La Ciudad Remordida

  • Uploaded by: Rafael Carreón
  • 0
  • 0
  • March 2021
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View La Ciudad Remordida as PDF for free.

More details

  • Words: 58,398
  • Pages: 256
Loading documents preview...
ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 1

9 : 4 5 P. M .

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 2

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 3

· Ediciones ElCobre

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 4

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 5

MALABO BLUES LA CIUDAD REMORDIDA César A. Mba Abogo

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 6

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Primera edición: septiembre de 2010 © César Mbah Abogo, 2010 © de la ilustración de cubierta: xxxxx © de esta edición: Grup Editorial 62, S.L.U., El Aleph Editores Peu de la Creu, 4, 08001 Barcelona [email protected] w w w. g r u p 6 2 . c o m Fotocompuesto en TGA Impreso en Bookprint Depósito legal: B-xxxx-2010 ISBN: 978-84-7669-xxxx Edición realizada con la colaboración de los Centros Culturales Españoles de Malabo y de Bata en Guinea Ecuatorial. Dirección de Relaciones Culturales y Científicas de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID).

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 7

MALABO BLUES LA CIUDAD REMORDIDA César A. Mba Abogo

El Aleph Editores ElCobre

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 8

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 9

Índice

Prólogo: El Aleph en Malabo: snapshots Dra. Lola Aponte

11

Nota preliminar

17

La ciudad remordida

19

Testamentos traicionados

73

Estambres de las noches de Malabo

89

Asombro por Sony Labou Tansi

101

Cuentos del caballo y su viva entraña

125

Viaje al país de mis consolaciones

173

Malabo blues

211

Epílogo: Las sobras del festín de Esopo Dulcinea Tomas Camara

251

9

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 10

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 11

El aleph en Malabo: snapshots Dra. Lola Aponte

1. Frente a la zarza ardiente conviene descalzarse Ahora que sabemos que es de Malabo, ciudad de la que habla, con prodigiosa precisión, el oscuro Heráclito; ahora que partimos de la integridad de hechos cuya summa es la imposibilidad del retorno; ahora que desde calderillas cósmicas recibimos las fotos de Malabo, que nos confirman que es un conjunto de ciudades de geografía vertical hilvanadas desde la tinta, y que el minotauro sonriente y algo bebido le ronda adentro; ahora que la certeza se acompaña de fotos fidedignas de un cisne justo en medio de vendedoras de plátanos del mercado Semu, con Baudelaire profiriendo: «la forme d’une ville / Change plus vite, hélas! que le coeur d’un mortel»; ahora, justo ahora, abrimos este libro. Ahora que sabemos que Malabo es una sirena que agoniza, y que es también el hermano de Bioko, pronto a presentar resistencia, y que quizás sea una ciudad pequeña, de calles rectas trazadas en cuadratura, sin árboles, pero que es, sobre todo, el lugar del crimen fundacional —la escritura—, en manos de César Mba: una metáfora muchas veces reescrita, una esperanza insobornable, una utopía de tinta, ahora abrimos este libro. 11

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 12

Malabo blues. La ciudad remordida

Ahora que sabemos que fue el fantasma Bolaño quien le texteó a César Mba desde su móvil el mensaje dudosamente consolador: «Un poeta lo puede soportar todo. Lo que equivale a decir que un hombre lo puede soportar todo pero no es verdad: son pocas las cosas que un hombre puede soportar. Soportar de verdad. Un poeta, en cambio, lo puede soportar todo. Con esta convicción crecimos. El primer enunciado es cierto, pero conduce a la ruina, a la locura, a la muerte;» y que no otro sino Kafka le escribió cartas a su Milena, encandilado en Bahia Sound al contemplar a una mujer encaminarse por una calle a oscuras; ahora que sabemos que apartarse de esta ciudad produce el mortal mal de amores y regresar la no menos fatal dolencia de marasmos, abrimos este libro.

2. Escritura que gestiona empieces Desde la tinta, mirar la calle. Desde la tradición de libros vivos, apuntar hacia una semiótica de resignificación, de territorialización, ordenamiento de significados y agenciamientos. Pensar la ciudad como un territorio construido en planos superpuestos en que la ciudad interna —la letrada— coexiste en geometrías de la itinerancia y el nomadismo deleuzianos con la ciudad factual de bares, chabolas, mercados, suntuosos palacetes, charcos y gentes. Desde la historia, sin su aura, la ciudad para Mba es recontar las fuerzas que gravitan en las márgenes del centro (¿Delfos?, ¿La Habana Vieja?, ¿el hospital de Malabo y la tía sonriente?). Dar cuenta imprecisa del conjunto de habitantes 12

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 13

El aleph en Malabo: snapshots

de la memoria y desde allí reconstruir sus carnosidades. La ciudad política, económica, las ciudades sociales, intrafamiliares, la ciudad del rebusque, la que converge en la subterraneidad utópica, la que Mba transita en sueños, la que niega despierto, la que construye a través de las palabras que espigó leyendo. Estamos ante un discurso tridimensional. La cartografía guineoecuatoriana la recorren los personajes a lo largo de la narrativa con constantes cambios de calles, habitáculos provisionales que construyen un relato siempre en ebullición. Allí las secuencias de gestualidad se desfragmentan en un crucigrama de texturas que exhibe la simbología de múltiples transversales que forman un relato-sin-normas. Discurso paradójicamente trabajado en una secuencia textual limpia, simétrica y de relativo orden temporal. Dos maneras, pues, de asediar la escritura: la erudición borgiana y la desmesura del relato ¿autobigráfico?, en que une la interacción simbólica y la exactitud de los recursos técnicos para proponer un nuevo orden discursivo como expresión de una ciudad en la que las ruinas del futuro pululan junto a las utopías del pasado.

3. Osmosis del borde En ciudades (re)mordidas podríamos pensar un límite difuso, un «margen» en el cual se escrituran prácticas y conflictos, margen aquí no es sinónimo de vacuum, es un plenumm. En este locus narrativo se yuxtaponen, colisionan y se fusionan distintos movimientos, unos que ingresan en la geometría cerrada, distribuyéndose 13

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 14

Malabo blues. La ciudad remordida

en lugares donde el movimiento es lineal, itinerante, personajes que se recuperan como si fueran edificios inamovibles. Otros que van de la curva al torbellino en espacios abiertos que son usados sin medirse. Los primeros son de una cualidad topológica: aquello que se ocupa temporalmente. Los transeúntes. Las putas. Los recién llegados. Los por desterrarse. El nómada por excelencia: el poeta sin ruta. Esta escritura, este margen, este espacio en blanco donde se silencian claves y se sustituyen por referencias multidireccionales se llama ciudad en este texto de Mba. Ciudad es este orden de ideas en que el escritor/nómada de culturas letradas se desplaza en un espacio abstinente sin poseerlo, aparece aquí y allá siguiendo su opíparo recuadro referencial. Aquí, en este texto, habitan el itinerante, el sedentario y el nómada en personalidades sobrepuestas. Todas voces escriturales visitadas por Mba, aleph de convocatorias inagotables. Así el narrador es un transmigrado/transeúnte que se ensaya como una especie de residente ilegal que conoce su ruta transfronteriza apegado a su itinerario escrupuloso, una flecha en línea recta. Y, sin oposición paradójica, es una voz sedentaria que se distribuye en un espacio, lo geometriza, lo habita desde ángulos imposibles. En ese vórtice que se multiplica infinito en todo el texto, la voz escritural es a la par, en una misma frase, un nómada estrafalario e inconveniente que une todos los mundos letrados posibles, que reclama todas las tradiciones de voz, que desfronteriza pertenencias y legitimidades, y un ciudadano que busca simplemente recuperar sus claves personales. Esta ciudad que vive su centésimo primer año de soledad. 14

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 15

El aleph en Malabo: snapshots

Una y otra vez se reclaman hallazgos que cruzaron sedientos por Tomás Moro, Nicolás de San Luis, Italo Calvino, Mandeville y Mba: civitas urbis, antípodas, la más variopinta criptozoología de lo humano, cuyo cuerpo espejea y se multiplica, al llamarse ciudad en su maravilla y su horror, en su promesa en la letra inagotable. Mba, en sus ciudades (re)mordidas, vectoriza los significados gracias a la acuciosidad con la que el autor se dedica a construir un yo escritural. Es el escritor quien rastrea en sus zonas más íntimas e «ingenuas» mientras recupera «un país inclasificable, de cerca y de lejos», hasta convertirlo en atributo de su imaginación. El resultado: un paisaje puntual y enrarecido, que nos permite avistar, como lectores, la descolocada veracidad de la letra.

15

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 16

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 17

Nota preliminar

El ritmo de este libro emana del reino interior de la persona que lo ha escrito, los textos son mecanismos verbales y artilugios gestuales de correspondencia con el espacio y el tiempo que habito, que me habitan. Lejos de organizar o representar la realidad, lo que me ha impulsado a escribir este libro es la confianza en los poderes curativos de la literatura, la fe (ciega) en las magias y los ritos del amor a la palabra. El protocolo me obliga a susurrar a los que buscan homologaciones y analogías con la «realidad» que cualquier coincidencia entre las situaciones y los personajes de este libro con la «vida real» es simple e involuntaria coincidencia; y también que las ideas, sentimientos y acciones aquí exhibidos no son un catálogo de las emociones del autor o un catastro de sus vivencias. En todo caso, más allá de protocolos y refrigerios, a los lectores de este libro quisiera decirles dos cosas. La primera, que el significado de un libro no está en el aquí y el ahora sino en su porvenir y en su pasado. La segunda, que el libro es el lugar para aprender que Ser no necesita lugar. Con eso creo que está todo dicho. Son muchos los afectos que han hecho posible este libro, desgraciadamente necesito mil y una noches para nombrarlos a todos. Allá van unos cuantos nom17

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 18

Malabo blues. La ciudad remordida

bres: Omar Varona (el Negro Fino, hijo de Sango), Lola Aponte (fabricante de libros, Hija de Elegua), Miriam Tey (2003-2010), Jorge Salvo (El plantador de algas), Erick Chehoski (el Ser y el Tiempo), Landry Wilfrid Miampika (el tiempo es fluidez), Dulcinea Tomas (una habitación para sentir en voz alta), Quiqui Rancy (jugador de rayuela), Gilbert Ndunga (TalaTala), Gabriel Amdur (niño de Nkisi), Fernando Sánchez Dragó («La Noche Blanca»), Carlos Contreras (el cayuquero de Carboneras), Marta Sofía López (hija de Safo, amazona de Benin), Eloisa Vaello (Ilustrísima), Alfonso Carnicero (el lector de Colwata), Francisca Tatchoup (la prusiana de Basakato), Jeremías Ncoa (Buda en Florida Beach), Enrique Saucedo (un mejicano perdido en Méjico), Scotti Seriche Ondo Angue (paciente de Dr. Felicidad), Anika Jiménez (Forever Prejano City), Besari Bohopo (cabalista de Bareso), Machin-Desiderio Masa (compadre), Gastón Ain (el jardinero de Kigali) y Carolina Arabia (una yogui porteña). Los que por olvido no aparecen en esta lista improvisada, sí que aparecen en la definitiva: la del corazón. Y por último, este libro se lo dedico, en este lado, a mi hermano pequeño, Arturo (Nene), que no para de asombrarme y del que nunca he dejado de aprender; y a mi primo, Juan Obiang, por los axiomas de la inmortalidad del alma. Y en el otro lado, a mi primo, Adoración (Macho), porque nos volveremos a ver; a Fernando Nguema (Papi), genial escultor de Malabo; y a David Foster Wallace, por This is water. Malabo, 18 de abril de 2010 18

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 19

LA CIUDAD REMORDIDA

«¿Por dónde empiezo? Al fin y al cabo, tú nunca has estado allí; o si has estado, puedes no haber comprendido el significado de lo que viste, o creíste ver.» Asesinato en la oscuridad Margaret Atwood

«Yo estoy aquí, lo comprendo ahora, para contar su gloria y su furia.» Mantra Rodrigo Fresán

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 20

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 21

La ciudad remordida

La edad me dio un golpe de Estado

«Aquel que ha sentido en sus manos una vez temblar la alegría, no podrá morir nunca» José Hierro

Yo ya tenía treinta años, el mundo había dejado de ser un lugar mágico, ni rompiendo todos los relojes y espejos de mi casa podía salvar mis días. «El mundo nunca se acaba, Porteador de Marlow, a ti te ha llegado la hora de dialogar con el fin de tu partida, aprende a dormir en la memoria de un muro», me ladraban los rabinos y los mulás. Y yo solo podía decirme mis silencios, el viento se había llevado mis dreads-locks, mi chaqueta de pana marrón me quedaba chica, mis Camper parecían una lengua de cebú, mi camiseta de Divinas Palabras había perdido el Alma, pero yo seguía haciendo guardia como un oficial prusiano frente al pentagrama de una canción negra sin color que Sandra Puyol (contra mi voluntad) había bautizado El Centauro y el Fénix. Recordaba que yo había gritado de dolor, fue un bautizo doloroso como un nacimiento. Yo grité de dolor, no por mí, grité por el mar Caribe, un mar de colores donde las canciones no tienen color, donde una noche había naufragado en las olas de un ron llamado Santiago y el espíritu de un indio al que todos, no sé cuantos, decían Hatuey me mostró una visión descuartizada de mi vida y destino. 21

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 22

Malabo blues. La ciudad remordida

Yo ya tenía treinta años y no tenía a nadie a quién preguntarle: ¿Cómo pasa el tiempo?. Mis elecciones me habían dejado hablando solo, vivía en un harén de sombras y recuerdos. Por las noches, salía a contemplar el interior de Malabo, la ciudad remordida, la ciudad heroica… Yo conocí a la madre de todos los poetas de Malabo. Ella me dijo: «Pas quite moi a terre», pero yo lo hice, la dejé al borde del camino, seguí mi viaje al fin de la noche, sólo, con la espuma de mis veinte años congelada en los labios. Para consolarme, yo me decía: «En la poesía no hay final feliz, es la otra Ilíada, se va y no se vuelve…». Yo tenía el silencio de Duchamp, tenía la locura de Van Gogh, tenía el grito de Picasso, pero no tenía nada: Las huellas de Sandra Puyol se habían borrado. Se me hacia tan extraño todo que llegué hasta las costas de un dolor que mi imaginación nunca había descrito. Para volar, canté canciones al que no canta, levanté el acta de mi piel, intenté dar mi vida por diez rincones de mi patria, y acabé descubriendo que mi patria era la humanidad. Un día, me miré al espejo del nieto de Kolinsky y yo ya no estaba allí, había alguien pero yo no me encontraba en ninguno de sus gestos. Me vi dando vueltas en una noria tirada por búfalos de ojos vendados. Me dije, puta mierda, «Sí, yes, oui, This is Africa». Las lluvias universales de Malabo borraron todos los tatuajes de mis huesos. Me creció una lágrima como una uña en el parpado de mi tercer ojo, aquella noche mi llanto viajó hasta el centro de la tierra. Me pasé la mano por la cabeza, tragué saliva y canté «This is the end…». Me sentí tan olvidado de todo, tan olvidado de mi. Pensé en 22

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 23

La ciudad remordida

las banderas de mi juventud, en mis bicicletas voladoras, organicé una insurrección solitaria y me dije: «Esta muerte carece de grandeza, yo no voy a quedarme aquí mirándola eternamente por primera vez». Quemé todas las naves, las alianzas, las cartas y las flores, y me lancé a los siete mares de Maya Angelou, con mi yo anochecido, con mi yo acabado, a buscarme entre los pastizales del anteparaiso, dispuesto a sudar hasta el último grano de esperanza, tal y como solía hacer (en) los días (en) que planeaba otros mundos posibles, cuando la evolución no significaba nada sin la R. Me hundí en un charco de Malabo con una boca enorme como un cráter: caí en lo ignoto con la esperanza de encontrar algo nuevo: atravesé un laberinto de terror africano en el que se cultivaban todas las formas del olvido. Al salir del laberinto me invadió un doloroso sentimiento de escisión interior, me dije Yo no soy nada, entonces me lo puedo permitir todo. En un día sin bocina aparecí en un barrio de Douala llamado New Bell, un cementerio en el que los muertos ganaban la batalla del aburrimiento, donde tracé un sinfín de fronteras hasta acabar a la intemperie. Pasé unos días en Accra, fui feliz, no sé si conmigo o sin mí, en todo caso, durante aquellos días me dio igual. Me agencié un lugar bajo el sol del distrito de Oshu, en el mero corazón de Accra: me hice amigo de un grupo de taxistas panafricanistas y de las prostitutas acantonadas frente a la Embajada de Holanda. Ellos, los Ángeles de la Costa de Oro, me abrieron las puertas de la ciudad que respira en las entrañas de Accra. Fueron días del hipertiempo, llenos de salu23

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 24

Malabo blues. La ciudad remordida

dos, tan sonrientes y puntuales que ahora mis oídos desconocen el eco de aquellas historias. Una noche, en la terraza de un café llamado Mossoon, cerré los ojos, vi mi cara verdadera y dije ¿Qué más somos nosotros, querido Sebald, sino locos obstinados en buscar el hilo que ilumina sin gastarse? Después de unos días que pasaron como siglos, me fui a Cape Coast, a llorar unas lagrimas en el Castillo de Elmina para reconciliar las mitades de mi corazón doble. En el patio interior del Castillo, sentado al lado de una vieja blanca, el sabor de la tinta llenó mi boca y me dediqué a dibujar preguntas en mi cuaderno de notas. La vieja blanca me miró, sus ojos brillaban como el rocío, sin mover los labio me dijo La memoria es un obrero que trabaja para establecer cimientos duraderos en medio de las olas de la historia. Luego ella me cogió de la mano y juntos caminamos hasta la Puerta del No-Retorno. Al salir del Castillo de Elmina me vi frente a los doce grandes caminos: el sol brillaba en las hojas azules del mar. Las maravillas de la voluntad me llevaron a Amsterdam y en el Barrio Rojo, mientras escuchaba Take off the blues, de Foreign Exchange, hice todo lo que podía hacer para sentirme extranjero: fracasé: los canales me contaban historias en mi lengua. En Addis Ababa, en un hotel supersubdesarrollado, Haile Selasie se me apareció en un sueño cantando Waving the flag, el himno del filosofo de los pies polvorientos. Pasaron muchos años, Haile Selasie cantaba Waving the Flag y yo escuchaba, hasta que Aster Aweke posó su mano en mi hombro y me dijo como cantando Sir, we have landed in Nairobi. En un club de jazz de Nairobi lla24

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 25

La ciudad remordida

mado Simmers conocí a una prostituta ugandesa de pies ligeros y ojos fieros que me dijo, en lengua extraña, que me amaba. Miré a sus ojos y supe que no me mentía. Al abrazarla, me vi en un Matatu que me llevó hasta el Quartier Museum de Viena, donde una sirena del Danubio me dijo que la oscuridad no era la ley de mundo. En París, en Le Marais, amanecí en la cama de una hija de Safo que me dijo que tenía un trébol de cuatro hojas en los ojos y luego hizo lo que yo creía haber soñado aquella noche: adjetivó todas las partes de mi cuerpo. Al salir a la calle, vi las notas de Paris Sunrise, de Ben Harper, flotando en el aire como el destino de los salmos. En Washington D.C. me subí a un autobús de poetas y me senté al lado de una chica que, años atrás, en Barcelona, cuando todavía llevaba mi chaqueta marrón y era hijo de medusa, me pidió a medianoche que la besara. Luego pensé en ir a la guerra florida de Liberia para ver si veía a Arturo Belano y le decía Yo soy ese amigo de cuyo rostro te olvidaste, pero aquella guerra incivil había terminado y Arturo yacía en una tumba fría y oscura: nunca, al menos sobre esta faz de la tierra, íbamos a poder conversar sobre las similitudes entre el alma eslava, el alma latinoamericana y el alma africana. El desierto fustigaba arena y polvo y el cemento de mis paredes comenzó a desmigajarse, mis ojos adquirieron la expresión de un personaje que se me presentó con el nombre de El Errante Moriba, un personaje con la mirada errante y desenfocada de quien se niega a fijar la atención en nada. Agotado como el fantasma de Pasolini, salí tras los pasos del Sr. Kurtz, a la tierra de los profetas que se eligieron a 25

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 26

Malabo blues. La ciudad remordida

sí mismos. Tiempo atrás, un Luba llamado Mbuyalemba me había dicho que a las orillas del Río Congo los personajes interpelan a los escritores hasta la desaparición de la línea que separa ficción y realidad. En la comuna de Gombe, en Kinlabelle1, en un local llamado Ibiza Bar, vi a los blancos más felices de África (bailaban como la paz, hablaban como la paz, bebían como la paz, se divertían como la paz…) y yo pensé en mis hermanos congoleses que sonreían como meteoritos en las mesas callejeras de Matonge (y en todas las víctimas de la MONUC), así que me fui de allí, abandoné aquel local bañado por una luz opaca y corrí hasta Mama Isa donde las corrientes de Primus me arrastraron hasta los arenales de la Plaza de los Artistas. En Sozopol, la antigua Apolonia Pontica de los romanos, llené un ánfora de lagrimas que vacíe de un solo trago en Bruxelles-Central. Saliendo del Royal Academy of Arts, me rodearon todos lo elefantes enanos de Londres y me suplicaron, con cintas de agua colgando en los ojos, que me los llevará de vuelta a casa, al laberinto de crasas malezas de Monte Alen. Todo iba deprisa, cada vez más deprisa, perdí el camino, me quedé sin entrada ni salida: viajaba a ninguna parte: viajaba en mí mismo: Con solo cerrar los ojos, podía salir volando.

De nuevo en Malabo, al entrar en mi casa fui corriendo al espejo, me miré y yo estaba allí de nuevo, yo ya 1. Kinsasha, capital de la República Democrática del Congo, antiguo Zaire. 26

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 27

La ciudad remordida

no era el chico de la chaqueta de pana marón pero seguía siendo yo: volvía a ser yo. La edad me había dado un golpe de estado pero yo había sobrevivido, podía de nuevo izar mi bandera, otra vez era capaz de ponerle a las cosas nuevos nombres. Me sentí como un recién nacido o un recién muerto: palpé mi abdomen y mis manos. Yo era yo, pero algo había cambiado: en mi casa habitaba una Sombra que no era la mía. Con el tiempo, la sensación de que había otra persona en mi casa se fue avivando. A veces me daba por imaginarme a la sombra que habitaba en mi casa. Me la imaginaba con la chaqueta bien abrochada, con las manos en los bolsillos, un sombrero encasquetado hasta los ojos y unos pantalones demasiado estrechos para sus piernas delgadas. Una noche sentí la presencia de mi nueva Sombra (a la que como es de suponer llamaba ingenuamente mi Odradek), mas fuerte que nunca: fui por todos los rincones de mi casa. Cuando dieron la doce de la noche sentí que alguien roía mis labios con mis propios dientes. Dije Ajahhh, estas allí dentro. Me fui corriendo al espejo y dije Manifiéstate, ¿quién eres? Yo me dije Soy Oscar Abaga. Y me entraron unas ganas locas de reírme o de matarme o de hacer las dos cosas a la vez. Revisé todas las notas, todos los bocetos de mi novela En la Espesura de la Noche, todos los cuentos que escribo mientras escribo mis cuentos: me entraron de nuevo ganas de llorar o matarme o hacer las dos cosas a la vez: allí no había nada del Porteador de Marlow, eran todo suspiros de Oscar Abaga, estambres de la noche espacial en la que él flotaba como un astronauta. Entonces, como Robert Walser, me senté donde 27

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 28

Malabo blues. La ciudad remordida

estoy ahora a escribir este texto, que es el último texto que escribe el Porteador de Marlow, para no olvidarme de mí, de lo difícil que ha sido no morir, porque a partir de ahora yo me extranjerizo: el Porteador de Marlow se va a morir a su patria: un lugar llamado Humanidad.

28

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 29

La ciudad remordida

(En) En la ciudad remordida

«No escribiré nada acerca de lo que he visto.» Edmond Jabes

I La cosa empieza así. Es primavera del año 2008, los colores se hacen invocar en las calles de Barcelona y yo, sentado en la terraza de Iposa, solo pienso en descansar mi cansancio, hacer una luz dentro del ojo, sin lágrimas, sin todas esas voces nocturnas que no paran de evocar los puentes de Diane Reeves. Observo, con melancolía, con envidia, con irritación, la fauna y flora que me rodea: caigo en la cuenta de que yo no pertenezco a ese lugar, que soy un Alien en esa galería de sonidos y presencias resonantes. Retrocedo paso a paso en el tiempo hasta confundir mi entrada en el mundo con mi ingreso en la fraternidad poética, una fraternidad sin ingresos ni rumbo definido. Cierro los ojos, los cierro de verdad, despliego mi mirada interior bajo mi frente y descubro que mi llama de los sueños se ha apagado: abro los ojos de golpe y veo a un chico de veintiocho años sentado en la terraza de Iposa, cargado de tristeza y algo más que tristeza. Un observador atento diría que el chico tiene en uno de los ojos mucha pena, que también en el otro tiene mucha pena, y que en los dos, cuando miran, y también cuando no miran, hay mucha pena. Ese chico de veintiocho años 29

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 30

Malabo blues. La ciudad remordida

soy yo, mis días de felicidad en Barcelona se han ido para siempre, me separa de Sandra Puyol una distancia más inexorable que todas las distancias del mundo. Me estoy adentrando en un túnel de corredores interminables: estoy lleno de nostalgias: estoy cayendo con los días: estoy cayendo en mí mismo. Desde la desaparición de Sandra Puyol le he cogido gusto a eso de apiñarme en mí mismo: siempre acabo derramándome: estoy lleno hasta los bordes como un poema de Gerard de Nerval. Me digo que mi época de migración hacia el norte ha sido muy larga, una aventura cinematográfica con tantos episodios que cuesta creer que es una sola película. Ahora todo ha llegado a su final, y no hay final feliz para mí. Miro hacia arriba, hacia las nubes y mi corazón sube como una nube, escucho mi corazón y mi corazón suena como el llanto de una especie en (peligro de) extinción, todos los pájaros se han callado, yo ya no puedo seguir peleando a la contra. En definitiva, para entendernos, he sucumbido como sucumben los poetas, no de eternidad sino de las cosas sencillas contra las que tanto me alertaron los poemas de Cesar Vallejo. La palabra no ha sobrevivido después de todo, after all. Necesito surcar decepciones, librarme de la fiebre de Cesar Vallejo, así que voy y decido emprender el viaje de retorno al país natal, Guinea Ecuatorial, a la ciudad natal, Malabo. A enterar en la cabeza en la arena: a meter el dedo en la garganta de mis muertos. He aquí el zimsun de este libro que escribo, en realidad debería decir armo, del verbo armar, después de 30

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 31

La ciudad remordida

haber escrito un libro titulado En la espesura de la noche y que ahora guardo en un archivo al que le he puesto el nombre de Anton, en honor a Chejov, por supuesto.

II La composición del equipaje que hago después de más de una década inventariando las esquinas de Malabo es la siguiente: una alarma del alma (volver es tan difícil como decir adiós), un titulo de Licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona y un libro publicado en el 2005 titulado El Centauro y el Fénix, un libro que es y siempre será un catalogo de mis vidas posibles e imaginarias. El libro lo publica La editorial El Ojo Dorado, la que más manda en la editorial es una chica de unos treinta y pocos, y me recuerda, desde nuestro primer encuentro en La Serilla, a la Mireille de Louis-Ferdinand Celine: tiene un culo imponente, unos ojos románticos, una mirada seductora, y una nariz que podría ganar el primer premio en una competición de zanahorias. Ella, la que más manda en El Ojo Dorado, se llama Mireia, una noche me cuenta que la razón por la que se metió en esa cosa de los libros es porque en un mundo hecho de escritores y lectores no habría lugar para las guerras. Los editores adoquinan el camino al kibutz universal, me dice contenta de sí misma, y para fundamentar la mirada a su ombligo parafrasea a Goytisolo en Nuestra Música, el documental de Jean-Luc Godard. Los hombres más humanos no hacen la revolución, construyen bibliote31

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 32

Malabo blues. La ciudad remordida

cas. Mireia pertenece a la burguesía catalana, lleva en la sangre el misterio del amor a la cultura, su utopia de recogimiento universal me parece naive, pero son tan bonitas las cosas que dice de mi libro, tan bonitas. Mas de una vez me he sorprendido llamándola Mireille y, sin pretenderlo, mi mirada la cubre a menudo como una yedra. Mientras hago el equipaje pienso que debería llamar a Mireille para despedirme, en el 2005 cuando su editorial publica mi libro yo pienso que estoy ascendiendo, que voy hacia la torre más alta pero pasan los meses, llega el 2007, y siento que he tocado el fondo del pozo más profundo del universo. No soy famoso, no tengo ningún duro y mi libro se vende a 1 euro en un tenderete del Mercat de Sant Antoni, al lado de Estación de Lluvias, de Agualusa. Pero ni tan siquiera el honor de saber que mi libro surca las olas del fracaso editorial junto a una obra de Agualusa acaba de consolarme. No llamo a Mireille. Además, Mireia ha chapado la editorial, dos años después del comienzo de nuestra aventura ambigua, me confiesa en la Vinatería que la aventura de publicar a las voces anochecidas ha sido el sueño de una noche de verano. Después salimos a la calle, hace un calor sofocante, es agosto, paseamos y hablamos como si estuviéramos abrazando un sueño. Es agosto pero a mi me da como que es el fin de un verano que se ha prolongado más de la cuenta. Es el 2008, primavera del 2008, no tengo ni presagios ni promesas para consolarme, así que sigo haciendo mi equipaje, a mi alrededor no hay corriente, debería quedarme inmóvil, pero yo sigo haciendo mi equipaje, lo tengo claro, me voy. Los nombres de mi 32

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 33

La ciudad remordida

cartografía sentimental han perdido el brillo, el rugir del tiempo se zambulle sin registro en las esclusas de los días y se mete en mis adentros y todas las superficies se me muestran inaccesibles. Barcelona ha sido una fiesta y ahora estoy en los créditos del final. Desde el 2007 no he escrito nada, lo he intentando pero no he escrito. Pienso en los demonios agazapados en las sombras de mi No, pero en seguida desando lo pensado: odio verme dándome a la invención de miedos: me revienta tener que malcitar a Rimbaud: me ofende ofender al fantasma de Julien Cracq. Sigo haciendo mi maleta, pasan los días, pasan las semanas, mi piso adquiere las dimensiones de un ataúd. Y la composición de mi equipaje no varia, al fondo de maleta me observan y me interrogan la alarma del alma (volver es tan difícil como decir adiós), un titulo de Licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona y un libro titulado El Centauro y el Fénix. Pienso en un poema que escribí hace mucho tiempo. El tema, si es que puede decirse que los poemas tienen Tema, es Las soledades del poeta. Mientras escribo el poema siento que los dread locks me pesan como una sentencia fundamentalista, me veo flaco y feo. Escribo el poema una noche en la que no dejo de pensar en las razones que hacen sucumbir a un poeta, es el 2004, mi libro todavía no ha sido publicado, Mireille todavía no ha aparecido en mi vida, quedan meses para que llegue la tarde en la que, sentados en la terraza del Bahía, en la plaza del Tripi, Mireille dirá las cosas mas bonitas que nadie ha dicho jamás sobre mis escritos. Esa noche, mientras Mireia habla de mi manuscrito, Sandra Puyol me mira con orgullo de madre africana y me 33

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 34

Malabo blues. La ciudad remordida

dice sin decir ¿Ves? Te lo dije, te dije que esa editorial sí que te publicaría. El poema se aleja bastante de lo que escribo a menudo y es un poema más bien malo, hablo de las soledades del poeta con las voces de Ben Okri y Sony Labou Tansi, deletreo el sol entre dos sueños e insisto en que cansa vivir durante mucho tiempo entre dos mundos. Hablo de inviernos de hojalata, del deseo de volver a la tierra natal, del ancla de Europa, del tiempo que es de mármol, de Estocolmo, de Paris, de Modigliani, de Joyce, de Satie, pero en el fondo del corredor de luz y oscuridad por el que atraviesa el poema, la soledad del poeta brilla como una estrella distante. Mientras hago el equipaje pienso en el poema que escribí cuando todavía no había publicado mi libro, pienso en la noche en que lo escribí. Sandra Puyol ha salido a cenar con sus amigas, regresará tarde, y yo he visto en la TVE la versión original subtitulada de Smoke, de Paul Auster, y me atormento preguntándome ¿Qué es lo que hace sucumbir a un escritor?. Luego llega Sandra Puyol y dialogamos como dos submarinos alemanes de la segunda guerra mundial y en algún momento de la noche siento que me es imposible saciar la sed por su cuerpo. La mañana siguiente es domingo, nos eternizamos en la cama, y allí en la cama la leo mi poema malo sobre las soledades del poeta, la hablo del corazón de los poetas que es, a mi entender, como el corazón de la humanidad, o sea una ascua que se torna con el paso del tiempo más intensa pero de la que no se sabe con certeza hasta qué punto se va avivar y cuándo se va a apagar. Luego la pregunto a bocajarro ¿Qué es lo que hace sucumbir a un poeta? y ella, que lleva mi corazón en su corazón, me 34

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 35

La ciudad remordida

responde contándome la historia de Shalamov y de su libro, Relatos de Kolima, la desgarradora epopeya que escribió a raíz de su internamiento en un campo de reclusión en Siberia. Mientras Sandra Puyol me cuenta la historia de Shalamov, el aire afuera florea y el agua corre por las cañerías. Eso fue hace mucho tiempo. Se hace raro pensar en los poemas que uno ha escrito, pensar en los poemas en lugar de sentirlos. Todo eso, la escritura de mi libro, las promesas y presagios, el recogimiento universal de Mireia, todo eso me parece ahora el interludio de la realidad. La realidad es que estoy dejando de ser joven y tengo que aceptar el fin de los sueños, mi vida soñada de los ángeles ha llegado a su final.

III Cuando miro al suelo de piedra de Barcelona veo mi rostro reflejado como un señuelo convencido de su propia inexistencia. Déjalo todo en la tierra, ¿para qué escribir?. Y lo dejo todo en la tierra, casi todo, porque no me exilio completamente del furibundo país de las letras, durante esos días leo como Gil de Biedma, leo para convertirme en un poema. Dejo de utilizar mi cuenta de hotmail y abro una nueva cuenta en gmail, una cuenta con un nuevo ID (atticusfinch000) en sintonía con el tipo de persona en la que deseo convertirme, mi recién inaugurada obsesión de ultratumba. Mi nuevo ideal de humanidad es Atticus Finch, el personaje de Harper Lee que no hace nada que pueda despertar la admiración de nadie, sólo se sienta y lee. La 35

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 36

Malabo blues. La ciudad remordida

poesía del futuro, la prosa de plasma y silicio, el movimiento de Seattle, todo ha muerto, ahora me expreso con el lenguaje de las piedras con el corazón roto. Leo, leo un montón: leo para convencerme de que la empresa de la literatura está condenada al fracaso, que ya nadie podrá escribir una manual de instrucciones para la vida, para decirme que ya no quedan volcanes en el mundo: leo para dejar de escribir puesto que se empieza a escribir leyendo. Me parece que han pasado milenios desde los días de ayer, los días en que me visto con mi chaqueta de pana marrón y mis ojos negros y profundos como un lago de noche dejan asomar una sonrisa mientras me hago un moño con mis dread-locs, las noches en que Sandra Puyol y yo recorremos entre risas y cervezas las calles del Raval como unicornios de pleno derecho en aquel zoológico de excéntricos, las tardes en las que sentado en un banco de Sant Pau leo a Saul Williams escuchando a Sun Ra, todas esas columnas de días, semanas y meses se han venido para abajo, nunca han existido, pertenecen al mundo de ayer que solo existe, según el escrito Orbis Tertius, desde hace unos minutos. El futuro, como ya presentí en mi pésimo poema de las soledades del poeta, solo existe en forma de miedos y esperanzas. Me voy. Retorno al país natal. Nunca han existido los días en que me miraba al espejo y veía un ángel de carbón y entraba en una especie de ensoñación para luego regresar a la realidad y palpar la bella infelicidad con mis breakdown in miniature y mi convicción de estar outside the loop of time. Me interrogo acerca del porqué habría querido yo formar parte de una familia de topos que viven en unas galerías interiores trabajando 36

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 37

La ciudad remordida

día y noche, y por mas que lo intento no puedo dar con la respuesta. En el ínterin del mundo de ayer se asoma el rostro de Sandra Puyol, la sed por su cuerpo. Recuerdo que me doy a la escritura como quien decide zambullirse hasta el fondo de un vaso de vino con olor a miel, escribo para dejar de tropezar con mi pudores y mis pánicos. Recuerdo los días en los que sueño con elevarme como Danilo Kis, literaturizarme como Italo Svevo. Todo eso sucedió hace mucho tiempo. Es primavera del 2008, vivo en un laberinto roto, cortado por simas y precipicios, compuesto de túneles que se bifurcan en otros túneles, que a su vez se ramifican y entrelazan hasta conformar un caos inextricable. Por las noches sueño que estoy en el extremo de un acantilado de mármol, sujeto una vela roja y otra amarilla en cada una de las manos mientras sopla un viento gélido que viene de solo sabe Dios dónde. Sandra Puyol puede detener mi caída pero ella se ha ido, ella puede detener mi caída porque el amor es la única cosa que puede detener la caída de un hombre, la única cosa lo bastante poderosa como para invalidar las leyes de la gravedad, pero ella se ha ido y se ha llevado todos sus sonetos a algún lugar de la tierra donde la danza de la vida sigue los acordes de la música de su alma: la esperanza de volver a verla está apagada como la ceniza de un volcán del mioceno. Estoy lleno de adagios con la voz de mi madre y de todas aquellas personas que, con sus cantos bienintencionados, se han afanado por convencerme de la inexistencia de un sexto continente, los que me dijeron que el beso de la vida tiene el tacto de un mineral y que las gaviotas de tanto volar alto se quedan ciegas y mueren de hambre. 37

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 38

Malabo blues. La ciudad remordida

El cielo se ha abierto sobre mi cabeza y me está cayendo encima una lluvia torrencial de desasosiegos: mi mente alumbra relámpagos, cuando me sereno me veo arrastrándome por los canales nocturnos del Raval con la nariz llena de bolitas de sangre coagulada, me veo postrado de rodillas ante edificios con chimeneas iluminadas con iridio, me veo respirando los miedos de Poe en la estación de Sants, me veo apilando congresos de tristezas, me veo trazando la senda de un perdedor: he adquirido el don de ver mi vida como una muerte a crédito. Y todo me parece muy lento, muy pesado, muy triste. Después de muchos amaneceres de cementerio me digo aquí es donde acaba la vida que he querido vivir. Tardo mucho en acabar de hacer las maletas, pero cuando por fin acabo la composición de mi equipaje es la siguiente: la alarma del alma (volver es tan difícil como decir adiós), un titulo de Licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona, un libro titulado El Centauro y el Fénix, publicado por una editorial quebrada, y un nombre que duele adentro como la belleza de su propietaria: Sandra Puyol.

IV Al final de la caída me aguarda Malabo que se convertirá así en mi alameda del fin del mundo: mi principio y mi final. Salto porque no hay nada ni nadie que pueda detener mi caída y ni tan siquiera reducir el terror de la misma. Querido lector, ahora que escribo este texto con las premisas de la negación del tiempo, me digo que todo habría sido diferente si Sandra Puyol 38

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 39

La ciudad remordida

no hubiera desaparecido como finalmente desapareció, cuando los colores del Passeig de Gracia se cansaron de repente y me convertí en una sombra habitada por un yo plural atormentado como un lobo estepario en una de las ciudades modernas de Baudelaire; me digo, querido lector, que todo habría sido diferente si en alguna de esas noches en las que el reloj sonaba como los raíles de la línea transiberiana, mi padre, lleno del halito indecible de la inmortalidad, se me hubiera aparecido para contarme las historias de las personas que le hablaban desde los libros de Sony Labou Tansi que devoraba con sus lentes de pinza, y decirme, una vez más, que los hombres no son ni siquiera polvo y el Paraíso es una especie de biblioteca. Todo habría sido diferente, eso es lo que me digo, querido lector, pero no lo ha sido, no lo fue.

V La necesidad de sacar los recuerdos desde lo más hondo de la memoria viene a mí como un rebaño de cebras justo en el instante en el que el avión toma tierra. Es de noche, el trópico ya ha desplegado todos sus blasones. Mi vida, eso es lo que pienso en aquel momento, sigue siendo un conjunto de velas izadas hacia un futuro globuloso. Hay mucho que ver pero mis ojos solo son receptivos a la cirugía del petróleo. La duda se me sube a los ojos. Mi conocimiento objetivo de Guinea Ecuatorial habita en el inventario de mis nostalgias, más de una década y la verdad es que no puedo distinguir si el milagro del petróleo es tórtola o 39

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 40

Malabo blues. La ciudad remordida

cormorán. Me digo, como regañándome a mí mismo, que Guinea ha sido durante todos estos años como una reina de una baraja Gregorivius para mí, la veía siempre de frente, sin volumen. Ahora Malabo y yo estamos frente a frente como dos boxeadores: me estoy convirtiendo en una enorme gota de sudor. Me abro paso, como puedo, entre la tempestad de los cuerpos sudorosos y las caras bruñidas. Parece que llevo un rato tarareando un tema de Hocus Pocus y Cesárea Evora. Estoy en casa y me siento como en casa pero, por Dios, volver es tan difícil como decir adiós. La noche sigue avanzando. Los minutos caen como aspirinas en mi estomago vacío. Desde el coche de mi madre que conduce mi primo Agustín que ha venido a recogerme al aeropuerto, me distraigo, lo intento, mirando las carcajadas doradas del complejo industrial de petróleo y gas de Punta Europa. Recuerdo la tarde que Miguel me habla de ese complejo industrial, recuerdo sus palabras. Es como un enorme dragón escupiendo fuego en el cielo, Guinea Ecuatorial viaja en la cola de este dragón, en sus ojos pueden verse garzas con furtivos ojos de paloma y enormes ceibas con raíces de metáforas. Ese dragón no se alimenta de gas, como muchos creen, se alimenta del silencio y la oscuridad. Pasamos el peaje y la luz de las farolas se hace más grave y la brisa es un garfio que dibuja euforias y mandrágoras en mi cara. La luna parece de plástico y siento que miles de murciélagos cuelgan en mi corazón. Volver es tan difícil como decir Adiós. Llegamos a Malabo, han pasado unos minutos pero los ojos me pesan como toallas mojadas. Cogemos la Avenida Hassan II, rey moris40

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 41

La ciudad remordida

co parodiado de forma magistral, junto Mobutu, Bokesa y Eyadema, en Esperando el voto de las bestias salvajes, la novela de Amadou Kourouma. Hace mucho que no escribo pero mientras surcamos la Avenida Hassan II pienso en el tipo de poeta que sería yo en Malabo, me pregunto si podría ser obra y artífice de este tiempo que está viviendo Guinea Ecuatorial, si podría vivir y dejarme zarandear por el signo colectivo de este país, si podría habitar el tiempo histórico de este pueblo de pueblos y dejar que sus glorias y miserias me habiten. Son las dos de la madrugada, los cristales del coche están bajados y el silencio es espantoso como un grito. A punto de llegar a nuestro destino, mi primo Agustín dice tienes que ver la casa de la Tía Jacinta, te va a encantar. Esas palabras dichas tan de repente me despiertan de golpe, pero en vez de salir en el presente, salgo en el pasado, hacen que me acuerde de mi vida pasada en la casa de Waiso, en la vida con mi padre, mi madre, mis hermanos y toda la cohorte de personas que tenía cabida en aquel espacio tan reducido. Timbabe, la zona en la que vive ahora mi madre, me da la impresión de lo que es: un barrio en construcción. Las casas son, por lo general, de dos plantas, casi todas fuertemente valladas y rodeadas de jardines. En lugar de aceras hay enormes zanjas abiertas como bocas por las que se están introduciendo tuberías que mi primo se apresura en explicarme que son para la traída de agua, y después añade algunas zanjas son para teléfono e Internet, otras para la electricidad, otras para los desagües, me dice se está haciendo todo a la vez, dice una de las cosas que nos faltan aquí en Malabo ahora 41

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 42

Malabo blues. La ciudad remordida

es el tiempo, el jodido tiempo. Yo asiento con la cabeza como si supiera de qué estaba hablando, luego miro a mí alrededor y vuelvo a asentir y me digo a mi mismo sí, falta tiempo. Cuando llegamos a casa mi madre está despierta y me abraza como si llegara de una guerra. Mi primo comienza a meter mis cosas en la casa y mi padrastro observa desde la distancia, luego se acerca me abraza y me dice bienvenido a casa pero él sabe que yo sé que sabe que en esa casa yo no voy a sentirme como en casa. Desde Barcelona, cuando me digo que me voy y se lo digo a mi madre, insisto en que dejen libre la casa de Waiso, que yo me quiero ir a vivir allá y mi madre y mi padrastro insisten en que hay respetar el contrato con los chinos que alquilan la casa. Eso sucede a finales de abril del 2008. A la mañana siguiente las lluvias universales se anuncian con timidez, el orden de las constelaciones comienza a cambiar, los cocoteros se limpian el polvo del harmatán. Antes de irse a trabajar mi madre pasa por la habitación en la que me han alojado y me dice que Agustín vendrá a buscarme a las diez y me recita el guión de las visitas para saludar a los familiares. He dormido poco pero ya no voy a dormir más. Mientras espero a Agustín intento hacer un balance de los días anteriores pero soy incapaz, la circunstancia de estar en una cama en una habitación en una casa en Malabo en Guinea Ecuatorial se apodera de mi, afuera atisbo miles de ojos esperándome, miles de ojos que me harán preguntas, que me escrutarán, y yo no solo no tendré respuestas para ellos sino que ni siquiera tendré preguntas que hacerles. Pienso en Sandra Puyol como quien dispara al aire, intento recordar las instrucciones 42

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 43

La ciudad remordida

para llorar pero no puedo, me digo que si ella hubiera venido conmigo como tantas veces planeamos para mí las cosas habrían sido más fáciles, todo habría tenido otro color. Me levanto de la cama y paseo por la habitación como un tigre enjaulado, luego me acerco a la ventana, aparto las cortinas y mi mirada vuela hacia la inmensidad de un cielo azul salpicado con nubes blancas, casi transparentes, estas nubes son como filamentos largos y delgados. En la forma embrollada de estas nubes veo el corro de una memoria que es y no es la mía, dobles fondos, leones, remolinos de rotaciones. Esa visión me arrastra a un estado que no puedo describir. Me abismo. Miro por la ventana de nuevo buscando en el cielo-escaparate las palabras de Borges, las busco pero no las encuentro. Y entonces me revienta la circunstancia, me duele Malabo y me siento viejo y cansado. Paso pagina, me ducho y me visto. Luego paseo por la casa viendo las fotos. Desayuno sin ganas y cuando llega Agustín me levanto de la mesa como accionado por un resorte interior. La casa, ahora me doy cuenta, está rodeada de una muralla de dos metros con una corona de cristales rotos. El paseo de la casa a la verja me parece otro, una lengua de césped bien cuidado pone verdes los ojos y se ven asombros de jacarandas de corolas trenzadas y palmeras dóciles y airosas, arbolitos de guayaba, etc. Salir a la calle es como entrar en otro universo, ahora sí que me doy cuenta de verdad de que en Malabo falta el tiempo. Tras los cristales del coche me percato de algo que se me pasó por alto durante la noche, a las edificaciones que se están levantando con la energía del petróleo les siguen, como rémoras, chabolas que apuntalan la des43

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 44

Malabo blues. La ciudad remordida

esperanza de las personas que andan a la búsqueda de un boleto para poder subirse al tren desarrollo. En un futuro no muy lejano, si no se hace nada, si no se distribuyen mas boletos para el tren del desarrollo, zonas residenciales como Timbabe acabarán salpicadas de sarpullidos de miseria porque la miseria se abre camino. Eso se lo digo a mi primo y él me responde como si recitara un guión aprendido. Me dice son cosas del progreso, tú sabes que hubo un tiempo en que Paris era la ciudad mas apestosa del mundo, dice aquellos que no pueden ganarse la vida en la ciudad deben volver a sus aldeas, pero hacen oídos sordos, por su culpa Malabo ha contraído el mal endémico del chabolismo. Le respondo a mi primo diciendo la ciudad es el santuario de la palabra, del gesto y el combate, las masas desamparadas de la poscolonialidad, el caudal humano que se queda fuera de las redes clientelares que sostienen las columnas del estado jacobino tatuado sobre la piel del África plural y diversa, buscan la ciudad no para mejorar sus vidas ni para exigir sus derechos, sino simplemente para ser visibles, para decir existimos, existimos, existimos, para la vergüenza de la elite poscolonial y sus compadres occidentales. Mi primo me escucha con atención, su cara adquiere las arrugas de la comprensión, luego me dice puede ser, puede ser, pero eso no les lleva a ninguna parte, sus vidas son insalubres, pura miseria, harían mejor en preocuparse por sus vidas, irse a sus aldeas y vivir con dignidad, aquí sobran. Mientras mi primo habla siento que algo se me remueve por dentro pero no quiero pelearme con mi primo así que me limito a decir esa masa humana es la que nos liberó de la esclavitud, esa masa humana es 44

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 45

La ciudad remordida

la que nos dio las independencias, no fueron los políticos ni los predicadores, esa masa humana es la que restaurará la dignidad perdida de África, en sus ojos vive el sueño de África y tarde o temprano le pondrán de nuevo palabras a ese sueño. Antes de empezar la ronda de visitas a familiares, Agustín me lleva a su casa, vive en Semu con sus tres hijos y con su mujer que está embarazada de nuevo. Saludo a su mujer, Fabiola, a la pequeña Chabeli y a Ruslan. Jorge, el mayor que tiene seis años, está en clase. Me paseo por la casa y me resisto a hacer comentarios, su casa, él seguramente no lo ve así, es una chabola, pero tiene un televisor de plasma de muchas pulgadas, un equipo de música con muchas pegatinas y varios aparatos electrónicos que me miran directamente a los ojos y me preguntan ¿Qué hacemos aquí?. Agustín le dice a su mujer que prepare comida para los dos. De nuevo en el coche, mientras comenzamos oficialmente la ronda de visitas, me veo incapaz de resistirme y le pregunto a mi primo si es feliz, si está contento con su vida. El se queda callado un rato, su cara adquiere una expresión que nunca podré describir. Me dice así es la vida. Luego añade sucedió así, no puedo hacer nada, yo nunca la quise, era un rollo, un día ella se quedó embarazada por accidente, los familiares, los míos y los de ella, nos obligaron a casarnos, lo hicimos, luego yo pensé que podíamos organizarnos pero ella se quedó embarazada de nuevo, yo quería ir a estudiar fuera, Ghana o España, pero con ella embarazada otra vez dejé de pelear para ir al extranjero, acepté mi destino, no es lo que yo habría querido para mí pero es lo que me ha tocado, debo aceptarlo. Yo me 45

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 46

Malabo blues. La ciudad remordida

quedo callado, estoy triste porque recuerdo a mi primo Agustín cuando teníamos diecisiete años, cuando los sueños le cubrían como una manta. Mi aterrizaje en Malabo se prolonga varios días, en uno de esos días desalojan a los chinos de la casa de Waiso y al mudarme me encuentro una placa en la puerta que dice K. Kolinsky y pregunto por quién es ese tal Kolinsky. Agustín me dice que es el nombre del checo que ocupó la casa antes de los chinos. Mientras intento quitar la placa, uno de los vecinos me dice que hago bien en quitarla porque ese blanco estaba loco, se pasaba las noches escuchando esa música que llamaba La Séptima Sinfonía de Mahler, no estaba mal pero es que solo escuchaba esa música, solo esa, además solía llorar mientras escribía cartas, estaba loco y un día desapareció y ya no supimos nada más de él. Miro a Agustín y él asiente con la cabeza. Mientras intento quitar la placa, de repente viene a mi mente otro Kolinsky, el guardián Kolinsky que le procuró los lápices y los cuadernos a Julius Fucik en la cárcel de Pankrac para que pudiera escribir su reportaje a pie de la horca. De repente me da como que ese Kolinsky podría ser un nieto de aquel otro Kolinsky. Luego me imagino al nieto del carcelero Kolinsky perdido por las calles de Malabo como Kafka en el Nueva York del fin de los tiempos: cuando se cansa se duerme a la sombra de los fantasmas de los Ficus de Malabo: las notas de la Séptima Sinfonía de Mahler marcan el ritmo del fluir de su sangre… Decido dejar la placa por si algún día pasa por allí. Así que durante las primeras noches en mi casa de la infancia, fantaseo con la idea de que llega Kolinsky y nos enzarzamos en una conversación infini46

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 47

La ciudad remordida

ta sobre los poetas menores anunciados por Charles Simic y cuyo martirio escenificó hasta las últimas consecuencias Arturo Belano, mientras escuchamos un nocturno de Mahler que se repite una y otra vez. Pasan los primeros días, hago las cosas que hacen los que llegan a su País después de mucho tiempo, la mayoría de las veces me siento como un viajero del espacio exterior que regresa del futuro sin certezas, el puente entre mi incredulidad y el nuevo Malabo no deja de crecer. Mis ojos están llenos de asombros, no puedo decir si son asombros pequeños o asombros grandes, lo único que se es que mi mirada está llena de asombros. Un día entró en un locutorio chino para mandar un mail a Sandra Puyol. Le cuento que, al igual que Bruce Chatwin, me he ido a la Patagonia, mi propia Patagonia. Luego escribo Ayer tu recuerdo saltó a mis ojos y me dio por buscarte por las calles de Malabo, un lugar donde la noche es tan espesa que uno necesita los ojos de los lobos para ver. Era de noche. No te encontré. Pero encontré una respuesta. Por eso te escribo. Entré en casas a punto de ser demolidas y en casas que olían a ocre. Fui culpable de estar vivo y de tener que morir algún día. En algún momento de la noche, más o menos a la altura del cruce de Dragas, donde Malabo comienza a mutarse en un abismo de desesperación, muerte y locura, me rodearon rostros cetrinos adornados con ojos bajos como la tristeza. Sobre sus cabezas bailaba la luz gris de la tormenta. Era un grupo silencioso, no es que no tuvieran sonidos, el oxido no se había posado sobre sus lenguas. Es que tenían el silencio. Les dije que andaba buscando a Sandra Puyol y ellos asintieron en silencio. 47

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 48

Malabo blues. La ciudad remordida

Luego uno de ellos me dijo que solo cuando acabara de perderme te encontraría. Después de ese mail le escribo un mail al día a Sandra Puyol, a veces dos mails al día, a veces un mails cada dos días, a veces dos mails cada tres días, la frecuencia no importa, lo que importa es que escribo un montón de mails a Sandra Puyol y que ella no me responde a ninguno y pasa el tiempo y yo pierdo la esperanza de que me responda algún día pero sigo escribiendo esos mails, mis Cartas muertas desde el país de las lluvias universales, hasta que un día por fin me llega un mail de Sandra Puyol y yo me hago viento y huracán.

(Para mí no fue fácil deshacer las maletas en el país de las lluvias universales, al principio me dio por jugar a hacer sonar las maracas en la espesura de la noche pero después de un tiempo acabé clavándome arpones de estupor en los costados: cerré mi boca con un candado de corales y me dediqué a escuchar el murmullo de los ríos y el zumbido de las abejas: las ilusiones, una a una, se iban desprendiendo de mi corazón como cartas muertas. No voy engañarte, querido lector, no se le puede llamar una tristeza inmensa, es simplemente fatal. Se marchitaron todos los personajes que llevaba dentro, mis ilusiones se amotinaron y aprendí a dialogar con cucarachas en una casa tomada por la oscuridad. Yo llegué a junio del 2008 pensando que el sol y la luna nunca volverían a brillar. Recuerdo que yo solía dejarme caer en el marco de la ventana y tarareaba Manda la lluvia, señor/Manda la lluvia, señor/Y Bautiza mi corazón; en la calle soplaban vientos del 48

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 49

La ciudad remordida

Apocalipsis, o lo que yo creía que eran vientos del Apocalipsis, lagrimas enormes como los puños de un caballero jázaro se hundían en la alfombra de barro de Malabo y la red de carreteras se convertía en el delta de un río en el que veía mi idea de Malabo, de Guinea Ecuatorial, del Mundo, deslizándose hacia el atlántico, ese océano cuyo sonido recuerda a una oración, ese océano que se siente tan lejano en Malabo como el Ganges de Borges. Por las noches, mi ánimo se sublevaba y mi paciencia imitaba a la paciencia de un animal y yo salía a la calle con los ojos abiertos, muy abiertos, para navegar en mi sangre. Nada más pisar la calle me asaltaban las sombras y me daba como que todo el mundo, incluido yo mismo, se había olvidado de mí, que las tinieblas se me habían tragado para siempre. Al cabo de unas horas, volvía a casa tiritando como un condenado con el alma completamente empapada por un agua que no era aire ni tiempo. Una vez en casa, cuando tenía luz, intentaba escribir, quería escribir para salvar el día, tal y como recomendaba Clarice Lispector, me sentaba delante del portátil para enderezar un relato o algún poema, listo para ofrendarme al dios de las palabras, listo para dormir mi sueño en las ramas de un árbol de mango que llenaba de sombras el parvo zaguán de mi casa. Lo intentaba todo, y con todo quiero decir todo, pero el resultado era siempre el mismo. No podía escribir. En aquel momento fue cuando empecé a pensar que la vida en Malabo no era para ser narrada sino para ser vivida. Nunca antes había tenido una crisis creativa de semejantes proporciones. Nunca. Ni siquiera durante los días en que viví con mas furor mi vida exagerada de 49

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 50

Malabo blues. La ciudad remordida

Atticus Finch, cuando no quería destacar en nada, cuando solo quería leer y desear un vuelo feliz a todos los ruiseñores del mundo. Cuando no tenia luz, me interrogaba acerca de mi estancia en Malabo, me preguntaba por qué ante el primer tropiezo no había peleado a la contra tal y como le había jurado a Sandra Puyol que haría, por qué no había proseguido mi galope hasta el horizonte como el piel roja Kafkiano, ese alejarse de uno mismo para encontrarse al final con uno mismo. Y pensaba también, de forma paralela a los pensamientos antes mencionados, en las luchas diarias que mantenía con Malabo. Mi corazón sufría y se oxidaba con los espejismos que me mostraba mi destino. Los días nacían y morían sin revelar ninguna novedad: me vi desmoronándome a precio de saldo como un libro Lovecraft: mi mente se convirtió en una cámara de espejos. Un día, el lejano rumor de La Ciudad de los Ojos se me fue haciendo cada vez más cercano; la lluvia de la isla que es en realidad una brizna de hierba flotando en la inmensidad del atlántico de pronto nacía en mi cabeza; aprendí a recitar el nocturno de las entrañas de Malabo; palpé el tejido de sus esperanzas; admiré su cielo único, hecho de jirones de sueños y fantasmas de casas coloniales; me perdí; fui asaltado por las sombras. Allí, entre las sombras de Malabo, perdido en la espesura de su noche, con una inflación de sentimientos galopando en mi corazón y sin una cantera de prójimos, recordé las palabras de mi padre (La literatura es la más democrática de las artes, solo necesitas un libro y saber leer) y me mudé a las páginas de un relato de Borges que es una multiautobiografia pues su argumento puntual, en tanto que 50

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 51

La ciudad remordida

trama simbólica, es aplicable a cualquier vida-viaje. En la metafonía de las palabras de este relato solía perder los tiempos muertos que Malabo colocaba a mis pies como rosas muertas. Recorría los senderos del relato de Borges y cuando los demonios de la escritura y la lectura me asediaban desde distintos flancos me repetía las palabras que bifurcan el sendero de un escritor que es lector y un lector que es escritor. Los buenos lectores son cisnes aun más tenebrosos que los buenos escritores. Cuando yo ya me daba por perdido, cuando creía que la idea de Malabo ya no podía salvar ninguno solo de mis días, Malabo, la ciudad remordida, me tendió la mano. Nunca me imaginé lo que me aguardaba en la otra mano: mi propia soledad. Fue entonces, después de aquel apretón de manos con mi soledad, cuando comprendí la tragedia de Malabo que es también la tragedia de Guinea Ecuatorial: la soledad. La soledad de Malabo es más solitaria que las siete soledades de Lorsa Lopez, es una soledad tan sola como todas las soledades de America Latina. Pero la Soledad, que tiene sus pústulas también tiene su encanto, la Soledad, que es un espectáculo procaz porque carece de espectadores y porque es invadida sin motivo por los espejos, es también fuente de inspiración para el arte. Malabo es una ciudad diferente, no por una cuestión de tamaño, edad o ideas, no por sus formas o deformidades ni por sus nostalgias tangibles, tampoco por las instantáneas de sus quimeras mestizas, sino por sus olas de Soledad. Las tempestades de Malabo, sus crónicas, sus homenajes, sus muertes y poses económicas son simplemente hologramas de su Soledad, representaciones que humanizan los sufrimientos y las locu51

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 52

Malabo blues. La ciudad remordida

ras, los estados posibles e imposibles, los abismos de la sensibilidad de un país inclasificable, de cerca y de lejos. Las circunstancias en las que nos conocimos Malabo y yo prefiero reservármelas, son solo para mí, a ti, Mi Hipócrita Lector, no deberían importarte.)

52

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 53

La ciudad remordida

La ciudad remordida

En Malabo, el sonido del Atlántico acecha pero no se nota. Carretera adentro, donde agonizan dinastías y cosmogonías, el bosque embiste. Aquí se detuvieron tribus, profetas y santos. Llegaron de rincones pétreos, en peregrinajes hechizados, llegaron envueltos en vapores. Malabo era, por aquel entonces, un gran salón de baile con casas enjalbegadas y techadas con hojas resecas de palma; una resonancia oscura que hacía que las brújulas enloquecieran. Los corsarios, ceñidos de cadenas y fantasmas, gracias a la espada y los axiomas de la metralla, le impusieron a la voz ronca del volcán el conocimiento de la eternidad. Los delirios de unos y otros dieron forma al tiempo humano; en Malabo, al igual que en Elmina, el tiempo se corrompió. No hubo ningún adiós. El tiempo que había clavado una lágrima del tamaño de una leyenda en las profundidades de Malabo se secó y Ariel y Caliban, poliédricos, múltiples y simultáneos, dijeron a coro «esperad, un momento, ¿a dónde vamos?». Y luego ellos, tan atlánticos, tan trágicos y tan polifónicos, emigraron a las estrellas para soñar con naciones prehistóricas y ahistóricas. Acosada por un anillo de sombras y todavía con el llanto en la memoria, nació del seno de una mujer estupefacta la capital de un país. 53

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 54

Malabo blues. La ciudad remordida

Ya para entonces, la mirada interior de Malabo caminaba hacia la muerte y de entre los reflejos heliotropos del tiempo de los blancos brotaban imágenes de doncellas. Y el hondo suspirar de un pueblo, por culpa del azar de los sucesos, se durmió a la orilla de un lamento. Se re-creó un mundo y se inventó un universo. Así fue como Malabo, una elocuente aldea clerical llena de subterráneos criollos, cruzó una época: caminando contra el tiempo. Bestias ruidosas deambulaban por las calles de Malabo envueltas en leyendas siniestras, Malabo acabó de arrugarse bajo sus pisadas. Cesó la tempestad pero entre el hoy y el ayer nació una distancia cárdena. Fue entonces cuando Malabo se convirtió en la ciudad remordida.

Elmina, 23 de mayo de 2009

54

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 55

La ciudad remordida

La ciudad heroica

En el corazón del golfo de Guinea se alza Malabo, la oscura enredadera que se ha rendido al beso de las algas. La historia de Malabo rebasa sus hechos: se oculta en ramas de suspiros que van de San Jorge a Santa María, de Argentina a Chechenia, de Nkandang a Alcaide, de Los Ángeles a Servicio; 2 es una fábula de alas heridas, un cuento sin hogar, una leyenda vestida con tramas importadas. Malabo es una ciudad-poema; una ciudad-égloga: aquí se forjó un pueblo que no sabe mirar por encima de los hombros: aquí derivaron misioneros, corsarios y libertos; aquí se agotó el peregrinaje de un rebaño de nubes enigmáticas como la geografía sudanesa. Ciudad con ojos, pies, músculos, alma; ciudad-dragón que en lugar de fuego arroja bolas de congosa;3 ciudad aristocrática que desprecia las ciencias parciales y los saberes convencionales; ciudad monumental de cuyas esquinas sobresalen gestos 2. Nombres de barrios de Malabo. 3. Se llama así a un fenómeno de la oralidad que se ha erigido en la prensa rosa por excelencia de Malabo, se crean, se difunden y se recrean todo tipo de chismes a través del congosa. La autoría de las noticias siempre es incierta, puede decirse que es comunal, ya que en la difusión, en la canalización del chisme, el sujeto que practica el congosa siempre añade algo de cosecha propia. 55

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 56

Malabo blues. La ciudad remordida

fluviales; ciudad que ama el boca-a-boca porque las cartas ya no llegan; ciudad que a todo responde pschhhhh; ciudad sin saldo, sin batería, fuera de cobertura, ciudad que a todos arrastra hasta el puk; ciudad acostumbrada a la sangre extraña que pisotea los cadáveres de sus amantes; ciudad de adivinaciones, de enormes ojos negros; ciudad habitada por ácratas y filósofos que ocultan su ateísmo y su anarquismo disfrazándose de carnes sumisas; ciudad de vagos sollozos; ciudad-manicomio; ciudad que suda mucho; ciudad que fluctúa en su propia oscuridad; ciudad-heroica que conserva la memoria con el poder de la palabra.

Addis Abeba, 25 de junio de 2009

56

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 57

La ciudad remordida

La ciudad de los sovetash

Los sovetash respiran como flores que han conocido todas las glaciaciones; sus sonrisas están pobladas de perlas, naves y cabelleras: sus sombras son blandas como las horas de Dalí. En estos pocos años de vacas gordas, algunos han sido visitados por serpientes, unos cuantos han caído en abismos de carbono, otros tantos han subido hasta la altura de los tigres, muchos han blasfemado, demasiados han perdido el pomo de su puerta. Pero Malabo sigue siendo su enville. La conquistaron, echaron a las réplicas fernandinas de los beques y alojaron sus intestinos en el corazón de Santa Isabel. Malabo es su ciudad, aunque hoy muchos viven bajo una estrella propia y en un planeta privado cercado con espinos. Ya no hay igualdad de cielo. Cuando los sovetash vuelven la cabeza hacia al ayer descubren, sin la ayuda de los Beatles, que esa palabra, ayer, queda ya muy lejos. El musgo de los jardines tibios ha hecho espuma de la noche a la mañana y las sombras de los cuerpos en las ventanas se han volcado en el interior de torres mayólicas que parecen penes chinos al alba. Pero ellos, los sovetash, siguen allí, llevan en sus arterías el sueño de Malabo porque Malabo, al igual que Roma, es ante todo un sueño. Un sueño mitad bubi, mitad 57

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 58

Malabo blues. La ciudad remordida

pidjin,4 mitad fang, mitad ndowe, mitad bisio, mitad annobonés, 5 mitad paña, 6 un sueño nuestro-sueño. Los sovetash son morfeos poscoloniales que sueñan en la guerra y en la paz. ¿Cómo sería Malabo sin los ojos de los sovetash?

Kinshasa, 7 de julio de 2009

4. Creol del inglés hablado en Malabo. 5. Lenguas de los grupos étnicos de Guinea Ecuatorial. 6. Español. 58

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 59

La ciudad remordida

La ciudad de los ojos

Malabo es la ciudad de los ojos, unos ojos que son, a juicio de los entendidos, perfectas grutas en las que se alojan pájaros heridos de amor, dioses de cristal y gargantas sin sonido. Dicen también los entendidos que en esos ojos se desbordan los silencios, lo que se dice sin decir y lo que se calla sin callar, porque Malabo, al fin y al cabo, es una ciudad frágil y desnuda, una ciudad en la que todos se reconocen. Los ojos de Malabo miran por juego y por despecho, miran porque temen y porque desean, son ojos viciosos, quebradizos, puras alegorías. A veces tienen la forma de las olas, otras son simplemente balcones, a veces hablan de agonías y delirios, otras simplemente quieren saltar la comba con cables de alta tensión.

Luanda, 19 de junio de 2009

59

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 60

Malabo blues. La ciudad remordida

La ciudad de las lágrimas prohibidas

En Malabo abundan locales donde uno puede refrescar las vilezas del tiempo. Bajo ese sol de espigas habitan lestrigones en cuyos ojos brillan anonimatos y sátiros de orejas tibias. Malabo está en los trópicos, el calor es una epopeya cotidiana, pero las lágrimas en Malabo pueden alcanzar la temperatura de un sueño de Kurosawa. No es sano llorar en Malabo. Lo saben bien los matemáticos bailarines y las catedrales hundidas. De cuando en cuando una transparencia absoluta cruza el nombre de Malabo comprando abismos. Cuando eso sucede, a las gentes de Malabo les da por contemplar la imagen desnuda de su ciudad, agotan sus optimismos y juntan fragmentos de un amor que perdieron hace muchísimo tiempo, cuando las mami wata7 y los papa fero vivían en armonía dentro de las cavernas de sus pechos.

Nairobi, 1 de julio de 2009

7. Deidades femeninas que habitan en las aguas; pueden equipararse a las sirenas. 60

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 61

La ciudad remordida

La ciudad de los extraños recíprocos

Malabo es una diosa en cuyas entrañas moran unos extraños seres llamados los extraños recíprocos. Los extraños recíprocos tienen ojos como cráteres y se han abierto las venas para dejar de ser íntima multitud. Esos seres fantásticos se reconocen, se buscan y se encuentran en las distancias que separan a unos y otros. Ni retóricamente se preguntan ¿por quién doblan las campanas? Todos quieren ver las rejas desde lejos pues las pasiones del petróleo son como meteoritos.

Ámsterdam, 27 de agosto de 2009

61

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 62

Malabo blues. La ciudad remordida

La ciudad sin viento

Malabo es una ciudad sin viento. Las calles son canales de aire quieto que se pierden en el infinito como en un ulular de sirenas: aire quieto, de denso bochorno, movido sólo por taxis al tomar las curvas. De noche Malabo parece un baile de luciérnagas. Generalmente, los cuerpos fatigados por una jornada laboral asmática lucen estampas que pregonan el ascenso del Dios de la carne al puesto que la luz del día y su reducida cohorte de pudores le usurpan injustamente. La carne baña la memoria y el presente, la carne se convierte en la medida de todas las cosas. Malabo es un pequeño lugar con encanto, ciertamente es un pequeño lugar con encanto este Malabo, con su tejido lleno de atracciones irresistibles envueltas en ruidos y olores para todos los gustos. Más temprano que tarde, todo el mundo acaba por abrir las ventanas de su corazón a este pequeño lugar duro y agresivo que ni siquiera para enamorarte acepta pasar por la puerta pues todo en ella se rige por una lógica que no cabe en el abrazo cartesiano. Lo que ves en Malabo no es lo que tienes.

Menorca, 20 de agosto de 2009

62

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 63

La ciudad remordida

La ciudad de las derivas y los progresos

En Malabo, no hay paja ni grano, todas las estrellas agonizan en su fulgor. Malabo es la concha de un molusco en la orilla de África. La ciudad-barrio en la que reinan las lluvias universales, la ciudad que insulta mucho y maldice en exceso. Rincón lleno de rencores, amores perros, nostalgias de cristal y abrazos vacíos. Ilusionados y angustiados por el presente y el pasado, la gente de Malabo mira hacia el futuro pero el futuro no está en ninguna parte, vibra en sus cabezas, y cuando cierran los ojos, lo único que ven es la rueda del eterno-retorno. La gente de Malabo sabe de progresos y derivas, pero sólo atienden al ruido subterráneo de sus decepciones y sus ambiciones, los brillos, para ellos, son veladas formas de oscuridad. La gente de Malabo habla hacia adentro y mientras hablan las palabras se les calientan en la boca con las gramáticas que florecen ante sus ojos.

Douala, 15 de mayo de 2009

63

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 64

Malabo blues. La ciudad remordida

La ciudad en la que todos saben…

Los habitantes de Malabo viven arrugados bajo la gigantesca sombra del tiempo. Entre las ruinas de ayer y el optimismo de la abundancia, abren los ojos para librarse de los abismos que orlan su sueño de Morfeo. Clavan las uñas en el cielo, buscan el beso de las algas, aplauden hasta que les sangran las manos. Pero, al igual que los hijos de Saúl que cabalgan en Seventh Octave, el tiempo les mata. La gente de Malabo camina pisando la senda de su inmensa felicidad pero la embriaguez de su paso traiciona su aplomo. Andan tropezando con ellos mismos, haciendo que las debilidades emigren hacia las maldades y las maldades hacia las bondades. Pero saben, cual sisifos, que entre tanta oscuridad lo que de verdad se oculta son sus sombras, sus ecos como trenes que se alejan por los raíles del tiempo. Los habitantes de Malabo son gentes corrientes sobre los que arden estrellas sin pétalos. Y ellos lo saben.

Abidjan, 26 de mayo de 2009

64

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 65

La ciudad remordida

Malabo, mi amor… «Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos.» Saint Exupery

Malabo y yo ya somos como la hiedra y el tronco pero sigo atravesando su nombre con mucha dificultad. Ma-la-bo. En Malabo he visto una herida abierta en el cielo, la razón se me ha mostrado como una escalera de Escher y me han confirmado que la clarividencia reside en el vientre. Pero todas las noches, mi memoria se llena de muertos y siento el cuerpo de Malabo pegado al mío, siento que caemos juntos (y no me duele la piel, y no me duele la espalda, y no me duele el cuello) abandonados al desamor, hartos los dos de contar horas en el vacío. A veces pienso que yo soy el que abraza a Malabo, otras me da como que Malabo es la que me abraza a mí, en todo caso, caemos, y mientras caemos, la Tierra da vueltas de oeste a este, y cuando a punto estamos de llegar hasta el centro de la Tierra, yo me despierto como tirado por una cuerda, y me acercó a la ventana y veo las calles de Malabo y siento que me crece bajo las uñas el deseo de amar a Malabo. Mi mirada se convierte en palabras, engendro galaxias…

Madrid, 30 de agosto de 2009

65

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 66

Malabo blues. La ciudad remordida

En la ciudad remordida «Lo he visto todo. No obstante, ahora no se trata de lo que he visto, sino cómo lo he visto.» Anton Chejov

Soy un mártir de la palabra. Eso es lo que se dice mientras contempla su triste figura (o una figura que él percibe como su triste figura) en el espejo roto que abandonó K. Kolinsky cuando decidió perderse por las calles de Malabo. Se siente derrotado y expulsado del mundo, un fracasado sin adjetivos; de vez en cuando, por pura gimnasia, se clava los dientes en el labio inferior. Recuerda, recuerda, su memoria se convierte en un foro libre al que acuden recuerdos extirpados de diferentes sueños, es como si estuviera leyendo cartas de hace un siglo, pero él lo sabe, sabe que recordar no es volver al pasado, sabe que ya no es la misma persona, que ha llegado hasta el fin del mar, el lugar con el que sueñan los guardabosques. Por fin ha sucedido: se ha pillado in fraganti ante el espejo observándose a sí mismo de forma kantiana en Malabo, remendando el pasado como no fue y diseñando un futuro que sabe que no será. Le sorprenden sus mezquinas vanidades, sus fatuas ambiciones, sus crímenes silenciados. Se ve como un necio espectador de sí mismo. Tiene la frente sudada como alguien a punto de desmayarse y los ojos manchados como un pájaro de bosque. Sus labios no se mueven pero él sigue hablando frente al espejo. No tarda en darse 66

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 67

La ciudad remordida

cuenta de que hasta su boca invisible es un manantial demasiado pequeño para calmar su sed universal. Se calla. Ya es casi medianoche, dentro de unos minutos un cuerpo vulnerable, el residuo de algo que prefiere no nombrar, golpeará su puerta. Pero Annabel Lee no golpea la puerta, y la espera, una espera tejida con los utensilios de la noche, se convierte en una penitencia abismal: el corazón comienza a encogérsele; el vértigo de la ausencia de aquella a la que no quiere ni nombrar alcanza los restos del naufragio de la noche anterior, cuando ungido de calor y de preguntas nunca formuladas cruzó la delgada línea del insomnio y fue más allá de las tierras baldías de la noche inconsciente; sabe que en cualquier momento la vida puede desaparecer, una noche más, de su rostro. Pero la vida no huye de su rostro. Se imagina que los tigres trepan a sus espaldas y que el tiempo es una cita que abarrota el instante. Sabe que no será para siempre. Se hace preguntas ante el espejo hasta agotar los trámites de la espera. El cuarto de baño respira, su luz se vuelve aniquiladora, se dice que tiene que hacer más grandes las paredes de sus fronteras. Sus labios se cubren de cenizas, la tristeza enciende su triste destino, las certezas le embriagan, el mundo no se acaba. Ella, la que no llega, es su faro magnético en la espesura de la noche de Malabo. Ella es su tormento, su perdición, la luz de sus entrañas, llegó a su vida sin invitación, y su nombre le duele dentro como la belleza. Lo ha conseguido, se ha resistido a las letras del amor: las lágrimas. La curva del vértigo de su ausencia se ha estabilizado. Recuerda que en alguna parte leyó que el amor cumple 67

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 68

Malabo blues. La ciudad remordida

un ciclo de putrefacta lozanía en el nocturno del trópico. Afuera, en la calle, Malabo está sacando punta a las esferas de oscuridad que anidan en sus calles. Leones mecánicos con ojos encendidos como naranjas desfilan delante su casa ruleteando su futuro con botellas de San Miguel. La música del bar Punta Europa calienta el aire de la noche. Él quisiera, sin moverse de casa, alimentarse de todas las especies de la calle, le gustaría vivir una vida exagerada en el sofá. Pero su casa tiene una curiosa disposición al extrañamiento, es su tumba de Boris Davidovich: comienza a sentirse como un ser unitivo. En su fuero interno se van formando espirales de vómito. Le invade la náusea, es como si hubiera pasado mil años en el cuarto baño cantando Je pense a toi, de Amadou & Mariam. Justo en este momento es cuando Malabo le llama y él se desentiende de las matemáticas del espejo y de los disfraces. Aquella llamada sana su mirada, el desencuentro consigo mismo se convierte en un encuentro. Y él responde a la llamada con una voz nueva, una voz en la que ya no domina el timbre de los muertos que enterró en las ciudades modernas. Se dice ni un solo cántico: mantener el paso ganado, y luego añade pero estos son los muros de mi hogar. Sin prisas, comienza a descender de la cima de la tristeza porque él ahora admite que llevaba una pena como una pirámide en el corazón cuando se plantó delante del espejo para saber si todavía podía reírse de sí mismo, si todavía tenía futuro. Ya en la calle, mira al cielo y ve una constelación de estrellas arrugadas como papel maché jugando a coger la forma del Sol para crear la mañana: la Luna se convierte en la más bella morada para alojar su imaginación. Ahora 68

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 69

La ciudad remordida

sí puede reírse, se ríe de sí mismo, de las veces que ha tenido que nacer de nuevo desde que vive en el lienzo de las furias de Malabo. Luego, a lo lejos, se ve desaparecer, pedazo a pedazo, por las oscuras calles de Malabo, como quien recorre los caminos del bosque. En algún momento se sorprende preguntándose a sí mismo ¿y para qué poetas? Su cuerpo conjuga deseos como si su mente los hubiera formulado. En cada esquina de Malabo en la que se detiene le pide a la ciudad remordida que le lea uno de sus poemas, que le muestre la huella de los dioses que se fueron al exilio, al otro lado del Atlántico. Sabe que en algún momento perderá el hilo de las cosas: su paso no es de piedra. La visión de una jauría de perros de sangre hambrienta cambia la sinfonía de la noche. Se imagina lejos de esa calle de pavor sin luces, en la cama con Annabel Lee, felicitándose ambos mutuamente por sus cuerpos heridos. Pero los perros siguen ladrando, ladran a todo, es su forma de censar las fatigas de las noches de Malabo. Sobre su cabeza flota oscuro el cielo. Ya no se ven estrellas engastadas en el cielo y la luna es una muchacha enlutada. Y él sigue internándose en las carnes de Malabo como un sonámbulo, todo se le da por añadidura, incluida la música de tuberías reventadas cuyas notas rebotan en las paredes de su nariz. Mueve los ojos en todas las direcciones y en el suelo su mirada cae en la boca de una alcantarilla que parece conducir al centro de la Tierra. Está en una diminuta porción de Malabo que contiene todo Malabo, es un poema de Malabo que habla de Malabo. El cielo disminuye levemente su peso: un letrero de neón que compone las letras «puzzle» captura su atención como si de la res69

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 70

Malabo blues. La ciudad remordida

puesta a un enigma se tratase. Una chica de brazos delgados y pelo aguacate pasa corriendo a su lado, arrastra un miedo macizo bajo las cejas. Detrás de la chica viene un chico con restos de santos asados en la boca, el chico grita eres una vividora, puta… Él quisiera detenerse y detenerlos pero la noche es corta y se dice que no tiene tiempo para contar sus patas. Cierra los ojos y tras la intimidad de sus parpados recuerda, ata las cuerdas de su corazón. Dentro de Puzzle le inunda una repentina exaltación. Se dice todos los que estamos aquí somos plural. Se siente un hecho entre los hechos de Puzzle, en la barra pide una cerveza, habla con dos o tres personas, habla de cenizas, de choques, de Malabo, se deja mover en la pista con la esperanza de aplastar su tristeza. Luego sale a la calle, de puntillas, como si huyera de sí mismo. Y marcha con lentitud a través del penetrante caydasa-icef, se adentra en el camino de los grandes lagos de aguas fecales como si el peligro no existiese. Se dice la noche es mi centinela. Su corazón se llena de algas. El bar La Vida es Bella es un barco encallado en la arteria que comunica la avenida Hassan II y Los Ángeles. Esa calle, como muchas de las calles de Malabo, no tiene nombre, y sí tiene nombre ninguno de los seres que llenan las casas que crecen como ácaros a ambas orillas de la lengua de alquitrán conoce su dirección postal. Allí, en esa calle, los labios de la noche y el día no dejan de rozar la boca de una botella de cerveza. En el bar La Vida es Bella la gente bebe los renglones torcidos del petróleo, se olvidan de contar sus pasos sobre las promesas de Malabo: todos dicen Malabo I love you como cien almas negras cantando 70

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 71

La ciudad remordida

Only you; todos se llaman por sus nombres. Él no conoce a nadie, nadie le conoce, pero siente que podría quedarse allí hasta que se le caigan todas las escamas. Se detiene delante del restaurante Agnes; algo lo detiene. En Malabo, la ciudad sin aire, sopla el viento: los árboles cargados de frutas de mango vibran, las ropas tendidas que el cansancio no quiso descolgar cuentan las historias que les quedan por vivir. Ya no quedan ni espinas de pescado a la brasa, sólo la multitud apilada dentro del restaurante alimenta sus ojos. Los franceses se han ido, los españoles se han ido, los filipinos se han ido, incluso los guineanos se han ido, han abandonado todas sus espadas en el campo de batalla, ya sólo quedan cameruneses en el local. Suena música Makossa. ¡Ah, Makossa! Sus ojos se llenan de legañas. Los carteles, de gesto eterno, de la avenida Hassan II le repiten lo que ya sabe: vive en un reino junto al mar. Se pregunta ¿dónde estará mi Annabel Lee? No hay luna, ni estrellas, nadie ni nada puede hablarle del paradero de Ella, la que ahora llama Annabel Lee. Luego mira avenida arriba, como si quisiera glosar el epitafio de Malabo, mira más allá de la rotonda Tropicana, y un sentimiento cuyo origen desconoce se incorpora en él, y entonces, no sabe bien por qué, le da por recitar un fragmento de La chica de pelo raro, el libro de relatos de Foster Wallace que duerme sobre su mesita de noche. Arma la cita. Modula su garganta y la lengua, los labios y los dientes dan con el color de las silabas. Las palabras salen al aire. «Huelo cambios que traerán consigo alivio, igual que la húmeda promesa de un chaparrón de verano. Una nueva era y una nueva comprensión de la belleza como campo y ya no 71

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 72

Malabo blues. La ciudad remordida

como lugar geométrico». Pero no oye las palabras, las palabras, envueltas en las cortinas de oscuridad, salen volando hacia una estrella suspendida en el cielo de Malabo. Vuelve a gritar y vuelve a suceder lo mismo.

72

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 73

T E S TA M E N T O S T R A I C I O N A D O S

«… para cada país o ciudad o reino sobre la faz de este mundo existe, apenas escondido, otro país o ciudad o reino en todos o cada uno de los seres humanos que los pueblan o transitan.»

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 74

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 75

Te s t a m e n t o s t r a i c i o n a d o s

Creo que con eso está todo explicado Aparecido Obama Ngundi, Semu-Guantanamo, Malabo capital

«Vivir en Malabo es un fenómeno que traza una peculiaridad. Lugares, prácticas y discursos tienen poco peso en la memoria de las gentes de Malabo, nuestra ecología verbal está repleta de proliferaciones y solipsismos. Cuando las cosas nos van mal no nos entristecemos porque sabemos que con eso sólo pueden ir a peor. Tampoco nos reímos. Miramos a todas partes, buscamos la mano de la casualidad, de la brujería, de otros, de Dios. Nosotros nunca estamos en el cuadro, el infierno y el cielo siempre son los otros. Somos existencialistas vitalistas. Sombras sin metáforas. Vivir en Malabo, lo repito, es un fenómeno que traza una peculiaridad. Si no eres de Malabo nunca podrías entenderlo. Para ser de Malabo no tienes que haber nacido aquí, yo nací en un poblado de Akonibe pero mis padres se trasladaron a vivir a la isla cuando Macías echó a los nigerianos y trajo a los fang para trabajar las fincas de cacao. Tampoco hace falta que hayas pasado décadas viviendo aquí. Son ciertas experiencias peculiares que no puedes entender si no eres de Malabo. Creo que con eso está todo explicado.»

(Sí, con eso está explicado todo.) 75

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 76

Malabo blues. La ciudad remordida

Edad: 37 años. Ocupación: soy funcionario, trabajo en el Ministerio de Pesca y Medio Ambiente. Estudios: quería estudiar filosofía pero pasé la madurez el año que los españoles quitaron las becas y no tenía a nadie delante para ayudarme. Estado Civil: casado. Hijos: cinco, tengo tres dentro y dos fuera, cinco en total, los dos de fuera los tuve antes de casarme con Sara.

76

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 77

Te s t a m e n t o s t r a i c i o n a d o s

E s o n o t e l o v o y a d e c i r, no eres uno de los nuestros Exuberancio Mba Nve, Chechenia, Malabo capital

«Los occidentales son idiotas, sobre todo los de ahora, se creen que nos engañan pero les conocemos muy bien. Son unos hipócritas. Los de antes intentaban conocer para someter, los de ahora sólo quieren conocer para oírse a sí mismos. Los de antes llegaron hasta aquí y se fueron por todo el mundo colonizando, mucha violencia, mucha sangre, pero se metieron en pateras y fueron a colonizar el mundo. Eso tiene su mérito, no hay que quitárselo. Los de ahora son nada, labios de botox y sonrisas de Pavlov, son la decadencia de Occidente, usufructuarios del saqueo colonial. Cadáveres, te digo, cadáveres. Os utilizan, a los jóvenes como tú que han pasado mucho tiempo viviendo en las entrañas de Occidente. Nosotros vivimos la colonización, la sufrimos en nuestras carnes, vi a mi padre humillado. Vivimos la dictadura de Macías, y Balboa Boneke escribió para todos aquel poema en honor al nuevo amanecer que fue el 3 de agosto de 1979. Nosotros fuimos a estudiar a Occidente de forma testimonial, teníamos demasiado peso dentro de nosotros. Pero vosotros habéis estudiado en Occidente libres de las patologías coloniales, vosotros deberíais alertar a vuestros hermanos y hermanas, alertarles de las mentiras de la razón cínica de Occidente, en vez 77

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 78

Malabo blues. La ciudad remordida

de eso, ¿qué hacéis? Os convertís en caballos de Troya que ocultan un tumulto de ideas importadas en sus entrañas. Llegáis aquí y soltáis el vómito occidental y envenenáis la percepción de vuestros hermanos y hermanas. Me das pena, no sabes a qué causa estas sirviendo. Escribe tu libro, escríbelo, ¿dices que se llama La ciudad remordida? Vaya título. Sal a dar vueltas por Malabo, habla con las gentes de Malabo, observa Malabo. ¿Qué verás? Lo sé. Tu verás confusión, desorden, caos, repetirás las mismas palabras que Chinua Achebe dedicó a Lagos. Pero yo veo algo más. Yo veo algo más. Eso no te lo voy a decir, no eres uno de los nuestros.»

(Luego yo me quedo callado y pienso y pienso y me preguntó por qué el señor Achebe tuvo que decir estas cosas tan horribles de Lagos y me digo que tal vez debiera cambiar de título pero a mi me gusta Malabo Blues. Desde la terraza de la casa de Gustavo, las vistas de Malabo son fantásticas, se ven las dos torres de la catedral, se ven los reflejos azulados de Getesa, el anaranjado de la nueva Jefatura de Estado esparce purpurina en el aire, se ven casitas coloniales forradas con baldosas chinas, se ven locutorios y tiendas de ropa, puestos ambulantes de CD y DVD pirateados, bares, en la carretera compiten coches nuevos con coches viejos, se ve a gente paseando, niños corriendo, jóvenes mamás con criaturas que pronto traerán otras criaturas al mundo… Veo Malabo como un cuadro que he visto demasiadas veces, como una postal muy manoseada y siento que me gusta, me digo que 78

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 79

Te s t a m e n t o s t r a i c i o n a d o s

me gusta esta ciudad y decido no cambiar el título de mi oda a Malabo y sus agentes. Malabo Blues será.)

Edad: 58 años. Ocupación: trabajo en el Ministerio de Asuntos Exteriores; llevo años lidiando con organismos internacionales. Estudios: estudié diplomacia en Egipto, mucho antes de que tú nacieras. Estado civil: tengo dos mujeres, una egipcia y una guineana. Hijos: tengo doce hijas y tres nietos.

79

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 80

Malabo blues. La ciudad remordida

Añambelomba Macabea Ikekomba, Campo Yaunde, Malabo capital

«El tiempo en Malabo empezó a crecer cuando la gente comenzó a hablar de política. Hasta entonces el tiempo habitaba en un solitario destierro, era un cautivo que vivía en la casa de ataduras que era nuestra memoria. Los amaneceres y atardeceres eran espléndidos, las estaciones se sucedían la una a la otra, las orgullosas ondulaciones de la lluvia enfangaban las calles durante una época y después llegaban las nubes cobrizas de polvo que tonificaban nuestras pieles y nos sometían a los tormentos del Apolo 12.8 No había nada nuevo que oír, nada nuevo que ver, nada nuevo que decir. Antes de que llegara la política nuestros sueños transcurrían por canales de tiempo quieto. La gente erraba por las calles y olfateaba el aire con un frenesí de grombifs.9 Llegó la política y toda su palabrería, y los actos ordinarios, los del día a día, dejaron de ser el almacén de los pensamientos de la gente de Malabo. Hijo mío, cuando bebimos esa lejana brisa, cuando osamos mirar dentro de las estrellas, nos alejamos de la tierra. La política alteró nuestro horizonte. Al convertirse en el inquilino del corazón de Malabo 8. Conjuntivitis. 9. Rata de bosque. 80

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 81

Te s t a m e n t o s t r a i c i o n a d o s

se llevó la eternidad. Y después de su llegada empezamos a usar muchas más palabras, palabras-raíces. El tiempo empezó a crecer. Sí, la política crió raíces y en los meses siguientes vimos elevarse varias palabras, durante meses chapoteamos en el diluvio sonoro de las palabras-raíces que trajo consigo la política. Democracia, derechos humanos (nunca dije los derechos del hombre, siempre decía derechos humanos, así humanos, a secas, que somos todos, hombres y mujeres), elecciones libres y justas, libertad de expresión, fueron tantas palabras y tan musicales. Añambelomba,10 qué palabras tan musicales, eran aún más musicales que las tonadillas pegadizas de Lapiro y Eyango que nos llegaban con los vientos del monte Camerún. Se alzaban dentro de los corazones de la gente como la añoranza de la primera y última aspiración de la condición humana. Escuchar estas palabras nos dio recuerdos que no poseíamos, porque, seamos serios, nosotros, que veníamos de Franco y de Macías, ¿qué íbamos a saber de democracia, de derechos humanos, de libertad de expresión y todas esas cosas? Y muchas de aquellas palabras que iban de boca en boca desbordando recuerdos, ni siquiera eran ya en nuestra lengua. Imagínate, imagínatelo. Todavía me acuerdo de algunas. Gud governaz, rul ov low, égalité, fraternité, human development…. Dichosa historia la de la política en Malabo, pero ¿quién va a escribir un libro sobre eso?»

10. Equivale, en lengua ndowe, a ¡Por Dios! 81

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 82

Malabo blues. La ciudad remordida

(No se me ocurre nada que decir, esa mujer me recuerda a Estina Bronzario y a Marie-Sophie, está montada en la rabia de existir, me quedo callado, observándola, pensando en los libros que podría haber escrito esa mujer si hubiera podido afilar sus lápices... y me siento un escribidor, en lugar de escritor, porque la realidad siempre escribe mejor y pienso en Walcott y pienso en los libros que podría escribir si tan sólo fuera capaz de beber unas gotitas de ese río de tiempo y agua que es Malabo.)

Edad: 62 años. Ocupación: vendedora de buñuelos; ella dice: «antes iba por las calles con mi palangana pero ahora el tiempo ha crecido mucho y se dice que hay plateados por allí y yo prefiero quedarme delante de mi casa. Soy la abuela del barrio, todos los jóvenes me cuidan». Estudios: los españoles me enseñaron a coser y la hija de Eloísa, mi señora, me enseñó a leer, eso fue en la colonia. Hijos: siete, sin contar con los que están muertos. Dos de mis hijos están en Europa, no sé que ha sido de ellos, pero sé que están vivos, una madre sabe de estas cosas, sólo espero que les esté yendo bien, sabemos que para los negros es muy difícil la vida en el país de los blancos. Estado Civil: viuda, he enterrado a tres maridos.

82

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 83

Te s t a m e n t o s t r a i c i o n a d o s

No preguntes más, eso es todo lo que sé Luis O’Connor Buelebiele, Los Ángeles, Malabo capital

«Confirmo, y lo digo muy en serio, en este país existe un contraste entre la fragilidad del hombre individual y la brutalidad de lo colectivo que se expresa a través de la tribu, la etnia o la provincia. Lo sé, no me preguntes cómo. Hasta mi propia conciencia desconoce lo que se yo sé de este país. Hace unos días estaba leyendo a Jung, últimamente me ha dado por pensar en el complejo del superviviente. Si la interioridad es el dominio propiamente dicho del individuo, el problema en este país es que la individualidad aquí no le pertenece a uno, todo es un tribal sentir, un tribal sufrir y un tribal imaginarse. Todos conocemos lo que pasa en nuestro país pero conocer no implica necesariamente tener conciencia. En este país, entre el conocimiento y la conciencia opera un silencio ceñudo y mudo y nuestras penas laten como grillos negros. Necesitamos de una conciencia preverbal y preconceptual para renovar el voto de la sorpresa ante la complejidad de los deseos y percepciones individuales acerca del mundo, acerca de nuestra Guinea. Necesitamos sorprendernos nuevamente ante algo increíble pues en este país, a día de hoy, todo es creíble. Necesitamos hablar de nuestra historia reciente, relacionarnos con ella, reconciliarnos con ella. No preguntes más, no me tires de la lengua, eso es todo lo que sé.» 83

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 84

Malabo blues. La ciudad remordida

(Cuando para de hablar mira a su mujer y su mujer le mira y ambos se ríen, creo que han recordado una historia pero estoy seguro de que no me la van a contar.)

Edad: 54 años. Ocupación: soy profesor en un instituto, profesor de ciencias sociales. Estudios: estudié Antropología en la Complutense, de eso hace ya mucho tiempo, el Colegio África todavía era el Colegio África. ¿Sabes que conocí a tu padre? Estado civil: estoy casado con una bellísima mujer que ha resistido a mi lado (mientras lo dice mira a su mujer que sigue como quien no sigue nuestra charla) las turbulencias que he pasado en este mi país, si yo te contará mi joven amiguito, si yo te contará. Hijos: tengo tres hijas, y acabo de ser abuelo.

84

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 85

Te s t a m e n t o s t r a i c i o n a d o s

Eso ha cambiado… Protasio Nguema Bocheku, Sumco, Malabo capital

«Eso ha cambiado, y el que no lo ve es porque no quiere. No ha sido un camino fácil pero lo hemos hecho a nuestra manera. Fuera de estos murros nuestros mucha no se entiende o simplemente no quieren entenderlo. Vivimos en una democracia, pero que nadie espere que nuestra democracia tenga los mismos rasgos que la democracia de Berlusconi. Nuestra democracia es lo que necesitamos, al menos por ahora, el futuro ya dirá. ¿Has ido por Malabo? Hay obras por todo. ¿Has ido por la isla? Hay obras por todo. ¿Has ido por el país? Hay obras por todo. A los enemigos de Guinea Ecuatorial les fastidia ver que este país, sin ayuda de nadie, ha emprendido solito el camino hacia la modernidad, se han cometido muchos errores y seguramente se cometerán más, pero por Dios que hay que ser honestos y aplaudir a Guinea Ecuatorial. Nosotros no vamos a ser como Gabón, por Dios que no vamos a ser como Gabón. Ahora es el momento de trabajar duro, de subirse al tren del progreso, este es el juego en el que andamos, de subirse al tren del desarrollo. Esos mismos países que critican al Gobierno de Guinea Ecuatorial sus empresas saquean a este país o se mueren de ganas de venir a saquearlo. Y tienen la cara de decir esas cosas que dicen, ahora es el momen85

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 86

Malabo blues. La ciudad remordida

to de que los guineanos luchen para que nuestras riquezas se queden aquí, es el momento de asegurarnos de que no nos vamos a quedar con la cola del león como les ha sucedido a nuestros hermanos gaboneses.»

(Después de dos horas nos separamos, hemos hablado de todas las turas, me ha confesado que incluso él mismo pensó en ser escritor, que aún sigue escribiendo poemas. Me ha dicho que no me deje devorar la cabeza por las tonterías que dicen los blancos y este grupo de payasos que dicen estar en el exilio cuando sólo la vergüenza les impide retornar a su país. Mientras caminaba hacia mi casa he visto las obras que se están realizando en Malabo, he asentido con la cabeza y me he dicho sí que se están haciendo cosas; me he dicho esperemos de verdad que algún día haya luz para todos, agua para todos, vivienda para todos, carreteras para todos e igualdad de oportunidades para todos. En todo caso, me digo para mis adentros, con el tiempo se despejan todas las dudas.)

Edad: 34 años. Ocupación: empleado de la Empresa Nacional de Petróleo. Estudios: Eeconomista. Estado Civil: me caso la semana que viene; por cierto, estás invitado, la boda será en la catedral y la fiesta en La Luna. Hijos: tengo cuatro de antes, cuatro historias del pasado, pero ahora mi chica está embarazada y voy a empezar a tener mis hijos de verdad.

86

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 87

Te s t a m e n t o s t r a i c i o n a d o s

Nos ha tocado el peor tiempo Felipe Medina Mba, Servicio, Malabo capital

«¿Recuerdas todas aquellas cosas que te dije cuando acababas de llegar? Mentira, todo mentira. Este no es un país normal y nuestros padres nos han hecho un daño irreparable, nos sacaron de aquí siendo críos y ahora volvemos hechos unos hombres y esperan que seamos Guinea 100%. Es imposible. Deberían haber tenido huevos y criarnos aquí en lugar de mandarnos a España o a donde quiera que soplaran los vientos. La gente como yo no conoce la guinealogía y aquí no puedes vivir si no dominas ese maldito código. Mira, te cuento. El otro día mi viejo me llamó a las cuatro de la madrugada, él estaba en China y quería que fuera a la discoteca Abraxas para ver quién era el hombre trajeado que llevaba su Range Rover. Le dije soy yo, papá, soy yo, mi coche tiene un fallo y he cogido uno de los tuyos. Alguien tuvo tiempo, a las tantas de la madrugada, para llamar a mi padre a China y decirle que una persona trajeada llevaba su coche en Abraxas. Esto es un maldito show de Truman, no hay intimidad, todas las vidas son públicas, aquí no me va mal, estoy ganando mucho dinero pero no recuerdo haber sido antes tan infeliz. Es una locura. Mi padre me dice ya tienes 35 años, deberías casarte ya. ¿Cómo me voy a casar? Estoy perdido en tierra de nadie, aquí el sexo 87

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 88

Malabo blues. La ciudad remordida

es abundante y escasea el amor, es más, el amor aquí es una palabra mentecata. Tengo una «posible» en Madrid, la última vez que estuvo aquí se quejó de todo, una guineana que se queja de la falta de luz, de la falta de agua, se queja de todo, se queja más que una brahmán de Boston. En el fondo lo entiendo, ella no es Guinea 100%, le pasa como a mí, sólo que yo tengo que estar aquí por narices. Nos ha tocado el peor tiempo, a veces siento que he caído en una trampa pero ya no puedo salir. ¿Has leído a Heberto Padilla? Deberías, deberías leer un poema titulado En tiempos difíciles, vivimos tiempos difíciles, estamos en la prueba decisiva y no echaremos a andar hasta que no desaparezca el imperio de la guinealogía. Y para cuando eso pase, tal vez ya sea demasiado tarde. Este país, hoy por hoy, no es un sitio normal. Nos ha tocado el peor tiempo…»

(Después de un tiempo se queda callado pero yo sigo oyéndole decir aquello del peor tiempo y pienso en las historias que sé de mi madre y en la vida de mi padre y me niego a creer que este sea el peor tiempo, en todo caso el más complicado, porque en esos años es cuando se resuelve todo.)

Edad: 35 años. Ocupación: cuadro del Ministerio de Economía y empresario. Estudios: licenciatura en Económicas, Universidad de Alcalá. Estado Civil: a este paso, soltero de por vida, a no ser que llegue algún día el dichoso barco de las chinas. Hijos: ninguno. 88

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 89

E S TA M B R E S D E L A S N O C H E S DE MALABO

«Oigo el despertador en la habitación, convencido de que no me afecta su ruido horrible imitando el silencio, yo que conozco los silencios al dedillo, crecí con ellos, aun de espaldas los distingo uno a uno.» Ayer no te vi en Babilonia Antonio Lobo Antunes

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 90

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 91

Estambres de las noches de Malabo

Sombra y abismo «¿Por qué no intentar en este momento, que no es grave, mirar por la ventana?» El manifiesto de la ciudad Clarice Lispector

Desde hace unos días me siento como una sombra que avanza hacia el abismo, la ventana de mi casa desde la que solía divisar los axiomas de Malabo ahora da a un abismo. Me paso largas horas mirando el abismo que ha ocupado el lugar de Malabo, las horas se inclinan y el cielo se acurruca y yo estoy allí, mirando al abismo, esperando no un sol que lo alumbre sino una velita, pensando en los ángeles que se perdieron en el camino y en las ausencias que permanecen como preguntas. Cuando me canso de mirar, de ver mis ojos arrojados a la locura del abismo, cuando me canso de ausentarme, me da por buscar puentes de hermandad, grito esperando que alguien, desde otra ventana que da también a este abismo, grite conmigo, pero nadie grita conmigo, grito y grito para que al menos el abismo, o su eco, repita mi grito, pero no hay eco, el abismo no responde. Y entonces me veo quieto pero siento que avanzo, que avanzo como una sombra hacia el abismo.

91

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 92

Malabo blues. La ciudad remordida

O s c a r Wi l d e s e e q u i v o c ó , p o r p o c o

Hace tiempo, cuando los ochenta acunaban su oleaje, mi voz, como la de otros tantos niños-cargadores-depupitres, vibraba entre las ramas de los árboles que daban sombra a mis penas. Los mayores, no sólo los niños, también tenían sus penas, muchas de ellas con forma de horizontes personales. A tiempo supieron que ninguna copa es lo suficientemente grande para albergar las lágrimas de un país. También, hay que decirlo, el inaudible canto de las sirenas de tierra perforó la cera de sus oídos. Ha pasado mucho tiempo, muchos viejos han construido farsas y dioses a modo de escudo para no seguir tropezando con cadáveres en sus sueños, otros se debaten en un interrogante hamletiano acerca de quiénes les hicieron las peores jugadas, ¿los hermanos, cuyas malas intenciones denunciaban, o los extranjeros, de cuyas buenas intenciones no dudaban? Mi voz ya no vibra entre las ramas de los árboles, entre otras razones porque hay cada vez menos árboles en Malabo y porque, aunque llegaron otras, muchas de las penas de ayer ya se fueron y las que quedan saben que se irán. Ahora yo soy un adulto, sospecho de todo. Y parece que los jóvenes se lo creen todo y los viejos todo lo saben.

92

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 93

Estambres de las noches de Malabo

Una luz de largas llamas que parecían alas… O brigado Lucile D’Anton

Esta mañana me dije hoy abriré las puertas a la pausa, necesito no estar aquí por un tiempo, desaparecer todo lo que huele a Malabo, detenerme un rato en el silencio. Malabo me llamó sin voz, a las cinco de la tarde pisé tierra en el Nayti y allí me quedé con una mirada fugaz entre las sombras hasta que Malabo empezó a amenazar con cerrar las ventanas de su noche. Mientras volvía a casa, sentí que una luz intensa se posaba sobre mis hombros, una luz de largas llamas que parecían alas… (Me parece que estás triste, pero no con esa tristeza puntual y peinada, sino con esa malaise romántica que se dice Melancolía y que ha llegado a Malabo en botellas de cerveza... ¿Estás triste?).

93

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 94

Malabo blues. La ciudad remordida

Estambres de la noche «¿Qué importa que mi alma no pudiera retenerte?» Pablo Neruda

Ayer soñé que mis manos olían a crepúsculo, la hiedra del olvido se trenzaba sobre tu imagen hasta tragarla… ¿Es cierto que para siempre dura instante, que la oblicua soledad y el laberinto del tiempo llenan canastos? Sandra Puyol, tu rostro y tus gestos, todo se me está tornando oscuro, se escurre en mi mente como meandros entre las grietas del tiempo… Ya no hay flores, sólo una áspera duda, caminando desnuda sobre las ruinas de tu sombra. Mis manos querían mojarse de todas las lluvias del mundo por ti, pensaba que eras la solución al crucigrama de mi destino: la primera vez que te vi supe que mis ojos sin tu imagen eran huérfanos, nunca lo creerás y probablemente puede que algún día ni yo mismo lo crea (el tiempo, el rumor del tiempo herrumbra hasta los silencios) pero antes de verte ya te había soñado. Ahora siento que estoy saltando a la luna con una pértiga hecha con mis costillas, quiero cantarte versos y sortilegios como antaño pero en lugar de eso arrojo a tus pies, como lava de un volcán henchido de eternidad, mis vísceras en forma de añicos.

94

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 95

Estambres de las noches de Malabo

Bertolt Brecht tenía razón: todo pasa tan deprisa «Gracias a Dios todo pasa deprisa, / la pena incluso; también el amor.» Canción de la prostituta Bertolt Brecht

No buscaba un lugar para descansar el camino pero aquí, en esta eternidad tan sosegada, en este seco dolor sin luto, la carne cede y la perfección es un sueño desnudo. Hace años escribía sobre lunas muertas y miradas vacías. Al igual que los hermosos vencidos de Leonard Cohen, en mi corazón alojaba el ocaso. Me iba bien caminar sobre tumbas llenas de pasado y escribía montañas de versos. Tenía a Sandra Puyol, tan cercana, tan íntima, entre el cielo y la tarde, mi alma se abrazaba a su cuerpo. Ya en el último borde del olvido, cuando mis palabras, las que llevo al papel, han dejado de llorar, puedo ver de nuevo a Sandra Puyol, anda flotando sobre las aguas del tiempo, marchitándose como la luna, fluye río abajo, hacia el Atlántico. Bertolt Brecht tiene razón. Todo pasa tan deprisa. Incluso el amor.

95

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 96

Malabo blues. La ciudad remordida

Adios ayer «Uno se olvida tan pronto de su propia juventud.» Graham Greene «Que se detenga el tiempo sin tocarte;/ que no te quite el manto / de la perfecta juventud» Rubén Bonifaz Nuño

Cuando nos conocimos, Sandra Puyol vivía en la calle Ferran con una chica argentina de pasos diligentes como la aurora boreal, y yo, que acababa de abandonar los dominios de Navas de Tolosa, vivía en Riera Alta con Virginia, una skater peluquera enamorada de su perro. Ella llevaba milenios viviendo en el Raval y escribía relatos de sístole y diástole, de terror y piedad, en los que comparaba el tiempo del Raval con el de otras partes de Barcelona. Ella había echado raíces en el Raval como un castaño de indias y yo me dejé nutrir por todas sus coberturas. Me enseñó el Raval, los bares, los restaurantes, las tiendas, siempre con una advertencia colgada en los labios. Por cada edificio, por cada acera, por cada plaza, café, restaurante, frutería, o locutorio que veas, hay otro edificio, otra acera, otra plaza, otro restaurante, frutería y locutorio en cada una de las personas que transitan por el Raval. Me mostró las galerías del sueño interurbano de una república independiente en la que las personas eran fotocopias de ellas mismas. Ella me dijo que en un 96

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 97

Estambres de las noches de Malabo

viaje a la India se enamoró del color amarillo, me dijo que en una granja de Dinamarca plantó un tomate y le puso mi nombre. Yo le dije que me encantaba la alegría de lo verde y que deseaba que mi alma creciera como los ríos. En un restaurante sudanés llamado Karkade, le conté la historia de mi padre, de mi familia, de mi país, le dije que había tenido una niñez diferente, no podía decir que había sido mala, sólo podía decir que había sido diferente, no obstante, a la hora de hacer balance, de hacer memoria, prefería recordar la alegría de las ficciones y no las tristezas de las realidades. Yo pasaba mucho tiempo en su casa, por la noche, desde la cama, veía como ella hacía anotaciones en los bordes de un libro de Mondrian Kilani, y se entregaba a la escritura de bocetos de artículos sobre los ambientes de tensión y las zonas de fricción del Raval. Con el tiempo yo me mudé a la calle Carretas y ella seguía en su casa pero en realidad vivíamos en las dos casas, en la suya y en la mía. No tardamos en darle la razón al Empedocles de Marcel Schowb y aceptar que el amor es el deseo de dos almas de unirse, de fundirse y confundirse. El Raval para nosotros era el seno del Dios esférico. En mi casa o en su casa, pasábamos mucho tiempo dialogando en un dialecto húmedo y mecánico, como dos submarinos alemanes de la Segunda Guerra Mundial en las profundidades del océano. Ella me decía que escribiera, yo decía que jamás iba a ser un escritor aunque escribiera, decía escribiré, escribiré por que escribo, mentalmente me veré escribiendo, me imaginaré escribiendo, también me recordaré escribiendo, pero nunca seré un escritor. Y cuando yo decía que yo era un poeta menor en un tiempo de poetas 97

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 98

Malabo blues. La ciudad remordida

menores, ella agarraba el manuscrito de El Centauro y el Fénix leía una de las partes que tenía subrayadas con anotaciones tal y como solía hacer con los Tristes Trópicos, de Levi Strauss… y leía: Occidente es un laberinto de conchas, una noche inmensa, a cada paso que damos los minutos desfilan largos y pesados en nuestros ojos pero nosotros somos los cuerpos de los que crecen todas las frutas y ellos, nuestros nietos de ayer y abuelos de mañana, están muriendo, sus poros se han cerrado a lo humano. Nos odian porque ellos son los muertos de nuestras oraciones y nosotros somos los supervivientes de su naufragio. Somos los afrodisíacos, los detonantes de las métricas del hombre, somos semillas y en nuestros corazones habita la promesa de una nueva humanidad. Por eso nos construyen una noche inmensa como el Atlántico en África, en América, en Europa y donde sea que puedan crecer todavía sus árboles retorcidos, pero tenemos a la luna. Somos los dueños de la luna, de las mareas, de todas las mareas, somos la vida, podemos emerger a la Atlántida, hemos saltado de Benguela a Salvador de Bahía con pértigas hechas con las costillas que nos arrancaron, hemos cantado en Harlem con las voces que se afanaron durante siglos por anochecer, París es una diosa cuando nosotros la acariciamos, somos desbocados caballos de amor… Y me miraba a los ojos y me decía tú, mi cronopio, lo conseguirás. Y luego dialogábamos como los submarinos alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Su respiración musical acompañaba mi insomnio. Yo escuchaba sus canciones: Your love gets sweeter (Finley Quaye), Can’t get enough (Richard Ace), The World keeps turning (Tom Waits), 98

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 99

Estambres de las noches de Malabo

It’s a wonderful life (Sparklehorse); veía sus películas: Dolls (Takeshi Kitano), Fallen Angels (Won Kar Wai), Central do Brasil (Salles), Breacking the waves (Lars Von Trier)… Ella escuchaba mis canciones: I’m African (Dead Prez), The revolution will not be televised (Gil-Scott Heron), Time will tell (Bob Marley), Beast of no nation (Fela Kuti)…; veía mis películas: Blade Runner (Scott), Kilombo (Vieira), Requiem for a dream (Arendnoski), Sans Soleil (Parker)… Yo le regalé un reproductor MP3 de BenQ lleno de música de Miles Davies. Ella me regaló una taza para el té con su rostro. El tiempo pasaba, el tiempo volaba. Y todo parecía tan fácil, tan simple, tan libre, tan nuevo y tan único. Íbamos a ver películas al Renoir Floridablanca. Íbamos a bailar a la Paloma y a la plaza del Tripi a tomar cervezas. Íbamos de compras por las tiendas del Raval y del Borne. Nos reíamos. Llorábamos. Visitábamos a Simon y a Lourdes en Sants, a Álex y a María en Gràcia. Ella venía a buscarme al Ánima cuando cerrábamos; yo me sentaba en los parvos zaguanes del carrer de l’Àngel a esperar que saliera del trabajo. Escuché sus canciones, sus esperanzas, sus deseos, la música de su latido. Ella escuchó mis canciones, mis esperanzas, mis deseos, la música de mi latido. Estábamos unidos, tan unidos, cada vez más unidos. Los domingos íbamos al Mercat de San Antoni a comprar libros de segunda mano, yo iba a por todas pero ella sólo buscaba libros de tapa dura de autores como Carson McCullers, William Carlos Williams, John Fante o Sherwood Anderson. Después nos sentábamos en el Tres Cantons a ver cómo el tiempo pasaba sin razón bebiendo cerveza, a veces comiendo calamares a la 99

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 100

Malabo blues. La ciudad remordida

romana, y otras, patatas bravas, vivíamos como si el tiempo no fuera con nosotros, como si nunca fuera a ir con nosotros. No entendíamos nada, éramos ignorantes hasta que llegó el jadeo de nuestros últimos días y fueron tantas las cosas que amamos juntos que durante muchos siglos me fue imposible amar sin ella.

100

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 101

ASOMBRO POR SONY LABOU TA N S I

«Cada sueño tiene su despertar.» Las siete soledades de Lorsa López Sony Labou Tansi

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 102

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 103

A s o m b r o p o r S o n y L a b o u Ta n s i

La primera vez que leí un libro de Sony Labou Tansi fue en el año 2004, era el año del Fórum de las Culturas en Barcelona pero para escuchar las voces africanas en las librerías había que tener la pericia de un arqueólogo. Tenías que dedicar una tarde a ir por las librerías más auténticas y aun en estas tenías que buscar y rebuscar, ir título por título, a ver si podías dar con algún autor africano. Al final de la calle Elisabets, más o menos cuando ésta desemboca en la plaza del MACBA, había una pequeña librería regentaba por una mujer diminuta, de pelo corto castaño, largas pestañas y boca brillante (suiza o belga, ya no lo recuerdo con precisión), que más de tres décadas atrás se había enamorado de Barcelona y no podía encontrar un antídoto que la reinsertará otra vez en el universo de los relojes de cuco. El hogar es donde cuelgas el sombrero, solía cantar Gil-Scott Heron en los setenta. Esa mujer había colgado su sombrero y su corazón y todo su ser en Barcelona. A esa helvética extraviada en la ciudad de Fonollosa le debo mi rencuentro con la obra de Sony Labou Tansi. Sucedió así: estaba yo a punto de salir de la librería cuando ella me tocó el hombro diciendo espera, tengo algo que te va a interesar, es una joya. Hablaba salpicando las silabas, como 103

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 104

Malabo blues. La ciudad remordida

si quisiera arrastrarme hacia el interior de un sueño. En aquel momento, mientras aquella mujer me vendía la moto del fenómeno de Sony Labou Tansi, me acordé de mi padre llegando a las tantas de la madrugada; eran recuerdos surgidos de nieblas opalinas, tristes como la muerte de un pavo real; pero a la vez lejanos y dulces como las nubes más altas. Eran los tiempos de las vacas flacas, Malabo, por aquel entonces, era una ciudad insomne, con un rostro de piedra, una ciudad que había agotado sus posibilidades y que agonizaba en la contemplación de su propia caricatura, una ciudad de harmatán durante la estación seca y de barro durante la estación de lluvias. Me acordé de mi padre, a las tantas de la noche, escuchando a John Coltrane y recitando a Sony Labou Tansi como si llevase la boca llena de un licor pesado. La solitude. La solitude. La plus grande réalité de l’homme c’est la solitude. Quoi qu’on fasse. Simulacres sociaux. Simulacres d’amour. Duperie. Tu es seul en toi. Tu viens seul, tu bouges seul, tu iras seul. Yo nunca creí que mi padre fuera Dios pero a su manera lo era, en todo caso, cuando lo supe ya era muy tarde. En 2004, hacia dos años que mi padre yacía en una tumba fría y oscura. La noche anterior me había despertado en medio del sueño y había llorado como no creía que podía llorar. Sandra Puyol me había envuelto en su cuerpo desnudo y yo le había contado el perturbador sueño que me había visitado. El fantasma de mi padre y yo asistíamos a un entierro, éramos los únicos, no había nadie más. El que iba a ser enterrado era mi padre, pero el que tenía la boca llena de flores era yo, encima de nuestras cabezas volaban águilas, de los ojos de mi padre brotaban 104

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 105

A s o m b r o p o r S o n y L a b o u Ta n s i

lágrimas como higos, en el aire flotaba un olor a música apagada. El cuerpo de mi padre con una piedra inmensa atada al corazón, bajaba hasta las profundidades de la tierra pero su sombra se quedaba allí, frente a la tumba, negándose a bajar, diciendo que allí abajo estaba oscuro, diciendo que estaba lleno de mundo y que no quería llevarse aquel mundo consigo hasta la oscuridad. Hablaba de la poesía de Sony Labou Tansi y de la poesía, en general, como piedras lanzadas al rostro de lo eterno, de la rebeldía de lo que muere, del eco anticipado del grito de mañana. Al acabar de contar el sueño, yo había dicho a Sandra Puyol soy el eco distante de la caída de mi padre. Aquella noche Sandra Puyol me dijo que no me preocupara por nada, que ella llevaba mi corazón, lo llevaba en el suyo. Así que allí estaba esa mujer hablándome de Sony Labou Tansi, una presencia muy familiar, un autor del que había oído hablar desde que tenía oídos para escuchar pero al que nunca había leído, sólo le había oído declamar a mi padre, algo que iba a remediar comprando el libro que la helvética me ponía entre las manos. No andaba sobrado de dinero y en La Central del Raval ya me había hecho con un ejemplar de Las Olas, de Virginia Wolf, y Retrato del artista en 1956, de Jaime Gil de Biedma. Minutos más tarde en la calidez de mi-piso-compartido de la calle Carretas al leer los primeros párrafos de Las Siete Soledades de Lorsa López entré en trance, sólo el descubridor de la tumba de Tutankamón podría haber descifrado el brillo de mis ojos en aquel momento. Tenía en mis manos una auténtica joya literaria. De repente recordé la forma en que mi padre solía leer los libros de Sony 105

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 106

Malabo blues. La ciudad remordida

Labou Tansi, la forma que los custodiaba, y supe, sin temor a dudas, que su fantasma se estaba posicionando en mí: una mezcla desconcertante de alivio y tristeza se apoderó de mí: Sony Labou Tansi había escrito la caligrafía de las promesas rotas de su generación. Todos se habían malogrado, todos se había echado a perder y Sony Labou Tansi era el vaso irrompible en el que las lágrimas de mi padre y los de su generación, los vasos rotos, habían encontrado un descanso. Leer a Sony Labou Tansí le confirmaba a mi padre que no estaba solo, le devolvía la fe en el movimiento continuo. Tras acabar de leer Las Siete Soledades de Lorsa López compré El Ante-Pueblo, traducción de Serrat Crespo también y con una portada muy sugerente. Una grotesca foto de Idi Amin, no se le ve la cara, pero se ve su pecho lleno de medallas. Me pasé meses buscando La Vida y Media, libro anunciado en la solapa de Las Siete Soledades de Lorsa López, hasta que supe que Muchnik Editores nunca llegó a publicarlo. El día que supe de esta infamia universal, me senté delante del ordenador, invoqué a los esquivos espíritus de la poesía, y comencé un libro que todavía no he acabado, un libro que no me deja acabarlo. El Afrodisíaco de los Dioses. EL AFRODISÍACO DE LOS DIOSES Óscar Abaga I El día 4 de abril de 1975, ni tan siquiera los dotados con un resorte microscópico para vislumbrar el tiempo pudieron anticipar el baile de borrascas y relámpa106

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 107

A s o m b r o p o r S o n y L a b o u Ta n s i

gos que crujió los cielos aquella noche que se prolongó finalmente durante cuarenta años. A las nueve y treinta seis minutos de la noche, el podrido techo de la colonia se había hundido de golpe; el cielo vomitó una canalla de grandes vestigios llameantes que salió disparada hacia un occidente abatido por el esplendor. Inmensos senos de negrura se hincharon y sembraron aquí y allá lívidos relámpagos y desencadenaron tormentas que galoparon sobre las carnes de aquella heroica tierra cruel. Forbesia, que en apenas unas horas pasaría a llamarse Bossalia, se adentró en el seno de una noche avivada, erizada y protuberante. En las negrerías de Nueva Lima, la inminente capital de la ciudad-estado de los tristes trópicos, propiciaban lámparas de queroseno y antorchas que infestaban, invisiblemente, el aire con su purpurina de malaquita. Fonseca da Matta supo desde el principio que aquella noche no era una noche natural: desde el fondo de la tierra le llegaban ladridos estridentes, gruñidos, abyectos maullidos... Aquella noche iba a ser una noche sin coherencia, iba a ser una noche frenética y sin tregua, una noche satelizada desde la eternidad. Y así fue. Fonseca da Matta vivía en una barrio de Nueva Lima llamado Adowa, un barrio reservado para nativos puros, aunque él era mestizo y su sangre bastarda había modelado su cuerpo para impedirle ocultar su condición de bien abandonado. Adowa se hallaba en los terrenos colindantes a los acantilados de Ardokuba y conectaba con el centro de Nueva Lima a través de un camino que corría como una serpiente. En Adowa la pobreza ponía el sello sobre los niños y las 107

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 108

Malabo blues. La ciudad remordida

casas eran de madera y ladrillo sin enlucir. Desde la fundación mítica de Forbesia, Adowa, el hogar de los negros bembones, había quedado dispensado de las peores consecuencias de la sequía colonial, allí los negros seguían consumando sus ritos de negación del tiempo durante los equinoccios. Siendo un adolescente, Fonseca da Matta se había entregado a la religión, había superado todas las pruebas, incluyendo el diálogo con los cráneos. Su budum, decían los que le conocían, estaba tan lejos que era imposible de alcanzar. Fonseca da Matta era respetado y temido en Adowa como sólo podían serlo los albinos iniciados. Aquella noche del 4 de abril de 1975, hacía dos semanas que Fonseca da Matta llevaba encerrado en su ermita, atacado de un brote cuasiepiléptico, olvidado por todos menos por Julio Casueira Mangala, poeta mestizo, como él, cuya voz iba a la vanguardia de las demandas de independencia. Sumido en sus ataques cuasiepilepticos, discutía con Julio Casueira Mangala acerca de la obra que estaba construyendo el poeta y de la creciente dificultad de las odiseas espirituales del hombre de fe. A ambos les preocupa no ser capaces de comprender los imprevistos que determinaban sus vidas. Aquella noche, en lugar de la visita de Julio Casueira Mangala lo que alteró el descanso de Fonseca da Matta fue la radiación de la procesión de energías alienígenas que envolvía Nueva Lima, fuerza que se sentía con tal intensidad en Adowa que Fonseca da Matta se sorprendía víctima de asaltos de espíritus no invocados. A diferencia de Julio Casueira, para Fonseca da Matta, al igual que muchos de su orden, For108

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 109

A s o m b r o p o r S o n y L a b o u Ta n s i

besia no estaba lista para la independencia. Aquella imagen, la del avance de las energías alienígenas que envolvían Nueva Lima, hacía que la ira revoloteara en el interior de Fonseca da Matta como puños sueltos, estaba claro que las caléndulas apenas habían empezado a florecer… Muchas veces se lo había expuesto así a su amigo Julio Casueira Mangala pero este veía las cosas de otra manera. Aquella noche que los mancios pronosticaron erupciones volcánicas y los vulcanólogos previeron alfombras estelares, Fonseca da Matta, ardiendo en la hoguera de sus contradictorios sentimientos, estuvo deambulando en su ermita, una cabaña de tierra batida decorada con esculturas y dibujos cabalísticos grabados en las paredes y con un tejado en forma de terraza. Reía y reía, enardeciendo los brazos como Rameses frente a los Ititas, con una sonrisa líquida, alucinada, como una bestia enjaulada; cuando intentaba serenarse, tomar aire, la ira le invadía. ¡Van a eclipsar nuestra grandeza, van a eclipsar nuestra grandeza!… Casandra fluía dentro de él, le estaba destilando. Para aplacar esa sensación poblada de bacilos que le invadía, Fonseca da Matta se volcó sobre el Ngole esperando ser redimido por la amable mirada de la borrachera pero el efecto fue el contrario. Su impotencia se despellejó aún más, se desnudó de todas las dudas: vio tan cerca el drama que sintió que podía tocarlo. Y en aquel momento fue cuando supo que al final de aquella noche comenzaría a llover sobre Bossalia, sobre toda África, y, al filo de la lluvia, llegarían días peores pero de un peor diferente. El vientre del 109

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 110

Malabo blues. La ciudad remordida

tiempo sería envenenado y todo tiempo presente pariría monstruos; hombres y mujeres huirían de África y se convertirían en bichos sin familia, sin nación, África sería extirpada de sus entrañas, serían otra cosa; a África le iban a robar hasta los sueños; África no pertenecería a los africano, hasta el cielo y el mar serían propiedad de extrañas criaturas y ninguno conocería el rostro de los nuevos amos que se servirían de la estirpe de los mayorales para mantener su despensa tropical; y los mejores guerreros cercenarían los brazos de sus hijos y clavarían bayonetas en los vientres de sus mujeres embarazadas; y las divisiones de Amón se entretendrían regateando las migajas del holocausto africano; el reino de la brutalidad amanecería, serían los arqueólogos los que hablarían de Justicia, la tierra se removería y ningún muerto visitaría a los vivos para que se le realice la batiamaña. El corazón de África no bastaría para cobijar todos esos dramas: los africanos acabarían convirtiéndose en animales, en seres sin entrañas vestidos por el sastre de los dueños de aquel tiempo: África ardería hasta convertirse en un foso de ceniza blanca. Y, entonces, sólo entonces, morirían todas las carreteras hambrientas, se apagarían las montañas y los puentes serían demolidos. Pasaría mucho tiempo hasta que África pariera un nuevo principio y entonces, sólo entonces, los muertos aceptarían abrazar otra vez la vida y los vivos hallarían sosiego. Aquella epifanía le inspiró tal tristeza a Fonseca Da Matta que deseó estar muerto, se relajó y en el instante que se entregó a esa irresistible melancolía sintió que las cuerdas de sus músculos se apagaban y hubo una fracción de 110

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 111

A s o m b r o p o r S o n y L a b o u Ta n s i

segundo en que sintió el golpe de la agonía en su pecho. Quería morir pero la muerte no venía a él, se quedó en ese estado, dialogando con su bumi, hasta que el olor de la muerte se desvaneció. Harto de aguardar la felina entrada de la muerte, se levantó y salió al patio trasero, el de los sacrificios, con una garrafa de vino destilado de palmera destinado a desvanecer, al menos, la duda de cuanto tiempo pasaría hasta la disolución de las piedras de sal, o sea, hasta el fin de las tragedias que todavía no tenían nombre. El peso de la tristeza lo sofocaba y su voz salía sin vestes. ¡Van a eclipsar otra vez la grandeza de África! Van eclipsar nuestra grandeza… A la sombra del decrépito ficus le aguardaban los bolis de las deidades. Esparció todo el garrafón sobre las deidades y se sentó a los pies del ficus a esperar a que alguna deidad le poseyera. Mientras esperaba, pensó en los reveses del tiempo con el triste gesto con el que la libertad mira a los ojos del prisionero. La voz llena de tiempo del viejo Kowto le envolvió y sus ojos lagrimearon abundantemente. Permaneció bajo la copa del ficus, rumiando su deseo de saber cuanto tiempo iba a estar picoteando el manpfana en los cogollos de África, esperó, esperó, pero nunca comenzaba a desexistir. Se apoyó en el tronco del ficus con la esperanza de oír el latido de las deidades pero lo que le llegó no fue el río de los latidos de las deidades sino un lamento. El ficus estaba llorando. Entonces fue cuando se dio cuenta de que su cuerpo pesaba siglos. La impotencia se apoderó de él y como en un sueño conocido se vio exaltando el fragmento de una canción olvidada, probablemente una lulabi, y sintió 111

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 112

Malabo blues. La ciudad remordida

que se deslizaba por encima del agua del tiempo y se remontaba hasta la dorada eternidad del fuego de los orígenes y desde allí, desde el lugar en el que los ofendidos aguardaban su turno, saboreó una tristeza de cuatrocientos años y más. En el mundo, los sonidos de la cumbancha que se había montado en el salón comunitario de Adowa seguían cayendo sobre las enredaderas de la noche mientras barriles sembrados de infortunios celebraban su llegada anticipada al parto de un nuevo asalto de la historia. ¿Cómo podían los dioses dejar libres las costas en el más allá? ¿Dónde estaba Simón Kimbangu que no intercedía ante las deidades? Viajó por los dominios del Ngozo buscando la ayuda de Simon Kimbangu. Llamó a Simon Kimbangu por sus títulos reales, enumeró sus logros y leyendas, lo invocó una y otra vez para que intercediera ante las deidades para que estas hicieran retroceder a los espíritus tumbadores de árboles, marcadores de caminos sobre las ciénagas y hacedores de carreteras al abismo que habían venido de costas lejanas, desde Utangani, para sembrar la próxima hemorragia negra. Fonseca da Matta, con la voz encendida como la nuez de una gallina de guinea, siguió invocando a Simon Kimbangu pero este seguía sin aparecer. Petardeó entre barrancos fustigados y témpanos cubiertos de suspiros de ángeles negros, su ntu adquirió la forma de una figura de porcelana, su sangre se volvió inflamable al atravesar charcos repletos de pesadas masas de pecadores, vio niños que se convertían en saltamontes, bandadas de pájaros que portaban candelabros de oro con diamantes incrustados… Y en algún momento, momento por decir algo puesto 112

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 113

A s o m b r o p o r S o n y L a b o u Ta n s i

que en el Ngozo no existe el tiempo, mientras Fonseca da Matta deliraba vio el cadáver de Julio Casueira Mangala envuelto en una canalla de mariposas. II Julio Casueira Mangala, con el santo subido, sentado encima de la piel de búfalo y con la negrería en plena marumba, se sintió de repente traspasado a un brillante lugar azul, un lugar en el que los susurros ominosos de espíritus que soñaban otra edad se multiplicaban en las paredes de su cráneo. Su boca se llenó de sal, la sal del fondo del Atlántico que envolvía los cuerpos lanzados desde los barcos, la sal del sudor que bañaba los cuerpos en las plantaciones, en las minas, en las explotaciones forestales, en las canteras… En su interior emergió otro Yo, un Yo mejor definido y delineado que aquel que tomó conciencia del drama de la estirpe de kam durante una acrisolada velada de fiera pasión selvática en la que Antoine, el hermano querido de cuyos labios sutiles colgaban flores, leyó la primera versión de su celebre poema en una estrecha habitación de una pensión de estudiantes en el barrio africano de Bruselas. Los raíles estrechos de aquellas noches en las que su voluntad se fue tornando inflexible sobre las lánguidas arenas de la nostalgia de la patria imaginaria, una patria espontánea, desconocedora del aburrimiento metálico de la astuta y grosera Europa, se incrustaron sobre la frente de Julio Casueira Nakano y le llevaron hasta un lago de recuerdos balsámicos. Balanceó las imágenes como la cabeza de un chiviricoqui en la espalda de su madre y las caras, tatuadas con utopías concretas, de 113

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 114

Malabo blues. La ciudad remordida

los compañeros con los que soñó clandestinamente, desde las afueras de la historia, con una África libre. Y mientras permanecía en ese universo plagado de azul, la figura de la vieja Vidalida la Gariganga se emancipó de la multitud y su mano, con la actitud con que la libertad contempla a los presos, cortó el aire con un movimiento diestro y le escarificó en la frente la figura de un halcón. Entre Vidalida la Gariganga y Julio Casueira Mangala el tiempo y el espacio se desperezaron. Un dolor agudo se instaló en sus sienes. La vieja Vidalida la Gariganga le untó la escarificación con una mezcla de saliva, aceite de nueces de palma, tet a nég, polvo de cowris… De la garganta de cobre de Julio Casueira Mangala brotó un crujido del alma. Sus músculos entraron en un estado de crispación y anquilosis. Se sintió frágil, golpeado por la desmesura de un dolor que no paraba de ensancharse. Un dolor tenebroso, espantoso… La sensación de que estaba cayendo en el nido de sangre de un animal antediluviano se apoderó de él hasta que fue lanzado a un bastión de soledad gobernado por una luz blanca, que degollaba todos los anhelos. Caminó y caminó, respirando con dificultad, como si tirase del mundo con sus costillas. Sus sueños se dilataban hasta la pesadilla; los deseos lo sofocaban como pedúnculos amargos de una página vacía. Atravesó valles de contorsiones extáticas sin vestigios de plantas o animales; cordilleras que trepaban en vano, como gritos y manos, hacia el cielo; llanuras primigenias con esquifes de aves inmemoriales y tornasoles aplastados en olas de cristal; playas desiertas de suaves arenas con fosforescencias enigmáticas; ríos 114

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 115

A s o m b r o p o r S o n y L a b o u Ta n s i

cubiertos de caracolas y guijarros multicolores… hasta desembocar en una amplia sabana con islotes de verdor diseminados en forma de frondosidades. Acacias, imbondeiros… su olfato empezó a darse un verdadero banquete de aromas vegetales, a cada paso descubría una delicia aún más profunda hasta que llegó a lo que era el inicio de un matope. Se internó en la tupida cabellera verde, las altas hierbas no le dejaban ver más de unos centímetros por delante. Marchaba al azar, petardeando en aquel delirio verde, alejándose cada vez más de las capas inmaculadas de las acacias, de los imbondeiros, de las cayayayeiras… Después de caminar un rato, la perspectiva horizontal se alisó y la vertical se dotó de propiedades contingentes ligadas al devenir de un bosque eterno en el que los árboles resurgían del suelo como montañas. La inmensa boca del cielo quedó macerada entre las copas de los árboles. Las lianas del sueño y los mangles amodorrados apenas le dejaban avanzar. Aves canoras silbaban inéditas melodías con un clamor que recorría el paisaje extendiéndose de árbol en árbol como un proceso coralino. Su curiosidad estaba trabada por ondulaciones nutridas por la amnesia del sol, pero algo en él le decía que había bailado todos los bailes, demarcado toda la creación con sílabas plenas… A medida que avanzaba la tenebrosidad del bosque se iba exasperando y mientras trotaba entre aquel quiste tenebroso reparó en que el bosque había ido ganando humanidad. Descubrió que él era una gota en un surco de sangre y lágrimas que no paraba de crecer, y que, cual trueno, se rompía en aludes cuando 115

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 116

Malabo blues. La ciudad remordida

chocaba con aquellos árboles que eran como paredes. A veces, cuando el miedo crepitaba como una hoguera de maleza, la multitud caminaba ordenada, obediente, homogénea y serena. Era un rostro sin rasgos entre una multitud de rostros sin rasgos y uniformemente ataviada de púrpura. Una sombra en un congreso de sombras. ¿Cuánta gente sin rostro había? Miles, cientos de miles, millones… No podía aventurar una cifra. Sus cuellos se cigüeñaban con las cutículas del grito negro, sus bocas se torcían, sus párpados se saturaban de turbulentas pesadillas. Millones de corazones se convirtieron en músculos sin alegría. Un sudor ardiente subrayaba los contornos nebulosos de su sufrimiento, se deslizaba por sus rostros sin rasgos, se mezclaba con la sangre y enfangaba la superficie de aquel bosque en el que la inquietud de la vida estaba siendo degollada con un desprecio de hierro y fuego. Pero, aunque aquellas personas no tenían rasgos, Julio Casueira Mangala tuvo la sensación de que los reconocía a todos. A medida que la multitud de rostros de barro aumentaba y el horrísono griterío ensordecedor de lamentos convertía la presencia humana en un defecto, la sensación de que reconocía a toda la gente crecía y crecía, ensanchando el alarido atrapado en cada gota de lágrima, en cada ascua solar. Aquella sensación llenó sus ojos de un efluvio infernal proveniente de una garganta abrasada y le hizo recalar en que no había más sustancia en él que la humanidad. Quería gritar, encontrar placer en el timbre de su voz pero no podía, una angustia histórica le sujetaba la voz en las 116

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 117

A s o m b r o p o r S o n y L a b o u Ta n s i

grietas frescas de la lógica siniestra de un miedo ancestral. Julio Casueira Mangala se rio con una risa líquida, alucinada, mística, destilada de un miedo siniestro. Se contrajo ante aquel espectáculo de sereno holocausto de carne púrpura. Tachonado de cerezos, empapado de un sudor fétido aderezado con sangre, permaneció inmenso y tranquilo sobre sus fútiles extremidades. Espesas volutas de moscas fustigaban su torso plagado de surcos de carne ardiente, sus músculos se desmembraron, su mente se amilanó y la piel se le pegó a los huesos. Olía a enfermedad, a dolor, a ignorancia, a brutalidad. Se internó en el rebaño. Se convirtió en un esqueleto recubierto de piel púrpura que ni sabía ni comprendía por qué tenía que dedicar toda su vida a un solo fin: trabajar para sus invisibles verdugos. La libertad se convirtió en un sueño entre infinitos pliegues de ausencia apocalíptica. Con el paso del tiempo, el congreso de sombras se fue convirtiendo en una enormidad pululante y fecunda. Una llamarada de vivos deseos estaba liquidando la coherencia que había sorbido, cual agujero negro, los vestigios de su grandeza. Los cuerpos, gráciles y frágiles, se desplazaban alegremente en la podredumbre amarga de la ilusión. Bajo la ajada superficie de sus pieles anochecidas, el rumor de los corazones se multiplicaba. Los árboles con troncos de meteoritos se apartaban del camino creando un clima de sueño tibio y agradable. La gente quería volar, remontar sus cuerpos por encima de la superficie de la tierra. Todo el mundo quería hablar, era el éxtasis telúrico de la voz. El silencio fue despedazado, engullido por aleluyas que 117

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 118

Malabo blues. La ciudad remordida

querían expandirse hasta el fin de los tiempos. Los rostros florecían impregnados con las lágrimas que delataban la ausencia de los muertos. Se formaron pasarelas de turquesa dispuestas a penetrar la gruta de la que habían emergido sus verdugos, conocer el origen del mal que los había diezmado, combatirlo con la sangre de la tierra, el sudor de la piedra y la leche del viento. Como una estrella púrpura, las ansias de libertad evolucionaron en la profundidad de sus corazones, innumerables pupilas que habían permanecido apagadas se encendieron como lambas jaculatorios. El pueblo venido de los muros de la noche se dejó ver, la humanidad floreció en ellos teñida de la sangre proveniente de la vagina de la creación. Una mañana adornada con preciosas pepitas de rocío alcanzaron el seno de una región hermosa, salvaje, con evanescencias de ópera lírica, euforbios carnosos, verdes, y cúmulos de musgos oro viejo. Una región propicia para empezar, una vez más, a dar sentido a su existencia sobre la faz bruta de la tierra. Fue entonces, en medio del esplendor de corales de bejucos y arborescencias dulzainas, cuando Julio Casueira Mangala supo por qué durante aquella travesía de oscuridad que parecía extenderse hasta el fin del universo, tuvo y retuvo la perenne sensación de que reconocía a todos aquellos rostros sin rasgos. Cientos, miles, millones de personas. Niños, hombres, mujeres, ancianos y ancianas… todos eran él. Vio pasar en una fracción de segundo todas sus vidas ante sus ojos y sus vidas consistían en una sola imagen: empezar, empezar una y otra vez, fertilizar la existencia del hombre sobre la faz bruta de la tierra. Le inspiró tal 118

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 119

A s o m b r o p o r S o n y L a b o u Ta n s i

tristeza aquella revelación que deseó haber muerto a manos de sus verdugos invisibles, se relajó y en el instante que se entregó a esa irresistible melancolía sintió que las cuerdas de sus músculos se relajaban y hubo una fracción de segundo, en medio de sus millones de manifestaciones, que creyó estar aspirando las bocanadas del fin definitivo. Quería morir allí, en medio de sus millones de manifestaciones. Y mientras esperaba la entrada felina de la muerte, la multitud, los hijos de las estrellas, la estirpe de los vientos, se desprendió de su lado, le apartó de su seno con los movimientos diestros con los que se le quita el corazón a la manzana. Julio Casueira Mangala al darse cuenta, lo intentó un par de veces más con idéntico resultado. Cada vez que lo intentaba, el grupo le depositaba a una distancia mayor. La última vez que lo intentó, un pelotón de hombres le llevó en hombros hasta depositarle a siete kilómetros. Cada kilómetro tenía un color del amanecer en los anillos de saturno. Cuando, una vez más, estaba a punto de alcanzar al grupo, un hilillo de agua brotó entre él y el grupo. Frenó en secó. El hilillo de agua le impedía avanzar y, al otro lado, el grupo se distanciaba de él en una alegre algarabía de cantos y bailes. Julio Casueira Mangala quería gritar, quería que las pardas aguas se solidificaran en un camino pero el hilillo de agua se ensanchaba, se ensanchaba… «Los dioses te han elegido Para que chorreen de cantos nuestros corazones Y vibren de savia nuestras creaciones.» 119

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 120

Malabo blues. La ciudad remordida

La distancia entre ellos fue creciendo gradualmente. Julio Casueira Mangala extendió la mano, aulló, pidió ayuda para cruzar el hilillo de agua a un él niño, a un él mujer, a un él hombre, a un él anciano, a un él anciana… Todos le rechazaban ladeando la cabeza negativamente y sonriendo. El hilillo de agua era ridículo y él no entendía por qué no podía cruzarlo. Extendió la mano, aulló, pidió ayuda para cruzar el hilillo de agua a un él niño, a un él mujer… Todos le rechazaban ladeando la cabeza negativamente y sonriendo. «Los dioses te han elegido Para que chorreen de cantos nuestros corazones Y vibren de savia…» Cientos, miles, millones de personas, al otro lado del hilillo de agua, reían, cantaban y bailaban. De vez en cuando, un él le miraba y le animaba a seguir su camino, lejos del grupo, solo. Julio Casueira Mangala desistió de pedir ayuda para cruzar el hilillo de agua y se sentó sobre un tronco de árbol hueco. Al cabo de un tiempo, el grupo desapareció llevándose consigo las risas, los cantos y los bailes. «Los dioses…» Se levantó y caminó y caminó, como si sus piernas fueran tallos, troncos, una parte de él quería hundirse en aquel suelo y la otra le conminaba a seguir; caminó y caminó, hasta llegar a un jardín en el que el sendero se bifurcaba. Allí, en la bifurcación, le aguarda120

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 121

A s o m b r o p o r S o n y L a b o u Ta n s i

ba una chica de ojos enormes, somnolientos y achinados, en una frente aureolada con un cabello ensortijado, pómulos altos, labios gruesos más negros que la misma piel, como teñidos de moras. Su cuello largo era un cilindro perfecto, sus piernas brillaban como varas de metal y su torso era duro pero flexible como una bisagra. En la punta de sus dedos lucían unas uñas blancas nacaradas y en sus orejas refulgían zarcillos de oro. La chica parecía estar esperándole. Otra vez he vuelto a llegar antes que tú. Eso fue lo que le dijo la dríada de ébano a modo de saludo. Julio Casueira Mangala respondió con una sonrisa de disculpa, torcida y tranquila. Cuando Julio Casueira Mangala abrió los ojos, vio un sinfín de figuras inclinadas sobre él. Y, como árboles, le ofrecían sus sombras protectoras. El calofé Almeida separaba la yema de un huevo con sus dedos hábiles, Beye-edzang le restregaba el cuerpo desnudo con unas hojas de malanga bañadas en placenta de elefante de bosque, Inés esgrimía una inyección de un líquido ambarino con una mano y en la otra sostenía un trozo de algodón humedecido en mongorocom, Chembo Makamani leía en unos huesos de cocodrilo el estado de su salud… Y, en medio de la multitud, Fonseca da Mata, erguido como un cirio, con el rostro escarificado bajo la mantilla de un ardiente verdor que le daba aspecto de un majestuoso friso barroco y los ojos secos como la arena del desierto y quietos como si fueran de cristal, le miraba fijamente a los ojos, en silencio.

121

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 122

Malabo blues. La ciudad remordida

Unos meses después conocí a Gilbert Ndunga, dramaturgo y cineasta congolés que tras la pelea de elefantes entre Sassou y Lisouba se internó en el corazón del mayombe donde se olvidó hasta de su nombre. Gilbert Ndunga era amigo de Sony Labou Tansi y bajo la capa de miriñaques de uno de los personajes principales de Las Siete Soledades de Lorsa López latía su corazón de judío negro. Gilbert Ndunga acabó de gravar la melodía de Sony Labou Tansi, el hombre de la vergüenza y las mágicas orillas del Congo, en mi imaginación. Gracias a ese hombre que llevaba capas de alquitrán en la piel, conocí al hombre, al poeta, al narrador, al dramaturgo, supe de la vida bramada de Sony Labou Tansi, de su búsqueda de el hombre, el mundo y de las cosas. La obra de Sony Labou Tansi alumbra la experiencia del apagón de los soles de las independencias como parte de la tragedia de la humanidad, Sony Labou Tansi escribía para sembrar la duda en los que creen en la inexistencia de la parte de la historia que no ha comido en cuatro siglos. Porque ser poeta, para Sony Labou Tansi, era desear con todas las fuerzas, con toda la carne, frente al fusil, frente al dinero que también es un fusil, otro centro del mundo en el que ningún rostro de la humanidad iba a quedar oculto bajo la historia. Sony Labou Tansi escribía porque el papel blanco le daba pena, miedo y algo más, escribía porque el papel garabateado era la prueba de que, pese a la mala sangre de los bwakamabe y la ferocidad de los cíclopes, los relatos de nuestras vidas, con todos sus gestos torcidos, alumbrarían, tarde o temprano, el sueño de nuestros antepasados. Gilbert Ndunga me contó que 122

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 123

A s o m b r o p o r S o n y L a b o u Ta n s i

una noche la voz de Sony Labou Tansi se puso ronca de tanto enhebrar cantos acerca del regreso de Kempa Vita, llevaba una túnica blanca, un collar de cuentas amatistas y el cuerpo entero embadurnado de pembe, cantó como los impalas de un hurla, canto como si su madre fuera el atlántico, canto como si supiera el lugar en el que se habían exiliado los dioses, nuestros dioses… Al final del canto, cuenta Gilbert Ndunga, Sony Labou Tansi soltó un lamento prolongado y se disparó hacia la noche, la otra, no la que se instala entre el cielo y la tierra, la que tiene una mecha tan extensa como la chispa del tiempo. Me dijo que la última vez que vio a su amigo, justo antes de que comenzara a cabalgar al monstruo alado recubierto de escamas, plumas y cabellos de los siete colores del arco iris, tenía el aspecto de un profeta bondadoso intentando liberar a los hombres de un descomunal sufrimiento. Sony Labou Tansi, me confirmó su amigo, es el enciclopedista de nuestro silencio porque, a diferencia de lo que muchos creen, África no es la civilización de la palabra sino la del silencio. Gracias a Sony Labou Tansi, yo, joven poeta por aquel entonces, me acerqué más a la figura de mi padre, supe que escribir también es no hablar, callarse, aullar sin ruido, en silencio.

123

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 124

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 125

CUENTOS DEL CABALLO Y S U V I VA E N T R A Ñ A (Los cuentos que escribo mientras escribo mis cuentos)

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 126

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 127

Cuentos del caballo y su viva entraña

La tragedia de Bongo (otra infamia universal) «Después de todo, todo ha sido nada / a pesar de que un día lo fue todo.» José Hierro

Hace unos meses escribí un relato sobre un personaje extraviado que vagaba por desiertos, sabanas, estepas y selvas buscando un hogar. Era un personaje metódico, muy de detalles, un choisiste, creo que se les llama a este tipo de personajes. En cada paraje en el que se detenía, Moriba, así es como se llama el personaje de mi relato inacabado, se entregaba a las tradiciones caleidoscópicas propias del entorno pero con la primera invitación a quedarse preparaba su equipaje (aire, nubes y sueños) y llorando de amor partía a la búsqueda de su hogar. Este lugar, se decía Moriba, no es mi hogar, mi casa no está aquí. En mi relato el tiempo se anula, se pierde en los laberintos del choisisme: mi personaje, Moriba, una vez anulado el tiempo, pierde la cuenta de las veces que ha oído la frase quédate entre nosotros. Era una empresa francamente difícil acabar ese relato, me sentía como Matti Klarwein ante el árbol de la vida: estaba lejos, muy lejos, de la estampa de Miguel Ángel diciéndole a Moisés y ahora habla. Fue entonces cuando empecé a llenarme de visiones de una barca flotando en medio de un río interminable, tan interminable que parecía que en realidad estaba quieto. En una de las entradas de mi diario escribí: 127

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 128

Malabo blues. La ciudad remordida

«No es fácil insertarse en uno mismo estos días pero esta mañana la estela de la rutina se ha roto y aquí estoy, frente a un gran ventanal imaginario, viéndome mirando (y buscándome en) un río imaginario en el que flota una barca azul bajo unas nubes tan anchas como el caudal de nuestras redenciones suspendidas. Y mi barca (André Breton tenía sus moscas azules y yo tengo mi barca azul) sigue allí, flotando en el río interminable, sin orillas a las que arrimarse. Me pregunto: ¿Es este el río de Langston Hughes? ¿Ese río que es más antiguo que el flujo de la sangre humana en las venas? Y me pregunto también: ¿Es este el río de Jorge Luis Borges? ¿Ese río hecho de tiempo y agua que nos recuerda que el tiempo es otro río?» Tercer cuaderno (El viajero en sí mismo), 7 de febrero de 2009, 21:00 h

Yo era esa barca azul suspendida sobre las aguas de un río interminable. Dejé de escribir el relato del errante Moriba, aquel relato era de una dimensión paralizante. Me inventé mil excusas (tíos Celerino) para no seguir escribiendo, excusas que servían, en última instancia, para silenciar mi falta de fuerza física e imaginación para proseguir con un relato que no admitía un punto final, un relato infinito. La única fórmula, me dije, para acabar este relato es deshacerme de las palabras, buscar otra garra con la que arañarme. Y seguí escribiendo el relato del errante Moriba sin escribir, aullándolo por las calles de Malabo, haciendo compañía a un cielo vasto y vacío y recorriendo el camino de toda carne como si estuviera en la encrucijada de una 128

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 129

Cuentos del caballo y su viva entraña

pesadilla en la que el mundo amenaza con acabarse pero nunca se acaba. La historia del errante Moriba quedó suspendida en la literatura universal.

Y así es como he llegado a este día: este día en el que a las seis de una mañana que bien podría haber sido las seis de una mañana cualquiera me ha llegado un mensaje de una amiga a la que contemplo con unos ojos que no son míos: un mensaje que podría haber sido uno de esos tantos mensajes que me llegan de ella: mensajes vacíos como un nido de ratones a medianoche. Pero esta mañana no era una mañana cualquiera y el mensaje que me ha llegado de mi amiga Beatriz Viterbo (la llamo Beatriz Viterbo por esas cosas de la ironía y porque para ella, al igual que para el inventor de todas las Sandra Viterbo que aparecen en mis textos, el mundo está hecho de espejos) era como un anillo extraído del lago de las decisiones. El mensaje decía: OMAR BONGO HA MUERTO; lo leí con mis ojos. Tras leer el mensaje, lo reenvié a una amiga cuya cara es una de las sonrisas que veo cuando me hundo en el pozo de mis días muertos en Malabo. Sete (llamo así a mi amiga de la eterna sonrisa inmaculada porque ella sonríe como Sete: mirando a los ojos del temblor de la hojarasca de cada día) respondió al instante con un mensaje que parecía escrito desde el principio de los tiempos: ESTABA ESCRITO. Tras leer el mensaje de Sete volví al mensaje de Sandra Viterbo. OMAR BONGO HA MUERTO. Esas letras, pensé, llenan un 129

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 130

Malabo blues. La ciudad remordida

vaso de cuarenta y dos años, esas letras que podrían ser también AMOR TOMA HONGO BREU. Sin pretenderlo, acabé en el laberinto de las combinaciones, combinaciones majestuosas, solemnes, da igual, pero mis desvelos acababan siempre golpeando en el mismo malecón: BREU. Decidí llegar tarde al trabajo, tenía que saber que era BREU. El primer abordaje me llevo al catalán. Porqué elegí el catalán tiene que ver con Cien años de soledad: tiene que ver con mi asombro por el sabio catalán que aparece en este libro y porque África Central, igual que el Macondo de García Márquez, vive, en la actualidad, un tiempo hueco, sin testigos, una noche sin nadie (a pesar del petróleo y el gas y los recursos naturales) excepto su soledad multiplicada por cada uno de sus habitantes. Muchas veces me digo un día todos estos años se verán apretados los unos contra los otros y aquí también se verá que la realidad escribía mejor, mucho mejor, que los escritores. La elección del catalán tiene que ver también con el hecho de que viví una temporada en Barcelona y para todo aquel que fue un día republicano del Raval, BREU, indudablemente, huele a catalán. Wikipedia me dijo que breu, en catalán, es un betún artificial que se utiliza para la fabricación de los barcos. El segundo abordaje, vía Wikipedia también, me llevó a un pintor alemán del siglo XVI, Jorg Breu, y a un cuadro suyo titulado «EL SUICIDIO DE LUCRECIA». Ese cuadro abrió respiradores y ventanas dentro de mí y me dediqué a buscar los defectos que se habían filtrado en la monotonía de la perfección de los cuadros de Tiziano, Botticelli, Durero, Ricci y Casale. 130

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 131

Cuentos del caballo y su viva entraña

Cansado y derrotado, volví al cuadro de Breu, el punto en el que salían todas mis visiones del suicidio de Lucrecia. De nuevo ante la pintura de Breu, convencido ya de que todos los cuadros del suicidio de Lucrecia son en realidad el mismo cuadro, observando atentamente cómo se fraguaba aquella revuelta de soldados que iba a llevar a la caída de la monarquía en Roma, tuve la sensación de que algo venía a mí y yo no hice nada para evitar la colisión. En el centro del cuadro vi a Lucrecia, el cadáver de Lucrecia que se ha quitado la vida tras ser violada por Sexto, el hijo de Tarquino; vi a los soldados rumiando la caída de la monarquía mientras se dirigían hacia un arco de triunfo; en lo alto de una columna vi a un David con una pose que me recordó al Charles de Gaulle de la plaza Concorde en París; y a los pies de este David-de Gaulle había una cabeza. La cabeza, me froté los ojos e hice estiramientos como el artista del trapecio de Kafka, parecía la cabeza de Bongo, de Omar Bongo Ondimba, el eterno presidente antes conocido como el Hadj Omar Bongo, antes conocido como Albert Bernard Bongo Ondimba. Sin más dilación, volví al mensaje de Sandra Viterbo (BONGO HA MUERTO) y luego al de Sete (ESTABA ESCRITO) y dije Breu en catalán para nombrar aquel betún artificial que se utiliza en la fabricación de los barcos y miré por última vez aquella cabeza de Bongo a los pies de De Gaulle: mi corazón se llenó de un silencio de pianos y entendí aquella frase con la que la historia recordará a Bongo: «África sin Francia es un coche sin chófer, Francia sin África es un coche sin carburante».

131

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 132

Malabo blues. La ciudad remordida

En 1967, Bongo se juzgó sin tiempo, se pensó sin sangre y ahora su cabeza duerme, sin sueño, a los pies de un De Gaulle que camina con paso firme hacia el futuro. La estatua de De Gaulle en la plaza Concorde irá creciendo con el tiempo, se volverá mítica, alcanzará las nubes más altas del verano parisino, cruzará puentes, los músicos más dotados tañeran acordes en su honor, será el gran antepasado galo de los niños galos. ¿Y qué será de Bongo? ¿Qué será del hijo de Ondimba? La tragedia de Bongo, esta infamia universal, me inspira tal tristeza que si pudiera, si pudiera de verdad, lloraría, lloraría para que el fantasma de Bongo no llore de frío, pero luego pienso en el vaso de cuarenta y dos años que ha llenado su reinado; y veo los renglones del África Central torcidos por su pulso; y veo la sombra de su muerte inundando la tierra de Sony Labou Tansi y Mongo Beti; y veo al gobernador de Infinitas Riquezas con su sonrisa de gallo ante el cuerpo demacrado del joven Azaro; y veo esas hojas cargadas de frustración que cuelgan en todos los árboles del mayombe; y veo los soles de las independencia apagados por la caligrafía de alto voltaje de la Franceafrique; y me digo que no puedo llorar por él, no puedo llorar por el hijo de Ondimba, al fin y al cabo, él eligió convertir a África Central en un carburante y, a su manera, era feliz siendo el betún artificial de la nave francesa.

En algún momento entre el 25 de octubre y el 3 de noviembre de 1917, Kafka escribió un relato corto al que Max Broad tituló Eine Gemeinschaft Von Schur132

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 133

Cuentos del caballo y su viva entraña

ken (Una comunidad de infames). En pocas líneas, Kafka narró la vida y el destino de los infames universales. Kafka escribió: «En general, [una vez muertos los infames], la impresión que daban al volar era de la más pura inocencia infantil. Pero como ante las puertas del cielo todo se descompone en sus elementos, caían en picado como bloques de hormigón». Acerca de dónde caían los infames, Kafka decidió guardar un silencio Kafkiano.

133

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 134

Malabo blues. La ciudad remordida

Suicidio (ejemplar) en la oscuridad «Toda muerte tiene algo de suicidio.» Mia Couto

El día 23 de abril de 2009, en el mismo momento en que Henning Mankel, director del teatro La Avenida de Maputo, en la Feria del Libro de la misteriosa y mágica Buenos Aires, Argentina, pronunciaba aquellas palabras que dieron la vuelta al mundo para caer, al cabo de unos minutos, puede que incluso segundos, en el laberinto de los medios de comunicación (y perderse en él), en Malabo, Guinea Ecuatorial, territorio que estuvo bajo dependencia del Virreinato de Río de la Plata desde 1777 hasta 1810, un chico de 21 años que soñaba con ser «ladrón de fuego» se suicidaba en una habitación a oscuras de una vivienda de Los Ángeles Bifamiliar. No hubo crónica de una muerte anunciada, nadie pudo despedirse de aquel joven cuyos poemas ahora han tomado relevo de su vida y continúan por su cuenta, a su aire, deambulando por las calles de Malabo como solía hacerlo, hasta hace escasamente un mes, su autor. En Buenos Aires, en la calle Manco Capác, en el barrio de Flores, Henning Mankel, ante una multitud lunfarda, decía me enoja ver cómo el resto del mundo trata a los africanos. Soy suficientemente viejo para recordar el día en que la literatura latinoamericana cambió el modo de ver el mundo. Les aseguro que muy pronto la literatura africana 134

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 135

Cuentos del caballo y su viva entraña

provocará el mismo impacto. Y en Malabo, en Los Ángeles Bifamiliar, Fermín Ejapa, así es como se llamaba el joven, envuelto en una agresiva oscuridad, iluminado únicamente por tres velas de la abacería del chino Su, atravesaba las últimas páginas de Nadie se da cuenta del día hasta que se pone el sol, el libro de Karel Klima, y se disponía a llevar a cabo su crimen más pasional.

Al las nueve de la mañana, Florencia Obono, la madre de Fermín Ejapa, sorprendida por aquel extraño silencio que ladraba en la habitación de su hijo, optó por violar las normas de la casa. Se acercó hasta la puerta, empujo con suavidad, dudó unos segundos antes de traspasar la delgada frontera del reino de su hijo, pero el silencio le hizo armarse de valor. Lo que vio no le gustó: (pero se lo esperaba) libros dispersos por el suelo, las paredes todas garabateadas y con restos de revistas y papeles pegados. En la cama estaba tendido el cuerpo de su hijo, entre sus libros, ataviado con sus vaqueros favoritos y su camiseta de Barack Obama; en el aire flotaba el perfume de una chica que no pudo reconocer, no era el perfume de Luisa, aquel era un perfume diferente, menos desenfado que las fragancias de la joven amiga de su hijo, estaba segura que no era Luisa, así que su hijo se había traído a otra chica a casa, y encima estaba allí tendido en la cama, incapaz de moverse. Por un momento Elena pensó que su hijo había roto una de las normas de la casa y se había emborrachado con sus malas compañías en uno de los bares de Waiso. Comenzó a limpiar la habitación, ru135

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 136

Malabo blues. La ciudad remordida

miando su enfado en silencio pero poco a poco fue elevando el tono, y como fuera que su hijo no decía nada, se armó de valor y comenzó a realmente a gritar a viva voz, se acercó hasta la cama y movió a su hijo y entonces fue cuando se dio cuenta de que su hijo se movía como un fardo, como un cuerpo sin vida; se sentó en la cama y lo sacudió gritando. Hijo, hijo, ¿qué te pasa?, ¡despierta!. Y el hijo no se despertó y el grito de Elena llegó hasta los oídos de Bitu Guimaraes, su vecina y amiga que tenía un puesto de caramelos, chicles, rompemuelas y mantecados delante de su casa. Bitu entró en casa de Elena como un rayo y no tuvo que preguntar qué pasaba. Sentada en la cama con el cuerpo del hijo entre los brazos, estaba Elena llorando amargamente. Bitu Guimaraes fue la primera en advertir que el cuerpo del joven Fermín Ejapa parecía vivo, cuando llegaron los otros vecinos no hicieron sino repetir lo mismo. Todos los que vieron más tarde el cadáver del joven Fermín Ejapa postrado sobre la mesa y con las manos en señal de oración, coincidieron en que la visión de aquel cuerpo durmiente exaltaba, llamaba a la vida: dicen que nunca se vio cadáver más vivo en Malabo. Nadie, excepto la madre, derramó una lagrima hasta que Fermín Ejapa estuvo bajo un montón de tierra: cuentan que la joven Luisa Elomba, «mi Julieta», como solía llamarle el joven Fermín Ejapa en vida, se lanzó sobre aquel montículo de tierra bajo el que yacía el cuerpo amado, gritando y exaltando en un pichi visceral, suplicándole que parara la broma, que no se dejara enterrar en vida. Justo en el instante en que caía el primer puñado de tierra sobre el ataúd del joven Fermín Ejapa, Henning 136

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 137

Cuentos del caballo y su viva entraña

Mankel se paseaba, tras desayunar frugalmente, entre las galerías de la Librería Rayuela, ojeando un libro de poemas de Jorge Luis Borges, y se detenía en un poema en el que Borges hablaba de una ciudad en la encrucijada del sol, el bosque y el mar, donde había visto una catedral en cuyos muros el sol escalaba como un ladrón, una ciudad que tenía en la eternidad su destino, una ciudad de hazañas sin fecha, ídolos sin relicarios, arduos bosques y campanas. Una ciudad en la que Borges había logrado un atardecer y una aldea. Santa Isabel.

Desde «la extraña muerte del joven Fermín Ejapa», como fue bautizado el acontecimiento en los medios de comunicación locales, los ácaros del congosa han ido de boca en boca multiplicando las probables causas de su muerte, en muchas de las partituras del congosa aparece mi nombre, se me acusa de ser el causante de la muerte del joven Fermín Ejapa. Dicen que yo le llené la cabeza tonterías, que tanto hablarle de los poderes curativos de la escritura y de la literatura como epifanía, al final sucedió lo que tenía que suceder. Desde la muerte del joven Fermín Ejapa, los colores de Malabo, ya de por sí cansados, me parecen aún más cansados, me pregunto por qué la gente sigue sonriendo, por qué sonríen esos peones agresores y esos álfiles cruzados: tengo una inmensa mancha de barro en la retina y un grito de Munch en la garganta: todas las lunas son el espejo de la muerte del joven Fermín Ejapa.

137

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 138

Malabo blues. La ciudad remordida

Tres días después de «la extraña muerte del joven Fermín Ejapa» coincidí en casa de Carlos Ilombe con Elena con la que estaba empezando una relación que tenía los trazos de un bolero. De la chimenea que hace las veces de cerebro de Elena me llegó esa etiqueta. Suicidio ejemplar. Ella, Helena, fue el eco que necesitaba para convencerme de que la muerte de Fermín Ejapa era un suicidio. Ella añadió lo de ejemplar. Esa etiqueta fue primero mi atizador de Wittgenstein frente a las provocaciones de las malas lenguas del congosa, pero con el paso de los días se ha revelado como una poderosa herramienta analítica para iluminar las carencias de las que se nutre el congosa, carencias que se reducen en realidad a una, la misma carencia que llevó, por otro camino, a Fermín Ejapa al suicidio. A los pocos días del fin de Fermín Ejapa, Elena y yo coincidimos en casa de Carlos Ilombe. Fue durante una de esas barbacoas en las que el autor de ¿Quién ha dicho que ya comemos? convierte su casa en un viyil. Allí estaban también Cristiano Boricó, Mariela Medja, Medina Bomaba, Constatino Ndong, Esther Nchama, Silverio Ruiche y Felipa Mbang; sin mencionar la sombra de la tía de Carlos. Todo el que ha entrado en casa de Carlos Ilombe siente esa fuerza, siente la fuerza de esa presencia poética, pero todos los que entran en casa de Carlos siempre vuelven, regresan, porque aquí en Malabo los escritores se aburren aún más incluso que sus homólogos en el temprano Chile de Pinochet. Así que todos volvemos, una y otra vez a casa de Carlos Ilombe, a comer y a beber y a exponer nuestros abiertos pechos al fantasma de su tía. No tardaron en preguntarme qué opinión me merecían 138

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 139

Cuentos del caballo y su viva entraña

los congos acerca de «la extraña muerte del joven Fermín Ejapa», lo que equivalía directamente a ¿qué opinas de lo que se dice de ti? Antes de que pudiera hablar, Medina Bomaba, con esa voz que me recuerda a los ladridos del perro durmiente del Corán, dijo ya te lo dije, en este país nadie puede tener buena fama. Me quedé callado, no dije nada, intenté decir algo pero enseguida me di cuenta de que no tenía sangre en el corazón. La «extraña muerte del joven Fermín Ejapa» me había afectado más de lo que yo creía, no eran los congos los que me afectaban, sino la súbita desaparición del joven imitador de Saul Williams (una desaparición que después equipararía con la muerte del tiempo): no podía seguir distrayendo a la razón, tenía que afrontar la resaca de esta pérdida. Fue entonces cuando tomé la determinación de investigar las causas reales (escribo reales, a propósito) de la muerte de Fermín Ejapa. Supongo que la familia de locos de la bahía de Malabo me vio prisionero en mi propia confusión y se apiadaron pues me dejaron sentir, dejaron que lloviera el silencio un rato y luego Felipa Mbang, la misma que me enviaría al día siguiente el enlace digital de La Nación para que leyera las declaraciones de Henning Mankel, empezó a hablar de la Feria del Libro que había organizado la Universidad Nacional en la plaza de las Lianas. Felipa Mbang, dijo esa Feria del Libro se ha montado para escenificar el poco interés de las autoridades en desarrollar la cultura, para que a los jóvenes no les quede ya duda de que la cultura importa una mierda aquí, por no gastar no gastaron ni en un toldo decente… ¿Y los libros? ¿Dónde estaban los libros, libros del imperialismo cultural español, libros 139

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 140

Malabo blues. La ciudad remordida

del imperialismo cultural francés, libros de la ofensiva apostólica-romana? ¿Dónde estaban los libros? El coste de uno solo de esos coches que se regalan a nuestro centenar de Excelencias cada seis meses habría hecho una Feria del Libro decente… Todos dijeron, más bien por decir algo, que Felipa Mbang exageraba. Cristiano Boricó dijo hay que poner el pie para empezar a hacer el camino, es mejor ese simulacro que ver las páginas de los libros reducidas a envoltorios de pof-pof. Era la una de la madrugada cuando abandonamos la casa de Carlos Ilombe, aliviados todos por no haber caído bajo el signo del espíritu de su tía y borrachos de esas borracheras que me recuerdan a las tribulaciones de Azaro. Un grupo optó por ir al Bahía Sound, otro grupo optó por ir al Bahía Club, a por emociones más fuertes, y otro grupo dijo que se retiraba a dormir. Yo estaba en este último grupo, creía que Elena se vendría a mi casa a pasar la noche, que llenaría mi habitación con aquel perfume suyo que convertía mi habitación en una estancia de las mil y una noches. Pero Elena se fue al Bahía Club con Cinnamon Pueyo y Silverio Ruiche. Quedamos al día siguiente para desayunar en El Mosaico.

Aquella noche tuve un sueño agitado, soñé que Fermín Ejapa era Raskólnikov e iba caminando sobre la blanca raya de uno de los carriles de la autopista Atepa-Ela Nguema, la que va a morir justo en las puertas del cementerio municipal (dos portones de hierro que cierran una muralla de hormigón; para que los muertos no vuelvan para pasear por las bonitas calles que hace140

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 141

Cuentos del caballo y su viva entraña

mos para los vivos, dice el congosa que murmuró el alcalde, Olimpio Esono, un espiritista de tomo y lomo, durante la inauguración de aquella muralla china con la que una empresa egipcia vistió al cementerio municipal); yo iba detrás de él, yo corría detrás de él como se corre en los sueños, y Fermín Ejapa, que no corría, simplemente caminaba, cada vez estaba más lejos y yo me iba quedando atrás, atrás, atrás… Le hacía señas con una linterna y gritaba: para, para, para, detente, no sigas caminando, para, detente. Fermín Ejapa, de camino al cementerio, a la muerte, iba declamando: ¡Vivir, como quiera que fuese, pero vivir! La intensidad de su voz (qué voz, Dios mío; una voz de Cristo, Cruz y Clavos; una voz de golem que parecía no conocer consonantes y vocales) en mi cabeza era siempre la misma y esas palabras siguieron retumbando dentro de mí incluso cuando Fermín Ejapa se hubo convertido en un puntito más allá del horizonte. Me desperté triste y de mal humor, mi habitación de repente era como una jaula y los libros apilados en todas las esquinas formaban la enciclopedia de mis soledades. Unas horas más tarde, mientras desayunaba con Elena en El Mosaico, expuse mi teoría sobre la «extraña muerte del joven Fermín Ejapa». Yo hablé de suicidio, dije que el joven imitador de Saul Williams, que en sus deliriums tremens de Ohm y omnia se hacía llamar Nigga Stardust, se había suicidado. Dije: «Elena, Fermín Ejapa se suicidó, no sé muy bien cómo explicarlo pero creo, no, estoy convencido, que este muchacho se suicidó». Esas fueron mis palabras precisas. Elena (que hace las interpretaciones más raras que he oído jamás de los libros de David Foster Wallace, que 141

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 142

Malabo blues. La ciudad remordida

dice que todos los libros del old wise fish son una carta infinita de suicidio, una nostalgia poética de la noche antigua y serena) clavó sus ojos devastados por pisadas de insomnio en los míos y me dijo «Claro que fue un suicidio, fue un suicidio ejemplar». Luego añadió: «Tienes que componer la nota de suicidio». Dijo: «Los suicidas ejemplares siempre dejan una nota de suicidio, siempre hay una nota de suicidio, una nota ejemplar y ejemplarizante, no es una nota normal, tú haz lo que sea para dar con la nota de Fermín». Con su voz catedrática me desveló los misterios del suicidio ejemplar de Tupac Shakur, me contó cómo Tupac se burló no sólo de la vida y la muerte sino también del espíritu de una época. Antes de despedirnos, Elena me dijo: «Los suicidios ejemplares son como las novelas de Kis, novelas en las que el argumento es el estilo y el estilo es el argumento, la nota de suicidio es el mismo suicidio, analiza el suicidio, descomponlo en piezas y luego júntalas siguiendo el patrón de un relato de Pitol». Aquella mañana decidí que no iba a trabajar, me quedé en casa ordenando mis ideas y mis sentimientos respecto a la «extraña muerte del joven Fermín Ejapa». Eran las dos de la tarde cuando llegó la luz, encendí el portátil y me conecté a Internet. Y allí estaba el mensaje de Felipa Mbang hablando nuevamente de una Feria del Libro, aunque esta vez no era la de Malabo sino la de Buenos Aires. En su correo, Felipa Mbang criticaba duramente las palabras de Henning Mankel ante una multitud de periodistas argentinos, periodistas que ella consideraba tan racistas como sus antepasados que exterminaron a los afro argentinos sólo por el placer de 142

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 143

Cuentos del caballo y su viva entraña

sentirse algo más europeos, de sentirse fuera del mapa humano de la Latinoamérica de las venas mestizas. Para Felipa Mbang, el director del teatro La Avenida de Maputo era como todos esos blancos y blancas que tras «su experiencia africana» se erigen en embajadores de los pobrecitos africanos. Si Felipa Mbang fuera mejicana resucitaría a Malcolm Lowry para volver a matarlo. No me cabe la menor duda. Leí la entrevista a Henning Mankel y me gustó, me gusta la gente que se repite, Henning Mankel lleva repitiendo lo mismo desde hace más de una década: silenciar a África es amordazar al hombre del futuro. Un dato me llamó la atención, que la entrevista había sido el mismo día del acontecimiento de «la extraña muerte del joven Fermín Ejapa», pero no sería hasta la tarde, más o menos sobre las siete de la tarde, sentado en la terraza del castillo (la de arriba) y con los ojos llenos del brillo plateado del edificio Soraya (yo estaba solo, completamente metido en mi fatiga, una fatiga de asombro y desconcierto, pues al mediodía me había llamado mi madre para decirme que tuviera cuidado, que me andara con ojo, que a Pascual Makendengue, un político, le habían acusado de asesinato por brujería por el ahogamiento de una de sus sobrinas en un río en Mbini, a más de cincuenta kilómetros de Bata, donde se encontraba el señor Makendengue cuando sucedió «aquella extraña muerte») mientras la tristeza caminaba con sus patas azules en mi corazón, una tristeza que tenía que ver con la muerte del joven Fermín Ejapa y con la muerte de las posibilidades, infinitas posibilidades, de la literatura de Guinea Ecuatorial, cuando de repente me invadió la certeza (no fue en realidad una invasión, fue 143

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 144

Malabo blues. La ciudad remordida

como la ascensión de un grito desde la más insondable de las oscuridades) de que en las palabras dichas por Henning Mankel en Buenos Aires, el mismo día de la muerte del joven Fermín Ejapa, podían estar las claves para entender el suicidio ejemplar de Fermín Ejapa, aquella muerte que las malas bocas del congosa me atribuían a mí. Cogí el móvil y marqué el número de Elena dispuesto a contarle mi teoría del suicidio de Fermín Ejapa.

144

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 145

Cuentos del caballo y su viva entraña

La muerte de una chica llamada Malabo «Este es el final de la historia excepto para contaros cómo se volvió hermosa.» Leonard Cohen

No recuerdo otro silencio más despierto que el de aquella noche. Era un silencio de ojos abiertos como lagos y los muebles de mi casa estaban inmóviles como no lo habían estado nunca. Y también estaba la oscuridad, una oscuridad que bailaba a mi alrededor con ese tipo de arrogancia que se atribuyen, motu propio, las mujeres que se saben supremamente hermosas. Yo estaba tendido en la cama, ora boca arriba, ora boca abajo, ora de lado. Y el sudor se manifestaba en todas las partes de mi cuerpo. Me levanté de la cama y con la linterna del teléfono móvil di unas vueltas por la casa para cerciorarme de que todo estaba en orden, para asegurarme de que no había ningún invitado sorpresa de esos que acostumbran a aparecer en sueños. La oscuridad nada decía, todo era puro mutismo. No sé bien porqué pero de repente me vi mirándome en el espejo con la ayuda de la linterna del móvil. En el espejo vi una figura con la cabeza de un león, los tentáculos de un pulpo, las alas de un águila y el pico de un buitre. Desvié la mirada del espejo y miré mi cuerpo, todo seguía igual. Me dije es la noche, la noche confunde. Volví a mirar al espejo y el Grifo seguía allí. Pensé la imaginación de los hom145

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 146

Malabo blues. La ciudad remordida

bres es vigorosa, es la fiebre. Intenté de nuevo meterme en la cama pero los latidos de mi corazón retumbaban en mis oídos como las explosiones de las canteras de bindung. Yo me palpé, me toqué, y sentí la oscuridad que descendía en mi piel como un ejército de anguilas desdentadas. Entonces me dije lo que nunca debía haberme dicho. Me dije Óscar, coge el coche, sal a cruisear por las calles de Malabo, deja que la soledad te conduzca hasta la libertad. Me dije incluso en noches como esa uno puede ver pequeñas alegrías descendiendo del cielo como ganglios de luz.

Llevaba unas horas circulando por las calles de Malabo, unas calles extrañamente vacías para ser el día que era (era viernes), cuando, tras una pelea interminable con mis voces, me vi conduciendo hacia la ciudad interior de Malabo, una ciudad que es de cine, una ciudad de una belleza clandestina. Fue de camino hacia los bajos fondos del amor cuando atropellé a aquella pobre muchacha y mi corazón, ay qué triste que me pongo cuando lo pienso, se salió de su sitio. La muchacha apareció de la nada, literalmente de la nada, he dicho antes que las calles de Malabo estaban vacías y lo confirmo, no sólo las calles estaban vacías, Malabo mismo parecía haberse vaciado. No me dio tiempo a sentir el impacto, cuando reaccioné los focos de mi coche ya estaba iluminando el cuerpo de una muchacha arrojada en el asfalto. Me bajé del coche corriendo y vi el cuerpo desnudo de la chica sobre un charco de sangre. Yo recuerdo que fui corriendo a socorrerla pero al acercarme al charco descubrí que era en realidad como 146

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 147

Cuentos del caballo y su viva entraña

un charco de verdad, un charco de la sangre de muchos, demasiados, muertos. No tenía tiempo para preguntarme qué hacia una chica desnuda en medio de una calle vacía ni tampoco me pregunté de dónde venía toda aquella sangre tan antigua. Al llegar hasta dónde estaba la chica ella tendió unos brazos extrañamente largos hacia mí, sus dedos me rozaron la piel y una descarga eléctrica recorrió mi columna vertebral. Mientras la llevaba al coche, con sus brazos rodeando mi cuello, la chica me iba susurrando unas palabras que se me antojaban osadas invitaciones. En algún momento sentí una dureza en mi entrepierna, creí que me iba a desordenar. Al llegar al coche, la deposité en la parte trasera y pisé el acelerador. Mientras conducía hacia el hospital, de vez en cuando echaba un vistazo a la parte trasera del coche, y veía el cuerpo de la muchacha brillando en la oscuridad como el iridio. Cuando llegamos al hospital, la cogí entre brazos y otra vez volví a sentir la dureza entre mis piernas, y otra vez tuve que aguantar su voz sensual desgarrando mis entrañas, aflojando todas mis resistencias. No había nadie en el hospital, absolutamente nadie. Fui por todos los pabellones gritando ¡ayuda, Ayuda!, desesperado fui corriendo hacia donde decían las flechas que estaba el quirófano. La chica parecía estar desangrándose, nos acompañaba un torrente de sangre como los errores que cometemos y nos persiguen durante el resto de nuestras vidas. Al llegar al quirófano, encontré a tres médicos charlando animadamente, me vieron entrar sin apenas inmutarse. No eran unos médicos normales. El que parecía ser el jefe de ellos tenía una nariz de un solo orificio, el otro tenía un 147

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 148

Malabo blues. La ciudad remordida

bigote de dos colores y el más joven tenía unos ojos de un color que no había visto antes en otra persona. El de la nariz con un solo orificio me dijo ponla allí. Tardé un rato en hacer lo que decía el médico, el conflicto me mordisqueaba por dentro, quería que la chica fuera tratada ya pero el aspecto de aquellos médicos me intranquilizaba. Al final deposité a la chica donde se me había señalado. Parecía que lo tenían todo organizado para la recepción del cuerpo porque en un abrir y cerrar de ojos pusieron todos los mecanismos en marcha. Limpiaron el cuerpo de sangre y auscultaron todas las esquinas. Yo estaba allí parado, viéndolo todo, nadie me invitó a quedarme o a irme, pero la chica, mientras la reconocían los médicos, me miraba fijamente a los ojos, sus labios estaban secos como la arena del desierto. Uno de ellos, el más joven, vino a mí y me dijo, como sintiéndolo de verdad, que iban a tener que amputarle una mano. No me lo dijo como solicitando mi consentimiento, me lo dijo como dándome parte del tiempo, así que yo no dije nada. Mientras le amputaban la mano, la chica me miraba fijamente a los ojos, su boca ya no decía nada, sus labios estaban secos como la arena del desierto. Quise decir un momento, paren, no le han puesto la anestesia, pero la operación estaba en marcha y la chica me miraba fijamente a los ojos, en silencio, con una expresión que no era de este mundo ni de ningún otro que yo hubiera imaginado antes. Una vez amputada la mano, el médico joven, con la misma actitud de antes, vino de nuevo a mí y me dijo que iban a tener que amputarle una pierna. Yo ya no tenía fuerzas para decir nada y me daba como que no podía decir nada. 148

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 149

Cuentos del caballo y su viva entraña

Pensé Dios tiene una respuesta para todo. Mientras le amputaban un pie, la chica me miraba a los ojos, me miraba a mí y algo que parecía ver dentro de mí. Y yo la miraba a ella también y miraba a los médicos y miraba aquella habitación en la que estábamos buscando las claves para descifrar el misterio del cable que conecta la vida y la muerte. Luego el médico joven vino a mí de nuevo y siguió viniendo y yo fui testigo de cómo la chica se iba quedando sin tamaño ni destino. Caí en el abismo del sollozo. Cuando ya solo quedaban el corazón y la cabeza por amputar, caí en la cuenta de que no conocía el nombre de la chica, me dije ¿cómo voy a denunciar esa infamia si no sé cómo se llama la chica? Entonces sentí que unas olas enormes golpeaban mis entrañas, me acerqué hasta la orilla de la cama donde la estaba terminando y grité ¿cómo te llamas? ¿Cómo te llamas? La chica dijo en un susurro me llamo Malabo. Entonces me puse a gritar, a gritar como nunca había gritado en mi vida, luego llegó el médico de la nariz de un orificio y posó su mano sobre mi hombro y me dijo vamos a tener que amputar lo queda. Entonces lo comprendí, comprendí que era inútil el llanto y el grito, que Malabo se iba a acabar y yo tenía que cambiar el curso de mi dolor, reunir el valor suficiente para indagar en su ausencia definitiva.

Mientras conducía hacia mi casa, las palabras que aquella chica me había susurrado al oído cuando la llevaba en brazos volvieron a resonar dentro de mí. Acaricia mi cuerpo, tómame, yo te haré renacer. 149

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 150

Malabo blues. La ciudad remordida

Y pensé que la chica en realidad estaba bien, que ella flotaba en un charco de sangre pero que estaba bien hasta que la llevé a aquel extraño hospital. Pensé debería haberla cogido entre mis brazos y hacer un espacio para mi soledad entre sus piernas, beber la luz de las estrellas de sus labios, eso es lo mejor que podía haber hecho. La lluvia nació súbita en mi cara, mi rostro se disolvió.

150

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 151

Cuentos del caballo y su viva entraña

¡Buen viaje! «Incertidumbre, iremos lejos / y alegres, sin volver jamás, / Así como van los cangrejos;» Apollinaire

Celestina Bopabote tomó la decisión de abandonar Guinea Ecuatorial a finales del año 1979, después del golpe de libertad, cuando el teniente coronel abrió las fronteras del país para que los que deseaban llevar sus plegarias a otra parte se fueran, y los que ansiaban con volver para arrimar el hombro por una Guinea mejor regresaran con sus sacos de arena. Celestina, como tantos otros, optó por marcharse, lo único que le ataba a Guinea Ecuatorial era el recuerdo de su padre, Luis Bopabote, y el de sus tíos: Fermín y Toichoa Belope. Tenía veinte años y Guinea Ecuatorial para ella era un desfile de entierros sin cadáver. En 1975, durante los tumultuosos meses que siguieron al asesinato de Edmundo Bosio, el padre y el tío de Celestina, junto con otras treinta y cinco personas, entraron en blackbeach acusados de mantener reuniones secretas para conspirar contra la unidad nacional y el régimen revolucionario. Ninguno de los treinta y siete salió de blackbeach, sus nombres fueron borrados de las crónicas de Guinea Ecuatorial. El día que detuvieron al padre de Celestina, su madre, Alfonsa Belope, se vistió de luto, y así permaneció hasta el día 29 de junio de 1976, cuando a través de un artículo del panfleto La Unidad Nacional titulado 151

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 152

Malabo blues. La ciudad remordida

¡Buen viaje!, firmado por Gabriel Engono Ela, se enteró

de la suerte que había corrido su hermano, Toichoa Belope, desaparecido en 1974. Leyó el artículo hasta el final, sin inmutarse, hizo una breve pausa en las comas y se aguantó en los puntos. Así, con la calma de un paseante que se asoma al puente Mirabeau, se enteró del trágico destino de su hermano pequeño. Toichoa Belope había formado parte de un complot para derrocar al régimen revolucionario desde la prisión de Bata, junto con otras 301 personas se había suicidado en dicha prisión tras fracasar su plan. Su hermano y sus compañeros eran, según el articulista, unos traidores y lacayos del neocolonialismo y del imperialismo. Alfonsa sabía que su marido y su cuñado estaban muertos, el día que se los llevaron supo que nunca jamás los volvería a ver. Tras la detención de su marido y de su hermano mayor, la cara de Alfonsa Belope se taló, su espalda fue encorvándose con el peso de la tristeza, su mirada fue velándose lenta, en silencio. Quienes la veían de luto intentaban darle ánimos, le decían que la falta de noticias no siempre significaba malas noticias, pero aguijoneados por la firme convicción de Alfonsa acababan intentando leer en sus ojos, surcar los estratos de sus arrugas. Al final, desafiaban todas las razones esféricas y preguntaban, sin rodeos, si ella les ocultaba una información importante para la confirmación de semejante desgracia. Con las manos enlazadas y la cara oscura como la luna, Alfonsa respondía diciendo: Preferiría no hablar de ello. Alfonsa Belopé pensaba mucho en su hermano pequeño, Toichoa era el bolero de su corazón. Cuando recordaba algún gesto de su hermano menor o uno de 152

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 153

Cuentos del caballo y su viva entraña

los muchos chistes que solía contar le nacían espontáneas sonrisas en la cara. Alfonsa se imaginaba a Toichoa fuera de Guinea Ecuatorial, integrado en alguna de las alianzas idealistas que trabajaban como hormigas para darle boca al llanto de Guinea Ecuatorial, se lo imaginaba declamando con su lengua paciente en inglés, en las Naciones Unidas, obligando a los poderosos del mundo a mirar en aquel pequeño puntito de África en el que tanto se sufría. Pasaban los días, nacían los meses, y la gran ilusión de su hermano pequeño crecía hasta las nubes. El día que leyó el artículo del panfleto La Unidad Nacional algo se rompió dentro de Alfonsa. Aquella noche, se fue a la cama como de costumbre pero Eutiquiano Lora, la última persona que habló con ella, jura que vio en su cara una crisálida azul y el vapor de unas lágrimas tan calientes que parecían brotar de la garganta de Dios. A la mañana siguiente, la encontraron vestida de novia con un traje que, a pesar de los años que habían pasado desde el día de su boda, conservaba una blancura brillante como la arena de las playas de corisco. Se había quitado su pulsera loko12 y la había depositado sobre una hoja en la que, con una caligrafía muy trabajada, se podía leer: Para Celestina, mi hija amada, eso es todo cuanto puedo dejarte: el testimonio de un pueblo cuyos ojos miraban a los dioses.

Cuando el teniente coronel abrió las fronteras del país, Celestina decidió irse porque creía que la lejanía podía 12. Pulsera ritual de la étnica Bubi de Guinea Ecuatorial. 153

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 154

Malabo blues. La ciudad remordida

devolver el decoro al recuerdo que guardaba de sus seres queridos, a los espíritus familiares que vagaban en la noche sideral de la memoria de Guinea Ecuatorial. A menudo soñaba que estaba en una oscura celda donde unos hombres de rostros rudos introducían una barra de hierro en el ano de su padre mientras otros rompían los dedos de los pies de su tío con un martillo, se reían y bromeaban, luego les quemaban los labios con cigarros de marca Rumbo Fuerte, y seguían riendo y bromeando. Ella lo presenciaba todo hasta que les cortaban las lenguas y se las daban de comer a unos perros. Celestina intentaba por todos los medios despertarse de ese sueño pero uno de los hombres, el que permanecía sin hacer nada, como un director que asiste a la representación de su obra de teatro, se le acercaba por la espalda y le susurraba en la oreja: No, no puedes despertarte ahora, tienes que verlo hasta el final o de lo contrario te buscaremos al otro lado de este sueño. En otro sueño, en lo que parecía ser el cementerio de Ekuku, aparecía su tío Toichoa y otras cuatro personas más, entre ellas una chica de no más de quince años, con las piernas rotas y el cuerpo golpeado desde todos los ángulos. Los cinco estaban frente a una enorme fosa común en cuyo fondo flotaban una decena de cuerpos como troncos de árboles sobre una mezcla de sangre y barro. Un pelotón de ejecución los apuntaba con las armas y ella veía los ojos de su tío que irradiaban toda la belleza de la vida y ella decía: No disparéis por favor, no disparéis, por favor… El jefe del pelotón la miraba y se echaba a reír y los integrantes del pelotón la miraban y al unísono se echaban a reír y el jefe del pelotón decía: ¡A freírlos, 154

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 155

Cuentos del caballo y su viva entraña

Fueeeego a discreción! Y el pelotón soltaba una descarga atronadora y lo último que veía Celestina eran los ojos llenos de vida de su tío cubriéndose de muerte mientras el jefe del pelotón de ejecución decía: ¡BUEN VIAJE!, adonde van es para todos, pero en la actualidad somos los triunfantes.

La primera parada de Celestina fue Valencia, en marzo de 1980, en casa de un primo llamado Tomás Ebuera al que la muerte de su amigo Saturnino Ibongo sorprendió en Madrid, y oliéndose la ventisca que iba a desatarse con el tiempo, decidió quedarse a vivir en España, al menos durante unos meses hasta que la tormenta amainará. Pero la tormenta de El Tigre no hizo sino crecer y crecer y crecer, la idea del exilio acabó de cobrar forma en la mente de Ebuera y finalmente se casó con una valenciana llamada Virginia de la Torre que se enamoró perdidamente de él porque era la prueba de un mito que circulaba en su familia desde hacía generaciones: la existencia de Fernando Poo, una isla que flotaba como una brizna de hierba en la inmensidad de las costas atlánticas africanas. Tuvieron una hija a la que Ebuera llamó Rijole, en honor a la belleza de los valles de Moka, y Virginia llamó Rosa, en honor a su abuela. (Mucho tiempo después, con veinticinco años, Rijole, a la que su madre nunca había llamado Rijole, a partir de una lectura de un artículo de la Dra. Dolores Cantus, de la Universidad de Alicante, descubrió que por sus venas corría la sangre de una víctima y la de su 155

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 156

Malabo blues. La ciudad remordida

verdugo. A finales de junio de 1904, dos antepasados suyos, el teniente de la Torre y el Botuku13 Ebuera, se habían enfrentado con un trágico saldo mortal para uno de ellos. Desde aquel día Rijole ya nunca fue Rosa, en el duelo de sus antepasados ella había elegido el bando de Sas Ebuera. Para entonces hacía dieciocho años que sus padres se habían separado, su madre se había vuelto a casar con un valenciano llamado Antonio Pallas, vivían en Valencia; y su padre con una mujer llamada Motea Borabota, vivían en Malabo. Tenía una hermanastra de los primeros y dos hermanastros de los segundos. Rijole nunca había pisado Guinea Ecuatorial cuando decidió que Guinea Ecuatorial, aquel nombre lejano en su mente, era su patria.) En Valencia, en enero del 82, Celestina entabló relación con Luis Lasaquero, un poeta que hacía el amor invocando a los morimos14 de los lagos, de los bosques, del volcán y de los acantilados de Bioko. A los tres meses de estar viviendo con Luis, Celestina se quedó embarazada. Hicieron planes de matrimonio, hicieron planes de caminar juntos hasta el lugar en el que el cielo y la tierra se tocan. Cuando Celestina estaba de siete meses, la vida le enseñó los dientes: Luis recibió una oferta de Guinea Ecuatorial que no supo o no pudo o no quiso rechazar: el Consejo Militar Supremo, el órgano que dirigía el país tras el golpe, iba a integrar civiles en su seno para empezar el proceso de devolución de autoridad a los civiles, del puño y letra 13. Rey de la etnia bubi de Guinea Ecuatorial. 14. Deidades de etnia bubi de Guinea Ecuatorial. 156

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 157

Cuentos del caballo y su viva entraña

del teniente coronel se le pedía que volviera al país para integrarse en el Secretariado de Educación y hacer su contribución para que las escuelas volvieran a abrir. Celestina dijo: No quiero ni oír hablar de Guinea y si alguna vez he hablado de Guinea siempre lo he hecho con la esperanza de que nadie me creyera, para que yo misma pueda empezar a dudar de si todo lo que he visto y vivido de verdad pasó. Quiero pensar que fue todo una pesadilla, que nunca pasó. Antes muerta que volver a Guinea. Celestina dio a luz el 2 de marzo de 1982 a un chico que llamó Borekaita. Las primeras palabras que susurró al oído de su hijo fueron: Eres la única razón de mi vida. Luis estuvo para ver el parto pero un mes después hizo las maletas y se fue a Guinea Ecuatorial, de donde, diez años después, entonando la canción de la Hijas del Sol, «Ay, mi Guinea, ay, qué tierra tan hermosa», huyó disfrazado de mujer con la ayuda de un amigo llamado Enrique Mba que lo alertó de un chivatazo de un primo suyo, Alberto Bocheku, que lo había acusado ante las Fuerzas de Seguridad del Estado de andar metido en la creación de una cedula militar del MAIB. Desde el 87, Celestina vivía en Fuenlabrada con su única razón para vivir, con la llegada de Luis en 1992, su ilusión de que la sangre y las miserias de la historia de Guinea Ecuatorial no llegasen hasta las costas de la vida de su hijo se vieron truncadas.

Durante su viaje a Malabo en el verano de 2008, la Dra. Teresa Martínez cenó con Cinnamon Pueyo, familiarmente conocido como Borekaita Lasaquero, en 157

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 158

Malabo blues. La ciudad remordida

un restaurante céntrico llamado La Terrase. Aquel joven escritor que ella había conocido años atrás durante unas jornadas de Literatura Afroeuropea estaba desapareciendo, en su lugar se podía observar la progresión paulatina de un personaje escoltado por las dudas, un prisionero sin horizontes. La Dra. Teresa Martínez y Cinnamon Pueyo hablaron como si estuvieran bebiendo, fumando y tecleando a cuatro manos frente a una Olympia antigua. Ella le propuso colaborar en la traducción de The Beautyful Ones Are Not Yet Born, la novela de Ayi Kwei Armah, una piedra amatista literaria a la que ella pretendía abrir un hueco afectivo en el reino de Cervantes. Hablaron de la traducción de The Famished Road, de Ben Okri, que había hecho Ana Gómez Cárdenas para la editorial La otra orilla, de lo mucho que difería de la versión aparecida en la editorial Tecnos, tanto difería que hasta los títulos eran diferentes: El camino hambriento y La carretera hambrienta. Hablaron de Malabo y de las posibilidades infinitas de la literatura en Guinea Ecuatorial. Luego hablaron de las sombras de las cosas, de los espejos de las preguntas, hablaron de las estrellas y de los salmos, ella le rozó la mano un par de veces, el sintió que su rostro se convertía en una ola. Aquella noche, la Dra. Martínez, que insistía en que Borekaita la llamara Teresa como antaño cuando leían a Michael Ondaatje en la cama, le preguntó de qué quería salvarse cuando escribió Todos los peces negros, la respuesta de Cinnamon fue: Buscaba una cura personal contra los tumores de la historia.

158

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 159

Cuentos del caballo y su viva entraña

Marcha triunfal «La sabiduría consiste en mantener los ojos abiertos/durante la caída.» Roberto Bolaño

Aquella mañana cuando Esther Nchama Efa Buale abrió los ojos lo que vio no le gustó: vio imágenes desenfocadas; la ceguera había caminado muchos kilómetros durante la noche. Ella se la imaginaba (léase la veía), a la ceguera, frente a los muros de su ciudadela, preparando un sitio que iba a durar un par de años: su padre, Jacinto Efa Nve Nchama, se había quedado ciego a los treinta y cuatro años, y ella sumaba ya veintiocho años. Se alegró por su padre: nunca supo que tenía la amaurosis congénita de Leber; hasta su último día creyó que recuperaría la vista. Se perdió en las curanderías del interior de la región continental, visitó poblados abiertos como corazones en medio de la selva ecuatorial, dialogó con morimos en las cuevas de Bioko. El último viaje de su padre había sido tres años atrás, ella ya estaba en Guinea Ecuatorial y picada por un sentimiento que jamás pudo explicarse, mezcla de amor, culpabilidad y otras especias, decidió acompañar a su padre en aquel paseo por la luna. Recalaron en Kogo y se perdieron bosque adentro durante semanas, más allá del tiempo, en un lugar donde la Biblia no se había escrito todavía. Por las noches, mientras el kombo bañaba a su padre con placenta de 159

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 160

Malabo blues. La ciudad remordida

elefante y le daba a comer unas raíces de una planta que parecían un árbol enterrado, Esther Nchama miraba a las estrellas con la esperanza de que el cielo la viera a ella. Después de mucho tiempo, cansada de mirar a todas partes aguardando inútilmente la aparición del tiempo, Esther Nchama se sintió cansada, muy cansada, decidió llevarse a su padre de aquel lugar en el que lo estaban acabando: cada vez que Esther Nchama observaba a su padre apenas podía reconocerlo, parecía un fantasma, estaba delgado y sucio y olía a un olor de otro mundo. Se dio cuenta de que uno de sus deseos al acompañar a su padre no se iba a hacer realidad, allí, su padre no sólo no iba a recuperar la visión sino que se iba a perder hasta el habla. No iba a poder decirle: —Papa, yo misma quiero ser mi ruta, no quiero jugar al escondite con mi ser, quiero que mi rostro tome la expresión de lo que me viene de mis adentros…

Desde que Esther Nchama regresara a Guinea Ecuatorial no había podido reconectar con su padre, cada vez que se sentían solos se quedaban en silencio pero no en ese tipo de silencios que son ausencia de habla, era un silencio que lo decía todo sin decir. Su padre, apoyado en el silencio, la observaba desde la invidencia. Allí, en el bosque, cansada y agotada, Esther Nchama supo que se había equivocado de armas, allí no sólo no iba a poder mantener aquella larga conversación con palabras que hacía años que quería mantener con su padre, 160

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 161

Cuentos del caballo y su viva entraña

sino que iba a perder a su padre, de repente se sintió como si estuvieran de verdad en las puertas del país de las almas. Fue entonces cuando comenzó a discutir con sus tíos, Fernando Esono Nve Nchama y Agustín Buale Sisa, para que se llevaran a su padre de aquel lugar más allá del tiempo. Hasta el último día su padre insistió en que quería seguir intentándolo, que en cada viaje al país de las almas se veía cada vez más cerca de llegar hasta el espíritu que iba a devolverle la visión. Un día, Esther Nchama había perdido ya la noción del tiempo, todo parecía ya un sueño, convenció a sus tíos para que se llevaran a su padre de allí por todos los medios necesarios, había que llevarlo de vuelta a la civilización, al hospital La Paz de Bata. Cuando se lo estaban llevando a la fuerza, Jacinto Efa gritó: —Hija mía, tú no lo entiendes, no entiendes de dónde salimos, no sabes de dónde venimos, yo derramé mi sangre por ese país, lo amé como un hombre ama a una mujer, no puedes ni imaginarte lo que llegamos a sufrir por ese país… y ahora me cuentan que se están haciendo carreteras, que han hecho un puente aquí y allá, que levantan edificios y se construyen estadios y viviendas sociales… y yo no puedo verlo.

Fueron palabras episódicas pero no cabía duda de que era su padre el que las decía, estaba flaco, sucio, ojeroso, pálido como un fantasma, pero dentro de ese amasijo de huesos y carne flácida que lloraba estaba su padre. Aquel llanto conmovió tanto a Esther Nchama que accedió a que se quedaran donde estaban hasta 161

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 162

Malabo blues. La ciudad remordida

que un espíritu hiciera lo imposible: devolver la vista a su padre. Aquella misma noche, su padre hizo su última incursión al país de las almas, al regresar ya no sabía ni dónde estaba. En vez de salir por Kogo, regresaron a Bata a través de Akurenam, navegando en un mar de hojas verdes cuyas olas no se alisaron hasta que llegaron a Niefang, a escasos cincuenta kilómetros de Bata. De todo lo que vio en aquel claro de bosque, de los ritos y alegorías, Esther Nchama decidió que nunca hablaría y así lo hizo. Cuando llegaron al hospital La Paz, la voz se había corrido: el cuerpo del casidifunto Jacinto Efa, uno de los héroes del 3 de agosto, estaba haciendo su última travesía. Agonizó cinco días en La Paz, el Dr. Amdur hizo por él todo lo que pudo. El Gobierno pagó los gastos y la familia lloró durante semanas. Durante esos cinco días a Esther Nchama le invadieron toda clase de angustias: pensó sintiendo y sintió pensando: estuvo en el umbral de la muerte con su padre pero ella no cruzó la milla verde, vio a su padre partir, ella soltó su mano, le dejó ir, aunque visto desde fuera fue la mano de su padre la que dejó de hacer presión sobre la suya: lo vio todo, no comprendió nada, el dolor por la muerte de su padre se multiplicó: su padre se fue y ella se quedó en las rocas desoladas de la vida con una voz tan triste que sólo de escucharla las enfermeras sintieron el señorío de la muerte a su alrededor. Cuando Esther Nchama volvió a clavar sus ojos en los ojos ya sin alma y sin luz de su padre, los encontró demasiado abiertos, muy expresivos, como si al final, aunque fuera durante una fracción de segundo, hubiera recuperado de verdad la capacidad de detectar la luz que le había sido arranca162

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 163

Cuentos del caballo y su viva entraña

da por un espíritu y se hubiera visto en un hospital como el hospital La Paz. Aquel pensamiento la hizo sonreír, se alegró de que su padre se llevara consigo aquella estampa de Guinea Ecuatorial, el país que había amado como un hombre ama a una mujer.

Aquella mañana, Esther Nchama se despertó como nunca antes recordaba haberlo hecho en su vida: tenía los ojos alojados en las orejas. Abrió los oídos, como solía abrir los ojos, y las estrofas del silencio inundaron sus adentros. Luego pensó que aquel silencio era demasiado silencioso para ser silencio, con los ojos alojados en las orejas ella era incapaz de apreciar las manchas del aire, en ese silencio ella creyó percibir ese algo tenso y sereno que la profesora Adelaida les había dicho, cuando ella tenía catorce años, que habitaba en las entrañas de los poemas de León Felipe. Con los oídos abiertos como ojos, le buscó tantas explicaciones a este silencio que, cuando por fin dio con una, se sintió de repente cansada como nunca antes se había sentido en su vida. Entonces lo supo, esa era la primera trompeta de la amaurosis congénita de Leber. Una tristeza de esas que sólo pocos escritores, muy pocos, pueden describir, inundó su corazón. Aquella mañana, Esther Nchama Efa Buale vio Malabo a través de los cristales humedecidos de su habitación, delante de ella se extendía la ciudad que su amigo Óscar llamaba la ciudad remordida. Algo penetró en ella, vio su época, sus perspectivas, todos los modelos de espanto, y ella, que no creía en los espíritus, rezó a los espíritus de su padre y su madre para que intercedieran por ella en el 163

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 164

Malabo blues. La ciudad remordida

país de las almas, quería conservar la visión hasta el día en que Guinea Ecuatorial saliera de su laberinto de barro y cristal, porque ella, al igual que su padre, amaba Guinea Ecuatorial como una mujer ama a una mujer.

164

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 165

Cuentos del caballo y su viva entraña

(Contra las) balas del olvido «Escriban siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar.» Augusto Monterroso

I Pasaba el tiempo y para su fortuna, o desgracia, nadie parecía darse cuenta de que Óscar Abaga ya era como uno de esos muertos de esperanza que se asoman en los ojos de los personajes de Sony Labou Tansi y cuya sangre, cada vez que se derrama, ilumina las locuras y los miedos de la eternidad. Tenía a mucha gente engañada pero nada podía hacer para aplacar la ira de su juez más implacable: el mismo. Su final real parecía cada día menos verídico. Desde su descenso a los infiernos adolescentes, la escritura había sido su terapia luminosa, su arma secreta para resistir la insoportable levedad del ser. Tras publicar su primer libro, El Centauro y el Fénix, Óscar Abaga descubrió que no conocía a la gente, que sólo se conocía a sí mismo. Se vio desnudo, mirando fijamente a la cámara con unos ojos llenos de mundo. Todos los fuegos de la noche se alinearon y él se dispuso a ver la oscuridad. Fue entonces cuando dijo adiós a todas las armas, lo que en su caso equivalía simplemente a dejar de escribir, se dijo Don’t look back, lonesome boy, pero, ay por Dios, se entregó a sus nostalgias como se da un apretón de manos: cada palabra que no escribía se convertía en un tsunami de tinta 165

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 166

Malabo blues. La ciudad remordida

en su corazón: su amor por la literatura se iba volviendo cada vez más innoble, más atroz, más indigno, porque es bonito ganar atardeceres en una ciudad de la costa occidental africana y mirar al cielo por las noches y ver escrito África tiene en la eternidad su destino; resulta divertido ir por allí diciendo a todo el mundo que uno ama las obras maestras, que el ideal de uno es convertirse en el lector ideal de Derek Walcott; pero lo cierto es que un escritor que no escribe necesita algo más que la pericia del artista del trapecio para mantener el frágil equilibrio del No: la obra escrita produce al escritor. Óscar Abaga lo sabía, y también sabía que él estaba estropeado como el último soldado de Napoleón durante la retirada de Moscú. Aquella situación no podía durar para siempre ni por siempre, estaba en Malabo, el inventario de su saudade durante las aventuras insólitas en las ciudades modernas. Y así, de vez en cuando salía a caminar por los pasillos de Malabo para pescar algas y corales y transitar, de paso, por el reverso de las ilusiones del petróleo. El futuro de Guinea Ecuatorial se le revelaba como un oficio grande y Malabo se convertía en el equilibrio que ni sujetaba ni dejaba caer ese futuro. A sus ojos, Malabo deliraba como el dios maya de las palabras y las calles le acupuntaban para no verle sangrar. Luego, de vuelta en su casa, se hundía en el sillón como una marmota y reflexionaba sobre las manufacturas locales y todos los fuegos fatuos que había visto flotando sobre los charcos de Malabo. Le reventaba la circunstancia, se veía viviendo en una ciudad al fin del mundo, una ciudad en la que ya sólo quedaba la casquería de lo que antaño había sido su ciudad. 166

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 167

Cuentos del caballo y su viva entraña

Óscar Abaga había escrito El Centauro y el Fénix para saber quién era, ahora necesitaba desesperadamente escribir un libro para saber en qué se estaba convirtiendo, pero carecía de la paciencia infinita de Oscar Wilde, de la pericia de Kafka y de la fuerza física de Hemingway. Él quería reunir los pedazos dispersos de sus amores, soñaba con volver y concluir las páginas que había comenzado hacía mucho tiempo y acabó descubriendo que no tenía nada, nada excepto el frío del cemento de su tumba para Boris Davidovich bajo sus pies desnudos. Cada vez que se sentaba a escribir descubría de nuevo que es más fácil aprender a morir que a escribir, incapaz de lograr una apertura lírica y arrolladora como Firmin, se dejaba arrastrar por las olas que conducen a una playa desierta en la que la escritura es un artilugio para corregir la vida: sus ojos miraban con tanta intensidad a una escena del pasado que le parecía estar viviéndola de nuevo. Una habitación de un piso de la calle Carretas, el Raval, Barcelona. Él lleva meses remando contra la desesperación que repta por las paredes de sus días. Es la primera vez que ella está en ese piso desde su ruptura, desde que ambos decidieron pasar página. Ella está asomada a la ventana en la que él se asoma a menudo, donde él ha dejado caer un sinfín de latas de cerveza desangradas. Unos cuantos ruidos repartidos por la calle, una voz que llama a Teresa, la tapa del cubo de basura que cae al suelo y una lata de cerveza lanzada desde un quinto. El cuerpo desnudo de ella cubierto con una nórdica cierra la boca del abismo, más allá de ella no se adivina nada. Su abrigo 167

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 168

Malabo blues. La ciudad remordida

marrón está tirado en el suelo, rodea una pata de la cama. La luz, apenas colándose por las finísimas rayas de la persiana, dibuja alguna que otra línea horizontal en la colcha, en la alfombra, en el pelo, en un hombro. El ordenador, nostálgico, sigue sonando por propia voluntad, incluso cuando ninguno de los dos ya no presta atención a las canciones. En una de las esquinas de la habitación le sonríen las bocas de sus Camper, los calcetines empapados, allí y allá la ropa de los dos, la ropa interior y la ropa exterior. Entre las sábanas retorcidas e inútiles, la respiración pesada de él evoca el pasado reciente. Son las tres de la madruga, han hecho el amor como hermosos vencidos, se han vendido mitologías. Pero ahora los dos están sumidos en un silencio hosco. Suena Lazy lagoon, de Anjali, y él piensa que la ciudad que les aguarda fuera no es Barcelona, luego piensa que puede ser Barcelona pero también puede ser cualquier otra ciudad, Valparaíso, Manila o Lisboa. Justo cuando está sonando Beautiful, de Me’Shell NdegeOcello, ella comienza a vestirse como accionada por un secreto mecanismo interior. De repente, él se ve bloqueando la puerta con su cuerpo e intentando retenerla, pero ella es como el fuego sordo que corre por las calles de París: nada puede detenerla. Viste una falda negra larga hasta los tobillos, unas botas y un abrigo marrón, y camina por las calles del Raval como un personaje de una película de Michel Gondry: los restaurantes pakistanís y los locutorios magrebís están cerrados, pero por las venas del Raval fluye una humanidad idólatra y futurista. A esas horas, la república escribe su historia privada y plantea sus ecuacio168

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 169

Cuentos del caballo y su viva entraña

nes de humanidad. Él la sigue, no ha tenido tiempo de abrigarse y el frío chirría en sus huesos, pero la sigue igualmente. Al llegar a la Rambla del Raval, a la altura del restaurante Karkade, ella se detiene y le pregunta si ha leído la nota que le ha dejado en la mesa del salón. Él dice que no, que no la ha leído, y ella echa a caminar de nuevo con renovada energía. Él la sigue siguiendo, pregunta ¿a dónde vas, Sandra Puyol, a dónde vas?, pero ella no responde, sigue caminando como si la pregunta no fuera con ella. Marchan por las calles de un Raval que parece no ir acabarse nunca, él ve policías que tienen siete manos, ve tristes flores del paraíso ofreciendo placer sin placer, murciélagos que caminan en las copas de los edificios como los araucanos, ángeles que rompen botellas en los márgenes de las aceras, locos videntes asomados a ventanas que parecen puertas, ve a los etíopes de Homero deambulando frente a iglesias.... La gente sigue allí, el Raval sigue vibrando como los likembes de Konono n.º 1, pero a él le embarga la sensación de que cada vez hay menos gente. No cae ninguna gota de agua pero le parece que está lloviendo. De repente, el Raval está vacío, la república ha caído: sólo quedan él y ella, están más solos que Adán y Eva. Él pregunta, de nuevo, ¿a dónde vas, Sandra Puyol, a dónde vas? Ella se queda quieta como una muñeca china. Su corazón suena como un grillo. Ella dice: Debiste haber leído la nota, te habrías ahorrado este paseo. Y luego ella rompe a caminar de nuevo y él se queda quieto viendo como ella desaparece en la noche de Barcelona como un fantasma de Ava Gardner. El mundo se convierte en 169

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 170

Malabo blues. La ciudad remordida

un lugar mojado y frío. Él quisiera hacer algo, correr detrás de ella, seguirla hasta la oscuridad, pero sabe que no la alcanzará si ella no quiere: Sandra Puyol es como el fuego que corre por las calles de París. Cuando llega a casa se abalanza sobre la nota que Sandra Puyol ha dejado. En la nota hay escrita una cita de un relato de Clarice Lispector, La partida del tren, que dice: No me busques. Voy a desaparecer de tu vida para siempre. Te amo como nunca. Tu Ángela no fue más tuya porque tú no quisiste.

II Porteador, no me digas que el alma es inocente e inmortal, no me hables de Rockland, ni de las leyendas de los escritores desaparecidos. Has levantado el acta de tu piel, has besado carcajadas póstumas, has perdido todos los botones de tu chaqueta. Te veo y destilas un sudor de impotencia, tus mecanismos verbales se han llenado de palabras fuera de cita, pero tienes espuma negra en los ojos, no todo está perdido. Eres un misterio, una alucinación, despiadado como el amor brujo, triste como el sabor de la inocencia en el paladar de los ancianos, enfermo de nostalgias y migraciones borgianas. Obsérvate, más cerca, más. Para eso son los espejos. Malabo, querido Porteador, es un gran espejo que rima con la historia de sus habitantes, aquí todos son iguales al nacer y al morir, mientras viven se enroscan, se agazapan como el humo, llamar desde un lado no se distingue de llamar desde el otro, tienen todas las palabras pero les falta la más importante. Así es el 170

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 171

Cuentos del caballo y la viva entraña

ritmo de Malabo. Y tú, Porteador, has caído en los ritmos de Malabo como quien cae en buenas manos, te has electrocutado en la silla del olvido convencido de que el alma es inocente e inmortal. Porteador, corta ya ese rollo, no me digas que tú sabes Hasta aquí el agua, Hasta aquí la sed. Esta es una historia de espejos, obsérvate en esa persona que baja del coche con las manos en llamas, esa persona que cruza la calle con los ojos llenos de halcones, acércate más, más cerca.

III —Porteador, ¿Qué le ha pasado a tu traje de papel? —Todo esto es como el sueño de otro. —¿Te acuerdas de aquella Nochebuena que pasaste viajando en autobús, cuando apretado en aquella silla que llamaste «hogar» sobrevolaste las páginas de La carretera hambrienta como un bombardero? —Todo eso sucedió hace mucho tiempo. —¿Cuánto tiempo ha pasado? —La película terminó sin el beso final, ya no importa. —¿Por qué? —¿Por qué qué? —¿Por qué no aquí? —No quería estropear el final. —¿Crees que deteniéndome a mí se acabarán los crímenes? —Tienes nombres que tu no conoces —La oscuridad cuando cae, cae como una piedra. —La carne es triste. 171

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 172

Malabo blues. La ciudad remordida

—Los hombres más humanos construyen bibliotecas, no hacen la revolución. —Ahora vivo en el umbral. —¿Y qué? ¿Qué pasa con tu traje de papel? —Creo que ha sido una roca, una roca del cráter de Basile, a veces pienso también que ha sido la rama de una ceiba, pero son tan altas las ceibas. Ha sido una roca. —¿Te opones a ti mismo? ¿Eso es lo que haces? —El silencio de los hospitales es la más triste de las utopías. —¿Qué guardas en el cajón de tu mesa de noche? —La vida y la muerte, flores gemelas de un mismo tallo. —¿Cómo te ves ahora que tus palabras ya no son tus palabras? ¿Un necio o un rebelde? —No aguanto mis lágrimas. —Oh, por Dios, ¿despedazarás tu cuerpo, tu cuerpo negro y muerto? —Los árboles añaden sombras a las sombras. —¿Óscar Abaga es un trasunto? —No, es un regalo, me mantiene despierto.

172

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 173

V I A J E A L PA Í S D E MIS CONSOLACIONES

«Años después, cuando por fin completa la irrevocable partición quedaba, de remoto confín llegó el poeta.» Schiller

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 174

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 175

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

El hombre del ámbar

Cansado del silbido del sable busqué refugio en las páginas de Los inmortales, donde acabé extraviado como una plegaria, completamente incapaz de encontrar el regreso. Fue allí, en algún lugar de Los inmortales, donde se me apareció Borges; llevaba un traje de espejos, en cada espejo había un ojo mirando, todos los ojos eran diferentes los unos de los otros como los champiñones de los troncos serrados de los árboles de la ribera del mar Muerto. Yo creía que Borges venía para enderezar mis pasos pero él llegó y se sentó a mi lado como una promesa: extrajo un pedazo de ámbar de su bolsillo y me lo metió en la boca. Mientras yo tragaba el pedazo de ámbar, Borges se inclinó sobre mí y me dijo: —Todo lo que escribí es verdad. Existe una mente universal. El sueño es el jardín de Dios. Si te despiertas y puedes escribir y hablar a la vez, sabrás que ya no estás entre los vivos. Entonces aparecieron los araucanos, avanzaban como las hormigas y eran setenta y dos, me mostraron un libro de amplio tórax y me hicieron leerlo en el orden correcto, luego me dieron a probar siete tipos de sal y me prepararon para el viaje: me pusieron un anillo de lazulita, me embardunaron de polvo de estrellas, 175

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 176

Malabo blues. La ciudad remordida

me mostraron el espejo lento y el espejo rápido, y me hicieron aprenderme de memoria mi vida entre los vivos. Luego me cogieron por todos los extremos de mi cuerpo y me llevaron volando por encima de los tres ríos al país de mis consolaciones.

176

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 177

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

Encuentro con Pushkin

En una carretera hambrienta que atravesaba lo que parecía ser el lago Tchad desecado, me subí a un autobús lleno de muertos apretujados los unos contra los otros como legionarios romanos. Me senté al fondo, al lado de un hombre que se miraba adentro y parecía haber echado raíces en su asiento: su alma ya no cabía en su muerte. El autobús iba a una velocidad de vértigo y yo adiviné, más allá del polvo rojizo que cubría los cristales, un paisaje lleno de desechos de estrellas y esqueletos de gigantes. Unos asientos más adelante iba un albino que no paraba de hablar: hablaba en una jerga extraña, como arrastrando las vocales con arena de Asmara y las consonantes con nieve de Siberia. Aquella jerga no era el idioma de los Kanuri, ni de los Fulani, de los Runga, ni de ningún otro pueblo del Tchad. Aguijoneado por la curiosidad, le pregunté al hombre que iba a mi lado, el hombre cuya alma había crecido como los ríos hasta hacerse más grande que la muerte, en qué lengua estaba hablando el albino. Él me miro y dijo: —Eso sí que es raro, eso sí que es raro. Yo le pregunté: —¿Qué es raro? Y entonces él se giró, me miró a los ojos (desde den177

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 178

Malabo blues. La ciudad remordida

tro: es difícil explicar que se siente cuando le miran a uno a los ojos desde dentro) y me dijo: —Empezó a hablar justo cuando tú te subiste al autobús, antes no había dicho ninguna palabra, su voz, no sé si lo has notado, es tan antigua como el eco de los pasos de la creación. Se calló un momento, vi como la sangre fluía en las venas de su muerte. Y de nuevo volvió a decir: —Eso sí que es raro, eso sí que es raro. Y yo le pregunté de nuevo: —¿Qué es raro? Y entonces me dijo: —Te está hablando a ti y tú no lo sabes. Aquellas palabras palpitaron en mis entrañas, temblaron, se ensancharon, se encogieron, mi corazón se agitó como si fuera un órgano exterior. Le dije: —¿Qué es lo que dice? Me miró una vez, dos veces, muchas veces, como si estuviera sumando estrellas: sus ojos cada vez brillaban más lejos de mis ojos. Me levanté y caminé hacia el asiento del albino (caminar en el pasillo de aquel autobús era como hacerlo en un arca: mi sombra no era mi sombra sino un reflejo de las tinieblas): me sentía como si me estuvieran succionando las antiguas mareas del lago Tchad: las huellas que mis pasos dejaban eran agujeros negros. Cuando el albino me vio caminar hacia él comenzó a bajar la voz, al llegar a su asiento su voz ya era como el titilo distante de la cola de un cometa. Entonces la estancada paz del fondo de aquel lago exiliado que estábamos atravesando me golpeó el corazón. Me sentí diminuto, me sentí nada: la visión lívida de los ojos del albino me inmovilizó. 178

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 179

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

Acerqué mi rostro a su rostro, como si aquel hombre fuera una rosa enferma, y yo estuviera buscando el perfume de la vida y el destino. Entonces el hombre empezó a llorar, al principio era más bien un gemido, pero paso a paso fue aumentado el tono de su llanto, aquel llanto, lo juro de verdad, era como si las gaviotas le gritarán a uno al oído. El albino tenía los ojos clavados en los míos, nuestros ojos eran como dos huesos atados, sentí sus lágrimas de vértigo y olvido abriendo mis párpados como si mis ojos fueran los muros de una ciudad prohibida. Luego se secó las lágrimas y comenzó a hablar. —¿Por qué no me has leído nunca a mí? ¿Por qué no quieres leerme a mí? Yo soy como todos ellos, yo soy como todos los que viajan en este autobús, yo también soy un diálogo de Osiris, pero sin embargo a mí no me has leído, nunca has querido leerme, ¿por qué nunca me has leído? Yo preparé mi tumba para que algún día tu pudieras jugar sobre ella, pero tú nunca te has dignado a leerme, ¿por qué nunca me has leído? Aquel llanto era más de lo que podía aguantar, era un llanto como para poner los ojos rojos y blanquear los bigotes, era como el llanto de las serpientes que lloran en Central Park: entró en mí y yo me perdí en la más triste de las tristezas. Sin poder contenerme, le pregunté: —¿Quién eres? Fue como si hubiera estado esperando que le hicieran aquella pregunta desde el principio de los tiempos. Su respuesta me paralizó, me envolvió en las penas de todos los siglos. El albino dijo: —Soy Alexander Pushkin. Y ya no dijo nada más, con eso todo estaba dicho. 179

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 180

Malabo blues. La ciudad remordida

L a s l á g r i m a s d e S o n y L a b o u Ta n s i

Encontré a Sony Labou Tansi, el hombre de la vergüenza y las orillas mágicas del Kongo, en la otra catedral Yamasukro, en el otro Costa de Marfil. Leía El libro de los muertos, y de sus ojos brotaban gigantescas cintas de agua. Me acerqué a él y le pregunté: —Maestro, ¿por qué lloras? Me dijo que al morir su alma se había hecho tres mil años más joven.

180

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 181

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

El cumbite de Arturo Belano

Llevaba un nido sobre la cabeza, en el nido había un huevo de un pájaro que los araucanos llamaban nalika, el pájaro de los amanuenses de Dios. Estrechó mi mano en la suya sin mirarme a los ojos. Me dijo que había recorrido el mundo entero buscando el centro oculto de 2666, que cuando estaba a punto de volverse piedra un amigo que había muerto y visto morir en la guerra florida de Liberia le dijo que buscara en Kogo, frente a la isla de Corisco, un lugar en el que las casas estaban siempre moviéndose. Me contó que allí, en Kogo, escribió Las cartas muertas de un difunto, que fue allí donde por primera vez vio a las estrellas agitando sus manos iluminadas y pensó que su hora había llegado: aquella noche soñó que iniciaba el camino hacia el refugio del calor de Dios frente al estuario en el que el reverendo John Newton vio pasar a la muerte con radiantes ojos de pez. Me dijo que organizó una reunión de los detectives salvajes en la catedral construida con piedras lunares que hay en el Kogo Invisible. Pero ninguno de los detectives salvajes latinoamericanos acudió a la llamada africana de Arturo Belano, dijeron que Guinea Ecuatorial era una ínsula que pertenecía a otro sueño, se negaron a saltarse las jurisdicciones, y Arturo Belano se vio solo, a 181

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 182

Malabo blues. La ciudad remordida

medianoche, rodeado de cráneos africanos que le cantaron nanas y le dijeron que morirse es sólo ocultarse un momento, estarse quietecito sólo un ratito.

182

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 183

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

La puta que robó a Bukowski

No sabía que iba a encontrarlo así, los araucanos sólo me dijeron donde podía encontrarlo y ya está, no me dijeron más, de saber el estado en el que se encontraba el Poeta jamás me habría presentado a la cita. Fue en un cuarto que parecía el cuarto de un motel como suelen ser los moteles de carretera. El Poeta estaba desnudo, sentado en la cama y con las manos tapándole las vergüenzas. Allí estaba él, el nocturnal varón de las peleas en los callejones de New Orleans, llorando como un nieto de Leonor Klein. En la habitación flotaba un tufo de borrachera de semanas. Cuando el Poeta me vio, disminuyó su llanto, con una sola de sus manos se enjuagó las lágrimas de los ojos y los mocos de su nariz universal. Permaneció un tiempo así, sentado en la cama, con las manos cubriéndole las vergüenzas. Tenía la cara arrugada como el pubis de una anciana y la forma pura de su nariz rememoraba muchas peleas a la contra. Le pregunté: —Sr. Chinaski, ¿Qué le ha pasado? ¿Por qué llora? —¡La puta me ha robado, la puta me ha robado, la puta puta me ha robado! Esas fueron las palabras que brotaron de la boca del cazador solitario que había convertido su garganta en la tumba del sueño americano. Sin pensarlo dos veces, 183

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 184

Malabo blues. La ciudad remordida

me apresuré a animarle. Le dije que no se preocupará, que no importaba nada que la puta se hubiera llevado sus poemas, que seguro que podía escribir más, muchos más, que él era un discípulo de los maestros de verdad, no los de boquilla, le recordé que sus padres no habían tenido que enseñarle nada pues todo se lo enseñaron los grandes: Orwel, Hemingway, Faulkner, Melville, Pound, Eliot, Lorca, Durrell, Dante… Le dije que con el tiempo él mismo se había convertido en un maestro para los jóvenes escritores de verdad, no los de pacotilla. Se me quedó mirando como si no tuviera ni idea de lo que le estaba hablando, con el llanto completamente congelado en los labios. Luego me preguntó: —¿De qué hablas, muchacho, de qué cojones estás hablando? Entonces yo le dije que de la puta, de la puta que robó sus poemas. Visiblemente enojado, con cara de ir a caerme a golpes en cualquier momento, gritó: —¿Y a quién cojones le importa la poesía? Estoy hablando de eso. Se levantó de la cama y se irguió alto como un obelisco y se señaló la entrepierna. Allí donde debía haber una polla y dos huevos colgando había una planicie de piel arrugada. Eso era lo que la puta le había robado. Antes de que la cogiera a golpes conmigo, salí corriendo de aquella habitación de motel en la que uno de los ídolos de mi juventud se ahogaba en sus vómitos y lágrimas.

184

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 185

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

D S 2 = 0 : E l a d i ó s d e C é s a r Va l l e j o

Cuando llegué al punto de encuentro él todavía no estaba allí. Los araucanos me habían dicho que era muy dado a la melancolía pero que aun así debía tener cuidado de no irritarlo. Así que llegué puntual a la cita y lancé una bengala de aviso como me habían dicho que hiciera si veía que tardaba en aparecer. Pero pasó una eternidad hasta que él se presentó. Cuando por fin llegó, cuando nos vimos frente a frente, me dispuse a llenar la página en blanco de nuestra conversación con historias de París, de la Guerra Civil española y de su Perú. Pero César Vallejo no me dejó apenas presentarme, se lanzó a hablar como había leído en alguna parte que solía hablar: de forma inapelable y para siempre: con los dedos y los ojos apretados. Habló de cielos negros sin pájaros, de estructuras de acero, de casas pobres y camas calientes. Me dijo que era importante que yo supiera cómo los poetas se salvan de la muerte al morirse. Él decía que era importante que supiera todo eso porque algún día iba a morir de verdad, me iba a olvidar e iba a ser olvidado: tenía que estar preparado para evitar que mi alma se repartiera entre mis cenizas. Después de un tiempo escuchándole, los acontecimientos empezaron a desbordarme, y me acordé de que todo estaba ya escrito hasta que llegó 185

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 186

Malabo blues. La ciudad remordida

César Vallejo y dijo todavía. Yo no quería respirar la espina mortal de Vallejo, tenía que alejarme como fuera de aquella conversación sin orilla, quería hablar de París, de Monsieur Pain, de la Guerra Civil española, de su Perú. Así que se lo dije, le dije: —Sr. Vallejo, yo ya sé como mueren los poetas. Él se me quedó mirando como aislado en un instante sin futuro: en silencio; sus ojos se convirtieron en prórrogas; su boca se quedó sin pizca de literatura. Entonces, haciendo lo que seguramente era un esfuerzo descomunal, a juzgar por la intensidad con la que brillaban los metales de su cara, me preguntó: —¿Y cómo mueren los poetas? Dímelo, mi joven amigo. —Los poetas se mueren como las olas del mar, se caen en pedazos como la paz… César Vallejo no esperó a escuchar todo lo que yo tenía que decir, se levantó como tocado por una sombra y echó a andar en peruano como si se dirigiera al océano del cielo, dejando atrás mis palabras como esquirlas. Antes de que acabará de desaparecer, le pregunté a viva voz: —¿Por qué se marcha Sr. Vallejo, por qué se marcha?

César Vallejo me respondió con el silencio, un silencio como el hueco del mar, como el hueco del cielo. Decepcionado por aquella actitud del poeta que había aflojado todas las verdades del tiempo, el hombre cuyos poemas habían desordenado el país de mis lecturas, miré al suelo buscando una piedrecita a la que 186

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 187

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

patear. Y allí, donde instantes antes había estado sentado César Vallejo, alguien, digo alguien para no decir César Vallejo, había escrito una ecuación que me apresuré enseguida a memorizar.

187

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 188

Malabo blues. La ciudad remordida

Jim está secretamente en todas partes

—No me llames Sr. Baldwin, hijo, llámame Jim. —Jim… Así es como empezó nuestra conversación. Yo le encontré gritando en lo alto de una montaña. De cerca y de lejos su sangre se veía hermosa, su desorden se veía hermoso, sus sueños se veían hermosos. No tuve ninguna duda, era él. Era el Sr. Baldwin. Le saludé diciendo Hola Sr. Baldwin y él me respondió diciendo que no le llamara Sr. Baldwin, que le llamara Jim, a secas. Me dijo que él había fallecido con una sonrisa en los labios, pero nadie vio aquella sonrisa, ni siquiera los empleados de la funeraria parisina con paredes cubiertas por las frutas de Cezanne en la que vistieron su cuerpo con un traje horrible. Me habló de París, una ciudad extraña, dijo que bajo las aceras empedradas de París se ocultan las almas de los soldados que fallecieron durante la retirada de Moscú. Luego habló de todo lo que era anterior a él y todo lo que iba a venir después de él. Al final me dijo: —Los poetas somos la leña que arde en los fogones de los siglos. En la muerte nos aguarda el esqueleto del sueño humano… Aquella fue la primera vez que le interrumpí, le pregunté: 188

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 189

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

—Jim, ahora que estás muerto, ¿ya has visto el esqueleto del sueño humano que aguarda después de la muerte? Él me miró asombrado y se echó a reír, primero de forma moderada para al final reírse tan alto que hasta las nubes que flotaban sobre nosotros se reían contagiadas por su risa. Cuando por fin pudo parar, me pasó la mano por el hombro y me dijo: —Hijo, yo no estoy muerto. Estoy secretamente en todas partes.

189

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 190

Malabo blues. La ciudad remordida

Las manías del cronopio

Yo ya estaba cansado, muy cansado, aquella búsqueda se me antojaba cada vez más como una broma infinita y marchaba como quien marcha para no regresar jamás. Más de una vez me había dicho ¿podré de verdad encontrarle? Al principio, a cada dos pasos, me encontraba con un conocido, vi a Malcolm Lowry durmiendo la mona en el cráter de un volcán mejicano, vi a Raymond Carver cambiando sus venas por cables de silicio, vi a Emile Oliver arrancando con desesperación las raíces de los terremotos que crecían bajo la piel de Haití, vi a Jack Kerouac pidiendo perdón a Jack Kerouac, vi a Verlaine apuntando con una pistola a un Rimbaud que parecía muy aburrido, vi a T. S. Eliot sosteniendo entre las manos el ejemplar inmortal de Seventh Octave… Con el tiempo las huellas de los del Club de la Serpiente empezaron a deshacerse en mis oídos como risa espectral y en mi cuerpo cada vez eran más visibles las cicatrices que había ocultado a los ojos de todo el mundo. Entonces, cuando ya había perdido la esperanza de verle, se me apareció como siempre le había imaginado, alto, con pose de rebelde contenido, pintoresco como un conde, gallardo como un mosquetero. Y vino a mí dando saltitos extraños como sólo podía darlos él, y me abrazó 190

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 191

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

fuerte, muy fuerte, y yo no hice nada por evitar desaparecer en aquel abrazo, y sentí su cuerpo envolviéndome tal y como había dicho Eduardo Galeano que abrazaba el fantasma de Julio Cortázar. Cuando llevábamos ya un rato abrazados, dije: —Sr. Cortázar, hace rato que le ando buscando… Entonces él se separó bruscamente y dijo: —No me llames Julio Cortázar ni Julio ni Cortázar, Yo soy un cronopio, a los cronopios no nos quedan bien los nombres, los famas llevan sus nombres como vestidos nuevos, los hacen imprimir en tarjetas, yo soy un cronopio… No me dio otra oportunidad, desapareció así sin más. Una vocecita dentro de mí me alertó que no tenía sentido seguir buscándole, que nunca volvería a encontrarle. Y entonces sentí que un fuego sin color me quemaba por dentro y mi boca se convirtió en una araña peluda.

191

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 192

Malabo blues. La ciudad remordida

La cabeza de Faulkner

Fue en un hospital de trasplante de cicatrices, los araucanos me dijeron que por allí andaba Faulkner, que allí le vería. No tardé en dar con Faulkner, en realidad con la cabeza de Faulkner, pues el Faulkner de mi cumbite era un Faulkner sin cuello, sin tronco, sin extremidades, ese Faulkner era sólo la cabeza de Faulkner con la boca llena de glicinas. Y eso bastaba. La cabeza de Faulkner se trajo a JFK y a Jackie Kennedy-Onasis. Las manos de JFK brillaban como las bombillas de Huidobro y sus labios estaban húmedos. Su mirada era suave y sombras profundas se arracimaban en sus ojos. En una de las manos, las que más brillaba y transparentaba, JFK llevaba una bandeja de plata llena de esperma arrugado. Sobre la bandeja se alzaba una cabeza de ojos vacíos, frente de bronce altivo echada ligeramente hacia atrás, con pose maliciosa y altanera: Faulkner. Los rostros, de JFK y Jackie, eran dos eternidades. Al principio JFK y Jackie hablaban como susurrando, a medida que me iba acercando a ellos, fueron anocheciendo más y más sus voces, cuando por fin llegué a su altura, sus labios estaban ya secos como la arena del desierto. Y entonces la cabeza de Faulkner, flotando sobre aquella masa de esperma arrugado que cubría la bandeja de plata, dijo: 192

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 193

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

—Joven, acércate más, has venido para que te dé la fórmula para ser un buen novelista, ¿verdad? No te preocupes, antes que tú ya vinieron muchos otros. Me acerqué y dije que sí, que es lo que quería. —La fórmula de un buen novelista es muy sencilla. 99% de talento, 99% de disciplina y 99% de trabajo. El novelista nunca debe sentirse satisfecho con lo que hace. Lo que se hace nunca es tan bueno como podría ser. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno puede apuntar. No preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de ser mejor que uno mismo. Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente amoral en el sentido de que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal de realizar la obra.

193

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 194

Malabo blues. La ciudad remordida

La invalidez de valentía de Hemingway

Yo quería verle para hablar de mi invalidez de valentía. Así que fui a ese lugar silencioso iluminado por frutos brillantes donde los araucanos me habían dicho que él acostumbraba a reunirse con los fantasmas de sus gatos. La luz de aquel lugar hacía que los senderos parecieran ríos. Todo el que se acercaba a ese lugar quedaba libre del mal, todos: los borrachos de agua salada, los sedientos de desastres, los restos de naufragios. Le encontré sentado en una taberna frente al mar, justo donde me habían dicho los araucanos que solía estar él, también me alertaron que él ya era demasiado viejo para hacerse otra vez a la mar, que le bastaba sentarse allí y mirar y mirar, mientras se hacía preguntas inteligibles sobre sí mismo. Ya no tenía la mirada de triste asesino de elefantes pero conservaba su porte de poeta acmeísta. Me senté sin pedirle permiso y a punto estaba de empezar a hablar cuando él me hizo un gesto con la mano para que guardara silencio. Obedecí como accionado por un secreto mecanismo interior. Entonces él me miró fijamente a los ojos (en sus ojos vi el tic-tac de su corazón desvaneciéndose contra el reloj) y me acercó, con una mano ensangrentada en la que brillaba un puro gigante como el tronco del palo rojo, un vaso llenó de un líquido de un color que 194

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 195

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

jamás había visto en mi vida. Después de apurar el vaso, le pregunté: —Sr. Hemingway, ¿qué es esa cosa que me ha dado a beber? Él no respondió, se quedó callado mientras las lágrimas arañaban su cara. Entonces lo supe, supe que Hemingway me había dado a beber un trago de muerte. Y vi la muerte en él, en mí, en todo cuanto nos rodeaba y me olvidé de la letra de mi invalidez de valentía.

195

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 196

Malabo blues. La ciudad remordida

Las lealtades de Benedetti

Estábamos en una sala enorme, sentados en una mesa alargada con dos sillas que parecían desunidas de la mesa, de la habitación, del resto de la casa. Se le veía ansioso: en ningún momento sus pupilas dejaron de interrogarme. Yo le dije que su ausencia se había convertido en un muñón sanguinolento en el país de las letras, le conté que estaba en un hotel de Accra llamado Alisa Hotel cuando me llegó el mensaje de Lucille D’Anton diciéndome que Benedetti había viajado a la otra comarca. Le dije entre sollozos que aquella noche me emborraché por él, por una patria llamada Humanidad, le dije que seguí su consejo, que busqué el cuerpo desnudo de una ninfa para que las paredes de la habitación del hotel se acuarelasen y el techo se convirtiera en cielo. Y así fue. Me dijo que su muerte había sido dulce, me dijo que murió sobre sabanas blancas y almidonadas, dijo que intentó emular a Goethe y decir algo como «luz, más luz» pero que había tanta luz que no tuvo necesidad alguna decir nada, me dijo que al elevar el nivel de vuelo vio la suerte de los hombres avanzando como la espuma y que él se había memorizado aquel trayecto y que no todo estaba perdido. Entonces le pregunté si él echaba de menos a la otra comarca, a los hombres, a nuestra fusión y confu196

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 197

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

sión de amores y odios. Se quedó callado un rato, y luego dijo: —Preferiría no hablar de eso. Yo después ya no tuve nada más que decir y él tampoco tenía nada que decir. Así que cada uno desde su extremo de la mesa nos levantamos y dimos por acabado aquel encuentro. Al reunirme de nuevo con los araucanos, les conté mi encuentro con Benedetti, les conté todo con pelos y señales. Ellos se quedaron pensativos un buen rato, y luego el más joven de ellos dijo: —Ha habido un error, él creía que ibas anunciarle su regreso al mundo de los vivos, desde que llegó no han dejado de agarrarle unas saudades tremendas, es por sus lealtades terrenales, la vida aquí le parece demasiado lisa y llana, es un no existir para él.

197

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 198

Malabo blues. La ciudad remordida

Los skinless

Les encontré en la carretera del fin del mundo, una carretera donde el silencio sólo era interrumpido por las olas emotivas y majestuosas que venían a morir en la escollera que definía la anatomía de la carretera. Era un lugar lejano, ellos lo sabían, por eso lo habían elegido para dar su último paseo. Kafka y Virginia Wolf iban cogidos de la mano, marchando de forma heroica como guiados por el brillo de las esferas de Dios. Kafka se apoyaba en un bastón en el que se podía leer una inscripción que decía «Todos los obstáculos me rompen», y Virginia Wolf llevaba bajo el hombro un manuscrito titulado Skinless. Cada diez pasos, Kafka se detenía y tosía, se imaginaba que el rostro del mar estaba adoquinado con cadáveres; a Virginia Wolf no le preocupaba el rostro del mar, le preocupaba lo que había debajo, le aterraba pensar que bajo aquella superficie que le recordaba las sabanas arrugadas en las que halló el cadáver de su abuela, podía esconderse «eso» que había buscado en todos los mundos: en el mundo de los vivos, en el de las almas y en el de las consolaciones. Virginia Wolf, después de su muerte en el mundo de los vivos, había seguido envejeciendo, su cuerpo parecía más delicado que las páginas de un papiro egipcio, sus cabellos eran como la nieve de la 198

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 199

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

Patagonia, su piel estaba poblada por arrugas aun más profundas que las que ella atribuía al gigantesco rostro del mar. Pero el paso de Virginia no tenía nada que envidiar al de las doncellas de Scira. Kafka caminaba a su lado como Kafka. De vez en cuando, Virginia fantaseaba con la idea de que Kafka fuera en realidad un muchacho persiguiéndola en un campo de higueras y olivos, buscando sus muslos jugosos como frutas, se imaginaba que se detenía, que Kafka se abalanzaba sobre ella, le arrancaba la cinta que ataba sus cabellos antaño ardientes como la zarza bíblica, y que con la cinta se caía al suelo un espejito que ella ocultaba entre las ramas de las trenzas, se imaginaba que Joseph K. se miraba en aquel espejo y veía lo que nunca pudo ver: su belleza, su sabiduría. Pero estaban en el fin del mundo, en la carretera del fin del mundo, y Virginia no tenía tiempo para interrogar a pájaros y a insectos. Así que Virginia saltó, saltó para ver lo que se ocultaba bajo las arrugas del mar. Y yo cogí a Kafka de la mano y Kafka se dejó coger de la mano y juntos caminamos hacia el refugio de lo araucanos.

199

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 200

Malabo blues. La ciudad remordida

Estoy cansado de verle morir en la Guerra Civil española

Los araucanos me dijeron: —Ve a La Habana, allí le encontrarás. Y yo pregunté: —Pero, ¿aquí también hay La Habana? Y ellos se alejaron riéndose. De repente me vi en las calles de La Habana paseando como un difunto infante. Yo recordaba esas calles perfectamente porque había visitado la otra Habana en muchas ocasiones, había admirado sus majestuosos edificios en los que se han colado todas las sospechas del mundo, había caminado por sus descomunales avenidas estalinistas, había respirado la ausencia de primavera en sus callejones, había visto cómo las nubes se alejaban cada vez más de sus aceras. Pero aquella Habana estaba vacía, era otra Habana, los tatuajes humanos de las calles habían sido borrados completamente. Como tenía todo el tiempo del mundo, me fui al malecón, donde me había hecho una foto que los araucanos utilizaron para identificarme cuando acababa de llegar. Así que me fui al malecón, no para buscar a Lorca sino para encontrarme con mi ayer. Y allí estaba él, justo en el sitio donde Sandra Puyol y yo habíamos hablado de la vida para siempre juntos. Había perdido el guión, ya no tenía ni idea de lo que quería preguntarle al Sr. Lorca. Así que 200

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 201

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

le conté mis recuerdos de aquel sitio, de lo que allí había vivido. Le hablé de Sandra Puyol y de mi corazón acribillado por el adiós al ayer. Él me escuchó atentamente, sin decir nada, sus ojos negros parecían más negros aún y su piel brillaba como las aceitunas. Cuando por fin me hube desahogado, después de llorar todas las lágrimas del mundo, le pregunté: —¿Y qué hace usted aquí, Sr. Lorca? ¿Cómo es que se viene aquí a estar tan solito en esa Habana vacía? Entonces señaló las aguas y vi a un regimiento apuntándole y acribillando su cuerpo poético. Una y otra vez, una y otra vez. Y cuanto más veía aquella escena más me daba cuenta de que no iba a poder apurarla, ni aplacarla. Cansado de ver aquella muerte esbelta y rompiente, le dije: —Sr. Lorca, estoy cansado de verle morir en la Guerra Civil española.

Aquella fue la primera vez que le vi sonreír, sonrío de verdad. Dijo: —No soy yo el que se muere, es España la que se muere, es el prólogo de la muerte de millones de personas que perecerán durante la Segunda Guerra Mundial.

201

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 202

Malabo blues. La ciudad remordida

Los párpados de Amadou Kourouma

Se había vaciado de sí mismo, era ya transparente como el aire, pero sus ojos abiertos brillaban como dos soles. Me acerqué despacio hasta el lugar donde estaba, a sus pies había sangre reseca trenzando lamentos, agua de lágrimas quebradas, flores, muchas flores, amuletos, sacos de cereales, tinajas de vino de palma, montañas de telas, esculturas rituales. Encima de ese mar de ofrendas flotaba el cuerpo sin cuerpo de Amadou Kourouma, el hombre que vivió para empuñar el No. Le pedí disculpas por llegar tarde, le dije que me había extraviado en el camino, que no era nada fácil llegar hasta aquel lugar mágico. Entonces él cerró los ojos y me temí que fuera a desaparecer completamente pero no fue así. Sus párpados, libres ya del cuerpo, surcaban el aire como mariposas, al otro lado estaban sus soles y todos sus rayos. Sobre sus párpados que se habían convertido en papiros estaba escrito el destino de África. Me llevó una eternidad leer todo lo que allí había escrito, los párpados de Amadou Kourouma no se estaban quietos, al llegar al final suspiré aliviado.

202

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 203

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

Yo d i j e e l n o m b r e d e C l a r i c e con amor

Sobre nosotros flotaban vientos macho, los vientos que nunca traen lluvia, vientos que llenan los cielos de hojas que parecen barbas. Ella estaba desnuda, su cuerpo lleno de controversias en sus últimos días en vida había rejuvenecido en la muerte. Nunca vi a nadie que le sentara tan bien la muerte. Todos los rostros que había lucido en vida se habían aquietado en uno solo: el rostro más hermoso que había visto jamás. Sus ojos eran tan verdes que parecían negros. En sus ojos toda era pasto. Los araucanos me habían alertado de los poderes y maldiciones de Clarice Lispector, me habían dicho que ella era un misterio que arrojaba a todos cuantos se acercaban a ella hacia otros misterios. Pero yo me olvidé de todo cuanto habían dicho los araucanos y entré en Clarice, entré en aquella cúpula de placer que me llamaba en el idioma de las golondrinas que vuelan panza arriba, mirando al cielo. Me creció barba de tres días, me sentía como un río fluyendo hacia el mar, los movimientos de Clarice eran espasmódicos, un flujo y reflujo que me llevó lejos, muy lejos, hacia otros misterios.

203

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 204

Malabo blues. La ciudad remordida

Zora Neal Hurston se cansó de esperar la llegada del futuro

Me dijo que, cansada de esperar la llegada del futuro, le rogó a Dios una dulce pequeña muerte, una pequeña muerte en la que no pudiera tener tiempo para sentir miedo. Pero Dios siempre miraba a otra parte, ella miraba a Dios, pero Dios siempre miraba a otra parte. En sus ojos brillaba la amargura de quien había sido incapaz de encontrar suficiente dulzura para asumir la vida y su arco iris. Ella siguió hablando, el sol se puso y el oro se extendió por las nubes y sobre las piedras. Su lengua era una espada envainada, siguió hablando y llegó la noche y las estrellas aparecieron en el cielo, estrellas que brillaban como diamantes sobre aquel cielo oscuro: las posibilidades se hicieron aún más excepcionales; pero Zora Neal Hurston siguió hablando de lo mismo; siguió contándome cómo se había cansado de esperar la llegada del futuro, cómo le suplicó a Dios una dulce pequeña muerte, una pequeña muerte en la que no pudiera sentir miedo, y este Dios que era un hombre llamado Langston Hughes se la negó, le negó una dulce pequeña muerte.

204

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 205

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

H u é r f a n o d e D a v i d F o s t e r Wa l l a c e

Lo primero que hizo al llegar fue entrevistar a Hemingway para una revista digital que no existía todavía. Hablaron de las flores de piedra que Kappa dijo que había visto en los ojos de Hemingway y también del torero Dominguín. Fue Hemingway el que le aconsejo que lo mejor para los fantasmas suicidas era buscar la cercanía del mar. Hemingway le dijo: —Sólo observando la superficie del mar e intentando adivinar lo que hay debajo, el suicidio deja de ser un trauma y se convierte en lo que es: una palabra en la punta de otra palabra. Así que David Foster Wallace se buscó un lugar cerca del mar. Atravesó un bosque habitado por metáforas germanas y llegó a un acantilado frente a un mar de plasma. Allí fue donde le encontré. Soplaban vientos verdes, azules y transparentes. David Foster Wallace había hecho caso a Hemingway pero también a sí mismo. Tenía la piel de color de la lechuga. Al acercarme me dijo: —Mi corazón se ha vuelto loco, se niega a morirse, dice que tiene miedo de ahogarse en un anonimato de litio, dice que le asusta que nadie vaya a reparar más en las chicas de pelo raro. A punto estuve de decirle al corazón de Foster Wallace que después de él nadie dejaría ya de reparar 205

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 206

Malabo blues. La ciudad remordida

en las chicas de pelo raro, pero no lo hice, no le hablé de la enorme lágrima que había dejado en los ojos de la literatura del siglo XXI. No quería quedarme huérfano de David Foster Wallace en aquel mundo también. En lugar de convencer al corazón de Foster Wallace, me acerqué a él como una hoja arrastrada por el viento y deposité todos los besos que pude en los bolsillos de su pantalón. Luego, de vuelta en el refugio, le conté a los araucanos todo lo que había pasado y ellos se enfadaron mucho conmigo, me acusaron de egoísta e inconsciente y amenazaron con enterrarme en un yacimiento azteca si volvía a abolir el destino.

206

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 207

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

Culpable de un nombre

Los araucanos me dijeron que le encontraría en el desierto de Yugoth, donde crecen los hongos que orlan el universo. Me dijeron que en aquel desierto, cuando la sangre era todavía más redonda que la tierra, a Edmond Jabés se lo llevaron unos vientos inmortales y le enseñaron una lección que nunca pudo olvidar: ser judío le convierte a uno en culpable de un nombre. Hacía frío, así que guardé los dos espejos, el de Stendhal y el de Carrol, bajo el abrigo y caminé hasta que se me cayeron todos los cabellos y las uñas se me volvieron negras. Edmond Jabés me preguntó por los dolores y tropiezos del camino, me pidió los dos espejos y luego desvió la mirada hacia otra parte, que era, en el fondo, ninguna parte. Antes de desaparecer me dijo: —Joven amigo, no te preocupes, morir es abrazar la propia condición de extranjero.

207

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 208

Malabo blues. La ciudad remordida

Strange Fruit

Yo también lo intenté: intenté descolgarle tal y como, según los araucanos, habían hecho en muchas ocasiones otros visitantes. Pero Ken Saro Wiwa me dijo que no, dijo que prefería que su cuerpo siguiera colgando en el aire como una extraña fruta, me dijo: —Me mataron pero pasará todavía mucho tiempo hasta que yo vuelva al polvo. De sus ojos brotaban mariposas y su cráneo parecía una urna bíblica. Luego nos quedamos callados, escuchando el llanto de una mujer con una flor enorme prendida en la cabeza. Ken Saro Wiwa me miró de nuevo y vi en su cara cierto asombro, como si de repente hubiera visto a alguien matando una mosca con un látigo, y dijo: —Gracias por el poema. Y yo dije: —De nada, papá. Entonces él me miro otra vez de nuevo, esta vez fue como si me mirara por primera vez, y me dijo que lo sentía, que lo sentía mucho. Y me pidió que me fuera, que le dejara, me dijo: —Hijo, vete de aquí, este no es un lugar bueno para ti. Hice lo que él me había dicho, me fui de allí corriendo, llegué hasta el refugio de los araucanos pero 208

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 209

Vi a j e a l p a í s d e m i s c o n s o l a c i o n e s

no había huella de ellos. Tan vasto y tan despoblado era el silencio que reinaba en el refugio de los araucanos que pensé que de verdad había acabado de morir. Entonces me dormí sobre la piel del carnero degollado y caí en una oscuridad más negra que la oscuridad griega. Al despertarme, tenía el molde del universo en la mano. Intenté escribir y hablar a la vez, pero no podía.

209

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 210

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 211

MALABO BLUES

«Estoy harto y cansado del río, las estrellas que tachonan el cielo, este denso silencio funerario.» Noches de Siberia Anton Chejov

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 212

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 213

I Todo empezó con un mail, el mail de Sandra Puyol, una mano tendida que me llegaba desde el pasado en un momento en el que no hacía más que recitar para dentro los versos rotos de Sibila, el poema de Seamus Heaney. Mi gente piensa en el dinero pero habla del tiempo. Los pozos de petróleo calman su futuro como simples temas de adquisición. El silencio se vuelve bajío con el sonar de ecos que lanzan las traineras. Yo solía recitar ese poema como si fuera mío, yo me decía en serio eso que dice José Kozer «entre paréntesis» de que los muertos le plagian los poemas; yo no me decía cosas como ¡qué bien que alguien escribiera algo así! o ¿por qué yo no habré escrito algo así?, no, no era eso, yo no me entregaba a esos juegos de abalorios argentinos, simplemente estaba convencido de que aquel poema era de mis entrañas y de mis entrañas lo había extraído Heaney. Por aquel entonces, a todo lo que me pasaba en Malabo le ponía una nota a pie de página: los versos rotos de Sibila. Sin embargo, la noche del 23 de febrero de 2009, cuando leí el mail de Sandra Puyol, en lugar de los acostumbrados versos del poema de Heaney, lo que vino a mi 213

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 214

Malabo blues. La ciudad remordida

mente fue una antigua letanía que solía recitar durante las noches de junio de 2008, en los tempranos días de mi retorno al país natal. ¿Para qué vine aquí? ¿Qué hago aquí? El mail era corto, conciso, claro, furiosamente poético, encendió y purificó mis ojos. Leyendo aquel mail, mi memoria se llenó de huellas que no había pisado todavía, que podía pisar algún día: vi mi destino abierto como un tajo. Miré a la ventana, al hueco de la ventana que permanecía abierto pues el aire acondicionado estaba estropeado y hacia un calor de mil demonios: lo que vi me produjo un escalofrío: vi mis sueños ahogados en un vaso de agua, me vi solo y asediado por todas las traiciones que me había hecho a mí mismo. Luego miré de nuevo a la pantalla del portátil y vi un nuevo sendero a la Arcadia: mis pulmones se llenaron de un aire dulce como el aroma del licor de las hierbas mallorquinas. Querido Óscar, Hay un lugar en Uruguay, cerca de un pueblo llamado Punta del Diablo que se llama Valizas, en él vive un pescador, el Tigre, de mística barba de algas blancas y color dorado que tiene las llaves de una casita enterrada en la arena, en ese pueblo las casas salen como escupidas de la tierra, el agua se saca de un pozo, no hay luz, sólo miles de velitas dispersas en la noche y el cielo es tan grande que dan ganas de llorar. Hay ruido constante a ranita de zanja. Te espero ahí. S. 214

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 215

Malabo blues

II Me explico, voy a intentar explicarme. Elena y yo hacíamos vida juntos cuando llegó el mail de Sandra Puyol y manchó la página de nuestra historia. No vivíamos juntos, hacíamos vida juntos. Éramos compañeros de viaje y a ratos nos amábamos. Nuestra unión era un tablero equitativo, así había sido durante aquella noche en que nuestros pasos se cruzaron por primera vez, y así creíamos que iba ser para siempre. El primer encuentro sucedió en un patio interior de Malabo, en el patio interior de la Casa Dougan, tanto ella como yo habíamos sido llevados hasta allí por amigos comunes para comer las costillas de cerdo que prepara una mujer a la que todos llaman Anti Beti y a beber ríos de cerveza. Sin mediar muchas palabras los dos descubrimos que nos dirigíamos hacia la misma dirección, un lugar llamado Ninguna Parte. Aquella noche, yo le dije que era poeta, un poeta que andaba extraviado en una novela equivocada, un poeta que quería cosas que no eran para él, pero al fin y al cabo un poeta. Ella me dijo que Malabo había erigido un trono de espinas y brasas en su corazón, luego me contó su vida a la vez que se la contaba a sí misma. A las cuatro de la madrugada nos fuimos a la cama e hicimos el amor. A la mañana siguiente me quede hasta el mediodía en una cama que no era la mía, abrazado a una mujer que era la sombra del mar. Teníamos la misma educación sentimental, los dos nos sentíamos como bocetos en Malabo y el tiempo nos estaba comiendo vivos. Los dos pensamos, cada uno a su manera, que ese encuentro era el principio de algo o el final de algo, o sea que 215

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 216

Malabo blues. La ciudad remordida

aquel encuentro era, en definitiva, un cambio de rumbo en nuestros particulares viajes a Ninguna Parte. Pero nos equivocamos. A ninguno de los dos nos interesaba saber cuantas millas azules restaban hasta la última estación, odiábamos tener relojes en los ojos y acabamos viendo cómo los días se deshojaban sin preguntarnos las cosas que se preguntan la gente que se dice buenas noches y buenos días. Cierto es que no nos decíamos buenas noches todas las noches ni buenos días todas las mañanas. Éramos felices, todo lo felices que podían ser dos personas que no acababan de encajar en el mundo psicológico de Malabo. Hacíamos vida juntos, compartíamos rituales, pero insisto, no vivíamos juntos. Elena era el objeto de mi ficción de una vida normal en Malabo y yo, no me costaba mucho verlo así, era la suya. Supongo que el hecho de que no viviéramos juntos influyó mucho en cómo fueron las cosas, sobre todo en la velocidad que adquirieron, en cualquier caso, no estoy aquí buscando un punto de fuga para justificar aquel desastre en que nos vimos envueltos al final. Ese no es el tema de este relato.

III El restaurante Agnes estaba a rebosar, los clientes charlaban a gritos, la música makossa se deformaba en las gargantas de unos altavoces enormes como cabezas de rapa nui, y el camarero, un pariente lejano de Madame Sata, se paseaba por las mesas contoneándose como una torre de jazmín. La voz de Elena y el mis216

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 217

Malabo blues

terio de su belleza iluminaban el cielo de mi oscura melancolía. Por un momento, me entraron ganas de dar las gracias a Elena por todo, por haberme acogido entre sus piernas y por haberme elevado por encima del ocio lunar y la indolencia de los minutos de Malabo, pero me controlé, no dije nada, desvié la mirada al techo, un techo lleno de agujeros que hacía que el restaurante pareciera una jaula con agujeros para el aire. Una vez en la calle, di gracias por las estrellas y por el viento que batía las ramas de los cocoteros. El paso de Elena era sereno, caminaba como en la nubes sobre sus zapatos negros de tacón largo, y yo caminaba arrastrando los pies como una tortuga galápago. Dimos una vueltas por las estrechas calles de Servicio, bajo los cocoteros cargados de nidos de pájaros que sostenían el pulso a la noche, surcamos las olas de oscuridad de las calles de Malabo como dos astronautas. Como siempre, acabamos aparcando en el lomo de la colina que desde Paraíso conduce a Malabo II, donde las casas de Malabo brillan como fueguitos. Mientras observábamos los latidos de Malabo, ella pegó su cuerpo al mío y fumamos lo que nos quedaba de la hierba que le habíamos comprado unos días antes al dealer de Bahía. El viaje fue intenso, mi cuerpo dejó de pesar, el cuerpo de Elena pegado al mío también dejó de pesar, hasta el coche dejó de pesar. Todo se volvió más ligero y nosotros nos convertimos en una nebulosa surcando el universo. Luego volvimos a la realidad, paso a paso, nos adentramos de nuevo en los árboles de oscuridad de Malabo. Mientras yo abría la puerta de mi casa y Elena aguardaba con el coche en marcha hasta que yo entrase, pensé que el 217

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 218

Malabo blues. La ciudad remordida

mundo había dejado de ser un lugar mágico pero después de todo aunque mi vida distaba mucho de lo que siempre había soñado podía considerarme razonablemente afortunado. Antes de que saliéramos para Agnes a cenar, habíamos follado como dos animales tristes en el salón de mi casa viendo de reojo una película protagonizada por Jada Fire. Pensé en volver al coche y dialogar con el cuerpo de Elena hasta vernos diciéndonos buenos días a la mañana siguiente, pero al final desistí. Eran la una de la noche cuando entré en mi casa, no tenía sueño y pensé que a esa hora la red no estaría saturada y con un poco de suerte podría subir las fotos del festival del ñame en Moka a mi cuenta de facebook y poner al día mi correo de Gmail. Tuve suerte, la conexión era excelente, todas las barras estaban llenas. Al abrir la bandeja de Gmail creí que mis ojos iban a explotar, toda la sangre se me fue a urgencias al ver en mi inbox un mail de Sandra Puyol. Y mi asombro fue aún mayor cuando leí el mail y yo que no soy una persona de piel gruesa vi como los ojos se me iban para adentro hasta desaparecer de mi cara. Ya sé que eso suena a extravagante recurso literario pero lo cierto es que no se me ocurre nada mejor. No sé cuántas veces leí ese mail hasta que por fin tuve el valor de verme como lo que era en aquel momento, un tirano y esclavo de una historia que era lo único que me había quedado de mis insólitas aventuras en las capitales modernas. Así que leí aquel mail con el recuerdo de Sandra Puyol a cuestas y también su ausencia…

218

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 219

Malabo blues

IV A la mañana siguiente cuando me desperté, unos versos de un poema que no recordaba haber recordado hasta aquel momento resonaban en mi mente como un arco de violín. ¿Dónde estará mi vida, la que pudo haber sido y no fue, la venturosa o la de triste horror, esa otra cosa que pudo ser la espada o el escudo y que no fue? Cerré de nuevo los ojos y tras la oscura intimidad de mis párpados medí el trino del pambot que había instalado su nido en una de las esquinas de mi ventana y me dio como que el pasado era una habitación de la que había escapado: una habitación que esperaba mi regreso con la boca abierta como una atracción de feria. La ventana seguía cerrada pero las penumbras habían perdido fuerza, miré el despertador plantado en la mesita de noche como un cactus y me di cuenta de que apenas había dormido una hora y media, había permanecido despierto hasta bien entrada la madrugada, intentando en vano prescindir de la memoria y del deseo de recordar a Sandra Puyol. Pensé en sentarme ante el ordenador y buscar la alondra de mis heridas respondiendo al mail de Sandra Puyol como si hubiera vivido los años más cíclopes de mi vida desde la noche en que la vi desaparecer entre los ecos del Raval y eché a caminar hacia mi diminuto apartamento de la calle Carretas alejándome con cada paso mío y con cada paso suyo de aquel cuerpo que había hecho crecer flores en mi corazón. Pero aquel mail había despertado algo más profundo en mí, no sólo había plantado un reloj de arena para decirme que me había desviado de 219

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 220

Malabo blues. La ciudad remordida

las puertas del paraíso, durante mi paseo nocturno de hijo de Calibán por los canales del mail de Sandra Puyol había entrevisto algo más allá de la mera elección entre las playas de aguas relucientes como espejos que me aguardaban en Valizas y las olas de oscuridad letárgica que mecían mi cuerpo en Malabo, ese algo iba mucho más allá de la idea jungiana de «la chica a la que amo», de la infatigable persecución de mi Soror Mística con la sangre bastarda de la Maga y Justine, pero si me hubieran preguntado qué era ese algo que hostigaba mi sangre, ese algo que irradiaba una soledad ártica en mis ojos, mi respuesta entonces, al igual que ahora, habría tenido el carácter de las tormentas de Addis Abeba: no lo sé. Lo único que sabía era que tenía que esperar, no sabía exactamente qué es lo que esperaba, en el mejor de los casos esperaba que fuera una de esas esperas del Frank O’hara que lee a Rimbaud sentado sobre troncos serrados, esas esperas que desencadenan catástrofes de personalidad que hacen que uno vuelva a ser hermoso, interesante y moderno, esas catástrofes que anulan el aroma de todos los pasos cedidos, que hacen que uno sea el mismo otra vez. Mientras desayunaba escuchando Lamentation, de Tunde Jegede, me sobrevino con estupor una extraña sensación de anticipación, luego me rendí a una especie de imaginación retrospectiva que atiborró todas mis facultades de raciocinio con infinitas alternativas y me dio como que todas las decisiones que había tomado en mi vida se ramificaban en otras decisiones que a su vez volvían a ramificarse y así hasta que mi pasado adquirió la consistencia del aire que regresaba de mi boca cuando respiraba y el futuro, después de mucho 220

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 221

Malabo blues

tiempo perdido en la anunciación de las caderas de Malabo, me pareció de nuevo una figura retórica. Apuré el vaso de zumo de un golpe y saqué de la mochila Gobernadores del Rocío, de Jacques Roumain, con prólogo de Nicolás Guillen, y metí Invisible Man, de Ralph Ellison, con prólogo de Ralph Ellison, luego salí a la calle para luchar por una plaza en un taxi de país. Al pisar la calle mis temores se confirmaron, Malabo parecía haberse hundido unos centímetros durante la noche. La gente se peleaba por adentrarse en los taxis, sólo los niños que van al colegio Waiso Ipola llenaban las calles en bandadas verdes completamente indiferentes a los charcos y al barro. Tuve suerte, al poco de estar apostado delante del bar Punta Europa pasó un taxi y me subí. Mientras las ruedas del taxi mordían el barro que inundaba las calles, mi sangre se desnudó y los ojos de Sandra Puyol, calientes y húmedos, cayeron sobre mí y me vi ridículo vestido con mi traje y mi mochila, metido en un taxi lleno de ojos que espiaban por el rabillo y yendo a trabajar a un lugar llamado Ministerio de la Integración Social. Eran las nueve y cuarto cuando llegué al Ministerio, atravesé la entrada al recinto con la misma entrega con la que solía adentrarme en la catedral los domingos para escuchar Ntonobe. A las once de la mañana me invadió de repente una fatiga de fin de mundo, me sentí un hombre sin atributos, un hombre sin cualidades. Detuve mi lectura del libro de las personas unitivas. In this brief moment I became aware of the connection between these lawns and buildings and my hopes and dreams. Al cabo de unos minutos, intenté, sin mucha 221

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 222

Malabo blues. La ciudad remordida

convicción, reiniciar la lectura pero todos los intentos fueron en balde, acariciaba las letras como un ciego, corría las páginas, pero ya no leía a Ellison, me imaginaba viviendo en un quilombo llamado Valizas en el que el Ganga, un anciano llamado el Tigre, oficiaba las ceremonias candombe en kituba, me vi viviendo una vida imaginaria en el ruido de los tambores milenarios, prestando especial atención a unas olas enormes como montañas que traían noticias de Guinea Ecuatorial. Y a mi lado, de día y de noche, la brújula de mi destino: Sandra Puyol. Eran las once y media cuando la sensación de haberme metido en una de las páginas de una novela de Auster se apoderó de mí: parecía que el mobiliario y la gente estaba desapareciendo, hasta Maite Pastrana, la trabajadora social de la UE que se hacía llamar Asistencia Técnica, seguía sin aparecer. Entonces me acordé de la norma no escrita que dice que los viernes, cuando el ministro está ausente, el Ministerio debe vaciarse antes del mediodía. El ministro andaba de campaña en la parte continental del país. A las doce menos cuarto crucé el umbral del Ministerio escuchando Golden age, de TV on the radio. Intenté llamar a mi primo Agustín pero la compañía telefónica devoró el crédito de mi tarjeta sin dejar pasar la llamada. Decidí que no me quedaba a esperar un taxi, me dije que de Caracolas a Waiso se podía hacer caminando en un tiempo razonable y eché a caminar rumbo a mi casa tirando de la brida de las imágenes que florecían en mis ojos. Los destellos plateados del edificio Soraya parecían dedos metálicos acariciando las nubes; el sol brillaba como el vestido amari222

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 223

Malabo blues

llo de Ajmatova; el cielo se veía tan azul que daban ganas de silbar como en Buenos Aires, y el Basile, nuestra montaña mágica, lucía tan verde que parecía que el buen Dios la había retocado con photosphop. A la altura del apartotel Litoral, donde comienzan los grandes charcos, ungido de sudor como un demonio, maldije el no haber esperado un taxi: los charcos habían crecido tanto que era más fácil creer que los egipcios antiguos no tenían pigmentación que ver carreteras en aquellos deformes trazos de canales venecianos. Me quité la chaqueta y me arremangué la camisa hasta los codos. Y así fue como crucé las aguas de ese mar de tifoidea y malaria, escuchando Chinatown, de Tribeqa, pensando en Sandra Puyol y en todas las cosas que había perdido al caer en unas coordenadas con un letrero que decía Malabo. En la plaza de la mujer, mientras subía la cuesta adventista, sonó mi móvil. Era Elena, me dijo que Fran daba una fiesta para inaugurar su casa de Colwata y que pasaría a recogerme a las siete de la tarde. Yo dije que no hacía falta, que podíamos encontrarnos en la plaza de Ela Nguema a las seis. Propuse un plan con una ligera variación del plan de todos los días: cuando uno vive en una cala entre un océano de aguas profundas y el ruido de una selva milenaria las alternativas se reducen mucho. Tomaríamos algo en el bar de Leona, iríamos a ver la nueva colección de tapices de Pocho y luego iríamos al opening de Fran. Me detuve en el restaurante Terranga y me hice servir un plato de maffe y una botella de bishap de un color curiosamente más malva de lo habitual. Todavía era temprano, casi todas las mesas permanecían vacías 223

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 224

Malabo blues. La ciudad remordida

y las camareras charlaban risueñas detrás de la barra. Apenas probé bocado, pensé en llevarme la botella de bishap a mi casa pero su color me hizo desistir. Estaba a punto de entrar en el portal del edificio, cuando oí que alguien me llamaba desde la terraza del bar Punta Europa. Era mi primo Agustín, me dijo que llevaba un buen rato esperándome. Sus labios se abrían y se cerraban como si tuvieran una cremallera: hablaba en fascículos. Pedimos dos cervezas y una ración de bilola, y mientras bebíamos me soltó una historia extraña sobre los controles de tráfico, me dijo que le habían quitado su coche porque hacía taxi sin tener el permiso, dijo que había intentado negociar con los policías pero que estos le dijeron que las cosas estaban muy feas, luego le dijeron que no la tomará con ellos, que era todo culpa del director general de Tráfico que se creía que iba a enderezar los renglones torcidos de Guinea Ecuatorial, le dijeron que ahora las infracciones se castigaban de forma severa, luego le castigaron de forma severa: tenía que pasar por Tráfico, sacarse un nuevo carné de conducir y pagar una multa de ciento ochenta mil francos. Y se llevaron el coche. Un escándalo, un escándalo, repetía mi primo una y otra vez, como si fuera víctima del fraude más escandaloso del universo. De repente cesaron sus quejas, fue como si hubiese atravesado una puerta giratoria: me dijo que esperaba que yo le diese el dinero, que yo sabía bien que necesitaba el taxi y que ahora tenía las manos muy cortas. Le dije que me buscará más tarde. Pagué la cuenta y otra cerveza más para mi primo y me fui. Nada más entrar en casa tiré la maleta en una esquina. Matilde no trabajaba los viernes, el salón seguía 224

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 225

Malabo blues

tal cual lo habíamos dejado Elena y yo cuando nos fuimos para el Agnes: su perfume seguía flotando en el aire como el polen que hace dormir a las estrellas, y la caligrafía de las contorsiones de su cuerpo todavía podía adivinarse en el sofá. La corbata de repente me pareció un collar demasiado ceñido, me libré de ella y el mundo fue un lugar más liviano. Conecté el ipod al focal y puse Eternal, de Brandford Marsalis Quartet, y me tumbé en el sofá dispuesto a ver zarpar las horas. A la altura de Reika’s Loss se fue la luz. Hice pschhh. Inmovilizado por el calor y con ríos de sudor fluyendo hacia todos los confines de mi cuerpo, me dormía y me despertaba una y otra vez, por un momento estando despierto llegué a pensar que estaba dormido y estando dormido llegué a pensar que estada despierto, tuve varios sueños y alucinaciones, curiosamente no soñé con Sandra Puyol, o no recuerdo haber soñado con ella o haber alucinado con ella. Era incapaz de acordarme de todos los sueños pero de uno me acordaba tan bien que parecía no haber sido soñado. Era el sueño en el que iba caminando con un montón de perros, en realidad no era yo el que caminaba con los perros puesto que yo ya no tenía alma y mi corazón estaba destrozado. Al despertarme, sentí el vació ascendente de la tarde, intenté parar el desfile de climas, hemisferios, ideas y recuerdos que me recorría por dentro pero no sirvió de nada. La tarde anunciaba una noche que no iba a ser suave. La lucecita del focal parpadeaba como el ojo de un androide agonizante: tenía luz otra vez: unas ganas terribles de transcribir aquel sueño que había tenido se apoderaron de mí. Hacía tiempo 225

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 226

Malabo blues. La ciudad remordida

que venía traicionando a Atticus Finch mediante la escritura de unos textos sin una intención clara que guardaba en un archivo llamado «Estambres de las noches de Malabo», textos que eran como vómitos del alma, textos que escribía de noche para dejar de gritar hacia adentro. Era mi forma de esperar el futuro. No había vuelto a literaturizar un sueño desde los días de Barcelona, los días en los que escribí «El sueño de Dayo», un relato apocalíptico incluido en El Centauro y el Fénix que había escrito tras un sueño en el que había deseado morir para no tener nunca más tiempo de sentir miedo por el futuro de los hijos e hijas de África. Sabía lo que estaba haciendo, sabía que al transcribir mi sueño estaba haciendo literatura, que estaba traicionando a Atticus Finch, pero me dije que iba a transcribir aquel sueño igualmente, en ningún momento me vi al final del pasillo alfombrado del burdel de Chauen, en el cuarto Sefini, donde cuelga un cartel con una frase lapidaria de Keats. No eres poeta sino escribes tus sueños. Eran las cinco de la tarde. En el camino de los perros aguarda la muerte y uno tiene que apocarse y morir a cada rato para seguir viviendo. En el camino de los perros la piel es un escudo, todos los compañeros de viaje son rudos compañeros de viaje. En el camino de los perros el arco iris es invisible. En el camino de los perros a todos los relojes les falta una manecilla y uno tiene que mudarse hasta convertirse en un mudo.

226

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 227

Malabo blues

V Después de literaturizar aquel extraño sueño me entraron unas ganas terribles de seguir escribiendo; pensando en Sandra Puyol, en su mail, abrí un nuevo documento y escribí El día que conocí a Sandra Puyol cambié la soledad por una espina. Tras escribir aquella frase me detuve como paralizado por un rayo, aquel era el comienzo de una historia, vi en esa frase el impulso que me había de atar al ordenador para escribir un libro que me iba a desgarrar por dentro, un libro que iba a perseguir durante muchas noches con una agua más antigua que la sangre de las venas aquietada en el fondo de mis ojos, sin importarme la espuma negra que corría por las calles de Malabo, ni los lestrigones que me aguardaban mar adentro al intentar, como antaño, subvertir el orden de las constelaciones. Estaba yo allí midiendo la lujuria de aquella frase, sintiendo que un bosque de algas se iba formando en mis sienes, cuando me acordé de la fiesta en casa de Fran en Colwata. Miré la hora, eran las seis y media. Intenté llamar a Elena para decir que llegaba tarde o decir que pasara mejor a recogerme en casa pero mi móvil se había quedado sin carga, no había puesto a cargar el teléfono. Enchufé el teléfono. En la calle, el murmullo de los rayos de sol estaba muriendo, fragmentos desperdigados del sol flotaban en el cielo sin hacer esfuerzo alguno para juntarse, y la espesa voz de las noches de Malabo se iba preparando para azotar a las almas inquietas de las gentes de esta ciudad. Tenía las ventanas abiertas pero no corría el viento, en 227

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 228

Malabo blues. La ciudad remordida

Malabo apenas corre el viento. Lo que sí me llegaba de la calle era la música, la música de los bares de la demarcación de Waiso, diferentes estilos y ecualizaciones que formaban un batiburrillo que hacía que mi barrio pareciera el útero de todos los ruidos del universo. Corrí hacia el baño y con un cubo agujereado saqué agua del bidón. Me lavé los sobacos y la cara y me sequé con una toalla sucia. Me eché desodorante y corrí hacía la habitación y agarré la primera camiseta que pude y unos vaqueros nómadas que esperaban en una de las esquinas.

Desenchufé el teléfono, tenía una barrita raquítica. Salí pitando a la calle. Eran las siete y cincuenta y tres minutos. La noche ya era espesa pues todo madura pronto en los trópicos y la noche, ya se sabe, cae como una piedra. Intenté llamar a Elena para decirle que llegaba tarde pero la compañía telefónica me hizo un corte de mangas como de Malabo a Valparaíso. La voz robotizada de una operadora me dijo que el número al que intentaba acceder no existía. A los pocos pasos el teléfono se acabó. Estuve un par de minutos apostado delante de BANGE, los taxis se paraban, el conductor me preguntaba como quien habla desde el fondo de un pozo ¿dónde? y yo decía plaza de Ela Nguema y el conductor movía la cabeza diciendo sí a la búlgara y daba gas al coche y desaparecía entre los saltos de oscuridad de las carreteras de Malabo. Y así uno y otro y otro. Luego avancé una cuadra y me aposté delante de la iglesia Santuario de Claret como un Grenadier Guard justo donde una noche había visto a un 228

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 229

Malabo blues

loco rezando de rodillas. Los taxis se paraban, el conductor me preguntaba como quien habla desde el fondo de un pozo ¿dónde? y yo decía plaza de Ela Nguema y el conductor movía la cabeza diciendo sí a la búlgara y daba gas al coche y desaparecía entre los saltos de oscuridad de las carreteras de Malabo. Y así uno y otro y otro. O sea, lo mismo. Entonces decidí caminar un poco, bajé hasta Mendoza, luego hasta Marfil y cuando me di cuenta ya estaba a la altura del Ministerio de Asuntos Exteriores, justo delante del Hotel Yoli. La escultura del elefante enano que contempla Malabo desde el jardín estaba pasando a mejor vida. Me acordé de los días en que recién escupido en las playas de arena negra de Malabo, Mbuyalemba, un luba de Kinsasha, y yo solíamos tomar ríos de cerveza que eran más que ríos de cerveza, y contarnos la sagafuga de nuestras vidas. Él me hablaba de Maria-Marie, una chica que lo había hecho nacer a los veinticinco años, y yo le hablaba de Sandra Puyol. Él me hablaba del Malebo Pool, yo le hablaba del Parc Güell. Viendo aquella escultura de elefante de las crasas malezas del monte Chocolate y el monte Cristal que quería esconderse para llorar pero no podía moverse me acordé del tranvía de Malabo: dicen que dicen que en Malabo había tranvías, que todas las terrazas estaban adornadas con buganvillas, que las calles eran estrechas pero agradables de pasear, y en los restaurantes se servían tapas de pinchos morunos y salmonetes. Me dije el mundo sí que se acaba, me da igual lo que diga Charles Simic, el mundo se acaba, se vacía. Entonces las palabras de Sebald acudieron a mi memoria, las vi tan claras como si las hubiera escrito yo mismo. Cuántas 229

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 230

Malabo blues. La ciudad remordida

cosas y cuánto cae continuamente en el olvido, al extinguirse cada vida; cómo el mundo, por decirlo así, se vacía a sí mismo, porque las historias unidas a innumerables lugares y objetos, que no tienen capacidad para recordar, no son oídas, descritas ni transmitidas por nadie.

Pasó un taxi, hice la señal para que se detuviera. Me preguntó ¿dónde? Yo dije plaza de Ela Nguema. El conductor me hizo una señal diciendo adéntrate. Y me adentré en el taxi. El aire pesaba como un barril de crudo, el calor resbalaba en forma de enormes pepitas de sudor por mi cara. El taxi volaba rumbo a la plaza de Ela Nguema donde Elena me habría esperado un buen rato, donde se habría desesperado llamándome por teléfono y yo sin poder responder, sin carga, fuera de cobertura. A la altura del cruce del hospital el taxista elevó su voz por encima de una canción de R&B que hablaba de un amor terriblemente desesperado, un chico y una chica a los que nadie quería ver juntos, pero ellos, contra el mundo y contra el tiempo, luchaban por la llama de su amor. Estaba yo pensando en la letra de esa canción, cuando de repente el taxista me preguntó: —¿Qué? ¿Has quedado con una pequeña en la plaza? No esperó a que respondiera, y siguió hablando. —¿Has visto como contonean las nalgas? Esas ya no son niñas, lo parecen pero sólo cuando te ves en la cama con una de ellas descubres lo lejos que ha ido este país en quince años, son unas diablas, te lo digo 230

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 231

Malabo blues

yo, y la plaza de Ela Nguema ahora es su meca, todo el ganado se concentra allí, es increíble la cantidad de pequeñas que se dan cita en esta plaza, parecen unas niñas, pero el buen Dios sabe que hace mucho que dejaron de serlo. Yo le dije que no había quedado con ninguna pequeña pero el tipo siguió hablando como si yo le hubiera dicho que sí que me aguardaba una pequeña en la plaza. Supongo que le parecí uno de esos falsos de los que tanto habla Adjoeguenin en sus canciones. En mi cuerpo el malestar rugía como el océano Atlántico que apenas uno puede sentir en Malabo y opté por no hacerle caso, por ignorarle y sembrar el silencio entre nosotros. El taxista, enfrentado a mi silencio, se calló como un enterrador compasivo y aceleró el coche despreocupado totalmente de los baches, de los otros coches que iban a toda leche, de los sermones del programa televisivo «Seguridad Vial», del agua bendita vertida en el cruce Dragas donde unos días antes se habían matado cinco personas porque un conductor había desactivado sus funciones cerebrales. Bajé del taxi con la cara descompuesta como un leproso, pagué y cerré la puerta de un portazo. No había ni rastro de Elena, pensé en ir al estudio de Pocho pero la pantalla abierta de mi ordenador y aquella frase, El día que conocí a Sandra Puyol cambié la soledad por una espina, me atraían como un imán. Aquella frase era la célula madre de un libro que quería escribirme a mí, un nuevo sendero hacia el Kibbutz, el impulso para mi salto en la rayuela después de tantos meses perdido en los paisajes mentales de Atticus Finch. Nunca me pregunté qué es lo que quería 231

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 232

Malabo blues. La ciudad remordida

conseguir poniendo por escrito aquella historia de travesías fluviales y fabulaciones, mis memorias de poco momento, pero si lo hubiera hecho la respuesta habría sido que yo sólo quería ser lo que había sido. Me habría equivocado. No me preguntes por qué. Antes de reunir el valor para meterme de nuevo en un taxi y volver a mi casa, me quedé un rato en la plaza observando a la chiquillada alborotada y escuchando la música de tres bares fundidos como bujías. La gente parecía feliz. Asentí con la cabeza, le di la razón al taxista: la visión de aquellas niñas no incitaba a la vida monacal. Al igual que el triste Dadu, miraba tres veces y escupía una. Un taxi hizo la rotonda de la plaza cojeando, levanté la mano, me subí y mi sorpresa no podría haber sido mayor, era el mismo taxista que me había traído. Viendo mi cara relajada, me preguntó a bocajarro: —¿Habías quedado con alguna pequeña aquí? Di que sí. Le dije que sí, que había quedado con una pequeña que no había aparecido. Sin arrancar el coche, me preguntó: —¿A qué hora hablaste con ella? Yo dije, por decir algo: —A las cinco de la tarde. El taxista se rió y dijo: —Tarde, muy tarde, es viernes, hay que atarlo todo antes de las dos de la tarde, se te ha cruzado alguien, te la han interceptado —miró la hora y añadió— seguramente la están dando bola ahora mismo, toma, toma ya, toma… ¿Dónde vamos? Y yo respondí: 232

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 233

Malabo blues

—Bar Punta Europa. —OK, a Puta Europa vamos pues. Me reí y el taxista viendo que me reía se rió aún más. A la altura del cruce del hospital tres personas se subieron al taxi, dos mujeres y un hombre, las dos mujeres lloraban desconsoladamente. Por lo que pude saber, las dos eran las esposas del hombre y la hija de una de ellas acababa de morir. Iban a casa a prepararlo todo para luego venir a retirar el cuerpo de la morgue. Por lo que se podía entender, la niña tenía dieciséis años, estaba embarazada y había intentando abortar en una clínica china. Me sentí culpable y creo que el taxista también, ambos quedamos sumidos en un silencio sobrenatural, por un momento me pareció increíble la circunstancia en la que me hallaba pero lo peor de todo es que ese cara a cara con la tragedia no era una circunstancia particular, no podía singularizarme por estar viviendo un momento así, si hubiera podido cantar habría cantado Oh my god, de Michael Franti.

Eran las ocho y media cuando el taxi me dejó delante de Puta Europa. Antes de apearme, introduje la mano en el bolsillo y saqué todo cuanto tenía, unos treinta y dos mil francos, y se lo di a una de las mujeres. Me dieron las gracias entre llantos y me desearon suerte en la vida. Ya fuera del taxi, mientras aquel destartalado Toyota Carina rodaba calle abajo, hacia Servicio, miré al cielo, sentí el peso de mis párpados, cerré los ojos, atravesé siglos. Al abrir los ojos de mi alma vi las palabras del hombre del ámbar brillando como dragmas en el cielo. África tiene en la eternidad su destino. 233

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 234

Malabo blues. La ciudad remordida

En casa, instalado frente al ordenador, leí de nuevo aquella frase, El día que conocí a Sandra Puyol cambié la soledad por una espina, y me busqué en aquella voz que me buscaba a mí, aquel encuentro imprevisto con la escritura me arrastró de nuevo a un estado que no puedo describir, un hueco de luz comenzó a abrirse en la pantalla, sentí que algo me arropaba, algo que a su vez me decía que sólo en la escritura existo, que sólo en la escritura puedo apoyarme cuando me llamo, cuando me busco, cuando quiero soñarme de otro modo, en esa frase me reconocí corriendo hacia otra oscuridad, iluminando nuevas conjunciones para agitar mi sangre, para no morir. Me iba a dejar arrastrar de nuevo hasta el corazón de las tentaciones poéticas, iba a retomar la búsqueda del paso soñado del cielo a la tierra. Aquella noche me encadené al amo implacable que es la literatura, escribí líneas y líneas con la desesperación de un hombre que va chupándose los huesos, yo fui el novelista en mangas de Julio Torri y la carta muerta de Sandra Puyol mi abordaje de piratas, sobre las olas de oscuridad de Malabo vi un montón de cadáveres meciéndose y todos ellos tenían mi rostro, con cada tecla que pulsaba golpeaba las fuerzas sordas y fatales que habían hecho de mi vida una broma infinita. Si alguien hubiera estado a mi lado durante aquellas horas y me hubiera preguntado: —¿Qué es lo que estas escribiendo? Yo habría dicho: —Estoy escribiendo los versos más tristes esta noche, mucho la quise y creo que ella, a su manera, también me quiso a mí, pero es tan corto el amor y tan largo el olvido… 234

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 235

Malabo blues

Me habría gustado escribir desde el otro lado de mi voz, eludir las estrellas, no mencionar el aire ni la noche ni la mar, pero el mail de Sandra Puyol había hecho que las venas aflorasen en mi piel: mi imaginación engendraba una galaxia tras otra. Una y otra vez me preguntaba ¿por qué me ha llegado este correo ahora, en este momento de mi vida, después de tanto tiempo? Sandra Puyol, aquel nombre era como un ruido mecánico más allá de las olas de oscuridad que me envolvían. El salón de mi casa era la proa de un barco y yo escribía surfeando en las olas de cerveza que venían a morir en las paredes de mis venas. Durante aquellas horas en las que no dejé de invocar a los esquivos espíritus de la poesía, Elena me llamó siete veces pero yo no nunca cogí el teléfono, me imaginé su cara llena de trayectos, su frágil sombra diluyéndose cada vez que suspiraba, pero nunca cogí el teléfono. Malabo me llamaba a gritos pero yo no podía salir de mi casa ni tan siquiera abrir la puerta, algo me retenía frente al ordenador golpeando las teclas como solía recomendar el cazador solitario. A la una de la madrugada, hice una pausa, me acerqué hasta la ventana y dialogué con el musgo que crecía a lo largo de la línea que dibujaban las lágrimas del aire acondicionado. Más allá de la ventana, Malabo fluía ante mis ojos como un cuento medieval: primero vi una ciudad susceptible al desengaño donde todo olía a desdén; luego vi una ciudad habitada por los seres más enigmáticos del universo, hombres y mujeres que le daban a las funciones cerebrales unos usos inimaginables fuera de Malabo; finalmente vi una ciudad que viajaba en el tiempo buscando los labios de sus muertos. 235

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 236

Malabo blues. La ciudad remordida

La música del bar Punta Europa atravesaba las paredes de mi casa; la calle, tímidamente iluminada, estaba a rebosar de gente que bebía los renglones torcidos del petróleo, gente que ya no contaba sus pasos sobre las promesas de Malabo, parroquianos que se llamaban por sus nombres; las sombras brincaban como impalas y la jauría de perros que puebla los alrededores de Waiso andaba aullando a las bandadas de murciélagos que devoran los mangos de los árboles crecidos sin dueño en los márgenes de las aceras de mi calle. Pero aquella noche era una noche diferente, quería asir con fuerza los recuerdos que palidecían en mi pecho. El mail de Sandra Puyol había hecho que el tiempo dejara de ser clandestino para mí, estaba intentando recaptúrarme en medio de las explosiones de oscuridad de Malabo como un prisionero que llora en un calabozo de barrotes forjados por Efesto, veía las ranas que andaban brincando entre mis penas como si estas, mis penas, fueran nenúfares. Aquella noche albergué fuentes en el jardín de mis arterías: escribí mis memorias de poco momento con desesperación, no como una canción desesperada sino simplemente porque no podía seguir siendo ese árbol quieto entre las nubes de oscuridad de Malabo: la carta muerta de Sandra Puyol había puesto a prueba la fuerza de mi juramento, había cambiado la noción de destino (materia inasible e irremediable) que tenía para mí mismo. Sandra Puyol, yo escribía y sentía cómo las burbujas de oxígeno se expandían en mi sangre; sentía que me inflamaba como una llama y estaba dispuesto a arder hasta consumirme. Llevaba años caminando sin avanzar ningún centímetro, cuando miraba atrás veía 236

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 237

Malabo blues

delirios, veía envejecer los días de ayer, me veía envejecer, y no me importaba, no me estorbaba la seda cenicienta del ayer: antes muerto que volver atrás. Y luego había llegado el mail de Sandra Puyol, cuando mi vida ya era de minutos y no de proyectos, cuando nadando iba por fin en las oscuridades abismales de Malabo: cuando juraba pestañeando con los dientes cancerberos que nunca no más, never ever, diría soy un escritor de cuentos y poemas: me había llegado el mail de Sandra Puyol como un barco de papel, ¿qué debía hacer? ¿Debía lanzarme al mar con ese barco de papel? Mientras escribía tuve la certeza de que una rendija de tiempo se había abierto dentro de mí, por esa rendija me llegaban caravanas de palabras extraviadas como un impala blanco en los desiertos de Sonora: mi mente se convirtió en un gigantesco depósito de imágenes y palabras en el que yo mismo acabé extraviándome. Miraba las palabras que escribía, hice bolas y bolas con el confeti de mis recuerdos y una a una las fui expulsando en forma de enormes lágrimas invisibles. Yo quería escribir hasta los primeros rayos del sol pero cuanto más avanzaba la noche más claro se me hacía que era imposible conservar la noción del tiempo mientras registraba los cajones de mi memoria. Al principio aplicaba pequeños retoques a mis recuerdos para que mis memorias de poco momento pudieran convertirse en un verdadero relato, luego llegaron los trazos de brocha gorda, empecé a mezclar los recuerdos, los sueños y las invenciones, y ya no pude parar. Cuanto más jugaba con los recuerdos más se parecían a las invenciones y más diferentes también, me costaba distinguir entre lo que recordaba y lo que estaba inven237

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 238

Malabo blues. La ciudad remordida

tando, recuerdos e invenciones venían y se alejaban hacia el páramo en que se había convertido la pantalla de mi ordenador, el lugar en el que mi sangre iba a apagarse. Estaba en Malabo y mis historias de ayer se habían vaciado, lo único que hacía era comparar imágenes mentales que se parecían y no se parecían, sabía que había perdido el sentido de la realidad y no me importaba. Seguí escribiendo mis memorias de poco momento para dominar la angustia, expulsar todas las dudas, identificar mis turbaciones, pero sobre todo porque por fin había aceptado que escribir es el único remedio cuando se ha traicionado, cuando se siente vergüenza de haberse traicionado. Si hubiera podido habría pasado el resto de mi vida allí sentado escribiendo y llorando lágrimas invisibles, plegando momentos y lugares, expulsando mis demonios y mis ángeles, escribiendo palabras de más como Cioran y Walser, ahogándome, sin importarme si me estaba ahogando por falta de oxígeno o porque mis pulmones no eran de este mundo.

VI A las dos de la madrugada llegó Elena. Le pesaba el aliento y el cuerpo. Me dijo que se había sentido tratada como el musgo que se pisa, así sin más. Que ella estuvo sola toda la noche, que todo el mundo estaba con sus parejas, que ella me llamaba para hablar y reírse un poco y sacudirse esa cosa llamada agobio de encima pero que yo ni tan siquiera me dignaba a coger el móvil. Me dijo que todo el mundo se había ido a 238

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 239

Malabo blues

Abraxas y que por lo que más quisiera, hiciera un esfuerzo y nos fuéramos para allá, donde continuaba la fiesta de Fran. Extendí la mano y le toqué el brazo. Sus huesos, los huesos de Elena, eran tan frágiles como los de un pájaro. El aire que nos envolvía se llenó de palabras que no eran silencio.

VII A las cinco de la madrugada, abandoné Abraxas (un refugio oscuro al que acude religiosamente todos los fines de semana una fauna de lo más pintoresca: ninfas con pieles brillantes y cejas afiladas, lestrigones con medallones de lujuria, sátiros de orejas tibias, erinias con cuerpos de acuarela, cruzados con lenguas de pedernal, mosquitas muertas de pezones púrpura, y un largo etcétera de especies y subespecies representativas del bestiario de las noches de Malabo). Cuando me fui el local estaba pletórico de visiones de whisky, furias de vodka, nostalgias de ron, exhibiciones de champán, corrientes de cerveza, las orejas se llenaban de gritos, la carne bañaba la memoria y la realidad no podía ordenarse con estrofas a no ser que uno le pusiera su propia música; envuelto en una nube de vapor de alcohol, cantos, gritos y bailes, incapaz de encontrar su lengua en su boca. Lamentaba de verdad haber sucumbido a la lluvia que había presentido en los ojos de Elena, el alcohol avanzaba lentamente en mi sangre torturando mi lucidez, alguien tocó mi espalda con un gesto familiar, otra persona me llamó por mi nombre, pero yo sólo quería traspasar aquel laberinto de carne. 239

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 240

Malabo blues. La ciudad remordida

Quería estar lejos del tiempo verbal de la farándula de Malabo que se conjugaba en Abraxas. Una vez fuera, preso en la salvaje e irracional euforia de verme por fin en la calle, feliz por aquel final feliz, decidí no coger un taxi e ir caminando hasta que mis pies dijeran basta. El todoterreno de Elena estaba aparcado frente a un muro que celebra el abismo entre los que viven protegidos por el abrazo de hormigón y los que se arraciman en hileras de chabolas que se desbocan hasta el fondo de un pequeño barranco adornado con un hilo de agua que recuerda a la meada de un animal prehistórico. Miré hacía allí abajo y vi el estreno de la modernidad. A unos cien metros de la discoteca tropecé con la visión de una chica sentada con la cabeza entre las rodillas, frente al esqueleto de un edificio. La chica estaba llorando un llanto enorme y oscuro en el que parecían concentrarse todos los dolores del mundo. Un rayo de acción cayó sobre mí y durante una fracción de segundo pensé en detenerme para interesarme por la suerte de aquella infeliz pero una voz dentro de mí me dijo vamos, vamos, más lejos se van los muertos. Y el grito de alarma se ahogó. Y seguí caminando. A los pocos segundos, me detuve y miré hacia atrás de forma bíblica. La chica había dejado de llorar, estaba de pie, con cara de ataúd, apoyada en uno de los contrafuertes del edificio con los ojos clavados en los suyos con una mirada que me recordó a la mirada de Gabriela Mistral, la Gran Mirada de Dios. La chica abrió una boca parecida a una campana y con una voz lenta y oscura dijo ¿a dónde vas, Óscar Abaga, a dónde vas? Antes de que pudiera reponerme de mi asombro, 240

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 241

Malabo blues

la chica estaba de nuevo sentada en el suelo con la cabeza entre las rodillas y llorando desconsoladamente. Por un momento, pensé que los sortilegios me cercaban, después me reí con una risa líquida y seguí adentrándome en la calle Sinnombre, caminando como quien llega tarde a unos funerales, buscando lagartijas y sapos en el cielo, arrastrando ríos de polvo que se elevaban hasta las cumbres de la ciudad heroica suspendida sobre Malabo. Durante la travesía que va desde la extensión del cuartel militar hasta la glorieta Tropicana, donde por fin vi pasar la sombra fugitiva de un taxi, pensé en Malabo como una caverna en la que los muertos, los vivos y los hombres que caminan sobre el mar han erigido un sueño compartido siguiendo las costumbres de sus cuerpos y las intimidades de sus frentes, pensé en Malabo como una metástasis sin fronteras, un pozo más profundo que la eternidad. Y después pensé en mi vida anclada en la soledad de las aguas de colwata. El tiempo todo lo había invadido. A la altura de la urbanización Monsuy, intenté recordar el nombre de aquel cursi poeta que dijo una vez que la vida comienza en cualquier esquina. No fue hasta que estuve instalado en el taxi, entregado a la contemplación de la red de vanidades de Malabo, cuando me acordé del nombre de aquel poeta cursi, Luis Rogelio Nogueras (que había dicho aquella cursilería en un poema llamado «Pérdida del poema de amor llamado “Niebla”» para decir que nunca la diría), y fue entonces también cuando pensé en la tristeza de Elena, en sus lágrimas negras y sus sollozos, pensé en que tal vez no debería haberme ido así tan de repente; que tal vez, en lugar de irme a casa, debería 241

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 242

Malabo blues. La ciudad remordida

haberme dejado caer por la pista y bailar y dar vueltas y vueltas, olvidarme de mi nombre y de mi rostro y creer, como hacía a menudo, que Malabo era en realidad un buque con rumbo al día que no acaba nunca de llegar; pensé que tal vez debería haber retrocedido hasta la chica que lloraba con la cabeza metida entre las piernas y decir, mirando a sus ojos al filo de la oscuridad, El mar se mide por olas, el cielo por alas y nosotros (los seres humanos) por lágrimas, llora, llóralo todo; que tal vez no debería haber acelerado el paso al escuchar a mis espaldas el redoble de los pasos del fantasma de Pablo de Rokha; pensé que tal vez debería haberle preguntado al wachiman15 que dormía a pierna suelta en la garita de la entrada de la Universidad Nacional si había huido de una página de una novela titulada The beautiful ones are not yet born; y en medio de esos tal vez, el olor del taxi penetró en mi nariz haciendo eses: olía como Malabo, olía a esfuerzo infeliz. Entré en mi casa como quien se desliza hacia el interior de un sueño, fui directo al baño donde mirándome en el espejo acabé por admitir que Elena tenía razón cuando, con una voz dispersa por los vodkas que se había tomado, me dijo óscar, cariño, haces muy mala cara.

IX Antes muerto que volver atrás. Eso es lo que me dije la madrugada del 25 de abril de 2009 mientras me veía viéndome en el espejo de mi cuarto de baño, el escon15. Vigilante nocturno 242

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 243

Malabo blues

dite que elegía a menudo para pensar como los poetas de diez años de Rimbaud cuando Malabo se convertía en un lugar en el que no podía pasarme nada que mereciera la pena. Ese era mi rito para conspirar contra el destino, contra una experiencia llamada Guinea Ecuatorial que viajaba a través de mis entrañas como pompas de jabón. Luego me agaché sobre el retrete y me puse, no, no me puse, en realidad me lancé a vomitar; al principio vomité el mundo pero luego, con el tiempo, comencé a sentir que me estaba vomitando a mí mismo. Vomitarse a sí mismo no es tarea fácil, mis ojos amenazaban con hacerse con toda mi cara, la madrugada se apagó, las sombras se endurecieron y en el silencio se abrieron mares paralelos. El espejo en el que me había mirado era un espejo de claves y algebras, un espejo contemplativo y de acción, el cómplice y testigo ideal para recelar contra peregrinas ambiciones e inventariar delirios en una ciudad remordida. Muchas veces, me había imaginado cogiendo todo cuanto poseía, me veía lejos de todas esas calles que son, en realidad, la misma calle; lejos de la pantalla de insomnio que preside las puestas de sol y hace bailar las agujas nocturnas; lejos de esas lluvias universales. Ahora que lo pienso, me doy cuenta de que lo que quería era no preguntarme cómo pasa el tiempo y que mis huellas se perdieran en el polvo del mundo, pero ¿dónde podía ir yo cuando es bien sabido que todos los guineanos que huyen de Malabo acababan, tarde o temprano, en Malabo? Había vivido aventuras insólitas en las capitales modernas; en Malabo yo era como todos, mi piel no desentonaba con el latido de la calle, conocía las especies y licores locales, y sin 243

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 244

Malabo blues. La ciudad remordida

embargo me sentía tan extranjero en Malabo como en todas partes. Después de vomitar me miré de nuevo al espejo y me pareció que mi cara había mejorado un poco. Las náuseas también han cesado.

X Después de dos semanas escribiendo día y noche En la espesura de la noche tomé la decisión de frenar en seco, recomenzar, las palabras saltaban dentro de mí en oscuro borbotón como de sangre, escribía y borraba lo anterior, escribía y borraba lo anterior, fue entonces cuando me invadió la certeza de que simplemente estaba intentando alargar el final, que buscaba en la escritura de mis memorias una excusa para no reaccionar al mail de Sandra Puyol, una excusa para no decirme en voz alta que yo no podía aguantar el mal de amores de estar lejos de Malabo pero que tampoco tenía valor para estrechar la mano de una vez por todas a esa ciudad. Entonces fue cuando mi vida comenzó a sufrir un proceso de transformación acelerada, en lugar de rematar la escritura de mis memorias de poco momento, me dediqué a escribir una colección de relatos que titulé Cuentos del caballo y su viva entraña, cuentos sobre mí, sobre mis amigos poetas y escritores de un Malabo con un cielo que parecía una espada desenvainada, sobre Guinea Ecuatorial, con cada cuento o relato que escribía mi cara adquiría la forma de un desmayo, a veces tenía taquicardia, a veces mi madre venía a verme y me preguntaba ¿estás 244

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 245

Malabo blues

haciendo algo? Y yo respondía no, estoy siendo triste. El tiempo pasaba. Al cabo de unas semanas la gente que me rodeaba ya me miraba como un vaticinio perdido. Lo recuerdo todo muy borroso. Recuerdo que me despierto el sábado a mediodía y que bebo tres cervezas y me siento a escribir por escribir, en lugar de escribir yo digo estornudar, rasgar el mar de oscuridad que me rodea en Malabo no ya para llegar a alguna orilla, simplemente para hacer algo. Recuerdo que durante mis estornudos descubro que tengo demasiados recuerdos en mi sangre, pasan las horas, los días, las semanas, y yo vivo una vida que parece un sueño, un sueño experimental, un sueño de probabilidades, de posibilidades, de elecciones, y recuerdo también que me siento como Frida Khalo viéndose «En la Frontera entre México y Estados Unidos en 1932». Recuerdo que una noche Elena y yo estamos follando y ella se pone a llorar unas lágrimas diferentes; me dice que por casualidad leyó un texto que tenía en la pantalla y que ahora sabe por qué he estado tan taciturno los últimos días; recuerdo que ella me dice que me entiende pero que está muy triste y que no sabe qué hacer con su vida y que quiere darme un tiempo para que se me aclaren las ideas y también para que se le aclaren a ella porque ella admite que tampoco las tiene muy claras, que cuando se recuerda en Madrid no puede creer que sea la misma persona que es en Malabo, me dice que siente que ha vivido tantas vidas y tan diferentes que todas juntas jamás podrían ser ciertas, me dice entre lágrimas muy lágrimas que ella esperaba que yo fuese el hilo que la iba a llevar de nuevo al mundo de ayer, a una vida que perdió hace mucho tiempo, me habla de 245

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 246

Malabo blues. La ciudad remordida

un amor que se pasea del brazo de una chica de Luanda por las calles de Lisboa. Recuerdo que falto unos días a trabajar y que me llama mi padrastro diciéndome que le han llamado del Ministerio diciéndole que hace unos días que no voy a trabajar y yo le hablo del camino de los perros y le digo que se meta en sus cosas, que me deje en paz, y se hace un silencio que no es silencio y que tampoco tiene que ver con las zancadillas de GETESA, antes de que cuelgue oigo los llantos de mi madre al fondo y mi pecho se convierte en un muro de latidos. Recuerdo que pasan los días y que yo ando dando tumbos por Malabo, por las calles que duermen y las calles que murmuran, voy cantando una canción de Carl Hancock Rux, mis gafas están llenas de vaho como los cristales de un automóvil cuando caen las lluvias universales sobre Malabo y me digo que si llueve no voy a bailar. Recuerdo que pasan los días y las semanas y yo bebo mucho y pienso mucho en nada. Recuerdo que un charlatán nigeriano anuncia por televisión que la isla de Bioko se va a hundir con todos sus habitantes y que esas palabras hacen balancear el futuro. Recuerdo que una noche me encuentro con Cinnamon Pueyo, joven poeta como yo, hablamos de nudos sin principio ni desenlace, yo le recrimino el haberse dejado influenciar por los personajes de Pirandello y él me dice que lo mío es un Réquiem de Tabuchi, solo que el escritor que yo busco es mi padre y este nunca escribió una línea, al final dejamos de discutir y hablamos de literatura y de la vida, que es otra forma de hablar de literatura. Hablamos de corazones y cólicos, él me habla otra vez de María, su Laura de Petrarca que camina con pasos de vigilia en sus sueños y yo 246

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 247

Malabo blues

le digo que soy un equilibrista que imagina aventuras y prodigios en el aire. Antes de despedirnos, Cinnamon Pueyo me dice que se vuelve a Madrid, que está cansado, que ha encontrado la verdad que vino a buscar pero no puede pensarla porque es impronunciable mentalmente. Recuerdo que después de ver una película de Alessandro del Mar, Elena me invita a su boda tradicional y me pone entre las manos una tela popo para que me haga coser una camisa, y luego me enseña la otra tela, me dice que es la que llevarán los invitados del novio, yo miro las dos telas y luego me imagino a Elena con un ramo de flores cantando una canción folklórica fang y me alegro tanto por ella que prometo acudir al enlace pero finalmente no lo hago. Recuerdo que una tarde los murciélagos ocupan el cielo de Malabo, anochece de golpe siete horas y alguien a mi lado dice que eso ya había pasado antes y se llama eclipse de murciélagos. Recuerdo que me encierro en mi casa a ver Blade Runner y veo esa película como siete veces seguidas y me digo que quiero vivir en una película. Recuerdo que me mandan a casa un expediente de sanción administrativa en el que se me comunica que se me retendrán mis haberes mensuales por indisciplina y falta de ética, y yo me digo que por fin lo he conseguido, ya soy un personaje de una novela de Chinua Achebe. Recuerdo los edificios coloniales del centro de Malabo viniéndose abajo como en un relato de Pepetela y que yo me río de pena o algo parecido a la pena pensando en la fabricación simulada y en el pluralismo caótico a los que estamos abocados. Recuerdo que viajo a Bata y desde Bata me traslado a un lejano y agradable rincón perdido de 247

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 248

Malabo blues. La ciudad remordida

Guinea Ecuatorial llamado Kogo. En Kogo veo un brazo de mar corriendo a través de unos islotes cubiertos de árboles en cuyas copas todos los pájaros del mundo tienen un hogar, veo a gente caminando estirada mientras otra camina inclinada, pero todos murmuran melodías. En Kogo viajo al país de mis consolaciones. Todo lo recuerdo borroso hasta que llega la fecha de mi treinta cumpleaños y yo me digo que morir en Malabo carece de toda grandeza. Recuerdo que viajo por el mundo pero en realidad viajo en mí mismo, nado mar adentro, mar adentro, pierdo la noción de orilla y el atrás se equipara con el adelante y el arriba se equipara con el abajo y siento que todo es azul y profundo y definitivo. Recuerdo que desde los hoteles en los que me alojo envío postales de azulado brillo a una chica de nombre angelical, Annabel Lee, una chica de Malabo que no existe, mi fantasía de amor y amistad en una ciudad que es mi principio y mi final, mi hogar. En esas postales le hablo a Annabel Lee de Malabo, la ciudad remordida, la ciudad heroica, la ciudad sin viento… Con esas postales le digo a Annabel Lee que no nos tiremos debajo del tren, que seamos como los amorosos de Sabines que callan y entre labios lloran la hermosa vida. Le digo que yo amo Malabo, que yo sé que esa ciudad padece, que su risa espectral se deshace en mis oídos y me acompaña a todas partes. Recuerdo que me voy destilando de mí mismo, de mis aspiraciones de lo absoluto, ya sea tristeza o felicidad, me voy convirtiendo en un ermitaño de mi cuento. Recuerdo que en Addis Abeba, en Mercato, compro una postal con la imagen de Haile Selasie que me llama poderosamente la atención cuando ya 248

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 249

Malabo blues

creía que nada más iba a poder llamar mi atención de esa manera. Recuerdo que yo sujeto la postal entre mis dedos, el sol cae hacia el este y el mundo tiembla a mis pies. Es una foto de 1947, pertenece a J. P. Hanzelka y M. Zikmund, autores de los tres volúmenes que componen la monumental Afrika: Traum und Wirklichkeit. Su Majestad viste su atuendo de gala militar, detrás de él todo son sombras. Recuerdo que tomo la decisión de enviarle esa postal a un hipotético lector llamado Mi Hipócrita Lector y que escribo en ella una reflexión de Marco Aurelio extraída de un libro de Danilo Kis: Quien haya visto el presente, lo habrá visto todo: todo aquello que ocurriera en el pasado más lejano y también aquello que sucederá en el futuro. Y recuerdo que con el mismo pulso escribo al final de la sombra de un relato titulado «Malabo Blues»: Dime, Mi Hipócrita Lector, ¿qué es lo que ves cuando miras a los ojos de Malabo?

249

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 250

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 251

Las sobras del festín de Esopo Dulcinea Tomas Camara

«Yo pertenecería a la memoria del mundo.» Modou Kara Faye (1985, Senegal - 2003, Alicante)

Empiezo a contestar en la ciudad de Buenos Aires. En el barrio donde César se atrevió a encontrarme en esas mujeres anacrónicas que todavía toman licores y comen bombones de menta y leen literatura francesa, siempre vencidas por la intimidad, soñando la domesticidad tenue de un mundo que en realidad les pertenece a los hombres, porque es un mundo blando de gatos color manteca y tijeritas con forma de colibrí. Una jaula mansa en la que siempre son ellos los que escriben, y ellas las que tejen, tejen o traducen. Un ancla de lana previsible. Y aunque él lo niegue con una vehemencia aternurada, también me reconoció en la figura terrible de epiloguista, de dadora de finales. Porque César entiende ¿o mejor dicho acepta? que también tengo la paz asegurada en la contrahechicería cruel del racionalismo. Y entonces me encarga la tarea de aplicar el antídoto que borra las huellas del sueño y revaloriza el día para conducir al Lector, como un gemelo antitético de las musas, como un contador de historias invertido, al mundo de la no ficción. A los confines baldíos de las solapas y el índice y la bibliografía. 251

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 252

Malabo blues. La ciudad remordida

El epílogo es una mujer que ahuyenta los síntomas poéticos. Y aunque sea mi papel el de carcelera que sopla con maldad sobre la cicatriz singular de la ficción, me niego a afirmar que todo lo anterior ha sido un engaño, pan engangrenado por conjuros limpios. Todo epílogo es una empresa fracasada de antemano, toda intención de moderar el intervalo es inútil. Todo buen Lector (y todo buen Autor) sabe que más allá de la magia roja y las marcas de agua, más allá del desvelo rabioso sobre el lomo del libro, el incendio conquista inevitablemente la vigilia. Y un libro bueno jamás acaba, sufre la condena hermosa de permanecer siempre abierto. Y casi quisiera haber escondido este epílogo en una casona herrumbrada de Buenos Aires, en donde los fantasmas de los criollos añoran los aljibes y los patios quemados por la sudestada. No tanto por arrinconar el ensueño ni contraindicar el fin. Sino para enterrar una copia del libro en el jardín de mi casa, debajo de los duraznos y la tarde, y averiguar, más vieja, ahora sí, si el jazz de Malabo acuna una jacarandá que los tehuelches lastiman con envidia en la Araucanía. Y le copian los versos a César mientras emprenden su partida en medio del Período de Primaveras y Otoños viajando sobre un búfalo de agua, recitando la ferocidad del canto a las lluvias universales, que ahora ellos se atribuyen, desaforados de sal y de maíz. Contando la historia de Malabo, casi cerrando el Estrecho de Magallanes. Fragmentando el tiempo y el espacio, la autoría, la universalidad altiva de mirar a los ojos.

252

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 253

Las sobras del festín de Esopo

Y ahora que regreso navegando embotellada, a los dragones y al Rhin, a la falsa matemática del Mediterráneo, confieso que si no le tuviera miedo a las apariciones, me escaparía una de estas noches prematuras a la biblioteca en la que soñé quemarme (hace algunos años, en un pueblo cercano a Alicante, un historiador anarquista descubrió unos anaqueles tapiados con el yeso apresurado de los que perdieron la guerra). Y si no me partiera el corazón descubrir que entre las páginas de Malatesta asoma un lápiz sin punta y una poesía inexperta, me escaparía en mitad de la noche para dejar este libro en esa biblioteca. Para que lo encontraran dentro de mil años y pensaran que un libro como este, también podría ser peligroso. También tendría el poder de despertarnos.

Lector: una obra que aboga más por las rutas que por las raíces no puede tener un desenlace nunca. Es una obra que teje, teje y traduce, como esas mujeres que César encuentra siempre en el Pont des Arts y atrae sin absenta y sin imanes. Y acogen ese templo que él festeja con la malicia del que guarda una tormenta bajo la almohada. Porque la lluvia es de todos, viene de antes, dice a veces mientras se quema la garganta con los versos cantados a una ciudad que es todas las ciudades, a un libro que deshilan los dinkas y custodian los polizones, remendados por la ferocidad compasiva de las intersecciones y los accidentes hermosos.

253

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 254

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 255

Este libro se terminó de imprimir en Barcelona en septiembre de 2010.

ciudad remordida.qxd

15/9/10

18:52

Página 256

Malabo blues. La ciudad remordida

256

Related Documents


More Documents from "Gimo Choachi"