Unmei Datta No Ka Na

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Datos: Título: 運命だったのかな。 Unmei datta no ka na. Me pregunto si estaba destinado Autora: Kawano Sora 河野ソラ Correctora: Kami Año: 2013 Todos los derechos reservados.

運命だったのかな La cafetería estaba llena de gente y adornos navideños. Los abrigos se apoyaban como una retahíla entre los asientos y de los tazones de los clientes salía un agradable aroma de chocolate y café. El lugar era algo ruidoso, sin embargo, no dejaba de tener su encanto debido a su tamaño pequeño y muebles de colores marrones claros. Dentro de la ciudad de Tokyo, un lugar así era casi un refugio para los transeúntes que se atrevían a pasear por las calles frías y nevadas. Kou, sentado en una mesa para dos y acompañado de su gran abrigo, le daba vueltas a su taza de café mientras alzaba la mirada de vez en cuando, observándolo todo a través de sus anteojos de pastas negras. “Ocho meses, treinta y dos semanas, doscientos veinticuatro días y quinientos cafés…”. Le gustaba más contarlo a través de los cafés… quizás porque de esa manera sonaba más romántico. “Patético… totalmente patético”. Era el segundo café que se pedía. Pero lo cierto es que incluso se le estaba pasando por la mente la posibilidad de pedir otro más. De esa manera, tendría la excusa perfecta para hablar con él de nuevo. – ¡Sakurai! ¡Trae por aquí uno de esos pastelitos! –Gritó un cliente justo detrás de Kou. – ¡Sí! ¡Ahora mismo, Satou-san! –Contestó el joven desde la barra. Kou se le quedó mirando por encima de sus anteojos. “Sakurai Junpei. Posiblemente, el chico con la sonrisa más bonita de este mundo”. Agachó la cabeza cuando pasó por su lado, dándole un buen sorbo a su café caliente. “Y, posiblemente también, el último chico que se fijaría en mí”. Lo cierto es que, incluso antes de que la cafetería abriese, Kou ya se sentía intrigado por el local que estaban reformando. La calle era la misma donde está el edificio en el que trabaja, por esa razón, pasaba por delante de la tienda cada día. Antes de la cafetería, el lugar había albergado una horrible tienda de segunda mano de electrónicas y, fue por esa razón que, en la inauguración, Kou quedó fascinado por el cambio. La horrible tienda vieja y sucia había dejado paso a una preciosa cafetería estilo occidental, con bonitos ventanales que guardaban macetas de flores y cortinas de cocina

a cuadros. Los tonos blancos y azulados tanto de fuera como de dentro le daban un toque de época victoriana londinense. El chico que hubiese diseñado la cafetería debía tener un gusto exquisito, había pensado Kou cuando dio los primeros pasos a través de la puerta. De ese momento habían pasado ya ocho meses, treinta y dos semanas, doscientos veinticuatro días y quinientos cafés… Kou apretó más la taza, impotente. Aunque llevaba yendo ahí cada día, sin saltarse ni uno solo… ni siquiera se atrevía a decirle algo diferente a su platónico encargado a parte de: “un café, por favor”. Ocultándose entre sus ropas anchas y sueltas, Kou se dejó caer en su asiento, sintiéndose tan pequeño como una hormiga. Su pelo, abundante y negro, le caía por la frente sin ningún orden. “¿En dónde queda esa valentía infantil que nos caracteriza cuando somos niños…?”, pensó mientras se agarraba un mechón. “Aunque creo que ni siquiera de niño llegué a ser valiente…” La taza de café, ya vacía sobre la mesa, podía bien ser reflejo de sus sentimientos. “Una taza siempre desea estar llena de algo… –alzó la mirada al notar que Junpei volvía a pasar por su mesa y se quedó mirando su espalda al caminar–. Y yo deseo que mi taza esté llena de él…” – ¡Feliz navidad, Sakurai! –Unos clientes se despedían desde la puerta, la cual tintineó cuando fue abierta. – ¡Igualmente! ¡Que pasen buena noche! –Junpei levantó la mano y sonrió a sus clientes. Incluso después de que ellos se fueran, la sonrisa seguía pintada en su rostro. Junpei sonreía de manera sincera, de esas sonrisas que salen del corazón y se quedan por largos segundos en los rostros. Y esa era una de las tantas cosas que tenía a Kou completamente enamorado. “Mi adicción y mi loca fantasía”. Se levantó de la silla, colocándose el abrigo con rapidez mientras miraba al suelo y se ajustaba los anteojos con la palma de la mano. Cada vez que pasaba por delante de la barra sentía una vergüenza terrible por saber que Junpei estaría observándolo para despedirlo.

Intentó pasar desapercibido, pero la campanilla reveló su situación y al instante, escuchó la voz de Junpei tras su espalda. – Hasta la próxima. Feliz Navidad. Kou sintió como las hormigas se mezclaban en su estómago, subiendo por su esófago y encogiendo su garganta. Sin poder contestar, salió de la cafetería, sintiendo que había quedado como un completo maleducado. “¿Por qué tengo que ser así…?”Se preguntó mientras, a paso rápido, volvía al edificio donde trabajaba. ________________________________________________________________ – Hashimoto, ¿tienes la transcripción del documento que te entregué? –Kou sacó de entre los papeles de su oficina la carpeta y se la dio a su jefe. – Sí, aquí tiene –Éste lo recogió sin decirle nada y se dio la vuelta. “Se cree que soy su esclavo”, pensó mientras volvía a ponerse a escribir en el ordenador. “Sé que debo agradecer haber conseguido un empleo a los veintitrés años con el que lograr mi independencia económica… pero lo cierto es que lo odio –Los dedos dejaron de teclear y se quedó mirando el reflejo de su rostro en la pantalla–. Qué difícil es que el ser humano esté conforme con lo que tiene… siempre estamos deseando algo más… algo diferente… Y sentimos que ese “algo” nuevo podrá llenar el vacío que notamos dentro de nuestro corazón”. – ¿Así que cenas con tu familia? –Varios empleados, aprovechando que el jefe había salido de la sala, se habían puesto a charlar. – Sí… mi mujer está desesperada porque pasemos unas navidades con toda la familia. Yo sigo sin verle el sentido, para mí es simplemente un día en el que no puedo trabajar. – Jajá, ya, te entiendo… por suerte yo puedo pasarla con unas cuantas cervezas y descansar al día siguiente. – Nunca te cases, en serio… creerás que te casas con tu mujer, pero no. La verdad que nunca te dicen es que te casas con la suegra.

Todos los compañeros se echaron a reír con la frase e incluso a Kou le hizo algo de gracia el chiste. “Quizás… para esa persona, su matrimonio es como este trabajo para mí: un infierno”. Kou nunca había sido alguien exigente con la vida. Había crecido en una gran familia de campo, incluso los abuelos de sus padres vivían con ellos. Puede decirse que era un hogar un tanto alocado y bullicioso como para crecer con normalidad, pero Kou siempre había sido feliz entre tanto alboroto. Quizás porque compensaba su timidez. Había ido a Tokyo a estudiar Económicas y Empresariales, no porque realmente fuese un sueño hacer algo así, sino porque su padre le había aconsejado que estudiase algo que le sirviese para muchos oficios. “Estudiando económicas puedes trabajar en cualquier lado, Kou-chan. Todas las empresas necesitan siempre a un economista”. Y en parte, su padre sí que tenía razón. Gracias a las notas y a un golpe de suerte, no le fue difícil encontrar empleo en pleno centro de la ciudad… pero eso significó renunciar al campo. “Cuando voy a la cafetería de Junpei… siento como si me trasladase de nuevo a aquellos tiempos. El olor del café de la abuela, los gritos de los niños, el bullicio de la gente… Mi casa siempre estaba llena de gente, desde los amigos del abuelo, hasta los nietos de los mismos. Nunca estabas solo”. Para Kou no sólo fue adaptarse a la vida en ciudad, sino aprender a vivir por su propia cuenta y aceptar que, al llegar a casa, no habría nadie. “Es como… si me hubiese trasladado a otra dimensión”. Sin embargo, en los cinco años que llevaba viviendo en Tokyo, el último había sido sin duda, el mejor. Y todo gracias a una cafetería pequeña, bulliciosa y calentita. “Todo gracias a una sonrisa…” Kou apoyó la frente en la mesa de su escritorio al recordar la forma en que se había ido cohibido de la cafetería. “Seguro que piensa que soy el cliente más extraño y maleducado del mundo…”, pensó mientras suspiraba. – Hashimoto, necesito que me envíes los datos para hoy –Kou pegó un brinco y se puso recto–. Y no te duermas en los laureles. – E-entendido.

“Púdrete”, pensaba en silencio, mientras le atravesaba la espalda con la mirada. Volvió a mirar la pantalla del ordenador. “A pesar de que es navidad… ni siquiera tiene un poco de compasión en este día. Me gustaría verle la cara que pondría si le lanzo los papeles sobre la cara y le digo que se los meta por el culo…”. Kou se rio solo al imaginarse a sí mismo haciendo algo así. “Como si fuese capaz…” Pero la idea era tan tentadora, que estuvo fantaseando con ella casi todo el tiempo… como si realmente pudiese llegar a hacerlo. __________________________________________________ – Lo de siempre Sakurai-kun –Una clienta muy anciana se sentó en una de las sillas de la barra con dificultad. – Claro que sí, Minamoto-san –Contestó Junpei dándose la vuelta para prepararlo–. Se lo digo casi siempre pero… ¿de verdad que no prefiere sentarse en las mesas? Son más cómodas que esas sillas altas y pequeñas. La anciana se rio jocosa. – Bah, entonces no podría hablar contigo nunca. Junpei le sonrió mientras le ponía el chocolate caliente sobre la barra alargada. – Eso es cierto –Aprovechando que en esas horas la cafetería estaba algo tranquila, Junpei se sentó en la silla que estaba en su lado de la barra, frente a su anciana clienta–. Y bien ¿qué tal la espalda? – Ahí va, hijo. Aunque gracias al masajista ha mejorado –Le dio un sorbo al chocolate y se relamió los labios–. Delicioso, como siempre. – Gracias. Minamoto alzó la mirada, curiosa. – ¿Y tú? ¿Qué tal con tu padre? Junpei tenía confianza con Minamoto. Había sido una de los primeros clientes en estrenar la cafetería y siempre acaban hablando de intimidades y problemas personales. Pero a Junpei le encantaba hablar con ella, quizás porque era una persona que sabía dar consejos sin juzgar.

– Bueno… creo que está todo perdido. Yo no me siento identificado con su modo de vida ni la forma en la que actúa… y tampoco acepto la mujer con la que se ha casado, así que simplemente no quiero involucrarme con ellos. Minamoto lo miró con ojos tristes. – Tiene que ser duro no encontrar tu lugar dentro de tu propia familia. Junpei le quitó importancia con la mano. – No es como si fuese infeliz por ello, es lo que me ha tocado vivir desde pequeño, así que simplemente me he adaptado a las circunstancias. Además –Junpei cogió una galletita y le dio un mordisco–, algún día tendré yo mi familia –Dijo con una sonrisa. – Bueno, bueno, Sakurai-kun… hay pocos chicos que tengan tu espíritu positivo, ¿eh? Me gustas, das energía a los demás y es por eso que siempre hay tanta gente en esta cafetería. Junpei se rio algo más fuerte. – ¿Se me acaba de declarar, Minamoto-san? Ella sonrió traviesa y volvió a tomar un poco de chocolate. – Una es mayor, pero sabe distinguir a un buen partido cuando lo encuentra – Ante la broma, Junpei se rio con suavidad–. Y bueno… ¿Alguna candidata para el puesto? –Preguntó de repente Minamoto. – ¿Eh? –Junpei se giró hacia ella, sin entender. – Para el de formar la familia –Especificó la anciana con mirada pilla. – Ah, eso, claro… –Rascándose la nuca, Junpei apartó la mirada–. Bueno, pues… sí que hay alguien que me interesa. Ella sonrió de oreja a oreja, sorprendida. – Sakurai-kun ¿de verdad te gusta alguien? –Dijo emocionada–. ¡Tienes que contármelo! – Minamoto-san –Susurró él entre dientes–. Ni se le ocurra hablar en alto sobre este tema.

– Uy, perdón –Ella recompuso su postura como una señora digna y movió la mano–. Adelante. Junpei, moviendo la cabeza, se rio, incrédulo. – Definitivamente todas las señoras sois unas cotillas –Dijo, agachándose y acusándola. – Y todos los jóvenes siempre tienen algo emocionante que contar, así que suéltalo. Junpei se mordió el labio. Le daba algo de vergüenza hablar sobre el tema, ya que no lo sabía nadie y ni siquiera él mismo lo acababa de aceptar. – Es… una persona que siempre viene a la cafetería. – Oh, dios mío, ¡eso significa que me he encontrado con ella! – Sí, probablemente –Dijo sonriendo–. Aunque pasa desapercibido… esa… esa persona no parece interesarse demasiado en mí, así que ni siquiera sé por qué se lo cuento cuando sé que nunca llegará a nada. – Bueno, pero si viene todos los días será por algo ¿no? – Creo que trabaja por aquí… –Dijo con un suspiro–. No lleva nada más que el abrigo y la cartera. – ¿Y viene sola? – Sí. Nunca ha venido con alguien. – Mmm… creo que a esa chica le tiene que interesar algo de la cafetería, estoy segura. Junpei tragó saliva y se trabó un poco con las palabras. – Minamoto-san… esto… ella… no es, ya sabe… no es una chica –Dijo agachando la cabeza y sonrojándose por completo. A la oyente se le abrieron los ojos de par en par y se tapó la boca con los dedos. – ¡Válgame dios! ¿Es un chico, Sakurai-kun? Él afirmó con la cabeza, sin poder mirarla a la cara.

– ¡Esto se ha puesto aún más emocionante! –Dijo dando palmaditas con sus manos. – Por favor, Minamoto-san –Se puso la carta de los pedidos en el perfil de su rostro para taparse la boca–, baje la voz… –Susurró entre dientes. – Cierto, cierto –Tosió–. Venga, Sakurai-kun, ahora en serio… ¿por qué dices que nunca llegará a nada? – Bueno… él no parece interesarse por otra cosa que no sea el café… –Dijo con una sonrisa. – ¿Y qué te gusta de él, si puede saberse? Junpei rio suavemente, recordando a su cliente particular. – Él es… algo divertido ¿sabes? Se tropieza con frecuencia, siempre va con unas gafas algo grandes para su cara y su pelo parece una maraña desenredada. Es… un poco torpe, la verdad. Minamoto-san lo miró con la cucharilla en la mano, una ceja levantada y el labio superior torcido. – ¿Eso es lo que te gusta? Vaya… si eso es lo que te gusta… no quiero oír que te disgusta de él… pobre chico, lo has puesto bonito. Junpei movió las manos rápidamente. – N-no lo decía en ese sentido negativo… –Pasó una mano por su nuca–… creo que eso le hace muy lindo… él tiene siempre la mirada perdida en el café y, cuando la levanta, a veces… nos miramos pero vuelve a bajarla… –Sus orejas se coloraron–, me hace sentir muy… extraño… –Confesó bajando la voz. – Y bueno… ¿por qué todavía no le has invitado a tomar algo después de cerrar? – ¿Pero no me ha escuchado, Minamoto-san? Es como un rayo, de repente está y luego desaparece. Además, si me saluda o se despide es un milagro –Apoyó la cabeza dramáticamente sobre la barra con los brazos cruzados–… hoy le felicité por navidad y no recibí respuesta... – Uy… entonces es que le das un poco igual –Contestó ella mirándose las uñas. – ¿Pero en qué quedamos? ¿Me está apoyando o deprimiendo?

Ella lo miró y sonrió, como si guardase un secreto. – Eso sólo puedes decidirlo tú, Sakurai-kun –Su voz se había vuelto algo sabia, como los ancianos que dicen cosas profundas y algo melancólicas. Ese tono de voz no le pegaba nada a la chistosa viejilla, pero Junpei escuchó atento–. Tú eres el único que tienes la capacidad de mover la balanza… si, según tú, a ese chico le das igual, no pierdes nada invitándolo a tomar algo… Y si en verdad puede que sienta algo por ti… bueno… entonces seguro que puedes ganar una bonita oportunidad, ¿no te parece? Junpei apartó la mirada, entre avergonzado y enojado. – Qué fácil es decirlo… –Añadió con resquemor, colocándose la palma de la mano bajo su barbilla. Suspirando, Junpei guardó silencio mientras su curiosa clienta terminaba de tomarse su chocolate. Se apartó de la barra para continuar con la limpieza de algunos platos sucios y, mientras sentía el agua del grifo caer sobre sus manos, miles de pensamientos se agolpaban en su mente. “Lo que dice la señora Minamoto es cierto… si no hay nada que perder ¿por qué dudar? –Flexionando el brazo, se rascó la nariz con el hombro a la vez que cerraba el grifo. Se secó las manos con el paño que dejaba siempre al lado del fregadero–. Pero lo cierto es que no hay nada más difícil que dejar los sentimientos abiertos… es decir, puede que sea cierto eso de que no se pierde nada, pero… ¿no se hace el ridículo confesando algo unilateral? Y no sólo eso, si la otra persona no siente absolutamente nada… ¿no es posible incluso llegar a ponerla en una situación molesta? Lo último que quiere una persona es incordiar a quien le gusta…”. Junpei había aprendido el valor del silencio y el respeto hacia el espacio ajeno a lo largo de toda su vida. Viviendo en una casa en la que sentía que no era su hogar, solía morderse la lengua y aguantar las ganas de mandarlo todo a la mierda. Su madre había fallecido de una enfermedad cuando él tenía cuatro años y, aunque no la recordaba por completo, en su mente mantenía el olor de su pelo cuando lo acurrucaba para dormir. Él había nacido fruto de una relación esporádica y fortuita, por esa razón sus padres nunca habían estado juntos. Cuando se quedó huérfano de madre, debió ir a vivir con su padre y la mujer de éste. A medida que Junpei iba creciendo, se daba cuenta de que no encajaba del todo en su supuesta familia. Lo cierto es que su

padre y su madre política nunca le prestaron la atención debida a Junpei y éste creció sintiéndose una molestia. Lo peor de todo para Junpei no era el que su familia no sintiese amor por él, sino el modo de vida falso y lujoso que llevaban. Tanto su padre como la mujer eran casi incultos, sin alma en sus corazones, sin una sonrisa cálida en el rostro y sin nada profundo de lo que poder hablar. En definitiva, para Junpei, amante del arte y del pensamiento, eran almas vacías. “En lo único en lo que pensaban era en fiestas, dinero y programas basura de televisión...” Por suerte a los quince años comenzó la escuela secundaria superior en Tokyo, y gracias a los ahorros de los trabajos a medio tiempo, había conseguido ahorrar para vivir por su cuenta desde aquel momento. La última vez que había visto a su familia había sido en las navidades de sus diecinueve… y de eso hacía ya seis años. Junpei había llamado a su padre hacía pocos días y, en esa llamada telefónica, prácticamente habían dejado clara la separación entre ellos. “Pero de esta manera me siento más tranquilo… puedo comenzar de cero sin que en mi mente esté la culpa o el resentimiento. Simplemente, éramos personas incompatibles”. Junpei terminó de secar y colocar la vajilla justo en el momento en el que una pareja joven entraba por la puerta, haciendo sonar el cascabel. Alzó la mirada para sonreírles y saludarlos desde el fondo y, mientras iba a buscarles una mesa, cogió la carta de cafés y dulces por el camino. “Siempre que el cascabel suena… me salta el corazón al pensar que puede ser él”. _________________________________________________________ – ¿¡Qué estás diciendo, Hashimoto!? Kou apretó los puños mientras el labio inferior le temblaba. Ni siquiera se atrevía a la levantar la mirada del suelo y sus rodillas estaban a punto de fallarle por culpa del pánico. – Q-q-q-ue me retiro… no voy a volver a trabajar aquí.

La oficina se había quedado en completo silencio. Kou le había pedido a su jefe una cita privada para hablar, pero éste, quitándole importancia, le había exigido que le comentase en aquellos instantes la “cosa tan importante” que quería decirle. Su boca, al escuchar las palabras de Kou, se había abierto de tal manera que en esos momentos el joven empleado pensó realmente que parecía un cerdo. – No te lo permitiré –Le dijo éste, intentando amedrentar su confianza. – Lo siento mucho, he tomado mi decisión –Kou comenzó a recoger sus pocas pertenencias. Se colocó las gafas cuando notó que se le iban a caer de su rostro. – ¿Es que quieres más dinero? –Su jefe optó por tocar el tema del sueldo, viendo que su táctica no había funcionado–. Puedo darte pagas extras, cobrarás las horas que has hecho de más. – Lo siento mucho –Repetía Kou, colocándose la maleta en su hombro e inclinándose varias veces. – ¿Deseas que te cambie de puesto? – De verdad, no puedo trabajar aquí por más tiempo. – ¡Maldita sea, Hashimoto! O me das una explicación o juro que te prohíbo salir de esa oficina. Los empleados veían la escena estupefactos. Algunos asomaban la cabeza de sus escritorios o cuchicheaban entre sí: “era normal que este día llegara”, “No sé como no lo ha hecho antes”, frases de ese estilo se susurraban en los oídos de algunos. Cogiendo aire y respirando con tranquilidad, Kou alzó la cabeza. Notaba como las manos le temblaban e incluso, al volver a recolocarse las gafas, las propias patillas temblaron. – Es… es usted el… el puerco más gra-grande que he visto en mi vida… y sólo deseo que se-se-se meta todos esos papeles por el culo –Kou sintió como la vergüenza subía desde los dedos de sus pies hasta la última punta de sus cabellos. A punto estuvo de ponerse a llorar ahí mismo, sabiéndose el centro de atención e impactado por lo que había dicho. Su jefe, si podía ser posible, abrió todavía más la boca y sus ojos se le pusieron como los de un sapo.

Aprovechando la estupefacción, Kou se dio la vuelta con rapidez y se metió como pudo en el ascensor. Le costó acertar el botón de “planta baja” debido al tembleque de su dedo, pero cuando las puertas se cerraron, dejó caer todo su cuerpo hasta el suelo y se sujetó el cuello con las manos. “Acabo de hacer la mayor locura de mi vida… ¡¿es que me he vuelto loco?!” ________________________________________________ Había anochecido con rapidez. Desde la ventana de su casa Kou observaba a los transeúntes caminar. La mayoría de ellos eran parejas acarameladas que disfrutaban del día de navidad juntos. Las calles de Tokyo estaban iluminadas, los restaurantes abiertos, los niños correteaban por las aceras con globos en forma de Papá Noel… en cada una de las esquinas se reflejaba el ambiente navideño. Apoyó la barbilla en el borde de la ventana y suspiró. La cama estaba pegada bajo ella así que Kou estaba sentado tranquilo, viéndolo todo como si de una película se tratara. “Y yo aquí, en otra realidad… solo y desempleado”. Pensó en la posibilidad de ir a disculparse con su jefe para que volviese a contratarlo, pero una parte de él le decía que sería un error… que lo único que haría al hacer eso, era cometer una locura aún más grande. Se levantó despacio de la cama, haciendo que crujiera con el movimiento de su cuerpo. “Si voy a pasar la nochebuena solo, por lo menos no lo haré aquí metido en mi piso”, se dijo mientras, en pocos pasos, alcanzaba su abrigo y abría la puerta para salir de allí. “Quizás la cafetería de Junpei siga abierta…” ________________________________________________________________ Kou caminó entre la gente. Su abrigo le quedaba grande para su cuerpo, aunque en realidad, toda la ropa que tenía era demasiado grande en comparación con la altura que tenía. Incluso las gafas parecían quedarle un poco sueltas. Con sus pelos sueltos y algo largos que le caían sobre la frente, Kou se ocultaba metiendo las manos en el abrigo y agachando un poco el cuello. El vaho salía de su boca y, bajo la piel, podía sentir el agradable frío de invierno. Iba a paso decidido, deseando con todas sus ganas que su lugar favorito en la ciudad estuviese abierto, soñando con pasar aunque sea un rato sentado en esas mesas

de maderas blancas y tener la oportunidad de verlo mientras se tomaba su taza de café número 501. Traspasó el parque que separaba su casa de la avenida principal. Sus zapatos, algo desgarbados y mal atados, hacían ruido al ir sobre las piedritas. La noche estaba tranquila, sin ningún otro acontecimiento que alguna brisa de viento que le revolvía los cabellos. La sensación de frío cuando esa pequeña brisa le recorría la mejilla le hacía sentir melancolía por su pueblo. “Estoy seguro de que la abuela Chiyo y la abuela Yuya ya están discutiendo para organizar el almuerzo de año nuevo… aunque en el pueblo no se celebra el día de navidad, toda la familia hace cosas especiales por estas fechas...”. Pensó en sus padres, cuando lo llevaban unos días antes de fin de año al templo para que reflexionase sobre las cosas que había hecho mal ese año y proponerse una lista de cambios en su interior. “Papá siempre tan filosófico con la vida… esas ideas solo se le ocurren a él”. Mientras paseaba por el parque, una sonrisa asomó a su rostro al saber que en pocos días volvería al campo a pasar la última noche del año. “Sólo serán dos días… pero tengo tantas ganas de ir”. Cuando volvió a pisar el asfalto, el sonido sobre las piedras cesó. Cruzó el paso de cebras y, en pocos metros más, pasaba por delante de la panadería de la avenida para llegaba a su destino: “Miglior caffè”. Kou se colocó los anteojos por el puente mientras alzaba la cabeza para mirar el cartel. Las luces estaban apagadas y las puertas cerradas, aunque no tenían la reja automática que solía poner Junpei los domingos. “¿Seguirá adentro todavía?” Justo mientras pensaba en esa posibilidad, Junpei hizo acto de presencia abriendo la puerta y saliendo de su café. Kou se puso tan nervioso que incluso dio un pequeño salto algo ridículo. – Oh, vaya –Junpei abrió algo los ojos al verlo, pero apartó la mirada con rapidez–, ¿venía a tomarse algo? Voy a cerrar ya, pero si quiere puede pasar… –Añadió mientras abría la puerta. Kou se echó un poco hacia atrás, moviendo las manos con efusividad. – Oh, no, no. Sólo pasaba por aquí… Es navidad, deberías cerrar y… y… tomar un descanso –Kou ni siquiera podía mirarlo a la cara mientras hablaba, movía la mirada hacia un lado y hacia otro y se sentía por completo un idiota.

Al ver que Junpei no le respondía, alzó la mirada despacio, encontrándose con esos ojos oscuros y penetrantes que se complementaban perfectamente con la sonrisa que tanto le caracterizaba. Aunque en aquellos momentos, no estaba sonriendo. Cohibido, Kou volvió a bajar la mirada. – Bueno, como quieras –Dijo Junpei mientras bajaba las rejas del local apretando el botón de un mando–. ¿Vives por aquí cerca? – N-no, vivo en el campo. A Junpei se le movieron los hoyuelos de sus mejillas al aguantar la sonrisa. – Me refería a tu vida actual… dudo mucho que vengas desde el campo para tomarte un café en mi pequeño local –Dijo finalmente sonriendo. – Ah, claro. Mi vida actual… sí –Señaló nervioso con su dedo índice hacia el parque–. Por detrás del parque. – Mmm –Junpei cogió la mochila que había dejado en el suelo y se la colgó al hombro–. Yo vivo bastante lejos. – ¿En serio? – Sí… es una molestia pues tengo que coger el tren cada día –Añadió con rostro cansado–. Yo voy ahora hacia la estación… –Le dijo mirándolo de reojo. La estación quedaba por el otro lado de la calle, en dirección contraria al parque–. ¿Tú? – N-no lo sé –Contestó Kou sinceramente. Esta vez, sin poder evitarlo, Junpei soltó una risa alegre. – Eres un tipo algo extraño –Le dijo mirándolo a los ojos–. Si no tienes nada que hacer… puedes acompañarme, así el trayecto no será tan aburrido. Junpei tenía un abrigo color crema muy bonito y lo cierto es que, en comparación con él, Kou se sentía un vagabundo mal vestido. Se metió las manos en su abrigo oscuro y grande para protegerlas del frío. – Pues no tengo nada que hacer, la verdad… –Dijo, ocultando su cuello en las solapas del abrigo. – Genial.

¿Podía haber una casualidad más fantástica que aquella? Kou lo miraba casi fascinado mientras tragaba saliva y se colocaba los anteojos una y otra vez, pensando en que una oportunidad así no podía repetirse de nuevo. “Oh dios mío, ¿y de qué le hablo ahora?”. Se habían puesto a caminar y Kou se sentía tan tieso como un palo. – ¿Viniste a Tokyo por trabajo? – ¿Eh? –Junpei caminaba a paso rápido, aunque Kou suponía que era gracias a la altura de sus piernas. – Me dijiste que vivías en el campo ¿no? – Ah, eso. Sí. Fue por trabajo. – Sueles venir mucho por la cafetería… –Al decir esas palabras, Junpei apartó la mirada–, ¿trabajas cerca de aquí? – Sí, en la empresa K., era uno de los contables. – Oh, vaya… eres un tío listo, entonces. – No, no, para nada –Kou siempre se ponía más nervioso con los halagos que con las críticas negativas–. Sólo se me dan bien los números. – Pero… –Giraron a la derecha al llegar a la esquina–. Lo has dicho en pasado. ¿Ya no trabajas ahí? Al recordarlo, Kou sintió como si una losa de mil kilos hubiese caído en su cabeza. – Hoy… lo he dejado. – Oh, vaya, lo siento. Dije algo indebido –Se disculpó Junpei, algo avergonzado. – No, para nada. Más bien felicítame. Era el peor trabajo del mundo. – El jefe, supongo –Dijo sonriendo Junpei. – Sí. – Suele pasar. Antes de la cafetería pasé por muchos tipos de jefes… algunos eran insoportables y dejaba el trabajo a la pocas semanas.

– Lo cierto es que yo llevaba dos años. Tenía miedo de dejarlo por si luego no encontraba nada más –Confesó Kou. – ¿Estás… estás buscando trabajo? – Bueno… creo ¿no? –Dijo riendo. Y, nada más hacerlo, se dio cuenta de que era la primera vez que reía delante de Junpei en esos ocho meses. Cohibido, apartó la mirada. Y, sin saberlo, Junpei se le había quedado mirando fascinado. – El café está yendo muy bien y… llevaba un tiempo pensando en buscar a otra persona… si… si te apetece puedes trabajar en la cafetería mientras buscas otro empleo. Kou dejó de caminar al escuchar esas palabras, se mordió el labio mientras miraba hacia el suelo. “Patético, patético… casi ni siquiera me puedo mantener en pie”. Junpei, preocupado, se apresuró a disculparse. – Lo siento, no he querido ponerte en un compromiso… por supuesto, no me molestaré si dices que no. Es tu decisión… – Acepto –Dijo Kou en voz más alta de la que pretendía. Por suerte, sus cabellos le ocultaban el rostro colorado. Inclinó la espalda, con los brazos pegados a su cuerpo, para agradecer la oferta–. Acepto encantado. Tras eso, unos segundos de silencio dominaron el ambiente. Se podía oír el murmullo de la gente mientras caminaba por la avenida, las voces de los niños gritando, el sonido de los tacones de las mujeres… y los latidos fuertes y desenfrenados del corazón de Kou. Ambos parecían estar en una cuerda tiesa que se encuentra a punto de quebrarse, y Kou suponía que, el ambiente tan tenso, se debía sólo a sus nervios y estupidez. Jamás hubiese imaginado que Junpei estaba casi tan nervioso como él. – Oh, eso… eso es una noticia estupenda –Sonrió, esa sonrisa sincera y brillante, y Kou casi envidió la manera en que sonreía–. Puedes empezar el 26, pasado mañana. ¿Te parece bien? “No puedo imaginar que esto esté pasando… es tan irrealista, ridículo, perfecto y a la vez vertiginoso que me dan ganas de acercarme al primer árbol y darme cabezazos contra la madera”. – Sí. Me parece muy bien.

Ambos volvieron a ponerse en marcha, pero esta vez, Kou se dio cuenta de que Junpei había reducido la velocidad en la que caminaba. Apretó con las dos manos el asa del maletín que tenía cruzado por el pecho. Cuando llegaron hasta la entrada de la estación, Junpei se detuvo frente a ella. Sonrió. Aunque esta vez fue una sonrisa melancólica. – En verdad… no tengo ganas de volver a casa –Dijo mirando hacia otro lado. Kou se sorprendió ante sus palabras, casi puede decirse que le provocaron una visión nueva y diferente de ese joven que tenía en frente. Y entonces comenzó a preguntarse qué clase de vida llevaría Junpei fuera del café… ¿viviría solo o le esperaría alguien en su hogar? ¿Tendría novia? ¿Estaría feliz con su vida? Por la forma en que lo miraba, Kou sintió que su vida no era tan espléndida como su sonrisa. – Yo… tampoco quiero volver –Le dijo con sinceridad. Quizás, para Kou era uno de esos momentos en la vida tan importantes que el rumbo de tu destino cambia. Sentía que cada palabra, cada respiración y cada mirada tenían un significado especial. Y en aquellos momentos lo último que quería era alejarse de Junpei para descubrir que todo había sido un dulce sueño. – Podríamos dar una vuelta –Sugirió Junpei mirando hacia el cielo nocturno estrellado. Volvió a bajarla y centró sus ojos en los de Kou–. Todavía no sé tu nombre – Le dijo algo cohibido. – Kou. Hashimoto Kou –Contestó casi inmediatamente él. Junpei volvió a sonreír. – ¿Puedo llamarte Kou? Tu apellido es demasiado serio para tu rostro –Dijo divertido. Kou bajó la mirada, avergonzado. – C-como quieras. Lo cierto es que, escuchar su nombre en los labios de él había sido una dulce tortura. “No sé cuántas veces he soñado que lo pronuncia en gruñidos, mientras…”. Su corazón palpitó bruscamente al recordar sus fantasías. – Yo me llamo Sakurai…

–… Junpei –Le interrumpió Kou, terminando de decir su nombre–. Lo sé. – Oh, vaya. – En la cafetería –Se excuso Kou torpemente–. Lo dicen siempre en la cafetería. – Ah, claro –Junpei se rascó la nuca con una de sus sonrisas–. Bueno, Kou… ¿algún sitio especial para pasear? Esas palabras fueron suficientes para hacer brillar sus ojos y trastocar por completo su cerebro. ___________________________________________________ Acabaron comiendo castañas en el parque de la avenida y tirando piedrecillas en un lago artificial enorme, haciendo que rebotasen contra la superficie del agua. El parque era inmenso, lleno de árboles lo suficientemente grandes como para impedir ver los edificios y por cada uno de ellos colgaban bombillas redondas que iluminaban el lugar de manera tenue y mágica. Ambos sentían que se conocían de toda la vida y a la vez que era completos desconocidos. Por esa razón, gran parte del tiempo lo pasaron hablando de ellos mismos, de sus vidas y de las razones que les habían impulsado a estar donde estaban. Junpei se abrió a él, contándole brevemente la situación con su familia, y Kou le confesó lo solo que se sentía en una ciudad tan grande y fría como Tokyo, pero, para alegrar a Junpei, le contó también anécdotas de sus abuelos y tíos en el pueblo, le contó historias de cuando era pequeño y ambos acabaron riendo a carcajadas más de una vez. Kou llegó a la conclusión de que lo que unía a las personas era la risa. “Cuando alguien te hace reír o cuando haces reír a alguien, no puedes evitar desear estar de nuevo con esa persona… y no puedes evitar sentir como si se estuviese formando un vínculo… Es una consecuencia inevitable”. El cuerpo de Junpei era fuerte y alto. Y cada vez que lanzaba una piedra al lago las venas de sus manos se marcaban con suavidad, sus muñecas, sin embargo, eran delgadas, y esa combinación volvía loco a Kou. “Manos anchas de muñecas delgadas y dedos largos… ¿cómo sería ser tocado por esas manos?”, pensaba mientras lo miraba de reojo. Kou siempre se había fijado en sus manos, desde la vez que le había servido el primer café. Sus dedos habían cogido la

taza con delicadeza, poniéndosela frente a Kou. Y la manera de girar la muñeca fue lo suficiente excitante como para que Kou se atreviese a alzar la mirada y se encontrase con sus ojos por primera vez. “Desde ese primer día estuve condenado a estar fascinado por él”. – ¿Quieres probar? –Le dijo Junpei subiendo y dejando caer una piedra sobre la palma de su mano y con una media sonrisa en el rostro. – Te advierto que soy muy malo… –Kou puso la mano bajo la de él y éste dejó caer la piedra. Se puso de lado y, antes de lanzar, se aseguró de colocar bien sus gafas–. Allá va. Kou movió el brazo con demasiada fuerza y, debido a la humedad de la hierba, resbaló con el pie. – ¡Kou, cuidado! Sin poder mantener el equilibrio, Kou vio el reflejo de su cara en el agua acercarse cada vez. De repente, sintió unas manos que lo sujetaban por la cintura y, un segundo después, caía al lago estrepitosamente. El frío del agua se le clavó en la piel como agujas, aguantó la respiración con los ojos cerrados a la vez que movía los brazos y las piernas con frenesí. Se impulsó hacia arriba y cuando salió a la superficie dio una gran bocanada de aire. Sin embargo, cual fue su sorpresa al ver que a su lado, Junpei estaba tan mojado como él. Asombrado, vio como empezaba a reírse escandalosamente mientras movía los pies para flotar en el agua. – Tienes un alga en la cabeza –Le dijo alzando la mano y quitándole la hierba verde a Kou. Inevitablemente, Kou se sonrojó ante esa muestra de cariño. – L-l-o siento mucho, soy un desastre –Se disculpó Kou, sintiéndose totalmente culpable. – Nunca me había reído tanto, en serio –A Junpei le brillaban los ojos mientras decía esas palabras. Un señor de mediana edad se acercó al borde del lago. – Chicos, ¿estáis bien? –Preguntó preocupado–. Venga, os ayudo a subir, denme la mano.

– Muchas gracias –Contestó Junpei amablemente mientras le sujetaba la mano y se impulsaba para salir. Cuando se puso de pie sacudió los pelos como un lobo salvaje y, de alguna manera, esa muestra de virilidad excitó a Kou. El hombre fue a ofrecerle la mano pero Junpei se adelantó. – Vamos, Kou, esa agua está asquerosa. Kou, desde abajo, vio la mano de Junpei y sintió como, a pesar del frío, sus orejas se enrojecían. – Mira, ya estás rojo del frío, sal ya –Su voz sonaba entre cariñosa y divertida. Despacio, Kou sacó su mano del agua y la alzó hacia él. Por suerte, durante la caída se había sujetado los anteojos con fuerza y no los había perdido. Sin ellas, ni siquiera hubiese podido distinguir al hombre de Junpei. “Su mano, dios mío… si no me revienta el estómago por las mariposas es un milagro”. Los nervios se acumulaban en su garganta a medida que acercaba los dedos a los de Junpei. Y ahí sucedió. Como cuando la cerilla se acerca a la vela y arde, como cuando los polos opuestos de un imán se arrastran para la unión, como una explosión que da lugar a la creación del universo… … Kou envolvió sus dedos entre los de Junpei y la calidez que invadió su cuerpo la sintió por cada poro de su piel. Tal como imaginaba, la piel era suave pero sus músculos tenían firmeza… era una mano masculina y Kou tuvo que tragar saliva para hacer bajar a las mariposas que se empeñaban en huir por su boca. El contacto, más que físico, parecía incluso emocional y, para Kou, lo más excitante de todo había sido sujetar su mano mientras se miraban a los ojos. Fueron segundos, pero para ambos, la sensación de estar unidos parecía haber sido eterna y, cuando sus pieles se separaron, sintieron el dolor de quien ha perdido una parte de su cuerpo. “Quiero tocarlo… necesito tocarlo”, pensó Kou mientras, con dedos temblorosos, se quitaba las gafas para intentar secarlas con la ropa mojada. – Muchas gracias de nuevo –Oyó que decía Junpei al hombre. Éste, después de quitarle importancia al asunto y sonreír, se fue por donde había venido.

–… lo siento –Repitió Kou, colocándose los anteojos empañados–. Aunque te haya parecido divertido, ha sido un desastre. Por mi culpa has acabado empapado y se supone que después ibas a coger el tren… lo siento. Junpei sonrió sin contestarle y miró hacia el cielo estrellado. Su pelo mojado dejaba caer gotitas que se resbalaban por su piel. – Nunca pienso que una situación es negativa, simplemente diferente –Dijo, bajando el rostro y mirándolo–. No digo esto para que te sientas mejor, en serio, es mi forma de pensar. Por ejemplo… ahora que estoy con estas pintas tendré que dormir en la tienda y quizás me has salvado de un accidente de tren o quizás, gracias a que no vuelvo tan tarde a casa, me has salvado de ser asesinado. ¿No te parece? Kou lo miraba bajo los anteojos como si se hubiese vuelto loco. Ante esa mirada, Junpei soltó una carcajada. – Tampoco tienes que mirarme así. – L-lo siento, es que me parece un pensamiento algo… fantasioso. – Bueno, creo que deberíamos volver cada uno a nuestros sitios –Dijo Junpei poniéndose a andar–. Nos vamos a poner enfermos si seguimos caminando con estas pintas y con este frío. Quizás fue la necesidad de estar más tiempo con él o quizás fue un impulso alocado en respuesta al contacto físico que habían tenido minutos atrás. Kou, sin saber por qué, dijo de repente: – Mi casa. – ¿Eh? – Puedes… puedes ir a mi casa. Es lo mínimo que puedo hacer para disculparme, te puedes duchar y te prestaré algo de ropa –Apartó la mirada–. S-s-s-si quieres, claro – Añadió, estrujándose las manos. – ¿No te importa? Sin responder, Kou negó con la cabeza haciendo tambalear sus anteojos. – ¿En serio?

Esta vez, Kou afirmó moviendo la cabeza hacia arriba y abajo y, como consecuencia, sus gafas se resbalaron por el puente de su nariz. Se las recolocó con la palma de la mano y, nada más hacerlo, Junpei se rio suavemente. – Definitivamente eres muy gracioso. ¿Gracioso? Lo cierto es que le habían dicho muchas cosas, pero jamás había escuchado que alguien le llamase “gracioso”. – Pues bien… tendrás que guiarme, no sé dónde está tu casa –Añadió Junpei con las manos en los bolsillos y las piernas abiertas apoyadas en la gravilla de parque. – Ah, claro, m-mi casa –Kou se dio la vuelta y caminó. Junpei fue tras él pero, a los pocos segundos, tuvo que darse la vuelta de nuevo–. E-es por el otro lado –dijo avergonzado caminando hacia el lado contrario por el que había ido. Junpei, riendo, le siguió en silencio. “Me muero de vergüenza. Esto no puede estar pasando”. Con la cabeza agachada caminó junto a Junpei atravesando el parque y haciendo ruido con el sonido de sus zapatos sobre las piedrillas, bajo un cielo navideño completamente estrellado. _____________________________________________________ Kou se deslizó en la pequeña bañera hasta que su nariz estuvo tapada con el agua. Soltó aire por la boca y las burbujitas salieron eufóricas para romper contra la superficie. Había echado unas sales para el baño que lo teñían de color azul cielo y, mientras intentaba relajar la mente, jugaba a salpicar el jabón contra el agua. Junpei se había bañado primero y ahora lo esperaba fuera. Le había dejado un pantalón deportivo y una camisa blanca básica. Por suerte le habían sentado a la perfección, pues Kou siempre compraba una talla más en sus ropas. “Está aquí. En mi casa. No es un sueño”. Al ser consciente cien por cien de la situación un ataque de nervios le dominó por completo y metió toda la cabeza bajo el agua de golpe para soltar un grito. Millones de burbujas salieron en respuesta a ello. La sacó a los pocos segundos jadeando y sintiéndose tan nervioso como un niño pequeño. “No puede ser…”

Suspiró y decidió salir de la bañera. Había hecho esperar a Junpei por demasiado tiempo. “¿Se quedará aquí a dormir?”, pensó mientras se secaba el cuerpo con la toalla. Al momento cogió los anteojos que dejaba siempre sobre un mueble antes de ducharse y se los puso. Pero fue entonces cuando se dio cuenta de que se había olvidado de lo más importante. “Oh, maldición… el pijama…”, pensó nervioso. Se acercó hasta la puerta del baño y la abrió un poquito, lo suficiente para ver a través de ella. Por la rejilla vio sobre la cama su pijama, pero no había rastro de Junpei por ningún lado. Sacó un poco más la cabeza para ver si estaba en la cocina, pero también estaba vacía. El piso no tenía habitaciones, simplemente era una estancia con una pequeña cocina en la entrada y una cama al fondo, bajo la ventana. Tenía en el centro un sofá para tres personas que había encontrado en una tienda de segunda mano por un precio increíblemente bajo y, en frente del sofá, había una televisión bastante antigua. Kou se extrañó pero salió hasta la cama de puntillas y se puso el pijama de color azul marino lo más rápido que pudo, se dejó la toalla sobre sus hombros para no mojarse la ropa con la humedad de su pelo. Entonces fue cuando pudo afirmar rotundamente que Junpei no estaba por ningún lado. “¿Se habrá ido? –Se subió a la ventana para asomarse a la ventana. Podía ver el parque y, gracias a que vivía en un octavo, se veía parte de la avenida–. Quizás me intentó avisar y no le oí por estar en el agua”. Sentado en la cama, Kou acabó deprimiéndose al pensar en las peores posibilidades. “Se ha sentido incómodo, definitivamente. Mi piso es un desastre, tengo ropa tirada por todos lados y encima le he fastidiado la nochebuena…”. Pensó que, ya de por sí, había sido extraño que Junpei hubiese aceptado ir a bañarse a casa de un desconocido, porque aunque llevaban viéndose todos los días durante esos ocho meses, nunca habían intercambiado unas palabras hasta ese momento. De repente la noche se sintió solitaria y fría, y fue incluso como si las estrellas hubiesen perdido el brillo. El parque, a lo lejos, parecía tenebroso y oscuro, como si guardase en él un secreto perverso y oculto. Todo se había vuelto tétrico y fúnebre. Y Kou se dio cuenta en ese instante, que esa era la vida que estaba llevando. Sólo cuando entraba el café de Junpei, la oscuridad desaparecía. Pero había averiguado en esos

instantes que no era la cafetería, ni el bullicio de la gente, ni el olor del café… el que causaba esa calidez, era Junpei. “Ya decía yo que todo iba demasiado perfecto… ni siquiera sé si debo volver a pisar el café, quizás se ha arrepentido de ofrecerme el puesto de trabajo”. Se levantó de la cama con pesadez para ir a hacerse algo de cenar, aunque no tenía hambre. “Con lo que ha pasado… me da vergüenza ir mañana a tomar el café de siempre”. Encendió el fogón y puso en él una sartén. Quizás una tortilla con kétchup le quitase el mal sabor de boca. Sacó dos huevos de la nevera y, cuando el aceite estuvo lo suficientemente caliente, los rompió para que cayesen dentro. Desanimado se puso a revolverlos con una paleta de cocina. Había en el piso un silencio incómodo y desagradable. “Después de tener algo tan divertido como lo de hoy, es difícil volver a la rutina de siempre”. A los pocos minutos, la tortilla estaba dorada. Sacó un plato de la alacena y, moviendo la sartén, hizo que cayese sobre él. Luego fue a por el kétchup y para intentar animarse le hizo una sonrisa a su pequeña tortilla, pero le salió tan patética que incluso fue aún más deprimente. – Definitivamente soy nefasto para hacer cosas bonitas… –Pensó mientras cogía el plato y lo miraba suspirando–. Por lo menos es comestible. Sintió algo de envidia al recordar las formas que Junpei solía ponerle a la espuma del café cuando tenía tiempo, siempre eran diferentes y Kou nunca había visto una forma repetida. “Y aquí me encuentro yo, haciéndoles sonrisas torcidas y ojos pegados a una tortilla… no me sorprendería si los niños que viesen esto me odiasen de por vida”. Kou iba decidido a disfrutar de su plato deformado aunque eso significase perder totalmente el orgullo. Pero justo cuando se dio la vuelta pisó mal la pequeña alfombra que tenía bajo los pies con la mala suerte de resbalarse y perder por completo el equilibrio. Casi a cámara lenta Kou vio como la tortilla saltaba de su plato para ir a estrellarse contra el suelo con un sonido pegajoso y, seguido a eso, el plato se reventaba en cientos de pedazos.

Justo en el mismo momento que el plato se destrozaba, Kou, tirado en el suelo, vio como la puerta de su piso se abría y Junpei entraba por ella. Casi ni podía creer lo que había frente a él. Cuando Junpei vio el tonto accidente miró a Kou con rostro preocupado. – ¿Pero qué te ha pasado? En su mano derecha, Junpei llevaba una bolsa y tenía puesta una sudadera de Kou que seguramente la había cogido de la entrada antes de salir. – ¿J-Junpei? –A Kou casi se le rayaron los ojos al verlo–. Creía que te habías ido. Él lo miró girando la cabeza. – ¿No leíste la nota? –Le preguntó con inocencia. – ¿Nota? – La dejé ahí, en la mesa frente al sofá. Kou negó con la cabeza. En respuesta, Junpei alzó la bolsa para enseñársela. – Fui a por un poco de descafeinado a la tienda. Sentándose en el suelo, Kou se sintió tan emocionado que no sabía cómo reaccionar. Se puso a recoger los trocitos de cristal para solucionar el desastre. – ¿Pero qué te ha pasado? –Preguntó de nuevo Junpei, con tono algo divertido, mientras se agachaba para ayudarlo. Esa amabilidad, más la sonrisa que le pintaba el rostro, fue suficiente para derrumbar el muro que Kou tenía puesto. – ¡Mi tortilla! –Dijo empañando las gafas con las lágrimas y restregándose la nariz con el brazo–. ¡Se ha destrozado mi deformada tortilla! ¡Soy un desastre! En realidad, Kou no estaba llorando por la tortilla, ni porque fuese un desastre, ni siquiera porque se le hubiese roto el plato contra el suelo… Kou estaba llorando de felicidad. Pero decir eso le pareció lo más vergonzoso del mundo. Junpei se rio al verlo, no era una risa escandalosa, sino suave y alegre. – Vaya –Dijo acercándose a él y tomándole una mejilla con su mano–. Te ayudaré a hacer otra. Junpei le quitó las gafas a Kou y, con el dorso de la sudadera, le secó las lágrimas de los ojos. Luego volvió a colocárselas.

Al darse cuenta de la cercanía, a Kou se le encendieron las mejillas y le palpitó fuerte el corazón. Intentó alejarse hacia atrás pero Junpei le sujetó con la mano por su muñeca, presionando levemente. Lo miraba con deseo pero también con temor, como si dudase de su instinto. Tirando de él, hizo que se acercase más. – ¿Puedo pensar… –comenzó–, qué vienes a la cafetería por algo más que el café? Kou apartaba la mirada una y otra vez, sintiéndose totalmente cohibido. – Sí –Respondió en un susurro. Esta vez, Junpei se acercó un poco más. – ¿Puedo pensar… que es por algo más que la cercanía de tu antiguo trabajo? Los dedos de Junpei subieron por su muñeca y llegaron hasta su codo. Kou lo miró a los ojos, pero agachó la cabeza con rapidez. – Sí –Repitió, más nervioso que nunca. Escuchó como Junpei tragaba saliva. – ¿Puedo pensar… –dijo con voz ronca–, que es por mí? Ante una pregunta tan directa, Kou sintió arder las puntas de sus orejas, como si le hubiesen prendido fuego. Responder algo así era confirmar unos sentimientos que no había confesado nunca, era decir claramente “sí, he venido todo este tiempo sólo para verte”, era abrir el corazón y entregarse a él. Mientras pensaba la respuesta, Junpei había alcanzado sus hombros y le sujetaba con sus manos fuertes y firmes. Lo miraba directamente a los ojos, con una determinación que casi daba miedo. Pero en su garganta Kou podía ver como subía y bajaba la nuez. Se dio cuenta de que Junpei también estaba nervioso y expectante de una respuesta. –… sí –Respondió en voz baja Kou, temblando y mirando hacia el suelo. Escuchó el suspiro de alivio de Junpei y, al alzar la mirada, descubrió esa sonrisa suya que le había enamorado, con los hoyuelos pintando sus mejillas. Sus ojos se encontraron. Ambos, nerviosos, sentían como si el tiempo se hubiese detenido y como si todas las cosas del piso, de la ciudad e incluso del mundo entero hubiesen desaparecido.

Kou podía sentir el corazón de Junpei por sus venas. Quizás pudiese parecer exageración, pero así era para él. Unidos por la piel y unidos por la mirada. Las manos de Junpei aferraron más fuerte sus hombros y Kou se dio cuenta de que poco a poco se estaba acercando a él. “Va a besarme”, pensó mientras bajaba los ojos hasta sus labios. Y con ternura, como si esos labios estuviesen en aquel cuerpo y en aquel espíritu específicamente para besar a Kou, Junpei posó la boca sobre la de él. Al principio, temerosos, simplemente sintieron la suavidad de los labios de cada uno, pero a medida que el cuerpo exigía calor, sus bocas se abrieron paso para conocerse y saborearse por primera vez. El beso. Sí, el beso era quizás una de las expresiones culminantes de un momento de emoción, quizás un primer paso hacia el camino de la comunicación entre cuerpos o quizás, la forma más simple de expresar un sentimiento. Para Kou, aquel beso era magia. Porque esa boca que lo estaba besando… contenía la sonrisa más hermosa del mundo. _____________________________________________ – Y ahora haces así… y luego esto, ¿ves? Ya está. Kou miraba asombrado la taza que contenía el descafeinado hecho por Junpei, sobre la espuma había dibujado el rostro de un conejo. – No –Dijo enojado–. No lo digas como si fuese así de fácil, esto es peor que hacer un acertijo matemático. Junpei se rio. – Qué exagerado eres. Lo que pasa es que no lo has probado. Toma, ten –Junpei le dio su taza de café–. Hazlo aquí. – Ni hablar. – Venga –Suplicaba él cariñosamente. – Va a salir la caca más caca del mundo. – Da igual –Se retaron con la mirada durante unos segundos y al final, suspirando, Kou se dejó vencer.

– No digas que no te lo advertí –Dijo mientras cogía los materiales–. A ver… esto era así y ahora así… y… –estuvo casi dos minutos haciéndolo mientras algunas gotitas de sudor le recorrían la frente por la concentración. Se cruzó de brazos al terminar–. Te lo dije. Junpei acercó el rostro a la taza. – ¿Qué es? –Preguntó. – Quería… –Kou miró hacia otro lado–, hacer un panda. Junpei aguantó la risa pues lo que había en la taza quedaba lejos de ser un panda, más bien parecía una nube borrosa de un día de invierno. – ¡Ríete como quieras! –Dijo cabreado Kou, cogiendo la taza del panda deformado. Pero con rapidez Junpei le posó un dedo sobre los labios. – No, no, no. Ésa taza era mía –Dijo mirándolo a los ojos. – P-pero… – Nada de “pero”, esa taza es mía –Dijo quitándole de la mano la taza de la figurita de la “nube borrosa”–. Venga, vamos a tomárnoslo en el sofá. Avergonzado por el contacto de la yema de su dedo sobre sus labios, Kou cogió la taza que contenía el dibujito del conejo y fue tras Junpei.

Se tomaron el descafeinado entre risas y pequeñas peleas. Junpei descubrió la diversión de molestar a Kou, y Kou, sin saber que éste lo estaba haciendo adrede, fruncía el entrecejo con frecuencia y se trababa con las palabras. No encendieron la tele y los únicos sonidos que se oían eran los de sus bocas sorbiendo de la taza y la suave lluvia que comenzaba a mojar la ciudad invernal de Tokyo. Lluvia nocturna con sabor a café. Se miraban de vez en cuando, para cerciorarse de que aquello no era un sueño, para ir acostumbrándose poco a poco a la presencia del otro. Y, cuando las tazas

quedaron vacías de café y palabras, ambos buscaron con urgencia el sabor en sus bocas, rememorando el beso que se habían dado sobre una tortilla escachada. Entonces, el sonido de sus bocas se volvió húmedo y los gemidos sustituyeron al ruidito del sorbo de café. La lluvia, incesante, comenzaba a arraigar más fuerte, acompañando a Kou y Junpei en la melodía de sus gargantas. Ni siquiera quisieron ir a la cama. Tras desnudarse despacio, sin detener los besos, Junpei había tomado a Kou en el mismo sofá, sin preocuparse por otra cosa que no fuese su cuerpo. “¿Estás bien?”, preguntaba de vez en cuando, “¿Te duele?”. A Kou le dolía, pero el tener sobre su cuerpo a Junpei estaba por encima de cualquier dolor. Poder sentir su piel, el sudor de su espalda, escuchar sus gruñidos cerca de su oído o notar el movimiento de su pelvis entre sus caderas, era placer suficiente para ir redimiendo el dolor que pudiese sentir. Y fue así como, largos minutos después, su cuerpo se acostumbraba de manera maravillosa al tamaño y a la forma de Junpei, abriéndose en cuerpo y alma y entregándose de una manera que jamás hubiese podido imaginar que existía. Junpei, con cuidado, trataba de ir despacio, sabiendo que para Kou, aquella experiencia sería dolorosa aunque él dijese lo contrario. Había querido mantener sus anteojos puestos, “para poder verte”, había dicho, y lo cierto es que ese detalle le encantaba a Junpei. Hicieron el amor con la melodía de la lluvia y el sabor del descafeinado en sus bocas, y en cada beso, en cada caricia, Junpei sentía que aquel lugar era el sitio más hermoso del mundo. “Nunca pensé que pudiese existir este sentimiento… o estas emociones. Parece como si… el mundo dejase de existir”, pensaba mientras observaba los ojos cerrados y la boca abierta de Kou bajo su cuerpo. “Sus gemidos, la manera en que sujeta con sus dedos mi piel, la forma en que sube las caderas deseoso de mi cuerpo… es hermoso, es lo más hermoso que he hecho nunca”. Junpei sentía que había encontrado un sitio al que pertenecer… Y justo cuando el torrente de lluvia se volvió estrepitosamente fuerte, sus cuerpos llegaron al clímax. Durante varios minutos, Junpei cerró los ojos y se mordió el labio para aguantar todo lo posible hasta que Kou se desvaneciese en sus manos. Fue así

como ambos perdieron la noción del tiempo y se entregaron a la dulce sensación de haber alcanzado la cima. Entre respiraciones entrecortadas, Kou cayó presa de un profundo sueño. No se dio cuenta de como Junpei lo levantaba del sofá para meterlo en la cama. Tampoco pudo ver como le quitaba las gafas y las dejaba en la mesilla de noche, ni como se acurrucaba con él entre las sábanas. Y tampoco escuchó las siguientes palabras: – Ocho meses, treinta y dos semanas, doscientos veinticuatro días y, ahora, quinientas y una tazas de cafés… por suerte esta última he podido regalártela. Con cariño, le apartó los pelos rebeldes que caían por la frente de Kou. Se acercó a su oído para susurrarle las últimas palabras, aunque sabía que estaba rendido en un profundo sueño. – Creo… que te quiero, Kou. Desde la primera taza. Y, dándole un casto beso de buenas noches, Junpei apoyó su mejilla en el pecho de él para viajar al mundo de los sueños. ______________________________________________________ Epílogo Las botas de Kou y Junpei crujían sobre la nieve. Era una cuesta empinada y larga, difícil de subir para un joven que está acostumbrado a la llanura de la ciudad. Junpei apoyó las manos en sus rodillas y jadeó. El vaho salía de su boca. – No puedo más. Kou se rio al verlo. – Venga, Junpei, mi abuela sube esta cuesta cada día. – Tu abuela es el demonio –Decía mientras dramáticamente volvía a ponerse en marcha, como si estuviese en un campo de batalla–. ¡Dios! Es agotador. – Ya falta poco –Contestó Kou con una sonrisa. Y efectivamente unos metros más adelante la cuesta desaparecía para dar lugar a una casa de pueblo al estilo japonés antiguo. Era inmensa y Junpei tuvo que abrir los ojos para creérselo.

– ¿Nunca habías ido a un pueblo? –Le preguntó Kou mirándolo de reojo. – Lo cierto es que no. Siempre me he movido en ciudades. Kou movió la cabeza. – No sabes lo que te has perdido. Venga, vamos. Junpei escuchó unas voces escandalosas que provenían de la casa. A medida que se iban acercando pudo distinguir las sombras de personas que tomaban té en un salón abierto al jardín, sobre la mesa parecían estar jugando a juegos de lógica. Una de esas personas giró la cabeza al escuchar el sonido de los pasos de Kou y Junpei. Era una mujer mayor, de unos ochenta años. – ¡Kou-chan! ¡Es Kou-chan! –Dijo emocionada y levantándose con dificultad del suelo. Bajó las pequeñas escaleras con paso decidido para ir a saludar. – La tía abuela Yuya. Puedes llamarla Abuela Yuya –Dijo en un susurro Kou. Junpei nunca lo había visto tan feliz, sus ojos brillaban como si hubiese encontrado el paraíso. La Abuela Yuya le cogió de las manos cuando los alcanzó. – Ay, mi Kou-chan. Qué grande estás. – Hola, Abuela Yuya, cuánto tiempo –Le respondió Kou con una sonrisa. Seguida a la Abuela Yuya fueron bajando todos los demás abuelos: el Abuelo Taro, el Abuelo Momo, la Abuela Satsu y la Abuela Chiyo. Todos saludaron a ambos muchachos cuando llegaron hasta la salita. – Aquí es donde los abuelos se ponen a jugar –Le explicó Kou a Junpei–. Ven, vamos a saludar a los demás. – ¿A los demás? –A Junpei le iba a dar un mareo de toda la gente que estaba conociendo. Abrieron la puerta que daba al pasillo del hogar y Junpei distinguió el sonido de voces gritando y el ruido de los pies contra el suelo. De repente, cinco niños aparecieron corriendo en fila por delante de ellos, como si estuviesen jugando al pilla-pilla. Al ver a Kou todos lo saludaron alzando la mano y diciendo “Hola, Kou-chan”. Kou les iba tocando la cabeza a cada uno mientras corrían, para presentárselos a Junpei.

– Satsu, Sakura, Kei, Rika y Mimi –Dijo con rapidez. Cuando los niños hubieron desaparecido por el pasillo, Junpei levantó un poco la mano. – Kou… no me acuerdo del primero –Dijo con expresión mareada. – Satsu –Repitió Kou sonriendo. Poco a poco las voces iban cobrando un matiz más adulto. Ya no eran voces de niños. Algo avergonzado, Kou hizo pasar a Junpei a otra salita mucho más grande que la anterior donde parecía estar los adultos con algunos jóvenes. Entre risas, inclinaciones y apretón de manos, Kou fue presentando a Junpei a toda la familia. Los tíos, los primos, los nietos e incluso había amigos de la familia. Por cada costado de la casa se respiraba alegría y felicidad. – Ha habido discusiones, claro está… pero en una familia tan grande creo que es algo natural –Le confesó Kou en bajo mientras se tomaban el té junto con los tíos de él. Por la puerta entró un matrimonio. La mujer, al ver a Kou, se emocionó y fue hasta él. – ¡Kou-chan! – Mi madre –Explicó Kou mientras ésta lo estrujaba en un abrazo. – Tú debes ser Junpei, ¿verdad? –Le preguntó ilusionada. Junpei tragó saliva y afirmó con la cabeza. Y ella le sonrió tan sinceramente que sus mejillas se sonrojaron de los nervios. – Bienvenido. A pesar de la cantidad de personas que había en la casa, a pesar del ruido y el bullicio, Junpei se adaptó rápido y, al poco rato, estaba bromeando con los familiares y riéndose con ellos. Jugó al shogi con los abuelos, ayudó a limpiar la verdura a las abuelas en la cocina, colocó los platos con los otros primos e incluso le dio de comer a uno de los nietos de dos años de edad. Finalmente colocaron la inmensa mesa entre todos, la mesa formaba una “C” cuadrada y ocupaba toda la sala. La comida, al estilo japonés, tenía una pinta fabulosa y, de solo mirarla a Junpei se le hizo la boca agua. Tras el debido “Itadakimasu”, todos alzaron sus palillos para devorar los platos.

– Jun-jun pásame ese plato –La abuela Chiyo estaba sentada dos lados hacia su derecha–. Gracias –Le dijo cuando Junpei se lo pasó. Por algún extraño motivo, todos los abuelos habían comenzado a llamar a Junpei “Jun-jun” y, como consecuencia, ahora toda la familia lo llamaba así. Mientras comían, Kou le dio un suave codazo. – Mira, ¿ves al tío Shunsuke y al tío Makoto? –Con la barbilla Kou hizo un gesto y señaló a dos hombres que estaban en el fondo, comiendo al lado de dos niñas y un niño de unos cinco años. – Sí. – Ellos… –Se sonrojó un poco mientras lo decía–, están juntos, ya sabes –Le susurró. Al momento de decirlo, Junpei también se sonrojó un poco. – El tío Shunsuke estaba casado, pero se divorció hace cuatro años y llegó a la familia el tío Makoto –Explicó Kou–. El tío Makoto perdió a su mujer en el parto de sus tres mellizos hace cinco años. Junpei volvió a mirarlos. Una de las niñas comía con la abuela, a la otra la atendía el tío Shunsuke y al pequeño el tío Makoto. – Pero ahora son felices –Terminó Kou con una sonrisa. Sus gafas se movieron un poco. – Sí, ya lo veo –Le contestó Junpei sonriendo también. Algunos niños que terminaban de comer salían corriendo al jardín entre gritos de sus padres para que no corriesen. Los más pequeños descansaban en los pechos de sus madres y algunos padres se levantaban para supervisar a los críos que se habían escapado. Poco a poco, cada uno fue buscando un sitio diferente, los abuelos volvieron a la sala de juegos, algunos adultos se fueron a tomar una cabezadita y otros buscaron una esquina agradable para hablar. Junpei y Kou se sentaron en el borde de la entrada que daba al jardín mientras veían como los pequeños jugaban con la nieve. El padre de Kou se acercó a ellos y les dio una hoja alargada a cada uno.

– Kou, Jun-jun, esto es para después. Tenéis que pensar lo que habéis hecho mal el año pasado y proponerse metas para este año ¿de acuerdo? Kou miró a Junpei de forma cómplice, pues ya le había contado la costumbre que tenía su padre cada año. – Sí, Hashimoto-san –Respondió educadamente Junpei. Él, en respuesta, le dio unas sonoras palmadas en la espalda. – Así no, así no. Prefiero que me digas Tío Asami, que estamos en familia. – E-está bien –Contestó él bajando la cabeza. – En verdad –Dijo Kou cuando su padre se hubo marchado–, la familia hace esto el día 28 de diciembre. Pero como yo estoy en Tokyo, lo hago ahora –Se levantó del suelo–. Venga, vamos. – ¿A dónde? Kou enseñó los papelitos. – Al templo. _________________________________________________ Varios días después – Bienvenidas –Junpei levantó la cabeza al ver entrar a un grupo de chicas–. Kou, por favor, ¿puedes ir tú? Kou cogió la carta de la barra y fue hacia las jóvenes para buscarles una mesa. – Por aquí, por favor –Escuchó les decía Junpei. Sonrió sin poder evitarlo, Kou se veía tan gracioso con el uniforme y esas gafas. Siguió haciendo sobre las tazas las formas en la espuma. Esta vez, Osos Pandas. – Ya está –Susurró, dándoles el toque final. Las colocó sobre una bandeja blanca de madera antigua y, cuando Kou se acercó para darle el papel del pedido, Junpei le extendió la bandeja–. A la mesa cinco. – Sí. El cascabel de la puerta volvió a sonar. Junpei dirigió allí su mirada y vio entrar a la señora Minamoto.

– ¡Minamoto-san! ¡Qué sorpresa! –Saludó alegre Junpei. – Vaya recibimiento, ¿me has echado de menos? –Preguntó ella sentándose como siempre en la silla de la barra. – Por supuesto. Lo cierto es que la señora Minamoto no venía desde la noche de navidad, pero para que Junpei no se preocupase le había enviado una carta al local diciéndole que se iría por quince días a ver a sus hermanos, en la otra punta de la isla. – ¿Y bien? –Preguntó, cogiendo un dulce de la cestita que Junpei siempre dejaba de regalo–. ¿Alguna novedad? Junpei sonrió, una sonrisa tan feliz que incluso la señora Minamoto se vio conmovida por ella. – Pues verá… –Junpei se acercó hacia ella, apoyando los brazos en la barra–, creo que… ya he encontrado una familia –Y, nada más decir esas palabras, su mirada fue hacia Kou–. Y tengo que decirle que tenía usted razón, Minamoto-san. Ella lo miró, cómplice. Junpei le había contado por encima lo sucedido la noche de navidad y los días siguientes en una carta. – Siempre tengo la razón –Le dijo con una sonrisa. ________________________________________________________ Y fue así como Kou encontró la felicidad en la ciudad de Tokyo y Junpei encontró un lugar al que pertenecer. Dos años después se mudaron a una pequeña casa y, aunque Kou nunca supo hacer dibujitos en el café, hizo crecer los beneficios de la cafetería al triple del primer año. Decidieron comprar el local de al lado para hacer la cafetería más grande. Las obras duraron casi seis meses, pero el resultado fue tan espectacular que el primer día de inauguración regalaron café a todo el que se presentaba. A veces, tras cerrar la tienda, a Kou y a Junpei les entraban ganas de hacer el amor con el olor del café, otras daban un paseo por el parque a altas horas de la noche y otras veces se iban a la cama temprano, agotados del duro trabajo. Nunca faltaron momentos para las caricias, para las miradas o para las risas de dolor de barriga. Tampoco faltaron los enfados, ni las peleas que duraban días, ni los celos… Entre ellos

nunca faltó de nada, pero cada piedra que se interponía en su camino, hacía más fuerte el amor que sentían el uno por el otro.

– Oye, Jun –Kou miró hacia la diosa de la fortuna. Estaban frente al templo al que iban todos los años a celebrar la navidad con la familia. – ¿Hm? – Preguntó él. – Te quiero. Junpei deslizó los dedos para cogerle de la mano. – Yo también.

Las huellas que dejaron en la nieve durante el camino de vuelta nunca desaparecieron y resistieron incluso al verano, y cada invierno las huellas seguían ahí, como si el paso del tiempo no les afectase. Eran las huellas de alguien que ha marcado un principio sin pensar en el final. Y es que Kou y Jun-jun nunca tuvieron un final.

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