Doris Cullen - La Venganza Del Seductor

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  • Words: 86,757
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Copyright Page This book was automatically created by FLAG on July 29th, 2012, based on content retrieved from http://www.fanfiction.net/s/6749150/. The content in this book is copyrighted by Doris Cullen or their authorised agent(s). All rights are reserved except where explicitly stated otherwise. This story was first published on February 15th, 2011, and was last updated on February 27th, 2011. Any and all feedback is greatly appreciated - please email any bugs, problems, feature requests etc. to [email protected].

Table of Contents Summary 1. Chapter 1 2. Chapter 2 3. Chapter 3 4. Chapter 4 5. Chapter 5 6. Chapter 6 7. Chapter 7 8. Chapter 8 9. Chapter 9 10. Chapter 10 11. Chapter 11 12. Chapter 12 13. Chapter 13 14. Chapter 14 15. Chapter 15 16. Chapter 16 17. Chapter 17 18. Chapter 18 19. Chapter 19 20. Chapter 20 21. Chapter 21 22. Chapter 22 23. Chapter 23 24. Chapter 24 25. Chapter 25

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Summary Adapt. Hay cosas que a veces uno se ha visto obligado a hacer y de las que no se ha sentido particularmente orgulloso. El día en que Edward Cullen le vendió su alma a una mujer para darle placer, descendió el último escalón hacia el infierno.

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Chapter 1 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. PRIMERA PARTE Inglaterra Capitulo 1 -Vamos, demonios. -El sudor le bañaba la espalda mientras Edward embestía con violencia a la mujer que tenía debajo; su acostumbrado gimoteo hacía que le subiera la hiel a la garganta. Quería acabar de una vez para que se marchara. Ella siempre estaba hambrienta de sexo al despertar, motivo por el cual él generalmente quería esfumarse; pero ella lo había cogido desprevenido, encaramándose a su cama la noche anterior de madrugada, después de que él hubiera bebido hasta perder el conocimiento. Se había despertado abruptamente cuando ella montó sobre su erección matinal, por lo que casi la estrangula al empujarla de espaldas. -Oh, sí, Edward... así -jadeaba ella con una expresión de éxtasis realzándole el rostro. Tanya Hamilton, viuda del fallecido marqués de Denali, y ahora patrona de Edward, estaba llegando al orgasmo-. Ahora, Edward. Ahora. Lo atenazó con las piernas como una prensa industrial, impulsando cada gota suya, tanto si él quería dársela como si no. Echó la cabeza hacia atrás y gimió. Un brillante rayo de sol se proyectó sesgado en su cuello, revelando las arrugas de su edad avanzada: ella aparentaba cuarenta pero él sospechaba que se acercaba a los cuarenta y cinco. Aunque hubiese tenido veinticinco, a él no le hubiera facilitado la tarea en absoluto. Justo castigo para un hombre que alguna vez había vivido inmerso en un mundo de pecado y que se había ganado el sobrenombre de "Vicio" por parte de sus compañeros de andanzas. ¡Qué destino tan perverso, haber caído atrapado en su propia inmoralidad! Fuera, el chasquido seco de las armas indicaba el comienzo de una mañana de cacería del zorro y de otra semana más de fiesta en la mansión de varios días, donde él se quedaría al margen mientras los nobles más inmorales de Inglaterra se -5-

abalanzaban sobre la mansión Masen. Gente a la que alguna vez, ingenuamente, había llamado amigos, en la casa que supo llevar en otra época y que llamaba suya. Masen había pertenecido a los Cullen desde el siglo XIV, sobreviviendo a estados de sitio, las intransigencias de la costa Devon, y a un incendio que casi la aniquila un siglo atrás. Pero no había sobrevivido a Carlisle Cullen. Su padre. El conde había sido un buen hombre aunque perturbado: la muerte de su esposa lo sumergió aún más en su propio mundo, con un proyecto comercial vacilante hasta que las deudas le llegaron al cuello, y del que su hijo se hizo cargo al morir él. Edward había escapado casi con lo puesto al enterarse del alcance de la ruina. El vínculo con Masen había caducado. No hubo modo de salvarla de la subasta, dejando así a Edward solamente con un título de propiedad vacío como única herencia. Hacía dos años que su padre había fallecido: habían hallado su cuerpo quebrado contra las rocas, al pie de los acantilados. El último paso en la marcha de Carlisle Cullen hacia la autodestrucción era la incapacidad de devolver el dinero pedido en préstamo del noble más adinerado de la región, Charlie Swan, duque de Forks. El conde podía aceptar muchos desafíos pero ninguno que tuviera que ver con una deuda de honor. A partir de ahí su caída en desgracia había sido absoluta. Y así comenzó Edward su propio descenso con un creciente odio que le corroía cada vez más, seguro de que su padre aún estaría con vida si el duque le hubiera concedido más tiempo para pagar. Forks había empujado a su padre a la muerte como si lo hubiese hecho él mismo por la espalda con su propia mano. Desde entonces, la vida de Edward se había tornado un purgatorio infernal, y le había convertido en un hombre desalmado, sin conciencia. No le quedaba nada... nada, excepto la rabia silenciosa e impotente que lo hacía levantarse cada día en lugar de coger un arma y pegarse un tiro. Tanya gimoteó debajo de él: se quejaba de que estaba siendo muy rudo con ella. Pero ni siquiera eso la alejaba. Ni pondría fin a aquella locura ni cambiaría las circunstancias que a él le tocaba vivir. Ni le devolvería la vida que alguna vez había tenido por segura. -No, Edward -le rogó mientras él comenzaba a salirse de ella, con ritmo casi mecánico. Ella maldijo su crueldad por torturarla, cosa que a él le provocó una perversa satisfacción. Quizás ella lo tenía dominado, pero él tenía algo que la volvía loca. Algo -6-

de veinte centímetros. La falta de cooperación de él sólo era un fastidio momentáneo; al contrario, ella arqueó las caderas para atraerlo y se acarició el sexo hasta que se corrió, con los músculos convulsionándose alrededor del miembro, tratando de exprimir su semilla. Aunque él no estaba dispuesto a arriesgarse. Siempre usaba la "protección francesa" para evitar impregnarla. Una sola semilla que subiera nadando y ella lo tendría ahogado para el resto de su vida. Cumplida la tarea, Edward se apartó rodando sobre un costado, y dejó que la brisa que entraba por la ventana abierta le enfriara la furia y el cuerpo acalorado. El verano finalmente se había establecido, desterrando el fresco primaveral y limitándolo sólo a las horas tempranas antes del amanecer. El perfume de los jazmines blancos que crecían por doquier alrededor de la casa se filtró en la alcoba, trayendo consigo el único recuerdo vivido que Edward conservaba de su madre. Ella había fallecido cuando él tenía cuatro años, pero la fragancia persistente le provocaba recuerdos fugaces de una silueta etérea de sonrisa triste. -Edward -se oyó impaciente la voz de la nueva dama de la mansión-. Desátame. -Mientras, tiraba ligeramente de los pañuelos de seda roja que le sujetaban las muñecas a los postes de la cama. Edward ni se molestó en mirarla. -No. -¡Maldito seas, Edward! Desátame ahora. Él la había amarrado para placer suyo, no de ella. Así evitaba que lo tocara. -Creo que llamaré a la criada -dijo al tiempo que cogía el cordón de la campanilla. -¡No lo hagas! La mano de Edward revoloteaba alrededor del cordón de seda negra. -¿Por qué no? La muchacha podría toparse con una imagen tuya muy distinta, en especial después de que le descontaras un día de sueldo por derramar una taza de té. -Tanya se deleitaba cometiendo pequeñas crueldades; era lo único que hacía que su vida cobrara sentido. -7-

-Se lo merecía, esa torpe imbécil. Debí haberla echado al instante. -Tu constante afán de subestimarla la pone nerviosa. -Deja de buscar excusas para justificar a estos sirvientes incompetentes. Siempre te pones de su lado. Cualquiera diría que te preocupan. A Edward no le importaba ni pensar en que el motivo de sus actos fuese otro que el deseo de provocar a Tanya. Ella necesitaba esas pequeñas dosis de humildad, a pesar de que pocas veces le hacía mella por lo bruja que era cuando no estaba echada de espaldas. -A mí no me importa nadie -pronunció despacio-. Tú más que nadie deberías saberlo bien. -Eso es porque no tienes corazón. -Cierto. Pero no es mi corazón lo que tú quieres, ¿verdad? Ahora, quizás quieras cerrar las piernas. -Enroscó los dedos en el cordón. -Algún día, Edward, vas a tirar mucho de la cuerda... y entonces quemaré tu amada casa hasta reducirla a cenizas. La mano de Edward se cerró en un puño. Él ya había sido el depositario de su malicia, cuando sistemáticamente ella destruyó los cuadros de sus ancestros, que habían estado colgados en la galería durante siglos. Los pocos que quedaban estaban ahora en el desván, convirtiéndose en polvo. -Veo que tengo tu atención -dijo ella-. Bien. Ahora desátame. Él soltó un gruñido y le aflojó las ataduras. Rodó a un lado para apartarse de ella, entrelazó las manos detrás de la nuca y se quedó mirando el techo, pensando en lo bajo que había caído; ese simple y fatal defecto de carácter que le había hecho vender su cuerpo y su alma. -Eso no estuvo nada bien por su parte, milord -recriminó la indeseada compañera de alcoba mientras se frotaba los brazos, aquella princesa malcriada y consentida por sus padres y por un esposo imbécil que había tenido el buen tino de morirse. -Tienes lo que quieres, Tanya. Ahora déjame en paz, por el amor de Dios. -Eres un bruto malvado, Edward, aunque absolutamente delicioso. -Le pasó la -8-

palma de la mano por el estómago, dibujando un círculo con la yema del índice alrededor del glande, ya sin condón. El la asió de la muñeca y la arrojó con fuerza sobre el colchón. -Déjame -gruñó. -No te enfades conmigo. -Te dije que no vinieras a mi habitación. -Pero tú no venías a mí y yo te necesitaba. -Entonces búscate otro compañero de alcoba para pasar la noche. -Tú eres el único que quiero. -No creerás en serio en ese delirio, ¿verdad? -resopló Edward. -Por favor, Edward. Deja de ladrarme. -Ella se tumbó de costado, más pegada a él, recorriéndole el cuerpo desnudo con la mirada-. Déjame compensarte. Edward sabía lo que estaba a punto hacer y se propuso detenerla. No la soportaba, y sin embargo su cuerpo bramaba por recibir algún tipo de satisfacción. El cálido aliento aleteó un momento sobre la carne rígida antes de que ella lo abarcara con la boca, haciéndole cosquillas en la ingle con su rubia melena. Ella se burlaba de él, sabiendo que a él eso le creaba un amargo resentimiento. Lo masajeaba con dedos expertos al tiempo que con la boca húmeda llegaba hasta el fondo del miembro, succionando fuerte, aumentándolo de tamaño, por mucho que él intentara refrenar el movimiento traicionero de su cuerpo. Ella apretó los labios con más fuerza, su lengua jugaba con la cabeza, mamaba sólo el glande antes de abarcarlo hasta el fondo, todo lo que podía, mientras con la mano frotaba la base. La succión crecía junto con la velocidad, y extendía la presión por la entrepierna de él. Al borde de arrojar su semilla ella se le montó encima, y él soltó un sonido ronco de contralto cuando ella introdujo en su cuerpo el miembro desprotegido y completamente erecto. -9-

Inmediatamente, Edward la apartó de sí con brusquedad. -¡Maldita! Los ojos de ella ardían de rabia cuando se apoyó en las almohadas, con los pezones color carmesí que parecían oscuros en contraste con la silueta pálida de su cuerpo y las sábanas de satén azul debajo de ella. Parecía como si quisiera cortarlo en pedacitos. Pero sabía que no llegaría a ningún sitio excitándolo más, así que cambió de estrategia y torció la boca haciendo pucheros (que Dios sabría por qué ella pensaba que con él funcionaban). -¿Por qué tienes que negármelo? Sabes lo mucho que quiero tener un hijo, y sin embargo te aterras a tu preciosa semilla como si fuese de oro. Yo tengo dinero. Podría dar a un bebé todo lo que necesite: una institutriz que limpie sus pañales sucios, una niñera que lo amamante cuando tenga hambre... -Pero sin apellido, a menos que sugieras el matrimonio, y por supuesto está el hecho de que no posees ni un ápice de fibra moral. -Como si tú la tuvieras -devolvió ella-. Tu virtud es que te llamen Vicio. Eres tan falto de escrúpulos como te viene en gana. Por supuesto ella estaba en lo cierto. Llamarse Vicio siempre había sido su cualidad exclusiva. -¿No tienes invitados que atender? -remarcó deliberadamente, al tiempo que se levantaba de la cama y cogía los pantalones del suelo. Metió las piernas y caminó hacia la ventana con altivez. Como era lógico, ella ignoró la indirecta que arrojó para desviar el tema. -Dame un hijo, Edward. Marcus fue incapaz de cumplir con sus obligaciones maritales. ¿Quién cuidará de mí cuando sea vieja? -No me importa lo más mínimo. -Toda mujer debe tener un hijo propio. -Ya hemos pasado por esto antes. La respuesta sigue siendo no. Podrás dominar mis finanzas, pero no dominarás mi futuro. -¡Es espantoso que digas algo así! ¿Acaso no te he dado todo lo que querías? La - 10 -

ropa más fina, dinero para tus apuestas, una bodega provista de tus bebidas favoritas, y mi cuerpo para calentar tu cama. ¿Qué más quieres? La única cosa de la cual estaba destinado a prescindir, pensó Edward amargamente. -Trato de entender qué es lo que te incita a comportarte con tanta crueldad. Sé que las cosas no han sido fáciles para ti. -No seas condescendiente conmigo -le advirtió él. -De acuerdo. Ya que quieres ser franco, y sacaste el tema de tus circunstancias, discutámoslo entonces. La pura verdad es que sí que tengo tu futuro en mis manos. Él le lanzó una mirada penetrante por encima del hombro; la furia de su rostro la hizo retroceder con temor. -No dudes de que puedo conseguirme otra patrona. -¿Pero podrás conseguir una que sea dueña de tu casa ancestral? -dijo ella alzando las cejas con gesto burlón-. Masen te obsesiona, Edward. Corre por tus venas como una droga y no puedes exorcizarlo. Ahora me pertenece a mí. A la larga, obtendré lo que quiero. Siempre lo hago. Entonces, ¿por qué no dejamos de discutir? Edward la hizo callar; sabía que estaba atrapado por sus propios demonios, y que era incapaz de liberarse. La maldecía por ser una perra desalmada, por arrojarle sus debilidades a la cara. Centró fijamente la mirada en el mar, más allá de los acantilados. Las turbulentas aguas azuladas del canal de Bristol reflejaban su mal humor, las olas se encrespaban con espuma blanca y rompían estruendosamente contra las dentadas rocas que se erguían a cientos de metros de altura. A pesar de los fantasmas sueltos que lo acechaban, éste era su hogar, su único lazo con el mundo que alguna vez había conocido. Masen era su identidad, su puerto seguro; sin esas tierras se sentía sin anclaje, a la deriva. Tanya la había llamado su obsesión, y así era. Sencillamente no podía marcharse; no importaba cuánto le hiriera en su orgullo el hecho de someterse a sus demandas sexuales. Él no podía renunciar a la última porción de su vida. Edward la oyó levantarse de la cama y caminar hacia él. - 11 -

-A pesar de que mereces ser castigado por tu comportamiento de seriamente -le dijo con voz seductora- parece que no logro descartarte. Eres muy difícil de resistir, milord. -Le rodeó con los brazos por la cintura, y pegó sus pechos a su espalda mientras ronroneaba-: Y tan bien dotado... -Deslizó las manos por la delantera de sus pantalones. Él cerró la mano en torno a su muñeca con la fuerza suficiente como para hacerle escapar un quejido. -No hagas que te lo repita. Ella quitó la mano. -Por favor, hoy intenta ser cortés. Espantas a mis invitados con ese oscuro ceño fruncido. -Como si me importara algo. Ya sabes cómo me siento al tener a esas barracudas aquí. -Detestaba desfilar como si fuera su semental. -Yo disfruto de estas reuniones. Si no, este lugar parecería tan falto de vida como una tumba. -Si no te gusta, ¿entonces por qué hiciste que tu amado difunto esposo cornudo te la comprara? -Porque encontré un extraño y perverso placer en su trágica historia. Gente desahuciada que se arroja por los acantilados. ¡Qué dramático! Edward se puso tenso, ese comentario incisivo e intencionado reflejaba una verdad contundente. -¡Cállate! -Oh, querido. Lo siento. Era tu padre, ¿verdad? Lo había olvidado. -Eres una zorra sarcástica, y sí que lo recordabas bien. -Dios, tenía que largarse. Se estaba sofocando. Al acercarse a la ventana, captó la imagen de dos jinetes. La pareja irrumpió desde el medio del bosque a toda velocidad, realizando las maniobras más imprudentes mientras echaban una carrera hasta la casa. - 12 -

Cuando el caballo que iba el primero intentó hacer un salto arriesgado por encima de una grieta, la atención de Edward se centró en el jinete. Femenino. Una hembra idiota que ponía su vida y la de su caballo en increíble peligro. Ella le estaba sacando a su compañero una ventaja de sus buenos cuatro kilómetros cuando entraron como un trueno en el patio delantero de la casa. Su risa ronca resonaba en los oídos de Edward mientras se detenía en seco, levantando polvareda. Desmontó de un pequeño salto sin esperar ayuda. Ya con los pies en el suelo, Edward se sorprendió de lo pequeña que era. Ella se apartó los cabellos de la cara; se le habían soltado durante la loca carrera final. Los frondosos mechones de color castaño oscuro le llegaban justo hasta la mitad de la espalda. Debajo del velo recto de seda había un rostro de facciones realmente impactantes. Una belleza entre exótica y clásica. Unos pómulos increíblemente altos combinados con una boca tan ancha y deslumbrante que cuando sonreía le cambiaba toda la expresión del rostro de cejas oscuras, que se dibujaban oblicuas sobre unos ojos de un color que él no podía discernir, pero que su instinto le decía que eran tan marrones como el chocolate. -Te gané, Jasper -le dijo al otro jinete con voz sonriente y sin aliento al tiempo que le estampaba un ligero beso al caballo en el hocico- ¿Te rindes? Montado, desde lo alto, el hombre le ofreció una reverencia exagerada. El cabello rubio oscuro, rasurado, brillaba con el sol de mediodía. -Me rindo, milady. Me doy por vencido ante su destreza en la equitación. Puedes contarme como un hombre más de los que cayó víctima de la superioridad de tu estilo. Ella le dio un golpecito en la rodilla con la fusta en un gesto juguetón. -Recuérdalo la próxima vez que me desafíes. -Sólo un tonto podría desafiarte -le respondió con el mismo tono ligero. Entonces, algo distrajo su atención e hizo que Edward desviara la mirada en esa dirección. O mejor dicho, hacia quién. - 13 -

Lady Alice St. Brandon, sobrina de Tanya, paseaba junto al paredón del jardín con la criada, que iba unos pasos detrás de ella. La muchacha lanzó miradas tímidas por encima del hombro, en dirección al hombre. -¿Me disculpas, prima? -Le dijo con tono distraído-. Hay un asunto que requiere de mi inmediata atención. Ella dirigió una mirada divertida en la misma dirección. -Ah, sí. Ya veo el "asunto" que requiere de atención inmediata -le respondió con voz burlona y ojos encendidos. Él la saludó con una sonrisa conspirativa y, haciendo un gesto con la fusta, se marchó a medio galope hacia su presa. Ella permaneció ahí un momento, observándolo, con la luz del sol brillando en los botones dorados de su traje de montar de color verde oliva, con un escote atrevido y una falda con una abertura apropiada que le permitía montar a horcajadas. De repente, alzó la vista y se encontró con la mirada de Edward desde la ventana. Su impávida mirada hacía ver que ella sabía que había estado siendo espiada. Eso a él no le importó. Jamás había asegurado ser un caballero y no lo pretendería ser ahora. El relincho de la impaciente yegua dio fin al instante de apreciación. Ella inclinó la cabeza en un gesto claramente burlón al tiempo que se dio la vuelta y se llevó al caballo. Descarada. Ella no sabía a quién estaba provocando: era él quien podía darle cátedra a ella. Las imágenes pasaban vertiginosas por su mente mientras seguía con la mirada el provocativo bamboleo de su trasero, que captó su absoluta atención hasta que ella desapareció de su vista. -No babees, querido -le recriminó Tanya con tono dominante-. Me puedo ofender. Edward se giró para mirarla de mala gana, forzando una expresión de aburrimiento. -¿Celosa, Lady Denali? Ella ajustó apenas los lazos de su bata, con el pezón que se notaba claramente debajo del género transparente. - 14 -

-No seas absurdo, querido. Puedo tenerte cuando yo quiera. -Como para demostrárselo, avanzó los tres pasos que los separaban y apretó su cuerpo contra el suyo. Edward la miró con desinterés. -La máquina necesita un descanso. -Pasó junto a ella rozándola y cogió la camisa. -Realmente ella te ha impresionado, ¿verdad? El se puso la camisa, haciéndose el obtuso. -Ya que he tenido la desgracia de conocer a más de una "ella" en mi vida, ¿te molestaría explayarte? -Sabes perfectamente de quién estoy hablando. Del pequeño pastel con todo ese montón de cabello. -La envidia corría por sus palabras. La propia cabellera de Tanya estaba comenzando a despoblarse en algunas zonas, lo que la obligaba a usar postizos para realzar lo que la naturaleza no le había dado. Sentado al borde de la cama, Edward enfundó el pie en la bota. -¿Y si así fuera? -Entonces tendré que recordarte que puedes mirar pero sin tocar. Edward apretó los dientes y se levantó despacio de la cama. Acortó la distancia que los separaba y miró fijamente a los ojos ligeramente verdosos de Tanya. -Te permito ciertas libertades, pero no soy hombre que permita que una mujer intente controlarlo. Recuérdalo. La sonrisa gatuna de ella le dejó claro que le seguiría el juego hasta que le viniera en gana. -De pronto esta reunión se ha vuelto mucho más interesante de lo que imaginaba. -Tal vez para ti. -Edward se dirigió a la puerta, sabiendo de sobra hacia dónde se dirigía. A los establos, cuestionándose todo el camino por permitir que una pequeña y ardiente tentación lo hiciera reaccionar. Las palabras de Tanya lo detuvieron en la salida, a mitad de camino. - 15 -

-No sabes quién es ella, ¿verdad? Algo en el modo en que formuló la pregunta le crispó los nervios. La miró por encima del hombro y notó el brillo en sus ojos. -Supongo que te estás refiriendo a la impetuosa amazona. -Por lo que veo que no la reconoces, ¿verdad? En realidad no tiene rasgos familiares, y por lo que sé pasa gran parte del tiempo en París. -Al grano. -¿Te dice algo el nombre Charlie Swan? Edward se congeló por dentro. -Sí, veo que sí. -Se le unió en el umbral. Edward permaneció inmóvil mientras ella le pasaba un dedo por la cicatriz de un corte que él tenía en la mejilla izquierda. -¿Aún duele? -No -replicó con asperaza, al tiempo que apartaba la cabeza bruscamente; de pronto sentía una tensión por todo el cuerpo como si fuera a explotar. La cicatriz era un recuerdo de su necedad, un cumplido de los secuaces del duque de Forks. Pero Edward pensaba que había tenido su merecido por presentarse en su casa lujosa en Londres, borracho y con la intención de vengar la muerte de su padre. Nunca logró atravesar ni la puerta principal. Un fornido criado había tenido la ventaja de la sobriedad, el peso y una botella rota. Edward recordaba haber despertado en un hospital de caridad, a donde alguien lo había traído febril y con el cuerpo bañado en sudor por la infección. Había pasado allí dos meses, con su mundo reducido a una esfera solitaria capaz de asimilar una sola idea; la venganza. Miró a Tanya a la cara. -¿Quién es ella? Ella se tomó un poco más de tiempo para revelar el secreto, luego respondió: -Lady Isabella Swan. La hija adorada de Forks. - 16 -

Edward sintió como si alguien lo hubiese cogido por la garganta y le hubiera arrancado las entrañas. -¿Qué es lo que está haciendo ella aquí? -reclamó con voz suave pero sólo en apariencia-. ¿La invitaste tú? -Avanzó hacia ella amenazante-. Te juro que si lo hiciste... -No, maldito seas. Yo no la invité. -Por un instante pareció aterrorizada, pero luego recuperó la compostura-. Debió de haber venido con el primo. -Bien, échala de aquí al infierno. Ella arqueó una ceja: -Y hace sólo cinco minutos querías follártela. ¡Qué inconstante eres, amor mío! Edward se adelantó un paso más, pegándose a ella a propósito. -No me presiones, Tanya. -Si quieres que se vaya -comenzó a decir alzando el mentón anguloso y mirándolo fijamente- hazlo tú mismo. Seguro que un hombre crecido y temible como tú es capaz de espantar a una pequeña fémina, ya que bien te distingues por ser un bastardo. -Recuérdalo cuando encuentres su cuerpo tirado sobre las rocas -dijo Edward con un gruñido al tiempo que salió de la habitación con arrogancia. Mi nueva historia chicas, ya saben como siempre dos capítulos diarios, y espero que les guste esta historia.

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Chapter 2 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 2 Isabella iba caminando distraída hacia los establos, sintiéndose extrañamente perturbada. Se descubrió repasando la silenciosa confrontación con aquel mirón semidesnudo y musculoso. Un impacto inesperado la había estremecido al encontrar aquellos ojos meditabundos: él le había devuelto una mirada absolutamente descarada con una expresión entre atrevida y sexual. Ella había ido a Masen por invitación de su primo Jasper, quien se había presentado en la puerta de la casa de su padre a los tres días que ella llegara de visita desde París. Ella pronto se dio cuenta del motivo. La adorable Lady Alice St. Brandon y su madre "el dragón", como la llamaba Jasper, serían las anfitrionas. Claramente, la presencia de Isabella junto al primo tenía la intención de aportar un aire de decoro a la relación entre Jasper y Alice St. Brandon, que de haber estado la madre de la joven más al tanto del entorno poco convencional de Isabella, hubiese resultado cómico. Su crianza había sido enormemente diferente de la de sus compañeras. Su madre francesa tenía un espíritu incansable, siempre en busca de nuevas aventuras, traspasando los límites que amenazaban con coartar su libertad, enseñándole a la hija que todo era posible, incluso para una mujer. Su padre, por el contrario, a veces era demasiado recatado, pesado y ocasionalmente severo. Aunque también era un oso adorable y un gran pensador político con un corazón tan grande como Inglaterra. Isabella nunca había entendido realmente qué era lo que había unido a sus padres. Jamás había existido pareja tan dispar, aunque siempre parecían estar tan enamorados... Pero hacía seis años, ellos habían decidido vivir separados. Ninguno de los dos había confesado el motivo que había impulsado esa decisión, y ninguno de los dos, hasta donde Isabella sabía, había tenido amantes. Sus padres eran fieles el uno al otro, de todas las formas posibles. El padre dividía el tiempo entre atender sus propiedades en Forks y la casa de - 18 -

Londres, y la madre vivía en París con ella. Inglaterra le resultaba a Isabella demasiado restrictiva para la artista que llevaba dentro, aunque trataba de volver a casa todas las veces que podía. Se detuvo ante un barril de agua oculto debajo de una haya retorcida, sumergió las manos y se mojó la cara y el cuello. Cerró los ojos para saborear la frescura en la piel acalorada. Espontáneamente, las imágenes le vinieron a la mente: un rostro moreno y apuesto, hombros anchos adornados con cabellos sedosos y cobrizos casi, desordenados, como revueltos por las manos de una mujer (que indudablemente había sido el caso) ya que Isabella había distinguido una silueta femenina detrás de él, oscurecida entre las sombras. Isabella la envidiaba quienquiera que fuera. Aquel bruto era glorioso. Le gustaría pintarlo, con esos rasgos duros y esas miradas serias. Él exudaba peligro, y en el interior de ella todo respondía. A menudo, en París, ella pintaba desnudos de modelos masculinos, aunque en su mayoría sus retratos eran de Jacob, su mejor amigo, quien apoyaba su arte en un campo predominantemente masculino. Pero los artistas eran mucho más abiertos a una mujer entre medio de ellos, que el resto del dominante mundo masculino, en el que las mujeres existían sólo como bobas mentecatas de quienes no se esperaba otra cosa que lucieran bonitas y pasaran el día alimentando fragilidad. Ciara le dio un golpecito en el hombro para llamarle la atención. Ella le dio unas palmaditas a la yegua en el cuello y se dirigió a los establos, donde se encontró con el mozo de cuadra, un personaje de avanzada edad, arrugado y de sonrisa fácil. Cogió las riendas de Ciara y la guió hasta el casillero para que Isabella la acicalara. El sonido de unos pies corriendo anunció la llegada de un jovencito sin aliento que Isabella reconoció como uno de los caballerizos. -¡Ven rápido, Emmett! -lo apuró-. ¡Fantasma ha saltado la cerca y se ha escapado! -Demonios con esa bestia -masculló el hombre, luego le lanzó una mirada a Isabella disculpándose-. Disculpe mi vocabulario, señorita. -Bastante comprensible -sonrió Isabella. Al ver que él se quedaba parado como una estaca, con una expresión de incertidumbre grabada en el rostro maltratado por - 19 -

el tiempo, como si pensara que estaba a punto de abandonarla en tierra salvaje repleta de escorpiones, ella le advirtió: -Mejor dese prisa. Él dudó un momento más, frunció levemente el ceño que le juntó las cejas como alambres, como tratando de atrapar algún pensamiento escurridizo. Abandonó sus quehaceres, prometió regresar en cuestión de minutos y salió moviendo con rapidez sus piernas arqueadas. Meneó la cabeza divertida, y se volvió en dirección al cobertizo de aparejos en busca de un peine de metal y un cepillo de cerda para pasárselo a Ciara. Entonces un ruido fuerte rasgó el aire. Al girar en redondo descubrió un enorme semental negro en una casilla al fondo del establo, encaramado sobre las patas traseras, sacudiendo la cabeza, con los orificios nasales abiertos y los ojos encendidos y ligeramente salvajes. Bajó las patas delanteras y astilló la madera de la puerta de la casilla intentando liberarse. Isabella se quedó inmóvil un instante ante la imagen de aquella bestia magnífica, hasta que se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Ciara estaba en celo y el semental listo para embestir. Isabella corrió para desatar a la yegua, pero el corcel negro ya había atravesado con su cuerpo macizo la puerta hecha añicos. Velozmente se dirigió al centro del pasillo, directo hacia Isabella que a duras penas logró apartarse de su camino para evitar que la atropellara. Mientras ella trastabillaba hasta llegar a lugar seguro, el semental montaba a Ciara. Isabella se sentía indefensa, incapaz de hacer otra cosa que no fuera mirar; sólo un tonto intentaría separarlos en ese momento. Sólo ver el daño que el caballo se había hecho tratando de llegar a Ciara era prueba suficiente de su lujuria. Le corría sangre por los cortes en las patas y los flancos. -¡Khan, abajo! -bramó de pronto una voz masculina enfurecida. Isabella se dio la vuelta y vio al hombre de la ventana entrar corriendo al establo, pero había llegado demasiado tarde. Aunque el corcel respondió a la orden de su amo al instante, el hecho ya estaba consumado. Una mirada afilada como un cuarzo cortó el aire en dirección a ella. - 20 -

-¡Maldita sea! ¿Qué ha hecho? Por un instante, Isabella no pudo hacer más que mirarlo fijo, perpleja, no sólo por la imponente presencia física sino por el odio que le dirigía. Sosteniéndole la mirada furiosa, ella se puso de pie: -¿Qué es lo que yo he hecho? -¿Es que no tiene un maldito cerebro en esa cabeza? ¡Su yegua está en celo! ¿Se tomó un segundo para pensar que quizás aquí habría animales que reaccionarían ante el olor? -Lo que yo esperaba -rebatió Isabella con su propia furia en aumento- era que cualquier semental que hubiera aquí estuviera a salvo en el corral lejos de toda tentación. ¿Se supone que yo he de prever un inconveniente como este siendo una invitada? Él la miró echando chispas, con la leve cicatriz de la mejilla que mostraba un tic nervioso a la altura de la mandíbula, enfatizando el grado de furia que sentía. El hombre era tan soberbio como su semental. Fornido, hermoso e infinitamente peligroso. Emanaba una energía apenas controlada; no había ternura en absoluto en aquella estructura alta y sólida. Resultaba toda una experiencia ser el único foco de atención de aquel hombre portentoso, alterado e insosegable. -¿Dónde está el maldito mozo de caballeriza? -gruñó-. El caballo debería estar amarrado y atrincherado. Isabella se sacudió el heno de la falda. -Esto no es culpa del Sr. Jared. Uno de los caballos saltó el cerco. Él no quería marcharse, pero yo le dije que lo hiciera. Aquellos ojos verdes volvieron a entrecerrarse, como calculando el beneficio que le representaría el hecho de matarla: -¿Y quién la nombró capataz de aquí? Isabella suspiró: -Ya sé cómo va a seguir... Tal vez si inspira profundo un par de veces, o recita un mantra, se sentirá un poco más racional. - 21 -

-No creo que le gustara lo que fuera a recitar. El hombre era realmente insufrible. -¿Alguna vez le dijeron que tiene los modales de un sepulturero? Si yo no fuera una dama -estaba exagerando, pero él no lo sabía- Me vería tentada de darle un azote con la fusta. -Entonces yo la echaría sobre mis rodillas y le sacaría ampollas en el trasero. -Sospecho que sí. La recorrió con la mirada lentamente, como burlándose de su peso como oponente, y fue subiendo la vista para examinarla sin prisa hasta que sus ojos se encontraron con los de ella. En aquella mirada absorta ahora hervía a fuego lento algo más que furia. -Diablos -maldijo con furia cuando Ciara, ahora sin tolerar la presencia del semental, comenzó a tirar patadas con las patas traseras para apartarlo-. ¡Encierre el caballo! Isabella pasó junto a él empujándolo y cogió las riendas de Ciara para guiarla hasta la casilla vacía más cercana echando chispas en silencio mientras comenzaba a asear a la yegua Con el rabillo del ojo, ella observaba cómo el bruto despreciable pasaba las manos por el flanco del caballo la piel del magnífico semental tenía manchas de sangre y algunas heridas feas. El bárbaro la descubrió y le lanzó una mirada hostil gesto que ella le devolvió. Indudablemente, él pensaba que la atemorizaría con aquellas miradas intimidantes. Jamás se había cruzado con una persona tan desagradable. El llevaba la amenaza como un aura malvada, con el cabello cobrizo como un rasgo desafiante, con los mechones sedosos que acariciaban el cuello de la camisa blanca arrugada con las mangas enrolladas hasta los codos, dejando ver unas manos grandes y unos antebrazos de vellos oscuros. En ese instante, el mozo de caballeriza irrumpió de repente, y una expresión de horror se dibujó en el rostro del pobre hombre al percatarse de lo que había sucedido. - 22 -

-¿Dónde diablos estabas? -lo increpó el bruto. Isabella respondió indignada: -Afuera, persiguiendo a uno de los caballos, como ya le he dicho. Unos ojos tan fríos como el Mar de Bering la acuchillaron. -No se meta. -Antes de que ella pudiera replicar algo, él volvió a dirigir aquella mirada diabólica hacia el encargado-. Coge un poco de ungüento y algunas toallas. Ahora. -Sí, milord. -Como una liebre asustada, el hombre salió a toda prisa. Isabella lo observó marcharse, con el cuerpo tenso por la indignación. -Eres un pendenciero, ¿lo sabías? Aquella mirada desagradable se posó en ella cuando él avanzó hasta la casilla donde estaba Ciara, guiando a su caballo con gracia letal. Se detuvo en la puerta, la yegua se alteró ante la cercanía del semental, y dijo: -No tienes ni idea. -Su voz advertía que ella lo descubriría en breve. Luego guió al caballo hasta la casilla del final, gruñéndole al Sr. Jared mientras atendían las heridas del animal. Isabella masculló palabras que la mayoría de las jovencitas no sabían, al quedarse sola se refirió en voz alta a los orígenes del hombre y a lo absolutamente despreciable que era. Una vez que terminó de atender a Ciara, sacó un terrón de azúcar del bolsillo de la falda. El hocico suave de Ciara le hizo cosquillas en la palma de la mano mientras comía el obsequio. -Ahora estarás bien -canturreó Isabella dulcemente frotando el cuello de la yegua-. No dejaré que esa bestia se te vuelva a acercar. Salió de la casilla y echó un vistazo hacia el fondo del establo donde ahora sólo estaban el semental y el encargado. El amo de Khan se había marchado. En buena hora. Isabella empezó a marcharse (antes de que el "príncipe de las tinieblas" regresara y ella sucumbiera ante la tentación de ensartarlo con el tridente más cercano), cuando se tropezó con un objeto sólido como un muro, que, para su desgracia, - 23 -

resultó ser el mismísimo Mefistófeles. Isabella alzó la vista y se encontró con unos ojos verdes que la miraban echando chispas con una expresión en ese rostro cincelado, tan oscura y turbulenta como una tempestad aproximándose. -¿Ibas a algún lado? - le preguntó con voz ronca de alcohol. -Sí -logró decir, la proximidad de él le causaba estragos a su estabilidad-. Donde tú no estés. -Intentó rodearlo pero él lo impidió bloqueándole el paso-. Apártate de mi camino. -Tu maldita yegua arruinó a Khan para servir. ¡Qué idiota tan indignante! -Te ruego que lo expongas en otros términos. Tu condenado semental arruinó a Ciara para aparearse. Apuesto a que no querrá repetirlo después de lo que tu caballo le hizo. El apretó la mandíbula moviendo un músculo y parecía que la iba a estrangular. -No creo que llegues a interpretar el significado de lo que acaba de suceder aquí. -Bien, déjame ver si mi insignificante cerebro femenino logra entenderlo -dijo con dulzura simulada-. Tu semental montó a mi yegua, acto al que le siguieron dos minutos de éxtasis paradisíaco y ahora estamos en problemas, según tú, el maestro de todas las cosas, cuya cabeza está tan repleta de vanidad que sólo espero que el mismo peso portentoso te tumbe en la boca de una fosa sin fondo. El tic nervioso de la mandíbula de él se aceleró. -Sí que sabes provocar a un hombre. -Eso me han dicho. Una gran mancha para lo que de otro modo sería un compendio ejemplar de logros femeninos, si se pasara por alto alguna ocasional nota discordante en el piano y mi mala suerte en las cartas. El rostro de él seguía sin cambiar de expresión; si poseía algún tipo de estado anímico, estaba tan enterrado como si no existiera. -Me debes los honorarios de servicio por el privilegio que acaba de recibir tu - 24 -

yegua. -¿Privilegio? -preguntó Isabella casi sin aliento-. Estarás bromeando. La expresión de él le revelaba que jamás bromeaba. -Khan es de Anazah, árabe puro criado en el desierto, con un linaje que se podría rastrear hasta Abbas Pasha. Ella se daba cuenta de que el semental pertenecía a una raza muy refinada; cada línea de su cuerpo lo revelaba: la elegante cabeza, de forma cónica desde los ojos hasta el hocico; los pómulos de corte anguloso; el suave arco que iba desde el copete hasta la cruz; lomo fuerte, grupa alta, y ancas delicadas; la cola prolija y el muslo corto; bragadas llenas y musculosas aunque no pesadas. Un animal espectacular, mirara por donde se lo mirara. Cualquier potro que pudiera tener Ciara podría llegar a ser no solo hermoso sino veloz como el viento. Aún así, eso al hombre no le daba ningún derecho a reclamarle nada como si ella tuviera culpa alguna. -La madre de Ciara era una pony Devonshire salvaje-respondió Isabella- y su semental un Dongola árabe, traído directamente desde Knight's Folly. Él permaneció impávido, absolutamente impertérrito. -Igualmente pagarás honorarios. -Yo no haré tal cosa. -De haber sido hombre, ella le hubiese dado un golpe en aquella nariz arrogante. Aquel apéndice alguna vez aristocrático ya esbozaba un leve gesto como si la hubiesen golpeado. Él acortó la escasa distancia que los separaba e Isabella tuvo que controlarse para no retroceder, inclusive cuando él estaba parado tan cerca que apenas una brisa susurraba entre sus cuerpos. Un tremendo calor la recorrió, y se dio cuenta que era él quien lo emanaba. -Pagarás el honorario -le dijo con voz sedosa-, o pagarás las consecuencias. Ella lo miró fijamente a los ojos. -¿Me estás amenazando? - 25 -

-Sí. Isabella sólo atinó a mirarlo fijamente un momento, asombrada por el grado de atrevimiento. Luego rió: -¿Es que esta actitud barbárica tuya funciona con la mayoría de las personas? Porque conmigo no. Puedes pisar fuerte y encumbrarte por encima de mí y golpearte el pecho hasta que te pongas azul, que aún así no cambiarás nada. Buenos días. La tensión se mascaba en el aire cuando Isabella pasó junto a él rozándolo. Podía sentir cómo la mirada oscura y penetrante le taladraba la espalda. ¿Cómo se atrevía a pedirle que le pagara? Actuaba como si su yegua hubiese entrado pavoneándose en el establo y atraído al semental con un sonido de sirena, en vez de reconocer que su bestia ingobernable no fue capaz de controlar su lujuria. ¿Había tenido siquiera el tino de preguntar cómo estaba Ciara? ¿O ella misma, por el incidente? Su maldito caballo pudo haberla matado, pero a él lo único que le importaba era la paga por el servicio. De repente, algo la sacudió. Algo la cogió por la espalda. O alguien, pensó ella con creciente furia. Giró en redondo y descubrió la gran bota de ese bruto pisando el ruedo de su falda; quedó atrapada firme en ese lugar. -¿Estás loco? -le preguntó furiosa-. Suéltame de inmediato. Inesperadamente, él lo hizo, pero sólo para cogerla de la parte superior del brazo y atraerla hacia él, contra el pecho. Ella casi le rozaba con la nariz la V del escote de la camisa que le dejaba ver en línea recta la piel tersa y bronceada. Un leve perfume de sándalo le incitó las fosas nasales. Muy agradable. Muy masculino. Un extraño escalofrío recorrió a Isabella cuando echó la cabeza hacia atrás y le devolvió la mirada a aquellos ojos verdes que le hacían pensar en arroyos glaciales. Los cabellos sedosos le cayeron hacia delante cuando él le acercó peligrosamente la boca sensual y carnosa: -Esto no ha terminado -le prometió. Sensaciones extrañas crepitaron por las venas de Isabella, y casi se le para el corazón. - 26 -

-Suéltame. ¿O es que tengo que gritar? Él fijó la vista en sus labios, como si pensara en silenciarla de ese modo, e Isabella casi se vio tentada de probarlo. Era tan desquiciante, que el patán bien merecía un castigo. La soltó un poco pero con los dedos le recorrió el brazo, dejando una huella tibia detrás. Demasiado afectada por aquel leve contacto físico, Isabella lo abofeteó y luego giró en redondo sobre sus talones y se marchó. Edward la observó irse, con la mano apretada en la cara como un bobo. Había visto venir la bofetada y había dejado que ocurriera. Diablos, merecía una paliza por permitirse a sí mismo distraerse con sólo mirarla. La hija adorada del duque acababa de arruinarle la posibilidad de ser un poco más brusco aún, lo cual lo dejaba mucho más a merced de Tanya. De tal palo tal astilla, pensó Edward amargamente, con las manos apretadas a los lados. Pero se maldeciría si alguien se aprovechaba de él esta vez. El destino, que siempre había alimentado su desdén, había creído adecuado echarle sobre las piernas un castigo merecido de cincuenta y cuatro kilos... y él sacaría ventaja al máximo, donde fuese, cuando fuese o del modo en que se le presentara la oportunidad.

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Chapter 3 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 3 Isabella estudiaba la imagen que le devolvía el espejo, miraba con ojos críticos el vestido de gala confeccionado según la última moda parisina, con un canesú de escote cuadrado, osadamente bajo y un talle alto, que le acentuaba los generosos senos. El vestido era verdaderamente escandaloso. Tenía los pezones cubiertos apenas por un escaso género. Una simple y profunda inspiración bien podría dejarlos al aire, pero ella disfrutaba de los extremos; de otro modo la vida le resultaba demasiado aburrida. Al principio, pensó que la elección de su atuendo era arbitraria, pero bien sabía que se engañaba. De hacerse presente esa noche cierto vil dueño de un caballo, ella directamente lo ignoraría, y pasaría como flotando sobre una nube de satén. Oyó unos golpes en la puerta. -Entre -pidió mientras la criada le abrochaba un delicado collar de zafiro alrededor del cuello que hacía juego con unos aretes que llevaba puestos. Se volvió y se encontró a Jasper con un hombro apoyado en el marco de la puerta, con la cabellera dorada prolija, recién afeitado y una sonrisa irresistible: -Luces encantadora, prima. -Su mirada era cálida y elogiosa. -Gracias. Isabella se pasó una mano por la falda de satén. Unas hebras plateadas brillaban en el género de color azul oscuro, creando un efecto tornasolado a la vista. Jasper le extendió un brazo: -¿Nos vamos? - 28 -

-Sí. -Unos nervios repentinos le encogieron el estómago al coger a su primo del brazo, pero logró controlar esa sensación extraña. Desde el rellano, la larga galería resplandecía. Los candelabros de cristal y bronce que revestían las paredes reflejaban un destello dorado sobre los suelos bien lustrosos, y la madera lucía como agua oscura y quieta. No era tanto el tamaño de Masen lo que impresionaba a Isabella, ya que ella había estado en propiedades más grandes, sino más bien la combinación de estilos: la alfombra turca de tonos rojo carmesí, verde esmeralda y dorado que cubría todo el largo de la escalera; la entrada hecha de granito de tono rosado extraído de los acantilados; los numerosos alféizares y nichos revestidos de paneles rococó de cerezo que albergaban vasijas de Sévres repletas de flores de jacinto, decorados con candelabros plateados. Un pórtico abovedado de mármol italiano daba al salón de baile, y un candelabro exótico brillaba intensamente desde una cúpula, proyectando puntos de luz que parecían diamantes en un cielo de medianoche. La casa parecía poseer personalidad propia, o tal vez sólo era su ojo artístico que idealizaba las elegantes líneas y las gallardas curvas. -La marquesa la restauró hasta recuperar su gloria pasada -le contó Jasper cuando ella quiso saber acerca de la historia de la casa-. Pero de algún modo conserva un pasado tumultuoso. El dueño anterior, el décimo conde de Platt, se arrojó desde los acantilados al perder todo, endeudado. Isabella vaciló el paso. Hoy ella había estado al borde de aquellos acantilados, eclipsada por la simple vista aunque extrañamente fascinada por su belleza letal. ¿Qué tipo de sufrimiento habría llevado a aquel hombre a quitarse la vida, y de aquel modo tan brutal? -Trágico, lo sé -dijo Jasper cuando leyó su expresión-. Quizás sea más trágico el hecho de que el hijo del conde acecha el lugar. Isabella abrió los ojos. -¿Quieres decir que hay un fantasma? -No, el decimoprimer conde de Platt está bastante vivo. Al morir su padre, quedó prácticamente en la ruina y la casa fue vendida al marqués de Denali, que falleció hace no más de un año. Poco tiempo después, el hijo del conde regresó. Y ahora vive aquí. - 29 -

-¿Está relacionado con Lady Denali? La mirada que Jasper le dirigió fue decididamente incómoda. -Parece que mi lengua me traicionó. Saqué un tema que no condice con una compañía educada. -¿Compañía educada? -Isabella rió por lo bajo-. Por Dios, Jasper, no irás a tratarme como a una mujer liviana cuya sensibilidad se vería ultrajada ante la mera mención de la falta de decoro, ¿verdad? Pensé que me conocías mejor. -Y así es - respondió él con una sonrisa juvenil y cautivadora-. A veces me olvido de que eres distinta a las demás mujeres. -Tomaré eso como un cumplido. Ahora dime, ¿quién es el hijo del conde? Él vaciló: -Se llama Edward Cullen. Isabella quedó desconcertada un momento, y tamborileó los dedos en el mentón. -Cullen. Escuché ese nombre antes. -No me sorprendería. Las hazañas del hombre a menudo aparecen en los titulares de escándalos del periódico Las mujeres, el vino y el juego eran parte de su vida, con las mujeres encabezando lista. Aunque su éxito en la alcoba no se extendió a las mesas de juego. Hubiera apostado su dinero hasta convertirlo en una fortuna, de no ser porque la señora Suerte le frunció el ceño. Aparentemente, le hizo pagar a cuenta por sus innumerables pecados. El interés de Isabella por conocerlo se había despertado ampliamente. -Me lo señalarás, ¿verdad? Llegaron a la galería y estaban a punto de bajar las escaleras hacia el salón de baile, cuando Jasper se detuvo y la hizo girar para mirarla de frente. -Te mantendrás alejada de él, Isabella. ¿Me has oído? Tu reputación quedaría manchada para toda la eternidad si te vieran en compañía suya. Isabella no pudo evitar esbozar una sonrisa divertida - 30 -

-¿Mi reputación, Jasper? ¿No has visto mi vestido? ¿No has admirado mi destreza con las armas? ¿No me has regañado por montar a horcajadas? ¿No has estado en París y has visto mis pinturas? -El último comentario lo hizo moverse de manera incómoda-. Mi reputación es lo que es. No me imagino que pueda sufrir un abuso mayor -Ser vista con Edward Cullen la mancharía irremediablemente; cualquier otra cosa que hayas hecho se verá opacada en comparación. Créeme. Isabella desvió la mirada hacia el salón de baile, escudriñando a la multitud en busca de un hombre que fuese la personificación del vicio. ¿Pero cómo luciría un hombre así?¿Estaría allí esa noche? -Isabella -empezó a decir Jasper con tono de advertencia-. ¿Se encuentra en el salón? ¿Lo ves? -Maldición, ¿por qué tuve que abrir la boca? -Se pasó una mano por el cabello-. Aunque sea por una vez, ¿podría escuchar mi consejo? -Estás empezando a hablar como mi padre. -El pobre está asediado. Entre tú y tu madre... -Hizo una mueca. -Ya lo sé. -Le sonrió ella amable-. Las mujeres Swan somos una irritación para los hombres. El le devolvió una sonrisa torcida. -¿Es por la sangre francesa? -Oui, echémosle la culpa a la sangre francesa. Con un gesto fraternal, ella le apartó un mechón de cabello de la frente. - ¿Entramos ya? El la cogió del codo en un gesto formal. -Por favor, prométeme que no harás ninguna tontería. Isabella le confirió a su primo una mirada de ingenua Inocencia. - 31 -

-¿Tontería? ¿Por qué lo dices, Jasper? ¿Cuándo he dicho yo alguna tontería? Entonces él, con mirada afilada, le dijo: -¿Quieres que empiece a enumerarlas? Podemos pasarnos aquí toda la noche. -Tranquilízate, seré el brillante ejemplo de la rectitud moral. -Pagaría un buen precio por verlo.-Entonces la miró con actitud de impartirle más consejos mundanos masculinos- Antes de entrar, hay algo más que debes saber sobre ¡Edward Cullen! -¿Más? -Ella ya estaba sumamente intrigada. Aquella expresión tensa se volvió a dibujar en el rostro de él -Él... -¿Sí? -lo instó ella cuando vaciló. -Él es un hombre mantenido. Isabella estaba segura de no haber escuchado correctamente. -¿Mantenido? -Por la marquesa. Las palabras del primo cobraron sentido: -¿Quieres decir que es el amante de Lady Denali? Su respuesta fue un brusco movimiento de cabeza. Ese tema claramente lo irritaba, lo cual era ridículo. -Este hombre parece muy emprendedor - meditó ella. -¡Maldición, Isabella! ¿Estás siendo terca a propósito? -¿Por qué te irrita tanto este tema? Si la situación fuera al revés, ni te hubiera importado mencionarla. De hecho, los hombres se alían en circunstancias como - 32 -

esas, dándose palmadas en la espalda y brindando por su buena fortuna, haciendo abiertamente alarde de sus transgresiones, esforzándose en pensar (erróneamente) en que las mujeres no poseen la suspicacia suficiente para saber lo que ellos están haciendo. Pero si una mujer quiere a un hombre con el mismo objetivo, entonces todo el mundo se queda boquiabierto y los hombres indignados colapsan las calles. Las mujeres terminan marginadas y expulsadas como leprosas. ¿No te suena eso un poco partidista? Sin sorprenderse, el primo la miró con ceño fruncido, gesto que a Isabella le recordó que era dueño de un cerebro masculino y, por ende, incapaz de interpretar el concepto de una mujer independiente y autosuficiente. -Nosotros somos hombres -le dijo, como si aquello lo explicara todo-. Es distinto. -¿Y cómo es eso? ¿Porque los hombres creen que ellos crearon el mundo? ¿Y que las mujeres son simples receptáculos de su lujuria? -Leíste demasiados libros. -Y eso nunca es bueno, ¿verdad? No para el delicado cerebro femenino. -¿Por qué le das la vuelta a todo lo que digo? -Porque lo que dices no tiene sentido. Antes de que pronunciara alguna otra cosa absurda que pudiera indignarla hasta hacerla pegar un grito, Isabella descendió las escaleras, casi sin esperar a que el lacayo anunciara su llegada. Con delicadeza, Jasper la cogió del brazo y la llevó hasta el descansillo al pie de la escalera. -Mira, lo siento. Sólo quiero que no te lastimen. La rabia de ella se suavizó, aunque aquel seguía siendo un asunto espinoso para ella. ¿Cuándo llegaría el día en que los hombres vieran a las mujeres como compañeras para conversar, en lugar de verlas como máquinas para parir y engalanarse? -Prometo que tendré cuidado -dijo ella, permitiéndose la necesidad que tenía él de - 33 -

protegerla-. Lo que sí creo es que Lady Alice está por allá, rodeada de al menos ocho caballeros. Dios mío, pero si parece un ángel. El primo escudriñó el salón, detuvo la mirada cuando detectó a su joven amada, rodeada de hombres a ambos lados y con su madre que, con mirada de fuego del infierno, evitaba que se le acercaran demasiado. El semblante ceñudo dibujado en el rostro de Jasper le dejó claro a Isabella que la recatada señorita Alice significaba mucho para él. Claramente él se debatía entre quedarse escoltando a Isabella y arrancarles la cabeza a los admiradores de la joven. Con deseos de quedarse un momento a solas, Isabella le dijo: -Ve, Jasper. Yo estaré bien. Su mirada de apuro se deslizó en dirección suya. -¿Estás segura? -Absolutamente. Será mejor que te des prisa. Veo a Lord Biers que está entrando. -Aquel fue el único impulso que el primo necesitó; atravesó el salón de baile. Isabella respiró aliviada. Ahora estaba libre para buscar al escurridizo Edward Cullen. Aceptó una copa de champán de un sirviente que pasaba y se retiró hacia un costado del salón para observar a la multitud, esforzándose por invocar la imagen de un hombre de hazañas legendarias. Curiosamente, la cara del armatoste que la había confrontado en los establos le vino a la mente; aquellos ojos verdes, tan duros como el cuarzo, y esos cabellos que lucían tan espesos y suaves como piel de pez sable. Y aquella terrible cicatriz. ¿Cómo se la habría hecho? Sin duda habría sido provocada por la espada de algún esposo cornudo. El hombre era un grosero, que intimidaba a propósito, sin una pizca de caballerosidad debajo de aquel exquisito exterior (impresionante metro ochenta, calculaba ella y no menos de cien kilos de peso, todo sólido). Se descubrió buscándolo a él, extrañamente decepcionada al no verlo. -Ahí estás, querida. - 34 -

Isabella se sobresaltó al escuchar una voz femenina. Se giró y se encontró a la anfitriona con toda la atención puesta en ella; cuando examinó el traje de Isabella la expresión del rostro de la mujer era similar al de una máscara. -¡Qué despampanante luces! -Gracias. -Isabella hizo su propio examen rápido de Tanya Hamilton. ¿Cómo sería tener bajo control a un canalla tan infame cuyo nombre circulaba por clubes y salones de igual calaña? -Estos modelos parisinos son tan audaces... ¿verdad? -agregó la anfitriona, evaluando el canesú del vestido de Isabella. Cuando conoció a la mujer apenas aquella mañana al llegar, Isabella había tenido poca oportunidad de distinguir el carácter de Lady Denali. Ahora que acababa de ser escudriñada, juzgada y etiquetada en un segundo, Isabella supo que ella y la marquesa no serían amigas. -Los franceses son más viscerales en su apreciación de la vestimenta -replicó Isabella-. Ellos opinan que debe adornar modelar y realzar la imagen. -Su mirada punzante capto el atuendo de la mujer mayor. Aquel color borgoña oscuro contribuía poco en avivar la tez pálida de Lady Denali o en disimular su silueta que se estaba engordando. La sonrisa de la marquesa se limitó sólo a mostrar los dientes. -Supe por tu primo que eres aficionada al arte. Isabella dudaba de que Jasper hubiera usado esas palabras. -Sí. Mi afición más reciente fue Marie Amelie d'0rléans. La anfitriona quedó boquiabierta: -¿La princesa Marie Amelie? ¿La hija recién nacida del rey Luis? ¿Esa Marie Amelie? Isabella asintió con la cabeza, apenada de permitirle a la mujer que la pusiera a su mismo nivel. -Aunque no siento ningún tipo de aprecio por el rey, la gratificación ayudó a muchos orfanatos. - 35 -

-¿Gratificación? ¿Quieres decir que recibiste un pago? -La mirada pasmada de Lady Denali expresaba claramente su opinión sobre el asunto. Se suponía que las mujeres no ganaban su propio dinero. Se esperaba que fueran enteramente dependientes del hombre elegido para ello. Pero ya que el buen Dios amablemente la había premiado con dos brazos, dos piernas y un cerebro, ella no tenía intención de dejar que ninguno de esos miembros se atrofiara mientras esperaba a que un hombre dirigiera su vida. -Sí -admitió Isabella-, aunque también hago trabajos exclusivamente para beneficio propio.-Pinturas que nadie querría, debido a la temática. A la gente no le interesaba enfrentarse a diario con su propia miseria; era mejor ignorarla y hacer como que no existía. -Con certeza tu familia no lo aprueba. -Ah, sí. Lo aprueban. -Sobre todo su madre. Su padre simplemente toleraba su pasión por el arte, con la esperanza de que desapareciera y ella sentara la cabeza con algún lord completamente aburrido, de escasa inteligencia y que esperara que de ella saliera de sopetón un hijo tras otro, como una esposa sumisa. Lady Denali examinó de nuevo a Isabella, como si se hubiera perdido algún detalle en la primera inspección. -Tal vez te permita pintar a Horacio. -¿Horacio? -Mi perro. Isabella se abstuvo de replicarle algo muy inapropiado para una dama. En cambio, le sonrió de manera indulgente y desvió la mirada hacia la multitud, más que preparada para deshacerse de la mujer. En ese momento hasta era capaz de darle la bienvenida a los paganos del establo. Como leyéndole el pensamiento, la marquesa dijo: -Me enteré del incidente en el establo. ¡Qué espantoso debió de haber sido para ti! Espero que no te hayas hecho daño. -No corrí ningún peligro, siempre y cuando no me atravesara en el camino del verdadero amor. - 36 -

-Khan es un bruto, lo admito, pero un semental espléndido. Al igual que su dueño. -Sólo necesitó un par de puntos, en una semana estará como nuevo. El recordatorio de las heridas del semental hizo a Isabella caer en la cuenta de su desinterés por el estado del animal. Ella adoraba a los caballos y en Forks prácticamente había vivido en los establos desde pequeña. La invadió la culpa. En general ella no era tan indiferente, pero había estado preocupada pensando en ojos turbulentos y cabellos desordenados. Luego había sido acosada por el dueño de esos ojos y esos cabellos, y no había habido otros pensamientos que la ocuparan, fuera de la furia, y aquel calor inquietante en la parte baja del vientre. -Me disculpa, ¿verdad? La marquesa hizo un gesto inclinando la cabeza. -Por supuesto. Isabella se marchó de prisa y salió al balcón a tomar un poco de aire fresco. Nunca le habían gustado demasiado los bailes; sin mencionar que su primer baile oficial había sido un nefasto fracaso. Al año siguiente había evitado repetir la debacle. Ella sencillamente no encajaba con ese tipo de gente: las cosas que a ellos les interesaba no eran de su interés. Ella necesitaba estimulación, aventura. Un desafío. Unos ojos verdes y una boca violenta y peligrosa se inmiscuyeron en sus pensamientos. Ahora había un desafío, un hombre que se rehusaba a ser domado. El recuerdo de la mano enorme del desconocido sobre su brazo le provocó un estremecimiento en la piel, a pesar de que la noche era cálida y la ladera de la colina que llevaba a los establos atrajo su mirada. De repente, sintió inmensos deseos de ver a Ciara y Khan. De repente, sintió la necesidad de estar en cualquier otro sitio menos allí.

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Chapter 4 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 4 Ciara relinchó cuando Isabella entró a los establos. Ella había robado dos manzanas y unos terrones de azúcar antes de escabullirse rápidamente por la cuesta alzándose las faldas. Estaba sin aliento y con el cabello medio suelto, con los sedosos mechones haciéndole cosquillas en el cuello y la parte superior del pecho. Un vestigio de humedad persistía en el aire y se le adhería a la piel. Una brisa fresca se coló por las puertas abiertas del establo, perfumada con el aroma salado del canal de Bristol y el embriagador olor a tierra mojada, debido a una leve lluvia vespertina. Apenas por encima del sonido débil del canto de los grillos se alzaba el bramido distante del oleaje rompiendo contra las rocas. Allí Isabella se sentía en paz. Podía llegar a comprender por qué el hijo del conde se veía forzado a "acechar" aquel sitio; ella misma estaría muy tentada de acecharlo por su cuenta. Era como si el mundo comenzara y terminara en los confines de aquellos acantilados, como si Dios hubiera conspirado para volver el aire más limpio. Ciara le empujó suavemente la mano, trayéndola de nuevo a la realidad. Ella frotó a la yegua entre las orejas y le ofreció uno de los terrones de azúcar. -Ya sé. Me estoy poniendo extraña. Pero tú no eres quién para juzgar, teniendo en cuenta tu comportamiento de esta tarde. ¡Qué vergüenza, permitir que el primer semental que pase haga lo que quiera contigo! ¿No sabías que a los hombres no les agradan las mujeres demasiado fáciles? -Sólo a los tontos, querrás decir. Isabella se dio vuelta al escuchar la profunda voz masculina que había plagado sus pensamientos durante casi todo el día. Encontró al gran titán musculoso apoyado en la casilla de Khan, ahora con la puerta reforzada y un compartimento adicional que habían levantado. - 38 -

Gran parte del cuerpo masculino estaba en sombras, motivo por el cual ella no lo distinguió al entrar. Pero podía verle los ojos, y al mirarla con ceño fruncido desde la oscuridad le recordaron a los de un lobo recién levantado tras dormir un sueño profundo. -No está bien acercársele a la gente a hurtadillas -le dijo ella con reprobación, tratando de no mirarle la profunda "v" del escote de la camisa, que mostraba descaradamente una cantidad indecente de piel bronceada, ni los pantalones ceñidos de color ante que le enfundaban esas piernas musculosas. Una botella de coñac colgaba de sus dedos largos y delgados. Le daba golpecitos rítmicos contra el muslo izquierdo, único indicio que evidenciaba que había algo que le molestaba. ¿Sería simplemente la presencia de ella lo que lo desequilibraba? ¿O era el resentimiento que aún le quedaba por el episodio de esa mañana? -No fue a hurtadillas -se dignó a responderle finalmente con voz muy profunda-. Yo he estado aquí todo el tiempo. -Bien, debiste de haberme alertado de tu presencia. Eso hubiese sido de buena educación. -Ah. -Asintió con la cabeza-. Bien, yo nunca hago cosas de buena educación. La vida así no sería nada divertida. Si no tuviera esta tachable conducta, me hubiera perdido tu pequeño discurso y subsiguiente nerviosismo. Con aquel comentario Isabella se dio cuenta de que tenía las manos aferradas a la falda. Soltó la tela de inmediato, maldiciendo la percepción de él. -No estoy nerviosa. -Eres un manojo de nervios y valientemente tratas de mitigar ese impulso de salir corriendo. ¿Qué sucede, milady? ¿Le preocupa que empiece a echar espuma por la boca? Isabella se burló. -Usted, señor, no me preocupa lo más mínimo. -Mentirosa. -Si me conociera un poco, se daría cuenta de lo lejos que está de ello. - 39 -

Alzó una ceja en un gesto burlón de escepticismo al tiempo que se llevaba la botella a los labios. Le echó una mirada rápida para evaluarla, tratando de ponerla incómoda. Y lo logró, aunque ella se llevaría esa verdad a la tumba. Se secó la boca con el dorso de la mano y le extendió la botella, con una mirada claramente desafiante: -Vamos. No se lo diré a nadie. -No, gracias. -No es tan tigresa como aparenta, ¿eh? Lo que a ella más la fastidió fue el hecho de que por su provocación casi coge la botella para probarle que estaba equivocado. -Ni tan borracha como aparentas tú. Él alzó un poco la comisura de los labios en un gesto, que pudo haber pasado como una leve sonrisa. -De modo que decidiste regresar a la escena del crimen, ¿eh? Desconcertada por su evaluación precisa, Isabella apartó la vista. -Simplemente salí a tomar aire fresco. -Bueno, de eso tenemos bastante por aquí, así que respira todo lo que quieras. Yo sólo observaré. Isabella detestaba que su mirada penetrante la enervara tanto. -¿Qué estás haciendo aquí a estas horas de la noche? -Yo podría preguntarte exactamente lo mismo. ¿Tienes el hábito de pasar la noche en los establos vestida de tarta? El comentario burlón adrede y la conducta la enfurecieron: -¡Miserable desgraciado! Estoy harta de tus comentarios sarcásticos y de tu cara lacerada. Si no te agrada como estoy vestida, entonces no me mires. - 40 -

-Yo no dije que no me gustara cómo estabas vestida. -Una vez más, aquella mirada meditabunda la recorrió lentamente, demorándose en los senos lo suficiente como para hacerla sentir incómoda, hasta que retomó el tortuoso recorrido hasta los pies enfundados en unos zapatos bajos-. De hecho -dijo arrastrando las palabras y encontrando sus ojos de nuevo-, me gusta bastante. Un estremecimiento corrió por la piel de Isabella. -Me complace. ¿Cómo hubiera podido seguir viviendo sin tu aprobación? Un brillo divertido se encendió en los ojos de él antes de que las sombras le oscurecieran el rostro. -Los zafiros también son un buen detalle, "su alteza". Esa burla le puso los nervios de punta, y ella le arrojó una manzana. Él la cazó al vuelo y le dio un gran mordisco mientras le ofrecía una sonrisa burlona. -Era para el caballo, tú, detestable. -Ah, la dama tiene sentimiento de culpa -la provocó mientras le ofrecía a Khan el resto de la manzana, que el caballo olfateó en la palma de su mano-. ¿Tú qué piensas, amigo? "Su alteza real" se digna a sentir compasión por ti después de que su "caballo real" abriera las patas y te arruinara. Esto debería aparecer en los libros de historia como un hecho milagroso. Isabella se moría por golpearlo. Jamás un hombre había sido tan absolutamente agresivo con ella, ni le había hablado tan groseramente. Él no tenía ni la más mínima intención de tratarla como a una dama. Peor aún, ella no estaba segura de si lo que estaba sintiendo era decididamente añojo. -Eres un enfermo -le dijo-. Absolutamente incivilizado, como un animal salvaje. -¿Has oído eso Khan? La dama piensa que somos bárbaros. Tal vez quiera comprobarlo. -Sus ojos emanaron un brillo malintencionado al mirarla fijamente. Isabella cogió la fusta que estaba colgada en la clavija por fuera de la casilla de Ciara, y dio una estocada en dirección suya como si fuera una espada. -Si crees que no usaré esto para golpearte, idiota, reconsidéralo. Él era capaz de dominarla. Ambos lo sabían, sin embargo se controló, aunque no - 41 -

tanto como Isabella pensaba. Podía llegar a caerle encima de una sola embestida. Inclinó la cabeza, y luego se volvió a llevar la botella de coñac para beber otro trago. Canalla borracho. ¿Por qué no se parecía a los de su clase que se sentaban en las callejuelas esperando a que abriera la taberna para continuar con su vida desperdiciada? En cambio tenía que ser moreno y espléndido, con esa capa de barba crecida en el mentón que contribuía a crear esa aura de peligro que irradiaba en oleadas de toda su persona. Cuando él echó la cabeza hacia atrás, Isabella aprovechó la oportunidad para absorber el tamaño completo de su cuerpo, la camisa que le ceñía el pecho bien marcado y realzaba los enormes brazos, la cintura sin un gramo de más... y los pantalones que se ceñían a sus caderas de la manera más perturbadora. Él carraspeó para aclararse la garganta y ella se apresuró a alzar la vista. La estaba mirando con una ceja levantada y un gesto irónico dibujado en la comisura de la boca. -¿Y te gusta lo que ves? Isabella rogaba que con la luz tenue no se diera cuenta de que sus mejillas estaban ardiendo. -En lo más mínimo. De hecho, estaba pensando que pareces un interno de un asilo. Hubo un instante de silencio, luego su risotada retumbó en las vigas del techo: su timbre seductor vibraba en los nervios de ella de manera turbadora. Cuando su jocosidad cesó, con aquella media sonrisa desquiciante dibujada en el rostro le dijo: -Eres la mujer más irritante que jamás tuve la desgracia de conocer. El tono de voz y su forma de mirarla le demostraron que no la odiaba del todo, lo cual a ella no debía importarle ni un bledo, pero sin embargo, sí... (aquella era una reacción absolutamente absurda)-. Piensas que soy un bruto arrogante, ¿verdad? -Entre otras cosas. ¿Darte un baño es tu mayor experiencia? -Ah, así que te gustan los caballeros bien acicalados. Con los cabellos bien - 42 -

peinados, una colonia con fragancia de mezcla exótica en vez de la de heno y polvo. Mis disculpas, "su alteza". -Simuló una reverencia burlona-. De haber sabido que se dignaba a visitarnos a nosotros los pobres desgraciados aquí en los suburbios bajos de su reino, hubiera vestido mis galas y contratado una orquesta. -¡Deja de llamarme "su alteza"! -Mis más sinceras disculpas. Ciertamente no es mi intención alterar su delicada estructura. ¿Tiene usted un nombre? ¿O es que nosotros los plebeyos sólo debemos hacerle una reverencia y llamarle "milady" en voz baja, con el mayor respeto? -Isabella -dijo entre dientes-. Me llamo Isabella. -Isabella. -Del modo en que él pronunciaba su nombre sonaba como una caricia, antes de que agregara-. Un nombre de lo más inapropiado. -¡Vete al infierno! -Giró sobre sus talones con necesidad de marcharse antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirse. -Ahí va, huyendo de nuevo -la provocó-. Debo decir que estoy sorprendido, Khan. Pensé que ella tenía más carácter. Pero aguarda. Se está deteniendo. Ahora se está dando la vuelta. Creo que tiene intención de hacernos daño, amigo. ¿No es cierto, Lady Isabella? ¿Planea azotarnos con su fusta hasta someternos? Al menos diez réplicas distintas le vinieron a los labios, ninguna de ellas ni remotamente propias de una dama, y era lo que él hubiera esperado. Pero le respondió del mismo modo imperturbable. -¿Y por qué estas tú aquí en los establos haciéndote el enfermo? ¿Temes salir a la luz? ¿Tal vez no sabes bailar? ¿O que no quieres que la gente te vea comer con la mano? Eso funcionó. Él apretó la mandíbula y achicó los ojos. -De veras eres una perra, ¿eh? -Tanto como tú un bastardo. Bueno, ya que nos tiramos algunos dardos, me despido con un "buenas noches". Se estaba volviendo cuando él reclamó: -¿Y cuál es el verdadero motivo por el cual viniste hasta aquí? - 43 -

Isabella se propuso simplemente alejarse, pero cierto grado de enfermedad se apoderaba de ella cuando estaba cerca de leí hombre. -Como ya lo sugerí con la manzana, quería ver cómo estaba tu caballo. Lo creas o no, no soy completamente carente de compasión. Mi único error fue asumir que no contaría con tu odiosa presencia. -Supongo que debería sentirme herido porque no deseas mi compañía. -Estoy segura de que lo prefieres así. -No tienes ni idea de lo que yo prefiero. Isabella se preguntaba en qué punto de su atrofiada evolución este hombre se había dedicado a ser tan imbécil. -Bien, déjame decirte que te quedes tranquilo porque no tengo intención de amarrarme en nudos gordianos tratando de descubrir el complicado misterio que presentas. Sospecho que se trata de una hazaña que ni un milagro podría convertir en realidad. -Eres soltera, ¿verdad? ¿No puedes encontrar a un hombre que disfrute de ser flagelado en vida por la gracia de tu espada? -No puedo encontrar a un hombre con el suficiente intelecto para mantenerme interesada. -Con un nombre como Isabella, uno podría preguntarse dónde yacen tus intereses. -Le dirigió una mirada penetrante al canesú del vestido. Osado. -¿Puedo preguntarte de dónde sacaste ese nombre? -De la forma más común: de mis padres. Más específicamente, de mi madre, que rara vez se doblega ante el conformismo. Le echa la culpa a su herencia francesa. Cuando nací, dijo que nunca había sentido tanta dicha. -Ah, eso explica tu irracionalidad. Eres parte francesa. -¿Y de qué tribu nómada vienes tú? -Detestaba considerarlo, pero en realidad ella hasta estaba empezando a disfrutar de discutir con el irritante cretino. -De la Madre Inglaterra, creo. ¿Es que no se me nota en el tono culto? - 44 -

Isabella tenía una respuesta espléndida en la punta de la lengua, pero de repente, él se apartó del poste en el que estaba apoyado y acortó la distancia que había entre ellos. La fusta descansaba sobre la pierna de ella. Él se la quitó, la arrojó detrás y se encumbró. Eso debía atemorizarla, sin embargo ella sentía más curiosidad que otra cosa. -¿No hay más sarcasmo? -le dijo él con tono provocador, con un calor que emanaba de su cuerpo como si llevara los mismos rayos del sol debajo de la piel. Ella le recorrió con la vista el ancho de los hombros, el oídlo ancho y fibroso, la mandíbula prominente y áspera hasta llegar a los ojos que la pusieron sobre aviso, aunque al mismo tiempo la retaban a que intentara algo. -¿Qué es lo que quieres de mí?-murmuró. Por el modo en que él la miraba, ella ya debería saberlo. -¿Y esos imbéciles pretenciosos de allá adentro encontraron tu atuendo de su agrado, o lo poco que hay de él? ¿Te adularon cual manojo de idiotas babosos? ¿O los eludiste con un gesto de tu mano real? Isabella le estudiaba la boca mientras hablaba. Era tan firme y carnosa, tan capaz de esbozar la más irresistible de las sonrisas... eso cuando decidiera darle el simple uso que le daba el resto de los mortales. ¿Cómo se sentiría aquella boca en contacto con la suya? -Debiste estar ahí para saberlo -respondió ella, casi sin aire en a voz, en un tono que no le había aparecido antes. El aliento cálido le sopló la mejilla cuando él se inclinó. -¿Olvidas que me gusta vagar por sitios oscuros? Isabella se humedeció los labios repentinamente resecos. -Me pregunto por qué será. -Nunca se sabe lo que uno puede descubrir. Me estoy dando cuenta de que la paciencia quizás sea una virtud. Tal vez la única que tengo por el momento. -¿Quién eres? - 45 -

-¿Quién quieres que sea? - Preguntó al tiempo que le hundía la cabeza en la garganta e inhalaba despacio haciéndole cosquillas en la mejilla con el cabello sedoso-. Flores y frutas. Rosas, naranja, una pizca de vainilla. Y calor. ¿Por qué estás tan acalorada? -Se lo preguntó en un susurro ronco que a ella la dejo perturbada. -Porque aquí hace mucho calor. -No es cierto. De hecho, la brisa que llega del mar es fresca. Lo único que Isabella sentía era a él cercándola sin haberle puesto un dedo encima: -¿Y tu nombre? ¿Cuál es? -¿Si te lo digo me dejarás besarte? -No. -Entonces te besaré de todos modos. -¿Por qué? Yo no te gusto. -Tienes razón. -La atrajo ruborizada contra el pecho rígido-. Y ahora me veo forzado a comprobarlo. -Le posó los labios en los suyos aniquilando cualquier otro pensamiento que no fuera lo que él le estaba haciendo en ese momento. Según su inexperiencia, aquel beso no era suave ni tierno, sino más bien rudo, castigador y eléctrico; la obligaba tanto a continuar como a apartarse. Ella movía las manos a ambos lados del cuerpo de manera inquieta, buscando desesperadamente tocar algo que no fuese él. Pero él estaba en todas partes. No alcanzaba a comprender qué incitaba a este hombre, o a ella, a permitirle tomarse esas libertades: la lengua jugueteaba con la de ella, las manos grandes la acariciaban lentamente los costados del cuerpo hasta posarse en la protuberancia de sus senos, deslizando los pulgares por debajo mientras que con el muslo se insinuaba entre las piernas de ella. Isabella se sintió arder. Las cosas que le hacía con la boca, la exquisita presión que ejercía sobre la suya, le arrancaba suaves gemidos desde lo más profundo de la garganta. Se sentía rara, como una extraña en su propio cuerpo. No estaba en ella negar sus pasiones. Ya había besado a hombres antes, de hecho, - 46 -

a unos cuantos. Aunque ninguno de esos besos se comparaba con éste. El hombre era un demonio arrogante e indignante, pero tenía una boca de lo más deliciosa y pecaminosa. Hasta que no sintió la brisa fresca en los pezones, Isabella no se dio cuenta de que él le había corrido la escasa tela que le cubría los senos. Una punzante sacudida de deseo trepó hasta su corazón cuando él le acarició los pezones endurecidos con los dedos. La realidad se le encendió en la piel como un fuego abrasador. Arrancó la boca de la suya y lo empujó del pecho. -¿No? Con un brillo apasionado en los ojos, él la miró con un destello de hielo en lo más profundo de la mirada. -Por favor, no me digas que te vas a hacer la doncella indignada. ¡Qué táctica tan aburrida! -No, milord; es mucho más simple que eso. No te deseo. El apretó la mandíbula: -Está en celo, milady. Igual que su yegua. Me complacería solucionarle el problema, pero no si sigue con la idea de jugar. -Volvió a acariciarle los pezones con los pulgares y el placer le llegó en forma de espiral hasta los dedos de los pies. Estaba jugando con ella, asegurándose una victoria, de una forma u otra. -Quizás esté en celo -le respondió con tanta calma como le permitió el corazón alborotado, al tiempo que tiró bruscamente el canesú-, pero tú no eres el semental adecuado. Los ojos de él destellaron furia. -Supongo que nunca lo sabrás, ¿verdad? -Retrocedió un paso y le rindió una reverencia burlona-. Quizás sería mejor que tuvieras en cuenta tus propias palabras y no parecieras tan en celo. -Extrajo un cigarro del bolsillo y lo encendió, mientras la observaba a través de un delgado velo de humo y agregó-: Nunca se sabe quién pueda hacerte el favor. Sus palabras groseras le calaron hondo en los huesos. - 47 -

-Aléjate de mí. ¿Has escuchado? No vuelvas a acercarte, quienquiera que seas. -Ah, es cierto. No sabes quién soy, ¿verdad? Bien, déjame remediarlo. -La cogió de la mano, sin soltarla hasta llevársela a los labios-. Edward Cullen, milady, reciente ex-conde de Platt, a su servicio. "Edward Cullen". El hombre que la intrigaba e intimidaba, aquel rufián seductor era el amante de Tanya Hamilton. Debió haberlo sabido (aunque el saberlo no atenuaba el dolor que sentía). Isabella lo apartó de un empujón. Con una risa profunda él la liberó, ella se dio la vuelta y salió corriendo.

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Chapter 5 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 5 Por segunda vez en el día, Edward la observaba irse, sintiendo en el cuerpo un deseo tan fuerte que estaba punto de perseguirla como un adolescente chillón, excitado y jadeante con su primera erección. Pero él jamás había corrido detrás de ninguna mujer, y se maldeciría si empezaba ese día. Cielos, de todas las mujeres del mundo, ¿por qué había tenido que ser la hija del condenado duque de Forks a quien quería llevarse a la cama? ¿Con aquellos ojos marrones capaz de aniquilar a un hombre, de despedazarle hasta ese rinconcito en su interior, que él mantenía aislado de todos y que aún lograba excitarlo de manera infernal? Era increíble cómo un hombre tan perverso había podido crear a esa hija tan vibrante y exótica. Y ¡maldición! lista, además. No importaba desde qué ángulo la atacara, ella lo esquivaba. Tanto su apariencia como su inteligencia lo habían desconcertado. Su nombre le había provocado una reacción muy categórica. ¿Sabría ella lo que su padre le había hecho al suyo? ¿Cómo la avaricia del hombre le había costado la vida a Carlisle Cullen? Y aunque no lo supiera, eso no marcaría una diferencia. Ella lo detestaba de un modo u otro, y para él estaba bien. El sentimiento era mutuo. Edward salió de los establos y cerró las puertas. Echó una mirada hacia la casa y vio las siluetas de la gente bailando en su salón, servidos por sus sirvientes, muchos de ellos durmiendo bajo su techo. Los evitaría a todos hasta la semana siguiente, aunque para eso tuviese que pasar las noches en el establo. Su caballo era lo único que le importaba, de todos modos. Khan era lo único que le quedaba de su vida anterior (lo único que le había dejado el padre, el potro negro que le había regalado hacía tres años). Edward se pasó la mano por la cabellera y se dirigió a la entrada posterior de la - 49 -

casa. Subiría por la escalera de la servidumbre a su cuarto, que quedaba en el extremo más alejado del ala oeste, lejos de aquellos payasos y de sus esposas, con los que podía toparse en cualquier cuarto que estuvieran. Masen era única porque contenía un elaborado sistema de pasadizos secretos, construidos por un ancestro sajón para evitar que los daneses navegaran río arriba hasta Exeter. Una vez que se sabía el diseño de los túneles, se podía ir casi a cualquier parte del lugar sin ser detectado. Aquellos lóbregos corredores eran la única salvación de Edward durante las interminables reuniones de Tanya. Ella detestaba que él desapareciera; le encantaba exhibir su juguete nuevo. A él solía gustarle tener relaciones íntimas con mujeres, disfrutaba del poder que ejercía sobre ellas durante el sometimiento sexual, cuando necesitaban de lo que él podía darles. Pero todo placer que alguna vez había sentido en el acto se había extinguido al aceptar el ofrecimiento de Tanya. Jamás hubiera imaginado conocer lo que se sentía al ser un objeto, un capricho femenino, pero ahora lo sabía y se odiaba profundamente. Al entrar, su alcoba estaba oscura como una tumba. Hace tiempo, habría habido una criada que le encendiera las lámparas y le abriera las sábanas, un sirviente que lo ayudara a vestirse y desvestirse. Tanya creía que esas cosas no eran necesarias. Si él necesitaba vestirse o desvestirse, podía acudir a ella. El nunca lo había hecho, aunque eso no significaba que ella no acudiera a él. Edward encendió un fósforo y con él la lámpara sobre el escritorio; el brillo pálido y bruñido apenas se reflejaba en el mobiliario oscuro y las pesadas cortinas. El dormitorio era enormemente distinto a los que había ocupado en su juventud, con sábanas de satén y decadente esplendor que realzaba una experiencia que rara vez incluía el acto de dormir. Ahora contaba con la soledad y una vista a los sombríos acantilados y las batidas aguas, lo cual iba mejor con su estado de ánimo. Se quitó la camisa, recordando el modo en que Isabella le había mirado el pecho, causándole la primera sensación de deseo genuino que había sentido en años. Dios, cuánto había deseado que ella lo tocara. Había algo en ella que temporalmente lo había hecho olvidarse de quién era. Por primera vez en mucho tiempo, se había sentido consumido por otra sensación que no era rencor ni rabia. - 50 -

-¿Dónde has estado, querido? Edward tensó el cuerpo al mirar su reflejo en el espejo y encontrar a Tanya sentada al otro lado de la habitación, con una pierna colgando del brazo del sillón, apenas con una lencería vaporosa cubriéndole el cuerpo. "¡Dios mío, esta noche no!". No cuando otra mujer ocupaba sus pensamientos y lo excitaba. -¿Qué estás haciendo aquí? - le preguntó con aspereza, lamentándose por haberse quitado la camisa al ver que ella le recorría con la mirada la espalda hasta detenerse en su trasero. -Esperándote, por supuesto. -Te dije que no vinieras a mi habitación. -Sí, lo sé, es tu refugio del mundo. De verdad, Edward, esta obsesión que tienes de proteger lo tuyo crece de manera agobiante. Sólo es un cuarto, por el amor de Dios. -¿Qué es lo que quieres? -Que dejes de ocultarte. Esta noche tu ausencia se hizo sentir enormemente. Mis invitados esperan verte. ¿Cómo crees que me siento cuando preguntan por ti y yo no sé adonde estás? -No soy tu condenado juguete -gruñó al tiempo que cogía bruscamente la camisa del suelo. -Déjala -insistió ella con un ronroneo-. Y, por favor, date la vuelta. Apretando los dientes, Edward la miró, cerrando los puños de la camisa mientras ella lo desnudaba con la mirada. -Sois espléndido, milord. Tienes un cuerpo que fue hecho para dar placer a una mujer. ¡Qué adorable que seas mío! Porque mientras yo te pague, querido, me perteneces. Me pregunto si eres lo bastante agradecido con nuestro acuerdo. -No me presiones, Tanya. Esa no es una jugada astuta. -Ven aquí, Edward. -Lo llamó con un dedo-. Y deja la camisa donde estaba. Él deseaba que se largara y lo dejara en paz, y en ese momento sólo había un modo de lograrlo, exceptuando la muerte. - 51 -

Con la furia anudada en el estómago, Edward arrojó la camisa al suelo, atravesó la habitación y se paró a unos pasos del sillón donde estaba ella. -No me mires con tanta furia, mi amor. -Le dijo entornando los ojos y mirándolo a través de las pestañas, humedeciéndose los labios con la punta de la lengua- Ya sabes lo que quiero. -¿Es que nunca duermes? -Dormir es una pérdida de tiempo cuando te tengo a ti. -Lo recorrió con una mirada sensual, deteniéndose en la ingle sin encontrar evidencia de excitación, lo que dibujó un gesto de disgusto en su rostro-. Eres tan delicioso cuando estás enfadado, y tan malvado conmigo en la cama... -Así que me provocas a propósito, ¿verdad? Alzó un hombro y le dijo: -A veces, sí. Observarte absorto en tus pensamientos no es divertido. -Ella se inclinó hacia delante y pasó el dedo por la parte de delantera de los pantalones-. Creo que hoy te comportaste como un chico malo. -Levantó la cabeza y lo miró de reojo-. ¿No es cierto? Edward apretó la mandíbula. -Has estado espiándome de nuevo, ¿verdad? -Tengo que vigilar lo que es de mi propiedad -le respondió al tiempo que le deslizaba la mano por debajo de la pretina para asirlo-. Si no, alguien podría robarte. Y esto -ronroneó desde lo más profundo de la garganta-, vale su peso en oro. No puedo permitir que le pase nada, ¿cierto? -Esto -empezó a decir con un gruñido, al tiempo que la cogía de la muñeca-, se viene conmigo si me marcho, y la próxima vez que te refieras a mí como una propiedad será la última. Ella frunció los labios haciendo un puchero propio de un niño y le dijo: -No te enfades conmigo. -Deja de espiarme, ¡por mil demonios! Me tienes harto. - 52 -

-En realidad yo no te espío; eso sería indigno de mí. Garrett lo hace. Garrett. Su secretario personal que, de paso -Edward estaba seguro de eso-, le ofrecía a Tanya algo más que sus servicios administrativos. ¿Habría visto el beso que le había dado a Isabella? ¿Aquel leproso lleno de larvas le habría visto bajarle el canesú sin que ella se diera cuenta? ¿O cuando jugaba con ella hasta no saber en realidad quién de los dos estaba siendo seducido? -Te advierto que alejes bien a ese bastardo de mí, o la próxima vez, estrangularé a ese imbécil insignificante. -Dijo que te vio con esa ramera, hija de Forks. Creí haberte dicho que te alejaras de ella. -Y yo te dije que fuera de la alcoba haría lo que me diera la condenada gana. Ella lo cogió de la pretina del pantalón, tratando de ponerlo de rodillas. Un sabor ácido le quemó profundamente en la garganta mientras se inclinaba. -Mientas no te las estés follando... -le dijo encarnizadamente. -Por Dios -replicó Edward sofocado, con un tono de ironía-. ¿Cuántas erecciones crees que puedo tener? Tú estás encima de mí constantemente, erecto o no. Mi pene ya no se quiere ni erguir. Pero por supuesto, tengo que dárselo a cualquier mujer con pechos y que respire. A la lechera, a la hija del vicario. A la esposa del vicario. A tu sobrina. A tu hermana. A media población del norte de Inglaterra. ¿Me olvido de alguien? -Garrett dijo que la besaste, ¿lo hiciste? -Sí. -Garrett era hombre muerto-. ¿Y qué? -Pensé que la detestabas. -Así es. -¿Y entonces por qué? -Para castigarla. -Pero era ella la que lo había atormentado, con un golpe seco al plexo solar como un boxeador profesional. - 53 -

Tanya se acomodó en el sillón y le miró: -Veo que esto se va a convertir en un problema. -Te dije que te deshicieras de ella. -Es una invitada. Además, mi sobrina parece haber desarrollado un tendre por el primo de ella. Jasper Whitlock es toda una presa, y no quiero ser yo la que desaliente la pareja. -Una mirada muy conocida para Edward se le dibujó en los ojos. Le acarició la mandíbula hasta rozarle el cuello-. ¿Aún me deseas, Edward? -¿Qué quieres, Tanya? ¿Sangre? Lo examinó un instante. -Me doy cuenta de que estás empezando a aburrirte, y quiero que las cosas volvamos a divertidas. Aquel era un logro que ella jamás alcanzaría. -No llevaré a cabo ninguna de tus perversiones, si es en eso en lo que estás pensando. -De hecho, estuve pensando en Lady Isabella. Hoy hablé con ella. Edward se puso rígido. Tanya sentía especial inclinación por contarles a otras mujeres detalles sobre su capacidad sexual, y en consecuencia, ellas hacían todo lo posible por llevárselo a la cama. No estaba seguro de qué era lo que las incitaba a proponérselo, si lo hacían por pura curiosidad acerca de su destreza, para probar su fuerza de voluntad, o simplemente porque querían tener lo que Tanya tenía. Él no había estado seguro de la intención de ninguna mujer hacia él desde hacía mucho tiempo. -¿Tengo que preocuparme por si ella intenta llevarme a la cama, como esos buitres a quien llamas amigas? -le preguntó. Tanya lo miró fijamente, primero inexpresiva y luego con furia, como si jamás hubiera considerado esa posibilidad. -¿Mis amigas intentaron seducirte? - 54 -

-¿Y qué esperabas? Volvió a cogerlo de la cintura del pantalón y lo atrajo hacia sí, entre sus piernas. -¿Y tú que hacías cuando te lo pedían? -¿Qué crees que hacía? -¡Maldición, Edward! ¡Dímelo! -¡Nada, por el amor de Dios! -Bien. Porque a mí no me gusta compartir.-Bajó los hombros y la tela de seda de la bata se deslizó por los brazos dejando a la vista los senos, con los pezones erectos, como siempre, cosa que a él le revolvía el estómago-. ¿Crees que Lady Isabella es más bonita que yo? Isabella era bellísima; una de las mujeres más hermosas que jamás había visto. Su pequeña estatura lo hacía sentirse un gigante. De hecho, por un instante él se había puesto nervioso al tocarla, pensando en lo frágil que era y en lo fácilmente que podría quebrarla. Cuando ella lo había obligado a detenerse, por primera vez en su vida se había sentido indeseado, pensando que ella había sido capaz de divisar el agujero donde alguna vez él había tenido el corazón, y lo había encontrado incompleto. -Sí -le respondió a Tanya a secas. -¿Por qué eres tan cruel? -le preguntó acongojada. -No hagas preguntas si no quieres escuchar las respuestas. De pronto, ella lo miró con un brillo especulativo en los ojos: -Tengo una apuesta que hacerte. Edward se puso tenso, con la guardia alta. -¿Qué tipo de apuesta? -Necesitamos un poco de entusiasmo, así que se me ocurrió algo que creo que nos hará feliz a ambos. -Una mirada calculadora brilló en sus ojos al agregar-: Quiero - 55 -

que seduzcas a Lady Isabella. -¿Quéeee? -Sería la venganza perfecta para la muerte de tu padre. Edward no podía creer lo que estaba escuchando. -¿Ya olvidaste tu enfado conmigo por haber estado hoy con ella? -Eso fue antes de que te diera mi bendición. Edward apretó los puños a ambos lados del cuerpo. -¿Entonces ahora está bien que me la lleve a la cama? -No exactamente. Espero que guardes tu pasión para mí... a menos que sea virgen. Violar el himen de esa santurrona destruiría a su amado padre. Su niña preciada mancillada por un célebre calavera. ¡Qué golpe de gracia! "Venganza". La palabra retumbaba en la cabeza de Edward. Durante mucho tiempo había pensado que si tuviera la oportunidad de vengar la muerte de su padre, se liberaría de esa obsesión que lo consumía. Libre para seguir adelante y encontrar una nueva motivación en su vida. He aquí una oportunidad para darle a Forks un golpe directo al corazón: la reputación de una mujer por la vida de su padre. No era un trueque justo, bajo ningún punto de vista, sin embargo era un duro golpe. -Veo que estás luchando con tus demonios -le dijo ella, al tiempo que se apartaba la seda transparente que le cubría el monte de Venus y le ponía su mano allí, meneándose impaciente hasta que él deslizó un dedo entre los pliegues-. Y te daré un incentivo adicional. -Le guió el dedo hasta la carne inflamada, gimiendo en voz baja antes de agregar-: Esta casa. A Edward se le paralizaron todos los músculos del cuerpo. -¿Qué es lo que estás diciendo? -No pares. -Una vez que el dedo siguió el movimiento, ella continuó-: Si seduces a Lady Isabella y logras que se enamore de ti, entonces te devolveré Masen. - 56 -

Su casa, recuperada. El sueño que lo había consumido durante dos largos años. Casi podía saborear la victoria. Pero no podía permitirse dejarse tentar, sentir la creciente ansia por algo que sencillamente estaba fuera de su alcance. Conocía demasiado a Tanya. Había tendido su trampa con alguna intención en mente. -Tú quieres algo a cambio -rebatió-. ¿Qué es? -Bien, esa es la parte más difícil de este plan brillante. ¿Cuál sería mi recompensa si tú, el experto en seducción, fallaras? Como ya sabes, Marcus me dejó bien provista. Realmente no necesito esta casa, pero vino junto con un premio tan delicioso... ¿cómo podía resistirme? -Enganchó la pierna izquierda en el otro brazo del sillón y le bajó la mano. -¡Dilo! ¿Qué diablos quieres de mí? -¿No lo adivinas? -Déjate de juegos. Ella se inclinó hacia delante y le susurró al oído: -Quiero un bebé, Edward. Tu bebé. Edward vio cómo su sueño se marchitaba y moría. -No. Ella lo miró incrédula. -¿No me darás un hijo ni siquiera por la posibilidad de recuperar tu casa? -Ni que me prometas la salvación. Además, tú no soportarías el bochorno de tener un bastardo, y yo no dejaré que ningún hijo mío crezca como uno. -Cielos, a veces eres tan repugnantemente sentimental. Esa es una de tus cualidades más irritantes. -Pero no eclipsa mis otras cualidades, ¿verdad? -Aumentó a propósito la velocidad tocándole el clítoris húmedo. Ella echó la cabeza hacia atrás y soltó un gemido de placer. - 57 -

-No... no eclipsa tus numerosas... mmm... y exquisitas aptitudes. Edward disminuyó la velocidad queriendo que ella no se corriera aún. Necesitaba mantenerla exactamente donde él quisiera. Ella estaba apostando a algo que él deseaba con desesperación y que tenía al alcance de la mano. -De todos modos tu plan no funcionará. Ella se movía en sentido contrario a las caricias. -¿Y eso por qué? -Porque yo le dije algunas cosas a la muchacha que no creo que olvide. -Oh, querido. Te comportaste como un bárbaro, ¿verdad? -Ella suspiró y meneó la cabeza-. Si mal no recuerdo, tú no estabas muy contento de verla. Bueno, eres bastante persuasivo, querido. Y tu técnica es... mmm, divina. -Su cuerpo vibraba mientras le cubría la mano con la suya, tratando de que acelerara el ritmo. -Entonces estamos en un impasse. -No necesariamente. -No te daré un hijo. -Oh, sólo piénsalo, Edward. Si nos casáramos podríamos seguir con nuestras vidas separadas, y tu hijo podría crecer aquí, en esta casa. Continuar el legado familiar. Podríamos ser... una familia. Familia que ella controlaría con contratos detallados y la mensualidad, todo estructurado para mantenerlo bajo su control. Casarse con ella no modificaría sus circunstancias; simplemente pasaría a ser un semental permanente en lugar uno temporal. ¡Cielos, cómo ansiaba un poco de paz! Paz para el corazón. Paz para el alma. La necesidad de encontrar esa paz era como un dolor punzante en su interior que le arrancaba palabras a la fuerza. -¿Sí acepto pondrás todo por escrito? El brillo de la inminente victoria trepó a la comisura de los labios de ella. - 58 -

-Haré que mi abogado redacte los papeles. El señor Jenks es muy discreto. Nadie necesitará saberlo nunca. Edward estaba atrapado entre la sensación de vacío en interior, que sabía que su casa llenaría, y la crueldad de lo estaba a punto de hacer. Ganaría, por supuesto. Tenía que hacerlo. Había demasiado en juego. No había posibilidad de que se casara con Tanya ni de que le diera un hijo que controlar. Ese hecho le dejaba una sola opción: triunfar, sin importar el costo. -Bien -dijo-. Redacta los papeles. De todos modos, ya estaba condenado. Empezó la apuesta chicas y que obsesión la de Tanya por embarazarse de Edward, gracias a todas por leer esta nueva historia

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Chapter 6 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 6 Edward estaba parado bajo la penumbra del porche dórico semicircular, pensando en lo que había aceptado la noche anterior. Había descendido hasta las últimas profundidades de la desgracia y le había vendido a Tanya lo poco que le quedaba de alma. Después de haberla hecho alcanzar tres orgasmos, ella se había quedado dormida... en su condenada cama. Llevarla de nuevo a su dormitorio hubiera significado correr el riesgo de despertarla y tener que complacerla nuevamente, así que se había puesto la camisa y había subido al tejado. Un pasillo atravesaba todo el largo de la casa y se podía ver el cielo desde cualquier ángulo. Recostado sobre las lajas frías se había quedado mirando la oscuridad en compañía de una luna plateada, un manojo de estrellas y el sonido continuo del flujo y reflujo de una marejada conocida y reconfortante, sumido en recuerdos dolorosos de una casa que alguna vez había estado llena de vida y amor. El tejado había sido su sitio privado cuando era niño. Allí se escabullía para evitar sus tareas y para jugar al ejército de barcos piratas, con banderas de calaveras sobre dos huesos flameando con la brisa, que venían directo desde la ensenada a bombardear los acantilados y saquear la villa, él sólo era capaz de salvarlos a todos. Grandiosa imaginación para un niño de ocho años que alguna vez había pensado que por sus valientes proezas la reina lo nombraría caballero, con una estruendosa ovación y aplausos que resonaban en sus oídos junto con un coro de ángeles que aclamaban al héroe conquistador: -¡Viva Britannia! Había visto nacer el sol en el horizonte, con los rayos rojos y dorados que se esparcían por el agua, alcanzando la tierra inevitablemente. Permaneció inmóvil hasta que el primer rayo de luz le acaricio la piel, esperando, como siempre, a que lo calentara a que se escurriera por debajo de esa frialdad que lo tenía cautivo y que le devolviera un poco de vida al interior de su corazón para convertirlo en ese héroe que alguna vez había ansiado ser. Pero antes no había - 60 -

sucedido. Y hoy tampoco. Entonces, había hecho un trato con el diablo y lo había sellado con los labios, la lengua y las manos. Ahora debía cumplirlo, tenía que seducir a una mujer que necesitaba odiar Tenía que utilizar cada arma de su arsenal sexual para atraer a Isabella cada pizca de su atractivo para hacerle creer que él era alguien a quien valía la pena amar. Sus cuerpos se deseaban; eso era innegable. Y sin embargo algo lo atormentaba. De no estar completamente seguro de haber erradicado todo signo de conciencia, hubiera dicho que fue una sensación de culpa lo que le pesó en los hombros Era imposible. Ya estaba sintiendo la propia cacería por adelantado, la emoción de la victoria final. Seducir a las mujeres era un deporte que él conocía hasta los huesos Al menos recuperaría su casa, su vida, o lo que quedara de ella Tema que hacerlo por su padre, por lo que Masen había significado para él, y para las generaciones anteriores a los Cullen. Edward vio a Isabella salir de la casa y atravesar el césped. Salió del amparo del porche y la siguió. Aún no había logrado descifrar sus debilidades, sus deseos, pero lo haría. Ella desapareció por el costado del jardín, pasando por un pequeño bosquecillo de árboles. Seguía el sendero que iba hacia el mar, justo al este del cabo -aquel afloramiento de rocas irregulares que sobresalían por encima del muelle. Edward no había estado en el cabo desde la muerte de su padre; no lograba armarse de coraje para acercarse a los acantilados. Los recuerdos lo invadían amenazando con derribar el muro que lo protegía de cosas que no quería reconocer. De modo que se detuvo a cierta distancia, escondido detrás de un arbusto; a su alrededor había una arboleda silvestre con troncos espirales y ramas que apuntaban lejos del viento. Más cerca de los acantilados, los árboles daban lugar a los brezos, helechos y tojos. Las águilas inmóviles se sostenían en la corriente de aire ascendente, mientras que las gaviotas que retornaban de los cultivos, se dirigían en bandada hacia el mar formando una flecha. Encendió un cigarro con el cuerpo tieso por la tensión al observar cómo Isabella se acercaba al borde del precipicio. Un resbalón y tambalearía hasta caer. Empezó a caminar en dirección suya, pero entonces ella se detuvo, absolutamente absorta - 61 -

ante la vista. Durante un largo rato, ella alzó su rostro al cielo. Los rayos de sol la bañaron, rodeándola de un tono dorado, como si fuese un ángel de cabellos castaños enviado a la tierra para tentar y a atormentar. Una inesperada oleada de profundo deseo invadió a Edward ante aquella imagen. Finalmente, ella se sentó sobre el pasto. Se acomodó las faldas y abrió un bloc de dibujo. Él no había prestado ni la más mínima atención a lo que llevaba. Había fijado la atención en la esbelta curva de su espalda, el espacio que marcaba esa cintura que él era capaz de abarcar con ambas manos, el modo en que meneaba el trasero con un ritmo hipnótico, y cómo la brisa hacía estragos con sus cabellos, los mechones se iban soltando de las hebillas de uno en uno hasta que la mayor parte de la pesada masa le caía en cascada sobre la espalda. Tenía una hermosa cabellera y él quería coger un puñado para sentir cómo aquella seda fresca y exuberante le quemaba la palma de las manos, igual que lo había hecho la noche anterior cuando la echó hacia atrás y le besó el cuello. Podía imaginar esa melena espesa esparcida a su alrededor al echarla de espaldas sobre el pasto y a él encima suyo, ambos con los dedos entrelazados sobre la cabeza. Cielos, tenía que controlarse. Su misión era seducir y destruir. Y mientras se encaminaba hacia ella, Edward supo que disfrutaría plenamente de la tarea. Una sombra cayó encima de Isabella, de inconfundible forma humana: la de un hombre, con hombros tan grandes que bloqueaban el sol. No tuvo necesidad de mirar para saber de quién se trataba. Su piel estremecida se lo avisó. Alzó la vista y quedó sorprendida ante la imagen de Edward: aquellos ojos verdes, más intensos que un mar tempestuoso; los cabellos cobrizo con vetas doradas, con una aura luminosa que le delineaba el cuerpo y le daba un aspecto de ángel caído del cielo, como resurgido de las tinieblas, y que hubiera venido a la tierra para tentar a los mortales a formar parte de reinos sensuales. Las imágenes de aquel rostro, con esa cicatriz que a ella le había fascinado, de aquella boca sobre la suya, de sus pechos entre aquellas manos grandes, la habían mantenido desvelada casi toda la noche, partida entre el deseo de enterrarle un cuchillo por la espalda o yacer debajo de él. Finalmente, un cansancio absoluto la había arrastrado a unos sueños oscuros e inquietantes, donde él aparecía hostigándola. Pero se propuso que ese día él no la molestaría. -Me estás tapando la luz -le dijo ella, apartando la vista. No le agradó lo que vio al - 62 -

mirarlo a los ojos. Burla, arrogancia. Dolor. Un ínfimo indicio de vulnerabilidad. Imposible: él era tan vulnerable como una serpiente de cascabel. La sobresaltó al arrodillarse junto a ella, sin pronunciar palabra, lo que quizás era más inquietante que cualquier cosa que hubiera hecho hasta el momento. -¿Qué es lo que quieres? Le preguntó ella bruscamente-. ¿Es que esta es tu porción de pasto particular? ¿Mi vestido es del color equivocado? Por favor, dime qué es lo que ha perturbado tu frágil sensibilidad en el día de hoy. -El pasto no me pertenece -replicó él comedido, arrastrando las palabras-. Y tu vestido... -La recorrió con la mirada, examinándola más que minuciosamente antes de volver a mirarla a los ojos-. Tu vestido es perfecto. Hace que tus pechos luzcan increíblemente exuberantes. Son de un tamaño sorprendente para una estructura tan pequeña. Un rubor indeseado le ardió en las mejillas. Jamás un hombre había tenido tan extraña habilidad de impactarla, con tan poco. Edward disfrutaba claramente de su comportamiento perverso, lo que hacía que las reacciones más inusuales que le provocaba fueran tan exasperantes. -¿Estás borracho? -le preguntó. Por su aspecto demacrado, el mentón cubierto de incipiente barba, los cabellos sueltos y salvajes que le llegaban hasta los hombros, y las ropas algo desordenadas, ella no tenía duda de que él había continuado abandonado al alcohol después de que ella lo dejara en los establos. Le respondió con una sonrisa torcida: -Quizás un poco. Isabella se apartó de él. -Bien, no esperes que te salve cuando te caigas y te quiebres tu estúpido cuello. -¿Siempre eres tan cruel con los hombres que miran con lascivia tus notables atributos? -Tú eres el único que me mira con lascivia. -Bien, me cuesta creerlo. ¿Es que esos mequetrefes parisinos no se te echan encima? - 63 -

-Algunos estamos demasiado ocupados con actividades fuera de la alcoba como para preocuparnos por esas cosas. El achicó un poco los ojos y ella supo que había dado directo en el blanco. -Si estás buscando tener algún dato de mis actividades de alcoba -empezó a decirle él con tono sedoso- ¿por qué simplemente no me lo preguntas? Me encantaría satisfacer tu curiosidad. -De verdad crees que eres una increíble bendición para la población femenina, ¿cierto? El se encogió de hombros, ese bloque macizo, de increíble ancho. -Nadie se ha quejado. Isabella estaba segura de que esa era la verdad. ¿No era él quien se las había ingeniado para ponerle las manos en los pechos con increíble velocidad? Mucho peor aún, ella prácticamente había suspirado entre aquellas grandes manos. Alguna expresión en su rostro debió de haberla delatado, porque él le dijo: -Veo que lo recuerdas. Bien. Espero que persista. Dios sabe cuánto persiste en mí. Aquella revelación la sorprendió. Hubiera jurado que él la había olvidado en menos de cinco segundos. Pero esa mirada ardiente le indicaba que él no había olvidado nada. -¿Es que tu mente sólo viaja en una sola dirección? -le preguntó ella con aspereza-. Tal vez si ampliaras tus horizontes, tendrías más temas de qué hablar. Un brillo divertido iluminó sus ojos: -Ampliar mis horizontes, ¿eh? La idea suena intrigante. Sí, ampliemos mis horizontes. ¿Y de qué quieres hablar? ¿Platón? ¿Aristóteles? ¿O simplemente contemplamos el cielo y nos preguntamos cómo empezó todo? -De la igualdad. De eso deseo hablar, aunque dudo que ese sea un tema con el que tú estés familiarizado. Él alzó una ceja oscura, y fingió un insulto: - 64 -

-¿Y a la igualdad de quién nos estaríamos refiriendo? -De las mujeres. -Ah -asintió él-. Suponía que eras una temible reformista, decidida a cambiar la población masculina con tu incendiario llamado de guerra. -Y supongo que tú no tienes ni la más mínima idea acerca de que las mujeres puedan ser tus pares. Debajo de ti, dentro y fuera de la alcoba, ahí es donde las prefieres. -Admito que así es mucho más placentero el hecho de tener que lidiar con tu sexo. -Esa sonrisa torcida que de pronto ella tenía enfrente era absolutamente irresistible-. Pero confiesa, te gusto de todos modos, ¿verdad? -Lárgate. Lejos. -El hombre era indignante. Él cruzó los pies. -La posibilidad de luchar contigo en el pasto me resulta altamente atractiva. -Entonces me marcho yo. -Isabella empezó a ponérsele pie, pero él la cogió de la cintura y la volvió al suelo, poniéndola de frente; ella apoyó las manos en sus muslos, y sintió cómo el calor de su cuerpo la envolvía. -Yo tenía razón -murmuró con la boca peligrosamente junto a la suya. Isabella tragó saliva. -¿Sobre qué? -Tus ojos. Son tan marrones como el chocolate. -Le apartó de la cara un mechón de cabello con suavidad, rozándole la mejilla con los nudillos y provocándole un leve estremecimiento en la piel-. No te marches. Te prometo que me portaré bien. -Tú no sabes lo que es portarse bien. -Es verdad -le dijo con una cautivadora expresión aniñada-, Pero podemos fingir que sí lo sé, ¿verdad? Isabella tuvo que contener una sonrisa. Podía ser encantador cuando quería, y ella sospechaba que muy pocas mujeres -si es que había alguna- se habían resistido. - 65 -

¿Pero por qué intentaba conquistarla a ella? Seducción: de eso debía tratarse. El hombre encarnaba a la perseverancia misma. Bien, tendría que esperar bastante si pensaba que con una sonrisa -aunque era un experto en sensualidad- la derretiría. De repente, se dio cuenta de que seguía suspendida en el aire sin que él la tocara. Rápidamente se apartó y se volvió a sentar. Él cortó una flor de campanilla y se la ofreció. Al ver esa pequeña flor, Isabella se conmovió más de lo esperado; algo le decía que gestos como ese no eran propios de aquel hombre. Pero aún no podía confiar en él. Volvió a poner atención en la vista que tenía enfrente, haciendo el mayor esfuerzo posible por ignorarlo, logro que ella ni tenía esperanza de alcanzar. Abrió el bloc de dibujo y buscó una hoja en blanco, tratando de lograrlo; él dejó la campanilla encima del papel, frustrando los esfuerzos de ella. Casi cogió la pequeña flor, pero se detuvo en el último momento y la arrojó al pasto. Él se puso la mano en el corazón, con gesto de estar profundamente herido por el desaire. Sacó sus carboncillos y estudió el imponente paisaje que se expandía ante ella. Enormes cabos se extendían por toda la costa. Protuberancias cubiertas de hierbas caían abruptamente hacia la bahía. Las moles de rocas bajas y oscuras rodeaban un valle de césped que se desplazaba hacia el este, que cambiaba de formas. La mano de ella comenzó a dibujar sola antes de que tomara conciencia: era del modo que sucedía siempre, dejándose guiar por el tema sin pensar. Pues el pensamiento podía arruinar lo que ella trataba de crear. Estaba logrando bloquear al hombre que tenía al lado hasta que él murmuró: -Carlyle. Olvidando su objetivo de no prestarle atención, Isabella le echó una mirada, lo cual fue un error. Su rostro de perfil era tan endiabladamente bello como el de Lucifer, y tan tenebroso y conmovedor como los acantilados que estaba dibujando. Estaba hojeando distraído el ejemplar de Sartor Resartus. -Es un libro -le dijo ella-. ¿Seguro que has escuchado hablar de ellos? Contienen - 66 -

palabras que a veces pueden resultar instructivas. Te recomiendo que pruebes uno. -He probado algunos en mi vida. ¿Quieres saber cuáles? -Le echó una mirada de soslayo llena de maldad. -No. -Isabella sospechaba que la única sabiduría que podían contener era el detalle exhaustivo de la anatomía femenina-. Estoy segura de que no sería capaz de interpretar el alcance de tu agudo intelecto. Una risa suave, profunda y curiosamente musical brotó del pecho masculino. -Bien, déjame ver si mi "agudo intelecto" me deja recordar lo que Carlyle trataba de transmitir. Si mal no recuerdo, él opina que los miembros de la aristocracia no son más que ociosos preservadores del juego, diletantes y parásitos de la sociedad que pasan sus días cazando faisanes o repantingados en los bailes de gala de Londres, abstraídos de la realidad del mundo exterior fuera de su ilustre estrato social. ¿Es más o menos así? Isabella no quería dejarse impresionar por su conocimiento sobre la obra de Carlyle, pero él había logrado sorprenderla. -Sí que tiene cerebro, milord. Bravo. -Y usted, milady, sigue siendo una perra. Aunque sea una muy bella. Su comentario mordaz, aunque algo endulzado, fue hiriente. -No tengo por qué escuchar esto. -Le arrebató el libro que tenía en sus manos, pero él la sujetó de la muñeca cuando estaba a punto de levantarse. -Quédate. Ella no volvería a caer en eso. -Si no me quitas las manos de encima, te daré un golpe en la cabeza. -Y yo me lo merecería. Pero si te quedas, te hablaré acerca de la isla, sobre la que estás dibujando. Tiene una historia interesante. Isabella se propuso no dejarse llevar por su ofrecimiento, por intrigante que fuera. Sólo lo lamentaría. Este hombre destilaba problemas, y sin embargo eso era exactamente lo que la atraía hacia él. Si Jasper no le hubiese comentado nada - 67 -

acerca de Edward, de cómo rondaba la casa y de cómo su padre había sido impulsado a quitarse la vida, quizás él no le representaría tanta fascinación. Él no merecía ningún tipo de compasión. Se deleitaba con el hecho de no ofrecerle ningún tipo de amabilidad; no obstante, debajo de la fría realidad de que las disculpas mencionadas iban más allá de él, se vislumbraba un atisbo de vulnerabilidad, como si para él significara algo el hecho de que ella se quedara. Ella tiró de su mano para soltarse y se alejó: -¿Qué hay con esa historia? -Él le devolvió el bloc de hojas, que se le había caído de la falda. -Era el sitio preferido de los piratas -le respondió. -Eso no es tan inusual. -Devon siempre había sido el paraíso de los piratas y ladrones: sus ensenadas aisladas y cavernas ocultas eran sitios perfectos para guardar botines robados. -Es cierto -dijo él- pero esa isla en particular fue habitada en una ocasión por los caballeros templarios. Un recuerdo de Enrique II. La leyenda también cuenta que allí habitó una raza de gigantes. -¿Gigantes? -se burló ella-. Ahora sí estás inventando cosas. -No, un grupo de isleños encontraron una cista de piedra enorme con esqueletos que medían casi dos metros de alto. -Sospecho que tú eres un descendiente de ellos -comentó Isabella de manera distraída, examinando ligeramente las piernas largas y musculosas extendidas adelante, el torso bien definido que había estado apretado contra el suyo la tarde anterior, hasta que se detuvo en el rostro, donde el gesto de las cejas la hizo caer en la cuenta de lo que estaba haciendo- Quiero decir... eres alto. Más alto que la mayoría de los hombres. -Un metro noventa probablemente a ti te parezca un gigante. Tú no debes medir más de... ¿cuánto? ¿Un metro cincuenta? -Un metro cincuenta y ocho. -Del tamaño de un bebé. - 68 -

El comentario la irritó. -Quizás sea pequeña, milord, pero las comparaciones terminan ahí. Como debió imaginar, aquellos penetrantes ojos verdes oscuros se sumergieron en sus senos, e Isabella se mortifico al sentir que se le endurecían los pezones. -No, pequeñas no -rebatió en un murmullo ronco-. En realidad, espectaculares. Inquietantes, de hecho. No entran en una sola mano, si mal no recuerdo. El recuerdo de las manos de él en sus pechos la provocó un calor que le subió en forma de espiral. -Es que siempre tienes la mente puesta ahí. -Ciertamente. Soy un pecador insolente, rara vez con buena intención. Hoy más que nunca. Hay algo en ti que estimula mis bajos instintos. -¡Qué halagador! Pero dudo que sea la única mujer que logre esa hazaña. -El rostro frío y hermoso de Tanya Hamilton le vino a la cabeza, imágenes de ella con Edward en la cama, sus cuerpos fundidos, los cálidos labios y las manos que habían acariciado a Isabella con aquel poderoso deseo acariciando a la ardiente viuda-. Quizás deba marcharme si tanto te distraigo. -Prometo no tocarte si no quieres que lo haga. -Se inclinó hacia ella, con la brisa encrespándole los cabellos sedosos mientras murmuraba-. Pero eso quiero. Mucho. No puedo evitarlo. Estoy fascinado por todos esos botones de tu vestido. Isabella le siguió la vista. Los pequeños botones perla recorrían todo el camino desde el cuello hasta la cintura, como fosforescentes cuentas de castidad que mantenían alejados a los libertinos. Al alzar la vista, descubrió al rey de los libertinos estudiándola. -Estás tratando de seducirme, ¿verdad? -Sí -le confesó, con gesto de niño esperanzado-. ¿Está funcionando? La respuesta directa y honesta la hizo menear la cabeza y sonreír, aunque se dio la vuelta para que él no lo notara. Ya se daba cuenta de cómo es que él había sido un calavera tan exitoso. - 69 -

Ella empezó a irse cuando él la asió del mentón para ponerla de frente, forzándola a mirarlo a los ojos. -Mentí acerca de tu nombre, ¿sabes? -Su aliento le voló los vellos de la cien-. Sí te sienta bien. Isabella percibió la intención en sus ojos y lo apartó poniéndole las manos en el pecho. -No... -No, ¿qué? -No me beses. -Sólo una vez. -Avanzó más, casi hasta rozarla con los labios, cogiéndole la mano en la suya y deslizándola por debajo de su abrigo; el corazón de él latía con ritmo fuerte y parejo debajo de la mano de ella. -No. Ella pensó que él insistiría a pesar de sus protestas. Sin embargo, él le murmuró algo al oído: -¿Recuerdas mis dedos en tus pezones? -Aquellas palabras sensuales le provocaron un calor que le recorrió la columna. Quería reprenderlo por su maldad, pero sin embargo le susurró: -Sí. -Estaban tan tiesos y ardientes que quería cubrirlos entre mis labios para comprobar lo dulces que eran. -Bajó los dedos del mentón lentamente hasta la garganta-. ¿Alguna vez has tenido la boca de un hombre sobre tus pechos, amor? ¿O el miembro entre tus muslos, dándote placer de formas que ni te imaginas? -La fina capa de barba crecida en el mentón le raspó suave en la mejilla-. ¿Eres virgen, dulce Isabella? La red erótica que él había tejido se desvaneció. -¡Cómo te atreves a preguntarme eso! -Lo apartó con un empujón en el pecho, pero apenas lo movió. - 70 -

-Ya tengo mi respuesta. -Le aferró la mano y le acarició la palma con el pulgar-. ¿Cómo lograste mantenerte casta tanto tiempo? Ella le arrancó la mano de un tirón. -¡Manteniéndome alejada de hombres como tú! -Es injusto compararme con hombres que no saben un bledo acerca de darle a una mujer lo que realmente necesita. A ese tipo de hombres sólo les preocupa su propio placer. Aunque yo nunca he llevado a la cama a una virgen, te aseguro que te desfloraría con el más absoluto cuidado. Estarías tan atrapada en la fuerza de tu pasión que sólo sentirías un resbaladizo calor cuando te penetrara. El cuerpo traicionero de Isabella reaccionó ante aquellas palabras osadas aunque no se le notó nada en la voz. -¿Es que este tipo de amor verbal funciona con Lady Denali? Si es así, esa mujer tiene menos gusto del que yo pensaba. El endureció la mirada y tensó la mandíbula. -Ella no tiene nada que ver con esto. -¿No? Yo diría que ella tiene mucho que ver con esto. Dudo que apruebe tu conducta. Ya que eres su... Un segundo después, Isabella quedó echada de espaldas con Edward encima, que le apretaba las manos contra el suelo, con una furia en los ojos como una fuerza tangible. -No -le dijo ella lloriqueando, la sensación de tenerlo encima, con su peso sólido, los músculos duros como una roca, que podía ver cómo se movían debajo de la camisa, le confirmaban lo vulnerable que ella era. Estaban demasiado alejados de la casa como para que alguien escuchara si ella gritaba. Pero quería pensar que en realidad él no le haría daño, aunque sabía de sobra lo inconstante que era su temperamento. -Nadie me dice lo que tengo que hacer. Ni Tanya, ni nadie. ¿Me entiendes? -Como ella no respondió inmediata-mente, le gritó-: ¿Entiendes? - 71 -

-¡Sí! Se le movió el músculo de la mandíbula. -Cielos... me vuelves loco. -Ese tono de voz mortificado casi la convence de que así era, y aquella mirada vulnerable volvió a aparecer en sus ojos-. Por favor, sólo bésame. -Edward... -Isabella sabía que debía negarse, pero al tocarla ella se olvidó de todo. De modo tenue, ella le deslizó las manos por los hombros, siguiendo el contorno rígido hasta el cuello, le enredó los dedos en los cabellos espesos y sedosos y humedeció los labios involuntariamente. Él le miró a la boca y de nuevo a los ojos al tiempo que inclinaba la cabeza lentamente. La cálida presión que ejercían sus labios en los de ella le provocaron todo tipo de sensaciones. La intensa palpitación que sentía entre las piernas crecía con cada movimiento de la lengua en su boca. Le encantaba la sensación del cuerpo pesado y sólido, lo volvía real de un modo que jamás había sentido, aunque se daba cuenta de que él tenía cuidado de no apoyarse con todo su peso. La hacía sentir frágil, femenina. Protegida. Esta última idea era extraña, considerando el hecho de que él la había echado sobre el pasto a la fuerza, aunque ella no prefería la suavidad. Lo que ella deseaba era alguien enérgico, fuerte e imponente. Ningún hombre había estado a la altura de la fortaleza de su voluntad, pero este hombre era más que su par. Le aferró las muñecas y las inmovilizó debajo de su cabeza con una sola mano, dejándola indefensa, completamente a su merced. Ella jadeó dentro de su boca cuando con la mano que le quedaba le cubrió los pechos, con los pezones erectos y sensibles. "¿Alguna vez has tenido la boca de un hombre sobre tus pechos, amor?" Nunca, pero deseaba sentir la boca de él en su cuerpo. Se removió de manera inquieta, rozándole con los muslos la dureza que se había erguido entre las piernas de él. El gimió emitiendo un sonido profundo y primitivo y le apretó los pechos. Con la boca encontró su punto sensible en el cuello y con el pulgar jugaba acariciando el - 72 -

pezón a través del vestido. Llevó la mano hasta el primer botón del cuello. A ella el corazón le latía salvajemente cada vez que desprendía uno, y los labios de él probaban cada trocito de piel descubierta. Ella soltó un gemido cuando bajó hasta el valle que se formaba entre sus pechos. Entonces él alzó la cabeza y los pesados párpados de ella se abrieron para encontrarlo observándola mientras desabrochaba los botones que quedaban, apartando lentamente la tela y dejando sólo la enagua que separaba el cuerpo desnudo de sus ojos ardientes. Desenfrenadamente, ella se arqueó para buscarle la boca, con la cabeza echada hacia atrás cuando con la lengua le humedecía el pezón a través de la tela, duplicando el dolor que ella sentía entre las piernas. Luego le cubrió las puntas exquisitamente sensibles y las succionó con la presión justa, como si instintivamente supiera exactamente lo que ella quería. ¿Pero no le había asegurado que ella estaría atrapada en la pasión cuando él la poseyera? Él era un experto en seducir mujeres, hasta ayer la detestaba, le había querido dar una lección. Tal vez aún lo quería. ¿No sería el hundimiento absoluto de ella si alguien apareciera por allí y la encontrara contoneándose debajo de este hombre? ¿Un hombre que acumulaba conquistas en cantidades inimaginables para Isabella? Y además pertenecía a la marquesa, su cuerpo era de su uso exclusivo. Él tenía alguna intención en mente; conquistarla y reclamarle algo. Y ella se lo estaba permitiendo. -¡Basta! -Al ver que él no respondió de inmediato, ella lo tiró del cabello y el pezón se resbaló de su boca. Alcanzó a ver la parte húmeda en la tela de la enagua, la aureola oscura contra la tela, y la vergüenza la invadió. Perezosamente, él rodó hacia un costado. Ella se escabulló por debajo de él y se puso de pié. Él la miró fijamente con los ojos oscuros encendidos y una incipiente furia por el rechazo. -¿La chupé muy fuerte, "su señoría"? Si se molesta en recostarse otra vez, puedo intentarlo de nuevo. Estoy seguro de que esta vez lo haré bien. Ella tenía el pecho tieso y con movimientos bruscos se abrochaba de nuevo los - 73 -

botones del vestido. -Vete al infierno -le dijo con voz temblorosa, con las piernas a punto de colapsar cuando se giró y trató de volver a la casa sin correr.

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Chapter 7 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 7 El último reflejo de un sol agonizante cubrió el mar dejándolo como una pileta roja iridiscente hasta sumergirse detrás del horizonte, que se introdujo en la noche y se posó sobre el paisaje completamente negro retinto. Sin embargo, Edward aún podía distinguir la inminente silueta de las rocas macizas bordeando el muelle, y los dedos azules de la niebla que se enroscaban alrededor de los picos dentados de los acantilados que se abrían paso hacia Morwenstow. Abajo, a la distancia, las construcciones rurales blanqueadas y las casitas de la villa sobresalían como faros. Allí se vivía otro tipo de vida, que poco tenía que ver con la del hombre que alguna vez había estado destinado a presidir la mansión (antes de que sus hábitos en busca de placer lo volvieran ajeno al mundo que alguna vez había conocido). Los inquilinos de su padre, ahora inquilinos de Tanya, eran los únicos que lo trataban como la misma persona que se había criado entre ellos. No se comportaban de modo diferente con él por el hecho de que su destino hubiera cambiado. Y sin embargo, Edward se sentía como si estuviese parado del otro lado de una pared de trescientos metros de altura, con los portones cerrados para él. Quizás la suerte incierta de los pueblerinos, igual que la suya, era lo que lo mantenía unido a este lugar, sumando un lazo más que evitaba que se marchara. Tanya era una intrusa. Ella no entendía cómo eran las cosas. Edward alzó la vista desganada hacia la ventana de Isabella. Tenía las cortinas corridas, pero él sabía que ella estaba allí. Había visto una sombra yendo y viniendo como si estuviese caminando, quizás tan hecha un lío como estaba él. Por mucho que se felicitara por el triunfo de aquella mañana -que de hecho lo había sido, ya que ella había sucumbido y lo había hecho con tanta dulzura que todavía le ardía la huella que ella le había dejado impresa con el cuerpo-, para él parecía no cobrar demasiado entusiasmo. El no había manejado bien las cosas, y esa no era una actitud suya. Al mirar a - 75 -

Isabella, no veía simplemente a la hija del duque de Forks. También veía... a Isabella. Pero no podía permitirse el lujo de distraerse. Tenía que seducirla con la misma decidida crueldad que había empleado en el pasado. No obstante, por un momento fugaz, sintió algo que no sentía desde hacía mucho tiempo. La pérdida de su humanidad. -Ahí estás, querido. Edward se puso tenso cuando Tanya se materializó en la oscuridad, cual meretriz envuelta en una bata color crema, tan refinada y desagradable como una efigie de cera, aunque ella no dejara de creer que lucía joven e inocente: esa era una broma de proporciones monumentales. Cualquier inocencia que Tanya hubiera poseído alguna vez se había deteriorado hacía mucho tiempo. En una ocasión ella le había confiado que había seducido a uno de los mejores amigos de su padre, un viudo solitario, cuando sólo tenía dieciocho años. Lo había descubierto mirándola y se dio cuenta de que él la deseaba. Una vez que lo había llevado a la cama, casi lo deja al borde de la muerte con sus travesuras sexuales y luego se lo había echado en cara acusándolo de ser un rudo viejo bastardo por mancillar a una jovencita, amenazándolo con decirle a su padre que a había violado. Le clavó la estocada final en el ataúd al jurarle que pronto todo Londres se enteraría de lo que había hecho. El hombre se pegó un tiro esa misma noche Edward se alejo de ella. La imagen de ella lo irritaba más de lo habitual. Ese día él había tocado algo puro, algo que jamás había experimentado: una mujer absolutamente inocente a las caricias de un hombre, alguien que había florecido en sus dedos inquietos y su boca ardiente. Se excitaba sólo con imaginar los pechos llenos y erguidos de Isabella, con aquellos pezones dulces y erectos Y fue esa excitación la que Tanya sintió al abrazarlo por la cintura llevando la mano a la ingle, inevitablemente. -Debiste avisarme de que estabas cachondo -le dijo ronroneando mientras lo masajeaba- Sabes que te hubiese complacido. Edward se dejó llevar por la fantasía, permitiéndose creer que era Isabella quien lo acariciaba, Isabella desabrochándole los botones de los pantalones y cogiendo su erección entre sus manos, Isabella masajeándolo con destreza. - 76 -

La imaginaba a ella como aquella tarde, tirada debajo de él entiendo sonidos juguetones, con su deseo como un afrodisíaco embriagador que a él le hacía temblar las manos y sudar a chorros por la espalda, con un único pensamiento vehemente golpeándole el cerebro implacablemente: llevarla a la cumbre del éxtasis y dejarle impresas sus caricias en la memoria. Sin embargo, en algún rincón de su mente, donde aún quedaba una pizca de cordura, él quería que Isabella le echara los peores insultos para alejarlo, sin permitirle ni la más mínima libertad. Cielos ¿es que ella no se daba cuenta de que él no era bueno? ¿No veía el riesgo que corría? Y a pesar de todo, ella se había rendido, se había entregado a su seducción. Ahora, en sus fantasías, él le hacía lo que había querido hacerle en ese momento: subirle las faldas hasta la cintura; y ella con los muslos suaves y tensos abiertos para que él la poseyera, revelándole con los ojos lo mucho que lo deseaba. Él penetró suavemente y la calidez lo enfundó, sintió el fino velo de su virginidad impidiéndole avanzar y vaciló. Él había estado con tantas mujeres que sus imágenes se habían vuelto difusas. Pero ésta era diferente. Isabella era diferente. Él no podía arruinar eso como había hecho con todo lo demás en su vida. Pero ella lo rescató de los pensamientos, arqueándose y atrayéndolo más adentro, más profundo, condenamente profundo y apretado. Tenía el cuerpo en llamas por ella. Quería que sintiera cada embestida, que le doliera cada beso erótico, que le rogara por más. Quería que lo recordara. Y no simplemente como un semental para ser usado cada vez que una mujer necesitaba de sus servicios, sino como al hombre que la había desflorado, como si hubiese estado destinada sólo para él. Y con cada embestida profunda, con cada deslizamiento, cada saboreo de esos pezones que parecían protestar, él trataba de asegurarse de que lo que estaba haciendo era un castigo, su deber, su esperada venganza, en lugar de simplemente agradecerle a Dios por haberle concedido el regalo de su virginidad a un cobarde bastardo como él. Mientras ella arqueaba el cuerpo contra el suyo, con los pezones altos para que él los lavara con la lengua, llevándola al borde de la dulce inconsciencia, la primera convulsión la recorrió como una oleada. Ella apretó los músculos que rodeaban el miembro viril, atrayéndolo a las cálidas humedades, A él le brotó un gemido profundo del pecho cuando alcanzó su propio alivio, con los brazos de ella enroscados alrededor del cuello aterrándolo más y más, como si no quisiera soltarlo - 77 -

nunca. -Mmm... ha sido delicioso -murmuró Tanya a sus espaldas, el sueño se evaporó-. Me corrí con frenesí, imaginando toda esa crema exquisita dentro mío en lugar de quedar desperdiciada sobre mis preciadas orquídeas, aunque sospecho que ahora crecerán el doble de tamaño. Edward sentía deseos de soltar un alarido. Abrió los ojos, con un asco que hervía en su interior. Cielos, ¿en qué estaba pensando? Estaban a la intemperie, cualquiera podía haberlos visto. Bruscamente una mirada hacia la ventana de Isabella, aliviado de encontrar las cortinas aún corridas. Se apartó de Tanya y se abrochó los pantalones, sintiéndose asqueado, furioso y apesadumbrado. ¿Qué había sido de su vida, de su amor propio? En algún momento había sido castrado y ya no podía revertirlo. Caminó hacia el borde de la pendiente y miró para abajo. -¿Qué es lo que quieres? -Un agradecimiento, por el momento -respondió Tanya, con aire de suficiencia-. Debes admitir que tengo unas manos espectaculares. Edward no quería ni pensar en cómo las imágenes de Isabella habían derivado en aquella vulnerabilidad con Tanya. -¿Por qué no vas a buscar a tus invitados? Probablemente estén extrañando el reinado de su reina. -Sí-meditó ella con una sonrisa-, sí que me adoran. Y debo esforzarme por mantenerlos a gusto. Quieren verte, ¿sabes? -Olvídalo. -Algunos de tus viejos amigos están aquí. Desean saber cómo te está yendo. Ese día, más temprano, Edward había visto a Stephan, Liam y a Gigandet llegar juntos. Ninguna de esas condenadas víboras habían sido sus amigos. Los únicos amigos verdaderos que él había tenido era el grupo de hombres que integraban el Club de los Buscadores de Placer -todos solteros confirmados con un único objetivo: la búsqueda del placer de cualquier tipo, con él a la cabeza como miembro fundador. - 78 -

Desde la muerte de su padre él los había evitado a todos, y unos días antes hasta le había prohibido la entrada a Seth cuando el amigo había llegado de pasada a visitarlo antes de continuar viaje a Cornwail para hacerse cargo de Lady Emily Fitz Hugh, cuyo hermano había fallecido sirviendo a la patria. Edward no podía enfrentarlos, no en ese momento en que se había convertido en una burla de la buena persona que alguna vez se había esforzado tanto por ser. En cuanto a Gigandet y a su grupo, prefería morir antes de compartir un segundo con ellos. -Entretenlos tú misma -le dijo con tono tirante- Siempre haces una buena actuación. -Bien -replicó ella malhumorada-. Haz como te plazca. Sencillamente tendré que dejar que esta noche Gigandet entretenga a Lady Isabella. Edward se puso rígido, Gigandet era mucho más inmoral que el. Mientras que una mujer podía adivinar las intenciones de Edward, él era un condenado encantador de serpientes, con su aspecto de rubio bien parecido camuflaba la podredumbre que había debajo. Lo único que tenía que hacer era sonreír y la mujer era suya. Ninguna se daba cuenta de la profundidad de su perversión hasta que estaba con él en la cama y descubría que su idea de placer incluía látigo y venda en los ojos. -Se encaprichó bastante con ella -Tanya continuó su intencionada arremetida-. Aparentemente la vio esta mañana y aseguro haber quedado locamente enamorado. Liam y Stephan son más plebeyos; ellos sólo quieren llevársela a la cama (los dos al mismo tiempo, una deliciosa ménage á trois). Al ver que Edward no emitía respuesta, ella insistió: -Tal vez invite a Gigandet a nuestra alcoba. Confieso cierta ansiedad por comprobar si sus dotes están a la altura de los tuyas, aunque sospecho que se queda corto. -Rió con disimulo, divertida con su juego de palabras-. Sería una noche bastante agradable, ¿no crees? Lentamente, Edward se volvió para mirarla, con el estómago contraído. No podía permitir que ninguno de aquellos bastardos estuviera con Isabella. Tenía intención de reservarse ese placer para él. -Veo que finalmente tengo tu atención -murmuró ella, con una satisfacción maliciosa brillándole en los ojos-. Sabía que no querrías arruinar tu oportunidad con - 79 -

la dama, a quien esta tarde vi ir apresuradamente hacia la casa. Y un segundo después, ahí estabas tú, viniendo de la misma dirección, con una expresión para nada feliz. ¿Qué sucedió, querido? ¿Descubriste que la dama era inmune a tus gloriosos encantos? Me inclino a pensar que ella no resultará una conquista fácil. Sí que tendrás mucho trabajo, ¿verdad? -No te preocupes por mi parte del pacto. Yo puedo manejarlo. -Ah, no lo dudo. Después de todo, ¿quién puede resistirse a ti? -Ella detuvo la vista debajo de su cintura antes de volver a mirarlo a la cara-. Bien, entonces espero verte dentro en cinco minutos. -Empezó a marcharse, luego se detuvo para echarle una mirada por encima del hombro-. Imagino que tendrás algo travieso en mente para hacerme más tarde, considerando el estupendo regalo que acabo de darte, ¿verdad? -No esperó respuesta. Durante toda la tarde Isabella había estado considerando, la idea de enviarle una nota a la anfitriona, diciéndole que no se sentía bien y que no podría asistir al banquete de esa noche. Pero finalmente, se impuso su vena de tozudez, que resultaba ser tanto una bendición como una maldición. Para cierto conde arrogante, el hecho de que no apareciera significaría que la había dejado afectada y se regodearía de ello. Esa idea la incitó a vestirse. Escogió el atuendo con cuidado, vistiendo un traje confeccionado en un género de delicado encaje de color chantillí y cachemir manteca claro, que realzaba sus curvas y le daba un aspecto delicado y femenino. Aún reconfortada por los cumplidos de Jasper sobre su apariencia, Isabella se paseó del brazo de su primo, mientras escuchaba los entusiasmados relatos sobre Lady Alice. Isabella sonreía y asentía con la cabeza, aunque tenía la mente puesta en el suntuoso salón y en quién estaría adentro. -Espero que no estés molesta conmigo por haberte abandonado hoy, ¿no? A Isabella le llevó un instante percatarse de que Jasper le había hecho una pregunta. -No seas tonto. Sabes que soy perfectamente capaz de entretenerme sola. - 80 -

Él le ofreció una sonrisa atractiva. -Soy digno de castigo, señorita. Y dime, ¿qué hiciste hoy? Las imágenes de los labios de Edward fundidos en los suyos y esa boca gloriosa dejándole en la garganta huellas de besos ardientes antes de succionarle los pezones la hicieron contener la respiración. -Estuve dibujando un poco junto a los acantilados. -Son realmente admirables, ¿verdad? -Sí. -Isabella pensó en Edward-. Muy admirables. Él era arrogante, irritante y peligroso, y con todo y con eso la tenía fascinada. Ella se había convencido de que el atractivo era solamente físico, un instinto básico, como había dicho él. Inmoral o no, él era el macho viril más indiscutible que jamás había conocido, y usaba su masculinidad como insignia de honor. Ella se negaba a ser como cualquier otra mujer que él hubiera conocido, de ésas que querían un pedazo suyo para satisfacer su curiosidad. Sin embargo, cuando él ponía la mira en la seducción, resultaba bastante difícil concentrarse en sus innumerables defectos e indecencias. Isabella alcanzó a ver a la marquesa que salía de la biblioteca y dirigirse deprisa hacia el salón comedor que estaba al final del vestíbulo, donde los invitados se estaban reuniendo. Cuando pasaron con Jasper junto a la biblioteca, Isabella echó una mirada dentro. La habitación estaba a oscuras y ella se preguntaba qué habría estado haciendo la mujer allí. Leyendo era una posibilidad improbable. Isabella vaciló el paso al distinguir una silueta negra reclinada en el umbral de las puertas francesas abiertas, con el iluminado solamente por el extremo del cigarro encendido. Sus ojos se trabaron con los de Edward cuando él la vio pasar. Había estado con Tanya, a solas en la oscuridad. Una mujer y su amante. ¿Es que no tenían suficiente por la noche, que también que aprovechar para estar estos momentos juntos? ¿Sería que Edward se quedaba con Tanya no por obligación sino por sentimientos hacia ella? ¿Se habría acostado con la mujer sólo minutos después de que Isabella se le negara? Aquellos pensamientos perturbadores siguieron en su cabeza al entrar en el salón comedor, bañado en una luz tenue. En lugar de utilizar las lámparas de araña, - 81 -

estaban encendidos los de las paredes y cada hendidura sostenía una vela, dándole al lugar un aspecto de cuentos de hadas. La larga mesa de caoba brillaba encerada y la cristalería resplandecía con el oro en contraste con la platería y los ribetes de la vajilla fina. En el medio había un llamativo centro de mesa que la adornaba con flores recién cortadas del jardín. -Se ha superado a sí misma, Lady Denali -comentó uno de los caballeros, al tiempo que tomaba la mano de Tanya para besarle el dorso. Su espesa cabellera brillaba dorada bajo la luz, tenía la piel bronceada y los dientes tan blancos como la mantelería. En resumen, muy apuesto. Sin embargo, cuando posó la vista en Isabella, su mirada examinadora le recordó a la de un halcón que ha detectado la presa. -¿Y quién es esta encantadora criatura? -dijo, evaluándola con mirada audaz-. Creo que no fuimos presentados formalmente. Tanya se adelantó un paso y con una mano en el antebrazo lo guió hacia donde estaba Isabella. -James Witherdale, conde de Gigandet, le presento a Lady Isabella Swan y a su primo, Jasper Whitlock, marqués de Seaton. -Seaton -repitió el conde con una breve inclinación de cabeza antes de enfocarla con aquellos ojos gris plomo-. Encantado, milady. -Le alzó la mano y se la besó, tomándose un momento demasiado largo. Jasper se quedó tieso junto a ella, listo para ofenderse pero entonces el hombre se enderezó, con una leve sonrisa picara en los labios-. Swan. A ver, ¿dónde escuché ese apellido antes? -Forks, ya sabes -murmuró uno de los otros caballeros, un tipo regordete con anteojos de marco de metal, cara de búho y expresión agria. La marquesa lo presentó como Lord Liam. -¿Está relacionada con el duque de Forks? -quiso saber un tercer caballero, Lord Stephan. Era un poco más alto que los otros dos hombres, de cabellos oscuros con algunos mechones grises a la altura de la sien. -Sí-respondió Isabella-. Es mi padre. Lord Liam carraspeó. Ruidosamente. - 82 -

-¿Sucede algo, milord? Claramente a punto de dar a conocer su opinión, él dudó un instante: -Su padre siempre ha causado revuelo en la Cámara de los Lores. Sin ir más lejos, la semana pasada propuso una reforma de la ley Gresham. Perdiendo el tiempo en tonterías, debo decir. Isabella sabía de qué ley le estaba hablando, ya que había tenido un animado debate sobre ese tema con su padre en la cena de la primera noche de regreso a casa. -¿Le parece sin sentido la educación de las clases bajas? -Sí-respondió con un gesto desdeñoso-. Los Lores tienen asuntos mucho más importantes que tratar. -Yo creo que es nuestra responsabilidad, como sociedad, asistir a aquellos que no corren con nuestra misma suerte. El le frunció el ceño: -Lo que necesitamos es mantenerlos en el lugar donde pertenecen. ¿Qué beneficio hay en enseñarles algo? Eso no cambiará en nada su destino. -¿Entonces su oposición se basa en la creencia de que cualquier educación rudimentaria podría causarles disconformidad con lo que poseen? ¿Y la alfabetización podría volverlos susceptibles al abultamiento de la propaganda radical y atea? Él se acomodó el vidrio de aumento en los ojos y la miró de manera displicente. -No necesitamos lidiar con ninguna sublevación. Cuando más saben, más esperan. La ira de Isabella creció ante esta línea de pensamiento tan básica, propia casi exclusivamente de la clase social alta. -Yo encuentro esa opinión propia de una mente muy estrecha, milord. El vidrio de aumento le saltó del ojo y dejó caer la mandíbula como un puente levadizo. - 83 -

-¿Mente estrecha? -Sí. Usted no es capaz de imaginar un mundo más allá del suyo. La emancipación de la mente común enriquecerá el gusto de los hombres y quizás realzará el nuestro, a través de percepciones que ellos obtienen de experiencias que nosotros no tenemos. La sociedad podría beneficiarse de una infusión de nueva sangre intelectual. El humanitarismo verdadero requiere que se tomen medidas para ayudar a aquellos que no pueden hacerlo por sus propios medios. -Ahí está el propio motivo por el cual agradezco que no haya participación femenina en los asuntos políticos de los hombres -comentó él con tono de santurrón-. Significaría la ruina de un país justo. Debería ser lista, jovencita, y preocuparse por temas más concernientes a su género Antes de que Isabella pudiera decirle lo que pensaba de su opinión pedante, la marquesa interrumpió: -Tomemos asiento, ¿les parece? -luego se llevó al hombre aparte. Una mano cálida asió a Isabella del codo con suavidad Sobresaltada alzó la vista y se encontró a Lord Gigandet sonriéndole. La guió hasta su silla y se la retiró para que se sentara pensando que era un error, ya que con certeza ella se sentaría junto a Jasper. Isabella lanzó una mirada rápida a las tarjetas que había frente a los platos. De hecho, la tarjeta del conde estaba allí y su primo relegado a sentarse dos lugares más atrás, junto a Lady Sutherland, que de inmediato lo entretuvo en una conversación. La mirada de Isabella estaba absorta en la silla vacante que quedaba justo enfrente. La silla de Edward, sospechaba, a la izquierda de su amante, destituido de la cabecera de la mesa, donde debió haberse sentado si la suerte no hubiese intervenido. Isabella no podía culparlo por no aparecer; debía de dolerle ser un invitado en su propia casa. ¿Por qué se quedaba? ¿Y donde se encontraba en aquel momento? ¿Aún en la biblioteca, burlándose de todos? Apenas se le cruzó esa idea por la cabeza percibió un cambio en el aire, las voces a su alrededor comenzaron a acallarse, y a ella se le erizó la piel de los brazos. Alzó la vista y miró hacia la entrada. Y allí estaba Edward, apoyado con desgana contra un pilar de mármol, reluciente, vestido con traje negro que se ajustaba perfectamente a su estructura muscular, con el rostro recién afeitado y el cabello - 84 -

ordenado, con la mirada fija en ella. -¡Querido! -chirrió Tanya-. Por favor, pasa y toma asiento. Estaba a punto de comentarle a Lady Isabella que le ordene al chef que preparara varios platos franceses sólo para ella. -¡Ah, Platt! -dijo Gigandet-Al fin nos honra con su presencia el fantasma de la mansión. ¿Cómo has estado amigo? Edward no respondió. En cambio recorrió con la mirada a cada una de las personas presentes, provocando que algunas se retorcieran en sus asientos. Luego se dirigió al bufé con paso firme y se sirvió un trago. Al darse la vuelta, tenía dos copas en la mano. Se dirigió a la cabecera de la mesa. Isabella estudió su copa de vino, con el cuerpo tensándose a cada paso que él daba hasta que estuvo parado justo detrás de la silla de ella. No quiso mirar, pero como pasaban los segundos y él no se movía, se sintió obligada. Al echar una mirada por encima del hombro lo encontró mirándola, con ojos enturbiados. Luego le entregó la copa que Isabella pensó que había servido para Tanya: -Bébelo. Lo necesitarás. Ella cogió la copa sin pensar y lo observó rodear la mesa y ocupar su asiento, con hombros caídos, de modo descuidado y bebiendo el vino a grandes tragos; el desafío emanaba de cada línea de su cuerpo. Era absolutamente ajeno a la mujer que estaba junto a él, quien abiertamente se lo comía con los ojos. Según Jasper, la generosamente dotada Lady Mallory tenía apenas veintiséis pero ya había enviudado dos veces. Aparentemente, los apetitos carnales de la dama eran bien conocidos y recorrió a Edward con la mirada sin prisa desde la coronilla, el cuerpo, hasta detenerse intencionadamente en su falda. A Isabella le sorprendió que la mujer no se lamiera los labios. Pero Edward miraba a Isabella fijamente, como si estuviese enfadado con ella. No se le había concedido la libertad con su cuerpo y estaba molesto. Pero ella no era como ninguna de sus conquistas. El día que se entregara a un hombre, sería bajo - 85 -

sus condiciones. No las de él. La tensión en el salón se acumuló hasta que Lord Stephan rompió el silencio. Se giró en dirección a Isabella y le preguntó: -¿Es usted francesa, milady? -Soy parte francesa, milord -respondió ella al tiempo que bebía un sorbo en busca de las propiedades vigorizantes-. Por parte de mi madre. -Y también es artista -añadió Tanya, con un tono dulcemente condescendiente. -¿Artista? -preguntó Lord Gigandet, que le ofreció de nuevo una mirada evaluadora-. ¿Y qué es lo que pinta, milady? Isabella dibujó con los dedos el borde de la copa de manera distraída. -En general, gente desarrollando su vida cotidiana. La florista, el vendedor de pescado, las prostitutas. -¡Prostitutas! -exclamó Lady Mallory-. ¿Por qué? ¡Eso es escandaloso! Aquel comentario venido de una mujer como ella sonaba ridículo, -¿Y por qué es escandaloso? -Porque ninguna dama respetable debería dirigirles la mirada, ni qué hablar de retratarlas. Isabella emitió un suspiro mental. Muchas veces era capaz de hacer frente a personas con criterios mojigatos, pero esa noche se le estaba acabando la paciencia. -¿Y por eso son menos importantes que usted o yo? -le preguntó con calma-. Tal vez si prestáramos más atención a los motivos por los que una mujer vende su cuerpo, aprenderíamos algo. -Bueno, yo no lo haría jamás -dijo Lady Sutherland con tono arrogante, con las joyas adornándole las muñecas, el cuello y los lóbulos, lo que denotaban que no había conocido otra vida fuera de la de ser una consentida-. A mí no me interesan esos motivos. -¿Inclusive si estuviera muriendo de hambre y tuviera tres niños hambrientos que - 86 -

alimentar? -Isabella había conocido una mujer en esas condiciones (de hecho, a muchas). Ángela no era mucho mayor que Isabella en aquel momento, y sin embargo tenía ojos envejecidos, agotados. Había estado acurrucada con sus hijos en las escaleras de Mont de Piété, donde la gente iba a empeñar objetos con la esperanza de sobrevivir un día más. La muchacha había tratado de encontrar trabajo en una de las fábricas, según le había confesado, pero ninguna le dio empleo. Entonces un caballero bien parecido le había ofrecido dos francos por ofrecerle sus servicios en una callejuela. Eso era lo máximo que ella podía ganar en la fábrica, trabajando dieciséis horas al día. Necesitaba mucho de ese dinero, pero había rehusado. Isabella no había podido soportar la idea de otra mujer utilizada para satisfacer las necesidades sexuales de un hombre y se había prometido encontrarle un trabajo a Ángela. Al día siguiente, un amigo la contrató como criada. Pero Isabella sabía que no podía salvar a todas. Cada semana, las caras nuevas se esparcían por el bulevar entre Gymnase y la Madeleine. Lord Gigandet se burló: -Ninguna persona con autoestima consideraría canjear su cuerpo por dinero.-Fijó la mirada en Edward, esas palabras claramente sonaban a insulto. Edward permaneció imperturbable, vaciando la copa con tranquilidad. Sólo el brillo de sus ojos denotaba los sentimientos asesinos que lo invadían. -¿Qué opinas, Platt? -insistió el conde-. Estoy seguro de que tienes una opinión formada al respecto. El salón quedó en silencio e Isabella se dio cuenta del error al sacar ese tema. Por mucho que Edward la enfureciera, no quería verlo en ridículo. Alzó la vista apenas por encima del borde de la copa para mirar al conde. -Creo que tú lo sabes mejor que yo, Gigandet. ¿No es cierto que el Conde Vulturiaún te anda buscando para darte un garrotazo por tu falta de tacto con la condesa? -Así es -observó Lord Liam, mirando al conde detenidamente- No puedes regresar a París debido a aquel pequeño incidente, ¿no es cierto, Gigandet? - 87 -

-Cállate, imbécil -siseó el conde, sin quitar la vista de Edward; la hostilidad claramente hervía entre los dos hombres. En ese momento entraron un puñado de sirvientes que silenció a todos mientras servían los platos. En cuanto los sirvientes se marcharon, el conde dijo: -Me veo obligado a recordarte que perdiste una buena suma en una apuesta conmigo, más o menos en esa misma época, Platt. Tú siempre fuiste el bastardo más desafortunado en las cartas. Despilfarrabas cada centavo que te enviaba tu padre. ¡Qué vergüenza! Sólo la mano tensa envolviendo la copa denotaba la furia acumulada de Edward. Tratando de desviar la conversación, Isabella comentó: -La comida parece deliciosa. La anfitriona sonrió con placer como si la hubiese preparado con sus propias manos. -Espero que los manjares franceses te hagan sentir como en casa. -¡Qué amable de su parte! -¿Cómo le llamas a esto? -preguntó Lady Denali, levantando una pequeña porción de la comida a la que se estaba refiriendo. -Laitance de Carpe au Xérés. -Cielos, qué exótico suena eso. ¿Y qué es? -Esperma de pescado -replicó Isabella, sonriendo tras la cuchara cuando a Tanya le dieron arcadas y dejó el tenedor ruidosamente en el plato al tiempo que cogía la copa de vino. Isabella creyó ver una fugaz sonrisa torciéndole los labios a Edward antes de que desapareciera detrás de su bebida. -Lo encuentro muy sabroso -observó Lady Mallory con tono contralto hipócrita, deslizando la mirada en dirección a Edward mientras se metía la cuchara en la boca con suavidad y la chupaba saboreando la exquisitez. - 88 -

Los hombres de la mesa quedaron boquiabiertos. En el extremo más alejado. Lord Kingsley, que hasta ese momento había estado callado, le preguntó a Isabella: -¿Vive en Francia, milady? ¿O su hogar está aquí? -Comparto un apartamento con mi madre en Montmartre, pero visito a mi padre siempre que puedo. -Allí es donde yo la encontré -dijo Jasper, al tiempo que le ofrecía una cálida sonrisa-. Con la esperanza de que me complaciera con su encantadora compañía. -Alguien tenía que mantenerte a raya -le respondió ella devolviéndole la sonrisa al tiempo que provocaba risas ahogadas. -Montmartre. -Lord Stephan la miró de manera intrigante-. "Monte de los mártires": creo que esa es la traducción. -Sí. Algunos creen que recibió ese nombre por San Denis, el primer obispo de París y sus diáconos, los santos Rusticus y Elutherius, en el siglo III. Otros piensan que se debe a los mártires desconocidos y enterrados en la cima del monte. -Yo creía que en Montmartre sólo vivían campesinos y meretrices -dijo Lord Liam, con tono coloquial aunque el brillo de sus ojos denotaba fastidio. Isabella notó la furia que se apoderó de Jasper, pero un paladín inesperado habló antes que él. -Ponte un tapón en la boca, Liam -le advirtió Edward, lanzándole una mirada cortante-. O te la callaré eternamente. Liam resopló: -Escucha, Platt... -Cállate, imbécil -le ordenó Stephan en tono bajo-. Habla en serio. Mientras Liam mascullaba algo entre dientes, Isabella miró con fijeza a Edward, sorprendida no sólo porque finalmente había hablado sino porque de hecho la había defendido. - 89 -

Antes de que ella tuviera un instante para admirarse de aquel milagro, él se giró para evaluar, descaradamente, el abundante "patrimonio" de Lady Mallory. ¡Putañero despreciable! Luego dirigió la mirada hacia Isabella, con la ceja levantada, en un gesto interrogante. Alzó la copa a modo de saludo incitante y vació rápidamente lo que quedaba del trago. ¿Cómo que esta celosa Isabella?, ¿ustedes creen que Isabella caerá rápido con Edward o no?, les dejo un adelanto de mi próxima historia, nos leemos mañana El Monje UN LARGO VIAJE AL AMOR... O AL HORROR? Isabella Swan ha emprendido un largo y azaroso viaje de Francia a Inglaterra para dirigirse al castillo de su prometido en matrimonio. El viaje ha resultado en una larga cadena de accidentes y los rumores aseguran que el marido que la espera es de terror. El destino quiere que tras uno de los accidentes, ella y su grupo de escoltas, encuentren refugio en un pacífico monasterio inglés... EL SOLTERO MAS DISOLUTO DE LA CORTE INGLESA... SE HIZO MONJE? Por increíble que parezca Sir Edward Cullen - conocido como "Cara de ángel"- ha abandonado la promiscuidad de la corte inglesa para abrazar una vocación religiosa. Ha realizado tres votos: VOTO DE POBREZA... cosa que no es difícil de cumplir si vives en un austero monasterio en la campiña inglesa. VOTO DE CASTIDAD... este es un poco más complicado, pero qué tentación puede haber conviviendo con un grupo de monjes franciscanos? A menos que una visitante inesperada se convierta en la encarnación de las tentaciones del Diablo... pero siempre se puede esquivar a la bella dama... VOTO DE OBEDIENCIA... este definitivamente complica la vida de Edward. Habiendo prometido obediencia cómo negarse cuando el abad superior le - 90 -

impone la misión de escoltar a lady Isabella hasta el castillo de su futuro marido? Y para empeorar la situación Edward hará un cuarto voto VOTO DE SILENCIO... Edward deberá permanecer callado durante todo el viaje y hasta después de la ceremonia de matrimonio de Isabella . Ese no sería problema si la bella dama no tuviese charla suficiente para cubrir la cuota de los dos y si ella no pusiese en peligro la vocación religiosa de Edward.

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Chapter 8 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 8 Isabella apenas pudo contener el suspiro de alivio cuando la noche se dio por concluida. Jasper rió entre dientes cuando ella aceptó con entusiasmo el brazo ofrecido y la escoltó hasta la habitación. En cuanto estuvieron fuera del alcance de los oídos él comenzó a burlarse del castigo verbal que ella le había proporcionado a Lord Liam. -Se le veía venir -dijo ella con el sentido de la convicción aumentado por la cantidad de vino que había consumido-. Él no comprendería la idea de igualdad ni aunque el Señor descendiera de los cielos y se lo pregonara al oído. Jasper rió ahogadamente. -Eres un encanto, prima, y me complace mucho que hayas venido conmigo. -Necesitabas una testigo responsable para mantener arrinconada a la intransigente madre de Lady Alice-. Isabella vaciló el paso, con las piernas flojas-. ¿Y dónde estaban esta noche? El alzó apenas una ceja en un gesto ceñudo. -A la madre de Alice no le agrada la gente con la que su hermana se relaciona. Isabella no podía culparla por eso, habiendo conocido a las personas en cuestión. -¿Y entonces por qué está aquí? -Está viviendo a costa de las dádivas de la hermana -le explicó-. El esposo perdió todo el dinero en el juego antes de morir indignamente en Leighton Filed, donde fue forzado a enfrentarse a duelo por tramposo. -Ya veo. -Otro triste ejemplo de la absoluta dependencia de una mujer para con un hombre, que la había obligado a quedar desamparada sin hacer nada, ya que su ineptitud la había dejado a merced de otros. - 92 -

Se detuvieron frente a la puerta de la habitación de Isabella sin demorarse demasiado. Ella necesitaba acostarse. -Te veré por la mañana. -Ella se inclinó hacia adelante y zigzagueando levemente le besó la mejilla. Jasper la detuvo poniéndole una mano en el antebrazo. -¿Te sientes bien?- Con preocupación en los ojos. -Por supuesto. Él no parecía convencido. -Hoy bebiste bastante, lo que no es usual en ti. Sé que Liam es un cretino, pero te he visto defenderte de hombres mucho peores que él. Liam representaba la menor de las preocupaciones. Era Edward y su meditabunda presencia en la cena, observándola de aquel modo desinteresado tan suyo, lo que la había mantenido con la copa de vino en los labios. Era capaz de ponerla nerviosa sin el menor esfuerzo, y eso a Isabella la ponía furiosa. Él era despiadado y resuelto. Ella podía leerle su propio hundimiento en sus ojos y se sentía impotente para evitarlo. Era como un río presuroso que arrasaba con todo lo que encontraba a su paso y ella no era capaz de apartarse del camino a tiempo. Si no fuera por esa obstinación absurda que no la dejaba marcharse, ya lo hubiera hecho la primera vez que él la había tocado. -¿Isabella? Isabella se dio cuenta de que estaba parada muda. -Lo siento, Jasper. Esta noche estoy preocupada. -Ya veo. -Se detuvo y le estudió el rostro antes de preguntarle con demasiada astucia-. ¿Sucedió algo entre tú y Edward Cullen? -¿Suceder? -Si Jasper había notado la tensión que había entre ella y Edward, ¿quién más lo habría hecho? -Algo me dice que no escuchaste mi consejo de mantenerte alejada de él. - 93 -

Por supuesto que él tenía razón. Se lo había advertido, pero ella había hecho lo que había querido: -¿Es que te dijo algo? ¿O hizo algo inapropiado? ¿El hecho de que le besara los pechos podía ser considerado inapropiado, aunque ella casi le había rogado que lo hiciera? -Te estás preocupando en vano -finalmente le respondió-. Ese hombre es inofensivo. -Aquella era una exageración de proporciones épicas; Edward era tan inofensivo como un barril de dinamita en un círculo de fuego-. Yo puedo manejarlo. -Otra exageración, aunque ella odiara admitirlo. La expresión de su primo era de escepticismo, pero se rindió. -Si intenta hacer algo me lo dirías, ¿verdad? -Por supuesto. Ahora, de veras necesito dormir un poco -Él asintió con la cabeza-. Buenas noches. -Buenas noches. -Isabella se dio la vuelta, entró en la alcoba y se desplomó contra la puerta cerrada, esperando recuperar el equilibrio mientras se preguntaba hasta dónde llegaría antes de que se terminara la semana. Algo se estaba tramando. Cuando terminó lo que le quedaba del trago, a Edward lo invadió un malestar, al observar a Tanya acercarse sigilosamente a Gigandet, cuya mirada lasciva había seguido a Isabella cuando el primo la acompañaba a la habitación. Juntaron las cabezas; aquel par hablaba en voz baja, Tanya tenía una leve sonrisa dibujada en los labios cuando se separaron. Ella le guiñó un ojo de manera sugerente antes de abandonar el salón, meneando el trasero a modo de obvia invitación. Cuando Gigandet se volvió y encontró a Edward observándolo, lo miró de manera burlona, con una expresión que Edward ya había visto numerosas veces durante el transcurso de su relación y que siempre anunciaba problemas. Edward se puso de pie lentamente, las patas de la silla rasparon fatalmente el suelo y a él le dolían los puños de las ganas que tenía de torcerle la nariz a aquel bastardo y dejársela del otro lado de la cabeza. Se negaba a pensar que aquella rabia tenía algo que ver con el interés de - 94 -

Gigandet puesto en Isabella: por el modo en que a ese canalla se le había caído la baba por ella durante toda la noche, merodeando cerca de aquella manera pretenciosa y confiada que lo caracterizaba, para poder echarle una mirada al escote, o entablar una conversación con ella a solas; para volver a servirle vino cuando aún le quedaba la mitad, o buscando el modo de estar en permanente contacto físico (rozándole las manos con las suyas, o apoyando los dedos en su antebrazo). No, la irritación de Edward no tenía nada que ver con Isabella. Él sencillamente detestaba a ese bastardo sodomita. Para su inmensa satisfacción, Gigandet no le causó más provocación. En lugar de eso, le inclinó la cabeza en un gesto burlón y abandonó el salón. Edward lo siguió un momento después. Algo le decía que Gigandet no se estaba dirigiendo a su alcoba, ni a la de Tanya. Él le había echado el ojo a Isabella y Edward no podía permitir que algo le sucediera. Ella representaba su entrada a la libertad y se iba a maldecir si permitía que aquel condenado la arruinara antes de que él mismo tuviera la oportunidad de hacerlo. Una vez en la planta alta, Edward se quedó en la oscuridad observando a Gigandet, quien también se encontraba allí espiando a Isabella y al primo que conversaban en la puerta de la habitación de ella. Edward sospechaba que estaba esperando a que Seaton se marchara para poder colarse en la alcoba de Isabella, para tomarla de improviso y a la fuerza. Edward apretó los puños a los costados del cuerpo, calculando las maneras más dolorosas de castrar a ese miserable. La idea de dejar a Gigandet incapacitado al reventarle la cabeza contra la pared también era una imagen agradable. Sin embargo, el hombre le negó esa oportunidad al continuar su paso con cautela por el corredor, llegó a pasar casi al lado de Edward y luego se deslizó dentro de la alcoba de Tanya. Ni un sonido de protesta se escuchó desde adentro. En lugar de regresar a su propio cuarto, Edward se acercó más a Isabella y al primo, y alcanzó a escuchar la última parte de la conversación. De modo que la muchacha lo consideraba inofensivo, ¿sería cierto? Un grave error de juicio (que a él le sería útil para cumplir con sus planes). Cuando ella finalmente entró, Edward se zambulló en uno de los pasillos ocultos, desapareciendo de su vista justo cuando el primo pasó por el lugar donde él había - 95 -

estado parado. Los pasos de Edward eran rápidos y precisos al dirigirse por el túnel oscuro hacia la pared ahuecada, donde había pequeños orificios abiertos para que los visores tuvieran acceso a los cuartos de los ocupantes. Miró a través de uno, sólo con la intención de asegurarse de que Isabella hubiera cerrado la puerta. El interludio con Tanya podía no ser suficiente para mitigar la lujuria de Gigandet e Isabella estaba lo bastante ebria como para no ser capaz de defenderse de un hombre. Edward la encontró apoyada contra la puerta, con los ojos cerrados, con el cuerpo tan quieto que parecía estar dormida de pie. Una lámpara de aceite brillaba solitaria sobre la mesa que estaba junto a ella, proyectando su silueta en la pared y bañándola de un tono miel. Se bamboleó apenas y abrió los ojos, parpadeando como para aclarar la vista neblinosa. Sacudió la cabeza y se frotó las sienes. Obviamente, el alcohol la había afectado más de lo que había imaginado. Ella había bebido varios tragos y el coñac que él le había ofrecido era bastante añejo y potente. Con andar vacilante, se apartó de la puerta, tambaleándose se quitó un zapato y luego el otro. Se dirigió hacia la mesita que había frente al espejo y se inspeccionó. Edward se preguntaba si ella vería lo que él veía: los pechos llenos y la cintura estrecha, la piel sedosa y las facciones delicadas, la cortina espesa color castaño que formaban sus cabellos que se habían soltado y que a él lo tenían fascinado al observarla pasarse los dedos a todo lo largo. Luego llevó las manos hacia los broches astutamente disimulados en la parte delantera del vestido, descubriéndose poco a poco hasta quedar frente al espejo nada más que con una modesta enagua de encaje. Maldición, ella lo confundía. A veces parecía ser dos mujeres: una dama de gracia y aplomo, que no sabía rendirse y que peleaba por los derechos de la mujer con tanto ímpetu y tesón jamás visto por él en mujer alguna; y la otra mujer era un tanto insegura, ligeramente vulnerable e inocente de un modo que despertaba en él todo su instinto protector. Permaneció allí largo rato, estudiando su propia imagen reflejada en el espejo y él se quedó cual voyeur, incapaz de retirarse para preservarse. Ella lo tenía hechizado. - 96 -

Le costó respirar al observarla masajearse el estómago con aquellas manos pequeñas de dedos largos y delgados y quedó pasmado cuando ella las deslizó hacia arriba hasta cubrir los pechos, rozándose con los pulgares los pezones erectos que se clavaban en la tela, y el cuerpo respondió estremecido. El apretó los puños contra la pared dura y fría y emitió un gemido que le brotó de la garganta al tiempo que una oleada de calor lo hizo estallar. Abruptamente, como avergonzada de sus actos, ella se alejó del espejo, se sentó sobre el sofá y alzó el borde de la enagua hasta la mitad de los muslos para poder enrollar las medias y quitárselas. Se detuvo a mitad de camino, se apretó la cabeza con una mano y se bamboleó un poco. Se echó hacia atrás y cerró los ojos, con la cara tan pálida que a él lo preocupó, al tiempo que deslizó una mano sobre el cojín donde quedó con la palma hacia arriba y los dedos inmóviles. Se había desvanecido. Edward se quedó clavado allí, tratando de convencerse de que el único motivo por el que aún no se había marchado era porque la puerta de ella seguía sin pestillo. No tenía otra opción más que atrancarla. Por la mañana ella no recordaría si lo había hecho o no. Al día siguiente él encontraría un modo de asegurarle que había sido ella, pero esta noche no tenía más remedio que cumplir con la tarea. Empujó el panel, que enseguida le cedió el paso y entró a la alcoba. Se deslizó sigilosamente hacia la puerta, pero se detuvo cuando ella se movió en sueños; la tira de la enagua se le deslizó por el hombro, y dejó a descubierto el seno izquierdo. La luz de la lámpara de aceite brilló en el fino linón dejando ver sus pechos turgentes y el leve contorno de los pezones. Yacía allí como una tentación, cual fruta madura, lista para la seducción. Podía poseerla en ese instante, apoderarse de su cuerpo esa misma noche, comenzar su tarea de destrucción. En cambio, se inclinó y sopló la mecha de la lámpara, lo que dejó el cuarto a oscuras salvo por el leve resplandor de la luz de la luna que se filtraba entre las cortinas. El rayo le daba en la cara sesgadamente y formaba una onda en el cuerpo cual arroyo de oro blanco, que a él lo torturaba con cada lugar que abarcaba. Al pararse junto a ella, olvidó la puerta. El largo de los cabellos le cubría el hombro y abrazaba la curva de su pecho. - 97 -

Él cogió unas hebras sedosas y las acarició entre los dedos de modo absorto. Aún no se resignaba al hecho de que ningún hombre hubiera reclamado su cuerpo. ¿Por qué? ¿Qué era lo que ella estaba esperando? El amor verdadero no existía, si es que era eso lo que ella tenía esperanza de encontrar. Aquel sentimiento era sólo un soborno para los corazones románticos y tontos. Y él no la consideraba ni una cosa ni la otra. Involuntariamente, ella le había dado los argumentos que él necesitaba para usar en su contra. Él había descubierto sus debilidades, las que toda mujer poseía: el atractivo del amor incondicional. Con el único objetivo primordial de enganchar a algún pobre incauto por sus declaraciones poéticas de devoción infinita, sus heroicos actos de galantería y sus gloriosos lechos de rosas. Y por la fidelidad. Siempre la fidelidad. Era un defecto común, una mujer innata necesitaba adueñarse por completo del corazón de un hombre para que fuera suyo y sólo suyo. Y ahora que Edward se había percatado de lo que había pasado por alto, contaba con ventaja. Para recuperar su vida, aprovecharía toda ventaja que se le presentara. No le quedaba alternativa. Le soltó el cabello, pero esa mejilla pálida y suave se había convertido en otra tentación que lo llamaba con señas. No pudo resistirse. Le pasó un dedo por el mentón, la garganta, por la suave curva de la clavícula, deteniéndose donde los lazos de la enagua sujetaban el canesú. Dejó caer la mano y enroscó los dedos en la palma. "Echa la llave a la puerta y márchate, idiota". ¿Qué diablos le sucedía esta noche? Demasiado alcohol. No, demasiado alcohol. Agotamiento, autodesprecio, apatía. Miró fijamente a Isabella, esperando a que lo embargara la furia, a que apareciera el rencor; pero sólo un dolor sordo se le instaló en el abdomen. ¿Para qué negárselo? ¿Por qué no la miraba, la tocaba y le hacía lo que le viniera en la condenada gana? Él no vivía según la ética moral. No era un caballero y nadie esperaba que lo fuera. Se arrodilló y colocó las manos a ambos lados de los muslos, pero no la tocó. En cambio, estudió los bordados de las ligas sujetando las medias que alisaban esas piernas tensas con músculos apenas definidos. En realidad él jamás había visto unas ligas; solo las había quitado a ciegas e impacientemente. Las de Isabella teman pimpollos de color rojo cereza con hojas verde oscuro. Muy femeninas. Sorprendentemente eróticas. - 98 -

Pasó un dedo sobre una, como memorizando el estampado, antes de deslizar los dedos por la piel que quedaba desierta por encima de las medias. La enagua había quedado más arriba, sólo un trocito de género le cubría la protuberancia femenina entre los muslos. Le dolía la mano de las ganas de deslizarse por debajo del ruedo de encaje y encontrar el centro de ella. Se resistió; enganchó un dedo por debajo de la liga y la aflojó suavemente por la pierna, hasta que la media transparente siguió el rastro. Edward sostuvo la prenda de seda entre sus manos. Se notaba frágil y liviana, y aún tibia por el calor de la piel. Cerró los ojos e inspiró la excitante fragancia de flores e inocencia; un profundo deseo despertó la vida en su interior. Ni se detuvo a pensar por qué se la guardó en el bolsillo. Simplemente se dedicó a quitar la otra liga y la media, hasta que las piernas quedaron desnudas ante él. Se preguntaba qué diablos estaba haciendo, incluso cuando le apoyó firmemente las palmas de las manos sobre las piernas, sintiendo la piel más sedosa que las medias y mucho más tentadora. Sus dedos alcanzaron el ruedo de la enagua, la levantaron hasta un condenado extremo en que le empezaron a temblar las manos. Por efecto del alcohol, trató de convencerse; sin embargo, no pudo avanzar. Alcanzó a ver algo en la parte interna del muslo derecho Con una mano le separó las piernas con delicadeza y con la otra corrió la cortina, para iluminar con un rayo de luna lo que no había logrado distinguir. Una mancha pequeña, perfectamente redonda y hermosa. Peligrosamente cerca del vértice oscuro que lo seducía. Edward inspiró hondo, titubeando al borde de quedar como un pecador o un santo, hasta que se obligó a retirarlas manos de las piernas y alejarse con cuidado. Permaneció largo rato en cuclillas, tratando de comprender qué clase de locura lo había poseído. Sentía escalofríos, el estómago tenso, la garganta seca. Tenía que largarse. Se puso de pie, listo para irse. Pero por algún motivo, se inclinó y alzó a Isabella en sus brazos, se dirigió hacia la cama y la acostó. No estaba seguro de qué intención tenía con ella o de hacerle a ella, hasta que la cubrió con el cubrecama y decidió no hacer nada. La venganza sería mucho más dulce con la voluntad de ella - 99 -

bajo su dominio. El leve clic del picaporte atrajo la atención de Edward, tensó el cuerpo al tiempo que echó una brusca mirada por encima del hombro, el ínfimo crujido del piso de madera lo alertó de la llegada de un intruso. Se esfumó entre las sombras en el momento en que la puerta se abrió lentamente. Una luz tenue que venía del corredor se coló dentro de la alcoba y dejó ver el rostro de la persona. Gigandet. Edward sabía que aquella larva lasciva no se daría por vencida. Había marcado territorio en el momento en que había puesto los ojos en Isabella y ahora tenía intención de proceder. La puerta se cerró con un débil ruido seco y el cerrojo que Edward había ido con intención de estar encontró su sitio Alcanzó a ver la silueta oscura de Gigandet cuando fue a pararse junto a la cama. Vestía pantalones negros y una bata negra y borgoña, traía claras intenciones. Miró fijamente a Isabella, con una ligera sonrisa sádica dibujada en el rostro al pasarle los nudillos por la curva de la garganta: -Eres un bocado -murmuró al tiempo que enganchaba un dedo en el lazo de la enagua para soltarla-. Ahora veamos esas tetas deliciosas. Edward arremetió desde el rincón, el puño impactó en la mandíbula de Gigandet, le hizo crujir fuerte los huesos uno contra otro y envió al hijo de perra rodando al suelo hasta quedar inconsciente. La gruesa alfombra Aubusson atenuó el ruido; un fino hilo de sangre le goteaba del labio. Edward echó una mirada al escuchar el crujido del colchón, pensando que iba a encontrar a Isabella despierta y lista para arrojarle el atizador de fuego en la ingle. Pero ella simplemente rodó hacia un costado. Sin demasiado cuidado, Edward levantó a Gigandet sobre los hombros y abandonó el cuarto de Isabella dirigiéndose al del hombre, que estaba a dos puertas del de Isabella (Edward se dio cuenta en ese momento de que había sido intencionado). Se detuvo en la última puerta del lado izquierdo, levantó el pie enfundado en una bota y abrió la puerta de una patada, sobresaltando a la ocupante que se estaba acicalando en el tocador. - 100 -

Tanya giró al escuchar el ruido en la entrada. -¡Dios mío! -exclamó-. ¿Te has vuelto loco? Sin ceremonias, Edward le arrojó a Gigandet a los pies. Un enorme bulto se estaba formando en la mandíbula del hombre, que por la mañana estaría completamente negro y azul. -¿Qué es lo que le has hecho? -inquirió ella, mirando fijamente y con los ojos bien abiertos a Gigandet, que estaba abajo-. Oh, cielos, no lo habrás matado, ¿no? -No. Pero debí haberlo hecho. -Edward le clavó la mirada cuando ella alzó la vista y notó la furia que hervía en su interior-. Estaba en la habitación de Isabella. Pero tú ya lo sabes todo, ¿verdad? El nerviosismo reemplazó a la mirada sorprendida de ella. -No tengo la menor idea de lo que estás diciendo. -Hoy os vi a vosotros dos juntos. Tú conoces los gustos femeninos de Gigandet. Tú le dijiste algo que lo hizo creer que Isabella le daría la bienvenida en su alcoba, ¿no es cierto? - ¡Dios mío, no! ¿Por qué haría algo así? -Porque te gusta manipular a las personas y no te importan un bledo las consecuencias. La risa abrupta de ella sonó melancólica. -¿Esto, viniendo de ti? ¿Un hombre que anda por la vida sin sentir absolutamente nada? -Yo no envío a otros para que hagan el trabajo sucio. -Tú eres hombre; no tienes necesidad. Nosotras las mujeres tenemos que emplear todos los medios que tengamos a nuestra disposición. -¿Engaño, traición y pretensión? -Si fuera necesario. -Inclinó la cabeza a un lado para dejarle a la vista un ligero moretón en el cuello. La marca de Gigandet-. Simplemente estoy haciendo que las - 101 -

cosas sean un poco más interesantes. Edward apretó la mandíbula. -Esto no era parte del trato. -Nadie dijo que no habría ningún tipo de competencia. Yo no te lo haría tan sencillo, ¿verdad? -Has ido muy lejos. Conoces la reputación de Gigandet. -De primera mano. -Una sonrisa provocadora le torció la comisura de los labios-. ¿Celoso? -Al ver que él no respondía, se puso más hosca-. Él es un poco rudo (a algunas nos gusta rudo). -Isabella no es como tú. La furia centelleó en los ojos de ella. -La muchacha es una maldita pretenciosa. Todo ese sermón santurrón sin sentido sobre la igualdad de las mujeres. Existe una sola manera de ser iguales a los hombres: conquistándolos en la cama. -Ella tiene su opinión. Tal vez tú deberías formarte alguna que tenga que ver con los temas de la cintura para abajo. -Ay Dios, eso sí que es gracioso. El desalmado conde de Platt se preocupa por los temas de la mujer Me pregunto qué seguirá. ¿También te crecerá un corazón? -No cuentes con eso. Lo único que me interesa es mantenerte fuera de mi maldito camino para poder ganarte esta farsa. Ella jugaba con el cinto de la bata. -Imagino que habrás estado metido en el tocador de la dama, ¿y es así como llegaste a convertirte en su caballero errante. La imagen de sí mismo como protector de las virtudes de las mujeres y siendo aquella mujer la hija de Forks, le revolvió el estómago. -Estuve en su alcoba. Y si tú no hubieses interferido, podría haber comenzado a preparar el terreno para su caída. - 102 -

-¿Para llevarla a la cama, quieres decir? -Precisamente. -¿Ya has averiguado si es virgen? -Sí. Lo miró con admiración y envidia. -Trabajas rápido, milord. -Tengo motivación de sobra. -De hecho -Lo miró a través de las pestañas, con una expresión obviamente sexualBueno, ya que te viste frustrado y que me echas la culpa, me complacería tomar el castigo de la dama en su lugar. -Pídeselo a Gigandet -le contestó él al tiempo que giro sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta- A él le agrada el trabajo sucio. El ruido de un jarrón estrellándose contra la puerta cerrada hizo eco en el corredor entero. No es por nada pero que desgraciada esta Tanya, buenos chicas nos leemos mas al rato, cuando suba el otro capitulo

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Chapter 9 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 9 Isabella siguió el sendero que serpenteaba por el borde ti acantilado sintiéndose como si estuviese suspendida en lo alto del mar; la idea de estar suspendida por encima del agua («daba una sensación aterradora aunque curiosamente excitante. Abajo, el agua turquesa brillaba como una joya reluciente con el sol de entrada la mañana; la espuma salpicaba las rocas dentadas y los cabos, que uno tras otro, se encumbraban hacia el oeste, proyectaban enormes sombras que se desplazaban formando extrañas figuras en medio del paisaje enriscado. Los bordes duros quedaban suavizados por una bruma gris, la tierra, el mar y el cielo, todo cubierto con un velo de tono rosa pálido, y las espesas nubes empañaban las puntas escarpadas de protuberancias lejanas. Ella inspiró profundamente el aire con aroma de mar, con el viento fresco como una seda contra su piel que le agitaba los sentidos, la mente nebulosa y los miembros pesados volvían a la vida gradualmente, castigo de su excesiva indulgencia. ¿Qué le había sucedido esa noche que había bebido tanto? Una sola palabra respondió esa pregunta: Edward. Su mirada fija le había puesto los nervios de punta. Por mucho que lo intentara parecía que no lograba quitárselo de la cabeza. Ni en sueños lograba estar en paz. Tenía imágenes vividas de él tocándola, de la mano sobre su mejilla, la palma cálida y grande descansando sobre su muslo, el deseo ardiente de su cuerpo queriendo arquearse contra el suyo, pero incapaz de hacerlo por tener los miembros adormecidos. El aullido solitario de un halcón perforó la quietud que la rodeaba; cual mancha obsidiana contra la palidez del cielo azul, el pájaro quedaba suspendido en una ráfaga de aire invisible, y sus alas extendidas y encorvadas azotaban la brisa. - 104 -

El extremo oeste del valle la atraía -las pendientes pronunciadas cubiertas de pasto bajo, genciana y tomillo, coronadas con una enorme mole de canto rodado -hacia el interior, donde las cordilleras áridas cedían paso a la exuberancia de los bosquecillos y matorrales, había varios valles estrechos muy hendidos rebosantes de árboles y flores color rojo carmesí. Y en el medio emergía el chapitel de una iglesia, como un largo dedo cónico apuntando hacia el impecable firma- ¡Comentó. Isabella se encaminó en esa dirección, quizás pensando en que allí encontraría las respuestas a las preguntas que la asediaban. Un leve movimiento en la cima de la pendiente le llamó la atención. Una silueta alta estaba parada peligrosamente cerca del borde del precipicio, mirando fija y completamente absorta hacia la furia que se agitaba abajo. Isabella disminuyó el paso al acercarse a Edward, ya que temía que un movimiento brusco lo sobresaltara y lo hiciera caer. Él parecía abstraído, distante. Tal vez era por la desolación que provocaba su pose, o la soledad de los alrededores, pero había algo en él que parecía diferente. El perfil dibujado por el sol matinal era desapacible, angustiado. No llevaba chaqueta puesta, tenía las mangas de la camisa enrolladas, unos pantalones de color beige que le marcaban los muslos y unas botas de montar gastadas de color marrón oscuro. Tenía los cabellos cobrizos fustigados por la brisa y pintados como con vetas rojas. Un hombre viril en todos los sentidos, aunque ella nunca hasta entonces lo había visto parecerse más a un niño perdido y solo. Las piedras se desmoronaron a sus pies y le alertaron de su presencia. Giró la cabeza bruscamente y su mirada cortó el aire en dirección a ella. -¿Qué diablos quieres? -La expresión de él fue poco grata, un sabor de desesperanza le acentuaba los rasgos. Ella le devolvió la mirada fijamente, con el corazón que le latía errante. Era un hombre de una belleza asombrosa, tan salvaje como aquel sitio indómito y peligroso, e igualmente temible. Parecía balancearse al borde de la destrucción. Se le notaba en los ojos, tan tumultuosos como las olas rompiendo contra la costa. No la quería allí. Y en ese instante, Isabella realmente creía que él la odiaba. - 105 -

Sabía que debía marcharse, dejarlo con aquellos pensamientos que lo afligían, pero la angustia grabada en ese rostro la hizo permanecer inmóvil. -No quise importunar. Él le dio la espalda y volvió a mirar las aguas turbulentas. El mar reflejaba su propio estado de ánimo, poniendo en peligro a cualquiera que fuera lo bastante irracional como para acercarse demasiado. Pero lo que realmente era irracional era que ella lo creyera capaz de sentir alguna emoción más allá del egoísmo. En muchas ocasiones él había demostrado que actuaba sólo por su propio interés, y que haría lo que fuera para obtener lo que quería. Igualmente ella se le acercó. -¿Qué es lo que quieres? -le gruñó cuando ella se paró al lado. Isabella miró hacia el horizonte. El débil fulgor de las primeras horas de la mañana le había cedido paso al rojo vivo de un sol cálido alimonado que se esparcía en el paisaje como oro derretido. -Hermoso, ¿verdad? -Te agrada la vista, ¿no es cierto? -Las palabras sonaban punzantes como un vez el verdadero motivo por el que estás aquí es para repetir la escaramuza de ayer en el pasto. ¿Es eso, milady? ¿Ya decidió que le agrada sentir mi boca en su...? -Basta. -Ella giró para quedar de frente-. ¿Por qué tienes que ponerlo todo en términos sexuales? No todas las mujeres desean que las lleves a la cama. -¿Ah, no? -Alzó la ceja con gesto sardónico-. ¿Y qué es lo que deseas tú? ¿Amistad? ¿Compañía? ¿Un hombre que ni piense en ponerte un dedo encima? ¿Un hombre que no se atreva a mancillar a la vasija sagrada que eres arremetiendo con su miembro entre tus virginales muslos? ¿Es que acaso deseas algo? ¿O es que siempre has sido frígida? El dardo penetró como había sido su intención, pero era como si él estuviera tratando de alejarla a propósito, detestando el hecho de que cualquiera, y especialmente ella, lo hubiera encontrado en ese momento vulnerable. -Hay muchas cosas que deseo, milord -replicó Isabella con tono acallado-. Tal vez si se tomara un instante para hablar realmente conmigo, en lugar de abusar de mí, lo sabría. - 106 -

-Sé más de lo que imaginas. -¿Y qué es lo que crees que sabes? ¿Que soy una frígida, bruja detesta caballos, capaz de crucificar a cualquier hombre que no esté de acuerdo con mi modo de pensar? -No. Que eres testaruda, problemática y una condenada descarada. -Apretó los dientes y agregó-: Fuerte, segura y valiente -dijo como si le arrancaran las palabras. El inesperado cumplido le agradó. Entonces él se dio la vuelta abruptamente: -Vete al maldito infierno, ¿quieres? Isabella vaciló y se preguntó por qué. El había dejado bien claro sus deseos. Sería una tonta si creyera que Edward necesitaba a alguien, en especial a ella. Se dio la vuelta para marcharse, pero él la alcanzó y la cogió de un brazo para detenerla. -¿Qué estás...? -Quédate. -La frustración le brilló en los ojos, y algo más. Algo oscuro y especulativo. Isabella se propuso rechazarlo, no podía tratarse de alguien confiable. Pero él la forzaba. -¿Qué es lo que quieres de mí? -le preguntó ella. -No lo sé. -¿Siempre eres tan complicado? -Sí. La respuesta honesta la ablandó y sus labios renuentes sonrieron. Él bajó la vista a la boca, pero por primera vez, ninguna intención oculta le afectó ese rostro hermoso, sino más bien una expresión que como siempre era... de deseo. -¿Me tienes miedo? -le preguntó él, buscando la verdad en los ojos de ella. -A veces. El se detuvo y luego dijo: - 107 -

-Tal vez deberías ser más precavida. -¿Me está poniendo sobre aviso, milord? -¿Te sientes advertida? -No. Con esa respuesta se ganó una leve sonrisa a regañadientes. -Sí que eres bien diferente a las demás mujeres, ¿verdad? -Me temo que no -dijo ella, preguntándose si esa verdad le causaría rechazo como a la mayoría de los hombres-. Mi padre desespera con ese hecho. Lo intenta, pero no alcanza a comprenderme. A menudo me mira como si yo fuera un problema desconcertante y sin solución posible. La cara de Edward de pronto se eclipsó y volvieron a aparecer los ojos punzantes, furiosos, -Vámonos -le dijo bruscamente al tiempo que la cogió de una mano y se la llevó, -¿Adonde? El no le respondió, sólo siguió caminando, devorándose el suelo con cada paso, forzándola a hacer dos pasos por cada uno de los suyos. Isabella tuvo que clavar los talones para captar su atención. -Detente. Por favor. Aquella mirada penetrante se fijó en ella de aquel modo desconcertante habitual. -¿Qué sucede? A ella el corazón le latía salvajemente, pero poco tenía que ver con el paso rápido. -¿A dónde vamos? -¿Acaso importa? A esa altura, Isabella no estaba segura de ello. Le agradaba el modo en que sentía la mano de Edward, y aquel brillo posesivo en sus ojos. Y también le agradaba su - 108 -

modo tosco y descortés el modo en que él no se reprimía de nada. Eso era lo que mas le agradaba. Sabía que no estaba bien pasar el tiempo con él Había otra mujer que tener en cuenta, e Isabella jamás había sabido compartir. Quizás se debía a que era hija única. Si algo era suyo, era sólo de ella. Pero Edward jamás pertenecería a ninguna mujer. El ser fiel no estaba en su naturaleza. Aunque un hombre de su tipo contrajera matrimonio, generalmente sólo para obtener una herencia, tendría una amante al lado. Pero eso no tenía importancia. Ella tenía una vida completa y no esperaba que el ser esposa y madre formara parte de su vida. Ella existía más allá de los límites, que era lo mismo que intimidaba a la mayoría de los hombres. Sin embargo, una vocecita en su interior le decía que Edward no era la clase de hombre que se intimidaba fácilmente, si es que alguna vez lo había sido. -Creo que será mejor que siga sola desde aquí. -Trató de tirar la mano para soltarse, pero él la aferró más fuerte, negándose a soltarla. -Estás caliente. -¿Perdón? Él sacó un pañuelo del bolsillo y acortó la distancia que había entre ambos. El corazón de ella se detuvo como un motor cuando lo miró a los ojos. -Estás transpirando -murmuró él. -Ah. -Se ruborizó ella-. Bueno, prácticamente he tenido que correr... -Ssh... -Se le acercó más y con delicadeza comenzó a secarle el rostro, que sólo ardió aún más bajo su escrutinio, el pequeño retazo de tela no se interponía en el contacto de su mano, la calidez de los dedos, el calor de la palma. Todas esas sensaciones se deslizaron hasta la garganta. Y luego al pecho. Allí se demoró, con mirada casi diligente, la tarea se convirtió en una caricia que le dificultaba la respiración. - 109 -

Finalmente, ella se apartó vacilante. -Será mejor que me marche. Él bajó el brazo lentamente. -¿Por qué? ¿Es que te disgusto tanto así? Ella no logró decir sí; tal vez eso lo hubiera alejado. Pero las palabras no le salían. -Esto no está bien. -Simplemente estamos dando un paseo. -Se detuvo y luego continuó-. ¿Crees que te obligaría a hacer algo que tú no quisieras? Isabella deseaba sinceramente decir que sí. Decirle que él era lo bastante despreciable como para forzarla. Pero cuando él la había tocado antes, ella había respondido al instante: su cuerpo se manifestaba bajo sus labios, lo deseaba con cada fibra de su ser. Bajo ningún punto de vista él la había forzado a hacer nada que ella no quisiera. -No -le respondió bajo. -¿Entonces de qué hay que preocuparse? De más cosas de las que ella era capaz de empezar a enumerar. -Quizás es que simplemente deseo estar a solas. -Para salvar lo que le quedaba de amor propio y valor antes de qué él los demoliera. -Ya veo. -Endureció la mandíbula-. Bien, siento que es mi deber asegurarme que llegues a salvo a tu destino. Los acantilados son peligrosos. Un resbalón y te convertirías en carne de tiburones. Seguramente me afligiría si te sucediera eso. El sarcasmo de él en contraste con la honestidad de ella la enojó. -¿De veras? Cualquiera pensaría que acelerarías mi partida de este mundo. -Qué mal me juzgas. -Disculpa mi impertinencia. Olvidé que te iban a canonizar. Edward Cullen, Santo Patrono de los Groseros y Descarriados. - 110 -

La sonrisa divertida que se dibujó en la comisura de su boca no llegó a verla. -Deberías ser un hombre, querida mía. Guardas rencor como cualquiera de nosotros. -Rencor no, milord. Opiniones. -También tienes muchas de ésas. ¿Anoche tu objetivo era desollar vivo a Liam con tu propia lengua? Si era así, hiciste un trabajo admirable. -Me sorprende que lo notaras, considerando lo preocupado que estabas. -¡Maldita lengua impulsiva! Ahora pensaría que a ella le importaba que él no dejara de mirar a Lady Mallory. Él alzó una ceja, torciendo los labios sensuales en un gesto de diabólica provocación. -Estabas atenta, ¿verdad? Me pregunto por qué. -Quizás porque estabas sentado justo enfrente de mí. Uno tiende a darse cuenta cuando un hombre tiene los ojos fijos en el escote de una mujer. Uno pensaría que serías más discreto. -¿En serio? ¿Y por qué? -¿Por respeto, tal vez? -Ah, ahora comienza mi sermón sobre los derechos de la mujer. Ya me preguntaba yo cuando sería sometido a una larga disertación sobre el tema. Bien, estoy listo. Máteme, milady. -Si creyera que serviría de algo, tal vez intentaría tal hercúlea misión. -Ah, pero sí servirá. Estoy absolutamente encaprichado con tu cerebro, ya ves. Funciona de maneras tan intrigantes. Disfruto en particular de tus puntos de vista sobre la prostitución. -Se mofó de ella con brillo en los ojos al decirle- Entonces dime, amor, ¿abrirías las piernas si yo te pagara? Aquel comentario tajante había sido muy desubicado, y antes de pensar en nada ella levantó la mano para abofetearlo. Edward le aferró la muñeca, deteniéndola a pocos centímetros de la cara y tiró de ella con fuerza hacia sí, aplastándole los senos contra el pecho musculoso. - 111 -

-Ya he sido tratado con ese remedio en particular. Esta vez preferiría algo más original. El cuerpo de Isabella hervía de la furia incluso cuando un curioso escalofrío la recorrió al estar tan cerca de él. ¿Cómo podía desagradarle y a la vez querer estar apretada contra el? Se soltó la mano de un tirón. -¿Qué fue lo que me hizo pensar que habría algún hueso redimible en tu cuerpo? Algo centelleó en los ojos de él antes de que la emoción quedara aplacada. -Redimible, ¿yo? Creo que debería sentirme halagado de que pienses que soy alguien respetable. Sin embargo, no lo soy. -Antes de que Isabella pudiera invocar una réplica, el continuó- Ahora, por favor, ¿qué es lo que te irrita tanto de los hombres? Me encuentro fascinado por ti, a mi pesar. Bajo el hechizo de este extraño encaprichamiento estoy experimentando un inesperado deseo de conocerte mejor. -Le rozó la mejilla con un dedo; el gesto parecía una señal de inminente posesión y a ella la recorrió un impulso fugaz de recostarse sobre la calidez de la palma de su mano. -Para ti no soy más que un desafío. Nada más. -Eres un desafío, es cierto. Y en cuanto a eso de nada más, das demasiado por sentado. -El ardor de ella reflejado en la mirada de él le sacó un punto de ventaja-. Y dime, ¿qué opinas acerca del matrimonio? Isabella no emitió respuesta, segura de que él sólo se estaba divirtiendo a su costa. -Vamos -insistió-. Debes tener una opinión formada con respecto a este tema en particular. Después de todo eres tan extrovertida... -Para que lo sepas -empezó ella levantando el mentón-, encuentro al concepto erróneo, a la institución tendenciosa y a las expectativas sofocantes. -Ahora sí nos estamos conociendo. Continúa. Esa era una invitación que Isabella no pudo resistir. - 112 -

-El matrimonio no tiene beneficios para las mujeres mientras los hombres estén gobernados por la idea de sumisión como valor supremo. La existencia misma de ella se torna inútil ya que es impulsada a pasar sus días cual inútil adorno decorativo. Se espera que las mujeres vivan bajo una cúpula de cristal en lugar de llevar algún tipo de vida que tenga sentido. Los labios de Edward formaron algo pareado a una sonrisa. -Un relato impresionante. -Luego citó-: "Las mujeres están destinadas a ser esclavas o juguetes debajo de los hombres, o una especie de ángeles si están encima de ellos". Thomas Henry Huxley, creo. -¿Y eso es lo que usted piensa, milord? -Creo que una declaración como esa omite un elemento primordial. -¿Y cuál es? Él se inclinó hacia adelante, acariciándole la mejilla con el aliento cálido. -La pasión. Isabella trató de no pensar en las imágenes que esa palabra evocaba o en lo extraña que la hacía sentir su cercanía. -Se supone que las mujeres no son apasionadas, milord. Es más, nuestra falta de pasión es una idea universalmente aceptada como un hecho. Asumir lo contrario sería indecente. -Entonces, supongo que tú quedarías excluida de esa conjetura. Isabella no quiso responder a aquel cumplido inesperado, ni a su mirada, pero definitivamente sintió flojearle las piernas cuando dijo: -Creí que me encontrabas frígida. A él parecía fascinarle la curva de su cuello. -Tal vez sencillamente pienso que posees mucha más pasión de la que te permites expresar. Quizás no seas tan libre como te crees. -Tonterías -se burló ella y sin embargo ese comentario quedó sonando en su - 113 -

mente. ¿Es que ella temía dar rienda suelta a su deseo?- Sólo porque te permito seducirme -al margen- no quiere decir que me hubiera contenido de haberme interesado... -¿Qué? -la apuró él cuando ella vaciló. Se vio forzada a mirarlo de frente. -En hacer el amor contigo -le respondió. -Déjame aclararte algo -le dijo con tono ronco de modo perturbador-. Tú no me permitiste seducirte; tú tenías deseos de que te sedujeran. Hay una diferencia. Y aún no lo han hecho debidamente. Pero no por falta de intento, te lo aseguro. -Antes de que ella pudiera disentir ante su arrogante suposición, él continuó-: Entonces, con este débil punto de vista que tienes acerca de la población masculina, ¿debo asumir que no tienes intención de casarte jamás? -Me he resignado a ser soltera. -Hábilmente expresado, mi amor. Pero no responde a la pregunta. -¿Por qué una mujer inteligente querría casarse? -argumentó ella en contra, mientras observaba un zarapito que alzó el vuelo desde un árbol a lo lejos, pensando en todos lo sueños que había tenido acerca del hombre con el que alguna vez se casaría, y en cómo esos sueños habían comenzado a desmoronarse al darse cuenta de que ella no poseía las cualidades que un hombre apreciaría en una esposa. Edward la asió del mentón para mirarla de frente, con los dedos cálidos en contacto con la piel de ella. -Por el mismo motivo que un hombre querría casarse -murmuró al tiempo que le acariciaba la mejilla con un dedo-. Amor, compañerismo. Hijos. Hijos. La sola idea a ella le hacía doler el corazón. Se alejó de él. -El esposo goza de todos los derechos. Puede llevarse a los niños si quiere. Puede negar el dinero y los bienes, tener una amante abiertamente. Pero si la esposa demuestra ser desobediente, o peor, infiel, un divorcio fácilmente lo beneficiaría a él. De modo que la palabra "esposa" simplemente es sinónimo de "esclava". -No todos los hombres son como los describes. - 114 -

-Pero eludes el tema -la presionó implacablemente para obtener una respuesta. Isabella apartó la vista de él, observando cómo la brisa agitaba los pastos altos. -Quizás me casaría si encontrara al hombre indicado. Aunque dudo que exista. -¡Cuánta desfachatez viniendo de una joven! Aunque sospecho que tienes razón; los hombres somos unos patanes. Sin embargo, mi curiosidad necesita saciarse. ¿Qué tipo de hombre se ganaría tu corazón? Isabella se inclinó para coger una florecilla salvaje y acarició los pétalos. -Alguien afectuoso que se preocupe por los demás. Alguien con quien se pueda hablar, que piense que mi opinión es importante. -Ella alzó la vista y quedó capturada por la intensidad con la que él la miraba-. Y principalmente, quiero a un hombre que jamás piense en mirar a otra mujer en busca de consuelo. Y deseo honestidad, porque sin ella no existe nada más. El la miró largo rato, a través de aquellas pestañas espesas, con el viento alborotándole los sedosos cabellos oscuros, y ella se descubrió curiosamente impaciente por escuchar la respuesta. -Al parecer requieres todo lo que yo no soy. Supongo que no me puedo considerar un candidato favorable. -Un momento de silencio los envolvió hasta que él dijo con tono sorprendentemente amable-: ¿Me creerías si te dijera que estoy decepcionado? Ella quería hacerlo. Y cuánto lo quería. -No, no lo creería. Él hundió las manos en los bolsillos, y la observó con mirada indescifrable. Isabella no entendía por qué su silencio le dolía... Pero así era. Aterrizó de las emociones extrañas en busca del confort de las conocidas: -¿Hay algún motivo por el que estés levantado tan temprano esta mañana? -Quizás queriendo provocarlo añadió-: No te consideraba un hombre que se levante antes de la hora en que sirven los tragos. Una leve expresión sardónica le suavizó las líneas severas del rostro. -Tu tendencia a hablar sin rodeos es renovadora, dulce, pero mis heridas sanarían - 115 -

más rápido si no me encontrara tan a menudo del lado contrario, recibiendo tus proyectiles verbales. -Quizás entonces no deberías provocarme. Él arrugó apenas los ojos con gesto divertido. -Lo tendré en cuenta. Aunque debo confesar que te encuentro un verdadero espectáculo cuando tus pasiones te excitan. Isabella sintió la cara ardiendo, la invadían imágenes de la boca de él presionando íntimamente la suya y otros lugares del cuerpo. -Si ese fue un comentario solapado... La sonrisa que de repente se le dibujó en la comisura de los labios al adelantarse un paso hacia ella era carnal. -Tenías la mente en los bajos fondos, ¿verdad? -No, yo... -Ella retrocedió un poco, tratando de poner distancia entre ambos, pero su pie chocó con una roca sobresaliente y se tambaleó. Edward arrojó el brazo como una faja de hierro y la cogió por la cintura mientras tiraba de ella hacia delante, las faldas de ella le rozaron las piernas. -Cuidado -murmuró él mirándole fijamente los labios como si quisiera besarla. A ella la recorrió un estremecimiento, con la esperanza de que él no lo hiciera, y sabiendo que no debería hacerlo. -No. -Ella lo empujó del pecho, con las palmas marcadas por el calor del cuerpo masculino. El pareció no escucharla. Tenía la atención demasiado fija en la boca. Inclinó la cabeza y un instante después, la rozó con los labios como si fueran las alas de una mariposa, suave e increíblemente tierna. Antes de que ella tuviera la oportunidad de saborear el beso, él se apartó y la soltó. Isabella se tocó los labios tratando de calmar el hormigueo provocado por la cálida presión de su boca. -¿Es que nunca piensas en pedir primero? - 116 -

-No cuando veo algo que quiero. -La miró a los ojos con firmeza y siguió-: ¿Querías que te lo pidiera? Ella no sabía ni lo que quería. Jamás un hombre la había aturdido tanto, ni causado emociones que se agitaban con tanta turbulencia. -No creo que debas andar besándome. -¿No crees? -No deberías. -Bien, me alegra que uno de los dos esté seguro. -Enroscó una mano en la suya. Parecía ser algo de su propiedad por el modo en que la tomaba, pero a ella no le importaba. Ya no quería seguir peleando. Caminaron uno junto al otro, alejándose de la casa y adentrándose más hacia la frondosa campiña. El chapitel de la iglesia que había visto más temprano apareció a la vista. Ella se detuvo en la cima de la pendiente para mirar hacia abajo la vicaría gregoriana asentada en la base de la colina. Estaba cubierta de hiedra y unos árboles altos asomaban por encima de una pared desmoronada; suponía que alguna vez se habría usado como muralla para evitar la entrada del enemigo. Ahora una exhuberancia de vividas flores silvestres suavizaban los bordes. -Es preciosa -murmuró ella-. ¿Cómo se llama? -San Nectan. -¿Podemos bajar? -Al no recibir respuesta, lo miró. Su perfil parecía esculpido en piedra cuando miraba la iglesia, le aferró la mano con más fuerza, de manera casi imperceptible. Finalmente, hizo un gesto abrupto con la cabeza y bajaron la colina. Una sensación de incomodidad invadió a Isabella: una sensación de estar descendiendo hacia un destino del que no habría retorno.

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Chapter 10 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 10 La iglesia daba al este, tenía un jardín delante; un muro antiguo la separaba de la extensa pendiente del frondoso valle verde que había abajo. En la parte oeste de la edificación había hastiales, con una bóveda alta construida en el centro del muro. Una enredadera de color verde pálido trepaba por las piedras. Con la mano aún fuertemente agarrada, Isabella dejó que Edward la guiara hacia la parte norte de la iglesia, donde una ventana perpendicular le daba el rasgo característico a la capilla. La puerta central se abrió a un espacio cavernoso. Al entrar, el aire olía algo mohoso y un silencio apacible los rodeó cuando entraron en el interior. Prismas de luz solar penetraban a través de las ventanas de vidrios de colores y se proyectaba en el suelo como un caleidoscopio. Avanzaron sigilosamente por la nave lateral y se detuvieron ante el altar como si fueran a confesarle sus pecados a Dios (o a comprometerse en matrimonio desde ese instante y para siempre). Aquel había sido un pensamiento extraño e Isabella lo reprimió, concentrándose en cambio en el espacio cuadrado empotrado en la pared de encima del altar, donde aún se lograban distinguir tenues vestigios de un fresco de Cristo contemplando a sus devotos. Ella echó una mirada alrededor del sitio y advirtió la columna de la escalera que daba al piso de arriba, donde sospechaba vivía el vicario. Una ventana pequeña con dos rosetones de cinco lóbulos le permitía al sacerdote mirar hacia dentro de la capilla; la altura del alféizar desde el piso daba idea de que debía servir como sitio para orar. Como si lo hubiera invocado con sus pensamientos, se abrió una puerta lateral y una gruesa columna de luz natural se coló dentro de la iglesia, haciendo desaparecer las sombras y la brisa levantando motas de polvo que danzaban en el aire cuando el vicario se paró en el umbral. Tenía una rebelde masa de cabellos blancos azotados por el viento y las mejillas coloradas por el sol. Traía en la mano un - 118 -

ramo de flores recién cortadas. Una sonrisa cálida y acogedora se extendió por su rostro. -Hijo querido -le dijo con tono sereno, al tiempo que se acercaba a ellos-. ¿En verdad eres tú? Isabella quedó fascinada con la transformación que invadió a Edward; fue como si cualquier tumulto interno que hubiese estado acarreando hubiera desaparecido. El vicario se acercó y tomó las manos de Edward entre las suyas. -Ha pasado mucho tiempo. -Dos años. El rostro del vicario se ensombreció. -Sí. Dos años. -Luego iluminó a Isabella con la mirada y le ofreció aquella sonrisa cálida-. ¿Y quién es esta encantadora señorita, milord? Una expresión incómoda se filtró en el rostro de Edward al responderle: -Ella es Lady Isabella Swan. De repente el vicario miró bruscamente a Edward, con un gesto de alarma en el rostro. Pero la mirada de Edward estaba posada en ella intencionadamente, como evitando a propósito la mirada del hombre. -Milady, él es el vicario Vladimir. Ha estado aquí desde antes de que yo naciera. Isabella se inclinó haciéndole una leve reverencia. -¿Cómo está, señor? El vicario volvió a mirarla lentamente, aún con aquella expresión extraña dibujada en el rostro. Se aclaró la garganta, y lanzó una última mirada a Edward, que se había apartado para examinar el retablo. -Encantado de conocerla, milady. ¿Puedo preguntarle qué la trae a nuestra tranquila aldea? - 119 -

-Estoy asistiendo a una fiesta en la casa de Masen con mi primo. -Ya veo. -El vicario siguió mirándola con incomodidad-. Espero que esté disfrutando. -Sí, gracias. El hombre le volvió a echar una mirada a Edward por encima del hombro quien, alejado del retablo que estaba contemplando, ahora se hallaba parado en una puerta lateral abierta. Por encima del hombro, Isabella alcanzó a ver el cementerio que había afuera, las lápidas de los difuntos dispuestas en hileras prolijas, con monumentos grises y cuadrados. Edward estaba parado tan quieto que parecía tallado en el mismo granito. -¿Si me disculpa? -le pidió permiso el vicario con tono distraído. -Por supuesto. -Isabella observó al robusto párroco acercarse a Edward y ponerle una mano en el hombro. Un momento después atravesaron la puerta, y el reflejo del sol que se los tragó como si hubieran desaparecido en las puertas del cielo. Una vez más, una sensación de desasosiego invadió a Isabella y se preguntó qué era lo que estaba sucediendo. Cuando ella y Edward había comenzado a bajar la colina, lo había sentido ponerse cada vez más tenso hasta que le pareció tan frágil que pensó que podía quebrarse. -Hola. Isabella se volvió sobresaltada. A unos pocos metros estaba parada una mujer mayor corpulenta, con la cara redonda y anteojos de marco delgado encaramados en el puente de la nariz, magnificando unos ojos brillantes que parecían contradecir la edad de la mujer. -La he asustado -dijo con tono amable, al tiempo que se acercaba y tocaba apenas la mano de Isabella-. Pensé que me había oído entrar. Soy Margaret, la esposa del vicario. -¿Cómo está? - 120 -

-Un placer conocerla, querida. Lady Isabella, ¿verdad? -Sí, pero... -Escuché por casualidad la conversación que mantuvo con mi esposo. Por favor, no piense que estaba escuchando a escondidas, estaba en el foso del coro ajustándole un pedal flojo al órgano. -Señaló una estructura de piedra ubicada justo arriba de la entrada de la iglesia-. Mi esposo es muy brillante cuando se trata de dar sermones, pero me temo que no posee aptitudes para reparar cosas. Venga, siéntese conmigo. Isabella la siguió y se sentaron en el primer banco, mientras echaba una mirada a la puerta lateral con la esperanza de ver a Edward. Había algo que lo perturbaba. Más ahora que cuando lo había espiado parado al borde del acantilado. En un instante de absoluta claridad Isabella creyó entender quizás parte de lo que estaba sucediendo. -¿El padre de Edward está sepultado aquí? Margaret se giró para mirarla, con un deje de tristeza en los ojos. -Sí. Sepultado desde hace ya dos años en la parcela familiar, junto a su esposa, Lady Esme. -Desvió la mirada hacia la vieja cruz de piedra que se erguía detrás del altar como un centinela-. Jamás creí que vería a ese muchacho volver a entrar en esta iglesia. El día que estaba parado sólo bajo el árbol donde está enterrado el padre vi como lo abandonaba toda la bondad. Algo se murió dentro de él al fallecer el padre, y ni mi esposo ni yo pudimos ayudarlo. Ella se volvió para mirar a Isabella. -Carlisle era un hombre maravilloso. Amaba a este muchacho con todo el corazón. No había padre que quisiera más a un hijo. Isabella vaciló y luego hizo la pregunta que ya no podía quedar sin formularse. -¿Es cierto que el padre se suicidó por las deudas? La mujer la miró fijamente, con el ceño fruncido añadiéndole más arrugas. -¿No lo sabe? -¿Saber qué? - 121 -

Margaret meneó la cabeza. -Pensé que quizás... Pero no, él no es así. -No comprendo. La mujer tomó a Isabella de las manos y las aferró con gesto tierno. -Sea paciente con él. El muchacho ha sufrido muchísimo y se ha convertido en un hombre que ataca al mundo. Él nunca fue así. Yo lo recuerdo como un chico inteligente, sonriente, que se preocupaba por sus animales y que era amado por los lugareños. A Isabella le resultaba difícil imaginar al hombre de quien Margaret hablaba con tanto afecto. Ella sólo había conocido el lado oscuro de Edward, salvo por fugaces destellos de algo que había debajo de su severa apariencia externa y que ella se debatía por comprender. Bajo las capas de subterfugio existía un hombre profundamente vulnerable, y ese era el hombre a quien ella deseaba conocer desesperadamente. -El jamás trajo a nadie hasta aquí-comentó Margaret, como si aquello fuera importante que Isabella lo supiera-. Incluso cuando su padre murió mantuvo a todo el mundo alejado. Yo tenía esperanza de que cuando regresara... -Las palabras se desvanecieron y una vez más ella miró hacia la cruz, quizás en busca de consuelo. Cuando por fin volvió a mirar a Isabella había un brillo de renovada determinación-. ¿Haría algo por mí? -Si puedo... -Lo único que pido es que trate de comprender a Edward. No se apresure a juzgarlo como lo hicieron muchas otras personas. Creo que él piensa que decepcionó al padre y día a día la carga se le va haciendo cada vez más pesada Él y su padre eran tan parecidos... Al morir Lady Esme, el conde trabajo aún más duro para darle a su hijo la vida que creía que merecía, y cuando las cosas se derrumbaron... -Meneó la cabeza con tristeza. Un sonido que venía de la puerta les hizo alzar la cabeza a ambas. El vicario estaba parado en el umbral, con los hombros caídos, con una mano afirmada en el marco, la cara pálida y la respiración entrecortada, como si hubiese estado corriendo. A Isabella el temor le sacudió el cuerpo. - 122 -

Se levantó con rapidez, al tiempo que la esposa preguntaba: -¿Qué sucede, esposo? -Su señoría... está fuera de control. Isabella no esperó a escuchar nada más. Fue al encuentro del vicario que estaba en la puerta. -¿Dónde está? -No, milady. Es muy peligroso. Está de un humor terrible. Temo que puede hacerle daño. -No me hará daño. -¿Cómo lo sabía? No podría decirlo. Pero lo sentía en el corazón-. ¿Dónde está? Antes de responder, él titubeó mientras miraba a su esposa, que le hizo un gesto afirmativo con la cabeza: -Cerca del páramo norte. Un instante después, Isabella ya había salido. Encontró a Edward parado en medio de una pila de escombros, con piedras esparcidas por todo su alrededor, las ramas caídas de los árboles cercanos y las flores sembradas junto a una lápida, arrancadas del suelo. Isabella no tuvo necesidad de ver para saber a quién pertenecía. -Edward -lo llamó con voz suave. El cuerpo entero de él se puso rígido. -¡Lárgate al diablo de aquí! -le dijo bruscamente, advertencia que a cualquier persona cuerda la hubiese hecho retirarse. Y sin embargo Isabella no podía irse, no podía dejarlo sintiendo esa frustración. Se acercó hasta su lado y él la acuchilló con la mirada. Ella jamás había visto tanto dolor en los ojos de un hombre, tan absoluta desolación. -No lo entiendes, ¿verdad? - 123 -

-Creo que sí -murmuró ella-. Al menos en parte. -Cielos -dijo en voz baja apenada-, ¿qué es lo que estoy haciendo aquí? Antes no veía la hora de largarme de este lugar Sentía una condenada ansia por dejar todo atrás y encontrar otra cosa, algo diferente... Aquí no había nada más que la tierra y el mar, ambos desplegándose ante mí como un enorme abismo. Todo lo que yo deseaba estaba afuera, esperando a que yo fuera a tomarlo. No quería pasar el resto de mi vida siendo un honrado criador de ovejas. No quería convertirme en mi padre. No quería su herencia. -No hay nada de malo en eso. Si lo hubiera, entonces yo también sería culpable. Yo me revelé contra la vida que me habían trazado simplemente porque era mujer. -No es lo mismo. Tus padres... -Cerró la mandíbula con fuerza, al apretar los dientes se le movió un músculo. -¿Qué? -preguntó Isabella con delicadeza. Una intensa emoción le talló la boca. -Nada. -Edward, por favor... háblame. Él giró la cabeza bruscamente, con un brillo renegrido en los ojos. -¡Tus padres no son como los míos! Ahora déjame en paz. Guárdate tus sentimientos tiernos para alguien que le interese. No te pedí que fueras mi condenada salvadora. -Tal vez eso sea exactamente lo que necesites. Él soltó una risa corta y amarga. -No de ti. -Desvió la mirada y repitió en voz baja- No de ti. Sus palabras le dolieron más de lo que ella imaginaba. Él era como una marea que la alejaba y la empujaba hacia atrás, necesitándola pero sin quererla, dejando sus emociones en un constante estado de convulsión. -Edward... -Ella apoyó una mano en su antebrazo, pero él la apartó de un tirón. - 124 -

-Vete -replicó con aspereza, con tono gélido-: Ahora, antes de que haga algo de lo que me arrepienta. -Sólo le concedió un momento para obedecer, tal vez en realidad sin intención de darle la oportunidad a que lo eludiera, luego la cogió de los brazos, hundiéndole los dedos en la carne, y la atrajo hacia sí con fuerza. La besó con fuerza y brutalidad, como queriendo castigarla en lugar de permitirle ver su dolor. No le importó que estuvieran junto a una iglesia, ni que el vicario y la esposa pudieran estar viéndolos. Isabella lo empujó en los hombros, luchando por liberarse, pero él la inmovilizó enroscándole el brazo en la cintura al tiempo que la hacía retroceder empujándola contra un árbol, con el cuerpo rígido y caliente amoldándose estrechamente contra el suyo mientras que subía una mano y le apretaba los pechos. Aunque forcejeaba, ella arqueaba el cuerpo debajo de él, se le endurecían los pezones y los presionaba contra la palma de la mano desenfrenadamente. Le rozó las puntas erectas con los pulgares y un gemido brotó de la garganta de ella. Apartó la boca de golpe. -Edward... por favor... El la siguió torturando un momento más, luego maldijo por lo bajo y se apartó de un empujón, dejándola con el árbol como único punto de apoyo. Ella tenía las piernas débiles por la fuerza de la arremetida (al igual que por el deseo que él tan fácilmente le provocaba). Se pasó una mano por los cabellos y ella notó que estaba temblando; eso le demostró que él no era tan frío e indiferente como quería hacerle creer. La esposa del vicario le había pedido que lo comprendiera, ¿pero a qué precio? Lo que sea que se estuviese fabricando entre ellos se estaba volviendo un delirio que parecía salirse de control y ella no sabía cómo detenerlo. -Edward -repitió con tono suave, la petición quedó casi perdida con el viento que se levantaba y el rugido de las olas debajo de ellos-. Háblame. -Ni siquiera eres capaz de distinguir tu propia destrucción parada enfrente de ti. -La miró sin mostrar ningún tipo de emoción-. Acércate de nuevo y te prometo que te daré lo que estás pidiendo. -¿Qué es lo que estás diciendo? - 125 -

-Cielos, eres virgen de verdad. Muy bien. Déjame deletreártelo. La follaré, su señoría. Vuelve a tentarme con tu ofrecimiento de falsa bondad y te daré toda la gratitud que tu ceñido cuerpecito sea capaz de recibir. Al mirarlo ella se daba cuenta de que trataba de herirla a propósito, para alejarla. -Mi ofrecimiento no es falso -le dijo con voz temblorosa-. Quiero ayudarte. -¿Ayudarme? -Una sonrisa salvaje le torció los labios mientras la recorría con la mirada de modo grosero- Entonces échate al pasto y abre las piernas. -Avanzó hacia ella hasta encumbrarse imponente y se inclinó hacia adelante hasta que con su aliento le calentó la piel de detrás de la oreja-. Dicen que soy bueno. ¿Quieres comprobarlo? Isabella lo empujó. -¿Qué es lo que te lleva a ser tan cruel? -¿No imagina el motivo, señorita? ¿Un alma perdida que salvar? -Torció la boca en un gesto hosco-. Me temo que llegas demasiado tarde. - No te creo. -Él la miró de manera tan agresiva que ella se ruborizó. Se obligó a sostenerle la mirada-: No hay hombre cuyo semblante refleje tanta frustración que no sienta arrepentimiento. Si necesitas un amigo, aquí estoy. Si necesitas un confidente, te escucho, -¿De eso se trata todo esto? -le preguntó burlonamente-. ¿De ser mí amiga? ¿O es que quieres escuchar los detalles de la cobarde muerte de mi padre? ¿De cómo saltó desde un acantilado y el cuerpo quedó tan magullado cuando lo rescataron de las rocas de abajo que hubo que dejar el féretro cerrado? ¿Es que eso calma tu insaciable curiosidad? -Tenía los puños tan fuertemente apretados a los costados del cuerpo que los nudillos se le pusieron blancos-. Ahora hablemos de otros temas, ¿de acuerdo? Por ejemplo de cómo me sentiría entre tus sedosas piernas, con mi pene entrando y saliendo de ti, con tus pechos temblando en mis manos y mis labios. ¿Eso te derrite, cariño? ¿Tu cuerpo se excita? Las imágenes que evocaban sus palabras le arrebataron el aire de los pulmones y el cuerpo sí respondió. Después de todo él sí que era un experto en este juego. Pero ella no le daría la satisfacción que él buscaba. -No -le respondió con voz apenas audible. - 126 -

-Mentirosa. -Apartó la vista de ella y la fijó en algún punto detrás de él. Maldijo algo entre dientes. Isabella se dio la vuelta y encontró al vicario y a la esposa, pálidos y preocupados, parados cerca de la casa parroquial. Cuando Isabella volvió a mirar a Edward notó una expresión que parecía ser de remordimiento. La asió de la mano y se la llevó. -¿A dónde vamos? -le preguntó, mientras luchaba por mantener su paso. Él no respondió, pero aflojó un poco el paso y también la mano, aunque sabía que no la soltaría. Él se debatía consigo mismo y ella no lograba entenderlo. Al cabo de un momento, seguían un sendero sinuoso por detrás de la vicaría que los encerró en el silencio y en una sensación de paz. Caminaban sin hablar. El sendero se abrió en un valle cerrado. Allí había una aldea con chozas cubiertas de paja y pequeñas casa de tejas con sus propios jardines, dispuestas como si hubiesen sido arrojadas todas juntas y hubiesen caído allí accidentalmente. Resultaba pintoresco y encantador. Isabella alzó la vista para mirar a Edward. El modo en que se le veía en aquel momento, como un niño que había perdido el rumbo y al fin había regresado a casa, le sacudió el corazón. En ese momento, una anciana los saludó, con los ojos encendidos y una sonrisa cálida adornándole ese rostro deteriorado por el tiempo, haciéndoles señas para que se acercaran. -Quédate aquí-le dijo Edward, advirtiéndole a Isabella con la mirada para que obedeciera. Luego se dirigió hacia la anciana, que le dio una palmadita en la mano de modo maternal. Los dos permanecieron allí un momento, la mujer hablaba sola y le hacía señas indicándole algo en el interior de la casa. Edward entró e Isabella, curiosa, se acercó más. Alcanzó a ver a un anciano que yacía en la cama y a una mujer más joven, posiblemente su hija, sentada a su lado. El hombre le sonrió a Edward débilmente, con una mirada similar a la que Isabella había visto en la mujer que suponía sería su esposa: iluminada de felicidad al verlo. Un momento más tarde, al hombre le había dado un acceso de tos tan fuerte que los espasmos devastaban lo que le quedaba de estructura corporal. Los rostros de su - 127 -

esposa e su hija palidecieron. La mujer se inclinó tratando de hacerle beber algo cuando el episodio cesó, mientras que la hija le aferraba la mano y le secaba la frente con un paño frío. Edward permanecía rígido junto a la cama del hombre; sin embargo, cuando pensó que nadie lo estaba viendo, cerró un poco los ojos en señal de evidente angustia, pensó Isabella. El hombre que yacía en cama se quedó dormido, claramente demasiado exhausto para sostener cualquier charla extensa, con una tos ocasional que le sacudía el cuerpo cuando Edward y la esposa se apartaron a un costado. Aunque la penumbra del interior de la choza cubría la mayor parte del rostro y el cuerpo de Edward, Isabella alcanzó a ver que el dejaba dinero en las manos de la mujer. Ella quedó pasmada sin dar crédito. No hubiera considerado a Edward un hombre a quien le preocuparan los problemas del prójimo. Su mundo parecía estar envuelto en la desilusión y el cinismo. La mujer meneó la cabeza y trató de devolverle el dinero, pero él le cerró las manos en un gesto excesivamente elocuente. La mujer alzó la cabeza lentamente y le echó los brazos al cuello, haciéndolo inclinarse hasta alcanzar a darle un beso en la mejilla. Por la rigidez de su postura, Isabella dedujo que él se sintió incómodo con el agradecimiento. Con gesto amable, él se soltó del abrazo de la mujer al tiempo que aceptaba vacilante un abrazo de la hija antes de salir de la choza con paso firme, y dejó que Isabella decidiera si lo seguía o se retrasaba. Siguieron caminando por el sendero, donde los árboles cedieron paso a un bosque de abetos. A lo lejos, Isabella alcanzó a ver el mar a través de los troncos rojizos y los enormes abanicos oscuros que formaban las ramas. El aroma de pino y mar los estimuló. Al final del sendero había un claro y, bajando una pendiente corta, una pileta natural de agua cristalina El follaje protegía al valle estrecho de los brillantes rayos del sol que proyectaban unas motas en el suelo de tenue luz misteriosa. Edward la condujo por la pendiente hasta detenerse a la orilla del agua. Hasta la más mínima brisa fruncía la superficie, el reflejo de ambos se formaba en pequeñas ondas Era exactamente el modo en que ella hubiera retratado el Jardín del Edén. - 128 -

Isabella miró a Edward y la respiración le oprimió la garganta por la intensidad con que él le devolvía la mirada: como sellándola a fuego. En aquel frondoso bosque él parecía estar como en casa, como un hombre lujurioso rodeado de su harén. -¿Por qué me has traído hasta aquí? Él la asió de la mano y la atrajo hacia sí, con la voz que sonaba profunda y ronca al responderle: -Porque tengo intención de hacerte el amor.

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Chapter 11 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 11 Las palabras de Edward le encendieron un calor que se dispersó en su interior e Isabella se dio cuenta de lo que sentía, de lo que había estado reprimiendo una y otra vez. Su propio deseo. Ya no podía negar la atracción que sentía. Pero la necesidad que Edward le despertaba no era simplemente una respuesta a la inmensa belleza física, a esa ardiente virilidad que se le adhería a cada sinuosa curva del cuerpo, ni al profundo deseo reflejado en sus ojos que la hacía pensar que él podría perderse en ella. Era todo eso y más. Era la imagen del hombre que había detrás del muro que él mismo había construido lo que a ella le despertaba algo intenso y desgarrador en su interior. La había hechizado. Era bochornoso y desconcertante. Lo que ella sentía... era casi insoportable. Pero no podía permitir que eso tuviera relevancia, porque no podía ser de ese modo. -No -le dijo con tono suave, retrocediendo-. Tú no me harás el amor. El la atrajo lentamente, transmitiéndole con la mirada de quién sería la victoria. -¿Quién me detendrá? -No me obligarás. -¿No? -La palabra sonó como una burla, al igual que la mano que le rozaba el costado hasta que de manera atrevida le cubrió el pecho, inundándola de sensaciones que ella rogaba que él no notara-. Parece que olvidas que yo tomo lo que quiero. -Pero no te rebajarías a violar. - 130 -

Una sonrisa sin sentido del humor le curvó los labios. -No sería violación, milady. Te tendría jadeando al instante. Isabella alzó el mentón tembloroso. -Usted, señor, posee una tremenda arrogancia. -A veces -le respondió él pronunciando con tono lento, bajo y profundo-. La arrogancia es lo único que tiene el hombre. Ahora bésame, maldita seas. Isabella se mantuvo firme, empujándole los hombros. -¿Qué le pasaba al hombre que estaba en la villa? Edward deslizó el brazo alrededor de la cintura y la ciñó. -No es de tu incumbencia. -Se inclinó hacia delante para besarla, pero Isabella giró la cabeza. -¿Estaba enfermo? La furia le brilló en los ojos, pero parecía dirigida hacia su interior más que hacia ella. -Se está muriendo. Ahora deja ese tema. -Le pegó la boca al cuello, acariciándola con la nariz. -Le diste dinero a su esposa -dijo ella, tratando de no reaccionar al calor irresistible que le estaba generando-. Te vi. -Cállate. -Eso te molesta. ¿Por qué no lo admites? -Dije que te callaras. -Le masajeaba los pechos-. Estoy harto de este maldito juego del gato y el ratón. Pero Isabella le puso una mano encima de la suya, tratando de apartarla, aunque su yo interior le exigía rendirse, porque lo deseaba tanto como él a ella. -Tal vez estés harto de oírlo, pero de todos modos no me obligarás. - 131 -

-¡Maldición! Deja de repetir eso. -¿Por qué? ¿Porque no eres tan deshonesto como quieres que todos crean? -Sí, soy deshonesto. -Entonces tómame. Atrévete. -Isabella sabía que estaba jugando un juego peligroso, sabía que no tenía esperanza de salir ganando si él la dominaba. Notó un brillo profundo en su mirada y demasiado tarde se dio cuenta de que él estaba decidido a probárselo. -Como quieras. -La abarcó con la boca haciendo fuerza con la lengua para abrirla, deslizándola adentro hasta encontrar la suya, al tiempo que llevó una mano al trasero de ella apretándola más contra su erección. Con la otra mano la cogió de los cabellos volviéndole la cara hacia arriba. El beso dolió; esa era la intención. Ella sentía la rabia en él; sin embargo, un deseo ardiente la recorrió en el momento en que él la acarició, dejándola sólo con aquella sensación penetrante mientras las puntas de sus pechos turgentes se moldearon contra el pecho masculino, deseando sentir sus manos con urgencia. Como si hubiera entendido lo que ella deseaba, él le cubrió el pecho y le acarició el pezón a través de la ropa, haciéndole soltar un sonido ronco que brotó desde la garganta cuando la tela le impidió avanzar. Hábilmente le desabrochó los botones del canesú y luego desató las cintas que sujetaban la enagua. La miró con los ojos como brasas ardiendo, con el desafío escrito en sus profundidades, mientras la mano se deslizaba por la piel desnuda y debajo de la tela de encaje para acariciarla. Isabella se mordió los labios para no gemir cuando él se puso a jugar con el pezón, mientras iba desabrochando los pocos botones que quedaban, bajándole la ropa hasta la cintura y dejándola completamente desnuda ante su mirada sexual. -Cielos -empezó a decir con voz gutural- ¿por qué tenías que ser una condenada hermosura? -La pregunta sonaba tanto un elogio como una maldición, como si no quisiera reconocer la atracción que sentía por ella. La llevó al suelo, cerrando los labios alrededor del pezón y succionándolo. Isabella gimió con un tono grave que le brotó de la garganta y echó la cabeza hacia atrás. Lo que le hacía estaba tan bien... - 132 -

Él alzó la vista y con un brillo febril en los ojos le preguntó: -¿La estoy obligando, milady? Muda del deseo, ella negó con la cabeza y se arqueó para atrás, avergonzada mientras le rogaba en silencio que no se detuviera. Con un brillo de satisfacción, él le cubrió el pezón con la boca, tirando y lamiendo una y otra vez. El otro estaba atormentado por los golpecitos que él le daba de un lado y de otro, y un dolor palpitante se concentró en medio de las piernas de ella. Sin ninguna suavidad, le levantó las faldas, le aferró los muslos y la atrajo hacia sí, abrasándola con su violenta fogosidad masculina. Llevó una mano entre las piernas, presionando con los dedos hasta encontrar la apertura de las pantaletas, separó los húmedos pliegues de sus zonas más íntimas hasta encontrar la dolorida protuberancia de placer. Comenzó a masajear el clítoris suavemente, luego en círculos, incitándola; los ojos de él ardían en la profundidad de los suyos al mirarla y mantenerla cautivada. -Estás tan mojada -le dijo con voz áspera y sensual. -No... -Ella meneó la cabeza, sin querer que él la siguiera hechizando aún más. -No, ¿qué? -Las caricias de los dedos entre las piernas eran como plumas sobre la piel sensibilizada, apenas tocándola, excitándola, el cuerpo de ella ansioso por que él no se detuviera. -Por favor, Edward... yo... -Los pensamientos coherentes la abandonaron cuando él se inclinó y le lavó los pezones. -Dime qué quieres, amor. Y yo te lo daré. Isabella mecía la cabeza hacia adelante y hacia atrás, con un gemido que le brotaba de los labios cuando él le acariciaba suavemente las puntas sensibles. Luego él se detuvo y ella casi grita. -¿Te gusta lo que te hago? Ella se sentía como el animal más primitivo, retorciéndose en el pasto; lo que quedaba de su mente racional le indicaba que no respondiera, sabiendo que al pronunciar palabra él se adueñaría de parte de su alma. Y sin embargo no pudo - 133 -

resistirse. -Sí... El sonrió para sus adentros y le masajeó los pechos, tirándole de los pezones antes de metérselos en la boca, arrancándole gemidos desde lo más profundo de sus entrañas. Luego se separó un poco y sopló un cálido aliento sobre aquella pequeña piedra turgente que se arrugaba e inflamaba por la cercanía de aquella boca malvada. -¿Debo besar la punta así?... -Le besó el pezón con ternura pero eran besos malvados y eróticos-. ¿O chuparlas así? -Aquella boca hermosa se cerró sobre esa punta tensa y la mordió, provocándole una oleada de calor que la recorrió hasta abajo. Isabella sabía que él quería tenerla rogándole cada caricia seductora. Y si tenía que hacerlo, lo haría. -Chupa. -¿Fuerte o suave? -Suave. -¿Con la lengua? Mortificada por la desesperación con que lo deseaba, no llegó a asentir. Sus cabellos largos y sedosos le cayeron encima, como una caricia erótica sóbrela piel ardiente. Isabella enredó sus dedos en ellos, atrayéndolo más mientras él con la boca le torturaba las puntas sensibles dulcemente, provocándole oleadas de éxtasis en cada zona que tocaba. Él pretendía algo más de ella, algo más que su entrega total. Pero ella temía mirarlo más de cerca, temía darse cuenta de que ella sólo fuera una conquista más. Ella alcanzó a ver un fugaz destello de maldad en su expresión cuando la miró... antes de que bajara por su cuerpo y ubicara la cabeza entre las piernas. Ella arqueó la espalda cuando la lengua se esparció en su centro como una llama ardiente, presionando con movimientos hacia adentro y afuera, luego rozándole los labios internos. El primer contacto de aquel fuego intenso en su clítoris devorado la hizo retorcerse contra él y sostenerle la cabeza ahí. Él sonrió para sí entre dientes, - 134 -

disfrutando del poder que ejercía sobre ella, clavándole los brazos al suelo mientras la lamía, la chupaba y la acariciaba una y otra vez, enrollándole los dedos en los pezones. A ella la desgarraba una necesidad imperiosa de que sucediera algo, de una consumación que no lograba entender, y cuando estaba a punto de descubrirlo, él detuvo su sensual embestida. Isabella protestó, con el cuerpo estremecido al abrir los ojos y encontrarlo observándola, sin permitirle desviar la mirada cuando la lengua le lamió ese punto de su sexo inflamado, provocándole una ola de fuego que la hizo gemir. -Fíjate -le ordenó con tono áspero. Ella comprendió sus intenciones demasiado tarde con las reacciones retardadas por la pesada languidez que él le había generado, sus labios susurraron una plegaria reprimida mientras le cogía su mano, aunque no a tiempo para evitar que le introdujera un dedo, invadiéndola, llevando su intimidad a un nuevo nivel. Isabella se retorció; detestaba sentir la tosca invasión y la adoraba al mismo tiempo; quería que se detuviera pero deseaba que continuara. -Dios. -Él cerró los ojos y presionó más, con el rostro desencajado, un músculo se le movió en la mandíbula cuando deslizó otro dedo, haciendo movimientos circulares lentos dentro de ella mientras que con el pulgar le masajeaba el capullo tenso, llevándola de nuevo a la cima; el cuerpo entero estaba a punto, él la mantenía ahí en suspenso, haciéndola retorcerse hasta empezar de nuevo. Entonces cambió el ritmo, entrando y saliendo, dilatándola, generando una presión cuando intentaba empujar más adentro; la boca húmeda resbalaba entre los pechos, succionando los pezones hasta convertirlos en puntas rígidas, mientras susurraba palabras eróticas que describían cómo los sentía dentro de su boca, cómo ellos respondían ante las caricias de su lengua. Entonces introdujo dos dedos más en la cavidad empapada. -Así es como lo sentirás cuando yo esté dentro de ti -le dijo con voz profunda y apasionada-. Aunque más lleno. Más profundo. Isabella tenía tantos deseos de apartarse como de pegarse más a su mano. -Edward... -Ella no sabía lo que quería decirle. - 135 -

-Lo sé, amor. -Lentamente salió y esparció la humedad de sus dedos en el punto sensible que había amado con la boca, luego se lo besó, se lo lamió incitantemente; una y otra vez, excitándola de nuevo, llevándola hasta el precipicio y por fin, felizmente, terminó el tormento llevándose el punto caliente a la boca. Cuando él lo mordió con suavidad, a Isabella se le aclaro el mundo, una ola de hirviente placer se esparció por sus venas y culminó bajo los labios y la lengua exploradora, con palpitaciones que brotaban desde lo más profundo de su ser. Luego, quedó saciada, sin sentir los huesos, incapaz de mover los miembro mientras las últimas oleadas reverberaban en todo su cuerpo. Ella jamás había imaginado que era así cuando un hombre estaba con una mujer. Jamás comprendió exactamente cuánto se estaba perdiendo. Edward se apartó de ella, rodando hasta quedar de espaldas y trabó las manos detrás de la cabeza, mirando al cielo a través de la cubierta de hojas que había arriba. El era tan grande, tan macizo... Tan completamente real... Ella sentía deseos de abrazarlo, de apoyar la cabeza en su pecho y escuchar los latidos de su corazón al oído. Pero su postura, solitaria y desafiante la alejaba. Él había obtenido al menos parte de lo que él había querido. Se había retorcido debajo de él, como él se lo había dicho una vez. Y sin embargo, ni siquiera la había poseído. Deslizó la mirada hacia el costado, atravesándola con aquellos ardientes ojos azules tan expertos como su lengua un momento atrás. -¿Y fue tan bueno como esperabas? Isabella trató de no echarse atrás, desprevenida de su abrupto cambio de actitud que volvió al habitual desdén. Ella estaba segura de haber sentido algo tierno en sus besos y en el modo en que él la había acariciado, pero lo que había sucedido entre ellos no significaba nada para él. Detestando sentirse herida, se esforzó por recuperar la compostura. -Al no tener otro hombre con quién comparar tus habilidades -le dijo, rogando para que él no le notara las manos temblorosas al acomodarse las faldas y el canesú-, no tengo ni la más remota idea de si lo que tú entiendes por hacer el amor incluye todo esto. Pero si esto acabara con tu frágil orgullo machista, prometo - 136 -

ponerte una calificación adecuada una vez que tenga suficiente información acumulada. La asió fuertemente del antebrazo para darla la vuelta. Edward la miró con ojos salvajes. -Lo que acaba de suceder entre nosotros no fue hacer el amor -le aclaró, con furia en cada palabra entrecortada-. Pero ya que dudas de mi desempeño hasta ahora, supongo que tendré que intentarlo de nuevo. -No, Edward... Él le detuvo la protesta con la boca, sujetándole la cabeza y aferrándola con fuerza contra sí mientras una vez más le desabrochaba hábilmente los botones que ella acababa de abrochar. Los sonidos de protesta brotaban de su garganta mientras trataba de apartarlo, pero era una lucha a medias. En el momento en que la tocó con la boca, la expectación la invadió vertiginosamente, con la sangre que le corría por las venas con creciente excitación. Ahora ella estaba segura de lo que él podía hacerle y su cuerpo ansiaba las sensaciones que él era capaz de despertarle. Deslizó aquella mano grande y cálida hasta cubrirle el pecho al tiempo que la ubicó encima de él, a horcajadas, para que sintiera la dureza presionando contra su ardor, quemándola a través de la ropa. Succionaba un pezón y acariciaba suavemente el otro. Ella gemía temblorosa cuando la mano le rozaba la pantorrilla hasta llegar al muslo, sabiendo hacia donde se dirigía, el cuerpo necesitaba llenarse con lo que él podía darle. El primer contacto del dedo en el punto sensible entre su suave vello rizado la hizo echar la cabeza hacia atrás desenfrenadamente, abriendo las piernas de manera atrevida por encima de él. -Levántate la falda -le ordenó con un murmullo ronco. Sin pensarlo, Isabella obedeció. -Más arriba. Quiero verte. - 137 -

Con todo el cuerpo tembloroso, ella se levantó la falda hasta arriba, sin darse cuenta de que él le había quitado las pantaletas, dejando su femineidad absolutamente desnuda ante sus ojos. Trató de cubrirse pero él le apartó las manos y siguió acariciándola. Le asió del trasero y la levantó, aún con la vista fija en ella cuando alzó la cabeza y le atravesó el centro con la lengua, lamiéndola sólo con la punta, esa era la parte más exquisita. Ella arqueó la espalda, las palabras se le caían de los labios pidiendo estímulo, placer, demandando. En esos momentos de éxtasis ella no sabía quién era. Lo único que sabía era que necesitaba lo que Edward le estaba dando. En el momento en que el segundo orgasmo subió en espiral desde lo más profundo de su ser, Isabella se sintió repleta y drogada, con el cuerpo combado contra el otro; él la rodeaba con los brazos y la apretaba contra el pecho, había algo posesivo y tierno en el abrazo. Ella se abandonó a la deriva en ese mundo liviano por un instante, pero la realidad la invadió los sentidos demasiado pronto. Se había rendido al dominio completo de Edward no una, sino dos veces. Ella esperaba ver una expresión malvada de regocijo dibujada en el rostro, pero él en cambio estaba contemplando el cielo como un lienzo cubierto de hojas, con los ojos y la boca que denotaban el esfuerzo realizado. Ella no lo comprendía. He aquí un hombre vil por sus apetitos sexuales, y no obstante, una vez más, no la había poseído. En medio de la pasión que él había tejido tan hábilmente, ella lo hubiera dejado hacer lo que quisiera. Desvió la vista hacia la cicatriz que él tenía grabada en la mejilla. Sin pensarlo, extendió la mano para acariciarla con el dedo. Un instante después, la mano de Edward le aferró fuerte la muñeca. -No -la regañó. Isabella se humedeció los labios de pronto secos, tratando de pasar la respiración por el pecho oprimido ante la advertencia de aquellos ojos. Pero ella quería respuestas, necesitaba saber más acerca de él. -¿Cómo te la hiciste? -Turbada alzó la mano que tenía libre esperando que él la detuviera de nuevo, pero la siguió con la mirada, hasta que el brazo de ella subió y - 138 -

los dedos revolotearon a escasos centímetros. Entones, ella inspiró hondo y la tocó. Él cerró fuerte los ojos y apretó la mandíbula, aunque esta vez no la apartó de un tirón. -Háblame, Edward -le pidió con voz suave. Él no habló. Dejó el cuerpo tenso e inmóvil debajo de la yema de sus dedos exploradores. -¿Todavía te duele? Un instante de silencio, luego: -No. -¿Te la hicieron en una pelea? Él emitió un sonido, maldijo entre dientes. Ella no logró escuchar bien. -Sí. -¿Fue terrible? -Cielos. -Emitió un frágil sonido fugaz-. ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Es que no puedes hablar de otra cosa? Esa recriminación a Isabella la devolvió a la fría sensación de la realidad. Se apartó de la calidez del cuerpo de él y se sentó. -Ha sido uno de los días más edificantes, milord. Le agradezco sus servicios. Si me disculpa, tengo necesidad de compartir otro tipo de compañía. Ella intentó ponerse de pie, pero él la asió del largo de los cabellos. Ella soltó un grito de sorpresa al tiempo que una vez más se encontró mirando aquellos ojos penetrantes. -No, maldita seas. -¿No, qué? -le respondió ella con tono tan frágil como enfadado. -No me lo agradezcas, maldita sea. Ni ahora ni nunca. No te permitiré esa mierda. No a ti. -Aflojó la mano pero no la soltó. - 139 -

-Entonces habla conmigo. Dime qué es lo que te preocupa. Una expresión entre angustiada y furiosa le inundó el rostro e Isabella sintió deseos de enroscar los brazos en el cuello y abrazarlo. Pero sabía que él no se lo permitiría. -¿Tu dolor tiene que ver con mi padre? Lo sé... -Tú no sabes nada -la interrumpió, al tiempo que se ponía de pie y caminaba hacia el bosque, con las manos hundidas en los bolsillos de los pantalones. Permaneció tanto tiempo en silencio que pensó que había olvidado que ella seguía allí. Entonces dijo con tono impávido: -Los lugareños creen que mi padre ronda por los acantilados. Afirman haberlo visto en la costa, debajo del cabo. Isabella avanzó hasta quedarse detrás de él y miró abajo, hacia una pendiente pronunciada con helechos y maleza, con la tierra que caía tan abruptamente que sólo se veía el vacío. Edward parecía estar a leguas de ese lugar, con la mente puesta en los recuerdos. -Otros dicen que lo vieron conduciendo carruajes o a caballo por Challancombe Downs, seguido por una jauría de perros de caza. -Él meneó la cabeza-. Cielos, las cosas que la gente cree. -¿Y qué es lo que tú crees? -le preguntó ella con serenidad. Él deslizó la mirada hacia ella. -La muerte es la muerte. Y no hay nada que pueda cambiarla. -No. Nada puede cambiarla. Pero podemos aferramos a los recuerdos que tenemos. Nadie puede arrebatárnoslos. -Se detuvo, considerando la sabiduría de las palabras que estaba a punto de pronunciar-: Lo que le sucedió a tu padre no es culpa tuya. Él apretó la mandíbula y se alejó de ella. -¿Quieres nadar? Isabella negó con la cabeza al tiempo que él pasaba junto a ella. Lo escuchó quitarse la ropa, cada pieza caía al suelo casi sin hacer ruido. - 140 -

Ella evitó mirar hasta que supo que él había entrado al agua, y entonces se dio la vuelta. En aquella superficie suave y transparente como el vidrio apenas una leve ondulación marcaba su camino. El agua parecía fresca e invitadora, y el hermoso cuerpo de Edward se irguió cual dios dionisiaco, con los cabellos oscuros mojados que le llegaban a los hombros, el pecho lustroso como el bronce, con pequeños arroyos deslizándose por el cuerpo musculoso y danzando sobre los firmes surcos del estómago hasta desaparecer bajo la superficie intacta que ocultaba el resto del cuerpo. -¿Estás segura de que no quieres entrar? -le preguntó. Isabella negó con la cabeza, sin poder dejar de mirarlo, sintiendo una atracción innegable que era mucho más que física. El insulto feroz la hizo alzar la vista. -¿Qué sucede? -le preguntó. -Tú. -¿Qué es lo que he hecho? -¿No sabes que no debes mirar a un hombre de ese modo? Estás pidiendo que te desfloren. -Maldijo de nuevo y se zambulló bajo el agua. Ella se sonrojó y se sintió ridícula. Era una mujer madura y de mundo y sin embargo Edward se las ingeniaba para exponer las debilidades femeninas que ni siquiera ella sabía que tenía. Cuando él apareció en la superficie, estaba decidida a recuperar el control. -¿Por qué no me hiciste el amor? -Porque no estabas preparada -le respondió sin guardarse nada, con el agua que susurraba mientras él se acercaba a la orilla, dejando más piel al descubierto a cada paso, con un brillo desafiante en los ojos al aproximarse más, que la hizo desviar la mirada. Aunque ella lo deseara, no podía hacerlo. Y luego quedó de pie sobre suelo firme, desnudo y glorioso, con las gotas de agua acariciándole el cuerpo musculoso mientras estaba allí parado al sol, con los rayos iluminándolo desde atrás. - 141 -

Ella siguió el trayecto de una gota de agua que le rodeó la clavícula, luego corrió de prisa por encima de una tetilla marrón satinada y formó una curva en el hermoso estómago esculpido, hasta desaparecer en la mata de vello oscuro a la altura de la ingle. -Basta, Isabella. -Las palabras sonaron como un gruñido de advertencia, y mientras ella observaba, el miembro grueso aun sin erección, comenzó a hincharse y agrandarse. Ella alzó la vista y encontró la suya. Tenía los ojos tan oscuros, tan feroces... pero ella vislumbró el deseo igualmente. Todo por ella. El saberlo la encendió por dentro. -Pudiste hacerme el amor -se escuchó confesar, recordando lo inconsciente que él la había dejado en el momento en que había comenzado a aplicar la magia en su cuerpo con aquellas manos y aquella boca- ¿Por qué no lo hiciste? Pensé que tomabas lo que deseabas. -Y así es. -¿Entonces no me deseabas? Un músculo se le movió en la mandíbula. -Sabes que sí. Ella comenzó a acercarse, observando cada inflexión sutil de aquel semblante severo, el modo en que las manos lentamente se cerraban en puños a los costados del cuerpo Él no era tan severo, tan peligroso. No en aquel momento. No del modo en que la estaba mirando. -Desearías que yo no fuera tan osada, ¿verdad? Puedo leerlo en tus ojos. -Te meteré en problemas. -¿De veras? -Ella no estaba segura de qué diablos la había impulsado a extender la mano y acariciarle la sedosa protuberancia de su erección, pero sintió satisfacción al escucharlo inspirar profundamente. Ella siempre se había esforzado por enfrentar lo que la intimidaba, y jamás un hombre la había intimidado tanto así Edward atentaba contra el equilibrio mismo de su vida - 142 -

Sin advertencia, la aferró dolorosamente la muñeca -No, por Dios. No soy un animal, soy un hombre por Dios... -Dijo con voz derrotada-. Soy un hombre Le apartó la mano y se alejó de ella. Mientras él arrastraba la ropa del suelo, Isabella se preguntaba lo que acababa de hacer, y como lo había herido involuntariamente. Cuando él se volvió, vestido, aquella expresión fría como una piedra había regresado. La mirada que le lanzó congeló la disculpa en los labios de ella. -Vámonos -le dijo enojado. Ella lo siguió por el sendero. Iban a mitad de camino de la villa cuando la joven de la choza corrió a su encuentro con la cara pálida. -¿Qué sucede, Sue? -quiso saber Edward, con tono preocupado. -Oh, milord - dijo lloriqueando y torciendo las manos en los pliegues de la falda-Es la patrona. -¿Lady Denali? Ella asintió con la cabeza. -Nos ha echado a todos. -Las lágrimas se derramaban por sus mejillas. -¿Los ha echado? -Sí, dijo que tenemos dos días para largarnos. Nosotros le entregamos el dinero que usted nos dio, pero ella dijo que si papá está enfermo y no puede trabajar, tenemos que largarnos. -Le imploró con ojos vidriosos por las lágrimas contenidas-. ¿Qué vamos a hacer? No tenemos adonde ir. -No se irán a ninguna parte. -Pero la patrona... -La patrona que se muera. No empaquen nada. Ya se me ocurrirá algo. -Oh, pero usted ya ha hecho demasiado. No puedo permitir que se arriesgue más - 143 -

por nosotros. -Dije que ayudaría y lo haré. Las lágrimas desgarradoras rodaban por el joven rostro de Sue e Isabella descubrió allí la idolatría que sentían por él. La muchacha se abalanzó sobre el pecho de Edward, echándole los brazos delgados al cuello. Él parecía no saber qué hacer. Aceptó la gratitud pero mantuvo el cuerpo inquebrantable, con los brazos tiesos a ambos lados. -Gracias, milord. Es usted el hombre más maravilloso del mundo. Se soltó del abrazo con gesto amable. -Regresa y dile a tu madre que algo haremos. -Sí, señor. Y gracias. -Ella titubeó y luego le dio un beso en la mejilla. Se levantó la falda y regresó a la villa volando. Isabella se acercó a su lado y ambos observaron a Sue hasta que desapareció de vista. -Ella te ama, lo sabes. -Lo sé -respondió él sombrío y sin satisfacción-. Ella no se da cuenta de su error. -Y emprendió el regreso hacia la casa.

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Chapter 12 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 12 La mansión estaba tranquila cuando Isabella entró con Edward. Habían caminado en silencio, como si el momento pasado en el bosque jamás hubiera ocurrido. Una vez más, Isabella había quedado excluida. Pensando en el papel de Edward con respecto al bienestar de la familia de Sue, Isabella recordaba los honorarios que él le había exigido por los servicios de Khan. Ella había creído que sus motivos eran puramente maliciosos; ahora se daba cuenta de que quizás en aquel pedido había existido algo más. Ella nunca había tenido en cuenta el modo en que él estaría forzado a vivir, ni cómo un hombre con tanto orgullo se manejaba con recursos reducidos. El hecho de apoyarse en otra persona era algo que jamás iría con alguien como él. Tal vez la drástica alteración de su estilo de vida era, en parte, el motivo de su rencor; lo que hacía que él mantuviera alejadas a las personas. El hecho de vivir como un invitado en la casa que hubiera sido suya por derecho no debía de resultarle sencillo. Isabella no sabía qué fuerza mantenía a Edward ahí, qué lazo invisible lo ataba a estas tierras; aunque era evidente. Quizás simplemente era porque allí había fallecido su padre. Ella estaba convencida de que lo que en realidad había detrás de aquella frustración y aquel rencor era la muerte del padre, aunque no podía deducir si la rabia estaba dirigida hacia él mismo o hacia su padre. Una carcajada que venía del otro lado del vestíbulo los hizo detenerse un instante, e Isabella reconoció la voz de Tanya. La otra voz también era familiar: Lord Gigandet. Reconocería esa risotada en cualquier parte. Había tenido al hombre colgado del hombro durante toda la noche anterior, casi sofocándola con su cercanía. Al entrar con Edward a la sala para desayunar, Isabella encontró a Tanya y al conde en plena conversación, con las cabezas unidas una con otra. Isabella se preguntaba qué sentía Edward con lo que veía. ¿Estaría celoso? ¿Sentiría algo por - 145 -

Tanya? Tal vez no era simplemente el atractivo de la casa lo que lo mantenía allí. Quizás el verdadero atractivo era la mujer que los miraba con una sonrisa sensual que se le dibujó en los labios apenas vio a Edward, con aquellos ojos azules que se fueron enfriando al posar la vista en Isabella. -¿Dónde has estado, cariño? -le preguntó con voz adormilada y sensual-. Te he estado buscando por todas partes. Gigandet y yo estábamos a punto de tomar un desayuno tardío. ¿Quieres acompañarnos? El conde registró a Isabella con la mirada, con un gesto algo burlón en la profundidad de aquellos ojos grises cuando inclinó la cabeza. Isabella se preguntaba si sería capaz de adivinar lo que había ocurrido entre ella y Edward. ¿Es que la cara de una mujer tenía una luz distinta cuando acababa de recibir placer? ¿Y más si el placer había sido enorme? Isabella notó el gran golpe que el conde tenía en la mandíbula, un magullón oscuro y bastante desagradable. Frunció el ceño cuando una extraña imagen fugaz le vino a la mente: sus ojos nublados abriéndose con dificultad en medio de la noche hasta distinguir dos siluetas peleándose en la penumbra de su alcoba. Pero sólo había sido un sueño, se dijo a sí misma. Como el que había tenido con Edward que la cargaba en brazos con ternura y la depositaba en la cama con cuidado. -Tengo que hablar contigo -le dijo Edward a Tanya con tono entrecortado, después añadió con énfasis-: a solas. Tanya se quedó sentada, en postura casi desafiante. -Puedes hablar adelante de Gigandet. Él no es un chismoso-. Y girándose hacia el conde, dijo-: ¿No es cierto, milord? -Sí, milady. Soy la discreción personificada. -Y mirando a Edward, agregó burlón-: Di lo que tengas que decir, Platt. Estamos entre amigos. Su mirada dejó a Isabella pasmada. Instintivamente se acercó a Edward para que supiera que ella estaba allí y de su lado. Edward atravesó al conde con la mirada, con los ojos negros achicados al enfocar la cara del hombre. -¿Cómo amaneció tu mandíbula, Gigandet? La provocación era evidente. ¿Es que Edward sí había golpeado al conde? Y de ser - 146 -

así, ¿por qué? La expresión engreída desapareció de la cara del conde mientras se limpiaba la boca con una servilleta. -Un poco hinchada, pero no vale la pena mencionarlo. Es extraño que ni recuerde cómo sucedió. Podría llegar a pensar que fui víctima de un ataque gratuito. Pero sólo un cobarde haría una cosa así. ¿Conoces a algún cobarde, Platt? -Sólo a uno -replicó Edward, con clara complicidad. El conde apretó los puños. -Edward, querido -interrumpió Tanya con tono apaciguador-. ¿Qué es lo que te tiene tan fastidiado? Lentamente, la mirada de Edward se volvió hacia ella. -Tú. -¿Yo? ¿Qué he hecho? -No te hagas la inocente. -Te dije, Gigandet y yo... -Me importa un comino lo de ustedes dos. Estoy hablando de la familia Clearwater. Tanya cayó en la cuenta y se le notó en los ojos. -¿Qué les pasa? -preguntó a la defensiva, alzando el mentón. -No puedes echarlos de la propiedad. Han vivido aquí desde hace veintidós años. Harry Clearwater es la piedra fundamental que ha colaborado para que Masen sea lo que es hoy. Él y mi padre trabajaron a la par cultivando los campos. -Esa es una historia realmente conmovedora, querido. Pero no puedo aceptar tener inquilinos que no contribuyan con el mantenimiento de la propiedad. ¿Qué pensarían los demás si permito que el hombre y su familia vivan gratis en mi propiedad? - 147 -

-¿Que posees una pizca de compasión, tal vez? El hombre se está muriendo, por el amor de Dios. Tanya entrecerró los ojos con enfado. -Aquí no hay espacio para la caridad. Los inquilinos trabajan, o se marchan. Es así de simple. -Sue te dio la renta de este mes. -Sí, qué extraño que tuviera el dinero. Uno podría preguntarse de dónde lo sacó. Hace tres meses que el padre está enfermo y sin embargo ella ha tenido el dinero todos los meses. Tú no tendrás idea de cómo hizo, ¿verdad? -Le lanzó una mirada conocedora. -Tienes tu maldito dinero -dijo Edward con los dientes apretados-. Entonces déjalos en paz. Ella suspiró y se estudió los dedos adornados con joyas, como si el tema la aburriera. -Yo no quiero su dinero. Los quiero fuera de mis tierras. -Alzó la vista-. Y esta es mi tierra, si es que no lo recuerdas. Mi casa. Mis inquilinos. Puedo hacer lo que me plazca. -Su padre se está muriendo. Como una reina imperial, alzó la taza de té a modo de orden tácita para que uno de los sirvientes la volviera a llenar. -Ese no es mi problema, ¿verdad? La mirada dibujada en el rostro de Edward era aterradora, y en ese instante, Isabella realmente creía que él deseaba infringirle a Tanya algún castigo físico. -Si quieres algo: dilo. ¿Qué es lo que costará permitirles que se queden? Pon tu precio. Siempre tienes uno. Aquellos ojos gatunos brillaron de satisfacción y una leve sonrisa jugueteó en los labios de Tanya cuando se puso de pie y se deslizó en dirección suya de manera seductora. - 148 -

-Me conoces demasiado bien, mi amor. -Las faldas voluminosas le rozaron las piernas cuando se acercó a él, hasta quedar a una distancia indecentemente corta, casi rozándole el pecho con los senos, mirándolo sólo a él, sin importarle la mirada de los me pregunto qué podrías darme tú que no me hayas dado ya. -Algo implícito ardió entre ambos y Edward tensó el cuerpo-. Sospecho que les diste tus últimos chelines a esos mugrosos indigentes. Ella suspiró y meneó la cabeza. -Siempre supe que albergas un afecto anormal por los lugareños y estoy bastante molesta contigo por hacer cosas a mis espaldas. De no ser por Garrett ni me hubiera enterado. -Rió mordazmente cuando Edward apretó la mandíbula con furia-. Te dije que era un hombre de talento. Entre otras cosas, dijo que te vio visitando a esa gente hace varias semanas. -Y desde entonces has estado esperando para tender tu trampa. Ella se encogió de hombros con frivolidad, con una mirada triunfal que se deslizó brevemente en dirección a Isabella cuando pasó un dedo delgado de uña arreglada por el hombro de Edward. -Bien, tenía que ver qué sucedería, si tú aparecerías con el dinero. Como rehusaste a aceptar mi oferta, lo único que se me ocurre es que hayas puesto a tu maldito caballo a servir. Siempre te las ingenias para salir bien parado, ¿verdad, milord? Siempre he sabido apreciar tu ingenio. Gigandet se puso de pie. -Qué desafortunado, Platt -dijo el conde en tono burlón, con la malicia brillándole en los ojos mientras se frotaba la magulladura de la mandíbula-. Debe de ser difícil ver a la gente de tu padre excluida. -Cierra la boca -dijo Edward en voz baja y salvaje-. O te haré tragar los dientes. -¡Edward! -gritó Tanya-. No permitiré que les hables a mis invitados en ese tono. ¡Discúlpate con Gigandet de inmediato! Edward se acercó a Tanya e Isabella alcanzó a ver en ella un destello de temor que la dejó pálida. -No me disculparía con esta larva ni aunque me cubrieras de parásitos carnívoros y los dejaras hacerse un festín con mi cuerpo por el resto de vida que me quedara. - 149 -

-¡Pero qué bastardo tan arrogante! -siseó Gigandet- Debiste de haber seguido a tu padre por el acantilado. El instante siguiente fue borroso, Edward se abalanzó y se zambulló sobre la mesa del desayuno; Gigandet abrió los ojos pasmado mientras la maciza mano de Edward le envolvía la garganta. Una cacofonía de sonidos estalló con la gente que gritaba, Gigandet que jadeaba y la vajilla que se rompía. -¡Edward! ¡No! -imploró Isabella. Si mataba a Gigandet... Ella intentó quitarle las manos ferozmente atenazadas, pero estaban demasiado apretadas. El conde empezó a ponerse azul. Sabiendo que Edward mataría a Gigandet si ella no encontraba un modo de detenerlo, Isabella se subió a la mesa, rompiendo las copas al tirarlas al suelo mientras trataba de ponerse frente a él, para que la mirara. -Por favor, Edward -le rogó, poniéndole las palmas de las manos en las mejillas; tenía la piel tan ardiente que casi la quemaba- No lo hagas. Él no vale la pena. Por favor... por favor, suéltalo. Sus ojos brutales, temibles y oscuros, cortaron el aire en dirección suya como si ella fuera otra amenaza que tenía que aniquilar. El corazón de ella latía salvajemente y tenía los pulmones oprimidos por el temor. A pesar de ello se mantuvo firme, obligándose a sostenerle la mirada. -Edward, él no vale la pena. Por favor, déjalo. Pasó un segundo, luego dos, tres. Finalmente, como un torno cuando se abre, soltó al conde, que retrocedió trastabillando y cayó en la silla cogiéndose la garganta con las manos y jadeando por recuperar el aire. -Veré que... pagues por esto... bastardo -le prometió el hombre con la respiración agitada, con las marcas de los dedos de Edward como claro recordatorio de lo que acababa de suceder. -¡Dios santo, Edward! -exclamó Tanya, cuando la conmoción dejó paso al enfado-. ¡Mira lo que has hecho! ¡Esta era mi mejor vajilla de cristal y porcelana! -¡Al diablo con tu condenada vajilla de cristal y tu porcelana! -exclamó ahogado - 150 -

Gigandet-. ¡Este lunático casi me mata! Insisto en que llames al alcalde. Este canalla debe ser encerrado. -Si te hubieses metido en tus propios asuntos, nada de esto hubiese sucedido -respondió Tanya bruscamente. -¿Me estás echando la culpa a mí? -Una ola de furia le sofocó el cuello cuando el conde se puso de pie bruscamente. -Apártate de mi vista antes de que me tiente con arrojarte algo. El hombre irradiaba ira, y con la mirada cortaba a Edward en rebanadas. Con una promesa en los ojos que advertía que aquello aún no había terminado se marchó de la sala hecho una furia, disgregando a la multitud que se había juntado en la entrada, con expresiones entre el horror y la fascinación. -Ven conmigo -insistió Isabella con calma, al tiempo que cogía a Edward de la mano y bajaba de la mesa, escuchando apenas el ruido de vidrios rotos cuando Edward la siguió; los pedazos sonaban bajo sus pies enfundados en botas cuando se paró frente a ella, con aquella mirada salvaje que todavía no se le había borrado de los ojos. Isabella se dio la vuelta y encontró a Tanya que observaba sus manos aferradas, con mirada desafiante cuando alzó la cabeza. Isabella le devolvió el reto, con una fuerte necesidad de proteger a Edward que crecía en su interior. Él se soltó bruscamente y se apartó, y a ella esa actitud le atravesó el corazón y el orgullo. Tanya sonrió con satisfacción, burlándose de ella. -¿Qué es lo que quieres, Tanya? -le dijo, con voz impávida mientras miraba por la ventana que daba a los jardines, con las manos hundidas en los bolsillos de los pantalones. -Bien -comenzó ella- hay una cosa, como ya sabes, pero creo que obtendré ese deseo. -Lanzó una mirada a Isabella, con una sonrisa maliciosa aún dibujada, e Isabella supo que ese comentario tenía algo que ver con ella. La falda de Tanya crujió cuando se desplazó hacia Edward como deslizándose hasta detenerse a su lado junto a la ventana-. Al parecer, milord, ya poseo todo lo que alguna vez fue suyo. Edward se giró apenas para mirarla. - 151 -

-No todo. -¿De veras? -Echó la cabeza a un lado-. ¿Qué queda? -Khan. -¿Esa bestia? -se burló ella-. ¿Qué podría yo querer de él? -Khan es el mejor caballo de la región. Ninguno de los tuyos se compara con él. Una vez los criadores viajaron cientos de kilómetros para hacer servir a sus potras con su semen. Tanya lo observó un instante, luego asintió con la cabeza lentamente. -Es muy bueno, ¿verdad? Podría cobrar una suma exorbitante por sus servicios, dejando una lista tan exclusiva que la gente reclamaría derechos de reproducción. También podría hacerlo servir a mis yeguas para engendrar generaciones futuras. Sí, -murmuró con una sonrisa creciente-. Reconozco las ventajas. -Entonces es tuyo con una condición. -No creo que estés en condiciones de negociar. -O accedes o no hay trato. -Cuando escuche tu petición entonces lo consideraré. -Si quieres a Khan, entonces no podrás echar a los Clearwater ni a ningún otro inquilino de estas tierras. -¿Cómo? ¡Eso es ridículo! Has llegado demasiado lejos... -Ganarás dinero más que suficiente para compensar cualquier inconveniente. Tómalo, Tanya. Te estás llevando todo. -Bien -dijo ella finalmente-. De veras me estoy llevando la mejor parte de este trato. Está bien. Acepto. Hay otros modos de mantener a los lugareños a raya. -Sonrió de manera provocadora-. ¿Brindamos por mi buena fortuna? Edward la ignoró y se marchó, con una ligera risa de ella tras sus pasos. Al llegar al umbral, él se volvió y le advirtió: - 152 -

-Mantén a Gigandet fuera de mi vista o la próxima vez mataré a ese gallito pedante. Luego se marchó.

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Chapter 13 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 13 Isabella miraba por la ventana de su alcoba la noche infinita que cubría los páramos. Una brisa cálida con aroma de mar inflaba las cortinas a su alrededor mientras ella observaba una hilera de luces brillantes que titilaban y rebotaban en la distancia. El espectro fantasmal se dirigía hacia el extremo oeste del muelle hasta ir desapareciendo poco a poco, como desvaneciéndose en el enorme buche de un agujero negro. La vista la hacía pensar en la historia de Edward acerca del padre rondando los acantilados. Aunque su corazón deseaba creer que los seres queridos fallecidos podían permanecer de algún modo en el reino de los vivos, estaba segura de que lo que había visto no eran los ojos demoníacos y brillantes de unos perros de caza que seguían a su amo incorpóreo, sino más bien los faroles de un grupo de pescadores. Ella había escuchado decir a alguien por casualidad que la flota de pesca a menudo salía a pescar salmón después de medianoche, si la marea estaba baja. También había visto largas escaleras de soga que conducían a las ensenadas aisladas donde había corales que bailaban agitados por la marea. No había fantasmas, salvo los que existían en su imaginación. Desde el incidente en la sala del desayuno, Isabella se había quedado en la habitación acusando una jaqueca cuando Jasper había ido a buscarla a la hora de cenar. Sabía que él se había enterado de lo ocurrido. Indudablemente, él también sabía el papel que había hecho ella; sin embargo, no hizo comentario alguno, aunque con la mirada le dio a entender que podía hablar con él cuando así lo quisiera. ¿Pero qué podía decirle? ¿Qué él tenía razón? ¿Qué debió de haberse mantenido alejada de Edward? ¿Pero cómo podía ella saber que el misterioso y pensativo conde de Platt se convertiría mucho más en un riesgo para el corazón que para el cuerpo? Debía marcharse. Lo había decidido hacía unas horas. Cuanto más tiempo pasaba con Edward, más la atraía. Alguna vez lo había pensado como un desafío, pero ahora representaba mucho más que eso. Él era como un viaje por un camino sinuoso que amenazaba con desbaratarle la vida. - 154 -

La pura verdad era que estaba asustada. Algo le estaba sucediendo, algo que jamás había experimentado: como si tuviera el sentido común eclipsado, una sensación de descontrol, como si la misma esencia de su vida estuviese cambiando, y poco a poco la persona que siempre había sido estuviese siendo reemplazada por otra. Lo que temía y le deba terror era el hecho de que estaba empezando a preocuparse por Edward. Bajo esa apariencia despiadada había un hombre que coincidía ampliamente con la pasión que ella sentía por la vida, que jamás se rendía, que tomaba lo que quería, decía lo que sentía y que poseía una profunda emoción que ella jamás había descubierto en nadie. Y él le pertenecía a otra mujer. Isabella pegó la frente contra el frío vidrio de la ventana; se preguntaba en qué momento Edward se le había metido debajo de la piel para quedarse allí y cuánto tiempo pasaría hasta que se disipara ese dolor que ella sentía en el corazón. Había pensado en marcharse sigilosamente a primera hora, antes de que se despertara la gente de la casa. Antes de tener a Edward parado enfrente y se le terminara la determinación. Dios, ¿en qué momento se había vuelto tan cobarde? Por mucho que ella quisiera tomar el camino más fácil, si sucumbía ante un solo temor, sucumbiría ante muchos otros. Tenía que decirle a Edward que se marcharía. Se lo debía. Sabía en dónde se encontraba; lo había visto entrar en los establos más temprano. Podía imaginárselo allí solo, rodeado de lo único que significaba algo para él. La compasión que Edward no podía concederle a otro ser humano, se la concedía a su caballo. Y ahora había perdido su última tabla de salvación. Mientras salía de la habitación sin hacer ruido y se dirigía sigilosa por el vestíbulo en penumbras hasta la parte delantera de la casa, Isabella no estaba segura de si el curso de acción que planeaba seguir era el correcto. Pero temía que mientras Edward estuviera involucrado, jamás lo sabría. Estaba ebrio. Ebrio y mareado. Pero no lo suficiente, pensó Edward. Ni siquiera lo suficiente. - 155 -

Dios, ¿qué le había sucedido a su vida? ¿Cuánto hacía que todo le salía mal? ¿En qué momento había dado el primer paso por el mal camino? Quizás había nacido así, su llegada al mundo había sido como una sentencia de muerte para cualquiera que se preocupaba por él. Primero la madre. Luego el padre. Todo este tiempo había vivido bajo una falsa ilusión de autoindulgencia. Pero la hipocresía era mucho más fácil de afrontar que la verdad. Sin embargo, la mentira había conducido a un error tras otro, hasta que las transgresiones habían alcanzado dimensiones tan desmedidas que él había sido incapaz de encontrar el camino de regreso. Y todo por poseer la única característica que no podía soportar en nadie: La debilidad. El daba una falsa impresión, igual que su vida alguna vez perfecta; con la rabia dirigida al exterior porque era demasiado débil para aceptar culparse a sí mismo. Él había decepcionado a todo el mundo. Ahora, a Isabella. La dulce y fatal Isabella. Fatal para tenerla al lado. Fatal para verla, para acariciarla, para desearla. Fatal para preocuparse por ella. Cielos. Por un instante él se había permitido olvidarse de quien era ella, permitiéndole colarse por debajo de sus defensas y hacerlo pensar que quizás... Ahuyentó el pensamiento, canceló cualquier tipo de emoción salvo el rencor que le permitía continuar. Le habían arrebatado todo lo que tenía. Había perdido todo lo que deseaba. Debió de haber dejado que Gigandet la llevara a la cama ¡y adiós! Cerró fuerte los ojos e incrustó los talones de las manos en los cuencos de los ojos para tratar de bloquear las imágenes de Gigandet haciéndole a Isabella lo que él le había hecho esa tarde Sintiendo su piel suave, ahogándose en su ardor, escuchando esos gemidos cuando estaba llegando al orgasmo, sintiéndola. Tomando absoluta posesión de ella. Encontrando paz. Edward inspiró largo y profundo casi hasta ahogarse al tiempo que la arena - 156 -

movediza de su propia estupidez lo succionó casi hasta la cabeza. ¡Maldita Isabella! ¡Por todos los demonios! Le había abierto una grieta, una hendidura en el ya precario equilibrio de su vida, y ahora él no sabía cómo devolver todo a su lugar. Cielos, ¿por qué lo atormentaba tanto? -Tu vida es un maldito desastre, viejo -se burló de sí mismo, con la lengua espesa; las palabras se entremezclaban mientras que el equilibrio se mecía entre inmensas oleadas Nivelo la botella llena hasta la mitad, cosecha Armagnac por encima de la puerta del compartimento donde estaba Khan El caballo lo miró de manera cínica, como diciendo: -"El cabrón esta de nuevo de copas". De pronto, Edward encontró divertida aquella situación patética. -¡Por el fantasma de la mansión! -Alzó la botella, una de las tres. Ahora una de sólo dos. Pronto de ninguna-. ¡Salud! Inclinó la potente bebida en los labios y vació lo que quedaba. Luego, con un gruñido, se dio la vuelta y la arrojó a las puertas del establo; los vidrios se hicieron trizas y provocaron un grato estallido contra el piso. Un grito de sobresalto lo hizo girar la mirada bruscamente, y allí en la puerta, estaba parada la mismísima causa de su tormento. Isabella. Encantadora, prudente. Exuberante. Maldiciendo la última pizca de decencia que a él le quedaba en el alma. Ella lo miraba con los ojos bien abiertos, como si creyera que se había vuelto loco. Demasiado tarde; él ya había atravesado el camino hacia la locura hacía mucho tiempo. De hecho, hacía dos años. Dos años de coser a fuego lento, de pensar qué forma tomaría la venganza contra Forks. Dos años de esperar aquel momento. Aquella noche, él ya no se negaría. Isabella quedó clavada al suelo, con la mirada penetrante de Edward que la mantenía cautiva, con el cuerpo tembloroso bajo la ráfaga de furia y anhelo. Él tenía la camisa desaliñada y fuera de los pantalones, con los extremos que le colgaban de las caderas estrechas, y un brillo de sudor adherido al pecho desnudo. Y sin embargo, a ella la invadía otro tipo de calor, el que emanaba su propio cuerpo, provocado por la fuerza de verlo allí, alto, desafiante, examinándola descaradamente, retándola a que saliera corriendo. - 157 -

Detestándola, aunque la deseaba. -Qué extraño, ¿verdad? Cómo terminamos siempre encontrándonos aquí. -Aquella voz profunda le ponía los nervios de punta y le erizaba el vello de la nuca-. Me pregunto si tendrá algún significado especial. ¿Tú qué crees? -Creo que estás borracho. -Él lucía temerario, salvaje. Ese aspecto lo volvía peligrosamente atractivo, con aquella extraña belleza inhumana que poseía, como de un glorioso pagano, listo para violar y saquear. Sonrió y la curva sensual y seductora de su boca era un gesto de autodesprecio, apenas civilizado. -Siempre supe que eras una muchacha inteligente. ¿Te importa saber lo que estoy pensando? -Se pasó una mano por la parte delantera de sus pantalones groseramente, atrayendo la vista de ella hacia el miembro rígido que presionaba contra los botones-. Veo que te lo imaginas. Buena chica. -Comenzó a acercarse a ella desde las penumbras, cual lobo saliendo de la guarida. El instinto de supervivencia la hizo retroceder hasta quedar de espaldas contra un poste, inmóvil mientras Edward se acercaba. La luz de la luna se filtró por la puerta abierta, formando en su cara una figura siniestra. La línea amenazante de la boca expresaba que nada, salvo una intervención divina, la salvaría de su ira. -No permitiré que me hagas daño -le dijo con voz temblorosa, mientras alzaba la mano para advertirle, como si un grano de arena pudiera resistir una feroz marea. -No es dolor lo que planeo infligir, amor mío. Por el contrario. Finalmente conocerás el verdadero significado de tu nombre. Isabella se estremeció y empezó a rodear el poste mientras él continuaba avanzando. -Comprendo cómo te sientes. Pero yo no tengo nada que ver con lo que sucedió. No tenías que entregar a Khan. El endureció la mandíbula. -Y yo te dije lo que te sucedería si volvías a acercarte con ofrecimientos de falsa bondad. -Se detuvo deliberadamente, y para poner énfasis-: Recuerdas lo que dije, ¿verdad? - 158 -

Isabella lo recordaba y su temblor aumentó al evocar mentalmente sus vulgares palabras: "La follaré, su alteza... te daré toda la gratitud que tu cuerpecito ceñido sea capaz de recibir." Comenzó a latirle el corazón hasta que sus oídos se llenaron con ese sonido, un leve mareo amenazaba con desvanecerla, como si tratara de engullirla. -No he venido a ofrecer bondad. He venido a despedirme. Aquellas palabras lo detuvieron. -¿Despedirte? -Algo se encendió en sus ojos, algo casi parecido a la desesperación. Luego desapareció- Bien, supongo que será mejor que me dé prisa. Se quitó la camisa por los hombros, con los músculos que se ondulaban y flexionaban con el movimiento, la arrojo al suelo a la ligera, tenía la piel tensa y lisa pero increíblemente fuerte... increíblemente provocativa. E infinitamente peligrosa para los sentidos de ella. -Edward, escucha. Por favor. Quería decirte algo más que simplemente adiós. -¡Qué considerada de tu parte! -se burló él arrastrando las palabras, al tiempo que la rodeaba lentamente, como un depredador voraz que sabía de su presa atrapada e indefensa. -No quiero verte entregar a Khan. -Eso es indiscutible, milady. -Le dijo con tono levemente cruel-. El trato está hecho. Pasemos a otro tema, asuntos más apremiantes, si le parece. -Tenías razón -dijo ella, con la respiración superficial apenas manteniéndose fuera de su alcance-. Te debo honorarios de servicio. Quiero pagarte. Un músculo se le movió en la mandíbula y sus ojos brillaron con un fuego renovado que ella no había vuelto a ver desde aquel día en que la había abordado en los establos. -Ahora quieres pagarme, ¿verdad? ¿Y por que servicios sería? ¿Por los míos o los de mi caballo? - 159 -

-Tú sabes cuál. -No estoy seguro. Pero no tiene importancia. No quiero tu maldito dinero. -Sus ojos echaban humo como en un incendio- No estoy aquí para saciar tu sentimiento compasivo. -No soy yo la que está siendo compasiva. ¡Eres tú! -La ira que le provocaba su estúpida negativa a reconocer su orgullo y arrogancia le daban ganas de gritar-. Tu padre se fue Edward, y nada cambiará, eso no importa cuánto hayas deseado hacer las cosas de forma diferente. El apretó la mandíbula, lo que le indicaba que había llegado demasiado lejos, pero no le importaba. Alguien debía decírselo, a alguien debía preocuparle. -Ríndete -le suplicó, desesperada porque él la escuchara-. Esta casa, estas tierras, no son todo lo que hay. Tienes mucho que dar. No eres sólo el amante de Tanya, ni el de cualquier otra mujer. Piensas que fallaste pero no es así -Isabella no se percató de que estaba llorando hasta que una lágrima salada le rozó los labios-. Por favor. Toma mi dinero, dile a Tanya que cometiste un error y recupera a Khan. No es demasiado tarde. Él se quedó mirándola, con los ojos duros e implacables -Es demasiado tarde. Para todos. Muy en el fondo, Isabella sabía que él tenía razón En el momento en que ella había puesto los ojos en él su suerte había sido echada, su vida se precipitaba impetuosamente por un sendero de destrucción segura. -No -le susurró, meneando la cabeza mientras él se acercaba, dejándole como alternativa sólo el instinto de huir lo más lejos posible de la amenaza que él representaba. Con un sollozo que le brotó de los labios, se levantó las faldas y huyó en medio de la oscuridad.

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Chapter 14 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 14 -¡Isabella! -la voz de Edward sonaba angustiada, a ella le desgarró el alma. Siguió corriendo de todas formas, tropezando, buscando a ciegas algún refugio en medio de la oscuridad que la rodeaba. Escuchaba los pasos de él retumbando a sus espaldas. Ella sabía que jamás podría correr más rápido que él, pero continuó igualmente, cayéndose de rodillas, raspándose las palmas de las manos, obligándose a ponerse de pie mientras escuchaba el bramido distante de las olas rompiendo contra las rocas cada vez más cerca... Entonces el aire fue forzado a salir de sus pulmones cuando un brazo de acero la aferró de la cintura y la levantó del suelo, agitó los pies salvajemente, golpeó con los brazos el pecho de Edward, caliente, sólido, como un muro implacable contra su espalda, hasta que él la giró bruscamente para ponerla de frente. Lucía feroz, poderoso y catastrófico; abalanzó la boca para silenciar cualquier protesta. Que Dios la perdonara, pero ella lo deseaba. El jadeo mutuo se confundió con el sonido de la creciente furia del mar cuando él la apretó contra una piedra plana, todavía caliente por el sol del día. -Por Dios -dijo él con un gruñido, le echó la cabeza hacia atrás y la sedujo con besos en el cuello- no me rechaces, Isabella. Por favor... te necesito. Isabella sacudió la cabeza salvajemente, mientras luchaba una batalla que ya había perdido en el instante en que la había tocado. No podía entregarse, rendirse como muchas mujeres lo habían hecho antes que ella, mujeres a quienes él había poseído. Como lo hacía Tanya noche tras noche. Un sonido doloroso le creció desde la garganta. -¡No! -Lo empujó en el pecho, sólido como una roca e inamovible, y caliente y duro - 161 -

y masculino. Ella sentía deseos de cada centímetro suyo, de absorber el miembro ardiente por completo, de bajar y acariciarle la protuberancia que se meneaba íntimamente contra ella-. No seré una de tus mujeres, ¡maldición! Basta. Por favor, basta. Él la asió por los hombros, la sacudió levemente, mezclando su aliento con el de ella mientras la miraba fijo, con los ojos tempestuosos ardientes de deseo y rencor. -Tú eres la única mujer a quien deseo -le dijo con un gruñido-. Maldita seas por hacerme esto. Por hacer que te necesite tanto. -Me marcho. Te lo dije. -No. -rehusó a escucharla. Cayó sobre ella causándole estragos en el cuello, con una mano desabrochaba los botones del canesú mientras que la otra se movía con desesperada urgencia debajo del vestido, el contacto de la palma de la mano caliente con la piel le resultaba erótico y enloquecedor. Ella se retorció y abrió más las piernas para acomodar el tamaño macizo de él, aquella voluptuosa presencia que la inmovilizaba, calor contra calor. -No me dejes, Isabella. No me dejes -repetía una y otra vez mientras con la boca le encendía el cuerpo en llamas. Los labios de ella soltaron un jadeo de placer cuando él sorbió el pezón y atrajo las puntas erectas, succionando, lamiendo, torturando las puntas sensibles mientras le arrancaba las bragas con la mano que tenía entre las piernas, dejándola desnuda, vulnerable y en llamas al deslizarle un dedo largo y calloso entre los pliegues mojados hasta encontrar el punto maduro de su sexo. Gemidos interrumpidos brotaban de la garganta de ella, un sonido similar a los gemidos roncos que emitía Edward mientras movía los labios febrilmente entre los pechos, tironeando, mordisqueando, jugando hasta que los pezones se volvieron dos exuberantes puntos de placer, que se dilataban, que le rogaban que los acariciaran, mientras él masajeaba esa protuberancia sensible que tenía entre los labios inferiores, con los dedos empapados en las calientes humedades. Ella lo asió de los cabellos cuando él le levantó las caderas para llevárselas a la boca y la tomó de la manera más carnal que un hombre podía tomar a una mujer, succionándole la diminuta protuberancia mientras le acariciaba los pezones, con esa - 162 -

lengua que trabajaba tan mágicamente como ella jamás había imaginado, que jugueteaba salvajemente, explorando su tamaño entero, deslizándose en su interior como una llama ardiente, entrando y saliendo, llevándola al borde y manteniéndola allí, torturándola con su experta seducción hasta que ella le rogaba que la penetrara. Lo quería adentro, para que la poseyera, para pertenecerle, aunque sólo fuera por esa noche. -Isabella... -gimió él al tiempo que se deslizaba por su cuerpo con el miembro erecto presionando profundamente contra ese dulce sitio que palpitaba por él. Ella captó su mirada y la sostuvo mientras sus dedos temblorosos bajaron por el pecho hasta los botones del pantalón. Quería sentirlo, sostener todo ese poderío caliente y rígido entre sus manos, acariciarlo como él la había acariciado a ella. -Isabella -Intentó decir de nuevo, con la voz deshilachada, dolorida-. No aguanto más. Tal confesión venida de un hombre como él la hizo sentirse poderosa, como si al menos en aquel momento ella lo poseyera como a un esclavo. Él le pertenecía. El último botón se desabrochó. Entonces aquel trozo entero y sedoso quedó entre sus manos, quemándoselas mientras lo exploraba: el glande grueso, la vena latiendo, hasta las bolsas ceñidas que cubrió con las manos. El sonido discordante de la inspiración le demostró que le estaba dando placer y le dio más seguridad mientras lo masajeaba. El se movía de arriba abajo en contacto con los dedos exploradores, con los ojos fuertemente cerrados. Un gruñido profundo y sensual se le escapó de los labios; el sonido rompió en ella como una marea erótica y la volvió más audaz. Jugaba con el dedo en la punta satinada, esparciendo la única perla húmeda alrededor del glande, Entonces él abrió los ojos de golpe, y la pasión y el ardor de esa mirada a ella le arrancaron la respiración de los pulmones. -Lucha conmigo -le dijo con voz ronca; las palabras sonaban como una ardiente súplica de salvación-. No me dejes hacerlo. Isabella se arqueó contra el cuerpo de él, apretó la erección masculina contra su valle húmedo y se deslizó suavemente, muy suavemente a lo largo de su miembro, como una invitación tentadora y desvergonzada. -Te deseo. - 163 -

-¿Por qué? Porque ella sabía en su interior que eso era lo correcto Ningún hombre la había hecho sentirse tan mujer. Ningún hombre la había hecho sentir el poder de cada instinto que había en su interior. Ningún otro hombre merecía su virginidad -Porque esa es mi elección... Y yo te elijo. No espero declaraciones de amor ni votos de fidelidad. Lo único que pido es que cuando estés conmigo seas mío y sólo mío. No te quiero pensando en ninguna otra mujer, Edward. Sólo en mí. -No hay otra mujer. No existe nadie más que tú. -Le sujetó la cabeza entre ambas manos, con el pecho como un macizo bloque de calor encima de ella cuando bajó la cabeza y la rozó con los labios hasta darle un beso desgarrador-. Ayúdame... por favor. -Lo haré -le prometió ella en un susurro. Él cerró los ojos, con angustia, dividido entre los demonios del deseo y la negación. -¿Es a mí a quien quieres? ¿O esto? -Dijo aumentando la fricción contra el cuerpo de ella. -Es a ti. -Le respondió enroscándole los dedos entre los cabellos-. Te deseo a ti dentro de mí. Para que tú seas el primero -Él gimió y dejó caer la cabeza; los cabellos suaves como plumas le rozaban la piel. Ella le aferró la cara entre las manos, y le obligó a mirarla-. No sé qué es lo que me has hecho. Has acabado con todas mis creencias, y sin embargo no puedo dejar de pensar en ti, de morir de deseo por ti. -Dios... -Él apoyó la frente en la suya, aún se frotaba contra ella, tanteaba con la punta del pene el clítoris tenso con cada meneo, le apretaba las caderas con furia, encendía un ardiente tumulto de deseo, con la respiración violenta junto a su oídoEstuve pensando en esto... en estar dentro de tí, en cómo lo sentirías. Cielos, quiero odiarte. ¿Por qué no puedo odiarte? -¿Qué he hecho? -la pregunta sonó como un crudo ruego quebrado, como una necesidad de comprender la confusión interna que a él lo tenía angustiado-, Dime, Edward. ¿Es por Tanya? Él agitó la cabeza bruscamente, un brillo salvaje se reflejó en sus ojos. - 164 -

-No menciones su nombre. No ahora; sólo estamos tú y yo. No importa lo que suceda, recuerda que yo intenté rechazarte. Cielos, lo intenté, pero no puedo. -Él gimió, con los hombros temblorosos-. No puedo. -Entonces no lo hagas -ella inspiró, atrajo la cabeza de el hacia sí, y le besó de la forma en que había querido besarlo toda la noche, todo el día. Siempre, se diría. La unión de sus bocas era carnal, húmeda; él hundía la lengua mientras se meneaba más fuerte contra el cuerpo de ella, mas rápido, acariciándole apenas las puntas sensibles de los pezones, con un susurro erótico que describía sensaciones solamente de placer, atrayéndola hacia un laberinto oscuro y caliente de urgencia sexual donde él era su única salvación Le pasó un brazo por la espalda para subirla y besarle el pezón; aquel simple contacto la dejó al borde del éxtasis con el cuerpo convulsionado, rompiéndose en millones de pedazos, como si la hubiesen empujado sobre un banco rocoso. -Si... -El lamía el clítoris tenso, sin darle tregua al tumulto que le había generado en su interior, introduciéndole en el cuerpo el dedo más largo para probar su presteza, con una expresión dolorosa en el rostro, tratando de controlarse cuando ella se elevaba y empujaba la mano, hasta que la compuerta que refrenaba su control explotó. Le cogió las muñecas con una sola mano y se las llevó arriba de la cabeza. -Tú eres mía -dijo con un gruñido- Mientras las palpitaciones le seguían corriendo por las venas en una oleada de placer ardiente, hirviente, Edward la penetró de una sola embestida rápida y desgarradora; la penetración fue profunda, dolorosa y placentera, caliente como el fuego. Isabella soltó un grito, hundiéndole las uñas en la espalda cuando el empujaba más. Era tan grande, demasiado grande. -Edward... -Ssh... Haré que se sienta mejor, te lo prometo. -Se meneo lentamente al principio, entrando y saliendo, empujando cada vez un poco más, una dulce presión que terminaba en la unión de ambos cuando él la llenaba, profundo y ceñido levantándola en cada poderosa embestida. Isabella le besó la curva del cuello, probó la sal de su piel, saboreó su esencia y el almizcle y embriagador olor a sexo. De manera instintiva, ella alzó las piernas - 165 -

alrededor de sus caderas y elevó la pelvis, aumentando el placer que vibraba entre los cuerpos ardientes. Oh, Dios, él era suyo, todo entero dentro de ella, caliente, duro y profundo. Y ella se sentía insaciable. En llamas. Él había despertado algo en ella, algo que necesitaba con desesperación. Algo que ella temía que ningún hombre le volvería a despertar jamás. Y todo el tiempo él la miraba a los ojos mientras le hacía el amor. No la dejaba volver la mirada ni negarle ser testigo ni de una milésima de lo que ella estaba sintiendo: esa pasión desenfrenada y una emoción tan intensa que le inundaba cada uno de los sentidos. Él se inclinó hacia delante y le humedeció el pezón, echándole su aliento en la punta fruncida y dolorida mientras le susurraba: -Dame lo que no le has dado a ningún otro hombre. Ella lo hizo, estallando una vez más, todo el placer y la presión le atravesó el centro de su ser. Endureció los músculos, apretando el miembro largo y tieso, atrayéndolo hacia su interior más y más profundo aún. Él la aferró de las caderas mientras la embestía emitiendo un sonido gutural que le desgarraba la garganta hasta que finalmente encontró su propio alivio. Isabella se deslizó hacia el suelo en una nube de saciedad. La brisa fresca de la noche le recorrió el cuerpo cuando estaba echada allí, lánguida, repleta, mirando al cielo color índigo. Una arrolladora sensación de felicidad se mezclaba con una agridulce desesperanza. Lo que acababa de suceder entre ellos había sido explosivo, increíble; sin embargo, nada había cambiado. Ella no podía estar con él en esas condiciones, con el fantasma de otra mujer rondando entre ellos. Ella quería más, un compromiso que sabía que él jamás sería capaz de cumplir, y al percatarse de que lo que deseaba de Edward era algo estable y genuino se estremeció hasta la medula. Jamás hubiera imaginado que algún hombre significara tanto para ella. Se sentó, haciendo una mueca por el dolor que sentía entre los muslos. Edward - 166 -

yacía de espaldas sobre la piedra con la mirada puesta en algún sitio lejano, una vez más perdido en el bramido del mar, como un atormentado Odiseo en busca de su lugar en el mundo. Era tan apuesto que dolía mirarlo, con el cuerpo delineado por la luz de la luna; con todo ese semblante taciturno tranquilo, despojado de su habitual severidad. Lucía derrotado y tan impenetrable que parecía no ser más que una extensión de la piedra que tenía a sus espaldas. -Edward... -No lo digas. -Lo que sucedió... -Fue un error -aportó con tono impávido- Te dije que yo no era bueno. Te dije que me rechazaras. Ahora no me eches la culpa de arrepentirte por lo que ha sucedido. -No me arrepiento. Ni un instante. Debería. Tal vez a la larga lo haría, pero no es ese momento. Ahora comprendía el verdadero significado de ser una mujer, cómo era sentirse libre. Se había estado perdiendo el elemento más esencial: el poder de su propio cuerpo. Ni todos los libros del mundo podrían haberle enseñado lo que Edward le había dado esa noche. Se deslizó por la piedra y fue a pararse de frente Él tema la mirada puesta por encima del hombro de ella, y cuando se acomodó para tenerlo en su línea de visión, él desvió la vista hacia el otro hombro. Ella posó una mano en su brazo. -Mírame. Por favor. Con renuencia, él lo hizo, pero Isabella no logró verle los ojos, sólo la rígida protuberancia de la mandíbula, la tensión en el cuello, el aura apenas contenida de un hombre al borde de la anarquía. -No usé ninguna protección -dijo en medio del silencio que siguió. -Lo sé. - 167 -

-¿Es que no lo entiendes? Podrías estar llevando mi hijo en tus entrañas. -Soltó una carcajada cruel al tiempo que se pasaba una mano por los cabellos-. Cielos, ¿qué es lo que me has hecho? Jamás me he descuidado. Tú me confundes. -Yo lo deseaba tanto como tú. Yo también soy culpable. Pero era mi primera vez; seguramente no pasará nada. Realmente no lo creo... -Sí, claro -la interrumpió crudamente-. No lo crees. Tú eres como un veneno. Y me estás matando. -Su tono de voz parecía cargar una condena de por vida-. Cielos, tú me estás matando. Durante un instante eterno, él la miró fijamente como si fuera una extraña y él hubiera perdido el camino, como un viajero desorientado e inseguro que hubiera terminado en algún sitio donde no tenía intención de llegar. Ella sentía deseos de extender su mano y suavizar la feroz línea de su mandíbula, tranquilizar el gesto severo de la boca, pero el instante se esfumó. -Maldición, eres tan lista y tan ingenua -le dijo con tono áspero-. Vete. Huye tan lejos como puedas. ¡Y déjame en paz, por mil demonios! Se alejó de la piedra y le pasó rozando por el costado, rumbo a los acantilados... casi como si fuera a saltar. -¡Edward! -Corrió detrás de él, lo cogió del brazo y se le puso enfrente. Él tenía la mirada puesta en el mar; el agua azotaba con furia repentina debido a una ráfaga arrolladora, la tempestad se arremolinaba alrededor de ellos, dejándolos en el centro. -¿Cómo crees que es? -dijo él, con la voz confundida con el viento que se levantaba-. Arrojarte a tu propia muerte, Sin camino de retorno. Sin posibilidad de arrepentimiento. Viendo imágenes del fracaso abismal que fue tu vida. -Un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo-. ¿Crees que uno se siente libre? -No. -Ella agitó la cabeza, con el viento que le batía los cabellos sobre la cara-. Eso no es libertad. -¿No te haces preguntas acerca de la muerte? ¿Cómo sería tomar el destino con tus propias manos y luego simplemente soltarlo? -No, porque quiero estar aquí mañana sin importar lo que suceda. - 168 -

-¿Y qué si no hay esperanza alguna y el mañana no tiene importancia? Ella lo miró seria, aterrorizada de haberse topado con algo que superara su habilidad de manejarlo. -Siempre queda algo. Sólo tienes que conseguirlo. -Tú tienes todas las respuestas, ¿verdad? -Ni siquiera las suficientes -le respondió ella de manera impotente-, y ninguna en la que estés involucrado. Finalmente, él la miró, estudiándole el rostro. -¿Por qué te entregaste a mí? -le preguntó, con una intensidad en los ojos que ella no logró interpretar. Podría mentirle, ahorrarse el daño que podría causarle la honestidad. Pero algo le decía que él necesitaba la verdad, que quizás eso podría marcar una diferencia. -Cuando acababa de llegar me dijiste que yo estaba negando la atracción que había entre nosotros, y estabas en lo cierto. No quería pasar el resto de mi vida preguntándome cómo habría sido estar contigo. La luz de la luna se reflejó en el brillo de la oscuridad de los ojos de él, y le advirtió a ella de que había malinterpretado sus palabras. -¿Entonces satisfice tu curiosidad? ¿Acaricié los sitios correctos? -Por favor -le rogó ella en un susurro-. No lo eches a perder. Él se apartó de ella abruptamente. -Regresa a la casa. -No sin ti. -No saltaré, por el amor de Dios -dejó bien claro con el rostro severo-. Ahora vete. Isabella no quería dejarlo. Él parecía nervioso. Y en ese momento ella pensó que él tenía más fortaleza de ánimo que ella. Ella se había mantenido a flote en la vida escudada en sus creencias, protegida de la mayor parte de la dura realidad de la - 169 -

vida simplemente porque era la hija de un duque... y una mujer. Ella siempre había despreciado el papel que estaba destinada a jugar. Pero no había tenido en cuenta cómo podía llegar a ser estar del otro lado; cómo se podría sentir un hombre privado de todo lo que alguna vez había tenido. Abrió la boca con intención de decir lago, pero serían palabras en vano que él no escucharía. ¿Y acaso cambiarían algo? Ella no podía quedarse. No podía arriesgarse a abrirse y recibir el dolor que él fácilmente le infligía. "Vete", le había dicho. "O si no...", esas habían sido sus palabras silenciadas. Si no, la destruiría sistemáticamente. Las lágrimas brotaron libremente cuando ella se estiró para besarle la mejilla. -Adiós -le susurró, luego se dio vuelta y huyó en medio de la noche. Edward quiso alcanzarla; un pánico mudo le oprimió la garganta y le obstruyó el paso de las palabras para llamarla, para pedirle que se quedara en sus brazos una hora más, sin nada más que sus cuerpos unidos en primitiva comunión. Bajó el brazo y la maldijo por haberse cruzado en su vida y por poner en ridículo todo aquello en lo que él había creído firmemente, por provocarle el deseo de cosas que él había jurado jamás sentir. El se había creído inmune, pensaba que el muro que había construido piedra a piedra, interminable, día tras día, era impenetrable. Pero solamente el hecho de escuchar su nombre susurrado en los labios de Isabella y aquella simple rendición de su voluntad ante un deseo terrenal habían significado su perdición. Gimió desde lo más profundo de la garganta, con el sonido azotado por el viento mientras una tormenta se abría paso por el paisaje. El horizonte lejano desapareció cuando unas nubes negras se hincharon hacia la mansión, con los rayos que retumbaban y los relámpagos dentados bifurcándose sobre el mar. Pero el remolino que se aproximaba no era comparable a la irritante agitación que había en su interior. Él trató de armarse de furia evocando imágenes del rostro sonriente del padre y luego del ataúd cerrado. De pronto, la cicatriz del rostro pareció quemarle. Él estaba marcado y todo el mundo estaba al tanto de su desgracia. No podía mirarse al espejo sin sentir aquel recuerdo permanente, el dolor, la rabia. La culpa. - 170 -

Pero ya había tenido su revancha, ¿verdad? Había calmado su lujuria con la hija del enemigo. La había poseído exactamente como lo había imaginado, la había tenido debajo de él retorciéndose, jadeando su nombre, dándole la bienvenida dentro de su cavidad apretada y caliente, perforándole los hombros con las uñas cuando él la penetraba. Había vencido. ¿Entonces por qué diablos no sentía satisfacción alguna? ¿Y por qué anhelaba lo único que ella no le había entregado? Su corazón. Isabella entró en la casa silenciosa, con la mente plagada de dudas que se acumulaban acerca de haber abandonado a Edward con aquel estado de ánimo tan volátil. Si algo llegara a sucederle... -¿Milady? Isabella se sobresaltó y el corazón le subió a la garganta al darse la vuelta y encontrar a Tanya emergiendo desde la penumbra. -¿Te encuentras bien? -Bien, gracias -mintió Isabella. -Es tarde para andar deambulando por los páramos. Pudiste haberte hecho daño, o peor aún, sufrir una caída mortal. Edward la había salvado de esa suerte, y lo que había seguido a eso le había cambiado la vida. -No podía dormir. -Entiendo. Yo también tengo dificultades para dormir. Al parecer mi amante no se encuentra en la residencia. Tal vez tú lo hayas visto. Su amante. Aquellas palabras sonaron como una provocación intencionada. ¿Qué era lo que Tanya sabía? Había un brillo en los ojos de la mujer, algo que a Isabella la hizo pensar que estaba jugando con ella. - 171 -

-¿Lady Isabella? -insistió al ver que Isabella no emitía respuesta. -Me temo que no sé dónde se encuentra su... el conde. Ahora, si me disculpa, estoy bastante agotada. -Sí. Imagino que lo estarás. Algo en el tono detuvo a Isabella. -¿Perdón? La mujer caminó como deslizándose por el suelo hasta pararse frente a ella, recorrió a Isabella con la mirada lentamente, con un alto grado de malicia. -Hacer el amor con Edward puede resultar todo un ejercicio de resistencia -dijo con una sonrisa extraña que a Isabella le provocó un escalofrío que le corrió hasta los huesos-. Él es capaz de darle placer a una mujer durante horas. Francamente, me sorprende verte de regreso tan pronto. Pensaba que iba a tenerte hasta el amanecer, ya que su obsesión por poseerte era tan fuerte... Supongo que su necesidad no era tan grande como pensé. Palabras de negación brotaron automáticamente de los labios de Isabella, aunque el temor se desenroscaba en su interior como un gusano. -No sé de que está... -Tus ojos te delatan, querida. No eres tan mundana ni tan sofisticada como nos has hecho creer, ¿verdad? Debo confesar que me sorprendió que Edward estuviera dispuesto a dejar de lado su repugnancia lo bastante como para cumplir con el trato. Sin embargo, tenía una motivación substancial (y yo sé con certeza lo devoto que puede llegar a ser por una causa cuando se lo propone). Muy delicioso. En algún sitio de la casa un reloj sonaba marcando cada insoportable segundo. -Casi te envidio -continuó Tanya con tranquilidad-Cuando está enfadado, Edward es un espécimen de primera clase, absolutamente soberbio. Sólo espero que no haya usado en tí toda esa encantadora frustración enjaulada. Estoy hambrienta por recibir su marca sexual en este instante. Después de todo es por eso que le permito tanta libertad. -¿Usted sabía...? -articuló Isabella, luchando desesperadamente por emitir una voz normal. - 172 -

-Por supuesto. Sé todo lo que Edward hace. Hasta los estuve mirando un momento. Él es como una bestia en celo, ¿verdad? La cara de Isabella empezó a arder y el cuerpo a enfriarse. -¿Usted nos vio? -Sospecho que la mitad de la casa los vio. Como ya habrás notado, somos un grupo bastante pervertido. -Pasó un dedo por el cuello de Isabella, y rió por lo bajo cuando ella retrocedió de un salto-. Mis amigas que pensaban que yo exageraba las extraordinarias habilidades de Edward, simplemente tuvieron que averiguarlo por su propia cuenta. A mi entender, ninguna de ellas lo encontró insuficiente. Yo no hubiera tolerado su malhumor tanto tiempo de no ser por el tamaño de su... ¿resistencia, diríamos? La garganta de Isabella apenas podía emitir palabras. -No le creo. -Ah pero deberías. Yo lo conozco mucho mas que tu. Dentro y fuera de la alcoba, aunque esto último ocurre con mucho menos frecuencia. El rechazo ardía en los pulmones de Isabella, pero no podía expresarlo. -¿Por qué querría él lastimarme? -Realmente no lo sabes, ¿verdad? Isabella sentía deseos de abofetear a la mujer y quitarle de la cara aquella expresión de regodeo, luego buscar a Edward y exigirle una explicación. Pero no le permitiría a Tanya el placer de verla desmoronarse. -No, no lo sé -le respondió, manteniendo la compostura que pendía de un hilo-. Pero veo que se muere por contármelo. ¿Entonces de qué se trata? ¿Me consideraba un desafío demasiado grande como para resistirse? ¿O simplemente debía seducir a cualquier mujer que pusiera los pies en esta casa? -Si fuese así de simple... Como ya sabrás, Edward es un hombre complicado. Pasa buena parte de su tiempo tramando venganza contra aquellos que lo perjudicaron. Y me temo que tú eras un objetivo irresistible. Una vez Edward le había dicho que la odiaba, pero Isabella jamás había creído en - 173 -

verdad que aquel odio fuese resultado del incidente con los caballos. -¿Qué le he hecho? -Nada, en concreto. Tiene más que ver con tu padre. Tú sólo fuiste la desafortunada depositaría de la tremenda ira de Edward. -¿Qué ha hecho mi padre? -Estás sorprendentemente desinformada, ¿verdad? Aunque yo ya me lo temía. De haber sabido a quién te enfrentabas, tal vez hubieras estado preparada para rechazar a Edward. Quizás debí haberte prevenido, pero, realmente, ¿cual hubiera sido la gracia? Por un instante, Isabella no pudo más que mirar fijamente el bello y gélido rostro de la mujer. -¿Usted lo incitó a que hiciera lo que sucedió esta noche? -No, no, querida mía. Yo simplemente fui una espectadora de sus planes. Edward planeó esta escena absolutamente solo. Y no es de extrañar, considerando que tu padre fue el causante de la ruina de Edward. Isabella sacudió la cabeza. -No le creo. Mi padre jamás podría lastimar a nadie. -¿No? ¿Y entonces por qué no le preguntas qué es lo que sabe acerca de Carlisle Cullen? Pregúntale acerca de la deuda que el padre de Edward tenía con él y que llevó al conde a suicidarse. -Está mintiendo. -Pregúntale a Edward, si es que no me crees. Estoy segura que él estará contento de confirmar lo que acabo de decir. La deuda que lo llevó a una muerte trágica y prematura era hacia tu amado padre, a quien Edward odia con una ferocidad sin igual. Y mancillar a la hija del hombre que destruyó a su padre es una venganza apropiada, ¿no crees? - 174 -

En ese momento, Isabella veía todo con claridad. El enojo de Edward, su crueldad, la facilidad con la que había afirmado odiarla. El había rehusado a hablar de su padre abiertamente se había negado a bajar la guardia. Cada beso ardiente, cada caricia exploradora había sido un cruel preludio calculado que había culminado con su caída. Él le había jurado que sería su perdición. Y ella se había entregado al sacrificio voluntariamente.

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Chapter 15 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Segunda Parte Francia Capitulo 15 La Ville Lumiére. París -La Ciudad de la Luz. Pero esa noche, el sector de la ciudad donde se encontraba Isabella estaba a oscuras. Apenas había una luz de la calle encendida fuera del apartamento que ella compartía con su madre en Rué de la Chaussée d'Antin. Hacía casi una semana que estaba en casa, decidida a quitarse a Edward de la cabeza, aunque el objetivo se volvía cada día más difícil. La rabia era lo único que evitaba que se sintiera frustrada por cómo había comenzado a creer que en realidad él podía necesitarla. Él le había dicho que debía rechazarlo, alejarlo, pero ella no había tenido la fortaleza para hacerlo. Echarle la culpa de su hundimiento resultaba más fácil que culparse a sí misma, ya que al hacerlo podría significar reconocer sentimientos más profundos. Le llevó algunos días reunir el coraje para escribir a su padre, para indagarlo acerca de lo que había ocurrido entre él y Carlisle Cullen. Se resistía a creer que el padre podía haber estado involucrado en destruir la vida a otro hombre, pero tenía que saber la verdad, para su propia tranquilidad. Justo esa mañana, había recibido la respuesta. Mi querida hija: No entiendo qué ha sucedido que te precipitara a indagar sobre este tema, aunque sospecho que pudiste haberte enterado de esta terrible tragedia, según me informas, al viajar a Masen. - 176 -

Tal vez tendría que haberte preparado para esa posibilidad, pero llegado el momento confieso haberme acobardado. Temía por lo que pudieras pensar de mí, pues yo sabía el motivo que había detrás de la muerte de Carlisle Cullen, aunque no era de público conocimiento. Espero que me creas cuando digo que con gusto le hubiera concedido al conde más tiempo para devolverme el dinero que me debía. Conocía a Carlisle desde hacía años y lo consideraba un hombre honesto. Jamás le hubiera deseado daño alguno. En cuanto a su hijo, estoy desconcertado por lo que me has comunicado. Edward jamás ha venido a verme, pues de haberlo hecho, seguramente hubiera hablado con él. Tal vez yo debí de haberme acercado a él, pero admito no haber encontrado las palabras apropiadas para consolarlo. Me preocupaba que pudiera pensar que yo sólo quería aliviar mi propia conciencia. Por primera vez en mi vida, me faltaron las palabras. Aún estoy desconsolado por la pérdida de Carlisle, y me siento un poco responsable con respecto a su hijo. Quizás tú podrías convencer a Edward de venir a Londres y tomar su lugar en la Cámara de los Lores, Si lo hiciera, contaría con todo mi apoyo. Te extraño, hija. Regresa pronto. Y dile a tu madre... bueno, dile que espero que le esté yendo bien. Tu padre que te adora. A propósito, tu primo Jasper me acaba de informar que tiene intención de pedirle matrimonio a Lady Alice St. Brandon. Yo apruebo la pareja absolutamente. Te envía saludos. A Isabella la recorrió un alivio mientras doblaba la carta y la guardaba en un cajón. Su padre era inocente de los cargos de Edward, como ella sabía que lo sería. ¿Entonces por qué Edward creía que su padre había tenido que ver con la muerte del conde? ¿Es que su acusación sólo se debía al dolor mismo? ¿O a una necesidad de echarle la culpa a alguien, en lugar de creer que su padre fuera capaz de quitarse la vida? ¿O es que había sucedido algo más? ¿Algo que podía haberlo llevado a pensar que el padre de ella tenía la culpa? ¿Pero qué? Isabella dejó las preguntas a un lado. Edward ya no era de su incumbencia, jamás - 177 -

lo había sido. Tenía que concentrarse en seguir adelante, pensar en las buenas noticias que su padre le había comunicado. Jasper iba a contraer matrimonio. A ella no la sorprendía; él había quedado absolutamente enamorado de Lady Alice e Isabella estaba segura de que ambos serían felices. Sólo sentía pena por haberlo preocupado al anunciarle su decisión de abandonar Masen un día antes y regresar a París. Él se había enterado de que ella estaba huyendo y de que esa huida tenía algo que ver con Edward. Ella rogaba que nunca descubriera hasta dónde había llegado su insensatez. Jamás se perdonaría si sus propios actos egoístas provocaran que él perdiera a Lady Alice ni que él interviniera imprudentemente y hablara con Edward. Desde que había regresado a casa, Isabella se había esforzado afanosamente por quitarse a Edward de la cabeza, manteniéndose ocupada trabajando en retratos para sus clientes habituales. Tenía el estudio ubicado en el altillo, un sitio luminoso y alegre, y era la única habitación de la casa que ofrecía una vista del pleno centro de Montmartre. No había nada más encantador que la colina cuando el sol jugaba con el suelo color rojo ocre y sazonaba con un tono pimienta los sinuosos barrancos y estrechos senderos O el cielo vespertino, cuando se transformaba de un azul pizarra claro a un rosado carmesí. Pero sin importar lo ocupados que estuvieran sus días, no había forma de evadir las largas noches solitarias cuando no tenía nada en qué ocupar sus pensamientos y los sueños de Edward la perseguían. Algunas mañanas había despertado con la almohada húmeda por las lágrimas derramadas, lágrimas que no se permitía derramar durante las horas diurnas. No por alguien que la había utilizado como herramienta de venganza. Otras mañanas caía en un sueño irregular, plagado de imágenes de la posesión ardiente de Edward, con sus manos y sus labios dejándole su sello en la piel al unirse a ella con el ritmo sensual de su cuerpo. Algunas veces ella se acariciaba las partes que él le había tocado, sintiendo un hormigueo que le brotaba de los pezones, deseando ardientemente que los cálidos labios los jalaran, la lengua ardiente, el masaje erótico de los dedos cuando jugueteaba y la torturaba. Él le había embrujado el cuerpo la había atrapado en una red de lujuria de la que ella no podía liberarse. -Soñando de nuevo, ¿non? - 178 -

Aquella voz masculina, tan querida y tan familiar, la despertó de sus pensamientos. Se giró y encontró a su amigo modelo, confidente y a veces temperamental, Jacob Black, que la miraba desde su pose en el sofá, con las cejas alzadas en un gesto de interrogación, con un aspecto angelical que se contradecía con el encantador diablillo que ella sabía que era. Había conocido a Jacob hacía cinco años, cuando andaba por Avenue de Clichy retratando a un grupo de pilluelos flacuchos y a niños de la calle desgreñados, y su ira había crecido al observar en el siguiente paseo a un par de adinerados que insensiblemente pasaban junto a aquellos rostros jóvenes y hambrientos sin siquiera volver la mirada. Jacob, que había permanecido a sus espaldas, la había asustado al dirigirse a ella. Alguna vez él también había pertenecido a la condición de los pobres, le había dicho. Abandonado a los siete años de edad, había huido del orfanato donde solían golpearlo regularmente. Se había abierto paso en la vida en las calles, vendiendo su cuerpo, entregándose a hombres lujuriosos quienes disfrutaban de los ágiles encantos de los muchachos jóvenes. Entonces, un respetado artista lo había encontrado y había quedado prendado de su sobrecogedora belleza. Rescató a Jacob de las calles y lo incluyó como uno de sus modelos. Desde entonces, Jacob había posado para la mayoría de los artistas prometedores del Salón, y se jactaba con orgullo de haber sido retratado en pelotas por notables artistas de la talla de Renoir, Bazille, Degas y Maitre. El hombre que lo había rescatado pertenecía a un grupo de la élite. Su nombre era Manet. Aún con el pincel en la mano, Isabella se volvió hacia el lienzo apoyado encima de un caballete en medio de la habitación. -No estoy soñando -le respondió al tiempo que secaba el manchón de pintura amarina que le había goteado en el pulgar. Después de limpiar el pincel, lo untó apenas en el hueco azul. -Chérie, me doy cuenta cuando alguien está soñando. Después de todo, yo soy un experto en ese tema. Me he perfeccionado en el arte de andar a la deriva en un estado de melancolía, con aspecto pálido y trágico. Tú me has retratado en ese estado -hizo una gesto aéreo con la mano-cientos de veces, mais oui. - 179 -

-Yo no luzco pálida y trágica. -Pálida quizás no, ya que pasas bastante tiempo con la cara al sol, pero tú, mon ange, luces definitivamente trágica. Percibo tu dolor. -Por favor, Jacob, no te pongas dramático. -Eso es algo en lo que también me destaco. Nosotros los franceses tenemos una inclinación por el drama. Lo llevamos en la sangre. Ahora cuéntale a tu adorado Jacob, a quien más aprecias, ¿quién te ha dejado en tal estado de infelicidad? -No soy infeliz -Ella casi sonaba convincente, pero Jacob era demasiado listo como para perderse de algo. -Pobre Jacob, ¿ahora le van a mentir? -Suspiró-. Me rompes el corazón, jolie. ¿Piensas que no me doy cuenta de que no has sido la misma desde que regresaste de la pagana Inglaterra? -Inglaterra no es pagana. -Aunque algunos de sus ocupantes sí lo fueran. Él inspiró con desdén al tiempo que la miraba con ojos de traicionado que transmitían que había sido horrendamente malinterpretado y estaba gravemente herido. Alegó que su antipatía por todo lo que fuera inglés era heredada, pero Isabella sabía que su animosidad había comenzado cuando un inglés le había causado gran daño al rechazar su adoración. Para un francés, ser despreciado en el amor era como ser cortado en pedazos con un cuchillo de carnicero desafilado. -Mírame -le dijo-. Estoy a punto de explotar de la curiosidad. ¿Por qué tienes que torturarme de este modo? Ya sabes lo sensible que soy a la perturbación innecesaria. ¡Y ya estoy viendo venir una terrible angustia mientras estamos hablando! -Vuélvete hacia tu derecha y levanta el brazo un poco más -lo dirigió Isabella, con la esperanza de que abandonara el tema. -Esta es la primera vez que requieres de mis servicios desde que regresaste a casa. Si yo no te quisiera tanto, me sentiría herido sin posibilidad de recuperación por no haberme llamado en el preciso instante en que pusiste un pie de nuevo en París. - 180 -

-Levanta el mentón, por favor. -Fille mechante -resopló él al volverse más impaciente con ella-. ¡Eres tan difícil de soltar información cuando estás irritable...! -Yo no me siento irritable. -Melancólica, quizás, pero pronto estaría de nuevo metida en su vida normal. Sus sentimientos hacia Edward seguirían su curso y eso sería todo. Sólo deseaba saber cuánto tiempo llevaría, porque la sensación de vacío de su interior todavía tenía que menguar. Había algunos días en que casi la agobiaba-. Ahora quita la sábana, por favor. Él hizo lo que le pidió; retiró la sábana a un lado, cual desafiante conquistador romano y dejó al descubierto lo que sus admiradores masculinos más apreciaban de él. Le gustaba decir que no necesitaba de la horca para estar bien colgado. Generalmente, a ella no le interesaba en absoluto la imagen de aquella parte de él orgullosamente erecta. Era simplemente una parte más del cuerpo humano, como un brazo o una pierna, de valor únicamente estético. Pero ese día, la imagen de esa parte tan elemental le recordaba a Edward: el placer que él le había dado, todas las cosas deliciosas y maravillosas que le había practicado en el cuerpo, y se descubrió ardiendo hasta un extremo incómodo. Se esforzó por erradicar todo pensamiento ligado a Edward y concentrarse en la tarea que la ocupaba, en las pinceladas suaves y fluidas sobre el lienzo. Estaba tan absorta que no se percató de inmediato que la imagen que estaba dibujando lucía menos similar a Jacob y mucho más a Edward. -¿Mon ange? Distraída, Isabella le echó una mirada a Jacob. -¿Sí? -Por una de esas casualidades, ¿te has acostado con un hombre? Por un instante, Isabella lo miró y parpadeó en silencio, luego un rubor repentino le subió por las mejillas. Debió de haber esperado aquella pregunta tan directa y perspicaz, pues Jacob no tenía escrúpulos al abordar ningún tema. Ante su rubor delator, Jacob se sentó de un salto, mirándola fijamente como si le virgen María se acabara de materializar frente a él. - 181 -

-¡Díeu doux dans le ciel! ¡Lo hiciste! Oh, me has roto el corazón, niña sinvergüenza -se quejó-. Yo iba a ser el primero. Yo iba a iniciarte en el arte de hacer el amor. Ningún hombre lo hace con la habilidad de un francés. Isabella evitó su mirada acusadora y examinó el lienzo. -No recuerdo haber tenido esta conversación jamás. Jacob agitó una mano con gesto desdeñoso. -Detalles insignificantes. No comprendes el punto. -¿Que sería? -Mon Dieu, ¿no aprendiste nada en el país de esos cerdos? Te han echado a perder. Jamás volverás a desear tener a un verdadero hombre entre tus piernas. Te resultaría demasiado. -Como si aquella hubiera sido la frase más espantosa lanzada desde el firmamento sobre un mortal, él levantó las manos y se volvió a hundir entre los cojines en lo que fue su mejor imitación de alguien malhumorado y molesto. -No estuvo tan mal. -Isabella aguardó a que un trueno rasgara el cielo con su estruendo por aquella obvia subestimación. Jamás había imaginado que hacer el amor con un hombre podía ser tan maravilloso. Jacob levantó el antebrazo que tenía apoyados en la frente para mirarla con ojos afligidos. -¿No estuvo tan mal? La primera vez de una mujer debe ser la experiencia más memorable de su vida, no una rotura torpe. Me has dado un golpe mortal. Creo que jamás me recuperaré. -Y yo creo que te recuperarás no bien el salón de baile abra sus puertas esta noche. Él le echó una mirada. -Ese canalla no sólo tomó tu virginidad sino que te dejó cual bruja con lengua de víbora a quien le han usurpado el afecto de tu amado Jacob. Creo que mataré a ese intruso. -Estás olvidándote de algo -dijo Isabella, esforzándose por sonar indiferente mientras volvía a poner atención en el lienzo. - 182 -

-¿Eh? -peguntó con tono ofendido. -Tú prefieres a los hombres. -Eso... -Se encogió de hombros de manera indiferente- No es lo mismo, chérie. En este instante, yo hubiera sido capaz de dejar de lado mi repulsión natural hacia la carne femenina. Tú eres la excepción, por supuesto. -Por supuesto. -Rió Isabella con tono suave. -Yo soy tu amigo, por lo tanto, tenía cierta obligación de hacerte ese favor tan importante. Pero -dijo con un suspiro desconsolado-, el hecho está fait accompli. Así que ahora la pregunta que queda es: ¿quién es ese hombre que se gano tu corazón? -No se ganó mi corazón. La mirada de Jacob era alarmantemente directa. -Tú, que has descartado a hombres como si fueran pasto... -Yo jamás he descartado a nadie como pasto. -Tú, que has dejado corazones desparramados por todo París, sin ofrecerle jamás a un hombre algo más que una mirada superficial, dejándoles el orgullo por los suelos... Un golpe en la puerta salvó a Isabella de la pregunta que iba a asomar en el horizonte. En ese momento sería capaz de darle la bienvenida al mismísimo demonio si eso lograba distraer a Jacob. Al llegar a la puerta, Isabella la abrió de golpe, pensando que era su madre con una bandeja con comida. En cambio, calzado como al descuido en el marco estaba el mismo demonio que ella había invocado, con aspecto aristocrático mirara por donde se lo mirara: vestido con una chaqueta extrafina de color azul marino que moldeaba sus hombros robustos, un chaleco de Brocato color crema que realzaba su ancho pecho, y pantalones de color gris plomo, que se ceñían a las piernas musculosas. Aquel demonio llamado conde de Platt.

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Chapter 16 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 16 Isabella no lograba sostener la respiración, con la mirada remachada en aquellos penetrantes ojos oscuros como la medianoche que ella acababa de pintar. -¿Sorprendida? -murmuró Edward, con aquella voz profunda y resonante que la hizo estremecer. Ella se liberó del traidor escalofrío provocado por su aparición inesperada y recobró el temple. Este hombre la había utilizado. No tenía derecho a aparecer de repente en su puerta como si no hubiese hecho algo malo, especialmente con aspecto tan calmado y fascinante. -¿Qué es lo que estás haciendo aquí? -quiso saber ella. -He venido a visitarte. -Se aproximó a ella, asaltándola con aquel increíble calor-. Soy la mismísima sociabilidad personificada. -De pronto tenía la boca junto al oído de ella, sintió el aliento como una suave presión en la garganta cuando le susurró-: Te he echado de menos. Un dolor punzante invadió a Isabella que la sacó de quicio. Se esforzó por permanecer rígida, mirándolo ferozmente. -Su arrogancia no conoce límites, milord. El se enderezó lentamente. -En absoluto -Un gesto de sugerente intimidad le curvó aquellos labios carnosos, que la habían besado con tal abandono-. ¿Puedo entrar? -No. -Veo que aún eres una experta en tenerme a raya Menos mal que no soy fácil de disuadir. -Se apartó del marco y avanzó un poco. - 184 -

Isabella alzó la mano para bloquearle el paso de manera impulsiva. Él levantó una ceja en aquel gesto de tuna, con el desafío claramente escrito en las líneas de su apuesto rostro-. ¿Vamos a trabarnos en una riña? Preferiría evitarlo, si es posible. -Entonces márchate y no habrá problemas. El le dio unos golpecitos en la barbilla. -Recuérdame que te lleve a Gentleman Joe para un combate en el ring. Mi apuesta va por ti. -Luego él entró en el cuarto y la mano con que ella intentó empujarlo le rozó el pecho, dejando una estela ardiente y delatora a su paso. -Acogedor -murmuró al tiempo que escudriñaba las pertenencias de ella hasta que un profundo ceño fruncido se le dibujo en el rostro-. ¿Quién diablos eres tú? -Por el tono agresivo ella se dio cuenta de que había encontrado a Jacob. Desnudo. -¿Quién diablos eres tú? - exigió Jacob en respuesta, sin sonar intimidado en lo más mínimo, aunque Edward lo superaba al menos en unos diez kilos. Conteniéndose una risa inesperada, Isabella quedó enormemente aliviada al ver que Jacob se había tapado con la sábana, aunque la fina seda esculpía su generosidad en todo su esplendor. Para el que no sabía, la situación quedaba como un clandestino encuentro sexual vespertino. Y a juzgar por el perfil tenso de Edward esa era exactamente la conclusión que él había llegado. Aquellos ojos, ahora mucho más negros que verdes, se posaron en ella. -¿Ya has comenzado a recabar información? A Isabella sólo le llevó un segundo deducir el significado de aquel comentario. Una vez le había preguntado de manera burlona sobre el grado de placer que él le despertaba y ella le había contestado que necesitaría investigar a otros hombres para hacer una comparación apropiada de sus habilidades. Alzó el mentón y le respondió: -Sí, de hecho, así es. Ahora, si no te molesta, márchate- así podré continuar con mis lecciones. Soy una alumna muy estudiosa, si es que lo recuerdas. Pero hay ciertas cosas que requieren mucho tiempo y devoción para poderlas dominar. - 185 -

El brillo de posesión que de repente encendió sus ojos le advirtió que no era aconsejable provocarlo. -Aprobaste esa lección en particular bastante adecuadamente, si la memoria no me engaña. La inflexión carnal de sus palabras evocaba imágenes que Isabella aún no podía olvidar. -¿Cómo entraste aquí? -Una criada regordeta, de mejillas sonrosadas, me dio la bienvenida con los brazos abiertos. Al parecer no le resulto ni remotamente inusual el hecho de que entretengas a hombres en tu alcoba. -Ésta no es mi alcoba. - El deslizó la vista hacia una pequeña cama que había en el rincón, y por algún motivo inexplicable, Isabella se oyó decir-: A veces trabajo hasta tarde. Él le ofreció una sonrisa irresistible. -¡Qué imagen tan atractiva! A ella se le paralizó el corazón. -Si tu insaciable curiosidad ha quedado satisfecha... -Todo lo contrario. -Esa era su señal para marcharse, monsieur -interrumpió Jacob, mientras se anudaba la sábana alrededor de las caderas estrechas y se ponía de pie, con su impresionante altura de casi dos metros que igualaba a la de Edward- A menos que necesite ayuda para encontrar la puerta. -¿Y supongo que sería usted el que me ayudara? -La mirada de Edward se posó indiferente en su potencial oponente. -Mademoiselle le ha expresado su deseo de que se largue. Si usted no se muestra demasiado dispuesto, entonces con toda seguridad yo le mostraré el camino de salida. -Jacob avanzó hacia Edward y él hizo lo mismo. Isabella se metió rápidamente entre ambos, dándole la espalda a Jacob. - 186 -

-Terminad con esto. Edward alzó una ceja, con un destello de furia en su mirada tumultuosa. -¿Protegiendo a tu amante, cariño? ¡Qué encantador! -La cogió del mentón-. Cuando te pones nerviosa sí que eres bastante apasionada. -Quiero que te largues -le dijo ella con tono furioso, detestando el hecho de que parte de ella aún reaccionaba ante él y no quisiera dejarlo ir. Una leve luz de la calle le iluminó la curva melancólica de la mejilla de él. -Tengo algo que decirte. -Entonces dilo y vete. -Es un asunto privado. -Miró tajante a Jacob por encima del hombro-. ¿Por qué no te largas, viejo? Si tanto lo deseas, más tarde aceptaré tu ofrecimiento de salir a la calle. Pero por ahora, lárgate tú. Isabella tuvo que bloquearle el paso a Jacob que se le abalanzaba encima. Tal vez él prefería a los hombres en lugar de a las mujeres, pero eso no lo volvía menos hombre cuando; de su honor se trataba. -¡Esto es un desatino! -exclamó con tono impaciente-. Permíteme despachar a este grosero; así continuamos con lo que estábamos haciendo. -¿Y de qué se trataba? -preguntó Edward, ahora recorriendo con desgana toda la habitación como si tuviera todo de derecho a fisgonear. -Tal vez estábamos haciendo el amor -respondió Jacob con tono provocador. Edward lo miró por encima del hombro. -Y tal vez yo te retuerza ese condenado cuello, franchute. -¿Celoso, inglés? -Jacob acomodo el brazo en el hombro de Isabella, con un gesto que intentaba ser provocador. -¿De ti? -preguntó Edward con una risa burlona-. Ya he visto lo que tienes para ofrecer, y dudo mucho que la dama se haya impresionado. - 187 -

El humor de Isabella remontó vuelo. - ¡Obstinado pedante!... ¡Fuera! ¡Los dos! -Pero, chérie... -lisonjeó Jacob sólo para quedar silenciado por la mirada de ella. -Tú, de todas las personas. ¿Cómo pudiste? -Yo sólo quise... -Ya sé lo que quisiste y sospecho que a la larga te perdonaré. Pero no en este momento. Él suspiró con gran desánimo y recogió su ropa, y una vez más el viejo y conocido Jacob dijo: -¿Y qué hay con éste? -murmuró lanzándole puñales a Edward por la espalda. Isabella miró hacia donde estaba Edward. Tenía los cabellos cobrizos desordenados y con vetas doradas como pintadas por el reflejo de la luz de una vela. Para ella, él era un enigma; sin embargo, eso parecía no afectar la fascinación que sentía por el. Se volvió hacia Jacob y dijo: -Él seguirá tus pasos. -¿Estás segura de que no quieres que le llene de bultos ese cráneo duro? Nada me daría más placer. -Me he reservado ese derecho para mí misma. Pero eradas de todas formas. -Ella le aferró las manos y trató de sonreír de modo reconfortante-. Sé que sólo tratabas de protegerme. -¿Es él, verdad? Lo primero que pensó Isabella fue en negarlo, pero sabía que Jacob la descubriría. -Sí -le respondió en voz baja-. Es él. Una muestra de poco interés se dejó ver ahora que el conflicto se había evitado. - 188 -

-No entiendo qué es lo que le ves. Esos músculos tan ostentosos. ¡Y esa cara! Esos ángulos severos, toscos y taciturnos. Absolutamente torpe. Debe de ser el engendro de una larga línea de pendencieros de clase media, supongo. Como percibía que él era el tema de conversación, Edward les echó una mirada, alzando la ceja de aquel modo provocador, con una sonrisa claramente desafiante. -Bárbaro -resopló Jacob con desdén-. Me quedaré a una distancia prudente, por si necesitas mi ayuda y pegas un grito. -Con las prendas en la mano, se retiró deslizándose con elegancia, dejando con la sábana una huella tras de sí como la túnica de emperador. -Cierra la puerta -le pidió Edward con tono suave. Isabella se humedeció los labios y exhaló pausadamente: -No. El apoyó un hombro en la pared, con los brazos cruzados a la altura del pecho, exhibiendo aquellos músculos ostentosos (como si hubiera alguien capaz de ignorarlos). Ella misma los había sentido hacía no mucho tiempo, los había acariciado en toda su extensión de suave vigor disfrutando de su fuerza apenas reprimida, del modo en que la amoldaban contra su cuerpo; los había aferrado mientras el la penetraba. Se estremeció. Avanzó hacia ella dando cuatro zancadas hasta quedar frente a frente, con una expresión ilegible en la mirada. -¿El te ha hecho el amor? -Al ver que Isabella seguía muda, la cogió de los brazos y la apretó casi hasta hacerle doler-. ¿Lo hizo? -¡No! -Ella no le daría la satisfacción de saber que pasaría mucho tiempo hasta que ella le permitiera a otro hombre entrar a su cama-. Ahora, por favor, márchate. Con sorprendente suavidad, él le apartó un mechón de cabello; el leve contacto de sus dedos en el cuello le resultó tan íntimo como un beso. Isabella se apartó. -No te permitiré entrar y salir de mi vida, haciéndome daño impunemente. Ya sé - 189 -

todo sobre tu ardid; Lady Denali se regodeó restregándome tu sucio secreto en la cara. El extendió una mano y le acarició la mejilla; el gesto tierno se contraponía a la extraña severidad de su mirada. -Ella no debió hacerlo -murmuró; sonaba casi apenado. -Por supuesto que no. -Isabella se apartó de su quitó el placer de hacerlo tú mismo. Él mantuvo la mano suspendida un instante, y luego la dejó caer. -¿Estás tan segura de que yo lo hubiera disfrutado? -¿Por qué no? Antes lo hiciste. Pero me advertiste, ¿verdad? ¡Qué risa te habrá causado, someterme sin el menor esfuerzo! Otra jovenzuela idiota lanzándose a tus brazos. -Si mal no recuerdo, yo me lancé a tus brazos. Él intentaba cautivarla. Isabella se puso firme. -Si te tomaste el trabajo de venir hasta aquí para comprobar que estoy sumida en el arrepentimiento y la autocompasión, estarás altamente decepcionado. La autocompasión es territorio tuyo. -Tal vez tengas razón. Ella no quería que él estuviera de acuerdo. Lo que quería era que él sintiera rabia, dolor y traición al igual que ella. -Hice el amor contigo y lo disfruté. Derretiste a la frígida hija del duque, así que anótalo como un punto para ti. Pero si me equivoqué contigo en la elección, la próxima vez me fijaré mejor antes de repetir el error. Tal vez hayas sido el primero, milord, pero no serás el último. Él continuaba observándola de aquel modo resignado. -No he venido hasta aquí para regodearme, no importa lo que pienses. - 190 -

-¿Y para qué has venido? Algo debió de haberte motivado, y no voy a engañarme al pensar que se deba a la preocupación por mis sentimientos. Sin duda eso estará primero., -Comprendo tu rabia. -No siento rabia, milord. Estoy furiosa. El la miró largo rato y luego le preguntó con calma. -¿Has considerado la posibilidad de que puedas estar llevando un hijo mío en tu vientre? -Que eso no te preocupe. Jamás reclamaría que me otorgues el honor de llevar tu nombre. Preferiría dormirme un nido de víboras. Él apretó la mandíbula, gesto que a ella le indicaba lo mucho que se estaba esforzando por refrenar su tempera; mentó. -Si estás encinta, yo me encargaré de ti y del bebé. -¡Pero qué magnánimo eres! -La imagen de un bebé de él prendido a su pecho mientras él los miraba, casi le rompe el corazón-. Pero por si acaso no lo hayas notado, no te necesito. ¿Qué posible motivo me obligaría a someterme a tu malhumor? -Tal vez porque mínimamente sientas algo por el hombre que podría ser el padre de tu hijo. Isabella deseó que eso no fuera cierto, aunque sí le preocupaba. Había detectado reacciones dulces y vulnerables bajo la apariencia severa de Edward. Pero él no se había preocupado por ella. Para él, ella sólo había significado un medio para llegar a un fin. -¿Y si estuviera encinta, qué? ¿Trabajarías todas las noches en la cama de Lady Denali para mantenernos? Ya que con certeza no estarías ni cerca de la mía. De repente, el infierno mismo ardió en la mirada de él y ese fue el único indicio que ella recibió de que estaba perdiendo el control. Avanzó hasta que ella quedó con la espalda pegada a la pared y le tomó la cabeza entre las manos. -No me tientes a probarte lo fácil que podría hacerte cambiar de idea. Si no - 191 -

sintieras nada por mí, no estarías comportándote como una fiera. Yo te intereso, maldición. Y yo... siento algo por ti. Isabella se estremeció. ¡Dios, cuánto había extrañado a aquel detestable y bello miserable! Ella se dio cuenta de que había estado tratando de provocarlo para que estallara. Era demasiado orgullosa como para confesarle que deseaba que la besara y le susurrara al oído que jamás la abandonaría, como lo había hecho una vez. -El único sentimiento que tiene para conmigo, milord -empezó a decirle con desdén-, está entre sus piernas. -Le apoyó una mano en la parte delantera de los pantalones de manera desvergonzada, la dureza que iba subiendo de temperatura en contacto con la palma de su mano le indico que ella aún lo afectaba. Él siseó entre dientes mordazmente, con el fuego en los ojos ardiendo casi sin control, cuando se le abalanzo dejándola sin escapatoria mientras amoldaba el cuerpo de ella entre su figura, rígida y caliente, y la pared. A ella se le estranguló el aire en la garganta al mirarlo desafiante. Casi sollozó de alivio cuando él la besó y aquel contacto esparció chispas por todas partes.

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Chapter 17 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 17 El la besó intensamente, con la boca abierta, apretó las caderas contra ella y le hizo sentir la urgente rigidez de la erección que ella había acariciado tan desvergonzadamente. Parecía tener las manos de él por todo el cuerpo, sin dejarle ni un instante para recuperar el aliento, activando cada rincón hambriento y ardiente de su alma. Isabella trató de mantener una pizca de resistencia, trató de no darle a Edward lo que deseaba. Pero él le tomó los brazos y se los colocó sobre los hombros, dejándole las manos al alcance de la tentación: el firme contorno de sus hombros, el cálido y dócil largo del cuello, y esos cabellos tan suaves e indomables que parecían rogar que acariciaran las dóciles hebras entre los dedos y luego los aferraran fuertemente atrayendo más la cabeza. Los gemidos de él se mezclaban con los suaves grititos de ella hasta que el mundo a su alrededor no fue más sustancial que una voluta de humo. Ella se estaba ahogando en él, consumida por su ardor, el contorno tenso del cuerpo masculino se alineaba con el suyo, los poderosos músculos se movían cuando la besó con posesión flagrante y deliberada. Él le hurgó los cabellos hasta que soltó la pesada mal dejando que le cayera sobre los hombros. Asió un puñado y la aprisionó echándole la cabeza hacia atrás para poder saborearle la curva del cuello, el punto sensible detrás de la oreja. Un jadeo dolorido le brotó desde fondo de la garganta y él capturó el sonido con la boca. El corazón le latía salvajemente, la excitación le con por las venas cuando Edward le inclinó la boca para besarla; un éxtasis punzante la recorrió desde los pezones hasta el vientre, para florecer entre sus muslos. Pero con los ojos cerrados, las imágenes comenzaron a invadirla: imágenes de Edward con otras mujeres, desactivara sus inhibiciones magistralmente (como lo - 193 -

estaba haciendo ahora con ella), todas sucumbiendo ante su seducción, todas sintiendo el sinuoso vigor de su cuerpo, retorciéndose bajo sus expertas caricias. Los rostros de las mujeres se hiciera difusos y luego al cobrar nitidez apareció uno solo: Tanya Hamilton. El aspecto burlón y frío de la mujer apareció ante los ojos de Isabella; las palabras crueles le resonaron como una campana penetrante que le desgarraba el corazón. "Él pasa buena parte de su tiempo tramando venganza contra aquellos que lo perjudicaron. Y me temo que tú eras un objetivo irresistible", Isabella apartó la boca. -Déjame en paz. -Lo apartó de un empujón una y otra vez hasta golpearle el pecho con los puños. Él la cogió de las muñecas, maniatándolas a los costados del cuerpo, con la respiración dificultosa y los ojos cargados de pasión al mirarla. -Basta. Suéltame. Él vaciló y con un sonido mudo de frustración la soltó Isabella huyó hacia el otro extremo de la habitación y luego se volvió a mirarlo. -¿No fue suficiente una vez? -le dijo, detestándolo con tono de voz un tanto afectado-. Ya te has vengado. Tomaste mi virginidad como tu trofeo. La memoria de tu padre ha sido vengada. ¿Qué más quieres? El silencio invadió el cuarto mientras Edward la miraba, como si la contuviera y la maldijera al mismo tiempo -Tal vez -dijo finalmente, con una voz que le desgarraba el corazón en pedazos- es a ti a quien quiero. La confesión dejó a Isabella impactada, y sintió una punzada de alegría que titilaba por encenderse en su interior. Pero no podía creerle. No lo haría. Estaba jugando con ella de nuevo. . -¿Por qué? -le preguntó enfadada-, ¿Hay algún otro miembro de la familia que creas que mi padre agravió? Él se acercó y miró por la ventana. Las nubes se entrelazaban en el cielo nocturno, - 194 -

las sombras bailaban lentamente en su rostro antes de seguir su camino. Él se dio la vuelta muy despacio para mirarla; la luz de la luna exageraba las líneas cinceladas de su mandíbula. Tenía la boca firme, los ojos con un tumulto de emoción que ella apenas podía adivinar. -Esto ya no tiene que ver con mi padre ni el tuyo -le dijo. -¿Ah, no? Lo pusiste en esos términos en el momento que planeaste seducirme. -Traté de detenerme. -¿Es que la pasión le resulta tan fácil, milord, que puede simplemente encenderla o apagarla a su antojo? ¿Me deseaste aunque sea un poco? ¿O es que eres tan experto en seducir mujeres que les haces creer que significan algo para ti? Él apretó la mandíbula. -Sabes que te deseé, maldición. -La sed de venganza y el suficiente alcohol tienen el poder de motivar hasta al sujeto más reacio. -La venganza no tiene nada que ver con lo que sucedió entre nosotros. -Me disculparás si estoy en desacuerdo. -Isabella se dio cuenta de que estaba agarrando la falda con fuerza. Soltó la tela y se obligó a caminar-. Y entonces dime, ¿qué es lo que realmente impulsó tu visita de hoy? ¿Es que descubriste que sólo te queda una semana de vida y debes enmendar tus faltas ante Dios? ¿O es que te arrolló un repentino ataque de conciencia/milagrosamente? -Según tú, yo no tengo conciencia. Ante el grave sonido de su voz, Isabella lo miró, incómoda por el modo en que él parecía seguirle los movimientos. -Cualquiera sean los motivos que te hayan traído hasta aquí, al menos me diste la posibilidad de decirte lo que pienso. -Se enfrentó a él con la voz temblando de furiacreo en tus acusaciones hacia mi padre. Él jamás le haría daño a nadie intencionadamente. No es ese tipo de personas. -Podría haberle hablado sobre la carta, o habérsela ofrecido para que la leyera, pero no le daría la satisfacción de saber que él había dudado de su padre aunque fuera por un instante- Siento lo que le sucedió a tu padre. De veras. Pero no asumiré la culpa. - 195 -

Las sombras cubrieron todo excepto los ojos de él, sumamente verdes y decididos. -Descargué mi furia en ti. Me había convencido de que te odiaba. Pero en algún trayecto del camino... -Se detuvo y con tono desanimado continuó-: En algún trayecto del camino, las cosas cambiaron. Cuando te marchaste... -Te diste cuenta de que habías perdido a alguien a quien azotar- terminó ella la frase con tono amargo. El apretó los dientes, con una expresión fría: -No, me di cuenta de que había cometido un error. Esa reflexión la detuvo en seco. Luego ella recordó que estaba tratando con un experto manipulador y seductor. -Disculpa si no me siento halagada, pero no quiero volver a verte jamás. Giró sobre sus talones, con la falda que hizo un ruido seco cuando se encaminó hacia la puerta. En un segundo, Edward la alcanzó y la volvió hasta tenerla de frente. -Creo que el beso que compartimos hace un momento dice que sientes lo contrario. -Piensa lo que quieras. Si me disculpas, has interrumpido mi trabajo y ahuyentado a mi modelo -¿De modo que eso era lo que ese bufón estaba haciendo aquí? ¿Posando para ti? entonces creo que lo más justo sería compensarte ofreciéndome a reemplazarlo. -Levantó la comisura de los labios en un gesto de intención pecaminosa al tiempo que se quitó la chaqueta y la costosa prenda cayó en la oscuridad, a sus pies enfundados en unas botas. -¿Qué es lo que estás haciendo? -Desvistiéndome. -Luego se quitó el chaleco, con aquella sonrisa inmoral que la retaba a mantener su postura. -Bien, detente. Él la ignoró, le sostuvo la mirada fija mientras se desabrochaba los gemelos de los - 196 -

puños, ambos cayeron al suelo con un leve tintineo. Luego llevó las manos al cuello para quitarse la corbata, el género blanco níveo cayó al suelo a cámara lenta Se desabotonó la camisa del mismo modo tranquilo, dejando ver cada centímetro tentador de aquel pecho bien musculoso. Por mucho que Isabella intentaba apartar la vista, no lo lograba. Y cuando la camisa cayó también como susurrando algo para unirse a las otras prendas, él quedó de pie bajo un destello dorado que proyectaba la luz de la lámpara y a ella le empezaron a transpirar las palmas de las manos. En el momento en que estaba a punto de desabrochar el primer botón de los pantalones, ella encontró la voz para gritar: -¡No! -¿Por qué no? -Le preguntó Edward con tono sedoso registrando el color intensificado de las mejillas de ella, el modo en que sacó la lengua para humedecerse los labios secos y el pecho que subía y bajaba rápido-. ¿Tienes miedo? Él se le acercó, deleitándose de manera perversa con el modo en que ella lo devoraba con los ojos, haciendo que él se desintegrara en pedacitos. Aquella mirada era la que lo había estado persiguiendo en la mayoría de sus sueños. Aquellos ojos ardientes que lo examinaban, sin perderse nada, incapaces de mentir. Ella le había despertado algo en su interior a lo que era incapaz de enfrentarse y había intentado de todo para evitarlo, pretendiendo creer que lo que sentía por ella seguía siendo odio, Pero cuando ella se había marchado y un día vacío se fundía con el siguiente, se dio cuenta de que el odio había dejado de ser un factor. La había extrañado: su sonrisa, su perfume, su manera de caminar, el modo en que lo había enfrentado. ¡Diablos! Hasta había extrañado el modo en que ella podía ponerlo a raya con aquella lengua afilada que tenía. Pero lo que más había extrañado era lo que sentía al tenerla entre sus brazos, cómo se amoldaba a su cuerpo, cómo ella se entregaba por entero cuando la besaba. Él quería sentirlo de nuevo. Ella no podía ocultar su verdadera esencia cuando la acariciaba. No tenía suficiente experiencia para jugar a disimular sus emociones. Él metió la mano en el bolsillo para sacar el objeto que había traído. - 197 -

-¿Recuerdas esto? -le preguntó. Ella abrió grande los ojos, un ardor le subió lento por las mejillas. -Es mi liga. -Alzó la vista para mirarlo con aquellos hermosos ojos mortificados-. ¿De dónde la has sacado? -De tu muslo. -La confesión hizo que el tono rosado de su rostro se intensificara mucho más y Edward sonrió para sí, sabiendo que ella pensaba que se lo habría quitado la noche que habían hecho el amor. Disfrutaría al aclarárselo- Tú no sabes controlar el alcohol en absoluto, amor mío. Cualquier cantidad de sinvergüenzas podrían aprovecharse de ese hecho A ella le llevó sólo un instante comprender. -¿Estás diciendo que...? -¿Que te desvestí cuando estabas demasiado intoxicada como para hacerlo por tu cuenta? -Le sonrió a modo de respuesta-. Sí que eres una borracha atractiva, cariño. Bastante difícil de resistir. -Tal cual estaba en aquel momento, con la vergüenza y la creciente furia brillándole en los ojos- Después de todo, me considero un hombre bastante noble. -¡¿Noble? -exclamó ella con tono furioso. -Si hubieras visto lo tentadora que te veías con la luz de la luna bañando tu piel y tus pechos tan deliciosos... Además, era yo o Gigandet, y quiero creer que me hubieras preferido a mí. -¡No hubiera preferido a ninguno de los dos! -dijo ella echando humo, y con el mismo tono preguntó-: ¿Él también estaba en mi alcoba? -Fue una noche ajetreada. -Él no habrá... -Digamos que dormir no estaba entre sus planes. Ella se estremeció al caer en la cuenta. -La magulladura en la mandíbula del conde... Tú lo golpeaste, ¿verdad? - 198 -

-¿Disminuiría mi caballerosidad si dijera que lo disfruté enormemente? -No te entiendo. -Me temo que esa es una queja generalizada. Pero el asunto que más me preocupa en este momento es saber exactamente qué forma podrá tomar tu gratitud. Estaba pensando que podrías posar tu boca en la mía, tal vez acariciarme los cabellos y gemir un poquito. Ya sabes a cuál me refiero, ese suave... -Quiero que me la devuelvas -le exigió extendiendo la mano-. Por favor, dámela. -¿"La" vendría a ser la liga? -Sí -respondió en seco. -No lo sé -dijo él con tono de burla, mientras se acercaba al escritorio; trataba de no asustarla y que huyera al acortar la distancia que los separaba-. He desarrollado un cariño por ella. -Acarició la seda con los labios, disfrutando del modo en que Isabella lo seguía con la mirada, con la respiración agitada-. Pero podría llegar a despedirme de ella... con una condición. -¿Qué sería? El sonrió como un lobo. -Si vuelvo a ponerla donde la encontré. Las mejillas le ardían coloradas. -Por supuesto que no -le respondió acalorada, al tiempo que levantaba el mentón en aquel gesto obstinado y le miraba fijo a lo largo de esa nariz graciosa, en lo que resultaba tremenda hazaña, considerando su corta estatura. -Entonces supongo que me la tendré que quedar, -Continuó Edward y la acechó al pasar hasta que la hizo apoyar la parte posterior de las piernas al borde de la cama. Ella lanzó una mirada hacia la puerta, la encantadora puerta cerrada, y alrededor del cuarto entero. Él se dio cuenta de que ella estaba calculando la distancia, preguntándose si podría lograr liberarse antes de tenerlo encima. -Ni lo intentes, cariño. - Deslizó los dedos alrededor de las muñecas y miró fijo aquel rostro bello y enfurecido, grabándose en la memoria aquellas cejas arqueadas - 199 -

y exóticas, la rotunda perfección de su nariz, las pestañas de sirena que enmarcaban esos ojos con brillo letal. Él se daba cuenta de que en algún trayecto del camino, el impecable escarmiento que alguna vez había planeado para ella se le había vuelto en contra. Ella lo tenía a su merced. -¿Me has echado de menos? -murmuró él, acariciándola suave. -Ni lo más mínimo. -La respiración de ella le abanica la piel con jadeos cálidos y suaves y a él lo excitó. -Tus ojos me cuentan una historia diferente. -Le levantó el mentón con un dedo y detectó el pulso que le latía en la base de la garganta. Isabella apartó la cabeza de un tirón, rogando porque sólo la furia se le notara en los ojos. -¿De veras? ¿Y qué es lo que te están diciendo ahora? Él sonrió, como si la reprobaba con aquella media sonrisa que a ella le provocaba sensaciones extrañas en el corazón. -Lo que me están diciendo es que esperas que yo arda en una bola de fuego hasta quedar hecho una pila de cenizas a tus pies. -Me temo que no es nada tan suave como eso. Él rió bajo. -Quizás sea cierto, pero igual no cambia el hecho de que deseas besarme. -¿Siempre has tendido a ser tan iluso? Su cálida respiración le acarició la mejilla cuando él se inclinó para decirle: -Me encuentro casi enfermo en lo que a ti respecta. Por una fracción de segundo, él casi la tiene de nuevo creyendo en él. Luego ella parpadeó y recuperó el pensamiento racional. -Quieres otra caída -acusó ella. - 200 -

Un destello de furia ardió en los ojos de él, contradiciendo el tono casual de sus palabras. -Por supuesto. Viajé todo el camino hasta aquí sólo por el privilegio de montarme entre tus dulces piernas para penetrar tu ardiente cavidad húmeda y estrecha, para sentir tus uñas hundidas en mi espalda mientras te arqueas contra mi cuerpo apoyándome tus hermosos pezones en el pecho, apretándome con tus piernas y levantando tus caderas para recibir hasta las últimas gotas de mi preciado ser... -¡Es suficiente! -... cuando hay cientos, quizás hasta miles de mujeres en el camino de aquí a Devon con quienes podría haber estado, que con gusto se hubiesen levantado las faldas en lugar de tirarme zarpazos o desaprobarme. -Hasta aquí has llegado -le dijo ella sin aliento, traicionada por las imágenes evocadas por sus palabras-. Me disculparás si no soy capaz de apreciar tu devoción como es debido, dado lo voluble e imprevisible que es. Te sugiero que uses tu poder de persuasión con alguna de tus mujeres. Alguna sin cerebro en la cabecita. Ahora, hazte a un lado. El magnífico reclamo a Edward sólo le sirvió para incitar más el deseo que sentía hacia ella. Y en ese momento se dio cuenta de que quería oírla decir que lo amaba. Quizás los motivos ya no tenían nada que ver con Tanya ni con su maldita apuesta. Ya ni se reconocía a sí mismo. Cada día parecía comprender menos qué era lo que lo motivaba. Después de que Isabella se marchara él se había convencido de que así estaba mejor, que aunque no hubiera triunfado en recuperar la casa, igual había saciado su sed de venganza. Pero eso no le había traído paz a su alma. Había tenido que reconocer a la fuerza que la absolución que buscaba debía surgir de su interior. Todo ese tiempo, él había estado mirando hacia fuera para mitigar el peso de la culpa que lo presionaba, para encontrar a alguien que la asumiera. Pero incluso aunque había dado un gran paso adelante en el progreso lento y doloroso hacia la redención, aún no estaba listo para dejar la culpa a un lado. Todavía no era capaz de perdonarse. -¿Estás segura de que no quieres darme otra oportunidad, ya que estoy aquí? -le preguntó de manera provocativa, al tiempo que le soplaba un mechón de la mejilla, sonriendo para sus adentros al notar el leve estremecimiento que le provocó en la piel. - 201 -

-Lo único que quiero es verte la espalda cuando te marches. -Muy bien -accedió él y soltó un suspiro que sonó bastante compungido-. Me iré. Pero antes de marcharme exijo una cosa. -Acortó la distancia que separaba sus labios y probó su dulzura. Las manos de ella se batieron como las alas de una paloma hasta que se posaron en la curva del cuello de él. Cada músculo del cuerpo se estremeció en respuesta. Cielos, ¡cuánto había extrañado el simple placer de las caricias de ella! No importaba lo que hiciera, él no había logrado alejar de su mente lo que sentía por ella. No había tocado a Tanya desde que Isabella se había marchado Tanya pensaba que él estaba enfadado porque ella le había arruinado la posibilidad de recuperar Masen; pero en el momento en que Isabella se le había entregado todo había dejado de tener que ver con la maldita casa, igual que en ese instante, azuzándole la temperatura con aquel suave gemido. La empujó suave hacia atrás hasta sumergirla en la cama, con la cabeza levantada para besarla. Aferró fuerte el cubrecama para mantener la coherencia, cuando lo que realmente deseaba era estimular su cuerpo contra el de ella y despertarle la pasión que ella mostraba sólo cuando estaban de aquel modo. A su mente confusa le llevó un momento darse cuenta de que Isabella se había puesto tensa y se había apartado de él. Y le llevó un momento más percatarse de que el sonido de sobresalto que escuchó no provenía de ella. Lentamente, Edward giró la cabeza y descubrió a una mujer pequeña, con el cabello de color castaño que lo miraba de hito en hito con ojos bien abiertos; tenía la mano en el picaporte, como si la imagen de la que había sido testigo la hubiese dejado petrificada en ese mismo lugar. La mujer resultó ser una versión más vieja de Isabella, que ese momento estaba sentada en la cama inmóvil... mientras él se levantaba a medio vestir y con aspecto de no tener ninguna intención sana en mente. -Faraon -dijo la mujer, con el suave tono de voz tenido de un acento francés-Estoy interrumpiendo. Edward no esperaba aquella actitud imperturbable. Había imaginado una escena totalmente diferente, que implicaba que las partes de su cuerpo quedaran regadas por el suelo, con el miembro más rígido de su anatomía en primera fila. - 202 -

Isabella, incómoda, no hizo nada en absoluto para aclarar la confusión. En cambio, permaneció ahí sentada, con los labios magullados por el beso, con aspecto de virgen a punto de ser sacrificada en el altar de lujuria. -¿Debo irme? -preguntó la mujer, con una sonrisa divertida jugueteando en sus labios al tiempo que miraba a uno y a otro. -No, mamá -dijo Isabella, confirmando la sospecha de Edward, con un gemido estrangulado en la garganta-. Su señoría estaba a punto de retirarse. -Lo miró desafiándolo a que la contradijera-. ¿No es cierto, milord? -Sí... estaba a punto de retirarme. -Recogió la ropa mucho más rápido de lo que le había llevado quitárselas e Isabella tuvo que contener la risa. Jamás había pensado presenciar el día en que el poderoso conde de Platt pareciera un muchacho avergonzado a quien habían pillado con las manos en la masa. Andaba a tientas; primero se le cayó la corbata y luego el chaleco cuando iba camino a la puerta, en la que prácticamente se zambulló. De haber sabido Isabella que lo único que necesitaba para que se marchara era llamar a su madre, quizás lo hubiera hecho mucho antes de que la besara (aunque, en verdad, eso era dudoso). Debería avergonzarse, pero lo había extrañado desesperadamente. El modo en que la besaba, con tosca ternura y el modo en que sus grandes manos jamás se quedaban quietas al acariciarla, y el modo en que la barba apenas crecida le raspaba suavemente las mejillas cuando no se había rasurado, y la profunda cadencia de su voz que jamás fallaba en erizarle la piel. Hasta había extrañado sus bruscos comentarios mordaces y aquellas miradas meditabundas. Sin embargo, el hombre que había encontrado hoy era mucho más peligroso para su corazón. Ella era capaz de defenderse de un Edward enfadado y burlón, pero no de un Edward cuyos ojos irradiaban una luz diferente, cuyas palabras revelaban una ternura nueva; alguien que fácilmente podía cautivarla si así lo deseaba. -De modo que éste es el hombre con el que has estado soñando, ¿eh? La voz de la madre la despertó de su ensoñación y se oyó repetir las mismas palabras que le había dicho a Jacob. -No estoy soñando. -Se estiró una arruga imaginaria de la falda-. Entre tú y Jacob, no sé quién es peor. La madre le levantó el rostro, y la observó con aquellos ojos verdes sagaces. - 203 -

-Jacob y yo somos franceses, amor mío. Sabemos todo acerca de... -Soñar. Sí, lo sé. Pero ambos estáis equivocados. El día que sueñe despierta con aquel irritante, pelele, arrogante... -Isabella buscaba calificativos. -¿Apuesto? -Aportó la madre. -Patán despótico -contrarió Isabella-, será el día en que me convierta en el modelo del comportamiento femenino. -Si tú lo dices, hija... -respondió apenas encogiéndose de hombros-. Igualmente estás locamente enamorada. -¡No lo estoy! -protestó Isabella con demasiada vehemencia. La madre habló por encima de su negativa. -Yo he descubierto que los hombres más indignantes son los más apasionados, y a menudo los amantes con más dedicación. Eso se debe a un exceso de orgullo y a su arrolladora virilidad. Y por lo que vi, ese adorable espécimen posee esos atributos en abundancia. Realmente debiste de haberlo pintado desnudo. Imagino que debe de tener una contextura asombrosa. -¡Mamá! La madre le echó un vistazo inocente. -¿Te molesta, ma douce? Este tipo de conversaciones jamás te incomodaban en el pasado. Isabella se encogió de hombros con gesto indefenso. -Esto es diferente. -Ah. -La madre asintió con la cabeza-. Sientes algo por este hombre. Sabía que algo había ocurrido en tu viaje a Inglaterra. Regresaste con la mirada del que es abandonado por un amante. Se sentó en la cama y asió a Isabella de la mano. -Cuéntame qué fue lo que sucedió. - 204 -

Cuando Isabella era una niña, su madre tenía la extraña habilidad de hacerla confesar toda maldad simplemente con mirarla de aquel modo que le decía que podía confiarle lo que fuera (lo que en general ella hacía). Isabella se entregó con un suspiro de resignación. -Quizás pude haber sentido algo por él. Algo ínfimo y que no vale la pena mencionar, ya que no lo siento más. -¿Non? Tus ojos, amor mío, te delatan. Siempre lo han hecho. -Aquellas palabras reflejaban las de Edward e Isabella decidió que debía comenzar a usar venda en los ojos-. Aún sientes mucho por este hombre. Ojalá hubiese tenido la oportunidad de hablar con él. Debe de ser bastante espectacular para haberte enganchado tanto. -Él no me ha enredado. ¡Y no es espectacular! Es un mentiroso, un estafador y un caradura. -¿Todo eso? -Un tono divertido tino la voz de la madre. Isabella saltó de la cama y se volvió para mirarla de frente. -Aunque sea por una vez, desearía que fueras igual que otras madres y te desvanecieras o lloraras, o cogieras algo pesado para aplastarle la cabeza. La madre entrelazó las manos sobre la falda y la observó. -Tú jamás me necesitaste para aplastarle la cabeza a alguien, y especialmente a un hombre. Isabella se quedó indignada un momento, luego suspiré y se dejó caer de nuevo en la cama. -Bien, tal vez esta vez sí lo necesite. -Eso suena muy mal. -Es terrible. No debería sentir nada por él. -Pero lo sientes, ¿oui? -No tiene ningún sentido. El me usó y luego se burló de mí, y sin embargo, cada vez que lo tengo cerca, yo... - 205 -

-¿Te sientes mareada? -Sí. Es absolutamente ridículo. -Amor mío, tómate lo que te voy a decir de la mejor manera, de madre a hija. -Le dio un golpecito suave en la mano y con una sonrisa cálida continuó-: Estás siendo una boba. Isabella abrió la boca en señal de protesta, gesto que la madre previno alzando una mano. -Deja de alejar a todo el mundo, o algún día te quedarás sola. Como yo. -¡Yo no estoy alejando a todo el mundo! -Cada vez que un hombre ha demostrado el menor interés por ti, has encontrado el modo de castigarlo de alguna forma. -¡No es cierto! -¿Y qué hay con Mike? El te adoraba, hubiera arrojado pétalos de rosas a tus pies por el resto de su vida si le hubieras ofrecido una palabra de aliento y, sin embargo, tú apenas te percataste de su existencia. -¡Él era apenas cinco centímetros más alto que yo! -¿Así que ahora tu afecto se basa en la estatura de un hombre? -La madre negó con la cabeza-. No creo que este sea el modo en que te crié. -Era más que eso. Él era... aburrido. -Tal vez, pero te apreciaba. -No hablaba de otra cosa que no fueran las actividades bancarias. -Pero cuando tú hablabas él se perdía en cada sílaba que pronunciabas. -Sorbía el té con ruido. -Él pensaba que el sol salía y se ponía a tus pies. -¡Tenía pelos en las orejas! - 206 -

-Existía sólo para verte sonreír. -Él... La suave risa de la madre la interrumpió. -Cuántas excusas -dijo con una sonrisa sagaz-. Esta vez debes enfrentarte a la verdad. Has encontrado a tu par en este inglés y has estado buscando una excusa para terminar con él. Puede que te haya usado, como dices, pero imagino que tú tuviste algo que ver en tu propia caída. Te conozco demasiado, ma petite. Ningún hombre podría aprovecharse de ti jamás de no ser por tu propia voluntad. Si él te obligó, por supuesto que tomaremos medidas. Irá a prisión en Conciergerie esta misma noche. ¿Me dirás que fue contra tu voluntad?

Isabella se estremeció al pensar que alguien pudiera ser enviado a la Conciergerie . Era un sitio desolado y deprimente, con una historia sangrienta. Cerca de trescientos ho Se abrazó a sí misma y desviando la mirada dijo: -No, no me obligó. -Cuéntame qué fue lo que sucedió. -La madre esperó pacientemente a que ella comenzara. Isabella le contó la historia completa, incluyendo la revelación que Tanya le había hecho. La madre digirió todo y dijo: -Tu joven suena enormemente atribulado. Bastante parecido a tu padre cuando tenía la misma edad. Isabella la miró. -¿Mi padre? ¡Él es toda moralidad! No se parece a Edward en nada. -Hay muchas cosas que no sabes acerca de tu padre. Alguna vez él fue un hombre bastante mundano. Isabella no podía imaginar a su dulce y remilgado padre como alguien ni cercano a un vividor. -¿Tal vez estás exagerando un poquito? Supongo que todos los hombres tienen sus momentos de descuido -dijo ella dudosa - 207 -

-Oh, tu padre de veras era un irresponsable. -Una sonrisa triste vaciló en sus labios-. Un verdadero alborotador. Grande, atrevido, arrogante y listo para pelearse con cualquiera. -¿Mi padre? La madre asintió con la cabeza, con los ojos encendidos por el recuerdo. -Apareció en mi vida como un ciclón y aunque yo apenas era capaz de hacerle frente, cuando otras mujeres simplemente batían sus abanicos tímidamente y se desvanecían ridículamente ante una sonrisa suya, yo sabía que no iba a poder resistirme a sus encantos para siempre. En realidad, mi corazón le perteneció desde el primer momento en que lo vi, aunque yo lo negué hasta que él me obligó a admitir lo que sentía. Me desfloró bajo el viejo pino de Scots, junto al arroyo en la frontera de Forks. Isabella no pudo más que mirarla atónita y al ver su expresión la madre rió entre dientes. -Jamás pensé presenciar el día en que dejara a mi obstinada hija sin habla. -Bueno, no puedes culparme. Jamás me contaste nada de esto. -Jamás sentí la necesidad de hacerlo hasta ahora. En estos días hay muy pocas oportunidades en las que puedo impartir alguna sabiduría. Tú ya no me necesitas tanto como cuando eras una niña pequeña. Isabella le apretó la mano con dulzura. -Siempre te necesitaré. La madre le sonrió con amor. -Y yo a ti. Pero quizás debí haber intervenido antes, al ver cómo te cerrabas a los hombres que se interesaban demasiado en ti. Sospecho que no querrás terminar como yo, separada del hombre a quien amas. Isabella sintió como si al fin estuviera logrando vislumbrar algo en el interior del corazón de la madre. -¿De veras aún amas a papá? - 208 -

-Sí, ma douce -le dijo con tono suave-. Aún lo amo. Y sospecho que lo amaré siempre. La pregunta que la había atormentado desde que tenía diez años, cuando había quedado inmóvil en el pasillo al escuchar una horrible pelea entre sus padres creyendo que ella era la causa, le había quedado clavada en la garganta. En aquel momento había huido de la verdad y todavía seguía haciéndolo. Convertirla a las palabras la volvería real. La calidez brilló en los ojos de la madre. -Cuando una mujer se enamora, sigue a su corazón, aunque eso pueda no ser lo más sensato (como ya te habrás dado cuenta). Los hombres son criaturas volubles. Te piden en matrimonio y luego salen corriendo más rápido que el viento para eludir el compromiso. Si les muestras el mismo desinterés que ellos, se desesperan por llevarte al altar lo más rápido posible. Isabella meneó la cabeza. -Eso es bastante difícil de entender. La madre le rodeó los hombros con los brazos. -¿Preferirías que me desvaneciera como una madre apropiada, para que me revivieras debidamente? Isabella lanzó una carcajada. -Gracias por el ofrecimiento, pero creo que eso podría dejarme confundida. La madre le dio un golpecito en el brazo en un gesto reconfortante. -Siempre supe que serías capaz. Eres muy parecida a mí, amor mío: te gustan tus ángeles caídos del cielo. Ten fe en que la respuesta te llegará cuando estés lista para escucharla.

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Chapter 18 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 18 El Cimetiére du Pére Lachaise era el cementerio más grande e impresionante de París, de imponente arquitectura gótica y tumbas ornamentadas con extraordinarias estatuas, erguidas desde lechos de granito como si hubieran escuchado un ruido o se hubieran convertido en piedra en medio de un baile, sin previo aviso. La imagen melancólica de Jacob Robles miró a Isabella detenidamente cuando ella pasaba caminando por la Rué du Repos, con la cara y el gesto del dedo en los labios invocando un silencio reverente. La compañía más fiel de los residentes eran los cientos de gatos que hacían de Lachaise su hogar, y que descansaban tranquilamente bajo la sombra de los árboles o encima de las lápidas. Isabella inspiró profundamente el aire fresco y seco mientras caminaba, con esa serenidad que era como un bálsamo para su alma. Los franceses no consideraban a los cementerios deprimentes; tampoco sentían una fascinación morbosa o anormal hacia ellos, sino más bien los veían como una prolongación de la vida misma. Y Lachaise era uno de los lugares de sepultura más hermosos, en especial en ese momento, al caer el crepúsculo que pintaba el cielo con vetas de color ciruela claro y zafiro oscuro, con listones de color dorado acarminado que esparcían pintas rojo fuego en medio de las lápidas de color gris plata, y unos dedos de bruma que crecían desde el césped cubierto de rocío, vestigios de una llovizna de las primeras horas de la tarde. Aquel día ella necesitaba sentir la presencia de sus abuelos, escuchar los consejos que le impartirían en medio de la quietud y el silencio, tal vez con la esperanza de que fuesen ellos los que atenuaran la culpa que sentía por su papel en la disolución del matrimonio de sus padres y para que la ayudaran a aclarar la confusión que sentía por Edward. Al marcharse la noche anterior, ella había creído que él regresaría, que se materializaría de aquel modo suyo tan sorprendente y le volvería a decir que la - 210 -

había extrañado. Se había quedado todo el día en casa con el pretexto de tener trabajo, pero él no volvió a aparecer. Tal vez había regresado a Devon; cualquiera que fuese el motivo que lo trajo hasta París, se había esfumado al verla. ¿Y no era eso lo que ella quería? ¿Que él se fuera? En primer lugar, ojalá que ni hubiese aparecido para reabrir la herida y obligarla a pensar en él, a desearlo. Durante toda la noche Isabella se había dicho que no sucumbiría ante sus besos, pero él se las había ingeniado para llevarla hasta la cama a una velocidad devastadora. De no haber llegado la madre en aquel momento, Isabella no sabía lo que podría haber sucedido (cosa que la asustaba muchísimo). Ella temía que la madre estuviese en lo cierto, y que Edward fuera el hombre que no podría quitarse de la cabeza. "Ten fe", le había dicho. Tal vez eso era lo que Isabella esperaba encontrar allí. Con estos pensamientos opresivos, dobló por el último sendero bordeado de árboles, con los pasos haciendo un débil eco sobre las lajas. Se detuvo frente a dos tumbas ubicadas juntas, con una silueta masculina esculpida encima de la primera y la de una mujer en la otra, capturados en la plenitud de su juventud y vitalidad, con los cuerpos uno frente al otro para toda la eternidad. Isabella apoyó la mano en la piedra, con un repentino y doloroso arranque de emoción que le estremeció el corazón. -Bonsoir, abuela y abuelo -murmuró mientras quitaba las flores marchitas de su última visita y las reemplazaba por unas clavelinas y unas espuelas de caballero frescas. Se sentó en el pequeño banco de mármol que había a los pies de las tumbas. La última vez que los había visto con vida tenía diez años y Francia estaba en medio de una revolución de la construcción que conduciría a la Segunda República. Su abuelo había estado gravemente enfermo y la madre había decidido ir a visitarlo, temiendo que, una vez clausuradas las fronteras, no podría verlo antes de morir. Isabella estaba decidida a ir con ella a Francia. El padre había protestado porque era demasiado peligroso, pero la madre había desafiado su autoridad y se habían marchado, viajando clandestinamente para mantenerse a distancia de los bandos insurrectos. - 211 -

Lo sucedido aquel diciembre le había cambiado la vida para siempre. Había perdido a sus dos abuelos al cabo de una semana, y luego el perdurable amor que se tenían sus padres había comenzado a desmoronarse irrevocablemente. Si ella hubiera escuchado al padre y se hubiera quedado en su hogar, adonde pertenecía... Si no hubiese sido tan obstinada, tal vez el padre no habría culpado a la madre de arriesgar su vida y la de su única hija casi hasta la muerte. Una lágrima le corrió por la mejilla y cayó sobre el bloc de dibujo, la húmeda marcha florecía al mezclarse con otras lágrimas. Parecía no poder detenerlas. Ella no quería terminar como sus padres (sola, infeliz, llena de un orgullo que no les permitía a ninguno curar viejas heridas). Aunque temía estar siguiendo el mismo camino. Una sensación de estar siendo observada la hizo alzar la cabeza y una percepción intensa la impulsó a ponerse de Pie. Con el corazón tamborileando en el pecho giró en redondo para enfrentar al intruso. Y allí, a uno pocos metros, estaba Edward, con el cuerpo cubierto de sombras claras y oscuras que se movían, una silueta elegante con el telón de fondo de la caída del sol tan quieto como una de las estatuas y contemplándola con ojos indescifrables. -M... me asustaste -le dijo, con las lágrimas que le picaban en los ojos y las emociones que amenazaban con brotar a borbotones. -Lo siento -dijo con tono bajo-. No quise asustarte. Creí que me habías escuchado acercarme. Ella no quería que la viera en ese estado, aunque se moría por apoyar su cabeza en el hombro y dejar que las lágrimas rodaran. Desvió la mirada un instante y parpadeó. -¿Qué estás haciendo aquí? -Te vi salir de la casa cuando estaba llegando y te seguí. -¿Porqué? -Quiero disculparme contigo. -Las sombras envolvieron las curvas lisas y las cavidades de su rostro, la luz que se iba desvaneciendo creaba figuras que bailaban - 212 -

en el suelo entre ambos-. No es mi fuerte -admitió con una sonrisa incómoda-. No he tenido demasiada práctica. Sé que ayer estropeé las cosas. Es sólo que cuando te vi ahí con el franchute... -Se llama Jacob. Su fastidio casi le arranca una sonrisa a Isabella. Él hundió las manos en los bolsillos. -Me volví un poco loco. Lo siento. -La miró a través de aquellas pestañas indecentemente largas, con ojos arrepentidos cuando añadió con tono suave- Por todo. En aquel momento, a ella le hubiera resultado fácil perdonarlo. En parte quería creer que lo que había comenzado como un golpe para el padre de ella, en el camino se había convertido en algo diferente. Realmente la asustaba lo mucho que lo deseaba. Nada en la vida la había preparado para Edward, y nada la había hecho sentir jamás tanto temor. Se alejó de él, sin que le salieran las palabras apropiadas para echarlo. Pasó un instante y luego él se le acercó por detrás, con el cuerpo como un muro sólido de calor contra la espalda de ella. Podía sentirle el pecho subiendo y bajando, ese perfume tan masculino y evocador la envolvía. -Cuéntame por qué estabas llorando cuando llegué -murmuró en un tono difícil de resistir. Isabella meneó la cabeza sintiendo el dolor que resurgía al recordarlo. -¿De quiénes son estas tumbas? Ella cerró los ojos brevemente y trató de respirar para aliviar el nudo que le apretaba el pecho. -De mis abuelos. -¿Los extrañas? -Mucho -dijo ella con una congoja que iba aumento en su voz-. Sólo pude verlos unas pocas veces el año anterior a que... -Ella se mordió el labio para evitar que temblara-. El año anterior a su muerte -terminó. - 213 -

Edward le acarició levemente la sien con los dedos. -Pero aún conservas muchos recuerdos de ellos, ¿verdad? -Sí. -Cuéntame qué es lo que más recuerdas. Isabella vaciló y bajó la vista a sus manos. -A mi abuela le gustaba cantar -se oyó decir-: Tenía una voz maravillosa, era soprano. Siempre estaba sonriendo. Siempre feliz. Una imagen de sus abuelos se desplegó en su memoria y trajo consigo una ola de emociones. ¡Cuánto los extrañaba! Esta vez ella haría las cosas de otra manera. No cometería tantos errores. -Mi abuelo tenía un modo particular de cautivar a las personas con sus historias. Relataba las leyendas y batallas de; la Primera República con tal pasión... Él me enseñó el compromiso con los necesitados. -Suena como si hubiesen sido personas maravillosas. -Lo fueron. Se interesaban profundamente por muchos temas y odiaban la injusticia de todo tipo. Fue a través de su mirada que yo comencé a apreciar el mundo de un modo diferente, aunque yo expreso mis sentimientos a través del arte. -Anoche vi parte de tu trabajo. Tienes mucho talento. -El se detuvo un instante-. ¿Puedo? -Le hizo un gesto indicándole el bloc de dibujo que yacía sobre el banco de mármol. Isabella vaciló. Rara vez había compartido su trabajo personal con alguien. -Sí -murmuró finalmente. Él se apartó y tomó el bloc, su diario privado de la vida que existía fuera del refugio de los muros del cementerio. Al abrir la primera página, estudió los dibujos y luego la miró con una expresión que Isabella jamás había visto en sus ojos. Pena y compasión. -Su nombre era Zafrina -respondió a la pregunta muda-. Era zapatera. Me la crucé - 214 -

cuando estaba rogándole al carnicero que le diera un crédito. El dueño la echó. -¿Qué le había pasado en la cara? -El esposo la golpeaba -respondió Isabella con voz monótona por el sabor repugnante que dejaban las palabras-. Él se gastaba el poco dinero que tenían en la taberna y luego aparecía tambaleándose en la puerta esperando que la comida estuviera en la mesa. Cuando no estaba allí, le echaba la culpa, como si ella hubiera tenido algo que ver con su despilfarro. A él parecía no importarle que sus hijos casi no tuvieran para comer. Edward maldijo entre dientes. -El hijo de perra debería ser colgado de los testículos -dijo con ferocidad-, Isabella deseaba que la solución hubiera sido tan sencilla-. ¿Y adonde está la mujer ahora? -preguntó. Isabella cerró los ojos. -Está muerta. Tenía que encontrar un modo de alimentar a su familia y comenzó a vender su cuerpo en Faubourgs. Uno de los hombres se puso muy violento y la estranguló. -Cielos. -Ahora sus hijos están en el reformatorio. -Ella abrió los ojos y se encontró con la mirada preocupada de Edward-. ¿Sabes algo sobre los reformatorios? -No demasiado. -Son horribles. La mayoría de las personas prefieren alcanzar lo que sea que encuentran en las calles antes de someterse a la casi inanición y humillación que este tipo de lugares fomenta. -Isabella jamás olvidaría la agobiante sensación de desasosiego que había invadido los muros húmedos y esos rostros sucios cuando ella había ido con el vicario a visitar a los niños-. Son como prisioneros, con algunas visitas permitidas y a menudo sujetos a estrictas disciplinas, y muchos son separados de sus familiares. -¿Y el gobierno no puede hacer nada al respecto? -El gobierno lo avala. E incluso cuando hay quejas, se niega a escuchar. -Isabella pasó la página siguiente del bloc y le mostró el retrato de una niña con un rostro - 215 -

que alguna vez había sido angelical, congelado como una máscara pintada-. Ella sufre de necrosis fosforada del maxilar. Es un tipo de necrosis causada por el fósforo. Algunos hacen trabajar a los niños de siete y ocho años al igual que los adultos, encerrados en talleres insalubres, donde no llega ni el aire ni la luz del sol. Edward se frotó los ojos, como si la imagen fuera demasiado hasta para él. Los dibujos restantes eran similares: rostros de mujeres y niños hambrientos, muchos trabajando bajo la luz de una sola vela, con las manos agrietadas y en carne viva. -¿Hay algo que se pueda hacer al respecto? -Interesarse -respondió Isabella-. Nuestra sociedad castiga a los pobres, como si la pobreza fuera sólo el resultado de la vagancia, no de la adversidad debido a los tiempos difíciles o a otras circunstancias que van más allá del control de las personas. -Está claro que te preocupas bastante por su condición. -Yo los retrato, ¿pero qué es lo que realmente he hecho por ellos? -También has hablado en representación suya. -Pero mi voz no es suficiente. Soy mujer: yo no puedo cambiar las leyes. Y no poseo la misma fortaleza que mis abuelos. Si ellos creían en algo, luchaban por ello incondicionalmente. -Tú te pareces bastante a ellos. Ella meneó la cabeza y alzó la vista al cielo nocturno: las estrellas comenzaban a brillar en la bóveda de terciopelo. -Trato de ser tan firme como lo fueron ellos con sus convicciones, pero yo soy una espectadora: capturo emociones y sentimientos en el lienzo, pero jamás las expreso desde el corazón. Edward le acarició levemente el cuello con un dedo, casi con la contención de un abrazo. -Jamás conocí a una mujer tan apasionada por lo que cree. Me aceptaste a mí, ¿verdad? Si eres capaz de eso, eres capaz de lo que sea. Deberías mostrar tu arte para que el mundo vea esta crueldad con sus propios ojos. - 216 -

Isabella bajó la vista y se abrazó la cintura con los brazos. -No lo sé. Edward le tendió la mano, con la palma hacia arriba, en un tierno ofrecimiento de apoyo. La incertidumbre del gesto casi la hizo llorar. Ella posó su mano encima. Él deslizó las yemas de los dedos, provocándole un estremecimiento reconfortante y luego la aferró con aquella mano morena, firme y fuerte, quitándole con su calidez la frialdad que a ella parecía calarle hasta los huesos. -¿Qué es lo que dice la inscripción? -le preguntó con discreción, indicándole con un gesto el epitafio de la lápida de la abuela. Isabella leyó las palabras grabadas en el mármol: "ILS FLORENT ÉMERVEILLÉS DU BEAU VOYAGE QUI LES MENA JUSQU'AU BOUT DE LA VIE". -Se maravillaron ante el hermoso viaje que los llevó al final de sus vidas -recitó ella en tono suave. -Es un sentimiento maravilloso. -Sí. Se amaban mucho el uno al otro. -Le tembló la voz y Edward le apretó los dedos con gesto reconfortante, apoyando la mejilla en sus cabellos-. Fallecieron con una semana de diferencia. Mi abuelo ya estaba enfermo, pero yo creo que la inesperada muerte de mi abuela lo hizo abandonar la batalla y dejarse ir. Había perdido la razón más importante para mantenerse vivo. -Debió de haber sido devastador para ti perder tan de repente a dos personas que amabas. -Lo fue. -¿Cómo falleció tu abuela? -A ella la asesinaron. -Lo siento -murmuró él, al tiempo que la besaba levemente en la sien. Las lágrimas que Isabella había estado tratando de contener comenzaron a rodar por sus mejillas. - 217 -

-Ese día fue tan tranquilo -dijo-. Pero mirándolo retrospectivamente, me doy cuenta de que era más un silencio inquietante. -¿Quieres contarme qué sucedió? Ella vaciló, pero los recuerdos brotaron. -La tensión que estaba creciendo entre el gobierno y la gente se había agravado. El distrito de los alrededores de Rué Montmartre y de la Rué du Temple estaba convulsionado por el creciente malestar. De repente se levantaron decenas de barricadas; algunas ocupadas por más de un centenar de guardias armados. Yo alcanzaba a ver a los soldados desde la ventana de la casa de mis abuelos. -Se estremeció al recordarlo. Edward la abrazó por la cintura y la aferró aún más. -Debiste de estar aterrorizada. -Creo que yo no comprendía lo que estaba sucediendo. Recuerdo haberme sentido extrañamente ajena, como si estuviera viendo la escena desde afuera. Mi madre me había prohibido ir cuando ella y mi abuela salieron a la calle, pero yo las seguí igual, manteniendo la distancia para que no me vieran. En la cima del monte había una mujer parada leyendo un manifiesto escrito por Víctor Hugo. Cientos de personas reunidas escuchaban y había cerca de miles de guardias reales apostados. -¿Y luego qué sucedió? -insistió sutilmente. -Escuché las campanas de la catedral de Notre Dame que dieron la hora. Eran las tres en punto. Un momento después, alguien exclamó: ¡Viva la República!" Y luego se escuchó un disparo; nadie supo de dónde vino. Mientras la multitud se abalanzaba, los soldados disparaban. El incidente completo no duró más de cinco minutos, pero al final, una decena de personas yacía muerta en las calles. Todavía me parece ver la mirada fija de un anciano tendido en el borde de la acera sujetando aún su sombrilla, y a un joven con el cuerpo acribillado por los disparos... y a mi abuela. Las lágrimas comenzaron a rodar en serio. -Parecía algo imposible. Yo creía que era una pesadilla de la que despertaría en - 218 -

cualquier momento. Me quedé allí, inmóvil, mi madre arrodillada a su lado, emitiendo un terrible lamento. Yo estaba paralizada ahí, mirando cómo la luz se iba desvaneciendo de los ojos de mi abuela. Recuerdo que pensaba que la pesadilla terminaría y ella volvería. Sólo tenía una pequeña mancha de sangre en el pecho, seguramente no suficiente para derribar a una mujer que había sobrevivido a tanto. Ella me extendió la mano pero yo no pude tomársela. Sabía que se estaba despidiendo y yo no quería que se fuera. -Un sollozo brotó de sus labios-. Era mi última oportunidad y yo... yo la dejé pasar, Edward la giró y la abrazó con fuerza, dejándola llorar. Enroscó los dedos en los cabellos sueltos y con la otra mano le acarició la nuca. Permanecieron en esa posición largo rato. Cuando las lágrimas comenzaron a menguar, él se trasladó hasta el banco de mármol y la hizo sentarse en su regazo. -¿Te sientes mejor? -murmuró. Ella asintió con la cabeza, secándose los ojos con un pañuelo que él le había puesto en su mano. -Eras sólo una niña -le dijo con tono consolador-. No puedes culparte por temerle a algo que no comprendías. -Debí de haberles rogado que no fueran. -¿Cómo ibas a hacer para detenerlas? -No lo sé -dijo ella medio sollozando-. Pero debí haberlo intentado. Debí decirle a mi madre que se quedara en casa cuando mi padre le prohibió venir aquí. Él sabía que era demasiado peligroso. Tal vez si yo le hubiera implorado nos hubiéramos quedado y entonces ni ella ni mi abuela jamás hubieran salido a la calle, y mi madre y mi padre aún seguirían amándose. Edward le acunó la cabeza contra el pecho, acariciándole los cabellos rítmicamente. Cuando se calmó el último sollozo, él le levantó el mentón y la besó ligeramente en los labios. El amor floreció en el corazón de Isabella, frágil y aterrado. En algún momento ella se había enamorado del desprestigiado conde de Platt. ¿Quién lo hubiera dicho? La acérrima defensora inglesa de las mujeres se había enamorado del acérrimo corruptor inglés de mujeres. - 219 -

-Si pudieras pintar algún lugar del mundo -dijo Edward con tono suave, con el crepúsculo resplandeciendo alrededor de ambos-, ¿cuál sería? La mirada de Isabella se desvió hacia los hermosos ángeles alados encaramados en lo alto de las tumbas que había detrás de ellos: el ojo del arcángel de piedra parecía posarse en ella con cierta curiosidad. -No lo sé - respondió ella-. Supongo que aquí todos los aspirantes a artistas parecen encontrar su camino en París. -¿Lo supones? ¿O estás segura? -Al mirarla, sus o se veían oscuros y profundos como el cielo sobre sus cabezas-. ¿A dónde más te gustaría ir? La respuesta le surgió al instante. -De nuevo a casa. A Forks. -¿Por qué? -Porque allí fui feliz. -¿Y ahora no eres feliz? -Lo suficiente -murmuró ella, al tiempo que le acá ciaba la corbata del cuello, tan perfectamente anudada, y bien presentada, como si él hubiera erradicado a la bestia que había sido en Devon, que tomaba lo que deseaba y hasta mismo diablo con todo lo que ello implicaba. Y sin embargo, tras la apariencia de esplendor, Isabella sospechaba que existí ambos hombres, y esa posibilidad la debilitaba. -¿Qué es lo que más extrañas? -le preguntó él. -Una verdadera familia -le respondió ella desde el corazón-. Parece que hubiera formado parte de una en otra u vida. -Al escuchar su anhelo absurdo, ella desvió la vista él-. Esto te debe de sonar tonto. Ya soy una mujer adulta, una niña. -La familia es la familia, no importa la edad que tenga -Él le acarició la línea del mentón instándola a que lo mirara- Sólo fuimos mi padre y yo hasta donde recuerdo. -El echó una mirada breve a las luces titilantes del bulevar, donde los salones de baile estaban abriendo las puertas-. Jamás conocí a mi madre de verdad. Ella murió cuando yo tenía cuatro años. -Lo siento. - 220 -

Había cierta frustración en sus ojos cuando se dio la vuelta para mirarla. -No hay por qué apenarse. No puedes extrañar lo que nunca tuviste, -Yo creo que sí. La expresión de su rostro cobró determinación. -Dime qué es lo que ves cuando me miras. Esa era la pregunta más sencilla que jamás le había hecho. -Veo a un hombre que ha sido devastado -le respondió con tono suave-. Que está obsesionado. Apenado. Que me debilita pero que también me fortalece. Que es compasivo cuando nadie lo mira. Cruel cuando hiere. Amable cuando quiere ser severo. Él la miró fijamente durante largo rato, como si ella hubiera triunfado al dejarlo sin habla. Luego le acarició la comisura de los labios. -Una vez me acusaste de no pedir lo que deseaba. El pulso de Isabella se aceleró y con la voz sin aliento le dijo: -¿Y qué es lo que deseas? -Un beso, para empezar -murmuró él, al tiempo que le deslizaba una mano por la nuca y le levantaba la boca-. Y después deseo tener tu corazón.

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Chapter 19 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 19 La boca de Edward le cubrió el suave jadeo de sorpresa, las palabras de él le encendieron una llama de esperanza en el corazón mientras le echaba los brazos al cuello. Una mano enorme la aferró de la cintura y le masajeó suavemente la piel por debajo del vestido, encendiéndole una lumbre que empezó a arder en su interior. Le besó las mejillas, el mentón, la garganta; ella arqueó el cuerpo cuando él pegó sus labios a la piel que había debajo del canesú. Le acarició todo el costado del cuerpo hasta llegar al pecho, delineando toda su forma y luego lo cubrió descaradamente. Isabella gimió dentro de la boca de él con la primera caricia en los pezones. -Dios -gimió él-. Eres tan dulce y sensible. -Le acarició el cuello con la nariz, con los cálidos labios como en una caricia embriagadora. Isabella susurró su nombre, estimulándolo. Apretó la mejilla contra la de ella y con voz ronca contenida le dijo-: Tengo que parar o te tomaré aquí mismo, amor. A Isabella le llevó un instante darse cuenta de que estaban a la intemperie, donde cualquiera podía verlos. Bajó del regazo de Edward casi de un salto. La risa ahogada de él cuando se detuvo confundida la molestó, y miró a su alrededor para ver si había alguien cerca. Afortunadamente, la hora avanzada había dejado el cementerio prácticamente vacío. Echó una mirada a Edward y notó el brillo divertido en sus ojos, junto con la pasión reprimida. -Eres perverso -lo regañó, con una sonrisa renuente que le curvaba los labios al verle la expresión de lujuria, con la cicatriz del rostro apenas visible en la oscuridad. Desvió la mirada hacia aquella línea delgada. Vaciló y luego extendió la mano para acariciarla. Él no la detuvo. La piel era sedosa al tacto, un notable contraste con la textura áspera de la mandíbula. - 222 -

-Le escribí a mi padre -dijo ella, sintiendo la tensión que invadió el cuerpo de Edward ante el comentario-. Me dijo que jamás se enteró de que habías ido a verlo. Que de haberlo sabido, hubiera hablado contigo. -Le pasó el dedo a todo lo largo de la cicatriz y sintió su leve estremecimiento. Luego se inclinó y la besó. -Isabella -gimió él como una súplica. -Él está apenado por lo que te ha sucedido, Edward... del mismo modo que siente terriblemente lo que le sucedió a tu padre. Él jamás tuvo la intención de hacerle daño al conde. -Ella se detuvo, con la esperanza de que él dijera algo, pero se quedó quieto y callado-. Me dijo que si deseabas hacerte cargo de tu puesto en la Cámara de los Lores, contarías con todo su apoyo. La miró largo rato e Isabella se preparó, pensando que él iba a explotar, pero en cambio él asintió con la cabeza. La había escuchado, y le había prestado atención. No podía pedir más. Ella se estremeció cuando una ráfaga de aire fresco le rozó la piel y le hizo recordar que no había llevado su chal. Edward se quitó el abrigo y se lo puso sobre los hombros. El calor de su cuerpo había impregnado el forro: el perfume de sándalo y cigarro le resultaba reconfortante mientras él la ayudaba a ponerse de pie. Isabella se cubrió los labios con la mano y luego apoyó la palma en las dos tumbas de los abuelos: -Je t´aime -susurró y dejó que Edward la guiara. Caminaron durante un momento en un agradable silencio, con el viento que les acariciaba las mejillas, el aullido de un búho y el coro lejano de unos gatos cual dulce música para sus oídos. Al final del sendero, Edward se detuvo. -¿Qué es eso? -Le preguntó señalándole con un gesto una cripta que había en una esquina, con una triste doncella victoriana adornando el frente. -Esa es la tumba de Chopin. -¿Y para qué están allí todos esos pedacitos de papel? -Los amantes meten notas en las grietas. Se ha convertido un poco en leyenda y dicen que en realidad la doncella es un ángel de la guarda. - 223 -

Edward miró a la estatua de manera inquisitiva y luego miró el bloc de dibujo de ella. -¿Te molesta? Isabella negó con la cabeza, y observó como iba hasta el final del bloc y cortaba un pedacito de papel que no servía Garabateó algo con el extremo fino del lápiz de dibujo al carboncillo. Ella trató de espiar por encima del hombro, pero él le tapó la vista. Luego se acercó y metió el pedazo de papel en el espacio estrecho que había a la altura del talón de la doncella. -¿Qué has escrito? El le sonrió. -Es para que lo sepamos sólo Chopin y yo. -Entrelazó los dedos en los de ella, rehusándose a satisfacer su curiosidad mientras salían del cementerio hacia el bulevar donde él llamó a un coche y le dio la dirección al conductor. La ayudó a subir. Isabella se acomodó las faldas y luego alzó la vista y lo vio todavía parado fuera, con las manos hundidas en los bolsillos y aspecto indeciso. -¿Vienes? -le preguntó ella. -¿Quieres que vaya? La respuesta llegó rápidamente: -Sí. -Ella no estaba segura de cómo terminaría aquella noche. Tenía deseos de conocer a este nuevo Edward Cullen solícito, de saber de él todo lo posible. El vehículo se hundió un poco cuando él subió y cerró la puerta tras de sí, quedando encerrados en un capullo oscuro salvo por la luz tenue de un farol que había a un costado del coche. El suave ruido de los cascos del caballo sobre los adoquines y la luz que se mecía por el movimiento del carruaje la adormecieron. Edward extendió las largas piernas a ambos lados de las de ella; se miraban fijamente, con el deseo que habían logrado contener aún hirviendo en la superficie. -Si ahora pudieras estar en otra parte -murmuró ella repitiendo la misma pregunta que él le había hecho antes-, ¿dónde estarías? - 224 -

Los cojines que tenía debajo crujieron levemente cuando él se inclinó hacia delante, le tomó las manos y le acarició los nudillos y las palmas con movimientos lentos y rítmicos. -Estaría aquí mismo, donde estoy ahora -le dijo. Luego la besó, suave, respetuosamente, pero con un deseo que la quemaba. -Edward... -Sus labios susurraban con ansia al tiempo que le acariciaba la mejilla con el dorso de la mano. Él levantó la cabeza y le depositó un cálido beso en el centro de la palma. -Ven aquí. -La asió de la muñeca y con suavidad la instó a acortar la distancia que los separaba y la volvió a sentar sobre sus rodillas-. Así está mucho mejor. Le levantó la mano y le besó cada uno de los dedos, luego en la parte interior de la muñeca, subió por el antebrazo hasta encontrar la piel sensible de la unión del codo, con una sensualidad tan diligente que a ella la volvía loca. Isabella cerró los ojos y suspiró con agradecida entrega, consciente de cuánto había deseado tener esta intimidad con él. Le rozó los pechos turgentes con la barbilla hasta llegar al lugar donde no había tela que se interpusiera a sus labios exploradores. Luego la besó de nuevo con posesivo ardor. El levantó un poco la cabeza y la miró con los ojos entrecerrados. Le tembló un poco la mano cuando subió hasta el cuello y casi le cubrió la clavícula entera. -Tan frágil. Tan dulce. -Bajó la palma de la mano hasta los pechos e Isabella se mordió el labio, aguardando, deseando. El comenzó a trabajar para soltar los pequeños botones de nácar, y le bajó el canesú hasta que los pechos queda-ron expuestos, con los pezones ya erectos. -Preciosos -dijo él, con voz ronca y deseo al tiempo que besaba cada una de las puntas doloridas. La caricia casi susurrada la hizo vibrar con anticipada excitación-. Son tan erectos y rosados... -La volvió a probar, la succionó largo tiempo y la hizo retorcerse. -Los siento como seda en mi lengua. Y cuando los chupó fuerte se amoldan a mi boca -Torturó las puntas, lo que le provocó un torbellino de placer en su interior- y tú gimes mi nombre. Sí, así. Como un sonido juguetón en el fondo de tu garganta. Dios, eso me vuelve loco. -Lamió las puntas prominentes. Isabella se sentía esclava de su cuerpo, deseando ardientemente lo que Edward la hacía sentir. - 225 -

-El cochero -murmuró ella vagamente al tiempo que el carruaje comenzaba a disminuir la velocidad. Edward la protegió con el cuerpo, bajó el panel que había detrás y le pidió al cochero: -Siga hasta que yo le diga que se detenga. -Luego cerró el panel con un ruido seco. -¿Qué va a pensar? -Me importa un bledo. Y ahora, ¿dónde estábamos? Ah, sí. Tus hermosos pezones y cómo los siento en mi boca. -Se inclinó y se colocó una punta dolorida entre los labios y lo rozó apenas con los dientes, aumentando su sensibilidad. Isabella sintió la mano de él en el tobillo, subiéndole las faldas, su palma cálida rozándole la pantorrilla, incitando ese sitio sensible en la parte de detrás de la rodilla, hasta llegar entre medias de los muslos, invitándola con suavidad a que abriera para él. Ella lo hizo. Él la cubrió con la mano, deslizando un dedo a través de los vellos rizados hasta encontrar la perla caliente en el interior. -Se siente tan bien... -le dijo con un tono muy ronco que le brotaba de la garganta-. Pero sabes aún mejor, con una deliciosa crema. Y esto -le dijo al masajear el clítoris en círculos lentos- es como una fresa dulce. Las palabras provocaron una cascada de calor que invadió a Isabella, con imágenes de la boca de él allí abajo, succionan con el mismo ritmo delicioso que lo hacía con los pezones. Él bajó la cabeza hasta la curva del cuello. -¿Estás pensando en mi boca ahí? -Sí -suspiró ella. Ella podía sentir su sonrisa en la piel. Luego la puso de pie y la sentó de espaldas a él. -Pon las piernas encima de las mías. - 226 -

Obediente, Isabella hizo lo que le pidió. Él le subió la falda hasta la cintura y ella quedó sentada encima cual mujerzuela, con las piernas abiertas y el sexo expuesto. Él abrió mi las piernas y la abrió hasta que ella quedó tensa y temblores Le besó el hombro y la nuca, mientras le apretaba contorno de los pechos y los moldeaba, excitando los pezones al masajearlos con los dedos. -¿Cómo se siente esto? -le murmuró al oído. -Sí -dijo ella con un gemido bajo y enronquecido. Oh, sí. Deslizó una mano lentamente hasta el estómago ella tembló por anticipado cuando él deslizó los dedos en el interior del valle húmedo y volvió a encontrar esa protuberancia palpitante una vez más. Isabella se arqueó y soltó un gemido al sentir tan exquisito el dedo largo de Edward en contacto con la carne inflamada con cada terminación nerviosa que ardía en llamas. Los pechos altos y turgentes en contraste con la caricia suave de los dedos en los pezones le provocaban una sensación mucho más maravillosa. -Edward -le dijo ella con voz quejumbrosa, con el cuerpo que alcanzaba una cima celestial. -Sí, amor. Déjame sentirte. Ella jadeaba mientras él le masajeaba los pezones, con la mano extendida tan ancha que podía cubrir ambas puntas calientes al mismo tiempo, y con el otro dedo le acariciaba su centro, entre los labios inferiores, y lo deslizaba en su interior, entrando y saliendo mientras torturaba el sexo húmedo con el pulgar. -Piensa en mí dentro de ti -le dijo en tono bajo, ronco, con la respiración cálida pegada al cuello-. Bien adentro, todo lo que dé. Moviéndome así. -Deslizó otro dedo más en su interior y empujó más hasta hacerla elevarse. Isabella se sentía inconsciente, drogada; no existía nada más que Edward y lo que le estaba haciendo. Él miró cómo sus manos jugaban con los pezones, apretó la mandíbula al rodear los capullos erectos, tirando de ellos, apretándolos y dándoles golpecitos hasta que el útero palpitó y tensó los músculos alrededor de sus dedos. -Sí, así -urgió él, atrayéndola más hacia sí. - 227 -

Con un gemido él tiró de una de las puntas dilatadas que había metido en ese infierno ardiente de su boca y con el primer azote de la lengua en la punta dolorida, Isabella llegó al orgasmo: las palpitantes convulsiones le brotaban desde lo más profundo de su ser, una tras otra, hasta caer en espiral en un fundido letargo. -Delicioso -le susurró él al oído, haciéndola ruborizarse al pensar cómo se había retorcido pidiendo más-. Eres tan increíblemente adorable cuando recibes placer... No me canso de ver con cuánta pasión me respondes, o cómo mis manos sienten tu cuerpo. Isabella metió la cabeza debajo de su barbilla, sentía una timidez poco característica. -Yo también quiero satisfacerte. -Lo hiciste. -Le levantó la cabeza-. Con sólo tocarte yo también me excito. Cuando te corriste y yo tenía los dedos dentro de ti, esa sensación caliente y húmeda que me apretaba... Cielos, casi me corro al mismo tiempo. Eso jamás me había sucedido antes. Me excitas tanto que siento que voy a explotar. -Empujó suavemente su entrepierna contra el trasero de ella para probárselo-. Pero aquí no. Así no. Te quiero en una cama con sábanas suaves y velas. Le besó los pezones por última vez al tiempo que se enderezaba. Con gesto amable le acomodó el canesú, le bajó la i raída y la acunó en el pecho como lo había hecho antes Bajo el panel y le habló de nuevo al cochero mientras Isabella yacía lánguida entre sus brazos. Lo había perdonado. Él había ido a París por ella. La había extrañado. Y eso seguramente quería decir que estaba interesado en ella Un momento después, se detuvieron frente al número doce de Rué de la Chausée d´Antin, la casa de ella. Edward la besó con pasión y con reticencia la devolvió al asiento que tema enfrente; aquellos ojos de azul profundo prometían placeres que ella apenas podía imaginar. La cogió de la mano y le depositó un suave beso en el dorso mientras el cochero desmontaba para bajar la escalera y luego la puerta se abrió. Pero no era el cochero quien estaba al otro lado, mirándolos fijamente con una ceja levantada con un gesto recriminativo y aquella sonrisa cruel. - 228 -

Sino Tanya. -¡Cariño! dijo canturreando-. ¡Qué terriblemente malvado por tu parte dejarme esperando! Dijiste que nos encontráramos aquí a las nueve en punto, ¿verdad? Complacer a la jovenzuela te habrá llevado más tiempo del que esperabas, no es así?-Le lanzó una mirada a Isabella, claramente intencionada, mientras la evaluaba de arriba abajo sin perderse detalle de los cabellos ni de la ropa desordenada, ni del rubor de sus mejillas y la parte superior del pecho-. A juzgar por las apariencias, es evidente que te fue bien. Isabella se quedó congelada en el último escalón. La mano de Edward le quemaba en la espalda, tenía el cuerpo tenso. La felicidad que acababa de sentir comenzó a desmoronar-se ante sus ojos. -¿Qué diablos es lo que estás haciendo aquí, Tanya? -exigió Edward con tono furioso, al tiempo que ayudaba a Isabella a descender el último escalón cuando sus miembros ya no le respondían. En algún rincón de su mente, Isabella se dio cuenta de que él la aferraba fuerte del brazo, como si pensara que fuera a huir, pero ella no lograba reunir fuerzas para soltarse de un tirón, correr escaleras arriba y alejarse de ellos para protegerse de lo que, temía, se avecinaba. -Como dije, te estaba esperando. -Ya sabes de lo que estoy hablando. ¿Qué es lo que estás haciendo aquí en París? Te dejé en Devon para que te pudrieras en el infierno. Tanya rió, dándose coquetos golpecitos en el antebrazo con el abanico, como si estuvieran en medio de un salón de baile en vez de en una calle polvorienta. -No seas ridículo, querido. Llegamos juntos. -Lárgate de aquí, Tanya -le advirtió Edward-. Y no vuelvas. Si te vuelvo a ver, no te agradarán las consecuencias. -Sin aflojar ni un milímetro, él tiró de Isabella hacia la entrada de la casa. -Ay, querido. Llegué demasiado temprano, ¿no es cierto? Ella aún no pronunció las palabras, ¿verdad? El tiempo parecía correr ajeno a ese momento cuando Isabella se detuvo y miró a Edward; rogaba desde el fondo del corazón que no se hubiera burlado de ella otra - 229 -

vez. -Maldición, Isabella, no la escuches. Yo no vine con ella. Te lo juro. Está mintiendo. -¿Qué se suponía que tenía que decir yo? -Nada. Dios... todo cambió, ¿no lo ves? No pude hacerlo. Yo... -Su rostro tenía un manto de arrepentimiento y desesperación-. No pude hacerlo. -¿Qué es lo que no pudiste hacer? -Ya no tiene importancia. No lo hice. No lo haría. Se lo dije. -Mi querida Lady Isabella... -Tanya extendió la mano para consolarla y la apoyó ligeramente en su brazo. Isabella retrocedió de un salto. -No se atreva a tocarme -le ordenó, con una creciente ola de furia que reemplazaba el entumecimiento que la había tenido invadida. -Comprendo lo que debes estar sintiendo -le dijo Tanya con un tono de falsa afinidad-, pero, por favor, no le eches toda la culpa a Edward. Me temo que yo tengo tanta culpa como él. Sólo fue un juego, ya sabes, ideado por dos amantes agotados que simplemente buscaban una diversión para aliviar su aburrimiento. -Cállate, Tanya -gruñó Edward con los dientes apretados. -Ya nos han descubierto, milord. Ya no hay necesidad de seguir fingiendo. Tenemos el deber de confesarle nuestras maldades a la dama. -Volvió a mirar a Isabella-. Realmente no pensé que llegaría tan lejos. -Isabella -dijo Edward apenas, al tiempo que se puso frente a ella y apartó a Tanya-. No la escuches. Yo te amo. Te lo hubiera dicho antes, pero... Dios, tenía miedo. Eres demasiado buena para mí. Pensé que podía dejarlo pasar, olvidarte. Pero no pude. -Dile la verdad, Edward. Dile que la usaste para recuperar tu casa. -Yo no te he usado, Isabella. Yo te deseé. Siempre te he deseado. - 230 -

-Cuéntale la apuesta que hicimos -lo provocó Tanya. El miró a Isabella de modo suplicante. -No pude llevarla a cabo. -Ya ve, milady -continuó Tanya-, lo que no te dije en Devon fue que tu deshonra no sólo tuvo que ver con la venganza. Sí, Edward quería vengarse de tu padre. -¡Cállate, maldita seas! -amenazó Edward, al tiempo que dio un rápido giro para mirarla de frente. -Pero también quería recuperar su casa -continuó Tanya audaz-, y yo también quería algo. Un hijo de Edward. Y él estaba más que dispuesto a dármelo, si no lograba cumplir con su parte del trato. Edward avanzó y aunque ella retrocedió las palabras se siguieron escuchando. -¿Qué mejor manera de vengar la muerte del padre que tomando no sólo tu virginidad sino también enamorándote perdidamente? Él no quería tu corazón, querida. Él quería tu alma. -¡Cállate! -rugió Edward. -Bastardo enamorado. -Rió ella salvajemente-. Condenado estúpido. ¿Crees que ella podría llegar a interesarse en alguien como tú? Ambos somos de la misma especie, milord. Pecadores hasta el extremo: nada nos preocupa fuera de nuestra propia gratificación personal. ¿Cómo crees que llegaste tan lejos? Porque eres un canalla vicioso. Lo único que te interesaba era meter tu miembro en la próxima mujer dispuesta y dejaste a tu pobre padre sufriendo porque necesitabas satisfacer tu pene. -Ya basta. -La orden salió de boca de Isabella. -No -dijo Tanya enérgicamente-. No está ni cerca de ser suficiente. Has sido embaucada por un experto, niña. Como yo tenía mucho en juego, tenía que proteger mi inversión. Edward es tan habilidoso en el arte de la seducción... ya ves que yo sabía que iba a llevarte a la cama y te tendría profesándole amor eterno antes de que te dieras cuenta de lo que estaba sucediendo. ¿Crees que él estaría aquí si hubiera logrado que le dijeras que lo amabas en Devon? - 231 -

Piensa, querida: Edward estaba dispuesto a darme todo lo que deseaba, hacer lo que le dijera o desempeñar cualquier acto sexual que yo deseara, con tal de permanecer en la casa ¿Crees que echaría a perder todo ese arduo trabajo por una tonta virgen como tú? Te he hecho un tremendo favor, querida. Pregúntale tú misma si no me crees. A Isabella le dolía todo el cuerpo por la frustración; con movimiento lento lo miró. -¿Es cierto lo que está diciendo? ¿Todo fue... todo fue porque querías recuperar tu casa? El se apoyó en la pared, con la cabeza echada hada atrás y la vista puesta en el cielo nocturno. -Pensé que sería tan simple... -dijo con voz huecaPensé que sabía cómo jugaría cada parte. Que tú no me importarías; que no te desearía. Y por Dios juro que creí que no te necesitaría. Pero tú me desafiaste en todo momento. Me cambiaste. -Movió la cabeza contra la piedra dura, con los ojos vacíos al mirarla, como si ya no estuviera allí-. Por un breve instante, hiciste olvidarme de quién era. -¡Qué sensiblero! -pronunció lentamente Tanya con tono de indignación-. Está tan deshecho por la culpa ¡qué patético! Bien, querido, ya que has llegado tan lejos, bien podrías confesarle a tu amada el resto. Después de todo, es una historia tan interesante... -No -le rogó él-. Si te importo algo, Tanya, no lo hagas. -Claro que me importas (tanto como te importo yo a tí y ambos sabemos cuánto es). Te advertí que no me trataras tan cruelmente. Había tanto que aprovechar de tí... incluso tu adorable pene, capaz de hacerle a mi cuerpo, tan sublimes maravillas. Pero Gigandet ha ocupado tu lugar en mi cama y aunque ni sus habilidades ni su virilidad son comparables a las tuyas, hace lo que yo digo. Entonces, ya ves, ya no te necesito Tus servicios han concluido. De todos modos, ya no vales nada. ¿Qué tienes? Nada. Eres un conde desahuciado. Puedes pudrirte en la calle, mi amor. Así es como me importas -¿Por qué le hace esto? -le preguntó Isabella, dolida por Edward; sabia que, sin importarle que él le hubiese roto el corazón, ella sencillamente no podía dejar de - 232 -

amarlo. Tenía que defenderlo, pues él había caído demasiado bajo como para hacerlo por sí mismo. -¿Por qué? -rebatió Tanya con una fuerte carcajada-Porque puedo. Pero realmente, ¿qué puede saber de esto una simplona como tú? Tú abres guerra con las palabras, cuando contra un hombre una guerra es mejor ganarla con el sexo. Tienen el cerebro en los pantalones, querida mía. Te aconsejo que tengas eso en mente. -Yo no necesito ningún consejo suyo. Usted es una bruja cruel y calculadora. -Ah, finalmente lo estás descubriendo. Pero antes de que empieces a ponerme rótulos y sentirte apenada por este débil proyecto de hombre, considera lo siguiente: él se confabuló en contra tuya. Tú fuiste un títere. -Le lanzó una mirada maliciosa a Edward, que estaba desplomado contra la pared, con la cabeza entre las manos-. Ahora cuéntale, Edward. Dile por que debería arrojar toda la culpa sobre tus espaldas. Cuéntale el detalle que empeora mucho más todo lo que le hiciste -Por favor, Tanya -se quejó él, negando con la cabeza-. No lo hagas. Ella se burló: -A juzgar por tu tono, veo que estás absolutamente derrotado. Bien. Se lo diré yo. -Miró a Isabella a los ojos mientras con calma se acomodaba los guantes como si no estuviese a punto de aniquilar verbalmente a un hombre en la calle- El padre no saltó desde el acantilado, milady. Su propio hijo lo mató.

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Chapter 20 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 20 Isabella miró fijamente a la mujer en un silencio anonadado durante un breve instante. Luego se esforzó por pensar. -No. -Meneó la cabeza-. Edward no pudo haber hecho algo así. -No es de público conocimiento, por supuesto. Por mi gratificación sexual, sentí la necesidad de guardar silencio sobre la verdad acerca de la intempestiva muerte del conde. -Tanya se sacudió una mota de polvo de la manga del vestido-. Ahora ya no hay necesidad de hacerlo. Un centenar de ideas se desplomaron en la cabeza de Isabella, aunque una sola era verdadera. La acusación de Tanya no podía ser cierta. Edward había amado a su padre. -Usted no estuvo allí cuando el conde murió -rebatió Isabella-. No hay ninguna posibilidad de que sepa algo. -Ah, pues te equivocas. Yo sí sé bastante. Aunque Masen ofrecía poco en el plano de los entretenimientos, una de mis empleadas estuvo al tanto del incidente completo. En ese momento ella trabajaba para Carlisle Cullen y vio al conde y a su hijo discutir al borde del acantilado. Luego vio a Edward empujar al conde hacia la muerte. Un terrible sonido desconsolado perforó el aire y asustó a Isabella. Edward se había deslizado por el muro, con expresión de angustia en los ojos y el rostro pálido. -Yo traté de salvarlo... no pude... Estaba fuera de mi alcance. Lo intenté. Dios, por favor créeme, lo intenté. -Sí, querido -se burló Tanya con tono condescendiente, como si le hablara a un niño-. Estoy segura de que trataste de salvar al hombre que arruinó tu futuro malgastando todo lo alguna vez ganado, junto con el dinero que le había dado su amante. -Le echó una mirada de reojo a Isabella-. Aunque es cierto que el conde - 234 -

estaba endeudado, el verdadero motivo por el que se encontraba en los acantilados aquella noche era porque ya no podía soportar el hecho de que su hijo fuera... -¡No! -Edward se paró de un salto y alcanzó a Tanya-, No lo hagas... -Cayó de rodillas ante ella. Ella se rió de él. -Esto no tiene precio. El poderoso conde de Platt finalmente encontró su lugar apropiado. -Ella se inclinó y cruelmente le susurró al oído-: Recuerda quién te hizo ponerte de rodillas, amor mío. Isabella jamás había visto a Edward como en aquel momento, como si esperara que viniera alguien a acuchillarle el corazón y terminar con él. Ella sentía deseos de gritarle, sacudirlo; quería hacerle reaccionar. -Te resultó muy difícil descubrir que no eras quien creías ser -murmuró Tanya con tono casi afectivo mientras lo miraba fijo-. No un hijo amado. No un verdadero heredero, Sino el hijo bastardo de una madre puta. Un profundo lamento de vil zozobra brotó como de la propia alma de Edward, con un violento temblor que le devastó el cuerpo. -Déjelo en paz -ordenó Isabella. No iba a permitir a esa bruja vengativa que lo hiriera. No importaba lo que hubiera hecho, él no se merecía aquello. Los ojos de Tanya brillaron en un gesto cínico de diversión al mirar a Isabella. -Pero hay tantas cosas más que contarte, querida... -Miró a Edward-. ¿No es cierto, amor mío? -Por favor... - susurró él con voz ronca y quebrada e Isabella murió por dentro, penando por él. Ningún hombre había sido jamás tan humillado. Ahora comprendía por qué él había estado contemplando los acantilados y el mar con tanta nostalgia, como si quisiera darle paso al olvido y liberarse de la culpa y el dolor. -Recuerdo los primeros meses, cuando te viniste a vivir conmigo -dijo Tanya-. Lo extremadamente ebrio que te ponías y lo deliciosamente rudo que eras conmigo en la cama. Pero el alcohol y la culpa son terribles compañeros de alcoba... ¿no es cierto, querido? Poco a poco fuiste revelando la sórdida historia. Y una vez que la joven criada confesó lo que había visto, descubrí que la mayoría de los viejos criados de tu padre sabían la verdad (aunque la amenaza de que sus vidas ya miserables se - 235 -

tornaran aún peores los obligó a mantener la boca cerrada). Tanya alzó la vista hacia Isabella. -Yo no sé lo que él te dijo, pero su madre se suicidó para no convivir con su propia vergüenza. Su esposo no lo supo sino hasta muchos años después. La semana anterior a su fallecimiento, el conde mandó a llamar a su hijo a casa, para que regresara del burdel o de la cama de la mujer casada en la que se hallara en ese momento. Cuando Edward llegó aquella fatídica noche, encontró al padre en el cabo con botellas de alcohol vacías desparramadas a su alrededor. Después de guardar su horrible secreto durante años, engañándose religiosamente (igual que ahora su hijo se engaña al pensar que todo fue un terrible y desafortunado accidente), el conde ya no podía soportar la carga. Sentía que su hijo merecía saber la verdad acerca de su linaje, lo que con certeza explicaría el comportamiento indecente de Edward, como buen hijo de prostituta que era. Bien, estoy segura de que puedes deducir lo que sucedió después, ya que has probado por cuenta propia una dosis del temperamento de Edward. Al ver que Isabella permanecía en silencio, Tanya continuó: -Él no podía creer que era un simple bastardo. Nuestro muchacho siempre ha estado tan satisfecho de sí mismo, tan arrogante y tan seguro de su lugar en el mundo... ¡Él era el príncipe heredero de Devon! Pero aquella noche, se dio cuenta de que era un farsante. Indudablemente, esto encendió su carácter explosivo y atacó a su padre. -No -rugió Edward, con la voz en carne viva, arrodillado allí en el suelo duro como si estuviera ante Dios en busca del perdón-. Yo no lo empujé. Dios, ayúdame... él quería morir. El quería estar con ella. Sólo se quedó todos esos años por mí, me dijo. -Las palabras brotaban vacilantes de sus labios, en forma de ruego y confesión-. Y yo ni siquiera era su verdadero hijo. Él deseaba dejarme todo, pero yo se lo eché todo en cara: lo maldije, maldije a mi madre. Entonces fue cuando él me golpeó. Jamás me había golpeado antes y yo enloquecí de furia y dolor. Le dije que debió de haber seguido a mi madre a la tumba. Que valía más la pena estando muerto. El cuerpo le temblaba descontroladamente, los recuerdos lo devolvían a ese terrible momento. -Yo lo dejé ahí, sabiendo que estaba ebrio y vulnerable. En medio de la colina, me detuve y me volví. Lo vi parado al borde del acantilado, mirando hacia abajo con el - 236 -

viento que lo azotaba hacia las profundidades que se abrían a sus pies. Entonces lo supe. Y corrí... ¡Dios, no lo hagas!" Grité su nombre una y otra vez, le supliqué, pero él sólo miró por encima del hombro, como si ya se hubiese ido. Y después... casi lo alcancé pero él se inclinó hacia delante... y... ¡Oh Dios! -Cerró fuerte los ojos. Las lágrimas corrieron por las mejillas de Isabella, con el corazón dolorido por el tormento que había pasado Edward durante los últimos dos años: se creía responsable de la muerte de su padre, cuando estaba claro que había ido a los acantilados para morir, En aquel momento, detestó al padre de Edward. Lo había arrastrado de vuelta a casa para hacerle la gran revelación y luego matarse delante de sus ojos, y dejarle con la culpa de algo que nada tenía que ver con él. -Edward... -ella se acercó a él, le tendió la mano, pero él se puso de pie con dificultad y se alejó de ella. Tanya rió. -Al fin el semental salvaje quedó hecho trizas -se burló-. En cierto modo, es una vergüenza. Los caballos domados no tienen ni leche ni gracia. -Se encogió de hombros-. Bien, al menos tengo la diversión de domar a Khan. A diferencia de su alguna vez orgulloso dueño, la bestia me dará pelea hasta el final; pero terminará cumpliendo mis órdenes, de eso no hay duda. -Inspiró con satisfacción-. Parece que gané por todos los flancos. ¡Qué estupendo! Bien, te deseo un "que te vaya bien", o adíeu, como dicen los franceses -Con un giro exagerado, se dio la vuelta para marcharse. Las palabras de Isabella la detuvieron en seco. -No se marche todavía, milady. O se perderá la mejor parte. Tanya miró a Isabella por encima del hombro, con un deje de cautela en la expresión. -¿Y de qué se trata, querida? ¿Harás que el canalla te lama las botas? Con gusto me quedaría para verlo. -No. Voy a hacer algo mucho más simple -replicó ella, al tiempo que se acercaba - 237 -

hasta quedar parada frente a la mujer. -Por favor, no me aburras con uno de tus sermones santurrones -le dijo con un suspiro-. Son tan pesados... -Sin sermones. Sólo unas palabras. -¿Y qué podría ser que resultara remotamente interesante a mis oídos? -Sólo esto: amo a Edward. Tanya la miró incrédula. -Seguro estarás bromeando. Isabella la miró fijamente sin parpadear. -No, no lo estoy. Lo amo. Con todo mi corazón. Y ya que se tomó el trabajo de viajar hasta aquí, no podía negarle el placer de escucharme decirlo. Los labios de Tanya se sellaron con creciente furia. -No hablas en serio. No puedes. Él se burló de tí. Te usó y te dejó arruinada para otros hombres. -Sí que hablo en serio. Aunque usted tenía razón en algo: Edward sí me arruinó. Ya nunca querré a otro hombre. Sólo a él. -¡Dios mío, estás tan loca como él! -Tal vez. Pero eso a usted no le incumbe. Ahora-dijo- ya que Edward cumplió con su parte del trato, espero que se le restituya la casa de inmediato. Tanya la miró boquiabierta: -¡De ninguna manera! Isabella se adelantó un poco más hacia ella, le pegó la nariz al mentón. Tanya pesaba unos seis kilos más que ella, pero eso a Isabella no le interesaba. - 238 -

-O traspasa Masen a Edward mañana por la mañana, o la perseguiré y le prometo que no va a gustarle lo que le haré si la encuentro. -¡No serías capaz! -Con toda seguridad. La mujer resopló de manera indecorosa, con una mirada que prometía desquitarse. -Está bien -dijo bruscamente en voz baja llena de furia-. Que se quede con su maldita casa. De todos modos el lugar parece una morgue. Que viva allí y deambule por sus ventosos corredores hasta que las tablas del suelo se le pudran bajo los pies. Eso no cambiará el hecho de que sea (y siempre lo será) un paria social. Y mañana por la mañana, toda Inglaterra se enterará de las noticias de su sangre manchada y sus tendencias homicidas. Isabella jamás había sentido una furia tal en toda su vida. -Sería poco inteligente por su parte amenazar con la exposición pública. Sus actos sólo la harían verse como una amante despreciada. -¿Despreciada? -La risa de Tanya sonó corta y frágil-. Ningún hombre jamás me ha despreciado. Soy yo la que lo abandona. -Luego se volvió hacia Edward, que estaba de espaldas a ellas-. Tú no eras el único con la idea de sed de venganza, milord. Cada una de las veces que me complacías, siempre reprimiéndote un poco, yo planeaba el golpe final de tu caída. Pensaste que me estabas tomando por tonta, pero era yo la que te estaba tomando a tí por idiota. Ahora arderás en el fuego del infierno. Sin pensarlo dos veces, Isabella abofeteó a Tanya en la cara y la tiró al suelo tambaleándose; la fuerza de la bofetada le desprendió la peluca. Apretándose con la mano la mejilla enrojecida, miró a Isabella con el susto grabado en el rostro. -¡Me has golpeado! Isabella le lanzó una mirada furiosa a la mujer que estaba encogida de miedo a sus pies, con la rabia corriéndole por las venas. -Y lo volveré a hacer si descubro que usted ha comentado una sola palabra de lo - 239 -

que aquí ha sucedido. Utilizaré toda la gran influencia de mi padre para llevarla a la ruina si intenta hacerle daño a Edward. ¿Me comprende? Con la palma de la mano aún pegada a la mejilla, Tanya asintió con la cabeza. Mientras se ponía de pie, siseó: -Que lo disfrutes. Ustedes dos son tal para cual. Entró en la oscuridad como un vendaval y se oyó la voz enfurecida que le decía algo bruscamente al cochero, seguido de un portazo y el ruido estruendoso de las ruedas sobre el adoquinado. Isabella permaneció allí un instante, aún intentando comprender todas aquellas asombrosas revelaciones que se habían hecho. Al principio se había sentido herida, y sí, también furiosa. Pero luego una extraña sensación de calma la había invadido y supo exactamente lo que debía hacer. En ese momento, las palabras de su madre parecían tan proféticas... De hecho las respuestas le habían llegado cuando ella estuvo preparada para escucharlas, y al ver a Edward de rodillas/ todo fue claro. Para bien o para mal, ella le protegió la espalda. -Ella no tendrá ni la más mínima clemencia, ¿sabes? Isabella se giró para mirar a Edward, que no se había movido. Su postura era rígida, tensa y ella sentía deseos de rodearle el cuello con los brazos y aterrarlo con fuerza. -No me interesa -dijo ella-. Esa bruja malvada recibió su merecido. Espero que la mejilla le duela una semana entera. Edward meneó la cabeza. -Lady Isabella Swan, una bravucona. ¡Quién lo hubiera dicho! -Quizás, pero estuvo bien. -La revancha siempre lo es. Había algo en su tono de voz que de pronto a ella la desconcertó, como si él se estuviera burlando de ella. - 240 -

-¿Estás molesto conmigo? -¿Molesto?-repitió él- ¿Por qué habría de estar molesto? Eso estaría bastante fuera de lugar por mi parte, ¿no crees? -No lo sé. -¿De veras? -Él salió de entre las sombras que lo ocultaban parcialmente, lo que le permitió a ella distinguir el desdén en su expresión-. ¡Y yo que pensaba que lo sabías todo...! Con certeza actúas como si así fuera. Defensora de los derechos de las mujeres y salvadora de condes impulsivos e insensibles. -Edward... El alzó la mano. -Lo hecho, hecho está. Isabella se le acercó, con la falda que emitía apenas un susurro hasta que se detuvo frente a él y le posó una mano amable en el brazo. Él la miró largo rato con expresión severa, como si la juzgara. Tenía los ojos tan fríos, tan diferentes a los del hombre al que ella había vislumbrado hacía sólo unas horas. Luego se alejó de ella, y la dejó allí parada, confundida y sola. De nuevo la estaba dejando al margen. ¿Es que no se daba cuenta de que ella comprendía las razones de su inclemente y cínica perspectiva del mundo? Ella lo siguió deprisa y lo detuvo en mitad de la calle. -¿Adónde vas? Le echó una rápida y brusca mirada, fulminante por su falta de emoción. -Lejos de ti. -Edward, por favor. Entiendo que estés dolido... -¿Dolido? -La carcajada breve que él soltó la cortó por la mitad como un cuchillo-. - 241 -

¡Cielos, abre los ojos! Te han usado. ¿No escuchaste a Tanya? -La escuché -respondió Isabella con calma-. Pero no creo lo que ella dice. Su valiente confianza en él casi quiebra a Edward. Deseaba que ella lo odiara, lo necesitaba. ¡Maldita alma bella y fiel…! -Bueno, créele. Te follé con un solo objetivo en mente que era recuperar mi casa. He ganado, entonces ya no se requiere de tus servicios. Considera esto como tu condena, querida mía. -¿Por qué estás actuando de este modo? Porque él no tenía nada que ofrecerle. Estaba sin un céntimo Los inquilinos de Masen apenas podían mantenerse por su cuenta, ni pensar en que pudieran llenar las arcas a él. ¿Cómo haría para mantenerla? ¿Vivirían de las dadivas del padre de ella? Antes muerto. Su único activo estaba entre sus piernas, pero él jamás podría volver a tocar a otra mujer de ese modo. Isabella lo había echado a perder para otras. Él había sufrido y causado sufrimiento en su afán de recuperar la casa, y la victoria era vacía. No significaba nada sin ella. -Te dije que había lecciones que yo podía enseñarte -le dijo con una crueldad intencionada-. Ahora puedes considerarte un objeto de mayor valor. Los hombres matarían por llevarse a la cama a una mujer apasionada y tú, querida mía, cuentas con esa gran ventaja en particular. -Se inclinó y le rozó la mejilla mientras le susurraba al oído-: Debiste de haber seguido tus primeros instintos y no haber confiado en mí. ¡Qué ironía!, ¿verdad?, el hecho de que tuvieras razón con respecto a mis motivos por ir detrás de ti... Es cierto que lo único que quería era levantarte las faldas. -Pero no lo hiciste -dijo ella, torturándolo con la ternura de la respuesta, con la fe aún brillándole en los ojos. -Un descuido -le dijo con enojo-. Imaginé que cuando regresáramos me invitarías a tu alcoba y estarías tan excitada que me darías la mejor montura que jamás hubiera tenido en mucho tiempo. Le enmarcó el rostro con dos dedos y la sintió temblar mientras él se obligaba a - 242 -

mirar fríamente aquellos ojos confiados. -Levanta el ánimo, cariño. Ya habrá otros hombres. Quizás hasta algún pobre tonto que se enamore de ti. Ella permaneció allí mirándolo con el corazón en los ojos. Él no podía dejarla así, pero debía hacerlo. Tanya lo había dejado expuesto con todo lo que era: el hijo de una prostituta. Aunque contara con la riqueza que equiparara a su título aún así no sería lo bastante bueno para Isabella. En su pasado había demasiado pecado y depravación. -Te amo, Edward -le dijo ella con voz suave, pero con convicción, con las lágrimas brillándole en los ojos, gesto que a él le desgarró las entrañas. Ninguna mujer le había dicho esas palabras jamás. Ninguna mujer lo había visto como algo más que un medio para dar placer. En ese momento la odiaba, por ofrecerle un atisbo de algo que él nunca tendría, o sería. Sentía deseos de castigarla por amarlo, por no haberse alejado antes de que ella lo destruyera. La asió del brazo, hundiéndole los dedos en la carne mientras la arrastraba. -Te advertí una y otra vez que yo te arruinaría. Te di razones más que suficiente para que huyeras, pero tú y tus ridículas ideas de salvación evitaron que te protegieras tú misma. No me eches la culpa de tu insensatez. -Él apretó los dientes y pronunció con dificultad-: Búscate un esposo. Dale media docena de mocosos y olvídame. Porque yo seguramente lo haré. -La soltó de un empujón y ella retrocedió trastabillando, con una sola lágrima que le recorría la mejilla. -Tú no me olvidarás -le susurró ella con voz desconsolada. -Ya lo he hecho -mintió él y se obligó a marcharse.

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Chapter 21 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 21 Isabella miraba por la ventana del altillo y observaba cómo el sol se iba desvaneciendo en el cielo, dejando tras de sí una cinta de colores vivos, una vista que la hubiera inspirado hasta hacía sólo una semana. Ahora simplemente significaba el paso de un día más. Después de la cruel despedida, Isabella había creído que Edward sólo estaba enfadado con ella por haber intervenido en favor suyo con Tanya y que regresaría. Poseía una gran cuota de orgullo y ella había peleado la batalla de él en su lugar. Pero cuando al tercer día le siguió el cuarto, y luego al quinto, el sexto, ella se dio cuenta de que tenía que dejar de engañarse. Edward la había usado y la había olvidado, tal como se lo había dicho. Eso debía ser razón suficiente para odiarlo, pero los sentimientos no le concedían la ventaja de ponerse de acuerdo con el sentido común. Se descubrió derramando lágrimas sin querer, lo que casi le hace sucumbir al pánico al pobre Jacob, que nunca la había visto llorar. Ella jamás se hubiera imaginado que se convertiría en el tipo de mujer que amara a un hombre hasta el punto de sentir deseos de pasar por alto su comportamiento indecente o permitirse creer que le importaba cuando él le había dicho lo contrario. Pero era exactamente en ese tipo de mujer en quien-se había convertido. Sólo el tiempo marcaría una diferencia. Solo la distancia. Y a esas alturas Edward seguramente ya estaría bien lejos de París. Alguien tocó levemente la puerta, pero Isabella se sentía demasiado desganada como para responder a la llamada Un momento después la puerta se abrió y el ruido de la vajilla le indicó que había entrado alguien con una bandeja de comida; el paso fuerte y el suspiro aún más fuerte le indicaron que se trataba de Jacob. -Te traje algo de comer -le dijo, sonaba molesto con ella - 244 -

-Gracias -murmuró ella mientras observaba el Moulin de la Galette que giraba lentamente. Jacob masculló un improperio y depositó la bandeja haciendo ruido y expresando su disgusto. -Aquí todavía hay dos platos llenos. ¡Mon Dieu tienes que comer! Te estás consumiendo en vano. -No tengo hambre. -Ya he escuchado eso antes y estoy bastante harto. Vas a comer aunque tenga que obligarte a pasar cada bocado por la garganta. Isabella estaba tan pérdida en sus pensamientos, que no lo escucho acercarse por detrás. Se sobresaltó cuando él le puso las manos sobre los hombros. -Relájate, ma bolle. Estás tan tensa... -Comenzó a masajearle los hombros con delicadeza e Isabella esperó a que la regañara, pero sólo un silencio agradable se extendió entre ambos. -Lo siento -dijo ella finalmente-. Sé que últimamente no he sido la misma. -Lo comprendo, y no me gusta verte sufrir -Lo sé. Él hizo una pausa y luego dijo: -¿El inglés todavía te interesa? Aunque era ridículo y evidente mentir, Isabella lo hizo de todos modos. -No, hace tiempo que él está olvidado. Yo sólo estoy... agotada. -Parecía que el mundo entero se había convertido en un abatimiento. Pero lo superaría. No tenía alternativa. -Eso es porque no has comido y no has tomado aire fresco. Te has encerrado en este cuarto como en una torre, cual princesa melancólica. Esto no es propio de tí. Tú eres una mujer de temple y pasión. - 245 -

Isabella se dio la vuelta para mirarlo, con una lágrima de temor recorriéndole la mejilla. -¿Qué fue lo que me sucedió? -susurró con voz trémula. Jacob le cubrió la mejilla y le secó la lágrima. -El amor, mi niña. El amor es lo que te ha sucedido. Yo lo sé, ya que me he enamorado muchas veces y cada vez que lo hago estoy seguro de que el dolor no será tan grande, pero lo es. No se alivia ni un poco. Pero pasará. -¿Cuándo? -En gran parte depende de ti. Debes asumirlo y obligarte a continuar. Y antes de que te des cuenta, las cosas volverán a ser como antes. Y no hay mejor momento que el presente para comenzar. Esta misma noche iremos al Moulin. -No. -Isabella negó con la cabeza-. No, no podría. No esta noche. Todavía no. -Oui, esta noche. -Es muy pronto. -Tonterías. Te hará bien. -Pero... -Iba a mantenerlo en secreto, pero ahora ya me veo forzado. Manet estará pintando allí esta noche y pidió especialmente que fueras tú. Isabella olvidó sus problemas momentáneamente. -¿Manet preguntó por mí? -Ser invitada por un artista no sólo era atípico sino codiciado. Él era un hombre absolutamente reservado que sólo frecuentaba a unos pocos elegidos. Jacob asintió con la cabeza. -El ha visto algunos de tus trabajos y opina que tienes un futuro prometedor. ¿Y bien? ¿Quieres perderte la oportunidad de verlo pintar? Ella había sido admiradora de Manet durante muchos años y una de las miles de - 246 -

personas que acudían al Salón para presenciar muestras de su trabajo. Muy en su interior, la vieja llama volvió a encenderse a la vida. Tal vez Jacob tenía razón. Quizás ella necesitaba obligarse a salir, a olvidar. Probablemente Edward ya la había olvidado por completo. De hecho, tal vez estaba brindando por su buena fortuna y llevándose a la cama a alguna prostituta de pecho atrevido con ojos de cierva que no le causara problemas, ni le diera sermones, ni nada más que placer. Infinitas horas de placer. -Oh, Dios mío, ¡lágrimas de nuevo no! -dijo Jacob con un tono mezcla de exasperación y preocupación, al tiempo que la rodeó con los brazos. -Lo detesto -susurró Isabella con voz cargada de emoción, secándose las lágrimas con rabia. -Y así debe ser. Él es un sinvergüenza de la peor calaña. -Pero yo lo amo. -Por supuesto -suspiró él, agitando un pañuelo frente a la vista nublada de ella. Isabella alzó la vista con las pestañas húmedas de lágrimas y murmuró un débil "gracias". Luego se enderezó, decidida a que esa sería la última vez que derramaba una sola lágrima por un hedonista autoproclamado. Sorbió una vez más por la nariz y levantó el mentón para decir: -Dame unos minutos para prepararme. Edward había perdido la cuenta de los días, al haber pasado la mayor parte del tiempo bastante consumido por la bebida. Aunque prefería mucho más su nuevo papel de bebedor de Montmartre que el del mayor bastardo e imbécil número uno de Inglaterra. Cuando estaba ebrio, al menos las imágenes de Isabella no le resultaban tan claras y penetrantes, aquellos ojos merrones no parecían tan dolidos y confundidos, ese mentón con gesto menos obstinado y orgulloso, aquellos labios no temblaban por el dolor que él le había causado. Él había estado tan sumido en el alcohol y la frustración, que no había sido capaz de levantar un solo dedo para dale un puñetazo a ese estúpido franchute cuando el hombre se había sentado audazmente a la mesa de la taberna que Edward había ocupado casi permanentemente desde que había dejado a Isabella de pie en la calle. - 247 -

El franchute había tenido el valor de mirarlo fijamente a la cara y decirle lo absolutamente imbécil que era y que no merecía a Isabella, y que en París, media docena de hombres estaban enamorados de ella. Edward había atinado a lanzarle una mirada agresiva, pero el canalla tenía razón. Aunque si uno solo de esos malditos mequetrefes le llegaba a poner una mano encima, él se la cortaría. Miró fijamente el trago y luego se lo llevó a los labios preguntándose (como lo había hecho durante las últimas semanas) si en el fondo del vaso finalmente encontraría el olvido que buscaba. Isabella miró a través de la ventana del coche de alquiler mientras éste rodaba estruendosamente por los surcos de la calle. El tiempo estaba empeorando, los chaparrones grises que se deslizaban por el horizonte dejarían por la mañana la ciudad con las calles cubiertas de lodo y las copas de los árboles relucientes. Ella había traído consigo el bloc de dibujo y los carboncillos para hacer algunos bosquejos por su cuenta. La vida nocturna de Montmartre estaba repleta de los personajes más inusuales, muchos de los cuales deambulaban justo fuera de su ventana mientras el coche subía la colina con dificultad. Ella observó a una pordiosera que buscaba entre los desechos de la basura. La mujer levantó la cabeza cuando comenzaba a caer una leve niebla, su rostro quedó al descubierto bajo el reflejo amarillo de su propio farol. Isabelle Bourdreaux, un personaje conocido del bulevar. Debajo de la pañoleta desgreñada asomaba una piel pálida, delgada como el papel, con una boca desdentada como un nicho y unos ojos inflamados y magullados. Una ráfaga de viento le azotó los cabellos que solían ser como hilos de seda. Alguna vez Isabelle había sido una mujer hermosa, la élite entre las mujeres de baja reputación, y París entera había follado con ella. Pero sus admiradores habían fallecido hacía mucho. La enfermedad y la adicción al ajenjo la habían consumido por completo. Isabella la llamó, queriendo proteger a la mujer de la llovizna. Pero cuando Isabelle levantó la vista, una expresión sombría le nubló el rostro. Era la mirada de alguien que había sido testigo de demasiada privación y abuso. Se escabulló rápidamente en la oscuridad de los callejones de los alrededores. Con un suspiro de derrota, Isabella volvió a hundirse en los cojines. Las mujeres como Isabelle eran la razón por la que ella pintaba. Su rostro, como el de muchos otros, era como el lienzo de la vida dura que les tocaba vivir, de la lucha diaria por - 248 -

la supervivencia. Tal vez era por Isabelle y las de su clase por lo que Isabella viajaba hasta un club nocturno tan empedernido para reunirse con Manet. Edward tenía razón: ella necesitaba dar el siguiente paso, mostrar su arte. Si lograba ganar el interés de Manet, podría tener la posibilidad de exponer sus pinturas en la próxima Gran Muestra. El carruaje se detuvo rechinando frente al Moulin de la Galette, molino que Isabella solía contemplar desde su ventana. El edificio yacía encima e inclinado, con una fachada de bordes desmoronados. No obstante, el aspecto descuidado no le restaba en absoluto el atractivo acogedor. En medio del alboroto de las voces que salían por las puertas abiertas se escuchaba una mussette cantada con una voz gutural, acerca de una niña muerta que llega al fin de su vida de manera trágica y prematura. La melodía era un retrato absolutamente preciso, pensó Isabella mientras espiaba a una indigente ofrecerle su cuerpo a un transeúnte. Un fino velo de humo envolvió a Isabella y a Jacob cuando entraron al salón. Sobre el escenario, bailarinas con enaguas de múltiples capas batían las faldas, mostrando retazos fugaces de tobillos y pantorrillas. Isabella encontró sitio en un rincón desde donde podía observarlo todo, con la mirada fija y ansiosa buscando por doquier algún indicio de la presencia de Manet. -No lo veo -dijo ella, mirando a Jacob que aparentaba estar inquieto. Había estado comportándose de manera extraña desde que habían salido del apartamento. -Debería llegar en cualquier momento. ¿Te apetece algún refresco? -Antes de que Isabella respondiera, él se mezcló con la multitud, abriendo un sendero detrás de su paso fugitivo. De repente, la mirada de ella chocó con unos feroces ojos verdes y el mundo se tambaleó. Edward estaba sentado justo enfrente de ella, con postura desgarbada, meditabundo y salvajemente apuesto, empuñando una copa vacía. Se había quedado en París. En Montmartre. ¿Por qué? El júbilo que ella sintió al verlo se eclipsó un instante después, cuando una camarera ligeramente vestida se acercó en su dirección y se sentó en su regazo descaradamente, echándole los brazos al cuello de manera desvergonzada, y apretándole sus generosos senos contra el pecho de él. Un grupo de espectadores - 249 -

ulularon ruidosamente ante el espectáculo. Isabella rogaba que él apartara a la mujer, pero en lugar de eso le puso las manos en la cintura y, sosteniéndole la mirada a Isabella, atrajo aún más a la camarera hacia sí y le dio un intenso beso que dejó a los parranderos dando alaridos. Aquel golpe había sido el peor que le podría haber dado, y aunque ella sentía deseos de salir corriendo los pies no le respondían. De pronto una mano le agarró del brazo. Ella alzó la vista bruscamente pensando que iba a encontrase con Jacob: jamás esperó ver al conde de Gigandet mirándola fijamente. Chicas les aviso que ya solo quedan 3 capítulos y el epilogo

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Chapter 22 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 22 -Lo siento -dijo él, con una sonrisa a modo de disculpa y los rasgos aristocráticos pronunciados en los ojos con un brillo entre dorado y plateado, mirándola fijamente-. No era mi intención asustarla. Isabella tomó aire para calmarse, y recordó la historia que Edward le había contado acerca de cómo el conde se había metido en su alcoba e intentado aprovecharse de ella mientras dormía. ¿Habría sido cierto? ¿O simplemente sería uno de sus cuentos para hacerla creer que él había llegado para rescatarla? -¿Qué es lo que está haciendo aquí, milord? La marca azul y negra de la mandíbula había desaparecido por completo y era de nuevo ese encantador calavera con rostro angelical que hacía perder la cabeza a todas las damas del salón. -Estoy seguro de que estará sorprendida, milady, igual que yo. Jamás pensé encontrármela en un sitio como éste. -Estoy con un amigo. -¿Dónde estaba Jacob? Volvió a posar la mirada en Edward de manera nerviosa. Él no se había movido, ni tampoco la camarera, que en ese momento le besaba el cuello descaradamente. Lo único que a Isabella le indicó que él había notado la llegada del conde fue la mirada violenta de clara advertencia que le lanzó, y a ella le revivió la furia. ¡Cómo se atrevía a mirarla como si fuera ella la que estuviera actuando mal! Él le había dicho sin rodeos que ya no la quería. Isabella sentía la necesidad de hacerle pagar con el mismo dolor que él le había provocado tan adrede y entonces le devolvió una cálida sonrisa al conde. -Es usted una mujer hermosa, milady -le dijo con tono elogioso. - 251 -

-Gracias, milord -murmuró ella entornando los ojos. Él le levantó el mentón con un dedo encorvado Ella distinguió el deseo que hervía en sus ojos y supo que debía preocuparse, pero no lograba quitarse de la mente la imagen de Edward y la muchacha. -Confieso que encontrarse con usted de este modo bien vale el esfuerzo de salir con este tiempo. Espero que me dé la oportunidad de conocernos más. Hubo circunstancias que me lo impidieron allá en Devon. Isabella no necesitaba que le diera más explicaciones acerca de cuáles eran esas "circunstancias" a las que se refería La principal estaba al otro lado del salón: el calor de su mirada era como un peso en la espalda de ella. Aunque una voz le decía que no permitiera al conde pensar que ella albergaba algún interés, le dijo: -Me encantaría. -Un flirteo inofensivo no supondría nada y Edward estaba disfrutando con sus coqueteos. ¿Por qué ella no podía hacer lo mismo? Isabella localizó a Jacob que venía caminando por el salón con el ceño tan fruncido que le dejaba las cejas juntas con obvio desagrado al parase junto a ella. -Ven conmigo -le dijo sin preámbulo, hundiéndole los dedos en el brazo y tirando de ella hacia un rincón del salón Isabella se soltó de un tirón y lo miró encolerizadamente. -¿Qué es lo que te sucede? -reclamó. -Ese hombre es una víbora. -Tú no sabes nada de él. -Sé lo suficiente como para ver que sólo quiere estar con mujeres. -Puede ser un defecto común entre ustedes los hombres -replicó ella acaloradamente- Dios no permita que llegues a conocer a una mujer. -Tu enojo está fuera de lugar. -Tal vez, pero sinceramente me estoy cansando de que los hombres crean que - 252 -

pueden darme órdenes. -Yo te estoy dando consejos, no órdenes. Aunque es evidente que no estás pensando con claridad, o ya te hubieras dado cuenta por ti misma. -Eres tú el que me dijo que debía olvidar y seguir adelante. -Oui, pero estás yendo por el camino equivocado. Es mi deber protegerte cuando estás demasiado obstinada como para hacerlo por tu cuenta. -Yo no necesito protección. Soy perfectamente capaz de cuidarme sola. -Obstinada, como dije. Te niegas a pensar que eres tan falible como cualquier persona. -Cualquier mujer, querrás decir. -A mí no me harás caer en esa trampa, cherie. Yo voy a seguir siendo tu amigo te guste o no, y no permitiré que cometas un error del que vayas a arrepentirte. -Tú no tienes ni voz ni voto. -Estás jugando con fuego, man coeur. Estas dolida por ver al hombre que amas con otra mujer. Eso esta nublándote el juicio. Un pequeño dolor le punzó el corazón. -Él no es el hombre que amo. Jacob emitió un sonido tosco, pero antes de que pudiera responder, una voz lo interrumpió: -¿Todo va bien, milady? Isabella alzó la vista y encontró al conde, que la vigilaba con los ojos grises encendidos de preocupación. -Bien -mintió ella, al tiempo que arrebataba la copa de la mano de Jacob y decía en voz suficientemente alta para que se escuchara-. No me trates como a una niña. Y no me sigas. -Y se alejó rehusando encontrarse con su mirada de advertencia. -¿Le molestaría ir a otro sitio más tranquilo para hablar? -le preguntó el conde con - 253 -

gentileza y una mirada amable. Isabella echó una mirada furtiva a Edward y lo vio desaparecer a través de una puerta trasera de la taberna, tirando de la camarera detrás de él de manera impaciente, que iba más que gustosa y les sonreía abiertamente a sus amigas al pasar. Ellas se abanicaban como si fueran a caer muertas por la buena suerte de su amiga. El último pedazo del corazón maltratado de Isabella se quebró irrevocablemente, pero ella contuvo las lágrimas al tiempo que miró al conde y aceptó asintiendo con la cabeza. Él sonrió y le asió de la mano, la llevó en la misma dirección por la cual Edward acababa de llevar a la moza pechugona y luego la condujo hasta una puerta adyacente. Caminaron por un pasillo angosto, con el sonido apagado del jolgorio que llegaba hasta ellos; los tenues candelabros de las paredes los envolvían en sombras. Isabella cerró fuerte los ojos, deseando desesperadamente que desaparecieran las imágenes de Edward con la guapa camarera. Un calor repentino la invadió y ella abrió los ojos de golpe. El conde sujetaba a un lado una cortina roja de terciopelo, que daba a una antesala. La trémula luz de las velas proyectaba sombras retorcidas en la pared mientras la mirada atónita de Isabella captaba la escena que tenía ante ella. Había hombres que gemían y mujeres entrelazadas desvergonzadamente sobre sotas color anaranjado chillón, y sobre cojines de satén en el suelo, dejando al descubierto ese sector de la taberna y su función: un burdel. El estallido de un trueno hizo vibrar el piso, la fuerza arrancó gemidos de las parejas unidas, como si la dinámica de la tormenta hubiera inyectado sus deseos con la electricidad de los relámpagos que laceraban la tierra. Antes de que tuviera un momento para recobrar los sentidos, el conde la condujo hacia una de las habitaciones adjuntas; la aferraba con rudeza al tiempo que tiraba de ella bruscamente para que pasara delante y apartaba otra cortina obligándola a mirar -y ver a Edward repantigado en una silla, con la cabeza apoyada en el respaldo y los ojos cerrados... y a la camarera de rodillas sumisa ante él, acariciándole los muslos-Mira qué putañero es -siseó el conde-. Esta es su vida y tú no puedes cambiarla. - 254 -

Las manos de la camarera le acariciaban la ingle y un sonido de frustración brotó de los labios de Isabella. Ese leve ruido hizo que Edward levantara la cabeza, abriera los ojos bruscamente y una expresión de pena y remordimiento se dibujara fugazmente en su rostro antes de que lo dominara la furia. Con un llanto ahogado, Isabella se dio la vuelta y huyo, con el bramido de Edward resonando a sus espaldas; Gigandet la siguió de cerca. La agarró hasta detenerla y la dio la vuelta para mirarla de frente. -¿Qué creía, milady? -se burló-. ¡Qué espectáculo!, ¿verdad? Mucho mejor que el del escenario. Isabella lo miró de manera aturdida y alcanzó a distinguir su propia necedad en el brillo de sus ojos. -Quiero irme -le dijo con voz dolida-. Sáqueme de aquí. -¿Irse? ¡Pero si acabamos de llegar! -Cometí un error. -Sí -dijo él con un gruñido-, cometiste un error, que comenzó en Devon cuando le permitiste a este canalla que te metiera su polla, y te quedaste ahí jadeando como una perra en celo. -La empujó atrás contra la pared y le incrusto su excitación en el estómago, que le provocó asco. -¡Basta! -Ella trató de soltarse pero él le hundió los dedos en el brazo, hasta que se le cayó el bloc de dibujo al piso y las hojas se desparramaron a sus pies-. ¡Mi trabajo! -gritó ella, extendiendo la mano para recuperar los papeles, con un grito de dolor que le brotó de los labios cuando Gigandet la tiró de la cabellera. Le sujetó con fuerza los pechos y se los apretó dolorosamente y el grito de ella quedó ensordecido por la boca de él al cerrársela de golpe con brutalidad. Un instante después, ya no estaba; el cuerpo voló tan violentamente que a ella una brisa le abanicó la piel. Se estrelló contra el suelo con Edward encima como un dios guerrero; los músculos se le pusieron tensos a la altura de los brazos cuando cogió al conde por el cuello, el otro puño arremetió contra la mandíbula del hombre con una fuerza tal que le hizo crujir el hueso. El conde se quejó a sus pies cuando Edward volvió a levantar el puño. Isabella lo agarró fuertemente del brazo para detenerlo antes de que lo matara y él la azotó con una mirada enloquecida. - 255 -

Edward tragó saliva de manera convulsiva, ambos atrapados en una extraña vorágine hasta que volvió a cercenar al conde con la mirada. -Si vuelves a tocarla -gruñó-, te corto los testículos y te los meto por la garganta. -La cabeza del conde cayó pesada en el suelo cuando Edward lo soltó. Isabella alcanzó a ver la cara de preocupación de Jacob mientras se abría paso a empujones en medio de la multitud que se había agolpado a ver el espectáculo. Ella meneó la cabeza, rogándole en silencio que se quedara en su lugar. Edward le aferró con fuerza una de las muñecas y se la llevó a rastras; la muchedumbre se hizo a un lado cuando él la condujo a través de un par de pesadas puertas dobles hasta una habitación vacía y el pestillo se cerró ruidosamente detrás de él. Tiró con fuerza de ella y la soltó haciéndola dar un giro y caer sobre un sofá de terciopelo de llamativo color púrpura. Se quedó allí mirándola, con los ojos colmados del tumulto de la tormenta y el rostro empapado de sudor. Su presencia era absorbente e Isabella no podía respirar. Cuando comenzó a aproximarse, ella se levantó de un salto y retrocedió. La furia de su mirada se transformó en lujuria e intensificó el calor del cuarto. El cuerpo de Isabella vibraba de temor y deseo mientras Edward continuaba avanzando hacia ella, exhalando hedonismo y ardiente furia con cada movimiento. Luego se quedó parado frente a ella, envolviéndola con su sombra, con su gran figura como una fuerza sólida que le impedía escapar, le enredó una mano en la nuca y la atrajo con fuerza contra su pecho. Una ráfaga de aire húmedo de lluvia entró por la ventana abierta y el agua golpeó fuertemente contra los aleros, con un ritmo a contratiempo con respecto al tumulto que Isabella sentía en su interior por tener a Edward de nuevo tan cerca; el amor que sentía por él era como un ser devastador que ella no lograba debilitar. -Debí de haber matado a Gigandet por tocarte -gruñó mirándola con ojos salvajes-. Mataría a cualquiera que te toque. Isabella luchó con él. -¡Regresa con tu puta! El la aferró más fuerte. - 256 -

-Esto que pasa entre nosotros... ya no puedo combatirlo. -Le rozó la mejilla con los labios-. Eres mía, Isabella. Mía. -Yo no soy tuya. -Ella trató de soltarse-. Tú te alejaste. Tú dejaste que otra mujer te tocara. ¡Jamás te lo perdonaré! El apretó la mandíbula y un instante después la cogió en brazos y la tendió en el sofá. -Voy a hacerte el amor, Isabella. Luego ambos sabremos la verdad. Antes de que ella pudiera protestar ya le había cubierto la boca, la aprisionaba con los brazos al tiempo que su boca la dejaba sin aliento, sin razón; ella lo aferró por los hombros para atraerlo más hacia sí. -Cielos, te he extrañado -le susurró amargamente al oído, rozándole el mentón y la garganta con los labios-. Todos los días, todas las noches. Me tenías hechizado, me sacabas de la cama. Me volvías loco. -Tú me heriste -Isabella casi lloraba cuando él le besó la comisura de los labios, los ojos- Creí morir al verte con otra mujer. -Lo sé, mi amor. Lo sé. -La calmó con la boca, con el calor que crecía en cada zona que acariciaba, tanteando los pezones con la yema de los dedos a través de la tela del vestido-Cuando le sonreíste a Gigandet... Dios, no pude soportarlo.- Amoldó la cabeza a la curva del cuello de ella, con la boca hambrienta que seguía el rastro del calor-. Te necesito Quiero estar dentro de ti. No puedo dejarte ir. Eres como una fiebre en mi sangre. Le temblaban las manos cuando Isabella se las tomó y posó los labios en las palmas, sintiendo su estremecimiento sintiendo la misma imperiosa necesidad. El corazón le latía a un ritmo salvaje cuando él le desabrochó los botones del canesú, le sostuvo la mirada hasta que a última perla de nácar se soltó y dejó ver los pechos turgentes debajo de la enagua. Se deshizo rápidamente de las cintas del corsé y apartó la tela descubriéndole los pechos, y le acarició los pezones con los dedos. Ella jadeó de placer. Tenía las manos tan grandes, tan morenas en contraste con su piel cuando abarcó los suaves globos con las palmas, los masajeo y luego rodeó las puntas doloridas con los dedo provocándole un calor que brotaba desde lo más profundo de su ser. - 257 -

Luego la puso de pie y comenzó a quitarle la ropa, su mirada sensual e revolvió la sangre hasta que quedó parada frente a él, completamente desnuda. -Siéntate a horcajadas sobre mi regazo -la urgió con voz ronca. Isabella hizo lo que le pidió, deseando ardientemente el Placer que él podía darle al tiempo que hurgaba el pliegue húmedo con los dedos para acariciarle la protuberancia. El cuerpo de ella ardía por él y un gemido desesperado le brotó de la garganta cuando deslizó un dedo adentro. -Inclínate hacia adelante -le ordenó con voz baja y urgente, al tiempo que tomaba un pezón con la boca y lo mordía suavemente mientras la observaba. Ella quería acariciarlo para mostrarle lo que él la hacía sentir y bajó las manos hasta la ingle. Le desabrochó los pantalones, luego tomó su erección y la enfundó entre las manos; el falo sedoso se ponía más tieso en contacto con las palmas mientras ella le acariciaba alrededor de la cabeza con la yema de los dedos. Cuando una gota húmeda quedó en la punta como una perla, ella la quitó con un dedo, se la llevó a los labios y la chupó. Salada y caliente. -Dios mío, Isabella -gimió él, moviéndose contra ella. Ella se apartó contoneándose y se ubicó entre sus piernas, deseando darle placer. -Dime qué tengo que hacer -susurró contra la carne rígida mientras modelaba la erección, la piel se sentía muy suave cuando le rodeó la cabeza con la lengua-. ¿Te gusta así? -Envolvió el miembro con los labios y lo hundió un poco más dentro de la boca. -Sí... Dios mío, sí... Ella se excitaba con sólo acariciarlo de aquel modo tan íntimo, recorriendo la vena con la lengua, hasta esas bolsas apretadas de más abajo que lamía con indecisión. Él respondió contrayendo y tensando cada músculo del cuerpo; tenía los ojos casi negros cuando la miró y levantó las caderas para acoplarse a la lengua de ella. Ella cubrió el miembro con una mano mientras que la otra hizo lo debido en la base, deslizó la boca y la apretó absorbiéndolo lo más profundo posible, una y otra vez. -Dios... Dios... Él sabía tan bien, tan caliente y masculino... - 258 -

La apartó y colocó el trozo hinchado entre los pechos mullidos, apretándolos fuerte contra sí. Comenzó a moverse lentamente, muy lentamente hasta que el cuerpo llegó al límite. Y luego la subió a sus rodillas. Los gemidos de pasión de ella llenaron el cuarto cuando él le chupó los pezones una y otra vez hasta dejarlos como puntos ardientes de placer, mientras la acariciaba con un dedo más rápido, más suave concentrándose en el centro de su sexo. Al borde de llegar a un orgasmo demoledor, le levantó las caderas y la echó de rodillas encaramándose por detrás con el miembro duro como una piedra acunado entre sus glúteos y empezó a mecerse suavemente hacia adelante y hacia atrás. Luego ubicó su erección entre los muslos de ella. - Sujétame así. Isabella estaba frenética del deseo, presionando el miembro contra su húmedo calor mientras él comenzó a moverse adelante y atrás, ejerciendo una presión sedosa contra el clítoris empapado, provocándola tan exquisitamente, cubriéndole los pechos con las manos, con los pezones más sensibles en esa posición cuando él tiraba de ellos y los pellizcaba suavemente; ella tensó el clítoris y los gemidos aumentaron cuando él trabajó en su cuerpo hasta llevarla cerca de la cima, moviéndose más y más rápido... La penetró suavemente cuando el primer espasmo derretido se apoderó de ella, empujándose más adentro, con las manos en los hombros de ella, acercándola más, tensándole más el clítoris contra él al embestirla, con arremetidas pode-rosas para abarcarla por completo. Él le demostró estoicismo, le prometió darle todo el placer que aguantara, le provocó un nuevo arrebato demoledor antes de salirse de ella, darla la vuelta y ubicarla sobre el tenso miembro erecto, embistiéndola mientras las últimas oleadas todavía le sacudían el cuerpo. Luego se puso de pie, con el pene aún metido profundamente en su interior cuando le apretó el cuerpo contra la pared. Isabella le rodeó los hombros con los brazos, y se aferró a él mientras se meneaba y la llenaba. -Edward... por favor, por favor. Estaba tan inconsciente que Edward sabía que ella no se había dado cuenta de que él se había estado retrasando a propósito. Sólo así, con los cuerpos fundidos, él era capaz de darle lo único que había sabido darle a una mujer: placer. Y a Isabella - 259 -

le daría todo el placer que estuviera a su alcance. La penetraba, haciendo vibrar las paredes con cada embestida. Le fascinaba el modo en que ella respondía, cómo se aceleraba y lo mantenía apretado en su interior. -Vamos, mi amor -le susurró en el cuello-. Estalla para mí. -Él apretó el pecho contra los pezones, aquellas hermosas puntas erectas que lo volvían loco, y se enterró dentro de ella todo lo que pudo-. Siente lo profundo que soy. Siente cuánto te deseo. -Empujaba largo y fuerte y la sentía tensarse-. Eso es -gimió cuando las palpitaciones lentas y dulces de ella lo exprimieron. Finalmente, ella se relajó. Edward sonrió y le besó la frente; la llevó con cuidado de nuevo al sofá, donde la acunó contra su pecho hasta que ella parpadeó y abrió los ojos unos segundos después. Entonces la besó, de una manera feroz y devoradora que expresaba lo que él no era capaz de expresar. Él sabía que tal vez aquello jamás volvería a suceder, que tenía que marcharse y dejarla en paz. Tenía que darle la oportunidad de encontrar a otra persona, aunque eso lo matara. -Déjame llevarte a casa -murmuró sin querer mirarla a los ojos. Se vistieron en silencio, pero Edward podía sentir su mirada, queriendo escuchar algo de él, que le dijera que no la había vuelto a usar. Pero él la dejaría pensar lo peor; era mejor de ese modo. La guió por el pasillo desierto y por la escalera trasera hasta el callejón oscuro; el maullido de un gato invisible hacía eco en todo el empedrado destruido. Edward apenas notó que la lluvia le había pegado la ropa al cuerpo al sostener la chaqueta para cubrirle la cabeza a Isabella. Un coche pasó por la calle a gran velocidad, dejando una estela de agua que salpicaba formando un penacho, claramente sin intención de detenerse. Edward se paró delante, los caballos retrocedieron cuando el cochero sujetó las riendas frenéticamente. -¡So, chicos! ¡So! -La yunta se detuvo chirriando y dando saltos, casi derribando al cochero del asiento, con el estropeado sombrero empapado por la lluvia que le caía sobre un ojo al mirar a Edward-: ¿Está loco? Pude haberle matado. Edward lo ignoró y abrió la puerta del coche, al tiempo que ayudaba a subir a - 260 -

Isabella. Él se dio cuenta de que ella estaba esperando que la siguiera, pero no lo haría, sin importar lo que su corazón deseara. Lo miró con los ojos luminosos. Le llevó todo el dominio de sí mismo que logró reunir para cerrar la puerta y retroceder hasta el borde de la acera, mientras el rostro ovalado y pálido de Isabella lo miraba fijamente. Él sabía que aquella imagen embellecería su memoria para siempre. Se obligó a darse la vuelta pero descubrió su paso bloqueado por dos hombres fornidos, con un particular atuendo claramente reconocible en la penumbra circundante. Un indefinido grupo de personas se apiñó a la altura de la puerta de la taberna que estaba detrás de ellos, para observarlos ávidamente. El más alto de los hombres se adelantó y sujetó a Edward del brazo. -Haga el favor de acompañarnos, monsieur. Edward echó una mirada a la mano que lo tenía aferrado y luego al rostro solemne del policía. -¿Para qué? -Los estamos poniendo bajo arresto. Edward oyó el ruido de la puerta del coche abriéndose, luego su nombre en los labios de Isabella, con tono interrogante y aterrado. -¿Por qué me están arrestando? El segundo policía se ubicó del lado opuesto a él y le esposó la muñeca, al tiempo que le respondió: -Por el asesinato del conde de Gigandet.

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Chapter 23 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 23 Isabella sólo escuchaba el latido frenético de su corazón cuando el alguacil Barnaby la guiaba hacia un cuarto sin ventanas de la Conciergerie. El aspecto desolado de la prisión y de sus historias insípidas podía infundir temor hasta al alma más sólida. Con amabilidad, el hombre le echó una manta de lana áspera sobre los hombros, dando por sentado que su temblequera se debía a las ropas húmedas pegadas al cuerpo. Pero no era así. Gigandet estaba muerto y creían que Edward era el asesino. Se lo habían llevado de la taberna, sin permitirle verlo ni hablar con él. Sólo Jacob, que le rodeó con los brazos en la cintura, había evitado que Isabella lo siguiera. ¿Por qué no se había declarado inocente? Él no tenía nada que ver con la muerte del conde. -¿Mejor, milady? -le preguntó Barnaby; con un destello de preocupación en los ojos castaños mientras, la miraba por debajo de unas cejas como alambre y con una expresión solemne en el rubicundo rostro. Isabella asintió con la cabeza y se abrazó el cuerpo, tratando de parar el temblor. -Edward no asesinó al conde -dijo con toda la convicción que le salió del corazón-. Gigandet me atacó. Edward sólo me protegió de él. Barnaby curvó una ceja en un gesto escéptico. -¿Degollándolo, mademoiselle? Yo diría que es un poco extremo, ¿no cree? -Degollánd... -Un terrible escalofrío invadió el cuerpo de Isabella y ella sacudió la cabeza-. Edward le dio un puñetazo. Eso fue todo. -El conde fue hallado en el callejón bien muerto y no hubo otra persona con la que - 262 -

él hubiera tenido un altercado más que con Lord Platt. También tenemos testigos que dicen que Lord Platt amenazó de muerte a Gigandet. -¿Quién lo dijo? -Su ex amante... -El alguacil repasó las anotaciones con la vista-. Ah, sí, aquí está. -Alzó la vista para estudiar la reacción de ella al responderle-: Lady Denali. -Dio unos golpecitos sobre la mesa con el borde del reloj -. Al parecer. Lord Platt tenía motivos de sobra para asesinar a Lord Gigandet. El conde no sólo le robó el afecto de la dama, sino que aparentemente también tenía la intención de usurparle sus afectos. -Eso no es cierto -protestó Isabella-. Edward... quiero decir, Lord Platt había terminado su relación con Lady Denali. Ella estaba furiosa y juró que él se arrepentiría. -Ahí fue cuando comenzó con usted, ¿Oui? -Sí, pero... -Y por supuesto usted debe de tener sus motivos para no querer verlo ahorcado por el crimen que cometió. -¿Ahorcado...? -Isabella cerró los ojos para quitarse la imagen de la cabeza. -Ése es el castigo que corresponde a un acto tan atroz. -¡Pero él no hizo nada! -rebatió ella acaloradamente-. Él estuvo toda la noche conmigo. El hombre frunció las cejas. -¿Lo estuvo? Él no me dijo eso. De hecho, su señoría me dijo que no había estado con usted. Declaró que estaba solo. Y me temo que eso no deja a nadie más que acredite su coartada. Isabella miraba al hombre desconcertadamente. -No, eso no es cierto. -En un rapto de claridad, ella se percató de lo que Edward estaba haciendo-. Oh, Dios. Él piensa que si la gente se entera de que estuvimos juntos mi reputación se manchará. - 263 -

-¿Y no sería así? Isabella volvió a montar en cólera. -¿Y usted cree que a mí me interesa algo tan absurdo cuando está en juego la vida de una persona? -Non -respondió él ecuánimemente-. Yo creo que usted lo ama, por lo que también creo que estaría dispuesta a mentir por él. -¡Yo no estoy mintiendo! -Cálmese, milady. -Quiero verlo. ¡Debo verlo! -Me temo que en este momento, eso es imposible. Isabella se puso de pie abruptamente y la silla cayó hacia atrás. Sin pensarlo, pasó corriendo junto al alguacil que le gritó para que se detuviera. Tenía que encontrar a Edward, tenía que lograr que él dijera la verdad. ¿Pero en dónde estaba? La prisión era un laberinto de corredores largos y sombríos que se esparcían a su alrededor como las patas de una araña. Lanzando resoplidos por el excesivo esfuerzo, el alguacil la alcanzó y la asió del hombro. -No se resista. Isabella giró en redondo para mirarlo de frente. - ¡Tiene que dejarme verlo! Tengo que lograr que diga la verdad. -Discúlpeme si no alcanzo a comprender su devoción por él. Por lo que escuché, él la sedujo intencionadamente para recuperar su casa. ¿O no fue así? -Usted no lo entiende. -No vale la pena andar sufriendo por un hombre así, mademoiselle. Le ruego que me escuche. Usted es joven y bella. Olvide esto. Él no vale la pena la angustia que seguramente causará. - 264 -

Isabella lo miró con furia. -Esta es mi vida y le agradecería que se mantuviera al margen. Usted no sabe nada acerca de Lord Platt. Lo juzgó injustamente. Él apretó los labios. -Como usted diga, mademoiselle. Tal vez el alcalde mayor muestre cierta indulgencia, ya que al parecer Lord Platt no tenía intención de matar al conde, pero fue doblegado por los celos y asesinó a su rival en un arranque de furia. -¡Él no mató a nadie! ¿Por qué no me escucha? -El hombre la observó con una benevolencia que iba decayendo, como si fuera una niña desafiante que había que controlar. -Tal vez esto hará que acepte la situación con más facilidad. -Hundió la mano en el bolsillo de la chaqueta y extrajo una pequeña caja de caoba-. Se la sacamos a Lord Platt cuando fue puesto bajo custodia. Me pidió que se la entregara a usted. Con manos temblorosas, Isabella cogió la caja, la miró largo rato, temerosa de ver qué había en el interior. Parecía no poder sostener la respiración al abrir la tapa. Un sollozo brotó de sus labios. Adentro estaba la liga, una sola media de seda, un peine de jade y nácar que ella había creído perdido, varias horquillas de cabello... y una flor de campanilla seca. -No... No tomaré esto. -Alzó la vista para mirar al alguacil con las lágrimas que sus ojos derramaban-. Devuélvala. Dígale que debe conservarla. El hombre la miró con pena. -Lo siento, milady. Sé que debe de ser difícil para usted. No le salían las palabras, sólo sentía una dolorosa necesidad de estar con Edward. Tenía que encontrarlo. Se apartó del alguacil de un empujón y corrió por el pasillo. -¡Edward! -gritó y el nombre hizo eco a lo largo de las paredes de piedra fría y dura. El alguacil gritó después, y luego vociferando ordeno a sus compañeros que la - 265 -

detuvieran. Isabella sentía que se iban acercando pero no se detendría. De repente, una mano salió de entre las sombras, a través de los barrotes de hierro de una de las celdas y la cogió de las faldas; la tela se rasgó por la fuerza al darse la vuelta, con un grito que murió en sus labios cuando se dio cuenta de quién se trataba. -¡Edward! -La miró desde la oscuridad de la celda con el rostro ojeroso; apenas cabía en ese espacio. Ella sentía deseos de abrazarlo, pero los barrotes se lo impedían. Extendió la mano a través de las rejas de metal y le apoyó la palma en el rostro, mientras lanzaba una mirada temerosa a los hombres que venían corriendo por el pasillo en su dirección. -¿Qué es lo que estás haciendo aquí? -le reclamo él. -Tenía que verte. -Ya me viste. Ahora vete. -Pero... La cogió de la muñeca. -Escúchame, Isabella. Tienes que irte. Tú no eres parte de esto. No es de tu incumbencia. ¿Entiendes? Regresa a casa. Haz tus pinturas. Muéstraselas al mundo y olvídate de mí. -No -susurró ella con una angustia que le contraía los pulmones-. Jamás. -Le enroscó los dedos en los cabellos-. Di la verdad, Edward. Por favor -le rogó ella al tiempo que los hombres le caían encima-. Diles la verdad. -Tiraron de ella bruscamente y la arrebataron de los barrotes. -¡Déjenla en paz, maldita sea! -gruñó Edward, mientras golpeaba a los hombres y la puerta hacía un ruido metálico. -¡Edward! Diles la verdad. -El alguacil trató de apartarla-. ¡Por favor, díselo! -¡Vete a casa, Isabella! - 266 -

-¡Te amo! No te dejaré. -No me ames. -Sí. Te amo. -Entonces eres una tonta -le dijo enconadamente-¿Quieres saber lo que hice después de dejarte en la puerta de tu casa aquella noche? -Aferró fuertemente los barrotes-Volví con Tanya. Te dije que en mi cuerpo no quedaba ni un solo hueso digno, noble. Mientras tú llorabas por mí yo le estaba haciendo el amor a otra mujer. Estaba dispuesto a darle a Tanya el hijo que deseaba. -Estás mintiendo -le dijo ella con firmeza-. No te creo, -¡Por el amor de Dios, sáquenla de aquí! -Ordenó el alguacil Barnaby, mientras sus hombres la apartaban, ella le sostenía la mirada a Edward con aquellos ojos verdes hasta que él tuvo que desviarla antes de volverse loco. Apretó la frente contra los barrotes, convenciéndose de haber hecho lo correcto por una sola vez en su vida, aunque sabía que Isabella lo perseguiría hasta el día de su muerte. Isabella buscó a cualquiera que fuera capaz de escucharla y trabajó largas horas para aunar esfuerzos para ayudar a Edward. Pero Tanya había sido meticulosa en su sed de venganza: se aseguró de que el alguacil no dejara de hablar ni con un solo testigo, como Liam y Stephan, quienes maliciosamente habían dado detalles sobre la amenaza de muerte que Edward le había hecho a Gigandet. Parecía no tener importancia el hecho de que algunas personas habían visto a un hombre pelirrojo bien vestido ayudando al conde a levantarse del piso después de que Edward lo golpeara. Pero nadie podía describir la cara del hombre, ya que los corredores tenían luz tenue. Ante los ojos de la ley, Edward era culpable. Él era capaz de vender cuerpo y alma para aferrarse a lo que le pertenecía, y la gente estaba más que dispuesta a condenarlo. Al décimo día, Isabella se desvaneció en las escaleras de fuera de su alcoba, al regresar de la residencia del rey en Place de la Concorde donde le habían negado una audiencia con su majestad. Ella había albergado grandes esperanzas de que él la recibiera, ya que le había encomendado retratar a su hija bebé, Marie Amelle. Pero él tenía asuntos mucho más importantes que atender que la difícil situación de un amigo en desgracia. - 267 -

Ese mismo día su padre llegó a París; por su aspecto tenso, Isabella supo que había hecho hasta lo imposible para llegar lo más pronto posible ante el llamado de la madre. Un leve golpe se oyó en la puerta de su alcoba. -Adelante -dijo Isabella. El padre asomó la cara por el borde de la puerta, y le sonrió cálidamente iluminándola con la mirada. Isabella le devolvió la sonrisa lo mejor que pudo. -¿Cómo te sientes, mi niña? -le preguntó con evidente preocupación. -Bien -mintió ella, extendiéndole la mano. El la tomó y se sentó en la cama junto a ella. Tenía la espesa cabellera gris todavía con algunos mechones negros, estirada como si hubiera estado pasándose los dedos constantemente, lo cual Isabella sospechaba. -No hay necesidad de preocuparse tanto. -Soy tu padre. Eso es lo que mejor hago. Isabella jamás había dudado del amor de su padre, ni aun en los peores momentos. Ni se imaginaba cómo se habría sentido Edward al levantarse un día y descubrir que no era quien creía ser. -Hoy luces mejor -le dijo él mientras el silencio se expandía alrededor de ambos. -Me siento mejor. -Ella no quería darle más motivos de preocupación. Sin embargo, vislumbró una nueva tensión en sus ojos que le provocó un remolino de ansiedad en el estómago-. ¿Sucede algo? El vaciló y luego respondió: -Hoy fui a ver a Edward. -El corazón de Isabella dio un vuelco. Se sentó más derecha contra los cojines. -¿Qué fue lo que tenía para decir? -No demasiado. -El padre se puso de pie, con el perfil desapacible al hundir las manos en los bolsillos-. Es un hombre obstinado. - 268 -

-Lo sé. -Aunque igual me dijo algo. -Se volvió para mirarla de frente, con clara aflicción en los ojos-. Dijo que te había comprometido. ¿Es eso cierto? -No, no me comprometió. Lo que sucedió entre nosotros fue recíproco. -Las lágrimas se le juntaron en los ojos inesperadamente-. Lo amo, papá. Lo amo más de lo que creí posible en mí. Él la asió de la mano y le dio unas palmaditas tiernamente. -Sí, ya me doy cuenta de eso. Y aunque sospecho que Edward lo negará, creo que él también te ama con la misma intensidad. Creo que estaba tratando de fastidiarme con sus declaraciones, con la esperanza de que yo no quisiera ayudarlo. -Pero tú no dejarías de ayudarlo, ¿verdad? Él le cubrió la mejilla. -Por supuesto que no -le dijo con tono amable-. Edward está muy herido y amargado, pero está perdido sin ti. No puedo culpar a un hombre por ver en ti lo que yo siempre he visto. -¿Y él aceptará tu ayuda? El padre suspiró. -No. No creo que me quiera ver involucrado, por temor a que te vayas a involucrar tú. Él está decidido a resolver esto por su cuenta. Isabella cerró los ojos, aferrando la manta en los puños. Jamás se había sentido tan indefensa. -¡Isabella! -exclamó una voz conocida un instante antes de que se abriera la puerta de la alcoba. Jacob se quedó como enmarcado en el umbral, respirando con dificultad. Isabella echó el edredón a un lado, sintiendo un temor que le trepaba hasta la garganta y el pánico que le tensaba los miembros. Se aferró al poste de la cama para sostenerse, temiendo lo peor. -¿Qué ha sucedido? - 269 -

-Tengo noticias. -¿De Edward? -Oui. Las piernas de Isabella se debilitaron. Jacob se acercó rápidamente a ella. -Él está bien, discúlpame por preocuparte. Acabo de llegar de la Conciergerie. -Le aferró la mano y le sonrió-. Está libre, mon ange. Lo han liberado. Isabella lo miró fijo. -¿Libre? -susurró con esperanza e incredulidad. -Oui. El culpable del asesinato de Gigandet ha sido detenido -¿Quién...? -El conde Vulturi-respondió y el nombre sonó conocido- Su amada condesa lo entregó. Aparentemente, ella descubrió que el conde había estado manteniendo una relación con su mejor amiga. Peor aún, el tonto había perseguido a todos los amantes de ella, incluyendo a Gigandet, a quien... -... juró matar si volvía a poner un pie en París. -Ahora Isabella recordaba. Ella había escuchado el nombre del conde mencionado durante aquella incómoda cena en Masen. Le extendió la mano a Jacob-. ¿De veras se terminó? -Tenía mucho miedo de creerlo. -Oui, chérie. De veras terminó. Isabella caminó hacia la ventana y dirigió la vista hacia la cárcel, donde el sol se hundía tras el horizonte como una bola brillante y ardiente. Permaneció allí mucho tiempo después de que Jacob y el padre se retiraran, observando pasar cada transporte, con la esperanza de que uno se detuviera y bajara Edward, finalmente capaz de confiar en el amor de ambos. A la medianoche, ella se alejó. - 270 -

Ya solo queda un capitulo y el epilogo, chicas les subo un resumen de mi próxima historia Nacido del diablo: Edward, un hombre marcado por la oscuridad de su alma. Un hombre solo rodeado de enemigos. Un hombre que solo sabe tratar con la muerte. Un hombre cuyo cuerpo solo habla de dolor, de cicatrices, de batallas. Un hombre que no sabe hacer otra cosa que pelear, ve que tiene que acceder a las demandas del rey ingles y casarse con una prisionera escocesa : Isabella.. Bella. Bella, ve que tiene que casarse con aquel extraño vestido de negro que parece nunca descansar, que parece que nunca necesita estar con gente, aquel hombre cuyo nombre provoca pavor, aquel hombre cuya mirada esconde un dolor inconfesable pero que solo puede ver ella. Tiene que acceder para salvar la vida de su hermano pequeño y poder volver a su tierra. Una soledad tan abrumadora que es casi insostenible hasta que Bella le muestra que hay otro mundo. Una luz en su vida que es Bella... Cómo sobrevivir a la vida después de haberla conocido? Como podrá apartarse de ella tras haber llevado a cabo el mandato del rey?

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Chapter 24 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE… AL FINAL LES DIGO. Capitulo 24 Hacía una semana que Isabella se había enterado de que Edward se había ido de Francia y vuelto a las regiones salvajes de Devon. Su padre se había quedado en París durante un mes, tratando de protegerla de las desventuras de la vida, igual que cuando era niña. Pero con su preocupación sólo le recordaba el dolor que sentía. Ella encontró cierta cuota de felicidad en el hecho de que sus padres estaban volviendo a hablarse. El leve contacto entre ellos denotaba amistad, que tal vez un día llegaría a transformarse en algo más. Ahora hablaban con mayor frecuencia, se tomaban el tiempo para escucharse. Había esperanza donde alguna vez no había existido nada. Algo era algo. Durante los cuatro meses siguientes, el padre visitó París cada vez que pudo hacerse una escapada del parlamento. Isabella se consolaba con la idea de que al menos había quedado una cosa positiva de su desconsuelo. O mejor dicho, dos cosas, pensó con una débil sonrisa mientras apoyaba una mano en la delicada redondez de su vientre. Debajo de las yemas de los dedos, el niño se movía suavemente. Casi lo había perdido al caer enferma después de la encarcelación de Edward, sin percatarse de que la falta de apetito y el mareo eran síntomas de que su cuerpo se estaba preparando para la maternidad. Se le hinchó el corazón. El Señor la había bendecido y pasó los días experimentando una especie de euforia agridulce, dejando la mente en blanco ante el dolor que significaba vivir sin Edward. Sus padres habían intentado hacerla entrar en razón, insistiéndole con que le hablara a Edward sobre el bebé. Pero ella una vez le había dicho que en el caso de quedar embarazada no buscaría la protección de un apellido, y eso seguía siendo cierto, aunque ahora debido a un motivo que iba más allá del orgullo. Si le hablaba a Edward sobre el bebé y él regresaba, ella sabría que no sería el - 272 -

amor lo que lo traería de vuelta a su lado. Y no estaba dispuesta a aceptar de Edward nada menos que su corazón entero. Un golpe en la puerta la perturbó e Isabella se giró para encontrar a su padre entrando, que desvió la mirada hacia el vientre. -¿Cómo está hoy mi nieto? -¿No habrás querido decir nieta? -Preguntó riendo la madre que apareció detrás de los anchos hombros del esposo, guiñándole un ojo a Isabella-. De veras. Su Excelencia, ¿qué es lo que lo hace estar tan seguro de que nuestra hija espera un varón? Él le frunció el ceño a la esposa con simpatía. -Porque todas la mujeres Swan primero dan a luz a un varón. La madre resopló ante la lógica machista. -Yo no. -Eso es porque rehúsas a hacer lo que debes, querida mía. -Tal vez fuiste tú el que no hiciste lo que debías - le respondió ella bromeando. Isabella sonrió con la broma de sus padres, aún cuando sentía una punzada de envidia. Se alejó, y acarició con amor el edredón que le había fabricado al bebé, una labor de retales de colores suaves como la piel de un garito. Pronto llegaría el día en que acunaría a su hijo envuelto en ella y lo sostendría cerca del corazón. Una mano cálida sobre su hombro la hizo volver la mirada hacia el rostro preocupado del padre. -Has hecho maravillas con este cuarto -le dijo. Isabella había convertido su estudio en el cuarto del niño, pintando las paredes con murales con criaturas y hadas del bosque Por primera vez, su arte describía algo puro y sano. -Isabella -empezó a decir el padre-. Quiero hablarte sobre Edward. Isabella se acercó a la mesa donde estaban sus pinceles y los tocó de manera - 273 -

distraída: -No tengo ganas de hablar de él, papá. -Él es el padre de tu bebé. -Ya hemos hablado de esto antes -dijo ella con tono cansado. -Sí, y tú te niegas a escucharme cuando trato de decirte que él ha cambiado... Isabella giró en redondo para mirarlo de frente. -Si él no está dispuesto a venir por su cuenta, entonces no es el hombre que sé que podría ser (y no me conformaré con menos que eso). -Querida -Se adelantó la madre, con una compasión en la mirada que casi desarma a Isabella-. Tu padre y yo sólo queremos lo mejor para ti y el bebé. -Entonces entended que yo no aceptaré nada menos que el amor. -Cogió el chal y pasó rápido junto a ellos; sentía necesidad de estar a solas. Isabella huyó hacia el sitio donde sabía que su dolor encontraría consuelo. Allí donde no había sido capaz de ir durante cuatro largos meses, por temor a que le trajera demasiados recuerdos de Edward. Ahora buscaba su refugio, hundida en el banco de mármol al pie de la tumba de sus abuelos, con el bebé inquieto debajo del corazón que le latía salvajemente. -Sssh... -le canturreó, secándose las lágrimas de los ojos-. Todo estará bien, te lo prometo. El silencio del crepúsculo la envolvió, cual bálsamo reconfortante para el alma. Sin embargo, sus pensamientos seguían confundidos, centrados en Edward. Su padre le había dicho que había cambiado, dando a entender varias veces que él la extrañaba. Pero Isabella se negaba a tener esperanza. Para protegerse. Ella no daría el primer paso para recibir de nuevo a Edward en su vida o en su corazón; si él no era capaz de comprometerse a regresar con ella voluntariamente, no valía la pena y sería autodestructivo. -Isabella. - 274 -

Su nombre sonó como un susurro de lamento en el viento, casi irreal y la hizo levantar la cabeza dejándola temblorosa e incapaz de moverse al saber que era Edward el que estaba allí. Ni se preguntó cómo era posible. -Mírame, Isabella -le pidió con suavidad. Ella dejó caer la cabeza entre las manos. -Vete. Por favor, sólo márchate. -No puedo. Me ha llevado mucho tiempo controlar los nervios de enfrentarte. -¿Qué es lo que estás haciendo aquí? -Vine con tu padre. Tenía que verte. -¿Para qué? Dejaste tus sentimientos perfectamente claros al marcharte. -Por favor, Isabella, mírame. Ella no podía. Sabía lo que él vería al hacerlo, el deseo vivo que aún sentía por él y que probablemente sentiría siempre. El largo chal ocultaba la verdad de su condición. -¿Cómo supiste dónde encontrarme? -Me arriesgué -murmuró él con un tono suave que aún tenía el poder de derretirla. -¿Y mi padre es el motivo por el que estás aquí? ¿El te... dijo algo? -le preguntó, rogando que el padre no hubiera violado su confianza. -¿Cómo qué? ¿Qué estabas sufriendo por mí? Sé que eres demasiado fuerte para eso. De hecho, estaba seguro de que me habías borrado de tu mente. -Hizo una pausa y luego le preguntó con calma- ¿Lo hiciste, Isabella? -¿De veras te interesa? -Aunque se le aceleró el corazón, ella se resistió a esperanzarse. -Sí -le dijo él, sonando como si se hubiera acercado más- Tú me seguías dando posibilidades pero yo estaba demasiado ciego para aprovecharlas. Me obligué a pensar que estarías mejor sin mí durante aquellas largas noches en que recorría los fríos pasillos vacíos de una casa que ya no significa nada para mí. No sin ti. - 275 -

-No... -le rogó ella con tono bajo, como queriendo taparse los oídos con las manos. -Durante el primer mes, no creo haber estado sobrio durante más de una hora seguida. En mis momentos de lucidez caminaba por los acantilados, buscando algo que había perdido, algo que necesitaba volver a encontrar desesperadamente. Jamás logré asirlo, pero en cambio, acabé descubriendo algo distinto. ¿Quieres saber qué fue? -No -mintió ella. -Mi corazón, Isabella. Descubrí mi corazón. Pensé que lo había perdido para siempre. Pero tú, mi amor, lo hiciste latir de nuevo, me hiciste sentir vivo de un modo en el que jamás me había sentido antes. Entonces supe que tenía que demostrarte que puedo ser un hombre merecedor de tu amor. Solo que no sabía cómo. Pero incluso en eso me ayudaste tú. Una vez me dijiste que tu padre pensaba que yo podía tomar mi puesto en la Cámara de los Lores. Y lo hice. Me hice escuchar. Hablé de los pobres, de las injustas condiciones laborales y de los asilos. Hasta hablé de los derechos de la mujer. Isabella olvidó su promesa de no mirarlo y alzó la vista, bebiéndose la imagen completa de él. Lucía más delgado, más esbelto de un modo que lo volvía aún más apuesto, con los hoyuelos pronunciados debajo de las mejillas, con círculos oscuros alrededor de aquellos ojos más verdes que nunca, como si realmente hubiera sufrido. Pero creer eso era admitir que ella le interesaba. ¿Es que ella podía confiar en que eso era cierto? -¿Por qué? -le preguntó con calma. -Por ti. Por ti y sólo por ti, Isabella. Yo quería ser un hombre mejor, para que pudieras ver en mí alguien que valiera la pena. Alguien que merezca ser amado, porque yo necesito que me ames, Isabella. No estoy completo sin ti. -Edward... -Sólo escúchame. Pasé mucho tiempo con tu padre. Me disculpé por haberle culpado de la muerte de mi padre. Cuando la bruma se despejó de mi mente, me di cuenta de que había estado viviendo engañado. Reinventé la historia en mi cabeza para justificar el odio que guardaba en mi interior. Odio que quería dirigir hacia alguien que no fuera yo mismo. - 276 -

Se aproximó a ella, con pasos inseguros, como si quisiera llegar al fondo de ella con su mirada. -Ya no quiero vivir con dolor, Isabella. Quiero recuperar mi vida. Quiero recuperarte a ti. Se acercó hasta quedar a unos pocos pasos de ella, extendió la mano para acariciarle la mejilla, pero sólo cerró los dedos sobre su propia palma. -Descubrí una veta de carbón sin explotar en mi propiedad -le dijo con tono reservado-. Ahora tengo dinero. No mucho, pero suficiente para comprar algunas ovejas y semillas de cultivo y para tener un buen comienzo de cría de árabes purasangres. -Meneó la cabeza con una leve sonrisa que le curvó la comisura de los labios-. Jamás pensé que vería el día en que querría convertirme en un granjero honrado. Pero estoy preparado para sentar la cabeza. -A tu padre le hubiera encantado. -También me gustaría pensar que quizás hubiese estado orgulloso de mí. -Por supuesto que sí. Se arrodilló ante ella, le tomó la mano fría entre las suyas tibias, y la miró de un modo en que jamás antes lo había hecho. -No quise estar alejado tanto tiempo, pero tenía que estar seguro de que contaba con algo sólido que ofrecerte. Sé que te he herido, Isabella. Y sé que no te merezco, pero ruego que me perdones. Prometo que pasaré cada día compensándote. -No. -La rienda que ella apenas había logrado mantener tirante para controlar sus emociones se soltó, las lágrimas le rodaban por las mejillas descontroladamente-. No digas lo que no sientes. Él le tomó el rostro entre las manos, y le rozó los surcos húmedos con los dedos. -Sí, eso es lo que siento. Te amo. No puedo vivir sin ti. No lo hagas, Isabella. Por favor, no me hagas vivir sin ti. Una ráfaga de viento le voló la punta del chal y ella lo agarró, pero no a tiempo para evitar que Edward se enterara de su secreto. Él deslizó la vista hacia el abdomen y con los largos dedos apartó el chal al tiempo que llevó la mano al vientre involuntariamente. - 277 -

Durante un momento interminable la miró fijamente, con una mezcla de encanto y asombro hasta que alzó los ojos para mirarla de manera aturdida e inquisitiva. La emoción pura allí reflejada era tan real que dolía mirarlo. -¿Por qué no me lo dijiste? -le preguntó con un tono en carne viva. Un sollozo quebrado le brotó a ella de lo más profundo de su ser. -No pude. Él volvió a mirar el vientre con la respiración agitada hasta que finalmente con un estremecimiento estiró la mano y la posó sobre las de ella. El bebé se movió inquieto debajo de sus dedos, como sabiendo que allí estaba su padre. -Nuestro bebé. -Las palabras sonaron llenas de un profundo respeto mientras él le aferró la mano y la miró a los ojos-. No me prives de esto, Isabella. Te necesito. A ambos. Regresa a Devon conmigo. Te construiré un estudio con vistas a los acantilados. Eres todo lo que tengo. Isabella cerró los ojos. -Edward... -Ya lo sé. Te herí y lo siento. Y si tengo que pasar el resto de mi vida enmendándolo, lo haré. Ella bajó la vista hacia las manos entrelazadas. -Me lo estás pidiendo porque. -¿Por el bebé? Ella asintió con la cabeza. Él le levantó el mentón para que lo mirara. -No, Dios, no. Vine aquí por ti. Descubrir que voy a ser padre me hace doblemente dichoso. -Tenía la sonrisa llena de ternura-. Después de todo parece que la doncella es real. Ella cumplió mi promesa. - 278 -

-¿La doncella? -La de la tumba de Chopin. -Le hizo un gesto y señaló hacia donde estaba el ángel alado encaramado en vuelo sobre la tumba del músico. -Pero ésa solo es una fábula de enamorados. -Para mí no. Ve y lee lo que escribí. Isabella vaciló y luego se levantó del banco, con las piernas algo inestables al detenerse frente a la doncella, que parecía mirarla con aprobación. Inspiró hondo, desdobló el pequeño trozo de papel metido debajo del talón. Las palabras estaban casi borrosas, pero el mensaje aún era claro: "Lo único que pido es el privilegio de amar a Isabella durante el resto de mi vida." Con las lágrimas bañándole el rostro, Isabella alzó la vista y miró a Edward. -¿Me perdonas, Isabella? -le preguntó con calma, al tiempo que se acercaba con todo lo que sentía por ella expresado en sus ojos. Isabella sabía que sus propias plegarias habían sido escuchadas. Mientras le bajaba la cabeza para besarlo, para demostrarle como se sentía, las manos de él acunaron el bebé con delicadeza, el hijo de ambos, abrigado bajo el corazón de ella tibio, protegido y amado. Del mismo modo que se sentía ella al estar entre sus brazos.

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Chapter 25 LOS PERSONAJES SON PROPIEDAD DE STEPHENIE MEYER Y LA HISTORIA ES DE MELANIE GEORGE Y EL NOMBRE ORIGINAL ES LOS BUSCADORES DE PLACER. Epilogo -¿Se encuentra bien nuestra paciente, doctor? -Preguntó Isabella ansiosamente mientras observaba al veterinario calvo examinarle la panza a Ciara. Él la miró a través de unos gruesos anteojos que aumentaban el tamaño de sus ojos como diez veces y le hacían parecerse a un búho. -Está bien, milady. Está saliendo bastante bien. Nada que temer. Isabella suspiró con alivio. Este nacimiento era importante. El futuro entero de Masen dependía del resultado. -¿Y cómo está nuestra niña hoy? -se escuchó una voz detrás de ella. Isabella se giró para mirar a su esposo que estaba apoyado contra la puerta del establo, sonriéndole de aquel modo irresistible que a ella siempre la excitaba de pies a cabeza. Habían contraído matrimonio hacía diez gloriosos días: había sido muy rápido, en una de esas pintorescas capillas de París, pronunciando sus votos frente a las personas más importantes para ellos. Jacob, el padrino de Edward, y Ángela, la muchacha alguna vez rescatada de las calles por Isabella, su dama de honor; los tres niños de Ángela habían esparcido pétalos de rosas por el pasillo. Habían vencido a la adversidad y avanzado hacia un futuro mejor. Y juntos podían afrontar lo que fuera. Isabella observó a Edward aproximarse. Ella adoraba la forma en que se movía, dentro y fuera de la cama. Y esa mirada, al detenerse frente a ella, le decía que no esperarían hasta la noche para hacer el amor. En ese tema, sus apetitos habían resultado tan legendarios como afirmaban las habladurías. La había tomado en casi todas las habitaciones de la casa, casi a cualquier hora del día. Parecía encontrar su estado poco manejable un mayor estimulante de su pasión; le decía que ella - 280 -

resplandecía. Y ella sospechaba que así era pues así de feliz se sentía. Suspirando con satisfacción, se recostó en el hombro de su esposo. Él la rodeó con el brazo, le dibujó pequeños círculos en el cuello mientras que la otra mano jugaba con descaro sobre los pechos turgentes, provocándole un anticipado estremecimiento. El doctor pareció no tener en cuenta las travesuras del esposo ya que guardó los instrumentos y luego se enderezó. -No veo la hora de ver la joya de su nueva línea árabe, milord. El diablillo debería de ser absolutamente espectacular. -Se enterró el sombrero en la cabeza-. Bien, buenos días a ambos. Mis felicitaciones por el pronto nacimiento de su hijo. La mirada de Isabella siguió al doctor mientras se retiraba hasta que desapareció bajo la bruma del brillo del sol matutino. -Es un buen hombre. -Es un viejo holgazán -se quejó Edward. Isabella rió divertida sabiendo lo que le molestaba-. Le llevó demasiado tiempo terminar. He estado ansioso por tumbarte sobre este heno desde el primer día que te vi aquí, causando problemas. Isabella frunció el entrecejo. -Usted, señor, me confunde con otro tipo de persona. -Él rió y le hizo apoyar la cabeza en su hombro. Ella suspiró-. Aún eres un terrible pícaro, ¿sabes? Él sonrió ampliamente. -Y tú me amas, ¿verdad? -Con todo mi corazón -respondió ella, al tiempo que se estiraba de puntillas para besarlo, y para cuando el beso terminó quedaron con la respiración inestable. Él la atrajo más hacia sí y le acarició los cabellos de modo absorto. -Todo es perfecto, ¿verdad? -Bueno... no del todo perfecto. Él la apartó para mirarla con expresión seria. - 281 -

-¿Qué sucede, amor? ¿Ya te sientes infeliz conmigo? -Jamás-juró ella. Más allá de las puertas del establo, un alboroto señaló la nueva llegada. Sonriendo, Isabella le entrelazó los dedos y juntos salieron hacia el sol brillante de una fresca mañana de otoño. -Allí está Emmett que viene por la cuesta. El encargado del establo apareció a través de un prisma dorado. Los acantilados formaban un abrumador telón de fondo, con manchas de distintos tonos que iban desde la oscuridad intensa de la marea, hasta el cálido verde y marrón de las sombras, desde donde las grietas del lecho asomaban negras. Las crías de gaviotas revoloteaban cual copos de nieve sobre el acantilado del centro, donde un color gris delicado se desvanecía hasta formar un rosado y éste se tornaba rojo, y del rojo relucía el púrpura. Más allá, un rebaño de ovejas que trepaban, quedaban suspendidas en la cuesta pronunciada cual margaritas blancas. Ése era su hogar. El suspiro de él le agitó a ella los sentidos y sintió deseos de tener consigo pinturas y lienzo para poder capturar aquel momento para toda la eternidad. Y más especialmente la mirada del hermoso rostro de su esposo. -¿Viene montando a...? -Si -murmuro ella, enroscándole los brazos en la cintura-. Es Khan. Edward la miró con una expresión de confusión en los ojos verdes. -No entiendo. ¿Cómo...? -Bueno, teníamos que contar con el mejor semental árabe ya que nos vamos a dedicar a la cría. -Pero Tanya... -Lady Denali se sintió más que feliz de deshacerse de él (después de que ella y yo tuviéramos una pequeña charla, claro). - 282 -

Un semblante ceñudo empezó a oscurecer el rostro de su adorado esposo. -No me digas que fuiste a buscarla. No me digas que te acercaste tan sólo un poco a esa bruja. -Mi madre estuvo allí-le dijo Isabella con calma-. Yo no corrí ningún riesgo. Simplemente convoqué a la marquesa para un pequeño tete-a- tete entre dos mujeres razonables y maduras. Antes de que su amado esposo pudiera seguir reprendiéndola, Emmett se detuvo ante ellos. Khan relinchó y sacudió la cabeza orgulloso, feliz de estar de vuelta adonde pertenecía, con el hombre que lo había atesorado. -Ve, mi amor -lo instó Isabella con suavidad-. Dale la bienvenida a Khan. Una infinidad de emociones surcaron el rostro del esposo cuando Khan pegó el hocico a la mano extendida, como dos machos soberbios que se reconocían. Aquella imagen dejó a Isabella ahogada en lágrimas. Y cuando Edward se giró para mirarla, ella distinguió el amor reflejado en sus ojos. -¿Cómo lo conseguiste? -le preguntó-. Jamás pensé que Tanya accedería a devolverlo. Isabella apoyó la mejilla contra el suave hocico de Khan y le acarició el cuello. -Digamos que las mujeres manejamos las cosas de modo diferente a los hombres. Una vez que le expliqué la situación, se dio cuenta del error de sus actos. -Tal vez esto le ayude a comprender mejor la situación, milord. -Emmett extrajo algo de la bolsa-. El padre de su señoría me pidió que le trajera esto. -Le entregó una copia del London Post de hacía cinco días. Isabella abrió los ojos al ver el arrojado titular del artículo. Arrebató el periódico de la mano de su esposo y lo escondió detrás de sí. -Con certeza no querrá molestarse en leer chismorreo insignificante, milord. El arqueó la ceja con gesto sagaz. -Chismorreo insignificante, ¿eh? -La miró-. Devuélvemelo, amor. -Pero... -Antes de que Isabella pudiera terminar la oración, Edward la acorraló - 283 -

contra un árbol, quedando sólo separados por el vientre. Ella lo mecía sin vergüenza y lo miraba con ojos que esperaba parecieran ingenuos. Había estado trabajando en aquellos trucos femeninos desde que se había convertido en una mujer casada, al necesitar medios para desactivar la ira de su esposo cuando ella hacía algo que no era de su aprobación (lo cual sucedía a menudo). Pero a él sus maniobras no lo engañaron. Ella estaba absoluta y completamente a su merced. Simplemente con ponerle un dedo en el mentón y rozarle apenas los labios con los suyos, Isabella se derretía bastante indignamente. -No te enfades -se anticipó antes de entregarle el botín robado. Él le lanzó una mirada cauta y abrió el periódico haciendo ruido y leyó el breve aunque sin duda candente artículo. -Isabella... -le dijo con tono de advertencia al tiempo que ella se esforzaba por escapar lentamente. Ella tragó saliva y se dio la vuelta. -¿Sí, milord? -le respondió ella toda sumisa, que él distinguió absolutamente. -Por favor, dime que no golpeaste a Tanya... de nuevo. Isabella se mordisqueó el labio inferior. -No la golpeé, exactamente. Ella misma se tropezó con mi pie cuando se estaba retirando. No estaba del todo contenta con haber perdido nuestra apuesta y con que yo recuperara a Khan... -¡¿Apuesta? Isabella retrocedió. -Bueno, no quiso aceptar el dinero que yo le ofrecí. Y pensé que como ella tenía una afición por las apuestas, podíamos resolver el tema en una simple mano de cartas. Desgraciadamente, ella sacó un dos de espadas. Y yo la reina de corazones. -Lo cual había parecido más bien románticamente a propósito, aunque en ese momento su esposo probablemente no apreciara la ironía. -¿Y si ella ganaba qué le hubieras dado? -le preguntó él con demasiada calma. - 284 -

Isabella se encogió de hombros. -No recuerdo exactamente. El piojoso de Emmett estaba con ganas de hablar. -Los cabellos de su señoría, milord. Isabella le lanzó una mirada al traidor. Con demasiada parsimonia, él se volvió para mirarla. Ella intentó escapar de nuevo, pero Edward la detuvo cuando apenas dio un paso. Posó las manos en sus hombros para serenarlo. -Esposo mío, no te enfades. Tenía que hacerlo. Ella te hirió. Un gesto renuente le curvó los labios al decir: -Eres una mujer increíble, ¿sabías eso? Se supone que yo tengo que protegerte a ti, no al revés. -¿Cómo podría no mimar a la persona que amo y evitar que alguien la lastime? La expresión de Edward se tornó más melancólica al tomarle la cabeza entre las manos. -¿Te hubieras cortado los cabellos de haber perdido? -Sí, pero yo no iba a perder. -¿Cómo lo sabes? Isabella lo rodeó con los brazos, sintiéndose absolutamente feliz al apretar la cabeza contra su pecho y escuchar el latido parejo de su corazón. Que ahora era suyo. -Mi amor, porque si te tengo, siempre ganaré. FIN

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