Obtener Y Mantener La Pureza De Las Escrituras Y La Doctrina

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OBTENER Y MANTENER LA PUREZA LAS ESCRITURAS Y LA DOCTRINA EDWARD J. BRANDT DIRECTOR, DIVISIÓN DE EVALUACIONES, DEPARTAMENTO DE CORRELACIÓN

DE

la mayoría de esos preocupantes asuntos, advierten lo ocurrido y se preocupan al respecto. Muchos casos llegan al Departamento de Correlación de la Iglesia para que los repasemos y evaluemos. Se me ha pedido que ofrezca algunas sugerencias que sirvan de guía y de advertencia para ayudarles a obtener y mantener la pureza de las Escrituras y la doctrina cuando ustedes enseñen.

Un Énfasis Actual de la Enseñanza Para el Sistema Educativo de la Iglesia, 2003 (video de capacitación para maestros en funciones), págs. 7–11

La fuente fundamental a la que acudimos son las Escrituras. El Señor ha dicho: “Enseñarán los principios de mi evangelio, que se encuentran en la Biblia y en el Libro de Mormón, en el cual se halla la plenitud del evangelio.

La administración del Sistema Educativo de la Iglesia me ha pedido que hable en cuanto a “obtener y mantener la pureza de las Escrituras y la doctrina” o, en otras palabras, sobre “esforzarnos por mantener la pureza doctrinal”.

“Y observarán los convenios y reglamentos de la Iglesia para cumplirlos, y esto es lo que enseñarán, conforme el Espíritu los dirija.

Sé que la mayoría son sinceros y brindan sus mejores esfuerzos por enseñar el Evangelio de Jesucristo como ha sido restaurado en estos últimos días por medio del profeta José Smith. Sin embargo, he conocido y observado a algunos que si bien eran sinceros, a veces se equivocaban. Si se enseña doctrina falsa o se malinterpreta una declaración profética o de las Escrituras, no suele ser a propósito. A veces nos expresamos mal, a veces nos falta preparación; con demasiada frecuencia queremos enseñar en la ignorancia, es decir, improvisar; a veces sucede que se nos ha enseñado algo incorrecto. Empero, a veces asumimos una experiencia o autoridad que no nos corresponde. Al cumplir con nuestras responsabilidades, debemos considerar todos esos factores junto con nuestras buenas intenciones.

“Y se os dará el Espíritu por la oración de fe; y si no recibís el Espíritu, no enseñaréis” (D. y C. 42:12–14). El presidente Gordon B. Hinckley ha dicho que: “ ‘Los Libros Canónicos’… son la fuente de nuestra doctrina de los cuales fluyen las aguas de la luz del Evangelio. Proporcionan la norma con la cual se mide toda doctrina del Evangelio. Todos los otros [materiales] deben fluir de la palabra del Señor tal como se presenta en estos libros” (“Cornerstones of Responsibility” [seminario para representantes regionales, 5 de abril de 1991], pág. 2). Las revelaciones presentan la siguiente base sobre la cual se debe establecer nuestra enseñanza al indicarnos que debemos enseñar “no diciendo sino las cosas escritas por los profetas y apóstoles, y lo que el Consolador les enseñe mediante la oración de fe” (D. y C. 52:9).

Las aberraciones o los errores en cuanto a la verdad siempre parecen llamar la atención a los demás. Las equivocaciones se manifiestan de varias formas. Hay muchos testigos sobre lo que somos, lo que decimos y lo que hacemos.

Y agrega nuevamente que no declaremos “nada sino las cosas de los profetas y apóstoles” (D. y C. 52:36).

Cuando nuestras enseñanzas parecen estar fuera de lugar o ser extrañas, el Sistema Educativo se entera mediante varias quejas y voces. Muchos de los alumnos tienen la sensibilidad espiritual de darse cuenta cuando algo no es cierto o está fuera de lugar. Entonces suelen comentarlo a sus padres; los padres también se dan cuenta de que hay cosas perturbadoras por los comentarios que hacen sus hijos. Los padres informan a los líderes del sacerdocio, quienes a su vez entrevistan con frecuencia a los jóvenes y se enteran por medio de ellos, o de otras personas, de que algo no anda bien.

¿Qué lugar único tienen los profetas y apóstoles en relación a nuestras oportunidades de enseñar? Hace muchos años, el presidente J. Reuben Clark, hijo, habló a los maestros de religión de la Iglesia y enseñó lo siguiente: “A algunas de las Autoridades Generales [los Apóstoles] se les ha asignado un llamamiento especial; poseen un don especial; se les sostiene como profetas, videntes y reveladores, lo cual les confiere una dotación espiritual especial en lo que se refiere a impartir enseñanzas a los de este pueblo. Ellos tienen el derecho, el poder y la autoridad de manifestar la intención y la voluntad de Dios a Su pueblo, sujetos al poder y a la autoridad totales del presidente de la Iglesia. A las demás Autoridades Generales no se les da esa dotación espiritual especial. La resultante limitación

Los directores y administradores del Sistema Educativo de la Iglesia también reciben informes. Algunos casos se presentan ante las Autoridades Generales o las Autoridades de Área de la Iglesia. Si bien las Autoridades Generales dejan que la administración del Sistema Educativo resuelva

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“Quinto: Si bien es cierto que muchas cosas debemos aceptarlas por fe, tenemos derecho a la revelación personal por medio de la cual obtenemos conocimiento de la verdad… Lo que tal vez no esté muy claro en las Escrituras puede quedar aclarado por medio del don del Espíritu Santo. Podemos gozar de un conocimiento tan pleno de las cosas espirituales como por el cual estemos dispuestos a trabajar” (Liahona, enero de 1985, pág. 53).

se aplica a todos los demás oficiales y miembros de la Iglesia, porque ninguno de ellos es espiritualmente dotado como profeta, vidente y revelador” (“Los Doce Apóstoles”, Liahona, enero de 1997, pág. 6). Los profetas, videntes y reveladores tienen una dotación espiritual especial en lo referente a cómo enseñan a la gente. Ni ustedes, ni yo, ni ningún otro oficial o miembro, poseemos esa misma dotación espiritual especial, así que al evaluar nuestra fuente principal de material, debemos preguntarnos sobre lo que el apóstol Pablo le dijo a Timoteo:

También vale la pena recalcar que “muchos elementos de la verdad llegan sólo tras una vida de preparación” (Boyd K. Packer, en Conference Report, abril de 1974, pág. 138; o Ensign, mayo de 1974, pág. 95).

“…persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido” (2 Timoteo 3:14).

Existe un orden o diseño que debemos seguir al prepararnos y al enseñar, el cual nos brindará la perspectiva del Evangelio y el poder para lograr lo que deseamos. Una vez más, el élder Packer nos enseña:

“Sabiendo de quién has aprendido”. ¿Cuáles son sus fuentes principales? ¿Son las Escrituras la fuente principal? Pablo escribió:

“El curso que seguimos no lo hemos diseñado nosotros. El plan de salvación, el gran plan de felicidad, nos fue revelado, y los profetas y apóstoles continúan recibiendo revelaciones a medida que la Iglesia y sus miembros las van necesitando…

“Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, “a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16–17). Las Escrituras poseen espíritu y poder. Empleen el idioma o las frases de las Escrituras al enseñar, sin sustituir esto con jergas modernas, expresiones trilladas o sus propias frases interpretativas. Dejen que las Escrituras hablen por sí solas.

“…Las Escrituras proveen el modelo y la base para una doctrina correcta. De la doctrina aprendemos los principios de conducta, cómo responder a los problemas del diario vivir” (Liahona, julio de 1994, págs. 23–24).

El tomar versículos o frases de las Escrituras, generalmente fuera de contexto, y forzarlos a comprobar un punto o a establecer una supuesta base de las Escrituras para nuestra propia interpretación privada es una de las formas más comunes de descarriarse doctrinalmente.

“…un principio es una verdad perdurable, una ley, una regla que se puede adoptar como una guía para tomar decisiones. Por lo general, los principios no se explican en detalle. De ese modo tenemos la libertad de decidir cómo habremos de proceder, usando esa verdad o principio como punto de referencia” (Liahona, julio de 1996, pág. 18).

El élder Boyd K. Packer enseñó los siguientes principios que pueden ayudar a enseñar la doctrina básica de la Iglesia:

Las Escrituras, entonces, son la base de la doctrina. De las Escrituras proviene la enseñanza de la doctrina correcta; de la doctrina proviene la enseñanza de los principios; de los principios, con la ayuda del Espíritu, proviene la capacidad de descubrir cómo se pueden aplicar a nuestras necesidades y circunstancias hoy en día.

“Primero: Las enseñanzas que son fundamentales para nuestra salvación no están escondidas en algún versículo o pasaje impreciso de las Escrituras, sino que, por el contrario, todo lo que es de vital importancia se repite una y otra vez.

El resultado de tal enseñanza da una base para la superación y el crecimiento personales:

“Segundo: Todo versículo, ya sea de los más comúnmente citados o de los menos conocidos, debe ser considerado a la luz de otros versículos. Encontramos en las Escrituras enseñanzas que se complementan y dan temple, las cuales sirven para equilibrar nuestro conocimiento en cuanto a la verdad.

“Si la verdadera doctrina se entiende, ello cambia la actitud y el comportamiento. “El estudio de la doctrina del Evangelio mejorará el comportamiento de las personas más fácilmente que el estudio sobre el comportamiento humano” (Boyd K. Packer, Liahona, enero de 1987, pág. 17).

“Tercero: Existe una compatibilidad total entre lo que el Señor dice y lo que hace…

Los programas, los procedimientos y las presentaciones que carecen de fundamento en las Escrituras y de entendimiento doctrinal están diluidos, y no tienen el potencial y el poder de cambiar la vida de la gente. Sobre esta base

“Cuarto: No todo lo que Dios ha hablado se encuentra en la Biblia. Otros Libros Canónicos, como el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio, son de igual validez y se complementan. 69

“El problema de una idea falsa no está en que uno crea en ella, sino en que la enseñe a los demás” (Liahona, julio de 1985, págs. 33–34).

debemos ayudar a los alumnos a encontrar aplicaciones para sus propias vidas. Hace poco el élder Dallin H. Oaks demostró el poder de esto:

Y es así que el presidente Harold B. Lee le dio un mandato al personal del Sistema Educativo hace muchos años. Debe ser el distintivo de nuestros esfuerzos al enseñar. Él dijo:

“Los maestros a quienes se les ha mandado enseñar ‘los principios [del] Evangelio’ y ‘la doctrina del reino’ (D. y C. 88:77) deben generalmente evitar enseñar reglas o aplicaciones específicas. Por ejemplo, no tienen que enseñar ninguna regla con el fin de determinar lo que es un diezmo íntegro y tampoco proporcionar una lista de las cosas que deben hacerse o no hacerse para santificar el día de reposo. Una vez que se haya enseñado la doctrina y los principios correspondientes tanto de las Escrituras como de los profetas vivientes, tales aplicaciones o reglas específicas pasan por lo general a ser responsabilidad de las personas y las familias.

“Como maestros, no se les envía a enseñar nueva doctrina. Deben enseñar los viejos principios, no tan claramente que los alumnos no tengan más remedio que entender, sino que deben enseñar la doctrina de la Iglesia tan claramente que nadie la pueda malentender” (“Fidelidad”, [discurso pronunciado ante los maestros de religión, 8 de julio de 1966], pág. 9; véase también Charge to Religious Educators, pág. 119). Un ingrediente esencial al enseñar los principios del Evangelio es ser sensibles a las necesidades, la preparación espiritual y la madurez de los alumnos con los que estemos trabajando. El élder Boyd K. Packer, un maestro ejemplar, nos ha dado este sabio consejo:

“…Cuando enseñamos la doctrina y los principios del Evangelio, somos recipientes del testimonio y de la guía del Espíritu para así reforzar nuestra enseñanza e inspirar la fe de nuestros alumnos para que procuren la guía de ese mismo Espíritu al aplicar tales enseñanzas en su vida personal” (véase Liahona, enero de 2000, pág. 96).

“Hay cosas que son verdaderas pero no muy útiles… “Enseñar ciertas cosas verdaderas pero de forma prematura o en el momento errado puede causar dolor y congoja en lugar del gozo que se pretende que acompañe al aprendizaje.

En resumidas cuentas, el élder Harold B. Lee enseñó: “Nuestra mejor esperanza de mantener la pureza doctrinal depende de que los miembros conozcan y comprendan las repercusiones doctrinales por causa de haber ‘probado por sí mismos’ ” (“Special Challenges Facing the Church in Our Time” [seminario para representes regionales, 3 de octubre de 1968], pág. 7).

“…Las Escrituras enseñan vigorosamente que debemos dar leche antes de carne. El Señor ha dejado bien en claro que ciertas cosas se deben enseñar de forma selectiva, y hay cosas que se deben dar sólo a quienes son dignos.

Es decir, que han seguido la indicación del Salvador: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17).

“No sólo importa qué se nos dice sino también cuándo se nos dice. Tengan cuidado de edificar la fe y no destruirla” (The Mantle Is Far, Far Greater than the Intellect [discurso pronunciado durante el quinto simposio anual de maestros de religión del Sistema Educativo de la Iglesia, 1981] págs. 4–5).

El aferrarnos a estos principios puede servirnos de protección que nos impida alejarnos de la forma establecida, de la estrecha y angosta senda. Así que pregúntense a ustedes mismos: “¿He enseñado alguna vez doctrina falsa?”. Estoy seguro de que todos lo hemos hecho, pero a medida que crecemos, aprendemos y nos esforzamos por tener el Espíritu del Señor en nuestra vida, podremos corregirnos.

Además, el élder Lee ha dicho: “En la actualidad enfrentamos la enorme tarea de mantener la pureza doctrinal… ¡La doctrina de la Iglesia no es ‘nuestra’, sino de Aquél a quien pertenece esta Iglesia! Debemos inculcarles eso a todos. El no mantener la pureza y sencillez de la doctrina que Cristo dio causaría mucho sufrimiento humano aquí y por la eternidad. Por ese motivo, se debe resistir la especulación sin sentido, la fascinación con los misterios y la tendencia de algunos maestros a agregar sus propias vigas a la estructura del Evangelio” (“Special Challenges Facing the Church in Our Time”, pág. 6).

El élder Boyd K. Packer nos enseñó lo siguiente: “Es factible que en un momento determinado un miembro no entienda uno que otro punto de doctrina, que malentienda algo o que aun crea que algo es cierto cuando en realidad no lo es. “En eso no hay demasiado peligro… no es más que una parte necesaria del proceso de aprender el Evangelio. Ningún miembro de la Iglesia debería sentirse avergonzado ante la necesidad de arrepentirse de alguna idea falsa que hubiera tenido. Tales ideas se corrigen a medida que uno aumenta en luz y conocimiento.

He aquí las dos áreas que parecen ser las más difíciles para los maestros que tienen dificultades doctrinales: Una es compartir cosas inapropiadas. Algunos creen que tienen un entendimiento superior, una interpretación más

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espiritualmente hará que sus páginas sean difíciles de comprender” (Liahona, enero de 1984, págs. 11–12).

profunda. Deberán hacer un análisis propio para asegurarse de no estar enseñando algo sólo para demostrar que creen saber algo que los demás no saben, para impresionar o para dar información que vaya más allá de lo que algunos llaman “lo mismo de siempre”. Recuerden cómo se amonestó a alguien que creía tener conocimiento y entendimiento y que buscaba ser reconocido:

En cuanto al Libro de Mormón, el presidente Hinckley ha dicho: “La evidencia de su veracidad y validez en un mundo que tiende a exigir evidencias no yace en la arqueología ni en antropología (aunque el conocimiento de estas ciencias podría ser de ayuda para algunos), ni en la investigación lingüística, ni en el análisis histórico, aunque éstos podrían servir para confirmarla. La evidencia de su veracidad y validez yace en la lectura del libro mismo…

“Y en cuanto a mi siervo Almon Babbitt, hay muchas cosas que no me complacen; he aquí, ambiciona imponer su propio criterio en lugar del consejo que yo he ordenado, sí, el de la Presidencia de mi iglesia; y levanta un becerro de oro para que mi pueblo lo adore” (D. y C. 124:84).

“…se yergue como otro testimonio a una generación incrédula de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (véase Liahona, enero de 1985, págs. 44–45).

Si en repetidas ocasiones les surgen interrogantes sobre alguna cosa que estén enseñando, algo no está bien. Dejen eso de lado, o por lo menos pónganlo a prueba con otros, con algún colega o alguna persona de vasto conocimiento. Pídanle a tal persona que les dé una opinión sincera y franca sobre lo que estén proponiendo. Tal vez ustedes sepan más de lo que es correcto y apropiado compartir. Sólo se debe enseñar lo que cuenta con el permiso y la autorización del Espíritu Santo. No traten de superar a las Autoridades Generales, o se perderán sin el Espíritu. La experiencia les debería enseñar que no están exentos del uso del sentido común.

Así que, en pocas palabras, el presidente J. Reuben Clark, hijo, en El curso trazado por la Iglesia en la educación, dio estas advertencias: “…Grande será la responsabilidad y la condenación de cualquier maestro que siembre la duda en un alma confiada… “…Ustedes no deben… mezclar en su trabajo la propia filosofía particular de ustedes, no importa cuál sea su origen o cuán agradable o racional les parezca… “Ustedes no deben, no importa el puesto que ocupen, cambiar las doctrinas de la Iglesia ni modificarlas de la forma en que se declaren en los Libros Canónicos de la Iglesia y por aquellos cuya autoridad es declarar la voluntad e intención del Señor a la Iglesia” (edición revisada, 1999).

Otra preocupación son las cosas tangenciales que nos distancian de la esencia misma del Evangelio. Tales cosas hacen que el maestro se aleje de lo que más importa y no se atenga al curso. A veces se presenta la tentación de entretener o divertir con cosas que suelen ser interesantes. Asegúrense de corroborar y validar con fuentes confiables lo que enseñen. Jamás les den a los alumnos información basada en habladurías o rumores. Por lo general, se pierde el tiempo cuando se enseña sólo para captar el interés.

El élder Mark E. Petersen, en una ocasión en que enseñaba al personal del Sistema Educativo, dijo: “Nuestras autoridades son [las Escrituras], los cuatro Libros Canónicos. También lo son José Smith y los demás presidentes y líderes; ellos son nuestros líderes directos. Debemos enseñar como ellos; debemos eludir la doctrina que ellos eluden” (“Evitemos el sectarismo”, en Un mandato a los maestros de religión, pág. 149).

Es importante guardar el equilibrio de lo que hacemos. La obsesión con un tema determinado hace que se refleje una visión inadecuada y distorsionada de la relación de tal tema con los otros elementos del Evangelio. Es como tener la costumbre de sólo tocar una misma tecla una y otra vez. Por ejemplo, hay quienes están obsesionados con la geografía del Libro de Mormón. El élder Faust ha dicho al respecto:

Algunos dicen: “Pero debemos enseñar por el Espíritu, y he orado fervientemente, y siento que el Espíritu me ha dado un conocimiento adicional, una perspectiva nueva, una verdad superior”.

“Es importante saber lo que no es el Libro de Mormón. No es primariamente una historia, a pesar de que gran parte de su contenido es de carácter histórico…

Hace muchos años, la Primera Presidencia de la Iglesia hizo la siguiente advertencia: “No se dejen llevar por ningún espíritu o influencia que desacredite la autoridad establecida… o que los aleje de las revelaciones directas de Dios en cuanto al gobierno de la Iglesia. El Espíritu Santo no contradice lo que Él mismo ha revelado, y la verdad siempre está en armonía consigo misma. La piedad suele encubrir al error. El seguir los consejos que el Señor ha dado por los conductos que Él ha autorizado es lo seguro” (Joseph F. Smith, Anthon H. Luna y

“[El presidente] George Q. Cannon declaró que ‘…el Libro de Mormón no es un texto de geografía, ni fue escrito para enseñar verdades geográficas. Lo que se dice de la ubicación de las diferentes tierras o ciudades… es generalmente un comentario relacionado con los aspectos doctrinales o históricos de la obra’… “La prueba para comprender este sagrado libro es netamente espiritual, y el anhelo de entenderlo filosófica y no 71

Sigan estando llenos de oración, preparados y enfocados mediante lo sencillo y directo. Asegúrense de que todo lo que enseñen tenga como base las Escrituras y las enseñanzas de los profetas y apóstoles, porque ellos tienen una dotación espiritual especial en lo que se refiere a sus enseñanzas. Sigan estos principios doctrinales de las Escrituras, porque el hacerlo brinda seguridad, y las bendiciones de los cielos les acompañarán al enseñar. Y recuerden también que quienes ustedes son es una enseñanza en sí, por lo cual deben tener sus asuntos personales, temporales y espirituales en orden.

Charles W. Penrose, “A Warning Voice”, Improvement Era, septiembre de 1913, pág. 1149). Recuerden que el Espíritu Santo (el Espíritu del Señor) no se contradice a sí mismo. Esperamos que este repaso de algunos fundamentos básicos les sirva en su enfoque como maestros del Sistema Educativo de la Iglesia. ¡Qué maravillosa es la oportunidad de instruir a los hijos espirituales del Padre Celestial durante la vida terrenal, enseñándoles las verdades eternas!

EL

GRAN PLAN DE FELICIDAD

ÉLDER BOYD K. PACKER DEL QUÓRUM DE LOS DOCE APÓSTOLES

Todos ustedes son conscientes de la crisis de valores que padece este mundo, así como de la grave influencia que ésta ejerce en muchos miembros de la Iglesia. Ustedes conocen el desafío al que deben hacer frente con los jóvenes a causa de ello. No es un reto muy diferente al que se enfrentaba Mosíah cuando dijo:

Discurso dirigido a los maestros de educación religiosa en un simposio sobre Doctrina y Convenios e Historia de la Iglesia en la Universidad Brigham Young el 10 de agosto de 1993

“…Aconteció que había muchos de los de la nueva generación que no pudieron entender las palabras del rey Benjamín, pues eran niños pequeños en la ocasión en que él habló a su pueblo; y no creían en la tradición de sus padres.

Hace unos días hablé con el presidente William E. Berrett, que todavía se encontraba en el hospital. Ahora descansa cómodamente esperando con serena expectativa, lo que será en un futuro no muy lejano, su graduación final.

“No creían lo que se había dicho tocante a la resurrección de los muertos, ni tampoco creían lo concerniente a la venida de Cristo. “Así que, por motivo de su incredulidad no podían entender la palabra de Dios; y se endurecieron sus corazones” (Mosíah 26:1–3).

Hace un tiempo nos dijo al hermano Tuttle y a mí que, cuando era un adolescente en el sur del Valle de Lago Salado — que en ese entonces era una zona rural— los jóvenes del barrio constituían un problema, tal como los que hay en los barrios y en las clases de ustedes. Era la época de los inicios del programa de Seminarios y un obispo preocupado llamó a un hombre para enseñar a la juventud. El hermano Berrett describió al hermano como un converso originario de Europa que hablaba inglés con dificultad y que también era anciano, razones suficientes para no llamarlo; pero de todas formas, el obispo lo llamó.

Más tarde Alma se opuso a Korihor, el anticristo, y enfrentó la apostasía de los zoramitas, circunstancias que, en mi opinión, no son tan diferentes de las que ocurren hoy día en la Iglesia. Hace algunos días, en un momento de gran preocupación, debido a la rápida sucesión de acontecimientos que demuestran el desafío planteado por personas dentro de la Iglesia que poseen un espíritu de crítica, oposición y apostasía, tuve una impresión tal como una revelación. Era intensa y clara, porque en mi mente permanecieron las palabras: “¿Por qué? ¿Por qué, cuando necesitamos tanto estar unidos?”. Entonces vino la respuesta: “Se permite que esto ocurra para separar a los justos de los inicuos y ello tendrá un efecto insignificante en la Iglesia”.

Luego el hermano Berrett nos habló de ese período de clase. Al principio, les costaba mucho trabajo entenderlo. Él mismo concluyó la descripción de esa época de su vida diciendo: “Cada frase del maestro destrozaba la lengua inglesa, pero nosotros podíamos fortalecernos con el fuego de su fe”. El hermano Berrett le agradeció a aquel maestro la significativa influencia en los acontecimientos que posteriormente tendrían lugar en su vida.

Alma se enfrentó a Korihor y también la apostasía de los zoramitas, pero no albergó duda alguna sobre el modo de proceder. Las Escrituras dicen:

A lo largo de los años he intentado seguir de cerca la educación que brinda la Iglesia. He conocido personalmente a casi todos los pioneros del programa de Seminarios e Institutos desde sus comienzos. Lo que han aportado a mi vida es incalculable.

“Y como la predicación de la palabra tenía gran propensión a impulsar a la gente a hacer lo que era justo —sí, había surtido un efecto más potente en la mente del pueblo que la espada o cualquier otra cosa que les había acontecido— 72

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