Grandes Biografias

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GALILEO GALILEI La revolución científica del Renacimiento tuvo su arranque en el heliocentrismo de Copérnico y su culminación, un siglo después, en la mecánica de Newton. Su más eximio representante, sin embargo, fue el científico italiano Galileo Galilei. En el campo de la física, Galileo formuló las primeras leyes sobre el movimiento; en el de la astronomía, confirmó la teoría copernicana con sus observaciones telescópicas. Pero ninguna de estas valiosas aportaciones tendría tan trascendentales consecuencias como la introducción de la metodología experimental, logro que le ha valido la consideración de padre de la ciencia moderna.

Galileo Galilei

Por otra parte, el proceso inquisitorial a que fue sometido Galileo por defender el heliocentrismo acabaría elevando su figura a la condición de símbolo: en el craso error cometido por las autoridades eclesiásticas se ha querido ver la ruptura definitiva entre ciencia y religión y, pese al desenlace del proceso, el triunfo de la razón sobre el oscurantismo medieval. De forma análoga, la célebre frase que se le atribuye tras la forzosa retractación (Eppur si muove, Y sin embargo, la Tierra se mueve') se ha convertido en el emblema del poder incontenible de la verdad frente a cualquier forma de dogmatismo establecido. Galileo Galilei nació en Pisa el 15 de febrero de 1564. Lo poco que, a través de algunas cartas, se conoce de su madre, Giulia Ammannati di Pescia, no compone de ella una figura demasiado halagüeña. Su padre, Vincenzo Galilei, era florentino y procedía de una familia que tiempo atrás había sido ilustre;

músico de vocación, las dificultades económicas lo habían obligado a dedicarse al comercio, profesión que lo llevó a instalarse en Pisa. Hombre de amplia cultura humanista, fue un intérprete consumado y un compositor y teórico de la música; sus obras sobre teoría musical gozaron de una cierta fama en la época. De él hubo de heredar Galileo no sólo el gusto por la música (tocaba el laúd), sino también el carácter independiente y el espíritu combativo, y hasta puede que el desprecio por la confianza ciega en la autoridad y el gusto por combinar la teoría con la práctica. Galileo fue el primogénito de siete hermanos de los que tres (Virginia, Michelangelo y Livia) acabarían contribuyendo, con el tiempo, a incrementar sus problemas económicos. En 1574 la familia se trasladó a Florencia, y Galileo fue enviado un tiempo al monasterio de Santa Maria di Vallombrosa, como alumno o quizá como novicio. Juventud académica En 1581 Galileo ingresó en la Universidad de Pisa, donde se matriculó como estudiante de medicina por voluntad de su padre. Cuatro años más tarde, sin embargo, abandonó la universidad sin haber obtenido ningún título, aunque con un buen conocimiento de Aristóteles. Entretanto, se había producido un hecho determinante en su vida: su iniciación en las matemáticas (al margen de sus estudios universitarios) y la consiguiente pérdida de interés por su carrera como médico. De vuelta en Florencia en 1585, Galileo pasó unos años dedicado al estudio de las matemáticas, aunque interesado también por la filosofía y la literatura, en la que mostraba sus preferencias por Ariosto frente a Tasso; de esa época data su primer trabajo sobre el baricentro de los cuerpos (que luego recuperaría, en 1638, como apéndice de la que habría de ser su obra científica principal) y la invención de una balanza hidrostática para la determinación de pesos específicos, dos contribuciones situadas en la línea de Arquímedes, a quien Galileo no dudaría en calificar de «sobrehumano». Tras dar algunas clases particulares de matemáticas en Florencia y en Siena, trató de obtener un empleo regular en las universidades de Bolonia, Padua y en la propia Florencia. En 1589 consiguió por fin una plaza en el Estudio de Pisa, donde su descontento por el paupérrimo sueldo percibido no pudo menos que ponerse de manifiesto en un poema satírico contra la vestimenta académica. En Pisa compuso Galileo un texto sobre el movimiento que mantuvo inédito, en el cual, dentro aún del marco de la mecánica medieval, criticó las explicaciones aristotélicas de la caída de los cuerpos y del movimiento de los proyectiles.

El método experimental

En continuidad con esa crítica, una cierta tradición historiográfica ha forjado la anécdota (hoy generalmente considerada como inverosímil) de Galileo refutando materialmente a Aristóteles mediante el procedimiento de lanzar distintos pesos desde lo alto del Campanile de Pisa, ante las miradas contrariadas de los peripatéticos. Casi dos mil años antes, Aristóteles había afirmado que los cuerpos más pesados caen más deprisa; según esta leyenda, Galileo habría demostrado la falsedad de este concepto con el simple procedimiento de dejar caer simultáneamente cuerpos de distinto peso desde lo alto de la torre y constatar que todos llegaban al suelo al mismo tiempo.

Recreación del plano inclinado de Galileo (Museo Galileo, Florencia)

De ser cierto, podría fecharse en el episodio de la torre de Pisa el nacimiento de la metodología científica moderna. Y es que, en tiempos de Galileo, la ciencia era fundamentalmente especulativa. Las ideas y teorías de los grandes sabios de la Antigüedad y de los padres de la Iglesia, así como cualquier concepto mencionado en las Sagradas Escrituras, eran venerados como verdades indudables e inmutables a las que podían añadirse poco más que glosas y comentarios, o abstractas especulaciones que no alteraban su sustancia. Aristóteles, por ejemplo, había distinguido entre movimientos naturales (las piedras caen al suelo porque es su lugar natural, y el humo, por ser caliente, asciende hacia el Sol) y violentos (como el de una flecha lanzada al cielo, que no es su lugar natural); los estudiosos de los tiempos de Galileo se dedicaban a razonar en torno a clasificaciones tan estériles como ésta, buscando un inútil refinamiento conceptual. En lugar de ello, Galileo partía de la observación de los hechos, sometiéndolos a condiciones controladas y mesurables en experimentos. Probablemente es falso que dejase caer pesos desde la torre de Pisa; pero es del todo cierto que

construyó un plano inclinado de seis metros de largo (alisado para reducir la fricción) y un reloj de agua con el que midió la velocidad de descenso de las bolas. De la observación surgían hipótesis que habían de corroborarse en nuevos experimentos y formularse matemáticamente como leyes universalmente válidas, pues, según un célebre concepto suyo, «el Libro de la Naturaleza está escrito en lenguaje matemático». Con este modo de proceder, hoy natural y en aquel tiempo nuevo y escandaloso (por cuestionar ideas universalmente admitidas y la autoridad de los sabios y doctores), Galileo inauguraba la revolución metodológica que le ha valido el título de «padre de la ciencia moderna». Los años fecundos en Padua (1592-1610)

La muerte de su padre en 1591 significó para Galileo la obligación de responsabilizarse de su familia y atender a la dote de su hermana Virginia. Comenzaron así una serie de dificultades económicas que no harían más que agravarse en los años siguientes; en 1601 hubo de proveer a la dote de su hermana Livia sin la colaboración de su hermano Michelangelo, quien había marchado a Polonia con dinero que Galileo le había prestado y que nunca le devolvió (más tarde, Michelangelo se estableció en Alemania gracias de nuevo a la ayuda de su hermano, y envió luego a vivir con él a toda su familia). La necesidad de dinero en esa época se vio aumentada por el nacimiento de los tres hijos del propio Galileo: Virginia (1600), Livia (1601) y Vincenzo (1606), habidos de su unión con Marina Gamba, que duró de 1599 a 1610 y con quien no llegó a casarse. Todo ello hizo insuficiente la pequeña mejora conseguida por Galileo en su remuneración al ser elegido, en 1592, para la cátedra de matemáticas de la Universidad de Padua por las autoridades venecianas que la regentaban. Hubo de recurrir a las clases particulares, a los anticipos e incluso a los préstamos. Pese a todo, la estancia de Galileo en Padua, que se prolongó hasta 1610, constituyó el período más creativo, intenso y hasta feliz de su vida.

Galileo Galilei (detalle de un retrato de Domenico Tintoretto, c. 1606)

En Padua tuvo ocasión Galileo de ocuparse de cuestiones técnicas como la arquitectura militar, la castrametación, la topografía y otros temas afines de los que trató en sus clases particulares. De entonces datan también diversas invenciones, como la de una máquina para elevar agua, un termoscopio y un procedimiento mecánico de cálculo que expuso en su primera obra impresa: Operaciones del compás geométrico y militar (1606). Diseñado en un principio para resolver un problema práctico de artillería, el instrumento no tardó en ser perfeccionado por Galileo, que amplió su uso en la solución de muchos otros problemas. La utilidad del dispositivo, en un momento en que no se habían introducido todavía los logaritmos, le permitió obtener algunos ingresos mediante su fabricación y comercialización. En 1602 Galileo reemprendió sus estudios sobre el movimiento, ocupándose del isocronismo del péndulo y del desplazamiento a lo largo de un plano inclinado, con el objeto de establecer cuál era la ley de caída de los graves. Fue entonces, y hasta 1609, cuando desarrolló las ideas que treinta años más tarde constituirían el núcleo de sus Discursos y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias (1638), obra que compendia su espléndida contribución a la física. Los descubrimientos astronómicos

En julio de 1609, de visita en Venecia (para solicitar un aumento de sueldo), Galileo tuvo noticia de un nuevo instrumento óptico que un holandés había presentado al príncipe Mauricio de Nassau; se trataba del anteojo, cuya importancia práctica captó Galileo inmediatamente, dedicando sus esfuerzos a mejorarlo hasta hacer de él un verdadero telescopio. Aunque declaró haber

conseguido perfeccionar el aparato merced a consideraciones teóricas sobre los principios ópticos que eran su fundamento, lo más probable es que lo hiciera mediante sucesivas tentativas prácticas que, a lo sumo, se apoyaron en algunos razonamientos muy sumarios.

Galileo muestra el telescopio al dux de Venecia (fresco de Giuseppe Bertini)

Sea como fuere, su mérito innegable residió en que fue el primero que acertó en extraer del instrumento un provecho científico decisivo. Entre diciembre de 1609 y enero de 1610, Galileo realizó con su telescopio las primeras observaciones de la Luna, interpretando lo que veía como prueba de la existencia en nuestro satélite de montañas y cráteres que demostraban su comunidad de naturaleza con la Tierra; las tesis aristotélicas tradicionales acerca de la perfección del mundo celeste, que exigían la completa esfericidad de los astros, quedaban puestas en entredicho. El descubrimiento de cuatro satélites de Júpiter contradecía, por su parte, el principio de que la Tierra tuviera que ser el centro de todos los movimientos que se produjeran en el cielo. A finales de 1610, Galileo observó que Venus presentaba fases semejantes a las lunares, hecho que interpretó como una confirmación empírica al sistema heliocéntrico de Copérnico, ya que éste, y no el geocéntrico de Tolomeo, estaba en condiciones de proporcionar una explicación para el fenómeno. Ansioso de dar a conocer sus descubrimientos, Galileo redactó a toda prisa un breve texto que se publicó en marzo de 1610 y que no tardó en hacerle famoso en toda Europa: El mensajero sideral. Su título original, Sidereus Nuncius, significa 'el nuncio sideral' o 'el mensajero de los astros', aunque también admite la

traducción 'el mensaje sideral'. Éste último es el sentido que Galileo, años más tarde, dijo haber tenido en mente cuando se le criticó la arrogancia de atribuirse la condición de embajador celestial. Elogios en italiano y en dialecto veneciano celebraron la obra. Tommaso Campanella escribía desde su cárcel de Nápoles: «Después de tu Nuncio, oh Galileo, debe renovarse toda la ciencia». Kepler, desconfiado al principio, comprendió después todas las ventajas que se derivaban de usar un buen telescopio, y también se entusiasmó ante las maravillosas novedades. El libro estaba dedicado al gran duque de Toscana Cosme II de Médicis y, en su honor, los satélites de Júpiter recibían allí el nombre de «planetas Mediceos». Con ello se aseguró Galileo su nombramiento como matemático y filósofo de la corte toscana y la posibilidad de regresar a Florencia, por la que venía luchando desde hacía ya varios años. El empleo incluía una cátedra honoraria en Pisa, sin obligaciones docentes, con lo que se cumplía una esperanza largamente abrigada y que le hizo preferir un monarca absoluto a una república como la veneciana, ya que, como él mismo escribió, «es imposible obtener ningún pago de una república, por espléndida y generosa que pueda ser, que no comporte alguna obligación; ya que, para conseguir algo de lo público, hay que satisfacer al público». No obstante, aceptar estas prebendas no era una decisión exenta de riesgos, pues Galileo sabía bien que el poder de la Inquisición, escaso en la República de Venecia, era notoriamente superior en su patria toscana. Ya en diversas cartas había dejado constancia inequívoca de que su revisión de la estructura general del firmamento lo habían llevado a las mismas conclusiones que a Copérnico y a rechazar frontalmente el sistema de Tolomeo, o sea a preconizar el heliocentrismo frente al geocentrismo vigente. Desgraciadamente, por esas mismas fechas tales ideas interesaban igualmente a los inquisidores, pero éstos abogaban por la solución contraria y comenzaban a hallar a Copérnico sospechoso de herejía. La batalla del copernicanismo

En septiembre de 1610, Galileo se estableció en Florencia, donde, salvo breves estancias en otras ciudades italianas, había de transcurrir la última etapa de su vida. En 1611 un jesuita alemán, Christof Scheiner, publicó bajo seudónimo un libro acerca de las manchas solares que había descubierto en sus observaciones. Por las mismas fechas Galileo, que ya las había observado con anterioridad, las hizo ver a diversos personajes durante su estancia en Roma, con ocasión de un viaje que se calificó de triunfal y que sirvió, entre otras cosas, para que Federico Cesi le hiciera miembro de la Accademia dei Lincei, que el propio Cesi había fundado en 1603 y que fue la primera sociedad científica de una importancia perdurable.

Galileo Galilei (retrato de Justus Sustermans, 1636)

Bajo sus auspicios se publicó en 1613 la Historia y demostraciones sobre las manchas solares y sus accidentes, donde Galileo salía al paso de la interpretación de Scheiner, quien pretendía que las manchas eran un fenómeno extrasolar («estrellas» próximas al Sol que se interponían entre éste y la Tierra). El texto desencadenó una polémica acerca de la prioridad en el descubrimiento que se prolongó durante años e hizo del jesuita uno de los más encarnizados enemigos de Galileo, lo cual no dejaría de tener consecuencias en el proceso que había de seguirle la Inquisición. Por lo demás, fue allí donde, por primera y única vez, Galileo dio a la imprenta una prueba inequívoca de su adhesión a la astronomía copernicana, que ya había comunicado en una carta a Kepler en 1597. Ante los ataques de sus adversarios académicos y las primeras muestras de que sus opiniones podían tener consecuencias conflictivas con la autoridad eclesiástica, la postura adoptada por Galileo fue la de defender (en diversos escritos entre los que destaca la Carta a la señora Cristina de Lorena, gran duquesa de Toscana, 1615) que, aun admitiendo que no podía existir ninguna contradicción entre las Sagradas Escrituras y la ciencia, era preciso establecer la absoluta independencia entre la fe católica y los hechos científicos. Ahora bien, como hizo notar el cardenal Roberto Belarmino, no podía decirse que se dispusiera de una prueba científica concluyente en favor del movimiento de la Tierra, el cual, por otra parte, estaba en contradicción con las enseñanzas bíblicas; en consecuencia, no cabía sino entender el sistema copernicano como hipotético. Galileo ante la Inquisición

En 1616 Galileo fue reclamado por primera vez en Roma para responder a las acusaciones esgrimidas contra él, batalla a la que se aprestó sin temor alguno, presumiendo una resolución favorable de la Iglesia. El astrónomo fue en un primer momento recibido con grandes muestras de respeto en la ciudad; pero, a medida que el debate se desarrollaba, fue quedando claro que los inquisidores no darían su brazo a torcer ni seguirían de buen grado las brillantes argumentaciones del pisano. Muy al contrario, este episodio pareció convencerles definitivamente de la urgencia de incluir la obra de Copérnico en el Índice de obras proscritas: el 23 de febrero de 1616 el Santo Oficio condenó al sistema copernicano como «falso y opuesto a las Sagradas Escrituras», y Galileo recibió la admonición de no enseñar públicamente las teorías de Copérnico. Consciente de que no poseía la prueba que Belarmino reclamaba, por más que sus descubrimientos astronómicos no le dejaran lugar a dudas sobre la verdad del copernicanismo, Galileo se refugió durante unos años en Florencia en el cálculo de unas tablas de los movimientos de los satélites de Júpiter, con el objeto de establecer un nuevo método para el cálculo de las longitudes en alta mar, método que trató en vano de vender al gobierno español y al holandés. En 1618 se vio envuelto en una nueva polémica con otro jesuita, Orazio Grassi, a propósito de la naturaleza de los cometas y la inalterabilidad del cielo. Tal controversia dio como resultado un texto, El ensayador (1623), rico en reflexiones acerca de la naturaleza de la ciencia y el método científico, que contiene su famosa idea de que «el Libro de la Naturaleza está escrito en lenguaje matemático». La obra, editada por la Accademia dei Lincei, venía dedicada por ésta al nuevo papa Urbano VIII, es decir, al cardenal Maffeo Barberini, cuya elección como pontífice llenó de júbilo al mundo culto en general, y en particular a Galileo, a quien el cardenal había ya mostrado su afecto.

Primera edición del Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo (1632)

La nueva situación animó a Galileo a redactar la gran obra de exposición de la cosmología copernicana que había ya anunciado muchos años antes: el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo (1632); en ella, los puntos de vista aristotélicos defendidos por Simplicio se confrontaban con los de la nueva astronomía abogados por Salviati, en forma de diálogo moderado por la bona mens de Sagredo, que deseaba formarse un juicio exacto de los términos precisos en los que se desenvolvía la controversia. La obra fracasó en su intento de estar a la altura de las exigencias expresadas por Belarmino, ya que aportaba, como prueba del movimiento de la Tierra, una explicación falsa de las mareas, y aunque fingía mediante el recurso al diálogo adoptar un punto de vista aparentemente neutral, la inferioridad de Simplicio ante Salviati (y por tanto del sistema tolemaico frente al copernicano) era tan manifiesta que el Santo Oficio no dudó en abrirle un proceso a Galileo, pese a que éste había conseguido un imprimatur para publicar el libro en 1632. La sentencia definitiva Interpretando la publicación del Diálogo como un acto de desacato a la prohibición de divulgar el copernicanismo, sus inveterados enemigos lo reclamaron de nuevo en Roma, ahora en términos menos diplomáticos, para que respondiera de sus ideas ante el Santo Oficio en un proceso que se inició el 12 de abril de 1633. El anciano y sabio Galileo, a sus casi setenta años de edad, se vio sometido a un humillante y fatigoso interrogatorio que duró veinte días, enfrentado inútilmente a unos inquisidores que de manera cerril, ensañada y sin posible apelación calificaban su libro de «execrable y más pernicioso para la Iglesia que los escritos de Lutero y Calvino».

Galileo ante el Santo Oficio (Óleo de Robert-Fleury)

Encontrado culpable pese a la renuncia de Galileo a defenderse y a su retractación formal, fue obligado a pronunciar de rodillas la abjuración de su doctrina y condenado a prisión perpetua. El Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ingresó en el Índice de libros prohibidos y no salió de él hasta 1728. Según una piadosa tradición, tan conocida como dudosa, el orgullo y la terquedad del astrónomo lo llevaron, tras su vejatoria renuncia a creer en lo que creía, a golpear enérgicamente con el pie en el suelo y a proferir delante de sus perseguidores: «¡Y sin embargo se mueve!» (Eppur si muove, refiriéndose a la Tierra). No obstante, muchos de sus correligionarios no le perdonaron la cobardía de su abjuración, actitud que amargó los últimos años de su vida, junto con el ostracismo al que se vio abocado de forma injusta. La pena fue suavizada al permitírsele que la cumpliera en su quinta de Arcetri, cercana al convento donde en 1616 y con el nombre de sor Maria Celeste había ingresado su hija más querida, Virginia, que falleció en 1634. En su retiro, donde a la aflicción moral se sumaron las del artritismo y la ceguera, Galileo consiguió completar la última y más importante de sus obras: Discursos y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias, publicada en Leiden por Luis Elzevir en 1638. En ella, partiendo de la discusión sobre la estructura y la resistencia de los materiales, Galileo sentó las bases físicas y matemáticas para un análisis del movimiento que le permitió demostrar las leyes de caída de los graves en el vacío y elaborar una teoría completa del disparo de proyectiles. La obra estaba destinada a convertirse en la piedra angular de la ciencia de la mecánica construida por los científicos de la siguiente generación, cuyos esfuerzos culminarían en el establecimiento de las leyes de la dinámica (leyes de Newton) por obra del genial fundador de la física clásica, Isaac Newton. En la madrugada

del 8 al 9 de enero de 1642, Galileo falleció en Arcetri confortado por dos de sus discípulos, Vincenzo Viviani y Evangelista Torricelli, a los cuales se les había permitido convivir con él los últimos años. Casi trescientos años después, en 1939, el dramaturgo alemán Bertold Brechtescribió una pieza teatral basada en la vida del astrónomo pisano en la que se discurre sobre la interrelación de la ciencia, la política y la revolución social. Aunque en ella Galileo termina diciendo «Yo traicioné mi profesión», el célebre dramaturgo opina, cargado de melancólica razón, que «desgraciada es la tierra que necesita héroes». En 1992, exactamente tres siglos y medio después del fallecimiento de Galileo, la comisión papal a la que Juan Pablo II había encargado la revisión del proceso inquisitorial reconoció el error cometido por la Iglesia católica. …………………………………………………………………………………………………………………………....

MAO TSE-TUNG (Mao Zedong o Mao Tse-tung; Hunan, China, 1893 - Pekín, 1976) Político y estadista chino. Nacido en el seno de una familia de trabajadores rurales, su infancia transcurrió en un medio en que la educación escolar sólo era considerada útil en la medida en que pudiera ser aplicada a tareas como llevar registros y otras labores propias de la producción agrícola, por lo que, a la edad de trece años, Mao Tse-tung hubo de abandonar los estudios para dedicarse de lleno al trabajo en la granja familiar.

Mao Tse-tung

Sin embargo, el joven Mao dejó la casa paterna y entró en la Escuela de Magisterio en Changsha, donde comenzó a tomar contacto con el pensamiento occidental. Posteriormente se enroló en el Ejército Nacionalista, en el que sirvió durante medio año, tras lo cual regresó a Changsha y fue nombrado director de una escuela primaria. Más adelante trabajó en la Universidad de Pekín como bibliotecario ayudante y leyó, entre otros, a Bakunin y a Kropotkin, además de tomar contacto con dos hombres clave de la que habría de ser la revolución socialista china: Li Dazhao y Chen Duxiu. El 4 de mayo de 1919 estalló en Pekín la revuelta estudiantil contra Japón, en la que Mao Tse-tung tomó parte activa. En 1921 participó en la creación del Partido Comunista, y dos años más tarde, al formar el partido una alianza con el Partido Nacionalista, Mao quedó como responsable de organización. De regreso en su Hunan natal, entendió que el sufrimiento de los campesinos era la fuerza que debía promover el cambio social en el país, idea que expresó en Encuesta sobre el movimiento campesino en Hunan. Sin embargo, la alianza con los nacionalistas se quebró, los comunistas y sus instituciones fueron diezmados y la rebelión campesina, reprimida; junto a un numeroso contingente de campesinos, Mao huyó a la región montañosa de Jiangxi, desde donde dirigió una guerra de guerrillas contra Chiang Kai-shek, jefe de sus antiguos aliados. El Ejército Rojo, nombre dado a las milicias del Partido Comunista, logró ocupar alternativamente distintas regiones rurales del país. En 1930, la primera esposa de Mao fue asesinada por los nacionalistas, tras lo cual contrajo nuevo matrimonio con He Zizhen. Al año siguiente se autoproclamó la nueva República Soviética de China, de la que Mao fue elegido presidente, y desafió al comité de su partido a abandonar la burocracia de la política urbana y centrar su atención en el campesinado. Pese a las victorias de Mao en la primera época de la guerra civil, en 1934 Chiang Kai-shek consiguió cercar a las tropas del Ejército Rojo, tras lo cual Mao emprendió la que se conoció como la Larga Marcha, desde Jiangxi hasta el noroeste chino. Entre tanto, los japoneses habían invadido el norte del país, lo que motivó una nueva alianza entre comunistas y nacionalistas para enfrentarse al enemigo común. Tras la Segunda Guerra Mundial, se reanudó la guerra civil, con la victoria progresiva de los comunistas. El 1 de octubre de 1949 se proclamó oficialmente la República Popular de China, con Mao Tse-tung como presidente. Si bien al principio siguió el modelo soviético para la instauración de una república socialista, con el tiempo fue introduciendo importantes cambios, como el de dar más importancia a la agricultura que a la industria pesada. A partir de 1959, Mao Tse-tung dejó su cargo como presidente chino, aunque conservó la presidencia del partido. Desde este cargo promovió una campaña de educación socialista, en la que destacó la participación popular masiva como

única forma de lograr un verdadero socialismo. Durante este período, conocido como la Revolución Cultural Proletaria, Mao logró desarticular y luego reorganizar el partido gracias a la participación de la juventud, a través de la Guardia Roja. Su filosofía política como estadista quedó reflejada en su libro Los pensamientos del presidente Mao. ……………………………………………………………………………………………………………………………..

LENIN En las últimas décadas del siglo XIX, el abismo existente entre la clase cultivada y el zar Alejandro III de Rusia, defensor del absolutismo bizantino de sus antepasados, se había agravado hasta tal punto que la lucha contra el zarismo había llegado a ser, entre los rusos cultos, un deber y un honor. La oposición política y el movimiento revolucionario crecían bajo el empuje de una "intelligentsia" que hacía acólitos en las escuelas, en las fábricas, los periódicos y las oficinas. El 1 de marzo de 1887, un grupo de jóvenes nihilistas intentó acabar con la vida del zar.

Lenin

El atentado fracasó y los terroristas fueron apresados. Entre los condenados a muerte figuraba Alexander Uliánov, el hermano mayor del futuro Lenin. Al enterarse por la prensa de que el grupo había sido ahorcado en San Petersburgo, el muchacho recibió una impresión indeleble, que con el tiempo se transformaría en la más firme y decidida oposición al zarismo. Pero ya entonces, con la lucidez de un visionario, resumía la situación en esta frase de condena a los métodos del terrorismo individual: «Nosotros no iremos por esta vía. No es la buena». En el camino de la revolución Vladímir llich Uliánov, conocido como Lenin, nació el 22 de abril de 1870, en el seno de una familia típica de la intelectualidad rusa de fines del siglo XIX. Era el cuarto de los seis hijos habidos por llia Uliánov y María Alexandrovna Blank, quienes se habían establecido el año anterior a su nacimiento en Simbirsk, una ciudad de provincias pobre y atrasada, a orillas del Volga. El padre, un inspector de primera enseñanza, compartía las ideas de los demócratas revolucionarios de 1860 y se había consagrado a la educación popular, participando de la vida de los campesinos rusos confinados en la miseria y la ignorancia. La madre, de ascendencia alemana, amaba la música y seguía de cerca las actividades escolares de sus hijos. Por su carácter apacible y tierno -jamás imponía castigos ni levantaba la voz-, despertó en los suyos un amor rayano en la adoración. El ambiente estudioso de la casa, donde no faltaba una buena biblioteca, propiciaba el desarrollo del sentido del deber y la disciplina. Vladímir llich Uliánov seguía el ejemplo de su hermano mayor; era un muchacho perseverante y tenaz, un alumno asiduo y metódico que obtenía las mejores notas y destacaba en el ajedrez. A los catorce años comenzó a leer libros «prohibidos». Rusia vivía entonces bajo la más negra represión y la lectura de los grandes demócratas era considerada un delito.

Lenin (derecha) con sus padres y hermanos

Cuando su hermano Alexander fue ahorcado, al año siguiente de que muriera el padre, la familia debió trasladarse a la fuerza a la aldea de Kokuchkino, cerca de Kazán. En esa época Vladímir abandonó la religión, pues, como diría más adelante, la suerte de su hermano le «había marcado el destino a seguir». En Kazán inició sus estudios de derecho en la universidad imperial, uno de los focos de mayor oposición al régimen autocrático. El mismo año de su ingreso, 1887, Vladímir fue detenido por participar en una manifestación de protesta contra el zar. Cuando uno de los policías que lo custodiaban le preguntó por qué se mezclaba en esas revueltas, por qué se daba cabezazos contra un muro, su respuesta fue: «Sí, es un muro, cierto, pero con un puntapié se vendrá abajo». Expulsado de la universidad, se dedicó por entero a las teorías revolucionarias, comenzó a estudiar las obras de Marx y Engels directamente del alemán, y leyó por primera vez El capital, lectura decisiva para su adhesión al marxismo ortodoxo. Ya en sus primeros escritos defendió el marxismo frente a las teorías de los "naródniki", los populistas rusos. En mayo de 1889 la familia se trasladó a la provincia de Samara, donde, después de muchas peticiones, Lenin obtuvo la autorización para examinarse en leyes como alumno libre. Tres años

después se graduó con las más altas calificaciones y comenzó a ejercer la abogacía entre artesanos y campesinos pobres. Ya en esa época, en el grupo marxista del que formaba parte le decían «el Viejo» por su vasta erudición y su frente socrática, precozmente calva. El rostro de corte algo mongólico, con los pómulos anchos y los ojos de tártaro, entrecerrados e irónicos, el porte robusto y el poderoso cuello le daban el aspecto de un campesino. Abogado sin pleitos, Lenin se inscribió en las listas de instructores de círculos obreros, llamados «universidades democráticas». Organizó bibliotecas, programas de estudio y cajas de ayuda con el objetivo de enseñar los métodos de la lucha revolucionaria, para formar así cuadros obreros, propagandistas y organizadores de círculos socialdemócratas, con miras a la formación de un futuro partido. Para ello necesitaba contar con el apoyo de los grupos marxistas emigrados, dirigidos por Georgi Plejánov, y en abril de 1895 viajó al extranjero, decidido a estudiar el movimiento obrero de Occidente. Pasó unas semanas en Suiza, y luego visitó Berlín y París, donde tuvo como interlocutores a Karl Liebknecht y Paul Lafargue. A su regreso fue detenido junto con su futuro rival, Julij Martov, por la Ochrana, la policía secreta del zar. En la cárcel, Lenin rápidamente se puso a trabajar. Se comunicaba con el exterior a través de su hermana Ana y de Nadezda Krupskáia, una estudiante adherida al círculo marxista, que, para poder visitarlo en la prisión, había declarado ser su novia. Más tarde, en 1898, un año después de que fuera deportado a la Siberia meridional, cerca de la frontera con China, Lenin contrajo matrimonio con Nadezda en una ceremonia religiosa. En el destierro, la pareja llevó una vida ordenada, sin sobresaltos, que le permitió a Lenin terminar de redactar su primera obra fundamental, El desarrollo del capitalismo en Rusia, en la que sostenía que la revolución industrial y el capitalismo avanzaban decididamente pese al semifeudalismo imperante en el país. En el exilio Después de casi mil días en Siberia, a poco de comenzar el siglo y con treinta años de edad, Lenin comenzaba su primer exilio en Suiza. Allí, reunido con Martov, puso en marcha un proyecto largamente acariciado: la publicación de un periódico socialdemócrata de alcance nacional. El primer número de Iskra (La Chispa) vio la luz el 21 de diciembre de 1900, con un editorial de Lenin encabezando la primera página. En esta época de andanzas entre Munich y Ginebra fue cuando se convirtió en el líder de los marxistas rusos, sobre todo después de la publicación del libro ¿Qué hacer?, una de sus obras más importantes, en la que reclamaba la necesidad de una organización de revolucionarios profesionales y sintetizaba la idea del partido como vanguardia de la clase obrera. Fue justamente la polémica desatada en torno a cómo estructurar el partido lo que provocó profundas divergencias en el II Congreso del Partido Obrero

Socialdemócrata Ruso inaugurado por Plejánov en julio de 1903. En él se consumó la ruptura entre Martov y Lenin. Desde entonces los partidarios de este último se llamaron «bolcheviques», por mayoría frente al grupo de los «mencheviques», minoritarios. Y desde entonces el partido de cuadros profesionales, centralizado y disciplinado, fue el pilar básico del bolchevismo. La revolución de 1905, que había estallado en San Petersburgo tras el «domingo sangriento» en que las tropas del zar dispararon sobre manifestantes indefensos, causando más de mil muertos y cinco mil heridos, sorprendió a Lenin en Suiza. La presión de las masas obligó al decadente régimen zarista a hacer algunas concesiones liberales: ahora los bolcheviques actuaban en la legalidad, y ello permitió a Lenin regresar a Rusia en octubre de ese año para ponerse al frente de sus partidarios.

Vladímir llich Lenin frente al Kremlin (detalle de un óleo de Isaak Brodski)

Pero las esperanzas de que se produjeran nuevos levantamientos no se concretaron y, ante los intentos de la policía por detenerle, Lenin huyó a Finlandia a fines del verano siguiente. El proceso insurreccional había sido un fracaso y el gobierno de los zares volvía a endurecer sus métodos, hasta liquidar totalmente las conquistas logradas por la revolución. Sumida en el pesimismo y las rencillas internas, la fracción bolchevique se resintió con la derrota, hasta tal punto que viejos militantes la abandonaron.

Huyendo de la policía, Lenin pasó de Finlandia a Ginebra, donde comenzó su segundo exilio, que habría de prolongarse hasta 1917. En aquella época hicieron su aparición el insomnio y los dolores de cabeza que habrían de perseguirle por el resto de sus días. La vida errante de los exiliados lo llevó a París, donde él y Nadezda soportaron duras estrecheces económicas que les obligaban a dar clases o a escribir reseñas para ganar algo de dinero, en medio de una serie de dificultades. La dureza de aquellos días en la capital francesa se vio en parte aliviada por la presencia de Inés Armand, una militante parisiense, inteligente y feminista, a la que se dice le unió un profundo amor. Fruto de su segundo exilio es la obra publicada en 1909, Materialismo y empiriocriticismo, en la que Lenin expone sus reflexiones filosóficas fundamentales, en un intento de culminar la teoría del conocimiento marxista. Pasada la etapa de la más dura reacción, que se extendió hasta 1911, comenzaron a llegar noticias alentadoras de San Petersburgo. Una huelga iniciada en los yacimientos del Lena fue bárbaramente reprimida con centenares de muertos, lo que originó un gran descontento y una huelga general. Lenin presentía que se acercaba una ola de efervescencia revolucionaria y abandonó París en junio de 1912 para instalarse más cerca de sus partidarios, en Cracovia. Allí le visitaban los diputados bolcheviques para informarle sobre la situación interna y pedirle instrucciones. En marzo de ese mismo año había aparecido el primer número de Pravda (La Verdad), diario obrero que Lenin dirigía desde el exterior y que pronto gozó de una gran difusión. Así, mientras las grandes potencias ultimaban sus preparativos para la primera conflagración mundial, entre los proletarios rusos crecía la influencia de Lenin.

Lenin

El estallido de la Primera Guerra Mundial supuso un giro decisivo en la historia del socialismo. Lenin había confiado en la socialdemocracia alemana, pero cuando se enteró de que los diputados alemanes (y también franceses) votaban unánimemente a favor de los créditos de guerra para sus respectivos países, de inmediato denunció la traición. Para Lenin, la guerra no era más que una «conflagración burguesa, imperialista y dinástica... una lucha por los mercados y una rapiña de los países extranjeros». El socialismo occidental, acaudillado por los revisionistas alemanes, había pasado a una evidente colaboración con la democracia burguesa, y por ende, el movimiento internacional estaba roto. Era necesario preparar una conferencia de los socialistas que se oponían al conflicto bélico, para impugnar definitivamente al sector revisionista. El encuentro se celebró en Zimmerwald, en septiembre de 1915, y en él Lenin intentó sin éxito convencer a los representantes de que adoptaran su consigna: «Transformar la guerra imperialista en guerra civil». Fue en este período de defección de los líderes políticos y de desconcierto para los obreros socialistas cuando el revolucionario ruso, que hasta entonces era poco conocido fuera de los círculos marxistas de su país, se convirtió en una primera figura internacional. En sus manos, la doctrina marxista recuperó su sentido transformador y su fuerza revolucionaria, como se ve en la obra escrita durante el período bélico, El imperialismo, fase superior del capitalismo, donde usa las herramientas del análisis económico marxista para probar que la revolución, a diferencia de lo que postulaban Marx y Engels, también es posible en países atrasados como Rusia.

La Revolución de Octubre El cansancio y el derrotismo general en las naciones beligerantes a comienzos de 1917 desembocó en el imperio de los zares en un amplio movimiento revolucionario que, al grito de «¡Viva la libertad y el pueblo!», ganó las principales ciudades. Los trabajadores de Petrogrado se organizaron en soviets, o consejos de obreros, y la guarnición de la ciudad, encabezada por los mismos regimientos de la guardia imperial, se sumó en masa al movimiento. Sin que nadie se atreviera a defenderlo, en la semana del 8 al 15 de marzo el régimen zarista sucumbía para ser reemplazado por un gobierno provisional formado por partidos pertenecientes a la burguesía y apoyado por el soviet de Petrogrado. A través de Pravda, Lenin publicaba sus «Cartas desde el exilio», con instrucciones para avanzar en la revolución, aniquilando de raíz la vieja maquinaria del Estado. Ejército, policía y burocracia debían ser sustituidos por «una organización emanada del conjunto del pueblo armado que comprenda sin excepción todos sus miembros». Un mes después de la abdicación del zar Nicolás II, en abril de 1917, Lenin llegaba a la estación Finlandia de Petrogrado, tras atravesar Alemania en un vagón blindado proporcionado por el estado mayor alemán. A pesar de las disputas políticas que originó su negociación con el gobierno del káiser, Lenin fue recibido en la capital rusa por una multitud entusiasta que le dio la bienvenida como a un héroe. Pero el jefe de los bolcheviques no se comprometió con el gobierno provisional y, por el contrario, terminó su discurso de la estación con un desafiante «¡Viva la revolución socialista internacional!». Muchos de sus camaradas habían aceptado la autoridad de dicho gobierno, al que Lenin calificaba de «imperialista y burgués», acercándose así a las corrientes izquierdistas de la clase obrera, cada vez más radicalizadas, y con el apoyo de un importante aliado, Trotski. A pesar de que los bolcheviques aún constituían una minoría dentro de los soviets, Lenin lanzó entonces la consigna: «Todo el poder para los soviets», pese al evidente desinterés de los mencheviques y los socialistas revolucionarios por tomar tal poder.

Lenin en una imagen tomada en 1918

Para hacer frente a la presunta amenaza de un golpe de estado por parte de los seguidores de Lenin, en el mes de julio la presidencia del gobierno provisional pasó a manos de un hombre fuerte, Alexander Kerenski, en sustitución del príncipe Gueorgui Lvov. Al cabo de unos días, Kerenski ordenó que le detuvieran y Lenin se vio obligado a huir a Finlandia: cruzó la frontera como fogonero de una locomotora, sin barba y con peluca, y se estableció en Helsingfors. Fue ésta su última etapa de clandestinidad, que habría de durar tres meses. En ellos escribió la obra que con el tiempo sería calificada de utopía leninista, El Estado y la revolución, por su concepción del Estado como aparato de dominación burguesa, destinado a desaparecer tras la etapa transitoria de la dictadura del proletariado y el advenimiento del comunismo. A medida que la situación interna se agravaba, Lenin, desde el exterior, urgía al partido a preparar la sublevación armada: «El gobierno se tambalea, hay que asestarle el golpe de gracia cueste lo que cueste». Ya los bolcheviques controlaban el soviet de Moscú, y el de Petrogrado estaba bajo la presidencia de Trotski cuando, el 2 de octubre, Lenin volvió a entrar clandestinamente en la capital rusa. Cuatro días más tarde se presentaba disfrazado en el cuartel general del partido para dirigir el alzamiento. El día 7 de octubre estallaba la insurrección y las masas asaltaban el palacio de Invierno. Según escribe Trotski, Lenin se dio cuenta entonces de que la

revolución había vencido, y sonriendo le dijo: «El paso de la clandestinidad, con su eterno vagabundeo, al poder es demasiado brusco, te marea». Y ése fue su único comentario personal antes de volver a las tareas cotidianas. Al día siguiente era nombrado jefe de gobierno y lanzaba su famosa proclama a los ciudadanos de Rusia, a los obreros, soldados y campesinos, ratificando los grandes objetivos fijados por la revolución: construir el socialismo en el marco de la revolución mundial y superar el atraso de Rusia. La revolución había llegado al poder, pero ahora había que salvarla, y la tarea más urgente para ello, según Lenin, era firmar la paz inmediata. El Tratado de Brest-Litovsk, signado por Trotski el 3 de marzo de 1918, concertó la paz unilateral de Rusia con Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía. El tratado ahondó aún más las divergencias con los socialistas revolucionarios que en agosto atentaron contra la vida de Lenin-, y contribuyó a intensificar la decisión de las fuerzas contrarrevolucionarias para derribar al nuevo gobierno con el apoyo de los países aliados, especialmente Francia y Estados Unidos.

Lenin y Stalin (Gorki, 1922)

Durante dos años, entre 1918 y 1920, la guerra civil condujo al gobierno soviético al borde del desastre; por último, el ejército de los contrarrevolucionarios, los «blancos», conducido por antiguos generales zaristas, fue derrotado por el Ejército Rojo, formado por campesinos y obreros y dirigido por Trotski. Pero el país quedó devastado, la economía maltrecha y

el hambre se enseñoreó de grandes regiones. El reto más grande de la revolución pasó a ser entonces la reconstrucción económica de Rusia, tarea que Lenin se propuso encarar a través de la NEP (nueva política económica), que detuvo las expropiaciones campesinas y supuso una apertura hacia una economía de mercado bajo control. Pese a las dificultades de la guerra civil, Lenin concretó en 1919 su viejo sueño de fundar una nueva Internacional. En su opinión, el destino de Rusia dependía de la revolución mundial, y en especial del futuro del movimiento llevado adelante en Alemania por los espartaquistas. El 2 de marzo de 1919, en Moscú, inauguró el Primer Congreso de la III Internacional, invocando a los líderes del comunismo alemán asesinados: Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. La Comintern elevó el comunismo ruso a la categoría de modelo a imitar por todos los países comunistas del mundo y, al defender los movimientos de liberación nacional de los pueblos coloniales y semicoloniales de Asia, logró ampliar enormemente el número de aliados de la Revolución soviética. A finales de 1921, la salud de Lenin se vio gravemente afectada: sufría de insomnios progresivamente acusados y sus dolores de cabeza eran cada vez más frecuentes. En marzo del año siguiente asistió por última vez a un congreso del partido, en el que fue elegido Stalin secretario general de la organización. Al mes siguiente se le intervenía quirúrgicamente para extraerle las balas que continuaban alojadas en su cuerpo desde el atentado sufrido en 1918. Si bien se recuperó rápidamente de la operación, pocas semanas después sufrió un serio ataque que, por un tiempo, le impidió el habla y el movimiento de las extremidades derechas. En junio su salud mejoró parcialmente, y dirigió la formación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pero en diciembre sufrió un segundo ataque de apoplejía que le impidió cualquier posibilidad de influir en la política práctica. Aun así, tuvo fuerzas suficientes para dictar varias cartas, entre ellas su llamado «testamento», en el que expresa sus fuertes temores ante la lucha por el poder entablada entre Trotski y Stalin en el seno del partido. El 21 de enero de 1924 una hemorragia cerebral acabó con su vida. El hombre que detestaba el culto a la personalidad y abominaba de la religión fue embalsamado y depositado en un rico mausoleo de la plaza Roja.

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CHE GUEVARA [ERNESTO GUEVARA] (Rosario, Argentina, 1928 - Higueras, Bolivia, 1967) Revolucionario iberoamericano. Junto con Fidel Castro, a cuyo movimiento se unió en 1956,

fue uno de los principales artífices del triunfo de la revolución cubana (1959). Desempeñó luego cargos de gran relevancia en el nuevo régimen, pero, insatisfecho con la inoperancia de los despachos y fiel a su propósito de extender la revolución a otros países de Latinoamérica, en 1966 retomó su actividad guerrillera en Bolivia, donde sería capturado y ejecutado un año después.

Ernesto Che Guevara

Entregada así su vida en la lucha contra el imperialismo y la dictadura, el CheGuevara se convirtió en el máximo mito revolucionario del siglo XX. Fue de inmediato un icono de la juventud del Mayo del 68, y su figura ha quedado como símbolo atemporal de unos ideales de libertad y justicia que, como los héroes de antaño, juzgó más valiosos que la propia vida. Todavía en nuestros días se exhibe con frecuencia, en las acciones contestatarias, aquel perfil suyo basado en la célebre fotografía de Alberto Korda. Biografía Ernesto Che Guevara nació en una familia acomodada de Argentina, en donde estudió medicina. Su militancia izquierdista le llevó a participar en la oposición contra Juan Domingo Perón; desde 1953 viajó por Perú, Ecuador, Venezuela y Guatemala, descubriendo la miseria dominante entre las masas de Hispanoamérica y la omnipresencia del imperialismo norteamericano en la región, y participando en múltiples movimientos contestatarios, experiencias que lo inclinaron definitivamente hacia el marxismo. En 1955 Ernesto Che Guevara conoció en México a Fidel Castro y a su hermano Raúl Castro, que preparaban una expedición revolucionaria a Cuba. Guevara trabó amistad con los Castro, se unió al grupo como médico y desembarcó con ellos en Cuba en 1956. Instalada la guerrilla en Sierra

Maestra, Guevara se convirtió en lugarteniente de Fidel y mandó una de las dos columnas que salieron de las montañas orientales hacia el oeste para conquistar la isla. Participó en la decisiva batalla por la toma de Santa Clara (1958) y finalmente entró en La Habana en 1959, poniendo fin a la dictadura de Fulgencio Batista.

El Che con Fidel Castro

El triunfo de la revolución, llevada a cabo con escasos medios, se vio facilitado por la insostenible situación del país en aquellos años. Pese a registrar la más alta renta per cápita de América Latina, la riqueza se concentraba en pocas manos; este fortísimo desequilibrio social se repetía en los marcados contrastes entre el campo y la ciudad. En el plano político, la corrupción, los mecanismos clientelares y la inoperancia se habían acentuado hasta límites insospechados bajo el régimen despótico y autoritario de Fulgencio Batista; su gobierno logró hacer coincidir en su contra a los sectores más dispares de opinión e intereses. La economía cubana, en extremo condicionada por la presencia de Estados Unidos, se basaba en el turismo en las áreas urbanas y en una agricultura de carácter capitalista que había generado un numeroso proletariado rural, determinante en el proceso revolucionario. De la revolución a la política El nuevo régimen revolucionario concedió a Guevara la nacionalidad cubana y le nombró jefe de la Milicia y director del Instituto de Reforma Agraria (1959), luego presidente del Banco Nacional y ministro de Economía (1960), y, finalmente, ministro de Industria (1961). En aquellos años, Guevara representó a Cuba en varios foros internacionales, en los que denunció frontalmente el imperialismo norteamericano. En un viaje alrededor del mundo se entrevistó con Gamal Abdel Nasser, Jawaharlal Nehru, Sukarno y Josip Broz Tito (1959); en otro viaje conoció a diversos dirigentes soviéticos y a los chinos Chu En-Lai y a MaoTse-Tung.

En la tarea de la construcción en Cuba de una nueva sociedad, y especialmente en el campo de la economía, el Che Guevara fue uno de los más incansables colaboradores de Fidel Castro. En la polémica económica que tuvo lugar en los inicios del nuevo régimen se decantó por una interpretación original, creativa y no burocrática ni institucionalizada de los principios marxistas. Buscando un camino para la independencia real de Cuba, se esforzó por la industrialización del país, ligándolo a la ayuda de la Unión Soviética, una vez fracasado el intento de invasión de la isla por Estados Unidos y clarificado el carácter socialista de la revolución cubana (1961). Fragmento

de

un

discurso

de

Guevara

ante

la

ONU

(Nueva York, 11 de diciembre de 1964)

Su inquietud de revolucionario profesional, sin embargo, le hizo abandonar Cuba en secreto en 1965 y marchar al Congo, donde luchó en apoyo del movimiento revolucionario en marcha, convencido de que sólo la acción insurreccional armada era eficaz contra el imperialismo. En Bolivia Relevado ya de sus cargos en el Estado cubano, el Che Guevara volvió a Iberoamérica en 1966 para lanzar una revolución que esperaba que fuese de ámbito continental: valorando la posición estratégica de Bolivia, eligió aquel país como centro de operaciones para instalar una guerrilla que pudiera irradiar su influencia hacia Argentina, Chile, Perú, Brasil y Paraguay. Al frente de un pequeño grupo intentó poner en práctica su teoría, según la cual no era necesario esperar a que las condiciones sociales produjeran una insurrección popular, sino que podía ser la propia acción armada la que creara las condiciones para que se desencadenara un movimiento revolucionario; tales ideas quedaron recogidas en su libro La guerra de guerrillas (1960).

El Che, mito revolucionario

Sin embargo, su acción no prendió en las masas bolivianas. Desde un principio su grupo, bautizado como Ejército de Liberación Nacional y compuesto por veteranos cubanos de Sierra Maestra y algunos comunistas bolivianos, se encontró con la falta de apoyo de los campesinos, ajenos por completo al movimiento. Sin ningún respaldo popular en el mundo rural, y sin apoyo en las grandes ciudades por el rechazo de las organizaciones políticas comunistas, las posibilidades de éxito menguaron drásticamente. Aislado en una región selvática en donde padeció la agudización de su dolencia asmática, Ernesto Guevara fue delatado por campesinos locales y cayó en una emboscada del ejército boliviano en la región de Valle Grande, donde fue herido y apresado el 8 de octubre de 1967. Dado que el Che se había convertido ya en un símbolo para los jóvenes de todo el mundo, los militares bolivianos, aconsejados por la CIA, quisieron destruir el mito revolucionario, asesinándole para después exponer su cadáver, fotografiarse con él y enterrarlo en secreto. En 1997 los restos del Che Guevara fueron localizados, exhumados y trasladados a Cuba, donde fueron enterrados con todos los honores por el régimen de Fidel Castro. La imagen de Ernesto Che Guevara queda incompleta si no se consideran, junto a la de revolucionario, sus facetas como ideólogo y teórico de la guerrilla, de la lucha armada en pequeños grupos como única forma revolucionaria de actividad política posible en los países subdesarrollados. Sus ideas se hallan expuestas en textos como el famoso Mensaje a la Tricontinental (1967) y el ya citado libro La guerra de guerrillas (1960).

Si bien escribió muchísimo, la mayor parte de su obra sigue inédita. La integran manuscritos, cartas, discursos, proclamas y, sobre todo, artículos publicados en Verde olivo, el órgano de las Fuerzas Armadas cubanas, en las que el Cheostentaba el grado de comandante. Los más recordados son aquellos en los que evoca la revolución cubana (Una revolución que comienza, 1959 y siguientes) y los de política económica (Contra el burocratismo, 1963 y siguientes). Del diario que Ernesto Guevara había ido escribiendo durante toda su vida, se publicó póstumamente la parte referente a la guerrilla boliviana: Diario del Che en Bolivia(1968). Este último libro, que relata su lucha guerrillera en Bolivia hasta el día inmediatamente anterior a su captura, constituye el más impresionante testimonio de su personalidad. El Che describe el día a día de la guerrilla por dentro, en su aspecto cotidiano; las mil dificultades prácticas, las debilidades, los errores y litigios entre compañeros y su precario estado de salud dan lugar a un cuadro nada idealizado. Pero es sobre todo el estilo casi distanciado de este diario, incluso en los momentos más difíciles, lo que revela el lado humano del Che en el último período de su vida: en su ánimo reinaban una enorme calma y una profunda serenidad, debidas a la íntima convicción de lo justo de sus ideales y a la razonada aceptación del riesgo de morir en la lucha.

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JESÚS DE NAZARET Los evangelios En términos teológicos, Nuevo Testamento significa la Nueva Alianza establecida por Dios con toda la humanidad en su Hijo Jesucristo, continuación y cumplimiento de aquella primera Antigua Alianza establecida con su pueblo escogido, el pueblo de Israel, en el monte Sinaí. Desde el punto de vista literario, se entiende por Nuevo Testamento el conjunto de libros en los cuales los discípulos de Jesús dejaron constancia de la instauración y primeros años de esa nueva y definitiva alianza. El Nuevo Testamento se compone de 27 libros, aceptados unánimemente por católicos, ortodoxos y protestantes: los cuatro Evangelios, el Libro de los Hechos de los Apóstoles, las trece Epístolas de San Pablo, la Epístola a los Hebreos, las siete Epístolas Católicas de Santiago, San Pedro, San Juan y San Judas y el Apocalipsis de San Juan. Los cuatro evangelios nos informan sobre la manera en que eran recibidas en las primeras comunidades cristianas la vida y la enseñanza de Jesús de Nazaret. Es necesario advertir que, en el momento de la consignación por escrito de las tradiciones evangélicas transmitidas en las primeras comunidades cristianas, varios de los apóstoles todavía vivían. Los Hechos de los Apóstoles (redactado

probablemente por Lucas entre los años 65-80) describen de manera viva y detallada, aunque sólo parcialmente, los comienzos de la Iglesia desde la Ascensión y Pentecostés (hacia el año 30) hasta la llegada de San Pablo a Roma hacia el año 61. Lucas, compañero de Pablo, fue un testigo de primera mano en todo lo que se refiere a la misión y viajes de su maestro y a las comunidades por él fundadas. A diferencia de los escritos del Antiguo Testamento, los del Nuevo Testamento fueron compuestos en un breve lapso de tiempo; concretamente, durante la segunda mitad del siglo I. Todos ellos nacieron en las comunidades cristianas y tuvieron la finalidad de consolidar la fe de las mismas y de las nuevas que se iban fundando. Resulta difícil determinar la fecha en que los distintos libros del Nuevo Testamento fueron redactados; pero, con el apoyo de criterios internos y externos, sí se puede determinar un cierto orden cronológico en su aparición y, en muchos casos, la época en que fueron escritos. Así, por ejemplo, las Epístolas de San Pablo fueron escritas entre los años 50 y 67. La primera de las Epístolas de San Pedro fue escrita un poco antes del 64, mientras que la segunda (escrita no por él sino por algún discípulo) y la de Santiago son difíciles de datar. Los Evangelios y el Libro de los Hechos de los Apóstoles fueron escritos entre los años 65 y 100. De finales del siglo I son las Epístolas de Juan y de Judas, así como el Apocalipsis y la Epístola a los Hebreos.

San Pablo escribiendo sus Epístolas

Fueron muchos los cristianos que se propusieron contar en sus escritos cuanto había ocurrido desde el principio, tal y como nos lo advierte Lucas al inicio de su evangelio (1,1). Pero no todos esos escritos del siglo I fueron aceptados como inspirados por Dios y, por lo tanto, admitidos como parte de las Sagradas Escrituras. Se hizo una selección antes de incluirlos en un canon. Los criterios utilizados para determinar la canonicidad de los escritos fueron tres: 1°) el origen apostólico de un escrito, es decir, que hubiera sido escrito por un apóstol o por un discípulo directo de algún apóstol; 2°) la plena concordancia

del escrito con la tradición viva de la Iglesia, es decir, su ortodoxia; 3°) la utilización de los escritos en la lectura pública de un buen número de iglesias. A finales del siglo II, el apologista Taciano, discípulo de Justino, fusionó en uno los cuatro evangelios, en la obra llamada Diatesarón ("cuatro en uno"); esa obra fue traducida a varios idiomas y adoptada como base de la catequesis para pueblos bárbaros que iban llegando al Imperio romano. Ello demuestra que los cuatro evangelios no gozaban todavía de la autoridad que luego tuvieron, aunque ya habían comenzado a ser citados como tales desde mediados del siglo II. La lista de obras más antigua que conocemos es la del llamado "canon de Muratori", un texto del siglo II descubierto por el investigador Muratori en 1740. Este documento, del que falta la parte inicial que ciertamente hablaba de Mateo y Marcos, menciona los evangelios de Lucas y Juan, el Libro de los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas de San Pablo, las Epístolas Católicas y el Apocalipsis. En el siglo III se comenzó a dar el nombre de Nuevo Testamento al conjunto de los escritos considerados canónicos. Pero la lista no estaba completamente definida. Ésta aparece por primera vez en los escritos del historiador del siglo IV Eusebio de Cesarea, el cual, sin embargo, refleja la duda sobre la canonicidad del Apocalipsis, que era rechazado todavía por varios teólogos, especialmente los orientales. Sería San Atanasio quien a finales del mismo siglo IV consiguió que el libro fuera también aceptado por los orientales. El primer catálogo completo del Nuevo Testamento fue promulgado, junto con el canon católico actual para el Antiguo Testamento, en el concilio de Hipona (norte de África) en el año 393. Fue luego confirmado por el concilio de Cartago en el 419 y por los orientales en el concilio de Trullo (692). Y también por los concilios ecuménicos de Florencia (1441, contra los jacobitas) y de Trento (1546) para zanjar la cuestión ante las dudas proferidas por Lutero y otros protagonistas de la Reforma respecto a la autenticidad de la Epístola a los Hebreos, de las Epístolas de Santiago y Lucas y del Apocalipsis. Hoy día no existe ninguna divergencia entre ortodoxos, católicos y protestantes respecto al canon del Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento la palabra evangelio significa "buena noticia" y está usada para expresar todo el contenido de la misión de Jesús y de la predicación primitiva. En labios de Jesús, evangelio significa la buena noticia de que el reino de Dios ha comenzado a hacerse presente entre los hombres (Mc 1,14-15). En la predicación apostólica, significa la buena noticia de la muerte y resurrección de Jesús, porque en estos acontecimientos descubrían que Dios había comenzado a cumplir sus promesas. El evangelio y su mensaje es uno, pero está expresado en diversas teologías o diversos enfoques según los diversos escritos. Tenemos en primer lugar el enfoque de los cuatro Evangelios y del Libro de los Hechos de los Apóstoles, que nos ofrecen una teología de la memoria de Jesús; estos libros tienen como finalidad demostrar que la predicación de Jesús es algo histórico y no un sistema

ideológico abstracto. Luego se encuentra la teología kerigmática, propia de la mayor parte de las Epístolas de San Pablo y de la Epístola a los Hebreos: es la teología del anuncio, del pregón de aquello que los apóstoles han vivido y experimentado, experiencia centrada en la resurrección del crucificado. La teología de la praxis consiste en orientaciones sobre práctica de la vida cristiana; es verdad que casi todas las cartas contienen alguna orientación en este sentido, pero algunas, como la de Santiago y la primera de Pedro, lo hacen con una insistencia particular. Otras, como la de Judas, la segunda de Pedro y las de Juan, se centran más concretamente en orientaciones para los casos de divisiones internas en las comunidades. Finalmente tenemos la teología profética, propia del Apocalipsis, que entronca con el profetismo del Antiguo Testamento y proporciona elementos para una interpretación de la historia a la luz de la venida de Cristo. El Evangelio de San Mateo Mateo era perceptor de impuestos en Cafarnaum, por donde pasaba el "camino del mar" que recorrían las caravanas que desde el interior de Siria se dirigían a los centros mercantiles del Mediterráneo y de Egipto. La vocación de Mateo al apostolado se conoce con cierto detalle, como en general la de los principales seguidores de Jesús. Su condición de publicano le situaba moralmente al margen de la sociedad palestina, que consideraba a los recaudadores de impuestos como pecadores públicos por razón de su odiado oficio. Jesús, pasando por Cafarnaum, vio a Mateo en su escritorio y le invitó a que le siguiese. Mateo respondió a su llamada e invitó a sus compañeros a un solemne banquete de despedida, al cual asistió Jesús. Emprendió así la sublime aventura del apostolado abandonando sus registros y su oro, a los que no podría ya volver.

San Mateo y el ángel (c. 1635), de Guido Reni

Testigo fiel de la vida de Cristo, recogió primero en lengua aramea un considerable caudal de "dichos" y actos (sobre todo de discursos) del Salvador, particularmente en vistas a una apología del cristianismo ante los judíos. El Evangelio de San Mateo es el primero de los Evangelios, y fue escrito en Jerusalén, originalmente en lengua aramea, traduciéndose luego al griego. No se conoce exactamente la fecha de su composición. Según el testimonio de San Ireneo, que afirma que lo escribió "mientras San Pedro y San Pablo divulgaban la buena nueva del Evangelio en Roma", cabe suponer que fue alrededor de los años 63-67 d.C. Junto con los Evangelios de San Marcos y San Lucas constituye el grupo de los tres Evangelios llamados "sinópticos", semejantes por su léxico, por la selección de los relatos y por el orden, y tan sólo diferentes en ciertos detalles. El libro se divide en tres partes. La primera narra la infancia de Jesús y su vida oculta (I, 11): la genealogía de Jesús, la concepción virginal y el nacimiento del Salvador, la adoración de los Magos, la huida a Egipto y el retorno de este país. La segunda parte describe la vida pública de Jesús (III-XXV). Se presentan algunos hechos de su predicación, así como las circunstancias que vienen a demostrar que Jesús, aunque rechazado por el Sanedrín, es el Mesías, a la vez que señalan la verdadera naturaleza del reino de Dios. Finalmente, la parte tercera relata la pasión y el triunfo de Cristo (XXVI-XXVII): los preparativos de la Pasión, la Pasión y muerte de Jesús, su glorificación, resurrección y apariciones. La conexión entre los diversos episodios se realiza mediante procedimientos muy elementales, y, a veces, resumiendo lo que anteriormente se ha dicho.

El relato de San Mateo no constituye una biografía histórica de Jesús, como tampoco lo son las narraciones de los demás evangelistas. San Mateo reúne y enlaza las palabras y hechos de Jesús, pronunciadas o acaecidos en circunstancias diversas. La predicación de Jesús, las parábolas (en número de ocho), las máximas y los discursos mantienen esta estrecha unión. Ha sido posible concretar en San Mateo una distribución de los relatos y máximas en tríadas y septenarios. Así, la tentación tiene tres episodios, y Jesús reza por tres veces en Getsemaní. El número siete es el de las virtudes, las peticiones del Padre Nuestro, las parábolas del capítulo XIII, las maldiciones del capítulo XIII; también se recomienda perdonar setenta veces siete (XVIII, 22). En conjunto puede decirse que si el estilo de San Mateo ofrece algunas características peculiares, éstas no le alejan, como a otros escritores sagrados, de la lengua clásica. Comparado con el de San Marcos, el vocabulario del Evangelio de San Mateo contiene menor proporción de elementos que no se encuentran en la lengua clásica ni en los escritores. En cambio, el narrador se muestra completamente extraño a la cultura grecolatina, habituado a la lectura de la Biblia griega, de la que adopta la especial fraseología. Largos discursos rompen la monotonía de la narración. Entre ellos es celebérrimo el "Sermón de la Montaña", tan elevado de contenido como penetrado de verdadera poesía. Asimismo, la invectiva contra los fariseos recuerda el apasionamiento de algunos fragmentos proféticos de Isaías. Las numerosas máximas confieren una originalidad característica al Evangelio de San Mateo. Tranquilo y objetivo en su relato, Mateo revela cualidades de orden y de armonía que evidentemente responden a su mentalidad semítica, y no renuncia a dejar que asomen de vez en cuando indicios de su antigua profesión, como puede verse por sus precisas referencias a todo cuanto tiene que ver con el comercio y con la moneda. La preocupación por cimentar la vida de Jesús en las profecías del Antiguo Testamento da a su breve libro un tono solemne, con ecos que se pierden en la lejanía de los milenios. Los primeros adversarios paganos del cristianismo, Celso, Porfirio y Juliano, hacían hincapié en la vocación de Mateo para acusar a la nueva religión de inhumana locura; pero si el gesto de Mateo fue el resultado de una madura meditación sobre cuanto Jesús había dicho y hecho en Cafarnaum, no por ello perdió ni un ápice de su valentía, y revela una audacia de la que los antiguos no tenían ejemplo. El "sermón de la montaña", que Mateo es el único que transcribe ampliamente (cap. V-VII), es uno de los signos de su sensibilidad religiosa y poética. El Evangelio de San Marcos En la historia de la Iglesia primitiva, Marcos es una figura secundaria, pero llena de gracia y de vivacidad. Muchos autores le sitúan en el relato evangélico, identificándole con el jovencito que, en Getsemaní, apareció vestido

únicamente con una sábana, despertado por el barullo de la gente armada que había llegado para capturar a Jesús. También fueron puestas las manos sobre el incauto espectador, quien, sin embargo, abandonando su ligera indumentaria, logró escapar (Evangelio de San Marcos, cap. XIV, 51). San Marcos fue uno de aquellos apreciables hombres que renuncian a destacar para consagrarse al servicio de una personalidad de mayores iniciativas. De familia acomodada, dio sus primeros pasos en el apostolado con su primo San Bernabé y con San Pablo, a quienes sirvió como "ministro" en el primer viaje misionero, reservándose las funciones exteriores para aliviar a aquéllos. Inesperadamente, le faltaron los ánimos y quiso volver atrás, y así, en el siguiente viaje, San Pablo no le quiso entre sus acompañantes. Aparece luego en Asia Menor asociado al ministerio de San Pedro, quien le dio pruebas de un cariño paternal. En Roma fue nuevamente compañero de San Pablo, que le manifestó particular estimación preguntando por él desde Éfeso en la época de su último cautiverio. En la Ciudad Eterna se le pidió que reuniera los recuerdos de San Pedro acerca de la vida de Jesús, y, de esta suerte, escribió el segundo Evangelio, en el que la divina figura del Maestro revive con una riqueza de matices concretos y de colores que hacen de la minúscula obrita la biografía más rápida pero asimismo más ágil y dramática de Jesús.

Marcos el Evangelista (1605), de Gortzius Geldorp

Una tradición histórica segura sitúa en efecto la redacción de este Evangelio en estrecha dependencia con el Apóstol Pedro. Los testimonios al respecto de Papías, de San Justino o de Ireneo, en una época cercana al autor, son en extremo importantes. San Clemente de Alejandría añade: "algunos oyentes de las predicaciones de San Pedro en Roma rogaron a Marcos que pusiera para ellos por escrito lo que predicaba Pedro... Marcos los había contentado. Cuando

Pedro lo supo, no prohibió a Marcos que lo publicase ni lo animó a ello; pero luego de reconocer la verdad de lo que allí estaba escrito, aprobó el contenido". Una confirmación de que "Marcos escribió su Evangelio como oyó del Apóstol Pedro" la tenemos en el mismo texto. En efecto, en él se ponen de relieve las acciones de Pedro que redundan en su desdoro y, en cambio, se callan las contadas por otros evangelistas, que redundan en su gloria. Así, San Marcos describe más minuciosamente que los otros evangelistas la triple negación de Pedro. Entre los discursos de Pedro en los Hechos de los Apóstoles y el segundo Evangelio se advierte además una analogía de concepción y desarrollo de catequesis que hace verosímil la existencia de una relación de dependencia entre las dos obras. Escrito en lengua griega en Roma, en fecha incierta, el Evangelio de San Marcos es el más breve de los cuatro. Prescinde de exponer noticia alguna de la vida infantil de Jesús, y cuenta sólo su vida pública, comenzando con las palabras "Principio del Evangelio de Jesucristo Hijo de Dios". Puede dividirse en cuatro partes. En la primera, la del comienzo del ministerio público, se desarrollan la predicación de San Juan Bautista en el desierto (I, 1-5) de donde le viene al evangelista el símbolo del león; el bautismo de Jesús y su retiro en el desierto (I, 9-13); la predicación del Evangelio del Reino de Dios en Cafarnaum y en sus alrededores (I, 14-III, 35), y la enseñanza y los milagros en torno al lago de Tiberíades (IV, 1 - V, 43). La segunda parte relata el ministerio de Jesús en Galilea; Jesús vuelve a su Patria, escoge a sus discípulos, y con ellos se va luego más allá del mar de Tiberíades (VI, 1 - VII, 23); de allí a la Galilea septentrional, a Tiro y Sidón; después de haber obrado milagros pasa por Cesarea de Filipo, desciende al Tabor y finalmente se vuelve a hallar en Cafarnaum (VII, 24-IX, 50). En la tercera parte, Jesús cruza Perea y va a Judea (X). En la cuarta y última son descritas la Semana Santa y la Pasión (XI, 1 XVI, 18). El Apéndice (XVI, 19 - XX) trata de la misión de Jesús y de la eficacia de la misión Apostólica. Prescindiendo de la primera parte, que puede ser considerada como un proemio, en la segunda, dedicada al ministerio de Jesús en Galilea, el orden de las narraciones parece ser histórico y geográfico, como lo demuestran las muchas indicaciones espaciales y temporales. Sin embargo, no puede excluirse que este orden sea un poco artificial; no es, en efecto, muy verosímil que Jesús no hubiera pasado nunca dos veces por la misma región. Como en el Evangelio de San Mateo, también en éste se nota un progreso lento en la revelación mesiánica. Jesús, al comienzo de su ministerio, no hace indicación alguna a sus discípulos de su misión; los prepara poco a poco, y finalmente hace proclamar a Pedro que Él es el Mesías Hijo de Dios. Da a conocer progresivamente lo que debe ser el reino mesiánico y llega a predecir muy tarde su Pasión, Muerte y Resurrección.

El relato de San Marcos es, en general, idéntico al de San Mateo y San Lucas. Sólo contiene cinco trozos propios: dos parábolas, dos milagros y un fragmento histórico en el capítulo tercero (III, 20-21), que refiere la inquietud de los padres de Jesús. Las dos parábolas propias de San Marcos son las de la semilla que crece (IV, 26-29) y la del amo que parte de su casa y no sabe cuándo volverá (XIII-34). Los dos milagros son la curación de un sordomudo (VII, 3136) y la curación del ciego de Betsaida (VIII, 22-26). San Marcos nos ha legado además algunas frases características de Jesús, pasadas en silencio por otros evangelistas: "El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado" (I, 27) o "Todas estas cosas malas proceden de dentro" (VII, 22). Los sentimientos de odio que se manifiestan en los adversarios de Jesús son expresados de la misma manera por los otros dos Sinópticos, pero hay un pormenor de gran importancia: los Herodianos se habían unido con los Fariseos y los Escribas contra Jesús (III, 6). San Marcos da a conocer las disposiciones de los discípulos hacia el Maestro, pero refiere además los sentimientos y las impresiones del propio Jesús: "Jesús, vueltos los ojos hacia ellos con ira" (II, 5); "tuvo compasión de la muchedumbre que le seguía porque eran como ovejas que no tienen pastor, y se puso a instruirlos largamente" (VI, 34). Otra de las características de San Marcos es su procedimiento de dramatizar la narración: no expone los hechos sino que los traduce en acción y pone en boca de Jesús el discurso directo. Frente a los otros evangelistas, aparecen además como peculiaridades de Marcos su percepción de lo popular y su estilo agudo y literariamente despreocupado. La tradición habla de su origen levítico e indica una particularidad fisiológica suya: tenía los dedos cortos. Simbolizado, como los otros evangelistas, por uno de los cuatro ríos terminales y, posteriormente, por el león alado del Apocalipsis, la iconografía medieval lo representó a menudo acompañado por San Pedro, que le dicta el Evangelio. El Evangelio de San Lucas Al evangelista Lucas, discípulo y compañero de San Pablo en sus últimos viajes y en su prisión en Roma, se le atribuye el tercer Evangelio; la autenticidad del libro quedó acreditada por el testimonio patrístico y el canon de Muratori. Médico de profesión y antioqueno, San Lucas es el más erudito de los autores del Nuevo Testamento. Escritor doctísimo y escrupuloso historiador, emplea a veces un griego de refinada elegancia, y en algunos casos no rehuye la imitación de modelos semíticos. Dante le definió como "el cronista de la magnanimidad de Cristo", y, efectivamente, Lucas se muestra sensible a cuantos dichos y hechos del Maestro expresan a lo vivo el espíritu de caridad del Evangelio. Dotado de una sensibilidad delicadísima, pone cuidadosamente de relieve el papel de las mujeres en la historia de Jesús, y narra con gracia inimitable los episodios de la infancia del Salvador. El arte le debe todos los temas de

inspiración evangélica más apreciados y frecuentes. Una tradición le hace pintor; de esta profesión conoció, si no la técnica, por lo menos el arte de una representación esencial y dramática de los acontecimientos. San Lucas recogió las parábolas de Jesús más expresivas y de supremo valor no solamente religioso y humano, sino también literario (por ejemplo, El hijo pródigo, El buen samaritano, Lázaro y el rico Epulón o El fariseo y el publicano).

San Lucas pintando a la Virgen María (1602), de Marten de Vos

Autor también de los Hechos de los Apóstoles, San Lucas tuvo conciencia de ser el primer historiador del cristianismo, y elaboró las dos obras con segura intuición y método riguroso. La presencia de su personalidad sólo se vislumbra a través del gusto y de la medida con que dispone y refiere el material que había ido recogiendo de fuentes incontrovertibles mediante largas indagaciones. Dijo Renan que el Evangelio de San Lucas es el mejor libro que jamás se haya escrito; y hubiera podido añadir que la personalidad de su autor es una de las más vivas y cordiales de cuantas gravitan en la órbita de los protagonistas principales de la historia del cristianismo primitivo. Además de ser el primer historiador cristiano, es también el primer artista de la nueva religión. En la proximidad de San Pablo, Lucas vivió un cristianismo profundo, cuyos orígenes y primeros progresos expresó bajo el sello de la poesía y la verdad. Escrito en griego entre los años 60-63 d. de C., el Evangelio de San Lucas fue quizás compuesto en la misma capital romana. En su organización, admirable incluso desde el punto de vista literario, pueden apreciarse, tras un prefacio (I, 1-4), cinco partes. Primera parte: infancia; anuncio del Precursor y del nacimiento de Jesús; visita de la Virgen María a Santa Isabel; nacimiento del Precursor y de Jesús; presentación en el Templo; Jesús entre los doctores (I, 5 - II, 52). Segunda parte: preparación a la vida pública; predicación de San Juan Bautista; bautismo (genealogía) y tentaciones de Jesús (III-IV,13);

ministerio de Jesús en Galilea; milagros y predicación, como en los otros Sinópticos (IV, 14 - IX, 50). Tercera parte: último viaje de Jesús desde Galilea a Jerusalén; milagros y predicación, como en los otros Sinópticos (IX, 51 XIX, 28). Cuarta parte: historia de la pasión y muerte de Jesús, como en los otros Sinópticos (XIX, 29 - XXIII, 55). Quinta parte: resurrección de Jesús, su aparición, su ascensión (XXIV, 1-52). Los episodios que aparecen exclusivamente en el Evangelio de San Lucas son muy numerosos. Desde el punto de vista lingüístico, el vocabulario es más rico que el de los demás evangelistas y autores sagrados; y si bien el libro debe incluirse entre las producciones del griego vulgar, posee con todo una superioridad que lo aproxima a los clásicos. Lucas evita hebraísmos, aramaísmos y latinismos; sabe componer con arte y dar a sus narraciones un carácter a la vez simple y grandioso, expresar con gracia los diversos sentimientos de las personas que introduce en escena y retratarlas de manera perfecta. El evangelista advierte en el prefacio que se propone hacer una obra histórica. En su prólogo imita a los grandes historiadores griegos (Herodoto, Tucídides y Polibio), y, a semejanza de ellos, comienza su libro señalando las fuentes en que se inspiran sus relatos, cómo los compone y el objetivo que persigue. Relaciona sus datos cronológicos con los de la historia profana (II, 13-III, 1), pero, al igual que los otros Sinópticos, no es un simple cronista de la vida de Jesús; algunas veces, como San Mateo y San Marcos, reúne discursos y milagros hechos en distintas circunstancias. Desde el punto de vista doctrinal, el Evangelio de San Lucas es llamado "ebionita", es decir, Evangelio de los pobres. La pobreza triunfa sobre la riqueza terrena, y, en medio de una luz maravillosa, aparece la doctrina de la salvación universal: el individualismo judío queda vencido. El Evangelio de San Juan Autor además del Apocalipsis y de tres Epístolas, San Juan prevalece netamente sobre los demás evangelistas incluso en la iconografía, gracias al importante lugar que corresponde a Juan en todas las representaciones de la cena y de la crucifixión. Entre los doce discípulos que siguieron a Jesucristo, San Juan es el personaje más claramente dibujado por los Evangelios. Ya los tres Sinópticos dan a su figura un especial relieve, pero los escritos del propio Juan le añaden abundantes recuerdos personales y revelan, en un lenguaje humilde y sutil, los más recónditos pliegues de su alma. La misma perífrasis con que Juan se designa tímidamente a sí mismo como "el discípulo amado de Jesús", recoge de lleno, resumiéndolas, las características de su personalidad y de la aventura espiritual a que ésta estaba destinada. En efecto, sólo gracias a aquella predilección de Jesús se pone de manifiesto su riqueza interior. Nacido en el seno de una acomodada familia de pescadores de Cafarnaum o de la vecina Betsaida, San Juan Evangelista fue uno de los primeros seguidores de

Jesús y formó parte de aquel triunvirato de íntimos que tuvo el privilegio de asistir a los episodios más significativos de la vida del maestro, como la resurrección de la hija de Jairo o la agonía de Getsemaní. En la última cena, San Juan reposó la cabeza en el pecho de Cristo (si se identifica a Juan con el anónimo discípulo predilecto del cuarto Evangelio) y fue el único de los Apóstoles que estuvo presente en la crucifixión. El evangelista fue acogido en la familia carnal de Jesús, convirtiéndose en el fiel guardián de María, y llegó a ser el más sublime cantor del amor cristiano. Suya es la frase "Dios es amor", y, antes de ser desterrado a Patmos, y luego de haber sufrido, según se cuenta, la inmersión en una caldera de aceite hirviendo sin sentir daño alguno, aconsejaba a los discípulos: "Hijos míos, amaos los unos a los otros. Éste es el gran precepto que Cristo nos ha enseñado". Las últimas palabras que Jesucristo le dirige en la tierra son casi una duda, una alusión simbólica y ciertamente el signo de un destino singular: "¿Y si yo quiero que éste se quede hasta mi regreso?..." (Juan, XXI, 21-22). Por ello, en su vejez, se difundió el rumor de que no moriría hasta el regreso de Cristo. Falleció al parecer en Éfeso, a muy avanzada edad.

San Juan Evangelista (c. 1600), de El Greco

Escrito en lengua griega (e indudablemente en Éfeso, según el autorizado testimonio de San Ireneo), el Evangelio de San Juan suscitó largas controversias acerca de la fecha exacta de su composición. Teniendo en cuenta, sin embargo, el hecho de que el apóstol lo escribió en edad avanzada (como lo atestiguan Epifanio y Eusebio), al regresar de su destierro bajo el emperador Nerva (96-98), y que, según refiere San Jerónimo, su autor murió

68 años después de la Pasión de Jesús, puede establecerse casi con certeza la fecha de la redacción alrededor de los años 96-98 d. de C. Los dos papiros Ryland's y Egerton, descubiertos respectivamente en 1920 y 1934 en Egipto, nos hacen saber que este Evangelio era reconocido e incluso iba unido a los evangelios sinópticos desde la primera mitad del siglo II. El libro comienza con un prólogo en donde se contiene, más aún que en las páginas de San Pablo, gran parte de la teología cristiana. En él (I, 1-18) se presenta a la persona del verbo de Dios, Luz y Vida, que se manifiesta por medio de la creación y de la encarnación y que da, a los que le reciben creyendo en él, la filiación divina. Ya en estas afirmaciones iniciales aparecen las tres verdades predicadas en todo el libro: Jesús está unido sustancialmente con Dios Padre; es luz (verdad) y vida (gracia) de los hombres; es, finalmente, verdadero Dios. En la primera parte (I, 19-XII, 50) Jesucristo es revelado al mundo; resplandece en las tinieblas que no quieren recibirle. Esta manifestación de Jesús viene preparada mediante el testimonio de Juan Bautista, la vocación de los discípulos y un primer milagro en el que resplandece la gloria de Cristo. Sigue la primera manifestación pública en Judea, tras la cual es recibido primero por los samaritanos y después por los galileos como Salvador del mundo. Una nueva manifestación en Jerusalén, con el milagro de la piscina probática, suscita el odio de los judíos. En Galilea, Cristo se revela como pan de vida y lo confirma con el milagro de la multiplicación de los panes; el pueblo no cree, ni tampoco sus discípulos; sólo Pedro expresa su fe en las palabras del Salvador. En los capítulos VII, VIII, IX y X Jesús precisa mucho más su doctrina, con el consiguiente acrecentamiento de la animosidad por parte de los fariseos. Es luz del mundo, y lo demuestra con la curación del ciego de nacimiento. El milagro de la resurrección de Lázaro revela todo su poder y confirma su misión. Jesús va a Efraim, después a Betania en casa de Lázaro, entra triunfalmente en Jerusalén y, por última vez, habla de su grandeza y de su futura exaltación. Llegado a este punto, el evangelista parece hacer una recopilación de lo antedicho hablando de las causas de la incredulidad y aduciendo una categórica afirmación de Cristo. En la segunda parte (XIII-XXI, 25), resplandece la caridad de Cristo para con sus discípulos. Les da en la última cena los supremos ejemplos de caridad y humildad, y en un postrer discurso los consuela y los confirma en su fe. En su última oración al Padre, Jesús pide su glorificación, la protección y la santificación para sus Apóstoles y la caridad y la unión para todos los que han de creer en él. Desde el capítulo XVIII al XXI, 24 se pone de manifiesto la caridad de Cristo, y su condición mesiánica en la Pasión y en la Resurrección.

Los dos últimos versículos nos dan indicaciones acerca del autor del Evangelio y nos informan de que en él no se contiene todo cuanto hizo Jesús. El carácter más sobresaliente de este Evangelio, si se confronta con los Sinópticos, es su riqueza en discursos y su pobreza en relatos. Esa tendencia sobre todo doctrinal no excluye una exposición histórica. Pero su cronología se limita a las grandes líneas, a la distribución de la vida de Cristo dentro de las Pascuas. El evangelista se propuso un triple objetivo. El primero, dogmático, probar que Jesús es el Mesías anunciado por los Profetas, el verdadero Hijo de Dios (II, 17; III, 14; III, 18; XIX, 24, 28, 36; XX, 31). Jesús es descrito continuamente como el verdadero Prometido por los Profetas, y su divinidad queda claramente atestiguada en todo el libro. El segundo objetivo que San Juan se propone es apologético: refutar el error de Cerinto, que negaba la divinidad de Cristo; refuta también a los ebionitas, reos de la misma herejía. No pudo pensar en las herejías gnósticas y de Marción, las cuales surgieron posteriormente, pero puede decirse que las destruyó de antemano. Su tercer objetivo es histórico: es evidente en San Juan la intención de completar la narración de los Sinópticos. San Clemente de Alejandría observa que la misión terrena de Jesús había sido confirmada en los otros tres Evangelios, y que a San Juan le incumbía narrar los hechos que atestiguaban el ministerio divino de Jesucristo. Y el propio evangelista lo confirmó (XX, 31). Por ello descarta muchos hechos que supone conocidos por medio de los otros Evangelios; no refiere todos los preceptos morales del Sermón de la Montaña, no reseña más que cinco milagros de Jesús, no menciona el viaje de Jesús a Galilea; sólo recuerda los milagros y los admirables discursos de Jesús en Judea y en Jerusalén, que los otros habían callado. Si consigna dos únicos hechos anteriores a la Pasión, referidos ya por los Sinópticos (la multiplicación de los panes y el paso de Jesús sobre las olas) es para mejor explicar las palabras del Salvador en Judea y en Jerusalén. Añade, además, el episodio del lavatorio de los pies a la cena, fija la época del encarcelamiento de Juan Bautista, precisa el lugar de las tres negaciones de Pedro, determina las cuatro Pascuas y proporciona el medio de coordinar todos los acontecimientos narrados por los otros tres evangelistas y de establecer una concordancia exacta. El Evangelio de San Juan procede por afirmaciones teológicas presentadas con autoridad y solemnidad y con elevada forma literaria; el episodio de Jesús y la Samaritana y la narración de la resurrección de Lázaro pueden ser comparados con las mejores páginas de San Lucas. Algún relato, como el de la curación del ciego de nacimiento, tiene en cambio un color más semítico, más próximo al estilo de San Marcos. San Juan es dogmático y teólogo por excelencia: es el poeta y filósofo del espiritualismo católico. Orígenes decía: "Si los Sinópticos son

la primicia y la parte mejor de la Sagrada Escritura, el Evangelio de San Juan es la primicia de los Sinópticos y de todo el Nuevo Testamento". San Juan posee en sí algo más dulce y afectuoso que los otros evangelistas: se complace en narrar cándidamente el amor que Jesús sentía por él, y, al formular la teología del cristianismo, acentúa los valores llenos de amor y de misericordia que ya no se separarían de la religión. V

ABIMAEL GUZMÁN

Político peruano (1934/12/03 - Unknown)     

Organización: Sendero Luminoso, Partido Comunista del Perú



Nacimiento : 3

Padres: Abimael Guzmán y Berenice Reynoso (madre soltera, que falleció en 1939) Cónyuges: Augusta La Torre (m. 1964–1988), Elena Iparraguirre (m. 2010) Nombre: Manuel Rubén Abimael Guzmán Reynoso Seudónimo: Presidente Gonzalo

de diciembre de 1934, en Mollendo, Arequipa, Perú

Desde entonces vivió con su padre, Abimael Guzmán, que tenía otros seis hijos con tres mujeres distintas. Entre 1939 y 1946 vivió con sus tíos maternos, antes de viajar a la Provincia Constitucional del Callao. En Arequipa estudia en el Colegio La Salle de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Con 19 años ingresa a la Universidad de San Agustín y comienza a interesarse por las doctrinas de Karl Marx y Immanuel Kant.

En ambas instituciones llegó a ser profesor antes de 1962. Terminó sus estudios con el título de Bachiller de Humanidades y Derecho. Desde 1962 se desempeñó como catedrático en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, de Ayacucho. En 1963 fue designado delegado de la Facultad de Ciencias Sociales ante el Consejo Universitario, iniciando el trabajo de infiltración comunista en dicho centro superior, dándose tiempo para realizar en forma paralela el trabajo de catequizar al campesinado de la zona. En el año 1964 contrae matrimonio con Augusta la Torre, hija de un dirigente comunista ayacuchano. En 1961, como delegado del Partido Obrero Revolucionario (POR), fue elegido miembro de la directiva provincial del Frente de Liberación Nacional de Arequipa, integrada en su mayoría por partidos políticos de izquierda. En 1969 conformó un grupo de profesores que se opusieron a la Reforma Educativa. En junio de 1969 fue detenido por ser el presunto autor de los delitos de ultraje a la nación y a los símbolos representativos, ataque a las Fuerzas Armadas contra el Orden Constitucional y la seguridad del Estado, fabricación, uso de armas y explosivos y daños a la propiedad pública y privada.

En la década de los setenta funda el Partido Comunista del Perú "Sendero Luminoso". Fue cesado como docente de la UNSCH en 1975 y en octubre de ese año pasó a la clandestinidad para no abandonarla hasta su detención en 1992. En 1979, en un operativo del estado de emergencia, fue detenido y compartió celda en el penal de Lurigancho con Alfonso Barrantes (Líder de Izquierda Unida). Fue puesto en libertad por la intercesión de cuatro generales y volvió de inmediato a la clandestinidad. Al comienzo de los años noventa la acción terrorista se empezó a centrar en Lima. Entre las peores evidencias se recuerda el atentado en la calle Tarata en Miraflores. En 1992 fue localizado y detenido. Aunque trató de llegar a un acuerdo con Fujimori, entonces presidente de Perú, fue recluido en una prisión de máxima seguridad en la Base Naval del Callao. Sendero Luminoso

El movimiento terrorista Sendero Luminoso fue responsable directo de 25.000 muertes y de 22.000 millones de dólares en pérdidas materiales. Sendero Luminoso dinamitaba bienes públicos y privados, asesinaba impunemente a los que luchaban contra la violencia, amenazaba, acosaba e intimidaba a quienes no siguieran sus órdenes ni pagaran sus cupos. No distinguían entre gente del pueblo y gente de poder, asesinaron a más de 100 dirigentes populares, uno de los sangrientos ejemplos fue la muerte de Maria Elena Moyano, quien falleció en el distrito de Villa el Salvador, a causa de una bomba que despedazó su cuerpo pero no sus ideales pues hasta el día de hoy, la "Madre Coraje", es un ejemplo de lucha en el país. El grupo terrorista fue fundado en 1969, por el "filósofo" Abimael Guzmán, secretario de organización de Bandera Roja. Rompió con ese movimiento para liderar un partido que fuera "por el sendero luminoso de José Carlos Mariátegui", quien introdujo el marxismo en Perú.

PLATÓN (Atenas, 427 - 347 a. C.) Filósofo griego. Junto con su maestro Sócrates y su discípulo Aristóteles, Platón es la figura central de los tres grandes pensadores en que se asienta toda la tradición filosófica europea. Fue el británico Alfred North Whitehead quien subrayó su importancia afirmando que el pensamiento occidental no es más que una serie de comentarios a pie de página de los diálogos de Platón.

Platón

La circunstancia de que Sócrates no dejase obra escrita, junto al hecho de que Aristóteles construyese un sistema opuesto en muchos aspectos al de su maestro, explican en parte la rotundidad de una afirmación que puede parecer exagerada. En cualquier caso, es innegable que la obra de Platón, radicalmente novedosa en su elaboración lógica y literaria, estableció una serie de constantes y problemas que marcaron el pensamiento occidental más allá de su influencia inmediata, que se dejaría sentir tanto entre los paganos (el neoplatonismo de Plotino) como en la teología cristiana, fundamentada en gran medida por San Agustín sobre la filosofía platónica. Nacido en el seno de una familia aristocrática, Platón abandonó su inicial vocación política y sus aficiones literarias por la filosofía, atraído por Sócrates. Fue su discípulo durante veinte años y se enfrentó abiertamente a los sofistas (Protágoras, Gorgias). Tras la condena a muerte de Sócrates (399 a. C.), huyó de Atenas y se apartó completamente de la vida pública; no obstante, los temas políticos ocuparon siempre un lugar central en su pensamiento, y llegó a concebir un modelo ideal de Estado. Viajó por Oriente y el sur de Italia, donde entró en contacto con los discípulos de Pitágoras; tras una negativa experiencia en Siracusa como asesor en la corte del rey Dionisio I el Viejo, pasó algún tiempo prisionero de unos piratas, hasta que fue rescatado y pudo regresar a Atenas. Allí fundó en el año 387 una escuela de filosofía, situada en las afueras de la ciudad, junto al jardín dedicado al héroe Academo, de donde procede el nombre de Academia. La Academia de Platón, una especie de secta de sabios organizada con sus reglamentos,

contaba con una residencia de estudiantes, biblioteca, aulas y seminarios especializados, y fue el precedente y modelo de las modernas instituciones universitarias. En ella se estudiaba y se investigaba sobre todo tipo de asuntos, dado que la filosofía englobaba la totalidad del saber, hasta que paulatinamente fueron apareciendo (en la propia Academia) las disciplinas especializadas que darían lugar a ramas diferenciadas del saber, como la lógica, la ética o la física. Pervivió más de novecientos años (hasta que Justiniano la mandó cerrar en el 529 d. C.), y en ella se educaron personajes de importancia tan fundamental como su discípulo Aristóteles. Obras de Platón A diferencia de Sócrates, que no dejó obra escrita, los trabajos de Platón se han conservado casi completos. La mayor parte están escritos en forma dialogada; de hecho, Platón fue el primer autor que utilizó el diálogo para exponer un pensamiento filosófico, y tal forma constituía ya por sí misma un elemento cultural nuevo: la contraposición de distintos puntos de vista y la caracterización psicológica de los interlocutores fueron indicadores de una nueva cultura en la que ya no tenía cabida la expresión poética u oracular, sino el debate para establecer un conocimiento cuya legitimación residía en el libre intercambio de puntos de vista y no en la simple enunciación.

Platón y Aristóteles en La escuela de Atenas (1511), de Rafael

Los veintiséis diálogos platónicos probadamente auténticos (de los cuarenta y dos transmitidos por la Antigüedad) pueden clasificarse en tres grupos. Los diálogos del llamado período socrático (396-388), entre los que se incluyen la Apología, Critón, Eutifrón, Laques, Cármides, Ión, el Hipias menor y tal vez Lisis (que quizá sea posterior), revelan claramente la influencia de los métodos de Sócrates y se distinguen por el predominio del elemento mímico-dramático: comienzan abruptamente, sin preámbulos preparatorios. Todas estas obras son anteriores al primer viaje de Platón a Sicilia, y en ella dominan los diálogos investigadores a la manera socrática. Dentro de los diálogos del siguiente período, llamado constructivo o sistemático, pertenecen a una fase de transición Protágoras, Menón (que anunció la doctrina de las Ideas), Gorgias, Menéxenes, Crátilo y Eutidemo. Los grandes diálogos de esta etapa son el Fedón, cuyo tema es la inmortalidad del alma; El banquete, en el que seis oradores debaten sobre el amor; La República, el texto platónico más sistemático, fruto de largos años de trabajo, que presenta tres líneas principales de argumentación (ético-política, estético-mística y metafísica) combinadas en un todo; y el Fedro, que mediante la forma de diálogo dramático debate aspectos relativos a la belleza y el amor, y contiene momentos de honda poesía. Estos diálogos, en los que se muestra en su apogeo la fuerza expresiva de Platón, no son ensayos filosóficos propiamente

dichos, sino obras literarias que tratan temas filosóficos, y por ello no se limitan a un solo tema o asunto. Los diálogos del período tardío o revisionista, por último, fueron escritos a partir del momento de la fundación de la Academia. Si bien carecen de los méritos dramáticos y literarios que caracterizaron a los diálogos precedentes, presentan en cambio una mayor sutileza y madurez de juicio, ya que en ellos se expresa más el pensador decidido a presentar la definitiva exposición de su pensamiento filosófico que el artista. En el Parménides, Platón revisa la doctrina de las Ideas; en el Teeteto combate el escepticismo de Protágoras acerca del conocimiento, al tiempo que exalta la vida contemplativa del filósofo; en el Timeo expone el mito de la creación del mundo por obra del Demiurgo; en el Filebo trata las relaciones entre el Bien y el placer, y en Las leyes intenta adaptar más a la realidad su doctrina del Estado ideal, tomando como referencia las constituciones y legislaciones de varias ciudades griegas. Una característica del estilo platónico que revela una admirable conjunción entre pensamiento y expresión es su empleo del mito para hacer más evidente el pensamiento filosófico. Sin duda el más célebre de ellos es el mito de la caverna utilizado en La República; pero también son conocidos el del juicio de ultratumba, que aparece en Gorgias, y el de Epimeteo, en Protágoras.

La filosofía de Platón El conjunto de la obra de Platón, cuya producción abarcó más de cincuenta años, ha permitido formular un juicio bastante seguro sobre la evolución de su pensamiento. De las obras de juventud consagradas a las investigaciones morales (siguiendo el método socrático) o a la defensa de la memoria de Sócrates, pasó Platón a desarrollar sus ideas filosóficas y políticas en los diálogos constructivos o sistemáticos, y luego a revisar y completar sus propias teorías en las difíciles obras de su etapa final. El contenido de estos escritos es una especulación metafísica, pero con evidente orientación práctica. Dos son los temas permanentes que prevalecen sobre los demás. Por un lado, el conocimiento, esto es, el estudio de la naturaleza del conocimiento y de las condiciones que lo posibilitan. Y por otro, la moral, de fundamental importancia en la vida práctica y en la realización de la aspiración humana a la felicidad en una doble vertiente individual y colectiva, ética y política. Todo ello se resuelve en un verdadero sistema filosófico de gran alcance ético basado en la teoría de las Ideas. La teoría de las Ideas La doctrina de las Ideas se fundamenta en la asunción de que más allá del mundo de los objetos físicos existe lo que Platón llama el mundo inteligible (cósmos noetós). Tal mundo es un reino espiritual constituido por una

pluralidad de ideas, como la idea de Belleza o la de Justicia. Las ideas son perfectas, eternas e inmutables; son también inmateriales, simples e indivisibles. El mundo de las Ideas posee un orden jerárquico; la idea que se encuentra en el nivel más alto es la del Bien, que ilumina a todas las demás, comunicándoles su perfección y realidad. Le siguen en esta jerarquía (aunque Platón vacila a veces en su descripción) las ideas de Justicia, de Belleza, de Ser y de Uno. A continuación, las que expresan elementos polares, como Idéntico-Diverso o Movimiento-Reposo; luego las ideas de los Números o matemáticas, y finalmente las de los seres que integran el mundo material. El mundo de las Ideas, aprehensible sólo por la mente, es eterno e inmutable. Cada idea del mundo inteligible es el modelo de una categoría particular de cosas del mundo sensible (cósmos aiszetós), es decir, del universo o mundo material en que vivimos, constituido por una pluralidad de seres cuyas propiedades son opuestas a las de las Ideas: son cambiantes, imperfectas, perecederas. En el mundo inteligible residen las ideas de Piedra, Árbol, Color, Belleza o Justicia; y las cosas del mundo sensible son sólo imitación (mímesis) o participación (mézexis) de tales ideas, es decir, copias imperfectas de estas ideas perfectas.

El mito de la caverna

En su obra La República, Platón ilustró esta concepción con el célebre mito de la caverna. Imaginemos, dice Platón, una serie de hombres que desde su nacimiento se hallan encadenados en una cueva, y que desde pequeños nunca han visto nada más que las sombras, proyectadas por un fuego en una pared, de las estatuas y de los distintos objetos que llevan unos porteadores que pasan a sus espaldas. Para esos hombres encadenados, las sombras (los seres del mundo sensible) son la única realidad; pero, si los liberásemos, se darían

cuenta de que lo que creían real eran meras sombras de las cosas verdaderas (las Ideas del mundo inteligible). Sólo el mundo inteligible es el verdadero ser, la verdadera realidad; el mundo sensible es mera apariencia de ser. Dado que el mundo físico, que se percibe mediante los sentidos, está sometido a continuo cambio y degeneración, el conocimiento derivado de él es restringido e inconstante; es un mundo de apariencias que solamente puede engendrar opinión (doxa) mejor o peor fundamentada, pero siempre carente de valor. El verdadero conocimiento (epistéme) es el conocimiento de las Ideas. En este punto es patente la influencia de su admirado Parménides. En el Timeo, Platón explicó el origen del mundo sensible a través de la figura de un poderoso hacedor, el Demiurgo, una divinidad superior que, feliz en la perenne contemplación de las Ideas, quiso, por su misma bondad, difundir en lo posible el bien en la materia. El Demiurgo, disponiendo del espacio vacío y partiendo de la materia caótica y eterna, modeló poliedros regulares de los cuatros elementos (la tierra, el fuego, el aire y el agua, conforme a la formulación de Empédocles), y, combinándolos, formó los distintos seres del mundo sensible tomando las Ideas como modelos; tales seres, obviamente, no podían ser perfectos por las mismas limitaciones de la naturaleza de la materia. Hay que subrayar que el Demiurgo, partiendo de la materia, formó cosas materiales; el alma humana, que es inmaterial, no es obra suya. El alma Existe pues un mundo inteligible, el de las Ideas, que posibilita el conocimiento, y un mundo sensible, el nuestro. Esa misma dualidad se da en el ser humano. El hombre es un compuesto de dos realidades distintas unidas accidentalmente: el cuerpo mortal (relacionado con el mundo sensible) y el alma inmortal (perteneciente al mundo de las Ideas, que contempló antes de unirse al cuerpo). El cuerpo, formado con materia, es imperfecto y mutable; es, en definitiva, igual de despreciable que todo lo material. De hecho, la abismal diferencia entre el nulo valor del cuerpo y el altísimo del alma lleva a Platón a afirmar (en el Alcibíades) que "el hombre es su alma". Frente a la tosca materialidad del cuerpo, el alma es espiritual, simple e indivisible. Por ello mismo es eterna e inmortal, ya que la destrucción o la muerte de algo consiste en la separación de sus componentes. Las diversas funciones del alma confluyen en sus tres aspectos: el alma racional (lógos) se sitúa en el cerebro y dota al hombre de sus facultades intelectuales; del alma pasional o irascible(zimós), ubicada en el pecho, dependen las pasiones y sentimientos; y de la concupiscible (epizimía), en el vientre, proceden los bajos instintos y los deseos puramente animales.

Platón (óleo de José de Ribera, 1637)

Platón explicó el origen del alma mediante el mito del carro alado, que se encuentra en el Fedro. Las almas residen desde la eternidad en un lugar celeste, donde son felices contemplando las Ideas; marchan en procesión, cada una de ellas sobre un carro conducido por un auriga y tirado por dos caballos alados, uno blanco y otro negro. En un momento dado el caballo negro se desboca, el carro se sale del camino y el alma cae al mundo sensible. Es decir, las almas se encarnaron en cuerpos del mundo sensible por una falta de su aspecto concupiscible (el caballo negro; el blanco representa el pasional o irascible), que la razón (el auriga) no pudo evitar. El alma, pues, se halla encarnada en el cuerpo por una falta cometida; de ahí que el cuerpo sea como la cárcel del alma. La unión de alma y cuerpo es accidental (el lugar natural del alma es el mundo de las Ideas) e incómoda. El alma se ve obligada a regir el cuerpo como el jinete al caballo, o como el piloto a la nave. Sin embargo, su aspiración es liberarse del cuerpo, y para ello deberá aplicar sus esfuerzos a purificarse. Las almas que logren tal purificación regresarán al mundo de las Ideas tras la muerte del cuerpo; las que no, irán a la región infernal del Hades, donde, tras un período de tormentos (específicos para cada alma según las faltas cometidas), se les permitirá elegir un nuevo cuerpo en el que reencarnarse. Ética y política

El hombre sólo puede conseguir la felicidad mediante un ejercicio continuado de la virtud para perfeccionar y purificar el alma. "Purificarse -escribió en el Fedón- es separar al máximo el alma del cuerpo." Dominando las pasiones que la atan al cuerpo y al mundo sensible, el alma va desligándose de lo terrenal y acercándose al conocimiento racional, hasta que, inflamada en el amor a las Ideas, logra su completa purificación. Este amor a las Ideas es el sentido original del amor platónico, muy distinto del que le daría la tradición literaria posterior y del que tiene la expresión en nuestros días. Practicar la virtud significa, ante todo, practicar la virtud de la justicia (dikaiosíne), compendio armónico de las tres virtudes particulares que corresponden a los tres componentes del alma: la sabiduría (sofía) es la virtud propia de la razón; la fortaleza (andreía) de la voluntad ha de modular el alma pasional o irascible hacia los afectos nobles; y la templanza (sofrosíne) ha de imponerse sobre los apetitos del alma concupiscible. El hombre sabio será, para Platón, aquel que consiga vincularse a las ideas a través del conocimiento, acto intelectual (y no de los sentidos) por el cual el alma recuerda el mundo de las Ideas del cual procede. Sin embargo, la completa realización de este ideal humano sólo puede darse en la vida social de la comunidad política, donde el Estado da armonía y consistencia a las virtudes individuales. El Estado ideal de Platón sería una República formada por tres clases de ciudadanos (el pueblo, los guerreros y los filósofos), cada una con su misión específica y sus virtudes características, en correspondencia con los aspectos del alma humana: los filósofos serían los llamados a gobernar la comunidad, por poseer la virtud de la sabiduría; los guerreros velarían por el orden y la defensa, apoyándose en la virtud de la fortaleza; y el pueblo trabajaría en actividades productivas, cultivando la templanza. De este forma la virtud suprema, la justicia, podría llegar a caracterizar al conjunto de la sociedad. Las dos clases superiores vivirían en un régimen comunitario donde todo (bienes, hijos y mujeres) pertenecería al Estado, dejando para el pueblo llano instituciones como la familia y la propiedad privada; al carecer de ellas las clases dirigentes, se evitaría su corrupción, ya que no podrían ni necesitarían obtener riquezas, ni tendrían familiares a los que favorecer; tal esquema (y otros aspectos de sus concepciones) fue revisado en Las leyes, obra de vejez en la que desaparecen estas restricciones. El Estado se encargaría de la educación y de la selección de los individuos (en función de su capacidad y sus virtudes) para destinarlos a cada clase. La justicia se lograría colectivamente cuando cada individuo se integrase plenamente en su papel, subordinando sus intereses a los del Estado. Teorizó también sobre las distintas formas de gobierno, que según Platón se suceden en un orden cíclico en el que cada sistema es peor que el anterior. La monarquía o la aristocracia (gobierno de un solo hombre excepcionalmente

dotado o de una minoría sabia y virtuosa, que aspira solamente al bien común) es para el filósofo la mejor forma de gobierno. De la monarquía se pasa a la timocraciacuando el estamento militar, en lugar de proteger a la sociedad, usa la fuerza para obtener el poder. En la oligarquía, una minoría de ricos gobierna a un pueblo empobrecido. El descontento lleva a la democracia o gobierno del pueblo, de la que tiene Platón un pésimo concepto: se elige como gobernantes a los más ineptos y reina la anarquía. Finalmente, la tiranía, encabezada por un demagogo que suprime toda libertad, restaura el orden; es la peor de las formas de gobierno. Platón intentó plasmar en la práctica sus ideas filosóficas, aceptando acompañar a su discípulo Dión como preceptor y asesor del joven rey Dionisio II de Siracusa, hijo de aquel Dionisio I el Viejo al que ya había aconsejado en vano antes de fundar la Academia; con el hijo, el choque entre el pensamiento idealista del filósofo y la cruda realidad de la política hizo fracasar de nuevo el experimento por dos veces (367 y 361 a. C.). Su influencia Sin embargo, las ideas de Platón siguieron influyendo (por sí mismas o a través de su discípulo Aristóteles) sobre toda la historia posterior del mundo occidental: su concepción dualista del mundo y del ser humano (materiaespíritu, cuerpo-alma), la superioridad del conocimiento racional sobre el sensible o la división de la sociedad en tres órdenes funcionales serían ideas recurrentes del pensamiento europeo durante siglos. Al final de la Antigüedad, el platonismo se enriqueció con la obra de Plotino y la escuela neoplatónica (siglo III d. C.). El cristianismo, empezando por Agustín de Hipona (siglo IV), encontró en Platón muchos puntos afines (el desprecio del mundo terrenal, la primacía del alma) en que sustentar sus concepciones religiosas, y la teología cristiana fue básicamente agustiniana hasta que una profunda reelaboración de Santo Tomás de Aquino (siglo XIII) incorporó el pensamiento aristotélico. En los siglos XV y XVI, la admiración hacia la filosofía antigua que caracterizó al Renacimiento europeo llevó a un último resurgir del platonismo.

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RENÉ DESCARTES (La Haye, Francia, 1596 - Estocolmo, Suecia, 1650) Filósofo y matemático francés. Después del esplendor de la antigua filosofía griega y del apogeo y crisis de la escolástica en la Europa medieval, los nuevos aires del

Renacimiento y la revolución científica que lo acompañó darían lugar, en el siglo XVII, al nacimiento de la filosofía moderna.

René Descartes

El primero de los ismos filosóficos de la modernidad fue el racionalismo; Descartes, su iniciador, se propuso hacer tabla rasa de la tradición y construir un nuevo edificio sobre la base de la razón y con la eficaz metodología de las matemáticas. Su «duda metódica» no cuestionó a Dios, sino todo lo contrario; sin embargo, al igual que Galileo, hubo de sufrir la persecución a causa de sus ideas. Biografía René Descartes se educó en el colegio jesuita de La Flèche (1604-1612), por entonces uno de los más prestigiosos de Europa, donde gozó de un cierto trato de favor en atención a su delicada salud. Los estudios que en tal centro llevó a cabo tuvieron una importancia decisiva en su formación intelectual; conocida la turbulenta juventud de Descartes, sin duda en La Flèche debió cimentarse la base de su cultura. Las huellas de tal educación se manifiestan objetiva y acusadamente en toda la ideología filosófica del sabio. El programa de estudios propio de aquel colegio (según diversos testimonios, entre los que figura el del mismo Descartes) era muy variado: giraba esencialmente en torno a la tradicional enseñanza de las artes liberales, a la cual se añadían nociones de teología y ejercicios prácticos útiles para la vida de los futuros gentilhombres. Aun cuando el programa propiamente dicho debía de resultar más bien ligero y orientado en sentido esencialmente práctico (no se pretendía formar sabios, sino hombres preparados para las elevadas misiones políticas a que su rango les permitía aspirar), los alumnos más activos o curiosos podían completarlos por su cuenta mediante lecturas personales.

Años después, Descartes criticaría amargamente la educación recibida. Es perfectamente posible, sin embargo, que su descontento al respecto proceda no tanto de consideraciones filosóficas como de la natural reacción de un adolescente que durante tantos años estuvo sometido a una disciplina, y de la sensación de inutilidad de todo lo aprendido en relación con sus posibles ocupaciones futuras (burocracia o milicia). Tras su etapa en La Flèche, Descartes obtuvo el título de bachiller y de licenciado en derecho por la facultad de Poitiers (1616), y a los veintidós años partió hacia los Países Bajos, donde sirvió como soldado en el ejército de Mauricio de Nassau. En 1619 se enroló en las filas del Maximiliano I de Baviera. Según relataría el propio Descartes en el Discurso del Método, durante el crudo invierno de ese año se halló bloqueado en una localidad del Alto Danubio, posiblemente cerca de Ulm; allí permaneció encerrado al lado de una estufa y lejos de cualquier relación social, sin más compañía que la de sus pensamientos. En tal lugar, y tras una fuerte crisis de escepticismo, se le revelaron las bases sobre las cuales edificaría su sistema filosófico: el método matemático y el principio del cogito, ergo sum. Víctima de una febril excitación, durante la noche del 10 de noviembre de 1619 tuvo tres sueños, en cuyo transcurso intuyó su método y conoció su profunda vocación de consagrar su vida a la ciencia.

Supuesto retrato de Descartes

Tras renunciar a la vida militar, Descartes viajó por Alemania y los Países Bajos y regresó a Francia en 1622, para vender sus posesiones y asegurarse así una vida independiente; pasó una temporada en Italia (1623-1625) y se afincó luego en París, donde se relacionó con la mayoría de científicos de la época. En 1628 decidió instalarse en Holanda, país en el que las investigaciones científicas gozaban de gran consideración y, además, se veían favorecidas por

una relativa libertad de pensamiento. Descartes consideró que era el lugar más favorable para cumplir los objetivos filosóficos y científicos que se había fijado, y residió allí hasta 1649. Los cinco primeros años los dedicó principalmente a elaborar su propio sistema del mundo y su concepción del hombre y del cuerpo humano. En 1633 debía de tener ya muy avanzada la redacción de un amplio texto de metafísica y física titulado Tratado sobre la luz; sin embargo, la noticia de la condena de Galileo le asustó, puesto que también Descartes defendía en aquella obra el heliocentrismo de Copérnico, opinión que no creía censurable desde el punto de vista teológico. Como temía que tal texto pudiera contener teorías condenables, renunció a su publicación, que tendría lugar póstumamente. En 1637 apareció su famoso Discurso del método, presentado como prólogo a tres ensayos científicos. Por la audacia y novedad de los conceptos, la genialidad de los descubrimientos y el ímpetu de las ideas, el libro bastó para dar a su autor una inmediata y merecida fama, pero también por ello mismo provocó un diluvio de polémicas, que en adelante harían fatigosa y aun peligrosa su vida. Descartes proponía en el Discurso una duda metódica, que sometiese a juicio todos los conocimientos de la época, aunque, a diferencia de los escépticos, la suya era una duda orientada a la búsqueda de principios últimos sobre los cuales cimentar sólidamente el saber. Este principio lo halló en la existencia de la propia conciencia que duda, en su famosa formulación «pienso, luego existo». Sobre la base de esta primera evidencia pudo desandar en parte el camino de su escepticismo, hallando en Dios el garante último de la verdad de las evidencias de la razón, que se manifiestan como ideas «claras y distintas». El método cartesiano, que Descartes propuso para todas las ciencias y disciplinas, consiste en descomponer los problemas complejos en partes progresivamente más sencillas hasta hallar sus elementos básicos, las ideas simples, que se presentan a la razón de un modo evidente, y proceder a partir de ellas, por síntesis, a reconstruir todo el complejo, exigiendo a cada nueva relación establecida entre ideas simples la misma evidencia de éstas. Los ensayos científicos que seguían al Discurso ofrecían un compendio de sus teorías físicas, entre las que destaca su formulación de la ley de inercia y una especificación de su método para las matemáticas. Los fundamentos de su física mecanicista, que hacía de la extensión la principal propiedad de los cuerpos materiales, fueron expuestos por Descartes en las Meditaciones metafísicas (1641), donde desarrolló su demostración de la existencia y la perfección de Dios y de la inmortalidad del alma, ya apuntada en la cuarta parte del Discurso del método. El mecanicismo radical de las teorías físicas de Descartes, sin embargo, determinó que fuesen superadas más adelante. Conforme crecía su fama y la divulgación de su filosofía, arreciaron las críticas y las amenazas de persecución religiosa por parte de algunas autoridades

académicas y eclesiásticas, tanto en los Países Bajos como en Francia. Nacidas en medio de discusiones, las Meditaciones metafísicas habían de valerle diversas acusaciones promovidas por los teólogos; algo por el estilo aconteció durante la redacción y al publicar otras obras suyas, como Los principios de la filosofía (1644) y Las pasiones del alma (1649).

Descartes con la reina Cristina de Suecia

Cansado de estas luchas, en 1649 Descartes aceptó la invitación de la reina Cristina de Suecia, que le exhortaba a trasladarse a Estocolmo como preceptor suyo de filosofía. Previamente habían mantenido una intensa correspondencia, y, a pesar de las satisfacciones intelectuales que le proporcionaba Cristina, Descartes no fue feliz en "el país de los osos, donde los pensamientos de los hombres parecen, como el agua, metamorfosearse en hielo". Estaba acostumbrado a las comodidades y no le era fácil levantarse cada día a las cuatro de la mañana, en plena oscuridad y con el frío invernal royéndole los huesos, para adoctrinar a una reina que no disponía de más tiempo libre debido a sus obligaciones. Los espartanos madrugones y el frío pudieron más que el filósofo, que murió de una pulmonía a principios de 1650, cinco meses después de su llegada. La filosofía de Descartes Descartes es considerado como el iniciador de la filosofía racionalista moderna por su planteamiento y resolución del problema de hallar un fundamento del conocimiento que garantice su certeza, y como el filósofo que supone el punto de ruptura definitivo con la escolástica. En el Discurso del método (1637), Descartes manifestó que su proyecto de elaborar una doctrina basada en principios totalmente nuevos procedía del desencanto ante las enseñanzas filosóficas que había recibido. Convencido de que la realidad entera respondía a un orden racional, su propósito era crear un método que hiciera posible alcanzar en todo el ámbito del conocimiento la misma certidumbre que proporcionan en su campo la

aritmética y la geometría. Su método, expuesto en el Discurso, se compone de cuatro preceptos o procedimientos: no aceptar como verdadero nada de lo que no se tenga absoluta certeza de que lo es; descomponer cada problema en sus partes mínimas; ir de lo más comprensible a lo más complejo; y, por último, revisar por completo el proceso para tener la seguridad de que no hay ninguna omisión.

René Descartes

El sistema utilizado por Descartes para cumplir el primer precepto y alcanzar la certeza es «la duda metódica». Siguiendo este sistema, Descartes pone en tela de juicio todos sus conocimientos adquiridos o heredados, el testimonio de los sentidos e incluso su propia existencia y la del mundo. Ahora bien, en toda duda hay algo de lo que no podemos dudar: de la misma duda. Dicho de otro modo, no podemos dudar de que estamos dudando. Llegamos así a una primera certeza absoluta y evidente que podemos aceptar como verdadera: dudamos. Pienso, luego existo La duda, razona entonces Descartes, es un pensamiento: dudar es pensar. Ahora bien, no es posible pensar sin existir. La suspensión de cualquier verdad concreta, la misma duda, es un acto de pensamiento que implica inmediatamente la existencia del "yo" pensante. De ahí su célebre formulación: pienso, luego existo (cogito, ergo sum). Por lo tanto, podemos estar firmemente seguros de nuestro pensamiento y de nuestra existencia. Existimos y somos una sustancia pensante, espiritual. A partir de ello elabora Descartes toda su filosofía. Dado que no puede confiar en las cosas, cuya existencia aún no ha podido demostrar, Descartes intenta partir del pensamiento, cuya existencia ya ha sido demostrada. Aunque pueda referirse al exterior, el pensamiento no se compone de cosas, sino de ideas

sobre las cosas. La cuestión que se plantea es la de si hay en nuestro pensamiento alguna idea o representación que podamos percibir con la misma «claridad» y «distinción» (los dos criterios cartesianos de certeza) con la que nos percibimos como sujetos pensantes. Clases de ideas Descartes pasa entonces a revisar todos los conocimientos que previamente había descartado al comienzo de su búsqueda. Y al reconsiderarlos observa que las representaciones de nuestro pensamiento son de tres clases: ideas «innatas», como las de belleza o justicia; ideas «adventicias», que proceden de las cosas exteriores, como las de estrella o caballo; e ideas « ficticias», que son meras creaciones de nuestra fantasía, como por ejemplo los monstruos de la mitología.

René Descartes

Las ideas «ficticias», mera suma o combinación de otras ideas, no pueden obviamente servir de asidero. Y respecto a las ideas «adventicias», originadas por nuestra experiencia de las cosas exteriores, es preciso obrar con cautela, ya que no estamos seguros de que las cosas exteriores existan. Podría ocurrir, dice Descartes, que los conocimientos «adventicios», que consideramos correspondientes a impresiones de cosas que realmente existen fuera de nosotros, hubieran sido provocados por un «genio maligno» que quisiera engañarnos. O que lo que nos parece la realidad no sea más que una ilusión, un sueño del que no hemos despertado. Del Yo a Dios Pero al examinar las ideas «innatas», sin correlato exterior sensible, encontramos en nosotros una idea muy singular, porque está completamente alejada de lo que somos: la idea de Dios, de un ser supremo infinito, eterno,

inmutable, perfecto. Los seres humanos, finitos e imperfectos, pueden formar ideas como la de "triángulo" o "justicia". Pero la idea de un Dios infinito y perfecto no puede nacer de un individuo finito e imperfecto: necesariamente ha sido colocada en la mente de los hombres por la misma Providencia. Por consiguiente, Dios existe; y siendo como es un ser perfectísimo, no puede engañarse ni engañarnos, ni permitir la existencia de un «genio maligno» que nos engañe, haciéndonos creer que es real un mundo que no existe. El mundo, por lo tanto, también existe. La existencia de Dios garantiza así la posibilidad de un conocimiento verdadero. Esta demostración de la existencia de Dios constituye una variante del argumento ontológico empleado ya en el siglo XII por San Anselmo de Canterbury, y fue duramente atacada por los adversarios de Descartes, que lo acusaron de caer en un círculo vicioso: para demostrar la existencia de Dios y así garantizar el conocimiento del mundo exterior se utilizan los criterios de claridad y distinción, pero la fiabilidad de tales criterios se justifica a su vez por la existencia de Dios. Tal crítica apunta no sólo a la validez o invalidez del argumento, sino también al hecho de que Descartes no parece aplicar en este punto su propia metodología. Res cogitans y res extensa Admitida la existencia del mundo exterior, Descartes pasa a examinar cuál es la esencia de los seres. Introduce aquí su concepto de sustancia, que define como aquello que «existe de tal modo que sólo necesita de sí mismo para existir». Las sustancias se manifiestan a través de sus modos y atributos. Los atributos son propiedades o cualidades esenciales que revelan la determinación de la sustancia, es decir, son aquellas propiedades sin las cuales una sustancia dejaría de ser tal sustancia. Los modos, en cambio, no son propiedades o cualidades esenciales, sino meramente accidentales.

René Descartes

El atributo de los cuerpos es la extensión (un cuerpo no puede carecer de extensión; si carece de ella no es un cuerpo), y todas las demás determinaciones (color, forma, posición, movimiento) son solamente modos. Y el atributo del espíritu es el pensamiento, pues el espíritu «piensa siempre». Existe, por lo tanto, una sustancia pensante (res cogitans), carente de extensión y cuyo atributo es el pensamiento, y una sustancia que compone los cuerpos físicos (res extensa), cuyo atributo es la extensión, o, si se prefiere, la tridimensionalidad, cuantitativamente mesurable en un espacio de tres dimensiones. Ambas son irreductibles entre sí y totalmente separadas. Es lo que se denomina el «dualismo» cartesiano. En la medida en que la sustancia de la materia y de los cuerpos es la extensión, y en que ésta es observable y mesurable, ha de ser posible explicar sus movimientos y cambios mediante leyes matemáticas. Ello conduce a la visión mecanicista de la naturaleza: el universo es como una enorme máquina cuyo funcionamiento podremos llegar a conocer mediante el estudio y descubrimiento de las leyes matemáticas que lo rigen. La comunicación de las sustancias La separación radical entre materia y espíritu es aplicada rigurosamente, en principio, a todos los seres. Así, los animales no son más que máquinas muy complejas. Sin embargo, Descartes hace una excepción cuando se trata del hombre. Dado que está compuesto de cuerpo y alma, y siendo el cuerpo material y extenso (res extensa), y el alma espiritual y pensante (res cogitans), debería haber entre ellos una absoluta incomunicación. No obstante, en el sistema cartesiano esto no ocurre, sino que el alma y el cuerpo se comunican entre sí, no al modo clásico, sino de una manera singular. El alma está asentada en la glándula pineal, situada en el encéfalo, y desde allí rige al cuerpo como «el nauta rige la nave», por medio de los espíritus animales, sustancias intermedias entre espíritu y cuerpo a manera de finísimas partículas de sangre, que transmiten al cuerpo las órdenes del alma. La solución de Descartes no resultó satisfactoria, y el llamado problema de la comunicación de las sustancias sería largamente discutido por los filósofos posteriores. Su influencia Tanto por no haber definido satisfactoriamente la noción de sustancia como por el franco dualismo establecido entre las dos sustancias, Descartes planteó los problemas fundamentales de la filosofía especulativa europea del siglo XVII. Entendido como sistema estricto y cerrado, el cartesianismo no tuvo excesivos seguidores y perdió su vigencia en pocas décadas. Sin embargo, la filosofía cartesiana se convirtió en punto de referencia para gran número de pensadores, unas veces para intentar resolver las contradicciones que encerraba, como hicieron los pensadores racionalistas, y otras para rebatirla frontalmente, como los empiristas.

Así, Nicolás Malebranche intentó, con su doctrina ocasionalista, conciliar el cartesianismo con la filosofía de San Agustín. El filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz y el holandés Baruch Spinoza establecieron formas de paralelismo psicofísico para explicar la comunicación entre cuerpo y alma. Spinoza, de hecho, fue aún más lejos, y afirmó que existía una sola sustancia, que englobaba en sí el orden de las cosas y el de las ideas, y de la que la res cogitans y la res extensa no eran sino atributos, con lo que se llegaba al panteísmo. Desde un punto de vista completamente opuesto, los empiristas británicos Thomas Hobbes, John Locke y David Hume negaron que la idea de una sustancia espiritual fuera demostrable; afirmaron que no existían ideas innatas y que la filosofía debía reducirse al terreno de lo conocido por la experiencia. La concepción cartesiana de un universo mecanicista, en fin, influyó decisivamente en la génesis de la física clásica, cuyo hito fundacional sería la publicación de los Principios matemáticos de la filosofía natural (1687), obra en que Newton estableció los tres principios fundamentales de la dinámica, también llamados leyes de Newton. No resulta exagerado afirmar, en suma, que si bien Descartes no llegó a resolver muchos de los problemas que planteó, tales problemas se convirtieron en cuestiones centrales de la filosofía occidental. En este sentido, la filosofía moderna (racionalismo, empirismo, idealismo, materialismo, fenomenología) puede considerarse como un desarrollo o una reacción al cartesianismo.

EDITH LAGOS

La joven Edith Lagos, presentada por la policía a la prensa, tras uno de sus arrestos.

En una reciente entrevista para LaMula.pe, Willems cuenta que como tantos otros jóvenes europeos de los años 60, él y su compañera Lieve Delanoy, llegaron a nuestro país convencidos "que el hombre nuevo del que hablaba el Che Guevara lo iban a encontrar en Latinoamérica". Las más de tres décadas de vida en las serranías de Lima, Ayacucho y Apurímac que siguieron a esa decisión, son materia de las anécdotas y estampas que componen su libro. Uno de estos relatos llama especialmente la atención, pues se trata de una nueva versión de de la muerte de un personaje icónico: Edith Lagos, la joven ayacuchana protagonista de los años aurorales de la guerra que Sendero Luminoso declaró al estado peruano. Su multitudinario entierro en Huamanga la convirtió en mito, y como todo mito, en algo difícil de rememorar sin entrar al fango de la polémica. Poco es lo que se sabe con exactitud de las circunstancias de su muerte, ocurrida poco después de su espectacular fuga de la cárcel de Huamanga. "Fue abatida en un confuso tiroteo con un grupo de policías en Umaca. Según versiones de la prensa, un hombre que la acompañaba huyó cuando a su vez los policías se retiraron a buscar apoyo a Andahuaylas", señala el historiador Ricardo Caro en su estudio sobre la construcción de la imagen de Lagos. Bajo el título "Hierba silvestre", Willems propone su mirada personal, y su participación en los hechos que conducirían a ese "confuso tiroteo" en el que muere Edith, a los 19 años apenas. "Las personas aquí mencionadas son reales y ficticias, porque han existido y existen en mi vida con otros nombres -nos recuerda el autor- A todas les debo gratitud por las lecciones aprendidas, y porque también, como yo, fueron y son víctimas de sus propios engaños".

Mark Willems en la nota introductoria a su libro "La patria del alma" (Ríos Profundos Editores, 2014). "De más está decir que todo lo narrado en estas páginas es verídico, incluso la ficción",

HIERBA SILVESTRE Escribe: Mark Willems (...) Mark conducía, un auto bonito, Nissan Patrol, en aquellos años el todoterrenomás moderno de la provincia. Lógico, ¿cuándo las ONG tienen algo en común y corriente, 4x4? No lo había comprado y no le servía mucho. Un carro en la sierra debe ser como una mula, donde uno pueda transportar cosas, llevar gente en la tolva, y no una camioneta cerrada. Parecía más un carro de un pichikatero que de una ONG. - Cuidado ingeniero. ¡Frena! - gritó Feliciano, pálido, con la carar aterrorizada. - Tranquilo compadre, ya les he visto- dijo Mark. Freno en seco, aparentemente calmado. La procesión iba por dentro. Miraba a los quince encapuchados armados que estaban en la trocha, justo antes de una curva cerrada y un badén natural, donde corría un riachuelo.

- ¡Bajen del auto, c... de su madre!- gritó una chata que parecía dirigir el grupo. Todos tenían medio rostro cubierto con una capucha de tela roja, con la hoz y el martillo amarillos en la frente. - ¡Gringo! ¿Qué haces por acá? Seguro agente de la CIA eres- proseguía la chata. Los demás, calladitos les apuntaban con sus armas. Armas cortas, unos máuser viejos. Y tres de ellos portaban metrallas cortas, Star, como las que manejaban los policías en la provincia. Por lo grotesco del calificativo, "agente de la CIA", Mark perdió su temor. Se daba cuenta de que ya no era dueño de su vida, y que dependía de la voluntad de la chata, pero a la vez le calmaba pensar que él no era quien ella creía. Y esto le ayudó. Tener miedo nunca te sirve, un poquito sí, para no hacer tonterías, pero Mark ni siquiera tenía eso. - ¡Dame las llaves gringo de m...! Y vamos adentro de la casa. Un compañero alto, que andaba al costado de la chata, recibió las llaves riendo y les acompañó adentro. Una casa, campesina como todas. Una campesina cocinando sobre un fuego en el piso y una mesa rústica de madera de eucalipto en un rincón. Mark y Feliciano se sentaron allí. La chata cambió de humor, les invitó a comer. Los compañeros habían comido ya. La campesina trajo dos platos, un poco de papa sancochhada y lentejas, con su mote. - No te preocupes gringo, no te vamos a hacer nada. Hemos venido para ajustar a un tinterillo, abusivo de la gente, el profesor Domínguez. Podrás ir mañana a tu casa, con tu mujer y tus hijos, cuando hayamos cumplido nuestra tarea- dijo, y Mark no pudo reprimir su sorpresa. - ¿Cómo sé que tienes familia, gringo? El partido tiene mil ojos y mil oídos. ¿Cómo te llamas, qala? ¿Imata sutiyki?- le interrogaba la chata, riendo. - Mark, compañera-, contestó el gringo, la boca llena de lentejas que le shabía servido la campesina, una mujer de edad. Seguramente, la madre del profesor. - Te vas mañana,a ver a tu familia. Los comuneros van a darte de comer algo esta noche. Y no te preocupes, no es a ti al que buscamos.

EL LIBRO DE WILLEMS

Mark conocía al profesor. Conocía el pueblo donde enseñaba, La Cabaña, comunidad chiquita a la espalda de Occobamba, mirando hacia la Oreja de Perro, en Ayacucho. Y sabía que no iba a venir ahora mismo, recién era jueves y le tocaba todavía un día de clase mañana. Y el prfesor Domínguez no era de los profesores del campo que llegaban el martes y se iban el jueves, no por ser buen profesor, sino porque vivía en La Cabaña como un rey. Como un pequeño gamonal. Tenía todo lo que necesitaba a su disposición, hasta mujer de turno, alumnas que por coincidencia le traían huevos o papas en la noche, cerveza boliviana en latas, galletas. Y aquella única vez que se vieron, se jactaba ante Mark de ser muy buen conocido de los compañeros, que tomaban trago con él en las noches o jugaban ajedrez. Él no tenía miedo de ellos. - Gringo, ven. Explícanos los cambios de tu carro, cómo funciona la doble- ordenó amistosa la chata a Mark. Los compañeros iban en dirección contraria, hacia Occobamba, y habían logrado poner el auto en ese rumbo. La chata y el muchacho alto, que parecía su enamorado por el trato confianzudo que ella le daba, muy

distinto a la jerarquía mantenida con los otros, querían ir a pasear a solas en el carro.

*** La beata Santa Rosa de Lima es la patrona de la Guardia Civil, y días antes tuvo su fiesta. Todas las comisarías en los pueblos tienen una pequeña estatua de Santa Rosa en el patio, donde devotamente los policías se persignan cada día. Y el día de su fiesta, después de la misa en el templo de San pedro, a donde acudieron los efectivos en uniforme de gala, sus damas y amantes con su mejor ropa. Y luego del almuerzo de camaradería, los que no estaban borrachos se alistaron para jugar una pichanga, en la misma comisaría. Pero les faltaba un jugador, debía haber dos equipos de seis. ¿Qué hacer? No había problema, buscaron a Juan Chocce de la comunidad de Occobamba, para que participe. Juan estaba en la cárcel, al costado de la comisaría, por rompe. Pero jugaba bien al fútbol, así que le dieron libertad provisional. Después de jugar unos cuatro partidos se pusieron a tomar. Las cervezas circulaban de dos en dos, e invitaron también a Juan a celebrar. La verdad, estaban tan alegres y borrachos, que ni siquiera se acordaron de Juan. Y Juan aprovechó para escapar, después de agradecer a Santa Rosa, y no se detuvo hasta llegar a su pueblo. Dos días después, una patrulla de cinco policías, bien armados con sus FAL, metralleta belga de largo alcance, se movilizaba a Occobamba para buscar al futbolista pófugo. A las cuatro de la tarde, regresaban por el camino angosto hacia Andahuaylas, sin el preso. Vestidos como campesinos con poncho y sombrero, los policías viajaban en la tolva de la camioneta, y casi saliendo del pueblo de Umaca, se encontraron con otro carro. No había pase, alguien debía ceder, dar paso, como es costumbre. En el otro carro había dos jóvenes, con capucha roja. Mark y Feliciano seguían en la casa, custodiados por unos tres muchachos. El resto de compañeros seguramente vigilaba el camino por donde sus líderes partieron, de paseo con el carro bonito de la ONG. De pronto, estalló la balacera. Asustados, arrojaron sus capuchas al piso, dejaron sus libros de estudios en el suelo y gritaron al unísomo: - ¡Salgamos de aquí! ¡No son de nosotros!

Mark y Feliciano se vieron obligados a salir corriendo de la casa, como todos, por la parte de atrás. Cerro arriba, vieron pasar a toda velocidad los dos carros y escucharon las ráfagas de las balas estallando contra la roca del badén. Y después, silencio. Los compañeros habían escapado, y Mark y Feliciano, sentados en el cerro, no sabían qué hacer.

*** Tomás apareció en la casa, con una moto que hacía bulla por dos. Tomás siempre iba a visitar a la familia, pero esta vez se portaba extraño, distinto, como queriendo y no queriendo decir algo. - Pero -preguntó Lieve- ¿qué te pasa Tomás? ¿Algo ocurre con tu señora, con tus hijos? - No, nada, olvídate. - No te creo. Nunca te he visto así, te conozco. Las mujeres presentimos cuando hay algo, y a ti te pasa algo- insistió Lieve. - Está bien, te diré. El auto de Marcos está donde la policía, con las lunas rotas, y no quieren decir dónde está tu esposo. Lieve se puso pálida, pero como era una mujer de armas tomar, mandó a sus hijos mayores a cuidar la casa. Y con el pretexto de que había algo que hacer en Andahuaylas, montó en la moto de Tomás. - ¡Vamos a la comisaría! ¡Quiero saber qué pasa!- reclamó Lieve, vehemente- ¡Apúrate Tomás! Lieve era temeraria, pero no le gustaban las aventuras sobre ruedas, prefería caminar, pero esta vez no lo pensó dos veces, porque quería llegar lo más rápido posible. Ni cuenta se dió que los ocho kilómetros para llegar a la comisaría pasaron como un suspiro, tanto pensaba en su compañero y en qué sería de su vida si algo desagradable le hubiera pasado. Llegaron, saltó del motor y se acercó hasta la puerta de la comisaría. Un policía le cerró el paso. - Tu marido es flaco y alto, ¿no?- dijo. Como únicos gringos en el pueblo, eran bien conocidos. - Sí, ¿le pasó algo? - Está muerto.

***

Mark y Feliciano estaban esperando, sin saber qué hacer, y un poco aterrorizados. Dudaban si debían regresar a pie, porque los tucos le habían advertido que no podían salir. ¿Qué hacer? De pronto vieron a unos comuneros con sus acémilas, tomando un camino hacia la ciudad. Al instante, decidieron seguirles. Después de caminar cinco horas, Mark encontró a su compañera, abrazada a sus tres hijos, llorando. Lágrimas que se convirtieron en alegría por la resurrección del muerto. Al dia siguiente le tomaron preso, y dos días más tarde escapó con toda su familia hacia Cusco y Lima, subiendo a las cuatro de la mañana en un carro contratado. Una amiga, casada con un policía, les avisó que tenían preparada una celada para hacerle daño. Y así se concretizó una etapa más en el engaño, con la idea de que eran terroristas. En un breve lapso Mark pasó de ingeniero a agente de la CIA, terruco, preso, refugiado. La marca de ser un terrorista les iba a perseguir años, como un estigma. Cada cierto tiempo aparecían acusaciones, y hasta juicios y amenazas vía internet. Mark vivía a salto de mata. ¿O era eso lo que buscaba? Porque no dejó de buscar situaciones complicadas. Se metió en política, asumió la defensa de los derechos humanos, siguió trabajando en zonas de emergencia. Y Lieve también, trabajaron en teatro alternativo. desafiaban paros armados yendo a trabajar, organizaron y ayudaron en los procesos de retorno. No era raro entonces que las sospechas continuaran. ¿Y qué pasó con el profesor? Lo mataron meses después, tras torturarlo bien feo. ¿Y qué fue de los jóvenes que parecían enamorados, el encapuchado alto y la chata? Ella salió del auto, pereciendo acribillada en el acto. Su nombre de guerra era Lidia. El alto, Javier, que parecía cubano, escapó. Meses después murió en Kishuara, tratando de volar el puente Pachachaca. A la camarada Lidia la trasladaron al hospital de Andahuaylas. Se rumoreó que luego de la autopsia, la ropa interior de la muerta se convirtió en un trofeo. No hubo reposo para su cadáver. La enterraron tres veces. Primero, en una fosa común. Luego en un nicho, pagado por las monjas de Andahuaylas. Y la tercera vez, convertida en leyenda, Edith Lagos fue sepultada en Ayacucho, con la presencia de más de diez mil personas y con una misa en la catedral, adelantada por el obispo de Huamanga.

Multitudinario entierro de Edith Lagos, 1982 [Foto de Carlos Domínguez]

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