A Jacob Amé_ Análisis Bíblico, Teológico E Histórico Del Lugar De Israel En Los Planes De Dios (spanish Edition)

  • Uploaded by: John Bansky
  • 0
  • 0
  • January 2021
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View A Jacob Amé_ Análisis Bíblico, Teológico E Histórico Del Lugar De Israel En Los Planes De Dios (spanish Edition) as PDF for free.

More details

  • Words: 71,798
  • Pages: 189
Loading documents preview...
A JACOB AMÉ Análisis bíblico, teológico e histórico del lugar de Israel en los planes de Dios

Rubén Gómez

A Jacob amé. Análisis bíblico, teológico e histórico del lugar de Israel en los planes de Dios Copyright © Rubén Gómez, 2019 Editorial Tesoro Bíblico, 1313 Commercial St., Bellingham, WA 98225 Reservados todos los derechos. Queda prohibida cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización del titular de su propiedad intelectual. La infracción de los derechos de difusión de la obra puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos vela por el respeto de los citados derechos. Rubén Gómez ruben-gomez.com A Jacob Amé / Rubén Gómez. – 1ª ed. Clasifíquese: Estudios bíblicos - Exégesis y hermenéutica Religión - Teología cristiana - Eclesiología

Dedicatoria A mi hija Raquel, a quien no pude dedicarle mi anterior libro porque todavía no estaba entre nosotros. Naciste para revolucionar nuestras vidas cuando pensábamos que todo estaba en su sitio. Ahora veo claro que faltabas tú, con tu infinita capacidad para hacer planes, deshacerlos y volverlos a hacer. ¡Nos alegra tanto tenerte!

Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. ―JEREMÍAS

31:3

Agradecimientos es, en el fondo, un trabajo coral, por mucho que figure únicamente U nellibro nombre de su autor. Son tantas las influencias directas e indirectas que uno recibe al plasmar sus ideas en un texto, que haría falta otro libro para explicar todos los comentarios y opiniones con los que se ha visto enriquecido y desafiado a lo largo de su vida. Quiero darle las gracias a Juan Manuel Quero por haberse prestado de buena gana a escribir el prólogo de la presente obra. Con ello ha demostrado no solo amistad sino también valentía, dada la temática ciertamente controvertida de la misma. Gracias también a Tony Segar, director del Departamento Hispano de Software Bíblico Logos, por la confianza que me ha demostrado al incluir este libro en su catálogo de publicaciones digitales. Y no puedo olvidarme de Sara, mi esposa, que leyó el primer manuscrito e hizo una serie de comentarios y correcciones muy útiles. Asimismo, no puedo dejar pasar esta oportunidad sin mencionar de un modo especial a mi amigo y colega, el pastor Roberto Velert, de quien aprendí tantas cosas y con quien realicé mi primer viaje a Israel en 2009. Al escribir estas líneas me llega la triste noticia de su fallecimiento. Siempre tendré una deuda de gratitud con todas aquellas personas que me inculcaron el amor por las Escrituras, por las lenguas en que estas fueron escritas y, sobre todo, por el Dios que las inspiró. Profesores, compañeros y amigos que sería muy prolijo enumerar, pero que en su conjunto me han bendecido con su conocimiento, ejemplo y dedicación. Por último, pero no por ello menos importante —más bien todo lo contrario—, quiero darle las gracias al Dios eterno y soberano, al Dios que elige, llama y comisiona. Es él, no Israel ni la Iglesia, el verdadero protagonista de este libro.

Contenido Dedicatoria Agradecimientos Contenido Abreviaturas de los libros de la Biblia Siglas y abreviaturas Prólogo Introducción LO PRIMERO ES LO PRIMERO El punto de partida El problema de la terminología El problema del “canon dentro del canon” El problema de la metodología El problema de la espiritualización El problema del individualismo El problema de la tradición El problema de las paradojas El problema del idioma y la mentalidad El problema teológico El problema de la eiségesis LA ELECCIÓN DE ISRAEL EN EL ANTIGUO TESTAMENTO El lugar de la elección dentro de la teología bíblica Vocabulario de la elección Textos de elección ¿Cuándo se produjo la elección de Israel? DIOS DE PACTOS ¿Qué es un pacto? ¿Cuántos pactos hay? ¿Condicional o incondicional? Base de los pactos bíblicos Pacto y tierra Duración de los pactos LA ELECCIÓN DE ISRAEL EN EL NUEVO TESTAMENTO En el Nuevo Testamento, Israel también existe

Romanos 9-11 ISRAEL Y LA IGLESIA (I) La ruptura con el Antiguo Testamento La ruptura con Israel Antisemitismo teológico Primeros desencuentros Los padres de la Iglesia La iconografía durante la Edad Media La Reforma En la actualidad ISRAEL Y LA IGLESIA (II) Hacia un nuevo paradigma en las relaciones Israel-Iglesia La otra cara de la historia de la Iglesia El Holocausto como punto de inflexión Relaciones entre judíos y cristianos desde 1945 hasta hoy Respuesta judía EL ISRAEL POSBÍBLICO Repaso histórico El judaísmo actual Reacciones a la creación del estado de Israel El resbaladizo terreno de la escatología PREGUNTAS Y OBJECIONES La cuestión hermenéutica Pasajes que se esgrimen contra el sionismo cristiano Preguntas habituales Objeciones frecuentes al sionismo cristiano UNA NOTA PERSONAL Los hermanos pequeños Orando a 10 000 metros de altura El ascensor del sabbat Conflictos en la ciudad de la paz Dando testimonio de Jesús en Israel Belén se está quedando sin cristianos CONCLUSIÓN Entre Escila y Caribdis

En busca de una solución Consideraciones finales Glosario Cronología Bibliografía selecta Acerca del autor

Abreviaturas de los libros de la Biblia Génesis — Gn Éxodo — Ex Levítico — Lv Números — Nm Deuteronomio — Dt Josué — Jos Jueces — Jue Rut — Rut 1 Samuel — 1 Sm 2 Samuel — 2 Sm 1 Reyes — 1 Re 2 Reyes — 2 Re 1 Crónicas — 1 Cr 2 Crónicas — 2 Cr Esdras — Esd Nehemías — Neh Ester — Est Job — Job Salmos — Sal Proverbios — Prov Eclesiastés — Ecl Cantares — Cant Isaías — Is Jeremías — Jr Lamentaciones — Lm Ezequiel — Ez Daniel — Dn Oseas — Os Joel — Jl Amós — Am Abdías — Abd Jonás — Jon Miqueas — Miq Nahúm — Nah Habacuc — Hab

Sofonías — Sof Hageo — Hag Zacarías — Zac Malaquías — Mal Mateo — Mt Marcos — Mc Lucas — Lc Juan — Jn Hechos — Hch Romanos — Rom 1 Corintios — 1 Cor 2 Corintios — 2 Cor Gálatas — Gal Efesios — Ef Filipenses — Flp Colosenses — Col 1 Tesalonicenses — 1 Tes 2 Tesalonicenses — 2 Tes 1 Timoteo — 1 Tim 2 Timoteo — 2 Tim Tito — Tit Filemón — Flm Hebreos — Heb Santiago — Sant 1 Pedro — 1 Pe 2 Pedro — 2 Pe 1 Juan — 1 Jn 2 Juan — 2 Jn 3 Juan — 3 Jn Judas — Jds Apocalipsis — Ap

Siglas y abreviaturas a. C. – antes de Cristo. AT – Antiguo Testamento. c. - circa (alrededor de) cap., caps. – capítulo, capítulos. cf. – cónfer (compárese, consúltese, véase). d. C. – después de Cristo. ed., eds. – editor, editores; edición. esp. – especialmente. et al. – et alii (y otros). fig. – figura. gr. – griego. hebr. – hebreo. ibíd. – ibídem (en el mismo lugar). íd. – ídem (el mismo, lo mismo). i.e. – id est (esto es, es decir). lit. – literalmente. loc. cit. – loco citato (en el lugar citado). LXX – Septuaginta o versión de los Setenta. Traducción griega del AT hebreo. ms., mss. – manuscrito, manuscritos. n. – nota. NT – Nuevo Testamento. op. cit. – ópere citato (en la obra citada). p. ej. – por ejemplo. p., pp. – página, páginas. RVR09 – La Santa Biblia. Versión Reina-Valera 1909. Sociedades Bíblicas Unidas. RVR60 – La Santa Biblia. Versión Reina-Valera 1960. Sociedades Bíblicas Unidas, 1960. s., ss. – siguiente, siguientes. Str. - número de Strong. TLA – Traducción en Lenguaje Actual. Sociedades Bíblicas Unidas, 2006. v., vv. – versículo, versículos. x – veces (inmediatamente detrás de una cifra).

A menos que se indique lo contrario, los textos bíblicos que se citan han sido tomado de La Santa Biblia. Versión Reina-Valera 1960. Sociedades Bíblicas Unidas, 1960. Las traducciones de los textos que no cuentan con ediciones en español son del propio autor, salvo que conste lo contrario. Algunas de las notas de este libro pueden incluir enlaces a páginas web externas como parte de las citas bibliográficas. Estos enlaces no dependen directamente del autor ni de la editorial, por lo que no se puede garantizar la validez de los mismos más allá de la fecha de publicación.

Prólogo l abrir este libro nos encontramos con un material que puede sorprender a quien no conozca al autor, Rubén Gómez, pues sabida es su erudición y pureza lingüística en su forma de expresarse. El lector encontrará en estas páginas el resultado de quien sabe manejar las palabras para explicarse, con el rigor que le da la investigación realizada, así como su formación teológicobíblica y su conocimiento de la historia de Israel. Si bien estamos acostumbrados a que un libro con tecnicismos o conceptos de disciplinas concretas resulte complicado de entender y abrupto para leer, en este caso no es así. En tan solo dos oraciones gramaticales encontramos términos como: “esnobismo cronológico”, “etnocentrismo”, “progresismo” y “positivismo”; pero esto no obsta para que la lectura y compresión discurra de forma natural y fácil, encontrando en lo que nos explica herramientas que nos pueden resultar muy útiles para llegar a convicciones más claras respecto al asunto que sobre Israel se nos plantea. Además de las aclaraciones a pie de página, se incluye algo que no es muy común, como es el breve glosario para dar al lector la acepción de algunos de los conceptos acuñados en la historia, así como aquellos que, referentes al pueblo de Israel, no son muy conocidos. El tema no se aborda desde la ocurrencia, sino que existe una cientificidad investigativa, donde la metodología que sigue en sus nueve capítulos ayuda a entender mejor el intrincado debate que desde el prisma cristiano sigue persistiendo en este asunto. Este tipo de discurso mantendrá al lector atrapado en su lectura, con la avidez de seguir leyendo las siguientes páginas, pues existe una progresión de interés bien planificada. Quizás el último capítulo de este libro pueda parecer un apéndice a todo el trabajo realizado; pero, por el contrario, añade una visión necesaria desde la experiencia del mismo autor, tanto por el interés personal de Rubén Gómez por todo lo que se refiere a Israel, como por sus viajes a Tierra Santa. El mismo título del libro, «A Jacob Amé», basado en Romanos 9:13, ya nos da una pista de la originalidad y del «leitmotiv» de estas páginas. La publicación de un libro como este era necesaria, pues en castellano es difícil encontrar monografías tan completas como la que aquí se presenta. Plantear una posición correcta, respecto a Israel como pueblo de Dios en el pasado y en la actualidad, sigue siendo un tema complejo que lleva a discusiones de todo tipo, sobre todo en el mismo seno de la Iglesia. A pesar de esto, Rubén Gómez, aborda los temas con valentía, aunque también con humildad,

A

sometiéndose en la medida de lo posible a las disciplinas bíblicas y a las mismas Sagradas Escrituras. Aún recuerdo que uno de mis cursos de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid era “El Antijudaísmo”, por lo que tuve que leer e investigar sobre todo ello, analizando desde el inicio pinturas y grabados arqueológicos, como el de la “Lucerna de la Necrópolis de Gammarth (Cartago, s. IV)”, que presentaba una “menorah” junto a una serpiente, por una imagen de Cristo. Los exabruptos judeofóbicos han permeado nuestras culturas. Los prejuicios acuñados por unos y otros, así como las valoraciones contrarias expresadas en diferentes momentos a lo largo de la historia, hacen necesario un análisis que ayude a clarificar diferentes postulados, “desbrozando” [para utilizar un término del autor] los malentendidos. Todo ello buscando una perspectiva más amplia, objetiva y justa del tema. Para ello, el autor muestra pericia en la forma de conjugar lo teológico, lo sociológico, lo filosófico, lo histórico y lo político, para intentar llegar a lo que puede ser más bíblico y axiomático. Al tratar todo esto desde diferentes aspectos, el aporte cultural que hace esta obra es muy significativo. El análisis de lo que significa para el autor la elección de Israel se presenta desde el origen de esta elección hasta lo que significa en nuestros días. De esta forma, la secuencia: “amor”, seguido por “elección”, continuado por “llamamiento”, “pacto” y “revelación” tendrá un tratamiento profundo. Es importante la aproximación hermenéutica que se apunta, para que se pueda llegar a una correcta exégesis bíblica sobre el significado de Israel. Consciente de la facilidad con la que se suelen hacer planteamientos simplistas en la manera de valorar si Israel es Pueblo de Dios o no, Rubén Gómez, entiende que hay que evitar cualquier tipo de eiségesis que más que extraer la verdad bíblica, desvirtúe e incluya temas subjetivos y ajenos al texto bíblico. El equilibrio en los asuntos tratados es evidente; incluso en la distribución de páginas; aunque, en el apartado de “Israel y la Iglesia” empleará dos capítulos completos. Esto es acertado; ya que, en un tema tan poliédrico, este punto es muy importante para entender los planteamientos que hoy se pueden estar haciendo. Se tratan las reacciones antisemíticas desde la Historia Antigua, pasando por el Medievo, la Reforma Protestante y lo que sería el Holocausto Judío o Shoá, para llegar a nuevas reflexiones y actualizaciones de los posicionamientos de nuestro tiempo.

Sorprende la capacidad de síntesis para tratar asuntos tan amplios en tan pocas páginas; y sin embargo, mantener todos “los nutrientes necesarios” que han de sostener el argumento y la descripción de los hechos. Este es un libro que no dejará indiferente a nadie, pues seguramente surgirán posiciones diferentes en algunos de los temas, como podría ser el uso que hace del clásico “Escudo de la Fe” que desde antiguo se usó para explicar la Trinidad, y que el autor emplea para ilustrar lo que significa ser pueblo de Dios frente a la Iglesia y a Israel. No quiero adelantar nada, sino que animo a su lectura, que si bien se podría hacer de un “tirón” por el interés que suscita, recomiendo que se haga de forma reflexiva. Es importante detenerse en sus planteamientos, permitiendo que el mismo lector sea también protagonista en la elaboración de sus propias convicciones. Juan Manuel Quero Moreno Málaga, marzo 2019

Introducción espués de más de dos mil años de cristianismo, la Iglesia sigue teniendo un grave problema: no sabe qué hacer con el Antiguo Testamento ni con el pueblo de Israel. Esto, que ya de por sí es grave, adquiere tintes dramáticos si tenemos en cuenta que el Antiguo Testamento representa prácticamente las tres cuartas partes de las Sagradas Escrituras[1] (incluso más si consideramos que una porción no pequeña del llamado “Nuevo Testamento” sigue siendo “Antiguo”[2]), y que el nombre Israel aparece miles de veces en el Antiguo Testamento[3] y más de ochenta en el Nuevo. Por si eso fuera poco, la incipiente Iglesia de las primeras décadas del siglo I no tuvo otras Escrituras más que el Antiguo Testamento[4], y estaba compuesta casi exclusivamente por judíos, descendientes directos de los hebreos. En suma, nos encontramos con siglos de revelación recogida y transmitida por el pueblo de Israel, que culminan con la llegada de un Mesías judío y el establecimiento de un nuevo pacto que da lugar a la creación de una comunidad de fe mayoritariamente judía hasta el comienzo de la misión evangelizadora entre los gentiles (no judíos). ¿Qué debemos hacer nosotros hoy, que en un altísimo porcentaje no somos judíos, con estos hechos incontestables? Hablar o escribir sobre Israel supone adentrarse en un campo de minas, como los que todavía pueden verse hoy día en algunos lugares de Oriente Medio. Es azuzar un avispero, reavivar un debate que no parece tener visos de solución. Sin embargo, es necesario hacerlo, aunque sea un auténtico berenjenal. No es una cuestión baladí, secundaria, que solo ataña a historiadores. Más bien es todo lo contrario: un hilo principal de la trama que recorre las Escrituras de principio a fin. El presente libro es fruto de la reflexión bíblica, teológica e histórica sobre el lugar que ocupa el pueblo de Israel en los planes de Dios y su relación con la Iglesia. Una relación que, como veremos, ha pasado por muchas vicisitudes, y que ha demostrado ser cualquier cosa menos sencilla. Como en tantas ocasiones, la dificultad de alcanzar un punto de equilibrio en las oscilaciones del péndulo ha sido notable, y eso sin duda explica que creyentes de muy diversa procedencia a menudo hayan buscado la salida más fácil: escorarse a uno u otro lado. En el mundo anglosajón se han venido publicando bastantes obras en las

D

que se trata de la relevancia (o falta de ella) de Israel dentro del esquema de la teología cristiana. En español resulta más difícil acceder a este tipo de libros, así que el presente escrito pretende aportar algunos conceptos fundamentales que puedan ayudar a centrar el debate en sus justos términos, aun sabiendo que la tarea es ardua e ingrata, y que difícilmente podrá contentar a quienes se posicionan en uno u otro extremo del espectro. Siempre es así con aquellos asuntos que son motivo de especial controversia entre los cristianos. No hace falta ser un observador muy perspicaz para darse cuenta del estado actual de cosas en lo tocante a la relación Israel-Iglesia en nuestro medio protestante. Por un lado estamos asistiendo a la eclosión de ciertos movimientos que propugnan una vuelta a las raíces hebreas de la fe cristiana, y que en ocasiones lo hacen abrazando determinadas prácticas y símbolos que resultan ajenos o cuestionables en un entorno no judío[5]. De otra parte encontramos a quienes le niegan el pan y la sal a todo lo que suene siquiera remotamente a antiguo pacto, colocándole de inmediato el sambenito de legalista o judaizante a cualquier intento de situar en su contexto original la fe neotestamentaria[6]. Siendo conscientes de que el tema deviene rápidamente en encendidos debates, en el capítulo 1 abordaremos una serie de cuestiones previas que, sin entrar todavía en el fondo de la cuestión, sí pueden resultar útiles para comprender mejor las dificultades que entraña este estudio. Se ruega encarecidamente al lector que no ceda a la tentación de saltárselo. Seguidamente, los capítulos 2-4 servirán para profundizar en los datos que nos presenta la Biblia, procurando por todos los medios posibles hacer justicia a la terminología bíblica y su contexto[7] en el marco de la revelación divina. Cualquier otro inicio sería del todo inadecuado. Una vez desbrozado el terreno mediante el sano ejercicio de la exégesis, estaremos en mejor disposición de examinar algunos hitos en la historia de las relaciones entre Israel y la Iglesia (capítulos 5 y 6). El capítulo 7 se dedicará a explicar muy resumidamente cuál ha sido el devenir histórico de Israel desde la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C. hasta el día de hoy, así como las respuestas cristianas a la creación del moderno estado de Israel, mientras que el capítulo 8 tratará de responder a algunas preguntas y objeciones que se suelen plantear en torno al tema. En el capítulo 9 el autor comparte algunas experiencias personales que pueden arrojar luz sobre el proceso de reflexión que ha culminado en la redacción de este libro.

Tras la pertinente conclusión, que se plantea realmente como un trampolín para seguir profundizando en el tema, el lector encontrará un glosario de los términos más destacados y una breve cronología, además de un índice de autores y otro de referencias bíblicas. En cuanto a las notas a pie de página, están concebidas para permitir que el lector tenga fácil acceso a las fuentes en las que se ha basado la investigación, señalar lecturas complementarias para quien desee saber más sobre los distintos temas mencionados en el cuerpo del libro y, en general, remitir a todo aquello que se ha estimado conveniente circunscribir, que no relegar, a las notas para no dificultar el seguimiento de la línea argumental. La intención es que se pueda leer el texto de corrido, sin necesidad de consultar constantemente las notas, si bien es cierto que estas aportarán mayor claridad y rigor a quienes se decanten por una exposición más académica. Nuestro deseo es que el material que aquí se presenta pueda resultar esclarecedor y edificante, riguroso y, a la vez, comprensible. Y todo ello desde un enfoque algo distinto al que algunos puedan estar acostumbrados, renunciando a reducir el asunto a un mero apéndice de la sistemática cristiana o a uno de los protagonistas de las especulaciones escatológicas de turno. Si algo hay que decir desde el principio es que es preciso abordar el tema de Israel como sujeto de pleno derecho dentro de la reflexión bíblico-teológica actual. Rubén Gómez Punta Prima, marzo 2019

CAPÍTULO 1

LO PRIMERO ES LO PRIMERO El punto de partida más sensato y conveniente desvelar las motivaciones y criterios P arece seguidos a la hora de escribir una obra que esperar a que sean los lectores quienes, con mayor o menor tino, intenten calificar a posteriori lo leído, con todo lo que eso comporta. En otras palabras, dejar claro, ya de entrada, cuál es la proverbial intención del autor. Algo que no se hace muy frecuentemente pero que puede evitar alguna que otra elucubración innecesaria. A nadie debería sorprenderle que este trabajo esté basado en la firme convicción de que Dios se ha revelado a través de las Escrituras, y que estas lo presentan como un Dios personal, autosuficiente y soberano, que decide libremente crear a los seres humanos y establecer una relación personal con ellos. Ese Dios único y trascendente, que rige los destinos de la historia, es también alguien cercano que empatiza con nosotros, que se ha encarnado en la persona de Jesús de Nazaret y que nos ha mostrado que él, y nadie más que él, es el Salvador de una humanidad que, pese a recibir tanto bien de su Hacedor, se subleva una y otra vez contra su voluntad expresa. Este es el punto de partida, una serie de presuposiciones, de juicios previos, si se quiere, pero no una conclusión predeterminada[8]. En aras de ser consecuente con los principios antes apuntados, es preciso dejar que sea el propio texto, como plasmación de esta revelación divina, el que hable. Y no solo eso. También hay que realizar un esfuerzo consciente por evitar que otras consideraciones ajenas al mismo puedan esconder o tergiversar su significado. Sabemos por experiencia que la objetividad absoluta es una utopía, pero todos tenemos el deber de desenmascarar nuestros propios prejuicios y aspirar a acercarnos lo más posible a la verdad. Nos va mucho en ello y no es algo que debamos tomarnos a la ligera.

El problema de la terminología

No pocas veces se descartan ciertos argumentos tildándolos de disquisiciones semánticas. Sin embargo, las palabras importan. No son inocuas ni arbitrarias. Detrás de ellas, a su alrededor, hay un sustrato, un contexto. Significan algo, y aunque ese significado venga determinado en gran medida por los contextos inmediato y general, lo cierto es que, la mayoría de las veces, dicen lo que dicen, no lo que nosotros queremos que digan. Hay palabras o expresiones que han hecho fortuna a base de repetirse y que han acabado incorporándose irremediablemente a nuestro vocabulario, pese a que en ocasiones suscitan más problemas de los que supuestamente venían a resolver. Los términos Antiguo Testamento (AT) y Nuevo Testamento (NT) son un claro ejemplo de ello. El término Antiguo no tendría por qué tomarse en un sentido peyorativo, pero al aparecer en contraposición a Nuevo, solamente era cuestión de tiempo que acabara siendo así. De algo relativamente neutro hemos pasado a dar por sentado que el AT es algo obsoleto, pasado de moda, prácticamente irrelevante para nosotros hoy en día. Evidentemente, los distintos credos y confesiones de fe de la Iglesia cristiana impiden en muchos casos que esto se afirme de manera explícita y categórica, pero la práctica demuestra una alarmante inclinación a minusvalorar esa porción concreta de lo que en teoría es considerado como revelación de Dios, Sagrada Escritura. Si escarbamos un poco, descubriremos que detrás de una pulcra ortodoxia superficial se esconde una vergüenza a veces mal disimulada. Es el bochorno que provoca que a uno se le relacione con algo no solo antiguo y trasnochado, sino considerado por muchos como primitivo, bárbaro, superado, contrario al progreso y los valores que, dicen, adornan nuestra sociedad actual. Por desgracia, hoy día abundan los criptomarcionitas[9]. Dicho esto, aquí utilizaremos los nombres convencionales de AT y NT, pero lo haremos para referirnos a la actual estructura canónica del texto bíblico, sin afán de contraponerlos o establecer categorías entre ellos[10].

El problema del “canon dentro del canon” El concepto de la existencia de un “canon interior” dentro del canon general de las Escrituras, de una jerarquía de libros por orden de autoridad y normatividad, está bastante extendido en ciertos ámbitos, sea conscientemente o de facto. Aunque a veces cueste admitirlo, todos tenemos nuestros libros o porciones favoritos de la Biblia, aquellos a los que les

concedemos más valor. En teoría consideramos todos los libros igualmente inspirados, pero en la práctica hay algunos que acaban teniendo más peso. Así, para muchos cristianos, el NT tiene más valor que el AT. Y dentro del NT, hay quien se basa más en los Evangelios[11] y otros que se apoyan predominantemente en los escritos del apóstol Pablo. Esta situación complica mucho las cosas, ya que abre las puertas a un claro desequilibrio en la enseñanza y predicación de la comunidad cristiana, además de asignarle inmediatamente una mayor o menor autoridad a los textos bíblicos según su procedencia. Es obvio que en las Escrituras existen diferentes géneros literarios y que no todo sirve para todo (p. ej., se suele convenir en que no es una buena práctica hermenéutica basar una doctrina en una parábola, lo cual no quiere decir que esta no esté inspirada o no resulte provechosa). Ahora bien, la diferencia en cuanto a función no implica una diferencia en lo concerniente a su valor[12]. Por otro lado, ¿cuál sería ese “canon dentro del canon”? ¿Lo que promueve o enseña a Cristo (Lutero)? ¿El Evangelio (Ramm)[13]? ¿Jesús el hombre actualmente exaltado (Dunn)[14]? ¿Los estratos más antiguos de la tradición acerca de Jesús (i.e., el “Jesús histórico”), como dicen algunos críticos? El problema fundamental de tener un canon dentro del canon es que la decisión de cuál es ese canon, qué es lo realmente normativo, la regla de fe para el creyente, la adopta el intérprete, no la propia Escritura. Por lo tanto, se tratará siempre de un canon subjetivo que, en la práctica, acabará con el concepto mismo de canon bíblico. Por lo tanto, lo que no debemos hacer nunca, bajo ningún concepto, es convertir el “canon dentro del canon” en el canon. Curiosamente, cuando la Biblia dice que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Tim 3:16)[15], se está refiriendo al AT, que es lo que muchos definirían como un canon inferior.

El problema de la metodología El método de interpretación gramático-histórico[16] ha dado muchos y buenos frutos a lo largo de la historia. Más recientemente, el método históricocrítico[17] ha demostrado ser también de utilidad para la tarea exegética y ha abierto nuevas áreas de estudio que enriquecen nuestro análisis e

investigación de los textos. Se trata de herramientas que están ahí para ser utilizadas, pero que no pueden, ni deben, convertirse en un fin en sí mismas. Y lo que tampoco pueden hacer es condicionar a priori los resultados por mor de las suposiciones previas de la metodología empleada o de la persona que hace uso de la misma. Ahí está el quid de la cuestión. Podría decirse que los excesos tan característicos que se han producido desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días son atribuibles al acusado esnobismo de nuestra época. Owen Barfield ya señalaba en 1926 “la facilidad con que a las mentes del siglo XX se les hace creer que la humanidad, intelectualmente hablando, languideció durante incontables generaciones sumida en los errores más infantiles sobre todo tipo de temas cruciales, hasta que fue rescatada mediante algún simple dictamen científico del último siglo”[18]. En su autobiografía, C. S. Lewis atribuye a su amigo Owen Barfield el mérito de haber acabado rápidamente con su propio “esnobismo cronológico”, al que describe como “la aceptación acrítica del clima intelectual propio de nuestra época y la suposición de que todo lo anticuado está desacreditado precisamente por el hecho de serlo”[19]. Este esnobismo cronológico, este etnocentrismo tan occidental, es muy propio de la sociedad en que vivimos, donde con facilidad se subvierten las opiniones y valores más tradicionales en nombre de un malentendido progresismo. Este último, heredero del positivismo[20] filosófico de Augusto Comte, se ha convertido en las nuevas anteojeras de muchos expertos y eruditos desde que se iniciara allá por el siglo XIX. Por eso pensamos que hacer una lectura exclusivamente racionalista y naturalista del texto bíblico es como pretender estudiar el mundo submarino sin tener en cuenta el agua, es decir, en seco. El entorno lo permea todo, y sin él es absolutamente imposible cualquier comprensión cabal del objeto de nuestro análisis. Sería absurdo investigar la vida marina encerrados permanentemente en un laboratorio aséptico y estanco, e igual de descabellado es intentar aproximarse a las Escrituras desde el más absoluto desapego, queriendo obviar por completo su carácter de libro confesional y su profunda apertura a lo trascendente. Pretender colocarnos sobre un pedestal desde el cual enjuiciar pueblos y culturas del pasado es tan absurdo e inútil como intentar examinar a niños de primaria sobre sus conocimientos de física cuántica. Aplicar nuestros intereses y filtros modernos a una historia y una producción literaria antigua no solo es un grave error metodológico, sino una evidencia clara de que no las estamos abordando con la seriedad y el respeto que merecen. Si alguien

no está dispuesto a considerar siquiera la posibilidad de lo espiritual, de lo sobrenatural, podrá leer la Biblia en un plano meramente literario, pero no estará accediendo a las Sagradas Escrituras. Para ello, es imprescindible que el intérprete se muestre sensible al entorno bíblico, por distinto o distante que pueda ser con respecto al suyo. No es que deba dar por buena o hacer suya una determinada confesión de fe a priori. Basta con que la tome en consideración como clave hermenéutica. Esta honestidad intelectual es condición sine qua non para cualquier exégeta. En las últimas décadas, a los métodos tradicionales antes mencionados les ha salido un duro competidor. Se trata de una especie de resurgimiento del antiguo método alegórico de interpretación[21] que se basa en la experiencia, en lo subjetivo. Este método, que podríamos denominar experiencial, no hace sino convertir el texto en mera excusa para ratificar nuestras propias vivencias, decisiones y prácticas, dando lugar muy a menudo a interpretaciones peregrinas que no tienen ninguna justificación textual. Al final, lo que importa no es lo que el texto dice, sino lo que me dice a mí.

El problema de la espiritualización Históricamente, una de las formas más habituales de rehuir la tarea de enfrentarse a las dificultades que plantea un texto tan antiguo, complejo y ajeno a nuestra cultura como es el AT ha sido espiritualizar su contenido[22]. La versión más habitual de esta tendencia es la interpretación alegórica antes mencionada, pero no la única. Hay que reconocer que esta distinción entre la lectura espiritual, supuestamente más elevada y mística, y la lectura natural, considerada como rudimentaria o superficial, es algo que ha hecho mucho daño. Algunos podrían objetar que la manera de interpretar el AT que tienen los autores del NT es espiritualizante. Nosotros la describiríamos más bien como tipológica y profética. Con esto queremos dar a entender que la aplicación “espiritual” del AT no requiere necesariamente que el principio físico o literal en que se basa quede sin efecto o vigencia. Así, Jr 31:33 no habla de anular la ley, sino de ponerla en la mente y el corazón. De manera similar, la circuncisión en el NT no desaparece entre los judíos que creen en Jesús, sino que se enseña acerca de una circuncisión espiritual, del corazón (Rom 2:2829), y el reposo espiritual al que se refiere el autor de Hebreos (Heb 4:8-10) no implica la desaparición del reposo literal del pueblo de Dios en la tierra.

Espiritualizar y alegorizar el texto bíblico nos pueden llevar a caer fácilmente en un tipo de fe docética[23] y gnóstica[24], desconectada de una realidad palpable, tangible, humana. Por supuesto que la Biblia incluye metáforas y analogías, pero la cuestión es preguntarse si el sentido figurado convierte automáticamente en obsoleto o superfluo el sentido literal o lo complementa. Nunca hay que olvidar que Dios actúa en la historia, que se ha encarnado, y que la salvación y la vida espiritual son algo mucho más terrenal y humano de lo que algunos quisieran pensar.

El problema del individualismo Nuestra sociedad moderna ha convertido al individuo en la medida de todas las cosas. Sin embargo, salvo en contadas ocasiones, los distintos libros que conforman la Biblia fueron dirigidos a comunidades. Es la comunidad la que recibe la revelación. Esto no contradice el principio del libre examen de las Escrituras por parte de cada individuo, ya que libre examen no quiere decir libre interpretación (2 Pe 1:20-21), pero sí es un sano contrapeso a la subjetividad desbocada. Despreciar las pautas generales o el consenso de siglos de interpretación del texto bíblico por parte de las distintas iglesias cristianas es el camino más corto hacia todo tipo de desmanes exegéticos. En efecto, la tradición no es infalible (¡ni mucho menos!), pero nosotros tampoco. El individualismo, al desvincularnos de la colectividad y de la historia compartida, difumina el sentido de pertenencia y la responsabilidad comunitaria. Esto hace que conceptos bíblicos como la representatividad o el federalismo (una persona representa a la comunidad de la que forma parte o a sus descendientes), resulten incomprensibles o de muy difícil aceptación para las personas del siglo XXI. El énfasis actual en la salvación individual y la práctica de una vida cristiana privada desdibuja el carácter eminentemente comunitario de la fe cristiana. En el AT, el Señor escoge a un pueblo. Es verdad que también escoge a individuos, pero como representantes de ese pueblo o instrumentos para servir a la comunidad. Las decisiones, buenas o malas, que toman las personas afectan a todo el colectivo. En el NT se nos enseña que Dios es nuestro Padre, y que en Cristo establece un pacto con nosotros. Jesucristo es cabeza de su iglesia (comunidad, asamblea), de la que forman parte el

conjunto de todos los creyentes. Debemos tener como meta el bien común, y por eso las epístolas están repletas de mandatos en los que aparece la expresión “los unos a los otros”. En suma, nadie vive o muere para sí (Rom 14:7).

El problema de la tradición Luchar contra las tradiciones, especialmente si estas están profundamente arraigadas y han alcanzado el estatus de dogma con el paso de los años, cuando no siglos, resulta extremadamente difícil. No solo por lo que representa emocionalmente para las personas que las hacen suyas, sino por lo que tienen de asidero en medio de un mundo cambiante que cuestiona permanentemente nuestras creencias, nuestra manera de entender el mundo; en una palabra, nuestra cosmovisión. No es que la tradición en sí sea algo negativo; al contrario, es una transmisión de conocimientos y experiencias que va pasando cual testigo de generación en generación. Lo que sí es perverso es dejar que esa tradición se convierta en excusa para no afrontar con formalidad y rigor los interrogantes que nos plantea la vida en el día a día, para obviar aquellas cosas que no cuadran con nuestros esquemas preestablecidos, para soslayar nuestro deber de procurar alcanzar cierta coherencia a la hora de estructurar nuestra manera de pensar. Cuanto más emotivo es un asunto, más difícil se hace tratarlo con el necesario sosiego. Las emociones nos embargan y obnubilan con tanta facilidad que el debate de las ideas se convierte en algo personal. Los sentimientos sustituyen a la razón y la escucha atenta de los argumentos se transforma en una reacción visceral. El diálogo fructífero y enriquecedor se convierte así en una auténtica quimera. No es deseable que desvistamos por completo la búsqueda de la verdad, la persecución de los ideales, de algo tan característicamente humano como la pasión, pero sí que seamos capaces de dominarla y encauzarla, de convertirla en nuestra aliada, nunca en nuestra enemiga.

El problema de las paradojas A ojos de cualquier lector de la Biblia parece evidente que existe un elemento de continuidad y otro de ruptura entre la revelación de Dios en el AT y en el

NT, entre Israel y la Iglesia, entre ley (u obras) y gracia. La cuestión es tratar de dirimir hasta dónde llega la continuidad y en qué puntos se puede hablar de ruptura. Muchos cristianos no saben vivir con estas aparentes contradicciones, no encuentran el modo de articular una visión cristiana del AT, de Israel. Ante esa tesitura, hay quienes optan por descartar directamente uno de los elementos de la ecuación: prescindir del AT y de Israel y quedarse con el NT y la Iglesia[25]. Otros, sin embargo, se contentan con mantener las distancias, compartimentando el AT e Israel por un lado, y el NT y la Iglesia por el otro. La tarea más laboriosa y difícil es buscar la síntesis entre elementos aparentemente muy dispares y que incluso a veces parecen antagónicos[26]. Pero como sucede con muchas paradojas bíblicas, es nuestra obligación encontrar un sano equilibrio entre las distintas caras de lo que, al final, resulta ser una misma moneda[27]. Si nos esforzamos un poco, más que discontinuidad en la revelación de Dios, percibiremos progresión, desarrollo, esclarecimiento. No hay ruptura entre el Dios del AT y el Dios del NT. No hay ruptura entre la ley y la gracia. No hay ruptura entre Israel y la Iglesia. El énfasis desmedido en la discontinuidad, en la novedad, ha provocado muchos problemas a lo largo de la historia. El Señor Jesús, con su famosa serie de declaraciones “oísteis que fue dicho… pero yo os digo” del Sermón del Monte (Mt 5-7) no viene a instituir una nueva religión ni a presentarnos un Dios nuevo, sino a cumplir, a mostrar claramente la intención original, a encarnar, aquello que era desde el principio. Por si no quedara suficientemente claro, lo afirma explícitamente en Mt 5:17: “No penséis que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir”. Nuestra postura sobre la posible continuidad o ruptura en la revelación divina no es un mero asunto teológico (esto es, de sistema teológico). Tiene implicaciones prácticas muy notables. Tal vez la más destacada sea nuestra manera de leer e interpretar la Biblia y su posterior aplicación. O adoptamos una hermenéutica bíblica como la de los profetas, como la de los apóstoles (incluyendo sus diferencias, sus matices y su profunda intertextualidad[28]) o estamos en otra cosa. Será hermenéutica, interpretación, pero no será bíblica. De hecho, cuanto más nos alejamos del contexto cultural y el acervo literario de los autores sagrados, cuanto menos atención prestamos a la intrínseca continuidad de la revelación divina, más fácil resulta acabar creando un “cristianismo” filosófico, occidental, sincretista.

Desde luego que esta no es una cuestión menor. Nos suele atraer más la ruptura, la revolución, el borrón y cuenta nueva, pero en teología lo que debe primar es la fidelidad y no la novedad. Somos eslabones de una cadena, transmisores de una tradición. Si despreciamos la historia de la que venimos, si creemos que con nosotros empezó todo, si apelamos a nuevas revelaciones, estamos cavando nuestra propia tumba y condenándonos a la más absoluta irrelevancia. Así pues, progresión, desarrollo y esclarecimiento, sí; discontinuidad o ruptura —y ya no digamos antítesis—, rotundamente no.

El problema del idioma y la mentalidad Existe una gran distancia no solo entre el texto bíblico y los lectores e intérpretes del mismo en el siglo XXI, sino también entre nosotros y los escritos secundarios de los primeros siglos de la historia de la Iglesia. Esta distancia no es solo temporal, sino que atañe igualmente a dos elementos fundamentales: el idioma y la mentalidad. No se trata simplemente de que, con el paso del tiempo, el hebreo diera paso al griego, sino que lo hizo trasladando en gran medida la mentalidad hebrea a un tipo de griego muy popular (la koiné). Por otro lado, entre el griego del NT y el que emplearon los Padres apostólicos en siglos posteriores no hubo un cambio radical en cuanto a idioma, pero sí en lo referente a la mentalidad, cada vez más helenística y menos judía. Para nosotros hoy en día, que vivimos en una sociedad donde impera lo políticamente correcto, resulta chocante el uso de un lenguaje descarnado que se vale de una retórica muy distinta a la nuestra. Así, la polémica, la invectiva, la hipérbole y tantos otros recursos retóricos, eran parte sustancial de la manera de hablar y escribir en los primeros siglos de nuestra era[29]. Es más, cuando a partir del siglo XVI comenzamos a encontrarnos con los escritos de los reformadores, a menudo observamos nuevamente estos rasgos, con independencia de que escriban en latín o en lengua vernácula (alemán, francés, etc.) El estilo áspero y virulento, así como la animosidad manifiesta, distan bastante de nuestra manera actual de hablar y escribir, pero en muchos momentos de la historia estaban a la orden del día. De hecho, lo encontramos en las mismas páginas del NT, por no remontarnos más atrás en el tiempo. Ahí encontramos ejemplos en boca de Juan el Bautista (“Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía:

¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?”, Mt 3:7), del propio Jesús (“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia”, Mt 23:27[30]) o del apóstol Pablo (“¡Ojalá se mutilasen los que os perturban!“, Gal 5:12). Detengámonos en un caso concreto, que, además, sirve de título a este libro. En Romanos 9:13, Pablo dice: “Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí”[31]. Esta escueta frase, que no es sino una cita de Malaquías 1:2-3a, ejemplifica lo que venimos diciendo en esta sección. Aquí nos enfrentamos a todo lo que nuestra mente y sensibilidad modernas rechazarían. Pero lo que a nosotros nos suena a discriminación e injusticia, no es sino una forma típicamente semita de comparar dos tipos distintos de relación: Jacob es el escogido; Esaú, no. Pero es que tanto el uno como el otro aparecen no ya como individuos, sino como representantes[32] de sus respectivos descendientes. Y puesto que la Biblia es la mejor intérprete de sí misma, podemos fijarnos en unas palabras de Jesús: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc 14:26), en las que utiliza el mismo término griego (μισέω, miséo, aborrecer, odiar, Str. G3404[33]) que en Rom 9:13, y cuyo auténtico significado queda perfectamente claro en el pasaje paralelo de Mt 10:37: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí”. Se trata, pues, de un tipo de relación que, en comparación, hace palidecer cualquier otra (incluso el amor filial, esto es, el honor y afecto que le debemos profesar a nuestros padres[34]). A esto hay que añadir, y no es poco, que la expresión “A Jacob amé, más a Esaú aborrecí” forma parte de un lenguaje pactual muy habitual en el contexto bíblico, y que no tiene ninguna connotación esencialmente moral u ontológica (i.e., relacionada con el ser). Aquí, amar o aborrecer no son sentimientos, sino acciones. Por último, hay un tercer elemento que convendría tener presente. Al tratarse de la cita de un libro profético, y teniendo en cuenta que gran parte de este tipo de literatura suele expresarse en forma de poesía o prosa poética, cabría identificarla como un paralelismo[35] antitético, en el que se contrasta vivamente el primer término (“A Jacob amé”) con el segundo (“más a Esaú aborrecí”).

En resumen, si renunciamos a imponer nuestras categorías y valores, si estamos dispuestos a tomarnos en serio las Escrituras y dejar que hablen con su propia voz (o voces), muchas de las dificultades desaparecerán. Y a las que no lo hagan, como mínimo podremos concederles el beneficio de la duda. Después de todo, tal vez el problema no esté en el texto sino en nosotros. Algo que parece más que razonable si lo pensamos con detenimiento. Al fin y al cabo, la Biblia no va dirigida directamente a nosotros, sino que fue escrita para nosotros[36].

El problema teológico La gran dificultad del ser humano, sobre todo desde la Ilustración del siglo XVIII a esta parte, es reconocer el lugar de Dios, su soberanía, y el nuestro como criaturas suyas. Cuando gran parte de la teología, en su sentido etimológico puro (esto es, el estudio acerca de Dios) se ha convertido en una especie de anexo de la antropología (el estudio del ser humano), en una proyección de nuestras ideas preconcebidas, basadas en nuestra experiencia, hablar de elección resulta extraño y difícil de digerir. Dios no solo es soberano, perfecto en sí mismo y carente de necesidad alguna, sino completamente libre. Sus decisiones no están sujetas a las influencias y presiones que afectan a todas las decisiones humanas. Por lo tanto, lo verdaderamente asombroso e incomprensible no es que Dios aborreciera a Esaú, sino que amara a Jacob. No tenía por qué hacerlo. Lo hizo porque quiso. Como se decía antiguamente, porque le plugo. Fue todo por gracia, esto es, porque determinó libérrimamente concederle el bien que este no merecía. Además de eso, hay otros dos elementos que suponen una dificultad añadida. Por un lado está el tan arraigado y característico individualismo al que ya hemos hecho mención, que nos induce a pensar constantemente en segunda persona del singular (“tú”, esto es, “yo” para el lector/receptor), cuando los textos bíblicos casi siempre se aplican a la segunda persona del plural (“vosotros”). Esto, en el caso de la elección, como en casi todo lo demás, tiene muchas e importantes implicaciones. El segundo obstáculo es nuestra estrechez de miras. Nos obsesionamos fácilmente con el porqué de las cosas y olvidamos el para qué. El porqué puede satisfacer nuestra curiosidad, pero el para qué es lo que da sentido de verdad aun cuando siga habiendo porqués sin responder.

Tal vez habría menos objeciones al concepto de elección si pensáramos en lo que esta representa en términos bíblicos. La elección de la que hablamos en esta obra no es para salvación sino para servicio. En ese sentido, la elección es una carga, similar a la que sentían los profetas ante el llamamiento de Dios. El Señor busca instrumentos, agentes, mediadores. Su revelación necesita de un canal de transmisión; la manifestación de su justicia y su amor requieren de alguien que los refleje y encarne. Sin elección no hay forma de llevar las promesas de Dios a la práctica[37].

El problema de la eiségesis La tarea más importante a la que nos enfrentamos al aproximarnos a la lectura y estudio de las Sagradas Escrituras es la de realizar una correcta exégesis. Esta palabra de origen griego significa explicar o interpretar, y en este caso hace referencia al significado del texto. Si tuviéramos que pensar en una representación gráfica de lo que es la exégesis, bien podría ser la imagen de un minero que está extrayendo minerales de una mina. Sin embargo, en el acto mismo de la lectura —y recordemos que toda lectura, aun aquella que se realiza sin excesivo rigor o con ánimo devocional, es una interpretación— siempre nos acecha el peligro de la eiségesis (antónimo de exégesis), que consiste en introducir en el texto algo que realmente no está ahí sino en nosotros. Volviendo a la ilustración anterior, diríamos que la eiségesis se produce cuando el propio minero ha entrado en la mina antes de comenzar la jornada y ha dejado ahí algún elemento ajeno a la misma. Luego, durante su laboreo, “encuentra” ese “mineral” y lo saca a la superficie. En realidad no está extrayendo nada, tan solo lo que él mismo depositó ahí previamente. Por tanto, la exégesis intenta dejar hablar al texto en sí (de ahí la máxima de que “la Biblia se interpreta a sí misma”[38]), mientras que la eiségesis pone al descubierto el sentido que el intérprete le da al texto, sus juicios previos, sus valores, sus intereses particulares, y no necesariamente lo que está contenido en el texto. En palabras de José María Martínez, El exegeta, sean cuales sean sus puntos de vista iniciales, ha de acercarse con actitud muy abierta al texto, permitiendo que éste los modifique parcial o totalmente, en la medida en que no se ajusten al verdadero contenido de la Escritura examinada. Si cumple honradamente su cometido, lo que haga será ex-egesis, no eis-egesis; es decir, extraerá del texto lo que éste contiene en vez de introducir en él sus propias opiniones[39].

Teniendo en cuenta lo dicho anteriormente, no parece exagerado concluir que gran parte de lo que hoy se hace pasar por exégesis, tiene más de eiségesis que de otra cosa. ***** Ahora sí. Una vez planteadas estas cuestiones preliminares que muchas veces se pasan por alto, estamos en disposición de iniciar nuestro estudio propiamente dicho. A lo largo del mismo no tendremos más remedio que incidir nuevamente en algunos aspectos que aquí nos hemos limitado a esbozar.

CAPÍTULO 2

LA ELECCIÓN DE ISRAEL EN EL ANTIGUO TESTAMENTO El lugar de la elección dentro de la teología bíblica esde sus inicios como disciplina independiente de la dogmática o sistemática, la teología del AT[40], en tanto que teología bíblica, se ha venido preguntando sobre la posible existencia de un hilo conductor, una idea central o núcleo que diera sentido y cohesión a los diferentes libros que componen el primer acto de las Sagradas Escrituras. No es este el lugar para sopesar los méritos o deméritos de las múltiples propuestas que se han hecho a lo largo de los años sobre los posibles temas clave, pero sí para destacar dos personajes fundamentales sin los cuales el AT carecería por completo de sentido: Dios y su pueblo. Es la relación entre estos dos protagonistas la que sirve para hilvanar un relato congruente, y es también en ellos y en su interacción mutua donde convergen las distintas tradiciones veterotestamentarias. Pero la cosa no queda ahí. Estos mismos personajes protagonizan también el NT, de manera que se da continuidad a la temática central en el segundo acto. Podríamos hablar, entonces, de un lema único para el conjunto de las Escrituras: “Un Dios, un pueblo”. En el AT, tanto a ese Dios como a su pueblo se les conoce por lo que hacen. Al Dios revelado por su elección libre y soberana de un pueblo, con quien decide establecer un pacto. Al pueblo por su respuesta a ese pacto, que trae aparejado una serie de promesas y bendiciones, pero también de deberes y responsabilidades[41]. Así pues, la elección de Dios y su implementación en forma de llamamiento y alianza con un pueblo concreto podría considerarse, por derecho propio, como el argumento principal del AT[42]. Dios elige y el pueblo se pone a su disposición y servicio. Que los pueblos escogieran a sus propios dioses era algo habitual en el Antiguo Oriente Próximo, auténtica matriz lingüística, cultural y religiosa de los hebreos, pero que Dios escogiera un pueblo para sí era algo nunca visto[43]. La elección de Israel por parte de Yahvé no tiene parangón en la

D

historia, y esa es, precisamente, la raíz de su excepcionalidad. Es lo que lo convierte en especial, en distinto a todos los demás. En ningún otro caso el nombre de Dios va tan inseparablemente unido al nombre de un pueblo (“Dios de Israel”[44]) o al de sus ancestros (“Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob”, “Dios de tus padres” y demás variantes[45]) como en este. Por consiguiente, mucho antes de que existieran el escándalo del particularismo de la revelación de Dios en su Hijo Jesús[46] y el escándalo de la cruz[47], ya existió el escándalo de la elección de Israel como pueblo de Dios. ¿Por qué Israel? ¿Acaso no había un pueblo mejor, más avanzado, poderoso y numeroso que él? O mejor aún, ¿por qué no todos? ¿A qué viene fijarse exclusivamente en uno? Además, estrechamente ligado a esa elección del pueblo está la elección de una tierra concreta. ¿Por qué Canaán? ¿Es que no había una tierra con montañas más imponentes, ríos más caudalosos y valles más fértiles que ese pequeño pedazo de tierra del Levante mediterráneo? Hacerse preguntas es muy humano, pero no todo nos ha sido revelado. Es más, ¿quiénes somos nosotros para enmendarle la plana al Soberano y Creador? (“¿Acaso la obra dirá de su hacedor: No me hizo? ¿Dirá la vasija de aquel que la ha formado: No entendió?”, Is 29:16). Pese a ello, el AT sí ofrece algunas respuestas, como veremos más adelante. Sin embargo, no aclara todas las dudas ni elimina el misterio. La elección es, en palabras de Juan Guillén, “la fuerza oculta de Dios”[48]. El fundamento de la elección de Dios no siempre se hace explícito, ya que forma parte de su decisión libre y soberana. Pero cuando sí se desvela, tiene que ver con su amor, esto es, la gracia o el favor inmerecido, y con su fidelidad a la palabra empeñada, al pacto establecido[49]. Debemos entender, pues, que Dios no escoge sin ton ni son, sino que tiene sus motivos para hacerlo, y siempre que lo hace es con un propósito. Ese propósito está relacionado con el servicio. Como bien dice Rowley, A quien Dios elige, lo elige para servir. Hay variedad de servicios, pero todos son servicio, y todo servicio es para Dios (…) la elección divina tiene que ver, exclusivamente, con el servicio divino (…) La elección es para servir. Y si Dios escogió a Israel no fue solo para que pudiera revelarse a él, sino para que pudiera demandar su servicio (…) La elección de Dios nunca debe entenderse al margen de la relación con su propósito. Él escogió a Israel en los patriarcas y en aquellos elementos israelitas que estaban esclavizados en Egipto porque Israel podía servir a sus propósitos. Y a pesar de sus fallos y necedades, y de todas las cosas por las que los profetas lo fustigaban, sirvió en gran manera a ese propósito, y todo el mundo es enriquecido por las riquezas de su herencia”[50].

El privilegio de la elección trae consigo la responsabilidad del servicio, que para Rowley consiste básicamente en tres cosas: recibir y custodiar la revelación de Dios (singularmente experimentada en el éxodo), reflejar el carácter del Dios que se les ha revelado (haciendo su voluntad) y servir al mundo (ser una luz para las naciones). La otra cara de la moneda es el juicio y posterior castigo que recibirá cuando no cumpla la misión encomendada[51]. Evidentemente, toda elección comporta necesariamente un descarte. Es cierto que hay escogidos y no escogidos, pero eso no quiere decir que Dios no tenga también un propósito para estos últimos. De hecho, es a través de los escogidos que el Señor desea alcanzar a los no escogidos. Rowley comenta el dilema de la elección divina en estos términos: Si Dios escoge a los dignos, entonces se pone en duda su gracia, mientras que si escoge a los indignos se cuestiona su justicia. O bien es un interesado y la salvación de los seres humanos realmente está determinada por él mismo, o Dios es arbitrario y no estamos seguros de poder respetarlo. Sin embargo, nos libramos de este dilema irreal cuando concebimos la elección teleológicamente[52]. La elección es siempre con un propósito, y Dios escoge en todo momento a los más adecuados para sus propósitos[53].

El Señor, a través de su pueblo, pretende llenar todo el mundo del conocimiento del Dios verdadero (“Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar”, Hab 2:14; cf. Is 11:9). Para llegar a lo universal se vale de lo particular. El pueblo de Dios está llamado a ser distinto, separado, santo (“Santificaos, pues, y sed santos, porque yo Jehová soy vuestro Dios”, Lv 20:7), un instrumento en las manos de su Señor para convertirse en un testimonio viviente ante las demás naciones, que al ver y oír lo que Dios está haciendo con su pueblo también lo temerán. Así lo reconoce Rahab a los espías enviados por Josué a Jericó: “Sé que Jehová os ha dado esta tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre nosotros, y todos los moradores del país ya han desmayado por causa de vosotros. Porque hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto, y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán, a Sehón y a Og, a los cuales habéis destruido. Oyendo esto, ha desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más aliento en hombre alguno por causa de vosotros, porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra” (Jos 2:9-11). Así pues, podríamos decir, por sintetizar, que la elección es un eslabón

fundamental en la consecución de los planes eternos de Dios. El Señor ama, y porque ama, elige. La elección da pie al llamamiento, que se ratifica mediante un pacto solemne[54]. A partir de ahí, la revelación alcanza a todos. Descrito gráficamente quedaría más o menos como sigue:

Vocabulario de la elección El término que define la elección[55] en el AT es el verbo hebreo ‫ָבַּחר‬, bajar [56] (escoger, elegir, Str. H977) y su correspondiente adjetivo verbal ‫ָבִּחיר‬, bajir (escogido, Str. H972). En la traducción griega de los LXX, estos términos se traducen con los verbos ἐκλέγομαι eklégomai (Str. G1586)/ἐκλέγω eklégo, αἱρετίζω airetídso (Str. G140), προαιρέω proairéo (Str. G4255) y ἐξαιρέω exairéo (Str. G1807) — estos dos últimos derivados de αἱρέω airéo (Str. G138)— y el adjetivo verbal ἐκλεκτός eklektós (Str. G1588). Todos estos vocablos griegos aparecen también en el NT. La raíz ‫( בחר‬bet, jet, resh) tiene como una de sus acepciones principales la noción de escoger, elegir. En ese sentido, se refiere a decantarse conscientemente por una de las opciones disponibles, preferir. Dios podía escoger entre todas las naciones del mundo, pero escogió al pueblo de Israel. La elección implica necesariamente renunciar a las demás posibilidades. Así, y por poner solamente dos ejemplos, el Señor elige a Jacob y desecha a Esaú, escoge a David y desecha a Saúl. En la elección se manifiesta siempre la soberanía y la gracia de Dios, sin que haya atisbo alguno de arbitrariedad. Ahora bien, como acertadamente señala Mendenhall, “es cierto que mediante el estudio de una determinada palabra no se pueden alcanzar conclusiones fiables sobre la existencia o no de una convicción religiosa dada; es perfectamente posible que existan patrones de pensamiento sin etiquetas concretas”[57]. Esto se aprecia perfectamente al considerar otros verbos que se emplean en el sentido de elección, aunque no sea ese su significado primario. Entre ellos encontramos ‫ אֲַהָבה‬ajabá (amar, Str. H160 —“Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia”, Jr 31:3), ‫ ָי ַדע‬yadá (conocer, Str. H3045 —“A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra; por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades”, Am 3:2; “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes

que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones”, Jr 1:5), ‫ ָל ַקח‬lacáj (tomar, Str. H3947 —“Pero a vosotros Jehová os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad como en este día”, Dt 4:20. “Ahora, pues, dirás así a mi siervo David: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel”, 2 Sm 7:8), e incluso ‫ ָבּ ַדל‬badal (separar, Str. H914) —“porque tú los apartaste para ti como heredad tuya de entre todos los pueblos de la tierra, como lo dijiste por medio de Moisés tu siervo, cuando sacaste a nuestros padres de Egipto, oh Señor Jehová”, 1 Re 8:53), ‫ כּוּן‬cun (establecer, Str. H3559 —“Porque tú estableciste a tu pueblo Israel por pueblo tuyo para siempre; y tú, oh Jehová, fuiste a ellos por Dios”, 2 Sm 7:24) o ‫ ָק ָרא‬qará (llamar, Str. H7121 —“Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo” Os 11:1). Pero no solo ocurre con verbos. Por ejemplo, en el Sal 105:6 observamos un paralelismo sinónimo en el que ‫ ֶעֶבד‬ébed (siervo, Str. H5647) tiene el sentido de escogido: “Oh vosotros, descendencia de Abraham su siervo, Hijos de Jacob, sus escogidos” Como puede observarse, “descendencia de Abraham” equivale a “Hijos de Jacob”, mientras que “siervo” se corresponde con “escogidos”. Por si no estuviera suficientemente claro, tenemos un pasaje paralelo en 1 Cr 16:13 que equipara asimismo siervo con escogidos: “Oh vosotros, hijos de Israel su siervo, Hijos de Jacob, sus escogidos”. Un ejemplo más: en Is 41:8 todavía se aprecia con más nitidez, ya que se utilizan como sinónimos Israel, Jacob y descendencia de Abraham por un lado y los términos siervo escoger y amigo (o amado[58]) por otro. “Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo”.

Textos de elección bajar con Dios como sujeto e Israel como objeto aparece 23 veces . Un repaso necesariamente somero a estos pasajes permite descubrir interesantes relaciones que apuntamos a continuación[60]. Y por cuanto él amó a tus padres, escogió a su descendencia después de La forma verbal ‫ָבַּחר‬, [59]

ellos, y te sacó de Egipto con su presencia y con su gran poder (Dt 4:37). El concepto de elección aparece mucho antes del libro de Deuteronomio, si bien técnicamente este es el primer versículo que emplea este término. Anteriormente se nos había dicho que hubo personas que hallaron el favor o la gracia de Dios (cf. Gn 6:8), y que el Señor estableció pactos con ellas (cf. Gn 9:11). Eso es, precisamente lo que ocurrió con “tus padres”, los patriarcas de Israel (especialmente Abraham), aunque no siempre se expresara de forma explícita. Ahora encontramos una acción previa a la elección (Dios “amó”) y otra posterior (Dios “sacó”). Está claro que la elección no acaba en los padres, sino que se extiende a la descendencia de estos. Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto (Dt 7:6-8). Este pasaje es el auténtico locus clásico de la elección en el AT, y en él deberemos detenernos de forma más pausada. En primer lugar, aquí se reitera el amor (“ha querido”, “os amó”) como base de la elección, pero también se señala el propósito de la misma: convertir a su pueblo en su posesión especial (hebr. ‫ ְס ֻגָלּה‬sᵉgulá, Str. H5459; gr. περιούσιος periúsios/περιουσιασμός periusiasmós, cf. Ex 19:5; 23:22 [solo en LXX]; Dt 26:18; Mal 3:17 —gr. περιποίησις peripoíesis, Str. G4047, cf. 1 Pe 2:9—; Tit 2:14). Este término hebreo denota: Valor - es algo precioso, que destaca sobre otras cosas, y de ahí el gran aprecio que se le tiene. Pertenencia - es posesión o propiedad suya; no se pertenece a sí mismo. Exclusividad - no puede pertenecerle a nadie más; es imposible compartirlo. Singularidad - no hay otro igual; se trata de algo único en su especie. No hay merecimiento alguno en el objeto de la elección; es la mirada de amor del Señor, quien “mira con buenos ojos”, lo que marca la diferencia. Y ese amor va acompañado de la inquebrantable fidelidad de Dios a sus promesas, a su juramento, a su pacto[61]. El resultado final no puede ser otro que la poderosa e inigualable manifestación divina mediante dos acciones concretas (“os ha sacado Jehová con mano poderosa”, “os ha rescatado de

servidumbre”). El Dios de Abraham, Isaac y Jacob siempre ha actuado igual. La prueba está en las palabras de Pablo en 1 Cor 1:26-31 (un pasaje que tiene mucha relación con Dt 7:6-8): “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor”. Solamente de tus padres se agradó Jehová para amarlos, y escogió su descendencia después de ellos, a vosotros, de entre todos los pueblos, como en este día (Dt 10:15). El favor de Dios, su amor inmerecido, que da como resultado la elección es un compromiso excluyente. Dios solamente tiene ojos para su pueblo. Es un compromiso que en otros lugares se compara con el pacto matrimonial (cf. Jr 31:32). En el matrimonio se habla mucho de amor hacia una persona, pero debemos recordar que implica renunciar a todas las demás. La particularidad es que, una vez muertos los patriarcas, Dios sigue “casado” con sus descendientes. Esto es, el pacto sigue vigente. Porque eres pueblo santo a Jehová tu Dios, y Jehová te ha escogido para que le seas un pueblo único de entre todos los pueblos que están sobre la tierra (Dt 14:2). El pueblo del Señor es un pueblo apartado (ese es el sentido principal de santo). Por lo demás, este pasaje repite la noción que ya se ha expresado en Dt 7:6 de posesión o tesoro único y especial. De hecho, aparece otra vez el mismo término (hebr. ‫ ְס ֻגָלּה‬sᵉgulá, Str. H5459), que se encuentra hasta en ocho ocasiones en el AT[62]. Y tu siervo está en medio de tu pueblo al cual tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar ni numerar por su multitud (1 Re 3:8). Aquí Salomón reconoce la elección divina del pueblo y, mediante una evidente hipérbole o exageración, da fe del cumplimiento, ya en su época, de una de las principales promesas realizadas a Abraham: su descendencia sería incontable (cf. Gn 13:16) y formaría una gran nación (cf. Gn 12:2). Pero Jehová el Dios de Israel me eligió de toda la casa de mi padre, para que perpetuamente fuese rey sobre Israel; porque a Judá escogió por caudillo, y de la casa de Judá a la familia de mi padre; y de entre los hijos de mi padre se agradó de mí para ponerme por rey sobre todo Israel (1 Cr

28:4). En este pasaje se recoge la elección por partida doble: la elección del pueblo, y dentro de él, de la tribu de Judá, y la elección individual de David para que se convirtiese en rey, y después de él sus descendientes. Podríamos decir que la elección divina se manifiesta mediante círculos concéntricos. Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová, El pueblo que él escogió como heredad para sí (Sal 33:12). Entrando en el libro de los Salmos nos topamos con el típico recurso poético del paralelismo, al que ya nos hemos referido anteriormente. Además de otras consideraciones estilísticas, el paralelismo (sobre todo el sinónimo y el antitético) nos ayuda extraordinariamente a comprender qué es lo que el autor tiene en mente. Así, los conceptos que se usan como sinónimos o antónimos nos permiten asomarnos a la interpretación que la propia Escritura hace de algunos de sus temas esenciales. En este caso, nación es igual a pueblo, y, por consiguiente, la elección consiste en tener y reconocer a Yahvé como único Dios verdadero. Solamente el pueblo elegido tiene esta relación tan especial con Dios. El nos elegirá nuestras heredades; La hermosura de Jacob, al cual amó. Selah (Sal 47:4). En este versículo se introduce otro elemento: la tierra prometida por el Señor a su pueblo, aspecto del que nos ocuparemos más adelante. Israel ha sido escogido, pero también lo ha sido su lugar de residencia. Ese lugar es el más deseable de la tierra, donde “fluye leche y miel” (expresión especialmente utilizada en los libros de Éxodo y Deuteronomio)[63]. Desechó la tienda de José, Y no escogió la tribu de Efraín, Sino que escogió la tribu de Judá, El monte de Sion, al cual amó (Sal 78:67-68). El mismo tema que aparece en el Sal 47:4 está presente en este otro salmo. Por un lado se muestra una vez más la elección de Dios: descarta a Efraín y se decide por Judá. Por otro, la tierra (“monte de Sion”, que aquí podríamos entender como una sinécdoque[64]) es objeto de especial predilección y elección (“al cual amó”). Porque JAH ha escogido a Jacob para sí, A Israel por posesión suya (Sal 135:4). Muchos salmos hacen un repaso poético a la historia del pueblo. Este es un ejemplo claro, donde además se vuelve a emplear el término hebreo sᵉgulá (“posesión suya”). Jacob (Israel) es el tesoro especial que Yahvé (“JAH” es

una forma poética de abreviar el nombre del Dios del pacto) guarda exclusivamente para sí. Porque Jehová tendrá piedad de Jacob, y todavía escogerá a Israel, y lo hará reposar en su tierra; y a ellos se unirán extranjeros, y se juntarán a la familia de Jacob (Is 14:1). En Isaías encontramos retazos del universalismo al que necesariamente abocará la elección de Israel, y que vamos encontrando cada vez más a partir de los textos proféticos, aunque siempre está presente[65]. Los gentiles no van a quedarse al margen. Ellos también podrán unirse y beneficiarse de las bendiciones divinas. Naturalmente, a partir de la época del NT asistiremos a una auténtica eclosión de este fenómeno con la inclusión masiva de gentiles en el buen olivo que es Israel (cf. Rom 11:24). Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo. Porque te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas te llamé, y te dije: Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché (Is 41:8-9). Ya hemos tenido ocasión de comentar el v. 8. Recordemos aquí que el universo de la elección incluye los conceptos de siervo y amigo/amado. Pero además, la elección se presenta aquí con un componente fundamental: la incondicionalidad (“no te deseché”). Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí (Is 43:10). Hay que tener bien presente que la elección implica una relación de estrecha comunión con Dios que abarca el conocimiento experiencial, la fe/confianza y la contemplación/percepción. De esa comunión se desprende una única conclusión: no hay más Dios que Yahvé. Todo lo demás es falso e irreal. Ahora pues, oye, Jacob, siervo mío, y tú, Israel, a quien yo escogí. Así dice Jehová, Hacedor tuyo, y el que te formó desde el vientre, el cual te ayudará: No temas, siervo mío Jacob, y tú, Jesurún, a quien yo escogí (Is 44:1-2). La elección no es un acto mecánico ni sobrevenido, sino una experiencia íntima y cercana que conlleva la promesa de la presencia y el cuidado continuos del Señor. El objeto de la elección no tiene arte ni parte. El profeta Isaías era muy consciente de este hecho cuando dijo: “Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria” (Is 49:1). He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción (Is 48:10). La elección también tiene un importante componente de prueba. A veces podemos pasar por alto ese elemento, pero ser elegido trae

consigo una gran responsabilidad, la necesidad de pasar por el crisol divino, de ser probado una y otra vez. El pueblo judío puede dar buena fe de ello rememorando lo que ha sido su historia hasta el día de hoy. Así ha dicho Jehová, Redentor de Israel, el Santo suyo, al menospreciado de alma, al abominado de las naciones, al siervo de los tiranos: Verán reyes, y se levantarán príncipes, y adorarán por Jehová; porque fiel es el Santo de Israel, el cual te escogió (Is 49:7). Ser elegido implica a menudo ser aborrecido por los demás, despertar sus más bajos instintos, pero la fidelidad del Señor mantendrá firme la elección, pase lo que pase, y el resultado final será luz y bendición para las naciones. ¿No has echado de ver lo que habla este pueblo, diciendo: Dos familias que Jehová escogiera ha desechado? Y han tenido en poco a mi pueblo, hasta no tenerlo más por nación (Jr 33:24). Puede que los demás, o incluso los propios integrantes del pueblo, perciban que el Señor ha desechado al pueblo escogido (tanto Judá como Israel, reinos del sur y del norte, respectivamente), pero, como se ve en otros muchos pasajes, la elección sigue vigente y siempre queda un remanente, por mucho que pueda dar la impresión de que todo ha acabado y el pueblo ha sido arrasado. y diles: Así ha dicho Jehová el Señor: El día que escogí a Israel, y que alcé mi mano para jurar a la descendencia de la casa de Jacob, cuando me di a conocer a ellos en la tierra de Egipto, cuando alcé mi mano y les juré diciendo: Yo soy Jehová vuestro Dios (Ez 20:5). Yahvé jura por sí mismo (cf. Is 45:23), por amor a sí mismo (esto es, a su nombre —cf. Is 48:11), por lo que su elección no puede ser revocada. Cuando el Señor “alza su mano” está poniendo su sello y rúbrica, y nada ni nadie pueden cambiar su promesa. La forma del adjetivo verbal ‫ָבִּחיר‬, bajir aparece en otras 12 ocasiones. En todos estos casos que se enumeran a continuación se hace referencia al pueblo (si bien en algunos —p. ej., Is 42:1— es admisible otra interpretación, como la persona del Siervo de Yahvé o la del propio profeta, entre otros). Estos son los pasajes en cuestión: Oh vosotros, hijos de Israel su siervo, Hijos de Jacob, sus escogidos (1Cr 16:13). Oh vosotros, descendencia de Abraham su siervo, Hijos de Jacob, sus escogidos (Sal 105:6). Sacó a su pueblo con gozo; Con júbilo a sus escogidos (Sal 105:43).

Para que yo vea el bien de tus escogidos, Para que me goce en la alegría de tu nación, Y me gloríe con tu heredad (Sal 106:5). He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones (Is 42:1). Las fieras del campo me honrarán, los chacales y los pollos del avestruz; porque daré aguas en el desierto, ríos en la soledad, para que beba mi pueblo, mi escogido (Is 43:20). Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre; te puse sobrenombre, aunque no me conociste (Is 45:4). Sacaré descendencia de Jacob, y de Judá heredero de mis montes; y mis escogidos poseerán por heredad la tierra, y mis siervos habitarán allí (Is 65:9). Y dejaréis vuestro nombre por maldición a mis escogidos, y Jehová el Señor te matará, y a sus siervos llamará por otro nombre (Is 65:15). No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos (Is 65:22). He aquí que como león subirá de la espesura del Jordán contra la bella y robusta; porque muy pronto le haré huir de ella, y al que fuere escogido la encargaré; porque ¿quién es semejante a mí, y quién me emplazará? ¿Quién será aquel pastor que me podrá resistir? (Jr 49:19). He aquí que como león subirá de la espesura del Jordán a la morada fortificada; porque muy pronto le haré huir de ella, y al que yo escoja la encargaré; porque ¿quién es semejante a mí? ¿y quién me emplazará? ¿o quién será aquel pastor que podrá resistirme? (Jr 50:44) Recapitulando, pues, lo que encontramos en el AT sobre la elección de Israel podríamos decir que esta presenta las siguientes características: Es libre – se trata de una predisposición y un acto libérrimos por parte de

Dios. Él no tiene obligación alguna de escoger, sino que en su soberana voluntad decide hacerlo. Es unilateral – se inicia, desarrolla y culmina en Dios. No depende de la actitud previa ni de la reacción de aquellos que son elegidos. Es inmerecida – no es consecuencia de lo que haga o deje de hacer el receptor. Se produce una sola vez – Dios no elige para después desechar y escoger de nuevo[66]. Implica una vocación de servicio – No es una elección contemplativa, sino práctica. Incluye promesas y responsabilidades – Es un precioso privilegio, pero también una seria responsabilidad que trae aparejadas unas obligaciones. Se formaliza mediante un pacto – El Señor da un carácter solemne a su elección a través de un pacto, el cual acostumbra a contener aspectos incondicionales y otros condicionales[67]. Está basada en el amor – la elección se fundamenta en el amor, en la voluntad, en la fidelidad y la coherencia de Dios consigo mismo. Es incondicional – los pactos de Dios pueden o no ser incondicionales, pero su elección, que es previa al pacto, es incondicional. Es irrevocable – lo que Dios da no lo quita[68]. Es un medio para un fin mayor – se trata de que los elegidos se conviertan en instrumentos y canales de bendición para los demás.

¿Cuándo se produjo la elección de Israel? Al parecer hay dos tradiciones veterotestamentarias diferentes, aunque no necesariamente discrepantes, sobre el momento en que Yahvé elige a su pueblo. Una remonta la elección al llamamiento de Abraham[69], mientras que la otra la sitúa en el monte Sinaí[70]. ¿Por qué decimos que no es preciso hablar de contradicción cuando se trata de dos acontecimientos históricos tan dispares y alejados entre sí en el tiempo? Por dos motivos: 1) De acuerdo con lo ya apuntado en el primer capítulo, somos nosotros, los intérpretes modernos, quienes debemos adaptarnos a la mentalidad del autor y no enjuiciar lo que este escribe según nuestras categorías actuales. Si él no ve contradicción alguna y presenta ambas tradiciones sin pretender combinarlas o acomodar la una a la otra es porque entiende que debe ser así.

Que a nosotros nos parezca que existe una contradicción no significa ni mucho menos que la haya. Debemos recordar que Dios se ha revelado a través de los hagiógrafos, es decir, de los autores del texto sagrado, no a través de la interpretación que nosotros hacemos de lo que ellos pensaron y escribieron. Así que nos toca ponernos en su lugar y no crear problemas anacrónicos donde no los hay. 2) Nuestra manera lineal de interpretar la historia no es la más adecuada para acercarnos a la Biblia. Nosotros estamos acostumbrados a pensar en momentos puntuales, cronológicos, pero la intervención de Dios en la historia es más kairológica[71], sigue otros parámetros[72]. Así, las profecías bíblicas no siempre tienen un único cumplimiento, sino dos o incluso más cumplimientos parciales[73]. El Señor actúa y vuelve a actuar, promete y cumple una y otra vez, elige y ratifica la elección. Y nos parece que ese debe ser el modo de entenderla. La elección del pueblo ya está presente en la vocación de Abraham, pero es ratificada (y no será la única ocasión a lo largo de la historia que esto ocurra) en el monte Sinaí. Para el Señor el tiempo no existe, él “habita la eternidad” (cf. Is 57:15); somos nosotros, desde nuestra finitud, quienes observamos en momentos concretos de nuestra vida su intervención[74].

CAPÍTULO 3

DIOS DE PACTOS ¿Qué es un pacto? se le conoce por sus hechos. No son las definiciones sobre su A Dios persona las que nos dan la medida de su identidad y carácter, sino sus actos manifestados a través de la creación y de la historia[75]. Y si algo caracteriza el proceder de Dios a lo largo de los siglos es su predisposición a establecer pactos[76] con los seres humanos. El término hebreo ‫ ְבּ ִרית‬bᵉrit[77] (alianza, pacto, Str. H1285) aparece por primera vez en Gn 6:18. En su sentido más primario, dice Averbeck, “un pacto es un medio solemne y formal de establecer y definir una relación (…) Cuando el término se utiliza en referencia a la relación entre Dios y las personas, tiene como finalidad ayudarnos a entender cómo el Dios santo establece una relación con nosotros, personas caídas y pecadoras”[78]. Ahora bien, como nos recuerda el mismo autor, el término pacto es una más de las metáforas cargadas de significado teológico que encontramos en las Escrituras, por lo que nos movemos en el terreno de la analogía[79]. Existen diversas opiniones sobre cuál es el propósito de los pactos divinos[80]. Hay quienes los conciben como un medio para dar forma y expresión a las promesas de Dios (consistentes, básicamente en bendecir al mundo a través de la salvación). Otros ponen el acento exclusivamente en sus fines salvíficos, en cuyo caso serían una gracia salvadora, instrumentos al servicio de la redención. También están los que los circunscriben al modo en que Dios se relaciona con el pueblo elegido y administra esa relación. Por fin, algunos ven los pactos como el medio que Dios emplea para revelarse a sí mismo. En este último sentido, podría hablarse de un solo pacto que se va desarrollando a lo largo de la historia de la autorrevelación divina. Huelga decir que ninguna de esas posturas excluye a las demás, y entonces la cuestión sería identificar cuál de esos propósitos es el propósito principal y cuáles meras funciones, aunque nosotros no nos vamos a detener aquí en ese tipo de discusiones.

E. Jacob considera que “la alianza es un don de Yahvé”, que a través de ella “Dios entra en relación con su pueblo y crea un lazo de comunión con él”, y que “crea obligaciones que toman forma concreta bajo figura de ley”[81]. Quizás la mejor forma que tengamos de entender la naturaleza del pacto es a través de las imágenes que presentan a Dios como padre (Ex 4:22; Dt 14:1), pastor (Sal 23:1; 80:1) y esposo (Jr 3:14; 31:32) de su pueblo. En su diccionario hebreo-español, Schökel[82] resume algunos de los verbos y determinantes que aparecen más frecuentemente asociados con el vocablo hebreo, y que presentamos a continuación en forma de tabla.

Verbos Hebr. ‫קוּם‬ ‫ָזַכר‬ ‫ָכּ ַרת‬ ‫ָנַתן‬ ‫ָשַׁמר‬ ‫ָשַׁבע‬

Transliteración qum tsakar karat natan shamar shaba

Traducción establecer recordar, acordarse hacer (lit. cortar) poner guardar jurar

Str. H6965 H2142 H3772 H5414 H8104 H7650

Determinantes Hebr. ‫עוָֹלם‬ ‫ָח ָדשׁ‬ ‫ֶמַלח‬ ‫אַָמן‬ ‫ֹק ֶדשׁ‬ ‫ָשׁלוֹם‬

Transliteración ‘olam jadash mélaj aman qódesh shalom

Traducción perpetuo nuevo de sal firme santo de paz

Str. H5769 H2319 H4417 H539 H6944 H7965

Desde los primeros capítulos de la Biblia se puede apreciar que el concepto de pacto tiene una importancia capital, aunque entre nosotros hoy en día es algo que se ha ido perdiendo y que prácticamente no utilizamos. En

lugar de pactos, actualmente tenemos contratos, acuerdos. Pero existe una diferencia abismal entre ambas cosas. Los contratos son bilaterales y sus términos se negocian. Hay dos partes y cada una de ellas quiere algo de la otra. Si alguna de ellas incumple las condiciones del contrato, este se rescinde. El mundo de los negocios está repleto de ejemplos de contratos, pero también nuestra vida diaria (contratos de alquiler o de suministro de servicios, por ejemplo). Básicamente, si alguna de las partes no cumple con su compromiso, sea en el pago o en la contraprestación, el contrato queda anulado y carece de todo valor. Por su parte, los pactos son unilaterales y no se negocian. Una de las partes dicta los términos porque actúa desde una posición de superioridad. La otra parte solamente puede aceptarlo o rechazarlo. En caso de tratarse de un pacto incondicional, el incumplimiento del mismo por una de las partes no exime a la otra de cumplir lo estipulado, ya que es vinculante en todo caso. Esto es lo que sucede, por ejemplo, en el caso de los padres y los hijos. Los hijos siguen siéndolo aunque rompan el pacto tácito que existe con los padres de respetarlos y obedecerlos[83]. Otro caso sería el testamento que hace una persona antes de morir. Cuando se pone por escrito la última voluntad de una persona, esta decide los términos. El heredero tan solo puede aceptarlos o renunciar a la herencia, pero no modificar las estipulaciones del testamento. Algo muy importante que hay que tener en cuenta es que el pacto es la ratificación formal de las promesas. Las promesas son previas al pacto. Y antes de las promesas actúa la gracia de Dios eligiendo a la persona. Por eso, aunque en el caso de Abraham no se diga explícitamente, es de suponer que por algún motivo “halló gracia ante los ojos del Señor” y “fue elegido”. ¿Por qué él? ¿Acaso era mejor que los demás? ¿No era un pagano más, un idólatra viviendo entre idólatras? ¿Qué tenía de especial para que Dios se fijara en él? Son muchas las preguntas, pero la respuesta no puede ser otra que “por gracia”. Dios se presenta en la Escritura como un Dios de pactos. Yahvé no establece contratos, sino pactos. Un contrato implicaría la igualdad entre las partes contratantes, pero en este caso existe una desigualdad manifiesta entre ambas, similar a la que había antiguamente entre un señor y su vasallo[84]. De un lado está el Señor, el Dios Creador y Soberano que no necesita absolutamente nada. En el otro lado está el ser humano, una criatura frágil y dependiente. Pero Yahvé no solo establece pactos, sino que los guarda. Desde luego resulta verdaderamente sorprendente que Dios establezca pactos con

las personas, pero lo que ya supera con creces todo lo imaginable es que, además, guarde el pacto aun cuando la otra parte incumpla los términos del mismo. En términos bíblicos, el pacto se sustenta en la elección y forma parte de su revelación, es decir, es un instrumento de su revelación que tiene como fin mantener una relación con la humanidad. Se trata, sin duda, de un concepto teológico fundamental que no se puede dejar de enfatizar. El Señor apela una y otra vez al pacto con su pueblo (Ex 2:24; 6:5; 19:5; Lv 26:44-45), lo mismo que los profetas (Is 55:3; Jr 11:8; Ez 16:60; Hag 2:5). Visualmente lo podríamos describir así:

¿Cuántos pactos hay? Por lo que se refiere a los pactos de Dios con su pueblo (siempre establecidos a través de un ser humano concreto), se suele hablar de cinco[85]: el pacto con Noé (pacto noético, Gn 9), el pacto con Abraham (pacto abrahámico, Gn 12, 15, 17), el pacto con Moisés (pacto mosaico[86], Ex 19-20), el pacto con David (pacto davídico, 2 Sm 7) y el nuevo pacto[87] (hecho con “la casa de Israel” y “la casa de Judá”, anunciado por el profeta Jeremías y cumplido en Jesús, Jr 31)[88]. En Génesis 9 encontramos la primera aparición de un pacto[89]. Dios establece una relación pactual con el ser humano a través de Noé[90]. Es el modo que el Señor elige para relacionarse con la humanidad, y en este caso lo hace para asegurar la supervivencia de la raza humana. Se trata de un pacto incondicional y permanente, ya que se mantendrá hasta el final de los tiempos. A partir de Génesis 12, el Señor establece un pacto con Abraham[91] y sus descendientes (Isaac y Jacob, así como los descendientes de estos). Es en este pacto donde el texto (Gn 15) resalta el carácter unilateral e incondicional del mismo, ya que solamente Dios, siguiendo la práctica habitual de la época de “cortar” un pacto, pasa por entre los animales previamente partidos (v. 17). La promesa a Abraham es doble: descendencia y tierra. El pacto con Moisés[92] estipula cómo ha de ser la vida del pueblo del

Señor en la tierra del Señor (recordemos que la tierra pertenece a Dios, no al pueblo). La obediencia será premiada con el disfrute de la misma, de sus frutos, de la paz con los pueblos vecinos (reposo y seguridad, Dt 12:10), pero la desobediencia acarreará serias consecuencias (Lv 26:14-32; Dt 28:15-35) y, en última instancia, la dispersión y el exilio (Lv 26:33; Dt 28:36-37). En 2 Samuel 7 (cf. 1 Cr 17; Sal 89) se narra el pacto de Dios con David[93]. En esta ocasión, parte de las promesas del Señor se van a cumplir durante la vida de David y otras tras su muerte. Dios promete engrandecerlo, reforzar el papel de Israel como pueblo escogido y darle descanso de sus enemigos (vv. 8-11a) y, de cara al futuro, contar con una dinastía que le sucederá, así como un reino y un trono que permanecerán (vv. 11b-14a). Aquí ya se apunta a un descendiente que trasciende las categorías puramente humanas. Por último, el conocido pasaje de Jeremías 31 abre las puertas a un nuevo pacto[94] o, por mejor decir, un pacto renovado. El pacto sigue siendo con el pueblo escogido, ya que Yahvé nunca hace pactos con el conjunto de las naciones, por mucho que sus pactos con Israel afecten a estas. Este pacto, que tendrá su cumplimiento con la llegada del Mesías —el único que puede cumplir las profecías y la ley— va a ser único y definitivo (cf. Ez 16:59-63; Is 61:8-9), y supondrá elevar a un nuevo nivel la relación entre el Dios del pacto y su pueblo.

¿Condicional o incondicional? Como ya hemos avanzado en la sección anterior, hay pactos condicionales y otros que tienen un carácter incondicional. Ahora bien, conviene puntualizar dos cosas: 1) Aun en el caso de los pactos condicionales, seguimos hablando de un pacto, no de un contrato. Se trata de un pacto desigual que conlleva el cumplimiento de ciertas obligaciones por la otra parte. 2) Dentro de un mismo pacto puede haber ciertos elementos condicionales y otros incondicionales. Un ejemplo de pacto condicional es el mosaico o sinaítico. Ex 19:5-6 dice: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel”. Aquí aparece claramente la partícula condicional hebrea (“si”, v. 5a), con lo cual ese pacto llevará consigo una

serie de bendiciones (“especial tesoro sobre todos los pueblos”, v. 5b, “reino de sacerdotes y gente santa”, v. 6), siempre y cuando se cumpla una doble condición: obedecer a Dios y cumplir sus mandamientos (v. 5a)[95]. Por el contrario, el pacto abrahámico destaca por su incondicionalidad. Gn 12:2-3, 7 “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra… Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra.” Gn 13:14-17 “Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré”. Gn 15:4-5, 18-20 “Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia… En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates; la tierra de los ceneos, los cenezeos, los cadmoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos”. El lenguaje es claro y contundente, como también la acción de Dios (cf. “Y sucedió que puesto el sol, y ya oscurecido, se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos”, Gn 15:17). En Gn 17:1-8 volvemos a encontrar el pacto incondicional (perpetuo): “Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera. Entonces Abram se postró sobre su rostro, y Dios habló con él, diciendo: He aquí mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes. Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes. Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti. Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. Y te daré a

ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos”. El elemento condicional es el cumplimiento de la señal del pacto: Gn 17:9-10, 13-14 “Dijo de nuevo Dios a Abraham: En cuanto a ti, guardarás mi pacto, tú y tu descendencia después de ti por sus generaciones. Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros… Debe ser circuncidado el nacido en tu casa, y el comprado por tu dinero; y estará mi pacto en vuestra carne por pacto perpetuo. Y el varón incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio, aquella persona será cortada de su pueblo; ha violado mi pacto”. La desobediencia será castigada con la expulsión del individuo rebelde del pueblo del pacto.

Base de los pactos bíblicos El vocablo ‫ ֶחֶסד‬jésed[96] (misericordia, lealtad, Str. H2876) es el amor pactual, el amor leal de Dios, el que nunca falla, el cimiento sobre el que están basados sus pactos con la humanidad. El amor verdadero que es fiel, irrevocable e incondicional[97]. Por tanto, no se trata de un simple afecto, ni tampoco de un amor general, sino de la fidelidad que mana de una relación de pacto. Inmediatamente después del gran texto sobre la elección de Israel (Dt 7:68), el Señor dice: “Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones” (Dt 7:9). El jésed no es solamente una actitud, sino algo que se hace (cf. Dt 5:10) en el marco de una relación personal, especialmente en una relación pactual (“Jehová Dios de Israel, no hay Dios como tú, ni arriba en los cielos ni abajo en la tierra, que guardas el pacto y la misericordia a tus siervos, los que andan delante de ti con todo su corazón” (1 Re 8:23). El salmista no se cansa de repetir que el Señor es “grande en misericordia” (cf. Sal 86:5, 15; 103:8; 145:8)[98], y de hecho es en el libro de los Salmos donde más se utiliza el término jésed. Esta misericordia y fidelidad divinas hacen de contrapeso a la justa ira de Dios (“Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento; pero con misericordia eterna tendré compasión de ti, dijo Jehová tu Redentor”, Is 54:8). En múltiples ocasiones, como la que acabamos de reseñar, este tipo de misericordia va unido al concepto de eternidad, ya que la misericordia del Señor es “eterna”

(cf. 1 Cr 16:34, 41), “para siempre” (cf. 2 Cr 7:3; 20:21). A diferencia de la fugacidad de la vida (cf. Sal 103:15-16) o de la propia ira divina (cf. Jr 3:12), “la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen” (Sal 103:17). No es extraño, pues, que el salmista exclame: “Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia” (Sal 107:2; cf. Sal 118:1, 29; 136:1-3).

Pacto y tierra El pacto abrahámico, que en lo esencial es permanente, no puede disociarse de la tierra. Esta forma parte inseparable de las promesas de Dios a su pueblo. Lo que sí es necesario entender es que una cosa es la concesión de la tierra, que es incondicional, y otro muy distinta el disfrute de la misma, condicionada al cumplimiento de las exigencias espirituales y morales de Dios. La tierra pertenece al Señor, es él quien ostenta el título de propiedad. No cabe ninguna duda al respecto (“Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra”, Ex 19:5. “He aquí, de Jehová tu Dios son los cielos, y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las cosas que hay en ella”, Dt 10:14. “La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo”, Lv 25:23). Sin embargo, como ya se ha dicho antes, Dios ha concedido a los israelitas la tierra, aunque su disfrute de la misma es condicional. El Señor le prometió a Abraham descendencia y tierra: “En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates; la tierra de los ceneos, los cenezeos, los cadmoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos” (Gn 15:18-20). “Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos” (Gn 17:7-8). Sin embargo, con el paso del AT al NT se han querido tomar estas promesas en un sentido más espiritual y universal. Para ello, se defiende que ha habido una transferencia desde la tierra de Canaán al conjunto de toda la

tierra, acompañada de una transferencia desde Israel a todos los creyentes. ¿Acaso no dice Mt 5:5 “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”? Sí, así es, pero observemos que Mateo está citando el Salmo 37:11. La palabra ‫ ֶא ֶרץ‬érets (tierra, Str. H776) aparece 6x: “habitarás en la tierra” (v. 3), “heredarán la tierra” (vv. 9, 11, 22, 29), “heredar la tierra” (v. 34). En todas ellas, sin excepción, se refiere a la tierra de Israel, no al mundo entero. De hecho, el concepto de heredar la tierra tiene ese significado: “Cuando clames, que te libren tus ídolos; pero a todos ellos llevará el viento, un soplo los arrebatará; mas el que en mí confía tendrá la tierra por heredad, y poseerá mi santo monte” (Is 57:13). Aquí, en virtud del paralelismo del que ya hemos hablado varias veces y que siempre deberíamos tener muy presente a la hora de interpretar estos textos, “tener la tierra por heredad” y “poseer” es lo mismo, y otro tanto sucede con “tierra” y “mi santo monte” (nuevamente una sinécdoque para referirse a toda la tierra).

Duración de los pactos En función de si un pacto es condicional o no, su duración será temporal o permanente. O incluso puede ocurrir que dentro del mismo pacto haya elementos condicionales y otros incondicionales. Todo esto debe tomarse en consideración cuando analizamos los diferentes pactos. Cuando Dios habla de la elección de su pueblo Israel por boca de sus profetas, hace especial hincapié en el carácter permanente de su decisión: “Así ha dicho Jehová, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, que parte el mar, y braman sus ondas; Jehová de los ejércitos es su nombre: Si faltaren estas leyes delante de mí, dice Jehová, también la descendencia de Israel faltará para no ser nación delante de mí eternamente. Así ha dicho Jehová: Si los cielos arriba se pueden medir, y explorarse abajo los fundamentos de la tierra, también yo desecharé toda la descendencia de Israel por todo lo que hicieron, dice Jehová” (Jr 31:35–37). Conviene comparar el texto de Jr 31:35-36 con Gn 8:22, donde, después del diluvio y tras el altar y el sacrificio presentado sobre el mismo por Noé, el Señor se dice a sí mismo: “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche”. Además de lo gráfico y descriptivo del lenguaje empleado también debemos fijarnos en la fuerza del término hebreo ‫ עוָֹלם‬olam (para siempre, Str.

H5769) que muy a menudo acompaña a bᵉrit. “Oh vosotros, descendencia de Abraham su siervo, Hijos de Jacob, sus escogidos. El es Jehová nuestro Dios; En toda la tierra están sus juicios. Se acordó para siempre de su pacto; De la palabra que mandó para mil generaciones, La cual concertó con Abraham, Y de su juramento a Isaac. La estableció a Jacob por decreto, A Israel por pacto sempiterno” (Sal 105:6-10) En la portada de la Biblia del Oso, traducida por Casiodoro de Reina en 1569, se puede leer, en hebreo y en castellano, “la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Is 40:8b). Si esto es así, ¿por qué aplicarle al “para siempre” referido a la palabra de Dios un sentido literal y no al pacto de Dios con Abraham? (“Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti”, Gn 17:7). Si lo hacemos con el pacto noético (“Estará el arco en las nubes, y lo veré, y me acordaré del pacto perpetuo entre Dios y todo ser viviente, con toda carne que hay sobre la tierra”, Gn 9:16) o davídico (“¿No sabéis vosotros que Jehová Dios de Israel dio el reino a David sobre Israel para siempre, a él y a sus hijos, bajo pacto de sal?”, 2 Cr 13:5; “Para siempre le conservaré mi misericordia, Y mi pacto será firme con él”, Sal 89:28), ¿qué razón puramente hermenéutica puede haber para no hacerlo con el abrahámico? El pacto que se ha convertido en obsoleto (Heb 8:13) es el pacto mosaico, con sus ritos y estipulaciones, no el abrahámico.

CAPÍTULO 4

LA ELECCIÓN DE ISRAEL EN EL NUEVO TESTAMENTO En el Nuevo Testamento, Israel también existe na cosa es hablar de la elección del pueblo de Israel en el AT —algo en lo que casi todo el mundo puede estar de acuerdo— y otra muy distinta hablar de la vigencia de esa elección en el NT. La explicación que se suele dar es que el AT se centra en lo particular (Israel y la tierra de Canaán) y el NT en lo universal (la Iglesia y el mundo en su conjunto), esto es, que el NT le ha conferido una dimensión universal a las promesas del AT. A fin de cuentas, ¿acaso Jesús no lo volvió a intentar con Israel, pero se encontró con el rechazo de este? (“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”, Jn 1:11-12). Es más, ¿no dijo el Señor que por culpa de ese rechazo, “el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mt 21:43)[99]? Esta manera de ver las cosas condiciona en buena parte nuestra lectura de los textos; sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Ni el AT está exento de un claro énfasis universalista[100], ni el NT deja de lado lo particular. En realidad, la elección divina siempre tiene amplitud de miras, pues lleva en sí misma un germen universalista que tarde o temprano acaba por desarrollarse en plenitud. El particularismo es siempre un medio para un fin mayor, nunca la última palabra. Dos de los cuatro evangelios (Mt y Lc) comienzan con la clara intención de conectar la figura de Jesús, el Mesías, con la historia del pueblo de Israel. No solo presentan genealogías como demostración palpable de esa conexión, sino que apelan constantemente a la Escritura para mostrar que en Jesús se cumplen las promesas, profecías y esperanzas veterotestamentarias. Israel sigue estando en el foco de la obra redentora de Dios[101]. La salvación que ofrece el Señor va a ser universal, pero entronca directamente con la historia de su pueblo, Israel. Dicho de otro modo, Israel no queda atrás sino que se va

U

a ampliar. En el NT encontramos una teología de la inclusión, de la expansión, de la ampliación[102], nunca de la sustitución o del reemplazo. El particularismo de la elección de Israel siempre tiene como objetivo la universalidad de la bendición. Es cierto que parte del lenguaje que se emplea en el AT para describir a Israel se transfiere o aplica a la Iglesia en el NT (cf. 1 Pe 2:9-10), pero de un trasvase de funciones no cabe deducir que todo lo que se dice sobre Israel pasa a aplicarse a la Iglesia[103]. La Iglesia es incorporada a Israel, por tanto es natural que haya un solapamiento en las descripciones. Así pues, el intento de pasar directamente del viejo Adán del Edén al nuevo Adán de Belén, pasando completamente por alto los tratos de Dios con el pueblo de Israel y el desarrollo de su obra redentora a través del mismo, es un grave error teológico. Convertir a Israel en un paréntesis y al AT en un simple semillero de profecías (o de ejemplos de lo que no se debe hacer) es no entender la historia de la salvación. Como explica Peter Fiedler, Carece, por tanto, de justificación la afirmación de la disolución historicosalvífica de Israel por la Iglesia (de los gentiles). Pues, en efecto, desde la fe bíblica en la elección, 1 Pe 2,9s. solo puede entenderse como inclusión —causada por la fe en Cristo— de los paganos en la acción de elección de Israel por parte de Dios. Así se da también por supuesto en Hch 15,7. El propio Pablo rechaza expresamente en Rom 11,29 (cf. 9,4s. ; 15,8) una reducción de este «Israel» a los judíos que creen en Cristo (de acuerdo con las afirmaciones de la primera época, como Gal 6,16 o incluso Rom 11,7): justamente la apelación a la fidelidad de Dios (Rom 9,11) exige, para la validez de la elección de la Iglesia (de los gentiles), atenerse con firmeza a la elección permanente del pueblo judío (Rom 11,18)[104].

Romanos 9-11 Mucho se habla de la carta a los Gálatas y del énfasis que hace Pablo en que en Cristo desaparecen todas las distinciones humanas (Gal 3:23-29), entre ellas las que había entre judíos y gentiles[105]. Sin embargo, hay que tomar en consideración el contexto en que vivían aquellos creyentes. En Galacia existía un grave problema con los judaizantes, y estos habían escorado tanto el evangelio hacia la ley y las obras que Pablo tuvo que contrarrestar sus enseñanzas y tratar de devolver el equilibrio perdido. Ahora bien, en Roma no existía ese problema. Allí convivían en armonía judíos y gentiles, por lo que el apóstol podía presentar un mensaje más equilibrado y mostrarse mucho más dispuesto a reconocer el valor de la ley, del AT y del legado judío

en el caso de los judíos, pero también de la salvación solo por la fe y la libertad en Cristo en el caso de los gentiles. Romanos 9-11[106], escrito en plena madurez personal y teológica del apóstol, es una auténtica piedra de toque en lo que se refiere al lugar de Israel en el NT. Entre constantes citas, alusiones y ecos veterotestamentarios, Pablo repasa el pasado, presente y futuro de Israel. Según David Pawson[107], en el pasado fueron elegidos por Dios (cap. 9), en el presente tropiezan con la Roca que es Cristo (cap. 10), y en el futuro serán salvos (cap. 11). Un bosquejo que nos podría servir para navegar por estos tres capítulos de Romanos sería este: I. 9:1-3 El amor de Pablo por Israel. II. 9:4-5 El legado de Israel. III. 9:6-13 La pertenencia a Israel IV. 9:14-29 La soberanía de Dios V. 9:30-10:21 La justicia es por fe VI. 11:1-6 Dios no ha rechazado a Israel VII. 11:7-10 El endurecimiento de Israel VIII. 11:11-24 La salvación de los gentiles IX. 11:25-36 La restauración de Israel 1 Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, 2 que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Pablo va a hacer una declaración solemne. Si se tratara de un juicio, podríamos decir que va a decir “la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”. En su caso, lo afirma como cristiano que está “en Cristo”, viviendo constantemente delante de él, y que habla “en el Espíritu”. Su propia conciencia es el tercer testigo que confirma la veracidad de sus palabras. El apóstol no pretende quedar bien, sino compartir algo que siente en lo más profundo de su ser. Tiene corazón de pastor, y no teme dejar traslucir sus emociones más personales. Ama profundamente, y cuando se ama de verdad, también se siente dolor. 3 Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne; He aquí la razón de su estado de ánimo. Por mucho que sea el apóstol de los gentiles, su corazón está con los suyos[108]. Tanto es así que, de ser posible —que no lo es—, estaría dispuesto a convertirse en anatema, en alguien

apartado de la fuente de la vida y condenado a la muerte eterna. El tiempo verbal no debe hacernos perder de vista la tremenda dureza de lo que, hipotéticamente, estaría dispuesto a hacer[109]. Y todo para que sus compatriotas pudieran estar experimentando el cambio del que Pablo está gozando. Lejos de estar resentido por el trato recibido por ellos, los lleva constantemente en el corazón. 4 que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto[110], la promulgación de la ley, el culto y las promesas; 5 de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén. El legado que nos ha llegado procedente de los judíos es auténticamente impresionante[111]. Aquí Pablo menciona explícitamente ocho, que son nueve si añadimos “la palabra de Dios” a la que se ha referido anteriormente en la misma epístola (Rom 3:2). De Israel hemos aprendido lo que es ser adoptados como hijos, los efectos de la manifestación de la presencia y el poder de Dios, tener una relación pactual con el Creador y Señor del universo, recibir su instrucción a través de los mandamientos, aprender a darle la alabanza debida tan solo a él, experimentar las preciosas promesas que Dios tiene reservadas para sus hijos, poder contar entre nuestros antepasados en la fe a aquellos hombres que fueron los primeros receptores de la revelación del único Dios verdadero y transmisores de lo que representa tener una relación vinculante con él. Pero sin duda el culmen de todo ello es la venida al mundo del Dios encarnado[112]. No fue un ángel, ni un profeta, ni un subalterno quien se humanó, sino el propio Dios, y por eso no puede dejar de expresar una alabanza al Señor (doxología, v. 5b). A la vista de todo esto, no es de extrañar que Jesús le dijera a la mujer samaritana: “la salvación viene de los judíos” (Jn 4:22). Y si el apóstol siente que debe hacer esta defensa de Israel, cabe suponer que es porque en Roma los creyentes de procedencia gentil se muestran arrogantes frente a los judíos que creen en Jesús como Mesías. Desde luego, si es así, no hay ninguna razón para ese sentimiento de superioridad. 6 No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, 7 ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. 8 Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. 9 Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo.

10 Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre 11 (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), 12 se le dijo: El mayor servirá al menor. 13 Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí. Pero entonces, si a pesar de todo lo recibido de parte de Dios, Israel como tal ha reaccionado con tanta ingratitud y no ha creído mayoritariamente a la manifestación más sublime y perfecta que tenemos en Cristo, ¿qué es lo que ha fallado?[113] ¿Se ha equivocado Dios con su elección? ¿Es posible que la infidelidad de su pueblo haya desbaratado los planes divinos? Ciertamente no. La palabra de Dios siempre se cumple (Is 55:10-11), su fidelidad y sus promesas no tienen fecha de caducidad. En Israel, como también en la Iglesia, conviven el trigo y la cizaña (Mt 13:24-30; 36-43). No todo el Israel étnico es el Israel espiritual (cf. Rom 2:28-29). Jesús ya se encargó de demostrar que no todos los judíos eran descendientes de Abraham (Jn 8:3140)[114]. Eso sí, siempre hubo un remanente, la verdadera simiente de Abraham, incluso en los momentos más oscuros (cf. Rom 11:2-5). Dios no necesita a todos, ni a muchos, para hacer su voluntad a través de ellos. La descendencia espiritual tiene que ver con la elección y con la fe. Esto explica que de todos los posibles candidatos, unos sean elegidos y otros no. Desde nuestro lado de la eternidad, la promesa de Dios recibida por la fe es la que marca la diferencia. Desde el punto de vista divino, es su elección soberana. No es por obras, sino por gracia (Ef 2:8-9). El mérito radica, única y exclusivamente, en “el que llama” (v.11)[115]. Después de todo, en la historia de la salvación siempre se impuso la gracia a la raza, la misericordia al mérito (Os 6:6). La continuidad entre Israel y la Iglesia, como dice Dunn[116], puede producirse mediante la transformación (como el gusano de seda que se convierte en mariposa) o el desarrollo y la ampliación (como el árbol al que le salen ramas nuevas, naturales o injertadas). En el primer caso, de lo antiguo solo queda la cáscara de la crisálida. En el segundo, el árbol sigue estando ahí y lo antiguo y lo nuevo forman parte del todo. 14 ¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera (μὴ γένοιτο)[117]. 15 Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. 16 Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. 17 Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he

levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. 18 De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. Pablo se enfrenta directamente a un posible dilema: ¿acaso la soberanía de Dios no le convierte en un ser injusto y arbitrario que hace las cosas a su antojo? ¿Por qué elegir al hermano menor (Jacob) y olvidarse o pasar por alto al mayor (Esaú)? Y es entonces cuando responde de la manera más rotunda posible: ¡Nunca! El Señor no actúa injustamente, no prevarica. Aquel que dice de sí mismo “Yo soy el que soy” (Ex 3:14), afirma obrar con misericordia y compasión soberanas, no sujetas a las circunstancias externas, basadas en un pacto incondicional. La elección y los pactos divinos no dependen del ser humano sino de Dios (v. 16). Es una de las cosas que son potestad exclusiva del Señor[118]. Al descartar todo merecimiento humano ya nos adentramos en terreno desconocido, misterioso, insondable e inefable. Lo que Dios hace, salvando las distancias, es lo más parecido a la respuesta de los padres ante la pregunta de un niño pequeño: “¿Por qué?” “Porque lo digo yo”. Es una invitación a obedecer y confiar, por mucho que la primera reacción sea la misma que la de aquel pollito negro de dibujos animados llamado Calimero que no hacía más que repetir “¡Esto es una injusticia!”. No, no es una injusticia. Dios sabe lo que hace. Que nosotros no sepamos o queramos entenderlo no significa que él no tenga sus motivos para mostrar misericordia o endurecer. Si hablamos de justicia, de lo que merecemos, ni siquiera estaríamos en este mundo. Nadie tiene derecho a recibir misericordia porque entonces ya no sería misericordia. Él la dispensa como estima conveniente. Es su prerrogativa. 19 Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Si esto es así, la pregunta que surge es: si Dios está detrás del endurecimiento del corazón, ¿cómo puede hablarse de libertad? Es más, ¿qué responsabilidad tiene el individuo si Dios ha determinado sus actos? Dicho de otro modo, si Dios es soberano y hace lo que quiere, ¿cómo puede pedirnos cuentas a nosotros si el responsable es él? 20 Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? 21 ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? 22 ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los

vasos de ira preparados para destrucción, 23 y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, 24 a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no solo de los judíos, sino también de los gentiles? La respuesta a la pregunta anterior solamente puede responderse con una cuestión previa: ¿Quién es el ser humano, finito e imperfecto, para pedirle cuentas a Dios? ¡Eso sería el mundo al revés! Un completo absurdo. Aquí es el desconocimiento humano el que se manifiesta, su absoluta ignorancia de todos los hechos que concurren. ¿Qué sabemos de los motivos de Dios? Tan solo lo que nos quiera revelar. ¿Qué sabemos sobre lo que él ha hecho antes del endurecimiento? Efectivamente, hay todo un proceso que tiene que ver con los designios divinos, con su forma de tratarnos graciosamente a cada uno de nosotros, pero también con la respuesta individual. Todo lo que Dios hace es para manifestar su gloria. Esa gloria se manifiesta tanto en el vaso para honra como en el vaso para deshonra. 25 Como también en Oseas dice: Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a la no amada, amada. 26 Y en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío, allí serán llamados hijos del Dios viviente. 27 También Isaías clama tocante a Israel: Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo; 28 porque el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra en justicia y con prontitud. 29 Y como antes dijo Isaías: Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado descendencia, como Sodoma habríamos venido a ser, y a Gomorra seríamos semejantes. Israel tuvo su oportunidad y la rechazó. Fue un pueblo obstinado, duro de cerviz. Ahora bien, ese mismo endurecimiento fue la semilla de un fruto aún mayor. Esta es, dicho con todo respeto y admiración, una de las paradojas de la historia de la salvación. Sí, el fracaso[119] de Israel supone el éxito para los no judíos, pero no a través de la sustitución del primero, sino de la inclusión de los segundos en el remanente que sigue existiendo. Esa es la maravilla del evangelio. 30 ¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por fe; 31 mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. 32 ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo, 33 como está escrito: He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo y roca de caída; y el que creyere en él, no será avergonzado.

La inversión en el orden lógico de las cosas resulta evidente. Los que no querían saber nada de Dios se encuentran con él, mientras que los que creían tener muy clara su voluntad, en realidad no la han entendido. Y todo porque el principio operativo es la fe, no las obras (Gal 3:11). Según el propio Pablo, debemos entender que esta “piedra de tropiezo” (v. 33) es el propio Mesías y su obra en la cruz (1 Cor 1:23-24). Así pues, el que en él no encuentre “tropezadero” ni “locura”, sea judío o gentil, estará en posición de disfrutar de la buena nueva del evangelio. 10: 1 Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. 2 Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. 3 Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; 4 porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree. Pablo vuelve a hablar a corazón abierto y se hace eco de lo expresado en Rom 9:3. Su plena identificación con el mal que aqueja a su pueblo (que no ha respondido tan multitudinariamente a la predicación del evangelio como los gentiles) le lleva a interceder por su salvación. Su celo es digno de mejor causa, y es que no hay nada que aleje más de Dios que la justicia propia, la superioridad moral. La historia está llena de ejemplos de celo y fervor religioso mal encaminados. Hay que escoger entre la justicia de Dios o la nuestra. Cristo cumplió la ley porque nosotros no podíamos hacerlo. Por eso, para los judíos el mensaje del evangelio es tropezadero (1 Cor 1:23). Es el mayor obstáculo para alcanzar la salvación. Cristo es el cumplimiento[120] de la ley. La justicia viene por la fe, no por las obras (Rom 10:6a; Ef 2:8-9). 5 Porque de la justicia que es por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas. 6 Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); 7 o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). 8 Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: 9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. 11 Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. 12 Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; 13 porque todo aquel que

invocare el nombre del Señor, será salvo. La auténtica salvación está mucho más cerca de lo que pudiéramos imaginar. Basta con un corazón que cree y una boca que confiesa (v. 9)[121]. Y eso es tanto para judíos como para gentiles. No hay una doble vara de medir ni dos pactos distintos (uno para los judíos y otro para los gentiles). El v. 13 es una cita de Jl 2:32 (“Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo”), que ya fue utilizada por el apóstol Pedro en su predicación del día de Pentecostés (Hch 2:21). Esta es una prueba más de lo que ya se ha apuntado sobre el uso tan notable que hace el apóstol de los escritos del AT. Como es obvio, cuando Pablo escribe la carta a los Romanos, no existe el NT tal como nosotros lo conocemos. 14 ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? 15 ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! 16 Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? 17 Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. 18 Pero digo: ¿No han oído? Antes bien, por toda la tierra ha salido la voz de ellos, y hasta los fines de la tierra sus palabras. 19 También digo: ¿No ha conocido esto Israel? Primeramente Moisés dice: Yo os provocaré a celos con un pueblo que no es pueblo; con pueblo insensato os provocaré a ira. 20 E Isaías dice resueltamente: Fui hallado de los que no me buscaban; me manifesté a los que no preguntaban por mí. 21 Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y contradictor. El apóstol continúa con su retahíla de preguntas, algo tan característico en Romanos. Es un hecho constatable que no todo Israel ha recibido el evangelio (v. 16). Sin embargo, el testimonio de las Escrituras, a tenor de los pasajes citados, deja muy claro que el Señor invertirá los papeles para que los que no son pueblo del pacto crean, y a través de su fe despierten los celos e incluso la ira de aquellos que sí fueron escogidos. Una vez más, la actual incredulidad de Israel no será terminal, sino instrumental[122] y temporal. 11: 1 Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. 2 No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció. ¿O no sabéis qué dice de Elías la Escritura, cómo invoca a Dios contra Israel, diciendo: 3 Señor, a tus profetas han dado muerte, y tus altares

han derribado; y solo yo he quedado, y procuran matarme? 4 Pero ¿qué le dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal. 5 Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. 6 Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra. A tenor de lo visto en los capítulos 9 y 10, y pese a ciertas gotas de esperanza que parecen atisbarse, sería perfectamente razonable concluir que Dios ha abandonado a su pueblo, que los ha desheredado para siempre en favor de los gentiles. Pero ahora las tornas cambian bruscamente (o no tanto si nuestros comentarios anteriores sobre una cierta esperanza no perdida del todo son acertados). La persistencia de la pregunta sobre el supuesto rechazo divino a Israel (v. 1a) indica claramente que se trata de una cuestión candente. Si bien es cierto que no todo Israel es el verdadero Israel (Rom 9:67), y que la mayoría de los judíos ha rechazado al Mesías (Rom 10:16), eso de ningún modo justifica la más mínima arrogancia por parte de los gentiles, y mucho menos el desdén o desprecio hacia los judíos. El motivo, como se verá, es que Dios sigue teniendo un propósito para su pueblo de antaño. Hay un futuro para Israel. Así que es un craso error que la Iglesia, mayoritariamente gentil, pretenda arrancar sus raíces judías y desentenderse por completo de Israel. El apóstol mismo es la prueba viviente de que el Señor no ha rechazado a los judíos (v. 1b). Nunca ha habido un momento en la historia en que Dios no tuviera su Israel. Y el día de hoy no es una excepción. Cuanta más adversidad, mayor es la gracia. En opinión de David Pawson[123], en este capítulo encontramos cuatro preguntas sobre Israel que todos los creyentes debemos hacernos: ¿Han sido rechazados? ¿Son recuperables? ¿Han sido reemplazados? ¿Serán restaurados? La respuesta a estas preguntas determinará nuestra comprensión de Israel y nuestra relación con él, principalmente con los que no creen en Jesús el Mesías. Israel no ha sido rechazado. Nada más lejos de la realidad. Pablo era enemigo de la fe y ahora es apóstol. Israel parecía entregado por completo a Baal en tiempos de Elías y sin embargo había un remanente considerable de fieles a Yahvé. La elección divina (v. 2 “desde antes conoció”) se basa en la gracia, el favor inmerecido de Dios, y este siempre se reserva un remanente. 7 ¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos; 8 como está

escrito: Dios les dio espíritu de estupor, ojos con que no vean y oídos con que no oigan, hasta el día de hoy. 9 Y David dice: Sea vuelto su convite en trampa y en red, en tropezadero y en retribución; 10 Sean oscurecidos sus ojos para que no vean, y agóbiales la espalda para siempre. El resto de Israel, los que no formaban parte del remanente fiel, fueron endurecidos. Su corazón se encalleció, se volvió insensible. Sus ojos dejaron de ver (2 Cor 3:14-15) y sus oídos de escuchar (v. 8). Y es que la contrapartida de la elección es el juicio. Pero aun a estos Dios los utilizó. 11 Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos. 12 Y si su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plena restauración? 13 Porque a vosotros hablo, gentiles. Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles, honro mi ministerio, 14 por si en alguna manera pueda provocar a celos a los de mi sangre, y hacer salvos a algunos de ellos. 15 Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos? 16 Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas. A partir del v. 11, Pablo se ocupa de los judíos no convertidos. El tropiezo de Israel tiene un propósito; no es solamente un castigo. Si los judíos no se hubieran endurecido, los gentiles no habrían recibido la salvación tan prontamente. Su endurecimiento hizo que el evangelio alcanzara todos los rincones del mundo mucho más rápidamente. Paradójicamente, ya que con su obediencia no fueron de bendición para las naciones, una luz para el resto del mundo, ahora, en su transgresión y defección están siendo utilizados precisamente para eso. Por otro lado, la inclusión de los gentiles en las promesas del pacto son una forma de “provocarles a celos”, de dejarles ver que su Mesías, sus Escrituras son las que han cambiado las vidas del resto de pueblos y naciones. Lo que ahora tienen los gentiles deberían tenerlo ellos también, porque en realidad es suyo. Por eso mismo, si estando apartados del Señor son bendición, ¿cómo será cuando se conviertan y vuelvan a él? (v.12). Pero además se nos presenta otro principio muy importante: el remanente fiel santifica al resto (“Si las primicias son santas, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas”, v. 16). El remanente de judíos fieles santifica al resto de judíos no creyentes[124]. 17 Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante

de la raíz y de la rica savia del olivo, 18 no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti. 19 Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado. 20 Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. La metáfora del olivo ya había sido utilizada en el AT para referirse a Israel (Os 14:6; Jr 11:16). Aquí Pablo la amplía para explicar el significado de desgajar e injertar. El olivo es Israel y, por tanto, el pacto. Algunos judíos habían sido cortados de su propio árbol. Cayeron en la incredulidad. Ellos, que eran las ramas naturales, fueron desgajados. Es una lección que conviene aprender. Porque ¿qué ocurrirá con nosotros, los gentiles, que somos ramas injertadas, si pecamos de incredulidad? El resultado será el mismo. Es el mismo Dios y nos trata a todos de la misma manera. Solo eso debería bastar para eliminar toda arrogancia. 21 Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. 22 Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado. 23 Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar. 24 Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo? Ese “no perdonó” del v. 21 es el mismo verbo que aparece en Rom 8:32 en relación con el Hijo (“no escatimó”) y, mucho antes, ya se había utilizado en Gn 22:12 (“no rehusaste”, LXX), cuando Abraham evidenció estar dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac. De la (prácticamente) muerte de Isaac surgió una enorme descendencia. De la muerte de Cristo resultó la vida eterna. De un Israel incrédulo surgirá un Israel creyente. En el olivo se encuentran el remanente de Israel, los gentiles creyentes que han sido injertados y las ramas desgajadas (vv. 17, 20) que vuelvan a injertarse después de la incredulidad presente (vv. 23, 24)[125]. El Dios que tiene poder para convertir la muerte en vida también lo tiene para hacer que la apostasía se transforme en fe viva. 25 Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio[126], para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles[127]; 26 y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de

Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. 27 Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados. 28 Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. 29 Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios. 30 Pues como vosotros también en otro tiempo erais desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia de ellos, 31 así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia. 32 Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos. El misterio es algo que hasta el momento presente no había sido revelado (al menos explícitamente), que estaba latente, pero que ahora se hace público. Un día, todo Israel será salvo (“Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará”, 2 Cor 3:16)[128]. A través del Mesías (v. 26) su impiedad será apartada (v. 26), sus pecados quitados (v. 27) y alcanzarán misericordia (v. 31). Son enemigos en cuanto al evangelio temporalmente (v. 28), y eso para que se cumpla el bien mayor de la inclusión de los gentiles (i.e., su enjertación en el olivo), pero su elección es firme (v. 28). El apóstol habla en este texto del pueblo de Israel (todo él, no una parte)[129], e indica con claridad meridiana que es “amado” (ἀγαπητός, agapetós, Str. G27, v. 28) por causa de las promesas dadas a sus padres (i.e., los patriarcas, cf. Rom 9:5; 15:8) y al carácter “irrevocable” de los dones y el llamamiento del Señor. La palabra irrevocable (ἀμεταμέλητος, ametaméletos, Str. G278) tan solo aparece en dos ocasiones en el NT (aquí y en 2 Cor 7:10), y significa literalmente sin arrepentimiento[130], aquello de lo que no cabe arrepentirse o lamentarse. Por tanto, no ha lugar a que Dios se lo piense dos veces: cuando él llama a alguien, no retira su llamamiento. Aquí no hay vuelta atrás. El Señor no deshace lo que hace ni retira lo que dice. La versión TLA ofrece la siguiente traducción dinámica: “Dios no da regalos para luego quitarlos, ni se olvida de las personas que ha elegido”[131]. 33 ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! 34 Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? 35 ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? 36 Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén. Pablo concluye estos tres capítulos con una doxología. Dios ha revelado su

misterio (1 Cor 2:7-10). Dios es creador (“de él”), revelador (“por él”) y redentor (“para él”), y toda la gloria es para él. Dios lleva a cabo sus propósitos a través de la Iglesia, pero también a través del remanente de Israel y de Israel en su conjunto. El pacto de Dios con su pueblo es dinámico y se va renovando y ampliando, nunca abandonando por otro. Ahí radica la continuidad entre antiguo y nuevo pacto, AT y NT.

CAPÍTULO 5

ISRAEL Y LA IGLESIA (I) La ruptura con el Antiguo Testamento ya se ha comentado al principio de la introducción y en algunas C omo secciones del primer capítulo, especialmente al referirnos a la cuestión de la terminología, el AT plantea problemas para muchos cristianos. En su Introducción al Antiguo Testamento, José Luis Sicre (1992, 2011)[132] los clasifica en científicos, históricos, morales y teológicos. Curiosamente, dentro de los problemas teológicos destaca únicamente uno: la elección de Israel . También John Drane (2004)[134] dedica un capítulo de su Introducción a explicar la autoridad del AT para una Iglesia que lo considera problemático. Pero este no es un problema nuevo, ni tampoco que afecte exclusivamente a las modalidades más liberales o críticas del quehacer teológico[135]. En realidad, es tan antiguo como el propio cristianismo. Ya se ha mencionado a Marción, quien en el siglo II pretendió cortar por lo sano con el AT y lo que, según él, representaba. Pero por no remontarnos tan atrás en el tiempo, podríamos citar aquí unas conocidas palabras de Harnack (1927), quien, aludiendo precisamente a Marción, afirmó lo siguiente: [133]

Rechazar el Antiguo Testamento en el siglo II fue un error que la gran Iglesia condenó con razón; conservarlo en el siglo XVI fue el sino al que la Reforma aún no se pudo sustraer; pero continuar conservándolo todavía como documento canónico en el protestantismo desde el siglo XIX, es consecuencia de una parálisis religiosa y eclesiástica.[136]

Unos años más tarde, J. D. Smart (1940)[137] escribía un artículo en el que aparecía un párrafo que podría referirse perfectamente a la situación actual: Hace varios años, cuando los periódicos informaban de que en Alemania se estaba intentando eliminar el Antiguo Testamento de la Biblia, cristianos de todos los lugares del mundo se sintieron conmocionados. Pero había un elemento de hipocresía en esa reacción, ya que, en gran medida, hacía algunos años que el Antiguo Testamento había desaparecido de la vida de nuestras iglesias. Como dice W. J. Phythian Adams en su libro The Call of Israel [El llamamiento de Israel], “Hoy día prácticamente se ha abandonado todo el Antiguo Testamento, como si la revelación que contiene fuera demasiado imperfecta para resultar

espiritualmente provechosa para los cristianos”. Cualquier pastor en activo que tenga los ojos abiertos ante la realidad existente debería poder confirmar esa declaración. Obviamente todavía se siguen usando partes del Antiguo Testamento. Algunos salmos resultan familiares debido a su uso devocional. Algunas porciones de los profetas son populares por su énfasis social. Los relatos de Génesis, adaptados de alguna manera, se han convertido en propiedad exclusiva de los niños cristianos. Fragmentos de los libros históricos que se pueden emplear para señalar alguna lección moral aparecen de vez en cuando en las enseñanzas de la Escuela Dominical. Daniel y algunos pasajes de otros libros han sido utilizados por aquellos que están interesados en sacar la historia futura de la Biblia. Sin embargo, hay que reconocer que para el cristiano medio el Antiguo Testamento no es algo vivo, y que, en la iglesia en general, el interés por el Antiguo Testamento y la comprensión de su contenido están bajo mínimos. En la vida de la mayoría de los creyentes se notaría muy poco si se eliminara el Antiguo Testamento de la Biblia; de hecho, si se hiciera discretamente, podría pasar algún tiempo antes de que alguien reparara en esa pérdida. Por tanto, está justificado que describamos la situación actual como un distanciamiento entre el Antiguo Testamento y la iglesia. Tal vez incluso deberíamos emplear un término más fuerte y hablar de divorcio. Y si las cosas están así, entonces se trata de una situación que exige la más seria consideración por parte de cualquiera que sea amigo de la iglesia o del Antiguo Testamento (énfasis original).

Por su parte, en 1946, Rowley[138] se lamentaba diciendo: En el siglo II se llevó a cabo un experimento para prescindir de él [el AT], y en tiempos recientes ha habido algunos que han abogado por eliminarlo de la Biblia de la Iglesia, mientras que muchos han adoptado el recurso más sencillo de ignorarlo de manera tácita.

Y concluía su argumento de esta manera: Esta gran colección [el AT] formó la Biblia de nuestro Señor, y los primeros cristianos encontraron en ella el testimonio de Cristo. Cuando se escribieron los libros del Nuevo Testamento, en ningún caso pretendieron reemplazar al Antiguo Testamento. En todas partes lo dan por supuesto, y resultaría difícil comprenderlos sin él. No hubo necesidad de decir muchas cosas en el Nuevo Testamento simplemente porque ya se habían dicho tan magníficamente en el Antiguo. Así pues, la pérdida del Antiguo Testamento solamente podía ser un empobrecimiento de la Iglesia. No es cierto, como tan a menudo se supone, que el Antiguo Testamento fuera simplemente la preparación del Nuevo.[139]

Dentro del campo evangélico, la expresión más reciente de este nuevo marcionismo de la que tenemos conocimiento es la que ha publicado Andy Stanley[140], pastor de una conocida megaiglesia en los EE. UU. Stanley siente que debe escribir sobre el tema porque le preocupa que los no creyentes ya no se vean atraídos de manera irresistible por el mensaje cristiano, como sí ocurría al principio. Según él, el problema es el AT, el antiguo pacto, la ley. Su tesis principal es que el cristiano debe desengancharse (unhitch) del AT,

de lo viejo, y aferrarse exclusivamente a lo nuevo que trajo Jesús. Eso exige distanciarse del AT, de la ley, de Israel, ya que en su opinión “Jesús, el apóstol Pablo, el autor de Hebreos y el Concilio de Jerusalén nos han dado permiso para desenganchar nuestra fe del pacto de Dios con Israel”.[141] Lo más relevante en este caso no es tanto la enseñanza en sí[142], cuanto que se trata de un predicador muy conocido, pastor de una de las iglesias más grandes de Norteamérica, que está exponiendo claramente la teología del reemplazo (esto es, que el cristianismo ha reemplazado completamente al judaísmo —y por tanto a Israel) a través de sus predicaciones y escritos, y que lo hace desde una posición de gran influencia y con un lenguaje popular, incluso coloquial, que cala fácilmente entre los creyentes. Stanley deja muy clara cuál es su intención con estas palabras: Cuando hayamos terminado nuestro viaje juntos, espero que estés preparado para desenganchar tu fe, tu teología y tu estilo de vida de una vez por todas de lo viejo que Jesús vino a reemplazar. Y espero que recibas con los brazos abiertos lo nuevo que Jesús vino a desencadenar en el mundo, para el mundo (énfasis original).[143]

Obviamente, el libro de Stanley ha provocado no pocas reacciones contrarias[144]. Sin embargo, también conviene dejar constancia de que en los últimos años han sido varios los autores que, siendo perfectamente conscientes del declive de todo lo veterotestamentario en general dentro de la vida de las iglesias, han adoptado posturas totalmente opuestas a la reseñada con anterioridad. Goldingay, por ejemplo, con el título deliberadamente provocador de ¿Necesitamos el Nuevo Testamento?[145] plantea que en el NT Dios lleva a su conclusión lógica el AT, pero que no es algo especialmente novedoso. Hay que dejar que el AT hable por sí mismo, y no exclusivamente a través del NT. No podemos entender a Jesús ni al NT sin el Antiguo. Jesús no es tanto el portador de nueva revelación cuanto el que da sentido con su obra y mensaje a la historia de la salvación. Por su parte, Strawn[146] hace hincapié en la progresiva simplificación del lenguaje veterotestamentario dentro de las comunidades cristianas. Este reduccionismo, asimilación al NT y creciente desuso puede provocar que el AT acabe muriendo, como si de una lengua se tratara. La solución estriba en ser bilingües y hablar tanto el AT como el NT. Tal vez las cosas sean más sencillas de lo que parece. Las personas cada vez leen menos, viven en un mundo predominantemente audiovisual y su

capacidad de atención es cada día menor. La comodidad, la pereza intelectual, la alergia al esfuerzo, no son precisamente conducentes a dedicarle el tiempo y la dedicación que requieren el estudio y la interpretación de textos antiguos y ciertamente difíciles de entender como son los del AT. Y a eso hay que añadir la supina ignorancia bíblica de nuestra época. Pero aún hay más. Prescindir del AT no garantiza en modo alguno un resurgir del NT. Antes al contrario, este también es exigente, de manera que si se pierde uno, perdemos los dos.

La ruptura con Israel Si se rompen las amarras con el AT y se va produciendo un distanciamiento progresivamente mayor con el antiguo pacto, la consecuencia inmediata es un creciente desdén hacia el pueblo de Israel. Esto se puede apreciar perfectamente en la obra cumbre de Friedrich Schleiermacher (1768-1834) [147] , considerado el padre de la nueva forma de interpretar las Escrituras y del posterior liberalismo alemán. Dice este autor que “el Antiguo Testamento le debe su lugar en nuestra Biblia en parte a que las Escrituras del Nuevo Testamento apelan a él y en parte a la conexión histórica de la adoración cristiana con la sinagoga judía, pero no por ello comparte la dignidad normativa ni la inspiración del Nuevo” (p. 608), y que “todo el mundo debe admitir que si una doctrina no estaba atestiguada directa o indirectamente en el Nuevo Testamento, sino tan solo en el Antiguo, nadie podía tener mucha confianza a la hora de considerarla una doctrina genuinamente cristiana; por el contrario, si una doctrina está atestiguada por el Nuevo Testamento, nadie pondrá ninguna objeción porque no se diga nada sobre ella en el Antiguo. De ahí que el Antiguo Testamento aparezca como una autoridad superflua para la Dogmática” (p. 115). Así las cosas, a nadie puede sorprender esta afirmación: “Ciertamente el cristianismo posee una conexión histórica especial con el judaísmo, pero en lo que se refiere a su existencia histórica y objetivo, su relación con el judaísmo y el paganismo es la misma” (p. 60). Que un teólogo de la talla de Schleiermacher pueda hablar de esta manera y mostrar semejante equidistancia en ciertos aspectos entre el cristianismo y judaísmo y paganismo resulta verdaderamente asombroso, por decirlo suavemente. Esto viene a confirmar las palabras de aquel autor[148] que tomó el pareado atribuido al británico William Norman Ewer, How odd of God to choose the Jews (¡Qué extraño que Dios escogiera a los judíos!), y apostilló

lo siguiente: But odder still for those who choose a Jewish God and spurn the Jews (Pero todavía más extraño para aquellos que escogen a un Dios judío y sin embargo rechazan a los judíos). Y es que no se puede tener lo uno sin lo otro. Es imposible tener al Dios de Israel sin Israel. El NT no puede ser más claro cuando se refiere a la importancia de los judíos y todo lo que los creyentes gentiles le deben a Israel: “…de los cuales [los judíos] son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes [los judíos] son los patriarcas, y de los cuales [los judíos], según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”. (Rom 9:4-5) “…les [los judíos] ha sido confiada la palabra de Dios”. (Rom 3:2b) “…la salvación viene de los judíos”. (Jn 4:22b) “Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú [creyente gentil], siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti”. (Rom 11:17-18) Así pues, a aquellos cristianos que se sienten tentados a menospreciar a Israel habría que exigirles un poco de humildad. ¡Menos arrogancia, por favor![149]

Antisemitismo teológico Hay una historia negra, repleta de pasajes poco edificantes, de la que muy pocas veces se suele hablar y que muchísimos cristianos desconocen. Algunos autores lo definen como antisemitismo cristiano, pero al considerarlo un auténtico oxímoron preferimos usar el término antisemitismo[150] teológico. Con esta descripción nos referimos al tipo de antisemitismo que se basa en consideraciones bíblico-teológicas. Hoy nadie diría que “hubo un tiempo en que judíos y cristianos caminaron juntos, adoraron juntos, creyeron y esperaron juntos”.[151] En definitiva, una época en la que los cristianos fueron judíos. Y nadie lo diría porque transcurridos pocos años desde la muerte y resurrección de Jesús, el destino de unos y otros comenzó a separarse irremisiblemente. Pronto surgió una nueva generación de creyentes que, como el faraón de Egipto, “no conocía a José” (Ex 1:8), esto es, ya no procedía étnicamente del pueblo judío y no tenía conocimiento de primera mano sobre Jesús el Mesías. Solamente

quedaban los textos que iban circulando entre las congregaciones diseminadas por el Imperio romano, pero todos los testigos oculares del ministerio del Señor habían fallecido. Los nuevos teólogos de la iglesia posapostólica, muchos de ellos formados en la cultura y filosofía helenísticas, comenzaron a reflexionar sobre la situación de la Iglesia de su época y trataron de explicar la brecha cada vez más perceptible entre cristianos y judíos. De unos inicios plenamente judeocristianos se estaba pasando a pasos agigantados a una composición mayoritariamente gentil. Jesús el Mesías era cada vez más Jesús el Cristo[152], Jesucristo. El AT poco a poco quedaba atrás y se estaba comenzando a formar un nuevo cuerpo autoritativo de escritos que, con el tiempo, llegaría a ser nuestro NT actual. El sistema de interpretación y exposición de la Biblia típicamente judío, había dado paso a una exégesis alegórica[153] muy del gusto griego. Y así, paso a paso, llegó un día en que la Iglesia se despertó y ya no era judía.

Primeros desencuentros Si David Pawson[154] está en lo cierto cuando habla de la verdadera razón de Pablo para escribir la epístola a los Romanos[155], entonces ya en los años 60 del siglo I se habría manifestado una incipiente teología del reemplazo en Roma. Según él, la iglesia local, que había sido inicialmente una congregación judía fundada por algunos de aquellos que habían escuchado la predicación de Pedro el día de Pentecostés en Jerusalén (Hch 2), se convirtió paulatinamente en una iglesia mixta, compuesta por judíos y gentiles. Posteriormente, cuando el emperador Claudio decretó la expulsión de todos los judíos de la ciudad (cf. Hch 18:1), en la iglesia solamente quedaron los gentiles. Tras la muerte de Claudio, Nerón permitió el regreso de los judíos a Roma; sin embargo, estos no fueron bien recibidos, ya que entre los cristianos se había propagado la idea de que la expulsión de Claudio había sido la manera en que Dios había expresado su rechazo hacia los judíos. Israel ya no era el pueblo escogido; ahora lo era la Iglesia, que había sustituido a los judíos. Esto explicaría los capítulos 9-11 de la epístola, donde el apóstol hace una firme defensa de que Dios todavía no ha acabado con Israel. Otro ejemplo precoz lo encontramos en la Epístola de Bernabé[156], una obra escrita probablemente antes del año 100 que a punto estuvo de ser

incluida en el canon del NT. En ella se incluyen ejemplos claros de esa creciente aversión hacia los judíos. Estos habrían sido desheredados del pacto: “No seáis semejantes a ciertas personas [los judíos] que amontonan pecado sobre pecado, diciendo que nuestro pacto permanece para ellos también. Es nuestro, sí; pero ellos lo perdieron en esta forma para siempre, cuando Moisés lo acababa de recibir” (p. 254), a pesar de todo lo que Dios había hecho por ellos: “Además, entended esto también, hermanos míos. Cuando veis que después de tantas señales y portentos obrados en Israel, incluso así fueron abandonados, estemos alerta, para que nosotros no seamos hallados, como dice la Escritura, ‘muchos llamados, pero pocos escogidos’ (Mt. 22:14)” (p. 256). Los judíos habían perseguido y matado a los profetas del Señor (“Por tanto, el Hijo de Dios vino en la carne con este fin, para que llegara a su colmo la consumación de los pecados de los que persiguieron y mataron a sus profetas. Para este fin, pues, sufrió Él” [p. 258]), así que Dios se decantó por los cristianos: “Bienaventurado es nuestro Señor, hermanos, que estableció entre nosotros sabiduría y entendimiento de estas cosas secretas” (p. 260) … “Pero ellos [Israel] transgredieron, porque un mal ángel les enseñó astucia” (p. 265). Es la Iglesia cristiana, y no Israel, la que ha interpretado correctamente los mandamientos divinos: “Pero, ¿de dónde habían de percibir o entender estas cosas [Israel]? Sea como sea, nosotros, habiendo percibido justamente los mandamientos, los decimos tal como el Señor quiere. A este fin Él circuncidó nuestros oídos y corazones, para que podamos entender estas cosas” (p. 268), de modo que los judíos han perdido su oportunidad: “por lo que se refiere al pacto que Él juró a los padres que le daría al pueblo, veamos si Él lo había dado realmente. Él lo había dado, pero ellos no fueron hallados dignos de recibirlo a causa de sus pecados” (p. 274).

Los padres de la Iglesia Como veremos a continuación, muchos de los denominados padres de la Iglesia dieron pasos en falsos en la cuestión de la relación entre judíos y cristianos[157]. Esto no quiere decir que estuvieran equivocados en todo lo que enseñaron, o que no hicieran aportaciones muy valiosas en otros asuntos. Justino Mártir es el primer[158] autor que afirma explícitamente (alrededor del 160 d. C.) que se ha producido una transferencia completa del Israel del AT a la Iglesia del NT, y lo hace con gran rotundidad: “Porque nosotros somos el pueblo de Israel verdadero y espiritual, la raza de Judá, y de Jacob,

y de Isaac, y de Abraham”[159]. Esto convierte a la Iglesia, también, en la nueva custodia de las Escrituras. Ahí es donde, según algunos autores, se puede hablar de ruptura absoluta con el judaísmo. Esta aplicación del término Israel a la Iglesia cristiana “es un síntoma de la creciente apropiación por parte de los cristianos de las prerrogativas y privilegios de los judíos”.[160] Melitón de Sardes, también en el siglo II, afirmó en uno de sus sermones que “el pueblo (Israel) era precioso antes de surgir la Iglesia, y la Ley era admirable antes de que iluminara el Evangelio. Pero al surgir la Iglesia y al ser presentado el Evangelio, la figura se hizo vana al traspasar (su fuerza) a la verdad … y el pueblo se hizo vano cuando surgió la Iglesia.”[161] Ireneo de Lyon (c. 130-c. 200), tal vez el primer filósofo cristiano de la historia, entiende que la Iglesia ha reemplazado a Israel. “los mismos que se jactan de ser la casa de Jacob y el pueblo de Israel son desheredados de la gracia de Dios”.[162] Clemente de Alejandría (c. 150-c. 215), por su parte, escribió lo siguiente: “El pueblo [judío], sin rumbo, no reconoció a su Señor, no era circunciso en la razón, no fue iluminado en sus tinieblas, no vio a Dios, renegó del Señor, perdió su cualidad de israelita, persiguió a Dios, esperó humillar al Logos”. [163]

Tertuliano (c. 160-c. 220) fue el autor de un tratado en el que se afirma que “el pueblo primero ‘y más fuerte’, esto es, los judíos, debe servir necesariamente al pueblo ‘menor’, esto es, el cristiano”[164] a causa de haber abandonado a Dios e incurrido en idolatría. Según Tertuliano, se ha producido una inversión: Israel ha dejado a Dios y ha ido en pos de los ídolos, mientras que los gentiles han abandonado los ídolos para seguir al Dios de quien los judíos se habían separado. Tertuliano culpa también a los judíos de la muerte de Jesús.[165] Cipriano de Cartago (siglo III)[166], dirigiéndose a un neófito cartaginés llamado Quirino, pretendió “hacer ver que los judíos ya se apartaron de Dios según las anteriores profecías: que perdieron la gracia del Señor que se les dio en otro tiempo, y para la que en adelante les había sido prometida. Que en lugar de los judíos han sucedido los cristianos favorecidos del Señor por su fe, y que vienen al mismo de todas las naciones del universo”. Su tesis está más que clara: los judíos habían perdido la luz con la que el Señor los había alumbrado[167]. Orígenes (c. 184 – c. 253) llegó a afirmar: “Una de las pruebas, por tanto,

de que Jesús fue algo divino y sagrado es haber venido por causa suya al pueblo judío, por tanto tiempo, tales y tantas calamidades. Y con seguridad diremos que no se restablecerán, pues cometieron el crimen más impío que cabe imaginar atentando contra la vida del Salvador del género humano, en la ciudad misma en que practicaban el culto tradicional de Dios, símbolo que era de grandes misterios. Era menester, por ende, que la ciudad en que Jesús padeció todo eso fuera destruida desde sus cimientos, se dispersara la nación judía y pasara a otros el llamamiento a la bienaventuranza; a los cristianos, digo, a quienes se enseñó la doctrina acerca de la religión sincera y pura y recibieron leyes nuevas en armonía con la nueva constitución universal.”[168] Ya en el primer siglo, Ignacio de Antioquía había mostrado su inquietud al constatar que había cristianos que celebraban la Pascua con los judíos, hasta el punto de que llegó a escribir: “Si alguien celebra la pascua junto con los judíos, o recibe los emblemas de su festividad, está siendo partícipe de aquellos que mataron al Señor y sus apóstoles”[169]. Sin embargo, fue Juan Crisóstomo (fallecido en 407) quien, viendo que algunos cristianos gustaban de visitar las sinagogas y observar las fiestas judías, predicó una serie de ocho sermones (entre 386 y 387) bajo el título genérico de Adversus Iudaeos[170]. Juan era un gran orador. Valevicius dice sobre él que su exégesis de las Escrituras era simple y comprensible para todos. Prefería la interpretación literal a los métodos de análisis alegórico. Pero, en sus críticas, parece que actuaba sin escrúpulos y con gran severidad. Sus homilías contra los judíos contienen gran violencia. En la actualidad, se ha acusado a Juan de haber sido antisemita y de ser en gran parte responsable del antisemitismo entre los cristianos a lo largo de la historia. Pero, en realidad, Juan no hacía más que repetir las mismas tesis contra los judíos que todos decían en su época; la diferencia radicaba en que él lo hacía con un gran talento oratorio.[171]

En esas homilías, Crisóstomo dijo toda suerte de lindezas sobre los judíos, llamando a la sinagoga “prostíbulo, teatro, cueva de ladrones, guarida de bestias salvajes, morada de demonios”)[172], y por si no quedaba claro del todo, llegó a decir: “odio a los judíos”[173]. Todos estos autores, y otros que por amor al espacio no hemos citado[174], cometieron un grave error: pretender aserrar la rama del árbol en la que se apoyaban. La imagen desde luego sería para ponerse a reír, si no fuera por lo trágico del hecho. Su argumentación es muy similar: los judíos son réprobos porque no solo han abandonado a Dios sino que han matado a los profetas y a Jesús. Son deicidas que han dejado de ser el pueblo escogido de Dios y se

han convertido en un pueblo maldito. Ahora es la Iglesia, el nuevo Israel, quien ha heredado todas las promesas y bendiciones que antaño correspondieron a los judíos[175].

La iconografía durante la Edad Media En su obra Adversus Judaeos. A Bird’s-Eye View of Christian Apologiae Until the Renaissance (Contra los judíos. Una panorámica a vista de pájaro de las apologías cristianas hasta el Renacimiento)[176], convertida ya en un clásico, Lukyn reproduce en portada (y de nuevo en páginas interiores) las esculturas de la Iglesia y la Sinagoga que se encuentran en la fachada sur de la catedral de Estrasburgo, que datan del siglo XIII. La primera se levanta erguida, bien apoyada en el báculo de la cruz y sosteniendo el cáliz con su mano izquierda, mientras que la segunda se muestra abatida y con los ojos vendados, el báculo partido y las tablas de la ley a punto de caer de su mano izquierda. Esta imagen fue la representación prototípica de la relación entre el cristianismo y el judaísmo a lo largo de buena parte de la Edad Media[177]. Tal como dice Francisco de Asís García en el resumen de su artículo Iglesia y Sinagoga, “La contraposición de la Iglesia y la Sinagoga — usualmente representadas como figuras femeninas— constituye el paradigma alegórico medieval de la confrontación entre cristianismo y judaísmo. Con esta pareja se alude a conceptos como la dualidad Antiguo Testamento/Nuevo Testamento o el triunfo de la fe cristiana sobre la fe mosaica”[178].

La Reforma Al comienzo de su obra reformadora Martín Lutero (1483-1546) se manifestó muy favorable a los judíos. En contra de lo que era habitual en su época, defendió que se les dispensara un buen trato. Luego, a medida que la Reforma fue avanzando —y viendo que, contrariamente a sus expectativas, los judíos no se convertían y aceptaban el Evangelio de Jesucristo— fue cambiando su actitud inicial[179]. En sus últimos escritos, sobre todo en la obra Sobre los judíos y sus mentiras (1543), desató toda su retórica contra ellos. Advirtió en contra de sus actividades “ponzoñosas” y desistió de cualquier intento de convertirlos, al considerar que tal tarea era una misión imposible. Los acusó de “pervertir aquellos pasajes de las Escrituras” que servían de

fundamento a la fe cristiana, y de no haber aprendido nada de las “terribles desdichas” que habían experimentado lejos de su tierra como consecuencia del castigo de Dios, de ser “víboras venenosas … hijos del demonio … los más vehementes enemigos de Cristo Nuestro Señor y de todos nosotros”. Por todo ello, Lutero aconseja lo siguiente: En primer lugar, debemos prender fuego a sus sinagogas o escuelas y enterrar y tapar con suciedad todo lo que no prendamos fuego (según él, “en honor a Nuestro Señor y a la cristiandad”). (…) En segundo lugar, también aconsejo que sus casas sean arrasadas y destruidas. Porque en ellas persiguen los mismos fines que en sus sinagogas. (…) En tercer lugar, aconsejo que sus libros de plegarias y escritos talmúdicos, por medio de los cuales se enseñan la idolatría, las mentiras, maldiciones y blasfemias, les sean quitados. (…) En cuarto lugar, aconsejo que de ahora en adelante se les prohíba a los rabinos enseñar sobre el dolor de la pérdida de la vida o extremidades. (…) En quinto lugar, que la protección en las carreteras sea abolida completamente para los judíos. (…) En sexto lugar, aconsejo que se les prohíba la usura, y que se les quite todo el dinero y todas las riquezas en plata y oro, y que luego todo esto sea guardado en lugar seguro. (…) En séptimo lugar, recomiendo poner o un mayal o una hacha o una azada o una pala o una rueca o un huso en las manos de judíos y judías jóvenes y fuertes y dejar que coman el pan con el sudor de su rostro, como se le impuso a los hijos de Adán (Gn 3:19). (…) En suma, queridos señores y príncipes, quienes tienen a los judío bajo su gobierno: si mi consejo no os agrada, buscad mejor asesoramiento a fin de que tanto vosotros como nosotros podamos deshacernos de la insoportable, diabólica carga de los judíos.

Leyendo estas vitriólicas palabras de Lutero, cualquiera podría pensar que el propio Juan Crisóstomo había regresado a la vida. Por su parte, Juan Calvino (1509-1564) mostró un talante mucho más templado, si bien en el fondo siguió con la misma línea. En su opinión, los judíos merecían ser repudiados por su deslealtad a Dios. En su obra cumbre, Institución de la religión cristiana, Calvino escribió que “los judíos, que parecían ser el pueblo de Dios, no solamente rechazaban el Evangelio, sino que también lo perseguían” y que eran “enemigos de la verdad”[180]. Y añadió a renglón seguido: “él (Dios) estuvo dispuesto por su parte a guardar fielmente lo que prometió. Pero ellos no le dan importancia y merecen, por su traición, ser rechazados”[181].

En la actualidad Hoy no es tan habitual encontrar diatribas antijudías como las de antaño, pero el espíritu del antisemitismo teológico sigue vivo en múltiples manifestaciones. Muchos teólogos reformados siguen anclados en un

supersesionismo[182] a ultranza. Por ejemplo, Ridderbos escribe: “la iglesia, en cuanto a pueblo del Nuevo Pacto establecido por Dios, ha venido a ocupar el lugar de Israel, y el Israel nacional no es más que una ostra vacía de la cual ya se extrajo la perla y ha perdido su función en la historia de la redención”[183]. Fuera del campo estrictamente reformado podemos encontrar otros ejemplos retóricamente menos impactantes aunque igual de contundentes. Es el caso de Wayne Grudem, quien en su conocida Teología Sistemática[184], comentando el pasaje de 1 Pe 2:4-10 afirma lo siguiente: Pedro dice que Dios ha concedido a la iglesia casi todas las bendiciones prometidas a Israel en el Antiguo Testamento. El lugar de morada de Dios ya no es el templo de Jerusalén, porque los creyentes son el nuevo «templo» de Dios (v. 5). El sacerdocio capaz de ofrecer sacrificios aceptables a Dios ya no desciende de Aarón, porque los cristianos son el verdadero «sacerdocio real» con acceso al trono de Dios (vv. 4-5, 9). Ya no se dice que el pueblo escogido de Dios son los que descienden físicamente de Abraham, porque los creyentes son ahora el verdadero «linaje escogido» (v. 9). Ya no se dice que la nación bendecida por Dios es la nación de Israel, porque los cristianos son ahora la verdadera «nación santa» de Dios (v. 9). Ya no se dice que el pueblo de Israel es el pueblo de Dios, porque los creyentes, tantos creyentes judíos como creyentes gentiles, son ahora el «pueblo de Dios» y los que han «recibido misericordia» (v. 10). Todavía más, Pablo toma esta cita de contextos del Antiguo Testamento que repetidamente advierten que Dios rechazará a su pueblo que persiste en rebelión contra él y que rechaza la «piedra angular» preciosa (v. 6) que él ha establecido. ¿Qué otra declaración se podría necesitar a fin de que digamos con certeza que la iglesia ahora ha llegado a ser el verdadero Israel de Dios y recibirá todas las bendiciones prometidas a Israel en el Antiguo Testamento?

Pero además de los libros publicados, no hay que olvidarse de la gran cantidad de púlpitos desde los que semanalmente se siguen vertiendo estereotipos y falsedades contra los judíos, repitiendo una y otra vez antiguos clichés que hace tiempo deberían haberse arrojado al basurero de la historia.

CAPÍTULO 6

ISRAEL Y LA IGLESIA (II) Hacia un nuevo paradigma en las relaciones Israel-Iglesia eíamos en el capítulo anterior algunos ejemplos de antisemitismo teológico a lo largo de la historia de la Iglesia. Sin embargo, no todos los autores cristianos participaron de ese flagrante abuso contra los judíos y de lo que muchos años más tarde Jules Isaac denominaría “la enseñanza del desprecio (contra los judíos)” por parte de la Iglesia[185]. A través de los siglos siempre hubo quienes, rechazando las habituales interpretaciones de tipo alegórico y supersesionista, entendieron que Israel, como pueblo de Dios, seguía ocupando un lugar especial en los planes divinos y que algún día regresaría a su tierra y se cumplirían en él todas las promesas que el Señor le había hecho.

V

La otra cara de la historia de la Iglesia Justino Mártir, pese a haber afirmado que la Iglesia era el nuevo Israel, creía que habría un milenio literal en el que Jesús reinaría en Jerusalén (“Yo, por mi parte, y si hay algunos otros cristianos de recto sentir en todo, no solo admitimos la futura resurrección de la carne, sino también mil años en Jerusalén, reconstruida, hermoseada y dilatada como lo prometen Ezequiel, Isaías y los otros profetas. […] Además hubo entre nosotros un varón por nombre Juan, uno de los apóstoles de Cristo, el cual, en revelación que le fue hecha, profetizó que los que hubieren creído en nuestro Cristo pasarán mil años en Jerusalén; y que después de esto vendría la resurrección universal) [186] . Ireneo de Lyon, por su parte, también hacía una interpretación literal de la promesas de una futura restauración de Jerusalén (“Si algunos tratan de interpretar estas profecías en sentido alegórico, no lograrán ponerse de acuerdo entre sí en todos los puntos” […] Estos acontecimientos no podrán situarse en lugares supracelestes —porque Dios, dice el profeta, mostrará su esplendor a todas las naciones, que hay bajo el cielo—, pero sí se producirán

en los tiempos del reino, cuando la tierra haya sido renovada por Cristo y Jerusalén haya sido reedificada según el modelo de la Jerusalén de arriba”[187]. Las cosas cambiaron mucho a partir de la época de Constantino (siglo IV), coincidiendo con el auge de una hermenéutica alegórica que espiritualizaba hasta lo indecible el texto bíblico[188] y el amilenialismo de Agustín de Hipona[189]. Esto explica que no volvamos a encontrar ejemplos claros de este primitivo sionismo[190] hasta la llegada de la Reforma, salvo alguna que otra honrosa excepción[191]. Este tipo de fenómeno, que podríamos describir como una especie de guadianismo[192] teológico, no es tan extraño en el seno de la Cristiandad. Dentro de la Reforma Protestante del siglo XVI, el movimiento puritano[193] fue el encargado de revivir la esperanza sionista[194]. Los puritanos, pese a ser un movimiento de corte calvinista, se desmarcaron de la decisión de Calvino de leer todas las profecías del AT sobre los judíos como figuras de la Iglesia y de los cristianos gentiles, y consideraron que en el NT, cuando Pablo habla del futuro de los judíos, se estaba refiriendo al Israel étnico. Por tanto, el mundo sería renovado y restaurado cuando “todo Israel sea salvo” (Rom 11:26). De hecho, la Biblia de Ginebra (1560), una versión realizada por puritanos ingleses que habían huido de la persecución religiosa de la reina María Tudor[195], hace referencia, en sus notas, a que los judíos aceptarían al Mesías en el futuro. Así pues, fueron los autores puritanos los que nítidamente manifestaron su creencia en la vigencia de las promesas hechas a Abraham y sus descendientes y los que afirmaron que la hiperespiritualización de las promesas veterotestamentarias era una pésima exégesis. De hecho, en el siglo XVII, tras relacionar la conversión de los judíos con el regreso de estos a Sion, dieron un paso más al postular que los judíos regresarían a su tierra sin haberse convertido previamente. Ya en el siglo XVIII, Jonathan Edwards, uno de los teólogos más importantes en la historia del protestantismo norteamericano, insistió en que no era correcto espiritualizar las promesas hechas a los judíos en el AT y el NT, y que finalmente los judíos regresarían a su tierra ancestral, ya que las profecías relacionadas con la misma todavía no se habían cumplido completamente y la mayoría de los judíos vivía en la diáspora, esto es, fuera de lo que entonces se conocía como Palestina. Allí, con su regreso y posterior conversión, Dios iba a hacer de Israel un “monumento visible” de su gracia y

poder. En el siglo XIX, Anthony Ashley Cooper (Lord Shaftesbury) emergió como el sionista cristiano más destacado de su tiempo. Su obra e influencia pusieron los cimientos de la posterior declaración de Balfour[196]. Shaftesbury se sintió inspirado por el estudio sobre la Historia del cristianismo de Henry Hart Milman (los judíos habían sido víctimas de la persecución de los cristianos), el comentario bíblico del evangélico Thomas Scott, donde se decía que los judíos regresarían a su tierra, y la vergüenza que le producía la persecución inglesa contra los judíos[197]. Vio la oportunidad de ser la primera nación gentil que invirtiera la tendencia de pisotear Jerusalén (cf. Lc 21:24). Shaftesbury entendió que Inglaterra había progresado cuando había empezado a dar nuevamente refugio a los judíos a partir de 1657, lo mismo que le había sucedido a Holanda. Sin embargo, España, que había sido un gran imperio, empezó a declinar a partir de la expulsión de los judíos en 1492. Para él, ese era un cumplimiento del pasaje de Gn 12:3 (“Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”). El teólogo más influyente del siglo XX, el suizo Karl Barth[198], escribió que el retorno de los judíos a su tierra y la creación del estado de Israel en 1948 eran una “parábola secular”, un símbolo de la resurrección en el reino de Dios. El regreso de los judíos en los siglos XIX y XX[199] era un cumplimiento de profecías como Is 2:2-3, cuando los gentiles irían a Jerusalén para aprender la Torá. El AT habla de una historia judía que continúa hasta el día de hoy. También se fijó en la profecía de Ez 37:1-14 (El valle de los huesos secos) y la interpretó como una referencia al regreso de los judíos a su tierra. A cualquier nación que deliberadamente se oponga a Israel, las cosas no le van a ir muy bien.

El Holocausto como punto de inflexión Que en Alemania, una de las naciones más cristiana del mundo, se perpetrara un genocidio como el del Holocausto[200] supuso un toque de atención muy serio para la Iglesia. ¿Cómo se pudo llegar a esa situación? ¿Hasta qué punto la propia teología cristiana y la “enseñanza del desprecio” habían sembrado una actitud desfavorable hacia los judíos que iba a culminar en los trágicos acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial? Estas y otras preguntas similares cobraron una gran relevancia, de modo que algunos comenzaron a

replantearse la relación entre cristianos y judíos, releyendo la Escritura y examinando críticamente la historia de la Iglesia. Parecía obvio que se imponía una disculpa y una reparación: transformar la enseñanza del desprecio en una enseñanza del aprecio. El supersesionismo de tantos siglos había tenido consecuencias funestas, convirtiendo a los cristianos en cómplices de uno de los episodios más terribles y perversos de la historia de la humanidad. No hacía falta ser muy perspicaz para percatarse de que era necesario enfocar la relación IsraelIglesia de otra manera. La revaluación de todo lo relacionado con este asunto no se haría esperar, y sus efectos, en mayor o menor medida, perduran hasta el día de hoy.

Relaciones entre judíos y cristianos desde 1945 hasta hoy[201] En 1947 se convocó una conferencia internacional de emergencia sobre el antisemitismo en la localidad suiza de Seelisberg. Asistieron sesenta y cinco personas de diecinueve nacionalidades distintas[202]. Una comisión de ese encuentro, conmovida por los sufrimientos del pueblo judío e inspirándose en el espíritu de las palabras del apóstol Pablo en Rom 11:28–29 (“son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”), emitió un comunicado dirigido a las iglesias cristianas en los que se incluían estos diez puntos (conocidos a partir de entonces como los diez puntos de Seelisberg)[203]: 1. Recordemos que el mismo Dios único nos habla a todos a través del Antiguo y el Nuevo Testamento. 2. Recordemos que Jesús nació de una madre judía, del linaje de David y el pueblo de Israel, y que su amor y perdón eternos abarcan a su propio pueblo y a todo el mundo. 3. Recordemos que los primeros discípulos, los apóstoles y los primeros mártires eran judíos. 4. Recordemos que el mandamiento fundamental del cristianismo de amar a Dios y a nuestro prójimo, proclamado ya en el Antiguo Testamento y confirmado por Jesús, es vinculante tanto para cristianos como para judíos en todas las relaciones humanas, sin excepción alguna. 5. Evitemos distorsionar o tergiversar el judaísmo bíblico o

6.

7.

8.

9.

posbíblico con el objeto de ensalzar el cristianismo. Evitemos el uso de la palabra judíos en el sentido exclusivo de enemigos de Jesús y las palabras enemigos de Jesús para designar a todo el pueblo judío. Evitemos presentar la Pasión de tal manera que provoque odio contra todos los judíos, o exclusivamente contra los judíos, por haber dado muerte a Jesús[204]. Fue tan solo una parte de los judíos de Jerusalén la que pidió la muerte de Jesús, y el mensaje cristiano siempre ha sido que fueron los pecados de la humanidad, personificados en aquellos judíos y de los que todas las personas participamos, los que llevaron a Cristo a la cruz. Evitemos referirnos a las maldiciones bíblicas, o al clamor de una multitud enfurecida: “Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos”, sin recordar que este grito no debe ir en detrimento de las palabras infinitamente más importantes de nuestro Señor: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Evitemos promover la idea supersticiosa de que el pueblo judío es reprobado y maldito, reservado para un destino de sufrimiento. 10. Evitemos hablar de los judíos como si los primeros miembros de la Iglesia no hubieran sido judíos.

En 2009, el mismo Consejo Internacional de Cristianos y Judíos reafirmó su compromiso con los diez puntos de Seelisberg en una conferencia internacional celebrada en Berlín. En ella, se amplió el llamamiento hecho en 1947 a todas las comunidades judías. Estos nuevos doce puntos[205] eran una puesta al día de los anteriores, y consistían en[206]: 1. Luchar contra el antisemitismo religioso, racial, y en todas sus formas. 2. Promover el diálogo interreligioso con los judíos. 3. Desarrollar una comprensión teológica del judaísmo que afirme su integridad distintiva. 4. Orar por la paz en Jerusalén. 5. Reconocer los esfuerzos realizados por muchas comunidades

6. 7. 8.

9.

cristianas en los últimos años del siglo XX para reformar sus actitudes hacia los judíos. Reexaminar la liturgia y los textos judíos a la luz de esas reformas cristianas. Diferenciar entre una crítica imparcial a Israel y el antisemitismo. Alentar al Estado de Israel en su trabajo de cumplir con los ideales que figuran en sus documentos fundadores: una tarea que Israel comparte con muchas naciones del mundo. Mejorar la educación interreligiosa e intercultural. 10. Promover la amistad y la cooperación interreligiosas, así como la justicia social en la sociedad global. 11. Mejorar el diálogo con organismos políticos y económicos. 12. Conectar con todos aquellos cuyo trabajo responde a las demandas de la gestión ambiental.

Por lo que respecta a la iglesia católica romana, sin duda la aportación más importante que hizo para mejorar las relaciones con los judíos fue la promulgación por Pablo VI de la declaración conciliar Nostra Aetate. En realidad no estaba previsto en el orden del día del concilio Vaticano II que se debatiera ese asunto (la “cuestión judía”), pero ahí es donde debemos mencionar la labor e influencia del historiador judío francés Jules Isaac (1877-1963)[207]. Isaac, superviviente del Holocausto, donde perdió a su esposa y a su hija, ya había estado presente en la conferencia de Seelisberg antes mencionada. En 1949, dos años después, en el marco de una audiencia con el entonces papa Pío XII tuvo ocasión de exponerle su investigación sobre las raíces cristianas del antisemitismo[208]. Posteriormente, en 1960, tuvo otra entrevista con el nuevo papa, Juan XXIII, quien ya había convocado un concilio ecuménico el año anterior. Isaac aportó numerosa información, confiando en que pudiera tomarse en cuenta su visión de lo que él consideraba como una perniciosa influencia de siglos: “la enseñanza del desprecio”. Por lo que se ve, sus gestiones en Roma dieron resultado, y finalmente todo cristalizó en la sección cuarta sobre la religión judía de la declaración Nostra Aetate dedicada a los judíos (28 de octubre de 1965), que dice así:

Al investigar el misterio de la Iglesia, este Sagrado Concilio recuerda los vínculos con que el Pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abraham. Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas, conforme al misterio salvífico de Dios. Reconoce que todos los cristianos, hijos de Abraham según la fe, están incluidos en la vocación del mismo Patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de esclavitud. Por lo cual, la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo, con quien Dios, por su inefable misericordia se dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles. Cree, pues, la Iglesia que Cristo, nuestra paz, reconcilió por la cruz a judíos y gentiles y que de ambos hizo una sola cosa en sí mismo. La Iglesia tiene siempre ante sus ojos las palabras del Apóstol Pablo sobre sus hermanos de sangre, "a quienes pertenecen la adopción y la gloria, la Alianza, la Ley, el culto y las promesas; y también los Patriarcas, y de quienes procede Cristo según la carne" (Rom 9,4-5), hijo de la Virgen María. Recuerda también que los Apóstoles, fundamentos y columnas de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así como muchísimos de aquellos primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio de Cristo. Como afirma la Sagrada Escritura, Jerusalén no conoció el tiempo de su visita, gran parte de los Judíos no aceptaron el Evangelio e incluso no pocos se opusieron a su difusión. No obstante, según el Apóstol, los Judíos son todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente de sus dones y de su vocación. La Iglesia, juntamente con los Profetas y el mismo Apóstol espera el día, que solo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz y “le servirán como un solo hombre” (Sof 3,9). Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, este Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue sobre todo por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno. Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras. Por consiguiente, procuren todos no enseñar nada que no esté conforme con la verdad evangélica y con el espíritu de Cristo, ni en la catequesis ni en la predicación de la Palabra de Dios. Además, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución contra los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos, e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos. Por los demás, Cristo, como siempre lo ha profesado y profesa la Iglesia, abrazó voluntariamente y movido por inmensa caridad, su pasión y muerte, por los pecados de todos los hombres, para que

todos consigan la salvación. Es, pues, deber de la Iglesia en su predicación el anunciar la cruz de Cristo como signo del amor universal de Dios y como fuente de toda gracia”[209].

Con este reconocimiento de un “patrimonio espiritual común”, de que la muerte del Señor “no puede ser imputada ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy” y con la reprobación de “cualquier persecución contra los hombres” y, en particular, de “los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos”, Roma daba un gran paso en su intento por subsanar siglos de antijudaísmo teológico[210]. Tal ha sido el giro copernicano de la postura oficial de la iglesia de Roma en cuanto a la pasada teología del reemplazo, que en su Catecismo[211] podemos leer párrafos como los siguientes: 839 “Los que todavía no han recibido el Evangelio también están ordenados al Pueblo de Dios de diversas maneras” (LG 16): La relación de la Iglesia con el pueblo judío. La Iglesia, Pueblo de Dios en la Nueva Alianza, al escrutar su propio misterio, descubre su vinculación con el pueblo judío (cf. NA 4) “a quien Dios ha hablado primero” (MR, Viernes Santo: Oración universal VI). A diferencia de otras religiones no cristianas la fe judía ya es una respuesta a la revelación de Dios en la Antigua Alianza. Pertenece al pueblo judío “la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas y los patriarcas; de todo lo cual procede Cristo según la carne” (cf. Rom 9, 4-5), “porque los dones y la vocación de Dios son irrevocables” (Rom 11, 29). 840 Por otra parte, cuando se considera el futuro, el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza y el nuevo Pueblo de Dios tienden hacia fines análogos: la espera de la venida (o el retorno) del Mesías; pues para unos, es la espera de la vuelta del Mesías, muerto y resucitado, reconocido como Señor e Hijo de Dios; para los otros, es la venida del Mesías cuyos rasgos permanecen velados hasta el fin de los tiempos, espera que está acompañada del drama de la ignorancia o del rechazo de Cristo Jesús. 673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf. Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos “toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad” (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44; 1 Tes 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén “retenidos” en las manos de Dios (cf. 2 Tes 2, 3-12). 674 La venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia (cf. Rom 11, 31), se vincula al reconocimiento del Mesías por “todo Israel” (Rom 11, 26; Mt 23, 39) del que “una parte está endurecida” (Rom 11, 25) en “la incredulidad” (Rom 11, 20) respecto a Jesús. San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: “Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la

restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas” (Hch 3, 19-21). Y san Pablo le hace eco: “Si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?” (Rom 11, 5). La entrada de “la plenitud de los judíos” (Rom 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación de “la plenitud de los gentiles” (Rom 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al pueblo de Dios “llegar a la plenitud de Cristo” (Ef 4, 13) en la cual “Dios será todo en nosotros” (1 Co 15, 28).

Por lo que respecta a las iglesias protestantes, desde la Declaración de Culpa de Stuttgart de 1945 realizada por el Concilio de la Iglesia Protestante en Alemania (Evangelische Kirche in Deutschland)[212] hasta el día de hoy, son muchos los gestos y declaraciones que se han venido produciendo, y todo ello con el afán de enmendar y reparar el mal cometido contra los judíos. En 1950, el sínodo de la propia EKD afirma creer que “la promesa de Dios para su pueblo escogido sigue siendo válida incluso después de la crucifixión de Jesucristo” y pide “a todos los cristianos que se desmarquen de cualquier tipo de antisemitismo y que se opongan a él firmemente” . En 1970, el Sínodo General de la Iglesia Reformada de los Países Bajos, afirma, entre otras cosas, que “como cristianos estamos preocupados y vinculados de un modo especial con el pueblo bíblico de Israel” y que “ese Israel del que habla la Biblia, el Antiguo y Nuevo Testamento, no ha desaparecido. El pueblo judío, tal como aparece en nuestra época, es su continuación […] Esto no significa que el pueblo de hoy sea idéntico al pueblo de antaño; han transcurrido diecinueve siglos entre ambos. Pero sí existe una continuidad histórica que va desde el antiguo Israel hasta el pueblo de hoy. Por lo tanto, usamos los nombres “pueblo judío” y “pueblo de Israel” indistintamente. De igual manera, la iglesia de nuestro tiempo no es la misma que la iglesia de los apóstoles, pero sin duda es su continuación. Es decir, se trata de la misma iglesia” . En el documento se reconoce el derecho de Israel a tener su propio estado en su tierra ancestral. En 1980, el Sínodo de la Iglesia Protestante de Renania, Düsseldorf, hace pública la declaración Hacia la renovación de la relación entre cristianos y judíos[215]. En el punto 2, se reconocen, entre otras cosas, “la corresponsabilidad y culpa cristiana por el Holocausto”, “la permanente relevancia del pueblo judío en la historia divina (p. ej. Rom 9–11)” y que “la continua existencia del pueblo judío, su regreso a la Tierra Prometida y también la fundación del Estado de Israel, son señales de la fidelidad de Dios hacia su pueblo”. El Sínodo confiesa creer “en la permanente elección del pueblo judío como el pueblo de Dios y ser consciente de que, a través de [213]

[214]

Jesucristo, la iglesia es incorporada al pacto de Dios con su pueblo”, y en consecuencia declara que “a través de los siglos, la palabra ‘nuevo’ se ha utilizado en la exégesis bíblica contra el pueblo judío: el nuevo pacto se entendió como contraste con el antiguo, el nuevo pueblo de Dios como sustituto del antiguo pueblo de Dios. Esta falta de respeto hacia la permanente elección del pueblo judío y su condena a la no existencia ha marcado la teología cristiana, la predicación y la labor de la iglesia una y otra vez hasta el día de hoy. Por lo tanto, nosotros también nos hemos convertido en culpables de la eliminación física del pueblo judío”. “Así pues”, continúa diciendo el documento, “queremos percibir la inquebrantable relación del NT con el AT de una manera distinta, y aprender a entender la relación de lo ‘antiguo’ con lo ‘nuevo’ desde el punto de vista de la promesa: en el marco de la promesa dada, el cumplimiento de la promesa y la promesa confirmada. Por consiguiente, ‘nuevo’ no significa una sustitución de lo ‘antiguo’. De ahí que neguemos que el pueblo de Israel haya sido rechazado por Dios o que haya sido reemplazado por la iglesia”. Desde esa última declaración han sido muchas y muy diversas las denominaciones cristianas que han entendido que era el momento de “dar un giro” (en palabras de la declaración de la Iglesia Protestante de Austria de las confesiones de Augsburgo y Helvética de 1998), de abandonar siglos de antijudaísmo y supersesionismo. La historia se puede y se debe reescribir.

Respuesta judía Por parte del judaísmo, merece la pena citar aquí un documento publicado en el New York Times en el año 2000 que llevaba por título “Dabru Emet” (lit. Decid verdad, Zac 8:16). En él, más de doscientos rabinos e intelectuales de todas las ramas del judaísmo reconocen, a título personal, que En los últimos años, se produjo un cambio espectacular y sin precedentes en las relaciones entre judíos y cristianos. Durante los casi dos milenios de exilio judío, los cristianos tendieron a caracterizar al judaísmo como una religión fracasada o, en el mejor de los casos, como una religión que preparó el camino para el cristianismo y encuentra en él su cumplimiento. Sin embargo, en las décadas que siguieron al Holocausto, el cristianismo cambió de una manera espectacular. Un número cada vez mayor de organismos eclesiales oficiales, tanto católicos romanos como protestantes, efectuaron declaraciones públicas para expresar su arrepentimiento por el maltrato de los cristianos hacia los judíos y el judaísmo. Esas declaraciones sostienen, además, que la enseñanza y la prédica cristianas pueden y deben ser reformadas en el sentido de reconocer la Alianza permanente de Dios con el pueblo judío y celebrar la contribución del judaísmo a la civilización mundial y a la misma fe cristiana.

Creemos que esos cambios merecen una respuesta meditada por parte de los judíos. Hablando solo en nuestro propio nombre —somos un grupo de estudiosos judíos de tendencias diferentes—, creemos que ha llegado el momento de que los judíos reconozcan los esfuerzos que hacen los cristianos por valorar al judaísmo.

Como consecuencia de lo anterior, el documento presenta ocho enunciados; a saber: 1. Los judíos y los cristianos adoran al mismo Dios. 2. Los judíos y los cristianos se remiten a la autoridad del mismo libro: la Biblia (que los judíos llaman “Tanakh” y los cristianos, “Antiguo Testamento”) 3. Los cristianos pueden respetar la reivindicación del pueblo judío sobre la tierra de Israel. 4. Los judíos y los cristianos aceptan los principios morales de la Torah. 5. El nazismo no fue un fenómeno cristiano. 6. La diferencia humanamente inconciliable entre judíos y cristianos no será resuelta hasta que Dios redima a todo el mundo, según las promesas de la Escritura. 7. Una nueva relación entre judíos y cristianos no debilitará la práctica judía. 8. Judíos y cristianos deben trabajar juntos por la justicia y la paz[216]. La publicación de “Dabru Emet” no estuvo exenta de controversia, sin embargo la posición judía ante las declaraciones y gestos por parte de las distintas iglesias cristianas ha sido, en general, conciliadora. Así, por ejemplo, en la declaración Comprensión judía de los cristianos y el cristianismo[217], emitida por el Center for Jewish-Christian Understanding and Cooperation (CJCUC) [Centro para el entendimiento y la cooperación entre judíos y cristianos] en mayo de 2011 se afirma que “Muchos líderes cristianos actuales ya no pretenden desplazar al judaísmo. Reconocen el papel en curso del pueblo judío en el plan de Dios para la historia, y a través de su propia comprensión del Testamento cristiano [NT] se ven a sí mismos como injertados en un pacto abrahámico vivo”. Esto hace posible que, “después de casi dos mil años de deslegitimación teológica y conflicto físico” pueda

existir una nueva relación de “respeto mutuo” en el que judíos y cristianos “den testimonio conjunto de la presencia de Dios y sus leyes morales”.

CAPÍTULO 7

EL ISRAEL POSBÍBLICO debate sobre Israel y la Iglesia no es solamente un debate bíblicoE lteológico. También es un debate histórico y geopolítico, sobre todo a [218]

partir de la fundación del moderno estado de Israel el 14 de mayo de 1948. De hecho, en muchas ocasiones lo político se antepone a cualquier otra consideración, de manera que la brecha entre partidarios y detractores de Israel, entre el sionismo cristiano y el palestinianismo cristiano[219], entre defensores de la hasbará[220] y del BDS[221], oscurece cualquier otro acercamiento al tema. La difusión de dos relatos antagónicos, como son el israelí y el palestino, han dejado en un segundo plano otros aspectos sobre el papel más significativos. Si es cierto que “la primera víctima cuando llega la guerra es la verdad”[222], en esta guerra de propaganda ocurre exactamente lo mismo. La posverdad y las fake news o noticias falsas parecen sentirse especialmente a gusto en medio del conflicto árabe-israelí, plagado, quizás más que ningún otro, de exageraciones, medias verdades e inexactitudes. Con independencia de que la culpa pueda estar más en un lado que en otro, y creemos que sin duda es así, estas situaciones siempre provocan víctimas y dolor, y nosotros los creyentes estamos llamados a ser mediadores de la gracia de Dios en el mundo[223]. Ningún gobierno humano es perfecto, y tampoco el de Israel, por lo que es obvio que no siempre acierta o actúa con justicia. Las exigencias morales que se impone a sí mismo son muy elevadas, mucho más que las de aquellos que lo atacan ferozmente, pero aun así comete errores, por mucho que estos no sean, ni de lejos, tantos como ciertos medios e informaciones tendenciosas quisieran hacernos creer. Debemos, pues, reconocer y lamentar profundamente el dolor de judíos y árabes-palestinos. Nuestro cometido, más allá de las creencias escatológicas que cada uno pueda tener, es el de buscar en la medida de lo posible la reconciliación y una paz basada en la justicia. Y sabemos de sobra que ello únicamente será posible si todos nos encontramos a los pies de la cruz de Cristo. Lo cierto es que se hace necesario conocer los antecedentes históricos para poder entender cómo se ha llegado a la situación actual. Por ese motivo, al

final de este libro se incluye una sucinta cronología a modo de referencia, así como algunas recomendaciones de lectura. Aquí no podemos hacer otra cosa que mencionar a vuela pluma algunos aspectos destacados de esa larga historia.

Repaso histórico La primera guerra de los judíos contra Roma (66-70) acabó con la destrucción de Jerusalén y su templo a manos de las tropas lideradas por Tito. Fue un golpe durísimo, pero la resistencia judía continuó y alcanzó cotas de indescriptible heroicidad, como el famoso episodio de la fortaleza herodiana de Masada (73)[224], cuyos defensores optaron por el suicidio antes que rendirse al ejército romano que los sitiaba. Sin embargo, no fue hasta el 130 cuando el emperador romano Adriano decidió acabar definitivamente con la presencia judía en la región. Para ello, edificó Aelia Capitolina sobre las ruinas de Jerusalén y, para añadir escarnio a la derrota judía, denominó a todo aquel territorio Siria-Palestina[225]. Tras finalizar la tercera guerra de los judíos contra Roma (132-135), estos se encontraron sin poder acceder a lo que había sido Jerusalén y sin posibilidad de adorar en el templo, que ya nunca más volvería a reconstruirse. Entonces se produjo una diáspora o dispersión masiva de los judíos por todo el Imperio romano. Uno de los centros religiosos y culturales más importantes del judaísmo se estableció en Babilonia, mientras que el otro permaneció en Galilea, al norte de Palestina[226]. Las diversas comunidades judías se mantenían unidas en torno a las sinagogas y el estudio de la Torá, y fue así cómo se gestó lo que se conocería como el judaísmo rabínico. Con la conversión del emperador Constantino (313) y el dominio del Imperio bizantino, el cristianismo ocupó un lugar de privilegio en toda la zona. En esa época se construyeron templos cristianos tan emblemáticos como la Basílica de la Natividad (Belén) o la iglesia del Santo Sepulcro (Jerusalén). Mientras, los judíos apenas tenían permiso para entrar en Jerusalén un día al año, aunque seguían contando con importantes comunidades, sobre todo en Galilea (Tiberíades y Safed). En el 636 comenzó la dominación árabe, que duraría hasta el 1099. Al principio, los judíos pudieron volver a Jerusalén, pero su situación era bastante precaria y acabaron siendo discriminados. Lo cierto es que hacia el final de este período, la población judía había decrecido. La famosa Cúpula

de la Roca y la mezquita de Al-Aqsa, situadas ambas en la Explanada de las Mezquitas (Monte del Templo, para los judíos), datan de esta época. En concreto, la Cúpula de la Roca fue edificada sobre el supuesto emplazamiento del antiguo Templo de Jerusalén. De 1099 hasta 1291, la etapa de las cruzadas, hubo muchas y sangrientas luchas por hacerse con el control de Palestina. Desde San Juan de Acre, en la costa mediterránea, los cruzados fueron haciéndose fuertes en todo el país y constituyeron el Reino Latino, con capital en Jerusalén. Fue un estado típicamente feudal que no significó ninguna mejoría para la población no cristiana, y particularmente para los judíos. Sin embargo, debido al auge de las peregrinaciones a Tierra Santa, sí se pudo constatar un incremente en el número de judíos que regresaron a su tierra durante esos años. Las cruzadas habían dejado una gran desolación en toda la zona, y a lo largo de la dominación de los mamelucos (1291-1516) la situación no iba a cambiar sustancialmente. Fue durante el largo dominio del Imperio Otomano (1517-1917) que se empezaron a notar los cambios. Se edificaron los muros de la Ciudad Vieja de Jerusalén y los judíos pudieron asentarse allí nuevamente. De hecho, siempre hubo presencia judía en la tierra, sobre todo en las cuatro ciudades más importantes para los judíos: Jerusalén, Safed, Tiberíades y Hebrón. Al concluir la Primera Guerra Mundial, la administración de Palestina pasó al Mandato Británico de Palestina (1918-1948). Fue un período en que mejoraron las condiciones de vida, y en el que tanto árabes como judíos reforzaron sus maltrechas estructuras. Se produjo una inmigración judía a gran escala, especialmente al principio. Esto acabó despertando la firme oposición de la población árabe de la zona, con lo que los británicos acabaron restringiendo el flujo de inmigrantes. Comenzó el hostigamiento de comunidades judías y la respuesta de estas, en una espiral de violencia que desembocó en disturbios. Como medida de prevención se recomendó la partición de Palestina en zonas árabes y judías, pero el plan no se llevó a efecto. Entre 1936 y 1939, ante el aumento del número de judíos que huía de Europa y se dirigía a Palestina, se produjo un levantamiento árabe que acabó siendo sofocado por las tropas británicas. Tras la Segunda Guerra Mundial, y ante la imposibilidad de poner orden en la zona, Gran Bretaña expresó su deseo de dar por concluido el Mandato Británico. En 1947 la ONU aprobó un plan de partición para Palestina, previendo la creación de dos estados, uno judío y otro árabe. Al año siguiente, se

proclamaría oficialmente el estado de Israel, ante la firme oposición del mundo árabe. Así comenzó la guerra, la de 1948, que no sería más que la primera de varias. Con cada enfrentamiento armado, Israel iría ganando más territorio. En 1949 Jerusalén estaba dividida en dos: una parte bajo dominio jordano y otra en manos de Israel. Después de la Guerra de los Seis Días (1967), Israel recuperó toda la ciudad al derrotar a los jordanos. También tomó gran parte de la Península del Sinaí y los Altos del Golán, que Egipto y Siria quisieron recuperar en 1973, con la ayuda de otros países. Desde los años 70 del siglo pasado hasta el día de hoy Israel ha firmado distintos acuerdos de paz con Jordania y Egipto, pero la llamada “cuestión palestina” no se ha podido resolver. A pesar de los acuerdos de Camp David o, más recientemente, de Oslo. Pese a la sucesión de distintos gobiernos israelíes, tanto conservadores como laboristas, se han librado varias guerras o campañas militares en Líbano, Siria y la Franja de Gaza. Por su parte, la Autoridad Nacional Palestina tiene distintos grados de autonomía sobre los llamados Territorios Palestinos de Cisjordania y Gaza. Ante el impasse de una situación de conflicto permanente, que unos atribuyen a la ocupación ilegal y otros al terrorismo y falta de voluntad de llegar a acuerdos definitivos, las intifadas o revueltas palestinas, así como la llegada al poder de Hamás en la Franja de Gaza (de la que Israel se retiró unilateralmente en 2005), han sido motivo de preocupación para las autoridades israelíes, que han levantado tramos con muros y vallas como medida de protección.

El judaísmo actual Según datos del propio gobierno israelí[227], la población total de Israel alcanzaba los 8 955 000 de habitantes en noviembre de 2018. Aproximadamente el 75 % de la misma compuesta por judíos[228], el 21 % por árabes israelíes (tanto musulmanes como cristianos) y el 4 % restante por otros grupos. Es importante destacar que dentro de la población judía la mayoría son seculares, si bien la influencia de los judíos religiosos, especialmente de los jaredíes o ultraortodoxos, es muy significativa, sobre todo en lugares tan emblemáticos como la propia Jerusalén. Hoy día, alrededor del 75 % de los ciudadanos judíos ha nacido en Israel. Tradicionalmente, los judíos israelíes se dividen en dos grandes grupos, según su lugar de origen (el propio o el de sus antepasados). Los askenazíes,

procedentes de Europa central y oriental, y los sefardíes, oriundos de España y el norte de África, principalmente[229]. El judaísmo no es ni mucho menos monolítico. En su seno pueden encontrarse distintos grupos o corrientes. Ya en tiempos de Jesús sabemos que había diversas sectas (saduceos, fariseos, esenios y zelotes)[230], y lo mismo sucede en la actualidad. Así, existen cuatro tipos de judaísmo; a saber: El judaísmo ortodoxo, que es el más tradicionalista y constituye la versión moderna del judaísmo rabínico. Reconoce como inspirados los cinco libros de Moisés (la Torá), así como las tradiciones orales adicionales que acabaron siendo recopiladas en el Talmud, esto es la Misná y la Gemará. El judaísmo conservador. Considera que la ley es central y debe ser obedecida, pero que no todas las palabras contenidas en las Escrituras proceden de Dios. La Biblia hebrea es una interpretación o reacción a la revelación divina, por lo que la ley judía puede cambiarse. No acepta como autoritativa la Torá oral. El judaísmo reformista. Surge en el siglo XVIII en Alemania. Afirma que la ley judía (las Escrituras y el Talmud) no es totalmente vinculante. En definitiva, la Biblia hebrea es una producción humana. Pone un gran énfasis en la justicia social y económica. El judaísmo secular. Debido a la idiosincrasia del judaísmo, que no es solamente una religión sino que tiene un componente étnico y nacional, hay un gran número de judíos que son ateos. No practican la religión, pero aun así, tienen un sentido de pertenencia a las tradiciones y la cultura del pueblo judío.

Reacciones a la creación del estado de Israel La fecha del 14 de mayo de 1948 ha quedado registrada en la historia reciente como una de las más significativas de la era moderna. Después de casi dos milenios, los judíos recuperaban su lugar en el escenario mundial como nación independiente en la tierra de Israel. Tras múltiples padecimientos y penurias, los judíos volvían en masa a la tierra de sus ancestros (para regocijo de algunos y pesar de otros muchos). Si el Holocausto había tenido una incidencia notable sobre la teología cristiana, podemos decir sin temor a equivocarnos que el restablecimiento del estado de Israel tuvo también un impacto considerable. Muchos cristianos se vieron en la necesidad de estudiar las Escrituras y tratar de darle sentido al

resurgimiento de la nación judía. ¿Tenía todo aquello algo que ver con las profecías bíblicas? ¿Era una señal de que ya estábamos entrando en los últimos tiempos, tal como algunos decían? ¿Cómo se desencadenarían los acontecimientos de ahí en adelante? ¿Qué sucedería con ese pequeño estado rodeado de países declaradamente contrarios y dispuestos a acabar con él? Pronto se hizo evidente que los cristianos, como el resto del mundo, adoptarían posturas muy distintas y frecuentemente opuestas, y que este asunto sería objeto de acalorados debates y controversias. Veamos ahora algunas de estas reacciones. Palestinianismo cristiano El término palestinianismo cristiano[231] sirve para describir, en líneas generales, la postura de aquellos que se oponen diametralmente al sionismo cristiano. Es, por decirlo de algún modo, el adversario teológico. Según esta corriente de interpretación, el actual estado de Israel no tiene ninguna conexión con el Israel bíblico, por lo que su presencia en Tierra Santa carece por completo de justificación. La creación del estado hebreo obedece exclusivamente a las maniobras políticas de las grandes potencias mundiales. Israel ha usurpado una tierra que no es suya y ha ocupado ilegalmente el territorio de los palestinos, auténticos indígenas del lugar. El palestinianismo cristiano sostiene que las promesas del pacto abrahámico (descendencia y tierra) se han cumplido en Jesús, por lo que no cabe esperar ningún cumplimiento futuro en el Israel étnico o nacional. En este sentido, practica un revisionismo bíblico e histórico que le hace reinterpretar las promesas hechas a Israel[232], le confiere un significado teológico al sufrimiento del pueblo palestino y da pie a la aparición de toda una teología de la liberación palestina[233]. El palestinianismo cristiano tiene un gran predicamento entre las iglesias protestantes históricas y organismos como el Consejo Mundial de Iglesias (CMI)[234], National Council of Churches of Christ in the USA [Consejo Nacional de Iglesias de Cristo en EE.UU.] (NCC)[235], Christ at the Checkpoint [Cristo en el Puesto de Control] (CATC)[236] o Sabeel[237]. Algunas de sus figuras más destacadas son Munther Isaac y Naim Stifan Ateek, mientras que entre los autores internacionales que defienden sus postulados se encuentran, entre otros, Hank Hanegraaff, Tony Campolo, Gary M. Burge, el Hermano Andrés, John Stott, Colin Chapman y Stephen Sizer. El 22 de agosto de 2006 se hizo pública la Jerusalem Declaration on

Christian Zionism (Declaración de Jerusalén sobre el sionismo cristiano), firmada por Michel Sabbah, arzobispo y patriarca latino de Jerusalén, Swerios Malki Moura, arzobispo del patriarcado ortodoxo sirio de Jerusalén, Riah Abu El-Assal, obispo de la iglesia episcopal de Jerusalén y del Medio Oriente y Munib Younan, obispo de la iglesia evangélica luterana en Jordania y Tierra Santa. Este documento ecuménico deja meridianamente clara su postura desde el primer párrafo, donde se afirma textualmente: El sionismo cristiano es un movimiento político teológico moderno que adopta las posiciones ideológicas más extremas del sionismo en detrimento del establecimiento de una paz justa entre Palestina e Israel. El programa cristiano sionista ofrece una visión del mundo en la que el Evangelio se identifica con la ideología del imperio, del colonialismo y del militarismo. En su forma más extrema insiste en acontecimientos apocalípticos que conllevan al fin de la historia más que a la vivencia actual del amor hacia Cristo y la justicia. Rechazamos categóricamente las doctrinas cristianas sionistas como enseñanzas falsas que corrompen el mensaje bíblico de paz, justicia y reconciliación[238].

Para los eminentes firmantes de esta declaración, la conclusión no puede ser otra: “el sionismo cristiano y sus aliados justifican la colonización, el apartheid y la construcción de un imperio”[239]. En 2008, la Comisión de relaciones interreligiosas del National Council of Churches[240] publicó un folleto titulado Why We Should Be Concerned About Christian Zionism (Por qué debería preocuparnos el sionismo cristiano)[241]. En este documento se afirma que el sionismo cristiano “es un movimiento que tiene consecuencias negativas para la paz en Oriente Medio (…) fomenta el temor y el odio hacia los musulmanes y los cristianos de procedencia no occidental (…) puede conducir a la deshumanización de israelíes y palestinos (…) no está basado en la enseñanza o doctrinas tradicionales de la Iglesia (…) preocupa a los propios cristianos evangélicos”. En un lenguaje ya habitual en estos casos, acusa al sionismo cristiano de apropiarse de la teología cristiana con fines ideológicos, de basarse en innovaciones doctrinales del siglo XIX (i.e., el dispensacionalismo de John Nelson Darby), de apoyar exclusivamente al estado de Israel y rechazar cualquier proceso de paz con los palestinos. Y todo ello con el fin último de que se cumplan sus esperanzas escatológicas. El 15 de diciembre de 2009 se publicó el Documento Kairós Palestina[242]. En palabras de sus promotores, “el Documento Kairós es la palabra de los cristianos palestinos al mundo acerca de lo que está sucediendo en Palestina.

Declaramos que la ocupación militar de la tierra palestina constituye un pecado contra Dios y la humanidad. Cualquier teología que legitime la ocupación y justifique los crímenes perpetrados contra el pueblo palestino está muy alejada de las enseñanzas cristianas. Instamos a la comunidad internacional a ponerse del lado del pueblo palestino en su lucha contra la opresión, el desplazamiento y el apartheid”[243]. Una simple lectura de las citas que ofrecemos, y que como siempre recomendamos leer en su totalidad, es más que suficiente para dejar constancia de las palabras gruesas[244] que se emplean habitualmente en contra del estado de Israel y de todos aquellos que se muestran favorables al mismo[245]. Rob Dalrymple, que desde luego no simpatiza con el sionismo, intenta templar los ánimos cuando dice: “Apoyar a Israel en contra de los palestinos, o a los palestinos en contra de Israel no es ponerse de parte de Jesús”[246]. No existen datos exactos sobre el apoyo al palestinianismo cristiano, aunque sí se percibe un incremento del mismo en segmentos del protestantismo que hasta hace no mucho mantenían una posición más cercana a las tesis del sionismo cristiano[247]. Sionismo cristiano El sionismo cristiano clásico sostiene que el estado de Israel tal como lo conocemos es un cumplimiento profético, ya que las promesas que Dios le hizo a Abraham en el AT deben cumplirse necesariamente en el Israel étnico o nacional. Tierra Santa pertenece a Israel: es la Tierra Prometida. Este tipo de sionismo tiene un componente escatológico muy marcado. El papel central de Israel es fundamentalmente futuro, y ahora está al servicio del pronto regreso de Cristo a la tierra. La confesión de fe de una de estas organizaciones sionistas, Friends of Israel (Amigos de Israel) recoge estos dos apartados:

XI. ISRAEL Creemos que Israel es el pueblo nacional escogido por Dios (Gn 28:13). En la voluntad soberana de Dios, Israel servirá como canal de su bendición al mundo entero (Gn 12:3) para su gloria (Is 43:7) y su testimonio a las naciones (Is 43:10). La elección de Israel por Dios para esta relación única es irrevocable (Rom 11:28-29). Creemos que Israel es diferente de la iglesia y que ocupa un lugar en los planes de Dios, pasados,

presentes y futuros. Las profecías no cumplidas que le fueron dadas a Israel en el AT tendrán su cumplimiento literal en Israel en un tiempo futuro (Sal 105:6-10). XII. ESCATOLOGÍA Creemos en el regreso premilenial y pretribulacional de Jesucristo. Esto significa que el retorno de Cristo para recoger a su esposa (la Iglesia) es inminente y, por tanto, puede suceder en cualquier momento (1 Tes 4:13–17; 5:6). Creemos que, tras el arrebatamiento de la Iglesia tendrá lugar el período de siete años de la Tribulación (la semana 70 de Daniel o el tiempo de la tribulación de Jacob —Dn 9:24–27; 2 Tes 2:3–4). Creemos que después de la Tribulación comenzará el Milenio. Este se producirá mediante el regreso literal, físico, visible y corporal del Señor Jesucristo a la tierra para gobernar y reinar durante mil años (Zac 14:1–4; Ap 19:20)[248].

Este sionismo cristiano tradicional cuenta con el apoyo mayoritario de múltiples movimientos evangélicos, amén de organizaciones como Christians United for Israel [Cristianos Unidos por Israel] (CUFI)[249], International Christian Embassy Jerusalem [Embajada Cristiana Internacional en Jerusalén] (ICEJ)[250], Friends of Israel [Amigos de Israel] (FOI)[251], Church’s Ministry Among the Jewish People [Ministerio de la Iglesia entre el pueblo judío] (CMJ)[252], Bridges for Peace [Puentes para la Paz][253]. Destacados autores sionistas cristianos recientes son John Hagee, Hal Lindsey, Pat Robertson, John Walvoord y John F. MacArthur, entre otros. Nuevo sionismo cristiano Aunque históricamente no tiene mucho de nuevo, este tipo de sionismo entiende que la declaración de independencia y el consecuente establecimiento del estado judío forman parte del cumplimiento profético, pero no tienen por qué ser el último y definitivo cumplimiento de las promesas del AT. El país denominado Israel no equivale, en términos absolutos, al Israel bíblico, pero sí es un refugio necesario y legítimo para el mismo[254]. A diferencia de otras versiones de sionismo, aquí el énfasis no se pone en lo escatológico, en los acontecimientos futuros, sino en la importancia soteriológica de Israel y, por consiguiente, en su pasado, presente y futuro. En vez de basarse en el dispensacionalismo, se sustenta en el aspecto pactual. Según Gerald R. McDermott, el nuevo sionismo cristiano no tiene nada que ver con el dispensacionalismo, no tiene reparos en criticar al gobierno de

Israel y no se pronuncia en relación con los detalles de los acontecimientos escatológicos (no entra en especulaciones proféticas). En resumen, el nuevo sionismo cristiano confía en advertir a los eruditos y a otros cristianos de que tengan cuidado ante la tentación de la geografía docetista que ofrece el antisionismo. El antisionismo supersesionista propone una teología divorciada de la encarnación y de su carácter físico —un pueblo sin una tierra, un Jesús sin su pueblo, tierra y tradición, y una iglesia primitiva, por así decirlo, suspendida en el aire sobre terreno palestino. Da a entender que la tierra y el territorio no son importantes para la existencia humana personificada. No sería exagerado decir que se trata de una eclesiología y una escatología sin encarnación[255].

El resbaladizo terreno de la escatología Generalmente, todo el tema de la relación entre Israel y la Iglesia se ve condicionado por las distintas posturas sobre la escatología o doctrina de las últimas cosas. Simplificando un tanto las cosas, se suele dar por sentado que cualquier defensa de la vigencia de las promesas de Dios para el pueblo de Israel está basada en una posición premilenialista[256] de corte dispensacionalista[257], mientras que aquellos que defienden que los judíos solamente tienen un papel como integrantes de la Iglesia son partidarios del posmilenialismo[258] o, más probablemente, del amilenialismo[259]. Con independencia de que este no es siempre el caso, en esta obra hemos pretendido abordar la cuestión sin entrar en muchos detalles escatológicos. Más allá de que todos podemos estar de acuerdo en que se va a producir una segunda venida del Mesías, nos parece innecesario enredarnos aquí con los detalles y elucubraciones que tan fácilmente desembocan en auténtica escatología-ficción[260]. De hecho, es un grave error contemplar o pretender dilucidar este asunto desde un enfoque escatológico. La buena hermenéutica dicta que hay que usar lo más claro para tratar de desentrañar lo más confuso o complejo, no al revés. Es necesario apelar a lo soteriológico, a lo pactual, a lo ético, antes que a lo escatológico. La naturaleza misma de la profecía bíblica[261] (¡y de la revelación![262]) ya debería servirnos de advertencia a la hora de pretender elaborar un “calendario profético”. La experiencia demuestra que no es posible construir un puzle si no contamos con todas las piezas. Disponemos de los datos que Dios ha tenido a bien desvelar, pero indudablemente no tenemos acceso a todos los detalles. Es más, los antecedentes de cómo acabaron produciéndose los acontecimientos relacionados con la venida del Mesías al mundo tendrían

que servirnos para adoptar una actitud sumamente cautelosa. Cuando Dios se encarnó en la persona de su Hijo, comenzaron a escucharse rumores de que el Mesías, el Rey de los judíos, había nacido en una pequeña aldea de Judea. Herodes el Grande, a la sazón rey de esa provincia romana, recurrió a los entendidos en las Escrituras para descubrir dónde estaba profetizado que nacería ese Mesías (Mt 2:4). No parecía haber ninguna duda al respecto: Belén era el lugar señalado según las profecías veterotestamentarias (cf. Miq 5:2). Sin embargo, a la vista del relato evangélico, parece que los dirigentes religiosos judíos no supieron interpretar prácticamente ningún otro detalle sobre la vida y ministerio de ese enviado de Dios. Tenían a su disposición la Ley, los Profetas y los Salmos (Tanak) y habían leído y estudiado en infinidad de ocasiones las profecías contenidas en ellos sobre la venida del Mesías de Israel, el Hijo del Hombre, el Hijo de David. Sin embargo, a pesar de su vasto conocimiento no supieron discernir su llegada cuando esta se produjo. Las expectativas de muchos se vieron truncadas. Había una desconexión más que notable entre lo que esperaban y lo que estaban presenciando. Del líder militar y vindicador de Israel que se habían imaginado, nada de nada. Que Jesús hubiese sido llamado de Egipto, que fuera galileo, que trastornara los esquemas religiosos de la época, que estuviera más cerca de los pobres, las mujeres y los niños —y de los pecadores en general— que de los estamentos religiosos, era algo inconcebible para ellos y no pudieron aceptarlo. Pues bien, hoy día seguimos contando con las Sagradas Escrituras (AT y NT). Sabemos que el Señor va a regresar a la tierra y podemos leer acerca de algunas de las señales que precederán a su segunda venida, así como las características generales de esta. Sin embargo, los detalles e interpretaciones concretos de los distintos sistemas escatológicos son tan dispares que lo único que parece claro es que hay pocas cosas claras. Algunos afirman que habrá un arrebatamiento previo, otros que no. Unos creen en un milenio literal, otros no. Hay quienes defienden que Israel tendrá un gran protagonismo y quienes lo niegan categóricamente. En fin, que no parece tan descabellado suponer que el retorno del Mesías también diferirá de lo que unos y otros creen. Una vez más, las expectativas van por un lado y los hechos, muy probablemente, irán por otro. Por lo tanto, habida cuenta de que cuando se produjo la primera venida de Jesús como el Mesías prometido, esta fue profundamente malinterpretada por los estudiosos de los textos sagrados de su tiempo, con honrosas

excepciones[263], ¿qué nos hace pensar que nosotros lo vamos a hacer mucho mejor con la segunda venida de lo que lo hicieron aquellos intérpretes judíos del siglo I con la primera? Nos encontramos en una situación similar a la suya. Jesús no ha regresado todavía, tal como dijo que haría, por lo que carecemos de la perspectiva histórica para poder analizar los hechos a posteriori y también, y quizás más importante, de todos los datos precisos que conforman el rompecabezas de esa venida. Todo esto es lo que nos lleva a pensar que su segunda venida también podría ser fácilmente malinterpretada por parte de los maestros y expertos en profecía bíblica y escatología actuales. Por otro lado, es importante señalar que Israel ya ha regresado en el pasado a su tierra ancestral. Fue en la época de Esdras y Nehemías. Muchos de los judíos habían estado en el exilio de Babilonia y en ese momento se encontraban bajo el dominio del Imperio persa, pero también había otros que se habían quedado en lo que entonces era la provincia de Yehud. Cuando Esdras y Nehemías regresaron para reconstruir el templo, la ciudad de Jerusalén y la vida nacional del pueblo[264] se encontraron con una feroz oposición por parte de quienes estaban menos interesados en la restauración y de los pueblos vecinos que se encontraban en la zona[265]. Por tanto, en la providencia divina, ya hubo un retorno de los judíos a su tierra, y no sabemos con absoluta certeza si el actual Israel va a ser la encarnación definitiva del pueblo judío como estado o si habrá otras. Lo que sí sabemos es que en el siglo VI a.C. se produjo una situación semejante a la vivida durante el siglo XX (esp. a partir de 1948) y hasta el día de hoy. Lo que nos deparará el futuro, solo Dios lo sabe. Cada generación de creyentes tiene la tendencia a pensar que las profecías del pasado se van a cumplir en su época[266], pero es obvio que históricamente no ha sido así. Por consiguiente, sigue siendo cierto que no sabemos cuándo se van a producir exactamente los acontecimientos profetizados para el final de los tiempos. Eso no quiere decir —¡ni mucho menos!— que no debamos estudiar la Biblia e indagar en “todo el consejo de Dios" (Hch 20:27), pero sí que debemos ser muy cautos a la hora de “pontificar” sobre lo que va o no a suceder cuando la historia llegue a su consumación. Tenemos ante nosotros un hermoso tapiz; el problema es que ahora solamente podemos ver la parte de atrás, llena de hilos que no siempre parecen tener orden ni concierto[267]. Cuando contemplemos el otro lado, como ya nos ocurre con la obra que llevó

a cabo el Señor Jesús en su primera venida, y cuyo testimonio hallamos en las Escrituras, entonces lo que ahora parece confuso en relación con lo que todavía está por venir se aclarará y lo contradictorio se verá que no era tal. Será en ese momento cuando comprobaremos lo limitado de nuestro conocimiento y admiraremos, una vez más, la perfección de todo lo que Dios hace. La tesis que defendemos en este libro es que si desligamos la cuestión de la relación de Israel y la Iglesia de las distintas propuestas escatológicas, estaremos en mejor disposición de encontrarle sentido y nos ahorraremos la tentación de dejarnos llevar por otros aspectos que a menudo causan todavía mayor desconcierto y división, si cabe. Por otro lado, el verdadero protagonista de la historia y la escatología es el Dios trino, no Israel ni tampoco la Iglesia. Esto hay que recalcarlo, ya que gran parte del debate escatológico moderno parece centrarse principalmente en Israel o en la Iglesia, según sea el caso, y eso nos hace perder la correcta perspectiva de las cosas. Así que por desgracia, tradicionalmente el sionismo y el antisionismo han ido de la mano de sus correspondientes corrientes de interpretación que, a su vez, desembocan en un sistema escatológico muy concreto. A grandes rasgos podemos hablar de dos escuelas[268]. Dispensacionalismo La teología dispensacionalista sostiene que en el transcurso de la historia Dios ha ido desarrollando o administrando sus propósitos de manera distinta. Así, se considera que a lo largo de cada una de estas administraciones o dispensaciones[269] se ha ido produciendo un progreso en la revelación divina. El dispensacionalismo clásico, basado en una interpretación literal de las Escrituras[270], defiende que muchas de las profecías bíblicas todavía no se han cumplido, o que tuvieron un cumplimiento parcial y están a la espera de cumplirse en su totalidad en los últimos tiempos. Según cree, la segunda venida de Jesús tendrá lugar en dos etapas: el arrebatamiento o rapto de la Iglesia, que no será visible para la humanidad en su conjunto y tendrá lugar antes de un período de grandes pruebas y juicios para la humanidad, conocido como la Gran Tribulación (pretribulacionista), y la segunda venida propiamente dicha. Esta venida se producirá antes del milenio (de ahí el nombre de premilenialista), que será un período literal de mil años en el que el Señor reinará sobre el mundo entero desde Jerusalén. Por otra parte, existe una drástica distinción entre los propósitos de Dios para Israel y los

propósitos divinos para la Iglesia. Dios tiene, por así decirlo, dos pueblos escogidos. Israel se quedará en la tierra durante la Gran Tribulación, pero la Iglesia será arrebatada. Este punto de vista puede desembocar fácilmente en una teología del doble pacto (uno para los judíos y otro para los cristianos, que siguen caminos paralelos). Teología del pacto La teología del pacto, por su parte, resume y explica toda la historia de la salvación a través del concepto de pacto. Considera que Dios se relaciona con la humanidad a través de distintos pactos (el pacto de obras, el pacto de gracia y el pacto de redención), y que a través de ellos se desarrolla la historia de la salvación. Esta escuela, apoyándose en una interpretación más figurada del texto bíblico, propia del lenguaje profético y apocalíptico, defiende que la mayoría de las profecías que aparecen en la Biblia ya se han cumplido, y sostiene que la segunda venida será un solo evento, sin que a continuación se produzca un reino literal de mil años. Tampoco cree que exista división alguna entre el pacto de Dios con Israel y el que estableció con la Iglesia. Dios tiene un solo pueblo. Israel ha sido juzgado por su incredulidad, si bien en un futuro experimentará un avivamiento espiritual. En términos generales, los presbiterianos creen que Israel y la Iglesia son prácticamente iguales. Por su parte, puritanos y bautistas opinan que Israel y la Iglesia tienen una raíz común pero no son exactamente lo mismo, y que la Iglesia es superior a Israel. Resulta obligado decir que tanto dentro del dispensacionalismo como de la teología del pacto hay diversos matices. En cualquier caso, todo sistema escatológico puede parecernos correcto hasta que llega el cumplimiento histórico de las profecías anunciadas y descubrimos que la realidad poco tiene que ver con lo que se anticipaba que iba a acontecer. Así pues, basándonos en los datos bíblicos estamos en disposición de asegurar la realidad de una segunda venida de Jesús al mundo y de que todo apunta a que habrá un futuro para Israel[271], que no es exactamente lo mismo que la Iglesia[272]. Pero de ahí a aventurarse a pormenorizar todos y cada uno de los detalles de los acontecimientos futuros, y de qué manera van a cuadrar los pedazos de información de que disponemos, media un abismo[273]. En cualquier caso, ese es un estudio que se sale del objetivo marcado para la presente obra.

CAPÍTULO 8

PREGUNTAS Y OBJECIONES La cuestión hermenéutica revelación de Dios en las Sagradas Escrituras es progresiva, pero ese L acarácter progresivo no anula lo revelado anteriormente. Si fuera así, no necesitaríamos nada más que la última palabra, lo que daría lugar a la creación de un canon dentro del canon; esto es, habría porciones de la Biblia que serían más “sagradas” o “inspiradas” que otras[274]. En última instancia, el AT ya no tendría ningún valor —más allá del histórico o preparatorio— y dentro del NT primarían las palabras de Jesús por encima de las cartas de Pablo, por poner un ejemplo. Siguiendo esa lógica a rajatabla nos quedaríamos sin canon, o con un canon reducido a la mínima expresión. La revelación bíblica es como una escalera en la que cada escalón nos permite avanzar y subir un poco más (de ahí la progresión), pero si quitamos cualquiera de los escalones anteriores, aunque sea uno de los primeros, toda la escalera se viene abajo[275]. De ahí se desprende que el NT da por sabidas muchas de las cosas que el Señor ya había revelado en el AT. Que no se repitan otra vez no significa que ya no tengan validez[276]. Por eso es tan importante tener en cuenta los antecedentes teológicos de cualquier texto o asunto bíblico que vayamos a investigar. Dar por supuesto que todo lo que se ha dicho anteriormente ya no tiene valor no es una opción. Al menos, no si queremos hacerle justicia y tomarnos en serio la palabra de Dios. A partir de esta importante consideración se puede entender mejor por qué el nuevo pacto en Jesús no significa la abolición del pacto abrahámico (igual que tampoco supone la anulación del pacto noético, por ejemplo), o que el hecho de que en el NT no se hable tanto de las promesas a Israel (incluida la tierra) no implica que esas promesas hayan quedado sin efecto y ya no se vayan a cumplir en algún momento. Y una cosa más: cuando Jesús se enfrenta a los líderes religiosos judíos o el apóstol Pablo confronta a los judaizantes que había en algunas asambleas o congregaciones locales, estamos asistiendo a un diálogo interno, en el seno del judaísmo. No se trata de una polémica entre cristianos y judíos. Tanto Jesús como sus apóstoles son

conscientes de que forman parte del rico legado del pueblo de Dios. Los que vendrán después, fruto de la proclamación de la irrupción del reino de Dios en el mundo a través de Jesús de Nazaret, el Mesías, lo harán incorporándose al remanente fiel de Israel, no creando un nuevo pueblo y apartándose de sus raíces.

Pasajes que se esgrimen contra el sionismo cristiano Quienes niegan que tras la venida de Jesús al mundo se pueda mantener la vigencia de las promesas hechas a la descendencia física de Abraham, acostumbran a presentar una serie de pasajes bíblicos como base para su argumentación. Es lógico que sea así, ya que el peso de la prueba debe recaer en aquellos que pretenden demostrar que lo que la Biblia dice ya no es así. Si algo que las Escrituras afirman explícitamente ha cambiado o ya no es aplicable, será necesario explicar los motivos apelando al propio texto bíblico. Esta es la única forma de dirimir las diferencias de interpretación entre personas que reconocen el texto sagrado como autoridad última. Sería del todo imposible ofrecer aquí una interpretación individualizada y exhaustiva de todos y cada uno de estos pasajes, así que trataremos de abordar algunos principios generales y detenernos en algún texto concreto. En el NT solamente se aplica el término “elegido” o “escogido” a los creyentes y a la Iglesia, nunca a Israel. – Es cierto que en el NT los distintos vocablos griegos traducidos generalmente como “escogido” hacen referencia a individuos (Rom 16:13; Hch 9:15), al propio Señor Jesús (Lc 23:35; 1 Pe 2:6) y a los creyentes en general (Tit 1:1; 1 Pe 1:2; 2:9; entre otros muchos ejemplos), si bien en Rom 11 sí se aplica al remanente de Israel (vv. 5, 7). Ahora bien, tal como venimos diciendo, todo el AT habla, por activa y por pasiva, de la elección de Israel. En el NT no es preciso hablar de lo que ya todos saben, pero sí de la condición de los creyentes gentiles como igualmente “escogidos”. Por lo tanto, a nadie debe extrañar esta supuesta omisión de Israel. En todo acto comunicativo, hablado o escrito, lo habitual es que se omita o se dé por sabida la información que ambas partes (emisor y receptor) ya conocen. El NT distingue entre el “Israel según la carne” (1 Cor 10:18) y el “Israel de Dios” (Gal 6:16). – Para que eso fuera cierto, habría que demostrar dos cosas: que “Israel” en el NT puede referirse a algo distinto al Israel étnico y que “el Israel de Dios" en Gal 6:16 es la Iglesia. En cuanto a lo primero, y

dejando por un momento el pasaje de Gálatas, los autores del NT siempre usan “Israel” y sus variantes para referirse a la nación de Israel (sean o no creyentes, ya que en cualquier caso siguen siendo israelitas). Por lo que respecta a Gal 6:16, si “Israel de Dios" equivale a “los cristianos” (la Iglesia), esa sería la única excepción. El texto dice así: “Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios”. El referente de “a todos los que…” es indudable que son los creyentes de Galacia, tanto judíos como gentiles. El tema está en saber si “Israel de Dios” es otra forma de referirse a ellos o si se trata de otro grupo. Todo depende del sentido de la conjunción “y”. Sin entrar en tecnicismos gramaticales, si es explicativa (“a todos los que…, esto es, al Israel de Dios”), entonces “Iglesia” o “creyentes” e “Israel de Dios” serían términos intercambiables. Si es copulativa (el sentido habitual de καί kai en griego, con mucha diferencia sobre los demás), estaría enumerando dos términos distintos: por un lado “a todos los que…” y por el otro el “Israel de Dios”. El sentido natural del texto, junto con el testimonio de todos los demás ejemplos neotestamentarios, apunta claramente a que “Israel de Dios” no equivale a Iglesia. El NT aplica a la Iglesia los títulos que en el AT tienen como objeto a Israel. El ejemplo por excelencia es 1 Pe 2:9a “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (cf. Ex 19:5-6)[277]. – La Iglesia está llamada a continuar la misión encomendada por el Señor a su pueblo Israel. Por eso los creyentes han sido incorporados al olivo (Rom 11:6) y, en consecuencia, al conservar el mismo llamamiento y desempeñar la misma función, mantiene los mismos calificativos. No se equipara a los creyentes con Israel ni hay atisbo de sustitución alguna (es decir, de un nuevo Israel o un nuevo pueblo de Dios). Existe una continuidad de propósito dentro del plan redentor divino. El NT hace hincapié en que judíos y gentiles somos uno en Cristo, tal como muestra Gal 3:26-29 “pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (cf. Ef 2:11–22). – En este caso existe una confusión básica entre salvación y condición. En Cristo Jesús, judíos y gentiles son uno en cuanto a salvación (“él es nuestra paz, que de ambos pueblos [judíos y gentiles] hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las

enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades”, Ef 2:14-16), y lo mismo ocurre con esclavos y libres, hombres y mujeres. Hay que insistir en que Dios solamente tiene un pueblo. Sin embargo, la condición de aquellos que forman parte de ese pueblo sigue siendo diversa. Continúa habiendo distinción entre los judíos, que se siguen circuncidando, y los gentiles, que no lo hacen; entre los que tienen amo, y por tanto se deben a ellos, y los que no se encuentran en esa situación; entre hombres, que cumplen unas funciones, y mujeres, que tienen otros roles[278]. El propio Jesús dice en Mt 21:43 que “el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él”. Lo que Israel no fue capaz de hacer le ha sido confiado ahora a la Iglesia. – En este caso hay que preguntarse a quién iban dirigidas estas palabras. Según Mt 21:45, los propios líderes religiosos judíos comprendieron que ese vosotros (los labradores malvados de la parábola anterior, vv. 33-39)[279] iba dirigido a ellos. Hay una diferencia clara entre los dirigentes y el “pueblo judío” como tal, entre quienes se encuentran los que “le tienen [a Jesús] por profeta” (Mt 21:46), los “verdaderos israelitas” (Jn 1:47), los “justos y piadosos que esperan la consolación de Israel” (Lc 1:25), “los que esperan la redención” (Lc 2:38) e incluso los “temerosos de Dios" que vivían en Israel aun sin ser judíos (Hch 10:2, 22; 18:7). Por otro lado, aquí “gente” (gr. ἔθνος éznos, Str. G1484) está en singular, y siempre que aparece en singular en el NT se refiere a un grupo étnico (generalmente Israel), no a las naciones o los gentiles en general, y mucho menos a la Iglesia. En suma, el reino de Dios será quitado de “los principales sacerdotes y los fariseos” y será dado a un “pueblo” que sí manifieste sus frutos (un Israel creyente y fiel, es decir, el remanente). A partir de ahí, los gentiles se irán incorporando a ese pueblo a medida que van aceptando al Mesías de Israel. Las profecías sobre Israel se han cumplido en Cristo (Gal 3:15-16 “Hermanos, hablo en términos humanos: Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo invalida, ni le añade. Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo”). – El argumento es que ha sido en la persona de Cristo en quien se ha cumplido verdaderamente el pacto abrahámico, por lo que ya no cabe esperar ningún cumplimiento ulterior. Si Cristo es la simiente de Abraham, es a él a

quien se refieren las promesas, que además se cumplen en su persona (incluida la promesa de la tierra)[280]. Ahora bien, hay que insistir en que el cumplimiento tipológico o espiritual no tiene por qué agotar todos los cumplimientos posibles, ni tampoco impedir que se produzca un cumplimiento literal en el futuro. No es una cuestión de escatología dispensacionalista (la Iglesia como paréntesis hasta que Dios vuelva a tratar con Israel como nación), sino de contexto soteriológico en el marco del plan de redención. Obviamente hay otros muchos pasajes que por cuestión de espacio no podemos citar, aunque creemos haber mencionado los más importantes. Al final, no se trata de justificar determinada postura apelando a textos que supuestamente la corroboran, sino de tomar en consideración todos los textos bíblicos pertinentes y lidiar con ellos, dejando que nos marquen la pauta a seguir. Con frecuencia nos sorprenderá la diversidad de matices, pero no debemos desmayar sino aprender a convivir con las tensiones y paradojas que vayamos encontrando por el camino. Tal es la naturaleza de la revelación bíblica.

Preguntas habituales Llegado este punto tal vez sea el momento de intentar responder a algunas de las preguntas que se suelen plantear con mayor frecuencia sobre las consecuencias prácticas de la elección de Israel y la relación de este con la Iglesia. Ya hemos ido dando algunas pinceladas aquí y allá, pero ahora lo hacemos de una manera más sistemática. Con estas preguntas y respuestas un tanto sintéticas no pretendemos ni mucho menos agotar los argumentos ni dar a entender que hay respuestas fáciles a cuestiones complejas, sino más bien abrir caminos hacia un diálogo constructivo. ¿Falta Dios a su palabra? El Señor, además de soberano, es fiel. Su fidelidad es parte esencial de su naturaleza. Nada le toma por sorpresa y nada puede invalidar o frustrar su palabra, ni siquiera la incredulidad de su pueblo (“antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso”, Rom 3:4). Como bien dice Pablo a los Corintios: “todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios” (2 Cor 1:20). Precisamente toda la argumentación del apóstol en Romanos 9-11 es que Dios no ha faltado a su palabra (“No que la palabra de Dios haya fallado”, Rom 9:6a). Por

consiguiente, la situación actual de un pueblo judío mayoritariamente contrario a reconocer a Jesús como su Mesías es un medio del que Dios se vale para que personas de toda nación, idioma y cultura puedan incorporarse a su pueblo elegido mediante la fe en Jesús hasta que se consuma el tiempo de salvación con la restauración misma de los ahora desobedientes (Rom 11:25-27). Actualmente nos encontramos entre el “ya” y el “todavía no”, pero aún no se ha dicho la última palabra. Dios no está improvisando con una especie de plan B. Este era su propósito desde el principio: someter “todas las cosas bajo sus pies (del Mesías), y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”, Ef 1:22-23. “Dios también le exaltó hasta lo sumo (al Mesías), y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”, Flp 2:9-11. ¿Siguen vigentes las promesas de Dios hechas a Abraham y sus descendientes? El Señor hizo un pacto con Abraham y luego lo ratificó con Isaac y Jacob. Era un pacto que formalizaba las promesas de descendencia, tierra y bendición para él y, por extensión, para el resto del mundo. Esas promesas fueron reiterándose a lo largo de la historia del pueblo de Israel. La obediencia era el elemento crucial que dictaba el disfrute o no de la totalidad de esas promesas en cada momento histórico, pero ni el llamamiento ni la elección ni las bendiciones (dones) fueron retirados (“Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios”, Rom 11:29). Dicho de otra manera, “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Nm 23:19). En el NT asistimos a la ampliación definitiva de esas promesas (algo que ya había tenido lugar, aunque a mucha menor escala en el AT), pero dado el carácter incondicional del pacto, este sigue plenamente vigente. Nosotros únicamente percibimos el cumplimiento divino en el tiempo y el espacio, pero Dios lo ha cumplido de manera perfecta en Cristo. Lo que para nosotros es el cumplimiento futuro, para el Señor ya está hecho (o, si se quiere, ya lo estuvo, lo está y lo estará). ¿Ha desechado el Señor a su pueblo Israel? No, Dios no ha acabado con Israel. Como diría Pablo: “¡En ninguna manera!” (Rom 11:1). Si hubiera desechado a Israel tendría los mismos

motivos, o más, para desechar a la Iglesia. Si Israel es arrogante, que lo es, la Iglesia no le va a la zaga. Los propios discípulos de Jesús le preguntaron en cierta ocasión: “¿Quién, pues, podrá ser salvo? Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (Mt 19:25-26). Debería ser más que obvio para cualquier lector de la Biblia y conocedor de la naturaleza humana que solo Dios, con su infinita gracia y misericordia, puede sustentar a su pueblo. No hay mérito por parte de este, más bien lo contrario. Esto hace que toda la gloria haya que atribuírsela al Señor (“Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén”, Rom 11:36). ¿Ha heredado la Iglesia las promesas dadas a Israel? La Iglesia no ha usurpado ni el lugar ni la herencia de Israel, sino que ha sido incorporada al olivo (metáfora del pueblo de Dios). Por citar nuevamente a Barth, “si nosotros como cristianos de entre los gentiles también la tenemos (la promesa), es tan solo como aquellos que han sido escogidos con ellos como invitados en su casa, como nueva madera injertada en el árbol antiguo”[281]. En ese sentido, y dada la continuidad intrínseca entre Israel e Iglesia, entre antiguo y nuevo pacto, la Iglesia es coheredera de las promesas. Dicho esto, no hay una disolución entre aquellos que ahora forman parte del pueblo de Dios, ya que cada uno conserva sus peculiaridades. ¿Son Israel y la Iglesia una misma cosa? En parte ya hemos insinuado la respuesta a esta pregunta. Israel y la Iglesia no son lo mismo, como tampoco lo son Israel y el Reino o la Iglesia y el Reino. Ahora bien, eso no impide la unidad dentro de la diversidad. Si admitimos una perspectiva trinitaria de la Divinidad sin que eso invalide su unidad esencial, tampoco debería resultar tan difícil entender que Israel no es la Iglesia, la Iglesia no es Israel y, sin embargo, Israel es el pueblo de Dios y la Iglesia es el pueblo de Dios. Cada uno distinto del otro, pero plenamente pueblo. No existen tres dioses en Dios (Padre, Hijo y Espíritu son uno pero no son lo mismo), como tampoco hay tres pueblos en el pueblo de Dios (si aceptamos que “Israel” consta de un remanente espiritual y de un pueblo todavía no convertido[282]. Si utilizamos el símbolo del Scutum Fidei (escudo de la fe) que se emplea habitualmente para representar la Trinidad y lo aplicamos al tema en cuestión, tendríamos lo siguiente:

¿Existe un pacto de Dios con el pueblo judío y otro con la Iglesia? Categóricamente no. El medio provisto por Dios para la salvación de los seres humanos siempre ha sido el mismo: la fe en el sacrificio perfecto y sustitutorio (vicario) del Mesías. Para quienes vivían en el AT era una fe que miraba hacia delante. Desde la muerte, resurrección y ascensión de Jesús es una fe que mira hacia atrás. Pero la fe es la misma y el objeto de la fe es el mismo, antes prefigurado y ahora convertido en una realidad consumada. El pacto mosaico, con sus leyes y sacrificios, apuntaba a Cristo. Ya se sabía entonces que Dios pedía algo más que un cumplimiento (por otra parte imposible) de la letra de la ley (“Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos”, Os 6:6. “El justo por su fe vivirá”, Hab 2:4b). Así pues, cualquier afirmación de que Dios tiene una forma de tratar con los judíos y otra con los cristianos es contraria a las enseñanzas de la Escritura. Existe un solo pacto y un solo pueblo.

¿Es el estado de Israel el Israel bíblico? La respuesta va a depender, en parte, de lo que entendamos por “Israel bíblico”. El judaísmo nunca se ha definido en términos raciales, sino de genealogía (a través de la ascendencia materna) y de una cultura y valores compartidos (fundamentalmente de carácter religioso, aunque no exclusivamente[283]). Esto significa que los descendientes del Israel bíblico son los más de 14 millones de judíos que hay por todo el mundo, no el estado de Israel como tal. Dicho lo cual, la nación de Israel es una de las expresiones modernas del Israel bíblico. Desde luego es la más visible, pero no la única. ¿Deben los cristianos sentirse en la obligación de apoyar al actual estado de Israel? El estado de Israel fue fundado por judíos mayoritariamente seculares, y contó con una notable oposición de importantes sectores religiosos del judaísmo que creían que no se podía crear un estado judío hasta después de la venida del Mesías. Muchos cristianos, sin embargo, vieron con simpatía e incluso entusiasmo el renacimiento de Israel como nación. Con independencia de que pueda haber motivos espurios de carácter escatológico y utilitarista para apoyar a Israel, ningún cristiano debería pasar por alto que Israel no es simplemente una nación más. Israel, en sus diversas manifestaciones, nunca ha sido y nunca será un pueblo más, como los sudafricanos o los neozelandeses, dicho sea con todo respeto. Eso no quiere decir que esté por encima del bien y del mal; al contrario, su responsabilidad es mayor. Ha recibido más bendiciones que ningún otro pueblo, y también ha sufrido más que cualquier otro pueblo. Ahora tiene la responsabilidad de manifestar en su propio estado los elevados principios espirituales y morales que forman parte de su legado, y lo tiene que hacer en circunstancias extremadamente difíciles, rodeado de un número de países infinitamente superiores en tamaño y población que desean su desaparición. En esta situación desigual, los cristianos debemos ser una voz profética que defienda sus legítimas aspiraciones y, al mismo tiempo, sea capaz de denunciar las injusticias cuando estas se produzcan. Un apoyo acrítico a Israel no sería correcto, pero tampoco lo es sumarse a la corriente de antisemitismo, judeofobia y antisionismo[284] que campa a sus anchas en la mayoría de nuestros países. ¿Es el NT antisemita? Pese a que algunos autores sitúan el origen del antisemitismo teológico en las páginas del propio NT, nos parece que eso no es correcto. Se suele hablar

de las connotaciones negativas que tiene el término “los judíos” en el Evangelio de Juan, aunque son bastantes los especialistas que creen que el apelativo “los judíos” debería traducirse más bien como “los judeanos” (habitantes de Judea). En cualquier caso, parece claro que las polémicas de Jesús no son contra los judíos como pueblo, sino contra los dirigentes religiosos, singularmente de Jerusalén, que se oponen a su ministerio y buscar acabar con él[285]. También se ha apuntado a los contenidos supuestamente antisemitas que aparecen en los relatos del juicio de Jesús u otras porciones del NT (p. ej. Hebreos). Desde luego no hay que confundir las críticas a la religión institucionalizada de la época o la loa a las excelencias de un nuevo pacto, considerado como mejor y superior al antiguo (“Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer”, Heb 11:13), como muestras de antisemitismo. Ni siquiera de antijudaísmo. ¿Es cierto que la Iglesia cristiana ha sido partícipe del crecimiento y la justificación del antisemitismo en el mundo? Como se ha podido ver en el capítulo 5, la contribución de la Cristiandad a la lacra del antisemitismo ha sido notable. Podemos decir, no sin cierta razón, que no fue la totalidad del cristianismo, sino la iglesia cristiana entendida como institución, pero la realidad es que ha sido algo absolutamente repudiable y trágico, algo por lo que deberíamos pedir perdón. Desde las lamentables declaraciones de los primeros teólogos cristianos, pasando por las Cruzadas y la Inquisición, hasta los pogromos y el Holocausto, han sido muchos los actos de discriminación y persecución contra el pueblo judío que han estado inspirados en mayor o menor medida en la actitud de personas e instituciones que decían hablar o actuar en nombre del cristianismo[286]. Esto hay que decirlo alto y claro, sobre todo en un momento de la historia en que muy pronto no quedarán supervivientes de aquellos horrores no tan lejanos que deberían llenarnos a todos de vergüenza. La Iglesia debe asumir su responsabilidad y también su papel profético para que algo así no se repita jamás. ¿Qué significa realmente “volver a las raíces hebreas de la fe cristiana”? Desde luego lo que no significa es que los cristianos deban hacerse judíos o volver a vivir bajo la ley mosaica. Como dice Pablo a los corintios, “¿Fue llamado alguno siendo circunciso? Quédese circunciso. ¿Fue llamado alguno siendo incircunciso? No se circuncide… Cada uno en el estado en que fue llamado, en él se quede” (1 Cor 7:18, 20). Tampoco tiene nada que ver con

los judaizantes a los que se enfrentó el apóstol en algunas congregaciones de Galacia y su “evangelio diferente” (Gal 1:6). La expresión hace referencia a regresar a las fuentes originales de lo que fue la fe de los primeros creyentes[287]. Se trata de recuperar el color original que se esconde tras muchas capas de helenización, de acercarse a la mentalidad y el entorno en que nacieron y se desarrollaron las primeras comunidades judeocristianas. No con el fin de convertirse en judíos, sino de comprender mejor la raíz auténtica del cristianismo. ¿Es diferente el Dios de los judíos del Dios de los cristianos? En palabras de Justino Mártir: “No hay otro Dios, oh Trifón, ni lo habrá ni lo hubo desde la eternidad —así le contesté yo—, fuera del que creó y ordenó este universo. Mas tampoco creemos nosotros (los cristianos) que uno sea nuestro Dios y otro el vuestro (los judíos), sino el mismo que sacó a vuestros padres de la tierra de Egipto ‘con mano poderosa y brazo fuerte’ (Dt 5:15); ni en otro alguno hemos puesto nuestra confianza, pues tampoco lo hay, sino en el mismo que vosotros, en el Dios de Abraham y de Isaac, y de Jacob”[288].

Objeciones frecuentes al sionismo cristiano[289] Es reciente Eso es como decir que la Reforma es reciente. En realidad hubo movimientos reformistas desde el mismo instante en que la Iglesia comenzó a desviarse de su práctica y doctrina originales. Con el sionismo ocurre algo similar. Tanto los profetas del AT como la primitiva Iglesia cristiana eran sionistas, y si bien muy pronto el cristianismo fue adoptando mayoritariamente otro punto de vista diferente, siempre hubo grupos de creyentes que mantuvieron a Israel como uno de los protagonistas o agentes fundamentales en la historia de la salvación[290]. Es dispensacionalista No siempre. El nuevo sionismo cristiano está más ligado a las promesas del pacto abrahámico que a una determinada interpretación sobre los últimos tiempos. De hecho, escatológicamente hablando, la mayoría de los autores que se mencionan en el capítulo 6 era posmilenialista y no tenía relación alguna con el dispensacionalismo que, recordémoslo, surgió en el siglo XIX. Cierto tipo de sionismo cristiano (probablemente el más conocido y el que aparece frecuentemente en los medios) es dispensacionalista, pero ni mucho menos todo.

Es fundamentalista En la inmensa mayoría de los casos, el término fundamentalista ha perdido su significado histórico[291] y se ha convertido en una etiqueta peyorativa para describir a aquellas personas que hacen una lectura literalista[292] y biblicista[293] —o como mínimo simplista— de las Escrituras, que son reacios al uso de cualquier análisis crítico en su interpretación de los textos y se muestran intransigentes en la aplicación de sus doctrinas[294]. Pero lo que de verdad cuenta es si la lectura que se hace del texto bíblico es correcta o no, si toma en serio el contexto, si es congruente con otros pasajes de las Escrituras y con el resto de la revelación. Lo demás es caricaturizar a los que no piensan como nosotros. Es una herejía La acusación de herejía o falsa enseñanza es un arma de doble filo, y nos parece que su uso en la dilucidación de asuntos teológicos fuera de los estrictamente fundamentales tiene que realizarse con sumo cuidado. Sí puede haber herejía cuando se cuestiona, por ejemplo, la suficiencia de la obra salvadora de Cristo. En este sentido, defender un doble pacto, esto es, que los judíos tienen su propio pacto con Dios y los gentiles el nuevo pacto en Jesucristo, podría considerarse perfectamente una herejía. En ese caso, Jesús ya no sería el único ni el suficiente Salvador ni, por supuesto, el único camino al Padre (cf. Jn 14:6). Sin embargo, en el caso que nos ocupa, el sionismo bíblico o cristiano como tal es una interpretación perfectamente legítima. Es un nacionalismo más Según los críticos, el sionismo cristiano es un mero barniz bíblicoteológico para el sionismo político, entendido como uno más de los movimientos nacionalistas que surgieron en el siglo XIX en Europa tras la estela del Idealismo alemán. Lo cierto es que el sionismo político promovido por Theodor Herzl tuvo más que ver con el deseo de huir de la persecución (p. ej., Caso Dreyfus en Francia, los pogromos en Rusia y otros países) y encontrar refugio en la tierra ancestral judía que con los nacionalismos que dieron lugar a diversos países europeos. Por otro lado, la vertiente cristiana del sionismo es muy anterior a todas estas corrientes filosóficas y políticas[295]. Es un movimiento político de derechas La fe no es política en sí misma, pero es obvio que lleva a adoptar determinadas posturas ante la vida, y que estas tienen consecuencias

políticas. Si defendemos ciertos principios y valores bíblicos —como por ejemplo la defensa de la vida—, es obvio que eso se traducirá en posicionamientos u opciones políticas concretas, que podrán o no coincidir con lo que preconizan algunos partidos políticos. Lo que está fuera de lugar es que la opción política adoptada a priori, por legítima que sea, determine nuestra manera de leer la Biblia. En todo caso, el sionismo cristiano como tal es transversal, por mucho que algunas de sus expresiones puedan interpretarse como un apoyo explícito a idearios más conservadores[296]. Es militarista e imperialista Se dice que los sionistas cristianos están “ansiosos por la llegada del Armagedón”[297], que tienen una visión pesimista del mundo y desean por todos los medios acelerar en la medida de lo posible la segunda venida de Cristo. Por tanto, cuanto peor, mejor. Cuanto más se enquiste el conflicto de Oriente Medio, mejor, más cercanos estaremos al cumplimiento profético de los acontecimientos que, según ellos, deben producirse como parte del calendario de los últimos tiempos. Por tanto, se deleitan en cualquier solución militar que sirva para acelerar la llegada de la consumación de la historia. Una vez más, solo algunos sectores del sionismo cristiano podrían sentirse aludidos por tal descripción. En cuanto a “seguir la agenda del Imperio”, se trata de acusaciones netamente políticas, no teológicas, que parecen negarle cualquier papel a la soberanía y los planes de Dios[298]. No se preocupa por los palestinos El sionismo cristiano es (o debería ser) cristiano antes que sionista. En ese sentido, no puede dejar de sentir como propio el sufrimiento de las personas, su angustia y su dolor, sean quienes sean y estén donde estén. Las consecuencias del conflicto árabe-israelí son trágicas, especialmente para los estamentos de la población más desfavorecidos, pero culpar exclusivamente a Israel de todos los males es simplista, tendencioso e injusto. Pasar por alto el rechazo palestino a reconocer siquiera el derecho a existir del estado judío, la corrupción generalizada de la Autoridad Nacional Palestina que repercute en la pobreza que asola a una parte importante de la población, la represión de las voces internas discordantes, el terrorismo basado en el islamismo radical —jaleado por muchos y no condenado por otros más— o la indiferencia generalizada de los países árabes ante quienes supuestamente son de los suyos, son factores que no se pueden obviar, y que resultan fundamentales para entender la precaria situación del pueblo árabe-palestino[299]. David Pawson lo resume muy bien cuando dice:

Ambas partes del conflicto de Oriente Medio cometen errores, y resulta muy socorrido decantarse por un bando u otro. Los cristianos deberían ser tan objetivos e imparciales en sus juicios como el Dios al que aman y adoran. El problema es que él conoce todos los hechos, mientras que nosotros, que dependemos en gran medida de una mezcla de experiencias personales y de las noticias de los medios de comunicación, rara vez tenemos una visión completa. Por lo tanto, deberíamos pensarlo bien antes de echar las culpas o respaldar soluciones puramente políticas, y mucho más si se trata de acciones militares. También debemos reflexionar seriamente antes de llegar a la conclusión de que determinados actos son injustos o inmorales[300].

CAPÍTULO 9

UNA NOTA PERSONAL este momento hemos tratado los aspectos bíblicos, teológicos e H asta históricos de Israel y su relación con la Iglesia, pero creo —y permítame el lector que ahora hable en primera persona— que todo ello resultaría incompleto sin compartir algunas experiencias personales derivadas de mi contacto directo con Tierra Santa y los pueblos que allí viven. Creo que no sería ninguna exageración afirmar que si no hubiera tenido la oportunidad de conocer la tierra de Jesús a través de mis diversas visitas y estancias de los últimos años, tanto solo como dirigiendo grupos de viajeros, este libro nunca hubiera visto la luz. Durante mis años de seminarista el AT ya había despertado en mí cierta fascinación. Aquellos personajes, pueblos, idiomas, culturas y paisajes me llamaban poderosamente la atención, y procuraba leer y estudiar sobre ellos todo cuanto podía, además de aprovechar al máximo mis visitas al Museo Británico de Londres. Posteriormente, con las responsabilidades de la vida familiar y un ministerio pastoral que me exigía una dedicación plena, cada vez se hacía más difícil encontrar el tiempo (¡y el dinero!) para hacer realidad la ilusión de conocer aquellas tierras en persona. No fue hasta mucho, muchísimo tiempo después, cuando se me presentó la oportunidad que tanto había esperado. Lo que allí descubrí superó con creces mis expectativas. Se cumplió lo que tantas otras personas han comentado al encontrarse en la misma situación: la lectura de la Biblia se volvió mucho más gráfica y rica en matices, percibí una conexión inmediata con aquel lugar y mi fe cristiana se hizo, de repente, más terrenal, en el mejor sentido de la palabra. Yo partía con la ventaja de tener una formación bíblica y teológica previa, pero aun así el impacto de ver, oír, tocar, gustar y oler fue mucho mayor del esperado. Pero lo más llamativo y enriquecedor de todo aquello fue conocer a la gente que vivía allí. Me llevó algún tiempo asimilar aquellas experiencias, así que hice como María, la madre de Jesús, y “atesoré aquellas cosas y las medité en mi corazón” (Lc 2:19, 51). Tuve el privilegio de repetir viaje en otras ocasiones, la mayoría de las veces haciendo de líder de grupo y enseñando la Biblia

sobre el terreno. Con cada visita, cada conversación, cada noche de hotel escribiendo en mi diario hasta bien entrada la madrugada, iba creciendo en mí la necesidad de recopilar notas, fotos, lecturas y reflexiones con vistas a compartirlas algún día en forma de libro. Quienes estén familiarizados con la situación actual en Europa, y singularmente en España, ya sabrán que los medios de comunicación suelen ser muy críticos con todas las noticias relacionadas con Israel, y que la información que llega al gran público sobre el conflicto árabe-israelí y la cuestión palestina es, por decirlo suavemente, bastante sesgada. Todo esto ha ido creando un caldo de cultivo propicio para distintas manifestaciones de antisemitismo, sobre todo en la línea del movimiento BDS (boicot, desinversiones y sanciones) antes citado, pero fundamentalmente ha ido calando dentro del imaginario colectivo de la gente. También, desgraciadamente, de los creyentes. Por lo que respecta a estos últimos, a la cada vez mayor ignorancia de la enseñanza bíblica en general y del AT en particular, se suma el recelo hacia aquellos que intentamos organizar viajes de estudio a Tierra Santa, con el pretexto de que pretendemos “judaizar” a los creyentes o apoyar incondicionalmente con nuestras visitas al estado de Israel. No digo yo que no haya algún caso aislado en que esto sea así, pero en términos generales semejante sospecha carece por completo de fundamento. La verdad es que tanto israelíes como palestinos —sean judíos, cristianos o musulmanes—, repiten una y otra vez que por favor contemos la realidad de lo que ocurre en Tierra Santa, que los visitemos, que los conozcamos y sepamos cómo son. Es cierto que hay conflictos (como los hay, por cierto, en otros muchos lugares del mundo), pero esencialmente lo que hay son personas que quieren vivir en paz, formar una familia, tener un trabajo digno y prosperar. Eso, que parece tan corriente y razonable, muchas veces no es posible por culpa de extremistas de distinto signo y de la inestimable colaboración del silencio resignado, cuando no cómplice, de muchos. Es muy fácil decidir las fronteras de Oriente Medio sobre un mapa, como hicieron Gran Bretaña y Francia, entre otros, durante la Primera Guerra Mundial y en años posteriores. Es muy cómodo intentar arreglar las cosas que suceden allí, a miles de kilómetros de distancia, desde despachos y salas de reuniones con aire acondicionado. Resulta muy sencillo realizar declaraciones y aprobar resoluciones atendiendo a intereses propios. Pero luego hay que estar ahí, con personas que sufren, con agravios que se

remontan quién sabe cuánto tiempo atrás, cuando lo que está en juego es la pura supervivencia. Entonces las cosas no parecen tan blancas o negras, y rápidamente se aprende que o te haces respetar o te destruyen, que lo malo es preferible a lo peor, y que al final siempre tienen las de perder los más débiles, de uno y otro lado. Antes de opinar con tanta facilidad sobre la situación en Oriente Medio y de soltar tanta bilis convendría conocer un poco más y mejor cómo son las cosas sobre el terreno. Hay que saber cómo viven los judíos mesiánicos en Israel y los cristianos palestinos en los Territorios administrados por la Autoridad Nacional Palestina. Hay que sentir como propias sus dificultades y penurias, en un entorno donde abunda el odio y cualquier intento de mediar ya te convierte en sospechoso de traición a los tuyos. Unos “tuyos”, por cierto, que si pudieran te expulsarían de la comunidad. Los creyentes mesiánicos en Israel lo tienen complicado. Los judíos religiosos de distinto signo los consideran “misioneros” (término despectivo donde los haya), unos traidores[301]. Los seculares, que no sienten demasiada simpatía por los religiosos y están resentidos por los privilegios de los que gozan estos en determinados aspectos, simplemente los ignoran o, en el mejor de los casos, los ven como bichos raros. Para colmo, muchos cristianos desconfían de los judíos mesiánicos, con lo que a menudo acaban encontrándose en una especie de tierra de nadie. La situación de los cristianos palestinos no es mejor. Asediados y acosados por un islam cada vez más intolerante (especialmente en los Territorios Palestinos, pero también en poblaciones predominantemente árabes dentro de Israel), ven cómo su número decrece de forma alarmante. En lugares como Belén, muchos jóvenes tienen que abandonar su tierra ante la falta de perspectivas laborales y vitales. La siempre peligrosa identificación entre lo religioso y lo político-social hace que resulte muy difícil tender puentes con los creyentes judíos o de otros lugares del mundo. Además, no pocos cristianos occidentales tampoco acaban de empatizar con su situación, creyendo erróneamente que si apoyan a Israel no es posible ponerse también de su lado. Al final, no hay nada como entablar relación con personas diversas y mostrar un verdadero interés por ellas, por sus apuros, anhelos y formas de encarar la vida. Si no somos capaces de hacer eso, todo queda en un mero asunto de interés académico, algo teórico que carece de poder para transformar la realidad.

Los hermanos pequeños Tenía mucha curiosidad por conocer más personalmente a nuestro guía. Sabía dónde había nacido, a qué se dedicaba y cuáles eran algunas de sus inquietudes. Durante sus explicaciones —magníficas, debo decir— manejaba con soltura y precisión tanto los datos históricos y geográficos como el texto bíblico, pero yo sabía muy bien que era un judío secular. La noche de ese día en particular se presentó la oportunidad de salir a tomar algo. Hacía un calor sofocante y apetecía salir del hotel y beber algo frío en algún local climatizado. Habíamos recorrido gran parte de la ribera noroccidental del mar de Galilea, visitando lugares estratégicos durante la primera etapa del ministerio de Jesús. Pero ahora él no estaba trabajando y nosotros (algunos de los miembros del grupo que lo acompañábamos) tampoco estábamos pendientes de las explicaciones. Llegó un momento durante la conversación en que salió la pregunta sobre quién era Jesús para él y qué opinión tenía de los cristianos. A eso se le llama abrir la caja de Pandora. Nunca sabes con qué te vas a encontrar. Los guías turísticos que suelen acompañar a grupos católicos o evangélicos de visita por Tierra Santa (peregrinos, dicen ellos) están más que acostumbrados a nuestra forma de hablar, nuestras creencias, cánticos, oraciones, etcétera. Suelen ser muy respetuosos y profesionales. Conocen bien de lo que hablan, pero no es más que su trabajo[302]. En este caso, sin embargo, el ambiente era distendido y no había necesidad de quedar bien o de ser políticamente correcto. Aquel hombre fue muy sincero. Él no era judío practicante, y dentro de su visión del fenómeno religioso, Jesús era una figura muy destacada, uno de los grandes maestros judíos. En cuanto a los cristianos, nos consideraba “como hermanos pequeños”. Creyentes emparentados con los judíos que apenas tenían dos mil años de antigüedad y a los que todavía les quedaba mucho camino por recorrer y muchas cosas que aprender. Como ocurre a menudo en estos casos, algunas personas quisieron aprovechar la oportunidad para “evangelizar” al bueno de nuestro guía. Con la mejor de las intenciones, sin duda, pero con poca sensibilidad. Yo intenté mediar de alguna manera y encauzar la conversación por otros derroteros, reconociendo errores y limitaciones en esos sus “hermanos pequeños”, aunque expresando con claridad la maravillosa transformación que Jesús trae a nuestra vida cuando nos rendimos completamente a él. No sé si tuve mucho

éxito, pero esa noche descansé muy bien, dando gracias a Dios porque él a menudo escoge al “pequeño” y porque de alguna manera había podido participar en la necesaria tarea de tender puentes con nuestros “hermanos mayores”, aunque fuera en la mesa de una cafetería, una bochornosa noche de verano.

Orando a 10 000 metros de altura Viajaba en solitario a Israel para preparar una visita posterior en grupo y conocer posibles lugares que pudieran resultar de interés de cara al futuro. El avión no iba tan lleno como otras veces, así que una auxiliar de vuelo me ofreció la posibilidad de cambiar mi asiento por otro que me resultara más cómodo. Agradecí el gesto y me trasladé a una zona donde había bastante más espacio, junto al pasillo y no muy lejos de una de las puertas de la nave. Decidí aprovechar bien las más de cuatro horas de vuelo, y en cuanto alcanzamos la altitud de crucero comencé a escribir en mi diario, compaginando esa actividad con la lectura y la oración. Me encontraba muy a gusto inmerso en mis cosas, pero al cabo de un rato me levanté para estirar un poco las piernas. De todos modos, yo seguía en modo “oración y alabanza”, agradeciéndole al Señor la oportunidad que me estaba dando y viviéndola con intensidad. Entonces ocurrió algo que para mí ya resultaba habitual: un judío ortodoxo, vestido de riguroso blanco y negro, recorría el avión buscando reunir a un número suficiente de varones para poder realizar sus rezos y lecturas. Recuerdo como si fuera ayer que aquello me hizo reflexionar inmediatamente sobre la diferencia que hay entre practicar una religión y mantener una relación personal con Dios. Allí estaba aquel hombre, con su sombrero, su barba, sus tirabuzones y todo lo demás intentando conseguir que otros como él pudieran unirse a las plegarias de rigor. Mientras, yo estaba solo y hacía un buen rato que estaba hablando literalmente con Dios, contándole mis cosas y alabándole de corazón. Pero además me vino otro pensamiento a la cabeza: dos tipos de personas aparentemente tan distintas como un jaredí y un musulmán devoto estaban unidas por el espíritu de la religiosidad, por una religión de preceptos[303], por el intento vano de cumplir la voluntad divina. Con razón judíos y musulmanes son dos de los grupos de población más difíciles de alcanzar con el evangelio de la gracia, ya que su concepto de

justicia propia, de seguir los mandamientos y hacer obras de justicia[304], dificulta mucho la aceptación de la justicia de Dios en Cristo Jesús. Motivo de más para intensificar nuestro testimonio (que no proselitismo) y mostrar con hechos que el tipo de cristianismo institucionalizado que tanto rechazan los unos y los otros no tiene nada que ver con la relación amorosa y confiada que podemos disfrutar con el Padre celestial en virtud de lo que él ha hecho por nosotros. Por pura gracia, sin obras de por medio.

El ascensor del sabbat Estaba en el mismo hotel de costumbre y, como era habitual, me habían asignado una habitación en una de las últimas plantas. No quedaba más remedio que tomar el ascensor. Era sábado y el hotel estaba lleno de judíos ortodoxos. Al parecer, en Jerusalén es muy habitual que miembros de la comunidad jaredí pasen el sabbat en hoteles de la ciudad. El caso es que estos establecimientos cuentan con ascensores dedicados expresamente al sabbat. Durante ese día (desde la noche del viernes hasta la noche del sábado) este tipo de ascensor cuenta con un mecanismo que les hace subir y bajar planta por planta de forma ininterrumpida, sin que nadie tenga que llamarlo o pulsar el botón correspondiente. Yo, que ya era conocedor de esta peculiaridad, llamé al otro ascensor, el “normal”, para bajar al vestíbulo. Cuando por fin llegó vi que estaba muy lleno, pero no le di mayor importancia. Al cerrarse las puertas, el ascensor no se movió. Entonces miré con más atención a mi alrededor y noté que estaba rodeado de hombres y mujeres ortodoxos, todos ellos ataviados con sus mejores galas. Seguramente había tanta gente utilizando el ascensor del sabbat en ese momento que decidieron utilizar el otro. En breves segundos comprendí que nadie iba a mover un dedo, literalmente, para pulsar el botón del vestíbulo, ya que eso se considera trabajo y supondría una violación de las normas que regulan el día de reposo. O alguien llamaba el ascensor desde el exterior o íbamos a estar allí un buen rato. En medio de un silencio algo incómodo me abrí paso como pude y dije en voz alta: “Yo sí voy a darle al botón. Con permiso. Espero que nadie se ofenda por ello”. Nadie dijo nada y por fin bajamos. Ya en el vestíbulo, una señora se acercó a mí y me preguntó que quién era y qué hacía en Jerusalén. Yo me presenté e insistí en que no era mi intención ofender, aunque sabía que no había habido tal ofensa, ya que los gentiles no

estábamos obligados a observar el sabbat, y además el ascensor era el de uso general. Entonces le dije que estaba allí para ver y aprender; eso la descolocó por completo. Entre gestos de extrañeza y aprobación, entendí que había acertado con mi respuesta. Mi misión en ese momento era conectar con las personas, ponerme en su piel, no juzgar ni predicarles a las bravas. Debía dar testimonio con mi ejemplo, entablar una relación y estar abierto a dar razón de la fe que hay en mí. ¿Acaso no debe ser siempre así? No volví a ver a esa señora, pero tal vez haya otra ocasión para continuar nuestra conversación. Por lo menos, espero que su percepción de lo que somos los cristianos cambiara algo a partir de ese día.

Conflictos en la ciudad de la paz Que Israel es tierra de conflictos es algo ya conocido. Y en Jerusalén, todavía más. Sin embargo, no todo se reduce a conflictos armados. Existen mil y un conflictos cotidianos, fruto de la convivencia más o menos forzada y de una hostilidad enconada. A veces están larvados, pero solo hace falta una pequeña chispa para que se manifiesten públicamente. La susceptibilidad no es cosa únicamente de judíos y palestinos, sino que va más allá. Por ejemplo, y lo digo con vergüenza, el delicado equilibrio entre las distintas confesiones religiosas cristianas que custodian lugares considerados “sagrados” (como la basílica de la Natividad en Belén o la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén, por poner dos ejemplos paradigmáticos), ha provocado más de una disputa que ha terminado en auténticas peleas a puñetazo limpio. Y no es algo nuevo. Ya en el siglo XIX, durante la dominación del Imperio otomano, se hizo necesaria la aprobación del acuerdo sobre el statu quo para delimitar qué parte de los Santos Lugares le correspondía exactamente a cada grupo a partir de la fecha de la firma. Así, hasta el día de hoy sigue habiendo una vetusta escalera de madera afeando la fachada del Santo Sepulcro que nadie se atreve a quitar. Y así con todo; las cosas en Jerusalén “no se tocan”. Mejor dejarlas como están. Hablando de conflictos cotidianos, una mañana quise ir al Kotel (nombre con el que los judíos denominan al Muro de las Lamentaciones), pero como iba algo justo de tiempo llamé un taxi desde el hotel. El taxista era árabe y me llevó hasta allí mientras charlábamos de temas intrascendentes. Me dejó junto a la entrada de la explanada, a escasos metros del puesto de control y los detectores de metales. Mientras todavía estaba sentado en el asiento trasero, a

punto de pagar, dos judíos ortodoxos abrieron la puerta del taxi y le pidieron al conductor que los llevara a un determinado lugar. Este se dirigió a ellos en inglés y les dijo que no, que no sabía dónde era eso y que no los llevaría. El enfado de los judíos fue monumental. No sé si acababan de rezar junto al muro o no, pero la cuestión es que en un arranque de ira comenzaron a dar voces y cerraron la puerta dando un portazo que casi me pilla a mí saliendo del vehículo. El taxista, por su parte, farfulló algo y luego me cobró como si nada hubiera pasado. Yo no salía de mi asombro. Los jaredíes con sus malos modos y el taxista negándose a hablarles en hebreo y mintiendo descaradamente con tal de no llevarlos. Aquello me recordó otro episodio que había vivido durante una de mis primeras visitas a la ciudad. Estábamos en pleno recorrido por el monte de los Olivos, junto al huerto de Getsemaní, y a la entrada del mismo estaba el portero. Al pasar, se me ocurrió saludarlo con el típico saludo hebreo (shalom). Fue algo totalmente instintivo. A fin de cuentas, estábamos en Israel. Sin embargo, aquel señor se puso hecho un basilisco. Haciendo gestos muy claros y llevándose las manos a la cara me dijo: “¡Shalom no! ¿No ve usted mis rasgos? Soy árabe, no judío. Se dice salam, no shalom”. En aquel momento quise que me tragara la tierra. Intenté explicarle que no pasaba nada, que lo había hecho sin pensar. Al final, todo quedó en un “Good morning”. Ni para ti ni para mí. Desde ese día lo recuerdo como el árabe que no quería shalom sino salam. En el caso de estas dos últimas anécdotas, y otras que podría contar, la sensación que me quedó fue: “¿De verdad había para tanto?”. Es evidente que en circunstancias normales la respuesta sería “no”. Pero es que allí, donde las miradas de recelo mutuo son constantes y los sentimientos están a flor de piel, lo normal no es siempre lo que nosotros consideraríamos normal.

Dando testimonio de Jesús en Israel Había acordado pasarme por las dependencias de la Sociedad Bíblica en Jerusalén[305], ubicada a escasos metros de las murallas de la Ciudad Vieja, para conocer al director general y conversar con él sobre posibles colaboraciones futuras. Después de los saludos de rigor y de un breve recorrido por las instalaciones, me llevó a almorzar a un conocido centro comercial situado no muy lejos de allí. No tardé mucho en percatarme de que aquel hombre, decidido y dinámico, natural de Jerusalén, y que hacía

relativamente pocos años que había tomado el relevo de la anterior dirección, tenía muy claro cuál debía ser el papel y testimonio de este importante ministerio en Israel: difundir las Escrituras y el mensaje de Jesús por todo Israel. Después de una fructífera conversación nos dispusimos a regresar a su oficina, no sin antes toparnos con una amable señora extranjera, clienta de ese mismo local, que se acercó a mí para decirme que Dios nos amaba mucho. Yo se lo agradecí, aunque se lo hubiera dicho precisamente a dos personas que ya creían en Jesús como su Mesías y Salvador. Con una sonrisa en los labios volvimos sobre nuestros pasos y nos despedimos hasta una próxima ocasión. Horas después, tras una jornada maratoniana por la Vieja Jerusalén, me dispuse a tomar el tranvía para regresar a mi hotel. En la estación, a escasísimos metros de la sede de Sociedad Bíblica, me volví a encontrar con el director. Iba cargado con diverso material, camino de una reunión, y me ofrecí a ayudarle hasta que llegáramos a la estación central de autobuses, justo una parada antes de la mía. Huelga decir que seguimos hablando durante todo el trayecto, sentados uno frente al otro, hasta que el tranvía, de repente, se detuvo. Por megafonía se anunciaba que había un bulto sospechoso en la estación de autobuses y que no se reanudaría la marcha hasta que se hicieran las comprobaciones oportunas. Nada especialmente preocupante. En Israel la seguridad es prioritaria, y yo estaba muy tranquilo, así que continuamos departiendo amistosamente mientras esperábamos acontecimientos. Como era de suponer, se trataba de una falsa alarma, así que el tranvía volvió a emprender su ruta habitual a los pocos minutos. En el asiento contiguo al mío había un soldado. Nada fuera de lo normal, si bien es cierto que ese soldado en concreto ya me había llamado la atención al entrar en el vagón por sus posturas y modales, que no parecían ser precisamente ejemplares. Una señora mayor le había regañado, así que cambió su asiento y se colocó junto a mi acompañante, mientras que la señora en cuestión ocupaba el asiento contiguo al mío. El joven soldado seguía hablando por el móvil (una auténtica obsesión en Israel), y cuando hubo acabado, mi amigo se puso a hablar con él. Mi limitado conocimiento del hebreo moderno no me permitió entender exactamente lo que le estaba diciendo, pero era evidente que se refería a su comportamiento. Observé que el soldado escuchaba y asentía; su semblante iba cambiando a medida que oía hablar de la fe en el Señor, y justo antes de bajarse del tranvía —la ya citada

estación central de autobuses— recibió un folleto. El soldado, extrañado, comenzó a hojearlo. Yo me había quedado solo y observaba la escena con interés. En un momento dado, la señora sentada a mi lado tomó el folleto y también le echó un vistazo. Entablaron conversación el soldado, esta señora y otra mujer que iba de pie junto a nosotros. Fue precisamente esta última la que dijo en tono claramente despectivo: “un misionero”. Escuché claramente a la señora mayor mencionar el nombre de Jesús y, acto seguido, vi cómo rompía el folleto en varios pedazos. El tranvía había llegado a mi parada y me tenía que apear. Acababa de asistir a una escena paradigmática. Me quedé con las ganas de decirle a la señora: “No es un misionero, es un israelí de Jerusalén que cree en Jesús como su Salvador”. Da la sensación de que en Jerusalén todo el mundo está enemistado con todo el mundo. Además de los consabidos problemas de convivencia entre árabes e israelíes, los judíos ortodoxos no se llevan bien con los judíos laicos, ni estos con los jaredíes. Curiosamente, en lo que coinciden ambos grupos es en considerar que los judíos mesiánicos son unos traidores. Y es que “misionero” es un término claramente peyorativo, un estigma, y no tanto una descripción. Al día siguiente volví a detenerme en la Sociedad Bíblica para comprar material y me encontré de nuevo con su director. Le conté lo ocurrido tras abandonar aquel vagón del tranvía y mi reacción de frustración ante todo lo sucedido. Él, por su parte, no parecía sorprendido. Muy amablemente me explicó que este tipo de situaciones son algo habitual para los creyentes mesiánicos. En Jerusalén, la mayoría de las personas es religiosa, pero sigue sin reconocer que Jesús es el Mesías. ¡Seguro que el Señor sigue llorando ante tanta dureza de corazón! Entonces caí en la cuenta de que había vivido, in situ, lo que significa dar testimonio de Jesús en Israel. Estos hermanos nuestros realmente están en las trincheras, desempeñando su labor y misión en situaciones difíciles, ante el intento de deslegitimación de importantes sectores de la sociedad judía. Por un momento me recordó a la situación en España hace algunas décadas, cuando los cristianos evangélicos nos movíamos entre el rechazo, la discriminación y la persecución más o menos velada. Hoy ya no es exactamente así. Simplemente vivimos rodeados de una profunda indiferencia. Sin embargo, en otras latitudes, seguir a Jesús y dar testimonio de él sigue costando bastante más que en esta vieja Europa materialista, descreída y posmoderna.

Tengo la sensación de que nuestra propia miopía nos impide reconocer las dificultades que entraña dar testimonio de la fe en Jesús en muchos lugares del mundo. Por eso necesitamos un toque de atención. Hermanos nuestros viven diariamente los riesgos de ser discípulos de Cristo, y haríamos bien en identificarnos con ellos y ayudarlos por todos los medios posibles. Su lucha es también la nuestra, y su testimonio puede ayudarnos a salir de nuestro propio letargo y concienciarnos de la necesidad de volver a la vanguardia.

Belén se está quedando sin cristianos Me contaba esta cristiana palestina que en Belén, una ciudad cargada de simbolismo para los cristianos, cada vez quedan menos creyentes autóctonos. La vida se hace dura por la presión a la que se ven sometidos desde dentro y desde fuera. Hubo un tiempo en que los cristianos eran mayoría, pero el porcentaje ya se encuentra por debajo del 20 por ciento. Belén, a diferencia de Jericó, por ejemplo, es una zona problemática. Allí hay un foco importante de islamismo radical. Como medida de protección, Israel construyó un muro para evitar que se infiltraran en su territorio comandos suicidas procedentes de la zona palestina. El muro y sus puestos de control han servido para contener la continua sangría de atentados, pero también han provocado daños colaterales. Así, los palestinos ven limitados sus movimientos y han perdido tierras de cultivo (dedicadas principalmente al olivo) que en muchos casos eran su principal medio de subsistencia. Actualmente, el turismo y la industria de la madera de olivo son prácticamente las únicas salidas laborales que hay, en una población con una alta tasa de paro, especialmente juvenil. Seguía contándome esta señora de mediana edad que cuando se producían disturbios y se cerraba el paso a Belén, quienes trabajaban en Jerusalén u otros lugares de Israel no podían cruzar y los turistas tampoco podían visitar la ciudad, con el consiguiente perjuicio económico. Dadas las circunstancias, no era de extrañar, decía, que muchos cristianos optaran por abandonar la zona. Yo escuchaba con atención y le dije que oraría por ellos. Mi misión no era dar o quitar razones, sino apoyar con mi presencia, escucharla, acompañarla e intentar ayudar en la medida de lo posible. Era una hermana en la fe, como lo son también los judíos mesiánicos. Dos comunidades de fe que adoran al mismo Dios y reconocen al mismo Salvador y que, sin embargo, por las

trágicas circunstancias ya conocidas, viven de espaldas los unos de los otros. Nos despedimos con un abrazo y alguna lágrima mal disimulada. Le di saludos para su familia y quedamos hasta la próxima visita. Salí en dirección al muro, sabiendo que los cristianos tenemos la esperanza de que aunque los hombres construyan muros de todo tipo, Dios acabará derribándolos. Queremos y debemos anhelar que reine la justicia, pero sabemos que esta solo la viviremos en plenitud cuando el Señor cambie los corazones de las personas. ***** Los relatos divergentes de judíos y palestinos están basados en el dolor; un dolor profundo, casi inimaginable para el que no lo ha sufrido, una auténtica raíz de amargura. Eso hace que acaben convirtiéndose en una autojustificación. Por eso, para poder elaborar un relato fiel y equilibrado hay que curar el dolor, y solamente la cruz de Cristo puede hacerlo. De lo contrario, nunca se sale del círculo vicioso del relato y el contrarrelato, del intercambio constante de papeles entre víctima y victimario[306], de las acusaciones mutuas que no conducen a nada. Los judíos se instalaron en Israel básicamente como respuesta al enorme dolor que supuso la persecución de los pogromos en Europa oriental y el Holocausto nazi. El dolor ante tanta animadversión y odio los llevó a establecerse en Israel junto con todos aquellos judíos que desde tiempo inmemorial había permanecido en aquellas tierras o se habían trasladado muchos siglos atrás. Por su parte, los palestinos tienen su propia fuente de dolor en el problema de los desplazados/refugiados y lo que consideran el desposeimiento y posterior ocupación de su tierra, a la que llevan vinculados desde incontables generaciones. Los puestos de control que deben cruzar para desarrollar muchas de las tareas cotidianas son un recordatorio constante de ese dolor. Se sienten humillados y marginados. El dolor es una parte de la vida, pero cuando lo permea todo resulta insufrible, de tal manera que no nos permite ver las cosas con claridad. El Señor se compadece de nuestro dolor y quiere curarlo. En efecto, él es el único que puede hacerlo. Cuando nos ponemos en sus manos el dolor se convierte en cicatriz; está ahí, pero ya no duele. Así pues, en medio de esta situación tan compleja, es importante que los cristianos hagamos teología partiendo del dolor de Dios, no del nuestro. Solo así podremos ver las verdaderas causas de las cosas sin que las lágrimas y los agravios empañen

nuestra visión. Creo firmemente que este es el mejor consejo que se puede dar. Mi experiencia personal es que la propaganda funciona cuando no se pueden constatar los hechos. Sin embargo, cuando tenemos la posibilidad de verificarlos, es como un azucarillo que se disuelve en el agua. Lo malo es que muchos no se preocupan de hacerlo. Es más sencillo dejarse llevar por la corriente imperante, por los clichés de moda, por la presión de las mayorías. Pero el camino más sencillo casi nunca es el mejor. Por eso me resulta especialmente triste escuchar a algunos cristianos decir que Israel está aplicando políticas de limpieza étnica y apartheid contra los palestinos. Se puede hablar de si hay territorios ocupados o en disputa, de si es mejor solución para la paz la creación de dos estados o uno solo con concesión de ciudadanía plena para todos sus habitantes, pero lo que es una irresponsabilidad colosal es deslegitimar al único estado democrático de todo Oriente Medio, el único que tiene separación de poderes y que respeta los derechos fundamentales de las personas. Y, por supuesto, lo que también es una grave hipocresía y una incalificable deshonestidad intelectual y moral es silenciar todas las injusticias y tropelías que tienen como protagonista a la otra parte del conflicto. Dicho todo esto, y volviendo a la gente, hay algo que no deja de causarme perplejidad y, al mismo tiempo, admiración. Los judíos no son especialmente simpáticos ni personas que se hagan querer desde el primer momento. Si me apuran, diría que cuanto más religiosos son, menos corteses y más soberbios se muestran. En infinidad de ocasiones me pregunto cómo es posible que Dios siga amando y escogiendo a aquellos que mayoritariamente rechazan y desprecian a su Mesías. Entonces viene a mi mente el pasaje ya comentado de Dt 7:7-8a, “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres”. Ahí es donde brilla como el sol el pacto de Dios, su compromiso eterno, su carácter: es todo por su fidelidad, por su gracia. Pero la cosa no queda ahí. ¿Acaso no ocurre algo parecido con los cristianos que no somos judíos? ¡Por supuesto que sí! Yo diría que incluso más. El propio Pablo dice: “¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos (los judíos)? En ninguna manera” (Rom 3:9). Nosotros no éramos especialmente amables y vivíamos completamente de espaldas a Dios. No habíamos recibido la revelación general del Creador (Rom 1:19-23) ni

formábamos parte del pueblo escogido por él (Ef 2:12). Ni éramos pueblo ni conocíamos la misericordia del Señor (1 Pe 2:10). A pesar de ello, Dios nos alcanzó, se molestó en venir a nuestro encuentro en la persona de su Hijo y entregar su vida por nosotros (Rom 5:8). Esta “salvación tan grande”, como la llama el autor de Hebreos (Heb 2:3) solamente cabía en una mente superior (“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”, Is 55:8-9). Gracias a ese propósito eterno de Dios y su maravillosa gracia pudimos asistir, como el pueblo de Israel, a ese momento cósmico pero a la vez cercano en que “la misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron” (Sal 85:10). De forma que podemos decir como el apóstol Pablo: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Cor 15:10). Ahora, en este tiempo de oscuridad y endurecimiento espiritual para muchos judíos, los gentiles que hemos sido injertados en el olivo (Rom 11:17), junto con el remanente de Israel (Rom 11:5), estamos llamados a manifestar con más fuerza que nunca que su Mesías y el nuestro es el único Salvador, el único que puede traer verdadera paz y justicia a este mundo enfermo y alienado. Con el fruto de nuestra fe y amor, con nuestro testimonio, debemos “provocarles a celos” (Rom 11:11, 14). Pero sobre todas las cosas, en todo esto solamente hay un protagonista, uno que debe recibir toda la gloria y toda la alabanza: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 1:3). “Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Ap 5:13).

CONCLUSIÓN

CONCLUSIÓN Entre Escila y Caribdis entre la espada y la pared. Al igual que a Odiseo (Ulises) N osy susencontramos acompañantes , la gran dificultad que se nos presenta es cruzar [307]

sanos y salvos un estrecho canal sin acabar chocando contra los acantilados de Escila ni ser engullidos por el remolino de Caribdis. En ambos casos, el naufragio está más que asegurado. Por un lado, sobre todo de un tiempo a esta parte, parecen proliferar ciertas corrientes judaizantes en algunos sectores eclesiales de nuestro entorno. Se trata de un movimiento que no tiene una estructura definida ni un único sistema doctrinal compartido por todos sus fieles. En realidad suele comenzar con personas no judías procedentes de muy diversas denominaciones cristianas[308] que empiezan a cuestionar el modo en que las iglesias han ido perdiendo sus raíces hebreas. Perciben una serie de contradicciones entre las prácticas y tradiciones cristianas y las que aparecen en las Escrituras, y anhelan acercarse más al origen de su fe abrahámica. Como consecuencia de este proceso suelen acabar rompiendo con sus denominaciones de origen y formando su propia asamblea o congregación mesiánica[309]. Por norma general, estos grupos no se consideran a sí mismos ni judíos (ya que creen en Jesús como el Mesías y Salvador y rechazan la tradición de la Torá oral) ni cristianos (puesto que renuncian a muchos de los rasgos distintivos de estos y su práctica está más cercana al judaísmo). Resulta extremadamente complicado ofrecer una descripción común que sirva para todos los grupos que se encuentran bajo el paraguas de lo que se suele denominar “movimiento de las raíces hebreas”, ya que a veces existen notables diferencias entre unos y otros. Aun así, algunas de sus características más destacadas son: - Restauración de los nombres divinos, tanto en el texto bíblico (que, según dicen, debe purificarse de conceptos griegos[310]) como en la enseñanza o predicación.

-

Rechazo frontal a todos los elementos paganos que se han ido infiltrando en el cristianismo, a los aditamentos no bíblicos. Esto incluye, fundamentalmente, el calendario litúrgico cristiano (las fiestas religiosas). - Observancia de la ley (más allá de la ley moral), del sábado como día de reposo y de las festividades que aparecen en la Biblia hebrea (AT). - Uso de oraciones y cánticos en hebreo, así como de música y danzas hebreas. Los líderes, que se suelen autodenominar “rabinos” (también es frecuente oír hablar de moré [maestro] o roé [pastor], según los casos), acostumbran a lucir la típica vestimenta judía (sobre todo el manto de la oración, llamado talit, y la correspondiente kipá, que les cubre la coronilla). - Exhibición de simbología judía (shofar, menorá, bandera de Israel, etc.) En suma, se trata de un movimiento de restauración que propugna una vuelta a los orígenes, que aboga por abandonar la “cautividad babilónica” de la Iglesia[311] y el sincretismo religioso, y que no está dispuesto a admitir ni tradiciones judías ni tradiciones cristianas. No vamos a entrar en una evaluación crítica, punto por punto, de este movimiento. En realidad, más allá de las manifestaciones externas, que a veces rozan la astracanada, lo verdaderamente preocupante son algunas de sus enseñanzas. Con independencia de determinados puntos que pueden resultar discutibles, pero que no suponen ninguna herejía como tal, es verdad que algunas de estas personas llegan a desdeñar el NT[312] y a menoscabar la absoluta divinidad o centralidad de Jesús, o que incluso niegan la doctrina de la Trinidad. También hay grupos, aunque estos son muy marginales, que le otorgan cierto valor a la Torá oral recogida en el Talmud. En el fondo, lo que subyace es una confusión entre el idioma del NT, escrito en la lengua franca de la época, el griego koiné o común, y la cultura, filosofía o mentalidad helenísticas. Prácticamente todos los autores del NT eran judíos que hacían uso de la lengua griega pero seguían manteniendo su judeidad. Fueron ellos los que emplearon los nombres y vocablos griegos en sus escritos, no una “mano negra” posterior que se dedicó a manipularlos[313]. Es totalmente legítimo decir “Jesús” y no tiene ninguna virtud especial hablar de “Yeshúa” o “Yehoshúa”.

Dicho esto, no les falta razón cuando lamentan la progresiva helenización de una Iglesia cuyas raíces eran plenamente judías. ¿De verdad era necesario elegir fechas distintas para las conmemoraciones cristianas en lugar de interpretar tipológica y cristológicamente las festividades del AT, como la pascua u otras? ¿Qué justificación hay para que se prefiriera tomar las fechas de celebraciones paganas y “cristianizarlas” antes que mantener las fechas judías que recoge el AT y darles un sentido de cumplimiento en el Mesías, más allá del deseo de marcar distancias con el judaísmo? ¿Para qué hacer teología en clave neoplatonista[314] y renunciar a la magnífica y fecunda tradición de interpretación bíblica judía? En no pocas ocasiones parece que la Iglesia, en su afán por sacudirse de encima todo legado judío, tiró al bebé con el agua del baño. En el otro extremo del espectro, tal como se ha mencionado con anterioridad, están aquellos cristianos que manifiestan un claro disgusto con todo lo que tenga que ver con el AT, Israel o los orígenes judíos del cristianismo. Esto que nosotros llamamos “el nuevo marcionismo” es una tendencia que poco a poco se ha ido adueñado de muchos creyentes. Es un veneno que de forma casi imperceptible va minando la esencia y origen de la fe cristiana. Pocos son los que lo defienden explícitamente, pero su práctica está ampliamente extendida. Si olvidamos que el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de Israel, es que no hemos entendido nada del evangelio, de la buena noticia. Si nos avergonzamos del Antiguo Testamento o minimizamos su importancia, estamos renegando de nuestras raíces más profundas, de nuestra familia espiritual, de nuestra vocación. Una parte no pequeña del cristianismo histórico continúa practicando el desprecio hacia lo judío y, en términos más generales, un claro antisionismo. Así, en la línea del antisemitismo teológico, se afirma implícita o explícitamente que los judíos como pueblo son los responsables de la muerte de Jesús en la cruz (y, por tanto, deicidas o culpables de haber dado muerte a Dios), que su espiritualidad es puramente externa y farisaica, que Dios los ha declarado malditos, y que el cristianismo supone una ruptura total con ese pasado hebreo. De este modo, se pretenden trasladar a la iglesia cristiana todas las promesas hechas al pueblo de Israel. Eso sí, solamente las promesas de bendición, obviando por completo las maldiciones asociadas al incumplimiento y la desobediencia. Esto, además de ingenuidad, creemos que esconde un profundo desconocimiento del carácter de Dios y de la naturaleza

humana. Cuando el NT se desarraiga de su contexto judío se acaba incurriendo en numerosos errores. Para empezar, se distorsiona por completo la historia de la salvación. No es solamente que se rompa con todo lo anterior, con el pasado, sino que se cuestiona la esencia misma de Dios: sus promesas, su poder, su fidelidad. Es como si el Señor hubiera tenido que reconocer que se había equivocado, que era necesario cambiar de planes. Y si esto hubiera sido así, si en verdad hubiera rechazado a Israel por su fracaso y lo hubiera reemplazado con la Iglesia, no existe la más mínima base para asegurar que no vaya a hacer lo mismo ahora con los cristianos cuando estos, a su vez, le fallen y decepcionen (algo que sin duda ha sucedido en infinidad de ocasiones). Y así entraríamos en un círculo vicioso interminable en el que los seres humanos nunca tendríamos seguridad ni esperanza alguna de salvación. El Dios revelado en las Escrituras es soberano y perfecto, los designios de su corazón son para bendición y siempre va a dar cumplimiento a su palabra, aun en los momentos más oscuros (cf. Jr 29:1-14). Tras el castigo del Diluvio, Dios juró que nunca más iba a destruir la tierra y sus habitantes con agua (Gn 8:21-22). Con Abraham sentó las bases de lo que iba a ser su plan de salvación, y ese plan se va a llevar a cabo. Israel, creyendo o no, va a cumplir la voluntad de Dios. La Iglesia, obediente o no, va a desempeñar su papel según lo previsto por el Señor en su infinita sabiduría. Esto no quiere decir que todos los judíos o todos los cristianos estén a la altura de la misión que se les ha encomendado, o que todas las ramas, sean naturales o injertadas, estén a salvo de ser cortadas. Pero de lo que no puede caber ninguna duda es que Dios no ha fracasado al llamar y encomendar, y que sus propósitos se van a cumplir.

En busca de una solución Hay que dar pasos concretos para retomar el rumbo y evitar los peligrosos extremos. 1) Dejar atrás la etapa del síndrome del nuevo converso. En inglés se emplea el término cage-stage (lit. la etapa de la jaula) para referirse a ese período de celo religioso que se experimenta después de una conversión o del descubrimiento de algún aspecto de la fe en el que hasta ese momento no se había reparado. Es un momento de especial exaltación que los demás interpretan como de suma arrogancia, en el que lo mejor sería encerrar

a quien lo padece en una jaula (de ahí el nombre) hasta que se le pasara y no supusiera una molestia fastidiosa para el resto de la gente. A esta actitud también se la conoce con el término castizo de “ser más papista que el Papa”. Esto puede ocurrir tanto en un sentido como otro, si bien es más común entre aquellos que un día “descubren” la conexión judía de su fe cristiana y a partir de ese momento emprenden una especie de cruzada para que todos los demás creyentes se conciencien de ese hecho y adopten una práctica religiosa más consecuente[315]. 2) Restaurar las sendas antiguas. En Jr 6:16 leemos: “Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma”. Es indudable que el famoso lema Ecclesia semper reformanda (Iglesia siempre reformándose) hay que aplicarlo también a la recuperación de las raíces judías de nuestra fe. La tradición religiosa puede convertirse en un valioso legado si la sabemos cribar, pero cuando nos aparta de lo original y genuino se convierte en un enemigo peligroso. Es necesario eliminar la maleza que se ha ido acumulando con el paso de los años y recuperar el paisaje original de la Iglesia. 3) Mostrar una auténtica caridad cristiana. Después de tantos siglos de desencuentro, en el mejor de los casos, cuando no de abierta hostilidad, es hora de que los creyentes manifiesten su amor y comprensión hacia los judíos. En el fondo, en Israel nos vemos reflejados como Iglesia, con sus mismas victorias y derrotas. En palabras del teólogo y pastor McDermott: Debemos recordar lo que nosotros, como cristianos, decimos acerca de nosotros mismos y de la Iglesia. Afirmamos ser el cuerpo de Cristo, a pesar de nuestras profundas diferencias, pecado moral y herejías teológicas. Pese a nuestras clamorosas manchas y arrugas, decimos que seguimos siendo el pueblo de Dios profetizado a lo largo de todo el Antiguo Testamento. En otras palabras, practicamos la caridad profética y escatológica con nosotros mismos. ¿Por qué nos resulta tan difícil hacer lo mismo con otro pueblo que es llamado especialmente elegido en ambos Testamentos?[316]

4) Buscar la salvación de judíos y gentiles. Defender la vigencia del pacto de Dios con Abraham, el papel de Israel en la historia y su futura restauración espiritual no nos exime de la responsabilidad de mostrar un genuino interés por la salvación y el bienestar de todas las personas, sea cual sea su procedencia. Precisamente porque solo

existe un Salvador, los judíos que siguen viviendo de espaldas al Señor Jesús tienen la misma necesidad que cualquier otra persona en el mundo de escuchar y recibir el mensaje de la buena nueva, el evangelio, la consumación de las promesas de Dios. Nosotros no creemos en aquello de Extra Ecclesiam nulla salus (fuera de la iglesia no hay salvación), pero sí en Extra Christum Nulla Salus (fuera de Cristo no hay salvación).

Consideraciones finales El AT narra la historia de un Dios y su pueblo. El NT, por su parte, relata la historia de ese mismo Dios encarnado y su pueblo. La cuestión es: ¿acaso hay dos dioses y dos pueblos? ¡Por supuesto que no! De alguna forma estamos obligados a buscar un punto de equilibrio. A lo largo de la historia ha habido siempre un remanente o resto, mayor o menor, según el caso, pero en todo caso minoritario, que ha mantenido encendida la antorcha de la fe prístina. Los protestantes solemos decir que ya antes de la Reforma del siglo XVI hubo movimientos reformistas en el seno de la cristiandad. Efectivamente, desde los tiempos del NT, siempre hubo creyentes que mantuvieron los principios neotestamentarios y no cayeron en la apostasía ni se dejaron arrastrar por el nominalismo religioso generalizado. Por consiguiente, la Reforma no fue tanto un movimiento novedoso cuanto un intento más por regresar a las fuentes bíblicas de las que muchos de los llamados cristianos se habían apartado considerablemente. Lo mismo sucede con la visión de la Iglesia sobre Israel. Si bien desde el principio ya se pudo percibir cierta animadversión contra los judíos, en medio de la corriente general de la cristiandad siempre existieron aquellos que nadaron en sentido contrario. Contra viento y marea, determinados teólogos y grupos eclesiales continuaron manteniendo su firme convicción de que los judíos seguían siendo el pueblo escogido, y de que en Cristo los gentiles habían sido injertados en él. También ellos fueron minoría en muchos momentos, pero estaban ahí. Defender esta enseñanza neotestamentaria no es una novedad ni una moda, sino el fruto natural del deseo de ver cómo las distintas iglesias cristianas enmiendan los errores cometidos en este sentido y vuelven a sus orígenes, a sus raíces. Cuando se parte de la firme convicción de que la Biblia es la autoridad final en todas las materias de fe y conducta, hay dos maneras de afrontar las diferencias teológicas que surgen entre creyentes que se acercan al texto con

idéntico deseo de interpretar correctamente lo que este dice. La primera es lanzarse versículos los unos a los otros, en un permanente toma y daca, para demostrar que su comprensión es la más correcta y las demás resultan deficientes. La otra opción, y la más deseable a nuestro criterio, consiste en reconocer el misterio que rodea al modus operandi de Dios, y que nuestra capacidad humana simplemente no alcanza a ver en plenitud todos los colores y matices del prisma de la revelación divina. Esto no significa que debamos renunciar a adoptar una postura, que tengamos que declararnos agnósticos sobre cualquier tema en el que las Escrituras nos ofrecen ópticas distintas que no sabemos encajar entre sí. Ahora bien, lo que sí implica es que se hace imprescindible reconocer que nuestra interpretación nunca es la última palabra, y que se puede enriquecer y templar mediante la incorporación de elementos procedentes de otras opiniones no coincidentes con la nuestra. De esta forma, en el marco de un insoslayable diálogo con la rica tradición hermenéutica de la Iglesia cristiana, alcanzaremos todos una mayor claridad y precisión en nuestras conclusiones, necesariamente provisionales y sujetas a constante revisión en lo que se refiere a su enunciación. Es comprensible que en muchas ocasiones, de manera inconsciente, destaquemos aquellos pasajes que parecen cargarnos de razón en nuestras conclusiones y tendamos a pasar de puntillas (o, peor aún, ignorar) aquellos otros que parecen ofrecer una perspectiva diferente. Así, quienes no creen que el Israel nacional tenga papel alguno tras la venida al mundo de Jesucristo se centran en pasajes como Gal 3:16; 28-29; 6:16; Mt 8; Rom 2:2529 (la verdadera circuncisión); 9:6-8 (el verdadero Israel); Mt 21:33-41 (parábola de los labradores malvados); Col 3:11; o 1 Pe 2:4-10, por citar algunos, mientras que los que sí consideran que hay un lugar para Israel dentro de los planes actuales y futuros del Señor apelan especialmente a Rom 9-11; Mt 19; Lc 13:35; Rom 3:1-4a (ser judío es una ventaja); Rom 4:13; Ez 36-37; o Hch 13. Lo cierto es que la existencia misma de esos diversos pasajes, y la posibilidad de interpretarlos en un sentido u otro, debería alertarnos sobre la necesidad de ejercitar la debida prudencia, moderación y responsabilidad. A modo de conclusión, podríamos dejar constancia de lo siguiente: - El punto de partida de la actual confusión y polarización en este tema es el indudable descuido del AT por parte de los cristianos. Es necesario desarrollar un sistema hermenéutico, es decir, de

-

-

-

-

-

-

-

interpretación, equilibrado que se tome en serio cada una de las partes de las Sagradas Escrituras, que las escuche con su propia voz y que, al final del proceso, sepa reconocer el carácter progresivo de la revelación divina[317]. La Biblia hebrea es exactamente igual que nuestro AT, y el Dios de Israel es también nuestro Dios. No es posible quedarse con Dios y descartar a Israel. Dios solamente tiene un pueblo, no dos, pero es un pueblo muy diverso. Asimismo, solamente hay un camino a la salvación: Jesús el Mesías. Sin embargo, no hay una única forma de seguir y servir al Señor. Una comprensión tripartita o trinitaria del pueblo de Dios (a saber: Israel, el remanente y la Iglesia) ayuda a mantener la unidad intrínseca del pacto de Dios con su pueblo, de la historia de la salvación y de la obra redentora de Jesucristo. Reconocer a Dios como Señor de la historia remota es una cosa[318], pero reconocerlo en la historia actual resulta mucho más complicado. Ahora bien, si el Dios del universo puede llamar “mi siervo” a Nabucodonosor, rey de Babilonia (Jr 25:9), y “mi ungido” al mismísimo Ciro, rey de Persia (Is 45:1), y valerse de ellos para llevar a cabo sus propósitos, nada ni nadie puede quedar fuera de su soberanía, por impensables que puedan parecernos los protagonistas. Tenemos la imperiosa necesidad de aprender a encontrar a Dios en la historia[319] El lugar de Israel dentro de los planes divinos no va ligado a una determinada interpretación escatológica (sea dispensacionalista o de cualquier otra índole), sino que depende de los designios, la elección y la fidelidad del Señor. Dios siempre elige para servir, por lo que concebir la elección como mero favoritismo o arbitrariedad por su parte resulta del todo equivocado. El cristianismo no es, en absoluto, una religión gentil. Su esencia es netamente judía. Del mismo modo que tras la venida de Jesús al mundo los gentiles que creían en él no tenían que convertirse en judíos para formar parte del pueblo de Dios, ahora los judíos que han aceptado al Mesías tampoco tienen que convertirse en cristianos gentiles.

En demasiadas ocasiones las iglesias cristianas se han mostrado ambivalentes frente a los judíos, queriendo mantener una insostenible equidistancia entre Israel y sus muchos enemigos. O peor aún, han mantenido un silencio cómplice. Todo ello ha desembocado, en no pocos casos, en posturas claramente judeófobas y esto, en un mundo en el que nuevamente se está experimentando un preocupante auge del antisemitismo, resulta absolutamente intolerable. Nadie que se llame a sí mismo cristiano puede ser partícipe de algo así. Ningún seguidor de Jesús puede quedarse callado y adoptar una actitud pasiva. En la primera sala de Yad Vashem, el Museo del Holocausto de Jerusalén, según se entra a mano derecha, se encuentra una célebre cita del pastor luterano Martin Niemöller que haríamos bien en tener siempre presente. Primero vinieron en busca de los comunistas, pero yo no dije nada porque no era comunista. Luego vinieron por los judíos, pero yo no dije nada porque no era judío. Después vinieron por los sindicalistas, pero yo no dije nada porque no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos, pero yo no dije nada porque era protestante. Finalmente vinieron por mí, y para entonces ya no quedaba nadie para alzar la voz.

El propio NT nos dice que, a día de hoy, hay un judío en el cielo con un cuerpo glorificado. Ese judío regresará algún día a la tierra como Señor y Salvador, y lo hará en un punto concreto: Jerusalén. Ese judío es Jesús de Nazaret. A él irá dirigida la adoración “de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Ap 5:9), y será una alabanza que reconocerá su origen judío, sus títulos judíos, y su soberanía universal. Así se habrá cumplido la misión que comenzó con un pueblo pequeño e insignificante y que acabará con lo que siempre tuvo y tiene que ser: Israel y las naciones a los pies del Salvador y único Dios (Jn 17:3). Por eso concluimos con la letra de este cántico basado en Ap 5:5-6 y Flp 2:10-11[320]. Gloria por siempre al Cordero de Dios, a Jesús el Señor, al León de Judá, la Raíz de David que ha vencido y el libro abrirá. Los cielos, la tierra y el mar, y todo lo que en ellos hay, le adorarán y proclamarán: “Jesucristo es el Señor”.

Glosario Altos del Golán Es el área situada entre el suroeste de Siria, sur de Líbano, noreste de Israel y noroeste de Jordania. Fueron capturados y anexionados por Israel al final de la Guerra de los Seis Días. Se trata de una zona de altísimo valor estratégico. Adversus Judaeos Tipo de apologética cristiana que se utilizaba antiguamente con una doble finalidad: convertir a los judíos al cristianismo y refutar los argumentos del judaísmo para que los cristianos no se vieran tentados a abandonar la fe cristiana. Antijudaísmo Es una expresión más concreta y exacta del antisemitismo que se suele utilizar en el ámbito religioso. Véase antisemitismo, judeofobia. Antisemitismo Rechazo u odio a lo judío. Es un término de uso muy extendido, si bien no resulta del todo exacto. Véase antijudaísmo, judeofobia. Antisionismo Consiste en oponerse al establecimiento del estado de Israel (hecho que se produjo en 1948), por considerar que este es ilegítimo. Aun cuando el antisionismo no es lo mismo que el antisemitismo, a veces resulta prácticamente imposible distinguir entre ambos, ya que están estrechamente relacionados. Cisjordania Zona situada al oeste del río Jordán. También se la conoce como la Margen o Ribera Occidental (en inglés, West Bank). Originalmente se llamó así para diferenciarla de Transjordania (actual Jordania), al este del Jordán. Junto con Gaza, forma los llamados Territorios Palestinos, esto es, la zona gobernada —con distintos grados de autonomía— por la Autoridad Nacional Palestina. Dispensacionalismo Sistema teológico que divide la historia de la relación de Dios con la humanidad en diferentes dispensaciones o administraciones, caracterizadas por el modo particular en que Dios ha ido revelando sus planes y mostrando su gracia. Establece una distinción radical entre Israel e Iglesia y tiene un marcado componente escatológico.

El escándalo del particularismo Es el término genérico que se emplea para designar el rechazo que le provoca a ciertas personas cualquier tipo de particularismo o elección, sea de la revelación bíblica, del pueblo de Israel o de Jesús de Nazaret. Aunque existió con anterioridad, cobró nuevos bríos a partir del surgimiento del movimiento deísta de finales del siglo XVII y principios del XVIII. Gaza (o Franja de Gaza) Esta franja costera de terreno está situada entre el suroeste de Israel y el noreste de Egipto. Hasta 1967 estuvo controlada por Egipto, y tras la Guerra de los Seis Días pasó a manos de Israel. En 2005 los israelíes se retiraron unilateralmente de Gaza, que en la actualidad está gobernada por Hamás. Holocausto Genocidio planificado y sistemático de los judíos que fue llevado a cabo por los nazis en los campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial. El régimen nazi lo denominaba “solución final de la cuestión judía”, y era el plan que tenía para acabar con los judíos que vivían en Europa. Véase Shoá.

Interpretación alegórica Es una lectura “espiritualizante” del texto bíblico que aboga por ir más allá de la literalidad del mismo con el fin de encontrar el símbolo al que supuestamente representa. Es el método opuesto a la interpretación literal o gramático-histórica. Israelí Ciudadano del moderno estado de Israel. El vocablo israelita, por el contrario, hace referencia a las personas que pertenecían al antiguo Israel. Jerusalén Este Con este nombre se conoce al sector oriental de Jerusalén, en manos jordanas desde 1948 hasta 1967, que la Autoridad Nacional Palestina reclama como capital de su futuro estado independiente. Por su parte, los israelíes consideran Jerusalén como su capital eterna e indivisible. Judeano A diferencia del término genérico judío o judaíta (relativo a la tribu de Judá), judeano hace referencia a los habitantes de la provincia romana de Judea (que, junto con Galilea y Samaria, formaban el Israel del NT). Judeofobia Es otra manera de referirse al antisemitismo clásico y resulta mucho más precisa. Generalmente se caracteriza por la demonización y deslegitimación del pueblo judío. Véase antijudaísmo, antisemitismo. Judío Es el término que se aplica a todos aquellos nacidos de madre judía, con independencia de que sean o no practicantes del judaísmo. Se es judío fundamentalmente por genealogía. Nakba Significa “catástrofe”, y es la palabra que usan los árabes palestinos para describir lo sucedido a partir del día siguiente de la declaración oficial de independencia del estado de Israel en 1948. Nuevo sionismo cristiano Es una forma de sionismo cristiano que se aparta en algunos aspectos clave del sionismo cristiano clásico (véase sionismo cristiano). Así, se desvincula por completo de una visión escatológica concreta y busca equilibrar la legitimidad del estado de Israel con la crítica constructiva a las políticas implementadas por el gobierno de Israel. También rechaza de plano cualquier noción de un doble pacto (véase teología del doble pacto). Oriente Medio

En términos generales es el lugar en que convergen el continente europeo, asiático y africano. No existe una delimitación clara de los países que lo componen, si bien hay cierto consenso en que son parte de él las naciones de Irán, Irak, Israel, los Territorios Palestinos, Jordania, Líbano y Siria, además de otros países del Golfo Pérsico y Egipto. También se le conoce como Oriente Próximo o Cercano Oriente. Palestinianismo cristiano Básicamente es lo opuesto al sionismo cristiano, es decir, un antisionismo cristiano. Su tesis principal es la total ausencia de cualquier papel teológicamente relevante para el actual pueblo de Israel, apelando a la igualdad absoluta de todos los creyentes en Cristo y a la universalización de las promesas hechas a los patriarcas. Por lo general, se caracteriza por defender las tesis palestinas frente a las israelíes. Pogromo Palabra de origen ruso que significa “devastación” y originalmente se refería a los ataques contra los judíos que tuvieron lugar en Rusia a finales del siglo XIX y principios del XX. Actualmente se usa para describir un ataque violento contra los judíos en cualquier parte del mundo.

Shoá Término hebreo que se emplea para describir el asesinato masivo y sistemático de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Significa literalmente destrucción total. Véase Holocausto. Sionismo Movimiento político que persigue la instalación de un estado judío en la tierra ancestral de Israel. Su nombre procede de “Sion”, nombre de una de las colinas sobre las que se asienta Jerusalén, y que a menudo describe la totalidad de la ciudad y, por ende, de Israel. Sionismo cristiano Aunque no existe una definición universalmente admitida, el término se aplica a aquellos cristianos que creen que el restablecimiento del estado de Israel tiene relevancia teológica y que los judíos siguen formando parte de los propósitos de Dios para la humanidad. Dicho esto, existen muchos matices en los que aquí no podemos entrar. Talmud Recopilación de las tradiciones orales consideradas sagradas por el judaísmo más tradicional. Está compuesto por la Misná y la Gemará. Tanak (o Tenak) Acrónimo por el que se conocen entre los judíos las Escrituras hebreas (el AT cristiano), y que alude a su triple división: la Ley (Torá), los Profetas (Nebiim) y los Escritos (Ketubim). Teología de la ampliación Enseña que el remanente creyente de Israel ha sido ampliado, que no sustituido, mediante la incorporación de los gentiles que han sido injertados a través de la fe en el Mesías Jesús en el “buen olivo” (Rom 11:24).

Teología del doble pacto Creencia en que Dios ha establecido dos pactos distintos: uno para Israel y otro para la Iglesia, teniendo cada uno de ellos sus propias obligaciones y forma de alcanzar la salvación. Teología del reemplazo Es la creencia en que Dios ha reemplazado a Israel en el plan de redención y lo ha sustituido por la Iglesia. También se la conoce como supersesionismo o teología de la suplantación.

Cronología lectores estarán familiarizados con la historia de Israel en la época M uchos bíblica (incluyendo el período intertestamentario) , pero quizás no [321]

tantos con la historia posterior del pueblo judío. Sintetizando mucho los datos, presentamos la siguiente cronología[322] del Israel posbíblico como referencia rápida que nos permita situarnos históricamente[323]. 132-135 Tercera guerra judía contra Roma[324], liderada por Bar Kojba. c. 210 Se completa la recopilación de la Torá oral judía (Misná). 313-636 Dominación bizantina. c. 390 Acaba la redacción del comentario de la Misná (Talmud de Jerusalén). 614 Invasión persa, que se anexiona toda Palestina. 636-1099 Período de la dominación árabe.

691 Abdelmalik construye la Cúpula de la Roca. 1099-1291 Época de las Cruzadas (Reino Latino de Jerusalén). 1290 Fecha de la expulsión de los judíos de Inglaterra bajo el reinado de Eduardo I. 1291-1516 Época de los mamelucos. 1306 Expulsión de los judíos de Francia bajo el reinado de Felipe IV. 1492 Expulsión de los judíos de España bajo el reinado de los Reyes Católicos (Isabel de Castilla y Fernando de Aragón). 1517-1917 Imperio otomano 1535-1538 El sultán Solimán o Suleimán el Magnífico manda construir las murallas que rodean hasta el día de hoy la Ciudad Vieja de Jerusalén. 1859-1860 Construcción del primer barrio fuera de las murallas de Jerusalén (Mishkenot Sha’ananim), frente al monte Sion. 1881 Pogromos[325] en Rusia.

1882-1903[326] Primera aliá[327] de judíos procedentes en su mayoría de Rusia. 1892–1894 Se construye el barrio de Yemín Moshé, frente a la Ciudad Vieja de Jerusalén. 1897 Teodoro Herzl convoca el Primer Congreso Sionista Mundial en Basilea, Suiza. Se funda la Organización Sionista Mundial. 1904-1914 Segunda aliá de judíos que vienen, sobre todo, de Rusia y Polonia. 1909 Se fundan el primer kibutz (Degania) y la primera ciudad judía moderna, Tel Aviv. 1916 El 16 de mayo de ese año, en plena Primera Guerra Mundial, y anticipando la derrota del Imperio otomano (aliado de Alemania y el Imperio austro-húngaro), se firma la división de Oriente Medio en virtud del acuerdo de Sykes-Picot[328]. 1917 400 años de dominio otomano concluyen con la conquista británica. El ministro de Asuntos Exteriores británico Balfour promete el apoyo para el establecimiento de un “hogar nacional judío en Palestina”. 1918-1948 Mandato británico 1920 La comunidad judía residente en Palestina (el Yishuv) elige su propio autogobierno. 1919-1923 Tercera aliá, principalmente de Rusia. 1920 El 10 de agosto se firma el Tratado de Sèvres, que demarca definitivamente las fronteras de Oriente Medio. Según se acuerda, Gran Bretaña se queda con Palestina, Irak y Transjordania (posteriormente llamada Jordania), mientras que Francia conserva Siria (que entonces incluía el actual Líbano). 1922 Gran Bretaña recibe el Mandato sobre Palestina (Tierra de Israel) de la

Liga de las Naciones; se establece Transjordania sobre tres cuartas partes del territorio, quedando solo un cuarto para el hogar nacional judío. Se establece la Agencia Judía, para que represente a la comunidad judía frente a las autoridades del Mandato. 1924-1932 Cuarta aliá, principalmente de judíos polacos. 1925 Se inaugura la Universidad Hebrea de Jerusalén en el Monte Scopus. 1929 Los judíos de Hebrón son masacrados por militantes árabes. 1933-1939 Quinta aliá, fundamentalmente de Alemania.

1936-1939 Revuelta árabe (provocada por una mezcla de islamismo y nacionalismo) contra los judíos. 1937 La Comisión Peel se encarga de investigar los disturbios y recomienda la partición de la tierra entre árabes y judíos. 1938 Noche de los Cristales Rotos (Kristallnacht). La noche del 9 al 10 de noviembre se producen una serie de ataques (pogromos) coordinados contra la población judía en Alemania y Austria. Estos ataques provocan un centenar de muertes, así como una gran destrucción de establecimientos y propiedades judías (incluidas sinagogas), ante la pasividad de las autoridades. 1939 El Libro Blanco británico limita la inmigración judía. 1939-1945 Segunda Guerra Mundial: Holocausto en Europa. 1941 Los días 1 y 2 de julio se produce un pogromo (conocido como Farhud) contra la floreciente comunidad judía de Bagdad (Irak). En los años siguientes, la mayoría de los judíos emigraría a Israel. 1944 Se forma la Brigada Judía como parte de las fuerzas británicas. 1947 La Organización de las Naciones Unidas (ONU), creada en 1945, nombra un Comité Especial sobre Palestina (UNSCOP). El día 29 de noviembre la ONU acuerda su plan de partición para Palestina y la creación de un estado judío y otro árabe (resolución 181).

1948 El 14 de mayo, coincidiendo con el fin del Mandato Británico, se proclama oficialmente el Estado de Israel en Tel Aviv[329], con David BenGurión como primer ministro (1948-1953). El 15 de mayo Israel es invadido por cinco estados árabes (Egipto, Irak, Líbano, Siria y Jordania), lo que provoca el comienzo de la Guerra de la Independencia o Primera Guerra árabe-israelí, que durará hasta julio del siguiente año. Los árabes-palestinos denominan esa fecha como la Nakba (catástrofe). 1949 Se firman acuerdos de armisticio con Egipto, Jordania, Siria y Líbano. Jerusalén queda dividida bajo dominio israelí y jordano. Se elige el primer parlamento israelí (la Knéset). Israel es admitido en las Naciones Unidas como miembro número 59. 1948-1952 Inmigración masiva de judíos procedentes de Europa y los países árabes. 1953 Moshé Sharet (1953-1955) sucede en el cargo a David Ben-Gurión, quien volverá a ser primer ministro durante los años 1955 a 1963. 1956 Campaña del Sinaí tras la nacionalización del Canal de Suez por parte de Egipto. 1963 Levi Eshkol es nombrado primer ministro (1963-1969). A su muerte se hace cargo interinamente Yigal Alón (entre febrero y marzo de 1969). 1964 Creación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), liderada por Yasser Arafat. 1967 Israel lanza un ataque preventivo contra Egipto, Siria y Jordania, dando inicio a la Guerra de los Seis Días (5-10 de junio). Jerusalén queda reunificada tras la derrota jordana. 1969 Golda Meir es elegida primera ministra del país (1969 –1974). 1973 Guerra del Yom Kipur. Egipto y Siria (con el apoyo de Irak y Jordania, además de la antigua Unión Soviética) atacan Israel con la intención de

recuperar la península del Sinaí y los Altos del Golán. La OLP traslada su cuartel general a Líbano. 1974 Isaac Rabin inicia su primer mandato como primer ministro de Israel (1974-1977). 1977 Menajem Beguin sucede a Shimon Peres, que actuaba en funciones, en el cargo de primer ministro de Israel (1977-1983). 1978 Acuerdos de Camp David, que contemplan la creación de un marco para la paz en Oriente Medio y la propuesta de un autogobierno palestino. 1979 Se firma el Tratado de Paz entre Israel y Egipto, tras un conflicto de décadas y hasta cinco guerras entre ambos países. El primer ministro israelí, Menajem Beguin, y el presidente egipcio, Anwar el-Sadat, reciben el Premio Nobel de la Paz.

1981 La Fuerza Aérea israelí destruyen un reactor nuclear iraquí justo antes de entrar a ser operativo. 1982-1983 Guerra del Líbano, en la que interviene también Siria. Israel invade Líbano para expulsar a la OLP de aquel territorio. Isaac Shamir es el primer ministro (1983-1984). Finaliza la retirada israelí en tres etapas del Sinaí. 1984 Segundo mandato de Shimon Peres como primer ministro (1984-1986) Operación Moisés para llevar a Israel a los judíos de Etiopía. 1986 Isaac Shamir se convierte por segunda vez en primer ministro israelí (1986-1992) 1987 Primera intifada o revuelta palestina en Gaza y Cisjordania. 1989 Comienza la inmigración masiva de judíos procedentes de la ex-Unión Soviética. 1990-1991 Primera Guerra del Golfo, en la que la OLP de Arafat apoya al presidente irakí Sadam Hussein. 1991 Israel es atacado con misiles iraquíes SCUD durante la Guerra del Golfo Pérsico. Se reúne la Conferencia de Paz para Oriente Medio en Madrid. Operación Salomón para rescatar a los judíos de Etiopía. 1992 Segundo mandato de Isaac Rabin como primer ministro de Israel (19921995).

1993 Acuerdos de Oslo, en virtud de los cuales Israel y la OLP se reconocen mutuamente como interlocutores. 1994 Tal como se preveía en los Acuerdos de Oslo, la Autoridad Nacional Palestina (ANP) se hace cargo del gobierno palestino en la Franja de Gaza y zonas de Cisjordania. El 26 de octubre de ese año se firma el Tratado de Paz entre Israel y Jordania, poniéndose así fin oficialmente a las disputas territoriales existentes desde las guerras de 1948 y 1967. Isaac Rabin, Shimon Peres y Yasser Arafat son galardonados con el Premio Nobel de la Paz. 1995 Se implementa la ampliación del autogobierno palestino en la Margen Occidental (Cisjordania) y la Franja de Gaza; es elegido el Consejo Palestino. El primer ministro Isaac Rabin es asesinado por un judío radical y le sucede Shimon Peres (1995-1996). 1996 Escalada del terrorismo islámico fundamentalista contra Israel. Operación Uvas de la Ira como represalia por los ataques terroristas de Hezbolá contra el norte de Israel. Benjamín Netanyahu asume el cargo de primer ministro (1996-1999), en la que será su primera etapa de gobierno. 1997 Israel y la ANP firman el Protocolo de Hebrón. 1998 Israel y la OLP firman el Memorándum del río Wye para facilitar la implementación del Acuerdo Interino. 1999 Ehud Barak se convierte en el decimoprimer jefe de gobierno en la historia de Israel (1999–2001). Israel y la OLP firman el Memorándum de Sharem el-Sheikh. 2000 En los Acuerdos de Camp David, Israel ofrece retirarse del 80 % de los territorios ocupados en Cisjordania, pero la OLP rechaza la oferta. Comienza la segunda intifada tras la visita de Ariel Sharón (entonces líder de la oposición en el parlamento israelí) a la Explanada de las Mezquitas

(Monte del Templo). Israel se retira de la zona de seguridad en el sur del Líbano. Estalla una nueva ola de violencia y se produce la renuncia el primer ministro Barak. 2001 Ariel Sharón es elegido primer ministro de Israel (2001–2006). Rehavam Zeevy, ministro de Turismo, es asesinado por terroristas palestinos. 2002 Israel comienza a edificar un muro para evitar la infiltración de comandos terroristas desde Cisjordania. El primer ministro Sharón disuelve la Knéset y se celebran nuevas elecciones el 28 de enero del 2003. 2003 El primer ministro Ariel Sharón forma una coalición de gobierno de centro-derecha. Israel acepta la Hoja de Ruta. Segunda Guerra del Golfo. 2005 Israel lleva a cabo el Plan de Desconexión aprobado por el Gobierno y la Knéset. 2006 Segunda Guerra del Líbano entre Israel y las milicias chiitas del grupo Hezbolá. Ehud Olmert toma el relevo de Sharón como primer ministro de Israel (2006-2009) 2007 Shimon Peres es elegido presidente por la Knéset. Israel declara a Gaza “territorio hostil” a raíz de la subida al poder por la fuerza de Hamás en la Franja de Gaza. 2008 Israel lanza su primera operación militar contra Gaza (“Plomo Fundido”) en respuesta al disparo de cohetes y morteros desde la Franja. La ofensiva dura apenas veintitrés días (del 27 de diciembre de ese año hasta el 18 de enero de 2009). 2009 Benjamín Netanyahu logra la victoria en las elecciones de febrero de 2009

y se convierte en primer ministro del país por segunda vez. La ciudad de Tel Aviv celebra su 100 aniversario. 2012 En el mes de noviembre se produce la segunda operación militar contra la Franja de Gaza (“Pilar Defensivo”). 2014 Israel lanza el tercer ataque contra Gaza (“Margen Protector”) entre el 8 de julio y el 26 de agosto. 2018 Se celebra el 70 aniversario de la creación del estado de Israel.

Bibliografía selecta Esta bibliografía pretende ceñirse exclusivamente a los libros y recursos más importantes, sin embargo, en las notas a pie de página aparecen otros títulos que complementan a los aquí citados. Anderson, Steven L. & Wittenberger, Paul, Marching to Zion, 2015. Existe versión doblada al español. Bock, Darrell E. & Glaser, Mitch (eds.), Israel, the Church and the Middle East. Grand Rapids, MI: Kregel, 2018. Botterweck, G. J. Ringgren, Helmer & Fabry, Heinz-Josef (eds.), Theological Dictionary of the Old Testament. Grand Rapids, MI: Eerdmans. Existe edición en español: Diccionario Teológico del Antiguo Testamento. Madrid: Cristiandad, 1978 (hasta la fecha, solamente se ha publicado un tomo). Brand, Chad O. (ed.), Perspectives on Israel and the Church: 4 Views. Nashville, TN: B&H Academic, 2015. Burge, Gary M., Jesus and the Land. The New Testament Challenge to ‘Holy Land’ Theology. Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2010. Burton, Martin, The Palestinian–Israeli Conflict: A Very Short Introduction. Oxford, Reino Unido: Oxford University Press, 2013. Carlsén, Johan, Israel: su historia y su futuro. Alicante: Lo-gos, 2012. Chapman, Colin, Whose Promised Land? The continuing conflict over Israel and Palestine. Oxford, Reino Unido: Lion Books, 2002. Compton, Jared & Naselli, Andrew David (eds.), Three Views on Israel and the Church. Perspectives on Romans 9-11. Grand Rapids, MI: Kregel Academic, 2018. Coogan, Michael, God’s Favorites. Judaism, Christianity, and the Myth of Divine Chosenness. Boston, MA: Beacon, 2019. Dalrymple, Rob, These Brothers of Mine. A Biblical Theology of Land and Family and a Response to Christian Zionism. Eugene, OR: Wipf & Stock, 2015. Dantas, Elena, Fratricidio y contrición. Breve historia del antisemitismo. Bloomington, IN: AuthorHouse, 2005. Diprose, Ronald E. Israel and the Church. The Origins and Effects of Replacement Theology. Roma: Istituto Biblico Evangelico Italiano, 1998. Título original: Israele e la Chiesa. Doukhan, Jacques B., Israel and the Church. Two Voices for the Same

God. Peabody, MA: Hendrickson, 2002. Fasold, Jaime, Con Precisión. El listón de la hermenéutica bíblica. Carol Stream, IL: Tyndale, 2017. Greenfield, Gloria Z., Unmasked Judeophobia, 2012 Guillén Torralba, Juan, La fuerza oculta de Dios. La elección en el Antiguo Testamento. Valencia: Institución San Jerónimo, 1983. Haag, H, Born, A. van den y Ausejo, S. de (eds.), Diccionario de la Biblia. Barcelona: Herder, 1963. Hanson Bourke, Dale. The Israeli-Palestinian Conflict. Tough Questions, Direct Answers. Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2013. Holwerda, David E. Israel en el plan de Dios. Grand Rapids, MI: Desafío, 2000. Título original: Jesus and Israel: One Covenant or Two?. Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1995. Horner, Barry E. Future Israel. Why Christian Anti-Judaism Must Be Challenged. Nashville, TN: B&H Academic, 2007. Horner, Barry E. Eternal Israel. Biblical, Theological, and Historical Studies that Uphold the Eternal, Distinctive Destiny of Israel. Nashville, TN: Wordsearch Academic, 2018. Isaac, Jules, Las raíces cristianas del antisemitismo. La enseñanza del desprecio. Buenos Aires, Argentina: Paidós, 1966. Isaac, Munther, From Land to Lands, from Eden to the Renewed Earth. A Christ-Centered Biblical Theology of the Promised Land. Carlisle, Reino Unido: Langham Monographs, 2015. Jacob, Alex. The Case for Enlargement Theology. Saffron Walden, Reino Unido: Glory to Glory Publications, 2010. Jenni E. & Westermann, C., Theological Lexicon of the Old Testament. Peabody, MA: Hendrickson. Existe edición en español: Diccionario Teológico Manual del Antiguo Testamento, 2 vol. Madrid: Cristiandad, 1978. Johnston, Philip & Walker, Peter, The Land of Promise. Biblical, Theological and Contemporary Perspectives. Leicester, Reino Unido: Apollos, 2000. Kaminsky, Joel S., Yet I loved Jacob: Reclaiming the Biblical Concept of Election. Nashville, TN: Abingdon Press, 2007. Kasper, Walter et al. (eds.), Diccionario enciclopédico de exégesis y teología bíblica, 2 tomos. Barcelona: Herder, 2011. Kendall Soulen, R., The God of Israel and Christian Theology. Minneapolis, MN: Fortress Press, 1996.

Kessler, Edward & Wenborn, Neil (eds.), A Dictionary of Jewish– Christian Relations. Nueva York, NY: Cambridge University Press, 2005. Kittel, Gerhard y Friedrich, Gerhard (eds.), Compendio del Diccionario teológico del Nuevo Testamento. Grand Rapids, MI: Desafío, 2002. Kreloff, Steven A. God’s Plan for Israel. A Study of Romans 9-11. The Woodlands, TX: Kress Christian Publications, 1995. Laqueur, Walter & Schueftan, Dan (eds.), The Israel-Arab Reader: A Documentary History of the Middle East Conflict. Nueva York, NY: Penguin, 2016 (8ª ed. revisada y actualizada). Louw, Johannes & Nida, Eugene A. (eds.), Greek-English Lexicon of the New Testament Based on Semantic Domains. 2 vols. Nueva York, NY: United Bible Societies, 1988, 1989. Martínez, Francisco G., La salvación viene de los judíos. Bloomington, IN: Palibrio, 2012. McDermott, Gerald R. Israel importa. Por qué los cristianos debemos pensar de manera distinta sobre el pueblo de Israel y su tierra. Nashville, TN: B&H Publishing Group, 2018. Título original: Israel Matters. Grand Rapids, MI: Brazos Press, 2017. McDermott, Gerald R. (ed.) The New Christian Zionism. Fresh Perspectives on Israel & the Land. Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2016. Meyer, Jean, Estrella y cruz. La conciliación judeo-cristiana (1926-1965). México, D. F., México: Taurus, 2016. Merkley, Paul C., Christian Attitudes towards the State of Israel. Montreal y Kingston, Canadá: McGill-Queen’s University Press, 2001 Merkley, Paul C., Those that Bless You, I will Bless: Christian Zionism in Historical Perspective. Ontario, Canadá: Mantua Books, 2011. Noel Freedman, David (ed.), Diccionario Bíblico Eerdmans. Miami Gardens, FL: Patmos, 2016. Pawson, David, A Commentary on Romans. Ashford, Reino Unido: Anchor Recordings, 2015. Pawson, David, By God, I Will. The Biblical Covenants. Ashford, Reino Unido: Anchor Recordings, 2013. Existe edición en español: Por Dios, yo… Los pactos bíblicos. Ashford, Reino Unido: Anchor Recordings, 2018. Perednik, Gustavo D., Judeofobia. Las causas del antisemitismo, su historia y su vigencia actual. Buenos Aires, Argentina: Sudamericana, 2018. Richardson, Peter. Israel in the Apostolic Church. Nueva York, NY:

Cambridge University Press, 1969. Ropero Berzosa, Alfonso (ed.), Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia. Viladecavalls (Barcelona): CLIE, 2013. Rowley, H. H. The Biblical Doctrine of Election. Londres, Reino Unido: Lutterworth Press, 1950. Sherman, Franklin (ed.), Bridges: Documents of the Christian-Jewish Dialogue. Volume One, The Road to Reconciliation (1945–1985). Nueva York, NY: Paulist Press, 2011. Sherman, Franklin (ed.), Bridges: Documents of the Christian-Jewish Dialogue. Volume Two, Building a New Relationship (1986-2013). Nueva York, NY: Paulist Press, 2014. Sizer, Stephen, Christian Zionism. Road-Map To Armageddon? Leicester, Reino Unido: IVP, 2004. Existe edición en español: ¿Sionismo cristiano? Hoja de ruta a Armagedón. Madrid: Bósforo Libros, 2009. Sizer, Stephen, Zion's Christian Soldiers? The Bible, Israel And The Church. Leicester, Reino Unido: IVP, 2007. Solomon, Norman, Judaism. A Very Short Introduction. Oxford, Reino Unido: Oxford University Press, 2014 (2ª ed.). Existe edición en español: Una brevísima introducción al judaísmo. México, D. F., México: Océano de México, 2008. Speakman, Jr., Porter, With God on Our Side, 2010. Trotter, Perry, An Evangelical Response to Israel’s Evangelical Enemies. A series of seven short films responding to Christian anti-Zionism while affirming biblical Zionism. https://www.evangelicalzionism.com, 2015. Vlach, Michael J., Has the Church Replaced Israel? A The-ological Evaluation. Nashville, TN: B&H Publishing Group, 2010. Vriezen, Th. C. Die Erwählung Israels nach dem AT (La elección de Israel según el AT). Zúrich, Suiza: Zwingli-Verlag, 1953. VV. AA., En defensa de Israel. Zaragoza: Certeza, 2004. Wilkinson, Paul R., Understanding Christian Zionism. Is-rael’s Place in the Purposes of God. Charting Dispensationalism & the Role of John Nelson Darby. Bend, OR: The Berean Call, 2013. Williams, A. Lukyn, Adversus Judaeos. A Bird’s-Eye View of Christian Apologiae Until the Renaissance. Cambridge, Reino Unido: Cambridge University Press, 1935. Williamson, Clark M., Has God Rejected His People? Anti-Judaism in the

Christian Church. Eugene, OR: Wipf & Stock, 2017. Wright, Bryant, Semillas de conflicto. Las raíces bíblicas de la crisis inevitable en el Medio Oriente. Nashville, TN: Grupo Nelson, 2011. Título original: Seeds of Turmoil. Yebra, Joaquín, Olivo: raíz y ramas. Las raíces judías de la fe cristiana. Vitoria: Remar, 1995. Yohay, Michael, The Case for Israel. Democracy's Outpost, 2009. Zaballos, Virgilio, El enigma Israel. Un análisis de la palabra profética dirigiendo la historia de Israel hasta nuestros días. Alicante: Logos, 2011.

Acerca del autor

Rubén Gómez (Mahón, España, 1961) es pastor evangélico, traductor de obras académicas y escritor. Ha cursado estudios teológicos en Gran Bretaña, (Regents Theological College y Universidad de Londres) y España (Centro de Estudios Teológicos de Sevilla y Seminario Evangélico Unido de Teología de Madrid). Autor de Guía práctica de software bíblico, ha editado el Interlineal inverso del Nuevo Testamento — español-griego (Reina-Valera 1960) de Software Bíblico Logos y participado como colaborar técnico del Grupo de Análisis semántico de Córdoba (GASCO) en la preparación del Diccionario Griego-Español del Nuevo Testamento dirigido por el profesor Jesús Peláez, Catedrático de Filología Griega de la Universidad de Córdoba (España). Desde 2013 compagina sus diversas tareas con la organización de viajes a Tierra Santa. Se puede contactar con él a través de su página web o sus cuentas de Facebook y Twitter. [1]

Eso si nos referimos al canon protestante de treinta y nueve libros. En el caso del canon católico, con la inclusión de los llamados libros deuterocanónicos, la proporción es aún mayor. [2] Sin ir más lejos, Juan el Bautista es un profeta a la usanza de los nebiim o profetas veterotestamentarios. El propio ministerio de Jesús tiene como destinatario, salvo algún caso aislado, al

pueblo de Israel (cf. Mt 15:24). Podría decirse, pues, que el AT finaliza con las palabras de Jesús en la cruz: “Consumado es” (Jn 19:30). Con la muerte del testador se abre la posibilidad de heredar las promesas del nuevo pacto, que viene a ser, en sentido estricto, una renovación del anterior. [3] En este caso no solo hay que computar el nombre propio Israel, sino también los demás apelativos que hacen referencia al pueblo o a la tierra de Israel, así como los pronombres personales que se refieren implícitamente a ellos. [4] Concretamente, la traducción al griego koiné —la lengua común de la época— del texto original hebreo, conocida como los LXX o Septuaginta. [5] Desde luego se trata de movimientos poco homogéneos y difíciles de analizar, a los que hay que diferenciar del llamado judaísmo mesiánico. Estos grupos a los que aquí hacemos referencia están constituidos básicamente por gentiles. [6] Se cuenta que Tertuliano solía tildar de judío cualquier punto de vista con el que no estaba de acuerdo, como si judío fuera lo opuesto a cristiano. Como puede verse, la historia se repite. [7] El leitmotiv de cualquier exégesis que se precie debe ser “contexto, contexto, contexto”. [8] Admitir que todos tenemos unas experiencias previas, una determinada manera de ver el mundo, unas convicciones, no invalida ni condiciona los resultados cuando de investigar concienzudamente un asunto se trata. La honestidad e integridad intelectuales no consisten en hacer tabla rasa, sino en dejar que los elementos probatorios sean los que nos conduzcan a una conclusión. Al final, esta puede o no coincidir con nuestra tesis inicial. [9] Marción fue un falso maestro del siglo II que negaba que el Yahvé del AT y el Dios revelado en el NT por Jesús fueran la misma divinidad. Para él, el cristianismo debía prescindir completamente de los escritos del AT. Por criptomarcionitas nos referimos a aquellos que bajo una apariencia de ortodoxia, en su práctica diaria acaban dándole la razón a los postulados del marcionismo. Dicho de una manera más popular, son marcionitas que todavía no han “salido del armario”. [10] No nos convencen tampoco otras denominaciones tales como Primer Testamento y Segundo Testamento, Antiguo Pacto y Nuevo Pacto o Biblia hebrea y Biblia cristiana para referirnos a las dos mitades, partes o actos en que se suelen dividir las Sagradas Escrituras. A veces se emplea el término Pacto Renovado (en referencia al NT), lo cual se ajusta más al verdadero sentido del “nuevo” pacto, que no deja de ser, en realidad, una renovación del anterior bajo unas nuevas premisas (cf. Jr 31:27-34; Heb 8:8-13; Mt 5:17-18). Y a quienes objetan que hablar de pacto “renovado” es prejuzgar la naturaleza del mismo, habría que recordarles que no lo es más que utilizar la denominación más habitual de “nuevo”. [11] Algunos llegan a tomar las palabras de Jesús escritas en rojo en algunas versiones de la Biblia como un “canon dentro del canon”. [12] La respuesta a la pregunta de si existen distintos grados de inspiración en la Biblia es “no”. Dicho esto, probablemente habría que repensar algunas de las formas en que expresamos la doctrina de la inspiración bíblica, de modo que esta abarque claramente a todos los tipos de géneros literarios, no solo las narraciones o proposiciones. [13] Cf. Bernard Ramm, La Revelación Especial y la Palabra de Dios. Buenos Aires, Argentina: La Aurora, 1967, 122. [14] Cf. James D. G. Dunn, Unity and Diversity in the New Testament. An Inquiry into the Character of Earliest Christianity. Londres, Reino Unido: SCM, 1977, 411. [15] Somos conscientes de que en el original griego algunos toman el término “inspirada por Dios” como atributo en lugar de predicado, con lo que la traducción se transforma en “toda Escritura inspirada por Dios es…”. Sin embargo, eso no cambia la esencia de nuestro argumento. Para más información

sobre esta cuestión, véase Daniel B. Wallace, The Relation of θεόπνευστος to γραφή in 2 Timothy 3:16 [16] Simplificando un poco, este método consiste en tomar el sentido literal o llano del texto, siempre dentro de su contexto histórico, a menos que se aprecie un uso no denotativo (generalmente mediante la presencia en el mismo de distintos recursos literarios), en cuyo caso cabe interpretarlo siguiendo las normas habituales del lenguaje. [17] En síntesis, se trata de aplicarle al texto bíblico los mismos métodos de análisis que al resto de obras literarias. A veces se confunde el método histórico-crítico con la denominada alta crítica. Sin embargo, es posible utilizar determinados métodos histórico-críticos sin aceptar necesariamente los postulados más extremos —y por otra parte ya superados en muchos casos— de la alta crítica alemana. [18] El original dice así: “the facility with which twentieth-century minds are brought to believe that, intellectually, humanity languished for countless generations in the most childish errors on all sorts of crucial subjects, until it was redeemed by some simple scientific dictum of the last century”. Owen Barfield, History in English Words. Londres, Reino Unido: Faber & Faber, 1926, 154. [19] Traducción del autor basada en la obra original: C. S. Lewis, Surprised by Joy. The Shape of My Early Life. Londres, Reino Unido: Geoffrey Bles, 1955, 207. Existe edición en español: Cautivado por la Alegría. Madrid: Ediciones Encuentro, 2016. [20] Esta corriente de pensamiento afirma que la historia de la raza humana revela tres estadios de desarrollo: el estado teológico o ficticio, el estado metafísico o abstracto, y el estado científico o positivo. A partir de una fe ciega en las posibilidades de la ciencia, Comte sostuvo que el hombre debía superar los estados teológico y metafísico y llegar al estado científico para poder avanzar. En ese estado positivo, Dios y lo sobrenatural quedarían atrás como una superstición irrelevante. De tal modo que, para Comte, cualquier actitud religiosa en el ser humano debía ser considerada como un mero vestigio de una etapa primitiva en el desarrollo de la humanidad. [21] Habría que decir que la interpretación alegórica siempre ha estado con nosotros de alguna forma. Si bien se la suele asociar con figuras destacadas de la iglesia posapostólica (siendo tal vez Orígenes su máximo exponente), lo cierto es que nunca ha dejado de estar presente en mayor o menor medida. [22] En menor medida, esto también ha ocurrido con el NT. [23] El docetismo era una herejía que negaba el carácter físico y carnal de Jesús. Consideraba su humanidad como mera apariencia. [24] El gnosticismo fue otra enseñanza herética que, entre otras cosas, diferenciaba radicalmente entre el espíritu y la materia, y que tendía a crear una élite de creyentes que, a través de un conocimiento superior, llegaba a la salvación. [25] Como diría Rowley, “En el siglo II se llevó a cabo un experimento para prescindir de él [el AT], y en tiempos recientes ha habido algunos que han abogado por eliminarlo de la Biblia de la Iglesia, mientras que muchos han adoptado el recurso más sencillo de ignorarlo de manera tácita” (cf. H. H. Rowley, The Re-Discovery of the Old Testament. Filadelfia, PA: Westminster Press, 1946, 11). [26] Lo que en la filosofía dialéctica se llama tesis y antítesis, respectivamente. La contraposición de ambas es lo que da lugar a la síntesis. [27] Cf. Rowley: “Muy frecuentemente la verdad se expresa más mediante paradojas que a través de cualquier simple proposición, y en la tensión entre dos principios aparentemente incompatibles encontramos una mayor medida de verdad que en cualquiera de ellos por sí solo” (H. H. Rowley, The Biblical Doctrine of Election. Londres, Reino Unido: Lutterworth Press, 1950, 44). [28] Es decir, las constantes citas, alusiones y ecos que encontramos en muchos pasajes bíblicos y que nos remiten a otras porciones de la Biblia.

[29]

No solo entonces. Las lenguas semíticas, entre las que se encuentran el hebreo y el árabe, son muy dadas a utilizar ilustraciones e imágenes vívidas. Recordemos, por ejemplo, el uso de expresiones como “la madre de todas las batallas” en recientes conflictos bélicos que han tenido lugar en Oriente Medio. [30] Observemos también su uso de la hipérbole en textos como Mt 5:29 “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno”. [31] Como puede observarse, el título solamente alude a la primera parte del versículo, precisamente a causa de la dificultad que supone interpretar correctamente la segunda frase sin una explicación como la que aquí se pretende ofrecer. [32] El término técnico que se utiliza en estos casos es el de epónimos. [33] A lo largo de esta obra incluimos los números de Strong inmediatamente después de los términos originales y su correspondiente transliteración y traducción. Estos números van precedidos de una H cuando se trata de vocablos hebreos y de una G en el caso de los griegos. Mediante estos números se puede consultar cualquier léxico u obra de consulta que los utilice, o bien realizar búsquedas con software bíblico en aquellas Biblias castellanas que estén etiquetadas con los números de Strong. De este modo, aunque el lector no conozca los idiomas originales podrá igualmente realizar un estudio bíblico basado en el hebreo, arameo o griego que subyacen a la traducción correspondiente. [34] Ex 20:12 “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da” (cf. Ef 6:2). [35] El paralelismo es un recurso singularmente destacado dentro de la poesía hebrea, que carece de rima propiamente dicha. Véanse las explicaciones oportunas en José M. Martínez, Hermenéutica bíblica. Viladecavalls (Barcelona): CLIE, 1984, 319-322; Jaime Fasold, Con Precisión. El listón de la hermenéutica bíblica. Carol Stream, IL: Tyndale, 2017. Sección sobre la poesía hebrea (cap. 17), ed. electrónica. [36] Cf. Rom 15:4 “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza”. Este diferencia entre escribir a y escribir para es algo que suele repetir muy a menudo John H. Walton en sus obras sobre el AT (cf. John H. Walton, The Lost World of Genesis One. Ancient Cosmology and the Origins Debate. Downers Grove, IL: IVP, 2009, 7, 19, 170. Existe edición en español: El mundo perdido de Génesis uno. Salem, OR: Kerigma, 2019; Tremper Longman III & John H. Walton, The Lost World of the Flood. Mythology, Theology, and the Deluge Debate. Downers Grove, IL: IVP, 2018, vii, 9, 47). [37] Cf. lo que el Señor le dijo a Ananías con respecto a la conversión de Pablo: “Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hch 9:15). [38] Sobre el importante tema de la intertextualidad, véase Carlos A. Villanueva, Hermenéutica. Cómo entender la Biblia. Viladecavalls (Barcelona): Editorial CLIE, 2018, 72-109. [39] José M. Martínez, Hermenéutica bíblica. Viladecavalls (Barcelona): CLIE, 1984, 29. [40] Sobre la historia general de la disciplina conocida como Teología del AT puede consultarse Horst Dietrich Preuss, Teología del Antiguo Testamento . Bilbao: Descleé de Brouwer. Tomo I, 1999, 9-40. Para un breve repaso histórico a algunas de las teologías bíblicas del AT más destacadas que se han ido publicando entre 1990 y 2015 (esto es, con posterioridad a la publicación de la obra original alemana de Preuss en 1990), véase Félix García López, Al encuentro de Dios en la Escritura. Estudios de teología bíblica. Estella (Navarra): Verbo Divino, 2018, 21-38. Dentro del campo protestante de habla hispana, merece la pena mencionar una obra de reciente publicación: Juan María Tellería Larrañaga, Teología del Antiguo Testamento. El Mensaje divino contenido en la ley, los profetas y los escritos.

Viladecavalls (Barcelona): CLIE, 2018. [41] Rowley se refiere a “las sagradas obligaciones de la herencia espiritual y los peligros de descuidarla o repudiarla” (cf. H. H. Rowley, The Biblical Doctrine of Election [La doctrina bíblica de la elección]. Londres, Reino Unido: Lutterworth Press, 1950, Prefacio). [42] Así lo piensa, p. ej., Horst Dietrich Preuss, op. cit., Tomo I, 43-51. Con independencia de otras opiniones, seguramente todos podemos convenir en que, como mínimo, la elección es uno de los pilares fundamentales de la teología bíblica. [43] Es verdad que hay ejemplos de monarcas antiguos que se creyeron elegidos por los dioses, pero no de pueblos enteros como tales. [44] La expresión hebrea ‫ יְִשׂ ָרֵאל ֱא ֵהי‬se encuentra un total de 198 veces en el texto del AT. [45] Entre los muchos textos que se pueden aducir destaca Ex 4:5, “Por esto creerán que se te ha aparecido Jehová, el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob”, donde aparecen combinados Dios de tus padres y Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. La misma combinación, aunque esta vez en griego, vuelve a aparecer en Hch 7:32 “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob. Y Moisés, temblando, no se atrevía a mirar”, donde se está aludiendo a ese pasaje del AT. [46] Cf. Heb 1:1-3 “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas”; Jn 14:6 “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”; Hch 4:12 “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. [47] Cf. 1 Cor 1:18: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”; 1 Cor 1:23 “pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero (lit. escándalo), y para los gentiles locura.” [48] Cf. Juan Guillén Torralba, La fuerza oculta de Dios. La elección en el Antiguo Testamento. Valencia: Institución San Jerónimo, 1983. [49] Cf. Dt 7:6-8, “Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto”. [50] Cf. Rowley, op. cit., 42-44. [51] Siglos más tarde, el Señor Jesús diría estas palabras: “a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lc 12:48). [52] Esto es, atendiendo a su propósito último. [53] Cf. Rowley, op. cit., 39. [54] Sobre el tema de los pactos, véase el cap. 3. [55] Cf. James W. Thompson, “Elección”, en David Noel Freedman (ed.), Diccionario Bíblico Eerdmans. Miami Gardens, FL: Patmos, 2016, 561-563; A. Ropero, “Elección”, en Alfonso Ropero Berzosa (ed.), Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia. Viladecavalls (Barcelona): CLIE, 2013,

717-719; P. van Imschoot, “Elección”, en H. Haag, A. van den Born y S. de Ausejo (eds.), Diccionario de la Biblia. Barcelona: Herder, 1963, 539-547. [56] Cf. H. Wildberger, “‫ בחר‬bḥr to choose”, en E. Jenni & C. Westermann, Theological Lexicon of the Old Testament, I, 1997, 209-226. Peabody, MA: Hendrickson. Existe edición en español: Diccionario Teológico Manual del Antiguo Testamento. Madrid: Cristiandad, 1978. Véase también J. Bergman, H. Ringgren & H. Seebass, “‫ ָבַּחר‬bāchar”, en G. J. Botterweck, Helmer Ringgren & Heinz-Josef Fabry (eds.), Theological Dictionary of the Old Testament, vol. 2. Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1974, 73-87. Existe edición en español: Diccionario Teológico del Antiguo Testamento. Madrid: Cristiandad, 1978 (hasta la fecha, solamente se ha publicado un tomo). [57] Cf. George E. Mendenhall, “Election”, en The Interpreter’s Dictionary of the Bible, Vol. 2. Nashville, TN: Abingdon, 1962, 76. [58] Aquí el concepto de amigo debe entenderse como el de alguien especialmente amado. Además de Is 41:8 tenemos los ejemplos de 2 Cr 20:7 y Sant 2:23. [59] Aquí se citan según el orden canónico, ya que hacer un estudio diacrónico de los textos (i.e., siguiendo la supuesta fecha de composición de los mismos) se sale de los objetivos de esta obra. Para un examen diacrónico y mucho más extenso de los pasajes correspondientes, remitimos al lector a la magnífica obra de Juan Guillén Torralba, La fuerza oculta de Dios. La elección en el Antiguo Testamento. Valencia: Institución San Jerónimo, 1983. [60] Escribimos en negrita las distintas palabras castellanas que traducen el original hebreo ‫ָבַּחר‬, bajar. [61] Para una explicación y desarrollo del concepto bíblico de pacto, véase el cap. 3. [62] Cf. Ex 19:5; Dt 7:6; 14:2; 26:18; Mal 3:17; Sal 135:4; Ecl 2:8; 1 Cr 29:3. [63] Cf. Ex 3:8, 17; 33:3; Lv 20:24; Nm 13:27; 14:8; Dt 6:3; 11:9; 26:9, 15; 27:3; 31:20; Jos 5:6; Jr 11:5; 32:22; Ez 20:6, 15. [64] Este recurso literario consiste en tomar una parte (un monte situado en Jerusalén) para referirse al todo (la tierra de Canaán en su conjunto). [65] Cf. Ex 12:37-38. Nótese la referencia a “grande multitud de toda clase de gentes” (individuos de pueblos diversos). Entre el pueblo elegido siempre hubo personas asimiladas que no eran hebreas. [66] Como veremos más adelante, Dios elige a Israel y luego injerta a los gentiles en el buen olivo (no desecha a Israel para posteriormente elegir a la Iglesia). [67] Cf. cap. 3. [68] Como dice el refrán popular: “Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita”. Veremos más detalles sobre esto en el cap. 4. [69] Cf. Is 41:8-9; 51:2; Miq 7:20. [70] Cf. Os 11:1; Ez 20:5. [71] Del gr. καιρός kairós (Str. G2540), que transmite la idea de tiempo oportuno o sazón. [72] Además, se nos revelan solamente los momentos cumbre de esa intervención, sin detallar la mayoría de las veces las circunstancias y peripecias que se van a producir entre uno y otro. Por decirlo en términos espaciales, nosotros vemos los eventos como en un plano, sin perspectiva. [73] No solo eso: las profecías bíblicas pueden tener un cumplimiento individual y otro colectivo, o un cumplimiento físico y otro espiritual. Lo colectivo (universal) no deja sin efecto lo individual (particular), igual que lo espiritual (metafórico) no anula lo físico (literal). Resulta fundamental tener esto presente para poder hacer una buena exégesis de los textos. [74] Este es, a nuestro modo de ver, el gran problema de que adolecen los sistemas escatológicos

actuales: contemplar los acontecimientos relacionados con el fin de los tiempos como una serie de eventos que se producirán en sucesión y no plantearse la posibilidad de solapamientos, repeticiones, ciclos, etc. [75] Jacob lo expresa del siguiente modo: “El Antiguo Testamento se interesa menos por la naturaleza de Dios que por su obra, menos por su existencia que por su presencia” (cf. Edmond Jacob, Teología del Antiguo Testamento. Madrid: Marova, 1969, 105). Por su parte, Eichrodt explica que “la autorrevelación de Dios no se capta de modo especulativo, no se ofrece en forma de doctrina; Dios da a conocer su propio ser actuando en la vida de su pueblo y modelándolo conforme a su voluntad” (cf. Walther Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento. I. Dios y pueblo. Madrid: Cristiandad, 1975, 35). [76] Cf. P. van Imschoot, “Alianza”, en H. Haag, A. van den Born y S. de Ausejo (eds.), Diccionario de la Biblia. Barcelona: Herder, 1963, 47-54; Gary A. Herion, “Pacto”, en David Noel Freedman (ed.), Diccionario Bíblico Eerdmans. Miami Gardens, FL: Patmos, 2016, 1340-1345; E. Sánchez Cetina, “Alianza”, en Alfonso Ropero Berzosa (ed.), Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia. Viladecavalls (Barcelona): CLIE, 2013, 90-95. [77] Cf. E. Kutsch, “‫ ְבּ ִרית‬bᵉrît obligation”, en E. Jenni & C. Westermann, Theological Lexicon of the Old Testament, I, 1997, 256-266. Peabody, MA: Hendrickson. Existe edición en español: Diccionario Teológico Manual del Antiguo Testamento. Madrid: Cristiandad, 1978. Véase también M. Weinfeld, “‫ ְבּ ִרית‬bᵉrı̂th”, en G. J. Botterweck, Helmer Ringgren & Heinz-Josef Fabry (eds.), Theological Dictionary of the Old Testament, vol. 2. Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1974, 254-279. Existe edición en español: Diccionario Teológico del Antiguo Testamento. Madrid: Cristiandad, 1978 (hasta la fecha, solamente se ha publicado un tomo). [78] Cf. Richard E. Averbeck, “Israel, the Jewish People, and God’s Covenants”, en Darrell Bock & Mitch Glaser (eds.), Israel, the Church and the Middle East. Grand Rapids, MI: Kregel, 2018, ed. electrónica. [79] Sobre las imágenes en la Biblia, véase T. Longman III, J. C. Wilhoit y L. Ryken (eds.), Gran Diccionario Enciclopédico de Imágenes & Símbolos de la Biblia. Viladecavalls (Barcelona): 2015; Manfred Lurker, Diccionario de imágenes y símbolos de la Biblia. Córdoba: El Almendro, 1994. [80] Para más detalles, véase John H. Walton, Covenant. God’s Purpose, God’s Plan. Grand Rapids, MI: Zondervan, 1994 (esp. caps. 1 y 2). [81] Cf. Jacob, op. cit., 201. [82] Cf. Luis Alonso Schökel. Diccionario Bíblico Hebreo-Español. Madrid: Trotta, 1994, 135-136. [83] Cf. David A. Campbell, Paul. An Apostle’s Journey. Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2018, cap. 11 (“Covenant versus Contract”), 139-150. Para Campbell, el evangelio es una relación pactual, mientras que la religión es una forma de contrato. En cuanto se introducen condiciones se pasa del pacto incondicional basado en el amor inquebrantable a una práctica religiosa. [84] Mendenhall fue pionero en el estudio de las similitudes entre los antiguos “tratados de vasallaje” del Antiguo Oriente Próximo y algunos pactos bíblicos, como p. ej. Ex 19:3-9; 20:1-17 (cf. George E. Mendenhall, Law and Covenant in Israel and the Ancient Near East (Ley y Alianza en Israel y en el Antiguo Oriente Próximo). Pittsburgh, PA: Biblical Colloquium, 1955. Otros paralelos que se han apuntado son el propio libro de Deuteronomio en su conjunto o Jos 24. [85] Algunos autores llegan a incluir hasta ocho; otros, por el contrario, hablan de tan solo dos (obras y gracia, antiguo y nuevo) o de un solo pacto que va pasando por distintas fases. A efectos de nuestro estudio no es tan importante detenerse en el número exacto. [86] Cabe señalar que cuando el NT se refiere al “antiguo pacto” (2 Cor 3:14) o al “viejo” (Heb 8:13), lo que tiene en mente es este pacto mosaico.

[87]

David Pawson explica el nuevo pacto en términos trinitarios, diciendo que Jeremías anunció cómo sería (mediante la acción del Padre), Isaías predijo quién lo establecería (a través del Hijo) y Ezequiel enseñó cómo funcionaría (por la acción del Espíritu). Cf. David Pawson, By God, I Will. The Biblical Covenants. Ashford, Reino Unido: Anchor Recordings, 2013, cap. 7 (existe edición en español: Por Dios, yo… Los pactos bíblicos. Ashford, Reino Unido: Anchor Recordings, 2018). [88] Para un cuadro en el que se comparan diversos aspectos de estos cinco pactos, véase Pawson, ibíd., cap. 2. [89] Esta es la primera vez que se utiliza la palabra bᵉrit, pero conviene recordar que el concepto puede estar presente aun cuando no se utilice explícitamente el vocablo correspondiente. [90] Véase Bernard Renaud, La Alianza en el corazón de la Torá (CB 143). Estella (Navarra): Verbo Divino, 2009, 8-11; David Pawson, op. cit., cap. 3. También puede consultarse Peter J. Gentry y Stephen J. Wellum, Kingdom through Covenant. A Biblical-Theological Understanding of the Covenants. Wheaton, IL: Crossway, 2012, cap. 5. [91] Véase Renaud, ibíd., 12-23; David Pawson, ibíd., cap. 4; Peter J. Gentry y Stephen J. Wellum, ibíd., caps. 7-8. [92] Véase Renaud, ibíd., 24-63; David Pawson, ibíd., cap. 5; Peter J. Gentry y Stephen J. Wellum, ibíd., caps. 9-10. [93] Véase David Pawson, ibíd., cap. 6; Peter J. Gentry y Stephen J. Wellum, ibíd., cap. 11. [94] Véase Renaud, op. cit., 64-65; David Pawson, ibíd., cap. 7; Peter J. Gentry y Stephen J. Wellum, ibíd., caps. 12-14. [95] Por el contrario, en 1 Pe 2:9, que se hace eco de las bendiciones de Ex 19:5, ya no encontramos ese carácter condicional. Del “si… (entonces) vosotros seréis” de Éxodo hemos pasado al “vosotros sois” de 1 Pedro. La gran diferencia es que las condiciones del pacto las ha cumplido el Mesías, y a través de él, por la fe, tenemos acceso a las bendiciones. De ese modo hemos pasado del pacto condicional a un pacto incondicional. [96] Cf. H. J. Stoebe, “‫ ֶחֶסד‬ḥesed kindness”, en E. Jenni & C. Westermann, Theological Lexicon of the Old Testament, II, 1997, 449-464. Peabody, MA: Hendrickson. Existe edición en español: Diccionario Teológico Manual del Antiguo Testamento. Madrid: Cristiandad, 1978. Véase también H.-J. Zobel, “‫ ֶחֶסד‬ḥeseḏ”, en G. J. Botterweck, Helmer Ringgren & Heinz-Josef Fabry (eds.), Theological Dictionary of the Old Testament, vol. 5. Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1974, 44-64. Existe edición en español: Diccionario Teológico del Antiguo Testamento. Madrid: Cristiandad, 1978 (hasta la fecha, solamente se ha publicado un tomo). [97] Dicho sea de paso, esa debería ser, también, la base del pacto matrimonial. El matrimonio humano debería ser un reflejo del “matrimonio” de Dios con su pueblo (cf. Is 54:5; Jr 31:32), o de Cristo con su Iglesia (cf. Ef 5:25-32), pero lamentablemente, en los tiempos que corren el matrimonio ya ha dejado de ser un pacto y se ha transformado en un mero contrato. [98] Encontramos la expresión hebrea “‫ ”ֶחֶסד ַרב‬hasta en ocho ocasiones en el AT. [99] Véase la interpretación sobre este y otros pasajes en el cap. 9. [100] La propia elección de Israel resulta en un claro universalismo (cf. Is 2:2-4; Miq 4:1-4). No es particular ni excluyente. [101] Incluso poco antes de la ascensión de Jesús, sus discípulos siguen esperando el cumplimiento de las promesas hechas a Israel (“Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”, Hch 1:6). Es interesante notar que Jesús no les reprende por la pregunta, sino que se limita a decirles que a ellos no les compete saber la respuesta.

[102]

Cf. Alex Jacob, The Case for Enlargement Theology. Saffron Walden: Glory to Glory Publications, 2010, 179-208. [103] Cf. cap. 9. [104] Cf. Peter Fiedler, “Elección. 2. Nuevo Testamento”, en Walter Kasper et al. (eds.), Diccionario enciclopédico de exégesis y teología bíblica Tomo I / A-H. Barcelona: Herder, 2011, 522. [105] Es totalmente cierto que la venida de Cristo lo cambia todo en cuanto a la salvación, pero las distinciones entre las personas siguen estando presentes. Si no fuera así, los códigos domésticos de Pablo y Pedro, donde sí se distingue entre roles (hombres-mujeres, amos-siervos) carecerían de sentido. Concluimos, pues, que la distinción judío-gentil sigue vigente, aun cuando soteriológicamente —esto es, en cuanto a la salvación— son uno en Cristo (cf. Ef 2:14). [106] Son numerosísimos los comentarios que se han escrito sobre la carta de Pablo a los Romanos desde los tiempos de la Reforma. Aquí queremos destacar dos obras de autores evangélicos disponibles en español: Douglas J. Moo, Comentario a la epístola de Romanos. Viladecavalls (Barcelona): CLIE, 2014; y Samuel Pérez Millos, Romanos (Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento). Viladecavalls (Barcelona): CLIE, 2011. Véase también James D. G. Dunn, Romans 9-16 (WBC). Dallas, TX: Word, 1988 y David A. Campbell, Paul. An Apostle’s Journey. Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2018 (esp. caps. 12 y 13), ed. electrónica. [107] Cf. David Pawson, A Commentary on Romans. Ashford, Reino Unido: Anchor Recordings, 2015, ed. electrónica. [108] Ser “apóstol de los gentiles” no es incompatible con ejercer como “profeta de Israel” (cf. Jacob, op. cit., 49-51). Como profeta, se siente solidario con su pueblo y apela continuamente al AT. Que a nadie le quepa ninguna duda: Pablo es judío. [109] Nada menos que convertirse en maldito para que su pueblo sea bendecido. Como cuando Moisés intercedió por su pueblo (Ex 32:32) o el propio Señor Jesús fue hecho maldición (Gal 3:13), “el justo por los injustos” (1 Pe 3:18), para darnos la salvación. [110] Lit. “los pactos”. [111] Nos inclinamos a pensar que estos “israelitas” son el pueblo de Israel en su conjunto, en tanto que pueblo del pacto, y no exclusivamente los que han creído en Jesús. Cuando Pablo quiere diferenciar entre los propios israelitas lo hace con suma claridad (cf. vv. 6-7). Por otro lado, el legado continúa (obsérvese el tiempo presente del verbo: “…de quienes son…”), por lo que no puede haber sido transferido a la “iglesia”. [112] El v. 5 es cristológicamente muy relevante, ya que la lectura normal del texto griego iguala a Cristo con Dios. [113] Los creyentes se enfrentan en multitud de ocasiones a estos “baños de realidad”, ya que la diferencia entre lo que es y lo que debería ser, entre el ya y el todavía no puede llegar a ser muy notable (como en este caso). La solución no es tirar la toalla, sino perseverar y buscar la iluminación que nos permita ver las cosas desde la perspectiva de Dios. [114] Cf. Mt 3:9; Lc 3:8. [115] En este punto remitimos al lector a lo ya explicado en el cap. 1, dentro de la sección El problema del idioma y la mentalidad, acerca del significado e interpretación del v. 13 “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí”. [116] Cf. Dunn, op. cit., 546. [117] Solo en la carta a los Romanos, Pablo utiliza la expresión μὴ γένοιτο (¡jamás!, ¡de ninguna manera!, ¡tal cosa no suceda nunca!) hasta en diez ocasiones para negar tajantemente que:

La incredulidad de los judíos anule la fidelidad de Dios (Rom 3:4) Dios sea injusto al castigar (Rom 3:6) Ser salvos por la fe invalide la ley (Rom 3:31) Sea necesario persistir en el pecado para que la gracia de Dios sobreabunde (Rom 6:2) El hecho de estar bajo la gracia y no la ley nos dé carta blanca para pecar (Rom 6:15) La ley en sí sea pecado (Rom 7:7) La ley y los mandamientos sean muerte para el ser humano (Rom 7:13) Dios sea injusto (Rom 9:14) Dios haya rechazado a su pueblo Israel (Rom 11:1) Israel tropezara para que cayese y ya está (Rom 11:11). [118] Cf. Hch 1:7. [119] Este “fracaso”, como se verá más adelante, no va a ser definitivo. Es un serio obstáculo en el camino, pero no impedirá llegar a la meta. [120] La traducción “fin” puede resultar equívoca. La idea que transmite el término τέλος telos (Str. G5056) en este pasaje es el de consumación, de llegada a la meta, de cumplimiento. No tiene un sentido cronológico sino teleológico (de propósito). [121] Tan importante es este versículo que Jacob lo denomina el equivalente neotestamentario a la Shemá de Dt 6:4-5 (cf. Jacob, op. cit., 104). [122] El Señor se valdrá del pueblo infiel e incrédulo del mismo modo que lo hace con el remanente. Cada uno de una forma distinta, pero uno y otro serán instrumentos en sus manos. La longanimidad de Dios es asombrosa y sin igual (v. 21; cf. Rom 2:4). [123] Cf. Pawson, op. cit., cap. 5. [124] Esto tiene aplicación también a otras naciones. Los creyentes fieles juegan un papel muy importante como “santificadores” de una sociedad corrompida hasta la médula. Sin ellos, las cosas irían todavía mucho peor. [125] A la pregunta crucial sobre quién es el pueblo de Dios, Jacob contesta: “tres entidades unidas y sin embargo distintas; a saber: el Israel incrédulo, el Israel creyente y los creyentes gentiles” (cf. Jacob, op. cit., 150-151). Esta interpretación de la analogía del olivo hace que los tres sigan teniendo un papel en los planes divinos y que se pueda hablar de unidad dentro de la diversidad. Así pues, decir que Israel es el pueblo de Dios y que la Iglesia es el pueblo de Dios no son afirmaciones mutuamente excluyentes, y tampoco implican la existencia de dos pueblos (cf. cap. 8, ¿Son Israel y la Iglesia una misma cosa?). [126] La actual incredulidad de Israel y su posterior restauración son un misterio (vv. 25-27). La Iglesia es un misterio (Ef 3:5-6). Parafraseando a Calderón de la Barca, podríamos decir que los misterios, misterios son. Solo la revelación progresiva y la visión del plan general de Dios a través de la historia de la redención pueden hacer que convivamos con el misterio aun sin resolverlo del todo. Al fin y al cabo, el porqué puede satisfacer nuestra curiosidad, pero el para qué es lo que da sentido de verdad aun cuando siga habiendo porqués. Lo que Pablo explica en este pasaje es el para qué (v. 32). [127] Aquí se observa una relación casi simbiótica en cuanto a la salvación. La salvación de Israel depende de la “entrada de la plenitud de los gentiles”, pero la salvación de los gentiles depende, a su vez, del “endurecimiento en parte” del grueso de Israel. Será en el momento oportuno, según los designios de Dios, cuando se produzca la salvación de unos y otros y se llegue al número de “los que han de ser salvos” (cf. Hch 2:47). [128] Dentro de las diferentes interpretaciones que hay sobre el significado de “Israel” en este versículo, nos parece que la que mayor justicia le hace al texto es la que lo toma como la suma del Israel incrédulo y el remanente, esto es, el Israel étnico.

[129]

Karl Barth dice: “Hemos hablado de las cosas últimas, de la aparición de la parusía de Jesucristo. Él es la «consumación para los gentiles», el portento del Sí divino dicho a la humanidad irredenta. Él es el Liberador. Él es el individuo en el que dos se hacen uno, que está de modo existencial ante Dios. En él la elección vence y engulle a la reprobación. «De Sión» viene él, de arriba, del fundamento invisible de la Iglesia del que vino también la reprobación de ella, de la gloria del trono de Dios; dignidad regia y poder regio con él; y significa creación su aparición que no tiene lugar en tiempo alguno porque es misterio, anulación, fundamentación y eternidad de todo tiempo. Por eso, también su obra es lo inaudito: «apartar las impiedades de Jacob», quitar las envolturas de todo lo inevitable, limitado, erróneo y consentáneo con Esaú que cubre aquí y ahora a la Iglesia invisible de Jacob, el pacto de la nueva alianza, de la que Dios es el único promotor y que consiste en «quitar», en arrebatar, suprimir, borrar y aniquilar los pecados y el pecado, en el retorno del hombre a la unidad con Dios perdida por completo aquí y ahora. Nos encontramos otra vez en el límite de lo que es posible decir, y nos quedamos ahí. Precisamente ese límite es el final del «endurecimiento», la meta de los incomprensibles caminos de Dios” (cf. Karl Barth, Carta a los Romanos. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2002, 490). [130] Así lo traduce RVR09 en su línea de traducción formal, apegada al texto original aunque la expresión resulte poco idiomática en castellano. [131] Y, por supuesto, tal como se aprecia en infinidad de ocasiones en el AT, uno de los aspectos principales de los dones que el Señor le ha conferido a Israel es la propia tierra. [132] Cf. José Luis Sicre, Introducción al Antiguo Testamento. Estella (Navarra): Verbo Divino, 1992, 17-36. Existe una nueva edición ampliada y actualizada en 2011 (21-47), cuyo contenido cambia bastante con respecto a la primera, aunque conserva la misma clasificación. [133] Michael Coogan va más lejos todavía y aboga por prescindir completamente del concepto de elección divina, al que considera un mito que ha tenido consecuencias nefastas a lo largo de la historia (cf. Michael Coogan, God’s Favorites. Judaism, Christianity, and the Myth of Divine Chosenness. Boston, MA: Beacon, 2019). [134] Cf. John Drane, Introducción al Antiguo Testamento (edición revisada y actualizada por Pedro Zamora). Terrassa (Barcelona): CLIE, 2004, 342-364. [135] Aun así, como dice Capetz, “En el siglo XIX, la aplicación sin restricciones del método históricocrítico planteó un desafío sin precedentes a las ideas cristianas heredadas sobre la Biblia. Si bien con el paso del tiempo este desafío se dejaría sentir con más fuerza en el estudio del Nuevo Testamento, una vez asentada firmemente la distinción entre el ‘Jesús de la historia’ y el ‘Cristo de la fe’, en realidad fueron los puntos de vista tradicionales sobre el Antiguo Testamento los primeros en ser cuestionados”. Cf. P. E. Capetz, “Friedrich Schleiermacher on the Old Testament”, en The Harvard Theological Review, 102(3), 2009, 297-325. Recuperado de http://www.jstor.org/stable/40390019. [136] Cf. A. von Harnack, Marcion: Das Evangelium vom Fremden Gott (Marción: el evangelio del dios extraño). Leipzig: J. C. Hinrichs, 1921, 217. [137] Cf. J. D. Smart, “Our Neglected Old Testament”, en Dalhousie Review, 20(2), 1940, 169. [138] Cf. H. H. Rowley, The Re-Discovery of the Old Testament Filadelfia: Westminster Press, 1946, 11. [139] Cf. Rowley, ibíd., 11-12. [140] Cf. Andy Stanley, Irresistible. Reclaiming the New that Jesus Unleashed for the World. Grand Rapids, MI: Zondervan, 2018. De hecho, la tesis del libro ya fue adelantada en una serie de sermones predicados durante el mes de abril de 2018 bajo el título genérico de Aftermath. [141] Cf. Stanley, ibíd.

[142]

Aun así, las palabras de James Dunn nos siguen recordando el gran peligro teológico que corremos al “desenganchar” el NT del AT: “Romper el vínculo entre antiguo y nuevo pacto no es liberar su evangelio [en referencia al evangelio del apóstol Pablo] sino destruirlo, porque su evangelio no es nada si deja de ser la continuación y el cumplimiento de todo lo que Dios se propuso hacer para y a través de su pueblo escogido” (cf. James D. G. Dunn, Romans 9-16 (WBC). Dallas, TX: Word, 1988, 535). [143] Cf. Stanley, op. cit., 25. [144] Cf. Una crítica excelentemente argumentada es la de David F. Watson (2018). Should we Abandon the Old Testament?. Recuperado de https://goodnewsmag.org/2019/01/should-we-abandon-the-old-testament/ [145] Cf. John Goldingay, Do we need the New Testament? Letting the Old Testament Speak for Itself. Downers Grove, IL: IVP, 2015. Y para que nadie se inquiete, lo primero que afirma el autor, respondiendo a su propia pregunta, es que por supuesto que sí necesitamos el NT. [146] Cf. Brent A. Strawn, The Old Testament Is Dying. A Diagnosis and Recommended Treatment. Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2017. [147] Cf. F. Schleiermacher, The Christian Faith. London: T&T Clark, 1999. Existe edición en español: La fe cristiana. Salamanca: Sígueme, 2013. [148] La autoría no está nada clara, como queda demostrado por el hecho de que se hayan barajado al menos tres nombres: Cecil Brown, Ogden Nash y Ronald Knox. [149] El propio Karl Barth dice lo siguiente: “Sin ninguna duda los judíos son, hasta el día de hoy, el pueblo escogido de Dios en el mismo sentido en que lo han sido desde el principio, según el Antiguo y el Nuevo Testamento. Ellos tienen la promesa de Dios, y si nosotros como cristianos de entre los gentiles también la tenemos, es tan solo como aquellos que han sido escogidos con ellos como invitados en su casa, como nueva madera injertada en el árbol antiguo” (cf. Karl Barth, Against the Stream. Shorter Post-War Writings, 1946-1952. Nueva York, NY: Philosophical Library, 1954, 200). [150] La propia palabra antisemitismo tampoco resulta plenamente satisfactoria. El uso la ha consagrado como descripción de aquello que supone mostrar rechazo u odio hacia todo lo judío. Sin embargo, también hay otros pueblos que son semitas pero no judíos, como es el caso de los propios árabes. Nosotros preferimos hablar de judeofobia, es decir, de aversión u odio contra lo judío. Sin embargo, dado lo extendido del término, optamos por mantenerlo. [151] Cf. Jacques B. Doukhan, Israel and the Church. Two Voices for the Same God. Peabody, MA: Hendrickson, 2002, 1. [152] Se trata de la traducción griega del término Mesías, que quiere decir “ungido”. [153] La exégesis alegórica, caracterizada por su exagerada espiritualización de la Biblia, estuvo muy en boga durante siglos. No conviene confundirla, no obstante, con otros métodos —como el tipológico— que, sin ser literales, se aferraban bastante más al texto de las Escrituras en su contexto. [154] Citar a David Pawson, conocido fundamentalmente por haber sido pastor y expositor bíblico internacional, puede parecer algo fuera de lugar. Sin embargo, cabe señalar que Pawson obtuvo una maestría en teología en la universidad de Cambridge. No ha destacado por escribir libros académicos, aunque en sus obras —muchas de ellas recopilaciones de cursos y conferencias impartidos a lo largo de su prolífico ministerio— se encuentran datos muy interesantes sobre su propia reflexión bíblicoteológica. [155] Cf. David Pawson, A Commentary on Romans. Ashford, Reino Unido: Anchor Recordings, 2015. Para un análisis más académico sobre la interpretación que hace Pablo de los propósitos de Dios para

Israel y la Iglesia (especialmente en Rom 9-11), véase Cf. Peter Richardson. Israel in the Apostolic Church. Nueva York, NY: Cambridge University Press, 1969, 126-147. [156] Cf. “Epístola de Bernabé”, en A. Ropero (ed.), Lo mejor de los Padres Apostólicos. Viladecavalls (Barcelona): CLIE, 2004. [157] La obra clásica de referencia en lengua inglesa, que incluye porciones de textos y comentarios, es la de A. Lukyn Williams, Adversus Judaeos. A Bird’s-Eye View of Christian Apologiae Until the Renaissance. Cambridge, Reino Unido: Cambridge University Press, 1935. Para una cronología muy sintética del antisemitismo teológico, véase Elena Dantas, Fratricidio y contrición. Breve historia del antisemitismo cristiano. Bloomington, IN: AuthorHouse, 2006, xxi-xxviii. [158] Esto implica que, contrariamente a la interpretación que hacen algunos comentaristas, el “Israel de Dios” al que se refiere Pablo en Gal 6:16, no es la Iglesia (cf. cap. 9). Véase la exposición sobre el tema en Peter Richardson, Israel in the Apostolic Church. Nueva York, NY: Cambridge University Press, 1969, 74-84. [159] Cf. Justino Mártir, “Diálogo con Trifón”, en A. Ropero (ed.), Lo mejor de Justino Mártir. Terrassa (Barcelona): CLIE, 2003, 194. [160] Cf. Peter Richardson. Israel in the Apostolic Church. Nueva York, NY: Cambridge University Press, 1969, 1. [161] Cf. Alberto Ramírez, “La homilía de Melitón de Sardes sobre la Pascua”, en Cuestiones Teológicas, vol. 5, nº 13 (1978), 20-21. Disponible asimismo en la siguiente dirección: https://revistas.upb.edu.co/index.php/cuestiones/article/view/8257/7573. También puede verse la versión griega junto con una traducción inglesa en Stuart George Hall (ed.), Melito of Sardis. On Pascha and fragments Oxford, Reino Unido: Oxford University Press, 1979. [162] Cf. Ireneo de Lyon, “Contra las herejías”, en A. M. Troncoso (ed.), Lo mejor de Ireneo de Lyon. Viladecavalls (Barcelona): CLIE, 2003, 379. [163] Clemente de Alejandría, El Pedagogo. Madrid: Gredos, 1998, 212. [164] Cf. Tertuliano, “La respuesta a los judíos”, en A. Ropero (ed.), Lo mejor de Tertuliano. Terrassa (Barcelona): CLIE, 2001, 270. [165] Cf. Tertuliano, ibíd, 310. [166] Cf. Joaquín Antonio del Camino y Orella, Obras de san Cypriano obispo y mártir Parte II. Valladolid: Arámburu y Roldán, 1807. Para una versión más actualizada y bilingüe, véase Cipriano de Cartago, “Testimonios a Quirino”, en J. A. Gil-Tamayo (ed.), Obras completas de Cipriano de Cartago, I. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2013. [167] Sobre las incoherencias de Tertuliano y Cipriano al escribir contra los judíos, véase el artículo de Raúl González Salinero, “Tertuliano y Cipriano sobre los judíos: una contradicción ideológica”, en Studia historica. Historia antigua, vol. XII, 103-114. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1994. [168] Cf. Orígenes, Contra Celso. Madrid: Biblioteca de Autores Cristiano, 1967, Libro IV (22), 258. [169] Cf. Carta a los Filipenses, cap. XIV. Esta carta solamente aparece en la recensión larga de las cartas de Ignacio, y se considera mayoritariamente espuria y de fecha tardía (siglo IV). En cualquier caso, ilustra perfectamente el sentimiento antijudío de la época. [170] La traducción literal es Contra los judíos. Sin embargo, al tratarse de sermones predicados en una congregación cristiana y referirse a cristianos que judaizaban, la traducción más reciente en lengua inglesa los titula Discourses Against Judaizing Christians (Discursos contra cristianos judaizantes). Cf. Paul W. Harkins, St. John Chrysostom. Discourses Against Judaizing Christians. Washington D.C.: The Catholic University of America Press, 1979.

[171]

Cf. Andrius Valevicius, “Juan Crisóstomo”, en La Torre del Virrey. Revista de Estudios Culturales. L’Eliana (Valencia), nº 19, 2016/1, 10. Disponible en la página web http://www.latorredelvirrey.es/juan-crisostomo/ [172] Cf. Juan Crisóstomo, Homilía I, sección III, apartado 1. El párrafo completo dice así: “Sé que muchos respetáis a los judíos y pensáis que su actual forma de vivir es venerable. Es por eso que me apresuro a arrancar de raíz y destruir esta opinión tan letal. He dicho que la sinagoga no es mejor que un teatro y presento un profeta como testigo. Sin duda los judíos no son más merecedores de ser creídos que sus profetas. ‘Tenías expresión de ramera; te volviste desvergonzada a la vista de todos’. El lugar donde está la ramera es un burdel, pero la sinagoga no solo es un prostíbulo y un teatro; también es una cueva de ladrones y una guarida de bestias salvajes. Jeremías dijo: ‘Tu heredad se ha convertido para mí en una hiena’. No dice simplemente ‘de una bestia salvaje’, sino ‘de una bestia salvaje inmunda’, y de nuevo: ‘He abandonado mi casa, he desechado mi heredad’. Pero cuando Dios abandona a un pueblo, ¿qué esperanza de salvación queda? Cuando Dios abandona un lugar, ese lugar se convierte en la morada de los demonios”. [173] Cf. Crisóstomo, ibíd., Homilía VI, sección VI, apartado 11. [174] Los escritos encuadrados en la tradición Adversus Iudaeos son muchos. Se trata de obras que muestran la actitud de los padres de la Iglesia hacia los judíos, y que tienen la particularidad de conservar en muchos casos la tradición de los testimonios, que es como se conoce a las antiguas colecciones de pasajes del AT que se empleaban como textos de prueba en las polémicas antijudías. Para más información puede consultarse Rosemary Radford Reuther, “The Adversus Judaeos Tradition in the Church Fathers: The Exegesis of Christian Anti-Judaism”, en Jeremy Cohen (ed.), Essential Papers on Judaism and Christianity in Conflict: From Late Antiquity to the Reformation. Nueva York, NY: New York University Press, 1991, 174-189. De gran interés resultan también Martin C. Albl, ‘And Scripture Cannot Be Broken’. The Form & Function of the Early Christian Testimonia Collections. Leiden, Países Bajos: Brill, 1999 y el artículo de A. Falcetta, “The Testimony Research of James Rendel Harris”. Novum Testamentum, 45(3), 2003, 280-299. [175] Curiosamente, nadie se apropia de las maldiciones, solamente de las bendiciones. [176] Cf. A. Lukyn Williams, Adversus Judaeos. A Bird’s-Eye View of Christian Apologiae Until the Renaissance. Cambridge, Reino Unido: Cambridge University Press, 1935. [177] Recordemos que en esa época la mayor parte de la población no sabía leer ni escribir. Las esculturas y vidrieras de los templos eran sus “libros”. Esas imágenes tenían un potente impacto visual que condicionaba su mentalidad y actitud. [178] Cf. Francisco de Asís García García, “Iglesia y Sinagoga”, en Revista Digital de Iconografía Medieval, vol. V, nº 9, 2013, 13-27. [179] Véase, no obstante, Brooks Schramm & Kirsi Stjerna (eds.), Martin Luther, the Bible, and the Jewish People: A Reader. Minneapolis, MN: Fortress Press, 2012. Basándose en los escritos de Lutero, estos especialistas sostienen que, en el fondo, no hubo un cambio tan grande en su actitud. [180] Cf. Juan Calvino, Institución de la religión cristiana IV, 3, 892. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2012. [181] Cf. Calvino, ibíd, IV, 3, 893. [182] El supersesionismo como tal, o teología del reemplazo, no es necesariamente antisemita. Sin embargo, históricamente hablando ha contribuido al antijudaísmo teológico, y algunas de sus expresiones o manifestaciones sí son claramente judeófobas. [183] Cf. Herman Ridderbos, El pensamiento del apóstol Pablo. Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2000, 465. Título original: Paulus, Ontwerp van zijn theologie, 1966.

[184]

Cf. Wayne Grudem, Teología Sistemática. Miami, FL: Vida, 2007, 907-908. Cf. Jules Isaac, Las raíces cristianas del antisemitismo. La enseñanza del desprecio. Buenos Aires, Argentina: Paidós, 1966. [186] Cf. Justino Mártir, “Diálogo con Trifón”, en A. Ropero (ed.), Lo mejor de Justino Mártir. Terrassa (Barcelona): CLIE, 2004, 316-317. [187] Cf. Ireneo de Lyon, “Contra las herejías”, en A. M. Troncoso (ed.), Lo mejor de Ireneo de Lyon. Viladecavalls: CLIE, 2003, 649-650. [188] Orígenes dice textualmente: “las profecías dadas respecto a Judea y Jerusalén, Judá e Israel y Jacob, no las entendemos en sentido carnal, sino que significan ciertos misterios divinos” (cf. Orígenes, “Tratado de los principios”, en A. Ropero (ed.), Lo mejor de Orígenes. Terrassa (Barcelona): CLIE, 2002, 327. [189] En el medievo, el milenio se interpretaba como el reinado que Cristo ejercía a través de la Iglesia de esa época. [190] Hay quienes objetan a que se hable de sionismo cristiano a estas alturas del siglo XVI y prefieren denominarlo restauracionismo cristiano. [191] McDermott cita a Hildegarda de Bingen, Joaquín de Fiore, Gerardo de Borgo San Doninno o Juan de Rupescissa entre aquellos que creían en una futura restauración de los judíos. Cf. Gerald R. McDermott, “A History of Christian Zionism. Is Christian Zionism Rooted Primarily in Premillennial Dispensationalism?”, en G. McDermott (ed.), The New Christian Zionism. Fresh Perspectives on Israel & the Land. Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2016, 56. [192] Este término hace alusión al río Guadiana, uno de los más importantes de la Península Ibérica. Su particularidad radica en que a lo largo de sus más de 800 kilómetros, parte de su trazado discurre bajo tierra. Nos referimos, pues, a esta singularidad de “aparecer y desaparecer” para describir aquellos movimientos teológicos que durante ciertas épocas no son visibles, pero que están ahí aunque sea de manera prácticamente imperceptible, y que posteriormente vuelven a aflorar. [193] Actualmente, la palabra puritano está casi tan desprestigiada como fundamentalista. El movimiento puritano se inició dentro del anglicanismo con la pretensión de purificar a este de las influencias católicas. [194] El resto de esta sección sigue libremente, de manera muy condensada, el relato de las pp. 59-74 de McDermott (cf. Gerald R. McDermott (ed.), The New Christian Zionism. Fresh Perspectives on Israel & the Land. Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2016. [195] María I era hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón, y durante su reinado quiso devolver Inglaterra al catolicismo romano. [196] Carta privada que dirigió el ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, Arthur James Balfour, a Lord Rothschild, destacado miembro de la comunidad judía británica, en 1917, en la que le comunicaba que su gobierno contemplaba “con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío” y que haría uso “de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo”. Fue el primer apoyo oficial expreso al sionismo de la época. [197] Inglaterra había sido la primera nación que había expulsado a los judíos de su territorio en 1290. [198] La teología de Barth sobre Israel no es fácil de evaluar. Eso explica que, pese a oponerse al antisemitismo y defender el estado de Israel ya en las postrimerías de su vida, se le haya tildado de “teólogo antijudío” (cf. Katherine Sonderegger, That Jesus Christ was Born a Jew. Karl Barth’s “Doctrine of Israel”. University Park, PA: Pennsylvania State University Press, 1992). Una visión menos “antijudía” de su obra es la que ofrece Mark R. Lindsay, Barth, Israel, and Jesus: Karl Barth’s [185]

Theology of Israel. Aldershot, Reino Unido: Ashgate, 2007. [199] Estas olas de inmigración masiva hacia la tierra de Israel por parte de los judíos reciben el nombre de aliot (forma plural de aliá), y comenzaron a producirse en la década de 1880. [200] En general es preferible el término Shoá, pero una vez más nos avenimos a utilizar “Holocausto” por lo extendido de su uso. El Holocausto significó el exterminio de unos 6 millones de judíos (las dos terceras partes de la población judía europea o, lo que es lo mismo, un tercio de la comunidad judía mundial). [201] Para este período, hay dos obras fundamentales (en inglés) que recopilan los documentos originales más destacados: Estas son: Franklin Sherman (ed.), Bridges: Documents of the Christian-Jewish Dialogue. Volume One, The Road to Reconciliation (1945–1985). Nueva York, NY: Paulist Press, 2011; y Franklin Sherman (ed.), Bridges: Documents of the Christian-Jewish Dialogue. Volume Two, Building a New Relationship (1986-2013). Nueva York, NY: Paulist Press, 2014. También recomendamos la página web del International Council of Christians and Jews (ICCJ) [Consejo Internacional de Cristianos y Judíos]: http://www.iccj.org. El ICCJ reúne a unas 40 organizaciones de diálogo judío-cristiano de todo el mundo y es una buena fuente de documentación sobre el tema de las relaciones entre judíos y cristianos. [202] Entre los participantes había veintiocho judíos, veintitrés protestantes y nueve católicos. Además de estos, asistieron un total de cinco observadores. Los informes y recomendaciones completos de esta conferencia se pueden consultar en esta dirección: https://www.ajcf.fr/IMG/pdf/Seelisberg.pdf [203] Cf. Franklin Sherman (ed.), Bridges: Documents of the Christian-Jewish Dialogue. Volume One, The Road to Reconciliation (1945–1985). Nueva York, NY: Paulist Press, 2011, ed. electrónica. [204] Una consecuencia directa de este punto parece haber sido el hecho de que en 1959 se eliminara la referencia a los “pérfidos judíos” que se hacía en la liturgia católica del Viernes Santo. [205] Los puntos 1-4 van dirigidos específicamente a los cristianos. Del 5 al 8 son un llamamiento a las comunidades judías, mientras que en los cuatro últimos (9-12) se hace un llamamiento a todas las comunidades de fe. [206] Nos limitamos a citar los títulos de cada punto. Para los apartados dentro de cada punto, véase http://www.iccj.org/fileadmin/ICCJ/pdf-Dateien/Doce_Puntos_span.PDF [207] Las obras de Jules Isaac, Jésus et Israël (1948), Genèse de l’antisémitisme (1956) y L’enseignement du mépris (1962) no son especialmente fáciles de conseguir. En español, la editorial Paidós de Buenos Aires publicó Las raíces cristianas del antisemitismo. La enseñanza del desprecio en 1966. Para una semblanza de Jules Isaac y el relato de su influencia en el cambio de la actitud de las iglesias cristianas frente al antisemitismo, recomendamos la obra del también francés Jean Meyer, Estrella y cruz. La conciliación judeo-cristiana (1926-1965). México, D. F., México: Taurus, 2016. [208] La tesis de Isaac era que había tres enseñanzas cristianas que habían contribuido notablemente al antisemitismo; a saber: (a) la noción de que la dispersión de los judíos tras la destrucción de Jerusalén en el año 70 era el castigo divino por haber rechazado al Mesías, (b) que el judaísmo del siglo I era una religión muerta y legalista, carente de toda devoción hacia Dios y (c) que los judíos como colectivo eran culpables de “deicidio” porque habían crucificado a Jesús, y que por culpa de ello habían sido desheredados de las promesas que les fueron dadas por Dios en el AT. [209] Cf. Documentos completos del Vaticano II. Bilbao: Mensajero, 1984, 459-461. La versión que aquí recogemos está disponible online en la página http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vatii_decl_19651028_nostra-aetate_sp.html

[210]

En 1974 se creó la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos para aplicar los principios generales de Nostra Aetate. Desde entonces, esta comisión ha publicado varios documentos de interés: Pautas y sugerencias para la aplicación de la Declaración Conciliar Nostra Aetate (Nº.4) (1974), Notas para una correcta presentación de los Judíos y el Judaísmo en la predicación y la catequesis en la Iglesia Católica Romana (1985), Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah (1998) y ”Los dones y la llamada de Dios son irrevocables" (Rom 11:29) (2015). [211] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica. Madrid: Asociación de Editores del Catecismo, 1992, 160161, 201 (siguiendo a Daniel C. Juster, hemos cambiado el orden de los párrafos para darle más coherencia a la cita). Este catecismo se encuentra disponible online en la dirección http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html [212] Versión castellana disponible en la página http://escriturayverdad.cl/wp-content/uploads/2014/08/DeclaraciondeCulpa.pdf [213] Cf. Franklin Sherman (ed.), Bridges: Documents of the Christian-Jewish Dialogue. Volume One, The Road to Reconciliation (1945–1985). Nueva York, NY: Paulist Press, 2011, ed. electrónica. [214] Cf. Sherman, ibíd., ed. electrónica. [215] Cf. Sherman, ibíd., ed. electrónica. [216] Cf. Declaración completa en la página web http://www.jcrelations.net/Dabru_Emet__Declaraci__n_jud__a_sobre_los_cristianos_y_el_cristianismo.1402.0.html?&pdf=1 [217] Cf. Franklin Sherman (ed.), Bridges: Documents of the Christian-Jewish Dialogue. Volume Two, Building a New Relationship (1986-2013). Nueva York, NY: Paulist Press, 2014, ed. electrónica. [218] Cf. los debates entre historiadores maximalistas y minimalistas, así llamados en función del grado de fiabilidad histórica que le conceden al texto bíblico. Téngase en cuenta también el creciente cuestionamiento de la conexión histórica de los judíos con la tierra de Israel (incluso por organismos internacionales como la UNESCO que, haciéndose eco de las tesis más extremistas, han acusado a Israel de querer “judaizar” Palestina y, en particular, la ciudad de Jerusalén). [219] Somos conscientes de lo extremadamente difícil que resulta usar etiquetas para describir determinados puntos de vista, y que siempre habrá quien objete o no se sienta representado por ellas. Sin embargo, preferimos emplear términos positivos y no usar el prefijo anti- a menos que sea absolutamente imprescindible. [220] Lit. explicación o esclarecimiento. Se conoce con ese nombre a los diversos intentos de explicar a la opinión pública la legitimidad y las políticas del estado de Israel. [221] Boycott, Divestment, Sanctions (esto es, boicot, desinversiones y sanciones). Este movimiento aboga por la utilización de esos medios de presión para lograr el fin de lo que considera la ocupación y colonización ilegales por parte israelí de los territorios palestinos. [222] La frase se le suele atribuir al que fuera gobernador de California entre 1911 y 1917, Hiram Warren Johnson, quien posteriormente siguió su carrera política como senador. [223] Cf. cap. 9. [224] Cf. Flavio Josefo, Las guerras de los judíos. Viladecavalls (Barcelona): CLIE, 2013, Libro VI, caps. VIII-IX, 352-363. [225] “Palestina” es un nombre que procede de los antiguos filisteos que habitaban ciertas zonas de la antigua tierra de Canaán, y que la Biblia presenta como enemigos encarnizados de los hebreos. A lo largo de la historia posterior, y hasta épocas bastante recientes, ha tenido un sentido puramente geográfico, no político.

[226]

Galilea conservó su carácter judío hasta el siglo VI. Posteriormente, en el siglo VIII, se convirtió nuevamente en uno de los polos básicos del judaísmo (hasta el siglo X). La ciudad galilea de Safed, por su parte, fue centro de la cábala o mística judía desde el siglo XVI hasta el XVIII. [227] Cf. https://www.cbs.gov.il/EN/Pages/default.aspx [228] A pesar de esos aproximadamente 6 750 000 judíos israelíes, lo cierto es que siguen siendo mayoría los judíos que viven fuera del estado de Israel. Se calcula que la población judía mundial asciende a 14-15 millones de personas. [229] Tampoco hay que olvidar a los judíos mizrajíes de Oriente Medio y el norte de África. [230] A estas podríamos añadir otras, como las de los samaritanos, de gran antigüedad, y los caraítas (estos últimos surgidos a partir del año 800 d. C. aproximadamente). [231] El término fue acuñado por Paul Wilkinson en su libro For Zion's Sake. Christian Zionism and the Role of John Nelson Darby. Milton Keyes, Reino Unido: Paternoster, 2007. [232] La hermenéutica que lleva a cabo supone la espiritualización, universalización y escatologización de las promesas del AT. [233] Cf. Naim Stifan Ateek, Justice and Only Justice: A Palestinian Theology of Liberation. Maryknoll, NY: Orbis, 1989. Véase también su obra A Palestinian Theology of Liberation. The Bible, Justice, and the Palestine-Israel Conflict. Maryknoll, NY: Orbis, 2017. [234] Cf. https://www.oikoumene.org/es [235] Cf. http://nationalcouncilofchurches.us [236] Cf. https://christatthecheckpoint.bethbc.edu [237] Cf. sabeel.org [238] Cf. https://www.voltairenet.org/article156525.html [239] Cf. Ibíd. Para una respuesta a esta declaración por parte de representantes de tres organizaciones sionistas cristianas, véase https://int.icej.org/media/jerusalem-declaration-christian-zionism [240] Esta organización, fundada en 1950, está compuesta por 38 denominaciones cristianas que suman más de 40 millones de miembros. [241] El documento solía estar disponible en la antigua página web del NCC, pero a fecha de hoy no parece ser así. No obstante, se puede acceder a él en https://www.yumpu.com/en/document/view/36230939/christian-zionism [242] La traducción española de dicho documento se encuentra disponible en http://kairospalestine.ps/sites/default/files/Spanish.pdf [243] Cf. http://kairospalestine.ps/?q=node/2 [244] No solo eso. Los promotores dicen textualmente: “Apoyamos a las organizaciones de la sociedad civil palestina, las ONG internacionales y las instituciones religiosas que instan a las personas, compañías y estados a participar en boicots, desinversiones y sanciones contra la ocupación israelí”. [245] Otras declaraciones, como el Christ at the Checkpoint Manifesto (Manifiesto de Cristo en el Puesto de Control), emplean un tono menos beligerante, aunque mantienen una clara postura propalestina y antisionista (cf. https://christatthecheckpoint.bethbc.edu/about-christ-at-the-checkpoint/) [246] Cf. Rob Dalrymple, These Brothers of Mine. A Biblical Theology of Land, Family and Family and a Response to Christian Zionism. Eugene, OR: Wipf & Stock, 2015, 7. [247] Incluso medios evangélicos tan poco sospechosos de “liberalismo” teológico como Protestante

Digital han llegado a publicar recientemente artículos como los de Óscar Margenet, quien en 2014 presentó una serie bajo el título general de ¿Israel de Dios o de los hombres? en los que se apreciaba claramente su poca simpatía por el moderno Israel. Estos son los nueve artículos de los que constaba la serie: (I) ¿Israel de Dios o de los hombres? (II) El hogar nacional judío (III) Israel: del Holocausto al sionismo (IV) Israel: el Sionismo al poder (V) Fundación secular del Estado de Israel (VI) Tregua árabe-israelí ¿tiempo de esperanza? (VII) El velo en los judíos (VIII) El velo de Moisés (IX) El velo judío en los cristianos Otro ejemplo de esta tendencia podría ser el pastor Steven L. Anderson, quien se considera a sí mismo fundamentalista, y que junto con Paul Wittenberger grabó un documental marcadamente antijudío titulado Marching to Zion, 2015. Existe versión doblada al español. Véase también su documental más reciente, titulado Beyond Jordan, 2019. [248] Cf. https://www.foi.org/vision/statement-of-faith/ [249] Cf. https://www.cufi.org [250] Cf. https://es.icej.org [251] Cf. https://www.foi.org [252] Cf. https://www.cmj.org.uk [253] Cf. https://www.bridgesforpeace.com/?lang=es [254] Cuando se habla de Israel y de los judíos, hay que tener muy en cuenta que más de la mitad de los judíos del mundo vive fuera del estado de Israel. [255] Cf. Gerald McDermott, Introduction, en McDermott, Gerald R. (ed.) The New Christian Zionism. Fresh Perspectives on Israel & the Land. Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2016, 29. [256] Dícese de la creencia en que va a haber un milenio literal y que la segunda venida de Cristo se producirá inmediatamente antes de la instauración de ese reinado mesiánico de mil años. [257] Véase la sección sobre Dispensacionalismo más abajo. [258] Esto es, que la segunda venida del Señor se producirá después del milenio. [259] El amilenialismo niega que vaya a haber un milenio literal futuro. [260] Las conjeturas sobre los eventos que se producirán al final de los tiempos siempre han ejercido un gran poder de atracción, principalmente porque cada generación de creyentes ha creído o querido (o ambas cosas) que la suya fuera la generación en la que se cumplieran las profecías sobre los últimos tiempos. Esto ha hecho que se hayan identificado y propuesto decenas de personajes, países y acontecimientos contemporáneos como “pruebas” del cumplimiento profético a lo largo de la historia. Ni que decir tiene que, hasta la fecha, todas estas especulaciones han resultado fallidas. [261] Cuando hablamos de profecía en este contexto escatológico nos referimos al anuncio de lo que va a suceder en el futuro, a las predicciones. Sin embargo, gran parte de la profecía bíblica no tiene tanto que ver con predecir lo que está por venir cuanto con proclamar un mensaje de parte de Dios para el pueblo. [262] El propósito de la revelación divina es que los seres humanos la comprendamos, pero no que lo sepamos todo.

[263]

En este sentido hay que resaltar, entre otros, a algunos de los personajes que aparecen en los dos primeros capítulos del Evangelio de Lucas: Zacarías y Elisabet, padres de Juan el Bautista, María, la madre de Jesús, Simeón y Ana, la profetisa. Todos ellos, piadosos y llenos del Espíritu, prorrumpieron en alabanzas a Dios al constatar que después de tantos años de silencio, de ausencia de revelación, Dios se estaba manifestando nuevamente con la llegada del profeta Juan y, tras su estela, de Jesús el Salvador. [264] Esto sucedió, aproximadamente, a partir del año 538 a. C. en adelante. [265] Cf. “Pueblo de la tierra” o “pueblos de la tierra”, Esd 4:4; 10:2; Neh 9:24, 30; 10:30-31. A veces la expresión se usa para referirse a judíos menos comprometidos con la causa que habían permanecido en Yehud y áreas limítrofes durante el exilio, pero más comúnmente alude a otros habitante no judíos de la zona (cf. también Neh 2:19; 6:1-2). [266] Esto es algo que ha venido ocurriendo desde los tiempos apostólicos. [267] Con razón dice Pablo en aquellos memorables versículos de 1 Cor 13:8-12 que “ahora vemos por espejo, oscuramente”. [268] Aquí tan solo nos fijaremos en las repercusiones escatológicas de cada uno de los sistemas, sin pretender entrar en una visión sistemática de los mismos. Para una descripción más amplia, véase Jaime Fasold, Con Precisión. El listón de la hermenéutica bíblica. Carol Stream, IL: Tyndale, 2017. Sección sobre el propósito y plan divino (cap. 14), ed. electrónica. [269] Si bien hay diferentes opiniones sobre el número exacto de dispensaciones, lo más habitual es dividir la historia bíblica en siete dispensaciones. [270] Con las salvedades antes apuntadas del lenguaje figurado, etc. [271] Romanos 9-11 se nos antoja un obstáculo insalvable para quienes niegan ese futuro a los judíos (cf. cap. 4). [272] Salvo, claro está, que tomemos todas las promesas veterotestamentarias en un sentido espiritual y las apliquemos directamente a la Iglesia. Pero entonces, ¿qué sentido habrían tenido para Israel en el AT? [273] Es interesante observar que los credos históricos de la Iglesia no entran en detalles específicos sobre la segunda venida de Cristo. ¡Por algo será! [274] Cf. cap. 1, El problema del “canon dentro del canon”. [275] Como dice Kaiser, “Todo el texto canónico debe ser recibido por igual (…) todo el texto tiene la misma importancia y viene a ser nuestro juez, no nosotros el suyo. Ahora bien, eso no quiere decir que todo sea importante por la misma razón. No todos los textos enseñan doctrina o dan instrucciones éticas, pero la suma final se presta a formar una unidad total” (cf. Walter C. Kaiser, Jr., Toward and Old Testament Theology. Grand Rapids, MI: Zondervan, 1978, 15-16. Existe edición en español: Hacia una teología del Antiguo Testamento. Miami, FL: Vida, 2000). [276] Cf. Kaiser, ibíd., 16: “La teología bíblica no tiene que repetir cada detalle del canon para ser auténtica y exacta”. [277] Algunos intérpretes opinan que Pedro se dirige exclusivamente a judeocristianos, con lo que el apóstol estaría reiterando lo que Israel siempre ha sido (cf. Michael J. Vlach, Has the Church Replaced Israel? A Theological Eval-uation. Nashville, TN: B&H Publishing Group, 2010, cap. 13, ed. electrónica. En todo caso, aquí asumimos que el versículo en cuestión se refiere a la Iglesia. [278] Aquí no entramos en debatir cuáles son esas funciones distintas, según se enseña en los denominados “códigos domésticos” de Ef 5:21-6:9, Col 3:18-4:1 o 1 Pe 2:13-3:7. La cuestión es que la existencia misma de esos pasajes deja claro que sí subsistían las diferencias pese a la común salvación y

pertenencia al pueblo del Señor. [279] Para una exhaustiva exégesis de esta parábola, véase Peter Damian Akpunonu, The Vine, Israel and the Church. Nueva York, NY: Peter Lang, 2004, 87-124. Su postura sobre la identidad de “los otros” no coincide con la nuestra, pero aun así su exposición es muy esclarecedora. [280] Stephen Sizer, uno de los líderes más destacados en la actualidad de lo que hemos dado en llamar palestinianismo cristiano, plantea la dicotomía en forma de pregunta: “¿Fue la venida de Jesús el cumplimiento o el aplazamiento de las promesas que Dios le hizo a Abraham?”. Según él, “cumplimiento” es la respuesta de la teología del pacto, mientras que “aplazamiento” nos sitúa directamente dentro del dispensacionalismo. [281] Cf. Karl Barth, Against the Stream. Shorter Post-War Writings, 1946-1952. Nueva York, NY: Philosophical Library, 1954, 200). [282] Cf. cap. 4. “Todavía” es un adverbio de tiempo. Según hemos tratamos de explicar en algún otro lugar, Dios no está sujeto al tiempo, por lo que para él ya hay un Israel restaurado de la incredulidad, aunque no manifestado en la historia humana. Lógicamente no podemos hacer otra cosa que expresarnos mediante analogías, pero creemos que este énfasis en lo distinto que es ver las cosas según se esté a uno u otro lado de la eternidad (i.e., en el tiempo o fuera del tiempo) puede servir para aclarar un poco aquello que, en última instancia, nuestra finitud no nos permite comprender plenamente. [283] Esto explica la naturalidad con que muchos judíos se sienten e identifican plenamente como judíos a pesar de no ser en absoluto religiosos. [284] Si bien el antisionismo no debe identificarse siempre con el antisemitismo (judeofobia), lo cierto es que muchas veces acaban siendo lo mismo. Hay una línea muy delgada entre la crítica legítima (e incluso profética) a políticas concretas del estado de Israel y la deslegitimación o demonización del mismo, pero hay que tener sumo cuidado para no cruzarla. Por ejemplo, es un hecho que algunas de las críticas más incisivas que se hacen contra Israel provienen de los propios judíos. Sin embargo, las consignas que corean muchos defensores del movimiento BDS (“From the river to the sea, Palestine will be free” [desde el río hasta el mar, Palestina será libre]) y no pocas “noticias” propagandísticas que se hacen pasar por información rigurosa son profundamente antisemitas. [285] “Los judíos” funciona como sinécdoque, y se refiere a los dirigentes religiosos de los judíos (sería como decir “Madrid prohíbe la entrada de vehículos al centro de la ciudad”, en alusión a quienes gobiernan la ciudad, no a la ciudad en sí o a todos sus habitantes). [286] No hay que olvidar tampoco los libelos de sangre en los que se acusaba a los judíos de matar niños para utilizar su sangre en determinados rituales, entre otras acusaciones infundadas e irracionales. [287] Otra cosa muy distinta son algunas prácticas o doctrinas que a veces encontramos en el movimiento de las raíces hebreas, a las que nos referimos en la Conclusión. [288] Cf. Justino Mártir, “Diálogo con Trifón”, en A. Ropero (ed.), Lo mejor de Justino Mártir. Terrassa (Barcelona): CLIE, 2004, 193. [289] Algunas de estas objeciones aparecen en la introducción de Gerald R. McDermott, (ed.) The New Christian Zionism. Fresh Perspectives on Israel & the Land. Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2016, 11-29. Aquí seguimos un orden distinto, respondiendo a las afirmaciones que suelen aparecer en los documentos y declaraciones contra el sionismo cristiano, como la Declaración de Jerusalén sobre el sionismo cristiano de 2006 y otros (cf. cap. 7). [290] Para más detalles, véase el cap. 6. [291] El fundamentalismo cristiano, que es al que aquí nos referimos, surgió a principios del siglo XX en los Estados Unidos de Norteamérica. Originalmente defendía los principios básicos de la fe cristiana

frente a aquellas corrientes que, a su entender, estaban erosionando las bases mismas del cristianismo. [292] Stephen Sizer la denomina “ultra literalista” (cf. Stephen R. Sizer, Christian Zionists on the Road to Armageddon. Colorado Springs, CO: Presence Ministries International, 2004, 41). [293] Peter Enns define el biblicismo como “la tendencia a recurrir a versículos bíblicos sueltos, o a una serie de versículos (aparentemente) uniformes tomados de distintas partes de la Biblia, para dar la impresión de que resuelven de manera clara, autoritativa y definitiva lo que en realidad son cuestiones interpretativa y teológicamente complejas, debido al hecho de que contamos con una Biblia compleja y diversa. Dicho de otro modo, el biblicismo es la tendencia a citar textos de prueba en los que se presenta el “sentido llano” de los versículos como “prueba” final e incontrovertible de una determinada postura teológica” (cf. https://peteenns.com/biblicism-make-baby-jesus-cry/). [294] En definitiva, se les acusa habitualmente de bibliolatría, esto es, de convertir la Biblia en un ídolo, de confundir las Escrituras con Dios. [295] Cf. cap. 6. [296] Es muy curioso observar que el sionismo judío tenía un componente socialista bastante evidente en sus orígenes. Sin embargo, en la actualidad los más furibundos detractores de Israel suelen ser las izquierdas. [297] Anxious for Armageddon es, precisamente, el título de uno de los libros de Donald E. Wagner en los que se critica el sionismo cristiano (muy especialmente a la ICEJ [International Christian EmbassyJerusalem]). [298] Por cierto que en la Biblia leemos acerca de multitud de ocasiones en las que se percibe o se afirma explícitamente que Dios se vale de diferentes imperios (asirio, babilónico, persa, griego o romano) para llevar a cabo sus propósitos en la historia. [299] Y eso por no hablar de la situación en la Franja de Gaza, gobernada con mano de hierro por los sectores más radicales de Hamás. [300] Cf. David Pawson, Defending Christian Zionism (En defensa del sionismo cristiano). Ashford, Reino Unido: Anchor Recordings, 2008, ed. electrónica. [301] Cabe recordar aquí que el concepto que tienen muchos judíos de los cristianos es francamente negativo. Históricamente hablando, los cristianos han estado detrás de casi todos los males que han asolado al pueblo judío. Por supuesto que no es lo mismo Cristiandad que cristianismo, pero tampoco los cristianos hacemos distinción entre los diversos tipos de judaísmo. Hace falta mucho tiempo y pedagogía para enmendar siglos de incomprensión mutua. [302] Aunque la mayoría son judíos seculares, también hay guías que son judíos religiosos e incluso mesiánicos. [303] 613 mandamientos (en hebr. mitzvot) en el caso de los judíos (según el judaísmo rabínico) y 5 preceptos fundamentales para los musulmanes. [304] Se trata de una generalización, ya que existen corrientes de profunda espiritualidad tanto en el judaísmo como en el islam. En todo caso, sigue siendo cierto que son personas con las que se hace especialmente difícil compartir el evangelio de Jesús. [305] Una versión de esta historia ya apareció publicada en forma de artículo en Palabra Viva, (nº 38, diciembre de 2013), que es la revista institucional de Sociedad Bíblica de España. [306] Por poner un solo ejemplo. La tesis de los palestinos es que durante la guerra de 1948 hubo más de 700 000 desplazados que fueron desalojados por la fuerza de sus casas y poblaciones y se convirtieron en refugiados. Israel, por su parte, argumenta que una gran parte de ese número corresponde a aquellos que hicieron caso al llamamiento de los líderes árabes, que los instaban a abandonar sus hogares

mientras luchaban contra los judíos y que les aseguraban que una vez conseguida la victoria podrían regresar. Al final no se produjo ese retorno, y la situación de los refugiados (agravada por el doble rasero de la ONU, que considera refugiados a los palestinos descendientes de los desplazados originales, y la negativa de muchos países “hermanos” que se han negado a hacerse cargo de ellos) se sigue utilizando como arma política. Por otro lado, se quiere silenciar el éxodo masivo de judíos que tuvieron que salir precipitadamente de los países árabes a partir de 1948 (en torno a los 900 000), y que en su mayoría fueron recibidos e integrados en Israel (cf. Nathan Weinstock, Une si longue présence: Comment le monde arabe a perdu ses Juifs, 1947-1967. París: Plon, 2008). La realidad es que en Israel hay más de 1 800 000 árabes que gozan de plenos derechos, mientras que entre todos los países árabes de Oriente Medio los judíos apenas suman unos pocos miles (y en algunos de ellos han desaparecido por completo). [307] Esta ilustración se basa en uno de los episodios que narra Homero en su obra la Odisea (Canto XII). [308] Aun así, podría decirse que el grueso de estos grupos tiene un origen neopentecostal. [309] Insistimos aquí en que esto no debe confundirse con el judaísmo mesiánico, que es un fenómeno básicamente judío. [310] En los últimos años han ido apareciendo un número significativo de versiones de la Biblia que siguen esta filosofía. Entre ellas cabe citar la traducción Kadosh Israelita Mesiánica de Diego Ascunce (2003), el Código Real de Daniel Ben Abraham (2005), la Versión Israelita Nazarena de José A. Álvarez (2006) o el Sefer Davar - Las Escrituras Mesiánicas (2012). [311] Esto es, precisamente, lo que pretendía también Martín Lutero al denunciar la corrupción y los abusos de Roma en el siglo XVI. [312] Naturalmente, esto es algo típicamente judío. Hemos escuchado a algún rabino judío de habla inglesa decir, en referencia al NT y no sin cierta socarronería, “It’s all Greek to me!” (el equivalente a nuestro “me suena a chino”, pero con la particularidad de que aquí Greek [griego] se presta a un doble sentido: el del idioma en que fue escrito y el de la ininteligibilidad). [313] Y, por supuesto, es completamente falso que el NT se escribiera originalmente en otro idioma que no fuera el griego, como se puede comprobar fácilmente consultando los muchos miles de manuscritos de que disponemos. En el caso de la única posible excepción que a veces se aduce (el Evangelio de Mateo), las pruebas distan mucho de ser concluyentes. [314] Es decir, estableciendo una rotunda distinción entre lo material y lo espiritual (entre otras cosas). Esto, llevado al campo de la hermenéutica o ciencia de la interpretación se traduce en privilegiar el supuesto sentido “espiritual” (alegórico) del texto bíblico y menospreciar el sentido “literal” o llano del mismo. [315] Una manifestación muy extendida de esto que comentamos es la celebración de la Navidad cada 25 de diciembre. Todos sabemos que no es la fecha exacta del nacimiento de Jesús y que el día fue tomado de la celebración pagana del solsticio de invierno. Esto les sirve a algunos para anatemizar a los creyentes que celebran ese día, sin entender que por mucho que haya una coincidencia en la fecha, lo que los cristianos celebran no tiene nada que ver con el paganismo. Por supuesto que debe haber libertad para guardar o no la fiesta, pero también para no ser juzgado por hacerlo o dejar de hacerlo (cf. Rom 14:5-6a). [316] Cf. Gerald R. McDermott (2018). Why I changed my mind on the people and land of Israel (Por qué cambié de opinión sobre el pueblo y la tierra de Israel). Recuperado de la página https://juicyecumenism.com/2018/10/18/land-of-israel/ (Se trata de la transcripción de la conferencia impartida por el autor en la conferencia Christ at the

Checkpoint USA [CATCUSA] celebrada en Oklahoma City en octubre de 2018). Esto es algo que él mismo ya recordaba en el capítulo 9 de su libro Israel importa: “Debemos recordar que los cristianos apoyan a la Iglesia a pesar de saber que está llena de problemas. Decimos que es el cuerpo de Cristo, tal como enseña la Biblia (Ef 5:23; 1 Cor 12:27), incluso aunque esté llena de «manchas y arrugas» (Ef 5:27). Si podemos creer que la Iglesia, con todos sus defectos, es el cuerpo de Cristo, entonces también podemos señalar que Israel, a pesar de su pecado, es la Sion de Dios (Rom 11:26)”. [317] En otras palabras, si siempre empezamos desde el NT, jamás llegaremos a valorar el sentido de la revelación veterotestamentaria en sí misma. [318] Cf. Dn 2:20-21 “Y Daniel habló y dijo: Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría. El muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos”. [319] Dice Rowley: “Israel encontró a Dios en la historia y creyó que su carácter quedaba reflejado a través de sus actos en ese plano. Por lo tanto, si nosotros aspiramos a comprender la religión bíblica no podemos tratar la historia como algo irrelevante” (cf. H. H. Rowley, The Biblical Doctrine of Election. Londres, Reino Unido: Lutterworth Press, 1950, 36). [320] Letra y música de Andrés Torres, 1969. [321] Naturalmente las fuentes primarias de esa historia son los propios textos que encontramos en el AT y los libros denominados deuterocanónicos. [322] Las fechas son todas d. C. (después de Cristo) o, si se prefiere EC (de la era común). [323] Entre las obras que recomendamos consultar para una visión histórica más completa están las de Luis Suárez, Los judíos. Barcelona: Ariel, 2003, Juan Pedro Cavero Coll, Breve historia de los judíos. Madrid: Nowtilus, 2011 y Simon Sebag Montefiore, Jerusalén. La biografía. Madrid: Crítica, 2012. Esta última, aunque se centra en la ciudad de Jerusalén, ofrece una visión bastante completa de los distintos períodos históricos e imperios que han ido controlando Tierra Santa a lo largo de los siglos. [324] Las dos anteriores fueron entre 66-70, con la destrucción de Jerusalén y su templo tras el asedio dirigido por Tito, y entre 115-117, al sublevarse diversas colonias judías de la diáspora contra los romanos en apoyo del Imperio parto. [325] Ataques contra judíos e intereses judíos que contaron con el beneplácito de las autoridades. [326] Para quien tenga interés en consultar las fuentes primarias a partir de esta fecha, recomendamos la obra de Walter Laqueur & Dan Schueftan (eds.), The Israel-Arab Reader: A Documentary History of the Middle East Conflict. Nueva York, NY: Penguin, 2016 (8ª ed. revisada y actualizada), donde se reproducen, por orden cronológico, distintos documentos originales relacionados con la historia del moderno estado de Israel desde finales del siglo XIX hasta 2015. [327] Retorno a gran escala de inmigrantes judíos a Palestina. [328] En él se demarcan claramente las zonas de influencia de los imperios británico y francés. Todo lo que quedara al norte de una línea prácticamente recta entre la ciudad mediterránea de Acre (Palestina) y Kirkuk (Irak) estaría bajo control de Francia, mientras que Gran Bretaña se quedaría con los territorios situados al sur de la misma. [329] Cf. texto íntegro de la Declaración de Independencia de Israel.

Related Documents


More Documents from "Lizeth Retuerto"