Doris Cullen - La Princesa Embarazada

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  • Words: 42,273
  • Pages: 135
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Copyright Page This book was automatically created by FLAG on July 28th, 2012, based on content retrieved from http://www.fanfiction.net/s/7025253/. The content in this book is copyrighted by Doris Cullen or their authorised agent(s). All rights are reserved except where explicitly stated otherwise. This story was first published on May 27th, 2011, and was last updated on June 1st, 2011. Any and all feedback is greatly appreciated - please email any bugs, problems, feature requests etc. to [email protected].

Table of Contents Summary 1. Chapter 1 2. Chapter 2 3. Chapter 3 4. Chapter 4 5. Chapter 5 6. Chapter 6 7. Chapter 7 8. Chapter 8 9. Chapter 9 10. epilogo

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Summary ADAPT. Compartieron una noche prohibida de encendida pasión... sin conocer sus respectivas identidades. Meses después, con un precioso secreto creciendo en su vientre, la princesa Isabella Swan fue a Estados Unidos a buscar al padre de su hijo.

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Chapter 1 Esta es una adaptación con algunos de los personajes de Stephanie Meyer, la historia no es mía , en el ultimo capitulo les diré el nombre de la autora y el nombre original de la historia . . .Capitulo 1 .. Dios, hacía calor. Edward Cullen se pasó una mano por el tupido pelo cobrizo y se puso las gafas de sol. Arizona podía ser un lugar estupendo para un hombre empleado todo el año en la construcción, pero prescindiría del calor. Estaban a finales de enero y la temperatura ese día había llegado casi hasta los treinta grados. Bebió un largo trago de la botella de agua que acababa de comprar y luego salió del interior fresco de la tienda al calor de la tarde. Se quitó la camiseta y se la pasó por el pecho al tiempo que sonreía con gesto distraído a dos mujeres cuyos ojos se abrieron de forma apreciativa. Giró la vista al puesto automático de periódicos de la esquina y se detuvo en seco. La Princesa de Forks Inaugura Hospicio. Se quedó con la vista clava en el titular. Se colocó la camiseta sobre el hombro, dejó el agua sobre el puesto mientras buscaba unas monedas en el bolsillo de los vaqueros. Introdujo treinta y cinco centavos y abrió la puerta para sacar un ejemplar. Forks era un reino diminuto; su realeza rara vez recibía la misma atención de los medios que se le brindaba a la familia real británica. Había una escueta nota de prensa acompañada de una foto reducida y poco definida de una mujer pequeña y esbelta que bajaba de un coche. -5-

Acercó el diario a la cara, como si eso pudiera brindarle más nitidez, y observó la imagen granulada. El pelo de la mujer ocultaba gran parte de la cara y no podía discernir su color en la toma en blanco y negro. No obstante... podía ser ella. Los rasgos que habían consumido sus sueños los últimos cinco meses flotaron en su mente mientras ojeaba el artículo. Lo bombardearon los recuerdos y el pulso se le aceleró. Esa tarde la princesa Isabella iba a ir a Phoenix, Arizona. Permanecería allí varios días, y al día siguiente haría una aparición pública para recaudar fondos para un hospicio infantil. ¡Isabella! ¿Era ese su nombre? Dejó el periódico en el asiento mientras subía a la furgoneta y arrancaba. Forks. Cinco meses atrás había asistido a una de las galas benéficas de la realeza, un baile de disfraces. Era la primera vez en los últimos diez años que había estado en casa, la primera vez desde que le informó a su padre, el Gran Duque de Olimpyc, de que no tenía intención de asumir el título ni de vivir a su sombra. Y oír que los criados de la familia lo llamaban príncipe de Olimpyc, el título que había recaído sobre sus hombros junto con las demás responsabilidades para las que lo habían educado, le había recordado los motivos por los que había tomado la decisión de vivir en los Estados Unidos. No quería esas responsabilidades. Con ironía se preguntó si su padre sabría que cinco meses atrás Edward había seducido en un jardín a una de las princesas de Forks. No era un acto muy responsable, aunque la dama en cuestión hubiera estado tan encendida y receptiva como él. Desde entonces había pensado mucho en ella. Había sido gentil y dulce, con un destello de inocencia que había resultado ser algo más que un destello. Aún así, no había podido resistirse. Pero al menos él le había explicado con sinceridad que se marcharía al día siguiente. No podía acusarlo de no ser honesto en sus intenciones. No obstante, no le había dicho quién era y en ningún momento había esperado volver a ver a su bonita amante. Aunque jamás habría imaginado que la tendría tan arraigada en su recuerdo como para pensar en ella a todas horas del día y la noche. Con irritación movió los dedos sobre el volante a la espera de que cambiara el semáforo. A pesar de que no podía imaginar que ella conociera su identidad, años de frustrar las maquinaciones de su padre habían aguzado su naturaleza suspicaz. Apretó los labios. ¿Tendría algo que ver su padre en la súbita aparición de la -6-

princesa en Phoenix? ¿De algún modo habría averiguado lo sucedido aquella noche? Se obligó a relajarse. Quizá sólo fuera una simple coincidencia. Quizá ni siquiera se tratara de la misma princesa, siempre que su misteriosa amante hubiera sido una de las princesas de Forks. Pero era posible que años de vivir lejos hubieran agotado su instinto de autoconservación. Su padre poseía una capacidad increíble para imponer el tema de un matrimonio real sobre su primogénito. Aunque él no tenía intención de casarse con nadie de sangre real. Jamás. Ser el heredero del maldito título que su familia tanto reverenciaba le había causado más dolor en su infancia del que ningún niño debería soportar. No tenía intención de que sus hijos pasaran por la misma experiencia. No, el Ducado de Olimpyc recaería en su hermano menor, Jasper. En cuanto al matrimonio... cuando considerara que había llegado el momento oportuno, pensaba encontrar a una agradable joven americana de ascendencia normal para asentarse en una anónima felicidad conyugal. ¡Ni se le pasaba por la cabeza casarse con una princesa! Recogió el diario y volvió a leer el artículo. Se iba a alojar en el recién inaugurado Hotel Shalimar. Su empresa había obtenido la licencia para completar los trabajos en sus instalaciones de recreo y aún tenía allí a un equipo de trabajadores. Quizá debería pasar por allí para ver cómo avanzaban las obras. Mientras admiraba los mármoles de tonalidades pastel del nuevo hotel de lujo, Bella pensó que era un lugar precioso. Aunque estaba acostumbrada a eso. A lo que no estaba acostumbrada era a la libertad. Mientras se dirigía al restaurante imaginó que para todas las personas que había por el vestíbulo; caminar a solas por un hotel de cinco estrellas era algo tan corriente que no merecía más atención. Pero para ella, habituada a los guardaespaldas y a los sistemas de seguridad, las agendas estrictas y las cámaras de vigilancia, resultaba increíblemente estimulante. Atrevido. Un poco aterrador. -Señora, ¿tiene reserva? -preguntó el maître cuando ella se aproximó. -Sí -sonrió-. Bella Swan. Mesa para uno. -7-

Al instante la cara del hombre adquirió una expresión encantada. -¡Ah, princesa Isabella! Alteza, permita que le dé la bienvenida a La Belle Maison. Su mesa está lista -hizo una reverencia y le indicó que lo precediera, señalando un rincón iluminado con una vela donde un camarero aguardaba con la servilleta preparada. Bella ocupó el asiento que le habían preparado, dejando que los hombres velaran por su comodidad. Mientras leía el menú, su mente seguía en el vestíbulo, donde durante unos minutos había caminado sola, libre, sin nadie que la adorara ni que se preocupara en cada instante por ella. Suspiró. -Tomaré el especial, una ensalada con el aliño de la casa y las zanahorias. Sin patatas, gracias. Mientras el camarero partía a toda velocidad, sintió un movimiento leve pero muy real en su vientre. Con discreción apoyó una mano en él y le dio una palmadita al abdomen bajo los pantalones y la túnica sueltos que llevaba. «Hola, pequeño. Es posible que hoy conozcamos a tu papá». Apoyó la barbilla en una mano. Cuánto esperaba poder encontrar al hombre misterioso con quien había compartido una noche deliciosa de amor cinco meses atrás. Había dicho que era americano, aunque sonaba como un nativo del reino de su padre. Y aunque había tenido que regresar a los Estados Unidos, olvidó su tarjeta, una pista para hacerle saber dónde podía encontrarlo. Cullen Diseño y Construcción, Phoenix, Arizona, U.S.A. Al parecer el padre de su bebé trabajaba para la empresa. Había esperado que regresara por ella y, desde luego, eso aún era posible. De hecho, estaba segura de que lo haría, ya que no le cabía ninguna duda de que él había experimentado tanto como ella el extraordinario vínculo que había existido entre los dos. Pero ya no podía esperar mucho más. Él desconocía que el tiempo se agotaba. Se sintió desanimada. Faltaba poco para que tuviera que hablarle a sus padres del embarazo. Empezaba a resultar difícil ocultarlo bajo la ropa. Al presentarse la oportunidad de ir a los Estados Unidos con sus tres hermanas para buscar a su hermano perdido, la aprovechó con la esperanza de poder escabullirse y dar con su misterioso amante. -8-

La buena suerte había conducido su búsqueda a Hope, Arizona, a un hogar adoptivo donde su hermano secuestrado podría haber sido llevado treinta años atrás. E incluso la fortuna intervino para que Catalina se hallara a sólo unas horas en coche del lugar donde podría hallarse ese hermano, brindándole una excusa perfecta para quedarse en Phoenix. Preparar una gala benéfica para el proyecto del hospicio había sido fácil. Ya sólo podía esperar que la justificación para visitar Phoenix devolviera a su vida al Príncipe Encantado. Había sido tan atractivo, tan maravilloso. Desde el momento en que sus ojos se encontraron a través del atestado salón en la gala anual infantil que celebraba su hermana Ángela, supo que se trataba de alguien destinado a ser muy especial en su vida. Bailaron y bebieron champán, y a las pocas horas había perdido la cabeza por ese hombre cuyo nombre ni siquiera conocía. Y estaba convencida de que su amante había sentido lo mismo. El recuerdo de aquella velada perfecta la hizo sonreír. Había convencido a Rosalie de que le dijera a los guardias que ya se había retirado a sus aposentos a dormir. Y entonces lo había conducido al pequeño pabellón octogonal situado en el extremo más apartado de los jardines. La estructura acristalada estaba amueblada con unas chaise lounges sencillas para pasar el rato durante las largas tardes estivales. Una de ellas permanecería para siempre en su memoria. Allí la había besado hasta que Bella creyó que moriría de placer, para luego tumbarla con suavidad y... -Lléveme a la mesa de la princesa -la brusca voz masculina penetró en sus ensoñaciones. -La princesa cena sola, señor. No creo... El corazón comenzó a palpitarle con fuerza al reconocer la voz de su amante. Había planeado ir a visitarlo al día siguiente. En ningún momento se le pasó por la cabeza verlo tan pronto. Se incorporó a medias y la servilleta se le cayó al suelo. Pero no se dio cuenta. Toda su atención se centraba en el hombre que había de pie en la entrada del restaurante. El hombre cuya firme mirada la impulsaba a no apartar la vista mientras los recuerdos de las horas pasadas juntos crujían en el aire que los separaba. Tenía unos ojos de un verde oscuro y peligroso, protegidos por unas pestañas -9-

negras y tupidas por las que cualquier mujer habría matado. La última vez que se habían visto, esos ojos habían irradiado una calidez nacida del deseo. En ese momento, brillaban con una mezcla de desconcierto, cautela y lo que le pareció un toque de ira. -Olvídelo. Ya la veo -su voz sonó profunda y dura al avanzar, sin hacer caso alguno de los camareros que revoloteaban a su alrededor. -¡Pero... señor! No está vestido para... ¡señor! Es obligatorio llevar corbata y chaqueta en el comedor... Al verlo acercarse, descartó las dudas. Le alegraría verla. Desde luego que sí. Y estaría tan encantado como ella por el bebé. ¡El bebé! Un protector mecanismo maternal la impulsó a sentarse. Con rapidez recogió la servilleta y se la colocó sobre el regazo. No cuestionó el instinto que le indicó que ése no era el momento para hablarle de su inminente paternidad. Ya habría tiempo más adelante. Después de que hubieran llegado a conocerse mejor. El pensamiento la encendió. Alzó la barbilla y dejó que la calidez de sus sentimientos se mostrara en sus ojos al sonreírle al hombre que se aproximaba a su mesa. El hombre cuyo rostro serio no ofrecía nada parecido a la bienvenida por la que Bella había rezado. Era enorme. Fue lo primero que registró al superar la sorpresa de verlo tan inesperadamente. Por supuesto que lo recordaba grande, pero el hombre que marchaba con una camiseta blanca, unos vaqueros gastados sujetos por un cinturón de cuero con una hebilla de plata y botas polvorientas era, sencillamente, enorme. No obstante, al centrarse en su cara supo que era la misma persona que le había dado su corazón, y mucho más, cinco meses atrás. Su pelo era cobrizo. La noche en que se conocieron estaba bien peinado, pero al transcurrir la velada lo tuvo tan alborotado como en ese momento. Las sombras resaltaban unos pómulos altos y sus labios firmes, que recordaba con una sonrisa sensual, aparecían tan carnosos y estimulantes como siempre, aunque en ese instante apenas eran una línea fina. -¿Cómo me encontraste? Fuera lo que fuere que ella esperó, eso no formaba parte de ningún saludo que hubiera imaginado. - 10 -

-Tu tarjeta -indicó con un gesto de la mano-. La que me dejaste. -Yo no te dejé ninguna tarjeta. -Oh, sí, ¿no lo recuerdas? Estaba en la chaise lounge cuando yo... -calló con súbito bochorno. Entonces comprendió el significado de su negativa. No había tenido intención de dejarle la tarjeta. No pretendía que jamás lo encontrara. La idea resultaba demoledora. Al final levantó el mentón y adoptó su expresión más real, la misma que empleaba su familia para ocultar sus emociones ante los fotógrafos. -Al parecer me equivoqué al dar por hecho que querías que te buscara en los Estados Unidos -manifestó con voz distante-. Lo siento. -Hace muchos años le dije a mi padre que jamás me casaría con ninguna de vosotras. -¿Qué? -su rostro reflejó desconcierto. La conversación carecía de sentido. Meneó la cabeza-. ¿De qué estás hablando? -De un matrimonio preparado. Con una de las princesas -cruzó los brazos y la miró con el ceño fruncido-. Contigo -la señaló con un dedo. Si quería intimidarla, hacía un trabajo magnífico. Pero ella no pensaba dejar que la amilanara. No importaba que su corazón se estuviera haciendo añicos. Menos mal que no había tenido la oportunidad de compartir con él ninguno de sus tontos sueños. -No vine aquí a casarme contigo -indicó con tono medido y bajo por el nudo que sentía en la garganta. La expresión de él se tornó más oscura, si eso era posible. Despacio descruzó los brazos y se apoyó en la mesa. Ella se obligó a no echarse hacia atrás. -No me divierte tu pequeña representación -soltó con los dientes apretados-. Si has venido aquí con la esperanza de llevarme a Forks como un maldito trofeo, deberás cambiar de planes, princesa. - 11 -

¿Qué le pasaba? Bella no había hecho nada para encolerizarlo tanto. -No he venido a llevarte a ninguna parte -tuvo que contener los sollozos-. El motivo de mi viaje es otro... aunque sí deseaba hablar contigo -reinó un silencio tenso. El hombre que había sido su amante tardó un buen rato en mover un músculo. Ella sintió que una lágrima escapaba y caía por su mejilla, pero ni siquiera alzó una mano para secarla-. En cualquier caso, ¿quién eres? -inquirió con voz trémula. Él sonrió, mostrando unos perfectos dientes blancos que, de algún modo, representaron más una amenaza que una cortesía. Alargó el brazo por encima de la mesa, tomó su mano pequeña, cerrada, e hizo una reverencia. -Edward Anthony Robert Thomas Cullen, príncipe de Olimpyc y heredero del Gran Ducado de Olimpyc, a tu servicio, Alteza Real -recitó-. Como si no lo supieras. Espérame a cenar en tu suite mañana a las siete. Antes de que ella pudiera retirar los dedos, él depositó un beso en el dorso de su mano, sin apartar la vista de sus ojos. A pesar de la animosidad y del antagonismo que emanaban de su gran cuerpo, una imagen vivida de la intimidad con que sus labios habían recorrido su cuerpo invadió la mente de Bella. Se le encendieron las mejillas y se maldijo mentalmente, porque en los ojos de él brilló el conocimiento de lo que pasaba por su cabeza. -Y en esta ocasión prepárate para contestar a mis preguntas, princesa. Bella caminaba nerviosa por la suite cuando el reloj dio las siete a la noche del día siguiente. ¡El príncipe de Olimpyc! Aún no podía creerlo. De niños, sus hermanas y ella se habían burlado del severo Gran Duque. Todavía podía recordar la imitación certera de Rosalie en el salón de juegos, alardeando de los logros estudiantiles de su hijo mayor en Inglaterra y los Estados Unidos, que hacía que Jessica y ella se partieran de risa. Incluso Ángela, cuyo excesivo sentido de la responsabilidad y rango como la mayor, en momentos había reído hasta que se le saltaban las lágrimas. Cuando las niñas crecieron lo suficientemente para ser presentadas en la corte y comenzaron a asistir a los bailes y a las funciones oficiales del reino, habían especulado sobre el invisible heredero de Olimpyc. Aunque no era mucho mayor que Ángela, ninguno de las hermanas lo había visto. Llevaba ausente años en Eton y Oxford, para luego ir a Harvard, en los Estados Unidos... y poco después, al menos eso había oído ella, se produjo una disputa entre el Gran Duque y su primogénito. - 12 -

De no ser por Jasper, el atractivo hijo menor, que defendía la existencia de su hermano, habría pensado que Edward era una invención. Bueno, ya había descubierto que existía. Apoyó una mano en la ligera hinchazón de su vientre, oculto bajo el amplio vestido que había elegido llevar esa noche. Ella podía garantizar que existía. Las preocupaciones del presente cedieron ante la oleada de recuerdos que aún podían ruborizarla. Rememoró la primera vez que lo había visto. Lucía un severo esmoquin negro. Su única concesión al baile de disfraces había sido un pequeño antifaz negro de seda que ocultaba la mitad superior de su rostro. Ella estaba de pie en el otro extremo del salón, vestida con el traje de una princesa medieval, cuando sus ojos se encontraron. A los pocos minutos, él abrió un sendero directo a través de la multitud que lo condujo a su lado. -Buenas noches, hermosa dama. ¿Puedo tener el placer de vuestra compañía en este baile? De cerca, resultaba tan grande que podría haber sido intimidador. Pero al permitirle tomar su mano enguantada, sus ojos habían irradiado una calidez verde por las rendijas de la máscara, haciendo que Bella experimentara una extraña sensación de seguridad. Con correcto decoro la condujo en silencio durante el siguiente vals. Ni siquiera le preguntó cómo se llamaba. Disfrutando del juego, ella mantuvo la atmósfera de dos desconocidos, pero a medida que transcurría la velada, la fue acercando con suavidad hasta que Bella pudo sentir su mano grande abierta sobre su espalda, con los largos dedos acariciando la curva superior de su trasero, la fuerza de sus muslos musculosos presionando sus piernas a través del vestido ligero que llevaba. Bailaron de esa manera durante horas, hasta que cada centímetro del cuerpo de ella palpitó de deseo. Sus dedos habían explorado los sólidos músculos de sus brazos y hombros, habían subido hasta su pelo, y también sintió su cuerpo grande temblar contra el suyo. -Larguémonos de aquí -musitó él a su oído, rozándolo con un beso leve. Bella notó una sacudida de necesidad. ¿Había sentido alguna vez algo así? La respuesta fue tan clara... ninguno de los educados pretendientes que se presentaban en la residencia real le había hecho sentir nada parecido a lo que le provocaba ese hombre. - 13 -

Alzó la vista a su cara y sus ojos la inmovilizaron, exigiendo una respuesta y, de esa manera súbita, ella supo que ese era el hombre con el que quería pasar el resto de su vida. Se puso de puntillas y con osadía le dio un beso fugaz en los labios, luego llevó la mano atrás para soltar los dedos de él de su espalda. -Deja que vaya al tocador -indicó-. Te veré en la terraza. Pero al darse la vuelta él la tomó por la muñeca y alzó una mano grande a su rostro, acariciándole la mejilla con un dedo. -No tardes mucho -musitó con voz profunda que provocó escalofríos de excitación en Bella, haciendo que su cuerpo se contrajera en una incontrolable reacción sexual. -No -prometió al girar la cabeza y besarle el dedo, para luego marcharse. Y no tardó. Le llevó unos momentos localizar a Rosalie, que coqueteaba alegre y sin pudor con un grupo de jóvenes. Sin reparos la apartó a un lado. -Cúbreme esta noche. He conocido a alguien. -¿A quién? -los ojos azules de su hermana se abrieron mucho con curiosidad. -Te lo contaré mañana. Hoy cúbreme, ¿de acuerdo? -De acuerdo. Desde niñas las dos habían compartido el anhelo de libertad de los siempre presentes guardaespaldas que seguían todos y cada uno de sus movimientos. A Ángela, inmersa en lo correcto, y a la querida y sosegada Jessica no parecía importarles la atmósfera opresiva. Pero para ellas había sido un gran juego esquivar a los guardias, y a menudo una de las dos susurraría «cúbreme» justo antes de realizar un osado número de desaparición. Se escabulló por una puerta lateral y se dirigió a la terraza desde el jardín, con el corazón latiéndole con fuerza al reconocer a su atractiva pareja de baile de pie del otro lado de la baja pared de piedra de la terraza. -Hola -susurró. El se volvió de inmediato, y al percibirla en la oscuridad se acercó hasta el borde de la pared. - 14 -

-Hola -con un salto poderoso se plantó junto a ella. La tomó por el codo y la apartó de las luces de la terraza hacia el frescor nocturno de los jardines-. Pensé que quizá no ibas a venir. Ella contuvo el aliento consternada y lo miró al tiempo que se aferraba a su brazo. De pronto le resultó de vital importancia tranquilizarlo. -Lo siento. Tardé más de lo esperado. Verás, tenía que... -pero la hizo callar con un dedo sobre sus labios. -Shh. No importa. La miró a los ojos mientras sin ninguna prisa apoyaba las manos en su cintura y la atraía. Bella dejó de respirar al ver que su boca se acercaba más y más. -Llevo toda la noche deseando hacer esto -musitó. Ella eliminó la breve distancia que los separaba y permitió que sus labios se encontraran. Sólo pudo pensar que era algo celestial. La boca de él era cálida y tierna. Al instante sus brazos se estrecharon alrededor de Bella y el beso se tornó más firme, menos tentativo y más exigente. La besó como si fuera lo único que existía en el mundo, y su lengua la invadió en un ritmo básico y primitivo que se hizo más fuerte e insistente hasta que ella le rodeó el cuello con los brazos y se pegó a él mientras, conquistaba sus labios. Él gimió con un sonido profundo y deslizó una mano por su espalda hasta apoyarla en el trasero, que acarició para luego seguir la unión de sus nalgas con un dedo largo y aferraría con firmeza para alzarla contra su cuerpo. Bella jadeó al sentir la rocosa dureza contra su vientre suave y la palpitante necesidad que le comunicaban sus caderas. Se dio cuenta que también ella movía las suyas, frotándose contra él mientras su cuerpo buscaba la liberación de la necesidad que la recorría toda. La boca de él abrió un sendero por su cuello para bajar por la piel inflamada hasta que su cara quedó pegada a la plenitud de sus pechos. Bella echó la cabeza hacia atrás al sentir que le rozaba un pezón tenso, succionando a través de la tela tenue del vestido; gimió y se retorció al tiempo que le agarraba el pelo. -¿Adónde podemos ir? -preguntó él jadeante al levantar la cabeza. - 15 -

La naturaleza femenina de ella reconoció la primitiva posesión en el sonido. -A... a la caseta del jardín -musitó con aliento entrecortado-. Por aquí... ¡oh! Antes de que pudiera acabar la frase, él la había alzado en brazos y bajado la cabeza para recorrerla con los labios en un reclamo completo que a ella en ningún momento se le ocurrió resistir. Quizá desconociera cómo se llamaba, pero su cuerpo reconocía el de ese hombre. Y mientras marchaba por el camino, se relajó en sus brazos y se entregó al abrazo que debería haberle resultado extraño pero que sólo sentía como... correcto, como si al final, después de veintisiete años de espera, hubiera encontrado aquello que sabía que había estado esperando.

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Chapter 2 Esta es una adaptación con algunos de los personajes de Stephanie Meyer, la historia no es mía , en el ultimo capitulo les diré el nombre de la autora y el nombre original de la historia . . .Capitulo 2 .. A las siete en punto, Edward llamó a la suite de la princesa real de Forks. Casi de inmediato, las puertas dobles se abrieron hacia dentro, como si Bella lo hubiera estado esperando del otro lado. Bella. Durante cinco meses no había tenido nombre. Iba a costarle acostumbrarse a él. Ella mostró su asombro, y Edward supo que debía estar contrastando la imagen que había presentado el día anterior con su ropa de trabajo con el traje negro que llevaba en ese momento. No tendría que haberse sorprendido... ya lo había visto con esmoquin. Y con humor sombrío pensó que lo había visto con mucho menos. -Buenas noches -dijo Bella, apartándose e invitándolo a pasar con un gesto de la mano-. Por favor, entra. -Gracias, alteza -le dio un leve énfasis al título y le gustó ver un leve rubor en ella. Lucía un sencillo vestido de una tela ligera y sedosa que colgaba suelto alrededor de su cuerpo y caía sobre la plena redondez de sus pechos. Recordó los suaves montículos que habían llenado sus manos unos meses atrás... Se sacudió - 17 -

mentalmente, irritado por dejar que su impulso sexual volviera a dominarlo. Como la primera vez que la vio. Aún no sabía por qué había asistido a aquella gala benéfica que se celebraba todos los años. Sin embargo, en cuanto la vio dejó de cuestionárselo. La misteriosa dama y él habían respetado la regla tácita del baile, no identificarse. Aunque tampoco habría podido reconocerla, ya que no se conocían, a pesar de su propio rango real. Cierto es que era más joven que él, y casi toda su vida había estado ausente en el colegio y en la universidad antes de huir de Olimpyc, aunque según los rumores el príncipe Charlie empleaba la más estricta seguridad para mantener a salvo a la familia que le quedaba. Edward supuso que después de haber secuestrado a su hijo pequeño, al que se daba por muerto, mostraría un exceso de protección con sus otras hijas. No obstante, dados todos esos factores, había tenido casi la certeza de que su hermosa dama había sido una de las cuatro hijas del rey Charlie. -¿Puedo ofrecerte algo para beber? -preguntó desde la pequeña barra. -Por favor -se acercó y con un pie aproximó uno de los taburetes-. Bonito sitio. -Sí. Es muy cómodo. -Imagino que no sabes lo que es vivir en un lugar que no lo sea. -Jamás he tenido la oportunidad de averiguarlo -lo miró unos instantes-. Depositó una servilleta sobre la barra y se ocupó en prepararle una copa alta. -¿Cómo sabes lo que bebo? -preguntó. -Si prefieres otra bebida, no hay problema. Esto es lo que bebías... la última vez. -Es perfecto -bebió un trago largo. Cuando la vio el día anterior, sus ojos cafés habían exhibido una bienvenida cálida e íntima hasta que él espantó esos sentimientos. Ese día, esos mismos ojos sólo mostraban cautela. Llevaba el pelo suelto sobre los hombros, enmarcando su cara en forma de corazón. Bella continuó detrás del bar, donde se preparó también una copa, aunque sólo se sirvió zumo de arándanos. Señaló el centro de la estancia, donde una mesita rodeada de sillones contenía una bandeja llena de canapés. - 18 -

-¿Nos sentamos? -Desde luego -se levantó del taburete y con un gesto le indicó que lo precediera. Edward la siguió y ocupó un asiento en ángulo al de ella; aceptó el plato que Bella le ofreció. Había trabajado todo el día y sólo había dispuesto de tiempo para llegar a su casa, darse una ducha y cambiarse antes de dirigirse al hotel, por lo que estaba muerto de hambre. Mientras llenaba el plato con una selección de canapés, la miró. -¿Tú no vas a comer? -No tengo apetito -meneó la cabeza con nerviosismo-. Por favor, que eso no te detenga. -Si estás segura -esa rígida cortesía ya empezaba a irritarlo. Otro de los motivos por los que no pensaba volver a Olimpyc. Bella asintió. Durante unos momentos reinó un silencio incómodo. A juzgar por el modo en que ella movía los dedos, a Bella le molestaba mucho más que a él. Edward se dedicó a comer hasta vaciar el plato, pero alzó una mano para rechazar su segundo ofrecimiento. -No, gracias, esto me sustentará de momento. -Como quieras -esbozó una pequeña sonrisa y lo estudió con curiosidad-. Eres muy americano, ¿verdad? -Este es mi hogar ahora -respondió. -¿Este país te atrae mucho más que Olimpyc? -preguntó ella con suavidad. -Cuando era más joven, cualquier lugar en el que no estuviera mi padre me atraía -comentó con ironía-. Ahora... sí, me gusta vivir aquí. Es un sitio cálido, donde brilla el sol casi todo el año... algo que no se puede decir del Atlántico Norte -situado a poca distancia del Reino Unido, en su país natal llovía con frecuencia, estaba nublado casi siempre y hacía frío. -No -convino ella de nuevo con una leve sonrisa-. Es verdad. La observó, consciente del destello de atracción sexual que se encendió en sus - 19 -

entrañas. Era tan hermosa como la recordaba, e igual de seductora. Su buen humor se desvaneció. -¿Por qué me sedujiste? -inquirió. Ella abrió mucho los ojos y alzó la cabeza como si la hubieran golpeado. Se puso pálida y luego colorada por la indignación. -¡Yo no te seduje! -Muy bien -aceptó tras meditarlo-. Te lo concedo. Pero, si no recuerdo mal, fue algo completamente recíproco. Durante un instante ella lo miró en silencio y él observó fascinado como el color subía por sus mejillas. Al final, con el mismo tono neutral que había empleado antes, comentó: -¿Por qué querría seducirte? -¿La palabra «compromiso» te dice algo? -Si no estoy comprometida con nadie -negó, desconcertada. -¿Tenemos que proseguir con este pequeño juego de engaño? -bufó él-. Muy bien, no tenías por qué ser «tú». Mi padre no muestra ninguna predilección mientras la unión se produzca. Sabes muy bien que una de vosotras algún día se casará con el Gran Duque. Intentabas aventajar a tus hermanas, ¿no? Después de todo, si no puedes tener a un rey, lo mejor después sería un gran duque. -¿Crees que me casaría por un «título»? -lo observó boquiabierta sin prestar atención a su acentuado sarcasmo-. Mi padre en su vida ha arreglado un matrimonio. No sé por qué crees que haría algo así. -¿Quizá porque desde que tengo cuatro años mi padre ha estado diciéndome que algún día me casaría con una de las princesas? -Nosotras nos casaremos con quien deseemos, ajenas a los deseos de tu padre. -Hmm... hmm -fue un sonido escéptico. -¡No ha habido ningún tipo de arreglo! -insistió ella-. En cualquier caso, mi hermana mayor ya está casada. Lo hizo con un ranchero de aquí mismo, de Arizona. - 20 -

Esperan su primer bebé... -Como si esperan diez bebés -espetó él. Ella abrió otra vez mucho los ojos y aunque no se movió, Edward tuvo la impresión de que había vuelto a quedar fuera de su alcance-. ¿Tú eres la segunda en el linaje? -preguntó. -La tercera. Mi hermano era... «es»... mayor. Jessica y Rosalie me siguen. ¿Por qué habían puesto a Bella en su camino en vez de a una de las otras hermanas? Se trataba de un rompecabezas para el que no disponía de las piezas adecuadas y eso no le gustaba. Pero de momento lo dejó a un lado. -Mi padre y tu padre debieron llegar a un acuerdo desde que dejé el país -manifestó-. Y tú fuiste el cordero que decidieron sacrificar. Me pregunto cómo habrá decidido el rey a qué hija mandar. ¿Con los dados? ¿Con una moneda? -Te he dicho que mi padre jamás arreglaría un matrimonio para mí -insistió con voz agitada-. No hay ninguna trama. -Ya no -aseveró, sin importarle lo frío e implacable que sonaba-. Puede que fueras virgen, y es posible que contigo disfrutara del mejor sexo de mi vida, pero no pienso aceptarlo. Vuelve a casa y dile a tu papi que no pienso casarme contigo. El tono que había coloreado sus mejillas desapareció. Por un momento él pensó que iba a llorar. Luego vio que respiraba hondo. -Repito que mi padre no tiene nada que ver en el asunto -se levantó y atravesó la estancia para abrir la puerta-. No planeó que nos conociéramos «o» nos casáramos, y si piensas que intento atraparte en un matrimonio, no podrías estar más equivocado. Puedes marcharte y no volver. Pretendo olvidar que alguna vez nos conocimos. A punto de aceptar la invitación, Edward se levantó... y se frenó en seco, olvidados todos sus pensamientos. Entrecerró los ojos con incredulidad. «Ella estaba embarazada». Se sintió conmocionado al ver la silueta de la princesa perfilada contra la tenue tela del vestido a la luz que entraba por el pasillo... que con claridad mostraba la protuberancia del embarazo. El brazo extendido ceñía el atuendo contra su vientre, haciendo imposible que pasara por alto su condición. Aturdido, cruzó la habitación en dirección a ella. - 21 -

Bella debió reconocer la ira que tensaba sus facciones, porque retrocedió hasta que la pared que había detrás de la puerta frenó su retirada. Él no titubeó hasta quedar prácticamente pegado a ella, con su vientre a sólo unos centímetros de su cuerpo y los ojos llenos de temor mirándolo a la defensiva. -Tú... pequeña... «zorra» -soltó-. Así que la reunión sorpresa era por eso. Tienes un panecillo en el horno y deja que lo piense... -calló y exhibió una sonrisa burlona-. Se supone que debo creer que es mío. Bella jadeó. Al alzar las manos para empujarlo lo pilló desprevenido y pudo obligarlo a retroceder uno o dos pasos. Le temblaba todo el cuerpo. Mostraba una expresión destrozada, pero cuando habló, la voz le tembló de cólera. -Es tu hijo -afirmó-. Mi hermana Rosalie consideró que era justo que lo supieras. Las palabras de ella lo sacudieron hasta lo más hondo, pero logró ocultar su reacción con desdén. -¿Y esperas que lo crea? ¿Parezco tan imbécil? -cruzó los brazos y su propia ira le volvió ruda la voz-. Podría ser el hijo de cualquiera. Los ojos de ella se nublaron y se tambaleó. Alarmado, alargó el brazo para sostenerla, pero se alejó de él con tanta celeridad que estuvo a punto de tropezar con una silla. De un golpe le apartó la mano. -Como amablemente me recordaste, era virgen -musitó con voz trémula. Edward experimentó una protección momentánea e instintiva por su condición, pero antes de que pudiera pensar en algo que decirle que la calmara un poco, Bella giró en redondo y corrió hasta una puerta situada en el otro extremo de la suite, que abrió y cerró con fuerza. Pero reaccionó con rapidez y fue tras ella. Sin embargo, le había sacado suficiente ventaja para echar antes el cerrojo. -¡Bella! -bramó, sacudiendo el pomo-. ¡Sal de ahí! No obtuvo respuesta, aunque a través de la puerta oyó el sonido del agua al correr. Luego otro sonido. Llanto. Apoyó los puños en la madera y contuvo el impulso de tirarla abajo. La frustración y la furia aumentaron en él ante la sensación de sentirse atrapado. Cualquier simpatía que hubiera podido despertar su llanto se evaporó al verse dominado por los recuerdos de su infancia. Había jurado que jamás - 22 -

tendría un hijo, que jamás le haría a un niño lo que le habían hecho a él. «Jamás». Le propinó a la puerta un golpe con la planta del pie. -¡Nadie hace planes para mi vida! -gritó antes de girar en redondo-. ¡Ni mi padre ni tú! Su estado de ánimo era poco mejor a las nueve de la mañana siguiente. Había dado vueltas en la cama toda la noche. En ese momento sentía los ojos arenosos y no paraba de beber café en un intento por revivir sus neuronas, comatosas por la falta de sueño. Pero aún tenía algunas bien, ya que sin esfuerzo pudo recordar la expresión en el rostro de Bella cuando le dijo que el bebé que esperaba podía ser de cualquiera. La destrozó. Se sentía como escoria. Puede que no tuviera intenciones de casarse con ella, pero no era un imbécil. Sabía, con la misma certeza de conocer su propio nombre, que Bella jamás había tenido otro amante. Antes de él, imposible. Después... De haber sido casquivana, no habría llegado virgen cuando la conoció. No sabía muy bien los años que tenía, pero sin duda veintitantos. Decididamente no era promiscua. Y el bebé que esperaba era suyo. Mi hermana Rosalie consideró que era justo que lo supieras. ¿Qué diantres significaba eso? ¿Qué Bella no se lo habría contado? Quizá no lo deseara, quizá todo ese lío lo enfureciera, pero no era un hombre que renegara de sus responsabilidades. Había participado en la gestación de un niño, y lo criaría. Además, ella había esperado demasiado para poder recurrir a un aborto. Aborto. En su corazón sabía que no se lo permitiría. Sin duda habría resultado la escapatoria más fácil, pero la solución lo ponía enfermo. Juntos, Bella Swan y él, habían creado una vida, y no creía que alguno de los dos tuviera derecho a ponerle fin. No. Biológicamente iba a ser padre, aunque no tenía intención de involucrarse en la vida de ese bebé. Se preguntó si Bella había tomado en consideración darlo en adopción. Para él era la mejor idea, pero, de algún modo, dudaba de que su amante pelirroja pensara lo mismo. Ni tampoco la familia real. - 23 -

Bueno. Si ella quería criar al niño, no podía impedírselo. Y en ningún momento tendría problemas para mantenerlo económicamente. Aunque se había negado a usar el dinero de su familia, salvo el fideicomiso que le legó su abuela, había conseguido establecer un negocio respetable para sí mismo en los Estados Unidos. Ajeno al ambicioso maquinador que por desgracia tenía como padre. Demonios. Ya no iba a poder dormir más, y sabía que no podría trabajar hasta que aclarara las cosas con Bella. Tiró el café en la pila, recogió las llaves del coche y se dirigió al garaje. Veinticinco minutos más tarde se hallaba en la suite en la que había estado la noche anterior, conteniendo a duras penas su temperamento mientras la asistente personal que el hotel le había proporcionado a Bella durante su estancia abría los brazos con gesto de impotencia. -Lo siento, señor Cullen, pero la princesa insistió. Yo no consideré que fuera apropiado que ella alquilara un coche por su cuenta, pero no hubo modo de detenerla. -¿Cuántos iban en su grupo? -¿Grupo? Oh, nadie más, señor. Iba sola. ¿Ni siquiera se había llevado a un conductor o a un guardaespaldas? Sintió aprensión. -¿Y su guardaespaldas? -No trajo a ninguno, señor. Edward maldijo con tanta vehemencia que aturdió a la mujer joven que tenía delante. -¿Adónde fue? -No lo sé, señor. Creo que iba a reunirse con un hombre. Lo único que me dijo es que pensaba regresar para la cena. En Forks, eso podía representar las ocho o las nueve de la noche. No pensaba esperar tanto para cerciorarse de que se encontraba bien. Con el apoyo de la empleada del hotel, no le costó conseguir que el conserje le proporcionara el destino de Bella y una descripción del coche que conducía. - 24 -

Con lo protegida que había sido su vida, apostaría cualquier cosa que rara vez, si alguna, había llevado sola un coche. Por no mencionar el pequeño hecho de que los americanos conducían por el lado contrario al que ella estaba acostumbrada en casa. Mientras aguardaba con impaciencia que le proporcionaran los datos que había solicitado, meditó en el resto de las palabras de su ayudante. Otro hombre. ¡Un hombre! A quién diablos podía conocer Bella en Phoenix? ¡Estaba embarazada de su bebé, maldita sea! Cinco minutos después subía a su furgoneta y ponía rumbo a la autopista. Fue al sur de Phoenix por la Interestatal 10, en dirección a Casa Grande. El conserje le había explicado que Bella le había preguntado cómo ir a Catalina, una ciudad pequeña situada entre las montañas Tortolita y el Bosque Nacional de Coronado, justo al norte de Tucson. Puede que le sacara una ventaja de una hora... ¿cómo demonios iba a localizarla? Y menos si iba a reunirse con otro hombre. Le sorprendió su ingenuidad. No sabía nada de los hombres, y cuando la encontrara, iba a dejarle bien claro que como padre del bebé, no pensaba tolerar que otro hombre rondara cerca de su... -¿Su qué? «Nada», se dijo. «Nada. No te pertenece. Necesitas a esta princesa en tu vida igual que un sarpullido». Hacía calor. Bella volvió a inclinarse sobre el motor de su coche alquilado. No tenía ni idea de lo que podía estar buscando entre las piezas negras y grasientas y los tubos de metal. Lo único que sabía era que una nube de humo blanco había empezado a salir de debajo del capó del automóvil unos treinta minutos antes, y que cuando se detuvo en el arcén para investigar el sedán no quiso volver a arrancar. Sintió miedo y los dedos le temblaron cuando con gesto vacilante golpeó una pieza de metal. Era fácil llamarse necia. Una hora antes, lanzarse por una carretera americana en busca del hombre que podía ser su hermano había parecido una gran idea. En ese momento sonaba como el colmo de la insensatez. - 25 -

Sin chofer, sin guardaespaldas y sin teléfono en el coche. En una carretera secundaria sin un edificio a la vista. Sus padres se sentirían angustiados si lo supieran. Le había parecido la ocasión perfecta para comprobar qué se sentía al ser «normal». Pero en ese instante lo único en lo que podía pensar era en que alguien la rescatara... a quien lo hiciera le ofrecería un título nobiliario. Estudió una vez más, el motor y luego recogió el paraguas negro que había llevado y lo abrió, proporcionándose un poco de sombra. Imaginar lo que podría decir Edward si estuviera allí ayudó a que se desanimara más. La consideraba una chica tonta y desvalida que toda su vida había estado protegida del mundo real. Pudo ver el desdén en sus ojos. Iba a rezarle a Dios para que Edward jamás averiguara lo sucedido ese día. Aunque cuando la noche anterior se fue de su suite supo que no volvería a verlo nunca más. Carretera abajo algo la distrajo de sus pensamientos alicaídos. ¡Un coche! Avanzaba a bastante velocidad por el terreno llano y recto, y al acercarse pudo distinguir que se trataba de una camioneta. No importaba mientras el conductor estuviera dispuesto a llevarla a Catalina. Allí alcanzaría su objetivo, que era localizar a Samuel Flynn, el hombre que había sido huérfano en el Albergue Infantil Sunshine, el hogar al que sus hermanas y ella estaban seguras de que treinta años atrás habían llevado a su hermano secuestrado. Sintió un movimiento en el estómago y se secó una gota de sudor de la sien. En ese instante el vehículo se detenía detrás de su coche; entrecerró los ojos cuando el conductor bajó y forzó una sonrisa en sus labios resecos. Hasta que reconoció a la figura grande de hombros anchos del príncipe de Olimpyc. El día comenzaba a alcanzar las proporciones de un desastre. Cerró los ojos con la esperanza de que fuera un espejismo, pero una oleada de vértigo la obligó a abrirlos pronto. Él seguía ahí. Su expresión era ominosa al avanzar hacia ella. -¿Qué crees que estás haciendo? -demandó. -Para mí también es un placer verte otra vez. Qué coincidencia que viajaras por la misma carretera que yo -alzó la barbilla, decidida a no darle la satisfacción de que la viera amilanada. - 26 -

-Sabes perfectamente bien que no se trata de una coincidencia. Te buscaba. No tienes ningún motivo para viajar por un desierto americano sin escolta. -Gracias por tu opinión. Pero adónde vaya y con quién lo haga no es de tu incumbencia -se vio obligada a cerrar los ojos al sentir otro mareo. -¡Bella! -ella sintió que sus manos grandes la sujetaban por los codos. -Puedes llamarme «Alteza Real»... ¡Oh! -chilló alarmada cuando Edward la levantó en vilo-. ¡Bájame! -Será un placer -se detuvo y la depositó sobre el suelo. Al abrir los ojos, ella vio que había rodeado su vehículo y la había dejado del lado del pasajero. Con un brazo a su alrededor, se inclinó por delante de ella y abrió la puerta, luego apoyó las manos en su cintura y con facilidad la sentó dentro. Había dejado el motor y el aire acondicionado encendidos. Bajo las piernas a través de su vestido ligero el asiento de cuero le resultó fresco y ya no sentía el sol implacable sobre ella. Estuvo a punto de gemir de gozo, pero no pensaba darle esa satisfacción. Apoyó la cabeza en el respaldo y se secó la frente con un pañuelo que sacó del bolso. -¿Qué le pasa al coche? -inquirió él. -No lo sé. Intentaba averiguarlo cuando apareciste. -Claro -bufó divertido-. ¿Por qué paraste en medio de ninguna parte? -Salía humo del capó. -¿Humo? -pareció alarmado-. ¿Estás segura de que no era vapor? -No tengo ni idea -se encogió de hombros-. Humo, vapor, algo así. -Existe una gran diferencia -le informó. Luego se irguió-. Abróchate el cinturón de seguridad -cerró la puerta del lado del pasajero con más fuerza de la necesaria. Lo observó por el parabrisas mientras regresaba al Lincoln azul, retiraba las llaves, aseguraba las puertas y volvía a la camioneta. Ese día llevaba puestos otra vez unos vaqueros, que acariciaban la musculosa solidez de sus muslos como las manos de una amante. Recordó la sensación de esas fuertes extremidades contra las suyas, el calor de su piel y la áspera textura de su vello. Su núcleo femenino se - 27 -

contrajo de placer, aunque con severidad se recordó que su encuentro había sido algo aislado, que el príncipe de Olimpyc había dejado bien claro que ella no iba a formar parte de su vida. Se sentó detrás del volante y se puso el cinturón de seguridad antes de dar marcha atrás y realizar un giro en la carretera. -¡Espera! Quiero ir a Catalina -manifestó ella. -Difícil -ni siquiera la miró-. Vuelves a Phoenix y vas a ir a ver al médico, luego te echarás a descansar. -¿Al médico? -lo miró boquiabierta-. No necesito un médico. -Pero de todos modos yo quiero que te haga un chequeo. Estuviste a punto de sufrir una insolación -alargó un brazo a la parte de atrás y recogió un termo-. Bebe. Ni siquiera llevabas agua contigo -reprendió. -No estoy habituada a este clima -indicó con serena dignidad-. Soy consciente de que me consideras una tonta sin cabeza, así que ya puedes dejar de restregármelo por la nariz. -Princesa -dijo-, aún no he empezado. ¿Qué diablos se te pasa por la cabeza para salir sin guardaespaldas? -No necesito guardaespaldas -dijo con los dientes apretados-. Soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma. Además, la asistente del hotel y el conserje conocían mi destino. -Te habrían servido de poco si hubieras pasado horas bajo el sol. La única respuesta a eso fue el silencio. Giró la cabeza hacia la ventanilla y cerró los ojos. Debió quedarse dormida, porque despertó, aturdida y desorientada, cuando entraban a Phoenix. Se irguió con la esperanza de que él no lo hubiera notado. -¿Has dormido bien? -ella no respondió-. ¿Por qué ibas a Catalina? -Quería visitar a uno de mis muchos amantes para ver si podía ser el padre de mi hijo -empezaba a hartarse de su interrogatorio. - 28 -

Durante un momento en la camioneta reinó un silencio cargado de electricidad. -Te pido disculpas -musitó él-. Sé que es mi hijo. ¿Lo sabía? Momentáneamente aturdida, giró la cabeza para mirarlo. Él también lo hizo y ambos parecían aturdidos. Después de eso hubo poco que decir. Volvió a mirar por la ventanilla, aunque sin ver el paisaje desértico de Arizona. Él le creía. Se preguntó qué lo habría hecho cambiar de parecer. El día anterior había dado la impresión de que dudaba de su aseveración. El recuerdo de su propia ingenuidad le provocó una mueca interior; respiró hondo para contener las lágrimas que querían brotar. Se había prometido que Edward Cullen nunca más la haría llorar. Había sido estúpida y de esa estupidez había aprendido una lección. De hecho, varias. -¿Cómo te sientes? -la voz de él interrumpió sus pensamientos. «Cómo si te importara», pensó Bella. -Bien, gracias -respondió con voz tan gélida como permitía una escrupulosa cortesía. -No estás acostumbrada a este clima. Deberás redoblar los cuidados con este calor, en particular en tu condición. -Gracias por el consejo. No me cabe la menor duda de que resultará muy valioso. Él apretó los labios y a ella le alegró ver que lo estaba irritando. No volvió a hablarle; levantó el teléfono instalado en el vehículo y marcó un número, luego tamborileó con impaciencia los dedos sobre el volante. -¡Hola, preciosa! -de pronto Edward se animó. Por el modo en que se relajó y sonrió, al parecer una voz femenina había contestado en el otro extremo de la línea. Sintió que una flecha le atravesaba el corazón. Recordó que en una ocasión le había sonreído de esa manera. «Y tú caíste, tonta». -En el desierto -indicó él-. Escucha. Tengo que hacerte una pregunta extraña. Necesito el nombre y el teléfono de un buen tocólogo en Phoenix -enarcó una ceja y - 29 -

soltó una risita baja e íntima que puso de los nervios a Bella-. Una amiga -explicó-. Es lo único que debes saber. Hurgó en el hueco lateral de su puerta y sacó un bloc y un bolígrafo, que arrojó a Bella. -Escribe -pidió en voz baja. Ella lo miró con ojos centelleantes, pero cuando repitió el número y el nombre los apuntó, luego le deslizó el bloc por el asiento. -Muy bien, cariño. Eres única. Te llamaré más tarde -cortó la conexión y dejó que el teléfono colgara de sus dedos unos momentos mientras conducía. Luego estudió la información en el papel y volvió a marcar. Mientras hablaba, Bella permaneció en un silencio miserable. ¿Podían empeorar las cosas? Era evidente que Edward tenía una amiga íntima, o alguien especial en su vida. Las tontas fantasías que había urdido en torno a él, a los dos juntos, en ese instante le parecieron patéticas y ridículas. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Los hombres dejaban embarazadas a las mujeres todos los días porque seguían sus impulsos sexuales sin pensar. El resultado final no tenía nada que ver con el afecto, el amor, el respeto o los planes a largo plazo. Ella ya había pasado a formar parte de esas tristes estadísticas y su hijo carecería de padre debido a su propio descuido. Las palabras «cita para esta mañana» penetraron en su mente y lo miró sobresaltada. -¡No! No necesito un médico -él no le prestó atención-. No iré -tiró de su antebrazo para captar su atención, lo cual fue un error. Bajo sus dedos, la piel de Edward estaba caliente y el vello que crecía en su brazo tenía un tacto sedoso-. Cancélala -espetó. -Cullen -dijo él a la persona con la que hablaba-. Bella Cullen. Ella cerró la mano en torno a su brazo. Entonces se dio cuenta de que aún se aferraba a él y lo soltó. Pero antes de que Bella pudiera recuperar el habla, concluyó la llamada y colgó. -¿Qué haces? -demandó ella. - 30 -

-Pedirte una cita con un especialista -repuso con normalidad-. Quiero cerciorarme de que el bebé y tú no os habéis visto afectados por pasar la mañana bajo el sol. -No necesito un médico. Vuelve con tu amiga y déjame en paz -intentó transmitir decisión a sus palabras, pero incluso a ella le sonaron débiles y titubeantes. -Mi amiga... -le sonrió con gesto relamido-. Era mi secretaria. Tiene nietos gemelos, de modo que no es ninguna competencia. -No estoy compitiendo. ¿Por qué no diste mi nombre? -¿Lo habrías preferido? -preguntó. -No -reconoció al comprender la situación-. Mis padres aún no lo saben. -¿Te importa si te pregunto cuánto pensabas esperar? -pareció asombrado. -Primero quería decírtelo a ti -susurró ella-. Cuando vuelva a casa, no habrá más motivos para seguir demorándolo. -¿Piensas regresar pronto? -En cuanto haya concluido lo que me trajo aquí. -¿Ese asunto en Catalina? No llegaste a contarme para qué ibas allí. -No -anunció con más calma de la que sentía-. No lo hice.

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Chapter 3 Esta es una adaptación con algunos de los personajes de Stephanie Meyer, la historia no esmía, en el ultimo capitulo les diré el nombre de la autora y el nombre original de la historia . . .Capitulo 3 .. Mientras abría la puerta de su casa de Phoenix poco después del almuerzo, Edward reflexionó que ella no estaba nada contenta. Al darse cuenta de que a pesar de sus protestas no pensaba ceder en lo de ver al médico, se dejó dominar por una furia contenida. Durante la visita, y luego en la breve comida que compartieron, no le había dirigido la palabra, aparte de lo mínimo requerido por la buena educación. Si Bella apreciaba las molestias que se tomaba para proteger su anonimato, no lo dejó entrever. La condujo por el amplio y luminoso vestíbulo de la casa que él mismo había diseñado, con la intención original de mostrársela a clientes potenciales. Pero le gustó tanto, que al final no había sido capaz de desprenderse de ella. Bella se detuvo y se volvió para mirarlo. -¿Puedo usar tu teléfono, por favor? Desviaré el importe a mi tarjeta. La miró furioso, extrañamente decepcionado de que no se hubiese fijado en su hogar, e irritado porque sacara algo tan estúpido como el precio de una llamada. -Está ahí. La llevó a la sala de estar, luego la dejó para ir a la cocina a preparar un refresco para ambos. El especialista había considerado que Bella se hallaba en buena condición, aunque le aconsejó que bebiera mucho líquido mientras estuviera en Arizona, dictamen que él pensaba hacerle cumplir. - 32 -

Desde la cocina podía oír con claridad la conversación. Su educación y conciencia protestaron por espiarla, pero como no quería hablarle, se dijo que tendría que averiguar todo lo que pudiera por medio de cualquier método disponible. -Sí, soy Bella. ¿Está mi madre? Edward sintió que le quitaban una carga de los hombros. ¡No llamaba a otro hombre! Aunque no era algo que le importara demasiado. -¿Mamá? Hola, soy Bella... sí, sí, estoy bien. Sí, temí que os preocuparais por no haber llamado a tiempo. Oh, por favor, no llores. ¿Mamá? Quizá sea mejor que le digas a papá que se ponga. Hubo una pausa y Edward recordó hacer sonar algunos cubitos de hielo para que ella no pensara que la espiaba. -Hola, papá. Claro que estoy bien. Lamento no haber podido llamaros a primera hora de la mañana tal como prometí. Alquilé un coche pero se paró en la carretera. Me he encontrado con alguien a quien conocéis. Bueno, supongo que ahora es estadounidense, pero nació en Olimpyc. En la actualidad se hace llamar Edward Cullen, sin embargo vosotros lo conocéis como el príncipe de Olimpyc. ¿Qué? Oh, no, dudo que lo vea mucho. Fue más una llamada de cortesía por su parte... ¡Edward! -lo miró furiosa cuando le quitó el auricular de la mano y lo acercó a su oído. -Hola, majestad. Soy Cullen -supo que sonó seco y descortés, pero hablar con el rey Charlie era lo último que había planeado ese día. -Hola, Edward -la voz del rey fue cálida y cordial-. Ha pasado mucho tiempo. Los Estados Unidos deben gustarte -no pareció especialmente irritado. -¡Dame eso! -Bella alargó la mano para recuperar el auricular que le había quitado, pero él lo sostuvo por encima de su cabeza hasta que ella se apartó con una mirada llameante en los ojos. No pudo resistir sonreírle mientras volvía a llevarse el auricular al oído. Podía fingir que era una dama, pero bajo su tranquila superficie había un volcán. -Perdonad, majestad. Esta mañana rescaté a vuestra hija de una situación necia. ¿Os contó que iba sin chofer o guardaespaldas? -¿No la acompañaba nadie? -el rey pareció alarmado, pero no particularmente - 33 -

sorprendido-. Me temo que Bella no comprende con claridad el cuidado que debemos mostrar. Su hermana menor y ella dedicaban horas durante su infancia a tratar de despistar a sus guardaespaldas. Se ha convertido en una experta y eso le proporcionado un exceso de confianza. -Estoy de acuerdo, majestad. Yo también me sentí un poco preocupado. -Gracias por la ayuda que le prestaste -el tono del monarca era tan amistoso como Edward recordaba de su niñez. Jamás había sido capaz de entender cómo un hombre que parecía tan agradable como el rey podía conspirar con alguien tan consciente de la clase social como era su padre-. Bella no tardará en marcharse. Creo que la ceremonia de inauguración fue ayer. -Sí -Edward titubeó. Debería saltar de alegría ante la idea de quitarse de encima a la princesa, pero el pensamiento de que volviera a Forks, a miles de kilómetros, le molestó. Necesitaba más tiempo para pensar, para decidir cómo manejar esa complicada situación con ella y el bebé antes de dejar que se fuera-. Señor, no creo que la princesa deba irse en este momento -manifestó, dándole la espalda a la expresión acusadora que apareció en el rostro de ella-. La situación por la que pasó esta mañana fue un poco estresante. Nada serio, desde luego, pero para mí será un placer ofrecerle mi hospitalidad hasta que se recupere. -Gracias, Edward -el rey pareció aliviado-. Es muy amable de tu parte ofrecerte a cuidarla por nosotros. -Será un placer hacerlo -se volvió para inmovilizar a Bella con una mirada significativa. Ruborizada, ella esquivó sus ojos al tiempo que alargaba la mano hacia el auricular, que en esa ocasión él le entregó. -Papá, tengo veintisiete años -expuso-. Creo que ya nadie debe cuidar de mí. De hecho, pensaba marcharme de Phoenix hoy. Quiero hacer algo de turismo y luego ir a ver a Eric y a Ángela unos días antes de volver a casa -rió, aunque a Edward le pareció algo forzado-. Sí, sé que soy la única que queda. No, te prometo que no me fugaré con un vaquero. «Jamás lo permitiría», pensó él. Tras unas palabras más, colgó. Durante un momento se quedó ahí de pie, con una mano sobre el auricular. Edward pudo percibir la extenuación que irradiaba. - 34 -

-¿Tienes una guía telefónica? -preguntó ella sin mirarlo. -¿Para qué? -Aunque no es asunto tuyo -suspiró-, quiero llamar a un taxi y regresar al hotel. -No. -¿Perdón? -sobresaltada, giró y lo observó. -No creo que debas volver al hotel en este momento -su cerebro funcionó a toda velocidad-. Se te ve agotada. ¿Por qué no te muestro la habitación para invitados y descansas un poco? Cuando te hayas recuperado, te llevaré yo. -No, de verdad... -titubeó. -Insisto -interrumpió con suavidad. Sin darle oportunidad para que continuara, la tomó por el codo y la llevó por el suelo de madera hasta la segunda habitación a la izquierda-. Considérala tuya por ahora. -¿Por qué me da la impresión de que tramas algo? -Tienes una imaginación desbordada -se encogió de hombros. -Gracias por el ofrecimiento -suspiró tras estudiarlo unos segundos más-. Descansaré un rato, y luego me iré al hotel. Cerró la puerta del dormitorio antes de que ella pudiera cambiar de parecer, esperando que no hubiera notado que él no había confirmado su deseo. Luego regresó a la cocina y alzó el teléfono. Bella no iba a ir a ninguna parte. Al despertar, estaba anocheciendo. Con un pánico momentáneo, sin reconocer la bonita habitación en la que se hallaba, saltó de la cama... Y tuvo que sentarse otra vez cuando el cuarto se puso a dar vueltas. Mientras aguardaba que el vértigo se desvaneciera, comenzó a recordar. Un segundo vistazo a la habitación confirmó sus pensamientos. No se encontraba en el hotel, sino en la casa de Edward Cullen. Miró la hora y quedó consternada al ver que eran más de las seis. ¡Había dormido toda la tarde! - 35 -

Había un teléfono en la mesita de noche, y decidió usarlo mientras aún tuviera la oportunidad. Del bolso sacó el papel con el número de Sam Flynn y se puso a marcar. Al salir un contestador automático se dio cuenta de que se trataba de una oficina. Al escuchar el mensaje, se le hundió el corazón. El señor Flynn iba a estar ausente varios días por asuntos de negocios. Las llamadas urgentes eran desviadas a otro número. Supo que ninguna otra persona podría ayudarla. Tendría que esperar hasta que Sam volviera. Un espacioso cuarto de baño le brindó la oportunidad de refrescarse antes de salir al pasillo. Tuvo que resistir la tentación de ir de puntillas al entrar en el cómodo salón. Edward no estaba por ninguna parte. Una barra situada en un extremo lo conectaba con la cocina. Debía reconocer que su gusto era impecable. Con tonos claros que se complementaban con los del salón, la cocina de Edward era moderna pero cálida y acogedora. Unos amplios ventanales llevaban a una terraza techada, más allá de la cual se veía una piscina centelleante. En ella pudo distinguir una cabeza cobriza y unos brazos poderosos que cortaban con ritmo el agua. Involuntariamente contrajo los músculos del estómago y también experimentó la misma sensación en los pechos. ¡No! ¿Cuán estúpida podía ser una mujer? Él había dejado bien claro que no la quería. A pesar de lo tonta que había sido, había ido con la esperanza de que la recibiera con... afecto. Calor. Había soñado con su alegría al enterarse de que esperaba a su hijo y que la cuidaría y mimaría durante el resto del embarazo. Bueno, pues ya no soñaba. Y el dolor que parecía haberse asentado de forma permanente en torno a su corazón sólo se debía al hecho de que su bebé iba a crecer sin la familia tradicional que había considerado posible brindarle. Abrió una de las puertas y salió a la terraza. De inmediato Edward alteró su curso y se dirigió al borde de la piscina más cercano a ella. -Bienvenida -saludó con una sonrisa-. Pensé que quizá durmieras hasta mañana. -Difícil -mantuvo la voz baja e inexpresiva-. Quería agradecerte tu hospitalidad. - 36 -

Me marcharé en cuanto venga a recogerme un taxi. -Bella... -pronunció su nombre con titubeos. -¿Sí? -Te va a costar conseguir que un taxi venga aquí. -No si prometo una buena propina -pronunció con la certeza nacida de crecer con dinero y conocer el predecible efecto que tenía sobre la gente. -La cuestión es... -calló al apoyar las dos manos sobre el costado de la piscina y salir del agua con movimiento fluido. Los poderosos músculos de la espalda y los brazos ondularon, haciendo que a ella se le resecara la boca y que el corazón le palpitara con fuerza. Edward se irguió y dio el paso que la separaba de Bella. El bañador mojado moldeaba unos muslos de acero. Unas gotas de agua colgaron de sus pestañas. El agua atrapada en el vello rizado del pecho cedió a la gravedad y comenzó a gotear hasta su ombligo y más abajo. Ella tuvo que obligarse a no seguir con los ojos ese sendero descendente. -¿La cuestión es...? -repitió. -Que ya no tienes una habitación a la que poder volver. -¿Qué? ¿A qué te refieres? -Pagué la factura del hotel e hice trasladar tus cosas. -¿Perdón? -lo miró incrédula. -Tus maletas están en el vestíbulo. -¿Estás loco? -giró en redondo y regresó a la casa en busca de confirmación visual, que no tardó en obtener. Furiosa, regresó hasta el sitio donde él chorreaba agua sobre el suelo de la cocina-. ¿Qué crees que has hecho? -apenas consiguió controlar su temperamento. -Mantenerte aquí un tiempo -soltó sin rodeos. - 37 -

-Mantenerme... ¿con qué propósito? -Porque no puedes irrumpir así en mi vida, anunciar que vas a tener a mi hijo y volver a marcharte. -No realicé ningún anuncio -musitó ella. -¿Qué has dicho? -la tomó por el brazo y la obligó a encararlo, haciendo que se sintiera abrumada por su presencia física. -No puedes mantenerme aquí contra mi voluntad -intentó no prestar atención al pecho bronceado que tenía apenas a unos centímetros. Se retorció tratando de soltarse, pero Edward no la dejó. A cambio, eliminó los centímetros que separaban sus cuerpos y la pegó a él. Bella jadeó cuando las gotas que se pegaban a su piel y a la tela del bañador empapado penetraron con rapidez la tela fina de su ropa. Cerró los ojos, con la esperanza de que él no viera el modo en que la afectaba ese abrazo. Trató de retroceder, pero seguía sin soltarla. No pensaba dignificar su conducta oponiendo resistencia. Se quedaría quieta hasta que la dejara. Pero ese plan se frustró. Con los ojos cerrados, su mundo era definido por otros sentidos. De Edward emanaba un olor limpio a agua y su piel era fresca allí donde sus brazos se tocaban. Contra su cuerpo, su complexión mucho más grande parecía sólida y dura y, a diferencia de los brazos, irradiaba calor. Se sentía empequeñecida por él. El aliento de él le hizo cosquillas en el oído, y mientras permanecían allí en silenciosa confrontación, Bella notó que la respiración de Edward cambiaba, se tornaba más rápida. -Bella -apoyó una mano en su mejilla; ella volvió a abrir los ojos. Vio su rostro a sólo unos centímetros de distancia, y sus penetrantes ojos verdes le impidieron apartar la vista. Con el pulgar le acaricio la línea de la mandíbula, para luego deslizaría bajo la barbilla y ejercer una leve presión para alzarle la cara. Con los rasgos borrosos por la proximidad, cerró sus labios sobre su boca. Ya lo había besado antes, de modo que no debería sentirse tan abrumada. Su boca era gentil pero firme e insistente, cálida y expresiva mientras la exploraba. Con la lengua marcó la forma de su labio superior, luego se deslizó por la línea cerrada de - 38 -

la boca antes de ahondar con decisión, obligándola a separar los labios. Mientras exploraba sus profundidades subió una mano desde la cadera hasta el hombro de ella, para volver a bajar y pegarla con firmeza contra él. Bella sintió la excitación de él a través de la tela fina y húmeda que los separaba. Las manos de ella habían estado aferrando los brazos musculosos, preparadas para empujarlo, pero a medida que una palpitación encendida la recorría, lentamente subió las palmas hasta sus hombros y comenzó a acariciarle el cuello. Él tembló. Apartó la boca de la de ella y apoyó la cara sobre su hombro. Jadeaba. -Así que te quedarás -no fue una pregunta. El tono satisfecho de su voz tuvo el efecto de una tonelada de agua fría arrojada sobre una hoguera. Ella tensó los brazos, enroscó los dedos de una mano en su tupido pelo y tiró con fuerza. -¡Eh! -exclamó él, soltándola de inmediato-. ¿A qué viene eso? -Por dar por hecho que puedes emplear el sexo para conseguir que haga lo que quieras. -Funcionó una vez, ¿no? -sus ojos irradiaban furia. -Son las palabras de un caballero -saber que se ruborizaba la enfadó aún más. -Jamás afirmé ser un caballero en armadura resplandeciente -indicó Edward. Se mesó el pelo con evidente frustración. Luego suspiró-. Lo siento. No quiero pelearme contigo. -Entonces me marcharé para que eso no suceda. -¿Podemos empezar la conversación desde el principio -no hizo caso a su provocación. Ella se encogió de hombros. Una parte de ella quería alejarse de él lo más rápidamente posible; pero otra, traicionera y anhelando una esperanza que Bella despreciaba, no paraba de recordarle el éxtasis que había conocido en sus brazos y los sueños que había albergado durante las largas semanas desde la última vez que lo vio. - 39 -

-Supongo que sí. -Piensas tener el bebé, ¿correcto? -Sí. Pero no espero nada de ti. Sólo sentí la obligación de informarte de que ibas a ser padre. -Quieres decir que tu hermana sintió esa obligación -le recordó. Al ver que se crispaba, alzó una mano-. Lo siento. La cuestión es que me gustaría que te quedaras en Arizona un tiempo como mi invitada. -¿Por qué? -no pudo evitar que la suspicacia se manifestara en su voz. -Nosotros -respiró hondo-... vamos a ser padres. Apenas nos conocemos. Por el bien del bebé, debemos descubrir más el uno del otro y hablar sobre cómo lo educaremos. -¡El bebé es mío! -apoyó una mano protectora sobre su vientre-. Ni siquiera te habrías enterado de su existencia si no lo hubieras descubierto por tu cuenta, y en ningún momento te mostraste entusiasmado al saberlo. Ya te he dicho que no quiero ni necesito nada de ti -al borde de las lágrimas, calló, reacia a revivir el dolor y la sorpresa que sintió tras su encuentro en el restaurante. -Estás siendo poco razonable. Acabas de entrar en mi vida para enterarme de que esperas el nacimiento de mi hijo. Me aturdió, y lamento si reaccioné mal. Bella... -suavizó la voz-. Me gustaría llegar a conocerte mejor. Ella titubeó. Quedarse allí era una muy mala idea, cuando lo único que tenía que hacer él era entrar para que todo su cuerpo se pusiera a anhelar su contacto. Pero probablemente tenía razón. Debían hablar de algunas cosas. Si tan sólo pudiera recordar que sus caricias no significaban nada, que únicamente la había besado para debilitarla y aceptara quedarse, podría soportar algunos días. El problema radicaba en que cuando Edward la tocaba no era capaz de recordar su nombre, menos aún algún principio. Pero se lo debía a su bebé Despacio asintió. -De acuerdo. Me quedaré unos días. Pero debes prometerme una cosa. -Lo que sea -aceptó, claramente complacido con su técnica de persuasión. - 40 -

-Basta de besos. El cuerpo grande de él se había relajado al oír que ella aceptaba la invitación. Pero en ese instante sus músculos volvieron a tensarse y frunció el ceño. -¿Por qué? -Promételo -insistió. -Nos sentimos atraídos el uno por el otro. ¿No crees que es natural que queramos... besarnos? -No me interesa un sexo casual. Prométeme que no empezarás a besarme otra vez o me iré de aquí en el primer avión. -De acuerdo -convino con expresión sombría. Pero al rato sus labios esbozaron una sonrisa perezosa que le provocó todo tipo de escalofríos a Bella-. No hubo nada «casual» la noche en que estuvimos juntos y tú lo sabes. Fingir que no nos deseamos no va a funcionar. -Más vale que sí -insistió, aunque el corazón le dio un vuelco al mirarlo-, o no me quedaré. Al llegar a casa a la tarde siguiente reflexionó que sin duda lo mejor fue que no le explicara que no iba a quedase sólo unos días. No tenía intención de dejarla volver a Forks. Su hijo iba a ser ciudadano de los Estados Unidos de América. Entró preguntándose qué habría hecho ella todo el día. Acordaron que iba a descansar y él a trabajar como de costumbre. En su despacho había arreglado poder tomarse unos días libres. -Hola -Bella se hallaba en el umbral de la cocina. -Hola. ¿Cómo te encuentras? -preguntó con alivio al comprobar que no se había marchado, pensamiento que había pasado por su cabeza. Para su sorpresa, ella rió. El sonido ronco y femenino despertó su percepción sexual, pero con firmeza desterró esas sensaciones. -Bien. Estoy embarazada, no enferma. -Lo sé -le devolvió la sonrisa-. Supongo que es algo instintivo sentirte protector - 41 -

con la mujer que te va a dar un hijo -avanzó-. ¿Qué has hecho hoy? Me sentí mal al dejarte sola, pero quería poner las cosas en orden para ausentarme unos días del trabajo. -¿No vas a ir a trabajar? -sonó sobresaltada y un poco consternada. -No en los próximos días -repuso con sencillez, aunque no se le había escapado su reacción-. No podemos llegar a conocernos si no pasamos tiempo juntos, ¿verdad? -Supongo que tienes razón -aceptó con desgana. En seguida buscó un tema más inocuo-. Esta mañana vi en la televisión una forma de preparar un pollo que tenía muy buena pinta. Apunté la receta, aunque no sé por qué, ya que nunca he cocinado. Pero pareció divertido. -¿Querrías indicarme cómo se hace? -¿Sabes cocinar? -lo miró fijamente. -Me he convertido en un típico hombre americano -anunció con grandilocuencia-. Sé cocinar... y sé llevar una casa. Y todo ello con una mano atada a la espalda, desde luego. -A mí me gustaría aprender a cocinar -musitó con inseguridad. Luego sonrió-. Mi familia quedará sorprendida cuando llegue a casa. -Entonces yo te enseñaré. Durante los días siguientes, se esforzó en que Bella se sintiera a gusto. Le dio la gran suite de invitados situada en el extremo opuesto de su habitación y le brindó intimidad junto a la piscina. La ayudó a moverse por la cocina y la llevó de compras para adquirir alguna ropa que necesitaba para su estancia. No lo dejó quedarse a su lado mientras miraba por la sección femenina, algo que a Edward le pareció divertido. Y guardó los paquetes con celo cuando intentó enterarse de lo que había comprado. -Cosas -manifestó Bella. Se hallaban sentados en una heladería al aire libre con las bolsas bajo la mesa. -¿Qué tipo de cosas? -Cosas de mujeres -indicó. - 42 -

-¿Sabes?, estoy al corriente de las cosas femeninas -rió, y al ver su expresión se apresuró a añadir-. Lo he visto en las revistas para hombres. -Bien -hizo un mohín-. Aquí estoy, comprando ropa elástica y engordando por momentos, y tú hablas de ver a otras mujeres. Sin duda mujeres delgadas. De modo que le producía timidez comprar ropa de maternidad. De pronto pensó que estaba mostrándose muy poco caballeroso cuando probablemente ella se sentía insegura sobre su cuerpo. -Bella, no ha habido una mujer en serio en mi vida desde... bueno, jamás -adelantó el torso-. Y no tienes que comprarte nada. Me gustas sin ropa. -¡Shh! -exclamó consternada-. ¡Esto no es el sitio para hablar de mi lencería! Edward no pudo estar más de acuerdo. La idea de Bella tal como la había visto la noche en que hicieron el amor, cubierta sólo por la luz de la luna y las sombras, surtió el efecto habitual en su cuerpo. Desde que la conoció, ni siquiera era capaz de recordar el rostro de ninguna otra mujer. No obstante, le alegraba haber sacado el tema. Puede que insistiera en que no se besaran, pero pensaba asegurarse que ella no olvidara cómo había sido aquella noche. Porque tenía la intención de repetirla. Pronto. Le sonrió como un depredador, perezoso y satisfecho, porque sabía que en su momento iba a conseguir lo que deseaba. -Muy bien, cambiemos de tema. ¿Qué te gustaría hacer mañana? -Preparar el desayuno -dijo ansiosa. -De acuerdo -repuso tras echar la cabeza atrás y reír-, prepararemos el desayuno. ¿Te enseño a hacer tostadas francesas? Cuando asintió, Edward pensó que ella empezaba a cambiar, absorbiendo las costumbres y la independencia estadounidenses, al tiempo que disfrutaba en el proceso. El pensamiento resultó más satisfactorio de lo que esperaba. - 43 -

Unos días más tarde, en otro restaurante al que habían ido a petición de Bella, quien deseaba probar la verdadera cocina mexicana, tuvo la osadía de reírse de él cuando le sugirió que algunos de los platos más picantes quizá no fueran buenos para el bebé. -La única que quizá sufra sea yo -sonrió mientras vertía abundante salsa picante sobre el plato. -Háblame de tu infancia -le quitó el frasco y lo dejó fuera de su alcance-. No la biografía oficial... esa la conozco. ¿Cómo erais tus hermanas y tú de pequeñas? -De niñas... bueno, supongo que depende de quién hablemos -indicó-. Ángela es la mayor y era una personita muy responsable que se tomaba sus obligaciones demasiado en serio. Creo que pensaba que debía ser especialmente buena en «los asuntos reales», ya que mamá y papá habían perdido a su único hijo varón -la risa en sus ojos se desvaneció y él percibió las sombras de su tristeza-. Mis padres eran muy cariñosos, aunque siempre existió la conciencia, si es que se lo puede llamar así, de que la familia se hallaba incompleta. Parece una tontería, pero es así. Peter, mi hermano, fue secuestrado antes de que naciera ninguna de nosotras, de modo que no pudimos llegar a conocerlo ni a echarlo de menos. Cuesta explicarlo. -Era parte de tu familia -afirmó Edward-. Yo recuerdo el secuestro. Por ese entonces tenía unos cinco años, creo. Todo el mundo lo lamentó. Recuerdo a mi madre sentada ante el televisor, llorando -hubo un momento de silencio entre los dos. Para distraerla del giro serio que había cobrado la conversación, continuó-: Háblame de tus otras dos hermanas. La introspección de Bella se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos y esbozó esa sonrisa íntima y cariñosa que le recordó que en Forks la esperaba una vida que no lo incluía a él. -Jessica es dos años menor que yo. Es la más tranquila. A menos que la enfurezcas. Era ella quien ponía los frenos en algunos de nuestros planes más descabellados. -¿Así que tú eras la más salvaje? -No del todo. Rosalie es la pequeña. De niña todos la tratábamos como a una pequeña princesa, y la malcriamos. Si no fuera tan dulce, sería terrible. Es capaz de ganarse a cualquiera. A ella se le ocurrían las ideas más locas. Cuando tenía doce años, tuvo la idea de colocar sobre una puerta un cubo con sirope y otro con plumas. Jessica intentó disuadirnos, pero llegó a la conclusión de que podía ser divertido y lo - 44 -

aceptó. Lo preparamos en el establo, donde podíamos escondernos en el depósito de heno, arriba, y mirar. Supusimos que caería sobre uno de los mozos de cuadra, con un poco de suerte sobre el adiestrador. -¿Y qué pasó? -Por desgracia para nosotras -meneó la cabeza, fingiendo pesar-, ese día mi padre decidió salir a dar un paseo a caballo. -¿Echasteis sirope sobre el rey? -aún sentía lo suficiente sus raíces reales como para mostrar horror. Imaginó la ira de su padre ante una broma semejante. -Y plumas. -Recuérdame que no conozca el lado malo de tu hermana Rosalie. En ese momento la atmósfera volvió a cambiar. Ella se puso seria al instante y se dedicó a comer su taco. -Dudo que tengáis la ocasión de conoceros -indicó. Se sintió irritado por su actitud, y antes de poder contenerse, se inclinó sobre la pequeña mesa hasta quedar frente a su cara. -Como padre de tu hijo, tarde o temprano voy a conocer a toda tu familia. -¿Por qué? -él vio que la había desconcertado, pero Bella no quería ceder-. No vamos a casarnos. Apenas nos conocemos. -Por si aún no te has dado cuenta -repuso más molesto todavía-, vamos a llegar a conocernos mucho más. . Chicas en el blog estoy subiendo otra historia, les dejo el argumento El Acuerdo UNA MUJER EN EL LUGAR Y EN EL MOMENTO EQUIVOCADO... UN TERRIBLE EQUIVOCO ROBA LA INOCENCIA DE UNA JOVEN Y COMPROMETE EL CORAZON DE un FAMOSO CONQUISTADOR! - 45 -

Amedrentada, Isabella recorrió con sus ojos el imponente aposento que le habían destinado. La amplia cama matrimonial, las ricas cortinas de terciopelo, los espejos en los cuales se veía reflejada en todos los ángulos. Ese lujo la impresionaba, era excesivo... y le creaba recelos. Algo estaba mal. Un golpe en la puerta la sacó de sus especulaciones. El Duque de Masen entró en el cuarto y quedó sorprendido. Esperaba por una puta divertida, y no una mujer tan joven y bella. Hasta podía jurar que ese rostro reflejaba inocencia. Pero era una prostituta. Y como él ya había pagado por sus "servicios", ahora solamente le quedaba disfrutar del placer! Y SIGUEN LOS EQUIVOCOS... Si tuviésemos que crear un podio de protagonistas masculinos categoría "Chicos Malos" , Edward el duque de Masen sería medalla de oro. Cuando el abuelo de Edward creyendo que el muchacho nunca estuvo con una mujer, resuelve contratar a una "profesional del sexo" para iniciarlo en las "artes sensuales" . Ocurre que él no es virgen hace mucho tiempo y solamente sale con mujeres casadas de la sociedad londinense explicando asía porque nunca se lo ve paseando del brazo con ninguna mujer. Isabella es una huérfana que trabaja como criada en un prostíbulo y nunca ejerció la profesión , ella fue educada para ser ama de llaves o tutora . Una de las niñas de la casa quien no quiere a Isabella resuelve vengarse y cambia una carta donde existe un pedido de muchacha para un empleo de ama de llaves por otro donde el viejo Duque hace un pedido de una prostituta para su nieto. Isabella es llevada al interior de la mansión del Duque y queda sorprendida cuando el muchacho a quien debería enseñarle matemática y geografía es un hombre hecho y derecho que le roba su virginidad.

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Chapter 4 Esta es una adaptación con algunos de los personajes de Stephanie Meyer, la historia no es mía , en el ultimo capitulo les diré el nombre de la autora y el nombre original de la historia . . .Capitulo 4 .. -Perfecto. Quieres que nos conozcamos, pues ahora te toca a ti -lo señaló con el taco. -¿Qué? -Háblame de tu infancia. -Sólo viví en casa cinco años antes de que me enviaran a un internado -explicó-. No hay mucho que contar. -Sé cuando alguien intenta evadir un tema -dejó el taco y lo miró con ojos centelleantes-. Para empezar, esto fue idea tuya, así que no intentes escabullirte de tu parte del trato. -De verdad que no hay nada interesante que decir -se encogió de hombros-. Fui a un internado, de allí pasé a Eton, en el Reino Unido, y con el tiempo a Oxford. Ahí fue cuando decidí que vendría a los Estados Unidos para continuar mis estudios en Harvard. -Tienes un hermano. Lo conozco -lo instaba a continuar como si fuera un poco retardado. - 47 -

-Jasper. Yo tenía nueve años cuando él nació. Es probable que tú lo conozcas mejor de lo que podré llegar a conocerlo yo. A cada uno nos educaron prácticamente como si fuéramos hijos únicos. -Yo no puedo imaginarme no estar unida a mi familia -Bella enarcó las cejas-. Debiste echarlos mucho de menos cuando te enviaron al internado. -No -al recibir una mirada sobresaltada, se dio cuenta de que su respuesta había sido demasiado inmediata y definitiva-. Mi padre y yo somos como agua y aceite. Estoy seguro de que cuando me mandaron al internado fue un alivio para todo el mundo. Al ir a casa en las vacaciones, parecía que sólo conseguíamos ponernos nerviosos -no había motivo para contarle el resto. Él mismo ya casi lo tenía olvidado. Ella lo miró con curiosidad y Edward pudo ver que no había concluido con ese tema. De modo que cuando volvió a hablar lo sorprendió. -¿Qué haremos esta tarde? -Depende de ti. ¿Estás cansada? Si quieres echarte un rato, podemos volver a casa -esa frase lo dejó perplejo. ¿Cómo sería vivir con Bella si de verdad pudieran ir juntos a su casa? No dormiría sola. La verdad básica lo irritó. Se preguntó cuántos hombres pensaban que una mujer embarazada era lo más sexy que jamás habían visto. Lo que sucedía era que su cuerpo recordaba el de ella. Era normal preguntarse si con el tiempo aquella primera vez se había tornado mejor que lo que realmente había sido. El que no pudiera recordar haber gozado de un sexo mejor en su vida no era tan importante. Entonces cayó sobre él el significado total de su pensamiento anterior. Si Bella viviera con él... ¿Podía haber una mujer en la tierra menos idónea para su estilo de vida que una princesa de sangre azul que había conocido el lujo desde su nacimiento? La incongruencia del asunto sería risible si no resultara tan irritante. Había pasado casi toda su vida huyendo de su rango aristocrático y ahí estaba, a punto de ser padre de un bebé que iba a tener aun más lazos con la realeza. Puede que Bella y él no coincidieran en muchas cosas, pero a partir de entonces - 48 -

iban a estar unidos siempre, y todo por su conducta irresponsable. Para el resto de su vida iba a tener vínculos reales que no podría romper. De eso estaba seguro. Pero pretendía ser un padre cálido y cariñoso en todos los sentidos. -No estoy cansada -ella interrumpió sus pensamientos-. Los primeros tres meses lo único que deseaba era dormir, pero ahora me siento bien la mayor parte del tiempo. -¿Cuánto tiempo transcurrió hasta que descubriste que la noche que pasamos juntos tuvo consecuencias duraderas? -¿Dices aparte de perder mi virginidad? -le lanzó una mirada enigmática-. «Eso» lo descubrí de inmediato. -No me refería a eso y lo sabes -hizo a un lado el plato. No tenía por qué recordarle lo descuidados e insensibles que habían sido sus actos-. ¿Cuándo sospechaste que estabas embarazada? Ella terminó el taco y también apartó su plato. Se tomó su tiempo para limpiarse la boca y los dedos con la servilleta. No lo miró. -Me preocupó en el acto. Así que me hice unas pruebas de embarazo en cuanto fue recomendable. Confirmaron mis temores. -¿Y qué hiciste entonces? -su conciencia lo pinchó aún más. Inesperadamente, Bella sonrió. -Pasados los primeros días de pánico, comprendí que era feliz. Tengo ganas de ser madre. -¿Incluso sin marido? -Incluso sin marido -su sonrisa vaciló levemente-. Aunque eso dificultará las cosas cuando se lo cuente a mis padres. -¿No crees que has esperado demasiado? -Es «mi» bebé. Cuándo y cómo elija compartir la nueva con mis padres no es asunto tuyo. «¿Quieres apostarlo?» Le dolió la mandíbula de apretar los dientes para contenerse de informarle de que era asunto suyo. Aunque no le pareció una buena idea. Si sus padres todavía no lo sabían, podría aprovechar eso para presionarla - 49 -

para que se quedara más tiempo. -Así que no estás cansada. ¿Hay algo especial que desees hacer? -Lo que de verdad me gustaría es dar un paseo en globo aerostático -ladeó la cabeza-. Leí en alguna parte que puedes volar durante una hora sobre el desierto de Sonora en el que se incluye un almuerzo con champán... -Ni lo sueñes. -¿Perdón? -empleó su acento real más altanero. Edward decidió no decirle lo mucho que lo excitaba, porque entonces sabía que no volvería a usarlo. -No vas a subir a un globo aerostático -afirmó. -¿Y serás tú quien tome la decisión? -inquirió con voz demasiado amable. -Sí. Estás embarazada de cinco meses. Y es probable que no te acepten. Además, no puedes beber champán hasta que nazca el bebé. -No acepto órdenes de ti -apartó la silla y se levantó, sorprendiéndolo-. Lo que haga con mi cuerpo y mi bebé es asunto mío, y de nadie más -giró en redondo y comenzó a salir del restaurante. Edward se incorporó de un salto. Sacó dinero y dejó más que suficiente para pagar la cena, luego fue tras ella. No había llegado a la puerta cuando la alcanzó. No le dio tiempo a reaccionar; la tomó por el codo y la hizo girar, luego la alzó en vilo y salió del local. Los siguieron unos aplausos y risas escandalizadas bajo el cegador sol del mediodía. Bella se retorcía y debatía. -¡Neandertal! ¡Lo odié la última vez que lo hiciste¡. Bájame de inmediato. -No hasta que me prometas que no harás nada estúpido -contuvo sus esfuerzos. -¿Te refieres a algo más estúpido que dormir contigo? Eso costará superarlo, ya que ha sido lo más estúpido que he hecho en mi vida -espetó con voz amargada. Entonces la dejó junto al coche y la arrinconó con su cuerpo para evitar que se - 50 -

fuera mientras buscaba las llaves. -En su momento no te quejaste -le recordó. Abrió la puerta-. Entra. -No. No quiero ir contigo -cruzó los brazos. Edward se acercó mucho. -O entras en el coche o vas a ser la primera mujer embarazada que recibe unos azotes en un aparcamiento. Lo miró furiosa. Luego le dio la espalda y se acomodó en el asiento con movimiento grácil. Cuando él cerró la puerta y rodeó el vehículo, Bella dijo: -No lo sabes. -¿Qué? -bramó él, preguntándose de qué demonios hablaba. -No sabes si sería la primera mujer embarazada en recibir unos azotes en un aparcamiento. No iba a conseguir que sonriera. Pero pudo sentir que la cólera se desvanecía. -No, pero estoy dispuesto a apostar algo -comentó a regañadientes. El silencio duró hasta que marchó por las calles en dirección a la carretera. -Mira -comenzó, preguntándose por qué diablos se sentía obligado a dar una explicación-. No intentaba darte órdenes. Me preocupaba tu seguridad. -Quieres decir que te preocupaba la seguridad del bebé -corrigió ella en voz baja. -No, no me refería a eso. ¿Quieres dejar de tergiversar cada palabra que digo? El bebé todavía es algo abstracto, aunque sé que para ti en este momento representa una presencia muy real. Sí, es importante, pero no tanto como tu seguridad. -Porque se lo prometiste a mi padre. -Bien -quiso estrangularla-. Si es lo que deseas creer, pues sí. Le prometí a tu padre que estarías segura conmigo -otro motivo, mucho más preciso, quiso asomarse por su mente, pero lo desterró. - 51 -

De nuevo reinó el silencio. Ella miraba por la ventanilla y ya tendría que haberse dado cuenta de que él no había puesto rumbo a casa, aunque no deseaba hablarle ni mirarlo. -¿Te gustaría ir al Lago Saguaro? -comentó él al final-. Podríamos alquilar una canoa y remar por el lago. No es como ir en globo aerostático, pero es bonito y apacible -entonces ella se volvió y lo miró, y él pudo observar sorpresa en su rostro. -Suena maravilloso. -Pero no pienso llevar champán -advirtió. -No lo soporto -le sonrió-. Jamás lo bebo. -Antes sólo intentabas provocarme, ¿verdad? -meneó la cabeza. -Quizá un poco -concedió-. ¿Puedo disculparme? -Sólo si aceptas las disculpas de un Neandertal. -Hecho -rió entre dientes. -Mañana, en Scottsdale -anunció Edward-, celebran el Desfile del Sol. Si te apetece te llevo. -¿Es un festival en honor del sol? -Sí. El sol y el clima maravilloso han sido buenos con Phoenix. Sus habitantes consideran que no está mal mostrar su agradecimiento. ¿Sabías que Phoenix es la novena ciudad más grande del país? -No. Cuando pienso en ciudades grandes me vienen a la mente Londres, Nueva York... Aquí todo es dorado y abierto, no gris y abrumador. -Hay mucho espacio para extenderse. Y nada supera el clima. -Supongo que al crecer donde lo hicimos, esto te resulta muy atractivo -rió. -Nada de lluvia -asintió con una sonrisa-. Por lo menos, nada importante. Cuando me despierto por la mañana y salgo fuera, sé que allí estará el sol para recibirme. -Te gusta mucho vivir aquí. - 52 -

-Sí -la miró-. Cuando vine por primera vez, mi plan era alejarme lo más posible de mi padre. -¿Y lo has conseguido? -musitó ella. -Realmente, no -respondió tras reflexionar unos instantes-. Es sorprendente que todavía intente manipularme desde el otro lado del maldito océano. -Pero tú no lo permites. -No -afirmó con un gesto contundente de la cabeza-. Ya no hay nada que pueda decir o hacer que logre afectarme. -No hablas mucho de tu madre -observó Bella-. La Gran Duquesa ha ido a jugar muchas veces al bridge con mi madre. Si no recuerdo mal, es una jugadora extraordinaria. -Siempre ha disfrutado de esas veladas -asintió Edward-. Al no tener hijas, imagino que echaba de menos la compañía femenina. Pasó el resto del trayecto hasta el lago señalándole plantas y animales nativos. A ella la asombró descubrir la cantidad de vida que existía en el mundo yermo y seco del desierto, donde durante meses seguidos no caía agua. Al llegar al lago, Edward no perdió tiempo en alquilar una canoa y en lanzarse a remar. Pero primero hizo que Bella se cubriera con crema protectora mientras él se dirigía a la pequeña tienda para comprarle un sombrero de paja de ala ancha. Su delicada tez no soportaría el fuerte sol de Arizona, y jamás se perdonaría si se quemaba. Al principio ella se mostró algo temerosa cuando la pequeña embarcación se meció de un lado a otro mientras él manejaba los remos. -Reina una gran tranquilidad -comentó Bella al adaptarse al ritmo de la canoa y sacar la mano por el borde para sentir el agua. Él la observó desde su asiento. Tenía una nuca blanca y vulnerable y se preguntó si esa parte sería tan sedosa bajo sus labios como le había parecido el resto de su cuerpo la noche que hicieron el amor. Mentalmente meneó la cabeza. ¿Cómo podía imaginar Bella que nunca más volvería a besarla? - 53 -

Ella introdujo la mano en el agua otra vez. Una mano tan pequeña y delicada. Era una mujer pequeña y delicada, a la que sacaba unos treinta centímetros de altura. Aunque no era diminuta. Al recordar lo bien que encajaba contra él, contuvo el aliento y dejó de mirar sus dedos largos y finos. Esos dedos que lo habían acariciado de forma íntima, con timidez al principio, luego con más atrevimiento cuando él le había demostrado lo mucho que le gustaba... ¡Maldición! Si pretendía volverlo loco, hacía un buen trabajo. -Ponte crema protectora en la nuca. Ella se volvió a medias para mirarlo por encima del hombro, con una sonrisa en los labios. -Eres aficionado a dar órdenes, ¿verdad? -Supongo que es una costumbre -se encogió de hombros-. Lo siento. -¿Sabes?, mi padre es muy parecido. El pobre no se da cuenta de lo autocrático que suena a veces. Por desgracia para él, sabemos que no muerde. -Apuesto que tus hermanas y tú hacéis lo que queréis con él. -No negaré que le cuesta decirnos que no -rió. -¿Sabes ya si...? -se le ocurrió de repente. Señaló su vientre-. ¿El bebé será niño o niña? -No lo sé. Y tampoco pienso preguntar -alzó una mano y se apartó un mechón de pelo que volvió a colocar bajo el sombrero-. Yo espero que sea niña, para poder ponerle encajes y volantes. -Mientras tenga buena salud, me encantará lo que venga. -Coincido con eso. -Aunque no estaría mal tener alguna advertencia previa si es niña. El conocimiento que tengo de ellas cabría en la cabeza de un alfiler. Ella no respondió, pero Edward vio que se le formaba un hoyuelo en la mejilla antes de girar y quedar otra vez de cara al agua. - 54 -

Una hora más tarde, entregaron la canoa y pusieron rumbo a Phoenix. -Debo parar en el supermercado -comentó él al acercarse al suburbio en el que se hallaba su hogar. -¿Puedo acompañarte? -al instante pareció intrigada. Su entusiasmo le recordó sus primeros años en los Estados Unidos, cuando había hecho tantas cosas por primera vez. Cosas que la mayoría de la gente daba por sentadas como parte de la vida cotidiana. Las personas no tenían idea de lo estimulante que podía ser la libertad verdadera. Él había conocido restricciones que casi nadie conseguiría imaginar jamás. Restricciones que entendía mejor de lo que Bella podría pensar. Una jaula con barras de terciopelo seguía siendo una jaula. -Claro que puedes acompañarme. ¿Nunca has estado en un supermercado? -No. No había motivo para ello en casa. ¿Qué cosas necesitamos comprar? «Necesitamos». Una palabra tan sencilla. ¿Cómo podía cambiar tantas cosas? Se preguntó si ella se habría dado cuenta de que la había empleado. -Cosas para el desayuno y la comida. Los ingredientes para la receta del pollo que apuntaste el otro día. Fruta, verdura. Artículos de limpieza... -¡Para! -sonreía-. Me hago una idea. Al principio ella quiso empujar el carro, luego que Edward le explicara las comparaciones de precio y el significado de la lista con la información nutritiva que aparecía al dorso. Lo que normalmente a él le habría llevado treinta minutos se convirtió en una excursión de dos horas. Cuando terminó de meter las últimas bolsas en la parte de atrás de la camioneta, se sentó ante el volante y se puso el cinturón de seguridad. La miró y frunció el ceño. -No deberías llevar el cinturón de esa manera. -¿Cómo? -se miró y luego lo observó a él, desconcertada. Edward se inclinó sobre el asiento e introdujo los dedos entre el cinturón que - 55 -

Bella había pasado sobre su vientre y lo bajó hasta dejárselo sobre las caderas. -He visto advertencias al respecto. Las mujeres embarazadas deberían tener cuidado de no subirse demasiado el cinturón. Si hubiera un accidente, la correa podría dañar al bebé. -Oh -musitó casi sin aliento. Con una claridad súbita e inquietante él fue consciente de lo cerca que se hallaban. Su aliento le agitaba el pelo cobrizo en torno a las orejas y el brazo que había pasado por el respaldo del asiento era prácticamente un abrazo. Los dedos que había enganchado debajo del cinturón reposaban sobre un suave cuerpo femenino. Al hablar había bajado el cinturón, y en ese momento tenía la mano casi en el cálido hueco donde sus muslos se unían con su cuerpo. Los dedos se apoyaban con firmeza contra ella debido a la presión de la correa. Bella se quedó inmóvil. También Edward, principalmente porque todo su ser se hallaba librando una batalla en su interior: la parte caballerosa que sabía que debería apartarse contra el impulso puramente masculino de alargar los dedos y rozar la piel sensible que sabía que se hallaba justo al alcance de su mano cerrada. No sabía quién iba a ganar. Entonces ella le quitó la elección. Despacio, alzó la mano y le tomó la muñeca. Era una señal evidente de que se detuviera. Aunque no se la apartó, sólo giró la cabeza y lo miró con ojos grandes e interrogadores. El deseo de bajar la cabeza y tomarle los labios estuvo a punto de superarlo. Pero se lo había prometido. Nada de besos. ¡Maldita promesa! Sin dejar de mirarla, despacio, muy despacio, deslizó la mano por debajo de la correa, acariciando su piel con el dorso al retirarla, subiendo para dejar que uno de sus nudillos le rozara un pezón, que provocó que ella contuviera el aliento. Sin decir una palabra, quitó el brazo del respaldo y centró su atención en arrancar el vehículo. Ninguno habló en todo el trayecto a casa. Aunque a Edward le costó contener el entusiasmo que sentía en su interior. - 56 -

Ella había dicho basta de besos, pero no mencionó una palabra sobre tocarse... ni había puesto objeción a lo que había sido algo más íntimo que muchos besos que él había dado. Bella se preguntó en qué diablos había estado pensando. Mientras se refrescaba antes de reunirse con él para preparar la receta del pollo, se llevó un paño húmedo a las mejillas que le ardían por el recuerdo de sus dedos duros y calientes sobre su cuerpo. Si hubiera estado desnuda, esos dedos habrían reposado sobre el vello rizado que protegía su parte más íntima. «Si hubieras estado desnuda, él habría hecho mucho más con esos dedos». Gimió y se pasó la toalla pequeña por toda la cara. Era una imbécil gobernada por sus hormonas. Y no se refería solamente a las hormonas del embarazo. Ni siquiera era capaz de encontrarse en el mismo cuarto con él sin que el corazón le latiera más deprisa y la mente invocara imágenes de su cuerpo sólido y exigente contra el suyo suave y complaciente. Quedarse en su casa era lo más estúpido que había hecho desde... bueno, desde que se acostó con un perfecto desconocido y quedó embarazada. Pero en su corazón no consideraba un desconocido a Edward. Ni entonces ni en ese momento. Puede que no se conocieran muy bien pero su cuerpo y su alma sabían todo lo que había que saber y que le garantizaba que era el único hombre al que jamás desearía. Se quitó el paño de la cara y se observó en el espejo del cuarto de baño. Oh, no. ¡No, no, no, no, no¡ No estaba enamorada de Edward Cullen. El no la quería, al menos no fuera de lo meramente físico, y ella se había prometido no tejer más fantasías tontas y románticas en torno a ese hombre. Pero le costaba hacer que su corazón prestara atención al sentido común. Toda su vida había soñado con un hombre que pudiera derribar la fortaleza de seguridad a su alrededor para llevarla a un mundo en el que pudiera ser una persona normal. Los últimos días le habían brindado más satisfacción que la conocida en toda su vida. No podía dejar que su estilo de vida la confundiera. No podía enamorarse de él sólo porque representaba el tipo de vida que siempre había anhelado en lo más - 57 -

recóndito de su corazón. Pero en cierto sentido esa experiencia había sido buena para ella. Estaba decidida a no permitir que su bebé se criara en un entorno cerrado. No era ciega al hecho de que quizá siempre necesitara un cuerpo de seguridad, pero pensaba hacer que su hijo llevara una vida que fuera lo más normal posible. Y eso no incluía ser escoltada a todas partes todos los minutos del día. Hasta ese momento, Edward la había tratado tal como habían hecho siempre sus padres. Quizá se sintiera contento con su estilo de vida, pero era obvio que no lo consideraba el adecuado para ella. Al dirigirse a la cocina no dejó de repetirse que no lo amaba. -¿Lista para otra lección de cocina americana? -él se hallaba junto al mostrador, donde había reunido todo lo necesario para el pollo. -Lista para otra lección de cocina -corrigió ella de buen humor, acercándose. Le costaba mirarlo a los ojos después de los pensamientos que había tenido, de modo que se concentro en lo que iban a hacer. Sin pensar en sus actos, abrió las puertas del armario que había sobre el fregadero y sacó un escurridor, detergente y un trapo para secar. Automáticamente comenzó a llenar el fregadero con agua caliente. -¿Qué haces? -Preparar las cosas para que podamos ir lavando a medida que ensuciamos -lo miró. -¿Desde cuándo una princesa piensa en limpiar? ¿No dispones de criados para esas tareas menores? -A ti te educaron como a mí -repuso-. Ya conoces la respuesta. -No es verdad. ¿No recuerdas? Casi toda mi infancia la pasé en un internado. Y, créeme, en esas venerables instituciones se aprende a limpiar. -¿Servicio de cocina durante el desayuno? -sonrió, decidida a mantener una distancia cívica entre ellos. Después de todo, era su anfitrión. -De vez en cuando -hizo una mueca-. El servicio de los lavabos era peor. - 58 -

-Aunque hay una tremenda satisfacción al ver cómo brillan la porcelana y el acero gracias a los esfuerzos personales -los ojos le brillaron divertidos. -¿Y tú cómo lo sabes? -enarcó las cejas-. No te imagino pegando los retretes en los castillos de la familia. -Yo tampoco -rió-. Pero durante los últimos tres años, he trabajado como voluntaria en un hospital infantil. -¿Y te pedían que limpiaras los baños? -Hacía todo lo que fuera necesario -respondió con seriedad-. Sería un ejemplo terrible para los demás verme elegir tareas como si fuera demasiado importante para eludir algunas. Edward no quiso dejar que viera lo mucho que lo había impresionado su actitud. Por derecho, tendría que haber sido la mujer más consentida y caprichosa, pero, de hecho, era una de las mujeres más concienzudas y sensatas que había conocido en mucho tiempo. -Bien dicho -fue lo único que comentó-. Y ahora, ¿estás lista para preparar tu primer plato americano? -Lista -rió. No fue hasta más tarde cuando se quebró su frágil tregua. Juntos prepararon la receta que ella había copiado, que, por fortuna, era bastante sencilla. A insistencia de Bella, limpiaron los platos a medida que se iban ensuciando, para que al final no se les acumulara un gran desorden. Él se dio cuenta de que trabajaban bien juntos. Eso sería de utilidad después de haberse casado, ya que al menos eran compatibles en algo. «Después de haberse casado». Unas semanas atrás... diablos, apenas unos días atrás, habría pensado que cualquiera que mencionara el matrimonio y a Edward Cullen en una misma frase estaba loco. Pero todo eso había cambiado. ¿Cuándo lo había comprendido? Decidió que lo mejor sería aclarar cuanto antes las cosas entre ellos. Guardó un cuenco en el armario y se volvió hacia ella. Bella lo miró desconcertada, con cautela en los ojos al ver que le tomaba las manos. - 59 -

-Bella. Cásate conmigo -puede que no fuera la proposición más romántica del mundo, pero tampoco estaban enamorados ni nada por el estilo. Para él eso era estrictamente una necesidad, con el fin de darle su apellido al bebé. -No, gracias -repuso con tanta calma como si declinara un segundo plato. Se soltó y apoyó las manos en las caderas. Reinó un silencio prolongado y tenso mientras el cerebro de Edward procesaba el hecho de que lo había rechazado. ¡Lo había rechazado! -¿No, gracias? -repitió con voz serena-. ¿Existe la posibilidad de que te explayes? -Me haces un gran honor con tu propuesta -explicó con formalidad y cortesía, sin mirarlo a los ojos-. Pero no tengo deseos de casarme sólo para proporcionarle una unidad familiar al bebé. Tú y yo llevamos vidas muy distintas. -Es verdad -corroboró con tono sombrío, irritado porque hubiera reducido su propuesta a una simple cuestión de conveniencia, soslayando el hecho de que él había hecho lo mismo unos minutos atrás-. Y bajo ningún concepto pienso regresar a casa... ni por ti ni por nadie. -¡No te lo he pedido! -exclamó sin mucha serenidad. Giró y se quedó mirando por la ventana, de espaldas a él. -Pero te gustaría, ¿verdad? Si me cuadrara como un buen súbdito y... -Si fueras un buen súbdito -cortó, dándose otra vez la vuelta-, serías más rechazable aún. -Bueno, pues tú tampoco representas mi primera elección -su tono beligerante le había dolido-. Mi plan era casarme con una estadounidense que no tuviera ni una gota de sangre azul ni aspiraciones a un título, cuando yo estuviera preparado para ello. Una «princesa» no es lo que colma mis aspiraciones. -¡Estupendo! -tenía el rostro acalorado y, a menos que Edward se equivocara, los ojos le brillaban por las lágrimas contenidas-. Entonces no tendrás problemas en aceptar que hiciste lo honorable al proponérmelo y que yo decidí rechazarte. -¡Perfecto! -ya estaba tan furioso como ella. Entonces pensó en lo que acababa de decir-. Aguarda un momento. «No» es perfecto. Mi hijo no nacerá siendo un bastardo. - 60 -

-Es una palabra desagradable y no me gusta que la apliques a nuestro bebé -frunció el ceño. -¿Por qué no? Otras personas lo harán. -No se atreverán -una de las lágrimas logró superar el dique de contención y cayó por su mejilla. -Claro que sí. Ya sabes cuánto le gustan los cotilleos a la gente. Imagina la carnaza que proporcionará una relación ilícita entre miembros de las casas reales de Forks y Olimpyc... -la expresión que vio en su cara lo paró en mitad de la frase. Tras un pesado silencio, continuó-. No se lo ibas a contar, ¿no? -una parte de él se preguntó por qué le molestaba tanto. Después de todo, lo libraría de un matrimonio inconveniente y garantizaría no volver a verse inmerso en la telaraña de su padre. Pero una parte aun más grande rechazaba la idea de que su hijo no llevara su nombre-. Ni siquiera se lo ibas a contar -acusó-. Pensabas ir a Forks con el bebé en tu vientre y jamás contarle a tus padres quién era su progenitor, ¿verdad? -¿Por qué no? Tiene sentido -todavía tenía el rostro acalorado por la furia-. Ninguno de los dos quiere casarse con el otro. Tú no planeabas ser padre en este momento. No hay motivo para que te involucres en mi vida. -¿Ningún motivo? -estaba tan colérico que cerró las manos para contenerse de no alargarlas hacia ella-. Vas a tener a mi hijo en unos meses. Mi hijo. No el de un hombre anónimo a quien puedas descartar por su papel insignificante en la gestación -rodeó el mostrador hasta situarse a unos centímetros de ella y continuó hablándole a la cara-: El bebé va a ser legítimo, aunque tenga que atarte y llevarte en avión a Las Vegas para celebrar una boda rápida. -No te atreverías -abrió mucho los ojos. -Ponme a prueba -invitó-. Y mientras estamos en esto, llamaré por teléfono a tus padres. Seguro que el rey se alegrará al saber que he hecho lo correcto contigo. -No puedes contárselo a mis padres -se puso pálida-. Este bebé no puede ser... -calló bruscamente, apoyó una mano en el mostrador y se tambaleó-. Me siento... Él no esperó más. Nunca antes había visto desmayarse a nadie, y no pensaba empezar en ese momento. Se plantó a su lado y la abrazó. Ella se sobresaltó, gimió y apoyó la cabeza en su pecho. Pasado un momento, la condujo al salón y la tendió en el sofá, luego colocó un cojín bajo sus pies. - 61 -

Bella volvió a gemir, pero en ese instante fue un sonido de alivio. La tensión que atenazaba la garganta de Edward se suavizó un poco; la apartó con delicadeza y se sentó a su lado. -¿Puedo traerte algo? -preguntó dominado por la preocupación, y no le importó que ella lo notara. -No, me pondré bien -tanteó en busca de su mano-. Sólo... no te vayas. Los dedos pequeños de ella encontraron los suyos y él quedó asombrado por la fuerza de la emoción que rugió en su interior. Volvió a sentir un nudo en la garganta y se vio obligado a carraspear antes de apretarle la mano y decir: -Estoy aquí. Pasó un largo rato. La observó detenidamente. Bella tenía los ojos cerrados y poco a poco un cierto color sustituyó la palidez de su rostro. Aflojó un poco el apretón de su mano. Aun así, él no hizo ademán de soltarla. -Lo siento -musitó ella. -No tienes por qué. Soy yo quien debe sentirlo -enfadado consigo mismo, apartó la vista-. Tendría que tratarte con más cuidado... -No, siento haber estado a punto de desmayarme -corrigió con una sonrisa-. Me refería a que lamentaba haber discutido contigo. Por lo general no soy así. -No hay nada por lo que debas disculparte -aseveró-. No eras la única que gritaba, por si no te diste cuenta. -Lo hice -manifestó. Entonces se puso seria-. También lamento haber tratado tus sentimientos y deseos como si no contaran para nada. No quiero negarte a tu hijo. -Podemos hablar de eso más tarde -indicó ansioso por evitar más discordia ese día. Puede que ella aún no comprendiera que el matrimonio no era negociable; se trataba de un hecho pero no ganaría nada provocando su antagonismo en ese momento. Un olor extraño invadió su olfato, como si algo estuviera quemándose... -¡El pollo! -gritaron al unísono mientras Edward corría a la cocina.

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Chapter 5 Esta es una adaptación con algunos de los personajes de Stephanie Meyer, la historia no es mía , en el ultimo capitulo les diré el nombre de la autora y el nombre original de la historia . . .Capitulo 5 .. Casarse con él era impensable. Mientras se aplicaba rimel en las pestañas varios días después, Bella sintió una patadita en el costado derecho de su caja torácica. Apoyó la mano con suavidad en su vientre y volvió a pensar en el padre del bebé que crecía en su interior. ¿Qué iba a hacer? No había dado la impresión de que bromeara cuando le dijo que se iban a casar. Aun cuando sabía que él no la amaba, que ella era la última mujer en el mundo a la que tomaría por esposa por propia voluntad, pensaba casarse con el fin de proporcionarle una herencia legítima al bebé. Sin duda, una intención admirable. Lo sería todavía más si no fuera ella con quien lo hiciera. Los intensos ojos verdes de Edward se materializaron en su mente y gimió. Si no fuera tan atractivo, irresistible, adorable... Desde su última confrontación se habían mostrado tan corteses como dos conocidos circunstanciales, evitando todo lo que resultara controvertido. La había llevado al Desfile del Sol, habían contemplado el comienzo de una competición de globos aerostáticos y, al amanecer del día anterior, fueron al desierto para contemplar la salida del sol. Se había mostrado gentil, amistoso... y tan distante como la luna. - 63 -

Era imposible que se casaran. Aparte de la atracción que parecía cargar el aire entre ellos, no tenían nada en común. Ella amaba y respetaba a su familia. Aunque Edward había hablado poco de la suya, había recibido la clara impresión de que no estaba especialmente encariñado con los suyos. Ella había recibido una educación que no la había preparado para ningún trabajo práctico, mientras que él había empleado sus estudios para labrarse una carrera excepcionalmente exitosa. No, el matrimonio quedaba descartado, sin importar lo que Edward había dicho sobre Las Vegas. El bebé se movió bajo su mano. Suspiró. No sólo anhelaba tenerlo en brazos, sino que le entusiasmaba la idea de volver a tener una cintura estrecha. Extrañaba su figura esbelta, la que tenía cuando se conocieron y no sabían quiénes eran. Una llamada a la puerta la sobresaltó y estuvo a punto de tirar el pincel del rimel. -¿Estás lista? -Casi. Dame un momento. Terminó de aplicarse el maquillaje y recogió la chaqueta y el bolso de la cama. Abrió la puerta, salió al pasillo y contuvo el aliento al verlo. Con una sencilla camisa color crema y unos pantalones caqui, era más atractivo que cualquier otro hombre con un esmoquin. Sonrió al verla. -¿Lista? -preguntó. -Lista -al escoltarla por la casa ella añadió-: Aunque sería agradable saber adónde vamos. -Te dije que se trataba de una sorpresa -volvió a sonreír. La llevó al garaje y le abrió la puerta del Mercedes que tenía aparte de la camioneta-. Deberás esperar para verlo. Condujo hacia el nordeste por la ciudad rumbo al aeropuerto municipal de Scottsdale, donde al parecer había contratado un vuelo. Pero cuando entraron en la pista, Bella se detuvo y opuso resistencia a la mano que la instaba a seguir. -Es un avión pequeño -manifestó consternada. Aunque a menudo había realizado - 64 -

vuelos en aparatos pequeños entre Forks y el Reino Unido, ese avión parecía de juguete. Dos hombres saludaron al ver a Edward y de nuevo él la instó a continuar. -Es un bimotor y es mayor que algunos aviones privados -explicó él-. Ésos son el piloto y el copiloto. -¿Hacen falta dos hombres para llevar algo tan pequeño? -Por lo general, no. Casi siempre se usa para vuelos de ocio alrededor de la ciudad. -¡Aja! Así que saldremos fuera de Phoenix. Ya habían llegado junto a los pilotos, y tras unas rápidas presentaciones la condujo por unos escalones estrechos que daban a un receptáculo diminuto. Por dentro era mucho más bonito de lo que ella había esperado. Se lo tenía merecido por olvidar que aunque Edward podía actuar como un hombre de negocios americano, tenía una pequeña fortuna a su disposición. -¿Y ahora puedo saber adónde vamos? -preguntó al ocupar uno de los cómodos asientos de piel? -En realidad, tenemos dos destinos. Aunque el primero sólo lo sobrevolaremos. Relájate y disfruta. Él le transmitió su buen humor, y cuando el pequeño aparato despegó y se dirigió al norte, se relajó y disfrutó de la vista cada vez más distante de la ciudad y de la interesante mezcla de desierto y montañas que la rodeaba. -Eso es Flagstaff -le informó Edward unos minutos más tarde-. Y en un minuto, si miras por la ventanilla, verás el punto más alto de Arizona, Humphrey's Peak. Bella siguió mirando por la ventanilla las cumbres y valles por los que pasaron; entonces volaron por encima de un bosque denso. -¿Dónde nos encontramos ahora? -inquirió ella. -Sigue mirando -se soltó el cinturón de seguridad y se arrodilló a su lado-. Dentro de uno o dos minutos, podrás verlo. -¿Ver que? -era muy consciente de su cuerpo grande tan cerca, del olor a hombre - 65 -

recién duchado y a colonia. Para distraerse, sacó el codo hacia sus costillas, pero la esquivó, riéndose entre dientes. Le resultaba imposible resistirse a él con ese humor; además, ya estaba cansada de obligarse a soslayar la atracción de la sensualidad que prometían sus ojos. -Mira -musitó Edward en su oído. -¡Oh! Es... es increíble. Hermoso. Enorme -debajo del pequeño avión el Gran Cañón se ensanchaba y profundizaba más de lo que ella habría creído posible. Abrumada, se volvió hacia él-. ¡Oh, Edward, gracias! No esperaba llegar a verlo en este viaje. Su rostro estaba apenas a unos centímetros, con sus anchos hombros y los brazos aferrados al asiento creando un pequeño refugio de intimidad. Antes de que ella se permitiera pensar demasiado en ello, se adelantó y le dio un beso fugaz en los labios. Luego giró rápidamente la cabeza y volvió a mirar por la ventanilla. -¿Qué ha pasado con el edicto de «no besar»? -preguntó él con la boca pegada a su oído. Bella tuvo que respirar hondo varias veces para no girar y arrojarse a sus brazos. Carraspeó. -Yo establecí la regla. Si me apetece, puedo romperla. Él rió y con los brazos la rodeó despacio por detrás, pegándola a su pecho al tiempo que la envolvía con su calor y con la sensación de sus duros antebrazos sobre el vientre. Los pechos de Bella reposaban contra sus brazos y su respiración comenzó a acelerarse al sentir la oleada de deseo que la recorrió de arriba abajo. El avión se ladeó a la izquierda para alejarse del sol de la mañana y poner rumbo al oeste mientras seguía la brillante franja que era el poderoso río Colorado, que serpenteaba a través del cañón. Éste se estrechó, volvió a ensancharse y al final bajo ellos apareció un lago enorme y resplandeciente. -Es el Lago Mead -explicó Edward-. Es artificial, resultado de la Presa Hoover, que verás en un minuto. La presa quedó atrás y una vez más pusieron rumbo al oeste. La llanura del desierto se extendía debajo de ellos, y en la distancia, como un espejismo, se alzaba una especie de ciudad... - 66 -

-¿Dónde estamos? -inquirió con cierta suspicacia. -¿No reconoces la Ciudad del Oropel? Me habría gustado traerte por la noche, pero entonces no habríamos podido ver el cañón -con displicencia retiró los brazos y se irguió para regresar a su asiento y ponerse el cinturón de seguridad, como si el abrazo no lo hubiera afectado. -¡Las Vegas! ¿Vamos a Las Vegas? -no sabía si mostrarse aprensiva o excitada. No podía ser una coincidencia que la hubiera llevado allí cuando durante días había flotado entre ellos el tema del matrimonio. -Es un lugar único. -Mi hermana se casó aquí hace poco -le informó-. No estoy segura de que sea una buena idea. -Pensé que te gustaría pasar el día en ella -se encogió de hombros-. Si no es así, podemos reposar combustible y volver a casa. -No, no se trata de eso. Sé que lo pasaré bien. Pero... -no había modo de decirlo sin parecer paranoica y tonta. «¿Tengo miedo de que me obligues a casarme contigo?» Era demasiado ridículo. Como si le leyera el pensamiento, Edward apoyó con delicadeza una mano en su hombro. -Te gustará, te lo prometo. Jamás te obligaría a hacer algo que no quisieras. Y así, media hora después, se encontró en un taxi con destino a una ciudad que jamás dormía. Primero la llevó al Caesar's, a través de los casinos hacia la enorme plaza comercial que había detrás. Comieron en un restaurante italiano en la zona central. En el Mirage, Edward había comprado billetes para un espectáculo de magia que incluía unos increíbles efectos especiales, aparte de números con animales. Al finalizar, la escoltó a la recepción, donde la mención de su nombre produjo un servicio rápido y eficaz en una oficina privada. Al guardar la llave que le dieron, le sonrió al ver la expresión de asombro en su rostro mientras iban al ascensor. - 67 -

-Bueno, no se puede esperar pasar todo el día sin descansar, ¿no? He reservado una suite para que puedas dormir un poco si te apetece. El botones que los condujo a la habitación no parpadeó cuando Edward le dijo que no tenían equipaje. -Muy bien, señor -fue su reacción antes de cerrar la puerta, dejándolos en el vestíbulo de la espaciosa suite. Edward recorrió la estancia como si fuera uno de los tigres que acababan de ver, abriendo puertas armarios. -El dormitorio está por ahí -señaló-. ¿Por qué no te echas un rato? Aunque odiara reconocerlo, Bella se sentía cansada. El día había estado lleno de diversión y estímulos. Aunque de momento no había ganado mucho peso, los cuatro kilos que ya había incorporado a su esbelta figura marcaban una diferencia, y le dolían los pies. -¿Qué vas a hacer tú? -preguntó. La idea de dormir en el único dormitorio mientras Edward deambulaba por el salón la hacía sentir irracionalmente vulnerable. -Ya encontraré algo en qué ocupar una o dos horas -aseguró-. Bajaré a jugar el suficiente dinero para satisfacer a nuestros anfitriones. Volveré a eso de las seis, ya que quiero mostrarte el volcán que hay en el exterior del hotel y luego que veamos cómo el barco pirata se enfrenta a los británicos en la Isla del Tesoro. Debes verlo para creerlo. Luego cenaremos algo. -Suena estupendo -le sonrió y él la inmovilizó con la mirada. -¿Lo bastante como para darme otro beso? -preguntó con voz ronca. Todos los nervios de su cuerpo cobraron vida. Quería besarlo y no deseaba hacerlo. -¿Es el precio para hoy? -dijo, ganando tiempo. -El día no tiene precio -él cruzó la estancia-. Será una bonificación por un servicio extraordinario. -Bien -lo tuvo justo delante y se vio obligada a alzar la cabeza-. Supongo que lo - 68 -

mereces. Ha sido un día espectacular -bajó la vista al cuello de la camisa abierta de Edward, a la espera de que él tomara la iniciativa. -Pero a mí no se me permite besarte, ¿recuerdas? -respiraba más deprisa y sus ojos mostraban una mayor intensidad que la habitual, llenos de deseo. -Lo había olvidado -musitó ella-. En ese caso... -respiró hondo para hacer acopio de valor, se aproximó a él, alzó las manos para equilibrarse en sus hombros y se puso de puntillas-. Gracias -susurró y plantó un beso suave en su boca sonriente. Él le sujetó las muñecas para que no se moviera al tiempo que emitía un sonido de aprobación. Y antes de que ella pudiera apartarse, su boca se tornó más exigente. Edward pasó a controlar el beso y Bella gimió al experimentar unas sensaciones que le contrajeron las entrañas con un deseo contenido durante días. Las manos de ella se aferraron a sus hombros y él deslizó las suyas para recorrer el contorno de su cuerpo mientras con los labios le exigía una respuesta que Bella dio sin pensar, sin titubeos. Edward le acarició las caderas y luego se apoderó de sus curvas suaves para pegarla a su cuerpo, aturdiéndola con la promesa dura y cálida de su gran solidez. Eso era lo que recordaba Bella de su primer encuentro, esa atracción magnética que borraba toda decisión consciente y la impulsaba hacia él. La dura exploración de su lengua buscó las mismas reacciones de ella. Contra su vientre se inflamó una tensa carne masculina, y cuando la levantó en brazos y su erección encontró el rincón oculto de calor entre sus muslos, ambos gimieron. Las manos de Edward le acariciaron de forma despiadada la espalda. Deslizó una palma grande por sus costillas hasta encontrar y cubrir un pecho. A través de la ropa buscó con el dedo pulgar una cumbre tierna, con la que jugueteó hasta conseguir que sobresaliera y enviar saetas de excitación al palpitante núcleo que había entre las piernas de ella. Bella se pegó más a él. Y como si Edward reconociera su necesidad, introdujo un muslo entre los suyos con una presión ascendente hasta que la acercó de forma inexorable al borde ciego de la pasión. Cuando al fin le soltó la boca y bajó los labios por su mandíbula hasta la piel vulnerable bajo el cuello, que succionó y lamió al tiempo que establecía un ritmo incesante para continuar hasta la plenitud superior de sus senos. Frustrado al no conseguir apartar la tela de la blusa, decidió cerrar los labios sobre el invisible pezón duro para succionarlo con ardor. Ella lanzó un grito cuando la onda de placer reverberó por su cuerpo, y aunque - 69 -

luego no lo recordaría, arqueó la espalda y sus manos lo agarraron por el pelo para acercarlo aún más. Edward separó una mano de su espalda y comenzó a desabotonarle la blusa lo suficiente para hacer la tela a un lado y liberarle el pecho del sujetador. La boca sobre su piel desnuda fue otra maravilla. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Los pensamientos lógicos se desvanecieron y se entregó a la centelleante magia que fluía entre ellos; sus rodillas cedieron y se hundió en la mullida alfombra, tirando de él. A los pocos minutos, se hallaron tendidos entre una maraña de extremidades que luchaban por desnudarse a medida que exploraban las partes que iban desnudando. Cuando Edward le quitó las braguitas que aún encajaban bajo la protuberancia de su vientre, se echó atrás para contemplarla largo rato, estudiando los cambios en su silueta desde la última vez que habían estado juntos. Ella se ruborizó bajo su intenso escrutinio; alzó una rodilla y se cubrió los pechos con los brazos. Él rió entre dientes, luego se estiró a su lado, apoyándose en un codo y colocando una pierna caliente y velluda sobre la suya al tiempo que tiraba con suavidad hasta que Bella relajó los brazos de esa postura tan defensiva. Inclinó la cabeza y depositó un beso leve sobre la cresta del pecho más cercano. -Eres tan hermosa -comentó casi con reverencia-. La primera vez, en la oscuridad, me habría gustado verte mejor -bajó la palma abierta de la mano por su cuello, pasó por el valle entre sus senos, continuó por el ombligo y al final la frenó en el sitio donde su hijo yacía protegido. Entonces se inclinó sobre ella y la besó profundamente, acariciando la piel sedosa hasta que Bella se arqueó y dejó escapar gemidos pequeños cada vez que su mano se adentraba en territorio sensible. Ella no quería hablar, no quería pensar. Sólo anhelaba sentir, saborear cada roce de sus dedos, cada centímetro del cuerpo que tenía pegado al suyo. La mano de Edward bajó más y más por su vientre en dirección a la cálida zona de rizos, provocando que ella soltara un grito aturdido cuando la exploración continuó. Un dedo largo se deslizó entre los suaves pliegues y extendió la humedad que encontró allí en círculos cada vez más amplios hasta que las uñas de Bella se clavaron en sus hombros en un intento por acercarlo. Él respondió con el cuerpo a su súplica silenciosa, situándose encima de ella para acomodarse en el espacio que le brindaba entre sus muslos. Bella pudo sentirlo, palpitante y sedoso contra su vientre; deslizó una mano entre los dos con la necesidad de notar la prueba del deseo que despertaba en él. Edward gimió cuando - 70 -

cerró la mano a su alrededor y de forma involuntaria la embistió con las caderas, luego capturó sus dedos y se los besó antes de inmovilizarle las dos manos por encima de la cabeza. Despacio se echó hacia atrás y permitió que su excitada masculinidad encontrara el camino entre sus muslos, insistiendo con suavidad y firmeza hasta que el resbaladizo canal que se había preparado se abrió. Entonces embistió con un único movimiento, penetrando en ella en la unión final mientras la besaba una y otra vez, besos duros y abrasadores que hablaban con más claridad que las palabras del control que ejercía sobre sí mismo. Ella se retorció bajo su cuerpo para asentarlo con más solidez, luego meneó un poco las caderas y disfrutó con la fricción húmeda de la carne contra la carne. Al observar sus rasgos notó que el corazón se le henchía de amor. Era ridículo negarlo. Puede que nunca se lo contara a él, pero resultaba una necedad fingir que no lo amaba. Lo amó desde aquella primera noche, cuando fue todo suyo sin el equipaje añadido que encharcaba sus sentimientos y relaciones. Él la besó otra vez como si nunca fuera a parar; Bella cerró los ojos con el deseo de grabar en su mente cada momento con el fin de preservar esos instantes preciados para los días largos y solitarios que temía que fueran su único futuro. No sabía qué le depararía el resto de su vida, sólo tenía la certeza de que Edward no estaría, y dudó que alguna vez pudiera sentir por otro hombre lo que experimentaba por él. Había sucedido con sus padres... un amor que desafió la clase social y las expectativas, y a ella la habían educado para respetar la unión sagrada de dos almas. El matrimonio no debía tener lugar a menos que existiera el amor entre las dos partes involucradas. Edward se apartó y luego volvió a embestir, y las sensaciones que le producía su cuerpo allí donde se movía en ella eran tan exquisitas que no fue capaz de contener el suave sonido de necesidad que escapó de sus labios. -Pensé en ti -confesó él con voz ronca sobre su oído-. Tantas veces que estuve a punto de subir a un avión para ir a buscarte. Era la primera vez que recibía algún indicio de que él pudiera haberse visto igual de afectado que ella por su noche de amor, y resultó ser el afrodisíaco más poderoso que había conocido. -Ojalá lo hubieras hecho -susurró. Luego alzó aún más las piernas, agarró la estrecha cintura de él y se entregó al - 71 -

momento. Cuando Edward comenzó a moverse más deprisa, ella respondió en igual medida. Le soltó las muñecas y se apoyó en esa mano, mientras Bella apoyaba los dedos sobre sus hombros y sentía el calor y el sudor, la palpitante tensión que iba en aumento. El rítmico embate fue más de lo que pudo soportar. Con un grito incoherente se convulsionó y retorció en sus brazos a medida que era recorrida por su clímax. Edward la siguió casi de inmediato, como si la hubiera estado esperando; ella lo rodeó con los brazos y tenuemente sintió las pulsaciones de su liberación al invadirla con su calidez. Poco a poco recuperó la conciencia cuando el éxtasis se convirtió en una satisfacción aletargada. Bostezó contra su pecho y sintió la risita de él, que intentó apartarse. -Quédate -le pidió con los brazos en torno a sus hombros. -Eso es lo que pretendo -le apartó el pelo de la cara y se detuvo en la curva de su mejilla-. Pero he de moverme. No quiero lastimarte ni a ti ni al bebé. Con renuencia, aflojó los brazos y odió el momento en que él se separó, pero casi de inmediato se echó de espaldas a su lado y la movió hasta dejarla acurrucada junto a su cuerpo. Nunca en su vida Bella se había sentido tan satisfecha. Suspiró, cerró los ojos y cayó en un sueño seguro en sus brazos. Dos horas más tarde, Edward salió de la ducha y se envolvió la cintura con una toalla. En silencio avanzó por el dormitorio y, en cuanto sonó la llamada a la puerta que había estado esperando, fue a abrir antes de que el hombre que había del otro lado pudiera volver a llamar. -Las cosas que solicitó, señor -dijo el botones, introduciendo un carro del que colgaban unas perchas con ropa y bolsas en el anaquel inferior, que contenían artículos para el afeitado, maquillaje, la ropa interior para embarazadas que había especificado, perfume y colonia para hombre... hasta las sandalias de tacón bajo que había encargado para su bella durmiente. Edward firmó la factura que el otro le presentó con discreción y añadió una propina generosa antes de escoltarlo otra vez a la puerta. Bella seguía durmiendo en la cama a la que la había llevado después de hacer el amor, y sospechaba que necesitaba algo más de descanso antes de que comenzara su velada. Ya le iba a costar manejarla cuando descubriera lo que había planeado; no tenía sentido que estuviera cansada además de enfadada. Había jurado que nunca terminaría como sus padres, y en ese momento hacía casi - 72 -

lo mismo que ellos. Bueno, no exactamente. El matrimonio de sus padres había sido un acuerdo de poder y su madre no fue embarazada a la ceremonia. Aunque tampoco tardó tanto hasta estarlo. El pensamiento lo dejó atónito. No podía imaginar a dos personas menos propensas que ellos a entregarse a sesiones de sexo ardientes, sudorosas y extenuantes. Carlisle y Esme eran las personas menos apasionadas que había conocido. «A menos que se tratara de prestigio y finanzas», pensó con una amargura que no se había mitigado con los años. Su padre vivía para congraciarse con la realeza de todas las naciones europeas que no se habían desprendido de la idea arcaica de una clase gobernante. Cualquiera que intentara frustrar a Carlisle en uno de sus incesantes intentos de vincularse con otro nombre real descubría lo apasionado que podía ser. De niño, Edward no había tardado en descubrir que el protocolo y la etiqueta eran la clave para el éxito en su hogar. Uno no corría a los brazos de su madre a buscar un beso cuando llegaba de un viaje, ni lloraba por haberse lastimado una rodilla. La frase favorita de su padre, sin ninguna duda, era: «los labios firmes». Tenía decidido que su hijo jamás escuchara palabras semejantes. Se puso los pantalones negros de noche y la camisa, luego se colocó la pajarita antes de cerrarse los gemelos que había solicitado con los demás accesorios. Se dirigió al pequeño escritorio que había en el salón y le escribió una nota a Bella. Después se calzó los zapatos italianos nuevos y el resto del esmoquin. Salió de la suite. Tenía muchas cosas que hacer si quería casarse con ella esa noche. En cuanto despertó supo que Edward se había marchado. La suya era una presencia abrumadora; de haber seguido en la suite, lo habría sabido. Se estiró y mil sensaciones pequeñas le recordaron el amor que habían hecho. Esbozó una sonrisa de satisfacción. Al menos físicamente sabía que la deseaba. Se sentó despacio, luego se levantó de la cama y fue al cuarto de baño. Se puso uno de los lujosos albornoces que eran regalo del casino, se lavó la cara, y después fue al minibar en busca de una botella de agua. - 73 -

Sobre la nevera vio una nota. Le explicaba que había encargado ropa y accesorios, que debería vestirse, que regresaría a... ¡santo cielo! El reloj de la pared le indicó que apenas disponía de veinte minutos hasta su vuelta. Si quería estar hermosa, era mejor que se pusiera en marcha. Recogió los artículos de belleza y regresó al cuarto de baño. Se dio una ducha rápida. Mientras se ponía las sandalias que había en una de las cajas, oyó que la puerta de la suite se abría. A toda velocidad se aplicó carmín. Luego, con un nerviosismo que no terminaba de entender, se dirigió a la puerta que llevaba al salón. Antes de llegar ésta se abrió. Edward dio la impresión de llenar el umbral. -¿Has dormido bien? -preguntó con calidez mientras avanzaba. -Sí, yo... ¡Edward! La tomó por la cintura y la pegó a su cuerpo. Su protesta fue sólo un formulismo, porque ya había alzado los brazos a su cuello para relajarse en su abrazo. Él le levantó la barbilla con un dedo y la besó, obligándola a abrir los labios con los suyos para invadir la tierna profundidad con su lengua hasta que ella se entregó en inquieta rendición. -Me gustaría mantenerte desnuda en la cama el resto de la noche -comentó con una sonrisa al separarse-, pero será mejor que te alimente, por el bien del bebé. Bella retrocedió y se alisó el vestido al tiempo que una cálida sensación de esperanza se extendía por su interior. Sonaba tan tierno y preocupado... quizá existiera la posibilidad de que llegara a interesarse por ella como quería... no, necesitaba. -Estás hermosa -entrelazó los dedos con los suyos-. He visto fotos de tu madre a tu edad y sois iguales. -Supongo que se trata de genes fuertes -se encogió de hombros. -No me extraña que tu padre comente que con ella jamás tuvo una oportunidad -entonces se puso serio y clavó la vista en su vientre-. Si el bebé es niña, tendré que encerrarla para mantener alejados a los chicos. La sonrisa de ella se desvaneció cuando la escoltó por la puerta y avanzaron por el - 74 -

pasillo. -No quiero que mi hijo esté tan protegido del mundo exterior como lo estuve yo. Hasta cumplir más o menos los diez años, pensaba que los padres de todo el mundo empleaban a guardaespaldas las veinticuatro horas. -Aunque comprendo por qué tú padre muestra un exceso de protección. -Sí -tuvo ganas de hablarle de Sam Flynn, el hombre al que pensaba buscar cuando llegara a Phoenix... el hombre que podía ser su hermano. Estaba descuidando sus deberes, era hora de llamar para ver si había vuelto de su viaje-. Mamá y papá quedaron destrozados cuando lo secuestraron -tembló y se llevó una mano al vientre-. Ni siquiera puedo imaginar lo que debió ser para ellos. -No -el rostro de Edward quedó sombrío-. Estoy seguro de que perder a su único heredero varón fue terrible para tu padre, en especial porque nunca tuvo otro hijo. -Perder a un hijo fue terrible -alzó la vista con el ceño fruncido. -Sí -convino. Llegó el ascensor y las puertas se abrieron-. ¿Vamos, mi pequeña princesa? Primero se dirigieron a la parte frontal del hotel, donde él había reservado un lugar junto a la barandilla delante del volcán. A pesar del calor, aún oscurecía relativamente pronto y ya estaba a oscuras. Tras una breve espera, el volcán estalló. Bella se mostró entusiasmada con la exhibición. Llegaron a la Isla del Tesoro justo a tiempo para ver a la fragata británica entrar en combate con el barco pirata. Bella aplaudió en el momento en que los cañones centellearon, y cuando el buque británico se hundió con el capitán en el puente de mando, quedó boquiabierta al contemplar el tricornio flotando en las aguas. Cuando el barco volvió a salir a flote tras una tensa espera y el actor que representaba al capitán soltó un chorro de agua hacia el aire, se partió de risa. Después él la llevó a un elegante restaurante francés con sillas tapizadas con fina piel color burdeos, luz tenue y flores en las mesas con manteles de lino. Una vez sentados, le sonrió. -Parece un crimen venir a un lugar así y no beber vino, pero a ti no se te permite probar el alcohol. -Una copa pequeña sería aceptable. Ya sabes, tiene valor nutritivo. - 75 -

-Hmm -Edward enarcó una ceja-. Si tú lo dices. Durante la cena charlaron siguiendo el ritual de las parejas que quieren llegar a conocerse más. Como él parecía fascinado, Bella dejó que la interrogara, y le contó una historia tras otra de las situaciones en las que se habían visto envueltas sus hermanas y ella de niñas. Ambos declinaron el postre, y mientras Edward bebía un café solo y ella uno descafeinado, ella aprovechó la conversación para hacerle algunas preguntas. Aunque le costó, al final le contó cómo terminó sus estudios en Oxford y decidió ir a estudiar arquitectura a Harvard, decisión que irritó a su padre. A pesar de que no se explayó, ella percibió que la historia tenía muchos más detalles. -¿Y cómo pasaste de estudiar en Harvard a ser el propietario de una empresa de construcción? -Llegué a la conclusión de que deseaba diseñar estructuras únicas -se encogió de hombros-. Pero también quería que las levantaran de acuerdo a los patrones de calidad que yo imaginaba, de modo que fundar mi propia empresa pareció el paso más lógico. -No creo que hiciera feliz a tu padre -pensó en el Gran Duque que ella conocía-. Está muy aferrado a la tradición. ¿No te quiere tener cerca, para que algún día te ocupes del reino? -Los planes que pueda albergar mi padre para mi vida son irrelevantes -repuso tras un pesado silencio-. Amenazó con repudiarme cuando no quise obedecerlo, aunque aún no ha recurrido a eso. De vez en cuando pasa por Phoenix o me llama para darme sermones, pensando que seré menos obstinado con los años. De modo que si tu padre esperaba cimentar su relación con Olimpyc a través de mí, cometió un grave error de cálculo. Habría hecho mejor en arrojarte a los brazos de mi hermano menor. Las palabras resultaron un ataque tan inesperado que ella sintió como si la hubiera abofeteado. Con manos temblorosas, dejó la taza de té en el plato. -Ya te lo he dicho antes, mi padre no está en absoluto interesado en arreglar matrimonios para ninguna de sus hijas. Ellos se enamoraron y se casaron, y nos han dado la misma oportunidad a nosotras. -Hace décadas que mi padre y el tuyo pactaron un acuerdo para que una de vosotras se casara conmigo -bufó él-. Pensé que sería la mayor... - 76 -

-Ángela. -Pero, por algún motivo, debieron decidir que tú serías la más apropiada -rió entre dientes, aunque el sonido no reflejó ninguna alegría-. Es evidente que no tenían idea de lo bien que encajamos, de lo contrario jamás nos habrían dejado solos. Una oleada de náuseas la dominó con tanta fuerza que tuvo que apretar los dientes, dejar la servilleta en la mesa y recoger el bolso. -Iré al tocador, y luego estaré lista para marcharme. Nos veremos en la entrada. -No pareces tener buen aspecto -Edward se levantó con expresión preocupada. -No estoy bien. -Sabía que no tendrías que haber bebido la copa de vino. ¿Hay algo que pueda hacer? -Ya has hecho bastante, gracias -espetó con tono cortante y notó que él entrecerraba los ojos, pero no le importaba. El corazón le palpitó casi con dolor al descartar las esperanzas de amor que había mantenido. A él lo habían herido en el pasado, pero no quería compartir eso con ella. Y Bella no podía vivir con un hombre que no era capaz de amarla, sin importar cuáles fueran sus motivos.

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Chapter 6 Esta es una adaptación con algunos de los personajes de Stephanie Meyer, la historia no es mía , en el ultimo capitulo les diré el nombre de la autora y el nombre original de la historia . . .Capitulo 6 .. Ella mantuvo un silencio tan grande en el trayecto de regreso al hotel que Edward sintió un nudo en el estómago por la preocupación. Se había puesto rara cuando mencionó otra vez a sus respectivos padres y el acuerdo matrimonial. Mentalmente se dio una patada. Eso mismo ya la había irritado con anterioridad. Tendría que haberlo recordado. ¿Qué importaba que Bella no quisiera considerarse parte de un matrimonio pactado? A las mujeres les gustaba un poco de romance. «Bueno», pensó, «no tardará en olvidar la conversación en cuanto vea lo que he hecho por ella». La condujo a la habitación y abrió con la tarjeta magnética, indicándole que pasara por delante. Al hacerlo, él encendió las luces. En medio de la estancia, Bella se frenó en seco. El sonrió a su espalda. La florista había hecho un gran trabajo. En la mesa delante del sofá había un enorme jarrón de cristal con un ramo de rosas rojas, tres docenas si habían respetado sus órdenes, hermosamente expuestas. -¿Qué es eso? -preguntó ella con voz extraña. -Son para ti -se adelantó y le tomó la mano, acercándola a sus labios-. Para la madre de mi hijo. - 78 -

Ella se volvió a medias y lo observó con los ojos muy abiertos. Luego prorrumpió en sollozos y corrió al dormitorio. «¿Qué demonios...?» Quedó tan aturdido que no reaccionó en el momento. Cuando la siguió tuvo la impresión de que ya había vivido esa escena. ¡No pensaba dejar que volviera a encerrarse! Pero el pomo giró con facilidad bajo su mano. El dormitorio estaba vacío y pudo oír el agua correr en el cuarto adyacente. Con gesto vacilante llamó a la puerta. -¿Bella? -Un momento -repuso con voz tensa y apagada. No sonaba como si pensara acampar allí toda la noche, de modo que se apoyó en la cómoda y esperó. Tardó un rato, pero al final la puerta se abrió. Tenía la piel en torno a los ojos enrojecida e hinchada, pero al menos ya no lloraba. -¿Qué sucede? -se enderezó. -Nada -suspiró-. Gracias por las rosas. Son preciosas -pero a su voz le faltaba entusiasmo, y tenía la vista clavada en el suelo en vez de mirarlo a él-. Me encuentro muy cansada -añadió-. Me gustaría acostarme. -De acuerdo -sabía perfectamente que se refería a acostarse sola, pero él ni se lo planteó. Regresó al salón y echó el cerrojo de la suite, después apagó las luces. Al regresar, ella se había quitado el vestido rosa y no llevaba nada más puesto salvo la ropa interior de seda que le había comprado. Sobresaltada, Bella se volvió al oírlo regresar, aunque él ignoró su reacción y fue al cuarto de baño a apagar las luces. Se situó en su lado de la cama y con indiferencia comenzó a desvestirse. -¿Qué haces? -Prepararme para acostarme -repuso con calma sin dejar de desvestirse, hasta que quedó en calzoncillos-. Pensé que habías dicho que estabas cansada. -Y así es -hizo un gesto impotente con la mano-. No pretendo dormir contigo. -Sólo hay una cama -señaló él. - 79 -

-¡No! -exclamó-. No voy a compartir la cama contigo. Ni para dormir ni para... para cualquier otra actividad. Ya se había cansado de adivinar qué le pasaba. Despacio rodeó la cama para ir a su lado. Ella dio un paso atrás por cada uno que avanzó Edward, hasta quedar literalmente contra la pared. -Pensé que te habían gustado las rosas. Lamento si te perturbaron. ¿Quieres contarme por qué? -Las rosas rojas son para los amantes -repuso tras vacilar un poco-, para... para las relaciones especiales. Fue el turno de él de titubear. Lentamente, como si caminara por un túnel sin un destello de luz, dijo: -Tú... tú eres especial para mí. No sólo porque vayas a tener a mi hijo. -No endulces la situación, Edward -meneó la cabeza-. Si no estuviera embarazada, si no hubiera venido a buscarte, nunca más nos habríamos vuelto a ver. Automáticamente abrió la boca para protestar. Pero la cerró de inmediato. Quizá Bella tuviera razón. Cinco meses atrás... demonios, un mes atrás no podría haber imaginado que lo dominara lo que sentía, la vida sin ella. Y después de haber entrado en su ser, no pensaba dejarla ir. -Es probable que tengas razón. Si te hubieras quedado en Forks, no habríamos vuelto a vernos. Pero... -alargó la mano despacio y le acarició la mejilla cálida-... viniste a buscarme. Fuiste más inteligente que yo. Y me alegro. No quiero estar sin ti. No por el bebé. Sino por ti. -Edward, yo no puedo... -Shh -se acercó y la abrazó contra su corazón-. No lo analices hasta la extenuación. Sólo acéptalo. Inclinó la cabeza y le dio un beso en la sien, luego en la mejilla, después le alzó la cara con el pulgar bajo la barbilla y depositó unos besos delicados en sus pestañas y en el puente de la nariz, hasta que bajó a sus labios. La sintió temblar al cobrar conciencia de la excitación que no fue capaz de ocultar cuando su cuerpo reaccionó al tacto y al aroma de mujer, su mujer. - 80 -

-Te deseo -susurró sobre su boca. Dobló las rodillas y le besó el cuello, luego descendió a la suave piel que nacía en sus pechos hasta que la tela sedosa de la enagua lo detuvo-. ¿Puedo? -musitó. En ese momento ella estaba apoyada en la pared, con las manos en el pelo de Edward, los ojos cerrados. Sin abrirlos asintió y a él le hirvió la sangre al darse cuenta de que la había convencido de que se quedara a su lado. Lentamente le quitó la enagua por la cabeza. El broche del sujetador era frontal; con suavidad lo abrió y se lo sacó por los hombros, dejando que sus pechos hermosos de puntas rosadas quedaran libres. Era tan hermosa. Experimentó un nudo en la garganta al comprender que Bella ya era suya. Levantó las manos y con gentileza coronó los senos plenos y con los pulgares jugó con los pezones. Ella comenzó a respirar con más rapidez, apoyó la cabeza en la pared y la luz de la lámpara se proyectó en su cara, dándole un aspecto misterioso, sensual y deseable. Se inclinó otra vez y depositó la boca justo en el lugar en que sus pechos se encontraban en el centro. Movió la mano y pasó la lengua por la piel en una espiral decreciente hasta que se encontró cerca del pezón excitado. Pero no cerró la boca sobre la tentadora cumbre hasta que ella gimió y levantó las manos hacia su cabeza para guiarlo. Victorioso, succionó el capullo compacto; después de estimularlo una y otra vez con la lengua, pasó al otro. Bella cerró, abrió y volvió a cerrar las manos en su pelo, y los actos inconscientes despertaron la excitación de él, haciendo que su sexo se excitara contra la tela de los calzoncillos para causarle dolor por su necesidad de enterrarse en ella. Pero quería que en esa ocasión todo se prolongara. Quería que ella lo deseara, que anhelara la dulce invasión de su cuerpo tanto como Edward necesitaba sumergirse en sus ardientes profundidades. Por ello se demoró en sus senos, alternando una succión fuerte con una débil hasta que la tuvo trémula ante él, moviendo las caderas en pequeños círculos y dejando escapar gemidos suaves cada vez que incrementaba la dulce tortura. Al final se alejó de sus pechos y dejó un surco de liosos sobre la piel satinada de su abdomen hasta la protuberancia que contenía a su hijo. Apoyó la mejilla en ella, pero Bella se hallaba demasiado anhelante para quedar satisfecha con unos actos tan suaves, por lo que al rato se puso a explorar con la boca la parte tierna que había más abajo hasta llegar al borde de las braguitas, donde se detuvo. Aferró la tela tenue con los dientes y tiró con suavidad para enterrar la nariz en - 81 -

los rizos que quedaron expuestos ante él. Con los dedos le quitó las braguitas y se apartó para observar los resultados de su obra. Si hubiera podido soportar la idea de que otro hombre la viera desnuda, la habría hecho pintar de esa manera, con la cabeza arqueada hacia atrás, las manos apoyadas en la pared detrás de ella y una pierna un poco doblada y abierta, invitándolo a buscar la dulzura oculta en sus sombras. Pero era imposible que otro hombre se acercara a un kilómetro de su gloria desnuda. No le importó lo primitivo y posesivo que sonaba. Ella era sólo suya. Para siempre. Se liberó de la contención de los calzoncillos y dejó que su tensa masculinidad se irguiera expectante. Volvió a inclinarse y plantó la boca justo encima de los pliegues en sombra de su montículo femenino. Ella emitió un sonido bajo de sorpresa y Edward se apartó, colocando las manos en la parte interior de sus muslos para abrírselos más y exponer el núcleo rosa a su mirada. Se agachó y con la lengua abrió la húmeda suavidad; cuando Bella soltó una exclamación, se zambulló en sus profundidades para probar el calor mojado de mujer que le dio la bienvenida. Frotó los dedos contra los pliegues carnosos hasta que pudo introducir uno con facilidad. Al arquearse, depositó la boca sobre el diminuto capullo que aguardaba su contacto, siguiendo el mismo ritmo de su dedo. Ella gritaba con cada inhalación, moviendo las caderas y golpeando la pared con los puños. Toleró unas pocas caricias íntimas más antes de alcanzar el clímax; su cuerpo estrujó el dedo de Edward en una contracción dura y compacta a medida que sus rodillas cedían y comenzaba a descender hasta el suelo. A él le habría gustado esperar, le habría gustado provocarle más placer, pero se encontraba tan excitado que incluso el roce de su sexo contra su propio estómago lo acercó peligrosamente a la liberación. La tomó por las caderas y la guió hacia él para meterse en sus profundidades en el momento en que una serie de palpitaciones lo dejó jadeando con la cabeza apoyada débilmente sobre un hombro de ella. Cuando pudo respirar lo suficiente para hablar, emitió una risa entrecortada. -¿Cómo demonios voy a conseguir estar seis semanas sin esto cuando nazca el bebé? Ella alzó la cabeza, y aunque aún seguía a horcajadas sobre él, aunque sus cuerpos estaban sudorosos y unidos, su sonrisa exhibió un cierto distanciamiento. -La última vez lo conseguiste durante cinco meses. - 82 -

-Sí, pero eso fue cuando logré convencerme de que eras un producto de mi imaginación. -¿Tu imaginación? -se echó hacia atrás un poco indignada. -Mi imaginación -confirmó él-. Demasiado buena para ser verdad. Una alucinación causada por años de experiencias decepcionantes. Anhelaba tanto lo verdadero que lo creé yo mismo. O eso pensé. -¿Y esto es lo verdadero? -Voy a fingir que no escuché lo que acabas de decir -frunció el ceño para ocultar la sonrisa. La pequeña listilla. La tomó por los hombros y la adelantó para darle un beso ardiente antes de separarse. Ella se derrumbó en el suelo. Con un gemido provocado por sus músculos contraídos, Edward se levantó y aparto las mantas de la cama, luego la alzó en brazos y la depositó en el colchón. De inmediato Bella se acurrucó y él le palmeó el suave trasero desnudo antes de apagar la luz y acostarse a su lado. La tomó en brazos, cerró los ojos y se hundió en el olvido del sueño, sintiéndose más satisfecho de lo que era capaz de recordar haberlo estado jamás. La brillante y blanca luz de la mañana entró en la habitación a través de los visillos, despertándolo con lentitud. La noche anterior había olvidado echar las cortinas. Aunque no importaba; ese día iban a marcharse. Bella se movió en sus brazos. -Buenos días, Bella Durmiente. -Hmm. Buenos días -giró hasta quedar de espaldas-. ¿Qué voy hacer cuando ya no pueda dormir sobre el estómago? -preguntó. -Imagino que tendrás que dejar que te abrace toda la noche -ofreció Edward. -Eso suena estupendo -se acurrucó contra él y le dio besos en el torso. -Bella -comenzó despacio. Esa iba a ser la parte complicada. Giró la cabeza y le dio un beso en la sien-. Deberíamos casarnos. - 83 -

Tal como había esperado, el cuerpo de ella se puso rígido. Aunque no se apartó, lo cual le provocó un optimismo cauto. Quizá se había dado cuenta de que lo que había habido entre ellos en el plano físico era algo extraordinario. -Creo que ya hemos mantenido esta discusión. No, gracias. -¿Por qué no? -La atracción física no basta para cimentar una vida juntos. -Pero es una parte sólida de esos cimientos -arguyó-. ¿Cuántas parejas casadas crees que no se atraen sexualmente? -Sin embargo, sólo es una parte, como tú bien has dicho -su voz reflejó un agotamiento apesadumbrado-. Y es la única que tenemos nosotros. -Tenemos más -insistió él. -Edward, no voy a casarme contigo y eso es definitivo. De pronto él no fue capaz de seguir en la cama junto a su cuerpo rígido y distante, cuando la noche pasada había sido tan cálida y dulce. Se levantó, fue al cuarto de baño a ducharse y afeitarse y se puso el segundo juego de ropa que había comprado el día anterior. Mientas se vestía, se preparó para lo que iba a tener que hacer si ella persistía en su obstinación. No era capaz de comprender el muro de resistencia que erigía ella cada vez que mencionaba el matrimonio. -Te lo preguntaré una vez más -dijo al regresar al dormitorio-. Bella, «por favor», ¿quieres casarte conmigo? Enfundada en un bata miraba por la ventana; lo único que pudo ver de ella fueron sus labios al formar la palabra «No». -Entonces no me dejas más elección -suspiró. Atravesó la habitación y levantó el auricular del teléfono. Sacó la cartera de los pantalones que la noche anterior había dejado en una silla, extrajo un trozo de papel y marcó un número. -¿Qué haces? -Llamar a tu padre. - 84 -

-¡Mi padre! -giró la cabeza y lo miró con ojos furiosos-. Cuelga ese teléfono -no le hizo caso-. ¿Para qué lo llamas? -Para informarle de que esperas a mi hijo y de que no le quieres casar conmigo a pesar de que te lo he suplicado -sabía que era una táctica dura, pero percibía que no había otro modo de conseguir que aceptara. Y estaba decidido. Su hijo iba a tener su nombre, y Bella no iba a dejarlo nunca más. -¡No! -su respuesta sonó tan agónica que Edward tuvo que forzarse a no tomarla en brazos y consolarla. -¿Por qué no? -colgó y se volvió despacio. Ella, tragó saliva. Lo miró con ojos desafiantes, pero él sintió que su determinación cedía hasta convertirse lentamente en triste aceptación. -Me casaré contigo -musitó-. Pero no se lo digas a mis padres. -Tendrás que contárselo en algún momento. -Lo sé -desvió la vista-. Tú no lo entiendes. Debería ser yo quien se lo contara. -De acuerdo -la observó-. Nos casaremos. -¿Qué? ¿Quieres decir hoy? -se plantó ante él con expresión aturdida, luego Edward vio el fuego que ya empezaba a reconocer-. Lo tenías planeado desde el principio. Incluso antes de que ayer subiera al avión contigo pretendías obligarme a casarme contigo hoy. ¿Verdad? ¿Verdad? -demandó ante su silencio. -No lo había decidido aún -alzó las manos en gesto de rendición-. Pero después de lo sucedido anoche no veo que exista motivo alguno para que no nos casemos. Te dije que quería que mi hijo fuera legítimo. Estoy preparado para hacer lo que sea para asegurar que ese bebé jamás tenga que cuestionar la ascendencia que por derecho le corresponde. -Palabras nobles para un hombre que le ha dado la espalda a su propia herencia -bufó ella. -Tonterías -aunque sabía que había dado en el blanco. -Ja -cruzó los brazos y lo contempló con desdén-. Tienes miedo de enfrentarte a tu propia familia. La única vez que estuviste cerca de tu casa en casi una década, fuiste - 85 -

de incógnito y ni siquiera hablaste con tus padres antes de escabullirte. -No le tengo miedo a mi familia -sintió que la furia surgía en su interior-. Ya ha hecho todo lo que podía para contenerme, y no ha podido. -¿Qué hizo? -preguntó ella con curiosidad. -Olvídalo -sabía que sonaba como un adolescente enfadado, pero los recuerdos que lo bombardearon lo hacían sentir como un niño al revivir otra vez algunas de las escenas que había soportado con su padre. «Jamás dije que no fuera un niño agradable. Pero es hijo de un carnicero. No es un compañero adecuado para ti, Edward. Ya le he explicado a su familia que la amistad sencillamente no puede continuar». Con un esfuerzo desterró las voces del pasado y se centró en la mujer que iba a ser su futuro. -Prepárate para salir en treinta minutos. -Primero pienso desayunar y darme una ducha -manifestó ella-. No pienso correr para que tú puedas cumplir la pequeña agenda que hayas planeado. -Perfecto. ¿Bastarán sesenta minutos? -De sobra. ¿Nos vemos en el bar? -De acuerdo. Haré que te envíen otro vestido. Baja al bar en una hora. -Sí, señor. Sin prestar atención a su saludo marcial, se marchó de la suite y se dirigió al ascensor. Horas más tarde, ella seguía tan enfadada que no podía quedarse quieta mientras esperaba impaciente que llegara la limusina real a la sala VIP. Mientras iba de un lado a otro, miró la hora. Por ese entonces Edward sabría que se había ido y a menos que tuviera menos recursos de los que imaginaba, sabría que había tomado un vuelo internacional. Y que volvía a casa. No había sido fácil. Había hecho una llamada a Irina Bishop en el rancho Yorkie. Irina había aceptado arreglarle los preparativos para el viaje, para llamarla un rato - 86 -

después con toda la información necesaria. Irina también había aceptado explicarle a Ángela que hasta el momento Sam Flynn había estado inlocalizable. Bella había esperado con cauta ilusión que sus hermanas y ella pudieran encontrar al hombre que estaban convencidas de que era su hermano, al que habían dado por muerto. Pero no lo estaba. Y aunque los registros del Albergue Infantil Sunshine habían dejado que desear, habían logrado reducir el campo de posibilidades a dos personas: Sam Flynn, con quien se suponía que debería haber establecido contacto en Phoenix, y a John Yorkie, el hermano menor del marido de Ángela, Eric, con quien, según las palabras de éste, no se podía contactar hasta que él decidiera aparecer. Bella se sentía mal por tener que abandonar a sus hermanas justo cuando estaban a punto de encontrar a su hermano, pero... lo entenderían, no le cabía duda. Tenía que hablar con sus padres antes de que lo hiciera Edward. Después, Irina podría cerciorarse de que Sam Flynn estuviera disponible antes de que volviera para hablar con él. Con la conciencia más aligerada, hizo las maletas y salió del hotel a hurtadillas para subir al avión unos minutos antes de que venciera el plazo de una hora que le había dado Edward. En Nueva York abordó al avión privado que le había enviado su padre a petición de Irina. Llegó la limusina y antes de que estuviera preparada, antes de que de verdad tuviera ganas de irse, fue conducida por las puertas familiares del palacio hasta las escaleras principales donde sus padres, con amplias sonrisas, esperaban para saludarla. Bajaron por los escalones cuando el chofer abrió la puerta y, al salir del vehículo, quedó envuelta en sus brazos. Supo el momento exacto en que su madre comprendió el significado del bulto en su vientre. El cuerpo de Renee se puso rígido. Bella se apartó mientras su madre la observaba. El rostro de la reina exhibió impacto, sorpresa y desconcierto. Luego sus ojos se llenaron de compasión. -Oh, querida. ¿Es una ocasión para celebrarlo? ¿Eres feliz? -¿Feliz por qué? -atronó la voz de su padre por encima del tono suave de su madre. -Prepárate, Charlie -dijo la reina Renee-. Nuestra pequeña está embarazada -mientras hablaba condujo a Bella escalones arriba, dando órdenes al personal para que llevara unos refrescos al salón familiar. - 87 -

-¡Embarazada! Pero, ¿dónde... quién... cómo...? -la voz del rey guardó un silencio aturdido mientras seguía a su esposa. -Imagino que nos enteraremos de «dónde» está el padre y «quién» es en muy poco tiempo, querido -comentó su madre por encima del hombro-. Y si va no sabes «cómo», no tienes remedio. A pesar de las lágrimas que amenazaban con caer, Bella rió entre dientes. Había tenido miedo de contárselo. Bueno, esa no era la palabra apropiada. Se parecía más al pesar. Sabía que ser madre soltera debía ser lo último que querían sus padres para una de sus hijas. Había retrasado tanto ese momento porque no había sido capaz de enfrentarse a su decepción. Y también había otro motivo. ¡Debían localizar a Peter! Bien su madre hizo que se sentara en un sillón y le alzó los pies para apoyárselos en una butaca-. ¿Quieres beber algo? -Un zumo me sentaría muy bien. De arándanos, por favor. Su madre asintió, y la doncella partió a toda velocidad. Cualquiera que ya no supiera que la princesa Isabella había vuelto a casa con un bebé, lo sabría la en cuestión de minutos. -¿Cómo te sientes? -preguntó su madre. -¿Sabes si es un niño? -inquirió al mismo tiempo el rey. Agitado, su padre iba de un lado a otro delante de los ventanales. -Me siento bien -le respondió a su madre-. Por la mañana me sentí un poco mareada, pero ahora me encuentro muy bien. Estoy de cinco meses, más o menos -continuó-. El bebé llegará a mediados de junio. Y, no, no conozco su sexo. Tendremos que esperar y recibir una sorpresa. -¿Su padre pinta algo en el cuadro? -el rey dejó de caminar. -Sí -titubeó ella-. Pero no del modo en que podrías esperar. -En otras palabras, no está preparado para casarse contigo -comentó enfadado. -No, papá -sonrió con gentileza-. Es al revés. Soy «yo» quien no se va a casar con - 88 -

«él». -¿Ese hombre tiene un nombre que querrías compartir con nosotros? -Quiso saber su madre-. Si no es así, supongo que podemos aceptarlo. A Bella no se le ocurrió nada que deseara menos, pero sabía que era inútil ocultarlo. La verdad saldría a la luz tarde o temprano. -Tiene un nombre -manifestó a regañadientes-. Lo conocéis. -El príncipe de Olimpyc -afirmó su padre. -Sí. Aunque en la actualidad se hace llamar Edward Cullen -lo miró asombrada-. ¿Ya ha hablado contigo? -No, pero es lógico. Cuando me dijo que te ibas a quedar con él, me pareció fuera de lugar. -Edward -su madre sonrió-. Siempre me gustó su espíritu. Carlisle jamás logró encorsetarlo con sus antiguas nociones de cuál debe ser el comportamiento aristocrático. -Él no sabía quién era yo cuando... cuando... nos conocimos -sintió que se ruborizaba y la decepción que vio en los ojos de su madre no la ayudó. -Comprendo -comentó la reina. -Al principio se mostró irritado -confesó Bella-. Como tú has dicho, no tiene una opinión muy alta de la realeza. Pero en cuanto superó la sorpresa, decidió que nos teníamos que casar. -¿Y eso es un problema para ti? -inquirió su madre con suavidad. Se acercó al respaldo del sillón y apoyó las manos en los hombros de su hija. -No quiero casarme por deber. -¿Es el único motivo por el que desea casarse contigo? -Todo es culpa de Rosalie -se encogió de hombros y evitó la pregunta-. Fue ella quien me convenció de que lo buscara y le contara la verdad. -Viniendo de Rosalie, es algo bastante sensato -comentó su padre con voz - 89 -

indulgente y una sonrisa, apartándose de la ventana. Rosalie había sido un torbellino desde el día en que nació. Según su padre, hasta sus canas se podían atribuir a ella. -Papá... -titubeó, sintiéndose ridícula por formular la pregunta cuando ya conocía la respuesta-. Edward tiene la idea de que su padre y tú habéis arreglado el matrimonio, o al menos prometido que se casaría con una de nosotras, aunque yo le dije que eso no era verdad. -Carlisle me acosó con eso durante años -el rey meneó la cabeza-. Yo siempre le dije que nunca me opondría a ello si alguna de mis hijas elegía a uno de sus hijos. Como tú misma has dicho, no es verdad -de pronto vaciló-. ¿Entiende Olimpyc el modo en que en Forks se pasa la corona? -No... no estoy segura. -Será mejor que lo averigües, querida -su madre chasqueó la lengua-. Si este bebé es el primer nieto varón del rey... -Lo sé -Bella juntó los dedos-. Lo sé. El rey se acercó a su lado y se inclinó para darle un beso en la mejilla. -Tengo una reunión con el ministro de Obras Públicas, pero cuando vuelva quiero que me lo cuentes todo. Al incorporarse, una conmoción en el pasillo hizo que todos se volvieran. Entrenado para reaccionar de inmediato antes situaciones de posible amenaza, el guardia cerró la puerta, y al hacerlo Bella vio que desenfundaba la pistola. Entonces reconoció la voz, aunque exhibía un tono imperioso que en ningún momento había asociado con su sonido. -... soy Olimpyc y voy a casarme con la princesa Isabella, así que no me digáis que no están disponibles. Buscaré en cada condenada habitación del palacio si es necesario. Ella se incorporó a medias, pero el rey se movió con mayor celeridad. Abrió la puerta y habló al máximo de su considerable voz. -El príncipe de Olimpyc es bienvenido. Guardad las armas todo el mundo. Gracias - 90 -

por vuestra vigilancia, aunque en este caso no es necesaria. Bella cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, él entraba en la estancia. Nunca lo había visto tan furioso. La expresión que exhibía hacía que la que tenía el día que la encontró junto al coche de alquiler averiado pareciera amistosa. Sus ojos azules la clavaron al sillón y dio tres pasos antes de darse cuenta de que se hallaba en presencia del rey. De pronto giró en redondo y con saludo formal hizo una reverencia desde la cintura. -Majestad -se dirigió a la reina y tomó la mano extendida, inclinando la cabeza y besándola-. Majestad. -Bienvenido, Edward. Antes de que la reina pudiera añadir algo más, Edward se plantó ante Bella. Alargó la mano en exigencia real y cuando ella extendió la suya, él volvió a inclinarse. -Alteza real. -La obsequiosidad no te sienta bien -dijo ella, apartando los dedos-. Así que olvídalo. ¿Cómo demonios llegaste tan pronto? -¿Has oído hablar de los aviones privados? -comentó con hosquedad. -Edward, Bella acaba de contarnos cuáles son tus intenciones -el rey Charlie se adelantó. Ya no era el padre indulgente, sino el monarca implacable que pocos veían en acción. -Bien -Edward ni dio impresión de notar la actitud del rey-. Entonces sabéis que he perseguido a vuestra obstinada y malcriada hija por el océano Atlántico porque tengo intención de casarme con ella. No creo que eso sea un problema con vosotros. -Desde luego que no -el rostro severo del rey se suavizó un poco-. Eres más que bienvenido en esta familia... «si» puedes convencer a mi «obstinada y malcriada hija» a casarse contigo -miró a su esposa por encima de la cabeza de Bella, y le ofreció el brazo-. Vamos, querida. Estos jóvenes tienen cosas de que hablar. -Realmente, eso no es necesario. Madre, no hace falta que te vayas. -Me temo que a mí también me reclama el deber -comentó la reina, como si no - 91 -

pudiera alterar las cosas. Le guiñó un ojo a Bella y tomó el brazo de su marido cuando ambos abandonaron el salón.

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Chapter 7 Esta es una adaptación con algunos de los personajes de Stephanie Meyer, la historia no esmía, en el ultimo capitulo les diré el nombre de la autora y el nombre original de la historia . Como dije ayer el maraton es de esta historia solo faltan 3 capítulos mas para que termine x cada 20 subiré reviews un capitulo. . Capitulo 7 . Reinó un silencio pesado. Ella mantuvo la vista clavada en sus manos, negándose a mirarlo. Pero ya no fue capaz de soportar el suspense. -No puedes obligarme a casarme contigo. -De acuerdo. -¿De acuerdo? -alzó la cabeza con brusquedad. -No puedo forzarte a casarte conmigo -se encogió de hombros-. Dejaremos que un juez decida qué clase de custodia funcionará mejor. -Tú... tú no harías eso -se llevó una mano al cuello. -Ya deberías conocerme bastante bien como para darte cuenta de que haré lo que digo. -Pero ahí radica exactamente la mitad del problema -expuso ella acalorada. En su agitación se levantó del sillón y gesticuló-. No te conozco. En toda nuestra vida hemos pasado un par de semanas juntos. ¿Cómo crees que podríamos hacer que el matrimonio funcionara? Levantarse había sido un error. Edward avanzó hacia ella y la rodeó con los - 93 -

brazos, para acariciarle la espalda. -¿Por qué no? Con mucho menos los matrimonios de mucha gente tienen éxito. -Indícame alguno -pidió con voz apagada contra su pecho. -Eso es fácil. El de mis padres. Lo miró, y comprendió que había sido otro error. Tenía sus labios demasiado cerca. Se apresuró a apoyar una mano en su pecho y lo mantuvo apartado cuando quiso acercarla más. -¡Nada de besos! -apartó la vista-. ¿Su matrimonio fue arreglado? -Sus familias querían cimentar una relación de negocios. Mi abuelo había gastado gran parte del dinero de Olimpyc que consideró necesario que mi padre se casara con una noble rica. -Qué triste -no podía imaginar que a ella le eligieran a su marido-. Mi padre hizo exactamente lo opuesto. Desafió a su padre para casarse con una americana sin un centavo. Todo un escándalo para la época -sonrió-. Pero jamás lo lamentaron. -Parecen muy felices -Edward dio la impresión de dudarlo-. Pero no estamos hablando de tus padres, sino de nosotros. Cuando me di cuenta de que te habías ido de Las Vegas sin mí... Una llamada a la puerta interrumpió lo que iba a decir. Deprisa, Bella se apartó de sus brazos y se alisó la ropa arrugada. -Adelante. -Bienvenida a casa, alteza -el alto y atractivo hombre con el uniforme del cuerpo de seguridad real se detuvo ante ella y se inclinó sobre la mano de Bella. -¡Jacob! -sin prestar atención al protocolo, ella abrazó al hombre de pelo oscuro-. ¿Has perdido a alguna princesa últimamente? Rosalie fue muy astuta, os concedo eso -la miró con ojos oscuros cálidos-. Pero nunca más perderé a alguien durante mi guardia. Me costó un ascenso. -Lo dudo -ella rió-. Me he enterado de tu reciente éxito -tarde se dio cuenta de que Edward miraba con ojos centelleantes al desconocido que aún mantenía con - 94 -

familiaridad un brazo sobre sus hombros-. Edward, te presento a Jacob Black... recién nombrado jefe de la División de Investigación del Cuerpo de Seguridad Real de Forks. Hace poco tuvo la desgracia de ser nombrado guardaespaldas de Rosalie -se escurrió del brazo musculoso de Jacob y se retiró un paso, consciente del aura hostil que irradiaba Edward-. Jacob, te presento al príncipe de Olimpyc. Reinó un silencio que se prolongó más de lo debido mientras ambos, de complexión y altura similares, se evaluaban. -Milord Olimpyc -Jacob inclinó la cabeza. -¿Cuándo nos dejarás? -inquirió Bella. -Esta es mi última semana en la casa del rey -informó él. -¿Había algún motivo para la interrupción? -el tono de Edward fue cortés, pero no dejó duda de que no se sentía complacido. -El rey me pidió que os extendiera su invitación para que os alojarais aquí en el palacio durante vuestra visita. Si lo deseáis, yo me ocuparé de vuestra seguridad personal. -Por favor, déle las gracias al rey de mi parte, pero declino su invitación. Ya he realizado reservas en el Royal Drake Hotel. -Muy bien, señor -Jacob bajó la cabeza y luego se volvió a Bella con una sonrisa en los labios-. Os pido perdón por la intrusión. -¿Por qué has sido tan rudo con Jacob? -preguntó ella cuando la puerta se cerró. -No me gustó la familiaridad que mostró contigo. -No seas ridículo. -No lo soy -soltó casi con un rugido. Desconcertada, ella decidió que era hora de aplacar a la bestia salvaje. -Si quieres, eres más que bienvenido a quedarte aquí. Estoy convencida de que mis padres se sentirán complacidos. -Sí -rió sin ninguna alegría-. Hasta que me vieran escabullirme de tu habitación - 95 -

-alargó la mano con tanta celeridad hacia ella que Bella no tuvo ocasión de esquivar sus brazos-. No pienso dormir bajo el mismo techo que tú a menos que estés en mi cama. Y no pienso dormir bajo otro techo durante mucho tiempo. Te vas a casar conmigo. Pronto. Antes de que me vea obligado a matar al próximo hombre que te ponga una mano encima. Sus palabras enviaron una descarga de pura reacción primitiva por su espalda, aunque se negó a reconocer que su actitud hacía que se sintiera querida, protegida y... segura. -No he dicho que fuera a casarme contigo. Si no recuerdo mal, antes de que nos interrumpieran estábamos hablando de la posibilidad de dicho matrimonio. -No existe ni un solo motivo por el que no debamos casarnos -la acercó otra vez a él-. Bésame, princesa. Llevo lejos de ti menos de medio día y ahora también me veo obligado a pasar la noche en otra parte. -No quiero besarte -dijo irritada-. Eso sólo confunde la situación -pero cuando sus manos bajaron hasta su trasero, pegándola a su cuerpo, ella gimió. -Piensa en lo que estaríamos haciendo ahora si todavía siguiéramos en Las Vegas -la voz fue un gruñido áspero en su oído y ella sintió su aliento ardiente contra la mejilla. Edward adelantó las caderas con firmeza y cuando Bella movió las piernas para acomodar su erección en el cálido cobijo de sus muslos, contuvo el aliento-. Te gusta provocarme, ¿verdad? -le mordió el lóbulo de la oreja. Su lengua ágil fue una caricia estimulante, y sintió que se le entrecortaba el aliento al tiempo que experimentaba una palpitación insistente en un sitio que necesitaba desesperadamente su contacto. Se retorció contra él y frotó el montículo contra la erección rígida que la presionaba. -No podemos hacer esto aquí -susurró. -Lo sé, pero, ¿no es divertido fingirlo durante unos minutos? -bajó la boca por el costado de su cuello. -¿De verdad intentarías arrebatarme al bebé? -fue un esfuerzo concentrarse en otra cosa. Notó que se quedaba quieto. Al final su ancho pecho soltó un suspiro y la puso de pie, a cierta distancia. -Haría cualquier cosa para conseguir que te casaras conmigo, princesa. Nunca más volverás a estar del otro lado del Atlántico sin mí -realizó un gesto impaciente-. - 96 -

Bella, te deseo. No sólo hoy, sino por mucho, mucho tiempo -no sonó muy entusiasmado por el reconocimiento-. ¿Puedes decirme que tú no me deseas? -No -titubeó hasta que ganó la sinceridad. -Entonces, cásate conmigo -con celeridad, volvió a besarla con incontenible pasión al tiempo que sus manos le recorrían el cuerpo y alzaban el jersey para coronar sus pechos. Cuando ella le rodeó la cintura, para pegarlo a su cuerpo a fin de sentir la prueba de su necesidad, Edward gruñó-. «Cásate conmigo». -Yo... -suspiró-. De acuerdo. El cuerpo grande de él se quedó quieto un momento. Luego volvió a besarla, sólo que en esa ocasión con una ternura que hizo que el corazón de ella se expandiera con esperanzas. -No lo lamentarás -prometió. Al día siguiente realizaron el vuelo corto que los separaba de Olimpyc y Edward la llevó hasta la cámara acorazada del castillo donde se guardaban las joyas de la corona. La fortuna de su familia estaba a la altura de la de Bella, y la serie de anillos que le mostró resultó incluso deslumbrante para una mujer acostumbrada a las gemas más preciosas. Cuando ella alzó las manos y le indicó que había demasiados anillos entre los que poder escoger, él se adelantó y eligió una esmeralda cuadrada rodeada de diamantes. Era un anillo hermoso y cuando se lo puso en el dedo encajó como si lo hubieran hecho a su medida. -Es una señal -musitó él satisfecho-. Pertenecía a mi bisabuela materna. Tenía ojos verdes, igual que los mío, y su marido le regalo una serie de esmeraldas a juego con ellos -se inclinó y la besó hasta que ambos quedaron jadeantes-. Si eres buena, te daré el resto como regalo de boda. -¿Y qué representa «ser buena»? -apenas pudo creer que ese ronroneo saliera de su garganta. Él rió entre dientes al incorporarse y hacer sonar la campanilla para que los criados que aguardaban entraran a guardar el resto de las gemas en la cámara. -Poco mientras durmamos bajo techos diferentes -musitó- Poco. - 97 -

Tenía tantas ganas de ver a sus padres como de ir al dentista. Condujo el coche de lujo por la campiña hacia las colinas de Olimpyc, donde los esperaba toda su familia. Iban a cenar con los Grandes Duques. Bella se había mostrado reacia a aceptar la invitación que les hizo su madre, Esme, el día anterior, y agradeció la preocupación que demostró hacia sus sentimientos. No obstante, le había dicho que era una excelente manera de llegar a conocerlo mejor, sabiendo que no podría resistir ese cebo. -Háblame más de tu infancia -pidió ella. -¿Mi infancia? Hay poco que decir, como ya te he contado. Estuve en el internado. -¿Y las vacaciones? -Las pasaba casi siempre en el colegio -sintió un nudo en el estómago. Reinó un momento de silencio mientras ella digería esa información, aunque sabía que no lo iba a dejar. -¿Por qué no ibas a casa? «¡Edward! Baja de ahí de inmediato. Subir a los árboles es para los plebeyos. Es hora de tu lección de equitación y me desagradará que vuelvas a llegar tarde». -No lo sé -se encogió de hombros-. Mi padre y yo no nos llevábamos muy bien. Parecía... más sencillo. «Segundo en el campeonato nacional de Geografía. ¿Segundo? Realmente, Edward, esperábamos más de ti. El nombre de los Cullen es uno de los más antiguos y nobles de Europa...» -¿Qué me dices de tu madre? -¿Qué? -¿Te llevabas bien con ella? -suspiró como si tratara con un niño intransigente. -Claro. Pero cuando había que tomar alguna decisión, acataba el juicio de mi padre. -¿Hace cuánto que no los ves? - 98 -

-Casi dos años. Pasaron a verme para hostigarme un poco en un viaje que realizaron a California. -¡Dos años! ¿Y desde entonces no los has visto? -estaba asombrada-. Pero... -no sabía qué decir-... son tu familia. -Mira -dijo, deseando no mantener esa conversación-. Tus padres te adoran. No todo el mundo disfruta de esa buena suerte. No esperes que irradien gozo al verme -no pudo contener la risa amarga que soltó-. Por otro lado, es probable que tú y. yo seamos invitados especiales ahora que mi padre ha obtenido lo que quería. El bebé es su máximo sueño. -No me digas que ya volvemos a la tontería del matrimonio arreglado. Mi padre afirma que no es verdad -indicó con tono agresivo. Por primera vez en años él tuvo dudas. ¿Era posible que el viejo maquinador le hubiera mentido todos estos años? -Ya verás a qué me refiero -fue lo único que comentó. Minutos más tarde entró por la cancela del castillo después de que el guardia de servicio lo saludara por su título; tras avanzar por el terreno boscoso se detuvo ante las puertas enormes. Esperaba que su padre no pensara que dicha visita se debía al deseo de una reconciliación, ya que no había nada más lejos de la realidad. Mientras subían por la amplia escalinata de mármol, los recuerdos se agolparon en su cabeza. De niño había subido por ahí muchas veces. Su padre lo esperaría en lo más alto, y el niño pequeño que él había sido había temido sus primeras palabras. «Te caíste del caballo en el partido de polo. ¡Te caíste del caballo! Si quieres que el rey de Forks te considere como un pretendiente adecuado para una de sus hijas, tendrás que mejorar». -Tienes un aspecto fiero -Bella apoyó una mano en su brazo-. ¿En qué diablos piensas? -Sólo revivía las escenas felices de mi juventud -con un esfuerzo, meneó la cabeza-. Vamos, acabemos con esto. -Hmm -ella no continuó hasta que Edward se detuvo y la miró. - 99 -

-Tú no crees que nos conozcamos tan bien, pero ya sé exactamente qué es lo que vas a decir. -No es verdad -comentó Bella con tono indulgente -«¿Qué escenas de tu infancia revivías?» -hizo su mejor imitación de una voz femenina, provocando su risa. -De acuerdo. Lo confieso. ¿Será que las mujeres son invariablemente curiosas? Y yo soy como las demás. -Ni lo sueñes -le tomó la mano y la acercó-. Créeme, no hay otra mujer en la tierra como tú -se llevó la mano a los labios-. Y lo digo en el sentido más positivo. -Gracias -musitó ruborizada. Pero cuando las pesadas puertas comenzaron a abrirse, le sonrió-. No creas que me has despistado. Ya retomaremos esta conversación. Un mayordomo abrió la puerta y Edward vio que se trataba del mismo que llevaba siglos con su padre. -Buenas tardes, Trumble. ¿Cómo estás? -Muy bien, milord. Bienvenido a casa -el rostro del anciano era un estudio de suave desaprobación, expresión que había exhibido desde que Edward era niño e intentaba entrar en la cocina con la serpiente de jardín que había capturado-. ¿Me permitís vuestros abrigos? Edward se situó detrás de Bella y le quitó la capa que llevaba a los hombros, luego le entregó su chaqueta de piel. -Tenemos equipaje en el coche. ¿Podrías encargarte de que lo lleven a nuestra suite de invitados, por favor? -Desde luego, milord. ¿Si sois tan amables de seguirme...? Cuando el hombre dio media vuelta y avanzó por el vestíbulo, Edward dijo: -No te molestes en acompañarnos, Trumble. Conozco el camino. ¿La familia se encuentra en el salón? -Como deseéis, señor. - 100 -

El anciano mayordomo hizo un gesto rígido, y Edward pudo ver que su insistencia en la formalidad era una fuente de irritación. Algunas cosas jamás cambiaban. Al marchar por el vestíbulo, se inclinó cerca del oído de Bella. -Trumble lleva aquí desde tiempos inmemoriales. Nació viejo y gana premios anuales por su personalidad y encanto. -Sin duda parece un poco... agrio -rió con sonido musical. -Los limones son dulces comparados con él, créeme. Prosiguieron por el vestíbulo y giraron a la izquierda, poniendo rumbo a la estancia donde Edward sabía que estaría reunida la familia, tomando una copa antes de la cena. Las costumbres adquiridas rara vez variaban en la casa de su padre. Al pasar junto al cuarto de las mantelerías, Edward se detuvo y abrió la puerta. Vacío. Tomó la muñeca de Bella y la arrastró al cubículo oscuro al tiempo que encendía la luz. Ella lo miró con ojos cafés muy abiertos y alarmados. -¿Qué hacemos aquí? La miró y sonrió. La rodeó con un brazo y con la otra mano le cubrió el vientre, rozándole con los dedos el suave montículo que había debajo. -Deja de pensar tanto -gruñó mientras se inclinaba sobre sus labios-. Desconecta el cerebro y sigue tus instintos. La besó, y tal como sucedió las demás veces que la tocaba, el mundo desapareció y sólo pudo sentirla, olería y probarla a ella, incapaz de centrarse en otra cosa. -Tendrás que casarte conmigo pronto -susurró con voz ronca. -De acuerdo. Es posible que no lo hubiera oído de no haber estado mirándola. El júbilo se expandió por su interior hasta que pensó que era capaz de lanzar un grito de felicidad. Pero se obligó a soltarla, le alisó la ropa y sacó un pañuelo del bolsillo para limpiarse el carmín de los labios. -Acabemos con esto. Cuando antes vayamos a casa a Phoenix, mejor. - 101 -

Cuando Edward abrió las puertas dobles, ella pensó que era como enfrentarse a un pelotón de fusilamiento. Con anterioridad ya había visto varias veces a las tres personas que había en el salón. «Pero no estabas embarazada y soltera», susurró la voz en su cabeza que aún la reprendía de vez en cuando. La familia Cullen se levantó cuando precedió a Edward. Aunque nadie comentó nada sobre su estado de maternidad, Bella sabía que era obvio por el sencillo traje de lana que lucía, y sintió que se ruborizaba cuando ellos abrieron un poco los ojos antes de apartarlos rápidamente para mirarla a la cara. Fue de uno a otro, intercambiando breves saludos mientras Edward la seguía. Al acercarse al padre de él, percibió un destello profundo de emoción cuando el anciano observó a su hijo mayor, pero de inmediato desapareció y, después de saludarla, el Gran Duque se volvió hacia Edward con una cordialidad severa y tan distante que bien podría haber estado dirigiéndose a un noble al que apenas conocía. -Bienvenido a casa, Edward. -Gracias, padre. Edward no se molestó en comentar nada más que los ayudara a suavizar el momento. Entonces intervino Bella. -Mi padre me ha comentado que habéis conseguido un potrillo excepcional de la yegua que cubristeis con su semental -comentó. Entonces se ruborizó al darse cuenta de que las prácticas de crianza no eran el tema más seguro de conversación en esas circunstancias. Pero Carlisle Cullen asintió y le sonrió. -Sí, es verdad. La última vez que los cruzamos conseguimos un caballo que ganó todas las carreras para los animales de dos años. Tu padre se quedó con aquél, y espero que este potrillo sea igual de excepcional. Pasaron a su lado hacia donde la Gran Duquesa de Olimpyc se hallaba junto al sillón en el que había estado bordando antes de que llegaran. -Alteza -Bella acercó la mejilla a la de la mujer mayor, cuya piel seguía igual de hermosa. Sus ojos verdes mostraron una gran calidez al mirar a su hijo-. Gracias por recibirme. - 102 -

-Es un placer, querida -la Gran Duquesa le habló a ella, pero sus ojos anhelantes apenas se apartaron de Edward. Cuando Bella se apartó, extendió los brazos hacia su hijo mayor-. Oh, Edward, es maravilloso tenerte en casa. Se te ha echado de menos. -Sólo se trata de una visita, madre -una vez más, se mostró rígido y brusco, pero ella notó que los brazos se cerraban un rato en torno a la esbelta figura de su madre. -Una que esperamos que repitas a menudo -musitó con sonrisa serena la Gran Duquesa, aunque Bella percibió el dolor que no pudo ocultar. -Y Jasper -ella extendió ambas manos hacia el hermano de Edward. Un año menor que ella, habían asistido a bailes y fiestas con el mismo grupo de jóvenes aristócratas. -Princesa Bella. Ha pasado mucho tiempo -Jasper la acercó y le besó ambas mejillas. -Hmm -se apartó y se quedó pensativa-. Casi cuatro meses. La última vez que te vi, te caíste durante una cacería y, si no recuerdo mal, aterrizaste en un charco de barro. Jasper fingió ponerse serio, luego sonrió y mostró un parecido asombroso con su hermano. -Tienes buena memoria. Demasiado buena -se volvió hacia el hermano mayor con la mano extendida-. Bienvenido, Edward. -Gracias -se estrecharon las manos. En ese momento cayó un silencio incómodo. Bella pensó que era como si esas tres personas no supieran mantener una charla distendida entre ellas. Entonces comprendió que quizá eso fuera verdad. Comparándolos con su familia dicharachera, cálida y cariñosa, sintió que se le encogía el corazón. No era de extrañar que Edward tuviera problemas para permitirse sentir. Cuando el silencio se tornó opresivo, abrió la boca para decir algo, cualquier cosa, pero él se le adelantó tomando su mano y alzando el anillo de compromiso que le había dado. Con un tono peculiarmente formal, anunció: -Padre, madre, Jasper, tenemos algo que comunicaros -calló un momento y la - 103 -

miró-. Bella ha aceptado concederme el honor de convertirse en mi esposa. Dentro de dos semanas nos casaremos en Forks. «¿Dos semanas?» De pronto el tiempo pareció precipitarse. Él debió leer el asombro en sus ojos, porque entonces sonrió antes de volverse otra vez a su familia. -Por si no lo habéis notado, corre un poco de prisa -añadió con ironía. -¡Vaya! -el tono del Gran Duque fue demasiado sonoro, demasiado entusiasta-. Es una noticia maravillosa, Edward. Felicidades a ambos. -No sabía que los dos os conocierais -comentó la Gran Duquesa con felicidad pero cierta vacilación. -Nos conocimos durante la gala benéfica infantil el otoño pasado -informó Edward-. Bella fue a visitarme hace poco a mi casa de Phoenix. Después de la boda viviremos allí. -Pero no viniste a casa... -Esme Cullen calló de repente al darse cuenta de que su hijo mayor sí había estado en Europa en otoño, aunque había decidido no visitar a su familia. Se mordió el labio y apartó la vista. Bella vio el brillo de las lágrimas en los ojos de la mujer mayor. -Fue un viaje muy rápido -indicó con un impulso. -Nos casaremos en Forks, pero nuestro hogar seguirá estando en Phoenix -repitió Edward. -¡En Phoenix! No puedes llevarte al posible heredero fuera del país -protestó el Gran Duque. -Bella no puede ocupar el trono -soltó él-. Ángela es la mayor, de modo que su primogénito será quien suba al trono. Recuerdo algunas cosas de mis clases de política, padre. -Ha habido un cambio... -¿Dónde tendrá lugar la boda? -intervino la madre de Edward. -En la Capilla Wynton -explicó Bella agradecida. Veía que el temperamento de - 104 -

Edward se hallaba próximo al punto de ebullición, y al parecer también su madre lo había notado. La duquesa estaba decidida a que la conversación regresara a temas más neutrales. -Entonces será mejor que nos dediquemos a los preparativos. Mañana llamaré a la reina para ofrecerle mi ayuda. -Gracias, madre -Edward se adelantó y le dio un beso en la mejilla-. Y si ahora nos perdonáis, estoy seguro de que Bella querrá descansar antes de la cena. ¿Hay alguna habitación preparada? -¿Acaso imaginas que no la hay? -Jasper se dirigió a la puerta. Eso consiguió que Edward soltara una risita y su hermano les indicó que lo siguieran-. Os llevaré a vuestras habitaciones. Fueron tras el joven hasta la primera planta del castillo y tras avanzar por un pasillo largo él se detuvo y abrió una puerta. -Me alegro de volver a verte, Jasper -comentó ella para romper el silencio que pendió entre los hermanos. -Yo también de verte a ti -respondió, sosteniendo su mano unos momentos-. Buena suerte con el bebé. Será más fácil si es una niña, no me cabe ninguna duda. Entonces no habrá que tomar ninguna decisión. -Gracias -comentó con voz atribulada. -Edward... -el hermano menor titubeó-. Sé que no ha sido fácil volver a casa. -No lo habría hecho si una mujer que yo me sé no me hubiera obligado a perseguirla por tres zonas horarias diferentes -alargó la mano y acarició el pelo de Bella. -Lo sé -Jasper sonrió-. Pero quizá sea bueno. Papá y tú necesitabais esto -una pausa momentánea-. ¿Sabes?, él lo siente, aunque no sea capaz de manifestarlo. Últimamente se ha mostrado distinto... más suave... en gran parte porque le rompió el corazón comprender que te había alejado. -¿Intentas decirme que ha aprendido de sus errores? -comentó Edward con sarcasmo. - 105 -

La máscara de afabilidad se desvaneció del rostro de Jasper. Bella sintió la tensión que reinó en la atmósfera. Los dos hombres se miraron. -No intento decírtelo, te lo digo -manifestó Jasper-. Recuerdo muy poco de lo sucedido entre vosotros. Si no eres capaz de perdonarlo, trataré de entenderlo. Pero espero que lo pienses. -Pides demasiado -Edward suspiró. Jasper se encogió de hombros, sonrió y extendió la mano. -Gracias por venir, sean cuales fueren tus motivos. Me alegro de que estés aquí. Edward titubeó. Luego, estrechó la mano de su hermano y atrajo al joven a un abrazo incómodo. -Me sorprende reconocer que yo también me alegro. Gracias. Al siguiente instante la puerta se cerró y Edward y Bella quedaron solos en el cuarto. Durante un instante, él se preguntó qué significaban las extrañas palabras que su hermano le dirigió a Bella. Pero cuando miró a su mujer, todo se desvaneció de su mente salvo la necesidad de reafirmar su posesión. Cerró el espacio que había entre ellos con tres pasos, la tomó por los hombros y la envolvió en sus brazos.

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Chapter 8 Esta es una adaptación con algunos de los personajes de Stephanie Meyer, la historia no esmía, en el ultimo capitulo les diré el nombre de la autora y el nombre original de la historia . Chica recibí un review por lo de los plagios, ya saben de ser borrada mi cuenta seguiré subiendo en mi blog, en mi perfil esta la dirección. Capitulo 8 . -¡Edward! -chilló, debatiéndose, pero él le aferraba las dos muñecas con una mano y frotaba su cuerpo contra el suyo. Cuando inclinó la cabeza y reclamó su boca no se opuso, sino que se abrió a su exploradora lengua. -¿Sabes cómo me sentí cuando me di cuenta de que te habías ido? -preguntó al levantar un poco la cabeza. -¿Furioso? -aventuró ella. -Bueno, eso también. Estaba muy preocupado. No porque decidieras viajar sola... -la hizo callar al ver que iba a hablar-. Estás embarazada. No deberías saltar de un lado a otro del mundo. No quiero tenerte lejos de mí nunca más. Ella abrió mucho los ojos. Se miraron largo rato y Bella reconoció otra vez que algo había cambiado entre ellos. Edward apoyó una mano en su cadera y exploró el interior de su boca mientras la conducía con premura a la antigua y alta cama con dosel. Liberó momentáneamente sus labios y dijo: -Quítate la ropa -pidió mientras subía las manos por debajo de la falda y le sacaba las medias y las braguitas. Ella desabrochaba la hilera de botones finos de la blusa cuando Edward se incorporó. Con impaciencia, le quitó la blusa por encima de la cabeza, la tiró a un - 107 -

lado y se concentró en el sujetador. Al desprenderlo, los pechos de Bella quedaron sueltos. Los coronó con las palmas de las manos y sintió cómo su fresco peso se templaba ante su contacto mientras los acariciaba con movimientos circulares, rozando repetidamente los pezones sensibles que se irguieron al ritmo de sus caricias. Se inclinó y volvió a besarla, luego bajó hasta su cuello. Ella emitía sonidos bajos e introdujo las manos entre los dos para ocuparse de los botones de su camisa y luego levantarle la camiseta para revelar su torso ancho y velludo. Edward sintió su aliento encendido sobre la piel y se sobresaltó ante la sensación de unos dientes pequeños que se cerraron con suavidad y firmeza sobre una de sus tetillas, al tiempo que con la lengua provocaba la misma excitación que él había despertado en sus pezones. Unas saetas de deseo se abrieron camino por su cuerpo; gimió y abandonó sus pechos para deslizar las manos alrededor de su trasero y pegarla más a él. Metió una rodilla entre sus muslos, separándolos y avanzando hasta que ella quedó sobre su musculosa pierna. En ese instante Bella bajó una mano y lo exploró a través de los pantalones, y la sensación de su pequeña mano frotando su erección cubierta lo volvió loco. Sin dejar que se moviera, abrió el cinturón y se apartó un momento de ella para quitarse el resto de la ropa. Bella se hallaba con la espalda hacia la cama, con la respiración entrecortada y los brazos apoyados en el colchón. Edward volvió a avanzar y ambos emitieron sonidos de frustración y deleite al sentir sus respectivos cuerpos desnudos. La columna ardiente y palpitante de él empujaba el montículo que había bajo el vientre de ella, y cuando Bella avanzó y retrocedió, acariciándolo con ese lento movimiento, él cerró los ojos y se entregó a sus cuidados. Ella pasó las manos por su pecho, jugando levemente otra vez con sus tetillas, luego fue bajando despacio por su caja torácica, por el leve hueco de su ombligo hasta que rozó los rizos negros que rodeaban su rebosante masculinidad. Jugó con él y con sigilo pasó los dedos bajo el pesado saco que pendía entre sus piernas, tomándolo en su mano mientras lo mecía con suavidad; Edward sintió que se excitaba, y más y más frenético por su contacto. Al final ya no fue capaz de soportar esa provocación. -Tócame -gruñó, bajando la cabeza para mordisquearle el lóbulo de la oreja. Deslizó las manos hasta sus caderas y con una la aferró con firmeza mientras con la otra penetraba con osadía entre la hendidura en sombras que había entre sus piernas; la encontró caliente, húmeda e increíblemente lubricada y lista. - 108 -

Ella cerró los dedos en torno a su palpitante sexo, sintiendo el sedoso calor mientras pasaba el pulgar por el extremo y descubría la zona que ya estaba lubricada. Frotó los dedos contra el extremo y luego volvió a bajarlos para sostenerlo con mano firme e iniciar una pauta rítmica de movimiento. -¿Te gusta? -susurró. Edward respiraba con agónico placer. La mano que tenía entre las piernas de ella le apartó los muslos, localizó la entrada húmeda e introdujo un dedo en el estrecho canal femenino. -Como a ti -logró musitar. Adaptó el movimiento de su dedo a las caricias de la mano de Bella, sintiendo que el ritmo se incrementaba demasiado deprisa y que todo acabaría en cuestión de momentos, aunque fue incapaz de apartársela. Apoyó la mano encima de la de ella y le mostró un ritmo aún más intenso, guiándola por los pasos encendidos y apasionados de la satisfacción sexual. Pero casi de inmediato comenzó a temblar de forma incontrolada con el esfuerzo de retener el dominio; tuvo que obligarse a quitarle la mano, a pesar del sonido de protesta de ella. El extremo de su miembro rozó contra su vientre y Edward gimió. Sabía que no disponía de mucho tiempo. Retiró la mano del centro volcánico de Bella, la aferró por las caderas y la alzó para sentarla en el borde de la alta cama, situándola en una posición perfecta para recibirlo. Tenía el cuerpo tan preparado para la liberación que gimió cuando se colocó y se preparó para el reclamo final. Luego la movió del borde del lecho. Ella le rodeó las caderas con las piernas y lo acercó aún más. Edward embistió con profundidad y ella emitió un grito cuando todos sus nervios notaron su pelvis. Echó la cabeza atrás y lo miró con las pupilas dilatadas por la pasión. -No puedo... no puedo... -Sí que puedes. Casi sin poder contenerse, aunque lo suficiente controlado como para saber que no quería llegar sin ella, metió la mano entre los dos y encontró el pequeño capullo. El cuerpo de Bella tembló y cuando movió el dedo en pequeños círculos ella arqueó la espalda y chilló. - 109 -

En su interior, unas fuertes contracciones musculares apretaron su miembro a punto de estallar, y al sentirla palpitar en sus brazos, Edward notó que todo él se convertía en una enorme sensación centrada en sexo que tenía enfundado en su cuerpo. Sus caderas se movieron a mayor velocidad, su cuerpo se tensó y experimentó unos escalofríos salvajes mientras la llenaba con su calidez. Al final no quedó nada para dar, nada para sentir salvo un placer saciado y una somnolienta extenuación. A él le temblaban las piernas; los muslos de ella cedieron y sus pies cayeron al suelo. Edward apartó la colcha dorada antes de alzarla en vilo y depositarla sobre las sábanas. Luego la tapó, rodeó la cama hasta el otro lado y se echó junto a ella. La abrazó y la mano pequeña de Bella se apoyó en su torso al tiempo que pasaba una pierna por su muslo. La protuberancia de su bebé se pegó a su costado, acunado entre los dos; sintió que Bella suspiraba. -¿Cansada? -giró la cabeza y le besó la frente. -Hmm -se pegó más a él. Era sorprendente lo que podía hacerte una mujer cálida acurrucada a tu lado... cuando se trataba de la mujer adecuada. Le levantó la barbilla con un dedo para poder darle un beso prolongado y tierno. -Entonces duerme. Yo te abrazaré. Él despertó antes. Quitó el brazo de debajo de su cabeza y sonrió cuando ella gruñó y se dobló hasta formar una pequeña pelota. Se apoyó en un codo y se tomó unos momentos para contemplarla. Era tan bonita. Unas pestañas largas ocultaban sus ojos maravillosos. La primera vez que lo atravesó con esos ojos él supo que estaba perdido. Era como si desde el principio hubiera comprendido que iba a ser suya. Y lo era. El pecho se le llenó de satisfacción. Se preguntó qué habría pasado si la hubiera visto aquel día en Phoenix, sin embarazo que convirtiera el matrimonio en una necesidad. ¿Se habría sentido tan atraído hacia ella? ¿La habría vuelto a llamar? ¿Habría considerado pedirle que fuera su esposa? Por supuesto. Así era como se suponía que funcionaba. Los matrimonios pactados - 110 -

eran ridículos, y lo parecían todavía más al entender lo que se sentía al esperar el matrimonio con la mujer que amaba... «La mujer que amaba». En todo momento había sido así. ¿Cómo no lo había sabido? ¿Cómo no lo había reconocido? Observó el lento ritmo de su respiración. Los montículos blancos de sus pechos se hallaban ocultos bajo los brazos que había cruzado, y tenía una pierna levantada, escondiendo el tesoro femenino que le había dado la bienvenida antes. Su vientre, estirado e hinchado, reposaba sobre la cama; Edward se preguntó cuánto más podía crecer. Se dio cuenta de que en un sentido muy físico que no tenía nada que ver con el sexo, ella iba a necesitarlo. En ningún momento dejaría que dudara de que la encontraba deseable a pesar del embarazo. El hecho de que llevara un bebé que ellos dos habían creado sólo hacía que fuera más preciosa a sus ojos. Con suavidad apoyó la mano sobre su estómago. El bebé de ambos. Se preguntó cómo sería como padre. A lo largo de los años se había prometido que cualquier hijo suyo jamás tendría que conocer el aguijonazo de las palabras críticas, que jamás tendrían que dormirse llorando porque no habían estado a la altura de lo que él esperaba, que nunca tendrían que elegir pasar vacaciones en soledad en un internado en vez de regresar a casa. Diablos, ni siquiera pensaba mandarlos a un internado. Sus hijos iban a saber que eran queridos en todos los sentidos. Si los malcriaba, mala suerte. Era mejor eso que el rechazo. La cena con la familia tuvo más éxito del que habría esperado antes de ese día. Al volar aquella noche de regreso a Forks, al palacio donde Bella iba a quedarse con sus padres, él recordó las insistentes preguntas que ella le había hecho la tarde anterior acerca de su infancia. Aunque hablar de ello no figuraba en su lista de prioridades, de repente dijo: -Mis padres... y mi padre en particular, tiene unas ideas preestablecidas sobre cómo educar a un futuro duque. Tuve que montar a caballo, cazar, pescar, hablar Francés, leer Latín, sobresalir en Matemáticas y Ciencias, estudiar a los clásicos, recitar todas las reglas de la etiqueta, conocer las formas correctas de dirigirme a la gente... lo que se te ocurra, mi padre creía que debía saber hacerlo. - 111 -

-Tu infancia debió ser ocupada -apoyó una mano sobre la suya mientras conducía el coche. -Ocupada -rió, pero incluso él percibió el dolor en ese sonido-. Quería complacerlos. Recuerdo que de niño permanecí despierto en la cama, repasando una y otra vez cómo saludar al rey de Forks en mi primera presentación formal del día siguiente. Pero cuando ese día llegó, me hallaba tan nervioso que vomité mientras esperábamos en fila para ser presentados. Mi padre se puso pálido -ella apretó con mas fuerza sus dedos-. Me enviaron al internado a la edad de cinco años porque mi padre consideraba que carecía de autodisciplina. Fue horrible. Duchas frías todas las mañanas, formar filas perfectas en todo momento, no se podía repetir durante las comidas. Para un chico en crecimiento, eso solo era una tortura. Pero, ¿sabes qué fue lo peor? -él percibió su gesto en el oscuro interior del vehículo-. Lo peor fue que en poco tiempo, demasiado poco, preferí ese colegio infernal a mi propio hogar. En el colegio, el trabajo duro tenía su recompensa. En casa, el trabajo duro únicamente representaba más tareas y críticas. Dejó de hablar. No tenía más sentido continuar. -Edward... Prometo que nuestro hijo jamás será un... un producto a ser perfeccionado. Nuestros hijos serán obras de arte, grandes tesoros a ser protegidos y preservados por sus características únicas. Sus palabras lo conmovieron y no se le escapó que había dicho «hijos». Estiró los dedos y le acarició la mejilla antes de volver a posar la mano en el volante. -Madre, volveré en cinco días, lo prometo -Bella abrazó a la reina de Forks-. Tiempo suficiente para que modifiquen tú vestido de boda para que le quepa a una novia embarazada. -Pero, ¿por qué ir? -Preguntó su madre-. No hay nada que debas hacer en Phoenix las próximas dos semanas. «Sí que lo hay. Según Irina, Sam Flynn ha vuelto a la ciudad. ¡Sería maravilloso que pudiera traer de vuelta a mi hermano para mi boda!» -He de ir -fue lo único que manifestó en voz alta-. No quiero estar tanto tiempo lejos de Edward. Ocúpate del resto de los arreglos según tu parecer. -Mantendremos la sencillez -prometió Renee. Sonrió con añoranza-. Aunque habría sido bonito celebrar una ceremonia enorme al menos para una de mis hijas. - 112 -

-Oh, madre, lo siento -rió, pensando en los hombres que habían reclamado a cada una de las hermanas, en las bodas precipitadas-. Todas nosotras hemos frustrado tus sueños. -No, querida, no es así -la reina tomó el rostro de su hija en las manos y le besó la frente-. De hecho, todas habéis satisfecho el único sueño que tu padre y yo hemos tenido sobre vosotras. Habéis encontrado el amor. -¿Es tan obvio? -miró por encima del hombro a Edward, quien hablaba con el rey. -¿Que os adoráis? -su madre sonrió-. Sólo para los ojos que saben cómo mirar. «Ojalá fuera verdad», pensó Bella mientras terminaban de despedirse y Edward la ayudaba a subir al coche. Había empezado a tratarla como si de verdad la quisiera. Y ella había comenzado a esperar que tal vez el matrimonio resultara algo más que un amor unilateral para el resto de su vida. El viaje de vuelta a Phoenix fue agotador pero tranquilo. Durmió gran parte del trayecto en los dos aviones mientras él leía y veía películas. Cuando bajaron del coche al brillante sol invernal ante su hogar, Bella sonrió y alzó la cara. -Hasta hoy mismo no me había dado cuenta de que lo echaría de menos. ¡Oh, Edward, me encanta esta ciudad! Él rió mientras se dirigía al maletero para sacar el equipaje. -Eso es bueno. Mi negocio está firmemente establecido aquí. Odiaría tener que trasladarlo ahora. -¿Tomarías en consideración la idea de un traslado si yo te lo pidiera? -preguntó ella de repente delante de la puerta. Reinó una quietud momentánea en el aire. Despacio Edward depositó en el suelo las maletas que cargaba. -Bueno, prefería no trasladarme a Forks a menos que tú no pudieras ser feliz en otra parte, pero sí, si de verdad lo quisieras, me llevaría mi empresa de aquí -le tomó las manos-. ¿Es que no sabes que haría cualquier cosa para hacerte feliz? -Únicamente te necesito a ti para mi felicidad -sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas por su tono tierno. - 113 -

Algo salvaje y brillante se encendió en los ojos de Edward, luego la soltó y la abrazó. -Puede que haya sido demasiado obstinado para reconocerlo, pero has sido la dueña de mi corazón desde la primera vez que vi eso cafés ojos felinos observándome -bajó la cabeza y la besó hasta dejarla laxa en sus brazos, con su cuerpo fundido al suyo-. Vayamos dentro -gruñó-, para que pueda hacernos a los dos muy felices. En medio de la noche él despertó con una sensación extraña. Se puso alerta al instante con Bella todavía en sus brazos. Confuso, miró alrededor de las sombras del dormitorio y volvió a experimentarla. Un leve golpe en la parte donde ella tenía apoyado el estómago contra su cuerpo. Se movió un poco, apoyó la mano y aguardó con impaciencia. ¡Ahí! Una vez más el mismo movimiento. -Eh -susurró-, estamos en plena noche. Es el momento en que la gente duerme. Será mejor que entiendas ese concepto ahora mismo -un sonido apagado le indicó que Bella había despertado. Oyó una risita más alta. -¿Le hablas al bebé? -Sí. El pequeño me ha despertado. -¿Pequeño? Pues yo espero que sea una niña. Las palabras despertaron un recuerdo. -Tú y Jasper. ¿Soy yo el único que espera que sea un niño? Ella se quedó quieta bajo su mano. Tanto que Edward estuvo a punto de jurar que no respiraba. Pero al instante se relajó. -Tal vez -musitó. Algo en su voz lo inquietó. -Jasper comentó que sería más sencillo si fuera una niña -recordó con claridad-. ¿Por qué? -en cuanto pronunció las palabras deseó poder recuperarlas. Borrarlas y continuar con una feliz inconsciencia. Con movimiento lento se sentó y la miró-. ¿Por qué? -demandó. - 114 -

Ella titubeó y también se sentó. Unió las manos en su regazo y suspiró. -Tu padre empezó a decírtelo, pero se vio interrumpido. En estos últimos años se han producido bastantes debates sobre qué hacer cuando llegue el momento, debido a la falta de herederos varones en Forks. -Eso es estupendo. Pero a nosotros no nos afecta. -Bueno, podría hacerlo -se apartó de él como si quisiera quedar fuera de su alcance-. Hace dos meses se redactó un nuevo artículo a la Ley. -¿Qué clase de artículo? -sintió un nudo en el estómago al recordar el tono vehemente de su padre cuando hablaron de vivir en Phoenix. Incapaz de quedarse quieto, se levantó de un salto y se puso los pantalones de un chándal-. Estoy esperando -bramó cuando ella no respondió. -Un artículo que garantice que la línea de los Swan continúe -musitó-. Como no hay hijo mayor que pueda heredar la corona, el nieto mayor será el que suba al trono cuando mi padre... ya no sea rey. -¿El nieto mayor? -repitió con cautela. Ella asintió con aprensión. -Sin importar qué princesa sea la madre, el primer nieto será el próximo rey. Edward se mostraba incrédulo. Experimentó una oleada de furia al comprender el total significado de sus palabras. Existía una gran posibilidad de que su bebé, si era varón, fuera el heredero del trono de Forks. -¡No puedo creerlo! -manifestó con ira-. Tú sabes lo que pienso sobre la realeza, ¿y ahora me dices que si tengo un hijo quizá él sea el próximo rey? -Edward, yo no lo he planeado -explicó con tono de súplica-. Ciertamente no pensé quedarme embarazada la primera vez que nos vimos. Y no era mi intención casarme contigo, ¿lo recuerdas? -¿Aún esperas que me crea eso? -estaba demasiado enfadado para que le importaran las palabras que le soltaba-. Sabías quién era yo en aquel baile. Nuestros padres no tuvieron tanto que ver con ello como yo había imaginado, ¿verdad? -¡No es cierto! No tenía ni idea de quién eras... -Claro. Y los cerdos vuelan. - 115 -

-Te dije que mi padre jamás arreglaría un matrimonio para mí. No cree en esa costumbre arcaica. -Es posible que no, pero no le importó sacrificar a una hija virgen por el bien de la corona, ¿no? Ella se quedó boquiabierta. Las lágrimas nadaron en sus ojos y sintió cómo una bajaba por su mejilla. Pero él continuó, y todas las sospechas que había albergado desde el principio estallaran en un remolinearte río de furia. -Tuve razón en todo momento, ¿verdad? Estuviste a punto de engañarme. Pero ahora tus verdaderas intenciones han quedado reveladas. Isabella, la reina madre. Y yo soy la presa perfecta. Heredero del Gran Ducado de Olimpyc. «Siempre» que yo fuera a heredar el título. ¡Apuesto que fue toda una sorpresa descubrir que era simplemente Edward Cullen y que pensaba continuar de esa manera! -¡No fue eso lo que sucedió! -las lágrimas ya caían sin contención por su cara. Salió de la cama a toda velocidad, tapando su desnudez con la sábana-. Cuando nos conocimos no sabía quién eras. Ni siquiera establecí la relación con Olimpyc al encontrar tu tarjeta -temblaba de furia, y él experimentó un momento súbito de preocupación por el bebé que llevaba. -Isa... -Te amaba -se limpió las lágrimas con una mano-. Lo único que quería era casarme contigo y tener una familia. Aquí en los Estados Unidos o en cualquier otra sitio que tú eligieras. Ese estúpido título no me atrae más que a ti -soltó con furia. -Claro. ¿Y cuándo pensabas compartir ese pequeño artículo de la Ley? -cruzó los brazos-. Sin duda lo sabías desde hace meses. Este tipo de leyes no se aprueban de la noche a la mañana. ¿Tenías miedo de que una de tus hermanas te arrebatara el premio? -sentía como si la cabeza fuera a estallarle. Cómo había podido hacerle eso a él? «Es fácil. Fuiste el medio para alcanzar un fin, amigo». -Iba a esperar hasta que naciera el bebé para contártelo -repuso con voz monótona en respuesta a su pregunta original-. Sabía cómo reaccionarías. Pero si hubiera sido una niña, no habría motivo para la preocupación. A Ángela le queda poco para tener a su primer bebé y mis otras dos hermanas se han casado recientemente... tengo la esperanza de que sea una de ellas quien traiga al heredero al trono. - 116 -

-Todas las esperanzas -repitió él. -Todas -recalcó ella-. Pero sientes tantas fobias hacia los vínculos que tienes con la corona que en realidad tampoco importaría aunque fuera una niña, ¿verdad, Edward? Aún así seguirás teniendo una conexión real que está a sólo un paso del rey. Y me culparás por ello el resto de mi vida. Jamás podré hacer que mi sangre sea menos azul. ¿Y sabes una cosa? -atravesó la habitación hasta que quedó delante de él-. Tampoco lo haría aunque pudiera. Amo a mi familia. No son mis enemigos, y no fingiré ser alguien que no soy, ni por ti -calló y respiró hondo dos veces hasta que recuperó el control-. Puedes olvidarte de este matrimonio. Voy a volver a Forks para estar con la gente que me quiere como soy. Sus palabras lo aturdieron. Salió por la puerta y atravesó el pasillo hasta el otro extremo, donde la habitación en la que había dormido con anterioridad aún contenía casi todas sus cosas. Oyó la puerta al cerrarse con violencia y supo que no podría hablar con ella el resto de la noche. «Puedes olvidarte de este matrimonio». ¡No podía echarse para atrás! Había dicho que se casaría con él. «Olvida este matrimonio». Sintió que temblaba al comprender todo el significado de esas palabras. No iba a casarse con él. Su bebé no nacería legítimo. Podría ser educado en un continente distinto, con una madre que ya no querría saber nada de él. Pero peor, mucho peor, era la pérdida del amor del que había llegado a depender. No había pensado en eso al acusarla de buscar su título. ¿Qué mujer iba a tolerar que un hombre le gritara, la acusara de todo tipo de cosas y pusiera en duda su honestidad? Sintió un nudo en el estómago y se agarró al borde de la cama. Se había equivocado. Tenía que haberse equivocado. Nadie había tramado para empujarla a sus brazos. Lo único que ella había querido de él era amor. Sólo amor. Enterró la cabeza en las manos. ¿Cuán ciego podía ser un hombre? Oh, Dios, había sido tan estúpido. Había pisoteado su amor sin ninguna consideración hacia sus sentimientos. Se había concentrado tanto en sus recuerdos amargos que incluso después de que su familia hubiera hecho un intento real de reconciliación aún se hallaba decidido a castigar a alguien. - 117 -

Y su blanco había sido Bella. Había percibido su amor antes de que se lo confesara, y había tenido tanta seguridad de que sería suyo para siempre que no había comprendido la facilidad con que se podía romper un corazón. ¿Podría reparar el daño causado? Supo que no sería fácil. Pero debía intentarlo. Se levantó y con andar lento fue a su habitación. Llamó a la puerta, pero, tal como había esperado, ella no respondió. Escuchó con atención, aunque no la oyó sollozar... al menos no para poder oírla. Con un agotamiento como nunca había sentido, se dejó caer hasta quedar sentado ante la puerta, decidido a esperar. Cuando abriera, pretendía estar ahí. Sin importar cuánto tardara. Porque Bella era lo que más le importaba. Si no quería perdonarlo, si ya no lo amaba más, no sabía lo que haría. Unas horas más tarde amaneció, y todavía seguía sin oírla. Bien. Debió quedarse dormida. A las ocho ya estaba cansado de permanecer sentado. Bella rara vez dormía hasta tan tarde. Se incorporó y llamó a la puerta. No con mucha fuerza, para que no pensara que aún seguía enfadado, pero con suficiente firmeza para que lo oyera. Nada. Quince minutos más tarde empezaba a preocuparse. Ella todavía no había emitido ningún sonido y su imaginación comenzaba a desbordarse, acelerándole el pulso. -¡Bella! Abre la puerta. Sólo quiero hablar contigo -calló. Ninguna respuesta. Oh, Dios, ¿estaría herida? ¿Yacería en el cuarto de baño, inconsciente? Esas baldosas eran resbaladizas... -O abres ahora o la tiro abajo -era una amenaza ociosa. Él mismo había diseñado la casa. Era imposible que alguien derribara cualquiera de las puertas. Fue al cuarto de herramientas, eligió unas pocas cosas, regresó y se puso a sacar la puerta de sus goznes. De un modo u otro, Bella iba a hablar con él. Cuando al final logró liberar la puerta, la dejó a un lado y entró en la habitación. No estaba allí. Con el corazón desbocado, comprobó el cuarto de baño, pero - 118 -

tampoco la vio ahí. Entonces notó que los ventanales que daban a la terraza de la piscina estaban abiertos. Al atravesar la habitación algo blanco y fuera de lugar sobre el edredón verde de la cama captó su atención. Recogió la nota y leyó su contenido. Edward Me pondré en contacto contigo cuando nazca el bebé. Por favor, informa a tu familia del cambio de planes. S.A.R. Isabella, princesa de Forks.

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Chapter 9 Esta es una adaptación con algunos de los personajes de Stephanie Meyer, la historia no es mía , en el ultimo capitulo les diré el nombre de la autora y el nombre original de la historia . . .Capitulo 9 .. La luz del sol le hería los ojos a pesar de las gafas oscuras que llevaba. Mientras el conductor del coche alquilado que había contratado avanzaba por la carretera hacia Catalina, por enésima vez deseó que se le permitiera tomar un analgésico para el dolor de cabeza que martilleaba detrás de sus ojos. Debía recuperar el control antes de llegar a Catalina, o Sam Flynn pensaría que estaba loca. De todos modos, seguro que lo pensaba. ¿Cuántas personas llamaban a tu puerta para explicarte que podías ser un príncipe secuestrado? Debería sentirse más entusiasmada. Era bastante probable que en menos de una hora viera por primera vez en la vida a su hermano. Pero ya nada le producía entusiasmo después de lo sucedido la noche anterior. Tragó saliva y se obligó a pensar en otra cosa. Pero una y otra vez, como un CD rayado que no dejaba de volver al mismo punto, oía la voz de Edward en su cabeza: «En el baile sabías que era el heredero al Gran Ducado de Olimpyc». El dolor le martilleó el cráneo. Dios, ¿cómo había podido pensar eso de ella? Hizo - 120 -

bien en cancelar la boda. Él jamás sería capaz de superar sus dudas, de olvidar la ira que le producía el que su padre y su familia intentaran convertirlo en algo que no era. Los ojos volvieron a escocerle, aunque era capaz de jurar que ya no le quedaban lágrimas. La noche anterior había llamado un taxi y en cuanto pudo vestirse abandonó con sigilo la casa por la puerta de la terraza. Saltar por la valla de la propiedad no había resultado tan fácil, pero lo consiguió y se registró en un motel a pasar lo que quedaba de la noche. Después de llorar durante horas se levantó al amanecer para mirar la televisión en blanco hasta una hora prudente en que pudo llamar a Catalina. Sam Flynn se había mostrado reservado por teléfono, pero había aceptado verla. Después de ducharse alquiló un coche, en esa ocasión con chofer. Cumpliría el objetivo inicial por el que sus hermanas y ella habían ido a los Estados Unidos: encontrar a su hermano... luego regresaría a casa. Aunque Forks ya no le pareciera su «casa», era uno de los mejores sitios donde criar a su hijo... al hijo de Edward. Según la guía telefónica, Samuel N. Flynn era abogado. Como era martes por la mañana, había llamado a su bufete y tuvo suerte de encontrarlo. Cuando el coche se detuvo ante su edificio, bajó del vehículo y mentalmente cerró una puerta a todos los pensamientos ajenos a la tarea que en ese momento la ocupaba. Una recepcionista tecleaba algo en la sala de espera. Bella se anunció tal como lo había hecho por teléfono, como Bella Swan, y la mujer desapareció por un pasillo largo. Momentos más tarde, volvió y la invitó a seguirla. El abogado se sentaba ante un escritorio enorme que contenía diversos objetos de arte y muchos papeles. Se levantó cuando ella entró y con cortesía rodeó la mesa para estrecharle la mano y ofrecerle un asiento mientras la recepcionista se marchaba. -Señorita Swan. Es un placer conocerla. Y ahora dígame cómo puedo ayudarla con ese «asunto urgente» que mencionó por teléfono esta mañana -Sam Flynn tenía un pelo oscuro tupido y ondulado y una mandíbula fuerte con un hoyuelo en cada mejilla. Resultaba atractivo de un modo agreste que hacía juego con sus hombros anchos bajo la camisa blanca. - 121 -

Pero fueron sus ojos los que captaron la atención de ella. Penetrantes, oscuros e intensos, que le recordaron a los de su familia. Sintió que perdía la serenidad al pensar otra vez en los amados rasgos de Edward. -Ah, señor Flynn, gracias por recibirme de inmediato. -Sam, por favor, señorita Swan -se inclinó y observó su anillo de compromiso-. Es señorita, ¿verdad? -En realidad, es princesa. Mi padre es el rey Charlie de Forks. -Santo cielo -pareció un poco desconcertado. Estudió su expresión-. No bromea, ¿no? -entonces se puso serio, se apoyó en el borde del escritorio y cruzó los brazos musculosos sobre el pecho-. Ha despertado mi curiosidad. ¿Qué sucede? -¿Es usted Samuel N. Flynn que una vez estuvo en el Albergue Infantil Sunshine? -El mismo -asintió con ojos llenos de interés. -Señor Fl... Sam, es posible que recuerde que hace años tuve un hermano al que secuestraron de niño. -Lo dieron por muerto -meneó la cabeza-. Por ese entonces yo era muy pequeño, pero he leído sobre el caso. Debió ser un momento terrible para sus padres. -Lo fue. La cuestión es que usted tiene exactamente la edad de mi hermano. Hasta hace poco lo considerábamos muerto. Pero unas pruebas nuevas nos condujeron al Albergue Sunshine, donde se cree que llevaron a mi hermano pocas semanas después del secuestro. -Comprendo -Sam habló despacio-. Y piensa que existe una posibilidad de que yo sea su hermano. -Existe -convino ella. -No -descruzó los brazos y se sentó en el borde de la mesa, con los pies colgando-. Usted es demasiado hermosa para estar relacionada conmigo. -Cuando mi hermano desapareció, tenía el pelo oscuro y los ojos oscuros. Sabemos que era grande para su edad. Se parecía mucho a mi padre y es probable que aún sea así en la actualidad -abrió el bolso, extrajo dos hojas que desplegó y alisó. La primera se la pasó a él-. Esta es una foto de mi padre a la edad de treinta años, los - 122 -

que tendría hoy mi hermano. -La edad que tengo yo -Sam estudió la copia-. Es posible. Aunque no veo gran semejanza. -Cuesta distinguirla por la fotografía -lo estudió, pensando que podía ser Peter. Entonces, ¿por qué no se sentía más entusiasmada? ¿No había ido a los Estados Unidos para eso? «También viniste a los Estados Unidos para encontrar al hombre que te hizo el amor en la caseta del jardín». Respiró hondo y desterró otro par de ojos azules de su cabeza-. ¿Estaría dispuesto a dejarse hacer un análisis de sangre? -Claro -repuso tras meditarlo-. ¿Por qué no? -le devolvió la foto. Luego chasqueó los dedos-. Aguarde un minuto. ¿Su hermano tenía alguna marca que lo identificara? ¿Una marca de nacimiento, alguna cicatriz... cualquier cosa por el estilo? Ella consultó la segunda hoja de papel que aún sostenía en la mano, aunque conocía su contenido de memoria. -Sí. Tenía un grupo de pecas en el bíceps derecho. Aunque nos han advertido de que esas marcas pueden haber desaparecido con los años. -¿Alguna cicatriz? -Sam la miraba con atención. -Ninguna lo bastante grande como para haber perdurado. Peter jamás fue sometido a una operación ni tuvieron que darle puntos. Sólo tenía un año cuando lo secuestraron. -Bueno, entonces me temo que ha hecho el viaje en balde, alteza -bajó del escritorio y comenzó a levantarse la camisa de los pantalones-. Tengo la cicatriz de una operación que ya había cerrado cuando me llevaron al Albergue Sunshine, por lo que allí dedujeron que debería haber tenido lugar como mínimo tres meses antes. Todavía podían contar las marcas de los puntos. Veintiuno en total. -¿Como mínimo tres meses antes de que lo llevaran al albergue? -comentó, pensando en voz alta-. Mi hermano no llevaba secuestrado tanto tiempo cuando los dos aparecieron allí -se levantó y examinó la cicatriz justo debajo de su caja torácica-. Santo cielo, seguro que un médico podría recordar este tipo de sutura aplicada a un bebé. ¿Ha investigado el asunto? -Lo comprobaron cuando me dejaron en el albergue -se encogió de hombros-, pero no descubrieron nada. Era en los días en que no había ordenadores, así que imagino que la búsqueda se redujo al ámbito local. Yo nunca me tomé la molestia -añadió-. - 123 -

Quienquiera que me dejara allí, no me quería. Y ya no lo necesito. Bella asintió, aunque sintió dolor en el corazón por el bebé que aún sufría. El dolor se expandió al recordarle a otro hombre adulto cuya propia infancia dolía... «No, no vayas por ahí, Bella». Dio un paso atrás, recogió los papeles y los dobló antes de volver a guardarlos en el bolso. -Sam, lamento haberle hecho perder el tiempo. Gracias por recibirme hoy. -Ha sido un placer, alteza -extendió la mano y envolvió la de ella en su enorme zarpa-. Buena suerte para encontrar a su hermano. Al regresar al coche, el chofer la esperaba, tal como le había pedido. De inmediato puso rumbo al siguiente destino, un pequeño aeropuerto donde había reservado un avión que la llevaría a Tucson, desde donde partiría a la costa este para tomar el vuelo trasatlántico hasta Forks. No era la ruta más directa, pero no había poder en la tierra que pudiera inducirla a acercarse a Phoenix, ni siquiera para pasar de un avión a otro. En el aeropuerto de pronto se dio cuenta de que disponía de la información que sus hermanas y ella habían esperado tanto tiempo para confirmar. Buscó un teléfono y llamó al rancho de Eric Yorkie, donde Irina Bishop aún seguía con Eric y Ángela, coordinando las pistas restantes para encontrar al príncipe. -¿Irina? Soy Bella. -¡Princesa Bella! Felicidades por su compromiso -sonó tan dulce y encantada como siempre-. La veré pronto en Forks. Estoy ansiosa por conocer a Edward Cullen. -Irina, escúchame -intentó controlar las lágrimas-. Encontré a Sam Flynn. No es él. -No es... entonces el único que queda... -la voz de Irina mostró entusiasmo-... ¡es John Yorkie! ¡El cuñado de Ángela! -Sí. ¿Está ahí? Necesito que hables de inmediato con él. -No puedo -la voz de la secretaria sonó pesarosa-. Aún no ha vuelto. Eric y Ángela han dejado mensajes en varios sitios para él, pero hasta donde yo sé todavía no se ha puesto en contacto con ellos. - 124 -

-Diles que envíen mensajes más urgentes. Debemos hablar con él -si se concentraba en la tarea de encontrar a su hermano perdido, quizá parte del devastador dolor que le atravesaba el corazón desapareciera, o al menos fuera más soportable-. Vuelvo a Forks. Llámame allí si tienes más información. Pero ten cuidado. No quiero que mis padres se enteren de nada hasta que estemos seguras. Cuando Edward bajó del avión que había tomado a primera hora de aquel día, Jasper lo esperaba en la sala del aeropuerto. -Edward, lamento recibirte con malas noticias, pero creo que no ha venido aquí. Al menos aún no. -Gracias por comprobarlo -asintió con estoicismo. -Nuestro padre ha puesto a alguien para que comprobara todos los vuelos. Si viene a casa, lo sabrás. -De acuerdo -apenas fue capaz de hablar debido a la decepción. Comenzaron a caminar por el aeropuerto. -Estaba seguro de que ella te amaba -comentó Jasper-. ¿Me equivocaba? -No -Edward meneó la cabeza-. Pero yo... yo no manejé la situación muy bien, me temo. -¿Hay algún modo en que pueda ayudarte? ¿O prefieres que me calle? A pesar de la desdicha que sentía, tuvo que sonreírle a su hermano menor. -Tu presencia es suficiente ayuda -sintió pesar por los años que podría haber tenido con su hermano; le rodeó los hombros en un abrazo rápido y afectuoso. Cuando llegaron a la limusina que los esperaba a la salida, Edward quedó sorprendido al ver a su padre sentado en el interior. Antes de que pudiera manifestar algún saludo, Carlisle alzó la mano. -Sé lo que piensas. -¿Sí? -Edward sonrió con ironía-. Bien, porque yo ya no lo sé con certeza. -Edward, estoy seguro de que crees que me muestro tan solícito por el deseo de - 125 -

unir mi casa con los Swan -hizo una mueca-. Y reconozco que a una parte de mí le gustaría mucho. Pero no he venido por eso. De hecho, me marcharé si prefieres que no me involucre en tu vida. -Creo que albergas las mejores intenciones hacia mí, padre -musitó-. Y eso me basta -se dio cuenta de que era verdad. -Jamás debí tratar de forzarte a un matrimonio basado en... -¿Mentiras? -inquirió Edward. -Medias verdades, como mínimo -el hombre mayor se aclaró la garganta-. Sé lo que es amar a alguien. Y quedó claro cuando os vimos juntos a Bella y a ti que estabais enamorados. Al ser mi hijo, es muy posible que hayas hecho algo imperdonablemente estúpido... -sus dos hijos rieron y la tensión que había en el vehículo se evaporó. -Espero que no sea imperdonable -dijo él cuando se pusieron serios otra vez. Despacio, con titubeos, Carlisle alargó el brazo y depositó una mano de consuelo en la rodilla de su hijo. -Haremos lo que podamos para ayudarte a arreglarlo. Varias horas más tarde, un criado llamó a la puerta de la sala de fumar donde Edward, su padre y su hermano se habían reunido. -Adelante -bramó el Gran Duque y Trumble entró con una bandeja de plata en la que había una hoja. -Un mensaje telefónico para usted, alteza. Carlisle prácticamente saltó sobre el hombre. -¡Pues dámelo! ¿Qué pone? -el papel se le cayó de la mano y flotó hacia el suelo, pero antes de que pudiera aterrizar Jasper lo había recogido en el aire. -La princesa ha llegado a palacio -anunció. Luego carraspeó-. Ella, hmm, visitó a un hombre, un abogado americano llamado Samuel Flynn, en Catalina, Arizona, antes de salir de los Estados Unidos -miró a Edward-. ¿Amigo tuyo? -Al parecer es un amigo suyo -comentó con tono sombrío. - 126 -

-¿Te recibirá si la llamas? -inquirió su padre. -Ni lo sueño -en el pasado habría soportado la tortura antes de reconocer ante su padre que había cometido un error. Ese día ya no le importaba. -Bueno, entonces tendremos que hacerte pasar sin ser anunciado. Dos horas después, la limusina de Carlisle se detenía ante la caseta de los guardias delante de la puerta del palacio. -El Gran Duque de Olimpyc y mi hijo Jasper, príncipe de Olimpyc -anunció con voz imperiosa cuando el guardia comprobó a los dos hombres sentados en la parte de atrás del vehículo. El hombre apretó unas teclas en el intercomunicador y recibió permiso para admitirlos. Mientras las puertas se abrían despacio y la limusina entraba en los exuberantes jardines que conducían al palacio, Jasper miró la nuca del chofer y rió entre dientes. -Muy bien, padre. Muy bien. -Gracias, padre -dijo el chofer al mirar por encima del hombro. Al final, resultó más sencillo de lo que Edward había anticipado. Jasper y el Gran Duque lo dejaron junto a un sendero boscoso para equitación en la zona interior de los terrenos. Mientras caminaba por él, Edward miró alrededor para orientarse. Había elegido ese sitio porque sabía que los árboles crecían hasta el mismo borde de los jardines. Los guardias en el perímetro del palacio por lo general permanecían a la vista pero no necesariamente al oído de la familia real. Esperaba acercarse lo suficiente a la casa para que cuando Bella saliera a dar un paseo, pudiera hablar con ella aunque tuviera que quedarse allí sentado toda la noche. No podía creer lo fácil que había sido, teniendo en cuenta la obsesión del rey por la seguridad. Pero jamás se esperaría que el Gran Duque representara una amenaza. A la derecha Edward pudo ver el comienzo de un pequeño claro. Al mirar con más atención, masculló: -Qué me aspen. Los terrenos del palacio eran enormes y no los conocía bien. Al ver un mirador acristalado en medio del claro meneó la cabeza con nostalgia. ¿Sería el mismo? - 127 -

Parecía igual que el que tenía grabado en la memoria. Tan ensimismado estaba, que la gota que cayó sobre su mejilla izquierda lo sorprendió. Pero cuando la lluvia se convirtió en un diluvio, corrió hacia el único refugio disponible, el pequeño mirador donde había hecho el amor con Bella aquella primera vez. Apenas unos momentos después de haber entrado en el interior resguardado, un sonido hizo que girara en redondo. Bella se detuvo en la puerta, con las manos en el cuello en un gesto de asombro que imitaba la expresión de su cara. -¡Edward! Se recuperó mientras ella lo miraba con los ojos desorbitados, aunque su aparición también le había resultado sorpresiva. -¿Por qué no entras antes de que te empapes? -Yo... -contempló la lluvia que caía-. ¿Qué haces aquí? -se irguió y su postura fue tan real que bien podría haber llevado una corona-. Has perdido el tiempo -las palabras fueron gélidas. -¿Por qué has venido aquí? -Había salido a dar un paseo cuando se puso a llover, así que corrí en busca del refugio más cercano. No vine por ningún otro motivo. Edward podría haber comentado algo sobre su explicación, pero un hombre listo para suplicar por su vida era lo bastante inteligente como para no buscar el antagonismo de la mujer con quien quería compartir dicha vida. -¿Por qué has venido aquí? -volvió a preguntar ella. -No podía olvidarlo. -¿Perdón? -parpadeó y lo miró con unos ojos verdes fríos. -En Phoenix me dijiste que olvidara nuestra boda. No puedo. -¿Y has venido hasta aquí para decirme eso? A propósito, ¿cómo entraste? -alzó una mano-. Olvídalo -dio media vuelta y observó el exterior por los cristales del mirador-. Vete. - 128 -

Tenía la espalda rígida y los brazos cruzados sobre el vientre con el bebé. -He hecho las paces con mi padre -musitó. -Qué bien -no lo miró, pero su voz no sonó beligerante. Reinó un silencio incómodo cuando él intentó pensar en algo brillante que la convenciera de darle otra oportunidad. Al final soltó las palabras que reverberaban en su cabeza. -Dijiste que me amabas. -Algunas cosas no están destinadas a ser permanentes -manifestó con tristeza. -Bella... -¿no había modo de llegar hasta ella?- Si no quieres que nos casemos, no tenemos por qué hacerlo. Podemos vivir juntos el resto de nuestra vida sin legalizarlo. Por favor, sólo... -se le quebró la voz. Calló un momento, redujo el espacio que los separaba v se quedó detrás de ella-. Bella, no quiero vivir sin ti. Por favor, regresa a mi lado -ella no respondió, pero tampoco lo rechazó. Levantó las manos con la intención de apoyarlas en sus hombros, pero las dejó caer-. Por favor -repitió-, dame otra oportunidad. Me equivoqué en todo. Tu padre, mi padre, tú... -¿Vivirías conmigo aunque me negara a casarme? ¿Por qué? ¿Para que puedas acosarme hasta la extenuación con el fin de que acepte legalizar la situación de tu hijo? -las palabras fueron un poco burlonas, pero él captó el dolor que había detrás. -Algunos aprendemos las lecciones más despacio que otros -susurró-. Yo tardé mucho en aprender la mía -respiró hondo-. Te amo -vio que ella abría mucho los ojos-. Te amo -aprovechó su ventaja-. Tendría que habértelo dicho antes. Tendría que haber confiado en ti... -ella apoyó un dedo sobre sus labios. -Está bien, Edward. Ahora haremos que salga bien -le tomó el rostro entre las manos y se puso de puntillas. La abrazó y con dulce alivio le dio un beso. A pesar de todo, lo había perdonado. ¿Podría entender Bella alguna vez cuánto la amaba? Sus labios se tornaron exigentes mientras su cuerpo lo instaba a demostrarle lo mucho que la necesitaba. Sus lenguas se unieron y sus cuerpos se fundieron. En unos segundos el beso encendió una hoguera que amenazó con desbocarse. Lo único que impidió que la echara sobre el suelo fue la humedad que sintió en su - 129 -

propia cara. No, en la cara de ella. Con irritación interrumpió la intensidad del beso y se apartó para limpiar la lluvia de sus caras. Pero no era lluvia. Bella lloraba. Le alzó la barbilla. -¿Qué sucede, princesa? ¿Es por mí? -No -meneó la cabeza, mientras las lágrimas seguían cayendo. Levantó las manos para apoyarlas en las suyas. -Me quedaré con el título -dijo él con desesperación. Aunque no era el sendero que había querido que siguiera su vida, lo haría sin pensarlo si ella aceptaba quedarse. Pero Bella volvió a sacudir la cabeza. -No es por el título. Te amaré sin importar lo que quieras hacer con tu vida. -Entonces, si no hay problema, ¿por qué lloras? -Porque soy feliz -se inclinó hacia él en busca de otro beso. Pero en el último instante él recordó una cosa. -¿Quién diablos es Samuel Flynn, de Catalina, Arizona? -preguntó con la boca a unos milímetros de ella. -¿Quién crees que es? -aunque no se retiró, hubo una quietud súbita en ella que le reveló lo que Bella temía. -No creo que tengas algo que ver con él, porque me amas. -Qué modesto -rió, con el rostro iluminado mientras su cuerpo se relajaba. -Pero es alguien muy importante. Es la «otra cuestión» por la que fuiste a Phoenix, ¿verdad? -Existen motivos para creer que mi hermano Peter sobrevivió a su secuestro. -¿Qué? -se quedó de piedra. Sintiendo el vientre con su hijo pegado a él, por primera vez pudo apreciar el infierno por el que debieron pasar el rey y la reina, y la - 130 -

idea lo crispó. -Es verdad -confirmó ella-. Es casi seguro que sobrevivió. Lo rastreamos hasta un albergue infantil en Arizona y eliminamos la búsqueda a tres hombres. Sam Flynn era el segundo. -¿Y...? -No es mi hermano. Tiene una cicatriz que lo demuestra. Lo que significa que el tercer hombre probablemente es el heredero al trono. Mis hermanas están esperando que vuelva a su casa para que podamos hablar con él. -¡Dios mío! Tus padres estarán tan... espera un momento. Por eso no te preocupaba tanto esta ley nueva, ¿verdad? -el remordimiento volvió a dominarlo por las palabras terribles que le había dicho. -Hasta que encontremos a Peter -Bella titubeó-, el primer varón podría ser el heredero de la corona. Me preocupa, pero también sé que existen las mismas posibilidades de tener una niña. Si es un varón y no queremos que sea rey, se puede hacer, aunque representaría un proceso tedioso. Como último recurso, podemos solicitar en el parlamento que lo descarten. -Nos ocuparemos de ellos juntos cuando llegue el momento -la tomó en brazos-, si es que llega. Y si se encuentra a tu hermano, entonces podremos ser unos padres normales. -Bueno, quizá no tan normales -sonrió. -Lo importante es que pasemos el resto de nuestros días juntos. Y al encontrar sus labios y reclamar a su princesa, sintió que algo en su interior encajaba, algo que había esperado toda su vida. Era amado. . Ya solo queda el epilogo

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epilogo Esta es una adaptación con algunos de los personajes de Stephanie Meyer, la historia no esmía, La historia es de Anne Marie Winston y el nombre original es Reina de Corazones . . Epilogo .. Bella se hallaba en la parte de atrás de la Capilla Wynton, rodeada por sus hermanas. Ángela, siempre tan pragmática, tenía una lista en la mano. -Rosalie, no olvides darle tus flores a Jessica justo antes de que suban al altar. Ella me las pasará a mí. Cuando Bella te entregue su ramo, repetid lo mismo para que os queden libres las manos y poder ayudarla con la cola... -calló, sacando un pañuelo del corpiño para secarse el labio superior. -¿Te encuentras bien? -Jessica dejó de ajustar el velo de Bella y tomó el codo de su hermana mayor-. Pensé que los mareos de la mañana sólo eran durante los tres primeros meses. -El médico jura que pasarán cualquier día de estos -repuso Ángela, respirando hondo-. Como se equivoque, haré que lo decapiten. -Lo único que debes hacer es resistir durante la ceremonia -indicó Rosalie-. Luego puedes vomitar lo que quieras. -Gracias -dijo Ángela. -Me alegro tanto de que al menos una de nosotras se case aquí -comentó Rosalie. -Y hará tan felices a papá y a mamá -el rostro de Jessica perdió parte de su resplandor feliz-. Aún me siento mal por haberlos privado de que pudieran - 132 -

prepararnos una gran fiesta. -Mamá y papá están felices por todas nosotras -aseguró Bella, recordando las palabras de su madre antes de marcharse a Phoenix la última vez-. Lo único que querían era que encontráramos un amor y que nos durara el resto de nuestras vidas. Y así ha sido. -Sólo deseo que hubiéramos podido encontrar a Peter -dijo Ángela-. ¡Qué regalo de boda habría sido! Reinó un momento de silencio. -Un último abrazo entre todas -Rosalie se secó una lágrima-. La música ha empezado y en cualquier minuto deberás salir al pasillo. Las cuatro hermanas se abrazaron, mientras Jessica insistía en que no le arrugaran el vestido. Bella contuvo una lágrima y pensó que las quería mucho. Casi era inconcebible imaginar que apenas hacía unos meses que se habían ido a los Estados Unidos. Habían ocurrido tantos acontecimientos desde entonces. Y ese día todas estarían casadas. En cuanto terminara la ceremonia tendrían que iniciarse los preparativos para la celebración del aniversario de la coronación. Eric y Ángela, junto con Jessica y su marido, Mike, al igual que Rosalie y Emmett, se quedarían en Forks hasta que pasaran las festividades. La única persona que faltaba era Irina, a quien todas querían mucho. Pero su presencia era necesaria en el rancho Yorkie por si John Yorkie aparecía durante la ausencia de Eric. La coordinadora de la ceremonia les indicó que se prepararan y una doncella le pasó el ramo a Jessica. Ésta le envió un beso a Bella en cuanto comenzó a avanzar por el pasillo, y Ángela esbozó una sonrisa descompuesta cuando llegó su turno. Rosalie aceptó el ramo nupcial y le guiñó un ojo antes de emprender la marcha por la enorme y antigua iglesia. Luego le tocó a ella. El rey Charlie, que había estado observando a sus otras tres hijas, llegó a su lado y le ofreció el brazo. Una lágrima corrió por su mejilla y ella se la secó con un dedo. -No empieces tú -susurró-. Con Rosalie ya fue suficiente. Me niego a casarme con - 133 -

el maquillaje corrido. -Lo siento -rió su padre-. Te recordaba de bebé y de pronto se me ocurrió que muy pronto tú ibas a ser madre. -Hice las cosas un poco cambiadas -esbozó una mueca. -No importa -los ojos de su padre se suavizaron al ver en la parte delantera de la capilla a la mujer a la que había amado durante más de treinta años y que esperaba para ver cómo entregaba a su hija-. Lo que cuenta es que Edward y tú os amáis, y por eso tu madre y yo nos sentimos muy agradecidos... por los matrimonios de nuestras cuatro hijas. No todo el mundo es tan afortunado. -Tuvimos un buen ejemplo que nos indicara cómo debía ser -le regaló una última sonrisa-. Te quiero, papá. Entonces él la acompañó hacia el altar. Al acercarse y ver al hombre alto de hombros anchos que esperaba con su padre, su hermano y una hilera de asistentes, le sonrió con expresión radiante. Su padre tenía razón. Eran afortunados. Y lo que les quedara de vida pensaba mostrarle a Edward lo mucho que valoraba su amor. Fin.

Otra historia mas que dice adios, gracias chicas x sus reviews, favoritos y alertas, les dejo el argumento de la proxima historias El amor del rey Bella Swan había pasado varios años en prisión, injustamente condenada por la muerte de su padre. Se había visto obligada a apartarse de su hijo durante algún tiempo y de Edward, su gran amor, para siempre… ¡Ahora Edward Cullen estaba a punto de convertirse en rey de Forks! Edward había amado a Bella tan apasionadamente que en otro tiempo habría renunciado al trono por ella, pero Bella lo había apartado de su lado. Cuando por fin salió de la cárcel, él descubrió que quizá fuera inocente del crimen por el que la habían condenado… ¡y que había tenido un hijo suyo en la cárcel! - 134 -

Edward debía elegir entre lo que le dictaba el honor y su deber hacia su pueblo.

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