Una Disciplina Segmentada-gabriel Almond

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Una disciplina segmentada- Gabriel Almond Capítulo 1: Mesas Separadas Existe en la ciencia política un continuo metodológico e ideológico expresado en dimensiones blandas y duras. En el extremo blando encontramos los estudios descriptivos, algunos de ellos, carentes de toda conceptualización, hipótesis o intento de demostrar proposiciones, pero también encontramos estudios filosóficos más abiertos a pruebas empíricas y en análisis lógico. En el otro extremo del continuo se encuentran los estudios de carácter cuantitativo, econométrico y aquellos que contienen modelos matemáticos; y lo más extremo podría ser la combinación de modelos matemáticos, análisis estadísticos, experimentos y la simulación computarizada en la bibliografía sobre opinión pública. La izquierda blanda • Comparten el postulado metametodológico según el cual el mundo empírico no puede entenderse en función de esferas y dimensiones separadas, sino como una totalidad espacio-temporal. • La teoría crítica desarrollada por Horkheimer, Adorno, Marcuse y otros integrantes de la “escuela de Frankfurt” rechaza la estrategia de desprendimiento y disgregación atribuida a la corriente principal de las ciencias políticas. • La objetividad no es apropiada • La teoría y el quehacer teórico están entrelazados en los procesos de la vida social. El teórico no puede mantenerse al margen, contemplando, reflejando y describiendo la “sociedad” o la “naturaleza”. • No existe una ciencia política en el sentido positivista, o sea, ajena a un compromiso ideológico. • Los teóricos marxistas (ya sean, teóricos críticos, escritores de la dependencia y los teóricos del sistema mundial) tienen varias disputas. Comparten la creencia en la unidad entre teoría y praxis, que no se puede separar ciencia de política. • La ciencia política positivista es criticada pues ésta, empeñada en separar la actividad científica de la política, se niega a tomar en cuenta la dialéctica histórica que lleva ineludiblemente del capitalismo al socialismo. No podemos hablar de una “ciencia” política si ésta no está dedicada plenamente a la consecución del socialismo. • Según David Ricci, representante de una izquierda humanista moderada, el episodio conductista-posconductista demuestra que la ciencia política como ciencia empírica, sin la inclusión sistemática de valores y opciones morales y éticas, y sin un compromiso con la acción política, está condenada al fracaso. • Según Seidelman existen tres corrientes en la teoría política estadounidense: una corriente institucionalista (tradición hamiltoniana-madisoniana), otra democrática populista (tradición de Thomas Paine, antiestatista y antigubernamental) y una tercera, relativamente efímera, “ciencia política liberal”. • El principal objetivo de la izquierda blanda es la impugnación del profesionalismo en las ciencias políticas.

La derecha dura • Ultraprofesional en términos metodológicos. Hace uso de variadas metodologías: deductivas, estadísticas y experimentales. • Las formas de análisis histórico, descriptivo y cuantitativo sencillo son productos menores de la ciencia política. • Mitchell (1988) identifica dos escuelas en la derecha dura: Virginia y Rochester. • La escuela de Virginia, con mayor impacto entre los economistas, fue fundada por James Buchanan y Gordon Tullock. Sostienen que el mercado es la piedra de toque para la distribución eficiente de la riqueza. • La escuela de Rochester, con mayor impacto entre los politólogos, fue fundada por William Ricker. • Ambas escuelas desconfían de la política y la burocracia, son conservadores fiscales. • Buchanan presenta un modelo de política democrática en la cual el electorado actúa en función de sus intereses de corto plazo, o sea que se resiste a pagar impuestos y busca beneficios materiales para sí mismo. Los políticos se aprovechan de esto para favorecer el gasto y oponiéndose a los impuestos, mientras que los burócratas intentan acrecentar su poder sin tomar en cuenta el interés público. • Douglass North (1981), Samuel Popkin (1979), Robert Bates (1988) y otros, combinan modelos de elección racional con análisis sociológicos en sus estudios sobre el desarrollo y el proceso histórico del tercer mundo. La derecha blanda • Son tradicionalistas en términos de metodología y tienden a ubicarse al lado derecho del espectro ideológico. • Los adeptos a la teoría política de Leo Strauss pertenecen a una categoría distinta. Ostenta un conservadurismo metodológico. La revolución científica y la ilustración son los enemigos. • La ciencia política libre de valores y éticamente neutral de Max Weber ocupa un lugar privilegiado en su escala de prioridades. • La “ciencia” política no es sólo amoral, sino que no es precisamente generadora de conocimiento. • Los straussianos rechazan cualquier interpretación de la teoría política de carácter “historicista” o basadas en una “sociología del saber”. El significado verdadero de los textos filosóficos está contenido en lo que se ha escrito. • La filosofía política posmaquiaveliana propició el relativismo moral y el deterioro de la virtud cívica. La ciencia política conductista es el producto degradado de este deterioro moral. • Para muchos straussianos el régimen moral ideal es la aristocracia platónica o, en segunda instancia, el “gobierno mixto” aristotélico. Su programa de acción es un llamado a la formación de una élite intelectual que promueva la restauración de los principios fundamentales.

La izquierda dura • Emplea una metodología científica para probar proposiciones derivadas de las teorías socialistas y de la dependencia. • Al momento de hacerse explícitas y verificables las proposiciones y creencias de las ideologías de izquierda, se empieza a rechazar el antiprofesionalismo de esta corriente ideológica. • Existe un nerviosismo, por parte de los teóricos socialistas y de la dependencia, a la hora de cuantificar y probar hipótesis. • Los teóricos de la dependencia Cardoso y Fagen cuestionan seriamente la validez de los estudios “cuantitativos de carácter científico” sobre los postulados de esta teoría. Es probable que no reconozcan el trabajo de Sylvan, Snidal Russett, Jackson y Dauvall, quiénes entre 1970 y 1975 probaron un modelo formal de “dependencia” en un conjunto de países dependientes y obtuvieron una serie de resultados poco concluyentes.

La mayoría de los politólogos está desconcertada por la autoadjudicación, por parte de los politólogos de la elección pública y la estadística, de la insignia del profesionalismo, así como el hecho que pretendan relegar al resto de nosotros a un status precientífico. Según Almond, estos politólogos preocupados intentan rehabilitar las metodologías tradicionales de la ciencia política: como el análisis filosófico, legal e histórico y la descripción institucional. Según algunos politólogos, desde el siglo XVI la ciencia política no ha hecho más que alejarse del recto camino, y que la única vía hacia el profesionalismo está en la exégesis de los textos clásicos de la teoría política. La historia de la ciencia política no apunta hacia ninguna de esas apartadas mesas, sino más bien hacia la porción central del comedor, en donde sus ocupantes son partidarios de metodologías mixtas y aspiran a la objetividad. Almond sostiene que es un error afirmar que la ciencia política se desvió de la filosofía política clásica durante los siglos XVI y XVII, y que ha venido torciendo el rumbo desde entonces. Tampoco es mérito de la ciencia política estadounidense el mérito de haber separado la teoría y la acción políticas. Los straussianos no pueden pretender ser los únicos en fundamentar sus principios en la filosofía clásica griega. El impulso científico en los estudios políticos tuvo sus orígenes entre los filósofos clásicos griegos. Robert Dahl es un seguidor más ortodoxo de Aristóteles que Leo Strauss. Existe una tradición sociológica y política que viene desde Platón y Aristóteles, pasa por Polibio, Cicerón, Maquiavelo, Hobbes, Locke, Montesquieu, Hume, Rousseau, Tocqueville, Comte, Marx, Pareto, Durkheim, Weber y llega hasta Dahl, Lipset, Rokkan, Sartori, Moore y Lijphart, que intentó e intenta relacionar las condiciones socioeconómicas

con las constituciones políticas y las estructuras institucionales, y asociar estas características estructurales con tendencias políticas en tiempos de paz y guerra. Alexander Hamilton sostiene en Federalist 9: “La ciencia de la política (…) como la mayoría de las demás ciencias, ha evolucionado considerablemente. Se entiende actualmente con toda claridad la eficacia de varios principios que los antiguos no conocían en absoluto, o acaso en una forma muy parcial”. En Federalist 31 Hamilton trata sobre el eterno problema de qué tan científicos pueden ser los estudios de carácter moral y político. Concluyendo que: “Aún cuando no puede considerarse que los principios del saber moral y político poseen, en general, el mismo grado de certidumbre que los de las matemáticas, no dejan de mostrar en este sentido mayores cualidades (…) de las que estaríamos dispuestos a concederles.” La dicotomía entre ciencias exactas y aquellas a las que no se les reconoce este atributo, no es un fenómeno surgido de la herejía del movimiento conductista estadounidense, sino que es endémica en la disciplina desde sus orígenes. En los siglos XIX y XX, Comte, Marx y Engels, Weber, Durkheim y Pareto, entre otros, trataron la política con perspectivas más propias de la ciencia social, con regularidades semejantes a leyes y relaciones necesarias. A inicios del siglo XX, John Robert Seeley y Otto Hintze, Moissaye Ostrogorski, y Robert Michels, formularon lo que consideraron “leyes científicas” de la política: • • •



Seeley y Hintze teorizaron sobre la relación entre las presiones externas y la libertad interna en el desarrollo de las naciones-estado de Europa Occidental. Ostrogorski acerca de la incompatibilidad entre el partido político burocrático de masas y la democracia, conclusión a partir de un estudio comparativo sobre el surgimiento de los sistemas de partidos británico y estadounidense. Michels escribió sobre la “ley de hierro de la oligarquía”, y la propensión en las grandes organizaciones burocráticas a que el poder gravite hacia la dirigencia suprema, razonamiento obtenido a partir del estudio de caso “crítico” del partido socialdemócrata alemán. Duverger postuló la ley de relación existente entre los sistemas electorales y de partidos.

Pioneros de la ciencia política moderna: • Frederick Pollock escribió The history of the science of politics (1890). Distingue entre ciencias naturales y morales. La comparativa inexactitud de las ciencias morales dependen de la naturaleza sobre la cuál tratan, como constatara Aristóteles. •

John Robert Seeley escribió An introduction to political science (1896). La ciencia política es un conjunto de proposiciones derivadas del saber histórico. Si los modernos superaban a Locke, Hobbes y Montesquieu era simplemente porque su base de datos históricos sería mucho más amplia.

Entre los siglos XIX y XX hubo dos escuelas de pensamiento en las ciencias sociales que ostentaban el nivel de ciencia. Comte, Marx y Pareto no establecen distinción alguna entre ciencias sociales y “naturales”. Ambas buscan uniformidades, regularidades, leyes. Para Max Weber era absolutamente ociosa la noción de ciencia social que consistiera en “un sistema cerrado de conceptos en los que la realidad es sintetizada en alguna forma de clasificación permanente y universalmente válida, a partir de lo cual es posible hacer nuevas deducciones”. La sujeción a leyes de la interacción humana es de otro orden. La materia de estudio de las ciencias sociales-la acción humana- implica juicios de valor, memoria y aprendizaje, los cuales sólo pueden arrojar regularidades relativas, “posibilidades objetivas” y probabilidades. Los cambios culturales pueden atenuar o incluso destruir estas relaciones. En las primeras décadas de la ciencia política profesional en los Estados Unidos de Norteamérica (1900-1930), Merriam y Catlin, fueron los primeros en promover en introducir los métodos científicos en el estudio de la política. Merriam propuso “practicar” la ciencia política en vez de hablar de ella. No se puede sostener, por tanto, que el movimiento conductual en la ciencia política estadounidense, y en particular la escuela de Chicago, fueron los que condujeron a la ciencia política por el dorado camino del cientificismo décadas después. A Estados Unidos emigró la controversia europea con respecto a las opiniones metametodológicas. Mientras Comte, Marx, Pareto y Freud son estudiosos apegados al modelo de las ciencias exactas, Durkheim y Weber, a pesar de su compromiso con la ciencia, reconocieron abiertamente que el científico social trabaja con materiales menos reductibles a leyes y formas de explicación propias de las ciencias exactas. La mayoría de los avances importantes en el desarrollo de la estadística fueron logrados por europeos. Le Place y Condorcet, Pearson, Pareto y Markov. El primer teórico de la “elección pública” fue un escocés llamado Duncan Black (1958). Durante los años treinta hubo una gran penetración de la ciencia social europea en los Estados Unidos de Norteamérica propiciada por refugiados como Fromm, Neumann, Kircheimer, Lowenthal, Hannah Arendt, Hans Morgenthau, Leo Strauss y otros muchos. Esto permite concluir que hay una continuidad entre los antecedentes europeos y el desarrollo de las ciencias políticas y sociales en América. Errores de las orientaciones políticas dentro de la ciencia política La tradición general de las ciencias políticas, que dio comienzo con los griegos, continuó desarrollándose hasta los pensadores creativos de la generación de Gabriel Almond y es la versión verídica de la historia de nuestra disciplina, aún cuando las escuelas crítica y marxista pretenden ser las principales protagonistas de esta evolución. No puede tomarse en serio la versión de la filosofía política straussiana tampoco, la versión de la corriente radical de la elección pública confunde técnica con substancia. No debemos desdeñar el saber propiciado por nuestras metodologías tradicionales sólo porque se dispone ahora de poderosas herramientas estadísticas y matemáticas.

Capítulo II: Nubes y relojes y el estudio de la Ciencia Política La ciencia política ha perdido el contacto con su base ontológica debido a su afán de volverse científica. Ha tratado los acontecimientos y fenómenos de orden político como hechos naturales reductibles a los mismos esquemas de lógica explicativa propios de la física y otras ciencias exactas. Los postulados ontológicos y metodológicos propios de las ciencias exactas se difundieron entre la psicología y la economía, y luego hacia la sociología, la antropología, la ciencia política e incluso la historia. Al adoptar la agenda de las ciencias exactas, las ciencias sociales y en particular la ciencia política, fueron respaldadas por la escuela neopositivista de filosofía de la ciencia, que legitimaba este postulado de homogeneidad ontológica y metametodológica. Las metáforas de Popper Karl Popper recurre a la metáfora de las nubes y los relojes para ilustrar las nociones con sentido común de determinación e indeterminación en los sistemas físicos. Imagina, para este propósito, un continuo desde las nubes más irregulares, desordenadas e impredecibles a la izquierda y los relojes más regulares, ordenados y predecibles a la derecha. El sistema establecido por Newton nos llevó a explicar y predecir una multitud de eventos celestes y terrenales mediante leyes del movimiento y muchos pensadores llegaron a pensar que el universo y todas sus partes obedecían a mecanismos comparables al de un reloj y que eran totalmente predecibles. Toda la naturaleza está regida por leyes deterministas, “todas las nubes son relojes”. En los años 20, la teoría cuántica pone en tela de juicio este modelo de la naturaleza y apoya la noción de que la indeterminación y el azar eran parte constitutiva de todos los procesos naturales. Con este hallazgo se invirtió la metáfora de Popper, “todos los relojes son nubes”. Según Popper, la indeterminación no basta para explicar la aparente autonomía de las ideas humanas en el mundo físico. ¿Es el azar más satisfactorio que el determinismo? Rechaza los modelos de elección humana basados en la imprevisibilidad de los saltos cuánticos debido a que se pregunta ¿Son acaso las decisiones repentinas, características del comportamiento humano racional? Popper, no lo cree, pues se necesita algo de carácter intermedio, entre el azar absoluto y el determinismo perfecto. Algo intermedio entre las nubes perfectas y los relojes perfectos. Ya que lo que queremos entender es cómo cosas no-físicas como los propósitos, deliberaciones, planes, decisiones, teorías, intenciones y valores, pueden contribuir para provocar cambios físicos en el mundo físico. Esto es importante para la Ciencia Política. El problema es, esencialmente, de control: Control del comportamiento y otros aspectos del mundo físico mediante ideas humanas o abstracciones mentales. La solución debe dar cuenta la libertad, y cómo esta no es tan sólo azar, sino más bien el resultado de una sutil interacción entre algo casi fortuito o errático, y algo parecido a un control restrictivo o selectivo-como un objetivo o una norma- aunque decididamente no férreo. Se reduce el

rango de soluciones a aquellas que “se ajustan a la idea de combinar libertad y control, y también a la noción de un “control plástico”, en contraposición con la de un control férreo. Popper llega a una solución evolutiva a esto, un procedimiento de eliminación por ensayo y error, o de variación y retención selectiva. Sólo una teoría así puede admitir un control plástico y de ahí la libertad humana. El control sobre nosotros mismos y nuestras acciones mediante teorías y propósitos nuestros es un control plástico. No estamos obligados a someternos al control de nuestras teorías toda vez que podemos examinarlas con un ojo crítico, y tenemos plena libertad de desecharlas si juzgamos que no cumplen con nuestras normas regulatorias. No solamente nuestras teorías nos controlan, sino que podemos controlarlas a ellas: existe, por lo tanto, una especie de retroalimentación. Popper advierte que no podemos utilizar los modelos de explicación apropiados para las ciencias físicas para aprehender los fenómenos humanos y culturales, y aun cuando podamos incrementar nuestro entendimiento, no podremos explicarlos cabalmente en virtud de sus propiedades creativas y emergentes. Propiedades ontológicas de la Política

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