Tactica De Flota

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  • Words: 116,862
  • Pages: 343
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Wayne P. Hughes

ÍNDICE Prólogo a la edición original.............................................................................

VII

Agradecimientos..............................................................................................

XI

Introducción........ .............................................................................................

1

1.

Cinco piedras fundamentales.................................................................

13

2.

La evolución de la táctica durante la acción: la era de los veleros de combate, 1650-1805..........................................................................

33

3.

El desarrollo de la táctica en época de paz, 1865-1914.........................

46

4.

Segunda guerra mundial. La revolución de las armas............................

73

5.

Segunda guerra mundial. La revolución de los sensores........................

95

6.

Las grandes tendencias........................................................................... 121

7.

Las grandes constantes........................................................................... 152

8.

Las tendencias y constantes de la tecnología......................................... 174

9.

Las grandes variables.............................................................................. 188

10.

Tácticas modernas de flota...................................................................... 209

11.

Fondeadero.............................................................................................. 236

Apéndice A: Terminología................................................................................... 250 Apéndice B: Los principios de la guerra............................................................. 254 Bibliografía: ....................................................................................................... 261 Índice alfabético. ............................................................................................... 265

PROLOGO A LA EDICIÓN ORIGINAL

En mi carácter de aviador naval, albergando en mí todos los rasgos propios de Ud. denominación, acuñados durante años de disfrutar la tranquilizadora sensación posterior al perfecto funcionamiento de la catapulta y al tirón de bienvenida de los cables de frenado en noches oscuras y borrascosas, frecuentemente escucho la pregunta: "¿Durante cuánto tiempo más seguirán siendo los portaviones la pieza central de las tácticas de la Armada norteamericana?". Ocurre como si la pregunta fuese omnipresente. Una respuesta seria gira necesariamente en torno a la tecnología y las tácticas, por lo que siendo esto páginas un tratado con profundidad de dichos tópicos, resultan trascendentes para la cuestión en su globalidad. El libro que ustedes han de abordar realiza una tarea excepcional combinando tecnología y tácticas dentro de un contexto histórico. De hecho es él más claro y rotundo libro publicado sobre las tácticas. Táctica de flota hace su aparición algo demorada en escena. En las últimas décadas, un fenomenal avance tecnológico ha afectado virtualmente cada uno de los aspectos de la guerra naval de un modo difícil de pronosticar. Las innovaciones de la tecnología tornan obsoletos algunos sistemas cuando, estando en su etapa de desarrollo, aún no han irrumpido en la flota en cantidades significativas. Estas circunstancias sumadas al hecho de que la Unión Soviética ha superado la inversión estadounidense en materia de defensa, y en particular en presupuestos para sus fuerzas navales, crean a nuestra armada la necesidad, en medida no igualada a todo lo largo de su historia, de estudiar y perfeccionar sus tácticas. Cuando un aviador naval sube el tren de aterrizaje de su aeronave, resulta catapultado hacia una dimensión distinta, la del reino de las tácticas, en la que debe permanecer hasta el momento de su recuperación a bordo de los portaaviones. De igual modo, el comandante de un submarino que atraviesa las escolleras en dirección W mar se interna en un reino que exige sutil agudeza del sentido táctico. En este caso, en su papel de navegante bajo la superficie que conduce operaciones independientes, requiere del íntimo conocimiento de sus sistemas de combate, capacidades y limitaciones de su tripulación, y de la doctrina táctica establecida para su buque. Pero a tal piloto o comandante no le basta ser eficiente desde el punto de vista táctico. Hoy, al igual que en tiempos de Nelson, todos los elementos tácticos deben combatir como un solo y coherente equipo, integrándose sus respectivas

tácticas en un todo, de la mejor manera en que cada unidad individual pueda traerlas a la palestra. Es más que probable que en el futuro estos elementos incluyan recursos con base en tierra y en el espacio. Ninguno de ambos ha alcanzado aún a desarrollar todo su potencial en el ambiente marítimo. Los sistemas espaciales tienen existencia embrionaria: cuando sean desarrollados, si lo son algún día, exigirán de los profesionales navales habilidades tácticas aun más sofisticadas que las que actualmente ostentan. La necesidad actual sobre la competencia del profesional táctico en las operaciones con las múltiples plataformas de los grupos de batalla enfrenta el desafío de aquellos que postulan que desde la Segunda Guerra Mundial no hemos presenciado escenario alguno de combates navales de envergadura, en los que el empleo de tácticas de grupos de batalla fuese imperativo. Algunos opinan que Malvinas fue para los británicos solo una experiencia a pequeña escala, en donde sé puso a prueba sus habilidades tácticas. También se opina que los enfrentamientos árabe-israelíes y los bombardeos norteamericanos a Libia, ofrecen limitados pantallazos del amplio espectro táctico de la guerra naval. Cualquiera sea la opinión que se tenga de estas operaciones, debemos estar prevenidos contra la insidiosa tendencia de limitar nuestro horizonte táctico a las maniobras de tiempos de paz, en su lugar, debemos procurar entender las ordalías de la guerra tecnológica futura en el mar y todas, sus consecuencias. Lamentablemente debo reconocer que somos presa fácil de las presiones que sobre nosotros ejercen las prioridades de tiempos de paz, y en consecuencia, favorecernos la administración de programas, la adquisición de medios y -en nuestro desvelo por mantener listos para la acción los complejos sistemas de

armas-

el

mantenimiento

de

nuestros

buques,

en

desmedro

del

perfeccionamiento táctico. Es simultáneamente temerario desestimar estas áreas vitales, y riesgoso y contrario a las lecciones de la historia permitir que el perfeccionamiento táctico ocupe un papel secundario tras cualquier otra necesidad, aunque ésta sea esencial, Después de todo, ¿qué otra cosa es la profesión naval sino tácticas, tácticas y más tácticas? Nada hay que excite más al marino que disponer de la oportunidad de ejercitar su conocimiento del buque y su sistema de armas, al demostrar todo su potencial combativo. Táctica de flota es un arcón de tesoros, Heno de sentido común es sus orientaciones y de ideas estimuladoras. Es al mismo tiempo fácil de leer y una

verdadera joya. El capitán de navío Hughes, con su vena literaria, ha trasformado lo que podía haber sido un tema ríspido, en un fascinante tratado que dejará en el lector el deseo de leerlo una y otra vez. Las cinco piedras fundamentales, por mencionar solo uno de tantos compendios de principios que abundan en estas páginas, merecen cuidadosa asimilación y más todavía, deberían trasformarse en instinto. No ha descuidado tampoco el capitán de navío Hughes, acentuar el ingrediente vital de las tácticas: el don de mando. En el mar, más que en cualquier otro lugar, "el hombre va donde lo llevan sus conductores". Juntos sobreviven un día más a la lucha saboreando el fruto de la victoria, o juntos perecen. Su mejor opción es aprender rápido y bien a operar como una unidad. La guerra es lo inesperado, y más allá de un cierto punto, la guerra es violencia en dosis inimaginada. Solo es capaz de competir el mejor equipo. El cuidadoso estudio de Táctica de flota inspira al acérrimo marino, quien no habiéndolo hecho aún, colocara las tácticas en su lugar correcto: el primero y primordial. El lector tiene un festín a su alcance. ¡Mis mejores deseos para el viaje a emprender! Almirante Thomas B. Hayward

AGRADECIMIENTOS

El fallecimiento del capitán de navío Hugh Nott impidió que fuese el coautor de este libro. Su contribución durante el período de gestación de la obra fue invalorable. Juntos acordamos la existencia de una disciplina táctica, inmersa en el marco más amplio del estudio de la guerra en el mar; juntos también coincidimos en que los fundamentos de tal disciplina necesitaban ser actualizados; que el estudio de principios era inadecuado, ya que tendencias, constantes y contextos son parámetros importantes de la ecuación; y que los procesos del combate debían ser representados por modelos dinámicos. Asimismo compartimos la culpa de no haber hallado un giro lingüístico más elegante para nuestra máxima fundamental de la táctica naval: Ataca eficazmente primero. La presencia de Hugh es al mismo tiempo sentida y añorada en cada una de las páginas. El almirante A. J. Whittle fue el primero en leer cada palabra del esbozo original y probablemente quien mayor influencia ha ejercido a todo lo largo de la obra. Casi tan importante ha sido la participación de Frank Uhlig y de Frank Snyder, ambos de la Escuela de Guerra Naval, sugiriendo correcciones de detalle. Entre las muchas personas que colaboraron dando forma al material de este libro, recuerdo el vicealmirante Thomas Weschler y al contralmirante C. E. Armstrong en el área de las operaciones; al teniente general Philip Shutler en aspectos de la guerra costera; a los doctores Joel Lawson, John Wozencraft y Michael Sovereing en los temas de comando y control; y a W. Robert Gerber, Gael Tarleton, Donald Daniel y Robert Bathurst en ciencia militar soviética. El Instituto del Conflicto Militar se acredita gran parte del mérito, por su accionar como mesa de intercambio de opiniones desde un comienzo, y ayudándome a perfilar las diferencias entre los procesos del combate en tierra y en el mar. Tengo presento que sus directivos, el coronel Trevor Dupuy y el señor Lawrence Low, no escatimaron su tiempo ni su consejo. Tengo un especial agradecimiento al capitán de navío David Clark, quien concibió "La segunda batalla del Nilo", mientras veíamos por televisión un desastroso partido de fútbol entre los equipos del Ejército y la Armada. Muchos otros aportaron materia prima, ideas e inspiración. Entre ellos incluyo al vicealmirante Joseph Metcalf III, al contralmirante John A. Baldwin, al doctor Wilbur Payne, al doctor J. J. Martín, al doctor Milton Weiner, al profesor Neville Kirk, a los capitanes de navío S. D. Landersman, Lawrence Seaquist, y E.

M. Baldwin. En la Escuela Naval de Postgrado, el preboste David Schrady y el doctor Atan Washburn fueron especialmente generosos con su aliento. Las ideas que no logran comunicarse semejan semillas esparcidas en las rocas. El lector debiera asociarse en mi agradecimiento a quienes contribuyeron, no a la sustancia sino a la forma y expresión de dicha sustancia: en Monterrey, el capitán de corbeta Paúl Fishbeck, Ellen Saunders, Sherie Gibbons y Ruthanne Lowe; y del Instituto de Publicaciones Navales, Richard Hobbs y Connie Buchanan. Mi esposa Joan tiene doble mérito. Soportó el libro sin una pizca de celos malsanos, y además pulió mi gramática. Finalmente, el almirante Thomas Hayward no solo me obliga al agradecimiento por su consejo y aliento, sino que también resulta acreedor al reconocimiento de la Armada de los EE.UU., por renovar el énfasis en la capacitación Táctica de su flota.

INTRODUCCIÓN

“Ninguna política merece el calificativo de sensata a menos que haya tenido en cuenta muy cuidadosamente las tácticas a ser empleadas en guerra” Capitán de fragata (USN) Bradley A. Fiske.1905. Trazando la derrota El último libro de origen norteamericano referido a tácticas navales fue escrito hace ya más de cincuenta años, publicándose durante la Segunda Guerra Mundial. Abarcó aspectos históricos y sus autores fueron el contralmirante S.S. Robison y su señora esposa. Pero para encontrar un estudió de autoría norteamericana centrado en el arte y ciencia de la táctica, debemos remontarnos a los albores del siglo cuando la táctica era el tema de debate de los oficiales de marina. El ensayo que resultó premiado en 1905 por el Naval Institute llevó por título "American Naval Policy" (Política Naval Norteamericana) fue su autor el entonces capitán de fragata Fiske y dedicó veintitrés de sus ochenta páginas exclusivamente a las tácticas. Eran tiempos en que los oficiales de marina proclamaban agresivamente que política y estrategia no debían ser meras expresiones de deseo, sino planes que respondan a posibilidades concretas de éxito táctico. Tal el caso de un oficial francés que frustrado por la indecisión de su gobierno frente al avance naval del Káiser, escribió: “Seamos austeros pero también honestos... es a través de la objetividad, esto es, comparándonos con nuestros posibles oponentes cómo debemos dimensionar nuestro armamento; una regla subjetiva o abstracta carece de sentido... si nuestra política no permite dilucidar presupuestos para la Armada, tengamos una política acorde con los presupuestos navales”.1 Tras cuarenta años de supremacía en el mar, durante los cuales los norteamericanos se habituaron a una armada capaz de hacer todo lo que de ella se pedía, es tiempo de replanteamos el problema del modo en que las flotas ganan batallas, evitando así que tanto la política como la estrategia asuman capacidades de las que sus fuerzas navales carecen. 1

Baudry. Págs. 16-17.

El comienzo del siglo fue también una época en que los pensadores tácticos gobernaban las tendencias de la tecnología a un grado tal que al menos un autor norteamericano y uno ruso incorporaron la palabra tecnología a sus propias definiciones de tácticas. Aspectos tales como el calibre y emplazamiento de los cañones, el espesor y distribución de la coraza o la ubicación de la timonera y el puente de mando eran medulares del pensamiento láctico. A principios de siglo la revista Proceedings abundaba en trabajos premiados, entre los que predominaban los ensayos sobre táctica. Hacia la década del 20 el Consejo General de Oficiales Superiores de la Armada Estadounidense fundía en sus deliberaciones aspectos estratégicos, tácticos y características constructivas de las nuevas unidades, empleando incluso, con frecuencia, las facilidades que para juegos de guerra contaba entonces la Escuela de Guerra Naval, dirimiendo allí disputas sobre diseños. El apasionado discurso que caracterizó a las marinas W mundo de esa dorada época W pensamiento táctico dio sus dividendos en la Primera Guerra Mundial. Durante la misma las grandes sorpresas fueron estratégicas y no de orden táctico. Alfred Thayer Mahan postuló que los principios estratégicos se "cimentan en una roca", a la vez que debido a su dependencia de la tecnología, los principios de la táctica son más oscuros, ya que la tecnología evoluciona. Omitió Mahan el hecho de que la estrategia también resulta afectada por el nuevo armamento. Contrastando con Mahan, Clausewitz pensó que la táctica admite con mayor frecuencia el establecimiento de principios útiles y que dichos principios son transformables en doctrina en forma más directa que los principios estratégicos.2 Poco nuevo que decir tiene cm libro acerca de los principios de la guerra. De hecho se concentra en los procesos, tendencias, constantes y contextos de orden táctico. El sentido táctico de estos cuatro elementos será nuestro tema, aunque el lector podrá especular que del mismo modo en el ámbito estratégico, perseguir procesos, tendencias, constantes y contextos será más fructífero que recurrir únicamente a principios. Las bibliotecas no abundan en buenos libros sobre táctica, y la razón probable tal vez sea lo escabroso del tema. Abocarse a él es algo así como lanzarse a explorar los ignotos puertos y océanos de Magallanes y Cook. Las

bibliotecas profesionales de la Escuela Naval, Escuela de Guerra Naval, Escuela de Postgrado y otras, promisoriamente ofrecen libros descritos en sus catálogos como tratados acerca de la táctica. Pocos de ellos lo son realmente. La mayoría consiste en relatos de campaña y combates terrestres, abarcando uno o más de los inigualables veinte siglos que van desde Alejandro a Guderian. En su mayor parte fueron escritos por historiadores antes que por pensadores tácticos. 2

Clausewitz págs. 147 y 152/154.

O tal vez los oficiales navales dejaron de escribir sobre tácticas porque esa palabra fue asociada con maniobra. Los oficiales jóvenes de la década del 50 nos maravillábamos con el "adiestramiento táctico": giros y evoluciones a quinientas yardas eran realmente excitantes, pero ellos no guardaban entonces más relación con la guerra en el mar que un desfile militar con el combate terrestre. Cuando se programaban tácticas, el evento significaba maniobras antes que práctica del combate. Estas evoluciones sólo eran resabios de la época en que la maniobra era el meollo de la conducción de fuerzas durante la batalla. Recientemente, en 1972, John Creswell en el prefacio a su obra British Admiral of the Eighteenth Century (Almirantes británicos del siglo dieciocho) escribió: “La era de las tácticas de flota, ese periodo en que los resultados notables se alcanzaban maniobrando flotas rivales o grandes navíos, perduro casi dos centurias”. 3 3

Creswell pág. 7.

Creswell da por finalizado dicho periodo con la batalla de Jutlandia. Pero la táctica es el empleo de las fuerzas en el combate y por lo tanto existe con prescindencia de que las flotas sean maniobradas o no. Más aún, un vistazo a la historia de la táctica nos evidencia que la maniobra sirve al propósito ulterior de obtener posiciones relativas favorables respecto del enemigo. A pesar de que Creswell está en lo cierto respecto de que la maniobra ha perdido el carácter central que alguna vez tuvo en la proyección de tus armas, aspectos tales como la posición y

especialmente la distancia al enemigo son todavía ingredientes

tácticos vitales, conservando la maniobra su carácter de herramienta de comando

para alcanzar posiciones relativas favorables desde donde lanzar ataques efectivos. O tal vez el interés por la táctica de flota se desvaneció porque la atención del mundo en general estaba dirigida casi con exclusividad al combate singular entre navíos. Hoy, grandes componentes de las flotas modernas están basados en tierra. Para controlar el mar y asegurar su uso, las fuerzas navales incluyen aviones, mísiles y sensores con base terrestre que buscan la superficie y debajo de ella. Es tal la importancia de estos componentes que el ejemplo elegido en, el capítulo 10 para ilustrar acerca de las tácticas modernas consiste en el enfrentamiento de una fuerza basada en el mar y una segunda fuerza naval con medios significativos basados en tierra. Se intenta con este libro reavivar en el cuerpo de oficiales navales estadounidenses el interés por et estudio de la táctica. En primer lugar, apunta a demostrar que existe en el arte y la ciencia de la guerra naval una identificable columna vertebral de temía táctica. Un profundo debate acerca de tácticas requiere el aporte de expertos y métodos históricos, tecnológicos y analíticos. En cuanto a la historia los estudiosos de la guerra saben que ella es una gran maestra; en tiempos de paz toda experiencia bélica es ejemplificadora. De allí que Mahan en su estudio de la historia nos ha hecho un pobre favor al anteponer las lecciones estratégicas a lis lecciones tácticas. Respecto de la tecnología, mi amigo Thomas C. Hone, quien resulta su más un historiador que tecnólogo o analista, ha especulado con que el primer requerimiento intelectual para desarrollar buenas táctica es el conocimiento del modo en que funcionan las armas. La mayoría de los oficiales de marina concordarán con él. La habilidad para dar uso a la maquinaria del buque, es decir, las herramientas de su oficio, ha sido desde siempre la impronta del oficial naval competente. Luego de una vida observando almirantes subordinados que nunca pudieron derrotar a los británicos. Napoleón escribiría su frustración: "El arte de la guerra terrestre es el arte del genio, de la inspiración. En el mar nada es genio o inspiración, todo es tangible (observable y cierto) o empírico”. 4 Admito esta verdad con una sonrisa. Napoleón estaba en lo cierto en el contexto de sus días, pero nunca advirtió el abismo existente entre saber qué se debe hacer en el mar y

hacerlo. Dado que la mayoría de los oficiales navales invierten más tiempo en su equipo que con las tácticas no he subvaluado la precedencia del conocimiento tecnológico. De todos modos, un regreso a las tácticas no puede implicar alejarnos de la tecnología, de suerte que este libro presta el adecuado reconocimiento (pero nada más) al papel de la tecnología, guiando y alterando tácticas. Y respecto de los métodos analíticos, éstos deben ser tanto cuantitativos cuanto cualitativos. La marcada atención que aquí se presta a las tendencias y constantes es un reconocimiento al papel del análisis cualitativo. Pero la más original contribución pertenece al reino de los modelos. Entender la táctica es entender la dinámica del combate, es decir, su ritmo y evolución. Un aspecto que prácticamente

todos

los

escritores

de

la

época

dorada

acentuaron

desembozadamente ha sido el del análisis numérico y la geometría. La desaparición de esa clase de razonamiento cuantitativo resulta tan irrazonable, cuanto que los oficiales de hoy se han acostumbrado a las representaciones geográficas y alfanuméricas. En la única obra contemporánea de táctica naval de la bibliografía del mundo libre que lleva por título A History of Naval Tactical Thought (Historia del pensamiento táctico naval), el almirante Giuseppe Fioravanzo hace un uso admirable de métodos cuantitativos hasta que arriba a su último capítulo, referido al combate naval futuro. Aquí se repliega al discurso retórico. La revisión de algunos números actuales de las revistas Proceedings y Naval War College Review, difícilmente revele relaciones o modelos numéricos y sólo escasas referencias a resultados experimentales para dar apoyo o frustrar una tesis táctica. Paradójicamente en la era de la computadora y la investigación operativa, los ensayos que uno lee son una retahíla de hipótesis, proclamas y exhortaciones. 4

Citado en Landersman, apéndice D.

En este libro introduciremos al lector en algunos modelos básicos solo a título ilustrativo. Aunque simples, ellos muestran que vivimos una era de complejos métodos matemáticos. Los modelos analíticos, la simulación mediante computadoras y los juegos de guerra cuando se desarrollan acabadamente, constituyen herramientas poderosas. Los modernos modelos "descriptivos"

clarifican nuestro entendimiento y los "de prognosis" ayudan a describir las relaciones temporales, especiales y de organización. Asimismo al tiempo que esto escribo, se está incrementando el interés por el uso de modelo y sistemas que apoyen la toma de decisiones, diseñados para el planeamiento y ejecución de operaciones militares. De tal manera, este libro se sustenta en las tres columnas del estudio táctico: la historia, la tecnología y el análisis. Ellas son las herramientas de la teoría. Para su sensata aplicación por manos profesionales en la flota, deben ser combinadas con otros tres ingredientes: pericia, ejercitaciones y experimentación, más el reconocimiento del propósito inmediato de la batalla. De modo que los oficiales navales, profesionales que deberán pelear y ganar futuras acciones navales, son más primeros y más importantes lectores. El lector laico y la guerra de las Malvinas El respetado investigador y escritor de Oxford C. S. Lewis se refería a sí mismo como un laico en cuestiones de teología. Con el mismo criterio existe un laico en asuntos navales. Dicho laico suele hablar con mayor elocuencia que los teólogos navales de uniforme Azul y con el transcurso del tiempo pueden llegar a ofrecer sabios e imparciales puntos de vista. Pero si el sagaz laico norteamericano que se ha dedicado a mejorar la defensa nacional, quiere desempeñar un papel constructivo, necesita mejores fundamentos en táctica naval. El comentarista aficionado resulta entonces el segundo tipo de lector a quien va dedicado este libro. A medida que se desarrollaba la guerra da Malvinas, algunos observadores laicos explicaban las acciones de este modo-

El hundimiento del "Belgrano" resalta las nuevas vulnerabilidades de las unidades de superficie frente a los submarinos.

-

El hundimiento del "Sheffield” y otras unidades británicas de superficie pone de manifiesto su marcada vulnerabilidad a los mísiles aire-superficie.

-

De lo dicho se desprendo que los buques de superficie son obsoletos, particularmente los grandes y costosos.

-

Los ataques decisivos llegarán sin previo aviso.

-

El combate naval es progresivamente más letal para sus participantes.

-

En caso de haberse usado armamento nuclear, los buques hubieran sido blancos aún más accesibles. Este libro no es una guía comprensible para la asimilación de todas las

lecciones de la guerra naval contemporánea. Ningún libro puede serio, pero aspiro a que cualquiera que lo lea arribe a conclusiones diferentes acerca de Malvinas y de la guerra naval moderna en general. En mi opinión, que más adelante intento explicar, algunas conclusiones más inteligentes acerca de esa guerra rondarían los siguientes lineamientos: -

El hundimiento del "Belgrano" (construido antes de la Segunda Guerra Mundial), indica que se requieren armas modernas para pelear guerras modernas. La Armada Británica superaba a la Armada Argentina, con especial énfasis en lo atinente a submarinos nucleares. En el mar, una fuerza naval sólo ligeramente más débil que su oponente

será generalmente derrotada en forma decisiva, antes que pueda infligir dados proporcionales al enemigo más poderoso. Habiendo apreciado su inferioridad, la flota argentina obro correctamente al retirarse a sus aguas territoriales, sustrayéndose de las acciones. Los submarinos fueron y son buques de guerra eficientes. -

El "Sheffield" y otros dos escoltas británicos fueron hundidos mientras desempeñaban adecuadamente su tarea, que era proteger a los portaaviones y transportes de tropa. A causa de que no hemos presenciado acciones de flota desde 1945, hemos olvidado que ésta es la verdadera naturaleza del combate naval: rápido, mortal y decisivo. Si una nueva lección ha de su extraída, ésta no consiste en que los buques

son vulnerables a los misiles sino que aviones armados sólo con bombas no pueden competir con buques equipados con mísiles superficie-aire. La numerosa y valiente aviación argentina fue poco menos que destruida mientras hundía media docena de buques británicos. Cuatro de estos buques fueron hundidos en aguas próximas a las islas Malvinas. Durante una operación anfibia del tipo de la que estaba conduciendo la Armada Real, una flota pierde la ventaja táctica asociada a su movilidad, para dar lugar a la protección de la cabecera de playa.

Resuelto el problema de la exploración para el enemigo, la flota es más vulnerable, contando solo con sus defensas activas para protegerse. -

Los Estados Unidos no pueden permitir que sus unidades alcancen la obsolescencia. Dependen del libre uso del mar por el tráfico mercante y del control del mismo para proteger sus intereses transoceánicos, incluso con fuerzas anfibias de ser necesario. Esto no se puede hacer sin buques de superficie. Los grandes navíos tales como portaaviones y acorazados son valiosos porque cuentan con gran capacidad de absorción de daños y de inflingir daño en cantidad desproporcionada a su propio tamaño. Previo al desembarco en San Carlos, su propia movilidad permitió que la

flota británica operara de modo seguro en proximidades de Malvinas. Sin el apoyo desde el mar las fuerzas terrestres argentinas estaban efectivamente aisladas, y la aviación costera argentina estaba basada muy lejos, como para hacer sentir su fuerza considerable. -

En el combate naval moderno, la exploración eficiente es la clave para la eficaz proyección de las armas. Tanto las fuerzas argentinas como británicas estaban mutiladas por la carencia de adecuada exploración, la aviación argentina y su único submarino necesitaban de un mejor reconocimiento para localizar y seguir sus blancos, prioritariamente los dos portaaviones. Los británicos, por su lado, requerían mejor vigilancia y alerta temprana contra ataques repentinos. Al menos dos buques recibieron ataques mientras cumplían funciones como piquetes radar (es decir explorando) alejados del cuerpo principal, siendo en consecuencia más vulnerables. No se puede admitir la llegada de ataques misilísticos repentinos y sin la

adecuada alerta previa. El resultado de un encuentro entre fuerzas navales con elevado número de armas de largo alcance se decidirá por la eficacia de la exploración y el cortinado, antes que las armas hayan sido lanzadas. -

El combate naval ha sido siempre letal en grado sumo para los contendientes. Pero Malvinas, por el contrario, confirma una tendencia hacia un menor número de víctimas por cada unidad fuera de combate. La guerra moderna luto en el mar como en tierra es cada día más destructiva para las máquinas, no para los hombres.

Acerca de la guerra nuclear nada nos aclara Malvinas. Tal como antes seguimos sospechando que los blancos fijos en tierra serán más vulnerables que las unidades en el mar, que cuentan con su movilidad para eludir el ataque. Las lecciones de la guerra de Malvinas son las que se ajustan a su naturaleza marítima y a su escala (guerra limitada). Es el tipo de guerra para el cual la Armada Norteamericana se encuentra idealmente dimensionada para pelear, pero ciertamente no es el tipo para el cual la Armada Argentina ni la Armada Británica estaban preparadas. Otros lectores El tercer lector para quien este libro fue pensado es el jovenzuelo de trece años. Esa fue la edad a la que con su escaso metro y treinta y siete centímetros de estatura, el futuro comandante en Jutlandia, John Jellicoe, ingresó a la Armada Real presentándose a bordo del viejo “Britannia”, navío de línea de madera. Los genios en música, matemáticas y otros campos florecen temprano, y es mi deseo interesar a jóvenes lectores, llenando el presente vacío de la literatura táctica. Dado que no hay demasiados juegos en computadoras que resulten adecuados, debiera al menos existir un libro que ayude a explicarse al Nimitz o Spruance del futuro, por qué sus tácticas fallan o son exitosas. Siendo un niño "aprendí” tácticas en los libros de Lee J. Lovette, Fletcher Pratt, C. S. Forester y de cualquier otro catalogado en las secciones 359 y, 940.5 de la biblioteca pública de Chicago. En los días de lluvia convocaba a amigos para confrontar fuerzas constituidas por unidades navales marca Tootsietoy, en batallas hogareñas donde una puerta oficiaba de estrecho focalizando la acción. Dado que nuestros escasos fondos no alcanzaban para completar la flota (los destructores costaban cinco centavos y los cruceros diez), lográbamos extenderlas pegando cartulinas a escarbadientes, en las que se leía el nombre y características de cada buque. Era una manera fantástica de pasarla en un sábado lluvioso, pero yo hubiera empeñado la armada marca Tootsietoy completa por un libro como éste si hubiese existido, y con entusiasmo, ya que está escrito “para los profesionales”. En Marshall Field’s invertí 21 dólares que me había dado mi abuela en la adquisición de un ejemplar del Jane's Fighting Ships de 1944. Ese día mi madre y Neptuno avizoraron mi destino naval.

Hoy en día, los jóvenes con sus cautivantes equipos electrónicos parecen más afortunados y sofisticados que lo que lo éramos nosotros con nuestra flota de juguete. Pero debo formular una advertencia a esa generación electrónica que alardea de sus ventajas y habilidad. El desarrollo de tácticas adecuadas en la pantalla de un equipo hogareño no se aproxima más a la evolución del combate de lo que pueden hacerlo los cuartos de guerra de la Escuela de Guerra Naval. El pensamiento táctico guarda sí relación con los medios materiales, que son necesarios pero no suficientes. Ejecutar las tácticas en el campo de batalla es una cuestión de conducción, de liderazgo, que cautiva el corazón Y la mente del marino. Aquello expresado por Edison en cuanto a que el genio inventivo es un uno por ciento de inspiración y noventa y nueve por ciento de traspiración, es también cierto dicho con respecto al éxito en el campo de batalla. Habrá también un cuarto y no invitado lector. Es la Academia Soviética de la Ciencia, y ésa será la única persona que no solo leerá sino que además disecará, estoy seguro, este libro. Esa actitud forma parte de la naturaleza de la ciencia militar soviética, tan sistemática, tan historicista y tan inclinada a cuantificar, examinando profunda y exhaustivamente la literatura militar occidental. Este lector ha sido un firme, macizo y astuto fantasma que escudriñaba por sobre mi hombro mientras escribía. Espero haber sido adecuadamente enigmático en los asuntos de doctrina actual de la Armada Norteamericana. Respecto del candor del resto del libro, remito a ese lector a la aserción que figura en la página 216: “La teoría no gana batallas” Aun así no puedo dejar de pensar que los comandantes de la Armada Real del siglo XVIII, bien pudieron aprender de Hoste, Morogues y otros teóricos franceses las tácticas con que luego vencieron a Francia. Terminología5 La raíz etimológica de 1 ' a palabra táctica es el vocablo griego taktika, que significaba "asuntos relativos a la disposición". La tradicional y estrecha definición de táctica dice que es "el arte o ciencia de disponer o de maniobrar las fuerzas entre sí y en relación con el enemigo, y de su empleo en combate". En este libro táctica significa "el empleo de las fuerzas en combate". Las tácticas no son

estudios sino técnicas, no un arte o una ciencia, sino la acción del hombre en combate. Mientras los estrategas planifican los tácticos hacen. 5

Para definiciones precisas ver apéndice A.

La definición que aquí brindamos es deliberadamente confusa. 6 Las palabras clave son empleo, fuerza y combate. Tanto en forma especifica como contextual este libro clarifica dichos términos. A la frase táctica de flota los estudios suelen considerarla sinónimo de táctica naval, tal el caso de los trabajos de Robison y Fioravanzo, pero es usada aquí para referimos a las operaciones que involucran la participación y uso coordinado de un gran número de buques y aeronaves.

Esporádicamente

nos

referiremos

a

tácticas

con

unidades

independientes, pero sólo cuando inciden dentro del contexto de las tácticas de flota. En la estructura usual del combate terrestre, las tácticas de flota encuentran su paralelo tanto en la táctica de armas combinadas, como en lo denominado grandes tácticas o arte operacional, término contemporáneo este último que rara vez encuentro necesario emplear. 6

Alguno dirá que táctica es el despliegue para ganar batallas. Esta definición puede pedir demasiado a una táctica ejecutada por fuerzas inferiores. Más aún, no todas las misiones navales apuntan estrechamente a la victoria en el mar. Las buenas tácticas pretenden hacer uso de todo el potencial de las fuerzas.

Concierne a las tácticas de flota el combate donde se arriesgan aspectos marítimos o donde, usando el léxico en boga, se dan batallas por el control o dominio del mar. En el uso que aquí le damos, las tácticas de flota excluyen expresamente la muy particular táctica de las operaciones anfibias. También excluyen los apoyos navales al combate terrestre u operaciones de proyección, como suele decírseles (denominación que encuentro muy útil). Es necesario enfatizar dos aspectos de lo que acabamos de decir. El primero de ellos es que resulta relativamente infrecuente el enfrentamiento entre flotas al solo y específico efecto de ganar el dominio del mar. En la mayoría de los casos uno u otro bando actúa en pos de un objetivo en tierra en forma directa e inmediata; de allí que la operación anfibia frecuentemente limita o complica la libertad de acción de uno-0

de ambos bandos participantes en la acción naval. No debe sorprendemos que una flota que es derrotada en la acción naval, aun así logre su objetivo de proteger la cabeza de playa o salvar un convoy. Dicho esto, el alcance del presente trabajo es muy limitado para abarcar también la discusión del asalto anfibio; el sujeto de nuestro estudio aquí es el combate en el mar. El segundo punto a enfatizar es que el comando naval debe saber distinguir entre objetivos marítimos y objetivos terrestres. Un mismo ataque aéreo desde el mar puede conducir a suprimir una amenaza al mar, o a apoyar operaciones en tierra, y resulta fácil confundir estos objetivos. También excluimos del ámbito de las tácticas de flota a la guerra de corso. La expresión francesa guerre de course, literalmente guerra de cacería, se refiere a la guerra de incursores o guerrilla en el mar. Los incursores de superficie, submarinos o aéreos actuando contra la navegación, sobreviven a través del ocultamiento y por el desgaste causado al enemigo a base de la superioridad local alcanzada, empleando unidades independientes o pequeños grupos. Las tácticas de ataque de defensa en la guerra de corso difieren de las de flota tanto como difieren las tácticas aplicadas al encuentro decisivo terrestre con las tácticas de la guerrilla. Reaparecen algunos términos de viejo cuño. El más destacado de ellos es el término exploración, dentro del cual yo incluyo reconocimiento, vigilancia y todo otro medio aplicado a verificar y proveer información táctica a un comandante y a sus fuerzas. La palabra rusa razvedka tiene el mismo significado práctico. En forma indistinta e intercambiable usaremos cortinar, una palabra de linaje distinguido, y antiexplorar, vocablo que acunamos aquí. Si es menester dar mayor precisión a su empleo, con antexploración nos referiremos a toda medida tendiente a frustrar el esfuerzo de exploración enemigo y hablaremos de escolta cuando se trata de acompañar y defender con buques y aeronaves las unidades capitales. Para el uso que aquí se le dará, escolta es un tipo de contraofensiva * Así considerada, una cortina antisubmarina es una escolta de contraofensiva para proteger unidades capitales del ataque submarino. Al mismo tiempo y dado que a la vez que se protege, también se amenaza al submarino enemigo complicando su intento de cerrar distancias, los buques y aeronaves escoltas cumplen también funciones de antiexploración, cuyo valor e importancia es fácil de subestimar.

*

(N. del T.) El sentido preciso de “contraofensiva” está explícito en el apéndice A. El autor empleo el término counterforce en el original.

Denominaremos comando y control (C 2) a las funciones que normalmente se engloban en comando, o en comando, control y comunicaciones (C 3), 0 C3 e inteligencia (C3) etcétera. Específicamente C2 involucra la cadena de acciones que van desde que se recibe información de la exploración, incluyendo la torna de decisión por parte del comandante y hasta que finaliza la diseminación de órdenes a sus fuerzas. He usado el concepto de C 2 para abarcar todos los sistemas de apoyo a la decisión y otros medios para el ejercicio del comando, incluyendo todo sistema de comunicar órdenes, pero con expresa exclusión de los sistemas de exploración y el proceso mismo de la exploración. Por contramedidas de C2(CMC2) entendemos las acciones llevadas a cabo para inhibir-la efectividad del C2 enemigo. Guerra de señales es un término importante y útil que atraviesa las fronteras entre exploración, antiexploración, C 2 y CMC2. No usaremos la expresión guerra de información por resultarnos confusa. La acepción adoptada de C 2 no es infrecuente pero tampoco de uso universal. Ofrece muchas ventajas, una de ellas es que aclara perfectamente que no se trata sólo de equipos y sistemas. Otra ventaja es que aísla y libera la parte comprensible de las C 3I a las que fácilmente se les hace abarcar todo tipo de acción táctica de envergadura mayor que un enfrentamiento de una unidad contra otra. Es conveniente aclarar que C 2 no solo usufructúa la información que produce la exploración, sino que además determina la dirección a ser explorada, es decir, la ubicación y empleo de los medios de exploración. Armamento estratégico es un término poco satisfactorio que no tiene cabida en este libro. Los conceptos de guerra estratégica, bombardeo estratégico y su trasvasamiento al reino de los misiles balísticos intercontinentales (ICBM) son comprensibles pero no enteramente consistentes. Este trabajo se concentra por el contrario en las propiedades tácticas del armamento nuclear de largo alcance. Llegada la oportunidad de su empleo, si es que alguna vez se alcanza, el uso de armas nucleares en un campo de batalla de dimensiones planetarias requerirá habilidades tácticas especiales. En ese terrorífico combate, la A.N.C. ejercerá en la práctica un comando táctico con el problema de coordinar el uso eficiente de

armas basadas en tierra, aire y mar. A pesar de que el conflicto nuclear generalizado no es nuestro tema central, se verá que el ejemplo paradigmático de combate naval que aquí ofrecemos (y cuya esencia es el desgaste) conduce en forma más directa a entender el conflicto nuclear generalizado y a sus tácticas de lo que lo hace el combate terrestre, para el cual la acción se centra en la posición y la maniobra. Organización El meollo de este libro está en sus capítulos 6 y 7: “Las grandes tendencias" y “Las grandes constantes”. Hacia fines del siglo XIX, al mismo tiempo que la búsqueda de los principios de la guerra alcanzaba su clímax, los oficiales navales enfrentaron el estudio de la táctica con pragmatismo, recurriendo escasamente a los principios. La mayoría de los estudiosos de la guerra, Mahan entre ellos, sostenía que los principios guían la estrategia, pero la táctica, tan férreamente ligada a los cambios tecnológicos, carecía de principios perdurables. Resulta paradójica la consecuente desarticulación de la teoría táctica, ya que la conclusión lógica hubiese sido estudiar el modo en que los avances de la técnica afectan la evolución táctica. Existen y son observables algunas tendencias en la táctica, por ejemplo, el incremento del alcance y letalidad del armamento, al mismo tiempo que también existen y son apreciables algunas constantes, tal el caso de la importancia de la concentración del fuego en tiempo y espacio. Un intento de dejar sentadas estas tendencias y constantes es el espíritu de los capítulos 6 y 7. A ellos se suma el capítulo 8 tendiente a analizar el efecto de la nueva tecnología en las nuevas tácticas. El capítulo 9 incluye el tercer gran elemento que afecta las tácticas, las grandes variables, que constituyen los contextos dentro de los cuales los comandantes deben tomar las decisiones del combate, tales como el orden de batalla de ambos bandos y la misión del oponente. Las grandes variables son las influencias inmediatas y concretas que afectan la decisión táctica y que ninguna teoría puede establecer en abstracto y por anticipado. Esas tres influencias sobre las tácticas: las tendencias, constantes y contextos, que son tan diversas en naturaleza, son luego analizadas en el capítulo 10 para mostrar de qué modo afectad las tácticas modernas.

Pero tal como dejé sentado al comienzo, el conocimiento de la historia contribuye a la sensatez de la táctica. La historia es una maestra desleal que permite a sus prejuiciosos e indisciplinados alumnos extraer conclusiones a su antojo. El lector reclamará saber de qué manera este autor alcanzó sus propias conclusiones históricas. Los capítulos 2 al 5 constituyen cuatro viñetas para dejar sentado mi propio punto de vista acerca de la historia táctica. Su evolución merece un comentario. Mi frustrado coautor, el capitán de navío Hugh Nott, y yo no tentamos intención alguna de escribir historia cuando concebimos este libro. Queríamos un libro breve que pudiera ser leído de una sola sentada y con el impacto de un escuadrón de bombardeo en picada emergente del sol, entregando su mensaje en forma compulsiva. Pero ¿qué evidencia podíamos aportar para sustentar tendencias y constantes? Luego de considerar este problema le escribí a Hugh diciéndole que debían existir tres capítulos que abarcaran otros tantos contrastantes períodos de las tácticas: -

La era de los veleros de combate, cuando la táctica evolucionaba en acción, es decir, de batalla en batalla. ¿Cómo había ocurrido que frente a la evidencia de fallidas tácticas, ante sus propios ojos, los comandantes británicos tan eminentemente prácticos, hubieran permanecido atados a una doctrina de combate que ostensiblemente no daba resultado?

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La era de los grandes cañones, durante la cual la táctica evolucionaba ante la casi total ausencia de acciones de flota. Fue una época de características similares a las actuales, un período de cambios tecnológicos tumultuosos, donde surgieron escasas oportunidades de probar las nuevas armas en combate.

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La Segunda Guerra Mundial, cuando el acorazado dejó lugar al portaaviones como el sistema de armas decisivo en la guerra naval. Contrariando la opinión más popularizada, sostengo como tesis queda aviación embarcada fue desarrollada casi tan rápidamente como lo permitían las circunstancias. Pienso que sería por demás instructivo que el oficial de hoy, enfrentado como está a las nuevas tácticas de misiles, conociera las grandes decisiones tácticas que hubieron de adoptarse para el empleo del avión en el combate naval.

Hugh Nott, cuya apreciación del punto de vista histórico coincidía con la mía, accedió rápidamente y así quedó configurado el libro. Pero aún no del todo. No sin turbación debo reconocer que tardíamente advertí que en realidad existían dos revoluciones tácticas ocurridas durante la Segunda Guerra. A la par del nuevo armamento, florecían el radar, el sonar y la guerra de señales. De allí que un nuevo capítulo titulado "Segunda-Guerra Mundial, la revolución de 11 sensores" hubo de agregarse. Un escozor nos quedaba, siempre sospechamos que primero tres, luego cuatro y finalmente cinco cosas debían ser dichas al principio para arrancarle la cubierta al lector. Con estas cinco piedras fundamentales, el libro quedó estructurado como sigue: -

Capítulo 1. La primera piedra fundamental aplaca al lector que da prioridad al coraje por encima del buen razonamiento en combate. La segunda establece el papel de la doctrina táctica. La tercera enmarca en forma anticipada la influencia de la tecnología sobre la táctica. La cuarta define y circunscribe nuestro tema, la batalla decisiva. La quinta piedra fundamental es un prólogo de lo que luego se define como la máxima central del combate en el mar: ataca eficazmente primero.

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Los capítulos 2 al 5. Son los capítulos históricos que dan apoyo a los restantes, al tiempo que el lector que sabe de historia naval, o que cree saber, compare sus propias conclusiones con las que aquí se le presentan. En particular, estos capítulos resaltan las diferentes formas de maniobrar, controlar y fundamentalmente de concentrar el poder de fuego, practicadas a lo largo de los tiempos por (1) los buques de la línea, (2) los acorazados y (3) los portaaviones. Tres diferentes modelos del combate naval ayudan al lector a visualizar la dinámica de estas acciones.

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Los capítulos 6.7.8 y 9. Abarcan las tendencias, constantes y los contextos (es decir variables) de las tácticas. Nos encontramos preparados para aplicar las lecciones de la historia en el desarrollo y comprensión de los procesos claves de la acción naval: poder de fuego, maniobra, exploración y C2.

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Capítulo 10. Aquí se discuten las tácticas modernas alrededor de un reducido modelo de combate en la era del misil. Enfatiza dos aspectos: al

mismo tiempo que ver al combate como una concentración de fuerza contra fuerza es el mejor modo de asimilar la esencia de la táctica, la exploración eficiente es la clave para la proyección del poder de fuego. El segundo aspecto es que el C2 es el medio de proyección de la decisión del comandante que ha tenido en cuenta la fuerza, la contraofensiva (ver su significado en el apéndice A), la exploración y la antiexploración, empleadas contra una enemigo que está tomando medidas similares para golpear primero. -

Capítulo 11. Ofrece algunos comentarios a modo de conclusiones. Pese a no resultar legible de una sentada, este libro intenta ser breve, medular y seductor, con el fin de que el oficial de marina, aun y muy especialmente aquel ocupado en mantener en condiciones operativas su buque o aeronave, lo lea. Pero el objetivo ulterior es generar un incontrolable impulso a colocar la lectura, la escritura y el debate tácticos en el lugar que siempre les perteneció: primero en la mente de todo oficial de carrera.

1.

CINCO PIEDRAS FUNDAMENTALES

Prólogo Nos encontramos a bordo del “Orient”, buque insignia del vicealmirante Francois Paúl Brueys d'Aiguilliers, fondeado en la bahía de Abukir, Egipto. Menos de diez años atrás, cuando fue decapitado a manos revolucionarías el entonces comandante en jefe de la armada del rey, Brueys era solo, un teniente. Ahora, es el protegido del general Bonaparte. Nuestro almirante es buen organizador, habiendo logrado el asombroso éxito de escoltar a Egipto cuatrocientos trasportes de tropa con treinta y seis mil infantes franceses, caballería y artillería. A pesar de ello estamos ansiosos por la posibilidad de que aun hoy, primero de agosto de 1798, exista algún peligro. Brueys, que ha alcanzado la confianza de Napoleón, tiene problemas para desempeñarse a la altura de esa confianza. Se siente la tensión que lo aflige, fruto de su inexperiencia: se negó a entrar en Alejandría, que se halla a solo diez millas, por temor de varar un buque. Durante semanas, mientras Napoleón eliminaba toda oposición, trasformándose en amo de Egipto, ha vacilado entre empeñar sus trece navíos de línea navegando o fondeados en este lugar, el cuerno occidental de la chata medialuna que constituye la costa de Abukir. Tenemos la convicción de que habrá un combate, ya que el diabolique Nelson nos busca afanosamente a todo lo ancho del Mediterráneo. Nuestro comandante, Brueys, ha adoptado (así creemos) una decisión de compromiso: paleará con su fuerza fondeada. Eh bien, pero ¿cuál es la razón para no llevar a cabo lo planificado, es decir, fortificar la isla de Abukir al norte de nuestro fondeadero? Media docena de cañones de a seis son poco significativos. Cuando

uno pelea cosido a la costa, debe reforzar las baterías costeras. En nuestra situación, ubicar baterías costeras para reforzar la vanguardia no es lo que se puede llamar un lujo, ya que nuestro almirante (bien pensado, mon ami) estacionó sus buques mejor artillados hacía la retaguardia. Mejor dicho, en el tercio más al sur de la columna fondeada de navíos. ¿Tendrá algo que ver con el habitual propósito británico de duplicar en la retaguardia? Es un concepto difícil de entender en estas circunstancias, ya que nuestra columna está inmovilizada. ¿O habrá tenido en mente el viento predominante? ¿Ocurrirá realmente que la brisa costera propia de la estación, la más calurosa del año, impulse a los buques de Nelson hacia el extremo sur, la retaguardia de nuestra columna?

Y están las otras medidas ya acordadas pero aún no tomadas: fondear anclas por popa para mantener en puntería hacia el mar las baterías de estribor; pasar cables entre buques que impidan al enemigo cortar nuestra línea, batiendo castillos y toldillas durante el cruce; cerrar distancias entre buques, ya que los ciento cincuenta metros que separan nuestros buques fondeados no son mucho menos que lo usual entre buques de línea navegando, y aun cuando permiten bornear libremente con la marca y también la maniobra con embarcaciones menores, son demasiados para buques que combatirán al ancla. Ocurre que en busca de agua y raciones, Ganteaume, nuestro jefe de estado mayor (a quien estamos agradecidos) ha enviado a tierra tanta gente -oímos que son algo así como tres mil hombres-, que a bordo no queda nadie (el calor es oprobioso) con

energía suficiente para encarar estos preparativos. ¡Qué más da! Aún puede ocurrir que nos hagamos a la mar, el mismo Brueys dice que nada es seguro en la guerra; en fin, somos toujours flexibles. Y por otra parte ¿cuánto más demoraremos en zarpar en busca de otro fondeadero que nos brinde más comida? Si ya lo hubiésemos hecho, la navegación nos habría permitido amarinerarnos un poco. ¿Cómo fue que nos metimos en este brete? Du Chayla, que es el marino más diestro entre nosotros, dice que nos convendría combatir a la vela. Pero los comandantes se resisten, somos demasiado bisoños y estamos faltos de adiestramiento. ¿Cuál es nuestra actitud entonces? Pues, atrofiarnos al ancla durante un mes, perdiendo nuestro adiestramiento en todo, salvo en robar carne de camellos egipcios. ¿Estoy refunfuñando? Oui, creo que, el calor nos está afectando. Con seguridad la flota de Nelson resultará más débil que la nuestra. El “Orient", bajo nuestros pies, arma 120 cañones. ¡Es un monstruo! Ningún buque inglés puede, por sí mismo, enfrentarlo más de quince minutos. Nuestro matalote de proa es el “Franklin” (¿quién fue este Franklin, citoyen?), donde enarbola insignia el almirante Du Chayla y porta ochenta cañones. A nuestra popa él “Le Tonnant" también de ochenta. Los buques de Nelson arman setenta y cuatro o menos. ¡Attention: El "Heureux” nos señala el avistaje de una docena de velas! Son los ingleses que en una derrota costera se hallan al este de Alejandría. Ahora también nosotros vemos las velas por sobre la costa baja del noroeste. Eh bien. Es el momento de la verdad del combate. Allí sube la señal de llamada a nuestros hombres en tierra; por la mañana estarán a bordo. Listos para la acción. ¿Con un solo costado? ¡Con la cantidad de tripulantes que hay en tierra no puede ser de otro modo! Listos con la banda de estribor, so idiota, babor poco importa, ya que da hacia la costa. Puede que por esas ausencias no podamos navegar, pero de todos modos los venceremos. ¿Cuándo? Mañana con las primeras luces. Será todo un día de combate, y duro. Brueys camina por la toldilla. Han dado las seis campanadas del tercer cuarto y ellos no superaron aún la isla de Abukir. ¿Por qué no ciñen? La brisa del atardecer es arranchada y el hombre de mar quiere aguas abiertas antes de que anochezca. Uno de sus buques, el "Vanguard", ha izado una señal. Con seguridad ese loco de Nelson ha visto nuestra inexpugnable columna y mantendrá distancias. Sólo un poco de sentido común y establecerá el bloqueo. Así pondrá a

Brueys en apuros; tarde o temprano tendremos que zarpar y allí se verá nuestra falta de adiestramiento. Pero Nelson no tiene paciencia, mañana pelearemos. Habrá pocas horas de sueño esta noche. ¡Mais écoutez! ¡El “Zealous” encabezando la columna vira en redondo hacia el interior de la bahía! En su castillo un hombre está sondando. Nelson, a favor de la brisa del mar, se nos viene ahora. Nuestras miradas convergen sobre Brueys. "Imposible", clama. “Nelson es aguerrido pero no tiene le sang-froid.“ ¿Cuántos hombres han regresado ya de ese abominable desierto? ¿Dónde están los cables? ¿Dónde las anclas popeles? Las miserables baterías de la isla de Abukir abren fuego. Son totalmente inútiles. ¿De modo entonces que tendremos acción nocturna? Nadie pelea de noche. Será una confusión tremenda para los buques que combatirán a la vela. ¿Nosotros al ancla y ellos navegando? ¡Estos ingleses están locos! La línea de Nelson vira la punta norte cambiando amuras a estribor y pone arrumbamiento casi oeste. ¡La vanguardia! Nelson busca nuestra vanguardia, no el tercio popel sino esa vanguardia relativamente débil. No esperara el viento lo favorece. ¿Cómo es que no se desordena esa, formación? Es que estos demonios marineros de Nelson saben navegar. Formación cerrada, doscientos metros entre buques, esas franjas amarillas delinean las portas de los cañones, dos o tres hileras por cada uno de sus negros cascos, treinta y cinco bocas por hilera. Se acerca más y más, se nos erizan los cabellos de la nuca y la cálida brisa W mar viene acompañada por algunos escalofríos. Los gritos derivan sobre tres millas de agua de la bahía. Los maestres de víveres desde tierra nos alientan. Otra señal del "Vanguard". El “Goliath" se adelanta al "Zealous" por barlovento, ha apagado las velas mayores y navega sólo con pericos, juanetes y sobres, velamen de combate para la arremetida final que al momento encabeza. ¡El "Guerrier" y el "Conquerant” abren fuego con sus costados de estribor! ¡C’est magnifique! Muy buena posición, pero ¿a media milla? Brueys crispa sus manos sobre la borda e inflama su pecho. Sacude su cabeza, "non, non ¡demasiado pronto, demasiado pronto!", se lamenta. Acortan distancias entre sí el "Goliath", el “Zealous" y los restantes diez buques de línea ingleses. En nuestra vanguardia, la actividad no deja lugar al miedo. No hay donde ocultarse a bordo, si el comandante lucha, todos luchan. Aquí en la retaguardia debemos aguardar y temblamos un poco, la muerte ha

clavado su mirada en nosotros. Resulta hermoso, cruel, aterrador. ¿Ellos no titubean? Enfrentarán una línea que los supera en número de cañones. ¡Ahora veo por qué! Nuestra línea participa de la acción sólo con sus primeros seis buques. Nelson está logrando lo que a todas luces era imposible: concentrar sobre nuestra vanguardia. Ha sido nada más que la suerte, la estúpida suerte, la que hizo que nos sorprendiera esta brisa del mar, pocas horas antes de que estuviéramos listos. El "Goliat” llegó casi sobre el "Guerrier". El inglés debería virar ahora a babor de modo de devolver el fuego con su costado de estribor. La línea de Nelson se enfrentará a toda nuestra línea, buque a buque, desde la vanguardia hasta la retaguardia. ¿Qué otra cosa puede hacer en la oscuridad? Un costado cada uno, doce buques, será duro; pero el "Orient" con su costado de sesenta bocas los pulverizará. Nelson es estúpido, está siguiendo nuestro juego. Mais, qu'est ce que c'est que cela? Esto que vemos no es el costado de estribor del "Goliath". ¡Es su batería de babor la que nos apunta! ¿Puede ser verdad esto? Miramos a Brueys, blanco como un papel, sus manos crispadas sobre la regala, estupefacto, sus ojos despiden llamas. ¿Es que este guerrero temible siente miedo? “Merde”, lo escuchamos murmurar con voz de condenado. El "Goliath" pasa frente al "Guerrier" por el lado de la costa, desmantelándolo desde veinte yardas. ¡El fuego proviene de su costado de babor! Los británicos nos duplicarán en la vanguardia y desde allí nos destruirán buque por buque. Podemos sentir los ayes de dolor, la sangre, la enfermiza desesperación de nuestra vanguardia y ver ahora la muerte reptar buque tras buque a todo lo largo de la línea. Antes de morir, Brueys sufrirá todavía una afrenta táctica mayor. Los buques de Nelson no continuarán a la vela. Fondearán por popa a razón de dos de ellos por cada buque francés. En perfecto sucesión los buques de retaguardia se adelantarán por la banda no aferrada del buque a su proa, fondeando frente al próximo buque francés, siguiendo hacia el sur a todo lo largo de la columna -francesa. Cuatro de ellos se abrirán amino por el lado de la costa, batiendo el costado indefenso francés. A medida que despedazaban un buque francés, los británicos se deslizaban a lo Largo de la columna, siempre aplicando el poder de fuego de dos o más sobre cada buque enemigo.

Los franceses pelearon en el Nilo con la pasión que sabía despertar Napoleón. El buque insignia francés, el "Orient", enfrentó con tal salvajismo a los ingleses "Bellerophon" y "Majestic", que el primero tuvo que picar el ancla para derivar hacia aguas más seguras, mientras que el segundo, desarbolado, sufrió la muerte de su comandante. Pero entre tanto el "Alexander" se deslizó astutamente entre el "Orient" y el "Le Tonnant”, aprovechando la excesiva distancia que los separaba. De ese modo el "Alexander" arrasó con el "Orient" casi sin oposición al intercalarse entre su banda de babor y la costa. Iniciado el incendio a bordo del “Orient”, el fuego alcanzó la santabárbara y a las diez de la noche el buque insignia francés voló con la explosión. Nadie que lo haya presenciado, atónito, pudo olvidar jamás el escalofriante terror de la escena. Los buques franceses de más al sur, cinco de ellos, estáticos al ancla, permanecieron fuera de acción. Al día de hoy no sabemos aún si se debió a que esperaban una señal de Brueys para entrar en combate, la que debido a la oscuridad y al humo nunca fue avistada, o porque el contralmirante Pierre de Villeneuve no hizo a tiempo para largar cadenas por ojo y mediante una penosa ceñida, unirse, a la acción. Sólo conocemos lo que a posteriori escribió. En su informe se preguntaba “de qué manera sus buques inmovilizados por dos anclas, más un anclote y cuatro cables, hubiesen podido levar y bordejear hasta cerrar distancias de tiro, antes de que los buques aferrados hubieran sido desmantelados diez veces". Villeneuve, lejos de su eliminación profesional por el desastre, comandaría más adelante la flota combinada de España y Francia en Trafalgar. Pero se decía que su espíritu había sido quebrado por el “horror del Nilo” y que tanto él mismo como su flota estaban derrotados antes de la primera salva. El hecho primordial fue que Nelson hizo lo que Brueys no atinó a hacer: invirtió dos meses en el mar adiestrando sus dotaciones y discutiendo y planificando la acción. Todos sus comandantes estaban imbuidos de su plan para concentrar el poder de fuego, enfrentando dos de sus buques a cada buque adversario. Exactamente cómo, dependerían de las circunstancias, es decir, de sí los franceses estaban fondeados o navegando, y de ocurrir esto último, de sí se lograba o no el barlovento. Antes de Trafalgar escribiría que “algo debe ser librado al azar”, pero nada previsible quedó sin hacerse. Su flota atacaría con decisión. La fortuna dispuso que en la batalla del Nilo tres o cuatro mil hombres de Brueys se

hallasen en tierra. Nelson no lo sabía; no tenía forma de saber qué beneficio obtendría de su alistamiento para entrar en combate apenas arribado, pero su fuerza íntegra tenía inculcada la idea de que en batalla el tiempo no tiene precio. En el Nilo, el rédito fue desproporcionado. Además de faltos de servidores para las piezas, lo que los obligó a depender de sólo su costado de estribor, muchos de los buques franceses borneaban sobre un ancla o a proa solamente. No tenemos la certeza acerca de sí fue Nelson o el capitán de navío Foley a bordo del "Goliath" quien advirtió que en esas condiciones los buques franceses necesitaban espacio de borneo, dejando aguas libres a proa como para cortar la línea hacia la costa. Haya sido quien fuere, no caben dudas de que el énfasis puesto por Nelson en la concentración fue el que inspiró la jugada. Su plan original para combatir una fuerza fondeada preveía un buque propio por la amura y otro por la aleta de cada buque francés. El temple de sus comandantes fue el que finalmente implementó dichas intenciones del modo que resultaba más convencional aplicado contra buques navegando en columna, es decir, con un buque a cada banda de los franceses de la vanguardia. Podemos también pensar que Nelson atacó sin demoras y a favor de la brisa del mar en la creencia de que más tarde amainaría. Tuvo que aceptar el combate nocturno como precio a la inmediatez de la acción y al viento favorable. Que Nelson había contemplado la posibilidad del combate nocturno surge claro de la previsión de colocar llantas en las jarcias, diferenciando de ese modo amigo de enemigo, lo que a su vez fue sugerido por la idea de fondear por popa en lugar de continuar la acción a la vela. El toque maestro y final fue su plan, bien asimilado por sus comandantes, de revertir el orden de su propia columna, logrando que los dos primeros buques tornaran al ubicado más al norte de los franceses, que el tercero y cuarto hicieran lo propio con el segundo buque francés y así sucesivamente, reconociendo la circunstancia de que atacar una fuerza fondeada constituye un problema enteramente distinto hacerlo sobre una formación en movimiento. Algunos de sus comandantes juzgaron impracticables los planes de Nelson. Opinaban que dos unidades que debían concentrar el fuego sobre un mismo buque enemigo se interferirían mutuamente. Fue un riesgo aceptado por Nelson y superado mediante adiestramiento. El ascendiente de sus conocimientos marineros le permitió imponerse a toda oposición.

Tal como lo muestra la figura 1-2, el plan inicial de Nelson sufriría una distorsión que lo haría irreconocible a cualquier análisis superficial una vez llevado a la práctica. Así es siempre en la batalla. Pero los comandantes de Nelson no titubearon en aplicarlo. Un plan de batalla, si es bueno, es simple. Dejará espacio para sutilezas y consideraciones complejas, para variantes y también para el error y la iniciativa al momento de su ejecución. Nuestro imaginario marino francés, el relator de las primeras fases del combate, no exageraba un ápice las capacidades de la Armada Francesa ni su voluntad de lucha. En el Nilo los franceses pelearon con el fervor de los hombres desacostumbrados a la derrota. Carecían de experiencia marinera, pero descargaron sus salvas torrencialmente. Frente a combatientes de primera, como lo eran esos franceses de 1798, fueron las tácticas las que inclinaron la balanza, estableciendo las circunstancias de la victoria. La habilidad y la fuerza de voluntad trocaron ese potencial en realidades. El combate descargó su furia --es la descripción adecuada- durante toda la noche y hasta el amanecer. Los británicos sufrieron casi un millar de bajas. Los franceses superaron las tres mil bajas, más otras tantas de prisioneros. Las cinco piedras fundamentales La batalla del Nilo nos ilustra sobre cinco aspectos cruciales de la guerra en el mar que afectan las tácticas en general e individualmente:

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Don de mando, moral, adiestramiento, condicionamiento físico y moral, fuerza de voluntad y resistencia son elementos de la mayor importancia en guerra. No es posible vencer sin la suficiente disponibilidad de material y de tácticas en calidad y cantidad que permitan volcar nuestras armas sobre el enemigo, pero y muy especialmente cuando se trata de un enemigo con medios competitivos, el hombre es primordial. En el Nilo y desde el comienzo, Nelson estableció su ascendiente táctico, pero aun así sus fuerzas tuvieron que pelear un duro combate. Las tácticas inteligentes, el adiestramiento intenso y el planeamiento cuidadoso otorgarán una gran victoria cuando son acompañados por la firma determinación de infligir y aceptar pérdidas.

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La doctrina es la compañera y el instrumento de la buena conducción. Es el sustento del adiestramiento de todo lo que ello implica: cohesión, mutua confianza en combate, entendimiento y apoyo mutuo. Más aún, la doctrina es el nivel de referencia y el trampolín de todo progreso táctico. Formalmente la doctrina es la metodología normalizada para el combate. Pero doctrina no es dogma. Ninguno es recordado mejor que Nelson por su predisposición a destrabar a la Armada Real de la rigidez doctrinaria de sus instrucciones permanentes de combate. Pero Nelson siempre tenía un plan de acción, uno comprensible. Siempre lo dio a conocer a sus comandantes y lo ensayó de modo que todos tenían un solo e idéntico objetivo. Al nivel de los fundamentos, no puede existir mejor definición de doctrina para el combate que un plan de batalla comprendido y ensayado. La doctrina sensata establecerá la unidad en medio del caos. De allí que si bien la batalla del Nilo, en un sentido, no se desarrolló de acuerdo con lo planeado (el lector buscará en vano en la figura 1-2 alguna semejanza entre lo ocurrido y lo esbozado por el plan), en un sentido más profundo constituye

el paradigma de un plan inteligente, llevado a la práctica con perfecta fidelidad a su espíritu. El conductor del ejército prusiano del siglo pasado, Helmuth von Moltke, dijo: "Ningún plan sobrevive al enemigo". Nelson entendió tan bien como el mejor que la doctrina es el ligamento de la buena táctica. -

Los desarrollos tácticos y tecnológicos están tan íntimamente relacionados que resultan inseparables. Esta es la razón por la cual Mahan rechazó (creo que demasiado aprisa) las constantes de la táctica a la par que promovía los principios estratégicos. La batalla del Nilo ocurre sobre el final de la era de los veleros de combate. Nelson tuvo escasa oportunidad de adaptar las tácticas al nuevo material, del modo en que Napoleón hizo con la artillería móvil y los grandes capitanes panzer con la táctica de tanques. De allí que lo de Nelson sea aún más notable, ya que adaptó nuevas tácticas a un sistema de urnas que en su esencia era bicentenario y con un discernimiento pocas veces, si alguna, igualado en el mar. Podemos pensar que esa maestría táctica es el fruto de toda una vida aplicada a obtenerla en el mar. Clausewitz admitió que de un novicio inspirado puede derivar buena estrategia, pero que tina táctica eficiente es el producto de muchos años dedicados a ella. Para dominar las tácticas debes conocer el armamento.

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Si bien es cierto que la destrucción de la flota enemiga debe ser la meta primaria de la flota, detrás de ella siempre existe un objetivo superior. El sustento de la misión está en tierra. También por esto la batalla del Nilo resulta ser un ejemplo adecuado. Se combatió a la vista de costa, tal como buen número de combates decisivos ocurrieron, prácticamente en el antepuerto, con un bando al ancla y el otro parcialmente fondeado y con baterías costeras desempeñando un papel que pudo y debió ser más importante. La batalla narrada dio por tierra con las ambiciones de Napoleón y hubiese destruido a un líder con menos aptitudes. El combate que poco menos arrasó con la flota francesa, también y mucho más importante, destruyó las comunicaciones marítimas del ejército.

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Por último quiero establecer la máxima de todo combate naval: atacar eficazmente rimero. Significa que el primer objetivo a lograr en combate es

poner enemigo bajo nuestra concentración de fuego, anticipándonos a su respuesta. Aquí solo daremos un rápido vistazo a lo que representa el más grande imperativo de la guerra en el mar, porque será discutido con profundidad más adelante. Basta decir que al mantener permanente alistamiento para el combate y con su instantánea decisión de irrumpir de inmediato, explotando la falta de preparación francesa, Nelson estaba adhiriendo a esta máxima. Como veremos, implica mucho más que la sorpresa, la preparación mental y material o que el espíritu de la ofensiva. El hombre es primordial La guerra es un conflicto letal. Siendo la táctica el instrumento para la batalla, está concebida y ejecutada en el centro físico y metafórico de esa violencia. En su ejecución las tácticas son más viscerales que la política, la estrategia, el arte operacional o la logística. Un debate bicentenario es el que se refiere al punto de sí la práctica de la guerra es un arte o una ciencia. Ambas posturas subestiman el papel que alcanza en la guerra, lo que bien puede ser denominado la mística o el carisma del liderazgo. Leyendo la más antigua bibliografía sobre la guerra, se podría llegar a pensar que ella representa el mayor factor de fuerza para alcanzar la victoria. ¿Han cambiado tanto las cosas? Arte y ciencia son actividades de la mente; ninguna de las dos refleja aquello que en le que al combate respeta supera a ambas en importancia: voluntad y resistencia, y entre los líderes guerreros, la habilidad para inculcar estas cualidades a sus hombres. Este libro no está destinado a analizar las cualidades inspiradoras del liderazgo, sino las tácticas como una cuestión de la mente. Pero debajo del baño de raciocinio yacen la pasión y el peligro mortal. Nada respecto riel combate puede ser comprendido si no se entiende su intrínseca violencia. Por lo general, nosotros los militares no hemos sido provistos de fuertes dosis de imaginación poética. Si así fuese es muy probable que nos volviéramos locos. Del célebre personaje de ficción Horacio Hornblower, creado por C. S. Forester, se dijo que, de haber realmente existido, lo habrían desembarcado con úlceras. Conservo la esperanza de que el bosquejo que he trazado de la batalla del Nilo sea representativo del elemento humano de la guerra, de la emoción llevada a su tono

más febril y del modo en que los planes tácticos y las decisiones en combate están influidos por la violencia controlada y el caos dirigido. No tengo modo de evaluar la sentencia napoleónica de que "la moral con respecto al material está en la relación de tres a uno", pero cualquiera sea el valor numérico en tierra, en el mar será menor en virtud de que, a bordo, el hombre va hacia donde su comandante va. A los efectos del planeamiento naval es conveniente considerar que ambos bandos tienen igual agudeza, valor y perseverancia Las excepciones son escasas. Es grande la importancia de esta suposición. Son Tzu, que escribió El arte de la guerra tres siglos antes de Cristo, dijo que el mejor comandante vence superando en perspicacia a su enemigo, maniobrando mejor y aun dejándole abierta la dirección de retirada de modo de incitarlo a romper el encuentro y huir del campo de batalla. Liddell Hart, el prolífico campeón de la Burra de maniobra, a posteriori del sangriento estancamiento del frente occidental de la Primera Guerra Mundial, creía que la mejor táctica era la que derivaba del ingenio y evitaba el combate de desgaste de hombre contra hombre. Pero su famosa filosofía de la aproximación indirecta es de aplicación en tierra, ya que ofrece un profundo vacío al comandante en el mar. La batalla naval es de factura recia y destructiva. De todos modos es posible que se sobreestime el significado del coraje y la moral alta en combate, que depende en gran medida de las máquinas. Esto es lo que hizo el francés Ambroise Baudry en su tratado sobre tácticas de principios de siglo. Fue sin duda influido por sus compatriotas del ejército, quienes celosamente valoraban el impulso, hasta que se encontraron durante la Primera Guerra Mundial con que una postura mental ofensiva puede ser sobredimensionada. En el mar el mayor peligro reside en apuntar erróneamente la fe en la suficiencia del intelecto táctico. Si la moral e inteligencia enemiga es inferior, está bien, pero poner nuestra esperanza de éxito táctico en la superación de la capacidad, maniobrabilidad o voluntad de lucha de un enemigo de primera clase constituye la cima de la estupidez.. El pensador táctico hace lo posible por rodear a sus fuerzas de circunstancias favorables para el combate, pero no sin admitir la posibilidad de que se den vuelta los dados. Aun en el combate terrestre, oficiales de la talla de Ulysses S. Grant y el general británico Douglas Haig, ambos acusados de sangrientos, han reconocido que, por el contrario, el enemigo, en un caso los confederados y los alemanes en el otro, eran soldados con determinación guiados por hombres de gran habilidad táctica. En

ese caso la victoria no se alcanza sino a través de sangrientos combates. Una mejor táctica puede inclinar la balanza, pero tales tácticas suelen ser ensombrecidas por la fume entereza en las etapas postreras de una guerra prolongada. En el mar el tema de la preeminencia del desgaste sobre la maniobra resulta tan fundamental que se repite a todo lo largo de estas páginas. Las fuerzas en el mar no se quiebran cuando son rodeadas sino cuando son destruidas. A través de los arios los estrategas navales fueron cuidadosos antes de comprometer

a

sus

fuerzas

en

combates

en

el

mar

debido

a

su

reverencia¡ destructividad. En comparación con los terrestres, los combates navales han sido escasos y espaciados. En parte se debe a que la superioridad material es relativamente más fácil de cuantificar en el mar que en los enfrentamientos terrestres. Las estrategas de las armadas más débiles tendían a evitar el encuentro hasta el momento en que sentían amenazada su vena yugular. Una armada con ligera superioridad en poder ofensivo con frecuencia ha podido contener y neutralizar a un enemigo fuerte y alcanzar muchos objetivos estratégicos sin, hasta cierto punto, haber luchado. Considerando la muerte y destrucción que acarrea la guerra naval, se puede considerar que la intrínseca efectividad del combate en el mar, factor conducente a que se lo evite, constituye una virtud de la que el mundo civilizado debiera estar agradecido. La doctrina es el ligamento de la táctica La segunda piedra fundamental de la táctica naval es la doctrina. Ella constituye el medio para que un comandante controle por escrito a sus fuerzas antes de la acción militar. La doctrina enuncia políticas y procedimientos que gobiernan la acción. En un sentido amplio, doctrina es aquello conocido como "conducta correcta", "reglas tras lasque se actúa espontáneamente y sin mediar ordenes en pos del cumplimiento de la misión", tales las palabras del almirante Harry, E. Yarnell.1 En un sentido restringido, doctrina es una conducta preceptiva que debe ser obedecida. De cualquier modo, los altos niveles de conducción aspiran a la coherencia de las políticas para facilitar el control, mientras que los niveles tácticos desean procedimientos para los esfuerzos mancomunados. Es

cuestión de énfasis nada más. Dos puntos deben ser recordados acerca de la doctrina es vital y no debe trasformarse en dogma. 1

Citado por Robinsón, pág. 827

La doctrina de flota puede ser concebida como el plan de batalla del comandante, es decir, su vigente orden de operaciones. (El plan de Nelson resulta ejemplarizador al respecto.) Cada escalón de comando de combate tiene su propio plan de batalla, Una de las anormalidades de la organización presente de la defensa norteamericana es que, siendo que el jefe de operaciones navales es el que establece la doctrina, es decir, sus publicaciones de guerra naval, no se encuentra intercalado en la cadena de comandos operativos. Se puede pensar también de la doctrina que es cualquier acción que contribuye a la unidad de propósitos. No es doctrina lo que está escrito en los libros, sino aquello en que creen los hombres de armas y a base de lo cual actúan. Clausewitz2 lo denominó "una especie de manual para la acción". Doctrina es más que táctica en que abarca a las estructuras de comando y comunicaciones. También es menos que la táctica en que solo puede establecer procedimientos que permiten y destacan la toma de decisiones en el campo de batalla. 2

Clausewitz, pág. 141.

Durante la aplicación de todabuena doctrina siempre existe conflicto entre obediencia e iniciativa. Introdúzcase en la conversación de cualquier conductor naval competente, antiguo o moderno, sobre su experiencia en operaciones navales y pronto escuchará que la acción táctica que le fue impuesta por sus superiores resultó, a su entender, muy rígida. El le contará de cómo maniobró más inteligentemente y de cómo disparó sus armas de modo más eficiente de lo que la doctrina prescribe. En la siguiente parrafada relatará cómo, bajo su comando, una unidad se movía con la sincronización de un reloj. Le jurará que todos sus comandantes sabían exactamente qué haría cada uno de los miembros del equipo, del mismo modo que un jugador de básquet sabe por el lenguaje corporal

en qué dirección cortará su compañero 3 Jamás se le ocurrirá al orador que su discurso evidencia la más pequeña incongruencia Siendo humanos, los conductores militares de carácter quieren obtener iniciativa de sus superiores y confiabilidad de sus subordinados. La doctrina en manos de un hábil comandante permitirá, como su resultado mejor, obtener ambas metas. En toda doctrina es mensurable una cierta entropía. Con escasa entropía hay orden y entendimiento pero no iniciativa. Con exceso de entropía hay creatividad y cambio pero no hay orden. 3

La fuente más próxima de esta analogía es el Tte. Gral. John Cushman, uno de los más autorizados de nuestros escritores de C2. Pero han sido muchos los que emplearon analogías deportivas. El primero, a mi entender, que relacionó tácticas con deportes fue W. S. Sima, quien estableció paralelos entre el adiestramiento para la guerra con el fútbol.

Siendo lo mejor raramente alcanzable y predestinados a equivocarnos, es preferible hacerlo por el lado del exceso de doctrina que por el de su escasez. La falta de doctrina evidencia pereza, indecisión o duda. Se muestra claramente- a través del exceso de comunicaciones, pliegos y pliegos de directivas y órdenes que en la etapa de planeamiento son poco más que exhortaciones y generalidades, posponiendo demasiado para el momento de la decisión. Una buena doctrina minimiza las opciones del comando a ser tomadas en el fragor del combate, dado que la mente más fría será atrapada por la pasión y demasiado rápidamente también por el agotamiento físico y emocional. Los oficiales norteamericanos de hoy tienen, es difícil escoger la palabra, recelo de la doctrina. No es nada nuevo. El exceso, la corrección o la escasez de la doctrina integran en tal medida el discurso táctico, que la obra de los Robinsón (History of Naval Tactics) bien podría haber sido titulada Historia de la doctrina naval en vista del énfasis puesto en los sistemas de órdenes, comando y señales. Ellos han desmenuzado el debate que había comenzado cuando la flota norteamericana alcanzó el tamaño suficiente como para hacer, de su control en combate, un asunto importante. En aquel entonces tanto como ahora, la doctrina estaba inclinada a decir lo que su usuario quería que dijera. El contralmirante Robison hace un intento de arbitrar e interpretar los diversos puntos de vista antes que expresar los propios, pero en un momento dado sintetiza su opinión en estas

palabras: "...el (término doctrina) gradualmente cayó en desuso (hacia 1915). Es probable que 'doctrina' ni siquiera hubiese sido un término de uso naval de haber existido Instrucciones de Combate' separadas de los códigos de señales 4". En 1981, cuando ejercía el comando de la Segunda Flota, el almirante James A., Lyons promulgó para su flota instrucciones de combate. Su sucesor, el vicealmirante Joseph Metcalf se interesó profundamente en desarrollarlas aún más. Durante las décadas del 20 y 30 las publicaciones tácticas de flota se abren en doctrina táctica. Muy poco se ha escrito para analizar su efectividad durante la Segunda Guerra Mundial. La mayoría de los comentarios son, como es de esperar de observaciones posteriores a los hechos, críticas de sus fisuras, pero es evidente que las publicaciones eran vistas como la condición esencial de la doctrina, y se actuaba en consecuencia. Ellas proveían los fundamentos para el adiestramiento, otorgaban a la flota procedimientos operativos normalizados y constituían el punto de partida de todo desarrollo táctico 5. Hoy se emplean las publicaciones aliadas tácticas de la NATO, las publicaciones de guerra naval y buen número de documentos transitorios. Si son adecuadas o no es una pregunta que deben responderse los oficiales de la flota a la luz de los siguientes lineamientos verificadores de su utilidad. 4

Robison, pág. 827.

5

Una evaluación bien fundamentada acerca de la efectividad de las publicaciones tácticas durante la Segunda Guerra es la de McKearney. “La Campaña de las Salomón”.

La doctrina es la base del adiestramiento de y de la evaluación del nivel alcanzado en forma sistemática. Por otro lado, la doctrina representa para el comando táctico una garantía de que al incorporarse una nueva unidad a una organización de tareas, la misma trae a cuestas un determinado bagaje de habilidad operativa necesario para dicho comando. A su vez, para el comandante de la nueva unidad incorporada, la doctrina representa una garantía de que su unidad se acomodará rápidamente a su nuevo equipo de combate y de que él y sus hombres no requieren adaptación a un nuevo y confuso paquete de señales y procedimientos en la víspera del combate. La doctrina también provee continuidad a las operaciones cuando los comandantes son trasladados o muertos.

Al estado mayor, la doctrina le otorga una medida de comparación con el enemigo. La evaluación de la fuerza requiere asociar armas y tácticas. Cualquier evaluación es mejor que una simple comparación de órdenes de batalla, pero si esa comparación (en el léxico ruso: correlación de fuerza) no puede hacerse, no es factible estimar los resultados del combate, y sin ellos no se pueden diseñar estrategias; y en esas condiciones la política de defensa está como edificada sobre arena.6 6

Suele decirse que, la política nacional condiciona la política de defensa, y que, ésta a su vez determina estrategias y tácticas. Este esquema es el camino, racional de establecer los requerimientos para futuras estrategias, pero la política actual al igual que los objetivos de guerra, dependen de los medios hoy existentes.

La doctrina táctica es el procedimiento operativo normalizado que el comandante creativo adapta a las exigencias de la batalla. Es asimismo el procedimiento del que intencionalmente se aleja un comandante para aprovechar una oportunidad, plenamente confiado en que sus camaradas actuarán de modo predecible. Sin duda, en un mundo ideal con los mejores comandantes, se puede predecir

en

qué

circunstancias

se

alejarán

de

los

procedimientos.

Paradójicamente, la doctrina genera iniciativa: un subordinado adiestrado sabe a través de ella no sólo lo que debe hacerse sino además qué cosa no debe hacerse y de ese modo descubrir, tal como Nelson en Cabo San Vicente, el modo de salvar el combate. La doctrina es el procedimiento a base del cual es posible proponer cambios tácticos y también la unidad de comparación entre lo nuevo y lo viejo. Describe de qué manera emplear los armamentos actuales y, por su intermedio, contrastar su efectividad con la de las nuevas armas. Es el fundamento para interpretar las nuevas tácticas que acompañan a las nuevas armas, esto es, conocer la recompensa que otorga la mayor efectividad previsible, evaluar el costo de adiestramiento en nuevas técnicas y la carga que representa la transición desde la vieja a la nueva doctrina de empleo de las armas. En suma, la doctrina debe ser totalizadora y firme pero no dogmática. Debe dar lugar a hombres de genio librepensador, dado que ellos serán los expertos de la próxima guerra. Pero de ningún modo puede resignar el control.. ya que es el

prerrequisito de cualquier acción concertada. A pesar de que en las más arduas circunstancias el creador de doctrina verificará que el control por sí solo no es suficiente para la victoria, el control antecede a toda acción y es más valioso que la inspiración en medio del combate. En el camino hacia la táctica está la tecnología Existe consenso universal acerca de dos realidades: el avance tecnológico mantiene el armamento en constante evolución las tácticas deben ajustarse a las capacidades del armamento contemporáneo. La armada norteamericana en particular estado fascinada por el "hardware", valora la habilidad técnica y está predispuesta a resolver deficiencias de la táctica con avances de la ingeniería. Sin duda existen oficiales en actividad que, durante épocas de paz, estiman que hecho el requerimiento oficial de provisión de nuevo "hardware", termina su responsabilidad de corregir una eficiencia operativa. Esto es una trampa. Un ex comandante de la Flota del Atlántico, el almirante Isaac Kidd Jr., fue siempre el adalid de la necesidad de estar listos a pelear con lo que se tiene a mano. No debe asombramos, su padre murió luchando a bordo del "Arizona" en Pearl Harbor. El profesional táctico mantiene su preparación conociendo su sistema de armas. Las facilidades tecnológicas después del don de mando y la doctrina sensata constituyen la tercera piedra fundamental de este libro. Nos inclinamos ante el gran Dios de la tecnología, reverenciándolo como a un Dios celoso que desencadenará venganza entre sus apostatas. Nuestros más calificados tácticos han sido oficiales que conocían la tecnología de su tiempo, tal los casos de William S. Sims con su sistema de puntería continua; Bradley Fiske con sus numerosas patentes, incluyendo una para un equipo de lanzamiento aéreo de torpedos cuando aún el avión no podía transportar un torpedo y de William A. Moffett y otros pioneros de la aviación que previeron el día en que el avión sería un potente sistema antibuque, ayudando al desarrollo de motores más grandes, equipo de navegación, sistemas de frenado por cable y toda la maquinaria necesaria para satisfacer sus previsiones. El gran historiador de la Guerra Civil, Douglas Southall Freeman, condensó los diez mandamientos de la guerra en sólo tres: "Conoce tu equipo, sé un hombre

y atiende a tus hombres". 7 Su primer mandamiento ronda en gran medida la relación entre la pericia táctica y el equipo de combate. Pero aquello que es cierto para el combate terrestre donde la máquina sirve al hombre, lo es mucho más en el mar donde el hombre sirve a la máquina. 7

El discurso de Freeman del 11 de mayo de 1949 fue reeditado en el ejemplar de marzo-abril de 1979. páginas 3 a 10 de la Naval War College Review.

El propósito de la misión está en tierra De un modo clásico, este libro centra su atención en las acciones de flota. Es lo correcto y adecuado. El dominio del mar, que hoy incluye el espacio por encima de su superficie y de las aguas subyacentes, sigue siendo el prerrequisito para, el empleo efectivo del poder naval. Hemos llegado al fin de urca era de treinta años de duración, durante los cuales la Arenada Norteamericana pudo ampliamente garantizar el control del mar, para de ese modo abocarse a las formas en que dicho; control era ejercido mediante operaciones de proyección de la influencia naval sobre las costas. El propósito de esta obra es examinar y resaltar las tácticas usadas en acciones de flota contra flota; pero particularmente por el énfasis dado al control del mar, es importante expresar que las batallas navales no son un fin en sí mismas. El motivo es que la historia marítima revela que el encuentro entre flotas es infrecuente; el desembarco de fuerzas, el apoyo a las operaciones costeras y la protección del tráfico marítimo son los más habituales modos de empleo de las amadas. Resulta superfluo puntualizar que conducir una operación are rola, barrer un campo minado o escoltar un convoy nunca fueron propuestas sencillas. Otra razón, y ésta va más directamente a la cuestión, es que las batallas importantes y decisivas entre flotas estuvieron siempre relaciona con eventos en tierra usualmente en forma inmediata, directa y obvia. Estas relaciones son cuestiones de estrategia y por lo tanto ajenas al alcance de este libro. De todos modos, más adelante estableceré el vinculo entre la táctica y la misión o propósito estratégico para mostrar que el desarrollo táctico durante la paz deriva de Pos papeles previsibles en la guerra. La única certeza acerca de las tareas que se encomendaran a nuestra armada en tiempos de guerra es la falta de certeza en

predecir el lugar, el enemigo y la misión en que estará envuelta. Esto hace del problema de desarrollar tácticas una cuestión difícil. Las formas actuales de influir desde el arar son las siguientes: -

Ataques directos con misiles balísticos lanzados desde submarinos (SIBM), misiles crucero con cabeza nuclear o convencional, bombardeo aéreo o fuego naval.

-

La cooperación con el combate terrestre mediante el apoyo aéreo, el fuego naval y las operaciones en los ríos.

-

Aislar al enemigo mediante bloqueo, ataques a sus vías de transporte marítimo y minado ofensivo.

-

La iniciación de las operaciones en tierra a través del asalto anfibio.

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La protección de los refuerzos y reabastecimientos militares.

-

La protección de las líneas marítimas de comunicación comerciales. La protección del tráfico marítimo es tan importante en la paz como en la guerra. En caso de desatarse un conflicto a escala mundial, las rutas comerciales serán modificadas más allá de toda posibilidad de ser reconocidas, y lo más probable es que nunca readquieran su fisonomía de preguerra.

-

Demostración de fuerza o disuasión. La presencia será tan efectiva como la voluntad de emplear la fuerza que se evidencie. La presencia debe ser valorada no solo, por sus consecuencias políticas o militares, sino además por su efecto económico al alentar el intercambio favorable y la inversión. Ha sido por fugo tiempo axiomático que la influencia naval no puede ser

ejercida antes que sea asegurado un nivel suficiente de control del mar. El modo clásico de asegurar dicho control es vencer a los medios enemigos que pueden desafiar ese control, es decir, su flota o fuerza principal. Las posibilidades actuales de interacción entre elementos navales y terrestres son mayores que antaño, ya que estos últimos incluyen aeronaves, misiles y sensores de largo alcance. Una acción naval pura no necesariamente es hoy de buques contra buques. Los crecientes radios de acción de aeronaves y misiles durante los últimos cincuenta años han hecho necesaria una revisión del significado de "fuerzas navales". Se requiere la mente clara para descubrir si el propósito de una futura batalla que se libera en el continente, en el océano o en ambos casos, es continental u oceánica;

esto es, dilucidar si se están proyectando fuerzas sobre tierra (implicando una cierta metida de control sobre tierra) o si se trata del control del mar (implicando la amenaza de ataques desde tierra). Ataca eficazmente primero Las primeras cuatro piedras fundamentales de la guerra marítima (dándole a ésta un sentido distinto al de táctica naval) han sido ya presentadas, en paute para obviar la necesidad de una continua apología. Sí; los hombres dominarán la batalla. Sí; la domina, sin ser sinónimo de tácticas, debe ser buena para facilitar las tácticas. Sí; las armas influyen profundamente en las tácticas. Sí; la batalla naval decisiva es solo un medio y no un fin en sí misma. La quinta piedra fundamental es diferente, ya que es el tema subyacente a todo lo largo de este libro sobre la táctica. La máxima naval por excelencia, aquella de:.Ataca eficazmente primero, debe ser entendida como algo más que el mero principio de la ofensiva, es la esencia misma de la acción táctica para vencer en el combate naval. Cincuenta años atrás los Robison daban final a su extensa historia de la táctica diciendo que la más importante máxima naval es “atacar”. Es una conclusión sorprendente; la mayor parte de los demás piensa que la meta táctica fundamental es la concentración de fuerza. Vimos ya las consecuencias desastrosas que para los franceses tuvo en las acciones terrestres la fe ciega en la acometida y la ofensiva. También sabemos del respeto de Clausewitz por las posiciones defensivas. Acordemos que hay sabiduría subyaciendo en la conclusión de los Robison, notemos que estamos tratando con tácticas de flota y nada más, reconozcamos que seleccionar el lugar y la oportunidad de la batalla otorga una ventaja obvia al atacante, pero por el momento pospongamos considerar el mandato de los Robison: atacar. En 1914 Frederick W Lanchester difundió sus célebres ecuaciones que muestran los efectos de la concentración en la era moderna. 8 Las estrechas consecuencias físicas expresadas cuantitativamente dan por resultado una ley

cuadrática de efectividad. Lanchester comparó estos resultados con la expresión lineal (ajustadas más tarde por otros autores) que gobierna los enfrentamientos de dos fuerzas limitadas en sus posibilidades de concentración de fuego. 8

Lanchester fue un exitoso ingeniero automotor británico con una curiosidad intelectual que lo llevó a especular sobre aerodinámica, economía, política fiscal e industrial, la teoría de la relatividad y ciencia militar.

El efecto físico de la concentración resultó fenomenal. Lanchester sostuvo que las "condiciones ancestrales" (las correspondientes a la ley lineal) dadas por la limitada movilidad y alcance de las armas, enfrentaban hombre contra hombre, en lo que se asemejaba a una sucesión de duelos individuales. Si el valor combativo de los individuos era equivalente en ambos bandos, 1000 hombres enfrentando otros 1000 resultaría en una paridad absoluta; pero si en las mismas condiciones 1000 hombres enfrentaban a 750 en una batalla de aniquilamiento, sobrevivirían 250 combatientes de la fuerza más numerosa cuando el enemigo hubiera sido eliminado. La masificación conducía a la victoria, pero dejando de lado los efectos sicológicos, la fuerza más numerosa sufría igual número de bajas que la vencida. Bajo las "condiciones modernas" una ventaja adicional Se suma a la fuerza más nutrida. Cuando ambos bandos pueden apuntar sus armas de modo de concentrar el fuego, surge una ventana creciente y acumulativa para la fuerza de mayor volumen de fuego. La cantidad instantánea de bajas mutuamente causadas es proporcional a las fuerzas (volumen de fuego) remanentes y la relación de fuerzas se incrementa continuamente favoreciendo a la inicialmente más numerosa. En su forma más sencilla, si el ritmo de desgaste de la fuerza A es proporcional al remanente de fuerzas de B y viceversa, las ecuaciones de desgaste serán: dA

=-B

dt y dB dt

=-A

donde por claridad omitimos los parámetros representativos de la efectividad del fuego de ambos bandos, de modo que en estas ecuaciones estamos considerando que los individuos de ambos bandos poseen igual eficacia combativa. La solución para este sistema de ecuaciones es: A2 0

-

A2 t

=

B2 0

-

B2 t

donde A 0 y B 0 son las dimensiones iniciales de ambas fuerzas, mientras que A t y B t son los valores que alcanzan ambas fuerzas al instante t. Volviendo ahora al ejemplo visto, si A dispone de 1000 combatientes, cada uno de los cuales alcanza con su fuego a cualquier enemigo, y B tiene 750 hombres con similares facilidades, al continuarse la batalla hasta el aniquilamiento de B, cuando ello ocurra quedarán en pie 660 hombres de A en lugar de 250. La siguiente pregunta que se hizo Lanchester fue: ¿Qué ocurriría si la calidad combativa de uno de los bandos superaba a la del otro? Demostró entonces que para las condiciones de fuego "concentrable", el número de combatientes tenía más incidencia que su calidad. Específicamente, para igual volumen de fuego de ambos lados, tenía ventajas aquel que disponía del doble de bocas de fuego, por encima del que tenía el doble de velocidad de fuego. 9 9

El ingenio de Lanchester reside en que reconoció la forma más simple de representar los efectos matemáticos de la concentración previamente cuantificados por Fiske y otros. Fiske también advirtió que la fuerza colectiva superaba el valor individual de combate.

Algunos escritores poco informados han querido encontrar aplicaciones de las ecuaciones de Lanchester más amplias que las concebidas por su autor. Sus críticos, con razón, calificaron a algunos de esos abusos como muy efímeros o literales. Existe una ironía en esto porque la ley cuadrática solo representa la dinámica de los efectos físicos del fuego concentrado. Lanchester dejó completamente de lado al sinergismo como multiplicador de la efectividad.

10

Lanchester no especuló con esto ni con la cómoda ventaja sicológica que otorga la superioridad numérica.

10

Esto es, usar combinaciones de armas en que la efectividad del conjunto supera la suma de las efectividades individuales; matemáticamente; el conjunto (A+B) es mayor que el conjunto (A) + el conjunto (B).

Con regularidad se han aplicado al análisis del combate terrestre algunas adaptaciones de las ecuaciones de Lanchester, pero rara vez al combate naval. Las cansas podrían ser que el combate en tierra enfrenta fuerzas muy numerosas, que son muy difíciles de analizar excepto en una forma simplificada y en conjuntos. Quisiera sugerir que con algunas modificaciones que las ajusten al hecho de que los buques pueden recibir impactos y continuar combatiendo, esta cuantificación de las ventajas acumulativas es de aplicación más relevante en el mar que en tierra, dado que las posibilidades de concentrar el fuego de la manera prevista por Lanchester son más frecuentes en el mar. El encuentro en tierra está caracterizado por la posición, el movimiento y, por último, consideraciones sobre el territorio. Mejor que "ataca eficazmente primero”, tal vez la máxima del comandante en tierra sea el postulado de Nathan Bedford Forrest: "Hazte una regla de llegar allí primero y con la mayor cantidad de gente". La sutil diferencia es la misma que en el ajedrez existe entre peón x peón y peón cuatro rey. El potencial de efectivizar la concentración en el mar es superior que en tierra. En el mar no existen elevaciones del terreno, ni cursos de agua que vadear, ni ocultamiento en la vegetación, factores que requieren de lo que con frecuencia es usado como la regla del pulgar entierra: "para atacar una posición preparada se requiere una supremacía de tres a uno". Tal como otros lo han dicho ya, el combate en el mar y en el desierto tiene mucho en común. El sol, el viento y el estado del mar afectan la táctica naval, pero no en la medida en que el terreno afecta el combate en tierra. En consecuencia, atacar en el mar no conlleva la penalidad terrestre. A lo largo del curso de la historia, el problema central de la táctica naval ha sido atacar eficazmente, esto es, lograr la entrada simultánea de todo el poder de fue de fuego de la fuerza a la distancia eficaz. Un segundo y subordinado objetivo de la táctica naval han sido el intento de concentrar todo el poder de fuego propio en solo una parte deber enemigo, de forma de vencerlo por partes. Para la fuerza más débil, esto era una necesidad. Para cualquiera de los dos, más fuerte o más débil, concentrar frente a un enemigo que puede ver a su oponente era tan arduo de conseguir, que el comandante de la fuerza más numerosa evitaba intentarlo, y el de la fuerza

inferior, por mucho, prefería (dejando de lado la misión) eludir el combate o desgastar al enemigo lo necesario como para poder retirarse. De todas maneras era evidente que el ataque concentrado de la totalidad de una fuerza contra parte de la enemiga constituyó a mismo tiempo una oportunidad para explotar y un riesgo para evitar. En los días de la vela y del cañón estriado, los analistas tácticos veían caminos para efectuar el decisivo primer ataque a través de la maniobra, mientras que los tecnólogos lo intentaban mediante el alcance de las armas y la maniobrabilidad de los buques. Durante la Segunda Guerra Mundial se incremento la importancia de atacar primero. En las horas del día el avión predominaba abre el cañón, ya que o superaba en alcance por todo un orden de magnitud. La importancia de la oportunidad alcanzó un nuevo pico. Siendo comparables los radios de acción de los aviones embarcados de ambos bandos en 1942, el problema de quién lanzaba el ataque primero era una cuestión de mejor reconocimiento e inteligencia: mejor exploración. También los medios costeros de exploración y ataque desempeñaban un papel primordial, Durante las grandes batallas de portaaviones del Pacífico, lo primero en la mente del comandante de la fuerza de portaaviones era hallar el modo de lanzar antes el ataque coordinado con los medios basados en tierra. Atacar

eficazmente

(a

través

de

la

superioridad

que

otorga

la

concentración) y hacerlo antes (mediante mayor alcance de las armas, ventajas obtenidas de la maniobra o de una sagaz sincronización basada en buena exploración) ha sido la trama y urdimbre de toda táctica naval. Todo lo demás, ya sea movimiento, ocultación, engaño, planes, C 3, etc., apunta a lograr dicho ataque. Ahora podemos comprender por qué los Robison eligieron destilar toda su sabiduría en la sola palabra ataque, aun cuando la rechazamos, al mismo tiempo que ponemos gran cuidado en la consideración de nuestra propia máxima. “Ataca eficazmente primero", como todas las grandes verdades, no es de mucha ayuda frente a circunstancias específicas. Como una máxima de la táctica naval es más útil por lo que excluye o deja sin decir que por lo que dice explícitamente. Toda operación de flota basada en una táctica defensiva (cuidado, no toda fuerza defensiva) es conceptualmente deficiente. Una estrategia naval defensiva exitosa implica una concentración de fuerzas y un también exitoso

ataque a nivel táctico.

11

Fundir eficientemente la información de la vigilancia, el

reconocimiento y la inteligencia es de importancia tal que debe ser puesta en pie de igualdad con la proyección del poder de fuego. Del mismo modo, dificultar la exploración enemiga a través del ocultamiento, engaño, confusión o distracción merece enorme atención, ya que la exploración y el cortinado son operaciones bando a bando interdependientes de las que derivan oportunidades. 11

Excluimos como inapropiada aquí la guerra de corso, que se discute en el capítulo 9.

Nada acerca del combate naval puede comprenderse si no se entiende su naturaleza bilateral. Ambos contendientes se acechan mutuamente y en forma simultánea El alcance de las armas se mide en unidades de alcance de las armas del enemigo. Él alcance de las armas que importa es el eficaz, es decir, aquel al que un numero dado de armas alcanzarán sus respectivos blancos. Para una fuerza de combate, el alcance de las armas a ser tenido en cuenta es aquel al que un número suficiente de armas puede ser dirigido a golpear con gran eficacia. Nuestra máxima no puede ser reducida al principio de la ofensiva, Las fuerzas y operaciones defensivas son frecuentes integrantes del planeamiento operativo. La mera ambición de atacar no impide el éxito enemigo. En oportunidades el enemigo dispondrá de los medios para atacar a distancias que lo favorecen. Si ese es el caso, nuestra meta será lograr que su ataque no sea tan exitoso que haga fallar nuestra réplica. Librado a su suerte, el espíritu de atacar anticipadamente desperdiciará poco a poco el armamento; librado a su suerte, el espíritu de la ofensiva acomodará los depósitos de munición para que sirvan de pira funeraria. El hombre que cree que su espada impondrá siempre su velocidad será derrotado a manos de-aquel de fuerte escudo y hacha de combate. El hombre más decidido y con vista más aguda impartirá una enseñanza equivocada al que esté menos dotado: el enemigo tendrá su propio Drake, Suffren o Tanaka, y la teoría táctica debe enseñar primero las normas comunes de conducción, ya que el genio se hará cargo de sí mismo.

2.

LA EVOLUCIÓN DE LA TÁCTICA DURANTE LA ACCIÓN: LA ERA DE LOS VELEROS DE COMBATE, 1650-1805

Introducción Los dos siglos y medio de la historia de la guerra naval que se han dado en llamar la era de los veleros de combate fueron tiempos en los cuales los marinos hicieron del campo de batalla el laboratorio de la táctica. En este capítulo observaremos un extraño fenómeno de época: la osificación de la táctica británica por el lapso de casi un siglo. Examinaremos cómo ocurrió que empecinados combatientes navales fueron atados de manos por algo que representaba más que doctrina; el sistema de C2 completo, las instrucciones permanentes de combate. Podremos apreciar la frustración de los almirantes británicos, generada por un sistema rígidamente interrelacionado de táctica, doctrina y comunicaciones. En las batallas del siglo XVIII, el navío de línea era el medio para lograr la concentración del poder de fuego, y la columna constituía el modo más práctico de desatar cooperativamente dicho poder de fuego. Tal como muchos escritores navales han explicado, la dirección natural de tiro de un velero era por el través, de donde se desprende como lógica la línea de columna. Dado que las comunicaciones por banderas emanadas del almirante eran difíciles de visualizar, el control de la formación se simplificaba cuando el buque insignia ocupaba una

posición central en la columna. Gracias a la columna el almirante podía maniobrar un extenso número de buques, si bien no ágilmente, al menos con un mínimo de confusión y también con mínimas comunicaciones. La dirección e intensidad del viento así como la marcación y distancia al enemigo eran los factores condicionantes de su maniobra. Su despliegue ocurría con pleno contacto visual con el enemigo y en oportunidades el desayuno era servido previamente a la batalla. El propósito era proyectar toda su fuerza "bien ordenada, bien eslabonada y simultáneamente"1' sin dejar reservas fuera de acción contra el enemigo. Si a través de la destreza marinera y adiestramiento, lograba el almirante disponer una columna brevemente espaciada a lo largo de la emparchada columna enemiga, alcanzaba el objeto de concentrar el poder colectivo de fuego, allí donde los buques

enemigos

estaban

más

dispersos

donde

éstos

superponían

o

blanqueteaban sus sectores de fuego o donde alguno de ellos por estar fuera de la línea se encontraba mas allá del alcance eficaz. 1

Son las muy apropiadas palabras de Creswell, pág.178.

El navío de línea: el medio para masificar el poder de fuego Tomó gran destreza marinera lograr que aun solo dos buques concentraran su volumen de fuego contra un navío enemigo. El alcance verdaderamente eficaz de los cañones estaba francamente dentro de las trescientas yardas y constituía la distancia de tiro rasante o de trayectoria horizontal. El máximo alcance con algún grado de efectividad era de ochocientas o novecientas yardas, más allá de las cuales la probabilidad de lograr un impacto era remota y pobre el efecto de penetración de los proyectiles esféricos. El ángulo de tiro de cada costado estaba limitado a veinticinco grados a proa y popa del través. Apuntar un cañón era un proceso lento y torpe, y en general la artillería era apuntada mientras maniobraba el buque. Por ello resultaba ocasional lograr que dos buques sucesivos de la columna disfrutaran la ventaja de dirigir simultáneamente su fuego eficaz contra un mismo enemigo. La figura 2-1 muestra de qué manera a la distancia del alcance máximo eficaz, del orden de las quinientas yardas, era escasamente

posible para dos buques en formación cerrada dirigir sus costados sobre un mismo buque enemigo si su columna no acortaba correctamente distancias. Otro modo de incrementar el volumen de fuego era apilar verticalmente los cañones. Allí residía la importancia de los navíos de dos y tres cubiertas. Era el método más eficiente de masificar la fuerza en el mar. Hacia fines del siglo XVII los buques de ves cubiertas eran comunes y los mandos navales sabían de su valor práctico. En 1697 el muy respetado francés Paúl Hoste escribiría que el tamaño de los buques contribuía en mayor medida que el número de ellos, en el poder ofensivo de la flota, debido a dos razones: los navíos de mayor desplazamiento portaban más cañones de mayor calibre, y por lo tanto una flota de buques más grandes (en oposición a una columna menos espaciada de buques más pequeños) ponía más y mayores cañones en la misma longitud de columna. 2 Los buques de una sola cubierta diluían en exceso el volumen de fuego para incluirlos en la columna, y aún los de cubierta doble eran, hacia fines del siglo XVIII, incluidos no sin resistencia en la formación. 2

Robison, Pág. 220.

1.

Los buques encolumnados a 200 yds. de intervalo; es decir, a la mínima distancia.

2.

A la distancia de tiro rasante. 300 yds., los buques de la columna apenas alcanzan a ofrecer una sólida superposición de los sectores de tiro en oposición de buques que intenten cortar la columna.

3.

A una distancia razonable para el fuego eficaz, del orden de 500 yds., los

buques

encolumnados

disponen

de

cierta

capacidad

de

concentración del fuego (áreas sombreadas) pero no mucha.

Podemos presumir que observado en acción, un navío de cubierta doble ofrecía una ventaja superior de 2 a 1 sobre el de cubierta simple (de hecho una fragata). Era la comparativa ventaja en volumen de fuego el parámetro decisivo: el mismo Hoste mencionó el valor defensivo del maderamen de los grandes navíos, pero asignándole una importancia menor. Dos buques en combate ofrecían muchas similitudes con dos fortificaciones sobre ruedas con paredes de madera, que de algún modo protegían a artilleros y cañones. Exceptuando algún afortunado impacto en las santabárbaras, los buques no naufragaban por efecto del fuego de cañones, aunque ocasionalmente lo hicieran a posteriori a raíz de los daños en su casco. Los buques eran dejados fuera de combate por lo que aquí llamaremos supresión del poder de fuego *, ya sea por impactos en las piezas y sus servidores, como por el resquebrajamiento de la moral y voluntad de lucha. Se capturaban tantos buques como éstos eran hundidos. Dado que los hombres de mar británicos eran mejores combatientes y que los buques franceses poseían excelentes aptitudes marineras, hubo muchos navíos franceses rehabilitados con la bandera de la Marina Real.

* En el original el autor empleó el término firepower-kill. (N. del T.) Si las dos fortalezas poseían igual número y calidad de hombres y cañones, la victoria era decidida por la velocidad de fuego, su precisión y la penetración de mas armas. Por otra parte, si un navío de doble cubierta de setenta y cuatro cañones (es decir, tal una batería de treinta y seis por costado) enfrentaba una fragata de treinta y ocho piezas (con un costado de dieciocho), era de aplicación el efecto de "la ley cuadrática" y la fragata sufría un castigo desproporcionado al daño que asestaba al navío. Ningún derroche de heroicidad podía salvarla en caso de continuar la lucha. Manteniendo ambos contendientes una cadencia normal de fuego, el navío perdía solo cinco de sus cañones al momento de anular por completo el costado de dieciocho de la fragata, de cumplirse los valores

calculados. Supongamos que en algún instante previo a la total destrucción de su costado, el comandante de la fragata decida rendirse; sus pérdidas totalizarían treinta y ocho cañones y trescientos marineros contra un daño asestado al navío de cinco cañones o menos e igualmente livianas pérdidas de vidas y daño estructural. Si el mismo navío de setenta y cuatro bocas enfrentaba a un oponente de tres cubiertas y cien cañones, aplicando el mismo modelo y las mismas premisas que en el caso anterior, podemos ver que el de dos cubiertas era forzado a capitular antes que el de tres hubiese perdido veinte piezas. El Mar del Norte y el Canal de la Mancha fueron los escenarios donde se vio en acción esta continua acumulación de ventaja que producía una ligera ventaja inicial de poder de fuego. Hoy podemos sospechar que tuvieron lugar muchas cortes marciales injustas contra comandantes de buques de dos cubiertas, como también escasamente merecidas ordenaciones de caballeros entre los comandantes de navíos de tres cubiertas. La columna: el medio para el control Resulta adecuado entonces considerar a la columna como el medio disponible por la nave insignia para ejercer el control de la fuerza naval y solo de un modo secundario como procedimiento para la concentración del fuego. Así exactamente concebían a la columna los almirantes de la última mitad del siglo XVII. De hecho los navíos de doble cubierta ya eran numerosos en la primera mitad del siglo, época en la que fue instituido el concepto de la formación en columna comandada. De todos modos, los almirantes tenían en cuenta que el apoyo mutuo era consecuencia de intervalos reducidos entre buques, tanto que las distancias de separación estipuladas por sus instrucciones de combate eran increíblemente cortas (también difícilmente obtenibles), al punto de limitarlas a tres esloras. 3 3

La distancia era indicada en cables (240 yardas). Durante la guerra AngloHolandesa, con buques de cincuenta yardas de eslora, al menos en uno de los tomos de instrucciones de combate empleados, se especificaba una separación de medio cable. Más tarde fue usual emplear separaciones de dos cables (Robison, págs. 153 y 361).

Requirió de gran habilidad marinera mantener estaciones a poca distancia, aun para líneas cortas de no más de doce buques, en particular porque los buques debían evitar adelantarse e interrumpir la línea de tiro del buque a proa. En el mejor de los casos mantener estaciones era difícil, pero un aspecto lo facilitaba. Las velas de combate, es decir, las superiores (pericos, juanetes y sobres), impulsaban a los buques a velocidades estables de unos trescientos pies por minuto, prácticamente mínima de gobierno. Las dotaciones se necesitaban en las piezas. La cohesión y el control durante la acción se valoraban más que la velocidad. La intención de una maniobra de doblaje o duplicación era alcanzar una de las siguientes posiciones:

Siendo maniobradas correctamente, ambas flotas desarrollaban la misma velocidad, por lo que era difícil alcanzar dichas posiciones sin tener que dispersar temporalmente la propia flota, corriendo entonces el riesgo de que el enemigo cerrara distancias con una u otra mitad de las fuerzas propias, logrando de ese modo concentrar toda su línea contra la mitad elegida. Nelson duplicó exitosamente sus fuerzas contra la flota francesa en la batalla del Nilo porque halló a ésta fondeada, coadyuvando otras circunstancias fortuitas.

La maniobra de duplicar en la retaguardia que aquí se describe ilustra acerca de las dificultades inherentes. En el primer cuadro la flota B, víctima del doblaje, ciñe amurada a estribor. La flota A inicia la maniobra en formación de prevención enfrentando buque a buque por el través, a barlovento de B e inmediatamente por fuera de su alcance eficaz.

El cuadro siguiente describe cómo A apagando el paño coloca su mitad de vanguardia por el través de la retaguardia de B. Al mismo tiempo que la vanguardia de A cierra distancias con la retaguardia de B, la retaguardia de A hace derivar sus buques cortando la estela de la columna de B.

Con la vanguardia de A en contacto cerrado con la retaguardia de B, la retaguardia de A ciñe a sotavento. Se supone que, aferrada en combate la retaguardia de B, es lo

suficientemente lenta para permitir que los buques de A navegando a sotavento alcancen las posiciones de doblaje. La vanguardia no aferrada de B debe ahora virar en redondo, y la demora en lógralo conducirá a su derrota.

No se requiere la pericia marinera del siglo XVIII para advertir que aun en actitud letárgica puede Bamainar velad e impedir la maniobra, o derivar con su línea para abrir distancias con los buques de barlovento evitando que el resto alcance su sotavento. Pero duplicar en l a vanguardia era aún menos factible, ya que los buques de retaguardia solo tenían que cazar velas aumentando su velocidad para entrar en la refriega, aunque carecieran de órdenes para hacerlo. Fig. 2-2. La maniobra de duplicar.

Una segunda razón para cerrar distancias en la columna era prevenir el corte de la línea por un enemigo que, de ese modo, batía con el fuego rasante de sus dos costados, haciendo uso de sus baterías completas de ambas bandas y sin respuesta desde la columna. Esta maniobra ofrecía la posibilidad adicional de que tras cortar la línea con varios buques, generalmente tras los primeros de la columna, es decir, los de barlovento, dicha porción de la columna era envuelta por ambas bandas, víctima de una maniobra conocida como doblaje o duplicación y que describe la figura 2-2. Por último, los intervalos cortos eran deseables para el caso en que el enemigo, sea intencional o accidentalmente, proyectase toda su fuerza contra sólo parte de la columna. Los buques no aferrados de ésta, normalmente los de retaguardia y a sotavento, debían adelantarse en ceñida para entrar en combate, y para ello distancia significaba tiempo. De este modo, ya sea comandando unidades independientes o columnas, el problema táctico fue concentrar el poder de fuego en una época en que el alcance eficaz de la artillería era reducido (inferior a quinientas yardas). La solución del problema de C2 fue formar una línea de bocas de fuego manteniendo el mínimo intervalo que pudiese ser mantenido sin corra el riesgo de superponer líneas de tiro y al mismo tiempo acumular verticalmente volumen de fuego. Teniendo muy en cuenta lo dicho hasta aquí, veamos ahora la evolución de la táctica con veleros de manera de poder entender la reticencia de los líderes navales británicos a entrometerse con la gran fuerza táctica de la línea.

La fase creativa Asumiremos como punto de partida, el momento de la incorporación de la columna comandada dentro de las instrucciones de combate del Almirantazgo británico. Las tres guerras Anglo-Holandesas de la segunda mitad del siglo XVII fueron una feroz competencia por el comercio. Durante la primera de ellas, no menos de seis grandes batallas navales tuvieron lugar en menos de dos años (1652 - 1653). Una de las razones para que ello ocurriera fue de índole estratégica. Más adelante retomaremos este tema. Una segunda razón fue tecnológica; hacia finales de esa guerra, los buques militares eran también de uso comercial y podían ser construidos y reparados en plazos cortos. No obstante lo dicho, las razones tácticas fueron as predominantes para explicar el crecido número

de

combates.

Las

formaciones

para

la

travesía

eran

meras

aglomeraciones de buques, y las acciones tácticas finalizaban sin definición. Los buques diferían marcadamente en fama, desplazamiento y condiciones marineras, y sus capitanes, que también eran mercantes, evidenciaban indisciplina al navegar en formación. El resultado era gran número de buques y escaso control. La retirada de los buques enemigos era la evidencia de la victoria, sin que contaran los buques hundidos o capturados. La evidencia disponible indica que avistado el enemigo, se hacían esfuerzos para formar esbozos de columnas a cargo respectivamente de sus oficiales de bandera, pero una vez iniciada, la batalla se transformaba en una camorra de trastienda. A posteriori de la tercera batalla sin definición que tuvo lugar cerca de Pórtland, Oliver Cromwell envió al mar a tres de sus generales: Robert Blake, Richard Deane y George Monck. Acostumbrados al orden y la disciplina, juntos elaboraron nuevas instrucciones donde la columna era la formación básica, en el entendimiento de que los buques se ordenarían tras varios guías en columnas separadas. No hay indicios que indiquen que el propósito de esas instrucciones fuese la concentración del poder de fuego, salvo en la medida en que el grado de control a alcanzar tenía a la concentración como efecto secundario. Teniendo en cuenta que los buques habían iniciado la guerra como mercantes armados, que sus capitanes eran patriotas y piratas pero no comandantes navales y que los oficiales de bandera eran noveles en el mar, la columna fue probablemente concebida como la forma más simple de controlar la flota. Entonces, tal como ahora, era

insensato desarrollar un plan cuando la fuerza no había sido adiestrada para ejecutarlo, y mantener intervalos, aun en columnas cortas, no era de ningún modo un suceso logrado. Pero en la medida en que la formación era mantenida, la táctica era exitosa. Permitía alcanzar cuatro resultados: -

El control de cada columna por su almirante, que a tal efecto usaba pocas seriales, cada una de ellas asociada a un artículo de las instrucciones de combate de ese comandante y adecuadas al nivel de adiestramiento y habilidad de las tripulaciones.

-

Evitar el peligro, frecuente entre el humo y confusión de la melée, de abrir fuego sobre unidades propias. La confianza que otorgaba saber que ese peligro había sido evitado, pudo haber sido tan importante como el hecho de efectivamente evitarlo. Nadie desea tener que esperar a que se disipe el huno de los cañones para asegurarse de tener a un enemigo delante.

-

Eliminación de desertores. El artículo 7 de las instrucciones de combate ad vertía que el más severo de los castigos aguardaba a los capitanes cuyos buques no se incorporaban oportunamente a la columna. Es dable pensar que no se trataba de una mera semejanza con una parada militar en tierra.

-

Un conjunto de columnas comandadas, como minino tres, que hacían factible proyectar bajo control al combate, a la totalidad de los buques en la menor cantidad de tiempo. No existían las reservas. Un buque a la distancia no era visto como un refuerzo a emplear en la oportunidad crítica, sino como un desperdicio de volumen de fuego.

La maduración de las instrucciones de combate Los almirantes, tempranamente en la era de los veleros de combate, comprendieron que la columna cerrada también proveía concentración de fuego. En la medida en que la Armada Real navegaba, se adiestraba y combatía, fue solidificándose una fuerza profesional de marinos de combate. El volumen de fuego se acrecentó tanto por el incremento de la velocidad de fuego, cuanto por mantenerse estaciones muy próximas como consecuencia de una sólida habilidad marinera. Hacia la sexta y última batalla de la primera guerra Anglo-Holandesa, los holandeses fueron forzados a formar también columnas. Dado que estos

últimos no rehuyeron el combate, la batalla de Scheveningen fue sangrienta y decisiva, dando fin a La guerra. Durante la segunda y tercera guerra Anglo-Holandesa, la columna simple fue la formación típica de ambas flotas, pero la maniobra se adaptaba a las circunstancias.

Ambos

bandos

comenzaron

las

acciones

adiestrados

y

agresivamente. El almirante inglés pudo darse por satisfecho con la columna simple y dedicar la destreza de sus comandantes en ganar el barlovento, dado que la línea a barlovento podía elegir la oportunidad o declinar el combate. A medida que los ingleses ganaban más y más confianza en la columna simple, el potencial de la columna de barlovento de masificar su fuego o de maniobrar para el doblaje no fue del todo desconocido para los combatientes. Pero para los ingleses la columna simple o línea a proa (de toda una flota) pronto llegó a ser algo más que positivo: una formación diseñada para bisoños se transformó en rígida doctrina antes que la nueva horneada de profesionales navales pudiera desarrollar y explotar todas las posibilidades tácticas y de C 2 que otorgaban las instrucciones de combate. Era evidente que una cerrada formación en columna maniobrada por su almirante era la forma de obtener la concentración local. Pero cuando toda una flota, digamos de unos cien buques, era formada y maniobrada como una sola unidad, el resultado que se obtenía era una delgada línea de bocas de fuego de varias millas de longitud, pero que batían una profundidad de solo quinientas yardas por una banda. Tomaba una hora al matalote de popa alcanzar la posición actual del primer buque de la columna. Peor aún, dependiendo del viento podía ocurrir que la vanguardia no tuviese forma alguna de socorrer a la retaguardia. La osificación de la táctica inglesa A comienzos del siglo XVIII, las flotas eran tan extensas que no existía modo de proyectar una columna simple, esa fina cadena de destrucción, simultáneamente sobre un enemigo huidizo, vanguardia contra vanguardia, centro contra centro y retaguardia sobre retaguardia. Tal era la característica del francés del siglo XVIII. Reconociendo que evitar las acciones decisivas era la intención francesa, se puede concluir que alcanzaron su objetivo al buscar la precisión

antes que la velocidad de fuego, equipando sus buques con cañones de mayor alcance, maniobrando a sotavento para abrir fuego sobre la arboladura británica y así desmantelar sus buques, forrándolos a abrir distancias y debilitar de ese modo su columna. Pero el motivo principal del éxito francés en su intento de eludir el combate fue que hacia 1740 las instrucciones de combate de los comandos ingleses se transformaron en lo que se dio en llamar las instrucciones permanentes de combate del Almirantazgo, a las que el comandante en jefe podía complementar con instrucciones particulares, pero que debían ser cumplidas ajustadamente so pena de muerte. Tal como el profesor John Hattendorf del Naval War College me puntualizó, John Creswell ha presentado evidencia reciente de que hasta 1799 las instrucciones de combate no eran, de hecho, instrucciones del Almirantazgo, en oposición a lo que es creencia generalizada y atribuible a Mahan y sir John Corbett. Creswell argumenta que no existía nada básicamente erróneo en las tácticas de la Armada Real. En la medida en que esto es cierto, refuerza mi exigencia de una doctrina práctica y coherente. Pero las precisiones acerca de sí las Instrucciones de navegación y combate para la flota de Su Majestad fueron promovidas, apoyadas o meramente enfatizadas por el Almirantazgo, parecieran no haber incidido demasiado; el concepto de la línea formada preferentemente a barlovento estaba grabado en las mentes de los comandantes en jefe de la flota. Combatiendo mediante columnas adyacentes, la Armada Real sufrió casi un siglo de batallas inconclusas y frustración. Las instrucciones permanentes de combate eran no solo doctrina sino dogma Siendo los medios aprobados para el control de la flota, prescribían todas las señales para controlar maniobras. Difícilmente la flota podía concebir y mucho menos cumplir tácticas creativas; sencillamente las instrucciones no las preveían. Aquello que no podía ser practicado no era posible aplicarlo en combate. La concentración en la retaguardia enemiga, el corte de la línea o el doblaje sobre paute del enemigo fueron oportunidades no explotables por los comandos; más aún, probablemente ni siquiera podían ser visualizadas, ya que habían sido eliminadas de su vocabulario, circunscrito a las instrucciones de combate. A medida que transcurría el siglo XVII el anquilosado C 2 asfixió no solo la táctica sino también la imaginación táctica.

El regreso a la táctica Nuestra veneración por Horacio Nelson no se debe a que haya roto el rígido formalismo de las instrucciones permanentes. George Rodney (1782), Richard Howe (1794) y Adam Duncan (1797) se le anticiparon, mientras que John Jervis comparte la gloria por haber apreciado el significado del genio táctico de Nelson en la batalla de Cabe San Vicente (1797). Nelson constituye nuestro inigualado genio táctico porque supe explotarla recientemente obtenida libertad de la Armada Real. Al decirlo estoy considerando los hechos. Corbett asigna al contralmirante Richard Kempenfelt el mérito de haber diseñado nuevas órdenes y señales acordes con mayor flexibilidad de maniobra en la temprana oportunidad de 1780. También Robison (pág. 346) asevera que el problema de excesivo formalismo había sido cabalmente comprendido, y que los medios para resolverlo se encontraban fomentando. Como de costumbre, los franceses aventajaban a los británicos en sus teorías tácticas y se dice que sus escritos inspiraron el pensamiento británico. Por sus prácticas sensatas y su agresividad, raras en un francés de su tiempo, podemos aún hoy, dos siglos después de sus cinco acciones en el Océano Indico, admirar las tácticas de' almirante Pierre Suffren. Quien implementa una nuera táctica, raramente es su inventor. Reconocemos a Nelson por haber recogido una semilla de sabiduría del piso de un granero y por el coraje y la habilidad para hacerla germinar. Se ha dicho que Nelson vive en el recuerdo debido a que Trafalgar, ocurrida el 21 de octubre de 1805, fue la última gran batalla naval por más de un siglo. Pero su fama no descansa en un accidente de la historia; simplemente, él hizo lo que nadie había sido capaz de hacer. No hubo más acciones de flota porque eliminó a la flota enemiga, acabando con la necesidad de nuevas batallas y estableciendo las bases de cien altos de predominio naval británico. Sabemos que Trafalgar no fue un golpe de suerte, sino que Nelson con sus experiencias en el Nilo y Copenhague conocía de oportunidades y concentración. Esto se deduce de sus instrucciones a sus comandantes subordinados previas a la batalla. A pesar de ser frecuentemente citadas, nadie hizo de ellas un mejor análisis que un francés: Ambroise Baudry.4 En su análisis, Baudry se remite a los factores de

tiempo y cinemáticos así como a los planes de contingencia de Nelson. Nos puntualiza que Villeneuve conocía anticipadamente casi todas las maniobras que Nelson llevaría a la práctica y aun así no supo qué hacer para detenerlo. Villeneuve no pudo imaginar acciones que le quitasen la iniciativa a Nelson. Lo realmente meritorio no residía en que Nelson ganase la batalla, aun cuando el balance de fuerzas le era desfavorable 27 a 33. Que Nelson obtuviera de la batalla una victoria tan decisiva como le permitiesen era inevitable. El logro de Nelson fue el de destruir efectivamente las flotas francesa y española, ya que ése había sido el objetivo estratégico británico por más de diez años. De ese modo alcanzó un éxito superior a cuantos lo precedieron en cien años. 4

Baudry, págs. 218 a 236.

Su problema consistía en rodear y sujetar al enemigo a quien sus comandantes destruirían ya dentro de las fatídicas trescientas yardas. Eligió la táctica correcta para enfrentar a ese particular enemigo, permitiéndole a su país alcanzar un específico objetivo estratégico. Desarrolló un plan, se lo comunicó a sus subordinados, y tal como los acontecimientos lo demostraron, resultó adaptable a las circunstancias, incluso durante el combate. Sus buques estaban adiestrados para cumplir sus planes, desatar un gran volumen de fuego a cortas distancias, y sus planes se ajustaban al adiestramiento alcanzado. Sus comandantes conocían qué se esperaba de ellos porque les hablaba frecuentemente de sus planes y porque en su esencia no podían ser mal interpretados. Por último, sus planes podían ser íntegramente cumplidos con un mínimo de señales. La disposición de crucero era la disposición de combate. Esta noción que hoy en día no pasa de ser rutina de flota era una innovación asombrosa en 1805. Es posible extraer lecciones erróneas de Trafalgar. Las tácticas de Nelson aplicada contra Marten Tromp, o Michiel de Ruyter, o Suffren, hubiesen conducido al desastre. Cada uno de sus buques debía resistir sin respuesta tres o cuatro salvas de un costado completo para entrar en distancia: lo que frente a un enemigo

de

primera

clase

garantizaría

la

derrota.

Hubieran

sido

semidesmantelados antes de disparar su primera salva. Nelson lo sabía. Simplemente nos estamos previniendo contra las interpretaciones superficiales,

esas que nos conducirían a inferir que Nelson vencía merced a sus ataques bravíos.

Un

comandante

con

menos

virtudes,

que

no

haya

medido

cuidadosamente a su enemigo, enviaría a la destrucción a su flota, solo por caricaturizar las cargas de Nelson por dentro del alcance de fuego enemigo. Ciertamente no sabemos de qué modo Nelson hubiese actuado frente a los holandeses en 1688 o frente a los alemanes en 1916, pero podemos confiar en que su táctica habría sido la adecuada al objetivo estratégico, las armas y las fuerzas en oposición. La influencia de la estrategia Es necesario un breve comentario acerca de políticas nacionales y estrategia para entender la táctica británica, la holandesa y particularmente la francesa. La táctica influye y es influida por la estrategia. El comando de nivel táctico jamás debe olvidar el propósito de la batalla. Frecuentemente ese propósito se extenderá más allá de la destrucción de la flota enemiga. Durante las tres guerras Anglo-Holandesas los objetivos de guerra de ambas naciones se centraban en el océano, y como resultado acaecieron muchas batallas. Esos objetivos estratégicos se suman en la cortante respuesta que Monck dio cuando se le preguntó acerca de las causas de la segunda guerra: "Los holandeses tienen demasiado comercio... y los ingleses están dispuestos a quitárselo."

5

No había amenaza de invasión, el comercio era la cuestión y se

limitaba solo al mar. Para los holandeses el comercio a través del canal de la Mancha era vital. Con él se prosperaba, sin él se marchitarían hasta desaparecer. Ningún bando podía declinar el combate y simultáneamente alcanzar su objetivo, o armaban su flota y peleaban, o buscaban la paz, pero a costa de perder su objetivo. Las guerras tienen objetivos limitados de manera tal que el vencedor puede anticipar una ganancia neta. Del mismo modo el perdedor avizora la ruina nacional y financiera. Allí reside la motivación para luchar y hacerlo para vencer. Al mismo tiempo ambos bandos sabían que las batallas decisivas cesaban la lucha, hasta que una nueva flota se construía, y entonces recomenzaba el combate. 5

Citado por Michael Lewis, pág. 89.

Rehuir el combate decisivo se ajustaba a los objetivos franceses de orden estratégico. La ventaja inglesa residía en ganar una batalla decisiva y el ejercicio del dominio del mar. Pero los británicos habían aprendido la lección táctica del agresivo maestro holandés. Las mismas tácticas fallaron frente a un enemigo tan huidizo como el francés. Para ellos el océano era un flanco a ser contenido, para de ese modo decidir las acciones en tierra. En cada oportunidad en que el francés vislumbró que el logro de sus objetivos iba a ser decidido en tierra, adoptaba una de dos estrategias: mantener una flota considerable para efectuar diversión sobre la flota inglesa (no siempre con éxito) y esperar oportunidades, o conducir operaciones de corso, a la espera de ganancias moderadas a bajo costo. -

La táctica francesa fue en general más exitosa en implementar su estrategia que lo que la táctica británica previa a Nelson lo fue implementando la estrategia británica.

-

Cuando un resultado decisivo estaba al alcance de las manos francesas basándose en actitudes agresivas, la oportunidad se volvía inalcanzable. Los hábitos tácticos largamente ejercitados calan hondo.

-

Cuando la Armada Real reconoció el modo de cerrar distancias y entablar combates decisivos, los franceses, que rehuían la lucha, fueron devastados a nivel táctico y, por ende, severamente limitados estratégicamente.

Resumen En razón del corto alcance eficaz de las armas, las tácticas del periodo de la vela fueron predominantemente de buque contra buque. Casi hasta el final de la era, la concentración de fuego se obtuvo mediante el recurso de aumentar el peso de la andanada de cada buque en particular, o su velocidad de fuego, o la precisión de su sistema de armas. Mientras que los británicos buscaron mayorvelocidad de fuego, los franceses hicieron lo propio con la precisión de sus disparos. La columna comandada fue descubierta hacia 1650 y su propósito era obtener coordinación (es decir, maniobrar en formación con un mínimo de comunicaciones) y acción cooperativa (movimiento en formaciones cerradas sin batir buques propios y evitar las deserciones). Muy rápidamente los comandantes

en el mar advirtieron que las columnas múltiples también otorgaban concentración táctica del fuego: los buques podían ser proyectados a la acción en forma simultanea y dándose mutuo apoyo, de manera de masificar el poder de fuego de la totalidad de la fuerza. La columna simple era tentadora por su sencillez, pero a principios del siglo XVIII la táctica naval británica se anquilosó en dogma. Con excepciones poco significativas, al comandante se le exigía mantener una línea simple y rígida que inhibía la posibilidad de obtener la sorpresa táctica y de concentrar la fuerza propia mediante la maniobra de doblaje sobre una parte de la fuerza enemiga. Pero la peor de las consecuencias fue que las instrucciones de combate limitaron la capacidad de los comandantes para cerrar distancias y derrotar' a un enemigo huidizo, aun cuando su poder de fuego fuese marcadamente inferior o Cuando circunstancias estratégicas demandasen asumir riesgos tácticos para forzar la acción. Los últimos cincuenta años de los veleros de combate, coincidentes con la segunda mitad del siglo XVIII, encontraron a los almirantes de la Armada Real absorbidos por el esfuerzo por salir del chaleco de fuerza doctrinario y alcanzar un encuentro decisivo contra un enemigo menos dotado para las acciones de corta distancia. Cuando finalmente los comandos de flota lograron zafar de la rigidez impuesta por la columna simple, aún quedaban por redescubrir los medios para concentrar la flota, evitando al mismo tiempo que el enemigo rehuyera el combate. Nelson lo hizo y en un solo golpe final, Trafalgar, eliminó al enemigo de los mares. Sus exitosas tácticas incluían: -

Apoyo mutuo tanto por columnas como por buques independientes hasta tanto desatado el combate se produjese la inevitable melle.

-

Un plan sencillo e inequívoco que al mismo tiempo otorgara flexibilidad durante su ejecución.

-

Mínimas comunicaciones, ya que sus comandantes, a base de experiencia, conocían su manera de pensar.

-

Apoderarse de la iniciativa que otorgaba el barlovento, pero atento a la posibilidad de que el contacto ocurriese con su flota a sotavento.

-

Pleno dominio de la cinemática (relaciones de movimiento y distancia) en el mar, obteniendo (de manera notable) sorpresa táctica y concentración de fuerza, totalmente a la vista del enemigo.

-

Adiestramiento en los procedimientos a ser usados en combate y luego combatir del modo en que se habían adiestrado.

-

Alto riesgo de haber sido su oponente fuerte y capaz, pero bajo riesgo en realidad, por ser la artillería enemiga y su control de la formación pobres, y así evaluadas por Nelson. El propósito táctico de la Armada Real era con frecuencia el de destruir la

flota enemiga, propósito que se ajustaba a los objetivos estratégicos británicos. Por el contrario, el objetivo marítimo de uno de los principales oponentes de la corona, los franceses, era más complicado y en términos generales las flotas francesas no alcanzaban el tamaño y el adiestramiento necesario para enfrentar acciones decisivas. Las tácticas francesas respondían a los objetivos estratégicos y a la relativa inferioridad de fuerzas, alcanzando frecuentemente el éxito. La consecuencia, de todos modos inevitable, fue la corrosión a largo plazo de sus tácticas de flota, competencia profesional y voluntad de lucha.

4.

EL DESARROLLO DE LA TÁCTICA EN ÉPOCA DE PAZ, 1865-1914

La Edad de Oro del pensamiento táctico El período que va de 1865 a 1914 rivaliza aún con los tiempos presentes en cuanto a la vastedad de los desarrollos tecnológicos llevados a cabo durante períodos de paz. Así como la era de los veleros de combate ofreció reiteradas oportunidades de aprender al ritmo de los combates, la segunda mitad del siglo XIX vio pocas acciones de flota que pudieran oficiar de laboratorio de ensayos, ya que la paz británica reinaba en su apogeo, y la Armada Británica tuvo éxito en dominar a todo rival naval. Las incertidumbres tácticas, tecnológicas o de comando no pudieron dilucidarse en combate; de allí que las consecuencias de la propulsión

a

vapor,

sus

efectos

sobre

la

maniobra,

los

mutuamente

compensatorios avances en armamento y corazas, el torpedo y la asociada discusión entre buques grandes y chicos, y finalizando el período, las

comunicaciones inalámbricas y las aeronaves fueron en su totalidad protagonistas de grandes debates. Ese período constituyó también la Edad de Oro del pensamiento táctico, sin parangón alguno, tanto anterior como posteriormente. Imaginativamente, al nuevo armamento, corazas y formas de movilidad se les asignaba las más extravagantes consecuencias tácticas. Con el fin de siglo, los más débiles conceptos tácticos habían sido por lo general descartados y emergido en su reemplazo parejas compatibles de nuevas tácticas con nuevos buques de guerra, de modo que la Primera Guerra Mundial deparó escasas sorpresas en materia de táctica naval y comportamiento de unidades navales. Las críticas de posguerra referidas a la táctica y a la conducción, antes que oponerse, confirmaron las conclusiones de los análisis previos a la conflagración. Fue el resultado de un gran esfuerzo intelectual. Al releerse los planteos tácticos de la época impactan la enorme inteligencia y energía puestas en la aplicación de las matemáticas a las tácticas. La lógica ingenieril aplicada al diseño de máquinas de guerra se derramó sobre la táctica, influyéndola decisivamente. No se puede leer a Ambroise Baudry, Bradley Fiske, Romeo Bemotti, William Bainbridge-Hoff, S. O. Makarof, ni las revistas de temas navales de principios de siglo sin resultar cautivado por el abundante caudal de creatividad técnica y táctica.

1

Es verdad que aparecieron algunas

sorpresas, pero comparadas con algunas de las absurdas especulaciones hechas en los primeros años de la transición tecnológica, el análisis táctico evidenció solo dos errores de importancia: sobre valoró los efectos de la velocidad y falló en anticipar las consecuencias que la escasa visibilidad tendría en las grandes acciones de flota. Los más agudos pensadores eran hombres de uniforme que rápidamente moderaron los conceptos tácticos extremos, que siendo derivados de la teoría no podían ser llevados a la práctica. 1

Algunos de los notables ensayos premiados por la revista Proceedings en esos años fueron: CC Richard Wainwright, "Problemas tácticos de la guerra naval" (enero 1895); TF R. H. Niblack, "Tácticas para buques en la línea de batalla" (enero 1896), TF R H. Jackson, "Torpederos: tipos y empleo" (enero 1900); Profesor R. Alger, "Artillería en nuestra armada" (enero 1903); CF Bradley Fiske, "Política naval norteamericana" (enero 1905); TF W. S. Pye jr., "Elementos de táctica naval" (enero 1906).

Reynolds, cuya caracterización del período como Era Dorada es más amplia que la mía, resalta la estrategia. Nos puntual iza que fueron los rusos los primeros en editar un periódico profesional naval, el excelente Morskoi Sbornik desde 1848, y luego, de origen italiano, la Revista Marítima, que resultó la mejor de los años previos a la Primera Guerra.

Precursores Cuando la Revolución Industrial floreció tras las guerras napoleónicas, su efecto repercutió rápidamente en las armadas europeas. Con las excepciones de los medios modernos de control de tiro y del torpedo autopropulsado, todos los elementos de la transición de la vela al vapor fueron concebidos en el lapso que va desde las guerras napoleónicas a la Guerra de Secesión norteamericana: propulsión a vapor y hélice; cascos y corazas de hierro; cañones más grandes y de mayor velocidad inicial y penetración (inicialmente estos cañones obtuvieron mayor alcance, creciendo en tamaño para perforar corazas, pero sin lograr mayores alcances efectivos); cañones de retrocarga; eficientes granadas y sus obligados compañeros, la espoleta y el ánima estriada; y la torre de artillería. Ellos dieron lugar al consabido debate acerca de la secuencia en la que estos inventos debían ser adoptados, pero era evidente que provocarían la obsolescencia a corto plazo del buque de línea de madera y de la línea de batalla. Los británicos, lentos como fueron para adoptar el casco de hierro, nunca más regresaron a la madera después de finalizada la construcción de aquella formidable nave de novecientas toneladas que fue el HMS "Warrior" en 1860, y la Armada Británica debió ser reconstruida totalmente. La estrategia también sufrió cambios radicales. La propulsión a vapor dio sustento a la obtención a escala planetaria de puertos carboneros, tanto como un requerimiento del colonialismo, cuanto como su impulsor. Las plazas fortificadas dejaron de ser aptas como bases navales, la necesidad de facilidades de reparación para cañones y máquinas disminuyeron el número de apostaderos navales factibles. El salto de la vela al vapor limitaría el radio de acción y autonomía dulas flotas de combate, y en la última instancia tuvo un efecto profundo en las formas de bloqueo. Ninguna de estas limitaciones estratégicas, que demoraron la transición hacia la máquina de vapor, pasó inadvertida a los almirantazgos europeos. La "moderna" Armada Británica continuaba construyendo nuevos buques de vela en la década de 1880, teniendo en mente la movilidad estratégica.

Como contrapartida, la soltura táctica que acarreaba la propulsión a vapor produjo excitación anticipada en los pensadores tácticos. No solamente podía una fuerza más poderosa atacar directamente hacia el viento, sino que en condiciones de viento calmo podía cerrar distancias soportando el fuego enemigo al doble o triple de velocidad. Aunque, tal vez, la completa dimensión de estas ventajas no fue apreciada hasta la batalla de Lissa en 1866, la discusión táctica de los artos 1840-50 versaba sobre el fin de las columnas enfrentadas y del valor potencial de los espolones de proa.2 Por aquel tiempo, la coraza superaba al armamento en la carrera tecnológica, de forma tal que el atractivo del espolón estaba ligado a la movilidad táctica, la energía cinética y a la posibilidad de aproximarse a un enemigo cuyo alcance eficaz y velocidad de fuego no progresaban a ritmo acorde con su velocidad. 2

Ver Robison, págs. 579 a 590.

La Guerra de Crimea resultó ser un laboratorio apto para la evaluación de la rudimentaria tecnología, aunque las principales consideraciones durante esa guerra fueron de orden logístico y k ¡movilidad estratégica antes que tácticas, los que participaron en ella lo hicieron convencidos de la importancia del vapor en las acciones de corta distancia. Los buques con forros de hierro, aunque no muy marineros, demostraron su capacidad de soportar el fuego de fortificaciones y baterías terrestres, lo que aceleró su desarrollo en la Guerra de Secesión norteamericana. Hacia 1853, la batalla de Sinope sirvió de lugar de ensayo de las granadas explosivas. Seis navíos rusos cayeron sobre siete desafortunadas fragatas turcas dañándolas a todas, provocando 3.000 muertos y heridos turcos al costo de solo 266 bajas rusas.3 Tres de los navíos de línea rusos armaban "nuevos cañones de granadas", y las marinas europeas se maravillaron de su eficacia. La batalla bien puede ser considerada la nodriza de las corazas y del casco de hierro en igual medida de su efecto acelerador del desarrollo de las granadas, consideradas como el verdugo de los buques de madera. 3

Woodward (1965), pág. 99.

No puede dejar de sorprendernos esta reacción, al mismo tiempo que especulamos en qué medida influyeron las granadas en el resultado de un combate que tal vez estaba decidido sin su participación. La aplicación de un modelo sencillo del tipo Lanchester nos ofrece un resultado casi tan demoledor como el que efectivamente se dio. Asignándoles cincuenta y cinco cañones por banda a cada uno de los seis buques rusos, y oponiéndolos a los quince de cada costado de las siete fragatas, obtenemos que para el tiempo en que el poder de fuego de los buques turcos había sido reducido a cero, las pérdidas rusas sumarían dos cañones por buque.

4

Esto demuestra el poderío de los buques

rusos, con prescindencia de la supuesta calidad de su armamento. A ello se suma que los rusos probablemente dispusieron de una cierta ventaja adicional proporcionada por la sorpresa. 4

Los tres buques que disponían de las granadas de sesenta y ocho libras eran navíos de tres puentes y 120 cañones. Para simplificar, soslayo el hecho de que una fragata turca escapó de la acción.

Después de la Guerra de Secesión, 1865-1885 La Guerra de Secesión resultó huérfana de acciones entre flotas. Casi todas las intervenciones de las flotas fueron lo que hoy denominamos operaciones de proyección, trabajo costero llevado a cabo para el control de puertos de mar y de los ríos. Los objetivos militares eran fortificaciones. Solo se dieron acciones "de flota" cuando los confederados sumaron buques de hierro a sus baterías costeras, desempeñando estos buques el papel de fortificaciones móviles armadas y acorazadas pesadamente. Estos buques costeros de los confederados fueron eficientes en todas su intervenciones, pero no victoriosos, ya que la Unión pudo siempre concentrar abrumadora superioridad en su contra. Los confederados no aspiraron a consolidar una flota que le disputase el mar a la Unión; por el contrario, su objetivo nunca llegó a ambicionar más que conducir una guerra de corso al tráfico marítimo del enemigo, romper algún bloqueo local y confiar en la intervención de la Armada Británica.

En consecuencia, la batalla de Lissa, ocurrida en 1866, sirve como único punto de referencia para el estudio de las acciones de flota. De ella extraemos las siguientes lecciones tácticas: -

La propulsión a vapor otorgaba nuevas opciones a la flota que mantuviese actitud ofensiva.

-

El espolón era un arma eficiente para el combate naval.

-

La columna simple no sería ya eficaz como método para la concentración del fuego. Es notable la rapidez con que los pensadores tácticos se abocan al estudio

de hipotéticas acciones de flota. Textos de los años 1870 y 80 recomendaban el espolón. La superioridad de las corazas sobre el armamento fue tan efímera que estamos tentados a minimizar la trascendencia del espolón. Pero durante aproximadamente veinticinco años, la movilidad del vapor facultó a los buques a "cargar" (tal la descripción habitual de la maniobra en esos años) a través de un corto corredor de fuego de, a lo sumo, media milla de profundidad. Una fuerza naval con espolones podía correr ochocientas yardas en tres minutos o menos y, según se pensaba, devastar una columna armada con cañones. Y lo podía hacer directo al viento. Cuanto más cerraran distancias entre sí los buques de la fuerza atacada para concentrar su fuego, más vulnerable devenían a la acción de los espolones. Cuanto más extensa era la flota que formaba columna simple, más larga era la columna y más fácil le resultaba a los atacantes con espolón concentrar su acción en un segmento de la columna. La figuró 3-1, que esquematiza la batalla de Lisa, ilustra al respecto.

Después de 1866 el debate táctico tiró por la borda la tradicional columna y el caos reinó en medio de toda clase de especulaciones acerca del mejor curso táctico y adoptarse. Las soluciones propuestas fraccionaron le larga columna en pequeños componentes. Algunos propusieron columnas cortas brindándose mutua apoyo; otro; la línea de frente o por el través, y finalmente otros, por unidades de dos a cinco buques, dándose apoyo mutuo, con la posibilidad de rotar simultáneamente a órdenes del comandante y que asemejaban irse formaciones circulares de la Segunda Cuerea o el damero de los cuadrados de infantería británicos. Una melle era la lógica consecuencia de cada uno de los esquemas propuestos, y los pensadores tácticos desesperaban de hallar una variante que diese al comandante de una fuerza bien adiestrada, al menos una furtiva ventaja durante la aproximación. Muchos planes de batalla se basaban en fuertes analogías con el combate terrestre. Algunos de un carácter tan poco profesional que preveían al atacante maniobrando frente a un defensor que a semejanza de tropas terrestres permanecería estático en una línea estacionaria.

Afortunadamente para el planificador y para el comandante destinados a hacer uso de esa descabellada táctica, la tecnología acudió al rescate antes de que se materializara semejante batalla naval. Sin lugar a dudas hubiese sido caótica; en el mejor de los casos, las propuestas eran inadecuadas, pero, aun en el peor de ellos las propuestas no habían perdido de vista el objetivo, que consistía en concentrar la totalidad de la fuerza sin mantener unidades en reserva, ni el medio para lograrlo, que era la recientemente adquirida capacidad de maniobra que otorgaba la propulsión mecánica. Tampoco olvidaron la importancia del (vertiginosamente ascendente) espolón. Los conceptos tácticos y las señales asociadas eran diseñados para proveer al comandante de una ventaja inicial; se pensaba que el combate estaría revuelto y confuso por el humo de la artillería; su resultado sería en parte azaroso y la victoria, de obtenerse, sería consecuencia del coraje individual de los comandantes. Poco antes de que finalizara el especulativo periodo de dominio del espolón, tuvieron lugar en la costa oeste de Sudamérica, entre 1877 y 1879, algunos encuentros navales que, aunque difícilmente puedan ser catalogados como acciones de flota, dieron idea de lo que pudo haber ocurrido de enfrentarse fuerzas principales. Cuatro dispersos combates entre uno o dos buques de hierro y otras naves de guerra condujeron a otros tantos intentos de abordaje con espolones, casi todos fallidos. Las acciones de flotas más numerosas podrían

haber resultado más propicias a tal efecto, pero los combates sudamericanos evidenciaron que se hablan subestimado las dificultades de la maniobra de abordar un blanco en movimiento. Un participante con papel protagónico en los cuatro combates fue el "Huascar", que a favor de la revolución peruana luchó primero contra Gran Bretaña y luego contra Chile. Recibió gran número de impactos a corta distancia, sesenta en su primera batalla, pocos de los cuales penetraran, participando también del bombardeo de una plaza fortificada y sobreviviendo intacto a la guerra. Acerca de algo tuvieron razón los pensadores tácticos: se había eclipsado la efectividad de los cationes y por un breve periodo dominó sin dudas la tecnología defensiva. La batalla de Yalu, en septiembre de 1894, debió haber confirmado el fin de las tácticas de espolón. Los chinos combatieron en línea de frente con toda la intención, registrada por relatos de la época, de aprovechar toda oportunidad favorable para espolonear con sus dos acorazados el corazón mismo de su poder combativo.

5

Pero el abordaje con espolones no desempeñó papel alguno. Los

japoneses mantuvieron dos columnas y literalmente navegaron en círculos alrededor de los buques chinos. El alcance eficaz era muy reducido. La mayor parte del daño producido aparece como ocasionado por la artillería de mediano calibre a distancias de aproximadamente dos mil yardas. Se disparó un enorme número de salvas y el efecto acumulativo del fuego de artillería fue devastada. Los acorazados chinos mostraran evidencias de haber recibido 320 impactos de granadas entre los dos. Pero de todos modos sobrevivieron con sus corazas no perforadas. Nunca fuerzas más heterogéneas aplicaron tan diferentes tácticas y nunca se dio tina batalla tan difícil de analizar. Aunque el espolón estaba fuera de uso, su utilidad no había sido descartada, y solo la mirada retrospectiva permite dar forma a las conclusiones del gran debate táctico en medio de los vapores del fermento intelectual. 5

Marble, págs. 479 a 499.

El triunfo de los grandes cañones, 1908-1916

Existe hoy amplio consenso en que la artillería usurpó el lugar del espolón, o en que el espolón nunca tuvo eficacia alguna. Mejor conclusión que éstas es que el torpedo reemplazó al espolón. El torpedo Whitehead era un espolón lanzable a distancia; si impactaba era casi tan letal y mucho más seguro de tasar. El estudio de la artillería se volvió casi tan obsesivo por encontrar el método de rechazar lanchas torpederas como por penetrar corazas. Fue así como al terminar el siglo XIX eran armas de interés los cañones de variado calibre y el torpedo, mientras que el espolón se diluía rápidamente en el olvido. La reasunción de su sitial por parte del cañón a comienzos del siglo XX y la confirmación del acorazado como la columna vertebral de la flota dieron lugar a una compleja, fascinante y frecuentemente contada historia. Los pensadores tácticos navales influyeron la dirección del desarrollo tecnológico. La guerra entre España y los EE.UU. probó que aun cuando las granadas poseían la capacidad potencial de penetrar el forro de hierro o acero, pocas veces el cañón -al menos el de esas dos armadas- producía impactos sobre un blanco en movimiento. Oficiales navales liderados por los brillantes Percy Scott y William Sims, en procura de precisión en los disparos, se abocaron al mejoramiento del control del tiro. 6 Fue oportuno, porque ya la lancha torpedera de treinta nudos y el destructor antitorpedero amenazaban con escabullirse dentro de la corta zona batida por el fuego de la batería secundaria sembrando destrucción entre los acorazados. El pensamiento táctico de época pedía balancear la fuerza con más y más embarcaciones torpederas. Los destructores podían, en teoría, monopolizar las armas de fuego rápido y corto alcance, ya que bien entrado el siglo XX el alcance eficaz de los torpedos era de sólo tinas mil yardas. 7 Pero el tiro debía ser preciso, y todo comandante en el mar temblaba con la idea de que su acorazado fuese sorprendido sin la protección de la cortina de destructores y cruceros livianos. 6

Durante una evaluación artillera presenciada por el secretario adjunto de la Armada, Theodore Roosevelt, los acorazados dispararon doscientos proyectiles contra un buque en desguase a una distancia de 2.800 yardas, y obtuvieron dos impactos (Mitchell, pág. 148). 7

Ver más adelante "La cortina de destructores y la amenaza del torpedo", págs. 75 a 77.

He aquí cómo un pensador táctico calificó la efectividad de las armas en función de la distancia de tiro, en 1910: Distancia extrema

10.000-8.000 metros Los cañones de gran calibre entran en distancia.

Larga distancia

8.000-5.000 metros Son efectivos los cañones de grande y mediano calibre; los segundos contra el personal y las zonas sin coraza.

Media distancia

5.0003.000 metros

Corta distancia

3.000-2.000 metros Riesgo de torpedos, dependiendo de las posiciones relativas de los buques.

Distancia cerrada

Dentro de los 2.000 metros

8

Los cañones medianos merecen valor particular".

Posibilidad de colisión (sin referencia al empleo del espolón) 8

De Bemotti, pág. 50.

Los que impugnaban mayor cantidad y cañones más grandes en buques astillados exclusivamente

con

cañones de

grueso

calibre

(el

concepto

"Dreadnought") no pudieron todavía probar que estaban en lo cierto. Los cañones de mediano y pequeño calibre tenían la misma precisión y más alto volumen de fuego. Bradley Fiske ofreció tres reglas nemotécnicas: -

Un cañón de seis pulgadas tenía ocho veces la velocidad de fuego que tuco de doce pulgadas.

-

Un proyectil de doce pulgadas proyectaba ocho veces la energía de uno dé seis pulgadas.

-

Un sistema de cañón de doce pulgadas pesaba ocho veces lo que uno de seis pulgadas. 9 9

Fiske, pág. 25. A pesar de esta información, Fiske se trasformó en abogado defensor del acorazado artillado con cañones pesados exclusivamente, pero con mejores sistemas de control de tiro.

De allí que para iguales desplazamientos, un buque artillado con cañones de seis pulgadas proyectaba ocho veces la energía de un buque con cañones de

doce pulgadas. La energía en la boca, es decir, el producto del peso del proyectil por la velocidad en la boca, era la medida cuantitativa de un cañón. Extensos cálculos de capacidad de penetración de corazas se hacían en función de la distancia, ángulo en el blanco y ángulo de penetración de la granada. Asiduamente se valoraba también la velocidad de fuego, y un marcado salto de velocidad se producía a partir del calibre de seis pulgadas a causa de que sus proyectiles de cien libras de peso constituían el limite de lo manipulable. En 1910 el cañón de seis pulgadas tenía una velocidad de fuego nominal de doce tiros por minuto, lo que da idea de que eran efectivamente rápidos. Si el alcance extremo de los grandes cañones no podía tornarse en eficaz a través de mejoras en el control del tiro, de poco serviría su mayor capacidad de penetración. Todavía el fuego de pequeño y mediano calibre habría de saturar al enemigo a corta distancia, como lo probarían ampliamente los japoneses en Tsushima durante la guerra Ruso-Japonesa (1905), cuando el alcance artillero enteramente controlable por ellos era de cuatro a seis mil yardas. Para lograr el dominio de la batalla, los grandes calibres (diez o doce pulgadas) requerían el complemento de un control de tiro eficaz más allá del alcance de los medianos calibres (cuatro o seis pulgadas). Aun así, el fin de la historia era predecible, si se reconocía que una de las grandes tendencias de la guerra ha sido y es el constante incremento del alcance eficaz de proyección del armamento. En el presente siglo el cambio se produjo con impresionante velocidad. Hacia 1910, cuando el fuego de puntería continua y el control centralizado reemplazaron a la puntería local de las piezas, el buque arcillado únicamente con grandes calibres tenía ya la certeza del dominio. Alentados por el hecho de que el USS "Michigan" había sido construido tan pegado a los talones del HMS "Dreadnought", los xenófobos norteamericanos reclamaban el padrinazgo del concepto de acorazados arcillados sólo con grandes cañones e incluso con una mejor disposición de sus torres. 10 Todos los argumentos se alinearon tras los acorazados de cada vez mayor desplazamiento. Entre 1905 (el USS "Michigan") y 1912 (el USS "Pennsylvania") el tonelaje se duplicó. Los cabos que quedaron sueltos fueran la distribución de las torres y el ajuste del desplazamiento, teniendo en cuenta la coraza, la velocidad y la autonomía. Algunos de los casos extremos fueron los cruceros de batalla HMS

"Invencible" y HMS "Repulse", que contaron con gran volumen de fuego, alta velocidad y muy escasa protección. 10

Michell, pág. 139. Sus juicios obvian el hecho de que los cañonea de calibre intermedio habían sido impulsados por oficiales navales progresistas desde 1901. Si no fue el más eficaz propulsor de los buques completamente armados con grandes cañones, aniquilando los argumentos en contrario de Mahan, que tenía menos contacto con la flota. Para conocer la argumentación de Sims, ver "Las cualidades inherentes a los acorazados artillados con grandes cañones de un solo calibre, de alta velocidad, gran desplazamiento y poder de fuego", Proceedings (dic. 1906): págs. 1337 a 1366. Para una perspectiva más difundida sobre cañones y artillería, va. E. E. Morison, Admiral Sims.

Hacia la Primera Guerra Mundial, sólo diez años después de Tsushima, los grandes cañones eran el arma que permitía continuidad de impactos, tras algunas salvas de reglaje y durante un día claro, a ocho millas y más. Detrás de las bambalinas y casi inadvertidamente, se hallaban en camino desarrollos cruciales para perfeccionar los computadores de control de tiro que otorgaran a la artillería estos alcances. A modo de rechazo de ataques con torpedos, se instalaron a bordo baterías secundarias de cinco o seis pulgadas, pero todo almirante deseaba no tener que usarlas con ese propósito, ya que aunque se discutía acerca de su eficacia, el torpedo era aún una amenaza con la que había que vérselas. Esta situación daba pie a que el gran líder ruso, almirante S. O. Makaroff, escribiera, no sin irónica perspicacia: Hasta ahora se entendía por dominio del mar que la flota que lo ejercía transitaba libremente por él y que el derrotado antagonista no osaba salir de sus puertos. ¿Es esto hoy así? Las instrucciones que tratan el tema aconsejan al vencedor que evite los ataques nocturnos de lanchas torpederos del enemigo... Algunos hombres de mar se resignaron a aceptar esta anormalidad, a pesar de que si el problema fuese planteado a un extraño, se quedaría atónito. Probablemente preguntaría si había entendido bien que la flota victoriosa debía protegerse a sí misma, de la acción de los despojos de un derrotado enemigo. 11 11

Makaroff., pág. 20.

Makaroff, un pensador táctico, explícitamente desafiaba la autoridad de Mahan y Corbett, los estrategas. El cañón era en pensamientos y hechos el arma

naval principal para las acciones de flota, pero los pensadores tácticos, más perceptivos, recelaban que los estrategas estuviesen exagerando el concepto de dominio del mar, constituyendo, tal como estaba planteado, un bocado muy grande para tragárselo entero.

Resurgimiento de la columna de batalla Pese a la amenaza del torpedo, todas las piezas de la concepción táctica encajaban en su lugar y tenían consenso. El espolón había salido de escena. El acorazado y sus grandes cañones eran el arma decisiva. Cuanto más grande, más estable, mejor astillado y con más coraza, mejor era el buque. No necesitaba defenderse a sí mismo de los torpedos; para ello se construían cruceros livianos y destructores; ellos rechazarían los destructores y lanchas torpederas del enemigo. Los cruceros de exploración eran los ojos de la flota hasta el momento en que aeroplanos y dirigibles dieran garantía de mayor eficiencia. Los cruceros de batalla, el último vestigio decimonónico de la influencia del combate terrestre en el pensamiento naval, serían como una caballería pesada en apoyo de los cruceros de exploración y capaces en teoría de superar alcances y velocidades de cualquier oponente. Las minas eran una malévola y poco caballerosa amenaza de las aguas costeras, pero esencialmente defensiva, y debían ser sembradas por unidades de superficie. Los submarinos ostentaban los mismos títulos que las minas, pero con su capacidad de incursionar en aguas profundas eran un instrumento del demonio. Las comunicaciones inalámbricas constituían una

herramienta de comando y su aplicación primordial era acelerar el proceso de la exploración. La formación táctica era la columna, restaurada su dignidad por razones que muestra la figura 3-2. Asumiendo quince mil yardas como alcance eficaz en buena visibilidad, una columna de, digamos, dieciséis acorazados, podía tener bajo el fuego de toda su artillería los blancos ubicados entre el través del primero y último buque de la columna de nueve mil yardas de extensión. Asimismo, más de la mitad de su artillería tendría bajo fuego los blancos ubicados en marcaciones treinta grados a proa del través del primer buque y treinta grados a popa del través del último. A modo de comparación la misma figura muestra en igual escala la estrecha franja de muerte que acompañaba a la columna del siglo XVIII. Básicamente (pero no por ello en última instancia) el análisis de los factores de fuerza en oposición comenzaban con columnas enfrentadas por el través. Al menos tres escritores sobre temas tácticos, J. V. Chase, Bradley Fiske y Ambroise Baudry, describieron el efecto acumulativo de la superioridad en concentración artillera de la manera que sigue.

12

Supongamos que dos buques enfrentados

tienen cada uno una resistencia al castigo de veinte minutos bajo el fuego, sin oposición, del buque enemigo. Sea también la capacidad ofensiva remanente (artillería y sistemas de control tiro supervivientes) proporcional al remanente de resistencia al castigo. Con todos los demás factores iguales, el encuentro finalizaría en empate. 12

Anticipándose a Frederick W Lanchester y sus famosas ecuaciones, los tres escritores navales basaron sus análisis en intervalos discretos, que podrían asimilarse como tiempos de intercambio de salvas. El ingeniero Lanchester empleó un sistema de ecuaciones diferenciales, que representaban una forma más limpia y rápida de obtener esencialmente los mismos resultados. Hoy en día las modernas computadoras trabajan con intervalos discretos, que pueden hacerse tan pequeños como se desee. Los autores deseaban demostrar que la efectividad del poder de fuego no guardaba directa proporción con la efectividad del armamento (asumida por ejemplo como la precisión o volumen de fuego) sino con el cuadrado del número de armas enfrentadas. Robison casualmente se refiere a este efecto, denominándolo ley cuadrática de N.

Del mismo modo la definición demoraría mucho tiempo, ya que la capacidad

ofensiva

de

ambos

contendientes

se

vería

simultáneamente

degradada. Hagamos ahora que el bando A se anticipe cuatro minutos al bando B, del modo en que Baudry propone, 13 y entonces la tabla 3-1 nos muestra la evolución del poder de fuego y la insistencia al castigo remanente en ambos bandos, concretándose la destrucción de aquel que demoró cuatro minutos la apertura del fuego. Dicha tardanza causó un (aparentemente modesto) desequilibrio inicial del veinte por ciento de su poder combativo. Al bando A le tomó veintiséis minutos reducir a la impotencia a su moroso oponente, sólo seis minutos más que lo que hubiera necesitado si B no hubiese respondido nunca al fuego. Es de notar también que el vencedor retendría el cincuenta y siete por ciento de su poder combativo al finalizar el combate. 13

Baudry, Págs. 116 y 117.

Tabla 3-1. Poder de fuego y resistencia al castigo remanentes _________________________________________________________________ Unidades residuales de P. de F. y R. al C _________________________________________________________________ Fin del minuto. Bando A Bando B _________________________________________________________________ 0

10,00

10,00

2

10,00

9,00

4

10,00

8,00

6

9,20

7,00

8

8,50

6,08

10

7,89

5,23

12

7,37

4,44

14

6,93

3,70

16

6,56

3,01

18

6,26

2,35

20

6,00

1,72

22

5,83

1,12

24

5,72

0,54

26

5,67

0,00

_________________________________________________________________ Fiske construyó tablas simples con el mismo procedimiento para mostrar el efecto acumulativo de un desequilibro en el poder de fuego. Hizo que A tuviera ahora dos unidades, concentrando su fuego sobre una de B. Bajo las condiciones de poder de fuego y resistencia al castigo ya conocidas, la tabla de poder combativo residual toma la forma siguiente:

Tabla 3-2. Poder de fuego remanente _________________________________________________________________ Fuerza predominante A _____________________________

Fuerza B ____________________

Fin del minuto

A1 + A2

Buque A 1

Buque A 2

Buque B

Razón de valores de comb.14

_________________________________________________________________ 0,00

10,00

10,00

20,00

10,00

4,00

2,00

9,50

9,50

19,00

8,00

5,76

4,00

9,10

9,10

18,20

6,10

9,00

6,00

8,79

8,79

17,58

4,40

16,00

8,00

8,57

8,57

17,14

2,70

40,00

10,00

8,43

8,43

16,86

1,00

284,00

11,19 8,38 8,38 16,70 0,00 “_________________________________________________________________

14

Los valores de combate resultan ser por definición el cuadrado del poder combativo, e indican precisamente eso, el valor combativo de una fuerza cuando puede concentrar su fuego.

Con la previa presentación, hecha en el capítulo 2, de las ecuaciones de Lanchester, el lector no puede resultar sorprendido al comprobar que la fuerza más débil es reducida a la impotencia al mismo tiempo que el oponente superior retiene 16,7 (839'0) unidades de su poder combativo. En caso de emplearse un modelo de "fuego ininterrumpido" o de función continua del tipo lanchesteriano, el remanente de poder combativo de la fuerza victoriosa es ligeramente superior 17,3 en lugar de 16,7. La diferencia reside en que en el modelo discontinuo, el desgaste de la fuerza más débil no se inicia sino hasta que ha hecho fuego, sin daños, por espacio de dos minutos. Los cuatro autores mencionados fueron todos hombres prácticos y exitosos. Chase, Fiske y Baudry eran oficiales navales, y Lanchester fue un destacado ingeniero automotor. Estaban probando con diferentes combinaciones de efectos para una situación de condiciones estables. Fiske estableció relaciones cuantitativas para temas tales como mayor coraza (un diez por ciento de incremento en el poder de fuego tiene mayor incidencia que el aumento del diez por ciento en la resistencia al castigo), mejoras en el control del tiro, la reducción del área equivalente del blanco (para compensar un desequilibrio del cincuenta por ciento en el poder de fuego es necesario reducir en un setenta y cinco por ciento el número de impactos a ser recibidos) y el análisis acerca de sí concentrar primero en la fuerza superior o en la inferior afectaba el resultado teórico del combate (comprobando que no es aso. Fiske calificó a estos parámetros tácticos como la base adecuada para el diseño de buques militares. En el año en que fue autorizada la construcción del USS “Michigan", 1905, siguiendo su conclusión efectuó Fiske los cálculos que lo condujeron a afirmar que ese tipo de buques (cañones de un solo y gran calibre) sería inequívocamente el buque de combate por excelencia del futuro. Al mismo tiempo que Mahan decía que la táctica admitía pocos principios porque la tecnología los modificaría, Fiske se abocaba al uso de modelos tácticos abstractos para conducir la adaptación de la tecnología y mejorar las tácticas.

Cerrando la “T” La similitud formal de las ecuaciones usadas para la época de los veleros de combate y en la era de los grandes cañones puede llegar a ocultar el gran cambio que se produjo en las formas de alcanzar la concentración de fuerza. A pesar de que en ambos períodos la columna fue la formación táctica del almirantazgo, los veleros estaban obligados a obtener la concentración del fuego a bordo de un mismo buque, debido al reducido alcance eficaz, mientras que con los acorazados el poder de fuego de toda la columna, es decir, el poder de fuego de cada uno de los buques que la componían, podía ser concentrado. Alcanzado el dominio de los grandes cañones, el alcance de su artillería hizo de la maniobra de "cerrar la T" algo realmente ventajoso; en lugar de un solo buque en puntería, la totalidad de la flota podía concentrar su fuego en la vanguardia enemiga. Se estableció finalmente que la columna (con certeza después de Tsushima) era la mejor formación ofensiva por la simplicidad de su control y por su efectivo poder de concentración de fuego. Como todo el mundo sabe, la columna era vulnerable a proa y a popa y, en razón de su avance, especialmente a proa. La discusión táctica se centró entonces en el procedimiento a seguir para cerrar la “T”. Los estudios tácticos teóricos concluían que la única manera de obtener este tipo de concentración, fruto de la maniobra, era la velocidad; y la velocidad junto a la coraza y el armamento estuvo presente en toda discusión táctica o tecnológica.15 Con el trascurso de los acontecimientos los estudios teóricos evidenciaron ser desorientadores. 15

La Armada Norteamericana, tras un intenso y largo debate influido profundamente por Mahan, optó por corazas y armamentos pesados a expensas de la velocidad.

La decisión a favor de la columna simplificó el pensamiento táctico y hasta que la Segunda Guerra Mundial dio por tierra con la línea de batalla, la discusión táctica se centró en: -

Cómo distribuir el fuego: logrando tanto aquello que recomendaba la teoría (como por ejemplo no dejar ningún blanco sin batir) cuanto como cortando el nudo gordiano de materializar una correcta distribución del fuego. El

comandante de una flota sería incapaz de impartir una orden durante el combate; el método debía ser entonces parte de la doctrina, o comunicable a través de la más sencilla de las señales. En la práctica, el fuego mal distribuido sería uno de los gruesos defectos tácticos hasta el fin de la era de los grandes cañones. -

Cómo cerrar la “T” frente a un enemigo que maniobraba y cuál era el valor efectivo de un éxito parcial.

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Cómo lograr o rechazar un ataque con torpedos mediante un enjambre de destructores.

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Dónde ubicar los buques insignia dentro de la línea.

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Cómo saltar de la formación de crucero a la de combate.

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La nueva importancia de la exploración y las medidas para proteger la línea de exploración.

La formación de crucero y la exploración táctica El marcado incremento de los alcances y eficacia del armamento también tuvo profunda influencia en las necesidades de reconocimiento. El comandante de una extensa flota de la Primera Guerra Mundial tenía que tener información sobre las fuerzas enemigas, mucho antes de tenerlas a la vista. El plan de Nelson en Trafalgar, que disponía que el orden de crucero era el orden de batalla, había perdido factibilidad. Para lograr cohesión, comunicaciones, el mantenimiento de la estación durante la travesía, satisfacer consideraciones antisubmarinas y un rápido despliegue en cualquier dirección, la formación de crucero necesitaba ser una serie de columnas cortas por el través unas de otras. Cambiar a una columna única para entrar en combate era tul mandato supremo e irrevocable. La separación entre columnas debía ser tal que cada una de ellas supiese exactamente dentro de la línea de batalla de la forma que muestra la figura 3-3. Las divisiones de acorazados eran organizadas teniendo en mente la secuencia final de buques. Era de la mayor importancia mantener intervalos cortos antes y después de la maniobra. Toda la velocidad disponible era importante, relativamente más que en la era de los veleros, ya que entonces velocidad de combate significaba velas suficientes para la mínima de gobierno. Aun así, la

velocidad no podía superar el límite de dos o tres nudos por debajo de la del buque más lento de la formación, es decir, un veinte por ciento de margen, de modo de facilitar mantener estaciones a los buques de popa de la columna. Fue observable que tanto habilidad marinera cuanto adiestramiento eran imperativos de una formación cerrada, evitando las colisiones y los enmascaramientos del fuego. A pesar de que la columna era la formación más sencilla, formarla rápidamente, mantenerla cerrada y orientarla adecuadamente respecto del enemigo, el viento (el humo de la artillería restaba visibilidad) y el mar (el rolido afectaba la puntería) requerían el profesionalismo propio de toda una vida en el mar.

Lo que en el papel parecía simple, en el mar exigía consumada habilidad. Los comandantes y oficiales de bandera recibían la aprobación o el oprobio a base de su desempeño en evoluciones cerradas. Uno de los más famosos accidentes marítimos y por cierto trascendente en aquellos días fue la colisión ocurrida en 1893 entre el HMS "Victoria" y el HMS "Camperdown", a la sazón buques insignias de la Escuadra del Mediterráneo británica. Aconteció a raíz de que el oficial en comando táctico, famoso por su infalibilidad, ordenó una maniobra imposible, a fin de establecer una marca no superable. El plan de la exploración recibía marcado énfasis, y a su cumplimiento se aplicaban valiosos recursos de la flota. En Jutlandia los comandos de la Gran Flota británica y de la Flota de Alta Mar alemana destinaron del veinte al veinticinco por ciento de su artillería pesada y entre el treinta y cinco y cuarenta y cinco por ciento de sus cruceros de apoyo y destructores a las fuerzas de

exploración. La disposición de ellas se muestra en la figura 3-4. Para dar a los buques de la línea de exploración márgenes de seguridad se los autorizaba a replegarse sobre el grupo de apoyo de cruceros rápidos de batalla, cuando el enemigo avistado constituía una amenaza. La fuerza de exploración completa, a su vez, intentaría incorporarse al cuerpo principal y reforzarlo cuando la línea entraba en combate. Pero nadie tenía la certeza de que esto fuese realmente alcanzable. La línea de exploración que cubría aproximadamente treinta y cinco grados a cada banda del curso de la fuerza principal se bastaba para barrer una amplia faja de océano y así evitar aproximaciones no detectadas. Ningún oponente podría dar un rodeo y flanquear a la fuerza, mientras ésta avanzase en forma sostenida. Reorientar el eje de tamaña disposición debe haber resultado una tensa y prolongada experiencia para todo comandante. 16 16

Ya las aeronaves (aviones y dirigibles) ese estaban equipando con radiocomunicaciones y eran vistas como la exploración del futuro. Pero justificadamente aún no eran confiables. En Jutlandia, Beatty destacó un explorador desde el buque porta hidroaviones "Engadine" inmediatamente después de obtenido contacto por la línea de exploración. El endeble aeroplano se alejó en una dirección incorrecta, finalmente avistó algunos de los buques de Hipper mientras volaba por debajo del techo de nubes e informó de lo visto al "Engadine''. Ninguna otra consecuencia tuvo esta primera experiencia de reconocimiento naval desde el aire.

Comando y control El creciente alcance de las armas y su eficacia demandaron también el replanteo del problema de la ubicación del buque insignia. La batalla se decidiría muy rápidamente una vez alcanzadas distancias de tiro. A pesar de la opinión del lego que ve como pesado y lento el avance a diecisiete nudos sobre el mar, no existía margen para errores o demoras en la maniobra. De la experiencia y observación de las batallas de Yalu y, Tsushima, la conclusión apreciable fue que el buque insignia debía estar en la vanguardia de forma tal que el comandante pudiera maniobrar la columna sin señales mediante el procedimiento de "sigan mis aguas". Los giros a un tiempo, por el contrario, en razón del sincronismo requerido en su ejecución, implicaban señalización que requería tiempo. Sencillez y velocidad lo eran todo. Durante las persecuciones y contra-persecuciones de cruceros de batalla que precedieron a la batalla de Jutlandia, una demora de tan solo un par de minutos en la recepción de un mensaje de David Beatty a Hugh Evan-Thomas, provocó que este último quedase fuera de la acción y el primero perdiese dos cruceros de batalla. Sin embargo, los almirantes John Jellicoe y Reinhard Sheer en Jutlandia comandaron línea de batalla de dieciocho y veintidós buques, respectivamente, sencillamente muy extensas para gobernarlas desde la vanguardia. Un comandante de flota no tiene esperanzas de conocer, desde la cabeza de una columna de seis a ocho millas de largo, qué ocurre en su retaguardia. Ambos se ubicaron en el centro: esa posición, mantenida a expensas de la maniobrabilidad, era la mejor para obtener cohesión y control, al mismo tiempo que permitía visualizar la escena de la acción. Jellicoe sabía esto y, de mantenerse concentrado, su ventaja en número de bocas de fuego compensaría cualquier desventaja posicional temporaria. El concepto de Sheer sobre el manejo de su flota era similar: esperaba encerrar en Jutlandia a un componente británico menor y más débil. No tenía deseo alguno de enfrentar a toda la Gran Flota. El dilema que soportaba el comando de una flota extensa es ilustrado por la posición táctica de Scheer en Jutlandia: si hubiese estado a la cabeza de su columna podía haber anticipado y evitado la extrema mala suerte de ver por dos

veces cenarse la “T” sobre su columna. Por otro lado, estando a la cabeza, tal vez no hubiera podido lograr, como lo hizo, la ejecución de sus famosos giros a un tiempo, que en dos oportunidades le permitieron desaparecer en la cortina de niebla y zafar su flota del desastre. Mucho se había avanzado en la formulación de los códigos. Las señales ya no eran, como en la época de los veleros, doctrina en sí mismas, asociadas a las instrucciones de combate. Las señales eran la forma en que el comandante comunicaba lo que tenía pensado. A través de la práctica continua, el código de señales llegaría a ser un vehículo compacto e inambiguo, por medio del cual las acciones deseadas podían ser trasmitidas con precisión. Que esto era así se infiere de la ausencia de discusión acerca del sistema de señales. Hacia fines de la Segunda Guerra Mundial, el libro de señales de la Armada Norteamericana era un instrumento táctico del genio colectivo, tan confiable y concienzudamente experimentado como las leyes de la física. Era una joya de eficiencia, concisión y claridad; una joya como la que debería ser redescubierta por los comandos navales de todos los niveles en nuestros días. El libro de señales era solo un componente del sistema táctico de comunicaciones. Ya se habían producido las comunicaciones inalámbricas. La radio tomaba factible a la línea de exploración y, no es exagerado, a las disposiciones de crucero y batalla mismas. Las trasmisiones de radio eran ya también el sujeto de la interceptación y del análisis de tráfico. Asimismo eran un camino que tanto británicos como alemanes vieron como apto para engañarse y celarse uno al otro. Ya a comienzos de la Primera Guerra, Gran Bretaña recibió un código alemán, recuperado por los rusos de los restos de un naufragio (el casco varado de un crucero alemán) a orillas del Báltico. El código tuvo un papel clave en permitir a la fuerza de cinco cruceros de batalla de Beatty caer sobre la más débil alemana de cuatro cruceros a ordenes de Hipper. De no haber sido por dos confusas señales de Beatty, la batalla de Dogger Bank, acaecida en enero de 1915, podría haber conducido a una aplastante derrota de Hipper. Había llegado la época de la guerra de señales y la criptología. Ambas se estaban usando en el ámbito táctico de manera sin precedentes. Los libros de historia y los relatos de viejos marinos están repletos de comunicaciones perdidas, demoradas o mal interpretadas. ¿Cuál debe ser nuestra

conclusión? Dentro de los límites de la teoría táctica, las siguientes: primero, que la intención del comandante se conoce mejor a través de la experiencia (el trabajo en equipo es el resultado de mucho trajinar en conjunto); segundo, que un paquete de señales practicadas bien y en toda la marina es la segunda mejor manera de suprimir ambigüedades y desinteligencias; tercero, que los mensajes se seguirán perdiendo, demorando y interpretando mal (ningún sistema humano puede eliminar el error en las comunicaciones; ellos deben ser esperados y, en lo posible, cubiertas todas las alternativas a través de la doctrina); cuarto, que cuanto más se planifica con antelación, volcándolo en doctrina y planes operativos, y cuanto más simples los planes, menos serán las comunicaciones necesarias y por lo tanto los errores durante la acción. Dicho lo cual, resulta realmente notable la escasa cantidad de errores en las comunicaciones tácticas de la Primera Guerra. Un análisis interesante sería comparar el volumen total de comunicaciones tácticas trasmitidas con el número de mensajes vitales (aquellos de consecuencias graves) y con las trasmisiones efectivamente perdidas, demoradas o mal interpretadas. Este último número, como porcentaje del total de la guerra, probablemente resulte microscópico, aunque serias las consecuencias de las fallas registradas, tal el caso de lo ocurrido con Beatty. La cortina de destructores y la amenaza del torpedo El estacionamiento establecido para destructores y sus comandantes de flotillas era generalmente a proa de la cabeza y a popa de la retaguardia por la banda aferrada de la columna. 17 El propósito de estas unidades era el de influir sobre la acción principal: forzar al enemigo a replegarse y, de no ser así, desgastarlo con torpedos. En el combate los destructores eran tratados como perros rabiosos llevados de sus corneas por el comandante de la flotilla de destructores. Prácticamente, el control que sobre ellos podía ejercer el comandante de la flota se reducía a órdenes del tipo "vayan" y "regresen". Su papel era el de embestir en apretada jauría y tomar a un acorazado por el cuello, si podían, o, como era más probable, dar zarpazos, gruñir y abalanzarse sobre los perros rabiosos del

enemigo, quienes también a una sola voz del amo saltaban dentro de la refriega. Si un destructor era abordado por la proa de un acorazado y se hundía, escasamente repercutía en la eficacia combativa del acorazado. Si uno de ellos quedaba atrapado por el fuego cruzado de ambas líneas de batalla, era ignorado, tal como si hubiese sido invisible. Pero un escuadrón de destructores con sus proas hacia los acorazados y con un hueso entre sus dientes era una amenaza muy visible y escalofriante, por cierto. Un comandante de escuadrón de destructores luchaba por una apariencia de orden, viviendo en el desconcierto de ser menospreciado por amigos y llevando el caos al enemigo en la medida de sus posibilidades. 17

Para incorporarlos a su libro acerca de la campaña de las Salomón, titulado Night Work, Fletcher Pratt esbozó diagramas de las formaciones de crucero, japonesas y norteamericanas, de destructores, integrando las cortinas descritas. Fue un gran estudioso de táctica antes de la Segunda Guerra, y reunido con sus amigos desarrollaba juegos de guerra naval en el piso de su departamento de Nueva York Pero, es triste decirlo, sus bocetos poco tienen que ver con los hechos. A pesar de que su libro pinta vívidos relatos de lo que fue el comando en el mar de noche en los años de 1942 y 1943, es de poco rédito en el terreno de las tácticas.

El esquema dispositivo para destructores, según la concepción táctica de tiempos de paz, es el de la figura 3-5; el mismo esquema en tiempos de guerra es el de la figura 3-6. Pero aun este ultimo retrata exclusivamente el punto de vista de un mero espectador con todo el panorama a sus pies; el actor ve su cuadro embadurnado por el humo, la confusión, el ruido y el miedo.

Teoría y práctica en el trascurso del cambia de siglo Si todo este desorden era inevitable, ¿qué sentido tenían los ajustados cálculos matemáticos acerca de la eficiencia del armamento? La respuesta giraba en torno a lo que el comandante de flota necesitaba saber, esto es, algunas relaciones aproximadas entre alcances y efectividad del tiro (por ejemplo, saber cuando un vehículo portador de torpedos constituía una amenaza para la fuerza), y cómo se obtenían los alcances. Algunos de los mejores razonamientos analíticos de esa época aparentan ser los de la Academia Naval Italiana, a juzgar por los escritos de Romeo Bemotti y Giuseppe Fioravanzo. Los cálculos de efectividad del torpedo hechos por Bemotti constituyen un buen ejemplo de la manera astuta en que se combinaban, entre 1890 y 1915, la teoría cuantitativa táctica y las consideraciones prácticas.

El detallado análisis de Bernotti se centra en un torpedo de treinta y un nudos y un alcance de seis mil quinientos metros, y de una velocidad máxima de cincuenta nudos.18 Con el fin de desvirtuar la noción prejuiciosa de que la longitud total de la carrera era un parámetro táctico significativo, Bernotti se explayó en doce paginas de cálculos precisos, concisos, analíticos, geométricos y probabilísticos de la efectividad del torpedo, haciendo anotaciones al pie, tanto como le fue posible, con resultados experimentales (de origen ruso). Habiendo calculado el alcance efectivo de un lanzamiento simple desde distintas direcciones, sobre un blanco estacionario de doscientos metros de eslora, demostró la conveniencia matemática de lanzar desde fuera de los sectores proeles del blanco. Luego calculó la amenaza de una salva de cinco torpedos apuntados a un blanco simple y de un abanico de torpedos lanzados contra una línea de batalla. Infirió que más allá de las tres mil quinientas yardas (la mitad de la corrida de los torpedos), a pesar de que existía un cierto riesgo, ``desde el punto de vista de la defensa no había mucho de qué preocuparse, y desde el punto de vista del atacante era conveniente no sacrificar, ni siquiera en mínimo grado, el empleo (efectivo) de la artillería" (Pág., 25). Sobre las tácticas para lanchas torpederas, Bernotti postuló la conveniencia del ataque por medio de sucesivos escuadrones de tres embarcaciones y demostró tanto el efectivo poder de los lanzamientos simultáneos como los procedimientos para lograrlos. Reconoció las dificultades inherentes al logro de ataques coordinados en medio del combate, pero resaltó que el ataque de sucesivas unidades en forma individual presentaba escasas probabilidades de éxito. Los postulados de Bernotti aplicados a distancias que hoy podríamos considerar de a quemarropa son derivados de una filosofía táctica que vuelve a ser frecuentada por todo comandante que planifica un moderno ataque misilístico: "un arma, cuya proyección no pueda ser repetida sino después de un considerable período y cuyas disponibilidades son muy limitadas, debe ser empleada sólo bajo condiciones que aseguren significativa probabilidad de impacto" (pág. 14). El combate misilístico actual se

centra en mantener al enemigo en duda acerca del blanco y su ubicación. Una vez lanzados los misiles, no se los puede hacer regresar, y los lanzadores vacíos pueden rápidamente trasformarse en una terrible realidad. 18

Bernotti, págs. 13 a 25 y 161 a 171. El teniente Bernotti era entonces un instructor de la Real Academia Naval Italiana.

¿Será el alcance eficaz de los misiles menor que su máximo alcance? Saberlo es esencial, a la luz de lo ocurrido entre israelíes y egipcios en 1973. Los misiles de los buques egipcios superaban en alcance a los de los buques israelíes. Pero estos últimos provocaron a los egipcios a lanzar inefectivamente todos sus misiles, para sólo entonces cerrar distancias procurando el logrado final devastador. Jutlandia Tal como ocurre con los datos de combate de toda batalla complicada, los de Jutlandia son difíciles de cuantificar. Distancias, precisión artillera, cinemática, velocidad de trasmisión y recepción de las comunicaciones y la oportunidad de su ejecución en síntesis, la materia prima del pensador táctico resulta ardua de trazar cuando participan 250 buques. Ese tipo de información, si proviene de acciones más reducidas, permite ser tamizada con menor esfuerzo y comparada con los resultados de experiencias controladas. Pese a lo dicho, no es escaso el caudal de visión retrospectiva volcado sobre Jellicoe, el oficial en comando táctico británico. Un río de tinta fue derramado en el análisis de la batalla que él peleó en Jutlandia. No solo fue la última gran batalla de una guerra, como lo fue también Trafalgar, sino que pudo haber sido, con ligera variación de las circunstancias, el combate decisivo contemplado por Mahan y sir Julián Corbett. De allí que fuese la pieza central de análisis para todas las armadas hasta la Segunda Guerra Mundial. Jellicoe no alcanzó el resultado de destruir la Flota de Alta Mar alemana, y las discusiones posteriores tuvieron que decidir el porqué. Falló donde había triunfado Nelson. La controversia se redujo a la pregunta de por qué Jellicoe con una fuerza superior, y que había tomado por sorpresa a Scheer, no había puesto mayor agresividad. Su

famoso giro en alejamiento del desesperado ataque de los destructores alemanes, su fe ciega en la columna simple y sus otras medidas conservadoras solo encuentran explicación en el terreno táctico: su auto impuesta exigencia de control. Pero el meollo de la cuestión es que la táctica de ambos bandos estaba gobernada por sus respectivas estrategias marítimas nacionales. No es sencillo quitarle a Jellicoe el sayo de falto de la voluntad de vencer que caracterizó a Nelson. Los análisis que amparan conclusiones similares evalúan desfavorablemente la calidad de la flota británica y de su artillería, yendo algunos autores tan lejos que le asignan a Scheer posibilidades de vencer. 19 No pueden coexistir dos conclusiones al respecto. O Jellicoe retuvo integralmente su poder combativo con intenciones de destruir, dado que no cometió imprudencia alguna, o su precaución fue fundada en vistas de que existían posibilidades para su derrota,, con las incalculables consecuencias que ella acarrearía. No cabe duda alguna de que sus fuerzas bastaban para la victoria. Scheer abandonó la contienda, pero ¿frente a qué desventaja? Esta es la pregunta clave. 19

Por ejemplo, ver Fioravanzo, pág. 154, o Hough, Great War, pág. 122.

Si para el estudio del problema aceptamos la generalizada presunción de que estratégicamente era para Jellicoe más importante no perder una batalla decisiva que ganarla; luego, una apreciación táctica razonable sería que la Cínica forma de prevenirse de una derrota era mantener la concentración ofensiva a través de la cohesión de la flota. Su ventaja numérica de 3 contra 2 en acorazados lo garantizaba. Los buques alemanes mejor dotados de sistemas de puntería y resistencia al castigo no podrán revertir la desigualdad numérica. De todas maneras, si tenemos en cuenta los aspectos cualitativos, el contraste de las fuerzas puede conducimos a una ventaja de solo 4 a 3, e incluso de 5 a 4. Este mínimo desnivel bastaría para que con diez minutos de anticipación alemana en la concentración del fuego alcanzase la victoria. Así podía haber ocurrido, si en lugar de ser la “T” alemana la cerrada por los británicos, se hubiese dado la inversa. Con las flotas en posición tal cual estaban aquella tarde de mayo, el peligro mayor de Jellicoe consistía en un eficaz ataque de los destructores enemigos. Tal vez dicho peligro no tuviese la intensidad que Jellicoe le asignó, 20 pero debemos recordar que él habla previsto su reacción frente a esas circunstancias, no sólo al

Almirantazgo, sino también y fundamentalmente a sus comandantes, debiendo en consecuencia luchar en la forma en que se habían adiestrado para hacerlo. La señal de caer hacia y no en contra de los torpedos era una invitación al pandemónium. De hacerse la señal de giro, éste debía ser hacia sotafuego. 20

He revisado mi opinión y en oposición a H. H. Frost y muchos otros críticos creo ahora que la evaluación de Jellicoe era correcta. Esta conclusión surge del estudio del efecto devastador que demostraron las grandes salvas nocturnas de torpedos lanzadas en aguas cercanas a Guadalcanal, Ver págs. 117-129.

Jellicoe no tuvo ocasión de lanzar ataques con sus propios-destructores. Su mejor táctica era la de usar sus acorazados para obtener poder de fuego y a sus destructores para coronar. Un ataque de destructores es una táctica equilibradora, una para ser arriesgada por el más débil, y su fuerza era la más poderosa. Más aún, su posición era favorable para el encuentro de líneas de batalla y dudosa para lanzar ataques de destructores. No tenía Jellicoe disponible iniciativa táctica alguna coherente con el espíritu combativo de Nelson. Ni siquiera en teoría resulta fácil imaginar alguna, dadas las características del armamento de 1916. Dieciocho meses después, cuando Beatty recibe de manos de Jellicoe el comando de la flota, todas las posibles lecciones de la batalla ya habían sido asimiladas. Aun así, los cambios introducidos en la táctica de flota por ese pintoresco almirante fueron insignificantes. Tampoco se ven cambios hacia tácticas nelsonianas, del tipo de combatir por escuadras o de similar radicalidad, en las tácticas de combate de los años 19, 20 y 30. En medio de la batalla hubiera sido imposible la ejecución de alguna iniciativa teórico-táctica. Solo los actuales jugadores que tienen la potestad de mover en la pantalla y con botones a flotas enteras pueden llevar a cabo maniobras no practicadas con anterioridad. Un almirante de flota no espera explotar oportunidades, empleando tácticas que no fueron previamente inculcadas a sus unidades. Es razonable creer que Jellicoe (y Scheer) conocían esto. De ser así, la explicación para la actitud del comandante británico es una que jamás hubiera podido revelar en público: buque por buque, los alemanes eran mejores y su superioridad descansaba estrechamente en mantener su fuerza unida y masificada Jellicoe no pudo pelear como Nelson porque no estaba enfrentando

una flota como la de Villeneuve. A él se le oponían soberbios sistemas de armas, empleados con maestría. Concepto versus realidad Si los teóricos de la táctica habían subvalorado la importancia del humo y la confusión en las grandes batallas, Jutlandia evidencia que ello no ocurrió con Jellicoe. Llevó a cabo en el ámbito táctico lo que entendió como su misión: embotellar a la Flota de Alta Mar, hacer pesar su superioridad, ganar donde le fuese posible y evitar perder a causa de negligencia, talento del enemigo o mala suerte. Lo que ha sido dado en llamar sus errores, sintetizados en la preferencia a evitar el riesgo por sobre la agresividad, no fue más que una programada, doctrinaria y completamente predecible apreciación de la estrategia marítima británica. De hecho, el negarse por parte de la flota alemana a salir al mar y resignarse a su previsible destino fue solo la primera de varias imprevistas sorpresas estratégicas, tan significativa como ésa fue la magnitud de la amenaza submarina a las líneas de comunicaciones británicas, o el tardío impacto del bloqueo estratégico, o el efecto del minado en todo tipo de operación naval. Las nuevas armas cambiaron no sólo la táctica sino también el planeamiento logístico y estratégico. El planeamiento táctico dio buen resultado, dado que se apoyaba en la cuantía del pensamiento y textos previos y en el debate que a su alrededor llevaron a cabo los ejecutores de esos planes. A pesar de ello, un puñado de sorpresas tácticas hizo su aparición. Particularmente destacada entre ellas, surge la casi total ignorancia previa a la Primera Guerra, de la importancia del engaño. Todo enfrentamiento de envergadura en el Mar del Norte, que fue el ruedo de la guerra naval, constituyó parte de un esfuerzo de seducción. Ambos bandos conocían las ventajas numéricas existentes y los efectos de la ley cuadrática de N. Ninguno entró voluntariamente en combate si era, aunque fuese mínima la diferencia, superado en fuerzas por su oponente, de modo que las celadas y contra-celadas se transformaron en el método de la guerra. Y fueron más frecuentes las oportunidades en que las cosas ocurrieron a la inversa de lo previsto, que tal como lo estaban, incluyendo la batalla de Jutlandia.

Si las sorpresas planificadas no anduvieron muy bien, las no previstas, y en general producto de fallas en la exploración, estuvieron a la orden del día. Tanto Beatty, Jellicoe, Scheer y Graf von Spee (en las Malvinas) sufrieron pesadas y sorpresivas consecuencias de los accidentes de la exploración. Un aspecto prominente y que llama la atención que no haya sido previsto fue la baja visibilidad en Jutlandia, provocada por el humo de cañones y plantas propulsoras de 250 buques. Algo han de tener los juegos de tablero o las pantallas de video que obnubila al planificador táctico y puede hacerle olvidar que las circunstancias pueden cambiar drásticamente la perspectiva ampliando las distancias y cambiando la naturaleza misma del combate. Por cierto esto fue lo que les ocurrió a los norteamericanos en las acciones nocturnas de las Salomón en 1942 y 1943; cuando a diferencia de los ejercicios tácticos practicados en los años 30 los combates se iniciaban con frecuencia a quemarropa: La Armada Norteamericana, acostumbrada como lo está en la actualidad a barrer los océanos, puede olvidar con facilidad que el trabajo costero de hoy se extiende muchas millas por fuera de la vista de costa. Dejando de lado al submarino, ciertamente existen en el Mediterráneo y en el mar de Noruega muchas oportunidades para jugar a las escondidas. Si la historia puede servir de guía, una flota puede planificar y alcanzar la sorpresa, y la posibilidad de hacer uso de lo inesperado está siempre al alcance de la mano. Esto nos trae al tema de la velocidad. Los escritores de preguerra pensaron, correctamente, que el fuego artillero daría rápidos resultados una vez entradas las fuerzas en distancia eficaz. De allí que contemplaran la posibilidad de ejecución de elaboradas maniobras, a ser realizadas más allá del alcance eficaz, con el propósito de obtener posiciones relativas favorables. En la práctica, el uso de la velocidad para obtener ventajas tácticas no dio resultados. La velocidad de la flota fue la del buque más lento de la formación. La lección obtenida de la ventaja japonesa en Tsushima fue bien asimilada. La tendencia que se inicia en el período del espolón, pasando por el de los cañones de corto alcance y se continúa en la era de los grandes cañones de largo alcance controlados por directores de tiro, no ha sido más que la erosión continua de la presunción de ventaja táctica que daba a los buques la velocidad. A ello se suma que algunos escritores de preguerra omitieron por cuestiones prácticas el estudio del problema que debe enfrentar el comandante a quien uno de sus buques averiados retrasa

su marcha. Mahan sabiamente dijo que "la verdadera velocidad de la guerra es... la energía constante que no desperdicia tiempo alguno”. 21 Las oportunidades no aprovechadas son producto de fallas en comunicar y comprender claramente. La velocidad que realmente importaba residía en el sector de la toma de decisiones: la decisión debía ser tomada rápidamente y trasformada en maniobras simples y correctas. 21

Citado por Hughes, pág. 193. En ese ensayo la cita de Mahan iba precedida de lo siguiente: "El gran objetivo de una flota... no es perseguir ni evadir sino controlar los mares... No es la velocidad sino el potencial ofensivo el factor dominante en la guerra... La fuerza no existe para la movilidad sino la movilidad para la fuerza. Es inútil llegar primero amenos que, cuando a su turno también arribe el enemigo, tengas también más hombres, la mayor fuerza... La verdadera velocidad de la guerra no es la impulsiva precipitación sino la energía constante que no desperdicia tiempo alguno".

¿Y qué respecto de la simplicidad? Llegado el momento de las decisiones, los comandos de flotas optaban por las formaciones simples para mantener su control. Escalones, cuadros y cualquier otra variante teórica que ofreciese aparente superioridad era sistemáticamente dejada de lado. Para ejecutar sus astutas maniobras, Heihichiro Togo encabezó y de ese modo guió, a su propia columna, haciendo uso del más simple modo de control. Podemos pensar que él sabía que encabezando esa sencilla formación de una sola columna podía hacer que sus doce buques maniobrasen con un solo pensamiento. Resumen Hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial existieron pocas oportunidades de comprobar en combate los efectos de los muchos avances tecnológicos, de modo 'que el período que va de 1865 a 1916 es un ejemplo para el estudio de la relación existente entre la teoría y la práctica. Fueron tiempos de extravagantes especulaciones, pero que desembocaron en un magnífico pensamiento táctico, que incorporó a lo que hoy denominamos análisis operativo. Muchas de las hipótesis tácticas fueron anticipadas por oficiales navales y debatidas en revistas profesionales.

Estos estudios tácticos tuvieron notable éxito en la preparación de los conductores de la guerra. Las flotas combatieron tal como había sido previsto. El debate riguroso no desestimó la importancia de la columna, la exploración, el fuego concentrado, la conducción de las fuerzas, el adiestramiento, la moral o del C2. Sólo fueron subestimados o mal calculados el engaño, la sorpresa accidental y el limitado verdadero valor de las ventajas de la velocidad. Hacia fines del período todo conducía a la concentración del fuego de los grandes cañones de largo alcance. La superioridad de fuego concentrado se obtenía por masificación y maniobra. Durante la mayor parte del período, las flotas, tras avistarse, maniobraban más allá del alcance eficaz, pero con el comienzo de la Primera Guerra necesitaron desplegarse para el combate cuando aún no se habían avistado, lo que determinó el crecimiento de la exploración táctica, fuerte consumidora de recursos. El comando y control adquirieron un ritmo más acelerado. Los procedimientos tácticos fueron dominados por la simplicidad y la doctrina. Surgieron también otras tendencias: -

Aumento del alcance y efectividad de las armas.

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Dominio alternado entre armamento y corazas.

-

Aumento de la velocidad y maniobrabilidad de los sistemas de armas en combate (teniendo en cuenta que la maniobrabilidad táctica avalada por el vapor se logró a expensas de la movilidad estratégica).

-

Aumento de la importancia de la exploración táctica a medida que aumenta el alcance de las armas y la velocidad de los buques. La mayor parte de las sorpresas, a pesar de provenir de la tecnología,

fueron estratégicas. El papel táctico de la artillería, los torpedos, las minas y cada una de las clases de buques había sido anticipado correctamente. Pero ya sea uno o los dos bandos, erraron en la predicción de lo que ocurriría con los bloqueos de nivel táctico, el éxito estratégico de la guerra submarina y los peligros latentes en la guerra anfibia. Todos ellos, cambios de envergadura.

4.

SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

LA REVOLUCIÓN DE LAS ARMAS ¿Sorpresa o cataclismo? La fenomenal trasformación que sufrieron las tácticas durante la Segunda Guerra Mundial tomó a casi todos por sorpresa. Incluso aquellos que alegaron haber profetizado la revolución táctica, es decir, los entusiastas del poder aéreo, pronosticaron demasiado para muy pronto. Pearl Harbor y Mar de Coral son la culminación de acontecimientos que tienen su origen en las décadas de paz de 1920 y 1930. A medida que avancemos en la discusión de lo que fueron las tácticas de portaaviones será conveniente tener en cuenta que todos los protagonistas aprendían "sobre la marcha". Con solo leer la edición de 1942 de A Layman's guide lo Naval Strategy (Guía de estrategia naval para legos), de

Bernard Brodie, nos bastan para apreciar la conmoción reinante en la mente de muchos, solo tres altos antes de iniciarse las acciones.1 1

Ver los capítulos 8 y 9 del citado libro. Resulta también instructivo Sea Power in the Machine Age (Poder naval en la era mecánica) -1943- del mismo autor.

El estimado Brodie no debiera disgustarse. La revisión de las acciones navales de la costa norte europea y del Mediterráneo no nos lleva a la conclusión de que la supremacía del poder aéreo era obvia, sino a la apreciación de cuán disputada era realmente la carrera entre la artillería y el avión. Cito como ejemplo que, en 1940, dos acorazados alemanes dieron caza al portaaviones británico HMS "Glorious" en mar abierto y lo hundieron. Cuatro años después, en 1944, las defensas antiaéreas de la flota norteamericana resultaban tan impenetrables, que los japoneses debieron abandonar sus ataques con bombas y recurrir a las misiones suicidas. El bombardeo horizontal con aviones basados en tierra, una de las tareas originalmente asignadas a los B-17, fue un fracaso. 2 El avión torpedero, a medida que alcanzaba exitosos resultados, se volvió una suerte de involuntario kamikaze. Hacia finales de la guerra solo el bombardeo en picada subsistía con eficacia. Como de costumbre, los vaticinios desempeñaron su papel en el crecimiento del poder aéreo naval, pero fueron individuos pragmáticos, pensadores tácticos y tecnólogos, los que codo a codo tornearon los detalles. 2

Es fácil determinar geométricamente las causas. Para un análisis elemental ver Fioravanzo (1979) págs. 177 y 178. Podemos también agregar que los ataques coordinados y simultáneos de alta y baja cota pudieron ser efectivos contra mercantes pobremente defendidos. El punto quedó demostrado en la notable batalla del Mar de Bismark.

Los "almirantes del acorazado" no pesaron tanto como se había creído. Una razón para ello es que las evaluaciones de bombardeo aéreo hacia 1922 y 1923, practicadas sobre los viejos "Indiana", "New Jersey" y "Virginia", así como sobre el nuevo pero incompleto "Washington" y también los fraudulentos ataques de Mitchell sobre el "Ostfriesland", demostraron no tanto que les bombas pesadas podían hundir buques de guerra, cuanto que los aviones de la época tendrían serias dificultades para hundir un buque de guerra defendido, en correcta condición de clausura y en movimiento. Una segunda razón es que los años

veinte fueron testigos del poderoso apoyo de la armada a decisiones cruciales para el desarrollo. Entre 1922 y 1925 el presupuesto de la aviación naval se mantuvo constante en 14,5 millones de dólares, mientras que la asignación global para la armada retrocedió un veinticinco por ciento. Desde 1923 y hasta 1929 el arma aérea de la marina incorporó 6750 hombres adicionales, a la par que simultáneamente la armada disminuía en 1500 hombres el total de sus planteles, sin agregar a la primera cifra las tripulaciones del "Lexington" y del "Saratoga", fuertes consumidores de dotaciones.3 3

Melhorn, págs. 93, 94 y 154.

Con asombrosa prestidigitación, los signatarios del Tratado de Desarme de Washington de 1921, Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón, Francia e Italia, aprobaron como desplazamiento total en materia de portaaviones el nivel de 135, 135, 81, 60 y 60 mil toneladas, respectivamente, al momento que "ninguna potencia naval... disponía de una sola nave que se pudiera oponer al tonelaje de portaaviones autorizados. Todos

los

portaaviones

ya

construidos o

en

construcción debían ser considerados experimentales, y por lo tanto no contaban... Drástico como fue el tratado acerca de la reducción en buques capitales, la conferencia determinó claramente que no existirían interferencias estatutarias al desarrollo de los portaaviones". 4 Durante el período que va de 1921 a 1935, los años de vigencia del tratado, el tonelaje en portaaviones no podía superar el tercio del tonelaje en acorazados. Japón y Estados Unidos construyeron cada tonelada de portaaviones autorizada. El tratado de desarme y aquellos que lo sucedieron, antes que una restricción, fueron un incentivo para el poder aéreo. William Sims, Bradley Fiske, William Moffett, Ernest King, Joseph Reeves y Thomas Hart estuvieron entre aquellos oficiales de superficie norteamericanos que muy temprano advirtieron la importancia del arma aérea naval y alentaron a aviadores navales como Henry Mustin, Kenneth Whiting, John Towers y Marc Mitscher a que apuraran su desarrollo. Los Estados Unidos lideraron el camino, con los ojos puestos en el ancho Pacífico, seguidos muy de cerca por Japón. La aviación naval británica, rezagada en varios aspectos, probaría ser la mejor del Mediterráneo.

4

Melhorn, pág. 83.

Aun así ninguna potencia naval pudo anticipar el predominio de los aviones navales. La tecnología reposó como gigante dormido entre las guerras y despertó aguijoneada por el combate en 1939. Tan tarde como entonces, la cuestión estaba aún en duda. Consideremos una de las perceptivas ilustraciones de Charles Allen sobre la relación entre tecnología y táctica: En el delicado equilibrio de las interacciones es notable comprobar que el mayor factor desequilibrarte en el contrapunto entre acorazados y portaaviones pudo haber sido la real actuación de la recientemente incorporada tecnología del radar. Si hubiese demostrado ser más eficiente en dirigir el fuego de la artillería antiaérea de grueso calibre (o si, como dijeron otros, la espoleta de proximidad hubiera llegado unos años antes), la efectividad de las aeronaves tácticas de ataque podría haber resultado completamente neutralizada. Si hubiese sido marcadamente menos eficiente como alerta temprana y en el control de interceptores, la vulnerabilidad del portaaviones hubiera pesado demasiado para ser asumida. En ambas circunstancias, la constitución de la flota en 1945 hubiera sido dramáticamente diferente.5 5

Allen, pág. 77.

Que las aeronaves desempeñarían algún papel vital fue anticipado por todas las potencias. La aviación era esencial como exploradora, sin dejar de lado su actuación como observadora de artillería en aquellos días previos al radar. Era lo suficientemente útil como para que la fuerza de batalla deplorara la posibilidad de perder su cobertura aérea. Pero si los portaaviones eran estacionados muy próximos a la línea de batalla, quedarían expuestos al ataque. Ya en 1930 un comandante de escuadrones de aeronaves de la flota de exploración escribía: "Los portaaviones enfrentados dentro de un área estratégica son como dos hombres con sus ojos vendados y armados con puñales dentro de un ring. Están en aptitud de provocas la súbita destrucción de uno de ellos o de ambos— .6

Durante el desarrollo de sus planes entre guerras, las armadas más débiles, es decir, Japón al enfrentar a los Estados Unidos, o estos últimos cuando consideraban la posibilidad de oponerse al Reino Unido, visualizaban que la aviación sería para ablandar y retrasar el avance de la línea de batalla enemiga. Si el poder aéreo debía estar basado en tierra o a bordo, era motivo de discusión por doquier, pero la necesidad de dominar el espacio aéreo por encima de la flota era mayoritariamente aceptada, salvo por los menos avisados, y los aviones de caza eran vistos como protagonistas principales en esta tarea. Hacia 1930, los aviadores navales norteamericanos y japoneses advertían su propia potencialidad y no desaprovechaban las escasas oportunidades que se les ofrecía para experimentar. La flota japonesa ya había ensayado la conducción de ataques con portaaviones, y para interiorizarnos acerca de cuál amenaza evaluaban como más temible los oficiales navales estadounidenses, basta comprobar los recursos volcados por la inteligencia para intentar, y fracasar en mantener actualizada, no la posición de los acorazados sino la posición de los portaaviones japoneses en los días previos a Pearl Harbor. 6

Carta al autor (mayo de 1984) del Dr. Thomas C. Hone del cuerpo de profesores de la Escuela de Guerra Naval, que estudió la documentación remanente sobre los problemas de la flota entre 1929 y 1939.

Pero ¿cómo se pelearían los combates y cuáles serían las tácticas? Estas eran preguntas con escasas respuestas en 1941, a pesar de los dos años de lucha trascurridos en el Mar del Norte, Atlántico y Mediterráneo. Esta situación presenta un fuerte contraste con la de los años previos a la Primera Guerra. Para aquel entonces la tecnología había sido asimilada y las tácticas decantadas. A inicios de la Segunda Guerra la tecnología estaba en fermento y la táctica no había alcanzado su potencial. Las premoniciones de aquellos que veían a la aviación barriendo los mares de unidades de superficie fueron tan ostensiblemente prematuras que alimentaron el apasionamiento de los conservadores, que adherían tenazmente a la supremacía de la línea de acorazados. En gran medida las tácticas de flota previstas para la Segunda Guerra fueron un reflejo de la guerra anterior, salvo que los nuevos perros rabiosos, los aviones, lucharían entre ellos por encima de las unidades de superficie. Esta era la situación en todas las armadas. Quienes pensaban en

tácticas tuvieron tanto que rever en medio de la guerra, que a su finalización ninguna categoría de buques mayores, con la excepción de los barreminas, había sido empleada con el mismo propósito que concebida. Portaaviones y acorazados intercambiaron sus respectivos papeles de unidades de apoyo y unidades de ataque; los cruceros pesados, diseñados en parte como exploradores, hicieron prácticamente de todo excepto eso; los cruceros livianos, concebidos como guías de las formaciones de destructores, devinieron en escoltas antiaéreos de los portaaviones; los destructores, pensados para defender la vanguardia y retaguardia de la línea de acorazados de los ataques con torpedos de otros destructores,

fueron

adaptados

para

desempeñarse

como

escoltas

antisubmarinos y antiaéreos; y los submarinos, cuyo diseño respondía al reconocimiento avanzado y al ataque a buques de guerra, fueron desviados a atacar también el tráfico marítimo y las líneas de comunicación marítima. Al fin de la guerra el cataclismo táctico acelerado por la tecnología se había completado. A lo largo del camino los problemas tácticos tuvieron que ser resueltos. En los ejercicios de flota de 1929, el “Saratoga" efectuó una corrida nocturna alrededor de las fuerzas de defensa y condujo un exitoso ataque aéreo sobre el Canal de Panamá. El ataque fue celebrado como símbolo del arribo de la aviación embarcada, a la categoría de fuerza a ser respetada. Pero con él también se generaron derivaciones de sentido opuesto. Después de lanzado el ataque, el "Saratoga" fue localizado y "hundido" no una, sino tres veces por unidades de superficie, un submarino y aviones del "Lexington". Al finalizar la guerra el centro de la atención se dirigía hacia la vulnerabilidad de todo tipo de unidad de superficie a la acción de los aviones navales, y muy especialmente la del propio buque desde donde operaban esos aviones. Cinco nuevos problemas tácticos Entre los muchos problemas tácticos que debieron encarar los comandos norteamericanos y japoneses en el Pacífico, cinco de ellos se perfilan destacados. La interrelación que los ligaba hacía más difícil resolverlos. 1. La formación táctica. Gracias a la experimentación de preguerra, las ventajas de la formación circular para la protección de un portaaviones fueron apreciadas tanto por aviadores navales japoneses como norteamericanos. El

multifacético radar facilitó mantener estaciones a las fuerzas norteamericanas. La formación permitía ser ofensivamente maniobrada mediante giros a un tiempo, conservando así su integridad durante las operaciones de vuelo, en silencio radioeléctrico. Desde el punto de vista defensivo, él circulo era lo mejor, ya que prevenía contra las aeronaves atacantes que buscaran una brecha en la cortina para penetrarla. El interrogante perduraba en si cada portaaviones requería su propia cortina, optimizando así su flexibilidad, o si una cortina debía amparar a dos o tres portaaviones mejorando las posibilidades de hacerla más fuerte. La protección antisubmarina entró también dentro de las consideraciones. Una cortina "quebrada" hubiese favorecido este propósito, pero era generalmente incompatible con las operaciones de portaaviones; de ese modo, la velocidad terminó siendo su mejor reaseguro contra los torpedos de los lentos submarinos diesel en inmersión, acompañada de la política de no transitar repetidamente las mismas aguas. La eficacia aérea y antiaérea era el tema. Los japoneses optaron al comienzo por separar las formaciones de portaaviones, cambiando la opción sólo cuando la escasez de escoltas lo impuso. Por su lado, la flota norteamericana mostraba rasgos menos definidos: la disputa entre los aviadores navales más antiguos tuvo su clímax luego de la batalla por las Salomón del Este, cuando un comandante lanzó al ruedo nueva cizaña, argumentando que el "Saratoga" había eludido el ataque, y por ende sobrevivido, gracias a la distancia de doce o quince millas que lo separaba del “Enterprise", que recibió fuertes daños. ¿No era mejor perder un solo buque, salvando el segundo, que perder dos portaaviones en aras de un ataque concentrado? ¿Qué criterio debía predominar, la defensa pasiva, fruto de la separación física con su consecuente aumento de flexibilidad para las operaciones aéreas, o mejor defensa antiaérea por compactación de la fuerza? 2. ¿Dispersar o aglutinar? El radio de acción de las aeronaves de ataque abrió la posibilidad de concentrar la ofensiva desde dos o más portaaviones físicamente separados por cientos de millas. En la práctica, la necesidad del silencio de radio obstruyó, tal vez anuló esta posibilidad, y la Armada Norteamericana jamás la consideró. Sus pensadores tácticos sostuvieron la separación entre formaciones, pero manteniéndolas lo suficientemente próximas para que la defensa contra-aérea, es decir, su patrulla aérea de combate (PAC),

pudiese proteger a toda la fuerza de tareas de portaaviones. Para la Armada Norteamericana concentración y aglutinamiento eran sinónimos. Los japoneses tenían fuerte inclinación por separar sus fuerzas de portaaviones y fueron muy criticados por eso. E. B. Potter, uno de sus críticos, censura que el vicealmirante Takeo Takagi, en su aproximación a la batalla del Mar de Coral, actuó en la esperanza de "atrapar a las fuerzas norteamericanas en una suerte de movimiento de pinzas" 7 Más tarde, el plan de Yamamoto para la batalla de las Salomón del Este ubicaba al portaaviones ligero "Ryujo" adelantado a los dos grandes portaaviones y actuando de señuelo. Fue hundido, y los japoneses censurados por dividir sus fuerzas. A modo de explicación de las complejas disposiciones enemigas, los críticos norteamericanos titularon de "ruines" a los japoneses, apuntando a su historia de ataques solapados. No caben dudas de que el ataque sorpresivo, una forma del esfuerzo de atacar eficazmente primero, era la base para el planeamiento japonés, pero, ¿por qué dividir las fuerzas de portaaviones? En Mar de Coral, la fuerza principal de ataque tomó ventaja de un frente meteorológico, aproximando desde una dirección donde la aviación costera no podía explorar y la embarcada probablemente desecharía explorar. Un movimiento de pinzas es un absurdo para quien, como Yamamoto, empleaba su astucia y conocimientos del uso del poder aéreo embarcado. ¿Debemos continuar en la búsqueda de una mejor explicación para estas extrañas disposiciones japonesas? La respuesta es sí, y el hilo nos conduce a la convicción japonesa sobre el predominio de los ataques aéreos exitosos. 7

Potter, pág. 664.

3. Poder de fuego ofensivo versus defensivo. Pese a que el comandante táctico debe pelear con los medios a su disposición, no deja de tener opciones. A sus interceptores puede usarlos para reforzar la escolta de sus atacantes, o para enfatizar la PAC. Puede sumar aviones para defender sus cubiertas de vuelo destacando menor número de bombarderos y torpederos o viceversa. Puede emplear aviones de ataque en tareas de exploración, o asumir riesgos de falta de información y reforzar su ataque. También puede incorporar sus acorazados a la defensa antiaérea del núcleo, del modo en que lo hizo Estados Unidos en el

Pacífico, o retenerlos separados para proyectarlos en un segundo ataque a continuación del aéreo, como lo hizo Japón. Todas estas decisiones pivotean sobre la estimación que se haga del verdadero poder ofensivo de los ataques. Al igual que otros críticos, Clark G. Reynolds escarnece a Raymond Spruance por haber fallado en usar más ofensivamente sus portaaviones en 1944. 8 ¿No eran acaso los portaaviones del enemigo, la amenaza japonesa y el objetivo norteamericano? Spruance fue el mejor pensador táctico norteamericano de la Segunda Guerra Mundial. Entonces ¿por qué no actuó del modo japonés, dejando una fuerza reducida custodiando la cabeza de playa y destacando sus portaaviones rápidos para perseguir a los japoneses y golpear primero? 8

Reynolds, págs. 181 a 205.

4. Tácticas diurnas versus nocturnas. Los portaaviones dominaron las horas diurnas, pero eran también muy vulnerables a la acción artillera nocturna. Destacados sobre el crepúsculo, una formación de acorazados o de cruceros pesados podían singlar doscientas millas en la oscuridad, una distancia grabada a buril en la mente de todo comandante. Siendo también de doscientas millas la distancia desde donde se proyectaban los ataques aéreos, la aproximación artillera a una fuerza de portaaviones no era posible a menos que se tratase de un enemigo averiado y presumiblemente en retirada. A causa del daño infligido a la línea de batalla norteamericana en Pearl Harbor, no fue necesaria una decisión de comando en 1942, sobre enviar o no buques a un encuentro artillero a mitad de camino de dos formaciones de portaaviones separadas por doscientas millas.

9

Pero los japoneses, que ostentaban la ofensiva en 1942, en tres oportunidades enviaron a sus unidades de superficie a la caza de portaaviones. El problema táctico norteamericano en 1942 era decidir la prosecución nocturna arriesgando un encuentro con la artillería japonesa, o mantener distancias y consentir que los buques enemigos o su fuerza invasora navegaran seguras en alejamiento. Ya en 1944 el problema norteamericano era si debían emplear los acorazados rápidos a la manera japonesa en acciones ofensivas, o conservarlos junto a los portaaviones para su defensa. ¿Cuáles serían los fundamentos para la decisión táctica?

9

Un encuentro nocturno de este tipo era una sólida posibilidad en Mar de Coral y una posibilidad remota en la batalla de Marianas. Desde luego en muy distintas condiciones ocurrió durante la batalla del Golfo de Leyte.

5. Dualidad de objetivos. Los típicos lineamientos del plan de preguerra norteamericano contemplaban su flota de batalla navegando hacia el Oeste para reforzar Guam y las Filipinas, interceptadas por la flota japonesa, dando lugar a una decisiva batalla de proporciones. Es verdad que al hacer intrusión las consideraciones logísticas, el sencillo modelo táctico se complicó por la necesidad de bases y del tren logístico de la flota. Pero la custodia de dicho tren o de una fuerza de desembarco no era aún una preocupación que desvelase a los planificadores de flota. El avión cambió la situación. Hasta el momento en que la ofensiva estratégica no amenazara con invasión, no había forma de obligar a una flota más débil a enfrentar el combate. Pero una fuerza invasora debía proteger sus buques de asalto anfibio, y hacerlo enfrentando aviones mar afuera en el horizonte traía aparejados nuevos y complicados problemas. Los aviones propios debían dar cobertura a los trasportes a la vez que atacar al enemigo. En cada una de las seis batallas de portaaviones del Pacífico, el atacante tenía por misión primaria o secundaria destruir la flota enemiga. En cada instancia una operación anfibia estaba en curso. Obviamente el atacante no quería comprometer sus trasportes. Este objetivo dual fue ineludible para los japoneses en 1942 y para los norteamericanos en 1944. Los planes y decisiones tácticas también tuvieron que transigir con el nuevo problema que trajo la ofensiva estratégica: ¿cómo disponer las fuerzas mientras se protegen los trasportes? En la era del avión, el comando táctico tuvo que resolver el inédito problema de los ataques enemigos desde larga distancia. Un modelo táctico para la guerra de portaaviones Los cinco aspectos más trascendentes de la táctica de portaaviones del Pacífico pueden ser ilustrados mediante un modelo sencillo, que a su vez promoverá la interpretación del modelo para la moderna guerra misilística que será presentado más adelante. El modelo para el enfrentamiento entre

portaaviones se asemeja al de Lanchester-Fiske para el enfrentamiento artillero en muchos aspectos. Fiske consideró el mutuo intercambio de salvas que erosionaba la fuerza residual de ambos contendientes en forma simultánea. Su propósito era demostrar el efecto acumulativo de la superioridad artillera, el dominio de una pequeña ventaja si dicha ventaja podía ser aprovechada con maniotas coherentes, y el desproporcionadamente escaso daño que infligiría la fuerza más débil, sin que influya la calidad de la conducción que sobre ella se ejerza. El alcance de la artillería fue ignorado por Fiske porque ambos bandos estaban afectados por el mismo alcance eficaz. Se permitió dejar de lado, con fines ejemplificadores, la posibilidad de que uno de los bandos pudiese lograr impactos más allá del alcance eficaz de su adversario y mantener esa ventaja inicial hasta el fin del combate. En efecto, a medida que las distancias se fueran cerrando, se aceleraría el ritmo del desgaste, pero la relación final de pérdidas entre uno y otro bando se mantendría constante. Su modelo tuvo en cuenta la resistencia al castigo, una medida de la sobrevida del buque, que de acuerdo con las cuantificaciones de época asignaba a un entonces moderno acorazado un tiempo de veinte minutos antes de ser reducido a la impotencia por la artillería pesada enemiga, en caso de no responder a su fuego y encontrarse dentro de su alcance eficaz. Tal modelo no era de aplicación para las acciones de portaaviones de la Segunda Guerra Mundial. Esas fuerzas están mejor representadas por un largo pulso de poder de fuego, liberado al momento del arribo del ala aérea a su blanco. Si, como era habitual, la segunda fuerza de portaaviones también localizaba a la primera y lanzaba su ataque, se producía un simultáneo intercambio de pulsos de poder de fuego. Si por el contrario la segunda fuerza no localizaba a tiempo a la primera, debía aceptar y absorber el primer golpe. Para entonces era probable que hubiese ubicado a su oponente y si aún disponía de capacidad de ataque remanente, descargaría su respuesta. Para cuantificar el daño producido por un ataque aéreo es necesario considerar lo que hemos dado en definir como contraofensiva, es decir, la combinación de tanto las defensas activas (interceptores y fuego antiaéreo) cuanto la defensa pasiva (maniobrabilidad de la formación y sobrevida de los portaaviones). En el Pacífico los radios de acción eficaces de las aviaciones de portaaviones eran comparables, variando entre 200 y 250 millas náuticas, no

otorgando ventajas a ningún bando. De ese modo los ingredientes cruciales del combate de portaaviones eran la eficacia de la exploración y el poder neto de ataque. Los recursos de la exploración eran variados: la capacidad de búsqueda en general, incluyendo el reconocimiento aéreo terrestre y embarcado; los piquetes submarinos; todas las formas de inteligencia; todo esfuerzo enemigo para eludir la detección, sin dejar de tener en cuenta la habilidad planificadora del comandante y su estado mayor. El poder neto de ataque se deducía de las cantidades en bruto de aviones de ataque y escoltas, disminuidas por las defensas activa y pasiva y por la calidad comparada del material volante y personal de ambos bandos. Para nuestros propósitos, la eficacia de la exploración la determinaremos averiguando en cada ejemplo quien atacó primero, o si fueron ataques simultáneos. Para evaluar la eficacia del ataque, es decir, el daño infligido, el parámetro básico determinar es la capacidad destructiva del ala aéreos de un portaaviones. Desde luego, hay mucho patio para cortar si se examinan cantidades de aviones de ataque empleados para explorar, o aviones de ataque e interceptores volcados a la escolta y PAC. Estas fueron variables que tuvieron que manejar los estados mayores aéreos, aunque no creo necesario considerarlas aquí. Por el momento presumo (se verá que no sin fundamento) que en 1942 un ala aérea podía, como promedio, hundir o infligir invalidante a un portaaviones, y que la potencia de ataque acumulativa seguía una ley lineal: dos portaaviones aproximadamente duplicaban el poder de ataque de uno, pudiendo de ese modo hundir o averiar a otros dos. Una muy rudimentaria tabla de resultados posteriores a un primer ataque puede ser construida para tres casos representativos: 1) La fuerza A, igual o superior a B ataca primero; 2) la fuerza inferior B ataca primero y 3) A y B atacan simultáneamente. Tabla 4-1. Sobrevida al primer ataque (A/B)10 Cantidad inicial de portaaviones A/B 2/2

4/3

3/2

2/1

3/1

1) A ataca primero

2/0

4/0

3/0

2/0

3/0

2) B ataca primero

0/2

1/3

1/2

1/1

2/1

3) A y B atacan simultáneamente

0/0

i/0

1/0

1/0

2/0

Si ampliamos la tabla, permitiendo a los sobrevivientes de la superior, pero sorprendida fuerza A contraatacar, el resultado final sería el siguiente: Fuerza inicial A/B

2/2

4/3

3/2

2/1

3/1

Sobreviviente A/B

0/2

1/2

1/1

1/0

2/0

10

No tiene importancia discernir ahora si los no sobrevivientes han sido hundidos o puestos fuera de "acción Más adelante, en cambio, nos referiremos como sobrevivientes al menciona a portaaviones que aún poseen cubiertas operables y grupos aéreos significativos

De la lectura de los puntos de vista de los aviadores navales de la época se puede inferir que creían que un ala aérea podía, en promedio, hundir a más de un portaaviones enemigo. Resalta claramente que los aviadores norteamericanos de portaaviones pensaban, a comienzos de la guerra, que los treinta y seis bombarderos en picada y dieciocho torpederos que integraban un ala aérea podían hundir o poner fuera de acción (alcanzar la supresión del poner de fuego, según nuestra definición) a varios portaaviones con un solo y masivo ataque. La misma capacidad asignaba al enemigo. Estaban obsesionados con la necesidad de llegar primero al blanco y no tenemos necesidad de compartir su optimismo en relación con la enorme ventaja que representaba golpear primero. El cuadro se torna interesante si analizamos los resultados de B, la fuerza más débil. Si ambos bandos atacan simultáneamente, B no tiene oportunidad de ganar, pero comparado con la que le deparaba el modelo de Fiske de fuego continuo, B no sale tan mal parado; el enemigo, a pesar de obtener la victoria, puede sufrir severas bajas. Aún más instructivas resultan las cifras cuando B ataca primero exitosamente. A diferencia de lo que ocurría con B en el modelo de fuego continuo de Fiske, aquí B puede, siendo inicialmente superado por 2 a 1, establecer las bases para una futura igualdad si logra atacar primero y retirarse, a salvo de contraataques de A. Si el desbalance inicial que sufre es de 2:3, puede establecer el mismo equilibrio aun si se le asigna a A la posibilidad de contraatacar luego de absorber el primer golpe. Tan evidente como parezcan estos resultados,

tenerlos en cuenta es esencial para a base de ellos interpretar el sentido de los cinco aspectos tácticos mencionados anteriormente. Antes de continuar avanzando en nuestro análisis debemos ajustar el valor de la efectividad de los ataques aéreos, recurriendo a tal efecto a los cuatro combates de portaaviones de 1942 para compararlos a posteriori con el combate de las Marianas, librado en junio de 1944. Para el año 1942 (no después) presumiremos que: -

La efectividad del ala aérea de ambos bandos era equivalente.

-

Los aspectos defensivos de cada portaaviones y sus escoltas de ambos bandos eran equivalentes.

-

Los portaaviones japoneses físicamente separados de otras fuerzas serán tenidos en cuenta. Deliberadamente o en forma fortuita, oficiaron de señuelos distrayendo la atención y medios aéreos de la Armada Estadounidense.

En cada caso indico quién atacó primero al cuerpo principal de la fuerza enemiga. Para el cálculo de los valores teóricos he tenido en cuenta el resultado de todos los ataques, incluyendo las operaciones de diversión, en la secuencia adecuada. También muestro el número inicial y superviviente de aviones, a pesar de que no fue tenido en consideración durante los cálculos. Mar de Coral, mayo de 1942 El 7 de mayo la fuerza norteamericana (los portaaviones "Lexington" y "York-town") proyectó un ataque pesado sobre la pequeña fuerza japonesa que daba cobertura a la fuerza de invasión (el portaaviones liviano "Shoho") y hundió al portaaviones. El 8 de mayo la misma fuerza estadounidense y la fuerza de ataque japonesa (el "Shokaku" y el "Zuikaku") se atacaron simultáneamente. El "Lexington" fue hundido y el "Yorktown" recibió daños menores. A su vez, el "Shokaku" sufrió averías severas y el "Zuikaku" al no ser localizado por los atacantes sobrevivió indemne. Resultados teóricos

Después del 7 de mayo

Después del 8 de mayo

A Japón

2

0

B EE.UU.

2

0

Resultados de la batalla Fuerzas iniciales

Fuerzas remanentes

Portaaviones Aeronaves

Portaaviones

Aeronaves

A Japón

2 1/2

146

1

66

B EE.UU.

2

143

1

77

Aclaraciones: -

El portaaviones ligero japonés "Shoho" fue contabilizado como medio buque.

-

El " Yorktown” aunque averiando, cuenta como sobreviviente. Combatió en Midway.

-

El "Shokaku", severamente dañado, no se contabiliza como sobreviviente.

-

La batalla degeneró tácticamente debido a la pobre exploración de ambos bandos.

-

Midway, junio de 1942 La fuerza de tareas norteamericana (el "Yorktown", el "Hornet" y el "Enterprise") sorprendió con éxito a la fuerza de ataque japonesa (el “Kaga" , el “Akagi” el "Soryu" y el "Hiryu") el 4 de junio. La mayor parte de las circunstancias son extensamente conocidas, pero muchos pasaron por alto que la isla de Midway efectivamente actuó como señuelo. Luego del sorpresivo ataque norteamericano, los japoneses contraatacaron, y finalmente los primeros volvieron a atacar con las fuerzas remanentes. Resultados teóricos

Después del

Después del

Después del nuevo

ataque de EE.UU. contraataque japonés

ataque de EE.UU.

A Japón

1

1

0

B EE.UU.

3

2

2

Resultados de la batalla Fuerzas iniciales Portaaviones

Fuerzas remanentes Aeronaves

Portaaviones

Aeronaves

A Japón

4

272

0

0

B EEUU.

3

233

2

126

Islas Salomón del Este, agosto de 1942 El 24 de agosto la fuerza de tareas norteamericana (“Enterprise “ y “Saratoga“) atacó al portaaviones ligero “Ryujo “y a sus tres escoltas, que se mostraban a proa de la fuerza de ataque japonesa. El “Ryujo” fue hundido. Habiendo mordido el anzuelo los norteamericanos, la fuerza de ataque japonesa (el “Shokaku” y el “Zuikaku”) sorprendió a su enemigo. En ningún momento la fuerza japonesa fue situada con precisión por los norteamericanos, quienes de este modo no pudieron contraatacar. Resultados teóricos Después del ataque de EE.UU.

Después del ataque japonés

A Japón

2

2

B EE.UU.

2

0

Resultado de la batalla Fuerzas iniciales

Fuerzas remanentes

Portaaviones

Aeronavales

Portaaviones Aeronaves

A Japón



168

2

107

B EE.UU.

2

174

1

157

__________________________________________________________________ Aclaraciones: -

El “Ryujo” con sus treinta y siete aviones cuenta como medio buque.

-

El “Enterprise” recibió averías mayores y no cuenta como superviviente.

-

A pesar de haber sido sorprendidos y de no localizar y contraatacar, los portaaviones norteamericanos tuvieron cincuenta y tres interceptores en vuelo controlados con radar de búsqueda aire.

-

Las pérdidas estadounidenses de aviones fueron ligeras debido a que las aeronaves del "Enterprise" pudieron aterrizar en Henderson Field, Guadalcanal.

-

La preeminencia del atacante comienza a desvanecerse. La supervivencia de los portaaviones norteamericanos fuertemente atacados por sorpresa es explicable a través de un sinnúmero de detalles relativos al adiestramiento de combate y a la conducción, pero emerge una tendencia que refleja las crecientes capacidades defensivas de los EE.UU. 11 11

Polmar (Pág. 253) llega al extremo de considerar al combate como victoria de los EE.UU.

Islas Santa Cruz, octubre de 1942 El 26 de octubre las fuerzas norteamericanas (el "Hornet" y el restaurado "Enterprise") y las japonesas ("Shokaku", "Zuikaku" y el pequeño "Zuiho") se atacaron simultáneamente. Otro portaaviones japonés, el pequeño "Junyo" de cincuenta y cinco aviones, pese a estar destacado en una unidad de apoyo a los refuerzos de Guadalcanal, tuvo oportunidad de atacar también a los portaaviones

norteamericanos. El "Hornet" fue hundido y sufrieron grandes daños el '`Shokaku" y el "Zuiho".

Aclaraciones: -

Los dos portaaviones ligeros japoneses cuentan como medio buque cada uno.

-

El "Enterprise" recibió tres impactos de bombas, peno pudo recuperar los aviones propios y los del "Hornet". Se lo cuenta como superviviente.

-

La continua y terrible pérdida de aeronaves, en este caso ciento setenta y cuatro aviones en cada bando, y la mayor supervivencia en teoría de los portaaviones, indican defensas más fuertes. Esta es la batalla en que al “South Dakota" se le acreditan veintiséis derribos de aviones. Después del combate de las islas Santa Cruz, ambos contendientes

contaban con solo un portaaviones cada uno. Las pérdidas en las respectivas alas aéreas eran muy gravosas. Durante 1943 los dos bandos restringieron cuidadosamente el empleo de sus portaaviones nuevos y reparados, mientras la campaña de las Salomón mantenía su virulencia. De todos modos, los, japoneses se apresuraren a emplear sus aviones navales desde aeródromos en las Salomón y Rabaul, y tuvieron que sufrir las consecuencias. Tan inevitable como debió haber sido el mandato japonés, la pérdida de aviadores navales cimentó el desastre aéreo que debieron sufrir en 1944.

Mientras tanto, la flota de portaaviones estadounidenses tipificó sus tácticas, agregó buques y armamento antiaéreo y construyó su fuerza de tarea rápida de portaviones con quince de ellos (más del doble del número con que comenzaron la guerra), Los japoneses solo lograron reconstruir una flota de nueve portaaviones (en enero de 1942 tenían diez). Cualitativamente, los japoneses eran aún más débiles, Mar de las Filipinas, junio de 1944 El 19 de junio la flota del almirante Jisaburo Ozawa, con el total de sus nueve portaaviones, atacó a la flota de quince portaaviones norteamericana desde una distancia de cuatrocientas millas. El plan consistía en atacar desde mas allá del radio de acción de la aviación norteamericana, finalizando el raid con el aterrizaje en Guam. El almirante Spruance no pudo satisfacer simultáneamente los requisitos de mantenerse próximo a Saipan, donde daba apoyo al asalto anfibio y perseguir a los japoneses. Captó por quedarse junto a la playa y conceder la iniciativa del primer ataque a su oponente. El ataque aéreo japonés fue desbaratado. Esa misma tarde Spruance autorizó a Marc Mitscher a atacar a máxima distancia, casi trescientas millas, con 216 aviones. Mientras tanto, los submarinos norteamericanos hundieron dos grandes portaaviones. El ataque de Mitscher, en parte debido a la distancia, solo logró el hundimiento del portaaviones ligero "Higo" y daños severos en el "Zuikaku". Este fue el único ataque de la batalla que deparó fuertes pérdidas de aeronaves a los norteamericanos; en su mayoría de índole operacional, durante el largo vuelo nocturno de retorno.

Aclaraciones: -

El ataque vespertino de Mitscher con 216 aviones es el equivalente a la carga de cubierta de tres portaaviones. De acuerdo con nuestra regla del pulgar, debió haber hundido o incapacitado a tres portaaviones. De hecho sólo lo logró con dos.

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No todos los portaaviones eran de gran desplazamiento. Sin embargo, el considerarlos en estas tablas sin distingos entre ellos, no quita mérito a la comparación v muestra guarismos más fácilmente interpretables.

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De los 129 aviones estadounidenses perdidos, el ataque vespertino de Mitscher es el causante de 100 bajas.

-

Además de las abrumadoras pérdidas japonesas en aviones de portaviones, se suman unas pocas de aviones de: exploración embarcados en acorazados y cruceros, y un número significativo de aviones basados en Guam, perdidos. La batalla del Mar de las Filipinas ya no fue un combate de explorar y

atacar. Las defensas habían superado al ataque. Años después, en una de sus contadas declaraciones públicas, Spruance dijo que hubiera preferido alejarse de la costa y atacar, pero que su misión era defender la cabeza de playa. Sea a través de su sabiduría o del azar, las tácticas defensivas funcionaron bien. El plan de Ozawa pivoteaba en la coordinación de esfuerzos aéreos terrestres y embarcados. Manteniéndose cerca de Saipan, Spruance estuvo en condiciones de destruir la amenaza aérea con base en tierra, alcanzando así superioridad numérica para el encuentro de portaaviones. Las tácticas viajeras de Ozawa estaban predestinadas al fracaso porque los interceptores norteamericanos se precipitaron sobre la mayoría de los aviones japoneses en su tránsito hacia o desde Guam. Estando próximo, Spruance conservó el dominio de la totalidad de los aeródromos de las islas Marianas. Con su decisión de esperar el ataque japonés, pudo aplicar el número completo de sus interceptores a la tarea de PAC,

y dos tercios de sus 470 aviones distribuidos en quince portaaviones eran interceptores. Spruance tenía más interceptores a bordo que aviones en total los japoneses. La carnicería de aviones japoneses fue el resultado de ruta combinación de superioridad defensiva norteamericana con una inferior calidad de los pilotos japoneses. Qué parte del desastre es atribuible a uno u otro factor carece de importancia. Cada uno por sí mismo era suficiente para garantizar la victoria norteamericana, en la medida en que mantuviese concentración táctica, y esta actitud era tan característica en Spruance, que hasta el mismo Ozawa esperaba que así actuase. Si el año hubiese sido el de 1942, Spruance hubiera corrido tras los japoneses. Entonces la ofensiva predominaba sobre las defensas, y del primer ataque debía esperarse que diera efectivos resultados. En 1942 tres cuartas partes de los aviones embarcados en los portaaviones norteamericanos eran de ataque. Ya en 1944 las circunstancias eran diferentes. La flota de portaaviones de EE.UU., actuando concentrada, poseía suficiente potencial como para defenderse eficazmente a sí misma. Para reforzar sus defensas el número de interceptores del ala aérea había crecido del veinticinco al sesenta y cinco por ciento. Las cubiertas de los portaaviones japoneses, en cambio, aún retenían una fuerte dosis de aviones de ataque: dos tercios de sus aviones eran bombarderos o torpederos. Debemos conjeturar que hasta la batalla de las Marianas, la Armada Imperial adhirió a una traspapelada esperanza de sorpresa y a una desesperada fe en la ofensiva. Después de ese combate y hasta el fin de la guerra, los portaaviones japoneses permanecieron impotentes y sólo usados como señuelos en la batalla del Golfo de Leyte. Muchos más escoltas acompañaban a los atacantes en 1944; lo que había sido una lucha para destruir portaaviones en 1942, se había trasformado en un combate para abatir aviones. Desde junio de 1944 en adelante, los enfrentamientos comprendían aviones norteamericanos embarcados contra aviones japoneses con base terrestre. No existe una cabal comprensión de este cambio entre los comentaristas navales. Por cierto que en los registros escritos Spruance capta el hecho solo instintivamente, y Halsey lo ignoró por completo. Nimitz, disgustado ante la falta

de hundimientos por parte de Spruance, producto de la misión asignada de custodiar la playa en las acciones del Golfo de Leyte, hizo de la destrucción de la flota japonesa la misión primaria de Halsey. Este último, por su parte, se mostraba demasiado ansioso por arrojarse en ese espinoso matorral. En la batalla del Golfo de Leyte corrió al Norte tras los portaaviones sembrados por los japoneses para sacarlo a dl de las acciones principales que se llevaban a cabo junto a la cabeza de playa en Leyte. Solución a los problemas tácticos ¿Que nueva percepción de los cinco principales problemas tácticos podemos extraer de las toscas aunque eficaces comparaciones que acabamos de hacer? 1. La formación táctica. El primer problema consistía en determinar si ponía a varios portaaviones dentro de una misma cortina o si, por el contrario, se les asignaba cortina a cada uno de ellos. Los japoneses emplearon formaciones de un solo portaaviones en Mar de Coral. 12 En Midway, forzados por la escasez de escoltas, ubicaron dos portaaviones en una misma formación (en 1942 Yamamoto aún creía que los portaaviones protegían a los acortados y no a la inversa). En 1944 los japoneses incluían dos portaaviones por cortina, debido a que una excesiva cantidad de cruceros y destructores había sido hundida. La decisión estadounidenses de 1944 fue gobernada por números de diferente especie. Para lograr el control adecuado de los quince o más portaaviones hubo que combinarlos en grupos de tres o cuatro. 12

Willmont, Pág. 260

Todo esto conduce a suposiciones. La mejor conclusión probablemente sea que, en 1942 la formación simple de portaaviones era la más adecuada porque las defensas eran débiles y porque los aviones eran lanzados y recuperados con mayor facilidad cuando cada portaaviones tenía su propia cortina. Atacar primero era el propósito. Los portaaviones aislados y separados por distancias tan cortas como diez o veinte millas pueden eludir un ataque del modo en que lo hicieron el "Zuikaku" en Mar de Coral y el "Saratoga" en las Salomón del Este. 13 Pero en

1944 algo de eficacia ofensiva pudo dejarse de lado para penetrar en las ya macilentas

defensas

del

apretado

círculo

antiaéreo.

Las

formaciones

norteamericanas circundaban tres o cuatro portaaviones, y además la disposición completa era mantenida lo suficientemente cerrada para que la flota completa estuviese a la sombra de una PAC aglutinada. La decisión de poner más de un portaaviones por cortina guardaba relación con la efectividad de la defensa. 13

En Mar de Coral, Frank Fletcher formó al "Lexington" y al "Yorktown" dentro de una cortina de doce cruceros y destructores, desde donde recibió el ataque del 8 de mayo, Durante las maniobras evasivas a treinta nudos se separaron en grupos de tareas distintos con sus respectivas cortinas.

2. ¿Dispersión o aglutinamiento? El problema se centra en la decisión de separar o no las fuerzas, al extremo de perder el apoyo mutuo o debilitado significativamente. En 1942 el problema para los comandos japoneses era que en los cuatro encuentros de portaaviones les fue requerido dar cobertura a una invasión o refuerzo a tierra. Sus motivaciones eran múltiples, ya que también contemplaron la posibilidad de expulsar y derrotar a la flota norteamericana. El almirante Nimitz, valorando su inferioridad, no iba a arriesgar su flota a menos que fuese forzado a ello. Cada uno de los cuatro combates tuvo sus peculiaridades, pero basándonos en la --de otro modo incomprensible- forma en que Yamamoto dispersaba sus fuerzas, y en la al menos singular oportunidad en que cebó una trampa (islas Salomón del Este), se perfila solo una posible conclusión: como magnífico exponente de aviador naval que Yamamoto era, creyó, del mismo modo que cualquier aviador naval japonés o norteamericano, que un ataque por sorpresa y exitoso con dos grandes portaaviones acarrearía la destrucción de un número mayor de portaaviones enemigos. Se pensaba que un portaaviones destruiría dos o tres portaaviones sorprendidos juntos, de manera que aglutinar dos o tres unidades contra una triplicaba el riesgo sin ningún beneficio. De haber sido este el razonamiento de Yamamoto, podemos decir que estaba tres veces confundido. El desciframiento de códigos otorgó a los EE.UU. demasiada inteligencia estratégica. El radar de búsqueda aire le dio abundante alerta temprana. A partir, pues, de la evidencia podemos decir que el poder destructivo

de un ala aérea de portaaviones no justificó los prenuncios de una razón de efectividad de dos a uno. Retenemos dos corolarios: el primero, que la concentración de poder de fuego ofensivo suficiente como para ganar de un solo impacto será siempre deseable y en principio obtenible con la moderna aviación o misiles de largo alcance, sin necesidad de aglutinar o masificar físicamente los medios; segundo, que la decisión de aglutinar los medios se apoya en la posibilidad de aumentar las defensas o de coordinar un primer ataque concentrado. Si la masificación no aporta a ninguna de estas premisas, dispersar parece más apto que aglutinar. Pero antes de zambullirnos alegremente en la conclusión de que, dado que los mísiles modernos poseen múltiple capacidad de impacto por unidad, el velo y la dispersión son la consigna, se impone un concienzudo análisis del proceso de la exploración. En el capítulo 10 haremos este análisis. 3. Poder de fuego ofensivo versus defensivo. La solución al problema de optimizar la formación tras objetivos defensivos u ofensivos se deriva también de la solución dada en la Segunda Guerra a los dos primeros problemas. A medida que la guerra progresaba, la Armada Norteamericana fortalecía las defensas de sus portaaviones. En primer lugar, el número de interceptores fue incrementado a expensas del número de bombarderos. Luego, a ritmo sostenido, se agregaren baterías antiaéreas; la clase "Atlanta" de cruceros antiaéreos hizo irrupción, y a partir de la batalla de las Salomón del Este los acorazados pasaron a integrar las cortinas antiaéreas. En tercer lugar, se enfatizó y mejoró la capacidad de control de averías de los buques. De ese modo las consideraciones defensivas tomaron la delantera y la destrucción de aeronaves ocupó muy sutilmente el lugar de la destrucción de los portaaviones. 4. Tácticas diurnas versus nocturnas. El cuarto problema táctico era la supremacía nocturna de los buques arcillados. Ya en Mar de Coral, los japoneses intentaron un ataque nocturno con aeronaves. Pero lo que siempre contemplaron fue la posibilidad de acciones nocturnas de superficie al cañón. En tres de los cuatro combates de portaaviones de 1942, los japoneses destacaron buques artillados en busca de los portaaviones norteamericanos. Sea por la prudencia o suerte de los norteamericanos, el resultado fue que los japoneses nunca pudieron forzar el encuentro nocturno. A juzgar por los combates nocturnos de 1942 en las Salomón, fallaron. Más tarde, cuando la Armada Norteamericana pasó a la

ofensiva, pergeño una ingeniosa organización de tareas que permitía a los acorazados rápidos ser destacados fuera de su cortinador para formar una línea de batalla para la acción de superficie. Se deduce claramente de la apoteosis del Golfo de Leyte, que en esa acción final el cañón aún dominaba las horas nocturnas. La mejor manera de interpretar esa gigantesca batalla es verla como un último y desesperado esfuerzo japonés de poner a los buques enemigos dentro del alcance eficaz de su artillería. La última y efectiva línea de defensa norteamericana eran sus buques de superficie artillados. 5. Dualidad de objetivos. En quinto y último lugar está el desagradable problema de los objetivos dispersos para el atacante. En 1944, cuando la flota norteamericana barrió el mar a todo lo ancho del Pacífico, de Pearl Harbor a las Filipinas, en solo doce meses, era tan poderosa, que estaba en condiciones de acompañar el desembarco y retar a salir a los japoneses a un tiempo. La superioridad numérica que ostentaba en portaaviones de dos a uno, decisiva en sí misma, se incrementaba al tomarse en consideración la calidad de los pilotos y buques cortinadores. Más aún, ya no existía el imperativo de atacar primero. La masificación y unidad de acción eran las claves para la eficiente aplicación de la fuerza. La victoria en la batalla no era el objetivo. El propósito simplemente consistía en alcanzarlos objetivos con las mínimas pérdidas y en el mínimo tiempo. En 1942, el problema táctico japonés no era tan sencillo. Las exigencias de índole estratégica gobernaban las tácticas de Yamamoto. ¿Por qué fueron sorprendidos los japoneses en Mar del Coral con solo dos portaaviones en su fuerza de ataque? Se debió a que Yamamoto estaba muy exigido. Sus portaaviones estaban todos ocupados. Tal como muestra la figura 4-1, en solo cuatro meses esparció avanzadas japonesas, cómo los tentáculos de un pulpo, hacia el Sur, donde yacían sus abastecimientos de petróleo; hacia el Sudoeste, de manera que ocupando Singapur resguardase las Indias Orientales al Oeste; y hacia el Sudeste para cubrir el frente oriental desde Rabaúl. Ya había logrado asegurar sus vías de comunicación con las Indias Orientales, ocupando las Filipinas y Guam en diciembre y enero. Había también eliminado la amenaza del archipiélago de Wake, y ahora querían a Midway. A diferencia de los EE.UU., él siempre pensó en complementar el poder aéreo embarcado con aviación costera.

Yamamoto avanzó sin reparos hasta la batalla de Mar de Coral. Allí pagó el precio, aunque modesto, de su exceso de confianza. Su otra alternativa hubiese sido concentrar el poder de ataque de la Flota Imperial completo, con sus diez portaaviones, en una movida hacia el Sur, inexorable, pero muy lenta. Después de todo los EE.UU. tenían siete grandes portaaviones, con igual número de aviones que los suyos, y pronto estarían viniendo. A medida que Yamamoto consolidaba su red de bases aéreas, deseaba y necesitaba seducir al combate a la flota norteamericana. En 1942 solo podía lograrlo a través de la amenaza de invasión, el mismo procedimiento que concibieron los EE.UU. para sacar al mar a la flota japonesa en 1944. La batalla del Mar del Coral es ilustrativa acerca de sus prioridades, La operación de abril fue proyectada para el establecimiento de avanzadas en Tulagi y Puerto Moresby, a modo de cortina sobre Rabaúl y amenaza al enlace norteamericano con Australia. Al aparecer los dos portaaviones norteamericanos y combatir, Yamamoto maldijo al vicealmirante Shigeyoshi Inouye, que ostentaba el comando táctico, no por cancelar la invasión a Puerto Moresby, sino por retener la persecución al portaaviones norteamericano superviviente. Ordenó al "Zuikaku"

lanzarse en vano tras Fletcher a bordo del "Yorktown". A esta altura de la guerra los comandos norteamericanos no eran más inteligentes que Yamamoto. La Armada Norteamericana tenía dos portaaviones paralizados en el raid contra Tokio del general Doolittle, razón por la cual todo lo disponible eran los portaaviones "Lexington" y "Yorktown" (el "Saratoga" había sido averiado por los torpedos de un submarino). Yamamoto dispersó sus portaaviones para la operación de Midway porque estaba apremiado por motivos múltiples. Al tener dos objetivos geográficos, Midway y Kiska/Attu, debía dar cobertura a dos fueras de invasión. Pero la operación de Kiska/Attu era una diversión, mientras que la fuerza invasora a Midway buscaba forzar el encuentro con las fuerzas norteamericanas. Yamamoto quería a su fuerza de ataque de portaaviones adelantada a la fuerza de invasión. Eso era lo correcto, pero aún pensaba que los acorazados tendrían la última palabra en operaciones de limpieza posteriores a la batalla, siendo, por lo tanto, muy valiosos para ser arriesgados antes de ostentar el dominio del espacio aéreo. No necesitaba y no debió malgastar esfuerzos en la operación de diversión de las Aleutianas, que absorbió dos portaaviones ligeros. En cambio fue correcta su decisión de no esperar la reparación de sus portaaviones. A la luz de cualquier apreciación razonable, no podía tener enfrente más de dos portaaviones y los aviones de Midway. Treinta días de demora hubiesen permitido al "Yorktown" cicatrizar sus heridas, al "Saratoga" llegar hasta ellos, y en otros treinta días llegaría del Atlántico también el "Wasp". La historia se ha mostrado muy vehemente al analizar retrospectivamente las decisiones de Yamamoto. Su derrota en Midway respondió a las siguientes razones: -

La Armada Norteamericana- disponía de inteligencia estratégica.

-

El vicealmirante Chuichi Nagumo no tenía, radar de búsqueda, aire.

-

La exploración japonesa era mediocre: Nagumo lanzó un débil esfuerzo de exploración aérea, y contra lo que era habitual no podía recibir apoyo de la exploración con base entierra debido a estar más allá de su radio de acción. Los submarinos enviados como piquetes por Yamamoto llegaron muy demorados.

-

Spruance poseía gran habilidad táctica.

-

La aviación embarcada norteamericana era muy buena.

-

La aviación embarcada norteamericana tuvo suerte. De no haber estado presente uno cualquiera de estos seis condicionantes,

era más que probable que los japoneses hubieran destruido a la flota norteamericana y ocupado Midway. Si la buena fortuna influye en el resultado del combate, entonces dichos resultados no son un perfecto indicador de-la sensatez del planeamiento. Los historiadores no debieran limitarse al análisis del discernimiento solamente de los planificadores tácticos al evaluar una batalla; Sin embargo, Mar de Coral debió haber sido la llamada de atención a Yamamoto para que procediese con más cautela; de manera de asegurar que su plan respondiese a sus objetivos. En Midway su objetivo primordial fue, o debió haber sido, empujar a la flota norteamericana al combate. Diseminar dos portaaviones ligeros para un simulacro en las Aleutianas fue un error. La estrategia de extender el perímetro defensivo japonés había estirado las capacidades tácticas hasta un espesor muy delgado. Era el momento en que la táctica debía aconsejar a la estrategia, y la táctica dictaba que Japón tenía demasiados objetivos materiales. Aunque la repetición de una guerra de bases aéreas insulares en el Pacífico nos parece poco probable, sí podemos pronosticar la recurrencia del problema táctico de un comandante de fuerzas superiores; el cual debe enfrentar a un enemigo que, consciente de su debilidad, rehuye el combate. Cuando la proyección sobre un objetivo terrestre es la forma de atraer a un enemigo inferior, es muy fácil permitir durante el planeamiento que el ataque sobre tierra se trasforme en un fin en sí mi amo, olvidando que dicho ataque no es otra cosa que el medio para el logro de una finalidad más importante; en este caso, destruir las fuerzas navales enemigas. Resumen En la Segunda Guerra Mundial el avión llegó a ser el arma suprema de las horas de luz debido a su alcance eficaz y a su (no ilimitada) capacidad de

exploración, de guiado al blanco y de coordinación. No cualquier aeronave es apta para la tarea, y a juzgar por las pérdidas en combate, no cualquier piloto. La fuerte polarización de preguerra, sobrestimando y subvaluando la verdadera eficacia de los ataques aéreos sobre unidades de superficie, condujo a resultados inesperados durante las acciones. Los conductores militares que para entonces poseían palpable evidencia de que las aeronaves eran efectivas en horas diurnas en acciones antisuperficie, debieron reconocer los límites de dicha eficacia, que, según nuestras deducciones, nunca superó el número de un portaaviones hundido por ala aérea empeñada, y actualizar las tácticas de acuerdo con esas estimaciones. Mientras tanto, el balance de fuerzas, que en un principio favoreció al ataque aéreo, a medida que la guerra progresaba, se volcó a favor de la capacidad defensiva de los buques, circunstancias que por su incidencia táctica también debieron ser tenidas en cuenta. Ellas decantaron en un aspecto esencial. Si un solo portaaviones era capaz de hundir dos o tres buques equivalentes frente a todo tipo de defensas, carecía en absoluto de sentido congregar dos o tres portaaviones, que sorprendidos juntos podían ser hundidos simultáneamente. Si, por el contrario, se requerían dos o más portaaviones (u oleadas sucesivas de un mismo portaaviones) para hundir uno, la concentración de suficiente poder de ataque era imprescindible (lo que no implicaba aglutinar portaaviones en una sola formación, siempre y cuando los medios de C 2 permitiesen coordinar ataques desde fuerzas de tareas separadas). Con el trascurso de la guerra una tercera posibilidad hizo irrupción imponiéndose a las anteriores. Consistía en reunir el poder de fuego defensivo de dos o más portaaviones operando en las cercanías y con notable efecto. Acarreaba como consecuencia adicional beneficiosa, la concentración ofensiva, eliminando los problemas de coordinación. Fueron consideraciones defensivas las que condujeron a la masificación y suprimieron las necesidades de velo, engaño y división de fuerzas. Los japoneses necesitaban atacar eficazmente primero. El intercambio simultáneo de ataques y pérdidas equivalentes conducía indefectiblemente a su ruina a largo plazo, ya que no poseían capacidad económica para soportar la pérdida de igual número de portaaviones. Por ello debieron intentar el velo, engaño y (probablemente) la división de fuerzas como un riesgo calculado.

Apostaron a que, como la mayoría creía, un portaaviones podía hundir dos. A pesar de su intrínseco error, ésta era una buena apuesta a comienzos de 1942. Antes de finalizar ese mismo año ya era una jugada pésima. Hemos recurrido a muchos argumentos para explicar el resurgimiento de la defensa. Tal vez la artillería antiaérea por sí misma hubiera bastado, pero los factores decisivos y finales, responsables del éxito dé la capacidad defensiva norteamericana, el radar y el criptoanálisis, difícilmente podían ser previstos por el planeamiento preliminar japonés. Con la sola excepción de la Batalla de Inglaterra, en ningún otro punto fue el radar tan rápidamente puesto en decisivo uso como en las acciones de portaaviones del Pacífico. El criptoanálisis por su lado privó casi totalmente a Japón -de la sorpresa. El velo y el engaño estaban predestinados al fracaso. En esas circunstancias los japoneses bien podían haber concentrado sus fuerzas en busca de oportunidades, particularmente en 1942, cuando tenían superioridad numérica e igualdad cualitativa. Hacia 1944 poco importaba lo que hicieran. Progresivamente, en cada encuentro tendrían menos medios que ofrecer ante un enemigo cauteloso, como el Spruance de las Marianas, o frente al impulsivo Halsey del Golfo de Leyte. El poder defensivo norteamericano aseguraba la supervivencia de su flota lo suficientemente para dar certeza de un contraataque, y su superioridad ofensiva garantizaba que Japón sucumbiría.

5. SEGUNDA GUERRA MUNDIAL LA REVOLUCION DE LOS SENSORES Medidas y contramedidas de exploración Muchas de las lamentaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial expresan mayor asombro por la revolución que en su trascurso provocaron los sensores en los encuentros navales, que por las arreas, incluyendo el avión, que la pelearon. Poro cualquier especulación que por separado abarque sensores, arreas o tácticas, es ficticia; las batallas las deciden los tres en conjunto. Para llegar a entender de qué modo los sensores afectaron las tácticas y las armas durante esa guerra, es necesario establecer primero un mamo de referencia dónde apoyar la discusión. Sólo entonces podemos pasar a ver al radar como

recurso básico de la exploración. Haremos uso de las acciones nocturnas de 1942 y 1943, durante la campaña de las Salomón, como ejemplo sedero del potencial táctico del radar, y de su infraexplotación por parte de cruceros y destructores norteamericanos que participaron en esos encuentros plenos de acción. Casi a la par en importancia durante la Segunda Guerra Mundial vemos el incremento de la inteligencia de comunicaciones. Una breve mirada a la guerra submarina del Atlántico, con particular énfasis en el uso de los sensores, fue el factor decisivo de la derrota de los submarinos alemanes. El profundo significado de la criptología como medida y contramedida c14 exploración puede ser mejor alcanzado ahora que los eventos de ruptura de códigos, muy preservados en su momento, han sido finalmente desclasificados. La nueva guerra de los sensores era un' duelo. A medida que crecía el alcance de las armas, la ciencia electromagnética compitió para mantenerse a la par, inventando los medios de comunicaciones y para la detección a larga distancia. Convergentemente se trabajaba en las contramedidas conducentes a neutralizar la nueva tecnología electromagnética. Es útil considerar las señales emitidas por estos sistemas como medidas contribuyentes a la eficacia de las fuerzas, de una u otra de las dos formas siguientes: aportando a la detección, seguimiento y adquisición de blancos enemigos (esto es, explorando) o cooperando en la ejecución del plan de batalla del comandante (esto es, controlando). Simultáneamente esas mismas fuerzas intentan disminuir la eficiencia de los sistemas de exploración y control enemigos. Una categorización frecuente de estas contramedidas consiste en dividirlas en técnicas de destrucción, interrupción, engaño, negación o explotación de las señales del oponente. Las acciones posibles, pero de modo alguno excluyentes, se las puede listar según la tabla 5-1.

1

Tratándose de buques en el mar, atacar su sistema de armas normalmente significa atacar su sistema de señales. De allí el frecuente interés en desembarcar al comando, satélites, radares transhorizonte de base terrestre y otras formas de intentarlo, las que sin excepción complican las tácticas. 2 Interferir un sistema de exploración usualmente otorga distancia. Interferir un sistema de control normalmente otorga tiempo. Cada una de ellas traslada la situación a otra, prevista como más ventajosa. 3 El engaño es apto para ser usado también contra las armas del enemigo. Los ejemplos paradigmáticos son el chaff contra mísiles y los productores de ruido contra torpedos. 4 Concretamente, los submarinos son inmunes a la detección visual, radar e infrarroja, y a veces también al sonar pasivo a través de la disminución del ruido irradiado. 5 Aparece una asimetría aquí debido a que velar la propia emisión, por ejemplo mediante trasmisiones radioeléctricas de baja probabilidad de interceptación (LPI), constituye una medida para sorprender a las grandes contramedidas enemigas, es decir, a su interceptación y explotación. Dado que la aplicación de la presente tabla es limitada, me abstengo de continuar la ilación del problema. 6 La explotación puede ser considerada la tarea más importante de las que se enuncian en está tabla si consideramos la seria posibilidad de que el enemigo detecte nuestro sistema de exploración antes de ser detectado por dicho sistema. Así también las emisiones de radio pueden ser recibidas y descifradas. Además, al sospechar el enemigo que su tráfico es interceptado, hace aparición la amenaza de contra-contra-medidas., En tal caso puede sembrar información falsa, tomando los recaudos necesarios para evitar el engaño a sus propias fuerzas. A pesar de los múltiples antecedentes de comunicaciones hechas por agentes y agentes dobles del espionaje, tales antecedentes escapan a nuestro tema. Un riguroso y excelente estudio de estos aspectos están dados por Daniel y Herbig en Strategic Military Deception (Engaño estratégico militar).

La tabla 5-1 es un muestrario estático. Como tal no da sensación de la secuencia y velocidad de la explotación de las señales, de la obtención de tiempos ni de la intrusión dentro de la secuencia y la coordinación de la acción enemiga. Salvo en forma inconsciente, el militar no piensa en la estructura de destrucción, interrupción; engaño, negación y explotación, sino que se zambulle decididamente en las posibilidades de manipular sus propias y ajenas estructuras y equipos de comando. Un camino más transitable para comprender la explotación de señales es mostrar primero la secuencia de medidas que deben ser tomadas para concretar un ataque completamente eficaz, del modo en que lo hace la tabla 5-2.

Evidentemente, algunos sistemas de exploración tienen capacidad de realizar más de una de las tareas enunciadas. Un satélite de vigilancia y comunicaciones puede llevar a cabo las tareas A, B1, B2 y B3. Una de las ventajas del avión es que puede desempeñar las tareas de tracking, adquisición de blanco, ataque y evaluación de daños en el mismo vuelo. A modo de contraste podemos decir que para un lanzamiento de misiles superficie-superficie, la exploración por medio de agentes externos al sistema de armas debe proveer previo al ataque las funciones A, B 1 y B2. Una escrupulosa exploración es el requerimiento necesario para alcanzar máxima eficacia en los ataques. El objetivo material sigue siendo los portaaviones, y para alcanzarlas es necesario conocer no solo la posición precisa del enemigo, sino también su formación. Se suma a ello la urgencia por saber si el enemigo dispone de sus propios misiles crucero, en buques distintos de los portaaviones, que puedan ser usados en una réplica punitiva. En principio, la cadena de acciones necesarias para un ataque exitoso puede ser cortada a través de una contramedida, en cualquier eslabón. Una contramedida exitosa puede desbaratar, demorar o reducir la efectividad del ataque con solo negarle al enemigo uno de los pasos de la secuencia. No es nuestro propósito aquí procurar un detalle de todas las medidas y contramedidas posibles. Basta con decir que cada bando se desvela por armar y mantener la cadena desde A hasta C mediante una cierta combinación de redundancia, velo, encubrimiento, criptología y potencia neta electromagnética a la vez que intenta catarla cadena del oponente en su eslabón más débil. La guerra de sensores apunta a reducir los tiempos de armado de la propia cadena y aumentar los tiempos del enemigo- Con modificaciones a la anterior, la tabla 5-3 enfatiza las consecuencias relativas que se derivan de contramedidas exitosas.

Cabe destacar que la contramedida definida como explotación no tiene cabida en la tabla 5-3. Se debe a que su efecto es distinto de aquel de la destrucción, interrupción, engaño o negación. La explotación acrecienta el efecto de una o varias cíe las medidas B 1, 132. B3 y B4, conducentes al éxito del ataque propio. La explotación posee dinámica propia, encajando dentro del esquema táctica general de una forma, que se evidencia mejoren el modelo de oposición de fuerzas en la guerra moderna, descrita en el capítulo 10. Creemos que la lista de medidas necesarias para el ataque propuesta basta para permitirnos visualizar la multiplicidad de papeles desempeñados por los sensores en la Segunda Guerra Mundial y la guerra de señales que ellos desencadenaron.

Los

protagonistas

fueron:

el

criptoanálisis

usado

con

sorprendente efectividad en la posición estratégica de las fuerzas; el radar de búsqueda en la detección activa y el tracking; la interceptación pasiva de señales, especialmente para la detección táctica pero también en otras funciones; el sonar para la detección, tracking y adquisición de blancos; y las comunicaciones breves y disciplinadas para el ataque. Observemos este dinámico proceso y cómo trabajaron estos protagonistas en el instante en que la guerra de señales saltó al escenario durante la Segunda Guerra Mundial. Radar El radar y las contramedidas radar, al momento de alcanzar su mayoría de edad en la Segunda Guerra, se trasformaron en las principales herramientas sensoriales de la guerra. En nuestra exposición debemos también incluir a la espoleta de proximidad (que en esencia era un radar miniaturizado y resistente a las aceleraciones) y su levitante incidencia en la efectividad de las armas. Frente a un avión aproximándose a una batería de cinco pulgadas de doble propósito, la

espoleta de proximidad no sólo incrementó dos o tres veces el error admisible de control tiro y dispersión, sino que también transformó en bidimensional al problema tridimensional de control tiro. La posibilidad de detectar unidades de superficie mediante la emisión pulsada de ondas electromagnéticas fue concebida por los científicos mucho antes de la Segunda Guerra. Varias potencias tenían en marcha investigaciones secretas en la década del 30. Las primeras cinco estaciones de radar fueron establecidas por Gran Bretaña en la costa este de Inglaterra hacia diciembre de 1935. Dado que el radar era indispensable para el combate aéreo de la Batalla de Inglaterra, no constituía un arma secreta en el mismo sentido en que el término se aplicó al criptoanálisis, es decir, de un arma dula cual el enemigo no sospechaba su existencia. La presencia y trascendencia del radar fueron rápidamente apreciadas por todos los bandos. El radar y sus contramedidas fueron parte de una acelerada carrera tecnológica que absorbió grandes cantidades de recursos científicos, incluyendo, por ejemplo, la necesidad de centuplicar el personal del laboratorio de radiaciones del Massachusetts Institute of Technology.7 El número creció de cuarenta a cuatro mil (Brodie y Brodie, Pág. 209)

Como herramienta de la guerra el radar era omnipresente. Hacia fines de 1939, los prototipos de a bordo de unidades de superficie eran evaluados en los papeles de detección lejana de aeronaves, control del fuego antiaéreo y tracking de superficie. Una serie de notorios logros científicos tuvo lugar duendo en 1940 comenzó la cooperación de británicos y norteamericanos. Los radares de longitud de onda centimétrica estaban listos a entrar en producción en 1942, y su definición hartaba para la detección de un avión aislado, para la dirección diurna y nocturna de aeronaves y para la puntería precisa de la artillería antiaérea o antisuperficie. Ya en 1943 una suficiente cantidad de aviones estaban equipados con radar como para fluir en gran medida en la búsqueda y ataque de buques de superficie, y en el patrullado antisubmarino; en grado tal como para revertir la inercia de la campaña submarina alemana en el Atlántico. Desde 1940 en adelante, el radar fue viral en las defensas con interceptores sobre tierra, y durante los barridos de cazas y bombardeos ofensivos, previos a la invasión de

Normandía, fue la clave de su efectividad. Controlando defensas antiaéreas, el radar mostró igual eficiencia tanto en tierra como en el mar. Rápidamente el radar se volvió indispensable como instrumento de navegación. Su presencia permitía las operaciones de superficie a altas velocidades en aguas restringidas, y la confianza que otorgaba en estas funciones era tan grande, que cuando un buque perdía su radar de noche se encontraba psicológica y literalmente perdido. De un modo más directo como instrumento de guerra comenzó a usarse el radar en el guiado de aviones hacia sus blancos sobre Alemania en 1943. El sistema Loran de ayuda a la navegación aérea y de superficie fue utilizado sin excepción allí donde las operaciones eran intensivas. El radar fue desarrollado por Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Japón. A medida que las operaciones aéreas ofensivas y defensivas se tornaban más dependientes del radar, las medidas para contrarrestarlo adquirían el mas alto significado táctico. El primer gran combate de la guerra de sensores tuvo lugar en Europa. La Segunda Guerra, específicamente desde la Batalla de Inglaterra hasta 1945, ofrece el mejor ejemplo de estudio de las medidas, contramedidas y contra-contramedidas tomadas en tareas de exploración y proyección del armamento (supera como caso de estudio a la guerra de Vietnam, porque a los analistas les es negado el punto de vista norvietnamita). Ya hemos visto la gran ventaja que otorgó el radar a los Estadas Unidos en la guerra aérea sobre el Pacífico. Evidenciando lo que significó el radar en la batalla de las Salomón del Este, los norteamericanos detectaron, con su búsqueda aire la aproximación japonesa a ochenta millas, lo suficientemente lejana como para lanzar cincuenta y tres interceptores, todo lo disponible, con sus tanques llenos. El radar dio tiempo para ello y vectoreó a los interceptores sobre los atacantes, sin el temor a sorpresas desde otros cuadrantes. Como los japoneses fueron lentos en desarrollar el radar, la flota norteamericana tuvo una oportunidad inigualada de explotar su ventajosa búsqueda de superficie, bien entrado el ario 1943. Aun después de ello, y hasta el fin de la guerra, mantuve marcado distanciamiento tecnológico con la flota japonesa. En las Salomón, los aviones patrulleros de largo alcance y los vigías costeros dieron a los Estados Unidos alerta temprana de la aproximación de prácticamente todas las unidades de superficie japonesas. El criptoanálisis parece

haba desempeñado un papel insignificante en virtud de que los japoneses habían cambiado recientemente, sus claves. Dado que los japoneses debían evitar la cobertura aérea diurna norteamericana, éstos sabían que las penetraciones de unidades japonesas debían producirse durante intervalos acotados. En once encuentros de envergadura ocurridos entre agosto de 1942 y noviembre de 1943, el radar proveyó a los EE.UU. los medios para detectar las fuerzas de superficie en aproximación, mantener el contacto, designar blancos y atacar, antes de que los japoneses tuviesen noticias de la presencia enemiga. Existió, sin embargo, una torpe carencia de imaginación para comprender que los EE.UU. ostentaban inigualables oportunidades cedidas por el radar, y que ellas necesitaban nuevas tácticas. Un segundo problema simultáneamente requería la atención de los comandos norteamericanos. Los japoneses también tenían su arma secreta: era el torpedo de largo alcance. Acciones de superficie nocturnas en las Salomón Las tácticas de las batallas nocturnas eran una competencia entre estos dos nuevos instrumentos de la guerra: el radar norteamericano y el altamente letal torpedo de largo alcance japonés. En las cinco batallas trascurridas entre agosto y noviembre de 1942, las previsiones japonesas tuvieron su rédito. La Armada Imperial, con mucha anticipación a la guerra, desarrolló un sistema coherente de tácticas nocturnas y se ejercitó en ellas con asiduidad. La acción nocturna formaba parte de la fórmula equilibradora japonesa de preguerra, y estaba destinada a desgastar la flota norteamericana antes de que se produjese un encuentro decisivo de las líneas de batalla. Por su lado, las prácticas norteamericanas de preguerra se concentraban en el enfrentamiento diurno de flotas, cuyo núcleo era la columna de buques capitales. El concepto central táctico de los EE.UU. era el de buscar una posición que facilitara (o que al menos no obstaculizara) el cerramiento de la “T” enemiga. Su adiestramiento táctico evidenció ser contraproducente en las Salomón. Desde sus inicios hasta el fin, y desde el punto de vista estratégico, la campaña de las Salomón fue una contienda entre aeródromos terrestres y cubiertas de vuelo en el mar, motivada por el control del espacio aéreo

circundante. Durante los primeros seis meses, los que van de agosto de 1942 a enero de 1943, la campaña se centró en Guadalcanal. Durante las horas del día los EE.UU. controlaban el espacio aéreo alrededor del aeródromo Henderson Field. Similar control ejercía Japón desde Rabaúl, Nueva Bretaña, seiscientas millas al Noroeste. Pero con la puesta del sol el poder aéreo perdía su omnipotencia, y los gladiadores de superficie volvían a la lucha una vez más. Cada noche los japoneses amenazaban con abalanzarse con sus buques hacia el Sur, a través de las restringidas aguas del estrecho de Slot, que separa la doble cadena de islas que constituyen las Salomón. Según la jerga norteamericana, dichos buques eran el temible Expreso de Tokyo, y estaban determinados a reforzar Guadalcanal o a descargar brutales bombardeos sobre Henderson Field. Cada vez que los norteamericanos se decidieron a interponer sus buques a los japoneses, el resultado fue un letal combate de superficie en la negrura de la noche. Es adecuado detener la marcha el tiempo suficiente pana enfatizar que en los duelos navales, casi siempre, un bando u otro soporta el pesado problema de tener una cabeza de playa, o un convoy que proteger. Cada batalla nocturna en las Salomón disputaba algún objetivo en tierra. En la primera, la de la Isla de Sayo, la flota norteamericana defendía la cabeza de playa en Guadalcanal. En la siguiente y hasta la última, la de la Bahía de la Emperatriz Augusta; defendía Bouganville. En todas las batallas intermedias a las dos mencionadas, los japoneses soportaron el persistente problema de enfrentar el combate mientras intentaban reforzar o replegar urca guarnición en las Salomón. Dos batallas de portaaviones, la de las Salomón del Este y la de las Islas Santa Cruz, estaban relacionadas de cerca con los acontecimientos de Guadalcanal. La poco consistente estrategia japonesa de parcializados impulsos de fuerza trasladó a sus comandos tácticos la tarea más ardua. Mantener el flujo de refuerzos hacia sitios donde los buques no podían permanecer era duro, ya que las unidades de superficie japonesas solo podían moverse durante unas pocas horas alrededor de la medianoche. Era una severa limitación que los pensadores tácticos norteamericanos dejaron mucho tiempo sin explorar. A pesar de su desventaja, los japoneses actuaron bien en las primeras batallas (las de agosto de 1942 a julio de 1943). Las causas fueron: -

Los EE.UU. no advirtieron que el arma mortal era el torpedo.

-

Los EE.UU. carecían de tácticas adecuadas

a la batalla nocturna a

distancias cerradas. -

Los EE.UU. eran muy lentos para aprender. A cacea de los frecuentes relevos de líderes tácticos; el ritmo del combate abrumó a los norteamericanos.

-

Por encima de todo, los norteamericanos no explotaron la potencialmente decisiva ventaja que les otorgaba el radar, o sea, el anticipo en la detección inicial y el tracking que daba el radar de búsqueda mar, y lar posibilidades de designación de blancos que permitía al radar de control de tiro. Aunque no todas las unidades estaban configuradas con ambos tipos de radar desde un principio el equipo disponible debió ser mejor empleado. A partir de agosto de 1942 y hasta julio de 1943, la Armada norteamericana

sufrió las consecuencias de estas cuatro falencias desde agosto de 1943 y hasta el final de las acciones de superficie en noviembre de 1943, finalmente asimilo las ventajas del potencial latente del radar, usando nuevas tácticas compatibles con el sistema. Primera fase, agosto de 1942 a julio de 1943 Desde el

comienzo, la táctica japonesa consistió generalmente en

aproximarse en columnas múltiples y cortas, entrar en distancia con todos sus buques simultáneamente y maniobrar defensivamente contra los torpedos. En algunas oportunidades

los destructores ocupaban estaciones a proa como

piquetes, previniendo emboscadas. Detectada la fuerza enemiga, pivoteaban, disparaban sus torpedos y caían en alejamiento. En ciertas circunstancias no abrían fuego de artillería en ningún momento. Por su lado la táctica norteamericana preveía una larga columna simple, con intervalos reducidos. La flota confiaba en obtener anticipadamente la detección e intentaba orientar la columna de forma tal que todos sus buques marcaran por el través al eje de la aproximación enemiga, cerrando su “T”. Se decía que la distancia de diez mil yardas, daría seguridad en contra de los torpedos y a sea vez seria perfecta para el propio fuego de artillería, y si el

enemigo mantenía la rigidez de su columna, el combate se definiría con cañones antes que el torpedo entrase en escena (y sí lo hacia, seria a tina distancia menor de cinco mil yardas para ser eficaz, según se conjeturaba entonces). Pero las distancias se cerraban muy rápidamente, los japoneses no se quedaban quietos y sus torpedos eran devastadores. Al principio, los comandantes no izaban su insignia en buques equipados con radar, las órdenes eran imprecisas o tardías, y las batallas se luchaban a quemarropa, a veces en medio de gran desorden. Más adelante los norteamericanos aprendieran a respetar la mortal eficacia de una barrera de torpedos masiva, lanzada contra una columna simple, extensa y brevemente espaciada, pero a raíz de que las batatas acontecían a una: distancia menor a la deseada o esperada, no advirtieron el hecho de que el torpedo japonés de largo alcance (Long Lance, su nombre código) era mortal a distancias equivalentes al alcance eficaz artillero de sus cruceros v destructores.8 8

Un rápido ejemplo de la técnica de lanzamiento de torpedos es el siguiente: la salva en abanico de torpedos japoneses era disparada en la dirección general de los fogonazos de boca de los buques norteamericanos (a veces sobre los faros de búsqueda).Una columna de ocho buques se estiraba a lo largo de unas cuatro mil yardas. A una distancia de cuatro a ocho mil yardas, la dispersión de la salva de torpedos era altamente probable que cayese dentro de los extremos de la columna blanco. Los buques de cien yardas de eslora y espaciados otras quinientas o seiscientas yardas provocaban que aproximadamente uno de cada seis torpedos hiciera impacto. Con unos treinta torpedos en el agua, invisibles e inesperados, los resultados debían ser -y fueron- letales, particularmente cuando un impacto sobre un crucero o destructor casi siempre alcanzaba la supresión del poder de fuego. El estudio efectuado por McKearney (1985) halló que la distancia promedio de apertura de fuego con torpedos a todo lo largo de la campaña era de ocho mil quinientas yardas, lo que hacia que la corrida promedio fuese del orden de siete mil o siete mil quinientas yardas (Pág. 154). El estudio concluye que la probabilidad de impacto en todos los enfrentamientos fue de 0.06, pero que en las batallas de Tassafaronga y del Golfo de Kula la probabilidad de impacto de los torpedos orilló 0,20 (extractado del apéndice A, Págs. 188 a 286). No todas las columnas norteamericanas eran de ocho buques, no todos los torpedos eran e confiables, y hacia finales de la campaña los norteamericanos aprendieron a rastrear las estelas de torpedos, de modo que las cifras corroboran las estimaciones teóricas.

La batalla de Cabo Esperanza, acaecida en la noche del 11 al 12: de octubres de 1942, y que tuvo lugar en el extremo norte de Guadalcanal, fue la primera oportunidad que tuvo la Armada Estadounidense de reunir una fuerza capaz, de proyectarse contra el Expreso de Tokyo después del desastre de la Isla de Sayo, sufrida cinco semanas antes. Ella es ilustrativa de las tácticas características de la primera fase de ambos contendientes y del ritmo de estas acciones. Los EE.UU. desplegaban una columna de nueve buques cerrando la “T” japonesa y cortando el paso de esa fuerza, compuesta por tres cruceros y dos destructores en “perfecta” posición. El intervalo entre los cuatro cruceros norteamericanos era de seiscientas yardas y el existente entre sus cinco destructores era de quinientas. Los cruceros livianos "Helena" y "Boise" emitían con sus radares de búsqueda de superficie (SG). En el buque insignia del almirante Norman Scott, el “San Francisco”, el radar estaba apagado debido a que por ser de un modelo más antiguo, su mayor longitud de onda era susceptible de ser interceptada por los japoneses. Echemos una mirada a la secuencia de los eventos a medida que la batalla se desarrolla (ver figura 5-1) 23:25: El "Helena" detecta a catorce mil yardas. Los aviones de spotting se encuentran en el aire, pero son inefectivos. El “Helena" evalúa, pero no informa nada. Trascurren siete minutos. 23:32: Scott invierte el rumbo por razones tácticas, sólo entendibles si se piensa que aún ignoraba la presencia enemiga que cerraba distancias a razón de media milla por minuto. Al hacerlo pone a sus tres destructores de vanguardia directamente por la banda aferrada de sus cruceros, levantando revoluciones para reganar sus posiciones de vanguardia. Extraña maniobra. Trascurren diez minutos.

23:42: El comandante del "Helena" informa contacto con el enemigo a seis millas por el través de estribor, posición óptima para el fuego artillero, excepto que, careciendo de radar, Scott no ve sus tres destructores interpuestos. Frente a la incertidumbre, Scott le pregunta al comandante de división de destructores la posición de sus buques. El capitán de navío Robert G. Tobin contesta que se encuentra manteniendo constante la marcación, por el través de estribor de los cruceros, justo en el medio de la columna. Sin embargo, solo dos de sus destructores estaban allí; el tercero, el "Duncan", no sigue sus aguas. Habiendo visto por radar al enemigo a cuatro millas, y creyendo que Tobin cargaba sobre ellos, el "Duncan" con proa al enemigo se encuentra ahora en medio de la tierra de nadie. Trascurren tres minutos. 23:45: Los cinco buques japoneses, ignorantes del peligro, se encuentran a dos millas y media, y el "Helena", que sabe dónde mirar, los tiene a la vista. Su comandante pide autorización para comenzar el fuego. Su señal es ambigua. Scott piensa que el "Helena" está preguntando si el OCT le estaba dando el "recibido" a algún otro corresponsal. Scott contesta “afirmativo" y se sobresalta al ver que el "Helena" abre fuego con quince bocas de seis pulgadas y cuatro más de cinco pulgadas.9 Trascurre un minuto. 9

La señal, ambigua de por sí en el libro de señales, era "interrogatory roger”.

23:46: Los japoneses están más atónitos que Scott. Hasta ese mismo instante, desprevenidos de la presencia norteamericana, se encuentran tan vulnerables como los norteamericanos lo estuvieron en Isla de Savo. Se ordena "rumbo-18" en alejamiento y por una vez omiten el lanzamiento de torpedos. 10 La distancia, ahora de dos millas, es la de trayectoria tendida, tiro horizontal. Trascurre un minuto. 10

"Rumbo-18" es una maniobra que implica seguir las aguas del buque cabeza de la formación; en este caso particular, hacerlo en un giro en sucesión de 180 grados.

23:47,Scott ordena retener el fuego, al momento en que todos sus buques excepto el propio buque insignia abren fuego. La orden es justificada, ya que el

"Farenholt" y el "Duncan" se encuentran en la línea de fuego y a posteriori mostrarán impactos de seis y cinco pulgadas en sus bandas de babor. Trascurren cuatro minutos. 23:51: Scott ordena reanudar el fuego que la mayoría de sus buques no habían interrumpido en ningún momento. Sus buques carecían de un plan de distribución del fuego, concentrando, en consecuencia, en lo que podían ver: dos desmantelados destructores en llamas. La distribución del fuego era un problema que no hallaría solución todavía. Los japoneses huyeron y pareciera que nadie sugirió una persecución en caliente. Cuatro cruceros y cinco destructores sorprenden por completo a tres cruceros y dos destructores enemigas. La flota norteamericana hunde o avería dos destructores y un crucero, sufriendo el hundimiento o avería de igual número de cruceros y destructores. Piran parte del daño recibido tiene su origen en el fuego de sus propios buques. Antes del hundimiento del "Duncan", se pudieron apreciar los impactos de la artillería norteamericana en su costado. La Armada Estadounidense pone al combate de Cabo Esperanza del lado de las victorias; el peso del número de bocas de fuego y la ventaja de la iniciativa debieron desencadenar un aniquilamiento. En esos primeros días de la revolución de los sensores, los EE.UU. emplearon con ineptitud el radar, la radio, las contramedidas electrónicas y el código de sedales. En Cabo Esperanza no dispararon un solo torpedo. Nunca más el enemigo fue sorprendido tan falto de preparación, tan poco alistado para contraatacar, o tan escaso de su arma mortal, el torpedo. La norteamericana era una fuerza reunida de ocasión. Morison dijo que la fuerza no disponía de plan de batalla alguno, siendo dé hecho la columna su plan. No existió sentido alguno de oportunidad en las decisiones tomadas entre la detección inicial radar y el instante del ataque. Y lo que fue peor, al asumirse a Cabo Esperanza como una victoria aparente, ésta sedujo a los EE.UU. a usarlas mismas tácticas en Tassafaronga y siguientes batallas. Seis semanas más tarde, en la batalla de Tassafaronga, se evidenciaron todas y cada una de las falencias norteamericanas: el grupo de unidades improvisado, conducción inexperta y la obsoleta y bien cerrada columna simple. Nuevamente los norteamericanos tenían la abrumadora superioridad en fuerzas, dada por cinco cruceros y seis destructores, para enfrentar ocho destructores, de

los cuales seis trasportaban abastecimientos, complementada con la sorpresa al detectar por radar, y con amplio margen de tiempo, a los japoneses. El fuego de artillería; fue abierto con control radar a la distancia ideal de ocho a diez mil yardas. Pero nuevamente un inadecuado sentido del ritmo del combate retuvo demasiado el fuego de torpedos, y redundó en que los norteamericanos mantuvieran el curso, en la creencia que se hallaban fuera del alcance de los torpedos enemigos. En esta oportunidad enfrentaban al formidable contralmirante Raizo Tanaka, quien había adiestrado grupos de destructores desde 1941. Sus buques estaban entrenados para reaccionar ante la sorpresa, rozando a un tiempo y disparando sus torpedos de largo alcance. Así lo hicieron; y de resultas de ello cuatro de los cinco cruceros norteamericanos fueron hundidos o averiados, frente a la pérdida por parte de Tanaka de un solo destructor que actuaba de piquete: El comandante norteamericano fue Carleton Wright, pero el plan no era suyo, lo heredó del comando anterior a quien había relevado dos días antes de la batalla. Trascurrido un tiempo, Nimitz dijo que las lecciones de la batalla eran "adiestramiento, adiestramiento y ADIESTRAMIENTO". Pero las conclusiones tácticas seguían escurriéndose entre los dedos norteamericanos. Segunda fase, julio a noviembre de 1943 Trascurrió un año y tres combates más a partir de la Isla de Savo, hasta que los norteamericanos encontraran la vuelta. Los japoneses repitieron sus tácticas

aunque

con

mayor

eficiencia

y

mejor

exploración:

emplearan

reconocimiento aéreo nocturno: contramedidas radar y un radar rudimentario. Los EE.UU. enfrentaban un enemigo más arduo, pero pelearían con mayor habilidad. En primer lugar, contaban con unidades adiestradas. En segundo lugar, el adiestramiento se había hecho sobre tácticas sensatas. Los torpedos serían lanzados por divisiones pequeñas compactas de tres o cuatro destructores. Dos divisiones trabajaban en conjunto; una lanzaría y caería hacia afuera, dando lugar a la entrada de la segunda; luego las dos harían la limpieza final con fuego de artillería. Los cruceros, aunque presentes, serían mantenidos más allá de las diez mil yardas en prevención de los torpedos japoneses. Era mejor dejar a los destructores hacer el gasto, ya que ellos tenían el arma mortal.

Fue en la batalla de Golfo Vella, 6 al, 7 de agosto de 1943; cuando las tácticas norteamericanas se solidificaron: La Armada Norteamericana tenía el anticipo habitual de que se realizaría una misión. japonesa: de refuerzos. En esta oportunidad se envió al acecho a los destructores solos, con la misión a cargo del capitán de fragata Frederick Moosbrugger contando con el poder de fuego, la ventaja de exploración y las tácticas disponibles para fundirlas en acción. De acuerdo con E. B. Potter; Moosbrugger empleó el plan de batalla de Arleigh Burke.11 Era evidente que llevaba él, talento de Burke. El plan era parecido al de la figura 5-2. 11

Potter, Pág. 313

La fuerza estaba compuesta por dos divisiones de tres destructores cada una, bien adiestrados y dispuestos como para no interferirse mutuamente, con la ayuda del radar. Maniobrarían con la precisión del rayo. La primera división a cargo de Moosbrugger llevaba cuarenta y cuatro torpedos y lanzaría el máximo número posible. La segunda terna a las órdenes del capitán de fragata Rodger Simpson, con más capacidad antiaérea, portaba solo veinticuatro torpedos. Ambas divisiones aproximarían al blanco con proa a la amenaza de torpedos enemiga; luego rotarían para lanzar sus propios torpedos. A la manera japonesa, todo esto sería conducido veladamente, sin abrir fuego de cañones. Luego de la conmoción causada por la barrera de torpedos, la artillería y la agresividad podían ser usadas en la proporción del daño infligido al enemigo, pero a esa altura los destructores debían a su vez tener cuidado del aguijón mortal del oponente. En la noche del 6 de agosto la lluvia tropical nublaba las pantallas de los radares SG (búsqueda mar) de las dos cortas columnas de Moosbrugger. Las islas que rodean Kolombangara y Vella Lavella confundían los ecos del radar y presentaban las complicaciones habituales de las operaciones militares. Habiendo sido, localizados por un avión norteamericano ya de noche, horas atrás, los japoneses se mantenían alertas por la posible presencia de una fuerza naval norteamericana.

Su misión era reforzar la guarnición militar de Kolómbangara. Con cuatro destructores-transportes, su desventaja era de 213. Esas -proporciones ya las habían derrotado antes.12 12

De todos modos, ninguno de los dos bandos conocía con precisión las cifras del oponente antes de la batalla.

La fuerza de Moosbrugger detectó a, la japonesa a diecinueve mil yardas. Todos los buques fueron alertados de inmediato. Moosbrugger cambió el curso a estribor treinta grados, con ambas columnas siguiendo las aguas de los respectivos guías para acercarse babor con babor al enemigo. Las soluciones de control tiro de torpedos y artillería fueron puestas en marcha con la ayuda de desprevenido enemigo, que mantenía rumbo y velocidad. Exactamente siete

minutos después la distancia era de cuatro millas. Estimando los vigías una visibilidad de dos millas en la negrura de la noche, había llegado el momento de actuar. Moosbrugger dio la orden de empezar el fuego, simple y sencilla, poniendo todas las ruedas de inercia de su semiautomático plan, a girar en sincronismo. Los torpedos de babor, veinticuatro en total, se zambulleron desde los buques. La distancia de fuego era de siete mil trescientas yardas para una corrida prevista de cuatro mil yardas, lo mejor que se podía esperar, e incluso desear. Un minuto después llegó la orden de "giro nueve" dada por Moosbrugger. Su división giró a un tiempo, noventa grados a estribor, saliendo del camino dula segunda, y rastreando las estelas de los torpedos, de un posible contraataque enemigo. Al mismo tiempo, Simpson gira a un tiempo con sus tres buques a babor y entra en acción. Las dotaciones de tres de los destructores japoneses apenas pudieron entender qué se abatía sobre ellos. Del lado norteamericano desbordaba la tensión, recordando la humillación de batallas anteriores, perdidas durante lo que debió haber sido la fase de barrido final. Pero no esta noche. Como en todas las buenas batallas navales, el resultado fue consecuencia de un plan factible, cohesionado tácticamente por medio del adiestramiento, la buena exploración y la rápida, proyección de un arma mortal. Tres de cuatro buques japoneses fueron hundidos, al costo de la mano quebrada de un artillero norteamericano. Al igual que Nelson, Moosbrugger hizo que una táctica sensata pareciera fácil. La Armada Norteamericana había hallado una láctica que cuadrara con la ventaja que otorgaba el radar, y que a su vez neutralizara la ventaja que ostentaba el torpedo japonés. A través de ella podían ahora vencer a los japoneses con el arma elegida por ellos. Buenos sensores más una buena exploración pueden vencer a un poder de fuego superior. Los EE.UU. alcanzarían la victoria de la mano de los buques pequeños, porque eran ellos los que tenían el arma superior. El torpedo de los destructores, y no el cañón de los cruceros, era quien reinaba de noche. Golpear y moverse era la clave; ya no servía cerrar la “T”; las unidades debían ser ágiles antes que fijas en una firme, estable y sólida columna suicida. Todavía habría un retroceso en la batalla de Vella Lavella, los días 6 y 7 de octubre de 1943. Fue otro caso de un comandante, sin experiencia de combate, a

cargo de una fuerza improvisada, compuesta nominalmente por seis destructores; en realidad, solo tres, enfrentando nominalmente a nueve; en realidad, seis destructores japoneses. El comandante norteamericano capitán de navío Frank Walker, optó por embestir con tres buques antes que esperar por otros tres, alejados diez millas. Tuvo la habitual ventaja radar, lanzó catorce torpedos a siete mil yardas, cambiando luego .a fuego de artillería mientras corrían sus torpedos. Al mantener presentados sus costados al enemigo, los tres destructores pagaron el precio: dos de ellos fueron torpedeados y el tercero chocó con uno de los averiados. Tres destructores fuera de combate contra solo uno japonés hundido, que viró hacia los torpedos norteamericanos en lugar de hacerlo en alejamiento. Luego devendrían las obras maestras de las batallas de la Bahía de la Emperatriz Augusta y Cabo San Jorge, luchadas por líderes tácticos por excelencia de la talla de Stanton "Tip" Merrill y Arleigh Burke. No es necesario volver sobre todos sus detalles. Bahía de la Emperatriz Augusta (2 de noviembre de 1943) luce menos decisiva en las estadísticas de lo que fue en realidad: un crucero liviano y un destructor japoneses hundidos y un crucero pesado averiado en una colisión, a cambio de un destructor norteamericano averiado. La misión de Merrill era defender la playa de desembarco en Bouganville. Su fuerza de cuatro cruceros livianos y ocho destructores fue lanzada al ruedo junto a una fuerza, que, hoy sabemos, estaba compuesta por dos cruceros pesados, y ocho cruceros livianos y destructores; entonces, en los papeles, se suponían fuerzas equivalentes. El plan táctico de Merrill preveía mantener los cruceros a gran distancia, del orden de dieciséis mil yardas, haciendo cambios de rumbo de 180 grados a intervalos que impidieran la solución del problema de control tiro por parte de los japoneses, al mismo tiempo que se interponían entre los cruceros pesados japoneses y la cabeza de playa. Para cumplir con todas las exigencias sacrificaría parcialmente la eficacia artillera, penalidad mínima teniendo en cuenta que, de cerrar distancias, sus cañones de seis pulgadas no ganaban suficiente eficacia antes de ponerse a sí mismos dentro del alcance de los torpedos de largo alcance japoneses. Los destructores, cuatro a las órdenes de Burke a la cabeza de la columna y otros cuatro a popa, a las órdenes de Bernard "Count" Austin, serían los perros rabiosos sueltos, acometiendo con sus torpedos. Las tres columnas aisladas perdieron el control y los resultados fueron confusos. Algunos de los cuatro buques de Burke se desperdigaron y tuvo que

evolucionar desordenadamente para reorganizarse, al punto de abrir fuego de cinco pulgadas sobre Austin. Merrill retuvo con riendas cortas a sus cuatro cruceros fuera de la zona peligrosa de torpedos. Sus buques aplacaron al enemigo con fuego de artillería, manteniéndolos ocupados, mientras los destructores embestían. procurando hacer el mayor daño a su alcance mediante torpedos. El ataque norteamericano creó tal incertidumbre entre los japoneses, que éstos se alejaron abandonando su misión. Durante la batalla los buques japoneses fueron prácticamente ineficaces. Las fuerzas estadounidenses habían aprendido a sobrevivir a base de agilidad de movimientos. Su fuego de artillería no repercutió mayormente. Morison estima que solo se alcanzaron veinte impactos de seis pulgadas de los cuatro mil seiscientos disparos efectuados. La corrección nocturna del tiro evidenció ser muy ardua; los japoneses, a posteriori, dijeron haber apreciado un sostenido error en deflexión. Sensatamente Merrill declinó la persecución, ya que, próximos al amanecer, por esta vez serían los norteamericanos los que quedarían expuestos al ataque aéreo desde Rabaúl. En la batalla de Cabo San Jorge, el 25 de noviembre de 1943, Burke tuvo oportunidad de ensayar su ya patentada táctica de golpear con la izquierda y volver a golpear con la derecha. Tenía cinco destructores distribuidos en divisiones de tres y dos buques, respectivamente, dando poyo a otro, distanciado cinco mil yardas. Su nominalmente equivalente enemigo disponía de dos destructores nuevos, escoltando a tres destructores-transportes a quienes arrastraban trece mil yardas tras de sí (es decir, a veinte minutos de navegación). El comandante japonés no llevaba radares encendidos y sus buques rezagados eran efectivamente una fuerza a ser protegida, no una que pudiese brindar apoyo mutuo. Frente a las unidades de Burke eso era fatal. Burke detectó a los incursores a once millas en su radar y ajustó el curso. Quince minutos más tarde y a tres millas náuticas de distancia, sus tres destructores, todavía indetectados, lanzaron quince torpedos. Estos hirieron mortalmente a los dos destructores adelantados. Arremetió entonces contra los tres destructores-transporte. Proa hacia ellos, sus buques eludieron una confusa masa de torpedos durante una cacería en persecución que duró dos horas, y hundieron un destructor. Resulta justo premio para quien concibió la táctica. de Moosbrugger: haber dado fin a la campaña de acciones nocturnas de las Salomón con una pequeña obra maestra táctica.

Las Salomón: una conclusión ¿Cómo recapitular entonces un año y medio de acciones nocturnas, de las cuales once merecen el título de batallas? El. radar era el nuevo sensor, y como tal debía ser integrado tácticamente. La noche ofrecía una magnífica posibilidad de hacerlo; la oscuridad es al radar lo que el agua al pez, y ese equipo debió haber dado a la flota norteamericana una ventaja decisiva. En las circunstancias de estos encuentros, cerrar la “T” tenía escaso sentido. La mejor táctica era aproximarse en un frente amplio, presentando la proa (en la práctica se trataba de columnas cortas por el través), girar a un tiempo hacia cualquier banda una vez en distancia,' y lanzar una barrera de dos o tres docenas de, torpedos, para luego dar la popa a la réplica enemiga. Uno de los errores norteamericanos fue olvidar que el combate es una competencia de dos bandos. Las tácticas de la línea se fundamentaban en el poder de fuego de los costados. ore normalmente duplicaban el que se podía obtener de proa o de popa. Esas mismas tácticas omitían el hecho de que tima columna mostrando sus costados exponía diez veces más obra viva que una línea de frente, presentando la proa o la popa al enemigo. La línea de batalla impuso a los norteamericanos, según los cálculos hechos con fuerzas en oposición, una penalización de 5 a 1 comparándola con la superficie presentada por la formación en línea de frente. Existía una tierra de nadie, de aproximadamente unas cinco millas de ancho, donde los cruceros eran intrusos imprudentes. Lo que sucedía es que mediante una ' barrera dé torpedos, un puñado de buques menores podía destruir un tonelaje superior a su desplazamiento; una fuerza superior de acuerdo con las evaluaciones entonces corrientes. En algún lugar del Valhalla de los guerreros, Jellicoe debe de haber mirado hacia abajo, hacia esas noches perforadas con la violencia del torpedo, sacudiendo su cabeza con una leve sonrisa por la tozudez de esos norteamericanos, que tardaron tanto en aprender lo que él ya sabía en 1916. En las primeras batallas, los norteamericanos estaban sentenciados por sus fuerzas reunidas de ocasión, faltas de adiestramiento y que usaban la única táctica de superficie que sus oficiales conocían y habían practicado, la de la columna de batalla. Tal vez aquella era la única táctica que esos norteamericanos

eran capaces de ejecutar en aquellos primeros días para enfrentar no solo a la amenaza japonesa, sino también el riesgo de navegar a alta velocidad en la oscuridad y en aguas pocos profundas, en su mayoría no relevadas. Aun así, nos queda la impresión de que aquellos primeros comandantes tácticos conocían poco, o no conocían, la importancia de sus radares ni los peligros de la longilínea columna. Particularmente en los primeros combates pareciera que no tenían el sentido del ritmo necesario para mantener el control ante oponentes que se aproximaban una milla en cada minuto. Los comandantes tácticos empujaban a sus destructores de vanguardia hasta casi la colisión con el enemigo, antes de abrir fuego de artillería. Los japoneses nunca tuvieron ese problema. Avistado el enemigo, rolaban de inmediato y lanzaban su abanico de torpedos. Sus tácticas eran coherentes. Previamente a la guerra, instalaron torpedos en sus cruceros mientras qué los norteamericanos los quitaron, en la creencia de que la batalla moderna la decidirían los cañones, fuera del alcance de los torpedos. Desde el comienzo, el OCT japonés izaba su insignia en la vanguardia, normalmente en el primer buque, tras la moda impuesta por el almirante Togo. El comandante norteamericano, en su crucero insignia, formaba bien atrás en la columna simple (en dos de las batallas, en el sexto buque). Cuando se requería acción repentina, era poco eficiente maniobrar la columna desde el medio. La confusión de Cabo Esperanza ejemplifica acerca del problema que ello introducía: El emplazamiento del buque insignia en el medio era, un resabio de buen sentido táctico que había quedado obsoleto; un claro ejemplo de la tradición imponiéndose a la apreciación de las nuevas circunstancias tácticas. En las últimas cinco batallas, incluyendo la de la Bahía de la Emperatriz Augusta, después qué Merrill revirtió el descontrol inicial de los destructores, el OCT norteamericano ocupó el buque cabeza de la formación y los resultados fueron benéficos. Los japoneses practicaron tácticas nocturnas durante la paz y por lo tanto sabían cómo combatir desde el inicio de la campaña. Para los norteamericanos la solución táctica fue fruto tardío y al precio de la experiencia. Cada vez que releo los detalles de estas batallas espero encontrar que cada uno de los comandantes norteamericanos progresaba al aprender sobre la marcha y consecuentemente adiestraba sus unidades. Por cierto que las intensas operaciones en el estrecho de Slot (la actitud del lector, que localiza su atención

solo en los grandes encuentros, pasa por alto que noche tras noche los buques saltan a patrullar o a enfrascarse en bombardeos costeros) ayudaron a foguear a conductores y a sus dotaciones en 1943. Pero, con solo una excepción, no podemos hallar un OCT norteamericano que haya luchado en dos acciones nocturnas. El comentario apunta a los rápidos relevos de comandos y estados mayores. Ya mencionamos los casos de Wright y Moosbrugger, quienes asumieron cuarenta y ocho horas antes dé entrar en combate. El almirante William F. Halsey, como comandante del Pacífico Sur, no eludió ninguna ocasión de combatir, manteniendo. a raíz de ello una constante demanda de buques, en especial destructores. Ningún oficial dirigió más de dos batallas, ni comandó en más de una oportunidad los mismos buques. El único oficial que luchó en dos combates y evolucionó fue Arleigh Burke, y ni siquiera tuvo la conducción total de la fuerza en Bahía de la Emperatriz Augusta. No podemos sino preguntarnos qué hubiese ocurrido si Burke o Merrill hubieran peleado igual número de combates que Nelson. Burke era el mejor proyecto de comandante táctico, para oponer a quien jamás tuvo la oportunidad de enfrentar, el temible genio japonés, el tenaz Tanaka.13 14

En honor a la verdad, debo decir que los japoneses tampoco combatieron en oportunidades sucesivas con los mismos buques, pero la integridad doctrinaria y el intenso adiestramiento nocturno cohesionaron sus fuerzas.

Las viejas ideas de concentración de fuerzas fueron cuestionadas en las Salomón. Una fuerza más pequeña que otra disponía del poder de fuego a la predominantemente corta distancia como para devastarla y sobrevivir. El muy difundido principio de vencer mediante una concentración superior de poder ofensivo tuvo que ser mantenido en suspenso por los norteamericanos. No quepan dudas de que volveremos a ver circunstancias donde la ciencia de las Salomón prevalezca: tal es el caso de buqués menores, armados con el número suficientes de misiles como para llevarse por delante fuerzas más importantes. Como adecuado final de esta sección es oportuno echar un vistazo a la estrategia, específicamente, al significado estratégico de las tácticas de las Salomón. Daría la impresión que existió del lado japonés una tendencia a abandonar posiciones ganadoras (Pearl Harbor, Mar de Coral, Isla Savo, Samar) y

a perseguir obstinadamente causas perdidas (toda la campaña de Guadalcanal, las intrépidas operaciones de refuerzo de Tanaka a Guadalcanal, la batalla del Mar de las Filipinas). Las exitosas tácticas nocturnas japonesas de 1942 eran golpear y correr.14 Las exitosas tácticas norteamericanas de 1943 eran golpear, esquivar y golpear de nuevo. Las fuerzas norteamericanas en algunas oportunidades sufrieron duras penalidades por llevar imbuido en ellas el aguantar la acometida enemiga. Pero lo que tácticamente fue costoso pudo a la larga redituar estratégicamente. 14

Esto no implica negar el coraje japonés para detenerse a recoger sobrevivientes, lo que hacían con gran pericia. La táctica japonesa respondía a la estrategia prevista antes de la guerra de desgastar la flota norteamericana para llevarla a un tamaño enfrentable.

El radar y la defensa aérea La batalla de la Bahía de la Emperatriz Augusta nos ofrece también una coda, que nos dice mucho de la habilidad de las fuerzas norteamericanas en 1943 para defenderse con el concurso del radar de los ataques aéreos. Después de la batalla, Merrill se encontraba francamente dentro del radio de acción de la poderosa Rabaúl, y sabía que por la mañana vería un ataque aéreo japonés en gran escala, a la manera de los ataques que desde Henderson Field se lanzaban sobre el Expreso de Tokyo en su camino de regreso, por aquellos días de Guadalcanal. Merrill reunió sus cuatro cruceros livianos y cuatro de sus destructores en una apretada rueda de carro antiaérea. El ataque se produjo con la potencia de cien aviones, siendo ésta la oportunidad que dio la más palpable evidencia de que una flota moderna de superficie, concentrada y bien conducida, puede enfrentar el ataque aéreo. Los buques erizados de cañones de Merrill mostraron que la defensa antiaérea era su fuerte. Los cruceros solamente dispararon mil proyectiles de cinco pulgadas y más de trece mil de cuarenta y veinte milímetros. El ataque japonés obtuvo dos impactos de bomba, causando daños menores, perdiendo diecisiete aviones en la acción. La lucha duró siete minutos, lo que significa que los cruceros dispararon treinta y cinco granadas por segundo, en lo que seguramente constituyó una amedrentarte barrera. 15 El radar dio a las fuerzas de

Merrill tanto alerta temprana cuanto control de sus interceptores (una inadecuada PAC con base en tierra), y además (estoy adivinando) las espoletas de proximidad, equipadas también con un radar, hicieron de sus cañones de cinco pulgadas doble propósito los más efectivos protagonistas de la batalla. 15

Morison, vol. 4, Pág. 321. Nótese que los cruceros dispararon más de ochocientas granadas por cada avión enemigo abatido.

Esto ocurría el 2 de noviembre de 1943. Tres días más tarde los portaaviones "Saratoga" y "Princeton" del contralmirante Frederick C. "Ted" Sherman fueron enviados por Halsey a atacar Rabaúl. Hasta ese instante, Rabaúl era fruto prohibido. Con sus, por lo menos, setenta casas en tierra, su puerto rodeado de cañones antiaéreos, el volumen de fuego de siete o más cruceros pesados y una bandada de buques menores, sus defensas e,-,n intimidantes. Pero los japoneses estaban preparando una masiva acción de superficie, y Halsey, que no disponía ni de un solo crucero pesado para enfrentar una acción nocturna, estimó necesario el riesgo de un ataque aéreo. Con Sherman destacó cuarenta y cinco aviones de ataque y cincuenta y dos caras. 16 Los aviones de reconocimiento japoneses difundieron su informe, pero Rabaúl, sin alerta radar, resultó completamente sorprendido por el ataque. Los aviones golpearon sobre la más cerrada formación de buques, alejándose con pérdidas producidas en su mayoría durante la retirada de solo diez aviones. Averiaron cuatro cruceros pesados, dos cruceros livianos más dos destructores, y los japoneses debieron abandonar todo excepto una salida nocturna para aliviar la presión sobre Bouganville. 16

Obsérvese la gran proporción de aviones interceptores. Por orden expresa de Halsey, Sherman envió todo lo que tenia. Se suponía que la cobertura contraaérea de sus portaaviones seria dada por aviones terrestres.

Para evaluar la importancia del radar, basta con pensar en invertir las misiones y la ubicación de ambas flotas. Los pilotos norteamericanos reafirmaron su supremacía sobre los aviadores japoneses, pero no debemos olvidar el papel desempeñado por las unidades de superficie, acelerando el proceso, ni al radar

que era tan eficiente en' la tarea de alerta temprana y control de la artillería antiaérea. El submarino y los sensores Este libro tiene poco que decir sobre las guerras de los submarinos. Se debe a que las operaciones anfibias y los ataques aéreos requieren buques de superficie, y porque las acciones de superficie ofrecen las mejores oportunidades de controlar el mar. Los submarinos pueden negar, pero no ejercer, el control del mar. Los submarinos no hacen sino que impiden, salvo en la guerra nuclear, en la que están llamados a desempeñar un papel fundamental. Las tareas de los submarinos se dividen en dar apoyo a la flota o atacar el tráfico marítimo, en una especie de guerrilla en el mar. El submarino da apoyo a la flota explorando donde ningún otro artefacto de guerra puede hacerlo y atacando y debilitando al enemigo. Estos fueron los papeles primarios de los submarinos alemanes, italianos, japoneses, británicos y norteamericanos. El combate del Mar de las Filipinas (junio 1944) sirve al igual que cualquier otro para demostrar la eficacia de los submarinos en el apoyo a la flota. Los submarinos fueron los primeros en avistar a los japoneses e informar acerca de la composición de su flota. Antes de finalizar la batalla hundieron dos grandes portaaviones japoneses, marca que supera a la de los aviones de Mitscher. Reuniendo en una sola lista portaaviones grandes, livianos y escoltas, hundidos durante la Segunda Guerra Mundial, las aeronaves de todas las nacionalidades hundieron veinte portaviones con 342.0(X) toneladas. Los submarinos hicieron lo mismo con quince portaaviones y 306.000 toneladas (en Midway el ya averiado portaaviones "Yorktown" fue en realidad hundido por el submarino 1-168, pero se lo acreditó a la aviación). Los buques de superficie hundieron dos portaaviones con 30.000 toneladas. Hubo tres grandes esfuerzos de la guerrilla submarina contra el tráfico de superficie: la campaña alemana en el Atlántico, la campaña desatada por los británicos para vedar el reabastecimiento alemán en el norte de Africa y la campaña submarina norteamericana para aislar a Japón del petróleo y otros abastecimientos. Desde cualquier patrón de medidas las tres fueron formidables y la última puede catalogarse de exitosa. Aun la campaña alemana en el Atlántico, que derivó en una inigualada matanza de los más valientes hombres que jamás se hicieron a la mar, al decir del almirante ruso Gorshkov, puede ser considerada un triunfo estratégico, a base del vasto y desproporcionado esfuerzo impuesto a los

aliados, quienes debieron invertir muchas veces más hombres y recursos en su victoria, que los que la marina de Hitler afectó. Pero entonces, dejando de lado ciertas ineficiencias propias. los aliados no tenían otra opción La Alemania nazi tenía una tremenda ventaja, y la explotó inmisericordiosamente; los aliados necesitaban el control de la superficie del océano. Los submarinos fueron los últimos de una larga tradición de corsarios de los mares. Durante la más fructuosa de las épocas de la guerrilla en el mar, Francis Drake, John Hawkins y sus compatriotas isabelinos obtenían doble beneficio: le negaban al enemigo el usufructo de los bienes del buque, y tras capturarlos trasladaban su botín a Inglaterra. Más tarde Raphael Semmes, comandante del buque confederado "Alabama", pudo destruir, pero pocas veces retener a sus presas. Iniciada la Segunda Guerra Mundial, los corsarios de superficie "Graf Spee" y "Bismarck" fueron sentenciados por la criptoanalítica, la vigilancia aérea y el radar. Para escapar, los corsarios del siglo veinte debieron ocultarse bajo la superficie del mar. Durante la Primera Guerra Mundial y a comienzos de la Segunda, los submarinos se comportaron como corsarios de superficie que se sumergían para eludir el ataque. Esto se tradujo en que los submarinos forzados a la inmersión por los aviones (lo suficientemente lejos de los convoyes) eran ineficaces. A mediados de 1943 fueron los aviones los que quebraron la columna vertebral del momento culminante de los submarinos alemanes, cuando en un día promedio 104 de ellos acechaban los mares. Los aliados alcanzaron la victoria en la batalla del Atlántico mediante una combinación de patrullas aéreas ofensivas en la bahía de Vizcaya y patrullado aéreo defensivo alrededor de los convoyes. Las aeronaves con radar primero sofocaron a los submarinos en tránsito, y luego, drásticamente, cercenaron su capacidad de maniobra en proximidades de los convoyes. El radar fue esencial para el esfuerzo aliado, y los radares de búsqueda incentivaron el primer gran duelo entre medidas y contramedidas en el ámbito de la exploración. No podemos aquí recapitular sobre cómo Gran Bretaña se mantuvo a la vanguardia de los sistemas alemanes de detección mediante el recurso del cambio de frecuencias, pero resultaría una historia instructiva. Los investigadores operacionales británicos hallaron la forma de localizar las posiciones de los submarinos alemanes a través de sus emisiones en las

frecuencias radar de los aliados.17 En realidad, esos análisis no eran necesarios. Los círculos más allegados al comando aliado ya las conocían dado que los británicos habían descifrado las claves alemanas. 18 17

Blackett, Págs. 222 y 223. Entre los muchos relatos de este duelo electrónico, uno de los mejores y más concisos es el de Tidman, Págs. 75 a 80. 18

Esta fue la deducción hecha por los analistas operacionales norteamericanos en 1943. Según cuenta Tidman, Jay Steinhardt calculó que las localizaciones pretendidamente alcanzadas por medio de marcaciones radioeléctricas (RDF) eran diez veces más precisas de lo que debían de haber sido. Así las cosas, le llevó su inquietud a Philip Morse, director del grupo de analistas antisubmarinos, quien a su vez confrontó los datos con su jefe naval. "El gato había escapado de la bolsa" y finalmente la verdad les fue confiada a Morse y Steinhardt. A pesar de ello ni un susurro del secreto se filtró en la vasta proliferación de literatura del análisis operativo.

La explotación de dichas claves, las ultra secretas, era el arma más importante en la desatada guerra de sensores durante la batalla del Atlántico. El almirante Dönitz dirigía a sus submarinos desde tierra. Hacia 1942, la exploración y la concentración de ataques sobre los convoyes eran obtenidas a través de "manadas" de submarinos. En virtud de que los sumergibles no podían comunicarse libremente, Berlín oficiaba de coordinador táctico, dando oportunidad a la mayor de todas las campañas de explotación de señales. En mayo de 1941 los británicos habían sustraído del submarino "U-110" una máquina de cifrar, comenzando a leer (intermitentemente) los mensajes enemigos. A ello se sumaban las triangulaciones aliadas sobre las posiciones dedos submarinos, complementando el criptoanálisis. Los submarinistas alemanes supusieron que a través de impulsos muy breves de trasmisión tecnológicamente sofisticada harían imposible la triangulación; estaban equivocados. La información descifrada era, desde luego, de la mayor importancia estratégica. La inteligencia brindaba una evaluación muy precisa tanto del' orden de batalla en el Atlántico cuanto del adiestramiento avanzado en el Mar Báltico. Por ese medio se obtuvo abundante y gratuita información de los movimientos de submarinos y de sus planes de ataque, ordenados a través de miles de millas desde Berlín. Otro beneficio incalculable otorgado por el hecho de haber podido leer a Hydra (la máquina de cifrar que inicialmente equipó a todos los submarinos

alemanes) a lo largo de un tiempo tan prolongado fue que nos permitió apreciar íntimamente los procedimientos usados para su conducción, y tal vez hasta de la forma en que trabajaba la mente de Dönitz, Conocíamos los métodos de los submarinos, la velocidad de avance promedio hacia y desde el área de patrulla, la autonomía de los diversos tipos de submarinos y las características de sus comandantes, los tipos de línea de patrullado favoritos y el, exacto significado de los breves signos usados para informar avistajes, meteorología o posición.19 19

Beesly, Pág. 116:

No sorprende. que el magnífico estudio táctico norteamericano A5W in World War II (Guerra antisubmarina durante la Segunda Guerra Mundial), publicado en 1946 y de carácter clasificado entonces, sea tan rico en detalles, dando incluso los nombres de los ases alemanes. 20 Lo asombroso es que el secreto de Hydra fuese tan bien guardado. En este estudio oficial, virtualmente la única mención sobre ruptura de códigos se relaciona con la captura del "U-505" en junio de 1944. Los autores mencionan que ella brindó importante información en relación con los códigos alemanes. La verdad era que el USS "Guadalcanal" y sus escoltas capturaron en rápida sucesión cuatro submarinos, uno de los cuales fue el "U-505", en virtud de que los aliados ya poseían los códigos y sabían de antemano dónde enviar al almirante Daniel Gallery con su grupo de caza y ataque. 20

Sternhell y Thorndike, Págs. 4, 10. 11, 20 y 81.

De lo que se sabe sobre la ruptura de códigos y de la influencia ejercida por éstas en las campañas del Atlántico y Pacífico es razonable inferir que: -

La guerra de guerrillas en el mar, es decir, la moderna guerra de curso, hecha en forma descubierta, está condenada al fracaso debido a los modernos sistemas de vigilancia.

-

Ocupando el exceso de confianza un lugar destacado entre las causas, las emisiones desde la costa hacia el mar son especialmente vulnerables. Los

comandos operativos remotos, que siendo tácticos revelan información de combate, requieren una especial disciplina de comunicaciones. Interacción táctica entre fuerzas costeras y fuerzas en el mar Recalaremos ahora sobre el último factor referente a sensores, exploración y contramedidas. Como ya enfatizamos en el capitulo 1, el vínculo estratégico entre eventos en tierra y eventos en el mar ha sido siempre el factor determinante del lugar y de la escala de la mayoría de los combates navales y de las misiones de ambos contendientes. La Segunda Guerra agregó importancia a la interacción táctica tierra-mar, siendo el avión y sus roles responsables de ello. En esta breve sección consideremos los efectos que la revolución de los sensores, que dio lugar a tantas nuevas posibilidades, tuvo en la guerra de informaciones y en el comando naval. En primer lugar vemos que durante la Segunda Guerra el comando táctico se ejerció en gran medida desde tierra: Yamamoto, Dönitz, Nimitz y Halsey, todos ellos participaron en mayor o menor medida en los desplazamientos tácticos de sus buques. En el registro de las comunicaciones de Halsey desde la costa en Noumea, se pueden encontrar órdenes de dar comienzo a operaciones en el Pacífico Sur, en latitudes y longitudes precisas y horas específicas., El comando táctico y, aún con mayor frecuencia, lo que es dado en llamarse arte operacional, se -han practicado desde tierra, de modo que la fuerza naval de ataque en el mar pudiese mantener el silencio radioeléctrico hasta el momento en que su presencia era advertida por el enemigo. Aun en el caso de que no existan posibilidades de explotar la criptoanalítica o de obtener marcaciones goniométricas, el análisis del volumen de las comunicaciones revelará la inminencia de las operaciones. A menudo sucede que aunque el texto no sea descifrado, sí lo es el encabezamiento, dando idea de los comandos y buques involucrados. Tanto japoneses como norteamericanos hicieron uso de aviones de reconocimiento basados en tierra, en parte para ayudar a encubrir la posición de las fuerzas en el mar, pero también aprovechando la gran autonomía y radio de acción de esas aeronaves. Los japoneses, en mayor medida que los norteamericanos, emplearon reconocimiento externo a la fuerza, economizando medios de los portaaviones para destinarlos al ataque. En el Mediterráneo una de

las deficiencias más serias y que socavó la confianza y moral de la Armada italiana fue el inoperante reconocimiento aéreo con base en tierra. Encuentro escasamente necesario constatar nuevamente que la proyección del poder desde el mar hacia las costas durante ahora del largo brazo de la aviación embarcada. En cambio sí es interesado en atacar la pobre eficacia de los ataques lanzados desde tierra contra blanco móviles. Tanto la Fuerza Aérea Norteamericana como la Italiana tenían supuestamente una misión de atacar buques y fallaron su propia arma aérea, debiendo, por ello, depender del reconocimiento que debería prestar la Fuerza Aérea Italiana, resultando gravemente dañada por la ineptitud del apoyo recibido. Por su lado, los japoneses operaron aviones navales desde tierna con éxito, destacándose marcadamente el hundimiento del HMS "Repulse" y del HMS "Prince of Wales" con torpedos. No hay nada intrínsecamente erróneo en los ataques lanzados desde tierra sobre blancos en el mar, si los aviones están adiestrados y poseen el sistema de armas adecuado para la misión. Las principales restricciones tácticas de los ataques desde tierra en la Segunda Guerra fueron la falta de movilidad y de poder de concentración de medios. La débil estructura de comando y la carencia del adiestramiento especial que se requiere para impactar en buques con capacidad de maniobra fueron las principales (e injustificadas) razones del -generalizadopapel deslucido de los ataques terrestres a fuerzas en el mar. El avión costero de patrulla antisubmarina demostró gran eficacia en sus patrullas solitarias, seguras y a gran distancia. La naturaleza de las tácticas a ejecutar le permitían ser grande y persistente. Los británicos fueron lentos en advertir sus posibilidades. Habiendo sufrido el hundimiento del HMS "Courageous" en la primera semana de guerra, concretado por "U-29", la Armada Real no atinó a explotar el hecho de que los aviones costeros eran un medio seguro de operar en contra de los submarinos. Por tres años y medio los británicos vacilaron, hasta que las exigencias de la guerra en el Atlántico forzaron el cambio. El punto de inflexión se produjo a comienzos de 1943, con la transferencia de escuadrones del comando de bombardeo al comando costero. Al mismo tiempo los británicos persuadían al presidente Roosevelt para que destinase los nuevos aviones Liberators, de fabricación norteamericana, de los que se iniciaba una producción

seriada en gran escala, al patrullado antisubmarino, tarea que calzaba a la medida de esas aeronaves de largo alcance.21 21

Blackett, Pág. 227

La Alemania nazi desaprovechó una oportunidad dorada de explotar en la guerra naval sus aviones costeros. Tras la caída de Francia, la Luftwaffe, en unas pocas salidas, demostró que sus bombarderos de alcance mediano podían atacar convoyes aliados en el Atlántico con eficacia. Pero la obstinación de Hermann Göring en atacar blancos terrestres cercenó la posibilidad de desarrollar y destinar aviones para atacar en gran escala la navegación. La factibilidad de que los alemanes despertaran de su sopor fue una preocupación obsesiva de la Armada Real durante gran parte de la guerra. Sería necesario un libro completo para poner en perspectiva las operaciones anfibias. Habitualmente, y de pleno derecho, han sido analizadas por su contenido estratégico. Pero de modo incuestionable, el alcance y poder de las armas y la maniobrabilidad de buques y aeronaves cambiaron la naturaleza del asalto anfibio, entre las guerras napoleónicas y la Segunda Guerra, en forma tan drástica que no caben exageraciones. Desde la Segunda Guerra Mundial, las proyecciones

anfibias

demostraron

la

creciente

interrelación

tierra-mar,

recurriendo a nuevas tácticas. Para ejemplificar lo dicho podemos apelar a la pasmosa operación en Inchon, los desembarcos en Wonson interferidos por campos minados, los recientes sucesos cuando el "Glamorgan" recibió el impacto de misiles lanzados desde la Isla Soledad y el aún más reciente y fluido empleo de movilidad de buques y aeronaves en la ocupación de Grenada. El multifacético crecimiento del potencial empleo de fuerzas terrestres y navales enfrentándose entre sí merece, y le han sido adjudicados, cuidadosos estudios. No deben subestimarse tampoco los papeles de la exploración, las comunicaciones, el control de las fuerzas y las respectivas contramedidas, que han crecido en importancia y seguirán haciéndolo. La revolución de los sensores es la causa de todo ello. El crecimiento de las interacciones tierra-mar y de la tecnología de los sensores son dos de las grandes tendencias de la táctica.

6. LAS GRANDES TENDENCIAS Sobre los principios de la guerra En una de sus más conocidas citas Alfred Thayer Mahan escribió que "de tiempo en tiempo la estructura de las tácticas debe ser demolida hasta sus cimientos, pero el basamento de la estrategia perdura como si se apoyara en una roca”. Mahan pensó que era más sencillo discernir los principios de la estrategia yacentes en la historia que aquellos de la táctica, porque estos últimos, "usando como instrumento las armas hechas por el hombre participan del cambio y progreso de la raza...1

1

Mahan, Págs. 8, 88 y 89.

Sea o no verdad lo dicho, lo cierto es que se deben diferenciar los principios militares -los de Mahan o de quienquiera- de las acciones que de ellos se derivan. Las tácticas cambian, pero ello no impide la búsqueda de principios de la táctica, de mismo modo que la existencia de principios de la estrategia no significa que la a estrategia sea invariable. La estratega, de igual manera que la táctica, recibe la influencia de las “armas hechas por el hombre”. Es atendible que Mahan no haya previsto en qué medida las armas del futuro influirían la estrategia, pero al momento de escribir sus palabras ya existía evidencia de cambio. Las prácticas estratégicas de bloqueo eran modificadas por la transición de la vela al vapor. Los buques de vela que podían mantener su estación por meses eran reemplazados por unidades de escasa autonomía y dependientes de puertos carboneros; siendo la competencia desatada en su procura, de incidencia mayúscula en la estrategia. Siguiendo la escala de valores del racionalismo humano, a partir de la verdad, de la cual los epistemólogos dicen que existe, pero nunca es conocida con certeza, siguiendo por la política y la doctrina, que son programas de acción concertados, basados en los principios, y llegando finalmente a las decisiones estratégicas o tácticas, siendo estas acciones específicas guiadas por la política y la doctrina; a través de toda esta jerarquía, el error se filtra reptando. Los desviados pronósticos de Mahan sobre la estrategia de la Primera Guerra, basados en los principios que él mismo elaboró, son un ejemplo, tan bueno como cualquiera, del margen de error esperable. Los ejércitos del mundo entero son más entusiastas estudiosos de los principios de lo que las armadas siempre lo fueron, circunstancia que Matean deploraba y que no ha cambiado mucho. La mayor parte de los estudiosos de la historia militar ha eludido el problema de diferenciar los principios tácticos de los estratégicos (y, además, de los logísticos), citando solamente los principios de la guerra. Su búsqueda de verdades perdurables se agota en la compilación de numerosas listas transitorias. Un trabajo no publicado del capitán de navío S. D.

Landersman reúne veintitrés listas de principios de la guerra, incluyendo algunos ensayados por oficiales navales. 2 2

Sus listas se incluyen en el apéndice B.

Los principios de toda índole conllevan sus excepciones. Las excepciones a los principios de la guerra tienden a ser cruciales. Según Liddell Hart, "en la guerra, todo problema y todo principio es una dualidad. Tiene las mismas dos caras de la moneda. Esta es la inevitable consecuencia del hecho de que la guerra es un lance de a dos, imponiéndose la necesidad de escudarse mientras se golpea".3 Clausewitz, que no elaboró listas propias de principios, pero que fue el padre de las listas, confunde a sus lectores con propuestas y sus variantes, algunas de las cuales son contrapropuestas. Es la delicia de los prácticos y la frustración de los teóricos. Sobre el tema de la concentración estratégica escribió un capítulo muy corto que podemos reproducir íntegramente: 3

Liddell Hart, Pág. 329

La mejor estrategia es ser siempre muy, fuerte; primero en general y luego en el lugar decisivo. Además2fél esfuerzo necesario para desarrollar fuerza militar, esfuerzo que no siempre estará a cargo del general, no existe ley de !.a estrategia de mayor importancia ni más sencilla que aquella que dispone mantener concentradas las fuerzas propias. Ninguna fuerza debe jamás ser destacada del cuerpo principal, a menos que exista una necesidad concreta y urgente. Adherimos fuertemente a este principio y lo consideramos una guía confiable. A lo largo de nuestro análisis aprenderemos a diferenciar las circunstancias en que se justifica dividir las fuerzas. Veremos también que el principio de la concentración no otorga iguales resultados en todo tipo de guerra, sino que varía de acuerdo con medios y objetivos. Pese a que resulte increíble, es un hecho que los ejércitos fueron divididos y separados en múltiples oportunidades, sin que su comandante tuviese claras razones para ello, sino que vagamente sintió que ése era el modo en que debían hacerse las cosas.

Este desatino puede evitarse por completo, y muchas irrazonables propuestas de dividir fuerzas serán calladas, siempre que se reconozca la concentración de fuerzas como la norma, y cada separación como uña excepción que debe ser justificada.4 4

Clausewitz, Pág. 204

Los principios de la guerra deben admitir importantes excepciones, en virtud de que la mayoría de las listas chocan entre sí, y pocas de ellas presentan a los principios según un orden de prioridades. Esto es tal como debe ser. Los principios mutuamente en conflicto (concentración, economía, seguridad y sorpresa) crean una tensión dinámica que constituye una mínima salvaguarda contra un desatento conformismo; y la ausencia de prioridades obliga al memorizador de listas a escoger y seleccionar. Las listas de principios ayudan a reducir la entropía de la guerra El peligro reside en que el lector tome las listas como un sustituto del estudio. Los oficiales más antiguos difícilmente puedan hacer algo peor que instruir a los más modernos mediante listas de principios. Lo que deben hacer es instruir acerca de sus contenidos. La segunda debilidad de los principios de la guerra es que habitualmente están expresados a través de una palabra clave, del tipo de la palabra concentración. Una palabra no constituye un principio. Un principio es una sentencia de verdad universal. "Concentración de fuerzas" podría ser la más reducida sentencia con algún valor. "Concentrar una fuerza superior sobre una porción de la fuerza del enemigo más específico y, por ende, más valioso". "Concentrar el poder combativo en el lugar y momento decisivo para destruir al enemigo, pero no masificar la fuerza haciéndola vulnerable al poder de fuego enemigo" es aún más específico, y no se conjuga con la realidad histórica, a pesar de que resulta aplicable en nuestros días. También está el modo imperativo en que un mismo principio es expresado en la teoría militar rusa: "Se concentrará el esfuerzo principal y se creará superioridad de fuerzas y medios sobre el enemigo en el lugar y momento decisivos". ¿Es esto lo que queremos decir realmente? En sus contenidos mínimos, un principio debe ser generalizado y mandatario, implicando claramente las acciones que deben ser llevadas a la práctica.

Una tercera debilidad de los principios de la guerra reside en que, a menos que lo acompañen las interpretaciones, no hacen distinción alguna entre estrategia y táctica (o si alguno insiste, "arte operacional"). Es posible extractar interpretaciones útiles, pero en la transición de lo general a lo específico siempre queda lugar para el error. Las leyes militares soviéticas para la guerra y las "pautas regidas por la ley" son muy convincentes, pero también abstractas. La sistematización de. la ciencia militar de la Unión Soviética es una de las más coherentes que existen: su confianza en la teoría y su fe en el determinismo son claves para la interpretación del planeamiento militar soviético y la predicción de sus acciones militares. Otro de los problemas existentes con los principios militares es que no hacen distingo del combate terrestre con la batalla naval. Dejando de lado la tendencia que está pendiente aún de discusión) hacia una mayor interacción táctica entre fuerzas terrestres y navales, y al hecho de que a nivel estratégico siempre existió mutua influencia, y que ella no ha variado mucho, en el campo de batalla se presentan marcadas diferencias entre principios militares y navales. Para ejemplificar lo dicho, la lista que a continuación enuncio yuxtapone afirmaciones hechas por T. N. Dupuy acerca del combate terrestre, con las mías propias sobre el combate naval. La columna de la izquierda ha sido extractada del capítulo 1, "Verdades eternas del combate" del próximo libro The Historical Basis for a Theory of Combat (Las bases históricas para una teoría del combate), del que Dupuy es autor. La columna de la derecha representa lo que, yo creo, es la contrapartida naval de las sentencias de Dupuy.

Las verdades militares de Dupuy no pueden ser aplicadas sin reservas al combate naval; sin embargo, no tengo motivos para disentir con ellas. Los principios de la guerra tienen su utilidad. Como toda buena- teoría, ayudan &explicar causas (en contraste con la práctica, preocupada por el dónde y el cómo). Aun así, es palpable en nuestros días un cierto rechazo a los principios; basado en que no nos conducen a ninguna parte. Al abocarnos a destilar diligentemente las aseveraciones de las más reconocidas autoridades en una lista inmaculada, si esto fuese posible, podemos luego hallarnos en un callejón sin salida, Bien se puede decir, sin dejar de lado nada fundamental, que la contribución hecha por los principios a la guerra se sintetiza en superar el pensamiento enemigo. Mejor camino hacia la táctica es entender los procesos del combate. Los procesos son la ciencia y el arte del navegante; los principios son las estrellas que usa de referencia. Los procesos del combate

La clave para tomar fructíferos los estudios acerca de tácticas es apreciar cómo trascurren en espacio y tiempo las batallas. Las actividades -las dinámicasdel combate son la fuente donde calma su sed el entendimiento de a táctica. Conocer la dinámica de una secuencia implica la existencia de modelos subordinados al factor tiempo y descriptivos de los procesos del combate. Por lo general, los modelos son la imagen de los procesos; específicamente, existen modelos matemáticos, modelos de simulación y juegos de guerra que experimentan y van agregando detalles que los aproximan a la realidad, hasta el momento en que el mismo campo de batalla se trasforma en el último laboratorio de ensayos y de entendimiento. Como prueba adicional de que el estudio de la dinámica del campo de batalla es el mejor camino para llegar a la táctica, nos basta con enumerar la terminología militar universalmente aceptada; potencia; potencial, energía, presión, masa, momento, movimiento, fuerza; términos todos ellos originados en la dinámica de los cuerpos físicos, y que los guerreros aplican a los procesos del combate. Desmenuzando los procesos fundamentales, estaremos en condiciones de reexaminar la historia y así dar forma a algunas conclusiones acerca de constantes, tendencias, tecnología y sobre los campos de batalla como contextos de la acción militar. Veremos cómo fue que la tecnología introdujo cambios en la forma en que cada proceso era ejecutado. A modo de ejemplo, recuerdo que ya hemos visto cómo el primero de los procesos que nos ocupan, el de la proyección del poder de fuego, cambió cuando la era de la vela dio lugar a la era de los grandes cañones, y a su vez cuando esta última dio paso a la era del poda aéreo. La tecnología cambió el proceso de la proyección y éste arrastró el cambio a la manera en que a táctica logro la concentración del poder de fuego. Desarrollando tendencias, aportaremos claves para el combate futuro, en la llamada la era del misil. Las abstracciones a las que arribaremos más adelante no se desprenden de la historia con la facilidad con que las leyes físicas se deducen de la caída de una manzana. La evidencia sobre fenómenos sociales está lejos de ser tan concluyente como lo es la evidencia acerca de fenómenos físicos. No tenemos otro remedio que usarla. Las tácticas navales están construidas a partir de cinco propuestas, cada una de las cuales comprende un proceso:

-

La guerra naval se centra en el proceso del desgaste. El desgaste se deriva de una exitosa proyección del poder de fuego.

-

La exploración -esto es localizar al enemigo con precisión suficiente para proyectar eficazmente el poder de fuego- es un proceso crucial e integral de las tácticas.

-

El proceso de C2 es el que trasforma la exploración y el potencial poder de fuego en la realidad de fuerza proyectada.

-

El combate naval es un proceso entre fuerza que se oponen tendiente al mutuo simultáneo desgaste. La victoria exige atacar eficazmente primero; de allí qué las acciones llevadas a cabo para interferir el poder de fuego enemigo, su exploración y a su proceso de C 2, revisten también fundamental importancia.

-

La maniobra es también un proceso táctico. De hecho, en alguna oportunidad, la maniobra durante la batalla fue la clásica definición de táctica. La maniobra es el proceso a través del cual el C 2 posiciona sus fuerzas parra explorar y tirar. La maniobra durante la batalla merece y recibe adecuada atención; pero en la estructura que desarrollaremos a continuación recibe: tratamiento de huérfana, sin que ejerza su anterior categoría. Es también posible que consideremos la proyección del poder de fuego, la

exploración y el C2 no como procesos, sino como elementos funcionales de las fuerzas navales, es decir, como sistemas de poder de fuego, de exploración y de C2. A cada uno de estos tres elementos de la fuerza se opone un sistema de sentido contrario: contraofensiva, antiexploración y CMC 2. Poder de fuego y contraofensiva El poder de fuego es la capacidad de destruir la posibilidad de que el enemigo aplique la fuerza. Contraofensiva es la capacidad de reducir el efecto del poder de fuego que nos ha sido proyectado. Podríamos haber designado a estos sistemas como poder ofensivo y poder defensivo, pero nos resultará útil resaltar la

asimetría existente entre uno y otro, al ser la contraofensiva una respuesta del defensor al poder de fuego enemigo. A pesar de que esta práctica es cada vez menos frecuente, las armadas históricamente respondieron al fuego enemigo añadiendo sobrevida a sus buques, a la que denominaron resistencia al castigo, en la era de los cañones de dieciséis pulgadas y ocho pulgadas de espesor de las paredes de las torres. Exploradores y antiexploradores La exploración recolecta información por cualquier medio: reconocimiento, vigilancia, criptoanálisis y cualquier otro espécimen del tipo de lo que algunos llaman guerra de informaciones. Pero el proceso de la exploración no culmina sino hasta que la información llega a manos del comandante táctico. La información táctica que provee la exploración abarca la posición. del enemigo, sus movimientos, sus vulnerabilidades, sus factores de fuerza y, en el mejor de los casos; sus intenciones. La antiexploración destruye, interrumpe o demora a la exploración enemiga. Yo hubiera preferido denominar coronado a esta interferencia, pero ocurre que cortinado ha adquirido el sentido tanto de antiexploración como de contraofensiva (esto quiere decir que las cortinas antisubmarinas y antiaéreas ponen igual énfasis en oponerse al ataque enemigo como en reducir la calidad de su información). Los sistemas de C2 y de CMC2 El comando decide qué se necesita de las fuerzas, y el control trasforma esa necesidad en acción. Ambos son procesos. Los sistemas de C 2 suelen definirse, tal vez un poco arbitrariamente, como los equipos y las organizaciones a través de las cuales se ejecutan estos procesos. El comando se materializa en el comandante, su estado mayor y sus recursos materiales. del tipo de un simple tablero de maniobra o de un complejo sistema que muestra, ya procesados, los resultados de la exploración. El control está materializado por los equipos de comunicaciones la orden de operaciones, la doctrina de flota y el código de señales las contramedidas de comando y control (CMC 2) son los pasos que se

dan ara limitar la capacidad enemiga de decisión (comando) y de diseminar las decisiones (control). Los artificios de CMC 2 incluyen los misiles que destruyen centros de comando y buques insignia. Con mayor frecuencia se trata de equipos para interferir las comunicaciones. En su forma más furtiva, las CMC 2 son llevadas a cabo por agentes del espionaje que siembran información falsa y (en el caso de que la finalidad sea confundir la decisión táctica antes que desapuntar sus armas) falsos contactos. Sea ejecutando acciones de exploración o de explotación de señales (como pueden ser tomar marcaciones radioeléctricas), los espías son una forma de la exploración. Las contramedidas de C 3 (CMC3), terminología de uso bastante difundido, se refieren a las acciones tomadas en contra el poder de fuego, la exploración y el C2; a veces sobre los tres simultáneamente: Es mejor diferenciar claramente cual de los procesos enemigos es el blanco primario, y seré cuidadoso

en

hacerlo

así,

refiriéndome

exclusivamente

a

acciones

de

contraofensiva, antiexploración y CMC2. El OCT emplea el C2 para ubicar a sus fuerzas y cumplir con ellas cuatro actividades diferentes: proyección del poder de fuego, proyección de la contraofensiva, explorar y antiexplorar. Al mismo tiempo el comandante enemigo esta haciendo lo mismo. Muchos sistemas de armas, en general todos los que operan en forma independiente como lo hacen los submarinos, poseen en cierta medida capacidad para llevar a cabo las cuatro actividades mencionadas. Desde él punto de vista del comandante, una de sus responsabilidades primarias es la de asignar. tareas a sus fuerzas. También debe integrar el sistema, las contribuciones previstas de otros sistemas que no están bajo sus órdenes, tales como la de los satélites de vigilancia, las armas superficie-aire del ejército cuando su fuerza está en puerto y los interceptores de la fuerza aérea que se interponen entre su flota y los aeródromos enemigos. Contamos ahora con el bagaje suficiente como para examinar, en primer lugar, las tendencias históricas que han ido alterando el carácter de cada uno de los procesos enunciados y de las tácticas asociadas a ellos. Este capítulo se concentra en las causas y los efectos de los cambios tácticos. El próximo capítulo nos acercará, a las constantes históricas, es decir, qué no ha cambiado de las tácticas, o qué tácticas del tipo de la sorpresa han desempeñado un papel

constante y confiable, Hasta donde alcanza mi entendimiento, el conocimiento de las tendencias y el ` cimiento de las constantes revisten igual importancia. No se me escapa que el análisis por separado de cada proceso -proyección del poder de fuego, las actividades de la contraofensiva, la exploración y la antiexploración- puede resultar engañoso. Las batallas se ganan a través de la acción concertada. Los procesos deben ser coordinados por el comando táctico, de

igual

forma

que

los

instrumentos

de

la

orquesta

por

su-director.

Simultáneamente, el comando enemigo está tomando decisiones sobre sus fuerzas y de la oportunidad de su ataque. Ambos bandos avanzan paso a paso hacia el apogeo y la culminación del combate. Excepto en los casos en que el resultado sea inevitable, se alzará con la victoria la flota mejor mancomunada en procura de la oportunidad de atacar eficazmente primero. Maniobra La maniobra ocupa un lugar único en el inventario de los procesos través de la maniobra los elementos constitutivos de una fuerza ocupan sus posiciones optimas para ejecutar las funciones asignadas, es cuando se han establecido las mejores posibilidades de triunfo. En el mar, las posiciones no son geográficamente fijas (aunque algunos componentes de la flota pueden ocupar estaciones fijas en tierra).5 Las posiciones en el mar se definen por la mutua relación entre las posiciones de los adversarios, y, como estos maniobran, las posiciones relativas se hallan en un complejo estado de flujo constante. En el combate naval, una consideración primordial es la relación existente entre la marcación y distancia de una fuerza a la otra y los mismos parámetros de su oponente, resultando alterada de continuo por la maniobra de ambos. El estacionamiento relativo de las unidades propias es también primordial, y en algunas oportunidades, aun con fuerzas bien adiestradas, resulta frustrante comprobar que es tan difícil mantener actualizada la posición de las fuerzas propias como las del enemigo. 5

El combate terrestre es diferente. Alcanzar primero posiciones defensivas reviste un valor absoluto.

Los buques de vela mantenían una apretada columna en busca de cohesión, procurando alcanzar posiciones a barlovento o sotavento del enemigo. Los acorazados maniobraban para cerrar la “T” enemiga. Los submarinos en función de piquetes son preestacionados para explorar y atacar, en aguas de tránsito probable del enemigo. Los interceptores son estacionados en una PAC de modo que puedan ser vectoreados, o que puedan maniobrar por su cuenta para aplicar su poder de fuego. Los interceptores listos en cubierta se hallan en un estado de alistamiento tal, que permita disponer del tiempo necesario para alcanzar posiciones de ataque. En cada uno de estos casos el énfasis está puesto en el oportuno estacionamiento de la fuerza, que de lugar a que las unidades propias exploren y abran fuego de mejor forma que el enemigo. La maniobra es el medio para el fin inmediato de establecer posiciones relativas con la finalidad ulterior táctica de proyectar el poder de fuego. 6 En el combate naval moderno, donde el alance de las armas y sensores se ha impuesto a la maniobra de las unidades de superficie e incluso a la del avión, esto es. se ha impuesto a la capacidad de cambiar posiciones que tienen aquellos, la maniobra debe estar presente en los cálculos tácticos como prueba vital de factibilidad de los planes de movimientos y tiempos. 6

No adoptaré aquí la misma postura en relación con el combate terrestre.

Más aún, la velocidad física de los buques y aeronaves puede fácilmente ser confundida con la velocidad de la decisión y de la ejecución de dicha decisión. Eliminar la ambigüedad sería eliminar la comprensión de las interrelaciones existentes. El epigramático Sun Tzu es frecuentemente citado cuando dice "La velocidad es la esencia de la guerra". De la siguiente frase se podría interpretar que se refería al comando: "Tomad ventaja de la falta de preparación del enemigo". Pero también se refería a la movilidad, ya que a continuación dice que dicha falta de preparación se capitaliza con rápidos desplazamientos al área vulnerable del enemigo. El aforismo de Mahan, "La verdadera velocidad de la guerra es... la energía constante que no desperdicia tiempo alguno", a pesar de que está dirigido específicamente a la velocidad de la línea de batalla, resulta

deliciosamente ambiguo. Mahan, al igual qué todos, sabía que la oportuna proyección del poder de fuego involucraba la convergencia de todo: la decisión y su diseminación, la amalgama estratégica, :el posicionamiento táctico y el rápido y certero fuego de artillería. Con cierta frecuencia veo emplear los términos maniobra y movilidad como sinónimos. Aquí asumiremos que la maniobra es un elemento de la estrategia, del arte operacional o de la gran táctica. Cuando Mahan describía ala movilidad como "la primera característica de fuerza naval", estaba asentando una verdad de la estrategia. La movilidad consiste en la capacidad de: -

Recorrer grandes distancias de manera relativamente autosuficiente. Las fuerzas de sostén logístico móvil -el "tren de la flota"- hizo esto posible.

-

Moverse de prisa, esto es, rápidamente en relación con el desplazamiento de fuerzas terrestres o con el establecimiento de nuevos aeródromos o bases misilísticas en la costa.

-

Operar con todas las capacidades durante meses, en o cerca de las estaciones. Tanto las bases navales como las fuerzas de sostén logístico móvil lo han permitido. A efectos de su movilidad, los buques que carecen de fuerzas de sostén

logístico móvil deben tener integradas, en sí mismos, autonomía y radio de acción. La propulsión nuclear, aplicada en unidades de superficie, es un atributo de la estrategia. Por el contrario, la propulsión nuclear de los submarinos no sólo es un atributo de la movilidad estratégica sino también de la eficiente maniobra táctica y del velo. El significado de la movilidad merece mayor elaboración, pero escapa a nuestro tema. La maniobra es velocidad y agilidad táctica. La maniobra a nivel de flota debe ser un movimiento colectivo y coordinado, por lo que resulta imposible separar el C2 y la velocidad de decisión de la presente discusión. Se puede jugar con los tiempos que requieren la exploración, la asimilación de la información, la decisión, el impartir las órdenes, la maniobra y finalmente la proyección del poder

de fuego. , La velocidad y agilidad de la plataforma -buques y aeronaves de combate- son dos componentes de la acción rápida. Los guerreros desean tener ventaja en su capacidad de maniobra para de ese modo compensar deficiencias en otros aspectos dula acción rápida. Dos tendencias recientes han aparecido en la maniobra. La primera es un cambio de acento. de la velocidad de la plataforma a la velocidad del armamento. Hasta la Segunda Guerra, maniobrar la flota era el verdadero corazón de la táctica. Durante la guerra, la velocidad del avión se impuso a la velocidad del buque. A partir de que la velocidad y el alcance de los misiles han creado un ambiente táctico en el que las armas serán proyectadas sin necesidad de cambios significativos en la posición del buque, estas características del misil anulan incluso la agilidad del avión, y los más avizores aviadores de combate reconocen que la maniobra del misil domina ahormen la guerra aérea, tal como las aeronaves dominan la maniobra, táctica de los buques. La secunda tendencia de la maniobra es un corolario de la primera. La maniobrabilidad de los buques ha disminuido en importancia, dejando lugar al crecimiento de la exploración. “La posición táctica fundamental” –escribió Giuseppe Fióravanzo- "ya no está definida por la relación geométrica entre formaciones opuestas, sino por un elemento operacional: la temprana detección del enemigo.”7 EI significado de esta evolución es que ahora el poder del fuego es más fácil de concentrar a grandes distancias con fuerzas navales físicamente divididas. Esta posibilidad ha sido rescatada por los almirantes Elmo Zumwalt, Worth Bagley y, según yo creo, también por Stansfield Turner. 8 Dado que concentrar el poder de fuego, sin aglutinar las fuerzas, requiere del C 2, pospondré el tratamiento de este tema hasta la sección de este capítulo donde resulta más apropiada. 7

Fióravanzo, Pág. 209.

Ya he mencionado el aumento de la tierra de nadie que trae aparejado el crecimiento de los alcances del armamento. A raíz de ello es hoy más difícil discriminar el movimiento hacia la escena de la batalla (movilidad estratégica) del movimiento para atacar eficazmente primero y obtener la victoria (maniobra

táctica). Dado que las batallas tienen hoy cabida a muy larga distancia, el valor de la movilidad es probable que haya disminuido, con certeza ha variado; y al menos en teoría, los mísiles de muy largo alcance y gran poder destructivo neutralizan la capacidad estratégica que poseían las fuerzas móviles de cambiar la escena de la acción. La contrapartida de los alcances extremos es que han endosado a la velocidad de las unidades de superficie con un nuevo atributo táctico, al permitirles, merced a altas velocidades, romper la solución del problema del tiro con misiles de largo alcance, una vez que éstos fueron disparados. La historia nos muestra que la maniobra ha sido empleada con tres propósitos: -

Ventajosa concentración de la fuerza, sea ésta defensiva u ofensiva. Con excepción de su sentido estratégico, la movilidad de la flota ha disminuido en importancia.

-

Atacar más rápidamente. Pese a la importancia que ostenta y siempre ejercerá este elemento de la táctica, la velocidad de buques y aeronaves ve disminuir su importancia relativa.

-

Autoprotección a través de la evasión de las armas. El valor de la velocidad en la ,autodefensa está aumentando. La agilidad es aún importante, sin superar los valores de importancia que otrora ejerció.

Poder de fuego La más c mecida tendencia de la historia de la guerra es la del aumento de los alcances de las armas, partiendo de aproximadamente dos millas en la época de los veleros; luego quince o más en la era de los grandes cañones; trescientas millas durante la Segunda Guerra Mundial, llegando hoy a seiscientas millas. Dado que ya los misiles intercontinentales puede recorrer media circunferencia del globo terráqueo, hemos llegado a una meseta: en la guerra nuclear, los potenciales campos de batalla tácticos son los EE.UU. y la URSS. Dejando de lado lo dicho, los alcances máximos nunca tuvieron significado táctico. El alcance eficaz es lo que importa . Los más largos cañones de los veleros de combate eran eficaces a tan solo trescientas yardas, y las carronadas no alcanzaban siquiera esa distancia. Hacia 1900, previo a la aparición de los

sistemas de puntería continua, se estimaba que un acorazado demoraría cincuenta minutos en reducir á la impotencia a un enemigo distanciado unas dos mil quinientas yardas. En 1914 (con buena visibilidad), un buque a diez mil yardas podía ser puesto fuera de acción en diez minutos. La eficacia de la artillería de grueso calibre de un acorazado durante la Primera Guerra Mundial se muestra en la figura 6-1 (supone buena visibilidad, estado de mar aceptable y el uso de telémetros visuales). El. punto clave de la guerra era el control del fuego. La eficacia que señala esta figura es nominal, ya que poco se ha tenido en cuenta en ella, la incidencia del humo de la artillería y las cortinas de humo de los destructores. Si se cumplían las condiciones de visibilidad, tal el caso de las batallas de Coronel, la de las Malvinas (1914), o la acción de cruceros en Jutlandia, las definiciones se alcanzaban más allá de las diez mil yardas. Sin embargo, cuando la visibilidad no favorecía, tal el caso de la acción entre líneas de batalla en Jutlandia, una flota podía hallar refugio abriendo rápidamente distancias, de la manera en que lo hizo la Flota de Alta Mar alemana.

Durante la Segunda Guerra Mundial la medición de distancias por radar introdujo el cambio. Lograda buena precisión en la balística de los cañones, con refinados sistemas de control tiro, aun los calibres intermedios de cinco, seis y ocho pulgadas podían hacer fuego de alta probabilidad de impacto, casi a máximo alcance.9 En el medio siglo transcurrido entre 1898 y 1948, ,el alcalice eficaz de la artillería naval se multiplicó por diez, es decir, un orden de magnitud completo.

9

No debemos olvidar nunca que puede darse la situación vivida en las Salomón y descrita en el capítulo 5, sobre la eficacia artillera.

Temprano, a los inicios de la Segunda Guerra, el incremento del alcance artillero se vio desdibujado por los aviones. Pero también en el caso de las aeronaves hay que distinguir entre alcance bruto de proyección de las armas y alcance eficaz. En la década del 30, los bombarderos B-17, basados en tierra, fueron diseñados teniendo especialmente en mente el ataque a buques de guerra a grandes distancias. El bombardeo horizontal a unidades navales demostró total ineficacia: los V-17 tenían dificultades en localizar los buques a grandes distancias y aun más dificultades en lograr impactos a cualquier distancia. Los aviones navales de mucho menor radio de acción evidenciaron ser los mejores exterminadores de unidades de superficie. En un breve y no publicado trabajo, A. R. Washburn, de la Escuela Naval de Postgrado, efectuó una comparación de eficacia entre aviones navales y la artillería naval. Seleccionando acorazados y portaaviones representativos, graficó poder de fuego versus alcances de la forma que muestra la figura 6-2, empleando como unidad de volumen de fuego proyectado su equivalente en andanadas de proyectiles de ocho pulgadas. En el caso del USS "Iowa" y del japonés "Yamato", se asumió que su batería principal disparaba dos salvas y una salva, respectivamente, por minuto, y en el caso de aeronaves se tomó como tiempo necesario entre salidas sucesivas, el de una hora. La "batería principal" del portaaviones "Enterprise" completa, resultaba poco significativa en cuanto a velocidad de proyección de fuego, tal como muestra la figura. Su empleo estaba justificado porque el alcance de sus aviones era decisivo para ser proyectado sobre los portaaviones enemigos, ya que el peso de su ataque, hacia 1942 y 1943 por lo menos, era suficiente para definir. Antes dula guerra el pensamiento táctico lucía poco más o menos como los gráficos de Washburn. La comunidad pro acorazados dudaba de que el peso del ataque aéreo fuese suficiente para definir las acciones, particularmente si entraban en consideración los factores defensivos. Por su lado, la comunidad pro portaaviones, dejando de lado el factor tiempo, es decir, sin medir cantidad de armamento proyectado por unidad de tiempo, veía la oleada de aviones de ataque, sesenta veces más poderosa de lo

que la muestra la figura. El ataque de una ala aérea sería un pulso decisivo de potencia.

Washburn también fundió en un solo gráfico (el de la figura 6-3) el poder de fuego de toda la flota norteamericana de 1939. No podemos menos que reconocer que en los días previos a la Segunda Guerra existían fundamentos para dudar de que la eficacia del ala aérea de los portaaviones fuese realmente decisiva. La tendencia moderna hacia mayores alcances nominales continúa impulsada por los sistemas compactos de propulsión de los misiles balísticos y los misiles crucero, a la vez que los continuos perfeccionamientos de los sistemas de control tiro y sistemas de guiado marcan la tendencia hacia mayores alcances eficaces.

También podemos apreciar una tendencia en el poder destructivo bruto del armamento. Tan marcado como el aumento de los alcances ha sido el incremento de la letalidad de las asnas. Para el armamento terrestre existe un estudio sistemático de T. N. Dupuy, volcado en largura 6-A, que nos muestra el aumento teórico de letalidad.10 Nótese que la escala del eje de las ordenadas es logarítmica. El gráfico nos permite comprobar que, aun si descartarnos el armamento nuc1ai, el poder letal del armamento creció en cinco órdenes de magnitud, esto es, cien mil veces desde la mitad del siglo XVI hasta el presente, pero al mismo tiempo nos ofrece una paradoja. Mientras que el poder destructivo del armamento aumenta, el número de bajas por unidad de tiempo del personal combatiente disminuye. ¿Por qué? Una razón de peso es que a aumentado enormemente la dispersión del personal en .el campo de batalla. 10

Dupuy (1979). Ver especialmente Pág. 7 y capítulos 1 y 2.

Sobre la cabeza de nuestra civilización pende la espada de Damocles-del arsenal nuclear. Resulta un pobre consuelo comprobar que probablemente hemos alcanzado una meseta en el crecimiento, tanto del alcance cuanto del poder destructivo de las armas nucleares. Hablando en lenguaje táctico, caben ciertas dudas acerca de si el alcance eficaz de este armamento, es realmente intercontinental, en virtud de que no ha sido empleado. La civilización que sufriría las consecuencias de fallas en la puntería de las armas nucleares, junto a los planificadores tácticos, que deben sobrellevar las incertidumbres dé la proyección ineficaz del armamento, esperanzadamente ruegan por que los misiles, balísticos o crucero, aterricen tras miles de millas de navegación en el lugar previsto, con sólo un veintena de metros de diferencia. La efectividad táctica mm los alcances intercontinentales se mide en metros de precisión de la geonavegación; tanto en el lugar de lanzamiento como en el de arribo.

Para el planificador táctico naval, el empleo del armamento nuclear o la embozada amenaza de usarlo genera enormes dificultades prácticas. Aun así, podemos afirmar que las tendencias hacia el incremento de alcances y letalidad del armamento presagian: -

Un cambio en la forma de conducir la defensa. En la próxima sección de este capítulo retomaremos el tema.

-

Un deseaste del límite entre combate naval v combate terrestre lo que será tema del capítulo 9. Aquí ponemos el énfasis en las posibilidades, potencialmente mayores, del combate entre fuerzas terrestres y fuerzas navales; esta importante tendencia táctica aviva el conflicto entre fuerzas terrestres que poseen mayor capacidad de recuperación y fuerzas navales a las que su maniobrabilidad torna difíciles de localizar para la eficaz proyección de un ataque.

-

La fusión de la táctica v la estrategia en el caso de un conflicto nuclear generalizado. Este tema lo abordaremos a continuación, hasta agotarlo. Debido a lo desagradable de la perspectiva, y a la generalizada confianza

en que el paraguas nuclear es un efectivo disuasor. poco es lo que se ha pensado acerca del proceso del combate durante una guerra nuclear intercontinental. La expresión armas estratégicas es de por sí engañosa: en caso de desatarse una guerra generalizada, el mundo entero pasa a ser el campo táctico de batalla, y las acciones serán dirigidas por comandantes tácticos y sus estados mayores, asentados en los más altos niveles de comando. De allí la necesidad imperiosa de que los planificadores tácticos dirijan su atención a este tema. En las décadas del 60 y del 70, la idea generalizada acerca del combate nuclear era la siguiente: en el instante apropiado, el presidente apretaba el botón rojo que liberaba a miles de misiles Minuteman y Polaris en un solo e inmenso espasmo. No es necesario interpretar literalmente a este modelo -poco consistente y actualmente obsoleto-, como para advertir que a fines del siglo XX se necesita uno más efectivo, por no decir más racional, sistema de C 2. En esa guerra de suprema destructividad, los centros de C 2 mismos serán atacados con ferocidad sin precedentes. Los comandos y estados mayores de nivel especifico o conjunto serán los oficiales de comando táctico, seleccionando blancos,

colectando inteligencia, dando ordenes de fuego y conduciendo el combate a escala mundial. En estos comandos y estados mayores recaerán todas las responsabilidades tácticas habituales: planeamiento operativo: comunicaciones con las fuerzas portadoras de las armas, oportunidad de las órdenes de movimiento y fuego e incluso el adiestramiento táctico al calor de situaciones simuladas de combate. Niveles de comando tan altos como el del comandante en jefe del Pacífico, un almirante de cuatro estrellas, dejarán de verse a sí mismos abocados exclusivamente a los problemas logísticos y estratégicos. En la medida que controlan la designación de blancos para las armas nucleares serán comandantes tácticos en el campo de batalla. Contraofensiva La tendencia defensiva predominante se aleja cada vez mas de la sobrevida otorgada por la coraza, el compartimiento estanco, el desplazamiento y control de averías, para dirigirse hacia el velo, el engaño y la dispersión. Es necesario distinguir entre armas "bobas" -tiros, granadas y bombas- y armas “inteligentes” -aeronaves tripuladas y misiles- para enfrentar mejor la discusión sobre aspectos defensivos. Para nuestros fines, exclusivamente analíticos, las aeronaves se comportan bastante similarmente a los misiles, salvo que pueden ser empleadas más de una vez. Cuando la guerra era dominada por granadas, torpedos y bombas, la defensa lógica era acumular resistencia al castigo. Existían pocas posibilidades velo y engaño, ya que los combates se libraban dentro del alcance visual. La cortina de humo era el más difundido medio de ocultación. Las bombas lanzadas desde bombarderos en vuelo horizontal eran frecuentemente eludidas y la maniobra de esquivar salvas de artillería solía dar resultado en forma temporaria. Las contramedidas de todos eran el símil de las actuales defensas contra misiles. El torpedo era sumamente letal, y la mejor defensa consistía en eludirlo. El atacante contrarrestaba estas medidas ofensivas lanzando abanicos :de torpedos: Por su parte, el submarino intentaba que sus lann3mierttos fuesen a quemarropa, y las unidades de superficie procuraban coordinar el ataque. simultáneo del máximo número de unidades posibles." En todos los casos,:el intrépido atacante acortaba distancias tanto como su osadía le permitiese, porque

los torpedos; tina vez1anzados, eran irrecuperables. Existen varias similitudes entre las acciones con torpedos y las modernas acciones de misiles. Por ejemplo, tos ,misiles también deben ser anulados antes de qué impacten. Aun durante los días de gloria de la coraza y el casco resistente; no se esperaba de ellos más seguridad en contra de, las granadas que la qué podían otorgar los puntos fuertes en el combate terrestre La coraza era un instrumento dilatorio, usado para sobrellevar el fuego enemigo hasta que hiciese efecto la acción ofensiva propia, Por aquellos días se discutía intensamente sobre la forma de distribuir el desplazamiento de las unidades de superficie, prorrateando resistencia al castigo (la coraza), poder de fuego y, potencia propulsora. Antes de la Primera Guerra cada país adopto su propia norma: los EE.UU. sacrificaron velocidad en aras de cañones, coraza y radio de acción; los alemanes optaron por la resistencia al castigo; Italia enfatizo la velocidad; y los británicos (a la manera de los EE.UU. de hoy) acentuaban la habitabilidad para satisfacer prolongados despliegues a todos los rincones del mundo, en grandes navíos. Durante los juegos de guerra de la era del acorazado, el típico navío de línea (el dreadnought), ostentaba una vida de aproximadamente veinte impactos de gran calibre, y su antecesor, el predreadnought, dos impactos. 11 la perdida de poder de fuego y maniobrabilidad recibida el tratamiento de función no lineal del numero de impactos; esto es, diez impactos en un dreadnought producían una perdida superior al cincuenta por ciento de su velocidad Y poder de fuego. 11

Hacia la Primera Guerra, uno o dos impactos de torpedos eran considerados fatales.

Los expertos del colegio de Guerra Naval vislumbraron en la década de 1920 que era posible cuantificar la efectividad de la línea de batalla, teniendo en cuenta su poder de fuego y su resistencia al castigo. La figura 6-5 muestra la eficacia comparada de dos líneas de batalla navegando cursos paralelos; con los costados completos de toda la línea en puntería y (a ser tenido muy en cuenta) visibilidad irrestricta. En ésa figura la flota estadounidense (Azul) está constituida por diez acorazados. Estos disponían de mayor poder de fuego y mejor coraza que los seis acorazados y seis cruceros de batalla japoneses (naranja). A quince mil yardas y a tres minutos, la línea japonesa habría de perder el veinte por ciento

de su vida de combate mientras que la línea norteamericana solo el quince por ciento. A esa distancia la fuerza japonesa se deterioraría muy rápidamente. Las esperanzas japonesas de victoria se centraban en su velocidad; necesaria para cerrar la “T” antes de que la distancia disminuyera a valores peligrosos, y debían intentar mantener veinticinco mil yardas entre líneas de batalla, separación donde poseían relativa ventaja (de cumplirse, la gráfica). Tal como hemos sugerido en el capitulo 4, tanto japoneses como norteameri- canos conocían estas devaluaciones comparativas dé los años véinte. Los temores norteamericanos tenían su fundamento en a ventaja japonesa en velocidad (veintitrés nudos contra dieciociocho), la posíbilidad de la sorpresa y el peligro latente de que una pirrica victotria sobre los japoneses provocase que una vez eliminada la flota enemiga, el desgaste sufrido por los medios imposibilitase el cumplimiento de la misión{que para los juegos de guerra era reforzar las Filipinas) Japón, por su parte confiaba en que sus submarinos provocarían él desgasté inicial, para dar lugar luego a-las aeronaves y al torpedo de Largo alcance, y finalmente en que los cruceros livianos clase Mogami secretamente robustecidos con artillería dé ocho . pulgadas reforzarían significativamente la línea de batalla. Como sabemos iniciada la guerra se produjeron sorpresas catastróficas en ambos bandos durante las acciones del Pacifico. A pesar de ello, sigue siendo útil recordar una vez más la coherencia de los planes norteamericanos y japoneses, destacando entre los primeros la legitima preocupación por lo imprevisto y la fulminante velocidad de decisión. Las comparaciones de fuerzas del tipo de las que he mostrado eran frecuentes, y los juegos de guerra agregaban dinámica a las especulaciones estáticas, del tipo de la figura 6-5. Pocas veces el ritmo destructivo fue tan vertiginoso como el previsto por esa figura; sin embargo, era furioso, y podemos pensar que en el uso de estas pequeñas ayudas al planeamiento no fue debidamente tenida en cuenta la fricción del combate. En la segunda Guerra. El armamento defensivo adquirió una importancia sin precedentes. Una inundación de armas antiaéreas tuvo lugar en 1942, controladas por radar, con mortíferas espoletas de proximidad y con nuevos y eficientes sistemas de control tiro dedicados a seguir y derribar blancos rápidos. Los aviones atacantes de 1944 debían enfrentar verdaderas cortinas de fuego. En el último año de la guerra, los combatientes de superficie revirtieron el balance de poder, que había sido perdido a manos del avión:

El ascendiente del buque de superficie tuvo la efímera duración de un instante, ya que con el final de la guerra fue eclipsado por la bomba atómica. Una sola de estas bombas hundiría uno, o tal vez más buques de superficie, y la coraza era inútil. Velo y engaño más la urgencia de golpear rimero adquirieron significado imperativo. Las disposiciones dispersaban formaciones por cientos de millas, y eran diseñadas para engañar y sobreponerse a los aviones y submarinos atacantes, hasta el momento en que el ataque propio estuviese en el aire. Más que nunca, los interceptores, la artillería antiaérea, los misiles antiaéreos y las armas antisubmarinas constituían elementos dilatorios. La postura norteamericana era del todo engañosa, ya que nunca sería esa flota la que atacase primero, con toda certeza, jamás con armas nucleares. La inquietud táctica vigente entonces era como ganar el tiempo suficiente para preparar y lanzar el ataque sobre las costas. A juzgar por el enorme esfuerzo soviético para contrarrestar a las fuerzas norteamericanas de portaaviones, estas últimas lograron su objetivo. Dicho éxito tuvo un precio; con la guerra nuclear obsesivamente en su pensamiento, los norteamericanos construyeron buques de escasa sobrevida a la acción de las armas convencionales. Se concentraron en desarrollar defensas de largo alcance, tales como interceptores y misiles, menospreciando los cañones y sistemas modernos de defensa puntual, símil perfecto de la artillería de veinte y cuarenta milímetros de la Segunda Guerra. También desdeñaron desarrollar sistemas de seducción de armas, eficaces solo a corto alcance, ya que ellos no satisfacían las exigencias de defensa antinuclear. La Armada Real siguió sus pasos, menospreciando

el

control

de

averías

y

las

defensas

puntuales.

Las

consecuencias se pagaron en las Malvinas. En la sección anterior, relativa al poder de fuego, mencioné la paradoja de Dupuy: a pesar de que la letalidad del armamento creció cien mil veces desde el siglo XVI, las bajas que dichas armas producen en el campo de batalla han decrecido en número, referidas el combate terrestre. Dado que no hay datos disponibles al respecto que abarquen el combate naval, veamos qué se puede desgranar de lo dicho por Dupuy. Primero, que el número de armas de alta capacidad por cada soldado en el cama de batalla ha decrecido; ese tipo de armas, es decir, tanques, aeronaves de ataque y la artillería pesada, son responsables en gran medida del incremento teórico del efecto letal del armamento. Pero al mismo tiempo, algunos datos

aportados por Dupuy nos muestran que un mayor-porcentaje de las víctimas del combate son a causa de las armas menores, es decir, de menor capacidad que las mencionadas; las armas de la infantería superan marcadamente la letalidad de la artillería, más allá de la distancia a la cual la eficacia artillera cae abruptamente. Con frecuencia la segunda mejor arma supera a la mejor, en virtud de que el enemigo, sacrificando sustancialmente su eficacia ofensiva, adopta precauciones extraordinarias para sobrevivir a ella.12 12

Este fenómeno se manifestó en las Malvinas. La aviación argentina perdió solo un ocho o diez por ciento de sus aviones por el efecto de la mejor arma de los buques británicos, sus misiles de zona (Sea Dart). Los pilotos argentinos sabían que atacando a mínima altitud hartan ineficaces dichos misiles, y la mayor parte de los derribos británicos fueron producidos por sus armas puntuales. Aun visto así, los "ineficientes" Sea Dart fueron vitales para la defensa, quitándoles espacio de maniobra a los atacantes, ayudando a que la defensa puntual fuera más efectiva y forzando a los pilotos a lanzar a tan corta distancia, que en algunas oportunidades las bombas que hacían impacto no habían tenido tiempo de armarse.

Segundo, en el pasado, el armamento terrestre solía ejercer una eficacia menor que la, nominal, debido a que con frecuencia no podía ser apuntado sobre sus blancos cuando éstos tomaban algún tipo de cubierta. A medida que aumentaba el alcance de las armas, se producía un paralelo aumento de su imprecisión. El fuego de saturación de áreas dispersa y suprime el fuego enemigo, pero no causa un mayor número de víctimas. Tercero, de manera creciente se ha optado por dispersar la tropa buscando su supervivencia. Según la estimación hecha, por Dupuy, entre las guerras napoleónicas y la guerra árabe-israelí de 1973, la densidad promedio de tropas en el terreno decayó según el factor doscientos.13 13

Dupuy (1979), figura 2-4, Pág. 28

Una observación de Dupuy particularmente interesante para el combate naval es que la tasa de destrucción de equipos, en especial de tanques, aumentó considerablemente más que el número de víctimas personales. Una maquinaria enemiga peligrosa atrae el fuego precisamente porque es peligrosa, pero siendo escasamente tripulada, su destrucción no acarrea numerosas bajas.

Las fuerzas terrestres no ocupan el terreno con densidad uniforme sino en grupos. Un pelotón es un pequeño agrupamiento de fuerza; un tanque es una agrupación mayor de fuerza. Un buque en mar abierto es una concentración aún mayor de fuerza; ya sea que lo midamos en poder de fuego, dotación o valor monetario. La menor unidad de fuerza a ser dispersada en el mar es un buque. Cuando la defensa requiere primordialmente de la dispersión, los buques pequeños y la distribución del poder de fuego son una ventaja importante. La mayor parte del debate actual acerca del tamaño de los buques tiene en consideración los méritos comparativos dé la dispersión en unidades pequeñas (que complican la adquisición de blancos enemiga), y de la concentración de fuerza en unidades mayores (aplicables a combatir el enemigo). Los encuentros de portaaviones del Pacífico aportan alguna luz al problema. Fue el poder combativo defensivo el que en última instancia decidió si una fuerza debía aglutinarse o dispersarse. Del mismo modo, sí un comandante actual dispone de muchos buques con fuertes defensas, optará por masificar su fuerza y combatir al enemigo. Con pocas unidades o pobres defensas está obligado a la dispersión. Con ambas opciones lo que está haciendo es obtener tiempo, que a su vez le permita cumplir con sumisión, la que ciertamente no será deambular a la espera de ser hundido. Si la defensa no puede comprar el tiempo necesario para que el ataque dé sus frutos, entonces la flota debería encontrarse en algún otro lugar. La experiencia posterior a la Segunda Guerra, vivida por la Armada Norteamericana, ha sido del tipo de la guerra convencional, pero con un rasgo característico: sus buques siempre operaron desde donde a todos los fines prácticos era un santuario. Los buques se estacionaban por fuera del radio de acción enemigo, o el enemigo enfrentado (caso típico Vietnam del Norte y Corea del Norte) no contaba con la fuerza necesaria para dar eficazmente el primer golpe, ateniéndose luego a las consecuencias del contraataque De este modo, los treinta años de operaciones de "proyección" probablemente hayan acarreado condescendencia acerca de la naturaleza del combate, que no siempre será tan marcadamente "a un solo bando", y ciertamente afectaron la actitud de la Armada Norteamericana en relación" con la defensa, el control de averías, la construcción de buques y su sobrevida. Teniendo en mente a la guerra convencional, es factible construir buques modernos con la capacidad de absorber daño y continuar la lucha. En el volumen

no clasificado que del informe de las Malvinas hizo elde la Armada, existe una recomendación al respecto. El misil Exocet que hundió al "Sheffield", no hubiera podido penetrar en la coraza del "New Jersey” (acorazado de la Segunda Guerra, recientemente vuelto al servicio de flota, USS) “New Jersey". La guerra abunda en ejemplos al respecto; tal el "South Dakota" que en Guadalcanal, 1942, absorbió , 45 impactos de ocho pulgadas continuando la acción. También el caso del "Musashi", que continuó navegando después de recibir el impacto de 14 torpedos y 22 bombas pesadas.14 14

Secretaría de Estado de la Armada, South Atlantic Conflict (Conflicto del Atlántico). Pág. 3.

No caben dudas de que hoy se puede construir armamento convencional con especiales características de penetración, que superaría al de la Segunda Guerra, pero este informe no debiera ser desoído. Más buques del tipo del "New Jersey", que pese a los impactos continúa la lucha, complicarían las especulaciones enemigas, obligándolo a repensar las características de su armamento convencional y las tácticas para su empleo. Los misiles no pueden ser usados con la misma discrecionalidad que los tiros de artillería; simplemente no alcanzan. La Armada Norteamericana moderna debería ser adaptable a dos diferentes ambientes operacionales. En la guerra convencional, todo buque debería tener capacidad de absorber daño y seguir operando, contando además con su propio sistema de armas puntuales de extrema defensa que integra el sistema de contraofensiva de la flota. En guerra nuclear, si bien no es inexistente la capacidad de absorber daño, es poco relevante. De igual modo las defensas puntuales tienen poco valor, debido a su reducido alcance. En este ambiente nuclear, el velo y engaño táctico son los medios primarios de la contraofensiva. El ejemplo paradigmático de adaptación al ambiente convencional lo da el acorazado con moderno equipamiento, y en el ambiente nuclear, el submarino moderno. También la táctica difiere según el ambiente, y la flota debe estar configurada, entrenada y lista para operar en ambos.

Paradójicamente la. resistencia al castigo se justifica aún más cuando más limitada es la guerra. Es así que como los planes estadounidenses e construir un mayor numero de portaaviones y la puesta en servicio de cuatro acorazados reflejan su deseo de adecuar medios para las guerras limitadas. Con esas excepciones, la tendencia sigue siendo el alejamiento de los cascos resistentes. La vuelta al servicio activo de los acorazados es un contrapeso a un desequilibrio muy marcado y muy apresurado, hacia una tendencia que, no obstante, probablemente continuará. Nunca debemos olvidar que la sobrevida es una característica incorporada al efecto de ganar tiempo destinado a la acción ofensiva. Los críticos que opinan sobre la vulnerabilidad de las unidades de superficie ignoran esta premisa. Los menos avisados consideran que los buques más costosos debieran poder soportar el combate indefinidamente; otros más moderados opinan que los buques de gran desplazamiento no son rentables. La alternativa correcta son los buques que pueden ,proyectar un significativo poder de fuego, es decir, proyectar un gran volumen de fuerza a lo largó de toda su vida de combate. Para adentrarnos en esta discusión es necesario entender el punto de vista táctico sobre la fuerza defensiva. El conjunto de sistemas defensivos actúa como un filtro (no como una pared, o como la línea Maginot) que elimina un cierto número de aeronaves o misiles en aproximación. En la medida de sus posibilidades, el casco absorberá impactos y permitirá al buque de guerra conducir, aunque ya menguadas, acciones ofensivas. Las armas antiaéreas de la Segunda Guerra destruían algunos incursores aéreos, y con una cortina de fuego amedrentaba a otros desviándolos. Los modernos sistemas antimisil (y consecuentemente antiaéreos) que actúan por impacto directo o seduciendo el arma incursora, cumplen igual tarea. Hasta un determinado límite, las defensas se hacen cargo de un porcentaje elevado de atacantes. Frente a un ataque denso y bien coordinado, alcanzado el límite mencionado, las defensas antiaéreas se verán saturadas, y a partir de allí la mayor parte de las aeronaves y misiles penetrarán. El ataque aéreo o misilístico moderno apunta a concentrar medios por encima del nivel de saturación de la defensa. Otras dos tendencias requieren ser mencionadas. Una es que se agranda la tierra de nadie, una región donde ninguno de los contendientes puede operar

sus fuerzas principales, y donde los piquetes (aeronaves, submarinos y plataformas misilísticas) desplegaran violentos enfrentamientos secundarios procurando el desgaste o recogiendo información La existencia de esa tierra de nadie se debe a que la defensa necesita espacio, profundidad. En la guerra convencional, espacio es sinónimo de tiempo para reaccionar frente a un ataque. En el caso nuclear, puede que ninguna defensa sea adecuada, por lo que en este tipo de conflicto el espacio es simplemente para mantenerse fuera del alcance o para dificultar la adquisición de blancos enemiga sobre buques en movimiento. Aunque de dimensiones menores, hace largo tiempo ya que existe la tierra de nadie. En el pasado, las acciones de superficie con cañones no tenían lugar sino más allá de las dos mil yardas de separación; el desenlace fatal se produciría antes de que la distanciase hubiese cerrado a tal punto. Las líneas de batalla no se aventurarían dentro de las diez mil yardas, lugar de acecho de los destructores. Tampoco los portaaviones deseaban aproximarse a menos de cien millas de otros buques; un error de cálculos ó un viento desfavorable podrían provocar que los cañones entraran en distancia, y en solo quince minutos la suerte estaría echada. El HMS "Glorious" tuvo oportunidad de comprobarlo, y lo hubieran hecho también unos cuantos portaaviones escolta norteamericanos en proximidades de Samar, durante la batalla del Golfo de Leyte, si Kurita a causa de su desmoralización no hubiese retirado su abrumadoramente superior flota de superficie de la acción. La tierra de nadie, hoy, se extiende quinientas millas o más. La segunda tendencia se relaciona con la vulnerabilidad de los buques surtos en puerto. Tradicionalmente, los puertos oficiaron de santuarios de las flotas, fuesen estas débiles o poderosas. Pese a que pocos puertos alcanzaron alguna vez la categoría de absolutamente resguardados de los ataques enemigos, la estrategia de las naciones de menor poderío naval que profundamente influida por la noción de que una flota "en vías de serlo" se hallaba razonablemente segura en puerto. Esto ha cambiado; la seguridad de los puertos ha disminuido. Pearl Harbor, desde luego, es el arquetipo de la transición, pero existen innumerables otros ejemplos menos conocidos. En la noche del 11 de noviembre de 1940, un puñado de aviones torpederos del HMS "Illustrjous" sorprendió a la fuertemente defendida flota italiana en el puerto de Tarento. Lograron poner fuera de acción por seis meses a seis acorazados italianos, y uno por el resto de la

guerra. La flota italiana escapó a Nápoles. 15 No mucho después, Japón sufrió en carne propia las consecuencias de la vulnerabilidad de los puertos. Después del ataque de Sherman, en noviembre de 1943, sobre Rabaúl, la flota japonesa quedó tan estupefacta, que al poco tiempo se replegó hacia Truk. Meses después, en 1944, los grupos aéreos de portaaviones penetraron las defensas de Truk, y los japoneses, imposibilitados de enfrentar en mar abierto el poderío naval norteamericano y frustrados por la evidente capacidad norteamericana de concentrar suficiente poder de fuego aéreo para penetrar cualquier bastión insular, se replegaron al Pacífico Occidental. En la actualidad, cincuenta años después de estas acciones, los buques suelen encontrar mayores seguridades en el mar que en puerto. 15

Roskill, Págs, 110 a 114.-

Exploración La meta de la exploración es poner a las armas dentro de su alcance eficaz y apuntarlas. La exploración recolecta la información y hace entrega de ella. La tendencia predominante en el área de la exploración es el aumento de la tasa de exploración, y el incremento de los respectivos alcances de los sistemas de reconocimiento, vigilancia y colectores de inteligencia. Obviamente esta tendencia responde a las exigencias del mayor alcance de las armas. Menos obvia es la razón que motiva que la exploración deba exceder largamente el alcance de las armas. Las armas baten los 360 grados del horizonte. Las anteriores figuras de este capítulo nos presentan solo una dimensión, un solo acimut de los 360 posibles. Si consideramos una búsqueda sectorial, con un área de búsqueda asignada como la que muestra la figura 6-6 "A", comprobamos que si se duplica el alcance de las armas enemigas, se cuadruplica el tamaño del área de búsqueda. Una búsqueda de barrera, es decir, una línea de exploración, nos permitirá a veces cubrir el perímetro del área expandida. Un ejemplo característico de la adopción de esta solución fue la cortina quebrada hacia las postrimerías de la Segunda Guerra. Su objeto era la protección antisubmarina. de los portaaviones.

Frecuentemente el comando táctico no se puede dar por satisfecho con una mera línea de exploración. Una razón es que las líneas por lo general son permeables, un submarino que se aproxima sumergido y puede lanzar misiles constituye una amenaza que se materializa repentinamente en cualquier lugar dentro del alcance de sus misiles. Otro motivo es que el esfuerzo de búsqueda no siempre puede ser permanente. En los días de la Segunda Guerra, cuando tras varias horas de oscuridad, las fuerzas navales japonesas o norteamericanas lanzaban con el amanecer `sus exploradores, éstos iniciaban el vuelo sin saber cuán cerca o lejos hallarían al enemigo. La mayoría de los comandantes desearía conocer la posición y derrota de todo buque o aeronave que pudiese constituir una amenaza. Acompañando el aumento del alcance de las armas, el área de búsqueda pertinente (esa que abarca la totalidad de las amenazas) ha crecido con el cuadrado del incremento de aquéllas, estirando a límites extremos la capacidad de exploración. 16 16

Convincentemente, el Dr. Joel Lawson argumenta que si el gobierno está dispuesto a pagar la cuenta, los modernos sistemas de vigilancia pueden localizar, seguir y mostrar cualquier cosa en el mar;, hablamos de setenta y siete mil buques, aeronaves y naves mercantes. También sabe que tal sistema no es más que la base

del pertrechamiento táctico completo, que lo torne aplicable. Ver su capítulo en Hwang, Pág. 63.

Un segundo desarrollo tecnológico del armamento ha afectado también a la exploración. Volviendo a la línea de exploración que la Gran Flota de la Primera Guerra Mundial destacaba en avance, recordemos que su ubicación no respondía al alcance artillero, sino al cálculo del tiempo necesario para dar el informe de contacto por radio a Jellicoe, más veinte minutos adicionales que se necesitaban para cambiar la formación de crucero a la línea de batalla antes que el enemigo cerrara distancias a tiro de cañón. Ya sabemos que en la guerra, el espacio equivale a tiempo de reacción. En la actualidad, dado que los misiles vuelan al doble de la velocidad del sonido, el tiempo de reacción está muy comprimido, y la línea de exploración debe tener en cuenta no sólo el alcance de los misiles sino, además, el tiempo que insume actuar en contra de la plataforma, aérea, submarina o de superficie, lanzadora. Algunos autores lo ejemplifican con tres círculos o sectores circulares. El de menor radio comprende a la zona de control, el siguiente abarca la zona de influencia o en disputa, algo así como la tierra de nadie. El círculo o sector más extenso es la zona de interés: se debe estar preparado contra cualquier enemigo que ingrese en ella. El objetivo de la exploración dentro del círculo interior es la obtención de los datos de puntería; en el segundo procura el tracking; y en el círculo ,exterior, la detección. Las consecuencias entonces del mayor alcance de las armas no se limitan simplemente a incrementar el área dentro de la cual éstas pueden ser lanzadas, sino que expande las dimensiones del campo de batalla de manera que abarque las tres zonas de la exploración y el espacio para la maniobra preliminar. También la dimensión vertical se ha acrecentado; hacia mayores profundidades bajo la superficie v grandes alturas por encima e ella. Esto acarrea enormes dificultades tácticas. El OCT debe manejar simultáneamente operaciones en tres niveles, cada uno con su propio juego de alcances y restricciones de armas y capacidades de exploración. Los misiles balísticos no tienen maniobra, los torpedos sufren rozamientos y los misiles aire-aire tienen limitaciones de radio de giro. El suplicio de los comandantes es que la decisión táctica debe ser entretejida en los tres planos. Nada importaría que los submarinos lanzaran únicamente torpedos contra. buques de superficie, pero ocurre que al atacar

también con misiles están transformando una amenaza sumergida en un problema aéreo; El OCT no está jugando partidas simultáneas de ajedrez; está jugando una sola partida en tres tableros, con piezas que pueden saltar de un tablero al otro. La guerra está en proceso de extenderse al espacio. El espacio será entonces el cuarto nivel de las acciones tácticas, tan diferente del aire como el plano aéreo lo es de la superficie. Nadie sabe cómo serán las acciones espaciales, pero podemos estar seguros de que se materializarán. En su libro How lo Make War (Cómo hacer la guerra), James Donnigan escribe que "las operaciones aéreas se desarrollan alrededor de la recolección de información. Así siempre ha sido y aún es."

17

El primer papel desempeñado por la aviación en la

guerra ha sido la exploración. En él ha sido tan exitosa, que debió inventarse el anti-explorador, es decir el avión anti-avión. Durante la Primera Guerra, todo otro papel de las aeronaves fue irrelevante. Tengo la certeza de que la misma secuencia se seguirá con las acciones en el espacio. Los satélites alcanzaron ya enorme importancia en tareas de vigilancia. Algunas de sus peculiaridades aplicadas a la exploración son inigualables. e mismo modo que la ineficaz artillería antiaérea de la Primera Guerra, los sistemas anti-satelitales con base terrestre no son la mejor contramedida, ni tampoco lo son las medidas corrientes de velo y engaño. Dada la importancia fundamental de la exploración, su consecuencia directa será la invención de sistemas espaciales ante-satelitales, destinados a destruir satélites de vigilancia. Carecemos de indicios acerca de si serán o no los bombarderos espaciales una realidad futura. Pero si el pasado reviviese puede ocurrir que un descendiente de Giulio Douhet profetizara el fin del combate terrestre junto al arribo de los bombarderos estratégicos espaciales, y que el Billy Mitchell del siglo XXI predijera en forma prematura la destrucción de todo buque de guerra a manos de vehículos del espacio 17

Dunnigan, Pág. 98. Como un creador de buenos juegos de guerra y crítico de las malas tácticas, Dunnigan es para su generación lo que Fred T. Jane fue antes de la Primera Guerra y Fletcher Pratt antes de la Segunda, a sus respectivas generaciones. Si Dunnigan logra lo de Jane y Pratt, estará in lo cierto prácticamente el setenta y cinco por ciento del tiempo, lo que no está nada mal.

Antiexploración Antes de la era de los grandes cañones, las únicas cubiertas que ofrecía el mar, era el incidental humo de los cañones y las accidentales nieblas. Con los grandes cañones llegó el reconocimiento de que la evasión del fuego enemigo era una importante herramienta de la guerra. Tal como hemos visto, los buques pudieron evitar o demorar los impactos, la mayoría de las veces mediante cortinas de humo, yendo a inmersión los submarinos o eludiendo las salvas y rastreando las estelas de torpedos.18 Estas fueron técnicas tendientes a anular la adquisición enemiga de blancos, es decir, métodos para confundir la proyección de su armamento. 18

Detrás de la maniobra de eludir salvas, la idea era la siguiente: ante la observación de una salva corte, el enemigo reaccionaría agregando alcance a la próxima salva; si en esas circunstancias el buque propio cerraba distancias con el enemigo, era de esperar que la siguiente salva picase muy larga.

Al acentuarse la destructividad y el alcance de las armas, los medios aptos para sobrevivir al ataque mermaron, volcándose los esfuerzos hacia la reducción de

la

efectividad

de

la

exploración

enemiga.

Los

procedimientos

de

antiexploración comenzaron a ser una posibilidad cuando la exploración, empujada por el colosal ,incremento de alcances de las armas, tuvo que llevarse a cabo a grandes distancias. El velo, el engaño y la evasión, considerados como medidas de antiexploración; apuntan a limitar la detección, el tracking la adquisición de blancos.19 19

El velo procura que el enemigo ignore la presencia propia. El engaño busca hacerle pensar que la propia fuerza está en cualquier otro lugar, para de ese modo llevar a otro sitio el fuego enemigo. La evasión pretende tornar inoperante o demorar su ataque.

Manteniendo inmersión, los submarinos buscan eludir la detección y el ataque. Los comandantes de fuerzas de tareas de portaaviones procuran no ser detectados y atacar primero a los portaaviones enemigos. Spruance decidió quedarse a custodiar playas en Saipan y Guam, porque creía que de salir a buscarlo el enemigo podría llegar a filtrarse mediante un rodeo a sus fuerzas. La cubierta que otorga la meteorología fue bien explotada por los japoneses y la que

ofrecía la noche les permitía a sus rápidos portaaviones, la penetración y ataque a los aeródromos costeros. Los aviones de base en tierra generalmente superan en radio de acción a los embarcados, pero la posición de sus aeródromos es inamovible. Si bien el radar fue (y es) un excepcional recurso de la exploración, la detección pasiva de sus emisiones se producía (también hoy) a distancias mayores que la de detección, siendo esta diferencia tácticamente significativa. Las contramedidas radar hacen posible la detección, pero no aportan datos suficientes ala adquisición blancos. Esta última limitación le pasó inadvertida a los submarinos alemanes a quienes les urgía evadir, no atacar, a los aviones del Comando Costero Británico, bastándoles entonces la detección No fue lo mismo para los japoneses en las Salomón; la detección temprana, necesaria pero no suficiente, no les daba los datos de puntería que requería la proyección del poder de fuego. Las contramedidas de comunicaciones eran va tan importantes en la Segunda Guerra como lo eran las contramedidas a la exploración y a la adquisición de blancos. Las marcaciones radioeléctricas y la ruptura de códigos localizaban al enemigo con precisión suficiente como para concentrar sobre él un ataque. Cito como ejemplo adicional de la importancia de la criptoanalítica en esa guerra, que los corsarios alemanes de superficie, los mercantes artillados y su extensa red de buques logísticos eran localizados y barridos de los mares, no por la acción de la exploración aérea como entonces se pensaba, lino a través de la lectura del tráfico cifrado que los ligaba.20 20

Beesly, Págs. 91 a 97; Hughes y Costello, Págs. 153 a 155.

La consecuencia natural de las contramedidas a la búsqueda y a las comunicaciones fueron las contra-contramedidas. En el combate de Cabo Esperanza, a un costo táctico enorme, Scott apagó el radar del buque insignia, con la idea de que de otro modo alertaría al enemigo. La estructura completa de las comunicaciones se ha basado, desde la Primera Guerra, en la convicción de que si alguien habla, su enemigo escucha. Durante la Segunda Guerra se presumió que las comunicaciones en claro serían interpretadas, y que las cifradas

alertarían al enemigo y tal vez facilitaran la detección, pero de ningún modo revelarían intenciones. Ahora sabemos que el uso de có4jgós era más peligroso de lo que se pensaba. Se suma a eso que pequeños factores, del tipo del tiempo requerido para cifrar y descifrar mensajes, o las posibilidades de interpretaciones erróneas producto de fallas de trasmisión, frustraban a los comandados cuando los apremiaba la rapidez o la confianza de sus comunicaciones. Los planificadores tácticos norteamericanos sistemáticamente subestimaron la fricción y confusión generada por la seguridad en las comunicaciones. Aquellos que piensan que el cifrado y descifrado automático han resuelto el problema harían bien en reconsiderar la cuestión. Más allá de la omnipresente amenaza de que la información sea robada, los equipos automáticos son costosos, nunca hay suficiente cantidad y la incompatibilidad con equipos similares se hace presente en el momento menos oportuno, especialmente durante operaciones conjuntas, del tipo de la de la invasión a Grenada. Estas y otras posibilidades, inherentes a las operaciones a gran distancia, auguran que durante su desarrolló se presentaran oportunidades a la antiexploración y limitaciones a la exploración, en cantidades que, por lo general, superarán lo esperado. Las tendencias de la guerra así lo afirman. C2 y CMC2 Acerca del comando y control, a pesar de que las constantes son más relevantes que las tendencias,.existen cambios apreciables. Uno de ellos se refiere al aumento de la incertidumbre referida al inminente combate. El OCT moderno trabaja la mayor parte del tiempo con indicios electrónicos del enemigo (y demasiado frecuentemente de sus propias fuerzas). El comandante de un velero de combate veía del combate mucho más de lo que el comandante actual ve a través de sus ojos electrónicos. Pero aun así no podía ver todo; Jellicoe y Scheer, Spruance y Nagumo, Tanaka y Burke, a todos ellos les fue negada información vital, y debieron asumir decisiones cruciales mientras operaban literal o figurativamente en la oscuridad. Si esta falta de información fuese solo una constante, sería ya bastante sombrío. Pero una conclusión histórica razonable es que el próximo campo de batalla naval deparará a los protagonistas aún más

sorpresasf5in una buena exploración, hoy los misiles enemigos pueden aparecer en cualquier momento, con una rapidez imposible en época de las acciones a vela, y pocas veces alcanzada en la Segunda Guerra Mundial. El comandante de nuestro tiempo enfrenta una guerra de veinticuatro horas al día. La acción nocturna de la batalla de Nilo era en 1798 una anomalía. Combatir de noche es la norma de nuestro tiempo. La investigación hecha por Barton Whaley fundamenta con precisión la tendencia al crecimiento del valor de la sorpresa. En su libro Strategies: Deception and Surprise in War (Estrategias: el engaño y la sorpresa e la guerra) analiza ochenta y seis batallas terrestres ocurridas entre 1914 y 1953. Más tarde ampliaría su estudio, abarcando veinticinco casos más, que lo llevarían a 1973. La conclusión de Whaley es que durante esos años el empleo del engaño en procura de la sorpresa había aumentado, y más importante aún; la sorpresa es cada vez más difícil de alcanzar sin el engaño.21 Idénticas razones nos inclinan a pensar que el engaño adquiere mayor importancia en el mar. Los nuevos y sofisticados sistemas de vigilancia dificultan a una flota alcanzar un ataque coordinado sin dar al enemigo indicio alguno de su inminencia. Pero a modo de compensación, el alcance, la complejidad y la redundancia de los medios de exploración, sumados al complicado proceso de integración de su producido, abren nuevas puertas a la imaginación táctica dispuesta al engaño. 21

Su extensa tarea de investigación estuvo completa en 1969. Se complementa con el trabajo de Whaley y Ronald Sherman volcado en Daniel y Herbig, Págs. 1,77 a 194. El estudio de Whaley se centra alrededor del engaño estratégico; sin embargo, el capitán William Van Vleet llega a los mismos resultados sobre el-valor de la sorpresa y engaño tácticos; aplicados al combate terrestre. Van Vleet también registra los métodos más comunes para alcanzar el éxito en el campo de batalla.

La continua presión sobre los actores tácticos será sin parangón. ¿Qué conductor se encuentra adaptado a este nuevo ambiente? Los hombre saludables, vigorosos y con fibra moral y física retendrán la importancia que siempre tuvieron, pero asumirán mayor relevancia todavía. La guerra de veinticuatro horas al día tiene una consecuencia adicional; los buques combatirán importantes acciones con el personal que se encuentre de guardia al momento de su repentino inicio. Tomó un tiempo en la Segunda Guerra

adaptar las guardias a las condiciones de alerta II y III 22 y a las estaciones de combate crepusculares. Los comandos que ingresaban el la zona de guerra hacían de la dosificación de la energía de sus dotaciones una preocupación de todas las horas, en particular durante la batalla de Okinawa. Esa batalla, con la amenaza de kamíkaze y la presión continua durante días, constituye el mejor laboratorio que hemos tenido para observar la psicología del moderno combatiente. Sabemos que la presión sobre las dotaciones era tan despiadada y debilitante como lo era sobre los comandantes. La tensión prolongada es un fenómeno nuevo de la guerra. Las dotaciones sufrirán menos horas de tedio y más horas de temor. El diseño actual de buques incorpora progresivamente más y más requerimientos para combatir en condiciones de alerta II y III. Para ese combate, los OCT y sus comandantes subordinados deben infundir una sensación de presencia en ausencia, debido a que el combate bien puede haber finalizado antes que el comandante llegue a su estación de. combate; perdido o ganado por un oficial que se preguntará a si mismo: “¿Qué haría el comandante en estas circunstancias?". 22

Son condiciones de preparación para la acción menos exigentes que las estaciones de combate. La primera exige aproximadamente media dotación de guardia, y la segunda, un tércio:

La importancia de la sorpresa en el combate naval moderno puede ser cuantificada mediante un ejemplo. Cuando el combate era un intercambio continuo de fuego de artillería, una desventaja de 3 a 2 no era fácilmente contrarrestable por la sorpresa. Si a manera de ejemplo nos basamos en las estimaciones de Bradley Fiske y su modelo para el enfrentamiento artillero, para que la fuerza más débil (llamémosle B).alcanzase.el equilibrio, sorpresa mediante, debía hacer fuego sin respueta por un lapso de diez minutos. Ese lapso equivalía al sesenta por ciento del tiempo que le demandaría a A eliminar a B, si ambos bandos abrían fuego simultáneamente. Si B pretendía alcanzar la ventaja de 2 a 1 sobre A, antes de que A entrase en acción, debía lograr veinte minutos de fuego sin respuesta; tal el caso del "Chesapeake", sorprendido por el "Leopard" en 1807 con sus costados inermes. En primer lugar compararemos estos resultados con los que da el modelo de enfrentamiento de portaaviones de la Segunda Guerra.Si B con solo dos alas aéreas (dos portaaviones) sorprendía a los tres portaaviones

de A, hundiría dos de ellos en una sola salida, alcanzando ínstantánemente la superioridad de 2 a 1. En nuestros días, una coordinada acción misilística cuenta con' el potencial de lograr iguales resultados al enfrentarse dos flotas. Un ataque sorpresivo, de magnitud equivalente a cuando en la época de los grandes cañones era dable esperar la recuperación del atacado, sería decisivo en la guerra naval actual. El alcance de las armas modernas ha incentivado la demanda de exploración,leána y su velocidad acentúa la tendencia. A medida que crece la posibilidad de ataques coordinados, súbitos y devastadores, lo que a todas luces es una tendencia, el papel del C 2 y de las CMC2 adquiere un significado nuevo e imperioso. El OCT moderno invertirá relativamente menos tiempo y energías en planificar y proyectar su poder de fuego, y proporcionalmente más de ambos en planificar y ejecutar su exploración y en anticiparse a la del enemigo con la antiexploración y las CMC 2. Si consideramos que el equivalente moderno a lo que era obtener la solución del problema control tiro artillero involucra a los sistemas que desaprensivamente se conocen como de vigilancia y reconocimento, la explicación de lo dicho se toma evidente. Dudo que hoy sea posible lanzar un ataque sorpresivo y de magnitud decisiva sobre una desprevenida flota, excepto aquellos del tipo especial de sorpresa táctica que siempre fueron posibles, aun a vista plena del enemigo, cómo ocurrió en las batallas de Bahía Quiberon, Trafalgar y Narvik. Pero la pronunciada tendencia de los desarrollos tácticos añadirá más y más combustible en las ya calientes cabezas de los comandantes y estados mayores, al tiempo que éstos intentan contrarrestar la mortal sorpresa con C 2

7. LAS GRANDES CONSTANTES Maniobra Uno de los problemas que acompaña a la teoría del combate consiste en determinar el comienzo y la finalización de aquél. ¿Acaso el intercambio de fuerza letal (poder de fuego) marca el inicio de la batalla? Consideremos el relato que nos hace Norbert Wiener en su obra Cybernetics sobre el encuentro entre la cobra

y la mangosta. Este cuadrúpedo carnicero disfruta de la rara habilidad de, merced a cierta combinación de agilidad mental y física, anticiparse al ataque de la cobra. En el momento preciso, la mangosta asesta una dentellada detrás de la cabeza de la serpiente, definiendo el combate. ¿Es licito decir que la batalla consistió en un único brinco de la mangosta? No, como tampoco es cierto que el combate se inicia con el primer disparo. Comparto el punto de vista de Sun Tzu, Lidell Hart y John Boyd, quienes insisten en que el combate es más que el simple intercambio de poder de fuego. La batalla propiamente dicha incluye la maniobra (no la movilidad estratégica) que lo precede y que fluye en el resultado. En el lenguaje de Mahan, táctica es "el arte de lograr adecuadas combinaciones previas a la batalla y durante su desarrollo".1 1

Mahan, Pág. 10.

A todo lo largo de la historia, el propósito de la maniobra ha sido establecer posiciones relativas favorables para el combate. Fioravanzo nos descubre una clave que relaciona la maniobra en el pasado y en la actualidad a través de una constante. El hace referencia a la posición táctica fundamental diciendo que es la posición relativa que otorga la posibilidad de concentrar antes o mejor el poder de fuego.2 La velocidad y el tiempo de naturaleza dinámica se trasforman en posición de esencia estática. Ya en la era de los veleros de combate, los almirantes conocían la importancia de la maniobra previa a que los buques entraran en distancia de tiro y perdiesen velocidad por el daño recibido. En la época de los grandes cañones, la mayor velocidad de los acorazados era compensada con creces por la vertiginosidad con que podía finalizar el combate a causa del poder artillero. En este caso la maniobra desempeñaba su papel antes que se iniciara el fuego. Conocemos la situación actual: con un campo de batalla potencialmente inmenso, y merced a las armas de acción inmediata, la maniobra de los buques, aun la de los más ágiles, pareciera ejecutarse a paso de tortuga A pesar de ello, todavía es posible establecer una ventaja posicional. Para lograrla sé necesitan velocidad y tiempo,/a los que el comandante táctico debe sumar la previsión. En síntesis, el comandante moderno no se debe dejar engañar por las distancias, ya que lo que lo que pareciera ser un movimiento estratégico puede resultar una

maniobra dentro del campo de batalla. Tampoco debe olvidar que mientras que la posición es su objetivo, velocidad y tiempo son sus medios. 2

Fioravanzo, Pág. 209.

En épocas de paz se suele sobrevaluar la ventaja de mayores velocidad en naves de combate. Las altas velocidades son, costosas en dinero, peso y espacio. De algún modo los planificadores durante la paz no aciertan en dimensionar el problema táctico que representa una formación frenada por la velocidad de su buque más El efecto que sobre toda la fuerza causan las unidades dañanadas es frecuentemente dejado de lado en las discusiones tácticas de preguerra. Mientras desempeñaba el comando de los “Pequeños Castores" (Escuadrón de Destructores 23), Arleight Burke dijo a sus subordinados que nunca abandonaría un buque averiado; pero hoy admite que entonces hablaba su corazón y no su mente. El mismo Fiske, normalmente caracterizado su astucia, estaba tan fascinado por la velocidad, que en la escala de valores de su ensayo premiado en 1905 por el Naval Institute la colocó en primer lugar, anteponiéndola a la “controlabilidad” (C2) y al poder de fuego. Pese a todo Mahan no se dejó engañar; él habló de velocidad homogénea e influyó en la decisión de construir los acorazados de antes de la Primera Guerra con más armamento y coraza a expensas de la velocidad Desdeñosamente, Baudry se refería a los cruceros acorazados no como el símil de la caballería, la que comparada con la infantería era un arma de elite, sino como una máquina de guerra de pacotilla.¿Quién oyó hablar de un escuadrón de cebras escribiría montadas por chiquilines blandiendo espadas de madera?”3 El padre del crucero de batalla, Jackie Fisher, un buque cuyo sino fatal fue estallar ante las primeras descargas de artillería, hubiera debido prestar mejor atención al menos precio de Baudry por la velocidad. Sabiamente, Winston Churchill prefirió acorazados rapidos pero de buena coraza, que pudiesen actuar a proa de la flota en apoyo de la línea de exploración. 3

Baudry, Pág. 47.

Los analistas navales modernos han fracasado rotundamente en establecer la relación costo efectividad de los incrementos en la velocidad, y los éxitos

obtenidos lo han sido en relación con la maniobra táctica defensiva y no con la ofensiva, Ni el aliscafo ni los buques de efecto de superficie han demostrado su valía; la velocidad de estos vehículos arrastra pesados lastres en su estela. A un los mismos submarinos rápidos de ataque han sido pensados sobre bases endebles.4 4

La velocidad en incursores solitarios, tales como submarinos y aviones aislados que conducen penetraciones a baja altura, requiere un análisis especial. En ambos casos, las preguntas acerca de la velocidad homogénea de la fuerza y qué hacer con los buques averiados, no son de aplicación. Aquí la cuestión es que los atacantes solitarios con por definición ejecutores de ataques no concentrados, y sin concentración defensivo las unidades dependen para su supervivencia de permanecer indetectadas. Lamentablemente, con frecuencia la velocidad es la enemiga del velo.

Frank Uhlig, editor de la Naval War College Review puntualizadas que los porta-aviones deben ser veloces para proveer la operación de aeronaves Resulta interesante especular acerca de cuál sería su velocidad de no existir ese requisito. La pregunta no es ociosa desde el momento que es posible que en un futuro cercano se operen aeronaves VSTOL en gran escala Los mayores costos que afectan al despegue vertical de las aeronaves (la mayor desventaja de los VSTOL) pueden ser compensados por la sustancial reducción de velocidad de toda la formación. Debemos recordar que con la mitad de su potencia propulsora, los buques aún mantienen el ochenta por ciento de su velocidad. Además, la velocidad genera ruido en el agua, y el ruido llama a los misiles de submarinos. Hay oportunidades en que la capacidad de un portaaviones para operar con sus aviones a bajas velocidades, y aun estando fondeado, es un atributo valioso. Pero tengo una objeción. LA velocidad estratégica, por ejemplo, cuando una fuerza se desplaza hacia el océano Indico, sigue siendo una valiosa virtud también a nivel táctico, la velocidad para la evasión o para romper la adquisición de blancos enemiga al menos cierta importancia. Durante la Segunda Guerra solo la clase, “North Carolina”, "Alabama” e "Iowa" podían mantener el paso de los portaaviones, y nos resulta ocioso preguntamos si alguna otra clase de buques de defensa antiaérea podría haber desempeñado mejor papel que esos acorazados rápidos. Si la tecnología nos brindara velocidad a bajo costo debemos sin dudas adoptarla. Pero si el precio de

la velocidad es dejar de lado esto o aquello, no debemos dejamos embaucar. La historia y el análisis nos dicen que la velocidad extra de los buques y la velocidad y maniobrabilidad de las aeronaves se pagan a precio de usura. Poder de fuego Esencialmente, la razón del éxito táctico en el mar ha sido siempre la aplicación anticipada de una eficaz fuerza ofensiva. Si el OCT posee un arma principal que supera sustancialmente en alcance al arma principal enemiga, su objetivo será entonces atacar, mientras se mantiene por fuera del alcance eficaz enemigo, con la concentración de fuerza suficiente como para destruirlo. Si la diferencia de alcance eficaz lo desfavorece, su objetivo será sobrevivir a los ataques, con la fuerza suficiente para cumplir la misión asignada. Frente al ataque nuclear, las tácticas estadounidenses se han centrado en el empleo de velo y engaño, en la medida necesaria como para permitir que entre en acción el poder de fuego de los portaaviones primero y más tarde el de los submarinos misilísticos nucleares (SSBN). La amenaza convencional naval soviética, en cambio, impone a las fuerzas norteamericanas, a nivel táctico, la concentración de suficiente poder de fuego para desbaratar un primer ataque enemigo; estas tácticas tienen como premisa la necesidad de neta superioridad ofensiva y defensiva, que otorgue el dominio aun en el caso de verse superada en alcance por los bombarderos pesados, o que las circunstancias del inicio de la guerra obliguen a absorber un primer ataque. En la medida que ha disminuido la superioridad naval de los EE.UU., sus dificultades tácticas se incrementan. Resulta hoy de la mayor importancia para un comandante táctico norteamericano disponer de los medios para concentrar poder de fuego eficaz y proyectarlo en cantidad suficiente para dar cumplimiento a la misión, antes que el enemigo haga pesar decisivamente su propio poder de fuego. Al no disponer de dichos medios, deberá evitar el enfrentamiento, ya que prevalecen las probabilidades de ser derrotado, infligiendo escaso daño al enemigo. Aquí asoma la segunda gran constante del poderío ofensivo: siendo equilibrados los restantes factores, una pequeña diferencia a favor en el poder combativo neto será decisiva y su efecto, acumulativo.

La necesidad de un margen de superioridad se aumenta cuando por cualquier razón se espera que sea el enemigo el que lance el primero, aunque no definitivo, ataque. A diferencia del combate terrestre, la fuerza más débil no puede aspirar a sacar de una actitud defensiva gran rédito. Esta deberá estar dispuesta a arriesgarse para encontrar la manera de atacar eficazmente primero. Su otra alternativa será evitar el combate, adoptando una estrategia de evasión, supervivencia y desgasto, en la esperanza de que su buena suerte y destreza lo ayuden. La fuerza escasamente más débil generalmente será derrotada, y con menguada recompensa. En los capítulos previos hemos sentado algunas de las bases teóricas y empíricas de esta conclusión. Ella se ve también sustentada en algunos de los juegos estratégicos, previos a la Segunda Guerra, desarrollados en la Escuela de Guerra Naval. En ellos los resultados de los encuentros entro "escuadrones destacados” se evaluaban según las siguientes pautas: si la diferencia de poder entre fuerzas (teniendo en cuenta otros factores, además del número de buques) era de 2 a 1, la fuerza más débil era sacada del juego. Si el desequilibrio era de,3 a 2, la fuerza inferior perdía la mitad de sus medios. En el caso de enfrentamientos de 4 a 3, la fuerza superior vencía, pero quedaba incapacitada de llevar a cabo acciones de importancia durante el resto del juego. 5 5

McHugh, Págs. 4-28 y 4-29,

Mis propias estimaciones me indican que una superioridad de 4 a 3 ha sido siempre decisiva en el mar, excepto en el caso de que el enemigo con su fuerza más débil haya tenido oportunidad de atacar eficazmente primero. Una ventaja de 3 a 2 aplastará al enemigo. De tiempo en tiempo las, potencias navales se vieron favorecidas por diferencias numéricas de 5 a 3, o de 2 a 1, pero dichas cifras responden a consideraciones estratégicas antes que tácticas. 6 6

Durante la negociación del Tratado de Washington. los EE.UU., sobre las bases de su responsabilidad estratégica tanto en el Pacífico como en el Atlántico, postuló una superioridad de buques capitales de 5 a 3 frente a Japón. A comienzos de este siglo Gran Bretaña temiendo la alianza de dos potencias en su contra, mantuvo lo que denominó doble estándar, esto era, que su armada igualara a la suma del poderío de la segunda y la tercera potencias navales.

Otra tendencia que por su recurrencia podría ser denominada constante es la de sobre valorar la efectividad del armamento previo a su empleo en guerra. Es así como la sorprendente ineficacia de la artillería naval en la guerra HispanoNorteamericana impactó a sus comentaristas. Hacia 1915, tras una larga puesta a punto de los sistemas de control de tiro, diez o veinte minutos de fuego preciso eran definitorios. Pese a ello, en Jutlandia la Flota de Alta Mar escapó a la destrucción merced a que la línea de batalla británica resultó inmanejable, a que la flota alemana maniobró con destreza y a que el humo oscureció la escena de la acción. Antes de las acciones de portaaviones del Pacífico, los comandantes eran demasiado entusiastas acerca del poderío aéreo. El lugar común se repite en las caóticas acciones nocturnas, donde no todas ellas reproducen las limpias y decisivas batallas de los juegos de preguerra, dado que el poder de fuego no resultó tan eficaz como se esperaba. Esta regla se impone: atención a la niebla de la guerra, y no debe subestimarse la capacidad enemiga de sobrevivir a nuestras armas, Durante la próxima guerra en el mar veremos a busques mostrando vacías de misiles sus santabárbaras y el escaso rédito por la proyección de lo que se tenía por el arma decisiva. Cuando se le preguntó al almirante Burke, el último de los pensadores tácticos de la Segunda Guerra, acerca de qué se debería agregar a los destructores de la nueva clase que lleva su nombre (clase Arleigh Burke), contestó que él embarcaría un par de machetes. A pesar de esta tendencia, la posibilidad de un resultado decisivo siempre ha estado al menos latente. Ya hemos visto circunstancias en que la eficacia ofensiva del armamento fue obstruida por malas tácticas (bajo las instrucciones tácticas permanentes) y también por la suma de buenas corazas, fuego ineficiente y tácticas pobres (después de la batalla de Lissa). Pero en términos generales el poder de fuego ofensivo ha dominado a la defensa, y no nos debemos sorprender por el hundimiento del "General Belgrano" y del "Sheffield” en Malvinas, más de lo que se sorprendió Beatty cuando dos de sus cruceros de batalla volaron tras cinco minutos de fuego. Ni tampoco porque el EMS "Hood" haya demostrado ser un delicado galgo', ni porque la columna vertebral japonesa haya sido quebrada en una sola mañana en Midway; ni tampoco porque pese a su abrumadora superioridad la flota norteamericana perdiese a manos kamikazes más de un buque por día en las sangrientas aguas de Okinawa. En la batalla moderna, los

buques y aeronaves serán destruidos a un ritmo frenético. Pese a ello, no puedo marcar una tendencia hacia una mayor destructividad del combate; simplemente veo una continuidad en la naturaleza destructora y decisiva de la batalla en el mar. ¿Existe incompatibilidad entre ese párrafo que nos dice que la performance ofensiva de las armas será sobreestimada y aquel que afirma que el combate naval será nuevamente sangriento y decisivo? El punto de conciliación es el siguiente: aunque los comandos tácticos requerirán mayor capacidad ofensiva de la que prevén, la que dispondrán contendrá gran destructividad y será potencialmente decisiva Dewey y Sampson obtuvieron victorias decisivas con una artillería francamente atroz. Puede que la batalla de Jutlandia haya resultado sin definición, pero las de Coronel y de las Malvinas (1914) ciertamente no. Aun en el caso de las indefinidas batallas de la Primera Guerra, su resultado osciló sobre el filo de un cuchillo a solo minutos de que pudiesen ser decisivas. El poderío aéreo de los portaaviones, pese a todo lo que de él hemos dicho, resultó suficientemente decisivo como para barrer los portaaviones a todo lo ancho del Pacífico en cuatro grandes batallas que tuvieron, lugar en 1942. El hecho de que las aeronaves evidenciaran menos efectividad que la prevista fue una conclusión importante e influyó en su empleo táctico, pero para los estrategas del teatro del Pacífico pasó poco menos que inadvertida. Contraofensiva Mientras que la primacía de la defensa por sobre el poder de fuego tuvo sus altibajos, hallándose actualmente desvanecida, la importancia de atenuar o destruir la fuerza ofensiva enemiga se mantiene constante. Podemos resumir estas constantes características de la contraofensiva en lo siguiente: -

Excepto por breves períodos y durante circunstancias fuera de lo común la defensa en el mar nunca dominó a, la ofensiva, en el sentido que Clausewitz y otros comentaristas del combate terrestre le han dado. La posibilidad de proyectar o recibir ataques decisivos en el mar ha estado casi siempre presente.7

7

Escribió Clausewitz (1976): “Afirmamos de modo incontrovertible que la forma de la guerra que aquí llamamos defensa no solo ofrece mejores perspectivas de victoria que el ataque, sino que esas victorias alcanzan iguales proporciones y resultados” (pág.392). Clausewitz se refiere a la batalla defensiva y con sentido táctico, por lo que el contexto es adecuado. Sin embargo es conveniente agregar que para todo otro ámbito estratégico y más amplio, el mismo Clausewitz dijo: “Pese a ser la defensa la más potente forma de la guerra, su propósito es negativo, por lo que se desprende que únicamente debe ser empleada bajo imposición de la debilidad, y abandonada un pronto chino seamos lo suficientemente fuertes para perseguir un objetivo positivo” (pág.358). -

La fuerza defensiva ha demostrado inusitado poder de recuperación. Su aporte raramente excede el mero ganar tiempo para un ataque eficaz. Pero si no se ambiciona demasiado de la defensa, es posible hallar nuevos medios para contrarrestar nuevas amenazas.

-

En algunas oportunidades aparecerá como más eficiente que lo planificado, pero ello se debe a que el ataque no ha sido tan contundente como se calculaba en tiempos de paz.

-

Tanto el ataque como la defensa se verán desmañados al inicio de la guerra, pero la acción ofensiva será la primera en afirmarse a poco de andar. Otra constante de la guerra naval es que las flotas resultan difíciles de

renovar. Por este motivo los navíos de la línea no enfrentaban fortificaciones con igual número de cañones, los acorazados no se aventuraban en aguas minadas y los portaaviones no

atacaban

aeródromos donde

tenían

asiento

cifras

proporcionales de aeronaves. Esas acciones fueron encaradas por las buques cuando ejercían el control del mar y su fuerza superaba marcadamente a la terrestre. El ejemplo de las operaciones de Gallípoli, en la primavera de 1915, es ambivalente en ilustrar acerca del prerrequisito de la preponderancia de fuerzas y de lo azaroso de enfrentar baterías costeras desde aguas minadas..Tres acorazados británicos y franceses más un crucero de batalla británico fueron hundidos o averiados; y el intento de ingresar en los Dardanelos por parte de la flota fue abortado a poco de alcanzar el éxito. Riesgos similares acompañan las operaciones de portaaviones contra aeródromos costeros. Estos aeródromos son comparativamente más fáciles de reparar que los buques. En la guerra convencional existen en el mar menos

posibilidades de ocultación, supervivencia y recuperación que en tierra. Las virtudes compensatorias de los buques han sido su mayor movilidad y potencial de concentración. El conflicto nuclear altera estas generalizaciones. Debido a sus atributos: alejarse de la amenaza mediante movimientos estratégicos, o salirse del área de impacto de los misiles por medio de movimientos tácticos, los buques de superficie serán más duraderos que las fuerzas terrestres. La capacidad de supervivencia de los-misiles balísticos en lanzadores submarinos, merced al ocultamiento, es mayor que la de los misiles balísticos con base en tierra. La ecuación de los reemplazos también resulta alterada en la guerra nuclear: las fuerzas navales convencionales son más difíciles de reemplazar que las fuerzas convencionales terrestres, pero dado que no existen reemplazos para las cabezas nucleares, este riesgo se esfuma en la guerra atómica. Exploración Escribió Sun Tzu: La razón esencial de que el príncipe iluminado y el sabio general conquisten al enemigo cuando y dondequiera se mueven, y de que sus logros superen a los del hombre ordinario es la previsión. Lo que es denominado "previsión” no puede ser inquirido a los espíritus ni a los dioses, ni deducido de analogías con sucesos del pasado ni de cálculos. Surge de los hombres que conocen la situación del enemigo.8 8

Sun Tzu, págs. 144 V.1,45.

la cita fue extractada ¿el capítulo titulado "Empleo de los agentes secretos”. Nos imaginamos a Sun Tzu frotándose las manos con avidez ante un encuentro con los modernos satélites de vigilancia y los logros M criptoanálisis. El comandante naval siempre demandó de la exploración, un radio de acción coherente con el alcance de sus armas. En otras palabras. persiguió información de¡ enemigo suficientemente lejana (acordándonos de la relación tiempo-movimiento, lo interpretamos como “suficientemente temprana”) como para desplegarse en busca de una eficiente acción ofensiva o defensiva. Esta información siempre incluyó la situación de las fuerzas propias, Un aficionado que

se imagina la guerra como sobre un tablero de ajedrez no concibe las frustraciones que acarrea mantener la situación propia. En las ejercitaciones de paz no es infrecuente que un comandante adquiera como blanco a sus propios buques. Todo profesional debería mentalizarse para enfrentar ese despropósito y releer los detallados relatos de Morison, abarcando las acciones nocturnas de las Salomón,

incluyendo

el

combate

de

Cabo

Esperanza

en

todos

sus

desprejuiciados pormenores. La elección de la táctica debe ser compatible con la eficiencia de la fuerza. Fuerzas dispersas y poco adiestradas en un campo de batalla moderno, plagado de mísiles de largo alcance, corten serios riesgos de autodestrucción. La gran constante de la exploración pareciera ser que nunca hubo suficiente cantidad. En los días de la vela, una línea de fragatas era enviada hacia adelante en procura de exploración estratégica (el problema de entonces era encontrar algún enemigo en el mar, si es que lo había). Fuera de éste, existían pocos medios de saber cuál era el objetivo estratégico enemigo, o en dónde se hallaba operando. Del mismo modo que los actuales satélites o radares transhorizonte, las fragatas de vela cumplían también con la exploración táctica, y no existía distingo consciente entre los papeles tácticos y estratégicos. Hecho el contacto, la fragata se escabullía en retirada hasta alcanzar distancia de señalación visual con sus fuerzas. El navío de línea disponía entonces amplio margen de tiempo para entrar en su columna. Ante la escasez de fragatas, la flota corría el riesgo de que la sorprendiera mal formada. La batalla de Cabo Vicente es una entre varias situaciones embarazosas, vividas por franceses y españoles durante las guerras napoleónicas. Los comandos navales imploraban por más fragatas; nunca parecían suficientes. En el capítulo 3 hemos visto la enormidad de fuerzas que fueron destinadas a la exploración. Jollicoe destacó el veinticinco por ciento de su poder de fuego de gran calibre. y otro tanto hizo Scheer. Hacia la Primera Guerra, los recursos de la exploración abarcaban algo más que aviones y buques. Ambos contendientes también intentaron explotar la inteligencia de señales (según mi definición, la exploración incluye la trasmisión, pero no el análisis de la información). Es difícil concebir de qué manera ¡u flotas sin radio pudieron resolver su exploración; las radiocomunicaciones, si facilitaban las maniobras de la flota, eran vitales para el éxito de la exploración. En el período de entreguerras, las aeronaves se

transformaron en los exploradores primarios, cumpliendo tareas de detección. tracking y adquisición de blancos mediante el spotting. En sus escritos que cubren las batallas por el Mediterráneo en la Segunda Guerra, el almirante francés Raymond de Belot nos dice que la Armada Italiana vivía suplicando a la fuerza aérea por aeronaves de exploración, y estaba desmoralizada por su falta. 9 Los EE.UU. y Japón emplearon submarinos y aviones de base costera, o portaaviones en las tareas de alerta temprana y exploración estratégica. La fuerza de portaaviones estadounidenses sumó con éxito aeronaves en gran número con el doble propósito de exploradores-bombarderos. Los japoneses se demoraron en usar la aviación de portaaviones para explorar, recostándose en hidroaviones con base en cruceros y, donde les fue Posible, en aviones costeros de búsqueda. Tal escasez de exploradores tuvo un alto precio. Los más destacados comandantes no dudaron en complementar a sus exploradores con buques y aeronaves de doble propósito, sacrificando la masificación de sus fuerzas en aras de encontrar al enemigo y adquirir blancos. Probablemente, los libros de historia no hayan captado la verdadera magnitud de la contribución hecha a la efectividad táctica por el radar aerotransportado que cumplió con la detección y adquisición de blanco. A pesar del mal uso dado al radar en las primeras acciones nocturnas de las Salomón, el papel de la búsqueda aérea y de la búsqueda radar difícilmente pueda ser exagerado. 9

Belot págs.41 a 44; 67 y 68; 71, 72 y 86.

También hoy el OCT puede pensar que jamás tendrá medios suficientes destinados a la búsqueda. Una de sus más importantes decisiones será la distribución de sus sistemas de exploración de manera acorde con los alcances, eje de búsqueda y ancho del sector. Del modo en que lo realizaron Spruance, Mitscher y Halsey con sus exploradores-bombarderos, y Jellicoe con sus veloces cruceros de batalla, los comandantes actuales deberán sacrificar poder de fuego masificado al altar de la exploración. En el caso de guerra nuclear, envolviendo el intercambio de misiles balísticos intercontinentales y lanzados por submarinos, el papel de la exploración táctica no sufrirá modificaciones. Los recursos espaciales y aquellos de superficie serán necesarios para adquirir blancos, evaluar daños y

estimar las capacidades residuales para el combate. ¿Cuál y cómo será el próximo “radar” que nos facilite la tecnología para esa guerra? ¿Lo usaremos correctamente o desperdiciaremos sus bondades del modo en que lo hicimos en las Salomón, por no dejar de lado tácticas fuera de moda? Constituye una perogrullada decir que la exploración siempre ha sido una importante, constante de la guerra. Tal vez la forma de expresarlo sea ésta: los vencedores fueron los que superaron a la exploración enemiga en detección, tracking y adquisición de blancos. En el mar, la ventaja en la exploración, más que la maniobra, tanto como el alcance de las armas, y con frecuencia tanto como todos los demás factores restantes, ha determinado no solo quién atacaría eficazmente, sino quién atacaría decisivamente primero. C2 y CMC2 El doctor J. S. Lawson, que hasta el momento de su retiro se desempeñaba como director científico del viejo Comando de Sistemas Electrónicos Navales, emplea el termino comando-control para designar el proceso a través del cual un comando ejerce autoridad sobre sus fuerzas y las dirige para cumplir su misión. Alrededor de 1977, Lawson y el profesor Paúl Moose de la Escuela Naval de Posgrado diseñaron el ciclo que nos muestra la figura 7-1. 10 El sistema por ellos desarrollado vincula decisión (parte del comando), con el censado (un parcial de la exploración) y con el actuar (en gran medida integrante del control a través de las comunicaciones), así como a todos. los procesos tácticos. Al incorporar al “sensado” y al “actuar” dentro del proceso de C 2, insertándolos dentro de un anillo realimentado, Lawson y Moose, junto a sus compatriotas, permitieron que el C 2 se asomase a mirar fuera de sí mismo. También hicieron posible el estudio de sus efectos en la proyección del poder de fuego y en la exploración; por ejemplo, su efecto en la tasa o cantidad de poder de fuego proyectado, o en la tasa o calidad (es decir, significado táctico) de la información producida por la vigilancia y el reconocimiento. Con el concurso del ciclo de comando-control, resulta posible examinar el contexto táctico y la "productividad" del C 2, observando los pasos que involucra la proyección del poder de fuego, las etapas de la exploración, el C 2, o a los tres trabajando en conjunto. El analista táctico puede, a su. elección, mantener

constante a dos de los procesos mientras profundiza en los detalles del tercero. Por ejemplo, dicho analista puede asumir el cumplimiento regular de un determinado plan de exploración y de proyección de fuego, poniendo a continuación bajo la lupa al movimiento de la información necesaria hacia y dentro del centro de comando (esto es, sobre el proceso de comando). Otra alternativa sería que estudiase el flujo de órdenes a las unidades a través de los circuitos de comunicaciones, por ejemplo para localizar y atacar en submarino, subrayando el necesario ruteo del tráfico y el cálculo del tiempo que llevaría consumar el ataque (en síntesis, el proceso de control). 10

En forma independiente el Dr. Geoffrey Coyle, del Shape Technical Center, estableció un modelo similar. Existe evidencia no clasificada de que Iba investigadores rusos en cibernética obtuvieron su modelo de C 2 equivalente, en la década del 60. Ver Abchuk y otros, e Ivanov y otros; ambas revisiones de trabajos anteriores publicados en 1961 y 1971. James Taylor, en págs. 36 a 41. hice un interesante comentario sobre estos aspectos de la investigación rusa del C2.

Una marcada deficiencia del modelo de Lawson de 1977 es que el control fue tratado como un proceso unilateral. El Dr. Lawson piensa hoy que modelo debiera dar cabida al ciclo de control enemigo, el que interactuaría con la situación del campo de batalla y con las fuerzas propias. 11 La actividad bilateral resultante sería la señalada por la figura 7-2, El esquema parece obvio, pero nada tiene de obvio el complejo problema analítico que se deriva de Incluir el ciclo de control enemigo. A modo de comienzo. digamos que queremos saber cuál sería el efecto de operar nuestro anillo un veinte por ciento más rápido que lo que el enemigo opera su ciclo. ¿Será que nos otorga virtualmente el control total del campo de batalla; una ventaja del veinte por ciento; o su efecto es despreciable? Presumo que no existen respuestas amplias y generalizables, pero habría que evaluar lo que ocurre al incorporar los detalles de una situación específica. No todos los que ya han empleado el ciclo captaron la fundamental diferencia que existe entre un anillo realimentado de uso ingenieril, y que por lo tanto controla “naturaleza” y un par de anillos de control militar que operan con objetivos contrapuestos. 11

De conversaciones con el Dr. Lawson en Monterrey, California. invierno de

1985.

Lawson enfatiza el carácter de proceso que tiene el ciclo de comandocontrol, es decir, de cómo hacer algo. Su modelo de control es una abstracción operando en el tiempo, sin contenidos tácticos específicos. En cambio yo pongo énfasis en el comando, es decir, en qué cosa debe ser hecha. Al comando le concierne la distribución de la fuerza, la ubicación del poder de combate. La distribución del poder es la materia del C 2. La distribución de la fuerza por el comando, por supuesto, es espacial y temporal, y también es funcional (la fuerza

es distribuida entre explorar y atacar, o entre poder de fuego ofensivo y defensivo, por ejemplo), como también organizativa (la distribución de fuerza es horizontal entre los comandantes antisubmarino y antiaéreo, o jerárquica entre los distintos niveles del elenco de guerra electrónica). La solución táctica es semejante a lo que Lawson llama situación deseada, básicamente lo que el comando desea lograr con su acción. Temprano al inicio de la batalla la situación deseada participa activamente en la asignación de tareas y en el posicionamiento de las fuerzas, e influyen las decisiones enemigas a través de lo que los rusos denominan “control reflejado”. Más adelante, en medio de la batalla, la situación deseada por el C 2 es la proyección anticipada de poder de fuego sobre el enemigo en dosis efectivas. El planeamiento del C2 se maneja con la solución táctica (la situación deseada) en términos generales, a menos que la doctrina sea confiable y que se pueda predecir fehacientemente la naturaleza de las acciones navales. Dediquémonos a profundizar este importante aspecto. Una forma de ataque terrestre consiste en diseccionar la acción a lo largo de todo un frente, especificando para cada elemento parcial de fuerza su correspondiente objetivo geográfico, es decir, la situación deseada. Los refuerzos son enviados donde las operaciones experimentan mayores dificultades. El éxito se manifiesta por el logro simultáneo de todos los objetivos. En tal caso, la victoria dependerá de la ausencia de flancos expuestos. Una segunda y frecuente modalidad de ataque terrestre consiste en reforzar los sitios a lo largo del frente donde las operaciones avanzan exitosamente; el sentido es reforzar el éxito con la intención de provocar la reacción en cadena. En este caso la victoria depende de la producción de la brecha, seguida por su explotación. En las operaciones navales, la defensa exitosa de una fuerza de tareas depende de la oportuna ayuda a las fuerzas antiaéreas, antisuperficie o antisubmarinas, en el momento de enfrentar ataques aéreos, de superficie o submarinos. En consecuencia, una virtud de la movilidad naval es la posibilidad de explotar en el ataque las vulnerabilidades enemigas allí donde sean descubiertas. El diseño de un sistema de C 2, incluyendo las responsabilidades de comando, las actividades de estado mayor y la infraestructura de hardware y software, requiere del análisis detallado del contenido táctico de las operaciones.

Desde el primer momento, al enfrentarse este problema, las dificultades habituales en coincidir acerca de los objetivos tácticos y en la modalidad del ejercicio del comando entorpecieron la especificación detallada de los sistemas de un centro de comando táctico naval. De no alcanzarse los acuerdos mencionados, la alternativa es diseñar el centro de comando y toda la estructura de C 2, prescindiendo de solución táctica; por omisión, la táctica será dictada por las características de las facilidades de C2 y por su ubicación. Un comandante y su estado mayor sintetizan la información usando sistemas de ayuda a la decisión, cuando estos permiten mejores resultados. Las modernas pantallas geográficas y alfanuméricas contribuyen al proceso. Lo mismo hace la inteligencia artificial que emula al pensamiento humano, y allí donde resulte conveniente torna decisiones autómatas. Yo no conozco ningún ejemplo de sistema de ayuda a la decisión militar de comando que invariablemente decida mejor que la mente humana, pero abundan los que realizan mejor algunos aspectos parciales del trabajo. Ciertos sistemas de control tiro, cuya existencia data de la Segunda Guerra, asignan prioridades o grados de amenaza, apuntan cañones y disparan misiles sin la participación humana. Al menos un sistema actual de misiles antiaéreos, aunque sujeto a la intervención humana que puede interrumpir el proceso, está diseñado para operar basado en doctrina táctica preprogramada. Entendemos por control la acción de llevar a cabo las decisiones que han sido tomadas. Las comunicaciones, sean éstas verbales, visuales o electrónicas, son el gran instrumento del control. El trabajo de base del control es, el planeamiento y adiestramiento eficiente. Un buen parámetro de evaluación de la eficacia del C2 es cuánto de un plan, o cuánto tiempo ese plan, se mantiene sin cambios. Un segundo y descriptivo parámetro es el volumen. de comunicaciones necesario para cambiar el plan. Tiempo y oportunidad son elementos cruciales. El. tiempo es duración, y la oportunidad es el punto de la escala continua de tiempo donde el comandante realiza la proverbial inspiración profunda e imparte las órdenes tácticas. El tiempo es una cantidad a ser preservada; la oportunidad es un instante para la opción. Se ahorra tiempo cuando para procesar y diseminar órdenes más rápidamente, se emplean redes de comunicaciones y señales compactas.

También ahorran tiempo las ayudas a la decisión. El tercer gran protagonista del ahorro del tiempo es el trabajo en equipo, al que se llega a través del adiestramiento y la doctrina. La cara opuesta de la moneda son los asesinos del tiempo, el letargo, el desconcierto, el agotamiento físico y la moral desintegrada. Tengo la sospecha de que fueron tomadas muchas más decisiones tácticas desastrosas por hombres con su espíritu quebrado y por guerreros agotados que lo que nos cuenta la historia. El desastre de la Isla de Savo, el peor combate de la historia naval norteamericana, puede ser atribuido sin dudas al agotamiento físico. Así se explica la apresurada y torpe distribución de la fuerza estadounidense, y que los destructores actuando como piquetes hayan fallado en detectar el paso de la fuerza de cruceros de Mikasa. Las acciones oportunas son el meollo del éxito táctico. Los antiguos griegos tenían una expresión descriptiva del funesto momento de la oportunidad: kollpóv habetv, kairon laveín. el momento favorable para atrapar la oportunidad. El táctico porfía de continuo con la duda de si tiene suficiente información depurada para lanzar un ataque victorioso, a sabiendas que el enemigo manipula información con el mismo propósito. Y aunque su información fuese suficiente, no es garantía de éxito cuando las fuerzas son parejas. El juego del ajedrez ejemplifica lo dicho. Ambos jugadores disponen, de la información completa y poseen el control absoluto de sus fuerzas. Evidentemente, el ganador no surge de la disponibilidad de información táctica. La capacidad de aprovechar oportunidades en adecuada secuencia es producto no solo de la información disponible sino de innata habilidad y experiencia. En otros aspectos el ajedrez es un símil pobre de la guerra. Sus problemas son enteramente intelectuales. Están ausentes la niebla, la amenaza, la lucha por reducir el caos mental y la presión de llevar a cabo las acciones en oportunidad. Muchas veces fue, citado Burke diciendo que la diferencia entre un conductor bueno y otro malo es de aproximadamente diez segundos. El comandante debe tener permanentemente en cuenta tiempo y oportunidad. Una segunda diferencia entre líderes buenos y malos consiste en lo que ven cuando miran, lo que oyen cuando escuchan y lo que comunican cuando hablan. La intención primaria del comando es mantener el control, o del modo en que Bainbridge lo pone: "Mantener a raya la confusión el mayor tiempo posible". 12

Hacerlo es solo el principio, pero de todos modos es el punto de partida del planeamiento. Recordemos a Blake y los otros generales que se hicieron a la mar, su primera medida fue establecer el orden en sus heterogéneas fuerzas, formando la columna. Tras el orden vino la concentración de fuerzas. Más atrás arriesgué una opinión diciendo que los norteamericanos pelearon formados en columna durante las primeras acciones nocturnas en las Salomón, en parte porque mucho no podían esperar de sus buques, sin perder el control. Aun después, cuando Burke concibió la táctica de ataques sucesivos en pequeños grupos, dos grupos eran lo más que podían coordinar. En la Bahía de la Emperatriz Augusta, los cruceros de Tip Merril constituían el punto de referencia para que desde ambos extremos de la columna dos grupos de destructores se abalanzaran en ataque. Las tres formaciones degeneraron en una gran melée y escaso daño al enemigo. Las fuerzas de Burke se separaron y durante más de una hora giraron en círculos buscándose mutuamente. Todo el mundo "perdió el control”. 12

Bainbridge-Hoff, pág. 86.

Con su medular clarividencia el general (USAF-retirado) Jasper A. WeIch en una oportunidad estableció sus propios criterios para alcanzar el sistema “perfecto de C3I” . Damos la lista en orden de importancia: -

Preservar el orden y cohesión de las fuerzas propias.

-

Controlar la secuencia de la batalla, evitando los errores crasos y fatales. (Estos dos primeros criterios son lo que Welch define como "prerrequisitos para evitar la derrota”.)

-

Asegurar "efectividad no nula". (Este es el primer prerrequisito para la victoria, según Welch.)

-

Optimizar ubicación, estrategias o composisicion de la fuerza, es decir C 2 eficiencia asegurada. (Según Welch, este punto se ubica en el puesto diecisiete de se escala de importancia relativa.) 13 13

Hwang et al. págs. 4 a 6

El teniente general John Cushman (USA, retirado) nos dice algo parecido acerca de las comunicaciones. Imaginemos

un

instrumento

de

medición

de

la

"satisfacción

del

comandante” con sus comunicaciones. y que aquél tiene una escala de cero a cien; cero indica que el comandante carece por completo de comunicaciones y su satisfacción es nula, y cien implica acabada satisfacción por sus comunicaciones perfectas. Si el comandante dispone de facilidades escasamente adecuadas, pero al menos algo, la lectura del metro es probable que muestre aproximadamente cincuenta. Un sistema perfecto sólo le otorga el doble de eso. 14 14

Cushman, págs. 6 y 111.

Las tácticas complicadas son una enfermedad de la paz. A poco de la transición paz-guerra, se produce una marcada simplificación de las tácticas de combate. Los teorizadores tácticos subestiman las dificultades de ejecutar operaciones complejas al calor del combate, y los historiadores militares se apresuran en señalar oportunidades que nunca hubieran podido ser explotadas. Aun los líderes navales de tiempo de paz caen víctimas de esta tendencia. La sagacidad, el Ingenio y las maniobras complejas van mejor con los solistas del tipo de los submarinos o con las unidades pequeñas que pueden ser intensamente adiestradas. Las evoluciones extraordinarias, del tipo de los giros de 180 grados ejecutados por la Flota de Alta Mar en medio del combate, deben ser doctrinarias (en el sentido de que no pueden ser improvisadas), intensamente practicadas y escasas en número. Dado que es probable que el enemigo sepa de todo aquello que es reiteradamente practicado, las tácticas complejas de flota deben funcionar pese a que el oponente esté prevenido contra ellas. La tendencia táctica hacia comunicaciones cada vez más eficientes y mejores ayudas a la decisión hace que la tentación de equiparar herramientas sofisticadas con tácticas complejos sea prácticamente irresistible. La regla es que la complejidad sólo debe ser adoptada tras meticulosas discusiones e intenso adiestramiento. Siendo complicado el arte de concentrar poder ofensivo y defensivo, resulta paradójicamente frecuente exagerar Lis posibilidades de dominarlo que tiene el enemigo. Así como puede ser fatal menospreciar al oponente, no es suficiente el

planificar para lo peor y actuar en consecuencia. Con frecuencia se nos dice que debemos actuar a base de las capacidades del enemigo. Esto no es correcto. Las acciones deben reflejar una consideración acabada de las capacidades del enemigo, J lo que, es una noción diametralmente diferente. Aquellos lectores familiarizados con la teoría de los juegos saben que lo dicho se asemeja a las formales "apreciaciones de la situación"
estratégico de la fuerza táctica. A Halsey, quien peleó con más corazón que cerebro, le fueron perdonados sus desatinos, porque su comando siempre se movió en avance, tanto estratégico (cuando fue comandante del Pacífico Sudoccidental) como táctico (cuando comandó la Tercera Flota). A pesar de ello, al establecerse la tabla de posiciones de la liga mayor de los comandantes tácticos de la historia, Spruance, que peleó con corazón y cerebro, lo antecede a Halsey. El papel de la apreciación de la situación es una constante. Es tan importante como siempre ha sido en su influencia sobre la decisión táctica, pero nunca ha gobernado la decisión. Para el comandante de la fuerza más débil, la importancia reside en que la apreciación de la situación le ofrece claves acerca de cómo enfrentar los riegos que -son inevitables durante el combate para la fuerza inferior. Con frecuencia oímos que el aumento de la velocidad de las comunicaciones y de la capacidad de control sobre fuerzas remotamente distanciadas son grandes tendencias. Puede llegar a ser cierto a nivel estratégico, pero para un comandarle de flota en combate sería más inteligente pensar que la velocidad de decisión y la confiabilidad en la ejecución de las decisiones son constantes. En su valioso libro Command in War (Comando de guerra), Martín van Creveld traza la historia del comando en acciones terrestres desde tiempos ancestrales hasta el presente. Como es lógico, hace de la incertidumbre el problema central a resolver por los sistemas de comando. A continuación nos escribe: "La conclusión más importante a que arriba este estudio podría ser que no existe hoy. ni ha existido jamás, un determinismo tecnológico que gobierne el método a ser seleccionado para dominar la incertidumbre". Desde las señales de humo hasta el telégrafo, desde la radio hasta el satélite de comunicaciones, la tecnología es una celada puesta para atrapar organizaciones militares desprevenidas. En lugar de ajustar nuestras acciones a lo que nos permite la tecnología disponible, deberíamos, del modo en que van Creveld elocuentemente nos dice: "Entender qué cosa no puede hacer la tecnología, y a partir de allí encontrar una manera de cumplir igualmente con la misión” 15 15

Van Creveld, págs. 268 y 274-275.

¿No es acaso igual el tiempo que requería interpretar mensajes por banderas de señales y actuar en consecuencia, que el tiempo que lleva hoy hacer lo mismo entre buques y aeronaves dispersos a gran distancia? ¿Es necesario recordar de qué modo el humo del combate interfería la lectura de mensajes en la época de la vela? ¿O la ominosa frustración aparejada a los equipos de VHF que fallan, debido a un mal contacto en el remoto que une la trasmisora con el puente; o la de aquella aeronave antisubmarina que una vez en el aire malgasta combustible por falta del cristal correspondiente a la frecuencia del plan de comunicaciones en vigor? Sería mejor tener siempre presente las caídas de red, del sistema táctico naval de procesamiento y transmisión de datos (NTDS), tanto como la capacidad enemiga de mutilar nuestras comunicaciones, interferencia mediante. Todavía hoy las comunicaciones hacia los submarinos son torpes y lentas. El alcance y letalidad de las armas obligan a dispersar formaciones, y las formaciones dispersas dependen de las comunicaciones satelitales, y éstas no siempre son confiables. Lo dicho se resume, de esta manera: pese a los avances logrados en la velocidad y el volumen de las comunicaciones, la capacidad de comando y control en combate no ha variado. ¿Por qué es importante? Porque afecta al ritmo y oportunidad de la toma de decisiones y su distribución en forma de órdenes. Muchos y buenos planes del pasado trastabillaron a causa de que el comando subestimó el tiempo que requerirían sus comunicaciones y sobrevaluó su claridad. En medio de una superabundancia de ejemplos, me viene a la mente la brega de Dan Callaghan para gobernar su inmanejable columna de trece buques en Guadalcanal, y también las equívocas órdenes y confusas maniobras de Scott al comenzar el fuego en la batalla de Cabo Esperanza. Las necesidades de nuevos sistemas de control de fuerza en el mar presionan demasiado sobre la tecnología. La historia ofrece valiosas visiones retrospectivas al comandante actual, quien puede obtener insubstituibles lecciones (no hay sustitutos en tiempos de paz) escuchando el redoble del tambor del combate y comprobando sus propias dificultades para seguir el paso que marca su cadencia. Para lograr que todos sigan el mismo ritmo, el comandante y su estado mayor despliegan sus planes. El planeamiento es la función que unifica en una fuerza de tareas a formaciones dispersas. Para mancomunar los esfuerzos de todos sus componentes, un solo estado mayor, el del comandante de la fuerza de tareas, debe efectuar íntegramente el planeamiento operativo Más que arbitrar en

la distribución, el comandante debe conducir la asignación de fuerzas a ¡as tareas antisubmarinas, antisuperficie, antiaéreas y de ataque. El planeamiento y la ejecución de un esfuerzo integrado de exploración, que incluye el manejo de todas las emisiones electrónicas de su fuerza, se apoyan sobre sus hombros a lo largo de toda la operación, y no debe ser delegada esa responsabilidad. No quiero decir con esto que no debe descentralizarse la aplicación de fuerza antiaérea, antisubmarina o antisuperficie a través de sus respectivos comandantes, sino que, en mi opinión, el comandante y su estado mayor deben ser competentes en todos los aspectos de las operaciones para que la flota cumpla acabadamente con su misión. Desde los días de los acorazados, cruceros y destructores, los comandantes tácticos han dirigido todos los componentes de su flota para lograr acciones unificadas. Solo el comandante táctico puede lograr el efecto centrípeto. El desarrollo de doctrina es también parte del C 2. Las buenas tácticas de la guerra nacen con el correcto estudio de la táctica en tiempos de paz. Las acciones sensatas derivan de doctrina sensata, la que a su vez se origina en un pensamiento táctico sensato, y el pensamiento sensato se apoya en los cimientos de la teoría táctica. La escasez de sorpresas tácticas en la Primera Guerra es atribuible al torrente de escrita de táctica naval, que había brotado en los primeros años del siglo., Paradójicamente, el alistamiento táctico y doctrinario al inicio de una guerra pareciera tener poco que ver con la marcha W progreso tecnológico o con las oportunidades disponibles para verificar el comportamiento de los buques en combate. En la Segunda Guerra Mundial a la Armada Norteamericana le resultó más fácil adoptar el avión para el combate que adaptar para la acción nocturna los buques con cañones, a pesar de que éstos eran ya viejos conocidos. La eficiencia táctica guarda relación directa con la calidad del pensamiento táctico que reflejan diversas publicaciones. Las publicaciones de guerra naval norteamericanas debieran tender hacia la seriedad, enfoque y calidad de los autores, que tenían las viejas publicaciones de táctica de Flota que las precedieron. Los artículos sobre tácticas debieran predominar en Proceedings, tal como lo hicieron en el período que va de 1900 a 1910. El núcleo de los programas de la Escuela de Guerra Naval debieran ser las operaciones navales, a la manera de los años treinta. El producto de los juegos de guerra debería exceder al adiestramiento y experiencia, enfatizando las conclusiones obtenidas en cada juego, como era habitual en las décadas del- 20 y del 30. El vigor intelectual de

nuestros escritos tácticos debiera igualar al mejor del mundo. Yo creo que está en camino un renacer del pensamiento táctico, iniciado por el almirante Thomas Hayward cuando se desempeñaba como comandante de operaciones navales. Pero la calidad de la literatura táctica me sugiere que sólo estamos en sus inicios. Sostengo que la calidad de nuestros escritos es el mejor indicio, mejor aún que realizar un ejercicio de tiempos de paz en el mar contra un enemigo “Naranja", de nuestra probable competencia táctica al inicio de una guerra,, naval bilateral. Concluyendo, ¿cuál es la mayor de todas las constantes del ejercicio del comando en ¿Poca de paz, sin dejar ninguna de lado? Pues bien, me daré el gusto. Mi candidata, por encima de cualquier otra consideración en este libro, es una constante tras la cual no puedo aportar evidencia alguna. El general del ejército Cuschman, por el contrario, apoya a la suya con abundantes pruebas; él creo que ya que en la guerra el cumplimiento de la misión prevalece sobre toda otra consideración, prepararse en tiempos de paz para tal cumplimiento debiera ser lo primero.16 Tal vez tenga razón. ¿0 quizás debiéramos recurrir a la cita de Clausewitz: “El hábito brinda esa cualidad sin precio, la calma". y a partir de ella decir que el hábito, a falta de combate, debe provenir del adiestramiento, el que así alcanzaría el carácter de consideración primaria? El buen hábito es un candidato prometedor. ¿0 por qué no proponer la sentencia: conoce a tus fuerzas, conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo? Es un espléndido consejo, pero mi opinión es que ninguna tarea de un comandante en tiempos de paz debe prevalecer sobre la de encontrar líderes para el combate. Dejémosle hacer lo mejor que pueda para hallarlos, luego enviémoslos al mar, y mantengámoslos en el mar más tiempo de lo que lo hace la Armada Norteamericana actualmente. Dejemos que la primera meta del comandante que se hace a la mar sea hallar dos oficiales que sean mejores que él mismo, y ayudémoslo de todas las formas posibles para que los prepare para la guerra. Hecho esto, todo lo demás vendrá solo. 15

Cushman págs. 4-13

Resumen de tendencias y constantes de la táctica

Tendencias que nos muestra la historia de las batallas navales -

La velocidad del arma (torpedo, aeronave, misil) he crecido a un ritmo superior que el de la velocidad de la plataforma portadora (buque, sistema costero) portadora.

-

La velocidad de la plataforma se ha ido subordinando a la velocidad de lanzamiento del arma, y ésta a su vez está gobernada por los procesos de exploración y C2, así como por la velocidad neta del arma.

-

La maniobrabilidad a los efectos de concentrar fuerzas o golpear primero ha perdido importancia, pero aún la conserva o la ha acrecentado cuando se la aplica a evadir la acción de las armas enemigas.

-

Los alcances absoluto y efectivo de las armas se han incrementado. El alcance eficaz ha pasado a dominar el mero peso del volumen de fuego.

-

Se ha incrementado el

poder destructivo del armamento, en particular

cuando consideramos su efecto sobre el equipo militar naval. -

A consecuencia del alcance y totalidad del armamento han crecido las dimensiones de la tierra de nadie que separa las flotas en combate. La exploración y las cortinas llenan esos espacios.

-

La tendencia de la capacidad defensiva ha abandonado la resistencia al castigo (capacidad de absorber impactos) en dirección al poder defensivo (poder de fuego y seducción).

-

La arquitectura naval se ha extralimitado en la tendencia recién mencionada. Toda unidad naval de combate debe poseer resistencia al castigo.

-

Existe una tendencia hacia dispersar las fuerzas, empleando el C 2 para concentrar el poder de fu o de las formaciones distantes.

-

Los buques en puerto y las aeronaves en tierra se han tomado más vulnerables al ataque enemigo. Los puertos perdieron la condición de santuarios que otrora tuvieron.

-

La exploración ha debido esforzarse tras los aumentos de los alcances de las amas para cubrir las áreas que su proyección exige.

-

El ámbito de la exploración se desarrolló también verticalmente. Los distintos modos de exploración, bajo el agua, en su superficie y por encima de ella, se encuentran progresivamente más interrelacionados, debido a que un mayor número de armas modernas atraviesa las fronteras de esos tres dominios.

-

La exploración desde el espacio derivará en batallas en el espacio.

-

La tendencia hacia el incremento del alcance de las armas, sensores y comunicaciones trae aparejada un aumento en las posibilidades de la antiexploración.

-

La antiexploración y su prometedora explotación son las restricciones más importantes a la eficacia de la exploración enemiga.

-

Las posibilidades de sorpresa táctica son más frecuentes. La sorpresa puede provenir del enemigo, de las fuerzas propias, o ser simplemente accidental.

-

En virtud de, que ambos bandos poseen la capacidad de proyectar su poder de fuego en pulsos repentinos y devastadores, las consecuencias de la sorpresa son cada día más serias.

-

El engaño (aplicado a desbaratar el poder de fuego enemigo, a demorar su exploración o a burlar su C 2) ha adquirido creciente importancia: y es ahora relevante para el éxito táctico de las acciones de flota.

-

Han proliferado las facilidades de C 2, pero la creciente demanda de ellas impone duras exigencias a la tecnología. Las modernas ayudas a la decisión, aplicadas a la asimilación del producido de la exploración, otorgan creciente capacidad para lograr decisiones oportunas y reducen el tiempo necesario para alcanzarlas.

-

El combate es hoy un riesgo de veinticuatro horas al día. En realidad, será difícil definir el inicio de la batalla naval moderna a raíz de las significativas

distancias de proyección que permiten las armas modernas y la decisiva importancia de alcanzar tempranas posiciones de lanzamiento. -

Los comandos tácticos se han Visto obligados a poner más atención en la exploración, y menos en la proyección del poder de fuego.

Constantes en la historia de las batallas navales -

La maniobra previa al combate es. y siempre fue, una parte importante de la batalla, y en nuestros días se ejecuta en gran escala.

-

El propósito de la maniobra es aventajar al enemigo en alcanzar posiciones relativas favorables. Las posiciones geográficas absolutas, como las "posiciones dominantes", son mucho menos importantes en el mar que en tierra. En cambio, estas posiciones geográficas absolutas pueden tener gravitantes consecuencias en el ámbito estratégico.

-

En épocas de paz sé sobrevalúan las ventajas de la capacidad de maniobra de los buques. Su verdadero valor táctico se obtiene contrastándola con lo que se ha tenido que sacrificar para obtenerla.

-

Proyectar antes que el enemigo el propio y eficaz poder de fuego es la más importante meta táctica.

-

Bajo las condiciones de intercambio continuo de fuego, una pequeña ventaja de fuerza efectiva neta no solo será decisiva, sino que nos otorgará la victoria, habiendo recibido escaso daño, en proporción con la fuerza del enemigo.

-

La proyección de la adecuada cantidad de poder de fuego a impulsos (salvas aisladas de gran potencia) puede otorgar la victoria a una fuerza significantemente más débil, si es que ésta posee fuerza suficiente, superior C2 y exploración más eficiente.

-

El poder de fuego es menos eficaz que los pronósticos de tiempos de paz. No obstante, por lo general existirá suficiente poder de fuego para que sea decisivo.

-

Hasta donde nos enseña la historia, los mejores resultados de la batalla fueron obtenidos, cuando no se destinaron unidades como reserva táctica.

-

El propósito de la contraofensiva, de la antiexploración y de las CMC 2 es el de retardar el efecto del poder de fuego enemigo, o minimizarlo, hasta tanto el propio poder, de fuego se tome eficaz.

-

La defensa no domina el combate en el mar; pocas veces resultó ser algo más que fuerza dilatoria.

-

Las defensas han evidenciado sorprendente recuperación para responder a las nuevas armas e impedir su efectividad.

-

Toma más tiempo reponer unidades navales que reemplaza efectivos terrestres. Esto, sumado al dominio de la ofensiva en el mar, hace que exista mayor recelo a arriesgar fuerzas navales que terrestres.

-

La necesidad de compatibilizar la exploración con el alcance de las armas y su velocidad de proyección fue siempre considerada por el comando táctico.

-

Siempre existirá insuficiente capacidad de exploración.

-

El comando táctico debe estar predispuesto a reposicionar sus fuerzas y a sacrificar poder de fuego para reforzar la exploración y el cortinado.

-

El tiempo y la oportunidad actuando al unísono han sido siempre una consideración primaria del C2 y para la ejecución del CMC2.

-

La primera meta del ejercicio del comando es mantener el control. Controlar la fuerza es requisito previo a cualquier victoria en el mar.

-

La apreciación de la situación y su contraparte cuantitativa, la teoría de los juegos, son herramientas indispensables del C 2.

-

Al efectuar una apreciación de la situación, o realizar cualquier otro proceso racional de planeamiento, un comando en inferioridad de fuerzas debe estar dispuesto a correr riegos si su meta es ganar la batalla.

-

El ritmo con el que se ejerce el control de una flota no ha cambiado mucho a lo largo de la historia. El planeamiento previo, la doctrina y el adiestramiento, así como la experiencia de combate, ayudan a minimizar la posibilidad de que un comandante y su, flota sean abrumados por el ritmo del combate.

-

El diseño de tácticas complicadas es una costumbre de tiempos de paz. Luego de la primera batalla las tácticas se simplifican.

8.

LAS TENDENCIAS Y

CONSTANTES DE LA TECNOLOGIA

El andar de la tecnología y la evolución táctica Este capítulo es un corolario a los referidos a las grandes tendencias y las grandes constantes de la táctica. A la tecnología se lo reconoce su influencia en el cambio táctico; las tendencias de la táctica son consecuencia, en parte. del desarrollo tecnológico, y las constantes tácticas, lo son a pesar del cambio en la tecnología. Desde luego que el avance tecnológico y el consecuente periódico derrumbe de las tácticas constituyen de por sí una constante medular de la guerra. La duda gira en torno de si la aceleración en el ritmo del descubrimiento científico que hoy vivimos repercute en una tendencia militar. ¿Es perceptible algo más que una continuidad estable en la influencia de la tecnología sobre la táctica? ¿Vemos acato que se produzca una aceleración del efecto de esa influencia? Necesitamos saber en qué medida un más ágil ritmo de cambio tecnológico provoca incorporaciones mas rápidas de armas y sensores potencialmente revolucionarios, apuntando a responder dos preguntas de orden táctico: -

¿Con qué frecuencia, el efecto de la nueva tecnología es lo suficientemente importante para que, explotado en una sucesión de combates, afecte el resultado de una guerra? En consecuencia, ¿cual será la frecuencia y magnitud de las oportunidades que otorga la tecnología?

-

¿Con qué claridad estas oportunidades tecnológicas serán vistas en cuanto asomen, y con qué eficiencia pueden ser aprovechadas en la batalla? En un trabajo aún no publicado, Trevor Dupuy, nos muestra evidencia

acumulada en el combate terrestre, de que el impacto de un arma nueva en el resultado de una guerra ha sido generalmente de limitado alcance y casi siempre transitorio. Su apreciación es que nunca una sorpresa tecnológica, por sí misma, ha ganado una guerra en tierra, pero sí lo ha logrado la tecnología acompañada por una revolución táctica. El uso táctico napoleónico de la movilidad artillería fue revolucionario; la artillería era ya vieja conocida. Resulta irónico que los alemanes hayan explotado tan eficazmente el tanque en su Blitzkrieg, cuando una de sus víctimas, Francia, poseía más y mejores tanques, y otra de ellas, Inglaterra, fue su inventora. En esas circunstancias las nuevas herramientas, la artillería y los tanques, no eran de modo alguno un secreto. Ofrece un buen contraste el hecho de que cuando los tanques sí eran un arma nueva y usada en masa por los

británicos en Cambraí, durante la Primera Guerra, alcanzó un éxito local que no pudo ser explotado. Se dijo que la tecnología del tanque fue prematuramente desperdiciada por los británicos, antes de que maduraran las tácticas de su empleo. Aquí viene el primer punto. ¿Es posible en tiempos de guerra desarrollar el arma y al mismo tiempo las tácticas y el adiestramiento, en secreto y en número tal que su efecto sea desequilibrante de la guerra? ¿O por el contrario, casi inevitablemente, el impacto tecnológico será local y transitorio?

Las armas secretas y las sorpresas de la guerra En la medida en que las grandes batallas en el mar son escasas, la posibilidad de que sean decididas por la sorpresa tecnológica es mayor. Existe al menos un ejemplo de un arma con incidencia tan decisiva como la de la criptoanalítica, desencadenante del gran avance de la exploración aliada; se trata de los kwí-suns, embarcaciones “tortuga” del almirante coreano Yi Sun Sin, quien con ellas triunfó sobre los japoneses en las decisivas batallas de Pusan y del Mar Amarillo en 1592. Otro armamento secreto de fulgurante éxito a poco de su invención fue el torpedo de largo alcance japonés (Long Lance). Tan tarde como en el verano de 1943, la Armada Norteamericana aún no sabía con exactitud en qué consistía el arma japonesa y a qué atribuir su eficacia. El desarrollo del Long Lance se produjo en los primeros años de la década de 1930, y las dotaciones japonesas de cruceros y destructores se adiestraron intensamente en-su empleo. El menosprecio de la tecnología japonesa fue la causa primaría de la sobredosis de confianza norteamericana en los inicios de la guerra del Pacífico, confianza tan necia como la alemana y japonesa en sus sistemas de cifrado. Después viene la bomba atómica, aunque no era un arma específica naval, ni su número permitía darle el carácter de arma táctica. Constituyó el arma definitiva que dio el golpe de gracia a Japón en 1915. Fue también un secreto de guerra celosamente guardado, y sin duda alguna sorprendió a los líderes japoneses. Le demandó cuatro años a la ciencia y a la tecnología desarrollarla, y solo dos bombas fueron construidas. ¿Será posible conservar en secreto el desarrollo de un “arma definitiva” en tiempos de paz? La evidencia disponible nos sugiere que no, o al

menos, no en los EE.UU. Muchos ciudadanos de este país creen que el armamento ser-reto es una noticia periodística adecuada. Por medio de su libro On Strategy (Acerca de la estrategia), el coronel Harry Summers ayudó a redespertar la conciencia de que un país no puede luchar con eficacia durante períodos prolongados sin contar con la buena disposición de su pueblo. El mensaje no nos resultaría tan reciente u original, si un mayor número de periodistas hubiese leído a Mahan, las leyes de guerra de la Rusia Soviética, a Clausewitz, o aun al mismo Sun Tzu. En las circunstancias actuales, la magnitud y naturaleza de los desarrollos secretos de armamento posibles son decididas por el carácter de la población libre, la sociedad y su gobierno. Tal vez el lector debiera redescubrir un libro de treinta y cinco años atrás, Modern Arms and Free Men (Armas modernas y hombres libres), de Vannevar Bush. El autor concluye que la sociedad abierta, debido al mayor intercambio de conocimientos, superó a las cerradas sociedades fascistas de Alemania e Italia en la explotación de la ciencia y la ingeniería durante la Segunda Guerra Mundial. 1 De todos modos para ganar la guerra tecnológica se debe poseer mejor tecnología militar o mayor disciplina del secreto. No se puede conceder ambas al enemigo. 1

Bush, págs. 193 a 232

La mayor parte de las veces, la esperada sorpresa que producirá un arma nueva durante las guerra fue de algún modo acallada. Aquí damos algunos ejemplos dé armas que acarrearon frustración en la Segunda Guerra Mundial: -

Minas de influencia magnética. Los alemanes las usaron por primera vez contra el tráfico marítimo, en los estuarios de las Islas Británicas. Fueron efectivas, pero usadas prematuramente, se tornaron vulnerables a las contramedidas.

-

Espoletas magnéticas en los torpedos norteamericanos. Siendo un desarrollo de preguerra, tuvieron pobre rendimiento y fueron causa retardante de las operaciones de los EEUU. En una guerra corta, esos torpedos hubieran sido un desastre sin atenuante. Los alemanes y británicos

también

sufrieron

mecanismos en sus torpedos.

percances

al

introducir

sofisticados

-

Espoletas de proximidad. Durante la mayor parte de la guerra, su uso estuvo restringido al tiro sobre el mar, en prevención de que los alemanes recuperasen alguna de ellas, adoptando su tecnología en contra de los bombarderos estratégicos norteamericanos.

-

Interceptores nocturnos. Altamente eficientes, su número era demasiado escaso como para resultar decisivos.

-

Submarinos. Eran efectivamente poderosos, pero su papel en contra de unidades navales ya estaba previsto antes de la Primera Guerra Mundial.

-

Sonar. Desarrollado en secreto para neutralizar la amenaza, constituyó una respuesta fundamental al accionar submarino, pero no fue suficiente.

-

"Ventana" ("window”), tiras de aluminio en hojas, empleadas para interferir los radares enemigos de control de interceptores. Alemania dispuso de este sistema a poco de iniciada la Segunda Guerra, pero demoraron su empleo hasta que los mismos aliados hicieron uso de él, en el bombardeo a Hamburgo enjulio de 1943. Ambos bandos apreciaron correctamente que la "ventana" era un arma de doble, filo.

-

Aviones de reacción, misiles V1 y V2, y el snorkel de submarinos. Su arribo fue demasiado tardío para incidir en el resultado de la guerra. A continuación enuncio algunas de las razones por las que el armamento

nuevo, secreto o no, no siempre otorga lo que promete: -

Limitaciones de producción, tal el caso de las minas magnéticas.

-

Restricciones para la evaluación, como ocurrieron con las espoletas de torpedos.

-

Su gran complejidad, lo que implica operadores muy hábiles y su integración a las tácticas de flota, como fue el caso del radar y. los interceptores nocturnos.

-

Su gran simplicidad, lo que desencadena la latente amenaza de que el enemigo lo adopte y explote, tal el caso de la "ventana".

-

El riesgo de falla a posteriori de su empleo, como ocurrió con el torpedo magnético norteamericano.

-

Exageradas expectativas, como las despertadas por el sonar.

-

La desventaja de mantener el secreto durante períodos muy prolongados de tiempo de desarrollo, a la manera de lo ocurrido con las armas secretas de la Alemania nazi. Podemos concluir que la sorpresa tecnológica decisiva es difícil de alcanzar

en tiempos de guerra, Ocurre que al inventor no lo agrada la idea de retener su invención en medio deis guerra, hasta que exista cantidad suficiente, tácticas y adiestramientos que la tomen decisiva. Por cierto que instintivamente, los conductores militares tienden a precipitar la nueva herramienta lo más rápido posible en la refriega. Tal vez sea erróneo aventurar una opinión al respecto sin explicitarme más, pero creo que sus instintos profesionales son correctos. Al bando opuesto, es decir aquel que debe responder a la amenaza de la nueva tecnología, sólo puede sugerirle que adopte una actitud cautelosa en tiempos de guerra, pero no debe dejarse llevar por la desesperación. Evolución y revolución en tiempos de paz El contraste con los tiempos de paz es muy marcado. El nacimiento de la tecnología del nuevo armamento brinda al enemigo generosos márgenes de tiempo para reaccionar contra aquél antes de que llegue el combate (el nacimiento de sensores secretos se manifiesta con evidencia mas débil). De inmediato nos surge una duda, ¿siendo tiempos de paz, se captará el cabal significado táctico que tendrá en la próxima guerra el nuevo armamento? El camino que conduce a subestimar el armamento enemigo pasa indistintamente por no invertir suficientes recursos para desarrollar las contramedidas o insuficiente pensamiento y adiestramiento táctico en su contra. Alcanzada esa situación, la obvia responsabilidad del actor táctico, es usar sus propias herramientas del mejor modo

que

pueda.

¿Las

usará

para

dispersarse?

¿Evadirá?

¿Atacará

preventivamente? ¿Dejara de lado el sistema de armas amenazado para poner énfasis en los restantes, usándolos de manera nueva o mejor?. Si la amenaza no es avizorada y no se prepara para contrarrestarla, entonces los desarrollos llevados a cabo de manera franca y a Id vista en tiempos de paz desembocaran

en armas decisivas para la guerra de igual modo que si el desarrollo hubiese sido secreto. Allí reside el verdadero peligro. ¿Cuáles serán esas armas? Químicas, espaciales, láser, el velo, la guerra de minas; la tecnología de todas ellas está a la vista. ¿Realmente las estamos viendo? Vamos ahora el más sutil de los temas, el acelerado avance de la investigación científica. Sin duda alguna, este cambio de ritmo puede ser llamado una tendencia. Sin embargo no abundan elementos de juicio que indiquen que dicha tendencia desemboque en una más rápida disponibilidad de mejores armas hoy que antaño. Son apreciables en los EE.UU. períodos de gestación más extensos para buques, aeronaves, armas y sensores para la guerra, Durante las guerras Anglo-Holandesas, flotas enteras se construían en uno o dos años. De haber inventado ingleses u holandeses durante esas guerras un arma novedosa, la hubiesen puesto en el mar en igual período. En nuestros días. los EE.UU. necesitan quince años para concebir el diseño de un nuevo buque, obtener los fondos y recursos y construir el prototipo. Si la guerra moderna se decide por la velocidad de la tecnología moderna, ¿cuál es la razón para que propongamos como vida útil de nuestros buques y aviones, treinta y quince años, respectivamente? ¿Porqué motivo los rusos, que aparentan poder desplegar buenos diseños más rápidamente que los EE.UU., a pesar de cito, mantienen por tanto tiempo en servicio buques y aeronaves obsoletos? La sorpresa táctica decisiva no parece derivar de la aceleración del proceso ¿científico de investigación, al menos no es así en los EE.UU. Alta tecnología es el reverso de la moneda del rápido aprovechamiento tecnológico. Pese a lo dicho, postulemos la existencia de un nuevo instrumento de guerra capaz de cambiar la naturaleza del combate, de interrumpir el curso de la guerra. El misil crucero de largo alcance y la mina autopropulsante nos sirven de ejemplo. La Armada Norteamericana comenzó sus experiencias con misiles crucero (desde submarinos) en la década de 1950 y con las minas autopropulsadas de aguas profundas hacia fines de los años sesenta. La duda que enfrenta la comunidad que entiende la valía de esas promesas tecnológicas reside en cómo transformar la pura tecnología en una realidad del combate en el mar. La respuesta es que la tecnología debe ser implementada a través de su evolución y no mediante una revolución. La aproximación evolutiva encuentra campo fértil en una sociedad libre. Pero los norteamericanos persisten en cavilar y

rediseñar cada buque, aeronave y sensor en los tableros de dibujo hasta niveles exasperantes, antes de que entren en producción. Para el caso del misil crucero, la armada contuvo treinta años su entrada, en la línea de producción, a la espera de un sistema de autoguiado que demostrase su eficiencia. ¡Desarrollemos el arma, que el sistema de guiado seguirá después! Triste hubiera sido que el desarrollo de los grandes calibres artilleros hubiera tenido que esperar a que W. S. Sims perfeccionara los detalles del, sistema de control de tiro. Los cruceros hijos del tratado son un perfecto ejemplo de la aproximación evolutiva exitosa. Los límites prescriptos por los tratados sobre armamento naval firmados entre ambas guerras mundiales para la categoría de cruceros pesados fueron cañones de ocho pulgadas en un casco de diez mil toneladas estándar de desplazamiento. Durante la vigencia de los tratados, los parámetros del diseño en lugar de responder a pautas de costo-afectividad, lo hacían al concepto de “tonelaje-efectividad”.2 Dos buques de la clase Pensacola fueron "diseñados al peso”. Se los conocía por el mote de perros, muy pesados arriba y con poca coraza. Aun estando en construcción los Pensacola, las experiencias de su diseños eran incorporadas en la siguiente clase, y a cada par de años transcurridos, una nueva clase era autorizada. En la cúspide de la secuencia mejorada de clases, de cuatro buques cada una, se llegó a la clase Astoria de siete magníficos y muy admirados buques. La Segunda Guerra Mundial reunió en combate a buques de las clases Pensacola y Astoria, y sería difícil discernir cuál tuvo mejor desempeño en acción. A la clase Pensacola le cabía el título de prototipo, pero ciertamente dichos buques no fueron un mero prototipo. Aunque imperfectos, demostraron ser un eficiente tipo de buques de guerra y mostraron el camino hacia algo mejor: el verdadero salto tecnológico se concreta con las clases Baltimore, Oregon City y Newport de cruceros pesados producidos en medio de la guerra Estaban completamente equipados con armas antiaéreas, radares de búsqueda y control tiro, además del último modelo de cañones semiautomáticos de ocho pulgadas. 2

El contralmirante Stalbo en la publicación Morskóy Sbornik de la Armada Soviética sostiene que aun hoy éste constituye el más importante criterio de diseño. Ver Stalbo, número 5, Pág. 25.

Existen

numerosos

ejemplos

de

importantes

y

solapados

perfeccionamientos de la capacidad combativa de un arma. Por mencionar uno, las ánimas estriadas. Otro fue las mejoras introducidas en el sistema de control tiro de los dreadnoughts. Una nueva planta propulsora puede cambiar drásticamente la performance de una aeronave, sin que su silueta lo delate. Cualquier cambio en la confiabilidad de un sistema computadorizado de análisis criptográfico resulta invisible, como lo es cualquier sistema de exploración desde el espacio, al menos a los ojos de un aficionado. Karl Lautenschlager afirma que la característica más sobresaliente de la clase Oscar de submarinos soviéticos no es su gran tamaño sino sus misiles aparentemente guiados por sensores de base. espacial.3 Los submarinos, dependientes como son del velo acústico, se encuentran en continuo duelo de silencio contra sus enemigos, siendo su grado de "invisibilidad" proporcional a su calidad de silencioso. Todas estas importantes alteraciones fueron posibles a partir de la existencia de un antecesor combatiente sobre el que se practicaron los perfeccionamientos. 3

Lautenschlager, pág. 56. El Dr. Lautenschlager, ex oficial naval de inteligencia es miembro actual del equipo de investigación del Laboratorio Nacional de Los Alamos.

Sobre las grandes transiciones Cuando la tecnología es potencialmente revolucionaria, W modo en que lo fue la vela en la edad del remo, el vapor en la era de la vela y el portaaviones durante la era del acorazado, llevar a la práctica la nueva oportunidad es un asunto sumamente complicado, aun en el caso de que a ciencia cierta se conozca la meta final. El objeto de incorporar tecnología de manera ordenada, no es evadir la vigilancia de los guardianes del statu quo; la vieja guardia ve las amenazas concretas cuando aun son una voluntad de humo en el horizonte, e incluso veri amenazas allí donde nunca existieron., No, el objetivo es resolver el monstruoso problema de la transición. Si es difícil diseñar nuevas tácticas para nuevos sistemas,'mucho más lo es hacerlo para una combinación de lo viejo y lo nuevo. Pensemos sino en los caminos erróneos que inicialmente se adoptaron cuando hubo de diseñarse el nuevo papel de portaviones y acorazados dándose mutuo apoyo. Construir de la nada una flota nueva, tal como, tuvieron que hacerlo los

EE.UU. desde 1881 y 1914 con la Nueva Armada, es una simpleza comparando con las complicaciones que implica trasformar una armada ya existente, con responsabilidades vitales de defensa, tal el caso de la nuestra de hoy. Aun cuando se encare ordenadamente la incorporación de un arma sorprendente, resta mucho más por hacer: adiestrarse es su empleo, integrar viejas tácticas con las nuevas resolver el apoyo logístico y atender multitud de detalles mundanos. Este es el d meollo de la cuestión. Encaminar la transición no es problema de los tecnólogos, pero es el verdadero problema de la tecnología revolucionaria. Peor aun un arma mas barata y de mayo capacidad no pareciera producir ahorros en los presupuestos de defensa. En primer lugar, durante su asimilación, los costos de la nueva producción y de la temporaria duplicación del adiestramiento y del sostén logístico sumaran cargas a dicho presupuesto. En segunda instancia, lo que hoy es una ventaja para nosotros, mañana será ventaja del enemigo, ¿y quien puede asegurar que el enemigo no redoblara sus esfuerzos de defensa y adquirirá mayor cantidad que nosotros del arma en cuestión? Pero el problema central en relación con tecnología sigue siendo como hacer la transición de una armada vieja a una nueva. Es un problema colosal, tal como el que nos presenta la situación que viven los EE.UU. de hoy. Dos escuelas del pensamiento naval norteamericano se enfrentan. Por un lado los que propugnan el portaviones (debemos tomar nota que la URSS ha iniciado la construcción de sus propios portaviones) y en la postura opuesta casi todo Washington. Los críticos dicen que la armada debería unificar posturas y esfuerzos, presentando un plan tendiente a su reestructuración, de un modo nuevo e imaginativo. Pero no es tan sencillo hacerlo. El ex subsecretario de Marina James R. Woolsey se quejo en una oportunidad de que la armada tiene mas puntos de vista diferentes acerca de su correcta composición, que buques. Al almirante Isaac Kidd se le atribuye hacer dicho, en algún momento de su gestión como Director del Material Naval: “Nuestra armada esta siendo mordisqueada hasta su agotamiento por una bandada de patos. Los mordiscos no son fatales, pero invertimos todo nuestro tiempo defendiéndonos de ellos”. Demasiadas personas pueden decir no a una innovación en Washington, y ninguna puede decir sí. Cuando Vannevar Bush dijo que la unidad de decisión bajo un régimen totalitario era la receta para cometer errores colosales, a la par que una relativa eficiencia se oculta en los procesos de toma de decisión de una democracia, no

estaba en condiciones de anticipar los tortuosos sistemas dilatorias que caracterizan a los modernos mecanismos de obtención de medios APRA la defensa, en los EE.UU.3 Pero sin dejarse abrumar, los frustrados actores de nivel táctico deben comprender que aun en tiempos mejores, los hombres que decidieron el destino de cada dólar volcando en defensa soportaron pesadas cargas. La suma de todo el ruido que producen las modernas reyertas de Washington suena a graznido en comparación con los rugidos de los leones de viejos tiempos. Bernard Brodie nos recuerda en sus escritos las dificultades que debieron superar los hombres en épocas de bonanza. 3

Bush, Pág. 193.

Hombres que desaprensivamente fueron vituperados como retrógrados o faltos de imaginación, puede sencillamente que hayan sido más agudos en sus prevenciones acerca de las dificultades tecnológicas a sobrellevar durante la implementación practica de alguna invención, que sus contemporáneos más optimistas. La mera circunstancia de que una persona se equivoque en sus predicciones y otra no dista de probar que el último de los nombrados sea un observador más criterioso... Este asunto guarda cercana relación con la cuestión de las posturas conservadoras atribuidas a los más altos círculos de decisión militar o naval, la que ha recibido fuerte dosis de escritura dogmática. Es natural que los científicos y algunos aventureros de la ciencia despotriquen contra las personas y cuerpos políticos que, según ellos creen, interponen concienzudamente obstáculos en el camino de su reconocimiento. La suma de esas condenas exhibe tal arrebato, que el más desapasionado de los observadores está tentado a admitirlas. Los escritores rivalizan en enrostrar diatribas sobre los “capitostes” y los “entorchados”. En 1842. sir Robert Peel, defendiendo al Consejo de Almirantes de los cargos que se te hacían por haber ignorado al torpedo inventado por el capitán Warner (años más tarde, al proyecto completo de Warner se lo conocía como “la broma de Warner"), puntualizaba los problemas que debía enfrentar un cuerpo político al contemplar la adopción de un nuevo invento.

“Yo pienso -decía- que por un lado el hombre público será culpable si desecha por completo una sugerencia de este tenor, y por el otro, igualmente culpable si con escaso fundamento, se aplica a apoyarlo sin reservas... Todo funcionario ha adquirido el hábito de recibir propuesta de esta naturaleza; no transcurre un solo día sin que algo por el estilo ocurra”. 5 5

Brodie, Machine Age (La era mecánica), págs. 438 y 439.

La historia del “Wampanoag” Elting E. Morison ha sido, todo en uno, un simpático intérprete del conservadorismo naval y también su crítico. En uno de sus ensayos nos cuenta la historia del "Wampanoag", fruto sorprendente del genio tecnológico de Benjamín Isherwood, desestimado por la vieja armada. 6 En las pruebas de mar de 1869 desarrollo diecisiete nudos con mar gruesa, y más tarde, de regreso a Nueva York, logró la marca de veintitrés nudos en mar calma. 7 En esa época, el buque mas rápido fuera de los EE.UU. era el británico “Adriatic”, que en una oportunidad corrió la milla medida a quince nudos,, en mar calmo. Ningún otro buque pudo igualar la marca del, “Wampanoag” en veinte años. 6

E. E. Morison, Modern Times (Tiempos Modernos), págs. 98 a 122.

7

Pratt, Our Navy (Nuestra Armada), págs. 343 a 346.

El “Wampanoag” debía su velocidad a que el diseño de Isherwood respondía a una concepción integral y subordinada a una misión. Fue pensado para dar caza a los corsarios confederados, y la segunda y tardía intención era que actuase él mismo como corsario, depredando el comercio británico. Era un velocista, no un corredor de fondo, y allí residía el problema. Para un país que miraba al Oeste, insular, enfrentado al indio y constructor de ferrocarriles, La¡ la Norteamérica de 1870 a 1890, el “Wampanoag”, y en cierto sentido la armada toda, parecía superfluo. Morison levanta la voz contra una marina reaccionaria, atada a los viejos procedimientos y ciega al futuro, por más que ese futuro languidecía amarrado al muelle de Nueva York. Le doy la razón en cuanto a la

ceguera, en cambio se equivoca al culpar solo a la armada; la nación entera fue responsable. Los canosos lobos de mar integrantes del consejo del secretario de la armada, rechazaron al "Wampanoag” sobre bases absurdas (Morison da una lista de ellas), siendo culpables de inflexibilidad, viejo problema de los oficiales de marina, pero eso es todo. Eran hombres prácticos tratando de exprimir un presupuesto que sufría todas las consecuencias de la apatía gubernamental, y que peor aun, intentaban gobernar una armada que mantenía esporádica y mísera presencia alrededor del mundo. El “Wampanoag” era capaz de dar la velocidad máxima por quinientas millas, o de navegar unos pocos días con el combustible de sus carboneras, pero ¿de qué le servía eso estando de estación en Africa? De escaso calado, líneas esbeltas y con la habilidad de moverse con la agilidad del galgo sobre vapor; navegando a vela, era tan desgarbado como un marinero bisoño. Los buques de la armada de 1870 requerían autonomía para cumplir con su patéticamente pequeña, misión. Es verdad que los líderes navales de entonces podían haber presentado mayor resistencia. En su lugar el vicealmirante David Dixon Porter, héroe de La guerra civil, paladín de la vela y enemigo de los ingenieros, ordenaría cruceros de vela, apuntando a la economía y a “instruir a los jóvenes oficiales de la armada en las tareas más importantes de su profesión”. Mientras se conquistaba el Oeste a nadie interesaba una armada. Durante la mayor parte de las dos décadas subsiguientes, la inflexible política nacional decretó que el “Wampanoag” no tenía cabida en la Armada. La decisión de abandonarlo fue triste pero inevitable. 8 8

Para profundizar sobre la declinación de la Armada Norteamericana, ver Albión, págs. 199 a 204. Personalmente soy menos pro "Wampanoag" que los historiadores, los que parecen más cegados por la virtudes de la técnica que por la técnica misma. Hasta 1902. los británicos. quienes también debían patrullar estaciones remotas, continuaron construyendo corbetas de vela de unas mil toneladas.

No termina aquí la historia de este notable buque, tan preñada de implicancias técnicas y militares. La guerra de corso estaba en decadencia, sus réditos mostraban una curva descendente, desde los días de Francis Drake, a los de Rafael Semmes y James Waddel. En 1875, el humo generado por la propulsión a veinte nudos Podía ser visto desde muy lejos, y un buque de vapor no podía por mucho tiempo evadir la persecución de escuadrones de dos o tres unidades. De

haberse construido una armada de buques corsarios, nos imaginamos de qué manera hubiese afectado una década después, en 1889, a la nueva Armada. Oiríamos quejarse a los miembros de vieja guardia: ¡Gran cosa esa fantasiosa nueva doctrina de Mahan acerca del dominio del mar, cultivada por ese académico, Stephen B. Luce, allá en el norte, en Newport, Rhode Island! ¡Tenemos los cruceros más rápidos del mundo, descendientes todos ellos del primer galgo del gran ingeniero Ben Isherwood! Conocemos nuestra misión; atacar el comercio. Tengamos pues la velocidad, ya vendrán luego los cruceros de batalla; los USS “Indefatigable, los USS “Hood”, los USS “Repulse”. La prole del “Wampanoag” podía haber sido una armada del tipo de la de Mussolini; la más rápida del mundo pero siempre escasa del combustible necesario para adiestrarse, apenas el suficiente para ir al combate, y sin siquiera velocidad bastante como para huir. Problemas de una transición Todos debieran leer a Elting Morison. Lo que dice sobre la Armada Norteamericana es casi siempre acertado. Sus ejemplos de miopía tecnológica son abochornantes. Las causas las explica con magnífica sagacidad, diciendo: El servicio naval de esos días (mediados del siglo XIX) constituía algo más que un sistema de reglamentadas rutinas, ordenados procedimientos y tablas de organización establecidas. Si bien no era una sociedad completa, sí era una cabal cultura... A veces aparentaba ser arbitraria, discriminatoria, elitista, insensible... Y como cualquier sistema cerrado era limitante de los niveles más altos del vuelo imaginativo y los más lejanos alcances de la inteligencia. Pero también existían rasgos grandiosos y redentores; y algunos de ellos tal vez hoy nos hagan falta... Toda la estructura de la armada estaba astutamente diseñada para facultar al hombre para vérselas exitosamente con ese elemento inclemente e inmenso: el mar. Aún más, estaba imaginativamente diseñada para permitir a los hombres vivir y trabajar juntos en espacios confinados, en común intimidad, durante largos períodos aislados del mundo... El sentido profundo de esta relación del

hombre con el servicio, con la autoridad de la cultura, conlleva en sí mismo algo de la voluntad que caracteriza al clérigo. 9 9

Morison. “El esfuerzo científico”, pág. 14

En todos sus escritos, Morison deja bien expresadas las razones de por qué la armada de hoy requiere una base de investigación y desarrollo, de la visión para comprender qué nos ofrece dicha base y del poder de actuar con discernimiento. Y si no fuera suficiente aún nos queda el ejemplo del “Wampanoag”, el buque sin misión, para recordarnos que la tecnología que se adelanta a su tiempo no es suficiente. Ella requiere la compañía de una política naval compatible, una estrategia, un precio competitivo, y por último pero no menos importante, una apreciación del contexto táctico dentro del cual se acomode más velocidad o mayor autonomía, o superior poder de fuego, o un sensor de mejores prestaciones. Generalmente se necesitará más, de una pieza de tecnología pan generar una revolución. La galera a remos tuvo que ser reemplazada por la suma de la vela y el cañón. La propulsión de vapor no fue suficiente para remplazar al navío de línea. Para ello hubo que reunir la maquina de vapor, la hélice y el casco metálico, los que a su vez dieron paso al cañón de gran calibre, sustentado por la combinación del ánima estriada, la retrocarga y el sistema de control tiro eficiente. Los grandes portaaviones carecían de sentido sin aviones con potencia suficiente para levantar vuelo con una carga de bombas que merezca ese nombre, y los aviones potentes requieren potentes elevadores, catapultas, sistemas de frenado y los conocimientos para navegar grandes distancias sobre el agua. Las revoluciones navales trascendentes dependen tanto de una diversidad de tecnologías, cuanto de una síntesis de don de mando. El mismo submarino Polaris, la materialización de una revolución naval tan cabal y rápida como nos agrada ver, no hubiera sido posible sin la inspirada combinación de dos tecnologías, la propulsión nuclear y el cohete a combustible sólido; la obra de dos grandes líderes técnicos, Hyman Rickover y Red Raborn; más un comandante de operaciones navales que sabía de guerra, de política y del valor que tiene la acción decidida, Arleigh Burke.

Cuando haya salido de escena el estay mayor del poder naval norteamericano, los grandes portaaviones, el cambio será grande y complicado desde los puntos de vista tecnológico, estratégico, fiscal y táctico. No está en mi ánimo contradecir el axioma de Elting Morison acerca del conservadorismo en la armada, dado que aun en industrias tales como el acero y la automotriz que saben hacia dónde se dirigen, existen poderosas inercias, y tendencias a diferir las cosas por un año o dos. Cómo evitarlo en la armada, el camino no es tan evidente. Además de las aeronaves STOVL y VSTOL (con todo lo que ellas implican), están a la vista al menos otras tres tecnologías que pueden servir de base a una nueva estructura de fuerzas navales. Cuando la naturaleza del Sistema X. tal el nombre que le daré a partir de ahora (en realidad será una red de sistemas), se manifieste claramente, la armada deberá enfrentar el problema de la transición, ya que los portaviones continuarán siendo útiles instrumentos del poder naval, largo tiempo después de que el Sistema, X se haya constituido en la baja de la espada. Durante la transición, la vieja tecnología persiste, y lo hace Por buenas razones. Así ocurrió con el acorazado, que perduró pese a ser prematuramente calumniado, luego de habérselo desdeñado en los años del tratado de Washington. También fue el caso de la madera y la vela, cuando el vapor y el hierro asomaban en el horizonte, pero no se ajustaban a la misión norteamericana. Ocurrió lo mismo con los cañones de reducido calibre, usados simultáneamente con los grandes cañones, cuando éstos en sus inicios fueron sobreestimados. Así acontece hoy con los submarinos nucleares, los cuales trascurridos treinta años, aún hoy, no han suplantado por completo a sus contrapartes no nucleares en”las marinas del mundo. En el ámbito estratégico, el Sistema X deberá custodiar la superficie del mar, dando lugar al continuo movimiento del comercio y las fuerzas militares a través de ella; y custodiar la superficie significa dominar el espacio aéreo por encima de ella. Estos son intereses vitales de los EE.UU. y representan al mismo tiempo vulnerabilidades y oportunidades. Desde el punto de vista fiscal el Sistema X deberá ser sostenido con mayor convicción de la que los críticos del portaaviones habitualmente le dispensaron. cuya argumentación se apoya en que el grupo de batalla de portaaviones es muy caro. Las armadas siempre fueron caras. La callada razón que condujo al Tratado de Washington era que ninguno de sus signatarios estaba en condiciones de

solventar una carrera armamentista. Cada uno de ellos sabía de antemano que deberían abandonar gran parte de sus construcciones navales debido a sus costos insostenibles. Como ya he dicho, una nueva armada que reemplace 15 portaaviones por 150 sistemas X, no pareciera ser menos costosa, y el costo de la transición superará, o debería superar, los niveles presupuestarios "normales". La mejor contribución que podrían hacer los que propugnan una nueva marina es enterrar el mito de una flota más barata. Tecnología, estrategia y presupuesto, todas ellas son contribuciones que pueden hacer a la gran transición los ajenos a la armada. La única contribución propia de la armada será la de las tácticas de flota para el Sistema X. Cualquiera sea el modo de trabajo del sistema, los oficiales navales deben imaginativamente dar forma a las tácticas, y no simplemente actualizando los viejos requisitos operativos de los misiles crucero, los aviones de combate o los satélites de comunicaciones. La transición del remo a la vela fue más que un cambió de la línea de frente a la columna; fue un real y efectivo cambio de viejas tácticas que asemejaban las del combate terrestre, hacia nuevas y sin antecedentes tácticas navales. A pesar del parecido entre una columna de buques de vela y una columna de naves propulsadas a vapor, los fundamentos racionales tácticos de una y otra son sustancialmente diferentes. Si en alguna medida este libro contribuye a sentar los fundamentos de la táctica novedosa que acompañará al Sistema X, desaferrando algunas velas profesionales en la imaginación de los oficiales que tendrán a su cargo diseñarlas, habrá servido a un propósito superior al que me propuse, que era fertilizar el debate sobre el empleo táctico del armamento actual y el desarrollo de una doctrina más cohesionada para el mismo. En ningún caso el Sistema X le será impuesto a la armada desde fuera de ella. Los tecnólogos pueden ofrecer un catálogo de alternativas, los estrategas podrán proponer el contexto político, los contralores contables y comités del Congreso optarán por lisonjearlo o atacarlo, la Armada Soviética podrá presentar nuevas amenaza que hagan obsoletos los viejos medios del poder naval, pero a la hora de la verdad, la Amada deberá encontrar su propio camino. La intención latente en esta sección ha sido mostrar claro al lector civil que toda transición de envergadura es un profundo laberinto. Mientras no existan garantías de que la armada pueda encontrar la salida del laberinto en el tiempo adecuado, la

evidencia nos indica que los partidarios no profesionales solo lograrán colocarla en callejones sin salida. Resumen El cambio táctico (y aquí sugiero que también el estratégico) que acompaña a la tecnología es una gran constante. Al mismo tiempo, no parece que se produzca un más rápido advenimiento de armas nuevas y revolucionarias en sincronía con la aceleración del ritmo tecnológico mismo. Ocasionalmente la incorporación de un arma nueva y notable, desarrollada en medio de la guerra, ha tenido efecto marcado en el resultado de una campaña. Generalmente el efecto es limitado debido a las necesidades de secreto, pruebas, complejidad, producción y adiestramiento, frente al peligro de que el enemigo la descubra. Cuando un sistema de armas nuevo se desarrolla durante la guerra, debe rápidamente ser puesto en acción. Las armas y sensores novedosos desarrollados abiertamente y sin velo en épocas de paz pueden ganar guerras si son acompañados por tácticas sensatas y doctrina a su medida, así como si son usadas por fuerzas bien adiestradas. El armamento y los sistemas de exploración desarrollados cuidadosamente pero en secreto en tiempos de paz tienen posibilidades de brindar importantes servicios, pero sus consecuencias estarán limitadas en la medida en que la producción, la doctrina y el adiestramiento no sean ocultados por el secreto. En los inicios de la guerra, la propia doctrina deberá adaptarse para responder a los medios clandestinos o no del enemigo. Alguien fuera de la organización natural de adiestramiento y operativa naval debe estar pensando sobre las ramificaciones tácticas de la sorpresa, de modo que las nuevas tácticas puedan ser rápidamente asimiladas, practicadas y puestas en acción. Frecuentemente las nuevas armas requieren nuevas tácticas desarrolladas por hombres de gran visión. Tanto armas como tácticas se perfeccionarán mas rápidamente, si una serie de instrumentos de guerra similares se construye al mismo tiempo, y un nuevo modelo surge pegado a los talones de su predecesor. Es imposible diseñar el arma perfecta para su fabricación en gran escala y uso masivo, sin haber experimentado con ella; y aun después, demandará el trascurso, de tres o cuatro generaciones del mismo sistema, para que alcance a

desarrollar todo su potencial Los observadores en busca de grandes saltos tecnológicos y armas definitivas pueden pasar por alto cambios importantes en las capacidades del armamento que no se manifiestan en la apariencia exterior de esos sistemas. Las aspiraciones tácticas y lis oportunidades tecnológicas están separadas por una pared invisible, que constituye una fuente de fricciones y frustración. Los niveles tácticos navales han sido culpables de pretender intercalar capacidades nuevas en el esquema táctico con dogmática falta de imaginación. Por su lado, los inventores han sido culpables de proponer y sustentar capacidades nuevas, del tipo de la velocidad del “Wampanoag”, que eran muy frágiles, muy estrechas en sus propósitos o muy onerosas para su adaptación táctica. En cuanto a las grandes transiciones en la guerra naval, ellas toman más tiempo que el esperado, no solo por el tiempo que lleva perfeccionar el nuevo instrumento de guerra y construirlo en cantidades significativas, sino porque sacudir las tácticas también lleva su tiempo. Mientras que los nuevos modos de hacer la guerra adquieren su perfil, se debe planificar la transición durante la cual lo viejo y lo nuevo tienen papeles que desempeñar. Estos papeles surgirán de la evolución táctica, doctrina y del adiestramiento, o lo que es lo mismo, de la evolución del combatiente que los asume. Pero el impacto final de una gran transición manejada por un maestro de la táctica puede llegar a sufrirse como una tormenta en tiempo despejado, aun cuando la tecnología haya sido incorporada frente a nuestras propias narices. Las grandes transiciones requieren de la lucidez del ingeniero para fundir varias potencialidades científicas en un ama o sensor drásticamente diferente, de la lucidez táctica para comprender de qué manera el nuevo armamento alterará la faz del combate y de la conducción ejecutiva para arrancar la flor de la oportunidad de entre las espinas del gobierno. El hálito inspirador de estas transiciones suele provenir desde fuera de la armada. La traspiración siempre emana de ella.

9.

LAS GRANDES VARIABLES

Sobre la teoría, el planeamiento y la proximidad del combate El gran vicealmirante S. O. Makaroff, en su libro Discussion of Questions in Naval Tactics (Discusión sobre cuestiones de la táctica), hace mención a un comentario de Napoleón al embajador ruso en Francia, en 1812: "Todos ustedes creen conocer la guerra, porque han leído a Jomini. Pero, si ese libro permitiese aprender la guerra, ¿creen por ventura que yo hubiese permitido su publicación?” En verdad, si la teoría ganase batallas, sería secreto de estado, pero la teoría no gana batallas. No solamente eso, sino que los regímenes comunistas publican abiertamente teoría militar con la intención de lograr unidad de propósitos. La teoría siempre se quedará corta, porque no tiene forma de predecir qué variables decidirán la táctica de la batalla y cuáles serán sus resultados. La teoría vislumbra tendencias y constantes, pero se le ocultan los contextos de tiempo, lugar y política, determinantes de la táctica, no conocidos antes de que se inicien las acciones. Son las variables de la ecuación de cada comandante, que cambian de batalla en batalla, de región en región, de época en época. los teóricos tienen limitadas sus posibilidades de asesorar a los comandos que operan dentro de un contexto real de guerra. El estudio teórico, o de la historia, jamás permitirá extractar todas las posibilidades tácticas. Si esto fuese todo, podríamos omitir este capítulo. Pero consideremos las influencias del combate, entre las cuales, la teoría es la más general y remota. En una escala ascendente, la siguiente más remota influencia es la carga de responsabilidad sobre los comandos de tiempo de paz. Resulta un axioma decir que en la guerra, la misión prevalece sobre cualquier otra consideración del comandante. La deducción lógica es que en la paz todo su propósito es prepararse para cumplir su misión de guerra. Pero ¿cuál es esa misión? Las fuerzas navales modernas de los EE.UU. poseen diversidad de objetivos potenciales, sobre la base del nivel de violencia de la guerra y la ubicación geográfica de la escena de la acción; esto es alarmante.

Los comandantes de tiempos de paz son el antepasado profesional del combatiente. En los círculos íntimos de la Armada, honramos a conductores como William Moffett, Joseph Reeves y William Pratt que ayudaron a preparar, pero nunca tuvieron el privilegio de conducir nuestras batallas. Por compasión olvidarnos los nombres de otros que se dedicaron a las inspecciones, el papeleo, la pintura de los costados y las reuniones en elegantes cámaras de oficiales. Los comandantes de tiempos de paz suelen olvidar que su primera responsabilidad es mantener la vigencia de la doctrina y adiestrarse en ella. Las máquinas funcionando bien, los depósitos llenos y las renovaciones de compromiso de servicios son importantes también, pero siendo más tangibles que la preparación para el combate, reciben más atención que esta última. La sagacidad y la correspondencia elocuente son índices de energía e inteligencia, pero en tiempos de paz se las confunde con lo esencial de la cuestión. Este consejo resulta ser un lugar común, se lo entiende y luego se lo olvida. La paz debiera ser una oportunidad para recordar nuestras reales responsabilidades y para renovar tácticas y doctrina. Algunas variables son reconocidas pronto en tiempo de guerra. Existe un nacional y una estrategia militar. Se conocen los teatros de acción y se escogen las fuerzas. El tipo de guerra que una armada prevé hacer gobierna la estructura de esa armada y constriñe y da forma a su doctrina. Si hemos construido y adiestrado a una fuerza para enfrentar al enemigo equivocadamente y en un teatro de operaciones distinto del real, poco se puede hacer al estallar la guerra para ajustar equipos y doctrina. La Armada Norteamericana de hoy, que durante tantos años fue destinada a conducir operaciones muy dispersas, con pequeños grupos de tareas alrededor del mundo, con el propósito de prevenir o impedir la guerra, está pobremente preparada para operar como una sola flota de gran número de buques, en una guerra no tan limitada. Las flotas combaten del modo en que han sido adiestradas. Si carece de experiencia en el manejo de flotas de batalla, la Armada Norteamericana sólo será competente combatiendo en agrupaciones no mayores que los grupos de batalla. Un mayor número de variables se perfilan a la vista del planificador táctico, a medida que se aproxima la batalla. Ya en la fase final del planeamiento, conoce su misión y las órdenes para el combate. Pero el comandante táctico está limitado a trabajar con lo que se le da. Puede intentar algo de adiestramiento, puede

interpretar la doctrina a la luz de sus propias circunstancias y también puede infundir a sus hombres su estilo y espíritu; pero todo ello será posible si la fortuna le sonríe y le ha sido otorgado el tiempo necesario. Los relevos dentro de la cadena de comandos y los reemplazos de buques y unidades deberían ser motivo de preocupación de todo comandante¡ sujeto al constante asedio del recuerdo de aquellas valientes pero ineptas fuerzas de ocasión que lucharon en las Salomón. Una flota es arrastrada al combate por el impulso de dos ruedas de inercia, la doctrina de flota y la estabilidad de los integrantes del equipo. El desastre es el destino cierto de toda flota enviada a la lucha sin ellas. Ni siquiera Nelson podría sobrellevar la ausencia de ambas. En la escala ascendente de influencias del combate, la más cercana es la proximidad de la última batalla librada. El primer combate de una guerra se asemeja a un partido de fútbol entre contendientes que se entrenaron sin contacto físico entre jugadores, o a un jugador de ajedrez que solo ha practicado contra una computadora. El contexto final de la batalla no puede ser advertido sino hasta que, librado el combate, se muestren los merecimientos de los conductores. los hombres y las armas. En la medida en que a las opciones tácticas del comandante concierne, sean éstas concretas o esquivas, simples o complejas, necesitadas de control cerrado o distendido, ¿quién no reconoce que sólo la misma batalla es capaz de quitarse el último velo, mostrando sus variables finales? Aun siendo así, cuidado con los comandantes que creen que pueden establecer sus tácticas mientras aguardan el combate. Ese hombre nunca sabrá lo suficiente como para tomar una decisión táctica acertada. La posibilidad de la victoria se edifica sobre un sólido cimiento de sana teoría, adecuada, preparación en la paz; experiencia de guerra y planes tácticos del comandante. Misiones y fuerzas A medida que el combate asoma, la atención se concentra en dos cosas. La primera es la misión. La segunda son las fuerzas comprometidas. Fuerzas y misiones se deben corresponder como el guante a la mano. Años atrás la Armada Norteamericana inventó las "fuerzas de tareas- como medio para lograr esa correspondencia. El concepto de fuerzas de tareas es maravilloso: ensamblar las fuerzas correctas, en el número adecuado ' , para llevar a cato la misión asignada.

El tema de la asignación de fuerzas de la calidad y en la cantidad necesarias lo retomaremos al final de este capitulo. Todos los aspectos que condicionan el plan de operaciones derivan de la misión. Abordaremos este tema ahora. La misión: el grillete con la estrategia El conocimiento de la misión implica conocer, la geografía, oceanografía y otros factores físicos que afectarán las tácticas. Por supuesto este conocimiento es impreciso. No es así con la misión propiamente dicha que, tirana del comandante, la recibe de manos de su superior inmediato. Junto a la misión vienen las fuerzas para cumplirla, aunque a veces la existencia previa de la fuerza motiva la asignación de la misión. La estrategia determina los objetivos y las fuerzas participantes en la batalla, aunque no es lo mismo que decir que la estrategia domina a la táctica. Antes que visualizar la estrategia como algo que mira hacia abajo y gobierna la táctica, prefiero el punto de vista de Clausewitz, quien dijo: "Todo gira alrededor del resultado táctico... Esta es la razón por la cual consideramos útil enfatizar que en todos los casos el fundamento de la decisión es la consideración de sí el planeamiento estratégico se apoya o no en la batalla táctica. Sólo en el caso de que no se tema por su resultado... es dable esperar consecuencias de consideraciones exclusivamente estratégicas”.1 La correcta estrategia se basa en el conocimiento acabado de todas las fuerzas y sus tácticas en medida suficiente para estimar las probabilidades de victoria. Es debido a ello que en la Escuela de Guerra Naval no se estudia la estrategia, ni sé presentan planes estratégicos, sin un previo y detallado estudio de las fuerzas y las tácticas de las que dichos planes dependen. La relación entre la estrategia y la táctica es la del cazador y su perro. El cazador es el que manda, pero no atrapara zorros si ha adquirido y entrenado a un perro perdiguero. 1

Clausewitz, pág. 386

A pesar de todo, el objetivo táctico será siempre establecido por una autoridad superior y dentro de un contexto estratégico. Como ya he señalado, las batallas navales apoyan algún objetivo costero más extenso. Sabemos que, en teoría, el objetivo de una flota es la destrucción de la flota enemiga en un combate decisivo. La razón reside en la premisa básica de la estrategia naval: la destrucción de la flota enemiga abre todas las puertas. En la práctica, pocas veces se da la gran batalla por el dominio del mar a menos que ambos bandos elijan la lucha. Lo que Clausewitz expresó sobre la guerra, se aplica aquí a la batalla naval decisiva: la opción de la guerra no se origina en el agresor sino en la defensa, dado que el objetivo ulterior del agresor no es la lucha sino la posesión. 2 La historia naval esta repleta de ejemplos donde uno de los bandos decide evitar la batalla decisiva lo que contribuye a explicar el reducido número de combates en el mar. 2

Ibidem, pág. 377

Existió una durante la cual un grupo de buques era mantenido en puerto a manera de “flota en vísperas de serlo”. El motivo era evitar la perspectiva de ser derrotados sin que el daño inflingido al enemigo fuese suficiente como para negarle las oportunidades de disfrutar después de la victoria. Una revista al moderno arsenal naval nos sugiere que mantener en suspenso a una flota es hoy más difícil que antaño, pero en la guerra convencional no es aún una estrategia pasada de moda. Otra posibilidad destacada ya en los capítulos dedicados a la Segunda Guerra Mundial, es que la fuerza inferior (o más débil) busque el combate exclusivamente cuando la flota opuesta se encuentra en desventaja debido a las servidumbres de su objetivo operacional. La meta de las operaciones navales puede ser indistintamente el control del mar o la proyección del poder a tierra, El control del mar apunta a proteger las líneas marítimas de comunicaciones, pero usualmente se centra en la destrucción de las fuerzas enemigas que amenazan dichas líneas. La proyección del poder apunta al empleo del control del mar para proyectar predominantemente ataques aéreos sobre la costa o desembarcos anfibios. El concepto de proyección del poder se vería clarificado si su definición

abarcara el seguro desplazamiento de la navegación y los oportunos refuerzos y abastecimiento, pero generalmente no se la interpreta así. Hemos visto que en la Segunda Guerra, un comandante que defendía una cabeza de playa o que intentaba reforzarla era sorprendido con objetivos ambivalentes, situación que no podía ser totalmente dilucidada con indicación de cual era la misión primaria. Spruance se atuvo tenazmente a su misión y defendió las cabezas de playa en las Marianas, actitud por la que fue criticado. Halsey llevo a cabo su misión de destruir la flota enemiga tan obcecadamente, que MacArthur escapo a duras penas del desastre en las playas de Leyte. En las Salomón, uno u otro bando estuvieron siempre restringidos por una misión asociada con el combate en tierra. Un enemigo puede aprovechar los problemas de una fuerza superior cuyo plato está demasiado lleno. De allí que es axiomático que la estrategia no debe permitir nunca que el plato del comandante táctico esté rebosante. El conflicto está en que la estrategia no siempre puede cumplir acabadamente con su obligación. Es apreciable y entendible el fenómeno de que para impulsar al enemigo hacia una batalla decisiva una operación de "proyección" debe amenazarlo. Una operación de proyección de envergadura, le agrega al comandante táctico una pesada carga, en virtud de los alcances del armamento moderno. Ese comandante táctico debe tener en mente cuál debe ser su actitud primaria: destruir al enemigo en el mar o proteger una operación ligada a acontecimientos en tierra. La guerra del Pacífico nos ofrece una paradoja. Por lo general la Amada Japonesa intentó primero destruir buques de guerra; el control del mar era su prioridad. Por su parte, la Armada Norteamericana, no obstante educada en la filosofía de que el objetivo primario es la flota enemiga, obstinadamente defendió sus cabezas de playa, a veces a un costo excesivo. La conclusión obvia es que el mejor curso de acción es asegurar el éxito de las operaciones de proyección; sin embargo la evidencia disponible no permite sostenerlo como cierto, cualesquiera sean las circunstancias. Sí la flota de los EE.UU. no hubiese dispuesto de ventajas en radar, el criptoanálisis y la construcción de buques, los más ortodoxos esfuerzos japoneses tal vez habrían sido mejor premiados. La Segunda guerra nos brinda otros ejemplos de operaciones de proyección exitosas, aunque de contornos más definidos, ejecutadas a pesar e obtenido control previo del mar. Los desembarcos de noviembre de 1942 en el

norte de Africa, se hicieron soportando la campaña submarina alemana, cuya columna vertebral solo fue quebrada en macro de 1943. La campaña de Rommel por el Canal de Suez, estuvo a punto de alcanzar el éxito en 1942, cuando Malta resistía y la amenaza submarina británica en el Mediterráneo mantenía su vigencia. Las operaciones navales británicas de apoyo a Grecia y Egipto fueron posibles con solo un mínimo control del mar. Cuando los alemanes ocuparon Noruega sin previos intentos de dominio del mar, el almirantazgo británico quedó atónito y Churchill enfurecido. La capture de Creta desde el aire fue tan costosa para el Ejercito Alemán, que ese tipo de operaciones nunca fue repetido; pero tuvo éxito, y la Armada Real pagó un caro tributo en buques durante el asalto. Estas operaciones son una rareza de la Segunda Guerra; la búsqueda a través de los siglos que van desde la campaña de Aníbal hasta la batalla de Tsushima, no nos muestra ejemplo alguno de campañas a través del mar exitosas en tierra, sin el control de dicho mar. Atribuyo la responsabilidad de este nuevo fenómeno de la proyección sin el control del mar al submarino y la aeronave. Una operación transmarina, ejecutada sin la capacidad de operar en la superficie del mar, ya sea antes o durante la operación, no me merece otro calificativo que al de rareza. La iniciación del ataque aéreo o de la operación anfibia requiere el uso del mar, así como lo requiere el apoyo a las fuerzas en sierra, y la dualidad de objetivo que implican estas operaciones continuaran atormentando a los comandantes tácticos. Esto pareciera ser cierto canto al enfrentar fuerzas navales soviéticas, compuestas primordialmente por submarinos y aeronaves de base terrestre, cuanto frente a fuerzas japonesas en el mar y en sierra durante la guerra del Pacífico. Una flota que no es capaz de representar una amenaza de proyección sobre las cosas de una potencia continental no es una amenaza. No es de esperar que la Armada Soviética se enfrente a las fuerzas norteamericanas en una batalla decisiva a menos que: a) la amenaza norteamericana sea tan seria, como para no desestimarla, b) la misión operacional norteamericana otorgue alguna ventaja a los soviéticos; o c) la Armada Soviética se torne en la fuerza superior. Intensidad de la guerra

Otra de las variables asociadas con la misión que no puede ser resuelta anticipadamente es la escala o intensidad de la guerra. En un extremo del espectro esta la crisis localizada en algún lugar de la tierra, y que los intereses nacionales quieren ver contenida.-El extremo opuesto es la irrestricta guerra nuclear generalizada. En el medio hay una extensa gama de graduaciones, una de ellas es la guerra de teatro armas convencionales. La contención de crisis fue la misión que dio la razón de ser a la Armada Norteamericana por casi cuarenta años. El promedio de crisis supera la cifra de una al año. Algunas fueron contenidas por disuasión (y por lo tanto subvaluadas). Otras entrañaron breves combates pero, desde 1945, ninguna registró ataques exitosos contra unidades navales norteamericanas en mar abierto. Manejar esas crisis ha sido uno de los continuos triunfos de las operaciones navales de los EE.UU. Mas arriba en la escala de violencia, se encuentra la guerra abierta con armas convencionales. La guerra de Vietnam es un ejemplo imperfecto; también puede ser catalogada como el extremo superior de una guerra de control de crisis. Excepto por los incidentes del Golfo de Tonkín, todas las operaciones navales; que van desde ataques aéreos, pasando por el apoyo de fuego naval y la operación "tiempo de mercado" (del tipo de un bloqueo), hasta las operaciones ribereñas de Vietnam del Sur, fueron conducidas en apoyo de acciones terrestres. Al no presentar el enemigo una amenaza marítima, los EE.UU. pudieron dar por garantidos él trafico marítimo y el control del mar, y demasiado irreflexivamente lo sigue presumiendo. Es peligroso pensar que la Armada Estadounidense continuara operando desde un santuario oceánico, frente a otras potencias, sin sufrir pérdidas. Para machos el intercambio de fuego de significativa importancia y con armas convencionales contra la Armada Soviética es mas que posible. Esta perspectiva, la de la guerra convencional, si bien no simpatiza, es tanto mejor que la alternativa nuclear, la política norteamericana no escatima esfuerzos para hacerla más probable que a la guerra del tope de la escala. Siendo la guerra nuclear generalizada una perspectiva tan pavorosa, los norteamericanos han preferido no especular sobre el tema de la disuasión. El mismo pensamiento militar, que suele referirse a la disuasión absoluta como algo poco realista, por aversión rechaza pensar en las tácticas, el C 2 y el arsenal a

emplearse en la contienda nuclear. Sobre las vivencias de la destrucción masiva, la única experiencia de primera mano de que disponen los norteamericanos se remonta a la guerra civil. Mejor ejemplo de guerra total es el de las guerras púnicas, que fueron rematadas con la absoluta destrucción de Cartago. Los rusos por su lado han vista más de cerca de devastación de la guerra, y en consecuencia han establecido planes más realistas que los norteamericanos para luchar y sobrevivir a la guerra nuclear. En cuanto al táctico, mientras que deplora las circunstancias de la guerra nuclear, es quien recibirá la responsabilidad de conducirla. De manera tardía la Armada Norteamericana, parecería estar apuntalando dicha responsabilidad con más energía. Una característica específica de la guerra nuclear es la serie de restricciones que pesan sobre el comandante táctico acerca del empleo del armamento nuclear. Ese jefe combatiente, identificado con la máxima suprema de atacar eficazmente primero, recibe el gravoso lastre de los acuciantes problemas de super-vivencia de comandos, sensores y sistemas de armas, inmerso en una situación que le exige no ser el primero en usar las armas y le restringe su uso a posteriori. En estas circunstancias, el imperativo táctico es asegurar que los tres niveles, el táctico, el estratégico y el de decisión de la política de defensa; no tengan tres conceptos distintos acerca de las operaciones en el campo de batalla nuclear. La disuasión ha sido función de la fuerza militar a todo lo largo de la historia, "cualquier nivel de la escala de violencia La forma correcta de resolver la matriz de funciones navales (considerando nuevamente a la Infantería de Marina Norteamericana como un elemento naval fundamental), es a través de su relación con la disuasión y con la conducción de la guerra; en toda la extensión de la escala de violencia, desde la crisis focalizada hasta la guerra total. Suele decirse que la disuasión no constituye una misión. Este punto de vista nos ayuda a recordar que la disuasión no respaldada por la capacidad y voluntad de luchar no surte efecto. El envío de infantes de marina al Líbano en 1983 fue una baladronada, a la que se apeló voluntariamente y que fracasó. Aquellos que están dispuestos a insertar fuerzas navales en posiciones de riesgo (y Coda fuerza disuasiva, sea la famosa "un soldado americano" de Clemenceau en el frente occidental o las elaboradas ejercitaciones navales de la NATO en el Mar de

Noruega, es una inserción de ese tipo) deberían ponderar que hay detrás de esa muestra de decisión. Ocasionalmente una lucha de voluntades reclamará su cuota de sangre. En 1787, Thomas Jefferson dijo: "El árbol de la libertad debe ser vivificado de tiempo en tiempo con la sangre de patriotas y tiranos. Es su fertilizante natural". Para comprobar que la disuasión es una pesada responsabilidad que distrae la atención del desarrollo de la táctica, nos baste con ver los exigidos programas de operaciones de la Armada Norteamericana en tiempos de paz y los perjuicios que acarrea a los planificadores de las actividades de flota, que pretenden mantener grupos de tareas estables para su adiestramiento en conjunto. En este punto, es conveniente apreciar la concepción comunista de que las naciones en la paz están en conflicto. La ideología comunista pone de cabeza a la más famosa sentencia de Clausewitz. Para ella, no se trata de que "la guerra es la continuación de la política por otros medios", sino de que la política es un camino para, vencer en el conflicto continuo, que se desarrolla con guerras o sin ellas. La ideología comunista no dará respiro a las fuerzas navales occidentales, aunque esta fuese su única función. Un cuartel de bomberos es eficiente cuando apaga el fuego de una casa, antes que se difunda. No es necesario que apague el incendio de todo Chicago, para que lo suyo sea un éxito. Todas las discusiones por la composición de la flota se centran en la capacidad de esa flota para apagar el incendio de Chicago. Sin embargo, la mayor parte de las tareas asignadas a la flota han sido las de apagar los incendios domiciliarios de todo el mundo. Aquí yace el dilema de la Armada e Infantería de Marina Norteamericanas, y afecta sus misiones, tácticas, adiestramiento y despliegue. Las fuerzas navales deben apuntar a disuadir en cualquier nivel de violencia, y cuando eso falla, su intento será contener la escalada en el nivel más bajo posible y disuadir en el nivel inmediato. Nunca antes; fuerza naval ni institución militar alguna enfrentó tal plétora de responsabilidades y ambigüedades en la misión. Existen dos complicaciones tácticas de este problema. La primera abarca a los grupos de batalla de portaaviones. Ellos se encuentran desplegados alrededor del mundo y son valiosos por su sola presencia. Mantendrán la paz, a menos que una nación hostil piense que son inadecuados para la tarea, o que por razones de estado no

serán

empleados; entonces habrá

enfrentamientos armados.

Simultáneamente, los grupos de batalla de portaaviones tendrían que ejercitarse como una flota que reuniese tres o mes portaaviones y sus buques asociados, de modo de desarrollar la capacidad táctica y la doctrina necesaria para luchar en una guerra convencional en gran escala., Del mismo modo la armada no debe enfrascarse tan marcadamente en las tareas de disuasión, o ejercitaciones no nucleares, como para descuidar su empleo en la guerra nuclear, de contenidos tan marcadamente diferentes. En la guerra nuclear generalizada, cada blanco fijo o estacionario

será

atacado.

Las

fuerzas

navales

en

el

mar;

si

están

adecuadamente posicionadas, son los medios nacionales de combate con mayor probabilidad de supervivencia. Los submarinos balísticos nucleares son obviamente recursos muy valiosos, pero las unidades de superficie tienen la cualidad de ser potenciales asientos de los más altos niveles de comando, siendo también valiosas, su condición de fuerza de ataque disponible para un segundo golpe y sus supervivientes santabárbaras. Estas ultimas misiones reciben muy poca atención en la Armada Norteamericana, y algunos críticos ajenos a ella, se oponen a los grupos de batalla de portaaviones con la falaz argumentación de que en la primera oportunidad que se les presente se zambullirán dentro del alcance del armamento nuclear enemigo. La segunda complicación de las múltiples responsabilidades y de la ambigüedad de misiones se relaciona con el C 2. El correcto planeamiento de C2 requiere distinguir las características de los diferentes niveles de violencia. La mayor parte de planeamiento de C 2 norteamericano pareciera enfatizar el nivel más bajo, la crisis o confrontación, donde el propósito es la contención mediante una adecuada firmeza política o estratégica. En este nivel, las fuerzas navales operan bajo estrictas reglas de enfrentamiento Un problema táctico de envergadura en estas circunstancias resulta ser el de aplicar presión a través de la presencia ostensible, bajo la amenaza permanente de un ataque enemigo sorpresivo. En la contención de las crisis, la presencia ostensible es un recurso valioso; desatado el combate, es una vulnerabilidad. Las crisis en los EE.UU. han sido manejadas bajo apretado control por la Autoridad Nacional de Comando (NCA). En efecto, el comando táctico ha sido ejercido desde Washington, sobrepasando gran parte de la cadena de comando formal, y en ocasiones, dándole escasa información. A manera de refuerzo de esta

estructura de control detallado de eventos, la NCA ha hecho grandes esfuerzos para construir un sistema de C 2 que permita comunicaciones directas con cualquier lugar del mundo, alcanzando incluso a los más bajos escalones de comando. Una verdad universalmente reconocida del conflicto internacional es que una nación debe triunfar tanto en el piano militar cuanto en el político. Durante un conflicto de envergadura; los condicionantes políticos se subordinan: la opinión pública mundial y el derecho internacional son, en el mejor de los casos, minimizados, y en el peor, ignorados. En el nivel de la crisis, las consideraciones políticas y militares son igualmente importantes; la fuerza contenida esta a la orden del día. El militar en el ámbito táctico aspira al cumplimiento de su misión de combate con las mínimas pérdidas para sus propias fuerzas. Por su parte, el hombre de estado piensa en el objetivo político que precipitó la lucha, o en la amenaza de ella. Estos objetivos políticos y militares, en algo se contraponen. El comando táctico en las crisis o confrontaciones no puede obviar las fricciones entre objetivos políticos y militares; las metas del estadista restringen sus planes militares. A pesar de que el combatiente en la escena de la acción se resiste al excesivo control que se ejerce desde Washington durante una crisis, cuarenta años de ellas nos sugieren que se seguirán recibiendo ese tipo de órdenes detalladas. La conducción detallada de las operaciones militares transitorias y focalizadas, incluso de aquellas que comprendan el empleo de las armas, ha surgido y continuará surgiendo directamente desde el asiento del gobierno al comando táctico en la escena de la acción, debido a su enorme contenido político. Sería inteligente, pues, diseñar una doctrina de C 2 que se ajuste a estas ciencias. Esta doctrina debería: 1) establecer reglas de conducta que unifiquen a la NCA, de modo que cuando planifica y conduce operaciones militares, su voz sea una sola (la NCA puede llegar a ser una hidra mitológica, cuyas siete cabezas tienen motivaciones políticos propias y no concurrentes), 2) especificar que la cadena de comando debe ser informada de las órdenes que se trasmiten directamente a la escena de la acción; 3) proveer adecuadas instrucciones para la asignación de fuerzas, refuerzos y apoyo logístico desde los comandos intermedios; y 4) prever alternativas que contemplen la posibilidad de que falle la contención y se produzca

la escalada en el conflicto, preparando el rápido restablecimiento de la cadena de comando cuando sea necesario. Si la doctrina enunciada es seguida fielmente, no encuentro nada intrínsecamente ilógico en la directa emisión de órdenes detalladas desde la NCA. El comando puede ser eficientemente ejercido por los más altos niveles que respeten dos premisas. La primera es que no se debe extender en exceso el número de fuerzas bajo control cerrado. La actividad de combate debe ser focalizada de modo tal que el que comanda lo haga sobre un número manejable de subcomandos Segunda, que dicho comando reciba oportunamente la información táctica pertinente. Con los sistemas de exploración y comunicaciones actuales, un comando alejado del campo de batalla puede disponer de la misma o más información que la dispuesta por el comandante en la escena de la acción. La experiencia, a la par que nos muestra con que facilidad un hombre en un puesto de mando alejado puede sobrestimar la calidad y celeridad de la imagen que time del campo de batalla, también nos dice que el comandante en la escena de la acción puede subestimar las implicaciones políticas o estratégicas de sus decisiones tácticas: Si una crisis escala el segundo nivel, el de la guerra de teatro, existe el peligro, tal vez el mayor de los peligros, de que la extensión de las fuerzas bajo control sature al NCA, que las comunicaciones con los comandos subordinados en el teatro se deterioren y que el ritmo de las acciones demande iniciativa y autoridad locales. Esta es una de las razones para establecer doctrina aplicable a un comando en corto circuito. La NCA puede no apreciar la necesidad de aflojar las riendas, tal como ocurrió en Vietnam, donde se impartieron muchas órdenes desde fuera de la escena de la acción. Pero el más grave de los peligros es que la actitud inculcada en los comandos, sea causa de que se congelen las acciones a la espera de órdenes, en momentos en que la iniciativa es un imperativo. En la guerra de teatro, ritmo y oportunidad serán definitorios, aún cuando las comunicaciones se deterioren y descienda la niebla de la guerra. En el ámbito de la guerra generalizada, en condiciones serán más caóticas todavía. Una defensa salida requiere planes, medios y doctrina que provean a la recuperación y la prosecución de objetivos que abarcan, desde una especie de finalización negociada del conflicto, a la pura supervivencia racional. Seria absurdo, por ejemplo, que los planes de defensa tengan fuerte dependencia del

estricto cumplimiento de la suposición de que el presidente y la Junta de Jefes de Estado Mayor sobrevivirán al ataque. Dada incluso la circunstancia de que sobrevivan, durante un período de tiempo medible en días, muchos elementos de combate ignoraran quien esta al mando. Esta alternativa debe ser cubierta por acciones preplanificadas, que las fuerzas ejecuten automáticamente. Asentaren tierra la totalidad de las actividades de vigilancia y procesamiento es otra debilidad defensiva. La idea de reunir y procesar la información obtenida por la vigilancia, en sitios tales como Pearl Harbor, y posteriormente con demoras insignificantes transmitirla a los comandos tácticos en el mar, time machos adherentes. Las facilidades costeras tienen mayor sobrevida en la guerra de teatro, pero en la guerra generalizada serán blancos apuntados con anticipación, y las unidades móviles a flote tienen mejores perspectivas de sobrevivir. Laos puestas de comando a bordo de aeronaves tienen grandes posibilidades de sobrevida, pero al cabo de pocas horas requieren complicados poyos logísticos. Si la aeronave es un hidroavión, es decir, una nave que se puede asentar en el agua pero también moverse ágilmente para eludir un ataque, disponernos de un descollante sistema que refine gran sobrevida con aceptable autonomía logística. Misiones y estrategias de las armadas en inferioridad de fuerzas Los teóricos están predispuestos a pensar en términos de enfrentamiento de las grandes potencias navales. El examen de las políticas de las potencias continentales resulta igualmente valioso, ya que afectarán las tácticas, tanto de las potencias terrestres, cuanto de las potencias navales. Ya vimos lo ocurrido cuando los marinos británicos del siglo XVIII, acostumbrados a enfrentar a agresivos holandeses, intentaron tácticas similares contra el entonces renuente francés. Pobremente adaptadas al nuevo enemigo, las, tácticas británicas fallaron. Considerando su objetivo ulterior como el propósito primario de una armada, los gobernantes franceses no caerían en el desatino en enviar sus flotas al combate decisivo. Los británicos, familiarizados con el papel de su propia armada, desdeñaron esta política, considerándola como una racionalización de la inferioridad. Pero Francia estaba en lo cierto; el objetivo ulterior de las armadas es influir en la vide de In poblaciones en tierra, sea en un sentido u otro, y con frecuencia su estrategia fue la correcta.

Cuando de la política se derive una armada en inferioridad de condiciones, lo primero a tenerse en cuenta es que la defensa a través de acciones de flota fallara. ¿Cuáles son entonces las opciones de una armada inferior? Una de ellas es mantener la flota en proyecto de serlo a la manera de la Flota de Alta Mar Alemana luego de Jutlandia, o a la manera francesa de los días de la vela. :a contraparte es que la destreza de una flota inactiva se marchita, y con el trascurso del tiempo el oponente naval superior está en condiciones de aceptar riesgos cada vez mayores para explotar el dominio del mar. Otra opción seria desgastar al enemigo hasta lograr oportunidades favorables en un enfrentamiento decisivo. Este fue el objetivo adoptado por la Flota de Alta Mar antes de Jutlandia y por la Armada Japonesa en su adiestramiento previo a la Segunda Guerra. La Flota de Alta Mar enfatizó en sus tácticas el empleo del engafo y la astucia para, el logro de ventajas iniciales en los encuentros entre pequeños grupos aislados. El adiestramiento de los japoneses de tiempo de paz pulió tácticas apropiadas para la marina más débil, pero el hábito los llevó a aplicarlas durante el período en que la marina japonesa ostentaba la superioridad de fuerzas. Una tercera forma de intento seria aprovechar una vulnerabilidad temporaria de la fuerza superior, en el momento en que la relación de fuerzas otorgue a la más débil alguna posibilidad de éxito, intentando así ganar el control del mar. En este caso, la armada inferior no puede planificar su acción basada en las capacidades del enemigo, en su lugar, debe estar, predispuesta y descosa de basarse en una estimación de las intenciones enemigas. Sin lugar a dudas, esto era lo, que Nimitz tenia en mente en los días previos a Midway, durante los cuales su flota estaba en desventaja. Sus órdenes a Spruance y Fletcher estipulaban pelear sobre la base del riesgo calculado.3 La condición de fuerza en inferioridad debe desatar un instintivo énfasis en lograr mejor exploración. Nimitz y sus dos comandantes subordinados asentaron so planes de batalla en la buena calidad de la inteligencia proporcionada por la ruptura de códigos. Para atacar eficazmente primero la fuerza inferior debe superar sus limitaciones mediante cierta combinación de iniciativa Y sorpresa. 3

En una carta personal que acompañaba la orden de operaciones, Nimitz escribió: ."Para llevar a cabo la tarea asignada... deberán seguir el principio de riesgo calculado, por el que ustedes deben entender el evitar exponer la propia fuerza a un ataque por parte de fuerzas superiores enemigas, sin una buena

probabilidad de infligir a consecuencia de dicha exposición, un daño más grande al enemigo". (S. E. Morison, vol. 4, pág. 84)

Como cuarta opción de la fuerza más débil, esta el lograr la superioridad local, de la forma en que los alemanes lo hicieron en el Báltico durante la mayor parte de la Segunda Guerra, y en otras ocasiones en fuerzas navales y aéreas italianas en el Mediterráneo. Una quinta posibilidad para el bando más débil es negar simplemente el uso del mar. La meta a alcanzar es crear una vasta tierra de nadie. ¿Qué necesidad time una potencia continental de ejercer el dominio del mar para satisfacer sus propósitos en tierra? Basta con negarle el uso del mar al enemigo La campaña submarina alemana, presenta en ambas guerras mundiales, en detrimento del trafico marítimo británico, fue un intento incuestionable de negación del uso del mar, al servicio del engrandecimiento terrestre. La campaña submarina, de superficie y aérea británica contra las líneas de comunicación marítimas de Rommel, es otro ejemplo, aunque no tan nítida. Negar el uso del mar, y hacerlo a grandes distancias mar adentro gracias a los ataques aéreos y submarinos, es una evidente estrategia soviética con enormes potencialidades. Cuando la negación del uso del mar falla en su papel de estrategia para ganar guerras, aún sigue siendo una contribución al esfuerzo de guerra, si es que tiene efecto multiplicador. Advertimos ya que la campaña submarina alemana fue todo un éxito, al menos en cuanto al costo requerido por la respuesta aliada. Los pilotos kamikazes nada podían hacer para devolver al Japón el dominio del mar, pero sí podían aspirar a desgastar y demorar a la armada enemiga, y de esa forma ayudar a defender el territorio japonés. Muchos piensan hoy que el propósito primario de la Armada Soviética es además de proteger a sus submarinos balísticos nucleares, el de ejercer una limitada negación del uso del mar. Esta letanía de opciones-estratégicas para una potencia continental esta incompleta. Existe otra posibilidad, que los discípulos de Mahan tienden a minimizar. Las potencias continentales pueden alcanzar un objetivo marítimo a través de la acción en tierra. Una escuela de pensamiento anterior a la Primera Guerra sostenía lo que Gran Bretaña debía evitar remitir grandes destacamentos terrestres a Europa. El papel del Ejercito Británico debía ser proteger sus colonias

y su comercio en el resto del mundo, y la política británica, mantener un equilibrio de poder en el continente. La escuela opuesta, que contaba entre sus filas al general británico Douglas Haig, sostenía que el mantenerse a la vista de la guerra en el continente podía derivar en su perdida, a manos alemanas. Opinaba esta escuela que el dominio alemán del continente, si bien no era fatal para Gran Bretaña en el corto plazo, era, por decirlo de manos amable, indeseable. La opinión del ejército se impuso durante la Primera Guerra Mundial, y la Fuerza Expedicionaria Británica fue enviada a Bélgica, donde sufrió cuantiosas pérdidas. Los que abogaban por una estrategia marítima se sintieron reivindicados, surgiendo fuertes protestas publicas por el envío de jóvenes británicos a las trincheras. A pesar de ello, la Segunda Guerra Mundial contempló el envío de una fuerza expedicionaria aun mayor, al continente: Bélgica, Holanda y Francia fueron rápidamente sobrepasadas por la Blitzkrieg de primavera de 1940, generándose el milagro de Dunkerque. Determinar si eran o no justificados los motivos que condujeron a la expedición británica no debe desvelarnos. Nuestro interés se centra en el diferente efecto que sobre la estrategia marítima británica tuvieron ambas guerras. En la Primera Guerra, al sobrevivir Francia con la ayuda británica, la flota alemana y sus submarinos tuvieron que ser basado en el mar del Norte. En cambio, en la Segunda Guerra, luego de la caída de Francia, los submarinos fueron operados desde el Golfo de Vizcaya, y de haberlo deseado Hitler, los ataques aéreos desde aeródromos franceses hubiesen devastado el tráfico marítimo aliado. La caída de Francia tornó extremadamente vulnerables las operaciones navales británicas. Los eventos en tierra alteraron drásticamente la estrategia marítima británica, y estuvieron a punto de quebrarla. La venerable sentencia de sir Francis Bacon: "aquel que domine el mar... puede obtener de la guerra lento como desee", debe ser considerada junco a la observación de Clausewitz de que cuando uno obtiene poco de la guerra, puede estar otorgándole al enemigo lo que esta buscando. No solo la influencia del poder marítimo es más lenta y menos directa que la acción terrestre; si no que a su vez esta más afectada por los eventos en tierra de lo que los marinos están dispuestos a admitir. Hemos alcanzado tres conclusiones sobre las misiones tácticas. La primera es que, si bien es cierto que el objeto de la misión se aclara a medida que se aproxima el momento de la acción, una larga cadena de preparativos para el

combate restringe las opciones tácticas del comandante. La segunda es que la naturaleza de estos preparativos, recibe influencias de la enorme variedad de misiones que deben ser contempladas y previstas que la paz. Por ultimo, los comandos tácticos navales deben prestar atención más cuidadosa a la interacción entre fuerzas navales y sucesos en tierra. Tres buenas razones respaldan esta última conclusión; una puramente táctica, habrá más interacción en el futuro; la segunda tiene qua ver con la naturaleza del que probablemente sea el peor enemigo de los EE.UU.: tanto su flota como su estructura organizativa y su filosofía militar apuntan a tierras foráneas; la tercera razón es que hemos heredado de Mahan la tendencia a concentrar nuestra atención, muy desaprensivamente, en la batalla naval definitiva. Mantener expedita y segura la navegación es una gran tarea, sea con o sin combate naval. Contribuir directamente en una campaña terrestre mediante el poder naval es también una gran tarea, y para cumplirla no debemos descuidar la necesidad del control y uso del mar en sí mismos. Este libro trata temas muy descuidados como el de las fuerzas navales, tengan estas base costera o a flota; el de las tácticas correspondientes a esas fumes y el de las batallas decisivas; pero no se aferra al combate decisivo como la cúspide y final de la acción de flota. Las flotas, sean fuerzas superiores o inferiores, tienen otras misiones y propósitos menos ostentosos. Fuerzas Para llevar a cabo su misión, a un comandante se le asignan fuerzas. Para construir la casilla de un gato, un carpintero recite tablas y clavos. Mientras que el carpintero, mediante mediciones, puede calcular el material necesario para su tarea, el comandante táctico no puede hacerlo. El nunca estará seguro de si su enemigo es una mascota casera o un tigre de Bengala. En la reciente operación de Grenada, el tamaño de la bestia fue subestimado. Por fortuna las fuerzas del vicealmirante

Joseph

Metcalf,

entonces

comandante

táctico,

fueron

incrementadas, pudiendo así cumplir con su tarea. Dijimos en el capítulo 6, que uno de los propósitos de la exploración estratégica es determinar la oposición. Sobre la base de esas estimaciones de inteligencia, el comando de nivel superior decide la porción de fuerza a asignar a

su comandante subordinado, con un margen de error proporcional a la posible imprecisión de las estimaciones. Al menos así es conceptualmente. Si el comandante estratégico tiene colmadas a satisfacción sus necesidades de fuerzas, a la manera de lo ocurrido en Grenada, tiempo y ritmo pasan a ser sus preocupaciones fundamentales. Reunir desplegar fuerzas adicionales insume tiempo también adicional, y el tiempo es tan valioso para los estrategas como lo es para los actores de nivel táctico. En Grenada el tiempo era crucial, dado que al momento en que los paracaidistas e infantes de marina de Metcalf ponían pie en tierra, tropas cubanas recientemente arribadas construían sus defensas. Al hacer su propia apreciación de la situación, el comandante táctico evalúa a base de las fuerzas asignadas, con qué profundidad, puede enfrentar a coda una de las capacidades del enemigo, o desde otro punto de vista, sus cálculos le sugieren la magnitud de los riesgos que su comandante estratégico espera que él asuma. Existe otro modo de ver la relación misión-fuerzas. Consiste en que el nivel estratégico ajuste la tarea a las dimensiones de una fuerza preexistente. Su ventaja fundamental es la coherencia que adquieren las operaciones. Podemos mencionar numerosos ejemplos; durante la Segunda Guerra; las flotas Tercera y Quinta eran una sola entidad táctica y de adiestramiento; los viejos equipos antisubmarinos (hunter-killer), constituidos por aeronaves y destructores escoltas, mantenían su composición a medida que pasaban de explotar un contacto al siguiente. La eficiencia en el asalto anfibio depende en gran medida de la continuidad del equipo constituido por medios y hombres en tierra, mar y aire. En estos casos, la variable independiente del planeamiento operativo no es la fuerza sino el tiempo. La eficacia del comandante táctico se mide sobre la base de la celeridad que imprime al cumplimiento de su misión: La comparación de fuerzas navales La raíz de las operaciones tácticas eficaces se nutre de la concepción de que la estimación de la fuerza es un problema de dos caras y de que no todos los elementos que hacen a la fuerza están explícitos en los órdenes de batalla. La expresión "correlación de fuerzas" me resulta tan concisa y expresiva, que suelo preguntarme cómo los hombres de armas de antaño pudieron comunicarse sin

emplearla. Un significado menos expresivo, requirió del lacónico Sun Tzu, sesenta y dos palabras: ...los elementos del arte de la guerra son: primero, las mediciones del espacio; segundo, apreciación de las cantidades; tercero, los cálculos; cuarto, las comparaciones, y quinto, la probabilidad de victoria. Las mediciones del espacio derivan del terreno. Las cantidades proceden de las mediciones, de las cantidades se obtienen cifras, de las cifras comparaciones, y de las comparaciones surge la probabilidad de victoria. Me intriga saber qué es lo que un maestro intelectual de las sutilezas de la guerra como Sun Tzu habrá querido decir con la palabra cantidades. La doctrina soviética para el conflicto en la paz y en la guerra apunta a incorporar todo tipo de cantidades en la comparación de fuerzas y medios, incluyendo ventajas y desventajas geográficas y temporarias. Lo que sigue es solo un modo, de los muchos de que dispone un comandante, de desmenuzar los elementos a ser comparados, al contrastarse las fuerzas con oposición. Don de mando Poca cosa sobre el don de mando, puede la teoría decirle al comandante de combate en potencia. En su calidad de hombre, este comandante acepta la filosofía de Thomas Carlyle cuando dice que "la historia de lo que el hombre ha alcanzado en este mando no es mas que el final de la Historia de los Grandes Hombres que trabajaron en él", y rechaza el punto de vista de George Orwell, que ve al liderazgo haciendo sólo lo que se espera que haga un líder nominal, es decir, una mera cuestión de matar el elefante por complacer a la multitud. La correlación de fuerzas involucra una comparación de liderazgos o don de mando. La historia nos brinda numerosos ejemplos de la importancia de conocer los hábitos del comandante enemigo. El conocimiento de los hábitos de Villeneuve y de De Ruyter condujo al empleo de tácticas distintas en cada caso. Los japoneses pudieron confiar en que el conservadorismo de Spruance lo ataría a la cabecera de playa. Pese a todo, las operaciones navales, en general, ofrecen menos oportunidades que las terrestres para evaluar a los líderes en acción. Las personalidades de los generales Montgomery, Eisenhower, Rommel, Guderian y

Patton eran bien conocidas, y sus respectivos estilos estaban cuidadosamente registrados en las mentes enemigas. Los oficiales navales han dispuesto, a lo largo de la historia, de menos oportunidades para telegrafiar sus temperamentos, no obstante las excepciones de Nelson, Jervis, Yamamoto, Halsey y la de los que tal vez sean el más notable ejemplo de antagonistas navales, Hughes de la Armada Real y Suffren de la Armada de Francia, quienes se enfrentaron cinco veces en el océano Indico en 1782 y 1783. En el mar tal vez sea frecuentemente más redituable estudiar el estilo colectivo de mando. En ambas guerras mundiales, un puñado de submarinistas y pilotos reputados como ases eran respetados por sus habilidades y estilos individuales, pero el mosaico de predilecciones tácticas fue armado luego que innumerables enfrentamientos de uno contra uno se incorporaron a la estadística, sin que se registraran sus hombres. La inteligencia naval norteamericana intenta pintar el cuadro representativo del estilo soviético que permita pronosticar tendencias de tiempos de guerra, y sin duda alguna, la inteligencia soviética no escatima esfuerzos en el sentido inverso. La apreciación del don de mando enemigo por parte de un líder de combate debe ser objetiva. El duque de Wellington seguramente sabía que la presencia de Napoleón en el campo de batalla valía más que "cuarenta mil hombres adicionales"; pero el interés de Wellington en Waterloo se volcó hacia sus propias, posiciones defensivas en el campo de batalla, con el conocimiento certero y objetivo de que Napoleón atacaría sin esperar el arribo del mariscal Blucher y sus refuerzos prusianos. Las abstracciones en la víspera de la batalla no tienen valor alguno; la estadística de las acciones previas es invalorable. Dejando de lado el peso de los números y de una exploración bien hecha -los grandes condicionantes de la victoria- los aspectos que peor sabe valorar un comandante son sus propios atributos y reputación. Todo buen líder de guerra es altamente competitivo; lamentablemente, también lo son muchos de los malos. Los líderes militares son por naturaleza agresivos y seguros de sí mismos; ciertamente no son introvertidos. Poco puede hacer un comandante naval para mejorar su propia estima, ni la más sensata teoría puede intentar un cambio en su personalidad que lo haga posible. Por supuesto que él intentara cultivar sus atributos y mejorar su reputación, pero si su semilla es mala y el crecimiento se interrumpe, él no lo sabrá. Desde estas circunstancias el único consejo que cabe

es el siguiente: el comandante que no ha sido probado en combate debe asumir que sus habilidades son las del hombre medio y no debe presumir que puede sobreponerse a desventajas numéricas, mediante talentos de los que tal vez no dispone. La propia sobre valoración es la más frecuente trampa de la personalidad, en que quedan atrapados los conductores militares. Si un comandante tiene talento, el mismo crecerá dentro de sí. Una buena reputación puede llegar a valer mas en el campo de batalla que los buenos atributos, y uno mala reputación enmudecerá incluso los mejores atributos. Esta es la razón por la que Napoleón buscaba reunirse de generales con suerte. Pongámoslo en palabras; una filosofía táctica que para ser exitosa depende de, la mejor capacidad de planeamiento de sus líderes, de su mayor agudeza y de su mayor habilidad en la maniobra, enfrentando un enemigo de primera clase (que es el enemigo sobre la base del cual se deben dimensionar nuestras fuerzas y establecer nuestra doctrina, en tiempos de paz), es el compendio de una filosofía de fatal exceso de optimismo. Adiestramiento y moral Leemos en la Ética de Aristóteles: "Aprendemos cómo hacer las cocas, haciendo las cosas que estamos aprendiendo a hacer". La mecánica del adiestramiento debe ser vista no como un fin, sino como el comienzo de un combate eficaz. En fútbol, el bloqueo de campo y derribar al oponente son habilidades creativas, pero se originan en respuestas condicionadas a las que se suma la competencia en el campo de juego El adiestramiento para el combate es también una actividad bifacética, es decir, mecanizada y creativa. La moral en sí misma, tanto en el fútbol como en el mar, es una propiedad relativa. La teoría pospone hasta el día del combate la apreciación del estado de adiestramiento. Pero también en este caso la historia nos dice que se trata de una evaluación de relativo valor. Si bien es cierto que los comandantes suelen exagerar sus virtudes personales, no es menos cierto que ello se compensa por su tendencia a subvaluar su estado de alistamiento en relación con el del enemigo. Los almirantes George Dewey y William Sampson ganaron batallas, con la participación de artilleros tan abominables, que el propio general George McClellan hubiese encontrado apropiado retrotraer a la dotación completa, a su

adiestramiento primario. En aquellas circunstancias, los almirantes de la Guerra Hispano-Norteamericana sabían que la flota española estaba aún peor preparada, y apreciaron la necesidad de una acción rápida y decisiva. Ya vimos cómo, en las Salomón, los buques norteamericanos fueron precipitadamente reunidos. A pesar de ello, no es licito deducir que todos los contratiempos sufridos por sus comandos derivan de esta deficiencia, ya que al mismo tiempo por el lado japonés, el temible Raizo Tanaka penaba de la misma manera y se quejaba con igual amargura, por la heterogeneidad de las fuerzas que le habían sido asignadas. La conclusión, lejos de ser que la incoherencia es tolerable, es simplemente que el estado de adiestramiento y la moral que de él se deriva no son sino valores relativos que deben ser comparados con aquellas del enemigo. El equipo de combate Ambos bandos en sus órdenes de combate deben incluir una estimación cualitativa del estado actual del equipo de combate. En los buques los sistemas fuera de servicio deben ser llevados en lastre al combate, junto a sus similares en servicio. La mayor parte de la noble vida de combate del USS "Houston." fue vivida con una de sus tres torres fuera de servicio. A la vez, las planas de propulsión constituyen un caso interesante. Cuando la flota entera depende de la masificación de buques para obtener concentración de fuerza, una planta propulsora parcialmente limitada retarda a la flota entera; caso contrario el buque será abandonado a su suerte. La ventaja inicial de velocidad que Togo tenía sobre Zinovi Rozhestvensky se vio probablemente duplicada debido al patético estado de los sistemas de propulsión rusos, luego de la agotadora travesía de dieciocho mil minas náuticas desde el Báltico hasta los estrechos de Tsushima. En nuestros días, a causa de la extendida dispersión de las flotas modernas en combate, es más difícil predecir que efecto tendrá sobre la maniobra de toda una flota, las plantas propulsoras averiadas de uno, o dos buques. Esta es sin dudas una variable adicional a tener en cuenta por los comandos tácticos. En vísperas del combate, el conjunto de cifras, calidades y la combinación de ambas son probablemente el parámetro más sencillo de cuantificar para el

comandante, y a su vez, los mismos aspectos del enemigo, posiblemente, sean los más escurridizos. Por su parte, la apreciación de los recursos de exploración constituye un problema a la vez interesante y de trascendencia. Su dificultad reside parcialmente en la diversidad de potenciales recursos de información, algunos de los cuales no estarán bajo el mando de ninguno de los comandantes presentes en escena, y en parte también en que el uso a dar a ciertos sensores dependerá de cómo se desarrolle la batalla misma y de la decisión que acompañe la detección de emisiones electrónicas. Autonomía La autonomía de combate es una función de las disponibilidades de munición y combustible de las respectivas fuerzas en la escena de la acción. Las consecuencias de la autonomía de combate son de índole táctica y también estratégicas. Dewey ordenó suspender la acción de la Bahía de Manila, ante un informe erróneo de que sus buques se hallaban con su munición casi agotada. Un estudio de la armada efectuado en los años sesenta concluía que las unidades antisubmarinas de superficie destinadas a escoltar convoyes a través del Atlántico podían agotar sus torpedos con facilidad, atacando falsos contactos; pronóstico corroborado en la Guerra de Malvinas, cuando la Armada Británica disparo cientos de armas antisubmarinas contra un orden de batalla real argentino compuesto de solo un submarino. A posteriori del estudio de la Armada Norteamericana, los buques de la clase considerada en el mismo vieron triplicada la capacidad de torpedos en sus santabárbaras. Ante el peligro real de agotar la munición, y la perspectiva de no poder reabastecerse, la táctica debe ser modificada. En la guerra de octubre de 1973, las lanchas patrulleras israelíes lograron cerrar distancias y hundir unidades misilísticas egipcias (cuyo alcance eficaz duplicaba el israelí), induciendo a los egipcios a vaciar sus contenedores de misiles sin alcanzar impactos. Las dos primeras potencias navales estarían reexaminando el balance de armas ofensivas y defensivas de sus unidades. Pero la realidad impone un límite máximo al armamento a ser transportado. Una razón es que las santabárbaras son difíciles de acorazar y no es conveniente enviar a la primera línea de combate a buques que asemejan transportes de munición. Ocurre también; que siendo el misil un arma costosa, debe impedirse que gran

número de ellos acompañe al buque en su hundimiento. La investigación conducida por un alumno de la Escuela Naval de Posgrado, relacionada con su tesis acerca del equilibrio correcto entre armas antiaéreas de zona y armas puntuales, derivó en una averiguación secundaria imprevista: el estudiante tuvo oportunidad de pasar revista a los buques norteamericanos y rusos con el fin de determinar la relación existente entre la expectativa de vida en combate (basándose en el número de misiles aire-superficie que recibiría) de cada buque, y el número de misiles antiaéreos remanente a bordo, al momento en que el buque era puesto fuera de acción. El resultado reviste carácter clasificado, pero el estudio dejó sentado que la apreciación de la autonomía de una flota, hecha por su estado mayor, debía considerar exhaustivamente el poder de fuego misilístico neto, en relación con la expectativa de vida de combate de sus unidades que naturalmente sufrirán bajas. Este tipo de consideraciones atormentara todo estado mayor competente, durante su planeamiento de combate. Es importante justipreciar adecuadamente la capacidad de combustible en el planeamiento de una batalla. Un formidable ejemplo de lo que ocurre cuando se deja de lado este asunto lo da la batalla de las Saloman Orientales en agosto de 1942. Fletcher dispuso de solo dos portaaviones en lugar de tres, a causa de haber enviado el "Wasp" hacia d sur, a reabastecerse de combustible. Este buque faltó al combate y poco después fue hundido por un submarino. La correlación de fuerzas hecha por aficionados, rara vez toma en cuenta la autonomía táctica, y siendo ésta motivo de distracción, una complicación, y fuente de grandes desavenencias, rara vez recibe el tratamiento que le corresponde. El conocimiento de las falencias que en materia de autonomía sufre el enemigo puede conducir a una ventaja táctica decisiva, tal corno Togo demostró en Tsushima. Poder da recuperación La posibilidad de acceso a los pañoles móviles de los buques de apoyo logístico y la disponibilidad de astilleros y talleres que se hagan cargo de las averías de combate deben pesar en los planes del comandante, no tanto en vísperas del combate, cuanto en aquellas oportunidades en que la logística es la consideración

primordial.

La

guerra

nuclear

generalizada

obliga

a

los

comandantes de ambos bandos a enfrentar la batalla, sin posibilidad alguna de

reaprovisionarse de munición o reparar sus daños a posteriori del combate, debido a la destrucción de sus bases. Otra consideración de índole táctica es la forma de reconstruir la propia capacidad de lucha, inmediatamente después de recibir un ataque. La doctrina debe contemplar e instrumentar la explotación post ataque con el fin de evaluar el daño recibido bastando con frecuencia una simple llamada general por radio. Los planes de reunión con los buques logísticos a posteriori de un ataque deben ser de ejecución automática. Es necesario considerar en los planes la explotación de la confusión que produzca nuestro ataque en el enemigo. La recomposición de la fuerza cede ante una veloz y decidida prosecución de la acción. En igual medida que, estando en guerra, es razonable tener previsto el daño en las cubiertas de vuelo de los portaaviones: y consecuentemente la suspensión temporaria de las actividades de vuelo, también es de esperar su rápida reparación y reintegro a la acción ofensiva. Los procedimientos de supervivencia, en el ínterin, deben integrar todo orden de operaciones y no solamente para el caso de un portaaviones, sino también tratándose de cualquier otro buque esencial para la misión asignada, como puede ser el caso de un crucero Aegis (de defensa aérea de zona), el buque insignia o un buque logístico rápido que se desplaza con la fuerza, los que hayan sufrido averías. Estas variables tácticas específicas y cruciales deben ser ponderadas y comunicadas a la fuerza con antelación suficiente; no habrá tiempo para ello una vez iniciada la operación El peor momento para pensar que hacer con el daño a recibir en combate es después de producido. El ambiente táctico Las tácticas a usar para cumplir con la misión reciben también gran influencia de la meteorología, la oceanografía, la proximidad de la costa y del hecho de que las aguas costeras son susceptibles al minado. No estoy seguro de haber dado a este tema la atención que merece. El aspecto vital es que el medio ambiente donde tendrá lugar la batalla afecta en grado sumo la conducción de las acciones tendientes al cumplimiento de la misión.

Las condiciones ambientales del teatro constituyen la última de las grandes variables, y la teoría no tiene muchos consejos prácticos a su respecto. Un ex comandante de Operaciones Navales, el almirante Thomas Hayward, dijo: "Cada masa de agua requiere un juego distinto de tácticas" El rédito: la síntesis de los atributos de la fuerza El don de mando y el adiestramiento, juntos describen la competencia de la fuerza. La autonomía y el poder de recuperación dan apoyo al combate, pero tienen connotaciones que exceden esta caracterización. La expresión equipo de combate es más expresiva que orden de batalla, incluso después de englobadas la exploración y las comunicaciones, debido a que la evaluación del equipo de combate es un intento de balancear mutuamente fuerzas y misiones y de justipreciar el estado de preparación para la acción del equipo. Don de mando, adiestramiento, equipo de combate, autonomía y poder de recuperación son las piezas del mosaico de poder ofensivo y defensivo que el comandante debe ensamblar. También lo puede hacer su estado mayor, siguiendo una variedad de esquemas conveniente, indicadores del estado de alistamiento por unidades independientes, o bien de las capacidades antisubmarinas, antiaéreas, antisuperficie y de ataque. Estos indicadores de la competencia de la fuerza en las distintas tareas ofensivas y defensivas, son elaborados para los dos bandos, y explicita o implícitamente contrastados entre sí, obteniéndose una evaluación neta de la fuerza disponible para el cumplimiento de la misión. Las condiciones ambiente son compartidas entre amigos y enemigos por igual. Esto no debe entenderse como que afecten por igual a los dos bandos, o incluso que los afecten en un mismo sentido. Existen combatientes diurnos y guerreros de todo tiempo; existen las que buscan y existen los que evaden (un ejemplo de drásticas diferencias en su influencia, lo da el sonar y la muy distinta manera en que las condiciones ambiente influyen en el cazador antisubmarino y su presa). En la práctica el procedimiento más adecuado es asignar valores (numéricos o simbólicos) al don de mando, adiestramiento; equipo de combate y poder de recuperación; a continuación, ampliar o reducir los valores de acuerdo con las influencias ambientales, y finalmente comparar ambas fuerzas.

La evaluación cualitativa particularmente cuando se refiere a las fuerzas del enemigo, puede guiar nuestra táctica con igual solvencia que la apreciación numérica. Poco le importo a Nelson el número de buques franceses y españoles que debía enfrentar. Sus planes tácticos tomaron debida cuenta de que su fuerza poseía ventajas cuantitativas de significación, tratándose de los duelos buque a buque característico de los combates de la época de la vela. En las acciones de las Salomón, los norteamericanos por lo general disponían de información más precise atinente a la oportunidad en que se producirían los encuentros nocturnos, que acerca del número e identidad de sus oponentes. En las mismas circunstancias, las tácticas japonesas dieron muestra de robustez, en el sentido de ser adaptables a una amplia gama de condiciones de sorpresa e incertidumbre; no ocurría lo mismo con las tácticas norteamericanas, al menos no en un principio. La correlación o comparación de fuerzas no es generalizable a diversas situaciones, sino que es específica de la misión considerada y se hace dentro del contexto del plan táctico en vigor. La relación de fuerzas amigas / fuerzas enemigas incluye en la apreciación de la situación y en el plan de acción. Este plan de acción debe ser único, pero al mismo tiempo debe admitir modificaciones que respondan a distintas contingencias. Tal como lo sugieren las experiencias de Nelson, Togo, Jellicoe y Burke, un buen plan es engañosamente simple; una extraordinaria síntesis de comprensibles consideraciones, dentro de una esencia coherente y factible. Permite insertar oportunas modificaciones, pero debido a que superado un nivel, cada cambio introduce fricción y riego de confusión, las alteraciones deben sex pocas. Las ayudas de decisión facilitan el planeamiento de la batalla y su ejecución. Algunas no pasan de ser meras representaciones de la ubicación y estado de las fuerzas. Otras ayudan a desplegar las fuerzas y a estructurar los planes de exploración. Incluso unas terceras facilitan la acción oportuna. Los microcomputadores de mesa son la compañía ideal de la toma de decisiones. La doctrina puede ser volcada en la memoria de modernas ayudas de decisión así lo han hecho las Fuerzas Armadas Rusas, que han incorporado su doctrina a sus dispositivos de computación. Hasta donde la evidencia nos permite ver, la Armada Norteamericana no ha, conscientemente, admitido la oportunidad ni el riesgo de hacerlo. El riesgo que acabo de mencionar no difiere mucho del rigor impuesto por las instrucciones permanentes de combate británicas, en donde la doctrina y el

sistema de transmisión de órdenes fueron una cola cosa. Tan firme con la marcha de los tiempos, se está produciendo una revolución en el procesamiento de la información,'de modo tal que las armadas se encuentran en medio de la revolución de las computadoras, que está lista a dejar de lado a los desprevenidos.

10.

TACTICAS MODERNAS DE FLOTA

Los misiles y las máximas El matrimonio Robison, luego de consagrar su propuesta de que "ataca" es la suprema máxima del éxito táctico, la amplió diciendo que "establecer como norma de aproximación al enfrentamiento, hacerlo de modo tal que la acción sea abierta con todo el poder de fuego disponible, es instituir el más sensato axioma táctico".1 Todo lector ha de sentirse satisfecho con esta sentencia, una sólida deducción de las investigaciones históricas, un viejo calzado que encaja en cualquier pie, excepto por el hecho de que elude la noción de mantener una reserva. Sin embargo, nuestra percepción de las batallas de superficie y áreas de la Segunda Guerra nos trae indicios de que algo anda mal cuando la meta de concentrar la fuerza ofensiva es perseguida sin reparos. 1

Robison, pág. 896

El estudio de un nuevo modelo representativo de la dinámica del combate moderno nos permitirá apreciar lo ocurrido desde los días de los Robison. Lejos esta este modelo de rechazar el concepto de reunir el poder de fuego. Entiendo como procedimiento mes adecuado dejar que el modelo canal ice a los procesos mismos, permitiendo que el principio de concentración halle su propia expresión. Recordemos en primer lugar esa descripción del ataque de portaaviones que lo muestra como un impulso colosal de poder de ataque, mediante el cual un ala área destruiría varios portaaviones enemigos, aseveración que las acciones del Pacífico evidenciaron temeraria. En segundo lugar, traigamos a la memoria los enfrentamientos nocturnos de superficie en las Salomón, en donde una salva de torpedos desató asombrosa destructividad entre la totalidad de buques blanco, con poder destructivo equiparable al de un ataque con misiles. Es evidente que un buque

de

guerra

moderno

armado

con

misiles

balísticos

o

crucero,

complementado con adecuada exploración, cuenta con la capacidad de hundir varios buques enemigos, con un tonelaje total superior al propio. Las criticas a los

grupos de batalla de portaaviones se apoyan en que los misiles nucleares modernos hacen a esos grupos vulnerables a la acción de fuerzas navales inferiores, una imputación que ya hemos comprobado es casi irrelevante. Una critica mejor fundada, aunque menos frecuentemente oída, afirma que los submarinos de la clase Trident, en caso de ser adquiridos como blanco, arrastrarían en su hundimiento 192 cabezas de combate, un número superior a la cantidad de armas nucleares necesaria para hundirlos. Estos enormes submarinos parecen haber sido diseñados a base, del principio de costoefectividad; es así corno la economía de escala acarrea consigo la concentración en cada buque de veinticuatro misiles que Aorta cada uno de ellos ocho cabezas de combate nucleares de reingreso individual (MIRV), sin que se tome en consideración la posibilidad de que a lo largo de su vida el submarino sea sorprendido por el combate individual con otras unidades navales. Sin tugar a dudas, cualquier cálculo que admitiese, aunque más no sea la remota posibilidad de que estos submarinos fuesen perseguidos o atacados en puerto, conduciría a la distribución de los mis les Trident en un mayor número de submarinos, a pesar de que ello redundaría en complicaciones para su despliegue. 2 2

Además de aumento de costos comprendido en una distribución más amplia, debemos contabilizar el tópico de que mis submarinos acarrean mis problemas de control y mis imponderables.

El misil MX constituye el ejemplo más notable de concentración de cabezas de combate; cada uno de ellos transporta diez. Una consecuencia natural pero no prevista del acuerdo SALT I, que toma en cuenta los vectores y no las cabezas, es que al sistema MX de base terrestre se lo considera ahora desestabilizante ya que ofrece al enemigo la posibilidad de destruir un gran número de cabezas con solo una, durante un primer ataque. Hoy en día, cada uno de estos sistemas de armas, siendo una porción indivisible de poder de fuego, y potencialmente vulnerable a ser adquirido como blanco de un primer ataque, crea un problema táctico. Pasemos por alto las peculiaridades de cada caso y analicemos la situación en términos mas generales, abandonando todos los prejuicios, y dejando planteada la cuestión de la masificación de medios, la concentración del poder de fuego y la posibilidad de

usar reservas. Pondremos bajo la lupa a esa máxima que nos dice que siempre usemos fuerzas superiores para atacar a componentes parciales del enemigo, evitando que él haga lo propio. Un pequeño modelo del combate moderno Definamos ahora las características de un grupo de buques misilísticos modernos. En aras de simplificar, presumamos que ambos bandos disponen de buques de características idénticas. -

Un disparo es el lanzamiento de un misil.

-

Un disparo certero es un disparo que seguramente hará impacto en un buque no definido.

-

Poder de fuego (f) es el número de disparos certeros proyectables por un buque en una salva de misiles, es decir, es el poder de ataque de uno de los buques misilísticos. Establecemos aquí que cada buque dispone de nueve disparos certeros en sus lanzadores; esto es: f = 9.

-

Poder de fuego defensivo (d) es el número de disparos certeros que serán destruidos y desviados por las defensas de un buque, en otras palabras, su fuerza defensiva Presumimos en nuestro modelo que un buque puede eliminar el primer disparo de una salva de misiles que hacia él esta apuntada; lo expresamos con: d = 1.

-

Impactos (h) es el número de disparos certeros proyectados sobre un buque, menos el número de disparos que ese buque ha de eliminar. Siendo f/n el número de disparos certeros que equitativamente se distribuyen sobre n blancos, podemos decir que: h = (f/n)-d.

-

Sobrevida (s) es la capacidad para absorber impactos de que dispone un buque. Presumimos que la resistencia al castigo es uno; es decir: s = 1.

-

Contraofensiva (c) es el número total de disparos que pueden ser eliminados o absorbidos antes que se produzca la supresión del poder de fuego. La ecuación que la representa es c = s + d, y en nuestro modelo: c = 1 + 1 = 2.

Con los atributos descritos, cada buque misilístico posee un poder neto de fuego (disparos certeros) en cada salva para alcanzar y destruir tres buques enemigos: f-3c = 9-6 = 3 Dadas las circunstancias correctas esto es, distribuido a la perfección el poder de fuego, siendo el ataque simultaneo, y si todos los blancos se encuentran dentro del alcance eficaz, tres blancos serán destruidos. Pero aun si estas circunstancias ideales no son alcanzadas, es evidente que una fuerza aglutinada es mucho más vulnerable a un ataque eficaz, porque cuando un buque de la formación es adquirido como blanco, el resto de la formación también lo es, y porque en el presente ejemplo, los buques a la defensiva no poseen la capacidad de defenderse mutuamente, sino que sólo pueden hacerlo individualmente. Si construyéramos ahora la tabla 10-1 de la manera en que lo hicimos con la tabla que describe los impulsos de potencia destructiva de los portaaviones (tabla 4-1), pero con el dramático triple incremento del poder neto de ataque que supone el presente modelo; veríamos que, en caso de atacar primero, la fuerza más débil B vencería holgadamente, frente a desventajas que se verían imposibles de superar en una comparación estática.

Implícitamente, lo dicho hasta aquí describe la táctica que muestra la figura 10-1a, donde ambos bandos mantienen reunidas sus fuerzas. Tal el caso, ambos bandos sobreexponen sus buques, portadores cada uno de ellos de gran poder de fuego, a un ataque sorpresivo del enemigo. De allí que surja como mejor táctica dispersar los buques misilísticos en la esperanza de que no todos serán detectados y atacados simultáneamente (figura 10-1b), o adelantar de a uno dicho

buque en procura de que al menos uno de ellos logre anticipa su ataque al del enemigo (figura 10-1c). Ya antes habíamos presumido que algo del tipo de lo que muestran las figuras 10-1b o 10-1c estaba incluido en las tácticas de portaaviones japoneses de la Segunda Guerra, donde su-intención era proyectar un ataque sorpresa altamente destructivo con la fuerza aún indetectada, mientras que otra fuerza actuaba de señuelo. Tal como hemos establecido las circunstancias del modelo, el resultado del combate lo decidirán la eficiencia de la exploración y el alcance de las armas. No tan obvia es una segunda consideración: la elección de la mejor táctica también dependerá de la eficacia de la exploración y del alcance del armamento. Para facilita la discusión, supongamos que la exploración es efectuada exclusivamente con medios propios de a bordo, y que cada buque misilístico posee probabilidades independientes de detectar al enemigo: Si B ahora adopta la táctica c, es decir, el ataque en fila india, y sus sensores son tan buenos como los de A, de modo que tiene iguales probabilidades de detectar primero a cualquiera de sus buques (obviaremos ahora la engorrosa posibilidad de la designación de blancos por medios pasivos, la que será considerada mas adelante), entonces la probabilidad que tiene B de detectar la fuerza A antes de que su buque cabeza de formación sea detectado por los sensores enemigos es solo de un octavo. Sin dudas perderá las ventajas de la sorpresa, por la concentración de la capacidad de exploración de A, siendo de escasa incidencia en este caso el mayor poder de fuego de A. En iguales circunstancias, hagamos que B adopte la táctica b. Formalmente, la táctica b no ofrece ventaja alguna por encima de la táctica a. A pesar de ello, es razonable suponer que, si cada unidad de la fuerza B tiene idéntica probabilidad de detectar primero a la fuerza A que la de las unidades de la fuerza A de detectar primero a las de la fuerza B, el bando A deberá afrontar un problema de exploración más complicado, dado que debe detectar primero a todos y a cada uno de los buques de B en forma individual a efectos de evitar la pérdida de sus tres buques. Si bien es dable esperar que alguno de los tres buques B será detectado primero y neutralizado, conque solo uno de ellos detecte primero a la fuerza A, la devastará. A continuación analicemos el caso en que A posee mayor alcance de misiles, mientras que B tiene sensores de mayor alcance. A la manera de la

táctica b, el bando B intentará que al menos uno de sus buques logre alcanzar la distancia de lanzamiento. Si sus comunicaciones son confiables, hará emitir a una sola de sus unidades; basándose en la capacidad de detección por medios pasivos de A, puede que la unidad emisora sea destruida; pero cualquiera de las restantes podrá estar en condiciones de cerrar distancias y realizar un ataque decisivo. Mejor aun, si uno de los buques de B puede llevar el tracking de las unidades de A y al mismo tiempo mantenerse fuera del alcance de sus misiles, este buque guiador puede llevar al ataque a un segundo buque de B que mantiene silencio radioeléctrico, proporcionándole la solución del problema de control tiro. Incorporemos ahora la existencia de sensores externos a las fuerzas (por ejemplo, satélites) en ambos bandos. El análisis es marcadamente distinto. Si los misiles de A superan en alcance a los de B, estamos en presencia de un pleito donde solo uno de los contendientes tiene la palabra. La fuerza B, superada en alcances, si es obligada a presentar batalla, lo hará empleando la táctica b con la esperanza de que A cometa algún error en la coordinación y distribución del fuego. Puede darse el caso de que A tenga sus fuerzas predominantemente basadas en tierra. De ser as(, la fuerza B con base oceánica encuentra mas sencillo solucionar su problema de exploración, frente a un enemigo inmovilizado (la adquisición precisa de los blancos es otro problema, no tan simple). Las esperanzas de B se cifran en aproximarse de manera encubierta y atacar aún indetectado. Pero traigamos a la memoria el recuerdo de la batalla de Midway y en particular, el efecto que sobre los planes japoneses tuvo la presencia del poder aéreo norteamericano en la isla; si la fuerza A, predominantemente basada en tierra, posee también una pequeña fuerza móvil basada en el may y con suficiente poder de fuego; entonces los medios terrestres pueden concentrar de tal modo la atención de B, que haga posible al componente marítimo de A atacar con efecto devastador. La discusión planteada es un ejemplo paradigmático de la moderna guerra de misiles. Incumbe especialmente a la guerra nuclear, en el sentido de que el poder ofensivo de cada buque es altamente destructivo, de que es difícil reunir en apoyo mutuo el poder defensivo, y finalmente en que los alcances de exploración y de las armas favorecen la ofensiva de manera reciente y notable, aconsejando distribuir el poder de ataque en mayor número y más pequeñas unidades de

superficie y submarinas. En estas circunstancias, ¿el enorme potencial destructivo de las unidades pequeñas, que sobrepasa las de mayor desplazamiento, justifica la decisión de atacar en fila india (o puesto de otro modo, establecer una reserva)? La respuesta gira en torno de la comparación de las potenciales capacidades de exploración de ambos bandos. El despliegue de los submarinos con misiles balísticos y crucero imita en cierta forma las condiciones de la columna simple: un C 2 torpe y embarazoso, de virtualmente nulo poder defensivo, ninguna posibilidad de apoyo mutuo en la defensa y casi total dependencia de la detección anticipada y adquisición del blanco para alcanzar el éxito.3 La bibliografía no clasificada esta desprovista de discusiones sobre las relaciones tácticas implícitas en los enfrentamientos individuales en la guerra nuclear, Tal vez aun no sean necesarias las discusiones abiertas, y quizás nunca sean deseables, pero los submarinos balísticos nucleares (SSBN) estarán siempre expuestos a las búsquedas y los ataques, aunque estos sean de carácter restringido. Las ramificaciones de este problema fueron ya exploradas en lo que es dable denominar el trabajo definitivo sobre el asunto de aquí a muchos años; se trata del libro de D. C. Daniel ASW and Superpower Strategic Stability (Guerra antisubmarina y la estabilidad estratégica de las superpotencias). Su texto y otros ensayos menores de carácter publico apuntan de todas maneras a los aspectos tecnológicos, estratégicos y políticos del problema. El lado táctico, es decir, cómo será el detalle del combate, es como mínimo igual de importante, ya que posee aristas extrañas y sin precedentes, tanto antes como después del intercambio de armas nucleares. No es mi pretensión haber capturado, ni aun de manera-harto rudimentaria, la naturaleza de tal combate, ni su dinámica tan peculiar. Menos todavía, en caso de que creyese poder describirla, le daría cabida aquí. 3

Muchos imaginan la guerra nuclear como una cuestión de blancos preapuntados e inmóviles, junto a la temprana proyección del armamento en un intercambio generalizado. Esta imagen es en machos aspectos errónea, y en todo caso, nuestra intención es mantener la discusión en un plano más general.

En su detallado análisis técnico, Daniel nos muestra que un submarino SSBN en el mar es difícil de detectar, proseguir el contacto y adquirir como blanco, peso una vez logrado, su destrucción es tarea simple. Esta es la esencia de la

situación táctica que estamos discutiendo. De todas maneras, no solo el armamento nuclear altera la generalmente correcta táctica de masificar la fuerza. También la afecta el potencial destructivo y fulminante del ataque con modernos misiles convencionales. Aplicar una fuerza superior es una máxima de por si desorientadora, dado que una fuerza marcadamente inferior es capaz de poseer el poder neto de ataque suficiente para la victoria: Las tácticas modernas son gobernadas por dos naciones inseparables: 1) acumular suficiente fuerza, y 2) emplear el C2 y la exploración para atacar con ella eficazmente primero: En cuanto a lo de “evitar que lo logre el enemigo”, a la manera tradicional de obtenerlo, es decir, maniobra y mayor alcance de las armas, se deben sumar los conceptos modernos de antiexploración. Seria erróneo sin embargo; precipitarnos hacia la conclusión de que ya no es adecuado mantener reunida a la fuerza. Vayamos a las circunstancias que tornan deseable su masificación. Un ejemplo de masificación para la defensa Una característica táctica esencial dentro del contexto de la guerra convencional es la aptitud de las fuerzas de superficie para operas dándose mutuo apoyo defensivo. A la vez que crece el número de armas ofensivas, ha disminuido su letalidad. Consideremos por ejemplo una formación mayor, del tipo de un grupo de batalla de portaaviones, y a vuelo de pájaro asignémosle valores groseros, redefiniendo simultáneamente nuestra terminología: -

Capacidad de ataque (SC) es el número total' de disparos certeros disponible en la formación, incluyendo los posibles reataques. Para el caso SC = 160 disparos certeros.

-

Poder de ataque (F) equivale a la sumatoria de todas los f y representa el poder de fuego colectivo de la formación. F = 40 disparos certeros por ataque.

-

Poder defensivo (D) es la sumatoria de los poderes de fuego defensivos d, siendo en consecuencia la fuerza defensiva colectiva de la formación, que destruye o desvía el armamento que converge sobre la fuerza. Implícitamente estamos diciendo que, el poder de fuego defensivo de cada

buque es posible sumarlo a la defensa colectiva, esto es, asumimos una defensa de drea. D = 25 disparos certeros que serán desviados. -

Resistencia al castigo (S), equivalente a la sumatoria de s, representa la sobrevida colectiva de la formación, medida en impactos que pueden ser absorbidos antes de que se alcance la supresión de fuego completa de la formación. La resistencia al castigo y el poder de fuego defensivo remanentes disminuyen con cada impacto recibido. S = 30 impactos a ser absorbidos. Una formación de estas características atacada por una formación similar

enemiga recibe un valor neto (F-D) de quince impactos y pierde la mitad de su resistencia al castigo, queda también con la mitad de su poder de ataque inicial para conducir un reataque, es decir, con veinte disparos certeros. Mientras tanto la fuerza enemiga que aun conserva su poder de ataque de cuarenta disparos certeros esta en condiciones de montar un segundo ataque decisivo sobre la formación cuyo poder defensivo ha sido reducido a la mitad. Si ahora suponemos dos formaciones mayores, sorprendidas por el ataque de una tercera, en condiciones tales que permiten combinar el poder de fuego defensivo de ambas, el ataque no computa daño alguno, ya que el número de disparos (cuarenta) no alcanza a saturar las defensas combinadas, que en esas condiciones permiten rechazar ochenta disparos. Si por el contrario, ambas formaciones operan separadas, son pasibles de ser atacadas y eliminadas de a una por vez; ya que el enemigo cuenta con suficiente capacidad de ataque en sus santabárbaras. Las ventajas del apoyo mutuo defensivo son genuinas y evidentes, aun cuando el caso fuera; por ejemplo, que debido a deficiencias de coordinación entre formaciones, el efecto defensivo sumado de ambas sea menor que la simple adición de sus individualidades (digamos que en lugar de rechazar cincuenta misiles, el poder defensivo combinado solo permite evitar treinta impactos). Para las Cifras empleadas en este ejemplo, el apoyo mutuo es también decisivo, ya que permite eludir la mayoría (todos menos diez) de los disparos certeros del primer ataque enemigo, con la posibilidad de contraatacar con un poder de fuego remanente equivalente a 5/6 de su poder de fuego inicial, es decir, sesenta y seis disparos certeros. No hay nada sorprendente en esta conclusión. Simplemente nos dice que la moderna decisión de reunir las fuerzas se basa en consideraciones defensivas.

Si las fuerzas son tan fuertes como en este ejemplo, la masificación del tipo de la adoptada por las fuerzas de portaaviones norteamericanas en la Segunda Guerra no solo es atrayente sino imperativa. Si por el contrario, las defensas son débiles, lo indicado es dispersar la fuerza. En tal caso; y en la medida en que el C 2 sea capaz de concentrar ofensivamente el poder de fuego, se impone la táctica b (ataque

desde

un frente

amplio). Asimismo en

distintas circunstancias

relacionadas con la exploración o con ventajas y desventajas en el alcance de las armas, también es de aplicación la táctica b, pese a que el C 2 no tenga nivel suficiente para coordinar el ataque. No obstante, el OCT debe estar alerta a la posibilidad de que la táctica c (ataque en secuencia) sea la más apropiada. La situación favorable a la táctica c suele presentarse asociada a un armamento capaz de producir destrucción masiva y fulminante. En su esencia, estas fueron las circunstancias que indujeron a Arleigh Burke a adoptar tácticamente el un-dos pugilístico en la campaña por las Salomón. Por razones de claridad no hemos desarrollado, hasta el momento, la relación vital que existe entre la búsqueda con sensores activos y la interceptación de esas emisiones por parte del enemigo. Su consideración, ya sea para diseñar doctrina táctica o para conducir las operaciones, es la que más dificultades ofrece. Prácticamente hemos ignorado asimismo la posibilidad de enfrentar fuerzas muy asimétricas en su composición, como podría ser el caso de las armadas soviética y norteamericana de hoy. Poco más adelante nos abocaremos a estos aspectos que considero fundamentales. Ocurrirá cuando abordemos el modelo final de enfrentamiento de fuerzas. Antes es necesario hacer una recapitulación de lo actuado. Una recapitulación Una maquina de guerra dotada de gran potencia ofensiva, pero de escasos medios de defensa, es muy vulnerable, creándose de ese modo una situación táctica altamente inestable. La eficacia de su accionar depende por completo del hecho de ser el que ataque primero, sea que lo logre de manera encubierta o por medio de una favorable combinación de alcances de su exploración y su

armamento. Este tipo de maquinas de guerra constituyen lo que hemos dado en llamar los "solistas". Semejante mezcla de atributos en un artefacto militar representa una anomalía. ¿Qué motivos hay para que semejante "engendro" sea construido? La razón ostensible pasa porque dicho artefacto satisface criterios de costoefectividad, al acumular un elevado número de disparos certeros (aviones o misiles) en una sola plataforma y cuando el parámetro representativo de la efectividad es el poder de fuego (f). Al considerar este parámetro aislado de otros atributos, se ignora la naturaleza misma del combate: un enfrentamiento a dos bandos. Una variable más representativa de la eficiencia es el "poder de fuego neto proyectable", una suerte de combinación entre poder de fuego ofensivo y contraofensiva, de difícil cuantificación, ya que no es simple sumar dos fuerzas con propiedades disímiles (ofensivas y defensivas), sujetas además a un cúmulo de variables tácticas, como por ejemplo la geografía. Un análisis correcto de como lograr maximizar ese poder de fuego neto proyectable, sin dudas, clamara por la concentración de la potencia ofensiva, simplemente a causa de las virtudes de la economía de la escala y el bajo costo de agregar misiles hasta el límite de la capacidad. Aun así, la concentración acarrea inestabilidad, y la discusión planteada nos sugiere la necesidad de tanto 1) medidas de orden tecnológico (mayor fuerza defensiva, sea por medio de defensas puntuales y chaff, o por una mayor sobrevida del casco), cuanto de 2) medidas de orden táctico (del tipo de atacar en fila india o desde diversas direcciones, en procura de confundir la exploración y dificultar la solución del problema de control tiro del enemigo). Estas medidas permitirán ganar el tiempo necesario para que ocurra la ofensiva. A efectos de dimensionar tácticamente la fuerza, la primera pregunta que surge es: ¿cuánto poder de ataque es suficiente para eliminar al enemigo en el primer golpe? Si el poder de fuera acumulado satisface dicha pauta, no existe razón para seguir agregando fuerza a nuestro ataque. La segunda pregunta apunta a establecer los criterios que rigen la masificación de la fuerza, y la respuesta se encuentra en el análisis de las capacidades defensivas. La concentración de medios ofensivas y la masificación de las fuerzas defensivas son consideraciones que integrándolas en un todo determinan la disposición táctica. Lamentablemente estos cálculos requieren algo

más, que la comparación entre los poderes de fuego y los alcances de las armas. La factibilidad de concentrar ofensivamente los poderes de fuego individuales dispersos, la dicta el C2. Las eficiencias ofensiva y defensiva dependen de factores tales como los recursos de exploración (propios y del enemigo, de a bordo y externos), su radio de acción y los planes de búsqueda, etcétera. Otro parámetro de comparación de fuerzas es también la capacidad de antiexploración. En la práctica, un problema frecuente es que la comparación de fuerzas no puede ser ajustada a la perfección. Ya mencionamos que en tiempos de paz se es propenso a exagerar las propias capacidades ofensivas. Estos dos factores aconsejan sumar un poco más de poder de fuego del necesario, cuando se planifican operaciones ofensivas. Una reserva táctica debe ser, por definición, una reserva segura. Retener parte de nuestros misiles para un segundo ataque es presumir que dichos misiles y los buques portantes sobrevivirán hasta que se los necesite. Por otra parte, para que una reserva esté completamente a salvo, debe ubicarse tan lejos hacia la retaguardia que la distancia imposibilita su participación en la batalla; es decir, ha dejado de ser una reserva. La masificación de la fuerza tiene una consecuencia de importancia; con toda certeza el enemigo estará alertado de la presencia de nuestra nota y conocerá su posición general. Por ello, las tácticas de guerra electrónica deben apuntar no Canto a enmascarar la presencia de la flota, que como vimos es imposible, cuanto a complicar los esfuerzos que el enemigo realiza en aras del tracking y la adquisición como blanco de las unidades propias esenciales para la misión en curso; en otras palabras, las plataformas de nuestro poder de ataque. Dadas estas circunstancias, es particularmente importante no sacrificar parte alguna de nuestro poder defensivo en un vano intento de evitar la detección y el tracking. Las herramientas principales de estas operaciones a la descubierta son la interferencia activa y las emisiones con fines de engaño, usadas para evitarla adquisición de blancos. Si la evaluación indica que las defensas activas no bastan para proteger a la flota el tiempo suficiente para que ella logre atacar con eficacia;entonces toda la operación debe ser reestudiada. No hay nada peor que un plan de pobre concepción, que a la vez exige la masificación con fines defensivos y luego desbarata la eficiencia defensiva con una política de emisión exigente,

restrictiva de la capacidad de búsqueda y de control taro. Los buques de gran poder defensivo, tales coma los cruceros Aegis, son vulnerables electrónicamente, a menos que la fuerza sea lo suficientemente poderosa como para atacar a la descubierta. En of futuro, las batallas entre fuerzas navales de alta movilidad ocurrirán a distancias más cortas de lo que se espera, debido a fallas de la exploración y a la eficacia de la antiexploración. Incluso habrá batallas libradas con los metafóricos machetes de Burke, porque los atolondrados ataques previos habrán vaciado de misiles las santabárbaras. ¿Existe acaso un método que permita a comandantes y sus estados mayores, superar los excesivamente desordenados problemas tácticos del combate moderno? En la siguiente sección ofrezco una estructura de pensamiento que aspiro resulte una guía; dicha estructura enfatiza la exploración, el C2, y la naturaleza a dos bandos que posee cada batalla. Un modelo dinámico a dos bandos, descriptivo del combate naval moderno Permítanme primero establecer el propósito del modelo: intenta ayudar al planificador táctico en la tarea de enfrentar la efectividad de la exploración y las armas de su fuerza a las correspondientes del enemigo, de modo de poder comparar of poder de ataque neto proyectable de ambos bandos. Dentro del modelo se explicitaron las circunstancias que deciden MI de los bandos estará en condiciones de atacar eficazmente primero. Los modelos ya vistos, basados en la sola comparación de los efectos del poder de fuego, no bastan. Igualmente importante es la consideración de la eficacia del uso de los sensores y las búsquedas. Las políticas de control de las emisiones (CONEM), rectoras de la extensión de las emisiones, guardan estrecha relación con la eficacia mencionada. También la distancia que separa las fuerzas contendientes en el mar es una consideración primaria para evaluar dicha eficiencia. Las nuevas variables incorporadas complican el análisis, pero son inevitables, ya que las decisiones sobre el empleo de los sensores y la evaluación de la exploración son de suma importancia táctica. Aun así, el modelo es un

intento de mostrar sólo los ingredientes mas importantes del combate naval moderno, y del modo mas simple posible. Descripción del modelo 1. Participan of bando Azul y of banco Colorado, cada cual con su respectivo poder de ataque, que son descritos para todo alcance y toda dirección, como la cantidad de disparos certeros por ataque; y sus respectivas capacidades de ataque, las que incluyen los disparos certeros disponibles en santabárbaras. Haremos uso de la definición previa de "disparos certeros", aunque ligeramente modificada para decir que el número de disparos certeros disponible es función de la distancia de, ataque. Las fuerzas de Azul y de Colorado pueden actuar reunidas o divididas y distribuidas en unidades tan pequeñas como las de un solo buque. 2. Cada fuerza tiene su propio poder defensivo; defensas capaces de destruir o desviar los disparos certeros del enemigo (interceptores, misiles antiaéreos, chaff, etc.). Consideradas en su conjunto, las defensas serán vistas como filtros que disminuyen la cantidad total de armas que se aproximan, dejando pasar solo una cantidad neta de disparos certeros que finalmente harán impacto. La posibilidad de que se agote la munición defensiva será ignorada. 3. Ningún bando podrá proyectar su armamento, o estar alistado para defenderse del armamento enemigo, a menos que cuente con información de exploración prevista por el reconocimiento, la vigilancia, la interceptación de las CME del enemigo, o por cualquier otro sistema de obtención de información. Tanto la envergadura del ataque, que como dijimos es función de la distancia, cuanto la eficacia del filtrado que realiza el poder defensivo dependerán de la cantidad de información dada por la exploración. 4. La información de exploración que reciben ambos bandos puede provenir de una búsqueda activa o de la interceptación pasiva de las emisiones enemigas. La información pasiva será generalmente recibida

a mayores distancias que las que permiten obtener rédito a las búsquedas activas, y sus contenidos tácticos diferirán. 5. El contenido de la información dada por la exploración se corresponderá con una de las siguientes tres categorías: a)

Detección: significa conocer la presencia del enemigo; basta para alertar defensas pero no para atacar.

b)

Tracking: significa poseer un incompleto conocimiento de la posición de las fuerzas enemigas. Es suficiente para lanzar un ataque, pero el nivel de eficacia del armamento proyectado es reducido.

c)

Adquisición de blanco: es el conocimiento acabado de la composición de la fuerza enemiga, con un grado de detalle tal, que es posible apuntar el armamento sobre una unidad especifica identificada, permitiendo la proyección del máximo número posible de disparos certeros aprovechando el máximo de su eficiencia, para la distancia al enemigo considerada.

6. La medida de la eficacia de la exploración, en términos de marcación y distancia de detección, localización y adquisición de blanco, es función de la política de emisión electrónica adoptada por el bando emisor activo. Tales políticas CONEM pueden ser: CONEM A: búsqueda restringida (mínima o nula) CONEM B: búsqueda limitada (al menos algo) CONEM C: búsqueda irrestricta (máxima) La performance de algunos sistemas de exploración activos se mide en términos de régimen de barrido, esto es, área barrida por unidad de tiempo. Otros sistemas se evalúan a base de la probabilidad o frecuencia de detección por unidad de tiempo, que otorgan dentro de una zona acotada de búsqueda. En el caso de una búsqueda que combine ambos tipos de sistemas, la densidad de probabilidad a lo largo del área cubierta será función del tiempo de búsqueda y variara según el patrón de búsqueda empleado. Si además de la detección, el ataque en curso requiere del tracking o la adquisición del blanco, su logro requerirá mayor tiempo de exploración o la aplicación de un mayor esfuerzo

de

exploración.

En

todos

los

casos,

la

información

obtenida(sea la presencia, su localización, su rumbo y velocidad, o el detalle de su disposición) debe ser informada, de modo que el tiempo de exploración a tener en cuenta incluye el tiempo requerido para que dicha información sea presentada al OCT. El esfuerzo de exploración es complicado de describir y de cuantificar, pero sea cual fuere la forma de sopesarlo, su eficacia decantará en una medida del área barrida, la precisión de sus resultados y el tiempo que demanda el informe. 4 7. La performance de detección por medios pasivos, dada también en términos de alcances de detección, localización y adquisición de blanco, es función de la elección que haga el enemigo de su propia política CONEM. En este caso la política CONEM B representas la intención táctica de negar al enemigo la adquisición de blanco sobre los buques capitales (portaaviones o naves insignia), a través de la exploración por medios pasivos: 8. El poder de fuego proyectado veto, como una función de la distancia al enemigo (poder de ataque efectivo menos el poder defensivo), reduce las capacidades ofensivas y defensivas de quien recite el ataque. Se cuantifica diciendo que el poder combativo inicial (poderes de fuego ofensivo y defensivo, y la resistencia al castigo), así como su capacidad de exploración active, se verán reducidos de acuerdo con el número de impactos recibidos durante el ataque. 9. Toda unidad móvil de Azul o Colorado se puede desplazar llevando consigo su poder de fuego. 10. Los sensores de a bordo también se desplazan con la plataforma portante. Los sensores extremos pueden estar en movimiento (por ejemplo, los satélites), o fijos (radares terrestres). La capacidad de exploración de cada fuerza puede materializarse como la aptitudque posee de cubrir un tamaño de area determinado. Su cobertura implica la detección, el tracking o la adquisición de blancos enemigos, dentro de tres áreas sucesivamente más pequeñas, que al mismo tiempo constituyen la región de interés, la de influencia y la de control.' El modelo enfatiza la simultaneidad de las decisiones que la exploración acarrea en ambos bandos, y el compromiso entre sensores activos, que den información a ambos bandos, y los no irrad antes, que restringen información también a ambos. El modelo profundiza acerca de los recursos de exploración y su despliegue. El

resultado del combate-echa sus raíces en la información obtenida y denegada, antes de que el primer disparo inicie su trayectoria. 11. Apenas se aprecie que se dispone de suficiente información producto de la exploración, se impone el ataque. Montarlo y lanzarlo insume tiempo, que se mide 4 Para encontrar una introducción; desafortunadamente algo complicada, a los metodos de exploración; ver Koopman. 5 Un modelo, en ciertos aspectos más ajustado, puede definir la capacidad de exploración como 1a cobertura de una sole irea, pero con tiempos sucesivamente más extensos para detectar, lograr el tracking, o adquirir el blanco dentro de cada intervalo. El lector juzgará qué forma de abordar el problema es más atrayente, luego de estudiar el ejemplo que sigue. en términos de horas. El ataque enemigo puede llegar antes de que la orden de atacar sea ejecutada, en cuyo caso se torna nula, o puede llegar muy tarde, en cuyo caso ambos bandos recibirán datlos. 12. Las fuerzas supervivientes pueden volver al ataque, luego de contabilizar: a) El dano recibido por los impactos b) Los aviones perdidos en el ataque c) La cantidad de misiles remanente. Un ejemplo de. tácticas modernas Imaginemos a una fuerza naval (Azul) intentando aproximar y atacar a un complejo de exploración y poder de fuego (Colorado), con base en tierra. Colorado dispone, también de dos submarinos mar afuera, cuya misión es atacar las fuerzas de Azul, antes de que las mismas ingresen dentro de su radio efectivo de ataque, con respecto al complejo de Colorado. A efectos de simplificar la discusión y concentrar nuestra atención en el duelo de las exploraciones, presumiremos que Azul es fuerte defensivamente y por ende ha reunido correctamente sus fuerzas en una sola unidad de combate. A pesar de que los recursos estratégicos externos de exploración han establecido el orden de batalla enemigo y su disposición en tierra, Azul debe hacer uso de sus sensores de a bordo para la exploración requerida por la batalla. Las facilidades de exploración de Colorado serán descritas más adelante. El armamento a emplearse en este ejemplo es del tipo convencional, y la situación se asemeja a aquella en que una fuerza de batalla de portaaviones norteamericana conduce un ataque con aviones y misiles contra un enemigo que

dispone de aviones y misiles para su empleo ofensivo.6 La misión de la fuerza de portaaviones es atacar una base, como parte de una campaña en procura del control del mar, es decir, eliminar una amenaza a las actividades marítimas norteamericanas. La misión de Colorado es destruir a Azul, de manera de poder continuar con sus ataques aéreos y submarinos sobre el tráfico marítimo de los aliados de Azul. Estas misiones y las fuerzas asignadas para cumplirlas son compatibles entre sí, dentro del contexto de una guerra convencional. Si por el contrario, el marco fuese el de la guerra nuclear, las fuerzas, las misiones y los planes tácticos se verían marcadamente diferentes. La posición inicial de Azul esta a 1.800 millas náuticas (de aquí en adelante mencionaremos millas al referirnos a esas) del complejo de Colorado, consistente en un aeródromo y una base d; misiles, más ally del alcance de las armas. Ambos submarinos misilísticos de Colorado recibieron la orden, fundamentada en su misión defensiva, de estacionarse por fuera de unas 500 o 600 millas de la base de Colorado, debido a que el poder de ataque de Azul es muy importante dentro de las 500 millas de su blanco. 6 Sería muy fácil asumir que Colorado representa x 1a URSS. Teniendo en cuenta el poder de fuego disponible de muchos países actuales, el ejemplo es de aplicación mucho más general. -

El poder de ataque (F) de Azul contra blancos terrestres, medido en disparos certeros (de aquí en adelante, disparos) por ataque, se muestra en la figura 10-3a. Los cincuenta disparos que, como allí se indica, tienen 1.000 millas de alcance, son para el caso misiles, Una vez lanzados no tienen reposición. En esa misma figura, las restantes disponibilidades de ataque de Azul son aviones de ataque y sus escoltas; que pueden reatacar repetidamente, a menos que seas derribados en acción. La totalidad de los 150 disparos por aeronave puede ser proyectada hasta una distancia de 300 millas; mas allí de esa distancia, la capacidad pgrtante (y la fuerza combativa de las escoltas) disminuye linealmente hasta llegar a cero a 600 millas. El poder de ataque: basado en tierra de Colorado, consistente en aeronaves armadas de misiles, esta indicado en la figura 10-3b. Colorado puede proyectar 150 disparos a corta distancia, y su pode de ataque decrece 1V

nealmente hasta llegar a cero a 1.500 millas. Colorado aventaja en alcance de sus armas a Azul pero, como habremos de ver, no es lo suficientemente fuerte para atacar con eficacia a la distancia de su alcance máximo. Al igual que Azul, Colorado puede re atacar con todas las aeronaves que no haya perdido en acción. Azul ha estimado que con sus defensas alertadas, su poder de fuego defensivo es capaz de eliminar cuarenta de los disparos de Colorado. A raiz de ello, su conclusión es que por fuera de las 1.100, millas, anulara cualquier ataque de Colorado,

siempre que sus defensas hayan sido alertadas y completamente alestadas. Por dentro de las 1.100 millas, siempre algunos atacantes de Colorado penetraran las defensas de Azul y lograran impactos. La apreciación de Azul indica también que las defensas de Colorado, alertadas y alestadas, rechazaran los veinte primeros disparos' de su ataque. Basándose en ello, toda vez que Azul logre lanzar sus misiles desde dentro de las 1.000 millas, Colorado recibirá algún daño. Pero, y aquí esta la clave, un ataque sólo con misiles no será efectivo, de modo que Azul debe cerrar distancias hasio~, digamos, 500 millas, y desde allí proyectar sus aviones y misiles para _^

-mayor peso en su ataque, que a esa distancia será de cien

disparos. Esos cien disparos, afectados por las defensas de Colorado, provocaran ochenta impactos. A continuación, Azul podrá incidir sobre la base de submarinos, y facilidades logísticas, sin arriesgar significativamente su flota, artte W menguadas capacidades la base aérea de Colorado. Recapitulando, Azul puede alcanzar resultados decisivos, si es capaz de lanzar un ataque coordinado de aviones y misiles desde unas 500 millas, siempre que su estimación haya sido correcta y que hasta ese momento no haya sufrido naengua en su poder de ataque, ya que a esa distancia dicho poder no tiene margen a favor. ¿Cuál es la aptitud de Azul para sobrevivir a un ataque de Colorado? Azul estima, que su fuerza es capaz de reponerse tras el impacto de hasta cien disparos aéreos o de misiles de Colorado. Se inhere entonces que a la distancia

en que Azul puede, proyectar un-ataque decisivo, es posible de recibir un ataque también devastador a 500 millas Colorado puede proyectar cien disparos,' de los cuales las defensas de Azul pueden a lo sumo contener unos cuarenta. En Vital caso su fuerza recibiría sesenta impactos, viendo reducida su efectividad a un cuarenta por ciento de su valor inicial. Pero si el ataque de Colorado (con toda su potencia) so anticipa al de Azul a esa distancia critica de 500 millas, el poder de ataque de este ultimo sé vera reducido a solo cuarenta disparos, de los que es dable esperar que Colorado rechace la mitad. Veinte impactos de Azul no producirán suficiente daño a Colorado como para ganar la superioridad aérea, ni tampoco desgastarían significativamente el próximo reataque de Colorado. El cuadro siguiente resume la apreciación de Azul: Fuerzas de Azul Poder defensivo, alertado y alistado Resistencia al castigo

40 disparos eludidos

100 impactos Fuerzas de Colorado con base en

tierra Poder defensivo, alertado y alistado Resistencia al castigo

20 disparos eludidos

80 impactos

Pero una batalla es un enfrentamiento dinámico, y a tal efecto, aun no hemos cuantificado la posibilidad de maniobra de Azul. Su fuerza puede razonablemente mantener una velocidad sostenida de veinticinco nudos. En caso de haber recibido un ata que pesado de Colorado a 500 millas, es posible que disponga de seis horas de gracia antes de que Colorado pueda montar un nuevo ataque concentrado, y en tales circunstancias tiene posibilidades de cerrar distancias a 350 millas y lanzar su ataque con el remanente de sus: fuerzas. Esta maniobra hará que su ataque sea un sesenta por ciento más poderoso que a 500 millas; presumiblemente su capacidad de ataque superviviente rondaria los setenta disparos a esa distanci.a. Restando de ese valor los veinte disparos que rechazarfan las defensas de Colorado, los cincuenta impactos sobre este ultimo eliminarfan 5B, mas del sesenta por ciento, de su potencial de reataque. Azul entonces podría alentar modestas esperanzas de rechazar el ataque, ahora mermado, de Colorado. Poco promisorio ¿verdad? Consideremos la restante alternativa: un intento de nepliegue. Azul se retira según pueda, y Colorado ataca nuevamente con todo su potencial a 650 millas: Azul enfrenta un ataque valuable en ochenta y cinco disparos, eon solo el cuarenta por ciento

7 La fracción de poder de fuego y de exploración destruida por un ataque enemigo es igual al numero de impactos recibidos dividido por la resistencia al castigo de toda la fuerza. r restante de sus defensas.. Estas filtrarían dieciséis disparos, permitiendo sesenta y nueve impactos sobre un resto de resistencia al castigo de escasos cuarenta impactos. Si intentara escapar al nuevo ataque, la situación de Azul se tornara insostenible. A una distancia aproximada alas 750 mii as, Azul cruza el Rubicón. ¿Tienen ya los planificadores de Azul secientes elementos de juicio? No antes de haber sopesado las capacidades de exploración de ambos bandos. No debemos olvidar que gran parte de la solidez táctica de Azul reside de su aptitud de moverse, mientras que Colorado tiene falta casi absoluta de maniobra. Veremos asimismo que Azul, venciendo en la pugna entre exploraciones, dispone de un método más idóneo de combinar-su maniobra y su poder de fuego, si logra superar la ventaja que en alcance de sus armas tiene Colorado. El plan CONEM de Azul debe explotar el hecho de que, con la sola excepción de sus submarinos, la posición de Colorado es fija La intrínseca movilidad de Azul obliga a Colorado a sal r en su búsqueda, dando lugar a que la táctica de Azul explote la emisión de su oponente: En caso de que Colorado dispusiera de suficiente vigilancia por satélites (o por cualquier otro sistema encubierto de vigilancia, que permita hacer el seguimiento de Azul) que le permita lanzar un eficaz primer ataque pesado, Azul no tendría otro remedio que agregar fuerza adicional a su poder de fuego defensivos (ya sabemos que su impacto ofensivo es el adecuado) y emitir según un plan CONEM E que permita alertar y alistar acabadamente sus defensas. Salvo una temeraria esperanza en que Colorado sea más débil o inepto de lo que indica la información de inteligencia. Azul no tendría otras alternativas que abandonar sus intenciones de masificar la fuerza e intentar atacar con sus unidades dispersas, no es una perspectiva promisoria, dadas las circunstancias. Si de algún modo Azul pudiese, evadir la vigilancia de largo alcance de Colorado, estaría en condiciones de iniciar su penetración indetectado. Supongamos para el caso que Colorado impone una doble amenaza con sus

sensores activos.9 La primera es un radar transhorizonte, un sistema de vigilancia de cobertura oceánica, que otorga buena probabilidad de detección dentro de las ochocientas millas. Azul debe asumir que dicho radar estará emitiendo, y consecuentemente, que dentro de las 800 millas será detectado y adquirido como blanco continuamente, es decir; posible de ser atacado desde sierra o por medios submarinos, en el breve plazo de una o dos horas. El otro sistema de exploración de Colorado es un grupo de aviones "Grizzly" de reconocimiento lejano. El radio de acción de los aviones Grizzly se extiende unas 2.000 millas como también su potencial de exploración, pero cuanto más lejana la búsqueda, más estrecha será el área barrida. ¿Cuánto poder de fuego defensivo adicional? En el contexto del presente párrafo, lo adecuado sería duplicar su poder de fuego defensivo como para rechazar ochenta disparos, o tal vez menos.

.

9 No consideramos aquí la posibilidad de un tercer submarino piquete, en la suposición de que Colorado desee mantenerlos próximos, para el ataque con misiles. Existen variados patrones de empleo de los submarinos en tareas de reconocimiento, uno de ellos lo exploraremos al final de este capítulo. Frente a estas amenazas, Azul iniciaría su penetración en silencio electrónico, amparándose en su capacidad de interceptación de las emisiones de los Grizzly para lograr anticipo suficiente del probable ataque, como para poder cambiar a un plan CONEM B. Dicho plan habilitaría a las defensas para actuar con toda eficacia, a la par de negarle a la exploración de Colorado, la posibilidad de explotar todas sus capacidades. La respuesta a la pregunta de cual es la probabilidad de detección que otorgan los Grizzly reviste particular importancia. Ambos bandos deben efectuar detallados cálculos al respecto, teniendo en cuenta que el alcance y el ancho de la búsqueda que conducirán los Grizzly son variables esenciales que controla Colorado. La apreciación de Azul indica que Colorado intentaría atacar dentro de las 1.000 millas (límite a partir del cual el ataque de Colorado comienza a lograr algunos impactos) pero más allá de las 600 millas (distancia a partir de la cual la efectividad del ataque de Azul crece en progresión geométrica). En realidad, los intentos que haga Colorado de atacar mas allá de las 1.000 millas favor recen a Azul, y basándose en esto, el bando Azul podría desarrollar un plan (que no analizaremos aquí) para mantenerse a gran distancia,

en la esperanza de inducir a Colorado a atacarlo allí donde las ventajas están de su lado, durante su silenciosa y veloz penetración, Azul escogerá una derrota en aproximación, que minimice las posibilidades de ser detectado, pudiendo también hacer uso de unidades emisoras señuelos, que seduzcan la búsqueda de los Grizzly. Una apreciación razonable es que los Grizzly buscaran dentro de las 1.500 millas; a veinticinco nudos, a Azul le demandara veinticuatro horas aproximar desde las 1.500 millas hasta 900 millas, y dieciséis horas adicionales llegar a 600 millas de distancia. Pese a la sencillez del ejemplo, la exploración es lo suficientemente complicada corno para requerir el diagrama de la figura 10-4. Al momento en que Azul comienza a estar en distancia de ataque (sobre el límite de las 1.000 millas) la probabilidad de haber permanecido indetectado es del cincuenta por ciento. Ya a 900 millas dicha probabilidad cae por debajo del cuarenta por ciento, y a 800 millas Azul tiene la certeza de que ha sido detectado. Pese a todo, Azul posee ciertas ventajas. Si un Grizzly lo detecta fuera de las 1.000 millas, puede optar entre preparar una defensa eficiente contra el inminente ataque de Colorado, ya que con seguridad advertirá la detección, o en caso de que su poder de fuego defensivo no fuese enteramente confiable, estará en condiciones de cancelar o diferir su ataque sin comer riesgos. Si por el contrario la detección se produjera dentro de las 1.000 millas, también ahora Azul lo sabría, disponiendo de un plazo de aproximadamente dos a cuatro horas para lanzar su propio ataque antes del arribo de los atacantes de Colorado. El intercambio mutuo de disparos acarrearía importantes datos a ambos bandos, y la evaluación de este resultado ciertamente sería instructiva tarea para el lector que desee elaborarlo por su cuenta. Existe otra vertiente para nuestro análisis, que debemos realizar con el anexo de las figuras 10-5a y 10-5b. La primera de ellas nos muestra el poder de ataque remanente de Azul, tras un ataque con las máximas potencialidades de Colorado, desde tres distancias: 500, 700, y 1.000 o más millas. Como es obvio, el poder de ataque de Azul se vería más afectado cuanto más próximo sea el ataque de Colorado. El área por encima del sombreado representa el número de impactos que Azul espera alcanzar luego que las defensas de Colorado rechacen los primeros veinte disparos. La figura.10-5b muestra de manes similar el remanente de poder de ataque de Colorado, luego de -recibir un ataque de Azul desde una distancia cualquiera entre 600 y 1.000 minas. Esta figura nos indica

que pese a que la potencia ofensiva de Colorado no ha sido destruida por el ataque lanzado desde gran distancia por Azul, ha sufrido un desgaste tal, que las defensas de Azul serán capaces de contener adecuadamente cualquier contraataque que Colorado conduzca, durante su transito entre las 1.000 y las 600 millas.

En consecuencia, a pesar de que un ataque de Azul lanzado desde fuera de las 500 millas no anula el poder combativo de Colorado, siempre que el mismo sea proyectado desde dentro de las 1.000 millas, será eficaz, ya que prácticamente reduce a la, impotencia ofensiva a su oponente. Ese párrafo encierra la clave para la elección de la mejor táctica de Azul, dentro del contexto de la relación entre las respectivas capacidades de exploración y de armamento del presente ejemplo. Azul debe intentar su arribo indetectado al limite de las 1.000 millas y, sin demora alguna, lanzar todos sus misiles. Hacerlo constituye un eficaz primer ataque. De hecho, si durante el transito de dos horas de los misiles (los presumimos mísiles crucero, poseedores de toque para el armamento convencional sería gran precisión en su recalada al blanco) Azul logra permanecer indetectado, las defensas de Colorado serán tomadas por sorpresa. Es razonable entonces pensar en estas circunstancias que prácticamente todo su poder de

fuego de cincuenta disparos provocarán impactos. Pero nun si fallase la sorpresa y Colorado con sus defensas alertadas redujera el número de impactos a treinta, 3/8 partes de su poder de ataque serían desmanteladas. En caso de que Azul no hubiera tornado previsiones de alertar su poder defensivo, las 5/8 partes remanentes del poder de fuego de Colorado serían una sería amenaza. A continuación y con Coda urgencia, Azul debe cerrar distancias hasta las 450 o 400 millas, ya que agotados sus misiles, debe poner los blancos dentro del radio de acción de su aviación. A esa distancia está en condiciones de lanzar un ataque decisivo y final. Durante la penetración de Azul, Colorado dispone de veinticuatro horas para contraatacar, pero, encontrará a las defensas de su oponente a plena capacidad, tanto porque Azul ha masificado su fuerza, cuanto porque estará emitiendo con sus sistemas de búsqueda sin restricciones, cumpliendo un plan CONEM C. Aunque Colorado optimice la oportunidad de su ataque y golpee a 500 millas, su remanente de poder de ataque sería de solo sesenta disparos, de los que las defensas de Azul eliminarían cuarenta Este último, con su resistencia al castigo a cien impactos, conservaría después de recibir el ataque, el ochenta por ciento de su capacidad aérea de ataque, garantía: suficiente para dominar completamente la situación a medida que nos aproximamos al final del juego. Poco hemos dicho hasta aquí de los submarinos de Colorado. Generalmente el arma submarina es vista en su papel de ataque. En el escenario del presente ejemplo, Colorado ha estacionado sus submarinos misilísticos a 500 o 600 millas, lo suficientemente alejados como para que cumplan su tarea de desgastar a las fuerzas de Azul, antes que éstas entren en distancia de poner todo su potencial aéreo en plenas capacidades. Cuanto más próxima sea la distancia de estacionamiento de los submarinos, mayores serán sus posibilidades de atacar. Vayamos ahora al análisis de su poder de ataque. Si cualquiera de ellos logra adquirir como blanco up portaaviones o un buque Aegis de defensa antiaérea, sus misiles están en capacidad de socavar de manera decisiva el poder combativo de Azul. Aunque el éxito del ataque misilístico sea solo parcial porque también lo es la adquisición de blancos dentro de la fuerza Azul, sus efectos bastarían para inclinar la balanza de futuros enfrentamientos, en los que el resultado se apoya sobre el filo de un cuchillo. Sea como fuere; la táctica de empleo de los submarinos de Colorado y su efecto sobre la batalla están

condicionados a que el ataque submarino se produzca antes, que el ataque, principal hecho con la aviación de Azul, condicionamiento que no difiere mucho de aquel que impone que el ataque misilístico Azul se anteponga a las acciones con base en tierra de Colorado. La necesidad Azul de, mantener veinticinco nudos durante su aproximación facilita la efectividad de los submarinos misilísticos de Colorado. Las altas velocidades hacen más, compleja la guerra antisubmarina y toman susceptibles (a las formaciones de unidades de superficie) de ser detectadas por sonar a grandes distancias, digamos 50 a 100 millas, y atacadas con misiles. La decisión Azul de atacar con misiles a 1.000 millas contrarresta las tácticas submarinas de Colorado. Los submarinos no pueden atacar antes que los misiles de Azul hayan devastado las instalaciones costeras de Colorado, y luego de ocurrido esto, su poder de ataque no logre desgastar lo suficiente a la fuerza Azul para revertir las desventajas. Existe sin embargo una forma adicional de empleo táctico de los submarinos por paste de Colorado, en pocas palabras, a la manera de exploradores encubiertos. El plan de Azul pivotea alrededor de su aproximación sigilosa (CONEM A, mínima emisión) y de la contra detección de la búsqueda radar de los Grizzlies, con margen de tiempo suficiente para cambiar a CONEM B, habilitando así su completo potencial defensivo. Si Colorado posiciona sus dos submarinos entre las 1.100 y 1.200 millas actuando de piquetes, Azul debe enfrentar la molesta posibilidad de ser detectado y proseguido el contacto por medios pasivos, y de que pueda descender sobre el un sorpresivo ataque desde larga distancia, con sus defensas no alistadas. Las cifras representativas de los resultados son intolerables para Azul. A 1.100 millas el ataque a reo de Colorado es portador de cuarenta disparos. La suerte de Azul está supeditada a que sus defensas puedan hacerse cargo de los primeros cuarenta disparos, y por esa precisa razón decidió masificar su fuerza. Si la sorpresa del ataque le, acarrea, tener, que absorber cuarenta impactos, verá que ha perdido demasiada fuerza como para continuar la batalla. La posibilidad de que Azul sea detectado y seguido sin que lo advierta es demasiado nefasta, ya que depende de las indiscreciones de Colorado para alertar sus defensas. Si se ve obligado a emitir por razones defensivas, no podrá ocultar la posición general de al fuerza, pero si no emite sus defensas no haces

uso de su potencial, que es en suma su fundamento táctico para aglutinar la fuerza, ¿Cuan seria es la amenaza de detección que imponen dos submarinos actuando de piquetes, sobre una fuerza a veinticinco nudos? A 1.200 millas la probabilidad de que uno u otro submarino alcance la detección es tal vez de 1/4 o de 1/5. A ello se suma que el submarino que ha detectado, debe hallar la manera de informar el contacto sin ser él a su vez detectado. Teniendo en cuenta todos los factores, la probabilidad de que Colorado tenga éxito en detectar e informar veladamente los contactos es baja, pero Azul debe admitir su existencia, y la peligrosidad devastadora del ataque de Colorado. El problema a ser enfrentado por Azul seria mucho mayor si el poder de fuego de Colorado estuviese en gran medida a flote y consecuentemente fuese móvil. El plan de batalla de Azul depende de la certeza de que Colorado no puede moverse hacia el, con lo que rápidamente la amenaza de Colorado se tornaría insoportablemente fuerte, ni alejarse en dirección contraria, lo que tornaría ineficaz el ataque a máxima distancia con misiles. La condición de power Colorado fuerzas móviles exigiría de Azul el establecimiento de su propio plan activo de búsqueda, lo que implica cambiar todo. Han entrado en escena todos los factores de la situación, actuando con todas so potencialidades. Ambas flotas maniobran en un campo de batalla de enormes dimensiones. Dos contendientes tácticos bregan por idear planes de explotación que permitan hallar un enemigo en movimiento; y frustrar a su vez el plan del enemigo. El poder de ataque de ambas flotas asemeja un resorte comprimido, listo a entrar en acción cuando, a suerte y verdad, cualquiera de los dos comandantes decida que dispone de suficiente información y ponga en marcha su irrevocable intento de atacar eficazmente primero. Los métodos del ejemplo: un resumen Nos resta ahora poner al ejemplo en la perspectiva adecuada. En primer lugar, presumamos por un instante que los perímetros aplicados no son imaginarios sino fruto de métodos analíticos y precisos de obtención, y tan completos como las circunstancias lo permiten; y que además todas las vertientes tácticas abiertas a ambos bandos han sido exploradas. En otras palabras, imaginemos que lo que tenemos es un genuino y completo análisis táctico, que da sustento a un autentico plan de batalla. Dadas todas estas premisas, el primer

precepto de todo comandante y su estado mayor es, pese a todo, tomar distancia y preguntarse dónde reside la incertidumbre y cuáles son sus márgenes de error. Por ejemplo, a la manera en que Bernotti hizo su riguroso estudio sobre el verdadero alcance de los torpedos. ¿Que ocurriría si los misiles de Azul, apuntados sobre blancos costeros vitales, y lanzados desde su máximo alcance de 1.000 millas, lejos de preparar el camino para un futuro ataque aéreo, simplemente dan la alarma al enemigo? Nada es seguro sobre la precisión y efectividad de los misiles, hasta que la primer salva de ellos haga impacto durante el combate. Un modelo de combate puede engañosamente inducir a su usuario a creer que de él se puede extraer más de lo que cualquier modelo jamas puede dar. Nadie familiarizado con las operaciones navales debiera cometer tal error con el modelo que acabo de presentar. Pero sí existe el real peligro de que un complicado sistema de ayuda a la decisión, o una orden de operaciones impuesta, lean confundidos con la predicción del futuro. Si el plan es bueno, seguramente dará resultado, pero al finalizar el combate contendrá tantas distorsiones, que pueden llegar a ser irreconocible. Basta recordar los a primera vista sencillos y ajustadamente delineados planes de batalla de Nelson en el Nilo y Trafalgar, y la turbulenta y desordenada ejecución que ellos tuvieron. El análisis de los combates no aspira a predecir el futuro, más que lo que un plan de batalla puede jactarse de representar la realidad de la batalla. Su objeto es ayudar a planificar y ganar una victoria. El análisis y la planificación no son suficientes, pero sí necesarios. Nuestro ejemplo no contiene capacidades reales. Su intención es presentar, de un modo realista, las ventajas que la movilidad y la maniobra de los buques de guerra otorgan a una flota. Son un tesoro valioso cuando se emplean con astucia frente a un enemigo inmóvil. Resalta el hecho de que si Colorado hubiese dispuesto de fuerzas móviles, las tácticas de Azul, y muy especialmente su plan CONEM, se hubieran desintegrado. Con fuerzas en el mar superiores a sus dos submarinos, Colorado hubiera obligado a Azul a operar un mayor número de sensores, con lo que el plan completo de ataque posterior se hubiera desarticulado. El ejemplo también se presta para enfatizar las ventajas ciertas de la masificación para la defensa. Por el contrario, no muestra (aunque no se requiere pensar mucho para advertirlo) que frente a los recursos de exploración disponibles por Colorado, no hubiese tenido sentido que Azul dispersase sus fuerzas Se ganaría poco a un riesgo muy alto. Una exploración exitosa de

Colorado sobre las fuerzas dispersas de Azul lo haría pasible de ser atacado individualmente y en secuencia, y peor aun, habiendo perdido la concentración en el ataque. Un

defecto

notable

del

modelo

es

que

distribuye

equitativa

e

indiscriminadamente el poder de fuego ofensivo y la fuerza defensiva de Azul, entre todos los buques de la fuerza, sin especificar su número. El moderno poder de fuego norteamericano tiende a apiñarse; el poder de ataque en unos pocos portaaviones, y el poder de fuego defensivo en un reducido número los cruceros misilísticos antiaéreos e interceptores a bordo de portaaviones. Semejante forma de distribución de la fuerza no sufre el desgaste de la manera tan indulgente como lo hace el modelo. Con la fuerza integrada por dos portaaviones, la pérdida según el modelo del cincuenta por ciento de la capacidad de ataque puede ocultar el hecho de que existe un veinticinco por ciento de probabilidad de que la fuerza carezca por completo de poder aéreo de ataque (ambos portaaviones fuera de acción) y otro veinticinco por ciento de probabilidad de que la fuerza conserve la mayor parte del mismo (ambos portaaviones operables). La relativa sobrevida de las fuerzas costeras de Colorado y las basadas en el mar de Azul, así como la probabilidad de que lean reconstituidas, constituyen una ponderación difícil pero imprescindible. Dado que la ecuación mar tierca; aparece repetidamente durante el planeamiento naval norteamericano, aun cuando la planificación esta dirigida a apoyar operaciones de control del mar o de defensa de los intereses marítimos, los valores de sobrevida y su relación deben ser manejados con la pericia que solo se obtiene tras duro estudio. Por encima de cualquier otro propósito, la intención del ejemplo visto es la de ilustrar acerca del proceso, la dinámica, del combate naval moderno. Aun el mas elemental de los análisis no puede prescindir del complejo proceso de la exploración. A lo largo de nuestros capítulos históricos nos sentimos muy cómodos describiendo con modelos de enfrentamientos por desgaste la esencia misma del combate. Ellos ayudaron a entender la estructura de las tácticas y de la comparación de fuerzas. En particular, nos evidenciaron lo decisivo que resulta una pequeña ventaja o desventaja inicial de fuerza. Al llegar a la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, las armas de largo alcance vinieron a complicar nuestra visión focalizada en el desgaste. La exploración debía, de algún modo, ser empotrada en el modelo del desgaste. El poder de ataque ofensivo dejó de ser un

continuamente desgastante flujo de fuerza, para asimilarse más a un pulso de potencia. La resistencia al castigo ya no era simplemente sobrevida del buque; y las defensas activas crecieron en importancia. En síntesis, la manera adecuada de pensar sobre el combate naval moderno, es la siguiente: -

Los dos bandos poseen armamento ofensivo, cuyo potencial es función de la distancia.

-

Los dos bandos poseen potenciales defensas.

-

Cada bando posee sistemas de exploración, que como mínimo deben detectar y frecuentemente proseguir el contacto y adquirir el blanco enemigo para que el ataque sea eficaz.

-

Las actividades de exploración de cada bando pueden brindar al bando restante información que puede ser usada por este ultimo, para defenderse o atacar.

-

Cada bando posee la capacidad de demorar el proceso de exploración del bando contrario, empleando el velo y el engaño, induciéndolo a no usar sus sensores, o tomando otras medidas de antiexploración, incluyendo ataques a sensores externos a las fuerzas enemigas.

-

Finalmente, cada bando puede interferir el proceso de C 2 enemigo, sea atacando su buque insignia o dificultando sus comunicaciones. En última instancia, los procesos de C 2 de ambos contendientes gobiernan

toda la acción. La intención de cada comandante es concentrar su poder de fuego para alcanzar con éxito la misión. Concentrar significa comprimir el ataque en tiempo y lugar. La concentración es un pulso focalizado de destrucción, desatado en el lugar vital. Tan importante como la concentración es la oportunidad del ataque. A lo largo de la historia, el genio inspirador de la victoria en el mar fue, no tanto saber que hacer, sino saber cuando hacerlo. Hoy todavía es verdad. El enigma del comando naval es saber cuando proyectar todo el potencial de ataque disponible. En lo referente al intercambio de fuego, las batallas navales modernas han de ser breves, destructivas y decisivas. La mayor parte de las veces, el resultado estará decidido antes del primer disparo:

Resulta erróneo que el planificador táctico mantenga una mentalidad meramente ofensiva, sin pensar en otra cosa que zambullirse en el primer ataque. La premisa es que una fuerza naval debe lograr atacar eficazmente primero, es decir, un ataque tal que después de ejecutado, el enemigo no pueda recuperarse ni contraatacar con éxito. En razón de que es reducido el número de unidades navales que integran la flota de combate moderna, su comandante dispone de la, posibilidad (no siempre de la habilidad) de mantener estrecho control de sus fuerzas, y en mayor medida que su contraparte terrestre, de desencadenar el ataque desde posiciones sumamente disperses. Las herramientas de que dispone para trasformar sus potencialidades en aptitudes son la doctrina, el adiestramiento, un equipo estable, un sistema de señales compacto y un escaso número de ordenes señalizadas durante la operación. Cada comandante enfrentado a decisiones basadas la mayoría de las veces en información incomplete debe elegir el modo de atacar con eficacia antes que el enemigo haga lo propio. Si uno de los bandos no tiene otra alternativa que soportar un eficaz primer ataque enemigo, algo esta mal en su estrategia, su táctica o su armamento. Nadie enviaría a su alabardero a enfrentar en campo abierto y al mediodía a un arquero enemigo: Pero al mismo tiempo es erróneo pensar en el alcance de las armas con prescindencia de las capacidades de la exploración, siempre irán de la mano. Enviemos a nuestro alabardero a medianoche y con luna nueva. Cualquier plan táctico sensato debe encarar la búsqueda de información enemiga y fa protección de la propia información, como parte integral de la batalla. Si el enemigo dispone de mayor alcance de sus armas y mejor exploración entonces nuestra fuerza de combate, especialmente nuestro poder de fuego defensivo, debe ser muy superior al que enfrentamos. Si tiene dudas sobre hacerlo o no, un comandante jamás debe guardar fuerzas en reserva. Debe intentar volcar sobre el enemigo todo su poder de ataque en forma simultánea. Si por el contrario, no tiene dudas acerca de la suficiencia de las fuerzas a emplear, la economía de fuerza es importante. Pero aquí también debe concentrar toda la fuerza a ser proyectada, y. por causa de la niebla del combate, debe proyectar más fuerza de la que las apreciaciones estiman coma suficiente.

Puede darse el caso de que un comandante requiera lanzar parte de su armamento previamente a su ataque concentrado, con la finalidad de abrir el camino a este. Puede ocurrir también que necesite algunas armas de corto alcance a la zaga de su ataque principal. Un combate cuyo resultado esta sólo decidido, aun no esta finalizado. Las persecuciones y operaciones de limpieza serán escenarios de gran confusión a distancias cortas.

11.

FONDEADERO

El ancla hace cabeza Como consecuencia de las guerras de Vietnam y; Corea, tuve oportunidad de circunnavegar dos veces el globo terráqueo a bordo de destructores. Lo que me sobrecogió no ha sido lo extenso, sino lo limitado de lo visto. Nuestro planeta es enorme. El aporte de este libro al conocimiento de las tácticas es solo una breve mirada de inmensos paisajes. Hemos circunnavegado el mundo de las tácticas, pero de regreso a nuestro fondeadero comprobamos que no hemos visto ni revelado la mayor parte de sus mares y costar. Del conjunto de ideas que vuelco en este libro, las que a continuación enuncio son las que descuellan en mi pensamiento. Las ofrezco como caletas seguras, al reparo de las tormentas de la batalla.

Táctica La batalla naval es un proceso centrado en el mutuo desgaste de los contendientes. Es posible que la maniobra reditué victorias en tierra, pero ciertamente no ocurre lo mismo en el mar. Atacar eficazmente primero es la meta de todo comandante táctico en el mar; pero la asimilación de este concepto es solo un buen comienzo. Una superior exploración, cuyo papel ha sido subestimado por la teoría, la practica y la historia, abre las puertas del ataque eficaz. El comando refine y concentra la información provista por la exploración, aplica la fuerza y apunta a frustrar intentos similares del enemigo. La dinámica del combate no puede ser volcada en el papel. Los juegos de guerra mismos no han logrado aún captar y transferir ese apremio en la toma de

decisiones que se vi ve a lo largo de los sucesos concluyentes. El éxito táctico se apoya en la acción oportuna Nevada a cabo en la correcta oportunidad. La meta común del comando táctico y de la ingeniería de diseño del armamento es obtener el máximo poder ofensivo proyectado neto. Enfatizo la palabra neto, en primer lugar, para recordar que la resistencia al castigo debe ser tenida en cuenta, siempre que no lo sea en menoscabo del poder ofensivo. Al respecto, el almirante S. O. Makaroff escribió: "Un buen cañón otorga victorias, la coraza solo pospone la derrota".1 Ninguna flota puede operar indefinidamente ante la presencia de otra, de fuerza comparable, sin destruirla. Enfatizo la palabra neto, en segundo lugar, para atraer la atención sobre el hecho de que para que la munición sea efectiva, es necesario que previamente haya sido lanzada; para evidenciar que la munición en los lanzadores y en las santabárbaras de un buque hundido no tiene utilidad alguna; y finalmente para destacar que el armamento proyectado sobre un promontorio de piedra o sobre un señuelo ha sido perdido para siempre. 1

Makaroff, pág. 181

El combate naval ha sido usualmente abordado sin mantener fuerzas en reserva. La intención rectora fue la de poner en puntería en un solo y compacto pulso la totalidad del poder de fuego ofensivo. El armamento moderno puede llegar a modificar este obcecado objetivo táctico, pero el principio de la concentración ofensiva aún sigue vigente para toda unidad naval cuya misión difiera de la muy especifica de combatir en acciones independientes y con la cobertura del velo. Una vieja razón que aconsejaba no dejar reservas era que todas las unidades de la formación enemiga, reservas o no, estaban a la vista, circunstancias que en gran medida no serán coincidentes con las actuales. Hoy el motivo principal es la contundencia decisiva del primer ataque, al que debemos sumar la ventajosa consecuencia de ser el primero en atacar, fenómeno este último que sigue siendo el que imprime el cariz al combate. Las limitaciones que frente al armamento terrestre de capacidades comparables sufren los buques de guerra operando por periodos prolongados dentro de su alcance son tan severas boy como lo fueron siempre. La contraparte

es que las ventajas de las unidades a flote por sobre las fuerzas terrestres, movilidad estratégica y maniobra táctica son tan poderosas hoy como siempre. Es imperioso que la ventaja de maniobrabilidad que poseen las fuerzas navales por encima de las terrestres sea explotada: operar buques desde posiciones estáticas invita al desastre. El creciente alcance y letalidad de las armas han expandido las dimensiones del campo de batalla moderno. De las muchas consecuencias inmediatas, una es que a las fuerzas con base en tierra hay que considerarlas boy como fuerzas mar timas. Otra de ellas es que se evidencia como mas apremiante la necesidad de complementación entre fuerzas navales y fuerzas terrestres. La cooperación exitosa en el ámbito estratégico y táctico entre ambas, dentro del marco de la acción conjunta, es un imperativo moderno. La ambigüedad más afligente que debe enfrentar boy una flota, y que deben resolver la doctrina actual y la tecnología futura, es la opción de compromiso entre el velo y la fuerza defensiva: -

Confiar en las defensas activas: se traduce en reunir fuerzas suficientes para desbaratar cualquier ataque que en forma anticipada sea posible conduzca el enemigo. La flota deja de lado el sigilo, en vistas a operar coordinadamente sus sistemas defensivos.

-

Confiar en el veto: consiste en dispersar la fuerza de modo tal de tornar lenta y difícil la exploración enemiga, e impedir que logre atacar eficazmente, primero. La fuerza deberá moverse en silencio, o perderá la ventaja del velo. Cada opción otorga ventajas y desventajas, y nunca la elección tendría

bases enteramente convincentes, debido a la continua oscilación del balance entre los poderes defensivos y ofensivos. Las ejercitaciones de iota diseñadas para adiestrarse en las circunstancias de la salva inicial de una guerra a base de estrictas reglas de enfrentamiento, constituyen adiestramiento avanzado; es el más arduo. El énfasis puesto en adiestrarse para el primer ataque de una guerra es erróneo. La doctrina táctica se apoya en la totalidad de las operaciones de tiempo de guerra, y la específica de las acciones que den comienzo a una guerra es un caso particular y difícil. Tal vez debiera hablarse más de las tácticas para la última batalla de una guerra.

El poder de fuego, la exploración, el C 2 y sus contrapartes tienen cada uno de ellos un papel que desempeñar, pero el éxito se asienta en la síntesis de los seis, frente a un enemigo que intenta hacer lo mismo. Un buen plan táctico combine los seis elementos, como instrumentos en una composición musical: ambos, plan táctico y melodía, tienen armonías, solos, tranquilos intermezzos y crescendos que semejan tronidos de un cielo encapotado. Armas y sensores La evolución que a lo largo del tiempo ha sufrido el poder de fuego naval exige un cuidadoso estudio y un análisis detallado. En los tiempos en que el combate naval podía ser descrito adecuadamente por la ley cuadrática de desgaste continuo de Lanchester, una ventaja de 4 a 3 en el poder combativo (es decir, en la síntesis conceptual o matemática de las fuerzas defensivas y ofensivas) resultaba concluyente, mientras que si el desequilibrio era de 3 a 2, resultaba abrumador. Más adelante, cuando el proceso del combate toma la forma de pulsos de potencia, una fuerza inferior aventajada por otra en una relación de 3 a 2 tenia pese a ello posibilidades de vencer, en caso de que su exploración o C 2 le permitieran atacar eficazmente primero. Desde el comienzo mismo del siglo y en forma paralela con el desarrollo del torpedo, ha existido la amenaza latente de que una fuerza inferior pueda doblegar a otra más poderosa, en virtud de la aptitud que poseen las armas modernas para proyectar pulsos altamente eficaces de poder de fuego. En la era de los misiles modernos esta latente amenaza ha crecido en importancia. Los planificadores de nivel táctico, cuyas lógicas expectativas son que el armamento actual conserve su efectividad a grandes distancias, se han visto sorprendidos al comprobar que; por variados motivos, las batallas se deciden a distancias mucho más cortas de lo esperado. En el pasado, las razones mencionadas guardaban elación con el ritmo de la exploración y de la necesaria asimilación de la información, con la velocidad con que ambos contendientes cambiaban de posiciones relativas, o con la forma de las costar, como escenario de un mortal juego de escondidas por sobre y debajo de la superficie del mar, en aguas restringidas. Los comandantes con papel protagónico en las batallas del

futuro deberán ser extremadamente cautelosos en los cálculos previos del alcance real de las armas, que no necesariamente coincidirá con el alcance eficaz y muy rara vez lo hará con alcance máximo. Dado el caso de que razones de índole estratégica obliguen a una fuerza inferior a presentar combate, entonces: -

Es imprescindible que su exploración aventaje a la de la fuerza superior La apreciación de la situación (o búsqueda de una solución a través de la teoría de los juegos) que se lleve a cabo, tendrá como propósito sopesar los riesgos y asumir situaciones de riesgo calculado de la mejor manera posible.

-

La solución mencionada debe alentar esperanzas de que la ventaja de poder de fuego que otorguen el engaño y la superioridad en la exploración, haciendo que se logre atacar eficazmente primero, sea suficiente para alcanzar el objetivo. Es posible construir buques capaces de soportar y sobrevivir al impacto de

varias bombas y misiles convencionales, como también al impacto de mas de un torpedo. Las flotas modernas, diseñadas para la guerra convencional, deben incluir un mayor número de buques con capacidad de sobrevivir y continuar luchando. Pero los buques de guerra diseñados para el conflicto nuclear no sobrevivirán a través de su propia resistencia al castigo. A causa de la intrínseca letalidad de las acciones de flota, debe ponerse celosa atención en mantener la propia superioridad y. erosionar la del enemigo. Ocurre hoy que debido a la superioridad naval que ostenta la Armada de los EE.UU., la guerra de minas y sus contramedidas (tema que es periférico al estudio de las tácticas de flota-y que posee sus propias tácticas) es probable que dominen las acciones de tiempo de guerra de ambos bandos, de manera sorprendente. Aquellos que conocen la historia están en capacidad de predecir la posibilidad de la, guerra de guerrillas, en la forma de ataques submarinos, lanzados sea con la finalidad de erosionar la superioridad de la flota enemiga, o de reducir su comercio; asimismo, aquellos familiarizados con el estado actual de la tecnología de la exploración y de los aviones de gran radio de acción aventurarían predecir ataques con los mismos propósitos.

El planeamiento y la ejecución La doctrina unifica la acción. Ella influye y recite influencias del adiestramiento, la tecnología, las tácticas y las misiones. Ese juego de procedimientos instituidos de combate que es la doctrina debe ser compilado para el uso de aquellos que controlan los sistemas de armas, los buques y aeronaves; los elementos que componen la flota y los que controlan a la flota como un todo. Estos procedimientos deben ser compatibles entre sí. Para todos los niveles deacción, la doctrina debe ser específica, diseñada para obtener los mejores resultados de un equipo unido; pero también debe contemplar espacios suficientes para las tácticas inspiradas y para la iniciativa. La doctrina normaliza las tácticas con el fin de abreviar el planeamiento de detalle de cada operación individual. Se trata, en efecto, de planes genéricos sobre los que es posible adiestrarse y practicarlos con prescindencia del contexto de misiones especificas. Se necesitan instrucciones de-combate modernas; carentes de la rigidez impuesta por las viejas instrucciones permanentes de combate. Un plan de operaciones de combate es simplemente la doctrina especifica de una misión. Cuanto más inestable sea la composición de las fuerzas navales, más aguda será la necesidad de ordenes y procedimientos tácticos normalizados. Del mismo modo, a mayor velocidad de-relevos en los comandos tácticos o de unidades, mayor será la necesidad de consulta personal durante el planeamiento en procure de sencillez táctica, aunque nunca bastaran estos contactos para reemplazar la estabilidad y cohesión de los comandos. El libro de señales moderno normaliza las ordenes tácticas. Durante la acción, las comunicaciones tácticas deben ser breves, unívocas y escasas. En la guerra del futuro, la explotación de las señales del enemigo será de mucha importancia. El planeamiento y la ejecución están relacionados, pero no constituyen una misma y única cosa. Darles el carácter de idénticos seria desastroso. No se planifica durante la ejecución; se ejecuta un plan que contempla variantes tácticas y consecuentemente permite alteraciones durante su ejecución. El plan a ejecutar debe estar casi tan firmemente asumido por sus ejecutores como la misión misma.

El plan no puede alejarse demasiado de la doctrina ni del adiestramiento previo y su ejecución será un tembladeral si carece de doctrina y adiestramiento. Una correcta ejecución de lo planeado puede tener una apariencia tan disímil a la del plan, que para el ojo del profano no existe relación alguna. El plan de batalla debe contemplar operaciones de contingencia ante la eventualidad de daño en las unidades capitales, como son un portaaviones, el mejor buque de defensa antiaérea, el buque insignia o un componente vital de la exploración (sea este propio de la fuerza o externo a ella). El mejor consejo práctico para el OCT puede ser simplemente este: decide con antelación lo que debe ser hecho y empape de ello a sus comandantes. Relaciones con la estrategia La conclusión modular de que el combate naval esta centrado en el desgaste, lo que implica que la muerte y la destrucción son inevitables, es excesivamente sombría. Una vez que esa realidad fundamental de la guerra naval es conscientemente asumida; es posible considerar cuatro tendencias que la atenúan. La primera es que una fuerza superior tiene más posibilidades de disuadir y evitar el combate naval que su símil terrestre. La neutralización de una fuerza en inferioridad de condiciones es un fenómeno histórico frecuente. Esta realidad se encuentra disimulada en el estudio de la táctica debido a que la historia registra los combates que ocurrieron, antes que aquellos que fueron eludidos. La segunda tendencia atenuante, es aquella que indica que el combate se dirige hacia una mayor destrucción de las maquinas, acompañada por un menor numero de bajas entre los combatientes. La tercera tendencia es hacia la más frecuente participación de personal no combatiente en tareas de exploración, antiexploración y logísticas llevadas a cabo a grandes distancias del campo de batalla. Por ultimo, la cuarta tendencia nos indica que las consecuencias de declinar el combate decisivo son menos inmediatas y obvias en el mar que en tierra, y por lo tanto las naciones que poseen un poder naval inferior están menos dispuestas a enfrentar la batalla. Una flota sitiadora es menos amenazadora para la yugular de una nación que un ejército invasor. Esto siempre ha sido cierto cuando la armada inferior pertenece a una potencia continental, tal como la Unión Soviética. Si una potencia marítima del tipo de los EE.UU. se ve amenazada por

una fuerza naval superior, resulta desestabilizante y conduce a cameras armamentistas en tiempos de paz y a sangrientos combates en el mar durante la guerra. Mahan estaba en lo correcto al enfatizar que la responsabilidad primordial de cada comandante de flota de batalla es la de concentrar sus fuerzas y ganar batallas con habilidad táctica. Corbett estaba en lo correcto al señalar que el sitio donde debe tener lugar la batalla decisiva lo determinan consideraciones estratégicas. Una flota puede cumplir con su mandato estratégico sin necesidad de envolverse en un combate decisivo. Diversas circunstancias, del tipo de actividades de guerra antisubmarina o la custodia del interés nacional en todo el mundo, pueden desviar a una flota de batalla de su papel de combatir o disuadir la batalla decisiva. Las acciones de flota ocurren cuando una seria situación en tierra eventualmente puede tornarse intolerable, si la flota en inferioridad de fuerzas no sale a combatir. La consecuencia táctica inmediata es que un comandante debería soportar responsabilidades no deseadas. Simultáneamente deberá enfrentar al enemigo y proteger la navegación, trasportes de tropa o una cabeza de playa. Todo estado mayor debe estar en condiciones de analizar el orden de batalla de ambos bandos y a través de ese análisis, indicarle a su comandante que bando supera a su antagonista y por cuanto, pese a la asimétrica composición de las fuerzas que caracteriza a nuestros días. El orden de batalla en bruto, sin embargo, no revela dicha superioridad. Si lo hace la comparación de fuerza; cuidado, no la comparación de las fuerzas. Las variables de la ecuación son el peso y el alcance de las armas, las capacidades de la exploración y del C 2, incluyendo la calidad de las tácticas en que ambos bandos han sido adiestrados. Las comparaciones preliminares de fuerza requieren las prestaciones de los sistemas modernos de ayuda a la decisión. Pero estas comparaciones son meras abstracciones. Las decisiones reales de despliegue son, las que incorporan la misión y la geografía, y las que determinan la asignación de fuerzas para los planes tácticos de alternativa. La comparación final de poder de fuego proyectable debe ser ajustada a base de ellas. La comparación de fuerza es un buen sistema de predicción de la victoria. A esta afirmación sentenciosa no debe asignársele mas importancia de la que tiene.

Una predicción puede errar como consecuencia de las exigencias impredecibles de la batalla. Las pérdidas anunciadas suelen errar por mucho. Pero tampoco debe menospreciarse dicha afirmación. No tiene sentido desestimar la necesidad de cálculos solo por la incertidumbre de los datos. No es posible desarrollar un plan militar sin cálculos ni pronósticos. Clausewitz escribió que la preocupación de un ejército sin misión es su propia supervivencia. Esto les cabe también a las armadas. Los submarinos nucleares portadores de misiles balísticos deberían ocultarse durante los conflictos convencionales. Los portaaviones y sus grupos de batalla deberán salirse del camino al inicio de una contienda nuclear. Ambos pueden tener reservados papeles vitales más adelante. La propia preservación ha sido el objetivo más notable de aquellas armadas demasiado débiles para lanzarse de lleno al combate decisivo. Es una realidad histórica que las armadas que han ejercido influencia, han sido también onerosas de construir y mantener. Pero más cara aun es construir una armada importante, para encontrarse finalmente que la misma no puede competir con el enemigo. Algunos comentaristas poco informados opinan que ya no puede haber encuentros de flotas a la vieja usanza, debido a las prestaciones de las armas y sensores modernos. Tal vez ocurra que b que ellos tienen en mente sean tácticas obsoletas de guerras pasadas. Mientras las naciones continúen utilizando la superficie de los océanos, mantendrán la pugna por controlar dicha superficie con flotas especificas, y es mas que probable que esas flotas están compuestas por unidades de superficie. El estudio de la táctica La tesis alrededor de la cual fue escrito este libro es que el estudio táctico mi- litar se esfuerza por extractar todo el orden y conocimiento que sea posible del caos imperante en la batalla. Actué con la suposición de creer que el modo más inteligente de hacerlo es evaluando la efectividad naval en combate de tácticas seleccionadas, y ofrecer las mediciones resultantes a manera de guía practica del planificador táctico y estratégico. Algunas de las medidas empleadas son falaces, tal el caso de 1) el rendimiento de armas y sensores, como, por ejemplo, el

alcance de detección, 2) valores operacionales del poder de fuego ofensivo, como es el caso del-número de misiles ofensivos disponibles en lanzadores, 3) comparaciones tales como el poder ofensivo de Colorado versus el poder defensivo de Azul y 4) los valores empleados al tratar aisladamente los enfrentamientos antisubmarinos, antiaéreos y los intercambios de fuego. A los efectos del planeamiento, una cuantificación significativa y útil es la apreciación de las pérdidas que ambos bandos habrán de suponer en el cumplimiento de sus misiones, teniendo para ello en cuenta los planes de exploración en vigor y las intenciones sobre la proyección del poder de fuego. Existen dos advertencias; ambas de apariencia paradójica: -

Si bien los resultados de las mediciones pueden ser considerados predictores, a causa del caos residual de la batalla, no constituyen una profecía.

-

Si bien recomiendo emplear como una, medida de la eficiencia la contabilidad comparada de pérdidas de ambos bandos, puede ocurrir que este valor sea un sustituto muy lejanamente emparentado con la misión del comandante táctico, ya que con frecuencia el desgaste poco tiene que ver con la misión. El factor común en cuanto al rédito en las dos Guerras Mundiales ha sido

en su esencia la supremacía del pensamiento táctico superior, y dicho pensamiento emanó de mentes militares. No existe posibilidad alguna de que sean otras mentes las que desarrollen tácticas valiosas. Nuevas e inspiradoras ideas, sí pueden provenir de cualquier fuente, pero su aceptación y la elaboración táctica en detalle debe producirse dentro mismo de la flota. Esa flota que también estará ocupada, en su propia administración, la preparación del armamento y en obtener confiabilidad en sus máquinas. El crecimiento táctico requiere el apoyo de-las escuelas. de flota, y este solo redundará en mejores tácticas Cuando los maestros sean los mejores oficiales tácticos y cuando todos, maestros y alumnos, hayan entendido que su papel no es solo el de enseñar y aprender tácticas sino perfeccionarlas también. . El análisis histórico de las batallas navales ayudará a los hombres a dimensionar y explorar las relaciones causa-efecto; relaciones que son el fundamento de los modernos modelos representativos del combate. Dicho estudio

deberá tener en cuenta las posiciones, las comunicaciones y la sucesión cronológica de los acontecimientos, en todos sus detalles, y simultáneamente ser tan ricos en datos como en calidad narrativa. El análisis debe enfatizar los seis procesos que tienen cabida en el combate y las interrelaciones que entre ellos existan, a través de modelos de enfrentamiento dinámico de fuerzas. El proceso de la exploración debe recibir, tal como ocurre desde la Primera Guerra Mundial, una atención muy cuidadosa: La historia nos enseña que las prestaciones reales del armamento naval han estado siempre extraordinariamente por debajo de las potencialidades que le habían sido asignadas en tiempos de paz y de las expectativas consecuentes. La que se atribuye entonces la paradójica ocurrencia de las batallas decisivas? -

A un motivo táctico: la ineficacia del armamento puede afectar por igual a los dos bandos. Cuando falla a seis mil yardas la artillería de Sampson, y en virtud de la similar ineficacia de su enemigo, dl tuvo oportunidad de aproximarse a mil yardas.

-

A una razón de orden tecnológico: las armas son letales en grado sumo. Luego de que muchos mísiles hayan fallado, un solo impacto bastara para anular muchas horas de vide de combate de un buque.

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A una razón de índole estratégica: la historia ha dedicado la mayor parte de su energía a estudiar las batallas que acarrearon graves consecuencias. Desde el punto de vista táctico, las batallas sin definición gozando la misma relevancia instructiva. Algunos ensayistas hablan de la ciencia militar; otros, se refieren al arte de

la guerra. Yo prefiero abordar el estudio de 13 guerra desde una perspectiva diferente; esto es, resaltando "la mística del comando" o sea la calidad del espíritu que distingue a los conductores valientes, sabios e inspirados. Rendido el tributo que esta tercera perspectiva merece, Judo que cualquier otra diferencia que aun persista entre el arte y, la ciencia táctica tenga importancia alguna. Lo que seguramente perdurará es la aguda percepción del hecho de que la buena práctica crece de buena teoría, y que ambas son necesarias pero no suficientes para obtener éxitos rotundos en combate:

Epilogo: La próxima batalla del Nilo Nos encontramos a bordo del "Orel", en el centro de operaciones del buque insignia, y quien la enarbola es el vicealmirante Pyotr Ossipovitch Briam. Luego de la malograda campaña del Sudeste Asiático de 1996, nuestro líder presenció las desafortunadas decisiones de nuestros comandos costeros desde los cuarteles generales de la TVD en la Bahía de Cam Ranh. Por cinco semanas ha estado custodiando el Mediterráneo Oriental al norte de Alejandría. Tres cubiertas más arriba, castigan fuertemente el sol de verano, atemperado en parte por un viento cortante de veintidós nudos que barre la cubierta, originado por una suave brisa de proa y los quince nudos desarrollados por nuestra ronroneante planta propulsora nuclear. En el lugar en que nos encontramos, los ruidos de la maquinaria están silenciados y todo se reduce a una serena y bien urdida eficiencia. Ante la consternación de la NATO, Briam pudo con entera seguridad desembarcar al camarada general N. V. Bonapov en Egipto, y este magnifico conductor, niña mimada del Comité Central, se encuentra ahora internado profundamente en el Sudan, barriendo a un costado toda oposición. Esta es la última jugada de una operación marítima magistral que ha aislado al Cercano Oriente y destruido la fibra moral occidental de un solo golpe, revirtiendo por completo las consecuencias del acuerdo Israelí-Sirio-OLP de 1995, que arrojó a todo el Oriente Medio en brazos del capitalismo occidental, sembrando desesperanza en todos nosotros. Hoy, 1 de agosto de 1998, podemos apreciar en toda su dimensión la genialidad del plan del camarada Bonapov. Todavía recordamos a nuestro macizo general, con su mirada relampagueante, dando zancadas en su cámara, mientras nos describía la forma en que cautivó al Presidium con la audacia de su plan. Grecia y Turquía estaban inmovilizadas por su propio antagonismo, desde el momento mismo en que Grecia abandonó la NATO: "Luego de fomentar una crisis en el Caribe, simultánea con el estado actual de tensión en el Africa Occidental -nos decía, arrastraremos fuera del Mediterráneo a la Sexta Flota. En medio de ese vació de poder, Briam trasportará mi ejercito de alta movilidad a través de los Dardanelos antes de que los turcos tengan tiempo siquiera de pensar, sepultando de una vez y para siempre a la Convención de Montreux. Haz repicar el sable

nuclear dentro de su vaina y todo Occidente se verá paralizado y en desorden. La clave es la Sexta Flota. Sácala de la escena por treinta días, Migom, y yo podré disponer de Egipto y sus aeródromos. Sin el apoyo del tigre de papel que es hoy la NATO, todo el Sudeste Asiático temblara ante la doble amenaza de ustedes desde el norte y mía desde la orilla opuesta del Mar Rojo, en la costa este de Africa.." Así ocurrió que una fuerza de treinta y seis mil hombres puso pie en tierra en la Bahía de Abukir el 1 de julio, desplazándose hacia el sur. Turquía ha movilizado sus reservas, pero se encuentra aislada e impotente. Grecia, que desencadenó la tragedia, vacila sumida en sus propias contradicciones. Italia naufraga en la incertidumbre, arrepintiéndose de ser miembro de la NATO. Israel y Siria sumidos en la frustración y el miedo, En Ámsterdam la población sale a la calle reclamando que Holanda abandone la NATO antes que los EE.UU., ¡no nosotros, EE.UU.¡, lance un enloquecido ataque nuclear. En la ciudad de Nueva York. la violencia se desata frente a la cede de las Naciones Unidas, con el regocijo de la televisión en vivo; la mitad de la chusma clamando por una guerra total suicida, y la mitad restante por una paz total, también suicida. No necesitamos de espías para saber que Washington esta cumpliendo con su papel, exactamente como predijo Bonapov: se estableció una alerta estratégica, desde luego, pero asociada con histéricas garantías de que la espada nuclear esta envainada; y la Sexta Flota, la única esperanza de Occidente, ha sido enviada de prisa, reandando todo el camino del Atlántico, en busca del Estrecho de Gibraltar. Así las cosas, la flota de Briam, nuestra flota, es el pivote del plan de Bonapov. Nuestro almirante ha alcanzado el éxito en todo sentido. Atónitos, los submarinos norteamericanos fueron expulsados del Mediterráneo Oriental. Sus frágiles tácticas, propias de solistas, no estuvieron a la altura de nuestras muy punzantes defensas antisubmarinas. Tal vez fueron nuestros sonares actives que, aprovechan los rebotes de fondo, triplicando así el riesgo de la aproximación, y el ataque con torpedos, los que mantuvieron a la defensiva a sus submarinos. O quizá lo lograron nuestras tácticas tovarishch, con los temibles equipos compuestos de aviones y submarinos llevando a cabo el mortal juego de "cazador y verdugo". Lo más destacado, sin dudas, ha sido el comportamiento de nuestros portaaviones y sus aeronaves STOVL, que cumplieron acabadamente dando

cobertura aérea y proveyendo el poder de ataque necesario, hoy complementados por nuestra aviación táctica operando desde los aeródromos costeros en Egipto. Desde luego, hubiésemos deseado que nuestro almirante Briam tuviese más experiencia en el mar. Especialmente seleccionado por Bonapov, todos reconocemos en él a un maestro de la estrategia, sentado a la diestra del camarada general durante el cuidadoso planeamiento de las presentes acciones. También sabemos que él ha sido el que gobernó el equipo de personas y sistemas de ayuda a la decisión que efectuó las comparaciones de cada movimiento. ¿Usted opina que él no tiene experiencia de combate en el mar? Pero camarada, ¿a quién otro escogería usted para la tarea? Nosotros somos una gran potencia terrestre. Afganistán, Cuba, Nicaragua, Checoslovaquia, Hungría, todos ellos son asuntos que impidieron a los hombres de nuestra armada foguearse en combate. Briam es lo mejor que tenemos: un sólido ejemplar de la raza rusa, perceptiva y valiente. Aun así, se le ve nervioso ante la perspectiva del regreso del vicealmirante Grant y su Sexta Flota. Este ultimo es un descendiente de un antiguo general norteamericano y ha mostrado ser imprudente, arrojado, sediento de combate, poco reflexivo. Sus hombres lo siguen idiotizados, a la manera de criaturas de corta edad. Briam ha estado algo atolondrado al malgastar alegremente cuarenta y siete misiles superficie-aire sobre cuatro misiles superficie-superficie lanzados hacia nosotros desde la costa libanesa; unos pocos simulacros de ataque mas como ese, y nuestras santabárbaras se verán desnudas. ¿Estará en lo correcto al alejarse de la costa? Una semana atrás se llevo nuestros buques capitales hacia el oeste, lejos del Líbano y Turquía. Ahora en nuestro flanco norte esta la neutral Creta, hacia el aun tenemos a la amistosa Libia, de modo que desde tres direcciones distintas la flota esta resguardada de ataques provenientes de tierra con misiles o aeronaves. " Nuestro oficial de operaciones se queja de que no deberíamos haber enviado tantos buques antiaéreos tan distanciados hacia el oeste. No es doctrinario, protesta. Pero Briam los quiere lejos, dando cobertura en la dirección de la amenaza, listos a sorprender a las aeronaves de la terrible Sexta Flota de Grant. Con su maniobra ha vaciado la cuenca de los ojos de nuestros enemigos y taponado con cera sus oídos. Así nuestros pasos resultan pisadas de fantasmas, y nuestras voces, susurros.

Sí camarada, pero nuestra suprema virtud es que nuestro almirante puede ver a través de la oscuridad de la noche más cerrada. Él suele decir que para combatir a los norteamericanos, hombres de sorpresas, se requiere de nuestras propias argucias; y nuestro camarada comandante le tiene preparada al almirante Ulises S. Grant, la sorpresa de su vide. Casi simultáneamente con la zarpada de la Sexta Flota hacia Cuba el pasado veinticinco de junio, el destructor ruso "Biedovy" interceptó para inspección al pesquero griego "Némesis", en momentos en que éste gareteaba sospechosamente fuera del Helesponto, entre la Península de Gallípoli y las ruinas de Troya, auspiciosos escenarios ambos, de anteriores desastres de la civilización occidental. ¡Magistral captura! El buque griego resultó ser una patraña, un engaño; estaba repleto de espías norteamericanos, equipos de escucha, e incluso disponía de una maquina cifradora con la clave personal de Grant, de muy ingeniosa factura. Opera a base de una computadora HewlettPackard enlazada vía satélite con el mismísimo buque insignia de la Sexta Flota. Briam le proporciona a Grant exactamente lo que éste quiere oír. Cualesquiera fuesen sus limitaciones operativas, Briam es un maestro de la dezinformatsia. Grant caería presa de las debilidades norteamericanas, la guerra de señales y la contrainteligencia. ¡Son un libro abierto! Disponemos de un legajo completo de este hombre, iniciado a partir de que nos causara un disgusto en la batalla de Tanjung Pinang en 1997, siendo apenas un comodoro. Esa fue la ocasión en que su superior, el estricto y exigente contralmirante D. D. "la Daga" Porter, replicó: ¿Cómo es posible que se lo acuse a Grant de desobedecer mis órdenes? Él hizo exactamente lo que yo le hubiera ordenado hacer, si mis comunicaciones no hubieran sido interrumpidas por el enemigo". Con ambos hombres de nuestro lado, hubiésemos salvado la Bahía de Cam Ranh. El joven Grant esta en el centro de la chismografía de Georgetown a raíz de su evidente relación con la princesa Dewi de Bali, a la que conoció poco después de salvar a toda Indonesia. Entonces se decía que en el jardín de la princesa, se trataban de Ulises y Elena, y en ese lugar él le leía poesía de Homero y Virgilio. Apenas trasmitido, aquí nos llega un nuevo mensaje de Grant. Nos confirma nuestra inteligencia previa. Hace tres días atravesó Gibraltar, y al hacerlo, accionó el disparador de nuestra primera trampa. Un portaaviones resultó averiado y se dirige maltrecho a Barcelona. Además un crucero Aegis fue hundido. Conocemos todos estos detalles gracias a sus propios circuitos. Esa batalla

demandó de ellos también un alto precio en misiles. ¡Aga! Pero nosotros sufrimos asimismo de nuestro propio problema de santabárbaras. Estos irritantes ataques con misiles superficie-superficie costeros han mermado nuestras disponibilidades, y para colmo de males, los abastecimientos tienen dificultades para llegar donde estamos. ¿Los turcos? No camarada, no son los turcos ni los Dardanelos los que interfieren la cadena logística. En este punto, lo admito, Grant nos ganó de mano. Todo empezó con esas embarcaciones pesqueras y el tráfico costero, que de a poco fueron regresando al Mediterráneo Oriental, saturando las pantallas de nuestros radares y confundiendo la imagen de nuestra exploración. ¿Por qué no abrimos fuego sobre ellos? No, mi amigo, esta vez el camarada almirante hizo lo correcto. Para procurarse comida y combustible el hombre es capaz de luchar, y es necesario que griegos, turcos y libaneses tengan vientres satisfechos, hogares cálidos y automóviles con combustible en sus tanques. De todos modos no tendríamos munición suficiente para hundirlos a todos, ni exploración suficiente para su vigilancia. Esto es lo que Grant tenga en mente cuando deslizó entre las islas del Mar Egeo a eras absurdas embarcaciones misilísticas de ochocientas toneladas. Los norteamericanos mismos las denominan "las tonterías de Wilson", a partir de que el inepto Secretario de Defensa afirmara: "Yo le mostrare a la Armada Norteamericana el camino hacia una marina de guerra de seiscientos buques". Su nombre oficial es Cushings. ¿Quién habrá sido el tal Cushing? De este modo entonces, Grant ha salpicado de espinos las aguas griegas. Embarcaciones que operan saliendo y regresando a las islas, camufladas de día, y lanzando sus anticuados misiles sobre cualquier buque indefenso, o desprotegido, que tenga izada la Estrella Roja. ¡Quién hubiera pensado que tras derrotar a los submarinos norteamericanos, aún tendríamos que convoyar a través del Egeo, a causa de estos críos revoltosos? Ne bezspokoytes. Grant, en su impaciencia, irrumpirá con su flota de batalla dentro del Mediterráneo Oriental en pocos días, y entonces Briam dará cuenta de él. El Estrecho de Sicilia es una trampa mortal de minas, submarinos, y misiles provenientes del cielo, de la superficie y desde tierra, en un pandemónium que la Sexta Flota jamás imaginó. Lo ocurrido hace tres días en las Columnas de Hércules es juego de niños comparado con la Escila y Caribdis que le tenemos aquí preparadas a este Ulises moderno.

Briam avanza con paso ligero. En sus manos tiene seis mensajes recién descifrados, recibidos por la red de comando de la Sexta Flota. La formación norteamericana esta representada en la pantalla, y su ultima posición e intención de movimiento (lo que los norteamericanos conocen por PIM) aparece graficada en las paredes del cuarto de guerra de Briam. Afortunadamente el radar de vigilancia con sitio en Libia sobrevivió a los, desarticulados ataque aéreos norteamericanos con viejas bombas no guiadas, y nos confirma la posición y disposición de la formación de Grant. Ante el jubilo de Briam, nuestra moral se eleva. "En una hors; el imprudente Ulises ingresara en los estrechos. En seis horas estará en medio de los campos minados. En ocho horas lo atacare desde todas direcciones. El solo puede golpear desde el oeste; mis golpes le caerán desde el este, el sur y el oeste. ¡Hoy atacaremos primero! Transmitan: Ejecutar plan Pyotr Velikii. Otomstim za Bitvu Pinang !Unichtozhit!" En ese preciso instante, el primero de tres fatídicos mensajes fue recibido, Se lo ve destellar en la pantalla. Briam frunce el ceño y se aplaca su animo. "Poco antes de ser destruido por misiles antirradiación lanzados por aviones A-18 de origen norteamericano -lee circunspecto- el radar libanés informó indicios de que la Sexta Flota ha invertido su rumbo. ¿En qué anda este Grant?" El segundo mensaje llega de manos de un intrigado jefe de estado mayor. "Tenemos evidencia provista por Moscú que Grant no esta embarcado con su flota. Este informe nos dice que en los últimos dos días ha estado en algún sitio del Egeo." Por un instante Briam clava su mirada en un silencio atónito. Lentamente la sangre abandona su gran rostro encendido. Seguimos la búsqueda de sus sagaces ojos marrones mientras recorren las pantallas. "No sería agradable que Grant estuviese en el norte -nos, dice-. Mis defensas enfrentan una amenaza del oeste. ¿Pero cual es la amenaza? ¡No existe amenaza! . "Debe tratarse de las embarcaciones Cushings." Está hablando el oficial de operaciones. "Ellas no tienen ojos, dice Briam-. Nosotros les hemos arrancado los ojos. Esas embarcaciones cuentan solo con radares de búsqueda de superficie de apenas veinte millas de alcance. Estando tan al norte harían fuego a ciegas." Instintivamente, empuja el botón de encendida del radar mar. Directamente frente a sus ojos aparece la costa de Creta, a sesenta millas, como calcada de un mapa.

"Bozhe moy. Tenemos una canalización de emisiones electromagnéticas propia del verano. Nuestro alcance radar es de unas cien millas, y me temo que el de ellos también." Briam seguía hablando cuando el oficial de inteligencia irrumpe entre nosotros, y tras saludar con su derecha, con su izquierda acerca un garrapateado mensaje a nuestro comandante. "Camarada almirante, aquí tengo una interceptación hecha en el canal interno de la Sexta Flota, que no tiene sentido. ¡No hemos podido traducirla!" Estas palabras son de nuestro oficial de inteligencia, el mismo que duerme con Shakespeare bajo su almohada. Briam lo lee. "Sukim Syn" masculla. Ante esa blasfemia, un perceptible vaho caliente de temor se esparce por el cuarto de guerra, paralizando a los presentes. Cada rostro es una muestra de su presencia. "Que alguien traduzca esta basura", truena Briam. El mensaje destella frente a nuestra mirada: Para el almirante Pyotr Ossipovitch Briam: Equo ne credite, Teucri. Quidquid id est, timeo danaos et dona ferentis. Su servidor, Ulises La mirada de Briam se clava en la pantalla del radar de superficie; a su espalda los presentes tiemblan. "El sabe que nosotros sabemos. Cuanta palabra hemos interceptado por el canal privado de Grant era pustayaka, un canto de sirenas." Nuestro adalid está a punto de desplomarse de su pedestal, y nosotros nos desplomaremos con él. En el viejo modelo de pantalla radar de superficie, a sesenta minas, pequeños ecos emergen desde el lado opuesto de Creta. Originadas en cada uno de los ecos, pequeñas partículas se desprenden, desapareciendo rápidamente por sobre el conducto de propagación de superficie, demasiado rápidos para ser contados. Así y todo, nosotros sabemos que serán once o dote por cada eco, dado que cada Cushing es portador de dote misiles Harpoon II. Pese a ser prácticamente obsoletos, cada uno de ellos hará seguramente impacto sobre el blanco al que haya sido apuntado. Una sólida y abrumadora andanada de cien o más misiles nos golpearán imprevista y simultáneamente en unos diez minutos... ¡Rayos del Olimpo provenientes del indefenso flanco norte! "¿Que alcance eficaz tienen sus misiles?", pregunta Briam. "Ochenta millas, camarada almirante". "Da, eso pensé. Konechna... Desde luego".

"¡Cubrir estaciones de combate!", ordena el comandante del "Orel". Tras sacudirse su parálisis el jefe de estado mayor grita: "¡Den aviso a la flota!". Con la calma fatalista de un gran ruso, Briam dice para sí mismo: "Será demasiado tarde". El almirante Grant, el Ulises norteamericano ducho en aprovechar oportunidades, ha lanzado su ataque final, segundos antes que los mísiles hagan impacto. Un hombre enjuto, de algún modo dejado atrás por el grupo de científicos rusos colaboradores de Bonapov enviados al Africa, sabe latín. Nos traduce el mensaje, que se revela como un párrafo de La Eneida, y el científico lo entrega en mano temblorosa: Desconfiad del equino, hombres de Troya. Sea lo que fuere; yo temo a los griegos, y a las ofrendas de sus Pianos.

APENDICE A

TERMINOLOGIA La terminología empleada en este libro responde a las definiciones del presente anexo. Allí donde fue posible se usaron las definiciones del Dictionary of Military and Associated Terms, edición de 1979, publicación número l ;de la Junta de Jefes de Estado Mayor (JCS), o se adoptaron o adaptaron definiciones de diccionarios corrientes. No fueron omitidas definiciones de origen soviético, las que siendo escuetas como lo son, no pudo adoptárselas íntegramente: La jerga militar varia en significados según su origen, siendo aleatoria la aplicación de sus términos. Aun existiendo amplio consenso acerca de un significado, me ha resultado imposible generalizar su uso a cada circunstancia. La palabra táctica, a modo de; ejemplo, merece-para la mayoría de los diccionarios el tratamiento de arte y de ciencia. Por el contrario, la usanza naval no la interpreta así. Para el lenguaje marinero, tácticas son procedimientos, acciones, acaecimientos cumplidos u órdenes de cumplirlas. La ciencia de la táctica es simplemente eso, la ciencia de la táctica. Doctrina es uno de los términos militares más evasivos. La Armada Estadounidense suele eludir el problema de definirla por el sencillo expediente de ignorarla Esta actitud es desafortunada, ya que tanto como concepto cuanto como praxis, la doctrina debe ser cuidadosamente delineada y puesta a trabajar. La ciencia física es una de las más frecuentes y potencialmente disciplinadoras fuentes de terminología militar. Pese a que conceptos tales como potencia, energía, presión y momento, al ser usados en el estudio social del hombre en guerra, no admiten la certidumbre y precisión numérica que poseen en el estudio de los fenómenos inanimados, su empleo no debiera ser tan desaprensivo como lo es en el campo de los asuntos militares. Para los propósitos

de este libro solo me fue necesario recurrir a los conceptos de fuerza, potencia y a algunas de sus derivaciones. Para los términos de la física aplicados en un contexto militar, creo que las definiciones que aquí se brindan son las más apropiadas. La palabra contraofensiva* merece una especial mención. En la jerga de los planificadores nucleares, la misma se refiere a las acciones ofensivas sobre fuerzas enemigas. Como prefijo, el vocablo contra denota propósito dirección opuesta; como preposición indica la oposición o contrariedad entre dos cosas; usado como sustantivo significa cosa opuesta; y empleado corno adverbio se refiere a oponer, neutralizar o anular, recibir ataques interponiendo medidas defensivas o de represalia, es decir, actuar en respuesta. Su uso con connotaciones defensivas me parece el adecuado, sin dejar de tener en cuenta que la defensa contra ataques nucleares solo es posible a través de acciones ofensivas. He optado por restringir el significado de contraofensiva en el plano táctico a medidas exclusivamente defensivas, es decir, destinadas a sobreponerse a un ataque enemigo en progreso.

* El autor empleó la palabra counterforce. (N. del T.). Definiciones militares generales Batalla. Encuentro generalizado, que incluye el combate, entre ejércitos, flotas o muchas aeronaves, que actúan en bandos opuestos, con el propósito de alcanzar objetivos en conflicto. Combate. Conflicto que involucra proyección de fuerza letal entre bandos opuestos, en la forma de una pelea, acción, encuentro o batalla. Conflicto. Acción competitiva u opuesta entre fuerzas incompatibles. Doctrina. Políticas y procedimientos seguidos por las fuerzas a modo de asistencia, en acciones colectivas tácticas o estratégicas. En un sentido amplio pero aún aceptable, doctrina incluye los planes de batalla y su practica para la inmediata aplicación de la fuerza. Estrategia. Políticas y planes que gobiernan las acciones durante una guerra o en un teatro principal de guerra. (La estrategia establece objetivos unificados

de guerra y determina los silos donde ha de ser aplicada la fuerza en pos de esos objetivos. El propósito de: la estrategia es influir en los resultados de la guerra o de las campañas; por el contrario, el de la táctica es hacerlo sobre el resultado de batallas o enfrentamientos. En esto reside canto la diferencia entre ambas, cuanto su relación.) Táctica. El empleo de la fuerza en combate, incluyendo su despliegue, maniobra y la aplicación de fuerza. (Tácticas sensatas son aquellas que obtienen de las fuerzas todo su potencial combativo. No es posible definir genéricamente a la táctica o a las que son correctas, como procedimientos para ganar batallas.) Los elementos del combate y definiciones conexas Antiexploración. Acciones llevadas a cabo para destruir, reducir o impedir la efectividad de la exploración enemiga. (Como tal incluye la decisión de los medios de exploración del enemigo, el derribo de sus satélites de vigilancia y aeronaves de reconocimiento, el engaño a sus sensores, su interferencia tendiente a reducir la efectividad de su tracking y designación de blancos y el interferir sus comunicaciones de contacto.) Búsqueda. Fase sensora de la exploración. Puede ser activa, pasiva o ambas. Comando y control (C2). Acciones llevadas a cabo por un comandante durante el proceso de selección y empleo de los recursos de fuerza, contraofensiva, exploración y contra exploración, en procura de un objetivo. (El C 2 incluye la asimilación de la información provista por la exploración, las decisiones atinentes al combate y la diseminación de estas decisiones, pero excluye la acción específica de explorar. EI andamiaje de C 2 abarca las tareas de estado mayor, los medios de apoyo a la toma de decisión y los sistemas de comunicaciones). Contramedidas de comando y control (CMC 2). Acciones llevadas a cabo para desbaratar o retardar la efectividad de las medidas de comando y control enemigas..,(Las CMC2 incluyen la destrucción o interferencia de las/// comunicaciones y la intromisión can mensajes falsos. Pese a las//// categorizaciones habituales,

resulta

mas adecuado encuadrar-a

explotación de señales dentro de la categoría de exploración.)

la

Contraofensiva. Capacidad de reducir el efecto del fuego enemigo. Esta obra la emplea como la suma del poder defensivo y la resistencia al castigo. (La definición de contraofensiva puede incluir también ataques preventivos a fuerzas enemigas, aunque no se le dio dicho uso en este libro.) Cortinado. Es el uso de las fuerzas para contribuir a proteger otras unidades más valiosas, ejecutado mediante una suerte de combinación entre escolta y antiexploración, sumándose, con frecuencia la exploración misma. Engaño. Representación distorsionada de. la realidad para obtener una ventaja. Escolta. Acciones realizadas por fuerzas que acompañan a otras fuerzas o a la navegación, protegiéndolas mediante la destrucción o amenaza de destrucción del enemigo: Exploración. Son las acciones de búsqueda, detección, tracking o explotación del contacto, designación de blancos y evaluación de daños; incluyendo reconocimiento, vigilancia, inteligencia de señales y todo otro método de recabar información utilizable en combate. El proceso de la exploración no culmina sino cuando la información ha llegado al comandante que la ordenó. Flotas. Son fuerzas principales empleadas en ganar, mantener o disputar el control del mar. Según esta definición, no integran las flotas los submarinos portadores de misiles balísticos ni las fuerzas de tareas anfibias. Fuerza. En general, son los medios para alcanzar un objetivo. Fuerza militar es la fuerza empleada en destruir la capacidad enemiga de aplicar la fuerza. (Variando con el contexto donde se emplee el término, fuerza incluirá buques y aeronaves; cañones, misiles, torpedos, minas y cualquier otro medio de destrucción; o los medios materiales mencionados mas la moral y otros medios intangibles usados en destruir la capacidad enemiga de aplicar la fuerza.) Fuerza defensiva. La capacidad tanto de destruir las armas proyectadas por el enemigo, cuanto de neutralizarlas por métodos no destructivos. *

* El autor emplea el término "softkill" que es de uso muy reciente. Se lo emplea generalmente para mencionar los procedimientos no destructivos para eludir misiles en aproximación, verbigracia: seducción por "chaff'. (N. del T.)

Fuerzas. Unidades portadoras de fuerza, que en este caso incluye no solo el poder de fuego, sino también la exploración y el G'1. Maniobra. Movimiento destinado a obtener una ventaja táctica. (La maniobra puede estar asociada a la fuerza, la contraofensiva, la exploración o a la antiexploración. De manera ideal, al ejecutarse una maniobra, se han tenido en cuenta los cuatro elementos mencionados.) Poder combativo. Es un compuesto de fuerza y contraofensiva, que de algún modo representa el volumen de poder de fuego proyectable a todo lo largo de la vida útil de combate de la unidad. Usando términos mas familiares como poder de fuego y resistencia al castigo, podemos decir que poder combativo abarca a ambos, dándoles un significado cuantitativo. Poder de ataque. Medios materiales de una fuerza para reducir las fuerzas enemigas.**

** "Striking power" en el original. Analizando la definición se concluye que es el efecto combinado del poder de fuego de (a totalidad de las unidades de la fuerza. (N. del T.) Poder de fuego. Los medios materiales de que dispone una unidad para reducir las fuerzas enemigas. Es la capacidad destructiva medida en cantidad//I proyectable por unidad de tiempo. (Por ejemplo, tiros por minuto o misiles por salva.) Poder de fuego defensivo. Medios para la destrucción de aeronaves, misiles o torpedos atacantes. Potencia o poder. Cantidad de fuerza aplicable al enemigo por unidad de tiempo. Resistencia al castigo.. Capacidad de absorción de dato, mientras aún se mantiene cierta eficacia. Sensor. A grandes rasgos equivale a explorar, pero no presupone el reconocimiento del objeto sensado (es decir la fase de clasificación) ni que la información llegue al comando, siendo asimilada por el proceso de decisión. Supresión del poder de fuego. Restar al enemigo coda capacidad de proyección de armamento durante el resto del combate.

Velo. Medidas de ocultación, reserva, disfraz o disimulo tendientes a eludir el ataque. (Por ejemplo, la inmersión.)

APENDICE B

LOS PRINCIPIOS. DE LA GUERRA Este apéndice incluye dos compilaciones distintas de principios de la guerra. Ambas han sido transcritas tal y como fueron halladas. La primera de ellas reproduce la elaborada por el entonces capitán de navío Stuart Landersman en su estudio Principles of Naval Warfare (Principles de la guerra naval), finalizado en 1982, siendo a la sazón miembro del grupo de estudios especiales del Centro de Estudios de Guerra Naval, con dependencia de la Escuela de Guerra Naval de Newport.1 1

Landersman, apéndice E.

La segunda recopilación es de 1969 y pertenece al estudio sobre la sorpresa y el engaño que Barton Whaley publicó con el titulo de Stratagem (Estratagema).2 Dado que Whaley en su trabajo puso el acento en la importancia que cada autor asignaba a la sorpresa, el orden de prioridades en que organizó cada listado de principios es el del propio autor; si es que tal orden existía, o el que Whaley intuye hubiese sido el seleccionado por el autor. 2

Whaley. Págs. 122 a 126.

Compilación de principios de la guerra de Landersman Sun Tzu

380 AC

Objetivo; unidad, engaño, iniciativa, adaptabilidad, medio ambiente, seguridad.

Napoleón

1822

Objetivo, ofensiva, masa, movimiento, concentración, sorpresa, seguridad.

Clausewitz

1830

Objetivo, ofensiva, concentración, economía, movilidad, sorpresa.

Jomini

1836

Objetivo, maniobra, concentración, ofensiva, engaño.

Mahan

1890

Objetivo, concentración, ofensiva, movilidad, comando.

Fuller

1912

Objetivo, masa, ofensiva; seguridad, sorpresa, movimiento.

Foch

1918

Objetivo, ofensiva, economía, libertad de acción, disposición, seguridad.

Corbett

1918

Objetivo, concentración, flexibilidad, iniciativa, movilidad, comando.

Ejercito EE.UU.

1921

Objetivo, ofensiva, masa, economía, movimiento, sorpresa, seguridad, simplicidad, cooperación.

Nimitz

1923

Concentración, tiempo, iniciativa, sorpresa, movilidad, objetivo, comando, medio ambiente.

Fuller

24

Objetivo, ofensiva, sorpresa, concentración, economía, seguridad; movilidad, cooperación.

Liddell Hart

1925

Objetivo, ofensiva, defensa, movilidad.

Falls

1943

Objetivo, concentración, protección, sorpresa, reconocimiento, movilidad.

Stalin

1945

Objetivo, estabilidad, moral, divisiones, armamento, organización.

URSS

1953

Objetivo, sorpresa, velocidad, coordinación, ataque.

Armada EE.UU.

1955

Objetivo, moral, simplicidad, control, ofensiva, explotación, movilidad, concentración, economía, sorpresa, seguridad, alistamiento.

Eccles

1965

Objetivo, ofensiva, concentración, movilidad economía, cooperación, seguridad, sorpresa, simplicidad.

Keener

1967

Objetivo, distribución, coordinación, iniciativa, sorpresa.

Mao

1967

Objetivo, concentración, aniquilamiento,

movilidad,

ofensiva,

sorpresa,

ataque,

autonomía, unidad, moral. Ejercito EE.UU.

1968

Objetivo, ofensiva, masa, economía, maniobra, unidad, seguridad, sorpresa, simplicidad.

Armada G. Bretaña 1969

Propósito, moral, ofensiva, seguridad, sorpresa, concentración,

economía,

flexibilidad,

cooperación, administración. Gorshkov

1976

Alcance, enfoque, batalla, interacción, maniobra, velocidad, tiempo, dominio.

Hayward

1976

Alcance, choque, tecnología, movilidad, coordinación, reserva.

alistamiento,

concentración,

A partir de la certeza de saber que canto Landersman como Whayley han estudiado los principios con mayor profundidad que yo, dejemos que sus listados hablen por sí mismos. Pero mi apreciación es que las diferencias entre ambas listas, y dentro de cada una de ellas, son tan instructivas corno las similitudes, y por lo tanto merecedoras de algún comentario. Las causes de dichas diferencias resultan fascinantes: -

La edad y madurez del autor. La lista de un mismo autor, as[ como el orden interno dentro de la lista, pueden cambiar con el tiempo.

-

El período histórico. El tamaño de los estados, sus fuerzas y sus armas afectan la selección y el orden de prioridad de sus principios.

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El ambiente social, en particular si se trata de un país oriental u occidental.

-

El énfasis que se ponga en la estrategia, en la táctica o en ambas simultáneamente. Por ejemplo, Nimitz apunta en forma explícita a las tácticas.

-

La experiencia o punto de vista del autor. ¿Su marco de referencia era la guerra entre estados o la guerra revolucionaria? ¿Se refería a las grandes, batallas o a la guerra de guerrillas?

-

El ambiente militar, por ejemplo, la geografía terrestre o marítimo del conflicto. (Tengo la sensación de que ningún autor puso el acento en la guerra aérea o anfibia.) Parafraseando a Whaley, quien a su vez cite a Henry Eccles 3, estas listas,

antes que principios a la manera de fuente primaria de sabiduría; o verdad fundamental, o ley primaria a partir de la cual otras derivan, constituyen máximas empíricas a ser tenidas en mente por los comandantes. Son solo listas de palabras clave que tomadas en conjunto son ricas en contenidos. Incluso en muchos casos, se trata de interpretaciones hechas por Landersman o Whaley, o por algún otro intermediario estudioso del autor. 3

Eccles, págs. 108 a 113.

A manera de ejemplo tomemos a Nimitz. Siendo un oficial de jerarquía intermedia con cierta experiencia de la Primera Guerra Mundial sobre sus hombros, sus principios registrados mas arriba son extraídos de una somera transcripción de su tesis de la Escuela de Guerra Naval, completada en la primavera de 1923. Mientras que Landersman redujo las conclusiones de Nimitz a una serie de palabras clave, la transcripción misma es mucho más inteligible, pose a ser solamente un resumen. Las palabras clave constituyen el destilado practico de las deducciones que un hombre sabio hace de los principios de la guerra. Del mismo modo, las ecuaciones matemáticas o las gráficas son los destilados prácticos de los procesos de la guerra. Me apresuro a afirmar que mi amigo Stu Landersman llegó en su estudio a la misma conclusión. Tesis acerca de las tácticas Los esenciales e inconmovibles principios de la guerra son: PRIMERO: Emplear todas las fuerzas disponibles con la máxima energía. (Esta afirmación no necesariamente implica la ofensiva y su carga de ventajas asociadas.) SEGUNDO: Concentrar fuerzas superiores sobre el enemigo en el punto de contacto, o donde el esfuerzo decisivo deba ser aplicado. TERCERO: Evitar las pérdidas de tiempo. CUARTO: Profundizar cualquier ventaja o

ida con la máxima energía.

PRIMEROS PRINCIPIOS'. a)

Intentar la sorpresa y el engafo sobre el enemigo, sobre el plan de batalla y el método y punto del ataque.

b)

Esforzarse por aislar una porción de la línea de batalla enemiga y aniquilarla antes que pueda ser socorrida.

c)

Maniobrar por sobre las líneas interiores con el propósito de acortar tiempos, incrementar la movilidad y facilitar la concentración:

d)

Planificar la batalla de modo de cortar la retirada en caso de poseer la fuerza superior, o de interrumpir la acción en caso de que su fuerza sea la mas débil.

e)

Subordinarse al plan y no perder de vista el objetivo

f)

Las flotas modernas no pueden ser conducidas en línea simple por un solo oficial. Deben ser agrupadas en subdivisiones, todas ellas a distancia de apoyo mutuo y controladas por un subordinado en el que se debe delegar autoridad, responsabilidad y amplitud de iniciativa en el cumplimiento del objetivo en vista.

g)

Hacer el mayor uso posible de ventajas tales como las que pueden obtenerse de la dirección del viento, el estado del mar, el acimut del sol, las nieblas vía visibilidad reducida, el humo y las cortinas de humo.

h)

Como regla general, los grandes resultados no son alcanzables sin estar acompañados con su correspondiente grado de riesgo. Las flotas eficientes nunca estarán perfectamente alistadas pasa la acción. El conductor que espere la perfección en los planes, el estado del material, o el adiestramiento, esperara en vano, cediendo finalmente la victoria a aquel que emplee las herramientas a mano, con el mayor vigor.

BIBLIOGRAFIA En relación con el número de libros que abordan la estrategia, los de carácter público escritos en idioma ingles dedicados a las tácticas son muy escasos. Lo mismo " ocurre con los artículos periodísticos y ensayos publicados. Pero si la búsqueda de notas explicitas o implícitas la ampliamos a los estudios e historia de guerra, antologías de relatos marineros, libros especializados en, digamos, evolución del portaaviones o arquitectura naval, o a textos de análisis operativo naval, el número de potenciales ideas tácticas crece indefinidamente. Esta lista bibliográfica es completa en un solo sentido: incluye la totalidad de los estudios en ingles acerca de tácticas navales que yo conozco; cualesquiera sean sus meritos. A todos los demás efectos la lista es selectiva, incorporando libros, artículos y otros papeles, sea por una u otra de las siguientes dos razones: o bien la obra fue citada en el texto, o fue considerada valiosa para ser consultada por quienes quieran emprender una investigación en historia, técnicas, procesos, ambiente o análisis de la táctica.

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