pero no tiene conoc im iento de q uien le puede dar vida. La naturaleza hu mana cayó del primer estado y está ahora en ca ut ividad de muerte y sujet a al pecado y en destierro de t in ieb las y en grande m iseria. En este estado permanecerá el hom bre que no t iene fe ; carecerá de lu z para conocer a Dios, e ignorará cua l es el cam ino de la sa lvación . Necesaria es, pues, la fe para este hombre perd ido, para que sepa que hay Dios; qu e es un ser buenísimo y j ustísimo y ene m igo de la m aldad . Refl exionar sobre este ser que t iene por nombre ' Dios ' es co m o si alguien entrara en un pié lago de grande hondura que no tuviera fondo ni lím ites , y que cuant o m ás navegara por él más se daría cuenta de su inmensidad - incre-

, dose, en co nsecuencia, . e 1sent1.m .1ent o d e pavor y espant o- . [f. 81v] mentan Se dice que Simón ides - sabio poeta griego-

estando en casa de H ierón,

t ira no de Sici lia, fue preguntado por el m ismo Hierón que cosa era Dios. Parece que el tirano algo había oído de Dios, pero est e conocim iento era vago y poca o nu la incidencia ten ía en su vida. De todos modos estaba convenc ido de que Simónides, por ser sab io, podría clarificarle la cuestión y sacarle de dudas sobre el ser de Dios y de sus atrib utos. [13~] Simónides so licitó algo de t iempo para dar con la resp uesta. Sin embargo, cumplido el p lazo para dar la resp uesta so licitó más tiempo para darla. Y una vez más, cumplido el plazo estipul ado, so licitó más tiempo para dar la respuesta. Preguntado por el t irano, porque d ilataba ta nt o la respuesta , respond ió Simón ides diciendo q ue cuant o más pe nsaba en q ué entidad podía ser Dios, más profunda y d ifi cu ltosa se hacía la pregunta; cada hora q ue pasaba se acrecentaba más el ser de Dios, y le llevaba a pedir más tiempo para so lventar la pregunt a. Con esto daba a entender que la cuest ión de Dios no ten ía fin. Este fue el parecer y lo que dijo un hombre genti l, que no ten ía más co nocim iento n i más lumbre para las cosas d ivi nas que las q ue la humana sabiduría puede enseñar. Afirmaban los sabios del mundo que sin Dios no se podía hablar de Dios. Con lo cua l se daba a entender que no se pod ía hab lar correctamente de Dios si Dios m ismo no se revea 1 como maestro tradas en Dios-

. , [f. 82 r] En sus ense nanzas _ -ce nde 1a cuest1on .

estipu laba Pitágoras que no se hablara de ellas sin la luz de

una lumbre.[139] Ciertamente gran reve rencia requ iere el tema de Dios. Para en t rar en el mismo se requ iere que del m ismo cielo nos venga su conoci m iento. Bendita sea la majest ad divina que estimó a bien darnos la luz de su

Palabra para q ue en est a cuest ión tan exce lsa no nos extraviemos. El

conocim iento que sobre Dios tiene el creyente supera en mucho a lo que sobre él han d icho y pensado todos los sab ios del m undo, y puede hab lar del m ismo con concisa brevedad. Tenga ahora Dios por bien ilum inar nuestro en tend im iento al considerar el tema de su natu ra leza, para que enseñados por su sab id uría podamos hacerlo correctamente y para q ue en todo lo que sobre él d igamos sea para su propia gloria y para beneficio del cristiano. Que nos capac ite, pues, Dios, para que en este propós ito podamos sacar algunas gotas de su gra ndeza infinita - siendo siempre consc ientes que de lo poco que de él podamos decir no agotará práct icamente en nada la infinita plenitud de su ser- .[f. 82v] No existe nación tan bárbara y tan privada de conocimiento que no co nfiese que hay Dios, y que de algún modo no le tema y desee serv irle y agradarle. Ta n común es esta creencia, que incluso los hombres malos, de malas costumbres y en todas las cosas muy atrevidos, la admiten. Con formas d iversas de desvariada religios idad se afanan por servir a su d ivin idad. En todo esto es importan t e constatar el hecho de que en el corazón de estos hombres de pueb los paga nos la idea de Dios no está del todo desenra izada. El rastro de la imagen de Dios en el hombre tiene todavía t anta eficacia q ue no pueden rehuir éstos el admitir que hay un ser supremo por encima de todas las cosas. En los niños y en la gente de déb il y muy desvariado j uicio se dan indicios de esta secreta verdad. Aque llos que con osadía y monstruos idad han tenido el atrevi m iento de afirmar lo contrario, además de ser pocos y despreciados, no puedo creer q ue hablaban de verdad ni sentían lo que decían. De hecho lo que

buscaban con sus afi rmaciones era protago nis mo. Y es que tanta es la sed de va nagloria que sie nten algunos, que por a lcanzar fama y nom bre han llegado a decir y a co meter hechos nefastos. [f. 83 r]_ En el menosp recio de Dios, atrevido y desenfrenado fue Cayo Calígu la, empe rado r de Roma. Este malave ntu rado ho mbre, por mucho que dijera e hiciera todo lo que estaba a su a lca nce pa ra negar a Dios, no pod ía desechar de sí el temor a la divi nidad. No pueden los ma los, po r mucho que lo intenten, e rradica r de sus co razones la noció n de que hay un Dios que es testigo y ju ez de sus hechos. No estaría ta n extend ido el erro r de la idolatría si no fuera porqu e, al no pode r e l de mon io bo rra r del corazón hu mano la creencia en Dios, lo que hace es aprovecharse de la ceguedad de l pecado en el homb re pa ra se m bra r errores y desva ríos en sus creencias sob re la div inidad.

Capítulo 35.

,

MAS SOBRE EL CONOCIMIENTO DE DIOS

Pres upuesta pues esta verdad de que hay una noción imborrab le de la existencia de la Divinidad en el corazón del hombre, purifi qu émos la a conti-

nu ac ión de los errores y enga ños a través de los cuales el demonio la quiso destruir.[f. 83v] El tema es realme nte difíci l, y excede en mucho a las otras cuest iones que pueda abordar el juicio huma no. Parece como si rea lme nte nos fa ltaran palabras apropiadas para t ratar e l tema de Dios y se bloqueara tamb ién en el estud io nuestro juicio. No es de extraña r, ciertamente, que allí do nd e no llega nuestro ente nd imiento no lleg uen tam poco nuestras pala bras, y que cuanto más ahondemos en este tema de tan desbordante sabid uría, más

frenadas se vean ta mbién nuestras fac ultades. Mas as í como Dios m ismo ha ten ido a bie n se rvirse de nuestro le nguaje y con la vu lgaridad de nuestros voca blos [L40] capacitar a nuestro entend imie nto pa ra a lum bra rle sobre su identidad, as í tam bién nosot ros tomaremos hu milde atrevi miento de buscar las palab ras de nuestra bajeza para qu e por e llas podamos subir a co nsiderac iones tan altas . Evidenteme nte, cuando en las Santas Escrituras se dice que Dios está airado con nosotros, que nos mi ra co n sus ojos y nos quiere cast igar co n su mano, con estas expres iones no hemos de ente nde r que Dios t ie ne idén t icas pasio nes de ira y afectos co mo nosotros, ni ojos de carne y manos s imilares a los nuestras, y que ahora está aqu í y desp ués all í. Ma nera es esta de hab lar co n la que la majestad divina condesciende a descender a nu est ro nivel de co mpre nsión pa ra que e nten damos sus obras y nos percatemos de la supe rioridad de las m ismas en compa rac ión con las nuestras. Y si las palabras son las mismas, no es porque las obras sean las mismas,[L4l] s ino porqu e nosotros no so mos capaces de entenderlo co n otras palabras . Ace ptada, pues, la existe ncia de Dios , co nve nie nte será que nos

temes sobre la ident idad de su ser. ¿Qué ha de entenderse por la pa lab ra 'Dios ? [f. 84 r] Est e es el pié lago de la cuestión; ante est a profu nd a cuesti ón desfallece el entend imiento creado, se empeque ñece la sabiduría h umana, y por penetran t e que sea su j uicio, se torna como ciego bajo el des lumbrante resp lando r que desprende un ser ta n infi nito como es el de la Divin idad . Todas nuestras facu ltades qu eda n como ecl ipsadas . Si el so l por ser f uente de luz natura l ciega y obst aculi za la visión de nuestros ojos, al pun t o de que cuant o m ás se ce ntre n en él tanto menor será nuestra v isió n del m ism o. Hay aquí una gran desproporción entre nuestra vista y la luz so lar. Pero esta des proporció n es aún mayor co n la que existe entre nuestros ojos esp iritua les y la majest uosa rea lidad del se r d ivino. En el primer caso, tanto el so l como nuestros ojos compa rten cierto li naje de corpora lidad ; por gra nd e q ue sea la d ista ncia y la d esproporc ión, esta t iene fin y lím ite. Mas en t re Dios y el entend im iento creado - enca rce lado en los impedi m entos co rpora les- , por mucho que pueda ap rehe nder del ser d ivino, la d istanc ia en t re ell os se rá infinitamente infi n ita. Los qu e qu iere n fija r los ojos en el so l, y penetrar en su resp landor, no so lamente dejan de ver lo que q uieren ver, mas dejan la vista muy tu rbada _[f. 84v] Pero si se q uiere ve r el so l sin m ira rlo t an d irectame nte y con las d ebidas precauc iones, se d isfrut ará de su hermosu ra sin dañar la v ista. Este es el ca m ino que ha d e seguirse en el estud io de las cosas d ivinas: no entra ndo en ellas co n d emas iado atrev im iento, sino con la mes ura que Dios m ism o nos pone. No será con atrev im iento de nuestro j u icio, n i pe nsando qu e co n ta n flacas

alas como son las de nuestras capacidades, podremos ascender a las alturas de la infi nit ud divi na. Bien dicen algunos que es aconsejab le tomar el camino de la negativ idad para co nocer algo de Dios, es decir: hab lar de lo que no es para conocer algo de lo qu e es. Entre todas las criaturas más excele ntes, la que se lleva la pa lma es la de l ho mbre. Pero au n as í, ¡q ué abisma l es la d ifere ncia ent re su natu raleza y la de Dios! Del nacimie nto a la muert e, la vida del hom bre muestra cuán infin ito es su distanc iamien to de l se r de Dios. Po r m ucho que ena ltezca mos las virtudes que puedan hallarse en el ser huma no - bondad , just icia, sabiduría, mise ricord ia, etc. etc.- , y en grado elevadís imo subamos los qu ilates de sus cua lidades hu manas, en todo esto siemp re ha llaremos lím ite y tasa. Aunque detectemos rastros de la image n divina en su ser, siempre llegare mos a la misma co nclus ión: la natu ra leza humana es fi nita, pero infi nita es la de Dios .[f. 8 Sr] De excelencia superio r a la del hom bre es la natu ra leza del ángel, pe ro po r elevadas que sea n sus perfecciones, en ell as tamb ién hay límite y tasa: infin ita mente a lejadas está n éstas de la inco nmensu rab le infin itud divina. Conoce r, pues, lo que sea la Divinidad , parece ser una cuest ión inabordable- más a llá de las palabras y de los límites del entendimiento- . Al hab lar de Dios, si algo podemos decir es tart amudeando y siguiendo el rastro y la lumbre que las obras de la creación reve lan como hechu ra de sus manos. Sigu iendo el cami no de lo esc ueto y lo fác il, de Dios podría dec irse que es sustancia es piritual, eterna, pode rosa, sa bia, buena, incon mu tab le, justa, miser icord iosa, etc. etc. Con lo que aca bamos de decir parece se r

que

pretende mos

za n¡ar

una

cuest ión

que,

de

hecho, no tiene fi n.[L42] A l atribui r a la Divinidad entidad espiritual predica m os de ella u na natu ra leza excele nt ísima, abordab le a nuestro j uicio. Porq ue lo que es corpo ral tie ne fin , ocupa lugar, t iene defect os, contradiccio nes, etc., q ue obst aculi za n sus acc iones y le llevan a la pérd ida de su p ropio ser. Si estu viera Dios en un determ inado lugar y no se hallara al mis m o tiempo en todos los lugares, y hubiera de camb iar de lugar para de algún modo cumplir sus propósitos, cie rta m ente no se ría Dios . Es por est o que le atribu imos ser esp iritual, libre de t odos los defectos y pr ivacio nes de lo corporal. La ident id ad de este ser esp iritual no la pode m os bien declarar, p ues está m ás allá d e lo que ve n nuest ros ojos y experimenta n y palpa n nuestros

. .n fi nita . excese nt1·d os. [f. Ssv) Mas sa bemos que existe este ser, mas por su 1 lenc ia rebasa ser co nocido cumplidament e a causa de la bast edad de lo corpora l.[L43] Aunq ue es ve rdad q ue el ai re no puede verse, nad ie se atreverá a decir que no hay aire. Así co m o por el sentido del oído no pod emos capt ar el o lo r - aunque bien cierto es q ue hay olo r- , así hay diferenc ia entre el ser espiritua l y el ser corpora l: las fac ul tades corpora les, por las reglas de su sen t ir, no puede n experimen t ar lo esp irit ual. En el ser esp irit ual, el de Dios excede infin ita m ente, pues en él no tiene límite esta perfección. Su ser es la f uente de t odo ser. Cuando de él se habla en la Di11ina Escritura, y se hace mención de sus ojos, d e sus m anos y de otras cosas así, no es porque en él haya nada de est o, sino por las razo nes ya dadas: para suscitar en nosotros su conocim iento, para adaptarse él a nuestra fl aqueza al recu rri r a este modo de lenguaje. En nosotros , a efect os de conoci m ient o y de acción poseemos

facu ltades apropiadas. No es así con Dios: únicamente con su voluntad puede obrar, y solo por in iciativa propia de su ser entiende y actúa. No hay en él divers idad de miembros ni de facultades , porq ue su ser está cerca y prese nte en todo. En él est á la fuente de su infi nita pot encia. Todo lo que él con su vol un tad determina se actualiza. A l hablar de Dios decimos que su ser es eterno; con lo cua l queremos dar a en t ender que ni t iene principio ni tiene fin. Lo que t iene pri nci pio no lo puede te ner de sí mismo, pues ningu na cosa p uede hacerse as í misma ni da rse su

.

[f. 86r] De aqu 1, se sigue . 11 . . . . que aque o que en su ser tiene pnnc1p10,

propio se r.

de otro ser lo recibió. En el caso de Dios, si su ser tuviera principio, aqu el la en t idad que le d io principio sería superior a él: habría un Dios ' supe rior', lo cual sería un abs urdo, ya que hay un sólo Dios - tal como veremos más adelante- . Síguese, pues, que Dios es eterno, y est a verdad tiene funda m ento tan cierto en la misma razón del hombre, qu e siempre se tu vo po r reconocida por los sabios del mundo. Si en ell o nos detuviéra mos , de hecho el tiempo resulta ría en balde. De Dios decimos tamb ién que es inm utab le, que siempre permanece en su ser. De est ar sujeto al camb io un ent e, imperfecto en grado sumo sería, y clara mente no sería compatib le con lo eterno; el ser divi no, empero, es indiviso e inmutable. Del ser de Dios decimos que es justo, que es sabio y qu e es bueno; no po rque nosotros poda mos abarcar la grandeza de su justicia, de su saber o de su bondad, sino po rque el conoci m iento qu e él es tampó en nuestras almas nos compe le a admitir que estas cosas son m uy buenas, supremamen t e buenas, y por esto las atribu imos a la Divinidad. A

Dios atri bu imos lo qu e en nosotros es bueno, y lo hacemos co n las mismas palabras. Sin embargo en Dios la bondad supera en grado infi nit o la bo ndad qu e en nosotros pueda haber - o designar puedan nu est ros té rmi nos- . Ente ndem os que en él está tod o lo bue no q ue podamos imaginar, pero aú n así 86 cortos nos quedam os al im aginar su infin ita bo ndad _[f. v] De este m od o conce bimos la Divinidad y nos la re prese ntamos, pues incapaces somos de hacerlo en grado superior, y con est e reco nocimie nt o de nuestra peq ueñez po r un lado, y de su grandeza infin ita por el otro form ulamos nuestra confesió n, con el co nve ncimie nto de que cont ará con su beneplácito. Co m o sea que las excelencias y perfecciones que le poda m os a atribuir no t ienen fin, interm inable sería para nosotros pod erlas acot ar t odas ell as . Int ent aremos, si n em bargo, a co nti nuación, abordar el tema de q ue hay ta n so lo un Dios y que imposible es q ue pueda haber más de un o.

Capítulo 36.

DE LA UNICIDAD DEL SER DE DIOS

Evidente y cl ara es la cuest ión que ahora trat amos y que de por sí contiene su propia prueba. No pud ieron los sabios del mun do discrepar sob re la m isma, pues la fu erza de esta gran de verdad compe le a los entend imient os a ad m it ir que no hay más qu e un Dios. En la parte segu nda que ded icare m os a esta doct rina - al trat ar d el primer precepto de la ley- , aborda remos con más detalle t oda la cuest ión de la idolat ría. Suficiente sea d e momento decir que la unicidad d e Dios aceptada ha sido por los sa bios d el mundo; y no so lo afi rmada por ell os, sino también ampliament e probada y demostrada. La gent e perdida y vu lgar se rindió a la creencia de que hay una muchedumbre de dioses,[f. 37 r) en parte porq ue hombres pres untuosos, con sus engaños les conve ncieron de que eran dioses ; en parte porque mal se benefi ciaron del conoc im iento grabado en sus corazo nes de que hay un Dios, y caye ron erróneamente en la cuen t a de que para explicar muchas cosas de la rea lidad se req uieren muchos dioses. Notoria en todo est o fue la infl uencia que para mal ejercieron algunos que se si rvieron de la re ligión para atemoriza r y tener en sujeción a los hombres, y nada hicieron para d isipar enga ños y hace r pos ible el logro de una sit uación de libert ad que hiciera posibl e la p rom ulgación de n uevas leyes y mej ores ca mbios. De todo esto se aprovechó astut amen t e el demonio al cerrar a los hom bres la puerta del conoc im iento de la existencia de un so lo Dios -ú nica esperanza de sa lvac ión para el se r hu mano- . Repárese en el hecho de que todo lo que tiene mu ltip licidad t iene gran

imperfecc ión . Pone de re lieve que un ente so lo no es suficiente y requ iere pluralidad de ell os . Sin em bargo la nat uraleza, en su conjun t o, evidenc ia una huella muy grande de la u nidad de Dios. Por grande que sea la d iversidad que en ella se observe, toda ella, sin embargo, pers igue una meta de un idad que el m ismo Creador imprim ió en ella_[f. S7v) La divers idad insin úa fea ldad , m ientras que la un idad apunta a la hermosura. Po r inclinación natu ra l nuestro ju icio t iende a la un idad . Todas las cosas m ás importantes, tanto las natura les como las artificiales, parece n encami narse a este fin. Todas ellas pro cl ama n las nuevas de la existencia de un solo Dios . La d ivisió n m adre es de la corrupción , y t odo lo que se pierde, se p ierde porque se d ivide en mu chas partes; de ahí la res iste ncia natura l de las cosas a la divi sión y a la bús queda de su perseveranc ia en la unidad - identificándose incl uso con aque llas entidades qu e son afines a su prop ia nat uraleza- . Hay en la nat uraleza como una sec reta te ndencia a la un idad como cosa excelentísima de la qu e depende la sa lud y lo bue no. La d ivisión , po r el co ntrar io, es f uente de destrucc ión y maldad. En lo artificial proc ura n los homb res el ayuntamiento y la u nidad,[L4A] no so lo por los provechos qu e reporta, sino tam bi én por la herm os ura que co n ell o se cons igue. De muchas cosas const ruimos una casa, de muchas casas una ciudad, y en todo se pers igue la consecución de una un idad . La fa m ilia de una casa se estructura en torno a un padre, los m iembros de u na ciudad en torno a un gobernador, el conjun t o de ci udades de una repú bl ica en torno a un rey) f. SSr) Las cosas del mundo, tác itame nte y aun públicamente, nos han dado prueba de este secreto, pues tene m os ex periencia de que la discordia

d isipa las cosas y les da ma l fin , y la co ncord ia las sust en t a y les da prosperidad. La v irtud y la cosa q ue más atrae a los hombres es la amistad; en ella se deleit an y saca n de la misma gran provecho, demostrando con esto las ventajas que la un idad reporta . En el plano del entendim iento se t iende a red ucir lo todo a la u nidad. Este es el fin que tamb ién persigue la ciencia en todos sus estud ios y sus especia lidades. Pros igamos nuestro estud io sobre el ser de Dios, pues no todo term ina en que sepamos que so lo hay un Dios. Hemos de entrar en otra importan t ísima cons ideración q ue nos da mayor conoc im iento de su exce lencia y de sus perfecciones. Si n la lumbre de la luz d ivina, el tema de Dios suscita admiración y tamb ién inquietud;[L4S][f. SSv) sin embargo, para aq uellos que atentamente le escuchan e imploran el favor de su luz para di lucidar este secret o, el tema de Dios no les es de escánda lo, sino de deleitos ísima[L46] admiración , que a la vez les susc ita el deseo de un mayor acercamiento, pues la so la idea de Dios arrebata y desborda el entend im iento por el sentim iento de temor que provoca su sub lime grandeza y be lleza. Todo esto v iene implícito en el sign ificado de la pa labra ' Padre ', en la co nfes ión que se hace de 'creo en Dios Padre'. ¿Qué se qu iere dar a ent ender con eso de que Dios es Padre? De algún modo, ¿no se sugiere aquí una cuest ión de generación? Esto que aqu í se plantea neces ariamente nos rem ite al m isterio de la Trin idad . Sobre este part icul ar se quedaron sin respuesta los grandes sab ios del mundo, que no avanzaron más all á de que ex iste Dios, y de que hay un so lo Dios. En esto en que ellos se quedaron fa ltos de conoc im iento, el crist iano, alumbrado por la Palabra Divina,

goza de amp lia f uente d e información - inform ac ión que le ll eva a inqu irir m ás sob re su ser, a amarle más profu ndam ente y a t ribut arle mayor gloria- . Necesa rio es en la clarificación de est e t ema que qu itemos d e los infieles, filósofos y sabios del m un do, las armas co n las qu e se atreven a com bat irnos, y los mot ivos por los que se escanda liza n. Afi rma n ellos qu e no hay m ás que un Dios, y que cualq uier cosa que se d iga más allá de est a afi rmación, no so lo es imposi ble, sino ta m bié n m onstruoso[f. Sg r) Co m o crist ianos nos m antenemos fi rm es en la co nfes ió n de qu e hay u n so lo Dios, y en esta confesión nad ie nos lleva vent aja, pues d ispu est os esta m os a defenderla hasta la m is m a mu erte. En este conoci m iento y en esta confesió n ha de estar firm e el crist iano, y clarament e ha de deci r que el infiel q ue le acusa re d e servi r a m uchos d ioses es m entiroso y ca lumn iador y q ue está bajo el engaño del demonio. Es el demon io qu e le ha imped ido que inqu iriera en la verd ad de nuestra co nfesió n, pues no hay cosa ta n enem iga y d est ruct iva d e la re ligión cristiana como confesa r que hay más d e un Dios . Clara es en tod o est o, y en t odo lo d emás de n uestra co nfesió n, la enseña nza d e la Sagrada Escritura. M uchas son sus refe re ncias q ue si n ninguna sombra d e d uda nos instan a creer y a ado rar a un solo Dios y a u n solo Señor. Para ilustrar lo dicho m encionamos las sigu ien t es: 'Oye Israel; el Señor Dios nu estro un so lo Dios es .' (Dt. 6). [161-7.] 'Yo soy el Señor desde el pr incipio, y hast a el fi n'. (Is. 4 1) .'[L48] 'Yo soy el primero, yo soy el post re ro, y no hay otro Dios si no m í." (Is. 44) .[L4.9J[f. Sgv) 'Yo soy Dios, y no hay m ás, y fuera de m í no hay Dios.' (Is. 45). (150] ' Uno es el altísi m o cria dor de tod as las cosas', et c. (Ec. 12). (151]

En la primera refere ncia el Señor se d irige al pueb lo de Is rae l al sa lir de Egipto. En esta t ierra se adoraban diversos y fa lsos d ioses. En co ntra de esta abom inable re ligión y pernicioso engaño, manifiesta Dios que so lo él es el Dios verdade ro, y que es uno, y qu e no hay más d e uno. Les recue rd a que el Señor, a qu ien segu ía el linaje de Ab raham, hab ía ob rado grandes m arav illas y como había d estru ido el poderío de Egipto y puesto al d escubierto la burla y fa lsedad de sus d ioses . Todo esto era prueba de su infin it o poder y de que qu ien los había sacado de aqu ell a t ierra de esclav itud era Dios, uno en su ser. En las segu nd as refe rencias , po r boca d el profeta lsaías el Señor d esafía a los sum idos en la idolatría y les pregu nta q uién h izo tan grandes maravill as, qu ién derribó a los poderosos y los conv irtió como po lvo y paja que levanta el vient o, y qu ién fue el que favo rec ió a su pueb lo justo. Contra Abra ham y sus des cendient es no preva leciero n los t iranos y pod erosos del mundo - segu idores de la m entira- , pues con ellos est aba el Señor, Dios desde el princip io hasta el fin . Co n lo que se qu iere dar a entender que él so lo es sin pri ncip io y sin fin , y que siem pre estará con los suyos, y que los otros que no le siguen en la burla y el enga ño permanecen. En las te rceras referencias el Señor se dirige a su pu eb lo inst án do les a que se esfuercen en t odo y les da la p romesa de la venida del Mesías y de las grandes maravillas que po r él se rán obradas.[f. gor) Y así los confirma con las pa labras de qu e no han de t emer ni desm ayar, pues ' Él es el pri mero y el postrero y si n él no hay Dios '. Y a las naciones perdidas que tienen p lura lidad de d ioses, les hace ver que so lo él habla de las cosas pasadas y d e las qu e han de veni r co n ce rt eza verdade ra. En cuarto lugar, pa ra

alient o y co nfirm ac ión de los suyos con sus grandes promesas les reafirma un a vez m ás co n la rea lidad de que 'solo él es Dios , y no hay más, y fuera de él no hay dios'. En q uinto lugar, t al como enseña el Eclesiástico, uno es el Señor, creador de todas las cosas , infin itame nte poderoso, d igno de ser tem ido y que se reve la a t ravés de las obras de la creació n. No estim amos necesario [15~] cit ar más refere ncias del Ant iguo Testa m ento para co rro bo rar la u nidad de nuestro Dios y Señor, p ues d am os po r bien ent end ido que no es necesario d ed icar m ás t iempo en pro bar una cosa q ue de po r sí está suficient em ente pro bada y cre ída por todos. Hemos dado estas pocas referenc ias para segu ir con el hilo d e expos ició n de esta doct rina, y para consu elo de los fie les creye ntes al percat arse d e que el Señor, co n su m isma

Palabra, y con el t est imonio de sus prop ias o bras , ha enseñado siemp re esta ve rdad; y que lo ha hecho para librarles de engaño y para co m unicarles sus bienes;[f. gov] y así esperar de ell os testim on io de grat itud y alabanza. N o m enos claros so n los test imonios del Nuevo Testamento para co rro bo rar esta ve rdad de qu e hay un so lo Dios y Señor; y es que ambos Testa m ent os, por t ener su or igen en Dios, confirman la mis m a doctrina. Y as í afirma el apósto l sa n Pab lo, q ue si bien bajo d ife rentes nom bres el número de divinidades es grande, ' para nosotros que segu imos la verdad no hay más de u n Dios '.[153] Y el m ismo Apóst o l, escribiendo a los efesios, d ice que hay ' un so lo Dios a padre de todos que es sobre todas las cosas , y lo j uzga y gobierna todo'. [154]

Capítulo 37.

DE LA TRINIDAD DE LAS DIVINAS PERSONAS EN UNA SOLA DIVINIDAD

De este Dios uno, de Divi nidad simp licísima , en conformidad con su fe el cristi ano confiesa que en él hay t res personas y que cada una de el las es Dios. En modo alguno se defi ende la existe ncia de tres d ioses. Estas tres personas ex isten en un solo y simplísimo Dios; en cada una de estas perso nas reside la ent era y perfecta infi n itud de Dios. Bien sabe el cristiano q ue para él la principa l y ún ica razón por la q ue con fi esa esto es su fe, y la lumbre que Dios le ha dado por la Palabra que él m ismo le d io. Es esta una verdad confirmada por Dios m ismo co n sus propias maravi ll as y, sobre t odo, po r la verdad revelada por el propio Jesucristo, nuestro rede ntor y Señor, q ue por propia boca en su predicación d io a conocer los secretos de este m isterio_[f. gir) Todas las ot ras razones adq uieren tambié n su fu erza en est a fe, para q ue no solo dem os respuest a a los infi eles, sino para que tamb ién los confundamos y logremos victoria sobre su pertinacia; con ella al umbra el Señor a los hu m ildes para salvación, y afrenta la mentira de los rebe ld es con la victoria de su Palabra, co nfirm ando en t odo las maravi ll as de Dios. Presup uest o este fu nd amento, brevem ente consideraremos cómo se puede enten der que, siendo Dios uno en su ser, haya en su propia divinidad tres perso nas. No entraremos en esta cuest ión tan extensamente como lo h iciero n los santos doct ores de la Iglesia, a qu ienes Dios tuvo a bien otorgarles su m a luz para hablar de la misma, y de este modo lograsen gran victoria co ntra la sabid uría del mu ndo. Solament e

pretendemos dar comp lacenc ia al cristiano para que conc iba y tenga en mayor adm irac ión el ser y la majestad de Dios, y de este modo se incremente más hacia él su amor, su gratitud y alaba nza por haberse reve lado a ell os. La razó n por la cua l algo sea en sí una cosa y no m uchas estriba en el hecho de que no es más de una sustanc ia y de un ser. La causa de la d iversidad po r la cua l dos o tres cosas so n d ist intas, o son muchas, es por la d iversidad de la sustanc ia y del ser. En Dios no hay más que una so la sustancia y una so la Divin idad y un so lo ser simplicís imo, y por esto no hay más de un poder, n i más de un saber, ni más de un querer. De lo cua l se sigue, evidentemente, que no hay más de un Dios. Tan manifiesta es esta razón q ue nadie la puede negar. A l un ísono con todo esto decimos que hay tres personas en esta Divinidad . Y de ta l manera disti ntas q ue la una no es la ot ra , y cada una de ell as t iene el ser y la infinitu d de Dios _[f. gi v) No son tres dioses, porque no son más de un ser, ni más de una Divin idad, n i más de una potenc ia; no puede, pues, haber más de una sustancia en el ser de Dios. La lu z gracias a la cua l nos percatamos de este m ister io y de estas t res personas prov iene de las Sagradas Escrituras. En conformidad con su enseñanza, los nombres de estas tres personas son Padre, H ijo y Espíritu Santo. Nombrando a una de ellas Padre, y a la otra Hijo, nos abre la comprens ió n para que en t endamos que en la Divin idad hay un modo de generac ión : una persona engendra y la otra es engendrada. Bajo el nombre de Espíritu Santo co legimos que en la tercera Persona se da otro modo de proces ión . Como sabemos que Dios es espíritu y simplicís imo en su ser, es impos ible imaginar que haya aqu í

nada de generació n co rpo ral o fís ica, se trat a de una generac ión d isti nta y de natu raleza exce lentísi m a. En palabras de sa n Juan evangel ista, algo pod emos ca ptar sobre el modo en que el Pad re engendra al H ijo. Juan nom bra al H ijo

verbo, o palabra, y afirma q ue el verbo es eterno, que siempre estu vo co n Dios, y qu e era Dios. LJn. 1). [155] Súmase a esto la doctrina de san Pablo, qu e ll am a al H ijo 'respland o r del Padre', y lo llama 'imagen de su sustanc ia'. (He. 1). [156] Sobre el conten ido de lo d icho se esfuerza nuest ra fe para entender como el Pad re, conoc iéndose así m ismo, p rod uce un co nocim iento y una im age n d e sí m ismo que lo represen t a pe rfectísima m ente. No lo pod ría re prese nta r perfectísi m ame nte si no fue ra como él; y as í entende m os que en est a generac ión el Pad re com unica al Hij o su mismo ser, su mismo poder, su misma bondad y t oda la pe rfección que él t iene. Y de aq uí se sigue que sea n iguales. [f. 92 r) Y como sea qu e en Dios no hay lo acc id enta l ni lo ad herent e, [157.] ni su ser es susce pt ible de d ivisión, síguese q ue el H ijo tiene la m isma susta ncia y el m ismo se r del Padre - ent eramente y sin d ivisió n- , y as í le es comu nicado en la generac ión Divina, y por esta razón es Dios al unísono con el Padre. No son dos dioses, po rque no hay más de un ser. M u chas compa raciones y se m eja nzas se han sugerido para ll ega r a penetrar en est e m iste rio, pero todas ell as las j uzgam os como impropias para d ilucida r ta n gra n emp resa. Solo es apropiado aq uel sendero interpretat ivo que se inspire en la enseñanza m isma de la Escritura, y es el que nosotros nos esforzare mos en segu ir. Sugerim os pa ra ello que tome m os cuenta de có m o nues tro entendi m ient o produce una im age n represen t ativa de lo que el propio

entend im iento conoce. Esto parece que ya nos puede brindar alguna luz sobre este misterio - teniendo siempre en cuenta que en esta, como en otras com pa rac iones , las imperfecciones de nuestro razo nar, al compa rarlas con la perfección de co noc im iento que hay en Dios, son su m amente notorias- .Como sea q ue el conocimiento que en grado sumo y perfectís imo t iene el Padre de sí m ismo es un conocimiento eterno, sin princip io ni fin , del m ismo modo la generación d ivina con el H ijo es eterna, ta l como nos dice san Juan al principio de su eva ngelio: ' En el principio era la pa labra, y la pa labra estaba con Dios, y la pa labra era Dios '. No escudriñe más el cr istiano, y sepa que lo que está d icho no lo puede alcanzar sin verdadera fe, y si su entend imiento se hall are como ofuscado, consué lese con saber que su fe lo aprehende y lo capta , y que un día lo conocerá claramente_[f. 92v) El que haya personas d ivinas en esta un icidad y simp licidad de ser, d istintamente lo declara y enseña la Escri-

tura. En las primeras pa labras que po r inspirac ión del Espíritu Santo escrib ió Moisés, ya se vierte luz sobre esta doctrina : ' En el princip io , se d ice, creó Dios el cielo y la tierra '. (Gn.1) . En la pa labra ' Dios' que aqu í se usa se incluye una plu ralidad de personas. Esta es la sign ificac ión que encierra la pa labra en la lengua hebrea, y que los mismos judíos aceptan . En la creación del hombre, Dios d ijo: ' Hagamos al hombre a nuestra imagen y a n uestra semej anza'. El plu ral en 'hagamos' y en 'nuestra imagen' y 'en nuestra semejanza ~ en modo alguno hace referencia a criatura algu na. Gran locura habría sido que en la creación del hombre Dios hubiera buscado el parecer de otra criatu ra, aunque hu biera sido de identidad tan superior como la de los ángeles - o incluso si aún

la hubiera habido de supe rior excelencia- . Esta consu lta y decis ión se tomó en t re las personas Divinas, y es bajo esta significación que se han de entende r las palabras de la Escritura. El profeta lsaías relata una visión en la que le fue mostrada la gloria y la majestad de Dios, y en la que aparecían serafines que coreaban incesa ntemente: 'Sa nto, santo, santo, Dios de los ejércitos; llena está toda la tie rra de su gloria. (/s.6).[1sfil[f. 93 r] Lo primero a tener en cuenta en esta referencia bíblica es el hecho de que con t ienen palabras de suma importancia, refrendadas por la Divinidad y con especial toq ue de atención del Espíritu Santo. Lo segu ndo a te ner en cuenta es el misterio que encierran las palabras: se hace refe rencia a la un icidad de l Señor, diciéndose de él que es el Señor de los ejércitos y qu e de su gloria está llena toda la tierra, y en la loa de los serafines, estrictamente y por tres veces, la exclamación es de 'Sa nto, san to, santo'. Si fuera para significar que se respon dían unos a otros, bastaba ponerlo dos veces; pero no es as í: la t riple alabanza va desti nada a las tres personas de la Divinidad. No solo apu ntan las Di11inas Escrituras al misterio de las tres pe rsonas, sino que nos brindan aún mayor luz sob re las m ismas al darnos el nombre de cada una de ellas. El profeta David, e n el Salmo ochenta y ocho, hablando de la ven ida del Redento r del mundo, profetiza en estos térmi nos sobre Dios Pad re y Dios Hijo: 'El me invocará y dirá tú eres mi padre y m i Dios ... '[159J Cla rame nte se ind ica aquí la perso na de Dios que es Padre, y la persona del hijo que le llama Pad re. En el Salmo segundo, hablando el Hijo, dice del Padre: 'El Señor me dijo: tu eres m i padre.'[160] De modo excelso estos términos expresan que

Dios tiene Hijo, y el Mes ías tiene Padre. Claramente se despren de de la enseñanza de la Escritura q ue el Mesías había de ser Dios, lo cual, unido a lo primero, dan man ifiesta prueba de q ue en la Divi nidad hay Padre y hay Hijo. Los testimon ios q ue sobre este tema nos ofrece el Nuevo Testamento son muy abundantes. Muchas veces afirma Cristo, nuestro redentor, que Dios era su Padre, que él era su Hijo, y que era hijo et erno. [f. 93 v) ' M i padre, dice Jesús, hasta ahora obra, y yo obro. Yo hablo lo que vi estando co n mi Padre.'

Un. 16). [161]

San Juan dice: ' N inguno vio a Dios; el un igénito H ijo que está en

el seno del Padre trajo nuevas de él.' Un.1).[162] El apóstol san Pab lo dice muchas veces: 'Ben d ito Dios Padre de nuestro señor Jes ucristo.' [1º.3] En el bau t ismo del Redentor y en la t ransfigurac ión en el monte, se oyó la voz del Padre que decía: ' Est e es mi hijo muy amado.' (Mt.3, 17; Mr.3,7). No estimamos necesario dar más referencias del Nuevo Testamento. Ya nos hemos referido a aque l exce lentísimo conocer del entendim iento Divino, y a aquella generación según la cua l el Pad re, de su propio ser, produce aque lla perfectís ima imagen que es el Hijo, y como en esta generación es comunicada al Hijo toda la perfecció n q ue hay en el Padre, de donde se prueba la perfectís ima igualdad que hay entre ellos. Apropiado es, pues, que a part ir de ahora hab lemos de la tercera Persona, la cual no es engendrada, porque no procede por vía de entend im iento como la segu nda, sino por vía de vo luntad . Ámanse el Padre y el Hijo con voluntad infinita, porque todo lo que en ellos hay es infin ito. Est e amor con que se aman es así m ismo infi nito por la m isma razó n con la que la imagen, o el conocim iento, [, 6.4] es infi nito. Siendo

este amor infinito , evidentemente se trata de la infi n itud de Dios, pero se trata de un a persona Divina d isti nta de las dos p ri meras, pues como ya dijimos del conocimiento prod ucido por el entend imiento, lo m ismo decimos del amor producido po r la vo luntad. El conocim iento no podía ser meramente acci dental ni adherente, como t ampoco lo puede ser el amor. Al igual que el Padre en la generación comun ica al Hijo todo su ser y toda su perfección; así el Padre y el H ijo prod uciendo al Espíritu Santo le comunican todo su ser y toda su perfección; y es que tanto este ser como esta perfección no son suscept ibles de repartición_[f. 94 r] Y de esto resu lt a que siendo también esta tercera persona Dios, no son más de un Dios, como ya lo hem os argumentado. Dij im os que esta proces ión no es generación, porque el Espíritu Santo no es conoc im iento si no amor. Diji m os también que es asp iración, porque procede de dos. Para confirmación de lo dicho mencionaremos algunos pasajes de la Di-

vina Escritura q ue son sufi cientes para poner de re lieve lo disti ntivo de la tercera Persona, su Divina iden t idad, y co m o procede de las dos primeras. Claro testimon io de ello se constata en el bautismo de Crist o. Refiere el evangelista que se oyó la voz del Padre, y el Espíritu Santo descend ió en forma de paloma.

(Mt.3). [1º.S] A l enviar el Redentor a sus d iscípulos a predicar el evangel io, les d ijo: 'Bauti zad las gentes en nombre del Padre, del H ijo y del Espíritu Santo.'

(Mt.28).[166] No puede hal larse test imon io más manifiesto para la Trinidad y para la igualdad de las personas Divinas. Menciona san Juan las pa labras de Jesús según las cuales él 'enviaría el Espíritu Sant o q ue procede del Padre'.

Un. , 5). [1.Q7J

Según San Juan , 'tres son los que dan testimonio en el cielo:

Pad re, H ij o y Espírit u Santo.' LJn.9) .[168]

Capítulo 38.

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DE LA CONFORMIDAD Y CON CORDIA DE LOS T RES S I MBOLOS

Expuesta, pues, la doctrina que hemos demostrado, en co nform idad con la enseñanza de la Divina Escritura y de la Iglesia cató lica sobre el ser y la singularidad de un so lo Dios y de la tri nidad de las perso nas d ivinas, te ndremos aho ra la opo rt unidad de cor roborar y amp lia r todo est o a la luz del Símbolo Ni-

ceno y del de Atanasio_[f. 94v] En el Niceno se d ice : 'Cree m os en Jesucristo, unigénit o Hijo de Dios, nacido del eterno Pad re antes de todos los siglos.' En la pa labra ' nacido ' se encierra todo lo que hemos d icho sobre la generación d ivi na. Porque as í como n uestro entendim iento p rod uce y engendra u na notic ia,[, 69.] as í el entend im iento d ivi no en el Padre, conociéndose, engendra la infi nita noticia que es el H ijo, y esta producció n ll amamos generación, y deci mos q ue el Hijo es engendrado y es nacido por esta inefab le manera de nacer. La otra afirm ac ión de la co nfes ió n es la de que el Hijo de Dios 'es antes de todos los siglos '. Aqu í se expresa la eternidad del H ijo con la del Padre, y ser la generación eterna por ser el conocim ient o et erno, si n principio y sin fin. A continuación se d ice en el símbo lo: ' Dios de Dios, lumbre de lu mbre, Dios verdadero de Dios verdadero .' Con esto se enseña la igualdad de la Segunda Persona con la Pri m era, y que cada una de ellas es Dios; que la Segunda procede de la Primera, como una luz de otra lu z. En todo lo d icho debe tenerse en cuenta la imperfección q ue la comparac ión de las cosas creadas con las d ivinas entraña. El Padre es luz de infin ita claridad , de infin ito conocim iento, de infin ita providencia. Engendra de sí una luz de su m ismo ser, de su m isma

sust ancia y de su mis m a igualdad en t odo. Añ ade luego el símbolo: ' Dios verdadero de Dios verdadero'. Es una afi rm ación q ue se rep ite para q ue nos demos cue nta de que el nombre de Dios se atri buye al H ijo, y que no le es atribu ido por algun a exce lencia particu lar, como m uchas veces a las criaturas por sus exce lencias y por su imitación se les atribuyen nomb res que en rigor y en ve rdadera propiedad no les convienen, [f. 95 r] como en los j ueces y en los m inistros de Dios que son en las Escritura ll am ados dioses, po r esta razón de im itación y de pa rtic ular excelenc ia. Pero no es así co n el Hijo del eterno Padre, porq ue t an ve rdadero y t an propiamen t e le conviene el nom bre de Dios como le co nviene al Padre, por se r ete rno como él, y ta n poderoso y t an pe rfect o como él - según lo que decíamos ante riorm ente- . Añade el símbolo: ' Engendrado y no hecho; de una m isma susta ncia con el Pad re, por q uien so n hechas todas las cosas.' Lo pr im ero se dice para que ent endamos que es perfect ísi m a la m anera co n q ue el H ijo procede del Padre, y ser ad m irable su generación. El Padre no hace al H ijo , ni el H ijo es hecho por el Pad re, ni este modo de generac ión se puede ll am ar hechura, pues en t odo esto se encierra grande imperfección. En t odo lo que se hace hay pri ncip io, hay fi n, hay materia de la cua l se hace, t iene un ser su m ament e d isti nto del ser del artífice. Nada de eso se da en la generación di vi na. No hay en ella princip io , ni fi n, ni materia dist int a, n i el ser de la persona que engend ra es d isti nto del de la persona engend rada. Y es por est o q ue se añade en el símbolo que el H ijo es de una misma sustanc ia con el Padre, de un m ismo se r y de una m isma igualdad. Se d ice esto, en t erce r lugar, para

enfat izar la perfecta igualdad q ue existe entre el Padre y el Hijo. Pues as í como con su poder el Padre hizo todas las cosas , así al Hijo, im agen y not icia del Padre, se le atribuye la sabid uría por la cual son hechas todas las cosas q ue Dios creó. En el m ismo símbo lo se hace t amb ién co nfes ión sobre el Espíritu Sant o, la te rcera persona d e la Trin id ad , con estas pa labras : 'Creo en el Espíritu Santo, se ñor y vivificador, que procede del Padre y del H ij o; y q ue j unt amen t e co n el Padre y el H ijo es adorado y glorificado.'[f. 95v] Claramen t e se desprende de estas palabras la igualdad de la Tercera Perso na con las d os primeras; de ah í que le llam emos ' Señor y dador de vida, y le tributemos una m isma adorac ión con las dos primeras perso nas.' En el t ercer símbo lo, que es el de Atanasio - y qu e f ue ordenado y aprobado para con denar la sect a de los arrianos, y co ntra otros hombres atrevidos enga ñados por el d iab lo para escanda lizar a la Iglesia- , se ratifica la m isma confesión. En ell a con fesamos honrar y adorar a un Dios en trin idad, y a una t rinidad en un idad. Co n lo cua l se qu iere dar a ente nder qu e, habiendo un so lo Dios, hay tres persona, y hab ien do tres personas , no hay más que un so lo Dios . No confund im os las personas dicien d o que las personas son las m ismas, pero los nom bres son d iversos - como han mantenido algu nos herejes- . Decimos, por el cont rario, que así como los nombres son entre sí d istintos, así las personas son entre sí distintas. La persona del Padre no es la del H ijo, ni la del Espíritu Santo. Cada un a de las t res personas es d istinta de las otras dos, y n inguna es la otra. Las tres personas no t ienen más de una d ivin idad, ni tienen más de un ser. Co m parten en t re ellas la

m isma g loria y la m isma eterna majestad , sin pr imacía de una de ellas sobre las otras. Cua l es el Padre, ta l es el H ij o, t al es el Espíritu Santo. Toda la bondad y perfecc ión que hay en una de ell as, la hay tamb ién en las otras. Increado es el Padre, increado es el Hijo e increado es el Espíritu Santo. Inconmensurab le es el Padre, inconmensurable es el H ijo e inconmensurable es el Espíritu Santo. Eterno es el Padre, también el H ijo y también el Espíritu Santo. Atempora les son las tres personas de la Trinidad . En modo alguno puede conceb irse que hubiera una de ellas sin las otras dos_[f. 96 r) Aún siendo esto así, no se puede pensar que haya tres dioses distintos. Todopoderoso es el Padre, todopoderoso es el H ijo y todopoderoso es el Espíritu Santo, pero no son tres d ioses todopoderosos , sino un Dios todopoderoso. Dios es el Padre, D ios es el H ijo y Dios es el Espíritu Santo; mas no son tres d ioses distintos, sino un so lo Dios. Y así con los demás atributos infin itos de las tres personas de la Trin idad: son los atributos de un so lo Dios. No se encierra en lo que confesamos d ivisión alguna en las personas Divinas, de modo que se d iga que tenemos tres señores o tres d ioses. Esto sería fa lso y abom inable. El Padre no es hecho, ni creado , ni engendrado. En todo la infinitud es lo único que conv iene a su ser. El H ijo procede del Padre, no fue 'hecho', ni creado, sino engendrado -ta l como ya dijimos-. El Espíritu Santo procede del Padre y del H ijo, no por hechura ni por creación , sino porque procede por vía de vo luntad : por aque l infin ito am or con que el Padre y el H ijo se aman. De manera que no hay tres padres, sino un Padre; no hay tres hijos, sino un Hijo; no hay tres espíritus santos, sino un Espíritu Santo. En

esta trin idad , en estas t res personas , ninguna hay q ue t enga superiorid ad sobre las otras.[f. 96v) En lo q ue llevamos dicho, no so lo hemos segu ido la doctrina de la Divina Escritura, sino que también en lo particu lar hemos sido fie les a la expos ición q ue la Igles ia cató lica sigue en t odas las confesiones que púb licamen t e se hacen en los ofic ios divinos.

Capítulo 39.

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DEL FRUTO DE ESTA DOCTRINA PARA LA VERDADERA I NVOCACION Para mu cho puede servir lo q ue se ha d icho so bre la Santísima Trin idad; porque allende de se r necesaria su confesión para el verdadero cr istiano, la enseñanza que sobre ella se saca de la

Divina Escritura es de gran consue lo

pa ra el fie l creyente, pues le instruye sobre la identidad del Dios en el que cree, le enamora para servirle y enc iende en su corazó n el deseo de gozar de él con entera y eterna profesió n _[f. 97 r) De un modo m uy especial le ilumina en el tema de la oración, sobre la manera de invocarle y de pone rse comp letamente en sus manos en todo lo que concierne a sus bienes. Ciega sería la oración que se hiciera a un ser desconocido del que nada se supiera. Esta es la d iferencia que t iene la oración del cristia no con respecto a la de las ot ras re ligiones del mundo. Invoca a Dios el j ud ío , el genti l y el moro. Tienen oraciones o rd inarias y pro lijas, le confiesan como supremos se ñor, se humillan ante él, alega n causas por las que cree n han de ser o ídos, y a pesar de todo esto sabem os que sus voces no t ienen verdadera entrada en el cielo, n i aceptadas sus peti ciones para rec ibir de ellas algún benefic io. La razó n de todo est o estriba en el hecho de q ue invocan a alguien q ue no conocen , de ah í que sea n tratados como desconocidos. Tanto jud íos , gentiles como moros niegan lo más importa nte del se r de Dios: el que sea

trino y uno. N iegan lo principa l de su

consejo y de su vo luntad, que es darnos sa lud y remed io m ediante la venida del H ijo y la infusión del Espíritu Santo. El cri stiano invoca a u n Señor que conoce , de cuyo ser est á muy firme , y le ado ra en trinidad de personas y en

un idad de sustancia. [f. 97v) Co noce sob re el co nsejo de Dios y sobre su j ustísi m a y sant ísima vo lunt ad en dar remedio a los hombres. En agradecim iento po r ta n grande bien y confia nza en tan desbordante misericord ia, supl ica sa lvación al Señor y le glorifica po r t odo ello. Norma será, p ues, de nu est ra o ración ser conscie ntes de que invocam os a un Señor infin ito, uno en su ser y trino en pe rso nas. A l invocar al Pad re no exclu iremos a la perso na del Hij o, n i a la del Esp íritu Sant o. No cabe aq uí ninguna exclusión: siempre se incl uye el m isterio de la sant ísima Trin id ad, y at ribui m os a cada persona lo que la Di11ina

Escritura le atrib uye. EJEMPLO DE ORACIÓN A LA SANTÍSIMA TRI NI DAD[]7.Q] Eterno y todopod eroso Señor, de ser infin ito, y cuya bondad y m iserico rdia no t iene fin. Q ue co n tu pot encia creaste t odas las cosas, con tu saber las gobiernas, y co n tu bondad t e reve las a nosotros. Q ue est ando nosotros perd idos por n uestro pecado, nos libraste po r tu consejo y nos volviste a t u gra-

. y nos prometist . e eterna co m pan- 1' a contigo. . [f. 98 r) M',ranos de t aI mo do, cIa, Señor, que t u luz alumbre nuest ra ceguedad y aleje nuestro pecado, para q ue forta lecidos con tu favor hall emos placer y d ulzura en el cu mplimiento de t us m anda m ien t os, seamos ve ncedores d e nuestro enemigo, y se increment e el deseo de nuestra vol un t ad para servirt e y o bed ecerte. Gobiérnanos, Señor, co n tu sab idu ría , provéenos de t u misericord ia, defiéndenos con tu gracia, acrecienta en nosot ros los dones de tu libera lísi m a m ano, pa ra qu e en todo te conozcamos más pe rfectame nte, te demos gracias por q uien eres y por

haberte dado a conocer t al co m o lo has hecho. A LA PERSONA DEL PADRE

Padre todopoderoso, que pa ra sa lvar a los hombres que tu creaste promet iste que t u un igén ito H ijo - eterna lmente engendrado de t u m isma sust ancia, semejante en todo contigo m ismo- , tomaría nuestra naturaleza y se haría hombre. Y cump liste tu pa labra, y rec ibist e el sacrificio de su muerte como precio de nuestra redención , inclina Señor los ojos de tu m isericordia sobre nosotrosJf. gSv] No perm itas que lo que tu libera lidad quiso dar a los hom bres lo p ierdan ell os por su ma ldad . Favoréce nos Señor cont ra nuest ras propias maldades, y como tú las venciste mediant e la m uert e y pasión de tu Hijo, haz que también sean vencidas en nuestros corazo nes; para que en todo te conozcamos mej or, y conociéndote mejor crezca n uestro amor hacia ti por t u bondad , se increme nten nuestras alabanzas por tu m isericordia , y perseveremos en nuest ra confesión y servicio hacia ti que, co n el H ijo y el Espíritu Santo, vives y re inas para siempre jamás. A LA PERSONA DEL H /JO

Señor Jes ucristo, único hijo del eterno Padre, que t uviste por bien ser nuestro hermano, y así hacernos h ij os de Dios. Te confesamos como Señor nues tro, luz nuestra, vida y redención de nuest ras almas. Por nuest ro pecado te ofrecist e como sacrificio delante del Padre, y po r res u rrección en favor nues-

tro . Por tu gra n obed ie nc ia a nuestro favo r, est ás ahora a la d iest ra de l Padre, y

desde allí favo reces nuestro bien y nuest ra salvac ión . Que siemp re preva lezca tu m iserico rd ia po r enc ima de nuestra maldad . Tú, pues, que vencist e a nuestro enemigo, corona t am bién victo ria so bre nosotros. Que se increm ente cada día en nosotros t u gloria y el co nocim iento de tu persona, y que en m odo al guno perm itas q ue volva m os a la perd ici ó n que un día sufrimos. Tú q ue nos ganaste y nos libraste de la m uerte, haz q ue siem pre seamos tuyos en vida perpetua co n el eterno Padre y con el Espíritu Santo, co n los q ue vives y reinas . . , A , [f. 99r] para siemp re ¡am as . m en.

A LA PERSONA DEL ESPÍRITU SANTO Con nu estro co razó n y con nuestro gem id o t e invocamos como celest e y d ivi no Espírit u, que del Pad re y del H ijo proced es. Tú que f uiste enviado pa ra dar conocim iento[l7.1] del H ijo del et erno Pad re y pa ra emplazarlo en nuestras almas para d ar luz a n uestra ceguedad, f uerzas en nuestras flaqu ezas y conoc im iento y obedie nci a en nuestras vidas; tú qu e eres maest ro de la verdad y fuego d el am or d ivi no, enc iende nuest ros cora zo nes, abrasa n uestros pe nsa m ientos des pide nuestra ignorancia, y consu m e nu estras escorias para que no haya en nosotros luga r para el engaño, y renovad os por tu gracia perseve remos en la con d ición d e nuevas criatu ras, y llegue m os a ser eje m p los y vasos de t us sa nt as o bras. Tú, que co n el Padre y con el H ijo, vives y re inas para siemp re j am ás . Am én.J

Capítulo 40.

SIGNIFICADO DE LA PALABRA "TODOPODEROSO"

Siguiendo con nuest ro estud ió de l símbolo, co nviene aclarar qué se ent ie nde por la expres ión "todopoderoso". Estas so n las palabras: 'Creo en Dios Padre, todopoderoso.' Obsérvese en este contexto que un m ismo poder, un mismo saber y una misma bondad res iden en las tres perso nas de la Tri nidad . Mas cuando la Escritura hab la de l Pad re, le llama poderoso; cuando hab la de l Hijo le ll ama sabio; cuando hab la de l Esp íritu Santo le llama consolador, etc_[f. 99 v] Todo esto va encam inado a l co nocimie nto de l misterio de la Trin idad y de las disti ncio nes y procedencias que se dan en las personas del Hijo y del Esp íritu Santo. El Padre es princip io y origen; no procede de nad ie y por esto se le atribuye el poder. El Hijo procede del Padre, es palabra, es conocimiento (noticia) y es imagen suya. Por esto se le atribuye el saber - a semeja nza de lo que sucede co n nosot ros que sabemos por las imágenes y por las noticias y por las obras del e nten dimiento- . Al Espíritu Santo se le atribuye la bondad,

consolación y exhortación, porq ue procede por vía de vo luntad - de l amor de l Padre y de l Hijo, y es expresión del amor con que se aman-. Y porq ue de l amor sa le la com unicació n de los bienes, at ribúyesele todo esto a la tercera persona. Mas por estar muchas veces decla rado y repetido, todo el poder y todo el sa ber y toda la bondad que está en una persona está tamb ié n en las otras. Ac larado, pues, esto de que un mismo poder res ide en las tres perso nas de la Trinidad, conve nien te, pues, saber en qué se ntido se habla de l Pad re como todopoderoso.

Dijimos anteriorm ente que lo que alca nz amos a conceb ir sobre Dios era la de un ser de infin it a exce lencia, al que atribu imos todo poder, toda bo ndad , t oda sabid uría , toda j usticia y t oda la hermos ura de la que somos capaces d e imaginar. Precisame nte t odo esto es lo que q uere m os decir con el sím bo lo cuando afi rmamos que Dios es t odopoderoso, creador del cielo y de la t ierra. Est o no es más que una idea que se nos da de Dios co m o lo más grande que . . . . [f. , oo r] pued a co nce b 1r n uestro ¡u1c10.

c omo

d , d sea que to av1a no estamos e-

lante de su presencia para verle clara y dist intame nte , ta l como él ha promet ido a los que le si rven , m ientras esta m os en esta tie rra indagamos modos y ca m inos para co nocer y saber m ás de él. Cuando su m isericord ia nos ll eve a gozar de su compañ ía, le vere m os ta l cua l él es, ta l y co m o nos d ice el apóst o l sa n Juan en el cap ítu lo

1

de su prim era Epístola.[17.2] Aho ra nuestro co noc i-

m iento no es perfect o, pues aho ra vemos po r espejo y po r fi guras, pero entonces co noceremos faz a faz , y será un conoc im iento clarísi m o aco rde con las capac idades de la criatu ra para co nocer a su Creador. (1 Co. 13) .[17.3] Los cam inos más verdaderos que poda m os tener en est a vida son los q ue nos ense ña la Sagrada Escritura, po rque en ell a resp landece la misericord ia y la d iligencia del m ism o Señor para que le conozcamos , y pa ra darnos de sí la m ayor claridad y conocim iento que en este mundo pueda adqu irirse . Para declarar, pues, cua l es el ser de Dios y pode r ent ender que es lo que confesa m os de él, decimos con el símbolo que ' Dios es todopoderoso, creador del cielo y de la t ierra', y somos incapaces de decir algo más grande y más exce lso pa ra honrar la m ag nificencia de t an supre m o Señor. Lo q ue m ás arguye la

grandeza de alguna cosa es el poder, y cuanto mayor es el poder que llegamos a intuir de alguna rea lidad , tanto más se incrementa nuestra va loració n de la m isma. Temor y confianza despierta en nosotros lo poderoso. De ah í, pues, que t anto la Di11ina Escritura como la Igles ia cató lica aludan a la idea de poder para despert ar en nosotros el conocimiento de la grandeza y majestad de nuest ro Dios, del que se d ice que, no so lo es poderoso, sino t odopoderoso. Afirmar que es t odopoderoso es afirmar que su poder no tiene fin , que puede hacer todo lo que le comp lazca hacer_[f. , oov] No hay cosa más idónea y q ue más co nvenga a Dios q ue tener el poder a la medida de su vo luntad. Confesamos, pues, que el Señor, a qu ien segu imos y adoramos, tiene tan sumo poder que es del todo impos ible ha llarle medida. Por grande q ue sea el poder que podamos at ribu ir al hombre, descubrimos otro poder q ue aún le supera, como es el del poder de los ánge les. Si llegáramos a imaginar la existencia de mi l m illones de mundos, cada uno de ellos de mayor exce lencia que el nuestro, aún así no habríamos ascend ido a la cumbre máxima del poder, que es el de Dios - el Dios t odopoderoso, de poder infi nito- .Sobre todo esto, y utili zando términos sim ilares , es lo que nos enseña la Escritura- en todo nuestra verdadera maestra- . As í d ice el profeta David que el Señor es grande, ' pues hizo todo lo que qu iso en el cielo y en la t ierra, y en la mar y en todas las honduras '. (Sal.143) -[17.A] El m ismo Señor, se apareció a su siervo Abraham y le d ijo: 'Yo soy el Señor todopoderoso, no te apartes de mi presencia.' (Gn.17) .[17.5] Con estas pa labras qu iso Dios reve larle su identidad y le pers uadió para que le siguiera. Cuando fueron librados los hijos de Israel y

sa lieron del Mar Rojo, dejando atrás ahogados a los egipc ios, proclamó María, la hermana de Moisés: 'Varón batal lador es el Señor; omn ipotente es su nombre." (Ex.15) .(17.6] Por san Lucas, d ice el ángel a la Virgen , que para el poder de Dios ninguna cosa es imposible. (Lc.1).[17.7.] M uchos otros testi mon ios pod rían citarse de la Escritura q ue aluden al ser de Dios como todopoderoso: baste n, pues éstos vers ícu los para que nos cercioremos de la grandeza y poder sin lím it es atribu ibles a la infinita majestad Divi na_[f. , oir] M uchas son las cosas del m undo q ue nos maravill an . Muchas son las obras de Dios q ue según las Escrituras suscitan espanto. Muchas so n las cosas q ue enseña nuestra re ligión que son mot ivo de escánda lo para los judíos y j uzgadas co n desdén por la sabiduría de los genti les. Sin emba rgo para todas ell as t iene el cristiano resp uesta; y por encima de todas estas resp uestas está el supremo argumento de q ue el Dios todopoderoso es el hacedo r de las m ismas. Y esto es lo que con gozo proclaman los artículos de nuest ra fe. Todas las obras de Dios han brotado de su voluntad y son expres ión de su infin ito poder; en todas ellas resp landece su j usticia, su bondad y su misericord ia. Así como co nveniente y apropiado es que confesemos que el Dios infi nit o es todopoderoso, repugnante sería para su identidad y majestad afirmar que pueda haber algo que se le res ist a. No hay pos ibi lidad de res iste ncia en su propio ser, ya que por ser simp licísimo en su identidad no hay en él pos ibilidad alguna de contrariedad. Nada puede impedir que haga todo lo que él qu iera; pues todas las otras real idades son de ser lim itado y lo recib ieron de su mano poderosa al crear todas las cosas de la nada. Muestran resistencia

unas criatu ras hacia otras porque se les compe le a hacer algo contra su natu ra leza y co ntra su incli nación. As í resiste lo pesado cuando lo levan t an, lo liviano cuando lo quieren encerrar y sacar de su propio lugar. (f.

10 1v)

Para con

Dios ninguna cosa tiene inclinación contraria: simp lemente sigue su incl inación natural acorde con la que él le otorgó; es natural pues en el la obedecer a q uien la formó. Es por esta razón que Job pregunt a: '¿Quién resistió al Señor

y le fue bien?' Uob 9). [17.8] Y el apósto l san Pab lo pregunta: '¿Q uién p uede res istir a su vo luntad? (Ro. 6). [17.9] Suelen pregu ntar algunos m uchas va nidades acerca de la omn ipotencia de Dios. ncluso entre los sabios del mundo[180] se expresan locuras ta les como 1

las de que Dios no puede olvidar, ni morir, ni pecar, ni enfermar, n i puede hacer q ue en un mis m o instante el ' no' y el 'si' sean verdad , y otros desvaríos simi lares. No se percat an estos hijos de perd ición q ue caer en sem eja ntes flaquezas y m iserias no es poder, sino falta de poder. Prop io de la omnipotencia,

y prueba ev idente de su infi nitud , es la de estar por encima de estas pe ligrosas alt ernativas. Contraria es la vo luntad de Dios a toda esta suerte de desvaríos.

(f. l 02r) La nat uraleza divina no se contrad ice a sí misma: todo lo q ue quiere, hace. Evidencia de su su m o poder es la de no implicar contradicción: el Todopoderoso no puede negarse así m ismo. (2Ti. 2).[181] Como su poder es infinit o para lo que qu iere, así su q uerer es infinitam ente ju sto, y su bondad infi nit a. Todo lo que qu iere sabe, y todo lo q ue sabe y qu iere lo puede hacer. Es en sí beatís imo, [182] pues no sería Dios si tuviese neces idad de algo. En sí m ismo es pote ncia, bondad , sab id uría; nada le es prestado n i le es accidental;

de ah í que sus obras sea n tan excelen tes y perfectas. Su conoci mien to es de infin ita sabidu ría; todo lo que sabe puede hacer; todo lo que hace lo hace bajo el gobierno de su sabidu ría; todo emerge de s u bondad ; todo va aco mpañado de verdad y cle mencia. Nada pu ede frenar su om nipotencia, cegar su sa biduría, estorbar su quietud, [183] alterar su perpetu idad ni su perseverancia. (f. 102v) Su potencia lo convida a obrar, su bondad a darse a co nocer, su riqueza a exteriorizarse - ta l como lo ex peri mentamos nosotros mismos en nuestras vidas- . De todo esto podemos tamb ién inferi r que él es premiador de los que le sirven y castigador de los que se apa rtan de su obed iencia. Esto es lo qu e el profeta Jeremías quiere da r a entende r con estas palabras: 'G rande es Dios y pode roso. El Señor de los ejércitos es su nombre. Grande en consejo, poderoso en la ob ra, po rqu e sus ojos están abiertos so bre todos los ca m inos de los hijos de los hombres, para dar a cada uno seg ún sus carre ras, y según el fruto de lo qu e hacen.' Uer. 32) .[184]

Capítulo 41.

EXPOSICIÓN DE LAS PALABRAS: " CREADOR DEL CIELO Y DE LA TI ERRA"

Declarada esta primera parte de la Confesión en la que nos preguntábamos sobre la identidad de Dios, y decíamos que es todopoderoso, conviene ahora plantearnos el significado de las pa labras: Creador del cielo y de la tierra. (f. 103r) De hecho las pa labras de esta confesió n v ienen a ser como una corroborac ión de la naturaleza omn ipot ente de Dios: es t odopoderoso en tanto q ue es creador del cielo y de la tierra. Es est a una confes ión que se ajusta apropiadament e a nuestra manera de conceb ir la omn ipotencia de la Divin idad. Los ángeles, y los bienaventurados que están en su compañ ía y le ven claramente, tendrán m uy grandes y d iversos mot ivos para conocer su poder y bondad y cuán infinito es en todo . Los que estamos en este destierro, no t enemos mayor dechado a seguir para conocer a la Divin idad q ue el que nos ofrece el testimonio de su prop ia creació n. Lo primero sobre lo cual ponemos los ojos y levanta los vue los de nuestro en t end imiento es la máqui na y compostura del mundo, q ue de modo tan d iverso se nos manifiest a. Admirados de cosa tan exce lente y de tan variado conc ierto, ineludible nos res ult a preguntar e indagar por el autor de una obra tan grande y hermosa. Si las cosas exce lentes despiertan en nosot ros el deseo de conocer al artífi ce que las h izo para rend irle aprecio y estima, ¡cuánto mayor no será la alabanza y adm iració n q ue tr ibutaremos al autor de una obra ta n exce lsa como es el mundo con todas las cosas que cont iene! Pues si bien es cierto que estamos ahora en este destierro

y no te nemos aq uel dechado de hermosura que t ienen los bienaventurados, en modo alguno podemos quej arnos de que no t enemos rastro y camino para conocer a tan excelso señor como es el autor de la obra de la creación. Uno de los p rincipales mot ivos por los cuales la Escritura Divina exhorta a los hombres al conoc imiento del verdadero Dios, dejándolos sin excusa, es la obra de la creac ión. Así dice el apóstol san Pab lo que ' lo invisible de Dios, escondido en las cosas visib les, pu ede ser conocido. Por ellas podemos colegir suficien t eme nte [185] ser el Hacedor infinit o, eterno y fue nte de todo poder y de t odo bien.' (Ro. 1).[186] El profet a David d ice que los cielos so n ' pregoneros de la gloria de Dios, y que aquel la co m postura suya d ice cuáles son sus ma nos, y cuá les son sus obras.' (f. l 03v) El orden y co ncierto de los días y de las noches son una escuela de grande sabiduría, de donde se desprende una ciencia de conocimiento de Dios. (Sal. 8). [187.] El pregón que los cielos y la compostu ra del mu ndo ofrecen es dado de modo y lenguaj e tan asequible y ta n poderoso, que no hay pueblo que no lo entienda. Los sones de este len guaje se espa rcen por do qu ier y alca nzan todos los rincones de la tierra. Hermosame nte describe el p rofet a la func ión que desempeña el cielo para dar nuevas de su Hacedor, y cuán grandes y m an ifiest as son sus enseñanzas para destacar la grandeza del auto r de t an exce lso y hermoso ed ific io. No es necesaria la ciencia de los hombres sabios para descubrir la gra ndeza y armo nía de la creac ión; acces ible es su conoci m iento a la inteligencia de los más hu m ildes, y suficien t e para causa r t emor y despertar el deseo de conocer a su Hacedor. Imagen de hermosu ra es la creació n: co n sus estre llas y con su so l qu e la

alumbra, la alegra y la recrea. Bri lla en la noche la lu na para que no sea t odo triste y te nebroso. Los días y las noches a tiempo concertado se sucede n. Todo parece q ue al unísono levanten est a voz de invit ació n: ' Hombres, despertad; t o m ad noticia del Señor q ue nos hizo'. Razón más q ue sufic iente tiene la Confesión en su primer artículo para recurrir a la obra de la creació n como prueba de la omn ipotencia de Dios. Y en esto se hace eco de la enseña nza m i sma de la Di11ina Escritura. (f. 104r) Estas son las primeras pa labras con las que Moisés abre el li bro del Génesis: ' En el principio creó Dios el cie lo y la tierra '. (Gn. 1,1). ' Por la palabra de Dios, dice el profeta David, fueron formados y estab lecidos los cielos, y por el espíritu de su boca t oda su hermosu ra y pote nci a'. (Sal. 32) .[188] Cuando Dios qu iere suscitar t emor, despertar co nfianza, amedrent ar a los ma los, esforzar a los bue nos, mostra r su poderío y autoridad, recuerda a los hombres que él es el creador d el cielo y de la ti erra. Dice por boca del profeta lsaías: ' El cielo es m i si lla y la tierra el estrado para m is pies .' (/s. 66). [l.8,9] Y con el mismo propósito d ice el profeta David: 'Tuyos son los cielos y t uya la t ierra. El m undo y todo lo que hay en él tú lo fundast e.' Y en otra parte d ice el salm ista: ' Bendígat e Dios d esde Sión, q ue hizo el cie lo y la t ierra. N uestro socorro en el Señor que h izo el cielo y la tierra.' (Salmos 133 y 123). [19Q] El conoci m iento q ue nos br indan las cosas creadas del ser de Dios es t an eloc uente q ue deja a los hom bres sin excusa, y baj o condenac ión - si realmente persisten en negar lo- .

(Ro. 1). [191] ' Sabed, dice el profeta David , q ue el Señor, a q uien segu imos, es el verdadero Dios. Él es el que nos h izo, y nosotros no nos hicimos.' El mu ndo

en su tot alidad y cada cosa en part icu lar levanta est a voz y est e pregón: 'Él nos hizo; nosotros no nos hicimos.'(Sal. 100). (192] Mayor es el sa ber que encierra la hechura y la fábr ica del mundo que el q ue pueda mostrar el hom bre en las cosas que es capaz de hacer. (f. 704v) Y es q ue po r grand e q ue sea su conoc im iento, aún así el hombre no puede ll ega r a conoce rse a sí mis mo. Con razó n ll egó a decir uno de los sabios de la gent ilidad que el m undo, no so lo fue hecho con grande razón y con grande saber, m as q ue no puede ser entend id o si n grande razón y sin grande saber. M ucho, pues, pued e enseñarnos el mu ndo de la creac ión sobre la exce lenc ia de la ident idad de Dios. Para reconocer todo est o, y poder pro cl ama r nosotros el amor q ue profesamos a Dios, con la Igles ia cat ó lica decimos q ue creemos en Dios todopoderoso, creador del

cielo y de la tierra. En las palabras 'cielo y tie rra ' se incl uyen t odas las obras qu e Dios creó. Entre éstas las q ue más se destacan po r su esple nd or y ut ilidad so n las visibles y las que podemos t oca r con las manos. Sin em bargo, en conform idad con la Divina Escritura, en la exp resió n 'cie lo y t ierra' se incluye toda la universa lidad de lo que hay en el mu nd o, pero ta m bié n de otras esferas de la realidad creada por Dios. De manera que por 'cielo' no solo hemos de entender aq uí est e cuerpo resplandeciente que se m ueve y nos al um bra, sino j unt am ente t odas las criaturas invisi bles que lo tienen por principa l morada y por m ás prop io lugar. (f. 1osr) Entran en est o los espíritu s angé licos ; mientras q ue con el té rmino 'tie rra ' se incluye n t odas las criat uras corpo rales. De entre t odas las cosas creadas, las de mayor excelencia son las de naturaleza

angélica , po rq ue los ánge les, no só lo so n es p íritus y puros espíritu s, sino que no hay en ell os ninguna mezcla de cosa co rpora l. Son de naturaleza perfectísim a y exce lentísima - como ya hem os t en ido ocasió n de co nstatar- . M u cho se ha hablado de la naturaleza angélica y de sus pe rfecciones, ta nto en los escritos de los sabios genti les, co m o ta m bién en los de autores crist ianos. De destacar son las grandes ob ras rea lizadas por los se res angé licos po r man dat o divi no y el cu lto y ado ració n qu e constant emen t e tributan al supre m o Hacedor. De t odo ello la Di11ina Escritura nos da test imonio. Cuando la glo ria del Señor se reve laba a los antiguos profet as, se d ice que éstos ve ían compañías de ángeles y se rafi nes; y as í se co nstata en Daniel 7 e /saías 6.[193] Para librar a Jerusa lén del pode r de los asirios, cué ntase que en una noche un so lo ángel m ató cien t o oc hent a y ci nco m il hom bre del ejércit o de Senaq uerib.[19A] Clara m ente se m uestra aqu í el gran poder de los se res angéli cos. Al sa li r de Egipto, un ánge l acompa ñaba a los h ijos de Israe l como guarda y cap itán del pueb lo. Esto ev idencia la gran est im a qu e Dios t iene de los ángeles al encom endar les m is iones tan g randes . Uos. 5) .[195] En form a de ángel se apa rece en ocas iones Dios mismo. Est o pone de re lieve la gran importa ncia q ue para él t ienen los seres angélicos. Cuenta san Juan en su Apocalipsis q ue se le apareció un ánge l, y q ue él se postró a sus pies pa ra ado rarle, y q ue el ángel le am onestó para q ue no lo hiciese, pues am bos eran siervos de un m ismo Señor.

(Ap. 1) .[19.fü M u chas y grandes son las cosas q ue podríam os deci r en loor d e los ángeles, (f. 1osv) pero, pa ra no ser p ro lijos sobre el te m a, lo dejaremos aq uí. Pero si

que hemos de afirmar qu e, por exce lsa que sea su natu ra leza, ésta queda infin it amen t e lej os del se r d ivino que la creó. Razón es esta para que busq uemos el co nocim iento de Dios , y mostremos grat itud po r el hecho de que se sirva de criaturas ta n exce len t es en provec ho y en servic io n uestro. Ll ena está toda la

Escritura de lo que los ángeles han hecho para los hom bres: cómo los guarda ron, defend iero n, acompa ñaro n e hicieron ta nto a su favor. De gran adm irac ión es el hecho de que el ho m bre, nacido en desgracia ante Dios , débil y sujet o a grandes m iserias, sea ta n amado y t an proveído por su Hacedor que pa ra su bien y provecho se sirva de seres t an exce lsos qu e nunca le ofen d ieron. Por todo lo dicho, corroborado po r la

Di11ina Escritura, sabemos que a

los ánge les les ha sido encome ndada la guarda de los hom bres, y que en esta activ id ad muestran una suma d iligencia. (Sal. 9 1) .(197.] Según nos dice el apóst ol san Pab lo, los ánge les son m in istros env iados pa ra el bien de aque llos que han sido llamados para la sa lvación y pa ra la herencia que Dios les t iene reservada. (f. 106r) (He. 1). [198] En este lugar nos d ice el Apósto l la razó n por la cual son llam ados 'ánge les ' en la

Escritura. La pa lab ra 'ánge l' qu iere decir

mensajero. Gra nde es la honra que Dios les ha otorgado de se r em isa rios suyos pa ra que den aviso a los hombres de su vo luntad y sea n gua rdas de los m ismos. Los niños peque ños , dice Jesús, están en la guarda de los ángeles, que están continuame nte en prese ncia de Dios y co ntemp lan su rostro . (Mt. 18) .(19.9.] En la natura leza y perfecció n del se r de los ángeles resp landece en sumo grado el poder y la majestad de Dios: so n criaturas esp iritua les, de qu ilat es

exce lentísimos y difícil para nosotros, m ientras estemos en la carne, poder describir. Si consideramos su poderío, grandes pruebas del m ismo tenemos en el modo en q ue fueron castigados los habitan t es de Sodoma, y en la manera en que prot eg ieron a los israe litas en su sa lida de Egipto. Si reparamos en su hermosu ra, es esta ta n grande que su mera aparición llenó de pavor a los que la v ieron . Si pe nsamos en su sab iduría, grande ciert amente debe ser cuando el mismo Dios se comun ica con ellos y les m uestra sus maravi llas. (f. 706v) Si repa ra mos en el minist erio que ej erce n, además de estar en la prese ncia de Dios, so n mensajeros de su vo luntad y ej ecutores de sus mandatos. Son también m inistros de Jes ucristo en todo lo concerniente a su g loria y al reinado de su Igles ia. Todo lo d icho debería despertar en nosotros gran adm irac ión y res peto por ta les criaturas , e incrementar aún más nuestra adm irac ión por el Dios que las hizo , para q ue conscientes de la grandeza adm irab le de nuestro Señor todo poderoso en todas sus obras, se increme nte tamb ién nuest ro amor hac ia él.[200] Los sab ios de los gentiles mucho ll egaron a conocer sobre estos espíritus ce lestes q ue so n los ángeles . Sabían de su ex istenc ia al percatarse de los efect os de sus obras, y llegaron a cons iderarles como d ivin idades secu ndarias por debajo de un d ios superior. Ciertamente mucho error hay en todo esto. Destaquemos, sin embargo, el hecho de que a pesar de su error, de algún modo llegaron a intuir la existencia de los ánge les. Por encima de todos los sab ios de los gentiles cabe destacar el nom bre de Platón en sus referencias al t ema de los ánge les - enseñanza es esta que, en sus aspectos correctos , yo creo la tomó de la doctrina de los j ud íos-. [201]

De entre los d iferentes m in ist erios que desem pe ñan los ángeles, reparemos aho ra en el q ue t iene qu e ve r con la guard a de los hom bres. (f.

10 7r)

Después de nacido un n iño del v ientre de la mad re, t anto cuidado y am o r mu estra el Señor hacia est a tierna criatura que envía a uno de sus ánge les para que vele por él, q ue lo defi enda de pelig ros, y que en tod o - ta nto en lo es p iritua l como en lo corpo ral-

sea su proc urado r, y proc urado r vigilantísimo.

Sobre lo d icho no fa lta rá q uien d iga qué d ifíci l es d e acept ar esta guardia cuan do d e hecho suced en ta ntos d es astres y co ntratie m pos en la vida d e los hum anos. Para los que tiene n fe, fáci l es la res pu est a. De no estar am parad os po r la m iser ico rd ia d ivina, ejercit ada po r estas criatu ras tan exce lentes co m o son los ángeles, inco nta bl es se rían los tra bajos y m ise rias que nuestro enem igo el demonio ocas ionaría en nuestras vidas. (f.

10 7v)

Si m uchas de las

cosas q ue nos acontece n nos parece n desastradas, no dejem os de poner a nu estra cuent a pe rso nal los pecad os y ofensas que cometemos contra Dios, y la decidida po rfía q ue mostram os en perseve rar en aque llo que sabemos que es malo. Todo lo qu e está exe nto de cu lpa, pa ra nuestro bien redu ndará. Son nu estras ceg uedades y ruines incl inaciones qu e nos apa rtan d el buen cam ino y trasto rna n nu estro j uicio verdadero de las cosas . A los que aman a Dios todo les sucede bien, po rq ue Dios t iene cuidado de que les vaya bien. Si escasas nos parece n sus merced es es po rq ue no las med imos en co nfo rm id ad co n nu estras verd aderas neces idades. Dios, si n em bargo, las conoce y nos encam ina al logro de los verd ade ros bi enes. Nosotros m ed imos las cosas según nu estros apetitos y desenfrenam ientos ; de ahí q ue j uzguem os ciegame nte lo

que Dios hace po r nosotros y seamos ta n desagradecidos de la grandeza de sus mercedes. Pros igu iendo co n nuestra temática diremos que los demon ios fuero n del m ismo linaje que el de los ángeles. Pero grandes son las d ife rencias que en ellos ha llamos; como tamb ién las encontramos entre los hom bres. Nad ie se ma ravilla de que un hombre sea m uy bueno y otro m uy malo, y que por ser ma lo deje u no de ser hombre. La culpa y el daño que est á en la vo lun t ad no muda la nat u raleza, aunque la afea y le ca usa grande afren t a. Sobre las virtudes y determ inaciones de la vo luntad, grandís ima es la d iferencia entre un ángel y u n demon io - m ucho mayor que la que pueda haber entre u n hombre bueno y uno malo- . (f.

10 7 r)

Aunque muy afectada por su pecado, la natu -

ra leza del demon io retuvo grandes perf ecciones naturales que reflejan la gra ndeza del sumo Hacedor. Grande es su potencia, grande su saber, inmortal es su naturaleza, grandísima perfección es la de sus ser - au nque cierto es que todo el mal que en él hay procede de su vo lun t ad- . Rico es de las manos de Dios, y pobre po r su desventura y desobediencia. En consecue ncia, el m in iste rio del demonio es el de frena r y obstacu lizar la glor ia de Dios y la sa lvac ión del hombre. La maldad del demonio, como ya d ij imos anteriormente, no pone defecto a la ob ra de la creación, ni va en detrimen t o de su excelencia ni de la ma no de qu ien la hizo.

[Salto de capítulos debido a una errata del texto original, que se ha querido conservar por motivos de deferencia]

Capítulo 44.

,

DEL CIELO Y DE LAS CRIATURAS QUE EN EL HAY

Ya hemos d icho que la naturaleza angélica es de primord ial importa ncia para entender lo q ue sign ifica la palabra 'cielo'. Todas las ot ras significaciones que se asocian co n el t érmi no guardan re lació n con las entidades corpora les. Entra n aquí el so l y la lu na y todo el ej ército de las estrellas con su compostura y orden. Todas est as rea lidades celestes cierta m ente despiertan gran admi rac ión y han sido infl uye nt es m ed ios para llegar al co nocim iento de Dios. (f. 107v)

Caso excepciona l de adm iración es el qu e oc upa el so l; de ah í que ent re

los sab ios de la antigüed ad h ubiera algunos q ue llegaran a consi derarlo co m o un ani m al, como un an imal exce lentísi m o. De parte de otros, tan grande fue la estimación q ue le tu viero n, que t erminaro n adorándo le como un d ios. Ambos estuvieron equ ivocados, pero de sus concepciones puede co legirse la gran adm iración que en t odos el los despertaba esta criatura ta n admirab le. Del m ov im iento y armonía del so l dependen las mu danzas de los ti em pos, la sa lud y el suste nto de los hombres y todo el provecho y la hermos ura del mu ndo. El so l distribuye los tiempos y reparte las sazones y parece que actúa como si t uviese ju icio para ente nd er lo que hace. De él brota la lumbre que nos es necesaria, temp la su fuerza y ca lor co n artifi cio maravi lloso para q ue se siembren los campos , arra iguen y tome n f uerzas las plantas en su crec im iento, y al ace rcarse el t iem po de dar fruto se les acerca m ás, enciende más su calor, res iste más a las hu m edades, y co n estos equ ili brios faci lita el q ue brot en sus fl ores y den sus frutos. Es por man d ato del su m o Hacedor que

ll eva a término ta l armonía y hace pos ible ta les resu ltados. (f. 1osr) Cuando parece que se aleja, lo hace para dar lu gar al necesario frescor y recreación de la noche; pero nunca está oc ioso , pues con su m ismo curso y con sus m ismas obras favorece a otras reg iones . ¿Quién podrá contar la alegría de su luz y de su res plandor? Finalmente qu iso Dios , a través de esta criatura, po ner una luz[202] en el mu ndo que en sí fuese hermosísima y descubriese la hermosura de las cosas que él creó . Parece como si el so l fuera delante de nosotros para mostrarnos los secretos de la bondad de Dios al esparcir por todas partes sus rayos y repartir al un ísono sus inestimables activ idades. Así lo cons idera el profeta Dav id al decirnos que Dios lo fijó en el cielo y le asignó su lugar aprop iado. En hermosís ima alegoría nos dice el sa lmista que como el esposo que sa le de su tá lamo, alegre y esforzado corre su curso como g igante, como varón de gran des fuerzas y de grande esfuerzo. (Sa/. 19)[203] Es como el esposo de juventud , de grande hermosura, vestido de oro y de ropas de grande resp landor, que sa liendo de su tá lamo cada mañana muestra su buen parecer y alegra los ojos de qu ienes lo miran . Comparación aprop iada es para entender la hermosura que t iene el so l y la func ión que Dios le seña ló. (f. l OSv) Tal es el so l en su nacimiento y en la obra que hace en el mundo. Cada mañana se levanta sobre nosotros . Nunca jamás se cansa ni acusa fat iga. Constantís imo es en su cam ino. En la sa lida es como el esposo, y en su curso como un gigante. Ensalza el sa lm ista su carrera y el térm ino que rodea en su curso : sa le de lo alto del cielo y no para hasta el extremo, para después vo lver al m ismo lugar. Todo lo

enriquece con su claridad y herm os ura y n inguna cosa se esconde de su ca lor. Toda la tierra tiene necesidad de sus benefic ios y de sus secretas virtudes. Contiene tamb ién el cie lo otra importante y dest acada criatura: la luna. (f. 109r) Ciertamen t e t odos ex peri m entamos la temp lanza que ell a imparte. Tiene ta n concierto co n el so l, que apareciendo como con t rarias sus obras, de hecho se com plementan y res ultan muy benefic iosas para el hombre. Tanto el so l como la lun a son muy ensa lzados en la Di11ina Escritura . Se dice en el Libro del

Génesis que en la creació n del cie lo y de la tierra Dios dijo: ' Sean hechas lumi nari as en el cielo , para q ue hagan diferenci a entre el día y la noche y para q ue sirvan de se ñal en la d ivisión del tiempo de los días y de los años .' (Gn. 1,14) . En estas pa labras se dan a ente nder cua les so n las fu nciones y los benefic ios del sol y de la lun a, que son las de hacer noche y de hacer día, de hacer estaciones y años, y para darnos las seña les ind icat ivas de lo q ue hemos de hacer en los trabaj os y ocupac iones req ueridos en la vid a p resente y pa ra entender las obras de Dios. M u cho podría decirse sobre estas pa labras del Génesis; si n embargo, fijá ndonos aho ra en lo q ue se d ice sob re las estre llas, note m os q ue fuero n creadas tamb ién por la mano del Señor y p uestas en el cie lo. Ellas son fue nte de hermosura, agradab le a nuestros ojos por su inmensa variedad , y en todo so n como una gran inv itac ión a conocer al su m o Hacedor. (f. 109v) Hem os hab lado del cielo, pero también de la t ierra hemos de hab lar. Es la tierra morada del hombre para el t iemp o q ue Dios le tiene señalado q ue viva esta presente vida . Está enriq uecida de t odas las cosas q ue le pueden ser necesarias, y no só lo de las necesa rias, mas de otras si n cuento y cas i infinit as

que le si rvan para su place r y para su recreac ión . Repárese en la gran mu lt it ud de anima les que de algún modo u otro están al se rvicio del hombre. Cons idérese tam bién la gran riqu eza y variedad de plantas y hierbas al se rvicio del hom bre. Toda la tierra , en arm on ía con el so l y la luna, se nos m uestra como conce rtada para serv ir al homb re. Diversidad de se res humanos viven en ell a y con su redondez los abraza a todos. Se somete a el los pa ra ser labrada y favorecerles en todo. Regada est á co nt ra la seq uedad; ado rnada de m ontes y som bras y en todo armón icame nte rend ida al serv icio del homb re_[f. i i or] El fuego, el ai re, el ag ua, y todo lo q ue contiene n est os elem entos inferiores de la creación int egra n ta m bié n lo q ue ent endemos por tierra. Tema de gran ad m irac ión es po r los secret os que encierra y por los grand es beneficios q ue de ellos se derivan. Tan rica es la natu raleza q ue no hay ciencia que pu eda com prender ni la más m ínim a parte de lo q ue co nt iene. Todo est e ent o rno de m aravillas f ue creado para la m ás importante criatu ra de todos los se res inferiores: el hombre. En él se mostró el gran design io y propós ito de la m aj est ad Divina. Grande es el hom bre en d ignidad; su sabe r va más allá de lo que el m ismo es ca paz de penetra r. Mot ivos hay en su prop io se r pa ra ate m orizarse de sí m ismo po r los dones qu e le oto rgó Dios, y para qu e a través de los m ism os le si rva y glo rifique. Todo lo q ue llevamos dicho t iene como fin co noce r m ás de Dios al confesa rle como 'creado r del cielo y de la tie rra'. Est o es lo qu e t amb ién se co nfiesa en el cred o Nice no con est as palab ras: 'Creo en Dios pad re todopoderoso, creado r del cielo y de la t ierra, de tod as las cosas vis ibles y d e todas las invisi bles'. (f. llOv) Proseguirem os n uestro est udio a fi n de q ue

el cristiano se pe rcate de cuán import ante es de que en este tema su co nocimiento llegue a se r superior al que llegó a tener el gent il. Y es que, so bre la base de la enseñanza de la ley natura l, algunos filósofos atribuyeron tam bién a Dios la creació n del m un do y la autoría de todas las cosas.

Capítulo 45.

ENSENANZAS QUE SE INF IEREN DE ESTE PRIMER ARTICULO

El hecho de que la Palabra Oi1,1 ina tan t as veces nos recuerde que Dios es el creador del cie lo y de la t ierra, pone d e manifi est o cuán importante es para el crist iano el conoci m ien t o de todo lo que se d esprende de esta doctrina. (f. 11 1

r) De hecho ta l conocim iento co ntribu irá en mucho al forta lecim iento de su

fe y a llevarle en gratitud y amor a la alabanza y honra de su sa nto nombre. Siguiendo un determ inado orden , y procurando que lo qu e se diga sea fáci lmente retenido por la m emoria, presentaremos algu nas enseñanzas apropiad as al caso. Ciertamente son muchos los cristianos que, desde que nacen hasta que m ueren, permanece m uy al margen del conocim iento de las cosas de Dios. (f.

111 v)

Pues yo conozco asaz de hombres, y todos los conocemos ,

que en las cosas de sus p rój im os so n m uy cu riosos, de los ca m inos por donde han andado son m uy parleros, que no hay negocio ni secreto que no penetren , y que de t odo saben y cuenta n grandes novelas, y que de la cosa de que menos saben , y en la que m enos han parad o m ien t es es el mu ndo en que nacieron y el artificio co nque son sustentados y el saber con que so n proveídos . Pensarán que les ped imos que lo sepan como astrólogos, o lo inqu ieran co m o fi lósofos o que gast en su vida en semejantes cons ideraciones , las cua les ellos tienen por muy va nas y por mu y desaprovechadas. No les ponem os est a ob ligación, aunque las ciencias que ell os en t an poco t ienen , son grande parte del conoc im iento de Dios, y dones dados por su mano, por los cua les se alcanza mucho para co nocer la grandeza de su majestad . Lo que les

ped imos es que pongan di ligencia en las cosas de Dios , que se interesen por las obras de la creac ión a través de las cua les él ha querido reve larse. Que se den cue nta que están en la t ierra, pues la pisan y la labran; que los cubre el cielo, pues de día ven el so l y de noche las estre ll as; que hay cuidado de d iversos frutos, pues los comen y les saben bien ; saben que hay invierno y que hay verano, pues en uno de estos tiempos sienten frío y en el otro ca lor. Son muchas las veces que desean que se vean nubes, pues cuando las hay sue le llover. Saben todo esto, pero no van más allá de este conoc im iento. No para n m ientes en que el Señor h izo todas estas cosas , n i para que las hizo, n i del orden con que las gobierna. (f. 112r) Pasan de todo; no leen el lenguaje de lo que todo esto reve la sobre la Divinidad, ni hay en ellos admiración y gratitud por las obras de la creac ión que son testimon io del Creador. Siendo la hechura de este mundo ta n ll ena de las ri quezas de la majestad d ivina y ta n evocadora de su gloria, los individuos a lo que acabamos de referirnos son comparab les a los sordos, a los ciegos y a los mudos en su incapa cidad de captar la música, la pintura y la elocuenc ia. ¿Qué sordo p uede superar a aque l que nunca despierta al conocimiento de Dios andando en la casa del m ismo Señor, y siendo proveído de su m isma hacienda po r tan adm irab le conc ierto? ¿Qué mudo tan po rfiado puede haber que jamás use su lengua ni su ente ndim iento en dar gloria a la d ivina bondad al tener delante tan grandes obras suyas y ta ntas pruebas de sus mercedes? ¿Qué ciego hay de mente tan oscura que ten iendo oj os no repare en las rea lidades del mundo para el conocim iento del sumo Hacedor en la hermosura de todas ellas, en su variedad

y armonía? A pesar de que el los as í lo d igan: ¿son rea lmen t e cristianos? (f. 112v) Est a repre nsión no viene de nosot ros, pues la m is m a Palabra de Dios, que enseña quien es el autor y seño r del cie lo, ce nsura la pereza y el sueño d e los ta les pa ra co nocerle y d arle gloria. (f. 113r) As í por el salm ista dice el Señor: ' Los cielos cue ntan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la ob ra de sus m anos '. (Sal. 19).[204] Cuando conte m p la los cielos, la luna y las estrellas, el sa lm ista se m aravilla de q ue un Dios ta n grande te nga m em oria del hombre.

(Sal. 8) .[205] Como exce lsa cr iatu ra de Dios, el hombre ha de ser 'jard inero' de est e mu ndo q ue proclama su gloria. Del primer hombre d ice la Escritura que f ue co locado en el pa raíso de los deleites para q ue lo labrase y guardase. (Génesis

1). Física y espiritualmente n uestros pri m eros padres habían d e emp learse en la búsq ued a del conoc im iento de Dios . Sus cuerpos y sus espíritus no podían permanecer ociosos. A través de la activ idad corpora l el homb re había de encontrar dat os pa ra el entendi m ien t o y motivos pa ra el ejercici o d e su vo lun t ad. Las obras de la natura leza en t odo mom ento habían d e servi rle de memorial para reco rdarle que t odas aque llas m aravillas qu e ence rraban era n ob ra de Dios . En t odo esto hab ía d e re inar armo nía entre el espíritu y el cuerpo en la preservac ión del estado de inoce ncia. (f. 113v) En las pervers io nes q ue acaecieron después de la caída se ro mpió el conc ierto entre el espíritu y el cuerpo, ll egando el espíritu a se r esclavo y el cuerpo a ser se ñor. Pri m ero mandaba el espíritu , y buscaba para el cuerpo, no la inact ividad , sino el ejerc icio del que se beneficiasen m utuamente. Aho ra, en la m ayor parte de los h um anos, el cuerpo

busca la ocios idad y la satisfacció n de sus apetit os, buscando q ue el alma se le suj et e y se d ist raiga en sus vi les eje rcicios. Este mal cuerpo t odo lo t raga y t odo lo dis ipa. Con infel icísi m a suerte las otras criaturas le sirven y contribuyen a que se m argine en t odo al Señor que las creó. Equ ivocados está n aq uel los q ue piensan que maltrata ndo la nat uraleza, cual ti ranos descontro lados, e ignora ndo al Señor q ue los hizo, q uedará n exe ntos de culpa. [206] Del artículo de n uestra fe q ue esta m os considera ndo se desprende que el cielo y la t ierra no fuero n creados descu idadament e, porque n i Dios tiene des cu ido, ni obra si n grande propósit o, ni el m is m o co ncierto del m undo nos deja en t al o pinión. (f. 114r) Todo revela q ue f ue hecho con gran sa bidu ría y su m a final idad. Aristót eles, hombre genti l y no mu y introducido en la materia de la que trata m os, co nfiesa q ue las o bras de la naturaleza so n t an admi rables que le parecía impos ible que hubiera alguien que no llegara a descu brir en ellas el pode r y la grandeza de Dios. Nos dice q ue, en el sup uesto de q ue algu nos hombres hubieran permanecido encerrados en un determ inado luga r, y que nunca se les h ubiera hab lado de la existe ncia de un Dios, infin ita m ente pode roso, sabio y bueno, al sa lir de aquella cueva y ver lo que nosot ros vemos de las maravi ll as de la natu raleza - y que ya hem os descrit o- , sin vacilación ni d uda alguna afi rmarían que todo aq uel lo había sido hecho por Dios y res po ndía a su poder y saber. (f. 114v) Y del m ismo modo q ue el co ncierto del mu ndo nos reve la que f ue hecho por Dios, el orden q ue descubrim os en toda la creació n nos dem uestra que f ue hecho segú n un diseño sap ientísi m o y con un excelentísimo fi n. No puede decirse q ue Dios lo hiciera po r necesidad,

pues la identidad prop ia de su naturaleza está por encima de toda necesidad . No fue por necesidad alguna que se llevó a té rmi no lo creado . Su causa hay que buscarla en la p ropia bondad del ser divino. Por ser él infin ita m ente bueno q uiso comu nicar su bondad y com un icar su riq ueza. No hay que busca r ot ra ca usa fuera de su pro p ia bondad. Su bondad le llevó a comun icarse, sin que hubiera en ello fa lta de poder ni d efecto de vo luntad . Se com un icó libera li símamen t e conforme a la identidad de su pro pio ser. (f. llSr) Siendo pues su vo luntad y su prop ia bon dad la ca usa de su auto-com unicación - o aut o-reve lació n- , de ello se sigue que se reve ló [207..] para hacer bien y para hacer grandes bienes. En los modos de auto-com un icación imprim ió grandes se ñales de su ident idad, y de t al modo diseñó su ob ra, q ue sa liendo todo de su bon d ad retornase de nuevo a su bo ndad. De ta l m odo se reveló en la o bra de la creac ión del m undo, que en ella m anifestó su poder, sab id uría , bo ndad y ju stic ia. Y en el grado en que las cosas creadas part icipan de t odo est o manifiest an su riq ueza. A l comu nicar Dios a las criatu ras su bondad puso en ell as destellos [208] de poder, bondad y saber. (f. llSv) En todas ellas hay una inclinació n, o pred ispos ición a lleva r a t érm ino la obra pa ra la cual las dotó Dios . Entre ellas hay, además, una re lac ión t an concert ada o armó nica de part es co m o si integraran un a cade na bien trabada y comp uesta, y que t iene en Dios su origen y su fi n. La parte p ri ncipa l de esta cade na la integra la natu ra leza angélica, que reflej a un a mayor semej anza con la Divin idad- t al como ya hemos t en ido ocasió n de cons iderar- . El segu ndo es labó n de esta cade na es la natu ra leza hu mana que

t iene imagen de Dios . No t iene esta la perfecc ión de la angé lica, y como formada de cuerpo y espíritu despliega su act ividad en esta vida y en la ot ra. (f. 116r) En est a cade na vienen a cont inuación las criatura puramente corpora les , que aunque no part icipan de la bondad de D ios por conocim iento, de algún modo sus efectos m uestran poder y bondad . Todas éstas están as idas del hombre, sujetas a su dom inio, aparej adas para su serv icio . Con este conc iert o fuero n creadas en interdependencia entre ell as y al servic io del hombre. Guardan pare nt esco con éste por part icipar en la corpore idad. Los hombres las gobiernan y les son de provecho prop io. En conform idad, pues, con esta cadena , todo procede de Dios y todo vue lve a Dios. Qu ien desbarata este gran con cierto , y po ne fea ldad en tan admirab le comunicac ión de la divina bondad es el hombre pecador, q ue hace un mal uso de las cr iaturas inferiores y rompe la conjunc ión y hermosura del mundo y se hace ind igno de sus servic ios. Esta es la primera cons ideración que debe hacerse el cristiano al reparar en la f unción de las criaturas y con ello esparc irse de este primer artículo que confiesa que Dios es t odopoderoso, creador del cie lo y de la t ierra. Deberá te ner temor de no comet er el pecado de afear la obra de Dios pon iendo descon cierto en la hermosura que él puso en el m undo, pues con ello se apartaría del d isfrute de la bondad y las riquezas divinas y con ell o acarrearía su prop ia m iseria. (f.

116v)

Si repara el hombre en su nac im iento, en su v ida, en t odo lo

que atañe a su sustento y en otros muchos aspectos de su existencia, descu br irá que en todo se man ifiesta el poder, la bondad y el saber de Dios. Él es qu ien

sustentó

su

n iñez,

le

li bró

de

grandes

pe ligros

y

proveyó

const antemente de sus necesidades . Al contemp lar el inmenso cielo, al m ira r la t ierra co lmada de m il hermosuras; al reparar en el mar y en t oda la rea lidad, el creyente descubre la magn ificencia del poder divino y la exce lsa armonía de toda la creac ión. Ciego y desagradecido sería el hombre que no descubriera en todos los bienes co n los que ha sido agrac iado, y en las incontables muestras prov idenciales que han cu idado y favorec ido su vida, la bondadosa y m iseri cord iosa mano del obrar de Dios. (f. 117r) El crist iano de verdadera fe no j uzga confusamente las cosas divi nas, n i las cosas qu e han benefi ciado a otros , sino que se ce ntra en todo aquello que le conc ierne d irect amen t e como creyente. Sabe y confiesa que D ios creó el mundo, y que él es uno de aque llos por los cua les el mundo f ue creado . (f. 11 7v)

Capítulo 46.

,

TERCERA CONSI DERAC ION QUE SE INF I ERE DE ESTE PRIMER ,

ARTICULO

A l confesar el cristiano que Dios es creador del cie lo y de la tierra, no so lo en t iende que creó el mundo, si no que tamb ién, después de creado , lo sustenta y gobierna con el mismo poder, bondad y sabid uría mostrada desde sus orígenes. Una de las cosas que ha hecho desvariar a mucha gente - de vano ju icio y alejada de la verdad- , ha sido el te ma de la providencia. Por un lado, al reparar en la hermos ura del m undo y en los loables servicios que presta al hombre, bien dispuestos han estado muchos humanos a acept ar la rea lidad de una excelsa providencia. Por otro lado, sin em bargo, al descubrir también grandes desconciertos y variaciones en el m undo, han caído en el gravísimo error de negar la existencia de una providencia. Acertaron en lo pri mero y desvariaron en lo segundo; juzgaron ciegamente y co n atrevim iento determ inados aspectos de la rea lidad que en un primer momento aceptaron como buenos. (f. l 18r) M uchas son las cosas qu e al no hal larse razó n de las m ismas se atribuyen a la ventura o al hado. Esta fue la concl usión a la que llegaron , por ejemplo, los epicúreos con sus desatinos. Entre los fi lósofos de más cordura y m ás t ino se aceptó la rea lidad de una providencia en el m undo - si bien no matizaron éstos con suficiente razonamiento las conclus iones e inferencias de t al afirmación- . Para el cristiano, sin em bargo, fác il le resulta confesar que hay una providencia divina que admi nist ra y contro la todas las cosas. Cierto es, por otro lado, que no es cosa fácil lograr una firme, confiada

y gozosa dependencia en los designios p rov id enc iales de Di os, pero en m odo alguno imposible para los q ue está n en la ve rdad y ev id encian la rea lid ad de un a fe viva . No es esto as í, emp ero, en aqu ellos que se m ueven en los ám bitos de la soberbia y te m er id ad de la carne. (f. 118v) De gra n im po rt anc ia es el te m a q ue est amos abordando, y de su m a necesidad es que expe rimentos en nuestros corazones el fuego q ue suscit a la fi rme creencia en la rea lidad d e un Dios prov idente . Gran parte de los desasosiegos hum anos, de las malas m añas y act ividades y de los tu mu lt os y revue lt as q ue el m und o padece viene n como resu ltado de la liviana idea q ue se t iene de la d ivi na provide ncia. Todas las desorbit adas cod icias, tod as las exces ivas p reocupacio nes, t odas las abrumado ras t ristezas y desesperanzas brot an de esta m isma f uent e de ignorancia sob re la prov idencia. Si po r la graci a de Dios p ud iera yo lograr q ue en la expos ició n de la doctrina de este p rim er art ícu lo los lectores p udieran obtener verdadero conoc imient o de cómo Dios es gobernador y ad m inistrador de todas las cosas , más q ue satisfecho me tendr ía de m is labores. (f . 119r) Y es que con ello lleva ría co nsuelo a m uchas conc ienc ias; mu chos co razones encontrarían reposo ; m uchas tristezas se t o rnarían en alegrías; se t erm inarían mu chas preocupacio nes; q uedarían si n efecto muchas tretas y m aqu inaciones; te m p laríanse mu chas vanas codicias; desharíanse m uchos agrav ios; mu chos d esve lados dorm irían baj o el sue ño d el am or de Dios

y le servirían con entrega y so licitud. La se nd a que enseñamos nosot ros no es la de la ocios idad . Blasfema cosa es t ent ar la providenc ia d ivi na con la ociosidad . Dios am a a los qu e le im ita n, y su bo ndad nunca está ociosa; y en est o

espe ra que los hombres le imite n y ll even a térm ino los fi nes para los cua les fuero n creados. Ejemp lo de lo d icho lo descubrimos en otras cr iaturas que no saben dormir ociosas, sino que, regidas po r el saber d ivino , estrictamente cump len los des ignios de la Providencia. Los que más sobresa len en esto son los ánge les: entregados comp letamente al servicio de Dios. Pa ra exp licar la entidad del alma algunos filósofos dijeron que era algo en continuo movim iento. Y ciertamente no erraron en esta afirmación. El alma no conoce la oc ios idad y siempre está inqu ieta para ejercitar alguna activ idad; ya sea en la esfera del entendim iento, de la vo luntad o de la memoria - además de aquell as acciones que tienen que ver con las incesantes actividades que ejerce sobre nuestro cuerpo- . (f. 119v) Las criaturas físicas [209J superiores del alto cielo, como son el so l, la lu na y las estre llas, testimon io nos dan de su incesante y provechosa actividad. No hay sim iente ni menudencia de la natu ra leza que no sea enem iga de la oc iosidad y no de muestras de u na inagotable fuerza para llevar a término su obra, observando rigurosamente su ciclo de nacimiento, crecim iento y producción de fruto. No hay reposo de ocios idad en la naturaleza, n i pauta de desaprovecham iento, sino que lleva a té rm ino el propós ito de la creación , y en todo ello espejo es de la actividad suma del Creador. Solo los hombres desvanecidos, que quieren sa lirse del orden de la creac ión , p retenden que el mundo les sirva, y que m ientras duermen Dios lleve a térm ino sus ob ligacio nes. Amigos de sus intereses qu ieren comer de ba lde, son de manos ca ídas, y como excusa de su oc ios idad dicen que so lo confían en Dios . (f. 12or) La misma razón por la cua l

Dios creó el m undo es la que convence q ue lo sustenta y que lo gobierna. Si fue su bondad que lo movió a crearlo, co n j ust a razón ha de inferirse que es tamb ién po r esta bondad que lo gobierna. Y lo mismo ha de decirse sobre su poder, q ue se h izo patente en la creac ión y lo es t amb ién en las obras de la d iv ina prov idencia. Dios está en todo prese nte, y a través de su prov idencia actúa y obra en el m undo de su creación. (f. l20v)Si la obra de su creación Dios la j uzgó co m o muy buena, ¡cómo no j uzgará t amb ién como muy bueno el gobierno que sobre ell a mantiene a t ravés de su providencia! Si por causa de los defectos q ue surg ieron después en el m undo aborrec iera Dios lo que hizo y se arrep intiera de haberlo hecho, con un so lo q uerer lo habría desecho - al igua l que con un so lo q uerer lo hizo- . No es Dios cul pab le de los desórdenes q ue surgieron después. Por encima de todo preva lece su bondad en el gobierno providencia l de su creac ión. (f. 121r)

Capítulo 47.

VANIDAD DE LOS ARGUMENTOS DE LOS QUE CENSURAN LA DIVINA PROVIDENCIA

Tres grupos de gente so n las qu e han tropezado en cosa ta n cl ara como es la doctrina de la d ivina providenc ia. En el pri m er gru po se incl uyen aque ll os que la rechazan de lleno y se incli nan por una rea lidad si n orden y sin con cierto . Los del seg undo gru po son aque ll os que acept an como necesario un gobierno prov idencial del m undo en todo aq uello qu e es import ant e y decisivo, pero que las cosas liv ianas e insign ificantes no entran en la acc ión de esta providencia, sino q ue so n abandonadas a su suerte. En el te rcer grupo se encue ntra n aque llos q ue, al no hall ar razón de las ca usas y fines de muchas de las cosas que aco ntecen en el m undo, se encierran en la co ncl usió n de q ue, se nci llam ente, éstas son inexplicables. (f. 122r) Los del primer grupo lej os están de argumentar su op in ión, ya q ue esta opi nión descansa en un simple deseo prop io. Cuando favorecen las pasio nes y los intereses propios, los deseos ej ercen una gran fuerza pers uas iva sobre el entend im iento y la vo lunt ad. De ahí las mofas de los fariseos cuando Crist o, n uestro reden t or, pred icaba contra la avaric ia, pues ell os eran avar ientos y t en ían por m uy liviano est e pecado. Los hombres perversos y de apetitos desenfrenados no desean que haya contro l de lo q ue pasa en el m undo n i de lo q ue pueda pasar en el venidero . Test igos son de lo q ue son y sabedores de lo que merecen sus m alas obras. De aceptar la rea lidad de una providenc ia divi na, habrían de aceptar tambié n que sus obras no pasarían desapercibidas en est e mu ndo y q ue m uy

castigadas sería n en el ven idero. Aunque pretendan vIvIr encub iert os, sus obras y lenguaje fácilm ente los delata n. A éstos seña la el sa lmista cua ndo d ice: ' Dijo el loco en su corazón : No hay Dios'. (Sal. 53). [210] M uchos son los que compart en esta locura, aunque no siemp re la exterioricen de u na manera ta n manifiesta. Si n negar ab iertame nte la Divinidad, si que con sus obras y deseos abierta m ente niegan m ucho de lo que es propio de la Divin idad. De poderlos cua ntificar, muy muchos se encont rarían en la lista de los q ue no desearían que hu biera u n Dios q ue tomara cuenta de sus pa labras , obras y pensam ientos, y terminara en el más allá siendo j uez severís imos de todo esto. (f. 122v) No agrada a los tiranos , inmersos en sus tiran ías y locuras, q ue alguien les rec uerde de que hay un Dios que guarda m uy buena cue nta de las afl icc iones infl igidas a los desvalidos y a los pr ivados de derechos, y que no ti ene en cuen t a el ra ngo y poderío de aque llos q ue maltratan a los ta les. Co nsc ientes de su mal obrar, en grado sumo desearían estos t ira nos, y otros de semejante calaña, que no existiera un Dios omnisciente al que nada pasara desapercibido. Los hom bres muy atrev idos, muy interesados y cod iciosos de nuevas cosas - que ha n cometido o piensa n cometer ma los hechos- , j uzgan que para la bue na marcha y libertad de la repúb li ca se ría bue no q uitar de en medio a magistrados, transgred ir las leyes y pervertir las buenas costumbres, pues de este modo evitarían las pe nas de las que son merecedores . As í son los que pa ra ev itar las penas que merecen y no ser j uzgados por sus pecados favorecerían el que no hubiera una rigurosa prov idencia que obse rvara ta n de cerca

su licenciosa cond ucta . Pasemos de esta gente pe rdida, no si n ant es, empero, recordarles que hay un a divina providencia que lleva buena cuenta de sus actos y pe nsam ientos, y que llegará el día en q ue reci birá n la paga de lo que m erece n, y q ue la blasfemia de su mal deseo co ntra el ju ici o y saber divino no quedará sin su co rrespond iente castigo. Los segundos del grupo son como los hom bres ciegos, o cortos de vista, q ue est ando el defecto en sus ojos po nen la cu lpa en las cosas que no ven. (f. 123r) Sería n como aq uel que j uzgara de te nebroso el so l po r no d ivisarlo ellos cla ramente. As í son los que fa ltos de ent endi m ient o j uzgan que los fi nes y concie rtos de la d ivina prov id encia no t ienen exp licació n. Incapaces so n d e d iscernir que m uchas son las obras sobre las cuales no podemos ha llar razón , sin em bargo, en los propósitos y designios de la d ivina prov id encia encuentran acuerdo y armonía. Cierto es, po r otro lado, que los usos y fines de m uchas cosas q ue nos so n ocu ltas, no las compre ndem os por n uestra inadvertencia, por nuestros sueños o descu id os. En últ ima inst anc ia, es por nuestro poco saber e ignorancia q ue somos incapaces de discernir los p lanes y propós it os de la d ivina prov idencia. Es po r fa lta de hu m ildad en el reconoc im iento de nuestras capacidad es y lim it aciones por los que nos sobrepasa el obra r d e la d ivina provid encia. Est a fa lta de h umi ldad puede llevar a algunos incluso a la blasfem ia. Hombres hay m uy atrev idos, y con atrev imiento d e muy liviana inteligencia, q ue fác ilm ente ce nsura n aque llo que son incapaces d e comp render. Cortos de j uicio no m ira n si no lo present e, carece n de una sab ia visió n de lo m ás dista nte . Lo que a sus ojos es desvariado, a los ojos de otros encierra

gran armo nía. Q uien j uzga las cosas por su gusto, en co ncepto muy negativo tendrá a las medicinas q ue son provechosas para la sa lud. Quien vie ra al labrador arar en verano, desconociendo porque lo hace, lo t endría por loco pensando que d icho t iem po no es prop io para la siembra ; mas el labrador sabe lo que hace, lo que necesita la tierra y el fin que persigue su labranza. (f. 123

v) El mu ndo encierra una gran armon ía de muchas partes, que si se con-

temp lan ais ladamente se verán en desconcierto, pero si son vistas j u ntas en un idad m uestra n una adm irab le armonía. Los hombres sab ios ana lizan con sano ju icio la plural idad de las cosas del mundo; no se cont entan con casos ais lados, sino que reparan en una gran cantidad de el los ; no en un solo día sino en m uchos y largos días; no en una parte, sino en muchas partes y en toda la co m postura en la q ue ést as se integran. Los ignorant es no van más all á de la si ngularidad de una cosa; de ahí q ue no vaya muy lejos su j uicio, y por ser este ta n corto, tan atrev idas vienen a ser sus afirmaciones y las conclusiones a las que ll egan. De la m is m a f uente brota la opin ión de aque llos que d ice n que en el mundo hay cosas tan livianas y de tan poca ent idad que no merecen que la d ivina providencia repa re en ell as. La pregunta es inelud ible: ¿a qué medida rec urren estos sabios de tan vana sab iduría para decir q ue algo es de poca o de mucha entidad? Pero añadi m os: ¿cómo ll ega n a suponer que para la d ivina prov idencia algunas cosas se estiman en poco y otras en mucho? (f.

124

r) Mu-

chas son las cosas que parecen muy pequeñas y de mu y poca importancia, pero sin las cua les no pueden estar las mayores y las de grande mom ento.

Pos ible será y ve rdad será q ue se hallen en el mu ndo gra n número de cosillas en las qu e por j uzgarlas ins ignificant es no las t endrá en cue nta la sabid uría hum ana, pero que en siglos ve nideros, y en los des ign ios divinos, están ll am adas a d esempe ñar fi nes m uy im portan t es. A un que escape a nuestras m en t es, t odo en el mu ndo, co n sus entidades y acontecim ientos, tie nen un origen, un a causa y un propósit o. Para la omnipot enc ia d ivi na no requ irió m as pode r crear un elefante que crea r una horm iga; ni de menor importancia es para la prov idencia d ivina proveer y ate nder en tod o lo que tiene q ue ve r co n un a horm iga q ue co n aqu el lo que el mundo valora como m uy im portan t e. Por el m ismo pode r de la bo nd ad d e Dios t uviero n su ser, y por la misma bondad de .d . b. (f. 124v) su p rov1 enc1a se somet en a su go 1erno. ¿Sobre qu e base afi rman algunos que hay cosas inferiores y feas? ¿Siguió Dios est e crite rio al crearlas? Cie rta m ente Dios no las creó siguiend o est as apreciaciones q ue hacen los hombres. Si a los ojos de Dios no había fealdad en algunas de las cosas creadas q ue algunos co nsideran feas, tampoco hay en ellas fea ldad pa ra ser gobernadas po r la d ivi na prov id encia. [211] Nuestras leyes y

nuestra soberbia determinaron que algunos oficios fuesen considerados buenos y honestos y que otros fuesen juzgados de baja condición. Para Dios, sin embargo, todos son buenos y honestos si se ajustan a sus mandamientos.[212]La grandeza y armon ía del cielo no frena ron al poder d ivino para q ue no llegara a mostrar t amb ién su m agn ifice ncia creado ra en las maravillas que se observan en las abejas, en las ho rm igas y en ot ras m uchas criaturas de se m ejante 'menu dencia'. El saber divino resplandece t ant o en las cosas que los humanos

juzgan como inferiores como en las que consideran como superiores. La bondad d iv ina muestra gran riqueza de ser en cosas estimadas como ' muy peq ueñit as', para que de este modo aprec iemos todo lo que él h izo y todo lo que él gobierna, para que en modo alguno ll egue m os a m enospreciar lo que nos pueda parecer de livia na entidad. Si nos 'afeamos y des honramos' con las cosas de 'baja cond ición' será por criterios qu e hemos determinado por nuestras prop ias norm as. A los ojos de la divina providencia est as normas no son ap licables a las entidades del mundo creado. Las razones dadas por los integrantes del tercer grupo han sido va loradas como teniendo mayor peso, pero de hecho no lo tiene . (f. 12sr) En su argumentación éstos aluden a los desastres que acontecen en el mundo, en los casos tristes de determinados sucesos, en las afrentas a la virt ud, en los 'tr iunfos' de la maldad, en el menosprecio de la justicia, en la mu ltitud de pecados que se registran , en los daños sin med ida q ue sufren muchos, en la pervers ión de las leyes y de la naturaleza humana y en todo lo qu e, de un modo u otro, va en contra de la bondad d ivina. Es sobre la base de este t ipo de argume ntación qu e muchos dudan y cuestionan la rea lidad de una d ivi na providencia en el mundo. Esta es la temát ica qu e abordaremos a cont inuación y, una vez más, nos haremos eco de la enseñanza qu e también sobre esta cuest ión nos brinda la Divina Escritura.

Capítulo 48.

,

RESPUESTA A LOS ARGUMENTOS DE LA VANA SABIDURIA No es difíci l para el cristiano hall ar respuesta a las cuestio nes aludidas - y que en parte ya han sido trat adas- . Si se hace referenc ia al tema del pecado, ya hemos visto que Dios no es el autor del pecado. No lo q uiso, ni lo qu iere; lo perm ite . Lo j uzga co m o m alo y co ntra rio a su vo lunt ad. La m uerte y los otros desconciertos no los introd ujo el Señor en la creación ; fue a ca usa del pecado q ue t uviero n entrada. La pe rvers ión de la natu ra leza hu mana y las m alas inclinaciones q ue la acompaña n son fruto del pecado. De su perversi d ad y ceguedad surgen los desastres, los vicios y toda una larga secue la de m ales y desgracias. (f.

12

sv) Dejemos pues lo que pertenece al pecado, porq ue

suficien t eme nte tene m os probado que todos est os males en m odo algu no so n obra de Dios. En los voca blos bien y mal gi ra gran parte de la cuestión en la que hemos entrado. Se queja el hom bre del m al y de las obras q ue hace, y desea de la d ivina providencia q ue ot o rgue y haga q ue preva lezca el bien. M uchas de las cuestiones q ue susc itan el te m a de la providencia tiene n que ver, pues, co n las rea lidades ya mencionadas del bien y del mal. A estos argumentado res - y a veces querellosos- , que afirman qu e m uchas son las cosas tristes q ue se dan en el mu ndo y qu e so n conse ntidas y no remed iadas po r la prov idencia d ivina, hemos de pregu ntarles cua les son las cosas que a su parecer son buenas, y qu ien les puso este nombre, y cua les so n aquellas que a su parecer son ma las, y qu ien les puso este nombre. (f. l26r) En su opi nión, entre los males q ue se registran en el m undo est án las ard uas labores, las

enfermedades, las deshonras , los casos y acontecim ientos tristes - de los que ellos no f ueron respo nsab les- . Se incluye aqu í, de un modo m uy espec ial, los sufrimientos de los hombres virtuosos y j ustos, inj uriados po r los ma los y pagados m al por sus buenas obras. En la lista de los llamados bienes mencionan la sa lud, los placeres, las riquezas y las satisfaccio nes de toda índole. Más lejos irá n algunos de mejor j uicio, que ped irán prem io pa ra la virtud y castigo para la ma ldad; paz y prospe ri dad para los j ust os y advers idad para los pecadores. Y que todo esto n unca camb ie, sino que el orden y armo nía que encierran estas cosas - refrendadas siempre por los sabios del mundo-

t en-

gan v igencia permanente. No sin propós ito pregunté al principio qu ién puso estos nombres a las cosas mencionadas, y con qué aut oridad las pus ieron, y en qué razón se fundamentó lo d icho por el q ue las puso. Y es que si d ijeren que la Divina

Escritura usa estas expresio nes, yo con fi eso que es verdad , pues condesciende la Palabra a uti lizar el m ismo lenguaj e que nosotros utilizamos, sin embargo clara es su doctrina de que nada es malo sino el pecado. Síguese de lo d icho, que es por el atrev im iento de la ceguedad h umana, est im ulada por sus apet itos , que algu nas cosas se llaman buenas y otras ma las. Reparemos en esto y vea m os como de hecho estos argumentadores no son tan sab ios como presume n ni ta n humanos (lJ.3) como deberían serlo. (f. 726v) ¿Por qué razón las cosas que no son pecado estos sab ios las tienen po r malas? Los llamados filósofos estoicos ciertamen t e acertaran en el conocim iento de la verdadera v irtud , y animosos se mostraron en sufrir las consecuencias de su doctrina.

No son, pues, éstos a los que nos referimos, sino a aquellos que - fa ltos en la razón como tenemos probado- , t il dan de maldad las virtudes y d ign idades humanas, y llegan a ser tan afem inados y tan para poco, que llaman bienes a las riquezas y a los deleites. Ape lan a veces a 'autoridades' superfl uas para justificar sus pa labras. Son éstos los que comúnmente estiman como 'argu mento ' decis ivo contra la Providencia la prosperidad de los malos, y lo bien que les va su maldad, m ientras que los buenos y virtuosos sufren y son perseguidos. No hay duda que Dios en su pa labra enseña que las cosas que no son pecado las qu iere y las dirige con su providenc ia. (f.

12 7r)

Así lo dice por lsaías:

'Yo soy Dios, creador de la luz y hacedor de las tinieb las, que ordeno y hago lo que es próspero y ordeno y hago lo que es adverso'. [21.4-J Y por Amós: '¿ Habrá ma l que no sea hecho por mí?'[ns] Entiéndase aquí los males de pena, y no de cu lpa - ta l como se desprende de muchas otras referencias que podrían citarse- . Como primera respuesta a lo que veni mos diciendo, y que algunas veces ya se d io en el pasado, es que por ser nuestro juicio ta n limitado nos hace caer en errores. De ahí que condenemos lo que no entendemos, pidamos lo que no sabemos y nuestra vista no vaya más all á de lo presente, y con esa fa lta de visió n queremos m irar muy lejos y penetrar en todo lo pasado y en todo lo por ven ir. No comprendemos más que de lo que es lo li m itado y sim ple, sin embargo queremos abarcar toda la realidad, todo el orden y trabazón de todas las cosas. Sin embargo co mo humanos sabemos poco, e ignoramos mucho

por

ser breve

nuestra vida,

grandes

nuestras

negligencias

y

d ific ultades, y oscuro y lleno de t rabas n uestro j uicio. Y a pesar de todo est o queremos entender a Dios, argument ar con él, imponerle leyes y erigi rnos en ju eces se nt enciado res de su saber y de su o brar. Por su iden t idad d ivina , Dios sa be bie n todo lo que hace, de modo que no hay defecto alguno ni en su sa ber ni en su obra r. Así, pues, en todo aque ll o que no puede el hombre hallar resp uest a, [216] antes de atreverse a condenar el obra r divi no, debería co ndenar su pro pio saber y su propia ceguedad. Po nga, pues, el hombre silencio a su va no razonar y recréese en el obra r de Dios . Por otro lado, no puede deci rse - y as í lo enseña la Palabra Di11ina- , q ue las cosas q ue no so n pecado no est én involucradas en el consej o de Dios, d irigidas por su vo lunt ad, o q ue es cape n a los sabios design ios de su m aj es tu osa grandeza. (f.

127

v) Siendo, pues, esto ve rdad tan reconocida , y sie ndo la

bon d ad de Dios t an sin med ida, resta que si n m ás examen aprobemos todas sus cosas por m uy bien hechas, y ce rre m os los ojos a n uestra locura pa ra que no se ent re m eta en t ales consideraciones. Sobre lo d icho adelant em os otra resp uest a, pues, en t ant o que el j uicio y el sa ber de Dios, por m irar t an lejos como m ira, y extenderse, no so lo po r largos t iempos, mas por t oda la eternidad, po ne ta l co ncierto en las cosas, que lo que parece q ue no t iene fin ni propósit o, lo tie ne muy acert ado, y qu e lo q ue parece que carece de t iem po t iene su t iempo, y lo que parece q ue v iene so lo, vie ne muy acompañado, y lo que pa rece que tie ne efect o de m al lo tie ne de bien. Dios encam ina y hace prosperar t odas las cosas según su bondad y poder. Si los hombres pudiesen extender su ju icio por toda esta armonía del co nsejo divino, verían los g randes

bienes que saca Dios de las guerras, de las ham bres, de las caut ividades, de las esteri lidad es, de las pesti lencias, de las enfermedad es, de las infam ias, d e los d olores, de las pobrezas, de las deshonras, y de tod as las ot ras cosas a las que los h um anos incl uyen bajo los nom bres de m iseria y de infe licidad. Así como Dios puso su imagen en el hom bre pa ra mu y grand es fines y represen t acio nes suyas, del mis m o m odo puso tam bién en ell a la de su prov idencia; y lo hizo en la parte más im porta nte de su ser: el alma, que reside en el cue rpo y t iene vivísi m a d iligencia para p rovee rle de todo lo que él req uiere si n que se ll egue a percibi r los fines que rea liza. (f.

128

r) As í es Dios en el mu ndo. Cada

part e, por pequeña q ue sea, al igual q ue las de gra n importancia, están prese ntes en el alma; del mismo m odo Dios - sin que por el lo sea el alm a d el mu ndo-

est á prese nte y gobierna inclu so lo qu e se est ima co m o más insign i-

fica nte del mu ndo. Pero as í co m o las o perac iones del alma no so n las m ismas en todas las pa rt es del cuerpo, sino que las d istribuye con grande artificio, de m odo que un a operación es la que se ejercit a en la cabeza, otra en el co razó n, otra en el est ó m ago, otra en las m anos , etc., si n em bargo todas estas act ividades el alma las lleva a té rm ino en una relac ión de int erdependenc ia co n t odas las partes para el co rrecto f uncionam ient o del orga nismo. As í las o bras de la d ivina p rovidenc ia, en su d ivers ísi m a act ividad , ut ilidad y temp lada armon ía se lleva n a té rm ino según una ad m irab le fi nalidad. El pecado de nuestros primeros padres, y la herencia qu e de él hemos reci bido, introduj o gran desorden en el m undo - al q ue se suma el de las generacio nes post erio res- . Act ividad de la d ivina prov idencia es la de extrae r

grandes bienes de los ma les que ellos obran, y esto lo lleva a térm ino a través de grandes med ios y por cam inos acordes con su bondad y sab iduría, y para beneficio de los buenos . Sobre la base de lo d icho, y por ser todo ello cosa conve nien t ísima a la sab iduría y bondad del Señor, y que nada ni nad ie puede obst acu lizar, ev idente y clara resu lta la refutac ión a las objeciones de todos aque llos que teorizan sobre bienes y males con re lac ión al obrar de la divina prov idencia. Sobre el castigo que aguarda a los ma los, nad ie puede levantar

. . o b¡ec1ones - a no ser 1os prop .ios ma 1va dos- . (f. , 28v) En este cast .igo que sobre ell os pesa debe descubrirse la d iligencia y vo luntad de Dios hacia estos m ismos malvados para que enmienden sus vidas y senderos de perdic ión . Nad ie será tan loco que tenga por mal mirado al padre que castiga a su h ijo, n i al señor que castiga a su siervo, cuando la fina lidad que se pers igue es la de apartarlos del v icio. El Señor m ismo t estifi ca que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva .(lJ.7.] El segundo provecho que se deriva del trato áspero que rec iben los malvados es para que sirva de ejemp lo para los demás. Un tercer provecho es el de librar a los buenos del poder de la ma ldad, y favo recer as í la virtud. Tarea buena es la del hortelano que limpia de malas hierbas el huerto para que no se ahoguen las buenas p lantas. Tamb ién lo es la del méd ico que con su ciencia sabe amputar un miembro dañado para que no infi cione a los demás . Motivo hay, pues, para que demos alabanza al supremo Señor que a gran esca la obra de modo sim ilar para darnos aviso y amonestación . (f.

129

r) Nos d ice la Divina Escritura que con este propós ito cayeron

muchos cast igos sobre los malos para instarles al arrepentimiento, y para que

sus malas obras no fueran aú n a más - arrebatándo los incluso de en t re los buenos al porfiar ellos en su rebe ldía- . As í, pues, en la cu lpa de los ma los no t iene part e la bondad divina, sino que todo es fruto del prop io obrar de los ma los . Y de todo ello, empero, la d iv ina prov idencia sabe sacar grandes bienes. Siendo esto as í, ¿no deberían, pues, los hombres g lorificar a Dios por todo ell o? Los hijos de Jacob ven d ieron a su hermano José: de ell os era el pecado. Sin embargo de este malvado proceder se sirvió la d ivina prov idencia para benefic iar a José, e incluso a sus prop ios hermanos . Las d ificu ltades a superar por parte de José fueron muchas , pero contribuyeron a que se robusteciera su probada v irtud y que llegara a ascender a una priv ilegiada pos ición en la corte de los egipcios. De todo esto se be neficiaron tamb ién sus prop ios hermanos, y t oda la casa de su padre, que no sufrieron la gran hambruna que por el pecado de muchos pa deció la t ierra. Es as í como la d ivina providencia, con su mirada prev isora leja na, con su sabia d ispos ición y unificación de las circ unstancias encamina y transforma en grandes bienes las cosas que se muestran como ma las. Mu chos son los ejemp los que demuest ran como de grandes ve nenos puede n hacerse grandes ant ídotos y hallarse remedios cont ra los propios venenos . Cua ndo las d ificu ltades vienen sobre los buenos, y la sabid uría humana juzga que no hay razón para ell o, también aqu í el proceder de la prov idencia d ivi na está justificado. El obrar de la providenc ia divina se enmarca siempre en una amp lís ima visión de lo presente y de lo f uturo . Nosotros no podemos saber si un curso de prosperidad puede tener un fina l desastroso 1 ella lo sabe:

sa be que manjar es, y co noce los estómagos. Si n m ira n nu est ros ojos lo fu -

' 1e¡os . 1os suyos. (f. turo, m .ira' n 1o m ue ho mas

12 gv)

N esotros no sa bemos, n1·

pod emos saber, lo que nos conv iene; ella lo sa be po r nosot ros, y lo encam ina y lo concierta todo. Si d ijésemos la verdad y hablásemos de conc iencia, no nos quejaría m os, po rque siendo ciegos nos ad iestran , y no sabie ndo curarnos, nos envían las m ed icinas; andando en ca m inos muy pel igrosos nos q uit an los tropezaderos; no ente nd iendo lo q ue hemos de pedir, se nos da lo que nos conviene. ¿Qué sa bem os de lo pasado? ¿Qué sabemos de lo porve nir? ¿Qué sa bemos de las cosas ause ntes? ¿Qué sabe m os de los pe ligros que nos asecha n ? En todo eso, ¿no viene al caso lo q ue decimos sobre la divi na providencia? Sólo el saber de Dios lo co noce todo, y conforme a su bondad enca uza las sendas, por tort uosas que sean, para fi nes de bien. (f. 130r) No es an iñada la p rovidenc ia ni se co nte nta co n busca r vanos y rid ícu los placeres para los suyos - como sue len hacer las golosi nas co n los n iños- ; cosas só lidas y provechosas son las q ue bu sca. No puede cens urarse al padre que qu ita los juguetes al niño que sabe qu e le han de hacer daño, y le rega le otras cosas m ejores, aun a sabiendas qu e la si m p leza del niño no est ime en t ant o la utilidad de lo mucho, cuant o la van idad de lo poco. No hay advers idades ni trabajos que no redu nden pa ra la prospe ridad del bien - aunque la termi nac ión y remat e del edificio aún esté a estad ios m uy lejanos en el t iempo- . Cuando el pueblo de Israe l, después de las pruebas y dificultades de su peregrinación po r el des iert o, ll egó a la tie rra de Ca naán y allí se fort aleció y prosperó, Balac, rey de Moab, llamó a Balam, profeta de los gentil es, para qu e

ma ldijese a los israelit as. Reve ló Dios a Balam lo que en el f uturo había de ser aque l p ueblo y las be ndiciones que a través del m ismo recib irían las nac iones . En vez de mald ec irlo, como pedía el rey, po r mandat o d ivino el profeta hubo de ben d ec irlo. [218] Si la virtud es m altrat ad a en el m undo - que es uno de los argu m entos de nuestra ignorancia- , no debe maravillarnos de que el pecado est é realment e ob rando sus propósitos. Si en esta tie rra tuviera la j usticia su reco m pe nsa, cierta m ent e nos podríamos lam enta r de nu estra m ise ria y de la afrenta q ue sufre la ve rdad ; pero bien sabemos que no es aqu í que recibe su reco m pe nsa, co n lo cual no t enem os porq ué q uejarnos. Cort a es la virtud que qu iere se r pagada en vida tan breve y en destierro ta n trabajoso y en cond icio nes de t anta incert idu m bre. No es la j usticia Divina tan escasa ni ta n ma l m irada q ue q uiera satisfacer a los que la siguen con los bienes m ás desechados q ue ell a posee. Cuantas m ás sea n aqu í las pruebas, mas ciertos deberíamos esta r de sus bendic iones. Todo lo que nos pueda acaecer aq uí es de liviana y corta d urac ión. Sin emba rgo, la paga y recompensa q ue nos espe ra en la ven idera es inmorta l y de gran riqueza. (f. 130v) Concl uyendo con este te m a, re petimos lo ya d icho en nuestra Confesión: que Dios creó el cie lo y la t ierra, y que desde entonces y para siemp re lo sust ent a co n la m isma potencia y con la mis m a bondad con q ue lo creó, y en todo lo provee co n su sabe r. N ingu na cosa, pequeña o grande escapa a su sa bid uría ni al be nep lácito de su vo luntad. De la manera como en la Escritura

Sagrada el Seño r reiv ind ica para sí la ob ra de la creación (Ecfe. 20) ,[ngJ así se atri buye ta mbién todo lo que tenemos dicho so bre los designios y propós it os

de su providencia. De lante de sus oj os nada hay encubierto y con el los escudriña los corazones de los hombres. Como d ice el apósto l san Pab lo: ' En él

vivimos, y nos movemos, y somos' (Hch. 17,28). David dice que todas las cosas esperan en él para rec ibir su manteni m iento y su sustent ación y su vida.

(Sa/.145). De apa rtarse de nosotros los oj os de la d iv ina prov idencia nada de lo creado pod ría subsistir. Por todo lo d icho, t enga, pues, el crist iano g ran fe y confianza, t eniendo por cierto que todas las cosas son guiadas y proveídas por el d ivino consej o. Todas las cosas, incluso aq uell as que a veces se juzgan como ins ignificantes, para serv icio del hombre las creó Dios, y sobre ell as se .ega 1a d.1vin · a p rov1·d enc1 ·a. (f. i 31r) d esp l 1

Capítulo 49.

CUARTA CONSI DERACI ON SOBRE EL PRIMER ARTICU LO DE LA FE Cua ndo el crist iano confiesa creer en Dios todopoderoso, creador del cielo y de la t ierra, y que t oda la grandeza y magnificencia que exhibe la misma, y el sumo gobierno de su providencia guarda re lación con su persona, al punto de que este exce lso y soberano Señor es su Padre, debe detenerse el creyente a considerar las implicaciones de esta maravil losa real idad. Dios es su padre y lo es por dos títu los: uno por haberlo creado, y el otro por haberlo redim ido. Dios Hijo, Verbo eterno del et erno Padre, tomó nat uraleza humana para redenc ión del hombre y hacerle hijo adoptivo de Dios. (f. , 3, v) Como creador de su ser, Dios Pad re lo invistió de tan suma d ignidad como que f ue hecho a su imagen y semejanza. Como hijo muy amado le d io el mundo como heredad, ordena ndo a las criaturas inferiores que le obedeciesen y sirviese n. A lo ya d icho primeramente sobre Dios como creador, hemos de añadir ahora lo segundo: Dios como sa lvador del hombre. Como padre m isericordioso, al caer el hombre en pecado vino a buscarle enviando a su H ijo pare redimirlo. Gracias a una redenció n obrada a gran precio , el hombre recibió de nuevo el nombre de hijo y ascendió a un grado superior de ganancias y privi legios de los q ue había te nido anteriormente. Por t odo esto q ue Dios hizo por él, ciertamente el cristiano debe comprender cuán grande y m isericord ioso es su padre d ivi no. La riq ueza de t antos bienes no debe ser ten ida en poco; sumo cu idado te ndrá, pues, el creyen t e en guardarse de no caer en los viejos cam inos de

. .,

per d 1c1on.

(f.132r)

La suma omnipot encia d ivina, mostrada de t antas maneras en la creac ión, ha de ser tamb ién entendida como operante en la esfera de la salvación al manifestarse de tantas maneras en la red ención del hombre. Del poder de tan omn ipotente padre y señor, el creyent e sabe que ha sido llamado a participar y a ser recip iente del mismo. Co nsc iente es, pues, de que el poder de su padre d ivi no le aux iliará y librará de sus p rue bas y trabajos ; le auxiliará en sus neces idades y le capacitará para hacer grandes obras y alcanzar grandes mercedes. Con fe, conv icc ión y sin miedo debe el cristi ano mostrar gran esfuerzo y firmeza para afrontar las advers idades y la opos ición de aque llos q ue int enten obstacu li zar su propósito de serv ir a su Señor. El poder de Dios presto est á para favorecer la causa de los bue nos , como tamb ién lo está para el castigo de los malos. (f. 132v) De este gran poder, como ya hemos visto, partic ipan los ángeles. Muestras del m ismo lo exh ibieron al destru ir y abrasar a Sodoma y en sacar a Lot de entre ta n mala gent e; en la muerte de los primogénitos egipcios; al guiar a los israe litas en su paso por el mar Rojo y en su peregrinar po r el desierto. Pat ente fue tamb ién este poder en la derrota de los ejércitos sirios y en la vict oria de los israelitas en tierras cananeas. Clara muestra de este poder lo vemos en Elíseo, cuando rogó al Señor que abriese los ojos de su criado para que viese cua nto mayor ejército era el q ue había ve nido del cielo para socorrerle que el que tenía n sus enemigos. Prueba de este poder t uvo lu gar también cua ndo, a petició n de Josué, se paró el so l y al alargarse el día se favorec ió la victor ia de su ejércit o sobre el enem igo. El fuego, elemento [220] que ta n violento y amenazador se m uestra a veces ,

sin embargo, fresco y agradable se mostró co n los tres mozos en Babi lon ia cuando Nabucodonosor los mando echar en un horno ence ndido, y después los v io pasear p lace nteramente en med io de las brasas alaba ndo al Señor. Este m ismo fuego se mostró como elemento de cast igo en favor de los israe lit as en su peregrinar por el desierto. En estos casos, y en otros más, el fuego se mostró como am igo de los h ijos de Dios y enem igo de los ingratos y rebe ldes . No sale de esta regla el aire, q ue como criatura exce lente y poderosa con la fuerza de su viento derribó la torre de Babel,[221] edificada por Nimbrod y demás hombres soberbios. (f. , 33 r) Y así ha obrado el aire muchas veces contra los enem igos del Señor. Amoroso estuvo el aire con los hijos de Israe l secando las aguas del Mar Rojo para q ue pasasen en seco, y también ll oviéndoles y gu isándo les el maná cada mañana en el desierto. En cuanto al agua ¡cuán terrible se mostró en el d iluvio ahogando a t odos los malos! Y lo m ismo hizo con el ejérc ito de Faraón al sepu ltarlo en el Mar Rojo cuando perseguían a los israe lit as de Moisés. Mención tamb ién podemos hacer de la cerca na

tierra: ¡cómo se abrió y tragó en sus entrañas a Coré y a Datán ![222] Para cast igo de los idólatras y ma lvados en ocas iones se hace estéri l. Pero tamb ién puede hacerse presente en la seq uedad del desierto, ta l como h izo co n los israe litas - y así siempre que qu iere agasajar y favorece r a los hijos fieles del Señor- . Para cast igo de los malos y para bien de los justos tamb ién los anima les han ejercido determ inadas func iones . Según el testimon io de las Escrituras, durante ciert o tiempo los cuervos cuidaron del sustento de Elías.[223] Sabido

es que se trata de anima les comedores y tragones, pe ro en este caso no des cu idaron alim entar al profeta. Decis iva fue también en Egipto la intervención de mosqu itos y ranas en favor de los is rae litas - seres muy insignificantes en op inión del m undo- . Ciertamen t e, Dios hubiera pod ido obrar directa m ente sus pro pós itos sin estos intermediarios, pero tuvo a bien usar de ellos en sus planes providenciales de ayuda a los buenos. (f. , 33v) Maravi ll oso y d e gran consuelo es lo que se dice d e este hombrecillo desvalido de los bienes del mu ndo, desa rmado y fa lto de todo favor, menospreciado de los malos por su obediencia a Dios, y que d e él dice la Divina Palabra que t iene hecho pacto con las p ied ras para que no le dañen, que no t iene por qu e t emer de las bestias del campo, qu e caerán a su lado m il d e sus enem igos y diez m il a su mano derecha sin poder heri rle en nada, y que también indem ne andará sobre la serpiente y sobre el basi lisco y p isará sobre el dragón. [22aJTodo esto lo entiende la fe con el espíritu qu e se debe entender; no al pie de la letra y ta l co mo suena, sino en un sen t ido metafórico - y que d e hecho tiene una riqueza expres iva y de conte nido m ucho mayor- . Conclui remos esto con el testimonio de Cristo, nuestro rede nt or, pues, ciertame nte, mayor y mejor testimonio qu e el suyo no puede haber. Según sus pa labras: 'todo es posible al que cree.' [225] Con lo que se enseña que el ve rdadero hijo de Dios, armado con ve rdadera y con viva fe, de la mano de su poderoso Señor conseguirá los propós itos de su obrar. Siendo él om nipot ente, confiere a los suyos el pode r para que en el los se cum plan sus promesas. (f. , 34 r) Asegura tamb ién el Rede ntor a sus discípu los que ' si tuv ieren fe co mo

un grano de mostaza, y si dij eren a un m onte q ue se pas e d e u n lugar a otro se cump lirá .'[226] Qu iere qu e sus d iscípu los enti endan que es en él, y no en los pode res del mundo y en la soberbia de los ma los, de donde procede el verd adero poder. Esta consi derac ión debe incu lcar en el creyente una gran esperanza para v ivir y morir en su santa obed ienc ia, hac iendo que se incremente su amo r hacia tan bu en Pad re tan co lmado de pode r. Tome de est o buena cuenta el pecador apa rtado de la vo lun t ad de Dios po r los engaños del demonio. En modo alguno, en med io de sus ceguedades , confiado en su soberbia y en sus flacas fuerzas podrá hacer nada en contra del Señor om nipotente. Si so lamente busca sus prop ios intereses 1 m ire cuanto son mayores los q ue pierde que los q ue ga na, m ire lo que debe a tan buen Señor, qu e con tanta mansedumbre lo espera, y por ta ntos cam inos lo ll am a, y ponga térm ino a sus m alas obras , y de m al siervo hágase h ij o, para qu e sea trat ado co m o hijo d e padre tan bondadoso y tan poderoso. Sirva todo lo dicho al cristiano a fin de q ue se incremente su temor al pecado, se afiance su ánimo pa ra la obed iencia y el cump lim iento de los m anda m ient os, sab iendo que en todo puede cont ar con la sufic ienc ia y pod er de su Señor. (f. i 34v) 1

mportante es saber que Dios está al corriente de todas las obras y todos

los pensam ientos, buenos y ma los, de los hom bres. D ios lo conoce todo y lo pesa, sin que fa lte ni so bre qu ilate. Juez será de todo y a todos dará su cor res pond iente retribución. Todo esto pued e susc itar te m or, pero tamb ién amo r: freno para los malos y grandes espue las para los bue nos. Dolo roso es para el ma lo sa ber que Dios es t estigo y j uez de todo; pero de gran conso lación es

pa ra el justo su bue n hacer y su perseverancia en las buenas ob ras. Bien sabe el justo que s i hombres hay que no ven la ve rdad , Dios ciertamente la ve, y que s i ahora no es man ifiesta, un d ía, en presencia de los ánge les y de todos , será plenamente man ifiesta . Y lo mismo con la justicia: pe rseguida ahora, pero recompensada será un día y premiada con el ga lardón promet ido. Acicate para el cristiano ha de ser todo esto para tomar án imo en su buen hacer, para esforzar su paciencia, para sufrir las injurias y ag rav ios. Cierta mente de alegría tamb ién le será y de freno le será para no pagar ma l por ma l y de repres ión de todo sentimiento de venga nza. (f. i 35r) Con este espíritu se ha de sufrir la cárcel, la pobreza, e l hambre, los destierros y las enfermedades. Dios es testigo de todo y juez de todo. Su omnisciencia lo guía todo. En todo hay raíces de gra ndes bienes . Con esta co nfianza en los des ign ios providenc iales se ha n esforzado y perseverado s iempre los hombres justos, pon iendo siempre, en contrapos ició n a los fa lsos juic ios del mundo, la firme co nvicción de que su causa estaba en justas manos. Así e l sa lmista David, desp ués de haber contado las obras de los ma los contra los justos y sus atrev imientos contra la majestad divina, co nfiesa que su alma está reposada y co n grande confianza en Dios, pues en sus manos está todo su fu tu ro. Del m ismo modo Job, a l hace r memor ia de sus grandes pruebas, concluye d iciendo que en el cielo está su testigo.Cristo, nuestro rede ntor, d ice que no busca su gloria ni su aprobació n en el ju icio de los hombres. As í el cristiano, a l cons iderar la obra de la creación, fruto de l amor divino hacia el hombre, ha de desca nsar en la co nfianza de que también esta creación está regida y gobe rnada por la d ivina

o mn isc ienc ia de su prov idencia. Co n esta fe y con esta alegría ha de viv ir siempre el hombre fie l. (f. 735v)

Capítulo 50.

QUINTA CONSIDERACION SOBRE EL PRIMER ARTICULO DE LA FE En la vida del creyente, y en las d iferentes vocaciones que desa rrol la, pueden surgi r m uchas pruebas y d ificu ltades. Ant e ell as pued en darse situ aciones de pecado al cl audicar el creyente con cobardía ante lo bueno, mostra r co nfianza en fa lsos re m ed ios y en la autoconfia nza de su prop io saber. En lo que a su vocació n, o llamamiento , tiene que ve r, si su ofic io es justo y bue no, cíñase al mis m o buscan do en todo la gloria d e Dios. Si piensa que no pod rá seguir ade lante en su ta rea, confíe en el sabe r y en la bondad del Señor, que sabe el cómo y el cuándo de t odo. Ante grandes contratiempos sepa qu e Dios es creador del cielo y de la tierra, y que no hay en el cielo ni en la t ierra qu ien le pueda res isti r. (f. 136 r) Si teme la reprobació n de los hombres, recue rde qu e Dios es t estigo y juez de todo lo que hacen los humanos. M uchos se sient en tan te m erosos y encogidos, q ue aú n a sabiendas de que en muchas cosas podrían se rvi r a Dios, asumen con m iedo sus trabajos y actividades y no lo hacen . En algu nos casos fi ngen ignorancia , presienten obstácu los, anteponen int ereses p rop ios, etc. Se olvidan de qu e en todo han de somete rse a los intereses Divi nos y a la dirección de la omn isc iente Providencia. Segu ros estamos que de boca est as personas est arían de acuerdo en todo lo que deci m os, pero que con sus hechos lo negarían. Todos est os t emores, vaci laciones, contrad icc iones, egoísmos perso nales, etc. etc. han de se r superados y ve ncidos aceptando co n fe y confianza la cla ra doctri na de nuestra Confesión al decir q ue Dios creó los cielos y la tierra, y que con su providenc ia gobierna todas las

cosas. Por enc ima de lo que se ve aquí el creyente ha de tener en cue nt a lo que se ve allí. Dice Salo m ó n que 'qu ien tiene cuent a con el v iento n unca sembrará, y q ue n unca cogerá qu ien cons idera las nu bes.' [227.)Ante la gran variabi lidad del t iempo y de las condic iones atmosféricas, el labrador se somete a los designios de Dios en la siem bra d e su sim iente. (f.

136

v) Y est o es lo q ue d ebe

hacer el hombre en el ejercicio de todas sus activ id ades y oc upac iones, poniendo siemp re su confia nza en la acc ión de un Dios providente que co n su poder, saber y bondad gobierna todas las cosas . Dulcísi m a co nso lac ión desti lan las pa labras de Cr isto, nu estro rede ntor, an imando a los suyos con la cons ideració n d e que 'si dos pajar illos se ve nd en po r cuatro maraved ís, con t odo ni uno d e ellos cae en la ti erra sin acue rdo del ete rno Padre.' Añade t ambién 'que mirem os a las aves del cie lo, las cua les n i siembra n n i cogen , y como el Padre ce lestia l las m antiene.' Añade , además 'qu e si el heno del campo que está aparejado pa ra ir al fuego hoy o m añana, así est á vestido de la mano de Dios, cuánto más lo será n los hombres.' (f.

737 r) Tal cuidado es el qu e Dios ejerce sob re nosotros, dice Crist o, que incl uso 'est án cont ados los cabellos de n uestras ca bezas .' [228) Por todo lo d icho , desconfianza hemos de t ener de lo que nosotros sa bem os, somos y pod emos . Po rque co m pa rado nuest ro sa ber co n el d ivino , cierta m ente es una t in ieb la m uy ciega , y cua ndo él nos exhorta para que co nfiemos en su sabe r, po r el m ismo caso nos amo nest a a que desconfiem os del nuestro. Cuand o nos inst a a que co nfiemos en su poder es para que nos dem os cuent a de cuá n po bres y débiles son nuestras f uerzas. A la luz de este articulo de la Confesión

hemos de da rnos cuenta de cuán vana es nuestra soberb ia, cuán ciego el conoc im iento de nuestro corazó n y cuán sin fu ndamento nuest ro alarde de pode r. Solo en el Señor hemos de hall ar la f uente de n uestra suficiencia y de todo lo qu e carecemos. Cuán apropiado es, p ues, q ue en todas nuestras necesidades

nos

prov idente.[229]

sometamos

al poder y bondad

de

un

Dios

sabio y

Capítulo 51.

LOS QUE CUMPLEN Y LOS QUE NO CUMPLEN ESTE PRIMER ,

ARTICULO

1

niciábamos el estudio de este pri mer artícu lo co n una breve amonestación

sobre la im port ancia de su observa ncia por pa rte de los fieles . (f. , 4or) A m pliaremos a conti n uació n est a amonestación fi j ando unas cons ideracio nes que tamb ién han de ser vá lidas en la observancia de los demás artícu los de la

Confesión. Los qu e cumplen con este art iculo son todos aque llos que confiesan que el Señor Dios es uno, creador d el cie lo y de la t ierra, que confiesan el m isterio de la Trin idad - que t res son las perso nas de una ún ica Divinidad- , ta l y como enseña la Di11ina Escritura. Éstos co nocen el pode r, bon dad, saber y justicia de est e supremo Señor, y confiesan que en él se encierran todos sus bienes y qu e, ad em ás, presto est á a comu nicarlos t ambién a todos aq uellos que en sinceridad le buscan . Confiesan, además , con alegría y confianza, que se sienten gu iados po r la infinit a sabid uría de este Dios provi dente,

y sob re esta base t ienen por cie rto que es él qu ien sapientísimament e rige y gobierna tod as las cosas. (f. , 4 ov) Todas las criaturas se someten a sus propósitos y llevan ade lante el fi n para el qu e f ueron creadas. Forta lecidos con esta rea lid ad se somete n con gozo y confianza a la vo lunt ad de Dios, y dispuest os está n a afron t ar pe ligros, oposic iones y demás obstác ulos; y si bien de lejos su fe sa luda las pro m esas que les han sido hechos, co n verdadera . . , sa b en que un d 1a ' to d as e11as te nd ra' n cu m p 1·1m 1 ·ento. (f. , 4ir) conv1cc1on Los que más abiert am ente peca n y más direct amente van contra esté

artículo de la Confesión, son aquel los que niegan la doctrina que hemos aquí presentado. Están en el error y en la ignorancia sobre el ser de Dios, sobre el m isterio de la santísima Trinidad, sobre el gobierno que Dios ejerce sobre las obras de su creac ión y de la redención de los hombres. Siguen las enseñanzas de los genti les y los errores que aquí hemos ya seña lado. (f. , 4 , v) De un modo mu y especial se refiere a ellos el apóstol san Pab lo, poniendo de re lieve la rebe ldía de su vo luntad y el que con sus obras niegan lo que con su boca confiesan. (-630] Serio aviso y motivo de pavor debería constituir todo lo dicho para el hombre que se aparta de los cam inos que Dios t iene mostrados , y que confesando con sus labios que estos son senderos buenos y ve rdaderos , con su vida term ina negá ndolo todo y haciendo todo lo contrario. Mal cristiano y de fue muerta es el que no lo es con obras genu inas; contradice con su vida y conducta su confesión y peca contra el espíritu de este artículo. Confiesa a Dios como Dios, pero no le estima como a Dios; confiésa le como sumo bien, pero desecha su bondad, y escoge por buenas las cosas que la justicia divina condena. Le confiesa como padre, pero no se comporta como hijo, sino como enemigo. Suelen ser los hijos semejantes a sus padres; el pecador, empero, parece despreciar todo parecido con su Pad re soberano - tan alejada está de él su vo luntad y ta n contrarias son sus obras- . Afirma que Dios es infin ita mente poderoso, pero en su perversidad se opone, se aleja y no teme el poder divino. Pertinaz es en su desobed iencia y en negar la gloria de su nom bre. Menosprecia el poder infinito de Dios y favorece las fuerzas de los malvados. Afirma que Dios es creador del cielo y de la t ierra y de todo lo que en

ella hay, pero se poses io na y trata despótica m ente los bienes del mundo como si él los hubiera creado . Confía en su vana pot encia y adora sus prop ias ind ustrias. H ipócritamente , y a pesar de su conducta perversa, se atreve a pisar el 2

umbral de la casa del Señor. (f. i4 r) Contra este artícu lo pecan los desconfiados, q ue lo son t anto co n los bienes esp iritua les como con los corpora les o t errenos. Atribuyen a Dios la obra de la creac ión , pero no la de su sustentació n y providencia. En lo que decimos no inclui m os la desconfianza que acompaña nuestra carne y que es como un temor natu ra l de nuest ra flaqueza humana. Estamos hablando de una desconfianza que d uda del obrar y de los propósitos providencia les de Dios . Que po ne en te la de j uicio los firmes propós it os d ivi nos de juzgar y cast igar el pecado de los malvados . (f.

142

v) Contra este artículo pecan los que si-

guen sus propios consej os , y los t ienen por mejores que los que la Palabra Di-

vina enseña. Pecan seña lada m ente los hombres muy desenfrenados y desvergonzados en sus vic ios , y que no se percatan de q ue la maj estad d ivina es test igo de t odas sus obras , y que cometen sus fea ldades delante de su misma presenc ia. Pecan los cobardes en las buenas obras, que piensan que el demonio t iene poder para desbaratar el consejo de Dios y encubrir las ma las acciones. Pecan los que de ta l manera reciben los beneficios de las criaturas , que no reconoce n en ellas la libera lidad y la vo luntad de qu ien las creó, y que por su mandamiento sirve n y dan su fruto . Pecan aq uellos que con el fa lso co lor de atribu irlo todo a Dios niegan la particu lar honra y el part icu lar agradecimiento que el Señor qu iere que se tengan a lo que él t o m a como

instru mentos suyos. Peca n los dormidos y perezosos en no acud ir a Dios con petic ión y confesión de sus neces idades. Pecan los que, insensatamente, se aprovechan de las cosas de est e mundo sin hacer memo ria de a qu ién pertenecen y sin glorificar a Dios por ell as. Pecan los q ue tientan la divina prov idencia, juzgando a sus medios y a sus criatu ras como insuficientes, y desean se re nueven las leyes estab lecidas y se pro m uevan nuevos caminos, e incl uso se obren nuevos m ilagros q ue satisfagan sus antoj os - ta les hombres se erigen en jueces de lo que la Su m a Potest ad debe hacer- . (f. 143r) De todo lo d icho concl uimos diciendo que, en primer lugar, el cristi ano debe te ner verdadero conocimient o de lo que confiesa - conoci m ien t o q ue nosotros hemos dado con nuestra exposició n y que viene respa ldado po r la enseña nza de Di-

vina Escritura- . Debe comprobar, en segundo lugar, si lo que profesa de boca está bien asentado en el corazón. De ser esto así, muestre gratitu d al Señor por su infin ita bondad, y p ida q ue le sea incremen t ada su fe y que co n decid ida vol untad persevere firme en todas sus obligac iones, sabiendo q ue Dios escuchará sus petic iones, fort alecerá sus flaquezas y resta ura rá sus inconsecuencias.

[J.30]. La referencia es de la Epístola a los Hebreos 11 ,1: "Es pues la fe la sustancia

de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se 1,1en". Versió n de Cas iodoro de Re ina. Constantino no cuestio na la aut oría de est a epísto la, y como ot ros m uchos escrit uristas del pasado la atribuye al apóst o l Pablo.

[131]. Las victorias q ue se alcanzaron po r fe en la antigüedad las describe el

aut or de la

Epístola a los Hebreos en los cuaren t a versíc ul os del capítulo

11

de

su carta.

[13 6]. La cita comp leta es de los versículos 8-9: "Sed sobrios, y velad; porque

vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe". [133]. El pasaje al que se refiere Constan t ino es el pau lino de Romanos

8:24-25:"Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos con paciencia lo aguardamos". 1

[134]. En el original: 'Distintísima cosa es de los otros conocimientos .. .' [135]. Marcos 9,23-24: Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E

inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad." [136]. Las pa labras de Jesús son de los versícu los 21-23 de este capít ulo: "No

todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.". [137..]. Hebreos 11,6: "Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario

que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan". [13fil . Simónides de Ceos (c. 556 a. C. -

Siracusa, c. 468 a. C.), filósofo y

poeta lírico griego. Fue muy pop ula r co mo pensador presofísta, y muy celebrado por sus versos de aguda iro nía sobre la vida y costumbres de la sociedad de s u tiempo. Muy famoso fue su poema sobre las hazañas griegas en la batalla de Maratón. Terminó su vida en la corte del t ira no de Siracusa Hierón

!- Muchas de las historieta, anécdotas y dichos que se le atribuyen posiblemente no sean suyos. [139]. Pitágoras de Samos (c. 582-507 a. C.) fue un célebre fi lósofo y matemát ico de la ant igua Grecia. Fundó una hermandad de hombres y mujeres en la que, además del estudio de las mate máticas y la geometría, se enfatizaba el estudio de la m úsica, que se concebía como purificadora del alma. Para Pitágoras el universo era una esplénd ida armon ía fundamentada en el orden numérico, de ahí la gran importanc ia que atrib uía a las matemáticas pa ra conocer la real idad. A Pitágoras se atribuye el célebre teorema que lleva s u nombre. Afirmaba que las almas eran inmorta les y que se purificaban a través de co nstantes trans migracio nes. [L40]. En el original: 'tratar con la grosería de nuestros vocablos'. [141]. En el origina l: 'y si las palabras son unas, no es porque las obras sean

unas ...' [142]. Así lo expresa Constant ino: 'Ponemos ta n presto fin, porque esto no

t ie ne fin.' [143]. En el origina l: 'está muy distante para ser co nocido cumplidamente por

la grosería corporal.' [14AJ. ' En lo artificial procuran los ho mbres el ayuntamiento y la un idad ...'

Const ant ino con t rapone lo natural co n lo artificial. Lo artificia l es todo aque ll o que hace o produce el hom bre. La palabra ayuntamiento se usa en el sent ido de unión - juntarse pa ra unificar esfuerzos, serv icios y fi nes- . De ah í el significado de ayu ntam ien t o como institución civi l o mu n icipa l para la co nsecuci ó n de serv icios públ icos.

[L45]- En el o riginal: escándalo. [146]. Deleitosísima. Ya hem os advertido qu e Co nstanti no con frecuencia acen túa el sign ificado de los adjetivos adve rbiales usándo los en fo rm a su perlativa.

[147.]. La cita que aparece en el origina l de Deuteronomio 5, no es correcta. Lo es la del cap ítu lo 6,4, q ue hem os corregido. [148].

lsaías 4 1,4: "Yo Jehová, el primero, y yo mismo con los postreros". Re ina-

Va lera. En la vers ión de Naca r-Colunga: "Yo Yavé que era al principio, y soy el

mismo siempre." [L4.9.]- lsaías 44, 6: "Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay

Dios." [150]. lsaías 45, 5: "Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí." [151]. Ni en la Reina-Va lera, ni en la Nacar-Co lunga, ni en la N ueva Biblia Espa ñola se encuentra esta refe renci a en el capítulo 12 del Eclesiastés. Tampoco en el 12 de Eclesiástico se encuentra esta refere ncia. Tampoco hay refere ncia en la

Concordancia de Yo ung a "alt ís imo", ni a "criador" en Eclesiastés

12.

En el fo lio

sigu iente (9or) nos dice Constan t ino qu e la cita es del Eclesiástico(?).

[156]. En el t ext o original: ' No cura mos de traer más aut o ridades .. .' Curar, co n la preposició n de, cuidar de, poner cuidado. En este sen t ido Constantino usa

frecuente m ente este verbo.

[153]. En el texto o rigi nal no aparece n inguna cita bíblica. Pos iblem ente Cons t antino se refie ra al d iscurso de Pa blo en el Areópago de At enas. En Hechos 17, se dice qu e el "es píritu del Apósto l se enardecía vie nd o la ciudad entregada a la idolatría" (v.16) , y al ve r un alt ar ded icado al " Dios no co nocido", d ijo a los ate nienses: "Al qu e vosotros ado ráis sin conocer le, es a qu ien yo os an un cio."

(v.2 3).

[154]. La referenc ia, que no apa rece en el or igi nal, es de Efesios 4.6: "Un Dios y

Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos". [155]. El pasaje j oani no q ue res ume Const ant ino es el del ca pítulo 1, 1-4: "En el

principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho." [15.º1- Hebreos

1 1 3:

"... El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma

de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder. .." Como ya se ha dicho, Constantino atri buye a sa n Pablo la autoría de la Epístola

a los Hebreos. [157.]. En el origina l: "Y como en Dios no haya ser acciden t al ni pegadizo ... "

[15ª1· /saías 6,1: "En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo.

2

Por encima de él había

serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. 3 Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria."

[159.]. Salmo 89, 26-2T "El me clamará: Mi padre eres tú, mi Dios, y la roca de mi

salvación. Yo también le pondré por primogénito ... " Como ya hemos indicado en otras citas del libro de los Salmos, Constanti no sigue el orden de la Vulgata, inferio r en un n úmero al del texto hebreo origi nal. En esta cita, pues, se trata del Salmo 89, y no del 88de la Vulgata. [160]. Salmo 2, T "Yo publicaré el decreto; Jehová me ha d icho: Mi hijo eres tú;

Yo te engendré hoy." [161 ]. Evidenteme nte Const antino se hace eco de varios pasajes del Evangelio

de Juan que hacen refe re ncia a la d ivin id ad del Hijo. Ade m ás del versícu lo 28 del capít ulo 16 -

"Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo,

y voy al Padre"-

pres upo ne tam bién los siguientes: 14,9: "El que me ha visto a

mí, ha visto al Padre." 14, 11: "Creed me que yo soy en el Padre, y el Padre en mí." 5, 18: "Por esto los judíos aun más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba

el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios." 5,19: "De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo fo que el Padre hace, también fo hace el Hijo igualmente." 5,23: "... Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió." [162] .Juan 1,18: "A Dios nadie fe vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él fe ha dado a conocer." [163]. Como ejemp lo, Efesios 1,3: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor

Jesucristo." [164]. El térmi no que usa Constantino es el de noticia.

[1º.S] - Mateo, 3, 17-1]: "Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y

he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". [166]. Mateo 28,19: "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bauti-

zándolos en el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo." [167.]. Juan 15:26: "Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del

Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí." [168] . La cita de Juan 9, está eq uivocada. Co nsta nti no se refie re a 1 Juan 57, que segú n la vers ión Reina-Va/era, dice: "Porque tres son los que dan testimonio

en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno." Esta referencia no se co rresponde con los textos bíblicos más antiguos qu e hoy poseem os; en ellos no apa rece la fó rm ula trin itaria. En la vers ión de BoverO 'callaghan , se lee: "Pues tres son los que testifican: el Espíritu, el agua y la san-

gre, y los tres coinciden en uno." Además de se r d istin t a esta trad ucción, los ve rsíc ulos 7 y 8 está n aq uí refundidos. [1º.9J. La palabra 'noticia' es m uy usada por Constant ino en el sent ido de infor-

mación, o comunicación, y en el sentido de conocimiento. En el sentido de 'información' vend ría ilustrada con est a afirmación: ' Lo que debe hacer el cristiano es procura r, primero, t ener verdade ra noticia y ve rdadero conocimient o de lo que confiesa ... ' (f. 143 r) En el sentido de 'conocimiento' vend ría ilustrada con est a afirmac ión: ' Es el H ijo semeja nza del Padre, como la noticia de una cosa

· d e 1a m .isma cosa., (f· 156 v) Tam bº' ., ' D os es seme¡anza 1en en esta afi1rmac1on:

noticias principales debemos t ener de Dios: la de su ser y la de su volu ntad ... ' (f. , s6r)

[17.0]. Con cierta frecuencia, al t ermi nar la exposic ión de una det ermi nada t emática, Consta nt ino recur re a un a especia de pedagogía pastoral, ofrecién donos d ive rsas norm as de plega ria co n el fin de q ue la doctrina exp uesta halle debido cumplimiento en la vida del creyent e. Así es, por eje m plo, una vez ha concl uido su exposició n de la doctrina de la Trin idad, nos da "ejemplos de o ración a la Santís ima Trinidad." (Folios 98 r- 99 r).

[17.1.] . La expres ión q ue util iza Co nsta nti no es la de 'clarifica r al Hijo del Pad re eterno.'

[17.2]. La cit a co rrect a es de 1 Juan 3,2: "Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún

no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le 11eremos tal como él es". [17.3]. En est a cita de sa n Pabl o de

1

Corintios 13, 12, se lee: "Ahora vemos po r

espejo, oscu rame nte; mas entonces ve remos ca ra a cara. Aho ra conozco en part e; pe ro entonces conoce ré como f ui conocido ".

[17..A]- Salmo 135, 6: "Todo lo que Jeho11á quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra,

en los mares y en todos los abismos." [17.5]. Génesis 17, 1: "Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé per-

fecto." [17.6]. Ma ría, la profetisa, era herm ana de Aaró n. Segú n Éxodo 1, Moisés y los hijos de Israe l eleva ron un cántico de alabanza a Dios q ue co n su pode r los

libro del ca utiverio de Egipt o. Versícu los 6 y 7: "Tu diestra, oh Jehová, ha sido

magnificada en poder; Tu diestra, oh jehová, ha quebrantado al enemigo. Y con la grandeza de tu poder has derribado a los que se levantaron contra ti". Es en los vers ícul os 20-21 , que se menciona a María: "Y María la profetisa, hermana de

Aarón, tomó un pandero en su mano, y todas las mujeres salieron en pos de ella con panderos y danzas. Y María les respondía: Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido; ha echado en el mar al caballo y al jinete." [17.7J. Las pa labras de Gabriel a la Virgen, a las que alu de Const anti no, son del vers ícul o 3T "Porque nada hay imposible para Dios."

[17..8.] .Job 9,46: "¿Quién se end ureció con t ra él, y le fue bien ?" [17..9]. La cita correcta es de Romanos 9, 19: "Porque ¿quién ha resistido a su

voluntad?" [180]. Sabios del mundo. Constan t ino usa frec uentement e esta expresión en un se ntido irónico e ind icando todo lo contrario: es una falsa sabidu ría; una sabi duría que no lleva al conocim iento de Dios. "¿Dónde está el sabio - pregunta el apóstol Pablo- . ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del m undo"?

1

Co-

rintios 1,19-20. [181]. 2 Timoteo 2,136: "El no puede negarse a sí m ismo." [182]. Beatísimo, fel icísimo. [183] . En el t ext o or igi nal: holganza.

[18A.J. )eremías 32,17-1 9: "¡Oh Señor Jehová! he aquí que tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder, y con tu brazo extendido, ni hay nada que sea difícil para ti; que haces misericordia a millares, y castigas la maldad de los padres en sus

hijos después de ellos; Dios grande, poderoso, Jeho1,1á de los ejércitos es su nombre; grande en consejo, y magnifico en hechos; porque tus ojos están abiertos sobre todos los caminos de los hijos de los hombres, para dar a cada uno según sus caminos, y según el fruto de sus obras". [185]. Suficientemente; en el original 'bastantemente'. [186] . Romanos 1,20: "Porque las cosas in1,1isibles de él, su eterno poder y deidad se

hacen claramente 1,1isibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa." [187J. Muchos son los Salmos que hablan de la creac ión como pregonera de la

Salmo 19, 1-2, se lee: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite gloria de Dios. Así, por ej emplo, en el

palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría". [188]. Salmo 33,6: "Por la palabra de Jeho1,1á fueron hechos los cielos, y todo el

ejército de ellos por el aliento de su boca." [189J. lsaías 66,1: "Jeho1,1á dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis

pies... Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron." [190]. Las referenc ias de Constant ino no son correctas. Las pa labras del sa lm ista a las que alude son las de estos

Salmos: 24,1: "De Jehová es la tierra y su

plenitud; el mundo, y los que en él habitan."134,3: "Desde Sión te bendigajeho1,1á, el cual ha hecho los cielos y la tierra." 124,8: "Nuestro socorro está en el nombre de Jeho 1,1á1 que hizo el cielo y la tierra." [191]- Romanos 1,19-20: "Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues

Dios se lo manifestó. Porque las cosas in 1,1isibles de él, su eterno poder y deidad, se

hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa." [192]. Salmo 100,3: "Reconoced que Jehová es Dios. El nos hizo, y no nosotros a

nosotros mismos." [193]. ¿Fueron realmente ángeles lo que vio Daniel en su visió n ? Se hab la de best ias y fi eras. En el pasaje de lsaías se mencio na a serafi nes. También se habla de querubines en

2

Reyes 19,15: "Y oró Ezequías delante de Jeho11á, di-

ciendo: Jeho11á Dios de Israel, que moras entre los querubines, sólo tú eres Dios de todos los reinos de la tierra; tú hiciste el cielo y la tierra." [19A]- El pasaje es de 2 Reyes 19:3s: "Y aconteció que aquella misma noche salió el

ángel de Jeho11á, y mató en el campamento de los asirios a ciento ochenta y cinco mil; y cuando se le11antaron por la mañana, he aquí que todo era cuerpos de muertos." [19.5]. En Éxodo 23,21 Dios promet e a Israel q ue un ángel guiará al p ueb lo para ll evarles a la tierra prometida: "He aquí yo en11ío mi Ángel delante de ti para que

te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado. Guárdate delante de él, y oye su voz, no le seas rebelde; porque él no perdonará 11uestra rebelión, porque mi nombre está en él." En el pasaje de Josué 5, 13-15, al q ue hace refere ncia Const antino, se lee: "Estando Josué cerca de Jericó, alzó sus ojos y vio

un 11arón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desenvainada en su mano. Y Josué, yendo hacia él, le dijo: ¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos? [s}~]ÉI res po nd ió: No; mas como Príncipe del ej ército de Jehová he ve nido ahora. Entonces Jos ué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró;

y le d ijo: ¿Qué d ice m i Señor a su siervo? [s}~}Yel Príncipe del ejército de jehová

respondió a josué: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo. Y josué así lo hizo". [19.fü- Si bien en Apocalipsis 1, 1, se dice que Juan rec ibió la "reve lación de Jesucrist o'' por med io d e un ángel, el pasaje al q ue al ude Co nstantino es el d el ca pítulo 22, 8-9: "Yo juan soy el que oyó y 11io estas cosas. Y después que las hube

oído y 11isto, me postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Pero él me dijo: Mira , no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios." [197.]. Salmo 91 ,11:"Pues a sus ángeles mandará acerca de ti; que te guarden en

todos tus caminos." En Mateo 4,6 y en Lucas 4,10 , est as pa labras , y las del ve rsícu lo 11, se ap lican a Jesús al se r te ntado del d iab lo.

[19.8.) . Hebreos 1,14: ¿" No son t odos espíritu s m in istrado res , enviados para servic io a favo r de los que será n herederos de la sa lvació n"?

[19.9]. Mateo

"Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en 18 , 10:

los cielos". [200]. Prop io del esti lo de Co nsta nti no es la repetición de t érmi nos clave en la

form ulació n de sus co nceptos. Aq uí la idea clave es la de admiración q ue suscita la temática. [201] . Co nst anti no , al igual qu e otros aut o res crist ianos, compa rtió la t es is de

que en algu nos temas el judaísmo ejerció una cierta infl uencia sobre la cu ltura de la Grecia clás ica.

[202]. En el texto original: 'una candela'. [203]. Salmo 19: "1 Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la

obra de sus manos... 4 En ellos puso tabernáculo para el sol; 5 Y éste, como esposo que sale de su tálamo, se alegra cual gigante para correr el camino. 6 De un extremo de los cielos es su salida, y su curso hasta el término de ellos; y nada hay que se esconda de su calor." [20"4-]. Salmo 19: "1 Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia

la obra de sus manos.

2

Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche

declara sabiduría. 3 No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. 4 Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras". [205]. Salmo 8:

"1

¡O h Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda

la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos... ; 3 Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, 4 Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?" [206]. Según la enseña nza de los teó logos escolásticos, y que recogería la doctrina oficia l del cato licism o romano, en la creación de nuestros prime ros padres, gracias a 'un don sobreañad ido' (donum superadditum) la relación entre el alma y el cuerpo, en t ens ió n potenc ial, se m ante nía en equ ilibrio. Co n la ca ída se rompió el equ ilibrio y el cuerpo, q ue había de someterse siempre al contro l del espíritu , as umió predo m in io en las acciones e incl inaciones del ser hum ano. Los comen t arios de Constant ino sobre las tensiones entre el cuerpo

y el alma después de la caída son bast ant e fi nes a las de la teología romanista.

[207.]. Revelarse. El verbo que usa Const anti no es el de comunicarse.

[208]. En el texto original: centellas. [209.]. Las criaturas físicas. En el or iginal: las criaturas corporales, que no son de en t idad espiritual.

[210]. Salmo 53,1: "Dijo el necio en su corazón: No hay Dios". [211]. Los térm inos feo y fealdad apa recen con m ucha frec uenc ia en el t exto de

Doctrina cristiana , pero la connot ación negativa que con ellos se asoc ia se v incu la estrechamente con el pecado. (Ver apé ndice Fealdad).

[212]. Hemos resa ltado en cu rsiva esta im port ant e afirmac ión de Constant ino sobre los oficios, por cuanto refl eja la gran re levancia q ue en la Reforma , sobre todo bajo la enseñanza de (a lvino, tuvieron las act ividades labora les en la ética del trabajo. A la luz de la Reve lac ión, afir m aba (a lvi no , todas las act ividades y tareas del hombre son d ignas, honorab les e incl uso m ed io para la gloria del Creado r. El crist iano no puede desente nd erse de la banausía, de lo de

"aquí abajo." Todas las actividades labora les - sea n cuales sean-

cae n bajo

el mandato cultural dado po r Dios en el Génesis y el hombre debe rea liza rlas m ov ido por un profundo sent im iento de vocac ión.

[213]. En el origi nal: ' ni tan varo nes como deberían'. [21aJ. fsaías 45,5,T "Yo soy jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí...

que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad." [215]. Amós 3, 6b: "¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual jehová no haya

hecho?" [216]. En el text o origi nal: ' hallar sa lida'. [217.]. Ezequiel 33, 11 : "Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del

impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?" Ezequiel 18,32: "Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis." [218]. Números 22,5-6. Palabras de Balaca Balam: "Un pueblo ha salido de Egip-

to, y he aquí cubre la faz de la tierra, y habita delante de mí. Ven pues, ahora, te ruego, maldíceme este pueblo, porque es más fuerte que yo; quizá yo pueda herirlo y echarlo de la tierra; pues yo sé que el que tú bendigas será bendito, y el que tú maldigas será maldito". Balam no puede ma ldec ir a Israel. En su la rga respuesta a Balac, d ice: "Contra Jacob no hay agüero, ni adivinación contra Israel.

Como ahora, será dicho de Jacob y de Israel: ¡Lo que ha hecho Dios!" Números 23, 23.

[n9.]. Cita eq uivocada. Posibles referencias en los capítu los 16, 24-31; 42, 15-26. [220]. Constantino, al igual que una larga lista de pensadores de la Edad Med ia

y hasta principios de la época moderna, se hace eco de la antigua creencia griega formu lada por Empédocles (ca. 483-430, a.C.), de que los cuatro componentes bás ico de los cuerpos era n tierra, agua, fuego y aire - ll amados tamb ién lo sól ido, lo líquido, lo seco y lo gaseoso- . [221]. La const rucció n y destrucción de la torre de Babel se describe en Génesis 77,

1-9. A Nimrod se le atrib uye su ed ificación, pero no te nemos evidencia de

que así fuera. En Génesis 10, 8-1 0 se hab la de él como "vigoroso cazador delante

de Jehová ... Y fue el comienzo de su reino Babel... " Creencia de algu nos

coment arist as, y de la q ue t amb ién se hace eco Const antino, es de que la torre fue destru ida por un f uert e viento. Es más qu e proba ble que su d estrucció n se debió al aba ndono que sufrió la co nstrucción como resu ltado de la confusió n de lenguas. Ta mbién, segú n Co nsta nti no, el aire "gu isó el m aná" a los is raelitas en el desierto.

[222]. En Números cap itu lo 16 se narra la rebe lión de Co ré, Datán y también de Abi rán.

[223].

1

Reyes 17,5-6: "Elías hizo conforme a la palabra de Jeho11á; pues se fue y

11i11ió junto al arroyo de Querit, que está frente al Jordán. Y los cuer110s le traían pan y carne por la mañana, y pan y carne por la tarde; y bebía del arroyo." [224]. Las referencias bíblicas de Const anti no so n cit as resum idas del Salmo 91: "1 El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipo-

tente ... 7 Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará ... 10 No te sobre11endrá mal, ni plaga tocará tu morada. 11 Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. 12 En las manos te lle11arán, para que tu pie no tropiece en piedra. 13 Sobre el león y el áspid pisarás; hollarás al cachorro del león y al dragón." En la " t ent ación de Jesúsen el desierto" que narra n Mateo, Marcos y Lucas (4,1-n; 1,12-13; 4, 1.13) se al ude a los versíc ulos 11 y

12 de este Salmo co n referencia a Jesús. [225]. Marcos 9,23: "Al que cree todo le es posible." [226]. Mateo 17,20: " ... Porque de cierto os digo, que si tu11iereis fe como un grano

de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible."

[227.]. Eclesiastés, 11,4: "El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las

nubes, no segará." [228]. Estos so n los pasajes de del Nuevo Testamento a los que alude Const antino:

Mateo 10,29-31: "¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni

uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre." - O como d ice Lucas: "Con todo ni uno de ellos está olvidado delante de Dios" 12,6- . Lucas 10,30-31 : "Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos." Consta nt ino resume el pasaj e de Lucas 12,24-30, en el que "Considerad los cuervos, que ni siembran, ni siegan; que ni tienen despensa, ni granero, y Dios los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que las ave-

Jesús d ice:

s? ConConside- los lirios, cómo crecen; no trabajan, ni hilan; mas os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si así viste Dios la hierba que hoy está en el campo, y mañana es echada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas". [229.]. Advertencia al lector. Después de haber desarro ll ado un determ inado t ema, Consta nt ino se detiene para añadi r un resumen del m ismo que, en ocasio n es, puede se r bast ante extenso. Por cons ide rar estos resú m enes inneces-

ariamente repetit ivos , en ocas iones hemos cre ído convenie nte no reproduci rlos. Y así hemos hecho con el rest o de este cap ítu lo en el que se hace un res umen de las 'ci nco co nsideraciones sobre el

primerartículo de la Co nfes ión

de fe.' (Fol ios 137v- 139v) [6.30]. Pos iblem ente, de un modo mu y genera l, Co nsta nti no tenga aq uí en m ente los dos primeros cap ít ulos de la epíst o la pa ulina a los Romanos.

DEL SEGUNDO ART ÍCULO DE LA FE

Ca pítulo 52

,

DEL SEGUNDO ARTICULO DE LA FE

El segu ndo artículo de fe de nuestra Confesión empieza con est as pa labras: 'Creo en Jes ucristo, ún ico hijo de Dios y señor nuestro.' (f. 143v) Confesamos, pues, q ue Jes ucristo es la segun d a persona de la Tri nidad, verdadero hijo de Dios y verdadero Dios . Así como creemos en el Padre y le confesamos como Dios, así deci m os t amb ién que creemos en el Hijo y le co nfesamos como Dios . Contin úa nuestra confesió n d iciendo en este segundo artículo que el H ijo de Dios es nuestro redentor, que nos libra del poder y caut ividad del demonio, del pecado, de la m uerte y del infi erno. En este estud io pres uponemos t odo lo q ue se dijo en el primer artícu lo acerca de la d ivinidad del H ijo y de su igualad con el Padre. (f. , 44 r) Toda la sum a de nuest ra re ligión es que el hombre fue creado po r la mano de Dios, dotado y enriquecido de gran des dones, just o y recto en sus incl inaciones y obras, y co n imagen y repres entación del Señor que lo había creado, y qu e el mismo hombre fue causa de su perd ición y de su m iseria, y por su pecado quedó pervertido de lo q ue primero fue, y hecho enem igo de su Hacedor de q uien tant os bienes había recib ido. (f. ,44v) Con todo est o confesamos que el m ismo Señor que lo creó co n ta n exce lente estado, f ue qu ien lo redi m ió, libró, j ustificó y restauró en su amist ad. Para ta l fi n el H ijo de Dios aparec ió en el mundo, conversó con los hombres, puso en ob ra la redención del linaje hu m ano, y abrió las puertas del cielo que habían sido cerrad as por el pecado . Co nsideremos, pues, ahora cómo el Señor m ismo vino al mu nd o para la sa lvació n del linaje hum ano. Indagar y

va lo rar el modo po r el cua l había de sa lvar Dios a los hombres im p lica ría at revi m ient o y curiosidad. Sufic ient e es, sin em bargo, saber que por la manera cómo nos sa lvó conocemos la razón, los profu ndos m isterios y la gran sabi duría de Dios en el plan que aportó el remed io. Sobre la base, pu es, de la propia actuación divi na, ad qu irim os co noci m iento - en el grado en que sea mos ca paces de ello- , de la profunda razó n y sa biduría que se m anifiest a en el plan de Dios para n uestra sa lvació n. Co n el res paldo y confirm ación que nos aporta la Divina Escritura entraremos en el estudio de este gran mist erio de nu estra re ligión. - co nvenc idos que en ello descubriremos más y más mot ivos de agradecim iento pa ra da r gloria a Dios por la m anera como nos salvó- . La prim era co nsideración de la ve nida d e Dios al mundo pa ra remediar al linaje h umano se desprende de la gravedad del pecado qu e co m etieron los hom bres. (f. , 4 5r) Tan enorme fue este pecado, que no hay ent end im iento alguno que le pueda dar debida va loración. Fue co m etido po r el hom bre, una criatu ra que debía suma obed iencia y gratitud a la majest ad d ivina. Entre todas las obras de Dios se disti ngu ía la criatu ra hu mana por haber sido hecha a im agen y se mej anza de su Creador. La ofensa fue infi nit a, pues fue hecha contra la infin ita majestad de Dios. Ta l fue el atrevi m iento del hom bre, que llegó al extremo de menos p reciar la bondad de Dios y la im port ancia del mandam iento de no come r de aquel árbol que est aba en medio del paraíso. El cum plim iento de este mandam ient o habría sido prue ba de afecto y amor hacia su Hacedor. Pero no fue obedeci do. En ingrat itud por las grandes m ercedes que le mostró Dios, e ignora ndo la am enaza de muerte que su desobed iencia había de

acarrear, el hombre cod ició ser como Dios. Ciertamente, si tan grande y suma ma ldad había de ser remed iada, grande era el remed io que había de darse a la m isma. La seg unda cons ideración, que necesariamente debe hacerse, t iene que ver con el orden y armo nía estab lecido por Dios en la rea lidad creada. Al pecar y apartarse el hombre de Dios sobrevi no gra n desconcierto y desorden en el mundo: el hombre perdió su amistad con Dios y la rea lidad quedó como pervert ida- ta l como se infiere de la sentenc ia de que con sudor y esfuerzo habría de subs istir el ser humano y que la t ierra prod uciría cardos y esp inas

-. (f. , 45 v) Por su pecado el hombre caía en la j urisdicción de la muerte y había de retornar a la tierra de su procedencia or iginaria. A causa del propio pecado el demonio incu lcó en sus segu idores todo t ipo de infam ia contra el poder, la bondad, la justicia y la sab id uría de Dios. De no haber pecado el ser humano el m undo sería una escue la que enseñaría las razones por las cua les estaban más q ue j ustificadas las alabanzas a su gloria. Por la obra y malicia del pecado se alteró radica lmente la bondad de la creac ión, actua lizándose ta l perversió n y ceguera espiritual en los humanos, q ue en vez de bendec ir a Dios por su gloriosa obra, creyeron ha llar en ella motivos más que sobrados para blasfemar de él y menospreciar sus atributos de poder y de bo ndad. La t ercera cons ideración nos rem ite, una vez más, a la terr ible m iseria esp iritua l que el pecado causó en el hombre. Brevement e podría afirmarse que como res ul tado de su pecado el hombre quedó en guerra con Dios, en d isen sión con las criaturas que en un principio le habían obedec ido, y en enem istad cons igo m ismo. Su ún ica amistad f ue con el demon io. No puede concebirse

mayor m ise ria que la de estar enemistado con un sup remo Señor qu e le había colmado de tan t os beneficios. Gran m ise ria había de causarle la reacción de unas criaturas, de ident idad inferio r y que habían estado a su servicio, que const antemen t e le recrim inaran por su pecado. (f.

146 r) ¡Q ué ter rible desor-

den estar el hombre en d isensión consigo mismo! Aq uel la maravillosa paz que había co nocido ante riormente, ahora se había convertido en m ise rab le guerra. La ún ica amist ad qu e ahora le q uedaba era la de aquel qu e lo había enga ñado y lo había convertido en siervo suyo. En medio de tanta miseria, de ex isti r posib ilidad de sa lvació n, ¡grande había de ser el remed io para superar causa tan perdida! La cuarta cons id eración nos lleva a tener mu y en cuenta la labor del demonio en apartar de Dios a todo el linaje hu mano. En modo algu no podía aceptarse q ue alguien t an enem igo de la majestad divina y de t an gran at rev im iento y causan t e de t anto mal en el m undo se alzase co n la victoria. Ciertamente no podía quedar exento de cu lpa qu ien se op uso al obrar de Dios y afrentase tan gravement e su j usticia, y tampoco que bajo su servid umbre quedase sujet a a perpetua m iseria el linaj e humano. La quin t a consideración se sigue de la honra del poder de Dios y de la perseverancia en la co nt inuidad de sus obras. Así como no era apropiado q ue la se nte ncia q ue él había dado contra el pecado fuese revocada si n satisfacció n, t ampoco era co nveniente que la majestad divina tornase a la nada la real idad creada. Buenas fueron las obras que él creó y grande y exce lente el orden y la armon ía que las pres idía. El daño y el mal que apareció después, de mano aje na v ino. En conformidad con su pode r y bondad era co nve n iente que subs istiera y contin uase la obra de su

creación y que fuera anu lado y desterrado el mal int roducido por el enem igo. (f. 146v) La sexta cons ideración guarda re lac ión con la d ificu ltad del remedio. Para que fuera genu ino remed io había de ser acorde con la excelencia infinita de la majest ad divina que había sido desacatada. Este remedio sobrepasaba a la capac idad de cualqu ier criatura humana. Los ánge les, criatura pri merísimas de D ios, exentos estaban de est a cu lpa; exentos estaban, pues, de la deuda y de su satisfacció n. Los seres humanos que la debían, todos est aban bajo condenación; nada podían ofrecer que no estuviera tamb ién bajo condenació n. Todo lo q ue h ubieran podido hacer las cr iat uras y todo lo q ue h ubieran podido ofrecer era, ciertamen t e, de precio y va lor lim itado. La divina majestad que había sido ofe ndida era de naturaleza infin ita, de modo que el pecado contra ella cometido t en ía cierto carácter de i nfinit ud, y para poder ser perdonado y deshecho exigía una infinita satisfacc ión. La sépti ma consideración guarda relación con la gran ignorancia del hombre en co ntrast e con el exce lso conocim iento y sabiduría de D ios para su remed io. En grandísima ignorancia i ncu rrió con su pecado el l inaje humano. Esta fue la consecuencia de aque lla falsa sab id uría que había pro met ido el demonio - y que es resu ltado eviden t e de todo su obrar y que dem uestra que es padre y pri ncipio de mentira; de ahí que con j ust a razón sea llamado príncipe de t i nieblas y de ceguedad- . (f. i 53r) Desp ués de haber pecado, claramente se vio cuán fa lsa había sido la sab iduría que habían ganado siguiendo el consejo de la serp iente: huyeron de D ios y d ieron evidentes ejemp los de su ignora ncia, pensando q ue podían esconderse

de la presenc ia divina, librarse de su j uicio y disi m u lar su pecado cubriéndose con hojas de higuera. ~31] Cuanto más crec ió la m aldad, t ant o más se incre m entó la ignora ncia de los hom bres, t al y como se dem uest ra por los m uchos y d iversos erro res que se han m anifestado en el m undo, y que largo sería enume rarlos. Con la ignorancia se sumó t ambié n la so berbia, que llevó a los hombres a creer equ ivocadament e q ue segu ían el genui no ca m ino de la verdad , dá ndose en t re ellos una const ante discrepancia de ideas y pa rece res , de modo que unos creía n est ar en lo ciert o y culpaba n a otros de estar en el error. De la m uchedumbre de t ant os desva ríos han su rgido en el mundo t ant a d ivers idad de sect as. Por ignorancia, y a veces t amb ién por interés prop io, algu nos fue ron seguidores de otros; pero al ca m biar lu ego los int ereses de éstos, o descubrirse las ast ucias de aque llos q ue habían segu ido al pri ncip io, t odo se v ino abajo en menosprecio y camb io de parece r. Y es q ue, en defin itiva , y por la m alicia que cada un o lleva consigo, ent re los h um anos rei na la sospecha, y contados qu izá sea n los que lleguen a fiarse d e los otros. A ñádase a esto q ue frecuentement e la fa lsedad de los engañadores viene a se r d escub iert a, o puesta en sospecha, con lo cual p ierd e autorid ad su doct rina. Cierta m ente es por esta fa lta de aut oridad q ue las enseñanzas y persuasiones de los sabios del m undo han te nido t an poca d uració n. Por ot ro lado, si que Dios ha enviado al mu ndo verdaderos enseñado res , como fue ro n Moisés, Abraham, los patriarcas y los profetas. En contra de los ta les se leva ntó la ma lici a del m undo, y buscó cam inos y excusas para no darles créd it o. Maest ros del li naje humano son y han sido los cie los y

todas las obras de la creación , que desde sus orígenes v ienen proclamando la bondad , j usticia y providencia de su Hacedor. (f. i 53v) A este mensaje, sin embargo, se hicieron sordos los hombres, y prefiriendo la mentira cerraron sus ojos a la verdad . Y lo mismo h icieron con los mensajeros de Dios. Así vemos como el pueb lo de Israe l censuró a Moisés, quejándose de que los había engañado. Y, como amp liamente nos enseña la Escritura, est e p ueb lo censuró a los profetas, hizo burla de sus mi lagros y de sus maravi llas, y emprend ió cam inos de grandes y d iversos errores y de práct icas idolátricas. En la ma ldad de los hombres se esconde una secreta enem istad contra la verdad de Dios, una impacienc ia contra la j ustic ia, y una pro nt itud para desechar su yugo. Es por esto q ue hay en ellos el deseo de elim inar la autoridad, pues les parece rigurosa y estrecha y en contra de u na lax itud más perm isiva de sus apetitos . A ra íz de todo esto conv ino el prop io Dios que fuera él m ismo, co n sus obras y t estimon io, el enseñador de su gran verdad ; y de est e modo la ma licie h umana no t uviera el atrevim iento de censurar la D ivin idad por su verdad, ni encontrar motivo de t ildar de rigurosa su justicia ni escab ull irse de ella por j uzgarla demas iado estrecha. Otras muchas cons ideraciones podrían hacerse para mostrar y ev idenciar la gra ndeza del ser de Dios y su exce lsa majestad al decid ir él mismo ven ir al mundo para remed iar lo que había creado, y de este modo desterrar y deshacer el mal q ue el demonio había en t remet ido. De momento sea lo dicho suficiente para que el cristiano se goce y se recree con la obra llevada a térm ino por su buen Señor. Con la Confesión manifestamos que por la so la m isericord ia d iv ina, y no por méritos ni por

justicia propia en nosot ros, Dios vino a ser nuestro sa lvador. (f. i 54 r) Nosotros éra mos enemigos suyos, merecedores por nuestras ma las obras de ser desterrados de tan justa y de tan santa presencia. La gra ndeza de su obra redentora, no solo mu estra su poderío, m isericord ia y bondad, sino que reve la, al mismo tiempo, la bajeza de nuest ra ma ldad y el nive l de nuestra m iseria.

Esta verdad que hemos procurado incu lcar a través de las razones exp uestas, tiene fundamen to infalib le en la Palabra de l mismo Señor, quien prometió por s í mismo que vendría a salvar a los hombres y sería su redentor y maestro. Por el profeta lsaías tenemos man ifiesto testimonio de esta verdad, en la que se contiene la promesa de que Dios mismo vendría para dar perfecta sa lvación al linaje humano. An uncia el profeta grande placer a los hombres, dic iendo: 'Alégrense los desiertos y las soledades, gócese lo des hab itado y lo solo; la tierra seca florecerá como el lirio. Crecerá de a legría en alegría, mostrará grande contentam iento y gra nde placer, porque se le dará la gloria de l Líbano, la hermosura de Carmelo y de Sarón. Verán la gloria del Señor y la majestad de nu estro Dios . Esforzad las manos desmayadas. Co nfirmad las rod ill as que tit ubean. Decid a los corazones de poco án imo: estad fuertes y no desmayé is, pues vuest ro Dios viene co n venganza. El mismo Dios ve ndrá y os librará. Entonces será n abiertos los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos. Sa lta rá el cojo como el ciervo, y dará a labanzas la lengua del mudo', etc.[6 3i] Con estas palabras promete nuestro Dios y Señor dar nuevo remed io a los hombres, disti nto de todos los otros re med ios, y así lo describe con palabras de

grande alegría y de pro m esas m agníficas, y por hermosísimas co m parac iones.

(f.

7

54 v) Dice qu e el linaj e humano, que estaba hecho como un desierto y

como una so ledad donde ningú n bien habita ba, co m o una t ierra seca sin frut o y si n alegría y con muestra de grand e trist eza y de grande desesperación, sería alegrado con n ueva po blació n. Florece rá co m o lirios , y será su placer sin comparación, y dará loores y gloria a quien tanto bien le hizo. Dice que se le dará gloria del Líbano y la herm osura del Carm elo y de Sarón, los cuales eran m o nt es hermosísimos en la tierra de Israel, dando a ent ende r q ue se d ilat aría po r todo el mu ndo el bien y la libert ad que se había prometido al linaje de Abraham . Dice q ue los fie les verán la gloria del Señor y la majestad de n uestro Dios, por donde se significa n ueva manera d e ser presente Dios en el m u ndo. Av isa a los ense ñadores que digan a los desm ayados en sus co nciencias, a los desconfiados de su j ust icia, a los ac usados por sus pecados, a los q ue les parecía que estaban sin remed io, q ue se esfuercen y no tema n, qu e forta lezca n sus m anos y estén co nfi rmados y f uert es, porq ue Dios viene con grande cast igo con tra sus enemigos, contra el demon io, contra el pecado y contra la mu erte; que el m ismo Dios es el q ue viene a darles sa lud. Pone luego las señales q ue lleva ría a t érm ino n uestro Redentor en confi rmación de ta n grande ve rdad. Claramente se desprende de esta profecía q ue d isti nto sería el remed io, d isti nta la ve nida de Dios y distintos los placeres y beneficios. Se re pit e la verdad de que se ría Dios m ismo que ven d ría a sa lvar al linaje humano. (f. issr) Por el p rofeta Jerem ías tenemos otro test imon io no menos m anifiest o qu e el anterior.'Días vend rán, dice el Señor, en que yo despierte a David p lanta

justa, y rei nará el rey, y hará sus cosas prude ntemente, y ejercitará ju icio y j ust icia en la t ierra. En sus días será sa lvo Jud á, y habitará Israel seguro y con fiado. Y con este nombre le llamará n: Dios, justicia n uestra.'(-633] Aq uí el Se ñor promete al linaje de Dav id nueva p lanta y Rey de nueva just icia, que gobernará con gran sabid uría, y hará ju icio y j usticia en la tierra . Distinto será este rey de todos los otros reyes de la casa de David, pues su sabid u ría y justicia es la q ue t iene Dios. Se d ice que en sus días será librado Judá e Israel estará seguro. Con este rey habrá nueva paz: paz de Dios, obrada por el m ismo Dios. Con cluye diciendo q ue el nombre con el q ue será llamado será el de 'Dios, j usticia nuest ra'. Este añad ido tiene la im pronta del Espíritu Sant o, y lleva consigo grande misterio, antic ipándonos el nom bre q ue ha de tener el sa lvador, q ue no ha de ser nom bre de criatura, sino de supremo Señor, pues ha de ser justo de just icia divi na: j usticia que ha de ser nuest ra j usti cia. Se trata, pues, de un nombre que solo es atribuib le al ser de Dios , y de aquí se conc luye que el m ismo Dios es el que había de ven ir para dar salvac ión al linaje humano. (f. issv) Por el profeta Oseas promete el Señor nueva salvac ión a la casa de Judá, d iciendo q ue no le sa lva rá con arco, ni co n espada, ni con guerra, ni con caba ll os, sino qu e Dios mismo los salva rá. [6 34] Por el profeta Zacarías dice el Señor: 'Alégrate y can t a himnos de alabanza h ija de Sión, porque yo m ismo ve ngo a morar con t igo.' [6 35] A la luz de estas citas, y de otras más que podrían darse, claramente se evide ncia que Dios m ismo, con nueva venida y nueva presencia, se había comprometido a dar remed io al li naje humano , y que est o conve nía para mostrar su grande misericordia, su grande poder, su

grande bondad, y su grande sab iduría. H ízo lo en conform idad con su prop ia identidad , ta l y como lo declara por el profet a l sa ías. Nada puede reve lar más exce lsamen t e lo que él es como est e modo de sa lvación de los hombres. Cierto es que la obra de la redención supera a la obra de la creación. Po rque no es menos re novar al hombre y sacarlo de tan ma l estado que hacerlo de nuevo. En ambos casos lo obrado lo f ue por agencia divina. El m ismo Señor q ue d ijo: ' Hagamos al hombre a nuest ra imagen y semejanza,' y no lo fió a ot ras manos, es el que tamb ién d ijo: ' Remed iemos al hombre, y tornémos lo a rehacer a nuestra imagen y semejanza ', y no lo fió a otras manos. De natura leza pervert ida se encontraba el hombre, suj eto al pecado e inclinado al ma l. Ún icamen t e Dios pod ía renovarle y darle una mejor natura leza. Sufic iente es lo d icho para que el cristiano pueda entender el modo tan exce lente por el que ha sido red im ido, y que no es ot ro que el de que Dios m ismo v ino para sa lvare. 1

(f. l 56r)

Capítulo 53

NECESARI O ERA QUE EL HI JO DE DIOS VINIESE A SALVARNOS

Probado como est á probado que la majestad d ivina hab ía de ven ir por sí m isma a dar sa lvac ión al linaje humano, resta que tratemos como de las tres personas de la santísima Trin idad fue específicamente la del H ijo la que v ino a rescatarnos . Test imonio grande fue el suyo, at estiguado con grandes m ilagros, que daban probada ev idencia de que vino para enseñarnos el cami no de la sa lvac ió n y con su muerte darnos redención. Co n est a fe y con esta confirmación se nos manifiesta muy grande luz para conceb ir algo del consej o del eterno Padre por el cua l envió a su unigén it o H ijo para hacer una obra ta n adm irab le. Porque de ta l manera están concertados en nuestra creac ión y redenc ió n el ser y el querer d ivi no, que al un íso no concurren en dar gran información de la infin ita majest ad, de modo qu e de lo que de uno se reve la se desprende conoc im iento para lo ot ro . Un dob le conoc im iento debemos tene r de Dios: el de su ser y el de su vo luntad - am bos manifi estos en sus obras- . En la creación se muestra la sabiduría del Seño r, que h izo cosa tan grande y con tan p rofundo consejo . Est a sabiduría decimos que es el H ijo, porque es verdadero co nocim iento y verdadera imagen del Padre, que procede por esta vía de generación adm irab le. De manera que en la ob ra de la creación resp landece, como ya t enemos declarado, el m isterio de la Trin idad. Lo m ismo se man ifiest a en aque lla obra de profundísima m iserico rd ia como es la de red imirnos, que depende de la so la libera lidad y largueza de la vo lunt ad divina. Como en lo primero se manifestó el pode r y la grandeza de Dios juntamente con su

vol un t ad, ta m bié n en lo segundo se m anifest ó el poder y la gran deza j untam ente co n su vo lunt ad. (f.

156v) Po r la sabiduría, que es el Hijo, se dice q ue es

creado el mu ndo, y así lo afi rm a la Divina Escritura, y po r ella m isma es redim ido el mu ndo, ta l co m o t estifica t amb ién la Escritura. No es de menor co nsejo, ni d e m eno r poder, ni de menor bo nd ad la rede nció n del hombre q ue la creació n del m undo. Co nviene, pues, q ue al m ismo a qu ien se ñaladament e se atri buye la obra de la creació n -qu e es la Divina sabi d uría, unigénito H ijo del Pad re- , se atribuya ta m bié n la ob ra de la redenció n. Toda la Tri nidad creó el mu nd o, pero m ención se ñalada se hace d el Hijo, como sabiduría , como agent e creador del mu nd o, co n lo cual, po r el conoc im iento qu e nos brinda la Escritura, inmensa luzse des prende de este m isterio. Tam bién d ec imos q ue t oda la Tri n idad, po r autorid ad y po r vo lu ntad , int erv ino en la redenc ión, mas de un modo espec ial inte rvi no, co m o por sumo co nsejo, la sabiduríae n la redenció n del m undo. Y de ta l manera se ob ró po r el la nuestra rede nción qu e so lo el la se hizo homb re y sola ella mu rió, y po r estas part icu lares co nsideraciones se le atri buye nuestro remedio. El Hijo es semejanza del Pad re como la idea o im agen [6J6] de una cosa es semejanza de la m isma cosa. Y como sea que m ed iante esta sab iduría obró el Padre, en t odas sus o bras está como impresa un rastro de ell a. Todo, pues, man ifiesta y da test im o n io que ha sido hecho por su sabidu ría. Pues as í como cuando una cosa es hecha po r mano de un gran art ífice, y después hay un añadido de un m al artífice, para remed iar sus d efect os hemos de rec urrir a la cie ncia del pri m er art ífice, as í para el daño q ue el demonio hizo en el m undo en obra ta n excele nt e

como era el hombre, ordenó la bondad divina que para subsanar sus defectos rec urriéramos a la m isma sabiduría de la que sa lió originariamente nuestra propia creació n. Bien cons iderado, n uestra perd ición tuvo su origen al apartarse nuestros primeros padres del consejo de Dios. (f. i 57 r) La ceguera esp iritu al de los mis mos la heredan sus hijos y descendient es. Todos los otros pecados que si guieron so n consec uencia de este pri mero. Efecto del pecado es nuestra ignorancia y el alejam iento que mostramos del saber de nuestro Maestro. Ciego, desvariado y fuera de razón es el alejamiento del hombre de lo que es bueno - bueno en sí m ismo, bueno para nosotros y f uente de t odo bien- . Apartarse de gra ndes bienes para abrazar aque llos que son inferiores, prueba es de gran ignorancia. Y más lo es desestimar los que no tienen precio en favor de grandes males. El curso de los pecadores, el d iscurso de las ma las obras, desde el principio al final, muest ra es de una aterradora ceguedad, de una radica l contrad icc ión en la co nciencia del pecador; es como cerrar los oj os para no ver la luz, tapar los oídos para que no suene la verdad ; amar y decidirse por lo fa lso en vez de los verdadero ; escoger lo perecedero en vez de lo perd urab le, lo enem igo en vez de lo amigab le, lo que acarrea ru ina y m iseria en vez de lo que red unda para bien y sa lvac ión. Con justa razó n el pecado t iene nombre de

tiniebla en la Escritura, y los pecadores son llamados ignorantes . Ciertamente andan éstos en numerosa compañ ía de los que profesa n ignorancia y tra nsitan por las sendas de ma ldad, alej ándose más y más de Dios. Para remed iar tan gran depravación del d ivino consejo en nosotros y tan ciego alejam iento de la

verdad, quiso la bondad divina enviar a su infinita Sabiduría, que es la pe rsona del eterno Hijo, pa ra q ue f uese nuestra luz y nuestra salvac ión. (f. , 57v) Esta re lación y vi ncu lación entre haber sido creados por la Sabidu ría, y por el la enseñados y redim idos, se enseña clarame nte en las Sagradas Escrituras, en cuyas páginas la divina misericordia reve la sus sec retos y como si f uera un es pejo nos enseña su eterno consejo. Con referencia a Cristo, nuestro rede ntor, d ice el apósto l san Pab lo q ue el Hijo de Dios es imagen secreta y escond ida de Dios, primogén ito de t odas las criaturas, porque po r él fue ron creadas todas las cosas que están en el cielo y las que están en la t ierra, las invisibles y las vis ibles. Él es antes de todo, y por él t odo t iene subsistencia y fi rmeza. Él es cabeza del cue rpo, que es la Igles ia, para que en todo tenga la preem inencia. Po rq ue determinó el Padre de reco nciliar todas las cosas y volve rlas a sí, haciendo paz entre todo por la sangre de la cruz de su H ijo.~37.] En esta refe rencia ense ña el apóstol, de un modo muy m an ifiesto, la razón por la cual vi no el Hijo a obrar el benefic io de la redenció n. Po r él, y por sab iduría del Pad re, fue hecho el mundo, y por la m isma razón se le atribuye que por él es redim ido el m undo.Él es pa labra del Padre, y en su ministerio en la t ierra enseñó esta pa labra de sabiduría. Y así d ice el apósto l, que después de haber hablado la d ivina majestad por los profetas,últ imamente habló po r su H ijo, por el cua l tamb ién h izo el un iverso. (He. 1).~3ª-] San Juan dice qu e n inguno de los morta les f ue testigo de vista y de ínti m a co nversació n con Dios, y que so lo el u nigénito H ijo, que desde la ete rnidad estuvo en el seno del Pad re, nos reveló sus secretos. (f.

158

r) As í dice que era verdadera luz pa ra dar

lumb re a t odos los hombres que vi enen a este mundo.[l39] Afirma el H ijo q ue qu ien le siguiere no puede andar en t inieblas ni tropezar.[2AO] Dice apóstol san Pab lo que en el Hijo está n depositados los teso ros de la ciencia y de la sab id uría del cielo.[2Al] De lo dicho se infiere q ue la misma persona que en la Divin idad es el H ijo, después de asumida nuestra human idad tuvie ra también el nombre de H ijo. Con lo cua l una m ism a persona es H ijo de Dios y es Hijo de hombre, es decir: q ue t iene generación divina y t iene generació n humana. Así como en la creación del mundo el pode r que se atrib uye al Pad re, y la bondad q ue se atribuye al Espíritu Santo, conc urrieron y se manifest aron co nju ntamente en las obras que fuero n hechas; así en la rege nerac ión del mundo el pode r del Padre se manifiesta a través del Hijo con grandes maravi llas, y la bondad del Esp íritu San t o más t arde con sus man ifestac iones sobre los d iscípulos. Y así lo j unta t odo nuestro Redentor al decir que el Padre está co n él y al promet er la ve nida del Espíritu Santo para testimonio y glorificación propias. [2A2] Estos son los secretos escond idos desde todos los siglos a la sab id uría del mundo, y que f ueron anu nciados por los p rofetas, y manifestados con su ve nida por la m isma boca del Redentor, y se ñor de los hombres. De estos m iste rios hem os sido hechos partícipes, para que no so lo gocemos de la sa lvació n, sino para que tamb ién lleguemos a co nocer el cam ino a través del cual nos llegó este remed io. (f. 1 5Sv)

Capítulo 54

,

EL SI GNIFICADO DEL NOMBRE JESUS DADO A NUESTRO REDENTOR

Según los lím ites de co nocim iento que la propia majestad divina nos impone, sabemos que, en conform idad con los design ios eternos del Padre, nu est ra liberación espirit ual est aba en manos de Dios mismo, y que la propia Divin idad, de un modo directo , iba a interven ir en la m isma. En conform idad con la deliberación divi na, el Verbo et erno, la segunda persona de la Trin idad, iba a llevar a térm ino la obra de la reco nciliación , restaurar un mu ndo dañado por el pecado, desterrar la ignora ncia introducida por el demonio y llevar la paz ent re Dios y la huma nidad. Es en est a persona, según la Confesión, que nosotros cree mos y le t ributamos la misma gloria que tribut amos al Padre, reconociéndole co mo Señor nuestro y so m etiéndonos a su vo luntad en todo lo que él demandare de nosotros. Dicho esto, conve niente es que ahora te ngamos conoci m iento del significado de los nombres que se cons ignan en el

artículo y que est án vincu lados a la obra de redención que Cristo rea li zó a nu est ro favor. El pri mer nombre a cons iderar es el de JESÚS, que fue dado al Rede ntor cuando le circuncidaron, ta l como era el caso con los otros niños que eran circ uncidados y se les impon ía entonces un nom bre. El significado de est e nombre guardaba re lación con el m in isterio que iba a ll evar a t érm ino el Hijo de Dios y que fue notificado a la Virgen por el ángel al an unciarle la buena n ueva de su extraord inaria concepc ión . Idénti co anuncio fue hecho a José, a cuyo cargo iba a quedar el niño, y para que todos ente ndieran lo que en

cump lim iento de las ant iguas profecías iba a tener cump lim iento co n la ven ida del Hijo de Dios. (f.

i

59 r) El mismo ánge l declaró el sign ificado del nombre

Jesús, que en hebraico qu iere decir sa lvador, pues el q ue iba a nacer sa lvaría a su p ueb lo de sus pecados. Otros tamb ién tu viero n el m ismo nombre, como fue Josué, hijo de N un. En est e caso se da una correspondenc ia en t re el nombre y la m isión que desempeñó, pues f ue líder del pueb lo de Israel, y mediante el favor de Dios lo sa lvó de muchos pe ligros y fi nalmente lo llevó a la t ierra de prom isión. [243] En ocas iones frec uentes el nombre se pone por costumbre y no porq ue se identifiq ue con n inguna func ión concret a que pueda guardar re lac ión con el futuro del niño. Sin embargo en el caso del Hijo de Dios el nombre no t iene para lelo con ningún otro perso naj e así nombrado, ni con la obra específica que él llevó a térm ino. Esto se pone ya de man ifiest o en las pa labras del ángel cuando dice que su nombre será el de Jesús, porque sa lvará a su pueb lo de sus pecados. Esta obra de sa lvac ión so lo es as ignable y es prop ia del H ijo de Dios . Moisés sa lvó al pueb lo de Dios sacándo lo de Egipto y Oton iel lo libró del poder de otros t iranos y de otros enemigos.[24..4] Mas estas fueron obras de hombres y sus acc iones tenían carácter humano. Merced grande fue por parte de Dios dar a su pueb lo ta les cap ita nes y ta les líderes , pues gracia a ellos se obv iaro n peligros y con sus dones se cons igu ió la paz y la prosperidad . Beneficios son todos estos de parte de Dios, y razón más que sobrada para q ue se le honre y se le sirva. Est as obras y labores, sin embargo, son terrenas , term inan con la 1

muerte, y los bienes que de ellas se derivan no duran más q ue la vida. (f. 5gv)

Algo muy d istinto, empero, es la liberación del hombre de su pecado, pues la paga del pecado es muerte et erna - la m uerte más m iserable q ue se pueda imaginar- . Pero ser libre del pecado es garantía cierta de v ida perpetua, de compa ñía y am istad con Dios, de disfrut e de su poder, de sus dones y de sus grandes bienes. Todo est o se pierde por el pecado, y todo se gana permanen temente por Jesucristo. He aqu í, pues, la razón de su nom bre. Por todo esto, cuando el cristiano oye el nombre de Jesús, o lo evoca en su memoria, su corazón se exp laya al considerar la grandeza de ta n poderoso señor, infin ito en su justicia, en su m isericordia , en su bel leza y en sus exce lsas obras. Este gran Sa lvador vence los ejérc itos del demon io, despoj a de sus poderes a la muerte, pone silencio al pecado, despoja de j urisd icción al infierno, rescata y libera a todos los cautivos de est os t iranos, los limpia de la suciedad con la que los afeó el cautiverio de sus cárce les, y los rest ituye a ta l grado de hermosura que a los ojos de Dios vienen a ser objeto de especial deleite, abrazándolos co n su infinita bondad y haciéndolos partíc ipes de su reinado. Esta es, pues la significación del nombre de Jesús, secreto de ta les misterios que como música ce lest ial deleita el corazón del fie l q ue los oye. No fue por decisión humana que reci bió este nombre, sino por vo luntad y beneplác ito del saber d ivi no. En e lAntiguo Testamento encontramos ya arq uetipos del verdadero sa lvador del mu ndo q ue descubrían notas y señales de la veracidad de Dios y del cum plimient o de sus promesas. A t ravés de ellas Dios les daba ant icipos de las

, 11evaria , a termino , . su H.IJO. . (f.

gran d es o bras que en su d 1a

160 r)

p ., 1 erm 1t 1a a

d ivi na sab iduría que el pueb lo judaico fuera en ocas iones afl igido y tuv iera profu nda experienc ia de sus d ificu ltades , pero cuando clamaba y pedían socorro a su Dios, a través de sus siervos el Señor los libraba . Era así como Dios los ej ercitaba para que llegaran a en t ender cuán trist e era est ar alejados de la am istad divina , y q ue so lo por su m isericordia podía ven ir la liberación . Quería Dios q ue su pueb lo entendiera cuán grande era la infeli cidad que reportaba serv ir al pecado y estar bajo la sujeció n del demon io. Las ca ut ividades y opresiones tempora les terrenas habían de enseñar al p ueb lo que había aún una esclavitud mucho peor: la esclav itud esp iritu al. Y si de las opres io nes y servi dumbres tempora les Dios t en ía a bien socorrer les a través de m in istros y cap ita nes, en el curso del tiempo , y en cump limient o de sus promesas, env iaría a alguien que verdaderamente los libraría de la cautiv idad espir it ual que sufría n a ca usa del pecado, y los restauraría al d isfrute de una genu ina paz y am istad con Dios. Figura de este libertador esp iritua l que había de venir fue Moisés, que liberó a los israe litas de la esclav it ud de Egipto y de la pertinaz opres ión del Faraó n. También lo fue Josué, que lleno del favor divino aca udi lló con grandes m uestras de poder a Israel en la conqu ist a y poses ión de la tierra prometida. Figura del gra n libertador espiritua l promet ido lo f ue tamb ién David , q ue lideró y liberó a Israe l de sus ene m igos y les instruyó en doctrina , . (f. 16ov) san t 1s1ma. Todas estas figu ras f ueron sombras q ue anu nciaban la gloriosa verdad de la ven ida del h ijo de Dios, y de la grande y seña lada libertad q ue po r él había de ser dada a todo el linaje humano. Por el Espíritu Santo profetizó Moisés

que vendría otro profeta, semejante a sí m ismo, a qu ien el pueblo habría de oír para se r sa lvo. [2A-S] Por el p rofeta Ezequiel se promete la venida de un nuevo pastor, fie l en la casa de Dios, y que tendría grande vigilancia sobre sus ovej as. [6..46] Clara m ente se ense ña aq uí que David había prefig urado ya el reino del Mesías y profetizado la gran li beració n y la gran doctrina qu e obra ría y enseñaría el Hijo de Dios en su ven ida. Lo dicho corrobora una vez m ás la gran riqueza esp irit ual qu e atesora el nombre de JESÚS. A este Mesías promet ido, y que la Escritura Dillina celeb ra como salvador y libertador del hombre, se elevaron en la antigua dispensación las plegarias, gem idos y oraciones de los sa ntos patria rcas y hombres j ustos en súplica de salvac ión, consuelo, esperanza y bienaventu ranza. Estos santos varones fueron de ta l manera favorecidos y en t al alto grado enseñados po r la bondad d ivi na que, por una parte, sintieron la m ise ria del pecado, el domi nio del demonio y de la muerte que por él entraron , y grandemente se percataro n de la pérdida qu e ocasionó y de la ira que mereció de Dios; por otro lado tuvieron correcto aprec io y est ima del remedio q ue Dios había prev isto y de su seguro cump limiento. Debida respuest a mostra ro n a la luz que Dios les dio sobre am bos temas . Como resul tado del primero se entristecieron en grado sumo, pues rea lmente se d ieron cuen t a que todos los desastres y eventos trist es del mu ndo eran consecuencia del pecado, y que por t errible añad idura acarreaba tamb ién la ira de Dios. (f. 16 H) Co nociero n también que la divina bondad, por la ve rdad prometida y en despl iegue de su gran misericordia transforma ría t odas estas adversidades en event os gozosos y co n su po derosa ma no los encaminaría para el bien q ue se

había p rop uesto. Este conoc im iento que tuv ieron de t odo esto estuvo por en ci m a del q ue tuvieron las demás gent es. No hem os, pues, de cuest ionarnos si fue ro n o no más estimados de Dios . A las pue rtas de la muerte el patriarca Jacob profetizó a sus h ijos sobre los aco nt ec imientos venideros y so bre las dificu ltades q ue habrían de afrontar como pueblo. Al te rm inar su profecía sobre Dan, d ij o: 'Tu sa lvació n espe ré, oh Señor'. (Gn. 49, 18). Co n esta co nfia nza partió de este m undo; co n esta esperanza de sa lvació n se desped ía de los suyos, teniendo plena certeza de que la promesa del remedio llegaría a su descendencia y a todo el li naje hum ano. Con esta gran aleg ría vencía el patriarca las tristezas que habrían de experi m entar sus descend ientes. En sus pa labras a su h ijo Dan le animaba a ser precavido y va liente en las bata ll as . Con est as palabras quería dar a ente nder que la vict oria de su pue blo no est aba en las manos ni en las armas de los hom bres, sino en la sa lvac ión pro m et ida por Dios q ue había de destruir el poder del dem onio y la estrategia de sus mañas. La invocac ión de Jacob encerra ba una gran significac ión, ta nto por el tie m po en q ue se pron un ció co m o po r la m isión que ence rra ban las mis m as. Sin lugar a dudas la gran confianza m ostrada po r el varón de Dios es de arro ll adora certid umbre. No puedo por m enos de mencionar aq uí una prueba caldea que corrobora la autoridad del t esti m onio j udío. Y es la de que t am bién las escrituras caldeas - es decir, de un pueb lo pagano-

concue rda n con lo que t ene m os dicho, p ues hablan de

un salvador prometido y del modo de su salvac ión. Según las palabras del int érpret e ca ldeo, el sentido de las pa labras de Jacob es senc illam ente est e: 'Tu

sa lud es pero, Señor.' (f.

161 v) Las pa labras de nuestro pad re Jacob no f ueron:

" De Gedeón, h ijo de Joás, no espero la sa lvac ión po rque es sa lvación tem pora l; ni tampoco de Sansón , h ijo de Manca, po rq ue es sa lvac ión tra nsitoria; sino qu e espero la redención del ungido h ij o de David que ha de ve nir pa ra llama r a los hij os de Israe l. Esta es la redenc ión qu e es pera m i alma ' [2J7.) También el profeta David , con la pa labra salud,[6..4ID se refiere a la promesa de sa lvació n que espe raba n los justos, y as í d ice : ' Desfa llece m i alma por tu sa lvac ió n.' (Sa/.119,81) .Este desfallec im iento es expresión del gran anhe lo que, o lvidando todas las demás cosas , ún ica m ente espera y desea la sa lvac ión prometida po r Dios. Cierta m ente, superados y en poco aprecio q uedaba n todos los bienes terrenos en compa rac ión con los grandes be neficios y bendiciones que la venida y obra del H ij o de Dios iba a report ar a los justos, y por enci m a de todos ell os est aba el del perdón del pecado. Una vez más el profeta , después de la gran transgresión que cometió con su adu lterio, con hervor profu ndo de corazón sup lica: 'Vo lvedme Señor la alegría de vuestra sa lvac ión.'

(Sal. 51) .(6_49] Y es que, en tanto q ue la gran paz y am istad que existía entre él y su Señor estaba fundada en el Sa lvador del mundo, sup lica ahora que se le restituya la gracia de ser pe rdonado. Sabía bien que en esta g rac ia no t ienen pa rte n i son merecedores los hom bres . Este es, pues, el sign ificado del nom bre JESÚS, y que, como hem os vi sto, encierra el m in iste rio del H ijo de D ios de sa/11ar al pecador. Su remedio y sa lvación es el de conseguir la paz con Dios, liberta rnos del yugo del demonio, del pode r del pecado y de la mald ición de la muerte, de li brarnos de la esclav itud de la ley - que demandaba de

. . . .ImposI·61e d e cump 1·Ir por nuestra parte-, (f. 162r) y d e nosotros una ¡ustIcIa restaurar en t odo nu estra co ndición esp iritual ante la maj est ad d ivina. (Hch. 4,8) .(1.50] Por esto se d ice , con j usto y debido merecim iento, que no hay otro nombre debajo del cielo en qu ien podamos ser sa lvos. El Señor m ismo afirma que nadie puede ser reconci liado con el ete rno Pad re sino po r él.

Un.

14) .(l51]

Añade , tamb ién , que 'él es la puerta po r donde debe de entra r todo el que qu isiere se r sa lvo'.

Un. 10). (251.] Y q ue él es

' la luz pa ra los perdidos '.

Un.

8) .(l53]

Del mismo modo que confesa m os que creemos en el Padre, co nfesamos tamb ién que creemos en el Hijo y que le confesa m os como Salvador. No es de meno r d ignidad ni de m enor pode r sa lvar al linaje humano de la manera como lo sa lvó Jesucri sto nuestro Señor, qu e crear el cie lo y la tierra de la manera que lo declara m os de Dios Padre en el prime r articulo de la fe . Crear el m undo su162 pone infin ito poder: es pasar del extremo de no ser, al extremo de ser. (f. v) Sa lvar a los hombres es pasarlos del extremo de la enem ist ad que tenían co n Dios, al extremo de pasarlos a ta l grado de am ist ad con él que pasen a ser nada m enos que h ijos suyos. Es tras ladarlos de una cond ición de muerte a un estado de vida y de vida et erna. De t al modo el li naje humano estaba bajo la t iranía del demon io que no había poder alguno q ue pud iera rescatarlo de su esclavitud a no ser el de Jesucristo, el Hij o de Dios. Él es llamado sal11ación de

Dios,

y nadie puede ser sa lvació n de Dios sino es al m ismo tiempo tam bi én

Dios . Él es nuestro sa lvador, nuestro capitán , nuestra v ictoria. En modo alguno podemos duda r de su vo luntad sa lvífica. Nada hay en él qu e pueda pone r en entredicho su capac idad de sa lvac ión : en ta nto que es Dios no hay

lím ite alguno en su s at ribuciones. Las garant ías de su pode r de salvación so n infin itas . Roto ha q uedado pa ra siem pre el poder del demonio. No debem os t emer afrent a ni reca íd a, pues D ios mismo est á en ello y nos garant iza la v ict o ria en toda la obra d e la sa lvac ión. Fundam ento más q ue sobrado te nemos, pues , pa ra que co nfese m os e i nvoquemos el nom bre de Jesús como nom bre . . . , (f. 163r) de d 1v1 na sa 1vac1o n.

Capítulo 55

,

SIGNIFICACION DE LA SEGUNDA PARTE DEL NOMBRE DEL REDENTOR: CRISTO El nombre

Jesucristo está com pu est o de Jesús y Cristo. Ya hemos vist o el

sign ificado de Jesús, la primera parte de est e nombre. Ahora hem os de co nsiderar el significado del nombre de la segunda parte: 'Crist o' viene del griego y significa

CRISTO. La pa labra

ungido. Según las lenguas , así sus tér-

m inos, pe ro las sign ificaciones son las m ismas. En la lengua hebrea el térm ino equ ivalente es el de ' mesías ' y sign ifica ta m bién u ng ido. En tiempos del

Antiguo Testamento se ungía a los reyes ec hándo les aceite sobre la cabeza. Segú n las ce remon ias y unciones enseñadas por Dios a Moisés, tamb ién los sacerd otes eran ungidos. A ra íz de lo dicho en la

Escritura, a los reyes y sacer-

dotes se les llam a 'cristos d el Señor' o ' ungidos del Señor '. idéntico nom bre de ungidos t iene n t ambién los profetas. Por est a unción sus m iniste rios era n conside rados de alto rango y sus personas espec ialmente estimadas y privi legiad as por el favo r d ivino. A la luz de lo d icho hemos de cons id erar ahora el se nti do por el cual Cristo, nuest ro rede nt o r, es ll amado por este no m bre de

ungido. Las cosas de Dios, por ser tan excelsas y sobrepasa r la normalid ad de las cosas qu e nos so n comprens ibles, son aprehend id as a través de comparaciones y se m ejan zas de realidades que nos so n fa m iliares en n uestra habla

163v) D , 1.m pos1'b l e capt ar cot ·d· 1 1ana. (f. e no acu d.1r a este rec urso nos res u 1taria su significación y func ión. Por el cargo qu e oc upan y la dign id ad que les viene por la o rdenación q ue les otorga la voluntad divina, los ungidos de la rea leza

adm in istra n j usticia , defienden a sus vasa llos , les procuran paz y armonía y ve lan por sus intereses. El recto desempeño de est as funcio nes es reconoc ido con gratitud , respeto y sum isión por parte de los súbd itos. M uchos beneficios de la vo luntad divi na se cana lizan a t ravés de estos buenos p ríncipes. En cuan t o a los sacerdot es, su dignidad es altís ima y con razó n acatada y reve renciada po r el pueb lo, pues son elegidos pa ra desempeñar tareas que implican cie rto trato de fa m iliaridad con Dios. Ellos son los que ofrecen los sacrificios pres critos por Di os m ismos , son enseñadores de la ve rdad de la religión, intermed iarios e intercesores ant e el Alt ísimo; apac iguadores de la ira divi na e int ermed iarios en el conoc im iento que vie ne de lo alto. Gozan de una co nd ición de gran privi legio y d ign idad ante la m aj estad del Señor. M u cho de esto lo comparten ta mbién los profet as, que segú n las estipulación de la antigua ley, en ocasio nes ta mbién part icipan de las func iones del sacerdocio. Por prescripc ión divina los reyes y sacerdot es eran ungidos con aceite. Esta un ción entrañaba un partic ul ar sign ificado. De popular y comú n uso es el acei t e. (f.

164

r) Muy necesario es para dar luz. Por disposición del Señor, las ve las

que había de ilu m inar el tabe rnáculo habían de ser ali m entadas con aceit e. Út il y necesario es pa ra la sal ud del cuerpo: de sus huesos y de su carne; evita la sequedad y encogim iento del mis m o y da fuerza y so ltu ra a sus miem bros. Tal y como repite el profet a lsaías en varias met áfo ras , señal de t ierra fruct ífera y ab u ndosa es la que en ella crece el ol ivo. [6 54] Las referenc ias al o livo y a su aceite son mu y co m unes en la

Divina Escritura. La unción del aceite sign ifica

be nefició de la mano de Dios, es expresió n de las muchas m ercedes de su

liberalidad y tamb ién virtud, gracia y favor de l Esp íritu Santo. Con estas gracias, los hombres así favorec idos, y que por natura leza acusan las fl aquezas de su condición humana y las consecuencias de l pecado, reciben a liento para superar debi lidades y obstáculos para convertirse en instrumentos út iles para los demás. Este es el sentido que quiso Dios dar a la unc ión de sus reyes y sacerdotes. Y de l mismo modo que el ace ite desciende hacia abajo de la cabeza de los ung idos, as í a través de ell os descienden sobre el pueblo los beneficios de l Señor. Comparación es esta que usa el profeta David al dec ir que es como el aceite derramado en la cabeza de l sumo sacerdote Aarón, que desciende a la barba y de ahí hasta lo último de la ropa.~55] Vá lida es la comparac ión a l repararse en el hecho de que el aceite corre y se expande y todo lo penetra. Así es el amor y los dones que Dios hace descender de lo alto. (f. 164v)

Todo lo dicho nos acerca al gran propós ito divino de salvación al determinarse desde la eternidad que el Hijo de Dios había de ven ir al mundo para otorgar a los hombres ta n supremo bien. Recurriendo a estas sombras y sign ificados se anunciaba a la humanidad el m iniste rio que iba a llevar a término su Hijo, y los fines para los que había sido prometido. Los no mbres con los que más se le distingue son los de ungido, sacerdote y rey. De ahí la gran fama que entre los judíos se dio a aquel que hab ía de traerles libe rtad y bendición al darle el nombre de Mesías, el ungido de Dios. Y así lo confesaba la mujer samaritana al decir: "Se que ha de veni r el ungido." ~5§.] La pregunta de Herodes era la de saber donde había de nacer el ungido. ~57J Ciertamente muchos

fue ro n los reyes y sacerdotes que desde ant iguo llevaron el nomb re de ungidos, pero solo aque l a q uien D ios i ba envia r para que o brara lo más grande que él nunca h izo ni hará , era d igno de tan exce lso nom bre. No fue nuestro Rede nto r ungido al m odo en qu e lo fue ro n los reyes y sace rdotes de la anti güedad , ni ejerció co m o ellos el re inado y el sacerdocio. Sin em bargo en él su cu mplió el ve rdadero sign ificado de la un ció n, y so lam ente él fue u ng ido de la 16 m ano del Pad re para los fines específicos asociados co n su venida. (f. Sr) Debe entender el crist iano que el H ijo de D ios no f ue ungido co m o Dios, pu es d ivi no ya lo era y d isfrutaba de todos los atribut os aco rdes con esta ident idad. Fue ungido en lo que respect a a su nat uraleza hu mana, ya que co mo hombre había de morir y ll eva r a té rm ino las grandes obras necesarias para nuestra sa lvac ió n. Cuando decimos que f ue ungido con unción es pirit ual da m os a ent ende r que el et erno Padre le ot o rgó sus m ás excelsos dones y atribucio nes pa ra lleva r a térm ino su m is ió n en la t ierra - a destacar un su m o pode r, una gran ju stic ia y sabid uría, y todo aq uello que se requ ería para ve ncer al dem onio, el pecado y la m uert e- . Tres son los m in isterios m ás dest acados q ue se asocian con la obra del Rede nto r y q ue fuero n o bjet o de part icular u nció n. Estos m iniste rios fueron los de profeta, sacerdote y rey. Fue profet a por cuanto traj o luz y co noci m iento de los sec retos del Padre y del cam ino de sa lvació n. Es po r eso qu e es llamado ángel, o mensajero, del gran consejo , y es env iado como profet a, segú n aquell a promesa de que Dios despert aría en su pue blo un profeta se m ejante a Moisés. Y com o a ta l se le reconocía en la tierra cuando se dice en los Eva ngelios

que la gente decía qu e se había levantado un gran p rofeta. Pat ent e se h izo luego, a la luz d e su pred icació n y de su ense ñanza, los sec ret os arca nos del plan sa lvac ión y de los t esoros de la sabiduría divi na. Lum bre de ve rdad vino a se r a su Iglesia y revelador de los aconteci m ientos futu ros . Ciertamente profet a fue y príncipe de profetas, pues su espíritu fue el que imperó sob re todos los demás profetas y si n medida se dieron en él los dones de este minist erio.

(f. 165v) M iniste rio y u nción de rea leza recayó t ambién en el H ijo de Dios. Fu nción de reyes era la de enseñar y pone r en práctica la justicia, defender a los súbdit os y promocio narles su bien. Para ca pt ar y com prender bien el sign ificado y los beneficios qu e fl uyen y se asocian con la rea leza del H ijo de Dios, primero hem os d e pararnos a considerar nuestra condició n espiritu al por natu ra leza y las profundidades de nuestra m iseria co m o resu ltado del pecado. Todas nuestras obras y cam inos han sido de perdición. Nuestra pret end id a ju sticia no lo es ante los oj os de Dios; t odo lo contrario: merecedora es de su ira. N uestra co nd uct a registra la feald ad d e apetit os desordena dos . Faltos est amos de armo nía y paz, pues en guerra estamos con Dios, co n nosotros m ismos, y so m os un mar de m il t empestades, sumidos en co ntinuo desacuerdo: nunca nuestro 'si' y n uestro 'no', nuestro querer y nuestro aborrecer t ienen hora de reposo. No hay provecho en nuestras armas: siempre están en cont ienda y aguzadas para la maldad. Cas i siem pre en desvarío est á nu estro ent endi m ient o; pa ra cosas feas n uestra vo luntad ; para la ira n uestro co razó n; pa ra daños nuest ra lengua, para va nidad es nuestros ojos; para el pecado nu estras m anos y nuestros pies . En co ncl usión : t odos nuest ros m iem bros

son armas de injust ici a para la m aldad. Si es peram os q ue nuestro rey[6 5ª] nos libre y nos favorezca, descu bri remos que es un t ira no, cuyo tri buto es el pecado, la mu erte su paga y su vo luntad n uestra m iseria. Propósit o firme en él es el de aparta rnos de aq uél del que un día él se apartó y hacernos co mp a166 ñeros d e su miseria. (f. r) Homicid a fue desde el pri ncipio y con suma d ili gencia ha buscado siemp re co n tesón y rabia la m uert e del linaje hu m ano. Rei na sobre t odos los hijos d e la soberbia y vasa ll os suyos son los q ue han dejado a Dios. Es como res ultad o de esta condic ión de pecado y m iseria q ue la Sum a Bond ad decidió darnos un rey de su elecció n para librarnos de la t iranía del dem on io. Su H ijo, su unigénito H ijo es est e ve rdadero rey. Hermos ísimas descripcio nes son las que de este Rey y de su re ino se nos dan en la Divina Escritura . En palabras de David , est e rey es el ungido del 166 Seño r; rey de Sión, que es su Igles ia y su pueblo. (f. v) Co n suma alegría se refiere el sal m ist a a este rey, diciendo: ' Pron uncia m i corazón pa labra de gran suavidad y de grande alegría; ofrezco y dedico m is obras y m is pa labras al Ungido.' (Sal. 45). (659] Est e ung ido es el H ijo de Dios, redentor y señor del mu ndo. Por lsa ías se dice que re inará u n rey de grande sabidu ría , y q ue ad m inist rará justicia, y q ue será defensor de t odos los t rabajos del pu eblo, y lo librará de todos los pe ligros. [260] De este re ino emanarán , en prime r lugar, leyes j ustísi m as. Como enseñador d e la pala bra y de la vo lunt ad del Padre, del H ijo de Dios no puede sal ir mas que grande lim pieza y grande j usticia. En segundo lugar, de este rey ha de veni r una gran paz; una paz et erna entre los hom bres y Dios que garantizará firme m ente el d isfrut e de las m ercedes

d ivi nas. A est e rey el profeta lsaías lo llam a 'Príncipe de paz.' (Is. 22). (261] Nos asegura el Señor Jesucristo que ant e las contiend as que pueda causar el mu ndo, nosotros gozarem os de ve rdadera paz al tene r a Dios m ismo con nosotros. LJn.22). En t erce r lugar, de est e rey vend rá tota l vict o ria con t ra nuestros enemigos , contra el dem on io , contra el infierno, contra el pecado y co ntra la m uerte, porq ue a tod os ellos los despojará de su poder para que seamos libres - a no se r que nosotros queramos conti n uar en cautividad- .[262] En cuart o lugar, el tribut o q ue ofreceremos a est e rey se rá suave 1 libre y d e gran privi legio. Los tribut os a los otros príncipes son costosos para los pueblos y de o nerosa ob ligación. Los que se deben al H ijo de Dios, empero, se ce ntra n en nuestra prop ia libertad. (f.

167

r) En otras pa labras: en que consi n-

t amos nosotros en la victoria co ntra nuestros en emigos, que desechemos de nu est ras almas las ca rgas de nuestros pecados; qu e nos reco nozcam os bienaventurados por se r sus hijos y por d isfrut ar d e las criaturas que él ha p uesto a nu estra d ispos ición; de recibi r cada día de su poderosa mano nuevas libert ad es y nu evas mercedes , co nforme a lo que dice nuestro Rede nt or, qu e 'si el H ijo nos librare, ent o nces seremos ve rdaderamente libres.'

Un.

8) .[263] En

qu int o lugar, en est e re ino nuestro Rey nos prem iará con bienes eternos, de un a vida en co m un ión co n Dios y de una exce lsa inmort ali d ad. Todos est os placeres y honores no los ha vist o ojo humano, ni pue den intui rlos las mentes de los hombres. En sexto lugar, en este rei no imperará la j usticia de un juez seve ro y verdadero, d e leyes j ustís imas, hermos ísimas y de infi nita lim p ieza. Nosotros, pues, no hem os de te m er las inj urias que nos pued a hacer el

mundo, ni entristecernos por sus trampas y sus engaños. No hay, pues, mot ivo para que ju zguemos pesada la pobreza, excesivos nuestros esfuerzos, afrentosa la vida y cruel nuestra muerte. Rey tenemos que no puede fa ltarnos, porque es eterno; que no puede tener descuido, porque tiene vigilancia d ivina; no le pasa desapercibido nada en abso luto, pues es rey de infinit a sabiduría. En tanto que es justísimo, pagará a cada uno conforme a sus obras, y por amor a su prop ia gloria dará castigo merecido a los malos. Conforme con su .in fi nita . generos 1 .d ad co 1mara, a 1os suyos d e ·1n fi nitos · b.1enes. (f. 161v) A la luz de lo dicho podemos captar lo importante que es este reino espi ritua l, lo que todo suma y todo incluye. No es, como los re inos del mundo, corto en el tiempo, desasosegado en la paz, escaso en la justicia, temeroso del enemigo y fa lto en la prosperidad. Hablando de este re ino y de su rey, afi rma el profet a que es re ino de todos los siglos y de poder eterno. (Is. 60). Y así lo anunció el ánge l a la Virgen, que el hijo que co ncebiría restauraría el reino de David y reinaría en la casa de Jacob pa ra siempre. (Le. 1). A la pregunta de Pilatos si era rey, Jesús respo ndió que su re ino no era de este mundo - dando a entender co n esta respuesta todo lo que llevamos d icho sobre la naturaleza de este reino- . LJn. 18). Con el significado de estos dos nombres: Jesús y Cristo entenderá el cristiano la mis ión sa lvadora que desempeñó el Hijo de Dios en su venida al mundo. Ambos nombres muest ran su estrecha vincu lación en el m inisterio de la sa lvación que había de ll evar a t érmi no el Mesías, el ungido del eterno Padre. Vienen al caso, a m odo de conclusión, las pa labras del cá nti co del profeta: ' Sal ió el Señor para la sa lud de su pueb lo, para la sa lud de su

ungido.' (Hab. 3, 13). Pa labras incompa rab les, de gran va lor y du lzura son éstas, pues nos describen la gran hazaña de Dios de sal ir para red imir a su pueblo y salvarlo mediante su Ungido. Es esta una salvación d istinta a todas las demás, es una redenció n d istinta a todas las demás, pues es obrada por el un gido del Padre y en cump lim iento de la profecía de q ue Dios mis m o salvaría a su p ueblo con salvación eterna. (f. 1&sr) No t iene n que t emer los enfermos, pues hay sa lud para el los. No t ienen porque decir ¿q uién hallará esta sa lud?, pues ella misma los viene a buscar. No hay causa para que se entristezcan, diciendo: 'Si está en el cielo nuestra sa lud, ¿q uién sub irá para que nos la traiga y nos la ponga en las m anos? Si está en la profund idad de la t ierra, ¿qu ién bajará y la sacará de all í?' Cerca está de nosotros con su proclama, con su palabra y con su m isericordia. Si no nos bu scara primero el la misma, excusada cosa fuera saberla nosotros buscar, n i at inar a dond e estaba. Ell a se m anifestó, y nos vino a buscar. Ella nos ruega que la recibamos. El la vence nu estras tin ieb las para que la poda m os ver. Ell a da voces para que la oigamos, y por mil caminos nos sale al cami no. Si grandes so n las enfermedades, si desesperadas nuestras fue rzas , no hay porque desesperem os, porque es m ayor la salvación que nuestro mal. Dios es el que viene a sa lvarnos, a cuya potenc ia y a cuyo saber y a cuya bondad no hay enfermedad q ue resista. La m edicina es su Ungido, enviado para tan grandes cosas. Sa nará q uien lo rec i. I d d e sanar. (f. 168r) b 1ere con vo unta

Capítulo 56

,

TERCERA CONSIDERACION SOBRE EL N OMBRE DE CRISTO

Ya hemos d icho que el nombre de 'cristo,' o de ' ungido,' según la inst ituc ión de la ley d ivina, se otorgaba, no solo a los reyes, sino también a los sacerdotes. Afirmábamos que el Hijo de Dios, y redentor nuest ro, había sido

ungido como rey

y desempeñado el ministerio de la sa lvación. Cons ide-

raremos ahora las funciones que bajo el nombre e identidad de ' sacerdote' le 168 corresponde n como ungido de Dios. (f. v] Para el co nocim iento de la grandeza y muchedumbre de sus be neficios, impresci ndible nos es la fuen t e de conocim iento que nos brinda la Escritura sobre est e tema. En el desempeño de su min isterio el sacerdote debía presentar ofrendas a Dios, aplacar su ira ,[264] med iar entre los hombres y Dios, conseguir la reconc iliación y la paz entre ambos y obt ener las grandes mercedes del Señor. A la luz de la Palabra Di11ina, el ministerio que el Hijo de Dios había de llevar a t érmino como mediador y sa lvador nuestro se fundament aba en las sigu ientes razones: como resu ltado del pecado, la majestad divina había sido ofendida y demandaba just icia y sacrificio como condición de perdón. Desde la perspectiva humana la posib ilidad de ofrecer ta l sacrificio era impos ible. El sacrificio, sin embargo, vino y surgió de la prop ia bondad d ivi na. Lo ofrece qu ien había de ser en su prop ia persona el sacrificio. Solo el que iba a auto-inmo larse como sacrificio era d igno de ta l sacerdocio. En su condic ión caída el hombre estaba en ceguedad espiritua l para conocerse, para confesar su culpa y para encontrar el sendero de la sa lvació n. Las puertas del remed io y de retorno a Dios estaban cerradas.

Se nos d io u n sacerdote que conocía bien nuestra ident idad y nuestra miseria; que asumía nuestras cu lpas, y con su inocencia tenía acceso ante el trib unal de la m ajestad divina pa ra interceder po r nosotros. Est e sacerdote, acept o an t e la Divinidad, podía reivind icar a favor nuestro la pe rfecta j usticia de su sacri. (f. 169r) fi CIO. Para este m in isterio vino Jesucristo, nuest ro rede ntor, y fue u ngido como sacerdote en conform idad co n la promesa de la Divina Escritura, en la que se d ice: 'Ju ró el Señor, y no se arrepentirá : tú eres sacerdote perpetuo según el orden de Melqu isedec.'[265] En estas preciosas palabras el Pad re habla co n el H ijo encarnado. Inmensa es la pro m esa y por encima de toda comprensión humana. Por su vilís im a condic ión, y como ofensores de Dios, no eran los hombres merecedores de tan su m o bien. Aun existiendo por un lado nuestra bajeza, y por el otro la grandeza de la merced, se nos asegura que no hay mot ivo para la desconfianza ni el desmayo, pues la ce rt inidad de la promesa nos viene dada bajo ju ramen to, y de la m isma nu nca se arrepentirá el Señor que la d io. Aún habiendo pecado los hombres con determ inación y porf ía , Dios no revocará su merced y m isericordia. Según el orden de Melqu isedec, el Hijo será sacerdote perpetuo. Hasta el fin del mundo no habrá cansancio ni in term isión en el desempeño de este m in isterio. Pa ra siempre será sacerdot e para nuest ro aliv io, socorro y be ndición, y para recibir nuestras ofrendas. Este sumo po ntífice, ungido por el Señor, es sin defecto y no requiere que otros hagan ofrendas a su favor. (f.

169

v) El tesoro de su j ust icia es de ta l riqueza

que de ell a pueden ta mbién participar los demás. Ta l es su dignidad y sus

m ereci m ient os, qu e no entra ni hab ita en tabe rnácu lo de madera, ni en t emp lo edificado por m ano de hom bres, sino en te m plo ce leste y de d ivi na majestad. Es en este t emp lo donde es oído y donde prese nta sus ofre ndas. Su sacr ific io no es de m achos ca bríos ni de bece rros - de prec io li m itado- , sino que es el de su propia sa ngre y tie ne va lor infi nito y vigencia perpetua. No debe repeti rse cada año, t al co m o era el caso co n los pontífices de la v ieja ley, sino que con una so la ofrenda ap lacó la ira del Padre y alca nzó remed io pa ra infinit os siglos. Su o ració n no co noce el ca nsanc io n i la frena la inmensidad de los pecados del mu ndo. El va lor de su sacr ificio es ta l, que para siemp re ha ap lacado las exigencias de la d ivi na cle m enci a.[266] As í como pa ra el reino y pa ra el nombre de Salvador en los siglos pasados se d iero n pe rsonajes que prefigu raron tanto lo un o co m o lo otro (Mo isés, Jos ué, David , y otros j ueces y príncipes) , ta m bién encontramos en las Escrituras personajes que p refigura ron el sacerdoc io del Reden t o r. Ant es de se r dada la ley, Melqu isedec f ue como una so mbra del et erno sacerdocio que iba a desempeña r el H ijo de Dios. Ya en t iempos de la ley el Señor eligió a Aarón , hermano de Moisés, para el sace rdocio. Gozó del gran pr ivilegio de entra r en el sancta sanctorum y poder hablar desde all í co n la d iv ina majestad. Y es qu e nu nca Dios , en su infi n ita m iserico rdia, descend iend o a nive l h umano , dejó de dar bu enas nuevas al m un do. Es así co m o desde este n ive l terre no educó a los suyos para elevarles a los riqu ísimos niveles espi ritua les de sus pro m esas de sa lvac ió n. (f. i 7o r) Todo lo q ue ll evamos d icho sobre la un ció n espiritua l del Rede ntor del m undo, de su unción profét ica como enseñado r verdadero de la

pa labra del eterno Pad re, de su m inisterio como rey y salvador y aplacador de la ira de l Pad re, etc., vino ya profetizado en la Escritura por el profeta lsaías, de cuyas palabras se hace eco el prop io Hijo de Dios a l dec ir que e l Es pírit u de l Señor estaba sobre é l. (Le. 4).[267J En e l libro de l profeta lsaías, el Hijo de Dios habla de si mismo en estos térm inos : ' El espírit u de l Señor es sobre m í, porq ue me ung ió el mismo Señor; y me envió para dar buena nu eva a los man sos. Para curar las ll agas de los afligidos en su corazón. Para clamar y para pred icar libertad para los cautivos; apertura de cárcel para los atados, y a dar vista a los que están ciegos. Para prego nar el año de la buena vo luntad de l Señor, y el día de la venganza de nuestro Dios. Para que consuele a todos los que lloran . Para que a todos los que derraman lágrimas en Sión se les de hermosos atavíos por cen iza, aceite de alegría por ll anto, ropa de alabanza en luga r de l espíritu tr iste que tienen , y para que les ponga nombre de árbo les de justicia y plantac ión de l Señor, para darle gloria, y para ser yo glorificados en ellos,' etc.[268] Cristo, nuest ro redentor, de ta l manera es profeta, rey y sacerdote, que nos hace tamb ién a nosotros partícipes de los benefi cios que encierran estos ministerios. (f. i 7ov) En esta participación está la llave de nuestra sa lvación y de nuestro total remed io. El Redentor de l mundo qu iere que nosotros participemos de la riqueza de sus bienes, y nos insta a que le pidamos el disfrute de sus bend iciones. Él es profeta, rey y sacerdote, y quiere que también nosotros seamos profetas, reyes y sacerdotes. No queremos dar a entender con lo dicho que cada uno haya de ser profeta y co nozca lo por venir, ni que cada

uno haya de se r rey, gobierne y t enga dom in io; ni t ampoco que haya de se r sace rdote o rdenado pa ra la Igles ia y ll amado para t al oficio. Lo que q uere m os deci r es que todo cri st iano está espir it ualmente o bligado a esc uchar la

Palabra

de Dios, y a enco nt rar en ell a ta l placer y co noci m iento que éste ll egue a ecl ipsa r la sab idu ría ca rnal del m undo. Esto es lo que dan a entender las pa labras del p rofeta cuando d ice que 'todos los fie les serán enseñados po r Dios, y qu e t odos le co nocerá n y sabrá n qu ien es .'!269.] Est o es ser p rofet a. Ser reyes quiere deci r se r v icto riosos co ntra el pecado, co ntra las ob ras de Satanás, vencedores de nosotros m ism os, y estar en guer ra co ntra las huestes del m al. Ser reyes supo ne experiment ar en nuestros co razones el am o r y la suavi dad d e la ley y de la just icia, y ante la o pos ició n y pod erío del m u nd o gu iar nuestra con d uct a bajo los principios de su ley. (f. i 7ir) Ser reyes es se nt irnos tan ricos y poderosos al t ene r a D ios a nu estro lado, qu e con esfo rzad o án im o nos ve m os capaces d e busca r en todo su glor ia. Se r reyes es dejar de somete rnos a las bajezas y v ilezas del mu ndo. Esto es ser rey. Co m o sacerdote el cr istia no se ejerc ita en importantes prácticas esp iritu ales, como los

sacrificios d e la o ra-

ció n viva, de la fe y de la caridad ; la ofre nd a d e su corazón a la vo luntad d e Dios; la mo rtificació n d e los m iem bros d e su cuerpo pa ra que ya no sean instrum entos del pecado si no, t odo lo co ntra rio, instrument os pa ra el se rv icio y la g loria de Dios . Esto es ser sace rdote. Todas est as f unciones las desempeña el fie l crist iano grac ias a la enseñanza y directa int ervenció n de aq uel que en todo ejerce la m ás alta aut o ridad: Jes ucristo, red entor y seño r d el linaje hu m ano . Los sabios del m undo guardan

su sab iduría para sí mismos y no la pueden hacer ll egar a la interioridad de los corazones de los dem ás. A lo sumo sus enseñanzas bordean lo exterior del hombre, pero no abren la puerta ni t ienen la facu ltad de llegar a lo más íntimo de su ser. Desde fuera adm in istran los reyes su j usticia, pero no puede n consegu ir que desde la interioridad del alma la amen sus súbd it os y la pongan en práctica. Los otros sacerdotes presenta n sus ofrendas, pero no t ienen como altar los espíritus de los otros ni las vol un t ades de los demás. Cristo, el H ijo de Dios, ungido de su prema unción , la reparte entre todos sus súbd itos. Es por esta razón q ue en la Di11ina Escritura todo fie l cristiano, por haber reci bido gotas de la unción del Redent or, es llamado ungido de Dios. (f.

171v) El

sa lm ista David, hab lando con el H ijo de Dios sobre el re ino, dice: 'Por cuanto amaste a la j usticia y aborreciste a la maldad, por t anto te ungió el Señor con aceite de alegría aven t ajadamente sobre todos tus consortes'. (Sal. 45) .[6 7.0] El aceite de alegría es el favor del Espíritu Santo y los dones que de él emanan. Con Cristo los j ustos son partícipes de la gracia y el espíritu del que el Hijo de Dios sobresale en mucho. Dice san Juan que Cristo nos dio espíritu sin med ida.

Un.

13).(.67.1] Y es que el Padre ama al Hijo, y ta nto le ama que puso en

sus manos todas las cosas. El que sigue al Hij o tiene vida eterna, y reparte de aquel la gran f uente que reside en la cabeza. Cada uno t iene su parte de los b ienes espirituales que emanan de l exuberante manan tial que es el Hijo de

Dios. Él es supremo rey, pues es rey de reyes y señor de señores. Todos los suyos son reyes, porque él los hace partícipes de su co ndición y de sus deseos. (Ap. 19). Él los hace enamorados de la justicia, vict oriosos contra el mal,

part íc ipes de su poder y herederos con él de los bienes celestiales. (f. es por esto que la

172

r) Y

Escritura d ice que los j ustos reinarán para siempre, y que en

el Día del Ju icio tomará n posesió n de aquel re ino reservado para el los desde el principio del m undo. [17.2] Sobre la m isma base los fie les son ll amados sacerdotes, descendientes de la mis m a cabeza que es el sum o sacerdote Jesucristo. Part icipan del espíritu sacerdota l q ue est á en el Hijo de Dios; y sus ofrendas al Padre son sacrifi cios de amor, plegaria, alaban za y tributo de gloria. Es por esta razón q ue el apósto l sa n Pedro llama a los fieles 'li naj e escogido, sacerdocio regio, gente sant a, pueblo de ganancia, para que pub liquen las virtudes y los poderes de Aq uel que los sacó de las tinieb las'. Les llama tambié n 'casa espiritua l, sacerdocio santo para ofrecer espiritu ales sacrificios agradab les al Señor por Jesucristo, sacrific io suyo'. (1P. 3). [17.3]

Capítulo 57

SOBRE LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE ESTE ART ÍCULO: "ÚNICO HIJO DE DIOS, SEÑOR N UESTRO"

Que no se piense que lo que se dice del Ungido del Señor t enía que ve r solamente con su naturaleza h umana - por superior que ésta f uera a la de los demás hombres- ; sino que, como en este artículo añade la Iglesia, el H ijo de Dios participaba también de la Divin idad. Clarísimamente se enseña aquí que era 'único Hijo de Dios'. En est o, como en todo lo demás, t ambién la Iglesia se hace eco de la luz que emite la enseñanza de la Divina Escritura. (f. 172 v) Todos los fi eles son llamados h ijos de Dios, m as solo Cristo, nuestro Reden tor, es llamado ún ico Hijo de Dios. Su fil iación es excepc ional: él es el único hijo. ' Único', en el Símbolo Apostólico, o 'unigén ito' en el Niceno, guarda re lación con la d ivin idad de Crist o. En consecuencia, pues, la con fe sió n cristiana es de que la m isma persona que ah eterno estuvo con el Padre y es ll amado Verbo divino - como ya vimos ant eriorment e al considerar el primer

artículo-

es la persona de Cristo. En esta persona que tomó nat uraleza hu -

m ana se da, al unísono, lo divi no y lo huma no. Esta es la doctrina cató lica que clarísimame nte enseña el evange lista san Juan . Después de haber hecho larga m ención del Verbo d ivi no, y de haber tratado d e su d ivinidad y de su eternidad, añade el evange lista que aquel m ismís imo Verbo se hizo carne, es decir, se hizo hombre sin dejar de ser Dios.

Un. 1).

Según la profecía de M i-

qu eas, el nacim iento y venida del gra n rey de los judíos era 'desde los días de la eternidad '. (Mi. 5). [67.4] El profet a David , hablando tamb ién de este rey,

d ice: 'Tu trono, o h Dios, en los sig los de los siglos'. (Sal. 4 5)[6 7.5] Esta m isma cita es la que nos da tamb ién el autor de la Epístola a los Hebreos (1,8). Necesario era para nuestra sa lvación , como vere m os más ade lante, que Jesucristo fuera a la vez hombre y Dios. Los hij os de adopción son aque llos q ue, no siendo h ij os por natu ra leza, lo son por gracia y por privi leg io. Es porque el Hijo de Dios se encarnó y se h izo nuestro hermano que hemos llegado a gozar de ta l privi legio. Los hijos d e adopc ión han recibido espíritu del cielo para tener verdad era fe y genu ina obed iencia al Señor. Sólo Cristo es Hijo co nnatural con el Padre y verdad era imagen de su sustancia. (f. 173 r) As í el Sím bo lo Niceno , después d e referi rse a Cr isto co m o un igénito Hijo de Dios, añade todo lo que perte nece a su d ivinidad con cl arísimas pa labras, d icie ndo qu e 'es nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Dios verdadero d e Dios verdade ro; no creado , sino engendrado; de u na m isma sustancia con el Padre, y por quien f ueron formad as todas cosas .' En térm inos si m ilares se exp resa el Símbolo de

Atanasio: ' Fe verdadera es qu e creamos y confesemos q ue nuestro señor Jesucrist o, H ijo de Dios, es hom bre y Dios. Dios de la sustanc ia del Padre, engendrado antes de los siglos. Hombre de las susta ncia de la madre y nacido en el t iem po. Est o es lo que qu iere decir ' ún ico h ijo' ; y no había porq ue llam arle único sino fuera Dios.' Al hablar del primer artículo ya tuv imos ocasión de probar suficie ntemente la d ivi n id ad del Hijo , y la m isma argument ación es ap licab le tam bién a lo que pueda decirs e del Mes ías t amb ién como d ivino. La últ im a pa labra del artículo designa al Redentor como 'Señor nu estro'. Con

frecuencia en la

Sagrada Escritura el no m bre de Señor es equ iva lent e al de

Dios . Cada u na de las t res personas Divinas: Pad re, H ijo y Espíritu San t o son designadas con el no m bre de

Señor. La razón es evident e, pues Dios nos creó,

nos suste nta y de él recibimos t odos los bienes; en co nform idad , pues, con t odo esto le ll am am os tam bién

Señor. Este vocab lo es t o m ado po r m et áfo ra

del uso y de la costum bre de los hom bres. La idea de con la de

señor guarda re lación

siervo, y ést a co n la de se ñor. Con el t érm ino señor asoc iamos la idea

de dom inio y derechos sob re otros; mient ras q ue con la pa labra

siervo aso-

ciamos la idea de servic io y ob ligaci ón hacia u n su perior. El se ñor debe sust ent ar y favorecer al sirvo, y en respuesta ést e está ob ligado a se rvir a su señor.

(f. i 73v) De manera sim ilar es co m o entendemos q ue Dios es n uestro Señor y su premo Señor; pues él nos creó, nos sust enta y no hay cosa nuestra que no sea suya. Tiene derecho para que le sirva m os, y no t ene m os nosotros cosa d e m ayor esti m a qu e la de ser siervos de t al seño r. En cuanto a Dios, Jes ucristo es nuestro sup remo Señor; pe ro a nivel dist into t amb ién lo es en cuanto a hom bre, ya que ta n exce lsa es t amb ién su h um anidad como H ij o de Dios, que v ino a ser autor e instrumento de cosas maravillosas q ue le hacen m erecedor del nom bre de Señor: Señor de los hom bres. En cuanto a hom bre, es así co m o hemos de co nsidera r a Cristo, nuestro redentor: él es uno de nosotros; qu iero deci r que verd ade rame nte es hom bre. Segú n él, nosotros so m os 'sus hermanos y sus am igos .'[.6,-7.6) Y en part e est o es así por su natu ra leza, y en parte po r su m in isterio de amo r, pues como él m ismo dice, él 'vino a servi r.' (67.7.) En él so brea bund an las exce lenc ias del

espíritu de Dios, habit a la Divin idad con t oda la excelencia de sus dones, es perfecto en justicia e inocencia, e inmenso en sus se rvicios al Padre. Como hom bre murió por nosotros, fue nuestro sacrificio, nos reconci lió con su Padre, nos libró de gran des m iserias, nos hi zo herederos del cie lo y se rá un día juez de nuestro destino eterno. Pontífice y m edianero es de nosotros. Señor nuestro es él, y en nosotros recae el honor de se r siervos suyos. (f. , 74 r) Por est a dign idad, por est os m inisterios y po r estos benefi cios ta n grandes, no so lo le ha sido concedido ser Señor de los hombres, sino también Señor de los ángeles. Por todo esto, nos dice el Apósto l, le ha si d o dad o u n nom bre que está por encima de todo nombre. [6 7.8] El m ismo Señor dice de sí, que le ha sido dado todo poder en el cie lo y en la tie rra. [6 7.9] Nos dice san Juan qu e hab lando con sus d iscípu los Jesús les dijo: 'vosotros me ll am áis m aestro y señor, y decís bie n.'[280] Siendo pues él Señor del que nos han llegado ta ntos bienes , que nos ha sacado d e la caut ividad, que ha d ado su vi d a y derramado su sangre como precio po r nuestra redenció n, que nos ha abierto las puertas del cielo y que tiene tan t os derechos sob re t odos nosotros, razón m ás que justificada es que le reconozcamos como Señor nuestro y no so m et amos a su servicio en grat itud por t antos y ta ntos beneficios. Es po r t odo esto que Cristo es llamado Señor. Y lo es como Dios y lo es como hombre; y es así como lo nombra la Escritura. San Pab lo, que en muchas ocas iones se llama así m ismo 'sier110 de Jesucristo: escribien do a los de Corinto dice que ' uno es Dios que es el Padre, de qu ien proceden t odas las cosas , y nosotros so m os por él, y un o el Señor Jesucristo, po r quien son todas las cosas, y nosotros por medio

de él.' (1 Cor. 8).[281 ] En est as pa labras se dest aca n los be neficios qu e gozam os gracias a la humanidad de Cristo. (f.

i 74v)

Todo lo d icho acerca de las

exce lencias del est ado y ofic io del Redentor en cuant o a hombre p res upone en su pe rsona la un ión de las dos natura lezas: la d ivina y la humana; y es en est a identidad que t odo ad qu iere su claro y cat ó lico sent ido. Los que verdaderament e llegan a d isfruta r en sus corazones de las pa labras de la Confesión so n aque llos q ue t iene n en alt o aprec io la obra del H ij o de Dios como sa lvador d e sus almas. Con d iligencia at eso ran t an alt a riqueza y consi deran como secunda rias t odas las otras recompensas qu e puedan percibir por otras o bras. Nada puede co m pararse con esta gran sa lvació n que po r Jes ucrist o los li bra del pecado. De hecho, todo lo demás es p ura miseria. El gozo que propo rciona el sabe r que el H ijo de Dios los ha sa lvado compe nsa t odas las dem ás tristezas . El pensam iento de qu e con el H ijo compart en t odo lo que es rea lmente im port ante y tiene valor et erno les hace siempre esforzados y ve ncedores . No es pues de extra ñar que los tales, reconociéndose como vasall os de ta n pod eroso y j usto rey m uestren gran amor po r sus leyes y hon re n con temo r y reverenc ia su excelsa majest ad. (f.

17Sr)

De fe m uerta son aque llos

que han t o m ado un curso de vida contrario a t odo lo expuesto. Los ta les son mu y aficionados a los vanos re m ed ios del m un do y a las cosas tempora les; encue ntra n co nte nta m ient o en lo ca rnal y sin cuidado les tiene el t esoro de los bienes espi ritua les qu e se enc uentra en la o bra reden t ora de Cristo. Son m enospreciadores del único remed io que hay de sa lvación, y se pierden en sus va nos cont en t am ient os . (f.

i

7sv) Muchos hay entre ést os que co nfiesan

una verdade ra

fe, pero que de hecho la niegan con su vida y sus obras. La

su m a de todo lo dicho ace rca de est e

segundo artículo se p uede reco legir en

breves pa labras. In iciábamos el tema haciéndonos eco de la enseñan za de la

Sagrada Escritura sobre el et erno consejo de Dios de proveer un ca m ino de sa lvac ió n para el hom bre. Est o lo enfocábamos desd e una doble perspectiva: desde la bo ndad, misericord ia y sabiduría de la majest ad d ivina q ue preparó y puso en práctica un plan de sa lvació n; y, por el ot ro, desde la gravedad y ser iedad de nuestro pecado y perd ición . (f.

776

r) A la lu z del mensaje de la

Sagrada

Escritura veía m os q ue la salvac ión se fundament a en la perso na de la ob ra del eterno H ijo d el eterno Padre, y q ue en el significado de los nom bres

dejesús y

Cristo se contiene n los secretos de est a sa lvació n. Hici m os refe rencia a la obra y m in ister ios del Hijo de Dios como maestro, sa lvador, rey y señor, y de los beneficios que de los m ismos se derivan para nuestras al m as. 1nsistíamos en la d iligencia que ha de m ostra r el creyent e en posesionarse de t odos los tesoros espirit uales que se enc ierran en la pe rso na y obra de Jes ucristo y en guardarlos en lo más hondo del corazón. ~31] - N OTA -

Error de imprenta en la numeración d e los fo lios: del fol io 146v

se pasa al folio 153r. ~36 ]. El pasaj e que cit a Co nsta nti no es del cap ít ulo 35 de

lsaías:

"1

el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa.

Se alegrarán "1'

Florecerá

profusamente, y también se alegrará y cantará con júbilo; la gloria del Líbano le será dada, la hermosura del Carmel o y de Sarón. Ellos verán la gloria de Jehová, la

hermosura del Dios nuestro. 3 Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles. 4 Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que 11uestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo 11endrá, y os salvará. 5 Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. [s}~J6 Entonces el cojo saltará como un cier110, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán ca11adas en el desierto, y torrentes en la soledad. 7 El lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de aguas; en la morada de chacales, en su guarida, será lugar de cañas y juncos. 8 Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo

estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará. 9 No habrá allí león, ni fiera subirá por él, ni allí se hallará, para que caminen los redimidos.

10

Y los redimidos de Jeho11á volverán, y 11endrán a Sión con ale-

gría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido." [l33]- Jerem ías 23,5-6: "He aquí que vienen días, dice Jeho11á, en que /e11antaré a

Da11id renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán:Jeho11á,justicia nuestra." [l3:4J. Oseas 1 ,T "Mas de la casa de Judá tendré misericordia, y los salvaré por

Jehová su Dios; y no los sah,aré con arco, ni con espada, ni con batalla, ni con caballos ni jinetes." [l3S]- Zacarías

2 , 10:

"Canta y alégrate, hija de Sion; porque he aquí 11engo, y

moraré en medio de ti, ha dicho Jeho11á."

[6 3.fü. En el origi nal: 'co m o la noticia de una cosa ... " [6 37.]. Constantino cita de m em oria. El pasaje pa u lino al qu e alude es el de

Colosenses cap.

1, ve rsos 15-20. Co n referenc ia al H ijo de Dios, escribe el após -

t o l: "15 El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. 16 Por-

que en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, 11isibles e in11isibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. 17 Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; 18 y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él

que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; 19 por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, 20 y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz." [6 3~]- Hebreos 1, 1-3: " 1 Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas mane-

ras en otro tiempo a los padres por los profetas,

2

en estos postreros días nos ha ha-

blado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el uni11erso; 3 el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. [6 39J.

1

Juan 4,

1 2:

"Nadie ha 11isto jamás a Dios." Consta nt ino añade los versí-

cu los 18 y 9 del m ism o ca pítu lo: "A Dios nadie le 11io jamás; el unigénito Hijo,

que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer." "Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, 11enía a este mundo".

[2AO]. juan 8,1 2: "Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el

que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida." [2Al]- Colosenses 2,l "··· En quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría

y del conocimiento." [2A2]. juan 15,26: "Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del

Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí." [2A3]- Es el primer personaje de la Bi blia que lleva el nombre de Jes ús o Josué. Fue suceso r de Moisés y lideró al pueblo de Israe l en la con qu ista de Palest ina. Véase Éxodo 17, 9-14, y todo el libro dejosué.

[2AJ] . Cf.Josué 15, 17;jueces 3,9. [2A5] - Cf. Deuteronomio18, 18: "Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos,

como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare." [2A6]. Cf. Ezequiel 34,22-23: "Yo salvaré a mis ovejas... Y levantaré sobre ellas a un

pastor, y él las apacentará; a mi siervo David, él las apacentará, y el les será por pastor." [2A7.]-Jueces, ca pítulos 8, 13-16. [2A8]. Con frecuencia Const ant ino usa la pa labra salud con la significación de

salvación, que es el térm ino que nosotros ut iliza m os en la actualizac ión del t exto o riginal.

[2A.9J. Salmo 51,12: "Vuélveme, Señor, el gozo de tu salvación, y el espíritu noble

me sustente."

[6 50]. Posi blem ent e la referenc ia que te nía en m ente Constan ti no era la d el ve rsíc ulo 12 , en la que Ped ro, hablando de Jes ús d ice: "Y en ningún otro hay

salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos." - Palabras qu e nuestro auto r cit a unas líneas más abajo- . [6 51]. Pos iblem ente la referencia a la qu e alud e Constant ino sea la del ve rsíc ul o

6, donde Jesús d ice a To m ás: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie

viene al Padre, sino por mí." [6 56 ].Juan 10, 9; "Yo soy la puerta; el que por mi entrare, será salvo." [6 53].Juan 8,12: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida." [6 54] . lsaías 24, 13; 17,6; 4 1,19. [6 55] . Salmo 133, 1-2: "¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos

juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón y baja hasta el borde de sus vestiduras." [6 5§]. Juan 4,25: "Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cris-

to." [657.]- Mateo 2,4. [6 5~]- " Nuest ro rey", es d eci r: Sata nás. En su estado esp iritu al de pecado, el se r hu ma no es súbd ito del demonio. [6 59]. A l margen del texto Constantino cita de la Vulgata el ve rsíc ulo: " Eruct avit cor m eum verb um bon um d ico ego o pera m ea regi lingua m ea ca lam us scri bae ve lociter scri bent is." En la Re ina-Valera - Salmo 4 5, 1-

,

se lee: "Rebosa mi

corazón palabra buena; dirijo al rey mi canto; mí lengua es pluma de escribiente muy ligero." [260]. Si bien la cita al ma rgen es de lsaías 22, la refe rencia co rrecta es de l cap. 32, 1-2: "He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán enjuicio. Y

será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el tur. / ,, b ,on ...

[261]. La cita correcta es de l cap. 9 ve r. 6. [262]. "A no ser que nosotros queramos continuar en cautividad."Afirmaciones como ésta levantan d udas sobre hasta qu e punto e ntendió Constant ino los efectos de l pecado sobre la vo luntad del ho mbre. ¿ No es esta facu ltad tam bién esclava de l pecado? Después de la ca ída, ¿goza todav ía la volu ntad de libre arb itrio para aceptar o rechaza r el o brar salvífico de Dios? La redención de Jesucr isto, ¿no nos redime tam bié n de una vo lu ntad incl inada al mal y co ntraria a Dios? Cie rta mente esto es lo que enseña la Escritura - ta l y como puso de rel ieve Martín Lutero en su Servo arbitrio (1525) en contra del Libero arbitrio

de Erasmo- . Lo que a renglón segu ido dice Co nstantino, co nfi rma nuestras d udas de qu e en Doctrina cristiana - no en sus otras obras-

su posición doc-

trina l no es clara; escribe: "lo que nos pide es qu e consintamos nosotros en la victo ria con t ra nuestros enemigos."A la luz de las palab ras de Jes ús - y que cita Consta nt inolibres"

de q ue solo si él "nos da libertad, sere mos ve rdaderamente

Un. 8,36), pode mos bien co mpre nde r qu e la libertad de l Hijo de Dios

es total: nos libera también de una libertad esclavizada por el pecado [263]. Evangelio de juan 8,36: "Si el Hijo os libertare seréis verdaderamente libres."

[26~]. "A placa r su ira." Ve r Aplacamiento de la ira de Dios en Apéndices. [265). La refe rencia que apa rece al margen es del Salmo 160. Cita errónea. El últi mo Salmo es el 150. En realidad Constantino cita de la Vulgata el Salmo 109, 4: "luravit Dominus et non paenitebit eum tu es sacerdos in aeternum secun-

dum ordinem Melchisedech." En la Reina-Va lera la numeración es la del salmo 110,4: "Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre según el

orden de Melquisedec." [266). Se alude aqu í a los pasajes de la Epístola a los Hebreos 5,5-10; 7, 1-28. Recorda mos una vez más qu e Co nsta nti no, como tantos otros bi blistas de l pasado, atribu ía la autoría de esta epístola a l apóstol Pablo. [267.). Lucas 4,18. Constantino nos da la cita de la Vulgata: "S piritus Dom ini supe r me propter quod unxit me eva nge liza re paupe ribu s misit me ..." Las referencias completas del evangelio son del capítulo 4, 16-19: "Vino a Nazaret,

donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro profeta lsaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor." [268]. En esta refere ncia a lsa ías, Consta ntino ent remezcla versos de los capítu los61, 1-11; 29,18; 35,5; 42,7;61,8, y de otros pasajes mes iánicos. [269]. lsaías 54,13: "Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y se multiplicará

la paz de tus hijos."Juan 6,45.

[6 7.0]. Ev identement e Const anti no cita est e texto haciendo a los h ijos del rei no part íc ipes de esta unción, y no como centrada únicamente en el Hijo de Dios. En la cita de la Vulgata , al margen, se lee: " ... d ilexisti iust iti am et od isti in iquit atem propterea unxit t e Deus Deus tu us o leo laetitiae prae co nsortibus t uis." En la Re ina-Valera, Salmo 45,T se lee: "Has amado la justicia y aborrecido la

maldad; por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo con óleo de alegría más que a tus compañeros". [6 7.J.]. La cita correcta es de juan 3,34: "... Pues Dios no da el Espíritu por medida".

[6 7.2]. Mateo 25,34: "Entonces el Rey dirá: Venid benditos de mi Padre, heredad el

reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo." [6 7.3]. La referencia correcta es de

1

Pedro 2,9. Consta nt ino cita de la Vulgata:

Vos genus electum rega le sacerdoti um gens sanct a pop ulus adqu isitionis ut vi rt utes adn unt ietis eius qu i de tenebris vos vocavit in admi rabi le lumen su um ... En la Re ina-Valera: "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, na-

ción santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable." [6 7.A-J. Miqueas 5,2: "Pero tú, Belén Éfrata, pequeña para estar entre las familias de

judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad." [67.5]· Salmo 45,6: "Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre." [6 7.6]. juan 15,14: "Vosotros sois mis amigos." [6 7.7.]. Lucas 22,276: "Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve." [6 7.8]. El pasaj e al q ue alude Co nsta nti no es el pa ul ino de Filipenses

2,9-11:"... Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que

es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. [6 7..9.]. Mateo 28,18: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra."

[280]. Juan 13, 13: "Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo

soy." [281].

1

Corintios 8,6. Constantino, al margen del fo lio, cita la Vulgata: "... Un us

Deus Pater ex quo omnia et nos in illu m et unus Dom in us lesus Christu s per quem om nia et nos per ipsu m ." Rei na-Va lera: "Sólo hay un Dios, el Padre, del

cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él".

EL TERCER ARTÍCULO DE LA FE

Capítulo 58

EL TERCER ARTICU LO DE LA CO N FES ION DE FE

Según el tercer artículo de la fe, Jes ucristo, que eternalmente con el Padre era Dios, 'fue concebido por el Espíritu Santo, y nació de María virgen '. Lo que aquí enseña nuestra Confesión es que el Hijo de Dios, procedent e del Padre po r eterna generación y coeterno y semejante con él en todo, po r el Espíritu Santo, y naciendo de madre virgen , asum ió naturaleza humana para librarnos de nuestros grandes males y hacer de nosotros hombres nuevos. (f. 176 v) Ya se d ijo en el artículo precedente, que qu ien nos había de sa lvar debía de ser el H ijo de Dios - segunda persona de la Trinidad- . La prueba de ta l doctrina se fundament a y se infiere de la enseñanza de la Divina Escritura. En el tercer

artículos e enseña que para traernos la salvación el H ijo de Dios había de hacerse hombre y t omar nuestra carne y nuestra human idad. De la m isma Pala-

bra Divina, fuente abundantísima de doctrina para nuestro conocimient o y para nuestro bien, extraeremos la información que sobre este tema se cont iene. Podrá comprobarse que mucho de lo que tiene que ver con esté artículo, de algún modo ya se dijo en el segundo; pero aquí nos centraremos de un modo muy particu lar en el sign ificado que entraña el que aqué l que era verdaderament e Dios se hiciera hombre. El mayor mal que padecía el hombre - fuente y origen de todos los demás-

era el de hallarse en enem istad con

Dios y en disensión cons igo m ismo. A esto se sumaba t ambién, como ya hemos dicho anteriormente, que la just a de ira de Dios estaba sob re él, y que nada pod ía hacer el hombre por ap lacarla y satisfacerla. Ún icamente de la

m iserico rdia d e Dios pod ía ve nir el remedio que pud iera satisfacer las exigencias d e la j usticia d ivina . (f.

177 r)

Y así fue: se hal ló el remedio por pa rte de

Dios. Ya en el j ard ín del Edén se d io a nuestros primeros padres una pro m esa de sa lvac ión pa ra el linaj e hu mano. La promesa de sa lvació n, re iterad a en el cu rso de los t iempos, co n la ve nida del Mesías adqu irió p leno cu mplimiento. Con su obra de red ención se rest auró la gloria d e Dios al quedar sat isfecha su ju stic ia. Y en lo q ue respect a al hombre la salvación obrada por Cristo le libró de las consecue ncias de la caída en el pecado y lo ensalzó a una mayor dignidad d elante de Dios d e la que había tenido al pri ncip io. Para la consecuc ión de t an gloriosa em presa el co nsejo divi no decidió que el Verbo eterno se hiciera hombre. La actu alización del decreto soberano de Dios co n la venida del Mesías llevó al género hum ano las bendicio nes del plan de sa lvac ión. (f. 777v) Recuérdese que el pecado obró un profundo golfo de separación entre Dios y el hombre. Des de la perspectiva de la j usticia exis tía un abismo de separació n entre un Dios j usto y un hombre injusto. El pecado obró en el hom bre un cambio rad ical de am istades; de ha ber amado primeramente a Dios, pasó luego a establecer amistad con el demon io y a un irse a él en su lucha contra el Señor que lo había creado. Se alejó el hom bre de un Dios de infinit a sa biduría para descender a nive les ínfimos de ignorancia, ceguedad y so rdedad. Se apartó el hom bre de un Dios fuente suprema de riquezas, pa ra arrastrar su exist encia a nive les extremos de pobreza - labrando con sudo res la t ierra y respondiéndo le ésta con ca rdos y espinos- . Se alejó el hom bre de un Dios in m orta l y p iélago de infinit a vid a, pa ra

encont rarse con la muerte y vo lver al po lvo del que fue t omado. Y así quedó el hombre en su alejam iento de Dios, si n ll ave para entrar en el cielo y sin cam ino de sa lvac ión para llegar a la presenc ia d ivi na. Pero, ¡oh bend ita misericord ia! Dios en su amor infin it o se acercó a este hombre ca ído para darle plena y tota l rest aurac ión esp iritual. ¡Oh, bend ita la bondad de Dios! Qu ién acertase Señor a conoceros , y conocido acertase a loaros, y loándoos se t ransportase tanto y de ta l manera en vos, que siempre tuv iese cons igo la du lzura de vuestra memoria, sin vo lver a su m iseria, n i a la cuenta de la vileza del m u ndo, ni a la bajeza de sus poquedades . (f.

773

r) Qu ién acertase a estar ta n atento en el pensam iento de lo q ue

so is, que nunca lo despertasen las voces de la van idad de la t ierra. Mas, ¡oh m iserab le de mí! si vuestra m isericord ia no se qu iere se ñalar en mí, que tan ciego soy para co noceros, y tan escaso para loar eso poco que co nozco, que ta n presto me embarazo y se fastid ia mi grosería de la du lzu ra de tratar con vos. ¿Quién Señor, sin vos , había de juntar tan grandes ext remos? ¿Quién sino vuestra misericord ia había de hacer ta les cambios , que tomase nuestra pobreza y nos d iese su riq ueza? Que tomase nuestros trabajos y nos d iese su descanso. ¿Qu ién sino vuestra sab iduría hab ía de abrir ca m ino por donde tomando nuest ras pobrezas, no os quedaseis vos pobre, y dándonos vos vuestras riquezas , quedásemos nosotros ricos? Que tomando n uestras afre ntas , sa liese la gloria de vuestra majestad con ganancia, y nosot ros con tanta honra. Que tomando nuestras flaq uezas, quedásemos nosotros f uert es, e h iciereis vos co n ellas mayores y más

adm irab les obras que n unca hicisteis.

Q uedán do nos de vos la j usti cia qu edase la vuest ra tan satisfecha. Qué descend iendo a nuestra bajeza, hicies ei s esca lera por donde subiésemos los que est ábamos bajos , y se man ifestase más la alt ura de qu ien vos so is. [282) Todo esto, y mu cho más de lo q ue se puede d ec ir, se puso en efecto al t o m ar el H ijo de Dios nuestra hu manid ad hac ién d ose verdade ro hom bre. En t odo su ser la naturaleza h umana perm aneció en su m isma identidad y lim it ad a en su perfecció n, m ient ras que la d ivina pe rmaneció en su m isma infinitu d divina, ya qu e en m odo alguno ex istía pos ibilid ad de m udan za entre ellas. Ciert o es, por otro lad o, que en la encarnació n del Verbo d ivino, en una m isma perso na coex istió la ident idad de lo d ivino co n la ident idad de lo hum ano. Aq uel q ue en la encarnac ión se h izo hom bre tu vo con el Padre un ión

. ame nt e co n e, 1 creo, 1os c1e . 1 . eterna y con¡unt os y 1a tierra . (f. l 78v) No es esto así con los otros hombres del género humano, que no tiene n, como el H ijo de Dios, la identidad d e ser Dios. Si tie nen algo más, como es el de se r hijos de Dios por adopc ión, est o no lo t ienen po r naturaleza, si no por gracia. Esta elevac ión de la naturaleza humana al rango d e com part ir ta l privileg io con la persona del único H ijo , vino como res ult ado de la gracia de haber sido los hom bres j ustificados po r él. De gran dign idad es el co nocimiento de que hay alguien que t iene en sí m ism o la natu ra leza humana y la d ivina. Como res ult ad o de ser esto as í, en la persona del H ij o de Dios, favorec ido en grado su m o se ha v ist o el hom bre, pues tiene ahora una just icia, una inocencia, y unas o bras que son merecimiento de Dios, y por ta les aceptad as y recibidas como pago ante el tri bun al y consejo de la santísima Tri nidad. Es ta n grande el va lor

de su j usticia y de su obed iencia, qu e es j ust icia, rede nción y sa ntidad para nosotros. Él f ue tan obediente a su Pad re, ta n ce loso del cu m pl im iento de su volun t ad, y de ta l manera le cont entó, q ue im petró de su Majestad nuevo espíritu y nueva fuerza y n uevo deseo por el cua l nosotros pod amos vencer la ma la inclinación q ue t eníamos para pecar, y qu e de nuestro primer linaje heredamos, t rocándo la en amor y en agradec im iento al Señor qu e nos creó, y en afic ión de cumplir su Santa Palabra -como todos los justos lo han hecho a ' d e a gracia y b en d.1c1ones · ·d as .- . (f. , 79 r) traves as1' consegu 1 1

·

De ta l manera n uestro capitán y Señor q uebra ntó la cabeza de la serp iente, que ahora nosotros, revest idos del poder de su forta leza y de los efectos de su victoria, la podamos ya considerar como defin it ivamente ve ncida. Libres nos dejó el Salvador de la t iran ía y ju risdicc ió n del príncipe de las tin ieb las. De te ner am istad con él hemos pasado a te ner am istad con el Señor que nos dio la libertad. Tan grande es el poder del H ijo de Dios, que gracias al m ism o el más insignificante hombrec illo de la tierra pu ede alcanzar el cie lo y derrot ar a todas las huestes de Sat anás. En lugar de la ignoran cia en que caímos por nuestro pecado, ahora hemos sido agraciados con la sab id uría del H ijo de Dios, de modo q ue con sólo sabe r que Jesucristo f ue crucificado por nosotros , tan grande es este conoci m ien t o, que los secretos q ue de él se derivan está n muy por encima de todo lo que la filosofía del mu ndo pueda llegar a en t rever. Trato y re lación t enemos ahora con Dios. Hemos sido hechos partícipes de sus gra ndes co nsejos y del d isfrute de sus m aravil las. Nadie ha vist o a Dios, ni secretario ha sido de su vo luntad , ni de su co nsejo, ni ha llegado a

compart ir íntim a conversac ión con él; mas a través de su H ijo hemos ll egado a ser part ícipes de estos secretos de co nocim iento; él nos ha hecho sapientís imos de las cosas ce lest iales y nos ha mostrado el cam ino verdadero a la gloria. Pobres éramos, ciertamente, como resu lt ado de la afren t a y v ileza de nuest ro pecado. Pobres éramos ten iendo la desastrada compa ñía del demonio, d ueño de este luga r de tormento que es el infierno. Sin duda alguna, m uy ma lparado quedó el hombre siguiendo el mal consejo del diablo. Siempre los lamentos del pecador ponen de re lieve cuán grandes y profundas son sus neces idades. (f. i 79v) Au nque t enga casa rica y de soberb ia sean sus pa lab ras , no p uede negar su corazón el vacío prof undo que le hace sent ir su pobreza y los temores que ella suscita. Ciert o es, por otro lado, q ue el Hijo de Dios vi no al mu ndo para repartir a manos ll enas los teso ros y riquezas de los bienes del Padre. Él mismo se h izo pobre y t omó el hábit o del más pobre para en riquecernos con su pobreza.[283] Siendo él hermano n uestro, no nos q uiso negar sus bienes . Y Dios Padre, siendo nosotros coherederos con su unigén it o H ijo, det erm inó q ue con él, como herma no mayor, nosotros también fuéramos beneficiarios de sus bienes. Por todo ello,¿q uién osa rá decir que son pobres los heredero de Dios? ¿Qu ién podrá tener en poco las riquezas de los teso ros de Dios? ¿Quién puede contar como desterrados de la m iseria de la t ierra los q ue han sido agrac iados con los bienes del cie lo? As í, pues, aque l distanciam iento ta n g rande que existía entre Dios y el hombre, por la bondad y cleme ncia de Dios ha sido anu lado. (f. i So r) El temor y espanto que causaba la separació n, de ta l modo se ha visto tru ncado y

superado, que en vez de espanto y temor ahora tenemos gozo y d icha de maravillas. Compart imos cercanía con aquel ' hombre' que al mismo t iempo es Dios. En u nió está en él la natu ra leza humana con la divina. Con esmalte y co lor aparecen ahora aprobadas nuestras buenas obras ante la Suma Bondad. Ya tenemos cebo para nuestro gusto, pues nos place serv irle y obedecerle; y ma l nos sabe seguir al demonio. Las noti ficac iones del cielo ya han desterrado nuestra ignorancia y tenemos conoc imiento cierto de los consejos que viene n de arriba. Vencida es ya nuestra pobreza , desarmada nuestra muerte, qu it ada nuestra deshon ra y desecho nuestro pecado. Ya tenemos Intercesor, y t enemos paga y satisfacción con que j untamente obren en nosotros la j usticia y la m isericordia, y por conco rdia de ambas nos es abierta la pue rta del cielo, para que desde la t ierra suban nuestras oraciones, y después subamos nosotros m ismos. Y fina lmen t e te nemos una Cabeza, gracias a la cua l todos los que a ella se allegan, por muy enem igos que un día fueron , d isfrutan de santa paz, santo amor y santa conco rdia. Ricos será n todos y curados de envid ias; los primeros conoce rán la humi ldad y los postreros serán leva ntados y favo recidos. Esta es la paz prometida y ensa lzada por los profetas, y de un modo especial por l saías, que dice: ' Morará el lobo co n el cordero, y estará en u na compañía el pardo con el cabr ito, el bece rro y el leó n y la oveja anda rán en una ma nada, y un niño pequeñ ito los pastorea rá." (/s. 9) .[284] A los ojos de la natura leza ve rdadero asombro causaría que todo esto se

.era 1·ite ra1mente: que e 11eopar do y eI ca brito . com .iesen ¡untos, . (f. i 8ov) cump l 1 que morara el lobo con el co rdero, y que un n iño de pocos años trajese a los

bece rros 1 a los leones y a las ovejas en guarda 1 y de t al m anera y t an m ansos que los ll evase a donde qu isiese y en t odo le obedeciese n. Pues mayor es el aso m bro que para los sabios ángeles 1 y para los q ue co n ve rdadera fe se han percat ado de la grandeza de este m isterio 1 cont emp lar la paz y concordia q ue ent re Dios y los hom bres se ha llegado a esta blecer. Comparac iones aú n m ás d isti ntas de las rea lidades m encionadas son las que en la esfe ra de la gracia han conseguido un ificarse. Grande era la enemistad, y mayor es ahora la con cordia. Grande era la guerra 1 y sin medida es ahora mayor la paz. Grande era la brav ura, y m ayor es ahora la m ansedu m bre. Si con los ojos corpora les se pud iese co nt emp lar la paz es piritual que entre Dios y el linaje humano, y ent re el cielo y la tierra se ha establec ido 1 y la co nco rdia q ue ahora hay entre los miem bros ve rdaderos de la sa nta Igles ia, y si se hu biera podido ver la guerra que po r el pecado se había desatado, no se podría cie rta m ente im aginar cuán maravil loso t odo est o sería pa ra los entendimie ntos que pudieran contemplarlo y po nderarlo. Todo parece ría haber experime ntado un ca m bio asombroso. La natu raleza y t odas las obras de la creació n darían grandes mu est ras de novedosa y adm ira ble paz. Se respi raría seguridad, quietu d y superació n de t odo t emor y sospecha. La concord ia entre Dios y los hom bres rege nerados se ría t an grande y maravi llosa que vendría a ser como un adelanto de aq uel placer y reposo pe rpetu o q ue espera n gozar un día los creyentes. Así lo d ice n los profet as, y así lo han de tener po r ciert o, y lo han de abrazar en su co razón los que quieren se r agradecidos al Señor q ue los redim ió. (f. l 81r) Por el m ism o profeta lsaías dice el Señor: ' H abit ará mi pueb lo en morada de paz, en

tabernácu los de confia nza y en reposo de grande abunda ncia'.[285] Estos beneficios, con estas grandes y asombrosas rea lidades , a las que mucho más podría añad irse, los co nsiderará el crist ia no con verdadera y viva fe 1 sabiendo que perseverando en e l cam ino de la grac ia gozará para siempre de todas estas promesas que para él se co ntiene n en la Palabra de Dios.

Capítulo 59

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EL CONSEJO DIVINO EN LA RESTAU RACION DEL LINAJE HU MANO La caída de la naturaleza h umana fue muy grande, y requería una gra n restaurac ión . La deshonra y bajeza a las que nos sum ió el demon io fue t an extrema , que exigía la satisfacción de u na alt a liberación y el logro de una gran victoria. La miseria del pecado y el cast igo que acarreó era ca usa de tristeza y desesperación. ¿Habría posib ilidad de remed io? Tan sumidos estaban los hombres en su ignoranc ia y en su ceg uera esp iritu al, que nada pod ían hacer para resta urar una n ueva re lac ión co n Dios. En deuda, cu lpa y m iseria est aba n ellos; indefensos y sin excusa para librarse de la ira de Dios. Ofendedores eran de la j ust icia d ivina y sin posib ilidad de sa ldar tan elevada deuda. Justamente condenados y sin posibi lidad alguna de lograr el perdón . Para t odo esto halló so lución y remed io la misericordia de Dios al det ermi nar que el unigén ito H ijo se hiciese hombre. Es así como fue ensa lzada la natura leza hu mana a una dignidad sin precio. Es as í como se superó su perdició n y fue restaurada su honra y desarmado el demon io para ya no poder más vencer. (f.

18 7

v) Sin re-

ce lo alguno puede ahora desechar desconfianzas, apropiarse de n uevos y san tos alientos y consegu ir renovar por fin su re lación con Dios . De aqu í brot a una nueva sab iduría, rad ica lmente ignota al ingen io del mu ndo, por sig los escondida en el seno de la Divin idad, y ahora reve lada a los hombres para que éstos puedan allegarse y com unicarse con Dios. Es sobre este fundamento que ahora los humanos encuen t ran una j usticia para ofrecer al Señor. De la casa del hombre sa lió la maldad, de la casa de Dios ahora sa le la justicia. De

la cabeza de su linaje vino la gran deuda, de la nueva cabeza del Redentor viene la paga que sa lda la gran deuda. Suya propia fue la cu lpa; no tomó la paga prestada de ángeles ni de otras criaturas del mundo - que tampoco la tenían - . De mano de Dios le fue dada la justicia, y dada con tal liberalidad y por camino ta n admirable, que ahora puede decir que tamb ién es suya. Todo esto proviene po r el hecho de que el Hijo de Dios se h izo hombre. La razón de todo este gran remed io obrado por Dios y que en todo satis face a la divina justicia, se pone bien de re lieve a la luz de esta cons ideración: que la paga ha de hacerse a Dios, y que es el hom bre qu ien debe hacerla. No podía ofrecerse menor paga que la divina, pero al m ismo t iempo ésta había de ser ofrecida por el propio ser humano. Determina la suma Bondad el re med io al disponer que en una m isma persona se de lo uno y lo otro: Dios para Dios y hombre para los hom bres. Hombre para Dios, y Dios para los hombres. (f.

182

r) Solo en Cristo, el Dios encarnado, podía fundamentarse una verdadera

re lación entre el hombre y la Divinidad. Solo en esta identidad de lo divino y lo humano en Cristo podía fundamentarse la obra de la redenció n. Al considerar la infin itud del que había sido ofendido, imposible era encontrar otra ofrenda de satisfacción reden tora. Es por ello que la Escritura, al referirse al H ijo de Dios frecuentemente le llama hombre. Y es que necesario era que hubiera un

hombre que en su persona cumpl iera los requis itos perfectos de redención. De ahí que san Pablo hable de 'u n mediador entre Dios y los hombres: el hombre Jesucristo.' (1 Ti. 2).[286] Esto tamb ién tiene que ve r con la victoria que había de conseguirse contra el demonio: Dios había de ser el vencedo r, pero

t amb ién el hom bre - am bos un idos en el tri unfo- . Con re lació n a la m uerte, de haber sido Cristo so lame nte Dios no la habría pod ido sufrirla, y de haber sido so lo hombre no la hubiera pod ido vencer. Lo divi no y lo humano habían de actua li zarse al un ísono. De esta unión depend ía la v ict o ria sobre el pecado y el logro de una nueva j ust icia Conve nía q ue fuese Dios para esta v ictoria, y . . . (f. 182v) ho m bre para e11 ogro de 1a ¡ust1c1a. Claramen t e dice nuest ro artículo que el Hijo de Dios unigénito vino de m anera nu eva, y q ue asumió verdadera hu m anidad. En est a afirmación concuerd a cas i co n las m i sm as pa labras con el Símbolo Niceno y co n el de Atanasio. Resta que ahora indaguemos sobre el signifi cado de las pa lab ras seg ún las cua les Cr isto fue co ncebido del Espíritu Sant o. Con est a afirmación se resa lta la excelenc ia y dign id ad de su human id ad. Para q ue esto pueda se r más fáci lmente ent end ido tomaremos nota d e la ense ñanza que so bre est e mist erio nos da Di-

vina Escritura. Al deci r q ue la co ncepció n del Hijo de Dios fue del Espírit u Santo se pone de re lieve el perfecto carácter de la j usticia que había de ser nu est ra al as um ir Cristo n uestra natu ra leza. Toda la raza hu mana incurrió en la ma ldición de nu estros primeros padres, y en nom bre de t odos nosotros Adán , cabeza de n uestro linaje, rec ibió la co ndenación y pérd ida de los bienes eternos. En co nsecuencia todos nosotros, nacidos d e est a raza, somos pecadores y neces itados de redenció n. (f.

,s3r)

No hay pr ivilegio algu no para los

nacidos po r procreació n natural. La sent encia d ivi na incl uye a todos; nad ie puede eludir la ira divina que cae so bre los m iembros de una planta hu m ana de ma las ra íces. Esta es la sentenc ia de la Sagrada Escritura, q ue se co nt iene

tanto en el Antiguo Testamento cono en el Nuevo. Afirma el profeta David que fue co ncebido en ma ldad, y que fue fo rmado en pecado en el vientre de su madre. [287.] A todos los hombres alcanza esta sentencia. No se hace aquí menc ión de los ot ros pecados que voluntariamente se comete n, s ino del pecado que como hijos de Adá n nos incul pa a todos ya desde el vient re materno. Toda la Escritura es unán ime en la real idad de este veredicto. Es por esta razón que la Escritura enfatiza que ningún hijo de l linaje de Adán puede satisfacer por su pecado. Todos estamos bajo cu lpa y en necesidad de redenc ión. Si alguien ha de obtene r perdón para los demás, necesario es que no tenga él neces idad de perdó n. Por esta razó n Cristo, nuestro rede ntor, es ve rdade ro sacrificio y ve rdadero re mediador nuestro, por cuanto es de l linaje de Adán y verdadero ho mbre de la misma natura leza de los otros hombres, pero libre de pecado. No le alcanzó a él la cu lpa de Adá n, ni tiene necesidad de ser pri mero red imido para red imir a los otros . Para dar a entender esto, co n el artículo confesa mos que fue concebido de l Esp íritu Santo. Con lo cual se da a entender que no fue e nge ndrado como los demás hombres, y po r esto quedó exen to de la cu lpa en que incu rrieron todos los demás . Esto era necesario po r cua nto una mis ma pe rso na había de se r ho mbre y Dios a la vez. (f. , 33v) Co mo hombre había de estar exe nto de pecado, y como Dios ha bía de t ener una ju st icia infi n ita. Por est a razón los

miembros de la raza humana te nían necesidad de un hombre nuevo, para que, además de ser hombre co mo ellos, fuese tam bién salvació n para todos ellos. En Cristo, Señor nuestro, se cum ple todo esto: es Dios para que la paga sea

para Dios; es hombre para que la paga proceda de hombre; y es nuevo hombre por cuanto ha de estar exento de la cu lpa de los demás hombres. De ah í, pues, que pud iera ser nuestro pacificador y sacrificio. As í le llama san Pablo: 'hombre nuevo y hombre celestial,' enviado al mundo para renovación y restaurac ió n de todo el linaje humano. Fue concebido por virtud de l Espíritu Santo, y nac ido de María virgen. Estas pa labras encierran lo ya dicho: es hombre verdadero y es hombre nuevo. Por parte de la madre recibe la human idad de l mismo linaje de los demás hombres. Padre, empero, no lo tiene de la tierra. El Esp íritu , el poder de l cielo, es el autor de su generación en el vientre de la madre, y de su pureza y santificación. Mención específica se hace de la madre para que, en pri mer lugar, quede claro que es verdadero hombre, En segundo lugar, para certificación de la historia, es dec ir, para que sepamos que el hijo que parió aque lla mujer santísima es el verdadero hijo de Dios, y se especifique que su nombre es el de María. En tercer lugar se ind ica que era 11ir-

gen, para que nos pe rcatemos de la generación no11edosa de l que de ell a hab ía de nacer: iba a nacer de madre virgen . (f. i 34r) Todo esto ven ía ya profetizado por lsaías cuando d ijo que 'u na virge n concebiría y pariría un hijo, cuyo no mbre sería Emanuel,' que qu iere dec ir Dios con nosot ros. (Is. 9) .[288) En grande veneración debe ser ten ida la Virgen, pues fue tomada por instrumento para obra tan maravi llosa, y para que de ella sa liese tan nuevo fruto en el mu ndo , y para tantas cosas nuevas . La Divina bondad qu iso ser testigo y abonador de la limpieza y de la virg inidad de la madre de l Redentor de l mundo, man ifestándo lo primero por el profeta, y

desp ués por sus evangelistas, que ta n cl arament e la llaman v irge n, y tan clara m ente denotan haber conceb ido sie ndo virgen. Por todo lo cual se dest aca su sa nt ísima li m pieza y su perpetua virginid ad. La volu ntad y consejo de Dios f ue que la Virge n estu viera casada, para que el demonio no t uvie ra motivo de fa lsa acusación. No perm itió que se suscit ara tal infam ia cont ra el hijo y con t ra la m adre. Para cumpli m ient o de este propósit o a José le f ue reve lado el secreto Divino, a fin de q ue guardara aq uel grande teso ro de la lim pieza de la m adre de Dios . Firm e fue su determ inación d e cumplir co m o padre, y plenament e consciente fue de q ue la m aravi ll a de aquella nueva co ncepció n y aq uel nuevo nacimie nt o iba encaminado a la red ención del linaje h um ano. En el entre ta nto qu iso el Señor que la v irge n fuese ampa rada con el honesto título de m uj er casad a. Bajo est e ampa ro transcurrió la niñez del H ij o de Dios y la v ida de la m adre en sus labores y en su pobreza. Matri m on io sant ísimo t uvo, pues, la vi rgen , y gra ndísi m o ejemplo d io de obed iencia y entrega en cuerpo y alma a la vol un t ad Divi na. (f. iS4 v) Tal conve nía que f uese la madre del h ij o de Dios y que ta l fuese la generac ión de su Hijo. Tres modos d e generación ha conoci do el li naje humano. En la primera, la de Adán, no exist ió padre ni m adre. La seg unda, la d e Eva, su o rigen provino del lado d e Adán . La t ercera, la comú n del linaje humano, los nacimie nt os provienen de un padre y de una m adre. Fa ltaba una cuart a: la del H ijo de Dios, cuya madre era de la tierra y su padre del cie lo, es decir, de Dios. Con gran fu nd ame nto, pues, hemos de hab lar de nuest ro Redent o r como

hombre nuevo, ya que su concepción f ue por el Espírit u San t o; es decir, su

padre es del cielo, y su mad re mujer virge n. En est e hombre nuevo concurren t odo lo mejor que t iene el cie lo, que es la pro p ia Divinidad , con todo lo mejo r que t iene la t ierra, que es la vi rginidad de una madre sant ísima. En este nuevo hom bre incide una human idad libre y exenta de cu lpa para q ue en tod o pueda responde r a las ex igencias de nuestra redenc ión . A l principio del m undo m enció n se hizo de la m uj er en la mald ició n contra la serp iente, pues se decía q ue del linaj e de la m ujer vendr ía el que q uebra ntaría su cabeza . Estas pa labras encerraban ya una refere ncia a la virgen de la cual nacería el rede ntor del linaj e hum ano. La primera m ujer quebrant ó el mandam iento de Dios, y sigu ió el consej o de la serp iente, y causó el pecado y la m uerte pa ra t odo el linaje hum ano. La segun da tu vo grande fe y grande constanc ia en conforma rse con la vo lun tad de Dios, y siguió el co nsejo del ánge l del cie lo, no para desobedecer al mandamiento Divino, sino para obedecerlo, y po r esto es recordad a en nu estro artículo, ce lebrada en el Evangeli o, estimada de los sant os que están en el cielo, y de los santos que están en la t ierra, por ún ico ejemp lo d e verdadera obedie ncia y de segu ir en la vo luntad de Dios . (f. , Ssr)

Capítulo Go

LA RAZON POR LA CUAL SE RET RASO LA VE N I DA DEL REDENTOR

La ven ida del H ijo de Dios fue prometida desde el pr incipio del m undo, y fue profetizada por lsaías, diciendo que 'concebiría una virgen y pariría un hijo, el cua l sería hombre y Dios al m ismo tiempo,' y por el cua l el pueb lo de Israel sería salvo. (/s. 7) .[289] Conviene que ahora abordemos dos cuestiones. La pri mera es la de saber el motivo po r el cua l se retrasó el cumpl im iento de la promesa. La segunda t iene que ver co n el tiempo y las circunstancias de su cump limiento. Después de haber el hombre pecado le fue dada la promesa de su remedio, mas d ilató el Señor la encarnació n de su H ijo para que más claramente experimentasen ell os los efectos del pecado, y en t endiese n cuan grande m iseria era est ar bajo la ira de Dios. Si el H ijo de Dios se hubiese encarnado después de que nuestros primeros padres fuero n desterrados de la presenc ia de Dios, el hombre no hubiera t enido oportun idad de percatarse rea lmen t e de los grandes males que había traído la caída en el pecado. Livianamente habría pensado que todo ya se había superado, q ue su pecado hab ía sido perdonado, la naturaleza h umana restaurada a una d ignidad mayor de la que primeramente tuvo, el demonio ve ncido y ab iertas las puertas del cie lo. Esta fel icidad superfic ial habría traído cons igo un ev idente menosprecio de los be neficios Divinos y una va lorac ión pobre del pecado y del remed io que éste reque, (f. 185v) na. Ya en Adán tenemos un man ifiesto ejemp lo de est a superfic ial valoración que en el curso de la h istoria se ha ten ido del pecado y de la neces idad de una

sa lvac ió n. Nuestro pr im er padre no buscó con hum ildad el re m ed io,

ni

con -

fesó ab iertamente su cul pa, sino q ue se excusó d iciendo q ue fue engañado por su mujer. Eva , por su parte, d ijo qu e la serp iente la había engañado. Y así siempre los hom bres han recurrido a exc usas vanas para j ustificarse delant e de Dios. Es a la luz de lo d icho que d ebe en t enderse el motivo por el cua l Dios retrasó la ve nida de su Hijo. Tiempo había de darse a los hom bres para q ue ll egaran a percatarse de su m iser ia espiritua l y de las tristes consecuencias del pecado en el día a día de sus vidas . Est e periodo de d ilación en la venida del Mesías también había de mostrar al hombre su tota l incapacidad para co nseguir por sí m ismo su sa lvac ión. Ya desde los orígenes de la historia h ubo el hom bre de ejercit arse en duros tra bajos corpora les, labra ndo la ti erra y buscando ard uame nte su sustento. No d isponía de tiempo suficien t e para el des canso

ni

para actividades superiores . Después del d iluvio surgieron por do-

qu ier guerras, cod icias y t ira nías . Nada hacía pos ible el sos iego y la paz. Se cu lt ivaro n los estud ios y las disciplinas de elevada sab id uría, pero aún as í el hom bre no hall ó remed io para sus males . Se m ult ip licaro n las re ligiones y con ellas las con t radiccio nes y las ciegas prop uestas de remed io. Todo est o no hacía m as que poner a prueba la insostenibilidad de la co ndición humana en su perdic ión esp iritu al: ceg uedad de conoci m ien t o, d esatinos de la vo luntad y t ira nía de apetit os - evidentes pruebas de ig noranc ia, pecado y muerte- . (f. 186r) Con el correr del t iempo se incrementaron las d ificu ltades de la ex istenc ia como resu ltado del pecado y de las merecidas reivind icaciones de la j ustic ia

d ivi na. El alejamiento de la verdad multip licó los frutos de mala raíz y de d isipadas costu mbres. Todo esto fue perm it ido por el consejo divino para que se pus iera bien de re lieve cua les eran las 'ganancias' que encon t raban los que se apartaban del su m o Hacedor. Dice el apóstol san Pablo 'que disimu ló Dios los tiempos de esta ignorancia, como por castigo de los pecadores, y para que tuv iesen los hombres bastantís ima prue ba de lo que por sí mismos había n llegado a ser.'(Hch. 17) .(690] Mas como la d ivi na misericordia había dado promesa de salvación, y había juzgado que suficientes pruebas hab ía dado el hombre de su m iseria esp iritua l, estimó que por fin había llegado el tiempo de la ven ida de su H ijo, y se cumpliera así la promesa de redención del linaje hu mano. Esta venida, como d ice san Pab lo, tuvo lugar en 'el cump lim iento del t iem po.' Es entonces cuando ' Dios envió a su H ijo, concebido de m uj er, const itu ido debajo de la ley para redim ir a los que estaban debajo de la misma ley.'[291] Estas pa labras del Apósto l resumen t odo lo que tenemos dicho sobre el artículo de nu estra Confesión acerca de la ve nida del H ijo de Dios. Al decir que Dios env ió a su H ijo se demuest ra cuán necesario era que Dios m ismo fuera n uestra satisfacció n e in t erpusiera una j usticia q ue nosotros en m odo alguno poseíamos. Se destaca aqu í tamb ién que el Hijo de Dios f ue conceb ido de m ujer, para que f uese hombre verdadero, y tuviésemos nosotros de este modo acceso a su justicia. Se añade que el H ijo de Dios f ue sujeto a la ley, con lo cua l se ense ña que el H ij o de Dios se hu m illó y tomó sobre sí todos nuest ros pecados y nuestras cu lpas para sat isfacer así las exigenc ias de la j us-

.c1·a d.1v1na. · (f. 186v) Este es e 1gran m ·isterio . que encierra . t1 e1 nue110 hom bre que

es Cristo nuestro rede ntor: posee verdadera human idad, mas está exento de cu lpa por haber sido concebido por el Esp íritu Santo. Tomó sobre sí los defectos y penas del hombre, librá ndolo de todas las culpas, porque en é l no había cu lpa, para mostrar que era ho mbre - de nuestro mismo linaje- , y para san t ificar en sí mismo la obra de la cruz y ser paga de nuestras penas; para que estuviéra mos sin cu lpa, fuéramos santificados y bienaventurados . En consecuencia, en esta t ierra el Hijo de Dios sufrió hambre, sed, cansancio, tristeza, soledad, desamparo, pobreza, afrentas y persecuciones . Todo esto lo sufrió en mayor grado como eje mplo para todos y en sat isfacción por todos nosotros. Asumió nuestras culpas para pagar por e llas, haciéndose de udor y sacrific io por nuestros pecados. Asumió nuestras cu lpas siendo el inocente y estando exen to de las mismas. Es así como la justicia d ivina quedó sat isfecha con un sacrific io de tan perfecta inocencia y ofrecido para nuestra salvació n. De todo lo dicho se hace eco la narrativa de los Evangelios. Sobre el naci miento de Jesús se dice que e l ánge l Gabrie l fue enviado a Nazaret y apareció a una virgen ll amada María, desposada con un varó n llamado José, de la casa de David. (f. 187 r) Las palabras de l ánge l son buenas nuevas de ta n gran acontecimiento, y así lo anunció a la Virgen diciendo que e lla era ' bendita entre todas las mu jeres y bend ito el fr uto de su vientre.'[292] El tiempo del nacim iento de l Mesías se había cu mpl ido. Con este nacimiento - para gran afren ta de Satanás-

una mujer virgen traía al m undo al que había de quebrantar la cabeza

de l dragón, el viejo engañador de los ho mbres. Con razón iba a ser llamada esta mujer bendita entre todas las mujeres, pues privilegiada fue en e l

naci m ient o y en el parto de aq uel que iba alca nzar la victoria sobre el pecado y la muerte. A la v irgen se le dice que el frut o de su vientre era bend ito. Y lo era po r ser de natu raleza hu m ana y ta m bién divina. De toda la mald ición qu e recayó por el pecado de Adán so bre el linaj e humano, un o había entre los hom bres que exento queda ría de esta co ndena: el que ahora había de nacer de aq uella vi rgen. Tem erosa y so bresa ltada recibe la virgen las pa labras del cie lo. En t odo había ella bu scado siem pre cum plir y observar co n d iligencia la vol un t ad del Altísimo. Con j usticia, p ues, fue ella la elegida por la bo nd ad d i-

. da co n Ios tesoros de1c1.e 1o pa ra asum ·ir t a1m ·1s1on. · ' (f. 787v) Eva v1.na, y agracia rec ibió mandam iento de Dios para no comer del árbo l de la ciencia del bien y del m al, pero por instigac ió n del diablo, q ue habló po r la se rpiente, q uebra ntó la o rd en de Dios y cayó en el engaño. A la virgen, au nq ue le hablaba un ánge l, con su m a ca utela escuchó las d ulces pa labras d el enviad o de Dios, y en nada qu iso segu ir el ejem plo de la p rim era m uj er. Temerosa recibió el mensaje que encerra ba la novedosa sa lut ación angélica. Fie l quiso ser en tod o a la vo luntad de Dios. Asegura el ángel a la vi rgen qu e en las pa labras d e su sa lutació n y en el m ensaj e qu e de lo alto le hacía ll egar, se encerraba la notificación de q ue ella hab ía sido escogida por Dios pa ra co ncebi r y pari r al qu e había de ser el sa lvador del m u nd o. El m od o y manera de est a concepció n que an un ció el ángel, es el qu e tambié n se cont iene en el artículo de nuestra Confesión, y que enseña que el Espíritu Sant o d escendería sobre la virge n y que lo qu e conce-

., , , H.. d D. (f. 188r) b1ria seria sa nto y seria IJO e 10s. El profeta l saías, con est as pa labras dio anu ncio de est os eve ntos: ' Saldrá

una vara de la ra íz de l saí, y de su ra íz su birá una flor.' Se daba a entender co n est a afirmación que la novedosa llegada del H ij o de Dios era com o n ueva planta y n ueva fl or para dar nuevo frut o al mu ndo. Añade el profeta: 'Y reposa rá sobre este nuevo ramo el espíritu del Señor. Espíritu de sab idu ría y de int eli gencia. Espíritu de consejo y de forta leza . Espíritu de ciencia y de t emor del Señor.' [193] En lo q ue se d ice de q ue 'el espíritu reposa rá en él' se encie rra una refere ncia a Cristo, nuestro redentor. Él fue fuent e del Espíritu y d ispe nsador de los t esoros del cielo. A él habían de allegarse los necesit ados, los ca nsados y trabajados y los que habían de alca nza r victoria sobre el d emonio. Esto es lo que nos d ice el prop io Jesús con esta su invit ació n: 'Venid a m í t odos los trabajados, y todos los ca nsados y hall areis refrigerio .'[19..4-J No so lo fue el Mesías redentor de los hom bres, sino ta mbién enseñador de t odos los secretos de la sa lvació n y de la vol un t ad divina en la vida y co nd ucta de los red im id os. (f. , SSv) La abu ndancia de espíritu most rada po r el Hijo de Dios en todas las cosas no tuvo lím it e. Él fue el único y verdade ro enseñad or de la ley y d e la pa labra del Padre. Luz de sa lvació n y revelació n de los ocu ltos m isterios d ivinos salieron de su boca. Y as í f ue profeti zado por lsa ías al dec ir que el H ijo d e Dios fue enviado a 'eva ngelizar, a pred icar a los pobres y a darles la bu ena nu eva de su remedio .' (/s. 61). (l95] Q ue en Jesús se cum p lía esta profecía lo ce rt ifica el propio H ij o de Dios al deci r a los d iscípu los de Juan el Baut ista que notificaran a su maestro q ue 'a los pobres era predicad a la bu ena nueva.' (Le. 7). (l96] Esto ce rt ificaba ta mbién el profet a Dav id al d ec ir sobre Jesús 'que la gracia esta ba derramad a en sus labios.' (Sal. 45). No enseñaba como los

fariseos, ni como los sacerdotes de la ley: su predicación era de absoluto pode r y autoridad. (Mt. 7) .[297.] Incluso los alguaciles que más tarde fueron enviados a prender a Jesús d iero n test imon io de q ue 'nunca nadie habló como él.' (Jn. 7).[298] 'Con adm irac ión y asombro, test ifica el evange lista que el pueblo j udío daba testimonio de las pa labras de gracia que proced ían de su boca.'

(Le. 4). [i9.9] Ciertamen t e, ni ngu na excusa tenían aque llos malvados que no le creyero n y no pudiero n soportar el espíritu y la gracia de sus pa labras. En su aborrecimiento te rm inaron llevándole a la muerte. (f. i S9 r) Co m o dice san Pedro, las palabras de Jesús era n palabras de vida -lo fueron y lo serán hasta el fi n del mundo-.[300] Dice Jes ús que 'todo aqu el qu e en él cree no morirá.'

Un.

3). [301] Dice tam-

bién que él es ' la luz del mundo, y todo aqu el que le siguiere no andará en t in ieblas.' [302] De la boca de Jesús salían las propias pa labras del Padre, que eran 'como f uego y marti llo que quebra nta la pied ra.'Uer. 23).[303] Bien podemos concluir d icie ndo qu e gran abundanc ia de espíritu sazonaba la predicac ión y la enseñanza de Jesús.Por él fue impetrado el Espíritu Santo para que alu m brase nuestros corazones, los ablandase y los incl inase al conocim iento de Dios y a la obediencia de sus mandamientos. A sus discípulos prometió que les env iaría el Espíritu Sant o para darles conocimiento de lo q ue él había predicado; añad iendo que también los consolaría y les daría sumo poder para el desempeño de sus labores y para afrontar los pe ligros que encontrarían en el mundo.

Un.

17). [3oa] Afirmaba Juan el Bautista que él baut izaba con agua,

pero que Cristo ba utizaría con el Espíritu San t o. Grande era esta diferencia,

pues pon ía de re lieve que a t ravés del Espíritu Santo la pred icac ión de Jesús rebasaría la enseñanza externa que sue len dar los hombres y pe netraría con poder y eficac ia en lo p rofundo de los corazones .

Un

1).[3Q5] Con gran razó n

añade el profeta que en el Redentor reposó sin medida el Espíritu del Señor. Ta l como enseñan el p rofeta David y el apósto l san Pab lo, con este Espíritu fueron tamb ién ag rac iados los hombres. (Sal. 97; Ef 4). [306] De todo lo dicho se sigue la ve rdad de una gran doctrina de la cua l depende toda nuestra sa lvación . (f.

189

v) Esta verdad es la de que Jesucristo,

nuestro Señor, no so lo es nue1,10 hombre, mas él es también el que hace nue1,10s

hombres a todos aque llos a los que vino a sa lvar. En el consejo del eterno Padre decretado estaba el que se obrara un cambio esp iritua l en el linaje de Adán , por el cua l rota había de quedar la obed ienc ia a la viej a serp iente y re novada la natura leza caída . El que había de obrar este camb io había de ser verdadera imagen suya, de inocencia perfecta, del linaj e de Adá n, de madre virgen , conceb ido por el Espíritu Santo y dotado de todos los bienes del cie lo. Jesucristo vino a ser esta nueva cabeza del linaje h umano y autor de nuestra regeneración espiritua l. Imagen es él de todo lo que el Señor Dios ha determ inado que ll eguemos a ser nosotros al ser agrac iados con la justi cia de su 1

H ijo. (f. gor) Consc iente ha de ser, pues, el creyente, de que el sendero a la gloria exige pasar por este ca m bio de adquirir una nue1,1a naturaleza, que neces ariamente ha de traducirse en una vida de nuevas incl inaciones . Crist o ha de ser en todo la imagen de este camb io. Por los méritos de su obra de redenc ión él es el autor de nuestra sa lvac ión . El H ijo de Dios es imagen del Padre y

puede hacer de nosot ros 'pequeñas imágenes ' de su imagen iden t itaria. (f.

, 9ov- f. ,91r) D.ice san pabl o que en eI pasa do tra¡1··mos 1a .imagen de1 pri.m er Adán - cabeza de nuestro linaje y de nuestra desobed ienc ia a Dios- . Ahora , poseyendo la imagen d el segundo Adán , que es Crist o, hemos de re nunciar a nuestra vo luntad para co nformarnos con la de Dios . El p rimer hombre era de t ierra , el segu ndo hom bre es del cie lo. Cua l era el padre te rre nal, ta les eran los hijos qu e le im itaro n; cua l es el ce lest ial, ta les son los q ue le im it an.[307.]

Capítulo 61

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MAS CONSIDERACIONES SOBRE EL TERCER ARTICULO

[308] A l hacer confesión de la co ncepció n y nacimiento del Hijo de Dios, la atención del creye nte ha de centrarse en el hecho de que Cristo vino al mundo para

hacer nue110s hombres. (f. i 93r) Es decir, individuos nacidos de nuevo, con una nueva vida espiritu al, libres de la primera condenació n y herederos de los bienes ce lestiales. La no11edad de la que aq uí hablamos no im plica la abolición de la primera naturaleza. El Hijo de Dios no desechó la natu raleza hu mana. La encarnación no sup uso una m utación de lo humano, sino que, como ya hemos visto, lo no11edoso vino a ser una reivind icació n de lo esencialmente h umano. Pues así es en el cristiano. Es hombre nue110, no por m ut ación de su natu raleza, sino por haber nacido espiritualmente de n uevo. Est o es algo que N icodemo no podía ente nd er. Est e 'nuevo nacer,' est e nuevo principio de vi d a, es espiritual. No es un nuevo nacim iento corpora l en el se ntido de vo lver al vie ntre de la madre. Un. 3). La generación que aquí se contemp la no es car-

nal, sino que es espiritual. Es así como hay que entender la imitación [309J en lo que respecta a lo no11edosoen Cristo y lo no11edoso en el hombre. El H ijo de Dios fue conceb ido del Espíritu San t o. En esta nuestra 'im it ación espiritua l', también hemos de ser conceb idos por el Espíritu Santo. Es por sop lo y al iento del cielo que recib imos una 'vida d e gracia' proven iente de Dios. (f. i 93v) No naci mos por propio poder, sino por un poder veni do de 'fuera.' Así después de perdi dos y de m uertos espiritualmente, no podem os por nosotros m ismos

volve r a una nueva vida. El m ismo Dios, que originariament e nos d io el ser, es el autor de n uestro nacimiento esp iritua l. En Cristo, cabeza de los nacidos por un a nueva generación, est á la f uent e d e la que procede esta nueva vida. As í como en el conceb imiento del Redento r, de una pa rte concu rre la m adre vi rgen, de otra el espíritu del cie lo, y no hay cosa que no sea d e cu m pl ida hermosu ra; as í en estos otros n uevos hom bres que han de ser m iem bros de ta l cabeza, ha de ve n ir el favor de la m ano de Dios, y su Espíritu ha de ser el princi pal autor de su generación, y n uestra vol un t ad ha de co ncurrir co n verd adero conocim ient o, y ve rdadero co ntenta m ient o, y acept ación verdad era de lo qu e Dios qu iere hace r en ell as. San Juan se refiere a esto diciendo: ' los que q uieren rec ibir al hijo d e Dios, tiene pod er de ser hijos de Dios, los cuales no t iene n t o rpe nacim iento, cual es el de la carne o el de la sa ngre, si no q ue so n n ueva m ente engendrados por la mano de Dios, y de él tiene n el origen y p rincipio espi ritual para novedad ta n grand e.'[310] Habiendo entend ido el cristiano qu e, en conform idad co n el divino co nsejo, fue Dios mis m o q uien le sacó de las viej as m ise rias y le d io una nueva vida, ent iende t am bién qu e est a generación esp irit ual no le vi no por m ér itos o m ereci m ient os propios, sino q ue f ue obra excl usiva de Dios. (f. , 94 r) En esto se fundam enta la afi rmación d e sa n Pab lo de qu e t odos los tesoros espi ritu ales están en Cristo, y q ue so lo en él puede el hombre llegar a se r una nueva

criatura. [311] Profunda y llena de grandes m isterios encie rra la exp resió n de nueva criatura. Po r el la se nos da a entende r que est amos ant e un a nueva obra igua l en grandeza q ue la de la creació n, no m enos digna de n uestra

adm irac ión , pues guarda consonancia co n la gran d eza de Dios m ism o. En el o rigen del m un do, la om nipotencia del Ete rno Pad re, la sa bid uría del H ij o y la fue rza vivificadora del Espíritu Santo intervi nieron y conc urrieron en la creació n de ta n excelsa o bra, pe ro tambié n concurre n en la creació n de ta n exce lsa o bra como es la de la nueva criatura. (f. 794v)_ Gran poder es el que reve la el nacimie nt o del H ijo de Dios: concebido de mad re vi rgen y sin te ner padre en la t ierra. Y es en esta sab id uría del consej o de Dios q ue son liberados los hom bres de las m iserias del pecado a través de la vida que infunde el Espíritu del cie lo que, al igual que en el principio 'andando sobre las aguas' infu nd ió v id a en la creación , t ambién ahora 'and a' sobre nuest ra ca beza y n uestros m iembros para da r nueva vida a nu estras alm as . De aqu í t amb ién aque lla amo nestac ión de q ue dejem os lo viej o y nos rev istamos de lo nuevo, del nu evo hombre que ll eva co nsigo la imagen del Señor que lo creó. [312] La finalidad del propós ito de Dios es la rest aurac ión de esta im age n que perd imos al se r t en t ad os por la m alvada se rpient e, y q ue ta nto afeó m uestra primera hermosura. Se engañan aq uell os q ue piensan que con m enos de lo qu e hem os d icho podrá n llegar a ser cristianos. Gran d e es la sa lvación que viene de Dios; don inco n mensu rab le es de gracia y perdón. (f. igsr) El H ijo de Dios desce ndió a la condició n humana para levantarnos a la co nd ición de h ij os de Dios, y j ustificarnos con j usticia de Dios. Engañados estábamos en las redes del dem on io; cargados está bamos con nuest ros pecad os; pero el Hijo d e Dios t o m ó sobre sí nuestra carga para que nosotros, como si tuv iéra m os alas, pud iéramos vo lar hast a el cielo. (f. 195v)

Ciert ament e han comprendido el co nte nido y sentido de este nu estra

artículo de

Confesión los que rea lm ent e se han percatado de que su condició n

espi ritua l era de j usta y m erec ida condenación po r su pecado y d e tot al care ncia de verdadera j ustic ia. Aho ra, en su nueva con d ició n de h ij os de Dios , invoca n para to do el auxilio divino para persevera r en la gracia, en las bu enas o bras y en la lucha co nt ra los pecados y las m alas tendenc ias de la vieja natu raleza. Todo lo bu eno qu e aho ra sa le de sus co razones lo atribuyen a su Se ñor, ya que gracias a él han llegado a pert enecer a est e nuevo linaje de los red im idos . Se esfue rzan para q ue sus pensam ientos sea n lim p ios, si n mácula sus obras y favo recedores en todo d e lo just o. En san t a novedad desean imit ar a los m orado res del cie lo en su servicio y en su t ribu to de adorac ión a Dios. Gran d iligencia m uestran en el logro de vict o ria sobre las ma las obras de su ant erior vida d e pecado y en el deseo de revest irse d el nuevo hom bre que es Jes ucristo. Se afa nan para que sus m iem bros , que an t eriormen t e si rvieron al pecado, ahora si rvan a las ob ras de j ustic ia, [313] y para q ue el ca m bio novedoso que el Es pír it u de Dios ha o brado en sus corazones se m anifiest e aho ra t am bién en el exterio r de sus vi das. (f. 196 r) Por todo lo d icho, y po r la obra del Espíritu d e Dios en sus vidas, los verdaderos crist ianos han llegado a se r

hombres nue11os. Por el co ntra rio , los qu e hacen mera confesión de pa labra, y de hecho so n de 'fe m uerta,' en nada les ap rovecha los be neficios de la ven id a de Cristo y co nt inúan en t odo bajo la ti ran ía d e Satanás. (f. 196v)

[282]. Este párrafo lo hemos reprod ucid o sin ninguna m od ificación del texto

origina l. Constituye un elocuente ejemp lo de exa ltació n doxológ ica acorde con la be ll eza de estilo de tan reconocido maestro de la oratoria como fue Cons tantino.

[283]. Cf

Corintios 8,9: "Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo , que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza 2

fueseis enriquecidos." [28.4-J. La cit a com piet a es de lsaías

Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán 11: "6

juntos, y un niño los pastoreará. 7 La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. 8 Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. 9 No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar." [285]. lsaías 32, 18: "Mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones segu-

ras, y en recreos de reposo." [286]. 1 Timoteo 2,3: "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los

hombre, Jesucristo hombre." [287.]. Salmo 51,5: "He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió

mi madre." [288]. La primera referenc ia del profeta lsaías al nombre Emanuel es la del cap. 7, 14: "He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre

Emanuel." En el cap . 9, 6, q ue es el que cita Constantino, se d ice: "Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará

su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz". En Mateo 1,23 se cita la profecía de lsa ías como ten iendo cumplimiento en e l nacimiento de Jesús: "He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lla-

marás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros." [289.]. /saías 7, 14:"He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará

su nombre Emanue/." [290]. Hechos 17,30: "Pero Dios, habiendo pasado por alto lostiempos de esta igno-

rancia,ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan." [291]. La referencia de Gálatas 9, que figura al margen de l texto es errónea. La cita de Constantino es la de l capítu lo 4,4-5: "Pero cuando vino el cumplimiento

del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos." [292]. Lucas 1, 19 y ss . [293]. Jsaías 11 ,1 -2: "Saldrá una vara del tronco de Jsaí, y un vástago retoñará de

sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jeho vá". [29.4]. Mateo 11 , 29-30: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y

yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre 11osotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga." [295]. La referencia completa incluye los versícu los 1-3 de este capítu lo de

El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados lsaías. "1

de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel;

2

a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; 3 a ordenar que a los afligidos de Sión se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya." [29.§J. Lucas 7,22: "Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven,

los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio." [i97.]. Mateo T28-29: "La gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba

como quien tiene autoridad, y no como los escribas." [298]. Juan 7,32: "... Y los principales sacerdotes y los fariseos enviaron alguaciles

para que le prendiesen". 7, 45-46: "Los alguaciles vinieron a los principales sacerdotes y a los fariseos; y éstos les dijeron: ¿Por qué no le habéis traído? Los alguaciles respondieron: Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!" [29_9J. Lucas 4,22: "Y todos daban buen testimonio de él, y estaban maravillados

de las palabras de gracia que salían de su boca." [300]. Posibleme nte Co nst antino alu de a Hechos 5,20: "Anunciad al pueblo

todas las palabras de esta vida." [301]. En est e capit ulo del evange lio de Juan hay dos referencias a la promesa de vida eterna. En el versícu lo 12:

"Porque de tal manera amó Dios al mundo,

que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." En el versícu lo 36: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna." [302]. Añade Const ant ino: "N i puede errar." Este añadido no est á en el text o

deJuan 8,12, q ue d ice: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida."

original

[303]. Jeremías 23,29: "¿No es mi palabra como fuego , dice Jehová, y como mar-

tillo que quebranta la piedra?" [3oaJ. Las refere ncias a las que alude Const ant ino son de los cap ítu los 15 al 17 de este evange lio.

[305]. Además de la refe rencia a Juan 1,26-27, en la cita de Consta nt ino se in-

Lucas 3, 16, en la que el Baut ista dice: "Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo ... que os bautizará en Espíritu Santo y

cl uye la de

fuego." [306]. A la cita de lsaías ya se ha refe rido ante riormente Co nst anti no (n,1-2) . Del libro d e los

Salmos, posib lement e las refere ncias sea n ya las cit adas del

ca p. 51, versos 10 -n. De

Efesios las referencias pau linas so n va rias: 1,13, 17;

2,22, etc. [307.]. La cita de

1

Corintios 17, que aparece al m arge n del fo lio 19ir, no es co-

Corintios 15, 4 5-4 9:"45 Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. rrecta; ha de ser la de

1

4 6 Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. 47 El primer

hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. 48

Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales. 4 9 Y as í co m o hemos tra ído la imagen del terrena l, t raere m os ta mbién la im agen del celestial." Es importante notar qu e en todo el capítu lo 151 el conce pto de " im itac ión," que introd uce Co nsta nti no, es aj eno al t ext o pau lino. [308]. N OTA. En los ú lt imos folios del capítu lo anterior (19ir-192v), Cons t antino hace un res um en de t odo lo d icho sobre el Tercer artículo de la Confe-

sión. En nuestra actualizac ión del t ext o original,po r j uzgar est e sumario in necesa riam ente repetit ivo , lo hem os om it ido. Est os res úmenes so n frecuentes, y el mismo aut o r ad m ite que es "algo q ue él sue le hacer." (f. i 9 zv) [309]. Imitación, en el se nt ido de paralelo entre lo 'n uevo' en el caso de la enca rnación de Cristo, y en la regeneración o brada en el se r h umano po r el Santo Espíritu. En el caso del creye nte q ue ha experi m entado una conve rsió n espi ritual, el 'nue110 hombre' de Consta nt ino bien pod ría relac ionarse con la

'nue11a criatura' de la qu e nos hab la Pab lo en

2

Corintios 5, 17, y Gálatas 6,1 5.

(Ver cap. 6,1) . [310]. El pasaj e al que alude Const antino es del juan 1, n -13: "A lo suyo 11ino1 y

los suyos no le recibieron . Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de 11oluntad de carne, ni de 11oluntad de 11arón 1 sino de Dios." -

El

nue110 hombre, el n uevo nac imiento, es o bra d e Dios. No es consec uencia de un a decisió n de la vo luntad del hom bre no rege nerado. En la salvación del pecador Dios es Alfa y Omega. Cuando Constant ino habla de " los q ue qu ieren rec ibir al H ijo de Dios," en modo alguno pu ede inter pretarse esta afi rm ac ión

como si el homb re, en su condició n caída, pudie ra ejercit ar libreme nte su vol unt ad para decidir hacerse hijo de Dios. Ej erce y toma t al decisión al ser regenerada su vo luntad po r el Espíritu d e Dios. Ve r Apéndice sobre la voluntad.

[311]- Gálatas 6,15: "Porque en Cristo jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incir-

cuncisión1sino una nueva criatura." [312]. Cf2 Corintios 5,1T "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es;

las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas." [313]. Cf Romanos 6,12-13;19.

EL CUARTO ARTÍCULO DE LA FE

Capítulo 62

,

EL CUARTO ART ICU LO DE LA FE

El cuarto artículo de la fe es q ue Jesucrist o, hijo de Dios, padeció por sen t encia de Po ncio Pilato, y fue crucificado, mu erto y sepu ltado. Es de te ner en cue nt a cuán fie lmente la Iglesia cat ó lica sigue esta breve suma de la co nfes ión crist iana. La Confesión se apa rta de todo lo superflu o y lo qu e es necesario lo propone y ense ña brevísimamen t e en pocas pa labras. De tal manera sigue la brevedad q ue n inguna cosa de las princi pales margina. Por lo demás, todas las declaraciones del Símbolo están am p liam ente t rat adas y probadas en las

Escrituras Divinas, y a ell as se rem ite la Igles ia cató lica. El propós it o didáct ico que resplandece en esta Confesiónes el mismo q ue persigue la sa nta Igles ia al expone r y enseñar sus artículos. En el primer artículo la expos ición se ce ntró en el conocim ient o de la Divinidad y en el m ister io de las t res Personas. En el segundo se co nsideró el remedio salvífica para el linaje hu m ano qu e se co ntiene en la pe rsona y o bra d e Jes ucristo, Hijo de Dios , y ta mbién partícipe de la natu ra leza divi na. En el t ercer artículo se cons id eró el medio a t ravés del cua l se hizo rea lidad est e remedio por med io de la enca rnació n del H ij o de Dios, haciéndose él nuevo hombre en una nueva concepción. (f. , 97 r) En el cuarto artí-

culo se enseña como el propósit o de su enca rnació n f ue para morir por los hom bres como prec io y sacrificio a su favo r. Precisam ente est o últ imo es la su m a del presente artículo, en el que el creye nte confiesa que el H ijo d e Dios mu rió verdadera m ent e, q ue tiene ce rteza del hecho, y que en esta m uert e pone su co nfianza para comparece r delante del Padre eterno.

Lo q ue m ás ha escanda lizado a los j udíos y ha sido j uzgado co m o suma loc ura por los gentiles es la mu erte del H ijo de Dios. Les ca usa su ma afrent a el q ue nosotros sigamos a algu ien que m urió crucificado, y que ponga m os en él nu estra confianza. Si n em ba rgo es esto, p rec isamente, lo q ue nosotros más va lora m os y m ás nos llena de gozo. Los jud íos, en tanto q ue carnales, y q ue no esperaban de este mu ndo sino beneficios de la ca rne, se esca ndalizaron de la m uerte de aque l q ue vi no a darles libe rtad . Los genti les, sobe rbios y locos por su vana sa bidu ría, j uzgaron como su m o desvarío el prof und ísimo consejo de Dios de llevar salvac ión al pe rdido linaje hu mano. (f. 797 v) Em pe ro nosotros , alum brados por la luz que vino del cielo, plenamen t e entendemos qu e en la m uert e de Jesucristo se encierran grandes tesoros espirit uales para nosotros ; como so n los de libertad para nuestro caut iverio, remedio para nuestra po breza, sab id uría para nuestra ignoranc ia y ofrenda de sacrific io para nuestra cu lpa. En conform idad con la promesa de sa lvación del et erno Padre, dice el apóst o l san Pab lo: 'Pred ica m os a Cristo crucificado; escándalo pa ra los judíos, locu ra pa ra los genti les, m ás para los ll am ados de la bondad d ivina, pode r de Dios y sab iduría de Dios.' [31A] El cuarto artículo de nuestra Confesión contiene cuatro importa ntes apart ados. El primero hace refere ncia al relat o histórico segú n el cua l el Hijo de Dios padeció por sentencia de Ponc io Pilato. En el segundo se constat a q ue el se nte nciado a m uerte de cruz fue el prop io H ijo de Dios. En el cuarto se afirm a q ue f ue puesto en el sep ulcro. Todos estos apart ados son expresión de grandes misterios y encierran la certi nidad de la evidencia hist ó rica. El creyen t e desea exponer y dar razón de estos

1

hechos , y en esta t area ape la a firmes testi m on ios de veracidad. (f. gSr) Pa ra t al fina lidad el Espírit u Santo inspiró a los eva ngelistas pa ra qu e dieran un fie l relat o de todos est os acont ec im ientos, y así la Igles ia tu viera testimonio permanente de la rea lidad de est os hechos y só lida base de defensa contra los enem igos de la fe. La m uert e del Hijo d e Dios ha de co nside rarse desde dos perspect ivas. La primera tiene que ve r con la m aldad de aq uell os que la perpetraron y la just ifica ron; y la segunda se relacio na con la d ec isión del et erno Padre de lleva a t ermi no el pro pósito de salvación a través de la ob ra rede ntora de su H ijo. A la luz de la primera co nsideració n puede co nstata rse el extremo grado de perdi ció n en el que cayó el linaje humano y la extrema esclav itud a la que est á somet ido po r el poder de Satanás . En esta co ndición de pecado y de se rvid umb re demoníaca el ser h umano cla ramente ev idencia cuán grande es su aleja m ient o d e Dios, cuán grande es su ene m istad hacia lo bueno y lo verda dero, cuán falsas e hi pócritas son sus virtudes, cuán ciega es su sa bid uría y cuán desenfrenada su loca carre ra de intereses. (f.

1

gSv) Para un a más pro-

funda co m pre nsión d e la temática am pliaremos n uestras fuentes de inform ación haciend o referencia a d eterminados as pectos de la vida de n uestro Rede nto r que se con t ienen en los Evangelios - y a los q ue no alude nuestro

Símbolo por pres upo ner la Igles ia que son conoc idos de los fie les a través de las lecturas de los Evangelios y de la fiel enseñanza rec ibida desd e el pú lpit o- . Sobre la ni ñez y j uventud del H ij o d e Dios, hast a el inicio de su pred icac ión, poco fue lo qu e escri biero n los eva ngelist as, y lo q ue escrib ieron so bre

estos temas fue por motivo muy j ustificado, ya que se cen tró en el nar rativo del nacim iento y en algu nos breves relatos de su niñez. Todo lo demás que se reflej a en los Evangelios, y que compre nd e los tres años de su m inisterio , t iene que ver con su doctrina, con sus m il agros y con su muerte. En breve síntes is pu ede decirse que la vida del Redentor co nten ía un gran número de ev idencias por las que se pod ía descubrir la suma grandeza d e su id entidad . 1nnumerables f uero n, ciertamente, las muestras de su grandeza, ta les como las de su j usticia, su inocencia y su intachab le co nd ucta. Excepcio nales en grado sumo fue ron sus pa lab ras, sus enseñanzas y el método y d ulzura de todo su m inisterio doctrinal y pe rsona l. (f.

1

g gr) Pruebas más qu e suficientes de su

proced enc ia celestial eran las qu e exhibían y sazonaba n sus d ichos y hechos . En todo pri maba el co ncierto y la armon ía de lo que procedía de lo alto. Tre inta años te nd ría el Rede ntor cuando inició su m in isterio , y fue ron t res los años en los que lo des em peñó. Cens uró en su pred icación las erróneas int erpretacio nes de la ley que daba n los fa riseos y otros fa lsos maestros, qu e sacaba n provec ho de la re ligión para el logro de intereses propios y terrenos. Condenó los fa lsos esquemas de virtud y cond ucta que se juzgaban como verdaderos . Puso de re lieve cuá n ignora ntes eran del ca m ino de sa lvació n y cuán alejados est aban de la senda del perd ón de los pecados y de los genui nos re qu er im ient os de la j ust icia divina. Terre no y para satisfacción de bienes carnales era el ' Mesías ' que ellos esperaban. (f . i ggv)Con su predicació n y enseñanza restauró nuestro Redento r el verdadero conoc im iento de la ley y de los profetas. Most ró como el Mesías pro m et ido por la palabra de Dios no traía

redenc ión t empora l, n i bienes t emporales, si no li bertad espiritual y bienes espiritua les. Dio test imon io de ser el Hijo de Dios enviado al m undo para la redenc ión del linaj e h umano y de ser med iador entre los hombres y la Divinidad. Sus obras fueron maravill osas, mi lagros nu nca vist os hasta entonces. No soportaron los fariseos ni los príncipes de los sacerdotes sus severas ce nsuras, y en vez de reconoce rle como el verdadero Mesías decid ieron perseguirle y llevarle hasta la m isma muerte. (f.

2

oor) Con este proceder dio el

mu ndo prueba de su ident idad perdida, repitiendo así su conducta originaria de rechazar el mandam iento de Dios, buscando nuevo consejo y sigu iendo a nuevo señor. Perm it ió esto la divina bondad como castigo de la propia maldad de los hombres, y para que éstos pudieran const atar por sí m ismos los frutos que acarreaba su desobed iencia. Lo perm it ió tamb ién la Divin idad para mostrar al hombre cuán grande era su m isericordia , pues esta ndo como estaba el ser humano sumido en la maldad del pecado, Dios d iseñó un camino de · ' ' d e I a o b ra re d en t era d e su propio · H1 ··¡0. (f. 2 oov) sa 1vac1 on a traves

En aq uellos tiempos Poncio Pi lato era gobernador de Judea, que por aq uel en t onces era una de las provincias en las que el Imperio de Ro ma había divi dido la tierra de los jud íos. Por lo que se desprende de la información rec ibida, Poncio Pilato llegó a ser un gobernador prudente de la provincia - segú n lo que el m undo suele entender por dicha virtud- . En este caso, como en otros sim ilares, la autor idad se ejercía ' a t uerto o a derecho,' según la vo luntad de los que ostentan el poder. Por las manos de los romanos pasaban las ca usas y trám ites jud iciales, y a este ordenam iento habían de someterse los jud íos. Fue

por esta razón que los jud íos acusaron a nuestro Redentor de lante de Poncio Pi lato y pidieron su condena. Previamente, en complicidad co n los pontífices y líderes religiosos de l pueblo, se hab ía tomado la dec isión de conde nar a Jesús. Ante Pi lato se le acusó fa lsame nte de que pervert ía la re ligión, quebrantaba la ley, se erigía rey y pedía la insumisión contra el poder de César. Fa lso, rea lmente falso era todo esto. (f. 2 oir) En la cuestión de l pago de trib utos , por ejemplo, claramente dijo Jesús que ' había de darse a César lo que era de César y a Dios lo que era de Dios .' [315] Pondo Pilato defend ió a Jesús de estas acusaciones d iciendo que era inocente, y que no ha llaba causa para co ndenarle. Por estas dec larac iones Pilato fue acusado de to lerar a los que desobedecían al Emperador y de no ser un fie l servidor de l César. Estas pa labras causaron una reacción de temor en Pilato, al pu nto que perm itió que se hiciese con Jesús como ellos querían . Consecue ntemente fue sentenciado a muerte de cruz, azotado y escarnecido. No puede pasar desapercib ido el hecho de que el Hijo de Dios fue condenado por judíos y gentiles, es decir, por todo el linaje humano. Ante esta sentencia compartida por todos estos acusadores clara-

mente se pone de relieve que todos ellos eran ofendedores de la divina bondad y t ransgresores de sus mandam ientos. Pero es más : el Redentor moría por sentencia unánime de todos, y en esto se pone tamb ién de manifiesto que él hab ía venido a obrar rede nció n para todos e ll os. En la muerte de l Hijo de Dios intervino todo el linaje de Adán, y para este linaje ofreció el Redentor el tesoro de su m uerte -pues para todos es él provecho, si todos se qu iere n beneficiar- . (f. 2 o , v) As í lo hab ía ya profetizado el m ismo Señor diciendo que

había de ser en t regado a los gent iles y por ell os atormentado y crucificado.[312.] Según la profecía de lsaías, el Mes ías hab ía de ll evar e l pecado de muchos y hacer intercesión po r los tra nsgresores.

Capítulo 63

,

EL PROPOSITO DE D I OS EN LA MUERTE DE SU HIJO En conformidad co n lo que ya hemos d icho sobre las co nsecue ncias de la ca ída, el agrav io a la majestad d iv ina por el pecado del hombre fue tan grande, que grande había de ser la satisfacción q ue pudiera co lm ar las ex igencias de la

º

justicia divi na. (f. 2 2 r) Lo que el hombre ganó al apartarse de su Hacedor fue ganancia de pecado y ganancia de m uerte. Sujeto q uedó por la caída a la servid umbre de Satanás. La ún ica pos ibilidad de consegu ir la liberación de ta l esclavitud era desposeyendo al dem onio de las armas co n las que desde el principio soj uzga al linaje hu mano, y est as so n las del pecado y las de la muerte. Con este propósit o Cristo, nuestro Reden t or, se h izo ofrenda de muerte para q ue sobre él cayera el castigo del pecado de todos nosotros y co n su inoce ntís imo y va liosísimo sacrificio se diera sati sfacc ión a la ira de Dios, quedara rot o el poder del pecado y abo lida la condena de muerte. El consejo del eterno Padre, que determ inó la muerte del Hijo para la sa lvación del hombre, se man ifiesta plena m ente en pasajes de la Escritura que el Espíritu Santo ins piró a los profet as de la an t igua dispensación. En boca de l saías se dice sobre el Redentor q ue 'fue castigado para nuestra paz, y con su m uerte y con sus t orm entos se nos d io la sa lvació n.' Añade el profeta que 'e l H ijo de Dios puso su vida por el pecado.' Con lo cual se da a entender q ue él era inocent e y no t enía necesidad de morir para sí. M urió por pecados aj enos. (/s. 53). (317.] Todos los profetas, desde Moisés en ade lante, sigu iendo la insp iració n del Espíritu Santo, proclaman como mensaje ce ntra l la m uerte del Hijo de Dios. Est a es

tamb ién la enseña nza q ue se encierra en los sacrific ios y ceremon ias de la . L (f. 202v) anti gua ey. Como por la muerte de un hombre la redenc ión había de ll egar al li naje humano, desde el pr incipio del mundo la majestad d ivina, a t ravés del simbolismo que se asociaba a determ inados personajes y hechos, determinó reve lar las promesas sa lvíficas que se centraba n en la muerte de est e redentor. El primer personaje bíblico que prefig uraba esta muerte redento ra fue Abe l. Hombre justísimo fue Abe l. Su m uerte pone de manifiest o q ue la ira de Dios iba a descargarse sobre un hombre j usto, en modo algu no merecedor de ta l ira , sino para que fuesen castigados en él los pecados de los otros hombres . Esto m ismo fue prefigurado en el sacrific io de Isaac. La bend ición y la ju stic ia había de ven ir por una vo luntad de gra n obed ienc ia y por un ofrec im iento de grandísimo sacrific io. Por todo ello Abraham , su padre, alcanzó promesa de j ust icia. Idéntica lecc ión se prefigu raba con la serpiente de metal, que al mirarla los h ijos de Israe l, al sufrir la mordedura de las serpien t es venenosas , sanaban . Segú n el narrativo bíb lico, cami nando por el desierto muchos israe litas encont raron la m uerte al ser mord idos por serp ientes venenosas . Mandó Dios a Moisés que hiciese una serp iente de meta l y que la levantase en alto, de manera que la pud iesen ver todos los hijos de Israel. A l poner los ojos en ell a sanaban todos los que habían sido m ord idos por las serpientes ve nenosas. (f. 203 r) (Nm. 21). (318] Las cosas de Dios, contrariamente a lo que sucede co n los hombres, no p ueden ser trat adas livianament e. Ob ligados estamos a creer q ue hay misterio y una significación muy grande en el hecho de sufrir algu ien la

mordedura de una serpiente venenosa, que necesariamente había de acarrear la muerte y que, sin embargo, con solo d irigir la mirada a una serp iente de met al sanara - o que muriera de no m irarla- . Tres cosas hay en todo est o muy dignas de suma co nsideración. La primera, que siendo una serp iente causa de muerte, otra f uera causa de vida. La segunda, que la serpiente q ue mataba fuera v iva y ve nenosa, mientras q ue la que daba vida no te nía vida n i ve neno. La tercera, que la serpient e ve nenosa m at aba mord iendo e inocu lando su veneno en la v ictima , mientras que la otra sanaba con so lo ser v ista por los afect ados. En lo primero se denota como por un hombre entró el pecado y la muerte, y por un hombre entra la vida y la j usticia. Serpien t e f ue la que nos engañó, causó nuestro mal y se enseñoreó del linaje humano. Por la mordedura de esta serp iente mueren los hombres, t ransm it iéndose de generac ión en generación su vene no. Cristo, nuestro Rede ntor, vino del m ismo linaje humano, y por él hallan sanidad los mordidos por la serpiente. A est o se refiere el apóstol san Pab lo cuando d ice q ue 'por un hombre en t ró la muerte, y por otro hombre entró la v ida; q ue en Adán todos m ueren, y en Cristo son todos vivificados .' (1 Co. 15). (f.

203

v) En lo segu ndo se da

a entender q ue, dando Crist o su vida y experimentando verdade rament e la mu erte, consigu ió para nosotros verdadera medicina contra la vida del pe-

cado, y contra la vida de la serp ie nte vene nosa. A esto se refería lsaías , con las pa labras ya citadas, de q ue mu riendo Crist o por nosotros nos daría vid a y larga sería su generación. En lo tercero se enseña q ue la causa de n uestra mu erte procede del veneno demoniaco de la serpien t e; mientras que la ca usa

de n uestra vida es resu ltado de haber m irado al H ijo de Dios con los oj os de un a genu ina y viva fe - de haberle visto por nosot ros m uerto, y por nosotros haber sido hecho sac rific io. Aquí está la fue nt e de nuestra san idad espi rit ual y los secretos escond idos de una vida infin ita- . En todo lo que ll evamos dicho se encierra el simbolismo de la se rpiente y fie lmente refleja el significado del profu ndo sen t ido bíblico qu e tiene est e m ist erio divino. Nada hay aqu í que refleje la vu lgar interp retación que de la serp ient e hacen los j udíos. El mismo Rede ntor del m un do re ivind icó pa ra si el significado de este símbolo al deci r que era necesario que el H ijo de Dios fuera levantado como levantada fue por Moisés la se rpiente en el des ierto.[319.] Por disposición divina, la Ley co nten ía diferentes t ipos de sacrificios, pero t odos el los eran sombra y guardaban re lación co n el gran sacrificio que el H ijo de Dios había d e ofrecer de sí m ismo. Y ta l como nos dice el apóstol, 'si n derra m amient o de sangre no hay rem isión de pecados.' (He. 9,22). Se prefi guraba, pues aqu í, la sa ngre de Jes ucristo para el verdadero perdón de los pecados. En la ley había dos tipos de an imales desti nados al sacrific io. Unos si m boliza ban inocencia y suma mansed umbre; y otros represe nta ban fiereza - es decir, pecado- . De los p rim eros era el cordero, y de los segu ndos el macho cabr ío y el becerro. Deci mos que representaban po r cua nt o en estos an imales no hay pecado de ve rdad . (f. 204 r) Según las sombras y figuras de la Ley ambos sacrificios eran represe ntació n del sacrifico del Reden t or, pues los dos aspectos m encionados concurrían en el H ij o de Dios: por un lado suma inocencia y por el otro asu nción de pecado. Cristo tomó sobre si n uestros

pecados y satisfizo por el los. Este seg un do aspecto es el q ue simboliza el m acho cabrío y el becerro, y al q ue hace alusión el apósto l san Pab lo en Roma-

nos 8.(320] Por cua nt o f ue de verdadera inocenc ia, exento de t od a cu lpa y j ustísi m o delante del Padre, al H ij o de Dios se le simboli za po r el cordero - anim al q ue se le ha ten ido siem pre como represe ntativo de inocencia y ma nsed umbre- . Por est e nombre se ll ama a nu estro Reden t o r en las Escrituras, y po r el significado que este nombre encierra es vo luntad del Espíritu Sant o q ue se le conozca. Precedente de esta significación q ue encie rra el sim bo lismo del cordero lo t enemos en lo q ue tu vo lugar al sal ir el pueb lo de Israel de Egipt o. Po r medio de Moisés mandó Dios que a los d iez días de la luna de aque l m es cad a fam ilia tomase u n cordero - m acho, de un año y sin ningú n defecto- , y lo sacri ficase. (Ex. 12) . Co n la sangre del co rdero habían de rociar los dos lados de las puertas de las casas y t amb ién el d intel de las m ism as. (f.

204v) Aque lla noche

habían de comer la ca rne del cordero asada al fuego y con hierbas amargas . Aq uell a mis m a noche pasaría el Señor por la t ierra de Egipto y segaría la vida de los primogénit os, desde los an imales hasta los hom bres, de todas aque llas casas donde no estuv iera la seña l de la sa ngre del co rdero. Todo este narrativo en torno al cordero y a su sangre simbol izaba el sacrificio y m uert e que el H ij o de Dios había de sufri r en la cruz. El co rdero q ue sacrifica ro n los israelitas en Egipto prefiguraba la perso na y obra de Crist o, cordero inocente que por nosotros padeció la m uert e, y cuya sangre nos limpia de todo pecado y nos ot orga perfecta j usticia delante de la majest ad divina. (f.

20

sr) Por ma ndato de Dios

el sacrificio del cordero - el cordero pasc ual- , había de repetirse cada año y con esto se simbolizaba el carácter perpetuo de l mismo, y de que s us be neficios no cesa ría n jamás. Cua nd o Juan el Ba utista vio q ue Jes ús se le acerca ba, dijo: ' Este es el Corde ro de Dios qu e qu ita el pecado de l mu ndo.'

Un

1,29). En

estas pocas palabras resumió el Bautista el miste rio de la ley en sus sacrificios y q ue tuvo perfecto cump li m iento en el sacrific io exp iatorio de Cristo en la cruz. En las palabras proféticas de lsa ías ya se hab laba de l Mesías co mo 'cordero que bajo te rrible ang ustia y aflicc ión ha bía de ser llevado el matadero, y como oveja delante de s us trasqui ladores , enm ud ecería, y no abriría su boca.' (f. 20 sv) (/ s. 53,7) ·

Capítulo 64

l . CONSIDERACIONES IMPORTANTES SOBRE LA MUERTE DEL REDENTOR

Como ya hemos t enido ocas ió n de considerar, la m uerte que padeció el H ijo de Dios fue muerte de cruz.Por muy infame se ha ten ido siempre la muerte en madero. Entre los genti les este t ipo de muerte se reservaba a los peores 2 6 deli ncuentes. (f. r) En la ley de Moisés se declara que ' ma ldito es todo

º

aque l que es co lgado en un madero '. (Ot . 21,23) . Fue precisament e esta muerte la que el mundo d io al Hijo de Dios. En esta terrib le conde na queda bien reflej ada la m iserab le bajeza de la condición humana por el pecado. Con esta muerte el mundo condenaba al autor de la vida y la sa lvación. Sin embargo, esta infame y detestada muerte fue la que el co nsej o d ivino det erminó que había de sufrir el m ismo Hijo de Dios. Y así lo declara el propio H ijo de Dios, d iciendo: 'A la verdad el Hijo del Hombre va según lo que está determ inado.'

(Le. 22,22). Afirma tamb ién 'que convenía que el H ijo de Dios fuese ensa lzado y levantado de la tierra .'

Un. 3,14;12,32-33) .

En estas pa labras se enseña que el

H ijo de Dios sería levantado en u na cruz . En el consentim iento de la bondad d ivina a que el H ijo padec iese muerte de cruz se muest ra la profund idad del propósito sa lvífico de la vo lunt ad de Dios y la suma grandeza que enc ierra este misterio. Cristo sufrió y deseó sufrir la m uerte más crue l e infame q ue , ·in t1 1 ·g1r · e 1 mun d o. (f. 2 6v) CIaramente pone esto d e man 1·n esto cuanto po d 1a

º

deseaba él nuestra redención , al extremo incluso de interceder al Padre po r los que le daban muerte. Nuestro Redentor vino a deshacer todas las obras del

demonio que por el pecado habían afectado al li naje humano. A l comer nues tros primeros padres del fruto del árbo l proh ibido tamb ién ca ímos nosotros en pecado. Qu iso la d ivina bondad q ue por otro árbo l y otro madero se encam inase nuestro re m ed io. En el pr imer árbo l el demon io hall ó ocas ión para nuest ra m uerte. El h ij o de Dios ha llo en el seg undo árbo l med io para nuestra v ida. En el pr imer árbo l se q uebra ntó el mandam iento que Dios había dado. En el segundo se cump lió perfectamente la obediencia demandad por la divina bondad . En el pr imer árbo l nuestros padres creyeron hallar motivo para ensoberbecerse y cod iciar un estado más priv ilegiado del q ue tenían por creac ión . En el segundo el un igén ito H ijo de Dios descendió al n ive l más bajo de hu m ildad que pueda conceb irse . En el primer árbo l creyeron los pri meros humanos que hallarían la ciencia del bien y del ma l, pero lo q ue hall aron fue ún icamente la ciencia del ma l. (f.

2

º 7 r)

En el segundo árbo l Cristo, el segundo Adán , con

su obediencia halló para nosotros ciencia de bien y de vida. Fue de este modo que se logró una tot al y comp leta victor ia contra el demonio, pues fueron mayores los bienes consegu idos con el segundo árbo l que los ma les que acarreó el primero. Por el pecado de nuestros primeros padres la condena de la sentencia d ivi na se h izo extens iva a toda la raza humana. Para librarnos de la m isma y de todas las m iserias que orig inó el pecado, puede ahora juzgarse cuán conven ientísimamen t e[321] v ino a ser la muerte de Cr isto sufrida en la cruz . En pa labras del apóst o l san Pab lo: 'Cri sto nos red im ió de la m ald ición de la ley al tomar sobre sí nuestra ma ld ición, po rq ue está escrit o: maldito todo el que es co lgado en un madero.' (Gá. 3,1 3).Como ya

hemos dicho , est a m uert e de Cristo en la cruz ya fue prefigurada en los m isterios anu nciados desde el pri ncip io del m undo. Abe l, recuérdese, prefiguró al Redentor en su inocencia y en su muerte, y m uy pos ibleme nte hallaría tamb ién la muerte con alguna arma de madera utilizada po r su hermano Caín - porque no había otras armas más aparej adas en aque l t iempo q ue las de madera- . El arca con la que se sa lvo Noé y su fam ilia era de madera y simbolizaba el santo madero gracias al cua l la fam ili a de la Igles ia sería sa lva. (f. zo 7 v) Al encont rar los israe litas en el desierto ciertas aguas muy amargas las cambiaron en du lces al arrojarse en ellas un madero. M isterio grande hay aqu í. El madero enc ierra una doble sign ificac ión: por un lado simbolizaba la ira y mald ición de Dios sobre aque l q ue moría co lgado; pero por el otro simbolizaba también la m isericordia de Dios que revocaba la ma ldición ca ída sobre él que había sido co lgado en el m ismo. La muerte de cruz implicaba otro aspect o: el de ser muerte de malhechores . Y tamb ién baj o este aspecto la padeció nuestro Redentor para nuestro bien y li bertad en conform idad con el d ivino co nsejo. Malhechores éramos nosotros , cu lpab les de gravís imos delitos. Se hum illó nuestro Redentor y tomó sobre sí nuest ras culpas y todas nuest ras malas obras. Qu iso ser sente nciado por malh echor para que el eterno Padre hiciera cuenta de que en él eran se ntenc iados y co ndenados todos los malh echores del linaje humano, y se diera por satisfecho y pagado, y cesara su ira contra ellos y ll egaran a ser éstos aceptos delante de su prese ncia. Así como este m isterio f ue declarado en la sente ncia dada contra nuestro Reden t or, así f ue declarada también la

m isericordia del Padre al librar al linaje humano por la obra de su H ijo. No se pase por alto que fue condenado como malhechor por j uicio también de los hom bres, y est o es lo que se da entender al ser crucificado entre dos ladrones - uno de los cuales fue perdonado en propia cruz y recibió la promesa de en 2 8 trada al cie lo- . (f. r) Jesucrist o conde nado, en la cruz absuelve a los

º

condenados y por él son perdonados en el cielo aque ll os que según el juicio de los propios hom bres merecían la muerte. En esta m isma muerte hay otro m isterio profund ísimo y digno de grande consideración. Y es el de que el m ismo juez que sentenci ó a nuest ro Redentor a muerte de cruz por malhechor dio testi monio de que era inocente, y de que no hallaba en él causa para sen te nciarlo - por eso se lavó las manos de aquel pecado- . Se evidencia con esto que el Hijo de Dios mu rió por cu lpas ajenas y fue co ndenado por delitos ajenos. Se cumpl ía en esto lo dicho por el profeta lsaías de que Dios le hirió por el pecado de su pue blo. (/s. 58) .[322] Escribe David que nuestro Redentor 'pagó por lo que no robó.' (Sal. 69) .[36 3] En juicio púb lico fue dada la sente ncia y por alguien que t enía ju risdicción contra la delincuencia, para que fuese co ntra puesta a la sentencia que nosotros habíamos recibido en la audiencia de la majest ad d ivina, y para que fuésem os absueltos en est e j uicio, por sufri r el Hijo de Dios condena en el otro juicio. A ñádase a esto que sobre el Redentor pesaba también el juicio de los que le veían padecer muerte de cruz, que solo se daba por del itos de peor calaña. (f.

208

v) Sobre el Redentor

se descargó la terrible y desenfrenada ira de aq uel los que le azotaron, le h iciero n cargar con la pesada cruz, le coronaron de espinas y termi naron

clavándole en la mald ita cruz. Duró tres horas la agon ía, y cuanto m ás se pro2

lo ngó la vida m ás dolo rosa y terri ble fue la muerte. (f. o9r) Profet izado estaba ya por lsaías que el H ijo de Dios había de llevar sobre sí nu est ros dolores, nuestras d ific ultades y nuestras enfermedades. Y co m o el m ismo Señor Jesús dijo, t odo est o lo hizo para q ue en él halláramos nosot ros descanso, consue lo y refrigerio. Maravillosa es est a t ransm utació n: nuestras m iserias y n uestras cu lpas le llama n para que él las padezca; m ientras que su m iserico rdia nos llama para q ue en él hallemos ali vio de nu estras ca rgas. Sobre él po nemos nosotros to das nuestras cargas, m ientras que él sobre nosotros derram a la largueza de su clemencia. La vo luntad co n la que él obró est e camb io es rea lmente grande. Como d ice David, los terrib les dolores que po r nosotros padec ió el H ijo de Dios se describen en sus propias palabras: ' Horadaron mis manos y m is pies, y contaron t odos mis huesos.' (Sal. 22 , 16b 17:a) . Tantos son los mist erios y las ense ñanzas que se enc ierra n en la m uert e de la cruz que interm inable se ría para nosotros intentar d escr ibirlos. Sin embargo, clara y reve ladora es la m iser icord ia q ue nos m uestra esta m uerte. A 2

ella, pues, hemos de acogernos en súplica de perdó n y sa lvac ión . (f. ogv)

Capítulo 65

2 . CONSIDERACIO N ES IMPORTANTES SOBRE LA MUERTE DEL REDENTOR

Afirmábamos en nuestro estud io del tercer artículo, que no so lo fue crucificado nuestro Redentor, sino que también verdaderamente padeció la muerte. En el curso del tiempo surgieron algunos herejes - por no decir monstruos de hombres- , que j uzgaron como algo ind igno e impropio que el hijo de 21 .0s su f riera · 1 ' . 1 . d D1 a muerte. (f. or) En sus d esvarios sost uvieron a tes is e que

lo que ocurrió rea lmente fue un simu lacro de muerte, y que m uy pos iblemente otro murió en su lugar. En contra de ta les supos iciones nuest ra Confesión no podía ser más enfática: Cristo murió rea lmente. La primera e importan t e pruebe de su muerte es la que nos ofrecen los Evangelios. La segunda prueba se desprende del hecho de que, además de su nat uraleza divina, compartía también naturaleza humana, y como ta l estaba su jeto a la muerte. La tercera prueba radica en el propio m isterio sa lvífico que Cristo vino a cump lir en este mundo. Amp liando, pues, estos tres puntos, diremos que, en conform idad con el narrativo de los cuatro Evangelios, el Reden t or fue sentenciado a muerte de cruz , llevado al monte Ca lvario, y allí fue cruc ificado. Claramente se dice que para que los cuerpos no permanecieran en la cruz en d ía de gran fest ividad jud ía, llegaron a los dos ladrones y les quebrantaron las p iernas para que más presto muriesen ; pero llegados a la cruz del Redentor hallaron que ya estaba muerto. Cuando pidieron su cuerpo a Pilato para sepu ltarlo, dice el Evangelio que se asombró Pil ato de que hubiera muerto tan pronto, y ordenó a

un centurión que comprobara la veracidad de su muerte. El centurión, test igo de la crucifixión , se conmovió profundamente de lo que vio y como oyó su clamor al expirar. Según el re lato evangélico, Cristo 'dio el espíritu', y bien sabemos que en la m uerte el espíritu abandona el cuerpo. En lo que respecta a la te rcera cons ideración, ya hemos visto que el H ijo de Dios tomó verdadera humanidad , fue verdadero hombre y compartió nuestra m isma natu ra leza. Tanto en su nacimiento como en todo lo demás de su vida fue como nosotros · tam b.' · y, en consecuencia, 1en su¡eto a a muerte. (f. 1

2 7ov)

En su ·d I ent1·d ad d .1-

vina y humana, la naturaleza Divina no interfirió en ninguna de las actividades propias de su condición humana, ni en el curso natural de la muerte. En ta nto que Dios, como realmente era el Hijo, su naturaleza divina no impidió su muerte. La Divinidad, evidentemente no murió ni puede en modo alguno morir. Cristo murió en cuanto a hombre, pero no en cuanto a Dios. En la muerte tiene lugar la separación del alma del cuerpo, y en el H ijo de Dios había alma y había cuerpo , y al separarse ambas acaeció la muerte. En nada afectó esta separación a la Divin idad del H ijo. Según lo que ya hemos repetido muchas veces, la clave y grandeza de nuestra salvación depend ía de la muerte del Rede ntor. (f.

27

ir) Así como en las disposiciones de la antigua Ley habían

de mori r los an imales ofrecidos en sacrificio, del m ismo modo en conform idad con la disposición del eterno Padre, el sacrificio del H ijo entrañaba su muerte. Los an imales ofrecidos en sacrific io simbolizaban el sacrificio de otra vida sumamente valiosa que sería ofrecida para perdón de nuestro pecado y el logro de nuestra aceptación delante de Dios. Por el pecado la muerte nos

afect aba d e d os maneras: espiritualmente est ába m os m uertos en delitos y pecados, y esto acarrea ba t amb ién n uestra muerte corporal. La mu ert e del H ijo de Dios nos libra de am bas mu ertes. Como ya hem os d icho anteriormente, Cr isto m urió co m o sacrificio nuestro pa ra darnos vida , y vida en ab undancia. Aqu í se encierra el m isterio de la mu erte del Rede ntor. Es po r est o qu e el após t o l Pablo dice qu e con su muerte el Redent or venció al que tenía pode r y se ño-

, so bre 1a muerte. (f. 211 v) Q u1en . te nia , este po der y este se nono - , era e1demono nio; pero m uriendo Cristo por nosotros f ue d esposeído de su poder sobre la mu erte y el pecado. [324] Toda la Escritura incide en este m isterio de q ue en la mu erte del H ijo de Dios nosotros tenemos un sacrific io perfecto. Gracias a est e sacrific io es resta urada nuestra v ida y vencida nuestra m uerte. As í, pues, t odos los que se abraza n a est a m uert e pasarán de m uerte a vida. El mis m o Rede nto r afirm ó que todo aque l que en él creye re t endrá vida ete rna. (f. 212r)

Un.

3,16).

Capítulo 66

3. CONSIDERACIONES

IMPORTA NTES SOBRE LA MUERTE DEL REDENTOR

Ya d ij imos anteriormente en nu est ra expos ición de la Confesión, que Crist o, el H ijo de Dios, m urió y fue sepu ltado. En la narrativa del Evange lio se refiere que al morir el Reden t or del mu ndo, José de Ari m at ea p idió su cuerpo a Pi latos para darle sep ul t ura. Acced ió a d icha petició n el prefecto de Judea, y el cuerpo fu e bajado de la cruz, envuelto en una sábana y desp ués de ungido fue depos itado en un sep ulcro nu evo. Todo parecía ind icar q ue con est a m uert e se alzaba vict oriosa la causa del demon io, del m undo y de la muerte. La realidad de lo aco ntec ido, sin embargo, confirmaba todo lo contrar io: la m uerte del Redentor m arcaba el t riunfo de la vida sobre la muerte y la muerte de nu estra muerte. (f.

272

v) Profetizado estaba todo est o en las Escrituras. Por boca del

profeta lsaías se d ice que el Señor 'destru irá la muerte para siempre jamás, limpiará las lágrimas de los de su pueb lo y quit ará su deshonra de toda la t ierra'. [36 5] Pa labras so n estas de t ota l victoria sobre la m uerte, porque ni puede mat ar n i puede entrist ecer al verdadero cristiano. No porqu e no hayam os de morir, ni porque dejemos de sen t ir la mu erte, que es algo natural, sino porq ue el verdadero d efecto de la m uert e y la verdadera tristeza de la m uert e ya son venc idas y no t ienen parte con el cristiano, pues sa le de la vida t empora l pa ra ir a la eterna, y lleva conso lació n d e creer q ue Jesucristo es su redenc ión y es su vid a. Est a victoria sobre la m uerte es la que profet iza tam bién Dios por boca de Oseas: 'Oh muerte, yo seré t u m uert e.' (Os. 3). [326] Por

la muerte de Jesucrist o, afirma el apósto l Pab lo, queda venc ida nuestra muerte, y por su sepu ltura queda venc ida nuestra sep ul tura. Su muerte traga y consu m e nuestra m uerte. Su sep ul tura traga y cons ume n uestra sep ul tura. (1Cor. 15). (36 7.] Nuestra muerte ha perd ido sus fuerzas para poder reinar sobre nosotros; n uestra sepu ltura ha perd ido el poder para retenernos en ella -n o nos rec ibe como suyos, si no como depositados-. En el sep ul cro del H ijo de Dios se encierra t odo el misterio de nuestra unió n co n él en su mu erte y en su sepu ltura. El propósito por el cual murió y fue sepu ltado nuest ro Redentor fue para que nosotros m uramos y seamos sep ultados con él. Para q ue así como por su mu erte nuestra muerte perdió su poder en virtud de qu ien le dio la muerte, así se cumpla en nosot ros el q ue la muerte pierda su poder. (f.

213 r) Por inspi-

rac ión del Espírit u Sant o afirma el apóst o l San Pab lo 'que hemos sido sep u ltados con Cr isto para m uerte, para que seamos partícipes de su vida. Y no podemos ser hechos part íc ipes de ta l vida si primero no part icipamos de su m uerte.'(Ro. 6). [328] No le podemos acompañar en lo uno si no le acompañamos tamb ién en lo otro. M uy co nvenient e será que reparemos en est o, p ues encierra uno de los principales mist erios de nu estra fe, y es doctrina de nu estra verdadera pen itencia y de nuestra verdadera mortificación. Tan importante es esto, que por sent encia del Espíritu San t o, se vincul a con nu est ra salvac ión. Segú n la enseñanza del apóst o l san Pab lo, dos hombres está n en cada uno de nosotros. No se debe con ello en t ender que te nemos dos personas, pues ta l cosa sería un craso error. [36 9J La comparació n es estrictame nte espiritu al.

Uno de estos d os hom bres es el 'viejo', el ot ro es el ' nu evo'. El hombre 11iejo es el que hem os heredado de Adán; es deci r, el hombre sujeto al pecado y con t odas las secuelas que del pecado se derivan. El hombre nue110 es el que por Jes ucristo ha reci bido u n n uevo espíritu y unas fuerzas renovadas. Li bertado ha sido de su primer perverso 'señor', y en lo profundo de su corazón m uestra enemist ad co ntra las obras del q ue fuera su pri m er 't ira no'; abor rece el pecado, y su deseo y aliento es servir a Dios y poner por ob ra su just icia. (f. 213

v) De un hom bre de malas obras e incli naciones se sue le decir q ue 'es el

m ismo de siempre'. Pero si aho ra le vemos ca m biado, haciendo buenas obras y accio nes v irtuosas , decimos que ' no es el mismo q ue so lía ser', que es un hom bre muy d istinto de lo que era en el pasado. A la luz de est a comparac ión fáci lmente podemos co legir la d ist inción en t re hombre 11iejo y hombre nue110. Cuando un hombre pe rsevera en sus malos deseos y en sus ma las obras, bien podemos inferir que re ina en él el 11iejo hombre, el perve rso Adá n que desobedec ió a Dios y sigu ió el co nsejo de la serp ient e. No es este, empe ro , el m odo de v ida del nue110 hombre, pues sigue las pisadas virt uosas de su Señor Jes ucristo. Cuando el cristiano abre su corazó n al Espíritu del cielo q ue ll ama en él , oye la Palabra de Dios, se hu mi lla, aborrece su pecado, llora su perd ición y, po r un lado pide a Dios la sa lvació n imp lorando los méritos de su H ij o Jes ucristo, y por otro lado m uestra rece ptiv idad para recibir est a sa lvació n, ent o nces la m iserico rdia Divina labra en él la naturaleza del nue110 hombre. [330] Est e hombre nuevo conoce la m aldad que habita en el re ino de Sat anás, y conoce el bien que resu lta d e servir a Dios, y en consecuenc ia menosprecia lo

primero y ama lo segu ndo. Cuando el hombre nuevo t o m a nueva posada en nosotros, el hombre viejo p ierde sus prin cipa les fuerzas: le venció el enem igo y le desposeyó de su poder. Lo que rest a del v iejo Adán en los que ha n sido nu evame nte enge ndrados y renac idos con un nuevo espíritu son las reliqu ias del hombre viejo , es decir: sus te ntac iones y sus embates por recuperar su reino con sus malas obras. La preocupac ión del cristiano ha de ser la de ident ificarse cada vez más con el hombre nuevo y combatir contra el viejo pa ra el logro de su abati m ien t o. (f.

2 14

r) A la luz de lo d icho, morir con Jesucristo,

nu estro Redentor, es conseguir que muera en nosotros el viejo Adá n, es lograr el fin de nuestra obed ienc ia al demonio, con todas las ma las obras que esto implica. En este ' morir con Crist o' nos sometemos a la obediencia de la Pala-

bra, abrimos nuestro corazó n a su Espíritu y reconocemos que t odo lo bueno que pueda haber en nosotros v iene de su ma no. Dos son los t emas que se enc ierran en lo d icho: por un lado la obra rea lizada por Jes ucristo; y por el otro la aprop iac ión por nuestra parte de d icha obra. Esto se po ne de re li eve bajo el simbolismo de nuestra unión con Crist o en su m uerte y en su sepu ltu ra. Cit ando n uevamente las pa labras del apósto l Pab lo: ' nuestro viejo homb re fue cruc ificado co n Jesucrist o'. Del modo como él perd ió la v ida t empora l, así nosotros perdemos la muerte et erna, porque mu rió en nosotros lo que nos mataba. Así como él f ue sep ul tado, así f ue sepu ltado nuestro viejo hombre, para que ya no viva ni re ine en nosotros. (f. 214

v) Como prueba de muerte es ser co locado en el sepu lcro, así la sepu ltura

del Hijo de Dios es seña l de su gran vict oria co ntra nuestra muerte y de la

se pu lt ura de nuestros pecados y de haber perd ido la m uert e su poder contra nosotros. Viene al caso lo que d ice el profeta de que ' el Señor echará al fondo del mar nu est ros pecados .'[331] Sumamente expres iva es esta ilustración. Ciert amen t e, si alguien es arrojado en lo profundo del mar, en modo algun o t iene pos ibi lidades de sa lir co n vida . Del m ismo modo n uestros pecados y nuestra mu erte han sido para siempre alejadas de nosot ros. Una nota novedosa y de vict oria caracteriza toda la ob ra redentora de Jes ucristo: en su conceb im iento - del Espíritu Sant o y de mad re virgen- , en su m uerte, en su sepu ltu ra - co mo hemos te nido ya ocasión de ver- , y en todo su m in isterio en la t ierra - encam inado a la rest auración del orden de la creación sum ido en pecado po r la caída y por el se ñorío del príncipe de las t inieblas- . (f.

21

sr)

Capítulo 67

,

LA CONFIADA RESPUESTA DEL CREYEN T E A ESTE GRAN ARTICULO DE SU FE Las conside rac iones expuest as hasta aq uí const ituyen un fie l reflejo de los conten idos doctrina les de la Confesión de fe que atesora el cristi ano en lo q ue concierne a sus cree ncias y a su co nducta de vida . En co nsonancia, pues, con lo expuesto, añad iremos aho ra algunas conclus iones de carácter práctico. Empezaremos diciendo q ue los que co nfiesan y creen q ue el H ijo de Dios f ue crucificado , m uerto y sep ult ado, siguiendo los pasos de sufrim iento de su Maest ro, tamb ién padecerán por la ca usa de la verdad y de la j usticia , y en pa labras d el Rede ntor, los ta les estarán entre los bienaven tu rados del re ino de los cie los. Est os creyentes , aunq ue el mu ndo los pers iga, los afrente y los j uzgue como m alh echo res, no da rán m archa atrás en su profes ión, sabiendo q ue el verdadero juez y ga lardonador de sus vidas es el Señor. A ést e, su Rede ntor, t ienen como ejemp lo de imitación y de obed iencia , y desean q ue muera en ellos el viejo hombre y t odas las malas inclinaciones heredadas del primer Adán , y en su lugar re ine lo novedoso que viene por la obra del Hijo de Dios . (f. 21

sv) Co n el fin de que el espíritu triunfe sobre la sensua li dad, estos creye ntes

se esfuerzan en actua lizar la vo lunt ad de Dios en sus vidas y en hacer obras de san t idad y j usticia. Estos creyent es no se co nte nta n con haber in iciado meramen t e una carrera victoriosa en la profes ión de su fe , sino que desean term inarla con éxit o en todo. Por cons iguiente t o m an especial cu id ado en q ue el hombre 11iejo se

debi lit e cad a vez más y el hombre nuevo se vaya conformando cada vez más a la imagen d e Dios, que lo creó a su imagen y semeja nza. Est os creye ntes han mu erto pa ra las cosas del m undo y sepult ado las o bras del demonio en sus vidas. Como perte necientes a otro modo d e vida, no se ceba n en el gusto de la va naglo ria, ni de la ava ricia, n i de la so berbia, ni de lo deshonesto, ni se hu elgan con la venganza, ni desesperan ant e las dificu ltades ; sino que considerándose como m uert os en todas estas cosas aco mp aña n a su Redentor en su mu erte, y de él reci ben sufic ientes f uerzas pa ra el logro de su p rop ia m ortifi cac ión. Es por est a razó n q ue el Apóstol habla de la muerte del creyent e en Cr isto y llegue a ser rea lidad en su vida la m uerte de la m aldad del pecado y los deseos d el viej o Adán. (Ro. 6). Po r el contrario, hay algunos que se co nsideran cristianos y co nfían en ir al cie lo, que no viven en con fo rm idad co n las im plicaciones que se contienen en este artículo de la Confesión, pues fe lizm ente se co ntenta n con las cosas de este mu nd o, siguen la m enti ra de la se rpiente, perseve ran en su o bed ienciay en todo hacen ca usa co mú n con el viejo , (f. 2 7 6 r) En esta cat egoria , d e e,a1sos cristianos . . , t am b.1en , aq ue 11os est an Ad an. que no habiendo puest o su confianza en la muerte del H ijo de Dios, se escudan en la soberbia d e unas pret endidas bu ena obras y en la fa lsa confianza de un a acept ab le j usticia propia. Larga es la lista de los que fatuame nte se consi -

dera n crist ia nos ,[33~ pe ro q ue de hecho continúa n inmersos e n los deseos del viejo Adá n; le si rve n en sus cod icias, en sus apet itos, en su am istad y en el largo reguero d e malas o bras. (f. 216v) Los qu e vive n de acuerdo con las enseñanzas de este artículo, son aq uel los que perseve ran en la mort ificación de sus

pecados, de la carne y de los apet itos del viejo Adán , co n lo cual se rán victoriosos en todo, ganarán co nocim iento de sí m ism os y participará n de los beneficios que el Hijo d e Dios co mu n ica a los q ue en real id ad gozan con él de un a ve rdadera resurrecció n espi ritual. (f. 228v) Estos encontrará n suave el yugo del Evangelio y encontrarán p lacent era la senda del cum plim ient o de los m an d am ien t os de la ley d ivi na. Grat a se rá ta m bié n su relación de paz, de am or y de perdón pa ra con sus semej an t es. Como res ucitados a una nueva vi d a por el Hijo de Dios, ya no buscará n aho ra las po m pas, las so berbias y las codic ias del mu nd o, pues han pasado a ser vasal los de aqu él que los resucitó y les dotó de nueva vid a. (Ro. 7).

[3L4]- 1 Corintios 1,18-24: "18 Porque la palabra de la cruz es locura a los que se

pierden; pero a los que se sal11an, esto es, a nosotros, es poder de Dios. 22 Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; 23 pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; 24 mas para los llamados, asíjudíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios." [315]. Mateo 22,21. La cuestió n del t ri bu to apa rece t ambién en Marcos y en Lucas.

[31§.]. Mateo 20, 18-1 9. [317J lsaías 53,4-7: "4 Ciertamente lle11ó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros

dolores; y nosotros le tu11imos por azotado, por herido de Dios y abatido. 5 Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de

nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. 6 Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. 7Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca." [31..fil . Números 21, 5-9: "5 Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué

nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? Pues no hay pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano. 6 Y Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo; y murió mucho pueblo de Israel. 7 Entonces el pueblo vino a Moisés y dijo: Hemos pecado por haber hablado contra Jehová, y contra ti; ruega a Jeho vá que quite de nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo. 8 YJehová dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre una asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá. 9 Y Moisés hizo una serpiente de bronce, y la puso sobre una asta; y cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de bronce, y vivía." [319]. Juan 3, 14: "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre, sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." [320]. ¿Tiene Co nstan t ino en m ent e el ve rsícu lo 32, en el que se d ice q ue Dios "no escat imóa su propio H ijo, sino que lo entregó por todos nosotros " ?

[321]. Convenientísimamente. Otro eje m p lo del frecue nte uso que de los adjet ivos adverb iales en forma sup erlat iva hace nuestro autor.

[322]. lsaías 53,4 : "Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros

dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido." [36 3]. Salmo 69, 4: "Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza los que

me aborrecen sin causa. Se han hecho poderosos mis enemigos, los que me destruyen sin tener por qué. ¿Y he de pagar lo que no robé?" [324]. Hebreos 2, 14- 15: "Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y san-

gre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre." [36 5]. lsaías 25,8-9: "8 Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará Jehová el

Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra; porque Jehová lo ha dicho. 9 Y se di rá en aq uel día: He aq uí, éste es nuestro Dios, le he mos esperado, y nos sa lvará; éste es Jehová a qu ien he mos espe rado, nos gozare mos y nos alegraremos en su salvación." [326]. Oseas 3,14: "De la mano del Seo! los redimiré, los libraré de la muerte. Oh

muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seo/." [36 7.].

1

Corintios 15,55-5]: "55 ¿Dónde está, oh mue rte, t u aguijón? ¿Dónde, oh

sepulcro, tu victoria? 56 ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. 57 Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro SeñorJesucristo." [328]. Roma nos 6,4-5: "4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte

por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. 5 Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de

su resurrección." [36 9J. Craso error. En el origina l: ' porque lo ta l es grosería y monstruos idad.' [33Q]. De hecho el cristi ano es cristiano y hace t odos esto qu e describe Consta ntino po rqu e por la obra de rege nerac ión del Espíritu Santo ha experimentado u n nuevo nacimiento y ha recibido una nueva naturaleza - es un

nuevo hombre- . [331]- Miqueas 7,19: "El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras

iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados." [336.) . Constantino elabora una larga li sta de malas obras que caracteriza n estos " fa lsos crist ianos ." (f.

2 76

v) La lecc ión que pretende enseñar nuestro

reformador es obv ia: m uchos que viven en ll amados "pa íses cristianos ", se cons ideran rea lmente cristianos, pero la perversa cond ucta de sus vidas pone en ev idencia q ue no lo son. De cristianos no tienen nada - aunque hayan sido bau t izados y externamente y ritua lmente sigan las prácticas de la Iglesia oficia l- .

EL QU INTO ARTÍCULO DE LA FE

Capítulo 68

,

EL QUINTO ARTICULO DE LA FE

En el quinto artículo de la fe se confiesa que Jesucristo, Hijo de Dios, des ce ndió a los infiernos, y al tercer día, después de muerto, resucitó de entre los muertos. Este artículo t iene dos partes. En la primera se dice que Jesucrist o descend ió a los infiernos . En la segunda se afirma que al tercer día resucitó. (f. 217

r) La su ma de nuestra Confesión es que el Redentor estuvo tres días en la

sepultura, es decir: duran t e un periodo de tie m po que suficientemente certi ficaba su muerte. Du ra nte este lapso de tiempo su alma no estuvo inactiva, sino que descend ió a los infiernos pa ra llevar a término una importante obra. Confesamos que al tercer d ía su alma se juntó de nuevo con su cuerpo, volvió a t ener verdadera vida y resucitó victoriosament e de la m uerte. En todos estos eventos podemos apreciar u n proceso de descendimiento en la humillación que por nosotros sufrió el Hijo de Dios, y que elocuentem ente pone de re lieve la gran obra de amor y misericord ia que por nosotros llevó a term ino. Descubrimos unos escalones de ini m aginable humi ldad y humi ll ación por los que descend ió el Hijo de Dios desde las alt uras supremas de su dign idad ce leste. El primer peldaño fue el de hacerse hombre, es decir, descender de un nacim iento eterno de Divi nidad a un nacimient o humano de tempora lidad. En el segun do pe ldaño se acentúa el descend imiento al ser condenado en público ju icio, y conde nado por ma lhechor. En el tercer peldaño el Hijo de Dios es condenado a muerte de cruz - la más cruel e infame de las muertes maquinadas por el hombre- . En el cuarto pe ldaño padeció la m uerte como

hombre, no en cua nto a Dios - aunque la m isma pe rsona que era Dios sintió la muerte- . En el qu into pe ldaño descend ió a la sepu ltura, co m o los demás hombres y como si ta m bién h ubiera de compa rt ir la mald ición del primer Adán y retornar al po lvo d el que fue to mado - él, que estaba exento de pecado y d e maldición- . (fa i 7v) El últ im o pe ldaño fue el descenso a los infiernos - donde permanecían los que no ten ían justicia propia en espera de que les fuera abierta la puerta del cielo- .[333] El descenso de Jesucristo es ta n largo que cubre la d istancia que va desde el cie lo - de donde vino-

hasta el centro de la tierra donde bajó. De hecho

so lo quedaba un escalón más bajo al que no pod ía descender el Redentor: el de la región ocupada por Satanás y las huestes de los suyos y de los condenados . La mayor parte de estos pe ldaños que hemos mencionado sobre el descenso y hu m ildad del H ij o de Dios vienen atestiguados por el Espírit u Santo en las Escrituras. Por boca del apóst ol san Pablo dice que siendo el Redento r del mundo verdade ro Dios, qu iso pasar ta n desapercibido que el mu ndo no le reconoció como Dios; se hu m illó al extremo de toma r forma de siervo, y hecho semejante a los hombres, se hizo obed iente hasta la m uerte, y muerte de cruz. (Fil. 2) .[33:4] Estas pa labras ilust ra n bien el gran abaj am iento que asumió el Hijo de Dios, pues siendo verdadero Dios descendió a ser verdadero hom bre; y como ta l fue hum illado entre los hombres, tratado como siervo menospreciado y ten ido en nada por el m undo. A ta l nivel de humill ación descendió que condesce nd ió a sufrir la peor de las condenas de muer-

. e se mani·n estan tam b.1en , 1os te: 1a mu erte de cruz. (f. 218r) De mo do seme¡ant

profetas. lsaías d ice qu e f ue contado entre malhechores, y no vo lvió su rostro a los que le abofeteaban, ni sus espa ldas a los que q uerían maltratar le, ni sus barbas a los que querían arrancárse las. (Is. 53) .[335] Jerem ías alude a las maqu inaciones de los malos co ntra el Señor para que fuese persegu ido, destruido y envenenada su m isma vida. Uer. 11) .(336] En el m ismo sent ido se expresa san Juan, cua n d ice que en 'el m undo estaba y el mundo f ue hecho por él; pero el m undo no le conoció .' Un. 1,10) . En estas breves pa labras el eva ngelista describe las profund idades a las que descend ió el Seño r y redentor de los hombres, pues habiendo creado el mundo, el mundo no le conoció . No so lo no le reco noció co m o Señor y creador, sino que no le cons ideró como d igno de estar en el mundo. Siendo inocente fue condenado . Siendo co nocida y notoria su justicia y su inocencia, no vac iló el mundo en cometer la vileza de condena rl e. Tal f ue el abatimiento al que fue so m etido el Redentor, qu e por boca del profet a David habla de sí m ismo 'como gusano y no hom bre, afrenta de los hombres y desecho del pueb lo.' (Sal. 81) .(337.] El últ imo pe ldaño a cons iderar, y te m a de lo q ue abordaremos a conti nuación, es el que se enc ierra las pa labras de nuestra Confesión de que el H ij o de Dios "descend ió a los infiernos." (f.

2 78

v) La afirm ación hemos de enten-

derla según una doble significación - encerrando ambas profunda verdad , cato licidad y riqueza de m ister ios- . En el pr imer sentido, que en part e ya hemos cons iderado, y como ve íamos reviste una suma va loración , se relaciona con la suprema hu m ildad y profundo abatimiento que el Hijo de Dios sufrió en este mundo. Ciertamente pasó por las más ext remas y seve ras experiencias de

tristeza, sufrimiento y afrenta. Nad ie puede va lorar suficientemente las profund idades de tristeza y sign ificado de las palabras del propio Señor cuando d ice: 'Mi alma está muy triste hasta la muerte.' (Le. 22).[33fil Evidencia espantosa de este sufrimiento y terrorífica pasión fue el sudor de sangre que de su rostro ca ía hasta la tierra. [339J A los profundos sent imientos de tristeza y amargura de aque ll a hora de pas ión, hay que añadir también los crueles sufrim ientos que sobre él descargaba el odio del mundo. Todo esto viene descrito en el

salmo en el que el H ijo de Dios, dirigiéndose a su Pad re, exclama: 'Sálvame Señor, porque han entrado las aguas de la tempestad hasta quitarme la vida. Fijado estoy en el cieno de la profund idad, y no hall o donde hacer pie.' (Sal. 69).[340] Todo esto qu iere decir que el ímpetu de la tempestad de nuestros pecados, penas y m iserias - fruto de la obra del diablo en nosotros-

se des -

cargó sobre el Salvador como postrera persecuc ión que le infl igieron nuestras ma ldades. Ciertamente esto es bajar a las profund idades de la t ierra. Esta es, pues, la primera sign ificación que encierra el artículo de nuestra Confesión, y que se comp lementa con esta segunda significación que ahora abordaremos. Ya h icimos mención anteriormente que los que morían en fe y conoci m iento, y poseían el espíritu del Rede ntor antes de su ve nida al mundo, alcan21 zaban perdón de sus pecados y verdadera reconci liación con Dios. (f. gr) Empero aun siendo este el caso, no tenían todavía las puertas del cielo abiertas. Ten ían que esperar hasta que el Señor, autor y dador de ve rdade ra justicia y paz, entrase por ellas. M ientras ta nto habían de esperar en un lugar ll amado 'infierno', o ' lugar profundo de la tierra' hasta que el H ijo de Dios los sacase

de all í. No estaban allí en compa ñía de los condenados, ni sufrían sus torme ntos . Sobre e llos el demon io no tenía jurisd icción para d isponer de ell os perpetuamente - tal co mo sucede co n los ma lvados que han mue rto sin arrepentim iento de sus pecados y, en co nsec uencia, no se han beneficiado de la sangre de l Hijo de Dios- . A causa, pues, de l pecado y el reinado que ejercía el demon io, la puerta de l cielo pe rma necía cerrada, y el disfrute de las bienave nt ura nzas salvíficas hab ía de espe rar cierto tiem po. Hab lamos de tal luga r como una cárcel - la cá rcel de l infierno- . Este era el lugar donde permanecían los justos - sin sufrir los tormentos de los co ndenados- . Estaba n a llí con el deseo y la a nsiedad de que se cump liera n las profecías que proclamaban que se ría n rescatados de aque l lugar y llega ría n a goza r de la presencia y compañ ía de l Redentor y de la vis ión de Dios. A este lugar, pues, desce ndió el alma de Cristo, nuestro Rede ntor - juntamente co n la Divinidad que siempre permaneció con él- , y quebra ntó la prisió n de aque ll as cá rceles do nde estaban rete nidas las almas de los fieles. As í estaba ya profetizado po r Zacarías al decir: 'Tú po r la virtud de la sangre de tu pacto y de t u testamento sacaste a t us presos del lago que no t iene agua'.[3:41] El profeta hab la de la persona de l Hijo de Dios, verdadero Dios y redento r de los ho mb res. (f.

27

gv)

Este lugar es designado 'lago sin aguas '; y es que en luga res semejantes los vencedo res sue len retener a sus enem igos vencidos, pues estos 'lagos ' vienen a ser cárceles de gran seguridad . La compa rac ión a la que recu rre el profeta esta tomada de la realidad bélica. Cuando un prínc ipe poderoso invade la t ierra de l enem igo, permanece en ella hasta que ha logrado vencerle y libe rado a

sus am igos vasa llos allí apris ionados. De este mod o se simboliza el im perio y el gran pode r de Cristo, nuestro Rede ntor. En una co m paració n q ue él m ismo nos da, 'cuando el hombre f uerte armado guarda su pa lac io, en paz está lo que posee. Pe ro cuando viene otro m ás f uerte que él y le vence, le qu ita t odas sus arm as en que confiaba , y reparte el botín.' (Le. 11 ,2 1- 22) . Est o es lo que hizo el H ij o de Dios con el demonio: exh ibió sobre él su gran pode r y v ictoriosa m ente deshizo su re ino de t in ieblas. Le despojó d e sus armas y venc ida quedó la m uerte. En el t iem po en q ue su cuerpo santísi m o, sin estar se parado de la Divinidad, estuvo en el se pu lcro - test im on iando con ello su verdade ra m uerte- , su alm a descend ió a las cá rce les oscu ras donde est aban esperando los sa ntos 22 or) pa dres . (f.

su

· ese 1arec1·'0 co n gran d'1s1ma · 1uz 1as t 1.ni.eblas de1 presencia

lugar y llenó de alegría indescripti ble las almas all í retenidas. Entonces vie ron nu estros pri m eros padres al p rometi do de su linaje, que con su ven ida quebran t aría la ca beza de la serp ient e. Cum p lidos queda ron sus deseos, y po r fin pud ieron co nte m p lar al Rede ntor pro met ido - fu nd am ento de sus es peranzas

y co nsuelo permane nte en sus vidas d e t rist ezas, p ruebas y m iserias- . Allí v io Abra ham al que hab ía de ser bend ició n de su pu eb lo y d e tod a su poste ridad . Isaac contem pló al verdadero Co rdero que con su sangre derra m ada tra ía sa lvac ió n al mu ndo. Jacob te nía ahora delante a Aque l qu e había ll enado de espe ranza su alma est ando en el lecho de m uerte. Melqu isedec v io al et erno sace rdote, cuyo sac rific io n i ten ía prec io n i t en ía fin . Moisés ve ía ahora a Aquel que había ve nido a libe rar al pu eblo de la t errible esclavitud que po r el pecado

estaba p reso en la cárce l del 'esp iritual Egipt o.' (f.

22 ov) , David, el gran profeta

que tantas veces can t ó al Sa lvador q ue había de ven ir, aho ra le ve ía como realidad prese nte . As í, pues, los j ust os del t iem po pasad o v ieron cumplidos sus deseos, las pet iciones de sus susp iros, el remedio de sus tr istezas, el alivio de sus trabajos, la vict o ria contra la m uerte, y co ntra el infierno y contra el pecado. Todo esto t uvo su cum plimiento gracias a la prese ncia del Capitán q ue había de llevarles a la presenc ia d e Dios. ¡Cuán bien reco m pensad as se ve ían ahora las sufridas labo res del pasado ! ¡Cuán d ichosa la d ilac ión qu e te n ía por prenda su gran verdad ! ¡Cuán segura y bien ret ribu ida la pac ienc ia de tan larga espera! Todos estos padres del pasado, y de dist int as épocas, compart ieron un a m isma fe, partic ipa ro n d e un m ismo espíritu , sirvie ro n a un m ismo Señor, ll evaron en esta v ida su cruz, viv ieron y murieron co n una m isma espe ranza, y todos vi nieron a parar a esta cárce l; y en este lugar, al un ísono, vieron a Aq uel que habían esperado, y con él el cumplim iento de t odas las promesas. (1 P

3) .[34,zj En este lugar les habló el Redentor y les dio las buenas nuevas de su sa lvac ió n, y cómo y de q ué m anera se o braron los m isterios de su redenció n. ¡Cuán fa m iliar, am oroso y h um ilde se m ostraría el Señor con t odos ell os! En un am bien t e d e exce lsa paz conversaría con t odos ell os - q ue habían llegado ser partícipes d e las promesas y pactos del eterno Padre- . ¡Cuán grand e fiesta ce lebrarían los unos con los otros! (f. 2203 ) ¡Cuán triunfante sería la sa li d a de todos ellos de aq uell as v iejas cárce les sigu iendo al Cap itán qu e tan grandes ene m igos dejaba venc idos! N uest ro Reden t or, Jesucristo, no só lo abrió las puertas de esta cárce l y

libe ró a los sant os pad res que en ell a habían estado ence rrados, si no q ue, adem ás, causó extremo terror en el ámbito infernal del reino del dem onio. Rotos est aban sus pod eres y qu ebrantado su liderat o y sus des ignios m aléficos. A l igual que cua ndo un ca pitán entra en las fo rta lezas de los enem igos y derriba lo que parecían m uros inexpugnables, as í el Hijo de Dios d estruyó y desbarat ó los poderes del infierno con todas las huestes de Satanás. Nad a ni nad ie pod ía opo nerse y vence r a Aqu el qu e, habiendo muerto y habiendo sido p uesto su cue rpo en el sep ulcro, ahora se había alzado victorioso y había abie rto las cárce les donde habían estado presos los santos de la antigüedad. Satanás y los suyos por fi n p udieron percat arse de que la esclav itud del pecad o que habían im pu esto, aho ra q uedaba ve ncida po r la victoria de este nuevo Príncipe. (f. zz,v) Es por esto q ue el apóstol sa n Pablo d ice q ue el H ijo de Dios despojó a los principados y a las potestades del infierno y del mu ndo, y las puso en pública d esho nra co n su t ri unfo y su vict oria. (Col. 2).[143] Decíamos, al aborda r est e artícu lo de la Confesión, q ue Cristo d esce ndió desde lo alto del cielo hast a lo p rof undo de la t ierra. Est a era la car rera po r él em p rend ida de ext rema hum illación. Afirmamos ahora q ue t odos est os grados, o peldaños de desce nso, tuvieron una co ntraparte de asce nso m arcada por crecientes victorias. Vimos co m o el pri m er peldaño de descenso tuvo luga r cuando Jes ucristo

- verdadero y ete rno H ijo de Dios-

en la encarnac ión se h izo hombre. Gran -

de fue el descenso, pe ro t amb ién el ascenso. En t odo esto la Divinidad no vi no a menos - algo imposi ble por su pro pia id entidad- . Pero si q ue la hum anidad f ue ena lt ec id a a grand ísima dign idad, pues d e ta l manera se

identifica con la Divinidad, q ue una m isma perso na - la de Jesucristo-

es

hom bre y es Dios. Como d ivino no ga na en tanto que no carece de nada ni puede increme ntar en algo lo qu e ya es de por sí. Pero si q ue ganan mucho los hom bres, pues el Hijo de Dios no tomó pare ntesco d e ánge les, sino sim iente y li naje de A braha m . (f.zzz r) Esta ganancia es de Dios, po rq ue p roviene de la libe ralidad de sus bie nes; es m uestra de su riqu eza, expresió n de lo que él es, y man ifestació n de su m ise ri cordia. Vict o ria suma es esta contra el pecado y el demonio, y d igna de la perso na del H ijo de D ios, pues habiéndose perd ido los hom bres por el engaño de la se rpiente, so n por est e Señor redi m idos y sacados de sujeció n satánica y restitu idos a la dign idad de poder se r hij os de Dios. El segundo pe ldaño que descendió Cristo, nuestro Rede ntor, f ue el de haber sido co ndenado como malhechor. En est e descenso su be tamb ién su persona de ma nera victo ri osa, pues siendo él nuestro herm ano, con su des ce nso nos libra de la co nd enac ión eterna. Todo nuestro pe rdón y t oda nu estra libe rtad depend ían de su condenación. Pagó po r lo q ue no co m etió. Gracias a esta paga que él as um ió alcanza ron pe rdón los ve rdaderamente culpab les.

(Sal. 69) . Él f ue co ndenado en el ju icio de los hom bres, pe ro nosotros abs ueltos en el j uicio de Dios, porq ue Cristo nos li bró de la mald ición de la ley que nos conde naba. (Gá. 3) . La m uert e en la cruz marca ba su tercer peldaño de descenso, pero estab lecía ta m bién la m ayor ganancia para todos nosotros, pues con su muerte la muerte perdía su poder y quedaba fi nalmente m uert a y desa rmada; de ahí que sa n Pab lo pregu ntara: '¿ Dónde está muerte tu victoria? '[34A-] El cuarto pe ld año del descendim iento fue su sepu ltu ra. De los

beneficios q ue se derivaron del hecho q ue Cristo fuera sepu ltado, ya t uvimos ocas ión de cons iderarlo en el artícu lo anterior. Ciertamente los be neficios que de este relevante hecho se derivaron para nosot ros red undan, una vez más, en el incremento de nuestras victorias espiritua les sobre el pecado y la muerte. Como acabamos de ver, el descenso a los infiernos marcó el últ imo pe ldaño de su bajada de humi llac ión; pero represe ntó, al m ismo t iem po, un glorioso ascenso de t riunfo victorioso : el H ijo de Dios despojó de sus armas al demonio y romp ió para siempre los cerrojos de las cárce les donde habían estado "d os 1os ¡ustos . d e 1a ant igua . d"1spensac1 .on. , (f. 222v) (1 reten 1

eo. 17). Vemos,

pues, que cada pe ldaño de descenso en la h umi llac ión del H ijo de Dios, t iene su correspondien t e peldaño de ascenso victorioso.

Capítulo 69

DE LA RESURRECC I ON DE NUESTRO SENOR JESUCRISTO

Los cuat ro evangel istas mostraron gran di ligencia en el re lato de la condenación, afrentas y muerte del H ijo de Dios; pe ro t ambién la m ostraron en el relat o de su resurrección . En conform idad co n el narrat ivo que nos dieron, el Rede ntor mu rió por la ta rde en la novena hora del viernes, y el domingo, muy de mañana, resucit ó. De ahí, p ues, que afi rmemos que res ucitó al t ercer día. Cuando deci mos qu e estuvo tres días y tres noches en la sepu lt ura , de hecho t om amos un a parte del día por todo un día - ya que conta m os el viernes en que m urió por un d ía- , y el domi ngo en que resuc itó por otro d ía. Est e espacio de tie m po corrobora su muerte verdadera , pero ta m bién su res urrección. José de Ari m atea pidió su cuerpo a Pilat os pa ra d arle sepu lt u ra . Pilatos quiso corroborar la realidad de su muerte; y al ser confirmada ést a por el ce nturió n dispuso qu e el cuerpo fuera entregado a José. Al acercarse la gra n fiest a del Sábado, pa ra que los cuerpos no quedasen en la cruz , det ermi naron su desce ndimient o, pero hallaron a los ladrones todavía con vida, pe ro el Rede ntor lo encont raron ya m uerto. (f. 223 r) Estas pruebas, co n otras más que podría mos ad ucir, corroboran la rea lidad de su m uerte, y tambié n la ve racidad de su res urrección. Ante el t estimonio de muchos t estigos y guardas, el cuerpo del Señor fue ungido y depos itado en el sepu lcro. Embargados de tristeza, fa ltos de co nocim iento d e las Escrituras, y du bitativossobre la res urrecc ión del Señor, el desconciert o de los discípulos era en rea lidad grande. Habían cre ído, ciert amente, que su Maest ro había sido enviado por Dios, que había enseñado la

verdad y que había sido sumamente j usto en sus obras. Mas en el tema de su res urrecc ión est aban m uy d udosos y ciegos . Pasado sufic iente t iem po para sufic iente prueba de su muerte, y pa ra cum plim ien t o de las profecías y de los m isterios de las Escrituras, el H ijo de Dios triunfó sobre la muerte y resuc itó. Resucitó con una nueva vida; con una vida en la qu e la m uert e había perd ido todo su poder y t oda su j urisd icción . Resu citado el Señor, su primer propósito fue el de m an ifestarse a los suyos y dar así cump li m iento a la promesa que les había dado de que al terce r día resucita ría. Según una piadosa creenc ia -n o exenta de bue na justificación- , la primera persona a la q ue se man ifestó como resucit ado f ue a la Virgen , santísima mad re suya. No era ella la q ue menos le am aba, ni tampoco la menos amada. Si miramos a la fe , rea lmente la suya era grande. Si a entrega y dedicación m iramos, la suya era inigualab le: como madre y en los so lícit os cuidados que le mostró hasta los tre inta y t res años - y todo en med io de una gran pobreza y arduos trabajos- . (f.

223

v) Escogida f ue por el eterno Padre para desem -

peñar tan exce lsa m isión . En nada f ue inferior, y en todo la qu e m ás destacó en la santa co m pañ ía q ue sigu ió al Redentor del m undo en su minist erio. Con sobradas razones , pues, podemos suponer qu e fue ella la primera pe rsona que v io a su h ijo resuc itado . Dicho esto, narran los evange listas de las diferentes personas a las que se aparec ió. Y todos est os re latos co nstituyen una decisiva prueba en cont ra de las acusac iones que formu la el pueb lo j udaico. En figura de hortelano apareció a María Magdalena en el m ismo lugar donde fue sep u ltado . En el m ismo día apa rec ió a los d iscípu los que estaba n reun idos

en un luga r recluso por temor de los judíos. Se apa reció ta mbié n a otros dos discípulos qu e se dirigían a Emaús. Ocho días más ta rde se apareció otra vez a los discíp ulos, estando tam bién prese nte Tomás, qu e en la primera apa rición había estado ause nte. Junto al mar de Ga lilea se apareció a otros siete d iscípulos. Tantos fuero n los testi monios de su res urrección, que no estimamos necesario me ncionar más prue bas históricas. Tal era la import ancia y re levancia de la resurrecció n del Mesías, que con anterioridad a su adveni miento las Santas Escrituras, a t ravés de profecías y fig uras simbólicas,ya habían pred icho el acontecim iento. Así se nos hab la de l profeta Jonás, que la nzado a l mar fue tragado por un gran pez. Y después de haber estado en su vie ntre tres días y t res noches salió de l mismo con tota l indemn idad. Jonás prefiguraba la pe rso na y resu rrecció n de Jesucristo, nu estro Rede ntor. Por decis ión de los marineros de la embarcación, Jonás fue lanzado a las tempestuosas aguas de l mar. Rec uérdese que el Hijo de Dios, por acuerdo y sentencia de los hombres - y pa ra sa lvac ión de los hu manos- , fue lanzado a las turbu lentas aguas de la muerte y permaneció se pultado su cuerpo dura nte tres días y tres noches, hasta que el pode r de Dios lo resucitó y se logró as í tota l victoria so bre la misma mu erte. (f.

224

r) Muchas y re leva ntes

son las profecías que sobre la resurrecció n de l Hijo de Dios predecían ya las Santas Escrituras. Sin e mbargo, destaca de un modo muy especial, la qu e po r

boca del sa lmista David, e l propio Redentor habla de sí mis mo diciendo: 'Siemp re pon ía de lante de mí al Señor, po rque le te ngo a mi mano derecha, para qu e no sea m udado. Por esto estuvo mi corazón alegre y pronu nció mi

lengua content amie nto . Y, sob re todo est o, reposará en esperan za m i ca rne. Po rque no desamparará el Señor m i vida en la sepu ltura , ni perm iti rá q ue sien t a corrupción vuestro sant o. Me enseñará los cami nos de la v id a, y con su prese ncia hallaré p len itud de delicias ... ' (Sal. 15) .[345] En estas palabras el Redent o r del mu ndo declara el si ngu lar favor que o bt uvo d e su Pad re para que la mu erte no re inase so bre él, sino que, m urie ndo él, ell a qu edase venc ida. Man ifiest a el particu lar gozo q ue experiment ó al se nt ir la ce rcan ía d el eterno Padre; que co n m uy gran de espera nza se entregó a la m uert e y su cuerpo fu e suspen d ido en la cruz y d epos itado en el sepu lcro, ten iendo siempre la certeza de su res urrecc ión y de su victoria sobre la m uert e - en beneficio prop io y del linaje hum ano- . Po ne espec ial énfas is en la confia nza d e qu e su Pad re no perm it iría q ue su vida q uedara rete nida en la sepu ltu ra para no resucitar y no llegar a un irse de nuevo con el cuerpo. Est aba co nfiado de q ue su cuerpo santísimo - engendrado por el Espíritu Santo en el vie nt re de la Virgen- , no conoce ría la corrupc ión del sep ulcro y vo lver ía a la compañ ía del alma. (f. zz 4 v) Dice cómo el eterno Padre le enseñó los cam inos pa ra tornar a la vida, y concl uye con un encarec im ient o m uy grande de haber venc ido a la muerte y, por cons iguient e, al pecado. Este priv ilegio le f ue conced ido al Hijo de D ios: no so lo que resucit ase, sino que lo hiciera antes de que aparec iera n seña les d e co rrupció n en su cue rpo, ta l como suced e de modo natura l con los otros cuerpos q ue so n ent errados. Evid encia era est o de cuán cumplida era su v ictoria co ntra la m uert e, y cuán cie rt a era t am bién para nosotros la resu rrecc ió n y la rec up erac ión d e

nuest ros cuerpos después de haber pasado por el doloroso trance de la m uerte. El apóstol san Pedro recurre a este m ismo salmo para probar, contra los judíos, la resurrección del Mesías. De modo contunden t e argumenta que las pa labras hacían referenc ia al H ijo de Dios , ya que David - como era bien conoc ido entre los jud íos-

murió y fue sep ultado y su carne conoció corrup-

ción. Las pa labras, pues, eran so lamente aplicab les a Jesucristo, el Mes ías prometido, que no fue reten ido en el infierno, ni su cuerpo co noció corrupción. David era profeta y del Señor hab ía rec ibido la firme promesa que de su linaje descendería el Rey prometido; y fue por inspirac ión del Espíritu San t o que pron unció las pa labras que estamos considerando. (f.

22

sr) La Palabra del

Señor es mu y importante para el cristiano, ya qu e justifica y corrobora todas las obras del propio Señor. Es, al m ismo t iempo, fundament o de nuestra fe y prenda de n uestra espera nza. Es por esto que, en contra de los adversarios y de los incrédu los , al apóstol sa n Pablo afirma que, tras una debida y comprobada averiguación se puede concl uir que verdaderame nte Jesucristo es H ijo de Dios . Prueba fi nal y determ inante de que era su unigén ito Hijo la co nstituye la portentosa y test imon iada rea lidad de que Dios Padre le resucitó de en t re los mu ertos.[346) Dos reacc iones son las que ha susc itado la pasión, m uerte y res urrección del H ijo de D ios . Por un lado está la sentencia de los hom bres, la condena del mu ndo, la repro bación del puebl o judío, las afrentas y sufri m ien t os, la cruz y la m uerte. Todo est o sucedió como prueba y evidencia de que no se aceptaba como ve rdadera su pa labra, n i se le reconocía su iden t idad de Hijo de Dios.

Po r otro lado te nemos el test imon io de las Divinas Escrituras, las propias pa labras y doctri na de l Redentor, da ndo fe de l s ign ificado de su ve nida y e l se ntido y misterio de su muerte. Añádase a esto el propio test imonio de l Pad re ava-

lando toda la obra de su Hijo y sell ándola con la promesa de que le res ucitaría de la muerte. Todas estas gra ndes verdades las pred icó Jesucristo antes de afronta r la m uerte, tan to a sus am igos como a sus ene migos; a los unos para consolarles y a los otros para redargü irles y darles testi mon io de que él era el Mesías promet ido en las Escrituras. (f.

22

sv) En cierta ocasió n, al demandar le

los judíos señal de su iden t idad, les respo ndió Jesucristo que la se ñal que se les daría sería la de Jonás, que salió del gra n pez desp ués de pe rma nece r tres días en su vientre. Así ta mbién Jes ucristo, al terce r d ía de su muerte, sald ría de l co razón de la t ierra con victoria sobre la m uerte. Di rigié nd ose a Jerusalén con sus discíp ulos les hab ló de los gra nd es aco ntecim ientos que se aveci naban: co mo iba a ser entregado a los gent iles, padece r muerte, resucitar al tercer día, y que poco después de res ucitado les ve ría e n Ga lilea. Po r todo lo dicho, grande es la co nsolación qu e se desprende de las palabras de nuestra

Confesión - refrendadas po r la Escritura- , al afirmar que nuestro Redentor y Señor resucitó al tercero día.

Capítulo 70

,

CONS I DERACIONES IMPORTA N TES SOBRE LA RESU RRECCION DEL REDE N TOR En primer lugar hemos de decir que el tema de la resurrecc ión del H ij o de Dios ha de ser est udiado y desarrollado según los pr incipios básicos q ue hemos ade lan t ado en el capítul o precedente. Diáfana ciertamente fue su enseñanza de q ue la razó n de su ven ida al mundo era para vencer al pecado y para vencer a la muerte. Además , clara fue tamb ién su afirmación de q ue todos los que en él creyesen y le sigu iesen tendría n vida eterna; que el era la resu.' .d a y que para d ar sa 1vacIon ·' rreccIon y 1a v1 e' I h ab'1a ven ºd I o aI mun d o. (f.

226 r)

La resurrecc ión de Cristo, nuest ro redentor, const itu ía una eviden t e prueba de su exce lsa grandeza, de su identidad como H ijo de Dios, de su poder sobre la muerte y de su vict oria sobre el infierno, sobre el demonio y sobre el pecado. A todos estos enemigos les arrebató las armas de su poder y el domi nio y señorío que ejercían sobre el linaje humano a través de la m uert e. Síguese de lo d icho, que si honramos , servimos, y creemos en alguien que murió crucificado , creemos tamb ién en algu ien que primeramente predicó su resurrección, y q ue después de muerto resucitó. Y creemos ta m bién q ue una de las razones por las cuales murió fue para mostra r y re ivind icar aún más su poder contra el re ino de Satanás. La segunda cons ideración que nosotros, como cristianos, hemos de va lorar, t iene que ver con el adm ira ble m i sterio q ue encierra la resurrecc ión de Cr isto, nuest ro redento r. La grandeza de n uestra sa lvac ión, su profundo

sign ificado y operatividad , según el t estimonio y enseña nza de la Di11ina Escri-

tura, im plica dos aspectos. Uno de ellos concierne a la m uerte del Redentor; el otro conc ierne a su res urrecc ión . De la muerte ya dij imos como por ella nos beneficiábamos con la m uert e de nuestra muerte, la muerte de nuestras dificu ltades esp iritu ales, y la mortificación de nuestro viejo Adán - al pe rder f uerzas la mala ra íz del pecado que re inaba en nosotros- . De la resurrección decimos ahora que por ell a tiene lugar la restauración de n uestra v ida, la posesión de una nueva j ust icia, la instauración en nosotros de los principios del nuevo hombre, (f

226

v) la esperanza de un más allá ce leste, y pe nsam ientos y

actos placen t eros como res ultado de una v ida somet ida a la m ajestad de Dios. Cr isto resucit ó, pero hemos de añadir que su resu rrección fue ta m bién para beneficio nuestro. Res ucitó, no só lo para probar quien era, sino tamb ién para hacer de nosotros criatu ras qu e fueran aceptas de su Pad re. Murió por nuestros pecados y resuc itó para nuestra justicia. Con su m uerte murió la maldad, y con su resurrecc ión reviv ió la bondad. Hemos de comprender, fina lmente, que en lo qu e concierne a la eficac ia y pode r del m isterio de la m uerte de nues tro Señor, él resuc itó y nos res ucitó cons igo; de ahí que en nu estra prop ia v ida experi m entemos su pode r en nosotros con obras de nueva vida y est emos capacitados pa ra ve ncer al pecado y a Satanás, y tamb ién a encontrar deleite en los m anda m ientos de Dios y en se r amantes de su glo ria. (f. 227 r) La expos ición de este adm ira ble secreto nos la da el apósto l san Pab lo cuando dice que hemos sido sepu lt ados con Crist o por el baut ismo, para morir y pasar por aque lla m uerte de nuestros viejos pecados y de nuestro viejo

Adán, para qu e así como Jesucristo res ucitó de entre los muertos para gloria de su Padre, así nosotros cons igamos nueva vida; porqu e sin duda le acompa ñaremos en lo segundo, si le tuviéremos en compañía en lo p rimero. (Ro. 7).[3A-7.] Murió el Rede ntor pa ra la muerte de los pecados y v ive pa ra la vida de la j ust icia. Así nosotros hemos de morir para n uestros pecados y vivir di ligentemente pa ra las bu enas obras . Cu idado y d esve lo ha d e tener en esto el cris t iano. Esta es la m eta q ue ha de concentrar sus propósitos. Esta ha de ser la petic ión d e sus oraciones. Su felicidad depende de la consecuc ión de este único y gran t esoro. La victoria ya est á ganada. Las fuerzas ya están adqu iridas. El H ijo de Dios lo consiguió ya todo y en él est án atesoradas estas bendi ciones. Lista está su m isericord ia pa ra otorga rnos todos estos favores. Sin precio está todo est o a nuestra d ispos ición - todo esto que a él tanto le costó- . La t ercera co nsideración qu e el crist iano ha de tener en cuenta al med itar so bre este artículo de la Confesión, es la de que por la resurrecció n de Jes ucristo, nuestro Señor, no so lo consegu imos resurrecció n es piritual, sino .en , res urrecc1on . , corpora.1 ( f. z z 7v) Por e, 1 tene m os, pues, cert 1n1 . .d d d tam b 1 a e que tam bién resucitare m os en cuerpo y alma. Tan infalib le es esta verdad , como infal ible fue su resu rrecc ión. La resurrecció n de nuestro Rede nt o r es a la vez prenda de la nuestra; pues en todo él es nuestro primogénito y en todo es tam bién nuestro cap it án . Él va delant e de nosotros, y nosotros ta m bién le seguiremos en todo. Todos los m ales que el demonio introdu jo son reparados por el H ijo de Dios. El demon io trajo muerte corporal al linaje hum ano, po rque po r el pecado entró la muerte. Y como dice el apóstol ' por un hombre

entró la muerte, y por un hombre la resurrección de los muertos. En Adán morimos todos , y en Jesucri sto todos resuc itaremos .' (1 Co. 17) .[3A-.fil En conform idad con la prop ia libera lidad de la majestad d ivina , en todo somos rest itu idos de los bienes que un día rec ibimos de sus manos y que habíamos perdido por el pecado. Desde todas las perspectivas la muerte ha sido venc ida, y desde todas las perspectivas nuestra v ida ha sido restaurada. Si hemos sa lido de la cu lpa, libres estaremos de todo, pues de nuestra parte y a nuestro favo r está la m uerte y la v ida de Jesucristo. Sacrific io te nemos ofrecido. Perdón te nemos alcanzado. De malos e ingratos siervos, de ta l modo hemos sido enriquec idos, que ahora hemos pasado a ser h ijos de Dios. En suma : en este articulo se nos ha puesto de re lieve la suma hum ildad y misericord ia del un igénito H ijo de Dios al descender a las profundas cárce les y honduras de la tierra para saca r a las almas de los justos, y despojar al demonio de sus poderes y capacitar a los hombres para que puedan ahora vence rl e. (f. 228 r)

H emos visto · ' que a1 tercer d'1a resucito . ' con verd ad era v .d tam b.1en 1 a: 1a

muerte ya no puede ejercer más poder sobre él. Hemos v isto cuán rea lmente el Símbolo Niceno muestra la enseñanza de las Escrituras de que al te rcer día resuc itó. Referenc ia muy exp lícita de esto nos la da el apósto l san Pab lo en el capítu lo 15 de su 1 Epístola a los Corintios. [3A-.9] Los que han ente ndi do y as im ilado rea lmente los conte nidos que se enc ierran en este artículo de nuestra

Confesión, so n aquellos que perseveran en la mortificación de sus pecados, en la mortificación de la carne y de los apetitos del v iejo Adán . Son aque ll os que han adquir ido gran conocimiento de sí mismos . En un ión con el Hijo de Dios

han experi m entado una verdadera res urrecc ión espiritua l y ahora vive n en novedad de v ida, hac iendo suyo el mensaje del Evange lio, hall ando place ntera la se nda de los mandam ientos divinos, buscando en todo la gloria de Dios, y . d o e I perd on , y 1a canºd ad h ac1 ·a e 1 proJ1mo. , ·· (f. 228 v) Al eJa · d os estan , de practican las pompas , soberbi as y cod icias del m undo, y se han convertido en genu inos vasa l los de Aque l que los resuc itó espiritua lmente para serv irle co n obras acordes co n la nueva vida q ue de él han recib ido. (Ro.7) . (f. [333] . La afirm ació n del

229

r)

Credo Apostólico de q ue " Cri sto descend ió a los infier-

nos " no se encuentra en las Escritu ras, ni en las versio nes más anti guas q ue tenemos de dicho

Símbolo. Se trata de un añad ido del siglo sépt imo u oct avo.

La interpretación ente ndida en u n se ntido

literal de descenso en el infierno se

encue ntra tanto en el cat o licismo como en el protestanti sm o. Consta nt ino, al igua l que hicieron muchos t eó logos cató li cos y protesta ntes hasta bien entrado el siglo XVI 1, se m ueve en la tradición

litera lista en la i nterpretación del

descenso de Cristo a los infiernos - aunq ue de hecho t ambién acepta la interpretac ión de un " descenso extremo " de los sufrimientos de Jes ucristo en su obra de rede nción " - . Ver Apénd ice : [334] .

Filipenses

2 , 5-8:

El descenso de Cristo a los infiernos.

"Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en

Cristo Jesús, 6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse , 7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz".

[335]. Co nsta nti no cit a de manera muy libre los sufri m ientos del Mes ías que se contienen en este cap ítu lo.

[336]. Jeremías 11, 19: "Y yo era como cordero inocente que llevan a degollar, pues

no entendía que maquinaban designios contra mí, diciendo: Destruyamos el árbol con su fruto, y cortémoslo de la tierra de los vivientes, para que no haya más memoria de su nombre." Contrariamen t e a lo que mantiene Constantino, el complot de estos m aqu inadores va en contra d el p rop io profet a Jeremías, y no parece just ificada la sign ificación mesiánica que n uestro autor atribuye a la cita.

[337.]. La cita correcta es la d el Salmo 22, 6: "Mas yo soy gusano y no hombre;

oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo.' [33fil . La cit a correct a es de Mateo 26,38. [339]. Lucas 22, 44: "Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor

como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra." [340]. Salmo 69,1 -2: "Sálvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta el

alma. Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie; he venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado." [341]. El pasaje al que alude Co nstantino es el de Zacarías 9, 11-1 2: ''Y tú tam-

bién por la sangre de tu pacto serás salva; yo he sacado tus presos de la cisterna en que no hay agua.

12

Volveos a la fortaleza , oh prisioneros de esperanza; hoy tam-

bién os anuncio que os restauraré el doble." [342]. 1 Pedro 3,19: " .. . El cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados." [343]. Colosenses 2, 15: "Y despojando a los principados y a las potestades, los

exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz." [34A-J. 1 Corintios 15, 55: " ¿Dónde está, oh muerte, t u aguij ón? ¿Dónde, oh se pu lcro, t u victoria? 56 ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del

pecado, la ley. 57 Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro SeñorJesucristo". [345]. La cit a, un tanto libre, es del Salmo 18. En la ve rsió n Re ina Va lera así se lee en sus correspo ndientes versículos: "8 A Jehová he puesto siempre delante

de mí. Porque está a mi diestra, no seré conmovido. 9 Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma. Mi carne también reposará confiadamente;

10

dejarás mi alma en el Seo/, ni permitirás que tu santo vea corrupción.

porque no

77

Me mos-

trarás la senda de la vida. En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre." (A este salmo alude Lucas enHch.2,25-28). [346]. Esta p rim era parte del fo lio 225r es m uy confusa. Es pos ible q ue en la im prent a, en la t ranscripc ión del texto origina l el cajista por error om itiera, o colocara f uera de lugar, algunas pa labras. Confiamos haber intuido correctamen t e el se nt ido del texto original. A la confusión aludida se su m a, además, citas bíb licas eq uivocadas. El Salmo 1, que apa rece al m argen, no guarda relación con lo qu e se d ice en el text o. No se da la cita de las afirmaciones que se atri buye n al apósto l Pab lo - y que no hemos podido ident ifica r- . [347.]. La cit a co rrecta es la de Romanos 6,3-4: "¿O no sabéis q ue t odos los que hemos sido ba utizados en Cristo Jesús, hem os sido bautizados en su m uerte?

Po rque somos sep ult ados ju nta m ente co n él para muerte por el ba u-

t ismo, a fin de q ue co m o Crist o resucitó de los mu ertos por la gloria del

Padre, as í tamb ién nosotros andemos en vida nueva." [3a8]. La referencia correcta es de

1

Co .1 5,21-22: "Porque por cuanto la muerte

entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados." [3A.9.]- En e l texto origi nal, como referenc ia pau li na se da la de l capítul o 17; no hay, sin embargo, capítu lo 17 en esta primera epístola a los Corintios. ¿Hemos de atribui r al 'corrector', o a l impresor estos frecuen tes errores en las referencia bíblicas? Por ser esta edició n de Amberes la única que nos ha llegado de este texto constanti nia no, nos es impos ible comprobar si en las ed iciones anteriores impresas en España se daba ya este error en las citas bíblicas. No hemos podido constatar este tipo de error en las otras obras que nos han llegado de Constantino.

EL SEXTO ARTÍCULO DE LA FE

Capítulo 71

,

EL SEXTO ARTICULO DE LA FE En el sexto artículo de nuest ra Confesión se declara que nuestro rede ntor Jesucristo subió a los cie los y está sentado a la d iestra de su Padre. Grandeza suma encierra esta confes ión. Declara que el H ijo de Dios, en cuanto que verdadero hombre subió al cie lo para ocupar lugar excelso por su suma dignidad y en cump lim iento de las promesas del et erno Padre de que al morir en la cruz heredaría el re ino. Decimo q ue sub ió como hombre, ya que por su identidad divina y estando en todo lugar, en nada le afectaba lo de ' asce nder o descender.' Lo que nuestro artícu lo d ice es que subió al cielo ll evando cons igo a la human idad para que ocupara el lugar que él adqu irió con sus grandes obras. Abordare m os el conte nido de este artículo, en pri m er lugar, cons iderando el hecho histórico de la subida de nuestro Redentor a los cielos. Est e hecho se relat a muy cop iosament e en los Evangelios. Desp ués de su resurrección nuest ro Reden t or estuvo cuarenta d ías en la tierra. Durante est e tiem po se aparec ió m uchas veces a sus d iscíp u los, y co n muchos y grand ísimos testi m onios dio pruebas de su resurrección. (Hch.1). Después, cue ntan los evange listas, llevó a sus discípu los al Monte de los O livos, en el lugar llamado Bet an ia, para mandarles luego que esperasen en Jerusalén la ve nida del Es píritu Sant o. (f. 229 v) Desp ués de esto les dio su be ndición y los discípu los le vieron como ascendía al cielo, y como al ser cubierto por una nube le perd ieron de vist a. Desp ués de haberle adorado los d iscípu los regresaron a Jerusalén. [35Q]

Después de co nstatar la verdad hist órica de la resu rrecc ió n, ahora hemos de cons iderar el m isterio de la asce nsión. Dij imos en el artícu lo preced ente que el Redent o r del mundo se humi lló bajando los esca lones de m uerte de cruz, sepu lt ura y descenso a las cá rce les de las prof und idades de la t ierra; y que en todo este proceso co ro nó victor ia t ras v ict o ria sob re sus enem igos, y t amb ién nuestros . La res urrecc ión m arca ba el hit o m ás alto y sublim e de este cic lo de vict o rias que cu lm inaba con su asce nsió n a los cie los. En sus inicios est as victor ias est aba n co m o enc ubiertas por la p rof und idad y grandeza de sus m ister ios. En su res urrecc ión y en su ascens ión los m ister ios ad qu iriero n ya una luz más d iáfana. En todo esto el consejo d ivino o bró de t al m ane ra q ue aun los m ismos d iscíp ulos del Rede ntor m uchas veces d ieron m uestras de ignorancia, d ubit ación y pe rplej idad ante el curso de los aco ntec im ient os . Y como sie m p re suele suced er, t amb ién ante estos hechos la sa bidu ría del mu ndo d io m uestras d e su gran cegue ra es piritua l ante el ob rar divino. Sin em ba rgo, d esp ués de estos trances de oscuridad t uvo lugar una gran m anifest ació n del pod er de Jes ucristo, q ue afectó de un modo muy direct o a los d iscípulos. Y es que éstos habían de conve rtirse en los enseñado res más im port antes d el m ensaje evangélico . El Redent o r los confi rmó en la fe y en el conoc im iento de la verd ad . Ellos habían de se r los que habían de ll evar el men saje de sa lvac ión a los escog idos. (f. 23o r) Sin excusa, por otro lado, q uedaba el p ueb lo ju dío, y t am bién el m undo, en su obcecac ión po r rechazar los testim o n ios de verdad y v ict o ria del Rede ntor. La pri m era m anifest ación cu mbre de victor ia lograda por el Reden t or fue su res urrección - y q ue ya hemos

cons iderado- . La segunda man ifestac ión cumbre de v ictoria - y que ahora en t ramos a cons iderar-

fue su ascens ión a los cielos .

Mu chas son las razo nes que ensa lzan la grandeza de este misterio. La más importa nte de todas ellas es la gran man ifestación de poder que se asoc ia con el H ijo de Dios. Y as í, después de su resurrección d ijo a sus discípu los que 'todo el poder le era concedido en el cie lo y en la t ierra.' [351] Bajo estos dos nombres de cielo y de tierra se incluye un poder universal y una dign idad un iversa l sobre ánge les y hombres, y una tota l admin istrac ión del reino de Dios en el cie lo y en la tierra. Esta es la d ignidad y recompensa que el Redentor del mundo obtuvo por la obra de la redenc ión . Como prueba y corroboración de lo dicho ascend ió su santís ima humanidad al cielo como lugar aprop iado para su alt a ident idad , y al trono que le correspondía como soberano de su gran reino. Profund ísimo fue su descenso, y ahora alt ísimo es su ascenso. Y así lo declaró a sus d iscípu los diciendo: ' Salí del Padre, y vine al mundo, otra vez vue lvo a dejar el mundo y vue lvo al Padre.'[356] Este venir y este volver seña lan el estado de hum ildad al que descend ió haciéndose hombre y muriendo por nosotros , y la grandeza que se le d io , y la alteza a la que ascend ió su humanidad por el mérito de su descend imiento. (f. 23 ov) Dij imos ya en el artícu lo precedente, como la bajada del Reden tor del mundo venía simbolizada por la d istancia que hay desde el cielo hasta la profundidad y centro de la t ierra. En modo alguno puede imaginarse una mayor separación. Y de un modo semejante hemos de representarnos la dist ancia que med ia desde las profun d idades de la t ierra a las alturas del cielo. En modo alguno puede imaginarse

una mayor se paración. En las obras y secretos de la natu raleza qu iso la d ivina sab iduría po ner rastro y doctrina de sus m iste rios , y esto es lo que se intuye en las prop iedades ocu ltas de las cosas natura les, q ue m uestra n un a t endencia a vo lver a su ori gen . Dice Sa lomó n que los ríos sa len de la m ar y tornan d e nuevo a la m ar, su o rigen. [353] De l m ism o m odo vemos co m o las aguas de la m area suben y bajan conform e a un a m ed ida m aravillosament e esta ble. As í es ta mbién el cu rso del so l: fie l así m ism o nunca se cansa en su rec urrido. Y es por eso q ue alegóricam ente d ice el apósto l san Pab lo q ue el curso del Red entor es de lo alt o del cie lo para vo lve r de nuevo a lo alto del cielo. [354] Él es verdadero ' So l de j usticia', cuyo ta bernáculo y cuya m orada est á en el cie lo; con lo cual se d a a enten der que su ser es et erno, su poder es sobre todas las cosas y su majest ad es divina. As í como el so l alum bra al m undo, lo recrea , y es causa de t odos sus bie nes, así la pe rso na d el H ijo de Dios, t o m ando nuestra naturaleza, y conve rsa ndo co n nosotros en la tie rra, venc ió las t in ieb las de nuestra ignorancia y de n uestro dest ierro, co nfo rm e a las palabras que él m ismo dijo: 'Yo soy luz del m und o, el qu e me sigue no anda en t in ieb las, ant es t end rá lum bre de vid a.'

Un.

8) .[355] Él es nuestro co nsue lo, pu es ll evó sobre sí todas

nu estras cargas y dificu ltades. Él es la fue nte de nuestros frutos d e v id a y de las o bras q ue agradan al Padre. (f.

23 7 r) Él es el q ue desde el principio del cie lo

y de ser ve rdadero D ios , bajó a se r t amb ién hombre, y corrió todo el espacio desde el or ient e d e tener d ivina vida , hast a el occ id ente de sufrir muerte de hom bre. Co m o el so l co n su virtud penetra las prof und id ades d e la t ierra, y allí

hace operaciones, as í él descen d ió hasta las cárce les del infierno, venc iendo todas sus t inieblas, y saca ndo a los just os de su deten im iento, y ll evá ndolos cons igo a la reg ión de la luz. Este gran misterio es el que ensa lza el sa lm ista ' d iciendo: Cantad al Señor y dad a su nombre loores. Ensalzad al que sube sobre los cielos ... ' (Sal. 77) .(356]

A las alturas de est e asce nso de Cristo se refiere nuest ra Confesión con las pa labras d e que el H ijo de Dios 'est á se ntado a la d iest ra del Padre.' Estos térm inos no han de tomarse en un sentido lit era l, pues D ios - purísimo y simplicís imo en su ser- , no tiene m ano derecha ni mano izqu ierda. (f. z 3iv) La expres ió n ha de entenderse esp iritualmente - o como metafóricamente se usa a veces el signifi cado de las manos entre los humanos- . Por mano derecha de Dios entendemos los pr incipa les bienes y favores q ue reci bimos del Redentor. En cuanto a Dios, es evidente que el Hijo compart e idénticos atrib utos con el Padre. En cuanto a hombre entendemos qu e su aut oridad y dom in io es superior al de las otras criaturas . Su pa rt icipació n en los bienes divinos es t an grande que es impos ible para nosotros va lorarla. Segú n las pa labras ya alud idas, su afirmación es de qu e 'l e ha sido dado t odo poder en el cielo y en la t ierra.' Es vo lunt ad del eterno Pad re que todo sea gobernado y adm in istrado por su H ijo, ya que por haber sido redentor sea tamb ién juez y gobernador de

los hombres . En pa labras de sa n Ju a n: ' El Padre le puso t odas los cosas en las m anos .'

LJn. 13).(357.]

Por la misma comparac ión y metáfora hemos de enten -

der lo que se dice de 'estar se ntado.' A semejan za de los príncipes y de los jueces que están asen t ados en sus tribu nales y desde allí man dan y so n

o bedecidos; así con referencia el H ij o de Dios el 'esta r se nt ado' hace referencia a la gran autoridad co n la que ha sido investido para mandar y pa ra j uzgar. N uestro Rede nt o r, en cuanto a hom bre, comparte con Dios el gobierno del cielo , ya que en su pe rso na se ident ifican la naturaleza humana y la divina. De manera que nu estro Redentor en cuanto hom bre t iene una compañ ía con Dios para el gobierno y para el ju icio del cie lo, po r la razón de t ener en su persona j untadas las dos natura lezas hu mana y divi na. Toda esta grandeza la resu m e brevemente san Pab lo haciendo refere ncia a las grandes cosas que hizo Dios en Crist o, ' res ucit ándo le de los m uert os, sentá ndole a su diestra en los lugares ce lestia les so bre t odo p rincipado y autoridad y poder y seño río, (f. 232 r) y so bre tod o nom bre q ue se nombra, no só lo en este siglo , sino t amb ién en el ven idero, y somet ió todas las cosas baj o sus pies, y lo d io por ca beza sobre todas las cosas a la Igles ia, la cual es su cue rpo, la plenitud de Aqu el que tod o lo llena en todo .'[35~] Clarament e se enseña aq uí lo qu e qu iere deci r 'est ar sentado a la d iest ra del Padre'. Es te ner autoridad pe rpet ua e in m utable sobre los ángeles y sobre los hom bres. Es ser cabeza sobre t oda la Iglesia, a fin de que sea regida y enseñada por su Pa labra y por su Espíritu . Este privi legio ta n grande que hab ía de darse al Redentor estaba ya profet izado en las Escrituras. Según dice el profeta David, el Pad re habló con el H ijo

e n estos térm inos: 'Asiéntate a mi diestra hasta q ue ponga a tus e nemigos por estrado de t us p ies.' (Sa/. 11 0, 1). En con form idad co n est a pro mesa nadie puede elud ir el gobierno sobera no del H ijo: los am igos le serán súbditos por

obediencia, y los enem igos por juicio condenatorio. (f. 232v) Como dice el

apóst o l san Pablo, ' será j uez t an universa l y ejercerá un dom inio tan grande sobre t odo lo creado, e incluso sobre el infierno, que nada ni nadie podrá oponerse a su gobierno.' (Fil. 2). [359.] Co n esta dign idad y co n este poder el profet a Dan iel lo vio en espíritu . En las n ubes del cielo 'vio a uno semejante a h ijo de hombre, el cual fue present ado delan t e de la majestad de Dios, y le f ue dado seño río y honra y re ino, para q ue todos los p ueblos y t odas las nacio nes y toda lengua le sirvan, y cuyo dom inio se rá eterno, que no tendrá fi n, y cuyo reino no será destruido, po rque est e es el pre m io que se le da por haber o bedecido al Padre hasta la m uert e, y haber restit uido en su se rvicio al linaje de los hom bres.'[360] Aunque lo prefigurado en el Antiguo Testamento sie m pre queda co rto de la excelencia de lo figu rado, con todo expresa con mu cha fuerza la grandeza del ascenso de Cristo a la glor ia ce lestial. (f. z 33 r) Y esto es lo que se prefig ura en el asce nso del profeta Elías al cielo en un carro de fuego. [3fu] Elías m antuvo con firmeza su celo po r la gloria del Señor. A pesa r de las afrent as y de ve rse m arginado a extrem a soledad por su defensa de la ve rdad, perseveró en su t esti m onio y en su fidel idad a D ios. En t odas estas se m ejanzas hay, sin embargo, grandes d iferenc ias. Y así vemos , por ej em plo, que Elías 'fue arrebatado y su bido'. El Rede ntor del mu ndo subió al cielo po r si mis m o y co n su p ropio pode r. Elías sub ió para ocupar ' un determi nado lugar.' Nuestro Redent or y Señor sub ió a los cielos para se ntarse a la d iestra del Padre, para ej erce r su re ino sobre los ángeles y ser cabeza de la Igles ia. Concl uimos diciendo que la subida de Cristo, nuestro Reden t o r, al cielo const ituye una prueba su m a de su Divinidad. Lo es ta m bié n de su santidad,

inocencia y j ust icia en cuanto a hom bre. En t odo esto se co rrobo ran las propias pa labras de Seño r a N icodem o, d iciendo : ' N inguno su bió al cie lo, sino el que descend ió del cielo, el hijo del ho m bre que está en el cie lo.'

Un. 3,1 3). A qu í

se enseña que el H ijo, que tu vo et erna compañ ía con el Pad re, vi no del cie lo a la t ierra para hace rse hombre y revelar los grandes sec ret os del consejo divino 2

pa ra la sa lvación del linaje hu m ano. (f. 33v)

Capítulo 72

,

SEGUN DA CONSI DERACION IMPORTANTE SOBRE EL SEXTO ,

ARTICULO DE LA FE

La segunda cons ideración que debe de tener en cuenta el cristiano al med ita r sobre este sexto artículo, en el que se d ice que nuestro redentor Jes ucristo, en cuanto a hombre, sub ió a los cielos, y que está sentado a la diestra del Padre, guarda relación con nosotros, pues tiene que ver con los benefic ios que se derivan de la suma m isericordia d ivina hacia el linaj e humano como resu ltado de la ascensió n a los cie los del H ijo de Dios. En la o bra de la redención están estrecham ente conexionadas la gloria de Dios y el bien del linaje hum ano, la d ignidad y grandeza de Cristo y nuestra honra y nuest ra libertad . (f. 2

34r) La sab iduría del m undo quiere afrentarnos d iciendo que seguimos a un

'hombre' que en todo dio muestras de flaqueza y hum illación . Sin embargo nosotros confesamos q ue en todas las baj ezas y humill acio nes que sufrió el H ijo de Dios se contienen exce lsos mist erios de la grandeza d iv ina y del bi en es piritua l nu estro. Ante todos los fa lsos testimon ios que sobre nuestra sa lvación esgrime el mundo, nosotros confesamos que en todos los estad ios de hum illación que sufrió el H ijo de Dios se encierran metas gloriosas de bend ición. 1nstamos a los menospreciadores del m inisterio de Cr isto en la t ierra a que po ngan los ojos en el fin ú lt imo de la jornada de Cristo, nuest ro Señor. Q ue le m iren resucitado, y resucitado de ta l manera que la muerte ya no ejerce m ás poder sobre él. Con su resurrección la muerte es venc ida para siempre. Corroborando todo lo d icho añad imos q ue, después de resuc itado subió al

cielo, a un lu gar donde la mu erte no tiene ju risd icc ión, pues no hay all í m uert e, si no vida eterna. Es a este Señor vict o rioso que nosotros adoramos y atri buimos toda la gloria d e n uestra redenció n. (f. z 34v) De est a asce nsión de Cristo a los cielos se deriva otra co nsolac ión qu e, por su grandeza, en m odo alguno el entend im iento h umano es capaz de va lora r; y es la de qu e se abren ahora las pue rtas del cielo para ya no cerra rse nu nca jamás. Por la ira y condenación divi nas so bre el pecado del hom bre se ce rraron estas puertas. Como d ij imos en el artículo preced ente, los qu e morían justificad os t odavía no podían entrar en el cie lo. La dignidad para abrir estas puertas estaba reservada a Aqu el que había de ap lacar la ira de Dios y había de consegu ir justicia de sa lvación al linaje humano. Fu e el Señor quien pri m ero entró; y lo hizo como ve ncedor del d emonio, del pecado y del infierno. Abie rtas est án ahora para nosotros, pues n uestros pecados han sido perdo nados, nuestra muerte venci da, y el infierno que m erecía m os alejado ha sido de nosotros. Para nosotros fue la victoria; pa ra nosotros será t ambién la entrada. Hombre, del linaje de Adán, fue el q ue subió al cielo, co m pañe ro de nuestras vic isit ud es, rede ntor de nu estras m iserias, y j ust o para nuestra j ust icia. No hay lugar para la d uda: las puertas del cielo se han abie rto pa ra qu e ent re m os al lí como m orado res. (f. z 35 r) En cuerpo y al m a subió el h ijo de Dios al cielo. En cuerpo y al m a subi remos t am bién all í nosotros. De lo uno y de lo otro t enemos prendas en su su bida, y te nemos prueba de la be nignidad d ivina. Más que sufic iente es est o para que viva m os cont entos en est e m undo, supe rando t rist ezas y vicis itudes; siempre so lícit os en bu scar ayuda conque ve ncer al pecado.

Otros co nsuelos t iene, además de todos estos, el hombre fie l, pues en est e m isterio se encierran ot ras riquezas y t esoros también inimaginables. Co nsue lo encuentra el creyente en la certeza de que quien tanto le amó, por él se hizo hombre - el más ins ignificante de los humanos- , con insistencia v ino a buscarle, por él sufrió penas y vicis it udes, por él padeció m uerte de cruz, y tomó sobre sí la responsab ilidad de ve lar y hacer suyas todas las cosas que a él le concierne n. Sobre él ejerce su providencia, cuida de sus necesidades, escucha sus peticiones , intercede por él y le favorece co n sus bienes. Innegables fueron las penas y vicisit udes que por nosotros padeció el H ij o del hom bre; co m o inm enso fue tamb ién su amor para libertarnos del pecado. Innegable es también el hecho de que en sus manos están los cu idados de su providencia a n uestro favor durante este nuestro breve paso por la t ierra. Los m otivos en que se f un damen t a todo este proceder de modo m uy man ifiesto es reve lado por el Espíritu San t o en las Escrituras. [362] Todos los bienes que a nu est ro favor obtu vo el Señor, seg uros y firmes están. (f. 235v) Si en su m iniste rio sobre la t ierra procurado r nuestro f ue y escuchó nuestras pet iciones, mu cho más ahora - si es que esto se puede decir-

las escucha rá estando en

el trono de su pode r y en la suma posesión de todos sus bienes. Nada hay en la t ierra, o en cua lquier ot ro lugar que podamos imaginar, donde no pueda llegar la m irada de nuest ro Rede ntor. Desde el cie lo, sentado a la diest ra de Dios Padre, todo lo ve y todo lo pe net ra; nada puede escapar a su co nocim iento, ni a su providencia. (f.

236 r) Co m o dice san Pablo, en este lugar ce leste está el

Rede ntor 'para ll enarlo todo.' (Ef 4) .[3§3] No pueden pensar los m alos que no

son vistos , n i imaginar que se p ueden esconder de los ojos de su ju icio. Pero tamb ién de los bue nos puede afirmarse que nada de lo que a ellos concierne pasa desapercibido a los ojos del Redentor. At enta está su m irada a sus necesidades y dificultades; objeto son ellos de su permanent e amor. No pueden ped ir los hombres mayores fuerzas para vencer sus desmayos, ni mayores prendas para sus bienes q ue las que ofrece el m ismo Señor. Garantía de todo esto es su asce nso a los cie los. Ta l como dice el apósto l san Pab lo , 'el Redentor en t ró en el tabernácu lo ce lest ial para prese ntarse delante de Dios por nosotros , como nuestra cabeza, co m o procurador y autor de t odos nuestros bienes.' (He. 9). [364] De m odo simi lar se expresa san Juan cua ndo dice q ue 'abogado tenemos delante del eterno Padre, para que por nosotros alegue su justicia, para pedir perdón de nuestros pecados, porq ue él es sacrific io para nuest ros pecados y para todos los del mundo, y no se puede ha llar fin al valor de su justicia.' (1Jn. 2). [365] Una última cons ideración sobre lo que est amos tratando incrementa aun más la conso lación que el creyente obtiene de este artículo. (f.

236

v) Esta con-

siderac ión se centra en el hecho de q ue el Redentor del mundo, se ntado a la d iest ra de Dios Padre, rige y gobierna a la Iglesia media nte el Espíritu Santo para alumbrarla con el verdadero conocim iento de su Palabra, y hacer q ue prevalezca en su lucha contra los poderes infernales. En este su ministerio por la Iglesia, el Hijo de Dios leva nta pastores para que éstos contrib uyan a ed ificar este gran 'edificio ecles ial,' tan grato a los oj os del Padre, y as í los escogidos hallen el cam ino y el puerto de sa lvación. Est a es la enseña nza que el

apóst o l san Pablo ratifica en el capítu lo cuarto de su epísto la a los Efesios. [366] Igualmente por boca del profeta David el Espíritu Santo dice q ue 'el Señor sub ió a lo alto, llevó cautiva a la cautividad y repartió dones a los hombres.'

(Sal. 68,18). En esta profecía se habla de la sub ida del Hijo de Dios al cie lo, y de cómo en el tri unfo de su sub ir dejó vencido a todo lo q ue nos vencía. Como prueba de esto llevó consigo a los q ue habían estado cautivos por Satanás en las cárce les profundas de la tierra. Y así como los capitanes de un ejercito vencedor reparte n los despojos entre sus amigos, así el Redent or del mundo en su ascenso a los cielos repartió entre los suyos los bienes esp iritua les de su vict oria. Los bienes y frutos de esta victoria continuarán repart iéndose entre los hijos del Redentor hasta el fin del m undo. (f. 237 r) Resta añadir algunas ap licaciones concretas del espíritu de este misterio en la vida de los creyen t es. Los que tienen verdadera comprensió n de lo que sign ifica la ascensión de nuestro Redentor a los cie los, y de estar ase ntado a la d iest ra del Padre todopoderoso, so n aq uel los que por la gracia del mismo Señor son victoriosos contra su pecado, viven en conformidad con las pautas del cielo y desean la gloria de Dios en todo. Aunque está n en el mundo, no son del mu ndo, ni siguen sus vanas normas ni persiguen sus apetitos y placeres. Estando en la tierra susp iran por la quietud del cielo y el cu m pl im iento de todo lo que d ispone el Señor y que siguen fielmente a los bienaventurados que all í ya moran . Habiendo resucitado con Cristo, suben con él en espíritu , se somete n a la obed iencia de su Evange lio y se gozan en el cumplim iento de su vo luntad. (f. 237v) De todo esto nos amonesta el apóstol san Pablo cuando

d ice que 'si hemos resucit ado con Cristo, no busqu emos ahora las cosas d e la t ierra , n i empleemos en ell a nuestra sabi du ría, ya q ue el Señor dejó la tie rra y asce nd ió al cie lo; con lo q ue se da a entender que no hemos d e ocupa rnos de los breves bienes de esta vida, sino de los ete rnos . Co m o él buscó la gloria d el Pad re, así t ambién nosotros hemos d e afa narnos pa ra alcanzar id éntica meta.'

(Col. 3). [367.] Po r el co nt ra rio, los qu e no tie nen ve rdadera co mpre nsión de lo que signifi ca la ascensió n d e nuestro Red entor a los cielos, po nen t od a su confia nza en lo te rre no. Puede inclu so que digan que grandes f uero n los logros del Reden t o r; (f.

238

r) pero ellos se encuentran bien en la t ierra co m par-

t iend o sus efím eros y carna les place res, e inclu so desearían vivi r pe rpetu am ent e en est e mu ndo.[368] [350] . La cit a d e Lucas 7 que se d a en el texto origina l es incorrecta. La referencia correct a es la de Lucas 24,50 -53. [351] . Mateo 28, 18: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra ." [356] . Juan 16,28: "Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y

voy al Padre." [353] . Eclesiastés 1,7: "Los ríos todos van al mar, y el mar no se llena; al lugar de

donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo." [354]. Co nstanti no alud e a Efesios 4,9-10: "Y eso de que subió, ¿qué es, sino que

también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo ."

[355]. Juan 8, 12: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas,

sino que tendrá la luz de la vida." [356]. La refe rencia al Salmo 77 no es correcta. Es posi ble que Constantino t u-

Salmo 68,4: "Cantad a Dios, cantad salmos a su nombre. Exaltad al que cabalga sobre los cielos".

viera en mente el

[357.]. La cit a correcta es deJuan 3,35: "El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha

entregado en su mano." [35ª]- La refere ncia de Efesios 12, que aparece al margen, no es correcta. Posi blemente el pasaje al qu e se al ude sea el de

Efesios 1,19-23.

[359.]. Filipenses 2,9-n: "Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio

un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre." [360]. La refe rencia a Daniel es del libro del profeta capítulo 7,13-14: "Miraba yo

en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido." [3fu.]. La refe rencia bíb lica es de

2Reyes 2, 11: "Y aconteció que yendo ellos (Eliseo

y Elías) y hablando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los

dos; y Elías subió al cielo en un torbellino." [362]. En el text o origi nal: ' Las razones pa ra esto so n m anifestísimas .. .'

[3§3]. Efesios 4,10: "El que descendió, es el mismo que también subió por encima

de todos los cielos para llenarlo todo." [364]. Hebreos 9, 12: "Cristo entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, ha-

biendo obtenido eterna redención. Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios" [365]. 1 Juan 2,1: "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si al-

guno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.

2

Y

él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo." (Consta nti no cita m uy libremente el pasaj e joa nino.)

[366]. Esta cit a es mu y general y pa rece ce ntra rse en los ve rsícu los 8-13 del ca pítulo pa u lino alud ido.

[367.]. Colosenses 3,1-5: "1 Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de

arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.

2

Poned la mira en las cosas

de arriba, no en las de la tierra. 3 Porque habéis m uerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios . 4 Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste,

entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. 5 Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros.. . " [368]. Por la descripción te rrena y mu ndana que Constant ino hace de estos ind ivid uos, res ult a evidente que no son crist ianos, au nque puedan incl uso hacer una co nfesión nom inal de serlo. Estimamos f uera de lugar las largas disq uisiciones que a ellos dedica nuestro aut or.

EL SÉPTIMO ARTÍCULO DE LA FE

Capítulo 73

,

,

EL SEPTI MO ART ICU LO DE LA FE

Es el séptimo artícu lo de la fe cristiana se afirma que el H ijo de Dios ha de ve nir desde el cie lo para juzgar a v ivos y muertos . Al fin del mundo Jes ucristo aparecerá de n uevo para ser v isto de todos y para juzgar y dar la correspond iente paga de retribución , o de condenación, a todos los mortales . (f. 2 3Sv) En conformidad con el benep lác ito del Padre, el Hijo ha de ser el juez de todos los hombres . Y as í lo corrobora el m ismo Señor Jesucristo cuan dice que ' el Padre a ninguno j uzga, y que el m inisterio de j uzgar a los hombres lo d io al Hijo.'

Un.

5) . Co n esto no se qu iere dar a entender que el Padre ha sido

m arginado de la autoridad de j uzgar, pues ta l facultad pertenece a las tres personas de la sa ntís ima Trinid ad. Si decimos que al fin del m undo el j uicio corresponderá al H ijo, es porque este ju icio ha de ser vis ible, y la persona q ue aparecerá visib lemente ha de ser la del Hijo, y los mortales han de ser juzgados a la luz de su perso na y de sus pa labras . (f. 239 r) En el curso del t iem po, de muchas y d iferentes maneras, Dios ha dado grand es muestras de su m isericordia hacia los hombres , esperando de ellos fru t os de arrepentimiento . En co nformidad con su ju icio y be nignidad ha determ inado un d ía para que según sus obras los mortales sean juzgados; de modo que los malos y menospreciadores de su m isericordia rec iban su correspond iente cast igo, y los que se arrepi ntieron de sus pecados y conformaron sus v idas con los m anda m ien t os de su santa ley reciban la deb ida recompensa. En su paciencia y misericord ia Dios v iene d ilatando el día d el j uicio, a fin

de que

aprovechemos este largo pe riodo de m isericordia para el arrepentimient o y no ll eguem os a perdernos. Sin emba rgo, en co ntraste co n este largo t iempo de m isericordia, cuando llegue el fin del m und o, el día del j uicio será muy breve: se habrá agot ado ya para siempre el periodo de la gracia. (f. 239 v) El j uez q ue nos ha de j uzgar no puede ser recusado por sospechoso, pues es el que nos redim ió, y q ue primero compró con su sangre a los que ha de co ndenar. [369.] No hay mudanza en la volu ntad del Hijo de Dios. ¿Sentirá tristeza por la se nte ncia que pronu nciará contra los malos? Como respuesta cont en t émonos en saber que el H ijo de Dios, después de su resu rrección, no p uede senti r t risteza de la manera que la sentimos nosotros, porqu e su alma est á en poses ión de los bienes divi nos. Recordemos, por ot ro lado, cuán ans iosame nte nos buscó, cuán indescriptibleme nte grande f ue su sufrimiento en la cruz, y con cuant as lágrimas pid ió perdón para sus enemigos. Todo lo que t endrá lu gar en el día del ju icio, así como la condena de los malvados, entra dentro las d ispos icio nes de recta j usticia dispuest as por el eterno Padre. (f. 240 r) La certi nidad de la ve nida de este grande día en qu e habremos de ser j uzgados, claramen t e se echa de man ifiesto en la Divina Escritura. Ya en los orígenes del mun d o, segú n testifica sa n Ju das apósto l en los versícu los 14-15 de su epístola, fue profet izada po r Enoc.[37.0] Por el profeta lsaías habla nuestro Dios y Señor, d iciend o: 'Vivo yo que en m i pac ienc ia se incl inará toda rodi lla, y toda lengua dará confes ión a Dios.' (/s. 54). (37.1] Es a la lu z de lo que aquí se afirma que el apóstol san Pablo dice que en aquel día todos nosot ros habrem os de dar razón. (Ro. 14) .[37.2] Citand o una vez más a lsaías, nos d ice el

profeta que será de gran espanto lo que ocurrirá en aque l día, pues 'vendrá el Señor con fuego y con tempestad grandís ima, y su furor y su indignación será como llamas encendidas, y que juzgará al mundo con fuego.' (/s. 66) .[37.3] Cristo, nuestro Redentor, dando siempre muestras de su misericord ia para con los hombres, habló muchas veces de la ven ida y severidad de este ju icio,

24ov) Todos estos avisos van en-

y de las seña les que le han de preceder. (

caminados a ilumi nar nuestras mentes sobre lo que ha de ven i r, para que estemos preparados para evad ir sus terribles consecuencias y ev itemos que sobre nosotros caigan las severas penas que se pronunc iarán sobre los malvados. Monstruosa ciertamente es la actitud de los malvados que hacen oídos sordos a las amorosas amonestaciones del Redentor, y juez de aque l ju icio , y desprecien el refugio de su salvac ión. No hay dureza que se pueda igualar con el corazón que resiste la blandura de las amonestaciones del Señor Secreto grande es el de cuándo vendrá este d ía de ju icio final. No ha sido reve lado a los ángeles, ni el Redentor lo ha hecho saber a los hombres. Cierto es, por otro lado, que el Salvador prev ino a los suyos a que no d ieran créd ito a los que se atrevieran a vaticinar cuando llegaría ese día. Sea suficiente para nosotros saber que con toda certeza que un d ía apareceremos delante de Cris to en aque l ju icio, y que seremos juzgados según nuestro comportamiento ante su Palabra. Todo lo demás, y conforme a la gloria de su majestad y sabiduría, es secreto de Dios, y nosotros hemos de ev itar curiosidades malsanas.

(f. 24 ir) Cierto es que todo aquel que abandona esta vida recibe ya sentencia de condenación o de sa lvación; pero esto no excluye, además , que en el día

del gran ¡u1c10, j unto co n ánge les y dem o n ios, no haya m os también todos nosotros de aparece r delant e de Dios. El pri m ero j uicio que hemos mencionado es part icular, concierne individ ualmente a cada uno de nosotros; mas el otro j uicio será general y revelará la verdad y el testi m on io de Dios. En aq uel día unos y otros llegarán a verse, y tendrán ante sí conoc imient o de la aprobac ión del bien y de la reprobación del mal. De nada aprovechará ent o nces a los hombres perversos sus va nas disqu isicio nes sobre la verdad divina. Qu ieran o no qu ieran afl ora rán sus cosas osc uras y secret ísi m as y se conocerá su perversa identidad. Careos habrá entre ellos y t odo lo perverso que durante un t iem po escondie ro n saldrá a la luz. (f. 241 v) En aq uel día quedarán al descu bierto t odos los engaños, todas las fa lsedades, t odas las nieblas y tin ieb las d el mu ndo, y re inará la verdad y la j usticia divi na. Los ángeles d arán cuent a de como si rvieron en el rei no de Jes ucristo, redentor y señor nuestro. Los dem onios darán cuent a de como le contradij ero n, y de los grandes artificios y m añas co nq ue le hicieron guerra. Los j ustos conoce rán allí cuant o agradaron al Señor q ue los creó, y co m o edifica ron y pusieron las manos en el re ino d e los cie los. Se conocerá el modo y manera como los malos hicieron causa comú n con el dem onio pa ra el log ro de sus fi nes. Estas son las razo nes po r las cua les este j uicio es llamado genera l o universa l. Todas las criatu ras con uso de razó n deberán da r cue nta de sus hechos, y según los m ismos rec ibirán la correspondien t e paga. Y es que en aqu el día todas las obras serán pesadas y exami nadas, no por el j uicio de la sabid uría hu m ana, si no por el j uicio de la sa bid uría divi na que es el Evange lio. Será un día en q ue se m anifest ará la

gloria del Señor a través de su verdad y de su justicia.

Capítulo 74

DEL MODO COMO HEMOS DE SER JUZGADOS En el capítulo ante rior se han co nsiderado las profecías y las razones d el j u icio universal q ue aguarda a t odos los hom bres. En el capítu lo que aho ra entram os ve rem os lo que la

Escritura enseña sobre la m ane ra en la q ue he de

ce lebra rse est e important e j uicio. Ya desde el pri ncipio del mu ndo el Señor notificó al hombre que habría un j uicio un iversal. En este anuncio se encerraba ya un mensaje de m iserico rd ia, pues se inst aba a los h um anos a que conside rara n sus cami nos , fuera n en pos de la j ust icia y buscaran al Señor, (f. 2 2

4 r) p ues nadie podría escapa r de las penas o retri buciones de este ju icio

j usto. De la ve nida de este ju icio clarame nte habló el apósto l Pablo a los at enienses del Areópago. (Hch. 17). (37..4] Después de la m uerte, con la ll egado del fin del m undo vend rá el d ía del j uicio universal. (He. 9). [37.5] En la am ones t ació n dada ya po r Dios a n uestros primeros pad res se ence rraba la sent encia de que el pecado ll eva ría consigo la m uerte. Cumplida esta sentencia, al té rm ino de la peregrinació n del linaj e hum ano por esta vida, te ndrá lugar el j uicio. Lo que ahora espe ra y ex ige Dios de nosotros es que aba ndonemos la ant igua se nda de pecado y nos acoj amos a la m ise ricordia de Aque l qu e vino a la t ierra para red imirnos. Tal co m o nos adv iert e ya el Evangelio, los tiempos que precederá n a est e j uicio será n terrib les. (f. 242 v) El Se ño r envia rá a sus ángeles, fieles m inistros suyos al servicio de la Igles ia, y ést os co ngregarán a las gentes para este j uicio. En palabras de Cristo, n uestro Reden t o r, 've ndrán los ángeles con gran so nido de trompet a.' (Mt. 24).(37..§J Este acontecim iento

ve nd rá preced ido de la resu rrecció n de todo el linaj e h um ano en un luga r qu e el Dios t odopoderoso determ inará. Cesará entonces defi n it ivamen t e el t iem po de las d ilacio nes. Aparece rán para el j uicio los mu ertos del pasado, y los que esta rán entonces en vi da experimen tará n muerte súbita, o súb ita t ransform ación. (1 Co. 15) .(37.7.) Es por esta razón que nuestra Confesión afirma q ue nu estro redentor Jes ucristo j uzgará a vivos y a m uertos . Pensar en este acontecimient o susc ita rea lment e gran pavor. In m erso como est aba san Jerón imo en ta ntas actividades , nos d ice que aú n as í no podía apart ar de su m ente la venida del día del j uicio, y qu e frecuente mente le parecía oír como una ter rorífica voz que decía a los m uert os: " Levantaos; ven id al j uicio." Ciert amen te, cuando 2 se o iga esta voz nadie podrá desobedecerla. (f. 4 3r) Se pregunta n muchos donde t endrá luga r est e j uicio en el que se darán cita todos los m iem bros de la raza humana, desde Adán hast a la ú ltima generac ión de sus descendien t es . Para el poder de Dios todo es pos ible, y posib le será para él la hab ilitac ión de un lu gar ta n inmenso co m o para que en él p uedan j untarse todos los m iemb ros de la raza h um ana. Según p iensan algunos este lu gar se rá el va ll e de Josafat, q ue está cerca del Mont e de los O livos. Segú n el profeta en el va lle de Josafat ' se se ntará Dios para j uzgar a todas las naciones para aver iguar de que part e están la verdad y la j ust icia.' Parece q ue este lugar sugiere un gran m i sterio de significado.[37.8] No se o lvide q ue en el Monte de los O livos el Redentor obró gra ndes maravillas, y que este fue el 1

. , pa ra su b.1r a 1os c1 . , est ana , en que ugar q ue e' I escog10 e 1os . (f. 243v) La razon

Jerusa lén no aceptó co n ag rado su m inisterio y lo desechó de sí para qu e

mu riese en el lugar donde m orían los m enospreciados y los que ella condenaba. Con frec uenc ia ciert os lugares que no gozan de la ate nción del m undo son los escogidos por Dios pa ra obrar sus maravillas, y donde las labores del reino encuentra n un m ayo r seguim ien t o. En el Monte de los O livos, donde predicó con frecuenc ia Jesús, y desde donde ascendió a los cielos, cree m os nosotros q ue te ndrá lugar el Juicio Final. Fue m uy ce rca de est e va lle donde fue crucificado. Nada, pues, tiene de extraño que en aq uel día se manifieste t amb ién al lí de un m odo excelso su gloria. Es diputado po r lugar un va lle, denotando la hum ildad co n que han de aparece r al lí los hom bres, y el reco noci m ient o q ue han de t ener al gran Juez. (f. z 44 r) Ju ntos t odos en est a gran asamb lea, d ice el m ismo Señor 'qu e ve rán al H ijo del homb re ve nir con m aj es t ad m uy grande todos los ángeles del cielo con él, y que se ase nt ará en la silla de su maj est ad'. (Mt. 25). (37-9] En estas palabras se denota la diferencia grande q ue hay entre el primer y el segu ndo adve nim iento del H ijo de Dios, porq ue la Escritura Divina se ñala man ifestísi m ament e[380) dos advenim ientos de Crist o, nuestro rede ntor. El primero con grande hum ildad, apareciendo como aparec ió desechado entre los hom bres y no solo desconocido de qu ien era, m as ju zgado por el ú ltimo de los hombres, tratado y m uerto con afrent a y crueldad t an grande como sabemos qu e fue. Esta baj eza qu iso él t o m ar, y t odo esto sufrió po r po ner en o bra nuestra redenció n, y para darnos li bertad y ensal zarnos en grande hon ra. Mas pasada ya est a ob ra, y siendo nosotros red im idos, y dada claridad a los m iste rios t odos, no hay razó n pa ra que él se mu estre hu m ilde de aq uella manera, y pa ra q ue aparezca entre los hombres en

hábito de tanta bajeza . De ah í, p ues, que el segu ndo adven imiento, para bendición de los just os y pa ra condenac ión de los malvados , se man ifest ará co n suma majestad de acue rdo con la exce lencia de su perso na y las grandes obras que llevó a término en el mundo. Esta maj estad es la que se ensa lza en el Evangelio con las propias pa labras del Señor cua ndo d ice que 'con él vendrán t odos sus ánge les," es decir, con todos estos siervos que han contr ibuido a la sa lvac ión de aque llos que él red im ió. Se d ice, además, que todos los m iembros del linaje h umano de todos los t iempos aparecerán delante de su presenc ia para ser j uzgados. (f. 244v) Todas las obras y todos los pensamient os , por recónditos que hayan sido, serán j uzgados y recib irán su correspond iente sen t encia. Aparece rán allí los justos delante del Seño r, aq uell os q ue sigu ieron sus ma ndam ientos, fueron so lícit os en su servic io , padec ieron en est e m undo y que con gra n paciencia y deseo suspiraron por este gran día. Los ma los apa recerán delante de Aq uel que tanto menospreciaro n, tan poca cue nta hicieron de su j usticia, de su bo ndad, y de su pa labra. Atrev im iento grande es el de los pecadores q ue pers ist en en sus ma los cam inos, e incluso imaginan que podrán esconderse de Jesucrist o y eludir el j uicio de aque l gran día. El aviso que da el Señor es de q ue todos han de someterse a su ju icio, y que después de conoc idas sus ob ras,

como e l pastor que separa sus ovejas y co loca los co rderos a su derecha y los cabritos a la izqu ierda, así también separará él a los j ustos de los malos. (f. 24Sr) Hecha la sepa rac ión , el Rey, j uez y señor de todos dará a conoce r la sen tencia . A los j ustos de su derecha les dirá: 'Ven id, be nditos de mi Padre,

pos eed el reino q ue os está guardado desde el pri ncip io del mu ndo.' (f. z 4 5v) Añad irá el Señor q ue 'ten iendo él hamb re le d ieron a come r. Ten iendo sed le d ieron d e beber. A ndando pereg ri no le acog iero n en sus casas . Esta ndo des nudo le vist iero n. Esta nd o enfe rmo le vis ita ron. Que siendo pu esto en la cárce l vin ieron a él.' [381] En este resumen de obras se contiene la j usticia del crist iano qu e verdaderamen t e es cristiano, y nos es dad a una regu la para que sepa m os cua l es el cam ino por donde hemos de conte ntar nosotros a la majest ad d ivina, hem os de ser aprobados po r nuest ro j uez y consegu ir el reino del cie lo. En lo que se dice en estas pa labras del Señor se ex presa verdadero amo r y verdadera fe. O lo qu e es lo m ism o: amor a Dios y amo r al prójim o .

El amor que verdaderamen t e se encami na a Dios echa fuera toda fea ldad, todo aq uello que ofende al Señor y p redispone a buscar lo que a él le agrada. El genu ino amo r al prój imo se o rig ina en el am or a Dios. (f. 246r) Los imped imentos que a est os dos amo res in t erpone el m undo, el dem on io y la ca rne, los vence nuestra fe, refrendada siempre por las pro m esas que se co ntienen en la Palabra de Dios. Después de haber hablado el Señor del comportam iento que hacia su persona tuv ieron los j ustos, se m encio na la temb lorosa respuest a que ést os dieron al Redentor d el mundo: '¿Cuándo t e vimos ha mbr iento, y te sust entamos, o sed ient o, y te d imos de be ber?¿Y cuándo te vi m os forast ero, y te recog imos, o desnudo, y te cubri m os? ¿O cuándo te vimos en la cárce l, y vi nim os a t i? A éstos respo nderá el Señor d iciend o: De cierto os digo que en cuant o lo hicist eis a uno de estos m is hermanos más pequ eños, a m í

lo hicist eis.' [382] De est as pa labras del Señor podemos co legi r una gran ens eñan za para nosot ros y digna de ser atesorada en n uestros corazones : que el H ijo de Dios t an t o estim a y va lo ra las obras de amor a favor de los pob res, los perseguidos y los desam parados, qu e las cons id era co m o hechas a su prop ia persona y así las qu iera él retribu ir. ¡Cuán g rande es el teso ro que se esconde en las obras de ca rid ad! (f. 246v) Acabado el j uicio en favor de los j ustos, dice el Evange lio que el Señor se vo lverá a los de la m ano izq uierda y les d irá : 'Apartaos de m í, mald itos , al fuego eterno preparado para el d iab lo y sus ángeles. les. que tuve ham bre, y no m e d iste is de comer; t uve sed, y no me d isteis de beber; fu i forast ero, y no me recogiste is; estu ve desnudo, y no me cu briste is; enfermo, y en la cárce l, y no me v isit asteis. Entonces ta m bién ellos le responderán d icie ndo: 'Señor, ¿cuándo te vimos ham brie nto, sediento, forast ero, desnudo, enferm o, o en la cá rce l, y no te servi m os? Entonces les responderá d iciendo: De cierto os d igo q ue en cuanto no lo hicist eis a uno de estos más peq ueños, tampoco a m í lo hicisteis. E irá n éstos al cast igo eterno, y los j ustos a la vida et erna.'[3~3] Est a será la terri ble sent encia q ue p ron unciara el Rede nto r del m undo so bre los ma los y desobed ientes a sus sa ntos mandam ientos. (f. 24 7r) En con form idad co n las pro pias pa lab ras del Redentor del mu ndo, es as í es como se describe lo que tendrá lugar en su segu nda ven ida. Como ya se ha d icho, en aq uel día ya no habrá m ás d ilacio nes. Recuerde, pues, el creyente que todo lo qu e se ha expuesto en el artículo de nuestra

Confesión ha de se rvir para conso lar le en lo bue no y para es pantar le de lo m alo. (f. 247v) De nada se rvirá a los malos pe nsa r que co m o t arda el j uicio en

ve nir, mientras tanto el los pueden co nti nuar en los ca minos de pecado y en los senderos de las malas obras. Recuerde n que el día de este juicio ve ndrá . y que to dav1a ' hay oport un1·d a d para e 1arrepent1·m1·ento. (f. 2 48 r) si.n aviso [369]. La afirmació n de que Cristo "comp ró con su sa ngre a los que ha de co ndenar," según la sa na teología reformada, no tiene fundamen to bíblico. [37.0]. Judas 14-15: "De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, di-

ciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él." [37.l]. lsaías 45,23-24: "Por mí mismo hice juramento, de mi boca salió palabra en

justicia, y no será revocada: Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua. Y se dirá de mí: Ciertamente en Jehová está la justicia y la fuerza; a él vendrán, y todos los que contra él se enardecen serán avergonzados." [37.2]. Romanos 14, 106-12: "Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cris-

to. Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí." [37.3]. lsaías 66, 15-16: "Porque he aquí que Jehová vendrá con fuego, y sus carros

como torbellino, para descargar su ira con furor, y su reprensión con llama de fuego. Porque Jehová juzgará con fuego y con su espada a todo hombre ... " [37A]- Hechos de los Apóstoles 17,30-31: "Pero Dios, habiendo pasado por alto los

tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos." [37.5]. Hebreos 9,2T "Y de la manera que está establecido para los hombres que

mueran una sola vez, y después de esto el juicio ... " [37.6]. Mateo 24,30-31: "Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el

cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hom bre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro." [37.7..]. En este ext enso cap ítu lo de su epístola, Pablo d esarro lla primero el tema de la resu rrecció n de Cristo, y después el de la res urrecc ión de los hom bres.

[37..8.) . El profeta a qu ien se refiere Co nst anti no es Joel. En el pasaje 3,12 de su profecía se dice: "Despiértense las naciones, y suban al valle de josafat; porque allí

me sentaré para juzgar a todas las naciones." En hebreo el valle de josafat enc ierra el sign ificado d e "Jehová j uzga." Se llama tam bién, según el prop io profeta Joe l, "valle de la decis ión", 4, 14; y desde antiguo este lugar - lleno de tum bas-

se identificaba con el t orre nte de Cedrón. El valle por el que d esce ndía

el t orren te d e Cedrón se enco ntra ba en t re la mural la o rienta l de Jerusalén y el m o nt e de los O livos.

[37..9]. Mateo 25,31-32: "Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los

santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas

delante de él todas las naciones... " [380]. Manifestísimamente. Otro ejemplo de adjetivo adverbial usado en forma superlativa. Como ya he mos tenido ocasió n de co nstatar, Constantino usa con bastante frecuencia estos adjetivos. [381] . Mateo 25,31-40. [382]. Mateo 25,37-40. [3~3] . Mateo 25,41-46.

EL OCTAVO ARTÍCULO DE LA FE

Capítulo 75

,

EL OCTAVO ARTICULO DE LA FE En el octavo artículo de la fe se confiesa : ' Creo en el Espíritu Santo.' Esta te rcera parte del Símbolo concierne a la tercera persona de la santísima Trinidad. En las dos anterio res nos centrábamos en las perso nas del Pad re y del H ijo. Como ya hemos visto , est as tres perso nas expresan la un idad de la id en t idad divina. En la afi rmación del Símbolo de Atanasio, se d ice: adora m os a un Dios en trinidad de personas, y trinidad de personas en unidad de Dios. A cad a una de estas personas se at ribuye d ivers id ad de mi nisterios, tanto en la

. , como en 1a re d enc1on. . , (f. z48v) creac1on

Por 1as razones ya expuestas en e1

primer artícu lo, al Pad re se le atribuye el poder. Al H ijo , por haberse hecho hom bre y haber muerto por nosot ros , se le atribuye de un m odo espec ial la redenc ió n. Al Espíritu Santo, por se r amor, se le atribuye el alumbrar, el ense ñar y el co nso lar a los fie les.[384] Al confesar que creemos en el Espíritu Santo de hecho le atribu imos la m isma honra y servicio que atribuimos al Padre y al H ijo. Es pues, ta mbién, una confesión de su Divin idad. Por consigu iente, sobre este tema ya damos por conocido todo lo que se d ijo en el est ud io del primer artículo sobre la Divin idad de las tres Personas de la Trin idad. Añad imos ahora que claramente man ifiesta el apósto l san Pab lo la d ivinidad del Espírit u Sa nto al afirma r q ue ' nosotros somos temp lo de Dios y el Espíritu Santo mora en nosotros.' (1Co. 3) .[3~5] Aqu í a un a mis m a persona se la nombra Dios y se la nombra Espíritu Santo. Por su part e el apósto l san Juan dice que ' Dios es amor,' y sabemos que por razón de su proces ión divina al

Es pírit u Santo se le asoc ia con el am or. (1Jn. 4). (f. 249 r) Se le nombra ' Espírit u Santo ', no por la m era razón de ser espíritu , pues Dios es espíritu y, por cons igu iente, las tres personas de la Trin idad son espíritu . Pero es que, adem ás, el ca li ficativo de espíritu es ap li cab le a criat uras, co m o so n los ánge les y las almas rac iona les . Tampoco le llamamos Espíritu Santo en razó n de la sa nt idad que le es prop ia. Es ' Esp íritu Santo ' por ser su proces ión disti nt a a la del H ijo, pues procede por modo de vo lu ntad , y po rque se le at ribuyen operacio nes y efectos en nosotros conformados con el modo de su procedenc ia di v ina. Él es amor, y a él se le at ribuyen los efectos del amo r en nosot ros. Cuando decimos que es 'sa nto ', ente ndemos que es santo en sí m ism o y que es sa nt o, co m o ense ña la Oillina Escritura, en los efectos q ue o bra en nosotros. M uchos espíritus hay q ue no son sa ntos . Los d emon ios t ienen nom bre de espíritu y espíritu s son, empero infin itamente lejos de ellos está la sa nt idad. M uchos otros es píritus hay q ue son san t os. Los ánge les q ue están en el cie lo espíritus so n y sant os son . Mas cuando hablamos del Espíritu Santo, no so lo ent ende mos y con fesa m os q ue es santo, sino q ue t amb ién su sa ntidad es infi nit a. Santos son ta m bién les efectos que obra en nosot ros cuando as í lo est ima conve nient e. H ay as í mismo efectos y obras de m alos espíritus, q ue suelen t ene r en el dem on io su procede ncia o rig inaria. En la Dillina Escrituras se hace refere ncia a 'espíritu s de sueño y de desvanecim iento '. Del rey Saú l se d ice q ue 'el mal esp íritu andaba con él.'[386] El Espíritu Santo , no es so lo es infin ita m ente sant o por su identidad divina , si no que santas son tam bién sus o bras y efect os en nosot ros - como veremos más ade lante- . (f. 249 v) Antes

de su muerte Cristo pro m et ió a sus discípulos qu e les enviaría el Espíritu Santo: 'Cuando viniere el Consolado r y el Exhortador qu e yo os enviaré de m i Pad re - Espíritu de verdad que del Padre procede- , él dará test imon io de m í.'

Un. 15) .[3~7.]

De estas pa labras se co lige q ue el Es pír it u Santo procede del

Pad re y del Hijo, y q ue ambos so n los que lo envían, y con ello se constata , un a vez más, la Divini d ad del Espíritu Santo. El propósito por el cual era en viado era para dar testi monio del Hijo de Dios. A través d e este t estimon io los d iscípulos recibirían poder y dones para la predicación y la ense ñanza y para obrar maravillas y ser forta lec idos incluso ante la muerte. El Espíritu San t o, testifica Jesucristo, 'es espírit u de verdad', y confirmaría en ellos la ense ñanza que les había dado durante su m inisterio, y les brindaría en todo su consuelo.'

Un. 16,7-14).

Antes de su asce nsión a los cielos les instó a qu e esperase n la

pro m esa del Es pír itu Santo, y que serían fortalecidos con su poder para dar t esti m onio d el m ensaje y la o bra d e redenc ión po r él obrada. (Hch. 1, 2,5,8). (f.

25o r) A través d e sus discípu los la promesa del Espíritu Santo es con ferida ta m bién a la Iglesia. De hecho, si n el t esoro del Espíritu Santo no podríam os beneficiarnos de los bienes de Jes ucristo. Co m o tenemos ya d icho , Cristo, n uestro Redent or, con su m uert e y con su resurrecció n ve nció nu estra m uert e y nu estro pecado, ganó t esoro de satisfacción para perdón de todas nuest ras cu lp as, y restau ró nuestra justicia, y resucitó nuestra nueva vida, y nos reco nci lió con el Pad re. Co nven iente es q ue se pamos que sin la obra del Espíritu Santo no podría m os ll egar a posesio narnos de todos est os bienes y a d isfrutar

de los frut os de la pas ión del H ijo . Es por el Espíritu Sant o que recibim os ve rdadera comprens ión de la

Palabra de Dios, co nocim iento d e nuestro pe-

cado , y vo luntad y f uerzas para ll evar a té rmino los propósit os divinos en nu est ras vid as. (f.

2

sov) El Esp íritu Santo nos da co noci miento de lo que

somos y de q uien es Dios. Él abre nuestros oj os para ve r nuestras enfe rm edades, y nos ca pacita para la sa lvación . Él ve nce nuestros des m ayos para lo bueno, y ve nce y mortifica nuestros bríos y n uestras so ltu ras para lo m alo. Po r él es mortificado el viej o hom bre q ue re inaba en nosot ros por el pecado, y él es el q ue res ucit a al nuevo hom bre en nosotros y lo v ist e del hábito de Jes ucrist o, y de la re p rese ntac ión de su imagen. Él es el q ue nos fo rta lece en las adversidades , y nos pone f uerza y co nstanc ia en la fe, y el q ue des pierta y enciende nuestra car idad, y nos hace agrada bles a Dios. En su pri m er origen el hom bre es ciego pa ra las cosas del cielo; ca rece de fue rzas para aprop iárse las; es sordo para un gen uino conoc im iento d e la

Palabra Divina y mudo para

ped ir lo q ue neces ita , porque ni sabe lo que ha de ped ir n i co m o lo ha de ped ir. (Ro. 8) .[388] (f. 2s1r) Gran merced y consue lo encierran , pues, las pa labras d e nuest ro Redentor al decir a sus discípulos q ue necesa ria era su pa rtida para que de este modo el Padre pudie ra enviarles a otro Consolado r que les instruiría y capac ita ría en t odo para el desempeño d e sus labo res en el Reino del cielo . La ven id a d el Espírit u Santo, evidenteme nte, está estrechame nte relacionada con la obra de sa lvac ió n de Jes ucristo, y garant iza la presenc ia del Rede ntor en tre los suyos . Q uien t iene al Espíritu Sa nto t iene al m ismo Redentor. La presencia es

espiritua l e implica el disfrut e de la abu ndancia de sus dones y bend iciones.

(f.

2 7

s v)

(1

Co. 5) .[3-ª9J Co n la presenc ia del Espíritu Santo en la Iglesia se

sup le la prese ncia fís ica del Salvador en la t ierra. De ahí, pues, la ins iste ncia del H ijo de Dios a sus d iscípu los de que era necesaria su part ida. Aú n d urante el m inisterio del Redentor en el mundo tuvo lugar una manifestación vis ible del Espíritu Santo en forma de pa loma. Después que Jesús fue ba utizado, 'subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como pa loma, y venía sobre él. Y hubo una voz del cielo que decía: Este es m i H ijo amado, en qu ien tengo complacenc ia.' (Mt.

3,1 6-17). En la Divina Escritura t iene la pa loma figura de simp licidad, decorazón senc illo, y de sab id uría muy cierta y muy apartada de toda mal icia y de toda tra ición. (f.

252

r) Así es la sabiduría que el Espíritu Santo nos transmite y

la disposición de corazón que nos infunde: senci llo para con Dios, se ncil lo para con el prój imo, manso para resist ir las in j urias, sufridos en med io de las vic isitu des, con gemidos de penitencia y suspiros por los bienes del cie lo, y con amor casto y verdadero para el Señor. La más seña lada aparición del Espíritu Sant o tuvo lugar después del asce nso del Redentor a los cie los. Est ando re unidos los d iscíp ul os, con la Virgen y con las otras santas mu jeres en el día de Pentecostés, 'de repente v ino del cie lo un estruendo como de un viento rec io q ue soplaba, el cua l ll enó toda la casa donde est aban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Sant o, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.' (Hch. 2,1,4). (f.

252

v)

Como resu ltado de esta man ifestación del Espíritu San t o los d iscípu los experime ntaro n un gra n camb io. Sa lieron de all í prestos hacia Jerusalén y comenzaron a pred icar con grandísimo ánimo la doctrina y el evange lio de Jesucristo crucificado. Eran entend idos por t odos los extranjeros que allí habían venido como si hablara n su prop ia lengua. Tan notoria fue la prese ncia y el mensaje de los d iscípu los que causaron un profundo asombro entre todos los all í presentes. Se levantó Pedro para pred icarles y decirles que todo aque llo era cump lim iento de las v iejas profecías, que hablaban de la venida del Espíritu Santo, y que se cump lía entonces lo profetizado por Dios por boca de Joe l: 'Y derramaré m i Espíritu en aque llos días. Y todo aque l que invocare el nombre de Jehová será sa lvo .'

Uf. 2,29,32) . D io

Pedro test imonio de que Aque l

que ellos habían cruc ificado era el verdadero Hijo de Dios, el verdadero rey prometido que había resucitado de entre los muertos . Les instó a la penite ncia, d iciéndoles que si cre ían y se convertían les serían borrados sus pecados . (Hch. 3). M ás de tres m il fuero n los que creyeron y confesaron el nombre 2 de Jesucristo. (f. s3r) Ahora empezaba a tener cump lim iento lo profet izado por el propio Jesús a sus d iscípu los de que, después de su ascenso a los cielos, ellos rec ibirían gra n pode r de lo alto. Hasta entonces habían sido rudos , ignorantes, flacos , débi les y fa ltos de au t oridad , pero ahora, con la ven ida del Espíritu Santo, causaron asombro, tanto a jud íos como a genti les, co n su saber y su poder. De ell os fue la victoria sobre el demon io y sus secuaces. Bien se ve, pues, que el Es píritu Santo fue dado a la Igles ia para enseñar, dar testimonio de la lu z y obrar a través de ell a maravi llas. A cada u no de los fie les

el Espíritu Santo es como un despertador de autoconocimiento, ya que po r sí so lo no puede hacer nada; todos los bienes a los que puede asp irar vienen de arriba: del Padre de las lumbres y de toda m isericord ia. El Espíritu Santo nos reprende de pecado, infunde en nosotros espíritu de súp lica para que confiadamente nos acerquemos al Señor, implorando su gracia y su conocimiento en la consecuc ión del bien . Por estas grandes obras y efectos que ll eva a térm ino el Espíritu Santo, la

Escritura se refiere al Espíritu celestial bajo diferentes nombres, m inisterios y comparaciones. (f.

2

s3v)

En ocasiones se compara al Espíritu Santo con el aire

que respiramos y que por los grandes benefic ios que reporta es imprescind ible para nuestra vida . Así es el Espíritu Santo para nosotros : nos infunde aliento para las buenas obras, nos libera del cansancio del pecado y de la pesadumbre de la carne, y nos capac ita para una v ida espiritua l de justicia y de resurrecc ión con Cri sto. El Espíritu Santo se le simbo liza también por el agua. Y as í, por boca de lsaías , d ice el Señor que ' env iará agua, gran abundanc ia de agua sobre las regiones desiertas, y que todo lo que estaba seco será pob lado de n uevas flores y de nuevos frutos .' (Is. 45). (390] Así como el campo , que de sí es estéril y produce por su sequedad malas y dañosas espinas, por la abundancia de aguas se vue lve fructífero, y cría flores hermosas y frutos de grande provecho, así los hombres perdidos y condenados por el pecado reciben renovac ión po r el Espíritu Santo. Tamb ién se simboliza al Espíritu Santo por lapaloma, pues aparta del cristiano la malicia de Satanás con la que los corazones de los pecadores están inficionados. El Espíritu Santo infunde senci llez en el

corazón del creyente. (f. z 54 r) La exhortació n de nuestro Reden tor es de que 'te ngamos la prudencia de la serpiente y la senci llez de la paloma.' (Mt. l 6).

10,

Capítulo 76

,

LOS DON ES DEL ESPI RITU SANTO Los dones que el Espíritu Santo imparte al creyen t e son, po r su grandeza y por la m ultitud de los m ismos, difíci les de captar en toda su riqueza y de enumerar por su gran abundancia. Posib lemente la mej o r manera de va lorar y comprender la grandeza de estos dones sea considerando, pri merame nte, la mu lt itud de nu est ras enfermedades espiritua les, para después repa ra r en el hecho de q ue para todas ellas hay med icina en los dones del Espíritu Santo. Comúnmen t e estos dones se los res ume en siete. Evidentemente, no porque no haya más, sino porque est e número de siete es número de gran perfecció n, y porque son estos dones los que, según el profeta, fuero n conferidos a Cristo, nuestro Redentor. Vienen a ser como fuente o raíz de todos los demás. Con referenc ia al nacimiento y ven ida del Hijo de Dios al mundo, se dice, en palabras de lsaías, q ue sobre él ' reposaría el Espírit u del Señor: espíritu de sab id uría y de en t endimiento, espírit u de consejo y de fo rta leza, espíritu de ciencia y de p iedad , y de temo r del Señor.'[391.] El ungim iento de estos dones, sin tasa y sin medida, sobre nuestro Redentor y Cabeza de la Igles ia, ya ha sido considerado anterio rmente. Ahora conviene entrar en el tema de cómo estos dones fluyen de la Cabeza a los m iembros, es decir, a los fie les. (f.

2

s4 v)

En expos ición sucinta de los bienes que el Espíritu Santo ot o rga al verdad ero crist iano, mencionaremos el don de la sabidu ría para ente nder co n cl aridad e int eligencia la Palabra Di11ina; co nsejo espirit ua l y fortaleza espirit ual para guia rle y sa lir airoso en los pe ligros que d ebe afront ar; sum isión gozosa para

serv ir al Señor con alegría; temor reverente a la majestad divina, y agradecimiento profundo de qu ien a rec ibido ta ntas mercedes. Los peligros con los que nuestro enem igo el demon io nos persigue y nos combate para ll evarnos a la perdición , son pe ligros esp iritua les, enfermedades espiritua les que puedan ll evarnos a la muerte eterna. Nuestro enem igo es espíritu , y así los son sus armas principa les de ma ldad - ta l como nos previene el apósto l san Pab lo- .[392] El Espíritu del cie lo es mucho más poderoso que este mal espíritu , y mayores son sus defensas que ej erc ita para n uestro bien. El Espíritu nos proporc iona armas espiritua les para res istir a nuestro adversario, y así podamos alcanzar cump li da victoria. (f. 2 ssr) Satanás, el viejo dragón, lucha con sus t inieblas para que no acertemos a ver con clar idad el cam ino de servicio a Dios . De mi l maneras nos lo oscurece e intenta d istraernos con cosas muy contrar ias a las que llevan al cielo. El Espíritu del cielo nos muestra la clar idad de la Palabra Divina, y nos proporciona ojos espiritua les para d iscernirla y seguir la, y as í podamos ser apartados de las otras sendas que llevan a la perd ición . Cuanto más compromet idos estemos en el camino de la verdad , tanto más pugnará el demon io para entorpecer nuestra buena jornada. Interpon d rá grandes pe ligros y nos asediará con gran des dudas, para que suspensos y embarazados vo lvamos atrás, o busquemos d irectr ices contrarias a las que nos da Dios. Obra del Espíritu ce lestial es la de forta lecer y vigorizar los corazones de los fie les a fin de que con án imo firme y decid ido afronten todos los peligros y en modo alguno vuelvan atrás. Les capac itará para pe rseverar en el cam ino, para que no desmayen en sus

esfuerzos , e incluso, s1 necesario f uere, padecer y sufrir por su Señor. En m ed io de las grandes perp lej idades q ue n uestro enem igo les p ueda suscitar, el Espírit u hará resp landecer en ellos su luz. Gracias a est a luz pondrem os siem pre bajo sospecha los cebos y deseos del mu ndo y de la carne. Con m iras al logro de sus fi nes nu estro enem igo es piritua l int entará sem brar mucha ignorancia en la Igles ia cristiana; incu lcará vanas confianzas en los corazones , y con t odos sus med ios se esforzará en aparta r a los fi eles de la ve rdadera doctrina y de la verdad era religión en la que únicam ente res ide el gen uino conoc im iento de la m aj est ad d ivina . (f.

2

ssv) El Espíritu del cie lo, env iado pa ra nu es-

tra bie naventu ranza, preserva las Divinas Escrituras en la Igles ia, garantiza su comprens ión, fac ilita el co nocim iento sobre có m o ha de ser se rvido el se ñor - aun qu e ciert o es q ue en det erm inados t iempos est o ha brillad o co n menor int ensidad que en otros, segú n el grado de pecado q ue ha enso m brecido la historia de la Igles ia y q ue ha provocado un a m enor manifest ación de la j ust icia del cie lo- . El Espíritu Santo es autor de un sa nto t emor en los fie les. Incl ina sus corazo nes a la obed ienc ia y a la honra de Dios Padre, dador y f uente de incon t ab les bend iciones, y a t ene r como privilegio padecer por él, e incl uso a pe rder los fa lsos bienes del m undo. (f.

256

r) Tod os est os frutos de est e santo temo r

inculcado p or e l Esp íritu , el demon io int enta rá anu lar, y es q ue su propós ito es

el de inculcar ot ro te m or: el de pe rder los bienes del mu nd o, ten idos en mu cho ap recio por los q ue viven en perd ición . ntenta rá camb iarlo tod o: que 1

ca igamos en la blasfem ia, q ue sea m os perezosos en t odas las cosas de la

re ligión y del buen ejemp lo. Di ligencia y desvelo pone en sembrar toda clase de cizaña y malas h ierbas en nu estra vida y cond ucta . (f.

256

v) Necesario es,

pues, para el cristiano sup licar la prese ncia y obra del Espíritu en su v ida. Implorando los mérit os de la Pas ión, debe el creyent e ped ir al Espíritu que desp ida de nosotros los malos deseos, las ma las incli naciones, nuestras cod icias, y para q ue nos enseñe cuán vanos y cuán perecederos son los bienes de este mundo; cuán feos y cuá n abom inables so n los consejos de Satanás , y cuán grande es la pureza y hermosura del Señor, fue nte de la que manan todos los bienes. Conveniente y necesario es invocar al Espíritu Santo para que encienda en nosotros fuego de caridad para con n uestros prójimos; para que con su luz nos adiestre y nos libre de t odos los pe ligros esp irit ua les, sin permitir que por los bienes de est e m undo perdamos los que están en el otro; para que esté con nosot ros en las tentac iones; para que nos de armas de

fe, de

amor, de paciencia y de forta leza para el servic io de nuestro Padre; para que seamos siempre vencedores del demonio y la divina bo ndad reciba siempre gloria y alabanza. Estas so n las más importan t es y más necesarias cons iderac iones que puedan hacerse del octavo artículo de nuestra fe . (f. z 57 r) Los que satisfacen las exigencia de este artículo confiesan que de sí m ismos carecen de verdadera justicia para aparecer delante de Dios, y de hacer obras lo suficientemen t e li mpias para en t rar en el Re ino del cie lo. Estos son los q ue suplican al Espírit u Santo, que por la obra redentora de Cr isto haga de ellos nu evas criaturas, engendre en sus corazones sa ntos movim ientos de fe, de amor, de paciencia, de esperanza y de conso lación, y as í de este modo

puedan vencer la ca rne, el mu ndo y el rei no de Satanás. Estos son los que con David suplican q ue nunca les sea quitado este Santo Espíritu , pues poseyé ndolo ti enen t odos los bienes. (Sal. 51). (393] Estos so n los q ue habiendo sido llam ados a ser temp los del Espíritu Santo, m uestran gran v igi lancia en la limpieza de sus perso nas, t anto en lo interior como en lo ext erior. (1 Co. 6).[39.4] Estos son los q ue al caer en pecado bien sa ben q ue no t ienen f uerzas propias pa ra sa lir de su propio est ado si n el auxi lio del Espíritu Sant o. (f. 257v) Es el Espíritu d ivino q ue ha de m ort ificar en ellos las m alas incli nac iones de perdic ión y crear en ellos nuevos deseos de volve r a Dios, y de est e modo prese rvar así el cue rpo, el alm a y el espíritu para el día del ju icio. (Ef 5). Por el contrario, los que seña lada m ente pecan contra est e artículo, apartándose con sus malas obras de la fe que dicen te ner, se vanaglor ian de sus propias obras y piensan que con sus propios medios alca nz arán el cielo. Profesan una re ligión de meras apariencias ext ernas; menosprecian la Palabra Di11ina y resist en al Espírit u San t o. (f. 2ss r)

[38~J En el fo lio 24911, Const anti no ampl ía bíblicamente las implicac iones del Espíritu Sa nto en la sa lvac ión del creye nte, y afi rma: "De hecho, si n el tesoro del Espíritu Santo no podríamos benefic iarnos de los bienes de Jesucristo." Y añade: " Es por el Espíritu Sa nto que recib imos verdadera co m pre nsión de la

Palabra de Dios, co nocim iento de nuestro pecado, y vo luntad y fuerzas para ll evar a t érmi no los propósit os d ivinos en nuestras v idas." [3~5].

1

Corintios 3,16: "¿No sabéis qu e sois t emp lo de Dios, y que el Espíritu de

Dios mora en vosotros?"

[386]. 1 Samuel, 16,1 4; 18,10. [3~7J. juan 15,26: "Pero cuando 1,1enga el Consolador, a quien yo os en1,1iaré del

Padre, el Espíritu de 1,1erdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí." [388]. El pasaje de Romanos 8,26-27, contrariament e a lo q ue mantiene Constantino, no hace referenc ia al hom bre todavía no regenerado por el Espírit u Santo, sino al creye nte en sus d ificu ltades espirit ua les y en sus esfuerzos de vida de consagrac ión a Dios.

[3~9]. El conten ido de este capít ulo pau lino no guara re lación con las considerac iones que estab lece Constantino en este context o.

[39Q]. Posib lem ente sea el vers ícu lo 8 de este capítulo al q ue se refiere libremente Consta nt ino: "Rociad, cielos, de arriba, y las nubes destilen la justicia;

ábrase la tierra, y prodúzcanse la sal1,1ación y la justicia; háganse brotar juntamente. Yo jeho1,1á lo he creado." En ocas iones nuestro autor añade expres iones poét icas de cosecha propia a algunos de los versos qu e cita , como en este caso nos dice que 'lo que estaba seco se rá pob lado de nuevas flores y de nuevos frut os.' [391] - La refere ncia alsaías 2 , que aparece en el original, no es correcta . La cita

correcta es la den ,2: "Y reposará sobre él el Espíritu de jeho1,1á; espíritu de sabi-

duría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de jeho1,1á." [39,zj. La referencia pau lina a la que alude Constantino es de Efesios 6, 10-1 7.

[393]. Salmo 51,11: "No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Es-

píritu". [39A]- 1 Corintios 6,19: "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es t emp lo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no so is vues tros?"

EL NOVENO ARTÍCULO DE LA FE

Capítulo 77

,

EL N OVENO ART ICU LO DE LA FE En el noveno artículo de nuestra fe con fesamos "q ue hay una Iglesia santa y cató lica," y "que hay co m unión de los san t os." En este noveno artícu lo com ienza la cuarta parte del Símbolo, según la división q ue al principio propu si m os. En este artículo se cons ideran los benefic ios recib idos por la misericord ia divina. En lo vist o hasta aqu í se han estud iado las causas de las que se han originado nuestros bienes . En esta cuarta parte se ana lizarán los efectos de est as causas. Diji m os como el eterno Padre prometió al linaje humano la ve nida y la encarnación de su Hijo. Dijimos como se cump lió esta promesa, y como el Hijo de Dios f ue conceb ido y nació en el m undo, y murió muerte de cruz . Tratamos t amb ién de su resurrecc ión y de su ascensió n al cielo, y de la ve nida del Espíritu Santo. Todas estas cosas son tan grandes y tan perfectas de los mist erios d ivinos , que necesariamente han de actualizarse en grandes resu ltados. En estos cuatro últimos artículos se ponen de man ifiesto est as consec uenc ias, qu e son estas: la existenc ia de una Iglesia, el perdón de los pecados, la resurrección de los muertos y la vida eterna. Para el logro de estos 2 8 fines vino el H ij o de Dios, murió, resucit ó y su bió a los cielos. (f. S V) Para estos fines f ue enviado el Espíritu Santo: para santifica r a la Igles ia, purificarla de todos sus pecados y embel lecerla con su acatamiento a la vo luntad de Dios . La suma de nuestro artículo se centra en la afirmación de que ex iste una congregación de m iembros del li naje humano que han sido sa ntificados y están gobernada por el Espíritu Santo, e independient em ente del lugar en q ue

habitan, t odos ellos est án unidos a Jes ucristo, nuestro Redentor, y co nju nt ad os entre sí han sido hechos part íc ipes de idént icas promesas y bienes es pirituales. Ciertame nte, de gran cons uelo es este artículo para el crist iano, pues encie rra en sí t eso ros y be ndiciones que en mucho supera n las tristezas y afrent as que les pueda d epa rar el m undo. (f. 259r) La palabra iglesia qu iere decir co ngregació n de gente convocada para un determ inado fi n. As í, pues, con los térm inos de " Iglesia cristiana" se designa un a co ngregación de hombres y m ujeres q ue, po r la m iserico rd ia de Dios, han sido llam ados a un conoci m ient o verdad ero de su sa bid uría y de su vo lu nt ad, y a part icipar del perdón de sus pecados y del galardón d e una bienaventuranza eterna. Est a Igles ia t iene dos part es: la de los fieles que ya no está n con nosotros en esta vida, sino que nos han precedido en la posesión y d isfrute d e los bienes pro m et idos, y la pa rte de los que t odavía pe rmanecen en est a t ierra, persevera n en el Eva ngelio y en su lu cha contra el demonio. Dejando el grupo de los primeros , que ya están fuera de peligro y con deseo m uy grande de reu nirse co n nosotros, di rijamos aho ra nuestra ate nción al seg und o grupo de la Igles ia q ue todav ía est án en est a vid a y que, con fi rm ísi m a convicció n, decimos q ue perd urará hast a el fi n del mu ndo. Y es q ue siem pre se hall ará en la t ierra una co ngregación de gente sa nta, unida a Jesucristo , nuestro Rede nto r y Cabeza d e la m isma, y gobernad a po r el Esp íritu Santo. Esta Iglesia es el fruto de la pas ión y m uert e del unigén ito H ijo de Dios. Perte nece a la honra del Padre el que siemp re haya de pe rd u ra r esta Ig lesia de fieles q ue le confiese n y le glo rifiquen. (f.

2

s9 v)

Con nuest ro artículo confesa m os la

ex istencia de una rea lidad [39.5] en q ue m ora Dios, y la existe ncia de unos v>asos que reci ben la sa ngre de Jes ucristo. Esta ' rea lidad' po ne de man ifiesto cuán grande es la m isericord ia divina, los efectos de su sa pientísimo co nsejo y d el gobierno de su Espíritu; una ' rea lidad' que exhibe una rest au ración d e las o bras de Dios, de su hon ra, de su imagen, y de su vict o ria sobre el ene m igo - el demon io- . Es una 'realidad' de m orado res en peregrinación al cie lo, dond e en perpetu id ad gozarán de la compa ñía de su Señor. Es im po rtant e qu e nos demos cue nta de q ue en el estud io de n uestro artículo no decimos iglesias,

sino Iglesia. No d eci m os que creemos q ue hay mu chas igles ias, sino que confesa m os que hay tan so lo una; al igual que confesa m os que so lo hay un H ijo de Dios que vino a red im irnos ; un so lo Espíritu que vino a alumbrarnos y a darnos n ueva vida . Y que no hay m ás que un a so la fe, un so lo baut ismo y un so lo ca m ino de sa lvac ión . Ciert ament e, cuantos se aparta n de algunas d e las cosas qu e t ene m os d ichas y fun dan otras iglesias, no pe rtenecen a esta ún ica y sa nta Iglesia. Clara es la afi rm ació n del Símbolo Niceno: " Creo en una santa, cató lica y apostó lica Igles ia." Esta igles ia empezó ya en los o rígenes del m undo con el j usto A bel, y fue anu nciad a ya en la promesa divina d e vict o ria sobre el demonio a través de la m ujer en la suces ión del linaje humano. A ell a se acogieron pen it en cia lm ente nuestros primeros padres y obtuv ieron el pe rdón de su pecado. (f. 260

r) A ella se acog ió después Abel, qu e alum brado por el Espíritu del cie lo

imploró perdón al cielo, y con verd adera fe ofrec ió el sacrificio de un corde ro inocente que sim bo li za ba la m uerte de Aque l qu e había de morir por los

hom bres. N unca el m undo ha estado, ni esta rá, si n est a Igles ia, au nq ue el n úm ero de sus fie les haya osci lado según los t iempos. Deci m os, con nuestra

Confesión, q ue est a Iglesia es santa. Bien ente ndem os y presu po nemos q ue a raíz del pecado de n uestros primeros padres, y por haber pecado todos nosotros en ellos, todo el linaje hu mano se ha visto afectado de inj usticia y fea ldad. Añad imos si em bargo a contin uac ión que po r la muerte d e Jes ucristo se recibe perdón y purificació n y j usticia. Y añad im os tambié n qu e si bien es ciert o que po r naturaleza los seres humanos son incapaces de gen uina fe y d e obed iencia a Dios, po r la o bra d el Espíritu Santo son ll amados, rege nerados y enseñados . En razón de estos beneficios sa lvíficos, y obse rva nd o el o rden de est os m isterios de redenc ión, la Iglesia en su los mismos al Espíritu Santo. (f.

260

Confesión at ribuye segu idamente

v) La sa ntidad de la Iglesia es obra del Es -

píritu Santo. Decir q ue una cosa es sant a es afirm ar que ha sido apartada de las cosas co mu nes y vulga res, y ha sido ded icada a usos de si ngular limpieza pa ra el servic io d e Dios. Cuando co nfesamos q ue hay una Ig lesia sa nta q ueremos dar a ent ende r q ue hay una congregació n de gente apa rtada para el se rvic io de Dios, separad a de la dem ás gente espiritualment e pe rdida; que hay gent e d edicada a ej ercicios santos y a ob ras sa ntas. Esta entrega y ded icac ión es tant o exterio r como int erio r; es decir, la Igles ia ve rdaderam ente santa ofrece mu estras ext ernas de santidad en su eje m p lar idad de vida, en sus pa labras y en sus cere m on ias. nt eriormen t e da testi m on io d e santidad en su alma, en su 1

m ente con sus pe nsamie nt os y en su vo lu ntad co n sus acciones. Existe, pues, correspond encia m utua de santidad entre lo int erio r y lo ext erior.

En este artículo de n uestra Confesión se d ice, además, que esta Igles ia es 261 r) L · . · r, universa · 1 ( f. · cato,, ,ca, es d ec1 . a integran fi eIes d e to d os 1os t iempos y de todos los lugares, gen t e que au nqu e no se conozca pe rsona lm ente y habite en lugares d ist intos y d istantes, comparten entre sí la santidad y pureza impart ida por el Espíritu Santo. Se cl arifica aún más el tema de la un idad de la Iglesia por el hecha de que tiene u na única Cabeza. As í como en el orden natura l es prop io que el cue rpo tenga una sola cabeza , pues de tener más sería una monstruos idad , as í en el orden espi ritua l afirmamos q ue la Iglesia t iene una 261 so la cabeza que es Crist o. (f. v) Y esto es lo que nos ense ña el apósto l San Pab lo cuando afirma que a la Igles ia, que es un cuerpo esp iritua l, le f ue dada por cabeza al H ij o de Dios; y así como en el o rden natu ra l la cabeza ej erce su influencia y operatividad en todo el cue rpo y gobierna t odos sus m iembros, así Cristo, nuestro Redentor, en la Ig lesia re ina con amor, con perdó n y con prov idencia sobre todos los j ust os doqu iera que estén, y los gobierna y los provee con su m isericord ia, con su vi gilancia, con su poder, con los m érit os de su muerte, y con el socorro del Esp íritu que impetra del Padre, para que cu idados y preservados de este modo lleguen un día a re inar con él en los bienes que para ellos o btu vo con su m uert e en la cruz. [396] Sabido es que el cuerpo humano t iene m uchos m iembros, d istintos por su aspecto y por sus func iones ; s in embargo todo e llos están gobernados armón icamente por una

so la alma, de la que rec iben todo lo necesario para su operativ idad. Así en el cuerpo m ístico de la Iglesia, con sus m iembros esparc idos en d iversos lugares , unos hum ildes y otros m ás encumbrados, unos co nocidos y otros

desconocidos, unos con una vocació n y ot ros con otra, todos, sin embargo, están d irigidos por un mismo Espíritu ce lest ial, participando de su gracia y de sus ben diciones. Por ser una la Cabeza, y por ser uno el Espíritu enviado del cielo para su santificación, fác il es inferir que la Igles ia es una, aunque d istantes y en d iversos lugares se encuentre n sus m iembros y diferentes sean en estado y co ndición. Todo esto no es ápice para q ue les separe de su Cabeza y

.. . ,

cause ent re e11 os d1v1s1on.

(f. 262r) E . b .. I , . stos m 1em ros esp1ntua es estan con¡un-

tados entre sí por una m isma fe, un m ismo bautismo, un m ismo amor y una m isma obed ienc ia. Por esta razón a t odos ellos se les admin istró el bau t ismo con una m isma materia y co n una misma forma. Todos han de ser bautizados en agua para ser sa lvos ,[397J y según una expresión idént ica : 'en nombre del Padre y del H ijo y del Espíritu Santo.' Un so lo y ún ico Evange lio ha sido dado a los ho m bres . Y tan notoria y exclus iva es esta unicidad de un so lo Evange lio , que san Pab lo con rotund idad afirma que si ánge les del cielo nos ll egaran a pred icar otro, no habríamos nosotros de creerles . (Gá. 1,8-9). Siendo una la

Palabra, una será tamb ién por cons iguiente la fe, la justicia de nuest ro perdón y la j usticia con la cua l hemos de ama r a Dios y al prój im o. Estas son las ligaduras con las q ue los m iem bros de la Igles ia están un idos y conj u ntados entre sí. Una m isma Cabeza y un mismo Espíritu los gobierna y tiene cuidado de todos ellos. Est o es lo que qui ere decir la pa labra católica, que aparece en nuest ro Símbolo. De todo lo dicho sacará el cristiano una du lcísima considerac ión, pues cuando a su parecer se viere so lo, sin fami liares n i am igos, habrá de saber que

esparcidos en este mundo se hall an m iembros del m ismo cuerpo del que él forma parte, que son verdaderamente sus hermanos, un idos a él por estrechos v íncu los, y bajo una m isma Cabeza que muestra hacia ell os grand ísimo amor. Esta rea lidad const ituye el mayor teso ro que pueda haber sobre esta t ierra. (f. 262 v) Todos los otros víncu los, todas las otras am istades que puedan imaginarse, no pueden compararse con el tesoro de esta estrecha re lac ión que representa estar unidos a Cristo. Bajo esta Cabeza todos los m iembros de la Igles ia vienen a ser m iembros de un m ismo cuerpo esp iritua l. Ellos tienen un so lo Dios, una so la fe , un so lo baut ismo; y un idos entre sí po r estos v íncu los const ituyen una so la Iglesia, santa y cató lica. Fruto es esta Igles ia de la m isericord ia d ivina . Perdido el linaj e humano por el pecado, Dios tuvo a bien elegir un determinado número de hombres y muj eres de este linaje para que se beneficiaran de la sangre del Verbo divino, conoc ieran verdaderamente a Dios, alcanzasen el perdón de sus pecados , su justificación redentora y vin ieran de , . . (f. 263r) este mo d o a e,ormar parte d e este cuerpo m Ist1co que es Ia I g Ies1a. Prefigurada estaba ya desde antiguo la existencia de esta Iglesia. Cuando en t iempos de Noé el castigo del cielo iba a descender sobre el li naje humano, Dios instruyó al justo patriarca para que construyera un arca en la que se sa lvaran él y su fam ilia -un tota l de ocho personas-. El arca era figura de la Igles ia -arca de sa lvac ión-. De las aguas del di luvio se sa lvó Noé, su fami lia y los ani males limpios. Con todos estos superv ivientes se simbo lizaba a los integrantes de la Igles ia cató li ca un iversa l y a la gran variedad de raza, linaje y procedenc ia de sus miembros. Sobre las aguas tempestuosas del d iluvio

estu vo el arca d u ra nte m ucho t iempo; pero se sa lvaro n todos lo que estaba n en ella. Del m ism o modo la Igles ia crist iana se encuentra en este mu ndo su jet a a gra ndes pe ligros y v icisitu des, probada con tempestades de toda índo le y persegu ida por enemigos que la discri m ina n de m il ma neras . Pero aun siendo esto as í, tan poderosa es la Cabeza qu e gobierna esta Igles ia qu e los pode26 res del infierno no preva lecerán cont ra ella. (f. 3v) Cua ndo el Señor se propuso sacar a los hijos de Israe l de la cau ti vidad que padecían en Egipto les ordenó qu e en fam ilia ce nasen un cordero en casa . El re un irse como en fam ili a en una casa prefiguraba la rea lidad de la Igles ia, pues so lo en ella hay sa lvac ión. La cena era un cordero, símbolo del sacrificio sa lvífico. En el simbolismo de ' reu nirse en fam ilia' se prefiguraba la unidad de la Igles ia y, al m ism o tiempo , su universali dad , pues la integran m iem bros de toda nación, lengua y linaje - es decir, todos los que siguen el cam ino de la verdad ense ñado por la Palabra de Dios-. La sinagoga j ud ía estaba mayoritariamente integrada por los que eran del linaj e de Abraham , los cua les ofrecían los sacrificios y guardaban las ceremonias enseñadas por Moi sés, min istro de Dios . La Ig les ia crist iana, empero, no cierra la puerta a nad ie del género humano: t anto j ud íos como gent iles tiene n invitación para entrar en ella. Profet izado estaba ya por Malaquías que de todo lugar, y sin n inguna d istinció n, se ofrecerían sacrificios al Señor. (Mal. 1) .[398] Cristo, nuestro Redentor, derribó la pared de separació n q ue d ividía a los pueb los. Ahora las puertas de la lgle.a estan ' d e par en par a b.1ert as para to d os . (f. 264 r) El mensaje · d e sa vac1on s1 1

·'

del Evangelio ha de llegar a todos los rinco nes del mu ndo, y as í lo dispuso el

m ismo Señor Jesús al ordenar a sus discípu los 'q ue f uesen por todo el m undo a pred icar el evangelio a toda criatura." (Mr. 16,15).

Capítulo 78

EL SIGNIFICADO DE LA PALABRA ' I GLESIA'

Hemos co nsiderado el tema de la Iglesia, de su san t idad por obra del Es pírit u Santo y por la sangre de Jes ucristo, nuest ro Redent or. Esta limpieza nos es comu nicada a nosotros, sus miembros, por el Espíritu Santo. Dij imos que es cat ó lica o un iversa l, y cómo sus m iembros, por te ner una m isma y ún ica Ca beza, mantienen unidad esp iritu al en tre sí. Resta que aborde m os ahora cuestiones re lac ionadas co n la identidad de los m iembros que la integra n. Y es que, ev identemente, no todos los que se co nsideran cristianos, o ti enen una fe m uerta, han sido santifi cados po r el Espíritu Sa nto. Conviene, pues , d ilucidar esta cuestión. Recorde m os q ue hacíamos m enc ión de dos grupos de m iembros. Decíam os de unos q ue gen uinamente eran verdade ros m iembros san t ificados por el Espíritu Santo y q ue experimen t aron un verdadero arrepe nt im iento de sus pecados, y unidos a Jes ucristo participan ahora de todos los bienes espirit ua les q ue em anan del Redentor. (f. 264v) De est a Igles ia se d ice en la Escritura que es hermosa, q ue es esposa de Jes ucristo, y que sus miembros muestran u na fe v iva y una genuina ca ridad. En un sentido más genera l, baj o el pa lio de la Igles ia se incl uye otro grupo de m iembros que, nomi nalmente, profesan la fe cr istiana y part icipan de sus sac ramentos. En est e sentido llamamos Iglesia cristiana a todo 'el pueb lo crist iano.' Son así nombrados, en primer lu gar, porque est os supuestos m iembros , exteriorme nte y en apariencia, parecen ser cristianos . En segundo lugar, aunque la fe de estos m iembros parece ind icar q ue se trata de una fe m uerta,

ca be la posi bilidad de que hagan penitencia d e sus pecados y vue lva n a la vida. En te rcer lugar, en est a vida no siempre pode m os rea lm ente disce rn ir lo secreto del corazón del hombre y nuestro j uicio se basa en las apariencias exte ri.ores . (f. 265r)

s· q ue po d emos 1

. em b argo, q ue no pertenecen a afi rmar, sin

la Igles ia los infie les, los que abiert amente niegan la fe y blasfe m an nuest ra religión. Ciert amente estos no t ienen ni fe viva n i fe m uert a, y están tota lmente apartados de la Ca beza, que es Jesucristo. Tampoco pert enecen a la Igles ia los herejes que pe rt inazme nte niegan alguna verdad del cred o cristiano. Estos su fren t al herida esp iritu al, que aunque en apa rienc ia t enga n alguna insigni fica nte conexión con la Igles ia, de hecho la gravedad de la herida que sufren les im p ide rec ibir savia de vida. Por ú ltimo, están f uera de la Igles ia los q ue en ju stic ia y ve rdad han sid o exco mu lgados . Aunque su separac ión no sea t an grave co mo la de los infieles, ni como la d e los herejes, su situ ac ión espi ritua l supera a la de los pecado res q ue están en la Igles ia. Y es que estos pú blica m ente perseveran en su desobed iencia, en su pecado y en el menosp rec io de la autoridad de la Iglesia. De ah í, pues, que se les haya p roh ibido la part ici-

. , en Ios sacrament os . (f. 265v) A unque Ia pe na de excomunion . , es sepac1on ve ra, la fina li dad que con la m isma se persigue es la resta urac ió n y san id ad espiritua l de los que tan gravement e han pecado. Es por esta razón q ue un m iembro de la igles ia d e Corinto f ue cast igado por san Pab lo 'en la carne, para que su espíritu fuese sa lvo.' (1 Co. s) .[39_9] Los que form an parte d el p ri m er grupo de miem bros d e la Igles ia a los que nos hem os referid o, nosotros no los podemos co nocer rea lmente . Como d ice

san Pab lo, ' so lo Dios co noce a los q ue son suyos.' (2 Ti. 2) .[Aoo] Solo Dios es testigo de la limpieza y santidad de sus almas. Si q ue conocemos, empero, los del seg undo grupo, porque públ ica es su confesión y púb lica es su partici pación en los sacrament os; si n embargo mucha es la corrupción que se da en t re ellos .[Ao1] Esta doble distinción en la membresía de la Iglesia se encuentra en los Evangelios . Nuestro Redentor claramente hab laba de la exist encia ta nto de justos como de pecadores en la Igles ia. Los pecadores, merecedores por sus obras de j usta condena, los sufre la m isericordia divina en espera de su pos ible arrepentim iento. Bajo este aspecto la Igles ia es comparada a la era donde se tri ll a el cerea l en el que tamb ién se mezcla la paja. (Mt. 3).[Ao2] Por la m isma razón la Iglesia es comparada a la red echada en la mar, que junta todo género de peces, t ant o buenos como malos . (Mt. 13) .[Ao3] Tambié n se la 266 compara a la sementera que se hace en el campo , (f. r) que después de haber sido sembrada la buena sim iente viene el enemigo y siembra cizaña. (Mt. 13,14-30;36-43). Lo m ismo represe nta la parábola de las diez vírge nes: un as eran locas y las otras era n prudentes. (Mt. 25,1-13) .[Ao~J Buenos y malos, d ice nuestro Rede ntor, son los q ue dicen 'Señor, Señor... ' (Mt. 7,21-22). En esta vida no somos q uienes para j uzgar y hacer divisió n entre los que con j un tamente confiesan la m isma doctrina y partic ipan de los mismos sacramentos. Así como Dios desea la conversión de los pecadores, así espera de nosotros que tengamos la esperanza de que éstos vo lverá n al cam ino. Dios conoce los corazones , y a él incumbe el juicio por el cua l en aq uel gran día los buenos serán separados de los malos - como separado es el grano de la paja, y los

peces buenos de los malos- . Notorias, empero, son las afirmac iones que en las Escrituras se hacen sobre los verdaderos m iembros de la Iglesia. Ellos so n los just os que están un idos a la cabeza del cuerpo que es la Igles ia. (Ro. 12) .[Ao5] Se les compara a los sarm ientos q ue está n un idos a la v id, que reciben mucha savia para dar mucho frut o. LJn. 15) .[Ao6] En el Apocalipsisse hab la de la Iglesia d iciendo que desciende del cielo aderezada y hermosa para las bodas con el cordero. (Ap. 21). (.4-07.] En los Cantares se descri be el gran amor que mantienen entre sí los esposos; la gran fe licidad que se profesan y la gran comun ión de bienes de los que m utuamente participan. [.4-08] Esta Igles ia es como las cinco vírge nes prudentes q ue con sus lámparas sa lieron a recib ir al esposo, m ientras q ue a las insensatas se les cerró la puerta. (Mt. 25). Decimos, pues, en concus ión, q ue en esta santa y pequeña Iglesia se en cuen t ran los justos, que por gracia y por perdón de pecados están unidos a la 266 Cabeza. (f. v) Unidos entre si por lazos de verdadera caridad , y favoreciéndose unos a ot ros , humi ldemente reconocen sin envid ia los dones que el Espíritu Santo concede a algunos, y sin ambic iones persona les ev ita n que el demonio suscite d iscord ia y d isensiones entre ellos. Lejos, pues, de pararnos en establecer d istinciones o va loraciones entre los m iembros de la Igles ia, nuest ra gran preocupación debería ser la de formar parte de aq uella parte pura

y hermosa de la m isma, santificada por el Espíritu Santo, verdadera esposa de Jesucristo, con qu ien los fie les han de re inar por toda una infin ita etern idad .Contrariamente a lo d icho, los llamados ' malos crist ianos ' t ienen nombre de muertos por no exh ibir en sus vidas la vida de Jesucristo, nuestro Redentor.

Au nq ue digan que está n vivos, la triste ve rdad es que est án muertos; est án mu ertos porq ue no dan seña les de vida en sus ob ras, y mu y lejos está n de poseer el espíritu de vida. (f. 267 r) De nada les sirve el que digan q ue co nfiesan la doctrina del Evange lio. Cristo, n uestro Redentor, los co m pa ra a sarm ientos secos que no rec iben la savia de la vid y han de ser co rtados y lan zados al fuego.

un. 15).

Verdadera es tam bién en esto la regla del Eva ngelio, que d ice que, 'a cualqu iera q ue t iene se le dará, y tendrá m ás; pero al q ue no t iene, au n lo que tiene le será qu it ado.' (Mt. 13, 12). Quienes están unidos a la Cabeza, que es Jesu crist o, reciben cada día más y m ás benefi cios, y m ás favo res de los otros m iembros. Es po r la san t idad y limpieza que el Espíritu del cielo otorga a la Iglesia que ést a recibe el nombre de 'esposa de Jesucrist o.' Por ella el Red en t o r derram ó su p reciosa sa ngre y la co lma ahora co nt inuamen t e d e sus riquezas y benefic ios. Ll ena d e herm os ura es a sus ojos est a Iglesia por él red im ida.

(f. 267 v) Ante est a m aravi llosa rea lidad esp iritual que es la Igles ia, por enci m a de t odas las demás cosas - m iserab les y perecederas- , nuestra suma amb ició n debería ser la d e perte necer a la m ism a como verd aderos m iembros. [409.] Felici d ad sum a es la de gozar co n los demás miem bros de la Igles ia las bendi cio nes de la comu nión frate rna. Y así lo afirma el sa lmist a David cuando escribe : " Es suavísima y deleit os ísi m a cosa m ora r los herm anos en una co ncord ia. Que por est ar así j unt os desciend e sobre t odos el los aque l ungüent o de suavísi m o o lor qu e, puesto pri m era m ente y en grand e abu ndancia en la cabeza del gran sacerdote, se repart e po r t odos los miemb ros, sin qu e ni ngu nos

esté tan apartado que deje de alca nzarle pa rte de l mis mo.' (Sal. 133) -L410] Añade el salm ista q ue el ámb ito en el qu e se co ngregan los fie les es como tabe rnácu lo y morada digna de ser amada y deseada , y qu e le toma desmayo de la grande afición y de l grande deseo que t iene de ha llarse en ell a. Que como el pájaro solo por los des iertos, y como la to rto lill a que no t iene donde refugiarse, ambos se recrean a llí donde ha llan cobijo y donde pone r su nido. As í el hombre desa mparado e n e l m undo y perseguido por el demon io y por tantas mise rias , en esta Igles ia ha lla lugar donde poder descansar y co mpañía en espera de salvac ión . (Sa l. 84). (411] La segunda ense ñanza que el cristiano ha de a prender como miembro de la Igles ia, qu e recibe grac ia de su Cabeza, es la de que no debe me nospreciar la mezco lanza de buenos y malos que en ella se da , y que no debe suscita r mot ivo de escándalo apartá nd ose de ella. Debe sufrir a los ma los, pues Dios tambié n los sufre. To me de ellos ejemplo para no caer. Piense que muchas serían sus ca ídas si Dios no le tuv ie ra asido de su mano. Muestre o bed ie ncia e n todo y gran respeto a la comun idad ecles ial que da test imo nio de la m uerte y reden ción de l Hijo de Dios. A los m inistros de la Igles ia, por ma los que sean, ni los desacate ni los deso bedezca, au nq ue de ma l ejem plo sea n sus ob ras , pues pasto res s uyos fueron e n la enseña nza de la verdad. (f. 266 r) (4g_] Recuerde la ex ho rtació n de nuest ro Rede ntor de segui r la e nseñanza de escri bas y far iseos, que se se ntaban en la cáted ra de Moisés, pero que no im itasen sus ma las obras . Con esta paz, con esta hum il dad , con este ejemplo y con este reconocimiento debe viv ir el que es miemb ro santo de la san ta Igles ia, confesando y

si nt iendo en su corazó n que si el Espíritu Sant o no le co m unica lim pieza, él se quedará feo [al3] y hecho vasal lo de Sat anás. Co n este conoci m ien t o d ebe t ener pe rpetu o te m or de ca ída, porq ue su flaqueza es grande, lo q ue acomete d ifícil, y el es píritu de la contradicción es muy so lícit o y m uy envid ioso de nu estros bie nes. Estimamos sufic iente lo qu e se ha d icho so bre el significado del nombre ' iglesia," la razón por la cual se dice de el la que es sant a y cat ó lica y q ue incluye dos grupos de m iem bros: en el primero se incl uyen buenos y m alos, y en el segu ndo so lo se incl uyen los que t ienen verdadera sa ntidad y est án unidos a la Cabeza, que es el Hijo de Dios, dador d e t odos los bie nes. Ahora declararemos lo que rest a del art ícu lo.

Capítulo 79

,

LA COM U N ION DE LOS SANTOS

En la segunda part e de est e artículo del Símbolo se co nfiesa " creer en la com un ión de los santos." M uchos son los que cons ideran que estas pa labras const ituyen otro artículo ; sin em bargo nosotros las consideramos como parte del mismo artículo, pues comp letan lo q ue se d ice de la Iglesia: además de · cree en 1a comu n1on . ' de 1os santos. (f. 266 v) La co m un 1·on , de santa y cato, 11ca los santos reve la la estrechís ima unión que distingue a los miembros de la Igles ia. Como ya hemos visto, estos m iembros tienen una misma Cabeza, una m isma fe, una m ism a obed ienc ia y un m ism o amor. Ahora por comunión afirm amos que todos ellos part icipan de unos m ismos beneficios, unas m ismas m ercedes y que muest ran entre sí tan estrecha libera lidad que hace impos ible que exista en t re ellos d ivisió n. Unidos están, en primer lugar, por una m isma verdad y una m ism a luz. En segu ndo lugar muestran comunión en cuanto , sin d istinción alguna, todos participan de unos m ismos sacrament os . En t ercer lugar, gozan d e la comu nión de los m ismos bienes esp iritua les q ue reparte el Señor. Y es qu e el Espírit u, enviado a la Igles ia, reparte a cada m iembro en part icular, y al cuerpo en genera l, lo que más le conv iene y neces ita . A unque todos part icipan de un m ism o Esp íritu , como d ice el apósto l san Pab lo, (f. 266 r) hay empero variedad de dones entre los m iembros. [4i4] En cuarto lugar, unos m iembros con t ribuyen en los beneficios de los otros, y todos en genera l contribuyen a las riquezas de esta Igles ia un iversa l. Grande es este misterio, y de tanta est ima que supera t oda va loració n.

En esto se muestra cuán grande es la unión que nuestra Cabeza, q ue es Cristo, nuestro Rede ntor, t iene con su santa Igles ia, y la que los fieles t iene n en t re sí m ismos, y cuánta es la caridad y la libera lidad de unos para con otros. Para que est o se mante nga realmente así es conve niente que los m iem bros amen al Hijo de Dios, le im it en en el amor y en la liberalidad. Para todos los suyos ganó él los beneficios, y para con todos el los reparte los bienes que recib ió del Padre. Y est o es lo q ue él desea de nosotros, y que nos amemos unos a otros, como él nos amó.

Un. 13).[415]

Este es un gran consejo y una gran

regla pa ra el crist iano, pues no ha de ser escaso con los bienes espirituales para con su prój imo, ni negárselos por envidia o por orgullo pe rso nal. En tanto q ue los demás comu nican con él sus bienes, él debe hacer lo mis m o con ést os. Con esta paz, con est e amor, con esta libera lidad, co n este provecho, y con est a imitación que los fieles tienen con Aq uel que los remedió, todos los hijos de la Igles ia se ven enriquec idos y compart en los m ismos tesoros . (f.

269 v) Este t ema será t ratado más amp liamente cua ndo se haga la

expos ició n del Pater noster, y vere mos ent o nces como nuestro Redentor nos insta a ped ir para todos y no individual m ente para u no m is m o. En esta comu n icació n se f undamentan las oraciones de la Iglesia y adqu iere va lor lo que unos fieles hacen por otros. Aq uel que no comparte bienes con los otros, pensando q ue le perte necen so lo a él, no es u n genu ino miembro de la Iglesia católica. No des m aye pues el cristiano si está un ido a Jesucristo con ve rdadera

fe y con ve rdadero amor, pues goza de la libera lidad de hermanos que ruegan por él, comparten con él sus bienes, y tiene un Padre misericord ioso q ue

acepta esta li beralidad y hace que llegue a bu en fi n. En la comun ión de este amor t odos son part ícipes, y cada uno man ifi esta se r digno represe ntante de est a santa congregació n que es la Igles ia. En esto se fu ndam enta, pues, la práctica de la Igles ia de orar no so lo por sus hijos fieles, sino ta mbién po r aq uellos que están alej ados po r el pecado, para que se arrepientan y se sumen a la compa ñía de los hijos de Dios . No impera la env idia entre los justos: cada un o da gracias a Dios por lo que directa m ente le incumbe y por la p rospe ridad que rec ibe de los dem ás. As í como en el cuerpo h um ano no hay disensión entre un as partes y otras , ni dice la mano al pie: 'yo soy mej or,' ni se afrentan u nos m iembros a otros, ni m enosprecian los que t ienen fu nciones más importantes con los que las t ienen más inferiores, así en el cuerpo espirit ua l de la Igles ia no existe n ingún . entre sus m1em . b ros, (f. z7or) sino . t .ipo d e menosprecio que to d os se hon ran y se favorece n m utuamen t e. [J.l.Q] Esto enseñó nu estro Rede ntor al decir que, contrariament e a lo que sucede con las co ngregaciones del m undo, entre los m iembros de su Iglesia no caben discusiones de primacía.[417.] Mucho se podría decir sobre esta gran riqueza de la que gozan los fie les por los víncu los de com un ión que se establecen en el seno de la Iglesia; sufic iente sea, sin em bargo, lo dicho hasta aquí. Tenga por cierto el crist iano, empero, qu e si de est a Igles ia se apa rta no se rán de cu m p lido provecho ni sus obras ni sus oracio nes. Todo lo co ntra rio sucede co n aque llos que fie lmente perseve ran en est as prácticas en la Iglesia. Así fue ya con los sant os del pasado, ta l y co m o t estifica el hecho de que la misericordia divina se hizo patente en resp uest a a

las oracio nes y se rvicios de Abra ham , y de Isaac y de Jaco b. N unca se apart a la m ise ricordia d ivi na de aque llos q ue le ho n ran con su se rvicio y con su am or. La ley de n uestro Reden t o r Jes ucristo se cumple cua ndo con verdadero am or y con ve rdadera obed iencia los fie les se favo recen m utua m ente, y m utuamente

·d a co mp acompa rten sus ca rgas. (f. 270v) N uevament e recu rri· m os a 1a repet 1 rac ión de lo que sucede con el cuerpo fís ico y el cuerpo espi ritu al cuando uno de sus m iem bros enferm iza . Si el pie enferma, con él se d uele todo el cue rpo y busca de algún modo su curac ión. Así es en el cuerpo espi ritu al que es la Iglesia, los m iembros sa nos se d uele n y se afanan po r la cu ración de los qu e est án enfermos. Segú n esta regla nos ju zgará un día el Redentor, y pond rá al descubiert o nuestro grado de fide lidad al ej emplo de vida que en todo él nos dejó. A l tratar el artículo sépti m o de nuestra Confesión ya tu vimos ocas ión de ve r q ue t anto los j ust os co m o los malos se rán juzgados po r las reg las de caridad, de dar de co m er, o no da r de come r al hambriento, de vest ir, o no vestir al des nudo, etc. Haciend o, pues , una cons ideració n práct ica sobre lo d icho de la Igles ia, co ncl u iremos afirm ando q ue sus m iem bros fie les t iene n po r grand ísi m a bend ició n venida del cie lo el ser inst ru idos por esta Igles ia, formar pa rt e d e ell a y partic ipa r de la sa nidad y obra q ue en la m ism a hace la sa ngre del H ijo de Dios. Es en esta Igles ia donde reside el Espíritu Sa nt o con su luz y con su gracia; donde se escucha la Palabra de Dios, los sacrame ntos son ad m in istrados y las pre ndas d e la misericord ia Divi na son comu nicadas. Sus m iembros fie les n i por nadie n i por nada se apart arán de la m isma. (f.

2 77 r)

Conscie nt es de que la Igles ia es casa de paz y d e grande co nco rdia, y que su

ca beza es Jesucristo, nuestro rede ntor, ejemp lo de v ida en todo, estos m iembros fie les m ostra rán determinació n y firmeza en no causa r escánda lo a los demás ni con sus obras n i con sus pa lab ras. Estos m iem bros sa ben q ue la Iglesia es su ve rdadera m adre es piritua l; que en ell a han sido engendrad os para la nu eva vida; que en ella rec iben cu ra de sus enferm edades espirit ua les, son sust entados y recreados co n la Palabra Di-

vina y con la comu nión de los sac ram entos. Como m ad re piadosa y de la que rec iben tant os bienes, reco nocen su grand ísima aut o rid ad y la t ienen en gran reverenc ia. Aunque a veces en algu nos de sus m inistros y ta m bién en algu nos de sus prój imos descubran defectos y ma los ejemp los, los sufre n y soporta n con mansedumbre frat ernal, busca ndo siempre - sin desmed irse ni sin ser atrev idos-

el adec uado remed io. Estos m iemb ros ora n por toda la Igles ia,

po r sus m inistros, po r la ense ñanza de la ve rdad y por la m ulti plicación de los fie les. Repart en libera lment e los bienes que Dios les ha d ado entre los po bres y neces itad os, y ayudan generosa m ente a la Iglesia en tod os sus m inisterios.

(f.

27 1

v) Por el co ntra rio, los qu e no est án de ll eno en todo lo que se incl uye

en est e artículo d e la Confesión se apartan de la ve rdad de la Iglesia, y porfiadament e sigue n ca m inos de perdición y tie nen en poco el j uicio de la Ig les ia. No perte nece n a la part e verdad eramente sa nt a d e la Igles ia los hipócritas y aq uellos qu e, aunq ue extername nte m uestren una buena aparienc ia religiosa, sin em ba rgo en la int eriorid ad de sus corazo nes se so m et en al re ino del pecado y a la obed iencia de Satanás. No so n apa rtados de la Igles ia, pues, como ya se ha dicho, en su seno pervivi rán buenos y malos hasta el d ía del j uicio,

pero de hecho ya han sido apartados de la gracia y de las obras y favores del Espírit u Sa nto . Son como sar m ientos apartados de la vid q ue no rec iben su sav ia vivificadora . Incumplen ta mbién la normativa de este

artículo los q ue

promueven escánda los en la Igles ia y turba n su paz y convivencia. Pecado es este que va en co ntra de todo el cuerpo m ístico y de su Ca beza, que es el H ijo de Dios . (f. de la

272

r) A lej ados está n también de la Igles ia los menospreciadores

Palabra de Dios y de los sac ram entos , y los que de algu na manera ponen

imped imento a la verdade ra predicac ión del Evange lio . A est os menospreciadores nada les importa alejarse de la Iglesia y caer más y más en un estado m ás profund o de degradació n esp irit ual. So n una am enaza de ma l para los enfermos de la Igles ia y para los niños q ue neces itan la leche esp irit ua l para ll egar a ser h ijos varo niles de su madre la Igles ia. Alej ados está n también de la Igles ia aq uellos q ue est án ta n fríos y sin fuego del Espíritu del cielo q ue permanecen ind iferent es a las obras , labores , sufrim ientos y neces idades de la Igles ia. Buscan en el aquí y en el ahora la sati sfacción de sus intereses personales t errena les, y al m ismo ti empo tienen la vana co nfianza que ll egará n un 2 2

día a gozar de los bienes ce lestia les . (f. 7 v) [39.5] . En el texto o ri gi nal: " Co nfesamos una ciud ad en que mora D ios ... " Por el té rm ino

ciudad Co nstantino se refiere a la Iglesia . Los 'vasos ' de esta realidad

son t odos los fie les que int egran esta verdadera Igles ia. [39.§J . Au nque Constan ti no como refere ncia pau lina nos de la de

Efesios ,, la

cita correcta corresponde al cap ítul o 4, vers ícu los 15-16: "... Siguiendo

la 11erdad

en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor." [39.7.]. "Todos han de ser baut izados en agua para ser salvos." En modo alguno esta expresión ha de entenderse segú n la doctrina roman ist a triden t ina de que a través del sacra m ento del ba utis m o - ex opere operato-

se rec ibe la gracia

sa lvífica de la redención de Cristo. El baut ismo presupo ne la fe. En pa labras del apósto l Pabl o, "somos sa lvos por medio de la fe." (Ef 2,8) "Justificados por la fe tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo."

(Ro. 5, 1). Después de haber creído "el evange lio de Jesús" que le pred icó Felipe, el eu nuco f ue bautizado. " Ent o nces Fe lipe ... le an unció el evangelio de Jesús. Y yendo por el ca m ino, llegaron a cierta agua, y dijo el eu nuco: Aq uí hay agua; ¿q ué impide que yo sea ba utizado? Fe lipe d ijo: Si crees de t odo corazón, bien puedes. Y respo ndiendo, d ijo: Creo que Jes ucristo es el H ijo de Dios." (Hch. 8,35-37). Co nstanti no, u na y otra vez testifica en sus escrit os que la salvac ión es por la fe en Cristo. En las dos línea previas a la expresión que estamos cons iderando, el reformador españo l hace suyo el orde n pa u lino de que la fe precede al bauti smo: " Un Señor, una fe, un ba ut is m o ... " (Ef 4,5). No exclu imos, tampoco, la posibi lidad de que con la afirmación de que "todos han de ser ba utizados para ser sa lvos," Const anti no hubiera recurrido a una expres ió n nicodémica para elud ir sospechas de la Inqu is ición de que no profesa ba la sola fide de los luteranos.

[398]. Malaquías 1,11: "Porque desde donde el sol nace hasta donde se pone, es

grande mi nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia, porque grande es mi nombre entre las naciones, dice Jehová de los ejércitos." [39.9J. 1 Corintios 5-4-5: "En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros

y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del SeñorJesús." [.4-00 ]. 2 Ti moteo 2,19: "Conoce el Señor a los que son suyos." [.4-01]. En el t exto original: "Hay entre ell os mu chos podridos." [.4-02]. Mateo 3, 12: "Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su

trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará." [.4-03]. Mateo 13,47-48: "Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que

echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera. " [.4-0.4-J . Una vez más, en el texto origi nal, erróneam ente se da co m o cita Mateo 7.

[.4-05] . Posib lemente Co nstanti no ten ía en mente el versícu lo 5 de este capítu lo:

"... Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros." [.4-06]. Juan 15,5: "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y

yo en él, éste lleva mucho fruto ; porque separados de mí nada podéis hacer." Tam bién al margen aparece la cita de

1

Corintios 15, pero la refe re ncia no se

correspond e con n inguno de los versícu los del cap ítu lo. [.407.]. Apocalipsis 21, 9, 10,11 : "Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del

Cordero ... que desciende del cielo de Dios ... teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima ... " [.4-08] . Constan t ino comparte la int erpret ación trad iciona l según la cua l en el

Cantar se describe el m ut uo am or de Cristo y la Igles ia. [.4-09]. En el t exto origina l se registra un error de imprenta en la num eració n de los fo lios. Después del folio 267v, se rep ite el 266v, para pasar luego al 266r. [.4-10]. La refe rencia que aparece al m argen es errónea. N o es del Sa lmo 102, sino del 133, 1-2: "¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos jun-

tos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón ... " [Jll] - Co nsta nti no cit a m uy libremente de este Salmo. En los vers ículos 1-4 del m ismo, se lee: "¡Cuán amables son tus moradas, oh Jeho11á de los ejércitos!-

Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jeho11á; mi corazón y mi carne cantan al Dios 11i110. - Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para sí, donde ponga sus polluelos, cerca de tus altares, oh Jeho11á de los ejércitos, Rey mío, y Dios mío.-

Biena11enturados los que habitan en tu casa; perpetuamente te ala-

barán." L4ll]- Continúa el error en la enu m eración de los fo lios. [.4-13] . " Feo y vasa llo de Satanás." Obsé rvese , un a vez m ás, qu e para Consta ntino lo estéticamente feo en t ra en la esfera de lo peca m inoso. [Jl4J. La referencia d e 1 Corintios 15, que aparece al m argen, no es correcta;

debería ser la del capítu lo 12, versícu lo 4 : "Hay di11ersidad de dones, pero el Es-

píritu es el mismo." L41S]- Juan 13,34: "Un mandamiento nue110 os doy: Que os améis unos a otros;

como yo os he amado, que también os améis unos a otros." L41º] - La refere ncia bíb lica que aparece al margen es la de

1

Corintios 13; sin

embargo la cita correct a es la del capítulo 12, versícu los 14-27.

L417.] - La refe rencia bíblica que aparece en el texto original es la de Lucas 9. En los versículos 46-48, se lee: "Entonces entraron en discusión sobre quién de ellos

sería el mayor. Y Jesús, percibiendo los pensamientos de sus corazones, tomó a un niño y lo puso junto a sí y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera que a mí recibe, recibe al que me en11ió; porque el que es más pequeño entre todos 11osotros, ése es el más grande."

EL DÉCIMO ARTÍCULO DE LA FE

Ca pítulo 80

EL DECI MO ARTICULO DE LA FE

El décimo artículo de la fe cat ó lica afirm a que "hay rem isión de pecados." Consecuencia es esta de la venida del H ijo de Dios y de las grandes mercedes que la infin ita m isericord ia divina nos q uiso hace r. Para esto fu imos redi m idos, y pa ra est o res ide el Espíritu Santo en la Igles ia: pa ra que nuestros pecados nos sean perdonados. El consue lo que de este artículo extrae el crist iano es t an grande y tan va lioso, que no hay lengua humana q ue lo pueda exp licar. (f. z 73r) En parte lo experimen t a, aunque no en la inmensidad q ue encierra. Y es qu e profu nda fue su ca ída en el pecado, pero inmensa es ahora la se nda de sa lvación q ue se le ofrece. El m al q ue hace el pecado en pocas pa labras puede se r comprendido diciendo q ue el hombre, po r su pecado, se apartó de Dios y se convi rtió en reo de su ira. Sin embargo la m isericordia d ivina es ta n inmensa que por ell a el Hijo de Dios vino al mu ndo para morir como sacrific io po r los pecados presentes y futu ros del linaje hu m ano. La infi nit a misericord ia que se contempla en este artículo de la Confesión no da pie a que de ahora en ade lante pueda el hombre peca r li bremente sa biendo que hay ce rteza de perdón . Esto sería sum ar maldad sob re maldad - prueba ev idente de sobe rbia y de menosprec io de la bondad de Dios- . No es para estos q ue así piensan que va di rigido el m ensaje del artículo, sino que es un mensaje de conso lación pa ra los que hayan podido cae r en pecado, para que sepa n que hay para ell os perdó n, y que la ru ina que aca rreó su ma ldad co n su m uert e el H ijo de Dios lo remed iará.

Siguiendo un orden sumamente armónico y apropiado, este

articulo viene a

continuación del que confesábamos de la existencia de una Iglesia santa y católica en la que res ide el Espíritu Santo. Con esto se quiere dar a entender que es en esta Igles ia donde puede hallarse el perdón de los pecados. (f. 273 v) Pero aun siendo esto así, conv iene aclarar que, aun en el seno de la Iglesia, este perdón solo se consigue por inspiración y obra del Espíritu Santo. En tanto que el Espíritu Santo mora so lamente en esta Iglesia, ún icamente en esta Iglesia puede el Espíritu obrar verdadera penitencia entre los que en ella se encuentran, o a se acercan. Esta es la promesa que se halla en las

Escrituras Divi-

nas cuando se d ice que 'so lo en Sión se salvarán los hombres, y que en Jerusa lén se librarán de los grandes pel igros, y que los que al lí se hallaren podrán alcanzar remedio.' [418] Sión y Jerusalén sign ifican la Igles ia cristiana, pues en estos lugares estuvo el Temp lo, resid ió la profecía y el Señor dio a conocer sus maravi ll as y su m isericord ia. Según la profecía de lsa ías, 'las gentes serán convocadas para subir al monte de Sión, pues de all í ha de sa lir la verdad, y en Jerusalén será sembrada la palabra de Dios.' (Is. 2). Así fue que en el monte de Sión los Apósto les recibieron el Espíritu Santo, de all í sa lieron a predicar y empezó la Iglesia cristiana a extenderse por todo el mundo. (Is. 2). [A-19] Ent ienda, pues, el cristiano que para ha llar el camino que ll eva al perdón de los pecados es menester una por una que con verdadera fe permanezca en la Iglesia, y que no se aparte creyendo errores y herejías contrarias a su enseñanza. Tenga tamb ién entendido que a esta Igles ia le ha sido dada el Espíritu Santo con poder de perdonar pecados, (f. 274 r) con doctrina para juzgar entre lepra y

lepra, y ent re lo que es bueno y lo que es malo. Ent ienda que este poder reside en los m inistros orde nados y ll amados por la prop ia Iglesia para ta l m inisterio , y para que declaren al hombre si ciertamente ll eva cam ino de sa lud, o se lleva cami no de perdic ión . Este es el consuelo y certin idad q ue nos dejó el Rede ntor del m undo antes de sub ir al cielo, ' sop lando a sus d iscípulos y diciendo: recibid el Espíritu Santo.' [420] Dijo además el Sa lvador: 'Serán perdonados los pecados de aque llos a qu ien vosotros los perdonare is, y será n rete nidos los pecados de aque ll os a qu ien vosotros los retuviereis . Todo lo que li gareis sobre la tierra será ligado en el cie lo, y todo lo que desatareis sobre la t ierra será desatado en el cie lo.' (Mt. 18) . Sobre el hombre, pues, pende est e j uicio de ser absue lto o de ser co ndenado. El conocim iento de este j uicio depende, primeramente, de la Palabra de

Dios, que j uz ga la bondad o no del hombre. Y en segundo lugar, la va lidez del ju icio depende de una autoridad que se ajusta a la doctri na de esta Palabra . Tanto lo uno como lo otro res ide en la Igles ia en conformidad con la promesa de que 'l as puertas del infierno no preva lecerán co ntra ella, ni le podrá n qu itar la pa labra, ni le podrán quita r el pode r.' [421] Y como sea q ue el Espíritu Santo es el enseñador de la doctrina y el aut or del poder, nada de esto puede fa ltar a la Igles ia. No t iene motivos para desmayar el cristiano que ha caído en pecado y que con fe y conoci m iento es miembro de la Iglesia cristiana. (f. 274V) Si gra nde es el poder q ue se requ iere pa ra perdo nar sus pecados, gran poder es el que hay en la Igles ia. Si halla la pue rto del cielo cerrada porq ue ofend ió a la majest ad d ivina , llave hay en la Igles ia para abrir la. Si se siente dolor en sus

ll agas, sacramentos y med icinas t iene la Ig lesia con que curarle y consolarle. Si busca certinidad de todo esto, la pasión de Jesucristo, Hijo de Dios, está en med io. A sus discípu los dijo: 'Rec ibid el Espíritu Santo, y los pecados de aquell os a qu ien vosotros perdonareis serán perdo nados, y los que retuv iereis serán reten idos.'

LJn.

20,22-23) . Con su propio aliento sopló estas palabras

como garantía de su pro pio poder y autoridad. Ellos, por su parte hab ían de transm it irlo también a la posteridad que hab ía de sucederles. Este es misterio y e l ministerio que t ienen los ministros de la Igles ia. Han rec ibido el Espíritu Santo para llevar a térm ino la obra que hemos mencionado, y la autoridad para declarar a los pecadores el cam ino a segu ir. La promesa que t iene la Igles ia es de que no le fa ltará la verdad de la Palabra de Dios, que ha de ser regla de sus ju icios y de sus sentencias para con los fie les que les son súbd itos. Cristo, nuestro Redentor, es la Cabeza que vino con esta autoridad, y con este espíritu de redenc ión y de perdón de pecados. Así estaba ya prometido por el profeta Zaca rías al decir que 'aparecería una fuente en la casa de David y a los moradores de Jerusa lén para li mp ieza de pecadores y de las menstruadas.' (f. 27 sr) Con estas palabras se daba a entender que el Hijo de Dios, con su pas ión y muerte, comun icaría limp ieza y perdón a todo género de pecadores que acudiesen a él en busca de perdón . (Zac. 13). (.4-22] Por boca de lsaías el Pad re eterno hab la con el Unigénito Hijo d iciéndo le que ' poca cosa es el pueb lo de

Israel en comparación con el poder que le ha dado, y que lo tiene constituido por luz de todas las gentes, para que sea remedio y salud de l Padre hasta los té rm inos de la t ierra.' (Is. 49).[.4-.~3]

El Rede ntor, dand o pruebas de que había ven ido para ot orgar sa lvación comp leta a los hombres, sanó a muchos enfermos de las enfermedades del cuerpo, y también del alma perdonándo les los pecados. Al para lítico le d ijo: 'Confía, hijo, t us pecados te son perdonados.' E igualmente a otros pecadores les perdonó los pecados, los libró del yugo de Sata nás, y despi d iéndolos con su paz y bendició n les infund ió confianza y consue lo. (Mt. 9). Al murmurar de él los fariseos acusándole de que al perdo nar los pecados asumía una prerrogativa que so lo correspondía a Dios, al para lítico que le había n traído, dijo Jesús: ' Hijo, t us pecados te son perdonados. Y para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la t ierra para perdonas pecados, dijo al para lítico: a ti te d igo: levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa. Entonces él se levantó enseguida, y tomando su lecho, sal ió delante de todos, de m anera que todos se asombraro n, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos v isto ta l cosa.'

(Mr. 2,1-12).Afirma el apósto l sa n Pedro q ue todos los profet as dan testimonio de que todos los q ue creyeren en el H ijo de Dios recib irán el perdón de sus pecados. (Hch. 10). Por su parte el evange lista san Juan afirma que el H ij o de Dios es sacrificio para nuestros pecados, y no so lo por los nuestros, m ás también para los de todo el mundo. (1 Jn. 2,1-2). (f. 27 sv) El ser sacrificio y ser fue nte de perdó n es algo prop io y exclus ivo de Jesucristo, nuestro Redent or. N inguna criatura de la tierra ni del cielo puede hacer ta l cosa. Sin embargo el m inisterio de la enseñanza y la aut oridad para juzgar entre lepra y lepra, ha sido ta mbién encomendado a la Iglesia - como ya hem os vist o al comentar las palabras de Jesús a sus d iscípu los de q ue rec ibirían el Espíritu Sa nto para

perdonar y rete ner los pecados- . A sus d iscípu los d ij o ta mbién: 'Qu ien a vosot ros oye, a m i oye; q uien a vosotros menosprecia, a m i tamb ién menosprecia." (Le. 10 ,13-1 6) . Est as pa labras muestran el grande poder q ue los m inistros de la Igles ia t ienen para la doct rina y para el j uicio de los pecadores .

Capítulo 81

,

CONSEJOS IMPORTANTES QUE SE DERIVAN DEL DECI MO ,

ARTICULO

Declarado tenemos como la Iglesia tiene ministros para enseñar la Palabra

de Dios, adm inistrar los sacramentos y j uzgar entre lepra y lepra - q ue qu iere deci r ent re pecado y pecado- . Decimos a contin uación que los ministros de la Iglesia deben estar bien apercibidos para no ensoberbecerse por desem peñar ta n alto cargo, n i t ampoco en descuidar la d iligencia que t an gran oficio

. . (f. 276r) La oc1os . 1 .d ad no va con est e min . .isterio. . D e b en cerciorarse . req uiere los pastores de la Iglesia de su vocación y de sus dones, po rq ue es pecado gravísimo entrar en el corral de las ovej as, q ue tanto costa ron , no por la puerta , sino por los bardales. Pi ensen que han de ser jueces de la doct rina sagrada y de la enseñanza de nuestro Redentor. No pueden ser ignorantes en el ca m ino de la fe ni ofuscar la luz co n la cual han de alumbrar a los fieles. Castigo severo caerá sobre aq uell os q ue ocu pan el m inisterio pastora l sin haber sido ll amados. Cierto es, por ot ro lado, que en mayor o menor nú m ero nu nca fa ltará n la Iglesia los m inistros fie les en los que resida el Espíritu y la luz de la doctrina. El segundo aviso es para los pecadores, para que no descuiden reci bir la doct rina ni la cura de las ll agas de sus dolencias espirituales. Muestren en esto sumo cu idado en buscar minist ros q ue no sean ignoran t es ni negli gentes de sus obl igaciones, sino q ue muestren ve rdadero ce lo por la sal ud de las ovej as. (f. 276 v) Co n frec uencia suele darse el caso de que, en det ri mento de su sa lud esp iritu al , algunos pecadores busca n m inistros de talante blando

y de receta rio t ambién blando. A la luz de n uestro artículo, los qu e tienen tan ma las mañas, o tan malos descuidos, terminarán rec ibiendo el castigo por su pecado. Ciertamente la malicia no puede encontra r ampa ro en la bondad divi na, ni en la simplicidad de la Igles ia. El te rcero aviso es pa ra aquel los que se justifican seña lando como pret exto la mala conducta de algu nos min istros. (f.

277 r) Según el los la Iglesia ha pe rd ido autoridad y se ha degradado el va lor de los sacramentos al se r adm in istrados por ta les manos. Los q ue as í piensan no reparan en el hecho de que la va lidez de los sacra m entos depende de su origen en Aque l que los insta uró. El cua rto av iso pa ra el crist iano es que las llaves que la Igles ia t iene para las pue rtas del cielo no t ienen tasa lim itada. No se perdonan solament e los pecados leves y se dejan sin perdón los graves. Pues así como la sangre de nuest ro Redentor no t iene lim ite, si no q ue t iene va lor y fuerza para todos los pecadores y para todos los pecados, así el favor dado a la Igles ia, y por las ll aves que le son en tregadas, se hace extensivo a todos los pecadores qu e se acercan a el la; y de ella reci be n consuelo y admis ión en la comunión de los fieles. Bien corroborada est á est a ve rdad con el p roceder que nos mostró el mismo Redentor del m undo al perdonar pecado res mu y grandes, como se dice de María Magdalena, de la cual alanzó siete demonios; de la mu jer adú lt era, que púb licamente fue tomada en el adu lt erio; del ladrón, que justame nte había sido conde nado a muerte de cruz; y como fue perdonado san Pab lo, ta n grande perseg uidor de la Igles ia crist iana. (f. 277v) Como qu into aviso, tenga en cuenta el cristiano que, aunque recaiga m uchas veces el pecador, aun así lo recib irá la Iglesia si en ve rdad viniere con

pen ite ncia. Por m uchas qu e sea n las reca ídas, el tesoro de perdó n que posee la Iglesia no se agota, ni d ism inu ye su m ise rico rdia. Con esta enseñanza se rebate el erro r que qu is ieron introduci r algunos d icie ndo que si la tasa de peca dos re basa ba ciert o límit e no había pos ibilidad de qu e los que los habían cometido pud ieran ser pe rdonados y reconc iliados con la Igles ia. Cierta m ente afrenta grande es est a contra el Espíritu Santo, pues ate nta con t ra sus beneficios , su pode r y su influencia . No hay pecados, por grandes q ue sean, q ue no puedan ser pe rdonados por la d ivina m iser ico rd ia. A un de todos estos pecados el divino Espíritu puede obrar redarguc ió n y despertar p rof undo abo rreci m ient o en el corazón del hom bre. Para todos los q ue verdad eramente ll am an a la p uerta del cielo hay ll aves para abrirla y certeza de entrada. Como madre piadosa la Iglesia t iene sus castigos pa ra aq uell os de fi ngida pe nit enc ia, m as pa ra los q ue m uestran verdad eras seña les de arrepe nt im ient o n un ca tie ne cerrada la pue rta . En ciert a ocasió n el apósto l Ped ro pregunt ó a Cristo, nuestro Rede nto r, si sería suficie nte pe rd onar siete veces al prój imo q ue contra él peca re. La resp uest a del Salvador f ue la de que ' no so lo siete veces, mas setenta veces siete.'L424] Est a f ue la gran lecció n que so bre la in m ensa m ise ricordia de Dios el Rede ntor im partió a Ped ro, para que la pu sie ra en práct ica y la ense-

· (f. 278 r) nara a 1a 1g 1es1a.

s·1mon , e1 Mago

, ·m o a1 q uere r cayo, en peca d o grav1s1

comprar con dinero los do nes de l Espíritu Sa nto . Pe ro aun siend o tan grande

su pecado, Ped ro le amonestó para q ue hiciese pe nit encia de su maldad -L425] Podemos rea lmen t e decir qu e sum am ente rica es la redención con que somos red im idos . Por boca del profeta Ezequ iel j ura el Señor 'qu e no qu iere la m uert e

del pecador, sino que se convierta y v iva.' L426] Ya se d ijo, en el capítulo anterior, que para obtener perdón los hijos de la Iglesia necesita n de la pen itencia. Y así como la d ivina m isericord ia no otorga sus grandes bienes si previamente no ha habido reconocimiento y dolor de cu lpa y dado prueba de fe y amor, así la Iglesia no reconoce como hijos suyos y no les admin istra los sacramentos, si previamente no ha habido confesión y ev idencia de verdadera pen itenc ia. (f.

278

v) Lo d icho sobre la penitencia con -

cierne a los que t ienen uso de razón y por su propia voluntad pecaron. Porque los niños alcanzan perdón por el bautismo, y alcánzalo en la m isma Igles ia, y por el m ismo Espíritu Santo les es comun icado, el cua l mora en nosotros para ambos efectos. Consuelo grande encierra este artículo para los pecadores, pues ciertamente hay para el los perdón de pecados. Este perdón se obtiene en la Iglesia y no fuera de ella. El Esp íritu Santo, que reside en la Iglesia, mueve los corazones de los pecadores y los llama a la pen itencia. Hemos afirmado que la pos ible maldad de algunos m in istros no obstaculiza la verdadera adm inistrac ión ni la eficacia de los sacramentos. Hemos d icho, tamb ién, que para todo género de pecados - por abom inables que sean- , y para todo género de pecadores, hay m isericordia y perdón, si previamente ha habido pen itencia.

(f. 279 r) Los que pasan satisfactoriamente las demandas de este artículo de la

Confesión, son aque llos que han reconoc ido sus culpas y saben que una madre ta n piadosa como es la Iglesia abrirá con sus llaves las puertas del cielo para ellos. Con firme reso lución estos se guardarán bien de no perder las bendi ciones recibidas, ni su readm isión en la membresía de los fieles. Estos

busca rán m inistros de reconocidos dones y ence nd ido ce lo, para q ue a través de ellos pued an rec ibir bend iciones. Po r m ucho desord en que descu bran en algunos m inistros, no descuidarán los sac ram entos ni el test imon io d e la

Palabra. Po r m uchas y grandes q ue sean las culpas que est os fie les descubran en sí m ism os no po nd rá n en d uda la inmensi dad de la m isericord ia qu e reside en la Iglesia. (f. 279 v) [418] . N o aparece en el t ext o o riginal ningu na cita qu e co rrobo re esta supu esta refe rencia bíblica. [419.]. lsaías 2,2-3: "Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado

el monte de la casa de Jeho11á como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. - Y 11endrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jeho11á, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jeho11á." [420] . La refe rencia de Juan 2, qu e aparece al margen, no es cor rect a. Pos ibles refe re ncias : Hechos 1,5, 6; Lucas 11,13; Efesios 1,13; 3,30;

1

Tesalonicenses 4 ,8.

[4,n] . La cita correcta es de Mateo 16,18-19 , y no la d el cap ítu lo 18, que fi gura al m argen. Nót ese, una vez m ás , que Co nstanti no cit a m uy librem ente las referencias bíblicas a la qu e su ele aludir, y algun a q ue otra vez se d an en ellas añad idos d e p rop ia cosecha. (422]. Zacarías 13, 1: "En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de

Oa11id y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la

inmundicia." [423]. lsaías 49,6-T "Poco es para mí que tú seas mi sier110 para le11antar las tribus

de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi sal11ación hasta lo postrero de la tierra.- Así ha dicho Jeho11á, Redentor de Israel, el Santo suyo, al menospreciado de alma, al abominado de las naciones, al sier110 de los tiranos: Verán reyes, y se levantarán príncipes, y adorarán porJeho11á; porque fiel es el Santo de Israel, el cual te escogió." [424] . Mateo 18,21-22: "Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas 11eces

perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?- Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta 11eces siete." [425] . Hechos de los Apóstoles 8, 18-24. [426]. Ezequiel 18,32: "Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jeho11á el

Señor; con11ertíos, pues, y 11i11iréis."

EL UNDÉCIMO ARTÍCU LO DE LA FE

Capítulo 82

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,

EL UNDECIMO ARTICULO DE LA FE

En el undécimo artículo de la Confesión se afirma que ' hay resurrecció n de la carne.' En vez de 'carne' bien podría decirse 'hombres ' - 'resurrecció n de hombres'- , por cuan t o el alma es inmortal y no es corrupt ible. El cuerpo, em pero, se deshace y recupera su ser con la resurrección al reu nirse de nuevo con el alma. Sea como sea, lo que se enseña en el artículo es que todos los hombres, en t anto que han de pasar por el trance de la muerte, un d ía resucita rá n para ser juzgados por Jesucrist o, nuestro Redentor, los buenos para vida eterna y los malos para muerte eterna. (f.

280

r) Grand ísimo es el consuelo que

reporta al cristiano este articulo - uno de los mayores que se pueda obt ener en esta vida- . Temida es ciertamente la muerte, y no sin grande razón . Amada es la vida con todos los atractivos de la naturaleza. Evidentemente, pues, la separación del cuerpo del alma constituye una t riste rea lidad para el ser hu mano. Pero por el contrario, la reun ión del cuerpo con el alma const ituye una expectat iva muy fe liz. Buen án imo infunde, pues, al hombre fie l el mensaje de este artículo al afronta r la rea lidad de la muerte, ya que t iene la firme certeza de que la sepa ración del alma del cuerpo será un d ía superada con m uy crecida ganancia. El alma que se separa del cuerpo no sufre ningún detrimento, pues es inmorta l, y gua rdada estará durante un tiempo en su inmorta lidad pa ra vo lver de nuevo a reun irse con el cuerpo. El cuerpo, sin embargo, por est ar comp uesto de cuatro elementosL427.] está sujeto a separación; pero vo lverá u n día a reun irse co n el alma.

Los sabios de la antigüedad, privados de la luz del cie lo, ciegos fuero n a la rea lidad que se cont iene en est e artículo. Juzgaron del todo im pos ible que después de pasado el trance de la muerte se pud iera vo lver a la vida. Ta n imposib le les pareció la cuestión, que muy poco tiempo ded icaron a la m isma. Afirmaron, sin embargo, la inmortal idad del alma, pues la juzgaron de naturaleza incorruptible - de simplicísimo y perfectísi mo ser- . En conform idad con su filosofía, después de la corrupción del cuerpo no había retorno del alma; no

, pues, res urrecc1on. . , (f. 280v) Durante su estancia . en Atenas e 1 aposto , 1 hab1a, Pablo pred icó la doctrina de la res urrección de los m uertos. A lgu nos se burlaron de su mensaj e, pero a ot ros les fascinaba oír algo de tanto consue lo como era la res u rrección de los muertos. (Hch. 17,16-34). Los que tuvieron conocim iento de la verdad de Dios y fueron enseñados en ell a, así que co nocieron que por la misericordia divina la m uerte po r el pecado era abolida, abrazaron con gozo la doct rina de la resurrección de los cuerpos. Entre los herejes ha habido algunos de ta n monstruosa creencia y extremado desvarío, que han ll egado a sost ener que si bien el Hijo de Dios obró redención, los redimidos no conocerán la resurrecció n. Est imaron estar fuera de razó n el que la carne, que había sido morada de tanta malicia e instrumento de ta ntos males, retornase a la vida y llegará a participa r de los bienes del más al lá. Creyeron hallar base para sus vanos desvaríos en una errónea interpretación de las palabras del apóstol Pablo cuando dice que ' ni la carne n i la sangre poseerá n el reino de Dios, y que lo que tiene corrupc ión no poseerá incorrupción.' (1 Co.

El articulo de nuestra Confesión, en co nfo rm idad con la verdad de las Escri2 . ' n de turas, se opone y contrad .ice to d os estos erro res . (f. Sir) La resu rreccIo los m uertos entra de lleno en la ca pac idad o m ni pot en t e de D ios, y es co nform e a la d ign idad y grandeza de Jes ucristo y a la obra q ue realizó en favor de sus escogidos. La doctrina de la resur recció n - de sumo co nsuelo pa ra los fie les- , es co nfo rme co n la ju sticia d ivina , que premia a los bu enos y castiga a los m alos. Es una doctrina q ue entra de lleno en los contenidos más im port antes de nuestra fe . Es por est e m otivo que la Escritura Divina proclama su grandeza y en m uchos pasajes de su texto destaca su incomparable va lor. En los artículos preced entes se consideró todo aque llo que hace referenc ia a la sa lvac ió n del hombre d ura nte el curso de su vida en la tie rra . En este undéci m o articulo aborda remos todo aque llo q ue gua rda relación co n los resu lt ad os y frutos que se derivan de la doctrina de la res urrecc ión. Tema de copioso cont en ido es el de la res urrección de la ca rne. En un principio Dios creo la ca rne con limpieza y sin malas incl inaciones. Sin em bargo, po r la desobed iencia de n uestros pri m eros padres la ca rne se vio afectada po r el pecado y acusó seve rame nte el d año espi ritua l de la caída. [.a29J Cua ndo el apóst o l Pab lo dice q ue n i la ca rne ni la sa ngre posee rán el re ino del cie lo, y que lo que

.

.,

, I .

.,

t iene co rrupc Ion no poseera a Incorrupc1o n,

(f. 281v)

. d 1o que quiere ar a

ent ende r es que las malas ob ras y las m alas inclinaciones di rigidas po r la ca rne no entrará n en el cielo. M ientras la ca rne, en su condició n presente, est é suj et a a la corrupció n del pecado, no hall ará entrada en el cie lo. Lo hará un a vez lim pia de sus malos acometi m ient os y de la co rru pción es piritual y de la

corrupción corpora l. Por lo demás, q ue un día habrá resurrecc ión de la carne, es el propio apósto l Pab lo q ue con más fuerza y mayores argumentos lo afirma. Dos fueron los grupos que con más persist encia se op usiero n a la doctrina de la resurrección. El primero, al que ya nos hemos referido, fue el de los filósofos y de los sabios del mundo. Sobre la base de la rea lidad de la corrupción de los cuerpos, y de que nunca se hubiese atest iguado el retorno de algún muerto a la v ida, negaron la resurrecc ión. El segundo grupo fue el de los herejes, t an mal enseñados y de t an torpe entend im iento, que no ll egaron a enten der q ue la doctrina de la resurrecc ión aparece claramente enseñada y repetida en las Escrituras Divinas. En nuestro estud io, lo que haremos, primerame nte, es refutar este segu ndo error y probar la enseñanza de nuestra re ligión sobre la resurrección de los m uertos -n o so lo de los buenos que part ieron de este mundo con justicia y co n perdó n de sus pecados, mas tamb ién de los malos, que partieron de est a vida en condenación para sus almas y pa ra sus cuerpos- . Probaremos, en segu ndo lugar, cuán errónea es la posición de los sabios y fi lósofos al negar la resurrección, y cuán conforme a la justicia d iv ina es el premio q ue merecen los buenos y el castigo que merecen los malos. (f. 282 r)

En u' 1t ·imo 1ugar pro baremos cuan ' e, · 1es 1a resurrecc1 .on ' para e1 po d er 1ac1

de Dios. Incluso los mismos sab ios adm iten que buena cosa sería si los muertos pudieran resuc itar. Sabido es que el hombre se compone de cuerpo y alma. As í lo dispuso Dios en la obra de la creación cuando dijo: 'Hagamos al hombre a nuestra imagen y semej anza.' De estas pa labras se deduce la

grandís im a d ignidad que en la creación se d io al ser hu m ano, y de la que da t estimon io la Escritura al hablar de la form ac ión de su cuerpo y de su alma. En la creac ión del cuerpo hu m ano no hay lugar para el descrédit o. Tal como t esti fica la Escritura, Dios lo fo rmó del po lvo, o del lim o de la t ierra; pero fue ron m anos d ivinas que mold earon este mat erial j uzgado hum ild e. La ll amad a 'carne ' del ser humano, por razón de su origen, n i es t an v il ni t an deshonrada como pretende n los que tant o la d esprecian y que niegan su resurrecc ión . (f. 282

v) Pa rt e important e es del se r humano, que es un compuesto de cuerpo y

de alma; y si bie n la natura leza corpora l no sea de tan t os qu ilates co m o es la del alma, t estimon io es de la Di11ina Escritura haber rec ibido grande honra al decir metafóricamente que f ueron nada menos las manos de Dios que form aron el cuerpo. Las operac iones y las obras que lleva a te rmino este ser hu m ano creado por Dios no so n afrentosas ni de poca estima. Todo lo con trario, pues por ell as qu iso Dios que fuese él conocido como Señor de gloria y de sa biduría. Por estas obras entendemos todas estas operac iones y estos efect os naturales, como los de ver, oír, hablar, o brar co n nu estras manos, y todos los otros ejercicios que se siguen de la naturaleza. Pa ra t od o esto el cue rpo fue dado al alma por compa ñero y po r pri ncipa l instrumento a través del cua l t odas estas obras pudiesen ll evarse a té rmi no. De lo d icho se corrobora la d ign idad del alma y su gran imp ortancia, pu es permanece para siempre si n corrupción y gozando de las bienaventuranzas de la m isericord ia d e Dios en el caso d e los justos . Tampoco pode m os d esposeer a la ca rne de su dignidad, pues f ue form ada y hon rada po r las manos del

mismo Dios, y compañera es de l alma en el logro de fines mutuos. Debemos tener por cierto que un día, en compañía del a lma, recuperará la ho nra y la liberal idad que recib ió de las manos divinas. (f. z 33 r) No es sin propós ito que el cuerpo reciba tanto honor en la Ig lesia, como bien se pone de relieve en el hecho de ser recip iente de los sacramentos. En el sacramento de l bautismo el infante es admitido en la compañía de los hijos de Dios, se limpia la carne y actúa como medio de recepción de l Espíritu Santo para e l alma. Del mismo modo actúa la carne en la recepció n de l san to sacramento de la eucarist ía. Tampoco en este caso se desecha la carne, pues viene a ser medio a través de l cual actúa el sacramento. Digna es tamb ién de adm irac ión por las vicis itudes que ha sufrido y sufre en la vida de los justos; compañera es tamb ién de los tormentos que han padecido y padecen los mártires. En los muchos ayunos, en las muchas discip linas y en las inco ntab les obras en favor de l Evange lio, presente ha estado siempre la carne. En modo algu no puede pensarse que habiendo sido compañera de tantas obras santas pasará desapercib ida de la bondad divina y olvidada para siempre en el polvo de la tierra en aque l gran día de las retribuciones . Juzgado ha de ser el hombre por sus obras buenas o ma las en la totalidad de su ser. Manifiestísima razó n es esta para que todo su ser sea restitu ido para este juicio; para que todo él reciba el prem io por el bien que obró, o el castigo por e l mal que obró. Argumen to claro y decis ivo es este para refutar los errores de aque ll os que se han ma nifestado en contra de la doctrina de este artículo de la Confesión. Atribuyendo como el los hacen a la carne todas las obras de ma ldad , sobre esta base razón habría para que la

ca rne res ucit ara un día para se r j uzgada de todos los m ales co m etidos. Ciertam ente est a es la correcta inferenci a que de su prop ia creenc ia habría d e saca rse. Lo q ue ellos afirm an se vue lve co ntra ell os. (f.

28

3V)

La doctrina d e la Iglesia cató lica es la correcta, y co ntra ria es a todas estas m o nstruos id ades. En confo rmidad co n la Confesión, la Igles ia afirm a q ue la ca rne es compañera del alma pa ra m uchas o bras bue nas , y para m uchas ob ras m alas. Sobre la base de est a ident idad pa rt icipativa d efiende la resu rrecc ió n de la carne y del alm a de los j ust os para pa rtic ipar co nj unta m ente del prem io de la gloria. Y t amb ién sobre la base de est a identidad part icipat iva defiend e la res urrecc ión de la carne y del alm a d e los m alos para reci bir conjuntament e la se nte ncia d e condena . Sigu iendo una línea de pensamiento sim ilar se hallaría t amb ién argum ento para la res urrección al co nsiderar el fi n por el cua l f ue creado el hombre. Ev id ente m ente, no est aba en el pro pósito de Dios la realidad de la m uert e. Fue po r el pecado que ent ró la m uert e en el m undo. Tal como enseña la Divina Escritura, la m uerte vino al ejec utarse la se nt enc ia div ina cont ra el pecado de desobed iencia comet id o por nuest ros primeros pad res. La j urisd icc ión q ue la m uerte ha eje rcido por el pecado del hombre y la envid ia sat án ica , Cristo la vi no a d eshacer; y ciertamente la deshizo de un m odo prim ord ial al ve ncer a la m uerte - tal como da t est imonio el Espíritu Santo en la Divina Escritura- . De lo dicho se infiere que los j ustos un día resuc it arán en cuerpo y alm a, pues de no ser est o así no podría hab larse de haber sido librados d e la muert e. La m uerte implica la sepa ració n del alma del cue rpo; ret ornar a la vida implica la reunificación d el cuerpo con el alm a. (f.

284

r) De la m uert e del cuerpo y dela muerte del alma, am bas int rod ucidas por

el pecado, nos libra el H ij o de Dios. En consecuencia, ta n cierta es la resurrecció n para una co m o lo es para la otra. Por las razones que ya hemos adelantado, los ma los t amb ién res ucit ará n. En t ra esto de lleno en la restitución genera l que Dios hará de t odas sus obras. No qu iere la divina bo ndad que permanezca en el m u ndo la afre nta a sus obras. Y p uesto que no creó al hombre para la m uerte, su propósit o es res ucita rlo. La sent enc ia d ivina de ' po lvo eres y en po lvo serás tornado ,' no debe entender co m o sentenc ia fina l de permanencia en el po lvo . Po r culpa del hombre vi no la se nte ncia; pero de la .vina · · Ia rest aurac1 .on. , (f. 284v) m ·isma mano d 1 viene

su

.

mano castiga para

enseñarnos quien es la Divin id ad y quienes so m os nosot ros . Cast iga pa ra m ostrar su ira co ntra el pecado, y para que despert em os al conoc im ient o de su remedio. La m ayo r y m ás cla ra prueba de nuestra resu rrecció n la tenemos en la prop ia persona de nuestro Redentor. Él tomó nuestra natu ra leza: alma ve rdadera y cuerpo verdadero. Qu iso en t odo ser se m ejant e a sus hermanos, y qu iso q ue sus hermanos fuesen semejantes a él. M urió como nosotros morim os: su alm a se separó de su cuerpo. Nosot ros res ucita remos como él res ucitó. Él vi no a tomar nu estras bajezas y para darnos sus grandezas . N uestra bajeza es morir, su gra ndeza es res ucitar. Pr ivileg iada en grad o sumo f ue la carne del H ij o de Dios . Limpia f ue de t odo pecad o y santificada por el Espíritu Santo. N ingú n rast ro de n uestras cu lpas h izo mell a en ella, pues sacrific io de pureza había de ser pa ra n uestra redenc ió n. Pero aún así v ino a ser Redent o r de los hom bres; y con el linaj e

hum ano com part ió una natu ral eza simi lar de alma y cuerpo, pero exe nta de pecado. Si endo esto así, y no pudiéndose negar la resu rrecció n de la carne de nu est ro Redent o r, ta m poco se puede negar la nu estra. La desem ejanza que se daba en nosotros por él pecado, su j usti cia la qu itó; en consec uencia ya no hay ningú n impedi m ento q ue imp osib ilite nuestra semejan za co n él en la resu28 rrecció n. (f. sr) Él j ust o es con just icia p ropia, pe ro nosotros somos j ustos po r su just icia. Él es fuente de j usticia y d e las gotas de j usti cia q ue él reparte part icipamos nosotros. Él vi no a destruir el pecado, y con su redenció n m uere en nosotros el pecado. N unca estu vo él sujet o a ni ngun a culpa, nosotros, empero, fuimos esclavos de cul pa. No hubo rastro algu no de ma l en él, porq ue el m al n unca estuvo en él. En nosotros, si n embargo, y mientras peregri nemos en esta vida, señales y re liqu ias q uedará n de nuestras grandes enferm edades. En t odo él es perfect o, pero en nosot ros se acusan las faltas y los defect os. Libres se remos un d ía de pecado y libres de su co nd ena y acept os a los ojos del eterno Pad re, pues com part iremos en la j ust icia del Hijo de Dios y en la gloria de su resurrección - aunq ue como ya hemos vist o, no sea la honra de nuestra ca rne como la perfección de su carne- . De la vileza de la tierra se saca el oro, y con la destreza d e sus manos los artífices increme nta n su va lor. Maravil la el que Dios en su obra de creación honrase la t ierra de la que est á formado el cue rpo del ser humano, y q ue desp ués Cristo, nuestro Red entor, al morir y res ucita r po r nosotros, limpiase est e cuerpo d e las escorias y feald ades d el peca do.

(f. 285v)

Decir como dij eron aquellos herej es, o m inistros de Sata nás, qu e las

activ idades de la carne, como las de comer, dormir y otras semejantes, son bajas y vi les e ind ignas de actua lizarse en el cielo, y por ell as la carne no es d igna de la resurrección, es un argumento que no reviste más va lor que el de sus pobres mentes. Ellos son los bajos, los viles y los de m iserab le cond ición , que no saben deducir conclus iones correctas de las grandes obras de Dios. Erróneamente juzgan la func ión de la boca al lim itarla ún icamente a la acc ión de comer y no a la de hablar y glor ificar a Dios. Y semejantemente delim itan la acc ión de las manos a lo simp lemente mecán ico o físico, y nada dicen de las manos en su ejecutoria de obras de caridad . Todas las funciones y todos los instru mentos con los que el Creador dotó al ser humano, son prueba de d iv ina sabiduría, y med ios a través de los cua les pueda ser glorificado el Señor y honrado su poder, su saber y su misericord ia. El fin y propós ito de muchos de estos med ios y funciones esenc iales perdurarán tamb ién en el cie lo, si bien es cierto que allí alcanzarán su más exce lsa función y su más acorde servic io. (f.

286r) H emos de creer tam b.1en , que as1, como nuestros

.

OJOS

, corpora 1es ten dran

en el cielo vistas adm ira bles y objetos y paraderos exce lentísimos, y deleites muy d iferentes de los de la t ierra, as í los tendrán también los otros sentidos y con mayores capac idades de lo que en esta vida tuv ieron . Todo el hombre ha de ser sa lvo por la m iser icordia de Dios, y esta es la vo lu ntad del Señor, notificada por su Palabra, y para esto envió a su Hijo, y para que en esta obra se mostrase la grandeza de su sa lvación . La sa lvac ión del hombre implica todo su ser, incl uyendo, pues, el cuerpo con todos sus miembros. No podríamos decir que se ha sa lvado una nave del naufragio si la m itad de sus partes

principales se han hu ndido en la mar. Redu nda para la gloria de Dios el que se sa lve t odo el ser del hombre, pues as í no se p ierde n i un q uilate de su gloria. Nada de lo que concierne a esta gloria y sirve para ensa lzarla puede perderse; de ahí, p ues, que nuestra resurrecc ión haya de ser t ota l y completa. (f. 286v)

Capítulo 83

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PRUEBAS BIBLICAS DE EST E ARTI CULO DE LA CONFES I ON

En est e gran tema de la resur recció n, t an escond ido de la sabid uría hu m ana y ta n inacces ible a los que ca recieron de la luz del cielo, los test imonios que nos brinda la Divina Escritura so n de exce lsa cla ridad ; como lo son tam bién las pruebas que nos dio el Hijo de Dios al reve lar al mundo que él era resucitador de muertos y dador de esp lendorosa v ida. Job, sant ís imo varón de la ant igüedad - no del pueb lo j ud ío, sino del pueb lo de los gent iles- , pe net ró profu ndam ente en los secret os de est a doctrina, con lo cual se po ne de man ifiest o q ue la m iserico rd ia de Dios no se lim itó a los horizon t es de un so lo pueb lo. En medio de las muchas vicis itudes q ue padeció est e santo varón al ver co m o su carne era pasto de gusa nos y su aspect o era de horrorosa fea ldad, recib ió co nso lación del conoc im iento que t en ía de Dios y de las lecc iones que había apre ndido de su fe . Y consecuentemen t e d io t estimonio de q ue, 'después de deshecho su pe llejo, y comida su carne de gusa nos, con aque lla m isma carne había de ver a Dios .' Y así lo test ificó co n est as pa labras: 'Yo soy el q ue lo tengo de ver, y mis ojos son los q ue han de mirar, y no ha de ser otro por m i.' Uob 19) .[43Q] G rand ísimo testi monio de fe es el q ue nos da est e j ust o varón: por un lado nos hab la de la descompos ición de su cuerpo comido de gusa nos, y por otro lado nos d ice que co n aque lla m isma carne habría un día de ver a Dios. (f. zS 7 r) Todo aque llo que iba a deshacerse sería después rest it uido; co n aq uellos ojos, y no con ojos prestados , vería a Dios. Lib rado de todo aq uel padec im iento y deshacim iento fís ico de su agusa nada carne, co n

un cuerpo enteramen t e renovado aparecería un d ía delante de la p resencia de su Creado r. Muchos son los testimon ios de la

Di11ina Escritura sobre el tema de la resu -

rrección; pro lijo sería mencionarlos todos ; nos limitaremos, pues, a una selección de los m ismos . Por boca del profeta lsaías se d ice que vivirán los muertos del pueb lo de Dios y que resuc itarán de su muerte. Invita también el p rofeta a los moradores de las sepu lturas para que alaben al Señor, pues la t ierra alanzará los muertos y se rá su rocío como rocío de las hierbas. Co n estas pa labras se quiere dar a entender el grado de forta leza y gran hermosura con el que resucitarán los hijos de Dios.[431] Refiere el profeta Ezequ iel que fue llevado en espíritu a un campo que estaba ll eno de huesos. Dios le orde nó que los mirara y se d iera cuenta de que eran muchos y que estaba sumamente secos. Al preguntarle Dios si los huesos podrían vo lver a la vida , la respuesta del profeta fue: 'Vos, Señor, lo sabé is.' Dios le orde nó que profet izará sobre aque llos huesos y les d ijera: " Hu esos secos: oíd la pa labra del Señor. (f.

287

v)

Esto dice Dios a estos huesos: yo haré que entre en vosotros espíritu , y que vivá is, y haré que haya nervios sobre vosotros , y que juntamente crezca carne, y os cubriré de piel, y po ndré en vosot ros espíritu y v iviré is. Sabréis entonces que yo soy el Señor.' Una vez pronunciadas estas pa labras 'se oyó un gran ruido y un gran est ruendo, y los huesos se ju ntaro n unos con otros, se cubriero n de nervios, y la carne creció y se cubrió de piel; pero todav ía no tenían espíritu.' Ordenó Dios al profeta que sop lase espíritu sobre aque ll os huesos secos y estos viv irían. Y así fue : los muertos se levantaro n sobre sus pies

como forma ndo un gran ejérc ito.' (Ez. 37) .[J3i] Es as í como Dios llevó consue lo a su pueb lo en medio de sus pruebas y vicis itudes y les recordó que en él había poder para librarles de su cautiver io y obrar maravi llas tan grandes . En la resurrecció n de los huesos secos pri mero tuvo lugar el recubrim iento de los m ismos con nervios y carne, y después rec ibiero n el espíritu. Est e es el orden de la creac ión del hombre que describe la Escritura en el libro del Génesis: primero el cuerpo y después el sop lo del espíritu de vida . No so lo a través de profecías ense ñaba Dios a su pueb lo que habría res urrección, sino ta m bién a través de elocuentes ejemp los de retorno a la vida. (f. 288 r) El profeta Elíseo res ucitó al hijo de la mujer que le d io hospedaje en su casa.(2 R. 4) . Refiere ta m bién la Escritura q ue 'al sepu ltar unos a un hombre, súb itamente vieron una banda armada, y arrojaron el cadáver en el sepulcro de Eliseo; y cuando llegó a tocar el muerto los huesos de Eliseo, reviv ió, y se levan t ó so bre sus pies.' (2 R. 13,21) . Con estos ejemp los Dios quería mostrar a su pueb lo que so lo él era el Dios verdadero y todopoderoso, y que ll egaría el día en que por la muerte y resurrección de su H ijo habría resurrección de los muertos. Contraria a la genera lizada creenc ia en la resurrecc ión que preva lecía en el pueb lo de Israe l, se ma nifestaba la secta de los saduceos, gent e despreciab le y de tendenc ias ep icúreas. [433] En cierta ocasión los saduceos pregunta ron a nuestro Redentor: ' Maest ro, Moisés d ijo: s i alguno mu rie re si n h ijos,

su hermano se casará con la viuda, su cu ñada, y levantará descendencia a su hermano. Mu rió tamb ién el segundo, y el tercero, hast a el séptimo. Y después de todos murió tamb ién la mu jer. En la resurrecció n, pues, ¿de cuál de los

siete será aquella muJer, ya q ue todos la tuvieron? Entonces respond iendo Jesús, les d ijo: Errá is, ignorando las Esc rituras y el poder de Dios. Porqu e en la res urrecc ión n i se casarán ni se darán en casam iento, si no q ue será n co m o los ángeles de Dios en el cie lo. Pero respecto a la resurrecció n de los m uert os, ¿no habé is leído lo q ue os fue dicho po r Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos , si no de vivos.' (A-34] Co n esta respuesta con f und ió nuestro Rede nt or la pert inacia y el erro r de los saduceos. (f. 2ssv) El D ios t odopoderoso se precia de ser Dios de vivos. Abraham, Isaac y Jacob viven según el espíritu , pero vo lverán un día a la primera vida, serán los m ismos que f ueron con los m ism os cue rpos y co n las m ismas al m as. , Prefigurada esta ba la resurrecció n en m uchas de las m arav illas que Dios obró a favor de los hijos de Israe l. (f. z 39 r) Refiere la

Escritura que en el t iempo en que los is rae lit as and uviero n por el des ierto la ropa de sus vestidos no envejeció, ni ta mp oco el ca lzad o de sus pies. Muestra de gran d iligencia providencia l f ue esto, pe ro ta m bién con ell o se prefiguraba t amb ién el largo curso d e la vida h uma na que con el m ism o cuerpo, con la m isma carne y atravesando el tra nce de la m isma m uert e, un día experim entará la o bra divi na de la res urrección. De est o d io t estimo nio el apósto l Pab lo ante el gobernador Fé lix, y afi rman d o que habría resurrecció n d e muert os , así de ju stos co m o de inj ustos. (Hch. 24 ). (.435] M u chas fuero n la veces qu e Cristo, nuestro Rede nt or, habló de la res urrecció n. Afirmó el Salvad or que él era la res urrección , y q ue la m uert e no ten d ría part e en aquellos qu e en él creyesen. [A-3§] Estas afirmaciones las

corroboró p úblicamente el H ijo de Dios con m ilagrosas resu rrecciones de gente que había muerto, como fue la de Lázaro. El apósto l Pa blo fundamenta la certeza de nuestra res urrecc ión en la de nuestro Reden t o r. (1 Co. 15) . Por . ., . , (f. 289v) eon su omn .Ipotenc1a. e resuc ita ra nosotros e nsto mu no y res ucito . .

,

1

nuestros cuerpos y los transforma rá a semej anza del suyo. (Fil. 3) .[437..] Entre las maravillas y grandes pruebas que tiene nuestra re ligión -y que confirman la veracidad de ell a so la-, está la rea lidad d e la doctri na d e la resurrección de los m uertos. Test imon io es esta doctri na del infin ito poder del Señor a qu ien nosotros adoramos y servimos . Por su gra nd eza, y por lo que test ifica , qu iso la bondad d ivina que se prom ulgara am p liam ente en el mu ndo. No so lo el Redentor res ucitó m uertos públicamente, m as qu i so tamb ién que los suyos obraran gran número de res urrecc iones para que la rea lid ad d e est a doctrina ll aga ra a alcanzar gran notoriedad en el m undo y no pud iera ser negada. De todo esto hallamos t esti m on io en los Hechos de los Apóstoles. (f.

2

gor) Presu-

m iendo de su sab iduría y d ando rienda sue lta a su sobe rbia, como d ice el apóst o l Pa blo , algunos han negado, y con t inúan negando, la doctrina de la res urrecc ión.(43~] No se percatan los ta les q ue para la o m n ipotencia d ivina nada es impos ible, y si el Señor ha afirm ado que los muertos resucit ará n, ant es fa ltará el cielo y la tierra que sus palabras de verdad dejen de tener cumplim ien t o. Si nos asombramos de la obra d e la resu rrección, motivos te nem os para asombrarnos aun más d e la obra de la creación . Pues si el Señor pudo crear de

la nada toda la gran d eza del mundo, cierta m ente podrá restau rar de este

mundo todo lo q ue después haya sufrido deterioro y transform ac ión . Si se concede lo que es d e mayor releva ncia, como es crear de la nada, deberá concede rse ta m bién lo que es de menor relevancia. Si 'todo' lo del no-ser prestó o bed iencia pa ra llega r a ser, no se rá mayor la o bed iencia de pasa r de la enfermedad a la sa lud, o pasar lo esparcido a ocupar un ún ico lugar. Mot ivo de asombro es pa ra m uchos el p roceso de descompos ició n del cuerpo huma no después de la m uerte: pasa de ser pasto de gusanos a ser t ierra, y por otras muchas transmutac iones a ser árbo l, fruto u otras más cosas que podamos imagi nar, para pasar fi nalmente a ser de nuevo t ier ra - t ierra de la que puede origina rse y repeti rse otro proceso de m ás y más mutaciones que te rm ina rán de nuevo en t ierra- . De t odo este largo p roceso de camb ios y m utaciones , ¿resucitará el mismo cue rpo y la misma car ne? A rgumen to contundente sería este para la duda, si no f uera porque por enc ima y detrás de esta prob lemát ica está la presenc ia y omni potencia de Dios. Todo en el mundo es 'casa de Dios,' y está bajo su j urisdicción. Todo lo que él estime oportu no ordenar, será obedec ido. Suya es la se pu ltura donde es enterrado el muerto; suyos son los gusanos que se lo come n; suya es la tierra en la qu e ret o rna; suyos los árbo les que tiene n sus raíces en aquella tierra; suya es la mar en la que se ahogan tantos hombres; suyas las aves que se ali mentan de aque lla carn e. Suya es la tierra en q ue todo viene a parar. Suyos so n todos los rin -

cones donde algo del po lvo de estos cuerpos se esconde en espera de la res urrección universal. (f.

2

gov) Nada escapa a los ojos del Dios omn isc iente;

nada n i nad ie puede res istir su infi n ita omnipotencia.

Si bien lo considera m os, la mayor pa rte de las cosas del mundo son una imagen de la muerte y una im age n de la res urrecc ión . El d ía m uere y parece que es enterrado en las t in ieb las de la noche; transcurrido cierto t iempo le ve m os vo lve r. Su hermos ura se esco nd ió en la oscur idad para reaparece r d e nu evo al día siguien t e. Los árbo les pierde n su frut a, pierden su fl or y sus hoj as, y parece q ue t odos lo esconde n en sus ra íces ; pero vue lve n d e nuevo con todo lo q ue aparenteme nt e perd iero n. Todo parece que vue lve a su prim er est ado, y q ue ningu na cosa se p ierde. De todo esto aprendemos que seguro est á tod o lo q ue está fiado a las manos de Dios; ni ngun a de sus o bras escapa

· ·sd.1cc1·'on . (f. 29 ,r) Y 1o m ·ismo aco ntece con e1cue rpo deI ser humano: a su ¡uri hoy t orna a la t ierra y después exper imenta suces ivas transm utac io nes; en las m anos de Dios está pa ra ser restituido un d ía a su pr imera condició n. Siendo, pues est o así, no deberían asom brarse ta nt o los fi lósofos con lo que afirman y creen los cristia nos sobre la res urrecc ión . ¿Acaso no afirman ell os la maravi ll a del ave fén ix? [439J En las tra nsformaciones q ue se dan en los ejemp los que hemos mencionado, se dan muchas se m ej anzas con lo q ue decimos sobre la res urrecc ión; pero hay un a d iferencia not or ia: las hoj as , flores y frutas q ue caen d e los árbo les no so n las m ismas q ue después aparecen en los mismos. Pero no es esto as í en la res urrecc ión de los hombres: estos recuperarán de nu evo los m ism os cuerpos y la m isma ca rne que tuv ieron antes de morir. De ahí, p ues, el gran significado de las palabras ya aludidas de Job al afirmar que en su prop ia ca rne, después de deshecha su pie l, habría de ver a Dios, y q ue lo

, po r s1, m .ismo con sus o¡os, . vena y no ot ro por e'I . (f. 291v) G ra n erro r es e I d e

aqu ellos que sostienen que en la res urrección vo lve rá la m isma alma, pero no el m ism o cue rpo. Afrenta grande es est a contra el orde n arm ón ico d e la ju st icia Divina. Si una ca rne f ue la qu e sirvió a D ios, ¿por qu é ha d e ser ot ra la qu e co njunt amente co n el alm a reciba el prem io? Vá lida es ta m bién est a con siderac ión en lo qu e hace referenc ia a los que en aq uel gran día rec ibi rán la pena en el j uicio: lo hará n co n el m ism o cuerpo y con la m ism a alma qu e tu viero n en vida . Co m o ya hem os d icho, para el Dios tod opoderoso, q ue de la nada creo el mu ndo, nad a es im posi ble, podrá un d ía j un tar t odos los restos espa rcidos de los mu ertos para devo lve rles en la resu rrecc ión los cuerpos y la .

.

.

ca rne qu e origina 1m ente tuv ieron .

(f. 292r)

Capítulo 84

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ASPECTOS Y CONDICIONES DE LA RESU RRECCIO N

Decíamos que la m isma carne que deponíamos al morir, y que t eníamos en esta vida en compañía del alma, es la que ha de resucitar. Sin embargo con esto no queremos dar a entender que se resucitará con los mismos defectos y con las m ismas imperfecciones que se tuvieron en vida. Los just os resucitarán libres de los daños causados por el pecado.[4Ao] Sobre cómo será la resu rrección nos da información el apóst ol Pab lo al compararla con la sementera: 'Se siembra en corrupción, y después sa le con hermosura y con ganancia.' El cuerpo que en la sepult ura recibe corrupción, el m ismo es el que después sa ldrá; mas saldrá hermosís imo y con grandes ventajas. (1 Co. 15). Diferencia hay, pues, entre los que resuc itarán para ir al cielo y los que resucit arán para ir al infierno. El cuerpo de estos segundos se quedará con la fea ldad del pecado. No hay razón para que los que no ganaron bienes espirituales , en la resurrección ganen bienes corpora les. Qu ien puso t odas sus aficiones en las cosas de la tierra, con justo juicio se quedará con las groserías y con las baj ezas de la tierra. (f. 292 v) El cuerpo de los justos, empero, resucit ará con grandísima hermosura y con grandísima ganancia. Habrá d iferencia entre ell os. Las estrel las son brillantes y hermosas, pero hay diferencia entre su claridad y su hermosura; y así será también con los justos en la resurrecc ión.L4A-l] En su comparación con el grano sembrado en la t ierra, prosigue el apósto l diciendo que nuestro cuerpo es sembrado en corrupción, tal como es por la muerte; pero res ucitará para toda la eternidad sin corrupción. Es sembrado por la

muerte en deshonra y co n d ive rsos defectos, pero res ucitará con gran honra. Es sembrado con flaqueza y fa lto de pode r. Es sembrado co n cuerpo bast o, como de an ima l, pe ro resucit ará con cuerpo espir it ual.[a.42] Con t odas estas d isti nciones se qu iere indicar que en la resurrecció n el cuerpo experime ntará gra ndes camb ios ; será libe rado de groserías, pesadumbres e impedimentos , y en t rará a d isfrutar de d isposic iones t an re levantes, tan hermosas, ta n suti les y ligeras que, según la va lorac ión del apósto l, vendrá n ést as a ser las prop ias de 'u n cuerpo esp iritua l.' Cuatro exce lencias , o dotes, son las q ue sue len atri bu irse a los cuerpos de los j ustos que un d ía resucitarán: impasibilidad ,[a.43] claridad , suti leza y ligereza. Brevemente, pasemos ahora a cons iderar est as exce lencias. (f. 293 r) N uest ros cuerpos en est a vida están sujet os a corrupció n - co rrupc ión que cu lm ina con la muerte- . Suj etos está n tamb ién a fea ldades dive rsas, a debi lidades y flaq uezas, y a groserías de todo t ipo que entorpecen el desarrollo normal de sus operaciones. Todos estos defectos e im ped imentos inciden negativa m ente sobre el alma, p ues est a morada de t ierra que es el cuerpo la sume en grandes d ificu ltades y en grandes d istra im ientos . En la resurrecc ión, empero, los cuerpos de los j ustos no est ará n su jetos a ningún t ipo de corrupción ni de daño. Así como el rayo del so l atraviesa el crista l sin dañarlo ; del m ismo modo nada podrá dañar el cuerpo glorificado . Si d ura nte un tiempo se v ieron afectados de fea ldad por efect os de la natura leza, o de otras causas , en aque l día resp landecerá n de hermosura. Y así lo corrobora nuest ro Señor Jesu crist o cua ndo dice que ' los justos resp landecerán como el so l en el re ino de

su Padre.' (Mt. 13,43). Primeramente sus cuerpos fueron bastos, de embarazosos defectos ; después serán tan sutiles que nada podrá estorbarlos. Pri meramen te afectados estaban de pesadez, pero en aquel día serán tan ligeros que, sin dificultad alguna, podrán seguir las indicaciones del espíritu y la volu ntad. Primeramente eran pesados para el alma, pero en aque l día le brindarán hermosísima y honrada compañía y vend rán a ser aprop iados instru 2

mentos de sus exce lsas actividades . (f. 93v) Lo que venimos diciendo se co lige de la comparación que el apóstol Pab lo establece entre el grano que se siembra en corrupción y después sa le con ganancia. Hermosísima es la comparación, y encierra en sí maravillosísimas y dulces considerac iones. El grano que es sembrado, no es depositado en la t ierra para que se quede allí sin dar fruto, sino para que repo rte beneficios. Semejantemente el hombre que pasa por el trance de la muerte, no permanecerá para siempre en la t ierra, sino que part icipará de la resurrección con notorios beneficios. Al igual que el grano de trigo pasa por un invierno que lo mortifica, para producir después cosecha de copiosos y vistosos frutos , así el justo que en esta vida ha pasado po r el invierno de sus trabajos y penite ncias, para sufrir después la sentencia de muerte im p uesta al linaje humano, llegará a experimentar des pués el ve rano de la resu rrecc ión con la correspondiente cosecha de hermosos frutos. Conv iene, dice el apósto l, que esto corruptible se vista de incorruptibi lidad, y que lo mortal se v ista de inmorta lidad. Entonces el ser humano coronará la cima de todos sus bienes. De ta l naturaleza será la mudanza que tendrá lugar, que subs istiendo la m isma sustancia, las malas cua lidades

desaparecerán y serán substitu idas por otras buenas. Un vaso de un mismo metal puede tener d iversas formas y pasar de una mala a una buena, pero aun así continuará siendo el mismo meta l, la m isma sustancia. Algo sim ilar sucederá en el día de la resurrecc ión. Como ya tenemos d icho, en el día del juicio los ma los serán condenados. Malaventurados son estos; por la desdicha de su pecado su resurrecc ión será para extrema m iser ia. Con re lac ión a ellos nada reflejará claridad n i hermosura; por haber serv ido a un ma l amo todo será fea ldad y oscuridad. Bien podemos decir de ellos que amándose mucho, se aborrec ieron muy mucho. (f. 294 r) Amaron mucho su carne y la co lmaron de deleites y contentam ientos; se sirvieron de ella como medio para causar grandes males al alma. (f. 294v)

Capítulo 85

MAS CONS I DERACIONES SOBRE LA RESU RRECCION Si el cristi ano m ed ita ate ntame nte sobre este t ema de la resurrección d e los mu ertos, ciertamen t e de mucho provecho le será. Muchas de las d ificu ltades e impedimentos q ue surgen en el ca m ino al cie lo vi enen motivadas por la excesiva ate nción q ue se vuelca so bre la carne. Se la qu iere regalar y satisfacer en todo, y no se paran mient es en cómo hay de tratarla, ni en los fi nes q ue ha de ej ercer en la vida. Por la depravació n de la naturaleza humana y los desórdenes causados por el pecado, persisten en nuest ra carne las inclinaciones y re liqu ias de nu est ra culpa. Si no so n est as refrenadas y vencidas con el Es píritu del cie lo ll egarán a doblegar nuestra vo luntad para qu e se rinda a las vanas exigencias de nuestros apet itos y se qu ebran t en los mandam ientos de Dios. De este artificio se sirve el demonio en su conti en d a contra nosot ros. Nos engaña con la cod icia de esta ma la compañera que traemos con nosotros . Se sirve de ell a del m ismo modo qu e se sirvió de Eva para engañar a Adán . Todas las po m pas y locuras de este mu ndo malo; todas las vanas honras y vanas glorias; todas las ene m ist ades y venga nzas ; todas las exces ivas autoestimas, todos los torpes deleit es y vanos arreos, todas las gul as y embriagueces, todas las so lturas de perdición; t odo lo qu e d esborda los límites de la razón ... todo, todo v iene como resu ltado de querer dar co nte nta m ien t o a la carne. (f.

2

9sr) Estas, y otras m uchas, son las obras de la carne que son

condenadas , y por este motivo se las ll ama obras de la carne y reciben tan infamada va loració n. En el t ema de la carne el crist iano ha de t ene r en cuenta

dos cosas: por un lado debe aborrece r su propia carne y, por el otro, debe amarla como algo que le es pro pio y prov iene d e la mano de Dios. Este aborreci m ient o no ha d e ser abso lut o, sino cond icio nado. Sirva co m o ilustración de los dicho el ejemp lo de los bue nos pad res, que afirman que aborrecen a sus m alos h ijos, no po rque rea lmente deseen su perd ició n, sino porque det estan sus vic ios y desea n verles libres de los m ismos. Y con est e propós ito los tra t an severame nte, reprueban su conducta y les instan a segui r el ca m ino de la vi rt ud. Es así como ha de cond ucirse el se r hu m ano co n su propia carne: ha de tratar la co m o compañera de su pro pio ser, vigi lar que no se d es mand e, qu e no se pi erda, y que no lleg ue a pe rderse todo por amo r a ella. Debe vigilarla de ce rca , fre narla para q ue no lleve a t érmi no sus malos deseos, e incluso casti garla si así co nvin iere. Lo que se busca co n todo esto es q ue preva lezca la d irecció n d el espíritu , se cami ne por la senda de la sa lvac ión, y la gloria de Dios no sufra d esacat o. (f. zgsv) Bien considerado , los mayores enemigos de sí m ismos y de su prop ia carne, son aqu ellos que corre n tras la petic ión de sus apet itos , pues, d e hecho, le guisan un sabroso vene no. Lo que co n esto se consigue es q ue se m ul ti pliq uen más las enfe rmedades , se cieguen más sus engaños y en poco t iem po te ngan que enca rar la m isera ble m uerte. Los breves placeres de sus locuras se pagan con eternos torm entos. Por el co ntra rio, aque llos que am an su ca rne con amor legít im o, la esti man como don de Dios y la enca uza n a sus fi nes ve rdaderos, se sirve n de ella como instru m ent o de obras d e ca ridad, de ejercicios d e pen ite ncia y de todo aqu ello que rinde servicio a Dios. La castigan en est e breve t iem po para que en

la etern idad que espe ramos goce de ve rdaderos place res. Cae n en la cuent a que era limpia cuand o Dios la d io a nuest ros primeros padres y la d isp uso pa ra el ejercicio d e sus propios fi nes. Caen ta m bié n en la cue nt a de que después de la ca ída y res ult ar afeada por el pecado, el Hijo de Dios v ino pa ra sal va r toda la naturaleza del ser humano, para q ue as í se pud iera recu perar la herencia de los bienes pe rdidos . Po r la vi rt ud de su sa ngre nos es dada li m pieza a través del baut ismo. [M.4] (f.

296 r) Desagrad eci m ient o monstruoso, y

ca usa de perpetua miseria sería por nuestra pa rte no prese rva r esta li mpieza sa lvífica de nuestra carne. La ca rne es el as iento y el instrumento de n uestros va nos placeres, y nos pe rdemos en nuest ro afá n por satisface rlos. Por otro lado la pobreza y las enfe rm edad es hacen tambié n mella en nu estra carne. Tales ci rcunstancias el crist iano debe afrontar las co n fe y pac1e nc1a y recurriendo a med ios lícitos. Recuérd ese una vez más la experie ncia del sa ntís imo patria rca Job en su fi rm e confia nza d e q ue su carne, aq uejada de ta nto males y dolencias, sería un día resta urada y con sus ojos ve ría a Dios. (f.

296v) A la luz

de todo lo exp uesto ha de hallar co nsuelo el creyen t e, sa biendo que una vez haya de cruza r el oscu ro va ll e d e la m uerte y su cuerpo retorne a la t ierra, la d iestra de Dios lo leva nta rá incorruptible del po lvo y como artífice sap ien tísim o y poderoso limpiará el vaso de su cuerpo q ue en pureza creó al pr inci pio y que luego aje nas m anos lo afea ro n. (f. z 97 r) Los fie les castiga n su ca rne pract icando ayu nos d e los p lace res en los q ue ell a se desmanda, y q ue a veces puede n hacer pel igrar la m is ma sa lud. Locura es regalar demasiadament e lo q ue no pode m os excusa r, y que no tarda rá en se r manj ar de

gusa nos. Provechosos so n los castigos cuando report an verdadera ganancia. En tan t o que cuerpo y alma han de goza r unidos la bienaventu ranza et erna, aco nsejable es q ue ya en esta vida se pro m ueva el bien del cuerpo pa ra su correct a unidad con el alma. (f. 297 v) Cosa recome ndable es que ya en esta vida el cristi ano med ite so bre su res urrecc ión , y se p repare para ta l est ado, v igi lando y cuidando su cuerpo y somet iéndolo a la limpieza que p roviene d e la o bse rvancia de los m and amient os de la ley de Dios.

[417.]. Cuatro elementos: t ierra, agua, fuego y aire. Conside rados los co m ponentes del cuerpo.

[428]. 1 Corintios 15,50: "Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pue-

den heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción." Las palabras qu e siguen son aclaratorias de toda la argumen t ación pau lina: "51 " He

aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, 52 en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. 53 Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. 54 Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria." (429]. En el margen del text o Co nst anti no hace refe rencia a Gálatas 5, 19-21, y cita la Vulgat a: Manifest a sunt ope ra carn is, q uae sunt forn icatio inmu nditia

lu xuria idolorum se rvitus veneficia in im iciti ae conte nt iones aem ulationes irae, etc.

[.4-30]. Job 19,23-2T" jQuién diese ahora que mis palabras fuesen escritas! ¡Quién d iese que se esc ribiesen en un li bro; 24 Que con cincel de hierro y con plomo -

plomo - esculpidas en piedra para siempre! 25 Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se le11antará sobre el pol110; 26 y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; 27 al cual 11eré por mí mismo, y mis ojos lo 11erán, y no otro ..." L431] - La refere ncia de /saías 16, qu e fig ura al margen, no es co rrect a. Sin d uda alguna el pasaj e que Co nstanti no t end ría en mente era el de lsaías 26 , 19: "Tus

muertos 11i11irán; sus cadá11eres resucitarán. ¡Despertad y cantad, moradores del pol110! porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra dará sus muertos." [.436]. El texto comp leto de este exte nso pasaj e de Ezequ iel 37, 1-14, según la ve rsión Rei na-Va lera, es el sigu iente: " 1 La mano de Jeho11á 11ino sobre mí, y me

lle 11ó en el Espíritu de Jeho11á, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos.

2

Y me hizo pasar cerca de ellos por todo en derredor; y he aquí que eran

muchísimos sobre la faz del campo, y por cierto secos en gran manera. 3 Y me dijo: Hijo de hombre, ¿11i11irán estos huesos? Y dije: Señor Jehová, tú lo sabes. 4 Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jeho11á. 5 Así ha dicho Jeho 11á el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar espíritu en

vosotros, y viviréis.

6

Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros

carne, y os cubriré de piel, y pondré en 11osotros espíritu, y viviréis; y sabréis que yo soy Jeho11á. 7 Profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su

hueso. 8 Y miré, y he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos espíritu. 9 Y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán.

10

Y profeticé como

me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo. 77 Me dijo luego: Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos.

12

Por tanto, profetiza, y diles: Así

ha dicho jehová el Señor: He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de 1Juestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel. 13 Y sabréis que yo soy Jehová, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío.

14

Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra

tierra; y sabréis que yo Jehová hablé, y lo hice, dice Jehová." [.433]. El griego Epicuro (Samos 341 a. C. - At enas, 269 a. C.) dio nom bre a la escue la fi losófica que lleva su nom bre. Doct rina esencia l del epicureísmo es la búsqueda suprema del placer, o hedon ismo, evitando el dolor y logrando la ataraxia - o equil ibrio entre el bienestar corpora l y el esp iritua l- . Negaban la inmortalidad del alma; y si bien aceptaban la ex istenc ia de los dioses, afirmaban que éstos no intervenían pa ra nada en la vida de los morta les.

L43'4-J. La discusión entre Jesús y los sad uceos se encue ntra en Mateo 22,23-33;

Marcos 12 ,18- 27, y Lucas 20 ,27-40. [.435]. Hechos de los Apóstoles 24,14-15: "Pero esto te confieso, que según el Ca-

mino que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las

cosas que en la ley y en los profetas están escritas; teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos." [.4-36]. En el original como citas se dan la dejuan ca pítul os1 y 8, que no son correctas. La primera afirmación de Jesús se ha lla en juan

77,

25-26: "Dijo Jes ús a

Marta: Yo soy la resurrección y la 11ida; el que cree en mí, aunque esté muerto,

vivirá. 26Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente." La seg unda afi rmac ión de Jesús se ha lla en juan 5,28-29: "No os mara11illéis de esto; porque

vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su 11oz; 29 y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de 11ida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación." [.437.]. Filipenses 3,20-21: "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde

también esperamos al Salvador, al Señor jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas." L43~]- Hechos de los Apóstoles 17,30-32: "Pero Dios, habiendo pasado por alto los

tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; 31 por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle le11antado de los muertos. 32 Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto otra 11ez." [.439.]. Según la antigua mito logía, cada 500 años, po r acción del fuego, e l ave fén ix se consu mía, pa ra vo lve r a resurgir de nuevo de sus cen izas. Ya en el

ant iguo Egipto el m ito d el ave fén ix se asoció con la supe rv ivencia y la resta urac ión de la vida después de la m uerte.

L4JQJ . Nota al margen: " Los m alos en la resurrecció n no recibi rán m udan za de la imp erfección que rec ibiero n de la nat uraleza."

[A-A-1]- La cit a correct a a la qu e se refie re Consta nt ino es la d e

1

Corintios 15,41:

"Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria ." L4J.6.] . En estas d istinc iones Co nstan t ino sigue el text o pau lino de

1

Corintios

15,35-50. L4A-3]- Impasibilidad: inca paz de padece r.

[A-A-J]. " Por la virtud de su sangre nos es dad a li m pieza a través del ba utism o." Esta afi rmación que nos hace Consta nt ino t ien e un resa bio dem as iado roman ista, y hemos de int erpretar la com o una co ncesió n nicodémica a los cen sores de la Inq uisición. Los beneficios de la redenció n de Jesucrist o - co m o reco noce el m ism o Co nstantino en ot ros escritos y cont extos-

tra11és de la fe . Ve r Apéndice sobre el bautismo.

se rec iben a

EL DUODÉCIMO Y ÚLTIMO ARTÍCU LO DE LA FE

Capítulo 86

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EL DUODECIMO Y ULTIMO ARTICULO DE LA FE

En el d uodéc imo artículo de nuestra fe se confiesa 'cree r en la vida eterna.' EI san t o Evange lio nos previene de las grandes dificu ltades , pruebas y cont iendas que enco ntrará el creyen t e en el cam ino de la fe. (f. zgSr) Reco rdará el lector que en la expos ición de los diferentes artículos de la Confesión que hemos llevado a té rm ino, frecuentement e hem os hecho referencia a los conflictos y vicisitu des q ue ha de afro ntar y sufrir el creye nte en su peregrinar po r el sendero de la fe, y de la gran necesidad que tiene del favor del cielo para . v .ictorioso . ., perseverar y sa l Ir . (f. 298v) Corno suma ri.o, a mo d o d e .in tro d ucc1on, del artículo d uodéc imo de la fe que ahora abordamos, d iremos que a los red im idos por la sa ngre de Cristo, Dios les da la promesa de la bienaventu ranza de gozar de vida eterna en compañía con el m ism o Señor q ue los redim ió. Ciertamente, prueba de la bondad y m isericord ia de Dios es est a. (f. z99r) Al crear Dios al hombre le otorgó una ca lidad supe rior de vida q ue le permit ía gozar de los bienes del m undo, y que eran expresió n de la suma bondad del Creador. Le most ró Dios un ca m ino y le enseñó unos pri ncip ios q ue co nsti t uían un anticipó de u na fu t ura vida de exce lsa bienaventuranza. Al darles m anda m ien t o para proba r su obediencia les advirt ió de las consecuenc ias te rribles que acarrearía una resp uest a de desobed iencia. Y así fue : desobedecieron y cayeron en pecado. Perd iero n los bienes de esta vida; tu viero n q ue afrontar un sinfín de t ristezas , m iserias y vicis itudes. Y lo que es peor: perd iero n los bienes de la otra vida y la bienaven t uranza de gozar un día de la

compañía de Dios. Cua ndo hablamos de 'v ida eterna,' de hecho presupo nemos una pred ispos ició n natu ra l en el ser humano para gozar de la vida presente y tamb ién de la otra que es ven idera en el cielo. (f. 299 v) Goza el hombre de su vida , y se en t ristece ante la perspect iva de la m uerte. Cuanto más supera las d ificu ltades y adversidades de su ex istencia, tanto más se incrementa su grado de fe licidad ; sin embargo, cuando sucede todo lo contrario, aumenta su infelicidad. Dios q uiere darnos a entender, y as í lo enseña la Igles ia, que en Jes ucristo se contienen todos los tesoros de la vida eterna. Breve es la v ida y sin posib ilidad de poderla alargar. Pero aun siendo trabaj osa y llena de vicis itudes, nos apegamos a ell a y deseamos disfrutarla. ¿No tenemos , sin embargo, motivos mucho más razonab les para asp ira r a una vida de natura leza superior, exe nta de penas y d ific ul tades , y ll ena de las mercedes y bienaventuranzas del Señor? De hecho nuestro artículo enseña que los bienes que Dios t iene guardados para los suyos encierran un modo de vida encam inado a d isfrutar de los . .d a sera, et erb.1enes d e D.10s, conJuntamente con su presenc .ia. (f. 3oor) Esta v 1 na, exen ta de insatisfacciones y dará perfecto cump lim iento a nu estro deseo permanente de v ida. El cuerpo en esta nueva vida estará un ido al alma, y este nuevo estado implicará la tota l resta urac ión del orden caído por la obra de Jesucristo, redentor nuest ro. La naturaleza de esta vida será de ta l exce lencia que, ciertament e, rebasa todo lo que nuestro corazón y nuestros deseos puedan ll egar a imagina r. Y es que al igual que los atributos de Dios no conocen ni t ienen lím ite alguno, de esta infin itud llegará a disfrutar el ser humano en su

_, d e D.10s . (f. 3oov) nueva v1.d a en co m pania

e orrectame nte

po d emos, pues,

inferir que con esta nueva vida en com un ión con Dios se cump lirán todos los deseos del ser humano, y en el grado en que sea aco rde con su natura leza el hombre gozará de los grandes bienes que irrad ia el ser d ivino. La vida eterna será un estado de bienaventuranza, e im p lica rá unos privi leg ios que no serán nunca revocados, y en el que el ser humano se be neficiará del poder de Dios, de su bondad, de su hermosura, d e su sa biduría -q ue co m o libro abierto delante de él pod rá el hom bre aprender y aprender más y m ás de Dios- , y de las muchas otras perfeccio nes del ser d ivino. (f. 3oi r) Como co nsecuenc ia de su desobediencia, el hom bre cosechó pa ra sí dos muertes : la pri m era fue la muerte corpora l, vo lver a la tierra d e la que fue tomado; la segunda fue la muerte del alma - no para que el alma dejara de ser, pues su natura leza es inmorta l- , sino que implicó una m uert e es piritua l, que supon ía la pérd ida de los grandes bienes para los cua les fue creada. El hombre f ue formad o con una capacidad grand ísima para poder gozar de Dios y de sus bienes, pero el pecado puso fi n a estas exce lencias que marcaban el propósito por el cual f ue creado. Quedó el hombre hund id o en est e vacío pro fundo de no poder gozar de Dios, y sin esperanza de recuperarlo por sí m ismo. En las cosas de la naturaleza const atamos la gran d iligencia que muest ran éstas para consegu ir los fines de su incl inación; pero detect amos tamb ién fuerzas que se oponen e intentan frenar los fines que tanto cod ician. Pues si las cosas que carecen de sentido, carecen de vo luntad y carecen de razón para conocer lo que les co nv iene so n capaces de alcanzarlo por la

incl inación con la cual fueron creadas, ¡qué no ocurrirá con el alma que fue creada y capacitada co n grandes dones para co nocer y gozar de D ios, y pode r d isti nguir el bien y el mal! (f. 3o i v) En est a vida son m uchos y grand es los obstácu los y dificu ltad es que imposibilita n el que el alma pueda conocer la rea lidad de sus bienes y la negat ividad de sus ma les . La muerte, empero, pond rá fi n ta nto a lo uno como a lo otro, y el alm a alcanzará cumplido conocim iento de las cosas . La incl inación natura l a la búsqueda y logro de la vida eterna, con todas las bienaventuranzas qu e implica, alcanzarán entonces pleno cump lim iento. Tr iste y d esd ichado será el destino d e aque llos que por su pecado no alca nzarán esta bienave nturanza , sino que, por fin , llegarán a percatarse de que los deseos e incl inaciones d e v ida co n los que fue creada el alma, po r su extrema malave nturanza se verán recompensados con penas de eterna condenación y de eterna compañ ía con Satanás. Es a ra íz de esta considerac ión que decimos que el alma q ue se halla en este estado de alej am iento de Dios está

muerta espiritualmente, pues no ej erc ita los dones y capac idades con las que fue dotada por creación. (f.

302

r) En aquel d ía venidero su entend im iento se

centrará en la conte m plación de sus grandes pérd idas esp iritua les y en la perpetu idad de sus grandes torm entos . Lejos de amar a Dios, su vo luntad permanecerá siempre sum isa a los deseos d el mal. Los recue rdos de la memoria no serán otros m as que los de una tristís ima hist o ria de perd ición . Una vez conoc idas estas dos muertes que afectaron al se r humano por el pecado , v iene a se r más fác il poder conocer el estado de bienaventura nza que

med iante la venida de Jesucristo la divina misericord ia tuvo a bien restituir. Sobre la muerte corpora l ya hemos dicho q ue será remed iada por la res urrección , y que la vida de los resuc itados será de ta l modo favorec ida con nuevos dones, que en mucho superará n estos a lo que hubiera consegu ido el linaje humano de no haber incurrido en condena por el pecado. Los res ucitados gozarán de la plena certeza de que sobre ellos la muerte ya no tendrá ningu na jurisd icc ión y que eterna será su v ida. So bre la muerte es piritual ya hemos expuesto las razones po r las cua les el hombre será restituido a u n estado que verdaderamente será de v ida, y de v ida bienaventurada, y en el que se coro narán los fines últ imos para los cua les fue creado. Tal estado es el q ue se designa de

vida eterna.

Capítulo 87

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COMO LLEGA EL CRISTIANO A CONOCER SU ESTADO FUTURO

De lleno se entregaron los sabios del mundo a inq uiri r sobre el estado del ser humano después de la vida presente, y en saber cuá l sería el destino final de los buenos y el de los ma los. (f. 302 v) Si n embargo, no pud ieron 1r muy lejos en sus desvelos, pues tan profundo es este arcano que resu lta inaccesib le para el saber humano. Por estar en el error en su concepto de justicia h um ana y en el sendero a seguir en esta vida , erraron también en el fin y en la recompensa q ue aguarda a los j ustos. Y es que de hecho estas dos cosas están estrechamen t e re lacionadas: si no se acierta en lo de esta vida, tampoco se acertará en lo de la otra. Los q ue más acertado j uicio mostraron fueron los que sostuv ieron la inmortalidad del alma, pero nada afirmaron sobre la resu rrecció n de los muertos, como ya hemos t enido ocas ión de considerar. Ciegam ente, y como a t ientas hablaron de la felicidad de los buenos después de la vida presente, y los co locaban en un lugar distante de la t ierra que so lían llam ar Campos Elíseos, donde gozaban de unos deleites muy groseros - aunque no tan torpes ni desvariados co m o los de Mahoma- , pero sacados de la traza de los q ue se d isfrut an en esta t ierra. Lo descri bían con campos , ríos , fuentes , fiest as, reun iones, et c., pero por carecer de luz del cielo muy lim itados estaban en sus descripciones.~A-S] Según ot ros , el destino de los más aventajados en méritos y con d ucta era el cielo. Los que más se refirieron a este lugar se qued aro n muy co rt os y confusos a la hora de descri birlo. Lo pintaron como un lu gar de liberación de los trabaj os de esta ti erra, de vida inmortal y de una

re lativa fe licidad en la que primaba más la ocios idad que la bienaven t uranza.

(f. 3o 3r) De la fuente de todos los bienes qu e es Dios, y de su re lación con los bienaventurados, nada en abso luto se dice. En todo esto sum idos est aba n en la ceguedad de su confuso saber. Tan so lo el cristi ano, por tener verdadera luz, ti ene verdadero conoc im iento de su futura bienaventuranza; sabe como es remed iado de la muerte corpora l y como en el d ía de la resurrecc ión su cuerpo y su alma se re unirán de nu evo en la identidad q ue anteriorme nte tuv ieron; sabe que la bienaventuranza que le aguarda es la de ver a Dios y gozar de él para sie m pre. Esta comun ión con Dios co lmará todas sus ansias de fe licidad y le resta urará plenamente en los fines para los q ue fue creado . De dos actividades importantís imas goza el alm a humana: la de conocer y la de desear. Una es la fu nción del entend im iento, y la ot ra de la vo luntad. N uestra propia experiencia nos en seña man ifiestas ísamente[AA-Q] la fina lidad supe rior a la que aspiran estas dos facu ltades , pues ni el ent end im iento queda satisfecho co n lo q ue aqu í ll ega a conocer, n i la vo luntad co n lo q ue aqu í ama o desea. De ahí, pues, conclu imos que al no poder el alma satisfacer sus incl inaciones y sus ans ias co n las rea li dades del aq uí y el ahora, ha sido creada con ta les d isposic iones q ue so lo en el ser di vino pueden encontrar plena satisfacción las asp irac iones que le son propias. Solo Dios es el fi n de est e gran apet ito y de esta gra n capacidad q ue posee el alma. Y so lo en la exce lsa bienaventura nza de la glor ia celestia l que nos aguarda se verán saciadas t odas las asp irac iones prof undas del alma. Fáci l es hablar de las d ificult ades y de los males de los q ue estará exenta la

vida et ern a; pero d ifícil es pod er hablar de la magnificencia de los bie nes q ue un día d isfrutarán los bienaventu rados en la glo ria. (f. 303v) De los infortu nios, tristezas y m iser ias qu e se sufren en esta existencia , cie rta m ente experiencia profu nd a te nem os, d e ah í, pues, q ue nos sea fác il im agina r cuán ventu rosa se rá la rea lidad del más allá en la q ue nada de t odo esto tend rá allí ca bida. Mas de los bienes su m os q ue un d ía d isfrut arán los j ustos al ve r y te ner com un ión co n D ios, por no t ener expe riencia de ellos nosot ros aq uí, flaca es nu estra men t e para intu irl os en la grand eza de su des bo rdante exce lenc ia. De aq uí, p ues, que los sab ios del mu ndo, a los qu e nos referimos an t eriormen t e, so lo pud ieron int uir la ex istenc ia de un lugar, más allá d e la m uert e, en el que la ún ica felicidad que allí se puede d isfrut ar es la d e verse uno li bre de los trabajos y m iserias de esta vida. De t odo lo d icho bien pode m os afirmar y t ener po r cierto, q ue en la m orada ce lestial p romet ida a los j ust os no hab rá lágrim as, n i so ll ozos, ni trist ezas, ni fat igas, ni ham bres, n i pe ligros, ni ningu na d e las m uchas cosas que sue len acongojar a los hom bres en la t ierra - y, por enci m a de todo, no exist irá all í la m uert e- . Esto es lo que no habrá en el cie lo, y au nque no sea la su m a de todos los bienes, la Divina Escritura se sirve de est as ause ncias en la glo ri a pa ra de algú n modo ll eva r co nsuelo a los q ue aq uí en esta t ierra sufren t ales pruebas y adversidades. Se d ice en el libro del Apoca-

lipsis q ue en la glor ia los j ustos 'ya no tend rán ham bre ni sed, y el so l no cae rá m ás sobre ellos, n i ca lo r algun o; porqu e el Cordero que est á en medio del tro no los pastorea rá y los gu iará a fue nt es de aguas de vida, y Dios enj ugará t oda lág rim a de los ojos de ellos.' (Ap. 7-16-17). Se añade en el m ismo libro

'que ya no habrá mue rte, ni habrá más lla nto, ni clamor, ni do lor; porque las primeras cosas pasa ron.'(Ap. 21 ,4) .Si los ho mbres que busca n desca nso considerase n esto, aunque no fuesen más lejos, se percatarían de la gran diferencia que existe entre esta miserable vida y la que se espera en el cielo, y tomaría n fast id io pa ra co n la una, y cod icia para con la otra. (f. 3o 4 r) Para hab lar de las cosas es piritua les obligados estamos a recurrir al lenguaje y a las comparaciones que nos son fam iliares en esta vida, y s i bien en la

Di11ina Escritura muchos de estos giros y expresionesse emplean en un se ntido metafó rico, útiles son para que nosotros captemos e l mensaje y la enseñanza que pretende hacernos llegar. En el tema que nos ocupa, cierto es que en esta vida deseamos y te nemos derecho a un buen núme ro de cosas y nos pone tristes no poseerlas. Deseamos una casa do nde morar y buscamos la posibilidad de satisfacer nuestras necesidades básicas. Nos afanamos también e n la búsqueda de compañ ía y conversación, de satisfacer nuestra sed de conocimiento, y de que se nos reconozca nuestra dignidad y nu estros derechos bás icos. Y así con otras much ísimas más cosas ans iamos que nuestra vida tenga mayor plenitud y riqueza. La Di11ina Escritura se sirve de todas estas rea lidades y de l lenguaje que utilizamos pa ra hab la r de ell as y para estab lecer comparaciones[M7.] y semejanzas co n las rea lidades de l más all á, y pa ra asegura rn os que m uchas de estas neces idades y asp iraciones e ncontra rán de algún modo deb ido cump limiento en el cie lo. (f. 3o 4 v) Importa nte es, sin embargo, que nos demos cue nta que m uchas de estas cosas, t ras las cuales nos afanamos, con frecuencia se encuentran entremezcladas de eleme ntos ma los:

con muchos vicios, con grandes demasías y con gra ndes defectos . Mu chas de estas cosas que aqu í deseamos, de hecho pueden ser t ropezadero para nuestra perd ición, y pueden ir acompañadas de gra ndes peligros, y aun las más apuradas pueden tener una gran mezcla de imperfección . En los bienes de l cielo nada habrá imp uro ni manchado de vicio. Conviene, pues, que para mejor entender las comparaciones que la Di11ina Escritura usa en esta mater ia, pongamos aparte todas aque ll as ma las mezclas co n que tiene compañía e l deseo de la vida y de los bienes de acá. En el cielo la vida será verdadera vida. El ser de l hombre, con un ordenamiento excelente de todas sus fac ultades, llevará a térmi no sus obras y activ idades sin cansa ncio, sin dorm ir, sin impedimentos, con sumo placer, y desarro llando con perfecta norma lidad los fines para los cuales fue creado y dotado de tantos dones. Conveniente será, pues, cons iderar el hecho de que s iendo nuestra vida en este mundo breve, pero aun así muchas de las activi dades que llevamos a térm ino resu lta n agradab les y placenteras y el apetito de vivir es insac iab le, motivos tenemos más que suficientes para infer ir que el deseo profundo de nuestra alma es disfrutar de una vida perdurable en la que se vea n colmadas perfectamente todas las aspiraciones de nuestro ser. (f. 3osr) Nuest ra vida aquí req uiere de propio sustento para poder ll evar a término sus actividades . También la del cielo requerirá de sustento aprop iado para sus fi nes. Gozando de la compañ ía de Dios - fuente infi nita de vidanuest ra alma se sustentará de ma njar inmort al y alcanzará en todo plen itud de vida. (f. 3o5v) Participará de aq uella bebida y de aq ue lla com ida prometida por

Jes ucristo en aq uel banq uete q ue se servirá en la mesa del reino de su Padre. [4J8] A este ba nqu et e se refiere David cuando d ice q ue 'l os sa ntos se em briagará n de la abu ndancia de la casa de Dios y beberá n del arroyo de sus deleit es .'[AA9] La vi da en la t ierra req uiere de un lugar q ue sirva como m orada. Tam bién la otra vida, q ue se rá et erna y si n camb ios, tend rá su morada: el cie lo. La morada de n uestra breve vida t errena est á sujeta a mu chos camb ios y m udanzas. Y así como los lugares son d isti ntos , t am bién lo son las v idas . La t ierra necesit a de mu chas cosas; no así el cie lo que no t iene necesidad de nada. Sujeta está la t ierra a grandes camb ios y alterac iones; el cielo goza siempre de co nsta nte armon ía. Mu chas so n las m iserias que padece la t ierra; el cielo, empe ro , es ta n rico q ue t odos los bienes de la tierra procede n de all í, pero aun as í no sufre ninguna escasez, n i se res iente de su abun dancia. Lugares hay en la t ierra q ue, según la variab ili dad del t iem po, puede n ser hermosos, o pueden ser feos ; algunos son alegres, otros so n tristes . La hermosura del cielo es perm anent e y no co noce camb ios. Por grande q ue sea la t ierra, viene a ser pequeña pa ra nu est ras codic ias y nu est ras van idades. El cie lo es ta n inmenso que una estrell a d e las menores que ve m os es mayor q ue toda la t ierra.[450] La diferencia que existe entre estos dos lugares po ne t amb ién de re lieve la gran d iferenc ia que existe ent re los dos t ipos d e vida que en ell as t ranscurre n. (f. 3o 5r) La vida en el cielo , en ta nto q ue el luga r es t an in m enso, pe rm it irá q ue cada uno de sus m orado res p ued a ser un rico y pot en t ado se ñor, q ue pueda gozar de una ex istenc ia exe nt a de asechanzas de m uerte y de todos

los pe lig ros,

sufrimientos y necesidades que son propias de la vida en la tierra. Por razó n de todo esto este lugar de bienaventuranza es llamado ' reino del cielo.' (f.

306 v) Haciendo uso de elocuentes comparaciones metafóricas, en su libro del

Apocalipsis el apósto lsan Juan habla de la ciudad ce leste, en la que moran los bienaventurados, d iciendo que 'sus muros son hechos de piedra de jaspe, y la ciudad es hecha de oro tan claro como vidrio muy limpio, y los fundamentos adornados de todo t ipo de p iedras preciosas.' Dice que 'no t iene necesidad del so l ni de la luna, porque la claridad del Señor le dará lumbre, y la cande la es el cordero Cristo, nuestro redentor.' [aSl] Uno de los bienes de la v ida en la t ierra es la compañía y conversac ión de unos hombres con otros. En el cie lo los justos gozarán de la compañía de los ángeles, criaturas excelentes por su poder, por su saber y por su hermosura. Gozarán entre ellos de conversaciones diversas sobre temas de du lcís imo conten ido, y en el que predo m inará el del conocim iento de Dios y de todas las maravillas obradas por él, y con acuerdo unánime un irán sus voces para darle gloria. (f. 3o 7r) Hombres humi ldes que en esta vida fueron o lvidados y en todo marginados, en la gloria podrán conversar con príncipes tan distingu idos como son los ánge les y ser tratados por ellos con gran estima. Pero la suprema felicidad vendrá dada por el hecho de que Dios m ismo tendrá estrecha conversac ión con todos los redimidos . Tamb ién la vida de los bienaventurados se destacará por el ejercic io privi legiado que el entend imiento y la voluntad podrán desplegar en la gloria. Como ya ade lantábamos anteriormente, estas dos facu ltades son las más importantes y las que más d istinguen

al ser humano - muy por enc im a de cua lqu ier otra criat ura- . En el logro y búsqued a del sabe r el ente nd imient o actualiza y sat isface su elevada capaci dad d e co nocimiento. La vo luntad actualiza los fi nes que le son prop ios al ll evar a térm ino aq uello q ue el ente nd imiento le muestra co m o bue no, herm oso y digno d e se r amado. La activ idad de estas dos facu ltades d isti nguen al se r h um ano y pone de man ifiesto los altos propós itos que en la creac ión les as ignó Dios. Sin embargo en esta vida só lo m ínimam ente logran alcanzar sus fines, pero sean cua les sean los obstácu los, e incluso los engaños, porfían incesan t em ente en el log ro de los m ism os, pues estas fac ultades so n inseparab les de la propia ident id ad hu m ana. (f. 3o 7 v) Una vez el hombre goce de la bienaventura nza ce lesti al en co m pa ñía de Dios, estas dos facu ltades llevarán exce lentísi m amente a térm ino sus func iones y se enca m inarán a la consecució n y logro de las altas metas de bie naven t uranza que le son prop ias: cono-

cer y amar a Dios. Sin entra r en vanas suti lezas, y esforzá ndonos en supera r las dificult ad es, lim itac io nes y fla quezas que en esta vida t ant o nos ased ian , pode m os intu ir ya aq uí aspect os sub limes del conoc im ient o q ue nos aguard a en la f ut ura glo ria. Maravill a sublim e será la de ver perpetuam ente a Dios . Cierto es, sin embargo, que esta vis ión, por ser nosotros finit os, se dará con ca pac idad lim it ada. En su

se r y majest ad Dios es infin it o . Pe ro aun siendo esto as í, Dios se manifesta rá al alma bienave nturada con clarísima luz, pues ta l co m o dice la Escritura, ' Dios es lu z', y su d eseo en el cie lo será el de el de reve larse a los just os en el m arco de sus fin itas capacidad es receptivas . (f.

308 r) Si bie n la majestad divina, por

ser infinita, está muy por enc ima de nuestras capacidades de comprensión, dentro de nuest ras lim it ac iones, y dentro de nuestras capac idades, intu irem os, sin em bargo, algo de aque l ser d ivino que siendo uno es ta m bién trino; que el Pad re, por eterna generación engendra al Hijo, y qu e el Padre y el Hijo, por eterna asp irac ión engend ran al Espíritu Santo. Si la incli nación natu ral de nuestro entendi m ien t o es la búsqueda del saber, al volcarse y centrarse en el conocim iento del se r d ivino, ciertament e en la ident idad de esta infi nita majestad encontrará el redim ido el más sub lime y el más fe liz objeto de conoc i-

8 . ' m .iento. (f. 3° V) Corno d ·ice 1a Escntura,veremos a D.10s como e'1 es y, ad emas, en la list a interm inable de entidades que serán tema de nuestro co nocim iento, de un modo especial indagarem os en los secretos de infin ita sabid uría qu e Dios ha obrado en la esfera de la creac ión y en la esfera de la redenc ión. (f. 3o 9 r) Dios se rá f uente de todo conocimiento para los bienaventu rados , y en ta nto q ue él es luz, no so lo los redi m idos verán la luz, sino qu e tamb ién bajo esta luz se d isiparán todas las t inieblas que en la v ida sobre la t ierra ensom brecen el saber humano. Buena parte de lo d icho podría resumi rse diciendo que la vis ión de Dios amp liará en grado sumo el co noc im iento de los bienaventurados , pues todo lo que puede ser conocido está inclu ido en el saber de Dios . A la luz de estas cons ideraciones bien podría afirmarse que el niño

bau t izado, que en s u s p ri meros d ías partió de este mundo, t iene en la g loria más grande y prof undo conocimiento v iendo a Dios, que el que pudieran haber acumu lado todos los sab ios del mu ndo j untos en todos los t iempos y en todas las edades. (f. 3o 9 v)

Med itar en todo lo que estamos cons iderando produce en el creyente un gozoso sentim iento de glor ia venidera y, a la vez, un sentimiento de cansancio y fast id io al verse rodeado en esta tierra de tantas van idades y vacíos placeres. Cierto es, por otro lado, que el conoc im iento que de las rea li dades ce lestiales podamos ll egar a intuir en esta v ida, aun siendo rea lmente grande, en mucho se queda corto de lo que rea lmente ll egará a ser una vez se entre en la gloria. Lo que podemos ll egar a intu ir aquí de la gloria que aguarda a los bienaventurados en el cielo, con ser tan clara y tan exce lente y tan penetrativa de sus secretos, se asemeja, sin embargo, a la luz de la tarde , que ha perd ido el res plandor de la claridad matutina y no nos descubre tan d istintamente lo que nos muestra la luz de la mañana . La luz que a los ojos de los bienaventurados irrad iará la prese ncia de Dios, será una luz matutina ce leste que dis ipará todas las t inieblas y hará pos ible el conocim iento perfectísimo de todas las cosas. Será, en grado sumo, como la luz del so l naciente en su p len itud, m ientras que lo que desde la tierra podamos intu ir sobre la glor ia ven idera es como la luz del so l en su decl inar vespertino. Bajo la luz d ivina se descubrirán y serán conoc idas todas las cosas que surgieron de su saber y poder creador; cómo as ignó a cada una de ellas sus función y su fin específico, y como han sido y son sustentadas por des ign io y cu idado de su sabiduría prov idencial. Todo

este pié lago de conocim ientos de l hacer y de l obrar de Dios será un día conocido por los bienaventurados en la gloria ce lestial. (f. 3, or) Podemos, pues, inferi r, que el que ve a Dios obtiene un conoci m iento de las cosas con mayor luz, con mayor profund idad y con mayor fru ición . En la

supos ició n de que alguien por sí m ismo pretendiera alcanzar t al cima de conoc im iento, no lo consegu iría ni au n si viviera m il m illones de años. Para las almas de los bienaventu rados Dios es co m o un espejo que se representa así m ismo con infinita luz y que las capacita para que le miren y capte n co n claridad prísti na los dest ellos de su exce lsa ident idad. En este espej o se rep rese ntan también sus obras y sus criaturas con imágenes de perfectísima claridad, y qu e reve lan lo que real m ente son, co n todos sus atributos y fines y con la estrecha armonía que mantie nen t odas ellas entre sí. Ven as im ismo los bienaventurados la hu m anidad de Cristo, nu estro redentor; y en él contemplan los grandes dones y los grandes riquezas que el eterno Pad re depos itó en él pa ra el logro de nuestra redención y de nuestra justicia. Fuent e de alegría y consuelo es la meditación de hechos tan importantes como la superación de nu est ro pecado por la m isericord ia divina y la destrucción de la obra de Satanás, autor de todos los males. (f. 3,ov) Es entonces cuando rea lmen t e enten derán los justos cuán enormes f ueron las m ise rias que vinieron por el pecado, y con gozo indescriptible se darán cuent a de la grandeza de su remedio. De las cosas que particu larmente pasan acá t ienen los santos gran co nocim iento. De todo lo que co ncierne a su bienaventuranza bue n conocim iento tienen los justos, ni ta mpoco les da desabrimiento lo que la divina majestad les encubre, porq ue todo lo dispensa el la con grandísima armo nía y todo con el propósito de grandes mercedes y de grandes beneficios para con los suyos. Es Dios el espejo libre que muestra a los bienaventu rados lo que quiere, y encubre también lo que quiere de las particularidades de acá. Mas co m o t enemos dicho,

todo es para su bien , y así lo entienden los justos, que se gozan con grandísimo placer de todos los des ignios de la vo luntad de l Señor. Cons ideraremos ahora algunos aspectos que conciernen a la otra facu ltad importante de l alma que es la vo luntad. Así como fue dotada con la facu ltad de l entendimiento con el fin últ imo de conocer a Dios con clarís ima visión, por la vo luntad le fue dada tamb ién la capacidad últ ima de amar a Dios. (f. 3iir) Sin embargo entre las cosas creadas la vo luntad anda como peregrina. Ninguna de ellas le satisface suficientemente como para que en ell as descanse permanentemente su amor. Cuando qu iere amar a Dios - fin propio y verdadero de su deseo- , el pecado levanta grand ísimos obstácu los, los cu idados de esta vida la distraen, las ma las inclinaciones de la carne la entibian; y todo esto, junto con el hecho de que su conocim iento de Dios solo sea aquí de oídas, y no de vista, ni de experiencia, hace que en e l amor la vo luntad de fru tos muy escasos y el gozo sea también escaso. De todos estos imped imentos libre se verá la vo luntad en el cielo. Habiendo s ido venc ido el pecado, ya no puede tener más poder sobre e l alma de l bienaventurado. Los cu idados y des ve los de esta vida, a llí cesarán y el alma entrará en poses ión de bienes s in cuento. Las inclinaciones de la carne para siempre estarán superadas. Los justos serán nuevas criaturas, completamente renovadas por el Espíritu celestial; el conocimiento de Dios se dará sin ve los, y cara a cara con suma luz será comun icado a los bienaventurados . Como resu ltado de este conocimiento la vo luntad abrirá de par en par su boca para beber de las fuentes de l amor de Dios, y en esta actividad ha ll ará el fin último de su creación. (f. 3nv) Y como la

esposa en el libro de lo s

Cantares, pedirá socorro de flo res y de olores m uy

suaves pa ra el desmayo que le v iene de las f uerzas del amor.

(Cnt. 2) . Si ya en

esta vida las ansias de am or de la vo luntad se elevan a las altu ras que se des criben en est e cantar, ¡qu é no será en la gloria! La poses ión y d i sfru t e del amo r . . . , (f. 312r) d Ivin o ciertame nte se ra a ma nos 11enas. En el aqu í y el ahora de este mundo la v ida desarro lla actividades d iversas y en ellas busca sat isfacer sus placeres. Pero nu estros deseos son ciegos , mudables nuestros apet itos , engañosas nuestras cod icias , pob res los bienes tras los cuales nos perde m os y nuestra verdadera sed en nada de lo de aqu í se sac ia. Todo lo contrario es lo qu e sucede en la glo ri a: la vida se deleita en bienes in agot ab les, nunca fa lta allí la d ulzura , el gusto nu nca se fast idia, el contentam iento n unca se m uda, lo que se goza siemp re responde con suavísimo fruto . El alma enco ntra rá en Di os el fin últ imo de su creació n, el cumplim iento perfecto d e todos sus deseos . (f.

312 v) M ientras t anto la Igles ia que

peregrina en la t ier ra ans iosa espe ra el d ía de su liberación fi nal, firmemen t e pers uadida de que m ientras m ilit a en este mundo no le fa ltarán las orac iones de in t erces ión de los bienave nt urados del cielo . (f. 3, 3r-f. 3i 3v) Mencionamos nuevamente la grat a comun ión que entre sí d isfrutarán los morado res de la gloria. Esta com unión integrará ánge les, patriarcas , profetas y la m ism ísima Virge n, reina del cielo. Allende de la visión d ivina , qu e es la f uente de todos los bienes, la congregac ió n de los bienaventurados se rá una gozosa escue la de med itación sobre las m aravi llas obradas por Di os a n uestro favor y cen tradas en la pe rsona y obra del Rede ntor, en la grandeza de su doctri na, en

el prec io y va lor de su m uerte y de su res urrecc ión. Todos a una alzará n sus voces para glorificar a Dios po r lo que es y po r lo q ue ha hecho. Todos estos bienes y bienaventu ranzas no tendrán fin. Todo se enma rca en la dim ens ión de et ernidad . Co m o p rofet izara en su día lsaías: ' Israe l será sa lvo en Jehová con sa lvació n eterna.' (/s. 45, 17). (f. 374 r) Afi rm a por su parte el sa lm ista Dav id que la heredad de los j ustos se rá para sie m p re, y por cuanto espe raron en el Se ño r, gozarán de sa lvació n pe rpetua. [a5~] H ab lando del d ía del j uicio, Cr isto, nu estro redentor, d ijo q ue ' los j ustos irán a vida et erna y los m alos a to rm ento perpetuo.' (Mt. 25,56). El apósto l san Pedro d ice qu e los creyentes ' so n ll am ados pa ra un a herencia incorrupti ble, inconta m inada e inmarcesible, reservada en el cielo.' (1 P. 1,3-4).

Capítulo 88

,

COMO SE CONSIGUE LA VI DA ETERNA A lgo tan grande como es lo que Dios ha pro m et ido a los j ustos, y q ue se consigu ió a t ravés de la muerte de su Hijo, digno es de ser sum ame nte deseado por todos nosot ros. Su poses ión es garantía de qu e serv imos verdaderame nte al Señor y prueba de que est amos en el cam ino para lograr el fin para el que fu imos creados . Todos d icen que lo desean, mas pocos son los que ponen verdadera d iligencia para consegu irlo. En pa labras de n uestro Redentor, 'el camino de la sa lvac ión es este: que conozcan al eterno Padre, y al Hijo que él envió al m undo para dar conocimiento de sí y para red im ir a los hom bres.' [453] Este conoci m iento debe de ser m uy vivo y m uy encend ido y debe ir acompañado de amor y de agradec imiento m uy grande. (f. 3i4v) Ta n locas son las aficiones con que los hom bres m undanos aman las cosas de la t ierra, que parece q ue pone n en ella su tota l bienaventuranza y que no desean m ás. En esta cuenta de las cosas po r las q ue se afanan están las honras, las haciendas, los deleites y los fa lsos contentam ientos. Todos estos vanos bienes no son el verdadero p rem io de la j usticia, ni del amor, ni del servicio a 7

Dios . Los verdaderos bienes están reservados para los j ustos. (f. 3 sr) Por encima de todas las cosas, lo que rea lment e deseamos es una felicidad eterna. N uestra experie ncia clara m ente nos ense ña, empero, que nuest ros días son breves, que la muerte es cierta e incierta su hora, y q ue todos los fa lsos deleites de nuestras fa lsas riquezas tienen fi n con nu estros días. Pero los bienes que Dios nos t iene prometidos libres están de todos estos defectos , vida son y

vida et erna: constituye n los verdade ros bienes que rea lmen t e p ueden satisfacer nuestras ansias de fe licidad y de eternidad. (f. 31 sv) Con razó n j uzgaríamos loco al homb re que v iendo una gran humareda de agrad ab le olo r, decidiera vender su hacienda pa ra comprar t al humo y guarda rlo en su casa. Su fe licidad - si es que rea lmente la hubiera habido- , no habría durado más que el brevísi m o tiempo en que la fuma rada habría tardado en ext inguirse. En un san t iamén , sin haber sido hu rtada por ladrones, ni haber sido com ida por la po lilla, habría pe rd ido toda su hacienda. Así es, ciertamente, la locu ra de cua ntos se entusiasma n po r los bienes del mundo y arden en deseos de poseerlos . No han llegado a com prender que el sello de brevedad que Dios ha puesto sobre los bienes del mundo es pa ra que con verdadero afán se busque n y se deseen otros bienes: los bienes que son genu i-

· · namente rea 1es y permanentes. (f. 316r) En su peregrinar por esta tierra e1 creye nte ha d e tener siempre delan t e la enseñanza de la Palabra de Dios en lo que al verdadero va lor de las cosas concierne , sabiendo que en todo ella es candela para sus pies y lum bre ra para su camino. [454] Con t ernu ra ama Dios a sus h ijos, e incesan t emente les insta a qu e con firmeza y determ inación perseveren en el verdadero cam ino de la sa lvac ión y que es el ún ico que lleva a la

. (f. 316v) g 1ona.

s·1 b.1en t enemos

en cuenta 1o qu e representa tene r v1.d a et erna,

en fác iles estimaremos los esfuerzos requeridos y en reducido el precio que pa ra obtenerlos se nos exige. Por lo demás, la obtención de los grandes bienes q ue un día reci birá n los ju stos, garantía segura tiene n ya aqu í po r la propia m isericord ia divina. La razó n pri nci pal en la que se fundamenta nuestra

bienaventu ra nza desca nsa en el sac rific io d el H ij o de Dios, y de cuyos be neficios pueden ya ser nuestros en esta vida. Extremado ce lo hem os de m ostrar para preservar los bienes que fluye n de est a herencia es piritua l. En consecue ncia, hemos de tener bie n presen t e que no hay nada t an important e en este mu ndo que p ueda ll egar a obstacu lizar nu estra d ili gencia , nuestra fe y nuestro amor en la firm e poses ió n d e este tesoro. Si grandes son las advers idades y los engaños q ue pueda prese ntarnos nuestro enemigo el diablo para entorpecer el se ndero de nuestra bie nave nt uranza, m ayor ha de ser nuestra vigilancia y firme reso lución d e victoria, co nfiando en tod o momento en la ayuda y favo r de nuestro Señor. Dispuesto está sie m pre nuestro fi el Sa lvador a ot orgarnos libera lis ímam ente los auxilios y dones de su gracia. (f. 3i 7 r) As í como la bienaventura nza que aguarda a los just os t iene el nombre de

vida eterna, con sobrada razón la pena y conde nac ión que aguarda a los ma los es llamada muerte eterna. No es otra cosa la m uert e si no privació n de los ejercicios para los que nos f ue dada la vida. Privados están de todos los bienes los malaventu rados que están en la compañ ía d e Satanás; co ndenados está n a no ver a Dios y a no gozar de su amor. Ocupada está siemp re su ment e en la m ed itac ión de su t errible m iseria, y su m ida est á siempre su vo luntad en la o bst inac ión y abo rrecim iento de todo lo bu eno. Así co m o la bienaventura nza de los j ust os excede a todo lo que seamos capaces d e pensar, po rq ue nunca v ieron ojos ni oyeron oídos, ni sub ió en corazó n d e hom bre lo que tiene aparejado Dios pa ra los que le am an,L455] así la pena de los condenados es ca pa a toda cons id eració n. Alej ados de la bo ndad de Dios, se hallan en un

perpetuo est ado de malaventura nza; pensa rán co nti nuamente en los bie nes que perd ieron y en los m ales q ue ganaron. Su m orad a se rá co n fuego, en com pañía de demonios y sufriendo sus t o rmentos. (f. 3i 7v) Al con t em p larse unos con otros los malaven t urados constat ará n su aspect o feo y abomi nab le; y ningún consue lo sacarán de hallarse en compañía en un mismo lugar, porqu e en el infierno todo es torme nto y ninguna cosa es al ivio. Ent enderán entonces cuán m ala y cuán fa lsa golosina fue la de cebarse en est e mu ndo con sus va nos y torpes deleites - ext re m ada m ente breves y efímeros- . Los que vive n en co nform idad con lo q ue se enseña en este artículo de nu est ra Confesión, han ll egado a co nocer la suma bondad de Dios, y cuán d igno es d e ser servido con todas sus fuerzas, co n todo su corazó n y con toda su vol un tad. Co nst antement e brota de su alm a la súp lica de que Dios tenga a bien increme ntar en el los su amor y que du lcifiq ue la observancia de sus . b (f. 318r) D. , m an d am ien t os para poner os por o ra. 1spuestos est an co n gran 1

ánimo a sufri r vicis itudes y adversidades en este mun do con ta l de no apart arse de su cami no y seguir fiel m ente a su capit án , que es Di os, que les dará la vict o ria y les reco m pensa rá con grandísima ganancia. Co n deci d ido án imo m enosprecian todas las vanas promesas y los fa lsos bienes del m undo y si guen ad elante en su peregrina r hac ia la gloria. Mantienen un a lucha consta nte contra el pecado, y si alguna vez caen en la t en t ac ión, co n pe nitencia sincera se levantan y con firm e det ermi nac ión persevera n en el sendero de la bienaventura nza . (f.

318 v) Por el contrario , los q ue no viven en co nform idad con lo

que se enseña en este artículo, y so lo nom inal m ente le dan a veces

asentim iento, camina n por el se ndero ancho q ue lleva a la perdic ión. Jesús d ice: ' Ent rad por la pu erta estrecha; porq ue ancha es la puerta, y espac ioso el cami no que lleva a la perd ición , y m uchos son los que entra n por ell a. Porq ue estrecha es la puert a, y angosto el ca m ino q ue lleva a la vida, y pocos son los que la ha llan.' (Mt. 7,13-14). Los q ue entran por la p uerta ancha tienen sus ído los en las cosas de la t ierra y se preocupan de los bienes perecederos; se en t rega n a la sati sfacc ión de los apetitos de su ruin vo luntad y a obedecer el consej o de Satanás. Son estos los qu e en este mu nd o escarnecen a los j ust os

y hace n burlas de sus pen it encias. (f. 31 9r)

[4,J5]. Según la m ito logía griega, los Campos Elíseos, o región sagrada del infram un do, era el lugar donde las almas - o sombras de los humanos virtuosos- lleva ban una existencia fe liz y d ichosa. Tan fe liz que, si bien pod ían regresar al mundo de los v ivos , en pocos casos h icieron ta l cosa.

[4.J.§J. N uevame nte Co nsta nti no rec urre a un adjet ivo adverbial para inten sificar la imp o rtancia de lo q ue se afi rma.

[4A7J. En el text o origina l: " t o m a estas comparaciones para hab lar co n nuest ra ,

grosena ...

,,

[4AID- Mt. 26,29; Mr. 14,25; Le. 22,18. [4A.9J. Como cita se da la del Salmo 27, pero no es correct a. Es pos ible q ue la cita q ue Const anti no tuviera en mente fuera la del Salmo 36,8: "Serán comple-

tamente saciados de la grosura de tu casa, y tú los abre11arás del torrente de tus delicias."

L45Q] . Eviden t eme nte, al establecer estas comparaciones en t re el cielo y la tierra, Consta ntino pa rece co ncebir el cielo como una rea lidad espac ial y física.

L451]- La cita que apa rece al m argen es de Apocalipsis

27. Nueva m ente hem os

de decir que es una refe rencia equ ivocada. El libro del Apocalipsis solo tie ne 22 capítulos. La cita correcta es del capítulo 21.

[.456.) . Erróneamente en el or ig inal se da como referencia el Salmo 40. Pos iblem ente Consta ntino t end ría en men t e el Salmo 33,12; y también el 106,5. En Efe-

sios

1,

Pa bl o da exce lso testi monio de la gloriosa y eterna herencia q ue ag uarda

al pueb lo de Dios.

[.453]. La cita de Juan 18 del or ig inal no es la correcta, sino qu e es la del cap ít ul o 17,3: "Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y

a Jesucristo, a quien has enviado." [.454]. La cita correcta no es del Salmo 20, sino del 779,105: "Lámpara es a mis

pies tu palabra, y lumbrera a mi camino." Corintios 2,9: "Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman." [.455].

1

RECAPITULACIÓN Y SUMA DE LOS DOCE ARTÍCULOS

Capítulo 89

RECAPI T ULACION Y SUMA DE LOS DOCE ARTICULOS DE LA FE En conform idad con el esqu ema y orden q ue al princ ip io de cl arábamos íbamos a segu ir, hemos desarrollado el t ema de los Doce artículos de la fe con la luz y certin idad que la bondad d ivina tuvo a bien comun icarnos. No dudamos, antes t enemos por ciert o, que quien nos haya segu ido hast a aq uí con án imo de recibir verdadero provecho y conso lac ión, lo habrá conseguido, pues lo que hemos expuesto lo hemos sacado de la clara f uente de luz q ue son las Escrituras Di11inas. (f. 31gv) Resta ahora resumir t odo lo d icho en una breve suma para ayudar a ret ener en la memoria del lector los cont enidos esenciales de lo t emas abordados y faci lit arle de nuevo la posib ili dad de re leer aque llo que haya est imado de más interés y provecho. En el primer artículo se desarrolló el tema del conoc imiento de la majestad d ivina y se refutaron los errores que sobre el mismo ha levantado la ignorancia h umana. En él se trató la unidad y la infin itud de Dios y el m isterio de las tres pe rsonas d ivinas, y avanzábamos razo nes manifest ís imas que demostraban cuán exce lso y superior es el concepto que sobre Dios t ienen los crist ianos. Sugeríamos una breve suma de noc iones bás icas sobre el conocimien t o de Dios, y cómo debe ser invocado. Hacíamos referencia a las obras de la creación como expres ión del pode r de Dios al crearlas de la nada, y como las di rige y gobierna con su provi dencia. 1nsistíamos en la infin itud de su omn ipot encia, de su sabiduría, de su bondad y de su j ust icia , y en los destellos de todos estos atributos qu e reve lan las obras de la creac ión. (f. 320 r) Decía m os ta m bién qu e la m ajestad d ivi na ha

de ser invocada con verdade ro conocimient o de su infi nito señorío como Dios creador, todopod eroso y de bo ndad infi nita. A l co nfesa rle como Creador confesa mos ta mbién q ue el mu ndo fue creado para el serv ici o del hom bre, y que nosotros, como criaturas suyas, le ensalzamos po r lo q ue hizo y quiere hacer por nosotros. Por todo lo d icho hem os de ace rcarnos a él con con fia nza , pe ro t ambién con t em or a no ofende rle cayendo en pecado. Cie rta m ente el pecado q uebra nta el orden de su j usticia y la infi nit a sant idad de su id entidad. En el segu ndo artículo tratá bamos part icularm ente el tema de la segunda persona de la Trin idad, qu e es el Hij o, y co m o siendo Dios se hizo ho m bre. Vimos co m o el Verbo d ivi no encarnado es el ve rd ade ro Mesías prometido en las Escrituras. Co nsiderá bamos el sign ificado de los nomb res d e jesús y de Cris-

to con relac ión a su minist erio de sa lvació n y a su unción co m o rey. Est o nos ll evó a co nsiderar ta m bién su cond ici ón de sacerdote, y como los m iniste rios perpetuos de rey y sacerdote se vi nculan con la redenc ión d el linaje hu mano. Vimos co m o él nos ha sido dado como Señor, no so lo en cuant o a Dios, m as t amb ién en cuanto a hom bre, por razón de su d ign id ad y po r lo que por nosotros hi zo. (f.

320

v) En el t ercer artículo t rat ába m os de la co ncepció n del H ijo

de Dios. Có m o el d ivino consejo obró est o d e tal m odo q ue, siendo ve rdaderame nte hombre y del m ismo linaj e de Ad án, fue si n pecad o - inocentísimo en t odo y tesoro de toda pureza- . Y es qu e así conve nía para nu estra perfecta sa lvació n. Esto nos llevó a considera r la relac ión espi ritu al q ue los hijos de Dios han d e tener con Cristo, nuestro reden t or, pues así co m o él es único y

natu ral hijo, así el los sea n hij os adoptivos y recibidos para este nom bre, y compa ñeros con el pri m ogé nit o y con el Señor en la herencia d e los bienes. En el cuart o artículo trata m os de la co nd ena qu e la inj usticia d el mu ndo im puso a la pe rso na de nuestro Redent or, y de qu e modo todo este m isterio iba enca m inado para nu estra salvac ión. Trat ába m os de la razón de la mu erte del Rede nto r y del hecho de que f ue m uerte de cruz; de como co n su m uerte fue ve ncida nuest ra m uerte; cómo po r su co ndena f uimos nosot ros abs ueltos, y cómo por su cruz fue destruida nuestra deshonra delant e del Padre. Tratába m os así m ismo del m iste rio de su sepultura y de la grande y cum plida vict o ria qu e por ella es signifi cada, y del ej em plo qu e debem os nosotros tener en est o. En el q uint o artículo se trat ó del m ist erio del descenso de Cristo, y de có m o en su baj ar fue sie m pre venc iendo. Se hablo, después, de có m o volvió a la vida, y de cómo en su descenso y en su resu rrecció n ve nció al infierno, rest au ró nuest ra vida y, co n gran conso lación nuestra, arrebat ó t odo poder a nu estros enemigos. No t ienen ellos ya poder para ve ncernos, (f.

321

r) pues la

mu erte con la que nos m ataba n quedó m uerta, y la vida q ue nos faltaba q uedó viva. En el sext o artículo declarábam os cuán con form e a la dignidad de Crist o, nu estro rede ntor, f ue su bir al cielo y tener allí su tro no. Para nuestro be neficio y co nsolac ión red undó su asce nsió n, pues ahora te nemos delan t e del Padre a un perpet uo sacerdote y a un perpetuo in t erceso r, y que, además, desde allí rige y gobierna a la Igles ia. En el sépt imo artículo se trató de la grande merced, su m ada a todas las demás, con la que nos favoreció el eterno Pad re al darnos

como j uez a aque l que co n anterioridad nos había red im ido. Se trató tam bién de la natu raleza de este j uicio, y có m o a la luz del mismo hemos de animarnos para las buenas obras y llenarnos de temo r para no incurri r en las malas . En el oct avo artículo considerá bamos los fines d e todo lo que llevó a term ino Jesu cristo, nu estro redentor, a favor nuestro y cómo se actualiza en nosotros gracias a la obra del Espírit u Santo. Tratábamos tambié n de la ven ida del Es pírit u Santo sobre su Igles ia, y en cada uno de sus m iembros: cómo motiva nuestros co razones, nos alumbra en med io de nuestras ceguedades , nos co lma de sus be ndiciones y nos santifica para que seamos moradas de Dios . En el artí-

culo noveno hacíamos refe rencia a los agraciados con todos est os teso ros espirit uales, y los exhort ábamos a pe rseverar en la fe y en las buenas obras. (f. 321

v) A l hablar de la Iglesia decíamos que es una, que es santificada po r el Es-

pírit u Santo y que es cató lica y un iversa l, presente en todos los tiempos y en t odos los lugares. Afirmába m os que esta Iglesia es un cue rpo y que t iene como cabeza a Cristo, nuestro Redentor. Con esta Cabeza est amos nosotros un idos en co m un ión los unos con los otros . Est ab lecía m os una doble disti nció n en el seno d e la Igles ia: la de m iem bros v ivos y la de m iembros m uert os; la de unos que por gracia est án un idos al Red entor, y la de otros que, con fe mu erta so lo lo est án externa m ente; y que aun siendo est o as í la Igles ia los soporta a todos . Se habló de todo esto co n el propós ito de pone r de relieve la su m a bond ad de Dios, es perand o que los hombres se convie rtan , hagan peni t encia y se den cuenta d el juicio que ag uarda a los m alos y que desprecian lo que Dios ha hecho por el linaje humano. Tratá bam os también en est e artículo

de la obed iencia q ue se debe a la Igles ia como co lu mna y maestra de la verdad, de la eficacia de los sacramen t os que ella admi nistra - aunq ue en oca siones sean adm inistrados por ma los min istros- . En el décimo artículo de la fe se trató del gran cons uelo que obtiene el creye nte al sabe r que los beneficios de la pasió n y m uerte del Hijo de Dios son de vigenc ia perma nente, y que lo serán hasta el fi n del m undo; como lo se rá tambié n la acept ación de su obra redentora por part e del Padre. (f. 3zzr) Dijimos como este perdón de pecados no puede se r alcanzado sino en la Igles ia y por los q ue confiesan su fe y le p restan obediencia. Añad íamos que no hay perdón de pecados sino hay previa co nfes ión sincera de los m ismos . En el undécimo

artículo tratábamos ot ra grandísima conso lación que se deriva de la doctrina de la resurrección de la carne. Si cierta es la m uerte y la cons iguiente corrupción del cuerpo, cierto es que llega rá tamb ién el día en que cuerpo y el alma se ju ntarán de nuevo y recob rarán para siem pre su unión origi nal. Ad ucíamos del testim onio de la Escritura arg umentos de est a verdad y mencionábamos ejem plos que sen t aban ya un claro p recede nte. Afirmábamos que para la omnipote ncia y j ust icia de Dios en modo algu no pod ía afirmarse como imposib le la res urrecc ión de los muertos - ta l como sostienen algunos herejes y locos sabios del m undo- . Estab lecíamos una d ist inción entre la resurrecció n de los bue nos y la resu rrecció n de los m alos, no so lo en lo que respect a a las recom pensas , sino t ambié n en lo q ue co ncier ne a la naturaleza y cond ició n de sus respectivas resurrecc iones. A raíz de esta verdad exhortábam os a los fie les pa ra q ue perseve raran en el bien , y a los ma los pa ra q ue cobraran espanto y se

arrep intieran de su maldad. En el últ imo artículo de la fe co nsiderábamos el fin últ imo de los j ustos, q ue es el de la v ida eterna, y por q ué esta bienavent uranza recibe el nombre de vida eterna. Recur ríamos a distint as comparaciones sacadas de nuestra experienc ia y conoc im iento de la rea lida d para ilus- , y conoc1 .m1ent . trar e1 tema d e 1a v1·d a et erna en com union o d e D.10s . (f. 322v) Según nuestra lim it ada capacidad, ant icipábamos ya en esta vida, gloriosas fruic iones de las rea lidades ce lest iales q ue aguardan a los j ust os. De ah í, pues, que una y otra vez instáramos a los creyentes a que perseveraran fie lmente en el cam ino que lleva a la vida eterna. En el estudio de todos estos artículos nos aperc ibíamos cada vez más de la estrecha armon ía que los vincu la, y cómo al progresar en su conocimiento se mostraba con mucha mayor clarid ad la doctrina de nuestra sa lvac ión y el p lan de Dios para ll evar a los escog idos al puerto glorioso de la vida eterna.

Capítulo 90

,

LA SUMA DE NUESTRA CONFESION DE FE

Primer artículo de la f e. -

Confieso, y creo firmesís imamen t e, que hay un

solo Di os y Señor, q ue nunca tuvo principio, y desde toda la et ernidad ha sido y es de infin ita bondad , de infinito sa ber y de infi nit a pote ncia. Creo q ue este Señor, para comu nicar su bondad dio se r a todas las cosas , creando el cielo y la tierra y todo lo q ue en ellos hay. (f. 3z 3r) Creo, así mismo, qu e sustenta todas las cosas y las gobierna de tal modo que ningu na de ellas puede salir del orden po r él impuest o. Co nfieso q ue en este Dios y Señor pongo yo toda mi confianza, y que de él , y no de criatura alguna, ni de mis propias fue rzas y destrezas, puede n venir mis bienes. Todo lo q ue soy y todo lo que puedo hacer de él procede. Así, pues, co m o dador de t odos mis bienes le debo obed iencia y permanente gratitu d, sabiendo q uién es él, y lo que yo soy por él. Creo que él ej erce cu idad o providencial de todo lo creado y qu e desea darme a conocer el cami no de la sa lvación. Creyendo, pues, q ue en esto me ha de favorecer, mi confianza es de qu e por él podré vencer a Sat anás y a t odos m is ene m igos. Con alegre vol untad me po ngo en sus m anos y me enco m iendo a sus co nsejos, persuadido de q ue siempre podré con t ar con el auxilio de su poder, de su bon dad infi n ita y de su m isericord ia. Él conoce m is necesidades y lejos está de mi im ponerle co ndiciones en mis peticiones y en el tiempo de sus respuest as. A unque el mu ndo y las huestes in fe rna les se leva nte n con t ra mí, yo no me apa rtaré de esta fe ni d e esta co nfes ión. (f. 3z 3v)Confío y creo q ue por la mano de este mismo Dios y de est e mismo Señor vienen mis prosperidades

y m is advers idad es, m is trabajos y mis descansos; q ue en todo se comporta con m igo co n amor de padre y que todas las sendas de m i vida, por estar diri gidas po r su bondad, so n para mi bien.Confieso y creo q ue hay un so lo Dios, que no puede haber m ás q ue un so lo Dios, y qu e en él hay tres perso nas, que son Padre, H ijo y Espírit u Santo; qu e las tres part icipan de una m ism a ident idad y so n iguales en una m ism a pote ncia y en u na m isma bo ndad. Alejado estoy de todos los er rores, engaños y ceguedades que ha introd ucido el demonio para p rivar a los hom bres del verdadero conoci m iento de Dios. Condeno toda idolatría, t odo trato con el demonio, todos sus consejos y todo aque llo que por tan malas manos me pueda ven ir. Pero si q ue t engo po r bue no todo remed io y todo med io q ue por la m ise ricordia del Señor m e pueda venir para m i bien. Au nque yo no entienda los cam inos por los q ue él tenga a bien guiarm e, confío profundamente que so n cami nos de bu ena d icha d irigidos po r su su m a bondad. De ahí, pues, q ue no m e aparte de sus mandam ientos. En esta fe y en esta co nfes ión perma nezco firme, persevera nte y gozoso; y co n la fortaleza que viene t amb ién de la m ano del Señor, dispuest o est oy a vivi r y a morir en paz profesando est a creenc ia.

Segundo artículo de la f e -

Creo q ue Jes ucristo es el un igénito H ijo de

Dios, enge ndrado de su substa ncia con generación et erna. Creo que me fue dado por la mano del Padre pa ra que por m ed io suyo se me com uniq uen muy gra ndes bienes . (f. 324 r) Creo que para nu estra reconc iliación con el eterno Pad re, para se r nuestro sacrific io y para abrirnos la puerta del cielo, el unigénit o H ijo de Dios f ue ordenado rey y sacerdote perpetuo. Creo q ue co m parte

la mis m a identidad divina co n el Padre, y también idéntico poder, y qu e am bos crearon el cie lo y la tierra. Creo qu e fue enviado al m undo para ser redenció n nu estra, librarnos de nuest ros pecados y del poder de Satanás, y hacernos part íc ipes de su gloria en el rei no del Padre. Creo q ue Jesucrist o es m i Señor, y que esc uchándo le a él oigo al Padre, y sirv iéndo le a él si rvo también al Padre, y sigu iendo su co nsejo y su volu ntad sigo t amb ién en esto al Padre. Creo que todos los verdaderos creyent es por adopción so n hijos de Dios. Es por iden t idad de naturaleza que Jesucristo es Hijo, mien t ras q ue nosotros lo somos por adopc ión co m o don de su gracia.

Tercer artículo de lafe - Creo que el H ij o de Dios f ue enviado por el Padre para hacerse hom bre y red imir al género humano. Creo que t o m ó carne h um ana en una virgen sa ntísima y seña lada, escogida para esta gran m isió n. El nombre de la virgen fue el de María. Creo que su concepc ión no f ue según la humana, y q ue no t uvo ot ro padre sino el Padre ce lesti al, de q uien procede po r generación eterna. Creo q ue su concepció n fue por obra y poder del Espíritu Santo; y que su carne , limpia y sa ntificada por el m ismo Espíritu , estuvo libre del pecado de Adán . Creo q ue su hu man idad había de ser as í de inocentísi m a y limpia para poder ser aut or de nuestra limpieza y ejemp lo de nuestras obras .

(f. 324v) Creo que por esta concepc ión el verbo d iv ino se hizo verdaderamente hom bre, y q ue una misma persona es, a la vez, hombre y Dios; idéntico con el Padre según la Divin idad, pero m enor que el Padre según la humanidad. Creo que como verdadero hombre estuvo en el v ientre de la madre, y que d esp ués del parto la madre virge n contin uó siendo virgen como lo había sido an t es del

part o. Creo t amb ién que, como verdadero hombre, experimentó las vic isit udes de los demás hombres y también las m ismas pe nas; pero en todo fue sin pecado. Creo que por ser él en t odo limpio e inocente, es tambié n f uente de lim pieza y de inocencia para los hombres.

Cuarto artículo de lafe -

Con fi eso y creo q ue Jesucristo, hijo verdadero de

Dios y hombre verdadero, por juicio y sentencia de Po ncio Pi lato padeció verdadera muerte. Creo que fue fa l same nte acusado de ser malhechor y enem igo de Dios. Creo que su m uerte fue muy cruel y mu y afrentosa, y q ue fue mu erte de cruz . Creo que murió verdaderamente y q ue fue puest o en una sepu ltura ; y ta l como acontece con todos los hu m anos, su alma se separó de su cuerpo. Creo firmemen t e que su muerte fue el precio de nuestra redenc ión, que por ella f ue ve ncida nuestra muerte, y q ue con su va liosís imo precio satis fecha quedó la j ustic ia del Pad re de todas ofensas del linaje humano, e hizo pos ible la paz entre Dios y el hombre. Creo, pues, q ue por el derram amiento de la sangre de este sacrificio se cons iguió el ap lacam iento de la ira de Dios por el pecado y se obt uvo nuestra j usticia, nuestra santidad y n uestra redención.

Quinto artículo de la fe -

Con fi eso que en el m isterio de esta muerte se

encierra el poder y la v ictoria de la m ortificación de las malas obras de nuestra 2

carne. (f. 3 sr) Creo que Jesucristo, después de muerto, descendió a los infiernos y desposeyó de todo poder al demon io y a todas sus huestes. Esta v ictoria es garantía para mí de que por su sa ngre me ha sido dado el derecho de victoria sobre la m uert e, la sep ul tura y el infierno. Creo que las almas de los q ue

mu rieron en verdadera fe y en verdadero conocimient o del Rede ntor en la antigüedad, en su victorioso descenso Jesucristo las sacó del lugar donde est aba n reten idas y pasaron a gozar de los beneficios de su sangre redentora. Así m ismo creo que al tercer día resuc itó de los m uertos con t ot al y comp let a victoria sobre la m uert e. Confieso que en el m iste rio de su res urrecc ión se cont iene el poder que un d ía hará también rea lidad el que yo resuc ite corpora lment e y espirit ua lm ente, con vict oria con t ra la muerte de m i al ma y cont ra la muerte de m i cuerpo.

Sexto artículo de la fe -

Confieso y creo que después de su res urrección el

H ijo de Dios ascendió a los cielos y se se ntó a la diestra del Padre. Desde all í gobierna la Igles ia co n la m isma misericord ia y vigi lanc ia co n la q ue la red im ió. Creo q ue en los cie los reina sobre los ángeles y sobre todos los q ue ya están en su presencia, y a los q ue se sumarán ta m bién u n día todos los d emás que han obedecido su evange lio.

Séptimo artículo de la fe - Creo q ue en el fin del m undo Jesucristo ve ndrá a j uzgar a vivos y a m uertos . Por haber red imido al linaje hu m ano el Padre le ha ot orgado el j uicio de los hombres. Creo que en aque l día él so m et erá a exam en todas las obras y pensam ientos de los hom bres, (f. 32 sv) y bajo su just a se nte ncia los buenos recib irá n pe rpetua recompensa, y pena perpetu a de condenació n los ma los.

Octavo artículo de la fe -

Creo en el Espíritu San t o, t ercera persona de la

Santísi m a Trinidad. Le confi eso como Dios, igual con el Padre y con el H ijo, y que procede del uno y del otro. Creo que es alumbrador de nuestros

corazones , y despert ador de los bienes de nuestras almas. Creo q ue mediante sus dones los j ustos co nocen y reciben los be neficios de Jes ucristo, y t ambién a través de estos dones victoria obtienen sobre el pecado y perseverancia en la se nda de la verdadera penitenc ia. Creo que por el Espíritu Santo es la Iglesia alumbrada y enseñada, y tamb ién forta lecida para que el poder del infierno no pueda preva lecer con t ra ella.

Noveno artículo de la fe -

Creo y confieso que hay una Iglesia en la tierra

que perd urará hasta el fin del m undo, y cuyos m iembros gozan de la pred icac ión del Evangelio y de la admin istració n de sus sacrame ntos. Esta Igles ia siempre t end rá miembros v ivos , red im idos por la sangre del H ijo de Dios, y unidos a él con verdadera fe y co n verdadero amor, y en co m unión co n ot ros fie les con los q ue comparten una santa am istad y los benefic ios espiritua les de una común fe y doctrina.

Décimo artículo de lafe -

Creo que m ien t ras d ure nuestra vida en la t ier ra,

en esta Iglesia se conocerá y se practicará el perdó n de los pecados; y q ue nu nca estará cerrada la puerta del perdón a aq uel los q ue venga n en pen ite ncia, por m uy graves q ue hayan sido sus pecados .

Undécimo artículo de la f e -

Creo en la res urrección de la carne. Creo q ue

un día res ucitará n los muertos co n sus cuerpos y co n sus almas, y que viv irán para siempre: u nos para u na v ida de bienaventu ra nza, y otros para una vida de

conde nació n. La car ne será en t o nces glorificada y hall ará por fin la paz y el re-

, (f. 326r)

poso que nunca tu vo aq u1.

último artículo de la fe -

Co nfieso y creo que al término de sus

vic isitu des, de sus pe nitencias y de su pe rsevera ncia en el sendero de la fe, los fie les llegarán a gozar de la bienave ntu ranza de la vida eterna, de una gloria que sobrepasa rá en m ucho lo q ue pueda ser capaz de imaginar el corazó n hum ano. Los m alos , empero, co nocerá n las penas de la eterna co nd enac ió n.

SIGN IFICADO DE LA PALABRA 'AMÉN'

Capítulo 91

SI GNIFICADO DE LA PALABRA

'AMÉN '

AMÉN es la úl ti m a pa labra con la que concl uye el Símbolo, y ta m bién muchas de las orac iones de la Iglesia. Proviene de la lengua hebraica y su uso es mu y frecuent e en la Escritura Divina. Es palabra de afi rmación de lo que se ha d icho, e incluye una connotación de ratificación y cu m pl im iento de lo q ue se pide. Así hall amos en la Escritura Sagrada que con la palabra 'A m en' la majestad d ivi na co nfirm a y j ura m enta lo qu e ha promet ido, a fi n de que tengamos plena confianza de su cumplim ien t o. También la utilizó nu estro Rede ntor en los grandes t emas que aborda ba y, sobre todo, en aquellas gra ndes cosas que de sí decía. Tamb ién nosot ros en nuestras orac iones co n est a pala bra pedi m os a la d ivina bon d ad q ue confirme y esc uche nuestras pet iciones. Pers uad idos estamos de la verdad de los artículos de nuestra fe , pues fu ndamentados están en la Palabra de Dios, y atestiguados están de ta ntísimos mi lagros; de m odo que al co ncluir el Símbolo con la pa labra 'Amen,' de hecho no pedi m os ce rt in idad ad iciona l a lo que ya ta n probado t enemos, si no q ue lo q ue pedi m os es que Dios as iente firmemente en nuest ros corazo nes lo que tuvo a bien reve larnos; que abra nuest ros corazo nes y nos ilu m ine para com prenderlos correcta m ente . (f. 326 v) Ped imos q ue nuestra vo luntad se confo rme co n este conocim iento y el nom bre del Señor sea más y más engrandecido. Suplicam os que la gente ciega, engañad a po r sus pecados y por las astu cias de Satanás, ve nga y se sume a la com uni d ad de los fieles de la Iglesia y part icipe tambié n de los bienes que en su m isericord ia Dios nos tiene prometidos . Est a es la

sign ificación de la pa labra 'A m en,' y est o es lo que ped imos al conc luir con ella el Símbolo. Com pletaremos ahora la p ri m era parte de nu estro estud io doctrinal ratifica ndo los cont en idos de nuestra fe. Y lo hacem os, no po rq ue tengan necesidad de n uestra confi rmación ni de n uestras razones, ni porq ue pret endamos con invenciones propias añadir algo al só lido t estimonio de la Palabra de Dios, ni ta m poco porque creamos que lo requieran los hu m ildes fie les que p rofesa n y siguen la doctrina d e la sant a Igles ia, en la q ue reside el Espírit u Sant o con suficie nt e lumbre para la verdad que nos ha de llevar al cie lo, si no que el propósit o q ue nos mu eve en lo qu e vamos a trat ar ahora, no es otro sino el de dar recreación y satisfacció n espirit ua l a los verdaderos creyent es al enfat izar y po ner de re lieve la gran d iligencia que la divina majestad ha m ostrado siempre al co rro bo rar el test imon io de su Palabra. (f. 327 r) Tam bién con ell o dej aremos sin excusa a los incréd ulos y a los re beldes, y a cuant os con atrevi m iento y liviandad , y si n tene r suficie nt e conoci m ient o de las cie ncias h um anas, bu rlonamen t e exterioriza n come ntarios inapropiados sobre estos t em as . Gran reverencia y humi ldad hemos de m ostrar siemp re al hab lar y trata r sob re t emas q ue se relac ionan con el consejo y la sa bidu ría divi na. Se cuenta n ta m bién entre nosotros algunos que con títu lo y nombre de 'cristianos' son con ve rsos del erro r de los jud íos, y ta m bién ot ros que proceden del engaño y em ba im iento de Mahoma. Puede suceder que entre estos haya algunos q ue no hayan entrado en la Iglesia co n rect o co razón, y q ue otros, por la infi uencia de m alas co m pañ ías ut ilizadas por el demon io, se encue nt re n en una condició n

de conc ienc ia descarriada. Ten iendo, pues, el nomb re de crist ianos, y est ando t an cerca de dond e es enseñada la luz pa ra ir al cie lo, estos term inen perd ién dose m isera blemente. Tri st e debería se r pa ra nosotros pensar que habiéndoles te nido t an ce rca para pode r enseñarles, llegue n fi nalmente a pe rderse. Confia m os en la divi na bo ndad para que nuestro trabaj o no sea en va no , y que ent re los ind ividuos a los que nos hem os referido, y t amb ién entre otros q ue t odavía permanece n en sus desva ríos, la verdad hall e genu ino fruto de co nversió n. Satisfechos nos se nti ríam os, y en m ucho m uy bien recom pensados, si

. d o rea Imente as 1,. (f. 327v) est o term .inara sien El ca m ino que em prenderemos no se rá de prop ia invención, sino que segu iremos la senda y la luz q ue la prop ia bo nd ad d ivina ha ten ido a bien darnos a conocer. Breve será est e trat ado n uestro, pues t enem os t emo r a exten dernos demasiado con nuestro libro, y con ello ll eguemos a causar desazón a los lectores. Dos so n las pa utas a las que procura rem os ce ñirnos. Una es la de confirmar y co rrobora r el t esti m on io de nuestra re ligión. La otra es la de refut ar y reprobar las sect as extraviadas y que m ayo r daño han causado en el mu ndo. Tres han sido las sect as co n las que el dem on io ha cegado las m ent es de mu chos hom bres y ha intentado hacer daño al crist ianismo. Co n su ocult o ju icio así lo ha perm it ido Dios , y ta m bién por nuestros gran des pecados . La prim era es la de la gentilid ad , que sigu ió la ido latría y la m uched umbre de fa lsos d ioses. Ta l co m o se const at a ya en la Di11ina Escritura y en otros muchos libros, su enemist ad y pe rsec ución contra los fi eles cristianos no co noció tregua. A través de ella el demonio se ense ñoreó de la mayor parte del mu ndo,

t anto en el nú m ero de sus seguidores como en t re los que profesa ron su sabiduría. (f.

328

r) Una gran mayoría de príncipes y de poderosas repúblicas fa-

vorec ieron las maldades de esta secta. De ell a se originaron las pe rsecuc iones contra la naciente Iglesia cristiana; y ta l como se registra en la Escrituras Sagra-

das y tam bién en escritos profanos, mu chos y m uchos f ueron los fie les que padecieron las consecuencias de la ceguedad espiritual de est os paga nos. Los segundos oposit ores que ha t en ido y t iene el Evangel io han sido los jud íos. De hecho estos habrían de haber sido los p ri m eros en favo recer la verdad del Eva ngelio, pues la reve lación se inició co n ell os. Enseñanza recibieron de su doctrina a través de los patriarcas y de los p rofet as, sin em bargo llegaron a se r acérrimos enem igos del crist ia nismo. Los terceros opositores han sid o las mu ltitudes que sigue el Corán de Mahoma; ta m bién so n acé rrim os enem igos de los cristi anos. Los judíos, aun siendo m uchos, están m uy esparcidos y han pe rdido la influe ncia que había n t en ido por haber caído en la op res ión y caut ividad de ot ras naciones. Pero aun as í permanecen todav ía fi rmes en su pert inacia co nt ra el cristi anismo. (f.

328

v) Han incrementado sus invenciones y ma licias con nue-

vos escritos, y provocado la ira de Dios con su ciega obstinació n. Los mahom et anos ocu pada t ienen la m ayor part e de la t ierra, y sus im perios son los m ás ricos y florec ientes del m undo. Los genti les idólatras, después d e haber sido grandes opositores de la verdad del Evangelio, en gran número se conv irt ieron al cristian ism o. Persiste la gent ilidad en países extensos y ricos como la India, y ta m bié n en m uchas d e las islas que se conocen, o se están

descubriendo. Si bie n es ciert o que los hab ita ntes de estas regiones están su m idos tod avía en su idolatría y en sus desvaríos, su nivel de cu ltura es inferior al que tuv ieron en su día los países paganos que abrazaro n después el crist ianismo. Siempre ha habido gente qu e no ha t o m ado mu y en serio la religión, y la ha j uzgado d e poca importancia y m uy llena de contradicciones - so bre todo en lo co ncern iente a la pos ibi lidad de enco nt rar un cam ino co nvi ncente de vida eterna- . Si bien es cierto qu e ahora est os no so n ta n numerosos como lo fueron en el pasado, t odavía qued an algu nos q ue en manos del demonio usa n viej as mañas pa ra hace r el m ayo r da ños posi ble. De ah í que t odavía encontre m os gent e llena de dudas, de supe rsticio nes y de actitudes ind ife rentes so bre temas d e religión. (f. 329 r) Evidentem ent e la natura leza hum ana no t iene como único fin en est a vida que el m ero d isfrut e de los bienes pasaj eros y efím eros del m und o, si no que ha sido creada para el logro y frui ció n de unos bienes supe riores a los que pued e acceder sigu ien do un cam ino ve rdadero de p lena cert ini d ad. De est o ya hablábamos al p rinci pio de nu estra o bra y no va m os a ins isti r en ello. Dejamos, pues, po r sent ado que la naturaleza human y las prop ias incl inaciones del co razón dan test imonio de que la sed y búsqueda de et ernidad está profunda m ent e arraigado en nuestro ser. (f. 329v) ¿Cuál es e motivo por el cua l existe t ant a d iscordia y d isc repancia en el hecho de q ue u nos crea n una cosa y otros crean ot ra disti nta? Ciert amente de est o no t iene la cul pa la propia ve rdad. Ell a no dej a de se r verd ad po r el erro r de los hom bres. La culpa hay q ue busca rla en el descuido y ceguedad d e los

propios humanos . Si en algo uno ha de ser sum ame nte cuidadoso, ciertam ente es en la búsqued a de la ve rdadera re ligión. De toda la gran co nfus ión y de los m uchos erro res y engaños que se susc ita n en torno al t ema, m anifestísim ame nte [45§.] infi ere que ex iste un gran enem igo de los hom bres que está det rás de est as divisiones y d iscre pancias, y lo q ue rea lmen t e persigue es apartar al linaje h um ano d el cami no d e la verdad . Este enem igo es Satanás . Toda esta confusió n y enga ño qu e se da en el ca m po de la religión es ev id ente prueba d e que al caer en pecado la naturaleza h um ana cayó en profundo y grandís imo engaño. (f. 33or) Ante est a rea li dad no pode m os q uedarnos pa rados ni dorm idos en trist e apatía, sino que hem os de asu m ir una actitu d res ponsab le, abrir bien los ojos, y tomar la fi rm e reso lució n de buscar el genu ino ca m ino de la verd ad. Al inq uiri r en el cam ino de la verdad hem os de guardarnos de las fa lsas so luciones q ue sugiere la van id ad del j uicio m un dano. Co n frecuencia este ju icio se fu ndam enta en los devaneos de la imagi nación hu m ana y en pe nsar que las mayorías siem pre tie nen razó n. As í se explica la gran variedad de disparat ad as respuestas que en el curso del tie m po se han ofrec id o. Lo que un día afirmaron los sabios, más tarde se ría negado po r los sab ios de otra generació n - o incl uso por los pro pios sa bios que un día las formu laro n y que más ta rde las sustituyeron po r otras- . M ult itudes que durant e un t iem po su m idas estu vieron en la id o latría, ahora inmersas est án en el m aho m et ism o. Esta d isparatada va riabilidad de op in iones y creen cias sumamente arraigada está en la cabeza de m uchos locos del m un do. Ciert o es t amb ién qu e la gente suele segu ir el h ilo del saber de los poderosos,

y de los muchos q ue alardean de posee r sie m pre la verdad. (f. 33ov) Es necesario q ue la verdad se busque a t ravés de actitudes desapas ionadas y co n exa m en prev io de t odas las respuestas que t an a la li gera se sue len dar. Ha de bu scars e la verdad por si so la, la ve rdad des nu da y sin adic ión d e co lores y lustres con los q ue la van idad hum ana es tan pro pensa a decorar. Si la ce rt in id ad del verdadero ca m ino para la bienave nturanza se busca de esta manera, cl aramente se descubrirá q ue el result ado será vict o rioso pa ra la re ligión crist iana, y se verá q ue t odas las ot ras re ligiones no so n más q ue ti nieblas y pesti lentes ment iras int rod ucid as por el demon io, el enemigo de los hombres. Est o es lo que man ifest ísimament e, co n el favor divi no, nos p ropone m os di lucidar con claridad. Bien sabemos que esta m ateria ya f ue t ratada en el pasado po r doctos varones q ue se implicaron de lleno en el servic io de la Igles ia. Test im onio de estos estud ios lo t enemos en los numerosos vo lúmenes de erudición q ue nos han dej ado. En m odo algu no prete ndem os competi r con ellos, pu es bie n sabe m os que en mucho les vamos a la zaga . Para remate de nu est ra obra lo q ue nosotros rea lment e pret endemos hacer es facil it ar una breve reco lecció n de razones y argumentos q ue puedan favorece r la senci lla comprensión de la verdad. (f. 33 ir) Para todas nuestras argu m entacio nes el t estimonio más im porta nte y sól ido en el q ue se fu ndam enta n todas nuestras razones es la Palabra de Dios, fue nte de infinita verdad y de perfecta luz. El segundo test imonio sobre el q ue se fu ndamenta nuestra religió n es el del Espíritu Santo, q ue alu m bra los co razo nes, despierta la fe y nos lleva al co noci m iento de la ve rdad. Los t esti m on ios que nosot ros podamos aporta r so n

como ce nt ellas, como un resp land or de est as fuent es de luz d ivina. Proceden del conoci m ient o q ue la suma Bond ad ha tenido a bien enseñarnos; no se han o riginado en nuestro prop io saber ni so n fruto de nu est ras p ropias iniciativas. Bríndenos, pues, la d ivina m ajest ad su socorro pa ra q ue en est a tarea que excede a n uestras f uerzas, y para que si n salir de la escue la de la Iglesia y de las enseñanzas recibidas de la pro pia bondad divina, nuestro trabajo pueda llegar a buen puerto y ser m edio d e be ndición. [456] . Manifestísimamente. Observe el lect o r la frecuenc ia co n la que Const antino recu rre a este adjetivo adverbial pa ra enfatizar lo qu e se afirma.

TESTIMON IOS GENERALES EN FAVOR DEL CRISTIANISMO

Capítulo 92

TESTIMONIOS GENERALES EN FAVOR DEL CRISTIANISMO Uno de los test imonios más importantes con los qu e nuestra re ligión ha sido favorecida es el de la claridad de su doctrina. Cierta m ente no es esto lo que dist ingue a las sect as y a otras concepciones religiosas de oscuras creen cias inspiradas en los enga ños de Satanás . (f. 33 l V) Ocasión habrá para hablar sobre esto más ade lante, ahora queremos enfatizar la not a de claridad que dist ingue el mensaje cristiano y qu e con gran confianza procl am a la Igles ia crist iana. Ob li gación n uestra es la de 'dar razón de nuestra fe,' y de decl arar en pú bli co lo qu e nos ha sido reve lado en secret o . (Mt. 10 ,27; 1 P. 3,15). De ahí tamb ién que a los predicadores del Evangeli o se les compa re a u na luz q ue es puest a sobre el ca ndelero para q ue alumbre a todo el entorno . (Mt . 5, 15) . Y de la Igles ia cristiana se dice q ue es como un mon t e m uy alto en medio de las naciones, y desde allí las invita a q ue se acerqu en y conozcan los co nte nidos de su fe. [457J El Señor qu e reve ló su ve rdad al m undo, q uiere que la Igles ia as uma la m is ión de proc lamar lo, y así los hom bres pueda n ser sa lvos y acepte n la ce rtin idad de su doctrina. En las otras re ligiones q ue se prese nta n como ve rdaderas hay co m o un ve lo de oscuridad que esco nde sus co nte nidos y su m e en profunda ignoranc ia a sus segu idores . G ran locura es esta de escon der los secret os de la re ligión al puebl o; ta l desvarío procede del demonio y ev idente prueba es de la fa lsedad de lo que ciegamente se profesa creer. Satanás es el príncipe de las t inieblas y ama la co nf usión de la noche de la ignorancia. (f. 332 r) Obra de esta mala serpiente es la cerrazón que siempre han

mostrado los enemigos del cristianismo a conocer las razones que exhibe nuest ro Evangel io. Se tapa n los oídos para no oírlas y los ojos para no verlas. Bajo la influencia te nebrista del demonio, los pri meros que dieron muest ras de este desvarío fueron los genti les, que se cerraron en banda para no querer saber nada del cristianis m o, y pers iguiero n cuanto pud ieron a la naciente Iglesia. 1luminada por el Espíritu Santo, en aque llos primeros tiempos la Iglesia d io firme test imon io de su fe, y entres sus fie les se co ntaro n doctores santísimos y doctísimos, que en elocuencia y erudición superaron en m ucho a los opos it ores de su doctrina - fa ltos por lo general de un genuino y correcto conocim iento de la verdad del Evange lio- . (f. 33 zv) En lo q ue mostraron mucho ce lo los gentiles f ue en la persecución de los crist ianos. Inventando fa lsas acu sac iones y desoyendo su test imon io y cerrando los ojos a su ejemp lar con ducta de vida, como ovejas los llevaron al matadero. Pet ición repet ida y consta nte de los perlados y doct ores de la Iglesia ante las autoridades fue la de que se informaran correctamente de sus creenc ias, y que no desestima ra n la conducta ejemp lar de los cristianos y la integridad de vida que como ciudadanos daban muestra. Cierto es por otro lado, que los crist ianos de todos los t iempos han sabido y sabe n que la doctrina del Evangelio será siempre persegu ida, pues es profesada en la tierra por peregrinos que busca n una ciudad con fundamento, y que aqu í lo que encontrarán será enemist ad, contrad icc ión y cruz. (f. 333 r) Terrible inj usticia es la de condenar y persegu ir a seres humanos sin dar muest ras previas de haber inten t ado conocer las verdaderas creencias de los

cristi anos. ¿No había en esto el secreto t emor q ue de conocerse las creenc ias de los cristianos pruebas suficientes hall arían para no co ndenarles? El temo r de las aut o ridades era q ue si los gentiles p udieran llegar a co nocer las doctrinas del cristian ismo dej arían su paga nismo y se convert irían a la fe que perseguían. As í, pues, antes de que fuera el cristi anismo ente ndido optaro n po r co ndenarlo. En la co ndena de crím enes, co m o de latroc in io o de hom icid io, se exigía prueba p rev ia de q ue efectiva m ente se habían co metido ta les delitos antes no se ejecut aba la sentenc ia. Con los cristianos, el so lo nombre de cristiano basta ba para la crue ldad y pa ra el furor inj usto de los j ueces . Los cristi anos era n co ndenados por ser cristianos y si n q ue se conoc iera lo q ue rea lm ente creían. (f. 333 v) Man ifiest a obra del demonio es que se condene al cristi anismo sin q ue se tenga conoc im ient o prev io de su m ensaj e. Sa be bien el Ma ligno q ue co n este proceder se priva a la gent e de conocer el Evangelio, y que pers iguiendo a los cristianos se evita el q ue éstos puedan da r test im on io de su fe - algo q ue en toda circu nsta ncia y en todo t iempo est án sie m pre dis puest os a hacer los creyentes- . En co nt rast e con lo q ue se hacía co n el cristi anismo, las sect as de los genti les nunca fuero n inq uiridas ni exam inadas . Siempre gozaron de libert ad pa ra creer lo q ue se les antojaba, aunq ue todo estu viera lleno de erro res, ni ñerías, ceg uedades y confusio nes si n cuento. Con la sect a de los m ahometa nos no ca ben pruebas ni discusio nes: con coger la espada y decir que Maho m a fue profeta, t odo está so lvent ado. Los j ud íos si guen t am bién semejant e desvarío , pues se cierran co n la pert inacia de su pasado, co n lo que dijeron sus t alm udistas, y q ue es cuest ión de evit ar todo tipo

de d isputa. Solo la re ligión cristiana fue p uesta en el m undo co m o blanco de d iscusión y argum entac ión d e t oda la sab id uría carnal de sabios y filósofos. Convenc id os est aban t odos de q ue lo imp orta nt e e irren unciable era conde nar y perseguir a t odos los que la profesaban . (f. 334 r) Si n emba rgo, de t oda esta t errible oposic ión el cr istia nismo sa lió con victoria. Y t an cumplida f ue est a vict o ria que los opos itores t ermi naro n entendiendo y abrazando su m ensaje, y los q ue d ura nte un tie m po fuero n sus mayores enemigos y perseg uidores t ermi naro n siendo sus mayores favoreced ores y defensores. Testimonio notorio y sublim e de n uestra re ligión es este. Prueba m anifiest a d e su verd ad y de que nu nca claud icará ant e los que a ella se opone n y la contradicen.

Capítulo 93

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TESTIMONIOS DE ANTIGUEDAD Y DE PROVIDENCIA Goza tambié n la doctri na cristiana de test imon io de antigüedad, del que carecen las creencias fa lsas q ue la co ntradice n. Gra n prueba es esta para con ve ncer a nuest ros enem igos. Es evidente que cuando el Señor creó el mundo y los primeros hom bres tuvieron ser, proclamaría Dios su verdad - siendo como es autor y amador de la verdad y enemigo de la men t ira- . En consecuencia, pues, cuant o más acorde haya sido una rel igión co n los principios en t o nces revelados , más verdadera será. Verdadero es siempre lo original, la m entira llega después, co n la malicia o el descuido. N uestra re li gión es la m ás ant igua, y la primera que hu bo en el m undo. (f. 334v) Y de poder ser esto test ificado , prue ba tendríamos de que también es la verdadera . N uest ra verdad está co nte nida en las escrituras del Antiguo Testamento, y por su antigüedad preceden a las de cualq uier otra escritura . La verdad reve lada por Dios fue preservada por aquel pueb lo q ue observó sus mandam ientos y siguió sus enseñanzas; m ien t ras que los otros pue bl os, por engaño del demonio, no solo llegaron a ignorar la verdadera religión, sino que también cayeron en gran ceguedad y co nfusión. De ahí, pues, los errores que se regist ran en los escrit os de los gentiles y la ignorancia qu e m uestra n en el o rden y suces ión de los t iem pos. Motivo de burla de m uchos pueblos f ue la anti quís ima antigüedad que pa ra sí se at ri bu yeron los ca ldeos. Y con razón: nada hay en las escrituras de los genti les qu e de hecho no sean recie ntes si lo comparamos con los tiempos que regist ran la Escrituras Divinas. L45fü

Los re latos más antiguos de los egipcios son los de lsis y los de Faraón, que por poco tiempo preced ieron a la guerra de Troya. Estos relatos son los m ás antiguos de los genti les. (f. 335 r) Los escritos más antiguos de los griegos son los de Homero. Con anterioridad a estos re latos Grecia había perm anecido en la ignorancia sin saber letras. En el orden de los t iem pos, y en con form idad con las h istorias de la revelación divina, los re latos de Moisés son antiquísimos en comparació n con las historias de los genti les. Lo aco nt ecido desde la creación del mu ndo, pasando por el diluvio en ti empos de Noé, hasta la sa lida de los is rae lit as de Egipto - ta n contado en nuestros libros- , es desconocido en las hist orias de otros pueb los. Finalmente, y ta l como corrobo ran t ambién los genti les, las let ras vinieron de los jud íos. Y confirmado est á ta mbién co n certísimas pruebas históricas, que el conoc im iento de todas las ciencias y disciplinas los griegos lo recibieron del pueb lo juda ico. As í, pues, como fundamento muy importan t e del tema que estamos considera ndo, es el hecho que las fuentes originarias del curso antiguo de la h istoria, la invención de las letras y demás disciplinas, tu vieron sus raíces en el pueb lo judaico. De modo exp lícito y notorio esto ha sido reconoc ido y probado por m uchos autores . De lo dicho se col ige también que en est e p ueblo res idió la verdadera re ligión recib ida del cie lo. Acerca de la creación del m undo, entre los antiguos encontramos muchas concepciones, siendo las más acertadas aquellas que adm itieron que tuvo principio. Si bien lo t enemos en cuenta, de t odas las artes y ocupaciones de la vida humana hay conocim iento de sus orígenes, y estos orígenes, ciertamente,

deben haber te nido lugar poco después de la creac ión. (f. 335v) Sin detenernos de m omen t o en lo que el libro d el Génesis refiere sobre la invención de m uchas cosas q ue t uviero n lugar entre los humanos, nos pa raremos aho ra a cons iderar qué es lo que los genti les han d icho sobre este tema . Dij eron q ue poco an tes de la guerra de Troya los hombres em pezaro n a navegar y a caba lgar a caba ll o. Hablan d e la invención de las armas, de las letras, de los esti los de escrit ura, de las d iferentes ciencias, del sembrar, del vest ir, de la mayor pa rt e de las com idas que ahora co nocemos, del constru ir casas , et c. De todas estas cosas seña laron su orige n, qu e sigu ió poco des pu és del princip io qu e tuvo el mu ndo. Rea lmente su perfl uo sería imaginar que du rante much ísimos años perm anec ieron los ho m bres en ta l cond ición de tonte ría y ceguera , q ue no sup iero n navega r, labrar la t ierra, provis ionarse de com id a, vestirse, si n saber nada de letras, etc. Que en todo eran rústicos y sa lvajes, con un modo de vida cas i besti al; pero que sú bitamente, o después de una catástrofe o d iluv io, llegaro n a conocer y a utilizar todo lo qu e ahora es de común uso entre los humanos .[A59J Siem p re es u na la natura leza, y nunca son sus m udan zas tan grand es como a veces algunos imagi nan, ni son sus d ifere ncias ta n enorm es unas de otras. (f. 336 r) Nosotros tenemos noticia de un d iluvio q ue en los d ías de Noé consum ió la mayor parte del linaje hu mano. De est e relat o, po r ser ant iq uísi mo , ningún conoc im iento ll ega ron a tener los genti les, pues so lo se d io a conocer en la

Sagrada Escritura. Los d iluvios q ue conocieron los anti guos f ueron parti cu lares, y lim it ados fu eron sus daños. Ej em p lo de est os d iluvios pa rticulares

fue ron los de Ogigia, que se extendió po r la región de Ática y por la de Beocia, y ta m bién el de Deucalión, que se extendió po r Acaya. [A6o] El diluvio que nosotros conocemos por la Escritura no fue ca usado por estrellas ni por con ju nciones ce lestes, sino por la ira de Dios contra el pecado del m un do. La promesa divina es de qu e un castigo semejant e no vo lvería azotar de nuevo la tierra. (f. 336v) La primera lengua que se hab ló en el mu ndo fue la hebraica, hablada por aquel pueb lo al qu e Dios reveló nuestra re ligión . La mayor parte de sus vocablos armon iza n con las propiedades de las cosas. Es el hebreo una lengua breve, exenta de artific io - algo qu e no se da en las otras lenguas que en el cu rso del tiempo el ingen io hu mano y el discurso del t iempo han acrece ntado y pu limentado- . Muchos de los nombres de las principa les regio nes del m undo los genti les ta m bién las tomaron de la lengua hebraica - de donde, po r ciert o, t odos pa recen haber mend igado- . Bien man ifiesto[Afu.] es t ambién el caso d e algun os nom bres griegos, como el de lonas (Jonás) , qu e viene de louan; los Medos, de Maday; los de Tiro, de Tiras; los Sabeos, de Saba; y así con m uch ísimos ot ros qu e se ría largo m encionar. De t odo esto se desprend e, clara y certísimamente, lo que la Divina Escritura enseña so bre los nom bres de la pob lación y d istribución de las tie rras del m undo. Con clu imos, pues, reafi rm ando una vez más que la certi nidad de las cosas antiguas residió en el p ueblo de los jud íos, y en sus Escrituras. Y aqu í hemos incluido t odo lo que se refi ere a la creación del m undo, el orden de los t iempos y al origen y concierto d e otra m uchas cosas. (f. 337 r) Y co n estos argument os d e antigüedad pret endemos probar que ta m bién la ve rdadera religión tu vo su as iento

y origen en este pueb lo. Fu e la nación hebrea la que reci bió verdadero conoc im iento de Dios. Tras el test imonio de an t igüedad que corrobora nuestra re ligión, sigue el testim on io de la providencia d ivi na para el remed io y sa lvac ión de los hom bres . No debe po nerse en d uda que la divina bondad t iene cuidado de la sa lvación del género humano y de su perpetu a bienaventu ranza, pues esto es lo que más redunda para su gloria. Gra n blasfem ia sería decir que la m ajestad div ina no provee y no gobierna en t odo aque ll o qu e conc ierne a las cosas de esta vida, y que se o lvida de nosotros en todo lo q ue tiene que ver con el más all á. En modo alguno puede pone rse esto en cuest ión . Como ya hemos ten ido ocas ión de trata r en anteriores conside rac iones, entra en los p ropós itos de la gloria de Dios encam inar a los homb res y da rles luz para q ue alcancen las met as de la bienaventu ranza. Si atentamente se exam ina este tema, necesariamente hemos de conclu ir q ue so lo en la re ligión crist iana se at ribuye a Dios la gloria de encam inar t odas las cosas para la sa lvac ión de los hombres. Esto es algo que en modo alguno se descubre en las otras religiones. En el desti no del li naje humano Dios no ha estado como do rm ido, como descu idado y fa lto de bondad prov idencial hacia el género humano. Todo lo con trario: n unca dejó a los hombres sin luz, sin conocimiento de la verdad y de cómo habían de servirle. (f. 337v) No ha habido tiempo en el que la d ivina bondad no dejase de most rar su m isericord ia a los hom bres. Siempre les reve ló conocim iento de sí m ismo y del cam ino qu e habían de segu ir para se rv irle y lograr la bienaventuranza. De Dios recibió el homb re la promesa de que

la cabeza d el demonio sería q uebra ntada, y que se ría quebrant ada por un hombre nuevo q ue descendería d el mismo linaje humano. En est a p romesa se ence rraban los grandes beneficios y los grandes m isterios que habrían de fruct ificar en nuestra redenció n. Después de esta promesa, no solo protegió el Señor a los hom bres con bienes t emporales, si no ta m bié n con co nsejos y exhortaciones pa ra que perseve rara n en el co nocim iento de la verdad q ue les había sido reve lada al pri nci pio, y pud iesen gozar d e nu evo los bienes perdidos po r el pecado. (f. 338 r) Todos los errores y t odos los engaños que te rm ina rían llevando al linaje h um ano al caos d e las sect as f ueron introducidos po r el d emon io al aprovecha rse de la caída del hombre en el pecado. No pa ró el hom bre en su curso de pecado, si no que co nti nuó cegándose co n nuevas y mayores tin ieb las. Con ju sto j uicio Dios castigó al hombre con un gran d iluvio. Se salva ron so lo unos pocos q ue no se apartaro n de su j usticia, y en estos pocos se prese rvó la ve rdadera rel igión. De los h ij os y descendient es de Noé la ve rdad llegó hast a el pueb lo de Israel. Escrita por la m ano de Dios los israe litas recibie ron la ley y las ceremo nias y sacrificios de su cu lto religioso - cult o lleno de grand es m iste rios que armon izaba n con la m ajest ad exce lsa del Señor qu e los revelaba- . Verdade ra profecía de lo por ven ir y ve rdaderas enseñanzas d el Espíritu del cie lo se d iero n cit a en el Israel de aquel entonces. La pode rosa m ano de Dios fue pród iga en favo res y en grandes m aravil las en se ñal y p rueba de la ve rdad que se profesaba en Israel. En los ot ros pu eblos, em pe ro, im peraba la condena del enga ño y la falsedad - aunque cierto es qu e t ambién a el los la

m ise ricordia d ivi na los invit ó a partic ipar de la verd ad que re inaba en Israe l- .

(f. 333v) Añadimos que f ue en el pueb lo de Israel que t uvo cu m pl im iento la pro m esa del nacim iento de aquel nue110 hombre qu e, au n siendo hombre era t am bién Dios, y q ue había de red im ir a los hombres con el sacrificio de su mu erte y enseñarles el ca m ino d e la ve rdad. El Hijo de Dios d io claro test im o n io d e las cosas d e su Pad re, y enseñó verdade ra y santísima re ligión para que los hombres pudie ran se r salvos. Esta su doctri na es la qu e permanecerá siem pre en la Iglesia cristiana y no pod rá ser destru id a por nad ie ni por m ás que en ello se esfuerce el m ism ísimo diab lo. La luz d e la ve rdad perma necerá siem pre en la Ig lesia, y po r ella se rá p roclamad o el mensaj e del Eva ngelio para la convers ió n de muchos pecadores. Enseñanza es t am bién de la Igles ia el que un día habrá un j uicio fi nal en el que t odos los hombres serán j uzgados, y un os recibi rán el prem io de la bienave nturanza del cie lo, y otros la condena del cast igo eterno. Esta es la sum a de la religión cr istia na. En estos conten id os confesa mos nuestro trib uto de su m a grat itud a Dios po r su perpetua pro11i-

dencia so bre el linaje humano desde los días de la creac ión hasta el fi n de los t iem pos, y que se traduce en beneficios te m pora les y, so bre t odo, en bend icio nes de vid a eterna. A la luz de lo d icho, bien pued e d ec irse que los genti les - ciegos y perd idos- , lej os est án de t odos estos beneficios. Y los m ismo p uede afirmarse e n lo qu e respecta a los mo ros, y en lo que co ncie r ne a los ju -

díos - que perseve ran en su porfía y en su alej am ient o del ve rdadero ente ndi m iento de las Escrituras Di11inas- . (f. 339r)

Capítulo 94

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TESTI MON 10 PROFETICO

Señal de verdadera relig ión y de verdadera luz de reve lac ión d ivina es la de predecir lo por venir. M uchos doctos en t re los gentiles se esforzaron en demostrar que no es posible adiv inar lo po r ven ir. Por otro lado, pro liferaron en la anti güedad los ad ivinadores y los orácu los de ídolos y divinidades paganas. Los que más ll egaron a jactarse de sus adivi nanzas, por una cosa en que acertaron, en las ot ras d ijeron cien t o mi l mentiras. La reve lac ión de lo por ve nir pe rtenece a Dios, y es por med io de sus siervos , que él mismo inspiró, que el conten ido de sus mensajes llegaron a ser co nocidos por los humanos.

(f. 339v) De este med io se sirvió Dios para corroborar la re ligión verdadera y dar a conocer algo de su propia identidad. De este gran don profético d isfrutó en la antigüedad el pueb lo de Israel. Fue en est e p ueblo que Dios tuvo a bien levantar gen uinos profetas q ue verdaderame nte profetizaran lo por ven ir y hablaran de cosas oc ul tas con certinidad. Tal fue la profecía de Jacob al revelar lo que había de aco ntecer a sus h ijos y a su descendencia. Ta l fue la de José al hablar de la liberación de los israe lit as de Egipt o. Tales fueron las profecías de Moisés y de Aarón al sa lir el pueb lo de Egipt o y emprender cam ino a la tierra de prom isión. Siempre que perseveraron los judíos en el sendero de la verdadera re ligión nunca cesó de haber grandes profetas en Israel que hablaron con certin idad de lo por venir. Todas estas profecías se cumplieron y eran prueba de que con Israe l estaba el verdadero Dios, y q ue en los demás pueb los predom inaba el engaño del demon io y la ceguedad de sus tinieb las.

Dice el Señor, por boca de lsa ías, que si las div in idades que adoraban los gentiles eran verd ade ras, que anu nciasen lo por 11enir. Y es que so lo el Dios verdadero puede hacer ta l cosa. [A62] Por el m ismo p rofeta el Señor afi rma 'que él deshace las seña les de los ad ivinos y en loquece a los agore ros.' [.4-63] Los ca ldeos y sus ad iv inos no pud ieron ver la destrucc ión de Babilonia profet izad a por lsa ías y también por Jerem ías,[.4-6.4-J Las monarquías del mu ndo, su orden, suces ión y fin , (f. 34or) así com o las convu lsiones de tod o t ipo que conoc ieron en el curso de su histo ri a, todo f ue profet izado po r Da niel mucho ant es qu e estos acontec im ientos t uvieran lugar. En modo algu no puede decirse que el libro del p rofeta se esc ri bió después de que tuv ieran lugar los sucesos profet izados , p ues entre los eventos profetizados estaba el naci m iento y ca íd a del Im perio Romano, aco ntec imientos estos muy post erio res. Profetizados está n tam bién por Daniel los grandes camb ios qu e t endrían lugar en Israe l, así como la muerte d el rey promet ido y la destrucción de Jerusalén. M ucho antes que t uvieran lugar estos aconteci m ien t os, el mismo profeta pred ijo las persecucio nes que sufrirían los hijos de Israe l bajo Antíoco.[.4-65] Como veremos más ade lante, ta m bién profetizó Dan iel m uchos hechos re lacionados con la venida de Cristo, nuestro redent o r. Concl uimos, pues, afirma ndo que gran prueba es d el favor de Dios el que haya conced ido el espíritu de profecía de lo por venir a su pu eb lo para garantiza r la aute ntic idad y cert inidad de la verdadera re ligión . Esta veracidad y certinidad no se ha dado en las re ligiones de los pueb los de la gentilidad , po r m ucho que indaguemos en la natu ra leza

de

sus

ad ivina nzas ,

agüeros,

astro logías,

encanta m ientos,

astrologías, artes mágicas, oráculos, etc. (f. 34ov) Es en la re ligión crist ia na que se ha dado esta gran prueba de su verac idad y de su certinidad. El cumpl im iento de las profecías de lo por ve nir constituye un poderosísimo testimonio en favor de la verac idad de la re ligión cristiana.

Capítulo 95

TEST IMONIO DE LOS DOS TESTAMENTOS: EL ANTIGUO Y El NUEVO

Conj untamente con este testimon io de la profecía se da otro de gran peso, y que se centra en la re lación de conform idad y armonía que existe entre los

Testamentos Viejo y Nue1Jo, y de la que c laramente se infiere que ambos Testamentos contienen una misma verdad , tienen una m isma fuente de procedencia, y que desde el o ri gen del mundo hast a los t iempos de ahora la verdad de su doctrina no ha experimentado variación alguna, y va en cam ino de que así lo será hast a el fin del mundo. La prueba de esta afirmación resu ltará cla ra y sucinta; de ahí, pues, que no haya necesidad de que nos apartemos de nuestra ord inaria brevedad expos itiva. La promesa de Dios de que el demon io sería vencido y que se cump li ó con la ven ida de Jesucrist o, nuest ro redentor, venía ya anunc iada en las antiqu ísimas escrituras del Testamento Viejo - como ya hemos tenido ocas ión de cons iderar- . (f. 34 ir) Todas las maravi ll osas profecías del Antiguo Testamento hallaron cump lim iento en la persona y obra del Dios que se hizo hombre. El mundo fue t estigo de los muchos ciegos que vieron la luz, de los muchos enfermos que fueron sanados, de los muertos que resuc itaron y de otros muchos m ilag ros obrados por Jesucristo, y también por sus discípu los. No menos notorias fueron las pruebas y testimon ios que tuv ieron lugar con todo lo re lacionado con su muerte y con su resurrecc ión . Evidencia fue todo est o de la identidad d ivina del Redentor, y de la transparencia y clari dad de todas sus obras y enseñanzas .

En las antiquísi m as profecías de un pasado m uy remoto ya se había dado firme pro m esa d e todo esto. Y t odo t uvo verd adero cumplim iento. Cum plim iento t uvo ta m bién la profecía sobre la destrucción de Jerusalén y la d ispersión del pueb lo j udío. Y es q ue todo acont eció en estrict a y fie l conco rdancia con lo p rofet izado de antiguo. En t odo se evidenc ió que la verdad era una, que verdadero era el Dios que lo había prometido, y qu e también en todo la d ivi na prov idencia ej erció perpetua vigilancia para que el p ropósito final de t odo fuera el de la salvación del hombre. En la doct rina que nuestro redentor Jes ucrist o pred icó hay tamb ién suma conso nancia y co nform idad con los libros del Antiguo Testamento. Perfecta enseñan za f ue la suya en lo q ue respecta a la correcta in t erpret ación de la ley tal co m o fue reve lada por med iac ión de Moisés y los profetas. (f. 341r) Con sus palabras y con sus obras t estifi có del re ino espi ritual prometido por los profetas. La grandeza del rey de este rei no - la gran deza del rey Mesías- , exced ía en mucho a la qu e imaginaban los hom bres carna les. Grandes habían de ser, y se rían, las vict o rias de este rey: con su pode río ve ncido había de ser el demon io y la m uerte, y habían de co nseg uirse los t rofeos de vida eterna para sus súbd itos. A est e fi n glorioso apunt aba n las profecías d el Antiguo Testamento, y con el las la bo nd ad d ivi na anticipaba un glorioso cump limiento de las promesas de salvac ión del Evangelio en la pe rsona y obra del Redentor. As í, pues, desde el princ ipio del m undo hast a el térm ino de los t iempos la ve rdad del cristianis m o vie ne ce rt ificada y atestiguada por la manifest ís ima unicidad de testim onio de los dos Testamentos de las

Escrituras: el Antiguo y el Nuevo.

Capítulo 96

TESTI MON 10 DE CRISTO

(1)

A ñad imos ahora ot ro testimonio de tan gran aut oridad q ue, ni la maldad del demonio n i la opos ició n del m undo, p ueden rebatir. Es el test imon io de la persona de Jesucristo: de la exce lsa pureza y majestad de su vida y de los fines y propós itos de su m inist erio entre los hombres. En t odo exhib ió la dirección del Esp íritu y el conoc im iento que le vi no de Dios Padre. Es de destacar, en primer lugar, q ue el H ijo de Dios fue po bre. (f. 342 r) Se crió en la pobreza, y po bre f ue en bienes t errena les . Li bre fue de las cod icias q ue suelen m otivar a los morta les. Su madre, la Virgen , y José, q ue cuidó de su crianza y era tenido por padre suyo, eran pobrís imos. José era conoc ido como carpintero; su pare nte la era pobre, pues el linaje de David, del que él descend ía, había ve nido mu y a menos y lejos estaba de la grandeza que en todo había disfrutado en el pasado. Escogió el Redentor esta hum ilde cond ición de pobreza para que se percat ara el m un do q ue los fines de su m in ister io aqu í en la t ierra nada ten ían que ver co n la búsq ueda de riq uezas ni prestigio socia l - ta n co m unes en el hom bre en su afán de consegu ir bienes y propós itos terrena les- . En con form idad con los designios del d ivi no co nsejo, la persona de Jes ucristo había de estar co m p letamente libre de todos estos int ereses. (f. 342 v) Nada sabemos sobre quienes fueron sus amigos an t es de que iniciara su mi nist erio pú blico. Pero si que sa bemos que los que llega ron después a ser sus discípulos f uero n pescadores hum ildes, criados en las riberas y en las so ledades del mar, de conoc im ientos muy li m itados, simp licísimos en sus costumbres, de ignorancia

sup ina[.4-66] según la sab id uría del m undo y fa ltos de ambic ión pa ra meJorar su cond ición . Ciertament e eran hombres que pasaba n tota lmente desapercib idos po r los demás hombres. Co n estos est ab lec ió nuest ro Redentor una re lac ión de fa m iliaridad, y con esta com pañía se man ifest ó al mundo. N unca qu iso entab lar am istades de m ás alto nive l. No buscó la am istad de los personajes importa ntes de aque l entonces , como eran Herodes, Pi latos, Anás o Ca ifás . (f. 343 r) El recogim iento y la so ledad notas d istintivas f uero tamb ién de su v ida humi lde y senci ll a. Toda su vida fue un modelo de v irtudes , u n ej em p lo de rectitu d. Pero aun siendo esto así, con tra el Redentor se alzaron voces de cens u ra y crítica. Los judíos reprobaro n la bajeza de su linaje y el ser h ijo de María y de un carp intero . En tono despectivo comentaron que conocían bien su cond ición social y pare nt esco, y que no había aprend ido letras. A ñad ían ta m bién que de Nazaret no había sa lido ningún profeta. Ta mpoco dejaron de ce nsurar la ignora ncia y bajeza soc ial de sus discípulos. Con estas censuras y rep roches , lo que de hecho prete ndían era den igrar y desposeer de autoridad la persona y obra del H ijo de Dios. (f. 343v) Por encima de todas est as crít icas y desprecios resp landece la sab id uría de Dios, pues el Señor dirigió y ensa lzó la cond ición hu m ilde de estas perso nas y todas las circ unstancias de su pobreza

socia l para llevar a t érmi no sus grandes propósitos de sa lvac ión . ¿Q uién podía ad ivinar que de toda est a pobreza pud iera surgir ta n gran riqueza? ¿Qu ién podía imaginar q ue de estos pe rsonajes t an senci ll os y hum ildes, ta n sin créd it o en el m undo, iba a surg ir la mayor grandeza que se ha conoc ido en la

t ierra? (f. 344 r) ¿Qu ién podía antic ipar que sobre un f un damento de tan bajo nive l se iba a levantar un ed ificio de t an soberbia estructura? ¿Quién habría rec urrido a t ales aparejos pa ra coronar t ales hazañas? ¿Qu ién pod ría haber pensado que aq uel lo qu e el m u ndo desprecia y desecha iba a servir para la consec ución de fines tan gloriosos? Ciert amente hemos de co nclu ir q ue todo fue cosa de Dios; que él f ue qu ien armonizó t ales m edios pa ra el subl ime logro de sus p ropós itos y pa ra co nfusión de los t enebrosas y fa lsos d es ignios del hom bre.

Capítulo 97

TESTI MON 10 DE CRISTO (2)

Lo dicho hasta aqu í sobre la pobreza, crianza , tierra y d iscípu los del H ijo de Dios, constituyen un gran testimon io de su autoridad, y lo qu e se d irá a continuación la corroborará aún más, pues se re laciona d irectame nte co n su persona. (f. 344v) Sus pa labras f ueron de inmensa aut o ridad, tota lmente exentas de li viandad y vana lisonj a. Sus am onestacio nes estuvieron llenas de amor. Su magist erio doct rina l f ue de encend idísi m a caridad. Va liente fue su censu ra contra los opositores. Constante f ue su menosprecio por las vanidades del mundo. Severo fue contra t odos los v icios. Solo contra el pecado en todas sus formas se dieron en él aso m os de ira. Ejemplo d io siempre de g rand ísima mi sericordia. Amó la compañía de los pobres y de los neces itados. Ll oró con los tristes y los consoló en sus aflicciones y les inst ó a confia r en Dios y en pe rseverar en la verdad . Pacien t e fue con los qu e le inju riaban y ultraj aban . En un ma rco de suma majestad se reflej aban en él todas las v irtudes y la fuerza de la verdadera autoridad. (f. 345 r) La hu m ildad y la pobreza de las cosas del mundo en los hombres v irtuosos, y enri quecidos de grandes dones, sue le suscita r el desprec io de los pot entados de la t ierra. Sin emba rgo, en el caso de Cr isto, nuestro rede ntor, su pobreza te rrena en modo alguno im pidió el que los que ll egaron a conocer le no mostraran hacia él una estima muy grande y no deja rán de reconocer que en su persona se encer raba una suma m aj est ad de exce lso va lor. Las pa labras y la pred icac ión del Hijo de Dios no buscaban le m era

curiosidad ni el ap lauso del mu ndo, sino que perseguían unas met as alt ísimas . Igualmen t e sus m ilagros no f ueron hechos para gloria propia ni para benep lácito o cu rios idad del gran púb lico. Los obró el Hijo de Dios para provecho de los hombres, para corroborar la verdad de su doct rina y para llevar a los pecadores al arrepentim iento y al servicio de Dios.['467.] No obró sus m ilagros en las casas de los prínc ipes, donde todo se pide por cur ios idad y po r contentam iento vano. De ahí que en nada aprovechara a Herodes su deseo de ver algunas de las seña les que hacía Jesucristo, pues el H ijo de D ios no vino a lisonjear las pompas de la t ierra . (f. 345v) Conclu imos d iciendo que n unca se v io n i se verá en el mundo a algu ien que hubiera estado ta n apartado de los int ereses y afectos terre nos como lo estuvo Cristo, nuestro reden t or. Bastan tís imas pruebas y adm irab les testimon ios tenemos de que nunca en él se d iero n cit a las cod icias, las soberbias, los placeres y todas las demás erróneas incl inaciones que apa rtan a los hombres del cam in o de la verdad . En todo aparec ió él vencedor y en todo se mostró él superior a los demás hombres. Pruebas d io de que su co nversació n y forta leza prove nía de lo alt o. Ciertame nte habitó en él la su m a de la bondad y de los bienes excelsos de todo lo perfecto. (f. 346r)

Capítulo 98

TESTI MON 10 DE CRISTO

(3)

Además de todo lo dicho se añade otro testi monio que, por si so lo, es deautoridad basta nt ísima. Se centra en la doctrina del Redentor y contiene m anifi esta prueba de que fue enviado por Dios al m und o. Nad ie podría haber enseñado lo que él enseñó si no hubiera tenido a Dios por maest ro. Los hombres va nos y los de la vana sabiduría del mu ndo qu izá d iga n que ense ñó cosas d ifíci les para las capacidades y hábitos de los morta les. Qu izá se quej en los soberb ios de que se les exija demasiada hu m ildad , y los avarientos q ue se les pida en demasía libera lidad de án imo. Pueden quizá sub levarse los poderosos por ver reduc idas sus ambiciones, y los que se en t rega n y se ce ban con los placeres carna les encuentren dem as iado severo y restrictivo su ejemp lo de vida. Pueden q uizá los hipócritas denu nciar que se les demanda un a mayor just icia que la que ell os juzgaban poseer con sus m uestras externas de co nd ucta . Disco nformes con sus altas exigencias de generos idad y u ltraísmo se m ostrarán los cobardes q ue vierten sobre sí m ismos sus afectos e intereses.

(f. 346v)

eontranos .

,

1

,

.

.

se mostraran os q ue no se conocen as1 m ismos n1 se

qu iere n conocer, n i q u iere n m ira r a Dios para q ue este espejo de pu rís ima santidad les descubra la tenebrosa in iquidad de sus vidas. Todos los q ue se han vist o co nfrontados con la verdad del Rede ntor, a pesar de sus muestras de rechazo y conde na, en modo algu no pod rán negar que lo que les predicó el H ijo de Dios no fue sino pura y excelen t ísima doctrina - doctrina que si la pusieran en práctica los m orta les se actua lizaría de

nuevo aque l estado de bondad origina l con la qu e fue ron creados- . Si de boca se negara todo esto, las ce nte ll as de luz q ue t odavía parpadean del primer or igen en el corazón del hombre darían test imon io de que, efectivamente, ta l como enseñó el Redentor, esto es así. En modo alguno puede negarse que la naturaleza humana torcida está de malas inclinaciones, ll ena de sim ientes de malas hierbas, y que el m undo depravado está con ma las leyes y malas costumb res . Cierto es t amb ién que las virtudes son muy escasas y los vicios muy co lmados; que la j usticia anda como extranjera en la t ierra y la maldad como en su ámbito natura l. En todo parece ser que preva lece el poder del pecado. (f. 347 r) Este estado de cosas fue el que descubrió y conde nó el H ijo de Dios. No puede decir mal de la medicina qu ien conoce la enfermedad, ni puede decir ma l de la enm ienda qu ien no puede negar el error. Abom inable y monstruosa sería la conciencia que llegara a ignorar la gran mu lt itu d de males que aquejan al ser humano, y más abomi nab le y monstruosa sería si conoc iéndo los condenara y rechazara su remed io. Este es el estado de perdic ión en el que se encuen t ra el mu ndo, y est a es la doctrina y la sa lvac ión que proc lamó el H ijo de Dios . Bien podemos decir que el conten ido de su pred icación f ue de suma certin idad. Reprobó las ma las costumbres, los desmandados apetitos, las riq uezas amasadas inj ust amente, el desenfreno en los deleites, las t iranías de unos sobre otros y las va nas glorias y honores del mundo. Puso de re lieve los nefastos resu ltados de maldad a los que puede llevar la desenfrenada locura de los ciegos deseos. (f. 347 v) Todos estos afanes y deseos t ienen un fina l m iserab le y perecedero. Lo que el hombre debe hacer es menosprec iar los a

t iempo y buscar la bienave nturanza de amar y servir a D ios. Mu chas de las cosas de lisonjera aparienc ia que hay en el mundo, de hecho no so n más que formas perversas de latrocin io de los verdadero bienes. Solo en Dios se encuen tra la f uente gen uina de la verdadera felic idad y bienaventu ranza. Testi mon io de la certi nidad de todo lo d icho fue la pred icació n y ej emplo de vida

8

que el Hijo de D ios dio al mundo. (f. 34 r)

Capítulo 99

TESTI MON 10 DOCTRINAL DE CRISTO

(1)

En la enseñanza del Hijo de Dios es de destacar la gran im portancia que otorga al amor. Rea lidad es esta d ifíci l de encontra r en una natura leza humana su m ida en m iserias y fa lta de leyes j ustas. Cristo pide q ue se ame a los enem igos . Ciertame nte d ifíci l es poner en práctica esta ex igencia , pe ro en m od o alguno puede negarse q ue no sea verdadera. Si desagrada po r d ifícil, acéptese por ser ve rdadera; culpémonos nosotros po r no llevar a té rm ino t an hermosa ex igencia; por extranjera que sea su práctica entre nosotros, en modo algu no neguemos su bo nd ad. A los q ue ca recen y d et esta n ta l exigencia, apropiado sería pregu ntarles ¿cómo reacc ionarían si descub rieran a alguien con un corazó n t an grande y generoso, y de un amor tan p rof undo q ue amase a sus enem igos, los co lmara de bienes, se alegra ra de sus p rosperidades y con verdadero afecto los encomendara a Dios? (f. 348v) ¿Le j uzgarían de ma lo? Si el amo r es algo tan bueno y causa de ta ntos bienes, ¿no se ría deseable que se actualizara amp li am ente entre los hombres? El am or vence y supera las m aldades, la s fea ldades y los vicios . Esta es la enseñanza qu e en grado sumo puso de re lieve el H ij o de Dios en su predicación y en las actuac iones de su vida. (f. 349r) Dios am a a sus enemigos y m uest ra co n ell os su benevo lencia. Buen ejem p lo nos da él de cuál ha de ser t amb ién nuestro proceder hacia nu estros enem igos. No nos esc udemos en la excusa de qu e po r se r Dios todopoderoso p uede amar a los enem igos, pues él pu ede tamb ién librarnos de nu estro pecado y maldad y capacita rnos para ll eva r a término la exhortac ión

de Jesús de ama r a los enemigos. (f. 349v) U n terce r aspecto a co nsiderar de la doctrina de Jesucristo, nuestro Reden t o r, se relacio na con su re ite rada exhortac ió n a que, dejando a un lado nuestras cuitas y preocupaciones , ponga mos p lena co nfi anza en los cuidados y designios provide ncia les de D ios . Él es nuestro Padre y todo lo encam ina para el bien de sus criat uras. Gran servicio rendimos a Dios cuan do le reconoce m os co m o Padre y confesamos que todas las cosas está n baj o su gobierno prov idencial. Esta confi anza pone sos iego y tasa a nuestros deseos y nos libra de las vanas co ngoj as q ue frecuente m ente sent im os po r las cosas del m u ndo. Sin esta co nfianza en Dios como Pad re nuest ro, fác ilment e se puede n cega r nu estros apetitos y nos podremos perder en m ult itud de va nidades y con goj as. (f. 3sor) Esta es la doctri na de nuestro Redent o r en esta m ateria, y as í la recoge el evange lista Mateo, que re produce las exho rtac io nes del Hijo de Dios de no hacernos t eso ros en la t ierra, de no afa narnos por n uestra v ida, qué hemos de comer o qu é hemos de beber. Nos invita a q ue m iremos a las aves del cie lo, q ue no siem bran, n i siega n, ni recoge n en gra neros y que nuestro Padre celest ial las aliment a. N osotros 1 añade, va lemos mu cho más que ellas. Hemos de considera r, ta m bién, el caso de los lirios del campo: co mo crecen, no trabaja n n i h il an , pe ro n i aun Sa lom ón co n t oda su gloria se vist ió como un o de ell os. Y añade Jesucristo: 'Y si la hierba del campo que hoy es, maña na se echa en el horno, Dios la viste as í, ¿no hará mucho m ás a nosotros, hombres de poca fe? ' N uestro Padre ce lestial sabe que tene m os neces idad de la com ida, de la bebida y del vest ido. Lo q ue hemos de hacer es buscar

primeramente el re ino de Dios y su j usticia, y t odas estas cosas nos será n añad idas. (Mt. 6, 19.34). (f. 35ov) Est os argume ntos so n pode rosís imos: se fundament an en la bondad d e Dios, en la liberali d ad y co ncie rto de su Providencia y en la gran deza de su hon ra. El Hijo de Dios nos insta a que dejemos de lad o todos nu estros cu id ados y afa nes, y pongamos plena confianza en nu est ro Padre celest ial. Él sa be los q ue nos co nviene y lo q ue neces ita m os. (f.

351r)

Capítulo 100

TESTI MON 10 DOCTRINAL DE CRISTO (2)

Un tercer aspecto a cons iderar de la doct rina de Jes ucristo, nuestro rede ntor, se relac iona con su reiterada exho rt ación a la búsqueda de limpieza de corazón, y que ha de most rarse en la poses ión de una verdadera fe, j usticia, amo r y obediencia a Dios. Los de limpio corazón aborrece n el pecado, se niegan a sí m ismos y en t odo busca n la gloria de Dios. Por encima de los bienes y place res te rrenos anteponen los int ereses del reino de los cielos, y saben que lo m ejor para sus vidas es poner t oda su confianza en la vo luntad de Dios y en los sabios design ios de su Providencia. Las ob ras de este co razón lim pio se manifi estan tamb ién en una relac ión correcta y afectuosa con el prójimo. Los de limpio corazón aman la san t a ley de Dios y se afanan por cumpl irla en su vida y conducta . Como algo radica lmen t e contrario a la limpieza de corazó n, Jesucristo condenó la hipocres ía. Y de este pecado el Reden t o r conde nó muy severament e a los fa riseos y a sus seguidores. (f. 35 , v) Creían estos que con el cump limiento exterior de la ley, y con no se r ladro nes, ni hom icidas n i ad últeros - como de un modo manifiesto pod ían ser incrim inados m ucha gente del vu lgo- , ellos podía n presentarse como j ustos delante de Dios . En este pretend ido historia l de j usticia propia añadían , como algo meritorio, sus ayunos , oraciones y ceremo nias. Grande engaño y atrev ida blasfem ia co ntra la bondad de Dios se esconde en esta jactancia de j usticia. Y así lo conde nó nuestro Redentor, que afirmó que Dios es espíritu , y que en espíritu y verdad le han de ado rar los verdaderos ado rado res. La majest ad de Dios requ iere y

ex ige cu lto esp iritua l: ha de ser conocido del alma y adorado con li m p ia vo luntad . Todo esto se opone radica lmente a la fea ldad del pecado. El espíritu del hombre es conforme a la vo luntad de Dios cuando le ama como Señor supremo, como sumo bien, qu iere lo q ue él q uiere y aborrece lo que él aborrece. A l ser esto así el hombre rinde verdadero serv icio a Dios, su conc iencia está libre de men t ira , y las m uestras exteriores de profes ión se corresponden con la verdad q ue mora en la interioridad. Pretender cump li r sat isfactor iamente las exigenc ias de la bondad divina y las de su j usta ley con una re ligios idad de mero resp landor externo, supone un gran atrev im iento y un gravís imo pecado. (f. 352 r) Co n estas razones n uestro Redentor reprend ió severamen te a los fariseos y les adv irtió de que estaban m uy lejos de la verdadera j ustic ia, pues sus corazones estaban cautivos de la avaricia, enseñoreados de soberbia, de vana gloria y de otros muchos vicios - por más que su re ligios idad externa aparentara gran co lor de santidad- . Esta m isma doctrina había sido ya enseñada po r los profet as y ahora era restitu ida por el Redentor del mundo. Restitu ida era también la enseñanza sobre la verdadera penitenc ia, que ha de tener en el corazón sus ra íces y su aborrec im iento de pecado. Es del corazón de donde ha de brotar el amor a la j usticia y la verdadera obed ienc ia a los mandam ientos d ivinos. Est os son los frutos d ignos de pe nitencia, si n los cua les no tienen va lor los sacrificios q ue se puedan ofrecer para el perdón . Esta doctrina los fariseos la tenían pervertida. En todo esto nadie puede negar que lo que dijo el Rede ntor no fuera verdad. Ciertamen t e era excelsa verdad que se ajustaba a la propia identidad de Dios y a la grandeza de su santa ley.

2 (f. 3S V) Est a era la d octri na qu e pro cl am aba el Antiguo Testamento y que nu eva m ente f ue enseñada por el H ijo de Dios; y precisa m ente por pred icarla de nuevo f ue cal um n iado y aborrecido. La suma de la d octri na de nuest ro Red entor pe rsegu ía una tot al renovació n del ser humano que se había alejado de su Hacedor. Sign ificaba una recuperac ión de la p ri m era im age n de creació n, y un retorno a los p rim eros cam inos de obed ienc ia a Dios en el marco de un gen uino ar repentim iento de pecado. En la predicac ión del Hijo de Dios se inst aba a los hombres a recup erar un si nce ro se nti m ient o de cu lpa por las transg res iones comet id as y un sincero se ntimient o de grat it ud por las mercedes de Dios, además de una fi rm e y decid ida reso lució n de po ner en práctica sus mandam ientos. Amo nestaba a los hom bres para q ue en su profesión religiosa logra ran una armónica relació n d e correspond encia entre lo ext erio r y lo interior, y q ue como am igos de Dios había n de ser dignos vasos recept o res de sus gra ndes teso ros y bienaven turanzas. (f. 353 r) En la p redicac ión del H ijo d e Dios se cont enía limpieza muy grande y sant id ad exce lentísi m a. Por encima de lo su perficial y externo, su m ensaje aho nd aba en lo m ás p rofundo y recó ndito del co razón y dem ostra ba como en estas p rofund id ades el pecado te nía sus raíces. Y así cua ndo se plant ea la cuestión del ad ulte rio, y en contra de las ideas su perficiales prevalent es, Jes ucristo d ice: 'O íste is que fue d icho: no comete rás adulterio. Pero yo os d igo que cualquiera qu e m ira a un a m uj er pa ra codiciarla, ya ad ult eró co n el la en su corazón.' (Mt. 5,27-28). Al lende de t odo est o, sobre t odas las doctrinas qu e se han ense ñando en el mu ndo, la de nu estro Salvado r m uestra una prom inent e

exce lenc ia, pues exe nt a está de supe rstición , dest aca en todo po r su pureza , ve rdad y conform id ad co n la majestad d ivina. Es, adem ás, idónea para tribut ar a Dios culto sa ntís imo. El Red entor enseñó correctamente todo lo conce rniente a la ley de Moisés y conde nó las erróneas y supersticiosas interpret acio nes qu e habían introducido los fariseos. As í, por ejemp lo , afirmó que la ve rdadera santidad brot a de un corazón lim p io y nada ten ía q ue ver con el ritu al de lavarse las manos antes de come r. (Mr. 7, 1-9) . (f. 353v) Defe nd ió a sus d iscípulos cuando fue ron repre nd idos por los far iseos cuando cogía n es p igas para comer en el día d el sábado, y les pregu ntó : '¿No habéis leíd o lo q ue hizo David , cuando él y los que con él estaba n t uvie ro n hambre; como entró en la casa de Dios, y co m ió de los panes de la proposició n, qu e no les era líc ito comer ni a él ni a los q ue con él estaba n, si no so lame nt e a los sacerdot es ' ?

(Mt. 12,1-4) . Direm os, fi nalm ente que, a d ifere ncia de las demás re ligiones, la religión predicad a por Jes ucristo está tot alment e exe nta d e la supersticiones , va n idades, desvaríos y fa lsedades que t iene n su o rigen en la m alicia de Satanás. Solam ente la d octri na del h ij o d e Dios t iene cons igo el t esti m on io d e ser enem iga d el dem on io y de sus embai m ient os. Solo ella persevera en la posesió n y búsqu eda de la verd ad en todo. Solo ell a m uestra pruebas de ser co nform e con la sa bid uría del cielo. [a68] (f. 354r)

Capítulo 101

FALSAS ACUSAC I ONES CONTRA LA DOCTRI N A DE CRISTO

A la luz de lo expuesto en estos breves capítu los bien puede afirmarse que la doctri na del Redento r no da p ie a q ue se levan t en contra ell a fa lsas acusac iones . Los que t al cosa hacen demuestran cuán ciegos y apartados de Dios están . Qu ien encuentra defecto a lo bueno, si m p leme nte por se r bueno, claramente dem uestran cuan fa lt o est á de bondad. ¿Puede afirmarse, con verdadero f undamento, que algo es malo por ser precisamente sumamente bueno? ¿Que algo es injusto, porque es mu y j usto? Ciertament e los que obj etan y ce nsuran la doct rina que predicó Jesucristo, y está escrit a en los Evange lios, han cerrado sus ojos a la luz de la evidenc ia y se dej an llevar por vanas y fa lsas

s

cons ideraciones. (f. 3 4 v) Si bien lo exam inamos, sobre estas fa lsas conclusiones se levant an muchas de las objecio nes que en contra de la doctrina de Jesucristo han ad ucido j ud íos , gent iles y mahometanos. Con est as 'razones ' se armó la sab idu ría del mundo para combatir contra la del cielo y para j ustificar la persecuc ión de los cri stianos. Mu cho más podríamos extendernos sobre este tema , pe ro siempre ll egaríam os a la misma co nclusión: la maldad de los hombres hace que éstos se cierre n a la ev idencia de los hechos y m an te ngan una firm e actit ud de rec hazo a la verdad del cristian ismo.

(f.

355r)Como siempre, la ma ldad es una y el demonio no camb ia en sus engaños , aunque p uede va ria r en sus métodos de opos ición a la doctrina del Hijo de Dios. En ocas iones ej erce su influ enc ia sobre algunos hombres para q ue estos m uestre n una decid ida actit ud blasfema y de ca lumn ia con t ra la

enseñanza de Jesucri sto. En ot ros casos hace que estos muestren una aparente actitud más ab ierta , pe ro de hecho no son menos enem igos de la verdad que los otros . Sin embargo, por encima de esta dura y férrea opos ició n a la verdad , Dios hace preva lecer la causa del crist ian ismo obra ndo el m ilagro de vencer todas las oposic iones al convertir a muchos hombres a la ve rdad q ue durante un tiempo la condenaron y la ca lumn iaron . En su misericord ia Dios alum bró sus m entes y estos reconoc ieron su estado de pecado y de ceguedad espiritua l y aceptaron la ofert a de sa lvac ión del Evangelio. Y as í sucede tam bién en nuestro t iempo: m uchos de los que han sido enem igos del Evangeli o se han convert ido al crist ianismo y reconoc ido que su opos ición a la verdad proven ía de su propio pecado, y tomaban como excusa de su maldad su deseo de no ser buenos y tener que dar testimon io a favor de la verdad. (f.

355v) Sigamos ade lante co n nuestra exposic ión para demostrar y poner de re lieve que la doctrina de Cr isto es tan rica y p lena en si m isma, que goza de suficiente test imonio de su verdad co m o para no dej ar at isbo alguno para que se la pueda rebat ir. Sin embargo la ma ldad siem pre busca argumentos para j ustificar su oposición al Evangeli o. Con frecuencia alega que la doctrina que nues tro Redentor enseñó es de ta l sant idad, que el hombre no puede llegar a sus altu ras para ponerla en práctica. En consecuencia ha de ser co ndenada y perseguida por demandar unas cargas y ex igencias impos ibles de cump lir. Extraño ciertamente es que se admita la exce lsa j usticia y bo ndad del m ensaje del Redentor, pero por otro lado, se justifique la persecuc ión contra el m ismo

con la excusa de que se trata de una doctrina tota lmente impracticable. (f. 356 r) Tambié n en nuestro tiempo son muchos los que opinan de un modo sim ilar. Deberían éstos confesar el verdadero motivo por el cua l se oponen al crist ianismo. Es un motivo persona l. De hecho, lo que verdaderamente pretenden es justificar su apet itos y perversas incl inaciones. Desean que se ab landen las exigencias mora les y esp iritua les del mensaje evangé lico, para así poder ellos continuar viv iendo al nivel de sus vic ios y van idades. Pero al percatarse de que la doctrina de Cristo es verdad firme y permanente, y que son ell os los que deberían camb iar y someterse a las exigencias de esta verdad, con soberb ia optan por oponerse a la m isma y persegu ir a los segu idores del Evange lio . Muchos son , pues , los que favorecen la fa lsa creenc ia de que en todo ha de predo m ina r el 'ab landam iento' doctrinal y práct ico de las ex igencias re ligiosas. Sostienen que la ley d ivina es muy rigurosa , y que debería

ablandarse y descender al n ive l de sus cod icias, vanidades , vicios y desabridas incl inaciones. Estiman que la luz del Evange lio es demas iada luz para la ceguedad de sus ojos. (f. 356 v) Nosotros, por nuestra parte, no podemos dejar de seguir las pisadas de Jesucristo, nuestro enseñador y señor, que pred icó estas verdades con estos m ismos fi los , y ante unos oyentes que reaccionaron con enem istad y od io, sin percatarse de que en el mensaje del Hijo de Dios se contenía denuncia de pecado por un lado y oferta de sa lvación por el otro. En las cosas de Dios no hay pos ibi lidad de ' ingenuos ab landam ientos ' de sus exigencias espiritua les y mora les. La ley de Dios no puede cambiar n i dejar que sus aceros dejen de

cortar nuest ros pecados. ¡Qué d ios se ría el q ue se contentara con una j usticia que to lerara el q ue los hom bres permanec ieran caut ivos de sus v icios y defectos ! ¡Qué majestad sería la de un dios qu e se dejara engañar con las muestras externas de reli g ios idad ! De aceptarse est as supos iciones, ¿q ué se ría entonces de aque lla im agen hu mana origina l de justicia creada a imagen y semej anza de Dios? (f. 357 r) ¿Qué tipo d e j usticia vendría a se r aque ll a qu e se amo ldara a los deseos ind ividua les de cada uno? Pues los ma los son m alos en su persona lidad concreta y as í consp iran los unos contra los otros . Y en cuanto la maldad hu mana es atrev ida pod ría incluso ped ir a la 'j usticia d ivina' que se manifestara en contra de algunos d e sus sem ejantes de un modo más severo de lo que podría esperarse de la terrena. Todos estos d esconten t am ientos , t odos estos desvaríos, todas estas blasfem ias - más o menos encub iertas- , son las que la ceguedad carna l esgri m e contra la doctrina de Cristo. Si n embargo, cuant os sigu iero n este cam ino - alejado d el que al princ ip io Dios reve ló- , y que trae co nsigo tanta blasfemia, tan pronto se hu m ill aron al conoce rse a sí m ismos como pecadores , y reconocieron la bondad y j ust icia de Dios, fueron rec ibidos en m isericord ia po r el Señor y agraciados con su sa lvac ión . Y así ha sido y se rá para todos los que, con arrepe ntimiento de sus pecados se acercan a Dios en súp lica de perdón y sa lvación. (f. 35 7v) En senda de sa lvación se encuentra aqu el hombre que en modo alguno qu iere engañar a su propia conciencia para que se rebele contra la pureza de la doctrina del H ijo de Dios; antes sufre co n mucha paciencia y con alegre con senti m ient o el q ue la luz d e la pa labra d iv ina sea ta n hermosa y tan

res plandec iente, y agradece el que el Señor de suma bondad haya ten ido a bien revelarse al hombre para mostrarle el sendero de redenció n. Distint o es el cami no de aque llos que, inmersos en la mala levadura d e la m alicia de Sata nás, and an en este negoc io con fa lsedades y en actitudes contrari as a la verdad de la doctrina de Cristo. N o es, pues, de extrañar qu e a los ta les n unca les haga buen gusto la d ulzura de la doctrina de Jesucrist o, ya que se contentan con la amargu ra de su perd ición , pu es ta n ce bados t ienen sus apetitos con la satisfacción de sus engaños. (f. 358 r) Bien pode m os , p ues, concl uir d iciendo que el descubrim iento de la suma exce lenc ia de la doctrina enseñada por el H ijo de Dios clara m ente pone d e man ifiesto su origen ce lest ial. Es un mensaj e de reve lac ión d ivina para que el hom bre pueda vo lve r a Dios. La perfecc ión y pureza de est e m ensaje da n testimon io de la exce lsa santidad de la pe rsona que lo pred icó. Dios env ió a su H ijo para ser vocero de su ve rdad y para librarnos d e la condición de pecado en la q ue ca ímos y recobra r así de n uevo la pr imera im agen que perd imos co n nuestra desobed ienc ia y alejamiento de Dios .

Capítulo 102

MÁS SOBRE LA DOCTRINA DE CRISTO

(3)

Sobre la doctrina que Cristo pred icó abordaremos ahora una qu int a considerac ión - de m isterio más profundo que el de los anteriores y q ue es fundamento de t odo nuest ro bien- . (f. 358 v) La doctrina que declaró el H ijo de Dios es de que todos los hom bres se encue ntra n perd idos por el pecado y que todos nacen bajo la ira de Dios. Nada puede hacer el hom bre con sus propios esfuerzos para re med iar su situación espiritua l de condenación: carece de j usticia propia y de sacrific io aprop iado para congraciarse con Dios y hallar el favor de su bondad. En todo esto no hay d iferencia entre genti les y j udíos: ni los unos con su filosofía, y los otros con los sacrificios y la observanc ia externa de la ley, pueden conseguir la paz co n Dios y la apertura de las puertas del cielo. En conform idad con su propio testimonio, el Hijo de Dios fue enviado po r el eterno Padre para ser sacrificio para el linaje humano. Es con este sacrificio que la cabeza del demonio, que tenía esclavizado al género humano, sería quebrantada y vencidas las m iserias de pecado q ue padecían los hombres. Co n este sacrificio sería satisfecha la just icia d ivina , se renovaría la paz -u na paz perpetua-

con los hombres, y el Espíritu Santo podría ser impe-

trado para dar conoc imiento de todo est o a los hombres y hacer pos ible que estos pasara n de ser hij os de perdición a h ijos de gracia, aceptos en el Amado y herederos de las bienaventuranzas del cielo. (f. 359 r) Esta es la suma de la qu inta parte de la doctrina de nuestro rede ntor Jesucristo: escandalosa para la vana sabiduría del mu ndo, mas enriquecida de m isterios del cielo y de la

sab id uría d ivina, y muestra grand ísima, po r un lado, de nuest ra m iseria, y por la otra, de cuá n perfecta es la justicia de Dios, pu es se anticipó en sus designios m isericordiosos y bondadosos pa ra que el hombre no permanec iera en su est ado de perdic ión y no llegara a gozar de sus bienes. Esta doctrina, con la sexta parte que después conside raremos, fue muy combat ida tanto por los ju díos como por los gentiles. Los fariseos y la gen t e perd ida entre los j ud íos, se alzaron con od io contra Jesucrist o, nuestro reden tor, y contra su verdad. No podía n to lerar q ue el Hijo de Dios con denara sus van idosas j usticias y demandara de ellos limpieza de co razón y verdadero fruto de pen ite ncia. Guardaban encubiertament e este re ncor y esta ira en sus corazones , pero buscaron la manera de llevar a térm ino la ej ecuc ión de su venganza. Entre las ca lumn ia que levantaron contra el H ijo de Dios estaba la de que era ene m igo de Moisés y que menospreciaba el va lor de la ley q ue había sido dada por Dios. Le acusa ron de soberb ia extrema al autoproclamarse j usticia y sacrificio de los pecadores, y q ue so lo los que creyesen en él se rían sa lvos. (f. 359 v) En estas acusaciones, no so lo había maldad, si no que ta m bién había ignorancia. N uestro Redentor no contradecía a Moisés, sino que lo cit aba como test imonio de su enseñanza. Afirmaba en su pred icac ión que la ley de su Padre era santa, y q ue él era el cump lim iento de la ley; que todos los profetas, desde Mo isés, daban test imon io de él como verdadero sacrific io para ap lacar la ira d ivi na; q ue él era la luz de todas aque llos primeros destellos de revelación ; q ue en él se cump lían t odas las promesas divinas de sa lvac ió n, y que en él se hallaba la perf ecta justicia que los hombres

necesitaban. Nada de esto q uisieron entender los judíos y acusaron al Hijo de Dios de blasfemo y busca ron cómo pod ían darle muerte. También se esca ndalizaron los gentiles, que obj etaban que esta doctrina afre ntaba la d ignidad del ser humano, que despreciaba y desprest igiaba sus obras, y que abogaba por un nuevo e innecesario sacrificio para reconci liar a los hombres delante de Dios . Juzgaban rea lmente incomprens ible los gen t il es el que un hombre pobre, condenado por la j usticia del mu ndo, pud iera ser sacrificio a favor de todos los hombres e imprescind ible para la sa lvación de todos ellos . Estas fuero n las acusac iones y los pret extos que escanda lizaron a los que se opusieron a esta qu int a parte de la doctrina de nu estro Salvador y que les llevaron a perseguirle - a él y a sus seguidores- . Recurriendo una vez más al testimon io de la Palabra de Dios most raremos cuán fa lsas y erróneas eran estas . (f. 36or) acusaciones. M u cho contribuye a probar la raíz y causa de esta oposición a la doctrina de Jesucristo las razones ya avanzadas sobre la nat uraleza corrupta del ser humano a ca usa de la ca ída. Clara es la enseñanza de la Di11ina Escritura sobre el estado en q ue fue creado el hombre y las consecue ncias que se derivaron de su ca ída en el pecado. Los efectos del pecado pers isten y se man ifi estan elocuen t emente en las obras y acc iones de la poster idad . Vige nte es todavía el confl icto que conoce el ser humano entre los vest ig ios q ue quedan de su creación originaria en bondad y los frutos de m iseria que acarreó su caída en pecado. De ah í que en ocas iones apruebe lo bue no y en otras obre lo malo. La contienda es inevitab le: lo bueno no puede contemporizar con lo ma lo.[469.]

Apropiado es que planteemos estas cuestiones a los que se opo nen y contrad icen nuestra verdad. En conformidad con su majestad, suma gloria e infin ita sab id uría Dios creo al hombre para q ue a t ravés de esta creación en bondad el Art ífice fuese conocido y g lorificado. ¿ Podría aceptarse que, conjunt amen t e con esta creac ión buena, Dios hubiera creado también al hombre con inclinaciones malas y perversas de desobediencia, de oposic ión a su prop ia ident idad divina y con la propens ión a entab lar una re lac ión de confraternidad con su enem igo el demonio? (f.

360 v) Blasfem ia grande sería dar por vá lida esta

supos ició n. La firme y d iáfana enseñanza de la Escritura es la de que Dios creo al hombre en bondad, j usticia y rect itud , a su imagen y semejanza, y con la capac idad de conocerle, honrarle y serv irle . La ma ldad se origi nó en Sata nás, que apartó al hombre de su primer estado y le sum ió en el pecado y en las subsiguientes m iserias esp iritua les, corpora les y físicas. Otro argumento, no de menor fuerza que el anterior, es el que se deriva de la ident idad de la propia j usticia d ivina. En conformidad con el ser de Dios, la criatura que sa lió de sus manos gozaba de rectitud y bondad, pero al apartarse del cam ino del primer origen y seguir el consejo del demonio, necesario era que fuera desposeída de los bienes que había atesorado antes de caer en pecado. mposible era para el hombre volver a la gracia de su primer est ado sin 1

los be neficios de un gran sacrific io que lograra perdo nar su cul pa y restituirle los bienes perd idos y gozar de n uevo de una re lación de am istad con Dios . (f.

367r) Estas verdades se hallan estrechament e entre lazadas entre sí y son acordes con la j usticia y la bondad de Dios. Reflej an la enseñanza de las Escrituras

y son expresió n de los d esign ios divinos de salvación. En su predicación el H ijo de Dios insistió una y otra vez sob re la necesidad q ue t iene el hombre de prov isio narse de un sacrificio perfecto para el pe rdón de sus pecados y evitar así su estado de co ndenación. Una vez m ás hemos d e poner de rel ieve la profunda cegued ad del hom bre al no ver la urgente neces idad que tiene de estas prov isio nes esp irituales. Este sacrific io había de aplacar a Dios, había de otorgar j usticia de perdón y sa lvación al hombre y paz perpet ua en una re novada re lación con Dios. Evident eme nte, para el logro y consecució n de tan altos y supremos fi nes el sacrificio había de ser de su m o e inestimable va lor. ¿Podría hal larse un sacrificio que re un iera ta l perfección? ¿Pod ría hal larse un sacrificio de efectos t an maravill osos como el de sat isfacer a la justicia divi na, ta n ofen d ida y desacatada por el pecado del homb re, y ot o rgar pe rfecta redenció n al

67v)

cu lpa ble de tan t a in iqu idad? (f. 3

Es p recisamente en resp uest a a estas cuest iones q ue brilla la luz de nues tra verdad y nos descubre la suma grandeza de nuestro redentor Jesucrist o. Test imon io suyo fue el de que él era este sacrificio sant o, puro y exento de toda culpa. Co n este sac rific io el as umía nuestras cu lpas y se hacía sol idario en todo de los que redim ía. H u mano era como nosotros, pero si n pecado. Inocen t e era él y de perfect a j usticia pa ra llegar a se r j usticia nuestra delante del Pad re. Ciertamente, inmenso valo r había de tener la perfecta j usti cia con la que nos red im ía de nuestras grandes in iq uidades con su sacrificio, pues el Pad re, contra quien cometimos las ofensas, la aceptó a nuestro favor. Todo lo que concierne a la doctri na de este sacrificio pe rfecto tiene sus antecedentes

en los sacrificios profét icos de la antigua d ispensac ión. Tam bién en estos sacrific ios había derramam iento de sangre en los anima les ofrec idos - anim ales que no habían de tener ningún defecto- . De todo esto se co lige qu e estos sacrificios eran sombra y figura de aquel sacrific io pe rfecto que había d e actua lizarse en la pe rsona y obra del Hijo de Dios. (Evidentemente el sacrifi cio de an imales en modo alguno pod ían satisfacer las exigencias de la perfect a justicia de Dios). Aunque en las re ligiones paganas tamb ién se celebraban sacrific ios de an imales, su sign ificado no iba más all á del error y el desvarío; los ofrecía n ciegamen t e a sus d ioses con int entos y fi nes m uy ciegos y m uy perdidos. Los sacrificios paganos carecían del profun do se ntido espiritual que ten ían los sacrificios institu idos po r reve lación d ivi na, y que habían de tener perfecto cump lim iento en la persona y obra del Hijo de Dios, pe rfecto sacri · d e re d enc1on ·' para e 11 ·ina¡e · h umano. (f. 362 r) fi c10

Capítulo 103

MÁS SOBRE LA DOCTRINA DE CRISTO

(4)

Ent raremos ahora en una sexta consideración sobre la doctrina q ue Jesucrist o, nuestro redentor, enseñó. Afi rmó en su pred icac ión que él era verdadero hijo de Dios y verdadero Dios. Y sobre esta exce lsa ve rdad pod ía afi rmar que él era vida et erna para los hombres, y venced or del dem on io y del pecado y de la m uerte. Est as afirmaciones fuero n j uzgadas de escanda losas tanto por los j ud íos como por los gen t il es. Y no es de extrañar reaccionaran de esta manera, pues ciega y corta es la sab iduría del mundo, q ue siemp re j uzga con criterios hu m anos las cosas de Dios. (f. 362v) No es así con los creyentes , q ue por la gracia de Dios han rec ibido conocim iento reve lado de estas cosas. Mu chos son los test imon ios de q ue goza el cr istian ism o en t odo lo que co ncierne a est a verdad - como ya tuvimos ocasión de cons iderar al estudiar el Segundo

artículo de nuestra Confesión- . Si n d uda alguna, en este t ema, de exce lsa m ajest ad d ivi na, la sabid uría humana, por sí so la, en modo alguno lo puede abordar; de ahí, pues, q ue una vez m ás te ngamos q ue recurrir al testi m on io y a la ense ñanza de la Oi1,1ina Escritura, qu e de manera clara y expresa nos informa de có m o y de q ué manera Dios, en su m isericord ia y bo ndad , se hizo hom bre para dar sa lvac ión al linaje humano. De eso nos ocupare m os más ade lante al hablar de los mi lagros de nuestro Rede ntor. La suma de lo q ue ahora q ueremos decir es que, a ra íz de la caída del hombre en pecado y haber co m etido ta l gravísima ofe nsa co ntra la bondad de Dios, adq uiere suma re levancia y va lor el sign ificado del sacrificio obrado por el Hijo de Dios para ap lacar la ira

de Dios y consegu ir perfecta justicia para el linaj e humano. (f. 363 r) Gran sacrific io era este en el que se implicaba Dios m ism o en su Divinidad y en su natu ra leza encarnada. Maravillosa reve lación del Espíritu Santo era esta obra de sa lvac ión, tan aco rde con la majestad d ivina y tan con form e co n su infinita m ise ricordia. En este sacrificio la gloria de D ios se veía sumamente ensa lzada; el demonio quedaba defin itivame nte venc ido y el hombre tota lmente a sa lvo. Como si estuvieran ahora present es, pregun t emos a n uestros adversarios del pasado qué objeciones son las que presentan en contra de la verdad de que el Hijo de Dios se h izo hombre para red imir a los hombres. Si dijeren que es bajeza, con esta respuesta demuestran cuan bajamente juzgan la grandeza de Dios, pues la naturaleza d ivina no puede decrecer en su identidad a nive les de baj eza, n i puede perder bienes ni honra tal como sucede a las criaturas de nive l h uma no. En rea lidad, todo aquello que a nuest ro entender pueda parecer que supone descenso, condesce ndencia y fami liaridad por parte de Dios hacia el hombre, es de provecho para nosot ros y para qu ien así actúa es honroso, pues en nada hace dism in uir su g loriosa identidad. Es por esta razó n que el crist iano sabe q ue el H ij o de Dios, aun sufriendo vic isitudes, afrentas de los hombres y padecer fina lmen t e m uerte de cruz , en nada hizo est o dism inu ir su majest uosa identidad d ivi na, sino que, al contrario, esto fac ilitó el que pud iéramos conocerle también bajo otra gloriosa dimensión. (f. 363v) Innegable es, aún pa ra los sab ios del m undo, q ue Dios ejerce su prov idencia sobre todas las cosas y en t odo dej a la impronta de su p resencia. Y aún siendo esto así, a menos que se te nga un ju icio monst ruoso, no se po ndrá en duda que un

Seño r de t an exce lsa m aj estad no m uest re ta m bié n cu idado de se res ta n hum ildes co m o rea lm ente so n los m osq uitos, u otros seres de se m ejante cond ición. Para las vanas leyes del m undo, el que un afamado príncipe se preocupara de seres ta n ins ign ificantes se ría enj uiciado de afrentoso y vil; no así, empero, para las leyes d ivinas, que se honran eje rcie ndo cu idado providencial de t odos los seres de su creación . No por p reocuparse de "esas cosi ll as " se le pegan defectos a la ident idad divina y hace n que dism inuya su gloria; todo lo co ntrario: realzan su gra ndeza. Man ifiestamente se infiere de lo d icho q ue tampoco para el Dios verdadero "se le pegarán defect os" L47.o] por el hecho de q ue, siendo verdad ero Dios, co ndescienda a t o m ar naturaleza hu m ana, enseñe a los hombres, se identifi que con ell os en sus v icisit udes, les mu estre misericordia, rega los y bland uras, asu m a el liderazgo de su condic ión y se ofrezca como verdadero sacrificio para el logro de su sa lvac ión, vict o ria sobre el pecado y la m uert e, y liberac ión de las redes y opres io nes del demo-

.

n 10 .

(f. 364r)

A nte est a rea lidad t an argumentada y demost rada , ¿qué responderá n los sa bios de la vana sab id uría y los atrev idos cargados de ignorancia? Les tocará adm iti r, cie rtament e, que en la grandeza de est as ob ras se evidenc ia la bo ndad, la m isericordia , el poder y la prov idencia de Dios. El H ijo de Dios v ino a trae r paz entre co ntendien t es, a o btener vict o ria co ntra el demonio, a obte ner ju stic ia pa ra los inj ustos, a consegu ir li bertad para los cautivos , alegría a los afli gidos, honra a los afrentados y vida eterna y bienes eternos a los q ue gem ían bajo las m iserias del pecado. Si rea lmen t e se entie nde todo esto,

necesariamente se confesa rá cuán grande y sumo es el o brar de Dios, y qué lejos de ser t odo est o p rueba de descendimiento o bajeza de iden t idad, no es sino es manifest ac ión desbordant e de la infin it a riqueza de la natura leza d iv ina. Siendo est o as í, ¿por qué la vana sa bid uría del m undo se atrevió a rechazar la doctrina de Crist o que predica ba todo est o co n gra n t estimonio y autoridad? La ca usa de est e rechazo es la ene m ist ad del pecado. (f. 364v) La veracidad de la re ligión crist iana está firme m ente anclada en la reve lació n que se cont iene en las Escrituras. Toda la ense ñanza profét ica q ue allí se det alla se ce nt ra en la persona y obra del Mesías prometido. Las profecías q ue de anti guo predecían la venida del H ij o de Dios, no so lo estaban en el pue blo j uda ico, mas tambié n est aban en el de los genti les, [.47.1] y not oria cosa era a los un os y a los otros de que eran esc ritu ras antiqu ísimas. Test imonio escrit o se regist raba en ellas del m odo como Dios había de rem ed iar al género hu m ano a través del misterio de la encar nació n. Est o es lo q ue nuestro sa lvador Jesu crist o enseñó al decir q ue en él se cump lían est as profecías. ¿Qu ién sino Dios podía profetiza r co n ta nta ant elac ión ta n extrao rd inario evento y el tie m po en que iba a t ene r cumplimient o? Este cump lim iento, en la persona y obra del H ijo de Dios, f ue co nfi rmado co n seña les y maravillas jamás vist as anter iorm ent e.

(f. 365r)

Capítulo 104

MÁS SOBRE LA DOCTRINA DE CRISTO

(5)

Entraremos aho ra en el estud io de una séptima consideración so bre la Doct ri na de Cristo, y que se cen t ra en la natura leza del Reino mesián ico . Afirm ó Jesucristo que su reino no era tempora l, sino esp irit ual. Nada t en ía que ver con bienes n i pompas mundanas, sino en gra ndes maravi llas encaminadas a la redenció n de los hombres por medio de su crue nta muerte en la cruz. La gloria de este reino se v incu laba co n est a obra de sa lvación. Esta doctrina, a la que ya hemos alud ido anteriormente, tamb ién f ue motivo de escándalo para los j ud íos y para los genti les. Aque llos esperaban un rey te m pora l en el que cifraban sus espera nzas de li bertad soc ial y po lít ica ; éstos algo sabían de las expectativas judaicas, pe ro muy poco del sign ificado de los m isterios del Rei no. A l in iciarse la pred icación del Eva ngelio, los judíos se escanda lizaron cuando oyeron que el Mes ías que esperaban había sufrido muerte de cruz y que ellos habían sido los autores de dicha muerte. A los genti les les parecía u n desvarío m uy grande que el pode roso rey prometido, y que era nada menos que H ijo de Dios, buscara la m uerte y fuera se nte nciado a muerte de cruz como m alhechor. El test imonio de san Pab lo era este: ' Predicamos a Cristo, y le predica m os crucificado ; escánda lo para los jud íos y locura para los genti les. Mas para los que son llamados a la grandeza de este conoc im iento - sean ju díos, sean genti les-

Cristo es poder de Dios y sabid uría de Dios.'L47.2] Clara-

m ente po nen de re lieve estas pa labras del apósto l que aq uell o que pa ra el j ui cio del m u ndo era expres ión de flaqueza e impotencia, de hecho encerraba u n

sumo poder, una omnipotencia d ivina encam inada al bien de los hombres. (f. 365v) En el re ino mesián ico el Rey prometido sobrepasaba en todo a las expectat ivas tanto de j udíos como de genti les. El Rey de la promesa iba a ser rey de todo el linaje humano. Referencia ya hicimos anteriormente sobre esta verdad - aunque de n uevo vo lveremos a el la más ade lante- , de momento nos ceñiremos a aque lla enseñanza del H ijo de Dios que concierne a la recompensa que recib irán los buenos, y el castigo que caerá sobre los malos después de esta vida. (f.

366

r) Tan obvia es esta doctrina que parece superfluo tener que

probarla. De irrefutab le evidenc ia viene a ser el hecho de que la divina bondad, de sus grandes tesoros de justicia, premiará en aque l gran día del j uicio a los justos. Sumo es el Señor en su j usticia y en su ex igencia de que se pongan en práctica sus mandamientos. Con buen fundamento se ha de pensar, pues, que con complacenc ia galardonará a los j ustos. De lo d icho se desprende también que dará cast igo a los ma los que han despreciado sus beneficios y desobedecido sus mandam ientos . Abundante es la enseñanza que sobre esta doctrina encontramos en los libros del Antiguo Testamento. Conformes con esta doctrina se mostraron también aquellos genti les que alcanzaron un mayor grado de sabiduría. Resu lta, pues, maravil loso comprobar el gran acuerdo que ex iste en este tema entre la enseñanza de los jud íos y la de Pitágoras, Platón y la de los que sigu ieron las pisadas de estos maestros . Como ya tuv imos ocasión de mencionar, todos estos destel los de verdad que descubrimos entre griegos y gentiles originalmente proced ieron de los judíos. Todo lo que sobre

el tema de premios y casti gos del j uicio fina l, el H ijo de Dios lo enseñó en es tricta fidel idad co n la just icia y bo ndad divinas. (f.

366

v) Re ivind icó con su

aut oridad venida de lo alto la virtud de la obediencia de los mandamientos d ivi nos en contra de la opos ició n y vituperio de los malos. Condenó y puso en ev idencia las prácticas de una fa lsa j usticia que perversamente encubría la tiranía de la maldad. nsistió en la recompe nsa que un día recibirían los buenos 1

que sufrieron oprobio y persecución en la t ierra por su fidel idad a los pri ncipios de la voluntad d ivina. Insistió también en el cast igo del que se hacían merecedo res cuantos se apartaban de Dios y hacían ca usa común con el demonio en sus perversos des ignios. Afirmaba el Redentor que de est as reco m pensas y castigos él iba a ser el juez, y que de su boca sa ld ría la sen te ncia fina l. (f. 367 r)

Capítulo 105

TESTIMONIO DE LA VIDA DE CRISTO

Cua ndo hablábamos de la persona de Cristo, nuest ro Salvador, y de las grandes pruebas de au to ridad que descubrían su identidad, ya hicimos mención de algunos aspectos de su vida que se re lacionaban co n el t ema. Ahora vo lveremos de nuevo sob re el m ism o para most rar más amp liamen t e cómo en el curso de t oda su vida él daba testimo nio de q ue estaba en perfect a sin ton ía con la vo luntad y sabid uría de Dios. Toda su pred icación reve laba su identidad y los propósitos de su ve nida al mu ndo. Ll ama ciertament e la aten ción la extrema cond ición de pobreza que caracterizó la vida del Redentor: nació pobre, vivió pobre, murió en el más abso luto desa m paro; no tu vo su propia sepu ltu ra ni ta m poco mortaja prop ia. Nada sob re su infancia ni de su primera edad se hizo púb lico. No puede decirse que empezó su m iniste rio y a obrar sus m ilag ros a una edad demasiado temprana . (f. 367 v) Esperó hasta los treinta años pa ra pred ica r y llevar a term ino su gra n minist erio; y todo lo hizo tamb ién en un m arco de pobreza. Du ran t e su m in ister io púb lico ob ró grandes ma rav illas y d io incansable testi mon io de la verdad. Su firme deseo era que los hombres descubrieran al Dios verdadero y le sirvieran en sus vidas co n fidelidad. Sus labores fueron incesa ntes y en t odas partes llevó su m ensaje de sa lvac ió n, y con su pred icación llegó a las m ás peque ñas aldeas y co ntactó con los pobres que v ivían aisladame nte en remot os lugares para da rl es a conocer las bue nas nuevas de m isericord ia y redención. Ac udió a la ciudad de Jerusa lén con ocas ión de las fest ividades re ligiosas y pa ra dar ejem p lo de su

observancia de la ley. Aprovechó su estancia en la ciudad para enseñar la verdad en las congregac iones p úblicas y para redargü ir a los fariseos de sus enga ños y errores . Después de estas breves estancias en la gran ciudad, de nuevo reanudaba su ministerio de pred icación en otros lugares y aldeas. En su v ida, notorios fueron los ayunos y los largos periodos de oración en med io de grandes vi cisitudes. En todo mostraba la grandeza de su identidad y de ser un grandísimo ejemp lo de hombre nue1,10 en el mundo. (f. 368 r) Aun siendo tan entera su santidad y tan apartada su vida de los deleites del mu ndo, nunca se escanda lizó de los pecadores ni reh usó sus conv ites. Siempre mostró hacia ellos su gran m iser icord ia, su remarcab le mansedumbre y su adm irab le sen t ido de la j usticia. Su pobre y austera manutención no vino de príncipes ni de poderosos, sino de gente humi lde y de escasos med ios. Ocupado estuvo siempre en el m inisterio de la pred icación y en la d ispen sac ión de grandes beneficios al linaje h umano. Destellos constan tes de benevolencia y amor irrad iaban de su persona. Por enc ima de todo buscó siempre la gloria de su Padre. 1nsobornable fide lidad mostró siempre a los contenidos y exigencias de la verdad . Ni aun ante las amorosas insinuaciones y sugerencias de fam iliares y allegados se alteraron en lo más m ínimo las firmes ex igencias de estricta fide lidad a los propós itos de su m in isterio. En las bodas de Caná de Ga lilea, cuando la bienaventurada Virgen , d ignísima madre de ta l hijo, le pid ió que obrase un mi lagro, la respuesta fue un tanto dura: '¿Qué t ienes conm igo, m ujer?'

LJn.

2,4) . Cuando sus padres le hallaron en el temp lo, la

Virgen le pregunto: ' H ijo, ¿por qué nos has hecho así? Entonces él les dijo:

¿ Por qué me buscabais? ¿ No sabía is que en los negocios de mi Padre me es necesario esta r?' (Le. 2,48-49) . Cuando le d ijeron que su madre y sus he rmanos - porque as í llamaban a sus pa rientes-

estaban afuera y le querían

hab lar, respondió Jesús: '¿Q uién es mi madre y mis hermanos? Todo aque l que hace la vo luntad de mi Padre que está en los cielos, ése es m i hermano, y hermana, y madre.' (Mt. 12,46-50). Los de Naza ret, que e ran sus natura les y con los que se había criado, se escanda lizaban de él. Jesús les di jo: 'No hay profeta sin ho nra , sino en su propia tierra y en su casa. Y no hizo allí muchos milagros, a ca usa de la incred ulidad de ellos.' (Mt. 13,53.58) . (f. 368v) Cuando la madre de los hijos de Zebedeo, que eran sus discípu los, le pidió que ordena ra que en el Re ino uno de sus hijos se sentará a su derecha y el otro a su izqu ierda , Jesús respond ió: ' No sabéis lo que ped ís. A la verdad , de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aque llos para qu ienes está preparado por mi Padre.' (Mt. 20,20-22) .A Pedro, a quien tanto amaba, cuando qu iso disuad irle para que no afrontara la muerte, Jesús le dijo: '¡Quítate de de lante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, po rque no pones la mira en las cosas de Dios, si no en las de los hombres.' (Mt. 16,21-23). Nunca para complacer a a lgu ien, o para co nseg uir algú n favor de l mundo, alteró en lo más mínimo su firme determinación de llevar a té rm ino su gran misión en la ti erra en co nform idad co n la vo luntad de su Padre. En todo su comportamiento y cond ucta fue de pe rfecta ejemplaridad. Pacífica fue la mane ra como elud ió la ame nazadora ira de los far iseos en sus propós itos de

da rle m uerte antes del t iempo estab lecido por los designios d ivi nos de afro nta r el sac rific io redentor de la cruz. Repre ndió con fi rmeza a los que querían hacerle rey con el propós ito de que les libe rara del yugo romano, y que nad a querían sabe r de su m isión redentora de liberac ión del pecado. [47.3] Cuando uno d e la m ultitud le pid ió q ue mediara para qu e su herm ano dividiese la heredad, respond ió que él no era j uez para aque llas cosas .[47..4] Cuando le te ntaro n sobre la cuest ión del trib uto, Jesús les d ij o: ' Por qué me tentáis , hipócritas? Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.'[47.5] En fin: nadie puede imaginar a algu ien que estuviera ta n apartado de los intereses y d e las amb iciones del mu ndo, y f uera ta n consta nte y fiel en su t ributo de glo ria D ios como f ue el Hijo de Dios d urant e t odo su m inisterio en la t ierra . (f. 369 r) Muchos sabios de la sab id uría humana han rep resentado en tonos mu y elo cuen t es a hombres muy fa m osos,[47.6J hablando de ell os como ídolos de virtudes , de fi rmeza y entereza d e caráct er. Esto es lo q ue hicieron Jenofonte sobre Ciro y Filostrat o so bre Apo lo nio de Tiana.[47.7.] En estos re latos biográficos se describe a los personajes como dechado de virtudes. Sin embargo el verdadero ej emp lo de vida, perfect o en todo, nos lo d io Jesucri sto. Si n ningún defecto, en él se daba n y se armon izaba n todas las vi rt udes. Bien podríamos deci r que en t odo fue único, que fue un hombre puro. Suma grandeza de vida

nos mostró en todo e l Redentor. Pe ro también suma gra ndeza es la que nos mostró en todo lo q ue hace refe rencia a su muerte redentora. (f. 369 v) Conocía bien los t iempos de su m ini sterio. No perm itió qu e sus enem igos en t o rpecieran el cu rso de su actividad redentora y ace lerara n sus propósitos

de da rle m uert e. Les anunció en repetidas ocasio nes q ue en los des ign ios de su Padre, y no en sus maqu inaciones, t end rían cumplim ient o los tiempos y los pro pós it os de su o bra m es ián ica. Al acercarse el t iempo de su pasió n no rehu yó ir a Jerusa lén - dond e fue recibido como sa lvador- , y allí ce lebró la pascua con sus discípulos. Afirmando su rostro para afrontar el cu rso de los aco nt ec imientos q ue se aveci naban, se encam inó al h uerto donde so lía orar, y allí conso ló y conve rsó largam ente co n sus d iscípu los so bre la trascendencia de aq uel la hora, not ificándo les t am bién so bre la traición de judas. No escond ió su t em or natu ra l a la mu erte, ni escon d ió la t risteza que embargaba su alma. En su orac ión a su Pad re su m iso se ofreció como sacrificio d e reden ció n pa ra la sa lvac ión de los pecadores. (f. 37or) En p res encia d e sus enem igos d io m uestras subl imes de autoridad y d et ermi nac ión . Salió al paso d e los que iban a pren d er le y les p reguntó a q uién buscaban. Re husó la defensa de sus discípulos y restituyó m ilagrosa m ent e la o reja que Pedro había cort ado a uno de los ofic iales de la co m pañía. Co n va lentía y severidad testificó ant e Ca ifás de su ident idad mesián ica y le recriminó el que le m altrata ran por d ar t esti m onio d e la verdad. Sus pa labras siemp re se aj usta ro n a la realidad de la situac ión y en t odo m ome nto exh ibieron una m elod iosa armonía de h um ild ad, aut o rid ad y majestad. Co nciso y aprop iado a la te m át ica era el lenguaje de su predicación. En ocasio nes te rminaba sus enseñanzas co n un elocue nt e si len cio. Co n ad mi rable pac iencia sufrió las inj urias de sus opos itores. Ant e H erodes, hombre vano y curioso, permanec ió en silencio y no o bró ninguna mara vi lla para sat isfacerle en su cu rios idad. A nte Pilato, con d ivi na prudencia se

lim itó a responde r únicamente sobre aquello qu e conce rnía a su ce lestial mi.' n; en to d o Io d em as ' guard o' s1·1 enc10. · (f. 37ov) s1o A l se r ac usado de sedic ioso y de tramar re bel ión contra Roma, dijo que su reino no era de este m undo. Afirmó que hab ía sido env iado pa ra d ar testi m o n io de la ve rdad, y q ue t odo aquel qu e era de la ve rdad o iría su voz. A l deci rle Pilato qu e t en ía poder pa ra co ndenarle o salvarle respo nd ió que todo pode r, incl uyendo el suyo, ven ía d e arriba. Justificó sie m pre su causa co n un án imo y una autoridad ad m irab les. No usó de la lisonj a ant e el juez, ni acusó a sus enem igos pa ra consegu ir su libertad. En medio de inj urias, m altrata m ientos y extrem as crueldades co nservó siempre una ad m irable en t ereza de án imo. Todo lo sufrió bajo una sumisa y extraordi naria pacie ncia. Cam ino a la cruz, y al hacer muchas m uj eres lament aci ó n por él, se volvió hacia ellas y les d ijo: 'H ijas d e Jerusa lén, no lloréis por m í, sino llo rad por vosotras m ismas y po r vuestros hijos.' (Le. 23,27-31). Tampoco los sufri m ientos de la cruz ni los impro perios y crueldades que los preced iero n cons igu ieron qu ebran t ar su extraord inario te m ple de án imo. An t e las t erribles inj urias de la m uchedum bre y de uno de los ladrones crucificado a si lado, su respuesta f ue la del silencio. A l lad ró n que a él se enco m endó, siguiendo su siempre actitud de perdón y m ise ricordia, le prometió su entrada en el rei no del pa raíso. (f. 371 r) No alt eró t ampoco su q uietud de án imo la perve rsa conducta de aqu ell os q ue en vez de agua le d ieron vinagre para beber. Sentimientos contro lados f ueron los q ue m ostró hacia su desconsolad a m adre. A un en este doloroso trance su proceder fue de amorosa y exce lsa autoridad, y le d ij o: 'M ujer, te n a est e discípu lo

por hijo.'[.4-7.8] Al térm ino de su prolongada mu erte, exclamó: 'Consu m ado es. Y habiendo incli nado la cabeza, entregó el es píritu.' Así f ue la vida, y así fue la muerte de Jes ucristo, Hijo de Dios y rede nt o r de los hombres. Solo en la pe rsona y obra del Dios hecho hombre la sabi d uría d ivina pod ía haber d iseñado un plan tan exce lso y sub lim e de salvación.

Capítulo 106

TESTI MON 10 DE LOS MIST ERIOS DEL CRISTIANISMO

La religión cristiana, no so lo posee una doctrina santísima y una respuesta correcta a todas las objecio nes q ue en su co ntra puedan formu larse, sino que tamb ién posee m isterios de gran sublim idad. Depos it aria de est os tesoros es la Igles ia, luz de esta sabid uría del cie lo. (f. 37, v) Las otras re ligiones quizá puedan tener cierto lu stre ext erior, pero una vez se someten a un riguroso exa m en sus contenidos interiores pronto se descubre q ue no enc ierra n m ás q ue van idad y desvarío. A la luz de la enseñanza de nuestro Evangelio, el juda ísm o demuestra t ener grandes secretos de reve lació n divina que tiene n, como meta m ás importante, la verdad de Jes ucristo: su persona y obra. Mas cuando la pertinac ia judaica q uiere romper esta vincu lación tan est recha y armón ica qu e la reve lac ión divina tiene con el Evangel io, el resultado es de confusas y erróneas creencias religiosas m uy alejadas de la fuente originaria de la reve lac ión. Estas valoraciones ta m bién son vá lidas co n respect o a las creencias de los gentiles y de los mahometa nos: no pueden competir con la verdad de la re ligión cristiana. Tanto en lo ext erior como en lo interior la verdad de Jesucrist o ofrece un hermosís imo resp landor, una d igna ofrenda a la majestad d ivina. Ciert amente, en todas sus doctrinas y ense ñanzas es un m ensaje venido del cielo. (f. 372r) El que un hombre muera por la virtud, por la defensa de la verdad y ta m bién por su patria, ha contado siempre con el aplauso, la grat itud y la mem oria de sus congéneres. En est os casos , empero, pueden encerrarse algunos secret os o propós itos difíciles o imposibles de discern ir. En la m uerte

de Jes ucristo, sa lvador nuestro, las pruebas y motivos de entrega y de auto negación superan a todo lo imaginab le. El misterio profund ísimo de su muerte - co m o ya hem os ten ido ocas ión de cons iderar- , va más allá de toda va lorac ión humana. Solo aque llos que han rec ibido del Espíritu Santo luz de arriba y verdadera fe pueden intu ir los grandes tesoros de sabid uría de lo alto que se encierran en la m uert e redento ra del Hijo de Dios. Símbolos de estos misterios profundos son los sacra m entos de la eucaristía y del baut ismo, que trataremos más ade lante.[47-9] Tanto en su manifestación externa como en su profund idad interna, el teso ro de los m isterios qu e contiene el crist ian ismo, cuanto más se profundiza en ellos m ás se increme nta en el creyente el sentimiento de gratitud por tan exce lsa y desbordante riqueza de reve lac ión ven ida de lo

a lt o. (f. 372v) M u cho espac io necesit aríamos para extendernos en el tema de la grandeza de nuestra re ligión . Nos lim it aremos a conti nu ac ión a decir algo sobre los gra ndes m iste rios que ell a cont iene. Estos m ist erios constituyen un todo armón ico de gra ndes doct rinas que, por encima de todo, descubren y pregonan la bondad y la majestad de Dios . M u chas son las exhortaciones que contienen a favor de lo bueno. M uchas son las preve nciones q ue cont iene n en contra del ma l y de todas las maq uinacio nes de Sat anás y de sus huestes. Finalidad rea lm ente g loriosa de estos m ist erios es la de encam inar al pecado r por la senda del arrepenti m ien t o y de la sa lvac ión . Tanto es esto así que mu chos de los sab ios del mundo que en u n pri ncip io tuv ieron en poco n uestra verdad , cuando el Espíritu del cielo tuvo a bien abrir sus ojos y ellos ate nta y

pausadame nte la exami naro n, vencidos quedaron ante la descubierta de ta ntas maravillas, e incluso más tarde gozosamente muchos de ellos dieron sus vidas en testimon io de la verdad revelada. (f. 373 r) Conven iente y necesarios es, pues, que a la luz de la reve lac ión conten ida en la Escritura Di11ina estos m isterios de nuestra re ligión sea n celosame nte estud iados po r el pueb lo de Dios, y que con prude ncia, hum ildad y sabiduría sean enseñados a aquellos a qu ienes deseamos convert ir a nuestra fe. Cua ndo as í se procede, la lumbre del cielo hace su obra y el m inisterio de la pred icac ión y de la enseñanza fructifica en los corazones de cuantos han sido llamados a sa lvació n según los des ignios del consejo d ivino . Como ya hemos dicho, ejemp lo t enemos en la gentilidad de hombres sap ientísimos que gozaron de gran estima y adm irac ión por el grado de conocim iento que llegaron a tener de estos m isterios . De hecho, estos conoc im ientos no llegaron a ser más que débi les cen t ellas de luz que rec ibieron de la re ligión jud ía; pues fue as í como algu nos hombres de la gentilidad ll egaron a tener cierto co nocim iento de la verdad reve lada. Contrariamente a lo que ha suced ido entre los gentiles, en el cristian ism o la luz q ue irrad ia de estos m isterios es esp lendorosa y de plena reve lac ión; no t iene, pues, necesidad de recurr ir a las débi les luces de la gentilidad para su conoc im iento. (f. 373v)

Capítulo 107

TESTIMONIO DE LOS MILAGROS DE JESUCRISTO En capítu los p recede ntes ya hemos tratado un buen número de m isterios importa ntes re lacio nados con el testimonio púb lico de nuestro redento r Jesu cristo . Ahora nos centraremos en ot ro testimon io que por su ám bito, autoridad y significado engloba a t odos los demás y pone se llo fina l de autent icidad a la verdad de n uestra religión - y lo hace de t al modo que enmudece y refuta defin it ivame nte todas las objec iones que esgrime Satanás y sus huestes contra nuest ra fe- . Conocemos ya muchas de las gra ndes verdades que nu estro Redento r reve ló sobre su persona y obra. Sabemos que era hombre y al mismo tiempo era Dios; que fue enviado por el eterno Padre para ser luz a los hombres y puerta de entrada al cielo; que vino para ser sacrific io pe rfecto de redenció n para todos ell os, pa ra que pudieran, en consecuenc ia, vencer a la mu erte y alcanza r la vida eterna. Todas estas verdades fueron pred icadas po r el H ijo de Dios, y todas iban encam inadas al logro de nuestra sa lvac ión . (f. 374r) Los sabios y los virtuosos de la sabid uría y de la virtud del m undo hablaron hum il demente de sí m ismos, y confesaron q ue el co nocimie nto q ue había logrado atesorar era sumamente ins ign ificante en comparación con lo que ignoraban. De modo semejante san Juan Bautist a y otros santos varones confesaron que de por sí eran pobres e insign ificantes , y que todo lo que en ellos hab ía que fuera de alguna est ima era dado por ajena m ano, y por ella m isma eran sust entados para subs i stir y mant enerse en pie. No tenía cabida en ellos el orgul lo y el alto co ncepto q ue de sí mismos llegaron a tener

algunos hombres de la gentilidad, q ue con su ciega van idad incluso buscaron el ap lauso ido látrico de sus congéneres . En su d imensión humana, Cristo nuest ro sa lvador f ue superior a todos los demás hombres. Hombres y ánge les sumados conjuntame nte no podrían superarle en poder y forta leza. Los dones y bienes que le eran propios los disfrutaba sin t all a y sin med ida. Pero además de hombre Jesucristo era y es Dios; y a este Dios-hombre debemos t odos conocer, pues en conform idad con los eternos design ios d ivi nos v ino al mundo para ser nuestro rede ntor y sa lvador. (f. 374v) En el H ijo de Dios la divina sab iduría h izo brillar armó nicamente la pobreza y la riqueza. Pobre fue, como hemos visto, desde su nacim iento hasta su m uert e. Pobre fue para hacernos a nosotros ricos. Rico fue en la ot orgación esp lendorosa de los bienes mes iánicos, atestiguados en su pred icac ión, en sus obras y en su m in ister io de rede nción en el q ue sobreabundaron los inagot ab les tesoros de la gracia divina. (f. 375 r) No prometió riquezas y glorias del mundo a sus segu idores - ta l como suelen hacer los príncipes de esta t ierra- . A favor de los tesoros ce lest es se pronu nció una y otra vez, y notorio fue siempre su menosprecio por las riquezas del aqu í y el ahora en las que tanto sue len afanarse los hombres. Los grandes bienes de los que hablaba y prometía a sus segu idores eran de naturaleza espiritua l y de d isfrute ce lest ial. Para e l tiempo p rese nte les exhortó al menosprec io de las van idades m u n-

danas y les invitó a seguir el cam ino del arrepenti m iento y de la obed iencia a los mandam ientos de la ley d ivina. (f. 375v) Con mi lagros y maravi llas confirmó su autoridad mes iánica y su identidad h umana y d ivina a la vez. Tres

cosas conviene dest aca r en la persona de Jesucristo, red entor de los hombres . La p ri m era es la de su adm irab le bondad; la segunda es la de su in mensa sabiduría, y la tercera es la de su exim ia y subli m e ident idad divina y humana como H ijo de Dios. De lo p rimero bien podemos afi rmar que t oda su vida fue t estimon io vivo - más allá de t odo lo imaginable-

de sup rema y exce lsa bon -

dad, de Justicia perfect a y sa ntidad perfecta. De lo segundo, t estimon io elocue nt e de su gra ndís ima sab idu ría lo tenemos en la su bli me doctrina que enseñó - toda ella encam inad a a descubrir la cond ición de perdición del hom bre por el pecado y a mostrar el ún ico y verd adero ca m ino de sa lvació n para el género humano- . En toda est a enseñanza se reve laba una sabid uría que so lo podía proceder del cielo. De lo t ercero no podemos sacar otra con cl usión más que la de afi rmar que a la luz de todo lo que dijo de sí y de todas las maravillas por él obradas , verdaderament e era Hijo de Dios y Dios m ismo. (f. 376r) Ent rando ya en el t em a d e los mi lagros, la co m paración de los obrados por el H ij o de Dios y de los atribu idos a los dioses de la gentilidad, pone una vez más de relieve las grandes excelencias y seña les sobrenatura les que caract erizan al cri st ian ismo. Los mi lagros obrados po r Jes ucristo irradia n va lor y aut oridad. Dest acan por su gran número, po r su importancia , por el modo como fueron obrados y por los tie m pos en que fue ron hechos. Profundo sign ificado encierra tan t o sus ca usas co mo sus fi nes. Todos est os m ilagros son t esti mon io de la identidad divi na del que los obró y del mensaje que proclamó . No es de extrañar, pues, que el apóst ol sa n Juan terminara su evangeli o

d icien do: 'M uchas cosas hizo Jesús, las cua les si se escribiera n una por una, pienso que n i au n en el m un do cabrían los li bros que se habría n de escrib ir.'

Un. 21,25). (f.

376 v) Los prete ndidos m ilagros de la gent ili dad , de origen hu-

m ano o demon iaco, fa lso pode r fue el q ue exhibieron. No se o braro n pública m ente, sino en sospechosa oscuridad y en tota l fa lta de trasparenc ia. Los m ilagros obrados por Cristo, nuest ro sa lvad or, libres est án de toda sospecha: se hicieron delante de los ojos de am igos y de ene m igos y bajo la clara luz del día. Maravilla, ciertame nte, el gra n número y la gran va riedad d e m ilagros que ll evó a térm ino Jes ucristo. Todos ell os eran prueba de ili m itado pode r y de elevadís ima variedad. Sanó a tu llidos, a para lít icos, a lep rosos; dio vista a ciegos , curó a sordos, detuvo fl ujos de sa ngre, libró de opres ión a posesos d e m alos espíritu s, et c. etc. N ingún tipo de enfermedad pod ía res istir su ilim itado poder sobrenatu ral de curac ión . (f. 377 r) En todos los lugares donde llevó a t érm ino su m in iste ri o - en campos, ciud ades, ald eas , plazas, ca lles y v iviendas; en presenc ia de sab ios y no sa bios, de escri bas y fa riseos- , nuestro Salvador d io muestras de su pode r y d e su m esián ica ident idad. En todo lugar y ant e cualqu ier púb lico, obró maravillas en p rue ba de su persona y de su d octrina. Co ntra riam ente a los engañadores y farsa nt es qu e ha co nocido y co noce el m undo - con sus emba im ientos y fa lsos prod igios- , los m ilagros de nu est ro Redent or so n test im on io v ivo de su ident id ad Divino-humana y de la ve rdad venida de arr iba de su doctrina de sa lvació n. (f. 377 v) No f ue pa ra comp lacer a la vana cu riosidad humana que el Hijo de Dios o bró sus m ilagros, sino que fue en resp uesta a la súp lica de perso nas afligi das

y atribu ladas po r m uchas de las m iser ias de est a vida. Ta m bié n había entre ellas petic iones de personas v irtu osas a favor de otras, como era el caso de pad res afl igid os q ue sup lica ban a Jesús q ue cura ra las enfe rm edades d e sus hijos, o incluso los res ucit ara d e la muerte. En esta lista de pet icionarios estaban desconsoladas viudas qu e solas y desam paradas quedaban por la m uerte de sus h ij os, o po r sufri r la m ise ria de ve rlos bajo poses ión satánica. Como ya hemos m enc ionado, ext ensa f ue la lista de enfe rm os y necesitados de todo t ipo y dolencia que se vieron favo recidos po r la m ilagrosa y m iserico rd iosa m ano del Redentor. A l lado estu vo nuestro Sa lvado r de los pobres y margi nados de la soc iedad a la hora de ejercer su poder sanado r y llevar el cons uelo de su amo rosa y bondadosa compasión. Todas est as maravillas por él o bradas daban elocuen t e test imon io de una autoría sobrenatu ral y divina. (f. 373 r) En t odo est e proceder de mi lagros y maravillas el H ij o de Dios q uería t amb ién po ner de re lieve las tristes consecue ncias q ue aca rreaba al linaje hu mano el haberse apa rtado de Dios con su pecado, y que solo en su perso na y ob ra podía el hombre hallar verdadera sa lvació n y pu ert o de bue na suerte para sus m ales y dolencias. Por ser el H ijo de Dios imagen de su Pad re, en todo su o brar, en toda su ense ñanza y doctri na resp landece la glo ria, la m ise rico rdia, el amo r y la li bera lidad de la Divi nidad. Todos est os tesoros de gracia soberana t rajo cons igo Jesucrist o en su ven ida. 1

m portante y alecc ionador es ve r t odo este o brar m aravi ll oso de Jes ucristo

en co nt rast e co n la fa l sa m ilagrería de mágicos y supe rsticiosos de los pueblos gent iles. Ciert ame nte podemos afirmar que en todas sus malas artes

. n como maestro a1 d emon10. . (f. 37 Sv) As1' suce d.' ·· ros y tu viero 10 ya co n 1os ague la vana ciencia de ca ldeos y mágicos. Recurriero n a un a gran diversidad de sac rific ios para llevar a t érmi no sus tene brosas prácticas y supe rst iciones. En t odo buscaron siem pre la comp licidad d e la noche para encu brir sus perve rsos ritua les de m ilagrería. ¡Cuán dist int o fue el ob rar de Crist o, nuestro redentor! Siendo él ve rdadera luz, co m pa ñera en todas sus acc iones fue la luz. No fue a escond id as ni co n d ilaciones n i con condicio nes que hizo m ilagros, si no q ue los obró en el insta nte en el que fue req uerido por los cu itados , enferm os y necesit ad os. El luga r y el t iempo de la m iseria era el lugar y el t iem po d e la m ise rico rdia. En tod as sus maravi ll as evidenció ser se ñor d e to do y se ñor de t odas las ci rcu nstanc ias. En ocas iones se si rvió ún ica m ente de la pa labra para o brar sus m ilagros; en otras la pa labra fue acom pañada de otros medios - co m o pone r lodo sob re los oj os del ciego, sa liva al oíd o del so rdo, et c.- . Con ci nco panes al imen t ó a un a gra n m u ltitu d. La m ujer q ue sufría flu j o de sa ngre, con la simp le acc ión de tocar su vestidura sa nó de su larga enfermedad. [J8o] (f. 379 r) En este modo de obra r se ase m ejaba ta m bié n a su Pad re: que recurre a veces a la pa labra, a las criaturas o a cua lqu ier otro m ed io que esti me apropiado su vo lunt ad. Por pod er divi no, y no po r si m ismos est os m ed ios ej erce n su f unción en los m ilagros. El lodo, de por sí, no es remedio aprop iado pa ra la recu pe ració n de la vista. El pode r de obrar mi lagros se h izo

t amb ién exte nsivo sobre los elem entos y f uerzas de la nat uraleza, así vemos como ordenó que cesase n las t empestades o se cal m asen los vientos. En ocasio nes, como en la res urrección de Lázaro, p idió al Padre para q ue interviniera

tamb ién en el mi lagro. La fina lidad de todos estos milagros - como ya hemos dicho y repet ido- , era la de demostrar la ident idad div ino-humana de su persona, y el propós ito de su venida al mundo: el de t raer sa lvac ión al hombre perdido en su pecado a través de su sacrificio de perfecta redenció n. (f. 379 v)

Capítulo 108

FINES DE LA GRANDEZA DE LOS MILAGROS DE CRI STO

Conviene enfat izar la importancia que pone de re lieve t odas las maravillas obradas por el Salvador del mundo, y que ahora ampl iaremos algo más. Testi mon io son estos m ilagros de la excelsa sab id uría d ivina , que en todo busca que el hombre se percate de la bondad de Dios y de sus propós it os de sa lvación. (f. 3Sor) En todo las bue nas nuevas de sa lvación an unciadas por el Hijo de Dios tenían como propós it o ser luz para el hombre en su vida y en su con ducta. Había de comprender el hombre cuán importante era la med ici na del alma para los sanados del cuerpo: les perdonaba de sus pecados y les instaba a que le conocieran y se d ieran cuenta de que había ven ido al mundo por la m isericordia divina para red im irles y darles salvac ión. Habían de entender que la autoridad y poder que ev idenciaban sus m ilagros constituía n prueba fehaciente de la verac idad de su doctrina, y de cuán contrar ia era su verdad con los propósitos maléficos de Satanás. Calumn iosa e insid iosa era ciert amente la acusación de los fariseos de que él alanzaba demon ios por el poder de Belcebú. [A81] Contrariamen t e a esta perversa ac usación , la doctrina de Jesu crist o era tota lmente disipadora de las obras del rei no del demon io. Suele m uchas veces el ángel malo transfigurarse en ánge l de luz y de este modo intenta dar color de verdad y santidad a su mentira. (f. 3sov) La pred icación del H ijo de Dios, si se la exam ina profundamente y a conc iencia, claramente pone de re lieve que en todo contiene cump lida bondad y va en contra de los propósitos maléficos de Satanás. Nos prev iene u na y otra vez de cuán necesario es

que nos aleje mos de sus inicuas redes y de sus nefastas tra mas de perdición. El mensaje de l Reden to r lleno está de sabias exhortaciones co ntra todo tipo de maldad, co ntra las vanas am bic iones terrenas, y contra las cegado ras sobe rbias y las pe rversas ma ñas humanas de autodestrucción. Exho rta a s us seguido res a qu e se niegue n a sí mismos, tome n s u cruz, y se someta n a la autoridad de la Palabra Divina y a la o bse rva ncia de los santos mandam ientos del cielo. Pide de ellos verdadera pe nitencia, co nsta nte guerra con t ra el pecado, amo r a los enem igos, verdade ra ca ridad hacia el prójimo y a buscar en todo la . de 0 1.0s. (f. 38ir) g 1oria Concl uimos afirmando q ue las huestes satán icas nada puede n co ntra la doctrina de l Evangel io. Las marav illas obradas po r el Hijo, como veni mos repit iendo, confirman s u o rigen divi no y son test imo nio de la ve rdad de s u doctrina y de los m isericord iosos pro pósitos de salvació n a favor del li naje humano caído en el pecado. A la luz de la gra ndeza y subl imidad de estos m ilagros y de estas marav illas, nada son sino e ngaño y pe rve rsió n las falsas maravi llas del de monio y de sus em baidores que se prete nde n defender en las otras religio nes. Sobra n las palabras para ensalzar los m ilagros de Jes ucristo: po r sí mismos ya re ivi ndica n s u sup rema grandeza. Abso luto es el imperio qu e mu estran so bre las fuerzas y ob ras de la nat uraleza, sob re gravís imas enfermedades y dolencias - como son las curacio nes de ciegos y paral íticos, la res urrección de muertos, etc.- . Sustanciada y más que probada está la divinidad que nu estra religión atribuye a la persona y ob ra de nuestro Reden to r. (f. 381v) T an copiosa . , · y extensa es esta te mat1 ca, tan contu n dentes 1os 1

t esti m onios que de ell a se derivan para demostrar la ve rdad sob re el H ij o de Dios y la ve rdad de su p red icación, que estimamos innecesa rio amp liar m ás los sobrenat urales t eso ros de nuestra fe.

Capítulo 109

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TESTI MON 10 DE LAS PROFECIAS DE CRISTO

Ya nos hemos refe rido a las profecías q ue de antiguo anu nciaban la ve nida del Mesías y daban in form ación sobre su persona y obra de sa lvació n a favor del pecador. Todas estas profecías fu eron reivindicadas por el Salvador como testim onio de su propia ident idad y de su obra mesiánica. Todas estas profecías tuvieron en él cumplim ien t o. Co nsiderarem os ahora el testi monio p rofét ico que el prop io Salvado r llevó a t ermi no. Con fu nd ió a sus enemigos al d ar prueba de qu e co nocía sus recónditos pe nsam ientos y los malévolos propó-

. · su persona. (f. 382r) pro r, sitos que escon d,1an en sus co razones hac1a 1et1. came nte pred ijo a sus d iscíp ulos y a los ju díos el even t o de su m uerte. Y a med ida q ue se acercaba el tiempo d e su pas ión amp liaba más y más el sentido y sign ificado de su m uerte. Dij o q ue sería entregado a los gentiles, y habló de los escarnios y sufrimientos que había de padecer, y qu e como Moisés levantó la serp iente en el des ierto, él tamb ién sería leva ntado en una cruz. Profeti zó que al te rcer día resucitaría - y así fue, por más que guardia se puso para que nad ie hurtara su cuerpo- . La ven ida del Espíritu Santo qu e el profetizó a sus d iscíp ulos, t uvo también su cumplimiento. Todo lo q ue profetizó se cumpl ió.

82 (f. 3 v) Qu e alguien llega ra a profeti zar lo que le iba a suceder y cua l iba a ser el alcance de todo lo que se predecía, testimon io elocuente era de que la t al persona era de identi dad d ivi na y de q ue su mensaj e venía de los alto. Nada en contra de est o pueden o bjetar los genti les, los j ud íos o los moros. Solo un profeta investi do de autoridad divina, de identi d ad divina y con un mensaje de

sabiduría divina pod ía dar pruebas tan fe hac ie ntes de carácter sobrenatu ra l.

Capítulo 110

TESTI MON 10 DEL PADRE EN FAVOR DEL HIJO

M uchos so n los testim on ios que el Pad re d io de las m aravi llas obradas po r su H ijo, certificando la identid ad de su persona y la ve rdad de su doctrina. (f. 3S3r) Conside raremos a co nt inuación algunos de estos t estimonios de aprobación . Clarísi m a es la profecía venida del cielo que an unciaba el nacim iento de Juan el Ba utist a, q ue p reced ió a la natividad del H ijo de Dios. Zacarías y su mu jer Elisabet no tenían hijo, porq ue Elisa bet era estéril, y ambos era n ya de edad avanzada. Est ando oficiando como sace rdote Zacarías en el te m p lo, se le apareció un ánge l del Señor y le dijo que su m uj er daría a luz un hijo q ue se ll am aría j uan.(61.82] El nacim iento de Jesús, que tuvo lugar en extrema po breza, gozó, empe ro, del exce lso testim on io del Pad re, que por boca d e un ánge l anunció a los pastores la grata nu eva del naci m ien t o del Mesías, el sa lvador del mu ndo. Repen t inamente, con el ángel apa reció una m ultitud de las hues tes ce lestiales que alababan y daban glo ria a Dios. Los pastores se d ijeron unos a ot ros : pase m os, pues, hasta Belén , y veamos esto que el Señor ha m anifestado. Vi nieron , pues, apresuradame nte, y hallaro n a María y a José, y al niño acostado en el pese bre. (Le. 2,6-20) . Por vo luntad d ivina la primera noticia del naci m ien t o de su H ijo la reci bió el p ueb lo j ud ío, pues t odas las p rofecías de la perso na y obra del Mesías fueron dad as de antiguo en el contexto religioso de este pueb lo. Tam bién por d ispos ición del Padre el nombre q ue en la circ uncis ión había de ser impuesto al H ijo era el de Jes ús, en co nformidad con el m in isterio de sa lvación que iba

a realiza r en la t ierra a favor del pecador. (f. 383 v) Testigo de este acontecimient o fue A nna, mujer santísima y de crec ida edad, y q ue en el temp lo era bien conoc id a por sus ayu nos, oraciones y ej ercic ios santísimos. Testigo fue tamb ién el anciano Simeón, varón justísimo y de co noc id a p iedad. Nad ie podía d ud ar n i cuest ionar el reconoc ido prestigio de estos perso najes en el ámb ito re ligioso del pueb lo j udío, de modo q ue el testimonio que d ieron el los del cumplim iento de las promesas mes iánicas en el n iño Jesús revestía una gran aut oridad. Otro t estimon io que venía a confirmar lo declarado por los pastores q ue fueron a Belén para ver al sa lvador recién nacido, f ue el de los Magos, que ven idos de lejanas tierras de Oriente, y sin haber ten ido co ntact o con los pastores, ni tampoco co n Simeón , proc lamaron t ambién la grata nu eva del nacimient o del Mesías, y q ue ellos, no siendo j ud íos, habían ven ido para adorar y agasajar con sus presentes al recié n nacido Rey, en el que se cu mplía n las profecías dadas desde antiguo. Testificaro n que hall aro n el lugar del nacim iento del niño sigu iendo a una estre ll a que les indica ba desde lejos el cam ino. Rea lm ente de extraordi nario puede ca lificarse el testim on io de estos sabios personajes ven idos de ti erras lejanas, pues testificaban 1 de acuerdo también co n las profecías del j udaísmo, que t ambién en otras tierra y entre otros pueb los se esperaba también la ve nida de aque l gran Rey. (f. 334 r) Las noticias que se propagaro n en uno y ot ro lugar sobre el nacimient o del H ijo de Dios, llegaron tamb ién a oídos de Herodes, q ue preocupado por su segur idad en el re inado, qu iso engañar a los magos diciendo que él tamb ién quería ir a adorar al Mesías recién nacido. Lo q ue rea lment e se propon ía

Herodes era dar muerte al Sa lvador, ta l como había hecho con el linaje de los macabeos. Sabía Herodes que las Escrituras Divinas profetizaban sobre el nacim iento del Mesías que había de ser Rey de los jud íos. 1ntuyeron los magos cuales eran los perversos propósitos de Herodes y regresaron a su tierra sin darle información del lugar donde se encontraba Jesús. Al verse burlado Herodes como resu ltado de este proceder de los magos, y poseído de gran temo r por perder el re ino, mandó matar a todos los n iños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores , conforme al tiempo que había inquirido de los magos. Previamente el ánge l del Señor apareció en sueños a José y le ordenó que huyera a Egipto con el niño y su madre. (Mt. 2,13-23). La crue l muerte de los "santos inocentes," ordenada por Herodes, la menciona el historiador genti l Macrobio, conocido por los siete libros de sus Saturnales

(IV-V, d.C.). Refiere Macrobio que al conocer la noticia el emperador Cesar Au gusto, irón icamente comento 'que hubiera preferido ser cerdo en casa de Herodes antes que hijo,' pues entre los n iños que murieron en la matanza es-

s

taba un hijo del propio Rey. (f. 3 4 v) Sabido es que los judíos no matan a los cerdos, pues no comen su carne. A estas adm irab les profecías que dan testimon io de que tenían cump limento en Jesucristo, el Mesías prometido, debe añadirse lo que de él se refiere en Lucas 2,41 -5, cuando ten ía doce años. Se dice que, sin que de ello se d ieran cuenta sus padres, Jesús se quedó en el temp lo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. Y todos los que le oían se maravi ll aban de su intel igencia y de sus respuestas. Otros muchos testimon ios de

Dios Pad re a favo r de su H ijo registran los Evangelios. Juan el Bauti sta, después de dar por fina lizada su estancia en el desierto comenzó a baut iza r y a pred icar qu e el re ino de Dios se ace rcaba y q ue se aparejasen pa ra reci birlo con verdadera pe nitencia los beneficios del nuevo rey. Cuando se le acercó el H ijo de Dios pa ra ser bautizado, con su m a reverenc ia le d ijo el Bautist a: 'Yo necesito ser ba utizado po r t i, ¿y t ú v ienes a m í? Pero Jesús le respond ió: Dej a ahora porque as í conviene q ue cump lamos toda j ust icia . Ent o nces le dej ó. Y Jesús, después que f ue ba ut izado , he aq uí se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios qu e descendía como pa loma, y ven ía sobre él. Y h ubo una voz de los cielos q ue decía: este es m i H ijo am ado, en qu ien tengo comp lacenc ia.'

(Mt. 3,13-17) . La m isma voz se oyó en el monte cuando se transfiguró delante de tres discípu los, y aparec ieron Moisés y Elías dándole testimon io de qu ien era. (f. 38 Sr) Y para que no d igan los jud íos q ue estos testimon ios estaban reservados so lamen t e para los discípulos, esta voz del cielo fue también oída ta nto por j ud íos como por genti les después que Jesús dijera: ' Padre glor ifica tu nombre. Entonces vino una voz del cie lo: Lo he glorificado, y lo glor ificaré otra vez. Y la mu ltitud que estaba allí oyó la voz.' [.4~3] Fue po r dispos ición del Padre que tuvo lugar el testimonio de san Juan Bautist a. Est e testim on io era de gran autor idad, pues todo el pueb lo le ten ía en gran est ima y a punto estuvieron de cons iderarle como Mesías, algo que e l

propio Juan Bautist a negó al decir: 'Yo no soy el Cristo,' y al dar testimonio de que 'Cristo era el verdadero Señor prometido en las profecías ; que era el Cordero de Dios, que qu ita el pecado del mundo.'

Un.

1,19-23;29-34) . El propio

Jesús confiesa que había sido enviado por el Padre: ' Mas yo tengo, dice, m ayor t esti m onio que el de Juan; porque las obras q ue el Padre me dio para que cu m pliese, las m ismas o bras q ue yo hago, dan t esti m onio de m í, q ue el Pad re me ha env iado.'

Un.

5,36.37). Grande era el crédit o y la autoridad de sa n Juan entre

los j udíos. El historiado r jud ío Josefo[A8a] - q ue no sabemos si ll egó a ser cristi ano- , d ice que la dest rucció n del ej ército de H erodes vi no co m o j usto cast igo del cielo po r haber dado mu erte a Juan Bautist a, varó n exce lente y de su m a sant idad. (f. 3s 5v) En el Talmud se hace también mención del Bautist a; pero t al es la pert inacia del pueblo j udaico, que a pesar de la esti m a q ue d ice que le profesa, no acepta su testi m on io so bre Jesucristo, el Mesías pro m et ido. Tam bién con ocas ión de la pas ión y m uert e de Crist o, nuestro redent or, el eterno Pad re favo rec ió co n su t estimon io todos los sucesos que iba n a tene r lugar. Y así vemos que cuando Pilato accede a q ue Cristo sea crucificado, 'su mu jer le mandó decir: No te ngas nada que ver con ese j usto; porq ue hoy he padecido mucho en sueños po r causa de él.' (Mt. 27,1 9) .Est e av iso fue perm it ido y acordado por la providenc ia d ivina para t estimo nio de la inocencia del Sa lvador. Est ando ya en la cruz t uvieron lugar elocuentes t est imonios de interve nción divi na. Desde la hora sexta hast a la nona hu bo ti nieblas sobre la ti erra, es decir, por pode r sobre natural se interrumpió el curso normal de la natu raleza. Al expirar Jesús en la cruz, se rasgó el ve lo del t emp lo de arriba abaj o; t emb ló la t ierra, las piedras se hicieron pedazos, se abrieron las sepult uras y a mu chas personas apa recie ro n los muertos, dando testi m on io de qu ien era el que m urió. Po r et erno co nsejo permitió el Padre q ue el mu ndo comet iera

pecado tan t errible en la muerte d e su H ij o; pero aun en aqu ell as circunsta ncias no dejó Dios de dar test imonio de qu ien era aque l que sufría tan afren-

. D.10s que e1tempo 1 d.1ese testimo . ni.o y p rotosa y crue1 muerte. (f. 386r) Q u1so nosticase su fi n, que se romp iese el velo de su autoridad y de sus misterios y se uniera al generalizado dolor por los aconteci m ient os que estaba n ten iendo lugar. Quiso ta m bién Dios qu e la natu ra leza mostrase seña les de su dolor, como sumá nd ose a las t ri stes exequ ias y llora ra la m uert e de su Hacedor. No era pues de extraña r, que ant e acont ecim ientos ta n extraordinarios el centu rión - m inistro de la justicia-

se v iera ob ligado a co nfesar que qu ien moría era

H ijo de Dios . Muchos regresaron a la ciudad trist es y com pungidos . Sin em bargo, au n siend o esta la rea li dad de los hechos, la obstinad a ma ldad de los pon t ífices y fariseos cont inuó ina lterada. Act itud que corro bora lo profeti zado desde antiguo so bre la perti nacia y ceguedad de estos líd eres . El testimon io que se desprende de la resu rrecc ión de Jesús co nstituye un argu m ento tan conc luyente de que, verdaderame nte, el qu e hab ía muerto en la cruz era el H ij o de Dios, que por si so lo es p rueba sufic iente de su identidad divi na. Co n todos estos hechos el Padre eterno co rro boró la perso na y obra de su H ijo y dej ó sin excusa y baj o condenac ión a los enem igos del Evangelio. Dej emos apart e a los sa ntos que res ucitaron y aparecieron en la ciudad y hablaron con muchos . Dej emos apa rte a la mu lt itud de los d iscípu los qu e por haber convivido con Jesús y prese nciado los aconteci m ien t os descritos y su res urrecc ión ll egaron a ser test igos fided ignos de todo lo acontecido. No es por este cam ino que deseamos argü ir contra los j udíos. Pongam os delante el

caso de los guardianes que e llos pus ieron para que los discípu los no hurtasen el cuerpo de Jesús y dijeran más tarde que hab ía resucitado. ¡Cuán ciega es la ma ldad humana en todas sus astuc ias! ¡Que ma l parada queda la sabiduría del mu ndo cuando compite con la de Dios! (f. 386v) Recordaban bien los jud íos las pa la bras de Jesús de que al tercer día resuc itaría. Querían , pues, cerciorarse de que ta l cosa no llegara a ocurrir; de ahí que pidie ran a Pilato guardianes para que nadie hurtara e l cuerpo. Una vez más la divina providencia desbarató los planes de los ma lvados. Atemor izados po r el gran terremoto que sacudió la tierra, y por haber visto lo que hab ían visto, vo lvieron a la ciudad y d ieron test imon io a los prínc ipes de los sacerdotes que e l cuerpo que ellos habían vigilado y guardado hab ía resucitado. Perseverando en su pérfida ma ldad los sacerdotes dieron mucho dinero a las guardas para que callasen y dijesen que los d iscípu los habían venido de noche y hab ían hurtado el cuerpo. La pregunta es obv ia y necesaria: ¿ No era ob li gac ión de estos guardianes guardar el cuerpo de Jesús hasta pasado e l tercer d ía? Si lo vieron hurtar, ¿por qué no lo imp idieron , ta l como era su ob ligac ión y responsabi lidad? La rea lidad de los hechos era muy otra: Cristo había resuc itado , y se cumplía as í la profecía de l salmista en la que se afirmaba que el que hab ita en los cielos se burlar ía de l consejo de los ma los en sus propós itos de destruir al Hijo. [a8s] En todo lo que concierne a Jesucristo, en todo lo que tiene que ver con su persona, glor ia y doctrina , prevalecía e l secreto consejo de Dios de desbaratar y reduc ir a la nada todos los propósitos ma léficos de l mundo. (f. 3S 7 r)

Capítulo 111

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DEL TESTI MON 10 DE LA VICTORIA Y PROPAGACION DEL EVANGELIO

En conformidad con la sabid uría y el proceder de los poderes públ icos del mu ndo, co n la m uerte de Crist o por se nte ncia y consenti m iento de una autoridad t an superior co mo era la de los pontífices, escribas y fariseos y la de Poncio Pilato; por haberle desamparado el pueblo y haberse escond ido los discípulos y qu edar t odo sum ido en pavorosa co nfus ión, t odo parecía presagiar el fi n de la predicació n evangélica, el fin del afect o que había suscitado la persona del Redentor, y el fin de las esperanzas de instauración del reino de los cielos. Mas lo que rea lmente sucedió fue t odo lo con t rario: una vez más se evidenció - y de u n modo maravill oso- , la int ervención del poder del cielo. Con la venida del Espíritu Sant o, al cabo de ci ncuenta días, los hasta entonces medrosos discípulos sa lieron públicament e a pred icar, y en un so lo día una gran multitud se co nvirtió al Evange lio. Los que co nti nuaban ostent ando el poder nada pu d ieron hacer para frenar esta gran man ifestac ión de potencia divina. No so lo en Jerusalén, y en toda la t ierra de Judea, sino también en extensas e import an t es regiones y ciudades de los genti les irrumpió con éxito la predicación del Evangelio. Multitu des de judíos y genti les abrazaron la fe de Jes ucristo. (f. 3S7v) No p udieron negar y esconder las autoridades de aquel en t onces que todos aq uellos grandes acontecimientos ten ían lugar en nombre y por el poder de aquel Jesús que rec ientemente ellos habían dado m uerte. Ya no podían negar que estuviera rea lmente m uerto Aq uel en cuyo nombre y

poder se actua lizaban ta les maravi llas. No podía n tampoco negar que aquel reducido número de d iscípulos, d urante un ti empo escondidos y atemorizados , aho ra se habían convertido en va li entes propagadores de la verdad de Jesucristo, anunciando que aque l que había sido muerto y cruc ificado había resuc itado , era Hijo de Dios, rede ntor de los hombres y dador de v ida et erna. (f. 388r) Ciertamente de exce lsa grandiosidad es todo esto. Nada comparab le se halla en las otras rel igiones . ¡Qué sub lime majestad enc ierra la verdad del cris t ianismo! Vemos a hombres que lo dejan todo, afrontan d ificu ltades e incluso la m isma muerte, para seguir al Cristo resucitado. ¡Qué testimon io el de estos hombres que du ran t e un t iempo fueron humi ldes pescadores, desconocidos y ma rginados por la sociedad de su t iempo, pero que ahora se han conve rt ido en pred icadores de las inescrutables riquezas de la gracia rede ntora de Jesucristo, único y verdadero H ijo de Dios! ¡Cuán grande y profundo es el contras te que en todo ofrecen los héroes de la fe evangélica si los comparamos con los pode rosos de la t ierra y enemigos de la verdad del cristian ismo! Los unos recurren a los poderes terrenos pa ra co nsegu ir sus fines; son sátrapas y t iranos del pueb lo, y se au t oproclaman verdaderos sab ios del mundo y conocedores de su destino. Los otros son suma expres ión de la humi ldad y la pobreza. No son las suyas armas de destrucción , sino que ejerc itan las armas del amor y del perdón, y firmes permanecen en el poder y en las v ictorias que emanan de la propia verdad. (f.

388

v) Los unos recurre n a la astucia; los otros

a la tras pare ncia de la simplicidad. Los unos conjura n con los poderosos; los

otros se mueven den tro de los h um ildes lím ites de su prop ia manad a. Los un os d icen : 'pe rsigamos'; los otros dicen: 't engamos pac ienc ia'. Los unos d icen : ' matemos ' ; los ot ros d icen: ' m uram os'. Los unos d ice n: 'dest ruyamos a nu est ros ene m igos '; los ot ros dicen: 'todos son amigos n uestros '. Los unos m aldicen; los otros ben d icen. Los un os toma n armas; los otros tienden las m anos . Los unos d icen : ' nosot ros somos los ' bu enos ' ; los ot ros d icen : ·nosotros somos el des hecho del m un do'. Los unos d icen: ' n uestro es todo '; los otros d icen : 'no am bic iona m os nada'. ¡Cuán distintos y des iguales son en t odo estos dos bandos! Pero a pesar de todo, en est e conflict o los desn ud os ve ncen a los arm ados; los pocos a los mu chos; los pobres a los poderosos;

s

los p iadosos a los crueles . (f. 3 9 r) Ext raordi naria es la victoria: la consiguen los que ca ll an y los q ue m uere n; no la logra n los que pers iguen y matan. Es as í como se levant an po r todo el m undo las banderas victoriosas de Jes ucristo. Los en listados de este 'ejércit o ' no toman armas, sino q ue las d eja n; no le si guen para ganar haciendas, si no para menospreciarlas; ofrece n sus vid as po r Jes ucristo y no por las vanas causas de este mu nd o. Claramente se des prende de tod o lo d icho que los pobres y desvalid os d e est a co ntienda alcanzaron su v ict o ria, no po r lo que eran o poseían, sino po r las riquezas, f uerzas y pode res que les vin ieron de arriba. No puede nega rse que los d iscíp ulos de Jes ucristo huyeron cuando t uvieron lugar los acon t ec im ientos de su m uerte. No es d e extrañar, tampoco, que est os once hom bres, tan fa lt os de pode r y prot ecc ió n, llegaran a esconderse po r temo r a la feroz opos ició n j udía y d e los poderes pú blicos. Permit ió Dios

se diera esta flaqueza en ell os, no solo para que los discípu los se percataran de cuán déb iles eran sus fuerzas para as um ir la gran em presa qu e les agua rdaba de proclamar e l Evange lio, si no ta mbién para que los enem igos se d ieran cuen ta de que solo la intervención de una fuerza celestial todopoderosa podía explicar el gran cambio que se avecinaba en los d iscípu los, que de déb iles y temerosos iba n a convertirse en testigos fie les, va lerosos y poderosos de l Evangelio. (f. 339 v) Hasta la ven ida de l Esp íritu Santo se prolongó esta situación de temor y flaq ueza en los discípu los. Con la ven ida de l Espíritu de Dios en la gran fiesta de Pentecostés, cuando tanta gente se hab ía congregado en Jerusa lén, las fuerzas y e l estado de ánimo de los discíp ulos cambió rad icalmente. Y ahora vemos a san Pedro, que en casa de l pontífice hab ía negado tan porfiadamente a su Maestro, como valerosame nte se leva nta a pred icar púb licame nte que Jesucristo, que hab ía s ido crucificado en la cruz del Ca lvario, era verdaderamente Hijo de Dios, verdadero Mes ías, redentor de l mundo, y que solo los que en él creyeran podrían se r sa lvos. Rea lmente destacables fueron los acontecim ientos que tuv ieron lugar en aque l d ía. Vemos, por un lado, como aque llos que habían permanecido escond idos, irrum pen en la plaza publica con un án imo y una osad ía rea lmente increíbles. Vemos que de lante de todos, y siendo prácticamente iletrados, hab lan en diversas lenguas y dan testimonio de la enseñanza de las Escrituras en confirmación de lo que pred i-

can.Vemos, por otro lado, como muchos de los oyentes, que hasta entonces tamb ién hab ían perma necido con án imo temeroso, ahora conocen nuevas y renovadas fuerzas y dan muestras de genu ina fe ; y como muchos de aque llos

que se habían sol ida rizado con los qu e dieron mu erte al Hijo de Dios, ahora mu estran espíritu de penitencia y al oír el testi monio de Ped ro 'se co m pungie ron de corazó n, y di jeron a Pedro y a los otros apóstoles: Va rones, ¿qu é hare mos? Y Ped ro les dijo: Arre pentíos, y ba utícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados .' (Hch. 2,37-38). Preguntas su mamente importantes cruza ría n la mente de mu chos de los allí presen tes . Así, por eje mplo, ¿cómo se ex plica ba que estos discíp ul os, que en vida de l Maest ro hab ían dado pruebas de mu cha ignorancia, ahora, a los pocos días de la crucifixión, da ban muestras de ta nto saber? (f. 39 o r) Los que condenaron a Jesucristo, allí esta ban, aun si cabe, co n más pode r que antes. ¿Cómo es que ahora muchos de los qu e los habían seguido ahora escuchan a los despreciados apóstoles y se co nviert en al Evangel io de Jes ucristo qu e ellos predican? Si el Rede ntor hab ía sido un engañador y fa lso ense ñado r, ¿cómo es que aho ra, des pués de mu erto, sus segu idores ll ega n a ser tan numerosos y con tanto celo y fe rvor le siguen, confesá ndole co mo salvado r de sus almas y de su destino ete rno? Hecho real mente extrao rdi nario es este: después de mu erto Jesús, sus enemigos no hacen más que ir de derrota en de rrota, y los discípu los y seguidores de Jes ucristo no hacen más que ir de victoria en victoria. Cristo es co nfesado como resucitado de entre los muert os, y extrao rdinarias muestras de su poder son hec has en su nom bre. 1nstrumentos de ta n portentosas ma ravi llas fue ron aque llos hu mildes pescado res que hacía poco, mu y poco t iempo, dispersos y amedrantados se escond ían de aque llos qu e, en apariencia, eran los tri unfadores de l drama del Calvario. La ex pli cación de

todos estos sublimes acontecimien t os, y los camb ios tan extraordi narios que tuv ieron lugar en tan poco tiempo, so lo se exp lica n por la irru pción soberana del poder omn ipotente Dios dando test imonio de qu e el Cruc ificado del Gólgota era H ijo del eterno Padre, el Mesías prometido, el Redentor del mundo. (f. 390v) Bien pode m os decir, en concl usión, qu e en un espac io de tiempo de pocos años una gran parte de la pob lación mundial de aque l entonces fue vencida por la predicac ión d el Evangel io. Mu ltitudes fueron las que al oír el mensaje de sa lvació n se convirt ieron al cristian ismo, confesando qu e aqu el Jesús que fue crucificado bajo Poncio Pilato era el redentor de sus almas, el verd adero maestro de la ve rdad. Nad ie p uede pone r en duda que los que capita nes d e esta vict oriosa guerra espiritua l fue ron un puñado de hombres proven ientes del ámb ito más pobre y desfavorec ido de la tierra. Rea lm ente extraord inario es el hecho de q ue este peq ueño grupo de hu mi ldes y pobres 'so ldados' del Evange lio pud ieran enfrent arse a los pode rosos del m undo y pud iera ven cerles con el mensaj e de paz, amor y redención que habían rec ibido del H ij o de Dios . Una vez más hem os de afirma r que el éxito de la predicación de los apóst o les y de la Igles ia p rim itiva f ue, de hecho, una exce lsa y sublime m an ifestac ión del pod er de Dios. Razón ten ía, pues, el apósto l Pab lo cua nd o esc ribía 'que no se avergonzaba del evangelio, porque es pode r de Dios para sa lva ción a todo aqu el qu e cree.' (Ro. 1,16). (f. 39ir) Concurrieron y se d iero n cita en los discípu los de nuestro Salvado r cosas ta n grandes y ta n co ncertad as por la m ano de Dios, que en t odo tapaba n la

boca del dem on io y sus sec uaces en sus intentos de ca lum n iar y contradec ir la verdad del Evange lio. Es de resa lta r el hecho de que los pobres y hum ildes siervos del Eva ngelio , nunca pretend iero n asce nder en la esca la de los bienes t errenos sirviéndose d el m inisterio de la pred icac ión. En est o también siguieron las pisadas de su Maest ro: menos preciaron los bienes terre nos , y le im it aron en su vida ejemp lar y en sus obras de j ust icia. Pacienteme nte desem peñaron su m iniste rio, afront aron las adve rsidades, e incluso cons ideraron la mu erte como una m ejor ret ri bu ción en pago de sus obras y vicis itudes. Nu nca promet iero n a sus segu idores en el Evangelio que obte ndrían en el m undo las prosperidades por las q ue tanto se afán los hombres. Clarament e anunciaban a los fie les que el sendero del ll am amie nt o d ivino no esta ba exento de t rabajos, persecuc iones, ca lum nias y neces idades. Nada les ex imía de cargar sobre sus hom bros un a pesada cruz, e incl uso se llar co n su m uerte el t estim o n io de su fe . Pero en todo momento, y po r enci m a de todas las ci rcu nst anc ias sem bradas de advers idad, suyo era el gran tesoro de tener a su lado a Dios m ismo. (f. 39 ,v-f. 392 r) No po r las infl uencias de los poderes del m al se o braro n maravi llas t an grandes como la de hacer co nceb ir a una m u¡er anciana, o res ucit ar a m uertos. Est os, y otros m uchos m ilagros rea lizados por Jes ucristo y sus d iscíp ulos son elocuent es test imonios de la irrupc ión del poder de Dios en los orígenes y en el cu rso de todos los eve ntos sa lvíficos del . . . (f. 392v) cnst Ian1smo.

Capítulo 112

TESTI MON 10 DE LOS ENEMIGOS DEL CRISTIANISMO

Tan t a es la fuerza y la evidencia del cristianismo; tan púb licos y manifiest os los m ilagros qu e lo ha n co nfi rmado, y ta n limpia y justa la vida d e sus seguidores, que incl uso sus enem igos se han vist o ob ligados a confesar la realidad de est os hechos. Rea lmente ad m irable es que estos opositores al Eva ngelio se hayan rendido a la evidencia de los hechos; triste realmente es tam bién que a pesar de sus adm isiones en favor del cristian ismo hayan cont inu ado bajo la ceguedad y la astu cia de Satanás. Cons iderem os, en primer lu gar, lo que sobre este tema escribió Tertu liano, profund ísimo doct or de la doctrina cristiana y gran co nocedor de lo que los gent iles dijeron y argumen ta ron en con tra d el cristianismo.[486] Tertuliano florec ió en los pri meros tiempos de la Iglesia cristiana, y pront o se disti nguió po r sus escrit os apologéticos en d efensa de la fe evangélica. (f. 393 r) Vivió en tiempos d e los emperadores Severo y Antonio Caracalla - es decir: unos cie nto setenta años después de la muerte de nuestro redentor Jes ucristo- . Segú n un antiguo decreto romano , ninguna nu eva divin idad pod ía añad irse al panteó n de los dioses de la repú blica sin el co nsentim iento previo del senado. Ponc io Pilato condenó a Cristo en co ntra de sus propias convicciones. Poco después, al ser conocida y divulgada la not icia de su res urrección , escribió al em perador Tiberio y le in form ó sobre t odo lo conce rniente a Je sucristo. Tiberio pasó est a informació n al senado, expresando su sent ir de que tamb ién Cristo había de ser inclu id o en el panteón de las divinidades ro m anas. El senado se opuso a los deseos d el

emperado r y su propuesta no f ue aceptada. (f. 393v) El emperad or, viendo que no pod ía hacer p reva lecer su criterio, decid ió conceder med idas de to lerancia a los fie les del cristian ismo, y as í consta, según el test im on io de Tertu liano, en muchos de los documen t os ofic iales d e Roma . Y es por esta razón qu e en aque l t iem po el Evangelio pudo extenderse y el número de conversos al cr istianismo pro liferó en gran número. Tertu liano ape laba a esta to lerancia mostrada por los poderes pú blicos hacia el cristian ismo, y enfática m ente afirmaba que el primer emperador q ue pers igu ió a los crist ianos fue Nerón. De lo d icho clarame nte se desprende que en el curso de la historia de la naciente Igles ia crist iana la intervención de la prov idencia d ivina f ue rea lmente notor ia. Fue por d es ign io del cie lo que Poncio Pilato, que había sido juez en la con d ena que se impuso al Redentor, poco des pués d iese testimon io a su em perado r de la suma grandeza de aque l a qu ien previam ent e había condenado. Los testimon ios, pues, que sobre la vida y d ivina m ajestad de Jesucristo se p regonaba n en el m undo gentil no podían ser más favora bles. Era tamb ién design io de Dios el que no se incluyera a Jesucrist o en el panteón romano de d ivinidades, pues so lo él era verdadero Dios. (f. 394 r) Todas los co m ponentes del o limpo eran fa los dioses paganos introducidos por los dem on ios. Tamb ién en los designios de Dios estaba el qu e Tiberio, no siendo crist iano, favoreci ese a los crist ianos y cast igara con d iversas pe nas a sus perseg uidores y ca lumniadores. Como ya hemos d icho , esta actitud t o lerante d e los pode res púb licos propició la rápida expans ión del Evange lio y la conversión de muchos gent iles al cristian ismo.

Otro test im on io de grand ísi m a auto ri dad es el d e Plut arco, autor gent il y ajeno al cristian ismo.[,a87J De un am igo suyo, de prest igio y autoridad, oyó la historia de que navegando en un a gran nave por el nort e de It ali a ce rca de las islas Eq uinadas, al dej ar de sop lar el viento anclaron en la is la de Paxon. [488] Est ando ce nando t odavía los pasajeros, una voz p rove nient e de la isla llam ó a Tham us, capitán de la nave, nat ural de Egipt o. (f. 394 v) La m ayo r parte de los pasaj eros ignoraban qu e est e era el nombre d el cap itá n. Tres veces se oyó la voz llamando a Tham us. A la t erce ra respo ndió el cap itá n inqu iriendo po r qué se le llamaba. La voz le d ij o: 'Cuando lleg uéis cerca de Pa lodes (j unto a la isla que aho ra se llam a Corfú) , anu ncia a los pasaje ros que el gran Pan ha m uert o.' Al oír esta voz todos los de la nave fueron presa de gran temor. El cap it án dijo a las pasaj eros que una vez ll egaran cerca de la is la, si el v ient o conti nu aba soplando la nave pasaría de largo y nada d iría; pero si el vient o se enca lmaba t o m aría en serio el mensaje d e la voz y decl ara ría su se ntido. A l ll ega r al lugar ind icado el viento dej ó de sop lar, y el cap itá n desde la proa de la nave con fue rte voz d ij o: ' El gran Pan ha m uert o.' A penas d icho esto se oyó un estruendoso ll anto de voces ext ra ñas y m isteriosas. [489.] Noticia de lo aco ntecido ll egó a mu chos lugares, e incluso llegó a oídos del empe rado r Tibe rio, qu e puso gran d iligencia en saber de que d ios Pan se trat aba, pues uno de ellos cont aba co n muchos ado rado res en Roma . Este acontec im ient o tu vo lugar en t iem pos de Tiberio y coi ncidía co n la m uerte de Cristo, nuestro redent o r. Pan es una pa labra griega q ue significa TODO, y segú n algunos hacía refere ncia a Cr isto: Dios de todas las cosas. (f. 395 r) Mas co m o Pan era de hecho un d ios

pagano, no creo sea esta la correcta int erpretación del acontecim iento. La muerte del d ios Pan es la muerte esp iritu al del prínc ipe de los demon ios y el fin de todo su poderío sobre el linaje humano. Y es por la victoria que Cristo logró con su muerte redentora sobre Satanás, el pecado y la muerte, q ue el poder de las ti nieblas de Pa n quedó ve ncido . El llanto que se oyó de estruen dosas voces era el llanto de los posesos de Satanás que lamentaban la muerte del poder esp iritua l de su líde r. Más o menos al mismo t iempo, pero en un lugar más lejano, escribe Plutarco, se reg istró un acontecim iento simi lar q ue ta mbién impl icaba la muerte de uno de los grandes d ioses. Un ta l Demetrio navegó a una isla de las Oreadas cercana a I nglaterra.[A9Q] Se d io cuen t a de que sus habitantes se hal laban en un estado de gran confus ión y espanto por haber visto amenazadoras señales en el cie lo y haber oído extraños ruidos. Interpretaban el extraño acontecimien to como un anunc io de q ue uno de los grandes dioses había muerto. Este suceso, pues, era como una repetic ión del acon t ec imiento al que ya nos hemos referido sobre la muerte del dios Pan y que daba testimonio de lo q ue había ten ido lugar en Israel al mori r Cristo en la cruz y resuc itar vict orioso. Testimonio tenemos de Trajano que indica q ue ll egó a te ner alguna extraña experiencia, o aviso, sobre el cristian ismo que le ob ligó a minorar sus práct icas persecutorias contra los segu idores del Evangelio. Plinio 11, que a la sazón ocupaba el cargo de juez en As ia, en una carta al Emperador le informaba de q ue ' los cristianos se reun ían para exhortarse mutu amente a no hacer ningún mal, a no h urtar, a no cometer adulterio, etc. Se re unía n para comer

juntos sin hacer daño a nad ie. (f. 395v) Sí que tenían , empero, una fe fanática pa ra alabar a Cristo como un d ios .' [4.91] Ta n cegados estaban los hombres por el demon io q ue no se pa raban rea lmente a d iscrim inar quienes eran los crist ianos y po rqué los mataban sin antes haberles conoc ido cómo eran y q ué creía n rea lm ente. Plin io no hall aba en ell os cu lpa, pero si que los t ild aba de supe rstic iosos por creer que un hombre condenado a cruz era redentor de los hum anos. Cuando d ice q ue 'comían ju nt os ' de hecho adm ite que no se había int eresado en conocer el sign ificado del sac rame nto de la Cena del Señor. Convenc ido Trajano por est a info rmació n mandó que no se hiciese inqu isición contra los crist ianos, pe ro a aque ll os que fuesen acusados se les castigase. Con suma razó n excla m a Tertu liano: '¡Oh sentenc ia confusa y desvariada! Dice que no se les busque porqu e son inocent es y manda que se los cast igue como culpab les . A l unísono pe rdona y se m uest ra cruel. Al un ísono confiesa su inocenc ia y la d isimu la. Si los condenas , ¿por q ué no los buscas? Si no los bu scas, ¿por qué no los abs uelves? Ce lda hay para los lad rones, pa ra los enem igos públi cos y para los conde nados de lesa majestad. Pero so lo con el crist iano no es lícito que le busq uen por malo, m as es lícit o q ue qu ien así lo qu isiere lo traiga acusado. (f. 396 r) La se nte ncia condena al que no ha de ser buscado. De esto se infi ere q ue es castigado, no po rq ue tu viera cu lpa, sino po rq ue ha sido buscado y ha sido hall ado.' El em pe rador Ad riano - pagano de toda la v id a- , sin embargo después de leer la defensa q ue d el cristianismo hicieron Cuad rat o, discípu lo de los Apóst o les, y A ríst ides, filósofo ate niense conve rt ido al Evange lio, escrib ió a

M inucio Fu ndano, procónsu l de Asia , para que no se co ndenase a los cristianos por razón de su fe .[a,92] No habría ob rado as í el Em perador de no haber conoc ido las razones de defensa del crist ianismo argume ntadas por Cuadrato y Aríst ides. Conocido es ta m bién que Adriano se prop uso edificar temp los q ue honrase n a Cristo, pero no se llevó a t érmino el p ropós ito im perial al desaconsej árse lo sus asesores po lít icos y co nvencer le de que ta l orden supondría la conversión de todo el Im perio al cristi anismo. (f. 396v) Por lo demás, Adriano estaba firmeme nte persuad ido de que su vict oria sobre las tri bus germánicas de los m arcomanos se debió a los so ld ados crist ianos enli stados en su ejérc ito. Notoria cosa es q ue el emperador Alejandro Severo pu blicó los m ismos ed ictos imperiales en favor de los cr istianos. No habían de ser éstos persegu idos por profesar su re ligión. Se d ice que en su oratorio te nía una imagen de Cristo. Aunq ue lo int ent ó, no logró que se ed ificasen temp los a Cr isto en el Imperio. Ciertamente, det rás de este frustrado propós ito estaba la vo lun t ad prov idente de Dios q ue en modo alguno pod ía consen t ir q ue n uestro Rede ntor ocupara compañ ía con los fa lsos dioses del panteón pagano. Aleja ndro Severo había hecho suya la m áxi m a crist iana de no desear al próji m o lo que uno no desea para sí mismo. A lguna mell a habría dejado en su conciencia la doctri na crist iana. Gran persegu idor del crist ian ismo fue Ga lerio Maxim ino, sin embargo, al darse cuenta en varias ocasio nes de la verdad resp landec iente del Evangelio y de haber experiment ado en su prop ia carne la ira d ivina por su cond ucta inicua, revocó fina lmente los edictos crue les que se había prop uesto ll evar a té rm ino co ntra los cristianos y to leró el libre ejerc icio de sus creenc ias.

Todos éstos no fueron cristia nos y murieron en su ignorancia y en su perdic ión. Si actuaron a veces con sus edictos a favor de los cristianos, fue porq ue llegaro n a darse cue nta de la pureza de vida y doctri na de los seguidores del Evangelio, de su profunda enemistad que mostraban contra la maldad y de las seña les y m aravil las que se actualizaban entre ellos. Conscie ntes eran también de que la ira de Dios se había manifestado claramente en ocasiones co ntra la inj usticia y la persec ución qu e sufrían los creyentes. (f. 397 r) No fueron fáci les aquellos primeros tiempos de siembra del Evangelio. Forta leció Dios a los creyen t es en su esforzada y difícil vida de test imon io, y con ced ió per iodos de relativa ca lma persecutoria para que la predicac ión del Evangelio siguiese su curso expans ivo por todos los lugares. Desde Tiberio hasta Nerón la Iglesia conoc ió algunos periodos de respiro. Bajo Nerón la persecución fue extrema y severísima. Mu ltitud de cristianos recib iero n el martirio - entre ellos grandes prínc ipes de la Igles ia y discípulos de nuestro Redentor- . Con t inuó con Domiciano la persec ución; sin embargo la divina bondad interv ino y frenó las crue les dispos iciones imperia les contra los creye ntes. Dom iciano fue muerto, y el senado roma no an uló t odos los decret os promulgados por t an abominable príncipe. La Igles ia volvió a tomar alient o y conoció otro resp iro . Co n Trajano el demonio despert ó otra etapa de crueldad que tampoco llegó a cons umar todos lo malvados decretos persecutorios programados en un principio. (f. 397v) Si exami namos de cerca el curso de la Igles ia cristiana descubrimos cómo y de qué manera Dios ha ejercido su vigi lancia y su favor sobre la misma.

Prueba a veces co n rigurosísima cruz a los fie les pa ra qu e siga n en las pisadas del Redentor, pero al m ismo tiempo tamb ién ma nifiest a su amo r de Pad re y en su provide ncia nos descubre que po r mucho que ar remet a Satanás con todas sus hu estes para destrui r a la Igles ia, todos sus at aqu es se rán en vano: la Iglesia segu irá su curso y en t odo momento conta rá con el infin ito poder de Dios. El estud io de la hist o ria de la Iglesia nos descubre t amb ién cuán despierta está la ira de Dios cont ra los enemigos del Evangelio. Notorio es el hecho de que aque llos príncipes romanos que más cruelmente actuaron contra los fie les crist ianos, más desastrado y terrible fue su fin. A pesar de t odas las dificultades y persecuciones la Igles ia perseveró en los cam inos del Señor. Y esto fue así incl uso bajo el mandato imperial de Ju liano Apóstata , que primero fue crist iano, pero engañado po r su maestro Libanio Sophista, retornó al paganismo y se afanó por instaurar de nuevo las doctri nas y práct icas de la religión gentil.[A93] Aún bajo los severísimos edict os de Juliano contra los cristianos, br illó el cu idado prov idencial de Dios po r su Ig les ia. (f. 398r) La pred icación del Evangelio conoció grandes trofeos de co nvers ión y el cr istian ismo se exte nd ió por muchas de las t ierras y provincias del Imperio roma no.

El tratado Doctrina cristiana termina con esta excusa y esta promesa de su autor:

Al lector:

En este lugar, cristiano lect or, nos ocupó po r una parte la grandeza del libro y por ot ra la mu ltitud de imped imentos qu e no dej aro n lugar para pasar adelan t e. Bien claro es de conocer q ue n i esta co nfirm ación queda cumplida, n i las tres sectas q uedan reprobadas, según que al pr incipio lo teníamos prometido. Con el favor de nuest ro Señor m uy prest o sa ldrá el cumplim iento de todo esto, de manera que se p ueda j unta r con lo q ue ahora sale.

Nota final sobre el libro y el permiso de la Inquisición:

Este libro, siendo aprobado por los Inquisidores de España, no tiene necesidad de otra aprobación. Mas para satisfacer al impresor, digo: que es muy católico y de grandísima utilidad para cualquier cristiano que lo leyere. Fray Ángel de Castilla Fue impreso en Amberes, en casa de Juan Latio. Año M. D. L/11/

[457J. La referenc ia a lsaías

10,

q ue aparece al margen, es eq uivocada. Posib le-

mente Co nstanti no tendría en ment e la de /sa(as 2,2-3: "Acontecerá en lo pos-

trero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. -

Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de

Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová." En cua lqu ier caso Constantino inte rpreta muy librem ente este pasaje del profet a lsaías.

L4S~] - En est e tema de la cronología d e las nac iones an t iguas - incluye ndo sus respectivas religiones y cu lt uras- , las cons id erac iones d e Const ant ino so n cuest ionables y ado lecen del desconoci m ient o h istórico generalizado qu e en su t iempo se t en ía de los pueb los antiguos.

L459J. En el t ext o o riginal: "todas las cosas de que sabe m os qu e la policía hum ana tiene uso ta n ordi nario."

[c460]. Ogigia es una de las islas qu e se menciona en la Odisea, de donde proced ía la ninfa Ca lipso, hij a del titán Atlas, y q ue retuvo prisionero a Odiseo du ran t e siete años. Odiseo - o U lises-

llegó a la isla como náufrago de un f uer-

t e di luvio causado po r Nept uno. Aut ores recie ntes re lacio nan la isla con la

Atlántida. Segú n el antiguo m it o de Deucalión, pa ra castigar a los habita nt es de la t ierra Zeus ordenó a Neptu no q ue causara un d iluvio que sep ultara a los m o rta les. El m onte Parnaso, por su altitud, se libró de las ag uas, y en él t omaron refugio el j usto Deucal ión y su esposa Pirra, que log raron ap lacar la ira de Zeus , y lanzando piedras al sue lo cons igu ieron q ue est as se convirt ieran en nu evos seres hu manos.

[c461]. En el texto original : ' m anifiestísi mamente.' [c462]. lsaías 4 1,21-29. [c463]. lsaías 44,25.

[.46.4-J. lsaías 13,19: "Y Babilonia, hermosura de reinos y ornamento de la grandeza

de los caldeos, será como Sodoma y Gomorra."Jeremías 51 , 1-64. [.465]. Daniel n,21-35. [.466]. En el text o original: " idiotas pa ra la sa biduría de la tierra." [.467.]. En el texto original : " ... pa ra despert ar cod icia de servir a Dios." [.468]. En el texto origi nal: "Solo ell a tiene p rueba de se r co nfo rm e al seso del . 1o ..." c1e

[.469.]. En estas co nsideraciones es m uy pos ible que Co nsta nti no tuviera en m ente la contrad icc ión entre la bo ndad y la ma ldad q ue de un m odo t an vivo el apósto l describe en el capítulo 7, 14-25, de su carta los Romanos, en que entre otras afirm ac iones , dice: "Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne no mora el

bien; porque el querer el bien está en mi, pero no el hacerlo ... Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mi ... ¡Miserable hombre de mi! ¿Quién mi librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios por Jesucristo ..." [.47.0]. "Se le pegarán defectos." En el sent ido de que se puedan dar " signos de

bajeza" que delaten un descenso de identidad en el ejerc icio de estas acc iones de providencia.

[.47.l]- "Las profecías qu e de antiguo predecían la venida del H ijo de Dios, no solo estaban en el pu eb lo j udaico, m as t amb ién est aban en el de los genti les." Tal como ya nos ha d icho anterio rmente Const ant ino, tam bién este conoc im iento pasó de los j ud íos a los gent iles.

[.47.2]. 1 Corintios 1,18-24: "Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pier-

den; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. 19 Pues está

escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos.20 ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? 21 Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios sal11ar a los creyentes por la locura de la predicación. 22 Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; 23 pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; 24 mas para los llamados, asíjudíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios." [.47.3]. La referencia de Juan 9, que se deta lla al margen, no es co rrecta. La cita

que Constanti no te ndría en mente sería la de Juan 6 14-15: "Aquel/os hombres 1

entonces, 11iendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este 11erdaderamente es el profeta que había de 11enir al mundo. 15 Pero entendiendo Jesús que iban a 11enir para apoderarse de él y hacerle rey, 11olvió a retirarse al monte él solo." [.47..4]. Lucas 121 13-15: "Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que

parta conmigo la herencia. 14 Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre 11osotros como juez o partidor? 15 Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda a11aricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee." [.47.5]. Mateo 22, 17-21. La refe rencia que aparece al ma rgen de Mateo 2, no es

correcta. [.47.6]. En el original: "... Pintaron en seco a homb res muy e nteros ... " [.47.7.]. Jenofon te (ca. 431 a. C. - 354 a. C.), mi litar, fi lósofo e historiador grie-

go, discíp ulo de Sócrates. Su principal obra es la Anábasis, que describe la

derrota de su am igo Ciro el Joven, en la bat all a de Cunaxa, contra Artajerjes 11, rey de Pers ia. En el re lato se describe el d ifíci l regreso a su patria de los d iez m il vo luntarios griegos qu e co m partiero n la derrota. Lucio Flavio Filóstrato

(ca.160/1 70- ca.249) , nació en Lemnos, enseñó en Atenas y des pu és en Roma . Escribió dos libros sobre la vida de los sofist as; pero lo qu e le d io ce lebridad fue su biografía novelada de Apolonio de Tiana. Apo lo nio de Tiana (fines del siglo 1) , filósofo, matem ático y místico pitagórico, es present ado por Filóstrato como ejemp lo sublime de virt udes y d e posee r poderes sobrenat urales, qu e ll evaron a algu nos de sus seguidores a rend irle honores d ivi nos.

Lirz8].

El d iscíp ulo aqu í alud ido es Juan, que en el cap ítu lo 19,25-27, de su

evange lio, d ice: " Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su

madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena . 26 Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. 27 Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa." [A-7..9.]- De hecho en lo qu e rest a de este tratado doctrina l no se d esarro lla el tema de los sacramen t os. Es m uy pos ible qu e en la segunda parte d e la Doc-

trina cristiana Const antino abordara amp liamente la doctrina sacra menta l. Est a segun da parte, sin embargo, n unca ll egó a p ublicarse, y el man uscrito sería confiscado y destruido por la Inq uisición.

[J8o]. La cita de Mateo 7, q ue fi gura al m argen, no es correcta. En este ca pítu lo el eva ngelista no registra ningú n m ilagro de Jesús; pero si qu e en otros capítu los de su narrativo se hace mención de los m ilagros a los que al ud e

Constant ino.

[481]. Lucas 11,14-15: "Estaba Jesús echando fuera un demonio, que era mudo; y

aconteció que salido el demonio, el mudo habló; y la gente se mara11illó. Pero algunos de ellos decían: Por Belcebú, príncipe de los demonios, echa fuera los demonios". [482]. La refe rencia al margen es errónea. No es en el capítu lo 8 de Lucas donde se habla de Eli sabet, el naci m ien t o de Juan el Bautist a y la profecía de Zacarías, sino en el cap ít ulo

1

[4~3]. La refe rencia de Juan

2,

de dicho evangeli o. que figu ra al margen, no es cor recta. La cita es

del cap ítu lo 12,28-31.

[484]. Flavio Josefo (c. 37 d. C. - c.

100) ,

h istoriad or, judío de fam ilia sacer-

dota l, intervino en la revuelta co ntra Roma. Tras la d errota jud ía en el año 67, halló gracia a los ojos de Vespas iano al predecir que p ront o sería co ronado em perador. En el año 70 acompañó al ejército d e Tito, h ijo de Vespasia no, en la campaña que te rm inaría con la destrucc ión de Jerusa lén. Entre sus obras ca be mencionar La guerra de los judíos y Antigüedades judías - en que hace referencia a la mu erte de Juan el Baut ista- . En el cap ítu lo XVI 11 del mismo libro hay u na mención - de aute ntic idad muy cuestionada-

sobre Jesús de Naza-

ret, y en el capítulo XX se menciona a San t iago, " hermano de Jesús, quien era ll am ado Crist o."

[4~5]. Sa lmo 2, 1-5: "¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas

vanas?

2

Se le11antarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra

Jeho11á y contra su un gido, diciendo: 3 Rompamos sus ligaduras, y echemos de

nosotros sus cuerdas. 4 El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. 5 Luego hablará a ellos en su furor, y los turbará con su ira." [.486]. Qu into Septi m io Florenc io Tertu liano, primer escrit o r y apologista crist iano, nació en Ca rt ago (c. 155), hijo de un ce ntu rión romano . Ejerció la abogacía en Ro m a, y en 190 se co nv irtió al cristian ism o, llegando a se r un o de sus m ás ardient es defenso res . Sus amp lios co noc im ientos de la filosofía ant igua le sirviero n para se ñalar sus errores y reiv ind icar la verdad de la reve lació n crist iana. Escri bió en latín y puso las bases de lo q ue sería el lenguaje teológico de la apo logét ica ecles ial poster ior. De él arranca n, por ejemp lo, los térm inos de Trinidad, persona y substancia. Fu e un acérri m o defensor d e la un idad doctrinal del Antiguo y del Nue110 Testamento. De la tre int ena de obras q ue de él se conse rva n, la m ás fa m osa e influyent e fue su Apologética, que encierra un a apas ionada d efe nsa de los cr istia nos del tie m po en con t ra de las fa lsas acusaciones que so bre sus cree ncias y vida m ora l hacían circ ular los enem igos de la Iglesia. Muy estr icto en su co ncepc ión ascética de la vid a y cond uct a de los fie les, se co nvi rtió en seve ro líder del m ovi m iento montanist a - q ue pro nto se ría rechazad o po r la Igles ia- . Tertu liano murió en el año 220, en Cartago, su ciudad nat al. [.487.]. Mestrio Plut arco (c.46-c.120), historiador, biógrafo, moralista y ensayista griego de amplia cultu ra, tanto por sus estud ios como po r sus n umerosos viajes. Ej erció de int érpret e de los orácu los de Delfos y procurador po lít ico al consegu ir la ciudadanía romana. Vidas paralelas es su obra más im port ante; co nt iene la biografía de destacados personajes griegos y romanos,

sobresa liendo la de A lejandro Magno. Otra de sus ob ras famosas es Moralia, que es una colección ecléctica de diversos y var iados temas éticos. Constantino alude muy d irectamente a la obra intitu lada Sobre la decadencia de los

oráculos. [.488) . ¿Es Paxon la isla de la Atlántida mencionada ya po r Platón? Según Plu ta rco f ueron ciertos sacerdotes eg ipcios los que re lataron a Solón la hist o ria de la Atlántida. [.4-89.). Según la m itología griega Pan era el d ios de los past o res, de los rebaños y de la sexua lidad mascu lina. Se le representaba como un ser m itad hombre y m it ad anima l.

[J.90). Las Islas Oreadas están situ adas al no rte de Escocia. Co nstituyen un arc hipiélago de unas set enta islas, de las cuales so lo unas veinte son habitables. De est as islas ya en el siglo 11 hace mención el geógrafo y astrónomo griego Claudio Pto lomeo. A partir del siglo IX fuero n ocupadas por piratas vikingos.

[J.91) - Plinio el Joven, o Segundo (63-113), fue un brillante científico, po lítico y escr itor. Sobrino de Pl inio el Viejo, llegó a ocupar los cargos más importan t es que pod ía ofrecer Ro m a. Su actitud hacia los cristianos de hecho no fue benévola , al punto que el m ismo Trajano le ordenó que no d iera curso a se ntencias de mu erte basadas en m eras denuncias anónimas. En su carta al Emperado r, escr ita desde Bitinia, resume su j uicio sobre los cristianos ca lificándoles de plaga de fanát icos creyentes que, entre otras cosas "alaban a Cristo co m o a un d ios."

L4.92]. La apo logía de Cuadrat o es la pri m era apo logía del crist ia nismo. En su escr ito del año 125 al emperador Adr iano da t esti m on io de la fe de los cris tianos en Cristo, el sa lvador, res ucit ado de entre los m uert os y Señor de todo. El frag m ento lo reprod uce Eusebio de Cesárea en su Historia eclesiástica, lib. IV, cap. 3. En el esc rito del Emperador a Mi nu cio Fundano, procónsu l romano en Asia , se hace eco de las o bservaciones de su antecesor en el cargo Sereno Graniano, de q ue los crist ianos era n injust amente trat ados, y d ispone q ue se les trat e segú n las d isposicio nes legales vigent es y q ue toda fa lsa ac usació n contra ellos sea castigada severamente. En el año 137, el apo log ista cristiano Aríst ides, en una carta al emperador Adriano, describe la vida honest a y piadosa de los cristianos, q ue " llevan impresa en sus corazo nes las leyes de Dios ... Que han encontrado la verdad del evangelio ... Listos siempre a dar su vida po r Cristo ... y a verle y rec ibir le en gloria." No se tie nen fuentes históricas que registren ejecuciones de cristianos en t iempos de Adriano.

L4.93]- Julián el Apóst ata (331-363) f ue emperador desde el año 361 al 363; m ilita r y hombre de letras, después de profesar el crist ian ismo retornó al paganismo trad ici o nal de Ro m a, si bien es ciert o q ue en uno de sus ed ictos proclamó libertad re ligiosa en el imperio. Despectivamen t e t rató a los cristianos, a q uienes llama ba galileos, y se m ostró grand ilocuente en su defensa del neoplatonis mo. De hecho su corta hegemon ía po lít ica fue en todos los aspectos un rotundo fracaso.

APÉNDICES

LA AUTORIDAD DE LA BIBLIA Constantino es un teó logo genu inamente refo rmado en su acept ación de las Escrituras como ún ico f und ame nto infa lible de doctrina. En el desarrollo de todos los temas de su Doctrina cristiana la apelac ión a la aut oridad de la Pala-

bra de Dios es constante. En repetidas inst ancias nos dice q ue su propós ito de fide lidad a las Escrituras es abso luto e inq uebra nta bl e."Para todas n uestras argumentaciones el testimonio más import ante y só li do en el q ue se f undam entan todas nuestras razones es la Palabra de Dios, f uente de infinita verdad

y de perfect a luz." (f. 331r) La polém ica religiosa del sig lo XV I planteó una decisiva y rad ical cuestió n de autoridad. La j erarq uía de la Iglesia Romana actuaba como deposit aria infa lible de la verdad del cristianismo y ejercía en lo doctrinal, y en otras esferas, una autor idad abso luta. Co n el adven im iento de la Reforma se h und e toda esta est ructura de poder y autoridad: Ro m a pierde su poder hegemónico y ve cuestionados rad ica lmente los cimien t os de su autoridad. En nombre de una autoridad su perior - l a de las Escrituras-

la Reforma

se enfre nta a Roma co n va lor y firmeza en su esf uerzo de ret orno a la fe apostó lica. Para los reformadores la autoridad suprema en temas de fe y cond ucta era la Biblia. Por haber sido dada por inspiración del Espíritu Santo, la Bibl ia posee suprema aut oridad Divi na. La Biblia es suficiente para todas las neces idades esp irituales de la Iglesia de Cristo. El mensaje de Dios contenido en las

Escrituras es completo. Por su parte la Iglesia Romana no adm ite la tot al sufi ciencia de la Biblia, sino q ue la compleme nta co n la llamada tradición eclesia l

en el marco interpretat ivo de su magisterio. Para los refo rmadores la aut orid ad y suficienc ia de las Escrituras ven ía a ser la "corte suprema de apelación " en t odos los temas de la fe cristiana. De ahí, pues, su especial em peño en trad ucir las Escrituras a las lenguas ve rnáculas, a fin d e que el pueblo conoc iera d irect am ente el m ensaje revelado de Dios. El texto bíblico no so lo se co nsidera co mo impresci ndi ble "maná esp iritual" para el pueb lo de Dios, si no qu e encierra en sí mismo el f undamen t o fi rm e y suficiente de las doctrinas y enseñan zas de la fe cristiana. Estos principios básicos de la Reforma son bien pate ntes en la obra de Const ant ino. En lo q ue conc ierne a la sup re m a autoridad de la Biblia pa ra la Iglesia, Constant ino es un refo rmador más. En lo que conc ierne a la trad ucció n de la Bibli a a la lengua del pueb lo 1 Co nsta nti no es un reformador m ás. En su amp lio y profundo co nocimie nto de las lenguas originales y en su ple no dom inio d e los resortes fi lológicos y gramaticales del castel lano, Co nst anti no se nos muestra como un exce lent e maestro de la traducció n y de la exéges is. Toda la obra de Constant ino co nstituye una consta nte apelac ión a la autoridad de la Bibli a, y así afirma: "Los m ás ve rdaderos cam inos que en esta vida podem os te ner son los que nos ense ña la Sagrada Escritura , nuestra ve rdadera m aestra." (f. i oov) Sobre el co nte nido de su Doctrina cristiana nos dice que "todo va sacado de la f uente y de la claridad de las Escrituras Divinas, el m ayor fundament o y la mayor prueba de toda n uestra religió n ". (f. 37 gv) En la dedica-

toria de la obra al Em perador, d ice: "Mi obra t rata de la información sacada de la verdad de las Divinas Escrituras." (Pág. 2).En el estudio y expos ició n de las

doctrinas que se contienen en los Símbolos de la fecristiana , nos d ice que se afanará por segu ir la enseñanza de las Sagradas Escrituras en el anális is doctrinal de los artículos. [f. 7or] En la recapitulación y suma de los doce artículos de

la fe, escribe que todos los conten idos expuestos "han sido sacados de la fuente y de la claridad de las Escrituras Oillinas." (f. 3, 9 v) En conform idad también con otro principio bás ico de la Refo rma, afirma Constant ino que "el segundo test imon io sobre el que se fundamenta nuestra religió n es el del Espíritu Santo, que alum bra los corazones, despierta la fe y nos lleva al conocim iento de la verdad." (f. 33 ir) Es por la iluminación del Espíritu Santo que "se nos muestra la claridad de la Palabra Oillina, y se nos proporcionan ojos espiritua les para d iscernirla y seguirla, y así podamos ser apartados de las otras sendas que ll evan a la perdic ión." (f.

2

ssr) "Por el Espíritu Santo el verdadero

crist iano recibe una sab iduría es pi ritual que le proporciona claridad e inteligencia para entender la Palabra Oillina." (f.

2

s4v)

En su relato biográfico de Constant ino, Re inaldo González Montes, escribe: "A part ir de su exacto conocim iento de la Sagrada Escritura, de manera ciertís ima contemp laba como en un espejo todas las cosas tanto d ivinas como humanas." [l] Constantino fue un teó logo de raíces profundamente bíbl icas. Los textos de las obras que nos han llegado contienen citas y más citas de las Sagradas Escrituras. En el Beatusvir, por ejemp lo, además de las citas específicas de los libros de la Biblia con las que fundamenta su entramado doctrinal, en más de sesenta ocasiones ape la a la autoridad de la Escritura bajo la designación de Palabra de Dios, Sagrada Escritura, Palabra Oillina, Escritura,

etc. " La fe de los justos, nos d ice, se atiene a la Palabra de Dios y pone en ell a toda su esperanza." ~] En su Catecismo de doctrina se expresa así: " Remed io ta n grande como es el de la Palabra Divina, cosa t an encomendada de la boca de nuestro Rede ntor, y por todos sus d iscípu los, debe de ser, p ues, cod iciada con gra nde vo lun t ad, buscada con d iligencia, y oída con m ucha at enció n." [3] " No pode m os te ner fe sino con la palabra de Dios ."[A] Como experto en las lenguas sagradas, para extraer el sentido prec iso del texto , rec urre a veces a la exéges is de los vocab los d el origina l bíblico . En repetidas ocas iones adv ierte a sus lectores q ue los contenidos de sus o bras no son doctrina lmente

novedosos, sino q ue, antes por el contrario, so n evocadores de un mensaj e antiguo : el de la pred icación de la Igles ia crist iana de los primeros siglos fundamentada en las Sagradas Escrituras. En la Introducció n a la Suma de doc-

trina cristiana, declara qu e la doct rina que cont iene d icho catecismo es el de la Igles ia prim itiva: " Est a doctrina - para qu e nad ie la m enosprecie y la tenga en poco- , es la que la Ig les ia Cató li ca en su principio enseñó con gran dís imo cu idado a sus h ijos. Esta es la pred icación de ent o nces ; y lo que en las pú blicas y part iculares congregac iones se trataba : del negoc io de Jesucrist o, Rede ntor y Señor del m un do. Aqu í está sumado y recog ido todo lo que está sem brado por las Escrituras Di11inas, profetizado de m uchas maneras, cubierto co n grandes m isterios, dec larado e n e l Eva n ge lio por la boca de l Hijo de D ios,

confirmado con m ilagros y obras de grande espanto." [5]

LOS DOS CO N OCIM I ENTOS IMPRESCI N D I BLES : EL DE DIOSY EL DE L HOMBRE

La temática de Doctrina cristiana se in icia con el enunciado del primer capítu lo, que d ice así: "Del conocimient o que debe t ener el hombre para con Dios y para cons igo m ismo." Los conten idos de est e doble conocimiento los desarro lla Constan t ino en ve intinueve capítulos: del folio 1r. al folio 6811.EI método expos itivo que sigue Constantino en la presentación de estos dos co noc im ientos, t ant o en la forma como en el conten ido, es muy afín al de los esquemas de los catecismos, brev iarios y trat ados de inst rucción doctrinal de la Reforma. Y así (alv ino, por ejemp lo, da in icio a su Institución de la religión cris-

tiana, con esta afirmación: "Casi toda la suma de nuestra sab id uría, que de veras se deba t ener por verdadera y sól ida sabid uría, consiste en dos punt os, a saber: en el conoc im iento q ue el hombre debe te ner de Dios, y en el conocim iento que debe tener de sí mismo."[.§.] Todos los conten idos de est e doble co-

nocimiento de modo breve y sucinto los resume esp léndidamente el Catecismo de Heidelberg. Y así se nos d ice que es por med io de la Ley de Dios que el hombre co noce su miseria ¿Qué pid e esta Ley de Dios de nosotros? Lo que sumariamente enseña Jesucristo en Mateo 22, 37-40: "Am arás al Señor tu Dios con t odo tu corazón y con t oda tu alma y con toda t u mente y con todas t us fuerzas. Este es el primero y grande mandam iento. Y el segundo es semej ante: Amarás a tu prój imo como a ti mismo. De estos dos mandam ientos depende toda la Ley y los Profetas." Estos mandamientos el hombre no puede

cump lirlos perfect amente; de ahí, pues, la necesidad que sea rege nerado. Dios creó al hombre bueno haciéndo lo a su imagen y semejanza, es decir, en verdadera j ustic ia y santidad, para que rect amente conoc iera a Dios su Creador, le amase de todo corazón , y bienaventurado v iviese con Él eternamente, para alabarle y glorificarle. Dios creó, pues, al hombre en condiciones de poder cum plir la Ley, pero el hombre por insti gación del Diab lo y por su propia rebe ldía, se privó a sí y a toda su descendencia de est os dones d ivi nos. Si por el justo ju icio de Dios merecemos pe nas tempora les y eternas, ¿hay alguna pos ibi lidad de librarnos de est as penas y de podernos reconciliar con Dios? En tanto q ue Dios no puede casti gar en otra criatura la culpa de la cua l el hombre es responsab le y no hay criatura alguna capaz de soportar la ira eterna de Dios contra el pecado, ¿q ué mediador y redentor es el q ue necesita el hombre ca ído? La respuesta del Catecismo es sumamente clara: neces itamos a un med iador y a un redentor que sea verdadero hombre, perfectamente j usto y más poderoso: es decir, que sea t amb ién verdadero Dios. Ha de ser verdadero Dios para que por la potencia de su Divin idad pueda llevar en su human idad la carga de la ira de Dios, y reparar y restitu ir en nosot ros la j usticia y la vida. Este m ed iador, q ue al m ismo t iempo es verdadero Dios y verdadero hombre, perfectamente j usto, " es nuestro Señor Jesucristo, el cual nos ha sido hecho por Dios Sabiduría, Justicia, Santificación y perfecta Redención. "[7.] Rep ite una y otra vez Constan t ino que es a la luz de la bajeza y depravación de nuestra naturaleza esp iritua l por el pecado, que se manifiesta de un m odo glorioso y subli me la grandeza de la persona y obra sa lvífica de Jes ucristo:

"Para un m ejor conocimiento de Jesucrist o y de su m inisterio de sa lvación, necesario es que prim era mente nos contemplemos tal como rea lmente somos y nos pe rcatemos plename nte de nuestra m ise ria. Si así lo hacemos, perd idos nos vere m os en nuestros re spectivos cursos de v ida: todos de ac uerdo en seguir los malos sende ros d e perd ición. Al mira r a nuestra justicia propia nos vere m os sent enciados por la j usta ira de Dios y descubrire m os cuán enem igos somos de su justic ia. A l considera r nuestras te nd enc ias descubrire m os cuá n desord enados y feos (pecam inosos) son todos nuestros apet itos. N uestras pretend id as paces y co ncord ias so n d e hecho guerra contra Dios y contra nosotros m ism os; nos veremos como un ma r d e m il tempestades en el que nunca nuestro 'si ' y nuestro ' no', nuestro querer y nuestro aborrecer t ienen momentos de reposo . Si confiamos en nuestras armas, pront o nos daremos cuen t a que son arm as de maldad y en conflicto perm ane nte entre ellas. En la mayoría d e los casos nu estro entendi m ien t o no si rve más que para desvaríos, nuestra vol untad para cosas feas (pecami nosas) , n uestro co razón para acarrea r ira, nuestra lengua pa ra daños, nuestros ojos pa ra van idades, nuestras ma nos y nuestros pies pa ra el pecado. En fin: todos nuestros m iem bros no son más que armas de injusticia para la maldad." (f.

16 SV)

La sabiduría que nos viene de Dios y que se nos reve la en las Escrituras, insiste Constantino, guarda relación con estos dos conocimientos: " Es necesa rio, pa ra no perdernos, te ner verdadero conoci m ien t o de Dios y verdade ro conocim iento de nosotros m ismos. Así lo afirma Cristo, nuestro reden to r, hablando con el eterno Padre: ' Esta es la vida eterna, qu e te co nozcan, Señor, po r so lo y

ve rdadero Dios, y conozcan a Jes ucristo que t ú enviaste.'

LJn. 17,3). Jes ucristo,

Dios y hom bre verdadero , propo rcio na al hombre verdade ro conoc imiento de su identidad. Est án est os dos co noc im ientos entre si t an trabados y co m plem entados de t al manera, que el pri m ero p ide el segu ndo, y el segundo pide el primero. No puede el hombre conocer verdade ram ente quien es Dios sino se conoce a si m ism o; ni puede conoce rse a sí mis m o correctam ente si no llega a conoce r a Dios." [f., v] Claro es pa ra Co nstanti no que la posi bilidad del conoc im iento de Dios surge de Dios m is m o, y no del hom bre, y que semeja nt e conoc im iento es el regalo que el m ism o Dios hace al hom bre a través del H ijo y po r med iación del Espíritu. Dios es co nocido a través de Dios y no en v irtu d de nuestros conceptos y op iniones. El ún ico co nocim iento de Dios qu e permanece es el conoc imiento de Dios po r Crist o. El co nocimiento por Cristo o a través de Crist o es el punto crucial del co nocim iento de Dios para Co nst antino. El co noci m iento de Dios por Cristo aparece, por primera vez, co m o res ultado de la confrontació n del hombre can la Ley y de su se nt imiento de pecado y m iseria. El co nocim iento de Dios a t ravés de Crist o es soterio lógicam ente aut os uficiente, y nada puede añadírse le pa ra co m pletar la sa lvació n ot orgada al hom bre en el acto del conoc imient o de Dios a través de Cr isto. De est os dos co nocim ientos, añade Constant ino, "depende la bienavent uranza de los hom bres para alcanza r el fi n pa ra el cua l fue ron creados. Así como todo el bien suyo depende del conoci m iento de est e p ri ncipio, así toda su perdic ión t iene t amb ién su origen en la ignoranc ia y ceguedad de este m ismo princip io. Y porque, según ya est á d icho , estos dos co nocim ientos est án en t re si ta n

trabados y tan co mpleme ntados, que de l entendim iento de l uno se da a l otro muy grande lumbre y, por el con trario, de la ignoranc ia de cualquiera de el los se recrece la ceguedad de ambos." [f.4r) En este tema de l doble conocimiento de Dios y del hombre, Consta ntino es un teó logo más de la Reforma y se separa de la Ig lesia Católica Ro mana de una forma inequívoca. Para co nocer a Cristo y gozar de su sa lvación es imprescind ible que e l hombre adqu iera primero conocimiento de sus pecados y miserias. Sólo aquellos que en las profund idades de su ser han expe rimentado su cond ición de pecado y perdición podrán confesa r verdaderame nte que Cristo es Salvador. An te el sa nto tribuna l de la Ley de Dios la condición del hombre es de tota l y absoluta condenación. Y así lo confiesa e l pecador en profunda contrición: "Como tal pecador vengo de lante de Jesucristo, Redentor y Juez de los ho mbres, ac usado por mi conciencia, constreñido por los tormentos de mi propio conocim iento; vengo a decir y confesar de lante de los hombres, de lante de los ángeles, en presencia de la t ierra, en presencia de l cielo, de lante de tu majestad y de la justicia Divina, que justame nte merezco ser conde nado a perpetuo destierro de los bienes del cielo y a la perpetua miseria de la servidumbre y compañía de Satanás." "Bien entiendo que no se puede hacer suma de la muchedumbre de mis pecados, más multiplicados que los cabell os de mi cabeza, más que la are na de l ma r." "Guíame, Señor mío, y tráeme contigo, porque a solas no sabré conocerme. Tu compañía me da rá fuerzas pa ra que pueda soporta r mirarme. Tómame para que no hu ya de mí m ismo .. ." "Pues que eres sabiduría, Señor, venida de l cielo a la t ierra, aquí

puedes emplearla donde no hay saber algu no sino saberse perde r por aparta rse de ti. Porque eres redenc ión, aqu í está un cautivo en poder de m il t iranos, que le han robado gra ndes riquezas y lo t ienen e n mil torme ntos, preparado para otros mayores . Pues que eres santificació n y he rmos ura, aquí está la torpeza y fea ldad de las obras de l demon io, qu ita esto, Señor, y se verá qu ien eres. Porque eres m isericord ia, ¿dónde se podrá ella mejor mostrar que donde hay tanta miseria? Tú eres ta l, Señor, de todo sobrado, que co n una sola gota de cada cosa para mí, libre de l todo me hall ará." [-ª]

LA VOLUNTAD: ¿UBRE O ESCLAVA?

En Doctrina cristiana, la pos ición de Constantino sobre el tema de la vol untad en el hombre caído es a 11eces algo confusa. En ocasiones parece atri buir a la

11oluntad del hombre no regenerado la capacidad de aceptar, por sinergeia propia, los beneficios de la redenció n. En el tema de la escla11itud de la 11oluntad, como tamb ién en el de la justificación por la fe, todos los reformadores, tanto europeos como espa ñoles, fueron luteranos, en tanto qu e ambas doctrinas, defen didas por e l reformador alemá n, so n expres ión de la clara ense ñanza de las

Escrituras. Sobre el libre albedrío, la doct rina católica romana es afín a la erasmiana, y se opo ne rad ical mente a la ant ropo logía de los teó logos de la Reforma. En co nsecuencia, pues, los anate mas de Tren te caen sobre los que afirman "que el libre al bedrío de l ho mbre se perd ió y exti ngu ió después de l pecado de Adán ... y que e l libre a lbedrío de l hombre, movido y excitado por Dios, no coopera en nada asintiendo a Dios que le excita y ll ama para que se disponga y prepare para obtener la gracia de la justificació n... "[9.] En conformidad co n la enseñanza de los reform istas del siglo XVI , la vo luntad de l hom bre no rege nerado no es libre. En e l decis ivo te ma de la aceptación de los bienes de redención obrados por Jes ucristo, la aceptación es solo pos ible previa regeneración de la 11oluntad, y de más fac ultades de l pecador, por la obra de l Esp íritu Sa nto. Juan de Valdés, pio nero de la reforma española, clara y decid idamente mant iene la esclavitu d de la vo luntad co mo resu ltado de l pecado. Sin la regeneració n Divina de la natura leza caída, la vo luntad hu mana es

incapaz de elección en todo lo co ncerniente a los bienes de la salvación. Y así, po r ejem p lo, sobre Romanos

11,

17-18; 9, 16, afirma que el pret end ido "libero

arbitrio del hombre no sirve para azeptar la grazia del Evanjelio, ni sirven las obras pa ra la ju stificazion, porque sirve la elezion de Dios pa ra azeptar la grazia del Evanjeli o, i si rve la verd adera fe para la justificazion ... tengo por cosa se-

gura que todo hombre cristiano tenga por cierto que todo su bien le ha de venir de Dios, sin que él ponga nada de suyo.[10] Cor rect amente en Doctrina cristiana afi rm a Const antino que "Cristo vi no al mu ndo pa ra hacer nuev'OS hombres. Es deci r, individuos nacidos d e nuevo, co n un a nueva vida espiritu al, li bres de la p rim era condenació n y herede ros de los bienes ce lest iales." (f. 193 r) "Esta n ueva vida es ap licada al pecador por el Es -

,·ritu p1

sant o. " (f.

lgov- f. l 9H) "E s por so p 1o y a1·1ento d e1c1e · 1o que rec1.b.1mos

un a 'vid a de gracia' proven ient e de Dios. No naci m os po r propio pode r, si no por u n poder venido de 'f uera.' Así después de perd idos y de mu ert os espiritu almente, no pode m os por nosotros m ism os vo lve r a una nueva v ida. El m ismo Dios que origina riament e nos d io el se r es el aut or de n uestro nac im iento espiritual. En Cristo, ca beza de los nac ido po r u na n ueva generación, est á la f uent e de la que procede est a nueva vida." (f. 193v) Si n embargo, en otras afirmaciones - pocas, por ciert o- , Const antino parece co nd icionar la percepción y disfrute de estas be ndiciones esp iritu ales a la li bre acept ación d e un a vo lunt ad humana no regenerada por el Espíritu Santo. Y as í, po r ej emp lo, en el folio 166v', escribe que co m o resu ltado de la ll egada d el Mesías "vendrá t ot al victoria contra n uestros enem igos, contra el demonio, contra el infierno,

contra el pecado y contra la mu erte, porq ue a t odos ellos los despoj ará de su pode r para que seamos li bres. "Si n embargo, a renglón segu ido, añade: "A no

ser que nosotros queramos continuar en cautividad." Est a apost illa fi nal de Co nst antino es incongruent e con la previa afi rm ación de que por el poder del Mesías el hombre llegaría a se r libre y, en co nsecuencia, ejercita ría su vo luntad para no cont inuar en ca utiv id ad. Cit ando incorrectamente el Evangelio de juan

1, 11 ,

escribe: "Los que quieren

rec ibir al hij o de Dios, tiene pode r de se r h ijos de Dios ... " Pero hecha est a afi rm ación, co m o si quisiera d isipar toda sombra de si nergismo humano en la sa lvac ión, añade que los que "q uieren y t ienen poder de ser hijos de Dios no t ienen torpe nac imiento, cua l es el de la ca rne o el d e la sangre, sino que son nu evamente engendrados por la mano de Dios, y de él tiene n el orige n y p ri nci pio espirit ual para novedad ta n grande." (f. , 9 3v) Cuando Constant ino habla de " los que quieren rec ibi r al Hijo de Dios," en modo algun o puede int erpretarse esta afirmación como si el hombre, en su co ndición ca íd a, pud iera ej ercitar libre m ente su vol un t ad para decidir hacerse hijo de Dios. Ejerce y t om a t al decis ión al ser regenerada su vo lunt ad po r el Espírit u de Dios. Afirma Const ant ino que "cuando el cr istia no abre su corazón al Espíritu del cie lo que ll ama en él, oye la Palabra de Dios, se hum illa, aborrece su pecado, ll ora su perdic ión y, po r un lad o pid e a Dios la salvación implora ndo los mérit os de su H ijo Jesucrist o, y por otro lado m uestra rece pt ividad para rec ibir est a sa lva ció n, entonces la misericordia Divina labra en él la naturaleza del nuevo hombre.

(f.

z, 3v).

De hecho el cristiano es cristiano y hace t odo esto que describe

Const ant ino porque por la ob ra de regene ración del Espírit u Santo ha experi m entado un nuevo naci m ien t o y ha reci bid o una nueva natu raleza - es un nu evo hom bre- . En líneas generales, y po r encima d e puntu ales afirm ac iones un ta nto confusas sobre el t ema de la vo lunt ad del hom bre ca ído, en Doctrina cristiana Const ant ino en modo alguno com part e la tesis erasmiana y rom anista de una vol un t ad no esclavizada por el pecado. En esta obra, y en t odas las d emás escr itas po r nuestro reform ador, no hay so m bra de libre albedrio ni ri ncón en la natura leza h um ana que no se haya vist o afect ad o por el pecado. En t odas ellas la antropología re ligiosa de Co nstan t ino viene m arcad a por el sello de la m iseria e incapacid ad espi ritua l del hom bre como resu ltado de su caída ori gina l. Hay pasaj es en Doctrina cristiana m uy en línea con la clásica doctrina refo rmad a d e la total depravación de la naturaleza humana por el pecado. Rep ite un a y otra vez Co nst anti no que es a la luz de la baj eza y d epravación de nu estra naturaleza es piritual po r el pecado, que se manifiesta de un m odo glorioso y sublim e la grand eza d e la obra sa lvífica de Jes ucrist o: " Para un mejor conoci m iento de Jes ucristo y de su m in iste rio d e salvac ión, necesario es que primeramente nos contemp lem os t al como rea lm ent e somos y nos percat emos plenamente de nuestra m iseria. Si así lo hacemos, perdidos nos veremos en nu est ros respect ivos cu rsos de vida; t odos de acuerdo en segu ir los m alos se nd eros de perd ición . A l m irar a n uestra justicia pro pia nos vere m os sen t enciados por la justa ira de Dios y descu briremos cuán ene m igos somos de su ju stic ia. Al conside rar nu estras tendenc ias descubrirem os cuán desord enados

y feos (peca m inosos) so n t odos nuestros apetitos. N uestras p retendidas paces y co nco rd ias son de hecho guerra contra Dios y contra nosotros m ism os; nos vere m os como un m ar de m il tempest ades en el q ue nunca nuestro 'si' y n uestro ' no', nuest ro querer y nuestro aborrecer tiene n mom entos de reposo. Si co nfi am os en nuestras armas , pronto nos daremos cuenta qu e son armas de maldad y en con fl ict o permane nt e entre el las. En la m ayoría de los casos nuest ro ente ndi m ient o no sirve m ás que pa ra desvaríos, nuestra vo lunt ad para cosas feas (peca m inosas) , nuestro corazó n pa ra acarrear ira, nu estra lengua para daños, n uestros ojos para vanidades , nu estras manos y nuestros pies pa ra el pecado. En fin: todos nuest ros miem bros no son m ás q ue armas 16 de inj usticia para la m aldad." (f. sv) En el segun do sermón del Beatus 11ir, afirma Constant ino que, si bien el hom bre f ue creado a se m ejanza de Dios, en su cond ició n de m iseria represe nta más bien "la imagen de su enemigo el Diablo ... Prevaricaron los hombres y de t al m anera se apa rtaron del fi n para el cual f ueron creados, que po r la cue nt a y t esti m onio de lo q ue hacen, más parece qu e represe nta n a la se rpiente que los enga ñó q ue al maestro y Señor que los hizo." Con est e recu rso a la im age n del Diablo lo que p retende Const an t ino es enfat izar los resu ltados funestos del pecado y la tota l im posi bilidad del hom bre para consegu ir por sí m ismo un retorno al est ado original de creación. La m ora leja doctrinal de esta compa ración es o bvia : el hom bre no puede de n inguna manera coopera r en la eco nom ía de la sa lvació n. Co nsecuentement e no hay n i libre albedrío n i obras m erit o rias de caráct er sot erio lógico. Crist o es alfa y omega de la sa lvació n. " En

t oda la Escritura resp lan decen los benefic ios sot erio lógicos d e Jesucrist o. Los que so n libert ados con la sangre d e Jes ucristo, med iante est a libertad alca nza n fue rza y pode r para cum plir la ley del Señor." [ll] Incl uso la rad ica l aversión que el creye nt e ahora sient e contra el pecado es obra de Dios: "El j usto d ice: Señor, si ene m istad t engo co n m i pecado , vos m e la pu sist e; si he proc urado de echarlo de m i co razó n, vuestras armas lo h icie ro n ... "[g] En la Confesión de un pecador, co n doxológ icas exa ltac iones Co nst anti no confiesa u na y otra vez los benefic ios sa lvíficos qu e se d er ivan de la redenc ión o bra ba po r Cr ist o: " Pues que so is Redenció n, aqu í está un caut ivo en pod er de m il t ira nos que le han robado grandes riq uezas y lo tie nen en m il torme ntos ... Pues qu e so is Miserico rd ia, ¿d ón d e se puede ella m ejo r mostrar, q ue donde hay ta nta m iseria?... Tal soy yo, que todo cuant o vos so is es m eneste r para m í. Tal so is Vos , Señor, y t anta so bra tené is de t odo, que con só lo una gota de cada cosa qu edaré libre del t odo ... No t engo m ás qu e alegar para m i j usticia, de co nocer cuán inj ust o soy. No tengo co n qué m overos, si no con que veáis m is grandes m ise rias. No tengo más derecho para el remed io d e vuestra m ano, sino no t ener otro rem ed io ... Con11ertidme, Señor, y quedaré de 11erdad

con11ertido.[l3] Es im po rtant e resa lta r q ue para Co nsta nti no el resu lt ado fi nal de la cont iend a entre Dios y el Diab lo - tema al q ue d ed ica m uchas páginas en

Doctrina cristiana- , no so lo acarreó la t ot al derrot a de éste, sino qu e supuso t am bién una ele11ación de la condició n del hombre red im ido en su relac ión con Dios . De se r " am igo de Dios " an t es de la ca ída, a través de la gloriosa obra , . d e Cnst . o, paso, a ser " pariente . d e D.10s." (f. set en. o 1og1ca

2 6 r.)

D e amigo . de

Dios pasó a se r hijo de Dios. "¡O felix culpa!" -que decía san Agustín-. [1J] En e l te rcer sermón d e l Beatus 11ir, Co nstanti no, exultante de gozo, afirma: "El Se ñor que os creó no dejó en 11uestro escoger lo que había de ser de 11osotros... Segu ridad os d io al e legiros Él, al to m aros a su cargo, en teneros en sus manos -de las c ua les no os podrá arrebatar e l pode r de l infie rno-."

FEALDAD Y PECADO "Tú me querías todo limpio, yo quería ser todo feo, y pensaba ser lim pio sin sal ir de la fea ldad." [15) No puede pasar desapercibida la frecuencia en la que los térm inos pecado y

fealdad aparecen como asociados en Doctrina cristiana. En mu chos contextos se establece una inseparable sinonim ia entre am bos térm inos: el pecado es feo y lo feo es pecado. La ident idad mala y perve rsa del pecado se ma nifi est a en fo rmas éticas y estéticas de fea ldad y en rad ica l contrapos ició n con lo

bueno, lo bello y lo nómico el orden Divino. Consta nt ino, erud ito de amp lia cu lt ura human ista, además de teo lógica, a t ravés de sus lecturas de los clásicos griegos y roma nos co nocería bien el pr incipio pit agór ico de qu e lo be llo es lo ordenado, lo que manifiesta estru ctura numérica y es aprehens ible rac ionalmente; lo feo es caótico, fa lto de armonía, desordenado e irraciona l. A la luz de los t extos de san Agustín, Tomás de Aq uino y de otros autores de la trad ición estét ica cristiana antigua y m ed ieval, Co nstanti no se habría perca tado t ambién del profu ndo enriqu ecim ient o que llegaron a ad qu irir estos conceptos a la luz de la reve lació n bíbli ca y, muy espec ialmente, de la identificación de lo be llo con lo bueno, y lo feo con el pecado y el mal. La t eo logía bíblica no só lo incide en la elaboración del concepto crist iano d e be lleza, si no tamb ién en el de fea ldad . En la be lleza reina el principio del orden, de lo nó-

mico. En ta nto que el pecado quebranta el orde n Divino, el pecado es feo. La fealdad encierra desorden; implica rupt ura del orde n creado; va contra la

armon ía de la normat iva Divi na. Segú n el ej emplo de san Agustín, si en u n m osa ico las pequ eñas piezas de pied ra apareciesen unas j unto a otras, si n o rden ni conc ierto unitario, la obra carecería de bel leza. La obra Divi na de la creación mostraba la bel leza del ord en y la armonía de las partes co nstitu tivas del todo q ue llamamos un iverso. La identificación del pecado co n la fealdad la destaca ya Co nstanti no en los primeros fo lios de Doctrina cristiana y con relació n a lo que t uvo lugar en el jardín del Edén. Fue allí "donde tuvo orige n el m al del m undo y se introd ujo la primera fealdad en las obras d e Dios." [f.

6

v]

En aq uel entonces "cuando f uimos creados a semej anza Divina, la ma lvada se rpie nte p uso su mano en nosotros para oscurecer y afear la primera

hermosura , otorga nd o en nosotros el mal pa recer que de t an m ala mano se es,, (f. 194v) pera. Termi nada la obra d e la creació n, se lee en Génesis 1,31 , q ue "vio Dios todo lo que había hecho, y he aqu í q ue era bueno en gran manera." El térm ino 'tob' (TO B) del or igi nal hebreo, ade m ás de bueno y be llo, implica la idea de que la creación se co nformaba con la vo luntad y el propósit o de Dios; era, en consecue ncia, una rea lidad nómica, sujeta a la ley de Dios. La irrupción del pecado en el ord en de la creació n su pu so u na alt eración contraria y radica l de los fines implícitos en el 'tob' or iginario del hacer Divino, y nos descubre a la vez el 'rostro feo ' de la iniqu idad: fa lt a d e belleza, bo ndad y estructura nóm ica. El mu ndo es bel lo porq ue respo nde a los sab ios designios y propós itos de su Creado r. La be ll eza de la creac ión no debe cons iderarse aislada m ente, sino siempre en re lac ión con el Ser que la creó. En pa labras del apóst o l Pablo " la

cosas invisibles de Dios, su eterno poder y de idad , se hacen claramente visibles a través de las ob ras de la creación." (Ro.

1,20) .

Las desc ripciones que de

la be ll eza de l mu ndo nos hace Co nstanti no en Doctrina cristiana son abun dantes y se enma rcan todas e llas en un lenguaje de insp irada prosa. Y as í nos dice que "Dios formó toda la máqu ina de este mundo, adorná ndo la de grande hermosura y de grande riqueza. Esto es lo que muestra el cie lo con el resplandor de sus estrellas; el concierto de la noc he; e l brillo de l aire, poblado de ta ntas aves; la mar, llena de tantos peces; la t ierra, con tal mu ltitud de an ima les, árbo les, hierbas, y su rcada de ta ntos ríos, regada de ta ntas fue ntes, vest ida de tanto verde y de ta nta variedad de cosas . Todo esto lo aprobó Dios por bueno, seña lando a cada cosa su oficio, su natu raleza y su func ión ." [f. i 4 r] Por encima de todo lo creado se destaca la belleza de l ser huma no: "Con sumo consejo fue ron creadas todas las cosas; mas señalan las Sagradas Escri-

turas la particu lar de liberación que tuvo lugar en la creación de l hombre, que pone de re lieve e l gran interés que en ello puso Dios. De cómo é l m ismo la cons idera más re levante que todas las otras obras corpo rales, y cómo la creó con excelentísimo pro pós ito sobre todas ellas . La primera cond ición que pone, y el pri mer privilegio que seña la en esta consu ltación, es la de que el hombre fuera hecho a imagen y semejanza Divina." [f. i 4 v] El pecado puso fi n a toda esta hermosura: " De no haber ent rado e l pecado todo habr ía permanecido completo en su o rden y en su hermos ura. Todo habría sido un concierto de gra n hermosura, de paz, de amor, de justicia, de conocimiento de las cosas Divinas y se habría prese rvado la gracia del orden creado. Todo habría

sido vida de justicia, de completa virtud , de admi rab le orden y de excelsa escuela de ciencia Divi na." [f. l 9r] La fea ldad de l pecado, que tan to han resa ltado los grandes teó logos de l crist ianismo, posibleme nte haya sido en la esfera pictórica do nde ha sido plasmada con mayor rea lis mo bíblico, y en esto el artista que con más fuerza y patetismo ha pintado la ext rema fea ldad de la te rribilidad de l pecado ha sido 1 sin dud a a lguna, e l alemán Math ias G rünewa ld (c. 1460- 1528), autor de l célebre retab lo de l a lta r de lsen he im (1512-1516) , actu a lmente en el Museo de Colmar, en Alsacia, Francia. El panel central de este retab lo es el de la Crucifixión. El Cristo que pende de la cruz constituye la represe ntac ión más patética y horripilante de la fea ldad del Varón de Dolores que ja más haya pod ido plasmar el arte un iversa l de todo los tiempos. Bien sa bía Grünewa ld que el crucificado de l Gó lgota ll evaba sobre sí el pecado de todos nosotros y, en consecuencia, encarnaba so bre sí la fea ldad espiritua l de todos nosotros . Para Grünewa ld la pintura era un arte sublime que deb ía pred icar con la 'voz de los pinceles' los grandes tesoros de la verdad de l Eva nge lio y, ciertamente, su sermón de la Crucifixión es uno de los más im pacta ntes de la 'oratoria' de la Pas ión de todos los t iempos. El rostro de l Crucificado se nos muestra desen cajado en ho rripilante patetismo; e l cuerpo, cub ierto de pequ eñas ulceraciones - como moscas rep ulsivas-

se muestra roto y d istors ionado; tanto las

manos como los pies han perdido su configu ración natura l y se asemejan a ra mas secas y a ra íces bu lbosas . Ante este Cristo crucificado, ciertamente también nosotros hemos de dec ir con e l profeta: "No hay en él hermosura". (Is.

53,3). No, no puede haber herm os ura en este Cristo que lleva so bre sí la fea ldad del pecado de todos nosotros. La exéges is p ictórica de esta gran escena de la Crucifixión, co n todos los perso najes que la rodea n, nos descubre un desbord ante raudal de t esoros bíblicos. No nos sorpre nde que Karl Barth llegara a afi rm ar que est e panel d e Grüneva ld atesora m ucha m ás teo logía qu e la que co ntie nen los doce vo lum inosos tomos de su Dogmática de la lglesia .[l.Q] El Crist o de Grünewa ld es el Su m o Sacerdot e que se ofrece a sí m ismo para la redenció n del pecador; es el "Cordero de Dios que quit a el pecado del mundo" - ta l co m o anu ncia el eno rm e dedo índ ice de Juan el Bautist a, cuya imponent e figura aparece al lado del Cruc ificado- . ¡Cuánta teología encierra est e enorm e d edo! El libro que sost iene el Bautist a en su brazo izqu ierdo es el Antiguo Testamento, que en todo apu nta a la m uerte redentora del Mesías Dios-H om bre. Co n su m uert e en la cruz Crist o venció al pecado y a la fea ldad que le es inherent e. Y as í lo proclama ta m bién en representación pictórica G rünewald en el panel derecho del trípt ico, donde aparece victorioso el Cristo resucitado con un rostro irrad iantem ente n uevo, libre de fea ldad y en un halo de Divi na gloria ... No es de extrañar que el Cristo res ucit ad o no fuera reconocido por María Magd alena n i por los discípu los cami no a Em aús ... Grünewa ld conocía bien los secret os de la form a bella y la arm on ía de líneas y colores de los grandes maestros de la pintura, pe ro de nada le se rvía t odo est e co nocim iento para expresar la apariencia t erribleme nte fea del Dios-ho m bre en el mom ento cum bre de su pasió n y mu erte sote riológica. La fealdad del pecado rom pía tam bién todos los

principios y cánones de la bell eza clás ica. Pero, ¡oh paradoja de paradojas! Detrás de esta horripi lante forma fea de la Crucifixión que nos plasmó Grünewa ld en su panel de la Pasión, se traspare nta tamb ién la sublime y gloriosa be ll eza del plan Divino de salvación, "de aquellas cosas en las cuales anhe la n m irar los ángeles." (1 P. 1,12). Como ya adelantábamos al principio, en diferentes temas, y con re lac ión a diferentes contextos, la si nonimia entre pecado y fealdad se rep ite en Doctrina

cristiana. Y así, abundando en más ejemplos, afirma Constant ino que las iniqu idades de l pecado, las comete el hombre "delante de la majestad de Dios, testigo de todas sus fea ldades." (f. 142 r) La pureza espiritual de la Virgen María, madre de l Dios-hombre que habría de red imir al pecador, con t rasta con Eva, "la primera mu jer que cometió fealdad espiritual." (f. 737 v) El amor de Dios en los creyentes "despide de nosotros toda fealdad y todo aquello que ofende al Señor." (f. 24 sv) "Quien peca pone fea ldad en su cuerpo y en su alma, y hace gran inj uria al Espíritu Santo, que tan aparejado está para santi2

ficarlo y co nvertirlo en mo rada suya." (1 Corintios 6,19) (f. s7 r) En e l día de la res urrección "diferencia habrá entre los que resucitarán para ir al cielo y los que resuc itarán para ir al infierno. El cuerpo de estos segundos se quedará con la fealdad del pecado. No hay razón para que los que no ganaron bienes espiri tua les en este mundo, en la resurrección ganen bienes corporales. Quien puso todas sus aficiones en las cosas de la tierra, con justo juic io se quedará co n las groserías y con las bajezas de la t ierra." (f. 292v) El cuerpo de los justos, empero, resucitará con grandísima hermosura y con gra ndís ima ga nancia." (f.

292 r) "Siendo la res urrección algo de tan gran deseo, malaventu rados se rán los qu e por la desd icha de su pecado la res urrecc ión les acarreará suma miseria: apart ad os q uedará n de la luz y de la be lleza; en todo quedarán oscurecidos

y feos, a semejanza del ma l am o qu e qu isie ron seguir." (f. 293v) "El cie lo es 306 r) un lugar d e pe rpet ua hermosura y de f uente de infinitas riq uezas." (f. " En el infierno la vista de los m alave ntu rados será la de verse unos a otros t odos feos y abominab les." (f. 37 7v)

,

IGLESIA: CATOLICA, PERO NO ROMANA

Sobre el tema de la Iglesia, Constantino en Doctrina cristiana dedica mucha atención. En la formu lación de sus ideas el recurso a la autoridad bíblica es const ante y refl ejan u n bás ico ac uerdo con las defi n iciones más importantes de las confes iones reformadas . Claramente e ins istentemente en t odos sus escr itos habla de la Iglesia como católica, santa, o cristiana, pero nunca se refiere a ell a como "católica roma na." En su más profunda ident idad, esta Iglesia está integrada por todos aque ll os que han sido elegidos por la pura misericord ia Divina: " Fruto es esta Igles ia de la m isericord ia Divina . Perd ido el linaje humano por el pecado, Dios tuvo a bien elegir un determ inado número de hombres y m uj eres de este linaje para que se beneficiaran de la sangre del

Verbo Divino, co nocieran ve rdaderament e a Dios, alcanzasen el pe rdón d e sus pecados, su justificac ión red entora y v in ieran de este modo a forma r pa rte de , . . " (f. 263 r) Esta d efi n1 ·cIon · ' es mas ' comeste cuerpo m Ist1co que es 1a 1g 1es1a. pleta que la que aparece en im port ant es confes iones reform adas. As í, por ej em p lo, según la Confesión de Westminster: " La iglesia cató lica o universa l, que es inv isible, se co m pone del nú m ero de los elegidos qu e han sido, son o serán reu nidos en u no, bajo Cristo la cabeza de ell a; y es la esposa, el cuerpo, la plenitud de Aq uel qu e llena todo en t odo."(Efesios 1,1 0 ,22,23; 5:23,27,32; Co lose nses 1,18) .Sobre " la santa Igles ia cristiana cat ólica," afirm a el Catecismo

de Heidelberg, " que el H ij o de Dios, desde el principio hast a el fin del m undo de todo el género h um ano co ngrega, guarda y protege para sí, por su Espírit u

y su pa labra en la un idad de la verdade ra fe , una comu nidad, elegida para la v ida eterna." Esta Iglesia, corrobora Constantino, " está integrada por fie les de todos los t iem pos, por gente que aunq ue no se conozca pe rsona lm ente y habite en lugares distintos y distantes , compa rten en tre sí la santidad y pureza impart ida por 261 el Espíritu Sa nto." (f. v) "Co n la descendencia de Adán se in icia el origen de la Igles ia de los justos." [f. 46v] Los fie les de la antigua dispe nsació n son cons iderados por Co nsta nti no como cristianos: " No tuv ieron los padres antiguos ta nta claridad sobre la doctrina que se les enseñaba so bre su re m ed io como se t uvo después de ven ido el h ij o de Dios al mundo; mas suficiente f ue para que pud ieran sa lvarse, y fuesen estos just os verdaderos cristianos antes que el hijo de Dios se visti ese de nu estra carne . As í dice el apóst ol san Pedro,

que el espíritu de Cristo resid ía y hablaba en los profetas (1ª Pedro 1), y afirma san Pab lo que un m ismo espíritu y una m isma fe fue la de los padres antiguos con la que ahora nosotros tenemos" (1ª Corintios 1). [f. 33v] "A el la se acogieron penitenc ialmente nuestros primeros padres y obtuvieron el perdó n de su pecado. A ell a se acogió después Abe l, que alum brado por el Espíritu del cielo imploró perdón al cielo, y con verdadera fe ofreció el sacrificio de un cordero inocente qu e simbo li zaba la muerte de Aquel que había de mori r por los hombres. Nu nca el mundo ha estado, ni estará, sin esta Ig lesia ... " (f. 260

2

s9 v,

r) " ... Siempre se ha llará en la tierra una congregación de gente santa,

unida a Jesucristo, nuestro Redent o r y Cabeza de la m isma, y gobernada por el Espíritu Santo. Esta Igles ia es el fruto de la pasión y muerte del unigén ito Hijo de Dios. Pertenece a la honra del Pad re el que siempre haya de pe rdurar esta Iglesia de fie les que le confiesen y le glorifiquen." (f.

2

s9r

En su pri m era epístola a los tesalon icenses el apósto l Pab lo util iza el té rm ino iglesia

(iKKAll<JÍa, del verbo "KaAzro" que sign ifica

llamar). Afirma que la Iglesia está integrada por miembros vivos y m iembros muertos-"los que d urm ieron en Cr isto "- . Es, p ues, un o rgan ismo histórico, vis ible congregaciona lm ente y, al mismo t iempo y en indisoluble un idad, invisib le y transhistórico. En la concepc ión pau li na la Igles ia es una: la co ngregación de los vivientesno niega la un idad de la fe y la espe ranza de los ya falle-

cidos. Y es por esto que estas dos rea lidades unitarias de la Igles ia nunca se secciona n. (1 Ts. 1,1; 4 ,14 -18).Se corrobora aú n más la un idad de la Igles ia, afirma Const ant ino, " por el hecho de que tiene una única Cabeza. As í como en el

o rden nat ural es propio que el cue rpo tenga un a so la ca beza, p ues de t ene r m ás sería una monstruos idad, as í en el orden esp iritua l afirmamos que la Iglesia t iene una so la cabeza que es Cristo. (f. 261v) La contu ndencia con la que Const ant ino rechaza la prete nsió n roma nist a de la ex istencia de dos " ca bezas " en la Ig lesia: la de Cristo y la del Papa - un a invisible y la otra visible-

es

cierta m ente rema rcab le. Sostener q ue la Ig lesia t iene dos cabezas , "es una

monstruosidad". Marce lino Menéndez Pe layo lamenta que ta mbién en la Suma de doctrina cristiana, Constantino, al refe rirse a la Cabeza de la Iglesia, " se refie re siem pre a Cristo. No alude una so la vez al p ri m ado del pont ífice , ni le no m bra." [17.] " Po r ser una la Cabeza, y por ser uno el Espíritu enviado del cielo para su sa nt ificac ión, fáci l es infe rir que la Iglesia es una, au nq ue d ista ntes y en d iversos lugares se enc uentren sus miem bros y d iferent es sean en estado y co nd i267 ció n." (f. 262 r) " No hay más de un a Cabeza para t oda la Igles ia." (f. v) " Con

la prese ncia del Espíritu Sant o en la Igles ia se sup le la prese ncia física del Salvador en la t ierra . De ahí, pues, la insist encia del Hijo de Dios a sus d iscípu los de q ue era necesaria su pa rtida ." (f. zsi v) Crist o, sent ado a la diestra del Padre, " a t ravés de su Espíritu Santo ejerce gobierno sobre su Iglesia, la alumbra pa ra el conoci m ient o de su Pa labra, le da pastores, doct o res, ed ificadores de este grande edificio espi ritua l- ta n agradab le a los oj os de su Padre- , para q ue los escog idos ha llen camino y puert o de sa lvación , y hacer que preva lezca contra las fue rzas y poderes inferna les ... " (f z 3zr-z 36v) . "Desde allí gobierna y vigi la a su Igles ia co n la m i sm a m iserico rdia co n la q ue la red im ió." (f. 3zsr)

"Prefigurada estaba ya desde antiguo la exist encia de esta Igles ia. Cuando en t iempos de Noé el castigo del cielo iba a descender sobre el linaje h um ano, Dios instruyó al just o patriarca para que construyera un arca en la que se sa lva ran él y su fam ilia -u n tota l de ocho personas- . El arca era fi gu ra de la Iglesia - arca de sa lvac ión - . De las aguas del di lu vio se sa lvó Noé, su fa m ilia

y los anima les limpios. Con todos estos superviv ientes se simbo lizaba a los int egrantes de la Igles ia católica un iversa l y a la gran variedad de raza, linaje y procede ncia de sus miembros. Sobre las aguas te m pestuosas del dil uvio es tu vo el arca durant e mucho t iempo; pero se sa lvaron todos lo que esta ban en ella. Del m ismo modo la Iglesia cristiana se encuentra en est e m undo sujeta a grandes peligros y v icisitudes, probada co n te mp est ades de t oda índole y perseguida por enem igos que la discrim inan de mi l m aneras. Pero au n siendo est o así, ta n poderosa es la Cabeza que gobierna est a Iglesia, que los poderes 26 del infierno no prevalece rán contra ella." (f. 3V) Const antino co m parte tam bién con los reformados la id ea zwingl iana de un a Igles ia in11isible en el seno de una Iglesia 11isible - la ecclesiola en ecclesia de Lutero- . En su aspecto v isible la Iglesia es la comu nidad de los que profesan la verdadera fe- con sus hijos- , predica fie lment e la Palabra de Dios, admi nistra co rrect amen t e los sacra m entos y ejerce la disc ip lina sobre sus m iem bros. En su aspecto invisi ble la iglesia es el cuerpo de los elegidos, la comu nidad de los creye nt es de t odos los tiempos: la Iglesia católica, la Iglesia un ive rsa l. En su aspect o 11isible1 afirm a Const anti no, " hay dos clases de miem bros en la Iglesia: unos vivos y otros m uertos; unos que tienen fe viva y otros que

t ienen fe mu erta ... La Igles ia in11isible está formada ún icamente por los qu e tienen verdadera santidad y est án un idos a la Cabeza, que es el H ijo de Dios, . ,, (f. 266r -f. 321v) L d a d o r d e to d os Ios b Ienes. os que pertenecen a est e grupo " no los podemos conocer rea lm ente. Como d ice san Pab lo, 'so lo Dios conoce a los que so n suyos.' (2 Ti. 2). Solo Dios es testigo de la limpieza y santidad de sus almas. Si que conocemos , empero, los del segundo grupo, po rq ue pública es su confes ión y púb lica es su participac ión en los sacramentos ; sin 266 emba rgo m ucha es la corrupc ión que se da entre ell os ." (f. r) Esta doble d isti nción en la membres ía de la Igles ia, afi rma Constant ino, "se encuentra en los Evangelios. Nuestro Redentor claramente hablaba de la existencia tanto de justos como de pecadores en la Iglesia. Los pecadores, merecedores por sus obras de justa condena, los sufre la m isericord ia Divina en espera de su pos ible arrepen t im iento. Bajo est e aspecto la Igles ia es comparada a la era don d e se trilla el cerea l en el qu e tamb ién se mezcla la paj a. (Mt. 3) . Tamb ién se la compa ra a la seme ntera qu e se hace en el ca m po, que después de haber sido sembrada la bu ena si m ien t e v iene el enemigo y siembra cizaña . (Mt. 13,14-30; 36-43). Buenos y malos, d ice nuestro Redentor, son los que d icen 'Señor, Señor... ' (Mt. 7,21-22) . En est a vida no somos q uienes para j uzgar y hacer división entre los que con j untamente confiesan la m isma doctrina y partic ipan d e los m ismos sacramentos . As í como D ios desea la conversión de los peca dores, así espera de nosotros que tengamos la espe ranza de que estos vo lverán al camino. Dios conoce los corazones , y a él incu m be el ju icio por el cua l en aq uel gran d ía los bu enos serán separados de los malos .. ." (f.

266

r)

,

OBRA DE L ESP I RITU SANTO

En nuestra va lorac ión general sobre los conte nidos doctri nales de Doctrina

Cristianav enimos defendiendo la t es is de que la obra, si bien f ue la ú ltima en pub li carse, posiblemen t e fue la primera en la que Const antino se in ició como aut or teológico reformado. De ahí, pues, la falta de cierta coherenc ia en la pre-

se ntac ión y desarrollo de algunos de los temas doctrina les abordados, y que en sus otros escritos se nos muestra n con una estructura más elaborada, cohes ionada y uniforme. Así, po r ejemplo, al desa rro llar la doctrina de l Espíritu Santo Consta nt ino menciona importa ntes be neficios espiritua les que se deriva n de s u ministerio a favo r de l creyente. Así nos dice qu e es "por el Espíritu Santo que el creyente rec ibe sa biduría y clarividencia pa ra entende r la

Palabra Di11ina." (f.

2

s4 v) Que es "movedor de nuestros corazo nes y a lum-

brador de nuestras ceguedades y cons umador de nu estros bienes todos, y cómo por él somos sa ntificados y hechos mo rada de Dios." (f. 321r) Q ue "mediante sus do nes los justos obt ienen un verdade ro conocim iento de l beneficio de Jes ucristo, vence n al pecado y hacen ve rdade ra pen itencia ..." (f. 32 SV) Q ue "alumbra a los creye ntes y les da verdadera fe." (f. 372 r) "Que da conocimiento de qu iénes so mos nosotros y de qu ién es Dios. Que abre nuestros ojos para ver nuest ras enfe rmedades, y nos esfuerza para la salvación. Que ve nce nuestros desmayos para lo bueno, y ve nce y mort ifica nuestros bríos y nu estras soltu ras pa ra lo ma lo. Q ue po r é l es mort ificado el viejo ho mbre qu e reinaba en nosotros por el pecado, y que por é l res ucita al nuevo hombre en nosotros y lo viste de l háb ito de Jesucristo, y de la rep resentación de su imagen . Él es el que nos fort alece en las advers idades, y nos pone fuerza y constancia en la fe, y el qu e desp ierta y enciende nuestra caridad, y nos hace agradab les a Dios ." (f. 2 sov) Hay, si n emba rgo un impo rtante aspecto de la obra de l Es píritu Santo, qu e precede a todos estos be neficios, que no se destaca con sufic iente cla ridad y

énfasis en todo lo que afirma Const ant ino sobre el m inist erio de la t ercera persona de la Trini d ad. Est e aspecto t iene qu e ver con la regen eració n esp iritua l que experimenta el creye nte al pasar de muerte a 11ida por la acc ión del Espír it u Santo. Como res ultado del pecado, " no hay j usto, ni aun uno ... no hay qu ien busque a Dios." (Ro. 3,10). De ahí, pues, la neces idad de un nuevo nacim iento, de un a regeneración espiritual. Como resu ltado de est a 'muerte esp iritua l por el pecado,' dice Jesús "que el que no naciere de nuevo, no puede 11er el

reino de Dios. Un. 31 3). El aut or de este nuevo nacimient o, o regeneración , es el Espíritu San t o. Un. 3,8;1 ,1 3; 1 Jn. 2,29;3,9;4,7;5,1; 4,18). La regene ración marca el pri ncip io de la gracia sa lvífica en nosotros. Creemos y nos arrepe nti m os porque hem os sido regenerados . La regeneració n es inseparable de sus efectos . La fe es uno d e estos efectos. La fe im p lica confianza en Crist o, el Hijo de Dios, el sa lvador de los perd idos. El aut or de la regeneración, del nuevo naci-

miento, es el Espíritu Santo. De ahí, pues, q ue el Símbolo NicenoConstantinopolitano llam e al Espíritu San t o "Señor, dador de 11ida." Const antino alude a esta afirmació n del Símbolo, (f.

248 v) pero la come nta suci nta m ente

d iciendo: " Grande tesoro tiene la Iglesia en tener al Espíritu Santo ... no nos podemos aprovechar de los bienes de Jes ucristo sin el Esp írit u Santo." (f. 2

sor) En la Suma de doctrina cristiana, empero, se refie re más ampl iame nte al

Espíritu Sa nto como dador de 11ida y co ncl uye d iciendo: "Todo nuestro bien y

vida espiritual depende del Espíritu Santo ... Es por el Espírit u Sa nto que recibimos a Cr isto ... Sin el Espíritu Santo no habría n ingún bien en nuest ros corazones ."M]

,

SOTER IOLOG IA

Solo en Cristo hay salllación. Esta es la procla m a evangél ica de la Reforma que Const ant ino rep ite una y ot ra vez en Doctrina cristiana. " El H ijo de Dios descend ió a la cond ició n hu m ana para levantarnos a la co ndición de h ijos de

Dios, y justificarnos con justicia de Dios. Engañados estába mos en las redes del demon io; cargados estábamos con nuestros pecados; pero el Hijo de Dios tomó sobre sí nuestra carga para que nosotros, como si tuviéramos alas, pud iéramos vo lar hasta el cie lo." (f. 195 v) La justicia de nuest ra sa lvació n es una justicia Divina. As í lo afirma el profeta Jerem ías al decir que el nombre de Jes ucristo, nuest ro sa lvador, es el de "Jehová, justicia nuestra" (23,6). Estas pa labras "t ien en el sello del Espíritu Sant o y anticipan el nombre que tendrá el Salvador. No es no mbre de criatura, sino de supremo Señor: "Jehová, justicia

nuestra." Se t rata de un nombre que so lo es at ribuib le al ser de Dios, y de aquí se concluye que el m ismo Dios es el que había de veni r para dar salvac ión al 1

linaje humano." (f. ssr) En el primer sermón del Beatus vir Constantino uti liza los términos paulinos y reformados de 'j ustificació n' y 'j ustificar.' En el se-

gundo sermón, declara que "ya desde antiguo el hombre fue just ificado por Jes ucristo." Buen cu idado tiene siempre nuestro reformador en poner de relieve la un idad de mensaje entre los dos Testamentos de la Biblia en el tema de la salvac ión. Desde el Génes is a la pléroma de los tiempos de los textos neotestamentar ios, el mensaje que se anuncia en toda la Escritura es el de buenas nuevas de salvac ión en Cristo para el hombre caído. "Todos los profetas, desde Moisés en adelan t e, sigu iendo la inspirac ión del Espíritu Santo, proclaman como mensaje central la m uerte del Hijo de Dios. Esta es tamb ién la enseñanza que se encierra en los sacrificios y ceremo nias de la antigua Ley."

(f.

2

º 2 v)

"Por dispos ición Divina, la Ley contenía diferentes tipos de sacri-

ficios, pero todos ellos eran sombra y guardaban re lación con el gran

ficio que el H ijo de Dios había de ofrecer de sí mismo. Y ta l como nos d ice el apóst o l, ' sin derramam iento de sangre no hay remisión de pecados .' (He. 9,22). Se prefiguraba, pues aquí, la sangre de Jesucristo para el verdadero perdón de los pecados." (f.

203

v) "En conform idad con su propio testimonio, el

H ijo de Dios fue enviado por el et erno Pad re para ser sacrificio para el linaje humano." (f. 358 v)

El mensaje de los dos árboles: "Al comer n uestros pri meros padres del fruto del árbo l proh ibido también caímos nosotros en pecado. Quiso la Divina bon dad que por otro árbo l y otro madero se encam inase nuestro remed io. En el primer árbo l el demonio hall ó ocas ión para nuestra m uerte. El hijo de Dios halló en el segundo árbo l med io para nuestra vida. En el primer árbo l se quebrantó el mandam iento que Dios había dado. En el segundo se cumpl ió perfectame nte la obed iencia demandada por la Divina bondad. En el primer árbo l creyero n los pr imeros humanos que hallarían la ciencia del bien y del mal, pero lo q ue hallaron fue ún icament e la ciencia del ma l. En el segundo árbol Cr isto, el segu ndo Adá n, co n su obed iencia ha lló para nosot ros ciencia de 2 6 bien y de vida." (f. v-fao 7 r) Es ante el espejo de la Ley de Dios que el hom-

º

bre ha de verse a sí m ismo para adquirir conoc im iento de su condición lapsaria y para compre nder las prov isiones restauradoras de su nat uraleza ori gina l que se encuentran en la obra sa lvadora de Crist o. "En las cosas de Dios no hay pos ibilidad de ' ingenuos ab landamientos ' de sus exigencias esp iri tua les y mora les. La ley de Dios no puede cambiar ni dejar que sus aceros dejen de

cortar nuestros pecados." (f. 356v) "La ley nos te nía ob li gados a ser j ustos, y

,am os pe r d"d I f 1 "(f. 161v-f. 163) N o h ay otro nosotros t en 1 I as as uerzas pa ra ser o. ca m ino: para conoce r a Cristo y gozar de su salvación es imprescindible q ue el hom bre adq uiera pri m ero conocimient o de sus pecados y miserias. Sólo aq uell os que en las profundidades de su se r han experi m entado su co ndición de pecado y perd ición podrá n confesa r ve rdaderament e que Cristo es Salvador. La sa lvació n del pecado r es una segunda creación. "La salvación del hombre es una segu nda creac ión: es obra de Dios. El mismo Señor que dij o: 'Hagam os al hombre a n uestra imagen y se m ejanza,' y no lo fió de otras manos, es el qu e dijo: remed iem os al hom bre, y torném os lo a rehace r a nuest ra imagen y se m ejanza, y no lo fió de otras manos. Hemos sido dos veces engendrados, un a por la creac ión, otra por el n uevo naci m ient o de regene ración espi ritual po r la m uerte y be neficio del Redentor de los hombres." (f.

2

ssv) "En esto se

fundament a la afirmació n de san Pab lo de q ue todos los t esoros es p irituales est án en Cristo, y que solo en él p uede el hom bre ll egar a ser una nueva

criatura. (2 Corintios 5, 17). Profunda y llena de grandes m ist erios enc ierra la expres ió n de nue11a criatura. Por ella se nos da a entender qu e est amos ante un a nueva obra igual en grandeza que la de la creac ión, no menos d igna de nu estra admi ració n, pues guarda co nsonancia con la grandeza de Dios m ismo. En el orige n del mundo, la om nipotencia del Ete rno Pad re, la sa bid uría del H ijo y la fue rza vivificadora del Espíritu Santo in t ervinieron y concurrieron en la creació n de ta n excelsa obra, pero también conc urren en la creació n de t an excelsa obra como es la de la nueva criatura." (f. 194v) " Nada puede hacer el hom bre con sus propios esfuerzos para remed iar su sit uación

espi ritua l de condenación." (f. 358v) " Fu e Dios m ism o quien le sacó d e las viejas m iserias y le dio una nueva vida; ent iende ta mbién que esta generación espi ritua l no le v ino por m éritos o m ereci m ient os p rop ios, sino que f ue obra 7

exclus iva de Dios ." (f. 94 r) La so la gracia Divina, anclad a y fu ndamentada en la pe rfecta redenc ión obrada po r Jes ucristo, es tota lmente sufi ciente para la sa lvac ión d el pecado r, y excl uye cua lqu ier forma de m eritoriedad hu mana. Sobre est e te m a, el desacuerdo de Constant ino y los teó logos reformados con la doctrina de la Iglesia cat ólica es not orio. En con form idad con los decretos y cá nones del Conc ilio d e Trente (1545-1563) , las buenas ob ras son m eritorias: "Si alguno d ij ere qu e el impío se justifi ca por la so la fe, d e m odo que ent ienda no req ueri rse nad a m ás co n que coopere a co nseguir la gracia de la justifi cac ión y que po r part e algun a es necesario que se prepare y dispo nga po r el m ov im iento de su vo luntad , sea anat ema." [19.] El anatem a de Trente cae t am bién so bre los que dicen " que los hom bres se just ifican , o por so la imput ación de la justicia de Cristo, o t amb ién que la gracia, po r la que nos j ust ifica m os, es só lo el favor de Dios, sea anatema." (821 [cf. 799 s y 80 9] Can . 11). En el Can. 12, se añade: " Si alguno dij ere que la fe just ifica nt e no es ot ra cosa que la confianza en la d ivina m isericord ia que pe rdona los pecados po r ca usa de Cristo, o que esa confia nz a es lo único con que nos justifi camos , sea anatem a." (822 [cf. 798 y 802]). El anate ma de Trente cae ta mbién sob re los que afirm an "qu e las bu enas obras del hombre j ust ificado d e t al manera son d ones de Dios,

que

no

so n

ta m bién

bu enos

ju stificado." ([842], Can. 32 [cf. 803 y 809 s]).

m erecim ient os

del

m ismo

¿Universalismo soteriológico? Nuestra tesis de q ue Doctrina cristiana fue la primera obra que nos ha ll egado de Constantino, en tanto qu e en algunos aspectos - m uy m inoritarios , por ciert o- , no parece exh ibir la claridad y mad urez t eo lógica de sus otros escr itos , se corro bora, una vez más, po r el hecho de qu e al referi rse al alcance de los efect os sa lvíficos de la rede nción de Cristo, las afirmaciones de nuestro refo rmador son algo co nfusas , vac ilan t es e incoherentes. Pregunta clave en este co ntexto es la de si Cristo sufrió y m urió por todos los pecadores, incl uso por aque llos que defin it ivament e no se sa lvará n. Afi rm a Const antino q ue "Cristo es el sa lvado r del mundo y qu e derramó su sangre in clu so para los que un día ha de condenar." (f.z 39 v) " En la m uerte del Hijo de Dios interv ino t odo

el linaje de Adán, y para este linaje ofrec ió el tesoro de su m uerte, pues para todos es él provecho, si todos se qu iere n aprovechar." (f.

2

o,v) En el día del

ju icio "los malos serán co nocidos por haberse j untado con el dem onio y por su desagradecim iento al Señor que los compró con su sangre." (f

241

v) Algu-

nos pasajes de la Escritura parecen justificar este 'universalismo soterio lóg ico.' Así, por ejemp lo , se afirma que "Cristo gustó la m uerte por todos" (Hebreos

2,9), y que es " la prop iciación po r los pecados de todo el mu ndo"(1Juan 2,2). Térm inos como los de 'mundo' y 'todos,' no siempre en la Biblia incluyen a todos los m iembros de la raza humana. A este tema, y a est os térm inos, los Reformadores , gran des exéget as de la Escrituras, dedicaron prof unda y erudit a ate nción en sus comentarios bíb licos y en sus tratados teo lógicos, llegand o un áni m emente a la co nclusió n de que est e aparente "un iversa lismo", de por sí, y en el context o general de t odas las enseñanzas que sobre el alca nce de la redenc ión se cont ienen en la Biblia, no favorecen una interpretación universa lista d e la sa lvación obrada por Jes ucristo. En sus propósitos sot erio lóg icos - como en cualq uiera de sus otros propósitos-

en modo algu no podemos concebir asomo de fracaso en los

designios de Dios. Los propósit os Divinos son de ob ligado y necesar io cum plim ien t o. En consecuencia, aq uel los por los q ue Crist o derramó su prec iosa sangre necesariam ente han de ser y serán sa lvos. ¿Y qu iénes son est os? La resp uest a bíblica es clara y d irecta: los escogidos de Dios. Y a pesar, y en contra de las co nf usas declaraciones arriba alud idas, esta es tamb ién la respuesta que nos da Constantino en relevantes pasajes de su Doctrina cristiana y en sus

otros escritos: la sangre de Jesucristo se derramó a favor de los escogidos de Dios. "Perdido el linaje huma no por el pecado, Dios tu vo a bien elegir a un determ inado número de hombres y m ujeres de este linaje para que se beneficiaran

de la sangre del Verbo Divino, conocieran verdaderamente a Dios, alcanzasen el perdón de sus pecados, su j ustificación redentora y vin ieran de est e modo a formar parte de este cuerpo m íst ico que es la Igles ia." (f.

263

r) Desde ant iguo

Dios escog ió a un pueb lo "en el que se re novarían las promesas de sa lvación , hallarían cump limient o los fines de la verdadera doctrina, y el Dios de luz mostraría sus maravi llas. Este pueb lo escog ido había de ser como un espejo ant e el cua l las demás naciones tuvieran conocim iento de lo q ue creían y de la verdad que profesaban los escog idos, y compre ndieran que so lo había un Dios verdadero." (f. 53 v• 42 v) En el Prefacio de Doctrina cristiana escribe Consta ntino: "Los que Dios tiene eleg idos, constituyen grandes prendas de la mi sericordia de Dios." Por el ministerio de la predicación de los d iscípu los " los escogidos son llevados a puert o de claridad doct rina l para llegar a un estado de bienave nturanza." (f. 322 v) En otros de sus escrit os, y que nosotros estimamos como posteriores a

Doctrina cristiana, la doctrina de la elección y de la predestinación es abordada por Consta ntino con suma claridad. En tota l acuerdo con la t eología reformada, tamb ién para nuestro reformador la sa lvación del pecador es por la pu ra gracia de Dios, y la garantía de su tota l y abso luta gratuidad se fundamenta en el decreto soberano de la elecc ión divina . Es en el marco de la tota l y abso lut a sinon imia de la elección y la gracia que las doctrinas bíb licas de la

justificación, la fe y las obras adqu ieren su verdadera sign ificació n espiritua l y muest ran el soberano obrar de Dios en la sa lvación del pecador. Con meridiana claridad as í lo afirma Co nstanti no en el tercer sermón del Beatus 11ir: " El creyente ha de saber que, antes que pud iese hacer bien o mal, lo eligieron y seña laron para que fuese justo y, por justo, bienaventurado. No fue esto por sus obras n i por su merecim iento, pues, antes que el pud iese obrar f ue elegido ... El m ismo que lo eligió, es el que lo justifica, el que lo favorece y suste nt a, para que conforme a la elección haga obras semeja ntes a las obras de su unigén ito H ijo, pues f ue elegido y seña lado para que fuese semejante a la imagen de él.[20] El 11arón biena11enturado del Salmo "ha sido espiritualmente plantado por el mismo Dios. No ha sido plantado n i nacido de sí m ismo, como otros que la tierra produce sin industria n i manos de hombres." " Este ser plantado es la elección divina, la cual es el verdadero fundamento del justo y la verdadera segur idad de su bienaventuranza. Ésta no tiene otro fundamento ni otra razón sino la so la vo luntad D ivina, la cua l hace de sus criaturas lo que a ella bien le parece, porque Dios es el señor y el hacedor de ellas y como ta l se p uede servir de las obras de sus manos. Las ra íces de este árbo l plantado por Dios son fe , esperanza, caridad y todos los otros dones del bienaventurado ." "E l Señor que os creó no dejó en 11uestro escoger lo que había de ser

de 11osotros... Seguridad os dio al elegiros él, al tomaros a su cargo, en teneros en sus manos -de las cua les no os podrá arrebatar el poder del infierno-." " Os eligió en Jesucristo, para que fueseis red im idos por él, vueltos y restaurados a la gracia que perd isteis."[n]

LOS TRES SIMBOLOS ECUMENICOS DE LA IG LESIA En el cap ít ulo XXXI de Doctrina cristiana, Const an ti no int roduce " los tres

Símbolos ecuménicos de la Iglesia: el Apostólico, el de Nicea y el de Atanasio". Pri m ero los incl uye en latín y después en romance castellano. Las versio nes lati nas de los Sím bo los (fo lios 73 r, 73v, 73r y 73v), aparecen al pie de est e Apé nd ice. Est os tres Símbolos, con j unta m ente con los decret os d el Concilio de

Calcedonia (451), han sido generalm ente acept ad os, t anto por cató licos , ortodoxos y protestant es, como doctri nalm ente expresivos de la verdad esencia l del cristian ism o.

El Símbolo Apostólico El Credo Apostólico (Symbolum Apostolicum) constit uye el sumario m ás conocido y po pu lar de la enseñanz a apost ó lica. Contiene los artíc ulos más

fundamenta les de la fe cristiana. En pa labras de Ph ilip Schaff, "no es una prese ntac ión lógica de doctrinas abstractas, sino una profes ión de hechos vivos y verdades salvíficas."[22] Elogiado en grado sumo por los grandes teólogos de la Igles ia cristiana - como san Agustín, Lutero y (alvi no- , todavía hoy es el más excelente s uma rio de l mensaje evangélico. Es e l "corazón teo lógico" de todas las grandes confes iones posteriores de la Iglesia, que amp liaron sus gérmenes doctrinales y salvíficos en e lla con ten idos. Ejemplos de lo dicho lo constituye n el Credo Niceno - con su amp liación de la doctrina de la div inidad de Cristo- , e l Credo de Atanasio - con su bás ica e laborac ión de la doctri na de la Tri nidad- y los Credos de la Reforma - más explícitos en lo concern iente a la autoridad de la Biblia, el pecado y la grac ia- . "Hasta mediados de l siglo XVI I era comú nmente creído, tanto po r católicos como por protestantes, qu e el Símbolo Apostólico fue redactado por los Apóstoles en Jerusa lén en e l día de Pentecostés - o antes de su sepa ració n-

a fi n de ga rantizar unidad de ense-

ñanza doct rina l." [6 3] Si n embargo, añade Schaff, "el silencio de los Padres Apostólicos y de todos los Padres an ten icenos y postnicenos es tota l. Ta mpoco e l Conci lio Ecuménico de Nicea hace menció n de una autoría apostó lica de d icho símbolo."[2.4] Si bien no fue redactado por los Apóstoles, puede aceptarse qu e se in ició co n la confes ión de Ped ro que se relata en Mateo 16 ,16: "Tú eres el Cristo, el Hijo de l Dios vivien te," y que muy pronto si ntetizó los conten idos ese nciales de la fe cristiana y se usó como confes ión ba utis mal de los catecúmenos de la Igles ia prim itiva. La formu lación más antigua de l Credo

Apostólico la conocemos a t ravés de dos ve rsio nes idént icas: la romana,

gida po r el pres bít ero Tyran nius Rufi n us, del arzobispado de Aqu ileia, en la región d el Adriático, escrit a en latín alrededo r del año 390; y la griega de Marcelo de Anci ra, escrita entre los años 336 y 341, y qu e recoge una ve rsión del Credo del siglo segundo. La versió n clás ica del Credo apostólico, "vino a ser de uso gen era lizado en la Igles ia a part ir del siglo sé pt imo u octavo." [6 5) Ofrecem os a cont in uació n la vers ión m ás antigua del Credo, y entre parént es is y en cursiva , los añad idos q ue d iero n form a fi nal a la fo rm ulación clás ica post erio r:

1.

Creo en Dios Pad re omn ipotent e [Creador del cielo y de la tierra ];

2.

Y en Jesucrist o, su único H ijo, nuestro Señor;

3. Que nació [fue concebido] de María Virge n por o bra de Espíritu Santo; 4. Fue crucificado [padeció] bajo Po ncio Pilat o, [muerto] y sep ul tado;

[descendió a los infiernos] ; 5. Al t ercer día re sucitó de entre los m uertos: 6. Subió a los cie los, está sentado a la d iestra del [de Dios] Padre

[todopoderoso]; 7. De sde allí ha de ven ir a j uzga r a los vivos y a los m uertos. 8. Y en el Espíritu Santo [Creo en .. .]; 9 . La Sant a Iglesia [Católica]i [la comunión de los Santos]; 10.

El pe rdón d e los pecados,

11.

Y la res urrección de la carne,

12.

[Y la vida eterna]. [26]

El Símbolo Niceno El primer Concil io de Nicea fue co nvocado po r el emperador Constantino en la ciudad de este nombre en el año 325. Acudiero n 318 ob ispos, siendo de destacar el liderato espiritual de Osio, ob ispo de Córdoba, y las aportaciones teo lógicas de Tertu liano en la formu lación fina l de los decretos. El concil io se re unió para debatir y refutar la tes is de Arrio, presbít ero de Alejandría, que afirmaba que Crist o pertenecía a la categoría de lo creado y no participaba de la natu ra leza Divina. Según Arrio, el Verbo era la más noble y excelsa creación de Dios, pero no participaba de su natura leza Divina. Era H ijo por adopción, pero no por generación Divina.Recurrie ndo al co ncept o implíc ito en el térm ino griego de homoousios (óµooÚ<Jtos, " de la m isma susta ncia", " de la m isma esencia" ) , el Concili o afirmaba la absoluta consustancialidad del H ijo con el Padre: " Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado , de

la m isma natura leza que el Padre." En el Conci lio de Co nsta nti nopla, convocado por Teodosio I en el año 381, la asamb lea ep iscopa l re ivi ndicó nuevam ente los decretos doctri nales de N icea y ext endió el homoousios niceno a la identidad divina del Espír it u Santo. La doctrina de las tres personas d ivinas quedaba, pues, defin itivame nte form ul ada: Padre, H ijo y Espíritu Santo const ituyen una sola Divin idad, un solo poder y una sola sust anc ia. Sobre la base del texto griego, esta es la vers ión del Credo Niceno: "Creemos en un solo Dios Padre omn ipotent e, creador de todas las cosas, de las visib les y de las invisibles; y en un so lo Señor Jes ucristo Hijo de Dios, nacido un igénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, enge nd rado, no hecho, cons ustanc ial al Padre, por q u ien t odas las cosas f ueron hechas, las q ue hay en el cielo y las que hay en la t ierra, q ue por nosotros los hombres y por nuest ra salvac ión descend ió y se encarnó, se h izo hom bre, padec ió, y res ucit ó al tercer día, subió a los cie los, y ha de venir a j uzgar a los vivos y a los m uertos. Y en el Espíritu Sa nto." -

En el añad ido Niceno-

Canstantinopolitano se afirma: "Creo en el Espíritu San t o, Señor y dador de vida, que procede del Padre, que ju nta m ente con el Padre y el H ijo es adorado y glorificado, q ue habl ó por los profetas. En un a sola Santa Iglesia Cató lica y Apostólica. Confesa m os un so lo bauti smo para la remis ión de pecados. Esperamos la resurrección de la carne y la vida del siglo fut uro. A m én."

El Símbolo Atanasiano Conoc ido tamb ién como Símbolo Quicumque. Recibe este nombre por la pa labra con la que da com ienzo: QUICUMQUE. (" Q uicumq ue vult sa lvus ese ... " "Todo el que quiera sa lvarse ... " ). En algu nos viejos códices este Sím-

bolo se atribuye, sin f undamen t o, al obispo de Alej and ría Atanasio (296-373). No f ue redactado po r n ingún conci lio ecuménico, y como fec ha originaria de compos ició n en latín se da en tre los años 434-440. Est e Símbolo alcanzó ta nta aut oridad en la Igles ia - tanto en la de Occiden t e como en la de Oriente- , que entró en el uso litú rgico y se lo co nsideró ta mbién como gen uina expresión de ortodoxia doctrina l cristiana. Esta es la versió n caste llana del mismo: "Todo el qu e quiera sa lvarse, ant e todo es menester que mantenga la fe cató lica; y el que no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para

siem pre. Ahora bien, la fe cató lica es qu e veneremos a un so lo Dios en la Trinidad , y a la Tri nidad en la un id ad ; sin confu ndi r las personas n i separa r las sust ancias. Porq ue una es la persona del Padre, ot ra la del Hijo y otra la d el Espírit u Santo; pero el Padre y el H ijo y el Espíritu San t o t ienen u na so la divinidad, glo ria igual y coeterna majestad. Cual el Padre, ta l el Hijo, ta l el Espíritu Santo; increado el Pad re, increado el H ijo, increado el Espíritu Sant o; inmenso el Padre, inmenso el Hijo, in m enso el Esp írit u Santo; eterno el Pad re, et erno el H ijo, eterno el Espíritu San t o. Y, sin em bargo, no so n tres eternos, sino un so lo eterno, como no so n t res increados, n i tres inm ensos, sino un solo increado, y u n so lo inmenso. Igualmente, omn ipo tente el Pad re, omnipotente el Hijo, omn ipotente el Espíritu Santo; y, sin em bargo, no so n tres om nipot entes, sino un so lo om nipotente. Así Dios es el Padre, Dios es el H ijo, Dios es el Espíritu Santo; y, sin embargo, no so n t res dioses, sino un so lo Dios. As í, Señor es el Padre, Señor el H ij o, Señor el Espíritu Sant o; y sin em bargo, no son tres señores, si no un so lo Señor; porque así co m o po r la cristiana verd ad somos compe lidos a con fesar como Dios y Señor a cada persona en particu lar; as í la religión católica nos prohíbe decir tres dioses y t res se ñores. El Padre, por nadie fu e hecho ni creado ni engendrado. El H ijo fue po r solo el Padre, no hecho ni creado, sino engendrado. El Esp írit u Sant o, del Pad re y del H ijo, no fue hecho n i creado ni engend rado, sino que procede. H ay, por consigu iente, un so lo Padre, no tres padres; un solo Hijo, no tres h ij os; un so lo Espírit u Santo, no tres espíritus sant os; y en esta Trin idad, nada es antes ni

pués, nada mayor o m en or, sino q ue las tres perso nas so n entre sí coeternas y coiguales, d e suerte que, como antes se ha dicho, en to do hay que ve nerar lo mis m o la unidad en la Trin id ad q ue la Trinidad en la u nid ad. El q ue qu iera, pues, sa lvarse, así ha de sentir de la Trinidad. Pero es necesario para la ete rna salvac ión creer fie lmente en la enca rnación de nuest ro Señor Jes ucristo. Es, pues, la fe recta que cree m os y confesa m os que n uestro Señor Jesucrist o, hij o de Dios, es Dios y hombre. Es Dios engendrado de la sust anc ia del Padre ant es de los siglos, y es hom bre nacido de la mad re en el siglo: pe rfect o Dios, perfect o hom bre, subs iste nte de alma racio nal y de carne humana, igual al Padre según la divinidad , m eno r q ue el Pad re segú n la human id ad. Más aun cuando sea Dios y hom bre, no son dos, sino un so lo Cristo, y uno solo no por la co nversión de la divin idad en la ca rne, sino por la asu nción d e la humanidad en Dios; uno abso lut amen t e, no por co nfus ión de la sustancia, sino por la unidad de la perso na. Po rq ue a la m anera q ue el alma racio nal y la carne es un solo hom bre; as í Dios y el hombre so n un so lo Cristo. El cua l padec ió po r nuestra sa lvación , desce nd ió a los infiernos, al t ercer día res ucit ó de entre los mu ertos, subió a los cielos, está sent ado a la d iest ra de Dios Padre omn ipotent e, desde al lí ha de ven ir a j uzgar a los vivos y a los m uerto, y a su ve nida tod os los hombres han de resucita r con sus cuerpos y d ar cuen t a de sus pro pios actos, y los q ue obra ron bien, irá n a la vida ete rna; los que mal, al fuego ete rno. Esta es la fe católica y el qu e no la creyere fiel y fi rm ement e, no pod rá sa lva rse." (67.]

Versión latina de los tres Símbolos: CREDO APOSTÓLICO

Credo in Deum Patrem om n ipot en t em ; Creat orem coe li et te rrae. Et in Jes um Christu m, Filium ejus un icum , Dom in um nostrum; qu i co nceptu s est de Spi ritu Sancto , natus ex Ma ria virgine; passus sub Pont io Pilato, crucifixus, mortuus, et sepu lt us; descendit ad inferna; tert ia die resurrexit a mortuis ; ascend it ad coe los; sedet ad dexteram Dei Patris omn ipot ent is; inde ventu rus (est) jud icare vivos et mortuos. Credo in Spiritum Sanctum; sanctam ecclesiam catho licam ; sanctorum co m m un ionem ; re m iss ione m peccatorum; ca rn is res urrectio nem; vita m aeternam . Ame n. CREDO

NICENO

(SYM BO LU M

NI CA:NUM

CO STA NT I N O -

PO LI TA NUM)

Credo in un um Deum, Patrem omni poténte m , factórem cae li et terrae , visibíl ium óm inu m et invis íbilium . Et in unum Dómi num lesum Chrustum Filium Dei un igénitum . Et ex Patre natum ante óm nia saéc ula. Deum de Deo, lumen de lúm ine, Deum ve ru m de Deo vero . Géntiu m , non factu m , consu btantialem Patri: per quem ómn ia facta su nt. Q ui propter nos hóm ines et propter nostram sa lút em descénd it de cae lis Et incarnatus est de Spíritu Sancto ex María Vírgine et homo factu s est. Crucifi xus ét iam pro nobis: sub Póntio Piláto pass us et sepú ltus est. Et resurréxit té rtia die, secúnd um scripturas. Et ascédit in caelum : sedet ad déxtram Patris . Et íte rum ventúrus est cum glória inducáre vivos et mortuos: cuius regn i non erit fi nis. Et in Spíritum Sanctum, Dóminu m et vivificántem : qu i ex Patre et Filióqu e p róced it. Q ui cum Patre et Filio simu l adorátu r et co nglorificátu r; qu i locútus est per Prop hét as. Et unam sanct am

catholica m et apostólicam Ecclés iam. Con fít eor unu m baptisma in re m 1ssióne m peccatóru m . Et exspécto res urrectiónem mort uórum . Et venturi saécu li. Am én CREDOATANASIANO (SYMBO LU M

11

Q U I CU N Q U E" )

Q uicum qu e vul t sa lvus esse, ante om nia opus est, ut teneat catho licam fide m ; quam nisi quisque integram inviolatam qu e servaverit, absqu e dubio in aet ernam peribit. Fides aut em catho lica haec est: ut unum Deum in Trin itate, et Trinitatem in un it ate venerem ur. Nequ e co nfundentes personas, neq ue su bst anti am sepe rant es . Alia est enim persona Pat ris alia Filii, alia Spirit us Sanct i: Sed Patris, et Fili, et Spirit us Sancti una est divi nit as, aequalis gloria, coeterna maiestas . Q ualis Pat er, ta lis Filius, ta lis Spiritus Sanctus. lncreatus Pat er, increatus Filius, increatus Spiritus Sanctus. lm mensus Pater, imm ensus Filius, immensus Spirit us Sanctus. Aet ernus Pater, aeternus Filius, aeternus Spiritus Sanctus. Et tamen non t res aetern i, sed unus aeternus . Sicut non tres increati, nec tres im mensi, sed un us increatu s, et unus immensus. Sim iliter om nipot ens Pater, om nipotens Filius, omn ipot ens Spiritus Sanctus. Et ta men non tres omn ipot en t es, sed unus omnipotens. Ita Deus Pat er, Deus Filius, Deus Spiritus Sanctus. Et t amen non tres dii, sed un us est Deus. Ita Dom inus Pat er, Dom inu s Filius, Domi nus Spi ritus Sanctus. Et ta men non tres Dom ini, sed unus est Domi nus. Quia, sicut si ngillatim unam quamqu e personam Deum ac Domi num confiter i christiana veritate compe lim ur: ita tres Deos aut Dom inos dicere catho lica re ligione proh ibemu r. Pater a nu ll o est factus: nec

creatus, nec gen itus. Filius a Pat re solo est: non factus, nec creatus, sed geni tu s. Spiritus Sanctu s a Patre et Fi lio: non factus, nec creatus, nec gen itus, sed procede ns. Unu s ergo Pater, non tres Patres: unus Filius, non tres Filii: unus Spiritus Sanctu s, non tres Spi ritu s Sancti. Et in hac Tri nitat e nih il prius aut post eri us, nihi l maius aut m in us: sed t otae tres personae coaeternae sibi sunt et coaeq uales. Ita ut per om nia, sicut iam su pra dictum est, et un itas in Tri nit ate, et Trin it as in un itate vene randa sit. Q ui vult ergo sa lvus esse, it a de Trin it ate sentiat. Sed necessari um estad aeternam sa lut em, ut incarnationem quoque Dom ini nost ri les u Ch risti fide lit er credat . Est ergo fides rect a ut credam us et confi team ur, qu ia Domi nus noster les us Christus, Dei Filius, Deus et hom o est . Deus est ex sub st antia Patris ant e saecula genitus: et homo est ex subst antia m atris in saec ul o natus. Perfectu s Deus, perfectus homo: ex an ima rat ionali et humana ca rne su bsistens . Aeq ualis Patri secu ndu m divinit atem : m inor Pat re secu ndum h umanitat em . Q ui licet Deus sit et homo, non duo ta m en , sed u nus est Christu s. Un us aut em non conversio ne divinit atis in ca rnem, sed ass um ptione human itat is in Deu m . Unu s om ni no, non co nf usione subst antiae, sed u nit ate personae. N am sicut ani m a rat iona lis et caro unu s est hom o: it a Deus et hom o unus est Christus. Qu i pass us est pro sa lute nostra: descend it ad inferos : tert ia die resurrex it a mortuis. Asce ndit ad cae los, sedet ad dext eram Dei Patris om ni potentis: inde venturus est iud icare vivos et mortu os. Ad cuius adventu m omnes hom ines res u rge re habent cum corpori bu s su is: et redditu ri sunt de factis propri is rat ionem. Et qui bo na egerun t, ibunt in vita m aet ernam: qu i ve ro ma la, in ignem aet ern um .

SACRAMENTOS

Los sacramentos, afirma el Catecismo de Heidelberg, "son seña les sagradas instituidas por Dios para llevar n uestra fe al sacrificio de Crist o obrado en la cruz como el único fu ndamento de nuestra salvación."(Domi ngo 25) . Según Const anti no los sacramentos son la forma visib le de la pa labra de Dios como promesa divina. Escribe en Doctrina cristiana: "Llamamos Iglesia a t odo el p ueblo cristiano que cree la doctri na del Evangel io, participa de los sacramentos y profesa las ceremon ias de la Iglesia cat ólica." (f. ,s 3r) Esta defi nición co incide con la de (alvino: "Donde veamos la palabra de Dios puramen t e predicada y oída, y los sacramentos adm inistrados de acuerdo con la instituc ión de Cristo, all í, no cabe duda, una igles ia de Dios existe."[28] Afirma el reformador español, t ambién en Doctrina cristiana, que los sacramentos del bauti smo y de la eucaristía "encierran un piélago de misterios y cua nto más profundamente se en t re en ell os más se captarán las riquezas de su grandeza y majestad." (f. 37 2r-f. 37 2v) Estos m ist erios se ce ntra n "en la m uert e reden t ora del H ij o de Dios, y so lo aquellos que han recib ido del Espíritu Santo luz de arriba y verda-

dera fe podrán intu ir estos grandes tesoros de sabid uría ven idos de lo alto." (f.

37 , v) De est as riquezas esp iritua les " se percatará ampliament e el lector u na vez se abo rde este tema . (f. 372v) A pesar de este su p ropós ito de abordar la doctrina de los sacramentos en Doctrina cristiana, de hecho no lo ll evará a térm ino nuestro autor: llega rá al fina l de la obra si n haber entrado de ll eno en la temática - y así lo reconoce y lo lamenta ante sus lectores- . Co m o veremos , lo que nos dice en sus escritos sobre los sac ramentos no es siemp re claro : el lenguaje que en ocasio nes utiliza es a veces confusame nte afín al roman ista. Lu is Usoz y Río, en el vo lumen XX de Reformistas Antiguos Españoles, publicó tres im portantes obras de Constantino, y en el ca pítu lo de Obser11aciones, al fina l del mismo, censura al reformador por su " ritualismo con sus doctrinas de baut ismos, de sacramentos, de sac rific ios - derivaciones tod as d e la Ley ant igua- ." " Sobre los sacramentos y otras d octrinas ritualistas que se enseñan , o adoptan en estos escritos del Dr. Const antino, m e parece n, cuando menos, cosas m uy ajenas a la enseñanza de la religión cristiana. Si adorar a

Dios en espíritu y 11erdad es ser verdadero cristiano, esto pa rece lo único necesario, y lo que debe ún icamente enseñarse al discípu lo o segu idor de Cristo." Evidentemente en esta crítica Usoz m uestra una clara aceptación del principio cuáque ro de " exclus iva espiritualidad" en el culto cristiano de ado rac ión, exen to de todo ritualismo lit ú rg ico. Deja en trever sin em bargo Usoz qu e el rit ualismo de Constan t ino hizo pos ible que durante un t iempo " los Inqu is idores no tuv ieran sus escritos por heterodoxos y los aproba ran y alabaran enca recidamente; y luego, cuando quemaron los huesos y ca lumn iaron la memoria del

Doctor, entonces co ndenaron como pestilen t es estos mismos escritos que aprobaron ant es como sa lu dables." ~9] Como ya hemos adelantado, en algun as de sus exposiciones doctrina les se aprecia en Const antino una intención algo velada de no expresar abiert amente las ideas y las creencias evangé licas profesadas para no despertar los rece los y sospechas de la Inqu isició n. Esta es, pues, una de las dific ul tades que el est ud ioso de Const anti no ha de afrontar en la hermenéuti ca de algu nos de sus t extos, y muy especialmente en aque llos que tratan de los sacrament os. Doctrina cristiana es una obra incomplet a; las part es prometidas nunca se pub licaron. Conscient e era, p ues, Const antinode que una oposición fronta l y decidida con t ra la Iglesia Romana habría signi ficado el fin de su t estimon io evangélico. Ante est a d isyu ntiva optó por centrar todos sus esfuerzos en la enseñanza y exposición de las Escrituras, con la esperanza de que, una vez entendidas éstas por sus oye ntes y lectores, éstos ll egarían a ser capaces de discernir las diferenc ias doctri nales con Roma .[30] Ejemplo eloc uente de nicodemismo nos lo ofrece Constantino en su Cate-

cismo cristiano al afirmar que " el ba utismo es la puerta por donde entramos en la Igles ia. Allí somos reconci liados y v ueltos a la gracia y en la amistad del Señor - que t en íamos airado co ntra nosotros- . H emos de entender que lo que allí tiene lugar, no es so lo ceremo nia externa, sino que más allá de esto, secretamente en nuestra alma se nos comu nica fe, caridad y esperanza, que son vest iduras espirit ua les que nos hacen aparecer adec uadamen t e delante de Dios; se nos perdo nan nuestros pecados y se impone silencio al Demonio para que dej e ya de acusarnos, por cuanto hemos sido redimidos y limpiados

y ha sido d es hecha nuestra cu lpa. Lo que extername nte t iene l ugar nos amonesta a la vez de los efect os y o bras esp iritu ales qu e no podemos ve r sino es con los ojos de la fe. Junta m ente con est o se nos am onesta de nuestra res po n sa bili dad pa ra no vo lve r otra vez al pecado. A llí se nos limpian externament e co n agua y se nos d ice q ue so m os bautizad os en el nombre del Pad re1 del H ijo y del Esp íritu Santo. Todo est o en su co nj unto , con las pa labras y el agua, es el sacra m ento. Su virt ud prov iene de la mu ert e del Redentor Jes ucristo, y de la li m p ieza que él o bt uvo para nosot ros ." [31] En

Doctrina Cris-

tiana encontramos afirm ac iones si m i lares : " Los n iños alcanzan perdón po r el ba ut ismo , y alcánza lo en la m isma Igles ia, y po r el m ismo Espíritu Santo." (f.

278

v) " Po r la vi rt ud de la sa ngre d e Jesucrist o nos es dada lim pieza a través 296 del bautismo." (f. r) " Todos han de ser baut izados en agua para ser sa l-

vos ... " (f. 262 r) A la luz de la sot erio logía y de la ap licació n de los beneficios sa lv íficos de Jes ucristo en el creye nt e q ue nos descri be Const antino en sus o bras , en modo alguno lo que ha esc rito so bre el ba utis m o ha de en t enderse segú n las d irectrices d oct ri nales de la Igles ia Romana. Lejos est á Co nsta nti no de compart ir la doctrina cat ó lica de una gracia

infusa rec ibida ex opere operato en el baut i sm o .

Sabido es q ue esta idea es ese ncial en la d oct ri na cat ó lica romana sob re el ba ut ismo , y los que no la compart en caen en el anat em a de Trento .[3,zj En consec uenc ia, exp res iones co m o las de q ue por el ba utismo " so m os reconci liados y vue ltos a la gracia... so m os pe rdonad os y se imp one silencio al De m on io , y

se nos comunica fe, carid ad y espe ranza ," no refl ejan el genu ino

pensamiento evangé lico de Constantino: son expres iones nicodemitas cara a la galería de la amenazadora Inquisición. Conv iene destacar que, para lelamente a las afirmaciones de que "a través del bautismo se alcanza sa lvación," Constantino sostiene que los benefic ios de la redenc ión de Jesucristo se reciben a través de la fe, y hace suyo el orden paul ino de que la fe precede al bautismo: "U n Señor, una fe , un baut ismo .. ." (Ef 4,5). El bautismo presupone la fe. (f.

278 v) Creemos y nos arrepentimos, no como resu ltado de una gracia infusa rec ibida ex opere operato en el bautismo, sino por la regeneración obrada por el Espíritu Santo en nosotros. Un. 3,8;1,13; 1 Jn. 2,29;3,9A,7;S,1A,18). La regenerac ión marca el princ ipio de la gracia salvífica en nosotros. Creemos y nos arrepentimos po rque hemos sido regenerados. La regeneración es inseparable de sus efectos. Lafe es uno de estos efectos. La fe impl ica confianza en Cristo, el H ijo de Dios, el sa lvador de los perdidos. El arrepentimiento primord ialmente implica un cambio de corazón, de mente y de vo luntad. La regenerac ión, insist imos, es una acc ión Divina en nosotros. 1mportante en el tema del bautismo es el sign ificado que se asocia con el simbo lismo del agua. ¿ Es correcta la sinon im ia que frecuentemente se establece entre bautismo y agua? Dijo Jesús a N icodemo: "El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino

de Dios." Un. 3,5). Jesús no d ice 'bautismo ', sino agua. El simbol ismo del agua en las Escrituras es el de purif¡cación. [33] Sobre el simbol ismo del agua y del árbo l del Salmo primero, escribe Constantino: "Por el agua aquí habéis de entender el favor del Espíritu de Dios, el cua l en la Divina Escritura es significado po r agua, así como el justo es sign ificado por árbol. La mayor

si d ad q ue la ti erra t iene es de agua; si n ésta el la es luego seca y esté ril, todo se consu m e y se p ierde ... " [3'4] El sac rame nt o de la eucaristía aparece en los escritos de Const antino en un m arco de sign ificación reform ada m enos exenta de ve los nicodé m icos. Se refie re a esta ordenan za neotest ame ntaria bajo los t érmi nos de eucaristía, comu nión , sacramento del alta r y m isa. Co nstanti no compa rte con Zw inglio, Ca lvi no y otros teó logos de la Reforma el 11irtualismo sacrament al, o presencia es piritual rea l de Cristo en la eucarist ía. En con form idad co n est a enseñanza - y sin qu e el pan y el vi no hayan de conve rtirse en eleme nt os de tra nsub st anc iación-los fi eles reciben 11erdaderamente el pod er o 11irtud del cuerpo y la sa ngre de Cristo. El crist iano recibe de una m anera especia l los benefic ios del sac rame nto si n la neces idad de la tra nsubstanc iac ión : es lo qu e Const antino ll am a el " m anj ar de vida y de esp irit ua l sustenta m iento." [35] Esta m os ante una doctrina no ' meramen t e si m bó lica,' si no que reconoce y form ula la presencia del ' m ismo cuerpo' y d e la 'm isma sangre,' pero no en el altar del sace rdote si no en la m esa o convite de com un ión del Crist o vivo, inv ita nd o a los creye ntes a la ete rnal ce na pascual. Es, pues, una presenc ia espiritual real, como t amb ién so n sus efect os. La santa cena, pues, nada t iene q ue ver co n la id ea roman istas de sacrificio que se rep ite, n i ta m poco la de transubstanciación de sus eleme ntos, el pan y el v ino. En conform idad con la ense ñan za d e la Epís-

tola a los Hebreos, Cristo se ofrec ió a sí mis m o una so la vez. [36] La eucaristía es "un m em orial, y re prese ntac ión de la m uerte y pas ión de n uestro Señor Jes ucristo." [37J La misa no es una repet ición del sacrificio de Cristo en el

t id o catól ico: es una representación y una memoria. El cuerpo y la sangre de Cristo es "manj ar espiritu al." La presenc ia de Cristo es espiritual. El té rmino 'm isa' que a veces Const antino usa pa ra hablar d e la eucaristía, o sant a ce na, es prop io d e la term inología sacramenta l med ieva l. La utilizac ión de algunos t érmi nos del lenguaje litúrgico de ra íces m edieva les perdu ró hasta bien entrada la Reform a; no así el sign ificad o qu e se asoció a los m ismos. El prop io Lutero, en sus p rimeros escrit os - la Cauti11idad babilónica, el Catecismo

mayor, el Tratado sobre el Nue110 Testamento y otros- , util izó est e lenguaje t eo lógico med ieva l. De por sí, el vocab lo lati no misa no t iene una co nnot ación específicam ente religiosa; se usaba ya antes del cristianism o en la exp resión

ite, missaest (ite, missaest finita): 'hem os conclu id o," se disuelve la asamb lea, podé is iros.' Es una fórmu la de despedida, de final izac ión de un act o, reun ión o asamb lea. En la litu rgia cristiana la expresió n tie ne que ver co n la bendic ión y d esped id a que tiene lugar al té rm ino de la celebració n eucaríst ica. Ta mp oco en el uso que J. S. Bach hace del té rmino en sus 'm isas' podemos asociar una sign ificación cat ólica rom ana. Const antino sólo acepta t res sacrame ntos: el ba utis m o, la com unión y la pen ite ncia. La co nfirmac ión es rechazada como sacra m ento co m plem enta rio del baut ism o según el esq uema sacrame nta l de la Iglesia roma na. Es posib le, no obsta nte, que Const ant ino la aceptase como 'ceremonia de la Iglesia y aviso sa nto', como es costumbre ent re varias igles ias de la Reform a. No hay m ención de la extremaunción en los escritos de Const antino, aunque ca be la pos ibi lidad de que aceptara la oració n por los enfermos con el ungi m ien t o con

aceite como parte del rito o ceremonia segu ida por algunas de las congregaciones cristianas primitivas como recom ienda la Epístola de Santiago. Es tamb ién probab le que t anto la ordenació n como el matrimonio los consi derara como ceremon ias re li giosas vá lidas, pero no sa ncionadas como sacramentos. En Doctrina cristiana se refiere a la circuncisión del Antiguo Testamento como "sacramento y memorial del pacto establecido por Dios con Abraham y su descendencia. Según la sign ificació n de est e pacto, la m isericord ia Divi na, implícita en la promesa de la venida de su Hijo, iniciaba una nueva generación espiritual con los hombres por la cual estos serían adoptados como hijos de Dios y se convert irían en enem igos de la serpiente y de su linaje." [f. 57 r) Sobre la confes ión o penitencia, Constanti no retiene este sacramento de arrepentim iento persona l an t e Dios , en el que se implora el perdón de los pecados por medio de Jesucristo, y sin necesidad del aparato externo de las obras de pen itencia req ueridas en la Igles ia romana. Sólo los pecados morta les deben confesarse; los otros se dejan a la conc iencia y discreción del individuo.[3~] El m inistro no ejerce su función al modo del sacerdote cató lico - con t odo un ritua l de at ric iones, contricio nes, penitencias, etc.- , sino que es simp lement e un siervo que proclama el perdón de los pecados al pecador arrepentido a solas con Dios , y que luego viene a recib ir confirmación objetiva por medio del min istro, de su experiencia subjetiva del perdón de los pecados. Lo que afirma Constantino sobre la pen itencia y el 'poder sacerdotal de las lla11es' (Mateo 16, 19; 18,18), es m uy simi lar a lo defend ido por Lutero. Más que poder, el pasaje de Mateo tiene que ver con el ministerio del que absuelve.[39.]

EL DESCENSO DE CRISTO A LOS INFIER NOS La afirmación de que Crist o "descendió a los infiernos" no se encuentra en las Escrituras, ni aparece en la vers ión más antigua qu e, t anto en griego como en latín, nos han ll egado del Credo Apostólico. La form u lació n más antigua del

Credo Apostólico la conocemos a t ravés de dos vers iones idénticas: la romana, recogida po r el presbítero Tyrann ius Rufin us, del arzobispado de Aqu ileia, en la región del Adriático, escrita en latín alrededor del año 390; y la griega de Marcelo de Anci ra, escr ita entre los años 336 y 341, y que recoge una ve rsión del Credo del siglo seg undo. En el artícu lo cuarto de est a antigua ve rsió n se afirm a que Jesucristo ''fue crucificado bajo Poncio Pi/ato, y sepultado." Nót ese, pues, qu e nada se dice de que "descendió a los infiernos." Fue a part ir del siglo séptimo u oct avo qu e se generalizó este añad ido en lo que llegaría a ser la versión cl ás ica del Credo. Tanto cat ó licos como p rot estantes han dado va lidez doctrinal al añadido y han defendido su incl usión en la fo rm ul ac ión del m ismo. El descenso de Cristo a los infiernos, reco noce Ca lvino , fue un aña-

dido posterior de "gran va lor doctrina l." Sobre el sign ificado de este descen-

dimiento se han ofrecido dos interpretaciones: la literal y la metafórica. La interpretación entendida en un se ntido literal de descenso en el infierno - en el sheol o hades como lugares inferiores de la t ierra habitada por los mu ertos- , en d iferent es versio nes se encuentra ta nto en el cat olicismo como en el protestan t ism o. Segú n la Igles ia cat ólica, después de su m uert e Cristo descend ió al Limbus Patrum, donde los sa ntos del Antiguo Testa m ento aguardaban su ven ida y liberación. Según Constantino, " en el t iempo en que su cuerpo santísi m o, sin estar separado de la d ivin idad, estuvo en el sepu lcro - test imon iando con ell o su verdadera mu erte-, su alma descendió a las cárce les oscuras donde estaban esperando los santos padres." (f.zzor) En su int erpret ación del descensus at ínfe ros sa n Agustín defiende la exist encia de dos infiernos: uno inferior, donde está el rico y un infierno superior donde está Láza ro en el seno de Abraham. (Le. 16,19-31). Ambos están separados por un

chaos magnum; pero los dos pertenecen al hades .[61P] El propós ito de Cristo al descender a los infiernos, afirma Tomás de Aqu ino, " fue el de liberar a los justos ap licándo les los frutos de su redenc ión.'l 41] Sigu iendo la interpretac ión de san Ag ustín, en algunas de las versio nes literalistas se suele dist inguir dos regiones en el inframundo: el sheol o hades, y la propiamente infernal - o lugar de tormento de los condenados- . En la primera, ll amada t ambién ' seno de Abraham o paraíso,' estaban los justos - o 'espíritus encarce lados ' de

3,1 9-

2

Pedro

que esperaban la ll egada y li berac ión de Jes ucristo. A éstos el Reden t or

sacó del hades, y según Efes ios 4,8-9 ll evó a la presenc ia de Dios. Y según la

int erpret ació n q ue dan de

2

Corintios

12 ,2 -4 , el paraíso ya no se encuentra en el

hades, si no en el 'trono de Dios.' Los condenados que permanecen en el infierno, en el día del j uicio serán arrojados 'al lago de f uego' - o gehena de cast igo et erno, según Apocalipsis 20, 14 -

. Ent re los luteranos ha predominado la

idea de que el descenso a los infiernos de hecho marcaba el primer estadio de la exaltación de Cristo. El Redentor descendió al infra mu ndo para proclamar su victoria sobre Satanás y liberar a las almas de los just os all í encarce ladas. Como hem os visto , Consta nti no acepta el descensus at ínferos y da rienda suelta a su imaginación al describir el encue ntro de Jesucrist o con los sant os all í encarce lados: "Su presenc ia esc larec ió con grandísima luz las tin ieb las del lugar y llenó de alegría indescriptib le las almas all í rete nidas. En tonces vieron n uestros pri m eros padres al prometido de su linaje, que co n su venida quebrant aría la cabeza de la serpiente. Cumplidos q uedaron sus deseos, y por fin pudieron con t emp lar al Redentor prometido - f undament o de sus espera nzas y co nsuelo permanen t e en sus vidas de tristezas, pruebas y m iserias- . Allí vio Abraham al q ue había de ser bend ició n de su pueb lo y de toda su posteridad. Isaac contemp ló al verdadero Cordero que con su sa ngre derramada t ra ía sa lvac ión al m undo. Jacob te nía ahora delante a Aq uel que había llenado de esperanza su alma estando en el lecho de m uerte. Melq uisedec vio al eterno sacerdote, cuyo sacrificio ni tenía precio ni tenía fin. Moisés ve ía ahora a Aque l que había ve nido a liberar al pueblo de la t errible

vitud que por el pecado estaba preso en la cárce l del 'esp iritua l Egipto.' David, el gran p rofeta que t antas veces cantó al Sa lvador que hab ía de ven ir, ahora le ve ía como rea lidad presente. As í, pues, los justos del tiempo pasado vieron cump li dos sus deseos, las peticiones de sus susp iros, el remed io de sus tristezas , el alivio de sus trabajos, la victoria contra la muerte, y contra el infierno, y contra el pecado. Todo esto tuvo su cump lim iento gracias a la presencia del Capitán que había de ll evar les a la presencia de Dios." (f 22 ov) L42] Aunque el añad ido a la vers ión originaria del Credo parece t ener respa ldo bíblico, una cuidadosa exéges is de los pasajes a los que se alude no corrobora la interpretac ión literal del descensus. La mayoría de los hermeneutas reformados han dado una interp retación metafórica al añadido post erior del Credo. (alvino rechaza " las interpretaciones literales según las cua les Cristo des cendió al lugar donde estaban las almas de los patriarcas muertos ant es de la venida de Cristo, para llevarles la n ueva de su redención y librarlos de la cárce l en que estaban encerrados. Para ilustrar esta fantas ía retuercen algunos pasajes de la Escritura haciéndo les decir lo que ell os quieren ... El descenso encierra todo el dolor, sufrim iento y horror de la m uerte eterna que Cristo padeció ocupando n uestro lugar. En pa labras del profet a: 'el castigo de nuestra paz fue sobre él, que fue herido por nuestras rebe liones, molido po r nuest ros pecados .' (Is. 53,5). Lo que afirmamos, añade (alvino , es qu e Cristo sufrió en sí m ismo el gran peso de la ira de Dios, po rque, al se r herido y afl igido por la

mano de Dios, experiment ó todas las seña les que Dios muestra cuando está airado y castiga . Por eso d ice san H ilar io, q ue con esta bajada a los infiernos hemos nosot ros consegu ido el beneficio de que la muerte quede m uerta." " Si alguno pregunta si Jesucrist o descendió a los infiernos cuando oró al Padre, para que lo librase de la muerte, respondo q ue ello no f ue más q ue el pri ncipio . De ah í se puede conclu ir cuán crue les y horribles torme ntos ha debido padecer al comprender q ue ten ía que respo nder ante el t ribuna l de Dios por ll evar sobre sus hombros todas nuestras cu lpas y pecados.''. ~3] Según la int erpret ació n del Catecismo de Heidelberg - j oya de la catequética ca lvinist a de la Reform a- , la expres ión "descendió a los infiernos " hace refere ncia " a las inexplicables ang ustias, tormentos , espa ntos y con t urbaciones infernales de su alma, en los q ue f ue sum ido Cristo en t oda su pas ión , pero espec ialmente pend iente en la cruz.'' [MJ ¿Qué suced ió en el per iodo de tiempo q ue va desde la muerte a la resur recció n de Jesús? Según Lucas 23,46 y Juan 10 ,30, el espíritu del Rede ntor sub ió " a las manos del Padre "; no descendió a los infiernos. Al ladrón arrepentido Jesús le promete que en aque l mismo día " estaría con él en el paraíso." (Le. 23,43) . En contra de las interpretaciones litera listas es muy significativo el hecho de q ue n inguno de los evange listas hace men ción de un descenso de Cristo a los infiernos. Su mamente re levante es también la declaración del apósto l Pab lo de q ue él enseñó a los creyen t es de Corinto " lo q ue él rec ibió: que Cristo murió por nuest ros pecados, conforme a las Escrituras ; y que f ue sepu lt ado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras ." (1 Corintios 15,3.4).

APLACAMIENTO DE LA IRA DE DIOS El tema del ap laca m ien t o de la ira de Dios es recurre nte en t oda la o bra de Const anti no. Reconoce Co nsta nti no los gra ndes efectos sa lv íficos de la obra rede nt ora de Cristo en favor del pecador, dest acando, una y otra vez " la j usticia q ue al61 ca nzó para los ofendedores." (f. 3 v). Pero esta rede nción fue posi ble, ins iste el reformador, gracias al previo aplacamiento de la ira de Dios que pesa ba sobre el pecado del hombre. " La majest ad Divi na estaba ofendida, y ped ía su ju stic ia y ped ía sacrificio para pe rdonar a los hom bres, con am enaza y co n pena, q ue si ta l no se le da ba pe rmanecería su indignac ión sobre todo el linaje hum ano. Tal sacrificio no lo ten ían los hom bres; diónos lo la m isma bondad d ivi na." (f. 168v) Cie rta m ente grande había de ser el "sac rific io que había de ap laca r la ira de Dios y la j usticia que había de o btenerse a favor de los hom61 bres ..." (f. 3 v). " El derram amie nt o de la sangre de Cristo es el sacrificio de nu est ra j usticia, y el ap lacam ient o de la ira de Dios q ue po r el pecado rei naba sobre nosot ros, y en él te nem os j usticia, sa nt idad y rede nción." (f. 32 4v) En los últ imos fol ios de Doctrina cristiana, que ponen broche fina l al tema de la redenc ión, Const antino alude de nuevo al ap laca m iento de la ira de Dios por el sacrificio vicario de satisfacción obrado por Crist o en favor del pecador. (f.

El pecado ha obrado separación entre Dios y el hombre. "Vuest ras in iqui dades, dice el profeta, han hecho d ivisión entre vosotros y vuestro Dios." (/s.

59,2). ¿Hay pos ibi lidad de reconcil iac ión entre el hombre pecador y el Dios ai rado que demanda sea vindicada su justicia y su santidad? La resp uesta de las

Escrituras es afirmativa: con su obra de redención Crist o h izo posib le la reconci liación del hombre con Dios. Sin embargo, a la hora de est ructurar el proceso que hizo posib le esta reco nciliación las versiones q ue se han dado no han sido siempre co incidentes. Sobre la base de las pa labras de Jesús de que "vino para dar su vida en rescate por muchos," que registra Marcos en su evangel io (10,45) , algunos comentaristas de la Iglesia primitiva elaboraron la idea de que Cristo hubo de pagar un rescate para conseguir la sa lvación del pecador. El rescat e había de satisfacerse al diablo para q ue liberara al linaj e humano que por el pecado había caído en su poder. Justino Mártir (siglo 11) fue el primero que adelantó la idea, que poco después sería elaborada más extensamente por Orígenes (185-254). También Agust ín de Hipona (354-430) aceptó la t esis de que Cristo hubo de pagar un rescate a Satanás para la liberac ión de la raza humana que po r el pecado estaba bajo su poder. Anselmo de Canterbury (1034-no9), en su cé lebre obra Cur Oeus Horno

(1098), al desarrol lar el tema de porqué Dios se hizo hombre, descartó rad ical mente la idea del recate al diablo. Según Anselmo , el pecado del hombre const ituía una afre nta a la justicia y santidad de Dios, y había de hallarse apropiada satisfacción para repa ra r el desagravio. Esto es lo q ue Cristo cons igu ió con su

muerte en la cruz. La ira de Dios, que "se reve la desde el cielo co ntra toda impiedad e injust icia de los hombres," halla ap lacam iento, pacificación y conci liación a través de la propiciación obrada por Crist o. (Ro. 11 18). La ira de Dios es inseparable de su juicio sobre el pecado. Y fue esta santa ira q ue se descargó sobre Crist o en la cruz. Los Reform adores amp liaron la visión doctrinal de Anselm o al mantener que todo el proceso de la obra de reconci liac ión se origina en Dios y se integra en una activ idad unitaria de rede nción. Por consigu iente, la idea de que pri m ero debe darse un aplacamiento de la ira d ivina , y después puede ya in iciarse el proceso salvífico del pecador, no es correct a. " Cristo Jesús vino al mu ndo para sa lvar a los pecadores." (Gá. 1,15) . En la cruz Cristo ll evó sobre sí nu est ros pecados y sufr ió la ira de Dios sobre nuest ras in iq uidades. La sat isfacc ión obrada por Cristo, no solamen t e implicaba el perdón de los pecados, si no que incluía también el ap lacam iento de la ira de Dios sobre el pecador. Con su muerte quedaban satisfechas las deman das pena les de la Ley. La sa lvación no habría sido pos ible si n esta liberac ión de la ma ldición de la ley. Dios puso a Cristo como satisfacción - como

propiciación-

por nuestros pecados. (Ro. 3,25). Sobre la base de los mérito de

la j usticia de Cristo, Dios declara j usto al pecador, lo libera de su ira y le otorga plena sa lvación . En todo el proceso de la reconci liación nunca es Dios el 'reci pien t e' si no q ue es el 'autor' del mismo. No es Dios que ha de ser recon ci liado: el destinatario de la reconc ili ación es siempre el hombre. Cierta m ente en la obra sa lvífica de la reconci liación exist e una inseparable conexión ent re el amor y la justicia. Las demandas de la justicia han de ser satisfechas. A

vés d e Crist o Dios sat isface las d em an d as de la Ley a favo r nuestro. La m uerte de Crist o - fundament o de la reconci liación-

const ituye la su -

prema m an ifest ación d el amor de Dios hacia el hom bre. Elocuente es el testim on io d el apóstol Pablo al respecto: "Mas Dios muestra su amor para con noso-

tros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida." (Ro. 5,8-10). A ñade el apósto l: "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición." (Gá. 3.13). "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino

en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados." (1 Jn. 4 ,10). El propósit o esencia l de la enca rnación fue la liberación del hom bre del pecado y la m uerte. Crist o se revist ió de nuestra ca rne para ser nu estro sa lvado r: v ino " pa ra sa lvar a los pecadores ". (1 Ti. 1, 15) . A los cori ntios el apóst ol Pablo sint etiza su m ensaje, diciendo: "Porque primeramente os he

enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras..." (1 Co. 15,3.4). La teo ría de los pr imit ivos padres d e la Iglesia de que Cristo pagó un rescate al diablo por nuestra sa lvac ión, ta l como dem ostró Ansel m o de Ca nterbu ry, era tot alment e errónea. Pero ta m poco es correct o co nside rar el ap lacam iento de la ira de Dios co m o un act o previo que m arca y hace pos ible el p roceso salvífico de la redenció n del pecador. Todo el proceso sa lvífico de la redenció n del hom bre es una obra unitaria del Dios trino.

N ICODEM ISMO

"Y había un hombre de los fariseos que se llamaba N icodemo, príncipe de los j udíos. Este vino a Jes ús de noche ... " LJn. 3, 1-2). Ún icamente en el evangel io de Juan se menciona en tres ocasiones a este personaje llam ado Nicodemo, y en las tres ocas iones se dice de él que "11ino a

Jesús de noche." En la pri m era refe rencia se habla de él como " príncipe de los jud íos," es decir, m iem bro del Sanedrín - importante organ ism o en el ám bito re ligioso y civi l del j udaísmo pres idido por un sumo sacerdot e- . 1ni ció su conversac ión con Jesús reconociéndo le como maestro venido de Dios, ev idenciando, con sus m ilagros y seña les, que rea lmente "Dios est aba con él." La extensa respuesta de Jes ús constituye el más prof undo y esp lendoroso mensaje salvífico que reg istran los evange lios, y que culm ina con la sublime afirmación de que " de ta l manera amó Dios al m undo, que ha dado a su Hijo unigénit o, para que todo aque l que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." (3, 1-21). En la segunda refe renc ia joanina se habla de la defensa que hizo N icodemo de Jesús ante los líderes rel igiosos po r haberle acusado y condenado sin previamente haberle dado la oportun idad de se r escuchado, ta l como prescribía la ley judía. (7, 45-53). En la te rcera referenc ia joani na se d ice que para amortajar el cuerpo de Jesús para la sepultura, Nicodemo trajo " un compuest o de mirra y de áloes, como de cien libras." (19,38-42) . Sobre la base de estos tres pasajes se ha generalizado la creenc ia de q ue N icode m o llegó a ser un segu idor de Jes ús, pero que lo f ue encubiertamente por temor a las más que seguras rep resa li as de sus compa ñeros del Sanedrín,

fi rmemente

didos a persegu ir a los discípu los de Jesús. De ahí, pues, que se diga po r tres veces que "vino a Jesús de noche," sin se r vist o de aqu ell os co n los que convivía y se relacionaba de día. A la luz d e estas consideraciones el té rm ino nico-

demita ha pasado a designar a aque ll os cristianos que, por temor a ser rep resa liados por los dirigentes po líticos y re ligiosos del lugar donde viven - into leran t es con la disi dencia- , se ven forzados a profesar encubiertamente sus creencias. El térm ino nicodemita fue acuñado por Juan (a lv ino para designar a los " pseudoprotesta ntes " qu e profesando interiormente creencias evangélicas no te nían reparo alguno en segu ir las prácticas re ligiosas externas del cato licismo romano, como sería, por ejemp lo, la part icipación en "l a idolátrica m isa papista." Est os creyentes secretos, res identes en su mayoría en tierras cató licas , de hecho cometían el grave erro r de pretender reducir la expe riencia re li giosa de la fe en el exc lusivo ám bito de la interioridad, negando, en consecuencias, las genu inas ex igencias exteriores de la creenc ias profesadas - en buena parte contrarias e incompatibles con los ritos y cere m on ias de una re ligión ofic ial estimada como equ ivocada- . La profes ión interior, manten ía (alvino, no puede des ligarse de un ve rdadero t estimon io exterior de vida y prácticas religiosas. Fiel en el testimon io de su fe, el creye nte evangélico debe mostra r una firme resolución a afrontar las m ás severas amenazas de persecución, inclu ye nd o la horrenda muerte del m artirio. Si bien (alvi no recurrió al té rm ino de

nicodemita pa ra referirse al individuo que escon d e su pretend ida profesión crist iana de fe por temo r a ser perseguido o de algún modo represa li ado por

sus cree ncias religiosas, no llegó a defender la idea de q ue Nicodemo mantu vierasu ocu ltació n de seguidor de Jesús por mucho t iempo, pues lo que se d ice en el evangeli o de Juan de que trajo " un co m puest o de m irra y de áloes, como de cien libras," de hecho co nstitu ía u n abierto y arriesgado test imonio de su fe en el H ij o de Dios en unas ci rcu nsta ncias de am enaza nt e persecució n. En las Sagradas Escrituras det ectamos "periodos de oc ul tac ión de la verdad" en la cond uct a de algunos re leva ntes siervos de Dios. Por temo r a los egi pcios, Abraham d ijo a Sara: " H e aquí q ue eres mu jer de hermoso aspecto, y cuando te vea n los egipc ios, d irá n: Su m ujer es; y me matarán a m í. Ahora , pues, di q ue eres m i hermana, para q ue me vaya bien ." (Gn. 12 , n -20). Por t emor de Aquis , rey de Gat , " David se fing ió loco, y escribía en las port adas de las puertas, y dej aba corre r la sa liva por su barba." (1 5. 2 1, 12-15). Rea lment e sign ificat ivo es el caso de Naamán, el va leroso genera l del ejércit o del rey de Siria, que para curarse de su lep ra te rm inó o bedec iendo a Eli seo y " se zam bulló siete veces en el Jordán, conforme a la palab ra del varó n de Dios; y su ca rne se volvió como la carne de un niño, y q uedó limpio de su lepra." Confesó luego Naam an que el D ios verdade ro era el de Israel, y que "en ade lant e no sacrificaría holoca ustos n i ofrecería sacr ificio a otros dioses, sino a Jehová." A cont inuació n, ant e Eliseo, so li citó esta 'n icodé m ica' d ispe nsa: " En est o perdone Jehová a tu siervo: que cuando m i señor el rey entrare en el t emplo de Ri m ón para adora r en él, y se apoyare sobre mi brazo, si yo tam bién m e incl inare en el temp lo de Ri m ón; cuando haga ta l, Jehová perdone en esto a tu

siervo." La escueta, pero aprobatoria respuesta de Elíseo fue: "Ve en paz." (2

R. 5, 1,1 4-15,17-19). La historia de la Igles ia no es a¡ena a la prob lemática de los cristianos

nicodemitas, que especia lmente en t iempos de persecuc ión y martirio negaban tempora lm ente la fe, y luego se reconc iliaban con la comunidad creyent e al cesar las cond iciones de advers idad. Bajo la persecución del emperador Decio, por ejemp lo, se reg istró un buen número de deserciones en las comu n idades cristianas. En favor de estos nicodemitas se alzó la voz de Cipriano, obispo de Cartago, que también se contaba entre los hu idos de la ci udad, y que más tarde sufriría el martirio en otra persecución

(-¡-

258). El lector de los

Evangelios conoce bien que en situac iones de amenaza nte persecució n, y en las q ue est á en peligro la vida m isma, aun el más decidido discípu lo puede flaquear en su profesión y negar tempora lmente al Maestro - a qu ién ama profundamente- . Así sucedió con Pedro, el príncipe de los Apósto les, quien a pesar de su sincera reso lu ción de po ner su vida po r Jesús, terminaría negándole tres veces. Por algo será q ue este episod io de la negación de Pedro lo mencionen los cuatro Evangelistas.

LJn. 13,

37-38, 18,17; Mt. 26, 31-35; Mr. 14,

27-31; Le. 22, 31-34) .0tro ep isodio nicodémico re lacionado con el apósto l Pedro lo relata el apóst o l Pab lo en su epísto la a los Gálatas en estos t érm inos: "Pero cuando Pedro vi no a An t ioq uía, le res istí cara a cara, porque era de condenar.Pues antes que viniese n algunos de parte de Jacobo, com ía con los gent iles; pero después que vin ieron, se ret ra ía y se apartaba, porque tenía m iedo de los de la circuncis ión. Y en su simu lación participaban también los otros

jud íos, de t al m ane ra que aun Bernabé f ue tamb ién ar rastrado por la hipocres ía de ell os ... " (2, 11 -13). Las causas del nicodem ism o, que en m ayor o menor grado habían de afrontar los creyentes reformados españoles, eran distintas y mucho más serías y amenazadoras que las que se daban en otros países de Europa. (alvi no abordó el te m a del nicodemismo a raíz de su visita a Ferrara en 1536, donde encontró un entorno calvinista alrededor de la duquesa Re née, que escondía su verdadera fe participando en diversas ceremonias católicas. Pierre Vi ret, que compartía también las ideas de Ca lvino sobre los nicode m itas, censuró a aque llos p rot estantes que por m iedo a la pob reza habían decidido fijar su resi dencia en t errito rios cató licos, económ icamente m ás p rósperos, pe ro que les obl igaba a determ inadas prácticas nicodémicas para no despertar los rece los y la opos ición de las autoridades de estas t ier ras. Viret recordaba a estos n icodem itas que el afán por el bienestar material, Satanás lo so lía ut ilizar para apartar a los creyentes de la verdadera fe, y tan t o él como (alv ino se mos traro n m uy contrarios a que los protest ant es opta ran po r res idir en países cató licos . El verdade ro cristiano en modo algu no "pod ía serv ir a dos amos." En su mayoría, los evangé licos españoles en el siglo XV I llegaron a co nocer el Eva ngelio en su propio país y most raron siempre sumo ce lo en darlo a conocer a sus conciudada nos, afrontando en est e test imon io el peligro de ser descubiertos por la crue l e implacab le Inqu isició n. Cierto es, por otro lado, que el n icodem ismo de los protestan t es espa ñoles no llegó a los extremos de comu lgar ab iertamente con las prácticas religiosas del catol icismo romano. En

mu chos aspectos fue un nicodemis m o q ue observó est rictamente la máxima de Jesús dada a sus d iscípu los de "ser prudentes como serp ientes, y se ncill os como pa lo m as." (Mt. 10,16). A nte los pel igros q ue entrañaba la profes ión de un as cree ncias evangélicas perseguidas y proscritas, los fie les de la reforma en España se vieron tristemente avocados a ext rema r las medidas de supervive nci a y1 en lo pos ible, a mantener lej os de la mirada into lerante sus m odos evangé licos de vida. Pero el ve lo de este ang ustioso nicodemismo era te nue y fáci lmente se rasga ba al sop lar con fuerza los ame nazadores vientos de la into lerancia. Con frecue ncia el t esti m on io y la f uerza de la vivencia eva ngélica en estos creyentes se desbordaban y hacía inúti l cua lq uier resort e n icode m it a de ocu ltac ión. Como ya hemos ade lant ado, en algunas de sus expos iciones doct rina les - y m uy espec ial m ente en el t ema de los sacra m entos- , se aprec ia en Consta ntino una intención algo velada de no expresar abiertamente las ideas y las creencias eva ngélicas profesadas para no despertar los rece los y sospechas de la Inq uisición . M. Menéndez Pelayo, al hablar de la Suma de doctrina de Co nsta ntino, escribe: "Más que la doct rina, lo q ue ofe nde aquí es el sabor del lenguaje y la intención ocu lta y ve lada del autor. El libro es m ucho más pe ligroso por lo q ue ca lla que por lo q ue d ice. Todos los puntos de con t roversia est án hábi lmente esq uivados."[A-S] Parte de razón tiene el ilustre sa nta nd erino en su apreciación. No pasa desapercibida al lect or est a intenc ión de Constantino de ev itar en lo pos ible una abierta controvers ia doctrinal con Roma. Por encima de los frec uentement e ba ld íos debat es teo lóg icos , q ue en la mayoría de los

casos no llevan a ninguna parte, la prior idad que persigue nuestro autor en sus escr itos es la de dar a conocer el mensaj e fu ndamental de las Sagradas

Escrituras en respuest a a las aprem iantes necesidades soterio lóg icas del hombre pecador. Los 'si lenc ios de controvers ia' son importantes para captar y en t ender el nicodemismo de Co nstanti no, Va ldés y demás reformadores españoles, que vivieron bajo los m iedos y terrores del Santo Oficio. En las obras de los reformadores españo les se reg istra una íntima y est recha afin idad doctri na l con los gra ndes teó logos reformados del siglo XVI , sin embargo no hay ni una so la página de sus escritos en la que aparezca n los nombres de Lutero, (a lv ino, Melancthon u otros t eó logos europeos. La razón de est a ocu ltac ión es obv ia: la mera mención de estos nombres habría fac ilitado enormemente la identidad heterodoxa de estos evangé licos españo les a los ojos del Santo Ofi cio.

Los evangé licos sev ill anos, afirma Re inaldo González Montes, co nstituían " una Igles ia que an idaba ocu lta por los escondrijos de la enorme ciudad." [J6] Una opos ición fronta l y decid ida contra la Iglesia cató li ca habría sign ificado el fin del testimon io eva ngélico en Sevill a, así como en otros lugares de la Pen ínsu la. El lenguaj e encubierto , más o menos nicodemita, tamb ién formaba parte de las práct icas de supervivenc ia de los evangé licos españo les en el siglo XV I. Añade Re inaldo que se reprochaba al Dr. Constant ino " de no haber at acado ab iertamente las herejías luteranas en materia de fe y además no había otorgado n inguna importancia al Romano Pontífice y, por ot ra parte, más que adm it ir, había derogado más bien las ind ulgencias, el purgatorio, los méritos

de los hombres y otras simplezas semejantes ... A qu ienes le preguntaban sobre estas cosas , so lía él responder que todo pertenecía al segundo tomo promet ido, que en él trataría ampliamente de estos temas ." Este libro, añade Gonzá lez Montes, "tot almente escrito de la prop ia mano de Constantino," fue el que los inqu isidores encontraron en la casa de Isabel Martínez, y en el m ismo, "de una forma abierta, y como si só lo escribiera para sí mismo, el conquense, y según la sent encia de los prop ios inquis idores, atacaba de lleno las principales doctrinas cató licas." Según afirmaron los Inquis idores en su sent encia condenatoria , en este tomo se hablaba " de la verdadera Iglesia y de la Igles ia del Papa -a l que ll amaba Ant icristo-; del sacramento de la Eucaristía y el invento de la M isa -asunto del que afirmaba que el orbe est aba fascinado po r ignorancia de la Sagrada Escritura-; del Purgatorio -a l que llamaba cabeza de lobo e invento de fra iles para llenar su v ientre-; de la Bu las e Indu lgencias pa pales; de los méritos de los hombres ; de la co nfes ión ; y, fi nalmente, de todos los otros cap ítu los de la re ligión crist iana." [A7J De estas afirmaciones se infiere que cuando Co nstantino 'escribía para sí mismo' se exp resaba de una forma abierta, pero que al escribir para los otros debía de hacerlo de un modo más o menos encubierto. [a8] Consciente era, pues, Constantino de que una opos ición front al y decidida contra la Igles ia Romana habría significado el fin de su t estimon io evangé lico. Ante esta disyuntiva optó po r centrar todos sus esfuerzos en la enseñanza y expos ición de las Escrituras, con la esperanza de que, una vez entendidas ést as por sus oyentes y lectores, éstos llegarían a ser capaces de d iscernir las dife renc ias doctrina les con Roma .

,

UNIVERSALISMO RELIGIOSO Y CULTURAL DEL PUEBLO JUDIO

Constantino fue un entusiast a de la influencia re ligiosa y cu ltura l del j udaísmo sobre los pueblos gentiles. Prueba de lo dicho son las abu ndantes referencias que sobre el t ema encontramos en Doctrina cristiana. Segú n nuestro refo rmador, el co nocim iento de las letras y de las ciencias tiene su origen en la cu lt ura hebraica. "Los pueblos gent iles corroboran que las letras vi nieron de los judíos. Y confi rmado está también con certísi mas pruebas históricas, que el conoc imiento de todas las ciencias y d isc ip linas los griegos lo rec ibieron del pueb lo judaico. As í, pues, fundamento m uy importan t e es el hecho que las fue ntes origina rias del cu rso antiguo de la historia, la invención de las letras y demás discip linas, tuvieron sus raíces en el pueblo judaico. De modo explícito y notorio esto ha sido reconocido y probado por m uchos autores . De lo dicho se co lige tamb ién que en este pueblo resid ió la verdadera religión rec ibida del cielo." (f. 334v) " Las excelencias de la lengua hebraica están por encima de las otras lenguas y es que, de hecho, fue la originaria del linaje humano." " La p rimera lengua que se habló en el m undo fue la hebra ica, hablada por aquel pueblo al que Dios reve ló nuestra re ligión. La mayor parte de sus vocab los armonizan con las propiedades de las cosas . Es el hebreo una lengua breve, exenta de artific io - algo que no se da en las otras lenguas que en el curso del tiempo el ingen io huma no y el discurso del ti empo han acrecentado y pu limen t ado- . M uchos de los nombres de las principales regiones del m undo los genti les

t amb ién las toma ro n d e la lengua hebra ica - de donde, por cierto , t odos parece n haber mend igado- ." (f. 336v) La verdad Divi na ce ntrad a en la ven ida del M es ías, y q ue se co nt iene en las

Escrituras dadas po r Dios al pueb lo j udío, alcanzó tambié n a ot ros pueblos . " Las profecías que de ant iguo predecían la ve nida del H ijo de Dios, no so lo est aban en el pueb lo j ud aico, mas tambié n est aba n en el de los gen t iles, y notoria cosa era a los u nos y a los otros de que eran escritu ras ant iqu ís imas. Test im onio escrit o se registraba en ell as del m odo co m o Dios había de remed iar al género hu mano a través del misterio de la encarnació n. Esto es lo que nu est ro sa lvad or Jesucrist o enseñó al d ecir que en él se cumplían est as profecías." (f. 36 Sr- 36 SV) La ven ida de los Magos a Belén para adorar al recién naci do Mesías co nstitu ye una gran prueba del conoc im ient o q ue se t en ía de la reve lac ión j ud aica en otra t ierras. " Rea lmente de extraord inario puede ca lifi ca rse el t est imonio de estos sa bios personajes ven idos de t ierras lejanas, pues t estificaban, de acuerdo t amb ién co n las p rofecías del j udaísmo, que tambié n en otras t ierras y entre otros pue blos se es peraba ta m bién la ve n ida de aqu el

s

gran Rey." (f. 3 4 r) La enseñanza bíbli ca sobre un j u icio fi nal en el qu e " los ju stos rec ibirán recom pensa y los m alos casti go," de algún modo ll egó también a los gentiles. Resu lta , pues, maravill oso compro bar el gran acue rdo q ue ex iste en est e t em a entre la enseñan za de los jud íos y la de Pitágo ras, Platón y la de los que siguieron las pisadas de estos maestros." (f.

366

r) En el t em a de

los ángeles el conocim iento q ue ten ía Platón proced ía de los jud íos: " Grande m enc ión hace Platón - por encima de los otros sab ios de los gentiles- , del

tema de los ánge les . Este conocimiento, creo yo, lo tomó de la doctrina de los

. d'I0s, as I, como eI d e otros temas. ,, (f. 10 6v)

JU

Todas las naciones que tuvieron re lac ión con el pueb lo de los j ud íos y tuv ieron co noc im iento de sus cosas , se extremaron , por encima de las otras, en el uso de la razón y en el ejercicio de la justicia humana. Si bien dejaro n a un lado las ceremon ias y lo importa nte de su re ligión , en lo demás los t uviero n por maestros y recurrieron a su ley para enderezar sus cosas y pu lir los ej ercicios de la razón. [a.9] Podríamos probarlo sufic ientemente recurrie ndo al testimon io de la historia y de los escritos de los genti les, que los grandes errores y locuras de las que al princip io tanto griegos como bárbaros d iero n muestras en lo concern iente a la justicia humana, se v ieron correg idas en el grado en que aprend ieron del pueb lo de los j ud íos. En cuanto a las leyes civiles y po líticas dadas por Dios a su pueb lo, no eran éstas de ob ligado cump li m iento para los otros pueb los -ni lo son para los cristia nos-. Eran normas leg islat ivas específicas para este pueb lo. La razón de esto estriba en el hecho de que la d iversidad y pecu liar idad del modo de ser de la gente de otras t ierras ex ige normas de gobierno aprop iadas a las d iferenc ias que les son propias. Se requiere , ún icamente, que estas normas sean conformes a la razó n huma na y

· ·I CI·O de hom bres v ·irtuosos y sa b.10s . [f. 62 r] a1JU "Todos estos destellos de verdad que descubrimos entre griegos y genti les originalmente procedieron de los jud íos." (f.

366 r) Sin embargo, las peq ueñas

luces de estas reve laciones que encontramos en otros pueb los, a la luz a las

Escrituras y del mensaje del cristianismo, en genera l pueden juzgarse de

mente exiguas . (f. 373v) Est a supuesta influencia re ligiosa y cu lt ura l del jud aísmo sob re los pueb los genti les, de hecho ya f ue mant en ida por algunos Pad res de la Igles ia y por un buen número d e auto ridades medieva les. ¿Hasta qué punto, sin em ba rgo, las afi rm ac iones de Const ant ino se debieron a una compro bació n pe rsona l de los t ext os de los autores cl ás icos alud idos? Sabem os que llegó a dom inar el hebreo y el griego - ta nto el cl ás ico como el

koiné- , y que en su extensa y va liosís ima bi bliot eca particular m ás importa ntes de su tiempo-

una de las

se con t en ían im port ant es obras de la lite-

ratura cl ás ica griega y lat ina: Plat ó n, A rist óte les, lsócrates, Pluta rco, Dem óst enes, Cice ró n, Qu inti liano, Vi rgilio, Juvena l, Livio, Píndaro, Plin io, Esopo, y otros . No creemos, sin embargo, q ue Co nsta nti no f undam enta ra sus co ncl usiones sobre la infl uencia cu ltu ral hebra ica en el m undo antiguo co m o res u lt ado de un est udio di rect o de estas fuentes. Evide nt em ente, de haberlo hecho, sus va lo raciones hab rían sido d isti ntas .

[l]. Artes de la Santa Inquisición Española, Sevi ll a: Ed itoria l MAD, 2008, p . 293.

~ - Exposición del Primer Salmo de David, o Beatus vir; Sevi ll a: Ed it o rial MAD, 2009, quinto sermón. [3]. Catecismo cristiano, Reform istas Ant iguos Españoles, Vo l. XX, [Mad rid,

1863]. Barce lona: Di ego Góm ez Flo res, 1983, p. 348.

[4]. Beatus vir, Segundo sermón. [5]. Suma, RA E XX cit a d e la hoj a IV.

[§J. Juan Ca lvi no, Institución de la Religión Cristiana, traduc id a y publicad a po r

Cip riano de Va lera en 1597, reedit ada por L.Usoz y Río y B. B. Wiffe n, Refor-

mistas antiguos españoles, Vo ls. XIV y XV [Madrid: J. López Cuesta, 1858]. Nueva edició n revisada en 1968, 1981, 1986. Rij sw ijk: Fund ación Ed itor ial de Literatura Refo rm ada, 1986, p. 4. [7.] . Catecismo de Heidelberg, Preguntas y Res puest as 3-18.

[fü. Co nstanti no Po nce d e la Fuente, Confesión de un pecador, Sevilla: Ed ito rial MAD, 2009, pp. 295, 296, 297, 312. [9]. E. Denzinger, El magisterio de la Iglesia, Barcelo na: H erder, 1961 ; Cáno nes de Trento, [815], Can. 5 [793 y 797]; [814],Can. 4 cf. 797. [10]. Comentario a los Romanos, RAE, vo l. X. [ll] - Beatus vir, segundo sermón. [12]. Beatus vir, q uinto sermón . [13] . Confesión , RAE t. XIX, fo ls. 94, 96, 100, 103, 105. [L4J. O felix culpa, quae talem ac tantum nos meruit habere redemptorem. O h fe liz culpa, que nos mereció ta l y ta n gran Rede ntor. [15]. Co nstant ino Ponce dela Fuente, Confesión de un pecador, p. 303.

[1.Q] .. K. Barth, Church Dogmatics, Scribner's , N ew York 1955, l-2, 125; l-1, 301 ; 111-3, pp. 492-93, The Epistle to the Romans, Oxford Un iversity Press, 1953, p. 777 and 141; Let ter 304, to Mrs. N .N. Würt tem be rg, Basel, 30 September 1968. En Karl Barth, LETTERS, 1961-19681 , T.

& T. Clark, Edimburgh , 1981.

[17.] . Historia de los heterodoxos españoles, 2 vo l s. Mad rid : B.A .C., 1956 1 11, p. 72. [18] . Suma de doctrina cristiana, RAE, tomo XX, folios 59-61. [19.]. En ri que Denzinger, El magisterio de la Iglesia, Barcelo na: H erder, 1961;

819[cf. 798, 801 y 804]. Ca n. 9. [20]. Exposición del Primer Salmo de David, o Beatus vir, tercer sermón. [n]. Beatus vir, tercer sermó n.

[22]. Phi lip Schaff, The Creeds of Christendom, Baker Book House, Gra nd Rapids, Michiga n 1977; vo ls. 1- 111; 1, 15. [~3]. Schaffl ,22. [24]. Schaff l, 23, nota 3. [~5]. Schaff, 1, 21. [26]. Schaff, 1, 21-22. Enriq ue Denzinger, El Magisterio de la Iglesia, pp. 5-6. [~7.]. Schaff, 1, 21-22. Enrique Denzinger, El Magisterio de la Iglesia, pp. 13-1 4

[28]. Institución,

IV, 1,



RAE, XIV-XV.

[i9J. Lu is Usoz y Río, Observaciones, Suma de doctrina cristiana, RA E, XX, págs. 457,460. [30]. J.C. Nieto, con la agudeza y objetividad crítica que nos tiene acostum brados en sus escritos sobre los reformadores españoles, e n un escueto, pero penetra nte aná lisis aborda el tema de los sacramentos en Consta ntino en su artícu lo " De la Iglesia y los sacramentos", e n Constantino Ponce de la Fuente,

reformador conquense. In me moriam Luis Usoz y Río, 1805-1865. Bibliotheque d'Humanisme et Renaissance -Tome lxvi - nº 1, pp. 39-68 [31]. Catecismo,

RA E

xx 337. Folios 55-56.

[3i]. De nzinger, El Magisterio de la Iglesia, Cánones de Tre nte, [861 ], can. 5; 851, can 8. [33]. Véase al respecto la obra clásica de John Murray, Redemption,

plished and Applied, Grand Rap ids: W m . B. Eerd m ans, 1959. [34]. Beatus 11ir, tercer sermón. [35). Suma, 225-226. [36). Catecismo, [37.). Suma,

RA E

RAE XX,

xx, 351-352; Suma, 229-237.

225, 227.

[3fü. Doctrina cristiana, folios 274- 298; Catecismo, RA E XX, 340-344, fol ios 59-62. [39.) . The Sacrament of Penance. Luther's Works, Phi ladelp hia: Fortress Press,

1959, p. 35 YSS .. [Jo). Ciudad de Dios, xx, 15.

[41). S. Th.

111,

52, 2.

[42). Doctrina cristiana, ca p ítulo 68. [43). Juan Calvi no, Institución de la Religión Cristiana, Fundación Editorial de Lite ratu ra Reform ada, Rijswijk, Z. H . 1986. 11 , XV I, 8,9,10,11

[44]. Catecismo de Heidelberg, Fun dación Ed itorial de Lit eratura Refo rm ada, Rij swij k, Z.H; Pregunt a 44.

[45) . Historia de los heterodoxos españoles, 2 vol s. Madrid: B.A.C., 1956, 11 , p. 72. [46). Re inaldo González Mon t es, Artes de la Santa Inquisición Española, p. 169. [47.). Artes, 298. [48). Artes, 302, 299. [4.9J. En el texto o riginal por dos veces se habla del 'pueblo de los ind ios'. Evidentemente se trata de un erro r de im pre nta , pues debería decir 'pueblo de los ju díos'.

DICCIONARIO Diccionario de palabras y de términos teológicos frecuentes en el texto de

Doctrina cristiana. Abatimiento. Humi llación, bajeza. Acometer. Embestir; aunq ue frecue nte mente en el sent ido de tentar, forzar la

vol un tad. Afrentar. Causar mal o desho nra. ".. . El demo nio tomó atrevi mie nto, como

había hecho en el cielo, de hacer afrenta a la potencia, a la bondad, y a la sa biduría de Dios." "En modo alguno pod ía aceptarse que alguie n ta n ene migo de la majestad Divi na y de tan gra n atrevimiento y causa nte de ta nto mal en el mu ndo se alzase con la victoria. Cie rta mente no podía quedar exento de culpa qu ien se op uso al obrar de Dios y afrentase ta n graveme nte su justicia, y ta mpoco que bajo su servidum bre quedase sujeta a perpetua m iseria el linaje humano." (f. 146v) Afición . Disposición del áni mo po r algo muy amado y deseado, co mo la que

mu est ra el Salm ista por la salvación Divina. (Salmo n9,81). "Este des mayo es aq uel transpo rtam ie nto, aqu el la grande afi ción, aquel olvido de todas las cosas con que se espera lo que es muy amado, muy deseado y tenido e n mucho." (f. 161v)

Afixar. Afi j ar, fija r, asegurar. Hace r fija o estab le alguna cosa. Det erm inar, limi -

ta r, des ignar de un modo cierto. "Ans í co m o nu estro ente nd im ien t o se conforma con las cosas que son d e puro ent end imiento, y q ue no t ienen contrad icc ión, de manera q ue nunca j am ás se desdice: ansí lo hace la naturaleza

"ca en 1o que primerament . ange'I 1 e se afi xa. ,,[f. iir] Aire. Uno de los

cuatro elementos de la nat uraleza. Los cuatro ele m entos de la

ant igua Grecia f ueron fuego, tierra, aire y agua. Se les cons ideraba como co nst itutivos esencia les de la natura leza. En un sentido religioso post erior más am plio, como el que le da Constantino, 'ai re y t ierra' des ignan la esfe ra del mu ndo en ta nto que luga r de actividades de las fuerzas del mal. Escri be Co nsta ntino: " Dos lugares son los q ue están destinados para el dem onio. El prim ero es el infierno, lu gar lleno de mayor m iseria y de mayo res tristezas que se puedan im aginar. Est a es su propia mo rada, en la cual ha ser encerrado po r se nte ncia de nuestro Redentor en el d ía del j uicio, para q ue eterna lmen t e permanezca en ell a, sin jam ás poder sa lir. El segu ndo lugar es el aire de este mu ndo, en el que t iene licencia po r la m anera y tasa qu e Dios se lo permite, de esta r y de hacer su oficio, ejercit ando y te nta nd o a los hom bres: porque de esta m anera qu iere el Señor que sean pro bados los j ustos, y se ap ure la j ust icia, y se p ierdan los que quieren ser perd idos por sus prop ias cul pas." [f. i zr] Ve r elementos. Amonestamiento. A m onestació n, de amonesta r: advertir, preven ir.

Aparejo. Disposición para alguna cosa. Apócrifa. El térm ino griego

apócrifa ('escondido') fue uti lizado por san Jerón imo

(347-420) para des ignar algunos libros y t extos re ligiosos judíos que no se incluyen en el canon del Antiguo Testamento hebraico y, más tarde, tampoco en el protestante. Estos libros son: 2º de Esdras, Tobías, Judit, añadidos a Est er, Libro de la Sabiduría de Salomón, Ecles iástico, Baruch, el décimo tercero capítu lo de Daniel (con la historia de Susana), el Canto de los tres jóvenes hebreos, O ración de Manasés y 1° y 2º de Macabeos. Mart ín Lutero en su primera edición de su traducción de la Biblia al alemán (1534), como apéndice al Antiguo Testamento incluyó los libros de la Apócrifa - "que sin te ner la categoría de los libros del Antiguo Testamento, son de buena y úti l lectu ra"-. Cas iodoro de Reina los incluyó en su edición complet a de la Biblia de1569; pero en la revis ión de Cipriano de Va lera de 1602 fueron elimi nados. En las ediciones catól icas de la Bibl ia se han conservado. En ocasiones Const antino recurre a citas de la Apócrifa. Así en el fol io 10v, escribe: " En el libro del Ecle-

siástico se constata que el principio de todo pecado es la soberbia." Ánima. A lm a. Argumento. Razonam iento, prueba, demostración. " En el

Prefacio de Doctrina

cristiana, escribe Constantino, se da razón al lector del argumento y materia de t oda la obra, y del fi n y consejo del autor al escribirla." "Claro está que nuestro entendi m ient o cuando oye decir o concibe que el todo es mayor que su parte,

o qu e tres es m ayor nú m ero q ue dos, y que dos y dos son cuatro, de ta l m anera lo co nci be y as í se determ ina en ello, que por ni ngú n argumento con fesa rá lo contrario." [f. ,ov) " ... Y tal y como la Escritura Sagrada lo re lata, en derezándolo todo para este fi n: que el hom bre se conozca, y co nociéndose tome argumento para el conocim iento de Dios y de t odo lo q ue le debe." [f.

16

r] "Por lo demás, que un día habrá res urrección de la carne, es el propio

apósto l Pablo que con más f uerza y mayores argumentos lo afirma." (f. Aviso.

Advertencia,

consejo,

prevenc ión,

am onestació n,

281

r)

notificación.

" ... Avisándo nos del nombre que ha de te ner de sa lvador... " (f. ,55r); " ... De donde resu lta gran de lu m bre de este mist erio por el aviso de la Escritura." (f.

156v)

Ayuntamiento. La palabra

ayuntamiento se usa en el sentid o de unión, de j un-

ta rse pa ra unificar esfuerzos, servic ios y fines. De ahí el signifi cado de ayuntam iento como institución civ il o m un icipal para la consecución de se rvic ios

, .

pu 61 ICOS.

[f. 88r)

Bastante. Suficiente. " ... Y la inocencia de su mis m o Hijo para qu e sea bastante

su sacrificio ... " (f.

208

r) " El benefic io del Redentor para todos es bastant e... "

(fa86v) "B ast ant1 ,s1ma . razo, n es para esto ver que e1peca do es cosa muy apartada de la regla del Divi no juicio." [f. 8v] Baxeza. Bajez, hum ildad, in ferioridad, poquedad; hecho o acción ind igna. " Las

com pañías tan bajas y tan oscuras." (f. 34 3v)_ "¿Q uién había de confiar que

sobre cim ientos t an bajos se habían de pode r suste nta r ed ific ios t an subi dos?" (f. 344 r)_ "Tuvo el Seño r así m ismo g ravedad y autoridad adm ira ble. Fuero n sus palabras apa rtadas de t oda liviandad y de t oda la bajeza que suele n t ener las de los otros hom bres del mu ndo por graves que sean." (f. 344v).

.mo. Fe1Ic1 · , . , . m o. ,, (f. lo 2 r) s1 m o. "D.I0s es en sI, b eat Is1 Beat ,1s1 Calumnia. Acusac ión , co ndena, cens u ra, afrenta. "Curó los enfermos en el d ía

del sábado, cosa que los fariseos calu m n iaro n por mala." (f. 353 r) "Y desde ent o nces Sata nás no ha cesado de fa lsear y calu m nia r con todo su pode r la . . ,, (Prefac io). "N os conv1.d a Ia Escntura . ve r d a d D Iv1na. a q ue cons1.d erem os cua, n si n calu m n ia, y cuan sin defecto es lo q ue D ios ob ra." [f. 7 r) Camino. Sendero, design io , solución, remedio. "Perfecto eras en t odos tu s

ca m i nos."

[f. i or] _ "Sende ro de perd ició n." (f. i 3v] " Por consiguient e decidió

ot o rgar al hombre un ca m ino de sa lvació n y desposeer al demonio de su v ict o ria."

[f. 34 v] "Todos sus cam inos so n misericordia y verdad." [f. 55r)

Ca rne. El hombre est á formado de alma y cuerpo, o es píritu y cue rpo; am bos

se integran en una unidad antro pológica. De l cuerpo se habla ta m bién en las

Escrituras como carne. " En la creació n del cuerpo h um ano no hay l uga r pa ra el descrédit o. D ios lo fo rmó del polvo, o del li m o de la t ierra; pero f ueron m anos D ivinas que moldearon este m aterial j uzgado h um i lde." (f.

28

3r) En m od o al -

guno la ca rne p uede se r den igrada, pues "el H ijo de D ios se vist ió de nu estra ca rne."

[f. 33v] "En confo rm id ad con la Confesión, la Iglesia afirma que la ca rne

es compañera del alma para m uchas obras buenas , y pa ra m uchas obras m alas. Sob re la base de est a ident id ad pa rt icipat iva d efiende la resu rrecc ió n de la carne y del al m a de los j ust os para pa rtic ipar co nj unta m ente del prem io de la gloria." (f.

284 r) Clarament e sostiene Consta nt ino q ue po r la ca ída la tota-

lidad del ser humano se vio afectada por el pecado. Ade m ás de la carne, ta m bién la i m agen Divi na: "Aque ll a imagen de Dios de la q ue era portador, y co n la que le re prese ntaba, d e ta l manera la afeó y la borró el dem onio que ca usó un a pérd ida importa nte de su hermosu ra e h izo q ue muchas veces res ult e difíci l descubri r rastro de t al i magen ." [f. m ó n del

29

r) Es m ás , afi rma en el segundo se r-

Beatus 11ir que, " si bien el hombre fue creado a se m ejanza de Dios, en

su condició n d e m iser ia rep resent a más bien "l a i m agen de su ene m igo el D iablo." Sin em ba rgo en otros context os Co nstanti no parece ' responsabi lizar ' m ás a la

carne que al espíritu de las consec uencias d e la ca íd a: " En t odo hab ía

de re inar arm on ía entre el es píritu y el cuerpo en la prese rvac ión del estado de inocencia. En las perve rsiones qu e acaeciero n d esp ués d e la ca ída se ro m p ió el co ncierto entre el espíritu y el cuerpo , llegando el espíritu a ser es cl avo y el cue rpo a se r señor. Pri mero mandaba el espíritu, y buscaba para el cuerpo, no la i nactivid ad , si no el ej erc icio del qu e se benefi ciasen m utua m ente . Ahora , en la mayor pa rte de los h um anos , el cuerpo bu sca la oci osidad y la sat isfacc ión de sus apetit os , bu scando que el alma se le sujet e y se distraiga en sus v iles 7

ej ercicios." (f. 7 3v) A lgunas de estas afirmacio nes que nos hace Const antino sobre ' la rebelión de la carne co nt ra el espíritu ' tienen algo d e resa bio doctrinal med ieva l. Segú n la enseñanza de los teó logos esco lásticos, y que

recogería la doctrina ofic ial del cato licismo romano, en la creac ió n de nuestros primeros padres, gracias a 'un don sobreañad ido' (donum superadditum) la relac ió n entre el alma y el cuerpo, en t ens ión potencia l, se mant en ía en eq uilibrio. Con la ca ída se romp ió el eq uilibr io y el cuerpo, que había de somet erse siempre al contro l del espíritu , asumió pred omin io en las acc iones e incli nacio nes del se r humano. Escribe Co nstan t ino: " Por la desobed ienc ia de nuestros primeros padres la carne se vio afect ada po r el pecado y ac usó severam ente el daño espiritual de la ca ída. Cuando el apósto l Pab lo d ice que ni la ca rne ni la sa ngre poseerán el re ino del cielo, y q ue lo q ue tiene corrupció n no . ., . d ar a ente n d er es que 1asma 1as poseera, 1a 1ncorru pc1 o n, (f. 281v) 1o q ue qu iere

o bras y las malas incl inac io nes d irigidas por la carne no entrará n en el cie lo. M ientras la carne , en su cond ició n prese nte, est é sujet a a la corrupc ión del pecado , no ha llará entrad a en el cielo. Lo hará una vez lim p ia de sus malos acom et im ientos y d e la corrupc ión esp iritua l y de la corrupción corpo ral. Po r lo demás, q ue un día habrá resurrecció n de la carne, es el propio apósto l Pab lo 282 que co n más fuerza y mayores argumentos lo afirm a." (f. r) Los enem igos de nuestra fe , re p ite Const ant ino, " so n el dem onio y el m undo y los malos deseos de nuest ra ca rne." (f. 298 r, f. 294v, 295 r Y ss.) " Por el co ntra rio, aq uellos que am an su carne co n amor legít imo, la est iman como don de Dios y la enca uza n a sus fi nes ve rdaderos , se sirven de ella como instrumento de o bras de ca ridad, de ej erc icios de pen it encia y de todo aq uello q ue rinde servic io a . ,, (f. 296r) D IOS .

Caso, a caso. Al azar, por cas ualidad, po ner por caso. " ... Dijimos como se ha

de conocer est e mundo no ser hecho a caso , sino con grande co nsejo y con grande intento ... " (f. , 33v) "Otros tuvieron este m ismo nombre, puesto a caso como muchos otros nombres se suelen pone r." (f. 159 r) "Y n unca el mundo estuvo ta n ignora nte, que no t uviese mucha parte de est os av isos, puesto caso que la gent e vul gar y de poca sa biduría anduviese envuelta en gra ndes errores. " [f. 4v] Católico, ca. Un iversa l, verdadero , cierto. En la dedicat oria al Emperador dice

Const anti no que la doctri na que va a exponer en Doctrina cristiana "es doctrina catól ica y sa nta." (Pág. 3) "La verdadera Iglesia es católica, es decir, universal. La integran fie les de todos los tiempos y de todos los lugares, gen t e que aunque no se conozca persona lmente y habit e en lugares disti ntos y d istantes, comparten en t re sí la santidad y pureza impartida por el Espíritu San t o." (f.

26 ,r) "Todo lo d icho acerca de las excelencias y del estado y ofic io del Reden tor en cuanto hom bre, y de lo que se debe a su santís ima h umanidad, presupone la unión de las dos naturalezas divina y hu mana en su m isma persona, para que todo tenga catól ico y claro sentido." (f. , 74v) "La Iglesia es catól ica o universal, y sus miembros, por t ener una mis m a y única Cabeza, mantienen unidad espiritu al entre sí." (f. 264v) " La doctrina de la Iglesia cató lica es la correct a." (f. 284 r) Cebo. A limento, que se ofrece a veces de form a engañosa. " El m undo está

ll eno de cebo para las venga nzas y para las injurias." (Pág. 6) "Con es m alte y

colo r apa recen aho ra ap robadas nuestras bu enas obras ant e la Su m a Bondad. Ya te nemos ce bo pa ra nu estro gusto, pues nos place serv irle y obedece rle." (f. l Sov) "Gracias a esta luz pond remos siemp re bajo sospecha los cebos y de256 seos del m un do y de la carne." (f. r) "Los ejerc icios, la vi d a, y las co ndi cio nes ta n sin cebo de los deleites y de los intereses del m undo." (f. 343v) · Celada. Emboscada, enga ño dispuest o con artificio. Cena. Santa Cena. Ve r apé ndice

Sacramentos.

Centella. Destello, luz. " Los testi m on ios que nosot ros podamos aport ar so n

como cent ellas, como un resplandor de estas fue ntes de luz Divi na." " De hecho, estos co nocim ientos no ll egaro n a ser más que déb iles centel las de luz que rec ibiero n de la religión jud ía." (f. 373v) Cielo. Esfera qu e rodea la t ierra. Lugar en que los ángeles y los bienaven -

t urados gozan de la presencia de Di os. "En el principio creó Dios el cielo y la

tierra." (G n. l,l ) "Por 'cielo' no so lo hemos de entender aq uí este cuerpo respl andeciente que se m ueve y nos alumbra, si no j unt ament e todas las criaturas invisibles que lo t ienen por princi pal morad a y por más prop io lu gar." (f. l 05r) Po r la salvación obrad a por Cr isto " las puert as del cie lo se han abie rto pa ra que en t remos all í co m o moradores." (f. 23s r) Codicia. Deseo vehe m ente de alguna cosa, au nq ue no siemp re en se ntido

negat ivo o cens urab le, como cua ndo se habla de la cod icia de algo apeticib le.

Como resu ltado del pecado "el co noci m iento de lo bue no qu edó m uy sordo, muy t ibio el deseo d e los bienes celest iales, la cod icia del mal gozó de gran licenc ia... " (Prefac io, p. 7) En t iempos de Noé, d e Sodoma y d e Babi lon ia " los hombres vivian como viven las best ias por los campos, si n co nocim iento de lo perm it ido ni de lo vedado, t odo lo ll evaba n por el rasero de su codic ia y de sus deleites." [f. 48 r] " Los dos ú ltimos mandam ientos demandan libera lidad 66 de án imo, y tota l fa lta de codicia de los bienes ajenos." [f. r] " En el primer árbo l nuestros padres creyeron hallar motivo para ensoberbece rse y codic iar un estado más p rivilegiado del que ten ían por creación." (f.

º

2 7 r)

A la luz de

nuestra Confesión de fe "somos enseñados de cuán bue n Señor es a qu ien servi m os, y cuá nto es el premio con que será n pagados los que verdade ram ente le si rven, y somos ju nt ame nte despertados a la cod icia de t ales bienes ... " (f. 298v)

Colegir. Inferir, deduci r una cosa de otra. " Lo invisible de Dios, escondido en las cosas vis ibles, puede se r conocido. Por el las podemos co legi r suficient emente ser el Hacedor infi nito, et erno y fue nte de todo poder y de todo bien." (f. 103v)

Cumplida (Comp lida). Pe rfecta , exce lente. "As í como en el conceb im ient o del Redento r, de una parte conc urre la madre virgen, de otra el esp íritu del cielo, y no hay cosa que no sea de cumplida hermosura." (f. i 94 r) " Evidencia era esto de cuán cumplida era su vict oria cont ra la muerte." (f. 22 sr)

Com postura. La hechura de un t odo en sus partes co nstitutivas. "Lo primero

sobre lo cual ponemos los oj os y levanta los vuelos de nuest ro ent end im iento es la m áqu ina y co m post ura del m undo, que de modo tan diverso se nos m anifiest a." (f. io 3v) Concierto. Buen orden, armonía. " En lacreación se hallan grandes pisadas de

su bondad y del concierto de su providencia." [f. 5r] Co n más frecuencia que la palabra ' pacto ' Co nsta nti no uti liza el término 'concierto'. Ver pacto. Condición. índo le, nat uraleza o prop iedad de las cosas; significación, aspecto.

"Tenía tamb ién ot ra cond ición la m uerte de la cruz, y esta era ser m uerte de m al hechores." (f. zo 7v) "Est e ser y cond ició n del hom bre est á figurada mani fiest amen t e en la Di11ina Escritura." [f. i 7r] "Y aú n en su presente condición es de quilat es exce lentísimos - por su gran poder, su gran saber y sus admirab les perfecciones- ." [f. 3zr) Consejo. Dictamen, det ermi nación, su prema decisión, exhortación. "No cono-

ciendo verdadera m ente a Dios, n i sa biendo cual fue su consej o." [f. zv] "Nues tra perdición t uvo su origen al apartarse nuestros primeros padres del consejo de Dios. (f. 7 s7r) "El modo de su creación, el consejo por el cual fue creado, y la dignidad qu e en él busca ba Dios." [f. i 4 r] " Este consej o y det ermi nación de la sa biduría Divi na t uvo lugar en el seno de la propia Divi nidad, y en el mismo part iciparon las tres personas de la Deidad." [f. i 4 v] "Que estando nosotros perdi dos por nuestro pecado, nos libraste por t u consejo y nos vo lviste a t u

gracia, y nos prometist e eterna compañía con t igo. [f. gSr) " Por t odo lo dicho, tenga , pues, el cristiano gran fe y confianza, tenie ndo por cierto que todas las

'd as por eI D.1vino · · " (f. i 3ir) cosas son gu ·iadas y prove1 consejo. Consultación. Dictamen, deli beración. "La primera cond ició n que pone, y el

primer privilegio que seña la en esta consu ltación , es la de que el hombre sea

[f. i 4v]

hecho a imagen y semejanza Divi na."

Contra riedad. Oposició n; algo que se opone a un deseo. "No t iene en sí

compos ició n ni co ntrariedad, de modo que ningu na cosa de ést as le puede suceder y por eso es inmortal." f. contrariedad." (f.

º

1 2

16

v] " ... No hay en él pos ibilidad algu na de

r)

Criar. Crear. Corporal. Físico, terreno -en el sentido de que no es esp irit ual y permanente-.

"Librado de todo aque l padec imiento y deshacimiento físico de su agusanada (f. 287v) carne, co n un cuerpo enteramente renova do." Cuerpo. Lo que t iene extensión lim itada ; materia orgán ica co nstitutiva de los

seres viv ientes y que está formado por los 'cuatro elementos;' la rea lidad de un 't odo.' " ... El hombre, dado que tiene cuerpo, no so lamen t e t iene naturaleza corpora l, si no tamb ién espíritu sutilísimo, del cual ninguna criatura irracional participa." [f. i sr) " El cuerpo , por est ar compuesto de cuatro elementos está su 280 jet o a separac ió n; pero volverá u n d ía a reu nirse co n el alma." (f. v) " El

cuerpo de los j ustos, empero, res ucitará con gra ndísima hermos ura y con 262 grandísima ganancia." (f. 293 r) "La Iglesia es un cuerpo espirit ual." (f. r) Ver Elementos.

Cuidado. Sol icit ud, ate nción para hacer bien una cosa; estar obl igado; desvelo, incumbencia, preve nción. "Gran cu idado tuvo el demon io en po ner ceguedad en el mu ndo."

[f. 67 r] "A los que ama n a Dios t odo les sucede bien, porque

Dios t iene cu idado de q ue les vaya bien." (f. ,o7r)

Curar. Sanar; con la preposición de, cuidar de, poner cui d ado. "Para curar las ll agas de los afl igidos en su corazó n." (f. , 7ir) "Si sien t e dolor en sus llagas, sacramentos y medicinas tiene la Iglesia con que curarle y consolarle. (f. 27 sr) " ... Como era el caso de padres afl igidos q ue supl icaban a Jesús que curara las enfermedades de sus hijos." (f. 37Sr)

Declaración. Explicación, expos ició n, manifestación. " Por est as declaraciones Pi lato fue ac usado de to lerar a los que desobedecían al Emperador." (f. 2o,v) "Todas las declaraciones del Símbolo están am pl iame nte tratadas y probadas en las Escrituras Divinas." (f. i 97r)

Denotar. 1ndicar, significar, anu nciar. "El Señor sop ló en el hom bre el espíritu de vida, para denotar con ell o lo q ue t ene m os dicho. [f.

i 7r]

" Así como est e

m isterio fue denotado en la sent encia dada cont ra nuestro Redentor, así fue denotada la m isericordia del Padre en librar el linaje humano por la m uerte de .. ,, (f. 207v) su H 1)0.

cuerpo de los j ustos, empero, res ucitará con gra ndísima hermos ura y con 262 grandísima ganancia." (f. 293 r) "La Iglesia es un cuerpo espirit ual." (f. r) Ver Elementos.

Cuidado. Sol icit ud, ate nción para hacer bien una cosa; estar obl igado; desvelo, incumbencia, preve nción. "Gran cu idado tuvo el demon io en po ner ceguedad en el mu ndo."

[f. 67 r] "A los que ama n a Dios t odo les sucede bien, porque

Dios t iene cu idado de q ue les vaya bien." (f. ,o7r)

Curar. Sanar; con la preposición de, cuidar de, poner cui d ado. "Para curar las ll agas de los afl igidos en su corazó n." (f. , 7ir) "Si sien t e dolor en sus llagas, sacramentos y medicinas tiene la Iglesia con que curarle y consolarle. (f. 27 sr) " ... Como era el caso de padres afl igidos q ue supl icaban a Jesús que curara las enfermedades de sus hijos." (f. 37Sr)

Declaración. Explicación, expos ició n, manifestación. " Por est as declaraciones Pi lato fue ac usado de to lerar a los que desobedecían al Emperador." (f. 2o,v) "Todas las declaraciones del Símbolo están am pl iame nte tratadas y probadas en las Escrituras Divinas." (f. i 97r)

Denotar. 1ndicar, significar, anu nciar. "El Señor sop ló en el hom bre el espíritu de vida, para denotar con ell o lo q ue t ene m os dicho. [f.

i 7r]

" Así como est e

m isterio fue denotado en la sent encia dada cont ra nuestro Redentor, así fue denotada la m isericordia del Padre en librar el linaje humano por la m uerte de .. ,, (f. 207v) su H 1)0.

de Dios', antes de la caída, a ser nada menos que 'pariente de Dios' después de la rede nción. O sea, de criatura de Dios a hijo de Dios. «¡Oh fe lix cu lpa!», que ya había dicho Agust ín. "La ma ldad se originó en Satanás, que apartó al ho mbre de su primer estado y le sumió en el pecado y en las subsigu ientes miserias espirituales, corporales y fís icas." (f. 36 ir) "Si el poder de Satanás es tan grande allí donde por el pecado tie ne en t rada, y sie ndo tan grande su diligencia en hacernos pecar, y tanta nuestra flaqueza para pecar, ¿quién no llegará a percatarse del terrible poder de este príncipe de las tinieb las y no ejercerá de bida vigi lanc ia para no caer en sus manos?" (P.G) "Tan grande es el poder del Hijo de Dios, que grac ias al m ismo el más ins ignificante hombreci llo de la t ierra puede alca nz ar el cielo y derrotar a todas las huestes de Sata(f. l 79v) nas. ,

11

Efectos. Resu ltados, misio nes. "Cal la la culpa y alega por causa los efectos de

la cu lpa." [f. z4r] "... Muched umbre de rea lidades tan tristes y efectos tan desoladores." [f. 3or) "Por estas grandes obras y efectos que ll eva a térmi no el Esp íritu Sa nto." (f. z 53v) Ejercicios. Funciones, práct icas. "... Recurrieron a su ley para enderezar sus

cosas y pulir los ejercicios de la razón." [f. 62 r] "... Buscando que el alma se le sujete y se distraiga en sus vi les ejercicios." (f. n 4 v) "... Hay gente dedicada a ejercicios santos y a obras santas." (f. 261v) "... Como instru mento de obras de . .c1os . d e penitencia . . ..." (f. 296v) cari.d ad , d e e¡erc1

Elección. Predesti nación divina de salvac ión. Ver apénd ice Elementos.

Soteriología.

Los cuatro elementos. Constan t ino, al igual que una larga lista de

aut ores de la Edad Med ia, y hast a principios de la época moderna, se hace eco de la antigua creencia griega formu lada por Empédocles (ca. 483-430, a.C.), de que los cuatro co m ponentes bás icos de los cuerpos eran tierra, agua, fuego y aire -ll amados ta m bién lo sólido, lo líqu ido, lo seco y lo gaseoso- . "El alma que se separa del cuerpo no sufre ningún detrimento, p ues es inm orta l, y guardada estará d urant e un tiempo en su inmortalidad para vo lver de n uevo a re unirse co n el cuerpo. El cuerpo, sin embargo, por est ar co mpuesto de cuatro elem entos est á sujet o a separació n; pero vo lverá un día a reun irse con el ,, (f. 28or) ama. 1 Embarazo. 1mp ediment o, estorbo, dific ul tad, obstác ul o, encogimiento. " ... Sus

cuerpos fuero n bastos, de embarazosos defectos ... " (f. z93v) Encarecimiento. Va loración, merecim iento, va lorar m ucho. "Por esto se dice, y

con just o y debido encarecim iento, que no hay ot ro nombre debaj o del cie lo en que podamos ser salvos ... " (f.

162

r) "La segu nda part e de la doctrina del

m ismo Señor es un encareci m ien t o m uy gra nde d e la caridad." (f. 348r) ".. . El cual pecado f ue t an gra nde, que no hay entendi m ient o creado que le baste a dar cum p lido encarecimiento." (f. 745r) " ... Y sobre t odo el encareci m iento de Juan evangel ista cuando dice que si todas las maravi ll as del hijo de Dios se hubieran de escribir no cupieran en el mu nd o los libros." (f. 376r)

Espanto. M iedo, terror, asombro, adm irac ión . En el d iab lo " hay algo que sus26 cita un natural espanto y un evidente pavor en todas sus cosas ... " [f. r]

" ... Algo de asombroso espanto para la sab iduría humana ." [f. 34v] " Todo el monte Sina í humeaba, porque el Señor había descend ido con grande fuego , y por todo el monte había grande espanto y grande terrib ilidad. Sub ió Moisés al monte con Aarón 1 ta l como había sido concertado . Dios comenzó a hablar con Moisés, de ta l manera que todo el pueb lo o ía y entend ía las voces con grande espanto y grande pavor." [f.

60

r] " La primera función de la ley es de

gran espanto y terr ibilidad , pues notifica a los hombres cua les son sus ob liga-

.

, .

c1ones y cuan ¡ustas sus

d eman d as .,, [f. 66v]

Eucaristía. Santa cena, sacramento del altar. " ... En lo de fuera está libre de

toda ca lumnia y t iene compañ ía de grande limpieza, y en lo de dentro t iene un piélago de m isterios que cuanto más es cons iderado tanto pone mayor espanto, y as í como crece la consideración , así crece la majestad ." (f. 372 v) Ver apénd ice

Los sacramentos.

Expe riencia. Advertim iento, prueba, conoc im iento. " De modo que po r el

comer o no comer de este fruto vedado quiso D ios hacer experiencia de qu ien era bueno y de qu ien era ma lo ." [f. , Sv] " Se les abrieron los ojos ; pero lo que vieron fue su m iseria; tuvieron experienc ia del bien que habían perdido , y del ma l que hab ían cobrado." [f. 23 r] " Ciertamente ellos por experiencia propia tenían verdadero conocimiento de lo que habían perd ido." [f. 42 v] "Aunque a veces , por la exper iencia de nuestros sentidos, no pa lpemos esta verdad." [f.

77v] "N uestra expe rienc ia cla ram ente nos enseña, em pero, q ue nuestros días (f. 316 r) son breves."

Fe. Lo q ue Co nstanti no ense ña en Doctrina cristiana sob re la fe se sint etiza bien co n la definición que nos da el Catecismo de Heidelberg: "La verdade ra fe, no es só lo un segu ro conoci m iento por el cua l co nsidero cierto todo lo que el Señor nos ha revelado en su palabra, sino tam bién una ve rdadera confia nza que el Espíritu Santo infunde en m i co razón po r el Evangelio, dándome la segur idad de que, no só lo a otros, sino ta m bién a mí m ism o Dios ot orga la remisión de pecados, la just icia y la vida ete rna, y eso de pura gracia y solam ente po r los mérit os de Jesucrist o." (Resp uest a 21). "La fe bri nda segu ridad y co nocim iento fi rme, pues tiene un fu ndamento certísimo q ue no puede fa lt ar: el co nocim iento que Dios nos ha dado de sí mis m o y de su pa labra." [f.

76 v] "Solo aq uellos que han rec ibido del Espíritu Sant o luz de arriba y verdadera fe pueden int uir los gra ndes teso ros de sa bidu ría de lo alt o qu e se encierran en la mu erte redentora del Hijo de Dios." (f. 372 v) " Los buenos si rve n a Dios co n ve rdadera fe y co n ve rdadero amor, sab iendo que el Seño r que los creó y qu iso redi m ir es su única salvac ión." [f. 45v] " La fe supone la posesió n de algo qu e todav ía no posee m os y la certeza de algo que espera m os con plena confia nza_,,[f. 77 v] "Los hij os de adopción han reci bido espíritu del cielo pa ra te ner ve rdadera fe y genu ina obed iencia al Señor." (f. 773 r) " No des m aye pues el crist iano si está un ido a Jesucristo co n ve rdadera fe y con verdadero ,, (f. 27or) amo r.

Feald ad . Constan ti no estab lece una estrecha si non imia entre pecado y fealdad.

La identificació n de l pecado co n la fea ldad la destaca ya Constantino en los primeros folios de Doctrina cristiana y con re lación a lo que t uvo lugar en el jardín de l Edén. Fue a ll í "donde tuvo orige n el ma l de l m undo y se introdujo la primera fealdad en las obras de Dios." [f. 6v] En aq ue l entonces "cuando fuimos creados a semejanza Divi na, la malvada serp iente puso su mano en nosotros para oscurecer y afear la primera hermosura, otorgando en nosotros el ma l parecer que de tan ma la mano se espera." (f. 794v) "Las iniqu idades del pecado, las comete el ho mbre "de lante de la majestad de Dios, test igo de todas sus fealdades." (f. i 4 zr) Ver apénd ice Fealdad y pecado. Grosería. Basteza, ord inariedad , tosquedad, vulgaridad, fa lta de respeto. "... En

la res urrecc ión, el cuerpo experime ntará grandes ca mbios; será liberado de groserías, pesadum bres e imped imen tos ..." (f. z 93 r) Dios se aviene a co mu nicarnos s u verdad con el lenguaje ordi nario y con las co mparacio nes que nos son propias: "La Divina Escritura toma estas comparaciones para hab lar con nu est ra grosería, y trata de la vida de l cie lo por estas se mejanzas ..." (f. 3o4r) In dustria. Ma ña, destreza, artificio. Frec uentemen te co n referenc ia a los me -

·1·iza Satan as , . [f. z6r] "Satan as , con ¡;:,11a en su va na pote ncia . y ad ora d 1.0s que ut1 . .in d ust nas. . (f. 142r) sus propias Infamia. Descréd ito, desho nra , ma ldad, vileza. "

Hab lemos de l ori gen de

tanto ma l, y que ta nta infam ia ha ca usado en las obras que Dios hizo tan

buenas y tan enriquecidas de su gloria." [f. g r] Infierno. Lugar destinado por la d ivina j usticia para eterno castigo de los ma los . " El Hijo de Dios destruyó y desbarató los poderes del infierno co n todas las huestes de Sata nás." (f.

222

r) Ver apénd ice Descenso al hades.

Judío. Origina lmente el térm ino judío des ig naba los habita ntes del re ino de Judá . Como Judá y Judea ocupaban una pos ición de primacía en Israel, judío designaba t amb ién a los ind ivid uos pertenecie ntes al pueb lo de Israel. Judío designaba tamb ién al integran t e del 'p ueb lo elegido por Dios.' Los planes sa lvíficos que Dios reve ló a los j udíos y que culm inaban con la ven ida del Mesías fueron rechazados por este pueb lo. Sobre los jud íos Constantino hace 6 frecue nte referencia a lo q ue en co ntra de ell os dicen los evange li os. (f. 3 Sr Y ss) " Los j udíos se cierran co n la pe rti nacia de su pasado, co n lo q ue d ijeron sus ta lm udist as, y q ue es cuestión de ev itar t odo tipo de disputa." (f. 334r) "A la luz de la enseñanza de n uestro Evange lio, el j udaísmo dem uestra te ner grandes secret os de reve lac ión Divina q ue t ienen , como meta más importa nte, la verdad de Jesucri sto: su persona y ob ra. Mas cuando la pe rti nacia j udaica qu iere romper est a vi nculac ión ta n est rec ha y armó nica q ue la revelación Divina t iene con el Evange lio , el res ultado es de conf usas y erróneas creencias re ligiosas m uy alejadas de la f uente originaria de la reve lació n." (f. 372r) En la nota fina l al lector, Constan t ino se lamenta de q ue no haya pod ido, ta l como se había propuesto, abordar con amp litud el tema del j udaísmo.

Lepra . En fermedad infecciosa de notorios síntomas cutáneos y nerviosos y

que desde antiguo se la consideró social m ente estigmatiza nte por creerse que los que la sufrían había n sido castigados por Dios por algún pecado. Según la enseñanza del Antiguo Testamento en algunos casos m uy concretos la enferm edad podía deberse a un castigo Divino, como en el caso del rey Azarías (2

Reyes 15,5), y ta m bién de María (Números 12, 10), pero de hecho era consi derada como una enfermedad que exigía det ermi nadas precaucio nes y que in cl uso podía curarse. En Levítico 13-1 4 se habl a de la norm ativa que, bajo la supervisión del sacerdote, había de observarse sobre dicha enferm edad. Correspondía al sace rdote dictaminar si la dolencia era rea lmente de caráct er leproso, las precaucio nes a segu ir en caso de serlo y, en caso de curación, el ritua l re ligioso a observar. Const ant ino, como tantos otros co m enta ristas de trad ición medieval, recurría a la enfermedad de la lepra para ilustrar algunas dolenc ias espiritu ales causada por el pecado, y atri bu ía al sacerdote de la Iglesia la capac idad de dict am inar sobre los d iferentes ti pos posi bl es de pecado. "La autoridad para juzgar entre lepra y lepra - entre pecado y pecado-

ha

sido tamb ién encomendada a los min istros de la Iglesia." (f. z 75v " Entiéndase que a esta Iglesia le ha sido dada el Espíritu San t o con poder de perdonar pecados, con doctrina para juzgar entre lepra y lepra, y entre lo q ue es bueno y lo que es malo. Entienda que este poder reside en los ministros ordenados y ll amados por la prop ia Iglesia para ta l ministerio, y para que declaren al hombre si ciertame nte lleva ca m ino de sa lu d, o se lleva cam ino de perd ición." (f.

274r)

Ley. En un sentido ampl io en el An t iguo Test amen t o la pa labra ley d es igna el conj unto de ob ligaciones dadas por Dios a Israel a través de M oisés. El té rm ino ley se utiliza para trad uci r el de torah heb reo y el de nomos griego. El voca blo hebreo puede des ignar m uy co ncreta m ente la norm at iva del Penta-

teuco, y en un se ntido más amplio la Biblia hebrea en su conj unt o. Un. 15,25). En tanto que la reve lació n Divi na co nt enida en las Escrituras se centra en un propósit o sa lvífico, el significado gen uino de la Ley en modo alguno p uede desligarse de los p ropós itos Divi nos de redención del homb re ca ído en el pecado. Es más, po r encima d e todo, el se ntido y design io prof undo de los ll am ados Diez mandamientos es f undament almente sot eriológico. En palab ras del apósto l Pa blo: " La Ley ha sido nuestro ayo para lleva rnos a Crist o, a fi n de que f uésemos just ificad os por la fe." (Ca. 3,24). En el significado y pro pósit o de la Ley en el esq uema Divino de sa lvació n del pecador, la ense ñan za q ue Const ant ino nos da en tod as sus o bras, hacen d e él un fie l hijo de la Reforma del siglo XVI. " La p rimera func ión de la Ley es de gra n espa nto y te rribil idad, pues not ifica a los hom bres cuáles son sus ob ligaciones y cuán j ust as sus 66 demandas." [f. v] A través del m inisterio de la Ley, "el Seño r hiere para sa nar." (Beatus 11ir, q uinto se rm ón). " El gran pod er d el pecad o inhabi lita al hom bre para cumplir los Mandam ientos. Con f uerzas ajenas los ha d e cum plir. Las aje nas son poderosas, porqu e son las d e Dios. Son cie rtas, po rq ue son ganadas con la sang re de su un igénito H ij o, cuyo sacrifici o alca nzó est e favor para que no nos pe rd am os." (Catecismo, RA E XX (t. XIX), 318). "To m an do n uestra ca rne el H ijo de Dios crucifi có en ella nuestra flaqu eza y

condenó nuestro pecado, para que la justificación que pide la Ley y la obra de sus mandam ientos fuese cump lida en nosotros ." (Beatus 11ir, segun do sermón).

Limbo. Según la enseñan za trad iciona l, aunque no dogmática, de la Iglesia cató lica - aceptada incluso por Tomás de Aqu ino- , el limbo es un lugar permanente donde va n los niños de corta edad que han muerto sin haber sido baut izados y, en consecuencia, no han sido limpiados del pecado origi nal. Si bien la pa labra no aparece en Doctrina cristiana, en un con fuso context o Cons tantino parece insin uar dicha creenc ia: " Diferencia hay entre el pecado del niño recién nacido y el de nu estros prim eros padres. El de nuestros padres fue de su propia y determi nada vo lun t ad, y por esta causa incurrieron en t an gran de condenació n para sí, y en pena y en corrupción de toda la naturaleza humana. Mas el del niño pequeño no es de propia vo lun t ad, porque au n no t iene elección. Es origina l; proviene de aque ll a ma la m asa reprobada que ha heredado las ru ines inclinaciones y los ma los rastros del primer pecado. Pero en tanto que no es pecado de propia vo luntad , nace con ob li gación de tener el primer don de justicia: que no sufra tormentos perpetuos, sino que baste, al menos, que sea para siempre desterrado de la presencia de Dios -p érd ida de tan grandes bienes que no se les puede poner estima- ." [f. 3ov] Llaves.

Las lla 11es del reino de los cielos con las cuales se abre el cielo a los fie les

y se cierra a los infieles, son dos : la p redicación del Eva ngelio y la discip lina eclesiástica. Se abre el reino de los cie los a todos aq uellos que han abrazado

el mensaje eva ngélico de que por los méritos de Cristo todos los pecados les han sido perdonado; y se cierra a todos aque ll os que, perseverando en su maldad e incredu lidad, rechazan la oferta de sa lvación del Evangelio .

LJn.

20,21-23;

Mt. 16,19). Por la disciplina eclesiástica se abre el re ino de los cielos a todos aque llos que se muestran fie les a los mandam ientos y ordenanzas dados por Cr isto a la Igles ia; y se cierra a todos aque llos que, después de haber sido amo nestados por sus vidas desordenadas y creencias erró neas, perseveran en su maldad e infide lidad. (Mt. 181 15-17;

1

Co. 5, 4,1 1;

2

Co. 2, 2-8) . " Las llaves q ue

la Iglesia tiene para las puertas del cielo no t ienen tasa limitada. No se perdonan so lamente los pecados leves y se dejan sin perdón los graves. Pues la sangre de nuestro Redentor no t iene límite, sino que t iene va lor y fuerza para todos los pecadores y para todos los pecados". (f. 277 v) " De t odos los pecados el Divi no Espíritu puede obrar redarguc ión y despertar profundo aborrecimiento en el corazón del hombre. Para todos los que verdaderamente ll am an a la p uerta del cielo hay ll aves para abrirla y certeza de entrada. Como madre piadosa la Iglesia t iene sus castigos para aq uell os de fingida pe nitencia, mas para los q ue muestran verdaderas seña les de arrepent imient o nunca tiene ce(f. 278v) rrada la puerta."

Maña. Artific io, astuci a, destreza, habi lidad . La victoria del pueb lo de Dios " no estaba en las manos ni en las armas de los hombres, sino en la sa lvación prometida por Dios que había de destru ir el poder del demon io y la estrategia 161 de sus mañas ." (f. v) "El rey Herodes, cuando se v io burlado y que sus

malas mañas no le habían suced ido, porque no vo lvían los Magos a decirle donde estaba el niño ... " (f. 334 r)

Máquina. Agregado de d iversas partes ordenadas entre sí y dirigidas a la formac ión de un todo bajo la sabiduría y poder sobrenatural de Dios. "Form ó Dios toda la máqu ina de este mundo, adornó la de grande hermosura y de grande riq ueza, cua l la m uestra el cielo que resplandece con sus estrel las, el concierto de la noche y del día la lumbre ... " [f. ,4r]

M iseria. En Doctrina cristiana el térm ino se usa a veces como si nón imo de pecado y, co n más frecuenc ia, indica el nefasto estado espiritual del ser hu m ano como resu ltado del pecado. "Todo habría permanecido completo en su orde n y en su hermosura de no haber entrado el pecado y haber mezclado en todo 2 ello parte de su m iseria y de su desorden." [f. or] "Sufic iente es esto para im bu ir a los hombres de una gran vigi lancia contra el pecado, ya que mucha es la ceguedad y miseria que lo acompaña." [f. 23 r] "La grandeza de la obra reden tora de Crist o, no solo muestra su poderío, misericordia y bo ndad , sino que reve la, al m ismo t iempo, la bajeza de nuestra ma ldad y el nive l de nu estra m iseria." (f. , 54 r)

M isterio. Todo lo relacionado co n los designios, obras e intervenciones salvíficas de Dios se integra en la esfera de los llamados misterios. Quien ha venido a reve larlos es Cristo. Dice Jesús a sus discípu los: "A vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cie los." (Mt. 13, 11) "Ténganos los

hom bres, dice Pab lo, por servidores d e Crist o, y ad m inistradores de los m isterios de Dios." (1 Co. 4,3) . M ist erio es ta m bién el rechazo tempora l del evan gelio por part e de los j ud íos . Escr ibe Pab lo: "No q uiero que ignoréis este m iste rio : q ue ha acon t ec ido a Israe l end urecim iento en parte, hast a q ue haya en t rado la p len itud d e los genti les ; y luego todo Israel será sa lvo." (Ro. 11 ,25-26) . " La Escritura siem pre nos abre puerta de inte rpretac ión sobre las grandes m iste rios q ue enc ierra nu estra re li gió n." [f. 38 r] "Todo esto está ll eno de los m iste rios de la Divi na sa bid uría y d e las o bras d e su m iser ico rd ia y de su j ust icia." [f. 54 r) "Luz de sa lvac ión y reve lac ión de los ocu ltos m isterio Divinos 188 sa lieron de la boca d e Jesús." (f. v) "Cuando Juan el Baut ista vio qu e Jesús se le ace rca ba, d ijo: ' Este es el Cordero de Dios qu e qu ita el pecado d el mu ndo.'

Un, ,29).

En estas pocas pa labras resum ió el Baut ista el misterio de la

ley en sus sacrifi cios y que t uvo perfecto cum p lim iento en el sacrifi cio exp ia20 to rio de Cri sto en la cruz." (f. sv) "Tantos son los misterios y las enseñan zas qu e se encierran en la m uert e de la cru z que interm inable sería para nosotros int entar describir los ." (f. 2o9v)

Monumento. Sepu ero

(f. 212r)

1

Mortificación . De los benefic ios sa lv íficos qu e se derivande la m uert e de Cristo a n uestro favo r se halla ta m bién el de "l a mort ificación de nuestro viejo Adán - al pe rder fu erzas la m ala raíz d el pecado que re inaba en nosotros- ."

(f. 227 r) " El Espírit u Santo es autor de nuestra m ortificación: por él es mortificado el viejo hombre que reinaba en nosotros por el pecado, y él es el que

res ucita al nuevo hombre en nosotros y lo viste del hábito de Jes ucristo y de la represe ntación de su im agen." (f. 2sov) "Los q ue han ente ndido y asim ilado realmente los cont en idos q ue se encierran en este artículo de n uestra Confe-

sión, so n aq uel los que perseveran en la mortificación de sus pecados, en la mortificación de la carne y de los apet itos del viej o Adá n. Son aq uel los que han adq uirido gran conocimien t o de sí m ismos . En un ión co n el Hijo de Dios han experi m entado una verdadera resurrecc ión espiritual y ahora vive n en novedad de v ida, hac iendo suyo el mensaje del Evangel io, hallando place ntera la senda de los ma ndamien t os Divinos, busca ndo en todo la gloria de Dios y practicando el perdó n y la caridad hacia el prój imo." (f.

228

v) "Como sacer-

dote, el cristiano se ejerc ita en importantes prácticas espiritua les, como los

sacrificios de la orac ión viva, de la fe y de la caridad; la ofrenda de su corazón a la vo luntad de Dios; la mortificació n de los miembros de su cuerpo para que ya no sea n inst rum entos del pecado si no, todo lo contrario, inst rume ntos para el serv icio y la gloria de Dios. Esto es ser sacerdote." (f. , 7, v)

Nicodemismo. Ver Apéndice bajo este nombre. Noticia. Información , conoc imiento, idea. La pa labra es muy usada por Co nsta ntino en el sentido de información o comunicación, y en el sentido de conoci-

miento. En el sentido de información ve ndría ilustrada con esta afirmació n: "Lo que debe hacer el cristiano es procurar, primero, tener verdadera noticia y verdadero conoci m ien t o de lo que co nfiesa ... " (f. , 43 r) En el sentido de conoci-

miento ve ndría il ustrada con est a afi rmación: " Es el H ijo semej anza del Padre,

como la noticia de una cosa es semej anza de la misma cosa." (f.

156 v) Tam -

bién est a afirmac ión: "Dos noticias principales debemos tener de Dios: la de su ser y la de su vo lunt ad ... " (f. 156 r)

Oficio. M in ister io , f unción, t rabajo, ocupació n, ob ligación, curso , act ividad. " Esta, pues, es la sign ificació n de este nombre Jesús, por la cual hemos de en t ender cual es el ofic io del hijo de Dios, y que su oficio es ser sa lvador." (f.

161v) "Tenemos p ues conclu ido cuán grande abu ndancia de Espíritu fue la que res id ió en el Señor para el oficio (m inisterio) de la predicación, y para el enseñam iento de los pecadores." (f., 8 gr) "De manera que hay dos cosas aq uí, la primera el oficio (la obra) de Jes ucristo en sí; la segunda el efecto y la ejecución de este ofic io (obra) en nosotros ... " (f. 214 r) "El oficio (la obligac ión) del cristi ano es invocar a este Santo Espíritu." (f. 1s6v) " El ofic io (m isió n) para la cua l fueron creados los ángeles fue para asist ir a Dios." [f. 6 r] Pacto. Concierto, testamen t o, al ianza. En la int rod ucc ión a su t raducció n de la

Biblia, Cas iodoro de Reina escribe que usa los nombres concierto, pacto y

alianza para designar la palabra hebrea berith, que en la Septuaginta y en la Vulgata se trad uce por testamento. El berith hebreo, hace notar Reina, "qu iere decir, no si m p lemente concierto, si no conc iert o hecho con so lem ne rit o de mu erte de algún an imal, y más tarde , en el nuevo concierto, con la sangre de Jes ucristo." Los térm inos pacto y concierto los util iza Co nsta nti no al hacer referencia a las promesas de Dios a Abra ham de q ue él sería Dios de él y de su

6

descendencia, y de q ue de su linaje ve ndría el sa lvador, el Mesías. (f. S r)

Const ant ino llama a la circuncisión "sacram ento y m emorial d el pact o establecido por Dios co n Abra ham y su descend encia." "En se ñal de esta prom esa m andó Dios que Abra ham se ci rcu ncidase, jun t o co n los va rones de su fami lia; y que se guardase esta ord enan za a través de toda su descendencia como sac ramento y mem oria l del pact o establecido po r Dios co n los suyos. Según la significación de este pacto, la m isericordia Divi na, im pl ícit a en la prom esa de la ven ida de su H ij o, iniciaba una n ueva generación espi ritua l con los hombres po r la cual estos serían adoptados como h ijos de Dios y se co nverti rían en enemigos de la se rpiente y de su linaje. Con esto se incrementa ban t ambién las pruebas externas de salvación, ya que la circ uncisión - allen d e de t odo lo reve lado ant eriormente-

se daba como seña l de que había un pueblo

que profesaba servicio al Dios verdade ro y al que se le había dado prom esa de redención de sus pecados." [f. 57r)

Palabra de Dios. Revere ncia y respet o que merece la Palabra de Dios. En el Sinaí, escri be Const ant ino, "mandó Dios pone r cie rto té rm ino alrededor del m ont e, para que ningún hombre ni animal t uviera la osad ía de pasar de allí - ya que de hacerlo sería apedreado- . Única m ente Mo isés y Aarón t uvie ron aut orizac ión pa ra subir al mon t e. La im pos ición de est os lím ites, y la co nsi guient e pena que se impuso a quien los traspasa ra daba a entender la gran ve neración y respeto con que la pa labra de Dios ha de ser escuchada. En est o no tiene part e ni voto la soberbia ni la cu rios idad de la sabid uría humana. Crédit o y autor idad t ienen los verdaderos m inist ros de Dios a los que él les

com un ica sus grandes secretos y los con fi rma co n el test imon io de bue nas obras . Estos son los que ínt egramente se consagran al Señor y se afa nan por su gloria. Por su parte el pueb lo de Dios, para escuchar su pa labra con sab id uría y gen uina d ispos ición, ha de acercarse al Señor co n u n corazón limpio infundido de t emor revere ncial." [f 59v] Pa rar mientes. Cons iderar, m ed itar, recapacit ar sobre alguna cosa con parti-

cu lar cu idado y atenc ión . " Porq ue la mayor parte de las ocas iones q ue al hom bre se le recrecen en este m undo para ponerle estorbo en el cam ino del cie lo, son por respeto de la carne, por quererla rega lar y darle contentam iento, y por no querer parar mien t es en como la debe tratar y el fi n que ha de t ener." (f. 2

94v) Profetizando Ezequ iel " fue oído un grande son ido y un grande es -

truendo, y q ue se all egaro n unos huesos a otros, y paró mientes, y vio que te, . b , ,, (f. 2 87v) n1an nervios so re s1... Pasa más adelante: excede. Pen itencia . Para Constant ino pe nitencia y arrepent imient o son térmi nos sinó-

nimos . Entiende la pen ite ncia en su sentido bíblico neotest amen t ario y no como 'pe nitencias' de obras merit orias o satisfactorias para m erecer la sa lvación. No hay pues ni m istic ismo n i ascetismo sino una visió n profu ndamente bíblica al tras lu z de los sa lmos pen ite nciales y el eva ngelio pa uli no. El Espíritu Santo es el autor del verdadero arrepen t im iento, d e la verdadera pen itencia. " De manera que rec ibir en nosotros el Espíritu Santo , es recibir verdadera

inteligencia de la Palabra de Dios, es recib ir una not icia de quién es Dios, y de lo que quiere de nosotros, tanto cuant o nos basta saber para n uestro remedio, es reci bir conoci m ient o de n uestro pecado y voluntad de apartarnos de él, es infundirse en nuestros co razo nes un aliento y un esfue rzo pa ra el cump lim iento de lo que el Señor nos manda, y una alegría para po nerlo en o bra, y un a fue rza para resist ir a lo que nos contradice pa ra ta l efect o. El Espíritu Santo

es el que da principio a nuestra penitencia, y él mismo es el que la lle11a adelante y le da próspero fin." (f. 2 so r) En Pentecostés Pedro ll amó a sus oye ntes al arrepentim iento: " Los llamó a pen ite ncia d iciéndo les que la hal laría n, y así creyero n muchos y profesaron el nombre de Jesucristo en aque l primer sermón hasta tres m il personas." (f. 252v) " ... Aq uellos q ue se había sol idarizado con los que dieron mu erte al H ijo de Dios, ahora muestran espíritu de penitenc ia y al oír el test imonio de Ped ro, 'se co m pungieron de corazón, y d ijeron a Ped ro y a los otros apóstoles: Varones, ¿q ué haremos? Y Pedro les d ijo: Arrepentíos, y baut ícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucrist o para pe rdón de los pecados."' (Hch. 2,37-38) (f. 39 or) Los creyentes "mant iene n una lucha const ante co ntra el pecado, y si alguna vez caen en la tentación, con penit encia sincera se levantan y con firme determ inación perseve ran en el se ndero de la bienaventuranza." (f. 3,Sv) En la Confesión co nsistent em ente la pa labra «penitencia» se entie nde co m o «arrepen t imient o» en su se nt ido bíbl ico neot estament ario y no como «pen ite ncias» de o bras m eritorias o satisfactorias para merecer la sa lvación.

Pl ática. Conversació n. Discurso de los pred icadores para instrui r en la doctrina cristiana a los fie les y para preven irles de v icios y errores. " Con pláticas suaves Dios llevó a Adá n a una verdadera co nfes ión d e su pecado." [f. 24v] _ " Estas pa lab ras son parte de la plática que tuvo Dios con Moisés y q ue fueron oídas t amb ién po r el pueb lo." [f

60 v]

Policía. Buen o rden qu e se gua rda en un lugar cumpliéndos e las leyes y normas estab lecidas. Persona que guarda el o rden y la conv ivenc ia en la sociedad . "Adán habría sido en est e mu ndo po licía hu m ano de la rea lid ad. Todo habría sido un concierto de gran herm osura, de paz, d e amo r, de j ust icia , de co noc im iento d e las cosas Divinas y se habría p reservado la gracia del o rden crea-

do. ,, [f. 19r] Por donde. Por la cua l, por lo que. " La segunda enseñan za ten ía qu e ver con aque llo por donde hab ía de ven ir su remed io ... " [f. 42v] " Dice que los fie les verán la gloria del Señor y la m aj est ad de nuestro Dios, por donde se sign ifica nueva manera de se r p resent e Dios en el mu ndo." (f. 7 ss r)

Potencia. Virtud para ejecuta r una cosa. Como potenc ias d el alma hu mana Const ant ino menciona el entendim iento, la vo luntad y la memoria. "Y es que así como Dios t iene un ser si m plicísi m o y en este ser hay tres pe rsonas Divi nas, así en el alm a del homb re hay un ser esp iritual y simp le con un orden y un co ncierto de tres pot encias, que son: enten d im ien t o, vo luntad y memoria, a través de las cua les su exce lsa nat ura leza esp iritu al se man ifi esta, actúa y da

prueba de lo que es." [f. 7sr] (f. 3o 7r)

Predestinación. Elecció n divi na de sa lvació n. Ver apé nd ice Soteriología. Propiedad. Atribut o o cualidad esencial d e una persona o cosa. En la creac ión Dios "seña ló a cada cosa su oficio y su propiedad." [f. i 4 r] " Ent re los árboles

del paraíso había uno muy señalado cuyo fruto tenía propiedad de conservar vida m uy largamente." [f. 39v] "Se les atribuyen nombres q ue en rigor y en ve rdadera p rop iedad no les convienen. [f. 95 r)

Quilate. Grado de perfección. El q uilat e es un a unidad de peso para las pe rlas, piedras y met ales preciosos. En el caso del oro: cada una de las vein ticuatroavas part es en peso de o ro pu ro que co ntiene cualquier aleación de est e m et al. Consta nt ino hace un uso frecue nt e del término. " La natu raleza angé lica t iene pe rfecció n muy grande so bre la h um ana: tiene ser de mayores q uilat es y de más bondad natura l." [f. sv] " Imp orta nt e es sa ber q ue Dios está al co rriente de todas las obras y todos los pensa m ient os, bue nos y malos de los hom bres. Dios lo co noce tod o y lo pesa, sin que falt e ni so bre qui lat e. Juez será de t odo y a todos dará su correspond iente retribució n." (f. 735 r) " Part e im portante es del ser humano, q ue es u n co mpuesto de cuerpo y de alm a; y si bien la naturaleza corpora l no sea de tantos qu ilates como es la del alma, t est imonio es de la Divina Escritura haber recib ido grande honra al d ecir m et afóricamen t e que fue ro n nada m enos las manos de Dios que forma ron el cuerpo." (f. 28 3r)

Sacramentos. Ver apénd ice bajo este títul o. Sacrificios. "Todos los profetas, desde Moisés en ade lante, siguiendo la inspi·

rac ión del Espíritu Santo, proc laman como mensaje centra l la mu erte del H ijo de Dios. Esta es t ambién la enseñanza qu e se encierra en los sacrificios y cere 2 2 m on ias de la antigua Ley." (f. v) "Cuando Juan el Baut ista vio que Jes ús se

º

le acercaba, d ijo: ' Est e es el co rdero de Dios qu e q uit a el pecado del mu ndo.' Un1 ,29). En est as pocas pa labras resum ió el Ba ut i st a el m ister io de la ley en sus sacrific ios y q ue tuvo perfecto cumplim ien t o en el sacrificio exp iatorio de Cr isto en la cruz. En las pa labras proféticas de lsaías ya se hablaba del Mes ías como 'corde ro que bajo terri ble angustia y afl icc ión había de ser llevado el 20 m at adero."' (Is. 53,7) (f. sv) "Toda la Escritura incide en este misterio de q ue en la m uerte del H ijo de Dios nosotros t ene m os un sacrifi cio pe rfecto. Gracias a este sacrificio es resta urada n uestra vida y ve ncida nuestra muerte. As í, pues, todos los que se ab raza n a est a m uert e pasarán de m uerte a vida. El mismo Rede nto r afirmó que todo aq uel que en él creyere t end rá vida et erna." , d.ice 5oteno . Iog,a. , 3,16) . (f. 212r) Ver apen Salida.

Un.

Hallar salida: hallar respuesta ; resu ltado. "Di m os a todos cla ra y cum-

plida sa lida." (f. , 39r) Santificación . " Por el Esp íritu Sant o es mortificado el v iejo hom bre q ue rei -

naba en nosotros po r el pecado, y por él resuc ita al nuevo hombre en nosotros y lo v iste del hábit o de Jesucristo y de la re presentación de su imagen ." (f.

2

sov) " El ofic io del cr istiano es un irse con el hombre n uevo para qu e cada día

crezca su re novación, y pe lear contra el viejo, para que cada día vaya en mayor . . ,, (f. 21 3v) deca ImIento.

Salud. Sa lvación.

Seda. En filosofía, hasta bien entrado el siglo XVI 11, la palabra secta designaba cada una de las enseñanzas disti ntivas de pe nsam iento profesadas desde anti guo, y no ten ía sentido peyorat ivo alguno. Para designar esta sign ificació n genera l pau latinamen t e el término contexto

secta fue sustitu ido por el de escuela. En un

religioso el térm ino secta suele designar formas de creencias que se

estiman erróneas, e incl uso heréticas, q ue han surgido en el seno de una confesión re ligiosa que se est ima co m o originaria y verdadera. Const anti no usa el térm ino a veces como sinónimo de

religión y en ocas iones de creencia

fa lsa surg ida en la Iglesia. Habla de "sect as reprobadas, como la de los gen t I.1es, 1a d e Ios moros, y

• d' en parte tam b., 1en 1a d e 1os JU I0s.,, (In t rod ucc ión)

"Todos los errores y todos los engaños que t ermi naría n lleva ndo al linaj e hum ano al caos de las sect as f ueron introducidos por el demon io al aprove charse de la caída del hombre en el pecado." (f. 338 r) "Uno de los testi monios m ás importantes co n los que nuestra re ligión ha sido favorecida es el de la claridad de su doctrina. Ciertame nte no es esto lo q ue disti ngue a las sectas y a otras co ncepcio nes re ligiosas de oscu ras creencias inspiradas en los engaños de Satanás." (f. 33 iv) "Al surg ir la secta de los arrianos, los líderes y prelados de la Igles ia celebraron el Conc ilio N iceno ." [f. 6 9r]

Sentencia . Dictamen; parecer generalizado de m uchos entend idos sobre algo;

dicho grave; declaración del juez. "Sent encia es de muchos, que ... " [f .i zv] " Por sentencia de Dios la tierra prod uce ahora cardos y espinas - como si se hal lara zaherida por el pecado del hombre- , y en los frutos que prod uce parece como si hubiera una secreta denu ncia contra el hom bre que traic ionó al Señor que lo creó." [f. zgv] " Esta fue la sentencia que pronu nció la boca del Señor que lo había creado - buen conocedor de los qu ilates de la m aldad con que fue desobedecido- ." [f. 28 r] Sentir. Experimentar, juzgar, creer. "Tanto el sentir como el pensam iento del

hombre está incl inado a la maldad." [f. 3ov] "Cualquiera, pues, que quiera ser sa lvo, así ha de se ntir de la Trinidad." [f. 75v] " ... Las fac ul tades corporales, por 86 las reglas de su sentir, no pueden experimen t ar lo espiritu al." [f. r] "Ser reyes es senti rnos t an ricos y poderosos al tener a Dios a nu est ro lado ... " (f. l 71r)

Señal. Muest ra, marca, signo, nota, indicio. " ... No permite Dios que esta m ala

serpiente no m uestre alguna señal por la que pueda ser reconocida - si bien es cierto que por nuestros pecados unas veces se t ransform a bajo un aspecto mejor- ." [f ·26v] "Señal de su grande m iseria." [f. 4 or] " Las señales de las promesas futuras." [f. 4 zv] " Es por esta razó n que puso Dios sobre Caín u na seña l." [f. 45v] "Es u n f undament o de las cosas que esperamos, y señal de lo que no vemos." [f. 76 v] "Señal de tierra fructífera y abu ndosa." (f. 164v) "El madero fue señal de la ira de Dios, y seña l de mald ición." (f. zo 7v)

Señalado. Insigne, famoso, po rte ntoso, de espec ial singularidad. "Entre los árbo les del paraíso había uno m uy se ñalado cuyo fruto tenía propiedad de conservar vida muy largamen t e... " [f. 39 v] " ... Donde trat a lo que seña ladament e en el mundo da t estimonio de la gloria de Dios." [f. 3v] "Comu n icándoles desde el cielo señalados beneficios." [f. 42v]

Significar. Demostrar, dar a ente nd er, rep resent ar, expres ión o signo de algo. 26 "Con esto se q uiere sign ifica r... " [f ·

v) "Est e ca m ino y este remedio est á

sign ificado en las breves palab ras ante riormen te mencionadas." [f. 33 r] "Sign ificado de la sentencia." [f. 36v] "Todo esto cont enía un a m isteriosa sign ifi cac ión." [f. 39v] "Por donde se significa n ueva manera de se r prese nte Dios en el m un do." (f. issr) "El m ismo ángel declaró el sign ificado del nombre Jesús, que en hebraico quiere deci r salvador, pues el que iba a nacer sa lva ría a su pueb lo de sus pecados." (f. 159 r)

Talmud. En el vocab u lario hebreo sign ifica estudio, enseñanza, conocimiento. Conocimiento especial de la Torá -d el Pentateuco, de la Ley- . La pa lab ra Tal-

mud designaba, además, el estudio de la trad ició n oral y de la ju risprudencia de los doctores de la Ley. " Los j udíos se cierran con la pertinacia de su pasado, con lo qu e dijeron sus t alm udistas, y q ue es cuest ión de evit ar todo tipo de disputa." (f. 334 r) " En el Talmud se hace también mención del Bautista; pero ta l es la pertinac ia del pueblo j udaico, que a pesar de la esti m a q ue d ice que le p rofesa, no acept a su testimonio sob re Jes ucristo, el Mesías p rome-

t .d o.,, (f. 385v) 1

Tasa .

Precio, tope, máximo, número determinado. "Según modo y tasa permi•

siva de Dios ." [f. i zr] "El ung imiento de estos do nes, sin tasa y sin med ida, sobre nuestro Redentor y Cabeza de la Iglesia ... " (f. z 54v) "Con esta enseñanza se rebate el error que quis ieron introducir algu nos diciend o que si la tasa de pecados rebasaba cierto límite, no hab ía pos ibil idad de que los que los habían cometido pud ieran ser perdonados y reconc iliados co n la Iglesia." (f. z 77v) " Esta confianza pone sos iego y tasa a nuestros deseos y nos libra de las vanas co ngojas que frec uentemente se ntimos por las cosas de l mundo." (f. 349v) mport ancia, valor, estima. "Los que más tomo y más peso tie nen , no , a ll'd , ,, [f.26r] van mas a e una vana 1.mag1.nac1.on.

Tomo.

1

Ca mb iar, vo lver, regresar. "Pond rá fin a aq uel la amistad y la tornará en grande e nem istad." [f. 33 v] "...Y tornar a resta urar e l mu ndo y a devolverle su hermosura." [f. 49 v] " Muchas tristezas se tornarían en alegrías ." (f. ,, gv) "Por

Torna r.

su pecado e l hombre ca ía en la jurisd icción de la muerte y había de retornar a la tierra de su procedencia originaria." (f. i45v) Trabajos.

Labores, vicis itudes, obras, cargas, dificu ltades, esfuerzos. "En tra-

bajos comerás de su fr uto todos los días de tu vida." [f. zsr) "Si padece t rabajos y esta lle na su vida de infel icidades y de miserias, su pecado fue causa de todo." [f. 3zv] " El sendero de l llamamiento Divino no está exen to de tra. . ba¡os, persecuciones, ca 1umn 1.as y neces1.d ad es.,, (f. 391v-f. 392r)

Troca r. Cambiar una cosa por ot ra; mudar, variar, alte rar. " No ha llaría otro

bien por el cual trocar ía esta sabiduría ... " [f. 3r) Virtud. Ca pacidad para producir o causar algún efecto; pode r, eficacia; inte•

gridad, bondad. "...Y t uv iera buen cuidado en ejercita r las virtu des qu e el Crea• dor le hab ía dado ... " [f. ,Sr] "Todo habr ía sido vida de justicia, de com pleta vir1

tud, de admi rab le orden y de excelsa escuela de ciencia Divina." [f. 9v] "En el vientre de esta mujer sería concebido un hijo de grande virtud y de tan gra nde pode r que quebra nta ría la cabeza de la se rpiente." [f. 34v] "Si la virtud es maltratada en el mundo - qu e es uno de los argu mentos de nuestra ignorancia- , no de be maravi ll arnos de que el pecado esté real mente obra nd o sus propósitos." (f. ,3ov) "Toda su vida fue un mode lo de virt udes, un eje mplo de rect itud." (f. 343v)

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