La Ayuda E-book

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La ayuda que ayuda sirve a la vida Rosa Elena Cárdenas Roa y Marianela Vallejo Valencia, 2017 ©Marianela Vallejo. Neopsicología, 2017 E-book: Segunda edición, 2020 www.marianelavallejov.com y www.neopsic.org [email protected] [email protected] [email protected] Diseño y diagramación: Bexy Díaz Corrección: Rosa Elena Cárdenas Roa ISBN: 978-958-49-0150-7 Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Dedicatoria Para todos los países que abrazan la vida como mayor bien de la humanidad. Para todos quienes al Servicio de la Vida soñamos con que nuestra Ayuda realmente Ayude. A todas las autoridades, líderes y héroes invisibles quienes, ante el peligro global de la vida humana, han dado lo mejor de sí para cuidarla. Marianela y Rosa Elena

A la vida misma que fluye libremente en quienes albergamos paz en el corazón. A mis padres, quienes, con amor, cuidados y guía, me dieron la vida y mucho más. A mi familia toda, de hoy y de siempre, que imprime fuerza a mi vida. A lo más Grande que nos alberga, contiene y guía. A quienes expanden su luz al construir la plenitud vital. Marianela

Reconocimiento y honra a mi madre, la mujer más exitosa de mi universo. A mi padre, mi respeto y, en él, A TODOS LOS HOMBRES. Rosa Elena



Agradecimientos Agradecer desde el corazón es abrirnos a la vida que irradia luz, paz y armonía. Marianela y Rosa Elena

Gracias a la vida que me llena de bendiciones. Gracias a mi familia tal y como es. Gracias a todas las personas que me brindan su amistad. Gracias a quienes creen en mí. Rosa Elena

Gracias a la vida que nos condujo a escribir estas páginas. Gracias a quienes con amor impulsaron nuestra labor. Gracias a Bert Hellinger, inspirador de vida. Marianela

Contenido Prólogo a la segunda edición Prólogo a la primera edición Para comenzar

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¿Por qué este libro? ¿Por qué un libro para ayudar? Lo que hay, lo que vemos ¿Cómo nace la ayuda? El anhelo de ayudar

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Una mirada sobre la ayuda que ayuda ¿Qué es ayudar? Particularidades de la ayuda que ayuda Ayudar es contener Ayudar es servir desde un estado de presencia Ayudar es acompañar ¿A quién ayudamos? ¿Desde dónde ayudamos y cuándo ayudamos? Herencia y destino en Lipot Szondi

33 33 34 34 35 35 36 36 38

CAPÍTUL0

1

CAPÍTULO

2

CAPÍTULO

3

¿En qué se cimienta la ayuda que ayuda? ¿La ayuda necesita fundamentos? ¿Qué pretende la ayuda que ayuda?

41 41 43

El triángulo dramático expresión del dolor primario: ¿Qué podemos decir sobre la herida básica? Expresiones de la huella sagrada Triángulo dramático ¿Qué papel desempeñan los juegos psicológicos? Del niño en supervivencia al adulto dramático

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Del triángulo dramático al creativo ¿Qué es el triángulo creativo? ¿Cómo transformar lo dramático en creativo? Los órdenes del amor y los triángulos de Karpman. Del adulto sabio germina el niño de luz y genuino

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Los Órdenes del Amor ¿Cómo surgen los Órdenes del Amor? Las Órdenes del Amor y La ayuda que ayuda La pertenencia La jerarquía La compensación Transcendencia de los órdenes del amor en la vida cotidiana

61 61 62 64 66 69

CAPÍTULO

4

CAPÍTULO

5

CAPÍTULO

6

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CAPÍTULO

7

Fundamentos de los Órdenes de la Ayuda Para entender la ayuda ¿Cuáles son los órdenes de la ayuda?

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Máximas de las estaciones de La ayuda que ayuda ¿Cuáles son las estaciones de La ayuda que ayuda 1. Da solo lo que tienes y toma lo que necesitas 2. Las circunstancias limitan tu ayuda 3. Comunicarnos como adultos es el camino 4. El que ayuda, desde su corazón, actúa con empatía hacia todos 5. ¿Qué es bueno? ¿Qué es malo? ¿Quién sabe? 6. Asiente al destino y serás feliz 7. Si quieres ayudar, primero conócete Destino final

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CAPÍTULO

8

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CAPÍTULO

9

Del ayudador idóneo ¿Somos todos ayudadores? ¿Estamos en capacidad de ayudar? Cualidades del ayudador Autocuidado reflejo de una ayuda de sana

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Utilidad de la metodología de “La ayuda que ayuda Sirve a la Vida” Dentro de las entidades del Estado En la temática de la violencia intrafamiliar

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CAPITULO

10

Dentro de las instituciones educativas En relación con los padres de familia En relación con los docentes En las Organizaciones No Gubernamentales Profesiones de ayuda y de servicio

110 110 110 111 111

La ayuda que ayuda

113

CAPÍTULO

11

Decálogo 115 Reflexión Final

117

Epílogo 119 Bibliografía 123

Prólogo Segunda edición

La verdadera compasión es la suma del amor más la sabiduría, y el siguiente peldaño es la paz.

E

sto me viene de la agradable sensación que me inunda después de leer este texto que Usted está a punto de recorrer, amigo lector. Y si le seguimos, estoy seguro que juntos llegaremos al final de la lectura de esta obra, al puerto de la alegría, pues me consta que transitar este camino aquí planteado, genera un campo atractor fabuloso. La bien tejida trenza que las autoras van creando desde sus reflexiones, experiencias y marcos de referencia develan el perfil del ayudador que con toda voluntad se dispone al recibir a otro que solicita ser escuchado, atendido, acompañado, mirado, tocado con cada palabra, con cada asentimiento, con cada intervención, para aliviar las penas de su corazón, su mente y su Ser. Penas expresadas en la narrativa de su cuerpo, de sus palabras, de sus silencios, de la latencia de sus respuestas. Penas que no se van al vacío, porque su ayudador-contenedor las recibe a través de su mirada, de sus oídos y también desde su Ser. El diálogo terapéutico va más allá de las palabras. La comunicación terapeuta-consultante es, por mucho, a nivel inconsciente. Así, que el terapeuta es, él mismo, el instrumento por excelencia de la ayuda que ayuda, afirmación base para este viaje que las Doctoras Marianela Vallejo Valen-

14 w La ayuda que ayuda sirve a la vida

cia y Rosa Elena Cárdenas Roa han emprendido y con gran éxito, pues estamos ya ante la segunda edición y, como todo lo que esta ceñido a la verdad, va resonando con un creciente nivel de consciencia. Este constructo que se devela en las siguientes páginas, es una muestra de ello. Ayudamos desde el rol que habitamos, nos afirman, y eso va mucho más allá que ayudar desde los marcos de referencia teóricos. Por ello, nos van evidenciando paso a paso a través de las sucesivas estaciones, el cuerpo psicológico del ayudador desde los lentes del Triángulo Dramático-Creativo de Stephen Karpman, develando el impasse de cada posición sacrificante, estéril y doliente hacia las posiciones de empoderamiento, responsabilidad y conexión. Luego nos muestran los principios rectores que el gran filósofo y terapeuta visionario y de vanguardia Bert Hellinger encontró, describió, sistematizó y tituló “Los Órdenes del Amor”: Inclusión, Orden y Compensación. Y como esos principios van entretejiéndose para hacer visible esa gran red que a todos nos conecta. Principios mayúsculos y dinámicos para sanar, desarrollar y estructurar en la persona del ayudador, de tal manera que él se convierta en el faro para guiar al consultante a hacer lo mismo y honrar lo encontrado. En el inter de ambas perspectivas, las autoras continúan tejiendo y mostrando las bases de Los Ordenes de la Ayuda y las máximas a considerar, si o sí, para que la ayuda sea eficaz, constructiva, amorosa, equilibrada, humilde, responsable, empática, trascendente, inclusiva y honesta. De seguirlos, soy testigo de ello, permiten que quien recibe la ayuda llegue a niveles profundos de transformación para el crecimiento desde su total integridad, respetando su Ser, sanando las heridas del camino, ampliando su mirada y honrando su buen destino. En todo el recorrido de los capítulos, hay indicaciones de cuáles son los límites del profesional de la ayuda, ya que la contención personal y el autocuidado son aspectos fundamentales si, realmente, queremos ponernos al servicio del crecimiento y desarrollo de quien nos lo solicite. Y, como estos principios son rectores al servicio del bienestar, todos son auto aplicables o, por lo menos, de auto observancia.

Prólogo 2da. edición w 15

Sin duda, este es un manual a seguir no solamente para el ejercicio psicoterapéutico, ya que sirve para todos los que estamos presentes en el camino de la vida. Por ello, las autoras han entendido que, lo que en la primera entrega era una reflexión profunda al servicio de la paz, dotando de estos principios a quienes se dedican a la ayuda profesional, bastaba con elevar solo un poco más su mirada para darse cuenta que lo que nos habían puesto en la mesa era aplicable para la VIDA MISMA. Todos nosotros podemos poner a prueba en nuestra vida diaria los principios aquí desarrollados, con la familia, la pareja, las amistades, los compañeros de trabajo, las autoridades, los empleados y la comunidad, entre otros espacios. Tal vez solo tendrán que hacer algunas pequeñas variantes en su aplicación. ¡¡Así que adelante… a descubrirlo!!

Marco Antonio Rivera. Psicólogo clínico. Hipnoterapeuta Terapeuta en Contención. Constelador Familiar Especialista en Neopsicología Sistémica: Constelaciones y Psicoterapia [email protected] México

Prólogo Primera edición

E

ste libro nace en un momento coyuntural para Colombia, cuando después de sesenta años de conflicto armado se pone fin al fuego bilateral y se abre la gran compuerta de la construcción de un proceso de paz, que inicia en nuestro ámbito familiar para irradiarse a las escuelas, colegios y universidades generando la cultura educativa que se requiere para forjar un futuro social, político y económico basado en la ayuda que ayuda. Por ello, con admiración y respeto presento el libro de las doctoras Marianela Vallejo Valencia y Rosa Elena Cárdenas Roa, quienes con su experiencia profesional y de vida han ahondado en un tema de tanta trascendencia y relevancia personal, social y política. Las autoras nos invitan, a través de sus líneas, a descubrir el tema desde dos miradas: los Órdenes del Amor y los Órdenes de la Ayuda, como los plantea el gran filósofo, pedagogo, psicoterapeuta y pensador alemán, Bert Hellinger; y, la herida básica, huella sagrada o dolor original ineludible en los seres humanos propuestos por Tim Kelley y Carole Kammen, así como los estudios de Paloma Cabadas, desarrollados por Stephen Karpman en el triángulo dramático, determinantes de los juegos psicológicos de Eric Berne, que empañan nuestra visión a la hora de ayudar. Con lucidez diáfana, conoceremos y comprenderemos los Órdenes del Amor de Bert Hellinger. Cada párrafo nos llevará, como bien lo expresan las autoras, a analizar nuestras propias estructuras vinculares:

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la pertenencia que nos hará comprender el arraigo, la solidaridad, el respeto y la honra de cada uno de los sistemas iniciando por el familiar, seguidos por el escolar, laboral y social; la jerarquía que nos permite ver la organización de dichos vínculos y, la compensación y su trascendencia en el día a día. Esta obra, sería vana sin el planteamiento de los Órdenes de la Ayuda, los cuales se convierten, a mi manera de ver, en las herramientas básicas y caminos incuestionables para que el lector profesional, el servidor público, el trabajador, quienes están en casa y a todos en general, implementen los procesos de la ayuda que ayuda para construir la paz, tanto en sus hogares, como en los diferentes ámbitos en que sus vidas se desenvuelven. A través de la lectura descubriremos no solo el ¿qué?, sino el ¿cómo?, para alcanzar el equilibrio, ocupar nuestro lugar y la humildad que se requiere para pedir y dar ayuda. Al mismo tiempo nos plantea el reto de trascender las limitaciones inconscientes. Para “ayudar a ayudar” es preciso liberarnos de las ataduras que nos atraviesan. Al lograr nuestra liberación podremos facilitar la expansión del ser, hacer y tener de otros, desarrollando potencialidades, autonomía y responsabilidad en quienes solicitan ayuda, es decir, apoyarlos en transformar el triángulo dramático en triángulo creativo, en tal forma que se propicia convertir al perseguidor en un ser empático y confiado; al salvador en un ser con poder personal, siendo asertivo y creando límites sanos y a la víctima, en un individuo responsable con su proyecto de vida. El libro trasciende las buenas intenciones al concebir una metodología integradora de los conceptos y planteamientos de los autores citados, en especial de Bert Hellinger sobre los Órdenes del Amor y de la Ayuda, partiendo de la premisa de que el equilibrio entre el dar y recibir se convierte en el regulador fundamental de los procesos de ayuda. A esto se aúna la importancia de reconocer en el ayudado sus potencialidades, capacidades y recursos para que pueda desplazarse del triángulo dramático al triángulo creativo, en forma tal, que se permita enfrentar y construir con solvencia y creatividad su propio sendero. Para lograr lo anterior las autoras, despliegan, entre otros, tres fundamentos de la verdadera ayuda, al señalar que esta implica: Contener, es

Prólogo 1a edición w 19

decir, sentirse comprendido e incluido. Servir desde el estado de Presencia, confiando en las fortalezas y valores de quien es susceptible de ayuda. Acompañar con nuestros cinco sentidos, en sintonía con el otro, teniendo en cuenta su historia personal, capacidades y sistemas en los que se desempeña o a los que pertenece. Nos presentan, además, de manera magistral y sencilla los planteamientos del psicoanalista húngaro Lipot Szondi, para asentir al destino y, de esta manera poder forjar nuestro futuro desde la orilla de la consciencia. Por este sendero nos conducen hacia la plenitud de la vida, rastreando mensajes e historias familiares, mirando la otredad desde su verdadera dimensión y convirtiendo la ayuda en un intercambio equivalente, con empatía y, transitando por caminos de empoderamiento, partiendo de las posibilidades y fortalezas de quien es sujeto de ayuda. La vía propuesta nos aleja de la limitación, la sobreprotección y, tal vez, lo más importante nos señala como brindar la ayuda desde la posición de quien la solicita reconociéndolo como adulto y, no desde la visión limitada y carencias de quien la brinda. Las autoras concluyen el compendio, con una pregunta magistral: ¿Habrá luz que alumbre este sendero y nos conduzca hasta dónde queremos llegar? La respuesta es acertada, esperanzadora y objetiva. Por ello, apreciados lectores los invito a que se dejen llevar por la pluma magistral de las doctoras Vallejo Valencia y Cárdenas Roa, porque estoy segura que al final encontraremos no solo respuestas, sino elementos y herramientas que nos permitirán llevar a la acción la verdadera ayuda que ayuda en todos los ámbitos de nuestras vidas. Este ejemplar es una verdadera joya para nuestra vida. Gloria A. Valenzuela Becerra Ph.D en Educación con énfasis en Mediación Pedagógica Bogotá, junio de 2016

Para comenzar Nacimos para ayudar expandiendo el ser, el hacer y el tener.

L

a vida en la actualidad nos está dando la mayor lección como seres humanos: todos somos uno, y si queremos permanecer en este maravilloso planeta tierra tenemos que cuidarnos entre sí, ayudarnos unos a otros, sin importar la nacionalidad, la religión, la economía, la raza. Así con este libro que conjuga dos miradas complementarias brindamos un nuevo abordaje al quehacer de las personas cuya misión de vida es ayudar y a todos como sociedad, cuando las circunstancias del discurrir vital nos colocan en situaciones especiales en las que necesitamos ayudar o debemos brindar ayuda. Nuestra experiencia y vivencia nos hizo ver que, en general, en nuestro medio circula poca formación e información respecto de lo que es ayudar y lo que ello implica; de manera habitual, cuando de ayudar se trata, actuamos de buena voluntad tratando de hacer lo mejor posible. Sin embargo, esa ayuda, en muchas ocasiones, es poco eficaz para lograr que las personas puedan restablecer su bienestar y asumir la responsabilidad de sus circunstancias de vida. Por ello, nos comprometimos en la búsqueda e integración de las más novedosas herramientas y estrategias de intervención para conocer los supuestos básicos de la ayuda y aprender sobre los parámetros bajo los cuales nos es posible brindarla.

22 w La ayuda que ayuda sirve a la vida

Así las cosas, partimos de los conceptos de Bert Hellinger respecto de los órdenes del amor y de la ayuda, al verlos como los cimientos esenciales en la conformación de los vínculos. Estos planteamientos forjan el compromiso y la necesidad de ayudar en los seres humanos y, de acuerdo a cómo los integremos en nuestras vidas, la ayuda fortalecerá o debilitará al ayudado. Los Órdenes del Amor con sus tres principios esenciales de pertenencia, respeto por el orden jerárquico y compensación o equilibrio entre el tomar, dar y recibir, son los hilos que conforman la red cuyo entramado perfecto nos provee de solvencia, fuerza y claridad para saber si estamos en capacidad de ayudar y si nos está permitido brindarla. Los Órdenes de la Ayuda nos guían paso a paso, como un tren que va de estación en estación hasta el destino final, acerca del camino que debemos recorrer y observar para que la ayuda tenga peso, sea acertada, útil y, realmente, esté al servicio de la vida, al servicio de la paz. Mencionamos, en primer lugar, los órdenes del amor y de la ayuda, porque ellos fueron y son nuestro motor de vida, hacen parte de nuestro quehacer profesional en el día a día y conocemos, desde su aplicación y vivencia, la contundencia en la reparación y la sanación pronta, rápida y eficaz de los destinos difíciles. Por esto, pensamos en estos órdenes como claves para descubrir, explorar y reconocer la herida básica inherente a todos los seres humanos. Dicha herida se expresa en el triángulo dramático, los traumas nucleares y los mensajes de infancia, que determinan los juegos psicológicos, y que con un trabajo serio y consciente podemos transformar en el triángulo creativo. Para ilustrar a los lectores expondremos lo planteado por Stephen Karpman en su triángulo dramático, respecto de la conjugación manifiesta de las diferentes posiciones de víctima, victimario y salvador, que los seres humanos asumimos a lo largo de nuestras vidas y que son dinámicas, en tanto rotan de lugar, y funcionan como defensas estructurantes de la personalidad en conexión con la herida básica. Los planteamientos de Paloma Cabadas relacionados con los traumas nucleares, en tanto que son resolutivos de las experiencias primarias del sentirse abandonado, rechazado o intolerante hacia la autoridad, ligados

Para comenzar w 23

con el triángulo dramático. Así mismo, nos referiremos a los estudios de Tim Kelley y Carole Kammen, respecto del dolor primario o herida sagrada, por su trascendencia en nuestras vidas, especialmente, cuando no nos hacemos conscientes de su existencia. Tomamos de Eric Berne, sus mensajes de infancia, determinantes de los juegos psicológicos como formas de evasión específicas en las relaciones para impedir los encuentros cercanos y conjurar la intimidad. Los planteamientos de Berne rastrean las historias familiares en tanto mensajes recibidos, tales como: no sientas, no vivas o complace por encima de todo; estos se convierten en sustratos motivadores de las tres posiciones del triángulo de Karpman. También, por la trascendencia de su trabajo del inconsciente genético familiar, introducimos el estudio de Lipot Szondi, quien desarrolló el concepto de destino como las huellas que portamos de nuestros antepasados y que, inconscientemente, afloran en nuestro quehacer, especialmente, cuando desconocemos nuestra herida básica y nos quedamos inmersos en los juegos psicológicos al actuar desde las posiciones del triángulo dramático. Al hacer está revisión, nos propusimos consolidar una metodología para lograr una ayuda con impacto social, real y posible de brindar desde el lugar que cada quien ocupa. En este intercambio plasmamos reflexiones, objetivos y propósitos para unificar criterios en torno a una ayuda eficaz; por eso, este libro lo hemos titulado: La ayuda que ayuda, sirve a la vida, en tanto que la vida es el bien más preciado de la humanidad y, cuando se recibe un apoyo adecuado en circunstancias difíciles, además de bienestar, se genera luz en el ambiente ideal para vivir con plenitud. En este sentido, La ayuda que ayuda permite una experiencia innovadora, transformadora, reconciliadora y constructora de vida. Esta metodología nos lleva a tomar conciencia de cómo ayudamos y, hoy, queremos entregártela para enriquecer tu mirada, ampliarla, y acompañarte en el desarrollo de habilidades específicas, que te permitan ayudar con la certeza de que tu esfuerzo y tu deseo profundo de acompañar al otro en su crecimiento puedan llegar, realmente, a tocar tu corazón y puedas construir un intercambio fructífero para ti y para los otros.

24 w La ayuda que ayuda sirve a la vida

El libro que tienes en tus manos es una suma de comprensiones y de vivencias, no solamente extraídas de lo teórico, sino, fundamentalmente, de la experiencia como ayudadoras y como acompañantes en procesos de crecimiento humano. En este momento que atraviesa nuestro planeta y el mundo queremos volcar en estas páginas el camino que hemos encontrado novedoso, práctico y eficaz para acompañar a quien necesita ayuda y que, en el fondo del corazón, todos anhelamos brindar. Es el camino para acceder a una vida interna que irradie a nuestra familia, nuestra comunidad, nuestras instituciones, nuestro país y el mundo entero el mayor bienestar integral posible.

1 ¿Por qué este libro? La Ayuda que Ayuda es ciencia que se aprende y arte que se afina.

¿Por qué un libro para ayudar?

A

ntes de comenzar a escribir, nos preguntamos: ¿por qué un libro para ayudar?, ¿la ayuda es natural a nuestra esencia humana?, ¿la ayuda es algo que se da en cada minuto de nuestra existencia?, ¿la ayuda es algo que, permanentemente, estamos brindando y quizás también, permanentemente, estamos necesitando? Después de idas y venidas, al pensar sobre qué es ayudar y después de conclusiones que se nos brindaron en un trabajo teórico-vivencial con personas dedicadas a ayudar, observamos que ayudar es un quehacer que requiere destrezas factibles de cultivarse; ayudar es un saber mirar al otro en su verdadera dimensión, quizás más allá de lo humano, con todas las partes que lo componen, aún aquellas que, por diversas circunstancias, no haya podido manifestar. Finalmente, ayudar es un arte que, felizmente, se puede aprender, para lograr desarrollar las habilidades especiales que permitan establecer un vínculo sano en el proceso de ayuda. La ayuda se brinda y, fundamentalmente, se recibe. En este sentido, la ayuda genera unos interrogantes esenciales: ¿desde dónde queremos

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ayudar al otro?, ¿cómo vemos a quien ayudamos?, ¿qué destrezas desarrollamos para ayudar?, ¿qué recorrido evolutivo tenemos en nuestra personalidad?, ¿qué metas o qué peldaños en nuestro propio desarrollo hemos alcanzado? ¿Cuál es el contexto y la historia personal de aquel a quien se está brindando la ayuda? Las respuestas, entretejidas, a todas estas preguntas son esenciales para una ayuda que ayuda. Ayudar hace parte de nuestra vida profesional. Así una de nosotras comparte su vivencia: “Hace unos años cuando me enfrenté a elegir el quehacer profesional, ese que creía mi camino para que respondiera a la misión que vibraba en mí, lo encontré en la terapéutica. Ese quehacer, que desde hace tantos años me acompaña estaba en el fondo relacionado en cómo ayudar a otros”.

Tal vez tú también, amigo lector, tienes este libro en tus manos pensando en: ¿cómo encontrar un camino para ayudar a otros? Al respecto, una de nosotras, te puede decir: “Esa fue mi motivación consciente cuando busqué mi profesión y mi quehacer. Con el correr del tiempo muchos caminos fui conociendo, muchas metodologías fui incorporando y, en medio de toda esa riqueza de horizontes, descubrí que la ayuda primera, aquella que era básica y prerrequisito para cualquier otra, era la que yo necesitaba para conocer acerca de mí misma: mis sombras, mis bloqueos, mi historia, mis ancestros; solamente al encontrar una salida a estas vivencias, a estas condiciones personales de las cuales no tenía registro, podría afinar mi instrumento personal para brindar una ayuda que realmente ayudara”.

El sendero que hemos transitado y que, probablemente, es el que también han recorrido ustedes con diversos faros y estaciones, contiene, amigos lectores, una pregunta de fondo: ¿cómo ayudar para que esta ayuda pueda ser útil, efectiva y pertinente?, ¿cómo elegir la vía que conduzca a una ayuda compasiva y cómo lograr ver al otro en su realidad? Y, ¿cómo comprender y ver que hay un camino que no ayuda? Quizás, la primera respuesta está esbozada en líneas anteriores y tiene que ver con que lo imprescindible de La Ayuda que Ayuda radica en la

¿Por qué este libro? w 27

necesidad de plantearla desde la claridad de ver al otro en su justa dimensión, en su condición real, en su contexto particular, en sus características y diferencias con nosotros. Allá llegamos luego de bucear en nuestro mundo interno y poner en orden aquellas cosas que, de una u otra manera, pueden bloquear nuestra plenitud, felicidad y salud. Entonces, podemos concluir que la ayuda que no ayuda es aquella que centra la mirada en sí mismo antes de ver al otro. Cuando la motivación de ayudar está enfocada en uno mismo, así sea de manera inconsciente, se ayuda al otro desde la aparente intención de acompañarlo, por no tener limpio el propio espejo interior. Nos proyectamos en el otro y lo que vemos son nuestras partes oscuras que deseamos sanar en el proceso de acompañar al otro. ¿Por qué un libro para ayudar? Cuando nos formulamos esta pregunta, una de nosotras decidió compartir la siguiente vivencia: “No pude evitar remontarme a la época en la que mi trabajo me puso frente a personas que estaban siendo vulneradas o tenían una vivencia muy fuerte y yo no tenía ninguna herramienta para ayudarlas. Simplemente, de una parte, atenderlas era mi labor, es decir, la función que tenía que desarrollar; de otra parte, sentía el impacto al ver el dolor de las personas y una responsabilidad muy grande al creer que yo tenía la obligación, el deber de ayudarlas, cuando, en verdad, no tenía ni conocía ninguna herramienta para hacerlo, era como una experiencia de ´ensayo y error´. Solo tenía mi propia vivencia para hacer algo, así que cuando lograba que la persona pudiera salir un poco más tranquila, con una sonrisa o con una esperanza, me sentía muy bien. Pero, también, muchísimas veces, me encontré con que la persona me demandaba más y más cosas, que lo que me pedía no estaba en mis manos; entonces, me sentía realmente desbordada y, desde ahí, me preguntaba: ¿será que lo estoy haciendo bien?, ¿será que estoy haciendo daño o haciéndolo mal?, ¿será que existe alguna metodología o alguna manera para llevar a cabo este trabajo?

28 w La ayuda que ayuda sirve a la vida

Sencillamente la vida me había colocado en ese lugar y desde mi ignorancia, pero también desde mi profundo deseo de servir, de ayudar, de crecer como persona, yo hacía lo mejor que podía. Por eso, cuando encontré innovadoras metodologías como constelaciones familiares y los órdenes de la ayuda, comencé a pensar que era preciso explorar y determinar hasta dónde iba mi responsabilidad y en dónde empezaba la responsabilidad del otro. Esta experiencia me llenó de esperanza, entonces me dije: he trabajado toda mi vida en relación con ayudar, sin saber realmente ayudar y ahora veo como existen metodologías con diversidad de herramientas, que, si las aprendo, me ponen en un camino en donde la ayuda que quiero brindar, realmente, la puedo brindar, no solamente con amor y cariño, sino con eficacia y respeto por el otro, en forma tal que le permita salir del lugar donde ésta”.

Estas vivencias nos condujeron a diseñar una estrategia que contuviera una serie de valiosas herramientas para aquellas personas a quienes la vida, desde su trabajo y la cotidianidad, las coloca frente a otra persona vulnerada y a quienes les corresponde o desean realizar alguna acción para ayudar. Por su sencillez y claridad esta metodología es válida para todos los seres humanos en la vida diaria, por cuanto, de una u otra manera, desarrollamos actividades y hacemos cosas por los demás: la vida nos enseña que a veces nosotros necesitamos ayuda y a veces otros necesitan la nuestra. Por esto, regocijadas por terminar esta tarea de unificar planteamientos, herramientas y metodologías para aprender a ayudar en forma efectiva, estamos seguras de que este libro de La Ayuda que Ayuda Sirve a la Vida será una fortaleza y una guía para quienes quieren ayudar en forma real.

Lo que hay, lo que vemos Al mirar a nuestro alrededor podemos observar cómo las personas creen, equivocadamente, que La Ayuda que Ayuda es aquella en la que nuestras acciones permiten que la persona salga satisfecha; que La Ayuda

¿Por qué este libro? w 29

que Ayuda es aquella en la que la persona obtiene de nosotros aquello que necesita; que La Ayuda que Ayuda es la ayuda en la que esa persona se restablece completamente. Pensamos, también, que la ayuda es responsabilidad del ayudador, que éste tiene la obligación de satisfacer las necesidades del ayudado, en tanto que esta persona confía en él, al poner en sus manos aquello que la aqueja. Sin embargo, con el correr del tiempo y con la sensación de impotencia de los ayudadores, vemos con claridad que lo anterior no es cierto. No es posible reparar, ni llenar los vacíos o hacernos cargo de los asuntos de otros. Si lo hiciéramos terminaríamos haciéndonos uno más con ellos, victimizando a quien se ayuda y tornándonos en víctimas. En lugar de tener una víctima en el escenario aparecerían dos víctimas. Entonces, es importante reconocer que, si bien la persona está en una dificultad y que, seguramente, contamos con recursos para apoyarla a salir de esa situación, solamente nos corresponde tenderle la mano y brindarle una ayuda para que haga algo bueno con ella y con sus recursos se responsabilice de su vida. Esta nueva postura nos libera de la carga del otro, nos permite hacernos responsables únicamente de lo nuestro y busca que el ayudado se comprometa con lo suyo. Así, podemos verlo en su grandeza. Un caso que ilustra lo anterior: un padre de familia consultó por diversas y penosas circunstancias familiares. Era tal su abrumadora narrativa que se mostraba como un niño al que la vida le había quedado grande. Luego de escucharlo con atención, el terapeuta le preguntó: ¿cómo quieres que te trate: cómo un niño o cómo un hombre adulto? Esta pregunta marca la diferencia entre la ayuda que sobreprotege e impide el crecimiento al tratarlo como un infante y La Ayuda que Ayuda orientada a permitirle rescatar sus recursos, al verlo en su grandeza, como adulto. El telón de fondo que ilumina el camino hacia el despertar de los recursos de la persona que busca ayuda es, sin duda alguna, apoyarlo en el despliegue de acciones para que asumiendo la responsabilidad de su vida se empodere y encuentre por él mismo las soluciones y salidas al tema que lo ocupa.

30 w La ayuda que ayuda sirve a la vida

¿Cómo nace la ayuda? Te has hecho la pregunta: ¿qué recibí al nacer? Para estar aquí, en este momento, tú recibiste, a manos llenas y más allá de la vida, un acompañamiento permanente de tu madre, durante tu vida intrauterina, y de tu padre o de los adultos que la contuvieron a ella durante el embarazo y cuando naciste. ¿Has reflexionado sobre la ayuda que ellos te brindaron con los cuidados que tú necesitabas para que pudieras crecer, para que llegaras a culminar tu ciclo de gestación y lograras nacer? Ellos te lo entregaron todo, con generosidad y un dar ilimitado. De todo esto, quizás, no tomamos clara conciencia, pero así comienza nuestra vida: recibiendo infinita ayuda. Primero, porque nos dieron el maravilloso don de la vida con el relicario-cuerpo que la contiene; segundo, porque para que seamos lo que hoy somos nos cuidaron de tal manera que por sus esmeros es que estamos aquí y ahora, y, tercero, porque fue tu crecimiento y tu proceso de convertirte en un ser autónomo, el que fue limitando cuánta presencia de otros necesitabas, cuánta ayuda requerías. Cada vez que crecías esa presencia fue siendo menos necesaria en tanto tú desarrollabas algunas habilidades específicas que fueron creciendo con la edad.

El anhelo de ayudar Es necesario reflexionar sobre el deseo que tenemos de ayudar, ya que desde nuestra experiencia profesional descubrimos que la voluntad no basta para lograr una ayuda que ayude, por más que el corazón este comprometido en hacerlo. Por ejemplo, cómo cuando una pareja enamorada comienza a tener desencuentros y conflictos se da cuenta de que el amor que se tienen no es suficiente.

¿Nos permites acompañarte en este viaje? Queremos acompañarte, querido lector, en el camino que debemos recorrer para profundizar en nuestro ser, para descubrir las dinámicas que aún no conocemos y que, sin saberlo, pueden limitar la grandeza de nuestra vida y el bienestar, especialmente, cuando estamos comprometidos en ayudar, ya sea en nuestra cotidianidad o en el quehacer laboral.

¿Por qué este libro? w 31

Sabemos, también, que lo aquí planteado te servirá de estrategia para abrir puertas e implementar un autocuidado integral y reducir tus niveles de estrés cuando se presenten circunstancias difíciles.

¿Quieres que te acompañemos a ampliar la consciencia? Te guiamos para que revises si al forjar vínculos fructíferos se presentan alteraciones que afectan los sistemas a los que perteneces, tanto en lo personal, como en lo familiar, laboral o comunitario.

Para servir desde La ayuda que ayuda es necesario: Ampliar la conciencia y tener claridad respecto de la pertenencia a los sistemas en los que te desempeñas, respetar el orden de los lugares y la compensación o equilibrio entre el dar y el recibir, reguladores de los encuentros entre los seres humanos, es decir, “la vincularidad”. De esta manera, se te facilitará reconocer la forma como te relacionas. Mirar cuánto de la actitud de ayuda y de servicio pueden estar contaminadas, en algún ámbito, por carencias personales que atrapan tu atención ignorando las necesidades del otro. Descubrir la herida básica presente en cada uno de nosotros cuando te relacionas con las personas a quienes tú vas a ayudar. Ampliar tu capacidad de empatía, de auto responsabilidad y la conciencia de tu propio poder personal. Incorporar caminos de una ayuda sana, desde la cual puedas acompañar, auto-responsabilizar y empoderar a quienes ayudas, porque tú ya tienes ese trabajo realizado.

2 Una mirada sobre la ayuda que ayuda La ayuda que ayuda siembra y cosecha frutos de paz y bienestar.

A

similar “La Ayuda que Ayuda” conduce a ver la ayuda limitante para transformarla en la que realmente ayuda y valida al otro para llegar a “ser”. La ayuda que limita, aún en niveles sutiles, niega el derecho del otro y anula sus necesidades, puesto que se ven desde el lente personal de quien ayuda, sin captar la verdadera realidad de quien espera ser ayudado.

¿Qué es ayudar? La Ayuda que Ayuda consiste en acompañar en forma tal que quien es ayudado pueda afrontar su vida y su destino por duros que sean. Prerrequisito para esto es ver a ese ser humano en la grandeza de la cual es portador, porque la lleva consigo; respetar el destino que tiene que asumir y comprender que por severo que parezca, en algún ámbito, es el que necesita enfrentar según el aprendizaje de su discurrir vital o según el nivel de conciencia alcanzado.

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Podemos decir, entonces, que ayudar es un proceso de acompañamiento, de auto-responsabilidad y de auto-empoderamiento, que permite aflorar lo mejor de sí mismo y de quien recibe la ayuda.

Particularidades de La Ayuda que Ayuda Para ayudar es preciso entrar en sintonía con el otro, su destino, su historia, su sistema, sus capacidades y su alma para que pueda crecer y descubrir lo mejor de sí. Esto nos lleva a varias reflexiones en relación con las características particulares de La Ayuda que Ayuda: ayudar significa, entonces, contener, servir desde un estado de presencia y acompañar. Veremos más ampliamente estos significados.

Ayudar es contener Aquí contener significa sentirse comprendido, abrazado, incluido, cuidado, protegido, es decir, a salvo; es sentirse aceptado tal cual se es, sin juicios, ni prejuicios, que, desde luego, sesgan la percepción. Sentirse contenido cuando se recibe ayuda remite a la primera experiencia de vida. Permite vivenciar, a quien protege, de manera incondicional la propia valía de quien es ayudado. En su sentido más profundo, el aceptar ser ayudado exige confianza en quien ayuda. Así, se puede permitir recibir la ayuda, como paso precedente al tomar, es decir, a hacer propio aquello que se le ha dado. Cuando de ayudar se trata, este hecho, en más de una ocasión, se pasa por alto. No en vano, tantas veces escuchamos que es más fácil dar que recibir. Abrirse a recibir lo que el otro tiene para dar, sólo es posible desde una actitud de confianza que acceda a sentirse contenido, es decir, a salvo, protegido, más no sobreprotegido, ni invalidado. Recibir implica darse cuenta de la necesidad propia, además, se requiere humildad para poder pedir ayuda. Ser humilde es permitirnos reconocer que el otro tiene algo con lo cual podríamos solucionar nuestra urgencia, más allá de poder expresarle nuestra necesidad.

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Ayudar es servir desde un estado de presencia Ayudar por ayudar no es ayudar. Cuando la ayuda se da por conveniencia o por obligación no tiene fuerza y, por tanto, se pierde. Lo único a lograr, en esta dirección, es la ingratitud y la dependencia. Para ayudar se requiere ese vínculo energético creado al estar presente, es decir, con los cinco sentidos y la total disponibilidad de escucha y atención para quien requiere nuestra ayuda. Así, esa persona se puede sentir vista, validada y valiosa, capaz de sacar lo mejor de sí para sobreponerse a las circunstancias que la tienen en dificultad. Al recibir la ayuda, desde un estado de presencia, quien la necesita puede recordar sus logros, sus fortalezas y los valores, que le han permitido sobreponerse en otras circunstancias de su vida. Por tanto, puede reconocer sus cualidades, posibles de potencializar para optimizar los recursos internos y externos para afrontar los retos que la vida le propone en ese momento. Solo desde el estado de presencia podemos percibir al otro en su verdadera realidad. Solo desde este estado percibimos lejos de juicios y de prejuicios. Solo desde allí podemos captar la verdadera necesidad del otro. Solo con la presencia que se ha cultivado con el correr de los días, podemos manifestar la verdadera esencia que habita en todos.

Ayudar es acompañar ¿Por qué la ayuda implica acompañar? Porque cuando estamos atravesando una circunstancia difícil o un evento frente al cual nos consideramos incapaces de resolver, sentirnos acompañados nos permite entrar en un estado de presencia que nos lleva a observar lo que nos aqueja en ese momento desde un lugar de poder. Requerimos de la compañía de otro porque el dolor en soledad es difícil verlo, enfrentarlo y, más aún, transitarlo; el dolor en compañía es posible afrontarlo para tramitarlo. En muchos contextos se prefiere hablar de acompañar como sinónimo o sustituto de ayudar, y se entiende esta diferencia al resaltar que quien tiene la responsabilidad de asumir una acción para salir del asunto en cuestión es quien tiene el problema, no quien acompaña y menos quien ayuda.

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En esta misma línea, se lee ayudar como sinónimo de responsabilizar a quien necesita la ayuda. Al ayudado es a quien le corresponde hacerse cargo del asunto que lo aqueja. Ayudar requiere de una actitud despierta, compasiva y pertinente toda vez que la esencia de la vida es la diferencia. La ayuda es impulso al crecimiento. En este libro la significamos de esta manera.

¿A quién ayudamos? Esta parece una pregunta necia, sin embargo, la consideramos vital; en especial, cuando, de manera coloquial, se responde: “a las víctimas”, sin tener presente la pesada carga que conlleva este rótulo para quien desea salir de las circunstancias difíciles vividas. Genéricamente, se conoce como “víctima” a una persona impotente, sin capacidad para defenderse o asumir lo que le ocurre y le corresponde. Planteamos que quién necesita ayuda es un ser humano común y corriente, que atraviesa una dificultad y requiere sentirse visto con buenos ojos para transformarla. Solo el amor real permite el cambio real, entendiendo el cambio como un proceso de desarrollo y crecimiento. Como ya lo mencionamos es preciso que la persona a más de tener conciencia de su necesidad tenga la capacidad de solicitar la ayuda, para lo cual requiere de una buena dosis de humildad que le permita abrirse al otro para solicitar su presencia y lograr expresarle sus difíciles circunstancias.

¿Desde dónde ayudamos cuando ayudamos? Querido lector, ¿desde dónde ayudas cuando ayudas? Tómate un momento para responder antes de seguir leyendo. En general, siempre se ayuda desde la propia vivencia, desde la propia carencia o desde los recursos disponibles. La ayuda se da desde nuestro propio ser, por tanto, desde lo que se percibe, lo que se siente y lo fácil o difícil que, desde nuestra creencia, representa dicha circunstancia; así que, si nuestra vivencia fue de carencia, cuando alguien dice, por ejemplo, que no tiene con qué comer, se puede sentir de inmediato que tendríamos que brindarle algo para calmar su necesidad y las posibilidades para que

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no pase hambre, con lo cual se responde desde nuestros recuerdos, ante circunstancias que, salvando diferencias, fueron similares. En ocasiones, tampoco nos percatamos desde donde nos están pidiendo la ayuda, resaltamos que es diferente que un niño necesite ayuda a que sea una persona adulta, quien la necesite o la pida. Destacamos que en este libro solamente nos referimos a la ayuda que se le brinda a una persona mayor de edad. Para encontrar la respuesta a la pregunta: ¿desde dónde ayudamos?, conviene explorar si lo hacemos desde nuestras vivencias y carencias o como adultos que sabemos ocupar nuestro lugar. Esto lo podemos determinar si trabajamos nuestra herida básica y sus manifestaciones en el triángulo dramático y revisamos si estamos alineados con los órdenes del amor y de la ayuda. La vivencia de sentirnos el centro del universo obedece a que somos el referente de lo que vemos, de lo que sentimos, de lo que pensamos, de lo que entregamos, lo que hicimos y, por tanto, de cómo ayudamos. Somos el instrumento por excelencia a través del cual brindamos la ayuda. La posibilidad de conocernos en profundidad, de saber qué contienen los archivos de nuestra alma, dónde hemos guardado nuestras satisfacciones, dolores, emociones, carencias o lo que hemos tomado y quizás no queremos recordar, es esencial. Son esos cajoncitos y la pujanza que ellos tienen en nuestra alma los que manejan y determinan nuestra percepción, nuestro ser, nuestro quehacer y, desde luego, nuestra forma de ayudar. Entre más descubramos el contenido de esos archivos o cajoncitos, entre más hayamos trabajado para conocerlos, explorarlos, honrarlos y convertirlos en fuerza de vida, más libres estamos de creencias y carencias que matizan y limitan la percepción del mundo que habitamos. La limpieza de ellos, determina la mayor o menor capacidad para reconocer realmente la necesidad del otro y, en consecuencia, la mayor eficacia en el logro de ayudar. Ayudar devela el sentir de cuánto valemos, cuánto tenemos y cuánto podemos compartir y es, también, la manifestación de cómo experimentamos el mundo y a quienes nos rodean: si los creemos compañeros de camino compartimos el dar con mayor generosidad y tranquilidad; más, si hemos vivido experiencias dolorosas, difíciles y traumáticas muy pro-

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bablemente han generado una actitud de alerta, una conducta defensiva ante otros y, probablemente, brindamos la ayuda con recelo; dudamos de cuál será el destino que nuestra ayuda puede correr en el corazón del otro. La vivencia que tenemos de nosotros mismos y de los vínculos primarios con mamá y papá nos han llevado a construir la imagen de nosotros ante el mundo. Es una repetición caleidoscópica de lo guardado en nuestra alma y en nuestro inconsciente. Las situaciones aun no resultas con la autoridad, representada en papá y mamá, habitualmente nos conducen a sabotear el orden jerárquico y a no respetarlo, puesto que se desplaza el conflicto, con mayor fuerza si es inconsciente, sobre quien detenta la autoridad o regula el orden de un grupo o institución. Esto también determina nuestra ayuda. El bagaje de las vivencias uterinas, de la infancia y, también, de todo lo transpersonal que va más allá de lo transgeneracional, cual equipaje, determina la postura de nosotros ante la ayuda y matiza si es una ayuda para ganar reconocimientos; si es una ayuda para acompañar al otro en el proceso de descubrir las herramientas que impulsen su ser autónomo, o si es una ayuda para reforzar nuestro ego o nuestra autovaloración.

Herencia y destino en Lipot Szondi Otro aspecto importante a tener en cuenta para determinar desde dónde ayudamos, nos lo muestra el psicoanalista húngaro Lipot Szondi, profesor de la doctora Marianela Vallejo Valencia en la Universidad de Lovaina, con sus planteamientos del inconsciente familiar. Szondi nació a principios del siglo pasado en Niyitra, Hungría, y falleció en Suiza, solía describirse como “el menos conocido entre los psicoanalistas más importantes y el más importante entre los menos conocidos”, y es, quizás, el primer psicoanalista que habló del “destino anankástico o atenazante”, marcado por las pulsiones; en oposición, al destino de libre albedrío marcado por la consciencia que libera. Fue pionero al descubrir el inconsciente genético familiar como genealogía. En la topografía del psiquismo humano, la genealogía está ubicada entre el inconsciente individual freudiano, que constituye la ontología, y el inconsciente colectivo descrito por Carl Gustav Jung, como arqueología del psiquismo humano.

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Lipot Szondi investigó cinco mil árboles genealógicos y, a partir de una observación aguda sobre escritores famosos como Balzac y Dostoievski, y del comportamiento de las parejas en relación con las historias de vida de sus antepasados, formuló y describió, con bastante exactitud, cinco formas de destino conformadas por las huellas que portamos de nuestros antepasados y que, de una u otra manera, pugnan por salir a través de manifestaciones en nuestros destinos. La descripción de estos cinco destinos cuya determinación y elección es inconsciente, los denominó tropismos, entendiendo por tropismo “la inclinación hacia”. Los clasificó de la siguiente manera:

Erotropismo, en virtud del cual elegimos la pareja. Libidotropismo, por el cual elegimos las amistades. Morbotropismo o elección de las enfermedades. Tanatropismo, en virtud del cual elegimos la forma de muerte, y Operotropismo, el destino relacionado con nuestro quehacer, que probablemente, en nuestro discurrir, es el que en estos momentos más nos ocupa y nos interesa. Aceptar los planteamientos de Lipot Szondi es entender que, inconscientemente, honramos la historia de nuestros antepasados a través de la forma de vida que llevamos, expresada en nuestro destino y, especialmente, desde el mencionado operotropismo, es decir, con nuestro quehacer. Por esto, al preguntarnos: ¿qué nos lleva a buscar ayuda?, encontramos que la respuesta evidencia la presencia de los anteriores descubrimientos. Es que ayudando en el presente a quienes hoy podemos ver cara a cara, inconscientemente, ayudamos a nuestros ancestros, aquellos a quienes, por algún motivo y desde nuestro quehacer, los reconocemos y honramos en el día a día. Esto implica una mirada que contempla nuestra humanidad y, en ella, a los asuntos pendientes transgeneracionales que hemos recibido a través de nuestros padres, abuelos, bisabuelos y muchas generaciones atrás. Desde dónde se ofrece la ayuda determina la motivación que buscamos en ella. No comprender el entretejido de estos elementos torna complejo el proceso de ayuda; por el contrario, comprenderlo, nos brinda una comprensión multigeneracional.

3 ¿En qué se cimienta la ayuda que ayuda? Ayudar se logra viendo al otro en su grandeza, desde un amor real. Cuando se trata de ayudar en forma efectiva es preciso ir más allá de las buenas intenciones, más allá de creer que lo mejor es lo que sentimos. Incluso, más allá de hacer lo que nosotros quisiéramos recibir, si estuviéramos en esas circunstancias. Desde ahí actuamos en forma ciega y sin ningún norte, ante todo, sin tener en cuenta las reales necesidades de quien requiere la ayuda. Actuamos desde un amor ciego, que no honra el amor despierto, no honra a quien se ayuda ni le permite forjar su espiral del crecimiento. Por todo lo anterior, a partir de nuestra experiencia nos lanzamos a la aventura de plasmar una metodología integradora, como camino a seguir para lograr La Ayuda que Ayuda.

¿La ayuda necesita fundamentos? Con certeza, nuestra respuesta es afirmativa: La Ayuda que Ayuda necesita fundamentos. No se trata, simplemente, de ayudar por ayudar o de hacer lo mejor que se pueda ante las dificultades de otra persona. Cuando ayudamos por ayudar, lo más probable es que salgamos no tan bien li-

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brados, ya sea porque nos atribuimos asuntos que no nos competen, cargándonos o lastimándonos o, incluso, porque podemos llegar a perder el vínculo con el ayudado por no satisfacer sus expectativas a causa de no ponerle límites y terminar viéndolo y tratándolo como un niño. Entre las fuentes que hemos explorado y a las cuales hemos recurrido para estudiar los procesos de ayuda, encontramos formulaciones como los planteamientos de Bert Hellinger en lo referente a ciertos órdenes que marcan un derrotero tanto acerca del amor como de la ayuda. Los Órdenes del Amor descubren los principios básicos del funcionamiento vincular: la pertenencia a la familia y, posteriormente, a los sistemas a los cuales nos integramos; el respeto por el orden de llegada, y la compensación que rige los encuentros humanos expresados en el equilibrio entre el dar y el recibir. Estos principios signan “la vincularidad”, develan si nuestra mirada está puesta en la vida o en la muerte y diseñan un destino difícil o uno fácil y dador de vida, como lo señala Bert Hellinger. Los Órdenes de la Ayuda, descritos, también, por Bert Hellinger, señalan el derrotero a seguir para brindar La Ayuda que Ayuda. Estos órdenes basados en Los Órdenes del Amor enfatizan, especialmente, el equilibrio entre el dar y el recibir, regulador fundamental de los procesos de ayuda. También miramos los planteamientos de Tim Kelley y Carole Kammen sobre el dolor original o huella sagrada que remiten a esa herida que por su carácter primario se denomina sagrada, en tanto que determina nuestro destino, es decir, las circunstancias vividas y las que nos esperan si no nos hacemos conscientes de ella. Los hechos que hemos atravesado están íntimamente relacionados con la misión de vida y el propósito de la misma y, desde luego, caracterizan una determinada y específica manera de enfocar la ayuda con miras a liberar la energía atrapada en la huella sagrada. De esta forma, el propósito de la vida se puede evidenciar más y más en nuestra cotidianidad. Igualmente, más que valiosos, son imprescindibles los descubrimientos de Paloma Cabadas sobre el trauma nuclear, al plantear la separación en el momento de la concepción del neonato y, posteriormente, su nacimiento como fuente innegable del dolor de separación, núcleo del aban-

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dono, del rechazo o del temor a la autoridad frente a los cuales el bebé estructura determinadas defensas, según el significado y las consecuencias de ese dolor primario o trauma nuclear. Si el bebé se siente abandonado y minusválido genera la máscara de la víctima para compensar lo que considera que no recibió. Si se siente rechazado neutraliza su soledad con la máscara del salvador para distraer sus sentimientos dando a otros lo que él hubiera querido recibir. Y si experimenta haber sido ofendido e incomprendido, se protege con la máscara del perseguidor o victimario para reparar el maltrato que recibió de niño. Las reacciones defensivas ante estas heridas primarias fueron sabiamente comprendidas por Eric Berne en el Análisis Transaccional y su planteamiento de los juegos psicológicos. Además, fueron exploradas y sistematizadas por Stephen Karpman, en lo que se conoce como defensas de víctima, salvador y victimario o perseguidor que conforman el llamado Triángulo Dramático. La predominancia o mayor tendencia de uno u otro determinan el estilo de quien ayuda. El trabajo para transmutar dicho triángulo en triángulo creativo permite el pasaje de una ayuda que no ayuda a “La ayuda que ayuda”.

¿Qué pretende la ayuda que ayuda? La ayuda que ayuda pretende servir, apoyando al ayudado a reconocer y hacer uso de sus habilidades y recursos para que pueda enfrentar las circunstancias que lo aquejan; procura buscar, encontrar y llevar a feliz término las actividades que sean necesarias para solucionar sus asuntos en forma tal que se sienta empoderado, responsable y libre para disfrutar de la vida con todo lo bueno y lo que considera no tan bueno. Es por esto que La ayuda que ayuda actúa desde un amor claro, despierto y comprensivo, al contrario de la ayuda que limita y actúa desde un amor ciego, que, sin ver al otro, solo pretende satisfacer sus propias necesidades. El amor ciego no ve la realidad del otro, sólo cree percibirlo y lo hace desde sus propias carencias. Es decir, solo se ve a sí mismo, no al otro. La ayuda que ayuda, la que sí ayuda, pretende acompañar al ayudado para:

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Generar confianza en sí mismo La confianza es la piedra angular para desempeñarnos con éxito y poder. Quien necesita ayuda puede obnubilarse ante las circunstancias que está viviendo. Rescatar esa fuerza de vida, impulsora del crecimiento y necesaria para salir del estado por el que atraviesa es el camino que el ayudador puede estimular e implementar.

Creer en las habilidades propias Todos en nuestro camino vital hemos desarrollado habilidades y talentos de acuerdo con nuestros intereses, nuestra personalidad, nuestro medio de vida y las circunstancias que nos rodean, como también, ante las exigencias de la vida. Estas habilidades quedan impregnadas en nosotros, así en estados de crisis no se perciban. De ahí la importancia de impulsar a quien necesita ayuda a revitalizarlas.

Desarrollar las potencialidades Más allá de habilidades y talentos, el ayudado, como todos los seres humanos, cuenta con enormes potencialidades que quizá aún ni ha vislumbrado. De ahí que, trabajar para que las reconozca y las ponga a su servicio es fundamental, de tal forma que cuente con mayor solvencia y capacidad para encarar las circunstancias de aprendizaje que la vida le ha puesto, con miras al crecimiento que le corresponde, al tiempo que logre cultivar y expandir su gratitud

Sentirse útil Nada más grato para una persona que sentirse útil. Sin embargo, quien se encuentra en un estado de necesidad pierde su sentido de servicio, dada la generalización e invasión energética que vive en ese momento. Al enfrascarse en sus propios problemas pierde de vista otros horizontes. Es función del ayudador apoyarlo para limitar las circunstancias que lo aquejan liberando, así, la energía que le permita ver, que incluso a pesar de sus dificultades sigue siendo útil.

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Generar autonomía Es de vital importancia velar para que el ayudado sea autónomo, reconozca que, en última instancia, salir avante de lo que le sucede depende de él y solo de él, que quienes están a su lado únicamente le pueden brindar apoyo o soporte para recuperarse de las circunstancias que lo aquejan.

Ser responsable y agradecido con su vida y lo recibido La responsabilidad y la gratitud como aglutinantes de los aspectos anteriores son imprescindibles impulsarlas en la persona que necesita la ayuda, sólo así podrá encontrar las soluciones a su problemática y tomar las acciones para lograrlo; de lo contrario, se volverá una carga para quien pretenda ayudarlo, ya que asumiría la actitud de un niño, no solo carente de la fuerza que se requiere para vivir como un adulto, sino ingrato en tanto se torna demandante cual infante carenciado.

4 El triángulo dramático expresión del dolor primario Abandono, traición y rechazo, tres facetas de un destino.

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odos los seres humanos, por el solo hecho de nacer, albergamos una huella llamada sagrada, que por resonancia con situaciones similares a las de esa herida básica, nos impide fluir de manera adecuada, libre, feliz y plena. Quizás, para muchos de nuestros lectores, esta afirmación es sorpresiva. Jamás se les ocurrió que esa marca primitiva e inconsciente condicionara la posibilidad de ser felices. Tal vez, les haya llamado la atención la plenitud y ternura que un bebé irradia, invitándonos a experimentar alegría, amor y confianza en una vida maravillosa para ese chiquillo y, también para nosotros, si retomamos el festejo que se despliega ante nuestros ojos por una nueva vida. Y luego, surge la pregunta: ¿qué es lo que nos pasa más adelante, cuando nos colocamos los lentes de lo insuficiente de nosotros mismos, de los hombres, de las mujeres? Como si de pronto nuestras vidas ya no fueran maravillosas ni aceptadas. Quizás, sin saberlo, estamos descubriendo como esos lentes son producto de aquella huella sagrada mencionada en líneas anteriores. Segura-

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mente a todos nos acompaña la herida básica, que brota desde el momento de la concepción o desde el momento del nacimiento y que, posteriormente, se refuerza con nuestro crecimiento y se exacerba ante determinadas circunstancias. Además de todas estas variables es difícil reconocerla por ser poderosamente inconsciente. Justamente porque escapa a nuestra consciencia no sabemos en qué momento se forjó en nosotros. Felizmente y para nuestro bienestar, estudiosos en esta materia nos brindan caminos de exploración y comprensión, que permiten nuevos discernimientos sobre este tema fundamental en la vida humana e influye en la forma en que nos aprestamos a brindar ayuda.

¿Qué podemos decir sobre la herida básica? La herida básica es ese dolor primario profundo que, desde una visión trascendente de la vida, puede surgir desde el momento de la concepción. Lectura que nos conecta con el origen divino del cual venimos, o también, con el dolor por la separación de la madre en el momento del nacimiento, desde una perspectiva que nos conecta con la separación del útero-paraíso, en donde todo lo teníamos y nada nos faltaba. Esta segunda mirada podría equivaler, y de hecho lo hace, a la situación de haber perdido la fuente nutricia original, la fuente divina.

Expresiones de la huella sagrada Esta herida básica la recreamos a lo largo de nuestra vida a partir de todas las separaciones, de todos los dolores. De acuerdo a como la incorporemos, asume los matices de sentirnos abandonados, traicionados o solos. El intento para defendernos y poder sobrevivir frente a esa situación de separación o herida básica toma varias características y expresiones especiales, así: La defensa para sobrevivir por habernos sentido abandonados genera una postura de víctima, en donde necesitamos que alguien venga a auxiliarnos, a cubrirnos ese abandono originario, a arrullarnos porque sentimos que solos no somos capaces de afrontar el dolor del abandono. Cuando está herida básica se lee desde haber sido traicionados, reaccionamos, probablemente, con la sensación de desconfianza, de no entre-

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ga y necesitamos controlar a través de conductas de sometimiento al otro, con fachada de victimario, de exigencia, de perpetrador y nos alejamos de la posibilidad de experimentar al otro desde una comunicación profunda que nos permita ser empáticos. Cuando la herida básica se percibe desde una situación de rechazo y de soledad comenzamos a generar defensas para no mostrar nuestra vulnerabilidad, para cubrir nuestro dolor y nuestros sentimientos de incompetencia a través de conductas de poder salvar al otro, de sentirnos necesitados por el otro. De esa forma intentamos tapar la soledad interior y la poca auto valoración que experimentamos y, de manera compensatoria, brindamos una ayuda salvadora que nos nutre con el reconocimiento externo porque carecemos internamente de él. Los matices a través de los cuales leemos esta herida básica, en función de las distintas experiencias que han rodeado nuestro nacimiento, los cuidados que nos fueron brindados y las circunstancias que nos acompañaron, determinan una u otra característica especial para sobrevivir. La dependencia por la necesidad de sentirnos protegidos, porque nos creemos incapaces de sobrevivir por nosotros mismos provoca que adoptemos conductas de víctima. La necesidad de ocultar nuestra vulnerabilidad por el temor enorme de volver a ser traicionados, propicia control y sometimiento al otro a través de conductas persecutorias. La posibilidad de encubrir el sentirnos rechazados y nuestra soledad como sensación de poca valía interior provoca sentirnos necesitados con una conducta de salvadores, con la cual no solamente nos mostramos a salvo de no necesitar nada, sino que, fundamentalmente, generamos un reconocimiento externo y una dependencia para llenar los vacíos de nuestra minusvalía. El eje fundamental de La Ayuda que Ayuda es el reconocimiento de la herida básica o el dolor primario innato del ser humano, porque gesta la defensa inconsciente para protegernos del dolor por la frustración ante la relación ilusoria que esperamos de unos padres ideales; ya sea porque realmente hubo maltrato o por la lectura egocéntrica que hacemos de niños acerca de los procesos naturales de la vida, como sería, por ejemplo, una hospitalización o el dejar los hijos para ir a trabajar o dejarlos en el jardín infantil.

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Triángulo Dramático Ante la herida básica se crean defensas para sobrevivir, expresadas a través de las máscaras o comportamientos que conforman los vértices del llamado triángulo dramático. Como lo hemos explicado la herida básica induce el rol asumido en los juegos psicológicos, que en el fondo generan distancia en las relaciones y una incapacidad para establecer intimidad. Se expresan desde una de las siguientes posiciones: víctima, perpetrador y salvador.

Sin saberlo estamos inmersos en el Triángulo drámatico Víctima



Salvador Victimario

Desde cada uno de esos roles se crean defensas para lograr sobrevivir ante el dolor profundo de la herida básica, así, las víctimas por temor al abandono se aferran a la dependencia; los perseguidores usan el control para defenderse del miedo a ser traicionados, y los salvadores sobreprotegen para defenderse del rechazo. Las víctimas se experimentan débiles e incapaces y dada su necesidad buscan al salvador. Dicen: “Pobrecito yo”. Los salvadores protegen y excusan a las víctimas, castigan a los victimarios y dan consejos que no son solicitados. Dicen: “Yo te protejo”. Los victimarios culpan, intimidan, etiquetan, descalifican, abusan del poder y amenazan. Dicen: “Tú eres culpable”. Estas tres instancias que conforman el triángulo dramático desde el cual adoptamos diferentes posiciones para relacionarnos con los demás y, desde luego, como posiciones rotativas, refuerzan, cada vez más, este

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triángulo conmovedor generando la tendencia a perpetuarse infinitamente. El vínculo que ofrecemos al ayudar también está cargado de estas tres características cuando vivimos aún presos de nuestra herida básica. Cuando no hemos podido profundizar en nuestra herida básica, ni conocerla, explorarla o transmutarla, brindamos la ayuda, desde: La actitud de víctima, cuando nos sentimos recargados, desbordados por nuestro trabajo o por quien pide la ayuda. Con una actitud persecutoria ante quien requiere de nuestra ayuda, porque sentimos que es excesiva su demanda o ya le hemos dado todo, entonces, la reacción lejos de ser compasiva, necesaria en el proceso de ayuda, es de impaciencia, intolerancia y censura. Como salvadores cuando a quien pide ayuda lo vemos como víctima y le brindamos apoyo con una actitud de sobreprotección, así, lo infantilizamos, llegando a darle mucho más de lo que necesita, en esta forma, cubrimos sus limitaciones con creces y generamos una dependencia extrema de parte nuestra para reforzar la necesidad interna de ser indispensables. En el fondo, esta intervención, no produce realmente un cambio en quien necesita la ayuda, el ayudador perpetúa el sentirse imprescindible para calmar su ansia de reconocimiento, por lo que está lejos de querer ayudar auténticamente. Reconocer el triángulo dramático permite darnos cuenta de cómo el sufrimiento se hace tácito en cada uno de nosotros. La introspección nos conduce hacia el camino del triángulo de la creatividad, de tal forma que, el perseguidor, al registrar su confianza en el otro, logra soltar el control y va hacia la empatía; la víctima, al rescatar su capacidad de realización, puede responsabilizarse de su vida, y el salvador, al reconocer su poder y su valor personal, experimenta la interconexión a la cual pertenecemos y se permite sentirse en comunión con el otro.

¿Qué papel desempeñan los juegos psicológicos? Las manifestaciones de la herida básica se dan a través de juegos psicológicos como una forma específica de vinculación, surgen del entramado de recursos y defensas para evitar relaciones profundas y encuentros íntimos, así:

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El perseguidor aprovecha las debilidades o equivocaciones de los demás para ocultar su vulnerabilidad, deseos, frustraciones y anhelos. Abusa de su poder con sentimientos hostiles y utiliza cualquier ocasión para soltar sus resentimientos. Proyecta en otros la rabia y la culpa contenidas en él. Desde la venganza y la soberbia provoca en los demás humillación y desde su necesidad de mostrarse fuerte, busca dominar y controlar. Esto lo hace en secreto, puesto que teme ser desenmascarado e inconscientemente cobra su dolor y lo sufrido en la infancia vengándose desde la víctima que un día fue. Desde su temor a la intimidad y a volver a ser traicionado no se permite relacionarse desde la compasión, el amor, y la paz. Responde al mandato de infancia: “No te acerques”, “No sientas”. La víctima no tiene confianza en sí misma, tiene miedo de existir por ella misma, de afirmarse, de fracasar, de ser abandonada. El inmenso vacío interior la lleva a sentirse incapaz de hacerse responsable de sus retos vitales y al anular su capacidad de generar recursos propios frente a lo que le aqueja, no toma decisiones, ni asume responsabilidades ni crece, dada su insaciabilidad se deja sobreproteger por el salvador. De cara al perseguidor se apoca, se auto compadece y busca salvadores que ataquen al perseguidor en su nombre. Lloros, incredulidad y rebelión son sus modos de expresión, en cuanto responde al mandato de infancia: “No vivas”. El salvador, mientras se ocupa de los otros, evita cuidar de sí y al no valorarse necesita reconocimiento de los demás en quienes busca aprobación, respeto y poder. Al conseguir reconocimiento y gratitud complace a los otros sometiéndose a su autoridad. Le cuesta establecer límites por temor a dañar. Se siente obligado a ayudar y, desde la culpa, da más de lo justo; desde el orgullo y la arrogancia, compensa sentimientos de inferioridad. Para existir como salvador necesita de una víctima a la cual salvar, así inconscientemente, no está interesado en ayudar, ya que sería el final de su rol. Sobreprotege y genera dependencia, puesto que responde al mandato de infancia: “Complace”. Termina como perseguidor de quien pretende salvar.

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ANTE LA HERIDA BÁSICA Desde cada rol se crean defensas para sobrevivir SALVADOR Protege y excusa a la víctima. Castiga al victimario. Da consejos que no son solicitados.

VICTIMARIO Culpa, intimida, etiqueta, descalifica, abusa de poder, amenaza.

VICTIMA “pobrecita yo” “débil e incapaz” busca al salvador.

Del niño en supervivencia al adulto dramático La herida básica se expresa a través de las conductas del llamado “niño en supervivencia” desplegadas, posteriormente, por “el adulto en supervivencia”. Cómo esta denominación se refiere a los roles del triángulo dramático, aquí lo llamamos: el Adulto Dramático y como la docente internacional Laura Rincón, representante mundial de Jirina Prekop, con sede en México, nos lo presentó tan didácticamente en uno de sus talleres, aquí lo transcribimos para ustedes. NIÑO EN SUPERVIVENCIA

ADULTO DRAMÁTICO

Se auto-compadece

Culpabiliza enviando mensajes TÚ

Se devalúa a sí y a los demás

Egocéntrico, narcisista

Rebelde, terco

Controlador, enjuiciador

Resignado y mentiroso

Crítico y racionalizador

Berrinchudo, desconfiado

Seudo-independiente

Se compara con otros

Se defiende ante el dolor

Anhela algo de manera continua

Peleonero, vengativo

Inconsolable

Quejumbroso

Hipersensible al dolor

Demandante

Defensivo, evasivo, avergonzado

Autoritario

5 Del triángulo dramático al triángulo creativo Lo creativo y el drama coexisten como las dos caras de una misma moneda.

L

os humanos somos seres sociales, nos necesitamos entre sí para vivir y nos relacionamos en formas complejas. Según el nivel de conciencia nos vinculamos de forma sana hacia el crecimiento y la evolución o de manera poco constructiva hacia el estancamiento y la involución.

¿Qué es el triángulo creativo? El triángulo creativo implica la realización del proceso de transformación de los roles limitantes del triángulo dramático hacia la elaboración de los mismos, la liberación de las restricciones y su cambio en cualidades que permiten la expansión del ser, del hacer y del tener. Puesto que ayudamos desde el rol que habitamos es preciso pasar del drama a la creatividad, evolucionar del triángulo dramático al triángulo creativo. Este último se conforma por la transformación del perseguidor en empático, de la víctima en responsable y del salvador en empoderamiento personal.

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Así, el salvador, al encontrar en su interior la fuente de poder, renuncia a la búsqueda externa de reconocimiento y entra a la arista del poder personal, con capacidad para ser asertivo y establecer límites sanos, en forma tal que puede decir: “Me valoro y reconozco”. El perseguidor transforma su agresividad en fuerza para crear, al descubrir que impera un poder superior que lo protege, pierde el temor a ser traicionado, se permite sentir con el otro y al experimentar empatía, puede decir: “Confío y puedo soltar el control”. La víctima descubre la fuente de amparo y protección en su interior y de ahí deriva su fuerza para tomar la vida. Descubre el goce de dar y recibir equitativamente y se hace responsable, así logra decir: “Puedo con mi vida”.

¿Cómo transformar lo dramático en creativo? Tramitar ese triángulo exige contactarnos con el núcleo de abandono para transformar la pasividad infantil de la víctima en responsabilidad de su propia vida; el control del perpetrador causado por el dolor de la traición, en el desarrollo de la empatía frente al otro. El rechazo del salvador con la consecuente búsqueda de reconocimiento externo, en la conquista de su valía y de su poder interior. Del DRAMA a la CREATIVIDAD Poder personal

Salvador

Responsabilidad

Víctima

Perseguidor

Empatía

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Responsabilidad, empatía y empoderamiento conforman el llamado triángulo creativo, desde el cual se puede brindar una ayuda saludable que impulsa al crecimiento, en lugar del estancamiento del triángulo dramático, limitante e infantil. En ocasiones, se realizan intervenciones de ayuda a partir de las injusticias vividas en la infancia y, por consiguiente, se pretende reparar, inconscientemente, el propio dolor a través del quehacer del ayudador, con lo cual se proyectan los propios sentimientos en quien solicita la ayuda. En otros momentos, se ayuda desde una igualdad simétrica, reflejo de una ayuda en un equilibrio de pares y no desde la obviedad de la jerarquía que el ayudador puede contener en esa circunstancia. Resaltamos que sólo desde la humildad se puede brindar La ayuda que ayuda, asintiendo a la historia y a las circunstancias tal como fueron y a los recursos con los que se cuenta tal como son.

Los órdenes del amor y los triángulos de Karpman Los regalos y los dones en la vida se pueden presentar con fachadas de obstáculos, como sucede en el triángulo dramático. Sin embargo, dichos impedimentos son gestores del triángulo creativo. Cuando nos hacemos conscientes de las dinámicas inconscientes, impulsoras de conductas repetitivas y sin aparente salida, podemos salir, cambiar la posición de víctima, perseguidor o salvador. Pues bien, la sensación de incapacidad frente a las situaciones que puede estar viviendo una persona necesitada de ayuda desde el rol de víctima, probablemente se relaciona con un lugar no claro o equívoco dentro de su sistema al no haber reconocido y honrado a todos aquellos a quienes ha correspondido incluir en su sistema. En consecuencia, se siente débil e incompleto, sin raíces profundas al contravenir el orden de pertenencia. Trabajar sistémicamente los tres órdenes del amor y la sensación de abandono primario permite un reordenamiento que impulsa la integración y la inclusión con la consecuencia de propiciar el advenimiento de su propio lugar. Desde allí, se puede responsabilizar de su vida para acceder, así, a uno de los vértices del llamado triángulo creativo y emprender la transformación de los aspectos que le corresponden.

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El rol de perseguidor tiene que ver con la alteración en el orden jerárquico deslizado hacia lugares ancestrales, probablemente desde un amor ciego, pretende apropiarse del lugar de un antecesor. El proceso sistémico brindado por los órdenes del amor y la revisión de conductas de control y defensivas de traiciones vividas para someter a otros, libera al perseguidor del profundo miedo por haber asumido un lugar que no le correspondía y por el control ejercido para poder sobrevivir. Esta nueva dinámica despliega tranquilidad ante los vínculos y propicia un encuentro empático con el otro. En el último matiz referido al salvador, se hace referencia a una alteración en el principio de compensación, con lo cual se experimenta la culpa que lo induce a dar más de lo justo para granjearse el lugar necesario para pertenecer, ser y hacer. Al explorar y honrar las sensaciones de rechazo y de soledad determinantes de esas dinámicas puede expresar su valía interna, sin necesidad de depender del reconocimiento externo. Desde el triángulo creativo circulamos por la empatía, el empoderamiento y la responsabilidad y, de esta manera, es posible emprender un proceso de ayuda que libere al otro de ataduras inconscientes para apoyarlo en el encuentro de su propia responsabilidad, valía y capacidad empática frente al otro. Para acceder al triángulo de la creatividad, el perseguidor trasforma su agresividad en fuerza para creer, experimenta un poder superior que lo protege y pierde el temor a ser traicionado, se permite, así, sentir con el otro y desarrollar empatía. La víctima descubre la fuente del amparo y la protección en su interior y, de ahí, deriva la fuerza para tomar la vida, expresar el goce de dar y recibir equitativamente y hacerse responsable. El salvador, al encontrar en su interior la fuente de poder, renuncia a la búsqueda externa de reconocimiento, entra al anhelado poder personal con capacidad para ser asertivo y establecer límites sanos.

Del adulto sabio germina el niño de luz y genuino En la familia, un adulto en supervivencia cría niños en supervivencia; mientras que los padres sabios generan niños de luz y genuinos. Así, propone Laura Rincón esta mirada:

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PADRES SABIOS

NIÑOS DE LUZ Y GENUINOS

Protectores

Llenos de amor

Escucha activa

Viven plenamente

Amorosos, sinceros

Abiertos y curiosos

Dispuestos a vincularse

Receptivos y alertas

Sociables, con humor

Dispuestos a aprender

Capaces de sentir dolor

Reconocen sus sentimientos

Justos en sus acciones

Auténticos

Libres en su voluntad

Sensibles

Fuertes y despiertos

Alegres

Guía y ejemplo

Veraces

6 Los órdenes del amor Inclusión, orden y equilibrio son los gestores del destino y de la felicidad.

¿Cómo surgen los Órdenes del Amor?

L

os llamados Órdenes del Amor de Bert Hellinger fueron encontrados, descritos y sistematizados por él como rectores del funcionamiento vincular armónico de las personas en todos los ámbitos y en todos los sistemas que conforman. Bert Hellinger, filósofo, pedagogo, teólogo, terapeuta y notable pensador de nuestro tiempo, nació en Alemania en 1925, falleció en su país natal el 19 de septiembre de 2019. Con la vitalidad que lo caracterizaba y la lucidez que lo acompañaba, hasta el final continuó entregándonos enseñanzas y hallazgos profundos en los procesos de comprensión de la existencia humana. Planteó los Órdenes del Amor, como determinantes de la urdimbre sobre la cual se desarrolla nuestra vida. Gracias a su fina observación y cualidades investigativas encontró y descubrió estos órdenes, es decir, que ni son su invento ni su creación. Agrupados como él nos los entregó, los Órdenes del Amor son los principios del funcionamiento armónico vincular, como elementos interrelacionados permanentemente entre sí, que marcan la calidad de nuestra vida.

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Bert Hellinger expresaba que cuando uno de estos órdenes se altera, los demás también se trastocan, pues se encuentran interrelacionados. Felizmente, por ser dinámicos e interactuantes, así mismo, cuando uno de ellos comienza a alinearse, los otros dos también lo hacen. La implementación de ellos conduce a la forma como abordamos la vida y la vivenciamos dentro de un destino fácil o difícil; de esta manera, avanzamos en la vida con una misión acorde con nuestro propósito o alejada de nuestra esencia. Los movimientos de la vida son generadores de más salud, más bienestar, más plenitud, más éxito y más logros o sus opuestos, hacia el camino de menos salud, menos felicidad, menos logros, menos fluidez. Como determinantes, los Órdenes del Amor marcan la pauta de la vida: si va en la vía de la expansión y la realización o en la vía de los bloqueos y los obstáculos por doquier. Si la vida va hacia más o hacia menos. Estarás preguntándote: ¿Existen sistemas que van hacia la expansión y otros que, por alteraciones, generan dificultades específicas? Exactamente, así como las personas enferman y necesitan revisar lo pendiente, lo que sucede y lo que se debe hacer para reorientar la vida hacia la salud, los sistemas también se enferman. En efecto, se enferman cuando los principios del funcionamiento vincular están en desorden; cuando hay exclusiones, de una u otra manera, se altera no solo la pertenencia, sino también el orden de origen o respeto por las jerarquías y los principios del dar y del recibir.

Los Órdenes del Amor y La ayuda que ayuda La ayuda que ayuda se sostiene en los Órdenes del Amor y la mejor manera de conocerlos y de dar cuenta de lo que son y de cómo integrarlos en nuestra vida está en los hilos que se entretejen para formar una red. Los Órdenes del Amor constituyen el entretejido que sostiene la red de La ayuda que ayuda. Podemos decir que existe una red invisible, como si fuera una atarraya que desde el fondo del mar estuviera conteniendo a todos los seres humanos y, a su vez, dentro de ella existieran redes determinadas, desde luego invisibles, para sostener cada sistema, incluso los más inmediatos que tenemos: nuestro cuerpo físico, nuestro cuerpo energético y el funcionamiento neuro-fisio-bio-

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lógico, que nos acompañan y que nos permiten estar en este trozo de existencia humana. A la vista, resaltan unas redes mayores de sostén de los sistemas familiares, laborales o comunitarios. Son sistemas en crecimiento, en donde cada uno contiene al siguiente, redes tejidas entre sí, en colores y texturas diferentes. Cuando esta red está completa se plasma el impulso de vida, de lo expansivo, de lo añorado, de más felicidad, más bienestar, mayores logros, más encuentros, más vínculos creativos y fructíferos, y todo esto atravesado por la única y real fuerza de la vida presente en todos los seres: la fuerza del amor, aglutinante de un bien común, de Algo más Grande. El amor como fuerza creativa. Si observamos los hilos de esa red bien organizada, tal vez la primera imagen que se nos revela es la del orden regulador del bienestar, que atraviesa la red con un color especial. Nos preguntamos, quizás: ¿orden de qué?, el orden de las características de los sistemas, expresados en tres diferentes colores: la pertenencia, el respeto por la jerarquía y la compensación. LOS ÓRDENES DEL AMOR Reguladores de los sistemas Jerarquía

La Conciencia determina la coherencia entre los Órdenes Pertenencia

Equilibrio entre tomar y dar

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La Pertenencia El primero de estos principios se denomina pertenencia y quiere decir que todos, por el hecho de estar dentro de esa red, como la vida misma, tenemos derecho a pertenecer y esto es inherente a nuestra existencia. La pertenencia es un derecho inalienable, indivisible e imprescriptible, es un derecho humano fundamental. Todos por el simple hecho de existir tenemos derecho a pertenecer, inicialmente a la familia en la cual nacimos y, posteriormente, a los sistemas en los cuales nos desempeñamos. La pertenencia, como su nombre lo indica, es sentirse parte de un sistema. La vida de la humanidad ha sido posible gracias a la pertenencia, ya que solamente podemos existir en tanto otros nos dieron la vida y, además, la cuidaron. Pertenecer genera arraigo, confianza y seguridad, y, desde el interjuego con el orden y el respeto por la jerarquía, produce la certeza del lugar que ocupamos, desde donde surge nuestra identidad y experimentamos el derecho de ser. Si uno de los nudos de la red se soltara, veríamos cómo se escaparían elementos y características, haciéndose un agujero cada vez mayor, por donde se esfumarían muchos de los aspectos y las situaciones esenciales del ser humano. La completud del sistema contiene e impulsa la fuerza unificante que existe en esa red, es decir, contiene a la pertenencia. Cuando uno de esos nudos se deshace, por allí se escapa algo que consideramos no pertenece, algo que hemos olvidado porque no ha sido reconocido o, por prejuicios sociales o morales, le negamos su existencia; a esto lo denominamos exclusión. La exclusión se considera el mayor pecado de la pertenencia, porque genera un vacío que deja un espacio por donde se escapa la fuerza vital, el impulso para construir y, paradójicamente, al buscar esa fuerza vital comenzamos a extrañar aquel faltante, aquello que fue excluido. El orden de la pertenencia avala el de la jerarquía; por eso, la exclusión revierte la mirada hacia el pasado, lo cual altera este otro orden. Al quedarnos buscando lo perdido en el pasado, dejamos de mirar el presente y no podemos construir el futuro.

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En general no somos conscientes de pertenecer, aunque nacemos en el seno de una familia con unos padres que, a más de transmitirnos la vida, como precioso don depositado en el relicario sagrado de nuestro cuerpo, nos entregaron sus cuidados y, como seres humanos, crecimos y adoptamos su misma postura ante la vida, siendo ésta la base de nuestra pertenencia. A medida que crecemos y nos relacionamos con otras personas comenzamos a pertenecer a otros sistemas, a otros espacios y según cómo nos comportemos, estos sistemas nos permiten estar ahí si cumplimos algunas reglas implícitas o, de lo contrario, somos excluidos; esto lo podemos ver a través de la vida. Al pertenecer a otros sistemas afloran varios matices del primer color. Efectivamente, la vida comienza a mostrarnos otros espacios y, al hacer uso de nuestra libertad y nuestra voluntad, en ocasiones, no acatamos esos patrones, esas reglas. Cuando observamos que alguien ha dejado de cumplir las reglas, nos creemos con el derecho de excluir, de negar su pertenencia, con lo cual, entorpecemos el derecho humano, a pertenecer. Olvidamos que reconocer plenamente la pertenencia genera una vida amable, liviana y feliz. Cuando nos damos cuenta de que surgen trabas por nuestros razonamientos, lógica o justificaciones para excluir a alguien, podemos reversar la exclusión para recobrar la calma, la paz y la integridad. Entonces, simplemente, nos permitimos honrar lo que es, tal cual es. Y, desde este asentimiento, la vida fluye. En nuestras indagaciones de corte socio-emocional y conductual en el ámbito laboral verificamos el impacto de pertenecer. Nosotras confirmamos que quienes reconocían su origen al colocar imaginariamente a sus padres detrás de ellos, se sintieron con más peso, más seguridad y más cohesión que quienes no lo hicieron. Para corroborar nuestra observación destacamos lo expresado por algunos de los participantes en un taller sobre La ayuda que ayuda: “Me pareció muy importante afianzar los sentimientos de respeto y admiración hacia los padres en las relaciones humanas, con ello se experimenta el pertenecer y se va al interior y a lo más profundo que tiene el ser humano para que mejore en su comportamiento familiar y laboral”.

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Otro asistente señaló: “El principio de la pertenencia conduce a no excluir y a evitar no ver a los otros o al otro”.

Otro participante, además, dijo: “Fue muy reconfortante toda vez que compartimos sentimientos de solidaridad, sentido de pertenencia, integración laboral, compromiso mutuo, alegría y orgullo de hacer y ser parte de esta entidad. Se vivió un momento de compañerismo y necesidad de trabajar en equipo”.

De esta manera se resalta la importancia del reconocimiento de nuestro origen, de tener en el corazón a quienes nos dieron la vida, a nuestros padres ya que en la medida en que tomamos su fuerza, llega la vitalidad a nuestro diario vivir. La inclusión de las personas excluidas en nuestro sistema, también, genera dinamismo y fuerza vigorizante hacia nuestra completud.

La Jerarquía El orden llamado jerarquía implica ver, reconocer y honrar nuestro origen y nuestra historia como impulso hacia la construcción del mañana anhelado a partir del momento en el que llegamos y desde el lugar que ocupamos en el sistema. Este orden impulsa nuestra vida para construir un futuro apoyado por la fuerza de los ancestros. En esa red aparece un segundo color nítido o no, según como se conserve el principio de la pertenencia. Al observar la red y los nudos que la conforman nos damos cuenta de que unos aparecieron primero y otros después. La secuencia de aquellos quienes surgieron antes que los posteriores constituye el llamado orden de origen y connota el orden de llegada, quien arribó antes tiene prelación sobre el que lo hizo después. La jerarquía es el orden que organiza los vínculos; por ejemplo, entre padres e hijos sin importar edad, conocimientos de los hijos, haberes o saberes, la realidad incuestionable es que los padres llegaron primero y ellos, independiente de cualquier circunstancia, son los mayores, cómo tales merecen reconocimiento y honra.

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Cuando la pertenencia se completa, así sea con el recurso de incluir en nuestra mente a todos aquellos que fueron excluidos, el orden de origen se alinea, por tanto, los vacíos de los pendientes por las exclusiones del sistema vuelven a llenarse y, en consecuencia, reaparece el orden entre los primeros en llegar y quienes, posteriormente, fueron apareciendo. Esta jerarquía o respeto por el orden de origen arroja, con claridad, el lugar que nos corresponde dentro del sistema al que pertenecemos y en donde existieron muchos seres en el escenario antes de nuestra aparición, nuestros antecesores y, probablemente otros, cuya llegada fue posterior y se constituyen en nuestros descendientes. En este sentido, somos una cadena inagotable y nosotros sólo un eslabón, que alcanza a recibir la influencia de muchas generaciones atrás y, también, a muchas generaciones que continuarán con nuestro legado. Apreciar el orden de la jerarquía en acción es realmente valioso e interesante. Por ejemplo, cuando se trabaja con mujeres madres cabeza de familia, en general, se percibe como ellas se sienten orgullosas de sus hijos, en especial, de sus hijos varones, quienes, al ver a sus mamás solas, independientemente de la causa por la cual no están en pareja, adoptan, en forma inconsciente, el papel o el rol de padre de sus hermanos y de pareja de ellas. En una ocasión escuchamos a una madre cabeza de familia decir: “Yo soy muy feliz, pero no puedo tener ningún otro hombre, porque mi hijo no me lo permite, no me deja salir con nadie, es muy celoso”.

Y cuando le preguntamos si esa era una función o el rol de un hijo, respondió: “Pues no, pero como él es el hombre de la casa, porque como me abandonaron y estoy sola, para mí está bien que así sea”.

Con este ejemplo vemos de manera diáfana como se rompe por amor este principio de la jerarquía en aras de brindar un servicio y de ayudar a llenar ese vacío la madre, también al buscar suplir las dificultades, muchas veces económicas,frente a los otros hermanos, el mayor se cree el grande y toma el lugar que no le corresponde.

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En situaciones como esta, con el tiempo, se observa cómo el hijo que, inconscientemente, se desplazó de su lugar, no consigue pareja o los hermanos no agradecen su ayuda y, por el contrario, están enojados y furiosos por haber usurpado el rol paterno. Quien así ayuda sin comprender esas reacciones, se pregunta: ¿qué pasa, sí lo que hice fue ayudarlos? Sí, justamente lo hizo por ellos, de hecho, probablemente, sacrificó sus sueños para sacarlos adelante. Sin embargo, la potencia de los principios es inexorable. Aquí vemos la fuerza de este orden, independientemente de las circunstancias se torna incuestionable respetar el lugar. Así, el grande es el grande y el pequeño es el pequeño, el padre es el padre y el hijo es el hijo. El trabajo realizado con mujeres cabeza de familia ilustra el efecto respecto de este orden. Después de las intervenciones realizadas en el programa, se percibió que comenzaron a entender la importancia del lugar correspondiente de cada uno de los miembros de la familia. Comprendieron cómo sus hijos estaban realizando una labor no pertinente y si bien, ellas se sentían orgullosas de eso, lo evidente era que al interior de su familia, eso estaba generando inconformidad, ruido, peleas y descontentos. Confirmamos el cambio cuando algunas mujeres comentaron que a raíz de lo aprendido en el programa pudieron plantearlo y conversarlo con sus hijos. Acá el relato de una de ellas: “Le dije a mi hijo: tú no eres mi pareja, ni el papá de tus hermanos; está bien que me ayudes desde donde tú puedas, sin reemplazar a tu padre; no te corresponde opinar sobre si salgo o no salgo”. Narró cómo, ante esto, su hijo mirándola hizo una exhalación de alivio y cómo empezaron a mejorar las relaciones con sus hermanos, a tener un clima diferente dentro del ámbito familiar. Si se ha respetado la pertenencia, poner en práctica el orden de la jerarquía se torna fácil y hasta obvio. Se comienza tomando conciencia del lugar ocupado, en qué momento se llegó al sistema, quién, realmente, dadas las circunstancias, ocupa un lugar más grande o de mayor y, al contrario, quién ocupa un lugar de pequeño o de menor y, con ello, a tomar acciones desde el lugar correspondiente. El orden de jerarquía aplica en todos los sistemas, no solamente al interior de la familia, también, en la empresa uno es el jefe, otra la se-

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cretaria, otro el coordinador, otro el operador y, así, cada quien desde su propio lugar tiene su propia función. Si cada quien tiene conciencia de: ¿a dónde llegó?, ¿cuándo llegó? y ¿cuál es su labor? y respeta ese lugar su vida comienza a fluir tanto como sus relaciones. Desde allí, igualmente, comienza a hacerse consciente de cuál es su lugar para ayudar y a quién compete ayudar, por tanto, se tiene claridad respecto de: a quién se puede ayudar y cómo lo puede hacer. El inter juego de la pertenencia y el respeto por la jerarquía se materializa en el lugar desde el cual experimentamos el pleno derecho de ser y el poder para hacer y, a la vez, asumimos la responsabilidad que nos corresponde desde ese lugar determinado.

La compensación Esa red, sostén invisible de los sistemas, impulsa nuestra expansión cuando está completa, respetada y ordenada. Con ella, aparece un tercer color, el color significante del cómo se intercambian los hilos, de cómo se entrelazan en el dar y el recibir para poder seguir construyendo la red e ir entretejiendo los nudos que la sostienen y la consolidan. Símil reflejo del intercambio vincular a partir del cual construimos relaciones y encuentros. De esta manera, se constituye el tercero de los órdenes del amor, denominado compensación o equilibrio entre lo que damos y recibimos. En el recibir incluimos lo que nos permitimos tomar. Empezamos la vida al tomar lo entregado por la madre y el padre en la concepción y de los cuidados y las provisiones recibidas al nacer. Tomar el alimento es, quizás, el primer acto de recibir del neonato que incorpora para luego dar. Así, el bebé satisfecho llena de alegría a sus padres al verlo plácido, su sonrisa se graba en sus corazones con el gozo de tener en sus manos esa vida que comienza. El equilibrio entre lo dado, lo tomado, lo recibido y lo entregado marca el encuentro vincular y el entretejido social forjado desde ellos para continuar nuestro crecimiento. Si este dar y recibir se gesta entre personas de la misma jerarquía, como los hermanos, los socios, las parejas o los amigos, tenemos una relación de pares, simétrica. Si observamos con cuidado nuestro comportamiento en esos vínculos veremos cómo, una vez que entregamos

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algo, nos sentimos en libertad de recibir de vuelta, sin culpa, ni obligación. La imagen del péndulo en su movimiento de ir y regresar de un lado al otro, impulsado con la misma energía en reciprocidad, refleja la calidad de nuestros intercambios marcados por un equilibrio armónico y simétrico, cual reflejo del orden del universo. La espiral del crecimiento se forma dando cosas maravillosas al otro y recibiéndolas de vuelta; así, experimentamos la profundidad del vínculo con un piso sólido para reforzarla. Cuando, por el contrario, se presenta un desequilibrio comenzamos a sentir que el vínculo se resquebraja y algo extraño sucede, la energía ya no fluye de la misma manera, vemos el vínculo ir hacia la disolución, cada vez los intercambios son más espaciados y más distantes y, entramos en la espiral del desamor. Cuando el encuentro vincular se da en relaciones asimétricas, por ejemplo, entre padres e hijos, docentes y alumnos, jefes y subalternos, los órdenes del equilibrio y del dar y del recibir son diferentes. Lo que prima es que el mayor dé y el pequeño reciba. Lo vemos, así, en una madre que cuida a su criatura recién nacida; durante el periodo del crecimiento de nuestros hijos; en el proceso de aprendizaje del chiquillo cuando empieza a realizar sus primeros palotes o a aprender las primeras letras, o con el nuevo empleado que comienza a incorporar los aprendizajes específicos de su nuevo trabajo. Este es un equilibrio en donde quien recibe siente gratitud y devuelve lo recibido de otra manera, al ser imposible restituir a nuestros padres la vida recibida a través de ellos o devolver a nuestros maestros lo enseñado. Sin embargo, es posible entregarlo progresivamente a quienes dependen de nosotros y, en esta forma, la cadena del dar y del recibir va de la mano de la cadena del orden de aparición en cada sistema. Recibimos la vida de nuestros padres y la entregamos a los hijos; recibimos la formación académica y la transmitimos en el quehacer profesional; recibimos las instrucciones en el trabajo y hacemos algo bueno con ellas al desempeñarnos de manera eficiente. Este equilibrio asimétrico, también, se armoniza con unas profundas gracias de corazón: gracias por lo que me has entregado, gracias y gracias

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por todo lo recibido. Cuando realmente nos permitimos recibir y tomamos lo que nos es dado surge la gratitud; cuando la ayuda se toma y, con eso se hace algo bueno ya se compensa lo recibido, en especial, cuando se asume la responsabilidad de la propia vida surge la espiral del crecimiento, la evolución y la expansión.

Trascendencia de los Órdenes del Amor en la cotidianeidad Te estarás preguntando: ¿qué trascendencia tienen estos tres órdenes del amor en la vida cotidiana? El intercambio libre y liviano dentro del cual damos y recibimos inocentemente es el que construye la profundidad de los vínculos y permite que la ayuda se entregue a quien realmente la necesita para que pueda tomarla con humildad y gratitud. Si estos órdenes están alineados o no, marcan la calidad de nuestras realizaciones y de nuestra ayuda. Bert Hellinger habla de situaciones vitales que constituyen el destino, que puede ser difícil si nos pesa, nos quita la paz, la salud, la alegría, las ganas de vivir. En general, los destinos difíciles contienen manifestaciones como enfermedades crónicas, muertes tempranas, separaciones conyugales, suicidios, adicciones, quiebras empresariales, rupturas y dificultades en los vínculos, alteraciones en el manejo de la autoridad. Estos destinos difíciles son síntomas y expresiones de asuntos transgeneracionales pendientes, es decir, de generaciones anteriores y, como tales, contienen alteraciones en estos principios del funcionamiento vincular. En este sentido, los síntomas tienen una nueva dimensión, en tanto son mensajeros de los Órdenes del Amor alterados y, como voz presente, develan a quien fuera proscrito para ser visto, reconocido y honrado, en tal forma que no sólo la generación actual quede cubierta, sino también aquellas en las cuales sucedió el hecho. Así se genera alivio en esas generaciones y en las posteriores. Justamente el entretejido vincular y único de esa red familiar alcanza generaciones atrás y pone en evidencia que cuando uno de los nudos del sistema se modifica, se organizan los demás.

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Bert Hellinger, también, menciona caminos amables de expansión de conciencia y crecimiento. Estos son los destinos de plenitud, esas vidas llenas y felices con lo alcanzado y con lo que se tiene. La gratitud en su corazón, les permite darse cuenta de lo recibido y abrirlo para dar con generosidad y entregar lo posible. Significan el premio por haber honrado la vida que desde lo ancestral fue trasmitida y por haber mirado el amor desde un orden que abre el abanico de posibilidades creativas. Entonces, vemos cómo el bienestar en nuestra cotidianidad está atravesado por el respeto de los órdenes del amor, mientras que su inobservancia genera circunstancias nefastas, así: Cuando no nos percatamos de la exclusión como desorden de la pertenencia, les pasa una factura costosa a las generaciones posteriores. Si las conductas de aquellos excluidos, rechazados social o moralmente no fueron aceptadas, vistas o incluidas, aparecen en generaciones posteriores, a través de un síntoma o conducta similar a la del proscrito como recordatorio de la exclusión y llama la atención al sistema, para que el expulsado en generaciones anteriores y su implicado en el presente, puedan ser incluidos. Cuando el orden de jerarquía está alterado lleva de la mano a la exclusión. En efecto, cuando un faltante aparece en un sistema, una persona menor pretende llenar ese espacio y se implica con alguien de diferente jerarquía, ocupa su lugar con la consecuente alteración del orden de origen. Este orden influye en los órdenes de la ayuda, así, observamos cómo al alterarse perdemos la fuerza para ayudar. La capacidad de entregar una ayuda que fortalezca y que no debilite requiere estar parados en el propio lugar; solo, así, logramos el arraigo necesario, solo desde unas profundas raíces que den cuenta de nuestra historia, encontramos respuestas para vincularnos sanamente. En ocasiones, el dar y el recibir también surgen desde la culpa, es un dar forzado y es un recibir obligado, y eso es una alteración del orden de la compensación. Cuando devolvemos por una exigencia externa, por una presión de la sociedad estamos devolviendo desde la imposición y, justamente, no es esto lo que construye. Cuando recibimos desde la obliga-

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toriedad estamos haciendo lo mismo y esto es lo que evita el fluir en los vínculos. Esta observación liberadora invita a darnos cuenta de los principios de este funcionamiento que necesitamos revisar, incluir y honrar. También, permite preguntarnos: ¿cómo damos e implementamos la ayuda?, ¿cómo es nuestro dar y recibir? Así, podemos reconocer y mirar lo que necesita atención, en tal forma que pueda volver a fluir el amor, esa energía que todo lo construye y que va dejando huellas amables por donde ejerce su función y su poder.

7 Fundamentos de los Órdenes de la Ayuda Quien ayuda en sintonía respeta los límites, la grandeza y el sistema del otro.

E

n este capítulo nos adentramos en el núcleo esencial de lo que es La ayuda que ayuda. Partimos de la visión de Bert Hellinger y la llevamos a la práctica en la vida cotidiana, al considerar que, en la medida en que entendemos, comprendemos, incorporamos y actuamos bajo esos parámetros, vamos a brindar una ayuda eficaz que redundará tanto en la autonomía del ayudado -que no es víctima- y su bienestar, como en la satisfacción personal y el cuidado de nosotros mismos al lograr hacernos responsables, únicamente, de lo que nos corresponde: ayudar sin perder nuestro norte, nuestra paz y nuestra vida.

Para entender la ayuda La ayuda, tal como la plantea Bert Hellinger, también tiene un orden, unos parámetros mínimos que, de no ser observados, generan el desorden que matiza el proceso de la ayuda para convertirla en acompañamiento sobreprotector, limitante y sesgado, nacido de las propias carencias inconscientes de quien la brinda y olvida la real necesidad de la persona que busca la ayuda.

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Quien recibe la ayuda precisa ser escuchado en su dolor, visto en su grandeza y en sus recursos para abrirse a las posibilidades de responder a las exigencias de su vida a partir de asentir a su destino, a su dolor y a la riqueza de su ser, que, sin duda alguna, sigue presente aun cuando a simple vista no sea perceptible para él.

¿Cuáles son esos órdenes de La ayuda que ayuda? Los Órdenes de la Ayuda desde su inicial planteamiento por Bert Hellinger han tenido diversas aplicaciones prácticas y un desarrollo amplio; por ello, presentamos a continuación un compendio de estos.

LOS ÓRDENES DE LA AYUDA 1. Solo dar lo que se tiene y tomar lo que se necesita.

6. Sin lamentar el hecho asintiéndolo tal cual fue.

2. Mantenerse dentro de las posibilidades.

7. Se restituye la conexión con lo excluido y lo sufrido en el sistema si el ayudador esta en contacto con su destino, con su sombra y con su muerte.

5. Ayudar desde la actitud de reconciliación.

3. En el lugar pertinente actuar desde el adulto.

4. La empatía es fundamentalmente sistémica.

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Primer orden Solo dar lo que se tiene y tomar solo lo que se necesita. El balance entre el tomar y el dar permite tomar lo que se necesita y dar únicamente desde lo que se tiene.

El orden El dar y el tomar tiene límites: percibir esos límites y respetarlos forma parte de La ayuda que ayuda. Precisa de humildad y renuncia a las expectativas ante el dolor.

El desorden Cuando se da lo que no se tiene y el otro quiere tomar lo que no necesita. Cuando se espera y se exige de otro lo que no puede dar porque no lo tiene. Cuando no se debe dar. Implica asumir lo que le corresponde a otro. Cuando me aproximo al otro para dar desde la comunicación empática basada en el amor puedo reconocer los propios límites, los del otro y los de la situación, así como descubrir cuál es la justa medida. De esta manera, impulso el crecimiento de quien pide la ayuda y favorezco su independencia y su autonomía. Al contrario, cuando me aproximo al otro para dar sin reconocerlo actúo desde el sentir del ego compensando mis carencias y reafirmando mi creencia de superioridad. Todo esto motivado por la envidia, el control, la arrogancia y la omnipotencia, generalmente, inconscientes.

Segundo orden Las circunstancias determinan el límite de la intervención. El contexto determina la bondad y efectividad de La ayuda que ayuda.

El orden La ayuda eficaz está al servicio de la vida en su desarrollo y crecimiento, y asiente a las circunstancias internas y externas. La ayuda eficaz fluye con la misión personal de quien pide ayuda, con las implicaciones del destino de otros miembros de la familia y con los efectos que sobre el sistema tiene La ayuda que ayuda.

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El desorden Negar o ignorar las circunstancias del contexto o la del mundo interno, sin confrontarlas directamente con la persona que busca ayuda. La pretensión de ayudar en contra de dichas circunstancias debilita tanto a quien da la ayuda como a la persona que espera la ayuda.

Tercer orden Establecer una relación y comunicación de adulto a adulto. Solo desde el lugar correspondiente, el ayudador puede asumir su rol de una manera adulta.

El orden Ante quien solicita ayuda corresponde al ayudador comportarse como adulto, solo así refuerza la autonomía de quien necesita la ayuda. En consecuencia, es preciso no ubicarse en el lugar de sus padres.

El desorden Consiste en permitir que el ayudado demande del ayudador tal como un niño lo hace con sus padres. En consecuencia, quien ayuda lo trata como si fuera un niño y asume, en su lugar, asuntos cuyas responsabilidades debe asumir quien pide y necesita la ayuda dentro de su proceso de responsabilizarse de su vida.

Cuarto orden La empatía del ayudador es fundamentalmente sistémica. En la totalidad del sistema, el ayudador ocupa la posición final, solo así, su actitud de ayuda concuerda con el Orden Más Grande.

El orden Todo individuo como perteneciente a un sistema debe ser visto y recibido dentro de su contexto sistémico. El orden se encuentra en trabajar de manera sistémica. Solo cuando el ayudador ve y recibe al ayudado dentro del sistema social y familiar al que pertenece puede darse cuenta de su compromiso y nece-

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sidad de ayudar para compensar, en su propia historia, la deuda sistémica y ancestral que inconscientemente carga.

El desorden No mirar ni reconocer a otras personas decisivas, que, por así decirlo, pueden tener en sus manos la clave para la solución. Por ejemplo: los excluidos del sistema familiar o social. Ver a la persona que solicita ayuda en un contexto personal únicamente y olvidar el sistema al cual pertenece. El trabajo sistémico se inicia en el alma de cada quien, esto significa que no solo corresponde ver al ayudado, sino siempre también a su sistema. Si ese sistema recibe un lugar honroso en el alma del ayudador, se está listo y en plena concordancia para respetar el orden y se tendrá la fuerza para servir. La empatía sistémica contiene el Orden Mayor: el proceso de la ayuda tiene en cuenta el Todo Mayor que sistémicamente engloba al ayudador, al ayudado y sus circunstancias difíciles. Al Todo Mayor pertenecen los padres, las familias de origen, las familias actuales y los destinos resultantes del sistema al que se pertenece.

Quinto orden Asentir a la vida y al sistema del ayudado hacia la reconciliación. La ayuda que ayuda incluye pertenecer y reconciliar.

El orden Reconciliar e integrar: se opone a la distinción entre buenos y malos. El ayudador incluye al otro y a su sistema, así se torna parte suya. Lo que se ha reconciliado en su corazón, también puede reconciliarse en el corazón de todos los implicados.

El desorden Juzgar al ayudado y/o a los miembros de su sistema. Dar soluciones según las propias creencias, valores y/o teorías psico-sociales. Reconciliar o integrar se opone a la distinción entre buenos y malos. Negarnos a hacer esa diferencia es importante cuando ayudamos a al-

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guien, ya que casi que de manera inconsciente, cotidiana o natural, tendemos a aliarnos con él como si fuera el bueno y quien propició su situación el malo o el victimario. En realidad, en el corazón de todas las personas no hay diferencia, no puede haber oposición. El buen logro y el desarrollo de nuestra vida como seres humanos es la reconciliación hacia la paz y, cuando estamos en una situación de ayuda, no podemos hablar de víctimas ni de victimarios, todos nos hacemos cargo de lo sucedido, a todos nos corresponde trascender esta diferenciación e ir hacia la reconciliación, si en verdad queremos vivir en paz.

Sexto orden Asentir al destino tal como fue y tal cual es. En La ayuda que ayuda, lo que corresponde es servir a la vida tal y como es, sin deseo de que sea diferente a lo que es.

El orden Entrar en el campo del sistema del ayudado mirando la situación tal como fue y como es y de una manera solidaria. En destinos difíciles rendirse ante un orden superior y asintiendo a lo que fue, tal cual fue.

El desorden Compadecerse con la situación de los ayudados o de miembros del sistema desde una conducta de lástima. Negar lo que el campo presenta a causa del dolor o establecer alianzas para entrar en juegos psicológicos. La plenitud de la vida significa llevar al corazón lo que es tal cual es y lo que fue tal como fue, en tanto que lo que es, es Lo Más Grande, así: A los padres tal y como son. A las parejas tal y como son. A los hijos tal y como son. Al pasado tal y como fue. A la historia del país tal y como fue. A los ayudados tal como son.

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Y a las circunstancias difíciles del ayudado tal y como fueron y tal y como son.

Séptimo orden El compromiso del ayudador con su crecimiento y la expansión de su conciencia para pasar del deber al servir a la vida, tal como lo integró en su enseñanza la docente Margarita Herrera en la primera formación de constelaciones familiares en Colombia. Solo está en capacidad de ayudar quien ha tomado a la vida y a sus padres. Sólo así, se sintoniza con el destino del ayudado.

El orden Compromiso permanente del ayudador de avanzar en el conocimiento de sí mismo. La resolución de creencias falsas para lograr un servicio honesto, respetuoso y amoroso con quienes han vivido situaciones victimizantes o difíciles. Restituir la conexión con lo excluido y con el dolor no reconocido. Esto solo es posible para el ayudador cuando está en contacto con su dolor, su sombra, sus temores y su destino, es decir, con lo que le ha sucedido y lo que es tal cual es.

El desorden Entrar en juegos psicológicos de salvador, perseguidor o víctima. Ignorar el sistema del ayudado en tanto reflejo de problemáticas propias no resueltas. Este orden nos muestra el valor real de la humildad y el compromiso con nuestro crecimiento dentro de una mirada sistémica para ayudar desde la esencia de nuestro ser y no desde nuestras carencias. Así, cuando ayudamos lo hacemos desde el amor compasivo que mira al otro en su grandeza y desde la humildad que no impone criterios. Esto implica cuidarse primero así mismo, verse a sí mismo, de tal manera que pueda ver al otro.

8 Máximas de las estaciones de la ayuda que ayuda La ayuda en sus varias estaciones nos conduce con seguridad a la luz que ilumina el sendero para llegar a donde queremos arribar.

A

l recorrer este camino que te estamos planteando, quizás, te puedes preguntar: ¿habrá una luz que ilumine ese sendero y que nos conduzca con certeza a dónde queremos llegar? Claro que tenemos una luz, es la luz que desde su sabiduría nos ha entregado Bert Hellinger y que desde nuestra experiencia la hemos adaptado a los diferentes quehaceres y caminos que nos depara la vida. Así como la urdimbre que sostiene nuestros vínculos, la red que conforma los Órdenes del Amor, Bert Hellinger exploró, observó y señaló un camino del cómo ayudar para responder a nuestros deseos más profundos y lograr una ayuda que ayuda. Tan importantes son los Órdenes de la Ayuda, que para facilitar su incorporación los hemos asimilado a una vía férrea con siete estaciones y vamos a recorrerlas una a una con el tren que lleva la luz que nos ilumina el camino haciendo unas paradas especiales.

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Este recorrido lo hacemos para liberarnos o protegernos de aquella ayuda que limita y que no ayuda y, que termina frustrándonos no solo a nosotros como ayudadores, sino también a quienes reciben la ayuda, acaba frenando su crecimiento, su responsabilidad y sus posibilidades de ser.

¿Cuáles son las estaciones de La ayuda que ayuda? El recorrido tiene en total siete estaciones, cada una se distingue con una máxima, a saber:

1. Da solo lo que tienes y toma solo lo que necesitas En esta estación encontramos que solo podemos entregar aquello que tenemos y solo debemos tomar lo que realmente necesitamos. Dar solo lo que se tiene nos restringe a ayudar únicamente con las herramientas, los medios y lo que realmente contamos y depende de nosotros, es insano desbordarse en aras de querer satisfacer en su totalidad las carencias del ayudado, si no se cuenta con la debida solvencia. Tomar solo lo que se necesita tiene que ver con la persona que viene a solicitar la ayuda e impide el abuso de nuestra buena voluntad al colocar límites precisos; de lo contrario, el ayudador termina debilitándose y haciéndose víctima quedando atrapado en las circunstancias que afectan al ayudado. El desorden se presenta cuando se da lo que no se tiene y el otro quiere tomar lo que no necesita; cuando se espera y se exige del otro lo que no puede dar porque no lo tiene. Actuar de esta manera, surge de un lugar que no corresponde, de la carencia y, en consecuencia, se genera el desorden. También hay desorden cuando “no se debe dar”, porque esto implica asumir el lugar de otro. Esto se presenta cuando otra persona es quien tiene que actuar o resolver el asunto, pero nos conduele ante la inactividad, la tardanza o negligencia de ese otro y hacemos lo que no nos corresponde, o intervenimos sin que nos corresponda, así terminamos alterando el orden o saboteándolo. De ahí, la importancia de tener total claridad de nuestro lugar. De otra parte, cuando conocemos nuestra sombra estamos en capacidad de brindar ayuda y podemos lograr que esa ayuda se desplace, se

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deslice por los canales más adecuados para generar abundancia y prosperidad, para hacernos gestores de la alegría y la responsabilidad. Ahora que conoces los caminos del triángulo dramático y los del triángulo creativo puedes darte cuenta de la interacción y su entretejido con los Órdenes de la Ayuda. Podrás comprender que cuando actuamos desde el salvador omitimos este orden; y que solo cuando el salvador ya no necesita reconocimiento externo comienza a dar solo lo que corresponde; cuando el salvador ha llegado a desarrollar su propio poder interno y su valía puede tolerar y acogerse a los límites externos que la realidad ofrece, pide y exige.

2. Las circunstancias limitan tu ayuda Pasamos, ahora, a la segunda estación que nos muestra la necesidad de mantenernos dentro de las posibilidades que nos brindan las circunstancias externas y, sobre todo, el contexto dentro del cual nos desenvolvemos. Estos límites se relacionan con un aspecto personal. En la medida en que tú representas para el ayudado “su tabla de salvación”, conscientemente o no, tienes poder e influencia sobre él, por tanto, lo correspondiente es actuar desde la conexión con lo que haces y desde el lugar que ocupas. La ayuda eficaz está al servicio de la vida y tiende hacia el desarrollo y el crecimiento. Solamente asintiendo a las circunstancias internas y externas podemos reconocer qué es lo que necesita el otro y cuáles son las necesidades que lo motivan para solicitar la ayuda. No someternos a esas circunstancias y querer intervenir más allá, es condolernos, estar dentro del triángulo dramático y no ocupar nuestro lugar. Es necesario tener en cuenta el contexto para evitar generar un desorden e ir más allá de lo que podemos realizar; por lo cual, para fluir con la vida, antes de ayudar, es preciso conocer las respuestas a las siguientes preguntas: ¿Qué fue lo que sucedió realmente? ¿Quiénes más están involucrados? ¿Cuáles son los recursos de quien pide la ayuda? ¿Qué sistema social está implicado? ¿Qué lugar ocupo en esas circunstancias?

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La ayuda que ayuda nos permite dar solo lo que podemos dar y ayudar a la persona que está frente a nosotros a que haga lo mejor con lo que tiene, actuar desde el ser interno y el reconocimiento de la capacidad para salir avante. El desorden se relaciona con negar o ignorar las circunstancias del contexto o del mundo interno de la persona. No es lo mismo, quien se crio en el interior del país y que ha incorporado una forma especial de familia, a aquella que nació en la Costa Caribe, por ejemplo. Si desconocemos el contexto, comenzamos a ayudar desde lo que nosotros sabemos y concebimos, pero no desde la necesidad del otro, como si no fuéramos capaces de verlo, experimentarlo, sentirlo, reconocerlo y honrarlo. Así que, cuando pretendemos ayudar a una persona más allá de los límites que nos corresponden y de su contexto, en lugar de ayudar debilitamos, porque de una u otra manera lo vemos como víctima y desconocemos su dignidad, su fuerza y su capacidad para hacer algo bueno con su vida. La ayuda que ayuda ofrece un apoyo como impulso para que el ayudado solvente su dificultad. Como dijo Arquímedes: “Dame un punto de apoyo y moveré el mundo”. Este orden invita a reflexionar sobre la trascendencia de los límites, pues son ellos los que nos permiten crecer. El contexto y la realidad bio-psico-emocional nos llevan a integrar unos límites, a respetarlos y a asentirlos para poder crecer. Aceptar los límites implica asentir a las exigencias impuestas por el contexto: ir al colegio nos exige dejar a nuestra familia por un ratito; dejamos el colegio y los compañeros y, con esa contención básica que nos permitió soltarnos de nuestro hogar, seguimos a una educación intermedia y, luego, a una educación de adultos como es la que nos brinda la universidad. Tuvimos que tener un límite para acceder a una educación más formal, autónoma y más exigente. Justamente, estas estaciones nos hablan de que solo al respetar los límites inherentes a la propia evolución de la vida podemos acceder a ayudar. De esta forma, la ayuda se convierte en La ayuda que ayuda a nuestro propio crecimiento y evolución, así como a los del ayudado.

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3. Comunicarnos como adultos es el camino Al llegar a esta estación vemos que para poder realmente impulsar el crecimiento es necesario estar en una posición de adulto y ver al que recibe la ayuda, al que la pide o quien la necesita desde su ser adulto. Ante quien pide ayuda nos corresponde comportarnos como adultos y tratarlo como adulto, solo así, se refuerza la autonomía de quien necesita la ayuda. Tenemos que ser conscientes que al aceptar ayudar nace para nosotros una responsabilidad que es necesario asumirla desde lo que nos corresponde. Es preciso no ubicarnos o no desplazarnos hacia el lugar de los padres de la persona que pide ayuda y entender que los padres son quienes tienen la obligación de satisfacer la totalidad de las necesidades de los niños: el niño pide y el padre se afana por cubrir sus necesidades, más no la de las personas adultas y capaces. Esta tercera estación nos invita a estar más livianos en el proceso de ayuda al ver al otro en su dimensión real para ayudarle a abrir puertas a su responsabilidad, a redescubrir y usar los recursos que la situación le exige. Así, nosotros como ayudadores, al actuar desde el ser adulto, tenemos menos desgaste y compromiso emocional porque dejamos con el ayudado la responsabilidad para que descubra el camino a seguir y para que haga algo fructífero con su vida. La tendencia a deslizarnos de nuestro lugar ubicándonos en el lugar de los padres del ayudado produce un efecto nefasto, pues infantilizamos a quien pide la ayuda, ya que no solamente queremos darle todo desde un ámbito de asistencialismo, sino que también omitimos los límites que la realidad nos impone.

4. El que ayuda desde su corazón, actúa con empatía hacia todos Al llegar a esta estación nos damos cuenta de que no debemos mirar al ayudado desde su herida básica de víctima, sino desde su sistema, porque es la totalidad de su sistema la que requiere una visión compasiva y una ayuda integral. Si percibimos a quien pide o necesita ayuda como un individuo solo, probablemente nos aliamos con él inconscientemente y no

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nos acercamos a la posibilidad de ser correspondientes con La ayuda que ayuda y de llegar a la siguiente estación. Todo individuo, como perteneciente a un sistema, se debe percibir dentro del contexto sistémico y no desde el contexto individual o personal. Esto quiere decir que no podemos olvidar que la persona viene no solamente de su familia o núcleo primario básico, sino de un sistema mayor que incluye su familia extendida y pueblo natal, de esos lugares donde nació su dificultad y corresponde verlo, desde allí, de lo contrario, podríamos excluir personas vitales y necesarias en la solución. Mirar todo el sistema permite darnos cuenta de quien realmente necesita nuestra empatía; a veces, no es precisamente quien pide la ayuda, quien la requiere, al contrario, en ocasiones tenemos que confrontarlo para que pueda mostrar empatía hacia otros en lugar de esperarla del ayudador y de su entorno. Aunque las circunstancias sean muy dolorosas, solamente dentro del sistema en el cual ocurrieron los hechos que lo afectan, se encuentra, también, lo que se debe ver. Así que, si no apoyamos al ayudado para ampliar la mirada, se quedará con los ojos cerrados y creyendo que nada puede hacer y terminamos quitándole la fuerza y el poder para que reconcilie su alma con lo sucedido. Se trata de acompañarlo para que pueda tener una mirada que abarque no solamente el problema, sino también la solución. Efectivamente, ampliar la mirada para comprender que estamos inmersos en un sistema es parte de la tarea que nos convoca. Cuando ayudamos, no ayudamos solamente a un individuo y solo a él, pues detrás de él están sus padres, detrás sus abuelos y, así, de generación en generación; y delante de esa persona están sus hijos y, vale decir, todos los pertenecientes a su sistema. Hacer esto conlleva una enorme diferencia: ver al otro en su individualidad y en su sufrimiento, habitualmente nos lleva, inconscientemente, a aliarnos con su dolor y a sentir como persecutorios a aquellos o aquello que lo colocó en esa situación de vulnerabilidad; lo cual quiere decir que nos aliamos con los mecanismos de exclusión del sistema y de la persona misma y la exclusión debilita en lugar de fortalecer.

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Solo cuando podemos ver a la persona que sufre dentro de su sistema logramos comprender que la víctima y el victimario no son más que polaridades dinámicas del mismo sistema y que, en este momento, la víctima está en uno de los polos y pronto puede estar en el otro polo. El desarrollo de la conciencia de Algo Mayor al sistema al cual pertenecemos es lo que puede llevarnos a comprender esas polaridades más fácilmente. Cuando vemos a los individuos como parte de un sistema más grande, las contradicciones se van disolviendo en una conciencia superior que integra los opuestos; por eso, un paso vital es comenzar a ejercitarnos en percibir al ayudado desde lo sistémico.

5. ¿Qué es bueno? ¿Qué es malo? ¿Quién sabe? Reconciliar es la clave Está estación nos llama a la reconciliación. Solo podemos ayudar a quien pide la ayuda si conducimos a reconciliarse con su historia, su destino y sus sistemas, es decir con todos aquellos en los que se desenvuelve: laboral, social, económico, entre otros. Cuando lo vemos en la totalidad de los sistemas al que pertenece, su pasado y su futuro sin hacer distinciones entre buenos y malos, o sin tomar partido evitamos hacer alianzas con quien pertenece a un sistema determinado, jugando a salvadores, generando problemas dentro de su sistema particular, con lo cual y en ese caso estaríamos des-ayudando, en lugar de ayudar, puesto que instauraríamos el desorden y en consecuencia obnubilariamos la armonía vincular, impidiendo el curso libre en el fluir del amor, premisa básica del orden. Acompañarlo en el proceso de reconciliación significa ser capaces de integrar los diferentes puntos de vista y tener la grandeza de respetar las discrepancias. Este es un paso definitivo en el crecimiento y por consiguiente en la consolidación de la gratitud. De esta manera, al ayudar incluimos al otro y su sistema, y nos hacemos parte de él; nos ponemos en sus zapatos. Lo que se reconcilia en el corazón de quien ayuda, también puede ser reconciliado en el corazón de quien necesita ayuda o la pide. Es necesario aclarar algo en este punto: cuando hablamos de no hacer distinción entre buenos y malos, no estamos diciendo que quien causa

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un daño intencionalmente queda eximido de ser sancionado. De hecho, una de las necesidades fundamentales del alma de los seres humanos es la de recibir una sanción o reproche cuando ocasiona un daño o lesiona a alguien. Así, se hace responsable de sus acciones y se siente incluido dentro del sistema, de lo contrario, se siente no visto, no tenido en cuenta, como si le dijeran: “no haces parte”. Por ejemplo, en la época victoriana, uno de los castigos más fuertes aplicados a los niños era hacer caso omiso de su existencia, no tenerlos en cuenta para nada. Al respecto, queremos resaltar la importancia de reconocer el lugar que ocupamos y la misión que desde este tenemos, para asentir a los límites que nos impone la vida, tal como lo señala Bert Hellinger en esta cita: “Si miro el mundo en serio veo que no puedo penetrar ni solucionar el misterio de la justicia y de la injusticia, tal como nosotros las entendemos. Y eso es duro. Encarar este hecho es más profundo que clamar que todo sea justo”.

El desorden en esta estación se presenta cuando juzgamos a quien pide ayuda o a los miembros de su sistema y, esto nos ocurre, inconscientemente con facilidad y, generalmente, con la mejor de las intenciones y en aras de ayudar, por ejemplo, cuando decimos: ¿por qué no hiciste tal cosa? y ¿qué estabas haciendo ahí? Otro ejemplo clásico lo encontramos en los casos de agresión sexual, en donde nos compadecemos con la persona violentada. Sin embargo, al consolarla, le decimos: ¿y por qué te fuiste tan tarde?, ¿para qué ibas vestida así?, ¿por qué le sonreíste? Desde un nivel inconsciente le estamos diciendo: “tuviste la culpa”, “te pusiste en ese lugar”, “te lo buscaste”. Con estas preguntas, la juzgamos. También, se presenta esta situación cuando comenzamos a dar soluciones según nuestras propias creencias, valores y teorías desde lo social, desde lo psicológico o desde el ser. Hacer esto es dejar de mirar a la persona, es dejar de verla en su contexto, en su dimensión y en su historia. Cuando le decimos a otra persona: “si yo estuviera en tu lugar haría tal cosa”, ignoramos su historia, su sistema, su ser, sus vivencias. Al contrario, estamos hablando desde nuestra historia, sistema, ser y vivencias y, cuando vemos al otro desde nosotros, no hay reconciliación. La verdad es que,

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lo que podríamos decir, sería: “si yo fuera tú, haría y sentiría exactamente lo que tú estás haciendo y sintiendo”. Existen dos movimientos en la vida que determinan el camino hacia la opacidad o el camino hacia la plenitud de nuestra existencia: En el camino de la opacidad nos apreciamos infravalorados, devaluados, pobres, sin darnos cuenta de la cantidad de recursos que tenemos. Nos sentimos con un peso en la historia, cuando hemos excluido partes nuestras. Esto nos quita la fuerza, no sólo en nosotros mismos, sino en el sistema de arraigo, el sistema en el cual corresponde que nos arraiguemos. Por su parte, en el camino de la plenitud nos integramos. Se trata de ver nuestra vida en la totalidad del escenario, de lo que nos ha correspondido vivir y asentirlo tal cual fue para integrarlo, vale decir, reconciliarnos como un principio básico para el logro de aquello que deseamos, para ser felices. Tomar a nuestros padres tal cual fueron para hacerlos parte nuestra y reconocer en ellos el origen de nuestra vida es reconciliarnos con ellos; asumir nuestras partes oscuras es reconciliarnos con ellas; asumir a aquel que hemos sentido victimario, perpetrador o enemigo es reconciliarnos con él en nuestro corazón. Nada de esto nos exige o nos obliga a amarlos, es, simplemente, reconocer el vínculo que tenemos con todo lo que hemos segregado, escindido o excluido; es darnos cuenta que son parte nuestra para integrarlos cada vez con mayor plenitud. El proceso de reconciliación es recorrer el camino de la vida que nos lleva a mayor expansión, mayor amor, mayor plenitud, mayor ser, mayor conciencia y mayor gratitud.

6. Asiente al destino y serás feliz Las anteriores paradas nos conducen a la sexta estación y nos permiten comprender los hechos, que aquejan a quien solicita la ayuda, tal cual fueron y tal cual son. Esto significa que podemos acompañarlo a ver su destino tal cual es, su historia tal cual fue y su vida actual tal cual es; su destino como una sumatoria de las circunstancias que ya fueron y, como tales, así nos produzcan dolor, son incuestionables porque lo que quedó escrito en la historia así fue.

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De la historia podemos cambiar nuestra percepción, pero no los hechos en sí mismos. Del futuro todo lo podemos hacer. Asentir a lo que sucedió es, generalmente, un asunto bastante difícil, entre más grave sea la vulneración, el daño, la lesión o las circunstancias de quien pide ayuda, más nos resistimos a aceptar los hechos. Por esto, entrar en el campo de su sistema mirando la situación tal como fue y como es, de una manera solidaria, nos permite rendirnos ante estos destinos difíciles y, también, rendirnos ante un orden superior. Es de sabios doblegarse ante una circunstancia que está en el pasado y, por tanto, imposible de modificar. Solamente nos debilita el decir: “eso no debió ser”, es un inaceptable familiar, un inaceptable de la sociedad, un inaceptable de la humanidad. Recordemos que solamente podemos hacer algo de ahora en adelante, la queja lo único que hace es quitarnos fuerza para agradecer que estamos con vida, que en nosotros existe un impulso que nos permite recuperarnos de eso que sucedió. Por tanto, es un desorden el compadecernos de la situación de la persona que pide ayuda desde una conducta caritativa, de lástima o de dolor. Cuando hacemos esto, estamos viendo a la persona como pobrecita y contrariamos, inconscientemente, el deseo de ayudarla a que se recupere, a que sane las heridas sufridas ante las circunstancias que la han colocado en situación de necesidad o vulnerabilidad. Mirar fijamente lo que el campo presenta a causa del dolor nos hace cómplices del dolor. Y con La ayuda que ayuda se trata de que seamos mensajeros de una nueva luz y de las infinitas posibilidades de crecer y sanar. Asentir al destino y a la historia tal cual fue, asentir a lo que hemos vivido tal y como nos acompañó, implica dos elementos básicos: uno, ocupar nuestro lugar; el otro, rendirnos ante lo que fue. El primer aspecto, ocupar nuestro lugar. Cuando lo hacemos nos damos cuenta de que hay Algo Más Grande que nosotros; registramos los sistemas en expansión, además, de ver con claridad nuestra pertenencia inicialmente a nuestra familia, después a nuestro sistema educativo, al laboral, a una comunidad que nos contiene, un Estado, un país, un continente, un planeta, el universo.

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Indefectiblemente nos damos cuenta de que pertenecer a Algo Más Grande nos cubre a todos y al darnos cuenta de que existe un Orden Mayor, comprendemos, que también lo protestado hace parte de ese Orden Mayor. El segundo aspecto es rendirnos con humildad al darnos cuenta que lo que es, es. Filósofos y maestros de todos los tiempos nos han contado desde una profunda sabiduría que la felicidad en la vida radica en asentir y tomar la vida que hemos vivido tal cual fue y tal cual es para tomar nuestro presente en la plenitud de lo que nos brinda, es decir, tal como es ahora y como lo deseamos construir.

7. Si quieres ayudar, primero conócete Así, llegamos a la séptima estación, que desde la academia y nuestra experiencia personal es importante incluir llamamos proceso de transformación personal, tal como lo presentó nuestra docente Margarita Herrera en uno de sus talleres. Se trata de integrar no solamente aquello más grande a lo cual todos pertenecemos, sino también, lo más íntimo de nuestra humanidad: nuestra sombra, nuestra historia, nuestro destino y los sentimientos que afloran cuando pensamos en nuestra muerte. El compromiso permanente del ayudador de avanzar en el conocimiento de sí mismo es el mayor reto de cualquier persona, porque el crecimiento, la evolución y la expansión de la conciencia van hasta el infinito. En el día a día, en cada momento y cada acción podemos lograr más sabiduría y un mejor bienestar. Cuando olvidamos trabajar en esta parte de nuestro ser entramos en los juegos psicológicos de salvar en lugar de ayudar, perseguir en lugar de acompañar, victimizarnos ante el agobio del deber ser. Así, terminamos reflejándonos en el otro o reflejando en él nuestra herida básica, por tanto, prestando una ayuda que no ayuda. Dentro de la secuencia de estaciones recorridas, la séptima, de alguna manera, reúne todas las anteriores, pues, implica la humildad para reconocer y asentir la humanidad que nos habita. Es decir, la humildad para reconocer nuestra sombra, honrar nuestra historia, nuestro destino

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y nuestro sistema para estar al servicio de las personas que pretendemos ayudar. De esta manera, tendremos la certeza de que, también, pertenecemos a Algo Más Grande y que lo que nos corresponde es dar lo mejor de nosotros, y esto sólo es posible cuando asentimos plenamente a la oscuridad de nuestra humanidad: somos buenos y, también, humanos. Así, al aproximarnos al otro para dar, respaldados por el amor y el reconocimiento humilde de quienes somos y lo que hemos vivido, podemos aceptar los propios límites y los del otro, y, además, someternos a la situación, conocer la justa medida en la que podemos entregar, favorecer la independencia y la autonomía de quien la recibe y estimularla hacia el crecimiento.

Destino Final Estas siete estaciones son los mandamientos que pueden guiarnos para culminar el proceso de ayudar dentro del marco referencial de La ayuda que ayuda. Si reflexionas sobre estas siete estaciones descritas puedes darte cuenta que contiene tres aristas fundamentales: La primera tiene que ver con la persona que ayuda o “ayudador”, específicamente con los límites a que debe tener en cuenta para que la ayuda sea adecuada, es decir, que es lo que realmente tiene para dar frente a las circunstancias que rodean la ayuda, en tanto es preciso respetar el contexto al brindar la ayuda. Pasar por encima de los límites bien sean personales o contextuales abruma al otro, y lo empequeñece, en forma tal que genera una postura de grandeza-perpetradora en el ayudador. La segunda se refiere a la mirada que el “ayudador” tiene respecto al Ayudado: en principio reconociendo su nivel evolutivo en lo cognitivo, emocional y psico-social, es decir, mirarlo dignamente en su real situación y con la convicción de que contiene la semilla de crecimiento para superar los obstáculos por los cuales solicita la ayuda. Además, de verlo como un ser cuya existencia se genera dentro de un sistema al que sí o sí pertenece, y sin el cual no se pueden vislumbrar verdaderos caminos de solución; esta cualidad permite la percepción que caracteriza la llamada

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empatía sistémica. Ver al otro en su estado de necesidad sin el horizonte de sus recursos reforzaría en el ayudador la posición de Salvador. La tercera arista hace referencia al objetivo buscado en una ayuda que ayuda, en tanto que sin reconciliar los opuestos o los elementos en discordia, la ayuda pierde el sentido. Esta claridad hacia la búsqueda de la reconciliación implica asentir a lo que fue tal cual fue y lo que es tal cual es, por tanto, excluye cualquier queja por lo que haya sucedido, que terminaría reforzando la posición de la víctima. Por consiguiente, el centro de la ayuda que ayuda se encuentra en la conexión del ayudador con el impulso permanente de transformación y crecimiento personal, en tanto, que como seres humanos estamos en constante evolución y quien ya nada tiene que aprender, también ya nada tiene que enseñar, ni dar. Además, si no estamos en consonancia con nuestro destino, nuestra sombra y nuestra muerte menos podremos ponernos en contacto con las circunstancias y necesidades de la persona que pretendemos ayudar. La carencia solo genera más carencia. El miedo solo genera más miedo. Todo lo visto va de la mano de dos circunstancias fundamentales en nuestro crecimiento: La primera es la humildad y consiste en asentir a las restricciones que tenemos para dar solo lo que podemos; adaptarnos a las circunstancias, al contexto que fija el límite; trabajar desde lo que podemos dar al adulto que nos pide ayuda; ver el sistema en su totalidad para reconciliarlo; asentir a que la vida es lo que es y no diferente, y, finalmente, integrar que somos pequeños en relación con nuestro sistema y que cada sistema está incluido en uno más grande hasta llegar a un sistema de Algo Mayor que nos cobija a todos. También, implica asentir y reconocer no solamente nuestras partes buenas, sino también, nuestras partes humanas: nuestra sombra y nuestra historia; aquellos sentimientos que hemos excluido porque nos pesan y que, paradójicamente, incluyéndolos pesan menos y pueden convertirse en fuerzas aliadas; y, por último, los temores que tenemos ante la muerte y lo que hemos hecho con nuestra vida. El segundo factor consiste en acompañar el proceso de crecimiento. Este proceso tiene como finalidad que cada quien descubra sus principa-

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les recursos, ver al otro en su grandeza, en las posibilidades de su desarrollo y aceptar las limitaciones del momento evolutivo que atraviesa para seguir caminando y poder expandir su conciencia. Aceptar y asentir a las circunstancias limitantes del contexto del otro, viéndolas con respeto para que pueda tomarlas y crecer. Igualmente, corresponde verlo con capacidad para responsabilizarse y no sobreprotegerlo como a un niño, así puede dar el siguiente paso en la construcción de su vida. Ver a quien requiere ayuda, nos lleva a permitirle salir del egocentrismo primario de los niños para que también él pueda ver a los otros y comprender que todos pertenecemos a un sistema y, que su presencia e interacción produce los resultados que tenemos en nuestras vidas. Al recorrer estas siete estaciones te invitamos a observar aquello que resuena contigo y, desde esa conciencia, disponerte a abrir tu corazón. Al abrir tu corazón se amplía tu conciencia y, con ello, se tiene un radio de acción más expandido, más potente y, con certeza, más satisfactorio en la realización de la ayuda que quieres brindar. Te invitamos a hacer un pequeño ejercicio de introspección para que empieces este recorrido: “Ponte lo más cómodo posible, cierra tus ojos, has un par de respiraciones profundas, toma conciencia de tus sensaciones corporales, sentimientos y pensamientos. Ahora respirando lenta y profundamente lleva a tu corazón el recuerdo de aquella vez que fuiste ayudado cuando tenías una gran urgencia o una necesidad que te apremiaba resolver. ¿Cómo te sentiste? Te sentiste escuchado, te sentiste visto en tu necesidad. Sentiste que pudiste vislumbrar algún camino de solución o de pronto cuestionaste la forma de la ayuda que te fue brindada. A partir de esta experiencia en la que tú fuiste ayudado, te invito a que ahora crees un escenario de alguien que tu anticipas va a venir a solicitar tu ayuda y, con esa persona al frente de ti te voy acompañar a partir de las frases que te van a guiar en darte cuenta de cómo puedes estar lo más presente posible para esa persona. Bien sabes que solo el estado de presencia, es decir, el que tú estés totalmente presente para esa persona que ha tocado tu puerta es lo que te permite realmente acompañarlo.

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Respirando profundamente tomas conciencia de tu cuerpo y lo escaneas hasta el instante en que te sientas libre de preocupación, libre de recuerdos del pasado, libre de temores del futuro y, entonces, te das cuenta de cuáles son tus posibilidades reales para responder a la persona que te está solicitando una ayuda. Chequeas realmente que es lo que tu corazón te dice que está en condiciones y capacidad de brindar y te preparas para responder dentro de esos límites, que son tus propios límites y que te permiten responder en forma real a la demanda que te están solicitando. Ahora bien, esos límites, no terminan en tu propio ser, incluyen también las circunstancias, las circunstancias en que ese ser vive, lo que te solicita, el contexto al cual pertenece, las limitaciones que la realidad externa te marcan, que son los parámetros dentro de los cuales puedes responder y, esta arista es la que se refiere a tu coherencia, tu integridad, enmarcadas por tus propios límites y por los de las circunstancias. Y ahora desplazas tu mirada sobre quien te está solicitando la ayuda, ¿cómo lo estás viendo? Si lo ves realmente en la grandeza de lo que él tiene según el momento de su edad, de su capacidad de recibir, de su inteligencia, de su desempeño y, te das cuenta de cuánto estás viéndolo en su grandeza o de cuánto lo empequeñeces si le tienes lastima y, también reconoces que solo puedes acompañarlo realmente, cuando lo percibas en su verdadera potencialidad. Y de pronto, también, en esta arista percibes que pertenece a un sistema, que así no viva con su familia de origen o actual, él pertenece al sistema original, al sistema laboral, al sistema comunitario según la ayuda que te solicitó. Que lo puedas ver como parte integrante de esa red que lo contiene te permite no parcializarte y sentir empatía por su red completa. Solo así podrás empezar a cumplir el objetivo de la ayuda, solo así podrás construir una mirada benevolente a todo su grupo que te permita conducirlo hacia una reconciliación. Te estarás preguntando, pero ¿cómo lo hago? Tal vez la premisa de base es que si tu asientes a lo que él te consulta tal como fue y tal como es, podrás tender un puente para que a su vez él pueda soltar el juicio y la censura de lo que lo atrapa para asentirlo como una circunstancia más de su vida frente a la que puede aprender. Y ahora tú imaginas que esas tres aristas, el ¿cómo tú te sientes?, el ¿cómo lo ves a él? y el objetivo de la ayuda conforman un triángulo en

cuyo centro estas tú sentado y en contacto contigo mismo, contigo misma, visualizas cuales son las partes oscuras tuyas, eso que a veces llamamos sombra; cuál ha sido tu destino y qué fantasías tienes alrededor de la muerte y más aún de tu propia muerte y, esos tres faros en tanto los puedas ver, reconocer y aceptar con plenitud te permiten estar en las mejores condiciones para poder ayudar. Recuerda ahora este mágico triángulo de la ayuda en cuyo centro te encuentras tú mismo reconocido y amado plenamente y, como sus tres aristas brillan para que puedas verte a ti en tu grandeza y en tus limitaciones personales y del contexto; para que puedas ver al otro en su grandeza con todas sus potencialidades y perteneciente a un sistema y, la tercera para que puedas cumplir a cabalidad la reconciliación y el asentimiento de lo que fue y de lo que es, base fundamental para poder unir lo que antes estaba separado”.

9 Del ayudador idóneo Más allá del contexto solo es posible ayudar desde el lugar correspondiente, con equilibrio y dentro del sistema al cual se pertenece. Llegó la hora de mirar en profundidad lo que se requiere para ser un ayudador desde los planteamientos de La ayuda que ayuda.

¿Somos todos ayudadores? Es una pregunta interesante porque a veces se dice: “no, yo jamás ayudo a nadie”, “eso no me corresponde”; sin embargo, si reflexionamos sobre nuestra cotidianidad y la forma como hemos vivido, nos percatamos que en todo momento ayudamos a alguien y alguien nos ayuda, aunque, generalmente, usamos diferentes acepciones para nombrar a la ayuda. En realidad, las relaciones humanas se fundamentan y se mantienen con el intercambio, se dan, justamente, cuando ayudamos y cuando nos ayudan. Nuestras vivencias nos permiten generar el modo mediante el cual desarrollamos la capacidad y el arte de ayudar. Remontarnos a la niñez nos permite recordar cuando nuestros padres y los adultos que nos cuidaban decían: “tráeme eso”, “haz esto, haz lo otro”; así, sin darnos cuenta, desde esos momentos comenzamos a ayudar.

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En principio, podemos creer que solo estábamos cumpliendo órdenes, sin embargo, la forma como aprendimos a ayudar la encontramos en esos hechos tan simples. Es decir, cuando nos piden algo y respondemos a lo que nos solicitan; cuando nos agradecen o agradecemos lo que hacen por nosotros. Todo esto se entrelaza con la manera como establecemos los vínculos y el contexto en el cual nos relacionamos. Algunas veces empezamos a ayudar sintiéndolo como un deber, al decir: “tengo que”, “debo realizar”, “debo darle gusto”; otras, lo hacemos desde el placer de responder a lo solicitado o a lo recibido. En este mundo en donde tomamos, recibimos y aprendimos a dar, vivenciamos que la ayuda es algo natural en el intercambio de las relaciones, allí donde se da algo y se recibe algo se marca la calidad del encuentro humano que se establece con el otro. En ese devenir del encuentro humano se comienza a desarrollar la necesidad de devolver inocentemente, es decir, de ayudar, de compensar naturalmente; el otro, también y de una manera inocente, con una sonrisa en el corazón quiere devolver lo recibido. Se establece así, un espiral de crecimiento humano en el dar y en el recibir, en el ayudar y en el recibir la ayuda. Desde la experiencia humana, todos tenemos esta marca profunda del intercambio a partir de los vínculos. La relación establecida entre el dar y el tomar parte del hecho básico de haber recibido la vida, inicialmente del encuentro de nuestros padres y, posteriormente, de vínculos que nos han nutrido para ser lo que somos. Esta reciprocidad nos enriquece y permite expandirnos y crecer. Esta es la semilla del dar y el recibir ayuda, que vibra en el fondo de nuestro ser y palpita en cada una de nuestras células. Desde luego, también, en ti que has llegado hasta estas páginas en este libro sobre cómo ayudar. Más allá de estas circunstancias naturales a todos, las ciencias humanas han ido enriqueciendo su mirada sobre la ayuda, al punto de que hoy podemos formular caminos con los cuales se facilita ayudar cuando el otro puede recibir la ayuda, en el entendido que la ha pedido y tiene conciencia de su necesidad.

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¿Estamos en capacidad de ayudar? Podemos generar una matriz, cual urdimbre invisible, dentro de la que todos tenemos la capacidad de ayudar. Esta se crea a partir de nuestra esencia básica, desde la cual nos construimos en un intercambio del dar y recibir, al darnos cuenta de que lo recibido lo tomamos y, a su vez, lo entregamos a otros honrando lo que nos fue dado. Sin embargo, con el correr del tiempo observamos que ayudar es todo un arte y, por qué no decirlo, una ciencia. Si bien se apoya en el proceso natural de donde todos surgimos como producto de un intercambio entre un hombre y una mujer y como resultado de los cuidados que nos fueron brindados, nos damos cuenta que aquello que creíamos que era de nuestra naturaleza básica no siempre logra el fin que pretendemos. Tal vez ante un encuentro desafortunado o una frustración, cuando hemos querido ayudar, comenzamos a reflexionar sobre cómo es esto de ayudar. En el camino recorrido para conocer metodologías, procesos y técnicas acerca de cómo implementar una ayuda que realmente pueda llegar a su objetivo, nos dimos cuenta de que más allá del deseo profundo de hacer feliz a otro, se requiere equilibrar la ecuación de lo recibido en pro de nuestro bienestar. Entendimos que ayudar exige que miremos con honestidad y profundidad nuestra historia para limpiar lo pertinente, es decir, nuestras heridas y nuestras sombras, para dejar el ensayo y el error al ayudar. En efecto, en ocasiones, recibimos o damos una ayuda inadecuada, que va por la línea del bloqueo y las limitaciones del crecimiento; en otras, podemos recibir una ayuda que conduce a superar obstáculos, a ampliar la visión que tenemos de la realidad, a ser cada vez más nosotros mismos, a generar responsabilidad y a desarrollar las virtudes que están dormidas. Y ahora te estarás preguntando: ¿cómo es eso de que para ayudar tengo que mirar mi sombra? Cuando aceptas ayudar a una persona es necesario que mires más allá de lo que te está pidiendo porque, quieras o no, estás comprometiendo tu vida, tus recursos, tu ser; además, si el objetivo es que la persona salga de las circunstancias difíciles en las que se encuentra, eso exige lograr que actúe con responsabilidad para que no se

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torne dependiente de ti y para lograrlo necesitas saber en dónde estás tú, quién realmente eres. Si nos hubieran preguntado hace cinco o diez años si estábamos en capacidad de ayudar, la respuesta inmediata hubiera sido: “sí, claro que sí, de hecho, todos ayudamos”. Pero, ahora luego de reflexionar, nos preguntamos: “¿de verdad estamos en capacidad de hacerlo?, ¿es cierto que cuando brindamos alguna ayuda es válida esa ayuda?, ¿en realidad tenemos todos los recursos para brindar ayuda?” La respuesta, ahora, no es tan sencilla. Todo lo visto y estudiado y las vivencias y experiencias en diferentes talleres nos hacen concluir que un asunto es que todos deseemos ayudar, que siempre estemos dispuestos a dar; y otro, totalmente, diferente es que, de verdad, hayamos desarrollado esa capacidad de ver y de comprender qué es la ayuda, de ver y de comprender qué es lo que estamos aportando a quien busca en nosotros un soporte para salir de las circunstancias que lo agobian. También, podríamos decir que hay diferentes posibilidades de ayuda: algunas que surgen de la cotidianidad, del simple hecho de convivir o de vivir en sociedad; otras mucho más complejas, por ejemplo, cuando ocurre un desastre natural que a todos nos desborda y nos lleva a ver cómo podríamos ayudar, qué podríamos hacer para apoyar a los sobrevivientes y, aún, otras más graves que surgen de las acciones de los hombres como guerras y conflictos armados. Un tema específico que nos muestra cómo se da el proceso de ayuda colectiva, lo podemos observar en los casos de desplazamiento masivo, tan común en el mundo actual. Un ejemplo contundente, lo encontramos en el episodio en el cual Venezuela deportó muchos colombianos y los dejó en la frontera con Cúcuta. Ante el impacto de las imágenes de los noticieros, mucha gente quiso ayudar enviando alimentos, frazadas y vestuario; sin embargo, las personas que organizaban la ayuda humanitaria en ese lugar, dijeron: “Por favor, por favor, sabemos que ustedes nos quieren ayudar, pero no nos envíen más comida, no nos envíen ropa, estamos saturados”.

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Así, podemos ver cómo nos volcamos a ayudar, dando por sentado qué es lo que necesita quien requiere la ayuda, cuando, realmente, no lo sabemos, es una presunción basada en nuestras creencias y circunstancias, no en la realidad del otro. Por esto, ante la pregunta de si estamos en capacidad para ayudar, creemos que si bien, todos tenemos ese deseo natural de servir, de dar, sobre todo cuando alguien está en dificultades, es necesario y sería nuestro deber mirar un poco más allá de las suposiciones y hacer una reflexión respecto de lo que realmente se necesita para que esa ayuda sea efectiva y bien recibida por el ayudado. Con la experiencia descubrimos que cuando alguien brinda un acompañamiento que alcanza los objetivos de una ayuda eficaz, es porque conoce y sigue un lineamiento específico y sistemático para implementar la ayuda. Así, tendremos la solvencia para ayudar adecuadamente, cuando desarrollemos el poder de ver al otro en su verdadera dimensión, en sus diferencias, en su ser, en sus características particulares, en su inteligencia; es decir, en lo que él es y en nuestra capacidad de respetar esas diferencias. La ayuda que ayuda es aquella que se puede brindar a un otro realmente visto y, la que no ayuda es aquella que se brinda respondiendo a las fantasías y a los deseos que tenemos sobre las necesidades del otro.

Cualidades del ayudador Vamos a describir las cualidades o características básicas de un ayudador que brinda una ayuda que ayuda.

Reconocer la pertinencia La ayuda que ayuda implica un darse cuenta y reconocer cuándo es posible y adecuado brindar la ayuda, y cuándo se debe retirar. Como dijimos, no toda ayuda en realidad ayuda. Es necesario tener claro nuestro lugar y nuestras posibilidades, así como las de quien recibe la ayuda.

Desarrollar destrezas La ayuda que eyuda requiere de destrezas que se pueden aprender y ejercitar. Esta ayuda implica una comunicación que valida sentimientos

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para que el ayudado pueda vislumbrar nuevos caminos. Esto es: comprender el motivo que aqueja a la víctima y que, al mismo tiempo, la desborda; lo que hace necesario apreciarla en su grandeza y verla con compasión, no con lástima.

Sintonizarse empáticamente Para ello es necesario establecer rapport, es decir, sintonizarse empáticamente; validar al otro; apoyarlo en ampliar su mirada; recibir su mensaje como si fuese nuevo y único; respetar el valor de cada quien; tener en cuenta sus necesidades y reconocer su desempeño y logros.

Expansión de conciencia hacia una plena inclusión La ayuda que ayuda requiere fuerza y un amor tan amplio, que no haya lugar a exclusiones de ninguna naturaleza, ni se tome partido por una u otra parte. Desde luego, esta nueva postura solo se alcanza dentro de un proceso de expansión de conciencia, que, en su evolución, acceda a un peldaño más para trascender los juicios que separan y excluyen. La ayuda contiene la inclusión que integra opuestos y respeta diferencias. En un mundo unificado abre puertas hacia la reconciliación consigo mismo y con el otro, y forja, así, el camino hacia la paz, hacia la vida plena.

Respeto por el lugar ocupado La ayuda que ayuda también exige el claro respeto por el lugar desde el cual se brinda dicha ayuda. Solo se puede ayudar sin afectar el bienestar propio cuando se hace, exclusivamente, desde el lugar que tenemos frente a quien solicita la ayuda. Por ejemplo, una amiga viene a contarnos que su hijo está muy rebelde y le damos consejos como si fuéramos su mamá. Aquí, de una parte, nos desplazamos a un lugar que no nos corresponde (la mamá de la amiga) y de otra, no la vemos como una persona adulta, sino como una niña.

Respetar al ayudado A un adulto que no respetamos lo infantilizamos; lo incapacitamos para que realice por sí mismo sus sueños; no le permitimos que asuma la responsabilidad de su vida y lo mantenemos en sumisión.

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Actuar sin juicios ni prejuicios Una de las formas más nocivas para ayudar es hacerlo desde los juicios y prejuicios del ayudador, pues estos no le permiten ver el abanico de posibilidades que la vida brinda y le impiden ver al ayudado en su grandeza y con sus propias posibilidades y sueños.

Reconocer la grandeza del ayudado Este es un factor definitivo para establecer una ayuda que si ayude. En relación con este aspecto, las universidades de Columbia y Wisconsin-Madison llevaron a cabo una serie de estudios acerca del llamado Efecto Pigmalión, referido a la manera cómo las creencias sobre una persona pueden influir en su rendimiento y desempeño. Encontraron que la imagen que el docente, en este caso el ayudador, tiene del alumno, es decir, del ayudado, es un elemento anticipatorio del desempeño y el rendimiento del educando. Nuestras creencias generan lo que vivimos. Creamos lo que creemos. Así que ver y creer en las capacidades de quien pide ayuda es una condición imprescindible para impulsarlo a ser quien verdaderamente es, sin las limitaciones que han frenado su ser y su quehacer.

Asumir el lugar que se tiene frente al ayudado Solo desde el lugar correspondiente de quien ayuda es posible apoyar el crecimiento y la expansión de quien recibe la ayuda, esto es ser solidario con su esencia y no con sus limitaciones humanas. Deslizarse al lugar de los padres en el proceso de ayudar es perder la objetividad frente al ayudado. Percibirlo como un niño limita su crecimiento.

Validar los sentimientos del ayudado Validar es asentir en nuestro corazón plenamente al otro. Un camino para lograrlo es volver a escuchar o repetir lo que nos dice sin juzgar, como si fuéramos un espejo. Por el contrario, cuando se hacen comentarios, tales como: ¿has debido?, ¿tienes qué?, ¿si hubieras hecho?, aún con el ánimo de ayudar, se invalidan los sentimientos y conduce a que el otro se cierre, se distancie y se coloque a la defensiva, lo cual genera que no pueda recibir la ayuda.

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Sentirnos validados provoca bienestar y abre el corazón para continuar el diálogo en un encuentro humano y, en ocasiones, íntimo. Validar los sentimientos del otro no significa que estamos de acuerdo con la forma como el hecho lo afecta, ni con la manera como lo gestiona, sencillamente, lo aceptamos y respetamos como ser humano. Validar los sentimientos tiene que ver con el lenguaje que usamos para comunicarnos y el giro que le demos. La siguiente anécdota ilustra lo que queremos plantear: “Un faraón soñó que se le caían los dientes y al pedir a sus magos que le interpretaran el sueño, uno le dijo: ‘Va a morir toda tu familia’, ante está respuesta lo mandó decapitar. El otro le dijo: ‘Vas a sobrevivir a toda tu familia’, a él le regalo monedas de oro”.

La idoneidad del ayudador contiene la sumatoria de todos los factores que hemos planteado y, en esa medida, tu vida será cada vez más placentera, coherente y fructífera.

Consecuencias de las cualidades del ayudador CUALIDADES

CONSECUENCIAS

Sintonizarse empáticamente con la ayuda solicitada.

Contiene y acompaña, desde un estado de presencia.

Responder con pertinencia a lo solicitado.

Genera responsabilidad, fuerza, bienestar y autonomía.

Respetar el lugar de quien ayuda y de su sitema.

Genera un vínculo de adulto a adulto, quien se ayuda hacia el crecimiento.

Consciencia expandida, sin diferencias y total inclusión.

Establece plena inclusión, sin juicios, que siempre son excluyentes.

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Autocuidado reflejo de una ayuda sana El autocuidado implica cuidarse primero a sí mismo y sanar la herida básica.

Todos los seres humanos y, especialmente, quienes asumen como misión de vida la ayuda, se exponen en forma permanente al dolor, a la cruda realidad de los destinos difíciles, que, quiérase o no, impactan la vida emocional. Por eso, tener en cuenta y aplicar los planteamientos compartidos en este libro, sirve de escudo protector, para cuidar la salud. Así: Los Órdenes del Amor son la llave hacia la felicidad. Funcionan cuando quienes conforman nuestro sistema tienen un lugar en nuestro corazón, respetamos el orden de origen y el equilibrio entre el dar y el tomar. Cuando así lo hemos incorporado, lo podemos poner en acción en cada una de nuestras realizaciones. Los Órdenes de la Ayuda son el camino para hacer realidad La ayuda que ayuda, desde una postura adulta, saludable, sin expectativas, generosa, con libertad y seguridad, al respetar el propio destino y el del ayudado, su sistema y su grandeza para desarrollar sus habilidades. Se acompaña desde lo que se tiene, acorde con las posibilidades; se asiente a lo que fue tal cual fue; se conduce hacia la reconciliación y la paz. Quien ayuda con integridad ha transformado su triángulo dramático en triángulo creativo, es decir, ha pasado del perseguidor a la empatía, del salvador al poder personal, de la víctima a la responsabilidad. Tomar responsabilidad en la aplicación de estrategias de autocuidado implica integrar cuatro aspectos: • Tomar conciencia de la misión de vida. • Implementar los Órdenes del Amor. • Respetar los Órdenes de la Ayuda. • Transformar el triángulo dramático en triángulo creativo.

10 Utilidad de la metodología de “La ayuda que ayuda sirve a la vida”

E

sta metodología cuya mirada se centra en los seres humanos puede ser utilizada en distintos lugares y entidades que exigen su concurso. Así mismo es valiosa para implementar intervenciones en las diferentes aéreas del conflicto humano, tales como violencia intrafamiliar; grupos en estado de vulnerabilidad, desgaste en el quehacer profesionales, entre otros. A continuación, describiremos algunos de los grupos más importantes en los que tiene aplicación este modelo de intervención hacia la armonía vincular y crecimiento humano.

Dentro de las entidades del Estado El Estado como primer garante de la vida y el orden social es el más beneficiado con esta metodología de La ayuda que ayuda, en especial, los servidores públicos que ejecutan sus políticas, planes y programas, quienes se ven enfrentados a una difícil tarea como lo es atender el dolor y el drama humano, muchas veces sin ninguna preparación y protección emocional, por lo que comprender y aprender a ver a los participantes de los conflictos desde la perspectiva de La ayuda que ayuda como seres trascendentes, capaces de afrontar y salir de esas circunstancias esta me-

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todología les alivia la carga afectiva y les permite tener mejores prácticas de autocuidado emocional.

En la temática de la violencia intrafamiliar La integración de las más novedosas intervenciones que conforman la metodología de La ayuda que ayuda permite un abordaje rápido y contundente en la solución de este flagelo de la humanidad, al ver a los partícipes de esta problemática más allá de la díada víctima-victimario, evidenciar en su vínculo su herida básica y generar espacios de sanación. Además, permite que cada uno de los participantes en el problema y en la solución asuman solo la responsabilidad que les compete y, desde ahí, actúen para llegar al bienestar de la familia y la sociedad.

Dentro de las Instituciones Educativas El uso de La ayuda que ayuda en las entidades educativas tiene varias aristas, a saber:

En relación con los padres de familia La metodología de la ayuda que ayuda genera un proceso de desarrollo integral de la familia como núcleo esencial de la sociedad, en cuanto que le ofrece a los padres de familia recursos efectivos para forjar vínculos más sanos y saludables con sus hijos, al llevarlos a reconocer su herida básica que los hace actuar, inconscientemente, desde una postura de víctima, victimario o salvador al interior de la familia, y les ofrece herramientas para sanarla y transformar sus relaciones al ordenar su sistema, en especial, reconocer los componentes del orden de la jerarquía, en la que ellos deben comportarse siempre como adultos y bajo ninguna circunstancia permitir que los hijos ejerzan autoridad y primacía frente a sus hermanos o intervengan en la relación de pareja de los padres.

En relación con los docentes La ayuda que ayuda, además de permitirles a los docentes y personal administrativo de los entes educativos un conocimiento más profundo en lo personal, los lleva a darse cuenta desde donde ejercen su vocación, si

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desde una actitud de salvadores al desvivirse por sus estudiantes y verlos como necesitados y pobrecitos; o una actitud de víctimas del sistema, de los alumnos y los padres de familia o de victimarios al ejercen su labor con control desmedido. También, al conocer los órdenes de la ayuda podrán reconocer si ejercen su labor dentro de los límites que les corresponde o si su altruismo y misión los hace desbordar sus funciones en aras de ayudar a sus estudiantes con las consecuencias nocivas para su salud emocional y relaciones con los padres y la institución educativa.

En las Organizaciones No Gubernamentales La misión de una Entidad No Gubernamental es AYUDAR, por esto la metodología de La ayuda que ayuda está claramente enfocada en quienes las dirigen y conforman, en especial, cuando estamos comprometidos con la paz, la reconciliación, la vida, y la reparación integral de las víctimas, muchas de ellas con historias de dolor que sobrepasan la naturaleza humana y golpean las fibras más íntimas de las personas dedicadas a esta labor, que por más fuertes que sean se sienten desbordadas llegando a verse afectada su salud física, emocional y espiritual. Esta metodología les permite a estas personas descargar esa energía desbordante al mirar su historia, reconocer sus límites y asentir al destino.

Profesiones de ayuda y de servicio Está metodología se convierte en una brújula para los profesionales cuya labor se relaciona con la ayuda y servicio a la gente, en tanto que les muestra los límites de su labor y les permite descubrir la motivación inconsciente de su quehacer, así como el sustrato que determina la cualidad en la manera de comunicarse con sus consultantes. Además, brinda un derrotero claro de cómo prestar el servicio profesional u ocupacional solicitado.

11 La ayuda que ayuda Cuando sirves a los demás, la vida te sirve a ti.

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a ayuda que ayuda cree en las personas, en sus potencialidades y habilidades; es solidaria, observa el orden jerárquico, genera autonomía, confianza e integridad; se coloca en el lugar del otro; reconoce su grandeza, honra y respeta su sistema, sus circunstancias y su destino. Al contrario, vimos que existe una ayuda que no ayuda, porque genera dependencia, asistencialismo y desorden; crea subordinación nociva que anula al ayudado al impedirle desarrollar sus potencialidades y criterios; es permisiva, no propositiva ni incluyente. Para llegar a La ayuda que ayuda hicimos un recorrido por los órdenes del amor, de la ayuda, la herida básica y pasamos del triángulo dramático hacia el triángulo creativo, que en su conjugación y en su aplicación generan un cambio en la forma de ayudar y transforman la vida del ayudador y del ayudado. Así vimos como: Los Órdenes del Amor son la llave hacia la felicidad, funcionan cuando quienes conforman nuestro sistema tienen un lugar en nuestro corazón, respetamos el orden de origen y el equilibrio entre el dar y el tomar. Los Órdenes de la Ayuda son las estaciones que debemos transitar en el camino de La ayuda que ayuda desde una postura adulta, saludable, sin expectativas, generosa, con libertad y seguridad, que respeta el propio destino y el del ayudado, su sistema y su grandeza para desarrollar

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habilidades. Acompaña desde lo que se tiene, acorde con las posibilidades y asiente a lo que fue tal cual fue, hacia la reconciliación, objetivo este último fundamental en todo proceso de consejería y de toda intervención que implique ayudar. Así, sanamos la herida básica o sagrada con su expresión dentro del triángulo dramático de víctima, perseguidor y salvador para dar paso al triángulo creativo hacia la responsabilidad, la empatía y el poder personal, respectivamente. Este modelo, llevado a la práctica en varios seminarios, les permitió a los participantes llegar a niveles profundos en poco tiempo y les facilitó darse cuenta de los eventos guardados en el inconsciente, tanto en lo individual como en lo colectivo del grupo, que les impedía desempeñarse con mayor solvencia. También, alcanzó a transformar aspectos personales y del equipo para lograr una vida con más bienestar y una gestión más eficiente. La combinación de los enfoques que conforman esta metodología y su aplicación permiten descubrir, elaborar e integrar las dinámicas inconscientes que afectan los ámbitos personal, familiar, laboral y comunitario para acceder a una mirada amplia y expansiva, integrativa y compasiva sobre la sociedad con miras a la construcción de bienestar. Para culminar el trabajo aquí presentado y como conclusión de lo aprendido proponemos el siguiente Decálogo como guía para el ayudador que aplica La ayuda que ayuda.

Decálogo de la buena ayuda Quien realmente ayuda: 1. Asiente a las limitaciones propias y del contexto. 2. Asiste al ayudado como adulto y asume su rol como tal. 3. Actúa desde una empatía sistémica incluyendo todas las partes que confluyen en la necesidad del ayudado. 4. Propicia la reconciliación de los opuestos y participantes en el conflicto. 5. Asiente a la vida tal y como es y tal y como fue, sin lamentar los hechos. 6. Trabaja para restituir la conexión con lo excluido y con el dolor no reconocido, tanto en el ayudado como en sí mismo. 7. Reconoce su destino y mira su sombra para actuar con responsabilidad y comprensión 8. Honra la pertenencia de todos, el lugar de cada quien y la necesidad de compensar lo entregado con lo recibido. 9. Impulsa la transformación de las manifestaciones de la herida básica -víctima, victimario y salvador-, en responsabilidad, empatía y poder personal. 10. Ayuda para servir a la vida y al servir a la vida construye bienestar integral.

Reflexión final La ayuda que ayuda conjuga la vida en la realización del ser y el quehacer.

Cuando actuamos desde los parámetros de La ayuda que ayuda, estamos cuidando tanto de la persona que ayudamos como de nosotros mismos, en tanto que su aplicación nos lleva a un plano más profundo. De esta manera: Cuando actuamos desde los Órdenes del Amor estamos al servicio de la vida y, así, cuidamos nuestra propia vida y conservamos el equilibrio en todas las áreas. Cuando actuamos desde los Órdenes de la Ayuda estamos al servicio del crecimiento y, así, apoyamos la expansión del otro sin afectar nuestro bienestar. Cuando actuamos desde el triángulo creativo estamos al servicio de la vida y, así, acrecentamos nuestra capacidad para vivir con responsabilidad, poder y empatía sistémica, en donde todos tenemos cabida, sin excepciones. Así, podemos vivir en consonancia con lo planteado por Bert Hellinger en la siguiente frase: “El corazón de aquel que comprende lo presente en resonancia con el pasado, tanto en lo bueno como en lo malo, está en plena sintonía con el mundo”. Bert Hellinger

“Los Órdenes del Amor al Servicio de la vida. Los Órdenes de la Ayuda al Servicio del crecimiento. La integración de lo creativo al servicio de la Plenitud Vital” Marianela Vallejo Valencia

Epílogo

T

erminar de leer este libro, es en realidad, comenzar a vivirte desde una conciencia más amplia. Una conciencia que nos hace más integrados y unidos con todos y todo. El respeto, la comprensión y el amor son los motores que te ayudan a ayudar. Queramos o no, siempre estamos prestando ayuda, pues nuestra naturaleza esencial nos impulsa a darnos y extendernos constantemente. Sin embargo, esta condición natural de nuestro ser, muchas veces está teñida de ideas, condicionamientos adquiridos y estructurados por nuestras carencias y demandas internas. Al querer ayudar desde este lugar, no ayudamos de verdad, creemos hacerlo, pero más bien, podemos estar tratando de llenar en nosotros mismos, aquello de lo que creemos carecer. Y no, la ayuda que ayuda, parte de un lugar limpio de nuestro corazón, donde sabemos con certeza la grandeza de la vida en nosotros y reconocemos en el otro la misma grandeza. El compromiso que despierta, en nosotros este libro, de ayudarnos primero, en la mayor honestidad y disposición, a conocernos para observar y despejar con valentía las nubes que nos impiden reconocer nuestra propia luz y establecernos en ella cada vez más, nos permitirá ser instrumentos neutrales para reflejar en el ayudado esa confianza reconocida en nuestro interior, que le permitirá reconocerla por igual en él mismo. En esta lectura alcanzamos a reconocer tanta bondad y abundancia entregada por la vida, desde nuestra vida intrauterina y nacimiento y en el desarrollo de la misma, que de seguro podremos traducirla en una be-

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lla gratitud hacia todo lo recibido por nuestros ancestros, padres y las siguientes relaciones que establecemos a lo largo de la vida. Nos entran deseos de devolver lo recibido, de entregarlo con ganas, pero esto solo es posible si logramos ver con ojo cierto lo que hemos recibido a manos llenas. No olvidemos que antes, necesitamos despejarnos del engaño de ser personas carentes (con independencia de las difíciles circunstancias que hayamos tenido que atravesar o estemos atravesando), en donde nos establecemos como víctimas que demandan en el otro, llenar la “deuda” que creemos la vida tiene con nosotros o, bien, nos convertimos en los victimarios que perpetúan el creer saldar esta deuda, o nos volvemos de una manera ingenuamente altruista, los salvadores del mundo, sin saber que, quizás, estamos tratando de salvarnos a nosotros mismos. Este libro explica de una manera rica, como nuestra herida básica o dolor primario (que se gesta en la separación de la madre en el nacimiento), nos hace caminar por la vida a partir de defensas inconscientes para protegernos de este dolor o frustración frente a lo que hubiéramos querido recibir de unos padres “ideales”, sin entender que hicieron lo que pudieron y dieron lo mejor de sí en ese momento determinado, sin agradecer que a través de ellos tenemos la vida. Estas defensas se traducen en muros y máscaras que conforman el triángulo dramático (víctima, victimario, salvador). Desde acá sobrevivimos, no vivimos, y jamás podremos relacionarnos, ni con nosotros ni con el otro, de manera honesta y sana, mucho menos prestar la ayuda que ayuda. La hermosa propuesta de este libro, es que, en el ejercicio de la toma de conciencia de estas posiciones defensivas, podemos transformar estos limitantes papeles, liberarnos de estas restricciones y barreras impuestas por nosotros mismos y, en cambio, comenzar a vivir las cualidades que nos llevan a expandirnos en la naturaleza real de nuestro ser, y extender nuestra ayuda genuina. Nos volvemos creativos, empáticos, responsables de nosotros mismos y nos centramos en nuestro verdadero poder, confiamos en la fuerza que viene de abrazar la vida. En este punto estamos transformando el triángulo dramático en triángulo creativo, que está

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conformado por “responsabilidad, empatía y empoderamiento”. ¡Qué mejor lugar para ayudar!, vemos en el otro, lo que vemos en nosotros, permitimos al otro crecer y reconocerse en sus cualidades, virtudes y talentos, al haberlo hecho en nosotros mismos. No se pueden dejar de mencionar, las maravillosas herramientas y vehículos, que nos proponen las autoras, al presentarnos los “Órdenes del amor” y los “Órdenes de la ayuda” del maestro Bert Hellinger, para hacer con amabilidad este tránsito del triángulo dramático al triángulo creativo: la base para dar la ayuda que ayuda se cimienta en estos órdenes que respetan inherentemente el orden del universo del cual somos parte activa. Nos dan cuenta de cómo podemos integrarlos en nuestro cotidiano, tomando esa fuerza que une, y sostiene todo lo vivo y, nuestras relaciones con ello. Es por esto que este libro es unidad, nuestra visión se amplía y se vuelve holista. Nuestra vida es incluyente, no se limita únicamente a nuestra necesidad personal, sino que se extiende a una que abarca el todo. Pertenecemos. Encontramos en la belleza del presente, el impulso sabio para la acción, reconociendo lo que nos pueda estar limitando y aceptando nuestras facultades y potenciales. Sabemos que dar y que tomar, al haber tomado lo que la vida, tan generosamente, nos ha regalado. Damos generosamente y abrimos nuestro corazón a seguir recibiendo en nuestro encuentro con el otro y lo otro. Damos y recibimos en libertad. Además, respetamos el lugar que a cada uno le corresponde y ocupa, para que la red invisible que nos une, se despliegue espontáneamente. Honramos nuestro origen, promoviendo la gratitud por lo recibido de nuestro sistema universal, planetario, social y familiar. Sabemos que tenemos para dar y recibimos lo necesario, sin exigir en el otro lo que no puede o no quiere dar. Tenemos presentes las circunstancias que nos atraviesan y traspasan al otro. Ofrecemos la ayuda, y la damos solo si el otro la quiere, o esperamos que el otro nos la pida. No interferimos en lo que le pasa a cada uno, por intensa o dolorosa que pueda ser su situación; más bien en el desarrollo del respeto, sentimos una compasión verdadera, y una confianza en la capacidad de la vida para impulsarnos a aprender.

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Nos involucramos en esta dinámica de ayudar desde nuestro adulto, para relacionarnos con la parte adulta de quien requiere la ayuda, desde donde reconocemos que somos autónomos como lo es el otro y contamos con las herramientas necesarias al vernos avocados a situaciones límites o a retos. Somos empáticos, comprendemos no solo a quienes ayudamos sino a las dinámicas de los sistemas familiares y sociales a los que pertenecemos y ellos pertenecen. Decimos sí a la vida, reconociendo y validando que todo se desarrolla como debiera dentro de un Orden Superior a nuestra comprensión personal, así reconciliamos el valor de cada experiencia e integramos cada sagrada lección que la vida nos plantea y vemos en el que ayudamos lo correspondiente, sin querer hacer juicios, ni intentar - dar en vano- soluciones aleccionadoras que partan de nuestro propio sistema de creencias y valores. Ahora somos libres para ayudar, para dar “La ayuda que ayuda”, con un compromiso férreo de crecer en conciencia y servir en esa ayuda a la vida. Este libro puede quedar tatuado dentro de ti, como quedo en mí. Cada vez que se te presente la oportunidad de ayudar, te puedes preguntar ¿desde qué lugar estoy queriendo ayudar? Cuando esta respuesta te llegué del corazón, podrás tener la seguridad que verdaderamente estarás ayudando, con la gracia de la humildad y la alegría de ser. A las autoras de este libro doy mi gratitud al ayudarme con la claridad de “ayudar para ayudar” desde un lugar libre y real, el verdadero servicio que podemos prestar. María Fernanda Vallejo Maya Amante de la Naturaleza Artista Plástica Terapeuta

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Sobre las autoras

Marianela Vallejo Valencia on una vida rica en experiencias y salpicada de duelos, hoy, como madre y abuela feliz abraza en amor y plenitud el don de la vida. Como profesional, al servicio de la psicología, en su aplicación terapéutica, investigación, docencia e innovación, ha brindado nuevas miradas, con desafíos a los planteamientos clásicos convencionales para la comprensión e intervención terapéutica en las ciencias psicológicas. En la actualidad es conferencista y docente internacional de su Modelo de intervención en Neopsicología Sistémica en Constelaciones Familiares. Está dedicada a la práctica psicoterapéutica privada en el contexto individual y vincular, dentro del modelo de intervención terapéutica de Neopsicología, del cual es creadora. Plantea nuevos caminos de investigación con miras a comprobar clínica y experimentalmente intervenciones de vanguardia. Entre sus libros se destacan: Realizando nuestros sueños. Experiencias de Pedagogía Sistémica en Colombia; Constelaciones Familiares. Para liberar la energía del amor y de la vida, en 2008; El coraje de emprender, Bestseller en Amazon en 2015; Si yo pude tú también puedes, Bestseller en Amazon en 2015; Un modelo de Supervisión en Constelaciones Familiares, Bestseller en Amazon en 2016, con la Doctora María Esther Jandette. La ayuda que ayuda, Bestseller en Amazon 2017 en coautoría con Rosa Elena Cárdenas Roa. Existencia, Consciencia y Vida, en 2020 y Vivencias que Sanan, en coautoría con Mariana Scherr2020.

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E

Rosa Elena Cárdenas Roa s una mujer apasionada por conocer al ser humano en su todo y sus partes: lo social a través del derecho; lo personal desde la psicología y lo divino desde la meditación. Se graduó como abogada, psicóloga y maestra de meditación Ishaya. Ha dedicado su vida a la investigación de los eventos que llevan a la violencia al interior de las familias desde la perspectiva de los derechos humanos y, a crear alternativas para abordar su solución desde el derecho, y generar terapias innovadoras para que las personas puedan superarla. Se ha destacado como conferencista en temas de derecho, de talento humano, manejo del estrés y meditación. Ha escrito varios artículos sobre delitos sexuales y violencia intrafamiliar, destacándose sus “Comentarios a la Ley 360 de 1997, Avances y dificultades de la nueva Ley”, de la cual fue impulsora dentro del Proyecto de Asistencia del Fondo de Población de Naciones Unidas, en su calidad de Jefe de la Unidad de Delitos contra la Libertad Sexual y la Dignidad Humana de la Fiscalía General de la Nación; y “Violencia intrafamiliar: sin víctimas ni victimarios”, como coautora.

Contactos

Para obtener más información sobre el tema y para la programación y realización de seminarios y talleres de La ayuda que ayuda sirve a la vida, entra en contacto con: Fundación Marianela Vallejo. Neopsicología Sede principal Bogotá - Colombia www.marianelavallejov.com y www.neopsic.org [email protected] [email protected] [email protected]

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